Qué Esperar de La Democracia
Qué Esperar de La Democracia
Qué Esperar de La Democracia
Límites y
posibilidades del autogobierno. Adam
Przeworski, Siglo XXI, 2010
No es ninguna sorpresa, por lo tanto, que después de seguir la
liberalización, la transición y la democratización, hayamos descubierto
que todavía hay algo que mejorar: la democracia
Salvaguardar la democracia a pesar de sus fallos tiene antecedentes conocidos. Ya en 1942 Joseph
Schumpeter aduce la incompatibilidad democrática con términos como “bien común” y “voluntad
general”.
Para mejor comprensión de los límites de la democracia y el cómo, Przeworski liga estos confines con
la calidad democrática, recordemos trabajos previos de éste. Veamos:
¿Cuáles son las condiciones económicas necesarias para una consolidación de la democracia?… El
sistema económico más racional y humano es el que confía la asignación de recursos a unos mercados
regulados, mientras el Estado se encarga de garantizar un bienestar material mínimo para todos… La
democracia está consolidada cuando, bajo unas condiciones políticas y económicas dadas, un sistema
concreto de instituciones se convierte en el único concebible1
Y de otro libro:
Para sustentar la democracia, el Estado debe garantizar la integridad territorial y la seguridad física,
mantener las condiciones necesarias para el ejercicio efectivo de la ciudadanía, disponer de ahorros
públicos, coordinar la asignación de recursos y corregir la distribución de ingresos… La democracia es un
sistema de derechos y responsabilidades, pero las condiciones necesarias para ejercerlos no se generan
automáticamente con la mera existencia de las instituciones democráticas: se requiere un Estado
viable que haga posible su ejercicio. La cuestión de la relación entre el Estado, la ciudadanía y la
democracia es anterior al análisis de la democracia per se.2
Registrar que para Przeworski no hay democracia sin un Estado que la alimente, y que ello, “la relación
entre el Estado, la ciudadanía y la democracia” entraña “prerrequisitos sociales y económicos”
anteriores a la democracia, resulta crucial para no reducir su tesis de los límites democráticos a un
enfoque solo electoral.
Situada tal premisa, vayamos a su reciente libro. La democracia, señala Przeworski, aparece en la
segunda mitad del siglo XVIII como una idea revolucionaria que proclama la capacidad del pueblo de
gobernarse a sí mismo. Tal autogobierno, junto a la libertad e igualdad, constituirían los ideales
fundadores de la democracia.
Autogobierno, libertad e igualdad no son, empero, promesas saldadas, ni la democracia actual es lo
que se soñaba que era. ¿Cómo entender el desfase entre hermosos ideales y torpes realizaciones? La
respuesta de Przeworski residirá en desmitificar tanto los ideales como el desencanto de su no
concreción. Defender la democracia, plantea éste, requiere tal desmitificación.
“El ideal que justificó la fundación de las instituciones representativas y su gradual evolución hacia la
democracia era lógicamente incoherente y prácticamente irrealizable” (p. 45). En apoyo a esta
hipótesis, habría varios argumentos.
1. El ideal de autogobierno imaginado por Rousseau, “las personas son libres porque cuando el
pueblo gobierna nadie obedece más que a sí mismo”, acusa contradicciones insolubles. De
hecho, “solo es lógicamente coherente si todos están de acuerdo sobre el orden legal en que
todos quieren vivir” (p. 48). Pero esta noción orgánica (el pueblo –en singular– como cuerpo
unido naturalmente) es imposible de traducir en un sistema institucional en el que las
personas –en plural– se gobiernen a sí mismas (pp. 48-60). El sentido original del
autogobierno (si todos desean lo mismo, todos serán representados simultáneamente por
alguien) es ajeno, además, a los conflictos y divisiones sociales.
2. El trío de autogobierno, igualdad y libertad es más fácil de reunir a nivel normativo que de
aplicar a instituciones específicas. Libertad e igualdad, es conocido, son valores cuyo
concierto reclama la disminución de alguno.
3. La democracia y sus ideales no fueron obra de demócratas genuinos: “los fundadores de las
instituciones representativas andaban a tientas, buscando inspiración en experiencias
remotas, inventando argumentos retorcidos, enmascarando ambiciones personales bajo
apariencia de ideas abstractas” (p. 45). La paradoja alcanza la ironía: “los fundadores de la
democracia hablaban de autogobierno, igualdad y libertad, pero establecieron instituciones
que excluían a grandes fragmentos de la población y protegían el status quo contra la
voluntad popular (p. 46).
Si por la impureza de sus ideales prístinos, la democracia, pero tampoco ningún otro orden político,
puede ser un concierto rebosante de autogobierno, libertad e igualdad, su defensa radica en
comprenderla bajo “una concepción más débil de autogobierno”; “una segunda mejor opción”, si bien
limitada por el hecho de que algunos ciudadanos (portadores de intereses heterogéneos) deberán vivir
parte del tiempo bajo leyes que no son de su agrado, valiosa e insuperable por ser el sistema de toma
de decisiones colectivas que mejor refleja las preferencias individuales y deja a una gran cantidad de
personas lo más libres que sea posible (pp. 74-75).
Desmitificarlos ideales que la alumbraron, es solo la primera parte de la defensa de la democracia que
Przeworski realiza. La calidad de ella, añade el politólogo polaco, radica también en racionalizar cuatro
límites inherentes al gobierno democrático, descritos enseguida:
Esto es simplemente un hecho de la vida” (p. 53). Ninguno de estos desencantos, empero, son
suficientes para desconocer que el progreso es real: “creo que lo que ha ocurrido en los últimos
doscientos años es que hemos hecho ese ideal más coherente y honesto” (p. 25).
“Hay diferentes maneras de pensar sobre la calidad de la democracia” (p. 28). La de Przeworski, vimos
hasta aquí, persigue una estrategia disuasoria de expectativas irracionales y eventuales desengaños
que nublen las reformas factibles.
Rica en matices, incorporando en ella las disyuntivas que caracterizan a la democracia, su definición
racionaliza sueños y límites del autogobierno: “la democracia no es sino un marco dentro del cual un
grupo de personas más o menos iguales, más o menos eficientes y más o menos libres puede luchar en
forma pacífica por mejorar el mundo de acuerdo con sus diferentes visiones, valores e intereses” (p.
53).