El Placismo y El Liberalismo
El Placismo y El Liberalismo
El Placismo y El Liberalismo
En 1833 se formó la sociedad filosófica y literaria que editó "El Quiteño Libre", periódico dirigido
por Francisco Hall y Pedro Moncayo y en el que colaboraban José Miguel Murguettio -en cuya casa
se reunían- el Gral. Manuel Matheus, José Félix Valdivieso, el Gral. José Ma. Sáenz y el poeta Julio
Zaldumbide, intelectuales que fundaron el Partido Nacional en reacción contra el militarismo
extranjero del Gral. Juan José Flores, siendo perseguidos y disueltos a lanzadas la trágica noche
que quisieron tomarse el palacio presidencial. Estos nacionalistas eran de ideas liberales.
Con la Revolución del 6 de Marzo de 1845 subió al poder el triunvirato de Olmedo, Roca y Noboa, y
convocada la Asamblea Nacional salió electo Presidente Vicente Ramón Roca, que gobernó hasta
1849 con el Partido Ministerial o de Gobierno, heredero de la tradición liberal del Partido Nacional,
en lo tocante al nacionalismo de sus miembros, ya que eran conservadores en sus concepciones de
la vida.
Durante el garcianismo, en 1865, los Ministeriales se dividieron en dos bandos: 1) El de los liberales
católicos con Pedro Carbo a la cabeza, político libre pensador y polemista convertido en líder de la
oposición moderada a García Moreno desde su protesta contra el Concordato y 2) El de los
radicales que vivían exiliados en Lima bajo las órdenes del Gral. José Ma. Urbina.
A la muerte de García Moreno en 1875, los liberales se unieron con Antonio Borrero y ganaron las
elecciones; pero se desilusionaron con la política contemplativa del presidente, le hicieron la
revolución en Guayaquil y ascendió al poder el Gral. Ignacio de Veintemilla que contentó a ambos
grupos designando a Pedro Carbo para el Ministerio del Interior y consiguiendo para el Gral.
Urbina la presidencia de la Convención Nacional en 1878. Poco después Carbo abandonó el
gabinete cansado de Veintemilla; no así Urbina que continuó en el partido oficial y con él cayó en
1883, retirándose a la vida privada y cediendo posiciones al entonces joven Eloy Alfaro, líder
triunfante en la campaña militar de la costa de ese año, que pasó a comandar a los radicales.
Posteriormente los liberales católicos de Carbo coexistieron con los progresistas de Caamaño y
Flores Jijón pero conservando sustanciales diferencias de criterio en lo concerniente al problema
religioso en el Ecuador. Mientras tanto Alfaro había intentado tomar el poder por la fuerza desde
1884 y durante tres años la guerra civil se desató en la república poniendo en serios aprietos al
gobierno. Los Chapulos se alzaron en Los Ríos, Alfaro en Manabí y Vargas Torres en Loja.
Fracasando en todos sus intentos y llamado «el General de las derrotas» Alfaro terminó por radicar
en Centroamérica al igual que Urbina había tenido que vivir en el Perú durante el garcianismo. Sin
embargo en 1895 Alfaro fue llamado a Guayaquil para que asuma el mando de la revolución y fue
recibido en triunfo por ambos bandos liberales (católicos y radicales) para entonces había fallecido
Pedro Carbo.
Triunfante en Gatazo, Alfaro gobernó hasta 1901 y ese año apoyó al radical Leonidas Plaza que le
sucedió hasta 1905, año en que ambos generales se distanciaron por motivos de la sucesión
presidencial, apoyando el placismo a Lizardo García que triunfó en los comicios y asumió el poder.
En 1906 la revolución del Gral. Emilio Ma. Terán dio al traste con el gobierno y proclamó a Alfaro
que gobernó hasta 1910. Nuevamente la sucesión fue motivo de discordias y obtuvo el triunfo
Emilio Estrada, pero falleció a los pocos meses y Montero se sublevó en Guayaquil proclamando a
Alfaro. Luego de una campaña militar muy cruenta ocurrió la prisión y arrastre de Eloy Alfaro y sus
tenientes en enero de 1912 y luego el asesinato del General Julio Andrade, por lo que Plaza
nuevamente gobernó hasta 1916, con la oposición de Carlos Concha en Esmeraldas, que le hizo la
revolución.
Entre 1916 y 1925 los liberales se unificaron, no como partido revolucionario sino como grupo de
gobierno, alrededor de Plaza, compartiendo el poder con la alta banca de la costa y cediendo el
servicio exterior o diplomático a la oligarquía de Quito que aún lo detentan como algo propio.
Para 1925 ocurrió la revolución juliana que dio al traste con este estado de cosas desapareciendo
el placismo reemplazado por el alfarismo radical, pero la decadencia del partido iniciada en 1912
con la muerte de este caudillo, se acentuaba. El liberalismo perdió fuerza frente a doctrinas más
ambiciosas como la socialista y la comunista, que minaba las filas de sus principales pensadores e
intelectuales. Para 1932 estaba tan débil que triunfó en las elecciones el conservador Neptalí
Bonifaz con sus obreros compactados y hubo necesidad de recurrir al Congreso para cerrarle el
paso.
Después del 28 de Mayo de 1944 se sucedieron hechos insólitos. En 1948 fue candidatizado por el
partido un hijo del Gral. Plaza compartiendo el triunfo con el activista conservador Manuel
Sotomayor y Luna que obtuvo la vicepresidencia. En 1952 el liberalismo se dividió y un sector
apoyó al velasquismo para impedir la subida de Alarcón Falconí. En 1956 casi proclamó la
candidatura de un hijo del Gral. Salazar de conocida trayectoria antiliberal en el siglo pasado. Para
colmo ese año el candidato del partido -doctor Raúl Clemente Huerta- perdió frente al conservador
Camilo Ponce, por un margen tan escaso que la elección tuvo que decidirla el Congreso, siendo la
primera ocasión en que un conservador ascendía al poder desde 1895. (1)
NOTA (I) Mariano Suárez Veintimilla gobernó pocos días en 1947 como Presidente Interino.
Eduardo Salazar Gómez, hijo del General Salazar, era un auténtico liberal y debió ser el candidato
del partido en 1956, de no habérselo impedido una coalición de las llamas Fuerzas Vivas de
Guayaquil unidas al placismo de Quito.
Para 1960 y con el comunismo entronizando en Cuba limaron sus diferencias los liberales y
conservadores ecuatorianos, tornándose ambos en anticomunistas para frenar el avance del
castrismo en latinoamérica. Cualquier diferencia que pudiera subsistir desde entonces es
meramente histórica.
De allí en adelante el liberalismo decae sin ideales ni objetivos concretos como simple grupo
político que aspira al gobierno, sin éxito, porque después de la revolución del 28 de Mayo ya no se
llega al poder desde bufetes y corrillos como antaño, sino con los votos que proporcionan las zonas
marginadas de Quito y Guayaquil, que por haber multiplicado en los últimos cuarenta años sus
tasas demográficas son las que en definitiva deciden las elecciones.