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Crónica de La Violencia

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NARRAR LA VIOLENCIA: JAVIER VALDEZ

Y LA CRÓNICA PERIODÍSTICA

Narrativa policial mexicana


Miguel Á. Gómez Reyes

RESUMEN

La “Guerra contra el narcotráfico” y las distintas violencias que fueron consecuencia de esta
estrategia política fallida han provocado, en ámbitos como el periodismo, la búsqueda de
nuevas estrategias para narrar la cotidianidad del crimen y la dificultad para distinguir entre
estado y crimen organizado. Una crónica de Javier Valdez, “Cambio de bando”, incluida en
su libro Malayerba: la vida bajo el narco (2016), será objeto de las siguientes reflexiones,
haciendo especial énfasis en dos características que son constantes: brevedad y anonimato.

PALABRAS CLAVE: Narcotráfico, violencia, periodismo, brevedad, crónica, crimen


organizado, prácticas discursivas.

I
El norte mexicano se ha vuelto un lugar común en distintas narrativas. Una gran cantidad de
libros, películas, música y otras formas de representación simbólica se han inclinado estos
últimos años por capturar esos espacios y modos de vida que, en la actualidad, participan en la
concepción que distintos países tienen sobre México. A pesar de la variedad de formas y
contenidos, parece existir un punto en el cual coinciden algunas de estas representaciones: la
violencia generada por el narcotráfico. Uno de los casos más significativos en la narrativa
contemporánea es el de Roberto Bolaño, quien a lo largo de 2666 (2009), novela que escribió
durante sus últimos años de vida, esboza una ciudad ficticia llamada Santa Teresa donde
convergen los excesos: la corrupción e impunidad de los narcotraficantes, la indiferencia de
los ciudadanos, la violencia contra las mujeres, la apatía e indolencia de los políticos, la
incredulidad ante los crímenes, la normalización, en fin, del miedo.
Con un poco de perspicacia e información, el referente de Santa Teresa se hace
evidente: ciudad Juárez. La misma novela juega con los límites entre realidad y ficción. Al
llegar a la cuarta parte titulada La parte de los crímenes, la narración adquiere el tono de un
reporte forense. El horror, que se ha enunciado en las páginas precedentes, por fin se hace
completamente visible: la descripción minuciosa de los cuerpos de mujeres asesinadas
atraviesa de principio las más de cuatrocientas páginas que componen esta sección. Ante la
visión catastrófica que impera en toda la novela, es fácil objetar: Bolaño es un escritor chileno

1
y nunca conoció el norte de México. A esta puede sumarse otra: la frontera que se describe
poco tiene que ver con la que existe en nuestro país. Finalmente, ¿qué es la literatura sino un
ejercicio de la imaginación?
Como representación simbólica, sin embargo, es interesante notar la recurrencia con la
cual el norte mexicano es investido de modelos socialmente compartidos. 1 Valdrá la pena
mencionar otro caso, ahora en el ámbito cinematográfico. Shaul Schwarz, fotógrafo y cineasta
israelí, se dedicó durante poco más de tres años a documentar, en compañía de Juan Beltrán,
distintas visiones y perspectivas que se tienen en torno al narcotráfico. Narcocultura (2013) es
fruto de este intenso trabajo. Para tal investigación, Shaul Shwarz se enfocó principalmente en
la vida de dos individuos que viven en esferas culturales distintas: la del perito criminalista
asentado en ciudad Juárez, Richi Soto, y la de un cantante de narcocorridos radicado en
Estados Unidos, Edgar Quintero. Estos individuos que, aparentemente no tienen nada en
común, comparten algo: los trabajos de ambos están íntimamente relacionados con la
violencia que hostiga a México. Tal violencia, debemos recordar, no es gratuita, sino que está
enmarcada en el contexto específico de la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Mientras
observamos el éxito paulatino que Edgar Quintero tiene con su agrupación Los Buknas de
Culiacán, seguimos las tribulaciones en la vida de Richi Soto, quien reflexiona sobre la
situación que padecen aquellos que deciden ejercer su oficio: amenazas constantes,
desasosiego, rechazo ciudadano y menosprecio. Hacia los últimos minutos del documental,
nos enteramos que uno de sus compañeros es asesinado. La pregunta que lanza Richi hacia el
final, después de que hemos atestiguado el contexto de violencia extrema en el que vive en
compañía de otros miles de mexicanos, cobra mayor importancia: “¿Cambiará esto?”
Una pregunta legítima: ¿cambiará esto? A cinco años del estreno de Narcocultura así
como a seis de haber finalizado el periodo de Felipe Calderón, contesto: quién sabe. El
documental de Shaul Schwarz, además de convocar a una reflexión necesaria sobre la
violencia generada por el narcotráfico y cómo esta ha invadido el imaginario colectivo en
distintos niveles, apunta a reconocer el trabajo que emprenden distintos individuos que
arriesgan su vida por tratar de intervenir en una sociedad fracturada por el miedo y el crimen.
La hostilidad de la que son objeto aquellos que se desempeñan como peritos criminalistas
(algo a lo que Richi Soto alude a lo largo del largometraje) está presente en otras actividades

1 La definición que hace Teun A. van Dijk (1994) sobre los modelos me parece pertinente: “Un modelo es la
representación mental de una experiencia, esto es, de un acontecimiento donde la gente participa, atestigua
acerca de los cual lee” (12). Más adelante señalará el papel de los periodistas en la reproducción de estos
modelos: “Los mismos periodistas poseen un modelo de cada acontecimiento y por lo general escriben sus
notas de tal manera que permiten a los lectores formar un modelos similar al suyo” (13).

2
que se inmiscuyen en los conflictos antes mencionados. El ejercicio del periodismo, por
ejemplo, es una de estas actividades que, cuando aborda alguna esfera cercana al tráfico
ilegal de sustancias o a algún acto de corrupción por parte de funcionarios de gobierno, se
vuelve sumamente riesgosa para aquellas y aquellos que deseen practicarla.2
II
¿Cómo informar si hacerlo pone en riesgo la propia vida? De acuerdo con Azam Ahmed
(2017), corresponsal del New York Times, nuestro país se ha convertido en uno de los lugares
más peligrosos para ejercer el periodismo.3 Ante tal situación, algunos periodistas han optado
por el silencio; otros, por la autocensura; algunos más, por la modificación de nombres y
espacios. María Helena Hernández Ramírez escribe sobre la lógica a la que terminan
sometiéndose algunos medios de comunicación al momento de referir acontecimientos
relacionados con el narcotráfico:

La mayor parte de los medios da cuenta del proceso como si se tratara de sucesos
aislados. Predomina la lógica de la nota roja: el reporte de cifras sin contexto, sin
historia, sin referentes, sin análisis, y con un lenguaje que alimenta el morbo
(simplificador, estereotipado, insuficiente para describir lo que estamos
conociendo). (3)

Este tipo de retórica, utilizada por algunos medios de comunicación, especialmente


por aquellos que ofrecen las <<versiones oficiales>>, es bastante común: hay tantos muertos,
hay tantos heridos, hay tantas armas decomisadas, hay tantos sicarios tras las rejas. El
contexto apenas es mencionado; se destacan las acciones del gobierno en detrimento de los
grupos criminales; la muerte de civiles es llamada <<daño colateral>>.
Esta forma de compartir información no nacería, evidentemente, de un ejercicio
crítico. Como bien ha identificado Teun A. van Dijk, los medios de comunicación masiva
detentan un poder simbólico y persuasivo que puede influir sutilmente en la interpretación
que los lectores y espectadores tiene acerca de los eventos. Desde el encabezado hasta el
contenido del texto, los artículos periodísticos ofrecen formas para comprender el mundo. A
veces se inclinan a señalar un punto en específico; otras veces se trata de imponer la visión

2 “Uno de los ámbitos y prácticas directamente afectados por las violencias de los últimos años en México, tanto
en su funcionamiento narrativo como en su misma condición de supervivencia, ha sido el periodismo. La misión
impuesta por el crimen organizado y por el mismo Estado al periodismo era la de llevar la cuenta macabra de los
homicidios, despojándolos de su humanidad, des-historizando y des-materializando los cuerpos; la
normalización masiva de la muerte y la construcción ideológica de su anonimato” (Ogarrio 2).
3 “México es uno de los peores países en el mundo para ejercer el periodismo. Hasta la fecha hay registro de
104 periodistas asesinados desde el año 2000, y otros 25 están desaparecidos y, se cree, muertos. En la lista de
los lugares más mortíferos para ser reportero, México está ubicado entre Afganistán, un país devastado por la
guerra, y Somalia, categorizado como Estado fallido. El año pasado fueron asesinados once periodistas
mexicanos, la mayor cifra durante este siglo”.

3
algunos especialistas en el asunto. Este análisis sería muy esquemático si no se tomarán en
cuenta también las actitudes e ideologías compartidas entre los lectores. Lo cierto es que, bajo
la metodología que van Dijk utiliza para el estudio de la prensa, todo texto periodístico se
vuelve objeto de sospecha.
En este panorama, creo necesario reconocer el trabajo de periodistas que, a pesar de
las dificultades que conlleva el ejercicio de su trabajo, se esfuerzan en realizar un periodismo
crítico. Entre este grupo me parece importante destacar el trabajo de Javier Valdez Cárdenas,
fundador del semanario sinaloense Ríodoce y escritor de una columna semanal titulada
Malayerba. En lo que resta del presente ensayo, analizaré brevemente las estrategias
discursivas empleadas por Valdez quien, hasta su asesinato a principios del año pasado, criticó
fuertemente la normalización de la violencia en el país así como el fracaso de las estrategias
del gobierno por tratar de erradicar a los grupos de crimen organizado. Brevedad y anonimato,
características y motores principales de su obra, operarían aquí, aventuro, como una forma de
contrarrestar la saturación de los medios de comunicación con muertes, cifras e imágenes
violentas.
Antes que nada, valdrá la pena reflexionar un poco sobre la categoría en la cual Javier
Valdez agrupa mucho de su trabajo: la crónica periodística. Sara Sefchovich considera a la
crónica uno de los géneros con mayor tradición literaria en nuestro país. Ella reconoce que la
dificultad por tratar de definir dicho género se debe en gran medida a la variedad de formas y
recursos utilizadas por las mismas. Aunque dicho género esté presente prácticamente desde la
fundación de México (no hay que olvidar las crónicas de conquista como la de Bernal Díaz
del Castillo), el trabajo crítico que se ha hecho sobre él es muy poco a comparación del que se
le ha dedicado a la novela, el cuento y la poesía mexicana. Las crónicas periodísticas, en este
sentido, generalmente han ocupado un lugar marginal en el sistema literario mexicano. Quizá
esto también se deba a la dificultad por tratar de delimitar a un género que no logra inscribirse
en lo meramente ficcional ni tampoco en lo puramente referencial. Semejante dicotomía, no
habremos de olvidarlo, se remonta a la Poética de Aristóteles, texto en el cual se distingue
entre el discurso histórico y el discurso poético. Mientras el primero estaría enfocado en
narrar un punto específico (alguna batalla, alguna muerte insigne, alguna invasión extranjera),
el segundo se situaría más bien en el reino de la posibilidad: no se afana en contar las cosas
como ocurrieron, sino como podrían suceder.

III

4
Las crónicas de Valdez se inscriben en el debate anteriormente señalado. Por una lado, gracias
a las estrategias discursivas de las que se vale, como el anonimato y el carácter anecdótico,
podrían se tildadas de narraciones cortas o micro relatos. Por otro lado, debido al lugar en el
cual se han puesto en circulación así como a las referencias veladas al estado de Sinaloa,
podrían considerarse noticias periodísticas. Esto es importante remarcarlo ya que, desde ese
lugar incómodo, desde ese intersticio entre un discurso y otro, puede observarse una
necesidad del periodista por hacer llegar la cotidianidad de la violencia bajo una forma
sorpresiva e impactante. En contra de las noticias que reproducen muertes como si fueran
datos, personas como cuerpos anónimos donde se cifra la violencia, considero que la
decisión estética de Valdez tiene una clara connotación ética. La frontera entre la ficción y el
reportaje periodístico, de cualquier manera, es bastante dudosa. Fernanda Melchor nos
recuerda, a propósito de los textos incluidos en Aquí no es Miami (2018), la raíz etimológica
de la palabra ficción:
La única función que estoy dispuesta a reconocer en estos relatos es aquella que
permea todo constructo del lenguaje humano, desde la poesía hasta la nota
informativa: la forma del relato, su esquema organizativo. Recordemos la
etimología de la palabra ficción, fingere, que en latín significa “moldear”, “dar
forma”. La realidad carece de voluntad directiva, de sentido deliberado; así, tanto
la novela como el reportaje son siempre, de cierta manera, “ficticios”, en el
sentido de que son artificios y no pueden ser confundidos con la vida misma. (11)
“Cambio de bando”, crónica que narra la colusión del crimen organizado con el
Estado, apela, desde el principio del texto, a diversas técnicas narrativas. Si “dar forma”,
siguiendo a Melchor, es algo natural de cualquier texto, en el texto de Valdez es importante la
manera como inicia: in media res: “Tas. El sonido de la cachetada se fue pronto, el dolor se
quedó: sintió caliente ese costado de la cara y la sangre hirviente bajando por la mejilla. No
hizo nada. Sostuvo la mirada unos momentos y luego la bajo” (117).
Este tipo de inicios será algo común en las crónicas de Valdez. Al decidir comenzar in
media res, el lector no puede más que sentir interés para continuar y tratar de llenar ese vacío
de información. Esto es llamativo en tanto la nota roja (que desde el inicio de la “guerra
contra el narco” se ha visto beneficiada por la cantidad de atrocidades que ocurren)
generalmente apela a la descontextualización del evento. En estas lo importante, de acuerdo
con Esther Orduña Fernández (2018), radicaría no tanto en la información que ofrecen sino en
convertir una tragedia en espectáculo. Periódicos como Metro, El Gráfico o La Prensa
apelarían al uso de imágenes violentas y a títulos irónicos para llamar la atención del
espectador (85).

5
Situadas, pues, en la fragmentariedad, las crónicas de Valdez no representan la
violencia de manera amarillista como los periódicos antes señalados. La omisión de nombres
y espacios tendría, más bien, un efecto positivo:

Just as they omit proper names, they also omit specific temporal indicators: the
reader never has a clear idea of precisely when in time a given event has unfolded.
The anonymity pervading this tales has a destabilizing effect upon their referential
status: deprived of verifiability, the events that those chronicles report take on the
in inflections of hearsay, or even those of urban legend. (Aguirre 77)

“Cambio de bando”, apelando a la brevedad y el anonimato, describe una situación por


muchos conocida: la corrupción de las autoridades policiales. Antes de juzgar, el narrador de
la crónica parece exponer el miedo y el enojo con el que conviven muchos de los policías al
tratar con personas involucradas en el narcotráfico. Y esto es importante en la medida en que
muchas prácticas periodistas, como ya ha sido mencionado anteriormente, han optado por
reproducir cifras antes que experiencias, por exponer cuerpos violentados antes que
situaciones de conflicto. A medida que avanza el relato, la situación inicial va exponiendo
todos sus matices: quién suelta la cachetada, porqué, contra quién. El fracaso de las estrategias
que el gobierno de Felipe Calderón decidió implementar para erradicar el narcotráfico se
visibiliza en dos pequeños párrafos:

Y ese fue el error del policía: haberle marcado el alto para una revisión. En cuanto
se bajo empezó a imponer su poder: párale, hijo de la chingada. Agarró el
teléfono, un Motorola flaquito y negro: ahorita vas a ver. Terminó de hablar y le
pasó el celular.
Era el comandante de la policía. No sabes con quién te metiste, déjalo ir
inmediatamente y cuando llegues a la oficina platicamos. No lo podía creer: el
placoso había hablado con el comandante y luego se lo había pasado. (117)

La opción por la brevedad es, como sabemos, algo recurrente en la narrativa de estos
últimos años. Esther de Orduña Fernández habla del trabajo de Valdez en Malayerba como
uno trabajo de microrelatos o microcrónicas. Considera que estos últimos, cuando son
efectivos, lo son por el uso reiterado de la elipsis y los espacios de indeterminación. Bajo esta
óptica, y sin dejar de enfatizar en que las decisiones estéticas en la obra de Valdez están
íntimamente vinculadas con posturas éticas, los textos que conforman Malayerba hacen de la
brevedad y el anonimato sus armas más poderosas. Cosa curiosa: a pesar de que los
personajes de esta crónica (como de las otras) carezcan de nombres que permitan
identificarlos con un referente, constantemente se subraya en algo: la subjetividad de los
involucrados y la singularidad de los eventos (Aguirre 64): “Se subió a la patrulla.

6
Atragantándose de impotencia siguió con esos rondines de vigilancia de los que nunca resulta
nada. Nada que no sea esa amargura de querer cumplir con el deber y no poder” (Valdez 118).
La figura del policía corrupto, si no nueva, expone, aquí, matices que logran
complejizar un arquetipo bastante usado en la narrativa policiaca. La desazón, la desesperanza
y el miedo, elementos presentes en su trabajo y generalmente olvidados, 4 aparecen a lo largo
de las dos páginas de la presente crónica. Esto es posible gracias al uso de modismos y
regionalismos. En un registro verbal en el que se combinan violencia y agilidad, el narrador
nos lleva hasta el último párrafo de la crónica; un final sorpresivo que, sin embargo, ya había
sido aludido por el paratexto principal, el título:

Al tiempo, el agente aquel que había sido el depositario de los desahogos del que
era su superior fue ascendido a jefe de grupo. Y rumbo a Imala, zona en la que
realizaba sus rondines de vigilancia, paró a los ocupantes de aquella escaleid color
plata.

El conductor bajó: alto, fornido y con lentes oscuros. Era su exjefe. Se saludaron
con amabilidad, sin abandonar la sorpresa. Y se explicó: ya dejé eso de andar de
policía, los bajos salarios, la chinga que se arrima uno y las maltratadas.

Me pasé a este bando. Gano harta lana. Y ahora soy yo quien da las cachetadas.
(118)

Por todo lo anterior, a pesar de enfocarnos solamente en una crónica, es posible


observar que, gracias a las distintas estrategias de las que se valió el periodista sinaloense, la
crónica, en un ejercicio de crítica y una complejidad inusitada, no juzga, sino sugiere. Con
trazos breves (las crónicas más largas no pasan de las tres cuartillas) Valdez construyó
historias de la violencia cotidiana, donde víctimas y victimarios se confunden, esbozando, así,
un panorama mucho más complejo de la situación que se experimentó y se sigue
experimentando en el país. Desde la crónica y desde la valentía del que narra asumiendo una
responsabilidad de la palabra dicha y escuchada, Valdez abrió nuevos panoramas para el
periodismo crítico y las historias del narco. La afirmación que Federico Campbell hizo en
alguna ocasión al presentar el libro de su amigo, me parece una buena forma de concluir esta

4 Me parece pertinente destacar aquí uno de los trabajos más interesantes del periodismo en medios digitales:
Cadena de mando. El proyecto intermedial (ya que combina distintos medios como el comic, el periodismo y
video), coordinado por Daniel Rea, se encuentra disponible en línea: http://cadenademando.org/. Si he
enfatizado en la figura del policía como alguien sujeto a la vulnerabilidad de su trabajo, ha sido para situar a la
violencia como un fenómeno que traspasa fronteras e individuos. El proyecto coordinado por Rea es resultado
de una investigación exhaustiva enfocada en el ámbito militar. Entrevistando a numerosos militares
involucrados en actos violentos y sujetos a procesos judiciales, los periodistas que conforman el proyecto
exponen las dificultades para narrar una situación límite. Violentador y violentado, la figura del militar en
Cadena de mando alcanza un complejidad inusitada y nos obliga a reflexionar sobre las jerarquías e
intimidaciones que hay al interior del ejército mexicano.

7
breve reflexión: “Malayerba es una sola crónica distribuida en episodios aparentemente
inconexos, criaturas de la realidad que se desdoblan en personajes o quieren perderse con
otros nombres y en otros lugares en el tejido de la literatura. Desaparecen sus nombres, pero
queda su alma”.

BIBLIOGRAFÍA:

 Aguirre, Juan Carlos. “Violence in uncertain terms: anecdote and anonymity in the new

mexican chronicle”, Textos híbridos, vol. 4, 2015, pp. 56-87. Disponible en línea:

https://www.academia.edu/26750324/Violence_in_Uncertain_Terms_Anecdote_and_Anonym

ity_in_the_New_Mexican_Chronicle

 Ahmed, Azam. “‘Es muy fácil matar periodistas’: La crisis de la libertad de expresión en

México”, 2017. Disponible en línea: https://www.nytimes.com/es/2017/04/29/matar-

periodistas-mexico-veracruz/

 Bolaño, Roberto. 2666. Anagrama, 2009.

 Hérnadez Ramírez, María Helena. “Periodismo y violencia: hacia un debate necesario”,

Revista mexicana de comunicación (Enero 2011). Disponible en:

http://mexicanadecomunicacion.com.mx/rmc/2011/02/28/periodismo-y-violencia-hacia-un-

debatenecesario/

 Melchor, Fernanda. Aquí no es Miami. Penguin Random House, 2018.

 Ogarrio, Gustavo. “Narrar el horror: periodismo narrativo en tiempos de guerra”, La Jornada

Semanal, 2018, pp. 2-4.

 Orduña Fernández, Esther de. “Malayerba, microrelatos para narrar la realidad”,

Microtextualidades. Revista internacional de microrelato y minificción, n. 3, 2018, pp. 78-96.

Disponible en: http://revistas.uspceu.com/index.php/microtextualidades/article/view/95.

 Valdez Cárdenas, Javier. Malayerba: la vida bajo el narco, selección de Antonio Ramos

Revillas, Jus, 2016.

 Van Dijk, Teun A. Prensa, racismo y poder. Universidad Iberoamericana, 1994.

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