Historia Del Acontecimiento Guadalupano
Historia Del Acontecimiento Guadalupano
Historia Del Acontecimiento Guadalupano
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Postulador de la causa de canonización de san Juan Diego y Director General del Instituto
Superior de Estudios Guadalupanos (ISEG)
Introducción
El Santo Padre, Juan Pablo II, afirmó que fue en México, a los pies de la Virgen de Guadalupe,
cuando vislumbró la manera de realizar su Pontificado: “Visité –recuerda el Papa- el santuario
de Guadalupe en enero de 1979, durante mi primera peregrinación apostólica. El viaje fue
decidido como respuesta a la invitación apostólica en la Asamblea de la Conferencia de los
obispos de América Latina (CELAM), en Puebla. Aquella peregrinación inspiró en cierto sentidos
todos los siguientes años del pontificado.”1
¿Qué tendría esta devoción para que, de manera evidente, fuera tan amada por el Papa? ¿Qué
fue lo que vislumbró el Santo Padre para que además proclamara Fiesta Litúrgica de Nuestra
Señora de Guadalupe para todo el Continente Americano, y declarara en aquella ocasión: “La
aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una
repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la
nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”2? Y que además y de manera explícita el
Santo Padre declarara: “América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha
reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe,
[...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el
Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es
venerada como Reina de toda América.”3 ¿Qué tendría esta Devoción, como decía, para que
explícitamente el Santo Padre proclamara todo esto y más?
Veamos, aunque sean algunos pincelazos, los momentos más significativos de esta historia que
influye decididamente en la evangelización de todo un Continente, como el mismo Santo Padre
lo afirmó.
De la Reconquista a la Conquista
Mientras que en el centro de Europa el movimiento Protestante puso en crisis la relación con la
Santa Sede, el pueblo español se manifestó enteramente católico, fiel a la Iglesia y defensor de
Cristo, ya que, gracias a Él, había reconquistado su territorio y captaba como su misión
histórica ser la punta de lanza de la Cristiandad para todos los pueblos. El pueblo español,
siendo paladines de Cristo, pasó de la reconquista a la conquista. Como afirmó Francisco
Hernández de Gómara: “La mayor cosa después de la creación del mundo y la muerte del que
lo crió, es el descubrimiento de las Indias [...] Nunca nación se extendió a tanto como la
española sus costumbres, su lenguaje y armas, ni caminó tan lejos por mar y tierra, las armas
a cuestas [...] Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, para que siempre
guerreasen españoles contra infieles.”4
A inicios del siglo XVI, el imperio Azteca era un conglomerado de, aproximadamente, 23
millones de súbditos de diferentes tribus, muchas de las cuales odiaban a los aztecas por
sanguinarios, y esto obedecía a que los aztecas se consideraban llamados a preservar la vida
del mundo, alimentándolo con los corazones y la sangre obtenidos por los prisioneros en las
llamadas “guerras floridas”; prisioneros que eran sacrificados ritualmente, sacándoles sus
corazones para ofrecerlos en alimento a sus dioses y, de esta manera, preservar el ciclo de la
vida.
Los indígenas estaban convencidos, por su mentalidad religiosa, que se cumpliría una de las
profecías más importantes y determinantes de su existencia; en síntesis esta profecía decía
que un caudillo-dios, llamado “Quetzalcóatl” (“serpiente emplumada”), iba a regresar por el
Oriente, y este líder bueno tenía, extrañamente, las mismas características de los europeos:
blanco y barbado, con extrañas naves que venían, precisamente, de Oriente; así que los
indígenas estaban convencidos de que eran testigos de la realización de esta profecía.
En solo dos años, de 1519 a 1521, contra toda expectativa humana, los españoles
conquistaron el imperio Azteca. Hernán Cortés, un hombre de armas, un tanto ilustrado y
militarmente religioso, como era la época, con un carisma de liderazgo impresionante, usando
su astucia y habilidad penetró hasta el propio corazón del imperio, aliándose con las tribus
sometidas por los aztecas; bajo la confusión de la famosa profecía de la llegada del dios bueno
“Quetzalcóatl”; aunado todo esto con las poderosas armas y los caballos desconocidos para los
indígenas, lo cual fue clave para la conquista y, finalmente, las enfermedades, entre ellas la
viruela, que mató a la mitad de la población indígena.
El drama que los indígenas padecieron en esta derrota y la caída de su Imperio, no fue sólo el
desmoronamiento de su estructura militar, social, económica, política, etc., sino de toda su
estructura religiosa, la cual sustentaba el sentido de toda su existencia. La tremenda depresión
ante sus propios dioses fue un drama incomparable, ya que el esperado dios bueno
“Quetzalcóatl”, sólo sembró la ruina y la muerte; ya no habían más sacrificios humanos ni
corazones que alimentaran a sus dioses y, sin embargo, el ciclo de la vida continuaba sin
mayor problema; los astros estaban ahí cumpliendo sus funciones como si nada; se habían
sacrificados a miles de seres humanos y ahora se daban cuenta que no había servido de nada,
absolutamente de nada; entonces ¿todo había sido una burla infame de los dioses? La
depresión fue tal que algunos indígenas optaron por suicidarse.6
Mientras tanto, no eran pocos los españoles que también presentaban una crisis de conciencia,
pues se cuestionaban hasta qué punto era de cristianos conquistar un territorio, el cual no les
pertenecía, y hacer de su propiedad bienes ajenos y hasta esclavizar a sus propietarios; este
cuestionamiento era fuertemente manifestado no sólo por los misioneros, sino por españoles
de conciencia recta, incluso se llevó ante las aulas de las Universidades como la de Salamanca.
La discusión sobre la justificación de una invasión y toma de bienes ajenos ocuparon agrias
disputas; llevándolas hasta el punto de poner en tela de juicio la racionalidad de los indígenas,
pues si los indios no demostraban su humanidad, entonces se podía tomar de sus bienes, ya
que no tendrían ningún derecho sobre ellos; y, además, su “adoración” a los ídolos los hacían
“culpables”.
Sin pretender menospreciar o desmeritar la labor de estos santos varones, que en realidad
eran de lo mejor que había producido una España, deudora de Jesucristo, defensora de su
Iglesia y misionera militante; pero ¿qué era este puñado de inspirados misioneros ante los
millones de indígenas?, ante las distancias impresionantes, las lenguas desconocidas, las
mentalidades y culturas tan distintas. Si bien, las conversiones se fueron dando, pero muy
poco a poco ante este reto gigantesco. Fray Toribio Motolinia, además de indicarnos que la
gran labor de los franciscanos había dado como resultado cierta cantidad de bautizos entre los
indígenas, no pudo negar que en los primeros años los indios permanecían reacios a
convertirse al catolicismo: “Anduvieron –declaraba el misionero– los mexicanos cinco años muy
fríos”.7 Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad del
trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras las conversiones;8 el
temor de que la piedad india fuera idolatría larvada subsistió durante largo tiempo en todos los
misioneros y llegó a ser para algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.9
Además, esto se unía a los problemas internos de los mismos españoles, que llegaron a ser tan
ásperos que el primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, consciente de que no había
ninguna salida ante los abusos de sus paisanos, en 1529 declaró al rey: “Asimismo me parece
es bien informar a Vuestra Serenísima Majestad de lo que a la fecha en ésta pasa, porque es
cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto
de perderse totalmente.”10
En este contexto histórico es cuando se produce uno de los eventos más importantes y
evangelizadores, el llamado: Acontecimiento Guadalupano, iniciando una importante historia
de la Salvación; el encuentro de la Virgen de Guadalupe con un indígena llamado Juan
Diego,11 quien fue canonizado por el papa Juan Pablo II el 31 de julio de 2002.12 Se inicia una
evangelización que lleva a una verdadera conversión.
Juan Diego, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en
Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; fue bautizado
en torno a 1524,15 por los primeros franciscanos que llegaron de España al territorio del
antiguo Imperio Azteca, imperio que fue derrotado y conquistado en 1521. En el tiempo de las
Apariciones,Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad, y tenía apenas
dos años de viudo ya que su mujer María Lucía había muerto en 1529.
Juan Diego era profundamente piadoso, acudía todos los sábados y domingos a Tlatelolco, un
barrio de la Ciudad de México, donde aún no había convento, pero sí una llamada “doctrina”,
donde se celebraba la Santa Misa y se conocían “las cosas de Dios que les enseñaban sus
amados sacerdotes”; para esto, tenía que salir muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era
donde en ese momento vivía, y caminar hacía el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac.
El sábado 9 de diciembre de 1531 sería un día muy especial, pues al pasar a lo largo de la
colina del Tepeyac, escuchó que provenía de ella un maravilloso canto y una dulce voz lo
llamaba desde lo alto de la cumbre: “Juanito, Juan Dieguito”. Llegando a la cima, encontró a
una hermosa Doncella que estaba ahí de pie, envuelta en un vestido reverberante como el sol.
En este encuentro, el cual es narrado de una manera maravillosa en el llamado Nican Mopohua
ya se comprueba la madurez cristiana que tenía Juan Diego, pues antes de que Ella se
presente, él la reconoce como Madre de Dios al decirle que va “a su casita de México Tlaltilolco
a seguir las cosas divinas” que imparten “la imágenes de Nuestro Señor”,16 o sea los
sacerdotes españoles. A su vez, Ella se presenta como Madre de Dios en forma
inconfundiblemente clara para cualquier indio mexicano, pues no sólo dice que es la “Madre del
verdaderísimo Dios”, sino que repite la palabra “Dios” en náhuatl y en castellano: “Téotl Dios”
y cita cuatro nombres inconfundibles para ellos: Ipalnemohuani = “Aquel por Quien se vive”,
Tloque Nahuaque = “Dueño del cerca y del junto”, Teyocayani = “Creador de las personas” e
Ilhuicahua Tlaltipaque = “Señor del Cielo y de la Tierra”.17 María se presenta de una manera
clara y sencilla, nítida y transparente, con naturalidad y sencillez para los desconfiados
españoles y para los desconcertados indígenas. La voluntad de la Inmaculada Virgen María de
Guadalupe era el que se levantara un templo en aquel lugar para dar todo su amor a todo ser
humano, por lo que le pide que sea su mensajero para llevar su voluntad al obispo.
Juan Diego se dirigió al obispo, fray Juan de Zumárraga, y después de una larga y paciente
espera, el indio mensajero le comunicó todo lo que había admirado, contemplado y escuchado,
y le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había
enviado y cual era su voluntad que se le erija un templo para, desde ahí, dar todo su amor. El
Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, y reflexionando sobre este extraño mensaje.
Juan Diego regresó al cerrillo ante la Señora del Cielo, y le expuso cómo había sido su
encuentro con el jefe de la Iglesia en México. Juan Diego entendió que el obispo pensaba que
le mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dijo a la Señora del Cielo que mejor
enviara a algún noble o alguna persona importante ya que él era un hombre de campo, un
simple cargador, una persona común sin importancia, y con toda sencillez le dijo: «Virgencita
mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu
corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».”18
La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio:
“«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis
mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi
voluntad; pero es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se
realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con
rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle
oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile
de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios,
te mando».”19
Así que al día siguiente regresó ante el obispo para nuevamente darle el mensaje de la Virgen
y el Obispo le pide una señal que confirme su mensaje. Juan Diego al regresar abatido a su
casa se encuentra con que su tío se encuentra gravemente enfermo y ante la eminente muerte
le pide a su sobrino que vaya a la Ciudad de México para que buscara un sacerdote para que le
diera los últimos auxilios, así que el 12 de diciembre, muy de mañana Juan Diego corrió hacia
el convento de los franciscanos en Tlatelolco, pero al acercarse al lugar donde se había
encontrado con la hermosa Doncella, reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos
por otro camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no
entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando
que más tarde podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al
Obispo.
Pero María Santísima salió al encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño
de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?»”.20 El indio quedó sorprendido, confuso,
temeroso y avergonzado, y le comunicó con turbación la pena que llevaba en el corazón: su tío
estaba a punto de morir y tenía que ir por un sacerdote para que lo auxiliara.
María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía,
perfectamente, el momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego; y
es precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas
palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser:
“«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te
afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra
enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo
mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi
manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?»”21 Y la Señora del
Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la
enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está
bueno».”22
Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan
Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego.
Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así que
consolado y decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la
señal de comprobación, para que creyera en su mensaje.
La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se habían
encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas
juntas: luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia».”23
Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no
habían flores, ya que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales,
mezquites y espinos; además, estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la
cumbre, quedó admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores
variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y comenzó a cortar cuantas
flores pudo abarcar en el regazo de su tilma. Inmediatamente bajó el cerro llevando su
hermosa carga ante la Señora del Cielo.
María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma
de Juan Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que
llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi
querer, mi voluntad; y tú ..., tú que eres mi mensajero... en ti absolutamente se deposita la
confianza.”24
Después de un largo tiempo de espera pudo estar delante del Obispo, y en cuanto lo oyó,
comprendió que Juan Diego portaba la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que
solicitaba la Virgen por medio del humilde indio. Y en ese momento, Juan Diego entregó la
señal de María Santísima extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se
vio en ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día de hoy,
y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la servidumbre
que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos
contemplaban, una hermosísima Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La
veneraron como cosa celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por
no haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.”25 Además, el
obispo confirmó también la salud del tío Juan Bernardino, quien declaró que en ese preciso
momento a él también se le había aparecido la Virgen, exactamente en la misma forma como
la describía su sobrino, y que la hermosa Doncella le había dicho su nombre: “LA PERFECTA
VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE.”26
Desde ese momento Juan Diego proclamó el milagro y el mensaje de Nuestra Señora de
Guadalupe, un mensaje que proclamaba la unidad, la armonía el inicio de una nueva vida.
Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen. “Y absolutamente toda esta ciudad, sin
faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a
reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué
milagrosa manera se había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra
pintó su amada Imagen.”27
Sin embargo, después de esos primeros años, Motolinia nos da noticia de las grandes
cantidades de indígenas que pedían el bautismo, y que en aquel momento, inexplicablemente,
se contaban por miles, como se lo había informado un confraterno, decía: “fray Juan de
Perpiñán y fray Francisco de Valencia, los que cada uno de estos bautizó pasaron de cien mil;
de los sesenta que al presente son en este año de 1536”;31 Motolinia siguió haciendo cuentas
de los miles y miles que se habían bautizado y llegó a la conclusión que en total en ese año de
1536: “serán –decía– hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones”32 Por su parte fray
Juan de Torquemada en su obra Monarquía Indiana nos informa que “se bautizaban tantos mil
en un día.”33
Los mismos frailes estaban sorprendidos de esta conversión masiva, otro misionero e
historiador, fray Gerónimo de Mendieta señalaba: “Al principio comenzaron a ir de doscientos
en doscientos, y de trescientos en trescientos, y siempre fueron creciendo y multiplicándose,
hasta venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, otros de cuatro, y de más lejos;
cosa a los que lo veían de mucha admiración. Acudían chicos y grandes, viejos y viejas, sanos
y enfermos. Los bautizados viejos traían a sus hijos para que se los bautizasen, y los mozos
bautizados a sus padres; el marido a la mujer, y la mujer al marido.”34 Los indios se quedaban
en los monasterios aprendiendo la doctrina, daban mil vueltas a las oraciones para aprenderlas
de memoria en latín. “Y al tiempo que los bautizaban, muchos recibían aquel sacramento con
lágrimas ¿Quién podía atreverse a decir que estos venían sin fe, pues de tan lejos tierras
venían con tanto trabajo, no los compeliendo nadie, a buscar el sacramento del bautismo?”35
Algunos indígenas, como decía Mendieta, hacían grandes esfuerzos para llegar al monasterio
en donde les pudieran administrar el sacramento del bautismo; por ejemplo, para llegar al
monasterio de Guacachula, los indígenas debían atravesar sierras y barrancos, casi sin comida.
Esta afluencia de indígenas no se dio como un fenómeno pasajero, ya que continuaron llegando
de lejanas tierras y con todas estas dificultades durante meses; continuaba Mendieta: “afirma
un religioso siervo de Dios, que pasó por allí huésped, que en cinco días que allí estuvo
bautizaron él y otro sacerdote por cuenta catorce mil y doscientos y tantos. Y aunque el
trabajo no era poco (porque a todos ponía óleo y crisma), dice que sentía en lo interior un no
sé qué de contento en bautizar aquellos más que a otros; porque su devoción y fervor de
aquellos ponía al ministro espíritu y fuerzas para los consolar a todos, y para que ninguno se
les fuese desconsolado. Y cierto fue cosa de notar y maravillar, ver el ferviente deseo que estos
nuevos convertidos traían al bautismo, que no se leen cosas mayores en la primitiva Iglesia. Y
no sabe hombre de qué se maravillar más, o de ver así venir a esta nueva gente, o de ver
cómo Dios los traía. Aunque mejor diremos, que de ver cómo Dios los traía y recibía al gremio
de su santa Iglesia. Después de bautizados, era cosa notable verlos ir tan consolados,
regocijados y gozosos con sus hijuelos a cuestas, que parecía no caber en sí de placer.”36
Cuando esta conversión adquirió dimensión masiva, se reflexionó sobre la mejor manera de
administrar el bautismo y se buscó una guía segura escribiendo al Papa para conocer las
soluciones que se pudieran dar a este caso, y mientras llegaban las disposiciones de Roma, los
frailes tuvieron que suspender momentáneamente los bautismos en gran masa; esto propició
que los frailes vieran testimonios que les partían el corazón, la gente estaba ansiosa de tener el
sacramento, con actitudes que conmovían y sorprendían a los misioneros, por ejemplo, el
mismo Mendieta nos informa sobre estos indígenas a quienes no les importaban distancias,
temporales, hambres, etc. con tal de tener el bautismo; y que, por supuesto, no les importaba
esperar todo el tiempo que fuera necesario hasta conseguir su objetivo. Tanto en el convento
de Guacachula como en el de Tlaxcala, se contaron cerca de 2,000 indígenas que
pacientemente esperaban en los patios, y rogaban a cuanto misionero veían para que los
bautizaran. Los misioneros fueron testigos de que, cuando se les despedía sin darles el
sacramento, los indios volvían a sus casas, “llorando y quejándose, y diciendo mil lástimas,
que eran para quebrar los corazones, aunque fueran de piedra.”37
Y lo mismo dígase de los indígenas que trataban de confesarse: “Acaecía –decía Mendieta– por
los caminos, montes y despoblados, seguir a los religiosos mil y dos mil indios y indias, sólo
para confesarse, dejando desamparadas sus casas y hacienda; y muchas de ellas mujeres
preñadas, y tanto que algunas parían por los caminos, y casi todas cargadas con sus hijos a
cuestas. Otros viejos y viejas que apenas se podían tener en pie con sus báculos, y hasta
ciegos, se hacían llevar de quince y veinte leguas a buscar confesor. De los sanos muchos
venían de treinta leguas, y otros acaecía andar de monasterio en monasterio más de ochenta
leguas buscando quien confesase. Porque como en cada parte había tanto que hacer, no
hallaban entrada. Muchos de ellos llevaban sus mujeres e hijos y su comidilla, como si fueran
de propósito a morar a otra parte. Y acaecía estarse un mes y dos meses esperando confesor,
o lugar para confesarse.”38
Uno de los sacramentos que más dificultades había presentado para la aceptación indígena era
el Matrimonio, ya que el dejar a sus mujeres y tener sólo una, no era cosa fácil, en un
esquema de familia que incluso en algunos lugares de México rige todavía. Los indígenas,
pueblo entregado a la guerra y a los sacrificios humanos como parte de la armonía del cosmos,
no podían imaginar el no tener muchos hijos, integrantes fundamentales de esta armonía
sagrada.
Por lo que, si bien ya era de sorprender la conversión en masa que se dio poco después del
gran Acontecimiento Guadalupano, y sabiendo los misioneros la resistencia que ofrecían los
indios al sacramento del matrimonio con una sola mujer; resulta aun más admirable que,
precisamente después del Acontecimiento Guadalupano, éstos llegaran a pedir con gran fervor
el matrimonio cristiano.
Fray Toribio Motolinia nos informa sobre este proceso de cambio. Después de muchos
esfuerzos y fatigas, el primer matrimonio cristiano tuvo lugar el 14 de octubre de 1526, cuando
se casaron ocho parejas, entre los que se encontraba don Hernando, hermano del señor de
Texcoco; Motolinia alude a este primer matrimonio en la tierra del Anáhuac, señalando esta
fecha como punto de referencia debido a que los matrimonios eran muy escasos, y nos informa
también la razón de esto: “los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos
[los frailes misioneros] se las podían quitar, ni bastaba ruegos, ni sermones, ni otra cosa que
con ellos se hiciese, para que dejadas todas se casasen con una sola en faz de la Iglesia; y
respondían que también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían
para su servicio, decían que ellos también la tenían para lo mismo; y así aunque estos indios
tenían muchas mujeres con quien según su costumbre eran casados, también las tenían por
manera de granjería, porque las hacían a todas tejer y hacer mantas y otros oficios.”39 Pero,
en 1536 Motolinia comprueba y es testigo de que después de 1531 las cosas cambiaron
radicalmente, continuaba: “ha placido a Nuestro Señor que de su voluntad de cinco a seis años
a esta parte comenzaron algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a
contentarse con una sola, casándose con ella como lo manda la Iglesia; y con los mozos que
de nuevo se casan son ya tantos, que hinchan las iglesias, porque hay días de desposar cien
pares; y días de doscientos y de trescientos y días de quinientos.”40
Por su parte Mendieta decía: “Y era mucho de ponderar la fe de los indios, que les acaecía a
muchos haber dejado las mujeres legítimas, porque no les tenían amor, y andar revueltos con
las mancebas a quienes estaban aficionados, y tener en ellas tres o cuatro hijos, y por cumplir
lo que se les mandaba, dejaban éstas en quien tenían puesta su afición, e iban a buscar las
otras, quince y veinte leguas, porque no les negasen el bautismo.”41
Los mismos misioneros estaban desconcertados de este radical cambio, de tantas y tantas
sorpresivas conversiones; y trataban de razonar este fenómeno diciendo que, en parte, había
sido resultado de su predicación y testimonio; como hemos dicho, no cabe duda que esto
ciertamente influyó en las conversiones iniciales; sin embargo, la masiva conversión dejaba a
los seráficos misioneros con admiración y con expresiones de asombro, como decía Mendieta:
“fue cosa de notar y maravillar”, “de mucha admiración”.
El documento histórico llamado Nican Motecpana también corrobora y confirma este cambio
desde el corazón indígena, que se manifestó en la aceptación de la fe; a su modo y en estilo
por esta importante fuente se nos dice que los indios: “sumidos en profundas tinieblas, todavía
aman y servían a falsos diosecillos, obras manuales e imágenes de nuestro enemigo el
demonio, aunque ya había llegado a sus oídos la fe, desde que oyeron que se apareció la Santa
Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y desde que vieron y admiraron su perfectísima imagen,
que no tiene arte humano; con lo cual abrieron mucho los ojos, cual si de repente hubiera
amanecido para ellos.”42 Fue tal la conversión, que muchos de ellos tiraron, con sus propias
manos, los antiguos ídolos: “Y luego (según los viejos dejaron pintado) algunos nobles, lo
mismo que sus criados plebeyos, de buena voluntad echaron fuera de sus casas, arrojaron y
esparcieron las imágenes del demonio y empezaron a creer y venerar Nuestro Señor Jesucristo
y su preciosa Madre.”43
Uno de los aspectos claves en esta conversión es que María viene a traernos a su Hijo
Jesucristo; es decir, que la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es Cristocéntrica, ya que
coloca a su Hijo en el lugar que le corresponde, en el centro de la Imagen, en la flor de cuatro
pétalos, que para los indígenas representa el movimiento, la vida, el único Dios verdadero que
es vida y da la vida: Ometéotl. La Doncella-Madre embarazada que espera a Jesucristo, que lo
porta en su vientre, como el tesoro que nos ofrece. Esto es confirmado también por el Nican
motecpana: “En lo que se realizó que no solamente vino a mostrarse la Reina del cielo, nuestra
preciosa Madre de Guadalupe, para socorrer a los naturales en sus miserias mundanas, sino
más bien, porque quiso darles su luz y auxilio, a fin de que conocieran al verdadero y único
Dios y por él vieran y conocieran la vida del cielo.”44 Del mismo modo, Ella no desprecia el
trabajo de los misioneros, sino que lo asume en el trabajo evangelizador; se expresa en el
Nican motecpana: “Para hacer esto, ella misma vino a introducir y fortalecer la fe, que ya
habían comenzado a repartir los reverendos hijos de San Francisco.”45
El Acontecimiento Guadalupano no sólo convierte a los indígenas sino a los mismos españoles;
uno de los ejemplos más explícitos de esto son los variados testimonios de los testigos en la
llamada Información de 1556; donde explícitamente se hace referencia a grandes
peregrinaciones de españoles a la ermita del Tepeyac, de milagros, de conversiones y del gran
amor a Santa María de Guadalupe logrando grandes conversiones no sólo de los indígenas sino
también de españoles.46 Dice el testimonio de Juan de Salazar que “la gran devoción que toda
esta ciudad ha tomado a esta bendita Imagen, y los indios también, y cómo van descalzas
señoras principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y
encomendar a nuestra Señora y de estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo
mismo [...] muchas señoras de este pueblo y doncellas, así de calidad como de edad, iban
descalzas y con sus bordones en las manos a la dicha ermita de nuestra Señora y que así este
testigo lo ha visto, porque ha ido muchas veces a la dicha ermita, de que este testigo no poco
se ha maravillado, por haber visto muchas viejas y doncellas ir a pie con sus bordones en las
manos, en mucha cantidad a visitar la dicha Imagen”.47 Y añade este mismo testigo que
incluso llegó a tal punto la devoción que “ya no se platica otra cosa en la tierra, si no es
¿dónde queréis que vayamos? vamos a nuestra Señora de Guadalupe”.48
Otro testigo, el bachiller Francisco de Salazar juraba: “no solamente las personas que sin
detrimento de su salud y sin vejación de su cuerpo pueden, van a pie; pero mujeres y hombres
de edades mayores y enfermos, con esta devoción van a la dicha ermita”.49
En su testimonio, Juan de Masseguer nos dice: “Que todo el pueblo a una tiene gran devoción
en la dicha Imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e
indios”.50
Mientras que Alvar Gómez testificó: “que es verdad que ha ido allá una vez, y que topó muchas
señoras de calidad que iban a pie, y otras personas, hombres y mujeres de toda suerte, a la
ida y a la venida, y que allá viodar limosnas hartas, y que a su parecer que era con gran
devoción, y que no vio cosa que le pareciese mal, sino para provocar a devoción de Nuestra
Señora, y que a este testigo, viendo a los otros con tanta devoción, le provocaron más; y que
le parece que es cosa que se debe favorecer y llevar adelante, especial que en esta tierra no
hay otra devoción señalada, donde la gente haya tomado tanta devoción, y que con esta Santa
devoción se estorban muchos de ir a las huertas, como era costumbre en esta tierra, y ahora
se van allí donde no hay aparejos de huertas ni otros regalos ningunos, mas de estar delante
de Nuestra Señora en contemplación y en devoción”.51
En palabras sencillas, el culto a la Virgen de Guadalupe se manifiesta como una verdadera
evangelización;52 los misioneros observaron que con el mensaje y la imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe la esencia del Evangelio era entendido y movía de tal forma las almas
que la conversión hacia Jesucristo era una manifestación patente de ello.
Ciertamente es sorprender este cambio, que tuvo su origen en las profundidades del corazón y
esta nueva actitud que revela una luz de esperanza, la cual permitió que se llevara a cabo la
evangelización de un pueblo que estaba como tierra bien preparada para recibir el mensaje de
la Salvación. De hecho, se inicia una devoción que nadie podrá detener, y que aun más se fue
profundizando y extendiendo durante los diversos periodos históricos que tuvieron lugar en
México.
Cuando hablo de “cultura” me refiero a algo netamente humano y muy complejo, como
expresó el cardenal Paul Poupard: la cultura es “la manera peculiar en que los hombres, en un
determinado pueblo, cultivan su relación con la naturaleza, consigo mismos y con Dios, a fin de
alcanzar un nivel verdadera y plenamente humano”.53
Es decir, que quienes queramos proclamar el Evangelio a gentes diversas de nosotros mismos,
debemos hacer el esfuerzo al evangelizar a los gentiles: exponer y compartir nuestra Fe a
partir de los conocimientos y sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así
ambos un doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores y
tradiciones para adoptar los del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y depurar los de los dos.
Y esta inculturación, este trasvasamiento, ocurrió cuando menos podía esperarse, cuando
nuestra patria mestiza se debatía en atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en
aborto, como aconteció en otras partes, donde la población indígena quedó exterminada, pues
no se veía posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos; cuando indios y españoles
se veían con miedo y rencor, deformada su perspectiva por una total incomprensión mutua, ya
que las culturas de ambos eran humanamente incompatibles. Los españoles estaban
convencidos que se enfrentaban con Satanás en persona, de modo que toda tolerancia
equivaldría a una clara traición a Dios, y los indios estaban convencidos que su ineludible deber
esa ser fieles a su raíz, a lo que siempre habían sido y, en especial, la versión del Evangelio
que los misioneros les presentaban les resultaba insultante e inaceptable, Dios, a través de su
Madre Santísima, supo resolver ese insoluble problema, sin desautorizar a sus enviados
españoles, sin reprobar los valores indios, sin cambiar a ninguno de los protagonistas ni a sus
conflictivas circunstancias. Supo, en una palabra, confirmar la predicación de sus enviados
inculturando su mensaje a la mente india. Y con esto no sólo obtuvo su conversión
entusiastamente masiva e instantánea, sino que se aceptaran unos a otros tan efectivamente
que nacimos ese pueblo nuevo, hijo y heredero de ambos: el pueblo mestizo que somos hoy
México.
Este anhelo, que hoy por primera vez es sincero y universal, topa sin embargo con la miseria
humana, ante la que se estrellan todos los esfuerzos, y vemos abortar cuantos intentos se
hacen ya no digamos para que se reconcilien, sino simplemente dejen de matarse pueblos
hermanos.
Y no sólo tenemos esa imagen, sino que dos pueblos, del todo diferentes, divididos por una
incomprensión abismal, no sólo dejaron de masacrarse, sino que, al acoger el amor que les
ofreció; Dios a través de su Madre Santísima, se aceptaron y fusionaron tan de veras que nació
de ellos un pueblo heredero de las grandezas y miserias de los dos, pero genuinamente nuevo,
síntesis y reconciliación de lo aparentemente irreconciliable, lo que el Santo Padre en persona
definió como "un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada." Que tiene,
obviamente, que continuar tocando corazones para que se realice una verdadera conversión
cada día.
La Santa Sede a lo largo de la historia confirmó la importante evangelización que se dio gracias
al culto Guadalupano, veamos sólo algunas de las intervenciones más significativas.
Pío XI en Carta Apostólica del 16 de julio de 1935 declaró a la Virgen de Guadalupe de México
Patrona de las Islas Filipinas.57
En la época actual, tenemos varias intervenciones de los Sumos Pontífices, entre las más
significativas están las palabras del papa Pío XII, quien el 12 de octubre de 1945 ofreció una
Alocución transmitida por Radio, por el cincuentenario de la coronación pontificia de la Imagen
de Nuestra Señora de Guadalupe de México: “Y así sucedió –decía el Santo Padre–, al sonar la
hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas de abrirse al mundo,
cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego
–como refiere la tradición– pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen
dulcísima, que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría.”58
El papa Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, en la celebración del cincuentenario del Patronato
de la Virgen de Guadalupe sobre toda América Latina, declaró: “«la siempre Virgen Santa
María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza
maternal en la colina del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas
que de su tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos
humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Ella,
con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el Obispo Zumárraga, como para simbolizar el
beso de dos razas [...] Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas;59
el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos
los horizontes en un anhelo universal de amor.”60
El papa Pablo VI, en otro 12 de octubre pero del año 1970, en el 75º. Aniversario de la
coronación pontificia de la Imagen, exclamó “La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe,
tan profundamente enraizada en el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más de
cuatro siglos de vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su
valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica renovación
cristiana”.61
Como decía al inicio de esta Conferencia, el papa Juan Pablo II siempre ha declarado la gran
importancia del Acontecimiento Guadalupano, luz para la evangelización que ha dado frutos de
salvación. Desde su primera visita pastoral a México, en 1979, Juan Pablo II fue directo y
preciso al hablar sobre Santa María de Guadalupe como la Estrella que iluminó el camino de la
evangelización; dijo el Santo Padre en aquella ocasión: “Nuestra Señora de Guadalupe,
venerada en México y en todos los países como Madre de la Iglesia en América Latina, es para
mí un motivo de alegría y una fuente de esperanza. «Estrella de la Evangelización», sea ella
vuestra guía.”62
El Santo Padre continuó expresando con gran fuerza la importancia del Acontecimiento
Guadalupano comunicado por el Juan Diego y confirmó la evangelización que nos ha sido
donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe; “Y América, –declaró el Papa– que
históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen
del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización
perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte
del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.”64
A manera de conclusión
Esto es lo que señala el mismo Santo Padre cuando con alegría y gratitud declaró: “Volvamos a
Guadalupe. En el año 2002 tuve la gracia de celebrar en aquel santuario la canonización de
Juan Diego. Fue una estupenda ocasión para dar gracias a Dios. Juan Diego, después de haber
recibido el mensaje cristiano, sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda
verdad de la nueva humanidad, en la que todos estamos llamados a ser hijos de Dios en
Cristo: «Te doy gracias, Padre [...], porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y se las has revelado a las gentes sencillas» (Mt 11, 25). Y, en este misterio, María
ha tenido un papel del todo singular.”65
Asimismo, desde el inicio de su pontificado, el papa Juan Pablo II nos ha expresado con gran
fuerza: “no tengan miedo, no tengan miedo, abran las puertas a Cristo”. Por ello, quiero
terminar con uno de los párrafos más bellos del diálogo entre la Virgen de Guadalupe y san
Juan Diego, el cual nos anima para continuar con la misión evangelizadora que nos ha sido
encomendada: “«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te
espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón, no tengas miedo, [...] ¿No
estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente
de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes
necesidad de alguna otra cosa?»”66
1 Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés,
México 2004, pp. 58-59.
2 Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Ed. Libreria Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase
también en AAS, 85 (1993) p. 826. El Santo Padre también menciona la declaración realizada
por los obispos de los Estados Unidos de Norteamérica en: National Conference of Catholic
Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, Nº 99: “In our own
hemisphere we recall the apparition in 1531 of Our Lady of Guadalupe, «Queen of the
Americas»."
4 Francisco López de Gómara, Historia General de las Indias, Biblioteca Ayacucho, Caracas
1979, Dedicatoria, pp. 7-8.
5 Cfr. Fernando Benítez, La ruta de Hernán Cortés, Ed. FCE, México 41974. También Silvio
Zavala, «Hernán Cortés ante la justificación de su conquista», en Revista de Historia
Americana, 92 (1981), pp. 49-69. También en la obra escrita por un soldado del mismo Hernán
Cortés: Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Ca.
1560-1568, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos 6 y 7), México 1977, 2 Vols.
6 Cfr. Miguel León-Portilla, El reverso de la conquista, Ed. Joaquín Mortiz, México 1964.
También del mismo autor Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, UNAM (= Col. Biblioteca
del Estudiante Universitario N° 81), México41969.
9 Cfr. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme,
terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.
10 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, Archivo
de Simancas, Bibl. Miss., III, 339, carta 13. Copia en Colección Muñoz, T. 78, f. 314v.
11 Cfr. Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El
encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999,42002, 604 pp.
12 Una biografía de Juan Diego la publiqué en México: Cfr. Eduardo Chávez Sánchez, Juan
Diego. Una vida de Santidad que marcó la historia, Ed. Porrúa, México 2002, 228 pp. Este
momento importante lo recuerda el Papa Juan Pablo II en su libro: Juan Pablo II, ¡Levantaos!
¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, p. 60.
13 Cfr. José Castillo y Piña, Tonantzin Nuestra Madrecita la Virgen de Guadalupe, Imp. Manuel
L. Sánchez, México 1945, 274 pp. También Miguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe.
Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”, Eds. Colegio Nacional y FCE,
México 2000, 202 pp.
14 “Cuauhtlatoatzin”, nombre indígena de Juan Diego que significa “Águila que habla”. Cfr.
Carlos de Sigüenza y Góngora, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería
Religiosa, segunda edición de “La Semana Católica”, México 1898, p. 31. También: Xavier
Escalada, S. J., Ed. Enciclopedia Guadalupana, México 1997, T. V.
16 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas
Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, v. 24.
17 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 26.
30 Cfr. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme,
terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.
46 Cfr. Información de 1556 ordenada realizar por Alonso de Montúfar, arzobispo de México,
en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos,
Ed. FCE, México 1982.
52 Cfr. Mariano Cuevas, El culto Guadalupano del Tepeyac. Sus orígenes y sus críticos en el
siglo XVI, Apéndice: La información de 1556 sobre el sermón del provincial franciscano
Bustamante, Ed. Centro de Estudios Fray Bernardino de Sahagún, México 1978.
53 Paul Poupard, Intervención en la 7a. Congregación General, presente el Santo Padre, el 20
de noviembre de 1997, enJavier García González, “Historia del Sínodo de América”, Ed. Nueva
Evangelización, México 1999, p. 190.
55 En el Archivo Secreto Vaticano se conservan dos índices cronológicos, uno sobre las
comisiones expedidas de 1569 a 1571, otro sobre los breves expedidos entre 1569 y 1575. Se
registra las indulgencias pontificias a favor del Santuario de “Nuestra Señora de Guadalupe de
Tepeaquilla in provincia mexicana”. Febrero, 1573. ASV, Secc. Brev. Lat. 81, p. 165.
57 Pío XI, Carta Apostólica: «B. V. Maria sub titulo de Guadalupa insularum Philippinarum
coelestis Patrona declaratur», se declara a la Virgen de Guadalupe Patrona de las Islas
Filipinas, Roma a 16 de julio de 1935, en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
58 Pío XII, «Alocución Radiomensaje», 12 de octubre de 1945, en AAS, XXXVII (1945) 10, pp.
265-266.
60 Juan XXIII, «Ad christifideles qui ex ómnibus Americae nationibus Conventui Mariali
secundo Mexici interfuerunt», por el 50° aniversario del, Roma a 12 de octubre de 1961, en
AAS, LIII (1961) 12, pp. 685-687.
61 Pablo VI, «Mensaje Radiotelevisivo», 12 de octubre de 1970, en AAS, LXII (1970) 10, p.
681.
66 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas
Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, vv. 118-119.