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Arte y Biblia Francis Schaeffer

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Francis A.

Schaeffer

ARTE Y BIBLIA
“Dos ensayos sobre la perspectiva del arte”

Digitalizado por Edison Ovalle L.

1
ÍNDICE

1. ARTE EN LA BIBLIA

PÓRTICO .....................................................................................................5
I. El señorío de Cristo ..................................................................................6
II. No te harás imagen ................................................................................ 10
III. El templo .............................................................................................. 16
IV. Arte con fines seculares ..................................................................... 21
V. El uso que Jesús hizo del arte .............................................................. 23
VI. La poesía ............................................................................................... 25
VII. La música .............................................................................................. 30
VIII. El drama y la danza ............................................................................. 33
IX. El arte y el cielo ................................................................................... 36

2. ALGUNAS PERSPECTIVAS SOBRE ARTE

PÓRTICO .................................................................................................. 39
I. La obra de arte como obra de arte ...................................................... 40
II. Las formas artísticas dan relieve a la cosmovisión del artista ......... 45
III. Lo artístico y lo sagrado ..................................................................... 48
IV. Las modernas formas del arte y el mensaje cristiano .................... 59

2
«Grupo de 3 hombres», escultura de bronce de Alberto Giacometti.

«El sentimiento de las relaciones espaciales entre los seres humanos», hecho real por medio del
fenómeno de las distancias, condujo a Giacometti, entre 1948 y 1950, a realizar figuras estáticas
o en movimiento pero siempre incomunicadas. En sus obras, la gente pasa sin conocerse»
extraños unos para otros, acostumbrado cada uno a su propia soledad, encarcelado en su
propia situación. Pero todavía más que la colocación de las figuras, determinada aunque no
calculada, es su naturaleza lo que les impide encontrarse nunca. » — Raoul-Jean Moulin,
Giacometti: Sculptures (New York: Tudor Publishing Company, 1964).

«Alberto Giacometti (Stampa, 1901; Coira, 1966) llegó a la escultura después de cultivar el
dibujo y la pintura. Si la pugna entre realidad y surrealismo, formas y espacios, ha fraguado la
personalidad del maestro, son las búsquedas de nuevos medios de expresión y calidades las que
han sido las sugestiones estimulantes de su arte, que lo llevarán a cristalizar en la verticalidad de
sus despojadas, delgadísimas figuras —al límite de todas posibilidades— su íntima y angustiosa
soledad. Culmina el mensaje de arte que ha legado Giacometti... donde el espacio no está
definido, pero se presiente en las figuras, estructuradas con imprecisos coágulos de materia y
de oquedades, que, a pesar de la libertad del espacio, siguen llevando el tormento de su
incomunicabilidad.» — Marianna Minola de Galloti, Alberto Giacometti en Lugano, artículo en «La
Vanguardias», Barcelona 30-8-73.

3
1. ARTE EN LA BIBLIA

4
PÓRTICO

¿Qué lugar debe ocupar el arte en la vida cristiana? ¿Hemos de considerar el arte —
especialmente las bellas artes como la pintura y la música— simplemente como una manera de
introducir la mundanalidad por la puerta trasera? Sabemos que la poesía, por ejemplo, puede
ser usada para alabar a Dios; esto es evidente en los Salmos y acaso también en los himnos,
incluso en los modernos. Pero ¿qué diremos cuando se trata del arte escultórico o dramático?
¿Tienen esta clase de artes algún lugar en la vida cristiana? ¿No debería más bien el creyente
concentrar su mirada en las cosas religiosas» solamente, olvidando completamente todo lo que
tiene que ver con el arte y la cultura en general?

5
I. El señorío de Cristo

En tanto que cristianos evangélicos, ha habido en nosotros en los últimos


tiempos la tendencia de relegar el arte a las zonas marginales de la vida. Hemos
creído que el resto de nuestra existencia es más importante. Y, a pesar de que
constantemente hablamos del señorío de Cristo, hemos ido confinando su
alcance a un área muy pequeña de la realidad. Hemos entendido mal el concepto
del señorío de Cristo sobre la totalidad del hombre y la totalidad del universo;
como resultado, no hemos hecho nuestras las riquezas que la Biblia tiene que
ofrecernos para las esferas en donde se desenvuelve nuestra vida y para nuestra
cultura.
El señorío de Cristo sobre la totalidad de la vida humana significa que no hay tal
cosa como áreas platónicas de la existencia en el concepto cristiano; ninguna
dicotomía, ni jerarquía, entre el cuerpo y el alma. Dios es quien hizo el cuerpo,
tanto como el alma y la redención es para la totalidad de la persona humana. Se
ha criticado a los evangélicos, con razón, porque demasiado a menudo se hallan
tan tremendamente interesados en ver almas salvadas y listas para ir al cielo que
se han olvidado de prestar atención, han descuidado, al hombre total.
La Biblia, sin embargo, nos presenta muy claramente cuatro realidades:
1) Dios creó a la totalidad del hombre, al ser humano completo en
todas sus partes.
2) Cristo redime a la totalidad del hombre, al ser humano completo, y
no sólo alguna de sus partes.
3) Cristo es el Señor ahora sobre la totalidad del hombre y también
sobre la totalidad de la vida
4) Cuando Cristo vuelva, en el futuro, en su segunda venida, el cuerpo
también resucitará de entre los muertos y la totalidad del ser humano
tendrá entonces una redención total.
6
Es sobre la base de estos principios revelados por Dios mismo en su Palabra que
hemos de comprender el lugar del arte en la vida cristiana. Por consiguiente,
consideremos más detenidamente lo que significa ser totalmente humano; lo que
representa vivir como hombre total la totalidad de vida que se halla bajo la
soberanía de Cristo.
El concepto del hombre total y del señorío del ser humano sobre la creación
aparece muy pronto en las páginas de la Escritura. En Génesis 1:26-27 leemos:
«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias,
en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra, Y creó Dios al
hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.»
Desde el principio, pues, al hombre y a la mujer —al ser creados a imagen de
Dios (¡los dos!)— se les dio dominio (señorío) sobre la totalidad de la tierra
creada. Eran los únicos seres que llevaban la imagen divina y, como portadores
de la misma, debían asumir la responsabilidad de cuidar el jardín, guardarlo y
preservarlo delante del Señor. Desde luego, ese dominio fue estropeado por la
caída en un tiempo determinado de la historia, por lo que llamo a la caída un
evento histórico que tuvo lugar en las dimensiones del espacio y del tiempo. De
ahí que no sea ya posible mantener dicho dominio de una manera perfecta.
Sin embargo, cuando un hombre se sitúa debajo de la sangre de Cristo y se acoge
a ella para salvación, toda su capacidad como hombre es remodelada. Su alma es
salva, sí, pero también lo son su mente y su cuerpo. En tanto que cristianos,
debemos estar bajo el señorío de Cristo día tras día, puestos los ojos en él de
manera continuada, porque Cristo quiere producir fruto a través de nosotros. La
verdadera espiritualidad estriba en el señorío de Cristo sobre el hombre total.
Ha habido épocas en el pasado en que los cristianos comprendieron esto mucho
mejor que nosotros en las últimas décadas. Hace algunos años, cuando comencé
a trabajar en una epistemología cristiana y en un concepto cristiano de cultura,
mucha gente consideró sospechoso lo que yo estaba haciendo. Creyeron que
porque estaba interesado en encontrar respuestas para mi intelecto —respuestas
intelectuales— yo no debía ser bíblico. Mas esta actitud representa un
empobrecimiento real. No acierta a comprender que si el cristianismo es la
verdad realmente, entonces debe abarcar la totalidad de la vida humana,

7
incluyendo su intelecto y su creatividad. El cristianismo no es solamente
«dogmáticamente» verdadero o «doctrinalmente» cierto. Más bien es verdadero,
es cierto, para la totalidad de lo que es real, auténtico, lo que está ahí; el
cristianismo es verdad en toda el área donde se desenvuelve la totalidad de la
existencia de todo el hombre.
Los antiguos tenían miedo de ir a los extremos conocidos de la tierra, por creer
que si traspasaban los límites serían devorados por un dragón. Mas una vez
comprendemos que el cristianismo es verdad y que en él tenemos la explicación
de lo que está ahí, de la realidad, del entorno último —el Dios infinito y personal
que verdaderamente está ahí— entonces nuestras mentes son liberadas. Podemos
plantearnos cualquier cuestión y podemos estar seguros de que nunca
traspasaremos los límites ni caeremos en el abismo detrás de ellos en donde
espera el dragón. Nada es ajeno a la soberanía de Dios; Cristo es Señor. Por
consiguiente, toda actitud que ponga márgenes a dicho señorío empobrece al
cristiano y limita a Dios. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por la soberanía
divina en todas las esferas de la existencia, nuestro cristianismo será fortalecido y
adquirirá una madurez que a menudo, no parece tener en nuestra época.
Pero queda todavía otro aspecto del señorío de Cristo que incluye toda la cultura:
comporta el área de la creatividad. De nuevo, tengo que decir que en los últimos
tiempos los cristianos evangélicos (que blasonamos de bíblicos) no hemos sido
muy bíblicos en este punto, en donde hemos manifestado debilidad. Todo lo que
hemos sabido producir no va más allá de un arte escolar, muy romántico, para la
Escuela Dominical. No parecemos comprender que las artes también deben estar
sujetas al señorío de Cristo.
Suelo citar frecuentemente unas palabras de Francis Bacon, uno de los primeros
científicos modernos, quien creía en la uniformidad de las causas naturales en un
sistema abierto a la providencia, y quien, juntamente con otros hombres como
Copérnico y Galileo, creía que, dado que el mundo había sido creado por un
Dios razonable, ellos, los científicos, podían proseguir estudiando la verdad del
universo mediante la razón, Habrá cosas, desde luego, en las que no estoy de
acuerdo con Francis Bacon, mas una de las afirmaciones suyas que me gusta citar
es la siguiente :

8
«Por la caída, el hombre cayó al mismo tiempo de su estado de inocencia y
del dominio que le fue dado sobre la naturaleza. Ambas pérdidas, sin
embargo, pueden incluso en esta vida ser reparadas en parte; la primera
mediante la religión y la fe, la segunda mediante las artes y las ciencias.»
¡Cómo hubiese deseado que en los últimos cincuenta años los cristianos
evangélicos de Gran Bretaña y Estados Unidos, y de todo el mundo, hubieran
tenido esta visión de Bacon!

Las artes y las ciencias tienen un lugar en la vida cristiana: no son periféricas. Para
un cristiano, redimido por la obra de Cristo y viviendo de acuerdo con las
normas de la Escritura, bajo la dirección del Espíritu Santo, y el señorío de
Cristo, para un cristiano esta soberanía del Señor debería incluir un cierto interés
en las artes. El cristiano debiera usar estas artes para la gloria de Dios, no
simplemente como folletos, no solamente como algo práctico y utilitario en un
momento dado, sino como cosas bellas que por su misma belleza glorifican a
Dios. Una obra de arte puede ser una doxología por ella misma.
No obstante, aunque el concepto de la soberanía de Cristo sobre todo el mundo
parece que implica la esfera artística también, muchos cristianos responderán que
a pesar de todo la Biblia tiene muy poco que decir sobre las artes. Más
concretamente, algunos dirán que los judíos no sintieron nunca interés por el arte
debido a lo que la Escritura enseña en los Diez Mandamientos. Pero esto es
precisamente lo que no podemos decir si leemos la Biblia con cuidado. Al haber
un cierto número de creyentes que sostienen dicha posición, es menester que
consideremos y examinemos su punto de vista con cierto detalle para ver qué es
lo que la Biblia enseña realmente.

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II. No te harás imagen

Los que piensan que el arte se halla prohibido en las Sagradas Escrituras señalan,
en primer lugar, el texto que encontramos en Éxodo 20:4-5:
«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni
abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.»
«No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios,
fuerte, celoso.»
¿No está claro? Se afirma explícitamente que le está prohibido al hombre el hacer
ninguna semejanza de cualquier cosa que sea, no sólo de Dios, sino de cualquier
cosa que se encuentre en el cielo o en la tierra. ¿No está suficientemente claro?
Este texto no deja sitio para el arte en la vida del creyente.
Mas, antes de aceptar estas conclusiones, dirigiremos nuestra atención a otro
pasaje de la Escritura que nos ayudará a comprender lo que realmente significa el
mandamiento dado en Éxodo y su verdadero alcance:
«No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni
pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo
soy Jehová vuestro Dios. Guardad mis días de reposo y tened en
reverencia mi santuario. Yo Jehová» (Levítico 26:1).

Este pasaje nos enseña claramente que la Escritura no prohíbe el hacer arte
representando cosas o personas, sino más bien la adoración de estas cosas o
personas. Solamente Dios debe ser adorado.

Así, el mandamiento que prohíbe la fabricación de imágenes, esculturas, o


cualquier otra representación artística con fines culticos, no va dirigido en contra
del arte, sino en contra de adorar cualquier cosa que no sea el Creador y,
específicamente, en contra de adorar el arte mismo. Adorar el arte, elevarlo a la
categoría de ídolo, es incorrecto, pero crear arte no lo es.

10
El arte en el Tabernáculo

Uno de los más importantes principios en la interpretación de la Biblia es el


reconocimiento de que la Escritura no se contradice. Por ello es tan perentorio
observar que en el mismo Monte Sinaí Dios entregó simultáneamente los Diez
Mandamientos y ordenó a Moisés que diseñara un Tabernáculo de tal manera que
incluyera en él casi todas las formas del arte representativo que los hombres
conocen. Examinemos esto con más detalle.
Mientras Moisés se encontraba en el Sinaí, Dios le dio instrucciones concretas
relativas a la manera como debía ser construido el Tabernáculo, Mandó a Moisés
recoger oro y plata, telas costosas, lanas, joyas, etc:
«Jehová habló a Moisés, diciendo:
Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la
diere de su voluntad, de corazón, tomarás mi ofrenda.

Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, púrpura,


carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles
de tejones, madera de acacia, aceite para el alumbrado, especias para el
aceite de la unción y para el incienso aromático, piedras de ónice y piedras
de engaste, para el efod y para el pectoral.

Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.


Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el
diseño de todos sus utensilios, así lo haréis» (Éxodo 25:1-9).
¿De dónde tenían que sacar el modelo? Dios mismo lo facilitó. Esto se reafirma
nuevamente en unos versículos que siguen poco después del texto citado:
«Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte»
(Éxodo 25:40).
Fue Dios mismo quien mostró a Moisés el modelo del Tabernáculo. En otras
palabras: Dios era el arquitecto, no el hombre. Una y otra vez, a lo largo del
relato que nos cuenta cómo fue construido el Tabernáculo, aparece esta frase:

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«Así lo haréis: conforme al modelo»; «Hazlo conforme al diseño...». Dios enseñó
a Moisés cómo debía construir el Tabernáculo en todos sus detalles. Se trataba de
mandamientos también en este caso, mandamientos que venían de Dios, del
Señor mismo que promulgó los Diez Mandamientos.
¿Qué detalles, qué instrucciones dejó Dios a Moisés? Muchas, desde luego. Pero
nosotros vamos a detenernos en las que más directamente se relacionan con las
artes en el Tabernáculo, el lugar mismo de adoración. Veamos:

a. Los dos querubines de oro.


En primer lugar, hallamos esta afirmación sobre el papel que el arte va a
desempeñar en el Lugar Santísimo:
«Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los
dos extremos del propiciatorio- Harás, pues, un querubín en un extremo, y
un querubín en el otro extremo; de una pieza con el propiciatorio harás los
que-rubines en sus dos extremos. Y los querubines extenderán por encima
las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno enfrente
del otro, mirando al propiciatorio los rostros de los querubines- Y pondrás
el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo
te daré.
Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de
entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo
que yo te mandare para los hijos de Israel» (Éxodo 25:18-22),
¿Qué son los querubines? Por querubines se entiende una parte de las huestes
angélicas. ¿Qué es lo que manda Dios a Moisés en este lugar? Simplemente, que
es menester construir una obra de arte que sirva para adorno del Lugar
Santísimo. ¿Y qué clase de arte es el que se menciona? Arte representativo. Una
representación estatuaria de ángeles que debía ser colocada en aquel sitio sagrado,
el más sagrado del Santuario israelita: el lugar en donde, sólo una vez al año, un
solo hombre —el Sumo Sacerdote— podía entrar. Y todo ello como
mandamiento expreso de Dios. Fue Dios mismo quien lo ordenó. Alguien dirá:

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«Bien, pero todo esto es muy especial, muy excepcional, ya que se trata de
ángeles que hay que hacer. Es un tema religioso, no equivale a la ordinaria
representación artística de cosas terrenas.»

Es cierto. Pero justo a la salida del Lugar Santísimo topamos con un candelero de
oro.

b. El candelero de oro.

Tenemos aquí un trabajo artístico que tiene que ver con cosas terrenas:
«Harás además un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el
candelero; su pie, su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores serán de lo
mismo, Y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero a un
lado, y tres brazos al otro lado. Tres copas en forma de flor de almendro
en un brazo, una manzana y una flor; así en los seis brazos que salen del
candelero, y en la caña central del candelero cuatro copas en forma de flor
de almendro, sus manzanas y sus flores. Habrá una manzana debajo de dos
brazos del mismo, otra manzana debajo de otros dos brazos del mismo, y
otra manzana debajo de los otros dos brazos del mismo, así para los seis
brazos que salen del candelero. Sus manzanas y sus brazos serán de una
misma pieza, todo ello una pieza labrada a martillo, de oro puro, Y le harás
siete lamparillas, las cuales encenderás para que alumbren hacia adelante.
También sus despabiladeras y sus platillos, de oro puro. De un talento de
oro fino lo harás, con todos estos utensilios- Mira y hazlos conforme al
modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Éxodo 25:31-40).
He ahí otra obra de arte: un candelero. ¿Y cómo hay que decorarlo? No con
representación de ángeles, sino con representaciones tomadas de la naturaleza:
flores, manzanas, cosas de la belleza natural. Y habrá que colocarlas en el
Santuario, por orden expresa de Dios, en medio mismo del lugar de adoración.

c. Las vestiduras de los sacerdotes.


También en el libro de Éxodo, más adelante, encontramos la descripción de los
vestidos de los sacerdotes del antiguo pacto:
«... Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y
entre ellas campanillas de oro alrededor- Una campanilla de oro y una

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granada, otra campanilla de oro y otra granada, en toda la orla del manto
alrededor, Y estará sobre Aarón cuando ministre; y se oirá su sonido
cuando él entre en el santuario delante de Jehová y cuando salga, para que
no muera. Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como
grabadura de sello: SANTIDAD A JEHOVA. Y la pondrás con un cordón
de azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará… Y
bordarás una túnica de lino, y harás una mitra de lino; harás también un
cinto de obra de recamados Y para los hijos de Aarón harás túnicas;
también les harás cintos, y les harás tiaras para honra y hermosura» (Éxodo
28:33-40).
De modo que cuando el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo tenía que
tomar consigo unas vestiduras que llevaban adornos tomados de
representaciones naturales, de la belleza de la naturaleza, y dichas
representaciones entraban con él en la misma presencia de Dios, sin que ello le
molestara al Señor, antes al contrario: él mismo lo había mandado. Ciertamente,
en todo ello hemos de ver lo contrario de un mandamiento en contra de las obras
de arte. Constituye la antítesis de dicha eventual prohibición. Más bien
deducimos que Dios se agrada de estas representaciones artísticas.
Pero hemos de observar todavía algo más en estos textos. En la naturaleza, las
granadas son de color encarnado, pero las que aquí se citan y ordenan tienen que
ser de color azul, púrpura y carmesí. Púrpura y carmesí podrían interpretarse como
cambios naturales en el proceso de maduración de la granada. Pero no el color
azul. La implicación obvia es que tenemos libertad para hacer algo que puede
inspirarse en la naturaleza pero que puede ser distinto de ella, y que a pesar de
esta diferencia, cuando la obra de arte ha llegado a su término de realización, no
obstante, puede ser llevada hasta la presencia misma de Dios. En otras palabras,
el arte no tiene que ser necesariamente «fotográfico» ¡en el sentido pobre, vulgar,
que entendemos lo «fotográfico»! Nada tiene que ver nuestra expresión con la
fotografía como obra de arte también. Lo que queremos decir es que el artista
puede dar rienda suelta a su imaginación y fantasía y es aceptable delante de Dios.

Resulta tentador leer a veces la Biblia como un «libro santo» que ofreciera los
relatos históricos como si se tratara de narraciones que nada tienen que ver con la
realidad de este mundo a ras de suelo. Pero debemos comprender que cuando

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Dios mandó que fueran hechas estas obras de arte, tuvo que haber algún artista
para llevarlas a cabo. Y fueron realizadas aquí, en este mundo.
El fenómeno artístico implica dos cosas: la creación, por un lado, y los detalles
técnicos, por el otro. El arte es creador, sí; mas el arte conlleva igualmente una
técnica del cómo hay que hacer cada trabajo artístico. En Éxodo 37:7, el «libro
santo» desciende a los pormenores y nos cuenta algo de estos detalles técnicos:
«Hizo también los dos querubines de oro —explica la Biblia—, labrados a
martillo, en los dos extremos del propiciatorio.» El querubín del arca no apareció
repentinamente, como caído del cielo. Alguien tuvo que «ensuciarse las manos»
para darle forma, alguien tuvo que solucionar los problemas técnicos de su
realización. Exactamente como hoy los artistas tienen que resolver sus problemas
de toda índole.

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III. El templo

El templo, al igual que el Tabernáculo, no fue planeado por hombres. Una vez
más, la Escritura insiste en el hecho de que la idea, y todos sus detalles, vino de
Dios mismo, David —nos explica el cronista— dio a Salomón su hijo «el modelo
(el plano) del pórtico del templo y sus casas,.- Todas estas cosas, dijo David, me
fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del
diseño» (1,° Crónicas 28:11, 19), La experiencia que vivió David en todo lo
relativo al templo y su construcción no fue nada ambigua; tuvo que ver con
realidades terrenas y medios terrenos, con cosas de este mundo a ras de suelo,
aunque fuera para glorificar al Señor a través de todo ello. Parte de la experiencia
de David estribó en recibir una revelación preposicional, concreta, acerca de la
manera cómo el templo tenía que ser construido. Si David sabía exactamente
cómo había que levantar el templo a Jehová en Jerusalén, fue porque Dios mismo
se lo había dicho. De hecho, David afirmó que él sabía cómo construir el templo
porque el Señor se lo hizo comprender mediante su propio escrito («me fueron
trazadas por la mano de Jehová»), No sabemos concretamente por qué medios
este escrito —esta revelación proposicional— llegó hasta David; ignoramos de
qué se sirvió Dios pero se nos informa claramente de una cosa: David, por
inspiración de Dios, tuvo este escrito que le dio el plano del templo.
¿Qué cosas debían llenar el templo? Entre otras muchas, las obras de arte debían
ocupar un lugar prominente en el templo de Dios:
«Cubrió también la casa (de Dios) de piedras preciosas para ornamento; y
el oro era oro de Parvaim. Así que cubrió la casa, sus vigas, sus umbrales,
sus paredes y sus puertas con oro; y esculpió querubines en las paredes»
(2.a Crónicas 3:6-7).
Observemos bien lo que dice el texto: el templo debía ser adornado con piedras
preciosas para ornamento, es decir: como decoración, para embellecimiento de la casa
de Dios. No eran razones de índole práctica las que motivaron esta orden divina;

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nada pragmático inducía a cubrir el templo de piedras preciosas- No había
propósitos utilitarios en ello. Dios, simplemente, quería belleza en el templo.
Dios se interesa por la belleza y, por consiguiente, quiso que el lugar donde su
nombre era invocado y adorado fuera un lugar embellecido, un sitio hermoso.
Venid conmigo a los Alpes y contemplad allí las montañas cubiertas de nieve. No
hay duda: Dios, el Creador, se halla profundamente interesado en la belleza. Dios
hizo a las personas para que fueran bellas. Y la belleza tiene un lugar en la
adoración al Señor.

La gente joven, a veces, señala la fealdad de algunos edificios, o locales, que


albergan iglesias evangélicas. Por desgracia, a menudo, están en lo cierto. Parece
como si, profundamente arraigada en nuestro corazón, hubiera una impotencia
para comprender que la belleza puede, y debe, ser utilizada para alabanza de
Dios. Pero aquí en el templo que construyó Salomón, bajo la dirección del Señor
mismo y siguiendo estrictamente todas las indicaciones divinas, a la hermosura se
le concedió un importante lugar. Para algunos creyentes carece de importancia el
que la casa de Dios sea bonita, esté decorada o sea una simple sala casi
desmantelada y sin belleza alguna. Para Dios, por el contrario, el lugar donde se le
rinde culto debe ser un lugar hermoso; aunque sencillo, si así lo ordenan las
circunstancias, pero hermoso y dignamente bello.
El autor de las Crónicas prosigue en el v. 7 del texto que estamos comentando:
«Cubrió la casa, sus vigas, sus umbrales y sus paredes y sus puertas con oro; y
esculpió querubines en las paredes» (2 Crónicas 3:7). Más arriba consideramos los
querubines en el Lugar Santísimo; eran obras escultóricas. Aquí se trata de
relieves; lo que suele llamarse bajorrelieves. Allí dondequiera que el adorador
dirigiese su mirada, allí encontraba bajorrelieves. Junto a los bajorrelieves había
también escultura: «Y dentro del Lugar Santísimo hizo dos querubines de
madera, los cuales fueron cubiertos de oro... Hizo también el velo de azul,
púrpura, carmesí y lino, e hizo realzar querubines en él» (2 Crónicas 3:10, 14).

En los versículos 16 y 17 leemos:


«Hizo asimismo cadenas en el santuario, y las puso sobre los capiteles de las columnas;
e hizo cien granadas, las cuales puso en las cadenas.

17
Y colocó las columnas delante del templo, una a la mano derecha y otra a la izquierda;
y a la de la mano derecha llamó Joaquín, y a la de la izquierda, Boaz.»
He ahí dos columnas gratuitas, superfluas. No sostenían ningún peso arquitectónico y
no tenían ningún significado utilitario para la ingeniería. Estaban allí solamente porque
Dios lo había dicho; y lo había dicho simplemente para que adornaran su casa de
oración, para que la embellecieran. Y sobre los capiteles de las columnas hizo
colocar granadas, sostenidas por las cadenas. Obra de arte sobre obra de arte;
decoración sobre decoración; adorno sobre adorno; belleza sobre belleza. Si
comprendemos cabalmente lo que se lee en estos textos, si captamos su
profundo significado, nos quitará el aliento. Porque se trata de algo
abrumadoramente bello.
En 2° Crónicas 4 se nos informa cómo Salomón construyó un enorme altar de
bronce y asimismo «un mar de fundición» (una piscina o estanque de metal a
modo de lago), de diez codos de borde, enteramente redondo y de cinco codos
de alto; un cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había
en todo el contorno unas como figuras de bueyes, diez por cada codo, colocadas
en dos órdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres
mirando al norte, tres mirando hacia el oeste, tres mirando al sur y tres mirando
al este. Ei «mar de fundición», o de metal, estaba sobre ellos, quedando sus partes
traseras hacia el interior; su espesor era como de un palmo, y su borde como el
borde del cáliz de la flor de lirio. Cabían en él tres mil medidas. El codo antiguo
tenía 45 cms., y el de Ezequiel (c/, Ezequiel 40:5) tenía 52,5 cms. El palmo era la
mitad del codo; el antiguo tenía 22,5 centímetros, y el de Ezequiel la mitad de
52,5 cms. De nuevo, pues, se nos ofrece un proyecto artístico para el templo.
Si agrupamos todo el complejo artístico que Dios mandó colocar en el templo, el
balance será el siguiente: ángeles representados por los bajorrelieves en forma de
querubines, la naturaleza inanimada representada por las flores y las granadas, y la
naturaleza animada en forma de bueyes. Tenemos, pues, que temas no religiosos
son empleados en este arte realizado para ocupar un lugar central en el corazón
mismo del templo donde se adorará al Dios vivo. Así, lo que representa la
creación es traído al centro mismo del ámbito que sirve para la adoración.

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Hasta cierto punto, podría decirse que los bueyes (2 Crónicas 4:4) eran
funcionales, ya que sostenían el «mar de metal», Pero, decidme, ¿qué función
desempeñaba lo que se nos describe en el v. 5?

«Y tenía de grueso un palmo menor, y el borde tenía la forma de un cáliz o


de una flor de lis,»
El «mar de metal» no tenía que ser algo liso, puramente funcional, sino que debía
ser adornado con bordes en forma de flores de lis. Simplemente, porque tenía
que ser algo bonito.
En 1° Reyes 7:29 se nos suministra un detalle adicional al darnos la descripción
de los paneles (que nuestra versión Reina-Valera traduce: «tableros») que había en
las diez basas de bronce en el templo:
«Y sobre aquellos paneles que estaban entre las molduras había figuras de
leones, de bueyes y de querubines; y sobre las molduras de la basa, así
encima como debajo de los leones y de los bueyes, había unas añadiduras
de bajorrelieve.»
Dios está diciendo: «Quiero tener leones en mi casa, figuras de animales de mi
creación, bueyes y leones; y, también, querubines, seres angélicos,» ¿Por qué? No
por motivos pragmáticos, no por necesidades funcionales, simplemente por amor
a la belleza.
Podríamos, desde luego, continuar nuestra reseña y multiplicaríamos las citas y
las referencias bíblicas sobre el arte en relación con el templo. Por ejemplo, en 1°
Reyes 6:29 se lee:
«Hizo también en el Lugar Santísimo dos querubines de madera de olivo,
cada uno de diez codos de altura (entre 4,5 y 5 metros). Y cubrió de oro
los querubines… Y esculpió todas las paredes de la casa alrededor de
diversas figuras, de querubines, de palmeras y de capullos abiertos de
flores, por dentro y por fuera.»
Quiero llamar vuestra atención sobre el hecho de que esculpió todo en torno de
los muros del templo con grabados de escultura de ángeles (querubines),
palmeras, flores, etc.: «Y esculpió todas las paredes de la casa alrededor...» Esto significa
que no dejó ni un solo muro sin decorar. Mas en este texto se pone énfasis

19
igualmente en algo importante que no hemos considerado hasta este momento:
aquí los querubines, las palmeras y las flores son colocados todos juntos. En
otras palabras, tenemos arte representativo de las dos realidades: el mundo
invisible (los ángeles) y el visible (las palmeras y las flores). Ambas realidades
quedan así unidas para ilustrar la gran verdad de su existencia auténtica. No creo
que el vocablo «querubines» sea una figura de lenguaje; al contrario: el énfasis del
texto es darnos la enseñanza de que los querubines tienen forma y son reales. De
hecho, yo miro al futuro y espero poder verlos algún día. Y, sin embargo, ahora
podemos preguntarnos: « ¿Cómo es posible elaborar una representación de algo
perteneciente al mundo invisible?»
La respuesta es simple: resulta fácil si es Dios mismo quien nos dice cómo
debemos hacerlo y nos suministra los datos. La realización de los querubines es
algo parecido a la revelación verbal, en proposiciones concretas, que Dios hace
de sí mismo en la escritura. Ezequiel, por ejemplo, vio querubines un par de
veces (Ezequiel 1:4-25; 3:12-13), No hay nada problemático, en absoluto. Nada
de enigmas si Dios muestra cómo son estos seres al menos de alguna manera que
nos permita su representación artística.
Hemos visto cómo en relación con el Tabernáculo de Dios —el templo— Dios
llamó a los artistas y cómo les instó a que solucionaran ciertos problemas
técnicos inherentes a su labor. Tanto en el Tabernáculo como en el templo luego,
Dios dio instrucciones sobre el lugar que el arte debía desempeñar en su
santuario:
«Los fundió el rey en los llanos del Jordán, en tierra arcillosa, entre Sucot y
Seredata. Y Salomón hizo todos estos enseres en número tan grande, que
no pudo saberse el peso del bronce. Así hizo Salomón todos los utensilios
para la casa de Dios y el altar, y las mesas...; asimismo los candeleros..., las
flores, lamparillas...» (2° Crónicas 4:17-22),
Así como Miguel Ángel trabajó con sus manos el mármol de las grandes canteras
italianas, así el artista hebreo trabajó el bronce en un lugar geográfico particular
entre Sucot y Seredata, un lugar adecuado en donde había abundancia de arcilla
para hacer buenas formas para sus modelos. Estos artistas hebreos no eran
diferentes de los hombres de hoy; ambos viven en el mismo mundo y tienen que
tratar cuestiones técnicas que se les plantean al realizar sus varias obras de arte.

20
IV. Arte con fines seculares

Hasta aquí nos hemos ocupado del arte empleado, específicamente, para adornar
los lugares en donde Dios recibía la adoración; arte que tanto podía tener como
tema los ángeles como la naturaleza-Todo este arte era considerado un don de
Dios, además de tener su origen en el mandamiento de Dios; pero de ello no se
sigue que tan sólo los temas religiosos sean dignos del arte. Al contrario, el
empleo de figuras relativas al mundo visible, natural, como son los animales,
enseña que para el arte no siempre es necesario que los temas sean religiosos. El
factor que constituye en cristiana una obra de arte no es que trate necesariamente
de un tema religioso,
En 1° Reyes 10 aprendemos algo también sobre el arte secular en días de
Salomón. Se nos describe el trono de Salomón. Algo impresionante:
«Hizo también el rey un gran trono de marfil, el cual cubrió de oro
purísimo. Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el
respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los
cuales estaban colocados dos leones.
Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y
de otro; en ningún otro reino se había hecho trono semejante» (1° Reyes
10:18-20).
Me intriga esta descripción; cada vez que la leo siento curiosidad y hago un
esfuerzo para imaginar lo que sería aquel gran trono de marfil. Me gustaría haber
podido ver esa magnífica obra de arte: «un gran trono de marfil, cubierto de oro
purísimo», guardado por dos leones, y luego, sobre las gradas, de un lado y de
otro, doce leones.
Los eruditos bíblicos se preguntan por qué los dos leones primero y después los
doce son mencionados por separado; algunos sugieren que acaso los dos leones
del trono eran animales vivos y los otros doce sobre las seis gradas formaban un

21
grupo escultórico. No podemos estar seguros sobre el particular; no podemos
afirmar sí era así o no, pero imaginad por un momento aquello: ¡Imaginad a
Salomón, sentado en medio de dos leones —que, si bien estarían encadenados
para mayor medida de seguridad, no dejarían de rugir al ver a personas extrañas,
o visitantes—, y allí la magnificencia del trono de marfil sería todavía más
deslumbrante y más espectacular! ¡Qué trono el de Salomón! ¡Y qué obra de arte,
de arte secular!

22
V. El uso que Jesús hizo del arte

Si alguien todavía se siente perplejo ante todo lo que acabamos de exponer en


relación con la Biblia y el arte representativo, debería considerar con suma
atención lo que las Escrituras dicen acerca de la serpiente de bronce que Moisés
levantó en el desierto. Recordaréis que, mientras los hijos de Israel iban
atravesando el desierto, se quejaron a Moisés sobre la falta de pan y de agua. El
texto sagrado relata que Dios, entonces, «envió entre el pueblo serpientes
ardientes que mordían y murió mucho pueblo de Israel» (Números 21:6). Los
israelitas acudieron rápidamente a Moisés, pero esta vez no para exponerle su
desánimo y su bajo tono espiritual, sino para confesar su pecado y rogar al
caudillo israelita que orara por ellos, que intercediera, ante Jehová para que se
vieran libres de las serpientes. Dios, entonces, contestó a la oración de Moisés;
«Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponía sobre una
asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá» (Números
21:8).
Moisés obedeció y se aprestó a construir esta serpiente con metales que tenía a
mano. Cuantos tomaron al pie de la letra la promesa divina y miraron a la
serpiente de bronce vivieron.
Lo interesante aquí —y queremos subrayarlo— es el hecho de que Jesús se sirvió
de este incidente y de esta obra de arte (pues así debemos considerarla por
rudimentaria que fuese su realización) como una ilustración de su próxima
muerte sobre la cruz: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:14-15),

«Y como Moisés levantó la serpiente…», es decir: tomada como modelo, al modo


de ilustración, aquella representación artística sirvió a Jesús para explicar el
significado central de su muerte expiatoria. Prestemos atención: ¿Qué empleó el
Señor para su ilustración? Una obra de arte.

23
Mas es posible, tal vez, que alguien objete: «Sí, claro, pero luego los judíos
tuvieron que romper aquella obra de arte en pedazos. El piadoso rey Ezequías
dio la orden, según lo tenemos narrado en 2° Reyes 18:4.»

¡Es verdad! Y todavía más: Dios se complació de aquel acto del rey Ezequías.
Pero no es ésta la cuestión: Mas bien hemos de preguntarnos: ¿Por qué rompió
Ezequías la serpiente de bronce? La respuesta la encontramos en el mismo texto
sagrado:

«... e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque
hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó
Nehustán ("cosa de bronce").»
¿La destruyó Ezequías porque era una obra de arte?
Desde luego que no; Dios mismo, en última instancia, era el responsable de su
existencia, pues él mismo había dado las órdenes a Moisés para que fuera
construida.
Ezequías hizo pedazos la serpiente —aquella representación artística— porque
los hombres la habían convertido en un ídolo. Lo que resulta malo en cualquier
representación artística no es su existencia, en tanto que obra de arte, sino el mal
uso que pueda darse a la misma.

24
VI. La poesía

Hasta aquí nos hemos ocupado de las artes suntuarias, el arte representativo, pero
la Biblia se ocupa también de otras formas de arte igualmente. El más obvio es el
arte de la poesía, de la que están tan repletas las páginas de la Escritura. Cuando
pensamos en la poesía bíblica, inmediatamente nuestros pensamientos van
dirigidos a los Salmos. Pero hay poesía en otras porciones bíblicas; y no sólo esto,
los judíos aprendieron a usar la poesía incluso para fines profanos luego que la
pauta les había sido dictada por la misma Escritura, En la Biblia encontramos
temas seculares expresados de modo poético. Por ejemplo, 2° Samuel 1:19-27
resulta ser una oda secular, un poema escrito por David para alabar a Saúl y
Jonatán como héroes nacionales.
Más adelante, en 2° Samuel se nos dice que David escribió sus Salmos bajo la
inspiración y la dirección del Espíritu Santo:

«Dijo David hijo de Isaí,


Dijo aquel varón que fue levantado en alto,
El ungido del Dios de Jacob,
El dulce cantor de Israel:
El Espíritu de Jehová ha hablado por mí,
Y su palabra ha estado en mi lengua»
(2° Samuel 23:1-2)
En Hechos 2:25 31 hallamos la confirmación de que David era profeta. Así,
podemos parafrasear las palabras de David de esta manera:

«Sí, yo fui poeta, pero más que esto: yo era, sobre todo, un profeta del
Dios viviente. Fui profeta; vocero de Dios, portavoz de la palabra divina.
¿Y cómo escribí? Bien, mi respuesta es clara y contundente: escribí bajo la

25
inspiración del Espíritu Santo. Dios dirigió mi tarea como escritor
sagrado.»
No podemos pensar que David escribió guiado por Dios solamente cuando
empleó la prosa, por cuanto su poesía fue igualmente inspirada. David era,
básicamente, un profeta tanto cuando escribía poesía como cuando se servía de la
prosa. ¿Quién, pues, se atreverá ahora a afirmar que Dios desprecia la poesía?
¿Cómo puede alguien sentir la más leve inclinación a proferir semejantes dislates,
de que Dios detesta el arte, si la poesía es arte y si Dios se sirvió de ella para
comunicarnos su mensaje inspirado?

Es interesante observar que en la versión griega de las Escrituras del Antiguo


Testamento, llamada la Septuaginta o Versión de los Setenta, que fue realizada en
el segundo o tercer siglo antes de Cristo, tenemos un salmo que no se encuentra
en nuestra Biblia. Se plantea una cuestión, desde luego: ¿es realmente un salmo
de David? En cualquier caso, lo parece. No es de extrañar; tampoco hemos de
pensar que todo lo que escribió David fuese inspirado, como lo es todo lo que ha
quedado registrado en la Biblia. Por consiguiente, incluso en el caso de que se
trate de un salmo de David, nos hallaríamos en presencia de una composición
suya netamente humana sin la inspiración bíblica de otros de sus escritos.
Ciertamente, no todo arte —ni siquiera el que realizaron hombres como David,
usados por Dios en ocasiones como portavoces de su Revelación— debe ser
considerado como Dios que habla cual musa por medio del artista. Más bien es
lo humano que hay en el hombre lo que resulta capaz de crear arte. El artista
como hombre no desaparece, no queda en la penumbra para dar paso a la musa y
dejarla sola hablando. Podemos considerar el siguiente salmo de la Septuaginta
como una composición poética de David en la que la única intención era escribir
poesía en tanto que poesía, hacer arte por amor al arte:
Yo era el más pequeño de entre mis hermanos, el más joven en la casa de mi padre.
Cuidaba las ovejas de mi padre. Con mis manos formé un instrumento musical y mis
dedos tocaron una salmodia.

¿Quién hablará al Señor?


El Señor mismo, él mismo oirá.
Él envía a sus ángeles

26
y me toma de entre las ovejas de mi padre.

Y me ungió con el aceite de su unción.

Mis hermanos eran altos y apuestos,

pero el Señor no se complació en ellos.

Yo salí al encuentro del filisteo,

quien me maldijo con sus ídolos.


Pero yo desenvainé su propia espada y le corté la cabeza y así libré del oprobio a los
hijos de Israel.
¿Verdad que este texto suena como cualquier otro de los salmos de David? David
mismo se presenta como un joven allí en las montañas paciendo sus rebaños.
Mas, ¿qué hace el futuro rey de Israel? Es un artista y crea arte. Toma un pedazo
de madera y se las arregla para convertirlo en un arpa: «con mis manos formé un
instrumento musical». Como nos informa la Biblia, David realizó sus
instrumentos con tal habilidad artesana que luego sirvieron para el uso en el
culto, en el Tabernáculo.
Pero David era además un músico, no sólo un artesano. De sus dedos se dice que
«tocaron una salmodia». Como el que hoy toca su violín; David construyó sus
instrumentos para usarlos, para arrancarles notas y para complacerse en la belleza
de las mismas. El escribir poesía, el hacer instrumentos de música, el tocar estos
instrumentos, todo ello tiene un propósito; suscitar la belleza, Pero este
propósito, en David, no se convierte en el último sino que sirve para otra
finalidad superior: alabar a Dios. Así, el arte con toda su belleza se transfigura en
un ejercicio espiritual destinado a glorificar al Señor.
Hay algo emocionante en todo ello. ¿Cómo puede el arte convertirse en una tarea
suficientemente significativa? Si se ofrece meramente a los hombres, entonces no
encuentran ningún punto suficiente de integración. Mas puede ser ofrecido a
Dios. David pregunta: « ¿Quién hablará al Señor?» Es decir: « ¿Quién le dirá al
Señor que yo he construido un hermoso instrumento musical? ¿Quién le contará
que entoné salmos con él? ¿Quién le explicará que yo mismo he escrito esta
poesía a la que luego pongo música?» Y David halla la respuesta a sus preguntas:
«El Señor mismo, él mismo oirá.» ¡Qué consuelo y qué inspiración! Nadie tiene
27
que ir a decírselo; Dios ya lo sabe, Dios ya ha escuchado, Dios ya ha apreciado lo
que ha hecho su siervo. Así, el hombre que realmente ama a Dios —que labora
bajo el señorío de Cristo— puede escribir su poesía o su prosa, componer su
música, construir sus instrumentos si tiene habilidad para ello, moldear sus
estatuas, pintar sus cuadros, incluso si no hay ningún otro ser humano que lo vea
o sepa apreciarlo. El artista cristiano sabe qué Dios está ahí y que le está
contemplando, a él y a su obra de arte.
De modo que si preguntaras a David: «David, ¿por qué cantabas? ¿Simplemente
para pasar el rato? ¿Para divertirte? Sólo las pequeñas ovejas podían escucharte.
¿Por quién, para quién cantabas?» A lo que David respondería: « En absoluto. Te
equivocas. Cuando yo canto, cuando yo escribo, el Dios de los cielos y de la tierra
me está escuchando: él oye mi canción y lee mis escritos, y esto —precisamente
esto— es lo que les da tan grande valora
El arte puede, pues, entrar en el templo, Pero hagamos una aclaración: no es
menester que, necesariamente, sea introducido en el templo para que se convierta
en algo para la alabanza de Dios.
Uno de los más sorprendentes poemas seculares en la Biblia es el Cantar de los
Cantares de Salomón. Muchos cristianos en el pasado han creído que este poema
representa el amor de Cristo por su Iglesia. El poema puede ser interpretado de
esta manera. Pero no debemos nunca reducirlo exclusivamente al relato de esta
relación de Dios con su pueblo. Si describe la comunión entre Cristo y la Iglesia
es porque toda relación adecuada entre el hombre y la mujer constituye una
ilustración de la relación que se da entre Cristo y su Iglesia. La realidad es que
Dios ha querido —y ha hecho— que el amor que un hombre siente por una
mujer y el que ésta siente por aquél fuera representativo del amor de Dios por su
pueblo: el amor del esposo por la esposa ilustra el amor de Cristo por su Iglesia.
Mas en el Cantar de los Cantares Dios suscita un poema que expresa con gran
fuerza el amor de un hombre por una mujer y no lo deja en simple composición
secular, puesto que lo incluye en la Palabra suya, en la Palabra de Dios, dándole
así un carácter inspirado. Esta clase de poesía, como la que encontramos en los
salmos, puede ser utilizada en la representación de algo bello y maravilloso. ¡Qué
alabanza más hermosa a Dios en este poema! En un sentido, su inclusión en la
Biblia es parecida, paralela yo diría, a la clase de arte secular que vimos en el

28
trono de Salomón; pero en otro sentido resulta más significativo todavía porque
este poema ha sido puesto en la Escritura como Escritura misma.
¡Cuán a menudo los cristianos piensan en lo sexual como si fuera algo de segunda
categoría! Pero qué equivocados estamos. Nunca, nunca, nunca debiéramos
haber caído en este malentendido de acuerdo con la Palabra de Dios. Es todo el
hombre el que Dios creó para que le amara; y cada aspecto de la naturaleza
humana merece recibir la adecuada consideración y así su exacto lugar dentro de
los propósitos de Dios. Entre estos propósitos se halla la vida sexual, que es don
de Dios. También este aspecto de la naturaleza humana debe recibir luz de la
Palabra y ser tenido, y apreciado, dentro de la perspectiva bíblica. Dios hace
todas las cosas bien; y esto incluye la relación sexual entre una mujer y un
hombre; una tremenda y maravillosa relación creada por Dios. En el principio
mismo de la Humanidad, el Creador entregó a Adán una compañera: Eva. De
aquí que la relación hombre - mujer pueda ser digna de un poema; es algo
hermoso, querido por el Señor. Y, así, un poema de amor puede resultar
maravillosamente bello. De modo que si tú eres un joven, o una muchacha, y si
tú amas a una chica, o a un chico, no me extrañaría que desearas expresar tus
sentimientos por medio de la poesía; tú puedes escribir poesía amorosa y crear
algo bello. No temas; esto puede ser también una alabanza a Dios. Cuando los
dos amantes —él y ella— son cristianos, esta alabanza puede convertirse en una
doxología consciente.
Antes de pasar a las otras formas de arte, desearía simplemente volver a llamar la
atención al hecho de que, aunque utilice técnicas poéticas distintas de las que usa
el inglés o el castellano, la poesía hebrea desmanda estricta disciplina literaria. De
hecho, la poesía hebrea es probablemente más difícil de escrito que la española o
la francesa, pongo por caso. Mucho más que la poesía anglosajona también. Y así
como un artesano era consciente de que se le pedía --rebajar con precisión a
medida que moldeaba las tatúas de bronce, o vaciaba los bloques de piedra, o
diseñaba los bajorrelieves sobre los muros del templo, así también el poeta
hebreo tenía que tener cui-dado con los aspectos técnicos de su poesía y debía
luchar por conseguir la excelencia técnica. En esta pugna por alcanzar la
perfección artesana y artística hay lugar para la alabanza a Dios también.

29
VII. La música

La música es otro arte que la Biblia no ignora. Una de las más fantásticas piezas
del arte musical debió haber sido el cántico que los hebreos entonaron luego de
haber sido liberados del ejército del Faraón. En Éxodo 15 encontramos este bello
cántico. Piensa en esta muchedumbre de israelitas —centenares de miles—
agrupados en una de las orillas del mar Rojo y cantando este himno antifonal; era
también una obra de arte:
«Y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las
mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas,
Y María les respondía:

Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido;

Ha echado en el mar al caballo y al jinete. »

(Éxodo 15:20-21)
Tenemos aquí a los hombres entonando el himno, o «stanza» (que se nos da en
Éxodo 15:1-18), y a las mujeres conducidas por Miriam cantando a coro en una
respuesta antifonal. Pensad en el gozo de la libertad recién obtenida, en la alegría
de haber dejado atrás la opresión de Egipto, y pensad también qué escena debió
ser aquélla. Pues bien, para conseguirla, hubo que componer música y hubo que
escribir poesía, ¡Y qué resultado tan maravilloso!

Pero también en el templo había música. Se nos dice en 1° Crónicas 23:5 que:
«... cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que
he hecho para tributar alabanzas».
¡Cuatro mil! Un cántico entonado por cuatro mil voces a la vez, Y el cronista
añade:

30
«Y los repartió David en grupos conforme a los hijos de Leví: Gersón,
Coat y Merari»
En otras palabras, David dividió a los cantores en secciones haciendo lo que
nosotros hoy llamaríamos un coro, Y el arte musical irrumpe con todo su
esplendor, con toda su belleza, con toda su fuerza, con todo su poder de
comunicación y toda su gloria.

En los tiempos del rey Ezequías tuvo lugar un incidente que suelo recordar al
pensar en estas cosas. La Escritura nos traza la escena, una escena que a mí me
gusta rememorar. Una vez el piadoso monarca hubo limpiado el templo y el culto
había sido reformado de acuerdo con la Palabra de Dios que por tanto tiempo
había sido olvidada, y mientras eran ofrecidos los sacrificios rituales, Ezequías
«puso también levitas en la casa de Jehová con címbalos, salterios y arpas,
conforme al mandamiento de David, de Gad vidente del rey, y del profeta
Natán, porque aquel mandamiento procedía de Jehová por medio de sus
profetas. Y los levitas estaban con los instrumentos de David y los
sacerdotes con trompetas».

Pero hay más:


«Entonces mandó Ezequías sacrificar el holocausto en el altar; y cuando
comenzó el holocaustos, comenzó también el cántico de Jehová, con las
trompetas y los instrumentos de David rey de Israel. Y toda la multitud
adoraba, y los cantores cantaban, y los trompeteros sonaban las trompetas;
todo eso duró hasta consumirse el holocausto, Y cuando acabaron de
ofrecer, se inclinó el rey, y todos los que con él estaban, y adoraron.
Entonces el rey Ezequías y los príncipes dijeron a los levitas que alabasen a
Jehová con las palabras de David y de Asaf vidente; y ellos alabaron con
gran alegría, y se inclinaron y adoraron» (2° Crónicas 29:25-30).
Asistimos aquí a una tremenda combinación artística en la que se dan cita la
música y la poesía, y todo por mandamiento de Dios, mandamiento que fue dado
por medio de sus profetas (v, 25).
Pienso que mi pieza favorita es el Dettingen Te Deum de Haendel. Tengo un disco
con esta grabación (Fontana 875-015-CY), en el cual todos los instrumentos
aportan su contribución, y puedo asegurar que el efecto es maravilloso. Cada vez
31
que leo este pasaje del capítulo 29 del Segundo libro de las Crónicas, cada vez
viene a mi memoria el Dettingen Te Deum, y pienso que lo que vivió la generación
de Ezequías en aquellas ceremonias cúlticas debió ser diez veces más grande y
más sublime todavía. Trompetas, címbalos, salterios, arpas, todos los diversos
instrumentos de David —música sobre música, arte sobre arte—, todos haciendo
su contribución, todos señalando la posibilidad de que lo que el hombre hace, su
creatividad, sea utilizado en la alabanza a Dios, todo elevado a un orden más alto
de arte por el mandamiento del Señor, Y cuando uno comienza a comprender
estas cosas, uno empieza a respirar también. Os diré por qué: todas las terribles
presiones que hemos tenido que soportar, presiones que trataban de
convencernos de que el arte, la creatividad artística era algo que estaba por debajo
de lo espiritual, todas estas presiones desaparecen. Ya puedo gozar del arte, Y,
con esta verdad, entro en contacto con la belleza, y, con esta belleza, a una nueva
dimensión de libertad espiritual, delante de Dios.
Deberíamos observar que todo el arte relacionado con el templo contribuía,
mediante cada una de sus específicas características, al conjunto para formar una
unidad. El templo en sí era una obra de arquitectura, pero encerraba además
todas las aportaciones de las otras artes y todo conducía a hacer de él una obra
completa de arte, una unidad armónica en la que se encontraban las columnas
airosas, la estatuaria impresionante, los bajorrelieves, la poesía y la música. Todo
aquello había sido realizado con materiales, algunos de los cuales tuvieron que ser
traídos desde muy lejos- Pero valía la pena. El conjunto resultaba impresionante:
una obra de arte compacta, completa, para la alabanza del verdadero Dios.
Ciertamente, esto debería decirnos algo a nosotros acerca del posible uso de la
arquitectura, y debiéramos pedir al Señor que nos indique la manera cómo hoy,
nosotros, podríamos producir también esta clase de alabanza a Dios en medio de
nuestra actual circunstancia específica.

32
VIII. El drama y la danza

El drama

En la Escritura se mencionan todavía dos formas más de arte. La primera es el


drama. En Ezequiel leemos:
«Tú, hijo del hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña
sobre él la ciudad de Jerusalén. Y pondrás contra ella sitio, y edificarás
contra ella fortaleza, y sacarás contra ella baluarte, y pondrás delante de ella
campamento, y colocarás contra ella arietes alrededor. Tómate también
una plancha de hierro, y ponía en lugar de muro de hierro entre ti y la
ciudad; afirmarás luego tu rostro contra ella, y será en lugar de cerco y la
sitiarás. Es señal a la casa de Israel» (Ezequiel 4:1-3).
¿De qué se trataba? Teatro, simplemente esto: la representación de un drama. El
adobe tenía suficiente elocuencia, por el diseño de la ciudad de Jerusalén dibujado
en él, para que todos los moradores de la ciudad supieran a qué hacía alusión:
Jerusalén iba a ser sitiada y la advertencia que Dios tenía que dar al pueblo le fue
ofrecida en forma de drama, por voluntad expresa del Señor.
Puntualicemos: no queremos decir que cualquier drama, que el uso de este arte, sea
siempre automáticamente correcto; lo que queremos afirmar es que, per se —en
sí mismo—, este arte no es malo. A Ezequiel se le mandó que representara esta
pieza teatral cada día durante un año. Durante este largo tiempo, día tras día,
semana tras semana, y mes tras mes, el profeta actuó como actor por
mandamiento de Dios y representó una pieza dramática delante del decorado
construido de manera tan simple pero que, eficazmente, hacía comprender a
Israel que Dios iba a mandar un terrible juicio.
La segunda expresión artística que hallamos en la Escritura y que nos faltaba
mencionar es
33
La danza

Se la cita en el Salmo 149:3, en donde Israel es convocado para alabar al Señor:

«Alaben su nombre con danza; con pandero y arpa a él canten.»


Algunas versiones inglesas, en el margen, tienen una nota que indica que acaso no
se refiera a la danza sino al caramillo o churumbelo. Con todo, tengo mis reparos
acerca de esta traducción.

En el Salmo 150:4-5 leemos:

«Alabadle con pandero y danza; alabadle con cuerdas y flautas.


Alabadle con címbalos resonantes; alabadle con címbalos de júbilo.»
Dos porciones sacadas de los textos históricos de la Biblia muestran que Dios se
complacía con la danza de su pueblo. En Éxodo 15:20 se dice que «María la
profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano y todas las mujeres
salieron en pos de ella con panderos y danzas», Y en 2° Samuel 6:14-16 se nos
informa que «David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David
vestido con un efod de lino». Imaginad a David trayendo el arca a Jerusalén: se
trataba de un momento solemne, uno de los instantes más significativos para la
historia de los judíos. El arca que había estado fuera era traída adentro y David
exulta de gozo en su adoración. No puede contener esta profunda alegría
espiritual que brota de su alma al adorar a Dios y trata de expresarla mediante la
danza, La observación de que David danzaba vestido con un efod de lino quizá
no nos diga mucho a nosotros, pero adquirirá valor si pensamos que entre los
paganos las danzas rituales religiosas solían celebrarse con bailarines desnudos.
Sin embargo, cuando la esposa de David contempló la escena de su marido
bailando delante del arca se disgustó; no le agradó y, lo que es peor, menospreció
a su esposo en su interior:
«Cuando el arca de Jehová llegó a la ciudad de David, aconteció que Mical
hija de Saúl (esposa de David) miró desde una ventana, y vio al rey David
que saltaba y danzaba delante de Jehová; y le menospreció en su corazón»
(v. 16).

34
Mical podía pensar lo que quisiera. A Dios le gustó este arrebato de David, esta
danza de su siervo, y la mujer de David fue reprendida por haber reprendido a su
esposo:

«Volvió luego David para bendecir su casa, y saliendo Mical a recibir a


David, dijo: ¡Cuan honrado ha quedado hoy el rey de Israel,
descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre
sin decoro un cualquiera!

Entonces David respondió a Mical: Fue delante de Jehová, quien me eligió


en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe
sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel, Por tanto, danzaré delante de
Jehová. Y aún me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero
seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado.
Y Mical hija de Saúl nunca tuvo hijos hasta el día de su muerte» (2° Samuel
6:20-23).

35
IX. El arte y el cielo

En Apocalipsis 15:2-3 leemos:


«Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que
habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el
número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de
Dios.
»Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero,
diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.»
El arte no se detiene a las puertas del cielo. Las formas artísticas son llevadas al
cielo, para ayudarnos a entenderlo un poco mejor. ¿Se produce aquí alguna
separación de tipo platónico? ¡No, en absoluto!
En el museo de arte de Neuchátel, en Suiza, hay tres grandes murales pintados
por Paul Robert, quien durante ochenta años ha dado testimonio a todo el
pueblo de Neuchátel de que Cristo ha de venir otra vez. Uno de los murales
testifica que Cristo tiene algo que ver con la agricultura; otro da testimonio sobre
el hecho de que Cristo tiene también relación con la industria. Pero el tercero es
el mejor. Describe la relación entre Cristo, la vida intelectual y las artes. Paul
Robert, un artista suizo que fue además un verdadero hombre de Dios,
comprendió muy bien esta relación de Cristo con la creatividad humana.
En el fondo de este mural se puede ver la ciudad de Neuchátel, el lago junto al
que está situada esta bella urbe suiza y hasta incluso el museo de arte que
contiene el mural. En primer término, en el suelo, puede verse un dragón abatido
de muerte. Debajo del dragón puede verse lo vil y lo monstruoso: la pornografía
y su secuela de vicios, así como la violencia y la rebelión. Arriba, se contempla a
Jesús que viene en las nubes con sus huestes, Al lado izquierdo hay una escalera y
en ella jóvenes y muchachas, bellos y sanos, que traen consigo los símbolos de las

36
varias formas del quehacer artístico: la arquitectura, la música, etc. Y, a medida
que suben la escalera, llevan estas artes arriba, alejándose cada vez más del
dragón, para presentarlas a Cristo, Y Cristo desciende para aceptarlas. Paul
Robert comprendió la Escritura mucho mejor que algunos de nosotros. Vio que
la segunda venida de Cristo significará la realización del señorío del Salvador; en
su segunda venida, Cristo será soberano sobre todas las cosas y su señorío lo
incluirá todo.
Pero comprendió también que si estas cosas tienen que ser presentadas al Señor
para su gloría y alabanza y para que queden sometidas al señorío de Cristo en su
segunda venida, entonces ya ahora debiéramos ofrecérselas a Dios. Como he
señalado, en el mismo mural representó la ciudad de Neuchátel, el hermoso lago
y el museo mismo. La intención era obvia: El museo de arte de Neuchátel y sus
obras artísticas debieran ser para la alabanza de Cristo ahora. ¡La realidad del
futuro tiene significado para el presente!
¿Comprendemos la libertad que tenemos bajo el señorío de Cristo y las normas
de la Escritura? ¿Está consagrada a Cristo la parte creativa de nuestra vida? Cristo
es Señor de toda nuestra existencia y la vida cristiana debiera producir no sólo
verdad —verdad llameante— sino también belleza.

37
2.ALGUNAS PERSPECTIVAS
SOBRE ARTE

38
PÓRTICO

Todos nosotros, diariamente, tenemos alguna relación, por ligera que sea, con el arte, aunque no
seamos ni profesionales ni artistas aficionados. Leemos libros, escuchamos música, miramos los
«posters», admiramos un jarro de flores bien dispuesto.
El Arte, tal como empleo ahora la palabra, no incluye solamente «obras maestras», o «arte de
cierta envergadura», es decir: pintura, escultura, poesía, música clásica, sino también sus
expresiones más populares: la novela, el teatro, el cinema, la música popular y «rock». De
hecho, en un sentido muy real podríamos —deberíamos— decir que la vida cristiana tendría
que ser nuestra obra de arte maestra. Incluso para el más grande artista, la obra crucial de su
existencia es su propia vida.
En las páginas que siguen quiero desarrollar una perspectiva cristiana sobre el arte en general.
¿Cómo tenemos, en tanto que dotados de creatividad y de la capacidad de gozar de la belleza,
cómo tenemos que comprenderla y evaluarla? Existen, creo yo, por lo menos once perspectivas
distintas desde las que un cristiano puede considerar y emitir juicios de valor sobre el arte. Estas
perspectivas no pretenden ser exhaustivas y agotar los varios aspectos que entraña el arte. Lo
estético es un campo demasiado rico y complejo para que ello fuera posible. Pero estas once
perspectivas cubren una porción significativa de lo que debiera ser una comprensión cristiana de
esta área.

39
I. La obra de arte como obra de arte

La primera perspectiva que hemos de considerar es la más importante:


1. Una obra de arte tiene valor en sí misma.
Para algunos, este principio puede parecer demasiado obvio para que sea
mencionado, pero para muchos cristianos es inimaginable. Y, con todo, si no
comprendemos este punto, habremos perdido toda posibilidad de entender la
misma esencia del arte. El arte no es algo que meramente analizamos o
valoramos por su contenido intelectual. Es algo para ser disfrutado; para que se
halle gozo en su realización o contemplación. La Biblia afirma que la obra de arte
llevada a cabo en el templo, y antes en el Tabernáculo, fue realizada con el objeto
de aportar belleza.
¿Cómo debería un artista empezar su trabajo en tanto que artista? Yo insistiría
que comenzara su trabajo como artista disponiéndose, ante todo, a realizar una
obra de arte. Lo que esto significa es distinto en la escultura y en la poesía, por
ejemplo; se trata de artes diferentes, Pero en ambos casos el artista debería
disponerse a realizar una obra de arte.
En tanto que cristianos sabemos por qué una obra de arte tiene valor. ¿Por qué?
En primer lugar, porque toda obra de arte representa una labor creadora, y la
creatividad encierra valor siempre, puesto que Dios es el Creador, La primera
frase que aparece en la Biblia es la declaración de que Dios creó: «En el principio,
Dios creó los cielos y la tierra...» Y así también las primeras palabras del prólogo
del Evangelio de Juan: «En el principio era la Palabra, la Palabra era con Dios y la
Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por la Palabra; sin la cual nada
de lo que es sería» (Juan 1:1-3). Por consiguiente, la primera razón que nos
impulsa a afirmar que la creatividad tiene valor estriba en que Dios es Creador.
En segundo lugar, una obra de arte tiene valor como creación porque el hombre
es hecho a semejanza de Dios y, por consiguiente, no sólo puede amar, y sentir,

40
sino que también tiene capacidad para crear. Estando hecho a imagen del
Creador, todo ser humano es llamado a alguna clase de creatividad. De hecho,
forma parte de la imagen de Dios el que el hombre sea creador. Jamás
encontramos, ni hallaremos nunca, a ningún animal —a ningún ser no hombre—
realizando una obra de arte. Y, por otro lado, tampoco se da ninguna cultura,'
ningún grupo de hombres, en ningún lugar de la tierra, que no haya producido
alguna obra de arte. El arte es consustancial con la condición humana. La
creatividad constituye un aspecto de la distinción entre lo humano y lo no
humano. Todas las personas, en algún grado, son creadoras; potencialmente, la
creatividad anida en el fondo de su ser y existir como humanos. La creatividad es
intrínseca a nuestra condición humana.
Pero hemos de tener cuidado para no caer en un error, invirtiendo las categorías
expuestas más arriba. No toda obra de arte es grande; es decir: no toda
creatividad produce grandes obras de arte. No podemos afirmar de cualquier
creación que sea arte de calidad. No todo lo que hace el hombre es
necesariamente bueno, ni en la vertiente intelectual ni en la moral. Así, mientras
que la creatividad es algo bueno en sí mismo, ello no significa que todo lo que
surge como producto del acto creador del ser humano sea bueno. Porque si bien
es verdad que el hombre fue hecho a semejanza de Dios, también lo es que cayó
y que, hoy, es un ser caído. Todavía más: dado que el hombre tiene varios dones
y talentos pero no los reúne todos, tampoco puede ejercitarse en todos con igual
perfección. El Creador ha repartido estos talentos y habilidades entre todos los
seres humanos, dando a unos ciertos dotes de creatividad que no ha dado a otros,
reservando para éstos diferentes ingenios; por consiguiente, no podemos afirmar
que cualquiera puede crear cualquier cosa igualmente bien. Sin embargo, el punto
más importante que quiero destacar aquí radica en el hecho de que la creatividad
en tanto que creatividad es una cosa buena.
Cuando yo era más joven, pensaba que era equivocado hablar de crear —utilizar
el vocablo crear— referido a las obras de arte. Opinaba que sólo podía ser
empleada esta palabra en relación con las obras de Dios. Más tarde, comprendí
que estaba totalmente equivocado; estoy convencido de que es importante
comprender que tanto Dios como el hombre son creadores. Ambos crean.
Ambos hacen algo. La distinción estriba en lo siguiente: Dios, porque es infinito,
puede crear de la nada por medio de su palabra. Nosotros, porque somos finitos,

41
tenemos que crear a partir de algo existente, algo que ya haya sido creado. Sin
embargo, la palabra crear también es apropiada para nosotros, dado que sugiere
que lo que el hombre hace con lo que ya está ahí es transformarlo para sacar algo
nuevo. Algo que no estaba ahí antes, algo que comenzó como una simple parte
de la realidad y que luego, por la acción del hombre sobre ella, deviene una cosa
nueva, transformada por el ser humano y que ahora refleja esa humanidad en su
misma existencia remodelada y rehecha.
Estoy convencido de que una de las razones por las que se gastan millones en la
construcción de museos de arte, no es porque allí va a reunirse un conjunto de
cosas «estéticas», no se trata simplemente por estética que se hacen tales
desembolsos, sino porque las obras de arte que se coleccionen constituyen una
expresión de la humanidad del hombre. Cuando contemplo la plata
precolombina, o las máscaras africanas, o los bronces labrados de la antigua
China, no sólo las veo como obras de arte, sino que las considero como
expresiones de la naturaleza y el carácter de la Humanidad. Como hombre, en
cierta manera, estas obras son expresión de mí mismo. Puedo descubrir en ellas
los logros de la creatividad que es inherente a la naturaleza del hombre.
Muchos artistas modernos me parece que han olvidado el valor que el arte
encierra en sí mismo. Demasiado del arte moderno es excesivamente
intelectualizante para ser arte grande. Pienso, por ejemplo, en artistas como
Jasper Johns. Muchos artistas modernos dan la impresión de no saber distinguir
entre lo humano y lo infrahumano. Forma parte del extravío del hombre
moderno —de su condición de ser perdido— el que no discierna ya ningún
valor, o muy escaso, en la obra de arte como obra de arte.
Me temo que, no obstante, nosotros los evangélicos acabamos de cometer el
mismo error. Demasiado a menudo pensamos que una obra de arte tiene valor
solamente si sirve para ilustrar un folleto. Esto también es ver el arte como
mensaje tan sólo para el intelecto. Existen, creo, tres posibilidades básicas sobre
la naturaleza de una obra de arte:
1) La primera teoría es relativamente reciente; se trata del arte por amor al arte.
Esta noción defiende la idea de que el arte está ahí, y ya tiene valor en sí mismo;
está ahí y basta. No se puede hablar acerca de él, no puede ser analizado, no dice
nada. Este punto de vista sufre una desorientación tremenda. Digamos

42
únicamente que ningún gran artista ha trabajado al nivel del arte por amor al arte,
por el arte mismo solamente. Pensemos, por ejemplo, en el Renacimiento,
primero, comenzando por Cima-bue (1240-1302) y pasando por Giotto (1267-
1337), Masaccio (1401-1428), llegamos hasta Miguel Ángel (1475-1564) y
Leonardo da Vinci (1452-1519). Cada uno de estos artistas trabajó a partir de
unas perspectivas dadas, a partir de uno o dos puntos de vista y, a veces, hubo
confusión entre estos dos horizontes desde los que realizaron sus grandes obras
de arte. Su labor fue hecha, o bien a partir de la noción de Cristiandad (noción
que a nosotros, desde un punto de vista bíblico, nos parece fue a menudo
deficiente), o bien desde la perspectiva del humanismo renacentista. Florencia,
por ejemplo, en donde tantas obras de arte excelentes se produjeron, fue
asimismo un centro importante para el estudio del neoplatonismo. Algunos de
los artistas estudiaron bajo Ficino (1433¬1499), quizás el más convencido de los
neoplatónicos y el que más influencia ejerció sobre toda Europa.
Es también cierto que los grandes artistas modernos, como Picasso, nunca
trabajaron por el arte solamente, por amor al arte en sí mismo. Picasso tenía una
filosofía subyacente en toda su obra y que fue mostrando a través de sus pinturas.
Es verdad que algunos artistas menores, hoy, trabajan, o intentan trabajar, en un
medio donde se dice amar el arte por el arte, pero los grandes maestros no
forjaron de esta manera sus obras.
2) En segundo lugar: el arte es solamente la encarnación de un mensaje, un
vehículo para la propagación de un mensaje particular sobre el mundo, sobre los
hombres, sobre el arte o sobre cualquier otra cosa. Este punto de vista ha sido
sostenido tanto por cristianos como por no creyentes; la única diferencia entre las
dos versiones se encuentra en la naturaleza del mensaje que el arte encarna. Pero,
como ya he afirmado antes, este punto de vista reduce el arte a una afirmación
intelectual y la obra de arte en tanto que obra de arte desaparece.

3) La tercera noción básica de la naturaleza del arte —la que yo creo es


correcta, porque he observado que es la que produce arte excelente, grande en
posibilidades— es aquella en que el artista crea una obra que muestra su
concepto del mundo. Nadie, por ejemplo, que comprende a Miguel Ángel o a
Leonardo puede contemplar sus obras sin discernir algo de sus respectivos
puntos de vista sobre el mundo. Sin embargo, estos artistas comenzaron a
trabajar con el intento primordial de realizar obras de arte, y fue entonces, a

43
medida que iban produciendo sus creaciones, que éstas reflejaron sus conceptos
sobre la vida y el mundo. Mas cuando hablo del punto de vista de un artista sobre
el mundo y la existencia, me estoy refiriendo a la totalidad de su obra, ya que
resulta imposible reflejar la visión que de la realidad tiene un artista simplemente
a través de una sola pintura, o sinfonía u obra de arte individualizada, Pero
cuando examinemos la colección de pinturas de un artista, o la serie de poemas
de algún poeta, o cierto número de novelas de un escritor, tanto el bosquejo
como algunos de los detalles de la obra en su conjunto, reflejan invariablemente
el concepto que de la vida tiene el autor,
¿Cómo, pues, debería comenzar un artista su trabajo? Yo insistiría en que
empezara disponiéndose simplemente a realizar una obra de arte. Debería decirse a
sí mismo: «Voy a crear una obra de arte.»
La perspectiva número uno es que la obra de arte debe ser, ante todo, una obra
de arte.

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II. Las formas artísticas dan relieve a la cosmovisión
del artista

Veamos la segunda perspectiva:


2. Las diferentes formas artísticas dan relieve y fortaleza a la cosmovisión del artista,
independientemente de cuál sea esta cosmovisión o de si es correcta o equivocada.
Piense el lector, por ejemplo, en una costilla de buey colgada en la tienda del
carnicero. No tiene nada de particular. O, en todo caso, no es precisamente un
espectáculo agradable. Mas si uno visita el Louvre y contempla el cuadro de
Rembrandt titulado Costilla de buey colgada en la carnicería, la cosa es distinta.
¡Totalmente distinta! Es sorprendente dicha pintura porque en ella el observador
atento encuentra mucho más de lo que indica el título. El arte de Rembrandt nos
obliga a considerar la costilla de buey de manera diferente; yo diría, de manera
concentrada. Hablo por mí solamente, pero debo decir que, luego de mirar una y
otra vez este cuadro, ya no he sido capaz de contemplar nunca más una costilla
de buey en la carnicería con la superficialidad con que lo hacía antes. El cuadro
de Rembrandt dice mucho más de lo que meramente anuncian los catálogos: Una
costilla de buey.

Existe un paralelo en literatura. La buena prosa, como arte, tiene algo indefinible
que no posee la mala prosa. Más aún, la poesía encierra un encanto especial que
ni siquiera la buena prosa puede conseguir. Podríamos sostener largas discusiones
sobre lo que es este «algo», este «encanto», que hace mejor una cosa que otra; o,
si no mejor, al menos distinto y con diferentes atractivos, pero el hecho está ahí,
es evidente. Incluso en la Biblia, la poesía añade una dimensión que falta en la
prosa. De hecho, el impacto de cualquier proposición —verdadera o falsa-puede
ser aumentado si se expresa en poesía o mediante una prosa bien elaborada; en
cambio, no produce ningún efecto si se transmite con meras fórmulas o en estilo
descuidado.
Pasemos ahora a la tercera observación que deseo hacer:
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3. En todas las formas de escritura, tanto en poesía como en prosa, se consiguen resultados
tremendamente distintos si se da, o no se da, una continuidad con las definiciones normales de
las palabras en la sintaxis corriente.

Muchos autores modernos hacen un esfuerzo deliberado para que su lenguaje


presente, no una continuidad, sino una ruptura con el uso normal del idioma;
para ellos parece no contar el sentido, definido por el uso y la gramática, de las
palabras y dentro de las normas de la sintaxis. Si no existe continuidad, o
afinidad, con la manera en que el lenguaje es normalmente empleado, entonces
no hay modo de que el lector, o el público, entienda verdaderamente lo que se
trata de decir.
Un artista puede, desde luego, usar lenguaje adornada con gran riqueza; puede
llenar sus escritos de una gran variedad de figuras de dicción y de hipérboles;
puede hasta jugar con las palabras y con la sintaxis. Los grandes artistas de la
palabra, los genios de la literatura, suelen hacerlo así; van más allá del mero uso
rudimentario de la gramática vigente y de la definición corriente de las palabras,
Al obrar de esta manera, añaden profundidad y dimensión a sus escritos.
Shakespeare es el gran ejemplo de lo que afirmamos. Entendemos sus dramas
porque utiliza una sintaxis normal y sigue las definiciones usuales de las palabras;
así, tenemos relatos comprensibles y una continuidad evidente entre la narración
y los instrumentos artísticos que usa, lo que, no obstante, le permite igualmente
lucirse con sus aportaciones personales y el empleo original que sabe hacer del
idioma inglés. Sabemos lo que Shakespeare escribió, entendemos lo que quiso
decir, no por las bellísimas y logradas metáforas que empleó o los giros verbales
tan originales, sino sobre todo por la continuidad que todos estos instrumentos
gramaticales tienen con el relato, con las historias y con los dramas que imaginó,
de tal manera que la comunicación que establecen entre el pensamiento del autor
y el público es posible gracias al hecho de que Shakespeare se colocó en el nivel
de las definiciones normales y de la sintaxis normal. El producto es una firme
coherencia de proposiciones que llegan al lector o al espectador de sus obras.

Lo que es verdad de la literatura lo es también de la pintura y la escultura. El


vocabulario simbólico común que pertenece a todos los hombres (artistas y
espectadores) es el mundo que nos rodea, o sea: el mundo de Dios. Este
vocabulario simbólico tomado del entorno es paralelo a la gramática normal y a la
sintaxis corriente en el mundo de las artes plásticas o representativas.

46
Cuando, pues, no hay en el artista intención de usar este vocabulario simbólico
en absoluto, la comunicación resulta imposible. No hay manera, para nadie, de
interpretar lo que el artista dice. No afirmo que al trabajar en esta clase de arte el
artista sea inmoral o anticristiano; simplemente, que se ha perdido una dimensión
artística muy importante.
El arte totalmente abstracto establece una relación indefinida con quien lo
contempla. El espectador se halla más o menos alienado del artista. Es lo que
sucede con muchos pintores modernos: no consiguen establecer ninguna relación
con el público; éste se encuentra totalmente alienado del artista. Se ha levantado
un espeso muro entre ambos. El pintor y el espectador están separados el uno del
otro en alienación total, una alienación superior que la que Giacometti pudo
jamás mostrar en sus alienadas figuras.
Cuando Giacometti pinta la terrible alienación del hombre, crea figuras alienadas,
pero él en tanto que pintor sigue viviendo en el mundo de Dios y todavía utiliza
las formas simbólicas comunes, tomadas del entorno, independientemente de la
distorsión que les hace sufrir. Juega con el vocabulario, pero el vocabulario sigue
allí y todo el mundo lo comprende. Así, existe comunicación entre Giacometti y
el espectador, una comunicación titánica. Yo puedo entender lo que está diciendo
y, como resultado, lloro.
En contraste con esto, se da una limitación concreta, evidente, cuando pasamos a
considerar el arte totalmente abstracto. Es lo que sucede también con la prosa o
la poesía que han roto con la sintaxis normal y con la definición corriente de los
vocablos. Lo que se plantea en semejante tipo de arte es un dilema, o mejor
dicho: un enigma, ante el cual a veces sólo sentimos emociones personales, vagas,
y no sabemos ir más allá.

47
III. Lo artístico y lo sagrado

Llegamos ahora a mi cuarta consideración;


4. El que algo sea una obra de arte no lo hace por ello sagrado.
En su obra ¿Qué es la Filosofía? Heidegger llega a la conclusión de que existiendo
seres pequeños —personas— capaces de verbalizar, podemos abrigar alguna
esperanza de que el Ser tenga algún significado. Su clamor, al final del citado
libro, es que tenemos que escuchar al poeta. Heidegger no nos aconseja que
escuchemos el contenido de lo que escribe el poeta, porque hallaríamos a
muchos poetas que dan, cada uno, distintos y opuestos contenidos a su poesía.
No importa lo que dicen los poetas; lo importante es que pueden decir algo. Así,
la poesía se convierte para Heidegger en una vía de escape, una huida al estrato
superior —al piso de arriba (*) —, que ofrece una esperanza irracional, un
optimismo infundado.
En tanto que cristianos, debemos discernir que no porque un artista —ni siquiera
un gran artista— sea capaz de describir una cosmovisión con pinceles o con la
pluma, ya por ello tenemos que aceptar automáticamente, su concepto del
mundo, su cosmovisión. El arte puede aumentar el impacto producido por una
cosmovisión que ha encontrado al artista capaz de potenciarla; pero esto por sí
solo no convierte en verdadera dicha perspectiva de la realidad. La verdad de
cualquier cosmovisión presentada por un artista debe ser juzgada sobre la base de
distintos fundamentos que la simple habilidad, o aun grandeza, artística.

______________________
(*) Piso de arriba, o estrato superior: términos usados por el autor en sus libros para designar lo
que, en el pensamiento moderno, se refiere a lo que suponemos significativo, con algún valor o
sentido, pero que sin embargo no se halla abierto a la comprobación del mundo de los hechos,
el cual constituye “el piso de abajo”, o “estrato inferior”.

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Pasemos al quinto punto:

5. ¿Qué clase de juicio aplicaremos, pues, a una obra de arte? ¿Sobre qué presupuestos
emitiremos nuestra opinión?
Creo que hay cuatro normas básicas:

1) excelencia técnica;

2) validez;

3) contenido intelectual, la cosmovisión que nos transmite, y


4) la integración del contenido con el vehículo, es decir: la armonía entre
forma y fondo.
Discutiré la excelencia técnica en relación con la pintura, porque es fácil demostrar
lo que quiero decir tomando este medio artístico como ejemplo. Consideremos el
empleo del color, la forma, el equilibrio, la textura de la pintura, el trazado de las
líneas, la unidad de la tela, etc. En cada uno de estos detalles puede darse una
gran variedad de excelencia técnica con grados distintos de realización- Al
reconocer la excelencia técnica como un aspecto de la obra de arte, nos hallamos
en condiciones de admitir que, si bien no estamos de acuerdo con tal o cual
cosmovisión del artista, sin embargo sabemos ver en su obra logros técnicos
evidentes. A pesar de nuestro desacuerdo sobre su concepto del mundo o del
hombre, admitimos que es un gran artista.
Pero no haremos justicia al artista como hombre si desestimamos su labor
artística solamente porque no estamos de acuerdo con él en la filosofía de la vida.
Ciertos colegios cristianos, ciertos padres creyentes y algunos pastores también
han incurrido, alguna vez, en el error de desaconsejar la carrera artística a algún
cristiano porque han juzgado el arte prevaleciente, no como obra de arte, sino
solamente por la cosmovisión del artista, Las escuelas cristianas, los padres
cristianos y los pastores cristianos no acertaron a distinguir entre la excelencia
técnica y el contenido. Grandes obras de arte han sido rechazadas por los
creyentes, haciendo de ellas objeto de burla o escarnio, Si la técnica de un artista
es de calidad, debemos alabarle por ello, incluso si diferimos en lo que concierne
a nuestras respectivas cosmovisiones. El hombre debe ser tratado siempre como
hombre, honestamente; y deben serle admitidos todos sus logros. La excelencia,

49
allí donde se encuentre, tiene que ser reconocida. Es un criterio importante, en el
momento de enjuiciar una obra de arte.
La validez es el segundo criterio. Por validez entiendo la actitud del artista que es
honesto consigo mismo y con su filosofía de la vida y sus tesis artísticas, a
diferencia del que hace arte sólo por dinero o por buscar el aplauso. Si un artista
hace obra de arte únicamente para satisfacer a un patrón —tanto si este patrón es
el noble antiguo, o la moderna galería de arte a la que busca tener acceso, o el
mundo de los críticos del momento— ello restará validez a su realización
artística. Las modernas formas de «el patrón» son más destructivas que las del
antiguo mecenas.
Para hacer inteligible todo esto a nuestros lectores evangélicos, pondré un
ejemplo tomado de nuestros círculos. Veamos qué sucede con las formas de
predicación. Hay muchos pastores cuya predicación es deficiente en lo que atañe
a validez. Unos predican para agradar a su congregación, bien sea porque les
gusta el halago o bien porque se trata de quienes les sostienen materialmente.
Otros buscan la conformidad con el mundo. Es fácil jugar con el público, con la
asamblea, y arreglar lo que uno dice, o la manera como lo dice, de tal modo que
produzca la clase de efecto deseado, que será, en último término, de provecho
para el predicador. Cuando considera todo esto y lo relaciona con el Evangelio, la
deshonestidad se hace obvia. Estos predicadores deberían repasar el modelo de
Jeremías.
Podemos pensar en los modernos autores teatrales, cuyo futuro se halla en
manos de los críticos del momento. En drama, música, arte y cinema, tenemos
toda una serie de críticos —bien sea en Nueva York, en Londres y en cualquier
ciudad importante— que se encargan o de hacer o de destruir al artista según su
antojo. Cuan fácil resulta jugar con la crítica y desestimar la seriedad del propio
arte como expresión de lo que el artista mismo pudiera comunicar.
El tercer criterio para analizar una obra de arte es el contenido, lo que refleja la
cosmovisión del artista. Por lo que se refiere al cristiano, la filosofía de la vida
que se muestra en las obras de arte debe ser, en último término, juzgada por la
Escritura, La cosmovisión del artista no se halla libre del juicio de Dios y de su
Palabra. En esto, el artista es como el científico. El científico puede vestir con
cuello blanco y ser tenido por una «autoridad» en la sociedad, pero allí donde sus

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afirmaciones contradicen lo que Dios ha declarado en la Escritura, también él, el
científico, cae bajo la última y suprema autoridad de la Palabra de Dios. Un
artista puede adquirir mucha fama y hasta puede cubrirse de cierta aureola de
santón, pero allí donde su obra demuestra su concepto del mundo y de la vida,
allí debe ser juzgado por su relación con la cosmovisión bíblica.
Pienso que podemos ver, ahora, cómo resulta factible hacer tales juicios sobre la
obra de arte. Si, como cristianos, nos paramos delante de una tela y reconocemos
que en la misma se ha expresado un gran artista por su excelencia técnica y su
validez, hemos de confesarlo: se trata de una buena obra de arte y de un gran
artista como autor. Entonces, podremos pasar a decir que, no obstante,
consideramos equivocada su cosmovisión. Hemos emitido nuestra opinión sobre
la obra de arte por su excelencia técnica y por su auténtica validez como a tal. Por
lo que atañe a su filosofía de la vida, hemos de juzgarla como juzgaríamos la de
cualquier otro hombre, filósofo, albañil, campesino, administrador, etc.
Seamos más específicos. La noción conocida como «vida de Bohemia», que Jean-
Jacques Rousseau promulgó y que tanta aceptación tiene en la sociedad moderna,
no tiene cabida en el pensamiento cristiano, Rousseau buscaba una clase de
libertad autónoma que justificara la actitud de un grupo de «superhombres» cuyas
existencias pudieran desenvolverse por encima de las normas de la razón y de la
sociedad. Durante mucho tiempo, la libertad, o vida bohemia, era considerada
como el ideal del artista, y en las últimas décadas ha pasado a ser la norma para
mucha gente que nada tiene que ver con el arte. Desde un punto de vista
cristiano, sin embargo, esta clase de vida no está permitida, La Palabra de Dios
obliga tanto al gran hombre como al pequeño, al científico y al hombre vulgar, al
rey y al artista.
Algunos artistas ni siquiera saben que están ofreciendo una cosmovisión desde
sus obras. Sin embargo, así es aunque ello ocurra inconscientemente. Incluso
aquellas realizaciones que se produjeron bajo el principio del arte por amor al
arte, independientemente de toda otra consideración, incluso estas obras implican
una cosmovisión. Porque hasta la filosofía de la vida que afirma no haber
significado para la existencia comunica un mensaje. En cualquier caso, tanto si el
artista es consciente de la cosmovisión como si no lo es, en la medida en que ésta
se exprese en sus obras cae bajo el juicio de la Palabra de Dios.

51
Tenemos que añadir algo a este tercer criterio. Debiéramos darnos cuenta de que
si en una gran obra de arte aparece alguna inmoralidad, o algún ataque a la
verdad, lo inmoral y lo engañoso serán más destructivos y devastadores que si
fueran expresados a través de arte mediocre o afirmaciones prosaicas- Mucho del
arte más crudo, esos productos comunes de las comunidades «hippies» y de la
contracultura, viene empapado de mensajes destructivos, pero el arte en que se
hallan envueltos es tan pobre que no alcanza mucho impacto. Carece de fuerza.
Cuanto mayor sea la excelencia de la expresión artística mayor y más importante
serán las consecuencias para la sociedad; mayor también el juicio que la Palabra
de Dios pasará sobre esta obra de arte.
La reacción más corriente entre muchos actualmente es, sin embargo, la opuesta-
Por regla general, se siente la impresión de que cuanto mayor es la calidad
artística de una obra, menos críticos debiéramos ser de su filosofía de la vida.
Pero nosotros debemos asumir una actitud que es justamente la contraria.
Un ejemplo del efecto devastador de lo que puede conseguir el arte bien
realizado con los no cristianos lo tenemos en el Zen. Esta filosofía neobudista
sostiene que el mundo es nada, el hombre es nada, cualquier cosa que podáis
mostrarme es nada. Pero la poesía Zen lo afirma tan bellamente, que consigue un
impacto más eficaz que el de la prensa «underground» de la contracultura. Esta
clase de prensa también afirma en titulares de dos o tres frases, y en palabras de
dos o tres letras, que el hombre no es nada, que el mundo no es nada, que nada
es nada. Mas si acertaran a expresarlo con algo de belleza, creeríamos que, a pesar
de todo, hay algo, algo hermoso. Es lo que hace la filosofía Zen, que se presenta
como arte de calidad y da el mensaje en un recipiente bello. Mas el resultado es
que la herida que nos infringe este neobudismo es más mortal, precisamente por
el atractivo de sus formas artísticas.
Al llegar aquí nos formulamos una pregunta: ¿Es posible para una persona no
cristiana —un escritor, un pintor— escribir, o pintar, de acuerdo con la
cosmovisión bíblica, aun a sabiendas de que dicha persona no es cristiana? Para
encontrar la respuesta adecuada hemos de saber distinguir entre los dos
significados de la palabra cristiano. El significado primero, y esencial, es que
cristiano es el hombre que ha aceptado a Cristo como su Salvador y que ha
pasado de muerte a vida, del reino de las tinieblas al reino de Dios, por el nuevo
nacimiento, Pero si un número de personas son realmente cristianas, presentan

52
un consenso que, sociológicamente y con el tiempo, ejerce una influencia casi
imperceptible: crean un ambiente, una atmósfera, un entorno. A veces, los no
cristianos pintan y escriben dentro de este consenso y se sirven del fondo del
mismo y de sus puntos de referencia, aunque dichos artistas, en tanto que
individuos, no son cristianos.
Hay, pues, cuatro clases de personas en el mundo del arte. El primer grupo lo
constituyen los nacidos de nuevo, estos artistas cristianos que escriben o pintan,
o realizan cualquier obra de arte, dentro de la total cosmovisión bíblica. En
segundo lugar, tenemos al no creyente que expresa su propia filosofía de la vida
no cristiana. El tercero es el artista que, personalmente, no se ha adherido al
Evangelio pero que, sin embargo, ejecuta sus obras de arte sobre la base del
consenso cristiano por el que ha sido influido. Tomemos como ejemplos, aunque
dentro de otras áreas, a Benjamín Franklin o Thomas Jefferson, quienes, por
todo lo que sabemos de ellos y según sus propias palabras, no eran cristianos. Sin
embargo, produjeron algo que tenía en su base cierta referencia cristiana dado
que lo realizaron dentro del contexto y del consenso cristiano; se dejaron guiar
por los principios del Lex Rex de Samuel Rutherford. Así, dentro del marco
creyente, Jefferson y Franklin, sin ser creyentes, fueron capaces de escribir que
los hombres, todos los hombres, tienen ciertos derechos inalienables, un
concepto derivado de la cosmovisión cristiana.
La cuarta persona es aquella que ha nacido de nuevo pero que no tiene ideas
claras sobre la cosmovisión bíblica y así produce obras de arte que implican un
concepto del universo y de la vida no cristianos. Lamentable, pero posible. Así
como es factible que un no creyente sea inconsistente y describa el mundo de
Dios a pesar de su filosofía personal, así también es posible que un cristiano sea
in-consistente y transmita en sus obras una cosmovisión no bíblica. Este es el
caso más triste.

Un cuarto criterio para juzgar una obra de arte entraña la cuestión de ver cuán
hábil ha sido el artista para acoplar el vehículo —la forma— al mensaje —el
fondea Todas las grandes realizaciones muestran una estrecha correlación entre el
estilo y el contenido. El más grande arte producido por el hombre armoniza la
estructura usada con el mensaje que se quiere comunicar.

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Un ejemplo reciente nos lo ofrece T. S. Elliot en The Waste Land. Cuando Elliot
publicó este poema en 1922, se convirtió en el héroe de los poetas modernos,
porque por primera vez se había atrevido a construir la forma de su poesía de
acuerdo con la naturaleza del mundo tal como él lo veía en aquel entonces, es
decir: roto, dividido, absurdo. ¿En qué consistía la forma? Una colección de
fragmentos dispersos de lenguaje y de imágenes, con alusiones sacadas
aparentemente por azar de toda clase de fuentes literarias, de toda suerte de
filosofías y de escritos religiosos, tanto de los antiguos como de los modernos.
Los poetas modernos se sintieron satisfechos, porque habían encontrado una
forma poética que encajaba, y se adaptaba, a la cosmovisión del hombre
contemporáneo.
Esta revolución, en el ámbito de la pintura, fue llevada a cabo por Picasso con su
cuadro Demoiselles d'Avignon (1907), un cuadro que toma su nombre («Las
señoritas de Avignon») de una casa de prostitución de la Barcelona de comienzos
de siglo. Picasso comenzó esta obra en la vena de otras obras de aquel mismo
período, pero, como lo describe un crítico, la acabó acornó una composición
semiabstracta en la que las formas de los desnudos y sus accesorios se hallan
quebradas, rotas y aplastadas contra un espacio vacíos. Más específicamente,
Picasso comenzó por la izquierda pintando las formas con bastante naturalidad;
al llegar a la mitad, pintó como los primitivos pintores españoles, y finalmente, a
la derecha, al acabar el lienzo, pintó a las mujeres sólo como formas abstractas y
símbolos o máscaras. Consiguió convertir en monstruos sus sujetos humanos.
Picasso sabía lo que estaba haciendo. Por un momento el mundo permaneció en
«suspense»- Se trataba de una expresión tan fuerte que por un cierto tiempo
incluso sus amigos no aceptaron las nuevas formas de expresión. Ni siquiera
querían contemplar aquel cuadro. La verdad es que, al pintar aquellas
desgraciadas mujeres, Picasso describió la naturaleza fragmentada del hombre
moderno. Lo que T. S, Elliot hizo en su poesía, Picasso ya lo había hecho en la
pintura. Ambos hombres merecen todos los elogios por haber sabido adaptar el
vehículo al mensaje.
Ningún arte debiera ser juzgado sobre la base de este criterio solamente. Hay
otros valores que deben también ser tenidos en cuenta al evaluar una obra de
arte: su técnica, su validez (u honradez artística), su cosmovisión y también, claro
está, su habilidad para compaginar la forma con el contenido.

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Y llegamos a la sexta consideración:

6. Las formas artísticas pueden ser usadas por cualquier clase de mensaje, desde la pura
fantasía hasta los pormenores históricos.
El que una obra de arte sea dada en forma de fantasía, o de épica, o en pintura,
no significa que no sea portadora de un contenido, de unas proposiciones
concretas. Exactamente como podemos tener afirmaciones proposicionales en
prosa, pueden hallarse afirmaciones y propósitos ideológicos bien definidos en la
poesía, en la pintura, y en cualquier otra clase de modalidad artística.
Hace algunos años un teólogo de Princeton (Estados Unidos) comentaba que él
no tenía ningún reparo en recitar los credos con tal de que pudiera hacerlo
cantando. Lo que quería decir, en realidad, era que mientras pudiera hacer de los
credos obras de arte no tenía por qué preocuparse de su contenido. Pero tal
actitud revela una teología pobre tanto como una pobre estética. Lo épico puede
ser tan enfáticamente —y tan certeramente histórico— como una sobria
composición en prosa. La gran obra de Milton El Paraíso perdido, por ejemplo,
encierra muchas afirmaciones que, aunque estén artísticamente expresadas, son
casi teología pura. Que algo, pues, pase a ser una obra de arte no impide, en
absoluto, para que sea igualmente veraz y exacto.

Mi séptima observación tiene que ver con el cambio de los estilos.


7. Algunos cristianos, principalmente aquellos que no están habituados a ver arte
ni a pensar en él, rechazan la pintura moderna y la poesía contemporánea, no
porque transmitan un falso concepto de la vida y del universo de Dios, sino
simplemente porque se sienten amenazados por una nueva forma de arte que no
entienden. Es perfectamente legítimo que un cristiano rechace una particular
obra de arte; intelectualmente, porque comprende lo que a través de ella quiere
ser comunicado; artísticamente, por la carencia de buenas técnicas en su
ejecución, Pero muy distinto es rechazar una obra simplemente porque el estilo
en que ha sido realizada es diferente del que estamos acostumbrados a ver. En
otras palabras: Los estilos, en lo que concierne a las formas, cambian y no hay nada malo en
que así ocurra.

Esta clase de cambio no sólo es verdad en las formas artísticas, es verdad


también en todos los ámbitos de la vida, Chaucer escribía en inglés, y el autor de

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este libro también escribe inglés. Pero, por cierto, que hay una diferencia enorme
entre los dos modos de escribir inglés. ¿Está equivocado Schaeffer por escribir
un inglés distinto del que escribió Chaucer en los albores de la lengua inglesa en
la Edad Media? ¿Quién nos leería hoy si siguiéramos empleando las viejas formas
medievales?
En realidad, el cambio es lo que establece la diferencia entre la vida y la muerte.
No hay idioma vivo que no sufra un cambio constante. Las lenguas que no
cambian —el latín, por ejemplo— son las lenguas muertas. En tanto que
tengamos alguna forma de arte, estará expuesto al cambio. Las formas de arte del
pasado no son necesariamente las adecuadas para hoy o para mañana. Pedir las
formas de arte del pasado, en arte como en cualquier otra actividad, es un fracaso
burgués, No podemos pensar que si un pintor se hace «más cristiano» asumirá
necesariamente más y más de Rembrandt, por ejemplo. Esto sería como afirmar
que el predicador será tanto más bueno cuanto más se acerque a las formas
homiléticas del pasado; pobres de nosotros, ¿qué oiríamos…?

Bien, pero alguien acaso esté musitando:


«No pido que los predicadores vuelvan a la homilética del pasado, ni a modelos
medievales, o de otra época, pero, a mí, denme la versión Reina-Valera en la
traducción de principios de siglo y me basta.»
Creo que todos amamos la versión castellana de la Biblia Reina-Valera, como los
ingleses aman su King James, o los alemanes la versión de Lutero. Para muchos
cristianos estas traducciones han moldeado su estilo y no sólo sus almas. Hubo
un tiempo en que la señal de la persona bien educada en los países anglosajones
era el saber de memoria porciones de la Biblia King James y selecciones de
Shakespeare. Mas ¿significa esto que si un predicador ya no predica en el viejo
estilo de la King James, o de la Reina-Valera ya no es un buen ministro de la
Palabra? ¿Debemos orar siguiendo siempre los modelos de la Reina-Valer a que
traduce «conversación» por «conducta», entre muchos otros anacronismos? ¿No
resulta mejor —no nos entenderán mejor— utilizando las modernas versiones, o
revisiones de la Reina-Valera, y dejando a un lado las traducciones de siglos
pasados y el estilo de otras épocas? No es digna del creyente esta mentalidad
acomodaticia. Los cristianos deben, consciente y absolutamente, rechazarla.

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No solamente habrá cambios en el idioma, en las formas y estilos de las
diferentes artes, sino que también habrá diferencias en las formas artísticas
surgidas de varias localidades geográficas distintas, así como de diversas culturas.
Tomemos por ejemplo la poesía hebrea. No utiliza la rima, pero en cambio se
sirve constantemente del paralelismo. ¿Significa esto que no es poesía? ¿O
significa, acaso, que casi toda la poesía escrita en los idiomas modernos no es
poesía porque rima y no tiene las características de la poesía hebrea? ¿Es que
estamos obligados a verter todos los poemas en moldes hebreos? Más bien, cada
forma artística, en cada cultura y en cada época, debe encontrar su propia
relación entre la cosmovisión y el estilo.
Puedo entrar en un museo en el que nunca antes haya estado y sin leer la placa en
la entrada que le identifica. Ante las obras allí expuestas, exclamo: «Ah, esto es
arte japonés» ¿Cómo lo sé? Por el estilo. La cuestión crucial es, desde luego;
¿muestra dicha realización artística el carácter japonés? ¿Debiera ser todo el arte
según el estilo japonés, el hebreo? Obviamente, tenemos que contestar con un no
rotundo.
Entonces, ¿qué decir del arte cristiano, o mejor dicho: del arte realizado por
cristianos?

Conviene subrayar tres cosas aquí:

1) El arte cristiano, hoy, debiera ser arte del siglo xx. El arte cambia.
Los idiomas cambian. La predicación del predicador moderno debe utilizar el
lenguaje del siglo xx, o de lo contrario encontrará obstáculos para su
comprensión. Del mismo modo, si el arte que realiza un cristiano hoy no es arte
del siglo xx, ello supondrá un obstáculo para su aceptación. Este obstáculo hace
dicha clase de arte diferente y difícil en cosas y por razones en que no hay
necesidad que lo fuera. Un cristiano, al pintar, no tiene por qué estar copiando a
Rembrandt o a Browning.

2) El arte cristiano debe diferir de un país a otro. ¿Por qué se nos ocurrió obligar
a los africanos a que usaran la arquitectura gótica? Ejercicio sin sentido. Todo lo
que se consiguió fue convertir el cristianismo en algo más y más extraño para los
africanos. Si un artista cristiano es japonés, sus pinturas debieran ser japonesas; si
es filipino, filipinas.

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3) El conjunto de la obra de un artista cristiano debiera reflejar la cosmovisión
cristiana. En otras palabras, si tú eres un joven artista cristiano debes esforzarte
en trabajar según las formas del siglo xx, mostrando las huellas de la cultura de
donde procedes, reflejando tu propio país y la problemática actual del mismo;
además, en tu obra debes incorporar algo de la naturaleza del mundo tal como
éste es visto desde una perspectiva cristiana.

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IV. Las modernas formas del arte y el mensaje
cristiano

8. Cuando el artista cristiano trata de ser moderno en las formas de sus


expresiones, halla algunas dificultades. En primer lugar, debemos distinguir
cuidadosamente entre estilo y mensaje. Dejadme decir firmemente que no hay tal
cosa corno un estilo santo y un estilo impío. Cuanto más se empeña uno en establecer
dicha distinción más confuso se convierte el planteamiento.
Recuerdo cierta ocasión en que me hallaba en Cambridge en un encuentro de
cristianos que estaban estudiando la naturaleza del arte cristiano y de las formas
artísticas. Uno de los artistas cristianos allí reunidos —un excelente organista—
insistía en que había un estilo cristiano de música. Discutimos este punto con
cierta amplitud y le pedimos que nos definiera el criterio para descubrir el «estilo
cristianos. Finalmente, contestó; «La música cristiana es aquella que me impulsa a
aplaudir.» Esta respuesta, sin embargo, carece por completo de sentido.
Sin embargo, aunque no existe un estilo específicamente santo y otro
concretamente impío, no debemos ser tampoco tan ingenuos y pensar que varios
estilos no tienen ninguna relación con el contenido o el mensaje que transmite la
obra de arte. Los mismos estilos, con el correr del tiempo, evolucionan y se
desarrollan como sistemas de símbolos o vehículos para ciertos mensajes y
cosmovisiones. Durante el Renacimiento, por ejemplo, uno encuentra diferentes
estilos para expresar diferentes pensamientos. Y la diferencia entre dicha época y
lo que caracterizó a la Edad Media halla distintivas y peculiares formas artísticas
respectivas. No se necesita mucha educación artística para reconocer que lo que
Filippo Lippi dijo sobre la naturaleza de la Virgen María es diferente de lo que
habían estado diciendo los pintores de antes del Renacimiento, El arte durante el
Renacimiento se convirtió en algo más cercano de la naturaleza y menos
iconográfico. En nuestra propia época, hombres como Picasso y T. S. Elliot han
desarrollado nuevos estilos para comunicar un nuevo mensaje.

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Existe un paralelo con el idioma mismo. Me dicen que el sánscrito se desarrolló
como vehículo perfecto para la filosofía hindú- De hecho, he oído a algunos
eruditos del sánscrito afirmar que el cristianismo no podría ni siquiera ser
predicado en sánscrito. Es interesante que la mayoría de modernos idiomas
europeos —como el castellano, el inglés y el francés, o el alemán, etc. — fueran
codificados en sus modernas formas alrededor del mensaje cristiano. El idioma
alemán es típico al respecto. Fue formándose a partir de varías zonas dialectales,
cuando Lutero tradujo la Biblia. A partir de esta traducción la lengua germánica
cobró forma estructurada y así permaneció. El alemán de Lutero se convirtió en
el alemán literario. En Inglaterra, las primeras traducciones de la Biblia, reunidas
en la versión King James, hicieron algo parecido en favor del inglés moderno.
Esto significó que el cristianismo pudo ser más fácilmente enseñado a medida
que el significado generalmente aceptado de las palabras era el significado
cristiano de estas palabras.
En el Japón, por otro lado, es muy difícil explicar la palabra culpa sin una larga
explicación, porque en el Japón el vocablo culpa se desarrolló como vehículo del
concepto de impureza ceremonial. Si disponemos de una palabra para significar
la impureza ceremonial como vehículo y tratamos de explicar la verdadera culpa
moral en la presencia del Dios santo, personal, tenemos delante de nosotros una
tarea seria. Al usar el vocablo hemos de volver a reinterpretarlo, a rehacer su
sentido, hasta asegurarnos de que la gente a quien hablamos entiende
exactamente lo que queremos decirle y cómo usamos la palabra culpa en sentido
bíblico. Debe significar algo totalmente distinto de lo que significaba en el
sistema del cual surgió el vocablo japonés.
El mismo dilema se plantea a los artistas en lo que concierne al estilo y a las
formas de su arte. Pensemos, por ejemplo, en T. S. Elliot y en su forma poética
para The Waste Land. Su estilo fragmentado transmite la visión del hombre
fragmentado. Pero nos da que pensar el hecho de que después que Elliot se
convirtió a Jesús, al escribir como lo hizo, por ejemplo, en su poema The Journey of
the Magi ya no empleó aquel estilo fragmentado de The Waste Land. El estilo tenía
que adaptarse ahora al mensaje nuevo que quería transmitir: un mensaje de
naturaleza cristiana. Pero no por eso dejó completamente aquella fragmentada
forma de escribir; le sirvió en algunos poemas también. No regresó totalmente al
pasado, no volvió a Tennyson. Más bien adaptó la forma de The Waste Land y

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trató de hacerla encajar en el mensaje que a partir de entonces comunicó a sus
obras. En resumen, T. S. Elliot, el cristiano, escribió un poco de manera diferente
del T. S. Elliot «hombre moderno» simplemente.

Por consiguiente, si bien hemos de usar estilos siglo xx, no tenemos que hacerlo
de tal manera que nos sintamos dominados por la filosofía de la vida que les ha
dado el nacimiento. El cristianismo tiene un mensaje con contenido específico,
concreto; no se trata de una colección de «cosas religiosas» que sólo tiene valor
en el piso o estamento de arriba. El mensaje de Cristo va dirigido a todo el
hombre, y ello incluye su mente tanto como sus emociones y su sensibilidad
estética. Así pues, cualquier forma artística, o estilo, que no sea ya capaz de
comunicar contenidos objetivos y concretos no puede ser utilizada para
transmitir el mensaje cristiano. No estoy afirmando que el estilo sea en sí mismo
malo, sino que digo que tiene sus limitaciones que le hacen inadecuado para la
proclamación del Evangelio. Una prosa totalmente fracturada o una poesía
completamente nihilista no pueden ser usadas para dar el mensaje cristiano, por
la simple razón de que son incapaces de llevar o soportar ningún contenido
intelectual. Y es imposible proclamar el cristianismo sin ningún contenido. El
mensaje bíblico, la buena nueva, es buena nueva con contenido.
Es aquí donde el fondo, el contexto, es importante en relación con el estilo que el
artista escoge. Digamos, por ejemplo, que tú tocas un instrumento en un grupo
cristiano de música «rock». Intentas hacer una forma de arte del «rock», Y
pretendes, además, comunicar el mensaje evangélico. Te supongo en uno de
estos grupos que van a los «coffee-Bar» o «coffe-houses» y usan el «rock» como
un puente para predicar el mensaje cristiano. Estupendo, Pero justamente ahí es
cuando tienes que ir con cuidado. Acabas de tocar una pieza y tienes que
preguntarte si la gente que te ha escuchado ha comprendido verdaderamente tu
intención. ¿Han oído tu mensaje claramente porque tú usabas su lenguaje actual o
han escuchado simplemente de nuevo lo que están acostumbrados a oír, con la
sola diferencia de que ahora el «envoltorio» tenía un matiz cristiano? A veces,
nuestra intención tiene éxito. A través de la música «rock», o de cualquier otro
estilo, conseguimos hacernos oír. Pero en ocasiones la gente no entiende nada
porque identifica nuestras palabras y nuestro mensaje con la filosofía sincretista
que suele ser el acompañante de esta clase de música y estilos. No todas las

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situaciones son idénticas, cada caso requiere una inteligente comprensión del
entorno y de lo que intentamos verdaderamente hacer.
En la música «folk» se plantea este problema como en la música «rock». Joan
Báez canta maravillosamente aquello de «Vosotros podéis llamarle Jesús, pero yo le
llamo Salvador». Pero, por lo que se refiere tanto a Joan Báez como a la mayoría de
sus auditorios, cuando exclama: «yo le llamo Salvador», no se refiere a Jesús como el
Salvador a la manera como los cristianos le llamamos Salvador, Ella pudo haber
escogido otro tema para su «folk» sudista o campero, tanto como cualquier otro
texto lírico bien fuese hindú u occidental; lo mismo da. Así, cuando nuestros
jóvenes se presentan a sus compañeros y les dicen: «Nuestro propósito es cantar
"folk" porque deseamos ser comprendidos», hemos de indicarles que tienen que
encontrar también la manera de dejar bien sentado el hecho de que cuando
nosotros, los cristianos evangélicos, cantamos música «folk» —o cualquier otra—
estamos transmitiendo una filosofía de la vida, una cosmovisión, y no simple y
únicamente un mero entretenimiento amenizado por la música folk.
La forma como sea comunicada nuestra filosofía de la vida podrá debilitar o
fortalecer el mensaje, incluso cuando el lector, o el espectador, no lo analice en
detalle. En otras palabras, dependemos del vehículo que empleamos; algo puede
llegar al auditorio sin que éste, a veces, se dé cuenta y, sin embargo, le está
moviendo bien sea lejos o cerca de la cosmovisión que el vehículo ha
transmitido. Uno puede hablar largo tiempo con el espectador o el lector. Y, a
medida que el cristiano adopta varias técnicas contemporáneas, debe enfrentarse
con todo lo que se halla implicado en esta interacción forma -fondo. Deberemos
buscar la dirección del Espíritu Santo para saber cuándo hay que inventar,
cuándo conviene adaptarse y cuándo no resulta aconsejable emplear esta o
aquella técnica. He ahí cuestiones importantes con las que tiene que enfrentarse
todo artista cristiano a lo largo de toda su vida; no se trata de algo que soluciona
en un abrir y cerrar de ojos, ni una vez por todas.
En conclusión, diremos que al usar las formas del siglo xx —la técnica
multiforme de nuestra época— debemos tener cuidado, de tal modo que nuestro
empleo de las mismas no signifique debilitar —o borrar enteramente— la
cosmovisión que nos distingue como cristianos, la cosmovisión implícita en
nuestra fe. En un sentido los estilos son completamente neutrales. Pero en otro

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sentido no deben usarse de manera poco inteligente, ingenua, pues pueden llegar
a condicionar el mensaje.
De ahí la importancia de tener ideas claras acerca del punto de vista cristiano
sobre el mundo y el hombre, sobre la vida y la historia: la cosmovisión bíblica.
9. La cosmovisión cristiana puede ser dividida en dos partes: el tema mayor y el tema menor
(los términos mayor y menor los utilizo sin referencia a la música, por supuesto).

1) El tema menor.

Es la anormalidad de un mundo alterado, en rebeldía. Esto podría subdividirse en


dos partes: 1) Los hombres, en rebeldía constante contra Dios, si no vuelven a
Cristo están eternamente perdidos; ellos comprueban lo absurdo de su existencia
presente y tienen razón desde su peculiar punto de vista para desesperarse.
Nietzsche puede afirmar que Dios está muerto, y Sartre le seguirá en la
conclusión de que también el hombre está muerto. Sartre acertó desde su propia
perspectiva. 2) La vida cristiana presenta un lado pecaminoso, una vertiente de
derrota. Si somos honestos con nosotros mismos, debemos admitir que en esta
existencia no conseguimos jamás una vida totalmente victoriosa. En cada uno de
nosotros permanecen aquellas cosas que son pecaminosas y decepcionantes, y
mientras que por un lado vemos cierto progreso y sanidad espiritual que nos van
haciendo más cercanos a la voluntad de Dios, por otro lado en esta vida no
alcanzamos nunca la perfección.
2) El tema mayor.
Es el opuesto del menor; representa la vida con significado y con propósito.
Desde el punto de vista cristiano esto nos lleva a dos encabezamientos:
metafísica, y moral. En el área de la metafísica (la ciencia del ser, de la existencia,
incluida la existencia de cada ser humano) debemos afirmar en primer lugar que
Dios está ahí, que Dios existe. Por consiguiente, no todo es absurdo. Aún más, el
hombre ha sido hecho a imagen de Dios y, por lo tanto, tiene significado.
Juntamente con esto, se da el hecho de que el amor —y no sólo el sexo— existe.
Así pues, hay una moral verdadera que se opone a los meros condicionamientos
o manipulaciones que tratan, hoy, de sustituir todo sentido de la ética como
norma. Debemos también afirmar que existe la creatividad, opuesta a la simple
63
construcción mecánica. Por consiguiente, en el área del ser tenemos razones para
sentirnos optimistas; tal es el tema mayor que deseo presentar aquí: no todo es
absurdo, hay significado para la existencia. Pero lo más importante es que este
optimismo tiene una base. No es algo suspendido sobre el suelo, no se trata de
un vuelo por el que nuestra razón escapa a la realidad, sino que se apoya en la
existencia del Dios infinito y personal que existe, que está ahí, y que tiene un
carácter moral y que ha creado todas las cosas, especialmente al hombre a su
imagen y semejanza-Mas también se da un tema mayor en relación con la moral.
El cristianismo ofrece una solución ética sobre la base del hecho de que Dios
existe y que tiene él mismo un carácter moral que es ley para el universo.
Tenemos, pues, un absoluto para la moral. No que haya una ley moral detrás de
Dios que ata a Dios tanto como a nosotros. No, la verdad es muy otra: Dios
mismo tiene un carácter moral y este carácter se refleja en sus leyes morales para
con el universo. De modo que, cuando una persona se da cuenta de su
inadecuada relación con Dios y se siente culpable, tiene una base no sólo para el
sentido de culpa, sino para la realidad objetiva de esta culpa. El dilema del
hombre no estriba simplemente en que él es finito y Dios infinito, sino en que es
pecador y culpable delante de un Dios santo. Mas entonces es cuando justamente
se da cuenta de que Dios ha dado la solución al dilema; una solución que se nos
ofrece ya ahora, aquí en esta vida. ¿Cuál es la solución? Lo que Dios ha hecho
por medio de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo: «Dios estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo mismo», afirma la Escritura, El hombre es un ser
caído, pero es redimible sobre la base de la obra de Jesucristo. Esto es
maravilloso; es hermoso. Ofrece base a nuestro optimismo. Una apoyatura
suficiente.
El cristiano, y su arte, pueden encontrar un lugar en el tema menor antes
señalado. El hombre está perdido y vive una existencia anormal desde una
perspectiva espiritual; incluso el cristiano puede contar sus derrotas. En mi
propia vida no puedo contar solamente victoria y salmos de triunfo. Pero el arte y
el cristiano que sabe utilizarlo no deben terminar aquí. Debe pasar al tema mayor:
porque existe una respuesta optimista. Esto es importante y puede servir de pauta
para la clase de arte que el cristiano está llamado a producir. En primer lugar, el
arte cristiano tiene que reconocer el tema menor: la derrota, el aspecto trágico
incluso de la vida cristiana. Si nuestro arte sólo enfatiza el tema mayor, entonces
no resultará en un arte totalmente cristiano sino simplemente en un arte

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romántico. Dejadme decir, con pesar, que durante muchos años nuestra literatura
para la Escuela Dominical ha sido romántica en sus expresiones artísticas y ha
tenido muy poco que ver con el arte cristiano genuino. Los cristianos más
ancianos acaso se pregunten qué anda mal en estas expresiones artísticas de los
cuadernos de la Escuela Dominical; es posible, al mismo tiempo, que se
pregunten del porqué de la apostasía de muchos de sus hijos. ¿No ven una
relación entre ambas cosas? Puro romanticismo, apoyado en la noción de que el
cristianismo tiene sólo una nota optimista.
Por otro lado, es posible también que un creyente enfatice tanto el tema menor y
sólo hable del estado de perdición del hombre y de la anormalidad de un
universo que no armoniza con la voluntad del Creador, que a la larga su
presentación sea igualmente antibíblica por incompleta. No obstante, esta clase
de artistas cristianos que sólo ven lo negativo son excepción; la regla más general
es que el tema mayor sea el dominante, tan dominante que ahogue la realidad del
menor.
El arte moderno, desde luego, no hace el menor caso del consenso cristiano y
tiene la tendencia de enfatizar sólo el tema menor. Contemplamos los cuadros en
las galerías de arte modernas y nos sentimos impresionados por el análisis
pesimista del hombre contemporáneo que se desprende de ellos. Hay, claro está,
algunas obras de arte moderno que son optimistas. Pero la base para semejante
optimismo es insuficiente y, al igual que el arte cristiano que no tiene suficiente
lugar para el tema menor, tiende a ser puro romanticismo. La obra del artista, en
estos casos, aparece como deshonesta si se la enfrenta con los hechos de nuestro
mundo, aquí y ahora.
Finalmente, el artista cristiano debiera tener en mente constantemente la ley del
amor en un mundo abocado a la destrucción. El poeta o el pintor cristiano tiene
el deber de enfatizar ambas realidades: la representada por el tema menor y
también la del tema mayor. Mas nuestro mundo al final del siglo xx presencia
tanta destrucción sin que los artistas cristianos enfaticen el tema menor en la
totalidad de su obra que ello añade pobreza y destrucción a nuestra generación.
Un hombre de negocios que no opera sobre la base de la compasión no tiene
derecho a llamarse cristiano. Un hombre de negocios cristiano sabe que la
compasión tiene que ser un aspecto de su carácter, pues ella expresa una de las
normas bíblicas de la economía; asimismo, el artista cristiano que sólo se

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concentra en la anormalidad del mundo no vive plenamente la ley del amor que
obliga a la presentación del tema mayor.
Existe un paralelo en nuestras conversaciones con los hombres y mujeres que
nos rodean. Tenemos que presentarles tanto la ley como el Evangelio; no
podemos terminar con tan solo la presentación de la ley. Incluso en aquellos
casos en que sea necesario gastar casi todo el tiempo en la exposición del juicio a
que nos lleva la ley divina, el amor nos dicta que debemos en algún momento
ofrecer el Evangelio, Y me parece a mí que dentro del cuerpo total de la obra de
un artista debe haber suficiente lugar para el tema mayor.

Pasemos ahora a nuestra décima consideración:


10. El arte cristiano no tiene necesariamente que ser siempre religioso, es decir: arte que trate de
temas religiosos. Consideremos a Dios creador, ¿Es la creación de Dios totalmente
involucrada en temas religiosos? ¿Qué me decís del universo?, ¿de los pájaros?,
¿de los árboles?, ¿de las montañas? ¿Qué me decís del cántico del pájaro?, ¿y del
sonido del viento entre los árboles? Cuando Dios creó de la nada por su palabra,
no se limitó a crear solamente «objetos religiosos». Y en la Biblia, como hemos
visto, Dios manda al artista —obrando dentro de la creación propia de Dios— a
que moldee estatuas de bueyes y de leones y que grabe bajorrelieves con figuras
de flores y otros temas para el tabernáculo y para el templo después.
Debiéramos recordar que la Biblia guarda un libro titulado El Cantar de los
Cantares, la canción de amor entre un hombre y una mujer; y contiene también la
canción de David en honor de los héroes nacionales de Israel. Ninguno de estos
dos temas es específicamente religioso. Pero la creación de Dios —las montañas,
los árboles, los pájaros y el cántico de los pájaros— representa también tema para
el arte no específicamente religioso. Pensemos en ello. Si Dios hizo las flores,
vale la pena pintarlas y vale la pena escribir acerca de ellas. Si Dios hizo los
pájaros, son dignos de ser pintados. Si Dios creó los cielos, bien vale la pena
pintarlos. Si Dios hizo el océano, bien haremos escribiendo sobre él bellos
poemas. Es digno todo lo que el Creador ha hecho; y vale la pena que el arte del
hombre se recree en sus obras de arte sobre estas obras de la creación divina.
La totalidad de lo que acabamos de exponer enraíza en el hecho de que el
cristianismo no es sólo un asunto de «salvación», sino que afecta al hombre total
en la totalidad del universo. El mensaje cristiano comienza con la existencia de
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Dios y luego con la creación. No empieza con la salvación. Debemos alabar al
Señor por la salvación; estarle eternamente agradecidos por ella. Pero el mensaje
cristiano implica más que esto. El hombre tiene valor porque está hecho a la
imagen de Dios y así el hombre —en tanto que ser humano— es importante, y
por lo tanto es importante también para el arte cristiano. El hombre, como
hombre —con sus emociones, con sus sentimientos, su cuerpo, su vida— he ahí
un tema importante para la poesía y para la novela. No estoy hablando ahora del
hombre caído simplemente, de su estado de perdición; me refiero concretamente
a su humanidad. En el universo de Dios el hombre cuenta, el individuo tiene un
valor concreto; su humanidad es importante. Por consiguiente, el arte cristiano
debe ocuparse del hombre.
El arte moderno muy a menudo halaga al hombre, pero en términos muy
abstractos; a veces, en un lienzo no sabemos si se trata de un hombre o de una
mujer. ¿Por qué? Porque nuestra generación ha dejado muy poco lugar al
individuo. Sólo la masa permanece. Mas, como cristianos, vemos las cosas de
manera distinta. Porque Dios ha creado al hombre individual a su propia imagen,
y porque Dios conoce al individuo y está interesado en su existencia, el individuo
tiene valor y vale la pena que le pintemos, que le celebremos en nuestras obras de
arte, en la literatura, en la escultura, etc.
El arte cristiano es la expresión de la totalidad de la vida de la persona completa;
el hombre total, totalmente considerado. Lo que un cristiano expresa en su arte
es la totalidad de la vida. El arte no debe ser solamente un vehículo para cierta
clase de evangelismo autoconsciente.
Si, pues, el cristianismo tiene tanto que decir acerca del arte —y al artista—, ¿a
qué se debe que en los últimos años hayamos producido tan poco arte
genuinamente cristiano? Pienso que la respuesta, a esta altura, debe ser clara para
mis lectores. No hemos producido arte cristiano porque hemos olvidado mucho
de lo que el cristianismo afirma acerca del arte y de la creación de Dios.
Los cristianos, por ejemplo, no debieran dejarse arrastrar por conceptos
superficiales; como tampoco por su simple fantasía mal informada. La pintura
grande no es simplemente «fotográfica», en el sentido pobre de la fotografía. El
arte que Dios mandó desarrollar en los tiempos del Antiguo Testamento no fue
siempre fotográfico. Había allí granadas azules, en el templo, y sobre las

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vestiduras de los sacerdotes. En la naturaleza no encontramos granadas azules.
Pero el Sumo Sacerdote entraba con vestimentas, sobre las que esta fantasía se
hallaba dibujada, en el Lugar Santísimo, Los artistas cristianos no tienen por qué
temer la imaginación, ya que tienen una base para saber la diferencia entre la
fantasía y el mundo real inmediato. Epistemológicamente, como he señalado en
mi libro Dios está presente y no está callado, el hombre cristiano tiene una apoyatura
para conocer la diferencia que media entre el sujeto y el objeto. El cristiano es el
hombre realmente libre: libre para tener imaginación. Este es también nuestro
privilegio; forma parte de la herencia cristiana. El creyente es aquel cuya
imaginación debería volar más allá de las estrellas.
Hay más, un artista cristiano no tiene por qué concentrarse sólo en temas
específicamente religiosos. Después de todo, hay muchos temas religiosos que
son anticristianos; en muchos casos, la religión se opone a la revelación. ¿Queréis
un ejemplo moderno de lo que acabo de afirmar? En algunos de estos periódicos
«underground» de la contracultura y del mundo de los «hippies» he podido ver
dibujos en los que Cristo y Krishna aparecen mezclados; arte religioso por
excelencia. Pero completamente anticristiano. Temas religiosos en las obras de
arte no constituyen ninguna garantía de que sean de inspiración cristiana, ni
tampoco de que su mensaje será el evangélico. Por otro lado, el arte de alguien
que acaso nunca se haya atrevido a pintar la cabeza de Jesús, o la tumba vacía,
puede ser un creador de arte genuinamente cristiano. Hay artistas que de suyo se
sienten inclinados por temas religiosos sin ser creyentes. El artista cristiano no
tiene por qué atormentarse si no se siente movido a pintar escenas bíblicas o
temas específicamente religiosos. Esta es la libertad que el artista tiene en Cristo:
poder escoger sus temas bajo la dirección del Espíritu Santo.
Consideremos, finalmente, una obra de arte aislada y la totalidad de la creación de
un artista:

11. Cada artista tiene el problema de crear obras individuales de arte y, al mismo tiempo,
realizar una obra total, un cuerpo general que represente toda su labor artística.
Ningún artista puede decir todo lo que desearía, o construir todo lo que podría
en una sola obra de arte. Es cierto que algunas formas artísticas, tales como la
épica y la novela, permiten más amplias concepciones y tratamientos más
complejos, pero incluso en estas esferas es imposible que el artista pueda hacer,

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de una vez por todas, todo lo que quiere realizar. Debemos, pues, juzgar la obra
de un artista, y la cosmovisión correspondiente, sobre la base de todo lo que
podamos conocer de dicho artista. Es la obligación de todo crítico y de todo
historiador de arte.
Tenemos aquí un paralelo con el sermón. Ningún sermón puede abarcar la
totalidad de lo que debe ser dicho. Y nadie debe atreverse a juzgar la teología de
un ministro del Evangelio, o el contenido de su fe, en base a un solo sermón
escuchado. De hecho, el pastor que trata de ponerlo todo dentro de un solo
sermón es verdaderamente un mal predicador. Incluso la Biblia es un conjunto de
libros —el libro de los libros—, y no admite ser leída como si en uno solo de sus
libros, o en uno solo de sus capítulos, se hallara incluido el todo; debe ser leída
desde el comienzo hasta el final. Y si esto es verdad de la Palabra de Dios,
¡cuánto más lo es de toda obra de arte humana!
Si tú eres un artista cristiano no debes desesperar si crees que hasta aquí no has
podido dar todavía aquello de lo que te sientes capaz. No temas de escribir un
poema de amor aunque no puedas poner dentro de él todo lo que quisieras. No
dudes en escribir, aunque no aciertes a comunicar la totalidad del mensaje
cristiano. Sin embargo, si un hombre está llamado a ser artista su objetivo debe
consistir en producir a lo largo de toda su vida un amplio y profundo cuerpo de
realizaciones.

La vida cristiana como una obra de arte


Me gustaría sugerir a mis lectores que tomaran todas estas perspectivas sobre arte
y consideraran cómo pueden ser aplicadas a nuestra propia vida cristiana. Tal vez
sería buena idea leer de nuevo este libro y aplicar sus enseñanzas, de manera
específica, a la vida nuestra de cada día en tanto que cristianos. Ninguna obra de
arte es tan importante como la propia vida de un creyente. En este sentido, cada
cristiano está llamado a ser un artista. Acaso no tenga el don de escribir, ni el de
pintar, ni el de componer música, pero cada hombre nacido en este mundo trae
consigo el don de la creatividad en términos existenciales y lo aplica a la manera
como vive su vida. En este sentido, la existencia cristiana tiene que ser una obra
de arte. La vida cristiana tiene que ser algo verdadero —debe haber verdad en

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ella— y algo hermoso —debe encontrarse belleza en la misma—, en medio de un
mundo perdido sumido en la desesperación.

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