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La Segunda Manifestación de Cristo

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LA SEGUNDA MANIFESTACIÓN DE CRISTO

HEBREOS 9:28

28asítambién Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar


los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin
relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.
Hace unos pocos días atrás, en la navidad estuvimos celebrando la
primera manifestación de Cristo, es decir, su primera venida. Su
encarnación con un propósito redentor.
El versículo enseña dos cosas:
La satisfacción plena (v. 28a) del sacrifico de Cristo realizado en su primera venida (ver Is. 53:6b; 2 Co. 5:21;
1 P. 2:22, etc.), cuando fue “ofrecido una sola vez”. Fue totalmente innecesaria cualquier repetición de ese
sacrificio

Eso dice la primera parte del versículo que estamos considerando.


Cristo, pues, se manifestó la primera vez para
llevar los pecados de muchos.
¿Cuál fue el propósito de la primera venida de Cristo? En su
primera venida, Jesús murió como substituto por nuestros pecados.
En el momento de su muerte, el nuevo pacto entró en efecto (Heb 9:
16-17).
La razón de su muerte fue la de “llevar los pecados de muchos”.
Lo cual es el cumplimiento profético de Isaías 53:12
“murió por muchos”.
En esta expresión “llevar los pecados de muchos”, está la
consideración del alcance de la muerte de Cristo. Lo cual trae a la
mente la pregunta: ¿por quienes murió Cristo, por todos o por
muchos?
Para responder a esto debe tenerse presente un doble aspecto en la
salvación de Cristo.
 Por un lado está la salvación potencial.
Por la obra redentora de Cristo, Dios puede hacer salvable a todo
hombre, reconciliándolo consigo mismo (2 Corintios 5:18-19). De
modo, que puede extender sin menoscabo alguno la invitación
universal del evangelio (Mateo 11:28).
Cualquier persona que al llamado de Dios a través del evangelio
acuda a Cristo y ejerza la fe en él será salvo a través de la obra del
Espíritu Santo.
Nadie en el juicio final podrá decirle a Dios: no me extendiste la
oportunidad de salvación.
En la Biblia la redención ilimitada se encuentra en distintas
afirmaciones contundentes:
Juan 3:16
2 Corintios 5:14-15 “Cristo murió por todos”
1 Timoteo 2:6 “dándose a sí mismo en rescate por todos”
1 Timoteo 4:10 Cristo es el “Salvador de todos los hombres,
especialmente de los que creyentes”.
Pero la efectividad de esa salvación es lo que llamamos:
 La salvación eficaz
Es decir, la salvación es eficaz, o real solamente para los que creen.
1 Timoteo 4:10 Cristo es el “Salvador de todos los hombres,
especialmente de los que creyentes”.
Y el versículo que estamos considerando dice que Cristo fue
ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos
No de todos. Aunque toda persona tiene la posibilidad de ser salva,
solamente somos salvos los “muchos” que hemos puesto nuestra fe
en el sacrificio de Cristo.
Entonces, ¿para qué va a manifestarse la segunda vez? Desde luego
–dice el autor– su segunda manifestación será ajena a toda obra
expiatoria; aparecerá sin relación con el pecado.
Esta frase da testimonio de la obra finalizada y completa de Cristo
al quitar los pecados mediante su sacrificio en su primera venida. Él
no tendrá que llevar esa carga en su segunda venida.
La aparición recurrente de las palabras “una vez” (9:26, 28) y “una
vez para siempre” (7:27; 9:12; 10:10) remarca el carácter final y
singularidad de la obra sacrificial de Cristo.
La segunda venida del Señor (v. 28b), su carácter especial y su efecto precioso para aquellos que le esperan
(ver también 1 Co. 15:23; 1 Ts. 4:16, 17).

Entonces, ¿con qué finalidad aparecerá? Podríamos haber esperado


–a la luz de lo que el autor acaba de decir en el versículo 27– que
ahora dijese: con la finalidad de juzgarnos.
El fluir de su argumento casi requiere que diga: De la manera que
está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio (9:27)
Además, es cierto. El Señor Jesucristo aparecerá la segunda vez
como Juez; juzgará al mundo (Mateo 25:31–32).
Sin embargo, esto no es lo que el autor dice. Y el hecho de no decirlo
es significativo.
Sin duda, el autor suscribiría de todo corazón la idea de que, cuando
Cristo aparezca, los creyentes tendremos que darle cuentas y, en el
caso de haber descuidado nuestro compromiso, sentiremos una
profunda vergüenza. Sin embargo, éste no es su énfasis en estos
momentos. Nuestro texto no remarca la zozobra del juicio de aquel
día, sino la gloria de la salvación.
Cuando Jesucristo aparezca por segunda vez, efectivamente
significará para el incrédulo una horrenda expectación de juicio, de
hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios (10:27). Pero,
para los creyentes en Cristo, tendrá un significado muy diferente.
En el sentido más importante, ya hemos sido juzgados en la persona
de nuestro Sustituto; nuestro juicio ya se ha efectuado:
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24; cf. Juan 3:18)

Sí que tendremos que darle cuentas; sí que es posible que sintamos una profunda vergüenza en aquel día; pero,
mientras para el incrédulo la segunda venida significa el horror del descubrimiento de su eterna perdición, para
el creyente la nota dominante será la entrada en la plena realidad de la salvación.

No es al juicio que él llama la atención sino a Cristo que “aparecerá por segunda vez. Su observación final es
que Cristo trae “salvación para todos los que le están esperando”. Y eso es muy importante

Éste es el énfasis del autor. Cristo viene para salvarnos. ¿En qué sentido?

No en el sentido de justificarnos de nuestros pecados, porque esto lo hizo en su primera venida. No en el sentido
de santificarnos, porque esto ya lo está haciendo ahora por su Espíritu en nosotros. Nuestra salvación en aquel
día consistirá en nuestra plena glorificación; será la consumación perfecta de la obra de salvación que él ha
realizado a nues-tro favor. Nuestra justificación fue consumada en la Cruz, y así lo proclamó Jesús: Consumado
es (Juan 19:30). Pero la totalidad de lo que Dios tiene en mente para nosotros y que está comprendido en la
palabra salvación –nuestra perfecta transformación a la imagen del Señor Jesucristo y nuestra plena entrada en
la herencia eterna– no será consumada hasta aquel día. Entonces entraremos en el pleno disfrute de todas las
bendiciones que Cristo ganó para su pueblo en su primera venida. Entonces restaurará nuestros cuerpos, ahora
sujetos a corrupción a causa del pecado:

(Filipenses 3:20–21: cf. Romanos 8:18–23).

“Para salvar”. Aquí se trata de la salvación en su dimensión futura. Esto será la culminación de nuestra
salvación al recibir cuerpos glorificados en los cuales poder estar para siempre, más allá del alcance e influencia
negativa del pecado.
En su segunda venida, Jesús perfeccionará la salvación que ha comenzado en nosotros. Como enseñaba
Juan Wesley, la salvación es un proceso. Somos salvos, estamos siendo salvos y seremos salvos. Ya hemos
sido salvos de la culpabilidad y de la pena de nuestros pecados pasados. Estamos siendo salvos del poder
del pecado y del mal que hay en este mundo. ¡Cuando aparezca Jesús por segunda vez, seremos salvos
para siempre: salvos de la tentación, las pruebas, la muerte y este cuerpo humano; salvos de todo lo que es
profano e indeseable; salvos a todo lo que es bueno; salvos para estar en comunión íntima con Dios y con
su familia para siempre!

Conviene preguntarnos –ya que el autor de Hebreos lo da por sentado– si realmente estamos esperando la
venida del Señor Jesucristo. El verbo aquí traducido por esperar tiene una especial intensidad en el original,
como si el texto rezara: para salvar a los que le esperan con ansia. La fuerza de la frase es semejante a la de 2
Timoteo 4:8: los que aman su venida. Se refiere a los que tienen la segunda venida de Cristo como meta y razón
de ser de la vida.

En estos casos, habría sido perfectamente correcto hablar de los creyentes, de los que han confiado en
Jesucristo o de algo semejante. Si tanto el autor de Hebreos como el apóstol Pablo prefieren hablar de los que
aman –o esperan– su venida, quizás sea porque la palabra creyente se presta a mayores confusiones. Muchas
personas se consideran creyentes por el solo hecho de creer que Dios existe o de asistir a alguna iglesia.

En cambio, una de las maneras bíblicas de distinguir entre los auténticos creyentes en Jesucristo y los que no lo
son es ésta: los que verdaderamente creen en él están esperando con ansia su segunda manifestación. La
verdadera Iglesia ama la venida de Jesucristo. Así, Pablo puede describir a los corintios como los que están
esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 1:7).8 La visión de la Iglesia en el Nuevo
Testamento es la de una comunidad de creyentes viviendo a la espera del pronto retorno del Señor Jesucristo.

La Iglesia Primitiva no se olvidó nunca de la esperanza en la Segunda Venida. Latía en toda su fe.

Entonces, los que le esperan (apekdej̱omenois; palabra que se usa siete veces en el N.T. en relación con el
retorno de Cristo: Ro. 8:19, 23, 25; 1 Co. 1:7; Gá. 5:5; Fil. 3:20; He. 9:28), pueden estar expectantes de su
venida, no temiendo al juicio, sino previendo su futura salvación.

“Los que le esperan”. Estas palabras en el original griego son mucho más fuertes, pues implican esperar con
ansiedad y deseo. Es una descripción hermosa de lo que debe ser la actitud y actividad de todo verdadero
creyente. La iglesia del primer siglo jamás olvidaba esa esperanza, y por eso su saludo predilecto era
“Maranata” o sea, “El Señor viene”. Ojalá pudiéramos vivir siempre en esa gloriosa expectativa, pues agregaría
una dimensión y perspectiva eterna a nuestras vidas

Cristo vino una sola vez para morir y así tratar el problema del pecado; vendrá la segunda vez para vivir y para
compartir su vida con todos los que le esperan con confianza y fidelidad.

El verbo es muy intensivo, y establece la idea de una espera intensa y paciente.

8
Ver también Romanos 8:23 y 25.
La exhortación implícita en esta exposición del ministerio de Cristo es que lo esperemos. Esperar a Cristo es
hacerlo el enfoque de la vida, perseverar en fidelidad a él y confiar en su sacrificio que nos limpia para entrar en
la presencia de Dios.

Ahora bien, es cierto que, por la ley del péndulo, solemos ir de un extremo al otro en estas cuestiones. Ha
habido momentos en la historia de la Iglesia en que los creyentes han puesto la mirada en las nubes en
detrimento de sus obligaciones terrenales. Pero, en nuestra generación, nos encontramos en el otro extremo:
conscientes de ciertos deberes que el Señor espera que cumplamos aquí abajo, pero olvidadizos en cuanto a su
venida. Esto es especialmente desafortunado por cuanto, bien entendida, la espera de su retorno es el mayor
estímulo que podemos recibir al servicio fiel aquí y ahora.
Cuando el autor dice que hemos de esperar con ansia la manifestación del Señor, no quiere decir que
hayamos de estar con los brazos cruzados. Al contrario, debemos esperarle como siervos que hemos de rendirle
cuentas, entregados a su servicio.9

Debemos ser como los israelitas esperando fuera del tabernáculo. Nuestro Sumo Sacerdote ha traspasado el
velo y está ante Dios intercediendo por nosotros. No podemos verlo. Está velado. Ha entrado en el mundo
invisible, en el verdadero Lugar Santísimo. Pero estamos fuera, en medio del solemne silencio de una gran
expectación. Creemos que el Señor Jesucristo pronto se manifestará por segunda vez, correrá el velo que lo
separa de nuestra vista y aparecerá glorioso para nuestra plena, definitiva, final y completa salvación.
La última parte del versículo 28 expresa una nota de alegría y felicidad: ¡Cristo viene! Aquellos que
anhelantes esperan su regreso repiten constantemente la oración que se encuentra al fin del Nuevo Testamento y
que se proferida en respuesta a la promesa de Jesús: “Sí, vengo pronto”. Ellos oran: “Amén. Ven, Señor Jesús”
(Ap. 22:20).

Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de
David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y
el que tiene sed, venga; y el que quiera tome del agua de la vida gratuitamente … El que da testimonio de estas
cosas, dice: Ciertamente, vengo en breve. Amén; sí, ven Señor Jesús (Apocalipsis 22:16–17, 20).

Con gozo los creyentes anticipan el día del regreso de Jesús, ya que entonces el Señor morará para siempre con
su pueblo, tal como lo ha prometido. A su regreso traerá completa restauración para aquellos que anhelantes le
esperan. Cuando Cristo more para siempre con su pueblo, éstos experimentarán la salvación plena y libremente.

9
Ver las enseñanzas del propio Cristo al respecto, en Mateo 24:44–51.

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