Brujas Parteras y Enfermeras
Brujas Parteras y Enfermeras
Brujas Parteras y Enfermeras
PARTERAS
Y ENFERMERAS
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PUBLICADO EN LOS EE.UU. POR THE FEMINIST PRESS, SUNY/
COLLEGE AT OLD WESTBURY, BOX 334, OLD WESTBURY, NY 11568
WWW.FEMINISTPRESS.ORG
ISBN 0-912-670-13-4
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INTRODUCCIÓN
Las mujeres siempre han sido sanadoras. Ellas fueron las primeras médicas y
anatomistas de la historia occidental. Sabían procurar abortos y actuaban
como enfermeras y consejeras. Las mujeres fueron las primeras farmacólogas
con sus cultivos de hierbas medicinales, los secretos de cuyo uso se
transmitían de unas a otras. Y fueron también parteras que iban de casa en
casa y de pueblo en pueblo. Durante siglos las mujeres fueron médicas sin
titulo; excluidas de los libros y la ciencia oficial, aprendían unas de otras y se
transmitían sus experiencias entre vecinas o de madre a hija. La gente del
pueblo las llamaba <mujeres sabias>, aunque para las autoridades eran brujas
o charlatanas. La medicina forma parte de nuestra herencia de mujeres,
pertenece a nuestra historia, es nuestro legado ancestral.
Hemos traducido el ingles healers (de to heal: sanar o curar) por el termino sanadoras,
es decir, personas que sanan al que esta enfermo, de uso tal vez menos corriente pero
con la ventaja de estar libre de las connotaciones negativas, e superstición, e ineficacia,
que acompañan al concepto de curandera/o. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que
estas connotaciones son en gran parte ideológicas y que ambos conceptos de hecho son
equivalentes en su etimología. Así, cuando en el texto se dice que los médicos son solo
un grupo concreto de sanadores, podría decirse con la misma propiedad que son un
grupo de curanderos, connotaciones negativas incluidas.
Se recuerde que la fecha original de esta publicación era del año 1973, es decir,
aunque ya son médicos femeninos todavía ellas existen dentro del SISTEMA masculino.
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El es el brujo que mantiene contacto con el universo prohibido y místicamente
complejo de la Ciencia, el cual – según nos dicen – se halla fuera de nuestro
alcance. Las trabajadoras de la sanidad se ven apartadas, alienadas, de la base
científica de su trabajo. Reducidas a las <femeninas> tareas de alimentación y
limpieza, constituyen una mayoría pasiva y silenciosa.
Pero la historia desmiente estas teorías. En tiempos pasados las mujeres fueron
sanadoras autónomas y sus cuidados fueron muchas veces la única atención
médica al alcance de los pobres y de las propias mujeres. A través de nuestros
estudios hemos constatado además que, en los periodos examinados, fueron
más bien los profesionales varones quienes se aferraban a doctrinas no
contrastadas con la práctica y a métodos rituales, mientras que las sanadoras
representaban una visión y una practica mucho más humanas y empíricas.
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mas amplia de la lucha entre los sexos. En efecto, la posición social de las
sanadoras ha sufrido los mismos altibajos que la posición social de las mujeres.
Las sanadoras fueron atacadas por su condición de mujeres y ellas se
defendieron luchando en nombre de la solidaridad con todas las mujeres.
En segundo lugar, la lucha también fue política por el hecho de formar parte de
la lucha de clases. Las sanadoras eran las médicas del pueblo, su ciencia
formaba parte de la subcultura popular. La práctica médica de estas mujeres
ha continuado prosperando hasta nuestros días en el seno de los movimientos
de rebelión de las clases más pobres enfrentadas con la autoridad institucional.
Los profesionales varones, en cambio, siempre han estado al servicio de la clase
dominante, tanto en el aspecto medico como político. Han contado con el apoyo
de las universidades, las fundaciones filantrópicas y las leyes. Su victoria no es
tanto producto de sus esfuerzos, sino sobre todo el resultado de la intervención
directa de la clase dominante a la que servían.
Este breve escrito representa solo un primer paso en la vasta investigación que
deberemos realiza si queremos recuperar nuestra historia de sanadoras y
trabajadoras sanitarias. El relato es fragmentario y se ha recopilado a partir de
fuentes generalmente poco precisas y detalladas y muchas veces cargadas de
prejuicios. Las autoras somos mujeres que no podemos calificarnos en modo
alguno de historiadoras <profesionales>. Hemos restringido nuestro estudio al
ámbito de la historia de Occidente, puesto que las instituciones con que
actualmente nos enfrentamos son producto de la civilización occidental.
Todavía no estamos en condiciones de poder presentar una historia
cronológicamente completa. A falta de ello, hemos optado por centrar nuestra
atención en dos importantes etapas diferenciadas del proceso de toma del poder
medico por parte de los hombres: la persecución de las brujas en la Europa
medieval y el nacimiento de la profesión medica masculina en los Estados
Unidos en el siglo diez y nueve.
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Las brujas vivieron y murieron en la hoguera mucho antes de que apareciera la
moderna ciencia médica. La mayor parte de esas mujeres condenadas como
brujas eran simplemente sanadoras no profesionales al servicio de la población
campesina y su represión marca una de las primeras etapas en la lucha de los
hombres para eliminar a las mujeres de la práctica de la medicina.
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han continuado actuando como sanadoras han seguido rodeadas de un halo de
superstición y temor. Esa destructiva y temprana exclusión de las mujeres del
ejercicio autónomo de la sanación fue un precedente violento y una advertencia
para el futuro, que llegaría a convertirse en un tema de nuestra historia. La
presente lucha del movimiento feminista en el terreno de la salud de hoy tiene
sus raíces en los aquelarres medievales y los responsables del despiadado
exterminio de las brujas son los antecesores de nuestros actuales adversarios.
La caza de brujas
El periodo de la caza de brujas abarco
más de cuatro siglos (desde el siglo XIV al
XVII), desde sus inicios en Alemania hasta
su introducción en Inglaterra. La
persecución de las brujas empezó en
tiempos del feudalismo y prosiguió, con
creciente virulencia, hasta bien entrada la
<Edad de la Razón>. Adopto diversas
formas según el momento y lugar, pero
sin perder en ningún momento su
característica esencial de campana de
terror desencadenada por la clase
dominante y dirigida contra la población
campesina de sexo femenino. En efecto,
las brujas representaban una amenaza
política, religiosa y sexual para la Iglesia,
tanto católica como protestante, y
también para el Estado.
Omitimos toda referencia a los procesos de brujería realizados en Nueva Inglaterra en
el siglo XVII. Estos procesos tuvieron un alcance relativamente reducido, se sitúan en
un momento muy tardío de la historia de la caza de brujas y en un contexto social
totalmente distinto del que existía en Europa en los inicios de la caza de brujas.
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más encarnizada de las brujas coincide con periodos de gran agitación social,
que conmovieron los cimientos del feudalismo: insurrecciones campesinas de
masas, conspiraciones populares, nacimiento del capitalismo y aparición del
protestantismo. Indicios fragmentarios – que el feminismo debería investigar –
sugieren que, en algunas regiones, la brujería fue la expresión de una rebelión
campesina encabezada por las mujeres. No podemos detenernos aquí a
investigar a fondo el contexto histórico en que se desarrolló la caza de brujas. Sin
embargo, es preciso superar algunos tópicos sobre la persecución de las brujas,
falsas concepciones que las despojan de toda su dignidad y que descargan toda
la responsabilidad de lo ocurrido sobre las propias brujas y las masas
campesinas a quienes estas servían.
Por desgracia, las brujas, mujeres pobres y analfabetas, no nos han dejado
testimonios escritos de su propia historia y ésta, como ocurre con el resto de la
historia, nos ha llegado a través de los relatos de la élite instruida, de modo que,
actualmente solo conocemos a las brujas a través de los ojos de sus
perseguidores.
Dos de las teorías más conocidas sobre la caza de brujas son esencialmente
interpretaciones médicas que atribuyen esta locura histórica a una inexplicable
explosión de histeria colectiva. Una versión sostiene que los campesinos
enloquecieron y presenta la caza de brujas como una epidemia de odio y pánico
colectivos, materializada en imágenes de turbas de campesinos sedientos de
sangre blandiendo antorchas encendidas. La otra interpretación psiquiatrita, en
cambio, afirma que las locas eran las brujas. Un acreditado historiador y
psiquiatra, Gregory Zilboorg, escribe que:
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animales o frutos del campo, con perjuicio para el Estado, deberá
ponerlo en nuestro conocimiento.
¿Quiénes fueron, pues, las brujas y que horribles <delitos> cometieron para
provocar una reacción tan violenta de las clases dominantes? Sin duda, durante
los varios siglos que duró la caza de brujas, la acusación de <brujería> abarcó
un sinfín de delitos, desde la subversión política y la herejía religiosa hasta la
inmoralidad y la blasfemia. Pero existen tres acusaciones principales que se
repiten a lo largo de la historia de la persecución de las brujas en todo el Norte
de Europa. Ante todo, se las acusaba de todos los crímenes sexuales
concebibles en contra de los hombres. Lisa y llanamente, sobre ellas pesaba la
<acusación> de poseer una sexualidad femenina. En segundo lugar, se las
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acusaba de estar organizadas. La tercera acusación, finalmente, era que tenían
poderes mágicos sobre la salud, que podían provocar el mal, pero también que
tenían la capacidad de curar. A menudo se las acusaba específicamente de
poseer conocimientos médicos y ginecológicos.
Nota de la traductora: No es casualidad que el nombre hasta hoy día para sacerdotes
es <cura>.
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bestias con su magia. Quinto, destruyendo la facultad de procrear
en las mujeres. Sexto, practicando abortos. Séptimo, ofreciendo
niños al demonio, así como también otros animales y frutos de la
tierra, con lo cual causan grandes males… [Malleus Maleficarum].
A los ojos de la Iglesia, todo el poder de las brujas procedía en última instancia
de la sexualidad. Su carrera se iniciaba con un contacto sexual con el diablo.
Cada bruja recibía luego la iniciación oficial en una reunión colectiva (el sabat)
presidida por el demonio, a menudo bajo forma de macho cabrio, el cual
copulaba con las neófitas. La bruja prometía fidelidad al diablo a cambio de los
poderes que recibía. (En la imaginación de la Iglesia incluso el mal solo pedía
concebirse en última instancia en términos masculinos.) Como explica el
Malleus, el demonio actúa casi siempre a través de la hembra, como hizo ya en
el Edén:
Las brujas no sólo eran mujeres, sino que además eran mujeres que parecían
estar organizadas en una amplia secta secreta. Una bruja cuya pertenencia al
<partido del diablo> quedaba probada, era considerada mucho mas terrible que
otra que hubiese obrado sola y la obsesión de la literatura sobre la caza de
brujas es averiguar qué ocurría en los <sabats> de las brujas o aquelarres
(¿devoraban niños no bautizados? ¿Practicaban el bestialismo y la orgía
colectiva? Y otras extravagantes especulaciones…).
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En conclusión, es preciso recordar en todo momento que por
brujas o brujos no entendemos sólo aquellos que matan y
atormentan, sino todos los adivinos, hechiceros y charlatanes,
todos los encantadores comúnmente conocidos como <hombres
sabios> o <mujeres sabias>… y entre ellos incluimos también a las
brujas buenas, que no hacen el mal sino el bien, que no traen
ruina y destrucción, sino salvación y auxilio…Seria mil veces
mejor para el país que sufrieran una muerte terrible todas las
brujas, y en particular las brujas benefactoras.
Las brujas sanadoras a menudo eran las únicas personas que prestaban
asistencia médica a la gente del pueblo que no poseía médicos ni hospitales y
vivía pobremente bajo el yugo de la miseria y la enfermedad. Particularmente
clara era la asociación entre la bruja y la partera. <Nadie causa mayores daños
a la Iglesia católica que las parteras>, escribieron los inquisidores Kramer y
Sprenger. La propia Iglesia contribuía muy poco a mitigar los sufrimientos del
campesinado:
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Sé paciente, sufre, muere. ¿No tiene acaso ya la Iglesia sus
oraciones para los difuntos?> (Jules Michelet, Satanismo y magia)
Ante la realidad de la miseria de los pobres, la Iglesia echaba mano del dogma
según el cual todo lo que ocurre en este mundo es banal y pasajero. Pero
también se aplicaba un doble rasero, pues la Iglesia no se oponía a que las
clases altas recibieran atención médica. Reyes y nobles tenían sus propios
médicos de corte, que eran varones y a veces incluso sacerdotes. Se
consideraba aceptable que médicos varones atendieran a la clase dominante
bajo los auspicios de la Iglesia, pero no en cambio la actividad de las mujeres
sanadoras como parte de una subcultura campesina.
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Sin duda, otros muchos remedios empleados por las brujas eran en cambio
pura magia y debían se eficacia – cuando la tenia – a un efecto de sugestión.
Parto en edad media – fija a los médicos detrás atribuyendo el horóscopo y a las mujeres
atendiendo el parto – ¡manos a la obra!
Los métodos utilizados por las brujas sanadoras representaban una amenaza
tan grande (al menos para la Iglesia católica y en menor medida también par la
protestante) como los resultados que aquellas obtenían, porque en efecto, las
brujas eran personas empíricas: confiaban mas en sus sentidos que en la fe o
en la doctrina; creían en la experimentación, y en la relación entre causa y
efecto. No tenían una actitud religiosa pasiva, sino activamente indagadora.
Confiaban en su propia capacidad para encontrar formas de actuar sobre las
enfermedades, los embarazos y los partos, ya fuera mediante medicamentos o
con prácticas mágicas. En resumen, su <magia> era la ciencia de su época.
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En efecto, como dice San Agustín en el Libro 83: Este mal, que es
parte del demonio, se insinúa a través de todos los contactos de
los sentidos; se oculta bajo figuras y formas, se confunde con los
colores, se adhiere a los sonidos, acecha bajo las palabras airadas
e injuriosas, reside en el olfato, impregna los perfumes y llena
todos los canales del intelecto con determinados efluvios.
Los sentidos son el terreno propio del demonio, el ruedo al que intenta atraer a
los hombres, apartándolos de la fe y arrastrándolos a la vanidad del intelecto o
a la quimera de la carne.
Mientras las brujas ejercían en el seno del pueblo, las clases dominantes, por
su parte, contaban con sus propios sanadores laicos: los médicos formados en
las universidades. En el siglo XIII, esto es, el siglo anterior al inicio de la caza de
brujas, la medicina empezó a afianzarse en Europa como ciencia laica y
también como profesión. Y la profesión médica ya había iniciado una activa
campana contra las mujeres sanadoras – excluyéndolas de las universidades,
por ejemplo – mucho antes de empezar la caza de brujas.
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Los estudios de medicina de finales de la Edad Media no incluían nada que
pudiera entrar en conflicto con la doctrina de la Iglesia y comprendían pocos
conocimientos que actualmente podamos conceptuar de <científicos>. Los
estudiantes de medicina, al igual que los restantes jóvenes universitarios,
dedicaban varios años al estudio de Platón, Aristóteles y la teología cristiana.
Sus conocimientos médicos se
limitaban por regla general a las obras
de Galeno, antiguo medico romano que
daba gran importancia a la teoría de la
<naturaleza> o <carácter> de los
hombres, <por lo que los coléricos son
iracundos, los sanguíneos amables, los
melancólicos envidiosos>, y así
sucesivamente. Mientras estudiaban,
los futuros médicos raras veces veían
algún paciente y no recibían ningún
tipo de enseñanzas experimentales.
Además existía una rigurosa separación
entre la medicina y la cirugía, esta
ultima considerada en casi todas partes
como una tarea degradante e inferior;
la disección de cadáveres era
prácticamente desconocida.
Los cuatro humores: Flemáticos, Coléricos,
Sanguíneos, y Melancólicos.
Ante una persona enferma, el medico con formación universitaria tenia escasos
recursos aparte de la superstición. La sangría era una práctica corriente, en
particular como tratamiento para las heridas. Se aplicaban las sanguijuelas
siguiendo consideraciones de tiempo, hora del día, ambiente y otras por el
estilo. Las teorías medicas se basaban mas en la <lógica> que en la
observación: <Algunos alimentos producen buenos humores, otros malos
humores. Por ejemplo, el berro, la mostaza y el ajo producen una bilis rojiza: las
lentejas, la col y la carne de macho cabrio o de buey producen una bilis negra.>
Se creía en la eficacia de la formulas mágicas y de rituales casi religiosos. El
medico del rey Eduardo II de Inglaterra, bachiller en teología y licenciado en
medicina por la universidad de Oxford, recomendaba tratar el dolor de muelas
escribiendo sobre la mandíbula del paciente las palabras <En nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amen>, o bien tocar una oruga con una
aguja que luego se acercaría al diente afectado. Un tratamiento muy frecuente
contra la lepra consistía en administrar un caldo preparado con la carne de una
serpiente negra capturada en terreno árido y pedregoso.
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farmacología confesando que <todo lo que sabia lo había aprendido de las
brujas>.
Así tenemos, por ejemplo, el case de Jacoba Felicie, denunciada en 1322 por la
Facultad de medicina de la universidad de Paris, bajo la acusación de ejercicio
ilegal de la medicina. Jacoba era una mujer instruida que había seguido unos
<cursos especiales> de medicina sobre los cuales no tenemos mas detalles. Es
evidente que todos sus pacientes eran de clase acomodada, como se desprende
del hecho de que hubieran consultado a celebres médicos graduados antes de
dirigirse a ella (según declaración en el juicio). Las principales acusaciones
formuladas contra Jacoba Felicie fueron que:
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absoluto monopolio sobre la práctica de la medicina entre las clases superiores
(a excepción la obstetricia que continuaría siendo competencia exclusiva de las
parteras durante otros tres siglos, incluso entre estas clases sociales). Había
llegado el momento de dedicar toda la atención a la eliminación de la gran masa
de sanadoras, las <brujas>.
Consecuencias
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LAS MUJERES Y EL NACIMIENTO DE LA PROFESIÓN MÉDICA EN
LOS ESTADOS UNIDOS
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sanadores que pasaron a constituir la clase médica profesional no se
diferenciaba tanto de los demás por sus vínculos con la moderna ciencia, sino
sobre todo por su asociación con la naciente clase empresarial norteamericana.
Con el debido respeto a Pasteur, Koch y otros grandes investigadores médicos
europeos del siglo XIX, la victoria final de la profesión médica estadounidense
se logró gracias a la intervención de los Carnegie y los Rockefeller.
Era frecuente que las mujeres tuvieran una consulta conjunta con sus maridos,
en la que él actuaba como cirujano y ella hacia de partera y ginecóloga,
compartiendo todas las demás tareas. También se daba el caso de que la mujer
empezara a ejercer después de haber adquirido una cierta práctica asistiendo a
miembros de su familia o tras un aprendizaje con algún pariente o un sanador
ya consagrado. Por ejemplo, Harriet Hunt, una de las primeras mujeres
licenciadas en medicina de los Estado Unidos, empezó a interesarse por la
medicina con motivo de la enfermedad de su hermana, trabajo una temporada
con un equipo <medico>, integrado por un matrimonio y luego colgó
simplemente un cartel con su nombre en la puerta de su casa. (Sólo más tarde
seguiría estudios regulares.)
Aparece el medico
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médicos <regulares> como les gustaba denominarse, eran varones;
generalmente de clase media y casi siempre mas caros que sus competidores
con títulos. Las consultas de los <regulares> generalmente sólo atención a
personas de clase media o alta, que podían permitirse el lujo de hacerse curar
por un <caballero> de su misma condición social. Hacia finales de siglo, llegó a
imponerse la moda de que las mujeres de clase médica y alta acudieran a
médicos <regulares> para cuestiones ginecológicas, costumbre considerada
absolutamente indecente entre las gentes más sencillas.
Pero fue una medida prematura. La idea del profesionalismo medico y el propio
grupo de sanadores que lo reivindicaban en exclusiva no contaban con el apoyo
popular. Fue imposible hacer cumplir las nuevas leyes; era inútil intentar
impedir jurídicamente la actividad de los sanadores que gozaban de la plena
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confianza del pueblo llano. Peor aun – desde el punto de vista de los
<regulares> – este prematuro intento de monopolizar el ejercicio de la medicina
provocó una oleada de indignación, plasmada en un movimiento popular
radical que estuvo a punto de acabar definitivamente con el elitismo médico en
los estados unidos.
Margaret Sanger (1883 – 1966) fue la principal impulsora de la planificación familiar
en los Estados Unidos.
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simultáneamente contra los <reyes, curas, abogados y médicos>, considerados
como los cuatro grandes males de la época. En el estado de Nueva York, el
representante del Movimiento en la asamblea legislativa fue un miembro del
Partido del Trabajador que no perdía ocasión de denunciar a los >médicos
privilegiados>.
El apogeo del Movimiento Popular para la Salud coincidió con los albores de un
movimiento feminista organizado y ambos estuvieron tan íntimamente ligados
que resulta difícil decir dónde empezaba uno y dónde acababa el otro. Según el
conocido historiador de la medicina Richard Shryock <esta cruzada a favor de
la salud de la mujer [el Movimiento Popular para la Salud] estuvo vinculada,
como causa y también como efecto, a la reivindicación general de los derechos
civiles de la mujer y ambos movimientos – el sanitario y el feminista – llegaron a
confundirse en este sentido.> El movimiento sanitario se preocupo de los
derechos generales de la mujer y el movimiento feminista prestó particular
atención a la salud de la mujer y sus posibilidades de acceso a los estudios de
medicina.
De hecho, dirigentes de ambos
grupos recurrieron a los
estereotípicos sexuales
imperantes para argumentar
que las mujeres estaban mejor
dotadas que los hombres para
el papel de médicas. <Es
innegable que las mujeres
poseen capacidades superiores
para practicar la ciencia de la
medicina>, escribió Samuel
Thomson, un dirigente del
Movimiento en 1843.
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(Pero añadía que la cirugía y la asistencia a los varones debían estar reservadas
a los médicos de sexo masculino) Las feministas iban más allá, como Sara Hale
que en 1852 declaró: <Pensar que se ha llegado a decir que la medicina ¡es una
esfera que corresponde al hombre y exclusivamente a él! Es mil veces más
plausible y razonable afirmar [como hacemos nosotras] que es una esfera que
corresponde a la mujer y exclusivamente a ella.>
Las escuelas de medicina de las nuevas <sectas> de hecho abrieron sus puertas
a las mujeres, en una época en que les estaba totalmente vetada la asistencia a
los cursos <regulares>. Harriet Hunt, por ejemplo, no fue admitida en la
Escuela de Medicina de Harvard y en cambio pudo hacer sus estudios
académicos en la escuela de medicina de una <secta>. (En realidad, el claustro
de la facultad de Harvard se mostró favorable a su admisión, junto con la de
algunos alumnos negros varones, pero los estudiantes amenazaron con crear
graves disturbios si alguno de ellos pisaba los terrenos de la escuela.) La misma
escuela <regular> (una pequeña escuela de medicina del interior del estado de
Nueva York) que puede vanagloriarse de haber licenciado a la primera medica
<regular> de los Estado Unidos, después aprobó rápidamente una resolución
vetando la inscripción de nuevas alumnas. La primera escuela mixta de
medicina fue el <irregular> Ecléctica Central Medical Collage de Nueva York, en
Syracuse. Y también fueron <irregulares> las dos primeras escuelas de
medicina únicamente para mujeres, una en Boston y otra en Filadelfia.
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2) El Movimiento Popular para la Salud no fue únicamente un movimiento
dedicado a demandar una mejor y mayor asistencia médica, sino que también
luchó por un tipo de asistencia sanitaria radicalmente distinta. Represento un
profundo desafío contra los mismos fundamentos de la medicina establecida,
tanto a nivel de la práctica como de la teoría. Actualmente, en cambio,
tendemos a limitar nuestras criticas a la organización de al asistencia medica,
casi como si considerásemos intocable el substrato científico de la medicina.
Pero también deberíamos empezar a desarrollar una crítica general de la
<ciencia> medica, al menos en los aspectos que afectan a las mujeres.
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entrada de mujeres a la medicina con las feministas organizadas. Tercero, la
profesión médica europea ya estaba firmemente establecida y temía menos la
competencia femenina.
Vista esta situación, nos parece todavía mas desconcertante, y mas lamentable,
que lo que podríamos denominar <Movimiento Popular para la Salud de la
Mujer> comenzara a separarse a finales del siglo XIX del Movimiento Popular
para la Salud dentro del cual había surgido e intentara adquirir respetabilidad.
Algunas escuelas de medicina femeninas expulsaron del cuerpo docente a los
miembros de las sectas <irregulares>. Doctoras eminentes, como Elizabeth
Blackwell, unieron sus voces a las de los varones <regulares> para exigir que se
pusiera fin al libre ejercicio de la obstetricia y se exigieron <estudios médicos
completos> a todos los que quisieran practicarla. Y todo esto en una época en
que los <regulares> aún tenían poca o ninguna ventaja <científica> sobre los
médicos de las sectas o los sanadores profanos.
La explicación se encuentra tal vez en el hecho de que las mujeres que entonces
tenían interés en seguir estudios regulares de medicina pertenecían a la clase
media y debía resultarles más fácil identificarse con los médicos <regulares> de
su misma clase que con las sanadoras de origen social más bajo y con los
grupos de médicos de las sectas (a los que anteriormente se solía identificar con
los movimientos radicales). El cambio de orientación probablemente se vio
facilitado por el hecho de que, en las ciudades, las sanadoras no tituladas
tendían a ser cada vez más a menudo mujeres inmigradas. (Al mismo tiempo,
las posibilidades de crear un movimiento feminista interclasista en torno a
cualquier problemática también fueron desapareciendo a medida que las
mujeres proletarias se incorporaban a las fábricas, mientras las mujeres de
clase media-alta se adaptaban al nuevo concepto victoriano de feminidad.) Pero
cualquiera que sea la explicación exacta, el resultado fue que las mujeres
burguesas renunciaron a todo ataque de fondo contra la medicina masculina y
aceptaron las condiciones fijadas por la naciente profesión médica masculina.
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El triunfo de los <profesionales>
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de estudios superiores – el cual evidentemente cerraba el acceso a los estudios
de medicina a la mayoría de las personas de clase obrera o sin medios
económicos.
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El Informe Flexner, publicado en 1910, fue un verdadero ultimátum de las
fundaciones a la medicina estadounidense. A resultas de este informe,
muchísimas escuelas de medicina se vieron obligadas, entre ellas seis de las
ocho escuelas de medicina para negros de los EE.UU. y la mayoría de las
escuelas <irregulares> que habían sido el refugio de las mujeres que estudiaban
medicina. Con ello, la medicina quedaba definitivamente consagrada como una
rama <superior> del saber, accesible sólo a través de prolongados y costosos
estudios universitarios. Evidentemente es cierto que a medida que fueron
desarrollándose los conocimientos médicos, fue haciéndose necesario prolongar
el periodo de formación. Pero Flexner y las Fundaciones no tenían la menor
intención de poner esta formación al alcance de la gran masa de sanadores y
sanadoras no titulados y de médicos y medicas <irregulares>. Al contrario,
dieron con la puerta en las narices a los negros, a la mayoría de las mujeres y a
los hombres blancos pobres.
(En su informe, Flexner se
quejaba de que cualquier <chico
rudo o oficinista decepcionado>
pudiera seguir estudios de
medicina.) La medicina se había
convertido en una ocupación
reservada para los varones,
blancos, y de clase media-alta.
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perdido para la docencia y la investigación. El vasto <material de investigación>
obstétrica que ofrecían las clases pobres estadounidenses se desperdiciaba en
manos de las ignorantes parteras. Además, las mujeres pobres gastaban cerca
de 5 millones de dólares anuales en parteras que hubiesen podido ir a parar en
cambio a los bolsillos de los <profesionales>.
La dama de la linterna
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ya fuera un niño enfermo o un pariente anciano. Había hospitales que contaban
con sus propias enfermeras, pero los hospitales de aquella época tenían mas
bien la función de asilos para indigentes moribundos y los tratamientos que
ofrecían eran meramente simbólicos. La historia relata que las enfermeras de
los hospitales tenían muy mala reputación, eran propensas a la bebida, la
prostitución y el robo. Y las condiciones generales de los hospitales muchas
veces eran escandalosas. Hacia finales de la década de 1870, un comité de
investigación no consiguió encontrar ni un trocito de jabón en todo el edificio
del Bellvue Hospital de Nueva York.
Si
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mismo tiempo, comenzó a ampliarse el número de hospitales para cubrir las
nuevas necesidades de la enseñaza médica. Los estudiantes de medicina
necesitaban hospitales para hacer sus prácticas; y los buenos hospitales, como
empezaban a descubrir los médicos, requerían buenas enfermeras.
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<interés> natural y aceptable para las mujeres
de su clase.
Si bien para Nightengale las mujeres eran enfermeras por instinto, el mismo
instinto, en cambio, no les permitía ser médicos. Florence Nightengale dijo
acerca de las pocas medicas mujeres de su época: <Sólo han intentado ser
hombres y únicamente han conseguido llegar a ser hombres de tercera
categoría.> Y en efecto, a finales del siglo XIX, a la vez que aumentaba el
numero de estudiantes de enfermera, empezó a disminuir el numero de mujeres
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que estudiaban medicina. Las mujeres habían encontrado su lugar dentro del
sistema sanitario.
Así como el movimiento feminista no se había opuesto al nacimiento del
profesionalismo medico, tampoco discutió la situación de opresión para las
mujeres implícita en la profesión de enfermera. De hecho, las feministas de
finales del siglo XIX también empezaban a aclamar el modelo de feminidad
encarnado en la enfermera-madre. El movimiento feminista norteamericano
había abandonado la lucha por la plena igualdad entre los sexos para
concentrarse exclusivamente en la cuestión del voto; y con tal de conseguir el
derecho a voto, las feministas estaban
dispuestas a adoptar las afirmaciones más
sexistas de la ideología victoriana. Las
mujeres necesitaban el derecho a voto,
argumentaban, no por el hecho de formar
parte del genero humano, sino porque eran
Madres. <La mujer es la madre de la raza>,
afirmaba con entusiasmo la feminista
bostoniano Julia Ward Howe, <la guardiana
de su infancia indefensa, su primera
maestra, su mas celosa defensora. La mujer
también es la encargada de crear un hogar,
ella se ocupa de los detalles que embellecen
y glorifican la vida familiar.> Es decir, ¿Por
qué se necesitará una profesión a una
mujer, cuando la maternidad es su única y
más elevada profesión?
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finales del siglo XIX diluyeron algunas de las más flagrantes contradicciones del
sexismo.
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Curar, en el sentido más amplio de la palabra, engloba tanto el tratamiento
médico como el cuidado general del enfermo, la tarea del médico y también la
de la enfermera. Las antiguas sanadoras y sanadores de otros tiempos
cumplían ambas funciones y eran apreciadas por las dos. (Las parteras, por
ejemplo, no se limitaban a asistir al parto, sino que permanecían en la casa
hasta que la madre estaba en condiciones de volver a atender a sus hijos.) Pero
con el desarrollo de la medicina científica y de la moderna profesión médica,
ambas funciones quedaron irremisiblemente separadas. El tratamiento médico
llegó a ser privativo de los médicos y los demás cuidados que quedaron
delegados en la enfermera. Todo el merito de la curación del paciente
correspondía a los médicos y su técnica, pues sólo él compartía el aura de la
Ciencia. Las tareas de la enfermera, por su parte, apenas se diferenciaban de
las de una sirvienta. No tenía poder, no tenia magia y no podía solicitar ningún
mérito.
Este aplica a la época del escrito del libro en los 70’s. Pero se recuerda que hoy en día
(2006) en muchos países latinoamericanos resulta que la misma situación se mantiene
para las profesiones de enfermeras y parteras. Muchos varones optaron por ser
enfermero o matrón porque no tuvieron los puntajes suficientes en sus exámenes de
ingreso a la escuela de medicina – por lo que optaron por “la próxima mejor alternativa
abierta”…
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trabajadores de la salud, al mismo tiempo que refuerzan una jerarquía
dominada por los hombres.
CONCLUSIONES
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ningún momento el profesionalismo con la capacidad profesional. La
capacidad profesional es algo que debemos intentar dominar y compartir; el
profesionalismo es – por definición – elitista y exclusivo, sexista, racista y
clasista. En el pasado, en los Estado Unidos, las mujeres que deseaban
seguir estudios formales de medicina se mostraron dispuestas a aceptar el
profesionalismo inherente a ellos. Su estatus social mejoró, pero solo lo
lograron a expensas de sus hermanas menos privilegiadas, las parteras,
enfermeras, y sanadoras no tituladas. Actualmente, nuestro objetivo no
debería ser nunca conseguir el acceso de las mujeres a la profesión médica
exclusivista, sino hacer accesible la medicina a toas las mujeres.
Esto significa que debemos empezar por destruir las distinciones y barreras
que separan a las trabajadoras sanitarias de las mujeres consumidoras de
servicios médicos. Debemos poner en común nuestras preocupaciones. Las
consumidoras deben comprender las necedades de las mujeres que trabajan
en la sanidad, las trabajadoras sanitarias de las mujeres como usuarias de
la sanidad. Las trabajadoras sanitarias pueden desempeñar un papel
destacado en los proyectos colectivos de auto-ayuda y auto-enseñaza (como
por ejemplo auto-cuidado para detectar cáncer de mama) y en las luchas
contra las instituciones. Pero necesitan el apoyo y la solidaridad de un
fuerte movimiento de usuarias de la salud.
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BIBLIOGRAFÍA
Women Healers in Medieval Life and Literature by Muriel Joy Hughes, Books for
Libraries Press, Freeport New York, 1943
The Formation of the American Medical Association: The Role of Institutions 1780-
1860 by Joseph Kett, Yale University Press, 1968
American Medicine and the Public Interest by Rosemary Stevens, Yale University
Press, 1971
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