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Boersner

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Q uinta edición: 1996

(revisada y actualizada)

a Norma

€> E ditorial N U EV A SO C IED A D


A partado 61.712 Caracas, 1060-A, Venezuela
Telfs.: (058-2) 2 6 5 9 9 7 5 ,2 6 5 0 5 9 3 ,2 6 5 5 3 2 1 ,2 6 7 3 189
Fax: (058-2)2673397
Correo-e: nuso@ ccs.intcm et.ve

E dición al cuidado de H elena G onzález con la


asistencia de Sergio R odríguez G.

D iseño d e portada: Jav ier Ferrini


Ilustración d e la portada: M apa del N uevo M undo de Sebastian
M unster, 1540, col. part., M adrid.

Com posición electrónica: GRA FICO R

Im preso en Venezuela
ISB N 980-317-092-9
Prólogo

Haber sido invitado por mi entrañable amigo, el destacado intemacionalista,


profesor y diplomático Demetrio Boersner, a escribir unas breves notas para
presentar una nueva edición de este libro, es un alto honor que agradezco. No digo
— con esa falsa modestia que a veces invade el quehacer intelectual— que es
inmerecido: nos unen viejos lazos de amistad y compañerismo universitario, que
datan casi de la época en la que llegué a Venezuela como docente contratado por la
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de nuestra Universidad Central. Mas
nos juntan también convicciones comunes, las más importantes de las cuales están
referidas a la tierra latinoamericana y venezolana que ambos escogimos — en
diferentes momentos de nuestras vidas— como nuestra verdera patria, esto es: el
espacio sociocultural y político en el cual nos realizamos y vivimos. Creemos
ambos firmemente en los pueblos que nos han acogido y hecho suyos, y en su
capacidad de luchar por la superación del subdesarrollo, por la liberación individual
y colectiva, por una modernidad propia y no imitativa, y por un destino de dignidad
que está a la altura de su gran historia y de su fuerza innovativa en el presente.
El libro que estoy prologando es ya algo así como un “clásico” de la literatura
científico-social sobre las relaciones internacionales dentro de América Latina y de
sus pueblos con otras partes del mundo. En efecto, fue publicado originalmente en
1982 por la misma Editorial Nueva Sociedad y ha sido objeto de varias reediciones
“oficiales”. Nadie podrá contar ni saber, además, la cantidad de ejemplares editados
en forma “pirata” (en fotocopia), circulando alo largo y ancho del continente y que
son material de primera importancia— diría que de obligatoria referencia— para los
estudiantes de las relaciones internacionales; un modo de ganarse el acceso a los
libros relevantes que no es muy legal que digamos, ni materialmente provechoso
para autores y editoriales, pero tal vez uno de los pocos de que disponen los
estudiantes (y hasta a veces los profesores) para llegar al conocimiento, ya no sólo
en esta parte del mundo.
El libro de Boersner tiene numerosos méritos. No podré dedicarme, por razones
de espacio, a destacarlos todos. Mencionaré algunos que me llaman poderosamente
la atención, en virtud de mis intereses y preocupaciones científicas y político-
intelectuales.
Enprimerlugar, es un libro histórico, actual para el presente, y muy bien escrito.
Es mucho más que un “libro de texto”, de esos que —con todos los síntomas del
aburrimiento— cierran los estudiantes después de una obligatoria lectura. Es un
libro que si el lector, sobre todo el joven, se acerca a él con la disposición de dejarse
atrapar, puede contrarrestar esa terrible tendencia que observa Eric Hobsbawm,
entre otros, y que describe así: “Al final del siglo, la mayoría de los hombres y
mujeres jóvenes se cria en una suerte de presente permanente, faltándoles cada
relación orgánica con el pasado público de los tiempos en los que viven” . Boersner
logra transmitir la sensación de q ue los hechos del pasado público —¿y cuáles lo son
12 □ Prólogo
más que las relaciones internacionales de nuestros pueblos?— están vivos en
nuestro presente.
Segundo, se trata de un trabajo muy informado sin que su autor intente
vanagloriarse de su erudición, incluso mostrando su afán pedagógico en los
resúmenes y tablas cronológicas. Los diferentes capítulos transmiten la certeza de
que Boersner conoce ampliamente los hechos sobre los cuales escribe, ya sea por
haberlos estudiado en la literatura existente, ya sea por su conocimiento detallado
— casi de historiador— , o por su condición de embajador y alto funcionario de la
diplomacia venezolana. En este sentido, las dos primeras partes, sobre las relaciones
internacionales latinoamericanas antes de la independencia una, la otra sobre la
consolidación de los Estados Unidos de Norteamérica, revelan no sólo que el autor
conoce bien la literatura al respecto sino también que es capaz de sintetizar los
hallazgos existentes en ella sin caer en terribles simplificaciones. Desde la primera
lectura, hace años, a mí me resultó fascinante la parte sobre la transición
independentista porque demuestra un conocimiento detallado de las fuentes
historiográficas de la época y la fuerza de interpretarlas, especialmente el acápite
sobre el Congreso de Panamá. Los tres últimos capítulos y las conclusiones (escritas
especialmente para esta nueva edición “oficial”), aparte de poseer los méritos
mencionados de los anteriores, contienen elementos de testimonio, esto es: la
claridad de visión y —¿por qué no?— el coraje de asumir y transmitir las
incertidumbres hacia el porvenir.
En tercer término, este libro permite arrojar un poco más de luz sobre algunos
de los temas que se vienen discutiendo actualmente en la sociología histórica. Como
se sabe, Immanuel Walierstein, Giovanni Arrighi, Perry Anderson y otros han
sostenido en sus publicaciones, a lo largo de los últimos 20 años, que el sistema
histórico-social actualmente vigente (y desde hace 500 años cada vez más) tiene una
doble cara. Por un lado, es un sistema mundial, en el sentido de que los procesos
económicos que lo dinamizan (la acumulación incesante de capital) necesitan de!
espacio global, crecientemente además sobre la marcha de su evolución, y hacen
que se formen “cadenas de mercancías” y — diría también— cadenas de acumulación
a escala mundial. Por el otro, es un sistema que necesita la existencia de espacios
sociopolíticos separados: los Estados-nación, en cuyas delimitaciones territoriales
se hace realidad cada uno de los eslabones de esa cadena de acumulación. En breve,
desde sus inicios, el actual es un sistema con una economía (tendencialmente)
mundial y una estructura sociopolítica llamada “sistema inter-Estados”. En los
capítulos en los cuales el autor analiza la consolidación de las naciones de América
Latina y la hegemonía comercial inglesa, los conflictos americanos y la penetración
del capital extranjero, así como el auge del imperialismo norteamericano y las
resistencias latinoamericanas, se encuentran numerosos elementos que permiten
demostrar, en el nivel de las relaciones internacionales, las formas de mediación que
vinculan y separan esas dos caras del sistema actual: su economía globalizada y el
complejo inter-Estados.
Dicho sea de paso, y en este contexto, me interesó particularmente la descripción
acertada que hace Boersner de la finura con la que el-imperio británico teje los
mecanismos para asegurar el predominio de sus intereses comerciales en el juego
de la política internacional, en las épocas de la gesta y de la consolidación de nuestra
independencia política.
Prólogo □ 13

Finalmente, el autor de este libro es un intemacionalista-historiador sui generis.


Está consciente, y no tan sólo a nivel de las “profesiones de fe” que conocemos de
tantos trabajos sobre las relaciones internacionales, que en general y en la política
internacional de cada país subyace un compejo, intrincado y complicado juego de
fuerzas políticas internas y que, al mismo tiempo, implica mecanismos que son
autorreferenciales, esto es: son engendrados por la dinámica propia de dicha
política. En efecto, la forma en que Boersner describe los vaivenes de la política
exterior de Estados Unidos y las influencias que sobre ellos ejercen las distintas
fracciones de lo que hoy en día se llama púdicamente “el sector privado”, es muy
reveladora, al igual que su descripción de los cambios de la política francesa ante
la independencia en atención a los intereses que en la política de ese Estado
sucesivamente se combatían e imponían. Otras partes del libro, referidas a las
políticas internacionales de nuestros Estados-nación, contienen análisis similarmente
válidos.
Yo acompaño en gran parte a Demetrio Boersner en sus nuevas conclusiones.
Pero soy al mismo tiempo más optimista y más escéptico. Esto último porque pienso
que vivimos en una época de transiciones, esto es, en presencia de una multiplicidad
de procesos ninguno de los cuales permite todavía indicar su direccionalidad. Ello
hace que la característica más sobresaliente de nuestra América sea la más absoluta
incertidumbre. Y más optimista soy porque veo en algunas fuerzas sociales, sobre
todo en las bases de nuestras sociedades, las potencialidades de una mayor
integración. Esta, pienso y sueño yo, ya no dependería de “la decisión de las élites
políticas y culturales de los años venideros”, sino de la capacidad de amplios
sectores populares de decir “sí” o “no” a la vez (como en aquel chiste mexicano):
“sí” a su propia capacidad, históricamente engendrada, de moldear sus sociedades
en la búsqueda de un nuevo norte para su porvenir; “no” a las formas, directas y
sobre todo indirectas, de su opresión.
En una cosa estamos de acuerdo Demetrio y yo: para que ello ocurra es
necesario que los intelectuales nos integremos a estos procesos con mucha más
independencia e identificación.
Pero sobre esto, estoy seguro, hablaremos pública y privadamente en futuros
encuentros. En torno a este importante libro y en tomo a nuestras convicciones
compartidas.

Heinz R. Sonntag
Caracas, 8 de julio de 1996.
Introducción a la segunda edición

El propósito de este libro es presentar tanto al especialista como al público


general una síntesis precisa de las relaciones internacionales de América Latina
desde la época preibérica hasta nuestros días.
Hasta el momento no parece existir ninguna otra obra de] mismo género.
Diversos historiadores se han ocupado de las relaciones entre America Latina y
Estados Unidos, así como de las de nuestros países con algunos de Europa. Se han
publicado excelentes historias diplomáticas de uno u otro país latinoamericano, así
como monografías sobre determinados episodios de las relaciones internacionales
del continente. Pero todavía falta un trabajo que resuma el conjunto de las relaciones
de Latinoamérica con el mundo exterior, así como también uno sobre las relaciones
intralatinoamericanas en su desarrollo histórico, explicando la interacción de los
Estados de la región con actores externos, y entre ellos mismos.
Al elaborar esta síntesis histórica hemos pensado en los estudiantes de la
Universidad Central de Venezuela y en el público latinoamericano en general. Los
estudiantes de Historia Diplomática Americana necesitan un texto que, sin ser
exhaustivo, les sirva de guía en la exploración de la materia. En cuanto al público
lector, en esta hora de ascenso de la conciencia continental latinoamericana y de
creciente interés por acontecimientos internacionales, podría hacer buen uso de un
libro que contribuya a aclarar un aspecto importante de la evolución histórica de
nuestra región y, de ese modo, éche luz sobre ciertos problemas contemporáneos.
Partimos del convencimiento de que el método histórico contribuye a explicar
ja situación social del presente y abre perspectivas hacia el futuro. Para q u e ja*
historia sirva de guía en los tiempos actuales es necesario, evidentemente, que sea
una historia “sociológica” míe explore no solo las i n i c i a t i v a s políticas: o diplomá­
ticas de .lns individuos riirifl¿»,ntes s i n n que ^nalire flftf lp que Renouvin
denomina las “fuerzas profundas”, colectivas e impersonales, de índole económica _
y social, que determinan el cauce general de los acontecimientos
Creemos que en el futuro la ciencia histórica será rigurosa y exacta, y que
acabará por imponerse nuevamente como instrumento inmejorable para el conoci­
miento de los procesos globales que afectan la época actual. Después del optimismo
positivista, anterior a las guerras mundiales, muchos historiadores atravesaron por
una etapa de pesimismo científico. Reflejo de ello son las concepciones de Dilthey,
Croce y Collingwood, para quienes la historia es inevitablemente subjetivizada y
deformada por la mente del historiador. Pero existe un conjunto de enfoques que"
constituye una “tercera posición” con la cual nos identificamos: posición que no
niega la.importancia del factor subjetivo en la investigación histórica — el problema
de la “participación” del historiador en la historia— , y que admite la interacción
entre el estudioso y los hechos estudiados, pero cree que de esa interacción tiende
a surgir cada vez más una ciencia exacta. Para que esto se produzca, es necesario que
16 □ Introducción

el historiador seleccione como “importantes” aquellos hechos que conforman


procesos que afectan la vida de grandes masas humanas. Es preciso, además, que
establezca distinciones entre los niveles de la acción individual y los de las “fuerzas
profundas”, y que aprecie la interacción recíproca entre dichos niveles. Se requiere,
igualmente, que el historiador reconozca la enorme importancia de factores mate­
riales o económicos dentro de los procesos sociales y políticos, sin caer en
deterninismos que niegan la libertad humana y que no tienen fundamento en la
investigación empírica. La incesante y siempre variable y renovada interacción de
factores que, en su conjunto, constituyen engranajes o procesos sociales, debe ser
objeto de la observación y de la reflexión del historiador que estudia el pasado para
contribuir al mejor conocimiento del presente y a su transformación progresista y
liberadora.
Siguiendo el ejemplo de la escuela de Renouvin y, por otra parte, el de todas las
escuelas de historiografía “sociológica”, rechazamos la idea de limitarnos a una
mera “historia diplomática” que narrara las actividades de estadistas y negociadores
sin referencia al trasfondo social. Creemos en la necesidad de que la historia

[ diplomática sea sustituida por la historia de las relaciones internacionales, que


estudia tanto el nivel diplomático como el de las fuerzas profundas subyacentes.
Uno de los problemas más difíciles de la ciencia histórica es el de la
periodiñcación de los hechos y los procesos. Sin compartir la pedantería de quienes
pretenden frenar toda investigación sustantiva de la historia latinoamericana, hasta
tanto ellos no nos hayan suministrado un “perfecto” y “obligatorio” esquema de
periodización (derivado de los excelentes y bien conocidos trabajos de Barraclough
y otros historiadores ingleses), hemos querido ser cuidadosos y rigurosos en ese
II aspecto. Hemos establecido una periodificación que toma en cuenta tanto los
11 acontecimientos internos de Latinoamérica como los procesos mundiales.
.jr Una historia de las relaciones internacionales de América Latina debe comen­
zar por un estudio por lo menos somero de las relaciones entre los pueblos de la
época precolombina. Los amerindios, inmigrados al continente americano desde
Siberia hace unos 50.000 años, en algunas partes del hemisferio crearon civilizacio­
nes notables con políticas exteriores dinámicas y complejas. Nuestro capítulo
j dedicado a las relaciones internacionales latinoamericanas antes del proceso de
' independencia deberá comprender, pues, una sección que abarque las relaciones
interpueblos desde el año 300 antes de Cristo (fecha aproximada de la formación de
las primeras civilizaciones americanas) hasta 1492 (año del descubrimiento euro­
peo).
Después de sintetizar las características de Europa en la época del descubri­
miento, y de vincular debidamente la historia colonial de América Latina a la del
Viejo Mundo, examinaremos las relaciones entre las dos potencias colonizadoras
■ ibéricas, España y Portugal, y juego las pugnas y rivalidades entre estas potencias
“viejas” y los países “nuevos”, como Francia, Holanda e Inglaterra, naciones que
les disputarían el control sobre el Nuevo Mundo y sus recursos.
En esta etapa aparece en el escenario de la historia de las relaciones americanas
un nuevo actor: Estados Unidos de Norteamérica/Destinamos un capítulo del libro
" para explicar ía formación histórica y el proceso de independencia de Norteamérica,
así como la primera etapa de su expansión hacia el Oeste y el Sur, abarcando un
I período comprendido entre 1604 (año de la primera colonización de Virginia) hasta
introducción □ 17

1819 (año en que se celebra el tratado transcontinental con España, luego de la


anexión de las Floridas).
Retornando a la América Latina como actot histórico directo, examinaremos a
continuación sus relaciones internacionales durante su propio proceso de indepen­
dencia, que se inicia en 1790 con la primera revuelta haitiana y culmina en los años
1828-1830 con la independencia de Uruguay, la división de la Gran Colombia y la i
muerte de Bolívar. Después de mencionar las causas de la guerra de independencia
y de sintetizar el proceso general, así como la acción de los principales países en vías
de liberación, estudiaremos, primero, las relaciones entre estos mismos países y,
luego, el tema importante del impacto de los actores de Europa y Norteamérica, >
señalando el papel fundamental desempeñado por Gran Bretaña. Una sección
dedicada a) análisis del surgimiento de la Doctrina Monroe, así como del Congreso
de Panamá, con la subsiguiente confrontación entre el Proyecto Monroe y el
Proyecto Bolívar para la futura estructuración del hemisferio, constituirá la parte
final de ese capítulo.
La periodificación seguida hasta allí presenta la ventaja de corresponder a
importantes hitos de la historia del Viejo Mundo al igual que del Nuevo. Desde hace
mucho se acepta el año 1492 como fecha no sólo del descubrimiento de América,
sino de demarcación entre la Edad Media y la época Moderna. 1790 es el año en que
cobra plena fuerza el proceso revolucionario francés, cuya repercusión se nota en
seguida en Haití. 1828-1830 marca el fin no sólo de la etapa independentista
latinoamericana, sino también de la restauración posnapoleónica en Europa.
A partir de 1830 y hasta 1888 el mundo vive el pujante crecimiento del
capitalismo industrial; liberal hasta 1870 y cada vez más monopolista a partir de esa
fecha. Hacia fines de la década de los ochenta el monopolismo unido al poder de los
Estados lleva al mundo definitivamente a la época del imperialismo desarrollado y
a las pugnas entre los imperialismos, ya liberados de la influencia moderadora y
arbitral de Bismarck.
Para América Latina el lapso 1830-1888 significó un largo proceso de conso­
lidación de las nacionalidades forjadas al calor de la lucha de independencia.
Significó igualmente una nueva dependencia sem ¡colonial ante .Gran Bretaña,
potencia que sustituyó a España y a Portugal como factor hegemónico externo. Por
otra parte, Estados Unidos evolucionó v ?c expandió durante ese mismo lapso, en
competencia constante con Ing^tArro, i w a»Hn a H^cplayarla paulatinamente de su
posición dominante en la parte septentrional de América Latina. Otras potencias
europeas, sobre todo Francia, también desempeñaron a ratos un papel importante
como actores externos. La influencia, primero del preimperialismo liberal y luego
del naciente imperialismo monopolista, se nota claramente en los conflictos
latinoamericanos surgidos sobre todo a partir de 1865.
Tanto por razones sustantivas como de método de presentación, hemos optado
por subdividir ese largo período en dos subperíodos, tratados cada uno en un
capítulo específico. El primero se extiende de 1830 hasta 1852, época que coincide I
con los procesos europeos de la industrialización, el expansionismo liberal, los!
movimientos revolucionarios de la décad a de^oscuarenta y ía contrarrevolución del.
1849-1851. En América Latina ese subperíodo finaliza con la anexión de ia mitad*
de México por parte de ¿stados TTnifjns rldr^m hrim í^nm del oro de California, el
acuerdo angloestadounídense sobre el Istmo, y la caída de Rosas en Argentina. A
18 D Introducción

partir de esa fecha se inician las inversiones y aumentan los prestamos europeos a
los países de América Latina. Se comienza a desarrollar en Europa y Norteamérica
la segunda revolución industrial, y veinte años después — a partir de 1870—
surgirán con fuerza los fenómenos del monopolismo y la evolución hacia el
imperialismo Financiero, que llegará a su plenitud en 1890.
JDe 1889 hasta 1932, América Latina será objeto de la erecientedomi nación del
imperialismo ómadóunidcnse. hste logro sustituir al imperialismo británico'como
fuerza hegemónica fundamental, por lo menos en la parte septentrional del ámbito
latinoamericano. Mediante una política de intervencionismo rudo y directo*£si£-
dos Unidos pondrá baio su control el área_del Caribe, la América Central y la p_arte
riorte de Sudamérica. Al mismo tiempo se incrementará la inversión de capitales y
la explotación de los recursos naturales del continente. Todo ello, junto con la
Primera Guerra Mundial y la revolución rusa, estimulará el despertar nacionalista
y antiimperialista de los pueblos latinoamericanos. Pero ese despertar ya había:
comenzado antes de la Primera Guerra Mundial en los países del Cono Sur y sobre
todo en México.
r*' Los años 1933 y 1945^encuadran el período de la “política del buen vecino”,
coincidente con el procesod^l fH -far.cir.mo. laT eg u ndaTjüéfrá Muría ial
v la derrota de Hitler y de Japón. Durante ese lapso la hegemonía estadounidense
sobre América Latina luc'mócferada y civilizada: la gran recesión había debilitado
a los consorcios capitalistas_v fortaleód a ^ ^ ir m isrno estatal apoyado por fuerzas
populares y ejercido por el demócrata Franklin Roosevelt.
T?é l9 4 ó a 1957 el mundo v América Latina atravesaron el periodo de la guerra
fría. A los dos años de deterioro de la Cfran Alianza antifascista (1946-1947) les
siguieron cinco años de guerra fría ascendente ( l9 ? 8"19:rzjy o fib s cirico"años de
guerra fría “institucionalizada”. En América Latina ese proceso se expresó a través
deún tránsito, desde Iaetapade auge democrático y nacionalista ( 19.46- 1947) hacia

I una fase de retroceso dictatorial y de reafirmación de una dominación norteameri-


carTa profundameñFeconsffrvadora.~basada en el “anticomunismo”.

]Entre 1958 y 1967, América Latina experimentó ascensos populares y revolu­


cionarios seguidos de una polarización entre la revolución cubana amado
*sis tema in tera m e rican o”. Mientras en el mundo, en general, la guerra fría prácti­
camente cesó y abrió el paso a la etapa de la distensión a partir de la crisis de los
cohetes en 1962, en el ámbito americano la bipolaridad continuó unos cinco años
más. Sin embargo, también en Latinoamérica se fueron abriendo camino, subterrá-
neamente, las nuevas corrientes “tercermundistas” que dominaban el acontecer

Í histórico en Asia y Africa.


El año 1968 marca el comienzo de una etapa de pleno auge de fuerzas
nacionalista^ v dc_camhin social en América Latina. Las relacioneTInternacionales
americanas se diversifican, se renuevan y se tornan más complejas. Aparte de la
revolución cubana, otros movimientos antihegemónicos se alzan contra el imperio.
Ello ocurre porque ese imperio ha llegado a una crisis de reajuste y de autocrítica.
*El sistema capitalista mundial entra en una situación de crecientes dificultades y

Ídesajustes co n -fenómenos simuUáncos-de inflación-, y 4 e Fecesión. -La-•pérdida de la


guerra de Vietnam se agrega al deterioro del valor del dólar y hace que Estados
Unidos renuncie a su posición imperial excluyente y que, bajo la dirección de Nixon
y la inspiración de Kissinger, adopte una visión más realista y admita el surgimiento
Introducción □ 19

/d e un sistema pluripolar. Pero en 1973 las tuerzas de liberación comienzan a ser


' frenadas por una contraofensiva de los factores interamericanos tradicionales, que
Tratan de conservar su control — por lo menos sobre este hemimenft— y recurren
'líuevamente al dictatonalismo militar y a la doctrina de la “seguridad nácional” .
Hasta 1977 se vivirá una etapa de retroceso hacia el autoritarismo y el conscrvadu-
rismo social, con base en una al tanza entre los sectores dirigentes de Estados Unidos
y grupos militares autoritarios de América Latina.
Sin embargo, una vez más la tendencia cambiaría a partir de 1978. Una nueva
corriente democrática, reformista y dirigida hacia el logro de una mayor autonomía
frente a la potencia del norte, se manifiesta en América Latina. Dicha corriente es
más moderada y vacilante que la de los años 1968-1973; no obstante, parece dudoso
el éxito a corto o mediano plazo de esa corriente liberadora. La agravación de las
tensiones mundiales desde 1979-1980, lo que parece ser el retorno a una situación
de guerra fría entre URSS y Estados Unidos y una virtual alianza Occidente-China
—todo ello, en buena medida, producto de una crisis económica que afecta al
capitalismo y también al socialismo centralista de los países de! este— , nos hace
pensar en la probabilidad de una nueva etapa de acrecentadas presiones hegemonistas
externas sobre la América Latina.
A lo largo de todas las etapas que acabamos de señalar, la historia de las
relaciones internacionales latinoamericanas nos muestra ciertos factores constantes
o análogos, recurrentes en cada período.
Por una parte, América Latina estuvo sometida continuamente a alguna forma
de dominación externa: colonial, en la época anterior a las guerras de independen­
cia; semicolonial, durante el siglo XIX y hasta fines de la Segunda Guerra Mundial;
neocolonial, desde 1945 en adelante. Cada uno de estos sistemas de dominación
exterior se apoyó parcialmente en factores opresivos internos de la propia América
Latina. En cada caso la potencia dominante encontró sectores de las propias
naciones latinoamericanas que la auxiliaban en su empeño de controlar los destinos
del subcontinente.
Por otra parte, cada uno de esos sistemas de dominación provocó rebeliones
nacionalistas y antihegemónicas en su contra. Esas rebeliones generalmente cuen­
tan con el apoyo de las capas populares más oprimidas o explotadas, así como de
intelectuales que guían, interpretan y a veces dirigen. Cada una de esas rebeliones,
en su respectiva época, contribuye con algo a la paulatina definición y creación de
una Latinoamérica enteramente independiente.
Durante los momentos de búsqueda de la independencia, los rebeldes regular­
mente tienden a buscar el apoyo del adversario de su opresor para emanciparse de
éste. En diversos momentos buscan ayuda inglesa contra España, respaldo norte-]
americano contra Inglaterra, apoyo alemán con tra la hegemonía anglonorteamericana]
y asistencia soviética contra el neocolonialismo de Estados Unidos. -4
En nuestra época se plantea seriamente, por primera vez, la posibilidad de
realizar la empresa liberadora, no con el apoyo de otra gran potencia sino a través
de la unidad v solidaridad de los pugfrltt? opriim d i& ^ ^ í& y Hitos c^ntinqntesX a
alianza, la integración y la cooperación Sur-Sur frente a la dominación del Norte.
y el desarrollo autosostcmdo para escapar a toda dependencia, son las consignas
progresistas más recientes. Sólo la experiencia futura, basada en una clara visión
histórica y en la reflexión sobre las lecciones del pasado, nos podrá decir si será
20 □ introducción

posible romper con ei esquema de alianza táctica con el adversario del dominador.
Nos dirá, así mismo, en qué medida un proceso de liberación latinoamericano podrá
contar eventualmente con el apoyo de fuerzas críticas e inconformes en el propio
seno del centro dominante.
¿ Auge del imperialismo norteamericano
y resistencias en América Latina (1883-1933)

Naturaleza del imperialismo

S. La dominación de las potencias extranjeras sobre los pueblos de América


Latina atravesó por diversas etapas, que podríamos resum ir de la manera siguiente:
• Desde los descubrimientos de fines del siglo XV y comienzos del XVI hasta
la época de las guerras de independencia, la dominación europea sobre Latinoam é­
rica tenía un carácter colonialista completo y clásico, basado en relaciones econó­
micas mercantilistas. España, todavía feudal o precapitalista en la época de la
conquista y la colonización, implantó en sus colonias relaciones-de producción
feudales o semifeudales, pero al mismo tiempo sirvió de vehículo para una
explotación global de tipo capitalista, ya que los productos básicos de América en
última instancia sirvieron para enriquecer a la burguesía comercial y bancaria de los
centros más desarrollados de Europa. El mercantilismo representa un proceso de
transición entre el feudalismo y el capitalismo; las colonias latinoamericanas
recibieron el impacto de ambos modos de producción.
• Para América Latina, luego de alcanzada su independencia política formal, se
inició una segunda etapa de dependencia: la etapa del sem icolonialism o o
preimperialismo liberal. Gran Bretaña y Francia asumieron el papel de sucesoras de
España y Portugal en la hegemonía sobre los países latinoamericanos. Sus m ercan­
cías inundaron los mercados del Nuevo Mundo, asfixiando o frenando la produc-
ción autóctona, a la vez que su influencia política afectaba la toma de decisiones.
• Una tercera etapa se inicia alrededor de 1850. Es la del preimperialismo
financiero. En grado creciente, Inglaterra y Francia exportan hacia América Latina
no sólo mercancías sino también capitales. Estados Unidos comenzó a imitarlos en
menor cuantía después de finalizada la Guerra de Secesión. Con la creciente
exportación de capitales hacia América Latina, bajo forma de inversiones y créditos
o préstamos, la injerencia semicolonial se hizo más dura y marcada: el temor de
perder dinero invertido es mayor que el de perder un mercado de productos
manufacturados.
• Por último, aproximadamente a partir de 1880, se abrió la etapa del im peria­
lismo plenamente desanrollado, basado en el monopolismo, la hegemonía del sector
financiero sobre los demás sectores y la rivalidad acentuada por la captación de
mercados de capital y fuentes de m aterias primas. En esta etapa nuevos centros de
poder, tales com o Alemania, Estados Unidos, Japón e Italia, se colocaron al lado de
los imperios capitalistas tradicionales — Inglaterra y Francia— y compitieron con
ellos por el control sobre los mercados y los recursos de América Latina. Sobre todo
la influencia económica y política de Estados Unidos comenzó a desplazar y
sustituir la de Inglaterra y Francia a partir de 1880. Citaremos algunas cifras para
indicar las fases del proceso.
138 D Relaciones internacionales de América Latina

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX el crecimiento


general de la producción y el comercio exterior de Estados Unidos puede deducirse
de las cifras que muestra el cuadro 2. Por su parte, las inversiones de diversos países
industrialmente avanzados en el continente latinoamericano, entre ñnes del siglo
X IX y el año 1930, variaron com o lo muestra el cuadro 3.
El imperialismo norteamericano fue producto del proceso de desarrollo capi­
talista acebrado que se inició en Estados Unidos después de la G uerra de Secesión.
Ese conflicto estimuló extraordinariamente el proceso de industrialización del norte
del país. La destrucción del Sur y su posterior reconstrucción significaron la
apertura de nuevos mercados para los productos del Norte. Entre 1865 y 1870 el
volumen del capital bancario creció espectacularmente en el país. L a conquista del
Oeste se intensificó en la misma época, por prim era vez con un carácter capitalista.
Detrás de los pioneros empeñados en ocupar tierras y establecer una economía
agrícola y artesanal, vinieron los comerciantes y los empresarios ferroviarios. Las

C uadro 2

Comercio exterior de Estados Unidos, 1800-1920


( En miles de dólares)

A ño E x p o rta c io n e s Im p o rta c io n e s

1800 70.972 91.153


1820 69.692 74.450
1840 123.669 98.259
1860 333.576 353.616
1880 835.639 667.955
1900 1.394.483 829.150
1920 8.108.989 5.278.481-

Torrado de Thomas A. Bailey,/* Diplomatic History o f the American People. 1959, p. 459.

C uadro 3

Inversiones privadas
(En millones de dólares)

P aís 1897 1930

G ran B retaña 2.060 4.500


Francia 628 454
A lem ania — 700
E stados U nidos 308 5.429

Tomado de Norman Baíley, Latín America in World Politics, 1967. p. 50.


Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883*1933) □ 139

guerras contra los indios y la destrucción de los bisontes durante el decenio 1865-
1875 abrieron el camino a los ferrocarriles, los bancos, los hatos ganaderos de tipo
capitalista y los especuladores en terrenos. En muchos casos, los agricultores y
pastores pequeños resistieron con las armas a la invasión del capitalismo y al
proceso de expropiación de sus tierras por bancos y compañías financieras. Sus
revueltas fueron reprimidas de manera sangrienta.
Simultáneamente con la expansión de los ferrocarriles, que pronto unieron la
costa del Atlántico con la del Pacífico, se desarrolló la explotación de minas de la
más diversa índole. Desde 1880 en adelante aparecen colosales “imperios” banca-
nos, ferroviarios, mineros y siderúrgicos. Bastaría otra década más para que el
iniperio petrolero del viejo John D. Rockefeller se extendiera por todo el país.
j El vertiginoso crecimiento del capitalismo norteamericano — rudo, de lucha a
muerte entre em presarios— produjo la exaltación de impulsos agresivos. Los
hombres de presa que dirigían el desarrollo económico se sintieron dirigentes de un
pueblo elegido, portadores y ejecutores del “Destino M anifiesto” que impulsaba a
Estados Unidos hacia la jefatura de las naciones. La embriaguez del éxito material,
conquistado en implacable lucha contra los competidores capitalistas, se tradujo en
em briaguez imperialista. La conquista del Oeste no terminó en el litoral del
Pacífico, California y Oregón. Continuó más allá, a través del océano, hacia Japón
y China. Del sudoeste la marcha siguió hacia México, Centroam érica y toda la
América Latina. Los monopolistas triunfantes miraron más allá de las fronteras de
su propio país, y sus ideas expansionistas influyeron en la política de Washington
y en el pensamiento de las masas, educadas en el espíritu del Destino M anifiesto y
de la D octrina de Monroe, interpretada ésta como un llamado para que Estados
Unidos asumiera la protección y el control de las naciones más débiles.
Desde 1880 el capital financiero norteamericano buscó campos de inversión en
el exterior, en regiones subdesarrolladas y carentes de recursos financieros propios,
donde la inversión arrojara ganancias superiores a las que se lograban en los centros
desarrollados. Al mismo tiempo, la corriente general de! espíritu nacional estado­
unidense se inclinaba hacia una política imperialista.

La Primera Conferencia Internacional Americana

Uno de los síntomas del espíritu imperialista, producto de una nueva etapa del
capitalismo norteamericano, lo constituyó el deseo de participar activamente en los
asuntos políticos de Lati noamérica y de asumir en forma decidida el papel de árbitro
en las relaciones internacionales americanas. El concepto de una organización
multilateral de Estados americanos fue acogido por los dirigentes políticos y
empresariales yanquis como posible instrumento de su hegemonía sobre el hem is­
ferio; en lugar del esquema bolivariano (una Confederación Latinoamericana que
como participante secundario invitaría a su mesa a Estados Unidos), para 1880, este
país desarrolló el concepto de un sistema panamericano dirigido por el gobierno de
W ashington, con los países latinoamericanos en calidad de protegidos del poderoso
Tío Sam. M ediante la creación de una unión panamericana se aspiraba alcanzar dos
propósitos fundamentales, de índole económica uno, y política el otro. En lo
económico, se buscaría la creación de una unión aduanera americana, por la cual
140 □ Relaciones internacionales dé América Latina

Gran Bretaña y los demás países europeos serían excluidos de sus posiciones
comerciales y financieras en el hem isferio occidental, mientras que Estados Unidos
asumiría el papel de gran abastecedor y financiador de la A mérica morena. En el
plano político, se trataría de implantar un sistema de arbitraje obligatorio, a través
del cual Estados Unidos asumiría el puesto de gran juez y árbitro de las Américas,
anteriormente ocupado por los ingleses. La unión aduanera y el arbitraje obligatorio
significarían conjuntamente la implantación de la “Pax Am ericana” sobre el Nuevo
Mundo.
En lo concerniente al problema del papel m ediador de Estados Unidos en
A mérica Latina* los dirigentes de W ashington actuaron impulsados por los aconte­
cimientos del Pacífico sudamericano. El gran conflicto entre Chile, Perú y Bolivia,
beneficioso para el capital británico, incitó a W ashington — com o ya lo señalamos
en el capítulo anterior— a ofrecer sus buenos oficios y una eventual mediación.
Chile, triunfador, rechazó el ofrecimiento, pero el Congreso y el gobierno norte­
americanos quedaron dispuestos a no dejarse exem ir — en futuras ocasiones— de
una participación en el arreglo pacífico de problemas latinoamericanos.
E n mayo de 1880 el Congreso de Estados Unidos autorizó al Presidente para
que tratase de organizar una conferencia interamericana “con el objeto de discutir
y recom endar a los respectivos gobiernos la adopción de un plan de arbitraje para
el arreglo de desacuerdos y problemas que pudieran en el futuro surgir entre ellos” .
Claramente, era el espectáculo de la Segunda Guerra del Pacífico el que provocó esa
iniciativa del Congreso de W ashington. Por otra parte, éste agregó que igualmente
deberían estudiarse, en la eventual conferencia panamericana, “medidas encam ina­
das a la formación de una unión aduanera americana” y tendientes a “fomentar
aquellas relaciones comerciales recíprocas que sean provechosas para todos, y
asegurar mercados más amplios para los productores de cada uno de los referidos
países” .
En 188 L bajo la presidencia de James Garfield, el secretario de Estado James
Blaine, en conformidad con lo recomendado por el Congreso, emitió invitaciones
para que los países de América acudieran a una conferencia destinada sobre todo a
estudiar la creación de un sistema de arbitraje. Pero casi en seguida, después de esta
iniciativa el presidente Garfield fue asesinado, y su sucesor, el vicepresidente
Chester Arthur, destituyó a Blaine y anuló la convocatoria a la conferencia
panamericana.
En 1885 asumió la presidencia de Estados Unidos Grover Cleveland, dem ócra­
ta, quien acogió la idea de la conferencia panamericana. De común acuerdo con el
Congreso, ordenó al secretario de Estado Bayard que form ulara nuevas invitaciones
para 1888. A fines de ese año, los republicanos triunfaron en las elecciones
presidenciales, llevando a Benjamín Harrison a la primera magistratura a co­
mienzos de 1889. James Blaine fue designado secretario de Estado nuevamente;
de modo que fue el mismo hombre que había dado el prim er impulso práctico a la
conferencia ocho años antes, el que representó a Estados Unidos cuando finalmente
la reunión se efectuó.
Antes de iniciarse las deliberaciones de la conferencia en septiembre de 1889,
los delegados latinoamericanos fueron llevados de gira para visitar los centros
industriales de Estados Unidos, con la idea de que una impresión favorable del
adelanto técnico y manufacturero del país los alentara a considerar de manera
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883-1933) □ 141

positiva el proyecto de una unión aduanera dentro de la cual Estados Unidos jugaría
el papel de gran abastecedor industrial.
L a Prim era Conferencia Internacional de Estados Americanos inició sus
sesiones en W ashington el día 2 de octubre de 1889- Los países asistentes fueron
Argentina, B olivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador,
Estados Unidos, Guatemala, Haití, Honduras, M éxico, Nicaragua, Paraguay, Perú,
Uruguay y Venezuela. James Blaine fue electo presidente de la Conferencia, y los
representantes de Perú y de M éxico desempeñaron las vicepresidencias.
N inguna de las dos ideas maestras de la diplomacia norteamericana —el
arbitraje obligatorio y la unión aduanera— fueron aprobadas en la reunión. Los
delegados latinoamericanos estaban conscientes de que la primera de esas iniciati-
\¿ s afectaría la soberanía política de sus países y los colocaría bajo la tutela arbitral
de la.nación más fuerte del hemisferio. En cuanto a la segunda idea, veían
claramente que ella traería beneficios económicos casi exclusivamente para la
potencia industrial del Norte, y que para los países débiles y subdesarrollados del
Nuevo M undo sin duda era preferible conservar su libertad de comercio y tratar de
mantener un equilibrio en el intercambio con Estados Unidos y con Europa.
El principal resultado concreto de la conferencia — que finalizó el 19 de abril
de 1890— fue la creación de una Unión Internacional de las Repúblicas A m erica­
nas, con su secretaría permanente establecida en la capital norteamericana. La
función principal de la secretaria sería la de recibir y divulgar información
económica y técnica sobre los países miembros de la unión. Se adoptaron resolu­
ciones en favor del incremento del intercambio comercial, técnico y cultural entre
los países miembros, así como de la cooperación en materia sanitaria. Se recomendó
la adopción del sistema métrico decimal para facilitar el intercambio. Igualmente,
hubo pronunciamientos favorables a la unificación de normas jurídicas de los
diversos Estados, y su adhesión a tratados de derecho internacional aprobados en el
congreso celebrado en Montevideo en 1888. En el ámbito político, se recomendó
la utilización de medios pacíficos para solucionar las diferencias entre países de
América, y se expresó la esperanza de que en el futuro pudiera crearse un sistema
eficaz de arbitraje.
De esta manera Estados Unidos, llegado a la etapa imperialista y hegernónica,
se apropió la idea de la organización internacional americana, anteriormente
manejada sólo por los latinoamericanos, y dio un primer paso para establecer su
liderazgo sobre una unión de repúblicas.

Norteamérica desplaza a Inglaterra. Guerra entre


E stados U nidos y E sp añ a

Durante la década de 1890-1900, Estados Unidos tomó diversas iniciativas en


política exterior, encaminadas a establecer su hegemonía sobre las Américas y a
desplazar a Gran Bretaña de la posición de potencia dominante sobre la parte latina
del h e m i s f e r i o . ^
La discusión fronteriza entre Venezuela y Gran Bretaña constituyó un aconte­
cimiento importante en esa lucha por la hegemonía estadounidense. Desde 1850 en
adelante, los ingleses habían extendido los límites entre Venezuela y la Guayana
142 □ Relaciones internacionales de América Latina

Británica hacia el Oeste, penetrando cada vez más en territorio históricamente


venezolano, sin hacer caso a las quejas de los gobiernos de Caracas. A partir de
1890, el conflicto se tom ó más grave, con ribetes de violencia contenida. V enezue­
la, dem asiado débil para defenderse con las armas contra el Imperio Británico, pidió
ayuda, y Estados Unidos, bajo la segunda presidencia de Grover Cleveland (1892-
1896), acudió en defensa de la república sudamericana agredida. En 1897, mediante
presiones y actitudes amenazantes, W ashington logró que Londres aceptara que la
disputa fronteriza fuese sometida a un arbitraje internacional. En el juicio arbitral,
realizado en París en 1899, agentes norteamericanos asumieron la representación de
Venezuela. El laudo dictado por los jueces — que eran de nacionalidad inglesa,
norteamericana y rusa— fijó los actuales límites entre Venezuela y Guayana.
V enezuela estim a que tanto el procedimiento com o el laudo adolecieron de graves
vicios de forma y de fondo, y actualmente está reclamando ante G uyana y Gran
Bretaña la devolución de una importante porción territorial.
En 1897 Estados Unidos obtuvo una clara victoria sobre Inglaterra cuando ésta
transigió en su reclamación más extrema, que le habría dado el control sobre el Delta
del Orinoco, y aceptó el arbitraje. L a opinión pública internacional estim ó que a
partir de ese momento el león británico cedía el primer puesto en A mérica al águila
yanqui.
Ello contribuyó para que, a fines del siglo, Estados Unidos se sintiera animado
a establecer oficialmente, por las armas, su supremacía sobre el Caribe y la parte
norte de América del Sur. Cuba, siempre codiciada por su posición estratégica en
la entrada del Golfo de México, así como por su riqueza azucarera, constituyó la
causa del desencadenamiento de una guerra entre Estados Unidos y España.
La lucha independentista cubana, incesante desde 1868, se intensificó a partir
de 1890. La excelsa personalidad de José M artí desempeñó un papel de primer pla­
no desde esa fecha. Como teórico y como dirigente práctico del movimiento
independentista y democrático de su país, M artí figura entre los grandes proceres
de América. Es el último de los libertadores del siglo XIX y el primero de los del
siglo XX. Sus ideas comienzan a superar el liberalismo decimonónico y se
proyectan hacia la revolución social del siglo actual. M artí pertenece al Tercer
Mundo, por su verticalidad frente a todos los colonialismos — viejos y nuevos— y
por su avanzado sentido de solidaridad internacional. Originalmente desprevenido
ante Estados Unidos, en sus últimos años M artí comprendió el carácter imperialista
de ese país, y voceó el temor de que una dominación neocolonía! norteamericana
pudiese reem plazar a la vieja opresión colonialista española.
En 1894, Martí, M aceo y Máximo G óm ez invadieron Cuba, dando comienzo
al levantam iento definitivo del pueblo de la isla. Para desgracia de América, M artí
cayó el día 19 de mayo de 1895 en la batalla de Dos Ríos. M acco y Gómez
continuaron en la dirección de la lucha de independencia, y en 1895 se constituyó
en las zonas guerrilleras la “Rcpúbl ica en Arm as”, presidida por Salvador Cisneros.
Ese mismo año España intensificó las medidas militares y policiales encaminadas
a derrotar la insurrección. El gobernador militar M artínez Campos, moderado, fue
sustituido por el general Valeriano Weyler, quien recurrió a la “reconcentración”
(traslado forzoso de poblaciones y detención de sospechosos en campos de
concentración) como medio para debilitar a los rebeldes. Para com binar Ja represión
con la reforma, en 1897 el gobierno español emitió un proyecto de autonomía
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883-1933) □ 143

administrativa y política para Cuba y Puerto Rico dentro del mantenimiento de los
vínculos con la m adre patria. Ya era muy tarde. Unos años antes, la autonomía
habría constituido una concesión importante; ahora, los patriotas exigían la inde­
pendencia completa.
En Estados Unidos, la opinión pública seguía las peripecias cubanas con el más
vivo interés. Com o ya lo señalamos anteriormente, Estados Unidos — desde la
época de Jefferson— se mostró deseoso de anexar la isla de Cuba. John Quincy
Adams declaró en 1823 que algún día Cuba caería en manos de Jos yanquis como
una manzana madura, y en 1825-1826 impidió que la Gran Colom bia libertara a la
antilla. De 1845 a 1861 hubo diversos ofrecimientos de compra, hechos por Estados
Unidos a España. Desde 1880, el auge del imperialismo financiero norteamericano
fortaleció los sentimientos anexionistas hacia Cuba. El anexionismo buscó una
excusa moral, y la encontró en la condena al colonialismo español y en la aparente
simpatía hacia el bravo pueblo cubano en su lucha por emanciparse de España. El
imperialismo, para apoderarse de Cuba, necesitaba el apoyo del pueblo norteame­
ricano, fundamentalm ente generoso y democrático, que respondería a los llamados
de solidaridad contra el factor colonialista clásico, es decir, el gobierno de Madrid
y sus agentes de represión.
William Randolph Hearst, rey de la prensa norteamericana, fundador y dueño
de la prim era gigantesca cadena de periódicos, fue el hombre que objetivamente
sirvió como agente de enlace entre los intereses imperialistas y el pueblo norteam e­
ricano. Sistemáticamente, por una propaganda periodística en contra del poder
español y a favor de la liberación de Cuba, Hearst fue formando la opinión pública
necesaria para provocar y sostener una guerra norteamericana contra España. Lo
hizo para probar su fuerza y aumentar el tiraje de sus publicaciones, así como por
simpatía hacia los sectores capitalistas expansionistas y los grupos militares y
navales que pensaban en Cuba en términos de seguridad estratégica. Al ocurrir el
desenlace bélico, Hearst se jactó de que la guerra hispano-norteamericana era
exclusiva obra suya. Día tras día, sus diarios habían denunciado la represión
colonial española, detallando las severas medidas de Weyler, presentando a éste
com o un monstruo, y exagerando los horrores de la reconcentración.
Para comienzos de 1898, la opinión pública norteamericana, estimulada por
Hearst y por los factores imperialistas, se encontraba en un verdadero frenesí
procubano y antiespañol. En ese momento, corno detonante final, ocurrió el
incidente del acorazado Maine, barco de guerra norteamericano, anclado en la bahía
de La Habana, en visita a Cuba, que sufrió una poderosa explosión en la que murió
la mayor parte de su tripulación, en el mes de febrero de 1898.
De inmediato, Hearst y la opinión norteamericana belicista achacaron a los
españoles la culpa del estallido. En realidad, España, am enazada por Estados
Unidos, era la menos interesada en provocar un incidente. Tampoco es probable la
tesis de algunos defensores del punto de vista español, de que los propios im peria­
listas norteamericanos hayan hecho estallar el barco, a fin de provocar la guerra. Un
frió “maquiavelismo” , capaz de matar a nacionales de Estados Unidos, no parece
propio d e los métodos empleados por ese país en aquella época. Existen dos
explicaciones plausibles del hecho. La prim era es que se trató de un accidente; el
estallido de una caldera del barco ocurrido por mera casualidad en un momento de
gran tensión política internacional. La otra posible explicación sería la de que el
144 □ Relaciones internacionales de América Latina

hecho fue provocado por patriotas cubanos, desesperados por desencadenar el


conflicto entre Estados Unidos y España.
Si tal fue el caso, lograron un éxito c a b a l En Estados Unidos, la ira contra
España era ya arrolladora e incontenible. El presidente Me Kinley, sucesor de
Cleveland desde 1897, trató de serenar los ánimos de sus com patriotas y de
preservar la paz. De acuerdo con España, comisiones mixtas de expertos realizaron
inspecciones del casco del buque reventado. N o hubo ningún dictamen concor­
dante. Según los expertos norteamericanos, la voladura se produjo de fuera hacia
dentro y, según los españoles, de dentro hacia fuera.
Ningún consejo de moderación logró detener los impulsos bélicos que em ana­
ban de ios sectores económicos y militares imperialistas, de congresistas vinculados
a esos intereses, y de una opinión pública exaltada. El gobierno de Estados Unidos,
presionado por el Congreso y la opinión pública, presentó un ultimátum a España:
destituir a W eyler, poner fin a la reconcentración, otorgar libertades y autonomía a
los cubanos. España estuvo dispuesta a la conciliación y efectivamente destituyó a
Weyler: pocas veces una potencia m ostró tanto empeño en evitar un conflicto. Pero
Estados Unidos siguió presionando, y declaró la guerra antes de obtener respuestas
definitivas de los españoles.
Los com bates duraron de marzo a junio de 1898 y se desarrollaron en diversos
frentes. En el mar, la flota de Estados Unidos derrotó a la de España. Fuerzas
norteamericanas desembarcaron en Cuba, en Puerto Rico, y en las islas Filipinas y
de Guam, en el Océano Pacífico: Estados Unidos estaba interesado por igual en
dominar el Caribe y las rutas del Pacífico entre California y China. Ambas regio­
nes representaban para Norteam érica esferas imperiales de sum a importancia en lo
económico y lo naval.
En Cuba las tropas norteamericanas actuaron en forma paralela a las fuerzas
armadas rebeldes del país. Al cabo de pocos meses, los españoles quedaron
acorralados. Puerto Rico fue ocupada sin dificultad, en vista de que en esa isla no
se encontraban fuerzas españolas importantes. También en el Pacífico la ocupación
de la isla de Guam fue fácil para la armada de Estados Unidos. En Filipinas, las
fuerzas norteamericanas se unieron al movimiento de liberación dirigido por el
general Em ilio Aguinaldo. Se íes prometió a los patriotas filipinos que, luego de la
victoria sobre España, su país obtendría la independencia. Al ser derrotada, España
se vio obligada a firmar el Tratado de París el 10 de diciembre de 1898, Por los
términos de ese instrumento, España reconoció la independencia de Cuba, y cedió
Puerto Rico, Guam y las Islas Filipinas a Estados Unidos.
Con respecto a Filipinas, Estados Unidos vaciló entre cumplir la prom esa de
independencia hecha a Aguinaldo, o conservar las islas como dependencia colonial.
Al comienzo, el presidente Me Kinley se inclinó a conceder la libertad al archipié­
lago. En cambio, el alto mando naval insistía con pasión en que era necesario anexar
Filipinas al imperio yanqui: las islas están localizadas en un sitio estratégicam ente
importante, en la rula marítima entre Norteamérica y China. Me Kinley terminó por
aceptar los razonamientos de los almirantes, y se dejó convencer de que Estados
Unidos tenía una “misión civilizadora” que cum plir en Filipinas y por ello no debía
retirarse de ese país. España recibió la suma de 20 millones de dólares por la cesión
de Filipinas. En cambio, Puerto Rico y Guam fueron considerados como botín de
guerra. Em ilio Aguinaldo, indignado por 1a violación de la promesa de independen­
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883-1933) □ 145

cia que los norteamericanos le habían formulado, empuñó las armas contra sus
antiguos aliados, y durante varios años prosiguió su lucha contra el nuevo colonia­
lismo.
Cuba, pese a las presiones de imperialistas extremos, recibió la independencia
formal. Pero se trataría de una independencia incompleta, mediatizada. Estados
Unidos ocupó la isla hasta 1903, y retiró sus tropas a cambio de un tratado que le
concedía el derecho de intervenir en los asuntos internos de la república antillana
cada vez que unilateralmente lo estimase necesario para preservar “el orden” y “la
independencia” de la isla. El principio del derecho a la intervención estuvo con­
tenido en la Enm ienda Platt, presentada por el senador norteamericano Orvillc Platt
ante el congreso de su país. Posteriormente, dicho principio quedó incorporado al
tratado cubano-estadounidense y a la propia Constitución Nacional de Cuba.
Además del derecho a la intervención, el tratado de 1903 dio a Estados Unidos la
base m ilitar de Guantánamo y una base naval en Bahía Honda.
A ceptada así la legalización de la intervención extranjera, y reducida Cuba a la
situación de protectorado de Estados Unidos, las tropas norteamericanas fueron
retiradas, y Tomás Estrada Palm a asumió la presidencia del país.

La toma del Canal de Panamá

La idea de construir un canal interoceánico en Panamá o América Central fue


voceada por prim era vez en el siglo XVI bajo el reinado de Carlos V. La proposi­
ción fue recogida y pormenorizada por Alejandro de Humboldt a raíz de su viaje por
las regiones equinocciales del Nuevo Mundo en el lapso 1799-1804. Poco después,
el conde de Saint-Simon, ideólogo del socialismo utópico y del progreso científico
y tecnológico, hizo suya la idea de conectar los mares y los océanos mediante
canales en Suez y Panamá. El ingeniero Ferdinand de Lesseps, constructor del Canal
de Suez e iniciador de los trabajos del Canal de Panamá, fue discípulo de Saint-
Simon y ejecutor de las ideas del maestro en su aspecto tecnológico, aunque no en
el social.
Inglaterra y Estados Unidos eran las dos principales potencias con opción
efectiva para construir un canal a través del istmo. Com o lo hemos visto, los dos
países acordaron — por el Tratado Clayton-Bulwer, firmado en 1850— que ningu­
no de ellos tom aría la iniciativa de la construcción del canal sin el consentimiento
del otro.
En 1878, un norteamericano llamado Bonaparte Wyse obtuvo una concesión
del gobierno colombiano, del cual dependía Panamá, para la eventual construcción
de un canal interoceánico. Un año después, Ferdinand de Lesseps y una compañía
francesa compraron la concesión Wyse y abrieron suscripciones de capital, no sólo
en Francia sino en lodos los países adelantados del mundo, incluido Estados Unidos.
Pero contrariamente a lo que sucedió en el caso de S ucz, la compañía de De Lesseps
se encontró con las más graves dificultades financieras y, al cabo de una década, en
1889 tuvo que declararse en quiebra.
Estados Unidos, volcado hacia el imperialismo desde 1880, observó con interés
la iniciativa de De Lesseps, y sus dirigentes llegaron a la conclusión de que
necesariamente debían controlar y dirigir la construcción de la vía interoceánica.
146 □ Relaciones internacionales Je América Latina

Claramente, el acuerdo Clayton-Bul wer constituía un obstáculo para la realización


del destino im perial estadounidense. La potencia norteam ericana de 1880-1890 ya
consideraba al Caribe y Centroamérica com o su esfera de influencia exclusiva. De
conform idad con ese sentimiento, el presidente Rutherford Hayes enunció en 1889
un corolario a la Doctrina de Monroe: para evitar la injerencia de imperialismos
extracontinentales en América, Estados Unidos debía ejercer el control exclusivo
sobre cualquier canal interoceánico que se construyese.
Por lo pronto surgieron nuevas iniciativas privadas. En 1887 una com pañía
particular firmó un convenio con el gobierno de Nicaragua para la eventual
construcción de un canat. En 1888 otra em presa suscribió un acuerdo similar con
Costa Rica. En 1894 los sucesores de De Lesseps crearon una nueva com pañía en
Panamá.
El gobierno norteamericano vacilaba en cuanto a otorgar su respaldo a una u
otra de esas iniciativas. El gran interrogante que se presentaba era fundam entalm en­
te éste: ¿N icaragua o Panam á? Tanto los terratenientes nicaragüenses com o los
panameños tenían interés en que su región fuese la escogida. Tal obra valorizaría
enormemente sus terrenos y les traería prosperidad comercial y financiera. Por ello,
en W ashington se instalaron dos lobbies , uno nicaragüense y otro panameño, para
hacer propaganda y aplicar presiones ante el Congreso y la opinión pública en favor
de sus respectivos intereses. El “lobbista” panameño, Bunau-Varilla, era el más
hábil y triunfó sobre su rival nicaragüense.
Antes de decidirse definitivamente entre Panamá y Nicaragua, el gobierno
norteamericano resolvió conseguir la anulación del Tratado Clayton-Bul wer. Para
1901 Inglaterra estaba dispuesta a renunciar a sus derechos sobre un eventual canal
en el istmo: la guerra de los Bóers había dejado al gobierno de Londres sin amigos
en el mundo y le había enseñado la necesidad de buscar la amistad norteamericana.
Ese mismo año, Estados Unidos y Gran Bretaña firmaron el Tratado Hay-Pauncefote,
cuyos términos eran los siguientes: Inglaterra admitía que Estados Unidos constru­
yera exclusivamente el canal por su propia iniciativa, con tal de no fortificarlo
militarmente. El senado norteamericano se negó a ratificar esta última cláusula y el
Tratado fue renegociado. En su versión definitiva deja las manos libres a Estados
Unidos, comprometiéndolo únicamente a garantizar la completa libertad de nave­
gación a todas las naciones y muy particularmente a los ingleses.
El presidente Me Kinley fue asesinado en el mes de septiembre de 1901; en la
prim era m agistratura del país le sucedió el entonces vicepresidente, Teodoro
Roosevelt. Este vigoroso estadista, de gran envergadura, com binaba cierto re-
formísmo en política interna con la más clara y com pleja definición imperialista en
el ámbito de la política exterior. Dominar el Caribe, el Pacífico y las tierras ribereñas
de esos mares era, para Roosevelt, un requisito esencial para el ascendente imperio
norteamericano. En lo personal, cifraba su honor en entrar a la historia com o el
forjador fundamental de ese imperio. A partir de 1902, bajo el impulso de Teodoro
Roosevelt, se intensificaron las iniciativas encaminadas a obtener una franja
territorial en el istmo y comenzar la construcción del canal.
En enero de 1902, el Congreso autorizó la negociación con N icaragua o con
Colom bia para obtener concesiones en cualquiera de esos países. Bunau-Varilla
redobló sus esfuerzos para convencer al máximo cuerpo deliberante norteamerica­
no de que se pronunciara en favor de Colombia, es decir, Panamá. Así lo hizo el
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (18S3-1933) Q 147

Congreso para el mes de junio. La segunda com pañía francesa vendió sus propie­
dades al gobierno norteamericano en ese mismo año.
El secretario de Estado de Estados Unidos y el encargado de negocios de
Colombia en W ashington firmaron en enero de 1903 el Tratado Hay-Herrán. Por
parte del colom biano era un acto precipitado: la oposición política y la opinión
publicas colombianas rechazaron la idea de enajenar partes del territorio nacional
a manos de un Estado extranjero. En efecto, el Tratado preveía la concesión a
perpetuidad de una zona del Canal para uso de Estados Unidos* a cambio de un pago
inicial de 10 millones de dólares y una suma anual de 250.000. En agosto de 1903
el Congreso Nacional colombiano rechazó el Tratado, por considerarlo violatorio
de ja Constitución y la soberanía del país.
i Teodoro Roosevelt no estaba dispuesto a aceptar una negativa, tampoco a
admitir que las negociaciones pudieran prolongarse. En 1904 se realizarían las
elecciones presidenciales en Estados Unidos y Roosevelt estaba empeñado en
obtener la zona del Canal antes de ese proceso para capitalizarla políticamente. Por
ello, el presidente norteamericano reaccionó violentamente ante el rechazo al
Tratado Hay-Herrán, y tom ó la firme decisión de proceder por la fuerza.
En estrecha colaboración con Bunau-Varilla, el gobierno de Estados Unidos
trabajó en la preparación de la secesión panameña. Existían condiciones objetivas
favorables a la separación de Panamá de la República de Colombia. Panamá se
diferenciaba de todas las demás provincias colombianas por su localización
geográfica, su carácter étnico y cultural, y sus relaciones económicas. Separada del
resto del país por el inhóspito istmo de Darién, desarrolló su vida aparte. Durante
el siglo XIX más de 50 levantamientos secesionistas habían ocurrido en tierra
panameña. Ahora, a los descontentos anteriores se añadía ía decepción de la
oligarquía terrateniente de Panamá por el rechazo colombiano al proyecto de venta
de la zona del Canal.
Con la com plicidad de las autoridades norteamericanas, Bunau-Varilla, desde
la suite número l . 162 del Hotel W aldorf A storiade Nueva York, preparó la rebelión
secesionista, reuniendo a conspiradores y contratando a unos quinientos mercena­
rios. Roosevelt prometió secretamente a Bunau-Varilla que Estados Unidos no
perm itiría que la rebelión fracasara. El barco de guerra norteamericano Nashvilíe
llegaría al puerto de Colón el día 2 de noviembre de 1903 en visita de “cortesía’*.
La insurrección separatista estalló el 3 de noviembre. El Nashví Ile y sus i nfantes
de marina impidieron el desembarco de tropas gubernamentales colombianas. El 4
de noviembre la República de Panamá proclamó su independencia. Dos días
después, el gobierno de Washington reconoció el nuevo Estado. El día 13 de
noviembre Bunau-Varilla presentó sus credenciales como enviado extraordinario
y plenipotenciario de Panamá. El 18 de noviembre fue firmado el Tratado Hay-
Bunau-Varilla: Panamá cedió a Estados Unidos, a perpetuidad, el uso de una franja
de territorio de diez millas de ancho, de la costa del Pacífico hasta la del Caribe, por
la suma de 10 millones de dólares y un pago anual de 250.000. En febrero de 1904
el Tratado quedó ratificado por ambos Estados.
Roosevelt, com o imperialista franco, jamás negó que la separación de Panamá
de Colombia y la cesión del Canal fueran producto de una política de fuerza.
Justificó la intervención indirecta de Estados Unidos en los asuntos colombiano-
panameños, con el alegato de que era necesaria para asegurar “el progreso y la
148 □ Relaciones internacionales de América Latina

civilización”. En 1911 explicó con toda claridad: “Ito o k Panamo, and let Congress
debate ” (‘T om é Panamá y dejé que el Congreso discutiera”).
L a construcción de la vía interoceánica comenzó en seguida, con todo el vigor
y la rapidez que Teodoro Roosevelt sabía imprimir a sus iniciativas. El Canal
com enzó a funcionar en 1914,
Colombia se sintió grandemente ofendida por la intervención norteamericana
en Panam á y la abierta ayuda de Teodoro Roosevelt a la secesión de ese país. En
1914, el presidente Wilson tomó la iniciativa de negociar un convenio con
Colombia, por el cual Estados Unidos expresaba su pesar por lo ocurrido y ofrecía
una indemnización de 25 millones de dólares. Ese convenio fue rechazado por el
Congreso» encabezando Teodoro Roosevelt la batalla política contra la ratificación
del instrumento. Roosevelt alegaba que Estados Unidos no debía “pedir perdón” ni
lam entar los hechos de 1903.
Fue sólo en 1921 cuando Estados Unidos negoció con Colom bia un tratado que
entró en vigencia y otorgó al país sudamericano la indemnización de 25 millones.
Para este momento los norteamericanos estaban interesados en obtener concesiones
petroleras en tierra colombiana.

La política del garrote y la diplomacia del dólar

Las presidencias de los mandatarios norteamericanos Teodoro Roosevelt


(1901-1909) y William Howard Taft (1909-1913) se definen en su actuación hacia
los países de Latinoamérica del siguiente modo: la primera, por la llamada “política
del garrote”, y la segunda, por la “diplomacia del dólar”. Ambas políticas represen­
tan el mismo proceso de creciente intervención y dominación del imperialismo
estadounidense en la zona del Caribe.
Teodoro Roosevelt, influido por el darwinismo social, a la vez que por la
ideología imperialista anglosajona de figuras como Rudyard Kipling y Joscph
Chamberlain, creía que la competencia es la ley del mundo y que los más fuertes
están destinados a ejercer su dominación — preferentemente benévola y civilizado­
ra— sobre los más débiles. En el plano de la política interna de Estados Unidos esa
fe en una ruda pero creadora com petencia se expresó por la lucha contra los
monopolios y la promoción de la ley anti trust de 1903; en el ámbito de la política
exterior se tradujo en una estrategia imperialista.
Al mismo tiempo, Roosevelt creía en el realismo político. Sin piadosas
ilusiones, sabía que la estructura internacional en última instancia está determinada
por relaciones de fuerza y no por normas de derecho. Una de sus máximas era la de
no em prender iniciativas diplomáticas que no pudiesen ser respaldadas por la fuerza
si fuese necesario. En uno de sus safaris en Africa oriental había recogido un
proverbio indígena que decía: “Cuando vayas a visitar a tu adversario, habla en voz
baja pero lleva un garrote en la mano”. Una política exterior basada en dem ostra­
ciones de fuerza discretas pero inconfundibles era la de Teodoro Roosevelt ante las
demás grandes potencias. Frente a la América Latina e f garrote óra más visible y
menos discreto.
El ejército norteamericano, que había salido de Cuba en 1902 después de que
ese país acogió la Enmienda Platt, intervino nuevamente en la isla a raíz de su crisis
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Laiina (1883-1933) □ 149

política en 1906. Las fuerzas estadounidenses ocuparon la nación cubana durante


tres años, retirándose en 1909.
Teodoro Roosevelt tuvo una actitud enérgica en la crisis venezolana de 1902-
1903. En un arrebato nacionalista, el presidente Cipriano Castro se negó a cancelar
las deudas pendientes con varias potencias europeas bajo las condiciones que éstas
exigían. Com o resultado de la negativa de Castro, aparecieron en la costa venezo­
lana barcos de guerra alemanes, ingleses e italianos. Después de bloquear los
puertos venezolanos, procedieron a hundir y capturar la mayor parte de la flota del
país, y finalmente los alemanes cañonearon la costa, causando destrucción y
muerte. El presidente norteamericano invocó la Doctrina de Monroe y exigió que
los intervencionistas europeos se retirasen; a cambio de ello, Estados Unidos se
encargaría de obligar a la Venezuela rebelde a pagar sus deudas.
Apenas solucionado el caso venezolano, se presentó una situación sim ilar en
Santo Domingo. Las finanzas públicas de República Dominicana se hallaban en un
estado de virtual bancarrota, de tal manera que el país no estaba en capacidad de
hacer frente a agobiantes obligaciones ante acreedores europeos. Bajo el impacto
de esta situación, además de la venezolana del año anterior, Roosevelt proclamó su
Corolario a la Doctrina de Monroe: “La delincuencia crónica (de algunos países
latinoamericanos) puede (...) hacer necesaria la intervención de alguna nación
civilizada, y en el hem isferio occidental la Doctrina de Monroe puede obligar a
Estados Unidos (...) a ejercer un poder de policía internacional”. En otras palabras,
Teodoro Roosevelt transformó la Doctrina Monroe en un instrumento preventivo
e intervencionista. Allí, donde a juicio unilateral de Estados Unidos existían
condiciones de desorden financiero o político que posiblemente pudiesen provocar
una intervención extracontinental, la potencia norteamericana debía anticiparse,
ocupando a su vez el indócil país “incivilizado”, para corregirlo de acuerdo con los
dictados del sistema internacional dominante.
En aplicación al Corolario Roosevelt, los infantes de marina desembarcaron en
República Dominicana en 1905. Estados Unidos asumió la administración de
aduanas del país, destinando el 45% de los ingresos aduaneros al fisco dominicano
y el 55% restante al pago de la deuda exterior. Gran Bretaña, acreedora de República
Dominicana, elogió esta iniciativa que satisfizo a los banqueros del mundo.
Al mismo tiempo que intervino en el Caribe, en aplicación de su Corolario,
Teodoro Roosevelt actuó enérgicamente en el Océano Pacífico y Asia oriental para
fortalecer los intereses imperiales norteamericanos en esas regiones. Negoció con
Japón sobre la división del Pacífico en zonas de influencia, sirvió de mediador entre
Japón y Rusia, y proclamó la doctrina de la “Puerta Abierta” en China (doctrina que
exige que los viejos imperialismos — inglés, francés, ruso— ya establecidos en
China, dejen la puerta abierta a los imperialismos más jóvenes, tales como el
norteamericano).
W illiam Howard Taft y su secretario de Estado, Philander Knox, representaron
el ala más conservadora del Partido Republicano, y mantuvieron íntimas y excelen­
tes relaciones con el establishment financiero de Wall Street. Knox, antes de
ingresar a la diplomacia, había sido abogado dé grandes-empresas financieras.
Tanto él com o el propio presidente Taft se sentían convencidos de que el interés
nacional norteamericano coincidía plenamente con el de los consorcios capitalistas
del país. En su política exterior mantuvieron la más estrecha y permanente
150 O Relaciones internacionales de América Latina

colaboración con los grupos inversionistas particulares. En la Casa Blanca, en el


Departamento de Estado o en otros sitios más discretos, los máximos dirigentes del
gobierno se reunían regularmente con los jefes de la gran banca, para proyectar y
organizar acciones conjuntas encaminadas a ocupar y dom inar la zona del Caribe
y la parte septentrional de A m érica del Sur, así com o también a conquistar una
participación económica y política cada vez mayor en los asuntos del Pacífico y de
China. En lo doctrinario, acogieron cabalmente el Corolario Roosevelt y el objetivo
de garantizar la seguridad del Canal de Panamá y las rutas marítimas que conducen
hacia él.
Taft y Knox agregaron a la Doctrina de Monroe otro Corolario, que acentúa su
carácter imperialista. A fum aron que no sólo la ocupación política de alguna zona
independiente en las Américas por parte de una potencia extracontínental constitu­
ye una violación de esa doctrina, sino que la vulnera hasta el establecimiento de la
“influencia económ ica” de sectores privados extracontinentalcs. Sistemáticamente
presionaron a los países deí Caribe, hasta con la amenaza del desembarco de los
m arines , para que negaran concesiones y contratos al capital europeo y japonés,
llegando incluso a forzarlos para que anularan convenios ya suscritos con in­
versionistas de esos países. En 1912, cuando un grupo económico japonés negoció
con M éxico para obtener concesiones en Baja California, Estados Unidos amenazó
a las autoridades mexicanas y presionó a Japón hasta que el proyecto fue cancelado.
Henry Cabot Lodge, senador republicano allegado a Taft, propuso y logró la
aceptación por parte del Congreso de una resolución según la cual Estados Unidos
no toleraría la transferencia de zonas “estratégicas” de las Américas a compañías
privadas no americanas. Así, la Doctrina de Monroe se aplicaría en lo sucesivo no
sólo a gobiernos sino también a empresas privadas extracontinentales. De 1912 en
adelante, este nuevo corolario fue invocado cuatro veces para impedir el otorga­
m iento de concesiones mexicanas a grupos japoneses. Los dos componentes del
engranaje imperialista — capitalistas y militares— tuvieron participación en la
formulación de ese añadido a la Doctrina Monroe.
En 1909 Taft y Knox comprobaron que Honduras adeudaba sumas considera­
bles a acreedores ingleses. Aplicando el Corolario Roosevelt, el gobierno norteam e­
ricano forzó al hondureño a aceptar que un grupo financiero privado de Estados
Unidos tom ara a su cargo la deuda exterior del país centroamericano. Cañoneras e
infantes de m arina se hicieron presentes para garantizar la operación.
En 1910 se efectuó una intervención parecida en la República de Haití. B ajóla
protección de infantes de m arina y unidades navales estadounidenses, un grupo
bancario norteamericano compró el Banco Nacional haitiano y lo manejó de
acuerdo con sus propios intereses como sucursal de Wall Street.
Otra intervención de Taft se llevó a cabo en Nicaragua, república de particular
importancia no sólo económica (grandes inversiones en la producción y exporta­
ción de bananas), sino también estratégica: la geografía del país se presta a la
eventual construcción de otro canal interoceánico y Estados Unidos ejerce, por ello,
una vigilancia particular. Para 1909, el mandatario nicaragüense de orientación
nacionalista* José Zelaya, había disgustado al gobierno y a los grupos privados
norteamericanos por su política independiente. Estados Unidos dio su apoyo a un
conato de golpe contra Zel ay a. El enérgico gobernante debeló la intentona y mandó
fusilar a dos mercenarios norteamericanos capturados en el transcurso de la acción
Imperialismo norteamericano y resistencias en América fMtina ( 1883-1933) □ 151

represiva. El gobierno de W ashington protestó, expulsó a] encargado de negocios


nicaragüense y envió barcos de guerra al país centroamericano. Zelaya cayó y fue
reem plazado por un gobierno provisional al cual se le obligó, bajo amenaza de
cañoneo y desembarco de m arines , a suscribir un acuerdo por el cual Nicaragua
recibía un préstam o norteamericano y, a cambio de ello, entregaba sus aduanas a un
adm inistrador estadounidense, designado en 1911. Posteriormente, entre 1912 y
1931, los infantes de m arina entraron en Nicaragua varias veces.
El presidente W oodrow W ilson, electo en 1912 y en posesión del m ando a partir
de 1913, era un hom bre totalmente distinto de Taft. Dirigente del Partido D em ócra­
ta, liberal, idealista y adversario del imperialismo com o doctrina y principio,
prometía un trato nuevo, más democrático, a su propio pueblo y a las naciones
extranjeras. Al tomar posesión de la presidencia, proclamó su vehemente repudio
a la diplom acia del dólar y a las intervenciones imperialistas. Afirmó que su política
exterior estaría basada en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y en el
apoyo a la causa dem ocrática en todos los países del mundo. Pero entre la teoría y
la práctica existió unadistanciaconsiderable.En el área del Caribe, Wilson continuó
la política intervencionista de Taft y hasta la intensificó. Para tranquilizar su
conciencia, se convencía de que sus intervenciones no iban dirigidas contra “de­
mócratas” sino contra “enemigos de la democracia”, y que su propósito no era el de
proteger y prom over los intereses de grupos inversionistas sino el de ayudar a los
pueblos pobres a liberarse de gobernantes indeseables: si los capitalistas norteam e­
ricanos aprovechaban esas nobles intervenciones y sacaban de ellas grandes
beneficios no sería culpa del gobierno.
En 1913, antes de entregar el gobierno a W ilson, Taft había obligado a
Nicaragua a entregar a Estados Unidos, por un lapso de 99 años, dos islas en el
Golfo de Fonseca, a cambio de la cancelación de las deudas pendientes con bancos
norteamericanos. Wilson aprobó estos términos, que quedaron incorporados en el
Tratado Bryan-Chamorro, firmado en 1916 por el secretario de Estado norteam e­
ricano y el canciller nicaragüense. El presidente W ilson quiso que a este Tratado se
le agregase una cláusula similar a la Enmienda Platt, que habría legalizado las
intervenciones armadas estadounidenses, pero el propio senado de Washington se
negó a ratificar tal disposición.
En 1915 graves desórdenes políticos estallaron en Haití. El presidente Vilbrun
Guillaume Sam, enfrentado a un levantamiento de sus adversarios y del pueblo,
masacró a 160 presos políticos. En seguida fue derrocado por las fuerzas rebeldes.
En venganza por la masacre de los presos, la turba despedazó a Sam.
El linchamiento y los desórdenes callejeros sirvieron de pretexto para un
desembarco inmediato de los infantes de marina, teóricamente para proteger las
vidas y propiedades de los ciudadanos norteamericanos en la isla. En vez de retirarse
después del restablecimiento del orden, los marines permanecieron en e) país
durante 18 años. H aití fue obligada a suscribir un convenio por el cual se convertía
en protectorado de Estados Unidos. Bajo severa ocupación militar, y con una
Constitución redactada por norteamericanos, el país llevó una existencia colonial
hasta 1933:'Én una oportunidad, cuando el púéblo se alzó contra la potencia
ocupante, los infantes de marina reprimieron duramente la revuelta, dando muerte
a unas 3.000 personas.
Del mismo modo, la parte oriental de la isla — República Dominicana— fue
152 O Relaciones internacionales de América Latina

ocupada por las tropas de Wilson en 1916. En el caso dominicano, la ocupación


“sólo” duró ocho años (en lugar de dieciocho)» pero fue más dura y opresiva que la
que im peraba en Haití. M ientras que en la república negra existía un gobierno
nacional» que regía al país bajo la supervisión del ocupante» en Santo Domingo los
oficiales de marina yanqui asumieron el mando directamente, sin gobernantes
nacionales interpuestos» y ejercieron una férrea y salvaje dictadura, recurriendo al
uso de la tortura, la reclusión en campos de concentración, y hasta el asesinato de
los patriotas que resistían a la opresión extranjera. Tanto en H aití com o en Santo
Domingo, la ocupación militar permitió a los intereses capitalistas norteamericanos
extender y consolidar su control sobre los ingenios azucareros y otras fuentes de
riqueza.

Resistencias sudamericanas al imperialismo (1900-1920)

Las opresiones nacionales y sociales tienden a despertar fuerzas rebeldes,


dirigidas en contra de los factores opresores. Fue notable el estímulo objetivo e
indirecto que la intervención del imperialismo norteamericano y británico dio al
ascenso de corrientes sociales y políticas nuevas, orientadas hacia el logro de una
mayor independencia de las naciones latinoamericanas, así com o a la reestructura­
ción de las relaciones sociales dentro de esas naciones en el sentido de una mayor
justicia. La penetración imperialista provocó réplicas liberadoras importantes y en
algunos casos irreversibles.
La interrelación imperialismo-liberación tiene su raíz en el papel transformador
que el capital extranjero desempeña en los países subdesarrollados. La penetración
del capital extranjero intensifica la dependencia del país subdesarrollado frente al
centro capitalista dominante. Pero al mismo tiempo estimula actividades capitalis­
tas dependientes, alienta migraciones del campo a la ciudad, y provoca la formación
de nuevas clases sociales, destinadas a combatir el imperialismo y, eventualmente,
- el propio modo de producción capitalista. Aunque, por un lado, el capital imperialista
crea una burguesía importadora vinculada a intereses foráneos y, por el otro,
estim ula la formación de capas inedias modernas, integradas por profesionales,
técnicos e intelectuales, así como también el desarrollo de la clase obrera. Esta
última, integrada por los trabajadores de empresas dominadas por el capital o la
tecnología extranjera, tiende a ejercer creciente influencia en la dinám ica social de
sus países, coincidiendo con los campesinos y otros trabajadores tradicionales, y
también con las capas medias inconformes y rebeldes, en la lucha por la liberación
nacional y la transformación de las estructuras. En algunos casos, esa lucha sólo
logra éxitos parciales y arroja resultados modestos; en otros, sacude profundamente
a las naciones latinoamericanas y produce avances de honda significación histórica.
En la etapa que nos interesa, la Revolución M exicana constituyó la réplica más
contundente e importante de la América Latina a la penetración imperialista, pero
también deben señalarse algunos procesos sudamericanos que precedieron a los
sucesos mexicanos o que ocurrieron simultáneamente con ellos.
Para fines del siglo XIX iniciaron su ascenso en las repúblicas de Chile y de
A rgentina los Partidos Radicales de tendencia democrática y reformista, expresión
política de las capas medias. Al mismo tiempo, se inició el auge de las fuerzas del
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883-1933) □ 153

proletariado organizado de esos países: sindicatos, agrupaciones anarquistas y,


finalmente, partidos socialistas.
Después de la Segunda Guerra del Pacífico, Chile se encontró más que nunca
sometido al capital extranjero. El inglés John Thomas North, “rey de los nitratos” ,
controlaba la economía del país en asociación con la oligarquía autóctona. Contra
ese estado de cosas se elevó el presidente José Manuel Balmaceda, liberal, quien
gobernó del 886 a 1891. Frente al parlamento dominado por los grandes intereses,
Balmaceda pretendió fortalecer el poder ejecutivo vinculado a la causa nacionalista
y popular. Dictó una serie de decretos que afectaban la dominación extranjera sobre
la economía chilena. Pero la alianza imperialista-oligarca se alzó en armas contra
Balmaceda en 1891,en nombre de la “dem ocracia” parlamentaria amenazada por
e l “autoritarism o”. Derrocado y refugiado en la embajada argentina, Balmaceda se
suicidó, quedando en la memoria del pueblo chileno como mártir del nacionalismo
liberador. En años recientes, se han establecido comparaciones entre Balmaceda y
Salvador Allende por la similitud de sus destinos. En ambos casos, derrocado y
muerto el mandatario renovador, la oligarquía victoriosa se apresuró a anular las
reformas realizadas.
Desde 1900 en adelante, los radicales se fortalecieron continuamente y su
influencia se hizo sentir en el país. Además de luchar por el avance de la democracia,
los radicales proponían medidas económicas nacionalistas. Los socialistas, por su
parte, propugnaron la solidaridad internacional de los trabajadores chilenos con el
proletariado del mundo en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.
Tendencias parecidas se desarrollaron en la vecina Argentina. El radicalismo
de clase media y el socialismo crecieron paralelamente. En 1905 Hipólito Irigoyen
encabezó un movim iento revolucionario radical. En 1916 los votos del pueblo lo
llevaron a la presidencia de la nación. Su gobierno se caracterizó por las reformas
encaminadas a prom over una mayor igualdad entre los ciudadanos, y por una
política de nacionalismo económico frente a ios grandes intereses capitalistas
norteamericanos e ingleses.
En Uruguay comenzó en 1903 el interesante ensayo popular reformista de José
Batlle y Ordóñez. Para fines del siglo XIX el Partido Colorado había comenzado a
desarrollar una corriente novedosa, más avanzada y más social que el liberalismo
clásico que caracterizaba a ese partido en sus primeras fases. Batlle, desde la
presidencia, aprovechó los grandes ingresos fiscales debidos a la prosperidad del
mercado m undial de carne, lana y cueros, para implantar el primer Welfare State del
mundo: el primer Estado — antes y en mayor grado que la Alemania del Kaiser
Guillermo II— donde todos los ciudadanos gozaban de una seguridad social
integral desde la cuna hasta la tumba. Junto con esta labor reformista en el plano
social interno, Batlle despertó la conciencia de sus compatriotas con respecto a la
dependencia económ ica ante el mundo exterior.
Cabe mencionar igualmente, como síntoma de transformación progresista en
América Latina, el auge del liberalismo en Brasil desde las últimas décadas del siglo
XIX. La esclavitud sólo fue abolida en 1888, pero a partir de ese momento se acele­
ró lá modernización.'En 1889 los republicanos hicieron una revolución sin sangre
y obligaron al em perador Pedro II a abdicar el trono.
Los primeros gobiernos de la república emprendieron diversas iniciativas
renovadoras en diferentes órdenes de la vida política y social. En lo relativo a la
154 □ Relaciones internacionales de América latina

política exterior, el Barón de Rio Branco organizó a comienzos de este siglo el


servicio exterior contemporáneo de Brasil. El Itamaraty constituye, desde entonces,
el m inisterio de Relaciones Exteriores más eficiente de A m érica Latina. Rio B raneo
trazó, así mismo, ciertos lincamientos generales de la política exterior brasileña, que
fueron cumplidos posteriormente. Brasil aspiraría a la hegemonía en A m érica del
Sur, pero no por métodos violentos sino por las armas de la diplomacia. En su lucha
por el puesto de árbitro de Sudainérica, Brasil actuaría en alianza con la mayor
potencia hegemónicacxtcrna: Gran Bretaña y, posteriormente, con Estados Unidos.
En esc sentido su política se diferencia de la de Argentina que igualmente aspiraba
a una posición influyente en América del Sur, pero tendía a buscar esa meta
mediante una política contraria al imperialismo externo más importante.

La Revolución Mexicana y sus efectos internacionales

M éxico fue sacudido por la Guerra de la Reforma, la intervención francesa y el


gobierno de Benito Juárez, pero el liberalismo ascendente no fue capaz de cum plir
enteramente con su programa. Juárez murió en 1872, y al cabo de un breve lapso de
confusión le sucedió en el mando el general Porfirio Díaz, seguidor y lugarteniente
del gran tribuno desaparecido. A diferencia de éste, Porfirio Díaz carecía de
verticalidad doctrinaria y de sincera identificación con las masas populares. Desde
que asumió la presidencia en 1876 se fue inclinando progresivam ente hacia la
derecha. Surgido del liberalismo y del movimiento popular de la Reforma, gradual­
mente se transformó en un autócrata apoyado por la oligarquía latifundista, el clero
conservador y, sobre todo, por los intereses imperialistas norteamericanos. Abrió el
país a los inversionistas extranjeros, otorgándoles concesiones mineras y agrícolas.
Duro hacia su propio pueblo, se mostró flexible ante los intereses foráneos. Con
mano dura garantizó a los capitalistas norteamericanos la “tranquilidad social” :
durante su dictadura no hubo huelgas ni reivindicaciones obreras efectivas. En el
medio rural este antiguo reformista actuó como defensor del orden feudal y de los
intereses latifundistas. Bajo el opresivo régimen de Porfirio Díaz los campesinos
mexicanos vivían en una situación parecida a la de los siervos de la gleba en Europa
medieval o en la Rusia zarista. Se les mantuvo en total sujeción a los amos de la tierra
y, en muchos casos, su condición era de virtual esclavitud. El pueblo humilde y los
intelectuales gemían bajo el porfiriato, mientras la prensa internacional, vinculada
a los grandes intereses económicos, elogiaba al dictador com o paladín del orden y
de la “civilización”.
Pese a todo ello, la penetración imperialista preparaba objetivamente su propia
derrota. En tomo a las concesiones mineras y petroleras, a los establecimientos
com erciales extranjeros, y a los ferrocarriles construidos con capital y técnica
yanquis, se form aba una clase obrera y surgían núcleos de profesionales e intelec­
tuales de mentalidad moderna, desengañados y revolucionarios.
Para fines de 1910 Porfirio Díaz trató de hacerse reelegir una vez más. Los
mexicanos se alzaron contra la reelección y pidieron la democratización del país.
Ante la negativa de Díaz de entregar el poder, Francisco M adero encabezó un
movim iento revolucionario armado, que contó con el apoyo de todo el pueblo. Al
lado de intelectuales, capas medias y obreras, las masas campesinas despertaron de
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883- ¡933) □ 155

su letargo. M adero estableció un gobierno revolucionario provisional y convocó a


una asamblea constituyente. M irado por el imperialismo como peligroso agitador»
M adero fue dem asiado vacilante con los trabajadores revolucionarios. En noviem­
bre de 1911 el dirigente campesino Emiliano Zapata se aizó contra M adero en vista
de que este se negaba a poner en práctica la reform a agraria deseada por los
explotados del campo. Por otro lado, los latifundistas y demás sectores privilegiados
del país, apoyados por los inversionistas extranjeros y el embajador norteamericano
Henry Lañe W ilson, conspiraron desde la derecha. En 1913 el general Victoriano
Huerta, originalmente al servicio de M adero, se rebeló contra él, lo apresó y
— aparentemente por insinuación del embajador Henry Lañe Wilson— lo asesinó.
La implantación de la dictadura contrarrevolucionaria de Huerta fue saludada
con júbilo por los capitalistas extranjeros que creían en el retorno a los buenos
tiempos del porfíriato. Pero el pueblo mexicano no estaba dispuesto a renunciar a
la dem ocracia y a la liberación nacional. En el Norte, Pancho Villa se alzó contra
Huerta. Igual cosa hizo Emiliano Zapata a la cabeza de sus campesinos sedientos
de tierra y de justicia. El general Vcnustiano Carranza, demócrata y patriota
vinculado al movim iento obrero y a las capas medias urbanas, asumió la jefatura
principal de la lucha revolucionaria contra el régimen huertista.
En Estados Unidos, los capitalistas eran obviamente partidarios de Huerta y
vehementes enemigos de la Revolución M exicana. No así el presidente Woodrow
Wilson que, en este caso, se apegó a los ideales democráticos que en otras
oportunidades tendía a abandonar. Contra las presiones de los sectores económicos,
W ilson mantuvo el punto de vista de que había que apoyar a Carranza y no a Huerta.
Venustiano Carranza era revolucionario y demócrata, pero más moderado que
Zapata y Villa, y dispuesto a permitir que el capital extranjero siguiera participando
en la vida económica mexicana, con tal de someterse a la supervisión efectiva y
soberana del poder público nacional. El presidente Wilson desautorizó la política
seguida por Taft y su embajador Henry Lañe Wilson, y se negó a reconocer al
gobierno de Victoriano Huerta. El disgusto de los capitalistas norteamericanos se
comprende cuando se recuerda que el monto total de sus inversiones en México era,
para 1913, de 1.000 millones de dólares. Cincuenta mil norteamericanos vivían y
trabajaban en tierra mexicana. Así mismo, los intereses británicos y alemanes en
M éxico eran considerables, y tanto el gobierno de Londres como el del Kaiser eran
partidarios de H uerta y se sentían irritados por la actitud que W oodrow Wilson
adoptó en este caso.
En 1914 Wilson dio otro paso favorable a la corriente revolucionaria moderada
de Carranza y contraria a la corriente huertista, al permitir la venta de armas a aquél
mientras mantenía el embargo contra el gobierno de Huerta. La derecha norteame­
ricana e internacional se lanzó contra Wilson. Los ingleses y alemanes, así como
también contrabandistas yanquis, intensificaron su apoyo a Huerta. Los intereses
petroleros norteamericanos e ingleses estuvieron a la vanguardia del grupo de
presión pro H uerta y favorable a una intervención “civilizada” que pusiera fin a la
Revolución M exicana. En 1914 los gritos de intervención se hicieron más fuertes
al conocerse la noticia de que unos setenta norteamericanos habían perdido la vida
por la violencia que había en el sur del Río Bravo.
Efectivamente, en 1914 una intervención armada norteamericana se produjo a
raíz de un incidente en Tampico, donde la bandera de Estados Unidos fue agraviada
156 □ Re lar. iones internacionales de América Latina

por fuerzas mexicanas dependientes del gobierno de Huerta. W ilson exigió discul­
pas y un saludo de 21 cañonazos a la bandera norteamericana. Huerta aceptó pedir
disculpas, pero no el homenaje de los 21 cañonazos. En el mes de abril tropas de
infantería de m arina norteamericana desembarcaron en el puerto de Veracruz. Esta
intervención provocó una tregua y una momentánea unidad de acción entre todos
los bandos mexicanos, incluido el de Huerta, Este, así com o Carranza, Zapata y
Villa» fueron unánimes en condenar la intervención y en exigir la salida de los
yanquis del territorio mexicano. Se rompieron las relaciones entre Estados Unidos
y México.
En ese momento se produjo una gestión diplom ática de las potencias “ABC”
(Argentina, Brasil y Chile), que ofrecieron su mediación entre M éxico y Estados
Unidos. Por efecto de los buenos oficios de los ABC, se realizó una conferencia en
Niagara Falls, en la cual participaron esos tres países además de M éxico y Estados
Unidos. Se llegó a un acuerdo de reconciliación y retiro de las tropas norteam eri­
canas de M éxico. Poco después, el general Huerta, asediado por las fuerzas
revolucionarias, presentó su renuncia y salió al exterior. Venustiano Carranza
asumió la presidencia del país.
Aunque había contado con el apoyo de Zapata y Pancho Villa en el combate
contra la reacción huertista, Carranza pronto fue abandonado por esos revoluciona­
rios radicales. Zapata insistía en una reforma agraria inmediata y profunda, que
quebrara el latifundio y estableciera cooperativas campesinas en todo el país.
Además, él y Villa miraban con desconfianza la relativa moderación del naciona­
lismo de Carranza y su disposición a mantener contactos con el gobierno de Wilson.
En 1915, los dos líderes populares, el uno en el centro-sur y el otro en el norte de
México, recom enzaron la guerra revolucionaria, esta vez contraCarranza. En cierto
modo fue la lucha del campo contra la ciudad. La clase media urbana y también los
sindicatos obreros apoyaban a Carranza, mientras que a Zapata le seguía la clase
más pobre, oprimida y numerosa: el campesinado, indígena en su mayoría. Pancho
Vill a, de criterio pol ítico y conciencia social menos formados que Zapata, encabezó
tropas campesinas en el Norte, en la zona limítrofe con Estados Unidos.
Ante la hostilidad que Estados Unidos mostraba hacia la Revolución M exica­
na, durante 1916-1917 Pancho Villa invade el territorio de ese país y da muerte a
35 ciudadanos. Presionado por una opinión pública condicionada desde hace
tiempo por la incesante propaganda antimexicana de los grupos capitalistas, Wilson
presentó un u Itimátum al gobierno de México: si éste no lograba domi nar y controlar
a Pancho Villa, los norteamericanos intervendrían por la fuerza para acabar con las
andanzas de ese caudillo. Como Carranza tuvo que admitir su incapacidad para
controlar a Villa, el gobierno norteamericano envió a! general Pershing, con una
columna de caballería, a penetrar en territorio mexicano y perseguir a los guerrille­
ros villistas. E sa intervención táctica, con un número reducido de tropas, era
insignificante en comparación con lo que pedían los consorcios capitalistas: nada
menos que la guerra en gran escala y la ocupación de todo México.
Pershing obligó a V illa a replegarse hacia el Sur, aunque no logró infligirle
daños serios. En vísta de que se agravaba la situación internacional y que Estados
Unidos se disponía a entrar en la Primera Guerra M undial, Wilson ordenó a Pershing
que se retirara de México al cabo de pocos meses.
En ese mism o año (1917) se consolidó el poder del gobierno del general
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( / 883'1933) □ 157

Venustiano Carranza, a pesar de que los zapatistas continuaban la guerra. En el


transcurso de su combate, Emiliano Zapata se radicalizó más. Al comienzo había
proclam ado una reforma agraria moderada que sólo expropiaría una tercera parte de
los terrenos de cada latifundio y pagaría indemnizaciones a los terratenientes
afectados; al final llegó a proclamar la lucha de clases violenta, la expropiación sin
indemnización y la aplicación de fórmulas agrarias socialistas. Para combatir el
zapatismo, Carranza y su lugarteniente y sucesor Alvaro Obregón utilizaron la
represión pero también la reforma. La promulgación de la Constitución Mexicana
de 1917 — instrumento jurídico revolucionario que a partir de ese momento sirvió
de modelo para todas las Constituciones progresistas latinoamericanas— indicó
que el gobierno de Carranza acogía la teoría de una transformación antifeudal y
socialdem ócrata de las estructuras, a la vez que afirmaba el control del Estado sobre
los recursos y rechazaba el imperialismo. L a Constitución de 1917 no sólo reconoce
los derechos tradicionales, liberales, del hombre y del ciudadano, sino que además
enumera sus derechos sociales al trabajo, a la tierra, a una vida material digna, a la
seguridad social. De aplicar realmente todos esos principios, el Estado mexicano se
vería obligado a adoptar medidas que van más allá del capitalism o y abren la puerta
a una dem ocracia socialista. Así mismo, la total aplicación de las normas que la
Constitución establece para el control nacional sobre los recursos del país y sobre
su desarrollo económico, así como para la defensa contra el imperialismo económi­
co extranjero, requeriría la nacionalización de los medios de producción más
importantes y la incuestionable primacía del sector público sobre el privado. La
m agna carta de la Revolución Mexicana, elaborada bajo el gobierno de Carranza en
1917, representaba un llamado a que la revolución continuara, para que no se
aceptara su estancamiento y no se permitiera el surgimiento de nuevos privilegios.
Era un documento “rojo” que espantó a los norteamericanos, y cuyos planteam ien­
tos tanto Carranza como Obregón no estaban dispuestos a llevar a la práctica en su
total dimensión revolucionaria y humanista. Zapata continuó su lucha hasta que sus
enemigos recurrieron a la alevosía: en el año 1919, mediante una traición, el
adm irable jefe agrarista fue asesinado.
El impacto ideológico y emocional de la Revolución M exicana sobre el resto
de América Latina fue inmenso. El valiente pueblo de Hidalgo, Juárez y Zapata
había demostrado que los pobres y los desamparados de la América morena son
capaces de sacudir el yugo del imperialismo yanqui y de las oligarquías nacionales.
Hasta el año 1959, cuando surgió la Revolución Cubana como un nuevo ensayo de
liberación del hombre latinoamericano, la Revolución Mexicana y el estímulo
externo de la Revolución Soviética constituyeron las dos fundamentales fuentes de
inspiración para los obreros, los campesinos y los intelectuales revolucionarios de
nuestro continente.

Latinoamérica y Estados Unidos de 1920 a 1932

Desde la Prim era Guerra Mundial, la hegemonía económica de Estados Unidos


sobre A m érica Latina fue com pleta e incuestionable. De manera general, dicho país
se había convertido en el banquero del mundo y acreedor de todas las naciones. En
lo político, el coloso tuvo una reacción aislacionista, negándose a participar en la
158 □ Relaciones internacionales de América Latina

Sociedad de las Naciones y a asumir compromisos multilaterales con los demás


países de la tierra. En cambio, en lo económico, Estados Unidos intervino y
participó en grado creciente en la vida de los pueblos de todos los continentes. El
propio aislacionismo político tenía un carácter claramente imperialista: reflejaba el
deseo de los grupos dominantes norteamericanos por conservar una entera libertad
de acción y de intervención ante los demás países del mundo.
Las administraciones derechistas de los presidentes norteamericanos Harding
(1921-1925), Coolidgc (1925-1929) y Hoover (1929-1933) continuaron una polí­
tica de intervención directa en la zona del Caribe, y de presiones o intervenciones
indirectas en A m érica del Sur.
Las relaciones entre Estados Unidos y M éxico conservaron durante ese lapso
un carácter de hostilidad y tensión. A partir de 1920, el presidente Alvaro Obregón
continuó las iniciativas nacionales y de transformación social em prendidas por el
gobierno de Venustiano Carranza. Con la desaparición de Zapata y de Villa, el poder
revolucionario se centralizó en manos de Obregón, y disminuyó la violencia en el
país. La reform a agraria tuvo progresos y el papel de los sindicatos en la toma de
decisiones fue considerable. El gobierno aplicó medidas de nacionalismo económ i­
co que amedrentaron al capital extranjero pero fortalecieron el control del Estado
sobre las actividades productoras y enrumbaron el país hacia un desarrollo autóno­
mo, con base en la participación mixta del sector público y del sector privado. La
actitud de los intereses capitalistas norteamericanos y de la prensa controlada por
ellos fue de sistemática hostilidad contra México. Se denunciaba a los dirigentes
mexicanos com o “bolcheviques” y se pedía la intervención de Estados Unidos en
el vecino país para contener una presunta marea roja que am enazaba a todo el
hemisferio. Se exageraba el alcance de la violencia en M éxico y se incitaba a los
católicos del mundo en contra de un régimen laico que procuraba separar la Iglesia
del Estado y reducir el poder económico y político del clero.
Plutarco Elias Calles, quien asumió la presidencia de M éxico en 1924, dio un
ligero viraje hacia la derecha. En primer término, acentuó el elemento autoritario y
centralista dentro del poder revolucionario. En segundo lugar, desaceleró la reforma
agraria y se mostró menos radical que su predecesor ante el capital extranjero.
Expresó las tendencias de la clase media, con vertida en burguesía nacional, deseosa
de moderar el proceso revolucionario y colocarlo bajo su control. El único ámbito
donde Calles extremó el radicalismo fue en el de la lucha anticlerical. Los católicos
conservadores, por su parte, desencadenaron contra el gobierno de Calles la
sangrienta revuelta de los “cristeros” : campesinos fanáticos, alzados contra la
revolución, bajo ía jefatura de sacerdotes o seglares católicos de extrema derecha,
al grito de “V iva Cristo Rey”. Estados Unidos, pese a las ligeras concesiones que
Calles hizo a sus intereses y a sus puntos de vista, no se dio por satisfecho, y las
relaciones continuaron en un plano precario hasta que el gobierno de Franklin D.
Rooseveít, después de 1933, las mejoró decididamente.
En A m érica Central y Panamá continuaron las intervenciones norteamericanas
durante ese m ism o lapso. En Panamá, además de la ocupación permanente de la
Zona del Canal, se habían realizado desembarcos de infantes de m arina en 1908,
1912 y 1918, dejando el país entero bajo estricta vigilancia política y militar
estadounidense.
En Nicaragua los marines habían desembarcado en 1912, y desde esa época
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( i 883-1933) □ 159

hasta 1924 mantuvieron una guarnición permanente en el país. En 1927 volvieron


para hacer frente a un movimiento liberal dirigido por el general Sacasa y apoyado
por Calles desde M éxico. Ante ese nuevo atropello a la soberanía nicaragüense, se
formó un movimiento guerrillero de liberación nacional» capitaneado por el heroico
Augusto César Sandino. Ese gran revolucionario — que gozó de prestigio y apoyo
internacionales— combatió a los ocupantes norteamericanos y la dictadura econó­
m ica de la United Fruit Company hasta el año 1933, cuando el gobierno de
Roosevelt retiró los marines de Nicaragua. En 1934 Sandino fue asesinado por la
oligarquía gobernante, y tomó el poder el general Anastasio Somoza, comandante
de la guardia nacional que los norteamericanos habían organizado y adiestrado para
seguir defendiendo sus intereses cuando sus tropas abandonaran el país.
En República Dominicana, ocupada en 1916, la administración norteamerica­
na continuó hasta 1924. En esa fecha el gobierno fue devuelto a los dominicanos,
pero destacamentos militares estadounidenses siguieron en el país, organizando y
adiestrando a las fuerzas armadas de cuyo seno surgió el terrible Rafael Leónidas
Trujillo. Desde comienzos de la década 1930-1940, Trujillo ejerció una férrea y
sangrienta dictadura, totalmente favorable a los intereses económicos y estratégicos
norteamericanos; de manera que Estados Unidos continuó una ocupación indirecta
del país, por intermedio de uno de sus propios nacionales. Así, las aduanas
dominicanas permanecieron en manos de un administrador norteamericano hasta
1940.
En Cuba, Estados Unidos dio su apoyo a la feroz dictadura — favorable a los
inversionistas extranjeros— de Gerardo Machado, quien tomó el poder en 1924 y
fue derrocado en 1933. En Venezuela mantuvo excelentes relaciones con el dicta­
dor Juan Vicente Gómez, quien gobernó de 1908 a 1935. Gómez centralizó el poder
y acabó con los caudillos regionales en Venezuela. Duro hacia su propio pueblo y
blando ante las potencias extranjeras, otorgó concesiones a los consorcios foráneos.
Bajo su gobierno se inició la fase petrolera de la historia económica venezolana.
Con su control directo o scmidirecto sobre Nicaragua, Panamá, Haití, Repúbli­
ca Dominicana y Cuba, y con un gendarme amigo en el emporio petrolero
venezolano, Estados Unidos tenía cercado y aislado al México revolucionario, y no
necesitaba temer por la estabilidad de su dominación en el área del Caribe.
En Sudamérica los años 1920-1932 produjeron múltiples luchas sociales y
políticas dentro de los diversos países, además de algunos conflictos internacionales
en los cuales la potencia norteamericana trató de servir como pacificadora, media •
dora o árbitro. Ecuador y Perú experimentaron reiteradas crisis fronterizas: desde
su independencia, esos países se han disputado la posesión de extensos territorios.
Ecuador se basa en una cédula real del 1563 y Perú en otra emitida en 1802. Estados
Unidos trató de llevar a las partes a negociar directamente o a aceptar un procedi­
miento arbitral. Durante el mismo lapso, Venezuela y Colombia procuraron
solucionar pacíficamente su conflicto fronterizo, existente desde 1830. Argentina
y Chile, que tenían un litigio sobre el Estrecho de Magallanes, llegaron a un acuerdo
en 1920. Al mismo tiempo, Chile seguía en controversia con Perú por los territorios
de Tacna y Arica. Como ya se señaló anteriormente, en 1926 el conflicto llegó al
borde del estallido bélico, pero Estados Unidos logró imponer una solución
salomónica para 1929, otorgándose Tacna a Perú y Arica a Chile. El conflicto entre
Bolivia y Chile quedó sin solución, reclamando Bolivia su salida al mar.
160 O Relaciones internacionales de América Latina

Dos problemas territoriales latinoamericanos atrajeron la atención de la opi­


nión mundial y fueron llevados ante la Sociedad de las Naciones. Uno de ellos ñie
el problem a de Leticia, entre Colom bia y Perú. El poblado de Leticia,’reclamado por
Colombia, estaba ocupado por los peruanos. En Í932 surgió una situación bélica
entre los dos países y fue movilizado el ejército colombiano. Perú, cuyo presidente
Sánchez Cerro fue asesinado en aquel momento, mantuvo una actitud moderada y,
en 1934, por un protocolo firmado en Río de Janeiro, reconoció la soberanía
colom biana sobre Leticia.
L a otra cuestión que ocupó la atención de la Sociedad de las Naciones fue la del
Chaco, planteada entre Bolivia y Paraguay. Desde 1879 estos dos países buscaban
un arreglo sobre el territorio del Chaco. Se habían efectuado diversas negociacio­
nes, sin resultados positivos. En la disputa territorial sobre el Chaco, Bolivia se
basaba en los tradicionales límites de la Audiencia de Charcas, mientras que
Paraguay fundamentaba su reclamación en las expediciones colonizadoras efectua­
das desde Asunción. El presidente boliviano, Hernán Siles (1925-1930), resolvió
impulsar con energía la solución del problema del Chaco de acuerdo con los puntos
de vista bolivianos. En esc empeño, el gobernante boliviano contó con el apoyo de
la Standard Oil Company, interesada en lograr concesiones en la zona del Chaco,
mientras que Paraguay fue respaldado por la Royal Dutch Shell, com pañía anglo-
holandesa. La controversia territorial entre los dos países se agravó por la partici­
pación de dos consorcios petroleros transnacionales, que luchaban por la posesión
de una zona rica en yacimientos y procuraban utilizar a dos Estados rivales como
instrumentos para realizar sus ambiciones. En 1928 tropas bolivianas y paraguayas
tuvieron un primer choque violento en el Fuerte Vanguardia. La Sociedad de las
Naciones trató de restablecer la paz, y Estados Unidos por su lado se esforzó en el
mismo sentido. Continuaron las escaramuzas, tratando Bolivia de extender su
territorio hasta el Río Paraguay, vía fluvial que abre la salida al Océano Atlántico.
Sin embargo, se logró un acuerdo de tregua firmado en Estados Unidos. La tregua
se rompió en 1932, comenzando los combates en gran escala entre los dos países.
Por último, cabe señalar com o factores im portantes en las relaciones
interamericanas las corrientes políticas e ideológicas que surgieron en algunos
países latinoamericanos entre 1920 y 1932.
La Revolución Mexicana, como ya lo indicamos, ejerció una influencia
considerable sobre el auge de movimientos de renovación dem ocrática, nacionalis­
ta y social en todas las regiones de Latinoamérica. En Nicaragua, Sandino actuó
inspirado en gran parte por el ejemplo del proceso mexicano. En República
Dominicana, ios patriotas que opusieron resistencia a la ocupación norteamericana
derivaron igualmente parte de su ideario de la Revolución M exicana. La misma
influencia se manifestó en Cuba entre quienes lucharon por derrocar la dictadura de
M achado. A su vez, la corriente izquierdista del Partido Liberal colombiano tomó
com o base el modelo mexicano para su propio programa. Lo mismo ocurrió en el
seno de los sectores avanzados del liberalismo ecuatoriano. En Venezuela, la
experiencia mexicana fue ponderada por los estudiantes que realizaron la gran
protesta de 1928 contra la satrapía de Juan Vicente Gómez.
Un intento por traducir las lecciones de la RevoI lición M exicana en una doctrina
socialdcmócrata antiimperialista fue realizado en 1924 por el joven dirigente de
la izquierda peruana, Víctor Raúl Haya de la Torre, al trazar las bases para una
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883'1933) □ 161

Alianza Popular Revolucionaria Americana (AFRA) dedicada a la liberación


antiimperialista y social de “Indoamérica”. Inspirado no sólo por el modelo
mexicano, sino también por el soviético y por la lucha del Kuomintang en China,
Haya de la Torre estableció como bases de su programa la lucha contra el
imperialismo — y a favor de la unidad “indoamericana”— , la nacionalización de
tierras e industrias, la internacional i zación del Canal de Panamá, y la solidaridad
con todos los pueblos oprimidos.
Otra corriente que se formó en la década 1920-1930 para promover la lucha
contra el imperialismo norteamericano y a favor de la transformación revoluciona­
ria de la sociedad en América Latina fue la constituida por los grupos y partidos
marxistas, inspirados en gran parte por el ejemplo de la Revolución Rusa. En Chile,
el Partido Obrero Socialista se inclinó hacia la izquierda, y su ala más identificada
con el m odelo soviético se le desprendió para constituir el Partido Comunista. Un
proceso sim ilar ocurrió en Argentina y en Uruguay. Los primeros partidos com u­
nistas aparecieron en esos países a partir de 1921. En los demás países latinoame­
ricanos se crearon grupos comunistas que, igualmente, desde 1924 en adelante, se
transformaron en partidos. En M éxico actuaron en forma legal, ubicándose a la
izquierda del ala más radical del Partido Nacional Revolucionario (hoy Partido
Revolucionario Institucional-PRI). En la mayoría de los demás países su actuación
fue clandestina en aquella etapa. A partir de 1927 la pugna Stalin-Trotsky, que para
ese m omento dividía a los comunistas de la Unión Soviética, se reflejó en los grupos
y partidos marxistas de América Latina. Después de 1928 comenzaron a formarse
partidos trotskistas, disidentes de los comunistas vinculados a la línea política de la
URSS. Por otra parte, en Perú se realizó un notable intento por crear una versión
del bolchevismo adaptada a la realidad latinoamericana: José Carlos Mariátegui
(1928), en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana , planteó la
necesidad de valerse de los instrumentos del marxismo-leninismo para hacer la
revolución en América Latina, utilizándolos sin dogmatismo, con espíritu crítico e
independiente.
En algunos países los gobiernos renovadores expresaron por momentos el
ascenso de las clases medias y de los sectores obreros, y el anhelo de esos grupos
de debilitar la influencia imperialista y conquistar una mayor justicia social. En
Argentina, Hipólito Irigoyen volvió al poder en 1928 con promesas de nacionalismo
económico y cambio social. Esta vez, sin embargo, logró menos resultados que en
la oportunidad de su primer gobierno de 1916 a 1922. La crisis económica mundial,
con su secuela de desempleo y bancarrotas, golpeó la nación argentina y el
reformismo de Irigoyen no tuvo soluciones efectivas que ofrecer. Se creó un
ambiente golpista y, finalmente, en 1930 el gobierno legítimo fue derrocado por un
movim iento militar de derecha, dirigido por el general José Félix Uriburu. Para
1932 A rgentina se encontró gobernada por la com ente oligárquica, sumisa ante ej
capital extranjero. Entre tanto, Chile también vivía un proceso de ascenso-descenso
de sus fuerzas democráticas e independentistas. Arturo Alessandri, con el respaldo
de los radicales, hizo el intento de una gestión renovadora en 1920, y otra
nuevamente en 1925. En 1927 Carlos Ibáñcz despertó breves esperanzas de
liberación y de justicia, para luego decepcionar. La crisis económica mundial
agravó los problemas sociales del país. En 1932 una alianza cívico-militar de
izquierda, encabezada por el general Marmaduke Grove, tomó el poder por la fuer-
162
Tabla 6 —............. ..... ■-—*■ ~ *“

Tabla cronológica VI

□ Relaciones
S u d a m é ric a EEUU y
M éxico C e n tro a m é ric a
A ño hem isferio
y el C a rib e

1883

internacionales de América Latina


B alm aceda, presidente.
1886
A bolición de la esclavitud en Bra­
1888
sil.

Brasil, república. P rim e ra C o n fe re n c ia In teram erican a


1889 Q uiebra de la Cía. Francesa.
C orolario Hay es. (W ashington).

1890
C aída de Balm aceda.
1891
C leveland, presidente.
1893

1894 M artí desem barcó en Cuba.

_____________________________________________ ____
2a. C om pañía de Panamá.

1895 M uerte de M artí. Represión.

1896
Inglaterra acepta arbitraje de M e Kinley, presidente.
1897
lím ites con Venezuela.

1898 G uerra EEU U -España.

Laudo arbitral de lím ites Venezue-


1899
la-G uayana B ritánica.

------Tabla 6 (cont.)

' Tabla cronológica VI


A ño ¡ M éxico C e n tro a m é ric a S u d a m é ric a EEUU y
y e! C a rib e . h e m isfe rio

1900

1901 Tratado H ay-Pancefote. T. Roosevelt, presidente. Segunda Con­


ferencia Interam ericana (M éxico). _

1902 Enm ienda Platt. Rio B ranco al Itam arati.

1903 Tom a de Panam á, Hay-H errán y Hay- Reform as de Batlle.


B u n a u - V a r illa . I n te rv e n c ió n en
Venezuela.

1904 Corolario Roosevelt.

1905 Intervención en Santo Dom ingo. M o v im ie n to re v o lu c io n a rio de


Irigoyen.

1906 Intervención en Cuba.


T e rce ra C o n fe re n c ia In te ram e ric an a
(Río).
1908 Intervención en Panamá. C om ienza la dictadura de Juan V i­
cente Gómez.

J909 Intervención en Honduras. W .H. Tafl, presidente.


1910 C om ienza Revolución. Intervención en Haití.
Cuarta Conferencia Interam ericana (Bue­
Imperialismo norteamerican

nos Aires).
1911 M adero, presidente. Za*
pata contra M adero.
164
------T abla 6 (co n t.)---------------------------

Tabla cronológica VI

□ Relaciones
C e n tro a m é ric a S u d a m é ric a EEUU y
A ño M éxico
y el C a rib e hem isferio

1912 C orolario Cabot L odge. O cupación de N icaragua. Intervención

internacionales de América Latina


en Panamá.

1913 G olpe de H uerta. W . W ilson, presidente.

1914 Intervención norteam eri­ Inauguración del Canal.


c a n a . C o n f e re n c ia d e
N iágara. Carranza presi­
dente.

1915 O cupación de Haití.

1916 O cupación de Santo Dom ingo. Irigoyen, presidente de Argentina.

________________________________________________
1917 2a. intervención n o rte ­
am ericana C onstitución
M exicana.

1918 Intervención en Panamá.

1919 A sesinato de Zapata.

1920 C aída y muerte de Carran­ A lessandri, presidente de Chile.


za. Obregón presidente.

1921 Prim eros partidos com unistas inci­ Harding, presidente.


pientes.

1922

------Tabla 6 (cont.)

y Tabla cronológica VI

A ño M éxico C e n tro a m é ric a S u d a m é ric a EEUU y


y el C a rib e n hem isferio

1923 Q uinta C onferencia Interam ericana


(Santiago de Chile).

1924 Calles, presidente. Retiro de EEU U de N icaragua y de Fundación del APRA.


Santo Dom ingo. M achado al poder en
Cuba.
Coolidge, presidente.
1925

1926

1927 R ebelión de los cristeros. N ueva intervención en N icaragua. R e­ Ibáñez, presidente de Chile.
belión de Sandino.

1928 Segunda presidencia de Irigoyen. Sexta C onferencia Interam ericana (La


Rebelión contra J.V . Góm ez. C ho­ Habana).
ques arm ados en ei Chaco.
E nsayos de M ariátegui.

1929 Solución del problem a Tacna-Arica. Hoover, presidente. Com ienza la gran
crisis económ ica m undial.

1930 Irigoyen derrocado.

1931 Trujillo al poder en Santo Dom ingo.

Conflicto de Leticia.
1932 Conflicto en el Chaco.
Revolución en Chile.
__ Im
166 G Relaciones internacionales de América Lalina

za y proclamó una ' ‘República Socialista”, pero ésta sólo se mantuvo durante unos
pocos meses.

Resumen

Se puede afirmar de manera global que entre 1920 y 1932 Estados Unidos
m antuvo su hegem onía sobre A m érica L atina, continuando una política
intervencionista. Aparte de México, donde la oligarquía semifeudal fue desplazada
completamente por una clase media respaldada por obreros y campesinos, los países
latinoamericanos conservaron sus estructuras sociales caracterizadas por la con­
centración de la riqueza y el poder económico y político en manos de élites
inclinadas a aceptar la hegemonía norteamericana.
Los métodos de dominación norteamericanos tuvieron un carácter militar y
brutal desde el comienzo del siglo hasta 1917. De esa fecha en adelante comenzaron
a prevalecer las presiones un poco menos violentas y más indirectas.
A partir de 1897 Estados Unidos comenzó a desplazar la influencia inglesa del
área del Caribe y del norte de Sudamérica. En 1901 se efectuó un tácito reparto de
esferas de influencia: hegemonía estadounidense al norte del Amazonas y predomi­
nio inglés más al sur de la región amazónica.
Aparte de la Revolución Mexicana, surgieron otras diversas reacciones y
rebeliones latinoamericanas en contra de la dependencia semicolonial existente.
Por el momento, esos movimientos permanecieron en una etapa defensiva y a veces
sólo incipiente.
La época de la “política del buen vecino”
(1933-1945)

La crisis económica y la política de Franklin D. Roosevelt

Súbitamente, en 1929 surgió en Estados Unidos la gran crisis económica que


pronto se extendería y afectaría a todo el mundo capitalista.
Desde la Prim era Guerra M undial en adelante la economía norteamericana
había experimentado un ininterrumpido proceso de expansión. Bajo un régimen de
irrcstricta libertad de empresas, sin intervención alguna del poder público, se
producía cada vez más y subían los valores negociados en la bolsa de Wall Street.
La nación entera vivía con la esperanza y la ilusión de enriquecerse de modo
continuo y sin límites. Eran los años del aislacionismo, de la autosuficiencia, del
materialismo, y de aquella moralidad puritana e hipócrita que ilegalizaba las
bebidas alcohólicas mientras toleraba la explotación y la rapacidad en los negocios.
Esa Norteam érica de aparente prosperidad sin límites era, al mismo tiempo, el país
que persiguió las ideas sociales renovadoras, que asesinó a Sacco y V anzetti, y que
impulsó al autocxiiio a sus mejores escritores. Era un país capitalista próspero,
regido enteramente por la gran burguesía que imponía sus ideas y valores y reprimía
a sus críticos. Pese a la prosperidad, un tercio de la población vivía en la pobreza:
su baja capacidad de consumo — determinada, por otra parte, por la grave situación
mundial— sería la causa fundamental de la recesión.
Para 1929 se había producido más de lo que se podía vender y había crecido
desproporcionadamente el volumen de inversiones especulativas. De repente, en
octubre de 1929, cundió el pánico en Wall Street. Llenos de alarma los especuladores
com enzaron }a vender frenéticamente sus papeles, cuyos valores descendieron
bruscamente. A los pocos días, por falta de crédito y por la imposibilidad de vender
sus productos, las empresas comenzaron a cerrar sus puertas y a arrojar a sus
trabajadores a la calle. Al cabo de pocos meses era ya general la crisis en Estados
Unidos y el número de desocupados ascendía a varios millones.
Rápidamente la depresión se extendió del principal centro financiero a las
demás regiones del mundo. Todos los países capitalistas, desarrollados y subdesa-
rrollados, dominantes y dependientes, quedaron sumidos en ía crisis. A la angustia
de m illones de trabajadores sin empleo se sumó la de los empresarios en quiebra o
carentes de fuentes de financiamiento. Como consecuencia de ello, se acentuaron
en todas las naciones las contradicciones sociales y las tensiones políticas. Burgue­
ses, proletarios y capas medias se inclinaron a buscar fórmulas políticas extremas.
Latinoam érica sufrió duramente el impacto de laprisis económica mundial . Por
la dism inución de la producción en los centros industrializados, éstos redujeron
bruscamente sus compras de materias primas y de productos básicos en general.
Debido a ello se agravó la miseria de las masas latinoamericanas y se debilitó
incluso el poder económico de las oligarquías. Así, en América Latina com o en el
168 □ Relaciones internacionales de América Latina

resto del mundo, se fortalecieron Jos extremismos políticos y se multiplicaron las


iniciativas autoritarias o dictatoriales.
En las elecciones norteamericanas de 1932, dominadas por los problemas de la
recesión, triunfó el Partido Demócrata con su candidato Franklin D. Roosevelt. Este
extraordinario estadista propuso a la nación norteamericana fórmulas nuevas y
audaces para superar la crisis. Fue partidario de pasar del Laisser-faire al capitalis­
mo parcialmente controlado e intervenido por el poder público. Por los métodos
recomendados por John M. Keynes, tales como el déficit spending y grandes
inyecciones de fondos públicos a la economía privada, se ampliaría el crédito, se
estimularía la producción estancada y se crearían puestos de trabajo.
Roosevelt cumplió con sus promesas. Sacó a su país de la crisis económica.
Salvó el sistema capitalista, obligándolo a aceptar la tutela parcial del Estado y a dar
cabida a medidas de reforma social, útiles no sólo para aliviar la miseria y las
tensiones entre clases y grupos, sino también para crear capacidad de consumo. Su
programa del “N ew Deal” (Nuevo Trato) comprendió grandes obras públicas para
dar trabajo a los desempleados y estimular la dem anda y la producción; control
provisional de precios; proyectos de desarrollo regional en las zonas estancadas del
país; subsidios agrícolas; creación del sistema federal de crédito; estímulo decidi­
do al sindicalismo y a la contratación colectiva; y medidas de redistribución del
ingreso, a través del impuesto sobre la renta y la creación de un sistema de seguridad
social, así com o importantes gastos públicos en educación y salud. Los grupos de
izquierda, inicialmente escépticos, pronto dieron su apoyo a Roosevelt, quien se
convirtió por doce años en el caudillo democrático de su país, encabezando de hecho
un frente popular que abarcaba a liberales, socialdemócratas y núcleos socialistas
radicales.
La política exterior de Roosevelt fue la lógica extensión de su política interna.
A sí como el Estado federal regulaba internamente las actividades económicas y
obligaba a la clase capitalista a acatar su autoridad, en el plano de las relaciones
exteriores procuró colocar también las decisiones de tipo dem ocrático por encima
de los intereses de grupos imperialistas. En relación con América Latina, esa nueva
política exterior se denominó la “política del buen vecino”. Consistió en una actitud
de mayor respeto a la soberanía de los países latinoamericanos y un intento de
desvincular un tanto las iniciativas diplomáticas estadounidenses de los intereses de
los inversionistas.
L a nueva línea “ blanda” hacia América Latina se explica por dos factores. Por
una parte, el debilitamiento del sector capitalista dentro de Estados Unidos, por
efecto de la recesión económica, aumentó la autonomía y el poder del Estado
democrático, permitiéndole eventualmente adoptar decisiones que respondieran
más a los intereses populares que a los de los grupos económicos privilegiados. Por
la otra, Estados Unidos para 1933 tenía su poder económico y su influencia política
bastante consolidados en América Latina, pudiendo permitirse una actitud más
reposada y liberal que en las décadas anteriores.

Roosevelt, el Caribe y México

En 1933 la “política del buen vecino” se tradujo en el retiro de las fuerzas


armadas norteamericanas de la República de Haití. Pese a ello, evidentemente, la
La época de la “política del buen vecino” (J933-I945) □ 169

influencia económ ica y diplom ática norteamericana desempeñó un papel im por­


tante en ese país.
República Dominicana había quedado libre de la ocupación norteamericana en
1924; no obstante, hasta 1930 continuaron las presiones directas sobre el país.
Cuando Trujillo implantó su dictadura, los inversionistas yanquis se sintieron bien
protegidos. Después de 1933, Roosevelt continuó la práctica —ya establecida por
su predecesor Hoover— de mantener buenas relaciones con el tirano dominicano.
En 1993, un amplio movimiento democrático popular derrocó al dictador
cubano Gerardo Machado. Sectores de las fuerzas armadas, dirigidos por el
sargento Fulgencio Batista, se habían unido a las fuerzas políticas populares
conducidas por Grau San Martín y otras importantes figuras de la dem ocracia
cubana. La caída de M achado causó alarma entre los inversionistas norteamerica­
nos, convencidos de que los revolucionarios eran “comunistas”. Los portavoces del
capitalismo norteamericano pidieron a Roosevelt que aplicara la Enmienda Platt
para intervenir en Cuba por la fuerza. Pero el nuevo presidente de Estados Unidos
se abstuvo de tal acción, prefiriendo establecer relaciones con el gobierno dem ocrá­
tico provisional de Cuba. Más aún: Estados Unidos acordó, en 1934, anular la
Enmienda Platt y reconocer, a partir de ese momento, la irrestricta soberanía
nacional de Cuba. Sin embargo, en el mismo año los gobernantes norteamericanos
observaron con cierto beneplácito el golpe de Estado de Batista, que significó un
viraje de las posiciones socialdemócratas de Grau San Martín hacia una política algo
más conservadora. Si la no intervención y la renuncia a la Enm ienda Platt causaron
alegría y aprobación en Cuba, en cambio las visibles simpatías hacia el golpe de
Batista provocaron una viva decepción entre los demócratas de la isla.
La “política del buen vecino” tuvo una aplicación relativamente convincente en
el caso de las relaciones entre Estados Unidos y México. Pese a que a fines de 1930-
1940 surgió una crisis en esas relaciones, Roosevelt resistió a las corrientes que
trataban de impulsarlo hacia una línea belicista y acabó por arreglar pacíficamente
una situación caracterizada por el choque diametral entre los intereses nacionales
mexicanos y los de las poderosas empresas privadas estadounidenses. '
En 1934 asumió la presidencia de México Lázaro Cárdenas, el más revolucio­
nario de los mandatarios que ese país ha tenido. Cárdenas representó el ala izquierda
del Partido Nacional Revolucionario y reflejó fundamentalmente los intereses de
los obreros, los campesinos y los estratos humildes de la clase media. Ideológica­
mente avanzó más allá del mero nacionalismo y del reformismo social, acogiendo
algunas ideas claramente socialistas. Bajo la dirección de Cárdenas, la reforma
agraria recibió un decidido impulso: ningún presidente de M éxico distribuyó más
tierras entre los campesinos que este revolucionario sincero. Al mismo tiempo,
Cárdenas adoptó nuevas medidas de nacionalismo económico y procuró poner
límites a la tendencia de la nueva burguesía mexicana que deseaba llegar a acuerdos
de colaboración con los intereses inversionistas extranjeros. Ante ese radicalismo
de Lázaro Cárdenas, la derecha norteamericana reaccionó con una nueva ola de
propaganda antimexicana. . . -
En 1938 surgió una crisis en las relaciones entre el Estado mexicano y las
empresas petroleras concesionarias en el país. Los trabajadores de la industria
petrolera reivindicaron un aumento de salarios que fue negado por las compañías.
El gobierno mexicano dictó un laudo arbitral en favor del aumento de salarios. Las
170 □ Relaciones internacionales de América Latina

empresas desobedecieron la decisión del gobierno, col ocándose en actitud de franco


desafío y desacato. Ante esa situación, Lázaro Cárdenas adoptó la decisión histórica
de nacionalizar la industria petrolera mexicana.
Aunque el gobierno de M éxico ofreció indemnizar a las empresas expropiadas
descontando las sumas que las compañías debían a sus trabajadores -—en conform i­
dad con sus declaraciones de ingresos para los fines del impuesto sobre la ren­
ta— > los consorcios petroleros afirmaron que se Ies estaba sometiendo a una
confiscación de tipo bolchevique. El gobierno de W ashington, presionado por las
com pañías, exigió indemnizaciones más elevadas. Sin embargo, al mismo tiempo
resistió a las corrientes más reaccionarias que exigían una intervención armada
contra el gobierno de Cárdenas.
En un esfuerzo heroico, México comenzó a manejar su industria petrolera
nacionalizada, renunciando al mercado exterior y poniendo el producto de su
subsuelo al servicio de su desarrollo económico nacional. No se dejó vencer ni
am edrentar por el boicot de las compañías petroleras transnacionales. Roosevelt,
pese a las protestas de las compañías, aceptó entablar negociaciones con el gobierno
mexicano, y se llegó a un acuerdo que las compañías tuvieron que aceptar porque
no les quedaba otro remedio.
Era el primer caso en el cual Estados Unidos aceptaba una nacionalización de
empresas norteamericanas. El hecho demostró que la “política del buen vecino” era
algo más que mera palabrería. Por otra parte, M éxico triunfó por su extraordinaria
yj com bativa unidad nacional en defensa de su petróleo, desalentando así las
tendencias divisionistas e intervencionistas. También favoreció a los mexicanos la
coyuntura mundial: con el acuerdo sobre la nacionalización del petróleo, estaban
dadas las condiciones para un mejoramiento de las relaciones entre M éxico y
Estados Unidos. Bajo el sucesor de Cárdenas, Avila Camacho, ia Revolución
M exicana entró en su fase de “institucionalización” y de aburguesamiento, creán­
dose un ambiente favorable para las inversiones foráneas en México.

La guerra del Chaco y sus consecuencias. Sudamérica de 1932 a 194!

L a guerra del Chaco entre Bolivía y Paraguay estalló en 1932. Se debió, como
ya lo señalamos antes, a la existencia de viejas controversias territoriales, agravadas
por la codicia de intereses petroleros. La Esso influía sobre Bolivia y la Shell sobre
Paraguay, y el conflicto armado entre los dos países — conflicto extremadamente
sangriento y costoso en vidas hermanas— era en parte producto de ia ri validad entre
dos poderosos consorcios transnacionales.
Paraguay llevó la mejor parte en este conflicto al impedir que Bolivia se
apoderara de! territorio que consideraba suyo. Después de reiterados esfuerzos de
mediación, realizados por la Sociedad de las Naciones y por Estados Unidos, los dos
Estados beligerantes firmaron la paz en 1935, en Buenos Aires. Ambos ratificaron
el tratado de paz en 1938-
Tanlo en Paraguay como en Bolivia la guerra del Chaco fortaleció extraordina­
riamente la influencia de los militares. Los hombres que habían tenido mando
militar durante la guerra se sintieron con autoridad para mandar también en tiempo
de paz. En Paraguay las fuerzas armadas tomaron el poder y proclamaron en 1936
¡m época de la "política del buen vecino” (1933-1945) G 171

el Acta Plebiscitaria que dice que “la soberanía del pueblo reside en las fuerzas
arm adas” . Los veteranos de la guerra del Chaco siguieron gobernando en Paraguay
con una política de tipo derechista, defensora de las estructuras sociales existentes
y de los intereses de los grupos económicos dominantes, nacionales y extranjeros.
En Bolivia, debido a la derrota sufrida, subieron al poder militares de actitud
crítica ante el sistema social y político existente. En 1936 el coronel David Toro
asumió el m ando del país con un programa de gobierno nacionalista y de reformas
sociales. Fue seguido en el poder por el teniente-coronel Germán Busch, hijo de un
médico alemán casado con una boliviana. Como nacionalistas identificados con los
intereses de las capas populares en contra de la oligarquía y los grupos financieros
foráneos, Toro y Busch estaban decididos a realizar importantes transformaciones
estructurales mediante métodos autoritarios. En resguardo de la soberanía nacional
boliviana, y tomando en cuenta la participación de los consorcios petroleros en la
guerra del Chaco, Toro decretó la nacionalización de las instalaciones de la Standard
Oil de Nueva Jersey (Esso) en Bolivia. El acto nacionalista provocó una protesta de
Estados Unidos, y gritos de ira y de alarma de las compañías petroleras. Después de
haber golpeado de ese modo al imperialismo económico, Busch se preparó para
atacar a la oligarquía latifundista y minera. Sus planes para el futuro incluían una
reforma agraria y la nacionalización de las minas de estaño. Pero ese militar
revolucionario murió antes de poder cumplir sus propósitos. Su muerte violenta
— por un balazo en el cerebro— aparentemente se debió a un impulso suicida
inducido por maniobras insidiosas y subversivas de la oligarquía.
Durante la década de los años treinta Brasil vivió una experiencia importante
bajo el gobierno del presidente Getulio Vargas, caudillo reformista y centralizador.
La crisis económica de 1930 golpeó duramente Brasil y sus tensiones políticas
internas se agravaron. Por un lado, los comunistas dirigidos por Luis Carlos Prestes
desarrollaban una fuerte agitación, y por el otro, actuaba un fuerte partido fascista:
los integralistas, encabezados por Plinio Salgado. Vargas creó el movimiento
laborista que surgió com o tercera fuerza entre estos extremos, y tomó el poder por
un golpe de Estado. Posteriormente quedó ratificado por elecciones. Admirador de
Mussolini, aunque ubicado en una posición mucho más liberal, en 1936 cam bió la
Constitución brasileña y proclamó el “Estado Novo” , autoritario y con tendencias
coiporatistas. Sin embargo, el Estado Novo jam ás llegó a ser fascista: más bien la
política social de Vargas promovió el ascenso de las clases trabajadoras mediante
el estímulo al sindicalismo. Se adoptó una legislación social que trajo beneficios a
las mayorías populares, olvidadas antes de que Vargas llegara al poder. La
oligarquía rural y bancaria miraba al caudillo con desconfianza, debido a sus
pronunciamientos radicales, aunque de hecho sus privilegios apenas fueron afecta­
dos. En su política exterior y económica Vargas pregonó el nacionalismo y mostró
el empeño en desarrollar Brasil de manera autónoma, con creciente independencia
frente al capital extranjero.
El inussolinism o de Vargas inquietó a Roosevelt, quien temía que el caudillo
brasileño llevaría a su país a un acercamiento con las potencias del Eje. Sin embar­
go, después de haber obtenido ventajas económicas por parte de Estados Unidos,
Getulio Vargas se mostró partidario de !a política antinazi de Estados Unidos y,
durante la Segunda Guerra M undial, Brasil fue el único país latinoamericano que
participó activamente en los combates. Aparte de lapersuasión que Estados Unidos
172 □ Relaciones internacionales de América Ixitina

pudo ejercer sobre Brasil, Getulio Vargas era realmente más demócrata que fascista;
así mismo, la tradición diplomática brasileña, establecida desde la época de Rio
Branco, recomendaba el mantenimiento de relaciones armoniosas con la principal
potencia hegemóníca del hemisferio.
La evolución política argentina traería mayores problemas para Estados Uni­
dos. D esde el golpe de Uriburu contra Irigoyen en 1930, Argentina quedó bajo el
gobierno de las clases capitalistas y terratenientes. Se restableció la democracia
representati va pero ésta adquirió un carácter formalista, sin contenido social para las
masas del país. Tanto en la oligarquía como en el seno de las capas medias y
populares se desarrollaron corrientes antidemocráticas y antiliberales. Incluso para
algunos oligarcas la democracia formalista y plutocratizada no garantizaba sufi­
cientemente la defensa de sus privilegios, motivo por el cual esa ultraderecha se
inclinaba hacia el fascismo y hacia el Eje. Por otra parte, existían sectores de la
burguesía argentina que tenían vínculos comerciales y financieros con empresas
alemanas, y por ese motivo eran partidarios de la causa de Hitler. Las caudalosas £
influyentes colonias de inmigrantes italianos .y. alemanes creaban un ambiente
favorable a las potencias del Eje. Por último, entre algunos intelectuales y en la
oficialidad de las fuerzas armadas había una forma de nacionalismo antiimperialista
y antioligárquico que simpatizaba con el nazismo y el fascismo. Estos pronazis
“sociales” identificaban la democracia liberal con el imperialismo anglonorteame­
ricano y con la oligarquía que manipulaba el sistema político entre bastidores y lo
ponía al servicio de sus intereses. Razonando simplistamcnte con el argumento de
que “el enem igo de mi enemigo debe ser mi amigo”, y creyendo ingenuamente en
la propaganda nazi que les presentaba el sistema hitleriano como un presunto
“socialismo nacional”, estos radicales autoritarios constituían un importante grupo
de presión a favor de una política exterior de neutralidad entre la alianza
anglonorteamericana y el Eje, con velada simpatía hacia este último. Bajo la presión
directa o indirecta de esos diversos sectores proalemanes y antiingleses, la Repúbli­
ca A rgentina se mostró reacia a acompañar a Roosevelt en su campaña contra el
peligro de la infiltración nazi-fascista en América Latina.
Finalmente, la etapa 1933-1941 estuvo marcada por un feroz enfrentamiento
entre Perú y Ecuador, similar al de la guerra del Chaco. Las hostilidades estallaron
en 1941 y se saldaron con un triunfo peruano y la anexión por ese país de 200.000
kilómetros cuadrados de selva, cuyo subsuelo contiene petróleo. A consecuencia de
esc conflicto Ecuador perdió sus derechos históricos sobre el Amazonas. Como en
la guerra del Chaco, estuvieron involucrados intereses petroleros. Esta vez la
Standard O il, que tenía concesiones en Perú y apoyaba a ese país, triunfó sobre la
Shell, que respaldaba a Ecuador. Estados Unidos interpuso su mediación, favorable
a Perú. El asunto fue discutido en Río de Janeiro, en la III Reunión de Consulta de
Cancilleres Americanos, en 1942, y se suscribió el protocolo de Río, por el cual
quedó formalizada la derrota de Ecuador.

Reuniones interamcricanas.
La diplomacia antinazi"de Roosevelt hasta 1940

Después de la I Conferencia Interamericana de 1889-1890 se efectuaron otras


reuniones de los Estados americanos, en las cuales Estados Unidos continuó sus
La época de la “política del buen vecino'' (¡933-1945) □ 173

gestiones encaminadas a tratar de crear un sistema de seguridad regional bajo su


hegem onía y una comunidad económica hemisférica dominada por el capital
norteamericano.
La II Conferencia Internacional Americana se llevó acabo en M éxico en 1901.
El arbitraje constituyó el tema principal. Estados Unidos insistió en la necesidad de
m antener el orden en todos los países de A m érica para que no hubiese intervencio­
nes extracontinentales. Dejaron entrever que ellos mismos podrían intervenir
preventivamente si el orden sufría serios trastornos en la región.
La III Conferencia, en Río de Janeiro, se realizó en 1906, y reorganizó la Oficina
Internacional de las Repúblicas Americanas. En la IV Conferencia (Buenos Aires,
1910) se adoptó el nombre de Unión Panamericana. En esa reunión, la delegación
brasileña cuestionó el valor y la vigencia de la Doctrina Monroe, provocando el
desagrado de Estados Unidos. Este país admitía que se pusiera en duda su derecho
a intervenir en los demás países de América “para proteger las vidas y propiedades
de sus nacionales”, ni que se negaran las virtudes de la Doctrina Monroe.
Después de la Primera G uerra Mundial, se reunió la V Conferencia Inter-
americana, que tuvo lugar en Santiago de Chile, en 1923. Los gobiernos latinoame­
ricanos, bajo el impacto de la ideología de Wilson y los principios de la Sociedad
de las Naciones, plantearon la renovación de las relaciones interamericanas.
Estados Unidos, en conformidad con los ideales democráticos proclamados por su
ex presidente en sus Catorce Puntos, debería renunciar a su posición privilegiada de
hermano mayor entre las naciones americanas. Para esa época, la Comisión
Directiva de la Unión Panamericana tenía un presidente con mandato indefinido, de
nacionalidad y designación norteamericanas. Estados Unidos inicialmente se opuso
a la sugerencia latinoamericana de que el presidente de la comisión fuese de alguno
de los^países pequeños y elegido libremente por un lapso limitado, pero eventual­
mente llegó a aceptar el punto de vista latinoamericano al respecto. A sí mismo
dijeron “n o ” a la propuesta uruguaya de que la D octrina M onroe fuese
multilateralizada, sustituyendo la seguridad colectiva por la hegemonía protectora
de un solo país. Uruguay sugirió que se crease una Sociedad o Liga de los Estados
Americanos, similar en escala regional a la Sociedad de Naciones en el plano
mundial. Estados Unidos, que en 1920 había rechazado a Wilson y sus ideas,
negándose a formar parte de la Sociedad de Naciones, adoptó una actitud de
completo rechazo a las ideas progresistas de la delegación de Uruguay. La
delegación de W ashington dijo que la Doctrina de M onroe era intocable y que sil
país se reservaba el derecho de actuar unilateraimente para proteger los intereses de
sus nacionales. Finalmente, fue adoptado el Tratado G ondrapara prevenir conflic­
tos entre Estados americanos.
La VI Conferencia Internacional Americana se reunió en La Habana en 1928.
En esa oportunidad, los latinoamericanos presentaron una serie de propuestas
jurídicas y políticas de carácter renovador. La intervención norteamericana en
Nicaragua, las presiones de Estados Unidos contra México, y la continuación de la
ocupación de H aití y de las aduanas dominicanas, estahan causando tanto desagrado
en la opinión pública de los países de Latinoamérica que incluso gobiernos y juristas
de orientación conservadora y proyanqui se vieron impulsados a hacerse eco del
descontento existente. Se discutieron en La Habana los principios del derecho
internacional americano y, al lado de temas como el del asilo diplomático, se planteó
174 G Relaciones internacionales de América launa

con insistencia la cuestión de la no intervención. Para todos los latinoamericanos el


principio de la no intervención debía constituir uno de los principales pilares del
orden jurídico interaniericano. Pero ía delegación norteamericana se opuso a tal idea
y se negó a suscribir cualquier texto que estableciera el principio de la no
intervención. Según los hombres de Washington, todo Estado soberano tiene el
derecho absoluto e inajenable de intervenir en países donde se ponga en peligro la
vida o la propiedad de sus nacionales.
La Conferencia Internacional de Estados Americanos sobre Conciliación y
Arbitraje (W ashington, diciembre de 1928 a enero de 1929) respondió a un intento
norteamericano de impulsar nuevamente la creación de mecanismos de arbitraje y
solución pacífica, por ios cuales Estados Unidos podría ejercer mejor su papel de
prim us ínter pares en el ámbito hemisférico. Argentina, siempre abanderada de una
cierta resistencia a las iniciativas hegemónicas del Norte, no asistió. La conferencia
adoptó una convención general de conciliación intcramericana y un tratado general
interamericano de arbitraje.
Pero con la llegada de Franklin Roosevelt a la Casa Blanca, y la puesta en
vigencia de la Política del buen vecino, cambió la actitud de Estados Unidos con
respecto al principio de la no intervención. En la VII Conferencia Interamericana,
reunida en M ontevideo en 1933, el secretario de Estado Cordell Hull declaró
solemnemente que los días del intervencionismo habían pasado y que Estados
Unidos se unía a los demás países del hemisferio en la aceptación del principio de
la no intervención. Las diferencias entre países americanos deberían resolverse por
medios pacíficos y procedimientos multilaterales. Ante la petición haitiana de que
cesara la ocupación yanqui, ante la exigencia cubana de que se anulara la Enmienda
Platt, y ante las críticas mexicanas y argentinas contra el conjunto de la política
estadounidense, formada de presiones y de prepotencia, Cordell Hull prometió una
nueva política — la del buen vecino— y el fin de las relaciones imperialistas.
Efectivamente, ai poco tiempo esa promesa se cumplió, como ya lo señalamos, con
respecto a H aití y Cuba. En 1936 se modificó ligeramente el Tratado Hay-Bunau-
Varilla, eliminando las cláusulas intervencionistas similares a la Enmienda Platt.
Desde 1935 en adelante, Franklin Roosevelt comenzó a preocuparse por el
peligro que el nazi-fascisino significaba para la paz del mundo. Más lúcido y menos
inclinado a componendas con la ultraderecha que los mandatarios conservadores de
Inglaterra y Francia, el presidente norteamericano creyó necesario forjar un sistema
defensivo firme contra las pretensiones de Hitler y de M ussolini. En 1936, ante la
remilttarización de Renania y la intervención germano-italiana en la guerra civil
española, así como la creciente actividad de propagandistas nazis y fascistas en
A mérica Latina, Roosevelt propuso al gobierno argentino que convocara a una
Conferencia Interamericana Extraordinaria para la paz. La conferencia fue convo­
cada y se reunió en Buenos Aires, con la asistencia personal de Franklin Roosevelt.
Este habló de la necesidad de que los países americanos adoptasen mecanismos de
consulta para su defensa común contra agresiones provenientes de fuera del
hemisferio. Ello significó multilateralizar la Doctrina M onroe. Dentro del espíritu
de las sugerencias de Roosevelt, la conferencia adoptó un pacto de consulta para
coordinar los mecanismos existentes en materia de mantenimiento de la paz: el
Tratado Gondra para evitar y prevenir conflictos, de 1923; el Pacto Kellogg de
renuncia a la guerra, de 1928; la Convención General de Conciliación, firmada en
La época de la “política del buen vecino” (1933-1945) □ 175

W ashington, en 1929; el Tratado General Interamericano de Arbitraje (W ashing­


ton, 1929); y el Tratado de No Agresión y Conciliación (Pacto Saavedra Lamas), de
Río, 1933. Además, en un protocolo, la conferencia reafirmó el principio de la no
intervención. Argentina se opuso a compromisos más firmes de defensa conjunta.
En la VIII Conferencia Internacional de Estados Americanos (Lima, diciembre
de 1938), el secretario de Estado Cordell Hull se esforzó por conseguir la adopción
de mecanismos más eficaces de defensa contra la infiltración y posible agresión de
las potencias del Eje. En toda Latinoamérica, las quinta-columnas nazis tenían una
gran actividad y cosechaban éxitos, basando su propaganda en los sentimientos
antiimperialistas dirigidos contra la influencia norteamericana y británica. Ocultan­
do los aspectos racistas de su ideología, los nazis se presentaban ante los naciona­
listas populares de Latinoamérica com o “socialistas nacionales” empeñados en una
lucha de liberación contra el imperialismo anglosajón. Al mismo tiempo, se
mostraban ante las oligarquías reaccionarias como consecuentes anticomunistas y
defensores de la propiedad y el orden establecido. Para desbaratar la conspiración
nazi, Hull propuso un frente sólido, con definidos compromisos de defensa mutua
y conjunta, contra las “naciones agresoras” . La República Argentina se opuso a tal
compromiso: la influencia económica alemana y las tendencias pronazis de algu­
nos de los sectores de su población la impulsaban a tal actitud.
En los meses siguientes a la VIH Conferencia, el gobierno norteamericano,
junto con el inglés, hizo lo posible por convencer a los Estados latinoamericanos
para que adoptasen medidas de defensa política, económica y cultural, contra la
labor de las quinta-columnas. Al mismo tiempo, intensificó sus esfuerzos por
incrementar su propia influencia y ganar amistades a través de importantes présta­
mos y otros tipos de ayuda financiera. En el mes de marzo de 1939 firmó un acuerdo
con el Brasil de Getulio Vargas, estableciendo las bases de una colaboración más
estrecha, con ayuda financiera norteamericana y consultas políticas entre los dos
gobiernos.
D espués de estallar la Segunda Guerra Mundial en Europa, Estados Unidos
convocó a los países latinoamericanos a una reunión de consulta de cancilleres, qye
era un nuevo mecanismo ideado en la Conferencia Extraordinaria de Buenos Aires
y la VIII Conferencia de Lima. L a l Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones
Exteriores de los Estados Americanos se celebró en Panamá, del 23 de septiembre
al 3 de octubre de 1939. El tema era el de la preservación y la defensa de la
neutralidad del hemisferio. Se resolvió proclamar una zona hemisférica de neutra­
lidad, dentro de cuyos límites (líneas noroeste-sudeste trazadas en el Atlántico y en
el Pacífico acierta distancia de los contornos generales de las costas del hemisferio)
las potencias beligerantes se abstendrían de realizar actos de guerra. Al mismo
tiempo, se emitió una declaración general de neutralidad de los países de América.
Los ingleses se mostraron dispuestos a respetar la zona neutral hemisférica,
pero no así los alemanes, cuyos submarinos comenzaron a atacar y a hundir barcos
aliados en la inmediata vecindad de las aguas territoriales de los países am ericanos..
En 1940, después de la caída de Holanda y Francia, se celebró la 11 Reunión de
Consulta de Cancilleres Americanos. Esta vez la principal preocupación norteame­
ricana era el destino de las dependencias en América de los países europeos
ocupados por los nazis. Si Martinica, Guadalupe y Guayana Francesa quedaban en
manos del régimen colaboracionista de Vichy, y si los alemanes resolvían ocupar
176 n Relaciones internacionales de América Latina

las colonias holandesas de Curazao, Amba, Bonaire y Suriname, el Eje habría


penetrado al corazón mismo del hemisferio occidental, a la zona clave cercana al
Canal de Panamá y al petróleo de Venezuela. Por ello, la reunión de consulta de
1940, que se efectuó en La Habana, adoptó una con vención sobre colonias europeas
en America, estipulando que éstas serían puestas bajo la administración provisional
de los Estados americanos, en caso de que sus amos tradicionales no pudiesen seguir
administrándolas o tratasen de traspasar su gobierno a otras potencias no am erica­
nas. Así mismo, el Acta de L a Habana ratificó la neutralidad de las Américas y la
decisión común de defenderlas.
De esa manera, para Í940, la Política del buen vecino de Franklin Roosevelt
había logrado unir a los países americanos en tomo a la defensa del orden
hemisférico establecido contra amenazas provenientes de las potencias del Eje.
Estados Unidos consiguió esa unificación de voluntades a través de una combina­
ción de presiones económicas y llamados a la conciencia dem ocrática y antifascista
de los pueblos del hemisferio.

Las Américas durante ia Segunda Guerra Mundial (1941-1945)

La Segunda Guerra Mundial tuvo un efecto estimulante sobre el desarrollo


económico y social de los países latinoamericanos, fundamentalmente a partir de la
entrada de Estados Unidos al conflicto. Ai mismo tiempo, despertó nuevas y más
avanzadas inquietudes políticas e ideológicas.
Uno de los efectos económicos del conflicto mundial, a partir de 1939, fue el
alza de los precios de materias primas directa o indirectamente empleadas en el
esfuerzo bélico de las potencias en guerra. Los países latinoamericanos productores
y exportadores de tales materias primas disfrutaron de un incremento considerable
de sus ingresos nacionales, elevándose junto con ello su ritmo productivo y su nivel
de vida.
M ás importante aún fue el impacto positivo que tuvo sobre las economías
latinoamericanas la brusca disminución de ciertas exportaciones norteamericanas
y europeas. Diversos c importan tes artículos de consumo y bienes de producción,
que hasta entonces habían sido importados desde Estados Unidos, Inglaterra o
Alemania, pronto dejaron de ser suministrados por esas fuentes tradicionales de
abastecimiento. Latinoamérica se vio forzada por las circunstancias a iniciar un
rápido proceso de sustitución de importaciones en una amplia gama de renglones.
P^n todas las naciones situadas al sur del Río Bravo se intensificó extraordinariamen­
te la creación y la diversificación de industrias manufactureras.
Se trataba de un proceso de industrialización autónomo. La escasez de bienes
importados estimuló la creatividad nacional de los países de América Latina.
Surgieron burguesías nacionales industriales y se fortalecieron los núcleos em pre­
sariales progresistas ya existentes. Al mismo tiempo, creció y se desarrolló
cualitativamente la clase obrera industrial, minera y de servicios en todo el
continente latinoamericano. Así mismo, creció el número y la diversidad de los
profesionales y técnicos, integrantes de una clase media no tradicional, de menta­
lidad renovadora.
Por su misma naturaleza, esos nuevos grupos sociales ascendentes eran
La época de la "política del buen vecino” {1933-¡945) □ 177

portadores de ideas democráticas y liberadoras. A los factores objetivos se sumó,


además, el impacto ideológico internacional d é la guerra antifascista. El ejemplo de
la lucha de las potencias aliadas y la resistencia de los pueblos ocupados por fuerzas
fascistas inspiró a los latinoamericanos en un sentimiento de rebeldía contra las
dictaduras, el imperialismo y las oligarquías.
De ese modo, durante la Segunda Guerra M undial América Latina vivió
cambios importantes — en algunos casos cambios, incluso, estructurales— desde
sistemas semifeudales hacia sociedades capitalistas con apreciables niveles de
urbanización y cierto grado de industrialización.
En el plano político y militar, paralas Américas la señal del combate sonó el día
7 de diciembre de 1941, cuando las fuerzas aeronavales japonesas atacaron por
sorpresa la base norteamericana de Pearl Harbour. El gobierno de W ashington
declaró la guerra a Japón, siendo a su vez objeto de declaraciones de guerra por parte
de Alem ania e Italia. Para el 11 de diciembre Norteamérica estaba en conflicto con
las tres potencias del Pacto Tripartito.
De inmediato, el gobierno de Washington llamó a los demás países del
continente para una III Reunión de Consulta, que se realizó en Río de Janeiro entre
el 15 y el 28 de enero de 1942. Se discutió la posición que las potencias americanas
debían adoptar ante el acto de agresión extracontinental de que había sido víctima
Estados Unidos. La reunión de consulta recomendó que los países latinoamerica­
nos, en solidaridad con Estados Unidos, y en aras de su propia seguridad y defensa,
rompieran sus relaciones diplomáticas y económicas con Alemania, Italia y Japón.
A sí mismo, se resolvió crear una Junta Interamericana de Defensa y una Comisión
Asesora para la Defensa Política.
Posteriormente, Estados Unidos realizó esfuerzos por convencer a los países
americanos que declarasen la guerra al bloque nazi-fascista-japonés. Costa Rica, El
Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Cuba, Panamá y República
Dominicana — países sometidos de manera más directa a la hegemonía norteame­
ricana— habían declarado la guerra de inmediato, en diciembre de 1941. En el
transcurso de 1942, primero México y luego Brasil declararon la guerra al Eje y a
Japón. Brasil fue el único país que participó en el conflicto con tropas; los demás
se contentaron con medidas de guerra económica. Una brigada brasileña combatió
en el frente italiano durante los años 1943-1944. Sus oficiales regresaron después
de la guerra con elevado prestigio e influencia en el seno de las fuerzas armadas del
país. Entre ellos figuraban los hombres que dirigirían el régimen militar brasileño
desde 1964 en adelante.
Bolivia y Colombia declararon la guerra en 1943. Finalmente, un grupo de
Estados que había permanecido como no beligerante efectuó declaraciones de
guerra entre los meses de febrero y marzo de 1945, para poder formar parte de las
Naciones Unidas. Estos países eran Ecuador, Paraguay, Perú, Chile, Venezuela,
Uruguay y Argentina. Habían esperado hasta el final por motivos diversos. En el
caso de Venezuela, donde el sentimiento proaliado y antifascista era universal, y
donde se colaboró plenamente con los aliados en todos, los ámbitos, se debió a un
deseo de mantener la tradición de no beligerancia presente desde los orígenes de ia
República; Venezuela, de 1830 en adelante, jam ás hizo la guerra a ningún país.
Argentina, en cambio, tuvo motivos muy distintos para demorar su entrada en
el conflicto contra Alemania y Japón. Ya señalamos anteriormente la existencia de
178 O Relaciones internacionales de América Latina

una corriente pro Eje de considerable fuerza en Argentina. Las colonias alemana e
italiana residentes en el país eran grandes y en su seno existían quintas columnas
activas e influyentes. El volumen de comercio argentino con Alemania era consi­
derable. La dominación económica que el capitalismo inglés — más aún que el
norteamericano— ejercía sobre el país había causado resentimientos y reacciones
antiimperialistas. Eran pronazis y profascistas no sólo los agentes de las empresas
germanas e italianas, y algunos sectores oligárquicos partidarios de un régimen
autoritario de extrema derecha para defender sus privilegios de clase, sino también
muchos nacionalistas de clase media — víctimas de la confusión ideológica— que
opinaban que el presunto “socialismo nacional” de Hitler podía ser un aliado contra
el imperialismo anglonorteamericano. En 1943, elementos de las fuerzas armadas
dieron un golpe de Estado y tomaron el poder. La “Revolución M ilitar” de 1943
contenía elementos contradictorios. Entre los miembros de los grupos militares que
dirigieron la revolución existían auténticos nazi-fascistas, nacionalistas pero reac­
cionarios en lo social, al lado de elementos nacionalistas reformistas de orientación
favorable a los trabajadores y a las capas medias humildes. Entre estos últimos,
pronto comenzó a descollar el coronel Juan Domingo Perón, quien se encargó del
M inisterio del Trabajo y desde allí puso en práctica un exitoso programa de
transformaciones para los obreros y la masa “descam isada”. Perón fue el virtual
creador de la Confederación General de Trabajadores, y con el apoyo del proleta­
riado se esforzó por torcer el rumbo de la revolución militar hacia el populismo y
la neutralización de los sectores verdaderamente nazis, fascistas y antisemitas en su
seno.
En todo caso, la actitud de los dirigentes del gobierno militar era favorable a
Alem ania y Japón y, aunque las circunstancias no les permitió adoptar una línea
totalmente inclinada hacia esas potencias, opusieron resistencia a las presiones de
Estados Unidos — los norteamericanos querían que Argentina rompiera sus relacio­
nes económicas y diplomáticas con Berlín y Tokio— , continuaron su intercambio
comercial con Alemania, y toleraron las actividades propagandísticas de la quinta
colum na nazi. Prohibieron películas y libros antifascistas y censuraron la prensa en
el mismo sentido. El primer gobernante militar, el general Ramírez, retrocedió
ligeramente ante Estados Unidos en enero de 1944 y rompió las relaciones
diplomáticas con Alemania y Japón. Los militares más antialiados lo destituyeron
y llevaron a la silla presidencial al general Farrell. Las relaciones argentino-
estadounidenses empeoraron rápidamente. En junio de 1944, Estados Unidos llamó
a su em bajador y dejó su misión en Buenos Aires en manos de un encargado de
negocios. Los antifascistas estadounidenses más vehementes pidieron la adopción
de medidas coercitivas — posiblemente hasta el uso de las armas— contra una
Argentina que en aquel momento parecía cerca de ser un Estado vasallo de Hitler.
Algunas medidas fueron adoptadas efectivamente. En agosto y septiembre de 1944
el gobierno norteamericano congeló las reservas argentinas de oro y prohibió a
barcos mercantes estadounidenses transportar cargas argentinas. El régimen de
Farrell, desafiante, pidió una reunión de consulta de cancilleres para enjuiciar las
m edidas de presión económick ápFibadas contra él por Estados Unidos. La coñvo-
catoria no prosperó, debido a que las demás repúblicas latinoamericanas, partidarias
de ia posición de Estados Unidos, miraban con antipatía la actitud argentina y se
negaron a acceder a la solicitud de reunir a los cancilleres.
La época de la "política del buen vecino ” (I933 J945) □ 179

En lugar de ello, se congregó en México, en el Palacio de Chapultepec, del 2 í


de febrero al 8 de marzo de 1945, una Conferencia Interamericana Extraordinaria
sobre los problemas de la guerra y la paz. Argentina, por su querella con Estados
Unidos y el bloque latinoamericano antifascista, no participó en la reunión. Los
Estados asistentes debatieron los problemas previsibles del mundo de la posguerra,
así como sus relaciones con el rebelde régimen argentino. Se adoptó el Acta de
Chapultepec, referente a actos o amenazas de agresión contra cualquier república
americana. El acta recomienda la adopción de un tratado de asistencia recíproca
contra todo tipo de agresión extra o iniracontinental, es decir, la multilaterajjzación
definitiva de ía Doctrina Monroe. A sí mismo, se resolvió que todos los países que
aún no lo habían hecho, declarasen la guerra a las potencias enemigas y entrasen a
form ar parte de las Naciones Unidas. Con respecto a Argentina, hubo dos posicio­
nes: una “dura” , representada por Estados Unidos, y otra “blanda”, defendida por
la mayoría de las repúblicas latinoamericanas. Se resolvió dar una oportunidad a
Argentina: si adhería a los principios del Acta de Chapultepec y abandonaba su
neutralidad frente a Alemania y Japón, se le admitiría para formar parte de las
N aciones Unidas y participar con pleno derecho en todas las actividades
interamericanas futuras.
En vista de que los textos de las resoluciones de Chapultepec no herían el
orgullo argentino, ese país aceptó. A sí fue como el gobierno de Buenos Aires llegó
por fin a declarar la guerra a la alianza germano-japonesa el 27 de abril de 1945, tres
días antes del suicidio de Hitler y doce días antes de la capitulación incondicional
de los nazis.
Bolivia también fue objeto de gran preocupación por parte de Estados Unidos
durante la Segunda Guerra Mundial. En los primeros años de ese conflicto, la
oligarquía del estaño se enriqueció extraordinariamente, suministrando el estraté­
gico mineral a los aliados. En nombre de la lucha “por la dem ocracia” se reprimió
a los obreros y se les explotó duramente. En 1942 centenares de trabajadores
mineros en huelga fueron masacrados con ametralladoras. Este hecho provocó, en
1943, un golpe de Estado dirigido por el general Gualberto Villarroel con el apoyo
del partido M ovimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), falsamente denun­
ciado como “nazi” por la oligarquía y los stalinistas. Con el apoyo de los civiles
radicales del M NR, Villarroel reinició la política reformista de Busch. Su política
exterior iba dirigida en contra de la dependencia del país ante los norteamericanos
y los ingleses, cosa que trataron de aprovechar los nazis, que tenían simpatizantes
entre los militares que siguieron a Villarroel.

R esum en

En general, la etapa de la Política del Buen Vecino se caracterizó por una


considerable liberalización de la hegemonía norteamericana sobre la América
Latina, y eventualm ente p o ruña cruzada conjunta de los países del hemisferio (con
excepción de Argentina), bajo la jefatura de Estados Unidos, contra las potencias
fascistas en la Segunda Guerra Mundial.
La liberalización mencionada se explica en parte por el debilitamiento del
establishm ent capitalista norteamericano y el surgimiento de fuerzas populares en
180 □ Relaciones internacionales de América Latina

T ab la 7

Tabla cronológica VII

A ños E E U U , M éx ico A m é r ic a d e l S u r R e la c io n e s
y e l C a rib e I n te r a m e r ic a n a s

i 933 R etiro norteam ericano (le G uerra del C haco desde 1932. VII C onferencia Interam ericana en
Haití. Caída d e Gerardo M ontevideo.
M achado.

1934 Anulación déla Enmienda


Platt. Lázaro C árdenas,
presidente.

1935 B olivia y Paraguay firm an la paz en


Buenos Aires

1936 “ Acta plebiscitaria” d e las fuerzas C onferencia Interam ericana E xtra­


armadas paraguayas. Coronel David ordinaria, Buenos Aires.
T oro al m ando de Bolivia.
"E stado Novo1' en Brasil.

1937 M asacre d e haitianos por Expropiación de la Standard O il en


Trujillo. Bolivia.

1938 N acionalización Ratificado tratado de paz Bolivia- VIH C onferencia Interam ericana,
del petróleo mexicano. Paraguay. Lima.

1939 M uerte de Germ án Busch. Acuerdo 1 Reunión deconsulta deC ancilleres


R oosevelt-Vargas. A m ericanos, Panamá.

1940 A rreglo petróleo EEUU- H Reunión de C onsulta, La Habana.


M éxico. A vila Cam acho A cta de la H abana. R esolución
presidente de México. sobre colonias.

1941 Conflicto Ecuador-Perú. Ataque japonés a Pearl Harbor.

1942 Protocolo de Río (Ecuador-Perú). III R eu n ió n de C o n s u lta , R ío.


M asacre d e mineros bolivianos! C reación de Junta Interam ericana
d e Defensa. Diversas declaraciones
d e guerra al Eje.

1943 “ Revolución m ilitaren Argentina". Neutralidad argentina y divergen­


A scenso de V illarroel en Bolivia. cias con Estados Unidos.

1944 Declaraciones de guerra. Se agrava


la crisis A rgentina-Estados Unidos.
M ás declaraciones de guerra.

1945 A scenso de Perón. C onferencia Interam ericana E xtra­


ordinaria sobre los problem as de la
G uerra y la Paz (Chapultepec). A cta
de Chapultepec. A rgentina cam bia
de actitud.
La época de la "política del buen vecino” ( 1933-1945) □ 181

Estados Unidos, por efecto de la gran depresión de 1929-1933. En parle se debe a


la m adurez y sofisticación del equipo gobernante de Franklin Roosevelt, consciente
de que la hegemonía de su país se mantenía mejor por métodos indirectos y
reformistas que por la fuerza bruta. También influyó grandemente la necesidad en
que se veía E sta jo s Unidos de hacer concesiones para ganar amigos contra la
amenaza nazi-fascista.
La Segunda G uerra Mundial tuvo un efecto estimulante en el desarrollo
económico y social de los países latinoamericanos y contribuyó a echar las bases
para futuros cambios estructurales o intentos para realizar tales cambios.
Guerra fría y defensa del statu quo (1946-1957)

El mundo de la posguerra

Durante la guerra contra el nazi-fascismo, la democracia capitalista y el


socialismo de tipo marxista-leninista pudieron constituir una gran alianza, olvidan­
do temporalmente sus diferencias frente al enemigo común. En la creencia de que,
luego de la derrota de Hitler y Japón, su alianza podría perdurar, los Tres Grandes
crearon la Organización de las Naciones Unidas con su directorio de cinco potencias
dirigentes. Pero la unidad y la cohesión de dicho directorio ya estaba resquebrajada
en el m omento en que formalmente se estableció. Apenas vencidos Alemania y
Japón, volvió a estallar el inevitable antagonismo entre los sistemas capitalista y
socialista, com binado con la tradicional rivalidad internacional entre rusos y
anglosajones.
La guerra había dejado grandes “vacíos de poder” . Por el momento, el gran peso
político, económico y militar de Alemania había desaparecido del mapa. Inglaterra,
victoriosa pero extenuada, había perdido su rango de primera potencia y no era
capaz de m antener su dominación sobre su vasto imperio. Francia había descendido
aún más dramáticamente. Estados Unidos, en cambio, había subido al prim er puesto
entre los imperios del mundo: sin haber sufrido destrucciones en su propio territorio,
e inmensamente fortalecido en los planos económico, político y militar, luego de
breves vacilaciones, fue asumiendo el papel — anteriormente desempeñado por los
británicos— de guardianes y dominadores de los mares. La URSS por su parte, no
obstante de haber perdido a 20 millones de habitantes y la casi totalidad de su
industria al oeste de los Urales, poseía los recursos humanos, materiales, morales
e intelectuales necesarios para ocupar el puesto de segunda potencia del mundo con
la expansión y el fortalecimiento de su control sobre gran parte de la masa
continental de Eurasia.
Se inició por rápidas etapas el proceso de deterioro de la Gran Alianza y de
marcha hacia la guerra fría: confrontación entre el capitalismo y el socialismo y, al
m ism o tiempo, pugna entre dos grandes potencias que, por la forma, aunque no por
el contenido social de su conflicto, continuaron las estrategias trazadas en el pasado
por el Imperio Británico y la Rusia Zarista, respectivamente.
Los conflictos entre las dos potencias comenzaron en el segundo semestre de
1945 y se agravaron en 1946. La guerra civil griega, el problema de los Estrechos,
la cuestión de Irán, la progresi va sovietización de Europa oriental y los desacuerdos
sobre A lem ania determinaron el rumbo general de los acontecimientos. Ya en 1946
Churchiü hablaba de ‘'guerra fría” y de “cortina de hierro” . En 1947 se proclamó la
Doctrina Trum an y se lanzó el Plan MarshalL
En 1948 comenzó de lleno la etapa de la guerra fría. Occidente procedió a crear
la OTAN, y Stalin sovietizó la Europa centro-oriental a través de los partidos del
184 O Relaciones internacionales de América Latina

Coniinform. Las dos Alemanias se separaron de manera definitiva con sus respec­
tivos gobiernos: uno basado en el capitalismo, y otro en el socialismo centralista. En
China, M aoTse-Tung inició la gran ofensivaqueen 1949 culminaría con un triunfo
completo. Ese mismo año ocurrió el bloqueo de Berlín, y de 1950 a 1952 la guerra
fría alcanzó su etapa más tensa y peligrosa con el conflicto de Corea.
En 1953, la muerte de Stalin, la tregua en Corea y el equilibrio nuclear
determinaron el inicio de una nueva fase, la de estabilización o “institucionaliza-
ción” de la guerra fría, con un comienzo de distensión y el surgimiento de fuerzas
no alineadas. Pero hasta 1957 se mantuvo firme la división bipolar del mundo.
En ese ambiente mundial, obviamente la potencia norteamericana procuró
incluir a América Latina en su sistema estratégico para la lucha contra el “com unis­
mo internacional” impulsado por los gobernantes de M oscú. En la etapa 1946-1947
todavía fueron leves y vacilantes las presiones ejercidas por W ashington para
enmarcar a Latinoamérica firmemente en el bloque occidental. A partir de 1948
dichas presiones se tornaron decididas y fuertes. Estados Unidos comenzó a apoyar
las tendencias dictatoriales de derecha para acabar violentamente con movimientos
latinoamericanos de liberación nacional y social surgidos a partir de 1943.

Movimientos nacionalistas y democráticos en Latinoamérica

Ya se señaló en el capítulo anterior que la Segunda Guerra Mundial ejerció un


efecto estimulante sobre el nacionalismo de los pueblos latinoamericanos. En
primer lugar, la elevada demanda de materias primas por parte de Estados Unidos
trajo prosperidad y alentó la formación de capital nacional en los Estados situados
al sur del Río Bravo. En segundo término, la escasez de artículos de consumo
m anufacturados en Estados Unidos impulsó y obligó a las burguesías latinoameri­
canas a crear industrias manufactureras. Con la formación de núcleos industriales
se originaron sectores empresariales nacionales, por el momento independientes del
capital extranjero. También surgieron nuevos sectores profesionales y técnicos que,
junto con los mencionados empresarios, integraron clases burguesas nacionales.
Por el otro lado, creció el número de los obreros latinoamericanos y éstos,
estimulados por las condiciones económicas favorables y por la ideología democrá­
tica y antifascista predominante, constituyeron sindicatos y lucharon por sus
derechos.
Por otra parte, los intelectuales latinoamericanos durante los años 1936-1945
— desde el estallido de la guerra civil española hasta el fin de la Segunda Guerra
M undial— vivieron bajo la influencia del pensamiento progresista mundial. Las
luchas antifascistas de Europa los alentaron a em prender el combate contra las
fuerzas reaccionarias y opresivas dei hemisferio occidental. Ese fenómeno de
creciente despertar de conciencias democráticas y patrióticas se unió al factor
objetivo del fortalecimiento de empresarios nacionales, nuevas capas medias y
clase obrera.
L a “Revolución M ilitar” argentina de 1943, pese a su carácter ideológico
semifascista, reflejó en parte los intentos de ascenso de las clases medias renova­
doras. En el mismo año, el golpe boliviano de Gualberto Villarroel contra la “rosca”
minera y latifundista, que masacró a los obreros en 1942, constituyó otro acto
Guerra fría y defensa del statu quo (1946-1957) □ 185

orientado hacia el cambio social y la liberación de Bolivia del control de consorcios


extranjeros.
En 1944 ocurrió un levantamiento democrático y nacionalista en Guatemala. El
Partido Revolucionario Guatemalteco, agrupación de capas medias a la cabeza de
campesinos y obreros, tomó el poder con la ayuda de sectores militares dem ocrá­
ticos y, bajo la jefatura de Juan José Arévalo, adoptó medidas reformistas, y elaboró
planes para liberar al país de la dominación de la United B ru jí Company, así como
para fortalecer la posición del pueblo frente a la oligarquía.
En 1945, en Venezuela se llevó a cabo el movimiento revolucionario cívico-
militar del 18 de octubre de 1945, que también formó parte de la ola general de
cambios nacionalistas y populares en América Latina. Ese movimiento puso fin a
46 años de hegemonía de mandatarios procedentes de laregión andina de Venczuela,
hegem onía que tuvo el efecto de unificar y centralizar al país pero benefició
primordialmente a las transnacionales petroleras y a una oligarquía latifundista e
importadora. Aunque el presidente Isaías M edina Angarita, último heredero polí­
tico del régimen “andino”, fue liberal y benévolo, el golpe revolucionario de octubre
de 1945 significó un cambio progresista. El movimiento cívico-militar movilizó al
pueblo, lo llevó a participar en la política, desplazó a la oligarquía terrateniente del
poder fundamental y elevó a dominante a una burguesía empresarial que surgió de
las capas medias promotoras o simpatizantes del alzamiento de octubre.
En 1946 fue elegido Juan Domingo Perón para ia presidencia de la nación
argentina. En form a autoritaria e ideológicamente confusa, el caudillo argentino
encabezó el mismo proceso de ascenso popular y nacionalista que se dio en
Guatemala y en Venezuela. Paradójicamente, el hecho de que Argentina estuviera
estructural y culturalmente más avanzada que los dos países mencionados no se
reflejó en la evolución de sus ideas políticas predominantes. Si los movimientos
populares guatemalteco y venezolano actuaron en nombre de claros principios
socialdemócratas, en cambio el populismo peronista sufría de las taras del persona­
lismo, del abuso del poder, y de una indigesta mezcolanza de ideas de origen fascista
con otras de tipo socialdemócrata. Para aquella época, casi ningún demócrata o
progresista latinoamericano entendió que el peronismo era, pese a todas sus fallas,
un movimiento hacia la liberación de la nación y del pueblo argentino, y se tendió
a atacar y condenar a Perón como “fascista” y “reaccionario”.
Lo mismo era cierto en el caso del caudillo boliviano Gualberto Villarroel. Lo
respaldaba totalmente el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz
Estenssoro. Igualmente, los trotskistas tuvieron frente a Villarroel una actitud
comprensiva. En cambio las izquierdas y los demócratas avanzados de otros países
latinoamericanos — así como los comunistas bolivianos de tendencia stalinista—
atacaban a Villarroel y lo consideraban “nazi”. En 1946, cuando la oligarquía
derrocó al mandatario nacionalista y lo colgó en la Plaza Murillo, pocos demócratas
del exterior entendieron la significación reaccionaria del hecho.

Guerra fría y auge dictatorial (1948-1957)

Desde 1948, el gobierno norteamericano se inclinó en una dirección represiva


hacia A mérica Latina y los países periféricos del “mundo libre” en general. Ante la
186 □ Relaciones internacionales de América Latina

confrontación cada día más neta con la Unión Soviética, y el peligro de que la guerra
fría se convirtiera en caliente, los estrategas de W ashington dejaron de pensar en
términos de difusión de sus ideas por la vía reformista, y comenzaron a alentar el
establecim iento de regímenes de fuerza procapitalistas y antiizquierdistas en los
países subdesarrollados. El presidente Harry Truman, hasta el fin de su segundo
m andato en 1953, siguió simpatizando con las fuerzas democráticas exteriores pero
no impidió que sus servicios de inteligencia militar conspiraran contra gobiernos
constitucionales y apoyaran golpes de derecha. El ascenso en 1953 del presidente
Dwight D. Eisenhower y de su canciller John Foster Dulles inclinó la balanza
totalmente hacia el prodictatoríalismo.
En su política conservadora y represiva hacia A m érica Latina, Estados Unidos
trató de valerse de dos instrumentos y mecanismos adoptados por la comunidad
interam ericana en los años 1947 y 1948: el Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR) y la Organización de los Estados Americanos (OEA).
El TIA R había sido suscrito en Río de Janeiro durante la Conferencia
Interamericana para el M antenimiento de la Paz y la Seguridad Continentales,
celebrada entre el 15 de agosto y el 2 de septiembre de 1947. En esa reunión se había
discutido la aplicación de los principios de Chapultepec, que preveían la creación
de un mecanismo multilateral de defensa contra agresiones extra e intracontinentales
que sustituyese la Doctrina Monroe. Los Estados latinoamericanos esperaban que
ese Tratado sirviese de garantía contra eventuales ataques de sus vecinos y hasta
contra intentos intervencionistas de la potencia del Norte. Esta, por su parte, lo
m iraba como parte de su aparato estratégico anticomunista: lo que sería la OTAN
para unir a Norteamérica y Europa occidental contra el campo soviético, el TIAR
io sería — según Estados Unidos— para el hemisferio occidental.
Durante la discusión del proyecto del Tratado, Estados Unidos había propuesto
que el TIAR tuviese efectos no sólo en caso de un ataque directo contra un país
americano, sino hasta cuando fuere agredida una “base” de tal país fuera del ámbito
hemisférico. Esa idea fue rechazada por los latinoamericanos, y se resolvió que sólo
en caso de agresión directa contra el territorio de un país entrarían a funcionar de
inmediato los mecanismos de acción conjunta; cuando el ataque se dirigiera contra
una base extracontinental, sólo se procedería a reunir el órgano de consulta. Tres
países que en aquel m omento poseían gobiernos dem ocráticos reform istas
— Guatemala, Uruguay y Venezuela— habían propuesto que el TIAR previese la
acción solidaria contra violaciones a los derechos humanos en el seno de los Estados
americanos. Pese a las buenas intenciones, tal cláusula era susceptible de conver­
tirse en instrumento intervencionista, y por el lo M éxico y otros países democráticos
se opusieron a ella, como lo hicieron también, por motivos menos honorables, las
dictaduras.
E n 1948 se reunió en Bogotá la IX Conferencia Internacional Americana. Los
países latinoamericanos democráticos y reformistas deseaban que se adoptara una
Carta que echara las bases jurídicas para crear una comunidad americana sin
hegemonías. Opinaban que al institucionalizarse el sistema interamericano como
organización regional de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas se hacía
posible el manejo de dicho sistema por sus miembros latinoamericanos, obligándo­
se al socio mayor a que acatase la voluntad de la mayoría y dejase de jugar un papel
prepotente c intervencionista. El gobierno norteamericano, a su vez, temía inicial­
Guerra fría y defensa del stalu quo (1946-1957) □ 187

mente que la carta de la OEA pudiera resultar un impedimento al libre ejercicio de


su poder nacional. Sin embargo, durante el proceso de redacción del proyecto de la
Carta y en la propia conferencia de Bogotá, la posición de Washington sufrió un
cambio. Los gobernantes norteamericanos se dieron cuenta de que la realidad
política garantizaba la continuación de su hegemonía sobre las Américas, y que la
Carta les era útil, recubriendo la fundamental desigualdad de los países americanos
de un manto de igualdad formal. Estados Unidos confiaba en su capacidad para
ejercer influencia determinante en el seno de la organización, no sólo a través de los
medios tradicionales de presión en las relaciones bilaterales, sino también por
medio del Consejo y la Unión Panamericana, con sede en Washington.
El TIA R y la OEA se basaban en cuatro principios jurídicos esenciales: 1) la no
intervención; 2) la igualdad jurídica de los Estados; 3) el arreglo pacífico de las
diferencias; y 4) la defensa colectiva contra agresiones. Com o lo señala Jerome
Slater (1967), los primeros dos principios implican la defensa de la soberanía de los
Estados; los otros dos enfatizan la cooperación entre ellos. En ciertos momentos,
esas dos ideas básicas se vuelven contradictorias en la práctica. En todo caso, las dos
últimas pueden ser manejadas por la potencia hcgemónica.
En esa época fue firmado el Pacto de Bogotá, instrumento jurídico que establece
mecanismos de arreglo pacífico de diferendos. Ese pacto incorpora el contenido del
Tratado Gondra de 1923, los pactos de conciliación y de arbitrajede 1929, el Tratado
Saavedra-Lamas de 1933, el Tratado de Buenos Oficios y Mediación de 1936, y
otros. A sí mismo, se resolvió crear la Comisión Interamericana de Paz, proyectada
desde 1940.
La OEA funcionó com o mecanismo de seguridad colectiva en unos pocos casos
de conflictos entre países americanos. Entre 1957 y 1960 se ocupó de la disputa
territorial fronteriza existente entre Honduras y Nicaragua. En 1957 estalló la lucha
armada entre los dos Estados, y la OEA actuó para restablecer la paz. Eventualm en­
te, el problema fue llevado ante la Corte Internacional de Justicia que, en 1960, dictó
un fallo favorable a Honduras. En 1948 el TIAR fue invocado ante un conflicto
armado entre la dictadura nicaragüense y el régimen democrático de Costa Rica. La
pugna entre los dos países se encendió de nuevo en 1955, y la OEA tomó medidas
para restablecer la paz. En 1950 Haití invocó el TIAR cuando el régimen dom ini­
cano del dictador Trujillo dio apoyo a exiliados haitianos para tratar de derrocar al
gobierno reformista de Dumarsais Estimé.
Desde 1948 en adelante el auge de la guerra fría llevó al gobierno norteam eri­
cano a colocar la seguridad militar y policial por encima de cualquier otra
consideración en lo referente a los países subdesarrollados sometidos a su hegemo­
nía. La política de “luz verde” á las corrientes autoritarias conservadoras, junto con
la práctica de calificar de “com unistas” a todos los movimientos populares tendien­
tes hacia la transformación del sistema social, hicieron posible el derrocamiento de
los gobiernos democráticos de Venezuela y de Perú en 1948, y de Cuba en 1952, así
com o la adopción de medidas represivas antiizquierdistas hasta por aquellos
regímenes que formalmente mantenían su carácter constitucional. En la mayoría de
los países de América se procedió a enviar a la clandestinidad a los partidos
com unistas y otras agrupaciones radicales, bajo la influencia del macartismo que
desbordaba los límites de Estados Unidos y llegó a dominar el hemisferio entero.
El auge dictatorial derechista fue resistido por los gobiernos democráticos que
188 □ Relaciones internacionales de América Latina

quedaban en el poder, y en algunos casos surgieron conflictos violentos entre unos


y otros.
Cuando José Figueres, apoyado moralmente por los socialdemócratas de
Venezuela y de Puerto Rico, tomó el poder en Costa Rica en 1948, de inmediato
surgieron conflictos entre él y el dictador Somoza de Nicaragua. Las compañías
bananeras norteamericanas y la oligarquía latifundista de Centroamérica temían a
Figueres por sus tendencias reformistas y favorables a los intereses de los trabaja­
dores y las capas medias democráticas. El Departamento de Estado apreciaba al
nuevo mandatario costarricense por su intenso anticomunismo, pero no así las
com pañías norteamericanas. Alentado por los grandes intereses económicos de
Centroam érica y Estados Unidos, Somoza dio asilo y ayuda a costarricenses de
derecha, enemigos de Figueres, que invadieron Costa Rica desde territorio nicara­
güense en 1948. Costa Rica se dirigió a la OEA e invocó el Tratado de Río. La
organización regional actuó prontamente, restableciendo la paz.
Sin embargo, el conflicto entre la democracia costarricense y la dictadura de
N icaragua estalló una vez más en 1955, invocándose nuevamente el TIA R y
restableciéndose la paz. Al igual que en 1948, Estados Unidos tuvo una actitud
imparcial, o quizás ligeramente inclinada a favor de Costa Rica. Si bien la United
Fruit y demás compañías norteamericanas preferían al dictador feudal — quien les
otorgaba enormes privilegios— y se oponían al reformista de San José, la Casa
Blanca y el Departamento de Estado jugaban la carta del apoyo a un demócrata
anticomunista que, en el fondo, garantizaba la estabilidad del sistema capitalista
mejor que un reaccionario extremo.
El déspota dominicano Rafael Leónidas Trujillo había tenido conflictos con la
Venezuela democrática de 1945-1948 y con sus vecinos haitianos. En 1946, Haití
experimentó un ascenso de sus capas medias reformistas y democráticas, con
amplio apoyo obrero y campesino, cuando llegó al poder el presidente Dumarsais
Estimé. El tirano dominicano amparó en su país a exiliados haitianos de derecha y
los ayudó en sus conspiraciones contra Estimé, socialdemócrata que — para los
términos de la realidad de Haití— representaba una tendencia análoga a la de
Bctancourt en Venezuela y Figueres en Costa Rica. En 1949, Haití llevó ante la OEA
su disputa con Santo Domingo, pidiendo que la organización regional usara sus
buenos oficios para restablecer la armonía. La OEA actuó de conformidad con ese
deseo y los dos países firmaron una declaración de amistad. Poco después, Trujillo
respaldó una intentona contra Estimé, y Haití invocó el TIAR. M ientras se
deliberaba sobre el caso, Estimé fue derrocado por el general Paul M agloire, de
tendencia conservadora, y las relaciones haitiano-dominicanas se estabilizaron a
partir de ese momento.
En agosto de 1948 Trujillo se dirigió a la OEA para denunciar una expedición
de fuerzas revolucionarias democráticas dominicanas desde Cuba. En 1949 emitió
una segunda denuncia en el m ism o sentido. Cuba replicó invitando a la Comisión
Interamericana de Paz a que realizara una investigación, pero la Comisión decidió
que no había necesidad de ello.
En 1949 Estados Unidos se mostró preocupado por la actividad de la “Legión
del Caribe” (un cuerpo armado que contaba con el apoyo de las fuerzas reformistas
del área). Hasta hoy la historia de la legión se encuentra sumida en cierto misterio.
Se presum e que fue organizada y apoyada por Betancourt, Figueres, M uñoz Marín
Guerra fría y defensa del statu quo (¡946-1957) Q 189

y Frío Socarrás, además de sectores liberales norteamericanos. Su objetivo princi­


pal era derrocar a los dictadores reaccionarios del Caribe y, al mismo tiempo,
impedir un fortalecimiento de los comunistas en la región. En 1949-1950 Estados
Unidos llevó ante la OEA el problema global de la paz en el Caribe, y la organización
regional, a través dei Comité Interamcricano de Paz, se expresó en el sentido de que
era encom iablc luchar por la democracia, pero que no había que hacer uso de las
armas para ello.
Si hasta 1953 Estados Unidos todavía toleraba rebeliones reformistas com o la
de Figueres, la situación mundial de guerra fría tendía a llevarlo cada vez más hacia
una actitud “inm ediatista” de respaldo a las acciones antiizquicidistas violentas y
autoritarias. A partir del ascenso de Eisenhower y Dulles, la aprobación de las
dictaduras se hizo evidente. Ante el caso del asilo de Haya de La Torre en la
embajada colom biana en Lima — la dictadura de Odría le negaba salvoconducto y
Colombia recurrió primero a la OEA y luego a la Corte Internacional de Justi­
cia— , Estados Unidos asumió una actitud pasiva para no incomodar al dictador
peruano, aunque el jefe máximo del APR A era conocido por su moderación y su
anticomunismo.

Una excepción: la revolución boliviana

Pese al ambiente represivo general de los años 1948-1957, un acontecimiento


de impacto revolucionario momentáneo se produjo durante esa época. Fue el caso
de Bolivia, donde una corriente nacionalista radical movilizó a las masas para
nacionalizar las minas y hacer la reforma agraria. Después de esos logros, el
movimiento perdió su ímpetu inicial y fue dominado paulatinamente por el
reformismo.
Después del derrocamiento de Gualberto Villarroel en 1946, la “rosca” de los
barones del estaño y los latifundistas había vuelto a tomar el poder político en el país
del altiplano. En las minas los obreros laboraban bajo condiciones inhumanas con
salarios de hambre. En el agro, los campesi nos continuaban sometidos al sistema del
“pongueaje” , es decir, eran siervos de la gleba, maltratados y vejados como en los
primeros siglos de la colonia española.
El M ovimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz Estenssoro y
Hernán Siles Zuazo trabajaba clandestinamente para organizar cuadros entre los
obreros, los campesinos y la clase media. Su programa era el de establecer un
gobierno con esas tres clases populares, para nacionalizar las minas, hacer la
reform a agraria, independizar el país del capital imperialista y redistribuir el
ingreso. En el plano sindical, el Partido Obrero Revolucionario, trotskista, colabo­
raba tácticamente con el MNR.
En 1952 se celebraron elecciones en las cuales el M NR salió victorioso. Los
detentadores del poder se negaron a reconocer los resultados comiciales. El MNR
llamó al pueblo a las armas y se produjo una de las pocas revoluciones que hayan
logrado imponerse en contra de todo eí aparato del Estado, incluido el ejército
tradicional. Los mineros formaron milicias y salieron al combate contra las tropas
gubernamentales. Los campesinos se alzaron poderosamente en el medio rural.
Súbitamente, después de siglos de esclavitud y servidumbre, el indio boliviano,
190 □ Relaciones internacionales de América Latina

descendiente de los bravos guerreros, aym arás de la época prehispánica, alzó la


frente y se decidió a conquistar su dignidad humana o morir. Con dinamita,
machetes y viejos fusiles, las milicias campesinas se unieron a las obreras y
arremetieron contra el ejército de la “rosca” . Tan masivo y heroico fue el levanta­
m iento que el viejo orden político se derrumbó. Un gobierno revolucionario
presidido por Paz Estenssoro tomó el poder y disolvió el ejército tradicional para
sustituirlo por milicias obreras y campesinas.
Poco después se decretó la nacionalización de las minas de estaño. De un solo
plumazo, los tres barones del estaño, Patiño, Aramayo y Hochschild, quedaron
expropiados. Luego se procedió a decretar la reform a agraria. Ya los campesinos,
por su propia cuenta, habían comenzado a repartirse las tierras de los latifundistas
en diversas regiones del país. El decreto expropió a todos los grandes terratenientes
que ejercían una dominación de tipo netamente feudal; en cambio, quedaron
exentos de expropiación aquellos que invertían para modernizar sus explotaciones
y que establecían relaciones capitalistas.
El capitalismo internacional reaccionó con alarma ante la revolución boliviana.
Ocurrió una tremenda fuga de capitales y se amenazó al país, bajo intrigas en su
contra. Ante esa situación, el gobierno revolucionario comenzó a transigir en
algunos aspectos. Se acordó pagar indemnizaciones a los barones del estaño y a los
latifundistas afectados, y los pagos correspondientes se efectuaron con toda
puntualidad. De un sistema de milicias obreras y campesinas se pasó a la creación
de un nuevo ejército. El poder, que al comienzo había estado en manos de las clases
trabajadoras, fue transferido paulatinamente a burócratas del partido gobernante. El
régimen de Paz aseguró a Estados Unidos que respetaría las inversiones extranjeras
y aceptó préstamos y créditos condicionados. Por etapas, se alejó de los trotskistas
que lo habían acompañado en la gesta revolucionaria. El ala izquierda del MNR,
encabezada por Juan Lechín, se fue distanciando del ala derecha; luego pasaría a la
oposición como agrupación aparte, con el nombre de Partido Revolucionario de la
Izquierda Nacionalista (PRIN).
De esa manera, la revolución boliviana sacudió el orden económico y político
establecido en América, pero terminó por ser mediatizada parcialmente por las
fuerzas del statu quo.

Guatemala y la Décima Conferencia Interamericana

Si en Bolivia, lejos de Estados Unidos, fue posible un cambio nacionalista y


democrático relativamente radical, distinta era la situación en Centroamérica,
ubicada en la proximidad del centro político dominante del hemisferio y del canal
interoceánico de Panamá. En esa zona, los intereses económicos norteamericanos
y el propio aparato político y de seguridad de W ashington velaron por la conserva­
ción del sistema existente y promovieron una acción violenta contra quienes
propiciaban cambios sociales y una política nacionalista independiente.
El gobierno reformista de Juan José Arévalo, llegado al poder en 1944, tuvo
com o sucesor otra administración del mismo Partido Revolucionario Guatemalte­
co, esta vez bajo la dirección de Jacobo Arbenz, considerado como más izquierdista
que Arévalo. Llegado a la presidencia en 1950, Arbenz tuvo la intención de poner
Guerra fría y defensa del statu guo (1946-1957) D 191

en práctica un proyecto de reforma agraria que liberaría al campesino guatemalteco


de una opresión feudal inmutable desde la época colonial. Al mismo tiempo, la
reform a agraria afectaría las grandes empresas bananeras» entre las cuales la United
Fruit Com pany era la principal. Las bananeras deberían entregar sus tierras no
cultivadas; al mismo tiempo, otras medidas de reforma y de nacionalismo econó­
mico tenderían a fortalecer el papel del Estado en la vida económica y a dism inuir
el poderío de los consorcios fruteros que habían manejado los países centroam eri­
canos como haciendas y factorías de su propiedad.
Las compañías, y sobre todo la United Fruit, pusieron el grito en el cielo. El
gobierno norteamericano del presidente Dwight Eisenhower y del secretario de
Estado John Foster Dulles — vinculado este último a W all Street y de m entalidad
extremadamente conservadora— acogió el punto de vista de las compañías, y
consideró que las reformas planeadas por el gobierno guatemalteco eran intolera­
bles y lesivas a los intereses y la seguridad de Estados Unidos. El hecho que se
añadía a los factores económico-sociales y que ofrecía a W ashington la oportunidad
de denunciar al régimen de Arbenz com o “procomunista”, era de índole político-
administrativa. El presidente guatemalteco, a diferencia de su predecesor Juan José
Arévalo, no tenía prevenciones ante los marxistas de su país y no veía razón alguna
para prohibir que algunos de ellos participaran en las labores del gobierno en
funciones asesoras. Al buscar asesores y técnicos capaces, Arbenz resolvió no
rechazar a quienes eran de mentalidad socialista y podían tener vínculos indirectos
o directos con el pequeño Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista). El
gobierno de Estados Unidos le señaló que estos hombres estaban en su lista negra
y pidió que fuesen destituidos, pero el presidente de Guatemala rechazó esa
intromisión.
Desde la Conferencia de Bogotá en 1948, Estados Unidos había tratado de
conseguir que el “sistema interamcricano” condenara cualquier injerencia del
“comunismo internacional” en los países del hemisferio. En la propia reunión de
Bogotá, el grupo de los países democráticos latinoamericanos, que inicialmente no
quiso ningún pronunciamiento anticomunista, se dejó convencer por la experiencia
del “bogotazo” (levantamiento popular en la capital colombiana, en el cual los
comunistas pueden haber desempeñado un papel relevante). Se dijo en esa oportu­
nidad, en el acta final de la conferencia, que “por su naturaleza antidemocrática y
su tendencia intervencionista, la actividad política del comunismo internacional o
de cualquier otra doctrina totalitaria es incompatible con el concepto americano de
la libertad” .
En diciem bre de 1950, después de que había estallado la guerra de Corea, el
gobierno norteamericano invitó a los Estados de Latinoamérica a celebrar una
reunión de consulta de cancilleres con el fin de examinar las medidas que cada país
debía adoptar para contribuir a la defensa hemisférica y para prevenir las “activida­
des subversivas del comunismo internacional”. En Guatemala el régimen de Arbenz
tuvo, pues, la mala suerte de iniciar su programa de profundización de la revolución
dem ocrática y nacional precisamente cuando la tendencia general del mundo
occidental era uitraconseívadorá como consecuencia del ataque norcoreano con­
tra Corea del Sur y la intervención de Estados Unidos bajo la bandera de la ONU
en la península coreana.
La IV Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos se llevó a efecto en
192 □ Relacionen internacionales de América Latina

Washington en los meses de marzo y abril de 1951, y se adoptó una resolución para
que cada país tomara medidas de prevención anticomunista. Ello significó, de
hecho, dar luz verde a todas las dictaduras y gobiernos derechistas para que
adoptaran el macartismo y desencadenaran una intensa y cruel represión contra sus
“com unistas” que, las más de las veces, no eran tales, sino demócratas de izquierda
partidarios de las reformas sociales y de una m ayor independencia económica
nacional.
En Guatemala, Estados Unidos mantuvo una línea de cicga identificación con
los intereses de la United Fruit Company cuando el gobierno de Arbenz trató de
m odificar el convenio existente con la empresa, a fin de reducir un poco los
exorbitantes privilegios que el dictador Jorge Ubico le había otorgado. La actitud
de los representantes norteamericanos en Guatemala fue tipificada primero por el
em bajador Pattcrson, quien en 1950 había dicho a Arévalo, según The New York
Times: “Haré lo posible para que usted no reciba de mi gobierno ni un par de botas,
ni un centavo, hasta tanto deje de perseguir a compañías norteamericanas” ; y luego
por el embajador Peurifoy, quien participó,.revólver en mano, en el derrocamiento
de Arbenz.
A principios de 1954 la ley guatemalteca de reform a agraria fue aprobada por
el Congreso. Bajo la presión de los campesinos ya se había comenzado a repartir
tierras en algunas regiones del país. Pero, en general, se trataba de una reform a
agraria moderada, sumamente legalista y prudente, que preveía un procedimiento
de expropiación lento y complicado, y garantizaba el pago de aceptables indem ni­
zaciones a los propietarios afectados. Sin embargo, esa ley, además de la presunta
participación de comunistas en el gobierno de Arbenz, impulsó a Estados Unidos
a dar su pleno apoyo a los esfuerzos de los contrarrevolucionarios guatemaltecos
para derrocar al gobierno constitucional. Los servicios secretos norteamericanos y
el Pentágono comenzaron activamente a entrenar las tropas del coronel Carlos
Castillo Armas, guatemalteco de extrema derecha, exiliado en Honduras junto con
otros contrarrevolucionarios.
Para tener una base jurídica en la cual apoyar su intervención en Guatemala,
Estados Unidos insistió en que la X Conferencia Interamericana (Caracas, a
comienzos de 1954) adoptara una resolución anticomunista que, aunque no m encio­
nara directamente al país centroamericano, no dejara duda alguna en cuanto a la
intención. John Foster Dulles llegó a Caracas y se negó a hablar de cualquier tema
que no fuese el comunismo: los urgentes planeamientos económicos de los países
latinoamericanos serían atendidos por sus adjuntos.
De manera general, la X Conferencia se realizaba bajo condiciones negativas.
Caracas era en esos momentos la capital de una de las dictaduras más opresivas del
continente, la de Marcos Pérez Jiménez, y lospaíses'democráticos de Latinoamérica
habían criticado la elección de la capital venezolana como sede. Costa Rica se negó
a asistir a la reunión, por rechazo a Pérez Jiménez y solidaridad con los demócratas
perseguidos.
El canciller de Guatemala, Guillermo Toriello, tomó la palabra para explicar la
política de su país y pedir el rechazo de la resolución anticomunista que iba dirigida
contra la soberanía guatemalteca. El discurso elocuente y digno de Toriello mereció
grandes aplausos pero, a la hora de votar, la aplastante mayoría de los latinoam e­
ricanos siguió a Estados Unidos. Sólo México y Argentina se abstuvieron, en
Guerra fría y defensa del statu quo ( i 946-1957) □ 193

nombre del principio de la no intervención. El voto de Guatemala fue el único


contrario a la resolución. Esta decía que “la dominación o el control de las
instituciones políticas de cualquier Estado americano por el movimiento comunista
internacional (...) constituiría una amenaza contra la soberanía y la independencia
política de los Estados americanos, pondría en peligro la paz de América, y exigiría
la acción apropiada de conformidad con los tratados existentes”.
Los delegados latinoamericanos, al explicar sus votos, dijeron que ellos
interpretaban la resolución com o de aplicación general, sin referencia a ningún caso
específico. Pero sólo ios ingenuos podrían ignorar que la resolución se refería a
Guatemala. Con este nuevo instrumento jurídico en la mano; los norteamericanos
de inmediato redoblaron sus esfuerzos para preparar la intervención armada contra
el gobierno de Jacobo Arbenz.
En mayo de 1954 Estados Unidos denunció la presunta llegada a Guatemala
de un importante lote de armas checoslovacas. Según los hombres de W ashington,
el propósito del envío sería el de armar milicias obreras y campesinas que, bajo el
mando de elementos marxistas, establecerían una dictadura revolucionaria en el
país. Estados Unidos aceleró los preparativos para la expedición de Castillo Armas
y, al mismo tiempo, trató de promover una reunión de cancilleres para estudiar el
caso de las armas. Guatemala, por su parte, se dirigió al Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas y al Comité Interamericano de Paz para denunciar las
amenazas de intervención desde Nicaragua y Honduras. Posteriormente, resolvió
retirar su solicitud al Com ité de Paz de la OEA porque mientras éste actuaba, las
Naciones Unidas no se ocuparían del asunto por presión de Estados Unidos. La
Comisión de Paz decidió seguir llevando el asunto, y el Consejo de Seguridad
decidió, por cinco votos contra cuatro, que había que agotar los recursos regionales
antes de considerar la denuncia guatemalteca en la organización mundial. De este
modo, Guatemala quedó a merced del “sistema interamericano” dominado por
Estados Unidos.
Las fuerzas contrarrevolucionarias de Castillo Armas invadieron Guatemala
el 17 de junio de 1954. Aviones de una compañía filial de la Pan American Airways
las transportaron a través de los territorios de los países vecinos hasta la frontera
guatemalteca. Aparatos DC-3 piloteados por aviadores norteamericanos bom bar­
dearon Ciudad de Guatemala y Puerto Barrios. Barcos de guerra norteamericanos
navegaban entre Jam aica y Centroamérica, listos para descargar miles de infantes
de m arina en Guatemala si fuese necesario. Pero, pese a toda esta ayuda norteame­
ricana directa y a haber sido adiestrados y armados por el ejército de Estados Unidos,
los elementos de extrema derecha que integraban el movimiento de Castillo Armas
mostraron una gran incapacidad a la hora del combate, y no lograron su objetivo de
avanzar hacia la capital.
Jacobo Arbenz fue derrocado por un golpe militar que el embajador de Estados
Unidos, John Peurifoy, organizó en la capital misma. Los militares que sacaron a
Arbenz del poder estaban divididos en dos bandos. Uno de ellos, dirigido por el
coronel Carlos Enrique Díaz, era de tendencia centrista. Esta corriente favorecía el
mantenimiento de algunas de las reformas realizadas por el régimen de Arbenz, así
como la continuación de la investigación pedida por el gobierno caído, sobre las
amenazas y la agresión externa contra Guatemala. El otro bando militar, encabeza­
do por el coronel Elfego Monzón, era de derecha y apoyaba a Castillo Armas. Al
194 □ Relaciones internacionales de América Latina

instalarse D íaz en el gobierno, el em bajador norteamericano John Peurifoy, perso­


nalmente, revolveren mano y acompañado de los infantes de marina de la misión
de Estados Unidos, lo arrestó y lo desalojó del poder, que entregó al coronel
Monzón. Este se apresuró a llamar a Castillo Armas para cederle el mando.
Así terminó la operación Guatemala. De conformidad con el espíritu de la época
1948-1957, represivo y de “guerra fría”, el centro dominante liquidó al vasallo
rebelde que lo había desafiado en el plano de los intereses económicos y políticos.

Las caídas de Vargas y de Perón

Durante el mismo lapso cayeron dos caudillos políticos sudamericanos que en


sus respectivos países habían fomentado y dirigido movimientos de masas de
orientación nacionalista, opuestos en algunos aspectos al sistema establecido en el
hem isferio occidental. Aunque en ambos casos no se conocen aún todos los datos
necesarios para determinar en qué medida Estados Unidos influyó en el derroca­
miento de esos líderes, o participó en su “desestabilización”, no cabe duda de que
por lo menos ciertos intereses económicos norteamericanos, junto con sectores
oligárquicos de Brasil y Argentina, saludaron con satisfacción la caída de Getulio
Vargas y de Juan Domingo Perón.
Getulio Vargas había dejado la presidencia brasileña en 1945, pero quedó en el
Senado del país y comenzó en seguida a preparar su retom o a la primera m agistra­
tura. Desde 1947 llevó a cabo una fuerte campaña de propaganda a favor de la
redistribución del ingreso y la justicia social, así como de una industrialización
nacional autónoma. La organización política que más directamente lo apoyaba era
el Partido Trabalhista (Laborista) constituido por quienes habían sido sus seguido­
res más leales en el ámbito sindical, además de antiguos funcionarios de su
gobierno. También el Partido Social Demócrata, constituido por elementos de la
burguesía empresarial con apoyo de capas medias se basó en la tradición varguista.
En la Provincia de Sao Paulo, el Partido Social Progresista de A dhemar de Barros
ofreció igualmente su respaldo a Getulio Vargas. En 1950 Vargas fue designado
candidato presidencial por el PTB y el PSP, mientras que el PSD presentó un
candidato propio. El viejo caudillo triunfó con el 49% de los votos c inició su
presidencia en 1951.
Vargas lomó iniciativas nacionalistas a las cuales se opuso el sector capitalista
con vinculaciones foráneas. Las compañías petroleras transnacionales quedaron
descontentas por la creación en 1951 de la em presa petrolera estatal Petrobras.
Tanto intereses privados nacionales como extranjeros se opusieron al proyecto de
nacionalizar la electricidad a través de una empresa estatal, Electrobras. En 1953,
la clase capitalista brasileña, así como las empresas foráneas establecidas en el país,
protestaron contra los decretos por los cuales Vargas aumentaba los salarios y
trataba de controlar los precios. Tanto Vargas como su ministro del Trabajo, Joáo
Goulart, hablaban ante las masas laborales del país en un lenguaje radical, conside­
rado peligroso por los sectores conservadores.
E1 descontento de las clases pudientes y del capital extranjero ante el naciona­
lismo y el populismo de Getulio Vargas se vio intensificado por una política fiscal
tendiente a aum entarlos gastos sociales y administrativos mientras no crecían en la
Guerra fría y defensa del statu quo ( ¡946-1957) Ü 195

misma m edida los gastos para el fomento de la producción. Los sectores populares
también se sentían defraudados por la incontenible inflación.
El Io de mayo de 1954, el presidente Vargas atacó con vehemencia a la alta
burguesía brasileña y al capitalism o transnacional, a la vez que anunció el aumento
de los salarios m ínimos en un 100%. Las clases ricas y los grandes empresarios
reaccionaron con gritos de ira y de alarma. El periodista Carlos Lacerda, ex
comunista pasado al bando opuesto, intensificó la ponzoña de sus ataques contra el
Presidente.
El día 5 de agosto elementos de la guardia presidencial atentaron contra La­
cérela. Este escapó con heridas leves, pero un mayor de la fuerza aérea que lo
acompañaba resultó muerto. Una ola de indignación se levantó en el país, estim u­
lada por todos los elementos antivarguistas, tanto reaccionarios com o liberales. A
este propósito, no debe olvidarse que Vargas, caudillo y demagogo, no sólo era
combatido por oligarcas que le temían por sus medidas populistas, sino también por
demócratas de buena fe y de orientación social progresista.
Desde el discurso del I o de mayo, elementos militares derechistas conspiraban
contra el presidente Vargas. El atentado contra Lacerda sirvió para estim ular y
acelerar los preparativos golpistas. El 24 de agosto Getulio Vargas, acosado por sus
enemigos, se suicidó. Dejó un testamento político en el cual declaró que su fatídica
decisión se debía a la insoportable conspiración de fuerzas oscuras, apoyadas por
las clases ricas del país y del exterior, contra un hombre que había dedicado su vida
a luchar por el pueblo humilde. “Os di mi vida (...) Me sacrifico por vosotros (...)
Doy el paso hacia la eternidad y os dejo mi vida, para entrar a la historia” .
No cabe duda que las fuerzas más conservadoras de Brasil y de todo el
hemisferio occidental respiraron con alivio al conocer la noticia de la muerte de
Vargas. Lacerda y los elementos más derechistas del país trataron de impedir que
las corrientes políticas herederas del getulismo llegarán al poder en las elecciones
de 1955. Cuando Juscelino Kubitschek, candidato del Partido Social Demócrata
con apoyo del Partido Trabalhista triunfó con el 36% de los votos, los sectores
militares de extrema derecha, junto con Lacerda y con el apoyo de la gran oligarquía
financiera, lanzaron un movim iento golpista contra el reconocimiento de su triunfo.
Pero el mariscal Teixeira Lott, dem ócrata y constitucionalista, se opuso con la
mayoría de las fuerzas armadas a la conspiración derechista, y garantizó la toma de
posesión de Kubitschek, a comienzos de 1956. Asistido por el vicepresidente Joáo
Goulart, trabalhista, el presidente Kubitschek inició una acción gubernamental que
reflejaba los intereses de los nuevos sectores empresariales, manufactureros,
inicialmente independientes de las compañías transnacionales, aunque luego llega­
ron a asociarse con ellas. Kubitschek comenzó con una reputación de nacionalista
y de adversario de Estados Unidos, pero desde el poder comenzó a buscar la
colaboración y la amistad del país del Norte.
La caída de Juan Domingo Perón en Argentina, en 1955, fue el producto de una
conspiración conjunta de fuerzas conservadoras y oligárquicas con elementos
democráticos antidictatorialcs. Como Getulio Vargas en Brasil, Perón fue un
caudillo dem agogo y contradictorio, pero cuya acción, en su conjunto, se dirigía
hacia el mejoramiento de la suerte de las mayorías populares y en contra de los
grupos privilegiados. Al mismo tiempo, su gestión fue nacionalista y contraria a la
hegemonía económ ica y política de las potencias anglosajonas, aunque en ese plano
196 □ Relaciones internacionales de América latina

tuvo inconsecuencias y debilidades. Desde comienzos de la década de los años


cincuenta, la política peronista de grandes gastos para la reforma social tendió a
debilitar laproducción. Una compañía estatal compraba los productos agropecuarios
a precios bajos y los suministraba a precios también reducidos a ios habitantes de
las ciudades. El ingreso de los estancieros — hasta entonces la clase más privilegia­
da del país— disminuyó y com enzó la descapilalización del campo. Bajo el doble
efecto de la baja de la producción agropecuaria y de los enormes gastos sociales y
administrativos del gobierno, la inflación hizo su aparición. En 1952 el costo de la
vida aumentó en un 73% y los salarios sólo en un 35%. En 1953 la tendencia
inflacionaria se acentuó aún más. Ello ocasionó un relativo debilitamiento del
régimen y vacilaciones en su política.
Durante los años 1946-1954, la doctrina peronista enfatizaba los objetivos
antiimperialistas del movimiento. Tanto Estados Unidos como la URSS eran
denunciados como portadores de sistemas opresivos y antihumanos, y como
potencias imperialistas. Latinoamérica debía luchar por su independencia contra
ambos imperios. En este contexto, el justicialism o representaba la “tercera fuerza”
entre el capitalismo y el socialismo marxista. El justicialism o, calificado también
de “socialismo nacional”, representaría el sistema de justicia y armonía sociales,
apropiado no sólo para el pueblo argentino sino para los de toda Latinoamérica.
Para demostrar en la práctica ese afán antiimperialista, Perón dio su apoyo a la
Revolución Boliviana de 1952, creó la organización sindical latinoamericana
ATLAS en ese mismo año, y en 1954 adoptó una actitud consecuente, de defensa
de Guatemala contra el intervencionismo norteamericano, en la Conferencia
Interam ericana de Caracas. Al mismo tiempo, el nacionalismo económico y el
dirigism o del Estado peronista limitaron considerablemente la libertad de acción y
el volumen de ganancias de los grupos inversionistas norteamericanos e ingleses y
de las compañías transnacionales. Los recursos naturales y las industrias básicas
argentinas, así como los grandes servicios y todo lo que afectaba el abastecimiento
esencial del pueblo, estaban en manos del Estado, cosa que provocaba la ira de
grupos capitalistas nacionales y extranjeros.
Sin embargo, durante 1954 las dificultades económicas se agravaron y las
presiones del capitalismo internacional se hicieron más intensas. Para aliviar la
situación del país, Perón decidió dar marcha atrás en sus medidas nacionalistas.
Sigilosamente se preparó un proyecto de ley que otorgaría concesiones petroleras
a ia Standard de Nueva Jersey. Ese gesto marcaría la iniciación de toda una nueva
política de mayor flexibilidad ante los intereses extranjeros.
Para compensar ante los ojos de sus seguidores nacionalistas y socializantes
estas iniciativas claudicantes, Perón intensificó su radicalismo ideológico y se
enredó en un conflicto con la iglesia. La jerarquía eclesiástica había criticado
algunas situaciones de opresión oficial. En octubre de 1954 Perón advirtió a los
obispos contra toda interferencia en los asuntos políticos y sindicales del país. Al
mismo tiempo, promulgó una ley renovadora sobre la familia, dando igualdad de
derechos a los hijos naturales y a los legítimos. La jerarquía protestó, y en noviem­
bre y diciembre varios sacerdotes fueron detenidos por agitación contra el gobierno.
Un importante colegio religioso fue intervenido por las autoridades. Los obispos
emitieron una enérgica protesta. A principios de 1955 el gobierno peronista legalizó
el divorcio y la prostitución. En abril fue eliminada la instrucción religiosa en las
Guerra fría y defensa del statu gao ( i 946-1957) Q 197

escuelas públicas. Se elaboró un proyecto de ley para terminar con los subsidios a
las escuelas confesionales. En mayo comenzaron los preparativos para elegir una
asamblea constituyente que redactaría una nueva carta fundamental, que incluiría
entre sus principios la separación entre la Iglesia y el Estado.
M ientras el país estaba en convulsión, desgarrado entre peronistas y clcricalcs,
con choques violentos en las calles, Perón presentó calladamente al Congreso su
proyecto de ley para otorgar concesiones a la Standard [por un lapso de nada menos
que cuarenta años!
El día de Corpus Christi se desató gran violencia entre católicos practicantes
y bandas peronistas. Varios templos fueron atacados. La jerarquía protestó con
vehemencia y Perón replicó expulsando del país a dos obispos. El 16 de junio el
Papa Pío XII dictó sentencia de excomunión contra Juan Domingo Perón. El mismo
día, varias unidades de las fuerzas armadas argentinas se alzaron contra el caudillo
nacional, fracasando en su empeño.
Durante los meses de julio y agosto, Perón intentó una reconciliación con sus
enemigos, ofreciendo indemnizaciones a la Iglesia y mayor libertad tanto a la
oposición política como al capital privado. Pero estos gestos no le valieron de nada,
pues fueron interpretados como meras muestras de debilidad por un conjunto de
fuerzas — oligárquicas unas, y democráticas otras— decididas a acabar con el
régimen justicialista. El 28 de julio Arturo Frondizi lanzó un violento ataque por
radio contra Perón y fue arrestado al día siguiente. El 31 de agosto Perón se dio
cuenta de que nada le valía retroceder ante sus enemigos. Abandonando las
vacilaciones, decidió dar la batalla de frente, a través de un viraje a la izquierda.
Llamó al combate a sus descamisados, contra la oligarquía y todos los enemigos
internos y externos. El 7 de septiembre, la CGT pidió la creación de milicias obre­
ras. Las fuerzas armadas reaccionaron contra tal eventualidad. El 16 de septiembre
se produjo un levantamiento militar decisivo, bajo la jefatura del general Lonardi.
Después de duras batallas, el gobierno cayó, y Perón buscó refugio a bordo de una
cañonera paraguaya, como lo había hecho 103 años antes, en un barco inglés, su
predecesor Juan Manuel Rosas.
Se estableció en Argentina un gobierno provisional presidido por el general
Aramburu. Fue el fin de un régimen personalista y demagógico, pero orientado en
sus líneas generales hacia el nacionalismo económico y a un mayor grado de ju sti­
cia social.

Resumen

Apenas terminada la Segunda Guerra Mundial comenzó a desintegrarse la


Gran Alianza entre las potencias anglosajonas y la URSS. Surgió la llamada guerra
fría, basada en una estructura bipolar extrema del sistema internacional,
H astal947, en Latinoamérica se mantuvo la tendencia que había comenzado a
surgir durante la Segunda Guerra Mundial, de ascenso de las fuerzas populares y de
lucha por una mayor autonomía nacional. Pero a partir de 1948 las presiones-,
norteamericanas “anticomunistas” efectuaron el gran viraje latinoamericano hacia
un conform ism o conservador, basado principalmente en gobiernos de fuerza. Sólo
en Costa Rica se avanzó hacia una mayor democratización y, en Bolivia, caso
198 □ Relaciones internacionales de América Latina

Tabla 8 -----------------------------------------------------------

Tabla cronologica VIII

Año A rea del C aribe A m érica del S u r Relaciones


interam ericanas

1946 JuntancvolucionariacnV enc- D errocam iento y asesinato de


zuela (desde octubre 1945). Villarroel.

1947 Firm a del TIA R.

1948 E l “ bogotazo” . Figueres al IX C onferencia Interam erica­


poder en C osta JRica. na; creación de la OEA.
C hoque arm ado C osta Rica-
N icaragua.
D errocam iento de R óm ulo
G allegos en Venezuela.

1949 D isputa H aití-Santo D om in­


go. L egión del Caribe.

1950 G olpe de M agloire en H aití. G etulio V argas electo


A rbenz, presidente de G uate- presidente de B rasil,
m ala.

1951 C reación de Petrobrás.

1952 R evolución boliviana.

1953 Problem a del asilo de H ay a


de la T orre e n Perú.

1954 In te rv e n c ió n y c o n tra rre - Suicidio de G etulio V argas. X C onferencia Interam ericana


volución en G uatem ala C onflicto de Perón con la en Caracas.
Iglesia.

1955 C hoque C osta Rica-N icara- D errocam iento de Perón,


gua.
Guerra fría y defensa del statu quo (1946-1957) G 199

excepcional, tuvo lugar una auténtica revolución en 1952. Sin embargo, esa
revolución no pudo resistir a dificultades y presiones, y se transformó gradualmente
en un proceso reformista con participación norteamericana.
A partir de 1953, con el ascenso en Estados Unidos de una corriente política más
derechista que la anterior, se intensificó el apoyo norteamericano al dictadurismo
reaccionario en A m érica Latina. El régimen audazmente reform ista y popular de
Guatemala fue aplastado por Estados Unidos y la oligarquía centroamericana en
nombre de la “defensa contra el com unism o”. Los caudillos nacionalistas de Brasil
y de Argentina, que en diversas oportunidades habían manifestado su independen­
cia frente a los dictados de los dirigentes del “mundo libre”, cayeron en 1954 y 1955.
Para 1957 el hem isferio se encontraba mayoritariamente dominado por las fuerzas
del conform ism o “occidentalista” y de la represión antipopular. Sin embargo, ese
mismo año aparecieron los primeros síntomas de cambios liberadores.
La polarización Cuba-OEA
(1958-1967)

Factores de rebelión en América Latina

M ientras la guerra fría alentaba la formación de superestructuras políticas


opresivas y conformistas en América Latina, existía un fermento rebelde en la
infraestructura socioeconómica. No sólo las masas populares, sumidas en su secu­
lar pobreza, sino también los núcleos empresariales independientes y nacionales se
sentían descontentos por las relaciones existentes con el centro imperial nortéame
ricano y sus poderosos grupos económicos. A ello se agregaba el sentimiento
rebelde de las capas medias intelectuales, marginadas de la toma de decisiones y
colocadas en irritante condición de inferioridad frente a fuerzas oligárquicas y
hegemónicas, tanto norteamericanas como criollas.
Las relaciones económicas entre el Norte y el Sur s,ecaracterizaban, desde fines
de la Segunda Guerra Mundial, por el creciente deterioro de los términos de
intercambio. Las “tijeras” entre los precios de los productos básicos baratos y los
artículos manufacturados caros se abrieron cada vez más. Todos los años, los países
productores de materias primas tuvieron que pagar más caras sus importaciones (de
los grandes centros industrializados), mientras recibían relativamente menos por
sus propios renglones de exportación. Ese fenómeno, que implica una constante
explotación y expoliación del Tercer Mundo por paite de los centros capitalistas
dominantes, afectó a los países latinoamericanos en todos sus estratos. Tanto los
empresarios nacionales com o los trabajadores y las masas consumidoras, además
de los gobiernos, sufrieron las consecuencias de esa relación injusta.
El organism o que tuvo el principal mérito en informar a los gobiernos y pueblos
de Latinoamérica acerca del deterioro de los términos de intercambio y la proble­
mática de la relación entre “centros y periferias”, fue la Comisión Económica de las
Naciones Unidas para la América Latina (CEPAL) y su director general, el doctor
Raúl Prebisch. Ese notable economista contribuyó a dinamizar el pensamiento de
las élites latinoamericanas. Paralelamente a su colega sueco Gunnar Myrdal,
director general de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa,
Prebisch introdujo en el pensamiento económico oficial y semioficial la noción de
que el Tercer M undo no puede liberarse de su subdesarrollo y su dependencia por
los métodos liberales pregonados por economistas conservadores, sino únicamente
por el dirigismo, es decir, por la intervención del poder político en la vida
económica, a fin de proteger la industrialización, fomentar la sustitución de
importaciones y la creación de exportaciones nuevas, y planificar el desarrollo
nacional en sus grandes líneas.
Esas ideas sobre política económica conllevan la conclusión que Myrdal, por
su parte, expresa con toda claridad, de que los países subdesarrollados necesitan un
cambio de equipos dirigentes: las clases dominantes tradicionales, vinculadas al
202 D Relaciones internacionales de América Latina

orden establecido y asociadas a los intereses transnacionalcs, no son capaces de


ejercer el poder político en el sentido liberador indicado. Aparte del deterioro de los
términos de intercambio y la creciente dictadura ejercida sobre las economías
latinoamericanas por las colosales compañías transnacionales — más poderosas
cada una de ellas que cualquier Estado del continente— >la política estadounidense
de apoyo a dictadores reaccionarios y opresivos causó resentimiento e indignación
entre los pueblos y las capas medias, así como en los sectores liberales de las clases
superiores, en toda América Latina. La actitud inquisidora de los macartistas del
Norte y la ruda soberbia de un John Fostcr Dullcs ofendía los espíritus sensibles de
América Latina. La costumbre norteamericana de desconocer los valores culturales
de la América morena y ver en nuestros países meros peones en la cruzada global
contra el “comunismo in tern acio n ar indignaba incluso a los elementos conserva­
dores de las naciones situadas al sur del Río Bravo.
Para las masas trabajadoras — obreros, campesinos, elementos semiproletarios—
era evidente que su situación desmejoraba año a año bajo el impacto de las presio­
nes y opresiones ejercidas por gobiernos autoritarios y oligárquicos apoyados por
los yanquis. Los dictadores y demás gobernantes derechistas suprimían la libertad
sindical. Impedían las acciones de reivindicación social de cualquier tipo (todo
desafío a los intereses dominantes era calificado de “comunista”), y permitían el
constante y acelerado aumento del costo de la vida, mientras mantenían los salarios
y sueldos en un nivel bajo. Una América Latina en la cual el 5% de la población
percibía el 33% del ingreso, mientras el 50% más pobre disponía sólo del 16% del
ingreso; un continente donde la tasa de desempleo crónico era de más del 15% de
la población “activa”, tenía que culpar de su miseria y su atraso no sólo a sus propios
elementos capitalistas y scmifeudales, sino también al inversionista y al político
norteamericanos, mantenedores del orden existente con todas sus injusticias.
La propia acción de las compañías transnacionales estimulaba el crecimiento
(o fortalecimiento) de algunos sectores inclinados hacia la rebelión social o
nacionalista. La creciente penetración del capital transnacional a nuevas ramas de
la economía latinoamericana — desde la extracción de productos básicos y algunos
servicios, la dominación económ ica foránea tendió a extenderse al comercio, la
banca y, finalmente, la propia industria manufacturera de nuestros países— estim u­
ló la ampliación y diversificación de los sectores asalariados en el seno de la
población del continente. Estos sectores asalariados se inclinaron hacia la
sindicalización y las reivindicaciones sociales y políticas. La industrialización
dependiente hizo necesaria la formación de un creciente número de profesionales
y técnicos criollos y éstos se convirtieron en muchos casos en un factor rebelde.
Finalmente, el perfeccionamiento y la ampliación de los medios de com unica­
ción social — la extensión de la radio y la televisión a todos los rincones de
Latinoamérica— sirvió para despertar a muchos sectores de un letargo secular. La
información sobre el avance de la dem ocracia y la autodeterminación de los pueblos
en otras regiones del globo, aun en la versión deformada que presentaban las
.. agencias del sistema imperante, no podía dejar de estimular ideas y actitudes críticas
e inconformes en América Latina. '
Los latinoamericanos sintieron que la guerra fría perdía algo de su intensidad
y que en el mundo surgían nuevas fuerzas. El campo comunista se volvía más
flexible y atractivo desde que murió el “culto a la personalidad” con Stalin y
La polarización Cuba-OEA ( I95H-1967) □ 203

decreció el dogm atism o en la dirección de la URSS. Por su parte, Estados Unidos


perdió su preem inencia absoluta a partir del momento en que los Soviets pusieron
en órbita el Sputnik I. Por lo demás, desde 1957, la econom ía capitalista entró en
una fase recesiva mientra«; crecía triunfalm cnte la producción y el consumo en el
mundo socialista. Entre los dos bloques surgió, a partir de la Conferencia de
Bandung, de 1955, la tercera fuerza constituida por los países no alineados.
Todo ello alentó a los latinoamericanos de diferentes categorías y clases
sociales a cuestionar su situación presente y a exigir un futuro distinto y mejor.

Caída de dictadores y viaje de Nixon

La caída de los dictadores derechistas, auspiciados por Estados Unidos en


nombre de la lucha contra el comunismo, se inició en 1956 en Perú, donde el general
Manuel Odría se retiró voluntariamente al comprobar la creciente protesta e
inconformidad de todos los sectores de ía población. Perú volvió a un régimen
representativo, conservador, pero con cierta amplitud para la acción opositora.
En 1957 cayó el dictador Gustavo Rojas Pinilla en Colombia. Este había
tomado el poder en 1953, derrocando al régimen conservador fascistoide de
Laureano Gómez, para poner fin a la intolerable violencia entre conservadores y
liberales. Com o guardián y árbitro del sistema por encima de banderías partidistas,
Rojas Pinilla había logrado imponer cierta pacificación. En el año 1957 las
burguesías conservadora y liberal, una vez superadas sus diferencias internas,
derrocaron al dictador y establecieron un sistema de alternabilidad política. El
retomo de Colombia a las libertades políticas y civiles significó que en ese país
pudieran surgir nuevas fuerzas laborales y estudiantiles opuestas al sistema existen­
te.
En enero de 1958 ocurrió en Venezuela el derrocamiento del dictador Marcos
Pérez Jiménez. Ese tirano, inicialmente apoyado por la burguesía venezolana, cuyos
privilegios defendía, cayó en desgracia a los ojos de esa clase cuando — al terminar
la extraordinaria bonanza petrolera de los años 1956/1957— se mostró reacio a
pagar las deudas públicas pendientes. Durante años su gestión opresiva había
provocado la resistencia de obreros e intelectuales democráticos; las cárceles
estaban llenas de presos políticos. A com ienzos de 1958, la burguesía financiera c
industrial del país pactaba con las fuerzas de la oposición clandestina: la clase
empresarial se sintió con ánimos para tomar directamente en sus manos el gobierno
del país, liberándose de un dirigente y gendarme que le resultaba incómodo y
dem asiado costoso. El dictador cayó en la madrugada del 23 de enero, y el país se
sintió unido en gran júbilo y esperanza.
Al mism o tiempo, en Cuba se perfilaba ya la desintegración del régimen
tiránico de Fulgencio Batista. Fidel Castro y sus compañeros peleaban en la Siena
M aestra, mientras en las ciudades actuaba el Directorio Revolucionario y otros
grupos democráticos rebeldes. Apenas derrocado Pérez Jiménez, se establecieron
vínculos de solidaridad activa entre los dem ócratas de Venezuela y los luchadores
cubanos.
La caída de los dictadores provocó una gran efervescencia popular y estudiantil
en toda A mérica del Sur. Aprovechando las libertades políticas reconquistadas,
204 □ Relaciones internacionales de América Latina

trabajadores, jóvenes e intelectuales voceaban las protestas del pueblo contra las
injusticias sociales y el despotismo de oligarcas y de imperialistas.
Ese fue el momento que escogió el gobierno de Estados Unidos para enviar a
su vicepresidente, Richard Nixon, en gira de buena voluntad por los países de
América Latina.
B1 presidente Dwight Eisenhow er estaba informado de la existencia de senti­
mientos antiyanquis en Latinoamérica, y de común acuerdo con el secretario de
Estado, Christian Herter, había decidido enviar a Nixon en misión especial. Pero los
dirigentes de la diplomacia norteamericana ignoraban la amplitud y la intensidad
del furor antiimperialista en la A m érica Latina, y de ningún modo esperaban lo que
realmente ocurrió.
En los países dictatoriales, el vicepresidente Nixon y su esposa fueron acogidos
y tratados de manera correcta pues el pueblo no podía manifestar sus sentimientos.
Pero en aquellas naciones donde existían gobiernos democráticos, y sobre todo allá
donde los dictadores habían caído hacía poco, la situación fue distinta. M uchedum ­
bres enardecidas marcharon contra el estadista norteamericano y le gritaron a la cara
su rabia antiimperialista y antioligárquica.
Las escenas más violentas se desarrollaron en Caracas, donde todo el año 1958
se caracterizó por una situación de auge de masas. De no haber sido por la prédica
moderadora de los propios grupos políticos de izquierda, partidarios de la “unidad
nacional”, los obreros y marginados de la capital venezolana habrían intentado
impulsar el proceso político del país más allá de la democracia formal y hacia la
ruptura del orden social existente.
En la avenida Sucre (que comunica la entrada a Caracas desde el aeropuerto
con el centro de la ciudad, y que bordea barrios populares y pobres) el vicepresidente
Nixon y su esposa fueron rodeados por una muchedumbre furiosa y amenazante.
Los manifestantes golpearon el automóvil en el que los Nixon viajaban y escupieron
sobre sus vidrios. A duras penas los responsables del orden lograron sacar a los
visitantes de su inquietante situación.
El gobierno de Estados Unidos protestó por la falta de precauciones del régimen
provisional del contralmirante W olfgang Larrazábal y envió barcos de guerra
cargados de infantes de marina hasta los límites de las aguas territoriales venezo­
lanas.
Posteriormente, la experiencia de Nixon en Caracas sirvió para un análisis
autocrítico de la política latinoamericana por parte del Departamento de Estado.
Christian Herter y sus adjuntos llegaron a la conclusión, acogida por Eisenhower,
de que la política de apoyo a los dictadores había sido un error. La defensa del
“mundo libre” debía hacerse con base en ciertas reformas democráticas más que con
actos represivos.
Se trataba de una autocrítica de buena fe, pero que desconoció los factores
básicos e históricos que habían provocado las reacciones antinorteamericanas en
América Latina.
Sobre todo, a los dirigentes estadounidenses no se les ocurrió buscar la fuente
del mal en la estructura del orden económico internacional, caracterizado por la
concentración del poder en manos de consorcios m onopólicos y por la explotación
délos países subdesarrollados por los centros industriales y financieros dominantes.
La polarización Cuba-OEA (¡958- i 967) □ 205

Ascenso de Fidel Castro y bloque democrático latinoamericano


(1958-1960)

Durante 1958» la situación de la dictadura de Fulgencio Batista empeoró en


forma constante. La violencia y la crueldad con la cual el régimen persiguió a sus
adversarios causó un creciente sentimiento de repudio en todas las clases de la
sociedad. Hasta los grupos privilegiados, que Batista iniciahnente había protegido
contra las reivindicaciones obreras, llegaron a la conclusión de que más valía
romper sus vínculos con un gobernante tan opresivo y corrupto, y buscar la manera
de hacerse representar por corrientes democráticas. Estados Unidos, al absorber la
enseñanza del viaje de Nixon, resolvió reducir su apoyo a Batista y recomendar al
dictador que se retirara del poder y entregara el mando a elementos liberales.
Los diversos grupos en lucha contra Batista — el Movimiento 26 de Julio de
Fidel Castro, el Directorio Revolucionario, el Segundo Frente del Escambray, y
otros— llegaron a un acuerdo, a mediados de 1958, para constituir un solo frente.
Los comunistas del Partido Socialista Popular, que habían tenido una línea blanda
frente a la dictadura y habían denunciado a Castro como “aventurero”, también
establecieron vínculos con el comandante de la Sierra Maestra. Desde Venezuela
y Costa Rica llegó ayuda militar para las fuerzas de Castro.
Hasta fines de 1958, la totalidad de los hombres en armas contra Batista no
pasaba de 1.000. Pero el ejército del dictador estaba dividido y desmoralizado.
Varios de sus altos oficiales conspiraban contra el régimen. La dictadura se
desintegró y para el 31 de diciembre ya Batista no tenía asidero sólido. Huyó del país
el hombre que durante años lo había aterrorizado, y a comienzos de enero de 1959
Fidel Castro entró en La Habana en medio de la aclamación popular.
El program a inicial de Fidel Castro y del movimiento 26 de Julio, junto con los
demás grupos políticos coaligados contra Batista, era un programa democrático
reformista. Después de su llegada al poder, Castro pregonaba una doctrina “huma­
nista” que no era marxista sino que enunciaba principios democráticos y de justicia
social, y parecía orientarse hacia una sociedad con economía mixta: algunas
nacionalizaciones básicas pero propiedad privada sobre la mayoría de los medios
de producción. Frente a Estados Unidos, la actitud de Castro no era hostil sino
sim plem ente crítica. Denunciaba el apoyo que el país del Norte había dado a Batista
y a otros dictadores latinoamericanos, así como el papel explotador e intervencionista
de sus empresas monopolistas. Pero pareció pensar que el sistema sociopol trico
norteamericano tenía la capacidad de cambiar de orientación aun conservando su
estructura capitalista. En todo caso, hizo llamados a Estados Unidos para que
colaborase con las nuevas tendencias democráticas y populares de A mérica Latina,
y viajó a ese país para informar a gobernantes y sectores políticos sobre la nueva
realidad latinoamericana. Explicó que la nueva Cuba, si bien insistiría en una
escrupulosa independencia y obligaría a los inversionistas extranjeros a ajustar su
actuación a las exigencias del desarrollo soberano de la isla, de ningún modo
adoptaría una línea hostil hacia el gobierno y el pueblo de la gran potencia norteña.
Castro defendía en esa época ía tesis de que Latinoamérica debía adoptar una
posición neutral entre los dos bloques que pugnaban a escala mundial. En defensa
de la neutralidad o no alineamiento polemizó con el presidente José Figueres, de
Costa Rica, quien visitó La Habana en marzo de 1959 y emitió sus acostumbradas
206 □ Relaciones internacionales de América Latina

advertencias contra un antiimperialismo “exagerado” . Al mismo tiempo, el gobier­


no revolucionario cubano inició una política de estrecha amistad con Venezuela,
país dem ocrático reformista que le había ayudado en su lucha, así como con las
corrientes políticas reformistas de todo el continente. A sí se fue estructurando en los
años 1959-1960 un auténtico bloque democrático latinoamericano, antidictatorial
y decidido a tratar de presionar a Estados Unidos para que las relaciones económicas
y políticas hegemónicas se transformasen en relaciones de igualdad.
El principal enemigo del proceso de democratización de América Latina era
para esa época el dictador de República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo. Su
enemistad hacia los reformistas del área del Caribe era vieja. Ya en el período 1946-
1948, cuando en Venezuela gobernaba el partido Acción Democrática, en C uba los
Auténticos con Prío Socarrás en el mando, en Costa Rica acababa de subir al poder
José Figueres, y en Puerto Rico gobernaba M uñoz Marín, había existido una
verdadera guerra entre demócratas y dictadores del Caribe. Los reformistas orga­
nizaron en aquel tiempo la clandestina “Legión del Caribe”, dedicada a com batir a
Trujillo, al nicaragüense Somoza y a otros tiranos de la región. Los dictadores
reaccionaron con intentos de asesinato a los dirigentes reformistas, y prestaron
ayuda a elementos derechistas que conspiraban contra las democracias. Rómulo
Betancourt, el principal líder de la socialdemocracia venezolana de la época, era el
hombre más violentamente detestado por Trujillo. En varias oportunidades, el
déspota dominicano trató de asesinar a Betancourt mientras éste se encontraba
exiliado durante los años de la dictadura perezjimenista (1948-1958).
En 1959 el gobierno venezolano rompió relaciones diplomáticas con el régimen
de Trujillo. Este dio asilo al fugitivo Pérez Jim énez y conspiró activamente contra
la dem ocracia venezolana. Su furia fue grande cuando su peor enemigo, Rómulo
Betancourt, pasó a ser presidente constitucional de Venezuela.
En agosto de 1959, por iniciativa de Venezuela, Cuba y otros países dem ocrá­
ticos y antidictatoriales, se reunió en Santiago de Chile la V Reunión de Consulta
de Cancilleres Americanos. En esa reunión se discutieron los problemas de la
dem ocracia y de los derechos humanos en Latinoamérica, así como las violaciones
de esos principios en el área del Caribe. Los cancilleres de Cuba y de Venezuela,
Raúl Roa c Ignacio Luis Arcaya, estuvieron de acuerdo en promover una cruzada
dem ocrática y antidictatorial de dimensión continental. Arcaya dijo que así como
Bolívar había llevado la lucha por la libertad más allá de las fronteras de la Gran
Colombia, los demócratas del siglo XX debían impulsar la causa de la liberación
antidictatorial más allá de sus propios límites territoriales, utilizando para tal efecto
los mecanismos jurídicos interamericanos.
La reunión de Santiago emitió una declaración sobre democracia y derechos
humanos, y resolvió dar m ayor poder a la Comisión Interamericana de Paz para que
in vestigara conspiraciones urdidas por los Estados dictatoriales contra sus vecinos
democráticos.
La tensión entre el régimen democrático de Caracas y el dictatorial de Santo
Domingo (“Ciudad Trujillo”) se hizo cada vez más intensa, con mutuas acusaciones
de injerencia y agresión. No cabe duda de que Trujillo ayudaba activamente a los
venezolanos de extrema derecha que conspiraban contra Betancourt, mientras el
gobierno venezolano ayudaba a refugiados demócratas dominicanos que proyecta­
ban liberar su patria del sanguinario déspota que la oprimía y la vejaba. En 1959
l/x polarización Cuba-OEA ( i 958-1967) □ 207

estos dem ócratas dominicanos realizaron desde Cuba un audaz desembarco en su


país.
El 24 de junio de 1960 se atentó contra la vida de Rómulo Betancourt. Una
poderosa bom ba incendió el automóvil presidencial y mató al jefe de la Casa Mi litar
que viajaba en el asiento delantero. El propio Betancourt quedó seriamente herido,
con las manos quemadas y los oídos afectados por el estallido. Los responsables del
hecho fueron detenidos y se comprobó la complicidad de la dictadura trujillista.
Venezuela invocó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y pidió la
convocatoria del órgano de consulta previsto por ese instrumento.

La ruptura entre Cuba y el “Sistema interamericano”

Desde la segunda mitad de 1959, las relaciones entre Cuba y las fuerzas
defensoras del “Sistema interamericano” establecido comenzaron a deteriorarse
seriamente. Las implacables pero generalmente justas ejecuciones de verdugos y
esbirros “batisteros” por el gobierno de Castro provocaron la indignación de
muchos derechistas — que jam ás habían protestado cuando Batista, Trujillo o Pérez
Jiménez asesinaban y torturaban— dentro y fuera del país. La decisión de Castro de
aplazar indefinidamente la celebración de elecciones y de continuar su mando
revolucionario provisional significó la ruptura entre, por un lado, el 26 de Julio y los
comunistas, y por el otro, los viejos partidos democráticos Auténtico y Ortodoxo,
así como otras agrupaciones liberales afines. Renunció el presidente provisional
Urrutia y asumió la primera magistratura Osvaldo Dorticós, de orientación marxis-
ta. Castro se vio reforzado en la jefatura del gobierno, con el respaldo del pueblo
expresado en gigantescas concentraciones en plazas públicas. En la misma etapa
comenzó a ponerse en práctica la reforma agraria, basada en una ley promulgada en
la Sierra M aestra en mayo de 1959. Contrariamente a la opinión de los moderados
del 26 de Julio, y de los propios comunistas del PSP, que no querían que la
revolución pasase más allá de la etapa democrática y nacional, C astroinsistióenque
la reforma agraria debía apuntar desde el comienzo hacia el cooperativismo o
estatismo agrarios. Al mismo tiempo, se llevó a cabo una extensa confiscación y
estatización de empresas urbanas y rurales pertenecientes a partidarios y cómplices
de la dictadura batisfera. En vista de la estrecha asociación del capital cubano con
el norteamericano, y la frecuente utilización de cubanos com o testaferros de
intereses yanquis, las confiscaciones de propiedades batisteras afectaron directa­
mente a muchos inversionistas extranjeros.
Los comunistas del viejo Partido Socialista Popular comenzaron a participar
cada vez más directamente en el gobierno del país. Esto causó protestas y
disidencias por parte de diversos colaboradores de Castro: por un lado, hombres de
tendencia moderada, como Díaz Lanz — quien huyó a Estados Unidos y tomó las
armas contra la revolución cubana— y, por otro lado, elementos de orientación
revolucionaria pero contrarios al autoritarismo leninista. Entre estos últimos
figuraban David Salvador y Huber Matos.
En sus discursos, el jefe de la revolución cubana atacó en forma cada vez más
directa y severa a Estados Unidos. Su actitud hacia ese país se había vuelto más
adversa a partir del viaje que efectuó a Washington y Nueva York en abril de 1959.
208 □ Relaciones internacionales de América Latina

En ese viaje, realizado por invitación de la prensa liberal norteamericana, conversó


con el secretario de Estado Christian Herter, con el secretario adjunto Rubottom, y
con el vicepresidente Nixon. Se negó a solicitar asistencia financiera norteamerica­
na para no correr el riesgo de comprometer a su país en una nueva relación de
dependencia ante el Norte, y se limitó a exponer ante gobernantes y pueblo de
Estados Unidos sus ideas antiimperialistas y de cambio social.
L a reform a agraria, a medida que se amplió, afectó cada vez más a propietarios
norteamericanos. El gobierno revolucionario les ofreció el pago de indemnizacio­
nes en bonos, a 20 años, con el 4 , 5% de interés. Los inversionistas norteamericanos
declararon que esas condiciones eran inaceptables y constituían un despojo. El
gobierno norteamericano, haciéndose eco de esas quejas, insistió en que Cuba
m ejorara las condiciones de indemnización, cosa que el gobierno de Fidel Castro se
negó a hacer. De esta manera, principalmente por las disputas acerca de las
expropiaciones agrarias, las relaciones cubano-estadounidenses fueron em peoran­
do. Se avanzó otro poco hacia la ruptura entre Cuba y Estados Unidos en octubre
de 1959, cuando exiliados cubanos atacaron la isla desde el aire. Castro denunció
que los aviones hostiles habían venido de Estados Unidos, y una ola de indignación
antinorteamericana recorrió la isla.
Para poner en práctica sus principios de no alineamiento entre los bloques y de
independencia ante Norteamérica, Castro abrió el intercambio económico con la
Unión Soviética y, al mismo tiempo, se acercó a ese país con fines de amistad y
colaboración políticas. En febrero de 1960, el ministro de economía de la URSS,
Anestas Mikoyan, visitó La Habana y, el día 13 de ese mismo mes firmó con los
cubanos un acuerdo comercial importante. En las semanas siguientes, el gobierno
cubano suscribió acuerdos similares con la República Democrática Alemana y con
Polonia. El día 3 de junio, el primer ministro Nikita Kruschev ofreció protección a
la República de Cuba contra eventuales agresiones norteamericanas. Castro replicó
favorablemente y en julio comenzaron a llegar los primeros envíos de armas
soviéticas.
Hasta ese momento, la Unión Soviética nunca había considerado seriamente la
posibilidad de que su influencia penetrara en el hemisferio occidental de manera
directae importante. Sus iniciativas políticas hacia Latinoamérica habían obedeci­
do al deber de solidarizarse con los movimientos comunistas y antiimperialistas de
la región, y al deseo de intensificar los problemas que la potencia norteamericana
pudiera encontraren su vecindad inmediata. El movimiento comunista internacio­
nal apareció primero en A mérica Latina en 1918, cuando se fundó el embrión del
Partido Comunista Argentino. Los partidos comunistas que se formaron después en
Latinoamérica fueron el mexicano en 1919 y el uruguayo en 1920. Durante los años
veinte, los dirigentes comunistas asiáticos M.N. Roy (India) y Sen Katayama
(Japón) visitaron Latinoamérica para organizar fuerzas bolcheviques e incorporar­
las a la Internacional Comunista. En el VI Congreso de la Comintern, en 1928» por
prim era vez se le dio cierta importancia a la América Latina como parte del conjunto
de los países coloniales y semicoloniales, cuya lucha por la liberación nacional
debía constituir uno de los grandes frentes del combate antiimperialista mundial.
Para esa época ya existían partidos comunistas en casi todos los países latinoam e­
ricanos: en la mayoría de los casos, agrupaciones clandestinas y numéricamente
débiles.
La polarización Cuba-OEA ( i 958'¡967) □ 209

La política soviética y comunista hacia Latinoamérica había seguido las


variantes estratégicas y tácticas que siguió en escala mundial. De 1918 a 1920 en
Moscú se creía que la revolución mundial era inminente y se pregonaba una lucha
intransigente y sectaria por parte de los partidos comunistas. Desde 1921 hasta
1923, com enzó a desarrollarse la idea de pactar con movimientos nacionalistas
burgueses en los países semicoioniales, por lo menos en algunos casos. Esa táctica
de alianzas antiimperialistas amplias se acentuó entre 1924 y 1928, y formó parte de
los planteamientos presentados por Stalin contra Trotsky en el debate interno. En
1928-1929, después del triunfo de Stalin y con el comienzo de la construcción del
“socialismo en un solo país”, la línea se radicalizó internacionalmente. Se rompie­
ron las alianzas con movimientos burgueses y pequeño-burgueses en las colonias
y semicolonias, quedando los partidos comunistas aislados en posiciones sectarias.
En 1934-1935 hubo otro viraje: debido a la necesidad de buscar amplias alianzas
democráticas antifascistas en Europa, en el Tercer Mundo — incluida América
Latina— se volvió hacia la política de alianzas, ampliándola hacia la derecha, hasta
englobar a fuerzas liberales burguesas que eran antifascistas pero de ningún modo
antiimperialistas. Otra breve vanante existió durante el período del pacto Stalin-
Hitler, entre 1939 y 1941, cuando se volvió al sectarismo. A partir de la invasión nazi
ala Unión Soviéticase reinició, empero, la línea de las amplias alianzas antifascistas.
Desde 1946-1947, con el comienzo de la guerra fría, los partidos comunistas
latinoamericanos volvieron a una linca dura y rompieron sus vínculos con fuerzas
progresistas de signo distinto. De este modo contribuyeron a su propio aislamiento
y facilitaron a los norteamericanos y a los derechistas de Latinoamérica su política
de represión anticomunista. En 1954, después de la muerte de Stalin, Moscú
reconoció el error y pregonó el retomo a una táctica de alianzas con fuerzas
nacionalistas pequeño-burguesas, e incluso burguesas, en el Tercer Mundo, inclui­
da la A m érica Latina.
En conformidad con esa táctica, el Partido Socialista Popular (comunista) de
Cuba había objetado la lucha intransigente de Fidel Castro. Sólo después del triun­
fo de éste, se le unió completamente. Castro, aún evolucionando hacia el marxismo-
leninismo, jam ás se subordinó a los viejos comunistas — cuyas vacilaciones e
inconsecuencias, frutos del incondicionalismo ante Moscú conocía demasiado—
sino que los englobó en un partido nuevo, dominado por hombres salidos de la
guerrilla antibatistera e inicialmente independientes de la línea soviética.
En el caso de Cuba, la URSS se encontró por primera vez, con cierto asombro,
ante una fuerza revolucionaria autóctona de América Latina que, por su propia
iniciativa, fue evolucionando hacia el marxismo-leninismo y el campo socialista,
sin estar dirigida por hombres de previa confianza del Kremlin. Ello significó
también que, por su origen autóctono, la revolución socialista cubana, al igual que
la yugoslava y la china, mostraría un alto grado de independencia frente a los
criterios de M oscú, obligando al primer centro del comunismo mundial a modificar
su línea en vista de iniciativas revolucionarias locales e inconsultas.
El acercamiento Cuba-URSS se produjo paralelamente al enfriamiento de las
relaciones Cuba-Estados Unidos/Castro se quejaba dé los altos precios del petróleo
que le suministraban las compañías transnacionales, y negoció con la Unión
Soviética la adquisición de crudo ruso a precios sensiblemente inferiores a los
occidentales. Al llegar el petróleo soviético, el gobierno cubano exigió que las
210 D Relaciones internacionales de América Latina

refinerías de la Esso, la Texaco y la Shell lo procesaran, con base en una disposición


vigente según la cual las empresas estaban obligadas a refinar petróleo pertenecien­
te al Estado. Cuando las empresas transnacionales se negaron a acceder a la
exigencia de Castro, éste m andó ocupar y expropiar las refinerías. Estados Unidos
protestó y, com o represalia, redujo la cuota de importación del azúcar cubana.
A sí mismo, el gobierno de Washington adoptó la dccisión secreta, en abril de
1960» de tratar de promover el derrocamiento del gobierno castrista. La CIA, como
órgano coordinador y ejecutor de esta decisión, comenzó, con la colaboración del
Pentágono» a adiestrar m ilitarmente a refugiados contrarrevolucionarios cubanos
para invadir la isla. Según revelaciones hechas en Estados Unidos en 1975, también
parece que desde ese momento la CIA consideró la posibilidad de liquidar
físicam ente a Castro.
Igualmente, durante ese mismo año se deterioraron las relaciones entre el*
gobierno revolucionario cubano y los dirigentes del reformismo democrático en
A m érica Latina. Rómulo Betancourt jam ás había simpatizado con Castro y ya se
expresaba en términos críticos sobre él, en 1959, cuando todavía las relaciones entre
Venezuela y Cuba parecían muy buenas. José Figucres, por su parte, sentía antipatía
hacia Castro desde que los dos hombres polemizaron públicamente en marzo de
1959 ante la radio y la televisión cubanas sobre la política a seguir ante Estados
Unidos. Reformistas pro-norteamericanos del Caribe, como M uñoz Marín, temie­
ron que el auge de la revolución cubana dejara al descubierto su propia falta de
audacia y consecuencia nacionalista. Otros, como Betancourt, se alarmaron ante la
perspectiva de que el radicalismo cubano provocara una onda represiva derechista,
que podría arrasar con las democracias latinoamericanas.
En el caso de Venezuela existía, además, otra razón muy concreta para el
enfriamiento de sus relaciones con Cuba. En los primeros meses de 1960 el partido
gobernante, Acción Democrática, se dividió. Su ala izquierda, socialista y marxista,
se separó de la organización matriz, acusando al gobierno de Betancourt y a la “vieja
guardia” dirigencial de traicionar los principios revolucionarios y progresistas
expresados en los fundamentos doctrinarios del partido. Entre los disidentes, que
posteriormente adoptaron el nombre de Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), y los “viejos” líderes de AD existían discrepancias ideológicas — marxismo
versus reformismo— y tácticas: los rebeldes creyeron que estaban dadas las
circunstancias para realizar cambios sociales importantes, en tanto que el ala
moderada opinaba que había que proceder con suma cautela, aplazando las
reformas sociales, para “neutralizar” gradualmente las fuerzas reaccionarias del
país y los militares conservadores.
Castro — impulsado por su simpatía instintiva hacia los jóvenes rebeldes del
MIR, y por su antipatía personal hacia Betancourt (antipatía mutua, como lo hemos
visto)— expresó su acuerdo con los disidentes y se hizo eco de sus puntos de vista.
Radio La Habana comenzó, primero con moderación y luego con creciente
vehemencia, a acusar a Betancourt y la vieja guardia de AD de haber renegado de
los principios del partido» y de estar haciendo el juego a tos reaccionarios venezo­
lanos y:al imperialismo;
Por estos motivos, el gobierno venezolano, como también el de Costa Rica,
estaban dispuestos, para fines de 1960 a unirse a Estados Unidos en la promoción
de una resolución anticomunista, implícitamente dirigida contra Cuba, en la OEA.
La polarización Cuba-OEA (1958-1967) □ 211

El deseo venezolano de sancionar a Trujillo por su atentado contra la vida de


Betancourt fue aprovechado por Estados Unidos para promover su propio empeño
por obtener una resolución contra la infiltración del comunismo en Cuba. Se llegó
a un acuerdo tácito: a cam bio de la aceptación por Estados Unidos de la imposición
de sanciones a Trujillo, Venezuela y los demás países democráticos latinoamerica­
nos colaborarían en una iniciativa condenatoria del acercamiento cubano-soviético.
Se celebrarían dos reuniones de consulta seguidas, con las mismas delegacio­
nes y en la misma sede: San José de Costa Rica. La VI Reunión de Consulta se
ocuparía de la acusación venezolana contra el régimen dominicano. Inmediatamen­
te después de terminar con ese punto, se abriría la VII Reunión, para considerar la
solicitud hecha por Perú (pero inspirada por Washington) de estudiar “las exigen­
cias de la solidaridad hemisférica a la luz de sucesos recientes”. Estos “sucesos
recientes” eran la confiscación de las refinerías, la reducción de la cuota azucarera,
las expropiaciones de todas las empresas norteamericanas en Cuba, y la declaración
de Kruschev sobre la disposición soviética a defender y proteger militarmente a la
isla.
En agosto de 1960, apenas finalizada la VI Reunión de Consulta y acordadas
las sanciones contra Trujillo, se abrió la VIL Estados Unidos expresó su “grave
preocupación” por la “intervención del comunismo internacional” en el hemisferio
occidental y el aliento dado por Cuba a esa intervención, y pidió que los cancilleres
reunidos expresaran su “vigorosa condena” a la intervención y a la actitud cubana.
El canciller Raúl Roa defendió el derecho soberano de Cuba a estrechar sus
relaciones con cualquier país o sistema social. Afirmó que la URSS fue el único país
dispuesto y capaz de dar asistencia práctica a Cuba contra las presiones norteame­
ricanas lesivas a su soberanía. Al mismo tiempo, en La Habana, Fidel Castro atacó
a la OEA y proclamó en tono desafiante la amistad de Cuba con la Unión Soviética
y la República Popular de China.
Para asegurar la adopción de una resolución anticomunista, Estados Unidos
puso en marcha todo tipo de presiones y medidas de persuasión. Venezuela recibió
apoyo norteamericano contra Trujillo. Washington prometió ayuda económica al
conjunto de los países latinoamericanos, para su desarrollo, por un monto global de
500 millones de dólares. Ante los gobiernos poco inclinados a cooperar en contra
de Cuba, Estados Unidos emitió la velada amenaza de alentar las tendencias
golpistas de m ükares fanáticamente opuestos al comunismo y a la “blandura” frente
a él. Pero aun con todos estos medios de presión, los cancilleres latinoamericanos
moderaron los términos de la resolución, negándose a acoger las fórmulas estado­
unidenses en todo su rigor.
Cabe señalar que el sentimiento de simpatía hacia Fidel Castro por parte de los
pueblos de los países democráticos latinoamericanos era tan fuerte que Betancourt
y Figueres, no obstante su personal antipatía hacia el líder cubano, realizaron
esfuerzos de conciliación entre La Habana y Washington, antes de la reunión de San
José. Betancourt propuso la creación de un fondo internacional latinoamericano
que se usaría para indemnizar los intereses norteamericanos afectados por las
medidas cubanas dé expropiación. Castro, sospechando que se le quería atar las
manos, rechazó tajantemente esa idea.
La resolución que finalmente fue adoptada en San José condenó la interven­
ción, o amenaza de intervención, de potencias cxtracontineníales, y declaró que la
212 □ Relaciones internacionales de América Latina

aceptación de tal intervención por parte de un país americano ponía en peligro la


solidaridad y la seguridad del hemisferio. También decía la resolución que el
sistema interamericano es, o debe ser, incompatible con cualquier tipo de totalita­
rismo. Aun esa versión relativamente suave constituyó una clara condena a la
política seguida por Cuba, y el gobierno de La Habana consideró com o inamistosa
la actitud de los países latinoamericanos que aprobaron la resolución. Venezuela
vaciló: el canciller Ignacio Luis Arcaya, amigo de Cuba e inconfonnc con la idea
de pagar el precio del anticastrismo por la previa condena a la dictadura dominicana,
se negó a votar la resolución de la VII Reunión y renunció a la jefatura de la
delegación venezolana. Betancourt nombró en su lugar al embajador del país ante
la OEA, Marcos Falcón Briceño, quien votó a favor de la resolución.
EL gobierno de Fidel Castro consideró que ya estaba cerrado el camino de la
solidaridad con las fuerzas reformistas de Latinoamérica y que había que apoyarse
cada vez rnás en la amistad y ayuda soviéticas. El acercamiento a la URSS se hizo
más estrecho en los planos económico, político y militar, mientras en la política
interna de Cuba se adoptaban medidas de corte socializante cada vez más radicales.
En abril de 1961 el nuevo gobierno norteamericano, presidido por John F.
Kennedy, ejecutó el desastroso plan de desembarco en Playa Girón (Bahía de
Cochinos), urdido desde meses atrás por la CIA en colaboración con cubanos
anticastristas. Kennedy “heredó” ese plan de su predecesor Eisenhower y resolvió
ponerlo en práctica, confiando en la seriedad de las informaciones y la solidez del
juicio de Alian Dulles y su agencia de espionaje. Como es sabido, la invasión a Playa
G irón constituyó un gigantesco fracaso para E stados U nidos y la causa
contrarrevolucionaria cubana. La CIA había escogido para la expedición precisa­
mente a los elementos cubanos más antidemocráticos y más desacreditados en su
propio país, impidiendo la participación de aquellos que hubieran tenido alguna
posibilidad de ofrecer al pueblo cubano una alternativa liberal y reformista. Por otra
parte, la “información” de que disponía el servicio secreto norteamericano acerca
del estado de ánimo de la población cubana era inexacta, pues venía de la
apreciación subjetiva de los grupos de oposición sin raíces en la isla. El desembarco,
realizado con obvio apoyo logístico norteamericano, sólo sirvió para fortalecer el
sentimiento patriótico y antiyanqui del pueblo cubano y para unificarlo en torno al
gobierno revolucionario. Además, tuvo el efecto de dar a Fidel Castro el impulso
para que Cuba ingresara definitivamente al campo dirigido por la Unión Soviética.
Fue después del incidente de Playa Girón cuando Castro se declaró marxista-
leninista. El gobierno revolucionario procedió a socializar rápidamente toda la
economía del país y estrechó sus vínculos con la URSS y los demás países
gobernados por partidos comunistas. Con Estados Unidos ya se habían roto las
relaciones a comienzos de 1961, y rápidamente se fueron enfriando y rompiendo los
contactos de Cuba con otros gobiernos de América. Radio La Habana se hizo vocera
de la causa de los revolucionarios extremos del continente, y las autoridades de
Cuba comenzaron a prestar ayuda prácticaen varios países a grupos insurreccionales
de izquierda. Cuba dio aliento al MIR venezolano y al Partido Com unista de ese
país, cuya política frente al régimen de Betancourt se radicalizó rápidamente,
aproximándose cada vez más a la lucha armada. Por ello, Venezuela, cuyo gobierno
por lo demás se orientaba hacia la alianza con Estados Unidos y con sectores
conservadores, rompió relaciones diplomáticas con Cuba a fines de 1961.
La polarización Cuba OEA ( 1958-1967) □ 213

En 1962 se reunieron una vez más, en Punta del Este, los cancilleres america­
nos. A petición de Colombia, examinaron la cuestión de la alianza de Cuba con el
“comunismo internacional”, y decidieron que era incompatible con la participación
en el “sistema intcram cricano” por el hecho de tener un gobierno marxista-leninista.
En consecuencia, se resolvió excluir a Cuba de dicho sistema.
Para convencer a los países de gobierno liberal a que apoyaran la medida,
Estados Unidos afirmó que su propia posición no era la de condenar el sistema
socialista cubano sino la utilización de Cuba por potencias extracontinentales
hostiles al sistema interamcricano. También se usaron otros medios de persuasión:
la dictadura haitiana de François Duvalier abandonó el campo de los países opues­
tos a la expulsión de Cuba, al recibir un préstamo de Estados Unidos de 13 millones
de dólares.
La votación final versó sobre dos puntos. Se declaró la “incompatibilidad” del
régimen cubano con el “sistema interamericano” (contrariamente a la pretensión
liberal de que no era el socialismo el que se condenaba sino la injerencia
extracontinental). Además, se resolvió suspender y prohibir el envío de armas a
Cuba y crear un comité consultivo especial para velar por el cumplimiento de esas
resoluciones. La votación sobre el primer punto fue de 14 a favor, 1 en contra (Cuba)
y 6 abstenciones. En relación con la suspensión del envío de armas el resultado fue
de 16-1-4.
Fue a fines del mismo año 1962 cuando se planteó la crisis de los cohetes entre
Estados Unidos y la Unión Soviética, convirtiéndose Cuba por un momento en el
foco de la atención mundial yen el detonante quecasi hizo estallar una tercera guerra
mundial.
Durante 1961-1962 las relaciones cubano-soviéticas se habían hecho cada vez
más íntimas, y el primer ministro soviético, Nikita S. Kruschev, concibió la
peligrosa idea de instalar bases de proyectiles balísticos en la isla. En esa época,
Estados Unidos gozaba de una superioridad de 5 a 1 sobre la URSS en materia
balística, y el gobierno soviético se sentía preocupado por el cinturón de estaciones
lanzacohetes norteamericanos que rodeaba su territorio en Europa y Asia, Su
intención parece haber sido la de usar los cohetes en Cuba como medio de presión
y elemento de negociación con Estados Unidos, para que éste retirase sus propias
armas balísticas de Turquía u otras zonas cercanas a la URSS. A sí mismo, con los
cohetes, Kruschev deseaba demostrar la firme voluntad soviética de defender a
Cuba contra cualquier nueva invasión como la ocurrida en Playa Girón.
Pero el jefe del gobierno soviético y sus colegas y asesores subestimaron la
reacción norteamericana. Tan pronto como las instalaciones — todavía sin cohe­
tes— fueron descubiertas desde la estratosfera por aviones de observación U~2 de
Estados Unidos, en el mes de octubre, el presidente John F. Kennedy presentó una
enérgica protesta a la Unión Soviéticae insistió en que las instalaciones lanzacohetes
fuesen desmanteladas en el acto. El jefe de Estado norteamericano no dejó ninguna
duda en cuanto a su determinación de elim inar la amenaza balística que amenazaba
a su país si los soviéticos no acataban la exigencia de W ashington. A la afirmación
soviética de que se trataba de bases de proyectiles puramente defensivos, los
norteamericanos replicaron, con fotografías aereas en mano, que no era verdad, que
se trataba de instalaciones ofensivas a partir de las cuales se podría atacar y destruir
las ciudades de Estados Unidos. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
214 □ Relaciones internacionales de América Latina

sesionó en vano, mientras Kennedy y Kruschev hablaban por el “teléfono rojo”.


La crisis fue manejada exclusivamente por W ashington y Moscú, no teniendo
Fidel Castro ninguna voz en ella. El gobernante cubano se sintió incómodo e
indignado por el hecho de ser, con su país, un m ero peón en el juego estratégico de
las superpotencias. Pidió a Kruschev que no cediera ante las amenazas estadouni­
denses, pero el prim er ministro ruso le contestó que no existía otra alternativa que
la de retirar los cohetes, a cam bio de la prom esa norteamericana de no emprender
nuevos intentos de invasión a Cuba. En una nota secreta, fechada el 26 de octubre,
Kruschev declaró su disposición a retirar los cohetes y la crisis terminó después de
haber causado una muy seria alarma en los ánimos de toda la humanidad.
Aunque parecía que la URSS hubiese retrocedido unilateralmente, quedando
Kennedy com o el ganador visible, la verdad era ligeramente distinta. A cambio del
retiro de los cohetes rusos, el gobierno norteamericano aseguró al de Moscú que en*
el futuro no habría más ataques armados contra Cuba, por parte de Estados Unidos
u otros países, ni tampoco de exiliados contrarrevolucionarios cubanos apoyados
por la potencia norteamericana. Ello era importante para Cuba, pues antes de la
crisis de los cohetes había existido intenciones de organizar una acción militar
contra la isla. El gobierno de Costa Rica había propuesto una “alianza tipo OTAN”
entre Estados Unidos, Colombia, Venezuela y los países centroamericanos y
antillanos contra el régimen socialista de Castro. Estados Unidos había acogido el
plan, que fue discutido en una reunión informal de cancilleres en W ashington, a
com ienzos de octubre de 1962. Pero en noviembre del mismo año, una vez superada
la crisis de los cohetes, Kennedy explicó a los costarricences que había que
abandonar cualquier plan de acción de esa índole.
El compromiso norteamericano de no agredir militarm ente a Cuba no significó
que a ese país no pudieran imponérsele represalias de otro tipo, sino únicamente que
excluyeran la acción armada. Fue así como en 1964 el órgano de consulta convo­
cado con base en el T1AR impuso al régimen cubano severas sanciones diplomáticas
y económicas.
El motivo de tal decisión lo constituyó el hallazgo, en 1963, que las autoridades
venezolanas hicieron en las costas del estado Falcón, de un importante lote de armas
de fabricación soviética y checoslovaca, presumiblemente destinadas a los guerri­
lleros de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). El gobierno del
presidente Betancourt denunció el caso ante la OEA, invocando el TIAR, y la
organización regional envió a Venezuela una comisión investigadora, cuyo dicta­
men fue que las armas provenían de Cuba y estaban efectivamente destinadas a las
fuerzas insurreccionales venezolanas. Actuando com o órgano de consulta, en
conform idad con el Tratado de Río, los cancilleres americanos se reunieron en julio
de 1964. Por 14 votos a favor, 4 en contra y 1 abstención, la reunión decidió aplicar
a Cuba el artículo 8 de! TIAR, rompiendo las relaciones diplomáticas, consulares
y económicas con la isla. Los cuatro países que votaron en contra de esta resolución
fueron M éxico, Uruguay, Chile y Bolivia; Argentina se abstuvo.
Posteriormente, México, basándose en el principio de no intervención, se negó
a rom per relaciones con Cuba. El gesto fue consecuente, pese a que tuvo que acce­
der a una activa colaboración con los servicios de seguridad norteamericanos para
supervisar a quienes viajaban entre M éxico y Cuba.
Aunque es cierto que el régimen revolucionario cubano prestaba apoyo prácti­
La polarización Cuba-PEA (1958-1967) □ 215

co y moral a los movimientos insurreccionales de Venezuela y Guatemala, los


propios norteamericanos admitieron que fundamentalmente la guerrilla latinoame­
ricana era de origen autóctono, producto de las injusticias sociales existentes. En el
caso de Venezuela, donde existía un régimen reformista, la ayuda cubana a las
FALN era algo m ayor que en el caso de otros países: Castro confiaba demasiado en
la interpretación que el PCV y el M IR tenían de las perspectivas revolucionarias del
país.
A partir de la imposición de las sanciones en 1964 hasta los sucesos de los años
1968-1969 existía una fuerte polarización entre Washington y La Habana. Sin
embargo, no faltaba un bando intermedio, reacio a dejarse alinear en forma tajante.
México mantuvo, pese a la actitud de los demás países latinoamericanos entre su
vecindad y la de Estados Unidos, una posición de relaciones tanto con un bando
como con el otro. Del mism o modo, los países del Cono Sur, geográficamente
alejados del foco de conflicto, adoptaron líneas de conducta moderadas.

Los enfrentamientos en la escala hemisférica

Com o remedio contra el contagio revolucionario, el presidente norteameri­


cano John F. Kennedy decidió, en 1961, iniciar un vasto programa de ayuda
financiera al desarrollo de los países latinoamericanos. En conformidad con la
ideología de la “N ueva Frontera”, promovida por intelectuales de centro-izquierda
influidos por los anhelos de las clases populares norteamericanas, la lucha contra el
“castro-comunism o” debía realizarse más por medios reformistas que por medidas
represivas.
La “Alianza para el Progreso”, programa de asistencia a Latinoamérica, fue
anunciada por Kennedy en marzo de 1961, antes de la aventura de Playa Girón.
Posteriormente, durante varios meses, no se habló más del asunto y los Estados
latinoamericanos tuvieron la clara impresión de que la puesta en práctica del
proyecto dependía de la actitud anticastrista que asumieran. Por fin, en agosto de
1961, en una reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), los
norteamericanos explicaron su plan: durante diez años aportarían 1.000 millones de
dólares anuales p a ra d desarrollo económico y social de Latinoamérica. Otros 1.000
millones de dólares anuales debían venir de fuentes privadas norteamericanas, así
como de Europa y Japón. Esa suma, que equivalía a un total de 20.000 millones de
dólares en diez años, seria otorgada a cambio del compromiso latinoamericano de
m ovilizar de sus propios recursos unos 80.000 millones de dólares en 10 años para
proyectos de desarrollo y de progreso social.
Los iniciadores de la idea de una ayuda masiva norteamericana para la
ejecución de un plan de desarrollo conjunto habían sido latinoamericanos, y la
actitud inicial de Estados Unidos fue negativa al respecto. En 1958 el presidente
Juscelino Kubitschek de Brasil propuso la “Operación Panam érica” (proyecto
precursor de la Alianza para el Progreso). Los propios dirigentes de la revolución
cubana recomendaron en 1959, durante la fase presocialista del proceso político de
la isla, que Estados Unidos destinara la suma de 30.000 millones de dólares al
desarrollo latinoamericano. En aquel momento, el gobierno norteamericano se
opuso a tal sugerencia y persuadió a algunos países latinoamericanos de que se
216 □ Relaciones internacionales de América Latina

opusieran a ella. Pero, con el paso de Cuba a la órbita socialista y la existencia de


múltiples focos de rebelión armada en toda Latinoamérica, la situación cambió:
conscientes de que el continente latinoamericano se les podría convertir en un nuevo
sudeste asiático, los dirigentes de Washington ofrecieron la ayuda económica
m asiva que dos años antes se habían negado a dar.
La Alianza para el Progreso resultó, en la práctica, muy decepcionante. Los
fondos norteamericanos fueron suministrados con cuentagotas y los países de
Latinoamérica tuvieron múltiples ocasiones para quejarse de la forma rigurosa y
pedante en que las autoridades estadounidenses condicionaban los aportes financie­
ros y vigilaban su utilización. Desde el comienzo, era obvio que el programa de la
A lianza estaba concebido para mantener la dependencia económica de América
Latina: los fondos no debían ser utilizados para proyectos de cambio estructural
que resultaran en una mayor autonomía de desarrollo económico de las naciones al
sur del Río Grande, ni tampoco serían suministrados a quienes nacionalizaran
empresas de propiedad privada. Las únicas reformas que la Alianza propiciaba eran
las de tipo paternalista, vinculadas al desarrollo económico en el marco del sistema
de dependencia existente.
Además de Cuba, otros países latinoamericanos ocasionaron dolores de cabe­
za al gobierno de Estados Unidos durante 1961 a 1968.
En Brasil se efectuaron elecciones en 1960, siendo designado presidente de la
República Janio Quadros, a quien acompañó com o vicepresidente el líder trabal-
hista Joáo Goulart. Quadros, de origen político aparentemente conservador, dem os­
tró que su posición había cam biado notablem ente hacia un nacionalism o
antiimperialista. Después de asumir la presidencia en 1961, mantuvo buenas
relaciones con Cuba, condecorando a los máximos dirigentes revolucionarios de La
Habana. M anifestó su decisión de luchar por la independencia económica de Brasil
frente a los consorcios norteamericanos, proclamó la identificación de la política
brasileña con la de los países de! Tercer Mundo, y envió una delegación de
observadores al I Congreso de Países No Alineados, efectuado en Belgrado a
mediados de 1961. Incrementó el comercio con los países socialistas y envió al
vicepresidente Goulart de visita a China continental. Sin ser originalmente de ia
tolda “getulista”, asumió los principios izquierdizantes de los seguidores de Vargas
en m ateria internacional. Su política interna se caracterizó por la austeridad
administrativa y la preparación de reformas.
La derecha brasileña se unió alas compañías transnacionales y al Departamento
de Estado en una fuerte campaña contra Quadros. Estados Unidos detestaba y temía
el “neutralism o” del gobernante brasileño, que fácilmente podría contagiar al resto
de Latinoamérica y llevarla a rebelarse contra la disciplina del bloque occidental.
Por ello respaldaron Jos esfuerzos de la oposición contra Quadros, provocando una
crisis política de grandes proporciones.
Q uadros tuvo la debilidad — o la falta de habilidad— de renunciar ante la ola
de críticas hostiles y de intentos de saboteo de su obra de gobierno. Según parece,
confiaba en que las masas brasileñas, encuadradas sobre todo por el Partido
Trabalhista de Goulart, saldrían a las calles para exigir su retorno al poder con
facultades extraordinarias. Pero no ocurrió nada parecido: Quadros salió del país,
dejándolo en grave crisis. El vicepresidente G oulart era rechazado por los sectores
de derecha, aun más que Quadros mismo, por considerársele como izquierdista y
La polarización Cuba-OFA (I958-I967) □ 217

aventurero político. Goulart regresó apresuradamente de China, donde se encon­


traba en el momento de la renuncia de Quadros. L a derecha trató de impedir que
asumiera la primera magistratura, pero los sindicatos y otras organizaciones
influidas por el laborismo se movilizaron en su favor. El general Texeira Lott, quien
ya había asegurado el ascenso de Kubitschek años antes, intervino en favor del
derecho de Goulart a ser presidente. Pero, por presión de la derecha, el nuevo jefe
de Estado tuvo que renunciar a los poderes esenciales y someterse a una especie de
tutela del Congreso Nacional, dominado entonces por elementos moderados. Sin
embargo, con el apoyo de los si ndicatos y de algunos militares progresistas, Goulart
logró, para 1963, enderezar su situación: un referendo le devolvió los poderes
presidenciales normales. Hubo en 1963-1964 un ambiente de polarización entre la
derecha y la izquierda brasileñas, respaldando esta última a Goulart y a su cuñado
Leonel Brizóla, m ientras las compañías transnacionales y la gran burguesía de
Brasil hablaban de “castro-comunismo” y conspiraban contra el gobierno constitu­
cional. Los responsables de los servicios de seguridad norteamericanos, alentados
por Lacerda y otros voceros de la derecha brasileña, afirmaban que el inmenso país
sudamericano estaba a punto de convertirse en aliado de Cuba y del bloque
soviético. Por ello, alentó a los militares derechistas del país a dar un golpe contra
el gobierno de Goulart.
En realidad, no existe ninguna indicación de una acción coordinada entre la
Revolución Cubana y la corriente izquierdista que apoyaba a Goulart. La “coope­
ración” se limitaba a algunas proclamaciones de solidaridad. El frente progresista
favorable a Goulart era heterogéneo y presentaba fisuras internas: por ejemplo, los
comunistas de la corriente mayoritaria encabezada por Luis Carlos Prestes critica­
ban al castrismo y a sus simpatizantes brasileños, tales como Brizóla y el dirigente
agrarista Juliao. A sí mismo, la falta de resistencia al golpe militar derechista de 1964
demostró que no existía ninguna base para la implantación de un poder realmente
revolucionario en Brasil.
Otro país sudamericano en el cual Estados Unidos temió un viraje hacia una
posición procastrista durante la década 1958-1968 fue la actual Guyana, denom i­
nada Guayana Británica en aquella época anterior a su independencia plena. El
movimiento independentista del país se encontraba dominado por la personalidad
del doctor Cheddy Jagan, un odontólogo marxista. En 1953 los británicos habían
recurrido a medidas de excepción para frenar el explosivo movim iento de libera­
ción, dirigido por Jagan, quien en aquel momento era primer ministro de la colonia.
Posteriormente, la potencia imperial británica y las influencias norteamericanas
trabajaron de común acuerdo para ahondar las divergencias existentes en el seno del
pueblo guayanés y de su movimiento independentista. El movimiento se dividió con
base en diferencias raciales: la mitad de descendencia hindú siguió apoyando al
Partido Popular Progresista de Cheddy Jagan, mientras que la población de origen
africano acompañó al señor Forbes Burnham en la construcción de otro partido
político, escindido del PPP: El Congreso Nacional del Pueblo.
Después de la revolución cubana, Estados Unidos decidió que Jagan debía ser
desalojado del gobierno de Georgetown a cualquier costo, para evitar que Guayana
B titánica — que inevitablemente llegaría a su plena independencia en pocos años—
se convirtiera en una base para operaciones revolucionarias (en alianza con Cuba)
contra Venezuela, Brasil y las Guayanas holandesa y francesa. En 1964, agentes
218 □ Relaciones internacionales de América Latina

sindicales norteamericanos dirigidos por el grupo Lovestone-Serafino Romualdi,


vinculado a la CIA, intervinieron para comprar la adhesión de dirigentes sindicales
guyaneses y lanzar grandes huelgas en contra de Jagan, quien se encontraba en el
gobierno. En las elecciones de 1965 hubo una intensa acción de los servicios
secretos de Estados Unidos en apoyo a Burnham. Cuando Guyana obtuvo su
independencia en 1966, Burnham y el PNC se encontraban firmemente en el poder
apoyados por Gran Bretaña y Estados Unidos.
La reclamación territorial venezolana, presentada a partir de 1961 por el
gobierno del presidente Betancourt, molestó inicialmente a los norteamericanos.
Venezuela, que en 1899 había perdido su provincia histórica de Guayana Esequiba,
declaró que el laudo de París, que había otorgado el territorio esequibo a Gran
Bretaña, era nulo e írrito. Para tal afirmación, Venezuela se basaba en las revelacio­
nes del abogado M allet-Prévost sobre graves irregularidades que se habían produ­
cido en París en 1899, negociándose políticamente el apoyo del juez ruso a las tesis
británicas. Estados Unidos temió que la reclamación venezolana pudiera debilitar
a Burnham y favorecer objetivamente el auge del extremismo en Guyana. Sin
embargo, la moderación de Venezuela y su apoyo a procedimientos diplomáticos
y pacíficos tranquilizó a W ashington. El 17 de febrero de 1966, Venezuela y Gran
Bretaña, con la aprobación del premier Burnham, suscribieron el Acuerdo de
Ginebra, por el cual el Reino Unido y G uyana reconocieron la existencia de una
controversia territorial que debía solucionarse por medios pacíficos, estableciéndo­
se a tal fin una comisión mixta venezolano-guyanesa, que en el lapso de cinco años
debería buscar una solución equitativa. Los trabajos de la Comisión, lamentable­
mente, fueron infructuosos: la parte guyanesa alargó las conversaciones para que
rebasara el lapso de cinco años y el asunto pudiera ser llevado al secretario general
de las Naciones Unidas, quien recomendaría otra forma de solución pacífica.
Después de expirado el lapso fijado para las labores de la comisión mixta,
Venezuela y Guyana suscribieron, en 1971, el Protocolo de Puerto España, por ios
términos del cual se “congeló” el problema por doce años.
En V enezuela la época de la polarización del conflicto Cuba-Sistem a
interamericano se caracterizó por la existencia de un movimiento insurreccional
de izquierda en guerra contra los gobiernos de los presidentes Betancourt (1959-
1964) y L eo n i( 1964-1969). El Frente de Liberación Nacional (FALN) y su aparato
militar, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FLN), realizaron acciones
importantes, sobre todo durante los años 1962-1963, y preocuparon seriamente a
Estados Unidos, que incluyó el conflicto venezolano en su lista de “guerras” de la
segunda mitad del sigloX X . Después de 1963 la guerrilla venezolana perdió fuerza.
Para 1969 los izquierdistas promotores de la guerrilla estaban convencidos de que
había que abandonar la lucha armada y buscar la vía pacífica de la lucha de clases.
El gobierno del presidente Rafael Caldera les abrió el camino de la “pacificación”,
es decir, de la amnistía y del reintegro a la vida legal. Quedó demostrado que en
Venezuela, a pesar de la dependencia económica y tecnológica, y de la injusticia
flagrante en la distribución de la riqueza, no estaban dadas las condiciones para la
lucha violenta: el rico país petrolero tenía los medios para suavizar los conflictos
sociales, creando esperanzas de reforma pacífica. Los norteamericanos, en Venezuela,
utilizaron el método de lucha inteligente que consiste en apoyar el reformismo
liberal, en lugar de patrocinar tendencias conservadoras extremas.
La polarización Cuba-OEA (1958-¡967) □ 219

Durante 1960-1970 Guatemala fue otro campo de batalla importante entre el


sistema establecido y los grupos guerrilleros de izquierda. Dos agrupaciones
guerrilleras marxistas competían por la dirección de la lucha. El movimiento
principal disfrutaba, al igual que las FALN venezolanas, del apoyo activo de Cuba.
A diferencia de lo que ocurría en Venezuela, en Guatemala no existió ningún
movimiento reformista realmente vigoroso que los norteamericanos pudieran
apoyar: por ello, dieron su respaldo primero a una sucesión de regímenes dictato­
riales de derecha, que eran la expresión política de la oligarquía latifundista y de las
empresas fruteras transnacionales que dominan a ese hermoso y trágico país
centroamericano. A fines de la década, dieron su respaldo al gobierno democrático
de M éndez M ontenegro, que era reformista por ideología y al que los m ilitares y la
oligarquía presionaban para que se abstuviera de em prender toda transform ación
social y para que continuara la política represiva de los gobiernos anteriores.
República Dominicana fue objeto, durante el periodo de la polarización del
conflicto La Habana-W ashington, de una intervención armada norteamericana que
causó profunda indignación, incluso entre los demócratas moderados de América
Latina y del mundo. El tirano Trujillo, después del atentado contra la vida de
Betancourt en 1960, fue abandonado por la potencia norteamericana que hasta
entonces había sido su amiga y aliada. Ya el gobierno de Eisenhower — en ésta su
etapa final, cuando Dulles había muerto y Christian Herter dirigía el Departamento
de Estado— tenía clara la idea de que valía más apoyar a anticomunistas liberales
que a dictadores reaccionarios y despóticos, temidos y odiados por sus pueblos. En
el seno del establishment financiero e industrial, la corriente m odernista y liberal
encabezada por Nelson Rockefeller coincidía con los senadores y diputados del país
del Norte en recomendar al presidente Eisenhower que, en el conflicto Betancourt-
Trujillo, decididamente convenía “dejar caer” a éste y apoyar a aquél: en el área del
Caribe no había cabida para ambos. En conformidad con estas recomendaciones, y
a cambio del com promiso betancouriano de adoptar una posición anticastrista, el
gobierno de W ashington dejó que Trujillo fuese condenado por la V Reunión de
Consulta de Cancilleres, en San José de Costa Rica, hacia fines de 1960.
Abandonado por el gobierno norteamericano, Trujillo también fue muy pronto
rechazado por la burguesía dominicana y por los militares que hasta el momento le
habían sido incondicionalmente leales. A mediados de 1961, el tirano fue muerto
por un grupo de oficiales encabezados por el general Imbert Barrera. Aunque la
Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) no parece haber
participado directam ente en el atentado, sí estaba enterada de su preparación y no
hizo nada por desalentarlo. Hasta es posible que haya ayudado indirectamente a su
realización. Decididos a dirigir el proceso de destrujillización de República Domi­
nicana y a no perm itir que ese proceso se les fuera de las manos y resultase en el
ascenso de fuerzas izquierdistas, los norteamericanos rodearon de asesores al
gobierno provisional que se estableció después de la muerte del déspota, y le
otorgaron cuantiosa ayuda financiera.
Pese a toda la influencia directa e indirecta ejercida por los asesores norteam e­
ricanos para que las eléccióñes dominicanas de 1962 resultaran en el “triunfo” de
partidos de centro-derecha, el pueblo votó arrolladoramente por el Partido Revolu^
cionario Dominicano (socialdemócrata) y su jefe y candidato, Juan Bosch. A
diferencia de algunas otras figuras de la socialdemocracia latinoamericana, Bosch
220 O Relaciones internacionales de América Latina

no había claudicado con respecto a los principios del antiimperialismo y no estaba


dispuesto tampoco a seguir una política discriminatoria contra elementos marxistas
de su país. Por ello, su gobierno fue muy breve, iniciándose y tenninando en el
mismo año de 1963. Los militares de derecha íntimamente vinculados a los
norteamericanos derrocaron al presidente Bosch, tomando el poder una junta
pronorteamericana y socialmenle conservadora, presidida por Donald Reid Cabral.
El pueblo dominicano, burlado en su voluntad liberacionista y revolucionaria,
se sintió profundamente descontento. La clase más privilegiada y la clase m edia alta
tendieron a favorecer al gobierno golpista, pero no así los sectores obreros y
campesinos ni las capas medias pobres. Los estudiantes e intelectuales sentían una
repulsa particular hacia el régimen dictatorial que tenía el carácter de instrumento
de una gran potencia extranjera intervencionista. El descontento también afectó a
sectores en el seno de las fuerzas armadas dominicanas, y en 1965 un movimiento
militar constitucionalista— favorable al retorno de Juan Bosch y a la reinstalación
del gobierno legítimo— derrocó a Reid Cabral y tomó el poder. El coronel
Francisco Caamaño Deñó fue el jefe del movimiento. De inmediato, el presidente
norteamericano Lyndon B. Johnson reaccionó en form a violenta, más acorde con
el espíritu de Teodoro Roosevelt que con el de la época actual. Mandó a los infantes
de marina a desembarcar en Santo Domingo, y sólo después de ejercer ese acto de
agresión se dirigió a la OEA para denunciar una presunta amenaza comunista contra
República Dominicana a través del coronel Caamaño y sus compañeros. Pidió que
los Estados americanos adoptaran medidas colectivas contra esa amenaza y que
despacharan tropas para transformar la intervención yanqui en una acción multilateral,
formalmente ajustada a las disposiciones de la carta de la organización regional.
Una minoría de países — entre ellos Venezuela— tuvo una actitud digna y se
negó a participar en tal farsa. El presidente venezolano Raúl Leoni había sido el
primero en denunciar y condenar el desembarco militar de los marines ; otros países
latinoamericanos habían hecho lo mismo. Sin embargo, a la hora de cohonestar la
agresión, dándole carácter multilateral, la mayor parte de las naciones “hermanas”
de Santo Domingo cedieron ante las presiones norteamericanas, aprobaron una
medida colectiva, y aportaron incluso destacamentos simbólicos de soldados o
policías para unirse a los estadounidenses en una presunta acción “interamericana” .
El pueblo dominicano no aceptó dócilmente la invasión. Estalló una guerra
civil entre la mayoría de las masas populares y los demócratas y patriotas conse­
cuentes, de un la d o — el de Bosch, de Caamaño, y del constitucionalismo— , y del
otro, las clases altas y los admiradores del American way o f Ufe. Las fuerzas
norteamericanas y los destacamentos de cipayos latinoamericanos se interpusieron
entre los bandos en lucha para, de hecho, apoyar a los derechistas dirigidos por los
generales Imbert y Elias Wessin.
Después de reprimir ia revolución constitucionalista, las tropas norteamerica­
nas se retiraron pero dejaron en el país un dispositivo de asesores estadounidenses
para que coordinara la acción política, militar y policial en favor de la realización
de. unas nuevas elecciones favorables al triunfo de fuerzas de derecha. Esas
elecciones, efectuadas en 1966, dieron el triunfo a Joaquín Balaguer, hombre de
antecedentes trujillistas, quien ya había sido presidente suplente después del
asesinato del dictador. Desde aquella fecha Balaguer ha gobernado ia República
Dominicana en forma pretendidamente democrática. Sin embargo, los partidos de
La polarización Cuba PEA (1958-1967) □ 221

oposición izquierdistas han sido víctimas de graves discriminaciones y de una


represión a ratos brutal, caracterizada por la muerte violenta de sus dirigentes y
militantes. A muchos dominicanos exiliados en la época de Trujillo se les impidió
el retorno a su país, bajo la acusación de ser “comunistas”.
También en el vecino Haití la influencia norteamericana se mantuvo en forma
represiva y dura a través del dictador François Duvalier. Esc siniestro tirano llegó
al poder en 1958» después de un intervalo de gobierno militar que en 1957 había
desplazado al legítimo presidente electo, Daniel Fignolé. Duvalier triunfó en un
proceso electoral que lo favoreció a causa de la popularidad que él se había ganado
entre las masas campesinas por su labor de médico rural en años anteriores. Una vez
en el poder, reprimió cruelmente a la oposición y aterrorizó el país a través de una
temible milicia y policía secreta, los tontons macoutes. Frente a los intereses
azucareros, financieros, políticos y militares norteamericanos, Duvalier se mostró
blando y cooperativo. De común acuerdo con Estados Unidos, persiguió a las
izquierdas y erradicó toda presencia comunista en su país.
Com o réplica al paso de Cuba a la órbita comunista, Estados Unidos logró
mantener firmemente bajo su control la isla de La Española, situada a poca distancia
de la Antilla revolucionaria y normalmente sensible ante lo que ocurriera en ella. De
manera general, por su actitud ratificaron la doctrina de su “interés vital” en el área
del Caribe, considerado como esencial para su seguridad y defensa.
En Ecuador, Estados Unidos reaccionó con preocupación, en 1961, ante la
elección a la presidencia por cuarta vez del caudillo político José María Velasco
Ibarra. En el seno del movimiento velasquista, que tenía una posición neutral,
existía un ala izquierda con sentimientos de simpatía hacia Cuba. El político Araujo,
que inicialmente fue ministro del Interior en el gobierno velasquista, pertenecía a
esa tendencia. Los servicios secretos norteamericanos, en colaboración con las
fuerzas conservadoras ecuatorianas, lograron desacreditar y expulsar del gobierno
al ministro Araujo. Posteriormente, esas mismas fuerzas continuaron socavando la
base del propio Velasco, quien se vio obligado por un movimiento militar a dimitir
en favor de su vicepresidente, Carlos Julio Arosemena. Este se mostraba más
inclinado a la izquierda que su predecesor, abrigaba la intención de orientar Ecuador
hacia una vía de mayor independencia frente a Estados Unidos, y actuaba en favor
de un acercamiento hacia los países no alineados. Para desgracia suya y de su causa,
Arosemena era dipsómano y ello le desprestigió ante las fuerzas armadas, ya
influidas en su contra por el servicio secreto norteamericano. En 1962 Arosemena
fue derrocado y Ecuador, después de haber atravesado su breve etapa de naciona­
lismo cuestionador del status interamericano, volvió a integrarse cabalmente al
sistema hemisférico establecido.
Por último, hay que mencionar la participación de Estados Unidos en la
determinación del destino político de Chile, con el empeño de impedir que ese gran
país austral pasara a ser gobernado por una coalición de las izquierdas. Ya en las
elecciones de 1958 se había presentado ante los electores chilenos una alianza
socialista-com unista, denom inada Frente Revolucionario de Acción Popular
(FRAP). En las elecciones de 1964, el FRAP se presentó nuevamente con su
candidato ya estrenado en 1958: Salvador Allende. Esta vez, Estados Unidos temió
que Allende pudiera triunfar: el gobierno conservador del presidente Alessandri,
electo en 1958, había decepcionado a las masas populares y el deseo de un cambio
222 □ Relaciones internacionales de América Latina

social profundo prevalecía en ehpaís. Los estratos políticos de W ashington optaron


por dar su más decidido respaldo al reíorm ism o dem ócrata-cristiano com o antídoto
a la alternativa socialista.
El gobierno de Lyndon B. Johnson continuó en el caso de Chile la línea táctica
establecida por su predecesor Kennedy: la de com batir las corrientes revoluciona­
rias más por el rcformismo que por la represión reaccionaria, salvo en aquellos
países donde no existiese ninguna corriente reformista efectiva. El Partido D em ó­
crata Cristiano de Chile, dirigido por Eduardo Frei, tuvo en las elecciones de 1964
una posición reformista aparentemente audaz y prometió una “revolución en
libertad”. Se sabe actualmente que la campaña de Freí y los demócrata-cristianos se
benefició con una importante ayuda financiera norteamericana, así como con el
asesoramiento de Estados Unidos. Se realizó un intenso y eficaz esfuerzo para
convencer a la burguesía chilena y a las empresas transnacionales del cobre de que
no podían derrocar a la izquierda con fórmulas conservadoras. Había que jugar la
carta del reformismo. Discretamente, Frei dio garantías a los poderosos de la
economía: aumentaría los impuestos directos, así como los salarios y prestaciones
sociales de los trabajadores, pero no hasta el punto de afectar “seriamente” la posi­
ción de los capitalistas. Las empresas del cobre no serían estatizadas sino “chile-
nizadas” con base en las fórmulas de em presa mixta que garantizarían la continua­
ción de los consorcios extranjeros y hasta liberarían esos consorcios de algunos de
sus riesgos y responsabilidades. El resultado de todo ello fue, para satisfacción de
Estados Unidos, la elección de Frei por una gran mayoría. Las masas creyeron en
la “revolución en libertad”. Reformistas honestos y auténticos progresistas cristia­
nos del ala izquierda del PDC se encontraron unidos con la derecha en una lucha
común por cerrarle el camino a Allende y al FRAP .
El régimen de Fidel Castro replicó a todas esas acciones mantenedoras del
sistema establecido, y al boicot y el cerco impuestos a Cuba, mediante la estrategia
de estímulo y, a veces, de ayuda directa a los movimientos revolucionarios de
Latinoamérica. En algunos casos — como el de Venezuela en 1963— , movimientos
guerrilleros latinoamericanos recibieron armas de Cuba. En otros, luchadores
revolucionarios de diversos países fueron adiestrados militar y políticamente en la
isla. El aprendizaje guerrillero en Cuba constituyó la exacta réplica de los cursos de
formación antiguerrillera que los norteamericanos impartían a militares de América
Latina en la Zona del Canal, Guatem ala y otros sitios.
Aparte de ello, para responder a las reuniones de cancilleres y a las medidas
multilaterales contra Cuba, Castro concibió la idea de celebrar en territorio cubano
un encuentro de las fuerzas revolucionarias de los tres continentes del Tercer
Mundo: Asia, Africa, y América Latina. Desde sus comienzos, la Revolución
Cubana había mostrado un sentido de solidaridad revolucionaria internacional que
se extendía más allá de los límites de Latinoamérica. El partido gobernante cubano
estableció vínculos con las organizaciones revolucionarias de los negros norteam e­
ricanos y con las fuerzas antiimperialistas de A frica y Asia. El paso del “Che”
Guevara por el Congo (Zaire) y la ayuda prestada por voluntarios cubanos a las
tropas rebeldes de Pierre M ulele en ese país constituyeron pruebas prácticas de
dicha solidaridad. La convocatoria de la llamada Conferencia Tricontinental, o
Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Africa, Asia y América Latina, fue la
continuación lógica de esa política.
La polarización Cuba-OEA (1958-1967) □ 223

A comienzos de 1966 se congregaron en La Habana los representantes de las


organizaciones revolucionarias más radicales de los tres continentes. Asistieron
igualmente los representantes de algunos partidos en el poder en sus respectivos
países: el Partido Com unista de la Unión Soviética, en representación de las
regiones asiáticas de la URSS, y la Unión Socialista Arabe (partido oficial de
Egipto). En cambio, no fueron invitados los partidos comunistas, socialistas o
revolucionarios que hubiesen manifestado su desacuerdo con la línea insurreccional
y extrem aque caracterizaba al PC cubano en esa época. La ConferenciaTricontinen-
taí adoptó resoluciones favorables a ia lucha violenta armada contra el imperialismo
en el m undo entero. Se decidió coordinar esa lucha mundial mediante la creación
de una Organización de Solidaridad de los Pueblos de Africa, Asia y América Latina
(OSPAAAL) y su sección latinoamericana, la Organización Latinoamericana de
Solidaridad (OLAS).
El PCUS asistió a esa reunión a pesar de que ya Moscú tenía serias dudas en
cuanto a la conveniencia de la línea extremista que La Habana seguía en aquellos
tiempos. La fórmula — debida principalmente al “Che” G uevara— de aplicar en
casi toda América Latina una línea guerrillera (a ratos “foquista”) y tratar de
“transformar Los Andes en Sierra M aestra”, tuvo el efecto de unificar a todas las
fuerzas conservadoras y reformistas de Latinoamérica en un solo frente anticubano.
Al unificar a todos ios no marxistas en contra suya, la Revolución Cubana tendía
objetivamente a fortalecer las fuerzas de la reacción y hacerle un poco el juego al
imperialismo. Si se esperaba que surgieran en Latinoamérica movimientos nacio­
nalistas y de cambio social nuevos y diversos habría que aflojar la presión
insurreccional proveniente de un centro revolucionario único. Esto lo veían los
estrategas de M oscú y, junto con ellos, los elementos más maduros y dialécticos de
los partidos comunistas de América Latina. La URSS pensaba, además, en su
responsabilidad por el mantenimiento de la paz y por evitar un conflicto termonu­
clear. La crisis de los cohetes cubanos había tendido a demostrar que los norteam e­
ricanos se resignaban ante una Cuba socialista, pero que difícilmente soportarían la
implantación del marxismo-leninismo en un segundo país americano, sin recurrir
a los medios de lucha más desesperados y peligrosos. Por último, la URSS estaba
deseosa de reanudar sus relaciones diplomáticas y comerciales con los regímenes
burgueses de Latinoamérica, y abrigaba la esperanza de que tales relaciones podrían
servir para estimular las corrientes nacionalistas anti norteamericanas en el seno de
las propias clases empresariales y capas medias de este continente.
Ya para 1967 las divergencias entre el pensamiento estratégico y táctico de
Moscú y el de La Habana se habían hecho más netas. Por su parte, el Partido
Com unista de Venezuela, consciente de que la lucha armada había fracasado en ese
país, se enfrentó al Partido Comunista de Cuba y sostuvo con él una violenta
polémica.
A fines de 1967 se conoció la noticia de la muerte del “Che” Guevara en las
montañas de Bolivia. Con ese heroico guerrillero murió una etapa de la lucha
revolucionaria latinoamericana. Finalizó el intento de generalizar la lucha armada
al estilo de la Sierra Maestra.
Coincidiendo con el reconocimiento, por parte de los dirigentes de La Habana,
de que la polarización extrema no servía a los intereses de la revolución, se
comenzaron a mani festar en America Latina los síntomas de la formación de nuevas
224 □ Relaciones internacionales de América Latina

fuerzas nacionalistas y de cambio social. Las relaciones internacionales del conti­


nente estaban a punto de entrar en una nueva etapa: Ja que estamos viviendo
actualmente, caracterizada por un panorama más complejo que el de la década de
la bipolaridad.

Resumen

A partir de J958 adquirieron plena vigencia diversos cambios que paulatina­


mente se venían preparando desde 1956.
En escala mundial se daba importantes pasos hacia la distensión entre los
bloques dirigidos por W ashington y por Moscú, respectivamente. La estructura
fuertemente bipolar del sistema internacional estaba siendo sustituida por un
esquema todavía bipolar pero más flexible, con el claro ascenso de nuevos centros
de poder autónomos, producto de contradicciones y secesiones en el seno de los dos
bloques establecidos. La “guerra fría” se había “institucionalizado” o estabilizado,
permitiendo disidencias y esferas de autonomía.
En A m érica Latina aumentaron cada vez más los descontentos y las quejas
frente al trato económicamente explotador y políticamente represivo de Estados
Unidos. Desde 1956 comenzaron a caer dictadores derechistas. En Venezuela
surgió, a raíz del derrocamiento de Pérez Jiménez, un interesante modelo de
desarrollo dem ocrático reformista en el marco del capitalismo, mientras en Cuba el
proceso liberador se radicalizó hasta chocar frontalmente con la potencia norteam e­
ricana y verse impulsado a buscar la protección del campo soviético, adoptando un
sistema marxista-leninista.
Norteamérica, durante los años de Kennedy, trató de combatir la influencia de
la Revolución Cubana mediante iniciativas reformistas y una alianza con regíme­
nes democráticos tales como el venezolano. El campo de la liberación latinoam e­
ricana se escindió entre fuerzas revolucionarias de orientación socialista y tenden­
cias reformistas moderadas. Estas últimas coincidieron con Kennedy, y Latinoam é­
rica se polarizó entre W ashington y La Habana.
Sin em bargo, entre esos dos polos, algunos países latinoamericanos lograron
m antener una posición intermedia. Aparte de las democracias de la zona situada al
sur de Amazonia, en la propia área neurálgica y convulsionada de Latinoamérica
septentrional, M éxico se destacó com o un país que procuró mostrarse autónomo y
casi neutral frente al conflicto existente.
Aunque Kennedy utilizó el arm a del reformismo, no vaciló en recurrir a la
represión violenta — apoyó a movimientos golpistas— en algunas circunstancias.
Esa tendencia se acentuó bajo la presidencia norteamericana de su sucesor Lyndon
B . Johnson, y quedó de manifiesto de la manera más brutal en el desembarco de los
marines en Santo Domingo en 1965.
L a estrategia cubana encaminada a provocar una sola y colosal revolución
latinoamericana, a través de tácticas de lucha armada y de apoyo a corrientes
socialistas dogmáticas, se saldó en un claro fracaso que fue reconocido por el propio
Fidel Castro a fines de 1967. Con ello, quedó abierto el camino para una nueva
etapa, de di versificación de las tendencias liberadoras latinoamericanas y de
despolarización en escala hemisférica.
La polarización Cuba-0 E A (1958-1967) □ 225

i acia V — —

Tabla cronológica IX

A ño C u b a -siste m a O tro s países R elaciones


in te ra m e ric a n o d e L a tin o a m é ric a in te r a m e r k a n a s

1959 C a íd a d e B a tis ta . F a s e G obierno de Betancourt en V Reunión de C onsulta, S a n ­


prem arxista del régim en de V e n e z u e la . D e s e m b a rc o tiago.
C astro. V isita de C astro a antitnijillista en Santo D o­
E E U U . N acionalizaciones. m in g o . D ic ta d u r a de
A m istad con V enezuela. Duvalier.

1960 V isita de M ikoyan a C uba. A tentado contra Betancourt. VI y V II R euniones de Con-


K ruschev ofrece ay u d a a sulta en San José.
Cuba. Nacionalización de las
refinerías. CIA conspira con­
tra Castro. D eterioro Cuba-
V enczuela. R uptura EEU U -
Cuba.

1961 Invasión a Playa Girón. A lian za p a ra el Progreso. A lianza para el Progreso.


M uerte de Trujillo. Quadros
presidente de Brasil; 1c suce-
de Goulart. Velasco Ibarra,
presidente del Ecuador.

1962 C uba es expulsada del “S is­ Acción guerrillera en V ene­ V III R eunión de C onsulta de
tem a Interam ericano” . C ri­ zuela, G uatem ala y otros paí­ Punía del Este.
sis de los cohetes. ses. A rosem ena, presidente
del Ecuador; es derrocado.

1963 C risis por arm as cubanas en Acción guerrillera en Vene-


V enezuela. zuela, G uatem ala y otros paí­
ses. Juan B osch presidente de
Santo Dom ingo; es derroca­
do.

1964 Sanciones a Cuba. G olpem ilitaren Brasil. H uel­ IX R eunión de Consulta.


gas contra Jagan en G uayana
Británica. Elecciones en C hi­
le. Freí presidente.

1965 Intervención norteam ericana X Reunión de Consulta.


y guerra civil en Santo D o­
mingo.

1966 I C o n f e re n c ia T r ic o n ti- Independencia de G uyana;


n en tal. acuerdo con Venezuela.

J967 D isp u ta e n tre C u b a y el XI y X II R euniones de C on­


PC V . M u e rte del “ C h e" sulta.
Guevara
De los años sesenta a los ochenta
(1968-1980)

1968-1973: crisis del poder estadounidense y ascenso latinoamericano

A partir de 1968 la situación política mundial tendió a evolucionar hacia la


distensión y hacia una creciente multipolaridad. Debido a un conjunto de circuns­
tancias económicas, sociales y políticas, Estados Unidos fue perdiendo su posición
de primera potencia incuestionada y, al m ism o tiempo, también la Unión Soviética
se encontró ante dificultades crecientes en su propio seno y en su esfera de
influencia.
El mundo capitalista comenzó a entrar en una etapa de crisis económica a partir
de 1968. Llegaba a su término la larga etapa expansiva que se había iniciado al
finalizar la Segunda G uerra M undial y que tuvo por base la tercera revolución
tecnológica (electrónica, cibernética, automatización, energía nuclear, conquista
del espacio), el crecimiento vertiginoso de la industria automotriz, el relativo bajo
costo de las materias primas, el estímulo armamentista y, sobre todo, la abundancia
de mano de obra derivada del ingreso acelerado de la mujer al mercado del trabajo
así com o masivas migraciones desde el Tercer M undo hacia los centros industriales.
Durante la década de los sesenta todos esos factores propicios a la expansión
y a la prosperidad comenzaron a fallar. La tercera revolución tecnológica agotó sus
posibilidades y se dejaron de crear nuevas ramas industriales. El precio de las
materias primas comenzó a elevarse por efecto de una relativa escasez de las
mismas. En lugar de una superabundancia de mano de obra se llegó al pleno empleo
y, en consecuencia, a un incremento de las reivindicaciones obreras; esto, a su vez,
produjo un descenso en la tasa de ganancias y, con ello, en la acumulación de capital.
Para contrarrestar estas tendencias recesivas, los países industrializados dominan­
tes estimularon la inflación y, por primera vez en la historia de la economía
capitalista, apareció a partir de 1968 el fenómeno de la stagflation: estancamiento
o recesión combinados con inflación.
L a situación de crisis fundamental se hizo más evidente a raíz de la crisis
coyuntural de 1973-1975. El despilfarro de energía, la acumulación de grandes
reservas “estratégicas” de materias primas, y el efecto de ciertas medidas de los
países exportadores de petróleo, causaron una situación de escasez energética y de
fuerte elevación del precio de los combustibles. Ello se agregó a los factores ya
existentes de tendencia recesionista e inflacionaria a la vez.
Dentro de este cuadro general de crisis del sistema capitalista, Estados Unidos
sufrió problemas específicos que le hicieron perder la hegemonía indiscutible que
durante largo tiempo había tenido. El despilfarro general de recursos económicos,
el gasto público excesivo (sobre todo el militar), una balanza de pagos cada vez más
deficitaria, todo ello, frente al creciente poderío económico de Europa occidental y
Japón, obligó al presidente Nixon a decidir en 1971 el abandono de la paridad fija
228 □ Relaciones internacionales de América Latina

entre el dólar y el oro. Se inició así la devaluación del dólar, que dejó de ser el signo
monetario “im perial” para convertirse simplemente en una moneda entre muchas,
flotante y vulnerable. Con ello llegó a su fin la jefatura económica de Estados
Unidos sobre los demás países del sistema capitalista.
Al mismo tiempo, Norteamérica tuvo que admitir, en el plano político, que su
poder tenía límites y que por prim era vez en su historia había perdido una guerra.
La heroica lucha de) pueblo de Vietnam por su liberación nacional y social encontró
apoyo parcial en el seno del pueblo de Estados Unidos: cada vez más la opinión
pública norteamericana protestó contra una guerra que consideraba injusta e
injustificada. A partir de 1969, el presidente Nixon, a través de su brillante asesor
Henry Kissinger, inició la búsqueda de un arreglo que permitiese a Estados Unidos
una retirada “honorable” de Asia del Sureste. En primer término, se enunció la
Doctrina Nixon sobre las responsabilidades compartidas: en lugar de ser gendarme
del mundo, el imperio norteamericano delegaría el m antenimiento del orden a sus
aliados de confianza en las diversas regiones del mundo. Al quedar claro — en el
caso de Indochina— que el régimen antipopular y corrupto de Saigón era incapaz
de desem peñar ese papel de guardián regional, Nixon y Kissinger se resignaron a
negociar con los dirigentes de la revolución vietnamita. Para 1973 el acuerdo estaba
listo. Los norteamericanos se retiraron de Vietnam y los patriotas revolucionarios
izaron su pabellón rojo sobre Saigón.
Cabe señalar, sin embargo, que la gran retirada estratégica norteamericana no
fue unilateral con respecto al equilibrio de fuerzas en el mundo. También la otra
“superpotencia”, la Unión Soviética, sufrió durante el mismo lapso grandes reveses
que la obligaron a moderar el alcance de sus objetivos nacionales.
La URSS y los demás países socialistas fueron afectados por la crisis econó­
mica del mundo capitalista, debido a los vínculos de intercambio existentes, así
como también por razones intrínsecas al propio sistema socialista-burocrático. El
progreso dinámico que caracterizó la econom ía soviética a principios de 1960 se
detuvo en 1970. Debido a deficiencias estructurales — excesivo centralismo del
aparato económico; atraso en los campos de la cibernética y la “inform ática”, con
los consiguientes errores en la planificación; notable deficiencia de la agricultura
por motivos naturales y sociales; bajo nivel de rendimiento del trabajo por razones
ideológicas y psicológicas— , su ritmo de producción bajó, aparecieron alarmantes
síntomas de escasez en algunos renglones, y quedó claro que Kruschev había sido
excesivamente optimista cuando predijo que p arala década 1970-1980 la URSS se
adelantaría a Estados Unidos en todos los órdenes.
Aparte de sus fallas económicas, en 1968 la URSS fue objeto de una hostilidad
cada vez mayor por parte de China y tuvo que desplegar grandes contingentes
militares a lo largo de su extensa frontera con ese gran país asiático. Al mismo
tiempo, tuvo problemas con los comunistas checoslovacos que, bajo la jefatura de
Dubcek, Smrkowsky, Cisar, Swoboda y Husak, se enrumbaron por la vía del
“socialismo con rostro humano” y por una mayor autonomía frente a la URSS y el
Pacto de Varsovia. El ejemplo checoslovaco afectó a los países vecinos, Hungría,
Polonia, República Democrática Alemana, e incluso a la misma URSS: en Ucrania
estallaron brotes de regionalismo combinados con el llamamiento a la dem ocrati­
zación del socialismo. L a Yugoslavia del mariscal Tito miró con buenos ojos — y
alentó— ese proceso de creciente descentralización del campo socialista. A sí
De los anos sesenta a los óchenla (1968-1980) □ 229

mismo, el gobierno de Ceaucescu en Rumania —autoritario hacía dentro pero


autonomista frente a la URSS— dio su apoyo moral a las fuerzas centrífugas. En
Moscú, las mentes conservadoras o simplistas veían en el proceso centrífugo nada
menos que la desintegración del campo socialista y su posible infiltración por los
agentes del imperialismo. De allí que propusieran — e impusieron— la tesis de la
intervención arm ada en Checoslovaquia. La repugnante acción se realizó en agosto
de 1968, y tuvo efectos prolongados, con tensiones y desconfianzas en el campo
comunista. Año tras año surgieron en la URSS y en los demás países miembros del
Pacto de Varsovia nuevos síntomas de descontento y del deseo de que su socialismo
se dem ocratizara y otorgara plena autonomía a cada una de las naciones y
nacionalidades que participaban en él. M ás allá de la superestructura política, el
movimiento hacia la democracia socialista y la diversidad nacional provenían de los
factores fundamentales (de las “fuerzas profundas” del sistema), cuyas contradic­
ciones propias, independientes de la voluntad de tal o cual individuo, imponían la
lucha por cambios que humanizaran el socialismo y, al humanizarlo, 1o hicieran más
eficaz para resolver los problemas del mundo contemporáneo.
Agobiados por sus dificultades económicas, sociales y políticas, así como por
el temor de una alianza chino-norteamericana en su contra, los dirigentes de Moscú
siguieron frente a Estados Unidos una línea de distensión, de coexistencia pacífica
y de creciente intercambio y cooperación. Si Estados Unidos dejó de ser maestro
omnímodo del mundo occidental con sus dependencias neocoloniales, la URSS a
su vez dejó de ser la cabeza indiscutida de los países gobernados por partidos
comunistas. Más aún: con la posición antisoviética de los chinos, el movimiento
com unista quedó dividido por un antagonismo profundo.
Tanto Brezhnev como Henry Kissinger entendieron que había que actuar con
realismo, con sentido práctico más que con esquemas doctrinarios preconcebidos.
Aparte del realismo, su comportamiento conllevó la autolimilación del poder y de
las ambiciones de su potencia respectiva. Ir más allá de ciertos objetivos limitados
significaría agotar sus fuerzas, debilitarse y, además, poner en peligro la paz
mundial y la perspectiva de una distensión mutuamente beneficiosa: el mercado
soviético resultaba de enorme interés para los capitalistas norteamericanos; a su
vez, la cooperación tecnológica y comercial norteamericana sería importante para
perm itir a los soviéticos la superación de su etapa de dificultades.
La relativa disminución del poder de las dos potencias máximas permitió,
desde 1968, el fortalecimiento de otros centros de decisión. Japón incrementó su
importancia de gran potencia y comenzó a superar la inhibición política que le había
sido propia desde 1945. Europa occidental se tornó más independiente y más :
dinámica, no sólo en lo económico — Mercado Común— sino también en la
adopción de posiciones políticas a veces discrepantes de la posición de Estados
Unidos. Ya se mencionó la política independiente, y casi agresiva frente a 1a URSS,
de la República Popular China que, por obra y gracia de los norteamericanos, salió
de su aislam iento diplomático e ingresó a las Naciones Unidas.
Por último, el paso del bipolarismo rígido a un bipolarismo m atizado.y
acompañado de elementos de balanza de poder, hizo posible un mayor ascenso del
Tercer M undo — o por lo menos de partes de él— como otra potencia autónoma en
el juego político internacional. El Grupo de los 77 (países subdesarrollados en el
seno de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) cobró
230 □ Relaciones internacionales de América Latina

nuevas fuerzas. La Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP),


integrada por Venezuela y por un conjunto de países árabes, persas, africanos e
indonesios, aum entó su poder y se transformó gradualmente en vanguardia de las
naciones subdesarrolladas o neocoloniales en su lucha por la justicia económica
internacional. El movimiento de los países no alineados, que de 1965 a 1969 parecía
estar en crisis, experimentó un nuevo auge.
Es obvio que el nuevo am biente mundial tenía que repercutir sobre América
Latina. En este continente, como en los demás, nuevas fuerzas inconformes se
hicieron sentir. El nacionalismo rebelde, dirigido contra la hegemonía de Estados
Unidos, se com binó en diversos casos con los intentos de llevar a las clases pobres
hacia una mayor participación en la riqueza y en la toma de las decisiones, y de
reducir el poder y los privilegios de las clases dominantes tradicionales.
Contribuyó grandemente al ascenso de esas fuerzas nuevas el hecho de que
Cuba, a partir de 1968, definió una nueva política, de táctica moderada frente a los'
regímenes conservadores del continente. Como ya señalamos antes, el apoyo
cubano a movimientos guerrilleros no dio resultados revolucionarios positivos. Ese
apoyo aisló a C uba y unificó a toda América — incluso a fuerzas progresistas que
vacilaban entre el reformismo y la revolución— contra el régimen castrista. La línea
guerrillera en muchos casos provocó una represión cada vez más dura, desacreditó
al movim iento revolucionario ante los ojos del pueblo y, sobre todo, cerró vías de
acción socialista o comunista legal, aislando y debilitando a los movimientos de
izquierda. AI mismo tiempo, dificultó los intentos de la Unión Soviética, protectora
de Cuba, de acercarse a las burguesías nacionales latinoamericanas por la vía del
comercio y la cultura.
Fidel Castro y sus compañeros, con la caída del Che Guevara en B olivia a fines
de 1967, probablem ente se convencieron del error de tratar de convertir los Andes
en Sierra M aestra. Aquella muerte heroica pero solitaria y quijotesca marcó el fin
de la epopeya guerrillera latinoamericana de la década de los sesenta. Los soviéticos
ya llevaban algún tiempo tratando de convencer a Castro de que era deseable una
línea más flexible: esta vez el dirigente cubano acogió esa idea.
En 1968 el gobierno cubano emitió sus primeros pronunciamientos sobre la
diversidad de vías que podían conducir a la revolución en América Latina. Cuba
debía concentrar sus esfuerzos principalmente en la construcción de una economía
socialista en su propio suelo; su ejemplo tendría mayor efecto revolucionario, a
mediano o largo plazo, que una embestida insurreccional. Cada país latinoamerica­
no tenía sus propias características, y la acción progresista o revolucionaria de los
pueblos variaría de caso en caso.
En los últimos meses de 1968 América Latina fue sorprendida por los
acontecimientos que ocurrieron en Perú. El presidente Fernando Belaúnde Terry,
acusado de negociaciones con sectores petroleros norteamericanos contrarias al
interés nacional, fue derrocado por un golpe militar. Los oficiales del nuevo
gobierno castrense, presidido por el general Juan Velasco Alvarado, proclamaron
su voluntad de realizar una profunda revolución social en beneficio de las mayorías
populares, desheredadas, de acuerdo con el legado histórico de Túpac Amaru. En
seguida, pasaron de las palabras a los actos, decretaron la nacionalización de la Gulf,
la em presa responsable de las dudosas negociaciones que se habían realizado.
Luego, de un plumazo rompieron la columna vertebral del latifundismo, expropian­
De tos años sesenta a los ochenta ( ¡968-1980) □ 231

do las haciendas de la costa. M ás adelante, la reforma agraria se extendió a la sierra.


Los campesinos, en lugar de recibir parcelas individuales — fuente, en tantos países,
de estancamiento, de minifundismo y de latifundismo renovado— fueron organi­
zados en asociaciones para labrar la tierra en común.
Luego le tocó el turno a la industria y al conjunto de la estructura económica
del país. La participación obrera en la gestión de las empresas y, en muchos casos,
en una forma de autogestión, surgió por la creación de las comunidades industriales.
El Estado inició una planificación nacionalista del desarrollo. Se comenzó a
controlar el capital extranjero, alejándolo de los grandes recursos y de las industrias
básicas, obligándolo a asociarse con capital público o privado peruano, así como a
someterse a la supervisión del Estado.
El régimen peruano extendió su soberanía marítima en las costas hasta la
distancia de 200 millas y se enfrentó a las flotas pesqueras foráneas — sobre todo
norteamericanas— que hasta aquel momento habían venido arrasando con los
recursos pesqueros del país.
En su política internacional, el régimen revolucionario peruano actuó en
conformidad con los criterios del Tercer M undo o de los países no alineados. Se
solidarizó con Panamá en la lucha por la recuperación del Canal y apoyó toda
iniciativa latinoamericana encaminada a dar a este continente una m ayor indepen­
dencia de Estados Unidos. En toda su actuación, interna y externa, el estamento
m ilitar peruano demostró decididamente la falsedad del análisis tradicional que lo
consideraba com o “oligárquico” . Demostró, por el contrario, los vínculos sociales,
personales e ideológicos que tenían con las capas medias asalariadas e intelectuales,
proclives al nacionalismo rebelde y a la protesta social, en alianza con las clases
trabajadoras del campo y la ciudad. Sin embargo, el proceso tuvo una falla
fundamental: las decisiones siguieron tomándose en forma vertical, desde arriba,
sin participación popular efectiva y dinámica, no obstante los intentos de fomentar
la participación a través del Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS).
Poco después de la toma del poder por los militares peruanos, se produjo un
golpe militar en Panamá, dirigido por el general Ornar Torrijos. Vinculado, como
sus colegas peruanos, a las capas medias y comprensivo ante los anhelos dei pueblo,
Torrijos puso fin al poder político de ciertas familias oligárquicas que hasta
entonces habían regido los desti nos de Panamá. Sin embargo, no afectó sus intereses
económicos ni los de las empresas transnacionales. Tampoco tomó medidas
im portantes para redistribuir el ingreso, de tal modo que no se le puede comparar,
en cuanto al impacto transformador, con los militares de Perú.
Aun así, en lo referente a la política exterior, Torrijos produjo un cambio
importante. Se unió a Perú y, posteriormente, a Bolivia y Chile, en una actividad de
denuncia, en el seno de los organismos internacionales americanos, del excesivo
poder imperial de Estados Unidos, y en favor del desarrollo independiente de los
países de Latinoamérica. Intensificó grandemente la presión nacionalista para
obtener la revisión del tratado sobre el Canal y recuperar para su país la zona que
una oligarquía antinacional entregara en 1903. Obligó a Estados Unidos a negociar
en sèrio y a contem plar la posibilidad de modificaciones sustanciales del status de
la vía interoceánica.
En el año siguiente, 1969, se inició un proceso de cambio hacia el nacional ismo
antiimperialista en Bolivia. El presidente René Barrientos, derechista y amigo de
232 □ Relaciones internacionales de América Latina

Estados Unidos, había perecido en un accidente, sucediéndole en el mando un civil


moderado, Siles Salinas. Éste fue derrocado en 1969 por el general Ovando, a quien
hasta ese momento se había considerado como uno de los más represivos entre los
altos oficiales de Bolivia. Ovando había comandado las fuerzas antiguerrilleras del
país y se le consideró directamente responsable del fusilamiento del Che Guevara.
Fue grande la sorpresa de los observadores cuando, desde el poder, el general
Ovando proclamó principios nacionalistas de izquierda, parecidos a los que se
aplicaban en el vecino Perú, Estatizó empresas extranjeras y dictó diversas medidas
de nacionalismo económico. Llamó a colaborar en su gobierno a hombres de
ideología revolucionaria y alineó a Bolivia, dentro del concierto latinoamericano,
con los países de actitud rebelde frente a Estados Unidos. Entre Bolivia y Perú se
efectuó un acercamiento basado en la similitud de los dos regímenes en cuanto a su
orientación política general.
Al cabo de un año, en 1970, Ovando se vio obligado, por la presión de los
sectores conservadores y de oficiales de derecha, a dejar el poder. Se estableció una
junta militar antiprogresista. Pero casi en seguida el general J.J. Torres, nacionalista
de izquierda, combatió a los golpistas y tomó el poder. Bajo el gobierno de Torres
se acentuó más el viraje hacia la izquierda que Ovando había iniciado con
vacilaciones. Se multiplicaron las nacionalizaciones y las medidas de intervención
para regular el capital extranjero; se radicalizó la política exterior, basada en la
solidaridad con todas las fuerzas inconformes del continente, y se permitió el
funcionamiento de una asamblea popular semioficiai, com puesta de representantes
de todos los partidos de izquierda, de orientación socialista, comunista, trotskista,
maoísta o nacional-revolucionaria. El régimen de izquierda nacionalista de Torres
duró hasta la segunda mitad de 1971, cuando fue derrocado por la derecha dirigida
por el general Hugo Banzer.
El más profundo proceso de cambio hacia la liberación nacional y un comienzo
de socialización fue el que se realizó en la República de Chile, a raíz del triunfo
electoral en 1970 de Salvador Allende, candidato del movimiento de Unidad
Popular, integrado por los partidos Socialista, Comunista, Radical, M APU (des­
prendimiento izquierdista de la democracia cristiana), y otros grupos menores.
Desde 1969 se venía gestando un acuerdo de unidad popular entre todas las
organizaciones políticas de izquierda en Chile: unidad hecha posible por el nuevo
clim a mundial de despolarización y de auge de nuevas fuerzas inconformes. El
ascenso de Allende a la presidencia de Chile tuvo un gran impacto en la opinión
pública de A mérica y ei mundo. La estatización de la industria del cobre y de otras
grandes empresas, la creciente primacía del sector público en la vida económica, el
indudable ascenso del proletariado a la toma de decisiones, las medidas parciales
pero eficaces de redistribución del ingreso, la política exterior de solidaridad
antiimperialista, y la clara orientación general hacia un futuro socialista, hicieron de
Chile un foco revolucionario de gran significación para todo el continente, estímulo
y ejemplo para trabajadores, intelectuales rebeldes y patriotas inconformes en toda
A mérica Latina. Pese a la constante oposición — vehemente y a ratos subversiva—
de la derecha, el gobierno de Allende tuvo éxito y mantuvo su popularidad.
Crecientes dificultades económicas, debidas a falta de crédito exterior y sabotaje
capitalista, no disuadieron a las clases trabajadoras chilenas de su fe en el proceso
de transformación que dirigía la Unidad Popular.
De los anos sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 233

La corriente nacionalista de izquierda se extendió también a la República


Argentina. Los militares que habían gobernado el gran país del sur durante la mayor
parte de dos lustros, tratando de contener ia constante presión reivindicativa de las
clases populares que seguían creyendo en el peronismo, decidieron devolver el
poder a los civiles y permitir el retorno de Juan Domingo Perón. En los primeros
meses de 1973 se celebraron elecciones libres y triunfó por fuerte m ayoría Héctor
Cámpora, candidato del justicialismo. En el seno de ese movimiento se había
fortalecido particularmente su ala izquierda, integrada por elementos jóvenes que
tomaban en serio el término de “socialismo nacional” y utilizaban el método del
materialism o histórico para analizar la sociedad argentina y esbozar soluciones a
sus problemas. El gobierno de Cámpora adoptó una actitud amistosa hacia el de
Allende; durante algunos meses el Cono Sur pareció dominado por la izquierda y
por actitudes nacionalistas opuestas al poder hegcmónico de Estados Unidos.
Tam bién en Uruguay se manifestó durante ios años 1968-1973 un auge de las
fuerzas populares. La organización revolucionaria clandestina de Los Tupamaros
actuó en forma violenta, encarnando la protesta más extrema contra un sistema de
capitalism o dependiente, con instituciones reformistas que ya no satisfacían, en
vista de la situación de estancamiento y deterioro económicos existente desde hacía
años. Por otra parte, en el plano legal se constituyó en 1972 un Frente Amplio de
organizaciones políticas partidarias de la liberación económica nacional y del
cambio social igualitario. Estas organizaciones incluían a socialcristianos progre­
sistas, liberales de izquierda, socialistas y comunistas. El general retirado Líber
Seregni fue candidato presidencial del Frente Amplio y obtuvo una votación muy
considerable en las elecciones generales de 1971.
En Venezuela las elecciones de 1968 dieron el triunfo al Partido Socialcristiano
CO PEI y su candidato presidencial, Rafael Caldera. La victoria copeyana se debió
a una división en el seno del partido Acción Democrática (AD), gobernante en el
periodo anterior. AD, inicialmente nacional-revolucionaria y con inclinación hacia
el socialismo democrático, desde 1960 en adelante y por diversas circunstancias
históricas, había sufrido un proceso de relativa derechización (inicialmente táctica,
pero luego también estratégica y esencial). Sobre todo el hecho de haber llegado al
poder cuando estaba intacto el aparato económico y militar en el cual se había
apoyado antes la dictadura de Pérez Jiménez, obligó a Rómulo Betancourt y a su
sucesor Raúl Leoni a hacer importantes concesiones a la derecha y a limitarse a la
tarea de la democratización política sin afectar los privilegios sociales y económi­
cos. La secesión de los marxistas del MIR en 1960 y la de los nacional-revolucio­
narios radicales del llamado Grupo ARS en 1962, así como la ofensiva guerrillera
de extrema izquierda contra los gobiernos de Betancourt y de Leoni, habían
intensificado la tendencia de AD hacia posiciones más moderadas y alianzas con la
derecha democrática. El sector de AD más vinculado a las clases populares y más
leal a los viejos principios revolucionarios del partido luchó contra ias claudicacio­
nes y exigió el planteamiento de avances hacia la democracia económica y social.
Bajo la jefatura de Luis Beltrán Prieto Figueroa y de Jesús Paz Galarraga, el sector
popular entró en conflicto frontal con la tendencia más conservadora, y fue
expulsado de AD en 1967, pasando a la oposición bajo el nombre de M ovimiento
Electoral del Pueblo (MEP).
COPEI, por su parte, había nacido como un partido conservador íntimamente
234 □ Relaciones internacionales de América Latina

vinculado a la burguesía tradicionalista. Sus fundadores se iniciaron en la lucha


política en 1936 como partidarios de Franco y del Estado corporativo. Pero desde
1946 evolucionaron hacia posiciones democráticas, bajo la influencia del pensa­
miento democratacristiano europeo de la época de la segunda posguerra. Más
adelante, la dictadura perezjim enista absorbió sus elementos más recalcitrantes, y
el avance hacia actitudes progresistas se acentuó durante los años 1956-1958. Para
1968, cuando llegó al poder por efecto de la división AD-MEP, el partido COPEI
poseía en su seno, además de influencias tradicionalistas, otras de carácter popular
y orientadas del centro hacia la izquierda.
Atento ante los reclamos de los sectores populares y los sectores burgueses
nacionalistas, y consciente de los “ vientos nuevos” que soplaban por el mundo, el
presidente Caldera y su canciller Arístides Calvani resultaron relativamente auda­
ces en materia de política exterior. Proclamaron la tesis de la “justicia social
internacional” (solidaridad del Tercer M undo para buscar un nuevo orden interna­
cional de m enos desigualdad entre el Norte y el Sur), y la del “pluralismo
ideológico” (coexistencia pacífica con Cuba). Denunciaron el tratado comercial
con Estados Unidos, trataron de reorientar el comercio exterior parcialmente hacia
Europa y Latinoamérica, diversificaron las fuentes de adquisición de armas,
promovieron la integración hispanoamericana para hacer contrapeso al poder
subimperial de Brasil, realizaron una activa política en el Caribe y movilizaron a los
países de esa zona en defensa de sus recursos marítimos por la tesis del “mar
patrim onial” de 200 millas. Descongelaron en la práctica las relaciones con Cuba,
mejoraron y normalizaron la convivencia con la vecina Guyana de gobierno
izquierdizante; se opusieron a Estados Unidos en múltiples aspectos. Establecieron
relaciones con la URSS y otros países socialistas. Internamente, el gobierno de
Caldera puso fin a las operaciones antiguerrilleras y, mediante una política de
“pacificación” basada en ía amnistía y el indulto, acabó con la violencia política en
el país. D e ese modo, en forma moderada pero decidida, Caldera logró que
Venezuela participara en el movimiento latinoamericano que cuestionaba por lo
menos parcialmente la hegemonía estadounidense. Tendencias nacionalistas exis­
tentes en el seno de la burguesía se expresaron a través de él.
En el plano de las relaciones interamericanas multilaterales, el auge nacional-
reivindicativo del continente latinoamericano se manifestó en varias ocasiones con
creciente fuerza hasta comienzos de 1973.
Antes de 1968 la mayoría de los organismos internacionales promovidos por
países latinoamericanos había tenido poca efectividad para lograr una mejor
redi stribución de) poder y la riqueza entre el norte y el sur. Se había tendido a servir
en últim a instancia a los intereses imperiales para obtener una mayor y mejor
penetración en las regiones dependientes. El Banco ínteramericano de Desarrollo
(BID), creado en 1959 luego de una inicial oposición norteamericana, pronto se
convirtió en dócil instrumento de la potencia de mayor capacidad financiera. El
M ercado Común Centroamericano, creado en 1960, desde sus comienzos benefició
a las compañías transnacionales, que obtuvieron un campo más amplio, mejor
integrado, y libre de barreras internas; para sus inversiones y su dominación. La
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), fundada en el mismo
año de 1960 y concebida teóricamente como un instrumento de liberación para las
naciones situadas al sur del Río Bravo, mostró su debilidad y sus contradicciones
De los años sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 235

paralizantes y favoreció — en lugar de restringir— la participación capitalista


norteam ericana en sectores importantes de la vida económica de América Latina.
Desde 1968 en adelante el cuadro cambió. La coordinación de los planteamien­
tos económicos latinoamericanos adquirió creciente importancia a través de la
CECLA (Comisión Económica de Coordinación Latinoamericana). Después de
conversaciones previas, los cancilleres latinoamericanos se reunieron en mayo de
1969 en Viña del M ar, Chile. Emitieron una declaración conocida como “Consenso
de Viña del M ar” , en la cual plantearon una enérgica revisión de las relaciones
económicas Norte-Sur. Culpaban a Estados Unidos de establecer y m antener sus
mecanismos de explotación y ventajismo, y de impedir un verdadero desarrollo
autónomo de los países de Latinoamérica. Pidieron la adopción de medidas
tendientes a elevar y estabilizar los precios de los productos básicos, así como a
controlar los de los artículos manufacturados; a permitir un efectivo dominio de los
latinoamericanos sobre sus recursos; a asegurar la divulgación tecnológica en
beneficio de los países subdesarrollados del hemisferio; a regular las inversiones
extranjeras y los fletes; a lograr preferencias no recíprocas por parte de la potencia
norteamericana hacia sus vecinos meridionales, y a garantizar el acceso de produc­
tos no tradicionales del Sur a los mercados del Norte. Por primera vez, toda
Latinoamérica — los gobiernos conservadores o timoratos alentados y arrastrados
por los más radicales y audaces— adoptó una postura unánime, fuertemente
reivindicativa e impugnadora ante Estados Unidos en cuestiones económicas
fundamentales.
En el mism o año de 1969 fue suscrito el Acuerdo de Cartagena entre los países
andinos (Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, y Venezuela a partir de 1972),
creándose un mecanismo de integración subregional que, a diferencia de otros
existentes, conllevaba la intención de regular y controlar los capitales extranjeros
en la zona, y promover un desarrollo independiente bajo la supervisión del poder
público de !os Estados miembros.
Por su parte, el Acuerdo de la Cuenca del Plata, firmado en el m ism o año por
Argentina, Bolivia, Uruguay, Brasil y Paraguay, también contenía cláusulas favo­
rables a la lucha por un desarrollo independiente frente al gran país norteamericano.
En 1970 se efectuaron diversas negociaciones entre Latinoamérica y Estados
Unidos; en ellas los países signatarios del Consenso de Viña del M ar pretendieron
que los norteamericanos aceptaran algunos de sus planteamientos más importantes.
Las conversaciones se efectuaron en diversas etapas durante los años 1971,1972 y
1973, mostrando los representantes del norte una indignante tendencia a eludir la
discusión de los puntos importantes. Al confiar su representación a “técnicos” y no
a políticos, Estados Unidos obstaculizó y paralizó el diálogo económico con
A m érica Latina y dio una inconfundible imagen de egoísmo y de m ala voluntad. Ni
en lo tocante a las preferencias, ni con respecto a ios términos de intercambio y el
problema de la tecnología, los negociadores norteamericanos se mostraron dispues­
tos a la menor concesión sustancial; por ello, en América Lati na creció el sentimien­
to de indignación y de frustración incluso entre sectores burgueses moderados. Esto
quedó de manifiesto en las asambleas anuales que la OKA comenzó a celebrar a
partir de 1971. Por otra parte, desde 1970 funcionó la Comisión Económica de
Coordinación y Negociación (CECON), organismo informal para el diálogo Norte-
Sur en el seno del hemisferio occidental.
236 □ Relaciones internacionales de América Latina

La III Asamblea General de la OEA, celebrada en 1973, fue particularmente


agitada. Poco antes, Estados Unidos había sido colocado en el banquillo de los
acusados en una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, celebrada en Panamá. A nte los ojos del mundo, los gobiernos latinoame­
ricanos radicales o semi-radicales —-Chile, Perú y, sobre todo, Panamá— habían
exigido la descolonización de la Zona del Canal y el cese de presiones y agresiones
económicas norteamericanas contra los países que adoptaran medidas nacionalis­
tas. Cuando apenas se recuperaba de esa humillante experiencia la potencia
norteamericana fue objeto de renovadas críticas y ataques en la mencionada
asamblea de la OEA. Ello coincidía con una nueva victoria de la Unidad Popular
chilena en elecciones municipales y parlamentarias, y con el ascenso de Cámpora
y las masas justicialistas en Argentina.
El imperio norteamericano parecía tambalearse. Pero reaccionó a partir de ese
momento y los factores hemisféricos conservadores pasaron a la contraofensiva.

1973-1976: retroceso represivo parcial

El año 1973 marcó una agravación de la crisis económica a nivel mundial. La


guerra del M edio Oriente, en octubre, provocó por parte de los países árabes una
reacción hostil hacia un Occidente que les parecía dem asiado complaciente hacia
su enemigo, el Estado de Israel. Los países árabes miembros de la OPEP decidieron
aplicar al Occidente un embargo parcial de sus suministros petroleros, como medio
de presión contra la política de apoyo a Israel. El embargo redujo el abastecimiento
mundial de petróleo a principios de 1974, y contribuyó a acentuar una escasez
energética y a existente desde antes del conflicto de octubre. Desde hacía varios años
el consumo energético de los centros industrializados habíacrecido más rápidam en­
te que el suministro de petróleo. Ahora, el embargo árabe intensificaba y dram ati­
zaba una situación ya existente, provocando alarma y pánico, reacciones éstas que
fueron estimuladas por las empresas transnacionales petroleras que Vieron posibi­
lidades de incrementar enormemente sus ganancias. Aunque Occidente culpó a la
Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) por la crisis energé­
tica, las empresas petroleras tuvieron quizás más responsabilidad, pues almacena­
ron grandes cantidades de com bustible para aumentar la escasez y orquestaron las
manifestaciones de alarma. De golpe, entre principios y mediados de 1974, los
precios del petróleo se triplicaron, con lo cual se agregó un nuevo factor negativo
a la coyuntura económica de los centros industriales dominantes y, al mismo
tiempo, se operó una significativa transferencia de poder económico desde los
centros industrializados hacia la periferia tercermundista productora de materia
prima energética.
Además de la llamada crisis energética, Estados Unidos quedó afectado desde
1973 por el escándalo de Watergate, considerado por algunos observadores como
la más grave crisis del sistema político norteamericano desde la Guerra de Secesión.
La sacrosanta institución presidencial se vio cuestionada y golpeada. Junto con las
crecientes dificultades económicas, este acontecimiento político sacudió a las capas
medias mayoritarias de la población norteamericana. Aunque la primera reacción
ante W atergate —de 1973 a 1976— fue de autocrítica colectiva y de reacciones
_________________________De los anos sesenta o los ochenta (1968-J 980) □ 237

“liberales” (no tenemos derecho a criticar a otros mientras no pongamos en orden


nuestra propia casa), posteriormente esos mismos factores causaron en la población
estadounidense las reacciones “duras” y derechistas que se habrían de poner
plenamente de manifiesto durante el proceso electoral de 1980.
Con respecto a sus relaciones con Latinoamérica, Estados Unidos había
operado un cambio hacia la dureza y la represión, aun antes de presentarse la crisis
energética y de estallar el escándalo de Watergate. A partir de mediados del
añol973, los estrategas norteamericanos mostraron no aceptar más cuestionamien-
tos y críticas de fondo por parte de las naciones latinoamericanas. Desde ese
momento se manifestó el fortalecimiento de las influencias conservadoras y
militaristas, apoyadas por el Pentágono y por el gobierno brasileño, en América del
Sur.
En Uruguay, desde 1972 los militares derechistas — muy vinculados a sus
colegas brasileños y amistosos hacia Norteamérica— rodeaban al presidente
Bordaberry, un conservador surgido de la clase de los grandes estancieros y
capitalistas. Bajo el pretexto de reprimir la violencia tupamara, paulatinamente
llevaron al presidente a suspender las garantías constitucionales y gobernar por
decreto con medidas de emergencia. Una represión cada vez más fuerte afectó a las
fuerzas de oposición legales, que habían apoyado a Líber Seregni en las elecciones
de 1971. En el mes de junio de 1973 se dio el paso definitivo hacia un régimen
autoritario. El presidente Bordaberry, en unión de los militares, dio un “autogolpe”,
asumiendo poderes dictatoriales y disolviendo el parlamento, el movimiento
sindical y los partidos políticos de izquierda. Las universidades fueron intervenidas
y “depuradas” de elementos “marxistas”. Un terror policial y militar de inesperada
brutalidad se abatió sobre el país.
En Argentina el presidente Cámpora renunció en beneficio de Juan Domingo
Perón, quien fue electo primer mandatario de la nación en comicios especiales y
asumió el poder de inmediato. Desde el momento de su retorno, el viejo caudillo
manifestó su clara tendencia a favor del ala derecha y del grupo centrista del
justicialism o, y en contra de los elementos izquierdistas de ese movimiento. Si bajo
Cámpora la izquierda estuvo en pleno ascenso y a punto de dominar el país, Perón
en cambio detuvo ese proceso y enrumbó a la nación hacia una política interna
m oderada y hacia la reconciliación con los grandes intereses económicos transna­
cionales. Bajo el gobierno de su viuda, María Estela (Isabel) de Perón, esa tendencia
se acentuaría aún más, los peronistas de izquierda pasarían a la oposición más
violenta, y el país se hundiría en una violencia y un caos económico de los cuales
saldría vencedora la derecha a través de un nuevo ascenso militar.
Pero el golpe más grave que sufrieron en Latinoamérica las fuerzas dem ocrá­
ticas y revolucionarias lo constituyó el derrocamiento y la muerte del presidente
S alv ad o r A llende en 1973, y la im plantación en C hile de un régim en
ultrarreaccionario, cruelmente represivo y esencialmente fascista. Desde el mes de
mayo de 1973 las fuerzas conservadoras internas y externas intensificaron su acción
contra el gobierno de la Unidad Popular. En escala mundial, las empresas transna­
cionales del cobre afectadas por la estatizacióñ realizaron una campaña de boicot,
a través de medidas judiciales, para impedir el desembarco y la venta del producto
chileno. Los bancos negaban a Allende los créditos que Chile necesitaba. Interna­
mente, la extrema derecha nacional apoyada y asesorada por el servicio secreto
238 □ Relaciones internacionales de América Latina

norteamericano de la CIA organizó grandes movimientos de protesta de amas de


casa de la clase media, y huelgas de comerciantes y transportistas medianos y
pequeños. La Unidad Popular, que en principio debía representar una alianza del
proletariado con las capas inedias contra el gran capital nacional y foráneo, no pudo
impedir que algunos de sus elementos más radicales confundieran las etapas
históricas y se unieran a la ultraizquierda en iniciativas de tipo “socialista” dirigidas
no sólo contra la grande sino también contra la pequeña propiedad privada. De este
modo, ios errores de algunos integrantes de la Unidad Popular coadyuvaron a tornar
las capas medias en contra del proceso de transformación del país, y a hacerlas
receptivas a la propaganda de la derecha. Los militares se dejaron llevar por la
corriente antisocialista manipulada por la reacción interna y externa. En el mes de
julio hubo un primer intento golpista que fracasó. El zarpazo definitivo —producto
de una enorme campaña conspirativa muy bien orquestada en escala hemisférica y
hasta mundial— se produjo en el mes de septiembre. Salvador Allende murió a
manos de los contrarrevolución arios, y pasó a formar parte del patrim onio espiritual
permanente de quienes luchan por la libertad y dignidad del hombre. Con la
supresión del proceso dem ocrático y del cambio social en Chile, Latinoamérica
perdió el más importante baluarte de su lucha de liberación. .
Bajo la presidencia de Nixon y Ford, con su asesor y canciller Henry Kissinger,
Estados Unidos siguió una política de alianza con el régimen militar de Brasil.
Desde el golpe de 1964, los dictadores castrenses brasileños habían seguido una
política de expansión, en nombre de la defensa de “principios occidentales”. En la
infraestructura económ ica de esa política encontramos las ambiciones comerciales
y financieras de la gran burguesía brasileña, deseosa de captar mercados externos.
D esde 1964 el modelo brasileño de desarrollo fue estrictamente capitalista y
conforme con el principio “Primero preparar la torta, y después repartirla” . Un gran
esfuerzo por acelerar el crecimiento productivo, bajo dirección y control de grandes
empresas privadas, subsidiadas por el Estado, estuvo acompañado de una política
de austeridad y de sacrificios extremos para las grandes mayorías trabajadoras.
Debido a la baja capacidad de consumo popular, la industrialización estuvo
orientada en gran medida hacia la exportación. Además de estos intereses económ i­
cos capital istas, las ambiciones de poder de la propia casta mi litar gobernante fueron
un factor determinante en dicha política de expansión. La doctrina geopolítica del
general Golbery de Couto e Silva jugó un gran papel. Según Couto e Silva, Brasil
posee una vasta área de intereses geocstratégicos: Sudamérica, el Océano Atlántico,
Portugal y Africa Occidental. En Sudamérica, particularmente, Brasil como “poten­
cia satisfecha” debía velar por el mantenimiento y la estabilidad de las estructuras,
oponiéndosesistcm áticam ente a cambios de estructura social o a modificaciones en
la balanza de poder internacional. Del mismo modo, su misión era la de defender,
junto con sus “naturales” aliados occidentales, el sta tu q u o en el ámbito atlántico y
africano. A estas consideraciones geopolíticas se añadió en cierto momento la
doctrina semiclandestina de las “fronteras ideológicas” : Ja noción de que, en una
época de división del m undo entre “occidente cristiano” y “comunismo ateo”, y de
manipulación de la infiltración y la subversión com o maneras de agredir, las
fronteras entre los pueblos ya no son territoriales sino ideológicas, justificándose la
contrainfiltración para golpear al enemigo infiltrado en un país vecino.
El fanático “occidentalismo” de los militares brasileños agradó al Pentágono
De los anos sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 239

tanto com o su m odelo de desarrollo capitalista (con puertas abiertas a la inversión


foránea), y com plació a las empresas transnacionales dirigidas por grupos norte­
americanos. De allí que Nixon dijera en una oportunidad que Brasil podía ser
considerado com o el modelo para el resto de Latinoamérica. Encuestas realizadas
entre hombres de negocios mostraron que éstos preferían Brasil a otros países de la
región; en consecuencia, el monto de las inversiones estadounidenses en la
econom ía brasileña fue desproporcionadamente elevado.
Frente a la poderosa constelación de dictaduras del Cono Sur y de la alianza
norteamericano-brasileña, existió un grupo de países democráticos con aspiración
a una creciente autonomía nacional frente a Estados Unidos. Dichos países estaban
localizados en la parte septentrional de América Latina. México y Venezuela, así
como Panam á y Costa Rica, Colombia, Ecuador y las Antillas angloparlantes,
figuraron en este grupo de resistencia al retroceso represivo continental.
En M éxico el presidente Luis Echeverría Alvarez (1971-1977) reflejó en gran
medida las corrientes populares y progresistas representadas en el Partido Revolu­
cionario Institucional (PRI) al lado de otras vertientes más conservadoras. Aunque
a Echeverría se le criticó por su administración financiera deficitaria y presunta­
mente despilfarradora, no cabe duda de que mostró gran sensibilidad social y que
hizo resurgir el espíritu socialreformista de la Revolución Mexicana. Reinició la
reform a agraria, fortaleció organizaciones campesinas y obreras, y nacionalizó
algunas importantes empresas. Su política exterior estuvo orientada fundamental­
mente hacia el estrechamiento de vínculos entre M éxico y las fuerzas rebeldes y
reivindicadoras del Tercer M undo. Con ese fin viajó extensamente por los países de
Asia y Africa. En América m ism a se hizo vocero de los planteamientos críticos con
respecto a la política de Estados Unidos, y estrechó sus relaciones amistosas con
Fidel Castro y el gobierno cubano. Para com pensar esas audacias, mantuvo una
línea de puertas abiertas a las inversiones norteamericanas en México, en los
ámbitos no reservados al Estado, aunque trató de alentar la sustitución de capitales
extranjeros por inversiones de origen autóctono.
En Venezuela, el gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez (1974-1979)
mostró características similares en algunos aspectos a las del gobierno mexicano de
Echeverría. Aunque el partido Acción Democrática, con Carlos Andrés Pérez como
candidato presidencial, había realizado una campaña “derechista” contra el gobier­
no de Caldera, acusándolo de practicar un “nacionalismo exagerado” y de ser
demasiado duro hacia Estados Unidos y dem asiado blando ante Cuba, una vez en
el poder el nuevo presidente dio un viraje hacia la izquierda. Carlos Andrés Pérez
dictó una serie de decretos que, sin cambiar las estructuras, tendían a m ejorar la
suerte de las clases de menores ingresos. Puso en ejecución una ambiciosa política
de desarrollo tecnológico, industrial y agropecuario basada en los enormes ingresos
fiscales, derivados de la triplicación de los precios petroleros en 1974. Mediante
grandes gastos deficitarios, que causaron un considerable endeudamiento nacional,
creó una situación de pleno empleo. Envió al exterior a miles de jóvenes para
realizar estudios de especialización. Nacionalizó las industrias del hierro y del
petróleo. Esas nacionalizaciones fueron efectuadas con cautela, negociándolas con
las empresas afectadas que, financieramente, quedaron satisfechas, ya que se les
pagó generosas indemnizaciones, además de dejaren sus manos, por contrato, gran
parte del transporte y mercadeo tanto del petróleo como del hierro venezolanos, así
240 Q Relaciones internacionales de América Latina

com o la prestación de servicios tecnológicos. Pero, pese a todo ello, el concepto de


“nacionalización” siempre causa cierto rechazo en los centros capitalistas industria­
lizados, y no cabe duda de que, por esa razón — por la “carga ideológica” de las
nacionalizaciones venezolanas— , deben ser consideradas, pese a todo, como
medidas de cambio estructural y victorias del Tercer Mundo en su enfrentamiento
global a los centros dominantes.
Entre los años 1974 y 1977 los gobiernos de Venezuela y de México, cada uno
por su lado y por momentos unidos, tomaron iniciativas para identificar a América
Latina en mayor grado con el Tercer Mundo. Carlos Andrés Pérez prosiguió e
intensificó la política de su predecesor, de “presencia” venezolana en el Caribe,
sobre todo en el Caribe oriental, a través de programas de cooperación. México, por
su lado, actuaba en el mismo sentido en Centroamérica y la parte occidental del
Caribe. Si Venezuela, como miembro de la OPEP, com partió durante ese lapso
todos los esfuerzos de los países exportadores de petróleo por ejercer mayor control
sobre el abastecimiento energético mundial y sobre los precios del producto,
también estuvo a la vanguardia de dichos países en lo que respecta a ayuda
financiera y energética a las naciones de menor desarrollo y de mayor pobreza. En
el área andina, el gobierno venezolano prosiguió sus esfuerzos por convertir el
Acuerdo de Cartagena en un centro de desarrollo subregional autónomo, con peso
no sólo económico sino también político en la balanza de poder latinoamericana e
internacional.
Interesantes iniciativas enmarcadas dentro del principio de la llamada Coope­
ración Sur-Sur fueron algunas adoptadas por México y Venezuela conjuntamente:
en particular, un proyecto tripartito M éxico-Venezuela-Jamaica (con posible par­
ticipación también de Guyana), para desarrollar la industria del aluminio en esos
países.
En el plano político, la similar ideología nacionaldemócrata y socialdemócrata
de los partidos gobernantes — PRI y AD— sirvió de vínculo de unión. A los
presidentes E cheverría y Pérez se les unió — com o tercer abanderado del
tercermundismo y de la lucha por la democracia social— el primer ministro de
Jamaica, Michael M anley, jefe del Partido Nacional Popular (socialista dem ocrá­
tico) de esa isla. Por más que el radicalismo tercermundista de Echeverría y Pérez
fuese a ratos más verbal que real, los dos gobernantes llegaron a ser mirados
internacional mente como valiosos dirigentes de la causa de los países emergentes,
enfrentados a las grandes potencias industrializadas. M ás aún, se reconoció y se
estimó a Manley, cuya labor transformadora en la vida interna de Jamaica fue
efectiva y audaz.
También los países más moderados del Caribe de habla inglesa se ganaron
durante este lapso el respeto del mundo por sus instituciones y prácticas dem ocrá­
ticas , y por su apoyo a la mayor parte de las causas del Tercer M undo. Eric W illiams,
de Trinidad y Tobago, si bien condujo a su país por una vía de desarrollo capitalista,
y no socialista-democrático como el gobernante jamaiquino, debe ser reconocido
históricamente com o un importante dirigente de la dem ocracia en el ámbito
latinoamericano y del Caribe. Aunque Williams había mantenido buenas relaciones
con el gobierno venezolano de Caldera, y en 1970 había promovido exitosam ente
un entendimiento entre Venezuela y Guyana para congelar por doce años su
controversia territorial a través del Protocolo de Puerto España, la convivencia
De los anos sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 241

trinitario^ venezolana sufrió un ligero deterioro durante la época de Carlos Andrés


Pérez. Eric Williams tuvo la sensación de que Venezuela ejercía una indebida
“injerencia” en el Caribe de habla inglesa, y que trataba de arrebatar a Trinidad su
natural esfera de influencia y de amistad, sobre todo a partir del proyecto elaborado
por Venezuela, M éxico y Jamaica para desarrollar la industria del aluminio en el
área.
Durante el mismo lapso» Colombia vivió su vida democrática en lo político,
pero caracterizada por fuertes tensiones y pugnas sociales, bajo los gobiernos de
M isael Pastrana Borrero y de Alfonso López Michelsen. El primero de estos
mandatarios tuvo buenas relaciones con su colega venezolano Rafael Caldera
(como las había tenido en el período anterior el presidente Carlos Lleras Restrepo
con el venezolano Raúl Leoni). López Michelsen, por su parte, se entendió
igualmente bien en el plano personal con Carlos Andrés Pérez. Pero existieron y
existen entre Colombia y Venezuela algunos problemas no resueltos que provoca­
ron ocasionales divergencias diplomáticas. Uno de ellos es el de la migración
incontrolada de ciudadanos colombianos hacia Venezuela en busca de trabajo o de
sustento, y el otro es el de las divergencias por la delimitación de las áreas marinas
y submarinas del Golfo de Venezuela.
M ientras tanto, Ecuador evolucionaba gradualmente hacia un retorno a la
dem ocracia formal, luego de estar bajo un régimen militar moderado y no carente
de sentido social.
Perú, que vivió su experiencia revolucionaria, de grandes reformas nacionalis­
tas y sociales, bajo la presidencia del general Juan Velasco Alvarado, sufrió un
viraje hacia posiciones moderadas a partir de agosto de 1975, cuando el mencionado
general fue sustituido por su colega Francisco Morales Bermúdez.
Bolivia, bajo el mando de Banzer Suárez, estuvo en cierto modo en posición
interm edia entre el ámbito autoritario y el democratizante o liberal izante: el carácter
del régimen fue represivo, pero los vínculos económicos con el Pacto Andino, la
influencia venezolana a través de programas de cooperación, y la permanente
querella con Chile por el problema de la salida al mar, mantuvieron al general
Banzer, en momentos decisivos y en lo que a política exterior se refiere, más cerca
del campo liberal que del derechista autoritario.
El ámbito de las democracias, semidemocracias y "dictablandas” de Latino­
américa septentrional y del Caribe, no obstante las contradicciones y divergencias
internas señaladas, mantuvo pues, entre 1973 y 1976, una indudable coherencia
fundamental, haciendo contrapeso a la tendencia de la parte meridional y oriental
de Sudamérica hacia el retroceso represivo.

1977-1979: retorno al reformismo interamericano

La elección de Jimmy Cárter para la presidencia de Estados Unidos en 1976


tuvo un efecto considerable sobre la evolución política de América Latina. Quedó
de manifiesto una vez inás la enorme influencia qtic Estados Unidos cjercc sobré las
tendencias políticas de los países situados al sur del Río Grande, a veces en sentido
intervencionista y represivo, y otras veces en dirección reformista y liberal.
La elección de Cárter fue producto del espíritu de autocrítica colectiva que
242 □ Relaciones internacionales de América Latina

animó a los norteamericanos, luego de la derrota militar y moral en Vietnam, y de


la vergüenza nacional por el caso Watergate. Pese a que las experiencias de
incipiente recesión económica, de derrota militar y de escándalo en altas esferas,
suelen provocar reacciones derechistas maquinadas principalmente por las capas
medias, en este caso los aspectos morales de Vietnam y de W atergate causaron una
inicial reacción autocrítica, de humildad y de introversión. Por el momento, la
mayoría del pueblo de Estados Unidos buscaba la m anera de reconstruir la
respetabilidad de su país mediante reformas, absteniéndose entre tanto de intervenir
en los asuntos de otros pueblos o de prodigarles consejos. Vinculada a estas
reacciones, se tuvo la sensación deque Norteamérica podría recuperar el respeto del
mundo exterior mediante un programa de lucha no violenta por la causa del respeto
a los derechos humanos.
Lamentablemente, esa inclinación autocrítica y liberal sólo duró poco tiempo.
A partir de 1978 surgiría una reacción “dura” y hasta cierto punto chovinista contra
las debilidades de la política de Cárter y, sobre todo, contra las crecientes dificul­
tades económicas derivadas de la situación general de “cstanflación” que caracte­
rizó al sistema capitalista mundial desde el comienzo de los años setenta. El
norteamericano medio equivocadamente achacaba los problemas económicos a la
política “débil” de su presidente. Al mismo tiempo, el sistema norteamericano
com enzaba a buscar una salida a sus crecientes dificultades económicas por el viejo
método del armamentismo, tendencia esta que contradecía flagrantemente la
anunciada primacía de la defensa de los derechos humanos.
Por un lado, Cárter mantenía vínculos con organizaciones populares que le
habían otorgado su apoyo; por el otro, se dejaba guiar por el com plejo industrial y
militar, representado en parte por la Comisión Trilateral, cuyo inspirador fue David
Rockefeller, con Zbigniew Brzezinski como secretario. La política exterior de
Cárter sería pues una de las más contradictorias de la historia presidencial norteame­
ricana. El primer mandatario de Estados Unidos escucharía sim ultáneam ente y con
la misma atención a asesores liberales y conservadores, a “palom as” y a “halcones” .
Si los liberales le recomendaban amonestar y sancionar a los dictadores derechistas
latinoamericanos por su violación de los derechos humanos, en cambio los conser­
vadores y “duros” lo impulsaban a invocar ese mismo principio como arma
ideológica contra la Unión Soviética, hasta el punto de deteriorar la d á ten te
internacional y abrir las compuertas a una nueva y poderosa carrera armamentista.
Tal vez en los primeros dos años del gobierno de Cárter tendieron a predominar
las iniciativas liberales y en la segunda mitad las vinculadas a una línea dura
antisoviética y en parte antitercermundista. Pero en gran m edida ambas corrientes
coexistieron cont radictoriamente desde el comienzo hasta el fin de su mandato.
En lo que respecta a su política hacia América Latina y el Caribe, indudable­
m ente los impulsos liberales predominaron sobre los represivos. Desde su ascenso
en 1977 hasta su salida del poder en enero de 1981, Jimmy Cárter no dejó de
manifestaf su oposición a dictadores derechistas latinoamericanos, violadores de
los derechos del hombre. Que en esa conducta haya m ostrado vacilaciones y
contradicciones, reflejo del juego de los grandes intereses.norteam ericanos, no
desdice el hecho de que el saldo fundamental de su política hacia Latinoamérica
haya sido más liberal y reformista que reaccionaria y represiva.
De modo general, el gobierno de Cárter expresó su rechazo moral a las
De los años sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 243

dictaduras del Cono Sur y ejerció presiones económicas, y de suspensión de la ayuda


militar, con el fin de presionar a esos regímenes para que, por lo menos, suavizaran
sus políticas represivas. Esa política produjo protestas sobre todo por parte de la
dictadura argentina, surgida en 1976 a raíz del derrocamiento del caótico gobierno
de María Estela (Isabel) de Perón, bajo cuyo régimen se habían agudizado los
conflictos violentos entre izquierdas y derechas en el país. Como siempre, los
grupos dirigentes argentinos se mostraron poseídos de cierto nacionalismo antiyanqui,
no obstante su coincidencia con las empresas transnacionales en lo concerniente a
la represión del pueblo, y reaccionaron contra las presiones humanistas de Carter,
intensificando sus vínculos com erciales con la Unión Soviética. Al mismo tiempo,
Jos consorcios norteamericanos, junto con David Rockefeller y su imperio bancario
*;a la cabeza, realizaron una constante campaña en pro de la reanudación de la
“tradicional am istad” con e! gobierno argentino, como también con el uruguayo, el
paraguayo, el chileno, y el de Somoza en Nicaragua. Sin embargo, hasta el final del
mandato de Carter, la Casa Blanca y el Departamento de Estado mantuvieron una
línea de desaprobación por lo menos parcial hacia los regímenes inhumanos.
Un problem a que mereció toda la atención del gobierno de Carter, y que
movilizó a los patriotas y demócratas latinoamericanos en defensa de una causa
común, fue el del Canal de Panamá. Desde 1956 el pueblo panameño luchaba de
lleno por la recuperación del Canal y de la zona cuyo uso fue cedido “a perpetuidad”
por los gobernantes antinacionales de 1903. Hubo choques violentos en el m encio­
nado año, así como en 1959. En 1962, el presidente panameño Chiari suscribió un
acuerdo con John F. Kennedy, creando una comisión mixta. Pero en 1964 ocurrió
un incidente sangriento cuando estudiantes panameños trataron de izar la bandera
nacional en la zona. Tropas norteamericanas abrieron fuego, dieron muerte a veinte
estudiantes e hirieron a otros centenares. Panamá rompió relaciones diplomáticas
con la potencia del norte, interpretando así la imperiosa voluntad de su pueblo.
Posteriormente se entablaron nuevas negociaciones: desde Johnson en adelante, los
gobernantes estadounidenses comprendieron que, de negarse totalmente a dar
satisfacción a los reclamos patrióticos panameños, el país de! istmo podría conver­
tirse en un nuevo Vietnam... cuya lucha sería respaldada de lleno por las mayorías
de todo el continente latinoamericano. En 1974 se llegó al Acuerdo Tack-Kissinger
que estableció un marco de referencia para la anulación del Tratado Hay-Bunau-
Varilla de 1903 y la negociación de otro nuevo que por etapas devolviese a Panamá
la soberanía sobre el Canal.
Con Torrijos en el poder en Panamá y Carter en W ashington, las negociaciones
entre los dos países progresaron paso a paso. Torrijos, como Carlos Andrés Pérez
y Echeverría, fue un presidente nacionalista-reformista (aquél que sabe que a
cambio de ciertos pasos significativos hacia adelante es necesario hacer concesio­
nes compensatorias en otras áreas). Para el año 1977 se llegó a la firm a de un nuevo
Tratado que prevé la gradual devolución del Canal a Panamá hasta el año 2000 pero,
aún después de ese año, Estados Unidos conservará cierto derecho para actuar en
defensa de la seguridad del Canal y del Ubre tránsito por el mismo.
Los nacionalistas panameños más exigentes acusaron a Torrijos de haberse
conformado con poco, sobre todo en vista de que parecen estar previstas com pen­
saciones económicas para los intereses transnacionales norteamericanos no conve­
nientes para el desarrollo autónomo de la república del istmo. Pero, de m anera
244 □ Relaciones internacionales de América Latina______________________________

general, tanto los observadores de tendencia socialdem ócratacom o los partidarios


de fórmulas marxistas de tipo cubano o soviético opinaron — como lo hicieron
también en el caso de las nacionalizaciones de Carlos Andrés Pérez en Venezuela—
que en la etapa esencialmente no revolucionaria de los años setenta se justificaba la
táctica de avanzar por pasos graduales que, no obstante su aparente carácter
m eramente reformista, servían para echar las bases de futuros cambios más
profundos.
Sin embargo, a pesar de lo moderado del acuerdo, sectores nacionalistas
estadounidenses se opusieron tenazmente a la ratificación del instrumento, y Cárter
tuvo que hacer severas recomendaciones y presionar políticamente para obtener la
aprobación legislativa necesaria.
A partir de 1918 la situación política y social de América Central se tomó
revolucionaria. Alentados en parte por la política de defensa de los derechos
humanos proclamada por Cárter, grupos democráticos fortalecieron su resistencia
contra las dictaduras de Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Los servicios secretos
norteamericanos buscaron discretamente la manera de sustituir a los dictadores
— particularmente a Anastasio Somoza, hijo— con regímenes liberalizantes, de
transición hacia democracias moderadas. Erresa decisión de abandonar la política
de apoyo a Somoza, particularmente tuvo alguna influencia la diplomacia venezo­
lana y, sobre todo, la de Carlos Andrés Pérez.
El asesinato del editor liberal nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro en enero
de 1978 desencadenó un proceso de liberación dem ocrática en el país. El Frente
Sandinista de Liberación Nacional, apoyado por fuerzas democráticas externas
— nuevamente la ayuda material y concreta del gobierno venezolano fue de
particular importancia— avanzó paso a paso en la lucha armada contra el tirano, y
Somoza cayó el 17 de julio de 1979. Se estableció en Nicaragua un régimen de tipo
tercermundista, democrático y revolucionario, con un programa de desarrollo
nacional independiente, de no alineamiento en las relaciones internacionales, y de
redistribución del ingreso nacional. No se planteó el socialismo sino una economía
mixta con primacía del sector público y del interés social. La victoria del m ovim ien­
to sandinista y el establecimiento del gobierno revolucionario dem ocrático fueron
saludados con regocijo por las fuerzas internacionales de tendencia democrática y
progresista. En cambio, reaccionaron con hostilidad — inicialmente un tanto
disimulada— los sectores capitalistas del mundo. El gobierno de Cárter, en parte
alentadoe influido por regímenes democráticos de Latinoam éricay, particularm en­
te, por el venezolano, decidió correr el riesgo calculado e inteligente de dar su apoyo
económico al nuevo gobierno nicaragüense, para tratar de evitar que se orientase
hacia el modelo cubano y hacia una eventual alianza con el bloque soviético.
En marzo de 1979 ya se había producido otro suceso revolucionario en Grenada
(isla inglesa que había conseguido su independencia en 1974). Una agrupación de
tendencia socialista-democrática, eí Movimiento Nueva Joya, encabezó un levan­
tamiento popular que derrocó la dictadura corrupta de EricG airy. El nuevo régimen,
presidido por M auricc Bishop, pidió ayuda inicialmente a Venezuela pero, ante la
lentitud con que reaccionó el gobierno de Caracas, se dirigió también a Cuba, de
donde comenzó a recibir cooperación rápida y eficaz. Posteriormente, Ja conducta
de Bishop y de su gobierno se radicalizó imprudentemente, llegando incluso a dar
su apoyo moral a la intervención soviética en Afganistán (Cuba discretamente trató
De los años sesenta a los ochenta (1968'1980) Q 245

de disuadirla de tal gesto). Sin embargo, el Movimiento Nueva Joya marcó su


diferenciación ideológica frente al comunismo, mediante el ingreso a la Internacio­
nal Socialista (socialdcmócrata).
La tendencia reformista general, alentada por el gobierno norteamericano de
James Cárter, sin duda contribuyó igualmente a impulsar el complejo militar-
empresarial brasileño para que suavizara sus métodos de gobierno y llevara ese
gigantesco país hacia un proceso de liberalización política. Bajo la dirección del
nuevo presidente militar, general Joao Baptista Figueiredo, se puso fin a las peores
formas de represión y se dio un margen de creciente amplitud a la oposición
dem ocrática (inclusive la socialdemócrata y la cristiana de izquierda) para que
voceara pública y legalménte sus críticas y sus discrepancias. En lo exterior, Brasil
dejó de hablar en términos geopolíticos y de “fronteras ideológicas”, para iniciar
una línea de amistad hacia los países democráticos y democratizantes del Grupo
Andino. Pero el general Couto e Silva, quien siguió actuando como una eminencia
gris, admitió discretamente que esa política exterior de “apertura” sólo representaba
un cambio táctico y no de fondo. La burguesía brasileña y sus fuerzas armadas
conservadoras habían llegado a la conclusión, compartida por los grupos dirigentes
norteamericanos que respaldaban a Cárter, de que en la lucha global contra el
radicalismo tercermundista y socializante se lograban mejores resultados por una
táctica de sonrisas que por el uso de la fuerza. Seguramente Brasil no abandonó su
intención fundamental de ejercer su hegemonía en el continente e impedir la
consolidación de nuevos bloques de poder subregionales que pudiesen competir
con él. Pero hábilmente persiguió ese propósito mediante un acercamiento, por
ejemplo, hacia el Grupo Andino, procurando diluir y modificar su carácter de
bloque claramente definido frente al exterior.
En términos generales, el período de 1977 a 1979 fue, pues, de perspectivas
dem ocráticas y reformistas para América Latina, aunque no de un ascenso nacio­
nalista y popular tan dinámico y autóctono com o el proceso del período 1968-1973.
Esta vez, la voluntad reformista del gobierno norteamericano jugó un importante
papel, en tanto que el movimiento de la etapa 1968-1973 había estado dirigido en
contra de la posición imperial de Estados Unidos.

1980: tensión mundial y viraje a la derecha. Perspectivas

Durante 1978 y 1979 se había ido agravando paulatinamente el malestar


económico del mundo capitalista. Los sectores dominantes de los centros industria­
lizados se sintieron molestos y amenazados en grado creciente por las presiones de
la OPEP sobre el suministro y los precios del petróleo, así como por otras iniciativas
del Tercer Mundo, indicativas de que se estaba efectuando un gran cambio en el
poder de decisión económico internacional. Por otra parte, cundió el temor en
Occidente de que la URSS y su bloque estarían aprovechándose del ascenso del
Tercer M undo para tender un “ccrco” en torno a los países capitalistas industriali­
zados. China, cuyo gobierno se había ido acercando paulatinamente a las posiciones
occidentales y hacía gala de un antisovietismo cada vez más furibundo, alentaba
esos temores.
AI mismo tiempo, com o siempre ocurre en épocas de crisis del sistema
246 □ Relaciones internacionales de América Latina

capitalista, hubo fuertes presiones industriales en favor del armamentismo. Una


carrera de armamentos abriría perspectivas esperanzadoras para superar la recesión
existente. A los fríos cálculos de las empresas transnacionales productoras de armas
y equipo militar se agregaron las preocupaciones, muchas veces sinceras, de
políticos y estrategas que veian a la URSS y a su bloque superar a la alianza
occidental cuantitativamente en armas convencionales y en algunos tipos de
cohetería nuclear. Dichos políticos y estrategas se olvidaban — oportunamente para
ios proveedores de armamentos— del hecho de que en términos globales el bloque
soviético continuaba siendo más débil y más vulnerable que el occidental. Además
del mundo capitalista, tenía en su contra a China. El armamento ruso, aunque
cuantitativam ente impresionante, era tecnológicamente inferior en muchos casos al
de la OTAN. Las inmensas distancias de la URSS son también un factor de
debilidad. En el plano marítimo, el campo soviético estaba en enorme desventaja,
con sus fuerzas dispersas en mares inhóspitos, sin puertos o bases suficientes.
Política y económicamente, la URSS y sus aliados enfrentaban serios problemas
internos. Durante la década de los setenta, Occidente había estado a la ofensiva,
desalojando la influencia rusa de importantes zonas del T ercer Mundo, sobre todo
en Africa y el Medio Oriente.
No obstante la superioridad objetiva de Occidente sobre la URSS en poder
global y efectivo, el presidente Cárter y su gobierno instaban a la OTAN a adoptar
nuevos tipos de armamento. Al mismo tiempo, tendían a intensificar cada vez más
su campaña de “derechos humanos” contra el gobierno de Moscú. El Senado
norteamericano adoptó desde el com ienzo una actitud escéptica y negativa ante el
tratado SALT-2. A diferencia de sus predecesores Nixon y Ford, Cárter rehuía el
diálogo franco y amplio con los dirigentes soviéticos y, siguiendo los consejos de
Zbigniew Brzezinski, trataba de modificar la balanza de poder mundial mediante la
utilización de la “carta china”.
La tensión internacional se incrementó durante 1979 a consecuencia de
diversos hechos: la decisión de la OTAN de renovar su arsenal nuclear táctico en
Europa; los temores de Occidente ante la influencia de Fidel Castro en el seno del
movim iento de los países no alineados (la VI Reunión Cumbre se efectuó en La
H abana en septiembre de 1979 y el líder cubano asumió la presidencia del
movimiento); las revoluciones de Irán, de Nicaragua y de Grenada. En estos últimos
acontecimientos, la URSS y el movimiento com unista internacional prácticamente
no habían tenido participación alguna. Tanto el proceso de derrocamiento del Sha
como los movimientos que derrocaron a Somoza y Gairy fueron de origen autóctono
y producto de décadas de resistencia popular. Es cierto igualmente que la línea
reformista de Cárter y su campaña por los derechos humanos había influido
positivamente, por lo menos, en el derrocamiento del Sha y en el de Somoza. El
gobierno norteamericano esperaba en ambos casos promover alguna fórmula
reformista y “tercerista” entre la dictadura y la revolución radical. Al comprobarse
que esto no era posible, y que la re volución popular resultó incontenible tanto en Irán
como cn.Nicaragua, la derecha norteamericana adquirió nuevos argumentos contra
Cárter, y los sectores relativamente liberales del mundo de los negocios estadouni­
dense se volvieron más conservadores e intransigentes.
Hacia fines de 1979 se produjo un acontecimiento que incrementó la tensión
internacional y acentuó la reacción nacionalista y de “línea dura” en Estados
De los anos sesenta a los ochenta (1968-/980) □ 247

Unidos. Los revolucionarios musulmanes del ayatola Jomeini secuestraron a 52


funcionarios norteamericanos de la representación estadounidense en Teherán, en
protesta por el asilo que Cárter otorgó al derrocado Sha. Norteamérica en vió barcos
de guerra al área del Golfo Pérsico y comenzó a establecer, junto con sus amigos
egipcios, israelíes, y de otras partes del M edio Oriente, un dispositivo estratégico
para presionar — y, si fuere necesario, para cercar— el Irán de la rebelde e
impredecible revolución populista islámica. La Unión Soviética, que durante varios
años había sufrido derrotas en Asia centrooccídental y en Africa, temió que los
preparativos norteamericanos contra Irán pudiesen conducir a una ocupación
occidental del Golfo Pérsico y, para equilibrar la situación y ensanchar su propia
base de operaciones estratégicas, envió tropas para intervenir en Afganistán, en
apoyo al régimen nacional revolucionario pro-soviético de Barbrak Karmal, am e­
nazado por una rebelión tradicionalista que contaba con eventuales o efectivos
apoyos de los servicios secretos de Occidente.
Desde el punto de vista de los gobernantes del Kremlin, se trataba de una acción
defensiva. Estados Unidos, afectado por una recesión económica (que en oportuni­
dades históricas anteriores siempre había significado que el capitalismo recurriría
a la carrera armamentista y a las guerras), había intensificado su lucha ideológica
contra la URSS, se había negado a ratificar el SALT-2, había desplazado a la Unión
Soviética de varias de sus zonas de influencia en Asia occidental y Africa, había
incrementado su armamento nuclear, y ahora estaba amenazando a Irán, país
limítrofe de las repúblicas soviéticas asiáticas. Como si todo esto fuese poco, China
lanzaba ataques verbales cada vez más violentos contra su vecino ruso. Al mismo
tiempo, la econom ía soviética sufría serias dificultades, con síntomas de estanca­
miento en la producción, y crecientes déficit y pérdidas. A consecuencia de ello,
aumentaba el descontento de los sectores populares, tecnocráticos, intelectuales y
gerenciales. Ante tantos problemas, intervenir en Afganistán era una reacción
subjetivamente defensiva.
Los norteamericanos no lo entendieron así, sino que sospecharon que la acción
rusa en Afganistán formaba parte de una vasta ofensiva estratégica, de un plan
expansionista en gran escala. Sus reacciones fueron fuertes: adopción de sanciones
económicas contra la URSS; presiones sobre los aliados de la OTAN para que
actuasen en el mismo sentido; boicot a ios juegos olímpicos de Moscú. Así, el año
1980 transcurrió en un ambiente angustiante de retom o a la guerra fría. La elección
de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos completó el cuadro,
agregándole otro elemento de temor y preocupación.
Para América Latina y el Caribe, los efectos de la renovada tensión mundial
fueron, inevitablemente, colocar las fuerzas democráticas y populares en una
situación más difícil, y alentar el espíritu militarista y represivo en el hemisferio. El
régimen democrático revolucionario de Nicaragua quedó en posición defensiva
frente a las amenazas de la contrarrevolución apoyada por el factor imperial
norteño. Cuba, que entre 1969 y 1979 había logrado normalizar parcialmente su
situación en el continente, estableciendo relaciones correctas con los países demo­
cráticos del Caribe y de Hispanoamérica septentrión al, vio un deterioro de dichas
relaciones en 1980. Estados Unidos la acusaba de “intervenir” en Centroamcrica,
en apoyo a las guerrillas democráticas de El Sal vador y Guatemala, y de intentar una
operación de “expansión del bloque soviético-cubano”. No existen pruebas de que
248 □ Relaciones internacionales de América Latina

tal intención existiera. Por el contrario: el gobierno cubano había abrigado la


esperanza de que sus relaciones de amistad con países como Panamá, M éxico y
Venezuela, así como de los apoyos de que disfruta en el seno del movimiento no
alineado (sobre todo por parte de países africanos y árabes), le servirían para lograr
una eventual coexistencia normal con Estados Unidos y una mayor autonomía con
respecto a la URSS y su bloque.
A sí como se fortalecieron en el Caribe y en Centroamérica las tradicionales
corrientes “anticomunistas”, en el ámbito sudamericano las dictaduras y las
oligarquías obtuvieron ciertos triunfos frente a las corrientes democráticas, popu-
Jares y naeional-reivindicadoras. En particular, el Pacto Andino o Acuerdo de
Cartagena, inicialmente concebido como esquema subregional de desarrollo inde­
pendiente y “tercermundista”, sufrió nuevos golpes, además de otros ya recibidos
en años anteriores. Desde 1975 la Decisión 24 del Pacto Andino — decisión de
regular las inversiones extranjeras en el área, con criterio nacionalista e independen-
tista— se había venido aplicando en forma diluida y parcial. Cada vez más, los
diversos gobiernos miembros del Acuerdo de Cartagena fueron aprovechándose de
diversos pretextos y cláusulas de escape para no aplicar la Decisión 24 con todo el
rigor requerido. Paulatinamente, los monopolios transnacionales fueron reconquis­
tando el terreno perdido en el ámbito andino. Pero aun así, no abandonaron su
empeño de debilitar aún más el Pacto Andino y, si fuere posible, de lograr su
disolución completa. En ese propósito contaron con el apoyo de Brasil, aunque éste,
para fortalecer su propia influencia a expensas de la del Grupo Andino, escogió a
partir de 1977 la táctica de la seducción más que la del ataque. El Pacto Amazónico,
concebido en 1977 com o acuerdo de alcances limitados pero con una intención
geopolítica en última instancia hegemonista, constituyó uno de estos medios de
seducción en detrimento del concepto de integración andina. Los enemigos del
Pacto Andino contaron también, por otra parte, con el respaldo de los paises del
Cono Sur, de régimen dictatorial derechista, agrupados en el Acuerdo de la Cuenca
del Río de la Piata. En 1980 el golpe de Estado dictatorial del general García Meza
en Bolivia y el ascenso a la presidencia de Perú de Fernando Belaúnde Terry, de
orientación conservadora, tuvieron a su vez efectos negativos sobre el Pacto
Andino.
Con el triunfo del Partido Socialcristiano COPEI y de su candidato Luis
Herí era Carripins en Venezuela, en diciem bre de 1978, se inició en América Latina
un proceso de afirmación más dinámica de la organización y las doctrinas de la
dem ocracia cristiana. A diferencia del presidente Caldera, quien de 1969 a 1974
había gobernado en forma renovadora sobre todo en su politica exterior, adoptando
posiciones independientes ante Estados Unidos y dando prioridad a la unidad del
Tercer M undo para la lucha por un nuevo orden económico internacional — línea
que luego fue seguida y profundizada por el gobierno socialdemócrata de Carlos
Andrés Pérez— , el nuevo mandatario venezolano propició algunos pasos hacia
atrás en sus relaciones con el norte y con las fuerzas tercermundistas.
En 1980 el gobierno venezolano coincidió, y de hecho colaboró estrechamente
con el de Estados Unidos en apoyar a la junta de gobierno de El Salvador, dedicada
a la lucha contra las fuerzas democráticas revolucionarias del país. A sí mismo,
enfrió sus relaciones con Cuba hasta el punto de una congelación, cercana al
rom pim iento total. Compartió con los dirigentes norteamericanos el temor ante una
De los años sesenta a los óchenla (1968-J980) □ 249

presunta “marea roja” u “ofensiva soviético-cubana” que estaría amenazando a


Latinoamérica y al Caribe. Al escoger entre la primacía de la solidaridad tercerm un­
dista y la de la “institucionalización de la democracia” (entendida como lucha a la
vez contra las dictaduras de extrema derecha y de extrema izquierda), optó por esta
última, introduciendo en las relaciones intralatinoamcricanas algunos elementos de
división ideológica.
AI actuar en esa forma relativamente conservadora, sobre todo en Centroamérica,
la dem ocracia cristiana venezolana tomó en cuenta dos elementos. En primer
término, la coyuntura mundial no era propicia para audacias tcrcermundistas. La
renovación de la guerra fría y el ascenso de Reagan hacían indispensable una
conducta cautelosa y, sin duda, de haber estado en el poder en Venezuela los
socialdemócratas, también habrían procedido con moderación y prudencia. Había
llegado la hora de defender las conquistas nacionales y populares adquiridas, antes
de avanzar hacia horizontes nuevos de liberación. Pero también había otro factor,
que fue el de una intensa rivalidad entre la Internacional Demócrata Cristiana (IDC)
y la Internacional Socialista (IS).
Esta última, durante largos años había representado casi exclusivamente a los
m ovim ientos socialdemócratas y laboristas de Europa, reflejando los intereses y las
aspiraciones de los trabajadores manuales e intelectuales, así como los de las capas
medias progresistas de los países industrializados del viejo mundo. Pese a su
carácter popular, la socialdemocracia europea acogía y compartía algunas ideas
conservadoras con respecto al Tercer Mundo y sus luchas de liberación, y no
entendía realmente la significación de los grandes procesos históricos de Asia,
Africa y América Latina. Sin embargo, a partir de 1969 esa actitud comenzó a
cambiar. El ascenso y fortalecimiento del movimiento de los países no alineados y
de otras organizaciones del Tercer Mundo, tales como el Grupo de los 77 y la OPEP,
obligaron a los países industrializados, incluso a sus socialdemócratas, a prestar
mayor atención a la periferia mundial. Por otra parte, en esos momentos se iniciaba
la crisis del poder imperial norteamericano y el proceso de autolimitación de
Estados Unidos, adquiriendo los europeos — tanto los de ccntroderecha como los
de centroizquierda— conciencia de su obligación de colmar los eventuales vacíos
dejados por la influencia norteamericana en el Tercer Mundo, antes de que esos
vacíos fuesen llenados por la presencia soviética o china. Como sector más
avanzado y consciente de las capas laborales europeas, la socialdemocracia redes­
cubrió la vieja verdad (descubierta ya un siglo antes por los clásicos del socialismo
científico, pero posteriormente olvidada por muchos de sus sucesores) de que <;un
pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre”. La liberación de los países
coloniales y semicoloniales — o sometidos a una dependencia neocolonial ante
empresas transnacionales— debía ser una tarea fundamental de las fuerzas popula­
res del m undo capitalista industrializado, no sólo por razones humanitarias y de
justicia sino también porque la dominación y la explotación de las periferias por los
centros nutre el poder de los grupos privilegiados y reaccionarios en los centros
mismos y frena el avance de la democracia social en su seno. Los monopolios
transnacionales explotan tanto a los trabajadores manuales e intelectuales del
primer mundo com o a las naciones subd es arrolladas del tercero; por ello debe
buscarse la formación de un frente unido de éstas con aquéllos para su liberación
común, que es la de toda la humanidad.
250 □ Relaciones internacionales de América Latina

M ovida, por una parte, por el interés regional de Europa occidental y los
intereses nacionales de sus países integrantes — interés en ganar influencia en
Latinoamérica a la vez que en Africa y en Asia, con miras a la obtención de
mercados, y al acceso a materias primas, sobre todo energéticas— y, por otra parte,
por los mencionados impulsos de solidaridad internacional antimonopolista, la
socialdemocracia europea abrió las puertas de la IS a los partidos populares,
socialdemócratas o socialistas latinoamericanos, así como a algunos de Africa.
Estos partidos comenzaron a ejercer alguna influencia en el seno de la IS, y la
em pujaron hacia posiciones más radicales y orientadas hacia la búsqueda de
cambios estructurales importantes. El ascenso del dirigente socialdemócrata ale­
mán W illy Brandt a la presidencia de la IS contribuyó, a su vez, a acelerar el
acercamiento de la organización al Tercer M undo y a sus luchas de liberación: ese
hombre excepcional — auténtico hijo del proletariado, resistente y guerrillero
contra las fuerzas de ocupación nazis en Noruega, posteriormente defensor de la
dem ocracia contra la amenaza stalinista en Berlín, crítico tenaz del “milagro
económico’' en beneficio de los consorcios transnacionales, canciller federal que
devolvió a Alemania una política exterior independiente de reconciliación y
convivencia con los países del Este, y siempre luchador consecuente por la causa
de la marcha hacia el socialismo democrático— comenzó a servir desde 1976 para
lograr la apertura de la Internacional Socialista hacia el tercer mundo. Así, Brandt
sirvió de lazo de unión y mediación entre las fuerzas laborales de los países
industrializados y las corrientes populares y nacionalistas de la periferia afroasiática
y latinoamericana. Al mismo tiempo, a las motivaciones un tanto neocolonialistas
de ciertos socialdemócratas europeos cercanos al sistema establecido les agregó un
auténtico ingrediente de solidaridad con los pueblos oprimidos. Si la socialdemo­
cracia europea coincidía con los sectores capitalistas y conservadores de su
continente en buscar una mayor “presencia” en Latinoamérica, divergía radical­
mente de los conservadores con respecto al contenido que anhelaba darle a dicha
presencia del viejo mundo: no explotadora sino liberadora y de cooperación en un
plano de igualdad.
Fue esa creciente actividad de la IS en América Latina un elemento que molestó
sobremanera a la democracia cristiana internacional y la impulsó a adoptar una línea
de acción intensiva para ampliar su propia área de influencia. En vista de que la
Internacional Socialista apoyaba resueltam ente a movimientos de liberación de
carácLer radical como los de Centroamérica, la democracia cristiana se volcó hacia
el lado contrario. En 1980, en una reunión efectuada en Estados Unidos, los
principales dirigentes demócrata-cristianos de América Latina acordaron una
virtual alianza táctica con el e sta b lish m en t norteamericano. La DC participaría en
la lucha contra movimientos izquierdistas en el continente, tendría opción, con
apoyo estadounidense, a ejercer el poder de orientación centrodercchista en forma
democrática, como alternativa liberal y humanitaria a la desacreditada fórmula de
las dictaduras militares derechistas.
Obviamente no todos los demócratas cristianos o socialcristianos de América
Latina compartieron ni comparten esa táctica. En la base y la dirigencia media de
todos los partidos demócrata-cristianos existen hombres y mujeres de tendencia
progresista, inspirados por las enseñanzas liberadoras c igualitarias del Evangelio
y de la Teología de la Liberación. Esas tendencias reciben aliento de sacerdotes y
De tos anos sesenta a los ochenta (1968- J980) □ 251

religiosos, notándose sobre todo la actividad renovadora y liberacionista de muchos


miembros de la Com pañía de Jesús. En las jom adas liberadoras de América Central,
socialcristianos progresistas y otros cristianos lucharon juntos con socialistas y
socialdemócratas en perfecta solidaridad y armonía.
En términos generales, si bien es cierto que América Lati na se enfrentó en 1980
a un posible viraje derechista, impulsado y apoyado por el gobierno del presidente
norteamericano Ronald Reagan, de ningún modo existe el peligro de retorno a una
situación de dependencia y conformismo profundos, tal como la que prevaleció en
la época de los años cincuenta cuando la guerra fría estaba en su apogeo. En aquella
época, el nacionalismo liberador latinoamericano era débil y esporádico. En cambio
hoy A mérica Latina posee un conjunto de factores de autonomía estable e irrever­
sible.
Estados Unidos ha perdido su aura de imperio incuestionable y se ha con vertido
en una potencia, grande y formidable, sin duda, pero que en muchas ocasiones ha
cedido ante las presiones internacionales. En toda Latinoamérica no sólo los
trabajadores y los intelectuales revolucionarios sino también los sectores em presa­
riales poseen una conciencia cada vez mayor de sus intereses nacionales, diferen­
ciados de los de la potencia del norte. La comunidad de estructuras y de intereses
entre Latinoamérica y las otras regiones del Tercer Mundo ha sido comprendida por
las capas medias y populares, y sólo es puesta en duda por las oligarquías y las
fuerzas conservadoras estrechamente vinculadas al capital transnacional. Los
gobiernos latinoamericanos — incluso los de carácter militar y conservador—
tienden hoy a seguir su vía propia (a pesar de la oposición de Estados Unidos), por
ejemplo en materia de intercambio comercial con países socialistas o de desarrollo
nuclear autónomo. La rivalidad capitalista entre Norteamérica, Europa occidental
y Japón, significa mayor libertad de acción para los países latinoamericanos,
capaces de aprovecharse de esa rivalidad para obtener mejores condiciones econó­
micas y una gama más amplia de alternativas políticas. La presencia de la Unión
Soviética en América Latina, a través de Cuba, significa otro elemento objetiva­
mente liberador: el temor del surgimiento de “nuevas Cubas” constituyó el mayor
estímulo para que Estados Unidos desarrollara hacia sus vecinos del sur nuevas
políticas de tipo reformista, y que se mostrara tolerante ante corrientes nacionalistas
y democráticas que, antes de la Revolución Cubana, habrían provocado el envío de
los infantes de marina.
Si bien A m érica Latina es todavía dependiente ante Estados Unidos en muchas
áreas de la economía, la tecnología, la política y la psicología (la “colonización
cultural” de las mentes latinoamericanas por los patrones de conducta norteam eri­
canos, difundidos masivamente a través de los grandes medios de comunicación
social, es uno de los problemas más serios del continente); y si también es cierto que
las insaciables empresas transnacionales penetran y dominan en parte los procesos
de desarrollo de A mérica Latina, sin embargo, no cabe duda de que hoy el continente
posee un nivel de conciencia y de capacidad de acción autónoma mucho mayor que
hace veinticinco años. Capacidad de acción autónoma hecha posible en buena
medida por las divisiones del m undo exterior: contradicciones intracapitalistas,
contradicción Este-Oeste, y creciente firmeza del Tercer M undo en su exigencia de
realizar negociaciones globales que conduzcan hacia un nuevo orden internacional.
Parece factible, y hasta probable entonces, que la década de los años ochenta
252 □ Relaciones internacionales de América Latina

Tabla 10

Tabla cronológica X

A ño Sucesos m u n d ia le s Sucesos americanos

1968 Prim eros síntom as de crisis económ ica. Re­ N ueva “línea” cubana. R evolución m ilitaren
beliones estudiantiles. Rechazo popular nor­ Perú. Revolución m ilitaren Panam á. Elección
team ericano a la guerra de Vietnam de Rafael C aldera en Venezuela.
“ Prim avera" c intervención soviética en C he­
coslovaquia

1969 R ealism o político de K issinger; autolim ita- A cuerdo de Cartagena (Pacto Andino). C rea­
ción de E stados Unidos. Fortalecim iento de ción de la zona de libre com ercio del Caribe
la actividad del M ovim iento de Países No (Carifta). A cuerdo d e la C uenca del Río de la
A lineados Plata. Consenso de Viña del M ar y fortaleci­
m iento de la C EC LA . R evolución m ilitar en
B olivia. Ferm entación social en U ruguay.
A cercam iento y cooperación EEU U -B rasil.

1970 IÍI C onferencia de Países No A lineados en R eform a de la C arta de la OEA. C reación de


Lusaka C ECO N , organism o inform al para el diálogo
económ ico N orte-Sur a nivel hem isférico.
Profundización de los procesos revoluciona­
rios en Perú y Bolivia. JElección de Salvador
A llende a la presidencia de C hile.

1971 E lim inación de la paridad D ólar-O ro y í A sam blea de la O EA y fuertes discusiones


devaluación del dólar entre Estados U nidos y Latinoam érica. D eba­
tes en el seno de CECO N . Prim er año de
gobierno socialista en C hile. C ontrarrevolu­
ción en Bolivia. Luis E cheverría, presidente
de M éxico.

1972 Progresos hacia la paz en Vietnam . Avances 11 A sam blea de la O EA . R eclam ación pan a­
de la distensión EEU U -U R SS. Reelección m eña del C anal. D ebates en CECO N . C rea­
de Nixon. ción del Frente A m plio en U ruguay. D em o­
cratización en Argentina.

1973 Paz en V ietnam . C om ienzo de la crisis ener­ Reunión del C onsejo de Seguridad en P ana­
gética. ÏV C onferencia de Países No A linea­ m á. III A sam blea de la OEA. C ám pora Presi­
dos en Argel. G uerra árabe-israelí. dente de A rgentina; luego Perón. D icladuraen
Uruguay. D errocam iento de A llende en Chile.
C arlos A ndrés Pérez electo presidente de
Venezuela.

1974 Se profundiza la crisis energética y con ello, Políticas tercerm undistas de M éxico, Perú,
la “estanflación” m undial. Panam á y'V enezuela; presencia venezolana
en el C aribe y Sudam érica.
De los años sesenta a los ochenta (1968-1980) □ 2 5 3

Tabla 10 (cont.)

Tabla cronológica X

A ño S ucesos m u n d ia le s S ucesos a m e ric a n o s

1974 Se desarrolla la crisis norteam ericana de C ontinúala “relación es p e d a l” EEU U -B rasil,


W atergate. C uarta Asam blea de la O EA Acuerdo Tack-
K issingcr sobre un m arco de referencia para
las negociaciones sobre el Canal de Panamá.
L evantam iento de sanciones m ultilaterales
contra Cuba y norm alización de relaciones
entre C uba y varios países latinoam ericanos.

1975 R enuncia de Nixon y ascenso de Ford. Pro* C o operación M éx ico -V en ezu ela-Jam aica.
sigue distensión EEUU -U R SS, y acercam ien­ D esplazam iento de V elasco A lvarado por
to EEU U -C hina. M orales Berm údez; viraje en el Perú.

1976 V C onferencia de Países No A lineados en G olpe m ilitar y dictadura en A rgentina.


Colom bo. Elección de Jim m y C árter a la
presidencia de Estados Unidos.

1977 C om ienzo de la presidencia de Cárter. L a Política norteam ericana de derechos hum anos
“carta china” contra la URSS; cam paña de y prom oción de la dem ocracia en Am érica
“derechos hum anos” contra la URSS. Latina. Acercam iento del gobierno de Carter
a V enezuela y alejam iento de B rasil, A rgenti­
na y Chile. A uge de resistencia dem ocrática
contra Som oza. Acuerdos con Panam á sobre
el Canal.

19 /8 Se intensifica ia crisis económ ica m undial. Estalla la lucha arm ada revolucionaria contra
Segundo "shock energético”. Armamentismo Som oza, M éxico inicia fuerte exportación
o ccidental. Intervención de V ietnam en petrolera.
Carnboya.

1979 C aída del Sha. Revolución islám ica en Irán. Revolución en Grenada. Caula <ie Som oza y
C aptura de rehenes norteam ericanos. VI triunfo de la revolución nicaragüense. Presi­
C onferenctadePaíses No A lineadosen Cuba. dencia de I a ú s H errera C am pins en V enezuela
Intervención soviética en Afganistán. y fortaleciim ento de la D em ocracia C ristiana
latinoam ericana. VI Reunión C um bre d e Paí
ses No A lineados en La Habana. Proceso de
liberalización en el Brasil.

1980 A m biente de nueva guerra fría. G uerra Irak* G uerra civil en El S alvador;‘E stados Unidos y
Irán. Elección de R onald Reagan. D em ocracia Cristiana contra fuerzas dem o­
cráticas, soeialdeinócratas y m arxistas.
254 □ Relaciones internacionales de América Latina

ceda el paso a una serie de acuerdos entre Estados Unidos y América Latina basados
en un equilibrio de fuerzas o de presiones. Los factores de rebeldía nacional y social
en América Latina podrían ser lo suficientemente fuertes para neutralizar en parte
los impulsos represivos del gobierno conservador de Ronald Reagan. Si bien sería
irracional esperar cambios profundos a corto o mediano plazo, de ningún modo debe
excluirse la posibilidad de que los pueblos latinoamericanos logren nuevos avances
parciales en el camino hacia una m ayor libertad y una m ayor justicia.
T . El fin del siglo:
Latinoamérica en un mundo en transformación

Este capítulo fue redactado quince años después de haber escrito los textos
precedentes. Entre 1980 y 1995, en el mundo y en América Latina ocurrieron
cambios asombrosos e imprevisibles. Algunas de las interpretaciones y conclusio­
nes que presentamos para 1980, aunque no hayan sido totalmente erróneas, deben
ser revisadas y matizadas a la luz de sucesos posteriores.
Con el afán de asumir los aspectos resaltantes de la historia de los tres lustros
comprendidos entre 1980 y 1995, y de indicar algunos de los retos y las opciones
que enfrenta nuestra región al acercarse al fin del milenio, se examinarán, sucesi­
vamente el cambio global y el cambio latinoamericano, para arribar así al prudente
esbozo de unos posibles “escenarios” futuros.

El cambio global a partir de 1980

La década de los años setenta había sido — como se señaló en un capítulo


anterior— un período de creciente desequilibrio económico, de crisis del poder de
Estados Unidos y de transitorio fortalecimiento de los países en desarrollo. Luego
de un cuarto de siglo de expansión económica mundial casi ininterrumpida, se
comenzó a agotar el modelo tecnoeconómico basado sobre todo en la expansión de
la industria pesada y la incorporación de los recursos materiales y humanos del
Tercer M undo al proceso productivo global. Transformaciones científico-tecnoló­
gicas (creciente importancia de la automatización y la informática), junto con una
mayor escasez de recursos naturales y laborales y el aumento de los costos de
producción, provocaron desajustes y tendencias recesivas ante las cuales los países
desarrollados adoptaron políticas inflacionarias. La “estancación” (stagflatiori)
afectó al mundo entero. Estados Unidos se vio obligado a renunciar al papel
hegemónico que había desempeñado en el ámbito monetario, y a devaluar el dólar
frente al oro a partir de 1971. Al mismo tiempo, la primera superpotencia sufrió
reveses políticos y militares y aceptó la autolimitación de su poder en el escenario
mundial. El Sur (conjunto de países en desarrollo) fortaleció su posición frente aí
Norte industrializado sobre todo a raíz de los sh o c k s energéticos entre 1974 y
1979: por un lado escasez y por otro encarecimiento del petróleo, lo que hizo
aumentar grandemente el poder negociador de los países exportadores de productos
básicos y dio fuerza al planteamiento de la necesidad de un diálogo Norte-Sur
institucionalizado que reformara las relaciones globales entre el tercio rico y los dos
tercios pobres de la humanidad. El relativo auge del poder del Sur se acentuó aún
más por el hecho de que el Norte, para reciclar los petrodólares y aliviar la presión
inflacionaria en su seno, efectuó enormes transferencias de recursos financieros
hacia los países en desarrollo, bajo la forma de préstamos o créditos otorgados con
256 O Relaciones internacionales de América Latina

reducidas tasas de interés y otras condiciones ventajosas. Pero esas tendencias


favorables a una redistribución del poder mundial en beneficio del Sur llegaron a un
brusco fin en 1980, año a partir del cual el Norte reconquistaría con creces su
posición hegemónica frente a las regiones no desarrolladas.
En el plano económico mundial, la “estanflación” de los años anteriores se
convirtió en recesión inconfundible, con crecientes índices de desocupación laboral
y de quiebra de empresas vulnerables. El gasto deficitario, recom endado por
Keyncs medio siglo antes, ya no representaba una solución, en vista de la gravedad
de los déficit fiscales existentes. Para combatir la recesión y efectuar las transfor­
maciones tecnológicas indispensables, los centros financieros e industriales adop­
taron políticas basadas en la reducción del gasto público y del papel económico y
social del Estado, el fortalecimiento del poder del sector privado dirigido por
grandes empresas trans nació nales (ETN), el debilitamiento de las clases trabajado­
ras sindicalizadas, la repatriación de los fondos transferidos al mundo no desarro­
llado en los años precedentes y el sometimiento general del Sur a los dictados
económicos y políticos del Norte. Al mismo tiempo, endurecieron su estrategia en
contra del bloque soviético cuyo mensaje tendencialmente socialista obstaculizaba
las políticas occidentales, a la vez que convenía justificar, como parte de la lucha
contra la recesión, un nuevo aumento de los gastos militares.
Tanto el bloque soviético como el Tercer Mundo a fines de los setenta y
com ienzos de los ochenta, ofrecían aparentes justificaciones a las potencias de
Occidente para su endurecimiento estratégico. Para finales de 1979 el gobierno de
Leonid Breznev efectuó una intervención armada en Afganistán que, técnicamente,
violaba las delimitaciones trazadas de común acuerdo entre los bloques. Aunque
Afganistán tenía un régimen aliado al de Moscú, en teoría formaba parte del mundo
no alineado. Pese a que el gobierno de Kabul estaba bajo ataque de fuerzas
tradicionales musulmanas apoyadas por Pakistán y la CIA, la réplica militar
soviética — por su carácter masivo y “oficial”— fue interpretada en Occidente
como intento “expansionista”.
Así mismo, el Tercer Mundo ganó una mala imagen ante los pueblos occiden­
tales, en prim er término por la acción de la OPEP para elevar los precios del petróleo
durante los años 1974-1979, acentuando la presión inflacionaria mundial, y en
segundo lugar por algunas iniciativas extremistas de la “revolución islámica” que
estalló en Irán en 1979.
Para aplicar la nueva línea dura contra el Este y el Sur, el Occidente industriali­
zado necesitaba líderes políticos duramente conservadores y los encontró en las
personas de M argaret Thatcher, designada primer ministro de Gran Bretaña en
1979, y Ronald Reagan, electo presidente de Estados Unidos a fines de 1980. La
señora Thatcher, surgida del ala derecha del Partido Conservador, era abanderada
de una contrarrevolución económica neoliberal que liquidara el dirigismo im plan­
tado por los laboristas junto con el benéfico pero costoso W elfare S ta te al cual se le
responsabilizaba de la inflación y de la baja productividad. Al mistno tiempo, la
nueva gobernante británica prometía rescatar el prestigio de su país en el plano
internacional y reafirm ar un liderazgo subimpcrial, disminuido pero todavía posi­
ble.
Ronald Reagan, por su parte, durante su primer mandato de 1981 a 1985, realizó
una política que m ostraba los rasgos siguientes:
El fin del sigla: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 257

a) Internamente, el debilitamiento de los mecanismos de control público


federal, de previsión social y de protección a las minorías étnicas y culturales,
construidos a lo largo de los pasados cincuenta años a través del “Nuevo Trato" de
Rooseveit, el “Trato Justo” de Truman, la “Nueva Frontera” de Kennedy y la “Gran
Sociedad” de Johnson. Ahora, por el contrario, en nombre de un "‘recio individua­
lismo” se ayudó a los estratos dirigentes del sector privado a.m axim izar sus
ganancias. Decreció la solidaridad social, se desestimó la noción de igualdad y
disminuyó la tolerancia hacia los estilos de vida no convencionales.
b) Frente al bloque comunista, el retorno a la retórica de la guerra fría y una
política armamentista que parecía buscar, no tan solo el debilitamiento de un
equilibrio amenazado, sino la superioridad militar del bloque occidental. El
presidente Reagan reideologizó la posición anticomunista refiriéndose a la Unión
Soviética com o el “Imperio del M al”.
c) En el ámbito económico internacional, no obstante una retórica teóricamente
neoliberal y antiproteccionista, se aplIStFüna política encaminada a dar ventaja y
prepotencia comercial a Estados Utij^o§^P^ra subsanar o aliviar los déficit de la
balanza externa y del presupuestoTeSé^l;Estados Unidos elevó radicalmente las
tasas de interés y aplicó medidas proteccionistas arancelarias y sanciones o
represalias com erciales a sus competidores de Europa, de Asia oriental y de las
regiones en desarrollo. Las altas tasas de interés y la reducción de preferencias
comerciales alentaban la fuga de capitales del Sur hacia el Norte a la vez que
cerraban el acceso de aquél a los mercados de éste.
d) Con respecto a los métodos de la acción política internacional, la adminis­
tración Reagan se apartó del muitilateralismo y mostró indiferencia ante instrumen­
tos y mecanismos jurídicos. Se redujo ía participación de Estados Unidos en las
Naciones Unidas y los organismos internacionales especializados. El gobierno de
Washington efectuó intervenciones armadas y apoyó activa y abiertamente m ovi­
mientos subversivos dirigidos contra gobiernos “hostiles” o “no amistosos” , a la vez
que negó la com petencia de la Corte Internacional de Justicia para calificar la licitud
de tales medidas militares unilaterales.
Ideológicamente, la “libertad” pregonada por Estados Unidos en esta etapa
como mensaje al resto del mundo se refirió fundamentalmente a la libertad
económica más que a la dem ocracia política. De manera general, las ETN y los
“tanques de reflexión” y medios de comunicación social que controlaban se unían
al poder político del Norte para difundir y machacar insistentemente un “discurso
dominante” que los norteamericanos califican de “neoconservador” (los europeos
prefieren el término de “neoliberal”). Acaso la calificación de “neoconservador”
sea la más exacta y apropiada, en vista de que el término “liberal” tiene dos
aceptaciones: en su expresión económica denota el concepto “burgués” o conser­
vador de la iss e .r fa ir e , en tanto que en la dimensión política define una progresista
preocupación por el libre desenvolvimiento de la personalidad humana. “Conser­
vador” es el vocablo preciso para definir a quien defiende la economía clásica o
neoclásica y el predominio de los sectores capitalistas o empresariales sobre los
grupos asalariados y medios. (Un caso aparte lo constituyen los conservadores
tradicional istas, que más bien tienden a ser ant ¿empresariales y, den tro de una visión
jerárquica, pregonan la generosidad hacia los “humildes”).
El “discurso dominante” manejaba los conceptos de la “globalización” y la
258 O Relaciones internacionales de América Latina

‘‘apertura” económicas. Las tecnologías modernas y la interdependencia mundial


de las unidades de producción efectivamente requieren una visión global de la
econom ía y la apertura de las naciones a la entrada y salida de bienes, servicios,
hombres e ideas. El discurso neoconservador quiere que dicha globalización se
efectúe bajo el exclusivo control de las ETN y de las aparentes “ fuerzas del
m ercado” que, en realidad, son las fuerzas del oligopolio que controla el mercado.
Frente a ello, los defensores de una democracia social argumentan que, si bien es
necesario y deseable la mundialización de las relaciones socioeconómicas, ésta no
debe ser producto del juego de intereses económicos centrados en el afán de lucro,
sino resultado de simétricas negociaciones público-privadas entre factores transna­
cionales, regiones, naciones y sectores sociales. A sí mismo, la réplica democrática
social a los llamados a la apertura consiste en señalar que, si se exige la apertura
simultánea, brusca y total de actores grandes y chicos, los segundos estarán en
desventaja grave frente a los primeros y correrán el riesgo de ser absorbidos por
ellos con pérdida de cualquier identidad propia.
A partir de 1985 surgió una coyuntura internacional distinta a la del lustro
anterior. El sistema comunista centrado en la URSS entró en profunda crisis y
terminó por estallar y desintegrarse. Fundamentalmente, ello se debió a que en su
fase final había adquirido una rigidez que le impedía cualquier adaptación a las
transformaciones científicas, tecnológicas y comunicacionales del mundo.
Contrariamente a los pronósticos de Marx y de Engels, el primer ensayo
socialista revolucionario no se había dado en un país industrialmente avanzado,
sino en una región periférica con un capitalismo incipiente acompañado de resabios
feudales. El socialismo — entendido en su definición teórica como democracia
perfeccionada, en la cual no sólo las decisiones políticas sino también las económ i­
cas y sociales serían tomadas por la mayoría trabajadora manual e intelectual— no
podía prosperar en un país sin tradición democrática, mayori tari ámente campesino
y analfabeto, aislado en un mundo que en su m ayor parte conservó el sistema
capitalista, políticamente dividido entre la vertiente dem ocrática y la fascista.
Probablemente fue inevitable que el poder de los soviets (consejos populares) fuese
sustituido sucesivamente porel poder del partido, luego por el de la dirección central
del partido, y finalmente por la tiranía de un solo hombre. En vez de democrático,
el “socialism o” de la URSS se tornó autoritario y burocrático en extremo, asumien­
do muchas de las características despóticas del zarismo de otros tiempos. Según
Kautsky y Haya de la Torre, no se trataba de un auténtico socialismo sino de un
“capitalism o de Estado” . Trotsky calificó la URSS stalinista de “Estado obrero
degenerado” . El trotskista disidente Max Shachtman definió el sistema soviético
como “colectivismo burocrático”. Finalmente el politologo venezolano José Agustín
Silva M ichelena lo caracterizó como “socialista tendencial”: sin ser realmente
socialista en su manifestación concreta interna, predicaba el socialismo y alentaba
en el mundo exterior las tendencias hacia el ideal socialista. En aras de la sencillez
idiomàtica, aun cuando reconozcamos que el sistema soviético no era realmente
socialista, lo llamaremos “socialismo autoritario”, diferenciándolo del socialismo
dem ocrático o auténtico. ' .
En lo interno, la URSS realizó un proceso de desarrollo material y humano
extraordinario durante sus primeras cuatro décadas, pero desde 1960 en adelante su
centralism o burocrático constituyó un obstáculo para avances mayores. El sistema
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 259

fue eficaz en la etapa de la industrialización básica, de la educación y culturización


de masas, y del establecimiento de una ruda pero efectiva justicia social. También
lo fue para derrotar al invasor nazi y para reconstruir el país después de la guerra.
Posteriormente, sin embargo, se agotaron las fuerzas creadoras de este sistema o el
burocratismo las asfixió. Su ideología se convirtió en repetición de frases huecas;
la corrupción y el cinismo irrumpieron en su sociedad. Ante los nuevos retos
científico-técnicos que requieren un gran caudal de la flexibilidad, de originalidad
y de iniciativa creadora i ndi vidual, el pesado y anquilosado sistema soviético quedó
sin capacidad de respuesta. El hecho de que Reagan incrementara la presión
armamentista sobre la economía soviética contribuyó a que ésta llegara al límite de
sus posibilidades.
I En 1985, el socialismo autoritario estalló: había que buscar una salida, bien
hacia un nuevo tipo de socialismo democrático y flexible, o hacia la restauración del
capitalismo. Mijail Gorbachov, electo a la jefatura del partido y el Estado soviético
en ese año, quizás quiso hacer lo primero pero terminó encauzando su país hacia la
segunda alternativa. Asombrosamente, jam ás intentó definir sus propósitos en
términos históricos generales. Al aflojar simultáneamente todas las riendas del
poder político y económico y dejarse influir por los aplausos de Occidente,
Gorbachov dirigió — entre 1986 y 1991— un galopante proceso de capitulación y
autoliquidación del imperio soviético y de la URSS misma. Bajo una dirección
política más sagaz tal vez hubiera sido posible una transformación controlada y
sobre todo negociada para que, sin dejar de abrir las puertas a la libertad, se
conservaran elementos válidos de solidaridad social, y sobre todo se mantuviera el
control sobre una esfera geopolítica cuyo súbito colapso creó un vacío y desquició
el equilibrio mundial.
La transformación y posterior disolución de la URSS y su bloque causó alegría
pero también desconcierto en el Occidente industrializado. Se había “ganado la
guerra fría” , la economía de mercado había triunfado decisivamente sobre el
estatismo, pero había que reorganizar el mundo y reemplazar el bipolarismo con
algún nuevo modelo viable.
Estados Unidos, bajo la dirección de George Bush, sucesor de Reagan a partir
de 1989, dio pasos para dirigir la construcción de un “ nuevo orden m undial” en el
cual se mantuviesen alianzas y consensos que normalmente sólo se dan cuando
existe un enemigo común. Había que hal lar razones que justificaran la continuación
de un gasto armamentista indispensable como antídoto a la recesión y que hicieran
necesario y aceptable un liderazgo mundial norteamericano.
Estados Unidos actuó, en com pañía de los otros dos miembros de la “tríada”
predominante —Europa occidental y Japón— para intensificar la pérdida de la
“globalización” y la “apertura”, la preeminencia del sector privado y la dem ocracia
pluralista en escala universal. La potencia norteamericana jugó un rol activo (a
través de la ONU que volvió a servirle de foro idóneo) en el “manejo” de los grandes
procesos de transformación a partir de 1990: la disolución de la URSS, la desinte­
gración de Yugoslavia, la decisión de extender el “paraguas” de la OTAN hacia el
Este para am parar a ios países liberados de la anterior hegemonía soviética; el
abandono por Rusia de su posición estratégica militante en el Oriente M edio y su
aceptación de la hegemonía norteamericana en esa región.
Al mismo tiempo, Estados Unidos encabezó la liquidación o neutralización de
260 O Relaciones internacionales de América Latina

los focos de nacionalismo tercermundista radical. Con el consentimiento de los


nuevos gobernantes rusos, ex protectores deí nacionalismo revolucionario de países
en desarrollo, el presidente Bush y su aparato estratético prepararon y ejecutaron la
exitosa “Guerra del Golfo” de 1991, que golpeó y humilló a un nacionalista
temerario y resultó en la instalación de la presencia “protectora” de Oslados Unidos
en todo el Oriente Medio y sobre todo en el Golfo Arábigo-Pérsico. El control
estadounidense, y occidental en general, sobre los inmensos recursos petroleros de
la región quedó consolidado y asegurado.
También en Africa y en Latinoamérica, la administración norteamericana del
presidente George Bush impuso su voluntad predominante, obligando a los gobier­
nos a pasar de políticas económicas estatistas a nuevas prácticas de apertura y de
“inserción en la economía global”. A tal fin combinó la presión amenazante con la
persuasión benévola, mostrándose a todas luces más tolerante y más flexible en los
métodos que la administración del presidente Reagan. Algunos desarrollos induda­
blem ente positivos, tales como el proceso de paz árabe-israelí y la transición de
Sudáfrica del a p a r th e id a la democracia, fueron posibles gracias al fin de la guerra
fría y a la actitud en estos casos esclarecida de los nuevos maestros del mundo.
El presidente William Clinton, demócrata electo en 1992 y que asumió el
mando en 1993, continuó en sus grandes líneas la política de Bush, tendió en mayor
grado a respetar las susceptibilidades extranjeras y a preocuparse por la democracia
y los derechos humanos en el resto del mundo. Procuró que sus acciones de fuerza
(caso de Haití) tuviesen contenido democrático y fuesen convalidadas por la ONU.
A sí mismo, su práctica fue la de asumir papeles hegemónicos sólo después de que
otros hubiesen fracasado en el empeño (caso de Bosnia).
Sin embargo, en el fondo socioeconómico, la estrategia exterior norteamerica­
na no dejó de ser la de una persistente imposición de sus propios intereses a otros
países. Bajo el disfraz de la “globalización”, la política comercial estadounidense
presionaba a los demás países a la “apertura” en tanto que mantenía mecanismos
neoproteccionistas contra determinados productos extranjeros.
Y no sólo Estados Unidos actuaba en este sentido. No obstante la conclusión,
en diciem bre de 1993, de las negociaciones de la Ronda Uruguay del GA TT — que
desembocó en la creación de la Organización Mundial del Comercio (OM C)— , los
principales centros desarrollados: Unión Europea y Japón, al igual que N orteam é­
rica, usaban todos los pretextos posibles para mantener subvenciones y proteccio­
nes a sus sectores socioeconómicos más vulnerables o vitales, y el poder de los
grandes Estados seguía uniéndose al de las ETN para impulsar estrategias de
penetración comercial y financiera en com petencia con otras potencias.
El “nuevo orden m undial”, según la visión de algunos teóricos tales com o la
politóloga norteamericana Susan Strange, podría plasmarse en la formación de un
solo “imperio mundial” esencialmente regido por Estados Unidos como única
superpotencia. Susan Strange señala que la potencia norteamericana, al igual que
Roma antigua y el Imperio británico del siglo XIX, sabe utilizar técnicas de
dominación indirecta (“predominio” más bien que dominación evidente), flexible
y multiforme, a través de mecanismos no solo político-militares sino también
económicos, científico-tecnológicos, académicos, culturales y psicológicos. Su
imperio tendrá carácter fundamentalmente “no territorial” o transregional y se
apoyará en la lealtad de élites provenientes de todos los pueblos de la tierra.
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 261

Frente a esa visión unipolar del mundo futuro, otros teóricos tales como C. Fred
Bergsten y Lestcr Thurow señalan la división del poder económico — y de allí
también político— entre por lo menos tres grandes centros que controlan cada uno
aproximadamente un tercio del intercambio económico global: Norteamérica,
Europa occidental y Asia del Este (Japón). Mientras Bergsten opina que los tres
polos podrían conciliar sus intereses y constituir una tríada armónica, Thurow
formula predicciones más sombrías de acentuada rivalidad y conflicto.
De hecho, si bien es cierto que, para mediados de la década de los noventa, a
veces Estados Unidos, la Unión Europea y Japón actúan de común acuerdo cuando
se trata de m antener la paz internacional o reprimir desórdenes intolerables en las
áreas periféricas, también es evidente la persistencia y la intensidad de las rivalida­
des que los dividen. En el plano político-militar, el polo norteamericano es aún
predominante, pero en el conjunto multiforme de los intereses regionales y
sectoriales se tienden a profundizar las divergencias y las luchas. El sistema
internacional actual no es unipolar puro, sino que oscilaentre la unipolaridad diluida
y una realidad multipolar. Apreciación que se fortalece si se toma en cuenta que,
además de la “tríada” ya mencionada, otros centros de poder están afirmando su
voluntad de jugar un papel soberano y enérgico en el escenario mundial. Tal es el
caso de China, gigante territorial y demográfico que paso a paso avanza en la vía de
un desarrollo basado en una combinación de la economía de mercado con un
dirigismo político de signo socialista. Y es el caso de Rusia que, luego del gran
repliegue efectuado en los años de la restauración capitalista, de nuevo m uestra una
indeclinable voluntad de ser tomada en cuenta como gran potencia eurasiàtica.
En todo caso, Estados Unidos — sujeto a tentaciones aislacionistas— , se ve
obligado a com partir la dirección del mundo, de rumbo todavía incierto, con por lo
menos otros cuatro importantes centros de poder económico, político y cultural. Y
tiene que com partirla además con una creciente multitud de factores transnaciona-
lcs, supranacionales y subnacionales no siempre controlables por la autoridad
estatal.
Las ETN y otras organizaciones trans nación al es, si bien tienen su origen en el
territorio de un solo país y durante un tiempo mantienen su sede en el mismo, en
algunos casos pueden liberarse en alto grado del control estatal y pueden convertirse
en actores soberanos en la palestra mundial. Ello se hace evidente en ámbilos como
los de la inform ática y las comunicaciones, los servicios financieros, las causas
culturales, ideológicas y morales, y las actividades delictivas.
Múltiples factores incontrolables se agregan a los mencionados y contribuyen
a su vez a debilitar el Estado nacional, ya sea “desde arriba” o “desde abajo”. A la
vez que su poder es desafiado por los factores trans o supranacionales, resurgen
anacrónicos movimientos de separatismo étnico o provincial: es como si fuerzas de
la Edad M edia, largamente adormecidas pero no superadas, se despertasen e
hiciesen su irrupción en una época que algunos quisieran “posmodema” cuando en
realidad no es más que otra fase de la interminable interacción entre la renovación
y la continuidad.
Del seno de la sociedad surgen por lo demás, en lodos ios países, factores
materiales y espirituales que cuestionan tanto al Estado como la política. En parte
por la arrolladora propaganda antiestatal y antipolítica de los ncoconservadores
pero también por la real degeneración de las organizaciones políticas desgastadas
262 □ Relaciones internacionales de América Latina

en el poder e incapaces de responder a las necesidades humanas profundas, existe


en el m undo de fines del siglo XX un hondo desencanto con respecto a la política
y el gobierno como medios para resolver los grandes problemas colectivos.
En general, la gran recesión estructural que se anunció desde 1970 y se
manifestó de lleno a partir de 1980 tiene manifestaciones tremendas en todos los
planes de la existencia humana y social. La concatenación de efectos disolventes y
restrictivos en lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo religioso-
ideológico y lo moral, que la población de nuestro planeta está experimentando a
medida que se aproxima al año 2000, parece tener algunas similitudes con las crisis
que marcaron la caída del imperio Romano y la decadencia del orden feudal europeo
(el terrible siglo XVÍ).
Existe una amplia tendencia hacia la fragmentación de la sociedad y hacia el
individualismo egoísta. Las solidaridades y lealtades tradicionales hacia sectores
sociales, naciones, ideologías y sistemas de valores se encuentran en crisis por
efecto de la desconcertante rapidez y multiplicidad de los cambiantes impactos
económicos, sociales y culturales. Por un lado el individuo, arrancado al ambiente
acostumbrado, se siente escéptico ante todas las ideas y estructuras existentes; por
otro lado, sus angustias lo hacen proclive a la superstición.
Un fenómeno grave, que apareció sobre todo en los centros desarrollados y
prósperos, fue el de la creciente xenofobia y del racismo. Una alta tasa de desempleo
siempre tiende a causar suspicacias y rechazo hacia el extranjero, percibido como
rival ante los puestos de trabajo. La generosidad intemacionalista es propia de
etapas de pleno empleo, y el egoísmo xenófobo crece cuando existe alta desocupa­
ción. Esta vez, la simultánea crisis de los partidos políticos democráticos y sus
doctrinas, incluido el desprestigio del internacionalismo socialista y sindical,
abonaron el terreno para las actitudes de extrema derecha. Estas incluyeron intentos
de “revisar” la historia en sentido favorable al fascismo y el nazismo.
A medida que empeore la pobreza en el Tercer M undo y se incremente la
presión migratoria del Sur hacia el Norte, el neofascismo y la xenofobia recibirán
m ayor aliento. En las puertas del tercer milenio, el mundo próspero siente la
tentación de edificar un muro de contención, un nuevo “ limes” imperial, contra los
“bárbaros” del mundo pobre.

El cambio latinoamericano desde 1980

Como se desprende del resumen de los cambios mundiales ocurridos a partir de


1980, la situación de Latinoamérica se tornó difícil en lo económico y en lo político
a partir de esa fecha.

1 9 8 0 -1 9 9 0 : d eu d a extern a, e m p o b re cim ien to y d e m o c ra tiza c ió n

L a reacción de los centros financieros ante ia crisis económica mundial fue,


com o ya se señaló, la de contrarrestar el efecto recesivo en su propio seno, al costo
de un nivel de desempleo inusitadamente elevado y de reducciones del gasto social.
Como extensión o corolario de esa estrategia interna, los centros predominantes
impusieron también a los países en desarrollo similares (pero agravadas) exigencias
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 263

de austeridad y sacrificio. Para contrarrestar la descapitalización en el Norte, se le


exigió al Sur, incluida Latinoamérica, que reintegrase rápidamente, con la añadidu­
ra de elevados intereses, los grandes fondos que en la década de los setenta se le
había prestado bajo condiciones generosas.
En el cuadro 4 resumimos los cálculos de montos de la deuda externa en el
hemisferio occidental, sumando obligaciones publicas y privadas para fines de la
década de los ochenta, según el autor francés Maurice Lemoine. De esas deudas
externas, la colosal de Estados Unidos no se toma en cuenta, ya que se trata de un
país desarrollado y poderoso, considerado capaz de cubrir sus obligaciones. De los
países americanos en vías de desarrollo, Brasil, México, Argentina y Venezuela son
lds más endeudados, siendo Venezuela el que tiene la deuda perccipitci más pesada.
Para 1990, la deuda externa de América Latina se aproximaba a los 450.000
millones de dólares, diez veces mayor que la contraída para 1975.
En la década de los ochenta, Latinoamérica debió consagrar entre el 30% y el
35% del valor de sus exportaciones al servicio de la deuda externa. Para 1988, cada
latinoamericano debía 1.000 dólares a los acreedores foráneos.

C uadro 4

Deuda externa de los países del hemisferio occidental


(En miles de millones de dólares, para finales de ¡980)

E stados U nidos 425,0


Argentina 55,0
Belice 0,1
Bolivia 5,0
Brasi! 115,0
C olom bia 15,4
C osta Rica 4,0
Cuba 9,0
Chile 24 ,0
E cuador 7,0
El Salvador 1,5
G uatem ala 3,3
G uayana 0,8
Honduras 2,0
M éxico 110,0
N icaragua 6,0
Panamá 3,0
Paraguay 1t6
Perú 18,0
Surinam e 0,3
Uruguay 5,5
V enezuela 42.0

f u e n t e : Maurice Lemoine, 1988.


264 O Relaciones internacionales de América Latina

De modo general, el Fondo Monetario Internacional (FMI) había guiado u


orientado a los bancos privados del N orteen su estrategia de préstamo a Latinoam é­
rica antes de 1980. Los fondos recibidos por los países latinoamericanos fueron
empleados en forma desacertada y parcialmente despilfarrados. Importantes sumas
fueron robadas. Demasiado se dedicó a gastos corrientes y no a infraestructuras y
proyectos rentables.
La culpa es compartida por los acreedores y asesores en el mundo industrializado
y por los gobernantes y empresarios de la periferia deudora. Como señaló John K.
Galbraith en 1986: “Al alentar proyectos insensatos, los gobiernos insensatos han
logrado recabarcréditos de manos de banqueros igualmente insensatos. Ese festival
de absurdos no honra en absoluto al sistema capitalista y constituye una ofensa al
régimen dem ocrático”.
En 1983 se cerró definitivamente “la trampa de la deuda”. Aparte de que ya los
bancos habían aumentado las tasas de interés y presionaban a favor de un pago
acelerado de las obligaciones, el FMI se negó a seguir aumentando los derechos
especiales de giro (DEC) para los países en desarrollo. Al mismo tiempo inició la
práctica de condicionar intransigentemente cualquier nuevo crédito o reestructura­
ción de deuda: para ser tratado con alguna consideración, el país deudor debía
obligarse a renunciar a prácticas dirigistas y abrazar la doctrina neoconservadora en
muchos puntos importantes: reducción del gasto público, apertura comercial,
reform a fiscal, trato deferente a las inversiones extranjeras y a la “propiedad
intelectual” foránea. Esencialmente, debían abandonarse las políticas económicas
nacionalistas o de “crecimiento hacia adentro” que América Latina venía aplicando
desde hace medio siglo.
Las democracias latinoamericanas se movieron a partir de 1984 para tratar de
enderezar la situación y defender la región de la ofensiva de los acreedores. En enero
de ese año, unos treinta países de América [.atina y el Caribe emitieron la
Declaración de Quito, en la cual vocearon la necesidad de coordinar esfuerzos y
políticas frente al estrangulamicnto que todos estaban sufriendo. En mayo del
mismo año, los presidentes de Argentina, Brasil, Colombia y M éxico emitieron un
llamado para una reunión de todos los Estados latinoamericanos y del Caribe con
ese mismo propósito. En junio, los mandatarios de Argentina, Brasil, Colombia,
M éxico, Perú y Venezuela dirigieron un 1lamado al Grupo de los Siete (las potencias
más fuertes y prósperas del mundo capitalista) para que cambiasen de actitud hacia
el Sur. Los Siete, reunidos en Londres, respondieron en tono positivo y conciliato­
rio: la aparente determinación de los latinoamericanos a formar un “club de
deudores” que luego podría extenderse a otras regiones en desarrollo los había
impresionado. Reconocieron, en principio, que debía buscarse una reducción de las
tasas de interés, la fijación de plazos más largos para los pagos y la reanudación del
flujo de recursos financieros hacia la periferia.
Del 21 al 22 de junio de 1984 se reunieron en Cartagena de Indias los cancilleres
y ministros de finanzas de once países latinoamericanos y adoptaron una serie de
postulados conjuntos que recibieron el nombre de “Consenso de Cartagena”. Ese
consenso formula pronunciamientos políticos, propone medidas para aliviar la
carga de la deuda y recomienda mecanismos institucionales para aplicar dichas
m edidas.Los pronunciamientos políticos tienden aafirm arlacorresponsabilidadde
deudores y acreedores, la necesidad de un diálogo político sobre el problema de la
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación Q 265

deuda, la disposición a com partir los necesarios sacrificios entre países deudores y
acreedores y la vinculación del problema de la deuda con los del ñnanciam iento
externo y del comercio exterior. Las medidas concretas propuestas abarcan la
reducción de las tasas de interés, un financiamiento compensatorio de sus alzas, un
aplazamiento del pago de intereses, la fijación de plazos según la capacidad de
recuperación económica de los países deudores, una modificación de las normas
bancarias de los países acreedores, la complementación de la renegociación
económica con el diálogo político, reformas en el funcionamiento del FM I y el
Banco M undial, y un mejoramiento de las condiciones del comercio internacional
por medidas contra el proteccionismo de los centros industriales y contra el
deterioro de los términos de intercambio. En lo institucional, el Consenso contem ­
pla la creación de un mecanismo de seguimiento y consulta regional.
En un prim er momento, los países acreedores sintieron alivio y agrado por el
carácter pragmático y no retórico-ideológico de esas propuestas. Varios países
latinoamericanos tales como Argentina, Brasil, M éxico y Venezuela intentaron
renegociaciones de sus deudas en la segunda mitad de 1984 y lograron algunas
ligeras concesiones por parte de la banca acreedora.
Sin embargo, en 1985 volvió a empeorar la situación de los países deudores por
un nuevo endurecim iento de los centros financieros, y se profundizó el estanca­
miento económico de América Latina. Ante ello, el presidente peruano Alan García
decidió no aceptar más las condiciones del FMI y no pagar para servicio y
amortización de su deuda externa más del 10% de los ingresos por exportaciones.
Fidel Castro, por su parte, convocó a una gran conferencia de políticos, técnicos e
intelectuales latinoamericanos, en La Habana, sobre el problema de la deuda. En esa
conferencia a la que asistieron personas de ideologías muy diversas, se llegó a la
conclusión por consenso de que “ la deuda es impagable”.
El secretario del Tesoro estadounidense, James Baker, en 1985 anunció un plan
que establecía ciertos criterios universales para el tratamiento del problema de la
deuda tercermundista, con la intención de que el peso de ésta no llegase hasta el
punto de im pedir “un crecimiento sostenido”. Según el Plan Baker, el Norte
aportaría a los países más endeudados del Sur una suma de 40.000 millones de
dólares para ayudarles a cum plir sus obligaciones y crecer económicamente al
mismo tiempo. Debía buscarse un equilibrio entre el crecimiento, las balanzas de
pago y la lucha contra la inflación. A sí mismo, se reconocía el carácter político a la
vez que financiero del problema de la deuda externa. Los presidentes del Consenso
de Cartagena, reunidos en M ontevideo a fines de ese año, reconocieron las buenas
intenciones y los aspectos positivos del Plan Baker. Sin embargo, los años 1986 y
1987 fueron desastrosos para los países deudores. Los alivios previstos en el Plan
Baker no se pusieron en práctica, y los países deudores por su parte dejaron de actuar
solidariamente. Un llamado a la acción concentrada y al diálogo global, lanzado en
1987 por el Grupo de los Ocho (México, Panamá, Colombia, Venezuela, Perú,
Argentina, Uruguay y Brasil) reunido en Acapulco, tuvo poco efecto.
En 1989, el Nicholas Brady, secretario del Tesoro de la administración del
presidente George Bush, propuso un plan que representó un paso de avance con
respecto al Plan Baker. Recogiendo algunas de las propuestas que los presidentes
de los países deudores habían formulado en Caracas en febrero de 1989, Brady
aceptó que:
266 □ Relaciones internacionales de Atnérica Latina

— el problema de la deuda externa es de índole política y debe ser discutido


conjuntamente por los gobiernos de los países acreedores y deudores;
— el volumen de la deuda debe reducirse mediante su transformación parcial en
bonos subsidiarios y garantizados por los Estados acreedores;
— las tasas de intereses y los lapsos de pago deben ser revisados y estabilizados.
Aunque el Plan Brady significaba una liberalización de la actitud de los
acreedores, al mismo tiempo conllevaba dos graves inconvenientes para los países
deudores: en prim er término, transformar parte de la deuda en bonos dispersos en
las m anos del gran público, hace que ésta no pueda ser renegociada; en segundo
lugar, crear subsidios y garantías estatales a dichos bonos, involucra a la m asa de
los contribuyentes del Norte y añade un nuevo elemento, de carácter popular y
multitudinario, a las presiones que se ejercen sobre las naciones deudoras.
Entre los factores que influyeron en Bush y Brady para buscar un alivio a la
deuda latinoamericana está el estallido social que ocurrió en Venezuela el 27 de
febrero de 1989.
No obstante los ligeros alivios aportados por el Plan Brady, América Latina
siguió siendo exportadora neta de capitales hacia el Norte. En términos globales, la
región efectuó entre 1982 y 1990 una transferencia neta de recursos hacia los países
industrializados por un valor aproximado de 233.000 millones de dólares (163.000
millones en pago de la deuda externa, más de 70.000 millones por concepto de fuga
de capitales privados). Como nunca antes, el mundo rico extraía del mundo pobre
los recursos para remediar su propia crisis y financiar su propio crecimiento.
Entre 1983 y 1990 el crecimiento económico de América Latina bajó a un
promedio de 1,5 % al año. En vista de que la población crecía al ritmo anual de 2,1 %,
el bajo crecimiento económico significaba un descenso del ingreso real p e r c a p ita
en -0,6% al año. La “década perdida” no era, pues, de mero estancamiento, sino de
retroceso hacia niveles apenas superiores a los de 1970.
El descenso económico tuvo graves consecuencias sociales en la mayoría de los
países latinoamericanos. Por efecto del desempleo, las quiebras y las menguas de
ingresos estables, amplios sectores de la población se vieron impulsados a cambiar
de ocupación o de residencia. Creció la presión migratoria desde las zonas más
deprimidas de la región hacia los centros relativamente más prósperos. Junto con la
expansión de los “sectores informales” de las economías latinoamericanas, también
crecieron las actividades ilegales o delictivas. Entre éstas descolló el narcotráfico,
que conoció un auge impresionante desde 1980 en adelante y que para la década de
los noventa llegaría a constituir uno de los grandes temas conflictivos en las
relaciones exteriores de Latinoamérica.
Otro problema conflictivo y preocupante sería el de la lucha por impedir la
destrucción y contaminación del medio ambiente en nuestra región. También este
asunto se vincula con la situación socioeconómica: en países como Brasil, y otros
de la subregión amazónica, contingentes humanos excluidos de la econom ía formal
se arrojaban sobre las zonas vírgenes, talando bosques y contaminando aguas, en
búsqueda de minerales preciosos o de tierras explotables. Como se explicará más
adelante, tanto el narcotráfico com o la ecología se convertirían después de 1990 en
temas de debate y negociación entre el Norte y el Sur.
No obstante el crecimiento socioeconómico, en la década de los ochenta se
inició en Latinoamérica un positivo proceso de desmilitarización y dem ocratiza­
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 267

ción política. A partir de 1983, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y


Chile, sucesivamente, salieron del autoritarismo castrense y retornaron al sistema
de la dem ocracia representativa. H asta la sufrida República de H aití se liberó del
peor despotismo e inició un accidentado proceso de evolución hacia la libertad.
Estados Unidos en ocasiones pretendió haber sido, desde el principio, causantc
y propiciador de esa evolución dem ocrática latinoamericana, pero tal versión no se
ajusta a la verdad. Hasta 1983, el gobierno del presidente Reagan se limitaba a
ejercer presiones a favor de la libertad económica o de empresa, y no actuaba para
promover la dem ocracia política. Los teóricos conservadores norteamericanos
— Grupo de Santa Fe y Jane Kirkpatrick— establecieron una distinción entre el
llamado “autoritarism o” (dictadura de derecha favorable a la empresa privada) y el
‘/totalitarismo” (dictadura de izquierda con economía estatizada). Para la profesora
Kirkpatrick, el “autoritarismo” era tolerable y hasta necesario en ciertos casos, en
tanto que el “totalitarismo” debía ser atacado y destruido implacablemente. Cuando
se inició el proceso de democratización política en Latinoamérica a partir de 1983,
el presidente Reagan y sus asesores quedaron sorprendidos. Comenzaron a revisar
sus tesis y se convencieron de que, efectivamente, para los intereses del Norte era
conveniente la existencia de gobiernos pluralistas en el Sur. De entonces en
adelante, el discurso oficial estadounidense enfatizaba la lucha por la dem ocracia
representativa en el hemisferio. Pero los primeros impulsos de democratización en
la región tuvieron causas eminentemente endógenas.
Esas causas endógenas del retiro de los militares del gobierno a sus cuarteles
pueden resumirse de la manera siguiente:
1. Desprestigio moral y político de los regímenes y estamentos militares.
Algunos gobernantes militares incurrieron en delitos de narcotráfico o de grave
corrupción administrativa. Por otra parte, provocaron horror y repudio por la
crueldad de sus represiones. No supieron gobernar sin caer en los mismos vicios de
incapacidad que habían criticado a los políticos civiles. En casos de acción armada
mostraron irresolución y debilidad en contraste con su inicial temeridad y jactancia.
2. M aduración cívica de la sociedad latinoamericana y sus élites civiles a partir
de las décadas expansivas y dinámicas de los sesenta y setenta. La gradual elevación
del nivel educativo de las masas y el crecimiento y fortalecimiento de las capas
medias profesionales c intelectuales, junto con una mayor comunicación informa­
tiva y cultural con el resto del mundo, contribuyeron a la formación de amplios
frentes civiles, unidos por encima de divergencias ideológicas para relevar a los
gobernantes militares a través de una mezcla de presiones y negociaciones.
3. Renuncia de los militares a seguir ejerciendo el poder en un período de vacas
flacas. En tiempos de recesión, desocupación e inflación, todo gobernante cae
forzosamente en la impopularidad. Era el momento apropiado para retirarse a los
cuarteles y dejar que los civiles asumieran la ingrata tarea de gerenciar lacrisis. Por
la misma razón, no se puede descartar el temor de que, en una futura coyuntura de
bonanza renovada, la tentación cesarista pueda volver a levantar la cabeza.
El cambio en la actitud estadounidense, del tradicional beneplácito otorgado a
regímenes autoritarios conservadores a una nueva linca de resuello apoyo a la
dem ocracia política, parece obedecer a los siguientes motivos fundamentales:
a) La comprobación de que, para la década de los ochenta, casi todos los
políticos civiles de Latinoamérica habían evolucionado del dogmatismo ideológico
268 □ Relacionen internacionales de América Latina

a un mayor pragmatismo» una amplia disposición al diálogo tolerante, y una


aceptación generalizada de la idea de que cualquier proyecto político factible tenía
que basarse en la aceptación de la economía de mercado. Esa evolución formaba
parte de un proceso socio-psicológico uni versal, y se nutría del ascenso y crecimien­
to de las capas medias modernas, baluartes de la moderación y el sentido común. Por
lo demás, el carácter realmente pluralista de los nuevos gobiernos democráticos de
Latinoamérica y del Sur en general abre amplios espacios para el ejercicio de
influencias y presiones foráneas de tipo sutil y directo, convirtiéndose los gobiernos
del Norte o ETN en auténticos actores ‘‘internos”, a través de representantes o
agentes locales, en la forma de decisiones de los “blandos” países del Sur.
b) La comprensión, igualmente importante, del hecho de que los regímenes
cesaristas, por su efectivo control del poder nacional, poseen la capacidad de asumir
posiciones autónomas y antihegemonistas, si así Jo desean. N unca serán instrumen­
tos totalmente dóciles en manos de una potencia imperial o transnacional externa.
Ya en 1968, los militares peruanos, pese a todos sus vínculos “interamericanos”,
establecieron un régimen nacional-revolucionario y autonomista que causó graves
preocupaciones a los estrategas occidentales de la guerra fría. Al mismo tiempo, en
Panam á la fuerza armada dirigida por el general Ornar Torrijos estableció un
régimen de avance popular en lo interno y antihegemonista en lo internacional.
Los gobernantes militares brasileños, por más que apoyaron al bloque occiden­
tal y combatieron la influencia soviética en el contexto de la guerra fría, m antuvie­
ron una estrecha alianza con una burguesía nacional reacia a someterse a las ETN
y deseosa de edificar un capitalismo autónomo, utilizando para ello una política de
dirigismo estatal de tipo “bismarekiano”.
Finalmente, Washington sufrió la preocupación e irritación ocasionada en 1982
por la junta militar argentina que, para contrarrestar su creciente desprestigio
interno, tomó la iniciativa de ocupar por la fuerza las Islas Malvinas, pese al hecho
deque la reclamación argentina del archipiélago se estaba ventilando pacíficamente
en el seno de la ONU desde 1965. En el conflicto de 1982 se produjo una amplia
manifestación de solidaridad latinoamericana con Argentina en contra de la
expedición naval británica: solidaridad que unió a demócratas y dictatorialistas en
la afirmación unánime de un nacionalismo regional latinoamericano que sorprendió
profundamente a los europeos, convencidos de que los demócratas latinoam erica­
nos agradecerían a la señora Thatcher su acción bélica “antidictatorial”. Para
Estados Unidos el episodio fue incómodo en extremo: al demostrar que obviamente
su alianza transatlántica con Gran Bretaña tenía prioridad sobre sus viejos compro-
misos “m onroistas”, disminuía un tanto más su credibilidad ante los latinoamerica­
nos. Sin duda tal experiencia debió alentar una revisión crítica de la actitud de
Estados Unidos ante unas dictaduras militares capaces de tan bruscas e inconsultas
iniciativas perturbadoras del orden hemisférico y mundial.
El retorno a la democracia en los países sudamericanos hizo posible importan­
tes avances en la senda de la concertación y cooperación regional. Ya se detalló la
forma com o los presidentes democráticos actuaron de común acuerdo para defender
los intereses de los países deudores frente a los acreedores, entre 1983 y 1989.
Durante el mismo período se desarrolló una importante acción conjunta de gobier­
nos dem ocráticos latinoamericanos con el fin de resolver conflictos intrarregionales
c impedir que Estados Unidos interviniese en ellos de manera violenta.
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación D 269

El Caribe y Centroamérica se transformaron en zonas conflictivas durante la


década de los ochenta. Tanto en el Caribe de habla inglesa como en el istmo
centroamericano, movimientos radicales de liberación nacional y social empuñaron
las armas contra regímenes autoritarios y oligárquicos, y los conflictos resultantes
desbordaron el lím ite regional para insertarse en la guerra fría. Sin embargo, a través
de excepcionales y exitosos esfuerzos de mediación y conciliación, los países
latinoamericanos democráticos lograron que, en lo referente a Centroamérica,
finalmente se alcanzasen, pese a todo, soluciones de tipo regional.
En 1979, en la pequeña antilla angloparlante de Grenada — población de
120.000 habitantes; economía basada en la exportación de la nuez moscada— , un
movimiento popular y democratizador insurgió contra la dictadura de un ex
lüchador independentista corrompido en el poder. Bajo la dirección de M aurice
Bishop y del partido New Jewel M ovement se formó un régimen revolucionario
inspirado en parte por la tradición del socialismo británico (co rrie n te fa b ia n a ) y en
parte por el tercermundismo radical y el mensaje de la revolución cubana.
Estados Unidos de inmediato rechazó al gobierno revolucionario por su
radicalismo verbal y sus conexiones ideológicas con Cuba, y lo consideró “hostil”
y “peligroso” . Según los servicios secretos norteamericanos, Grenada podría
convertirse en una potencial base aeronaval del bloque comunista.
En vista de que Venezuela, geográficamente cercana y con una política ya
consagrada de cooperación con el Caribe anglófono vaciló en ayudar técnica y
económicamente al régimen de la isla, éste se tornó cada vez más hacia Cuba, cuyos
dirigentes no tuvieron tales vacilaciones. De ese modo se acentuó cada vez más la
inserción de Grenada en la guerra fría entre bloques estratégicos.
La socialdemocracia europea hizo esfuerzos por contrarrestar esa tendencia y
por abrir para Grenada un “tercer camino” entre Estados Unidos y el campo cubano-
soviético. M aurice Bishop estuvo dispuesto a escuchar los consejos socialdemócra-
tas de moderación y de diferenciación con respecto al bloque comunista. El propio
régimen cubano lo alentaba en esa tendencia: en la Habana se sabía muy bien que
en el Caribe y Latinoamérica no podía tener cabida una “segunda C uba”.
Pero en octubre de 1983 el primer lugarteniente de Bishop, el ambicioso y
dogmático Bernard Coard, dirigió un insensato y provocador golpe de Estado contra
su jefe y ex amigo, y lo asesinó. Ese acto criminal — repudiado con honor e
indignación tanto por Cuba como por las fuerzas democráticas moderadas de
Latinoamérica y el mundo— despejó el camino para la intervención armada de
Estados Unidos, país que ocupó la isla a fines de esc año poniendo fin a su proceso
revolucionario.
Si en el caso de Grenada la comunidad democrática latinoamericana se mostró
impotente, en cambio sí logró un insigne éxito durante los años ochenta en la tarea
de insertarse como tercera fuerza pacificadora y mediadora en los conflictos que
estallaron en Centroamérica entre fuerzas revolucionarias de izquierda y las de
derecha apoyadas por Estados Unidos.
Desde la intervención contra Arbenz en 1954, el istmo centroamericano (con
la notable excepción de Costa Rica democrática) permaneció bajo’el control
inmutable de oligarquías terratenientes aliadas con empresas transnacionales frute­
ras. Dicho control se ejercía con m ano dura a través de estamentos militares dóciles
ante los factores conservadores del hemisferio. Entre los dictadores tradicionalistas
270 □ Relaciones internacionales de América Latina

de la subrcgión, el más duradero y notable fue Anastasio Somoza Debayle, hijo del
fundador de esa formidable dinastía regidora de los destinos de Nicaragua.
Hn 1978, el asesinato del editor nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro hizo
estallar una fuerte rebelión armada: por primera vez la burguesía nacional hizo
causa com ún con los radicales del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN). A fines de 1979, otra situación revolucionaria se produjo en El Salvador:
luego del derrocamiento de la dictadura del general Carlos Humberto Romero,
surgió una división entre el gobierno de centro-derecha (Democracia Cristiana y
Fuerzas Armadas) presidido por José Napoleón Duarte, y una alianza de izquierda
integrada por fuerzas socialdemócratas, marxistas y cristianas progresistas, cven-
tualmente coaligadas en el Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el Frente
Farabundo M artí de Liberación Nacional (FMLN). En Guatemala, durante la
misma época, estallaron fuertes luchas civiles entre el ejército oficial y organizacio­
nes guerrilleras de izquierda que posteriormente se unieron en la Unión Revolucio­
naria Nacional Guatemalteca (URNG).
Un hecho interesante y significativo es el de que en esta amplia guerra civil
centroamericana no se trataba de un choque de los bandos ideológicos de la guerra
fría — marxistas ve rsu s defensores del capitalismo— , sino que los factores deter­
minantes eran de naturaleza endógena. La revolución del pueblo campesino, obrero
y de clase media contra las tiranías político-militares y oligárquicas era auténtica y
hondam ente sentida (en Guatemala, al ingrediente de lucha social se le agregaba el
de protesta étnica de los indígenas). En los. bandos revolucionarios reinaba la
diversidad ideológica: al lado de marxistas-leninistas vinculados a Cuba y al bloque
soviético, combatían socialistas democráticos afiliados a la IS (socialdemócrata) y
cristianos progresistas originalmente procedentes de la DC pero ganados por las
ideas de la Teología de la Liberación,
Cuba misma — mirada por los sectores marxistas com o meca revolucionaria
infalible— rechazaba esc papel e instaba a sus fieles a que colaborasen lealmente
con socialdemócratas y cristianos, se abstuviesen de dogmatismos intolerantes, y
orientasen su estrategia no hacia 1a construcción de “nuevas Cubas” imposibles sino
hacia sociedades democráticas pluralistas, basadas en economías mixtas (sector
privado/sector público).
Washington no creía en soluciones “terceristas” y miraba a las fuerzas revolu­
cionarias cenlroamericanas como partes del bloque adverso. Cuando en Nicaragua
se constituyó el frente armado de los contrarrevolucionarios (“contras”) para luchar
contra el régimen sandinista implantado luego de la caída de Somoza, el gobierno
del presidente Reagan les suministró asistencia militar activa y la continuó clandes­
tinamente hasta después de que el propio Congreso norteamericano la prohibiera.
Llevó su apoyo a la lucha antisandinista hasta el punto de colocar minas frente a los
puertos nicaragüenses. Como intento de justificación, alegaba que los sandinistas
a su vez estaban ayudando al FDR-FLM N contra el gobierno de Duarte y a la URNG
contra el régimen guatemalteco.
Alentados moralmente por ciertos factores políticos europeos, sobre todo
socialdemócratas, cuatro países latinoamericanos democráticos y autonomistas
— Colombia, M éxico, Panamá y Venezuela— acordaron unificar sus esfuerzos
para prom over la paz en Centroamérica y evitar una intervención armada de Estados
Unidos. Sus cancilleres tomaron la decisión pertinente en una reunión celebrada en
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 271

la isla panam eña de Contadora en enero de 1983, razón por la cual a estos cuatro
países se íes dio el nombre de “Grupo de Contadora”.
Hntre 1983 y 1985, los presidentes y cancilleres de Contadora trabajaron
incansablemente con el fin de promover una paz dem ocrática en America Central.
Junto con los gobiernos del propio istmo, elaboraron un plan de paz en septiembre
de 1984. Con diversas revisiones y modificaciones, el contenido de ese plan sirvió
de base para la pacificación paulatina de Nicaragua.
M ecanismos similares fueron elaborados para su aplicación en El Salvador y
en Guatemala.
A partir de agosto de 1985, el Grupo de Contadora contó con el activo respaldo
diplomático de cuatro países sudamericanos recién liberados del autoritarismo
militar — Argentina, Brasil, Perú y Uruguay— que se reunieron en Lim a para
constituir el llamado Grupo de Apoyo. Por etapas, ios cuatro de Contadora y los
cuatro del Grupo de Apoyo lograron la pacificación centroamericana y luego,
conocidos yacom oel “Grupo de los Ocho” ampliaron sus consultas y conccrtaciones
para abarcar también otros temas de interés regional, hemisférico y m undial. Luego
de abrirse a la participación de otros países democráticos adicionales, en la década
de los noventa fueron conocidos como el “Grupo de Río”, principal órgano de
consulta y concertación política de América Latina.
Lamentablemente para la evolución autonómica de América Latina, las dem o­
cracias de la región no pudieron evitar una intervención militar estadounidense en
la República de Panamá en 1989. En 1981 perdió la vida en un accidente de aviación
el gobernante Ornar Torrijos, insigne patriota y tribuno, y le sucedió en el mando
el general Manuel Noriega, de carácter controvertido. A la vez que parecía ser
continuador del nacionalismo y del sentido de equidad social de su precedesor, tenía
disposición a moverse en el oscuro mundo de la conspiración y el espionaje, y al
parecer fue infiel a compromisos contraídos con los servicios secretos de Estados
Unidos para volcarse hacia Cuba y otros factores adversos a la potencia norteam e­
ricana. Al mismo tiempo, tuvo contactos con los carteles narcotraficantes, y la
fiscalía general estadounidense lo acusó de participación acti va y de enriquecim ien­
to personal en el negocio de la droga.
Luego de dos años de intensas presiones para que Noriega renunciara (dirigen­
tes democráticos de América Latina y de Europa trataron de convencerlo para que
así lo hiciera antes de que fuese demasiado tarde), Estados Unidos invadió Panamá
en diciem bre de 1989, a raíz de incidentes entre guardias panameños y militares
norteamericanos.
La ocupación militar de Panamá con las tropas del Norte requirió varios días de
intenso combate contra los “batallones de la dignidad” panameños y ocasionó la
muerte de más de mil civiles. El general Noriega se refugió en la Nunciatura
Apostólica, cuyo titular lo convenció de entregarse a las fuerzas norteamericanas.
Fue juzgado en el estado de Florida y condenado a cuarenta años de prisión.
El problema del narcotráfico sirvió de pretexto en este caso para una reorgani­
zación profunda de Panamá en el sentido que convenía a los ocupantes: eliminación
de las instituciones del nacionalismo'torrijísta, incluida la Fuerza de Defensa que,
según los Tratados Torrijos-Carter, debía asumir en el futuro la defensa del Canal.
272 □ Relaciones internacionales de América Latina

De 1990 en adelante: liberalización económica; integración, nuevos


problemas Norte-Sur; retos sociales y de identidad

Ante el funesto panorama socioeconómico de la “década perdida” , la reacción


inicial de los países latinoam ericanos había sido la de tratar de contrarrestar el
desequilibrio de su balanza externa por una política comercial neomercantilista, de
estímulos a iaexporatción y restricción alas importaciones. Pronto se percataron de
que tal medicina no curaba la enfermedad. El gasto público destinado a compensar
el desequilibrio externo causó déficit equivalentes al 10% del PIB. La inflación
creció enormemente, adquiriendo características de hiperinflación en algunos
países.
Para fines de la década, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos había
llegado a la conclusión de que la descapitalización y la recesión sólo podían
superarse con la apertura económica y una desestatización que atrajese inversiones
extranjeras com o única fuente de financiamiento capaz de acabar tanto con el
drenaje de recursos hacia el exterior como con la inflación interna. Había que hacer
caso a la prédica de las instituciones financieras internacionales y a sus voceros
académicos. Se veía com o inevitable un viraje del modelo “cepalista” de sustitución
de importaciones y crecimiento hacia adentro, al nuevo modelo de apertura,
privatización e ‘"inserción en la economía global” . Hasta gobernantes de trayectoria
nacionalista y socialista dem ocrática reconocieron que había que dar “marcha
atrás” hacia una más plena aceptación de la economía de m ercado y una actitud
menos recelosa ante las empresas transnacionales. Junto con las necesidades
financieras apremiantes y las presiones del Norte, el colapso de la bipolaridad y la
merma del poder negociador deí Tercer Mundo imponían el viraje.
Las nuevas políticas de ajuste y apertura dieron resultados positivos de
crecimiento macroecónomico general, pero afectaron negativamente la autonomía
nacional. La apertura comercial y la nueva necesidad de hacer frente a la com peten­
cia extranjera alentó a algunos sectores productivos latinoamericanos a aceptar el
reto de la modernización. Industrias artificiales e inviables quedaron eliminadas.
Pero por otro lado se vio perjudicado el desarrollo industrial y tecnológico
autónomo. Empresas latinoamericanas pequeñas y m edianas perdieron demasiado
bruscamente el m ínimo de protección que necesitaban — y que en otras partes del
m undo sí reciben— y fueron llevadas a la quiebra. Al mismo tiempo una arrolladora
prédica ideológica neoliberal sacudió las bases de la identidad nacional cultural de
algunos países de la región. Una apertura menos brusca y más selectiva— tal como
la practicaron algunos países del sudeste asiático— hubiera podido evitar estos
males, pero en Latinoamérica penetró en forma brutal la versión más extrema del
neoconservadurismo, pregonado sobre todo por jóvenes tecnócratas formados en
universidades norteamericanas. Por otra parte, las nuevas políticas de ajuste y
apertura tuvieron un elevado costo social. La eliminación de aranceles proteccio­
nistas y de subsidios, la liberación de los precios de consumo y la reducción del gasto
público social golpearon y empobrecieron en forma múltiple y severa a los
pequeños y medianos empresarios, la clase trabajadora y media asalariada y los
sectores populares en su conjunto. El desempleo y la quiebra de empresas pequeñas
y medianas se vieron incrementados; la reducción de los programas sociales afectó
los niveles de salud, educación y vivienda; aumentó la concentración de la riqueza
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 273

en pocas manos y bajó el nivel de los salarios reales. En todos los países
latinoamericanos, con excepción de Brasil, el gasto p e r c a p ita en salud y educación
se redujo dramáticamente entre 1980 y 1988: la reducción regional media fue de
25% en los gastos de salud y 13% en los gastos de educación.
Desde 1980 en adelante, en I .atinoamérica ha tendido a concentrarse cada vez
más el control y disfrute de la riqueza. Según la CEPAL, en 1980 el 10% más rico
de la población poseía un volumen de ingresos 21 veces superior al ingreso del 40%
más pobre. Para 1990, el 10% más privilegiado absorbía un ingreso 27 veces mayor
al que recibía el 40% menos favorecido.
En cuanto a las cifras de pobreza (condición que no permite gastos más allá de
íla alimentación y otras necesidades- básicas) y la indigencia o pobreza extrema
¿ (situación de hambre y existencia subhumana), la evolución parece haber sido la que
muestra el cuadro 5.
El PNUD calcula que para el año 2000 Latinoamérica tendrá una población de
515 millones de habitantes, de los cuales 126 millones (cerca de un cuarto) se
encontrarán en situación de pobreza extrema.
Simultáneamente con la apertura o liberalización de las economías latinoame­
ricanas, la integración económica regional y subregional recibió nuevos impulsos.
Las iniciativas de integración latinoamericana datan, como se sabe, de los años
sesenta de este siglo. En 1960 fue creada en Montevideo la Asociación Latinoame­
ricana de Libre Comercio (ALALC) que posteriormente, en 1980, asumiría el
nombre de Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Se creó con el
propósito de impulsar la liberación comercial entre todos los países de la región y
servir de “paraguas” a los diversos programas de integración subregionales. El
primero de dichos programas subregionales fue el Mercado Común Centroameri­
cano (MCCA), creado en 1960. En 1965 fue fundado por los países angloparlantes
del Caribe, recién independizados, un segundo esquema subregional: la Asociación
de Libre Com ercio del Caribe (CARIFTA), posteriormente ampliada y fortalecida
bajo el nombre de Comunidad del Caribe (CARICOM) a partir de 1973. En 1969,
el Acuerdo de Cartagena dio origen al llamado Pacto Andino integrado por
Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y (a partir de 1973) Venezuela. Por impulso de
la ALALC y de los esquemas subregionales, para 1980 el 14% del comercio
exterior global de Latinoamérica se realizaba dentro de la región.

--------------------C uadro 5 -------

Cifras de pobreza, 1970-1990

A ño P o b re z a (% ) In d ig e n c ia (% )

1970 40 19
1980 35 15
1990 44 " 21

Fuente: CEPAL, citada por Alain Tourainc, 1988, p. 30. y Vlernhard Thibaut Liiteinanteiika ani L'ndtr ¡0.
Jahrhunderts. pp. 128 y 129.
274 O Relaciones internacionales de América Latina

D urante ese mismo lapso de 20 años (1960-1980), el desarrollo económico


general de Latinoam érica fue estimable, y se efectuó dentro del marco — hoy tan
despreciado— del modelo de sustitución de importaciones. Las economías latinoa­
mericanas tuvieron durante ese período un crecimiento dos veces mayor que el de
los países desarrollados. A pesar de que se critica el mencionado modelo por su
énfasis en el “crecimiento hacia dentro”, su aplicación conllevó una extraordinaria
expansión de las exportaciones latinoamericanas. Dentro de ellas, la proporción
correspondiente a los bienes manufacturados aumentó del 3,6% en 1960 al 17% en
1979.
Después del retroceso de la “década perdida”, a comienzos de los años noventa
se reanudó el crecimiento y se dio nuevo impulso a la integración regional y
subregional, esta vez bajo los nuevos signos de la liberación comercial y la apertura
a las inversiones extranjeras. El Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena tuvo avances
institucionales importantes, adoptando un arancel externo común a comienzos de
la década, y transformándose en Comunidad Andina a raíz de la Cum bre deT rujilio
(Perú) en 1996. Sin embargo, el hecho de que la mitad de su volumen de intercambio
interno se realizaba entre sólo dos de sus países miembros — Colombia y V ene­
zuela— , y que durante varios años existieron fricciones políticas entre otros Estados
participantes, hizo que ante los ojos del mundo el esquema de integración andino
tuviese m enor relevancia que el nuevo y vigoroso Mercado Común del Sur
(M ERCOSUR), creado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay a través del
Tratado de Asunción en 1991. Políticamente, la firma del instrumento significó un
paso hacia la superación de la histórica rivalidad entre los “gigantes” Brasil y
Argentina. El gran “peso específico” del espacio del M ERCOSUR — población de
193 millones, superficie territorial de 12 millones de kilómetros cuadrados, produc­
to interno bruto de 553 millones de dólares— , así como la voluntad de diversificar
y equilibrar sus relaciones económicas exteriores entre Norteamérica, Europa,
Asia, Africa y América Latina misma, hicieron que apareciese como el polo más
importante de desarrollo soberano y dinámico en América Latina.
En el área del Caribe, los países de la CARICOM tomaron la iniciativa, en
1993-1994, de impulsar, junto con los países ribereños del Grupo de los Tres
(Colombia, M éxico, Venezuela) y con los Estados de América Central, la creación
de una Asociación de Estados del Caribe (AEC). Esa agrupación, cuyo propósito es
la consulta y la concertación para promover una mayor integración y cooperación
en el m acro-Caribc, incluye los países y grupos de países ya mencionados, además
de Cuba, República Dominicana, Haití y numerosos territorios no soberanos
(dependencias holandesas, francesas y británicas). Debido a la presencia de Cuba,
el gobierno norteamericano se opuso a la participación de sus propias dependencias,
Puerto Rico e Islas Vírgenes estadounidenses. Entre los propósitos de los fundado­
res de la AEC está el anhelo de vincular más a Hispanoamérica con los países
caribeños de habla inglesa, holandesa y francesa y, por otra parte, el afán de alentar
a M éxico para que mantenga sus compromisos con el Caribe, no obstante sus
fortalecidos lazos de integración con América del Norte.
En su nueva etapa de integración (esta vez con la participación del capital
transnacional y no, como en épocas pasadas, suspicaz ante el mismo), Latinoam é­
rica, a mediados de la década de los noventa, llegó a efectuar el 23% de su
intercambio comercial dentro de la región misma. Un 36% del intercambio exterior
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 275

global se realizaba con Norteamérica y el remanente se dividía entre Europa, Asia,


Africa y Oceanía. Por razones geopolíticas y geoeconómicas evidentes, el norte de
América Latina tiene vínculos económicos más importantes con Estados Unidos
que el sur, equidistante de los grandes centros industrializados.
Preocupado por los avances comerciales logrados en la región latinoamericana
por Europa occidental y Japón, el gobierno de Estados Unidos ha dado pasos para
reafirmar su vocación de líder y principal socio económico de los países de las
Américas. Para ello, promueve el concepto de una integración N orte-Sur (entre
centros industrializados y países en desarrollo), por encima del esquema de la
integración Sur-Sur (entre naciones en desarrollo). Su discurso internacional evita
la mención de cualquier diferencia estructural y de intereses entre las regiones
'desarrolladas y no desarrolladas.
El presidente George Bush, en 1990, presentó la llamada Iniciativa para las
Américas (IPA). Esta constituye una ampliación de otros proyectos anteriores de
creación de una vasta zona de libre comercio desde Alaska hasta la Tierra del Fuego.
La Iniciativa es la continuación histórica del proyecto que presentó James Blaine
100 años antes, ante la Primera Conferencia Panamericana. Pero esta vez fue
recibido con espíritu más positivo por los países latinoamericanos que, agobiados
por la deuda externa y la recesión, esperaban que el libre comercio hemisférico
pueda aliviar o subsanar sus dificultades. Además, a diferencia del proyecto de
Blaine, el de Bush prevé una integración “abierta” .
Por otra parte, Estados Unidos, en colaboración con el presidente de M éxico
Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), promovió la elaboración y adopción del
Acuerdo de Libre Com ercio de América del Norte (ALCAN, NAFTA o TLC). Por
ese acuerdo, el sistema de libre comercio ya vigente entre los dos países industria­
lizados de Norteam érica — Estados Unidos y Canadá— sería ampliado hacia el Sur
para abarcar un país en desarrollo, México. El presidente Salinas de Gortari, de
formación académica norteamericana e influido por las ideas económicas neolibe­
rales, estaba convencido de que los nuevos tiempos requieren una revisión radical
de los viejos esquemas nacionalistas. La división del mundo entre países desarro­
llados y en desarrollo le parecía artificial y dudosa y, por lo demás, opinaba que
México ya había traspasado el umbral del desarrollo y en el futuro debía distanciarse
de todo “tercermundismo”. Salinas emprendió el desmantelamienlo del sistema
m exicano de proteccionism o y dirigism o estatal, lanzó un program a de
privatizaciones, y abrió las fronteras económicas a la inversión extranjera. En el
plano político alentó el desarrollo del pluralismo y la flexibilización del anquilosa­
do Partido Revolucionario Institucional (PRI). Se abrió un espacio político prome­
tedor para la oposición conservadora plasmada en el Partido de Acción Nacional
(PAN).
El presidente Bill Clinton impulsó el TLC junto con Salinas de Goriari, y el
instrumento fue aprobado por el Congreso estadounidense (contra una fuerte
oposición nacionalista-aislacionista aliada con los representantes del sindicalis­
mo),, a fines de 1993, casi al mism o tiempo en que a nivel mundial culminaron las
negociaciones de la Ronda Uruguay del GATT. Diciembre de 1993 apareció, pues,
como un momento estelar para los principios del liberalismo económico.
Luego de lograr la adopción del TLC, el presidente Clinton dio otro paso hacia
la meta de la unificación del hemisferio bajo liderazgo norteamericano, a través de
276 □ Relaciones internacionales de América Latina

una invitación a todos los jefes de Estado o de gobierno de las Américas (excepto
el de Cuba) para que asistiesen a una conferencia cumbre que se celebraría en Miami
en el mes de diciembre, A partir de marzo, el Grupo de R ío — ahora ampliado a doce
miembros fijos, además de dos representantes de Centroamérica y de la CARICOM,
respectivam ente— comenzó a pedir que la agenda y el proyecto de decisiones de la
cumbre hem isférica fuesen elaborados de común acuerdo entre Estados Unidos y
las demás naciones interesadas: de ningún modo podía aceptarse una agenda
impuesta unilateralmente por el Norte. Brasil, en su papel de secretario general del
Grupo de Río durante 1994, jugó un papel fundamental para lograr una posición de
firmeza y unidad de criterios latinoamericanos: el diálogo de las Américas debía ser
simétrico y girar en torno a propuestas tanto del Sur como del Norte.
La Cumbre de Miami se desenvolvió sin pena ni gloria con una serie de
resoluciones generosas de apertura e integración económica, y de lucha contra la
pobreza, el atraso, el narcotráfico y la corrupción. Sin embargo, el escepticismo fue
grande: poco antes de la cum bre hemisférica, el pueblo estadounidense eligió una
nueva mayoría parlamentaria republicana que resultó la más derechista, naciona­
lista y aislacionista — con ribetes de xenofobia sobre todo ante la inmigración
latinoamericana— que el país haya tenido desde la década de los años veinte. En
Estados Unidos, al igual que en Europa, los factores de recesión estructural y de
inseguridad socioeconómica, junto con el desprestigio de las ideologías de progre­
so y solidaridad, sobre todo en las capas medias y populares, condujeron hacia un
retom o del pasado y el rechazo al “extraño” rival y portador de “gérm enes” de
perturbación.
Durante el año de preparación de la cumbre hemisférica, com enzó a perfilarse
en A mérica Latina un debate geoestratégico fundamental. Las corrientes políticas
más conservadoras tendieron a acoger la propuesta norteamericana de que el TLC
sirviese de modelo y de puerta de entrada para el proyecto de la zona de libre
com ercio de A laska hasta Patagonia. Los países latinoamericanos y caribeños
acogerían las normas y exigencias del TLC y formarían cola para adherir al mismo
uno tras otro. Chile, por su alto grado de privatización y de apertura económica, sin
duda encabezaría la hilera de los aspirantes.
En contra de ese esquema, los sectores latinoamericanos más preocupados por
la defensa de su identidad y soberanía nacional-regional plantearon la idea de una
convergencia negociada de los diversos procesos de integración subregionales y
regionales para construir el gran proyecto hemisférico de conjunto. Los gobiernos
de Brasil y Venezuela defendían ese concepto a mediados de la década de los
noventa. Planteaban la conveniencia de que en Sudamérica se avanzase hacia una
fusión dei M ERCOSUR y el Pacto Andino en una sola Asociación de Libre
Comercio de América del Sur (ALCAS) que, acompañada de la CARICOM y el
M CCA, negociara en pie de igualdad con el TLC de América del Norte. En lugar
de asimetría de países pequeños y no desarrollados en conversación bilateral con
una gran potencia, existiría una simetría entre dos grandes socios soberanos.
El am biente triunfal para la causa neoconservadoray la tesis de la globalización
por obra y gracia de las fuerzas del mercado llegó a un brusco fin desde comienzos
de 1995. En México, país que durante el primer año del TLC había recibido
importantes beneficios y gran afluencia de inversiones extranjeras, de pronto surgió
una crisis de confianza, se produjo una vasta fuga de capitales especuladores y el
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 277

peso mexicano se desplomó en los mercados monetarios internacionales. Ese


fenómeno bruscamente recesivo, denominado por la prensa “efecto tequila”, se
trasladó luego de M éxico a los demás países de América Latina y mostró efectos
particularmente preocupantes en Argentina. De pronto quedó demostrado el hecho
de que la diferencia estructural entre países desarrollados y en desarrollo sí es real
e importante; que una nación no debe basar su desarrollo en inversiones foráneas
especulativas y asustadizas sino que debe adoptar políticas encaminadas a generar
capitales propios y a trazar estrategias de desarrollo nacionales.
Otro acontecimiento mexicano demostró a partir de 1994 que una política de
apertura indiscriminada puede intensificar los contrastes sociales y regionales
dentro de un país en desarrollo hasta el punto de provocar estallidos de violencia.
La rebelión armada campesino-indígena dirigida por el llamado Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas pareció indicar que los
resentimientos sociales y étnicos tienden a agravarse cuando el crecimiento econó­
mico nacional se concentra sólo en algunos sectores y algunas zonas. La parte
septentrional de México recibió los efectos positivos principales de la apertura
económ ica hacia Norteamérica, en tanto que en la porción meridional del país
tendió a profundizarse el estancamiento y a hacerse más evidente la pobreza.
Añadido al estallido social venezolano de 1989, los fuertes disturbios en Argentina
durante esc mismo año, las ocupaciones de tierras por campesinos en Brasil, y otros
fenómenos de protesta y rebelión social, el levantamiento de Chiapas fortaleció la
evidencia de que el modelo de crecimiento macroeconómico neoconservador no
responde a las necesidades de un verdadero desarrollo integral, que debe abarcar el
campo social y cultural simultáneamente con el de las inversiones y la producción
material.
El enfrentamiento entre la tesis neoconservadora y bilateralista sustentada
sobre todo por Estados Unidos, y la tesis latinoamericana autonomista de la
convergencia constituye uno de los temas conflictivos entre el Norte y el Sur del
hem isferio occidental. Otro es el del choque entre la profunda fe angloamericana en
las virtudes de la libre empresa, y la convicción muy arraigada en America Latina
de que el Estado tiene un importante papel que jugar en el plano social. Tres otros
temas importantes son el de la lucha contra el narcotráfico, la protección del medio
ambiente, y la migración de latinoamericanos hacia Estados Unidos.

A m érica L atin a en el m undo fu tu ro

Como se señaló en las secciones precedentes, América Latina perdió buena


parte de su poder negociador por efecto de ladespolarización mundial. El Occidente
industrializado, presidido por Estados Unidos, triunfó en la guerra fría yt por la
fuerza de sus gobiernos y sus empresas transnacionalcs, impuso a los países en
desarrollo un “nuevo orden m undial” de globaiización y apertura económicas,
regido por la ideología neoliberal. Sin embargo, ese “nuevo orden” no fue más que
un proyecto. Contrariamente a las fantasías de un Fukuyámá, la historia no llegó a
su “fin”, sino que se hizo evidente la persistencia del principio de la continuidad
junto con el de la transformación.
En escala global, si bien es cierto que Estados Unidos quedó en el papel de
278 □ Relaciones internacionales de América Latina

primera potencia, sus propias vacilaciones impidieron que estableciese un orden


imperial único. El poder económico de la Unión Europea y de Japón (cada uno con
una esfera de influencia comercial igual a la de Estados Unidos), hizo que la primera
potencia tuviese que compartir su control del mundo con esos centros subimperiales.
En la m edida en que los intereses económicos puedan tender a predom inar sobre los
políticos (y las E l’N sobre los Estados), la división del mundo entre por lo menos
tres bloques comerciales y financieros se hace más marcada. A los tres poderes
señalados se agregan, como mínimo, otros dos: Rusia, em peñada en recuperarse de
la caída que sufrió por efecto de Ja p e r e str o ik a y China, firme en su desarrollo
gradual e incontenible que com bina lo nuevo con lo viejo. Queda por verse si en el
siglo XXI surgirán otros polos de poder en lo que actualmente es el mundo
“periférico”: un nuevo poder islámico, tal vez uno del sur de Asia, uno africano y...
¿una presencia latinoamericana compactada y soberana?
Parecería probable que Latinoamérica tenga mejores posibilidades de desarro­
llo autónomo y de identidad nacional-regional, si el mundo futuro no fuese uni sino
multipolar. si, en lugar de un imperio universal con capital única, se formase un
nuevo orden de equilibrio del poder entre centros diversos con base parcialmente
territorial y en parte no territorial (combinación de Estados nacional-regionales y de
fuerzas transge o gráficas). En un sistema que, sobre bases tecnocicnlíficas y
culturales nuevas, repitiese el fenómeno de las cambiantes alianzas y pugnas de los
siglos X VIII y XIX, las entidades regionales y culturales nuevas tendrían mayor
oportunidad de surgir que en un sistema vertical y de discurso dominante único. En
términos concretos, el afán tradicional de los patriotas latinoamericanos de no
depender de un socio dominante único sino diversificar geográficamente las
relaciones de interdependencia, debe mantenerse para que la región tenga un
espacio de maniobra.
Sin embargo, la diversificación geográfica de los flujos económicos y cultura­
les no garantiza la unidad de América Latina en un desarrollo autónomo. Sería
imaginable una futura Latinoamérica pasiva y desunida que se dejara dividir entre
neocolonizaciones diversas. ¿El macro-Caribc y Sudamérica septentrional se
dejarían dominar por Angloamérica, en tanto que el Cono Sur se sometería a los
hechizos de la Unión Europea y tal vez una parte de la subregión andina gravitaría
hacia el mundo transpacífico?
Para poder realizar su integración y un desarrollo autónomo. Latinoamérica
debe saber, primero, jugar las cartas de que actualmente dispone en la negociación
N orte-Sur y, luego, crear una cultura nacional-regional inquebrantable.
A pesar de la asimetría entre una Angloamérica desarrollada y rica y una
Latinoam érica no desarrollada y pobre, durante la década de los noventa existieron
tres ámbitos dentro de los cuales la parte latinoamericana poseía poder negociador.
Esos tres ámbitos eran (son) el del narcotráfico, el de la ecología y el de los
movimientos migratorios.
Desde 1980 en adelante, el tráfico ilegal de cocaína y de los derivados del opio
tales com o la heroína adquirió dimensiones gigantescas en escala mundial.
Sudamérica, especializada en la producción de la cocaína (la heroína provenía
principalmente de Asia), respondía a la demanda creciente del principal consumidor
de drogas, Estados Unidos y de los demás grandes centros de consumo. A la ve/, que
en el Norte las mafias organizaron la distribución interna, en América Latina los
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 279

“carteles” de narcoexportadores aseguraron un creciente flujo de cocaína, desde los


sembraderos andinos, con sucesivas etapas de elaboración, a través del Caribe, el
Pacífico y el Atlántico hacia América del Norte. Colombia, con sus “carteles” de
M edellín y de Cali, jugó un papel particularmente visible en ese enorme negocio
ilícito. Para el fin de la década de los ochenta, la cantidad de cocaína exportada
anualmente hacia Norteamérica se calculaba en 45 toneladas. Otras 10 toneladas
eran enviadas a Europa, a la cual llegaba además una gran corriente de derivados del
opio procedente de Asia. Desde 1990 en adelante, el colapso de la URSS y la crisis
de las sociedades antes regidas por el socialismo autoritario convirtieron Europa del
Este y la zona del Cáucaso en otro gran centro de delincuencia y de narcotráfico.
En toda Latinoamérica y sobre todo en la subregión andina, el narcotráfico
creció com o una de las soluciones informales al vasto problema de la marginaliza-
ción, y los tentáculos del negocio de la droga penetraron en la vida política hasta los
más altos niveles. Los dineros “lavados” procedentes de la venta de drogas
ejercieron efectos indudablemente estimulantes sobre el desarrollo económico
legal de algunos países.
Estados Unidos presionó fuertemente para que Latinoamérica aceptara un
sistema conjunto y coordinado de represión y prevención del tráfico de drogas, con
los servicios norteamericanos de investigación y seguridad en posición dominante
y omnipresentes. La pretensión estadounidense de ejercer vigilancia policial y hasta
militar antidrogas en el interior de los países de América Latina provocó múltiples
resistencias y protestas por parte de éstos. Los países andinos de Sudamérica
realizaron por su propia iniciativa esfuerzos a veces heroicos (con saldo de valiosas
personalidades asesinadas por los narcotraficantes, sobre todo en Colombia), pero
Estados Unidos criticaba continuamente la presunta insuficiencia de tales iniciati­
vas. Por un sistema de “certificaciones” anuales, el gobierno estadounidense evalúa
la conducta de los latinoamericanos en materia de lucha contra el narcotráfico y
aplica sanciones a quienes incumplen las directrices emanadas del Norte o se niegan
a otorgar a las fuerzas de seguridad de Estados Unidos un papel protagónico dentro
de su territorio.
Es evidente por reiterados pronunciamientos de los gobernantes norteam erica­
nos desde 1991 en adelante, que Estados Unidos tiende a asignar al narcotráfico el
rol de “enemigo número uno” que antes era desempeñado por la URSS y el bloque
comunista. En nombre de la lucha internacional contra el negocio criminal, Estados
Unidos quisiera liderar una alianza hemisférica y tener derecho de injerencia en los
aparatos de seguridad y defensa de los países situados al sur del Río Grande.
A m érica Latina se siente ofendida por la tendencia del Norte a culpar exclusi­
vamente a los productores y exportadores de drogas por la tragedia universal que
éstas representan, y soslayar el rol decisivo que juegan el consumo o la demanda.
Sin la existencia en Estados Unidos de un desorden social y moral que alienta el
consumo de narcóticos — dicen los portavoces latinoamericanos— , no habría tan
fuertes estímulos a la producción y exportación de los mismos.
En nuestra opinión, Latinoamérica puede concertarse para defender ante
Estados Unidos una política con respecto al nárcotráficó que contemplaría:
— la firme y sincera decisión de colaborar para com batir y erradicar ese flagelo
— la insistencia igualmente firme en que tan responsables son quienes toleran el
consumo, como quienes permiten la producción y venta de los narcóticos; y
280 Q Relaciones internacionales de América Latino

— una presión diplomática decidida para que e! problema de las drogas, en todos
sus aspectos y dimensiones, sea tratado multilateralmente a escala mundial, en vez
de ser objeto de presiones unilaterales por gobiernos fuertes sobre gobiernos
débiles.
Otra materia de debate Norte-Sur para fines del siglo XX en el hemisferio
occidental es la protección al medio ambiente. Después de haber destruido sus
propios bosques y praderas, y de haber contaminado el medio ambiente mundial, los
europeos y norteamericanos descubrieron la gran verdad de los “límites del
crecim iento” dictados por la imperiosa necesidad de salvar nuestro planeta de un
desastre ecológico total. Nobles y sinceras agrupaciones para la defensa de la
naturaleza y el medio ambiente vieron la luz desde la década de los setenta y
realizaron una lucha mundial tenaz y efectiva para salvar la fauna y flora terrestre
y marítima aún existente y descontaminar el aire y las aguas ensuciadas por las más
diversas emanaciones químicas. En grado creciente, los gobiernos apoyan esa
lucha.
La selva amazónica es objeto de preocupaciones particulares por parte de los
gobiernos y entidades ecologistas del Norte. Ella constituye el principal “pulmón
planetario”: océano de vegetación, “paraíso verde” que sólo la maldad humana
siembra a veces de “infiernos verdes” ; zona generadora de oxígeno para todos los
seres vivientes de la Tierra. Hábitat, además, de la más maravillosa diversidad de
animales y plantas, y hogar de etnias indígenas cuyas culturas, sencillas y hermosas,
constituyen fuentes de enseñanzas para las civilizaciones desorientadas.
Ante una inconfundible presión del Norte — inmediatamente aprovechada por
empresas transnacionales nada altruistas— para que la Amazonia fuese puesta bajo
control internacional, reaccionó Brasil, centro de defensa de la soberanía sudame­
ricana en esta etapa final del siglo XX. Acusado por el Norte de talar brutalmente
la selva amazónica y de contaminar sus ríos, Brasil comenzó a aplicar remedios a
abusos realmente existentes y alertó a los demás países amazónicos sobre la
necesidad de la soberanía nacional. América Latina no puede permitir que se le
obligue a renunciar al desarrollo y a la soberanía para com placer al mundo
industrializado y poderoso, autor original de todas las destrucciones del medio
ambiente universal.
Resultado del enfrentamiento fue la celebración de la Conferencia de Río de
Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo en 1992. En ese evento realmente
significativo se llegó a una transacción entre las dos posiciones, con la adopción y
consagración del concepto de desarrollo sustentable. Latinoamérica acogió p lena­
mente la preocupación de Europa, Norteamérica y el resto del mundo ante los
peligros que se ciernen sobre las selvas tropicales, y aceptó la responsabilidad de
actuar soberanamente para proteger y conservar esas zonas naturales con sus
recursos humanos, animales y vegetales. El mundo industrializado, por su parte,
reconoció el derecho que tienen los países latinoamericanos para hacer uso racional
y responsable de sus recursos naturales renovables y no renovables para impulsar
su indispensable desarrollo económico y social. Todo desarrollo socioeconómico,
de allí en adelante, en cualquier parte del mundo, debería ser “sustentable” o
“sostenibie” en términos de la conservación del equilibrio ecológico. Sin embargo,
Estados Unidos y Gran Bretaña no suscribieron el acta final de esta Conferencia.
El tercer gran tema que afecta e interesa por igual al Norte y al Sur es el de las
El fin del siglo: ÍMtinoamérica en un mundo en transformación □ 28 l

migraciones latinoamericanas. Por la creciente disparidad entre la prosperidad del


Norte y la pobreza del Sur, aumenta la presión migratoria de nuestra región sobre
Norteam érica (y en menor grado, sobre Europa y Australia). Desde mediados de la
década de los noventa, el número de hispanoamericanos domiciliados en Estados
Unidos es m ayor que el número de afronortcamericanos, siendo los “latinos” la
m inoría étnica más numerosa. En entidades federales como Florida, California,
Texas y N ueva M éxico, existe fuerte presión hispanoparlante a favor del reconoci­
m iento de una realidad “multicultural’' y del castellano como segunda lengua
oficial. Las comunidades hispanoamericanas en toda la extensión del territorio
estadounidense desarrollan una vibrante influencia cultural, con sus ritmos musica­
les, sus platos típicos y sus contribuciones artísticas e intelectuales. Ante esa
poderosa corriente inmigratoria, los sectores derechistas y ultranacionalistas de
Estados Unidos reaccionan en forma xenófoba: leyes contra la inmigración y
barreras de contención en la frontera con México (el TLC no contempla la libre
m igración hacia el Norte).
Por el otro lado, Latinoam érica— si en el futuro logra perfeccionar su unidad—
podría ser capaz de utilizar la comunidad hispano-estadounidense como vasto
lo b b y a favor de sus intereses, en forma similar a la actuación de las comunidades
norteamericanas de origen irlandés o judío en pro de las aspiraciones de Irlanda o
de Israel. H asta mediados de los noventa, no existía tal vinculación entre la
comunidad hispánica en Estados Unidos y la política de sus países de origen (salvo
el caso negativo de la lucha anticastristade los cubanos exiliados). Pero seguram en­
te cabe la posibilidad de establecerla.
Una Latinoamérica con vocación de unidad y soberanía podría utilizar las
palancas de negociación que le ofrecen los tres grandes temas del narcotráfico, de
la ecología y de las migraciones, para defender sus aspiraciones históricas y lograr
creciente respeto y consideración por parte de un Norte con el cual debe buscar, en
última instancia, una convivencia amistosa basada en la equidad y la simetría.
Para ello es necesario, además, que Latinoamérica logre superar la actual etapa
de las políticas de desarrollo macroeconómico neoliberal, sin adecuados mecanis­
mos de defensa de las identidades nacionales y de lucha contra la pobreza. El mo­
delo de crecimiento neoconservador engendra crecientes disparidades de ingreso y
contrastes sociales y por allí debilita la coherencia y soberanía de la región.
Parece indispensable que se busquen las vías para transformar la economía de
mercado neoliberal en una economía de mercado social y de desarrollo sustentable.
Una nueva estrategia de desarrollo integral podría asemejarse en algunos aspectos
a la que aplican algunos “tigres” o “dragones” de Asia en su exitoso ascenso de la
categoría de “países en desarrollo” a la de “nuevos países industriales” , pero debería
dedicar mayor atención que éstos al tema de la equidad social.
Tal política no sería la de un la iss e r f a ir e sin límites sino que, a la vez que
otorga la mayor libertad y garantías a los inversores privados con reglas de juego
claras y confiables, encarga al Estado (en constante consulta con los líderes
empresariales y sindicales) de Jas larcas de prever, planificar y fomentar estrategias
industriales y agro-comerciales orientadas hacia Ja exportación y la satisfacción de
la dem anda interna. A sí mismo, el Estado invertirá grandes recursos y esfuerzos en
la elevación de la calidad de la vida y de los “recursos humanos” , sobre todo en
m ateria de salud, vivienda, educación y capacitación. La meta es la de construir una
282 Ü Relaciones internacionales de América Latina

econom ía de mercado con carácter social y respetuosa de la identidad nacional


latinoamericana.
En términos generales, América Latina tiene posibilidades de constituir en el
próxim o siglo un ente autónomo dentro del sistema internacional, pero igualmente
es posible que caiga en condiciones de dependencia o de subsidiaridad. Probable­
mente, un modelo internacional que no sea “imperial” o unipolar, sino que se
caracterice por la multipolaridad o una unipolaridad muy atenuada y diluida, le
perm itiría mayor libertad de movimiento y espacio para la actuación soberana.
Los factores positivos de cohesión y de autonomía que la región latinoameri­
cana ha desarrollado desde 1945 en adelante incluyen un estimable desarrollo
industrial y tecnológico, primero bajo el sistema de la sustitución de importaciones
y luego el de la apertura económica; una notable capacidad integradora a partir de
1960; una creciente homogeneidad democrática y costumbre de concertación y
cooperación entre gobiernos; y una comunicación cultural e informativa cada vez
más directa entre los pueblos.
Sin embargo, esas perspectivas positivas se ven contrarrestadas, en parte, por
factores negativos y desagrcgadores, como son: la asimetría fundamental e inhibidora
entre Latinoamérica y las regiones industrializadas del Norte; la creciente dispari­
dad, dentro de Latinoamérica misma, entre países y sectores sociales más ricos y
más pobres, con un desfase entre “canales rápidos” y “canales lentos” de desarrollo,
y por la capacidad de “colonización mental” que los polos de gran poder geopol ítico
tienen con respecto a ciertas élites latinoamericanas.
Al sopesar los factores positivos y negativos, creemos que existen condiciones
para que América Latina, en el futuro, pueda disfrutar de una identidad no sólo
cultural (como lo piensan algunos analistas) sino también en términos de unidad y
soberanía política y económica. Pero que esas condiciones sean aprovechadas,
depende de la libre decisión de las élites políticas y culturales de los años venideros.
Depende también del sagaz aprovechamiento de los factores de negociación
señalados más arriba. Y depende de que en la toma de decisiones se incorpore en
grado creciente a las masas populares que, en última instancia, sienten más
intensam ente la identidad nacional regional.

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