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Biografía de Claudia Lars

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Biografía de Claudia Lars

Margarita del Carmen Brannon Vega, (seudónimo Claudia Lars). Nació en


Armenia el 20 de diciembre de 1899. Falleció el 22 de julio de 1974 en San
Salvador.

Poetisa salvadoreña y una de las voces más sobresalientes de la lírica


centroamericana del siglo XX.

Hija de Peter Patrick Brannon, ingeniero norteamericano, y de la


salvadoreña Carmen Vega Zelayandía, estudió en el colegio La Asunción de
la ciudad de Santa Ana, donde se destacó por los estudios humanísticos.
Desde muy pronto recibió la influencia de los clásicos antiguos y españoles
(Góngora, Quevedo, Fray Luis de León), así como la de los románticos
ingleses y de Rubén Darío.

También coincidió con algunos de sus contemporáneos, como el cuentista


salvadoreño Salarrué.

SU VIDA
A sus tan solo diecisiete años publicó un breve poemario que pasó
inadvertido: Tristes mirajes.

En esa época Claudia Lars mantenía relaciones sentimentales con el poeta


Salomón de la Selva. Pero en 1919, cuando habían ya formalizado su
compromiso de matrimonio, el padre de Claudia decidió romper el vínculo y
enviar a su hija a los Estados Unidos, a casa de unos familiares en
Pennsylvania. Allí conoció a Le Roy Beers, con quien contrajo matrimonio
tras un breve período de noviazgo.

Claudia Lars se instaló en compañía de su nuevo esposo en el barrio de


Brooklyn de Nueva York, donde ejerció como profesora de lengua castellana
en la Escuela Berlitz.
En 1927 tuvo ocasión de regresar a su país junto con su cónyuge, que
acababa de ser nombrado cónsul de los Estados Unidos en El Salvador. A
finales de 1927 nació su primer hijo y lo nombró Le Roy Beers Brannon.

SU OBRA
Ya en nuestro país volvió a frecuentar los cenáculos literarios, en especial el
congregado alrededor del poeta Alberto Guerra Trigueros, compuesto por
escritores como Alberto Masferrer, Salarrué y Serafín Quiteño.

En ese nuevo ambiente la poesía de Claudia Lars fluyó de nuevo con mucha
espontaneidad, lo que se tradujo en 1934 en una nueva entrega lírica:
Estrellas en el pozo, publicada en las famosas “Ediciones Convivio”.

El siguiente poemario de Claudia Lars fue Canción redonda (1936), al que


siguió, tras un paréntesis, La casa de vidrio (1942). Publicó también
Romances de norte y sur (1946), Sonetos (1947) y Ciudad bajo mi voz, libro
premiado en el Certamen Conmemorativo del IV Centenario del Título de
Ciudad de San Salvador.

En 1948 se instaló en Guatemala para ejercer allí sus competencias como


agregada cultural de la Embajada de El Salvador, cargo con el que acababa
de honrarla el gobierno salvadoreño. En Guatemala conoció además a quien
habría de convertirse en su segundo esposo, Carlos Samayoa Chinchilla.

A su regreso a El Salvador, continuó desempeñando algunos cargos públicos


en el departamento editorial del Ministerio de Cultura, donde asumió la
dirección de la revista Cultura.
Luego presentó Dónde llegan los pasos (1953), al que siguió, dos años
después, Escuela de pájaros (1955), un texto con el que se acercó a los
lectores infantiles.

En 1959 publicó Fábula de una verdad y Tierra de infancia, obra que


presentó como sus memorias poéticas.

En 1961 se imprimió una muestra antológica de sus versos destinados a los


niños (Girasol).

Al año siguiente, su poemario Sobre el ángel y el hombre fue distinguido con


el segundo premio del Certamen Nacional de Cultura, y en 1965 fue
galardonada con el primer premio del certamen conmemorativo del
cincuentenario de los Juegos Florales de Quezaltenango (Guatemala), por
su libro Del fino amanecer.

Su última obra, Nuestro pulsante mundo, se publicaría en 1969.


ALGUNOS DE SUS POEMAS

ESPEJO
Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.
Era yo misma… cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y secreto del canto inaugurado.
Estaba allí, casual y sensitiva,
dueña del dardo y la manzana viva
en trémula quietud y extraño aliento.
Toqué su falda de vergel y danza,
entré en el corazón de la esperanza,
y recogí el engaño del momento.
ESTRELLA
Estrella… más que vista, presentida.
-¿Dardo de luz o brasa que levanto?-
Alta en el cielo y en razón de llanto
tras la retina por milagro hundida.
En el sueño y la sangre derretida.
Doliendo allí, perdida con espanto.
Casi tocada en la raíz del canto
y eternamente libre y perseguida.
Reflejo. Sin embargo, propia lumbre.
Clavo del hueso, signo de la cumbre,
ojo de soledad y lejanía.
Sitiada siempre, pero esquiva al tacto.
Doble. Juntando al fin su don exacto
en este humilde afán de la poesía.

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