Este Es El Significado Del Vía Crucis
Este Es El Significado Del Vía Crucis
Este Es El Significado Del Vía Crucis
¿Qué es el viacrucis?
Es la meditación de los momentos y sufrimientos vividos por Jesús desde que
fue hecho prisionero hasta su muerte en la cruz y posterior resurrección.
Literalmente, via crucis significa "camino de la cruz". Al rezarlo, recordamos
con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado
durante su pasión y muerte. Dicho camino se representa mediante 15 imágenes
de la Pasión que se llaman "estaciones". Te animarás a cargar con las cruces de
cada día, si recuerdas con frecuencia las estaciones o pasos de Jesús hasta el
Calvario.
¿Cuáles son las promesas de Jesucristo a los devotos del via crucis?
1.- Yo concederé todo cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Via Crucis.
2.- Yo prometo la vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el
Via Crucis.
3.- Durante la vida, yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda
especial en la hora de la muerte.
4.- Aunque tengan más pecados que las hojas de las hierbas que crece en los
campos, y más que los granos de arena en el mar, todos serán borrados por
medio de esta devoción al Via Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la
obligación de confesar los pecados mortales. Se debe confesar antes de recibir la
Santa Comunión.)
5.- Los que acostumbran rezar el via crucis frecuentemente, gozarán de una
gloria extraordinaria en el cielo.
6.- Después de la muerte, si estos devotos llegasen al purgatorio, Yo los libraré
de ese lugar de expiación, el primer martes o viernes después de morir.
7.- Yo bendeciré a estas almas cada vez que rezan el Via Crucis; y mi bendición
les acompañará en
todas partes de la tierra. Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el
Cielo, por toda la eternidad.
8.- A la hora de la muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del
demonio. Al espíritu maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas. Así
podrán reposar tranquilamente en mis brazos.
9.- Si rezan con verdadero amor, serán altamente premiados. Es decir,
convertiré a cada una de estas almas en Copón viviente, donde me complaceré
en derramar mi gracia.
10.- Fijaré la mirada de mis ojos sobre aquellas almas que rezan el via crucis con
frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.
11.- Así como yo fui clavado en la cruz, igualmente estaré siempre muy unido a
los que me honran, con el rezo frecuente del via crucis.
12.- Los devotos del via Crucis nunca se separarán de mí porque Yo les daré la
gracia de jamás cometer un pecado mortal.
13.- En la hora de la muerte, Yo les consolaré con mi presencia, e iremos juntos
al cielo. La muerte será dulce para todos los que Me han honrado durante la
vida con el rezo del via Crucis
14.- Para estos devotos del viacrucis, Mi alma será un escudo de protección que
siempre les prestará auxilio cuando recurran a Mí..
Oraciones iniciales
Acto de contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y redentor mío;
por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis
castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, y cumplir la penitencia que
me fuere impuesta. Amén.
Caes, Señor, por segunda vez. El Via Crucis nos señala tres caídas en tu
caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mal
ante los demás, por un error, por una equivocación?. ¿Cuándo aprenderé
que también eso se puede convertir en ofrenda?
Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes
desfallecido, Señor.
Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz.
Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea
beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos.
Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar
a mis hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me
esfuerce en ofrecértelas también por ellos.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado» (Lc 24,5-6).
ORACIÓN FINAL
La Virgen María nació en Nazaret. Sus padres fueron según la tradición, San Joaquín y
Santa Ana. María era de familia sacerdotal, descendiente de Aarón; ya que Isabel, madre de Juan y esposa del
sacerdote Zacarías, era su prima (Lc 1,5; 1,36). María y José eran de modestas condiciones económicas, pero ricos
en santidad y virtud cumplidores de la Ley como lo prueba el Evangelio según San Lucas (Lc.1,22-24). [1]
Sabemos por la revelación y el magisterio de la Iglesia, que en Ella, la gracia divina se adelantó a la naturaleza viciada; que
ningún hálito impuro la contaminó jamás; que sola Ella, entre todas las hijas de Adán, por un milagro de preservación
redentora, fue preservada del universal contagio del pecado original; que Dios pareció haber agotado los tesoros inmensos de
su omnipotencia, para embellecer y santificar su alma; y que la fidelidad perfecta de la Virgen, correspondiendo con exacta
cooperación a los continuos llamamientos de la gracia, acumuló en sí méritos sobrenaturales sobre toda otra humana medida e
hizo de Ella la más bella, la más sublime y santa entre todas las puras criaturas salidas de las manos del Creador.
"Era la Virgen María de alma prudente y corazón blando y humilde, grave y parca en el hablar, aficionada a lecturas santas,
modesta en sus palabras, muy atenta a lo que hacía, y buscando en todo siempre agradar a Dios y no a los hombres.
A nadie molestó jamás, a todos quiso bien, y tuvo particular respeto y reverencia a los mayores.
Nada duro o provocativo había en sus ojos o en su mirar; nada de atrevido o inconsiderado en sus palabras; y en sus acciones,
nada que no fuese de todo punto digno y decoroso.
Sus gestos y su andar, nada tenían de ligero, suelto o petulante, antes bien, procedía con todo orden y compostura, de suerte
que, la modestia y continente exterior de su persona eran como un bello reflejo de su alma, y podía servir como acabado
ejemplar de toda probidad.
Era Ella la mejor guarda de sí misma, y tan apacible en su andar, en sus palabras y ademanes, que con sus pasos y
movimientos, más que avanzar en el camino parecía adelantar en la virtud. Cuando hacía esta Virgen modestísima, podía
tomarse como regla de buen proceder y de virtud.
Vida en Nazaret
Estando aún la Sagrada Familia en Belén, una noche un ángel del Señor ordenó a San José tomara a Jesús y con la Santa
Madre huyeran a Egipto porque Herodes buscaba al Niño para darle muerte. ¡Qué afán! Mas qué obediencia y prontitud en
emprender aquella huída. Años después por aviso Angélico volvieron a Nazaret.
Siendo el Niño de doce años, fue llevado por sus padres al templo de Jerusalén en cumplimiento de prescripciones santas de
asistir a los sacrificios y oír explicar la Sagrada Escritura; mas por la imprevista quedada del Niño Jesús en el templo, ---que
ellos juzgaron que se les había perdido---, ¡Cuánto sufrimiento hasta encontrarlo!. Estaba en medio de los doctores, oyéndolos
y enseñándoles...
En Nazaret continuó la Sagrada Familia la oscura y humilde vida: allí crecía el Niño en edad, santidad y ciencia a vista de
todos; allí aumentaba a diario la perfección de María y tuvo la pena de ver morir a San José, a quién asistieron con Jesús en su
último instante de vida humana; de allí salió a los 30 años de edad, Jesús divino Maestro, a emprender la vida en público, de
enseñanzas, predicación, beneficios y continuo sacrificarse hasta la muerte.[2]
Todo nos induce a creer que la vida terrena de María, así como tuvo su comienzo en la ciudad santa, así también tuvo en ella su
término. Ella pasó de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén Celestial. No se comprende bien, en efecto, cómo pudo morir la
Virgen. Para nosotros es fácil, demasiado fácil morir. Pero para María no sucede lo mismo.
Después de consolar, enseñar y amparar a los apóstoles y discípulos de Cristo, cuando fue tiempo de salir de este mundo,
abrasada en amor divino se durmió plácidamente.
No fue una sacudida violenta que arrancó el alma de María; fue el impulso de la caridad lo que la separó dulcemente del cuerpo
enviándola al Paraíso envuelta en una onda de deseo ardiente de su Amado.
Después de su muerte la Santísima Virgen fue llevada a los cielos por los ángeles, donde coronada de gloria y de poder y con
trono sobre todos los coros angélicos y todos los santos, permanece eternamente como Madre de Dios que es, y Señora y
Madre nuestra, ejerciendo su amabilísimo poder por los siglos de los siglos.