Capítulo II Educación para La Paz, Un Compromiso Compartido
Capítulo II Educación para La Paz, Un Compromiso Compartido
Capítulo II Educación para La Paz, Un Compromiso Compartido
Valenzuela, María de Lourdes; Calixto, Selene, et al (2010). “Capítulo II Educación para la paz, un compromiso compartido” en
Contra la violencia, eduquemos para la paz por ti, por mí y por todo el mundo. Carpeta didáctica para la resolución creativa de
conflictos, Grupo de Educación Popular con Mujeres A.C. México, pp. 35-53.
Educación para la paz, un compromiso compartido” en Contra la violencia, eduquemos para la paz por ti, por mí
y por todo el mundo 1
“La paz no sólo se define por la ausencia de guerra y de conflicto, es también un concepto dinámico que necesita ser
aprehendido en términos positivos, como lo son la presencia de justicia y armonía social, la posibilidad para los seres
humanos de realizar plenamente sus potencialidades y el respeto a su derecho de vivir con dignidad a lo largo de su vida…”
Reunión Consultiva del Programa Cultura de Paz, UNESCO, 1994.
Educar para la paz comprende distintas posiciones acerca de cómo concebimos la educación y la paz. Educar
desde diferentes puntos de vista y enfoques representa preparar a niñas, niños y jóvenes para cumplir el papel
que asumirán cuando sean personas adultas, ejerzan plenamente sus derechos ciudadanos y se incorporen
plenamente a la sociedad. La paz es un proceso de construcción social y un ejercicio de convivencia, es postura y
decisión, es camino compartido y conquista histórica. Entraña aceptar las diferencias y reconocernos como seres
necesitados de las otras y los otros para crecer.
Educar para la paz es entonces asumir una forma de vida en la que el respeto, la tolerancia y la equidad sean el
motor de las acciones que realizamos todos los días para que haya nuevas formas de convivencia democrática en
la familia, en el trabajo, en la escuela, en la comunidad, en la ciudad, en el campo, en el país, entre los pueblos y
entre las naciones.
La educación, a diferencia de la escolarización, dura toda la vida; ésta implica un proceso permanente de
aprendizaje y cambio para responder a los desafíos y retos de la sociedad en constante transformación. Todo
hecho educativo debe ser un acto consciente que contribuya a elevar los más significativos valores humanos,
permita enriquecer la cultura y construir una realidad social en la que se elimine cualquier forma de violencia,
prevalezca la justicia, la tolerancia, la igualdad y la equidad entre los individuos; esto es en definitiva la educación
para la paz.
Cuando se insiste en la necesidad de impulsar una educación para la paz no se pretende enunciar un concepto
vacío de acción que conduce a la pasividad y, por tanto, a aceptar la realidad de violencia en que vivimos; la
pasividad puede resultar en ocasiones una actitud más violenta que la violencia misma, entonces la paz no sólo es
ausencia de guerra, sino la armonía del ser humano consigo mismo, con otras personas y con la naturaleza.
Inherentes: le corresponden a toda persona, por el simple hecho de serlo, desde que nace.
Universales: los derechos tienen validez y aplicación para todos los seres humanos de todas las
razas, sexos, nacionalidades y condiciones.
Indivisibles e interdependientes: los derechos civiles y políticos deben, a la par, aplicarse con los
derechos económicos, sociales y culturales. Es decir, no es posible la realización plena de los
derechos de las personas si no existen las condiciones que garanticen su desarrollo.
Inalienables: los derechos no pueden enajenarse, es decir, no es posible transmitirlos o
transferirlos a otras personas, cederlos y menos venderlos.
La democracia
La promoción, el ejercicio y la difusión de los derechos humanos nos lleva a incorporar el principio de la
democracia, puesto que vivir en una sociedad en la que se garantizan los derechos civiles y políticos, al igual que
los derechos económicos y culturales, es decir, los derechos humanos, es sin duda una sociedad democrática.
Carpeta didáctica Contra la violencia, eduquemos para la paz. Por ti, por mí y por todo el mundo La democracia
entraña un profundo sentido de participación y toma de decisiones en los asuntos que atañen a los individuos
en la vida pública y privada. Implica prácticas equitativas de gestión y distribución de los recursos, de gobierno y
de convivencia, pero a la vez de exigencia y construcción de la justicia. En definitiva, representa una forma de
vivir y hacer política, mediante la cual, respetando las diferencias, las personas puedan ejercer sus derechos
fundamentales.
En suma, la paz, los derechos humanos y la democracia están íntimamente relacionados, de tal suerte que 2
hablar acerca de la paz en un sentido positivo presupone el reconocimiento, la protección y el cumplimiento
inalienable de los derechos humanos, que se expresan democráticamente en nuestro actuar cotidiano, y a la
inversa, ya que el ejercicio pleno de estos derechos son el fundamento básico para la construcción de la paz y la
democracia; derechos que deben ser protegidos por la ley como una obligación del Estado. Este conjunto
categorial constituye el sentido ético de la educación en valores que debemos propiciar y defender en los
ámbitos educativo y escolar.
Durante el proceso de socialización, las niñas y los niños aprenden e interiorizan los valores predominantes de la
sociedad a la que pertenecen. Si la sociedad es racista, la actitud de los infantes será de desprecio a personas
diferentes por su raza o etnia; si la sociedad es sexista, la discriminación hacia las niñas y las mujeres será un
hecho frecuente. De esta forma, los infantes adquieren valores que al ser orientados por ciertos principios se
traducen en hábitos, pautas sociales de comportamiento y actitudes que conforman sus identidades, su posición
ante el presente y el futuro, así como una manera particular de pensar y de enfrentarse a la vida y al mundo.
Si pensamos en un continuo que va desde los principios hasta los hábitos, entre ambos se encuentran los
valores. Los principios, como la dignidad humana, son aquellos criterios que nos marcan el camino por seguir, es
decir, orientan nuestras acciones y la convivencia social y están íntimamente relacionados con los derechos
humanos, que le dan un significado concreto a los valores.
De acuerdo con nuestra forma de vivir y de pensar, toda persona posee sus propios valores que son producto de
su historia, pero independientemente de la religión que se profese, de la ideología que se tenga o de las
convicciones y creencias que se hayan aprendido, de manera global existen muy pocos valores que han sido
aprobados por consenso en todo el mundo, a estos valores se les llama valores universales, tales como la
libertad, la igualdad, la justicia, la fraternidad o la solidaridad. La equidad, por ejemplo, es un valor de segundo
nivel, porque está ligado a la justicia y la igualdad que son valores universales.
Los valores no se pierden, como muchas veces se ha dicho, porque éstos no son “cosas”
que se pueden extraviar, sino que cambian y evolucionan en un contexto social e
histórico determinado.
El medio social en el que vive y crece una persona influye de manera significativa en los valores que ésta
asume, y estarán regidos por ciertos principios que forman parte de la conciencia colectiva.
La convivencia humana requiere de un orden moral y ético, de ahí la importancia de la formación en valores de
los infantes y los jóvenes.
“Desde una concepción amplia de ciudadanía no es posible educar en valores a los infantes y las y los
jóvenes si no son considerados sujetos de derecho, porque caemos en la siguiente contradicción: las y
los educamos para obedecer en el presente, pero pretendemos que en el futuro ejerzan sus derechos.
Esto resulta casi imposible, dado que si no aprenden en la vida real y cotidiana, desde su más tierna
infancia, a ser y comportarse como ciudadanas y ciudadanos con capacidad autónoma para decidir,
tampoco lo harán cuando sean grandes, por más campañas de sensibilización que se impulsen para 3
que participen en los asuntos de su comunidad y de la nación” Silvia Conde, 2008.
El aprecio por la diversidad: un primer paso para construir y transmitir la educación para la paz
Todo depende del cristal con que se mira… Reconocer que hay personas que miran al mundo y valoran la
realidad de forma diferente y de acuerdo con sus necesidades y deseos actúan de cierto modo, conduce a
pensar que ha sido precisamente la conjunción de diversas perspectivas lo que ha permitido el
enriquecimiento humano y el desarrollo de las sociedades. Esto implica, entonces, que maestras y maestros,
madres y padres de familia, así como las personas interesadas en la educación y en general en los derechos
humanos, la equidad de género y la justicia social debemos tener la mente abierta a los cambios, porque “no
todo pasado fue mejor” y el presente y el futuro dependen de todas y todos.
Puede decirse que las características más evidentes que definen y diferencian a las personas son aquéllas que
están íntimamente relacionadas con nuestro cuerpo, como el sexo, el color de la piel, la etnia o la raza. Debido
a estas características, la humanidad ha librado por siglos cruentas guerras, pues se ha tratado de imponer por
la fuerza la supremacía de unos individuos sobre otros, y ante los hechos de discriminación sexual y de género,
racial o étnica, preferencia sexual, etcétera, se han dado largas batallas por conquistar el derecho a la igualdad
entre las personas, reconociendo, al mismo tiempo, que las diferencias nos enriquecen y le dan sentido a
nuestra existencia.
Desde el punto de vista educativo ¿qué significa reconocer y aceptar las diferencias?
Desde la práctica de la educación para la paz, los derechos humanos y la democracia, el reconocimiento de las
diferencias pasa por la aceptación del otro y de la otra, sin distinción alguna.
Esto quizás se dice fácil, pero dada nuestra historia cultural es frecuente que discriminemos a aquellas personas
que milenariamente se les ha considerado como diferentes.
La educación debe desarrollar la capacidad de reconocer y aceptar los valores que existen en la
diversidad de los individuos, los géneros, los pueblos y las culturas, y desarrollar la capacidad de
comunicar, compartir y cooperar con las y los demás.
Los ciudadanos y las ciudadanas de una sociedad pluralista y de un mundo multicultural deben ser
capaces de admitir que su interpretación de las situaciones y de los problemas se desprende de su
propia vida, de la historia de su sociedad y de sus tradiciones culturales y que, por consiguiente, no
hay un solo individuo o grupo que tenga la única respuesta a los problemas, y puede haber más de
una solución para cada problema. (…). Así, la educación deberá fortalecer la identidad personal y
favorecer la convergencia de ideas y soluciones que refuercen la paz, la amistad y la fraternidad entre
los individuos y los pueblos. Plan de Acción Integrado sobre la Educación para la Paz, los Derechos
Humanos y la Democracia. 28ª Reunión de la Conferencia General de la UNESCO, 1995. 4
El reconocimiento y aceptación del otro y de la otra, además de ayudar al conocimiento de uno mismo y de una
misma, es decir, al descubrimiento de quién soy, puede y debe ser una tarea diaria en la escuela y la familia, de
tal manera que al vincular dicho reconocimiento con las actividades que se realizan en estos ámbitos, se logren
valorar las diferencias raciales, culturales, familiares, de género, de destreza y capacidad.
Valorar las diferencias, sin que predominen los estereotipos y la discriminación, implica asimismo generar y
fomentar el diálogo como instrumento indiscutible de comunicación. Aprender a dialogar significa ser capaces
de expresar lo que pensamos y sentimos, saber argumentar y expresar nuestros puntos de vista, escuchar y
comprender las opiniones diferentes a las nuestras y aceptar que “dos cabezas piensan más que una sola”.
Mantener una actitud abierta a nuevas perspectivas nos lleva a considerar la importancia de la cooperación. El
diseño y la realización de proyectos en común favorecerán el desarrollo de la solidaridad y el sentido de
responsabilidad. Asimismo, potenciarán las capacidades y destrezas humanas, y propiciarán el sentido de
pertenencia a un grupo u organización.
La inclusión educativa tiene que ver fundamentalmente con el hecho de que todas y todos los
alumnos sean aceptados, reconocidos en su singularidad, valorados y con posibilidades de
participar en la escuela con arreglo a sus capacidades. Una escuela inclusiva es, pues, aquella que
ofrece a todas y todos los alumnos las oportunidades educativas y las ayudas (curriculares,
personales, materiales) necesarias para su progreso académico y personal. S. Stainback y W.
Stainback, 1999.
La interculturalidad supone que entre los grupos culturales distintos existen relaciones basadas en el
respeto y desde planos de igualdad. La interculturalidad no admite asimetrías, es decir,
desigualdades entre culturas mediadas por el poder, que benefician a un grupo cultural por encima
de otro u otros. Como aspiración, la interculturalidad forma parte de un proyecto de nación.
Schmelkes, Sylvia, 2005.
Asimismo, incorporar la perspectiva de género en las prácticas educativas representa hacer visibles las
diferencias históricas que han marcado la vida de las mujeres y los hombres y valorar su contribución en la vida
económica, social y cultural.