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PARTE IV

EL HIGIENISMO
“CIENTÍFICO”
Los “invertidos” y la Generación del 80

33. EL FUROR SANITARIO: Los parásitos de la escoria social, los fronterizos del de-
lito, los comensales del vicio y de la deshonra.

T
odo cambiaba. El enorme territorio salvaje e inhóspito se organizaba,
entraba en el comercio mundial, miraba a Francia como el modelo de-
seado. Buenos Aires ya nunca volvería a ser la Gran Aldea. Eso que
después el lugar común convertiría en “crisol de razas”, comenzaba a vis-
lumbrarse en el puerto. Los inmigrantes llegaban a un país que no era como
en los folletos que les habían mostrado en los puertos de ultramar. Los chi-
cos que habían crecido en familias que odiaban a Juan Manuel de Rosas se
preparaban para modernizar el país. La historia liberal los registraría como
“la Generación del 80”, alabaría su predisposición para la organización, su
idea de progreso, que incluía un claro componente anticlerical, su gusto por
el consumo de bienes culturales, su obsesión parisina, el poco exigente mo-
delo agroexportador, sus relaciones con el mercado británico, su actitud di-
námica. Es un momento laico en la historia nacional, en el que llegan a
sancionarse, con positivismo militante, la Ley de Registro Civil (hasta ese
momento, nacimientos y muertes se anotaban en las parroquias), la Ley de
Educación Común (otro bastión arrebatado a la Iglesia Católica) y la Ley
de Matrimonio Civil. El enfrentamiento con la Santa Sede llegó hasta la
ruptura de las relaciones diplomáticas con Roma, en 1884, bajo la presi-
dencia de Julio Argentino Roca.
Había vida y ambición en esos muchachos esclarecidos, convencidos del
derecho ilustre que los asistía para dirigir un país que pedía a gritos ser en-
caminado por las preclaras élites oligárquicas: Roca, Carlos Pellegrini, Mi-
guel Cané, Eugenio Cambaceres, Joaquín V. González, Rafael Obligado. Ellos
decidieron en el juego de incluidos y excluidos con quienes hacer un país y
a quienes desechar. El brazo científico del grupo les aportaría el marco teóri-
co que permitiría hacer de la exclusión una simple ecuación. No fueron ra-
cistas. Fueron “científicos”.1

_____________

1. “La superstición cientificista se alimentaba de una gran simplicidad que suponía que entre
la lente del microscopio y la del telescopio podía caber todo el universo”. Arturo Jauretche, La coloniza-
ción pedagógica, p. 7.

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“La opinión pública, impresionada con el recuerdo fatídico de la epide-
mia de 1871, exigía a sus autoridades, medidas precaucionales rigurosas,
contra toda procedencia extranjera, susceptible de ser vehículo de los tan te-
midos gérmenes”, escribió José María Ramos Mejía en 1892.2 Algo estaba sa-
liendo mal. Los inmigrantes sucios y pobres que desembarcaban en la nueva
tierra prometida no eran los cultos franceses e ingleses con los que soñaban
nuestros prohombres. El criminólogo Eusebio Gómez escribió sobre “la in-
fluencia de una inmigración no depurada en manera alguna, inmigración
que trae a nuestro país, junto con el hombre verdaderamente trabajador, la
resaca extraída de los más bajos fondos de los pueblos europeos”. 3
Se armó entonces un fenomenal aparato estatal que partió de la ciencia y
que, burocráticamente, extendió sus redes por cuanto resquicio encontró pa-
ra llegar a dominar la vida académica, social y política del país. La punta de
lanza de estos nuevos cruzados de la ciencia y de la higiene fue el fantasma de
la peste de hacía veinte años, la fiebre amarilla, y la inoperancia oficial
frente a la catástrofe sanitaria. Sin embargo, el Estado había hecho más para
combatir la epidemia que lo que los nuevos agitadores estaban dispuestos a
admitir, solo que en 1871 no había cómo parar la epidemia, todavía no se sa-
bía que la transmitía el mosquito aedes aegipti, dato que se confirmó recién
en 1901. En un completo estudio,4 Jorge Salessi demuestra el uso político de
la peste entre 1871 y 1900. Los médicos/políticos le achacaron la presencia
de todos los males a la ineficiencia estatal y la conclusión era obvia: el Esta-
do debía prepararse higiénicamente para poder crecer y recibir inmigración.
Con ingenio, un anónimo redactor de Caras y Caretas registró la obsesión
del 90 por la peste del 70 y escribió una profecía que finalmente se cumpli-
ría bajo el título de “El furor sanitario”: “Se imponen las medidas radicales / an-
tes de que la peste nos infeste / más las quieren usan con bríos tales / que van
a concluir porque la peste / resulte el más pequeño de los males”.5
La inmigración debía ser tratada bajo rígidos protocolos higiénicos. El he-
cho de que en 1890, el sesenta por ciento de la deuda externa se debía al fi-
nanciamiento de obras de higiene pública, demuestra que el discurso había
funcionado.6

_____________
2. José María Ramos Mejía: Memorias del Departamento Nacional de Higiene correspondiente a
los años 1892, 1893, 1894, 1895, 1896, 1897, Buenos Aires, El Correo Español, 1898, p. 1.
3. Eusebio Gómez: La mala vida en Buenos Aires (prólogo de José Ingenieros), Buenos Aires,
Editor Juan Roldán, 1908, p. 28. Más adelante Gómez, abogado criminalista del Instituto de Criminología,
explica el concepto: “El doctor Moyano Gacitúa llega a afirmar que esas corrientes llevan en sí el sello de
la criminalidad más alta de la tierra, en razón de las razas que las constituyen. La proporción de la raza
latina sobre la población total del país es de 975 por mil y teniendo esto en cuenta, así como la opinión
de Ferri, que encuentra en dicha raza el predominio de las tendencias al homicidio general, al asesinato
y al infanticidio, es que nuestro autor funda su afirmación, a la que adherimos sin reservas, por ser ella
exacta, a todas luces” (p. 30).
4. Salessi: Médicos, maleantes y maricas.
5. “El furor sanitario”, Caras y Caretas (Buenos Aires), núm. 56, año III (28.10.1899).
6. Es cierto que las grandes obras de higiene y salubridad le dieron al país un impulso necesa-
rio y que sirvió, entre otras cosas, para elevar la expectativa de vida, que entre 1865 t 1869 era de 32 años, y
que se elevó a 48-50 años entre 1913 y 1915. Ángel Jankilevich: Historia de los hospitales. Período 1880-
1930. Museo AADHHOS.

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Archivo General de la Nación

José Ingenieros con Julio Argentino Roca. Dos símbolos de la Generación del 80.
Si bien el anticlericalismo de la época le quitó poder represivo a la Iglesia, el Gobierno
invistió a la ciencia como la nueva rectora de los comportamientos y las conciencias.

Una hojeada sobre el proceso permitirá ver cómo los médicos conquistaron
poder exacerbando enfermedades y multiplicando los enfermos, adueñándo-
se del aparato del Estado para controlar a “los parásitos de la escoria social,
los fronterizos del delito, los comensales del vicio y de la deshonra, los tris-
tes que se mueven acicateados por sentimientos anormales: espíritus que
sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas o sufren la carcoma inexo-
rable de las miserias ambientes”, como escribió José Ingegnieros7 en el pró-
logo de la obra de Gómez.8
Entre 1870 y 1900, se crearon el Departamento Nacional de Higiene, las
cátedras de Higiene y de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de Bue-
nos Aires, se publicaron las Memorias del departamento de Higiene, en don-
de los médicos hacían circular sus ideas, algunas de ellas, escritas en francés

_____________
7. No hay un error: El pensador se llamaba efectivamente “Ingegnieros” pero se sacó la según-
da “g” intentando disimular su origen italiano. Roberto Payró recuerda no solo que Ingegnieros era italia-
no sino “de ascendencia italiana meridional” y que “acabó por quitarse la g de Ingegnieros, y de ser tan
porteño como el que más, adoptando y exagerando algunas de nuestras modalidades”.
8. José Ingegnieros, en el prólogo de La mala vida, p. 5.

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con el claro objetivo de difundirlas en el extranjero y atraer al mismo tiempo
inmigración europea al país y prestigio internacional a sus autores. Ramos
Mejía propuso la creación de un Instituto de Medicina Legal en Buenos Aires. Los
higienistas y criminalistas pidieron más y más leyes, 9 se ordenaron en Bue-
nos Aires las “visitas domiciliarias de inspección higiénica” cada dos meses,
una manera de entrar en todas las casas y tener a la población bien controla-
da. También había inspectores higiénicos en todos los vagones de los trenes y
en los barcos atestados de inmigrantes. El gran ojo higiénico todo lo vigilaba.
Los higienistas, así, pasaron a tener claros y peligrosos poderes policiales.10
La tendencia argentina, en realidad, continuaba la moda de Francia.
En ese contexto, los tres nombres del higienismo en la Argentina son los
de los doctores José María Ramos Mejía, Francisco de Veyga y José Ingeg-
nieros. Trabajando en conjunto, crearon una red que unió la Facultad de
Medicina de Buenos Aires con la Penitenciaría Nacional y la Policía Fede-
ral. El estudio científico se alió con la represión. La enfermedad física pasó
a ser moral y después ideológica.11 Los tres científicos (más Eduardo Wilde
y Emilio Coni) eran también escritores. Amparados por el Estado, produje-
ron libros, folletos, publicaciones, reseñas, tratados, revistas, en donde se
citaban una y otra vez, se elogiaban una y otra vez, creando y regalándose
prestigio mutuamente.12 En famosas tertulias que organizaba Ramos Mejía
en sus oficinas de la Presidencia del Departamento de Higiene y de la Di-
rección del Instituto Frenopático, todos ellos se reunían a tomar el té y a
discutir de ciencia y literatura. En esos cenáculos se creó una visión de la
sociedad en la que nacían nuevos tipos de criminales, “un mundo de inmi-
grantes y obreros permanente o cíclicamente desempleados, prostitutas,
homosexuales y rufianes, anarquista que bajo la bandera de un activismo
político
_____________
9. “Sin la ley no se adelanta en cuestiones sanitarias desde que cada habitante se cree con de-
recho a vivir de la manera que le parece más conveniente, aunque infrinja las prescripciones de la higie-
ne y perjudique la salud de los demás” Antonio Piñero: Anales del Departamento Nacional de Higiene,
1892, p. 267. Citado por Salessi: O. cit., p. 30.
10. Donna Guy: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-1955, Buenos
Aires, Sudamericana, 1994, p. 12. Guy se refiere especialmente al trato que quienes padecían de sífilis
recibían de parte de los médicos, quienes conferían a la enfermedad una interpretación social, moral y
médica.
11. Francisco de Veyga publicó en 1897 en los Anales del Departamento Nacional de Higiene
un texto titulado “Anarquismo y anarquistas. Estudio de antropología criminal”, fundando según Salessi
una “antropología criminal argentina que se ocupaba de una ideología política”. Salessi, O. cit., p. 124.
12. Para ilustrar lo rentable que era el oficio de estos investigadores, Salessi muestra un ejem-
plo publicado en La Vanguardia, el 25 de noviembre de 1906, titulado “Los 500.000 del perito”, que de-
cía: “El ex-perito Francisco P. Moreno es decididamente un hombre de suerte. Surgido a la superficie en
un momento en que el sentimiento patriótico había sido hábilmente agitado por los intrigantes de la alta
política, su nombre adquirió desmesurado prestigio. El Congreso le pagó sus servicios magníficamente
[...] fue dueño de inmensas tierras y de sumas fabulosas. Pero, ahí no pararon las recompensas; porque
estos ‘servidores de la patria’ se ríen de las virtudes de Ciancianato. El gobernador Ugarte, queriendo pre-
miar también la deuda de gratitud que debía la provincia al perilustre hombre, le acordó con el título de
superintendente de obras públicas, la suma de 500.000 pesos que pesan sobre el presupuesto actual. A
raíz de las denuncias de algunos diarios, se ha buscado el motivo o pretexto que justificara tan exorbi-
tante donativo, y el motivo o el pretexto no se ha encontrado. Entre tanto el ex-perito –cuya estadía en
Londres ha despertado en él un vivo amor a Bentham, el inventor del panóptico, y a la escuela utilita-
ria–, cobra religiosamente los emolumentos protegido por la ley”. Salessi: O. cit., p. 131.

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Los fundadores de los Archivos
de Psiquiatría, José Ingegnieros
y Francisco de Veyga junto
con José María Ramos Mejía
y Lucio Vicente López. Fueron
los máximos representantes del
higienismo en la Argentina que
ligó a la Facultad de Medicina
con la Penitenciaría Nacional
y la Policía Federal. Su blanco
preferido fueron los “pederastas”.
Archivo General de la Nación

político radical ocultaban apenas la patología de los delincuentes”. 13


Y decretaron que sobre ellos debía caer el peso de las fuerzas morales.
Francisco de Veyga no era solo literato y científico. Fue además miembro
activo del Ejército Nacional, y llegó a alcanzar el grado de teniente general, el
más alto de esa institución. Todo su trabajo está cruzado con el de las fuer-
zas represivas. El discurso higienista fue central en el accionar de la Policía
y el Ejército argentinos a lo largo del siglo XX. José Ingegnieros, una de las
personalidades más extrañas de la vida cultural argentina, venía del anar-
quismo, pero abjuró de sus ideales y no tuvo problemas en convertirse en se-
cretario de Julio Argentino Roca, el líder oligárquico, jefe de la campaña de
exterminio en el desierto, quien hasta lo llevó a Europa de viaje.
En esa promiscua relación entre ciencia y represión participó también el je-
fe de la Policía Federal, Ramón Falcón, quien identificó en un memorándum
del 16 de mayo de 1909 como origen de las manifestaciones obreras a “ciertos
focos de patología social inasimilables a nuestra personalidad colectiva, por
instinto y por educación, con atavismos exóticos y con virulencias de otros
medios, que se encuentran adheridos a nuestra fisonomía orgánica”. 14
La preocupación de la ciencia, las artes, la Policía, el Estado y el Ejército
no era en vano. Se debía a lo que veían en las calles de Buenos Aires, en don-
de el bajo fondo se hacía presente como prostitución, como tango, como anar-
quismo, como inversión sexual. Los excluidos hacían cada vez más ruido.

_____________
13. Salessi: O. cit., p. 125.
14. Ib., p. 117.

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34. EL “YIRO”: A los jardines del Paseo 9 de Julio les había tomado antipatía porque
eran el refugio de los pederastas pasivos.

e “yiraba” en Buenos Aires por los jardines del Paseo de Julio, el espacio
S arbolado que separaba la Recova de la actual Avenida Alem y el río. El
“yiro” iba desde la Casa Rosada, en donde se inauguró en 1903 la estatua de
Las Nereidas de Lola Mora,1 hasta la calle del Temple,2 en donde estaba la
Estación Central de Trenes. Grandes personalidades de la cultura argentina
establecieron esa zona del Bajo, ese borde ciudadano como sitio de encuen-
tro, bohemia y descontrol.3 Allí estaban los bares, los “piringundines” de an-
tes de que el tango fuera decente, los marineros, los viajantes que caminaban
por el Muelle de Pasajeros,4 210 metros de madera que se adentraban en el
Río de la Plata, y los pasajeros ferroviarios. En ese escenario de prostitución
y música los homosexuales tenían un punto de encuentro, la estatua de már-
mol blanco de Giuseppe Mazzini en la plaza que, en ese momento, llevaba
su nombre.5 La estatua continúa en el mismo lugar, ahora dándole la espal-
da al edificio del diario La Nación, en la misma plaza en que hace más de
cien años se juntaban “los lunfardos”, como le llamaban a la escoria entre de-
lictiva y enferma de la que querían librarse Ingegnieros y De Veyga.
El subcomisario Adolfo Batiz escribió a principio del siglo XX: “A los jar-
dines del Paseo 9 de Julio les había tomado antipatía porque eran el refugio de
los pederastas pasivos que se juntaban alrededor de la estatua de Mazzini, el
_____________
1. Hoy ubicada en Costanera Sur. Debió ser trasladada a un lugar menos visitado por las que-
jas que tanta desnudez marmórea produjo en las familias porteñas de la época.
2. Hoy Viamonte.
3. Para Roberto Arlt, en su aguafuerte Las cuatro recovas, del 17 de enero de 1929, el Paseo de
Julio era “la recova canalla”. Gardel cantó el tango de E. Fresedo Paseo de Julio, en donde cuenta que “un
marinero amigo, que fijo me miró” le dijo antes de beber una cerveza que otro amigo en común había
muerto de amor por su novia. En varios cabarets del Paseo de Julio, Tita Merello trabajó como vedette. Al-
berto Vaccarezza en El conventillo de la Paloma llama a su personaje más bohemio “Paseo de Julio”. El
dramaturgo Mauricio Kartun estrenó en 2003 la obra La Madamita, que transcurre en un estudio de fo-
tografía pornográfica, en el Paseo. Pero quien más ha insistido en lo pecaminoso del Paseo ha sido sin du-
das Jorge Luis Borges. En Emma Zunz habla del “infame” Paseo de Julio y es allí hacia donde se dirige la
protagonista para hacerse ultrajar, como parte de su venganza. Emma entra en “dos o tres bares” hasta dar
con un marinero que sin mediar palabra, la lleva a una habitación donde tienen sexo rápido. Pero no
terminan allí las referencias borgeanas al Paseo. En el prólogo de Artificios (1944) dice que “la torcida Rue
de Toulon” (que aparece como la calle del pecado en La muerte y la brújula) es el “Paseo de Julio”. Lo
nombra también como “frontera de arrabales” en Los compadritos muertos (El otro, el mismo, 1964). Y más
aun, le dedica una poesía al Paseo, publicada en Cuaderno San Martín (1929): “Juro que no por delibera-
ción he vuelto a la calle / de alta recova repetida como un espejo / de parrillas con la trenza de carne de
los Corrales / de prostitución encubierta por lo más distinto: la música. / Puerto mutilado sin mar, enca-
jonada racha salobre / resaca que te adheriste a la tierra: Paseo de Julio / aunque recuerdos míos, anti-
guos hasta la ternura, te saben / nunca te sentí patria. / Solo poseo de ti una deslumbrada ignorancia /
una insegura propiedad como la de los pájaros en el aire / pero mi verso es de interrogación y de prue-
ba / y para obedecer lo entrevisto. / Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los otros, / tus espejos cur-
vos denuncian el lado de fealdad de las caras / tu noche calentada en lupanares pende de la ciudad / [...]
Detrás de los paredones de mi suburbio, los duros carros / rezarán con varas en alto a su imposible dios
de hierro y de polvo, / pero ¿qué dios, qué ídolo, qué veneración la tuya, Paseo de Julio? / Tu vida pacta
con la muerte; toda felicidad, con solo existir, te es adversa”.
4. Nacía en la actual Alem, entre Sarmiento y Perón.
5. Hoy Plaza Roma, entre las calles Alem, Lavalle, Bouchard y Tucumán.

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Archivo General de la Nación

El Paseo de Julio fue el lugar de bohemia y de descontrol de la


Buenos Aires de comienzos del siglo XX. Allí estaban los bares
y los “piringundines” del bajo fondo. A la derecha, la estatua
de Mazzini, punto de reunión de los “pederastas pasivos”.

revolucionario y hombre de las libertades itálicas”, 6 pero a su vez se alegra-


ba de que en la otra punta del paseo, ahí donde estaba la estatua de Lola Mo-
ra, “creemos [que] no merodean pederastas”. 7
No debe haber sido casual que los lunfardos, los pícaros de la época, se
tiraran más para el lado de la estatua de Mazzini que para el de Lola Mora.
A tres cuadras de allí, hacia el norte, en la esquina del Paseo con 25 de Ma-
yo, estaban los cuarteles del Regimiento 5 de Línea.
Incesante inmigración masculina, sin compromisos, sin ataduras familia-
res, soldados solitarios y marineros de ultramar. Lunfardos riendo con risas
que inventaban el tango lunfardo. Y el río brillando bajo la luna porteña. Al-
guien iba a querer abortar ese siglo libertario que estaba naciendo.

_____________
6. Adolfo Batiz: “Buenos Aires, la ribera y los prostíbulos en 1880” en, Contribución a los estu-
dios sociales. Libro rojo, Buenos Aires, Aga Taura, p. 25.
7. Ib., p. 26.

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35. EL DEPÓSITO 24 DE NOVIEMBRE: Jugaban a los hombres y las mujeres; ha-
cían de ellos los más grandes, de ellas los más pequeños.

D esde los bordes sucios de la ciudad crecía la peste. No eran mosquitos


esta vez. Eran los lunfardos italianos anarquistas, prostitutas polacas,
vagabundos, huérfanos, compadritos, borrachines, obreros revoltosos, inver-
tidos, “canfinfleros”, “escruchantes”, “madruguistas”, “biabistas”. “table-
ristas”, “espiantadores”, “jicadores”, “burristas”, “mecheras”, ladrones de
gallinas, pederastas y “safistas”, “madamas”, cocottes y proxenetas.1 Los que
no estaban invitados a construir el país que se estaba forjando en escuelas
y cuarteles. Esa fiesta que armaban en las calles no era la celebración decoro-
sa y patriótica con la que la Generación del 80 quería festejar el Centenario.
Había que poner fin a tanto descaro. Había que aplicar vacunas, controlar
la peste, eliminar los focos de contagio. Había que examinarlos, escrutarlos
a la luz positiva de la ciencia y la moral.
El doctor general de División, De Veyga, pidió en 1899 al jefe de la Policía,
Francisco J. Beazley, ser designado como médico de la Policía y que se le asig-
ne el servicio del Depósito 24 de Noviembre. No era un pedido menor. Ahí en
el “24 de Noviembre”, como se lo conocía por la calle en la que estaba ubicado,
iban a parar los lunfardos, la escoria, “el lodo social”.2 No hacía falta que come-
tieran un delito. Beazley le cumplió el sueño al doctor teniente general, le ce-
dio el depósito para que lo convirtiese en un laboratorio de seres humanos.
El 24 de Noviembre fue el eslabón imprescindible entre ciencia y repre-
sión: la Policía los encerraba, los médicos los estudiaban. José Ingegnieros
exponía a los prisioneros (“los quincenarios”, les decían, porque estaban ahí por
quince días) en la Facultad a sus alumnos. El historiador de la psiquiatría ar-
gentina, Osvaldo Loudet, se conmovió: “[...] en el Depósito de Contravento-
res sito en la calle 24 de Noviembre, y al que eran enviados todos los vagos,
los atorrantes, los invertidos y lunfardos recogidos por la Policía de la Capi-
tal. ¡Qué muestrario maravilloso de degenerados hereditarios e inadaptados
sociales! ¡¨Qué espectro multicolor con todos los matices de la locura y el de-
lito! ¡Qué tesoro psicológico de todas las anomalías y todas las perversio-
nes!”.3 El tesoro multicolor parece haber sido bastante tétrico.4
El “tesoro psicológico” fue una pesadilla para los cerca de 40 mil chicos

_____________
1. Todos subtipos de la artificial taxonomía con la que los higienistas clasificaron “científica-
mente” a los “lunfardos”. Cada “especialidad” tuvo su nombre, muchas veces tomado directamente del
argor lunfardo, que lograba así colarse en el discurso oficial. Dice Gómez en La mala vida: “Es de adver-
tir que, la mayoría de las voces que integran la jerga de nuestros delincuentes, derivan de las de otros
países, hecho perfectamente explicable en virtud del contingente que el medio inmigratorio aporta a
la criminalidad bonaerense”, p. 110.
2. Concepto del policía Laurentino C. Mejías en su libro La Policía por dentro, Barcelona, Viu-
da Lais de Taso, t. 1, p. 36.
3. Osvaldo Loudet y Osvaldo Elías Loudet: Historia de la psiquiatría argentina, Buenos Aires,
Troquel, 1971, p. 129.
4. Mejías lo describió “comparable a una pocilga”, con los chicos presos correteando entre los
detritus de las autopsias.

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Biblioteca Nacional

El Depósito 24 de Noviembre era el lugar donde eran encerrados los


lunfardos por la Policía y luego estudiados por los “científicos” que analizaban
las “perversiones” de los vagos, atorrantes e invertidos de 4 a 20 años.

abandonados que había en la Capital a principios de siglo. En un número de


la revista Fray Mocho de 1904, se cuentan las humillaciones por las que pa-
sa un niño que fue descubierto durmiendo en un umbral y trasladado al
Depósito. La descripción del periodista Juan José de Suiza Reilly muestra
la hipocresía de un Estado que preconizaba la higiene pero que trataba a
sus habitantes como desechos inmundos. “Después de dos días de calabozo
–en donde sus camaradas, ya hombres, le obligaban a todo, cometiendo con él
crímenes repugnantes y vergonzosos– el niño sale para el Depósito 24 de
Noviembre. Lo llevan en el ‘carrito’. Pero el vigilante, antes de llevarlo al ve-
hículo, le pone las esposas. No he visto jamás espectáculo que me dé más
vergüenza, que contemplar a un robusto agente de la Policía llevando a un
chico pequeño, débil e indefenso, encadenado como un perro. ¿Conocéis el
Depósito 24 de Noviembre? [...] ¡Horroriza! En un pequeño espacio, se amon-
tonan quinientos niños. Sin camas. Casi desnudos. Viven en una promiscui-
dad que, sin duda, el doctor Sáenz Peña está lejos de conocer. De lo contrario,

119
Biblioteca Nacional
“He aquí un menor de instintos salvajes pero no criminal –afirma la nota de la revista
Fray Mocho–. Salió de la prisión a los once años, yéndose a vivir a esta choza, en el
puerto, donde presta asilo a los compañeros mediante una retribución vergonzosa”.

el próximo 25 de Mayo, mandaría poner en libertad a esos pobres muchachos.


Algunos, como no tienen sitio para acostarse, duermen de pie. [...] En esta po-
cilga hállanse encerrados los niños. Los hay desde 4 años hasta 20”.5
Como si no alcanzase la infamia, en la misma revista hay una foto de un
menor, acurrucado bajo unas ramas y con un epígrafe que lo termina de estig-
matizar: “He aquí un menor de instintos salvajes pero no criminal. Entró a la
cárcel a los 4 años de edad por dormir en los umbrales y no tener padres. Sa-
lió de la prisión a los once años, yéndose a vivir a esta choza, en el puerto,
donde presta asilo a sus compañeros mediante una retribución vergonzosa”.
La sexualidad de los nenes lunfardos fue una preocupación central de es-
tos intelectuales. Eugenio Cambaceres contó en su novela En la sangre la vi-
da de estos chicos hijos de inmigrantes italianos. Describió una pandilla de
muchachitos, y a su líder, Gennaro “hecho desde chico a toda la perversión
baja y brutal del medio en que se educa”, “sin freno ni control” deambulaba
por el Centro, pedía limosna a la salida de los teatros y terminaba la noche,
ya de madrugada, en el Paseo de Julio. Allí iban los chicos “como murciéla-
gos que ganan el refugio de sus nichos, a dormir, a jugar, antes que acabara
el sueño por rendirlos, tirábanse en fin acá y allá, por los rincones. Jugaban
a los hombres y las mujeres; hacían de ellos los más grandes y de ellas los más
pequeños, y, como en un manto de vergüenza, envueltos entre tinieblas, con-

_____________
5. Juan José de Suiza Reilly: “Las miserias de la infancia”, Fray Mocho, 1914, pp. 47 y ss.

120
Los menores detenidos,
que eran trasladados
al 24 de Noviembre
esposados desde la comisaría,
no habían cometido más delito
que no tener dónde
dormir ni quién los cuidase.
Biblioteca Nacional

tagiados por el veneno del vicio hasta lo íntimo del alma, de a dos por el sue-
lo, revolcándose se ensayaban en imitar el ejemplo de sus padres, parodia-
ban las escenas de los cuartos redondos de conventillos con todos los secre-
tos refinamientos de una precoz y ya profunda corrupción”.6
Otro profesional que se ocupó de la sexualidad de los menores como paso
previo a la delincuencia fue el médico de la Policía, doctor Carlos Arenaza,
quien realizó un estudio sobre doscientos “niños delincuentes” alojados en la
Prisión Nacional (la vieja cárcel de Caseros), un trabajo que fue publicado en
francés. Allí cuenta casos como el del “Prontuario N° 4703, José R., argentino,
de doce años de edad, aprendiz de zapatero. Débil mental. Estigmas físicos de
degeneración. Incontinencia nocturna de orina. Irresponsable. Padres aparen-
temente sanos. [...] Declara que se masturba desde que tiene memoria, lo hizo

_____________

6. Eugenio Cambaceres: En la sangre, Buenos Aires, Imprenta Sud América, 1ª ed., 1887.

121
por imitación y sin sentir placer por ello. A los nueve años tiene relaciones
sexuales con un menor algo más joven que él. Actualmente se entrega a la
pederastia pasiva. Ano infundibuliforme”.7 La masturbación era, para Arena-
za, un camino de ida: “Pierde con demasiada frecuencia el carácter de ‘vicio
solitario’ pues se practica en rueda, sin consideraciones de lugar y oportuni-
dad. Es una especie de justa en la que un grupo de menores inician al mismo
tiempo la operación, bajo el control mutuo y aquel que termina primero reci-
be el premio convenido que consiste generalmente en cigarrillos y centavos,
cuando no las hojas periódicas que vocean por nuestras calles. El sitio, no re-
viste importancia, tanto puede ser la pieza de una fonda de dudosa moralidad
donde se recogen a altas horas de la noche en promiscuidad con toda la es-
coria social, como en una casa abandonada, en terreno baldío, los bajos del
Puerto o rodeados de una verdadera muralla de “canillitas”, como me ha si-
do dado observarlo a unas pocas cuadras de la Plaza de Mayo”.8
Esos menores eran los que iban a tener que hacer el país, no se los podía
dejar en manos de, valga la redundancia, el onanismo y los invertidos. El ojo
científico policial hizo foco en la sexualidad de los chicos.
Pero si hay alguien que agitó la sexualidad de los menores como fuente
de toda peste social, alguien que alertó a la sociedad sana sobre el peligro
fatal de tanto canillita pederasta fue, sin dudas, el padre del socialismo ar-
gentino, el de la voz insoportable y los comentarios racistas. 9 El fundador y
primer director del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional de
Buenos Aires. El héroe intelectual que aun en el siglo XXI tiene su enorme
cuadro de honor en la Facultad de Filosofía y Letras. El que se sacó la “g” pa-
ra no parecer tan italiano. El gran simulador que alguna vez nos engañó a
todos: José Ingegnieros.

_____________

7. Carlos Arenaza, citado por Fabio Adalberto de González: “Niñez y beneficencia: un acerca-
miento a los discursos y las estrategias disciplinarias en torno a los niños abandonados en Buenos Ai-
res de principios del siglo XX (1900-1930)”, en José Luis Moreno (comp.): La política social antes de la
política social. Caridad, beneficencia y política social en Buenos Aires, siglos XVI a XX, Buenos Aires,
Trama, 2000.
8. Ib.
9. Cuenta el peruano Eudocio Ravines que, siendo joven e idealista, le preguntó a Ingegnieros:
“¿Y qué cree Maestro que le hace falta a mi país?”. A lo que el doctor contestó: “Raza blanca, hijo, raza
blanca”. La gran estafa, México, 1952.

122
36. LOS CANILLITAS: Constituyen una masa ignorante, perjudicial al progreso del país.

E ran 500 chicos de 6 a 18 años. Vendían diarios a gritos en las esquinas.


Corría 1901 en Buenos Aires. El Estado aplicó sobre ellos un dispositivo
de inteligencia que no dejó nada por averiguar desde su nombre hasta la
creencia religiosa, desde cuántas veces se cepillaba los dientes hasta el ta-
maño de sus órganos sexuales, la cantidad de veces que se masturbaban y sus
gustos teatrales. Todo cayó bajo el ojo científico de José Ingegnieros. Los re-
sultados de las pesquisas se publicaron en 1908 bajo el atemorizador título
“Los niños vendedores de diarios y la delincuencia precoz”. 1 Con su amor
por la taxonomía de las especies, el científico separó a los chicos en tres
grandes grupos: a) los industriales, b) los adventicios y c) los delincuentes
precoces.
De los primeros escribió: “Son en su mayoría argentinos, hijos de padres
italianos, muchos son italianos de origen. Su edad fluctúa entre los 6 y los
18 años. [...] Casi todos son masturbadores. Algunos son pederastas. La sép-
tima parte de los de 10 a 12 años han tenido relaciones heterosexuales. [...]
La mayoría de los padres son católicos y carecen de ideas sobre política y
cuestiones sociales. La miseria, la ignorancia y el alcohol minan la felicidad
de esos hogares proletarios”. Inscribiéndose en una tradición que, como vi-
mos, inaugurara Álvar Núñez Cabeza de Vaca, agrega que los chicos analiza-
dos tienen “órganos sexuales muy desarrollados”. Pero José Ingegnieros, con
respuestas para todo, sabía la causa del desarrollo: “Por el onanismo”, asegu-
raba, sin ningún rigor científico.
Además del tamaño, otras cosas llamaron la atención de Ingegnieros:
“Hay un hecho digno de notarse: el número de negros, tuertos, cojos, man-
cos, tartamudos, etcétera, es muy reducido. Se explica: esos caracteres de-
terminantes de una inferioridad orgánica, con relación a los demás del
gremio, les hace imposible ganarse la vida, por su inferioridad misma, por
las bromas pesadas de que se los haría objeto y por la imposibilidad de sos-
tener una competencia que en el último de los casos suele dirimirse a golpes
de puño o titeo”.2
De los del segundo grupo, los “adventicios”, dijo: “Tienen entre 9 y 15
años de edad [...] masturbación y pederastia generalizada, frecuente el
onanismo recíproco y aun el coito bucal recíproco. En estos niños los carac-
teres degenerativos son más pronunciados que en los precedentes. La salud
física es mejor en ellos que en los anteriores, pues los enfermizos no pueden
adaptarse al género de vida nómada propia de este grupo”. 2 La contradicción
evidente entre “caracteres degenerativos pronunciados” y “salud física
mejor” no fue salvada por Ingegnieros. Sí aseguró, en cambio, que los de es-
_____________
1. José Ingenieros: “Los niños vendedores de diarios y la delincuencia precoz” (notas sobre una
encuesta efectuada en 1901). Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines (Buenos Aires)
(1908), pp. 319 y ss.
2. Ib., p. 333. Titeo: burla.
3. Ib., p. 336.

123
En su categorización de los canillitas
Ingegnieros habla de “delincuentes
precoces”. Eran quienes solían quedar
detenidos en calabozos como el de la
comisaría 3ª para terminar finalmente
en el 24 de Noviembre para ser
“estudiados” por los científicos.
“Casi todos son masturbadores.
Algunos son pederastas”, asegura.

Biblioteca Nacional

124
Biblioteca Nacional

En Buenos Aires, según el estudio de Ingegnieros, había 10.000


canillitas entre 10 y 18 años. En su informe sobre 500 casos habla
de onanismo grupal, pederastia y coito bucal recíproco.

te grupo “se mezclan y confunden de una manera insensible con los delin-
cuentes”. A mayor pederastia, mayor delincuencia. O viceversa.
Finalmente, el último de los grupos era en realidad una categoría dis-
tinta, ya que no estaba formado por canillitas en actividad, sino por “de-
lincuentes” encuestados en el Depósito 24 de Noviembre, que alguna vez
habían vendido diarios. A ellos los describió de la siguiente manera: “Co-
mo delincuentes precoces no presentan diferencias de ningún género con
los que no han sido vendedores de diarios [!]. Tienen de 10 a 18 años; su vi-
da es más nómada y azarosa. [...] Son inmorales. Sus ideas sobre política
son casi siempre opositoras al gobierno, irreligiosos, faltos de ideas estéticas;
igual gusto por los dramas criollos. [...] Las relaciones heterosexuales son
comunes, en muchos hay tendencias al proxenetismo. [...] Los pederastas
activos son más numerosos que en el grupo adventicio, pero en cambio es-
casean los pederastas pasivos”.4 Teniendo en cuenta la estigmatización de
los “pederastas pasivos” es probable que muchos chicos no le hayan conta-
do a Ingegnieros toda la verdad.

_____________
4. Ib., p. 338.

125
El estudio minucioso, detallado, prejuicioso, no fue solo un capricho in-
telectual del dandi que quería mostrar sus conocimientos sobre la informa-
ción que en ese momento recorría el mundo. 5 Fue un arma eficaz para el
control represivo. Otra vez la mayoría construía un enemigo a su medida.
Para Ingegnieros esos diez mil canillitas “constituyen una masa ignorante,
perjudicial para el progreso del país. [...] Diez mil vagos salidos de las filas de los
vendedores de diarios son un peligro para el orden de cualquier ciudad po-
pulosa. [...] Una turba de 10.000 vagos constituye un factor de desorden y
de regreso. [...] El vago es un término medio entre el honrado y el delincuen-
te, término medio tan terrible como el delincuente mismo, porque la socie-
dad no puede defenderse de él atacándolo de frente. [...] Diez mil sujetos en
esas condiciones suelen decidir el éxito de una elección en la ciudad de
Buenos Aires”. La democracia era un verdadero peligro para Ingegnieros.
Esos chicos, adoradores del coito bucal recíproco, eran una peste pronta a
apoderarse de la ciudad. Otra vez: “Cualquier multitud o gremio de sujetos
antisociales, está siempre dispuesta a participar de todas las perturbaciones
sociales extremas, por absurdas que sean”. Pederastas y encima anarquistas:
“Nadie ignora que las sectas extremas son el refugio de estos individuos”.
Casi cien años más tarde algo ha cambiado en Argentina.
En aquel momento, José Ingegnieros fue considerado como el pensador
más moderno que el país tenía para exhibir ante Europa. Hoy sería apenas
un taxista reaccionario.

_____________
5. En Francia acababa de editarse el libro Le crime dans la famille del decano de los jueces de
instrucción de París, Monsieur Albanel, de gran impacto en el mundo occidental por las cifras de adoles-
centes criminales que allí constaban.

126
37. LOS ARCHIVOS DE PSIQUIATRÍA: Es frecuente que el invertido profesional sea
un delincuente.

P odría quizás hablarse de predestinación, de caminos astrales, de rutas tra-


zadas en el cielo. O por ahí sabía o intuía de qué se trataba. El muchachi-
to paraguayo de 25 años cayó a un hotelito de mala muerte en el epicentro
del vicio, en el Paseo de Julio, cuando el siglo XIX terminaba. Buscaba traba-
jo, no conocía a nadie en Buenos Aires. Estaba entrando a su hotel en la Re-
cova, cuando escuchó que lo llamaban desde atrás. “Al llamado se detuvo y
entró en conversación con el transeúnte, siguiendo juntos el camino del ho-
tel.”1 El tipo le dijo cosas lindas y le hizo una proposición claramente sexual.
El muchacho no supo qué hacer, se enojó, se asombró, se interesó. “Fuera
que encontrara cierta curiosidad en los hechos, fuera que las insinuaciones
de dinero le tentaran, el caso es que poco a poco fue ablandándose hasta en-
trar en tratos y aceptar la propuesta. El papel que debía jugar nuestro héroe
era el de pasivo.”2 Con el tiempo supo que no era el único, que había una
“cofradía” porteña con circuitos de encuentro y diversión y se largó a la ca-
rrera. De allí en más, se llamaría “Aurora” y gastaría gran parte del dinero
conseguido con la prostitución en ropa y maquillaje. Las otras “chicas” de la
cofradía le dieron consejos. Tanto le interesó la cuestión estética que no tar-
dó nada en dar con un amigo que le impartió las primeras clases de peluque-
ría. Rápida para aprender, Aurora entró a trabajar en una de las peluquerías
de damas más importantes de la ciudad de principios de siglo. Eso sí, al lo-
cal iba vestido de varón. Es más que probable que gracias a su nuevo con-
chabo haya abandonado la prostitución. Lo cierto es que en poco tiempo se
convirtió en algo así como una estrella. Se hizo famosa y pocas se arregla-
ban tan bien como ella. No volvió a estar con chicas desde su primera vez
con un hombre, allá en el Paseo de Julio. Encontraba “repugnante” la sola
idea de acercarse sexualmente a una mujer.
La historia se la contó el muchacho a De Veyga y habrá que agradecerle al
médico militar su obsesión por los lunfardos y los marginales. Los Archivos
de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, que junto con Ingegnieros
editó entre 1902 y 1910, son el mejor registro que nos ha quedado de la vida
marica a principios de siglo.3 Claro que para llegar frente al médico y contar-
le sus cuitas primero debió pasar por una serie de crueles humillaciones. Es

_____________
1. Francisco de Veyga: “La inversión sexual adquirida”, Archivos de Psiquiatría, Criminología
y Ciencias Afines (Buenos Aires), (1902), p. 197.
2. Ib., p. 198.
3. Los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, creados en 1902 ´por De Veyga e
Ingegnieros son un verdadero compendio del pensamiento de este grupo, con investigaciones que hacían
sobre los “quincenarios” del 24 de Noviembre y en el Instituto de Medicina Legal. Algunos textos, en es-
pecial de Ingegnieros, están escritos en francés, ya que se buscaba permanentemente la publicación en el
extranjero –especialmente en Francia– de las investigaciones. Fue con el aval de estas publicaciones que
Ingegnieros en 1904 recibió el premio a la mejor obra científica del año, de la Academia de Medicina de
Buenos Aires. En 1905 representó a la Argentina en el V Congreso de Psicología realizado en Roma. No
fue solo su consagración científica internacional. El viaje también le sirvió para trabajar en Europa como

127
que cuando llegó al 24 de Noviembre “estaba todavía vestido de mujer y es
excusado de decir las penurias que pasó por acomodarse al local. El cambio
de ropa fue, además, obra difícil; fue necesario hacerle traer hasta las pren-
das más inferiores del traje ordinario, pues camisa, medias, calzones, todo era
de mujer. Tenía corset y enaguas, cubrecorset, ligas y todo lo que consti-
tuye la indumentaria del sexo que buscaba aparentar”.4
Llegamos a saber gracias a De Veyga, que Aurora fue detenida por “prevén-
ción” en un baile frecuentado por gente “de su clase”, en un burdel. Hace cien
años, sí, existían bailes con travestis y homosexuales en Buenos Aires. 5
No era la primera vez que Aurora caía presa. En 1897 fue procesada dos
veces por hurto, en 1898 arrestada como cómplice de robo pero absuelta por
falta de pruebas. Le volvió a ocurrir en mayo de 1900, acusada de cómplice
en un caso de corrupción de menores. Como cuenta el propio De Veyga, “es
un delincuente reincidente. Por ese motivo la Policía ejerce sobre él esa
vigilancia activa que tiene sobre todos los cientos, o mejor dicho miles, de
tipos que se encuentran en ese caso, vigilancia que convierte en arresto,
fingiendo cualquier contravención (escándalo, embriaguez, etc.) cuando
sospecha la intención de un delito”.6 Tan interesados estaban De Veyga y la
Policía en que Aurora fuera delincuente que hasta “fingían cualquier con-
travención
_____________
secretario de Roca. En 1907 fue designado gracias a su prestigio y su aceitada relación con el poder, por
decreto presidencial, director del Instituto de Criminología, que funcionaba en la Penitenciaría de Bue-
nos Aires. Desde ese año, los presos de la Penitenciaría tuvieron que trabajar imprimiendo los Archivos,
para seguir cimentando el prestigio del director. Algunos datos concretos permiten dudar de la seriedad
de Ingegnieros como “científico”. Alguien que lo conoció muy bien, el escritor nacionalista Manuel Gál-
vez, contó en La verdadera historia de José Ingenieros que, aprovechando el hecho de ser director de los
Archivos, Ingegnieros le jugó una broma pesada a un poeta uruguayo enemigo suyo, publicando un tra-
bajo en donde estudiaba al poeta como un caso clínico, cuando nada de eso era cierto. Solo se trataba de
una venganza personal. Dice Gálvez: “La anécdota del poeta uruguayo demuestra también en Ingenieros
su carencia de verdadero espíritu científico, lo mismo que la insuficiencia de su sentido moral. Era noto-
rio que inventaba casos clínicos cuando los necesitaba. Hacía el efecto de que todo en él fuese cosa de
broma: el socialismo y la literatura, la psiquiatría y aun el ejercicio de la medicina”.
4. De Veyga: O. cit., p. 195.
5. Gómez, el autor de La mala vida, los llamó “saraos uranistas” y cuenta que estuvo en uno,
solo por curiosidad científica, claro: “Nuestra débil pluma se resiste a trazar los rasgos descriptivos de tan
extraña fiesta, en la que uno no sabe con qué ha de protestar con mayor vehemencia: si contra las im-
posiciones de un hado inexorable, de un fatum invencible, que parece haber modelado la fisonomía mo-
ral de los miserables a que venimos aludiendo, o contra esos depravados también, que contribuyen con
sus perversiones al desarrollo del vicio, influidos acaso, como los otros, por una extraña fatalidad, o, lo
que es más probable, encauzados por la corriente malsana por el poderoso acicate del interés material, que
los induce a asumir el rol de activos como canfinfleros, en el campo de la prostitución homosexual”. Eran
épocas en las que la homosexualidad no estaba penada, por lo tanto, el doctor Gómez se sentía impoten-
te frente a tanto depravado. Es por eso que termina su capítulo dedicado a “Los homosexuales” pidiendo
el retorno a “aquellas épocas en que la ley social [...] dejaba caer sobre los rebeldes toda la severidad de
sus condenaciones”. Pese a esta falta de punición hay un dato que hallé para esta investigación que me
llamó la atención. En el primer Censo Carcelario Nacional del año 1906, publicado en los Archivos, en
1910, bajo el título “Condenados varones y mujeres existentes en todas las cárceles de la República”, están
discriminados quienes cometían delitos “Contra la honestidad”. Allí, además de los que figuran como
partícipes de los delitos de violación, estupro y corrupción de menores, constan dos presos por “sodomía”
en Capital, tres en provincia de Buenos Aires, tres en Santa Fe y uno en Entre Ríos. Además, constan tres
procesados por “sodomía” en Capital, dos en Buenos Aires y cuatro en Santa Fe. No es claro el registro so-
bre qué delito habrá cometido esta gente, ya que teóricamente la sodomía no estaba penada.
6. De Veyga: O. cit., p. 195.

128
Biblioteca Nacional
Aurora, fotografiada por los Archivos
vestida de mujer y de hombre.
En la clasificación científica
se catalogó su condición como
“inversión sexual adquirida,
del tipo invertido profesional”.
Biblioteca Nacional

travención” para mandarla al 24 de Noviembre. A Aurora la convirtieron en


“reincidente” para después poder escribir: “Es frecuente [...] que el inverti-
do profesional sea un delincuente [...]. Las relaciones que sostienen todos
ellos con el mundo lunfardo son tan íntimas [...] probando así, de hecho,
que no es solo “sentimiento” lo que agita el alma del invertido”.7 Aurora fue
presentada por De Veyga, en esas imposibles taxonomías de los Archivos,
como un caso de “inversión sexual adquirida, del tipo invertido profesio-
nal”, en donde “la inversión sexual no se ha manifestado como obra espon-
tánea de una tendencia congénita anómala, sino como el resultado de la
contaminación o del desgaste mental, operados en una época ya avanzada
de la vida, después de haberse establecido en la más perfecta normalidad el
instinto genérico correspondiente a su sexo”.8
Lo último que sabemos de Aurora, por medio de De Veyga, es que “al de-
jar el ‘Depósito’, después de haber sufrido varios días el régimen disciplina-
rio que rige allí, su aire de marica parecía haberse disipado bastante”.
Hace poco más de cien años, conclusiones tales eran parte de una disci-
plina a la que llamaban... ciencia.

_____________
7. Ib., p. 199.
8. Ib., p. 193.

129
38. LA “HONESTA” AÍDA: El “casamiento” de invertidos sexuales no es un hecho raro.

A ída nunca fue como las otras.


Aída era serio.
No le faltó nunca nada, fue un bebé hermoso, un nene frágil, un adoles-
cente marica, un joven serio.
Aída, cuando el siglo XX comenzaba, soñaba lo mismo que cualquier chi-
ca de su hogar. Una casa para limpiar y convertir en palacio, hijos para cuidar
y un marido a quien cuidar y querer. No pedía demasiado. Solo que había
nacido anatómicamente varón y esa era una verdadera complicación.
Como varón, entró a trabajar en Casa de Gobierno a los veinte años. Su fa-
milia tenía buenas relaciones con el poder, el muchacho era eficaz, buen mo-
zo, y lograron acomodarlo allí sin mayor impedimento. No harían mucho
más por él. Con su disfraz de varón, el que le exigía la dictadura de la apa-
riencia, se convirtió en un empleado eficiente, un muchacho dispuesto al
trabajo, casi uno más. Pero Aída no se sentía uno más. Era otra cosa.
Así lo advirtió un compañero de trabajo, señor bastante mayor que él,
de quien se fue haciendo amigo. El señor resultó ser un poco calavera, un
poco picaflor, un porteño de los tiempos de cuando se estaba forjando la
“porteñidad”.
Y estaba solo.
De la amistad en la Casa de Gobierno pasaron a un copetín en el Paseo de
Julio, si quedaba ahí nomás y la tarde invitaba a la caminata. Un vagabundeo
nocturno, tonto como son los paseos de los enamorados, aprovechando la
brisa húmeda del río dulce. Las miradas que se estiran, lánguidas, y las pa-
labras que ya ni se dicen. Sin embargo, Aída no iba a permitir que las cosas
pasaran a mayores. Era honesta y exigía matrimonio. “Con matrimonio, to-
do, sin matrimonio, nada”, le habrá dicho esa noche. Lo debe haber hecho
con tanta convicción y honestidad que su compañero prometió pensarlo.
“El ‘casamiento’ de invertidos sexuales no es un hecho raro, pero esta ce-
remonia solo se realiza como acto de ostentación escandalosa para hacer pú-
blico un amancebamiento existente o deliberado; en este caso, la proposición
tenía todo el sello de la ingenuidad, debiendo admirarse tanto la intención
que la provocaba como la condescendencia del aceptante, pues al fin fue to-
mada en serio y llevada a la práctica.”1
Sí, se casaron.

_____________
1. José Ingenieros: “Patología de las funciones psicosexuales. Nueva clasificación genética. Por
el Dr. José Ingenieros. Profesor de la Universidad de Buenos Aires – Director del Servicio de Observación
de Alienados. Obs. 9. Inversión primitiva de la tendencia sexual”, Archivos (1910), p. 27. Aquí Ingeg-
nieros retoma un caso ya estudiado por De Veyga en 1903. Era muy común que un investigador republi-
cara estudios hechos años antes por otros investigadores, siempre citándose y elogiándose. También era
común en los Archivos que un autor retomara su trabajo de años anteriores, con pequeños cambios. La-
mentablemente no hemos podido recoger más registros de esos “casamientos de invertidos”, que, se-
gún asegura Ingegnieros eran tan comunes en la época. Llama también la atención que la intención de
honestidad proclamada por Aída, el hecho de que no privilegie su placer sexual, se convirtiera en el
único rasgo “admirable” que Ingegnieros encontró en toda su historia sobre “invertidos”.

130
Sus amigas le envidiaron el tocado blanco, de azahares, y aunque no le di-
jeron nada porque todas eran honestas, le miraron al novio, tan imponente
con su frac y sus guantes blancos. La ceremonia fue sencilla, pocos invita-
dos, nada de repercusión social. Ella era una chica recatada.
Vino el tiempo de acomodar la casita, modesta pero elegante. Bien pues-
ta la casita, ella estaba en todos los detalles. Pero el hombre propone y ya se
sabe por dónde andan los planes de Dios. Su sueño duró poco.
Ella era demasiado celosa.
Él, demasiado calavera.
Una noche él se habrá quedado de más en alguno de los piringundines del
Paseo de Julio o escuchando esa música nueva, a la que llamaban tango, en
el bar de la esquina de Necochea y Suárez, en la Boca, bailando con los ami-
gos. Ella sufrió pero no dijo nada. Cuando él volvió, con olor a ajenjo, se hi-
zo la dormida. Pero estaba triste. Muy triste. Nada estaba saliendo como lo
había soñado.
Al poco tiempo comenzaron las peleas, las mentiras, el llanto a escondi-
das, los gritos destemplados, las acusaciones. Demasiado ruido. Aunque a
ella le parecía increíble, tuvo que aceptarlo como había aceptado todo en su
vida: se había deshilachado el amor.
El divorcio fue una consecuencia inevitable.
Su historia romántica fue entendida así por la ciencia de la época: “Men-
talmente considerado, ‘Aída’ es un imitador de la mujer honesta. Bajo el
punto de vista sexual, era un impotente completo. Jamás tuvo una erección.
Jamás sintió la menor emoción de orden genésico. Su voluptuosidad consis-
tía en sentirse poseído por un hombre, en sentir su compañía y su influen-
cia protectora, en ser la mujer de un hogar, pero no tenía siquiera el goce del
contacto con el amante, el placer de ver o tocar las formas; ni aun el de pre-
sentar los espasmos eróticos. Insensible a toda impresión de este orden, se
prestaba fríamente a las exigencias pederastas, sin dar de su parte más que el
concurso mezquino de su tolerancia”.2
No sabemos si Aída leyó lo que escribió Ingegnieros. Es probable que no
le hubiera interesado demasiado. Después del divorcio se sintió viuda y, en
calidad de tal, por insistencia de sus amigas y amigos de la cofradía, fue a al-
gunos de los saraos uranistas que se realizaban en el Paseo de Julio o en ca-
sas particulares. Habrá que suponer que fue en una de esas oportunidades
que la Policía lo llevó al 24 de Noviembre para que De Veyga lo calce en su
microscopio y lo analice, ya que ese dato no consta en los Archivos. Siempre
serio y recatado, siempre callado, en poco tiempo todos supieron de su esta-
do. Apareció entonces el muchacho que completaría la historia. Bueno, tra-
bajador, dispuesto a llevar a esa casita modesta pero elegante un poco de
amor. Vivieron juntos hasta el fin de sus días. No sabemos si las perdices for-
maban parte del menú cotidiano de principios del siglo XX.

_____________

2. Ib., p. 28.

131
39. LA TRISTE MANÓN: Es un caso típico de inversión sexual congénita.

ugaba con muñecas y le decía “la nena”. Se reían de todo lo que hacía, de
J cómo se movía, de cómo hablaba, de cómo sentía. Le pegaban entre todos
porque sí. Por nena. Lo escupían. Toda humillación le era propia.
A los 15, su maestro lo hizo permanecer en clase hasta más tarde. Se acer-
có el maestro. Mucho. Lo acarició. Él tuvo una erección, la primera de su vi-
da. Cada día buscaba quedarse hasta más tarde en el colegio. El maestro lo
acariciaba y olvidaba las mortificaciones de los compañeros, el desprecio de
la familia, la burla del planeta. Un día el maestro lo invitó a su casa. Se es-
tremeció. Fue la primera vez que tuvieron sexo. Tragó el semen del amor y
sintió que por fin le pasaba algo bueno a su vida. Corría 1885 y España ya
no era un buen sitio para él. Su familia decidió que debía embarcarse hacia
un lugar lejano, hacia donde nadie lo conociese, otro continente en donde no
pudiera ya dejar marcas de vergüenza.
En medio de la marea de inmigrantes llegó al puerto de Buenos Aires
con poco más de 16 años y una valija de cartón. Lo recibió el Paseo de Ju-
lio. Empezaba una nueva vida con un nuevo nombre: “Manón”. Era flaqui-
to, amanerado, lampiño. Limpio. Frágil, muy frágil. Su profesión, peinador
de señoras. Sabía coser y su vestuario femenino era la envidia de los saraos
uranistas que lo tenían siempre como una de las principales atracciones. Só-
lo dos años en Buenos Aires le bastaron para coronarse como una de las fi-
guras más sensuales de la noche del bajo fondo.
A los 18 años, ya fatalmente enfermo de tuberculosis, tomó un barco a Es-
paña para morir con los suyos. Lo cual no dejaba de ser solo una manera de
decir.
El doctor De Veyga contó el caso en los Archivos de 1902,1 con algunas
omisiones muy llamativas. De Veyga dijo que Manón fue a verlo porque “es-
putaba sangre, tenía tos y se había adelgazado notablemente”. Lo revisó y le
diagnosticó tuberculosis, de la que moriría un año más tarde. El tema de la
inversión sexual aparecía después, con las siguientes visitas de Manón al
médico. En su relato, Manón era un paciente que voluntariamente lo visitó.
José Ingegnieros, fiel a su costumbre, retoma el caso ocho años después2 y lo
cuenta de manera muy distinta: “En diciembre de 1899, ingresó al depósito
de contraventores de la Policía el Sujeto N.N., joven de 18 años de edad, de
aspecto afeminado, correcta presencia, lampiño, insinuante. Su historia clí-
nica ofrece un ejemplo claro de parestesia sexual; la hiperestesia del recto es
el punto de estímulo de la emoción sexual”. Según analiza Jorge Salessi, la
omisión de De Veyga no fue casual: “En esta otra historia de Manón desapa-
reció la tuberculosis [...] reemplazada por la emoción sexual de Manón, en-
tregado al goce de sus sensibilidades anales. [...] La referencia al arresto de
Manón en la historia escrita por De Veyga hubiera dejado transparentar que
_____________
1. De Veyga: Archivos (1902), p. 44.
2. José Ingenieros: “Patologías de las funciones psicosexuales”, Archivos, 1910.

132
Manón brilló brevemente
en los saraos uranistas
y murió de tuberculosis
a los 18 años.
Para De Veyga se trataba
de un caso de “inversión
sexual congénita”.
Por lo tanto debía tratarla
la ciencia a diferencia
de la “adquirida” que
debía ser punida como
delito por la Policía.
Biblioteca Nacional

los médicos y policías colaboraban y utilizaban procedimientos violentos,


detenciones ilegales y aprisionamientos durante los que los criminólogos so-
metían a sus prisioneros a interrogatorios de la misma forma que los policías
investigaban el movimiento obrero”.3
Para De Veyga, Manón: “Es un caso típico de inversión sexual congénita,
que ha permanecido latente hasta que la ocasión le permitió manifestarse y
establecerse definitivamente. Es posible que si las primeras sensaciones se-
xuales hubieran sido producidas por personas del sexo femenino, las imá-
genes psicosexuales se habrían formado normalmente sobreponiéndose o
borrando las tendencias congénitas. Es indudable que la educación de las
funciones sexuales, en uno u otro sentido, influyen para determinar o no la
inversión de los sujetos congénitamente predispuestos, de igual manera que,

_____________

3. Salessi: Médicos, maleantes y maricas, p. 160.

133
en los no predispuestos, condiciones especiales de educación y ambiente
pueden determinar perversiones sexuales adquiridas”.4
Las teorías de Ulrichs sobre la homosexualidad congénita, eso de tener
“un alma de mujer en un cuerpo de hombre”, le servían al doctor De Veyga
para tratar el tema como una enfermedad, pero no al policía De Veyga, ya que
al ser la homosexualidad algo congénito, no podía castigarla como un delito.
Establecieron entonces De Veyga, Ingegnieros y sus colegas una diferencia-
ción minuciosa y poco seria entre “congénita” y “adquirida”, que le serviría
tanto a la medicina como a la Policía. Los invertidos congénitos serían trata-
dos por la ciencia. Los que tuvieran inversión adquirida serían tratados por
la Policía. La mala noticia era que medicina y Policía estaban en las mismas
manos.
Para De Veyga, Manón no murió porque en 1902 todavía no se conocía la
cura de la tuberculosis, sino porque “su vida desarreglada hizo fracasar el ré-
gimen curativo”.5
Ni muerto Manón consiguió algo de respeto.

_____________

4. De Veyga: Archivos (1902), p. 44.


5. Ib.

134
40. ROSITA DE LA PLATA: Su único deleite es saber que desempeña bien su papel de
marica.

Quizás por primera vez se haya sentido libre. Vio el barco alejarse lento,
como un planeta que abandonase distraídamente su órbita original. Un
planeta imposible que renunciase a jugar su juego exacto en el universo. Pa-
rado sobre la soledad del puerto de partida se sintió “un pobre diablo”, co-
mo le dirían los médicos una década más tarde. Saludó tímido, agitando un
pañuelo bordado, a su esposa y a sus hijos (aun no sabemos si fueron tres o
cuatro). Habían sido cinco años de matrimonio. Buenos, claro, estaban los
chicos. Se conocieron en la casa en donde él trabajaba como sirviente desde
que llegó de España. Lo querían mucho allí, era un buen dependiente. No se
atrevió a decirle a su novia entonces, y tampoco pudo en el momento de la
partida, que a veces notaba con ansiedad en él, una alma que no le correspon-
día, un alma equivocada. El alma de una mujer coqueta que adoraba pasear-
se por los carnavales con su sombrilla, su peinetón, sus atrevidas enaguas.
Los primeros años en Buenos Aires, antes del noviazgo, se aventuró. Entró
en el corso como una más. Adoró las frases galantes, los piropos atrevidos,
los roces disimulados. Se casó pero igual siguió tomándose la licencia de
esos cuatro días locos. Hasta que nació el primer hijo, y entonces se propu-
so ser un padre como todos los demás.
No le salió. No pudo.
El alma de mujer que llevaba adentro, ¡cuánta razón tenía Ulrichs! Por
eso, cuando su esposa le dijo que asuntos urgentes la requerían en Europa,
no hizo ningún esfuerzo por retenerla. Solo le prometió que mensualmente
le mandaría dinero, preparó su mejor pañuelo y los acompañó hasta el puer-
to. Nunca faltó a su promesa de cuidarlos económicamente a la distancia. Pe-
ro el barco se iba, y con él, la farsa de una vida familiar tan burguesa como
heterosexual.
Lo que quería era olvidar para siempre ese ridículo nombre masculino y
bautizarse como ya le decían algunos de los amigos de la cofradía: Rosita de La
Plata, el nombre de una écuyère famosa de la época. Para el siguiente car-
naval ya no tenía ninguna atadura. Cuando el hombre se acercó y le propu-
so directamente un encuentro íntimo, dicen que Rosita pensó que “tanto le
habían hablado del asunto” que “le pareció de su deber probar”. 1
Lo que había intuido en tantas noches de matrimonio mentiroso se hizo
verdad: no tardó nada en ser más famosa que la Rosita de La Plata original.
En los siguientes diez años, dictaría moda, no solo entre las chicas de la co-
fradía. Las damas porteñas la criticaban, pero siempre alguna le robaba el
diseño de un sombrero, de unos zapatos originalísimos hechos especial-
mente para ella. En un mercado exigente, como el porteño de fines del siglo
XIX, donde cada día aparecía un gringuito nuevo queriendo ser la gran da-
ma
_____________

1. De Veyga: Archivos (1902), p. 203.

135
Biblioteca Nacional

Biblioteca Nacional
Se bautizó a sí mismo Rosita de La Plata cuando decidió abandonar a su familia y su vida
heterosexual para volcarse a lo que íntimamente siempre había deseado. De Veyga
dictaminó que “representa el tipo que se hace invertido por simple espíritu de imitación”.

ma, Rosita de La Plata no tuvo rivales. Y eso que su apariencia habitual era
demasiado viril para lo que se esperaba de una dama de la cofradía.
Sería quizás esa apariencia la que despistó al teniente general doctor De
Veyga, quien en los Archivos dictaminó que Rosita “Representa el tipo que
se hace invertido por simple espíritu de imitación”.2 Y agregó: “Se trata de un
débil de espíritu que ha pasado su juventud de una manera arreglada, que se
ha casado y formado una familia, que ha trabajado siempre con circunspec-
ción y honradez, pero que, careciendo de ideas, se ha dejado llevar por las
tentaciones que el medio le ofrecía, terminando por penetrar en él. Es un po-
bre diablo que lo mismo que se ha hecho invertido ha podido hacerse delin-
cuente u otra cosa cualquiera, si la sugestión lo hubiese solicitado en otro
sentido”.3 Científicamente, De Veyga decía que Rosita se hizo homosexual

_____________

2. Ib., p. 202.
3. Interesante notar que si bien para el doctor Rosita podría haberse hecho “otra cosa cualquier-
ra”, lo primero que pensó es que podría haberse hecho delincuente.

136
porque sí. Quizás nunca había estado tan cerca de la verdad. “Ninguna razón
plausible explica su caída en la inversión. Lo único que él puede decir es que
ahí está, contento de ocupar cierta posición entre la gente de su especie y tra-
tando de divertirse con ella lo más que le sea posible. [...] Provecho pecunia-
rio no saca ninguno. Satisfacciones genésicas, tampoco. Su único deleite es
saber que desempeña bien su papel de marica”. 4
Para De Veyga, Rosita de La Plata pertenecía, dentro del grupo de “inver-
sión sexual adquirida”, al subgrupo del “invertido por sugestión”: “Como se
ve, este caso es el resultado de la contaminación del medio ambiente, obran-
do éste sobre un cerebro débil, falto de ponderación y de ideas directrices.
Es un tipo de invertido ocasional, que mañana quizá deje de serlo para vol-
ver a la vida sexual ordinaria, cansado de estas aventuras o llamado por la
familia, cuyo s lazos mantiene”.5

_____________

4. Ib., p. 202.
5. Ib., p. 204.

137
41. INVERTIDO POR DECADENCIA MENTAL: La expresión fisonómica que toma el
sujeto una vez iniciado a las prácticas de esta anormalidad sale de lo común.

Y entonces, el aburrimiento. El dolor de la nada. Sus hijos crecían. Su es-


posa, en lo de la modista, en las tertulias con amigas. Su vida en ningún
lugar. Había sabido administrar la herencia, eso estaba bien. El dinero no era
problema ni por su presencia ni por su ausencia. La herencia le daba un pa-
sar tranquilo. Pero él no quería tranquilidad. La tranquilidad no era un valor
ni un deseo y llegó un día en que se le hizo insoportable.
La agonía duró casi un año.
Vagaba sin rumbo, no aparecía por los lugares acostumbrados, no sopor-
taba a los amigos. Sus amigos tampoco lo soportaban a él. Semanas enteras
lejos de casa y su esposa que no sabía qué explicar a los hijos, y los hijos que
veían llegar al padre desaseado, triste, encerrado en pensamientos que supo-
nían tan lejanos. Concilio familiar de por medio, decidieron que había que
ponerle vigilancia al padre. Ver quiénes eran las nuevas amistades, si es que
las había. Constatar por qué agujero se estaba escapando la herencia familiar
antes tan bien cuidada y ahora en proceso de rápida evaporación.
No fue necesario. Aparecieron algunas mejorías leves. Ya saludaba, desa-
parecía menos y hasta había quienes aseguraban que lo habían visto sonreír.
Volvió a cumplir sus horarios con regularidad, y si bien no era el de antes, al
menos se mostraba más sociable. Ya no estaba ausente, ahora era como un
chico, un consentido al que la familia le decía que sí, pero que no tomaría
nunca más muy en cuenta.
Desde luego, no había retorno.
No se reencontraría con sus amigos y las noches no lo contarían en la ca-
sa familiar. ¿Para qué? Si su mujer no le despertaba ningún deseo, sus hijos
lo aburrían y las habitaciones le significaban un encierro intolerable. Algo
buscaba y suponía que solo podría encontrarlo en los burdeles del barrio.
Noche tras noche contemplaba a las chicas maquilladas, los senos turgentes,
las piernas a veces depiladas, las sonrisas de Margot y de Mimí. Nada. “Ya
no experimentaba ninguna de las viejas estimulaciones eróticas que antes lo
hacían entrar en excitación”.1 Hasta que unos lunfardos amigos, bajo fondo
del peor con los que se encontraba en los piringundines de mala muerte, lo
llevaron a una fiesta de maricas. Algo se quebró, algo se torció, algo floreció.
Vio a estas otras chicas, historias prohibidas de Manón y de Aurora, y fue co-
mo una revelación. Quiso saber todo acerca de ese universo. Inmediatamen-
te sintió una conexión con estos hombres que también se habían rebelado
contra un mundo tranquilo y reglamentado. Se dijo que ese era su lugar en
el mundo, en la compañía de los lunfardos, los compadritos, los invertidos.
Ya no volvería a su casa burguesa. Tardó poco y nada en encontrar un hom-
bre que lo quisiera y se fue a vivir con él. Todos sabían en el ambiente febril
de los saraos uranistas que eran una pareja bien constituida, que gustaban
_____________
1. De Veyga: Archivos (1902), p. 207.

138
:::

La dama de la sombrilla
asombró a los médicos
por su origen social
acomodado que le permitía
practicar la homosexualidad
sin ejercer la prostitución
ni el robo: “Representa
una de las formas más
raras de la homosexualidad,
por perversión
del instinto sexual”.
Biblioteca Nacional

del lujo y no reparaban en gastos. Más de una supo de la generosidad de los


muchachos, siempre dispuestos a sacarlas de algún apuro. No ocultaron la
relación ante los ojos asombrados del Buenos Aires del 900.
De Veyga, que no cuenta por qué fue encarcelado este “invertido por de-
cadencia mental”, ya que por lo que vemos no ejercía la prostitución ni el ro-
bo, se mostró asombrado frente al caso: “Representa una de las formas más
raras de la homosexualidad por perversión del instinto sexual. La patogenia
es, de suyo, algo extraña y la expresión fisonómica que toma el sujeto una
vez iniciado a las prácticas de esta anormalidad sale de lo común”. 2 No le
pareció bonito a De Veyga el muchacho en cuestión: “Mal dotado en cuanto
a atractivos físicos, maltratado por los años y debilitado mentalmente por la
afección que había pasado, se comprende que el brillo de esta figura no ha-
bía de ser de la mayor pureza. El retrato adjunto, que pierde gran parte de su
mérito al ser reproducido pues es una fotografía pintada, nos dice qué pia-
dosa conmiseración debía producir, en medio de todo su lujo, este infeliz in-
vertido. Ahora está arruinado, y casi retirado de la actividad, viviendo de
una
_____________

2. Ib., p. 207.

139
una pensión que los suyos le pasan. Su estado mental, por otra parte, parece
cercano de la decadencia completa, sin haber perdido por eso sus tendencias
homosexuales”.3 No llegó hasta nosotros el nombre ni ningún otro dato de la
dama de la sombrilla. Solo la sospecha de que el día en que dijo basta, fue el
más feliz de su vida.

_____________

3. Ib., p. 208.

140
42. LA ARISTÓCRATA: Yo soy así porque así he nacido.

“E s ridícula su exigencia de que le cuente, en la forma comprometedora


de la carta, los detalles de mi vida; pero como soy atenta, y nunca fui
descortés con un hombre, allá van estas líneas, para que las guarde y sea dis-
creto. Noblesse oblige, como dicen los caballeros.
Yo soy así porque así he nacido, y de todos modos tendría que serlo, por-
que para mí, la belleza no tiene sexo, ni el amor lo reconoce.
Yo no hago nada de extraordinario: me gustan los hombres y por ello
tengo expansiones con ellos.
Los trato con exquisito savoir faire, como dice una de las de la cofradía,
que escribe la crónica social de cierto diario; pero no los busco, porque soy
hermosa y ellos son quienes me deben buscar.
No podría decirle qué clase de hombres prefiero: el amor es ciego. ¡Ben-
dito sea el amor!
No tengo querido, porque me considero incapaz de serle fiel.
Au revoir.
Myosotis.
P.D. Rompa esta carta después de leerla. Vale.”1

_____________

1. Citada en Gómez: La mala vida, pp. 185-185. Gómez la presenta así. “Respecto de ese afán
de vindicarse, es interesante, siéndolo también bajo otros aspectos, la siguiente carta que nos dirige Myo-
sotis, invertido congénito, joven, y de la clase que llamaremos ‘aristócrata’”. No hace referencia Gómez a
las circunstancias en las que pidió al muchacho la descripción, pero ha de colegirse que Myosotis estu-
vo preso en el 24 de Noviembre.

141
43. LA BELLA OTERO: Me subyuga pasear en Palermo, porque el pasto es más es-
timulante para el amor que la mullida cama.

M iró a los ojos al doctor De Veyga.


Sonrió, seguro que sonrió.
Bajó los párpados.
En todo caso, el doctor era más o menos parecido a su tipo ideal, cuaren-
tón, canoso, bien formado, aunque a él le gustaban más gorditos. No podía
dejar de ser el pícaro que era, ni siquiera entre las paredes lúgubres del 24 de
Noviembre. Y se lo propuso. El doctor general de División, pensando en otro
trofeo para su galería de monstruos clasificados, aceptó. Apenas desconfió de
las verdaderas intenciones de Luis, pero la curiosidad científica pudo más.
Luisito no era como los otros objetos de estudio que andaban por ahí. Luisi-
to era el más osado, el más divertido. De haber sido menos rígido. De Veyga
podría haber llegado a reírse más tarde recordando los delirios de Luisito,
que se hacía llamar “La Bella Otero”.1 Luisito quería que en el estudio que el
doctor general de división escribiese para los Archivos figurase, además del
discurso científico estigmatizador de De Veyga, su propia versión del asun-
to. No supo en ese momento el higienista que estaba abriendo la puerta para
que un invertido pudiera hace un show en plena revista científica. “La Be-
lla Otero”, usó el aparato del Estado, ese dispositivo que los higienistas pu-
sieron al servicio de la represión, para tomarle el pelo a sus cancerberos y,
fundamentalmente, lanzar una botella al mar, un mensaje que traspasó el si-
glo hasta llegar a nosotros. Las ansias de figuración de “La Bella Otero” hi-
cieron que en el estudio de De Veyga constaran su autobiografía y sus fotos.
Hoy podrían formar parte de un show tavesti en Buenos Aires.
“(Autobiografía) He nacido en Madrid, en el año 1880. Siempre me he
creído mujer, y por eso uso vestido de mujer. Me casé en Sevilla y tuve dos
hijos. El varón tiene 16 años y sigue la carrera militar en París. La niñita
tiene 15 y se educa en el ‘Sacre-Coeur’, en Buenos Aires. Son muy bonitos, pa-
recidos a su papá.
“Mi esposo ha muerto y soy viuda. A veces quiero morir, cuando me
acuerdo de él. Buscaría los fósforos o el carbón para matarme, pero esos sui-
cidios me parecen propios de gente baja. Como me gustan las flores, me pa-
rece que sería delicioso morir asfixiada por perfumes.
_____________

1. La actriz y cantante “La Bella Otero” (1868-1965) era una de las figuras más populares de la
época. Nació en un remoto pueblo de Galicia, como Agustina Iglesias, pero se cambió su nombre por el
de Carolina Otero para ser finalmente reconocida internacionalmente como “La Bella Otero”. Discreta can-
tante y bailarina, su nombre resonó a fines del siglo XIX por sus amores con grandes personalidades. Se
cuenta que para su cumpleaños número treinta se reunieron en el Casino de París el rey Leopoldo II de
Bélgica, el príncipe Nicolás II de Montenegro, el gran Duque Nocolai Nicolaievich de Rusia, el príncipe
Alberto de Mónaco y el príncipe Eduardo de Gales, para homenajearla, ya que todos ellos habían sido,
consecutivamente, sus amantes. También fueron famosos sus romances con el Duque de Albornoz, Gus-
tavo Eiffel, Colette, Isadora Duncan y Antonio Gaudí. Estuvo en Argentina, en el teatro de revistas El
Nacional, en agosto de 1906, tres años después de que Luisito le contara su historia al doctor De Veyga.
Murió pobre en París, después de haberse gastado algo así como 25 millones de dólares de la época de
entreguerras, en sus incursiones por los casinos de la Riviera.

142
Biblioteca Nacional
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La Bella Otero escribió para los Archivos su autobiografía haciendo gala de un fino
sentido del humor que sus cancerberos no supieron captar. “No quiero tener más
hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores del parto”, ironizaba.

“Otras ocasiones me gustaría tomar el hábito de monja carmelita, por-


que soy devota de Santa Teresa de Jesús, lo mismo que todas las mujeres
aristocráticas. Pero como no soy capaz de renunciar a los placeres del mun-
do, me quedo en mi casa a trabajar, haciendo costuras y bordados para dar
a los pobres.
“Soy una mujer que me gusta mucho el placer y por eso lo acepto bajo to-
das sus fases. Algunos dicen que por todo esto soy muy viciosa, pero yo les
he escrito el siguiente verso, que se lo digo siempre a todos.
“Del Buen Retiro a la Alameda
los gustos locos me vengo a hacer.
Muchachos míos ténganlo tieso
que con la mano gusto os daré.
Con paragüitas y cascabeles
y hasta con guantes yo os las haré,
y si tú quieres, chinito mío,
por darte gusto la embocaré.
Si con la boca yo te incomodo
y por la espalda me quieres dar,
no tengas miedo, chinito mío,
no tengas pliegues ya por detrás.
Si con la boca yo te incomodo

143
y por atrás me quieres amar, no
tengas miedo, chinito mío,
que pronto mucho vas á gozar.
“He estado en París, donde bailé en los cafés-conciertos dándole mucha
envidia a otra mujer que usa mi mismo nombre para pasar por mí.
“Muchos hombres jóvenes suelen ser descorteses conmigo. Pero ha de ser
de gana de estar conmigo, y ¿por qué no lo consiguen? Porque no puedo aten-
der a todos mis adoradores.
“No quiero tener más hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores
del parto, aunque me asistieron mis amigas ‘Magda’ y ‘Lucía’, que no entien-
den de parto, porque nunca han estado embarazadas, porque están enfermas
de los ovarios.
“Me subyuga pasear en Palermo, porque el pasto es más estimulante
para el amor que la mullida cama.
“Esta es mi historia, y tengo el honor de regalarle al doctor Veyga algu-
nos retratos con mi dedicatoria. La Bella Otero.”2
En una época en donde no se dejaban registros periodísticos ni históricos
de la vida homosexual, Luis D., español conocido efectivamente en el bajo
fondo como “La Bella Otero”, consiguió hacer publicar sus fotos y sus poe-
sías ingenuamente pornográficas en una revista estatal.
Luis D. era bajito, de pies pequeños, lampiño, de voz aflautada. De Veyga,
siguiendo la obsesión de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y de Ingegnieros, hi-
zo especial hincapié en el tamaño del pito de Luis: “Merece señalarse que la ex-
cesiva pequeñez de sus órganos sexuales, atribuida por el interesado a la más
absoluta castidad; no conoce el coito con mujeres ni ha practicado la pede-
rastia activa”.3 Fue mucamo hasta que, según De Veyga, entró en “el meretri-
cio homosexual, lo que le produce lo necesario para vivir”.4
Como sus amigas de la cofradía, entró y salió del 24 de Noviembre y de
varias comisarías. Cada vez que aparecía en la calle vestido de mujer, lo lle-
vaban, y llegó a estar preso seis meses en la Penitenciaría Nacional, acusado
de hurto. Sus habilidades sexuales despertaron el interés científico de De
Veyga, quien describió: “Además de ejercer la pederastia pasiva, practica el
onanismo sobre sus clientes y no desdeña el ejercicio del coito bucal; entre
sus congéneres es alabado por esta última ‘habilidad’”.5 Y agrega el doctor
general de División casi al borde de la pornografía: “Contra el gusto domi-
nante entre los demás invertidos, prefiere hombres de edad a los jóvenes, ex-
plica su gusto porque los viejos prolongan el coito y le pagan puntualmente,
mientras que los jóvenes lo practican rápidamente, y en lugar de pagar le exi-
gen dinero o lo maltratan. Entre los viejos prefiere los “barrigones y peludos”,
barrigones porque la intromisión del pene es menor y toda la excitación se

_____________

2. De Veyga: Archivos (1903), pp. 495-496.


3. Ib., p. 493.
4. Ib.
5. Ib., p. 404.

144
localiza en el esfínter; peludos porque le producen gratas cosquillas en la
espalda y en las regiones glúteas. Dice que el coito anal le produce sensaciones
sumamente voluptuosas; cuando lo practica con personas que le son simpá-
ticas no defeca, para no desprenderse del esperma, cuya retención cree le
conserva las ilusiones sexuales relacionadas con el acto realizado”.
Otra muestra del humor de La Bella Otero, que solo paseaba en carruaje
por la ambigua Buenos Aires de fines del siglo XIX.

145
44. LOS INTERNADOS DE SEÑORITAS: Anoche soñé que estábamos solas, en un so-
fá, alumbradas por la luna.

P asaron cuatrocientos años, pero bien sabido es que la venganza en un pla-


to que se come frío. La Iglesia Católica fue obligada a probar su propia
medicina. A comienzos del siglo XIX, los pensadores del Estado laico se to-
maban la revancha, lanzándole a la Iglesia la misma “acusación sodomita”
con la que aquella había abierto la puerta a los conquistadores para pisotear
los derechos indianos.
Víctor Mercante1 realizó una investigación en un internado, pero su pre-
cisión científica le alcanzó para decir que “los hechos se refieren al interna-
do x..., escuela de enseñanza superior de Buenos Aires donde cursan niñas
de 10 a 22 años. Mis anotaciones comprenden, además, establecimientos
particulares y del Estado donde las prácticas religiosas parecen mal antído-
to para la psicopatía que voy a tratar, el uranismo estático”. 2 El resultado de
la investigación, como no podía ser de otra manera, fue publicado en los Ar-
chivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines del prestigioso tándem
De Veyga-Ingegnieros. No se salva nadie en el trabajo de Mercante, ni la Vir-
gen María: “La homosexualidad femenina no es por lo común impulsiva, hay
una predisposición morbosa a mantenerse contemplativa y romancesca, si es
posible, con cierta operosidad mística. Aquí su parentesco claustral. El culto
de reclusas a María es un síndroma psicopático donde el amor de la mujer
ha sufrido la inversión, pero dentro de una actitud completamente pasiva,
extática”.3 Tantas chicas arrodilladas en silencio, contemplando a una se-
ñora de yeso o madera, horrorizó a Mercante, quien tituló su trabajo “Feti-
quismo [sic] y uranismo femenino en los internados educativos”. 4
El profesor visitó varios internados religiosos, y en uno de ellos le llamó
la atención la tranquilidad y el silencio en que las alumnas se encontraban
en un recreo. No había gritos ni corridas. Solo grupos estáticos de chicas
charlando. Al ojo científico no se le escapó nada: “De modo que el patio era
_____________

1. Víctor Mercante (1870-1934). Pedagogo y psicólogo. Fue maestro y director de escuela has-
ta que lo convocó Joaquín V. González para organizar la sección Pedagogía de la Universidad Nacional de
La Plata, base de lo que hoy es la Facultad de Ciencias de la Educación, de la que fue decano. Entre 1906
y 1914 dirigió los Archivos de Pedagogía y Ciencias Afines y entre 1914 y 1920, los Archivos de Ciencias
de la Educación. En 1908 fue designado presidente de la Sociedad de Psicología de Buenos Aires. Escri-
bió La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas en 1918. Allí estudió a los chicos de entre
12 y 16 años, en “la crisis de la pubertad”, cuando según él, complejos afectivos afloran caracterizando-
se como una especie de “cretinismo transitorio y a la vez contradictorio”. Por eso propuso incluir tareas
de granja, taller, prácticas intensivas de ejercicio físico con la intención de “canalizar el excedente de
energía física del púber”.
2. Víctor Mercante: Archivos (1905), p. 25.
3. Ib., p. 25.
4. En la primera parte del trabajo se encarga del “fetiquismo” y denuncia, azorado, el uso de
medallones y anillos por parte de las chicas ya que “el resultado inmediato del fetiche, que evoca una si-
tuación ausente, es la idea obsesiva que orienta la actividad psíquica en una sola dirección e incapacita
el cerebro para el estudio”. Por eso aconsejaba prohibir el uso de anillos y collares, pese a las protestas de
las directoras de los colegios. “Nosotros ordenamos y al día siguiente todas obedecieron. La mujer es hi-
ja del rigor”, sentenció. Archivos (1905), p. 23.

146
una sala, las niñas visitas, el conjunto etiqueta. La impresión era buenísima
y envidiable, tanto más cuanto que el fenómeno se producía espontáneo, a
punto de ser innecesaria la vigilancia de las profesoras; en efecto, abandona-
ban los patios para entregarse a quehaceres del momento. No advertían que
la quietud de aquellos seres sin trabajo no podía ser sino ficticia, y que don-
de hay un cerebro hay una actividad. Parte de aquellas niñas yacían de a dos
o en pequeños grupos, en un ángulo, sobre un banco, contra una columna,
del brazo o tomadas de la mano, minutos antes de una lección de Aritméti-
ca o de Historia, conversando quedas o ilusionadas, ¿de qué? Debía presu-
mirse. Las confidencias, por caminos indirectos, llegaron a mí. Eran novios
que conversaban de sus asuntos. No obstante el carácter espiritual y femeni-
no de aquel connubio, un elemento era el activo, el otro pasivo, lo que con-
firma el principio de las autoridades en la materia”. 5
Mercante estuvo ahí y vio ese recreo, pero extendió sus conclusiones mu-
cho más allá del patio de ese colegio por métodos no tan científicos como la
observación, según él mismo contó: “Gracias a relaciones de familia pude,
con sorpresa, constatar que el uranismo pasivo (acerca del impulsivo no ten-
go datos) constituye en los grandes internados de educación, una epidemia”.6
Con ánimo de maestra metiche, Mercante hurga entre las cartitas que se
mandaban las chicas y no duda en publicarlas, como prueba científica de la
epidemia denunciada: “Ayer al subir las escaleras fue tan poco tu cuidado
que muchas de mis compañeras vieron tus piernas. No sé qué me pasó en ese
momento. Sentí que la sangre se me agolpaba a las mejillas. Te ruego, mi al-
ma, que ajustes las polleras y uses enaguas menos almidonadas”, dice una
carta. Otra: “Esta mañana noté que mirabas a Ofelia; sabes cuánto sufro con
estos procederes de tu conducta. No dudo de tu amor tantas veces jurado es-
trechando tus manos y besando tus labios. Pero no lo hagas; soy celosa, yo
sufro”. Y otra: “Mi querida Chacho, tus besos abren para mi corazón un
mundo de felicidad. Dios conserve este amor que comprendo tan grande. A
veces eres celosa y me increpas injustamente. Debes saber que para mí tú
eres todo en este mundo. Mi pensamiento vive en ti. Anoche soñé que está-
bamos solas, en un sofá, alumbradas por la luna. Tus palabras eran dulces
como las de Efraín. ¡Ah, no quisiera olvidarlas nunca! Al levantarme puse tu
retrato junto a mis labios y lo cubrí de besos”. 7
Después de meterse en los recreos y en la correspondencia privada de las
chicas, Mercante anunció sus intenciones, científicas claro: “Sólo he pre-
tendido, con hechos documentados, constatar la existencia de un estado
morboso, posiblemente de remota data en establecimientos organizados
conventualmente”. El pobre Mercante no sabía que no solo eran de remota
data, sino que la “epidemia” lo sobreviviría y a pesar de las maestras meti-
ches y los doctores escandalizados, miles y miles de chicas se seguirían
mandando cartitas inocentemente eróticas, por lo años y los años. Amén.
_____________

5. Ib., pp. 25-26.


6. Ib., p. 25. Mercante no explica la diferencia entre “uranismo pasivo” e “impulsivo”.
7. Ib., p. 30.

147
45. LA MADRINA DEL PUEBLO: Vestido de hombre es un hombre y vestido de mujer
es una mujer; esto es innegable.

S iempre vivió con sus padres; era una de las personas más queridas de Co-
lonia General Frías, cerca de Conesa, en la provincia de Río Negro. Tanto
la querían que se fue convirtiendo en madrina de todos los chicos que nacían
en la localidad. Los padres la elegían porque adoraba a los pibes, les hacía
regalitos que ella misma confeccionaba. En el pueblo todos sabían que era
una persona honesta, trabajadora y hasta Viedma había llegado su fama de
habilísima tejedora y bordadora. Lo que no sabían en el pueblo era de qué se-
xo era, pero eso no parecía importarle demasiado a nadie. Excepto al Estado,
claro. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Qué sexo tiene? Para que la gente conta-
se esas cosas es que se había creado la Ley de Enrolamiento.
Un día de 1902, mientras vendía los bellos bordados, las mantas y los go-
rros en Viedma, el profundo ojo del higienismo estatal la detectó, llegó has-
ta ella y, claro, la detuvo. No podían hablar de escándalo, no podían hablar
de prostitución, mucho menos de desacato a la autoridad. ¿Cómo encarcelar
a alguien que está en su casa, bordando, acompañado por sus padres, estima-
do por la comunidad?
Ah, sí: como “infractor a la Ley de Enrolamiento”.1
Fue llevado a la cárcel de Viedma.
Así lo contó la revista Caras y Caretas: “Un sujeto indígena que vestía de
mujer y servía como madrina en los bautismos, siendo muy obsequiado por
los vecinos de aquellos lejanos lugares. En dichas apartadas regiones de
nuestro país, en que son escasas las mujeres, es industria provechosa apadri-
nar niños en la pila bautismal”.2 La revista se vio en la necesidad de justifi-
car al pueblo de Colonia General Frías que andaba eligiendo a una travesti
como madrina. Pero en el pueblo nadie se llamaba a engaño: “En la Colonia
General Frías, donde desde hace muchos años está radicado el sujeto, junta-
mente con sus padres, era público y notorio que, a pesar de sus ropas de mu-
jer, se trataba de un hombre; pero como la original dama no causaba daño ni
perjuicio [...] nadie observó nunca su singular manía de disfrazar su sexo. El
sujeto, vestido de hombre es un hombre y vestido de mujer, es una mujer; es-
to es innegable”.3
Lejos del 24 de Noviembre pero cerca de sus reglas, fue en la cárcel de
Viedma que la versión rionegrina de De Veyga, el doctor César Fausone, la
fiscalizó. Vinieron entonces las fotos de la vergüenza, la soberbia intelectual
y el patoterismo médico. El doctor Fausone, demostrando que en el interior
del país se conocía y respetaba la literatura médica porteña contemporánea,

_____________

1. “El hombre-mujer descubierto en Viedma”, Caras y Caretas (Buenos Aires), núm. 189 (1902),
p. 39.
2. Ib.
3. Ib.

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En su pueblo, la Colonia
General Frías en Río Negro,
todos la querían y la solían
elegir como madrina de
bautismo de sus hijos.
Era una hábil tejedora
y bordadora y vivía con sus
padres. Su caso fue
“científicamente” calificado
como “inversión sexual
con anestesia congénita”.
Fue detenido como infractor a
la Ley de Enrolamiento.
Archivo General de la Nación

emitió su veredicto en un informe: “Se trata de un caso de ‘inversión sexual’,


con anestesia congénita’”.4
Ya ni en la Patagonia se podía estar tranquilo/a.

_____________

4. Ib.

149
46. LOS COLEGIOS RELIGIOSOS: En las clases más elevadas encuéntranse múltiples
ejemplos de homosexualidad.

E l juez Servando Gallegos visitó la cárcel correccional de menores, insti-


tuto que en 1900 manejaba el presbítero Pedro Bertrana. Las denuncias
arreciaban en la prensa de la época: en ese lugar los menores eran castigados
con torturas, decían. En Caras y Caretas consignaban: “Cuando los poderes
públicos decidieron la creación del nombrado establecimiento, 1 creyeron lo
más conveniente a semejanza de lo que en algunas naciones europeas se
acostumbra, confiar su dirección a ciertas congregaciones religiosas”.2 Pron-
to se arrepentirían. En su visita el juez encontró “según se dijo, ‘cajas de
emparedamiento’” y pudo comprobar “lo que respecto a la crueldad de los
castigos se había hecho público”.3
Sigue relatando el articulista: “De la inspección judicial parece resultar
que en aquella cárcel se han renovado ciertos procedimientos terribles, cuya
descripción puede hallarse en las sangrientas crónicas del Santo Tribunal de
la Inquisición. Como inspirados por el propio Torquemada –quien, según la
leyenda y como ya vimos, era el mismo diablo convertido en inquisidor– las
torturas a las que se somete a los menores detenidos revisten un carácter insu-
perable de refinada crueldad. Los plantones, el ayuno, el encierro, los azotes y
el ‘encajonamiento’ son las más suaves y sencillas formas de las penitencias
impuestas”.4 Algo extraño ocurre en la nota sin firma de Caras y Caretas.
Cuando habla de los tres chicos castigados por los que se inicia la investí-
gación, nombra al menor Juan B. Irigoyen (“preso por haber herido a varios
niños en el rostro con un trozo de sierra”), a Vicente Gherzzi (“muchacho
pendenciero y de carácter indómito”) y a Norandelli (“condenado por actos
de sodomía”). Sin embargo, en la foto que ilustra la nota, aparecen tres
muchachitos y un epígrafe que reza: “Los menores Juan B. Irigoyen, Agustín
Romero Rocott y Vicente Gherzzi, que denunciaron haber sido castigados
cruelmente”. Norandelli fue sustituido en la ilustración por otro menor. El
sodomita no merecía ni la fama infamante de la foto en la revista.
Lo interesante es ver cómo en 1900 el Estado se quejaba por el castigo que
un presbítero –comparado con Torquemada– aplicaba a un “sodomita”.
Mientras tanto, el criminólogo Eusebio Gómez también criticaba la edu-
cación cristiana pero desde otro lado: “En las clases más elevadas, especial-
mente entre los jóvenes que a ellas pertenecen, encuéntranse múltiples
ejemplos de homosexualidad. Todos los conocemos y los observamos. Se
trata aquí, casi siempre, de una homosexualidad adquirida en la comunidad
de la vida de colegio, especialmente del colegio religioso, tan propicia, con
todas sus particularidades, al desarrollo de esta aberración”. 5 Y hay otro ilus-
_____________

1. Se había inaugurado solo dos años antes, en 1898.


2. “Las denuncias contra la correccional de menores”, Caras y Caretas (1900), pp. 23-24.
3. Ib.
4. Ib.
5. Gómez: La mala vida, p. 190.

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tre de la Generación del 80 que también muestra su preocupación por la se-
xualidad de los internados en los colegios religiosos o dirigidos por religio-
sos. Miguel Cané se queja en Juvenilia: “El colegio fue regido algún tiempo
por un sacerdote de quien tengo forzosamente que hablar tan mal, que me li-
mito a designarlo solo por sus iniciales, D.F.M., era extranjero, e ignoro por
qué circunstancia un hombre como él, sin moralidad, sin inteligencia y des-
provisto de ilustración había conseguido hacerse nombrar vicerrector del
Colegio Nacional”.6 Y continúa: “Don F.M., nos organizaba bailes en el dor-
mitorio, antiguamente dedicado a capilla [...] Se bebía vino seco [...], sucedía
que muchos chicos se embriagaban, lo que no era solamente un espectá-
culo repugnante sino que autorizaba algunos rumores infames contra la
conducta de don F.M., que hoy quiero creer calumniosos, pero sobre cuya
exactitud no teníamos entonces la menor duda. El simple hecho del baile
revelaba, por otra parte, en aquel hombre, una condescendencia criminal,
tratándose de un colegio de jóvenes internos, régimen abominable por sí
mismo y que solo puede persistir a favor de una vigilancia de todos los
momentos y de una disciplina militar”.7
Era tiempo de castigar a la Iglesia, eso estaba claro. Mercante lo hacía por
la permisividad con las “uranistas” pasivas que distendidas en los recreos,
escribían cartitas sin parar. Gómez, por las particularidades de los colegios
religiosos que desarrollaban la “aberración”. Cané, por la presencia sospe-
chosa de sacerdotes embriagadores. Pero también se criticaba a los hombres
de la Iglesia por castigar exageradamente la homosexualidad. Por compla-
cencia o rigidez, la Iglesia recibía palos.
Era obvio que el tema sexual en sí mismo no era la preocupación. Simple-
mente, otra vez, se construía un enemigo.

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6. Miguel Cané: Juvenilia, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992, p. 36.
7. Ib., p. 40.

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