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Ermitaño

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Ermitaño

Para otros usos de este término, véase Ermitaño (desambiguación).

Representación de Pablo de Tebas, conocido como Pablo el ermitaño o Pablo el egipcio, venerado
por la Iglesia católica y la Iglesia copta como el primer santo en llevar una vida eremítica.

Un ermitaño o eremita es una persona que elige profesar una vida solitaria y ascética,
sin contacto permanente con la sociedad. El vocablo ermita procede del latín eremīta,
que a su vez deriva del griego ἐρημίτης o de ἔρημος, que significa «del desierto». Es
un asceta que vive en la denominada eschatiá por los griegos, espacio no civilizado
más allá de la ciudad, que en el caso de Egipto, se identifica con el desierto. Más
adelante también tendría lugar, con el mismo concepto, en otros espacios naturales
como las montañas sirias o las del centro de Italia. En sentido laxo, el término se
extendió para significar a todo aquel que vive en soledad, apartado de los vínculos
sociales.
En el cristianismo, la vida eremítica tiene por finalidad alcanzar una relación
con Dios que se considera más perfecta. La vida del ermitaño está por lo general
caracterizada por valores que incluyen el ascetismo, la penitencia, el alejamiento del
mundo urbano y la ruptura con las preferencias de este, el silencio, la oración, el
trabajo y, en ocasiones, la itinerancia. Se considera que el eremitismo en el
cristianismo nació a fines del siglo III y principios del siglo IV,1 particularmente tras la
paz constantiniana, cuando los llamados «Padres del Desierto» abandonaron las
ciudades del Imperio romano y zonas aledañas para ir a vivir en aislamiento y en el
rigor de los desiertos de Siria y Egipto, sobresaliendo el desierto de la Tebaida.
La práctica del eremitismo también se encuentra presente en la historia del hinduismo,
el budismo, el sufismo y el taoísmo.
En el mundo moderno suele verificarse una variante que, si bien no puede catalogarse
como eremitismo propiamente dicho, mantiene algunas de sus características. En este
caso, no se verifica una «fuga geográfica» del mundo, sino un aislamiento respecto del
estilo o de la forma de vida que el mundo presenta. Se trata de un «eremitismo en
medio del mundo», impregnado por rasgos de soledad, oración y trabajo, que huye de
cualquier tipo de publicidad y que florece, en el decir del periodista Vittorio Messori,
como «reacción a la borrachera comunitaria».2

El ermitaño cristiano
El eremitismo en el cristianismo temprano
Ejemplos de eremitismo temprano
Se dice que el primer ermitaño fue Pablo, el egipcio que vivió noventa años en el
desierto (desde 250 a 340 d. C.).4
Entre los ejemplos más notables de eremistisno de los siglos III a VI se cuentan:

 Antonio Abad, también llamado Antonio de Egipto, siglo IV, Egipto, uno de
los Padres del Desierto, considerado el fundador de la vida monástica.
 Jerónimo de Estridón, siglo IV, Doctor de la Iglesia, considerado el padre
espiritual de la orden eremítica de los Hieronimitas.
 San Palemón y su discípulo San Pacomio, siglo IV, fundadores del
monasterio de Tabennisi.
 Macario el Viejo, siglo IV, fundador del monasterio de San Macario el
Grande, presunto autor de las llamadas "Homilías espirituales".

San Onofre

 San Onofre, ermitaño que vivió en el desierto egipcio en el siglo IV.


 Sinclética de Alejandría, siglo IV, Egipto, una de las más tempranas Madres
del desierto, sus máximas se suelen incluir entre los dichos de los Padres del
Desierto.
 Gregorio I el Iluminador, siglo IV, evangelizador de Armenia y considerado su
patrono.
 María de Egipto, siglos IV-V, Egipto y Transjordania, penitente.
 Simón el Estilita, siglos IV-V, Siria, "el ermitaño de la columna".
 Sara del Desierto, siglo V, Egipto, una de las Madres del desierto, sus
máximas se suelen incluir entre los dichos de los Padres del Desierto.
 San Millán, también conocido como san Emiliano, siglos V-VI, actual patrono
de Castilla, discípulo de Felices de Bilibio. En las Fiestas de San Juan del
Monte se venera a un .ermitaño indeterminado llamado Juan de esa misma
fecha y lugar, haciendo mención también a Formerio. Junto a Saturio y su
discípulo Prudencio conforman el núcleo de ermitaños de la Sierra de la
Demanda y alrededores.
 Benito de Nursia, siglo VI, Italia, autor de la llamada regla de San Benito,
considerado uno de los fundadores del monasticismo de Occidente.
El eremitismo en los siglos XI y XII

Cueva eremítica cerca de Marquínez, Álava

En la Edad Media, el eremitismo consistió principalmente en la renuncia ascética a


una patria, a lo que se unía la llamada peregrinatio pro Christo (la condición
de itinerante por amor a Cristo).
El eremitismo, tal como se generalizó en Europa a partir de las severas reformas
monásticas en los siglos XI y XII, se verificó como una alternativa a la regla vivida
por los monjes en los grandes monasterios o abadías. Ya no tenía las
características del practicado en la Alta Edad Media, sino que se generó en ciertas
personas (aristócratas, clérigos o monjes insatisfechos) como reacción de carácter
espiritual frente a la vida de opulencias. El «progreso» económico y la vida de
opulencia se prodigaba particularmente en las nuevas ciudades y entre los
propietarios de terrenos. El «eremitismo» suponía aquí un cambio o «conversión»,
que implicaba un salto desde la «opulencia» que se abandonaba a la «suma
pobreza» que se asumía sin atenuantes, dejando las ciudades.5
Es así como muchos monjes volvieron a la soledad del desierto, solos o en
pequeños grupos. A los asentamientos eremíticos que se produjeron en el siglo XI
corresponde la aparición de las órdenes de los cartujos y los camaldulenses, en
tanto que en el siglo XIII surgen los ermitaños agustinos, identificados con las
órdenes mendicantes. Así se produce la unión del anacoretismo y
el cenobitismo en una orden centralizada.1
Además de las distintas formas de eremitismo organizado, existieron hombres y
mujeres llamados «inclusos» o «reclusos» que, temporalmente o de por vida, se
encerraban voluntariamente en una celda que hacían tapiar.1 Estas salas carentes
de puertas poseían como único medio de acceso una ventana pequeña por la que
entraba algo de luz. A través de esa apertura, la gente le hacía llegar alimento y
bebida utilizando una polea. Solían gozar de gran prestigio por las virtudes
heroicas que se les atribuía. Esta forma perdió prontamente importancia en el siglo
XV hasta desaparecer por completo en el siglo XVII. Sin embargo, el eremitismo
como tal continuó existiendo.
Antonio Abad

Antonio Abad

San Antonio Abad, por Francisco de Zurbarán en 1664.

Santo, abad

Apodo Egipcio, el Grande, Ermitaño

Nacimiento 12 de enero de 251


Heracleópolis Magna, Egipto, Imperio
Romano

Fallecimiento 17 de enero de 356 (105 años)


Monte Colzim, Egipto, Imperio Romano

Venerado en Iglesia católica, Iglesia ortodoxa, Iglesias


ortodoxas orientales, Iglesia Anglicana

Principal Monasterio de San Antonio, Egipto


santuario Saint Antoine l'Abbaye, Francia
Orden Hermanos Hospitalarios de San Antonio
religiosa

Festividad 17 de enero (Oriente y Occidente)


30 de enero = 22 de Touba (Iglesia copta)

Atributos Vestiduras de monje (tanto de tradición


occidental como oriental), acompañado por
un cerdo o sufriendo tentaciones.

Patronazgo Menorca, amputados, protector de


los animales, los tejedores de cestas, los
fabricantes de cepillos, los carniceros, los
enterradores, los ermitaños, los monjes,
los porquerizos y los afectados
de eczema, epilepsia, ergotismo, erisipela, y
enfermedades de la piel en general.

San Antonio o Antonio Abad1 (Heracleópolis Magna, Egipto, Imperio Romano, 12 de


enero de 251- Monte Colzim, Tebaida, Egipto, Imperio Romano, 17 de enero de 356)
fue un monje cristiano, fundador del movimiento eremítico. El relato de su vida,
transmitido principalmente por la obra de san Atanasio, presenta la figura de un
hombre que crece en santidad y lo convierte en modelo de piedad cristiana. También
figura en el Calendario de Santos Luterano. El relato de su vida tiene elementos
históricos y otros de carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar
una existencia de ermitaño y que atendía a varias comunidades monacales en Egipto,
permaneciendo eremita. Se dice que alcanzó los 105 años de edad.2

Historia
Antonio Abad nació en el pueblo de Comas, cerca de Heracleópolis Magna, en el Bajo
Egipto. Se cuenta que alrededor de los veinte años de edad vendió todas sus
posesiones, entregó el dinero a los pobres y se retiró a vivir a una comunidad local
haciendo vida ascética, durmiendo en una cueva sepulcral.3 Luego pasó muchos años
ayudando a otros ermitaños a encaminar su vida espiritual en el desierto. Más tarde se
fue internando mucho más en él, para vivir en absoluta soledad.
De acuerdo con los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo, popularizados en La
leyenda dorada del dominico genovés Santiago de la Vorágine en el siglo XIII, Antonio
fue reiteradamente tentado por el demonio en el desierto. La tentación de san Antonio
se volvió un tema favorito de la iconografía cristiana, representado por numerosos
pintores de importancia.3Su fama de hombre santo y austero atrajo a numerosos
discípulos, a los que organizó en un grupo de ermitaños junto a Pispir y otro
en Arsínoe. Por ello, se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Sin
embargo, y pese al atractivo que su carisma ejercía, nunca optó por la vida en
comunidad y se retiró al monte Colzim, cerca del Mar Rojo, en absoluta soledad.
Abandonó su retiro en 311 para visitar Alejandría y predicar contra el arrianismo.4
San Jerónimo, en su vida de Pablo el ermitaño, un famoso decano de los anacoretas
de Tebaida, cuenta que Antonio fue a visitarlo en su edad madura y lo dirigió en la vida
monástica; el cuervo que, según la tradición, alimentaba diariamente a Pablo
entregándole una hogaza de pan, dio la bienvenida a Antonio suministrando dos
hogazas. A la muerte de Pablo, Antonio lo enterró con la ayuda de dos leones y otros
animales; de ahí su patronato sobre los sepultureros y los animales.
Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que
estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y
desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se
acercara.

Reliquias y orden monástica


Se afirma que Antonio vivió hasta los 105 años, y que dio orden de que sus restos
reposasen a su muerte en una tumba anónima.5 Sin embargo, alrededor de 561 sus
reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor
del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros
del Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas,
se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando a san Antonio con
el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a ser su
emblema.
Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la
provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo
el nombre de Saint-Antoine-en-Viennois.Fue entonces cuando se estableció la
celebración de su fiesta el 17 de enero. La devoción por este santo llegó también a
tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo XIV.6
La orden de los antonianos se ha especializado desde el principio en la atención y
cuidado de enfermos con dolencias contagiosas: peste, lepra, sarna, enfermedades
venéreas y sobre todo el ergotismo, llamado también fuego de san Antón o fuego
sacro o culebrilla. Se establecieron en varios puntos del Camino de Santiago, a las
afueras de las ciudades, donde atendían a los peregrinos afectados. El hábito de la
orden es una túnica de sayal con capuchón y llevan siempre una cruz en forma de tau,
como la de los templarios. Durante la Edad Media además tenían la costumbre de
dejar sus cerdos sueltos por las calles para que la gente les alimentara. Su carne se
destinaba a los hospitales o se vendía para recaudar dinero para la atención de los
enfermos.7
Existió otra antigua orden, llamada Orden de san Pablo y san Antonio Abad hasta los
años 1940, de carácter semianacorético (con similitudes propias de los cartujos y
los camaldulenses). Esta orden se dividió entre sus miembros, en la que algunos se
integraron dentro del Carmelo Descalzo , en 1957, y los demás formaron
la Congregación de Fossores de la Misericordia dedicada al cuidado de los
cementerios.8 Existe una congregación posterior a esta orden, que ha tomado el
mismo nombre, Congregación de ermitaños de san Pablo y san Antonio. Sus dos
únicos monasterios están en la isla de Mallorca.
San Antonio Abad es el patrono de la isla de Menorca (España), debido a que el día
de su festividad litúrgica la isla fue reconquistada a los musulmanes.9

Iconografía
Artículo principal: La tentación de San Antonio (desambiguación)

Las tentaciones de San Antonio, por El Bosco.

Se representa a san Antonio Abad como un anciano con el hábito de la orden y con un
cerdo a sus pies. Muchos artistas han tomado este tema para sus obras; uno de los
trabajos pictóricos más conocidos es el Tríptico de las tentaciones de san Antonio,
pintada por Hieronymus Bosch, conservado en Lisboa. También lo representó en un
cuadro en el Museo del Prado, Madrid. En 1947, Diego Rivera pintó una obra también
titulada Las tentaciones de San Antonio, al igual que Paul Cézanne y Jan Wellens de
Cock, entre otros varios artistas. El pintor español Salvador Dalí pintó un cuadro
llamado La tentación de San Antonio, que marcaba su entrada a una nueva etapa de
misticismo religioso.

Ermitaños
ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 1910 Y ESTÁ EN PROCESO DE SER
ACTUALIZADO.

Ermitaños (eremites, “habitantes de un desierto”, del griego eremos), también


llamados anacoretas y eremitas, fueron hombres que huyeron de la sociedad de
sus semejantes para vivir solos en retiro. No todos ellos, sin embargo, buscaron
una soledad tan completa como para evitar absolutamente cualquier interacción
con sus semejantes. Algunos llevaron con ellos algún compañero, por lo general
un discípulo; otros se mantuvieron cerca de los lugares habitados, de los que
adquirían su comida. Este tipo de vida religiosa precedió a la vida comunitaria de
los cenobitas.

A Elías se le considera el precursor de los ermitaños en el Antiguo


Testamento. San Juan Bautista vivió como ellos en el desierto. Cristo, también,
llevó este tipo de vida cuando se retiró a las montañas. Sin embargo, la vida
eremítica propiamente dicha realmente comienza sólo en la época de
las persecuciones. El primer ejemplo conocido es el de San Pablo, cuya
biografía fue escrita por San Jerónimo. Él comenzó alrededor del año 250. Hubo
otros en Egipto; San Atanasio, quien habla de ellos en su vida de San Antonio,
no menciona sus nombres. Tampoco fueron los únicos. Estos primeros solitarios,
pocos en número, seleccionaron este modo de vida por iniciativa propia.

Fue San Antonio quien puso en boga este modo de vida a principios del siglo IV.
Después de las persecuciones el número de ermitaños aumentó mucho en
Egipto, luego en Palestina, a continuación, en la península del Sinaí,
Mesopotamia, Siria y Asia Menor. Surgió entre ellos comunidades cenobíticas,
pero no llegaron a ser tan importantes como para extinguir la vida eremítica, la
cual continuó floreciendo en los desiertos de Egipto, por no hablar de otras
localidades. En Egipto surgieron discusiones en cuanto a los respectivos méritos
de los estilos de vida cenobítica y eremítica. ¿Cuál era la mejor? Casiano, que
expresa la opinión común, creía que la vida cenobítica ofrecía más ventajas y
menos inconvenientes que la vida eremítica. Los ermitaños sirios, además de su
soledad, estaban acostumbrados a someterse a grandes austeridades
corporales. Algunos pasaban años en el tope de una columna (estilitas);
mientras que otros se condenaban a sí mismos a permanecer de pie, al aire libre
(estacionarios); otros se encerraban en una celda de la que no pudieran salir
(reclusos).

No todos estos eremitas eran modelos de piedad. La historia señala muchos


abusos entre ellos; pero, teniendo en cuenta todo, siguen siendo uno de los más
nobles ejemplos de ascetismo heroico que el mundo haya visto. Muchísimos de
ellos eran santos. Doctores de la Iglesia, como San Basilio, San Gregorio
Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, pertenecían a su número; y
también podríamos mencionar a los santos Epifanio, Hilarión, Nilo, Isidoro de
Pelusio. No tenemos regla para dar un relato de su modo de vida, aunque nos
podemos formar una idea sobre ella a partir de sus biografías, que se
encuentran en Paladio, "Historia Lausiaca", P.L., XXXIV, 901-1262; Rufino,
"Historia Monachorum", P.L., XXI, 387-461; Casiano, "Collationes Patrum; De
Institutis coenobitarum", P.L., IV; Teodoreto, "Historia religiosa", P.G., LXXXII,
1279-1497; y también en el "Verba Seniorum", P.L., LXXIV, 381-843, y el
"Apophthegmata Patrum", P.G., LXV, 71-442.

La vida eremítica se extendió al Occidente en el siglo IV, y floreció sobre todo en


los dos siglos siguientes, es decir, hasta que la experiencia hubo demostrado las
ventajas de la organización cenobítica a partir de los resultados. San Gregorio
Magno en sus “Diálogos”, da un relato de los solitarios mejor conocidos del
centro de Italia (P.L., LXXVII, 149-430). San Gregorio de Tours hace lo mismo
para una parte de Francia (Vitae Patrum), P.L. LXXI, 1009-97). A menudo, los
que ayudaron más a difundir el ideal cenobítico fueron originalmente solitarios
ellos mismos, por ejemplo, San Severino de Nórica y San Benito de Nursia.
Los monasterios con frecuencia, aunque de ninguna manera siempre, surgieron
de la celda de un ermitaño, que reunió un grupo de discípulos a su alrededor.
Desde el comienzo del siglo VII encontramos casos de monjes que a intervalos
llevaron una vida eremítica. A modo de ejemplo podemos citar a San
Columbano, San Riquier y San Germer. Algunos monasterios tenían cerca
celdas aisladas, a donde se podían retirar aquellos religiosos que fuesen
juzgados capaces de vivir en soledad. Tal fue el caso especialmente en el
monasterio de Casiodoro, en Viviers en Calabria, y la Abadía de Fontenelle, en
la diócesis de Ruán. A aquellos que sentían la necesidad de soledad se les
aconsejaba que residieran cerca de un oratorio o una iglesia monástica.
Los concilios y las reglas monásticas no animaban a aquellos que deseaban
llevar una vida eremítica.

La relajación generalizada de la disciplina monástica llevó a San Odo, el gran


apóstol de la reforma en el siglo VI, a la soledad del bosque.
El fervor religioso de la época siguiente produjo muchos ermitaños. Sin embargo,
para protegerse contra los graves peligros de este tipo de vida, se fundaron
institutos monásticos que combinaban las ventajas de la soledad con la
supervisión de un superior y la protección de una regla. Así, por ejemplo,
tuvimos a los cartujos y a los camaldulenses en Vallombrosa y Monte Vergine.
Sin embargo, todavía continuó habiendo un gran número de ermitaños aislados,
y se hizo un intento para formarlos en congregaciones que tuviesen una regla fija
y un superior responsable. Italia, especialmente, fue el hogar de estas
congregaciones a principios del siglo XIII. Algunas redactaron una regla
totalmente nueva para sí mismos; otras adaptaron la Regla de San Benito para
satisfacer sus necesidades; mientras que otras prefirieron basar su regla en la
de San Agustín. El Papa Alejandro IV unió estas últimas en una sola orden, bajo
el nombre de los Ermitaños de San Agustín (1256).

Tres congregaciones de ermitaños llevaron el nombre de San Pablo: una


formada en 1250 en Hungría, otra en Portugal, fundada por Mendo Gómez de
Simbria (m. 1481) y la tercera en Francia, creada por Guillaume Callier (1620).
Estos últimos ermitaños eran conocidos también por el nombre de los Hermanos
de la Muerte. El Papa Eugenio IV formó en una congregación, llamada
después San Ambrosio, a los ermitaños que vivían en un bosque cerca
de Milán (1441). Podemos mencionar también a los Hermanos del Apóstol
(1484), los coloritas (1530), los ermitaños de Monte Senario (1593), y los de
Monte Luco, que se encontraban en Italia; los de Mont-Voiron, cuyas
constituciones fueron elaboradas por San Francisco de Sales; las de San Sever,
en Normandía, fundadas por Guillaume, que anteriormente había sido un
camaldulense; los de San Juan Bautista), en Navarra, aprobadas por Gregorio
XIII; los ermitaños del mismo nombre (bautistinos), fundada en Francia por
Michel de Sainte-Sabine (1630); las de Mont-Valérien, cerca de París (siglo
XVII), las de Baviera, fundadas en la diócesis de Ratisbona (1769).

El Venerable José Cottolengo fundó una congregación de ermitaños


en Lombardía a mediados del siglo XIX.
Algunos monasterios benedictinos tenían ermitas que dependían de ellos. Así
tenemos el caso de San Guillermo del Desierto (1330) y los ermitaños de
Nuestra Señora de Montserrat, en España. Estos últimos fueron bien conocidos
desde el siglo XVI a partir de su relación con García de Cisneros;
desaparecieron en el siglo XVIII. Para 1910 existía un conjunto de ermitaños en
una montaña cerca de Córdoba.

Vemos, por lo tanto, que la Iglesia siempre ha estado ansiosa por formar a los
ermitaños en comunidades. Sin embargo, muchos prefirieron su independencia y
su soledad. Fueron numerosos en Italia, España, Francia y Flandes en el siglo
XVII. Los Papas Benedicto XIII y Urbano VIII tomaron medidas para evitar los
abusos que pudiesen surgir a partir de la demasiada independencia. Desde
entonces, la vida eremítica ha sido abandonando gradualmente, y han sido
infructuosos los intentos por revivirla en los pasados siglos. (Vea Regla de San
Agustín de Hipona; Orden de la Camáldula; Orden Carmelita; Orden de la
Cartuja; Orden de San Jerónimo, también bajo Iglesia Griega, Vol. VI, p 761).

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