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VIDA DE SAN JOSE DIMAS ANTUÑA RESEÑA Prof. Eilhard Schlesinger

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Vida de San José Reseña del Prof.

Eilhard Schlesinger

Ortodoxia, Revista de los Cursos de Cultura Católica Nº 1 pp. 161-164

Sección: Bibliografía

LA VIDA DE SAN JOSÉ, por Dimas Antuña. Ediciones San Rafael, Buenos Aires 1941

Esta conferencia sobre san José, pronunciada por el autor en La Fraternidad de la Asunción, el
día 9 de junio de 1940, difiere mucho de las cosas que comúnmente se leen sobre el Patriarca.
La vida de un santo no puede ser un simple tema del género literario de la biografía, pues
semejante biografía, que puede escribir hasta un ateo, vendría a presentarnos esa vida
precisamente en los aspectos que menos interesan. La biografía de un santo debe ser la
ilustración de la palabra del Salmo: Mirabilis Deus in sanctis suis, es decir que debe mostrar los
misterios de Dios que se revelan en el santo, y vistos con los ojos de la fe. Así en la vida de San
José, un biógrafo común, por ejemplo, y aunque sea creyente, llega pronto a la conclusión de
que es muy escaso el material aprovechable, y falto de datos positivos y a fin de dar entero
cumplimiento a las reglas del género, llena los vacíos con inducciones de su imaginación o con
afirmaciones más o menos plausibles o edificantes. En el libo de Dimas Antuña que comentamos,
el pensamiento va por otro camino; no se trata de una biografía precisamente, sino de la
inteligencia que procura a un cristiano contemplar los misterios de la vida del Patriarca en
función de la parte importantísima que tuvo san José en la economía de la Encarnación.
Anteriores escritos del autor atestiguan en él esta preocupación espiritual; de éstos debemos
señalar especialmente su libro El que crece (París, 1929) porque él constituye en cierto modo la
base de la presente obra.
En El que crece Antuña consideraba el misterio del patrocinio de San José sobre la Iglesia
universal, guiado principalmente por el oficio divino de la festividad, y allí al comparar a san
José con san Juan Bautista y estudiar paralelamente a estos dos grandes santos, que en su
relación íntima y directa con el misterio de la Encarnación no se oponen, pero no coinciden,
descubrió la esencia de la santidad del Patriarca. Ambos santos son el cumplimiento de
diferentes figuras de la Antigua Alianza, ambos tienen un ministerio propio en la Encarnación y
en la vida del Verbo Encarnado, y a ambos finalmente, y como consecuencia de lo anterior, les
corresponde una misión peculiar en la Iglesia, es decir, en el Cuerpo místico, continuación y
complemento de la Encarnación. San Juan Bautista, voz del Verbo, como lo llama san Agustín,
es la plenitud de los profetas y más que profeta, porque no anuncia solamente lo que ha de
venir, sino que lo señala con el dedo; manifiesta al Verbo públicamente y sufre luego el
martirio. San José, en cambio, es la plenitud de los patriarcas y el Patriarca por excelencia, pues
no trasmite la esperanza de Israel, sino que la lleva en sus brazos y la guarda. Así, san Juan
Bautista viene a ser la figura del apostolado de la Iglesia y le corresponden, en la historia de la
Iglesia, los siete años de grande hartura; mientras que san José es la más perfecta expresión de
la vida oculta, de la vida de negación espiritual contemplativa y, en su silencio, guarda el pan
para los siete años de hambre.

Esta inteligencia, ahondada y llevada a mayor madurez en el transcurso de los años (El que
crece es un libro de juventud), le ha permitido a Antuña darnos en La Vida de san José un croquis
– dice él – que manifiesta al santo con una claridad y una sencillez maravillosas. En él aparece
san José como el prototipo de la vida espiritual cristiana, tal como la describen, por ejemplo,
santa Teresa o san Juan de la Cruz. La firmeza del dibujo y la armonía de sus partes revelan una
gran unidad de concepción. Los datos positivos, es decir, lo que la fe nos enseña sobre la vida de
san José, permiten distinguir dos partes principales en ella: una es su vida hasta la Encarnación;
la otra su ministerio como Patriarca y cabeza de la Sagrada Familia. Cada una de estas partes se
compone de tres elementos; la primera comprende, 40 años de apartamiento en Nazareth, el
día de los Desposorios y su noche, es decir, la agonía del santo cuando creyó que debía dejar a
la Virgen; la segunda está formada por tres viajes. Y en efecto, el Evangelio atestigua tres viajes
de San José: el primero de Nazareth a Belén, para empadronarse, y de allí a Jerusalén, para la
presentación del (p. 163) Niño. Es el viaje real; el autor expone luminosamente ahí una cosa que
está a la vista de todos pero que generalmente no se ve: queremos decir, la realeza, la condición
davídica de San José. El segundo viaje es la huida a Egipto, llamado el viaje profético, por los
misterios que en él se cumplen y en él a su vez se prefiguran. Y, el tercero, la subida a Jerusalén
para inmolar la Pascua, viaje que el dolor de los tres días, por la pérdida del Niño y las palabras
del Niño a la Madre al hallarlo en el Templo, hacen que sea llamado el viaje sacerdotal, por la
inmolación y perfecta unión con Dios que estos actos se descubre. Estos viajes presentan los
estados del camino espiritual en sus tres vías purgativa, iluminativa y unitiva. Pero es interesante
advertir que también los tres elementos de que se compone la primera parte de la vida del santo
(el apartamiento de Nazareth, los Desposorios y la agonía) tienen relación con estos tres estados
espirituales y con los tres viajes, de manera que todo este libro está concebido algo así como una
espiral que va desenvolviéndose y reitera, en diferentes alturas y cada vez con mayor amplitud,
un mismo ritmo ternario.

De las dos afirmaciones de la Escritura que atestiguan para siempre la grandeza de san
José: varón de la casa y familia de David y justo, se ve que el autor concede prioridad a la
primera, al Nombre, a lo que el santo es. San José es Hijo de David. Pero lo es plenamente, sin
restricciones. Por el nombre y la sangre en espíritu y en verdad. Es Hijo de David como nosotros
somos cristianos, es decir, que está en el misterio espiritual de David y espera, como nosotros
esperamos las promesas de Cristo. La justicia viene luego, y expresa su perfección moral, pero
es perfección moral de un hombre que tiene conciencia davídica, es decir, que es una
participación del vituperio de Cristo. Finalmente estos dos conceptos llevan al autor a una
lectura del Evangelio en la cual la determinación del santo de apartarse de la Virgen, lo que se
llama comúnmente la tentación del Patriarca, es un acto específicamente espiritual, ajeno a
sugestiones bajas, y determinado a la vez por su justicia y por su conciencia davídica. No es
una duda, dice, es una agonía.

La precisión y sencillez de expresión que el autor ha logrado en esta obra, ponen La vida
de San José al alcance de todos. Si su contenido invita a meditar los admirables juicios y
profundos misterios de Dios en sus santos, la claridad de su prosa (realzada por una impresión
muy nítida) y el equilibrio de la composición, hacen que esa meditación se produzca sin
esfuerzo y dentro del deleite4 que proporciona el comercio de toda obra de arte.

EILHARD SCHLESINGER

Nota sobre el reseñista

Eilhard Schlesinger (* 28-12-1909 en Klausenburg; † 13-08-1968 en Elz in Hessen)

Profesor alemán de Filología clásica. Hijo del Prof. de Matemáticas Ludwig Schlesinger (1864–
1933), Creció hasta 1911 en Gießen. Allí cursó el Landgraf-Ludwigs-Gymnasium. Estudió desde
1928 Filosofía e Historia Clásica en la Ludwigs-Universität. Durante tres semestres en la Univ. de
Berlín frecuentó las cátedras de Werner Jaeger, Ludwig Deubner y Eduard Norden. En Gießen se
formó en particular con Karl Kalbfleisch y Rudolf Herzog, con el que fue promovido en 1933. Poco
después rindió su examen y fue a Marburg, donde ingresó en el Gymnasium Philippinum.

En la época del Nacionalsocialismo fue clasificado como no ario y excluido del acceso a la
enseñanza superior debido a su origen judío. Hacia el final de la década de 1930 emigró a
Argentina. Desde 1938 fue Prof. adjunto de Filología Clásica en la Univ. de Buenos Aires. En 1944
pasó a la Univ. de Tucumán, desde allí a la de La Plata, y volvió a Buenos Aires en 1960. Volvió a
Alemania y en 1966 obtuvo una cátedra honoraria en la Univ. de Mainz, donde se radicó con su
familia. En 1968 falleció con toda su familia en accidente de auto cerca de Elz (Westerwald).

En sus enseñanzas e investigaciones Schlesinger se centró en la Filosofía griega, en particular


en Platón y Aristóteles, así como en la poesía griega antigua (Hesíodo y Píndaro). Fueron pocas
sus publicaciones durante su vida en Argentina. Las principales fueron traducciones al castellano
de obras de Sófocles y de la Poética de Aristóteles. En sus últimos años en Alemania, publicó
numerosas conferencias y artículos, especialmente sobre Píndaro y sobre la Tragedia Griega.

SEÑORES:

AGRADEZCO a la Reverenda Madre Superiora La invitación que me ha hecho


Para dirigiros la palabra. Voy a hablaros invitado por ella y el tema de mi conferencia
será LA VIDA DE SAN JOSÉ.

Este tema os parecerá un poco extraño.

Se comprende que la vida de san José.

pueda ser objeto de un sermón, de una homilía,

de una meditación piadosa,

Es decir, un tema ele predicación

Reservado por su naturaleza misma al sacerdote.

Un simple fiel,

¿qué puede decir de san José?

Ha habido santos, por ejemplo,

un san Pablo o un san Juan Bautista,

de los cuales parece que cualquiera

podría decir una palabra con acierto.

San Pablo viajó, escribió, predicó,

influyó en las ideas de su tiempo;

tuvo discusiones doctrinales con los judíos,

los paganos y aun los propios cristianos ...

Y por su lado san Juan Bautista

es el autor de aquel bautismo de penitencia predicado a todo el pueblo


el cual le atrajo terribles luchas con las autoridades de su época.

Los dos san tos tu vieron eso que se llama

vida pública. Y así,

sin entrar en la santidad misma de ellos, sin entrar en el secreto de sus almas, que,

para san Pablo está, todo él, en el misterio del rapto,

y para san Juan Bautista en aquel hecho

le haber estado en el desierto

hasta el día de su manifestación a Israel, sus ideas, sus actos, sus luchas,

pueden ser motivo de un estudio histórico y en cierto modo profano.

Esos santos fueron enviados.

Tuvieron una misión.

Pero el caso de san José es muy diferente.

Y, para empezar, ele san José no tenernos

ni una sola palabra en la Escritura.

San José no tuvo ninguna acción visible

en los acontecimientos de su época.

No tuvo que afrontar al rey Herodes

como san Juan Bautista,

ni se presentó a los hombres con una palabra nueva

como san Pablo.

No tenernos nada que hacer con él

ni en el orden político

ni en el dominio de las ideas.

Su vida está completamente fuera

de eso que se llama la vida pública;

fué una vida como la nuestra,

una vida privada.

San José tuvo que soportar el orden exterior del mundo

y; dentro de ese orden, justo o injusto,

no hizo otra cosa sino callar, obedecer,

y buscar el pan de cada día.

Ahora bien, si en la vida privada ele este hombre

hay algo más,

ese algo más es de un orden enteramente espiritual.

Es, como nuestra vida religiosa,

un secreto del alma;


algo que pasa en lo escondido,

lejos ele la mirada ele los hombres.

La vida exterior ele san José, pues,

pertenece a lo que se llama la vida privada,

y el misterio que pueda haber en esa vida

es algo religioso, algo invisible,

algo que pasa delante del Padre

y que corresponde a lo que se llama la vicia oculta.

Y esta semejanza entre la vicia ele san José

y nuestra vida,

es lo que me alienta a hablaros del santo.

¿No somos todos personas privadas?

Ciertamente que no estamos constituidos en dignidad.

Nos movemos fuera de toda actuación.

No pertenecemos al número ele los que mandan

ni al número de los que enseñan:

somos mandados y - somos enseñados

y no tenemos otra cosa que hacer, cada día,

sino callar y obedecer,

buscar el sustento

y padecer todas las leyes

divinas, humanas, justas o injustas,

que quieran ponernos sobre el hombro.

Y si hay algo más en nuestra vida,

eso no deriva de nuestra posición social exterior.

Ni de nuestros estudios

que no hemos hecho,

ni de nuestra capacidad intelectual,

aunque la tengamos,

sino de nuestra situación interior.

Proviene de que somos cristianos.

Proviene de nuestro bautismo,

de la confirmación, de la eucaristía,

de la penitencia:

en una palabra, proviene ele la vida divina

que Dios nos comunica por su Hijo

y del hecho que, espiritualmente,


pertenecemos a ese cuerpo divino y humano ele la Iglesia

que está animado por el Espíritu ele Dios.

Esta doble condición,

ser obreros y ser cristianos,

y este hecho felicísimo

de movernos en la vida privada

y tener una vida oculta en Dios con Cristo,

creo que nos da ojos

y acaso nos permita ver algo

en la vida de san José.

Pero como dispongo de poco tiempo

abreviaré cuanto tengo que deciros

en algo así como un dibujo o un croquis.

Cualquier obrero que conoce su oficio

ve con claridad lo que se le pide que haga,

supongamos que un mueble, una silla,

en el croquis que se le presenta.

Las patas, el asiento, el respaldo, etc.

y la correlación de las partes,

y el material y la solidez requerida,

todo eso lo ve rápidamente en cuatro rayas

porque lo mira, no con los ojos de la cara

y como está en el papel,

sino con la experiencia práctica

de quien conoce la forma, los materiales,

el destino del mueble.

Y lo mismo aquí:

yo voy a claros el croquis, el esquema

de la vida de san José, y,

vuestra atención y vuestra experiencia,

como hombres ele trabajo

que saben lo que es ganar el pan ele cada día,

y como cristianos

que saben qué es vida ele oración y unión con Dios,

os dará alguna inteligencia

de lo que fué aquel santo.

6
Y el esquema que os propongo de la vida de san José

es éste:

Cuarenta años,

un día, una noche,

y tres viajes.

Sí, cuarenta años de apartamiento en Nazareth.

Un día, un día luminoso:

la mañana ele los Desposorios --

y su noche:

aquella agonía del Patriarca

cuando creyó que debía dejar a la Virgen.

Y tres viajes:

el viaje real, el viaje profético y el Viaje

sacerdotal.

Una vez que declare cada uno de estos puntos

vosotros podréis ver la vida del santo

de un modo imperfecto, naturalmente,

pero con alguna claridad,

y sobre todo

con esa claridad que es propia de un plano o de un croquis,

es decir, percibiendo bien la proporción

y aquella unidad que parece como que brota

de la economía de todas las partes.

CUARENTA AÑOS

En aquel tiempo

(digamos que el año 40 antes de Cristo)

un hombre de la casa y familia de David

llamado Jacob, engendró un hijo.

Nació el niño, y,

cuando se cumplieron los ocho días,

conforme a la ley de Moisés fué circuncidado

y le pusieron el nombre de José.

En la Antigua Ley la circuncisión

era un acto en cierto modo sacramental.

Por este rito el niño nacido

renunciaba a la vida profana

y entraba en alianza con Dios.


La circuncisión quitaba al niño judío

la inmundicia de la carne

y le daba un nombre entre los hijos de Israel.

A san José, pues, lo circuncidaron,

y le pusieron José,

un nombre muy antiguo,

pues el primero que lo llevó fué aquel Patriarca,

aquel antiguo José, el de Egipto, hijo de Raquel,

y fué llamado así

porque su madre al tenerlo exclamó:

Quitó Dios, Añádame el Señor.

José, pues, quiere decir: Quitó, añadió, y por eso este nombre se traduce por
aumento o crecimiento,

y es tanto como decir: el que crece,

o Hijo que crece, o

Hijo a quien Dios hace crecer.

San José, pues, hijo de Abraham

como todos los judíos

y, como hijo de Abraham, circuncidado,

entra en la alianza con Dios

y recibe un nombre que quiere decir en Israel:

Quitó Dios, Añádame el Señor.

Pero él no es solamente hijo de Abraham

como todos los judíos,

sino que también es Hijo de David.

San José pertenece a la casa y familia de David,

desciende en línea recta del Rey,

es el heredero de muchos Reyes,

y este hecho, civil y religioso,

exterior e interior,

es la razón de ser de toda su vida.

No sería él quién es

si no fuera Hijo de David.

Y ¿quién era David?

Ya lo sabéis.

Todas las promesas que Dios había hecho a Abraham

y a su descendencia,
y todos los misterios que estaban figurados en la Ley,

Dios los había puesto

como ligados a un nombre y a una familia:

ligados a David, el Rey,

y a su familia, la Casa de David.

Lo que estaba prometido

en David tenía que cumplirse,

y lo que estaba figurado

en la Casa de David tenía que hallar su realidad.

Y ¿qué estaba prometido?

El Mesías Señor.

Un Hijo de David que sería hijo del Altísimo,

a quién Dios daría el trono de David, su padre,

que reinaría sobre la casa de Jacob, por los siglos,

y cuyo reino no tendría fin.

Así, pues, la Casa de David

era el nudo de las promesas divinas.

Todo lo que esperaron los Patriarcas

y todo lo que anunciaban los Profetas,

todo lo había ligado Dios, con juramento,

a David, el Rey, y a su descendencia.

Y de esto se seguían consecuencias

no solamente políticas -

lo político, aun cuando entonces (como ahora)

excitara todas las pasiones y removiera los apetitos,

ero lo inferior de aquellas promesas -

sino consecuencias religiosas, sagradas,

cosas de vida o muerte en el orden espiritual y eterno,

pues la venida del Mesías, del Hijo de David,

era considerada,

no solamente como el advenimiento de un gran príncipe,

sino como una poderosa intervención de Dios en su pueblo

y como el acto supremo con que el Señor

iba a manifestarse a las naciones.

Así como nosotros recitamos el Credo

y según esos artículos de nuestra fe


decimos claramente lo que creemos y esperamos,

así un judío podía decir de sí mismo y de su pueblo

lo que creía y esperaba.

Podía decir: -Creo que estoy en alianza de fe

con el Dios de mis padres, el Dios vivo,

Dios de Abraham, e Isaac, y Jacob,

el cual ha hablado por los profetas

y ha dicho que la Casa de David

permanecerá eternamente,

y que de su linaje ha de venir el dominador de las naciones,

el Mesías Señor.

Ahora bien, exteriormente,

en el orden social y político,

cuando nació san José

David y los Reyes hijos de David

habían pasado hacía ya muchísimo tiempo.

En esos días la Judea

era un país tributario de los Romanos

y sobre el pueblo de Dios reinaba Herodes,

un intruso, criminal y astuto.

Pero delante de Dios y en las conciencias,

dentro ele ese orden religioso

adonde no puede llegar la mano de los hombres

y que apenas si es tocado

por los acontecimientos exteriores,

el juramento dado por Dios a David permanecía,

y nadie dudaba que las profecías habían de realizarse.

Aquello era sagrado, era divino,

tenía una fuerza terrible:

estaba en todos los corazones, se llamaba,

(aun hoy se llama) la esperanza de Israel.

Según esto, pues,

notemos cuál era la posición de san José.

Llamado en Abraham a la fe

como todos los judíos,

y escogido en David
como varón de su linaje,

llevaba el nombre y los derechos de la Casa,

era el heredero de los Reyes,

en él venían como a descansar, en cierto modo,

en aquel momento, las promesas.

Y su situación era desconcertante. Porque

era príncipe

y no llevaba vida de príncipe;

era Hijo de David

(Hijo de David era su nombre de familia,

lo que nosotros diríamos su apellido),

pero, desconocido,

ni siquiera era llamado por su nombre.

En la Sagrada Escritura

los ángeles lo Llaman: José Hijo de David.

Pero los hombres no. Los hombres,

todos los hombres, aun sus mismos parientes,

lo llaman: José el Artesano.

Entramos, pues, en uno de los misterios de su vida.

El hijo de los Reyes

es un artesano:

el descendiente en línea recta de David

es un obrero:

el depositario en un momento dado

de los derechos mesiánicos,

Dios ha querido que sea faber lignarius,

un carpintero.

Y mirad que san José sabe quién es.

San José tiene conciencia davídica,

lleva en su corazón las promesas de su Casa,

guarda fidelidad a David,

guarda fidelidad religiosa a la palabra firme,

a la palabra que Dios dió con juramento, a David,

pero apartado, desconocido,

tenido en nada,

vive en Nazareth

(una aldehuela desacreditada


de la que nada bueno podía esperarse),

y trabaja cada día,

como trabajan todos los obreros de este mundo.

San José, pues, es un obrero.

Pero hay obrero y obrero.

Porque vamos a ver,

si yo soy carpintero hijo de carpintero

¿qué agravio hay en esto?

Con alegría, con paz,

con la alegría de mi oficio (que es un buen oficio)

tomaré cada mañana mis herramientas.

Pero si soy carpintero hijo de los Reyes,

si soy, en línea recta, hijo de David, el Rey,

¡qué misterio! ¡qué humillación! ¡qué castigo!

Notemos, pues, que san José

lleva el castigo de su Casa.

Los hijos de David, los Reyes,

casi todos fueron rebeldes al Señor.

Impíos, idólatras, sensuales,

-¡Oíd, pues, Casa de David!, clama el profeta,

¿por ventura os parece poco ser molestos a los hombres

sino que también lo sois a mi Dios?

10

Así, pues, si san José es un obrero (y sí, lo es),

entre los obreros habrá que ponerlo aparte.

Y ved ahí, eso es precisamente

lo que hace el Señor:

lo pone aparte, pues san José vive-

no en Bethleem

que era la ciudad de David,

ni en Jerusalem

que es la sede del Rey,

sino en Nazareth.

San José es

José el Artesano, el de Nazareth:

no José el Artesano, solamente,

sino José el Artesano, el de Nazareth,


y el de Nazareth o Nazareno

es tanto como decir A parlado.

11

En esto de Nazareth,

como en José, como en David,

como en todas las palabras hebreas,

hay una significación profética,

es decir, algo que ha sido dado a la palabra misma

para inteligencia,

pues todo aquel Antiguo Testamento les pasó a ellos

en figuras y anuncios de misterios venideros.

y así, todo en él,

los nombres, los actos, los lugares, las personas,

son como letras o palabras significantes del Mesías

y de la vida nueva

que por el Mesías nos habría de venir.

Nazareth, pues, quiere decir: flor,

y Nazareno, apartado,

de manera que la flor, lo mejor, lo excelente

es apartado, y

¿para qué?

Para Dios.

Para ofrecerlo y sacrificarlo.

Nazareno, pues, es tanto como decir:

puesto aparte para Dios,

y por esto Nazareth es algo así como la clave

de la vida de san José,

12

En Nazareth se juntan y se explican

su nombre y su sobrenombre:

José Hijo de David y José el Artesano.

Si solamente fuera príncipe

y solamente artesano,

como las dos cosas puestas en la misma línea

son contrarias,

la una con la otra se destruirían

y no sería nada.

Pero ved que es José


y que es el de Nazareth,

y, como José, crece,

y, como Nazareno, está apartado.

Hijo de David es José

y crece:

Artesano es el de Nazareth,

y está apartado para Dios.

¿Qué hace, pues, san José en Nazareth?

-Crece apartado, y,

dentro de ese misterio, de su sobrenombre,

desempeña su nombre.

¿No dijimos que es el que crece?

Y ¿qué es crecer si no es precisamente

quitó Dios, añádame el Señor?

Crecer es deshacerse de algo para asumir algo:

es despojarse o ser despojado de algo inferior

y recibir, en ese despojo,

lo que el Señor añade.

13

Veamos, pues, qué quitó Dios a este Hijo de David

para hacerlo crecer,

y qué le añadió el Señor

(el Espíritu Santo, Señor y vivificador)

para que su crecimiento fuera alcanzado.

En el heredero de los Reyes,

en el varón de la Casa y familia de David,

quitó Dios el cetro, la diadema,

la situación visible de su grado,

el poder, las riquezas y la gloria.

14

Ahora bien, ¿qué queda en el príncipe

a quién Dios despoja de este modo?

Si su nobleza fuera puramente humana

y nacida de la carne,

en verdad que no le quedaría nada

o casi nada.

Pero su nobleza es una elección,

es una unción de Dios,


una palabra permanente:

¡Juré a David, y no me arrepentiré!

y ved ahí lo que le queda a este Hijo de David

que Dios despoja y desnuda

de la grandeza de este mundo:

Le queda el nombre,

le quedan las promesas de su Casa;

le quedan las profecías,

le quedan los derechos mesiánicos,

le quedan la Ley y los Profetas (y los Salmos)

que están en su mano como una escritura

firmada por Dios:

como pudiera estar en la mano de un mendigo

un pagaré o una letra,

es decir, un documento válido,

extendido a su nombre,

con fecha cierta

y firma auténtica, y solvente.

15

San José, despojado,

Puede oír la palabra del ángel que le dice:

-¡Ten lo que tienes! ¡que nadie tome tu corona!

Guarda tu fe,

guarda tu nombre.

Y así él calla, pues, y aguarda,

y pone su corazón en la presencia de Dios,

y; lejos de ir a perder su vida

en disputarle a Herodes el gobierno,

se ve a sí mismo

y pronuncia su propio nombre.

Dice: -Quitó Dios, fiat!

Añádame el Señor.

16

Y ¿qué le añade el Señor?

Sobre el nombre y los derechos mesiánicos,

sobre la fe y la fidelidad,

sobre la desnudez del príncipe

(despojado de su forma de príncipe


pero no de su alma de príncipe)

el Señor añade: pobreza, trabajo,

afanes y desprecio.

Le da el Señor las herramientas de un oficio servil:

el martillo, las tenazas, los clavos

(le da los instrumentos de la Pasión de Cristo)

y al hacer esto lo toma para sí,

lo aparta

y hace de él un pobre.

17

¡Ah, Dios es uno, Dios ama la unidad!

Ved cómo junta Dios en este santo

el nombre y el sobrenombre,

cómo junta en lo más profundo y secreto de su alma

la conciencia davídica

y el corazón nazareno.

Los dos nombres que parecían

el uno con el otro destruirse,

en realidad son como las raíces

que alimentan en él una vida más alta.

El en orden social, exterior,

príncipe y artesano son contrarios.

No puede un hombre a la vez y en la misma línea

mandar y ser mandado, regir y humillar la cabeza.

Por otra parte el Quitó Dios,

el despojo de la forma de príncipe,

se reduciría a una simple privación

si san José fuera un obrero y nada más que un obrero,

y no habría entonces crecimiento.

Pero lo que el Señor añade,

la condición de obrero,

es la forma externa de una dignidad espiritual,

y así, el ser obrero, en él, es vestidura

18

Los de Nazareth miran con los ojos de la cara,

y ven al santo, y dicen:

-Lo conocernos, éste es José el Artesano.

Pero el Señor desde el cielo


interroga con los párpados, y dice:

-¿Cómo dicen: Lo conocernos, éste es José el Artesano?

Yo o le he dado oficio, sino cruz.

19

La dignidad de pobre, pues,

que san José recibe al ser hecho obrero

es algo real, efectivo, positivo.

No es una privación,

y tan no es una privación, que,

por esta dignidad de pobre el Hijo de David crece,

es decir, llega a ser realmente José,

y el Artesano es tomado por Dios,

es decir, llega a ser realmente Nazareno.

20

Quede, pues, declarado

este misterio de los cuarenta años.

Cuarenta es número de penitencia

y a la justicia o santidad no se llega sino por ella.

Aquel niño circuncidado

y a quien no en vano se le pone el nombre de José,

ved ahí que crece, que adelanta en edad,

y no llega a la perfección

sino por haber aceptado en lo más íntimo de su alma,

aquel terrible Quitó Dios de su nombre

y aquel desconcertante Añádame el Señor de su aumento.

Este José crece cuarenta años

y llega a estatura perfecta

por aceptación íntegra, crucificante,

de su nombre de Hijode David,

al cual no renuncia (no puede renunciar)

y de su sobrenombre de Artesano cuyo misterio respeta.

Y el término de todo esto es su justicia,

es decir, su santidad,

el término de todo esto es Nazareth,

es decir, una vida de soledad y oración

una participación tan grande del desprecio y vituperio de Cristo,

que Dios lo oculta a los hombres

y lo toma para sí.


Veamos ahora el día

que sigue a este apartamiento,

y que pondrá en claro la luz de su justicia.

UN DIA

San José, varón justo

llega a la perfección de la justicia.

¿En qué consiste la perfección de la justicia?

Si alguno de nosotros desea ser perfecto

¿qué hace? Tenemos una respuesta a la vista.

¿Qué han hecho las hermanitas ele los Pobres

para entrar en la perfección que profesan?

Han dejado casa y familia

y se han consagrado a Dios

y a aquellos a quienes Dios ama, que son los pobres,

todo ello mediante esos votos que sabemos

de pobreza, obediencia y castidad.

Pues bien, en tiempo de san José

la perfección (a lo menos exteriormente) pedía otra cosa.

El israelita para ser perfecto

y salvo alguna rarísima inspiración de Dios,

lo que debía de hacer era casarse.

En aquella dispensación de la Antigua Ley

lo perfecto era el matrimonio,

y el matrimonio tenía en sí mismo esa perfección

espiritual, por una razón muy simple:

porque de los hijos de Israel

debía de nacer el Mesías.

En el pueblo de Dios

el matrimonio entrañaba nada menos

que el advenimiento del Mesías, y así

fundar Casa y familia era cumplir un deseo

temporal y espiritual a la vez, un deseo

moral y religioso a la vez ...

El matrimonio tenía algo de teologal.

En el deseo de los hijos se deseaba al Hijo,

se deseaba a aquel Hijo prometido,


hijo de David, hijo de Abraham, nacido de nosotros,

pero cuya generación era tan alta

que nadie podía intentar narrarla,

pues el mismo Dios altísimo en los cielos le decía:

-Tú eres mi hijo, hoy te engendro.

Para nosotros, hoy, el matrimonio

es una cosa buena;

para los judíos, entonces, el matrimonio

era una cosa perfecta, santa,

¡y cuánto más en el caso de un hombre como san José

que por su casa y familia era Hijo de David,

y por la limpieza de su alma

Dios mismo nos dice que era justo!

El matrimonio fué para él algo enteramente sagrado.

Digamos, pues, que sus Desposorios con la Santísima Virgen

fueron el día de su vida,

la mañana gozosa y luminosa de su perfección.

Ahora bien, dentro de esa perfección de alma

con que llega san José al matrimonio,

¿qué trae para fundar la Casa?

Trae lo que tiene:

Hijo de David, trae su nombre;

Artesano, su pobreza,

y estas dos cosas, su nombre y su pobreza,

no se oponen

sino que la una con la otra se perfeccionan.

Es muy importante ver

que san José trae a los desposorios un nombre.

No es un nombre que él haya conquistado

o hecho célebre o ilustre,

sino un nombre que él ha recibido

y guardado.

Notadlo bien: san José se casa con la Virgen

porque san José es Hijo de David, y,

de no haber sido Hijo de David


no lo hubiera destinado Dios a este matrimonio ni a esta esposa.

El título, el derecho (diría) de san José

para recibir la mano de la Virgen

es su nombre.

Y no sólo su nombre

sino la línea de su nombre, su genealogía.

El santo Evangelio (que no tiene palabras de más)

nos refiere la genealogía de san José desde Abraham,

y así nos dice:

Abraham engendró a Isaac,

e Isaac egendró a Jacob

y Jacob engendró a Judá y sus hermanos.

y sigue enumerando todo los padres

hasta David, el Rey,

y todo lo reyes hasta San José

el esposo de María, de la cual nació Cristo.

De padres a hijos, pues,

desde Abraham hasta san José,

el esposo de María, de la cual nació Cristo,

siguiendo una línea que entre muchos hermanos

a uno elige y a los otros los excluye,

aquellos padres van transmitiéndose la sangre y la fe,

la conciencia de una alianza positiva con Dios,

y las bendiciones que los hacen depositarios

de aquel gran misterio que habrá de venir.

San José, pues, en su nombre de Hijo de David,

tiene las bendiciones ele los padres.

Su nombre no es una mera designación verbal,

su nombre es algo más que un apellido,

algo más también que un derecho.

¿Qué significa para él al tomar esposa,

y, cómo lo trae al fundar su casa?

Desde luego vemos que lo trae oculto,

ya que viene debajo de su sobrenombre

y que a nadie interesa como hijo de David


este hombre sin importancia

herrero o carpintero,

que todos conocen y a quién todos llaman,

diciendo: -Ah, sí, ése es José el Artesano,

el de N azareth ...

Pero no solamente lo trae oculto

sino que también lo trae linipio.

Sí, en él, el nombre de los Reyes

viene limpio de apetitos, de ambiciones,

de pasiones políticas, de cuidados temporales ...

Y de toda sensualidad, de toda vanagloria.

Mientras en Israel este nombre es una bandera,

un incentivo carnal:

una rabia política llena de pasiones

y de apetitos de dominación y de venganza,

para él, por el apartamiento de su vida

y la pureza de su alma,

este nombre es una cosa quieta, firme, sosegada.

Es una realidad como puede ser para nosotros

el bautismo, el Padre nuestro o el Credo.

Pues a nosotros, decidme,

¿de qué nos sirve nuestro bautismo?

Delante de los hombres

y en esta ciudad,

de nada (o de estorbo).

Pero delante de Dios

¡qué abismo de bienes!

y en nuestra propia alma

¡qué nobleza, qué luz,

qué clase de vida nos da!

Y lo mismo era el ser Hijo de David para san José.

De nada le servía en el orden (o desorden) político

conforme a los intereses y pasiones de aquel momento,

pero, delante de Dios, era su elección

desde el principio,

desde el Padre, desde los padres,

era su elección y su entrada


en un orden de realidades superiores.

Pues por este nombre entraba él

en el juramento hecho por Dios a David,

por este nombre entraba en las promesas de su Casa,

por este nombre a él, y no a otros,

eran dados los signos

y dichas las profecías.

Y así como nuestros artículos ele la fe

no son para nosotros

proposicioses racionales y circunscriptas

sino palabras vivas y eficaces

y que contienen la substancia de las cosas que esperamos,

así su nombre y las promesas de su Casa

eran para él palabras fieles:

algo permanente, consistente,

un juramento de Dios:

¡Juré a David, y no me arrepentiré},

una palabra de vida

en la cual Dios había consignado abismos.

10

Pero notad lo más extraordinario de todo esto,

y es que a esta persuasión no había llegado el santo

por estudio de la Escritura a manera de los escribas,

ni por especulación de la mente

conforme a los maestros de Israel,

sino por soledad y apartamiento,

y por perfección de pobreza.

Y así podemos decir que su despojo, es decir,

el haber sido hecho artesano,

el haber sido hecho obrero,.

era lo que lo había llevado a esta dignidad

de ser Hijo de David no solamente por la sangre

sino también en espíritu y en verdad.

El ser obrero

no implica necesariamente ser un pobre

ni significa tampoco una perfección espiritual.

Pero es indudable que en el obrero

Dios ha puesto una invitación a la pobreza


y una ocasión próxima

de ser pobre y despreciado, y,

habiendo aceptado san José su despojo, habiéndolo aceptado él

que podía sin ambición ninguna

y acaso con algún fundamento moral

salir a perder su vida en un lance político

yendo a disputarle a Herodes el gobierno

levantando al pueblo contra la dominación

inícua, ciertamente, ele los Romanos,

habiendo aceptado, digo, el quitó Dios

como un llamamiento a la pobreza espiritual,

y habiendo entrado en esa pobreza

por su condición de obrero,

en esa condición había hallado su crecimiento)

es decir:

la purificación de su alma,

el trato viviente (y no ilusorio) con Dios,

y el sentido verdaderamente desnudo y divino,

(el sentido evangélico)

de su nombre de Hijo de David.

Y por eso he dicho que su nombre y su pobreza

no eran cosas contrarias.

Porque su pobreza era como la lima

con que Dios había limpiado de adherencias impuras

aquel nombre de Hijo de David)

aquel nombre que los reyes, hijos de David,

habían profanado.

Y si ese nombre contenía algo

si ese nombre era como la semilla de las promesas divinas,

convenía que alguno lo llevara

con entera purificación de los apetitos bajos,

y que ese nombre fuera en lo vivo de su alma

(como lo es en la nuestra una verdad de fe), un principio de vida,

un objeto de contemplación,

un símbolo o sacramento de algo firmísimo:

una manera de velar delante de Dios

y algo así como un apoyo para esperar esperando

aquellos bienes que no pasan y que no son de este mundo.


11

Mirad, pues, qué claridad

tiene este día de los Desposorios.

Dentro de la justicia o santidad de su alma

san José trae al matrimonio su nombre y su pobreza,

o, mejor,

su nombre ensayado en su pobreza.

Y como la pobreza es siempre lo más visible,

los ojos de la cara, esos ojos

que tenemos para equivocarnos siempre, y no ver,

en los Desposorios del santo no ven

sino el matrimonio de un obrero con una joven,

es decir, una cosa

en la cual no hay nada que ver.

Y por cierto que en esto

no hay nada brillante, nada emocionante ...

Pero si consideramos,

ved ahí que el artesano es un Hijo de David

y la joven una virgen de Nazareth:

y esto ya es algo, esto hace pensar.

Y, si alzamos los ojos,

es decir, si somos capaces de contemplación espiritual,

ved ahí que en esa entera sencillez

en que se mueve la Iglesia,

san José y la Virgen aparecen

como la expresión más pura de un altísimo misterio,

pues sus desposorios son los Desposorios místicos,

es, decir, los desposorios del Justo con la Sabiduría.

San José es el justo,

el varón perfecto que tiene en sí la justicia,

y a quien (según la palabra admirable de la Sagrada Escritura)

la Sabiduría le sale al encuentro y lo recibe

como una esposa virgen.

UNA NOCHE

Ahora bien, después de los Desposorios,

el ángel del Señor anunció a María

y la virgen concibió por obra


del Espíritu Santo.

Cuanto hemos venido admitiendo en san José

creo que nos pone en condiciones

de recibir con sencillez este evangelio.

San Mateo para referirnos la Encarnación

comienza con el

"Libro de la generación de J esu-Cristo,

hijo de David, hijo de Abraharn",

y dice:

Abraham engendró a Isaac, e Isaac engendró a Jacob,

y Jacob engendró a Judá y sus hermanos

y así sigue relatando las generaciones

de los patriarcas y los reyes,

hasta llegar a san José

"el esposo de María,

de la cual nació Cristo".

Luego, él mismo resume todo este libro

de la genealogía de Cristo, diciendo:

Así que todas las generaciones son:

desde Abraham hasta David,

14 generaciones:

y desde David hasta la Transmigración de Babilonia,

14 generaciones:

y desde la Transmigración de Babilonia hasta Cristo,

14 generaciones.

Y después de este resumen dice:

"Y la generación de Cristo fué así:

Que estando María desposada con José, su esposo,

y antes de ellos juntarse,

se halló, fué manifiesto,

que María había concebido por obra del Espíritu Santo".

En oposición, pues, a todas aquellas generaciones

en las cuales los padres engendran a sus hijos

conforme al orden natural,

la generación de Cristo fué sobrenatural,

fué extraordinaria, milagrosa;

fué obra del Espíritu Santo


y no hubo en ella concurso de varón.

Ahora bien, cuando esto se produjo,

el misterio obrado en la Virgen

fué manifiesto a san José.

No le fué manifiesto solamente

que la Virgen había concebido:

le fué manifiesto, como dice el Evangelio,

que había concebido por obra del Espíritu Santo.

Comprendió el justo que se cumplía en su esposa

aquel signo de lo alto del cielo,

aquella señal tan extraordinaria

que había sido anunciada como con amenazas a su Casa:

-Oíd, pues, Casa de David,

(casa rebelde, incrédula, molesta)

oíd que el mismo Dios

os da una señal:

y la señal es ésta:

concebirá una virgen.

Concebirá una virgen,

una virgen llevará fruto en el vientre.

San José,

que era Hijo de David, es decir,

que tenía inteligencia de estas cosas,

y que era justo, es decir,

que tenía un sentido seguro de los misterios de Dios,

quedó delante de este hecho tan extraordinario

como estaba Moisés delante de la zarza ardiendo:

maravillado de admiración

y sobrecogido de terror.

¿Que debía hacer? Y ¿quién era él?

Mirábase a sí mismo, y,

reputándose indigno de estar junto a su esposa

se determinó a dejarla.

Pero considerando, por otra parte,

las circunstancias de aquel misterio


y para que un hecho tan santo no fuera conocido,

a fin de salvar en todo el honor de la Virgen

se determinó a dejarla secretamente.

San José quería separarse

porque la misma Encarnación del Verbo

en cieno modo separado a la Virgen e to a- la- criatura de e te mundo .

La Madre de Dios estaba en Dios

de una manera inefable,

y el santo no sabía qué podía hacer él, indigno,

delante de aquel caso que excedía a todas las cosas creadas

Y aun a todas las manifestaciones divinas.

Y estando él así en estos pensamientos

de admiración del misterio,

de confusión de sí, y de temor:

y padeciendo en su alma una lucha terrible

porque el temor de Dios

le obligaba a retirarse,

pero el amor de la esposa,

y su deseo de Dios

(su deseo davídico de aquel inmenso misterio

que veía finalmente realizado en su Casa)

hacían de esta determinación de dejarla,

una agonía,

he ahí que Dios envía su ángel

( ese ángel que Dios envía siempre

a los que le temen), y

el ángel del Señor, el ángel de laveh,

se le apareció en sueños, diciéndole:

-José Hijo de David,

no temas recibir a María tu esposa

porque lo en ella engendrado es del Espíritu Santo.

Recíbela, he ahí que ella parirá un hijo

y tú llamarás el nombre de él.

Así, pues, el ángel se dirige al temor

que sobrecoge al santo delante del misterio,

y a la confusión que siente de sí mismo,


y a su determinación de apartarse de la esposa,

y, confirmándole el inventa est,

la persuasión que ya tiene de Dios

de la concepción virginal,

le dice lo que habrá de hacer él,

Hijo de David, esposo de la Virgen,

en lo que Dios acaba de realizar.

Es cierto,

se han cumplido las escrituras:

la virgen ha concebido,

la virgen lleva fruto en el vientre,

pero no quieras tú separarte de ella

ni temas recibirla

porque es por obra del Espíritu Santo

lo en ella engendrado:

en este misterio

mira cuál ha de ser tu ministerio:

la virgen dará a luz un hijo

y tú llamarás el nombre de él.

Recibir a la Virgen

y dar nombre al Niño:

tal es el ministerio de san José

en el misterio de la Encarnación.

No disuelve el Señor el vínculo

que une al Hijo de David

con la Virgen Madre de Dios,

antes, lo confirma,

y, por esta confirmación

le da entrada legítima y sacramental en el misterio.

Y lo toma para sí,

y le ordena lo que ha de hacer:

Dará nombre al Niño, es decir,

hará con él veces de padre,

pues la primera función y acto de autoridad de un padre

después de engendrar un hijo, es darle nombre.

Y si este caso único, extraordinario,

ha eximido al santo de la comunicación carnal,


ved ahí que todos los otros oficios

que tienen los padres con sus hijos

en el orden natural, civil o religioso,

le están determinadamente mandados.

Tenemos ahora a san José

constituído en cabeza de familia.

Ya no es el Hijo de David - Artesano,

ni el Apartado a quien Dios mismo llama justo:

ahora es Patriarca,

ahora es el glorioso Patriarca san José,

el elegido a quien Dios introduce en la nube,

el fiel y prudente a quien Dios comunica su consejo.

Un ángel lo ha ordenado para sus oficios de padre.

Y ¡qué oficios!

San José impone al Niño

el nombre sobre todo nombre,

el nombre de Jesús.

Esto quiere decir que fué él

quien circuncidó y nombró a nuestro Salvador.

El también es quien le transmite

los derechos mesiánicos,

y así,

por san José Nuestro Señor recibe su genealogía humana

y es legal y legítimamente llamado: Jesús Hijo de David.

El también lo presenta en el Templo

pagando por el primogénito las cinco monedas

y en verdad que san José rescató aquel día

de mano de los sacerdotes,

la víctima que Judas había de venderles más tarde.

Y él es quien lo lleva a Jerusalem cuando cumple la edad de doce años,

para celebrar allí con aquel hijo, y con la esposa,

la Pascua de la liberación de Egipto.

En fin, que san José cumplió

todos los actos de amor y autoridad

que corresponden a un padre,

y todos los ritos que en ese carácter de padre

le estaban mandados por la Ley.


Y su gloria es tan grande por ese gobierno que tuvo

en las acciones exteriores del Hijo de Dios,

que ella ha pasado a nosotros

y constituye en nuestros días

el misterio manifiesto de su Patrocinio sobre la Iglesia Universal.

10

He dicho, pues, lo que entiendo

por el día y la noche

en la vida de san José.

El día es ese momento en que al tomar esposa

queda manifiesta la luz de su justicia,

pues, dice la Escritura:

Casa y riquezas

las dan los padres:

pero, esposa,

el Señor solamente.

Y si tal es la esposa

¿cómo no ver la justicia del santo?

¿Cómo no ver su rostro iluminado

si el Señor Dios nos lo muestra

no sólo radioso y en sí mismo

sino también en esa claridad de la Virgen

que es espejo de justicia?

Pero la justicia que resplandece en el día

es probada en las tinieblas de la noche.

Y así, la prueba ele su justicia,

la prueba de su humildad,

de su limpieza ele corazón,

de su temor y reverencia, de su fe y su fidelidad,

la tenemos en esa lucha de su alma

cuando por confusión de sí mismo

se determinó a dejar a la Madre de Dios,

y sólo por obediencia al ángel

entró en aquel misterio que Dios daba a su Casa.

11

Y, naturalmente, que

los sentimientos de san José en este caso

están tan extraordinariamente lejos


de todo cuanto nosotros estamos habituados

a pensar y sentir en nuestra vida,

aun en los momentos de mayor lucidez y humildad

de nuestra vida, que,

la luz de este día

y las angustias de su noche

nos parecen,

no algo intenso y grande

sino como cosas de nonada

y poco menos que incomprensibles:

porque en fin, en fin, ¿qué sabemos nosotros

de lo que es realmente el temor de Dios

y el amor puro y desnudo de Dios

y la proximidad terrible y gloriosa de sus misterios?

Y así, difícil nos resulta leer con sencillez

el relato que hace de estas cosas

el sagrado Evangelio,

y en esas palabras perfectamente limpias

que tal como suenan parece que podrían ser leídas

por lo menos literalmente,

ponemos (y muchos han puesto)

yo no sé que drama complicado

de tentación y sospechas,

como si el santo hubiera dudado de la pureza de la Virgen

y hubiera triunfado luego de esa duda,

o como si sólo hubiera conocido el misterio de la Encarnación

por la revelación del ángel en sueños,

(siendo así que el ángel

no le revela nada, y, solamente

sobre lo que ya ha entendido, le quita el temor

y le dice lo que ha de hacer).

En esa lectura del Evangelio,

en esa lectura triste y complicada

(y en las traducciones del sagrado texto que la suponen)

se razona con un grosero olvido

de las dos condiciones esenciales del alma de san José,

es decir, de lo que significa para él

como espectación espiritual


el ser Hijo de David,

y de lo que es posible y no posible

en un caso de completa limpieza de alma

que es lo propio del varón justo.

Creedme,

todo eso es absurdo.

Si san José era Hijo de David

y si san José era justo,

(y esto Dios mismo nos lo dice)

como Hijo de David esperaba misterios,

y como justo

su tentación no podía ser

una tentación de hombre no purificado.

No hubo tentación en san José:

hubo agonía, hubo una lucha de su alma,

hubo dolor.

O si se quiere, fué tentado el Patriarca

pero como fué tentado Abraham nuestro padre,

es decir, en la fe y la obediencia

y la absoluta negación de sí.

Y su determinación de dejar a la Virgen

es lo que rigurosamente podía esperarse

de la santidad de su alma,

pues es un acto de anonadamiento,

un acto espiritual,

un movimiento comparable a aquél del grito de san Pedro

cuando dice al Señor:

-¡Apártate de mí, Señor, que soy pecador!

12

Y así, pues, si es relativamente fácil

indicar aquellos misterios de los 40 años:

es decir, el despojo y desnudez del santo

y las gracias de la Pasión de Cristo con que luego lo reviste el Señor,

difícil resulta comprender

la luz tan clara de este día

y las apretadas tinieblas y dolor de su noche,

y, dificilísimo, dar alguna idea de lo que sigue a esto:

es decir, de su ministerio con el Hijo de Dios,


de la conversación y trato de su vida

como Patriarca que lleva de la mano al Niño:

de eso que me he atrevido a llamar los 3 viajes.

Y TRES VIAJES

Diré lo que pueda aunque confieso

que no entiende estos viajes

sino quien acompaña en ellos al santo,

y que lo difícil de su declaración

no está en su itinerario,

ni en los puntos de partida y llegada

(que de eso la fe ya nos ha instruido a todos)

sino en el camino por donde es preciso ir.

Pues el primer viaje

es de completa humillación y anonadamiento.

y corresponde a la vía purgativa;

y el segundo viaje es una gran prueba

(la prueba del desierto y la noche),

y corresponde a la vía iluminativa;

y en el tercero está la virtud de Dios

en el aniquilamiento completo de la criatura,

según son dadas estas cosas en la vía unitiva.

El primer viaje

es de Nazareth a Bethleem;

el segundo, lo que llamamos la huida a Egipto;

y el tercero cuando el santo sube a Jerusalem

para sacrificar la Pascua.

En los tres camina san José

como cabeza de familia:

quiero decir que no son viajes

del Hijo de David o del justo solamente, sino viajes (o gracias, o crecimientos)
manifestaciones sobre todo,

del Patriarca.

Y en los tres viajes va por obediencia (naturalmente),

pero hay en ellos como una cierta progresión.

Y así en el primero,

obedece a los hombres

y va con todos;

y en el segundo,
obedece al ángel del Señor

y sale de noche;

y en el tercero, obedece a Dios

y sube a Jerusalem.

Y estos viajes son dolorosos y gozosos a la vez

y con diferentes peligros,

y así el primero

es con peligro de honra;

y el segundo

con peligro de muerte;

y el tercero

con peligro de perder su alma.

Y, como ocurre comúnmente en los misterios de Dios,

probado el santo en su honra,

Dios le restituye la herencia,

y probado en la muerte

Dios lo establece en tierra de Israel

(que es tierra de visión),

y probado tres días en la separación de su alma,

el Señor desciende con él

y le da nueva vida.

He aquí el primer viaje.

En aquellos días emanó del César un decreto

para que todo el orbe fuese empadronado.

Y se encaminaban todos a empadronarse,

cada uno a su propia ciudad.

Y así subió también José, de Galilea,

desde la ciudad de N azareth, a la Judea,

a la ciudad de David, que se llama Bethleem,

por ser él de la Casa y línea paterna de David.

Va, pues, para obedecer al César

y sale con todos a cumplir esta obediencia,

y le obliga a este viaje su nombre,

su nombre de Hijo de David

que es la verdad primera de su vida

y lo que determina siempre todo

en los actos de san José.


Y va a la ciudad de David, con María, su esposa,

pero el motivo del viaje no puede ser más humillante,

pues, aunque va por razón de su nombre,

va a hacer un acto que es en cierto modo

como la renuncia y negación de su nombre,

pues va a ser empadronado y capitado,

es decir, numerado y contado como esclavo

para que el César cobre luego un impuesto

sobre su cabeza y su Casa.

Y va con todos, pero, allí, en Bethleem,

en la ciudad de David, su padre,

ya no está con todos sino solo,

pues no hay lugar para él

en la posada.

Porque por más Hijo de David que sea san José,

san José era un pobre)

y, cuando un hombre es realmente pobre

no se ha oído nunca que haya encontrado lugar en ningún lado.

Ni en su pueblo, ni en su patria

y ni en su propia casa.

Llega, pues, a Bethleem

y, como Dios es fiel en sus promesas,

ved ahí que en la ciudad de David

restituye el Señor al príncipe la herencia,

y el nacimiento de Cristo

y todos aquellos misterios admirables de la Noche

Buena, vienen a poner en los brazos del Patriarca

gloria et dioitiae,

es decir, toda la riqueza y todo el bien

que es posible tener en este mundo.

Pero notad que el término de este viaje,

sobre la paz del cielo

y el himno de los ángeles

y el gozo de los pobres,

no está en Bethleem

mismo sino en Jerusalem.


Y es cuando los padres llevan al Niño al Templo

para presentarlo al Señor,

y quedan allí admirados, pues,

con entera prescindencia de aquel rito

que ellos iban a cumplir,

el anciano Simeón y Ana, profetizan,

y teniendo en sus brazos al Niño

revelan públicamente

los misterios que ya llegan de nuestra redención.

De Nazareth a Bethleem por obediencia:

y de Bethleem al Templo

por perfección de obediencia

sin duda que este es el viaje real del Patriarca,

pues lo emprende por razón de su nombre real,

y va a la ciudad de David, el rey,

y allí recibe al Rey de Dios prometido,

al Hijo de David, Rey de los cielos.

Mas para san José todo esto es como el coronamiento

de su perfecta obediencia

y de su completa humillación,

pues no tenía otra cosa san José en este mundo

que ese nombre suyo de Hijo de David,

y el censo es el acto que viene como a privarlo

de lo único que tenía,

poniéndolo al nivel de todos,

y más bajo que todos - entre los esclavos,

con este agravio, además, que

no solamente el mandato del César lo reduce a nada,

sino que aun los suyos parece como que lo arrojan,

pues para él no hay lugar

y tiene que ir a arrinconarse en un refugio de animales.

Y en esa completa humillación y entero desprecio

de la vía purgativa, es cuando,

sometido a todos y despreciado por todos,

san José recibe a Cristo, nuestra herencia:

y en compañía de unos pobres animales

(de un asno y ele un buey),


oye el himno de los ángeles,

adora al Cristo de Dios,

ve las milicias del cielo

y lo saludan los pobres.

Este es, pues, el fin de la vía purgativa:

la paz,

la paz que es abundancia de todo bien,

la paz que es restitución de la herencia,

la paz que es Cristo que nace.

El segundo viaje tiene por fin

salvar la vida de Cristo nacido.

Aquí el santo obedece al ángel del Señor

y se levanta de noche,

y toma al Niño y a su Madre,

y se retira a Egipto.

Este VIaJe está lleno de misterios

porque la venida de Cristo

cumple figuras y profecías que estaban esperándole,

y que a su vez prefiguran misterios interiores

propios del alma que adelanta en la vida espiritual

y se levanta de noche, y entra en el desierto,

y se retira a Egipto (que quiere decir: tinieblas).

Nos dice el Evangelio que,

luego que los Magos se partieron,

un ángel del Señor se le apareció a José,

en sueños, diciéndole: -Levántate,

toma al Niño y a su Madre,

y huye a Egipto:

y estate allí hasta que yo te lo diga:

porque Herodes ha de buscar al Niño para acabar con él.

El, levantándose, tomó al Niño y a su Madre,

de noche, y se retiró a Egipto:

y estaba allí

hasta el fallecimiento de Herodes.

Pues este Herodes (cuyo nombre se interpreta

jactancioso y piloso)
obra en figura del hombre bestial y soberbio,

y busca la vida del Niño

destruyendo toda vida de Dios

que haya podido nacer en las almas.

Y sólo por esa permanencia en las tinieblas de la negación de sí,

en ese lugar del cautiverio y de la inmolación

de la primera pascua,

puede salvarse la vida de Cristo

y volver el alma de nuevo a la tierra

prometida, cuando, fenecido Herodes,

el ángel del Señor se aparece al Patriarca en Egipto

y le dice: -Levántate,

toma al Niño y a su Madre

y encamínate a tierra de Israel:

porque han muerto

los que buscaban la vida del Niño.

Así, pues, se salva en el alma

la vida de Cristo nacido:

haciendo con san José la peregrinación de Jacob

y el éxodo de Israel de Egipto,

y padeciendo esos misterios

del desierto, y la noche, y las tinieblas,

hasta que el ángel ordena volver a: tierra de Israel,

es decir, a la tierra de la visión,

pues Israel quiere decir: el que ve a Dios.

Mas, el término de este viaje

no es solamente volver a la Judea, pues,

advertido José

por revelación en sueños,

no fué a la Judea

sino que se retiró a las partes de Galilea.

Judea quiere decir, confesión,

y significa la fe obscura.

Galilea se interpreta, reuelacion,

y ved ahí que en esta vía

la noche se ilumina para el contemplativo

y la fe, sin dejar de ser obscura,


se llena de inteligencia.

¡Admirable camino, admirables misterios!

Va el alma de noche y con peligro de muerte porque buscan la vida del Niño nacido.

Va por el desierto

y tiene que detenerse en Egipto,

donde José guarda el pan

y donde por primera vez el pueblo de Israel

inmola el Cordero.

Y cuando vuelve de este viaje

con que Dios prueba su fe y su fidelidad,

se establece en las partes de Galilea,

es decir, en la revelación,

y se avecina en Nazareth -

pues la contemplación perfecta hace florecer el alma

y produce, por sí misma,

una admirable soledad y apartamiento.

Bien puede, pues, este segundo viaje del Patriarca

llamarse el viaje profético,

ya que en él se cumplen

aquellas figuras de la vida espiritual

que los antiguos Patriarcas al descender a Egipto

y luego el éxodo de Israel de Egipto

con sus cuarenta y dos mansiones en el desierto,

anunciaron.

Y ahora, notemos el tercer víaje.

El primero da el señorío;

el segundo, la visión.

¿Puede haber algo más para el hombre

que tener a Cristo nacido

y ser el mismo Israel, es decir,

el hombre que ve a Dios,

el hombre príncipe con Dios?

Hay algo más, porque el Hijo se ha hecho hombre

para que el hombre se haga Dios,

y así, el término del señorío y la iluminación

no es dejar al hombre en sí mismo

sino hacerlo uno con Dios


y Dios por participación.

El Patriarca sube ahora

de Nazareth a Jerusalem

para celebrar la Pascua.

Va con María, su esposa, y con el Niño, pero el Niño

ya no es recién nacido.

Ha crecido en edad, y en sabiduría, y en gracia,

y ha llegado a ser de doce años.

Llegan, pues, a J erusalern,

y asisten al Templo,

y comen del sacrificio del Cordero.

Pero como José es justo

y María la justicia misma,

aquel rito de la Pascua no queda en ellos vacío.

Dios le da algo así como la virtud y gracia de ese rito

pues, al volverse ellos de Jerusalem,

encuentran que han perdido al Niño Jesús

10

Esta pérdida del Niño es para san José y la Virgen

como la realidad de aquel rito de la Pascua

que acaban de inmolar.

En la privación y desamparo de Dios

ellos pueden decir, buscando al Niño,

como decimos nosotros los cristianos, cada año:

-Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.

Le buscaron camino de un día

y al cabo de tres días lo hallaron.

Pero en esa pasión de un día

y en esa muerte de tres,

san José y la Virgen padecieron un dolor

no humano solamente, sino dado por Dios,

es decir,

un pregusto del misterio de la Cruz.

Y por eso este viaje

es el viaje sacerdotal.

Porque aquí san José sacrifica el Cordero,

y él y la Virgen y el Niño

comen de este Sacrificio,


y de una manera altísima y enteramente espiritual

participando ellos de la inmolación figurativa

con la pérdida del Niño

ellos mismos vienen a ser como inmolados.

Y así el camino de este viaje

es un camino sin camino.

De nada sirve aquí correr, ni querer;

el que busca no sabe a dónde va.

Va,

pero a todas partes o a ninguna:

este camino es un punto, un ir sin ir

hasta que Dios hace misericordia

y por su misma ausencia y pérdida

la criatura es reformada y deificada.

11

Anduvieron camino de un día, nos dice el Evangelio, y,

no habiéndolo hallado,

se volvieron a Jerusalém buscándole.

Y sucedió al cabo de tres días

que lo hallaron en el Templo,

sentado,

en medio de los doctores.

Es ésta la primera vez que el Evangelio

nos muestra a Cristo sentado,

es decir, en actitud de enseñar.

¿Qué irá a decir?

La Virgen le dice: -Hijo,

¿por qué has hecho así con nosotros?

Mira cómo tu padre y yo

angustiados te buscábamos ...

Y el Niño: -¿Qué razón había

para que me buscaseis?

Y respondiendo directamente a ese tu padre

de las palabras de la Virgen, le dice:

-¿No sabíais que en las cosas de mi Padre

a mí me corresponde estar?

Enorme revelación.

Esta es la primera· palabra de Cristo,


su primera enseñanza:

la revelación del Padre.

Es la primera -

y la última, y la única.

Y todo el evangelio no será sino eso:

dar a conocer al Padre.

Y toda la pasión no será sino eso:

obedecer al Padre, enseñar a ir al Padre.

Y cuando expire en la cruz, dirá: -Padre,

en tus manos encomiendo mi espíritu,

y consumará así, con esa última palabra

de su sacrificio,

esta primera palabra suya de niño

de doce años.

Jesús está en el Padre.

Su respuesta a la Virgen destruye todo el sentido humano

de ese nombre de padre dado a san José,

y este misterio es como la primera llamarada

que revela la vida íntima de Dios.

Dice el Evangelio que ellos

no entendieron la palabra:

pues en la vía unitiva no se trata de entender

sino de recibir y guardar.

Y dice luego que el Niño descendió con ellos,

y vino a Nazareth,

y les estaba sujeto.

¡Admirable unión con Dios!

Dios está sujeto a la criatura.

El cuchillo sacerdotal, el cuchillo del sacrificador

de tal manera ha inmolado la voluntad caída,

que ya no hay dos voluntades, sino una, la de Dios,

y así, es lo mismo decir

que Dios está sujeto al hombre

o que el hombre está sujeto a Dios.

Revelado el Padre,

mi alimento es Cristo

y yo soy alimento de Cristo:

Yo en Cristo
y Cristo en mí:

como Cristo en el Padre

y el Padre en Cristo.

La perfección del amor excede al entendimiento.

La palabra puede no ser entendida

con tal que sea guardada:

con tal que sea guardada por María,

y guardada en el corazón.

Descendió, pues, con ellos,

y vino a Nazareth.

¿Qué hará ahora san José en Nazareth? Lo que ha hecho siempre.

Callar, obedecer,

buscar el pan de cada día.

La vida de san José es toda ella, exteriormente,

una vida común.

Dios reveló a su Hijo a san Juan Bautista

para que lo señalara con el dedo,

y a san Pablo

para que lo predicara a todas las naciones.

Esos santos fueron enviados,

tuvieron una misión,

la vida de ellos fue una vida pública.

Pero a san José Dios le reveló su Hijo

para que lo ocultara y guardara.

Aquellos santos predican, éste calla:

aquéllos luchan,

éste crece.

San José crece siempre ...

12

[Qué gran santo! Por fuera,

en la obediencia de las ocupaciones

diarias su vida es idéntica a la nuestra.

Pero por dentro, en su alma,

su vida es un abismo,

es un inmenso océano.

Si un hombre quisiera recoger el mar

y llevarlo en el hueco de sus manos,

¿no sería ciertamente un necio?


Pero si un hombre recoge uno de esos caracoles

que algunas tormentas suelen arrojar a la playa,

¿no tiene consigo algo del mar,

y no puede oír, aplicándolo al oído,

algo así como el rumor de las olas? Ciertamente:

La vida de san José es la vida de san José.

Lo que fué esa vida en sí misma, yo no lo sé,

creo que nadie puede saberlo,

espero que lo sabremos todos en la visión de Dios.

Pero, de lo que yo sé, es decir,

de lo que enseña la Iglesia,

de lo que de ella recibo y puedo yo llevar,

ved ahí que he querido hacer esta tarde

algo así como el caracol marino, y,

con ese esquema o artificio de los 40 años,

y el día, y la noche, y los tres viajes,

he intentado algo como una espiral,

algo que por su disposición misma va siempre

como desenvolviéndose,

y que, puesto en el oído,

nos da las voces de un mar -

inmenso, que no vemos,

que solamente lo percibe el oído,

que lo creemos lejos

y está muy cerca de nosotros.

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