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Arce Enrique Alberto - Impacto

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IMPACTO

Enrique Alberto Arce


Issuu.com/enalber
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3

Índice

Prefacio –4

Mi encuentro con Ramón Pascual Muñoz Soler -5

Mi encuentro con José Ortega y Gasset -8

Mi encuentro con Rudyar Kipling -12

Mi encuentro con Alfonso López Quintás -14

Mi incursión en el Análisis Transaccional -16

El hombre y la sociedad – 26

El hombre actual: proyectos y decisiones - 34

No justificar lo injustificable - 47

La agresividad en el hombre – 48

Dulcificando la crítica - 50

***
4

Prefacio
―Contemplo el mundo como un espectador muy maravillado del
espectáculo.-¿Por qué maravillado? -me dirá usted. Porque me parece
que no cabe otra cosa que quedar estupefactos –ante todo- cuando se
toma conciencia de la existencia de la propia existencia. Estas ‗tomas
de conciencia‘ son momentos raros, osaría decir privilegiados. La
mayor parte del tiempo vivimos nuestra vida sin verla‖.
*
Este pensamiento de Eugène Ionesco me cautivó porque ¿hay
algo más subyugante que el mundo que se abre a nuestro
entendimiento? Y me lleva a recapacitar sobre mi propia vida y los
anhelos que motivaron proyectos y realizaciones. Momentos de
incertidumbre y otros de decisiones; penas y alegrías.

Recapitulando un poco sobre mis obras literarias, se desplegó


ante mí un vasto e infinito mapa mental de muchos de los libros
leídos, de diferentes autores, de mi biblioteca y otros tantos que se
perdieron en el tiempo.
A través de ellos fui conociendo, en la medida en que me
desarrollaba física, mental y espiritualmente, la belleza, la verdad y el
amor como elementos proteicos de la vida, de mi propia vida.
Al mismo tiempo, cuando llegué a la madurez intelectual y mis
facultades mentales me fueron propicias, supe discernir, entre varios
de los elementos con que contaba, todo el caudal positivo que
poseían, y desechar aquellos que no me alcanzaban ningún sustento.
Todo ello acompañado por la reflexión y la prudencia que crecían de a
poco, y eso constituye –para mí, hoy, toda la gama imaginable de mi
propio basamento como observador incansable del hombre en su
haber, rico en posibilidades, para coexistir cordialmente con sus
contemporáneos y con la vasta naturaleza que lo circunda.
Y con el ―encantamiento‖ que me proveían tantos amigos
escritores —la mayoría de ellos, lamentablemente desaparecidos de
este mundo— al deleitarme en sus obras, dejé vagar mi intelecto que
fue creando toda clase de representaciones, las que, por momento,
flotaban nítidas y permanentes, o se diluían y desaparecían del
―campo mental‖.
En honor a la verdad, varios de ellos aparecieron en alma en mis
escritos, sugiriéndome ideas suyas que fueron analizadas por mi
5

entendimiento. Muchas de ellas las incorporé según mi criterio, porque


fueron verdaderas sendas fructíferas donde encaucé mis propios
pensamientos.
Es por ello que quiero gozar de la sabiduría que de ellos
emanan, según surjan en mi memoria.
Asimismo sentí la necesidad de expresarme acerca de actitudes
que empobrecen las rectas actitudes del hombre y que le acarrean
dificultades en sus relaciones interpersonales.

Mi encuentro con Muñoz Soler

En mis años mozos, conocí, por azar, un libro que tenía mi


madre en su biblioteca. Éste era ―Gérmenes de futuro en el hombre‖
del doctor Ramón Pascual Muñoz Soler. Lo leí y lo releí, y su contenido
me enterneció vitalmente.
¿Quién era esa persona que me había hecho vibrar
intelectual y emocionalmente? Busqué en la guía telefónica y apareció
su domicilio y teléfono. Obtuve una cita con él y lo fui a ver a su
consultorio, en el barrio de Paternal, creo. Fue un encuentro muy
corto. Le hablé de mis ansias de conocimiento acerca del hombre y la
incógnita de su posición en el mundo y el deseo imperativo de
desentrañar todo aquello que mi intelecto lo permitiera. Muñoz Soler
me escuchó atentamente y me respondió algo que me ensanchó de
orgullo: que yo podría ser, y cito un párrafo de un libro suyo, ―uno de
esos hombres visionarios que descubren relaciones insospechadas entre las cosas (...)
Hombres que ven a lo lejos, no especialistas en el sentido corriente del término...‖
(pág.16 G.F.H.)
Imagínense cómo salí de ahí ante semejante elogio.
Continué con mis escritos, y me sentí urgido, en mayor grado,
en la necesidad de ir conociendo el trasfondo del hombre y su
inserción en el mundo.
Prosigo. Más tarde descubrí otro libro suyo: ―Antropología de
Síntesis‖. De esta obra quiero transcribir unas frases que se refieren a
las tantas emociones de que dispone el hombre y son disparadas, a
veces, sin sentido, ahogando las posibilidades de un pensamiento
lúcido porque, no nos olvidemos, que las emociones puras que nacen
del corazón, pueden ser distorsionadas y perder todo su esplendor.
―¿Qué diremos de nuestro actual sistema de regulación de las
emociones? Cualquier cosa nos afecta, nos saca de quicio, nos
desequilibra. ¡Y cuánto tiempo perdido para recuperar el equilibrio,
cuántas horas de diván! ¿Nos imaginamos lo que sería nuestra vida si
contáramos con alguna pequeña válvula o transistor que pudiera
mantener automáticamente regulado nuestro sistema emocional así
como se mantiene regulada la temperatura?, ¡qué vuelo tomaría el
pensamiento!‖
6

Tal vez esa ―válvula‖ o ―transistor‖ de que habla nuestro autor,


no sea más que un volverse hacia nuestro interior, desechando ese
estímulo primario que nos impulsa a saltar, en ocasiones,
irreflexivamente. Porque es así. Debatimos con los demás nuestras
ideas y proyectos, y a veces hasta llegamos a perder la moderación
que requiere una charla formal, con tal de imponerlas a toda costa.
Nos cuesta mucho ser desechados e incluso reconocer que otros
pueden no estar de acuerdo con nuestra forma de ver las cosas.
Y pienso: si pudiéramos aligerarnos de las ideas y sentimientos
desencontrados, y no pelear contra ellos, comenzaríamos acercarnos a
la unidad de nuestro propio ser (cuerpo-mente-sentimientos-espíritu) y
así a relacionarnos, no solo con los demás seres humanos, empática y
analógicamente, sino también con el Todo Mayor, que es el Universo.
Esa unidad solidaria que hace a la integridad de nuestro ser
como hombres, en conjunción con el cosmos, desde un principio fue el
primer motor que accionó mi intelecto y desde este punto estimé que
me siento en plenitud, cuando mis razonamientos, mis sentimientos y
mi espiritualidad, coinciden estrechamente.
No estamos desamparados en el mundo, y más todavía, somos
convocados para contribuir en su desarrollo y equilibrio. De acuerdo
con Muñoz Soler percibo que el hombre intuye la presencia de Dios en
su propia vida porque Él dirige y protege mi crecimiento en un acto de
amor sublime. Este acercamiento produce una transformación dentro
del corazón y desde este punto comprendo la necesidad de darme a los
demás en la escucha y en los actos, llevándoles el amor, la
comprensión y la compasión, que recibo de Dios.
Esta conjugación del hombre con Dios y el sentido profundo que
de ello se infiere, fue y es el principio que guía mi labor literaria.
En otro momento este autor se preocupa por la crisis existencial
que está sufriendo el hombre actual, y las consecuencias que de ella
se deriva.
Y así lo expresa: ―Millones de seres humanos experimentan hoy, en todas
partes del mundo, una <<crisis existencial>> que se manifiesta por la ‗pérdida de
significado‘ y por un ‗vacío interior‘ difícil de llenar con las cosas del mundo. Y esto,
independientemente de las condiciones sociales, económicas o culturales. Es una
crisis universal que afecta a la raíz de la existencia humana y que tenemos que
poder comprender en su patogénesis y en su significado. En mayor o menor grado
todos vivimos por dentro el fracaso del hombre viejo y el derrumbe de las viejas
estructuras mentales y emocionales que, hasta ayer nomás, sostenían nuestra
existencia. Esto es lo que llamamos <<fracaso existencial>>. Es la crisis de un sistema
de valores y la pérdida del equilibrio existencial. Es el abismo de la existencia
humana y la soledad del alma‖.
Esta situación, según el autor, está en consonancia con lo
que denomina ―colisión en el tiempo‖, producido por los ‗ritmos‘ que
rigen nuestra existencia. ―Un tiempo de ‗ritmo rápido‘ o ‗tiempo del futuro‘,
ha invadido el sistema humano de ‗ritmo lento‘, y dicha <<colisión en el tiempo>>
genera un <<desequilibrio existencial>>. El hombre, inmerso en el sistema, ―transita
hoy hacia el futuro sin darse cuenta que algo ha cambiado en su vida; que su viejo
7

mundo se derrumbó y fue lanzado de golpe al vacío. Aturdido, confundido,


desorientado, quiere avanzar, quiere ser libre pero adelante hay un vacío que teme,
y detrás queda un mundo opaco que ya no es del todo su mundo, porque éste ha
muerto‖.
Todos sabemos que la Tierra gira pausadamente dentro de un
marco que contiene las estaciones climáticas, los días y las noches. En
tanto el ser humano –habitante obligado del Planeta- y abrumado de
situaciones que debe componer día a día, momento a momento,
cruza la frontera de la pausado y ‗choca‘ contra la barrera del
tiempo.
La ―crisis existencial‖ está frente nuestro aunque muchos no
quieran reconocerla, y no los culpo, porque en la deriva que sufre el
hombre en un mundo de naufragio, busca, desesperadamente, la tabla
de salvación para no hundirse, aunque sea ésta endeble y precaria.
Muñoz Soler lo expresa así: Hoy día, la Psicología moderna se interesa más
por descubrir las causas de la crisis existencial y por restaurar el orden perdido, que
por mostrar el mensaje de futuro que emerge detrás de la crisis. Se lleva al
―paciente‖ a adaptarse a un mundo que ya murió para él, en lugar de ayudarlo a ver
en el ―hueco‖ que dejó ese mundo y vislumbrar en ese ―no-ser‖ un nuevo significado
existencial. En otras palabras, se plantea una terapia o una pedagogía de
‗adaptación‘ en lugar de un camino de ‗liberación‘. Hay que aprender a ver en los
―huecos‖ de las cosas que mueren y escuchar en los ―silencios‖ de las voces que se
apagan‖.
En un mundo que va perdiendo, peligrosamente, su eje de
rotación, el hombre se ve desplazado como ser que piensa, siente y
decide libremente acerca de sus propias motivaciones, con la
proyección hacia un futuro consistente y plácido. Nota que pierde
vigor su esfuerzo para definirse, para revelarse como una persona
única y exclusiva. Se ve como alguien que va entrando en una vorágine
que lo succiona y no lo deja ser ―él mismo‖. Éste es el ―hombre viejo‖
cuyo avance vertiginoso lo arrastra hacia la nada.
Sin embargo ―de este choque de fuerzas –de esta colisión con el
futuro, como diría Alvin Tofler- ha nacido una nueva conciencia. ¡Quién sabe
cuántos miles de años ha necesitado la raza humana para que se produzca este
alumbramiento, y quién sabe cuántos seres luminosos nos han ayudado en esta
epopeya! Pero hay un hecho, captado por unos con mayor lucidez que por otros
pero sentido por todos, y es que algo nuevo ha ocurrido dentro de nosotros mismos,
la conciencia humana ha entrado en expansión. Pero, ¿por qué hablamos, entonces,
de un drama existencial? Porque el despertar de la conciencia no se hace hoy en
forma ideal o romántica –como quien amanece de golpe en una nueva tierra o en un
nuevo cielo sino que es una flor que se abre entre las propias ruinas, es un amanecer
en medio de la oscuridad, es un germen de futuro que crece entre los recuerdos de
ayer, es la luz conviviendo con las tinieblas, es la delicada silueta del hombre
cósmico que nace, conviviendo con la vieja forma del hombre terrestre que muere.
Este es, en mayor o menor medida, el drama de todos nosotros‖.
No todos alcanzan a ‗ver‘ y comprender este cambio:
coexisten el hombre viejo con el hombre nuevo. De este encuentro
tan dispar surge la visión que el hombre tiene del mundo. Pero nuestro
autor nos propone una Ley de Amor que está marcada en nuestro
propio espíritu, y quién lo guía es Dios. El espíritu nos mostrará el
8

trayecto luminoso que se extiende por delante. No será, seguramente,


un camino fácil de transitar porque muchos son los obstáculos que
debemos sortear, pero la meta final bien merece nuestro esfuerzo.
Muñoz Soler falleció en el año 1999, pero tiene un lugar muy
especial en mi corazón los recuerdos que de él partieron, y en estos
momentos hay varias personas, amigas en vida, que han puesto todo su
haber para ordenar y divulgar su magnífica obra.
*
Yo me hago estas preguntas: cuando un familiar, un amigo, un
conocido, fallece ¿desaparece todo? Y se así fuera, su figura, los rasgos
principales que lo identificaban, su conducta, ¿se borran de nuestros
recuerdos? Me respondería sí y no. Depende del impacto emocional
que obró en nosotros a través de su presencia. En algunos casos, y en
el tiempo, pueden irse esfumando y desapareciendo ciertos aspectos
de él que no dejaron marca, pero en otros fue tal la incisión que
abrieron en nuestros tejidos sensibles, que algunos recuerdos, en
muchos aspectos de su vida, no se desvanecen: permanecen indemnes
en sus familiares, amigos, lectores...
A mí me sucede algo muy especial con este ensayista, porque
me habla de temas con los que coincido, en algunos, plenamente,
además el de abrirme un panorama inédito. Todo él perdura en su
dialéctica; en ese proceso intelectual –tan suyo- que permite, por
medio de sus palabras, llegar a las realidades trascendentales del
mundo inteligible. Acostumbrados, muchos de nosotros, a ver un
escenario mundano encerrado dentro de los límites del universo
Tierra, nos cuesta ‗‗mirar‘‘ y descubrir más allá del horizonte de
nuestra estrecha visión intelectual. Pues bien, Muñoz Soler nos
muestra una nueva dimensión que a veces nuestros ojos miopes no
perciben: el hombre planetario.
Nos encontramos situados dentro del mundo que circunda
nuestra vida, y en repetidas ocasiones nos sentimos sumidos en la
incertidumbre, porque son tantos los mensajes que recibimos del
exterior, que al llegar al intelecto se atropellan entre sí, cuando en
realidad uno solo, por vez, es el que penetra en el cerebro.
En otro pasaje, nuestro amigo se refiere a ―la radiación de la vida
colectiva... y sobre todo a las ‗‘partículas de alto potencial destructivo‘‘ generadas
por el egoísmo, la ambición personal, el odio, el ansia de poder y tantas otras
pasiones que se liberan en el juego de las relaciones humanas‖. De modo tal que el
hombre, frente a ese mundo que lo amenaza física y psicológicamente, se aísla
identificándose como un hombre que se lo conoce solamente por su tendencia a
convertirse en hombre-funcionario, hombre-empresa, hombre-obrero; es decir en
<<
hombre en función de algo exterior a sí mismo >>... y a identificarse con las ideas y
formas de vida del grupo social al que pertenece y a volverse cada vez <<más
extraño a sí mismo>>, es decir, a alienarse (en el sentido etimológico de la palabra:
volverse extraño a sí mismo)‖.
Dentro de este grupo, caben también aquellos que se mantienen
rígidos dentro de una estructura mental que dificulta la buena relación
9

entre los humanos, y que, por otra parte no quieren, o no saben, cómo
cambiarla.
Este es nuestro trabajo, que consiste en ‗‘despertar‘‘ a ese
hombre ―dormido‖ y a mostrarle y enseñarle a usar todas las potencias
valiosas que posee dentro de sí, las que, en conjunción con las de los
demás, podrán utilizarse para la construcción de un mundo mejor.
Cuando digo ―dormido‖ se entiende que no me refiero al sueño
fisiológico, sino a un estado especial durante el cual se desvanecen, en
gran parte, las capacidades propias de su ser.
En este momento me despido, con mucho pesar, de Ramón
Pascual Muñoz Soler, desconocido para muchos, pero un profeta
humilde que trata de acercarse al hombre, con amor, para que
entienda que su presencia en el mundo no es una casualidad, sino que
está llamado a ser una pieza importante en el Libro del Universo.
La persona así estimada es la que entiende que debe
‗‗reunificar su ser‘‘, y abandonar esa personalidad que se va
desfigurando en una sociedad que se fragmenta en elementos
espurios.
***

Encuentro con José Ortega y Gasset

Este autor, filósofo y ensayista, a quien conocí en mis años


mozos a través de sus ―Obras Completas‖, me cautivó desde un
primer instante, porque irradiaba un gran conocimiento del alma
humana y lo expresaba en forma clara y contundente.
Ortega dice: ―yo soy yo y mi circunstancia; si no salvo a mi circunstancia,
no me salvo yo‖, y esta sentencia fue la principal guía de mi
inspiración.
Por un lado, entonces, existe el hombre con su heterogénea
conducta, y por el otro, la vastedad de situaciones dispares o similares
en las que cada uno de nosotros actuamos según nuestro propio
criterio.
La interdependencia entre ‘‘yo y circunstancia‘‘, me urgía a
considerar cada uno de esas áreas por separado, para luego, más
tarde, buscar los elementos que permitieran conciliar ambos espacios
en procura de una analogía entre el hombre y el mundo en que
habita.Y ambos, hombre y circunstancia, están colmados de efectores
que actúan relacionando los ámbitos entre sí, o distanciando la
armonía que debiera existir entre ellos. Tal vez en ese instante,
comenzó a germinar en mí, un sentimiento de misericordia por todos
aquellos, que, a mi parecer, habían errado el camino del bien, de la
cooperación y del amor.
Ortega, y más adelante Gustavo Le Bon me pusieron en atención
hacia ese hombre que, integrado en la multitud, abandona gran parte
10

de sus atributos particulares. (―La rebelión de las masas‖ y ―Psicología


de las muchedumbres‖ respectivamente).
Y así se expresan: ―desde el momento en que un grupo de gente se
une bajo las directivas de un líder, desde ese instante inutiliza gran parte de sus
propias cualidades; deja de ser él mismo para someterse a lo que piensen y hagan los
demás integrantes ―.
Recuerdo cuando Ortega decía que la humanidad se
comportaba como un hato de ovejas, cabeza con cabeza, lana con
lana, esperando al mastín que los ladre y los dirija.
Y me acordé también de la potencia que ejercen los
padres con los consejos y admoniciones a sus hijos, generalmente
dichos con la mejor voluntad y amor posibles.
Estas formulaciones me hicieron comprobar la
maleabilidad y porosidad que presenta el ser humano ante las
sugestiones de los demás, y aprendí otras cualidades que trato de
afianzar y ejercer, tales como la ―comprensión‖ y la ‗‗tolerancia‘‘.
En la Biblia, Jesús nos aconseja ―No mires la paja en el ojo del
otro; fíjate en la viga que puedes tener en el tuyo‖ . Y también ―Con la misma
vara que midas a los demás, tú también serás medido‖. Sin embargo,
¡cuántas veces nos sentimos impulsados a criticar la actitud de
nuestros semejantes! Y ¡en cuántos momentos nos equivocamos en las
apreciaciones! De ahí la importancia de ‗‘‘ser tolerantes‘‘, que no
quiere decir acceder sin más ante cualquier actitud humana, sino
tratar de comprender la situación, mediante una evaluación reflexiva,
siempre con el acompañamiento del amor.
No nacimos para ser infelices y sufrientes humanos, sino
para proyectar en los otros, nuestros contemporáneos, las bondades
que surgen del corazón tales como el amor y la confraternidad, y que,
además, nos son propios, porque nacimos buenos.
Aquellos que ‗‗vemos‘‘ el mal que nos circunda, aboguemos en
pro de una humanidad mejor, ensanchando cada vez más, con
ecuanimidad y respeto, el círculo en el que estamos situados. Porque –
como alguien dijo- ―No sólo vivimos en el mismo mundo, sino que participamos
cada uno en el ser del otro‖
Y no dejo de advertir lo que mi conciencia me dicta: somos
seres disímiles en muchos aspectos, pero el amor que está signado en
toda alma humana debe consolidarse en un lazo de comunicación y de
unión a favor de una placentera paz ecuménica. Tampoco soy ingenuo
ni ciego. Veo a mi alrededor hipocresía, envidia, arrogancia,
resentimiento, odio, maledicencia, mezquindad, injusticia. No
obstante, mi órgano espiritual me dicta: —propaga la paz en la medida
de tus posibilidades. No te dejes abrumar y consérvate sano.
Pero también debo recurrir a la fuerza liberadora de mi
espíritu, cuando sé positivamente que muchos somos los que actuamos
dócilmente, repitiendo los mensajes improductivos que nos dictan
nuestros antecesores. En estos no pensamos y nos dejamos llevar por
los impulsos, por la falta de creatividad, y también por la indolencia.
11

Este bagaje de ―creencias‖ muchas veces las diseminamos sin un


previo filtrado por nuestro intelecto; y nos perdemos la riqueza de
engalanarlos con nuestras propias ideas fundadas en realidades.
Además están aquellos que desenvuelven sus extravíos ‗‗casi sin
darse cuenta‘‘, porque ―no ven‖ el efecto de sus actos incalificables.
Y no porque sean miopes orgánicamente, sino debido a su propia
estructura mental que no les deja vislumbrar el mal que hacen a los
demás. Cada uno de nosotros tiene su propia visión de las cosas. Las
aceptamos o también podemos llegar a entrar en litigios. Y esto es
porque la realidad no tiene una ‗‘sola cara‘‘: posee varias. De ahí la
importancia que contiene el diálogo. El diálogo o plática entre dos o
más personas, tiene sus reglas, que no deben ser deslucidas por la
acción de la soberbia, vanidad o intolerancia de uno o ambos sujetos
que entren en el ruedo.
Aunque, recordando las relaciones que se establecen entre las
neuronas entre sí con la interposición de neuropéptidos que son
―mensajeros‖ que se activan en los momentos de acción, me hizo
pensar que no bastan las palabras y las actitudes con que uno y otro
actúen, sino que debe haber ―algo‖ misterioso que coadyuve a la
aceptación o distanciamiento entre las personas. Y que ese ―algo‖
obra como esas sustancias catalíticas que, sin perder sus propias
propiedades, actúan por ―presencia‖, de modo tal que son causa o
motivo de agitación o alteración de los ánimos, para bien o para mal.
El diálogo de por sí busca el acercamiento personal. Para ello se
vale de las funciones orales y gestuales. Y entre los intervinientes
existe un espacio o contenido, ocupado de ideas, fantasías, deseos,
proyectos, emociones, sugerencias, miradas, gestos, consejos,
reconvenciones, intenciones escondidas, como también exclamaciones
o silencios, que pueden quedar allí, perdidos y sin vida, en tanto que
muchos otros pueden establecerse como elementos vivientes y
protagónicos, y alcanzar, por su contenido, una importancia
trascendental en la vida de los dialogantes.
Empero, cuando uno de los integrantes trata de imponerse,
airadamente o no sobre el otro, puede surgir la discusión, donde se
trunca la posibilidad del coloquio positivo, porque esa persona se
encierra en sus propias convicciones y se muestra refractaria a
cualquier sugestión que se le ofrezca. Por otra parte, los dialogantes –
uno y/u otro- pueden ofrecerse atentos y vivaces durante la
conversación, o también mostrar desinterés, falta de atención, o
actuar con ironía cáustica, motivos que también empañan la
comunicación. Asimismo, en algunos individuos se produce el ―estado
crepuscular‖, que se define ―como una forma de veladura más o menos tenue
de la conciencia o penumbra de la personalidad psíquica en la que la persona percibe
del mundo exterior aquello que está relacionado con sus pensamientos y
preocupaciones más íntimos, quedando todo lo demás fuera del campo de la
conciencia‖.(Gregorio Marañón).
12

Con respecto a los ―ingredientes del diálogo‖, me hago esta


composición de lugar. Así como a una comida para ser sabrosa se le
agregan distintos condimentos que en conjunto coadyuvan para su
mejor gusto, algunos de ellos pueden ser provechosos, pero otros la
hacen indigestas. De esta manera pasa lo mismo cuando algunos
componentes como la arrogancia, la envidia, y el menosprecio hacia la
otra persona, todos ellos propios de un inflado egocentrismo, se hacen
partícipes del diálogo. También puede percibirse, a través de la
conversación, el grado de resentimiento que puede contener uno o
ambos dialogantes.
Ante esta situación mi actitud es la siguiente. Cuando no
coinciden mis respuestas sobre un tema y la otra persona se mantiene
refractaria a toda sugerencia, prefiero declinar mi intervención, no
bien penetro en el terreno de las discusiones incómodas, poco gratas e
improductivas.

***
Encuentro con Rudyar Kipling

En el rosario de los recuerdos se me adelantó Rudyar Kipling.


¿Qué aprendí de él? Varias cosas. Por lo menos, tres que están latentes
en mi interior.
En algunos momentos y en oportunidades precisas, mi
inconsciente ‗‘ciego e imparcial‘‘, como lo denomino, me envía
mensajes que actualizo en el cerebro. Y algunos de ellos están
relacionados con recuerdos de un libro que leyera en mis años mozos:
―El Libro de las Tierras Vírgenes‖ quien presenta, para el lector
común, la narración de un cuento infantil que habla de un niño robado
de una aldea indígena en plena selva, por el feroz tigre Sheere Kan, y,
en un descuido suyo, es rescatado por una manada de lobos quienes lo
cobijan y lo preparan para la vida selvática, usando de la sabiduría de
dos animales que conviven con ellos y son Baloo, el oso, y Bagheera la
pantera negra. Ambos animales, en principio, fueron cautivos en
zoológicos del que luego escaparon volviendo a su medio natural.
El niño se llama Moogli (rana imberbe) y lo primero que le
enseñan es ―la ley de la selva‖ que se vale de unas palabras
misteriosas ―Somos de la misma sangre tú y yo‖. Esto fue algo que me
impresionó porque, cuando se encontraban en situación de peligro dos
seres antagonistas, cabía, para el más desvalido, dirigir esas palabras,
lo que le valía que el otro, antes de atacarlo, accediera a escuchar sus
argumentos de defensa. Si lo convencía, se salvaba; si no, era presa
del más fuerte.
Hago un apartado. Los conocedores en la materia coinciden en
que todo animal ante un peligro inmediato puede actuar de las
siguientes maneras. Lo enfrenta o huye sin más trámites, o,
directamente, se queda inmóvil, sin atinar a hacer nada por efectos de
13

un miedo aterrador que lo paraliza; esta última actitud un autor la


denominó ―reflejo de muerte aparente‖.
Entonces, viendo en perspectiva estos recursos del animal y
asimilándolo a las actitudes que el hombre ofrece ante esas mismas
circunstancias de riesgo, consideré que éste actúa de la misma
manera, aunque, gracias a Kipling, surgió una 4ª posibilidad, que era la
de tratar de negociar con el oponente, una suerte de defensa a su
propia integridad.
Otro de los capítulos de esa misma obra fue, para mí, también
contundente. En una oportunidad Moogli se decidió a jugar con los
monos porque le producía placer sus saltos y cabriolas, no obstante
tener prohibido acercarse a ellos. En un momento los monos se cansan
de él y lo dejan caer, desde lo alto de un ramaje al fondo de un foso
profundo. Allí, en la oscuridad se encuentra con el silbido de Kaa la
serpiente que le dice que ella es la protectora del lugar, donde se
guardan los tesoros de los reyes. Moogli, jactanciosamente le advierte
que esa ciudad ya ha desaparecido y solo quedan las ruinas tapadas
por los arbustos. Además, que no le teme a su mordedura fatal,
porque está muy vieja y sus colmillos se muestran roídos y sin veneno.
En la luz exterior del foso ve revolotear a un cuervo y le grita la ley de
la selva ―–somos de la misma sangre tú y yo―. Ante la atención que le presta
el ave, le pide que vaya en ayuda de sus amigos para que lo saquen de
ahí. Mientras espera y ya acostumbrado a la semipenumbra del lugar,
ve, entre tanto oro y piedras preciosas, una jabalina de ese noble
metal en cuya empuñadura está incrustado un gran diamante y le dice
a Kaa que se lo va a llevar, pero ésta le advierte: –¡eso que tanto te gusta,
es muerte‖! Por supuesto Moogli no entiende nada, aunque, como
veremos más adelante, se cumple la sentencia.
Con la ayuda de Baloo y Bagheera, sale del lugar y recibe unas
palmaditas del primero por haber desobedecido sus órdenes. Inocente,
pregunta por qué no podía jugar con los monos que eran tan
divertidos, y recibe como única respuesta: ‗‘porque son inconstantes como
el pueblo de los hombres‖.
Y en la vida diaria vemos cómo algunas personas que procuran
cambiar su conducta cuando ésta le es desfavorable para relacionarse
con los demás, sus objetivos se agotan y caen en la nada. También es
visible en otros individuos que conciben grandes proyectos a realizar,
y en el tiempo se diluyen. Para ambos, la inconstancia se hizo presa de
sus propósitos. Así fue como esa similitud entre los hombres y los
monos, en este aspecto, la entendí en toda su magnitud.
Volviendo a la lanza que se llevó consigo. Un día, mientras
dormía en un lugar de la selva, con ella a su lado, se acercaron tres
cazadores, y cautelosamente le robaron su ―juguete‖. No todo quedó
ahí. Los tres codiciaban el tesoro y les costaba mucho compartir su
valor, de tal modo que dos de ellos concibieron deshacerse del
tercero, matándolo en un descuido. Así lo hicieron, pero uno de los
14

dos restantes, en la primera oportunidad que se le presentó, emboscó


a su otro compañero y lo asesinó, para quedarse él solo con la pieza.
¿Qué pasó con este último? No me acuerdo pero sí comprendí que se
cumplió la sentencia de Kaa: ese venablo de oro engalanado con
piedras preciosas representaba la muerte.
Volviendo al primer párrafo, lo que aprendí del relato de Kipling
fue: 1) la importancia de poseer un código universal de respeto, para
identificarnos cada uno de tal modo de hacer valer nuestros derechos.
En cada uno está la posibilidad de organizar un diálogo sincero y
efectivo. 2) tener presente la dosis de inconstancia que poseemos los
hombres en nuestros actos para no caer en el abismo de la nada, y 3)
no dejarnos atraer por la codicia ante los bienes materiales, sabiendo
además que muchos son los que están dispuestos a matar para
conseguirlos y mantenerlos para sí.

***

Encuentro con Alfonso López Quintás

Mi encuentro-conocimiento con este catedrático,


contemporáneo nuestro, de la Universidad Complutense de Madrid,
también fue accidental. Ante la vista de uno de sus libros ―La juventud
actual entre el vértigo y el éxtasis”, provocó en mí una curiosidad que
no me defraudó; al contrario, encontré en él una nueva forma de ver
las cosas porque, justamente, López Quintás me clarificó conceptos. Él
parte de un concepto clave: <<pensar con rigor>>, es decir <la
utilización precisa de los vocablos>. Y acerca un ejemplo muy
común:‖hacer el amor”. ―El amor se crea, se colabora a que surja, se lo
fomenta... pero no se lo hace. Se hacen sillas, se hacen trajes y relojes, pero no el
amor. ―Si no se piensa con rigor, se violenta la realidad, y este acto de violencia se
paga siempre muy caro porque la realidad se venga siempre. La venganza de la
realidad consiste en no permitir al hombre desarrollarse debidamente‖.
En su programación nos habla de un ―analfabetismo‖ de primero
y de segundo grado. (Pág. 34...) La primera forma sería cuando no se
sabe descubrir el significado más a mano de los términos, y la
segunda, cuando no se capta el sentido profundo de las palabras.
Este autor nos orienta dentro de dos conceptos, contrapuestos
entre sí pero bien definidos: objeto-ámbito y vértigo-éxtasis.
Muchas son las cosas que giran a nuestro alrededor, y están
sujetas a la curiosidad o a la simple visión, sin mayor preocupación por
ser definidas o atendidas. Desde ese momento no pasan de ser ―cosas‖
sin mayor relieve; es decir restándole importancia. No dejan de ser
objetos o realidades porque pueden ser medidas, pesadas, agarradas
con la mano, situadas en el espacio, dominadas, manejadas. Pero,
aunque en el mundo existan realidades que son, en un aspecto
delimitables, asibles, dominables y manejables, en otro aspecto no lo
15

son, porque el aspecto ético, el profesional, el estético y el religioso,


no se puede delimitar. No se puede decir exactamente hasta dónde
llega, por ejemplo, su influjo sobre los demás y el de los demás sobre
nosotros.
―Cada uno de nosotros implica diversas relaciones; abarca cierto
campo: un ‗campo de realidad‘. A ese tipo de realidades que no están
hechas de una vez por todas sino que tienen iniciativa y deben ir
configurando su ser mediante la creación de vínculos profundos con las
realidades del entorno, las denomino <<ámbitos de realidad>>, o
sencillamente, <<ámbitos>>.
Y nos alcanza este ejemplo: un piano como mueble es un
objeto. ―En cuanto mueble está ahí, frente a mí; puedo tocarlo, medirlo,
comprobar su peso, ponerlo en un sitio u otro. Es decir, manejarlo a mi antojo. En
cambio, como instrumento sólo existe para mí si sé hacer juego con él, si soy capaz
de asumir las responsabilidades que me ofrece de crear formas sonoras. Al hacer
juego con él, éste deja de estar <fuera de mí>; se une conmigo en un mismo <campo
de juego>: el campo de juego artístico que es la obra interpretada. Esa unión debe
ser respetuosa y colaboradora, no dominadora. Los ámbitos están delimitados como
los objetos, pero se abren a otras realidades, pueden ser afectados por la acción de
otros seres y, a la vez, ejercen un influjo sobre ellos‖.
Abonando esta tesis, me remito a una situación que sucede en
el curso de algunas reacciones químicas. En ellas existe una sustancia
que tiene un poder de valimiento tal, que —por su propia presencia—
altera la composición sin perder sus naturales propiedades. Y si esta
relación la llevamos a nivel de las relaciones humanas, podríamos
interpretar en parte lo que sucede entre las personas. En algunas de
ellas existe un ―algo‖ que las demás perciben y que hace que esa
persona contenga un motivo suficiente —aunque no se manifieste
oralmente— y que mueve a los demás a una actitud inicial, ya sea
receptiva o de rechazo. Este fenómeno, demuestra una vez más
aquello de que ―toda acción humana conmueve a los demás en mayor o menor
grado, en cercanía o a distancia, en inmediatez o en tiempo‖.
En esta tan difícil como lo es la relación humana, parto de la
premisa que enunciara el antropólogo francés Maurice Leenhardt: ―la
persona es un centro vacío que sólo adquiere sentido y significación, en su relación
con el otro‖.
Pero así como cada uno de nosotros tenemos nuestras propias
dificultades para entendernos en nuestra intimidad, eso le ocurre
también a los demás. La buena disposición siempre tiene que partir de
uno mismo. En consecuencia no cedamos en nuestros propósitos si
estamos bien seguros de enarbolar la sabiduría que nos provee el
espíritu y ganemos la confianza que da el amor cuando los móviles que
nos guían son puros.
En cuanto marcamos las dos premisas antagónicas
vértigo/éxtasis, notamos que en la primera, el hombre actúa con la
suspensión –repentina y pasajera- de su juicio cabal de sentir y
manifestar sus emociones-sentimientos. Pero, cuidado, cuando el
vértigo se hace dueño de la persona, se pierde totalmente la
16

objetivación y el sujeto obra directamente bajo el influjo de los


impulsos que puede cubrirse con el manto de lo primitivo o exagerado
en las consecuencias.
Y refiriéndonos al éxtasis, podemos decir que actúa inundando el
alma con sentimientos de admiración y alegría genuinas. Bajo el influjo
del éxtasis, el hombre se libera de cuantificaciones negativas, que se
aferran y atan sus pensamientos.
Es importante saber que, considerado el individuo como una
composición donde se intercambian distintas combinaciones, cuando
ocurre una instancia, lo primero que sale al exterior son los
sentimientos. Luego los impulsos instintivos y por último los
pensamientos.

Mi incursión en el Análisis Transaccional y otros parámetros


de la Conducta

En una época de nuestra vida que coincidía con la crisis juvenil


de una de mis hijas, nos encontró a mi esposa y a mí, un poco
desguarnecidos de cómo orientar nuestros consejos hacia soluciones
claras y precisas. Y llegó a nuestras manos un libro ―Yo estoy bien, tú
estás bien‖ de Thomas Harry. Este libro nos abrió un panorama que no
conocíamos, y a él siguieron otros de distintos autores concebidos
también hacia temas relacionados con el Análisis Transaccional, que
resultaban propuestas muy claras y sencillas de llevarse bien con la
gente. Al tiempo hicimos diversos cursos bajo la dirección del profesor
Roberto Kertész y su equipo muy homogéneo y coherente en los
conceptos, en su Instituto Privado de Psicología Médica. Además
conocí, por su intermedio, otros autores que trataban sobre este
tema, e incluso, más adelante, fuimos avalados para dictar, por
nuestra cuenta, algunos cursillos. Así lo hicimos.
El Análisis Transaccional, en su concepción, lo fui asimilando
poco a poco hasta que se me hizo sencillo de tanto usarlo. Trata sobre
la conducta humana y es muy apasionante. Pero algo le faltaba y esto
era el fundamento espiritual. Con mi esposa, que me acompañó en
todo momento, le clarificamos este concepto. Y me sentí más seguro
en mi derrotero.
Desde su óptica fui entendiendo las razones que sopesaban en la
mente y el corazón de cada persona para actuar como lo hacían, ya
que estaban fuertemente sujetos a las condiciones buenas o malas de
sus predecesores.
La influencia que ejerció el Análisis Transaccional en mis
escritos, fue inmensa e intensa, hasta que, ahora, más perfilado en
mis conocimientos, llego a pensar que su doctrina, aún siendo
fuertemente atractiva, no llena totalmente mi derrotero, porque si me
17

dejo guiar ante las circunstancias de conducta de cada individuo,


enmarcándola solamente en una estructura de causa-efecto, no está
todo dicho. Actuaría, simplemente, en una concepción francamente
psicologista.
Y en este aspecto me hago una composición de lugar. Todo
individuo, generalmente, responde a los estímulos a que es requerido,
pero podemos llevarnos más de una sorpresa, y es que él mismo lo
haga de distinta manera a lo esperado. En este momento se
desmoronan las cláusulas que edificaron su historia de conducta. Y
esto es debido a que no tomamos en consideración el factor espiritual,
que todos llevamos dentro nuestro muy escondido.
Tal vez mucho pueda aclararnos este enigma Abraham Maslow,
autor del libro ―El hombre autorrealizado‖.
Maslow nos habla de una ―naturaleza interna‖ propia del hombre,
―que es en parte privativa nuestra y en parte, común a la especie‖ y que ―-según
las apariencias- (es) de carácter neutral, pro moral o positivamente buena‖.
Por lo tanto, -prosigue- ―si es buena o neutral y no mala, es mucho más
conveniente sacarla a la luz y cultivarla que intentar ahogarla. Si se le permite que
actúe como principio rector de nuestra vida, nos desarrollaremos saludable,
provechosa y felizmente‖. En cambio ―si se niega o intenta abolir el núcleo
esencial de la persona, ésta enfermará, unas veces con síntomas evidentes, otras con
síntomas apenas perceptibles; unas veces con resultado inmediato y otras con alguna
posterioridad al establecimiento de la causa‖.
Sin embargo por su propia naturaleza presenta características
en cierto modo contradictorias, ya que, por una parte ―es fuerte,
dominante e inequívoca como el instinto lo es en los animales‖ , y a la vez ―es
débil, delicada, sutil y fácilmente derrotada por los hábitos, presiones sociales y las
actitudes erróneas a su respecto‖. Aunque ―raramente desaparece en las personas
normales e incluso puede ser que tampoco desaparezca en las enfermas. Aún
cuando se la niegue, perdura calladamente presionando de continuo por salir a la
luz‖.
En consecuencia, Maslow nos abre el camino que va más allá de
la mente y que no debemos ignorarlo. Nos habla de ese ―núcleo
esencial‖, reservorio de la espiritualidad, que es fuerte y delicada a la
vez y que, aún cuando se la ignorare, tiene el suficiente potencial
como para imponerse y hacerse notar. Además nos asegura que
también es necesaria la preeminencia del amor verdadero en el
hombre, para alcanzar su felicidad. De modo tal, concluye, ―el hombre
tiene su futuro en su propio interior‖. Y ¡oh casualidad! Jesús nos dice: ―El
Reino de Dios está dentro de vosotros‖.
De todas maneras no dejo de reconocer la influencia poderosa
que los padres y otros agentes de enseñanza imprimen en las mentes
vírgenes de los niños a su cuidado, situación que, en algunos casos,
derivan en situaciones perjudiciales cuando se producen por la acción
de progenitores ignorantes —que después de todo no es un pecado—
porque todos somos susceptibles a equivocarnos. Lo que sí hago,
dentro de mis posibilidades, es reconocer los errores poniéndolos en
18

evidencia, con una gran dosis de compasión y tolerancia, como ya lo


expresara anteriormente.
Y así como los parásitos se hacen dueño de los seres vivos,
usando y abusando de la producción ajena, así también surge, y somos
conscientes de ello, una enorme cantidad de agentes que no
solamente se nutren a nuestras expensas, sino que avasallan, lisa y
llanamente, con la dignidad humana. Esos ―agentes destructores‖ que
irán apareciendo, que condicionan la calidad de nuestra conducta y
que todos ustedes conocen, son muy difíciles de desarraigar y
perjudican, notablemente, las relaciones humanas, descolocando y
provocando fricciones entre los hombres, algunas de ellas,
tremendamente peligrosas. Se me dirá: —si se conoce al autor de los
males, y no nos agrada su compañía, ¿por qué no lo sacamos de encima
de nosotros?
Y yo te contesto, porque existen diversas situaciones disímiles
que se entroncan, entorpeciendo el trámite de su destrucción. Y voy al
punto. Algunas personas llevan consigo sus propias debilidades; las
aceptan y condicionan su personalidad a ellas. Otros usan esas
flaquezas conscientemente, ya que les sirve de palanca para ―ganar
contiendas‖. Otros presentan esas imperfecciones aunque no se dan
cuenta, porque, decididamente ―no las ven‖. Y por último, están los
que, sabedores de las trampas en las que están metidos, no pueden
demolerlas porque están arraigadas profundamente en su alma. De una
u otra forma, todos sabemos que el camino de la honestidad y la
integridad moral es el modelo que fija la sociedad para subsistir.
Entonces apuntemos a nuestros enemigos y saquémoslos a la luz para
que sean ciertamente vistos.
Algunos de ellos, casi diría, nacen con nosotros. Por ejemplo,
―el mío‖, que, puede convertirse en un ego cotidiano, o degradarse en
el ejercicio de la posesión. Y doy un ejemplo simple: tratemos de
sacar de sus manos un juguete a un niño pequeño; generalmente se
aferra fuertemente al mismo o llora desconsoladamente si es
despojado del mismo. La acción continuada de este defecto humano,
está en consonancia con la avaricia. Y llegado a ese extremo, el ser
codicioso, ‗pulveriza‘ su sentimiento de compasión hacia sus
semejantes.
El ‗egoísmo‘ es un agente de su mismo linaje. La persona
egoísta ‗‘se ve‘‘ solamente a sí misma, sin importarle los sentimientos
de los demás. Se hace tirano de su propio impulso, y desconoce, por su
propia ceguedad, que la plataforma en la que se afirma, está
compactada por la multitud de seres humanos que han hecho posible
que su presencia en el mundo tenga un sentido.
Otro de los enemigos del alma es la ‗competencia maliciosa‘.
Competir con los demás es saludable mientras no se vulneren los
espacios de las demás personas, con actos alevosos. Yo podría
destacarme por mi bondad, mi pulcritud, mi inteligencia, mi
19

correspondencia con el prójimo... es decir, tratando de ser el mejor,


en tanto no actúe en el terreno de lo deshonesto. En caso contrario, es
posible que me sumerja en la olla donde se hierven los desechos que
ocasionan las fricciones de la suficiencia desmedida.
También inciden en nuestra contra la ‗envidia‘, hermana
gemela de la ‗hipocresía‘. Viven juntas y actúan solapadamente en la
oscuridad. Presentan una máscara exterior con el rictus falso de una
sonrisa, pero interiormente tienen un rostro horrible. Recordemos a
Otelo, la obra de William Shakespeare. La historia nos cuenta de un
príncipe de origen africano, Otelo, que tenía un amigo y confidente
llamado Yago, quien, consumido por la envidia que tenía de su señor,
fue programando una serie de falsedades argumentando que
Desdémona, su bella mujer le era infiel. Tal entramado simulado fue
destilado en el corazón de su amo, provocando celos exasperantes en
el alma de Otelo, quien, en el paroxismo de su dolor, asesinó a
Desdémona, atentando luego con su vida al comprobar que el mal no
tenía remedio.
La envidia tiene dos caras. Una de ellas representa el deseo de
ser como otro a quien se admira, usando de actos lícitos y honestos. Se
confunde, en cierto modo con la competición sana. La otra, que
destila un fuerte ácido corrosivo, centra su potencia en contubernio
con la hipocresía. En este último caso, el envidioso sufre
horriblemente las aptitudes de ese otro ser, lo que provoca en él, el
deseo de que desaparezca de su vida.
Llegamos así a toparnos cara a cara con la hipocresía.
Se dice en un libro santo que las tres condiciones deshonestas
que ostenta el hipócrita, son: ―Cuando habla, miente. Cuando
promete, no cumple. Cuando se confía en él, traiciona‖.
Quiere decir que, al encontrarnos con una persona hipócrita,
nos hallamos frente a un ser mental y espiritualmente inestable y
peligroso. Un ser que se educó y se perfeccionó en la simulación. Y la
relación con él, se quiebra, porque somos vulnerables a que nos
traicione.
Si nos remitimos a las primeras edades de vida, sabemos que el
niño no nació hipócrita. Al contrario, se abrió a los demás con su
corazón ingenuo al desnudo, indefenso, y por eso muchas veces fue
objeto de aprovechamiento en su buena fe. En ese sentirse
menospreciado, algunos se cubrieron con un manto de recelo y
timidez, que tapaba su falta de adiestramiento en la batalla de la
competición. Pero otros, valiéndose de la capacidad de defensa
natural que todo ser humano posee al ser atacado, buscaron otra
salida, y ésta fue el fingimiento. Esa simulación usada como arma, en
manos bien adiestradas, puede llegar a ser letal. Porque la hipocresía
se viste de variados ropajes muy vistosos, que no delatan la intención
escondida de quiénes los usan para sus propios fines. Y la hipocresía,
no está sola; está aliada con la envidia, la mentira, la cobardía y la
20

maledicencia, quienes les dan sustento para extender su acción que


suele ser devastadora porque un solo hombre, poseído por este mal,
puede propagarlo tremendamente, alterando la sana relación entre las
personas. Se constituye así en una enfermedad de alto riesgo.
Es hipócrita aquel que esconde sus pensamientos y sentimientos
espurios bajo un manto de sacralidad que muestra a los demás. Es
hipócrita aquel que se vale de los indefensos y oprimidos para alcanzar
plataformas que satisfacen sus intereses de superioridad y avaricia.
Hipócrita es también el que finge piedad por el que sufre, sin sentirlo
en lo más mínimo. Cuando se habla de hipocresía, muy cerca, pero
muy cerca, está la infamia, que está provista de un veneno muy
poderoso que destila en su víctima en pequeñas dosis.
Gracias al A.T. descubrí aspectos muy interesantes que se
filtran durante una conversación trivial o interesada y eso fue poner
atención en el espacio subyacente a las palabras. Quiero decir, ―lo que
se esconde‖ sin mencionarlo, pero ―dejándolo caer‖ en forma inocente
o no.
Actitudes de tal naturaleza pueden prestarse, en su lado
impuro, a enfundar rasgos polutos que son aprovechados por los
hipócritas, u otra personalidad ladina. ¿Qué te parece un ejemplo?
Digamos, un enamorado puede decirle a su pareja: —Te amo y que
coincidan ambos niveles de intención: el social, visible, y el escondido,
psicológico. Aunque también puede asegurarle enfáticamente:—te
amo, y tener el propósito de aprovechar la debilidad de la otra
persona para su propio interés, no mostrando la verdadera intención
que lo guía.
Es por eso que este flagelo, que es la hipocresía, debe ser
atacado por todos los flancos para desarraigarlo de la sociedad
humana, teniendo presente que es un ser vil, que esconde sutilmente
sus propósitos. Pero, así como en la realidad terapéutica los virus no
desaparecen ante la acción de los antibióticos, sino bajo el efecto de
vacunas específicas, de esta manera es cómo se debe proceder para
defenderse del hombre hipócrita e infame. Y esta prevención tiene
que partir de la educación familiar y escolar que debería ir más allá de
la enseñanza del abecé, de las ciencias y de las buenas costumbres,
ayudando al ser humano a vivir con dignidad y honestidad, dentro del
organismo social. En ese contexto, podrá llegar a comprender que su
espíritu se gratificará en tanto y cuanto proceda con la verdad, lisa y
llana, sin tapujos, y con un obrar consecuente en ese ejercicio.
La soberbia es otro mal que se nos pega. El soberbio se
envanece con su patrimonio menospreciando al de los demás. Además,
en cualquier oportunidad injuria con altivez a quienes se encuentran a
su lado. El soberbio no conoce la humildad y se crea muchos enemigos
por sus desplantes ofensivos. El hombre soberbio constituye un agente
separatista de la sociedad. Puede ser que algunos lo soporten por
miedo, pero muchos son los que se apartan de él por precaución.
21

Estas ―formas de ser‖ nombradas, y otras muchas que


constituyen el glosario de ―conductas inadecuadas‖ son agentes de
precipitación del fracaso de la unión armoniosa que es deseable para
ser compartida entre los hombres. Recrearse en su composición solo
logra que nos empapemos de un sedimento social pútrido que no nos
hace nada bien, porque provoca la discordia y la desavenencia entre
los seres humanos.
Muchos hombres ante tanta adversidad van a la deriva, y como
dice Herbert Spencer se sienten como ―Una barca tambaleante llevada por la
corriente y chocando contra las rocas...‖. Y así vemos cómo gran parte de
nuestros semejantes, al no encontrar remedio a sus males, siguen su
curso por el mundo llevando consigo el peso de sus enfermedades
existenciales tales como la vaciedad y la soledad –entre otras-.
La vaciedad crea en el ser humano un ente poroso; que, lejos de
nutrirse de elementos culturales que lo equiparen a una relación sana
y vigorosa con sus iguales, se deja llevar por los demás en lo que
piensan y sienten y se hace simple resonador de lo que piensan y
dicen.
La soledad es un estado del ánimo que puede convertirse en una
de las enfermedades existenciales del hombre. Creemos,
equivocadamente, que el aturdirnos dentro de las multitudes, nos
salvará, pero esto no es así. Con Nicolás Berdiaeff creo, con seguridad,
que el antídoto se encuentra en la comunión en el mundo espiritual
porque el egocentrismo destruye la personalidad, de tal manera que
se hace necesaria la correspondencia entre el ―tú‖ y el ―nosotros‖. En
otro aspecto y siempre en compañía del citado autor, ―es notorio que el
tiempo acelerado, producto de la técnica, envuelve en su turbulencia al individuo y
lo descompensa, creándole un ámbito proclive a la pérdida de su unidad interior. En
ese estado el hombre pierde su concentración y se desmiembra en partes
inconexas‖. ―En un intento por eternizar el tiempo que le es querido, tiembla
cuando lo abandona y se entristece viéndolo morir. Quisiera experimentar la
plenitud del goce del presente y ante la imposibilidad de fijarlo, se sume en la
tristeza del pasado y el temor del porvenir‖.
La ansiedad también atrapa a un sinnúmero de individuos que se
debaten en los movimientos sociales, y hace sentir a la persona como
un ser atrapado, confuso, sin atinar a acomodar con claridad sus
percepciones.
Sin embargo hay algo peor que las mencionadas enfermedades
existenciales, y ésta es la depresión. El Padre Larrañaga propuso una
definición muy acertada del depresivo: ―Noche oscura, agonía lenta, soledad
absoluta, desgana infinita, tedio mortal. La persona se debate en la desesperanza, el
desamparo y la desventura al caer en un colapso total. Es como si estuviera
encerrada en una prisión, sola, viviendo con amargura, una sensación oprimente de
inutilidad. Presenta gestos lentos y torpes que delatan aflicción y su mirada se
empaña, su voz se hace monocorde, expresando, con vacilación, sentimientos
derrotistas‖.
Se habla de una depresión endógena transmitida por genes, y
otra adquirida. A esta última quiero referirme. Lo veo como posible el
22

que una persona pueda llegar a la depresión exógena como


consecuencia de la poca habilidad para sortear las dificultades que día
a día, hora tras hora se presentan sin poder o saber cómo salir a flote
usando de los recursos que todo ser humano posee para sobrevivir.
(Recuerdo aquí las palabras de Ortega y Gasset cuando nos dice: La
vida nos es disparada a quemarropa.
No ha sido mi intención enfatizar las acciones cáusticas que
provocan estas enfermedades existenciales –vaciedad, soledad,
ansiedad y depresión- que van extendiéndose en tanto aumenta el
descalabro de los grupos sociales, sino el que mantengamos una
actitud atenta, ‗‘despierta‘‘, a las circunstancias dañinas que pueden
aparecer claras a la vista, o encubiertas dentro de una hermosa caja
de regalos envuelta en papel de colores. Somos los hombres seres
sumamente complejos. Nuestras actitudes no siempre son reflejos de
un sentido de vida orientado hacia determinados derroteros. Muchas y
variadas son las estaciones intermedias. En cada una podemos
quedarnos un tiempo corto, largo... o para siempre.

Cuando me detengo a considerar los elementos que apuntan a la


conducta de una persona determinada, mi ánimo me impulsa, casi
enseguida, a ‗‘empaquetarlo‘‘. Puedo verlo o sentirlo sincero,
hipócrita, mentiroso, autista, valiente, cobarde, triunfador,
inteligente, tímido, etc. Pero no somos de una sola pieza; poseemos
distintos elementos buenos y perjudiciales, que arman el entramado
de nuestra personalidad. Por eso, separemos la paja del trigo y
sopesemos lo que hay a mano, con serenidad, reflexivamente y,
seguramente, nos encontraremos con sorpresas. Lo que vimos a ―prima
facie‖ de una persona como brillante, puede hacernos descubrir, más
tarde, a un ser opaco en sentimientos verdaderos. Y lo que
desdeñamos de alguien que nos muestra características nebulosas y
poco visibles, al indagar más profundamente, podemos llegar a
descubrir en él elementos virtuosos yaciendo, humildemente, en su
corazón.
Muchos son los caminos secundarios que concurren a la ruta
principal que hemos tomado, y algunos de ellos, seguramente,
muestran lisonjeros atractivos que nos mueven a cambiar de rumbo.
¿Sabemos qué habrá al final? ¿No seremos ―juego de las
circunstancias‖?
En un mundo social donde se vive apresuradamente, se hace
difícil mantener un equilibrio estable para cada hombre que tiene que
vérselas con sus motivaciones internas y las circunstancias que lo
cercan. De ahí que, dentro del tumulto y la confusión que nos muestra
el mundo actual muchos somos los que nacimos protegidos y
aleccionados para desenvolvernos en él, pero son variadas las
circunstancias que no proveen el bienestar adecuado para ejercerlo. Y
así, de esta manera, emerge el joven a la vida social y allí deberá
23

buscar ―su lugar‖, entre gente honesta y también deshonesta y vil.


Buceará entre los que están dispuestos a ayudar a los demás con amor;
y otros, los muchos, que buscan, de todas las formas, subsistir a costa
de los demás validos de la hipocresía, la codicia, y la mentira. Tal vez,
en este último aspecto radique la principal causa por la que muchos
jóvenes sucumben a los energizantes y a las drogas para estar a la
altura de los más fuertes.
Cuando más complejo se hace nuestro derredor, con un universo
que crece día a día con los nuevos aportes de la ciencia y la
tecnología, se produce una colisión entre nuestro tiempo social
cronológico apresurado, y el ritmo lento y seguro que marca la
Naturaleza. Esto nos tiene que poner ―en guardia‖. Transcribo el
poema de M.De Sandoval que tengo a mano: Lo que no logres hoy quizá
mañana/ lo lograrás; no es tiempo todavía;/ nunca en el breve término de un día/
madura el fruto ni la espiga grana.//No son jamás en la labor humana/ vano el afán
ni inútil la porfía:/el que con fe y valor lucha y confía,/ los mayores obstáculos
allana.// Trabaja y persevera, que en el mundo/ nada existe rebelde e infecundo/
para el poder de Dios, o el de la idea;// Hasta la estéril y deforme roca/ es
manantial cuando Moisés la toca/ y estatua cuando Fidias la golpea .
Darle tiempo al tiempo. Y cuando hablo del tiempo me detengo
en esa virtualización de pasado-presente-futuro. Podrás preguntarte
¿cómo capturar el tiempo pasado que me fue fructífero, bello y
amado? O ¿cómo desechar y olvidar un suceso malvado y doloroso?
Pero no nos metamos más con el tiempo, porque, en cierto
modo, estamos enjaulados dentro de un problema existencial que nos
cuesta descifrar. Lo que sí sabemos es que todo suceso tristemente
doloroso ocurrido en el pasado, por más que le demos vuelta, no
puede modificarse ni un ápice de lo que fue y es inútil lacerarnos con
su recuerdo.
Además conviene tener en consideración, que todo proceso
viviente tiene sus tiempos constructivo y evolutivo, y transgredirlos,
puede ocasionarle al hombre dificultades de distinta índole. El
impacto de los sinnúmeros agentes que impactan en nuestro cerebro,
deberían ser filtrados a ese nivel, cosa que no ocurre o sucede en
forma despareja. De tal modo atendemos algunas cosas y otras quedan
fuera de nuestra órbita. Sin embargo existe el impulso de acaparar
todo lo que nos viene desde fuera e invade nuestro ámbito. De esta
forma, al atropellarse colmando la atención, se produce una turbación
que puede llevarnos al estrés, es decir a una sobrecarga tumultuosa
que debilita y aún agota las posibilidades de reacción ante una
acumulación numerosa de incentivos. Y ahí es cuando se presenta el
estrés que es un agente ladino e inespecífico pero que tiene la
cualidad de difundirse impregnando todo nuestro ser y trabando los
pensamientos, sentimientos y decisiones. Desde ese momento
perdemos la calma que nos permitiría estar atento y reflexivo a la
hora de atender adecuadamente a las incitaciones que impactan
24

nuestra persona, sin discriminar cuáles pueden sernos beneficiosas y


cuáles no. Y se nos crea un estado de estupor que nos deja indefenso.
Al incursionar a los incentivos que provocan el estrés en las
personas, comprobamos que son abundantes y de variadas calidades
los estresores, es decir aquellos elementos inductores de estrés. Entre
estos últimos conviene diferenciar los llamados estresores normativos
o eutrés, de los que provocan distrés o mal estrés. Una persona se
atiborra de trabajo tratando de atender a todas las circunstancias
derivadas de los estímulos que se presentan en cada momento, sin
darse el tiempo y el descanso que les son necesarios para su
reposición. O le cuesta desembarazarse de los sinnúmero de estímulos
sin darle un encauce productivo. Ante el requerimiento excesivo, el
organismo previene un estado de ‗‘alarma‘‘.
El tiempo pasa y al no atender ese ―estado de alarma‖
comienza a transformarse en otro de ―defensa‖ que provoca alteración
del metabolismo bio-psíquico del individuo tratando de superar esa
discordancia, hasta que, llegado a un punto límite sin que la situación
anormal se revierta, se produce irremediablemente una última fase
llamada de ―agotamiento‖ en la que claudican todos los elementos
que antes amparaban a la persona y ésta puede entrar en un colapso.
Esta situación nos da la pauta de que el estrés no es un agente
específico como lo es un microbio o una bacteria, o un virus, sino
―algo‖ que actúa por presencia y es disociante.
Son muchos los estresores con que el hombre actual se enfrenta
continuamente alterando con mayor o menor riesgo su estructura bio-
psico-espiritual. Entre ellos, los que más inciden son: la pérdida de
seres queridos o de un empleo; separación de los cónyuges, cambio de
domicilio, robo, ultraje, y muchos más. Pero no todo es malo en la
vida. Dijimos al principio que existe un tipo de estrés llamado
―normativo‖ que le es necesario al individuo para activarse
adecuadamente ante las circunstancias exteriores. Esto ocurre cuando
el estrés conmina a la persona a buscar un camino de reposición que
se traduce en vislumbrar todo aquello que se presenta tenebroso y sin
salida, para ‗‘transformarlo‘‘, aún con la presencia activa del factor
estrés, en un campo de presencia factible de ser mejorado, buscando
soluciones plausibles y denegando las posiciones negativas. En este
caso, según sea la profundidad en que ha anclado el estrés, la solución
puede depender del sujeto mismo o de la ayuda exterior que reciba, o
de ambos.
El estudio del estrés nos lleva a pensar, seriamente, que así
como los diferentes aparatos y sistemas orgánicos crean entre sí una
fuerte solidaridad dentro del organismo, la acción de los pensamientos
y más aún, los sentimientos externos a nuestra persona, no son nada
ajenos a los resultados bio-energéticos que se dan en todo ser
humano. Quiero decir que no existen los límites cerrados de
intercomunicación entre los campos externo e interno y que uno u otro
25

pueden salir de su cauce natural, e invadir a su vecino, haciéndolo


partícipe de sus manifestaciones.
Vuelvo a nuestro ―archivista ciego e imparcial‖ como lo designo
cariñosamente al inconsciente. Nos maravillamos ante la magnitud de
nuestro exterior planetario: sus soles, planetas, galaxias que forman
unidades y conglomerados situados a años-luz de nuestra observación,
y ¿qué podríamos decir del inconsciente que guarda celosamente los
bit de recuerdos desde que el hombre tiene conocimiento de su
existencia? ¿Se nos ocurrió preguntarnos hasta dónde esta entelequia
misteriosa y colosal, dirige nuestros pensamientos-acciones y hasta
qué momento declinamos nuestra autonomía en función de los
mensajes que nos envía el inconsciente?
Este tópico se me hace difícil encararlo, porque temo
embarullarme y meterme en caminos desconocidos. Pero la idea surgió
a partir de uno o algunos casos que dejaron pasmados a quienes los
conocieron. Y paso a relatarlo. Una persona actúa de una manera
considerada normal por el común de la gente; se desenvuelve
socialmente sin sorpresas tal como se espera que lo haga. Incluso
conforma una familia, tiene hijos... y de repente, casi sin darnos
cuenta, surge en él la ―fiera ancestral‖ escondida en lo más recóndito
del inconsciente. Su carácter se hace desapacible; no atiende razones;
se enfurece desorbitadamente y hiere a los seres más queridos sin
causa alguna. ¿Qué pasó? ¿Qué virus se introdujo en su mente? ¿Qué
podemos pensar? En principio, que el hombre en sus respuestas ante
el aguijoneo de las circunstancias, es impredecible. Y, en segunda
instancia, que el inconsciente posee una inconmensurable capacidad
de recuerdos.
Queda en el camino el recorrido o la vehiculización de los
pensamientos, que buscan, y generalmente logran llegar al final de su
camino. Pero hay tantos atajos... y las vías son tan numerosas si
atendemos a la realidad de que existen más de 20 mil millones de
neuronas solamente en la superficie del cerebro, y que cada una de
ellas forma unas ¡diez mil conexiones! Trato de darme una explicación
a tan enrevesado asunto, máxime cuando digo, más atrás, ¿hasta qué
punto este instrumento misterioso y colosal dirige nuestros
pensamientos-acciones? Viviremos en el desconcierto mientras no
estemos ―despiertos‖ ante las múltiples circunstancias que demandan
nuestra atención. La composición de nuestra vida la hacemos momento
a momento y es responsabilidad propia mantener la vigilancia de los
pensamientos-sentimientos que surgen y la acción que lleva a una
decisión plenamente concebida.
*
26

El hombre y la sociedad.

Todo ser humano integrante de una sociedad constituida, recibe


de ésta una lluvia de radiaciones tales como orientaciones, consejos y
amonestaciones que influyen en la dirección que orientará su vida.
Además se hace pasible de los usos y costumbres que marcan distintas
épocas. Algunos las aceptan y otros las rechazan.
Una de las primeras dominaciones que obró en el hombre, fue
el ―acto de pertenencia‖. El niño, en sus primeras edades, se hizo
fuerte a todo lo que le llegaba a sus manos; su conciencia le dictaba
que era suyo, y se aferraba a las cosas. Pero, en el tiempo, surgió otra
potencia, disímil a la anterior y muy importante en la vida de
relación, y ésta fue el ―compartir‖ es decir, la -voluntad hecho acto-
de distribuir, repartir o dividir algo nuestro, ya sea material o de
orden espiritual, entre otros más necesitados. Y esto nos hizo felices,
porque el que comparte también participa y coopera con el bien
común. Aunque no todos entendieron esta actitud, porque en muchos
hombres fue más fuerte la codicia y el egoísmo, que les cerraba, como
un manto oscuro, la puerta del corazón.
Es bien significativo, que cualquiera de nosotros puede ser
poseedor de naturalezas especiales que se encuentran dentro de él y
que pugnan por salir afuera. Estos atributos son esencia en el
individuo y perfilan una personalidad donde el amor y la compasión
emanan del espíritu y destellan como rayos luminosos, que se
dispersan entre los afligidos, los marginados y los que sufren
humillaciones de toda índole. Esos hombres, de bondad infinita, no
necesitan estímulo para ofrecerla a sus semejantes, porque ya de por
sí, son portadores de un regalo que los urge a distribuir entre los
demás.
Cuando el compartir compromete a una autoridad constituida,
que tiene el deber de organizar la buena relación entre los ciudadanos
de un país, la situación se hace mucho más compleja, porque no todos
son conscientes de su ejercicio. En este aspecto es interesante
recordar que ―una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes,
investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la
medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país‖
(Catecismo de la Iglesia Católica-párrafo 1897). ―Esta autoridad es necesaria para la
unidad de la sociedad y su misión consiste en asegurar, en cuanto sea posible, el
<
bien común> de la sociedad‖.
Mucho se habla del bien común y no siempre se entiende
claramente de qué se trata. El CIC. lo define de esta manera: es ―el
conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a
cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección‖
(párrafo 1906).
Y en esto de compartir nos encontramos con gente que ante el
estímulo dado por aquellos que dan lo mejor de sí, cambian
27

esplendorosamente su vida que estaba plagada de escorias y de las


que no podían o sabían desprenderse. Pero, lo que es mejor, estos
individuos, iluminados por la misericordia, irradian los bienes
recibidos, porque el amor, en todas sus formas, posee la cualidad
divina de difundirse incondicionalmente entre todos.
Me adhiero a las palabras de Isaías 58,7-10: Si está en ti:
―...compartir tu pan con el hambriento/y albergar a los pobres sin techo;/cubrir al
que veas desnudo/y no despreocuparte de tu propia carne./ Entonces despuntará tu
luz/como la aurora/y tu llaga no tardará en cicatrizar.(...) Si eliminas de ti todos los
yugos,/el gesto amenazador y la palabra maligna;/si ofreces tu pan al hambriento/y
sacias al que vive en la penuria,/tu luz se alzará en las tinieblas/y tu oscuridad será
como el mediodía...‖
*
No nacimos a la vida, como ―arrojados en el mundo‖, o como
―desterrados hijos de Eva‖, sino con un ‗significado especial‘, aunque
se mantenga en el misterio. Y en este mundo en el que estamos
situados, nos relacionamos con existencias orgánicas e inorgánicas y
con ellas, de una u otra forma, en contigüidad cercana o alejada,
vivimos nuestra existencia.
Somos entes integrados, aunque poseamos distintos organismos
de diferentes conformaciones y funciones. Creamos vida y construimos
elementos, validos de la ciencia y de la técnica, que nos permiten
visualizar, comprender y gozar de nuestra estadía en la Tierra.
Sin embargo, a pesar de nuestra inteligencia que crece en la
medida en que la desarrollamos, existe una contención o ‗dique‘ que
nos impide cruzar las fronteras del infinito, luego de la cual caemos
en un ―abismo mental‖. Quiero decir, que, en cierta forma, somos
seres limitados.
Y no solamente esto, porque yo te pregunto: ¿existe el hombre
normal? O mejor, ¿qué es conducta normal?
Para una respuesta adecuada a este dilema, todos sabemos que
un grupo social constituido en comunidad, provee una serie de
ordenanzas, edictos y reglamentos, que tienden a ordenar y satisfacer
las apetencias del común de la gente en pro de una convivencia
aceptable y en paz. Y todas aquellas personas que no se ajusten a
estos criterios, será considerada, si no anormal, por lo menos
excluyente de la sociedad que lo cobija.
Pero yo voy más allá. Abarco en el concepto de normal un
amplio espectro que es: la necesidad de amar y ser amado sin ser
posesivo; el ser reconocido como persona diferente sin que esta
situación lo lleve a la altanería de creerse superior a los demás.
Contribuir a la comunidad con los atributos de bondad, respeto;
comprensión, ayuda al que sufre o al necesitado; competencia no
desleal y la gratificación mesurada de los placeres, ya sean éstos
materiales o espirituales.
Y estaría por fuera de lo normal, el que mata y ultraja a otro
ser viviente; el que roba al prójimo; el que se ensaña en actos crueles
28

contra otros individuos sean seres humanos o animales; el que atenta


contra la ecología y las leyes naturales; el que destruye obras de arte
y pertenencias de otras gentes. Tengamos presente que todas estas
escorias se adhieren y se fijan en la personalidad de algunas personas
consideradas normales por el común de la población y son causa de
verdaderos desastres.
En cambio, aquellos elementos especificados como realmente
normales, nacen con el individuo; es decir son ―esencia‖ de todo ser
humano, y salidos a la luz, marcan con su ejemplo, el camino hacia
una verdadera razón de la existencia.
Volviendo al punto, es notable comprobar las distintas
similitudes que los productos de la ciencia y de la técnica tienen con
los hombres, sus creadores. Así, en la búsqueda de respuestas, me
parece oportuno deslizar algunas relaciones o analogías, que existen
entre el hombre con su composición interna, su entorno y sus
experiencias.
De esta manera, usamos, para explicar algunos fenómenos que
nos suceden, los términos energía, equilibrio, estabilidad, fuerza, y
nos adentramos en los dominios de la física y de la mecánica.
Entonces, cuando decimos que nuestros estados anímicos están
generados por impulsos, estamos hablando de una ―energía
dinámica‖, que nos mueve a actuar de tal o cual manera.
Y siguiendo esta comparación con la física, una vez producido el
envión, o arranque que me llevó a promover una determinada acción,
la recuperación podría dirigirme al punto cero del que partí, es decir a
la estabilidad y equilibrio por el recto camino, a esa fuerza que me
animó; o podré caer en el campo del descontrol y la inestabilidad. Es
decir al ―terreno de la sinrazón‖. Porque todo acto tiene ‗su tiempo‘,
e incluso, puede dejar la marca. Digamos como ejemplo: si a una
plancha elástica le ejercemos una fuerza de tracción en ambos
extremos, ella se estirará hasta cierto punto. Si abandonamos la
tensión, la plancha volverá a su estado normal, pero si las fuerzas
siguen estirándola obstinadamente, llegará un momento en que se
perderá el <módulo de elasticidad>, y ésta dejará de cumplir su
cometido: se hará inútil en su función. Ahora bien, llevado este símil
al terreno de la conducta, veremos que cuando las personas discuten
agriamente y/o se agreden entre sí, pasado el momento de
ofuscación, pueden volver al área de tranquilidad (estiramiento de la
plancha y vuelta al punto cero). Pero, si esta situación, no solamente
se hace habitual, sino que se malgasta entre ellas el respeto que se
merecen, (estiramiento exagerado y sostenido), pasado el momento
crítico, la relación interpersonal se hallará fuertemente deteriorada
(pérdida del módulo de elasticidad).
Acerco otro ejemplo concreto. El cuchillo y la tijera, entre
otros, fueron inventos humanos realizados para un uso determinado:
cortar. Cuando estos instrumentos no tienen filo, pierden su función
29

esencial; no sirven, hay que afilarlos para que renazca su destino


primigenio. Ese acto consiste en pasar repetidamente su perdido
corte, por una piedra especial para atraer los átomos de hierro hacia
la zona activa y concentrarlos en ese lugar, a fin de que actúen
debidamente. Si esta situación la llevamos al terreno humano, ¿qué
ocurre cuando alguien solicita nuestra atención y nosotros no se la
damos o nos distraemos? Si volviéramos al ejemplo del cuchillo y lo
percibiéramos analógicamente, podríamos decir que en este caso no
hubo concentración de iones (atención al estímulo), y al no
conseguirse el vínculo entre propagador y oyente, se perdió la posible
interrelación que toda comunicación necesita. Incluso hablamos de la
agudeza, o sea el poder de penetración que posee la herramienta que
hemos tomado como modelo. Y en lo humano, reconocemos en
algunos hombres esa virtud, que se traduce en viveza, lucidez o
perspicacia.
Y ahora que hablamos del acero como componente esencial de
las herramientas citadas, ¿qué propiedades tiene? Es un metal dúctil
(dócil), maleable (modificable), muy tenaz (terco, firme, que se
adhiere con fuerza a una cosa), y fácilmente oxidable (que se puede
combinar). Entonces, las facultades antedichas, propias de este
metal, muy bien podrían asemejarse a las capacidades y respuestas
que toda persona presenta en su conducta. Es decir que, en algunas
circunstancias, el hombre se muestra como un ser dócil; aunque en
otras ocasiones se mantenga terco o firme en sus convicciones o a los
problemas que debe superar, o bien se deje seducir por los
pensamientos y sentimientos que los demás expresan, facilitando la
apertura y el acondicionamiento a la impregnación de otros
razonamientos extraños a los suyos.
En otro aspecto, ¿quién no habrá sufrido en su propia casa un
cortocircuito que lo dejó sin electricidad, y con ello quedaron sin vida
todos los artefactos alimentados por esa fuente de energía? Y en la
vida de relación, -¡cuántos cortocircuitos que habremos padecido por
la culpa de no sé quiénes!- y encontrarnos ante situaciones que nos
dejan inermes, sin voluntad para reaccionar...
Recordemos también que las fuerzas de atracción o repulsión
entre dos cuerpos estacionarios, crea un campo eléctrico. Quiero
significar que nuestra conducta, manifestada hacia una o varias
personas, ya sea de signo bondadoso o malvado, se irradia en todo el
circuito que nos rodea.
Cuando nos referimos a la electricidad, existen algunos
instrumentos llamados condensadores, que tienen la virtud de
almacenar energía. Y yo me pregunto ¿cuánta energía potencial
guardamos en nuestro corazón transfigurada en sentimientos? Amor,
comprensión, compasión, tolerancia, respeto por la dignidad del otro,
etc.; todos ellos que, emergidos de su fuente generadora, provoca en
el individuo con el que nos toca alternar, una fuerza inductora y
30

saludable. Aunque también se ubica en este órgano,


desgraciadamente, un cupo, a veces muy grande, de energía dañina,
tales como el odio, el resentimiento, la maldad, el agravio, y muchas
más de esta progenie, que pueden diseminarse y dañar corrosivamente
a los demás. En nosotros está, pues, el poder de calibrar esa carga
inductora para que se encauce por caminos provechosos.
Ahora, si enfocamos la atención dentro de nuestro ámbito
corporal, ¡con cuántas maravillas nos encontraremos! Comenzando
con el corazón, órgano principal de nuestra economía humana; donde
los poetas y místicos, en la búsqueda de un aposento digno para el
amor, coincidieron en que ése era el lugar indicado. El corazón, desde
donde el hombre establece su relación espiritual con los demás. El
corazón, fuente de la vida y de la muerte. Impulsor de la sangre que
corre por arterias y venas al ritmo de los movimientos de contracción
y dilatación que él produce. Esa sangre que fluye con sus componentes
de vida y que llega hasta el fondo de los tegumentos humanos.
Todo el entramado humano vive a expensas del alimento que
circula por los vasos sanguíneos. Allí, en la intimidad de los
tegumentos humanos se produce el intercambio de oxígeno y el
anhídrido carbónico transportados por los glóbulos rojos. Todos los
puntos de nuestra economía corporal reciben el oxígeno que da vida y
desecha el anhídrido carbónico, producto tóxico del trabajo
metabólico; o sea que en ellos se produce la asimilación y la
desintegración. Entonces, nos preguntamos: ¿qué sucedería si una
arteria del sistema circulatorio sufriera alguna lesión en su pared
interna? Allí se formará un coágulo adhiriéndose a la herida en forma
de trombo o tapón, al que se le podrá agregar sales cálcicas en un
intento por subsanar el daño. ¿La consecuencia? La luz arterial
disminuirá y la sangre pasará con mayor dificultad para cumplir su
cometido. Y si el trombo obstruyera totalmente la arteria, la sangre
no llegará a destino y esa porción de tejido u órgano, regada por ese
vaso sanguíneo, inexorablemente morirá por falta de nutrimento.
Comparemos este cuadro fisiopatológico con nuestro ámbito
social, e imaginemos al hombre que, como la sangre, va y viene
cumpliendo cometidos de trabajo, relación familiar, de estudio, de
experimentación. Si en su vida social encuentra impedimentos que le
dificulten la libre expresión de su labor fecunda, su actividad
defeccionará y no será tan rica como fuera de desear. Y esas
obstrucciones hasta pueden paralizarlo y sumirlo en la desesperación y
el abatimiento.
Así, el hombre alberga en su corazón el fundamento del amor,
que podrá constituirse en un sólido árbol con profundas raíces y con
sus ramas cuajadas de flores y frutos deliciosos, o, por falta de riego y
de abono, en un frágil arbusto raquítico pronto a secarse y
desaparecer, dejando el terreno apto para que la cizaña con su
reguero de discordia y desamor se haga dueña del lugar.
31

Y, ¿qué podemos decir del maravilloso entretejido de las fibras


nerviosas y sus localizadores que reciben y llevan mensajes por todo
nuestro cuerpo? Si nos circunscribimos solamente a la simple relación
estímulo y respuesta, nos quedaríamos en el principio de la historia,
porque ese complejo denominado ―sistema nervioso‖, ¡cumple tantas
funciones, algunas muy simples, otras complejas, y otras que todavía
no pueden develarse! Ideas, emociones, percepciones que recorren
sus vías. Pensamientos, impulsos que mueven a la acción, y otros que
no llegan al centro vital de la elaboración, porque van por senderos
equivocados. Mensajes cifrados que no entendemos...
El cerebro, casa matriz de la correspondencia, algunas
clasificadas; otras, guardadas celosamente en anaqueles privados... Y
esas dos mitades gemelas del cerebro unidas por el puente
representado por el cuerpo calloso a través de las doscientas millones
de fibras que los conectan... Esos dos cerebros hermanos que tienen
funciones distintas, aunque en definitiva lleguen a un acuerdo entre
ambos. En determinado momento, ¿qué pasa entre ellos? ¿Se ignoran
entre sí, se inhiben uno al otro, compiten, o directamente cooperan
para el buen servicio del individuo en el que están implantados? Todas
estas supuestas relaciones, ¿no nos hacen pensar en el hombre inserto
en la sociedad?
Llevadas estas funciones a la vida activa y consciente del
individuo, me pregunto ¿hasta dónde soy respetuoso de estos
mensajeros que se mueven sin descanso por todo este intrincado
laberinto que no conozco del todo? ¿Hasta dónde interfiero en su
trabajo contaminando las vías de distribución con mensajes
mentirosos o saturados de ponzoña que provocan disturbios y
consternación en el libre ejercicio del metabolismo psíquico? Porque,
esas vías nobles que nos ponen en contacto con la realidad, desde el
principio de la vida nacieron para ser conducentes de elementos puros
y diáfanos.
Visto, entonces en conjunto el organismo, estamos en
condiciones de afirmar que cada entidad viva, cada sistema, tiene
―asignado‖ responsabilidades específicas que cumple callada y
obedientemente, y lo hace, generalmente, en una relación armónica
con sus vecinos. Cuando, por circunstancias adversas, uno de ellos
sufre algunas dificultades, todos los demás se sienten comprometidos,
y cuanto les es posible, ayudan al órgano dañado, aún cuando deban
resignar parte de sus componentes vitales.
En la vida socio-familiar, desempeñamos numerosas tareas-
roles, y lo hacemos siguiendo delineamientos rubricados por nuestra
propia voluntad y necesidades, pero si en ese camino encontramos
obstáculos que no podemos solventar, tales como una organización
política-económica infame y desorganizada que dirija el destino del
país, o un medio familiar o laboral adverso, nuestro paso se hará
difícil y escabroso y algunos sucumbiremos. Entonces se hace
32

necesario recurrir a las ricas fuentes de recursos que poseemos, y que


son muchos, aunque no todos nos encontremos habilitados para darnos
cuenta de que existen, por estar sitiados dentro de una sólida
armadura que no nos deja verlos y utilizarlos. Y están ahí, esperando
que le demos permiso para surgir. Si pudiéramos desprender ese velo
que no nos deja distinguirlos... Si supiéramos darle un encauce
adecuado a ese bien propio del ser humano que es la libertad plena de
decidir... a esa libertad que ―no consiste en decir sí o no a una determinación
sino el de moldearnos a nosotros mismos‖, como diría Rollo May, allí nos
encontraríamos con un espíritu de verdad que nos animará a resurgir a
nuestra naturaleza, incólume y fortalecida, de entre esta hecatombe,
y nos hará comprender que nuestra vida tiene un significado glorioso,
y que, como el ave Fénix, podremos morir por la noche, pero
renaceremos de entre las cenizas, por la mañana, o, lo que es lo
mismo... resucitaremos de entre los muertos.
*
Como ya sabemos, desde que el hombre es hombre, buscó la
compañía de otros seres, porque le era insostenible vivir solo, y luego
convinieron en una suerte de división del trabajo, en donde cada uno
se dedicaba a una función determinada, de tal forma que daba de lo
suyo y recibía de los demás. Y para establecer una estructura valedera
a esta organización, se concibieron leyes y articulados a los que debía
someterse cada ciudadano para vivir en paz consigo mismo y con los
demás. De tal modo que quienes las infringían, eran castigados en
resguardo de aquellos que las respetaban, porque se sentían
saludablemente amparados.
Pero esas pequeñas comunidades fueron aumentando en
número y se fue complicando más la administración de lo legislado,
porque se hicieron más fuertes las apetencias de los habitantes por
obtener lo suyo. Y aparecieron las figuras políticas que se
encumbraron en el poder. Algunos de ellos cumplieron los
mandamientos de quienes los habían nominado, pero muchos otros
perdieron el rumbo y, obnubilados, se aprovecharon de su autoridad y
desdeñaron las leyes, las promesas y los compromisos con su pueblo y
la desigualdad se hizo más profunda. Basta recordar lo que nos dice
José Hernández sobre este tema a través de una payada que
sostuvieran Martín Fierro y el Moreno. Comienza Fierro: ―...Y te quiero
preguntar/ lo que entendés por la ley‖. Moreno: ―... la ley se hace para todos,/
mas sólo al pobre le rige. La ley es tela de araña,/ en mi inorancia lo esplico:/ no la
tema el hombre rico, nunca la tema el que mande,/ pues la ruempe el bicho
grande/ y sólo enrieda a los chicos. Es la ley como la lluvia; / nunca puede ser
pareja:/ el que la aguanta se queja,/ pero el asunto es sencillo,/ la ley es como el
cuchillo:/ no ofiende a quien lo maneja. Le suelen llamar espada, / y el nombre le
viene bien; / los que la gobiernan ven/ a dónde han de dar el tajo: / le cái al que se
halla abajo/ y corta sin ver a quién. Hay muchos que son dotores, / y de su cencia
no dudo; / mas yo soy un negro rudo, / y, aunque de esto poco entiendo,/ estoy
diariamente viendo/ que aplican la del embudo‖.
33

Cuando algunos políticos salen al ruedo, en una república que


fuera desquiciada por ellos mismos, ya sea por falta de capacidad para
gobernar, o debilidad, o deshonestidad plena, y dicen que están
decididos a arreglar la situación, me recuerda a una broma. Un
hombre fornido le da cachetazos a otro que los recibe, impávido, sin
atinar a defenderse. Y aparece un supuesto salvador que enfrenta al
violento. ―—Un momento, le dice, usted no lo golpea a este sujeto‖.
El otro le contesta: —y quién lo va a impedir, ¿usted?‖. —―Sí, yo‖. El
sujeto le da otra cachetada. Insiste el ―salvador‖, y consigue
solamente que el agresor siga abofeteando a su víctima. Al fin el
golpeado dice con voz quejumbrosa al supuesto salvador: –―Por favor,
¡no me defienda más!
Si trasladamos estos tres personajes a una realidad simbólica,
podría verse, en el ―golpeador‖, la representación de aquellos
gobernantes que usan de su poder para regalarse con sus atributos
deshonestos desoyendo las promesas que hicieran cuando fueron
elegidos, e infligir a su pueblo el castigo cobarde, amparado en la
potestad del mando. En el ―golpeado‖ encajaría, justamente, el
pueblo que no puede ni sabe cómo defenderse. Y en el ―sujeto que
trata de parar esa degradación‖, a las facultades democráticas que
son ignoradas y arrasadas por los fuertes.
Ahora, si nos remitimos a las sabias enseñanzas que nos ofrece
la naturaleza, veríamos que todo organismo requiere la total adhesión
de sus partes para que funcione adecuadamente. De tal modo que la
deficiencia que ocurriera en alguno de sus trayectos, ocasionará,
indefectiblemente, un desajuste que pone en estado de alarma al
todo. Esta situación anómala ocurre cuando algunos poderosos se
apropian de los bienes que no les corresponden, ocasionando un
estado de alteración que se irá propagando de persona a persona.
Algunos sufrirán directamente los impactos de esas injusticias, pero
otros, descarriados en su trayecto, se alzarán contra las leyes
establecidas y arrasarán con violencia e incluso, con saña inaudita,
esas arbitrariedades. Sin embargo, habrá muchos que no se apartarán
del sabio lineamiento que les ofrecen las células madres y
proseguirán, sin desmayo, su labor creadora. Éstos son los hombres
probos, inteligentes y sensibles que sienten verdadera aversión hacia
la avaricia, la prepotencia, el envanecimiento, la mentira y la
hipocresía. En ellos está puesta la esperanza de la Humanidad para
que, por su presencia-acción, se restablezca el orden armonioso que
debiera primar en el Universo.
*
34

El hombre actual: proyectos y decisiones

Cuando, desde mis jóvenes años reflexionaba sobre el hombre y


su mundo, fui acercándome a él con un ánimo que me alentaba a
comprenderme y a comprenderlo en su profunda magnitud. Y lo hice
más allá de un simple conocimiento, porque ingresé en el mundo
cultural donde se patentizan los rasgos espirituales, materiales,
intelectuales y afectivos del ser humano. Así aprendí que cada
hombre nace con un caudal maravilloso de estrategias y recursos que
muchos de nosotros a veces las desconocemos o no las hacemos valer
en toda su dimensión, cuando es necesario.
La incursión que me llevó a ingresar, con cautela y respeto, a la
ciencia del conocimiento humano, no lo hice solo. Me acompañaron
insignes pensadores con quienes confraternicé a través de sus obras
literarias y que, como yo, se sentían fuertemente estimulados por
ese mismo afán. Pero el Mundo gira en su vasto eje y toda producción
terrestre va cumpliendo designios que siguen un curso determinado
porque la vida es movimiento, desarrollo y acción sin descanso, y el
hombre debe acostumbrarse a ―armar‖ su propia existencia para
sobrevivir.
Expresado todo lo dicho como preámbulo, voy directamente al
asunto que nos ocupa.
Comienzo estableciendo dos principios que conforman la
columna vertebral del tema general que guía este capítulo.
El primero de ellos es, que somos ―personas‖ en tanto
conservemos la armonía entre nuestras tres dimensiones: la biológica
y los ámbitos pensante y espiritual. Quiero significar que, cualquier
alteración que se produzca en alguno de estos compartimentos -biológico,
intelectual o espiritual- desorganiza los otros dos, perturbando la calidad vital del
individuo, pudiendo avanzar en el camino de la enfermedad.
La segunda premisa, que tiene relación directa con nuestro
derredor o nuestra circunstancia, es que: toda acción determinada y ejecutada
por la persona, conmueve a todos los demás seres en mayor o menor grado, en proximidad o
lejanía; en inmediatez o en tiempo; e incluso al Universo entero.
Estas hipótesis, aunque parezcan exageradas para algunos, son
fáciles de ser comprobadas, y en este sentido nos promueve a ser muy
prudentes en los momentos de hablar y de decidir.
*
Vamos, entonces, sin más dilación, al encuentro de este ser
maravilloso, -el hombre- que esconde tantas incógnitas, y de las que
trataré de develar algunas de ellas.
En este momento los invito a que recorramos, en la memoria,
algunas etapas de nuestra niñez y también de la adolescencia.
Nacimos, y muchos -los más privilegiados- fuimos recibidos a la vida
como ―príncipes‖, y nuestros padres fueron los ―reyes‖, y los
35

familiares y amigos, la ―corte‖, por más humilde que fuera nuestra


cuna. Todos ellos pusieron su atención en prodigarnos caricias, abrigo,
alimentos y mimos. Y si estas necesidades básicas no las recibíamos,
berreábamos hasta conseguirlas.
¿Y cómo fueron nuestros primeros pasos?
Tal vez no recuerdes la primera vez que conseguiste erigirte en
posición vertical y te paraste sobre tus pies. Conseguiste, ¡nada
menos! que la libertad de trasladarte de un lugar a otro por ti mismo;
vacilante al principio, pero cada vez más afirmado en tus plantas.
Algunas veces, es muy posible que te fuera limitado el camino,
porque, en esa avidez primigenia de tocar y conocer tantas cosas que
tenías a tu alcance inmediato, algunos brazos te alejaban de ellas, y
debías conformarte con un ―no‖ cariñoso; y en otros momentos te
―paraban en seco‖ con un grito imperioso que te hacía temblar, por el
temor de tus mayores de que te hicieras daño. Seguramente esos
primeros retintines del NO fueron las razones iniciales que
establecieron en tu mente, ―lo que no debía hacerse‖. Aunque es
posible que, así y todo, te hayas atrevido, en ocasiones, a romper las
normas establecidas, aún a costa del condigno castigo por no respetar
lo que tenías prohibido. Y fuiste aprendiendo a obedecer, aunque
fuera a regañadientes, a quienes ejercían el poder. Eso te enseñó
también a guardar cierta distancia entre tus semejantes. Aunque, ese
ámbito que hay entre tú y las demás personas, trataste de cuidarlo
para que no te causara daño; quiero decir, para hacerlo pacífico y
dichoso. Entonces, las primeras experiencias infantiles acompañadas
por la calidad espiritual de tus mayores, fueron creando en ti un
incipiente panorama del mundo en el que estabas ubicado.
Los años fueron pasando y se fue consolidando tu ―personalidad‖ y
el afianzamiento de tu ―carácter‖.
Muchas y variadas fueron las experiencias infantiles por la que
pasaste donde aprendiste a partir de logros y fracasos. Y durante ese
largo período de convivencia, pudiste congeniar con figuras paternas
cariñosas, tolerantes, buenos escuchas, atentas y solícitas, que te
dieron permiso para ser feliz; pero también, por desgracia, hubo otros
de características autoritarias, prejuiciosas y desvalorizantes. Y no
faltaron aquellos que por excederse en su amor, hacían y decían todo
por ti, asfixiando tus capacidades, y no permitiendo que te abrieras con
libertad a tus propios pensamientos y decisiones. De este modo llegaste
a trasponer tu niñez y situarte en las etapas siguientes de
―adolescente‖ y ―adulto joven‖, en un mundo que no siempre te fue
propicio para poder encarrilarte en tu propia senda.
Adolescencia... Épocas de vinculaciones amorosas, estudios con
proyecciones a futuro; búsqueda de trabajo... En esas difíciles etapas,
fuiste diseñando una ―personalidad‖ y una ―conducta‖ adaptables a las
propias coyunturas que te permitía la sociedad con la que convivías. Y
no fue nada fácil porque te encontrabas como situado, tímidamente, en
36

una esquina donde confluían dos veredas. En una de ellas las personas
mayores con las que tratabas de ubicarte; y en la otra tu hogar cálido,
depositario de esa niñez que debía ser suplantada.
¡Hermosa y delicada etapa de la adolescencia! Largo período de
crisis y de atención esmerada; de aquellos que tienen la enorme
responsabilidad de velar por esos jóvenes inexpertos y a la vez puros.
Y así fue languideciendo la niñez en la que imitabas las actitudes
de tus mayores, tratando de encontrar ―figuras modélicas‖ donde
depositar tu confianza. Y seguramente muchos la encontraron
acercándose a aquellos que actuaban en la vida con la dignidad que
engendra la honestidad y el decoro en la conducta.
Pero no faltaron otros seres perversos que alteraron la
expectativa ingenua del adolescente y trabaron su camino dificultando
sus ansias de conocer y de cooperar en la labor humana.

*
Ahora me pregunto: ¿Cómo nos presentamos ante los demás?
¿Qué es ese <algo> que nos distingue de entre todos?
Decimos de algunas personas: ésta tiene una personalidad
exultante; aquella es recelosa; esta otra es contradictoria... y nos
afirmamos en creer que ese individuo patentiza, de esta manera, su
modo de ser, considerando que la personalidad, en realidad, es nuestra
tarjeta de presentación, porque es lo que ―se quiere mostrar de sí
mismo‖, e incluso, aquello que los otros ―quieren ver en nosotros‖. Y,
en este punto, comienzan las contradicciones, porque mucho es lo que
hemos atesorado en nuestro ‗‘banco de datos‘‘, y nos cuesta a veces
distinguir entre lo que merece mostrar y lo que conviene esconder.
Dentro del marco trazado, podemos visualizar, para no
confundirnos, dos tipos principales de personalidades: una,
―epidérmica‖, muchas veces impulsiva; otras tantas engañadora, que
puede esconder, entre sus pliegues, la timidez, la hipocresía, la
vanidad, la mentira, los celos, el rencor y el odio.
Y la otra personalidad ―profunda‖, sutil, generosa, principio de
la imagen y semejanza del Espíritu de Dios, que yace, humilde, en
algún rincón de nuestro corazón y surge solamente cuando le damos
permiso para hacerlo y que, de algún modo, ‗diseña‘ nuestro verdadero
ser.
*
Ahora, volvamos al niño que fuimos y que no se desprende de
nosotros porque no desapareció en las sucesivas etapas de adolescente
y de adulto, aunque no siempre se patentice en nuestros actos. Está
ahí, latente. En honor a su <figura>, es bueno saber que en él está
inscripto el sello del amor.
Desde muy chicos, por simple instinto, aprendimos a defendernos
y a sobrevivir en situaciones descompensadas.
37

Sobre este tema voy a describirte una historia que pudo suceder:
―Rosaura, hija única, siendo muy pequeña -tendría 3 años- sufrió la pérdida trágica de
su madre, y con ella el cariño que ella siempre le prodigó. Su padre, hombre rudo y
poco efusivo, se casó con otra mujer al poco tiempo de fallecida su esposa. La nueva
compañera del padre, tenía dos hijos pequeños de 7 y 10 años, y desde un principio,
puso poca atención a las necesidades de amor que le requería Rosaura, aunque sí se
los brindaba a su propia descendencia‖.
―Rosaura no entendía nada, pero su reservorio de atención y cariño se
encontraba casi vacío. Entonces cayó en un estado de languidez, que a poco fue
notado por su nueva madre. Hubo una suerte de preocupación por parte de los
integrantes de la familia, y como resulta, se le brindó un resquicio de amor por parte
de ambos cónyuges. Rosaura resplandeció de alegría. Pero este obsequio no fue muy
duradero, y al poco tiempo todo volvió a lo que era antes. Rosaura no quiso perder
ese premio que lo consiguió, sin darse cuenta, a partir de su estado de postración.
Entonces se aferró a este vínculo, y desde entonces, su caudal de amor fue obtenido
siguiendo ese camino oblicuo e inconsciente; es decir, cada vez que necesitaba algo,
lo conseguía, o lo trataba de obtener, asiéndose a una posición que configuraba
lástima en las demás personas. Pasaron los años y Rosaura creció y se hizo joven y
adulta‖.
―Muchas fueron las situaciones que hubo que sortear, y en cada momento en
que comenzaba a disminuir el flujo de amor por parte de las personas cercanas a ella,
enseguida se investía de "Rosaura la pobrecita", y, de esa manera, conseguía su
propósito. Pero no solamente usaba ese ropaje para alcanzar la atención y la
compasión de los otros, sino que también se lo ponía, en ocasiones en que era
requerida para ofrecer una opinión o hacer algo importante que la comprometiera. De
esta manera, su papel de mísera la resguardaba de ataques y responsabilidades, y ella
lo cumplía como la mejor de las artistas‖.
―Además pensó que podía idear otras formas que le garantizara el éxito en el
camino emprendido. Entonces, no solamente jugó el rol de víctima, que lo había
aprendido tan bien, sino que se dio cuenta de que ella podía, amparada en el mismo,
manipular, esta vez conscientemente, a los demás, usando de la influencia del miedo,
el soborno y el sentimiento de culpa, como aliados‖.
―Pasado el tiempo se casó y tuvo hijos. Y Rosaura pudo, desde su gobierno -
inocente para muchos-, dirigir el grupo familiar y social cercanos, conforme a sus
necesidades y apetencias. Fin‖.
*
Te recuerdo que ante un ataque, el hombre o escapa o lo
enfrenta; o queda inerte sin saber qué hacer, en un estado
denominado ―de muerte aparente‖. Aunque, en algunas circunstancias,
trate de conciliar una paz ecuánime con el agresor. Tampoco tú no
escapaste a las agresiones tanto verbales como físicas, llegando, en
ocasiones, a sentir grandes temores que te invalidaban como persona.
Sin embargo, valiéndote de tu astucia, cuando no podías obtener algo
que deseabas, buscabas algún sendero que te llevara al logro de tu
propósito. Y en ocasiones es posible que no lo hicieras con ―buenas
artes‖, porque te encontrabas en inferioridad de condiciones frente a
tu oponente, más fuerte y poderoso.
En el tiempo, y ya, formalmente, conformando una persona
activamente social, pudiste tener en tu haber suficiente material para
desenvolverte más cómodamente entre tus pares, aunque no siempre
fuiste acompañado por la sabiduría que te hubiera aconsejado lo que
era bueno para ti sin menoscabar la dignidad de los demás.
38

*
Entremos aquí en el delicado problema de la conducta.
Ubiquemos en la mente las primeras congregaciones humanas
que poblaron nuestro planeta. Esos grupos seminómadas o ya
establecidos en lugares geográficos determinados, sintieron la
necesidad de una organización interior. Así nació una precaria división
del trabajo tribal que, en el tiempo, fue haciéndose más compleja.
Pero el ser humano, cada uno, posee sus propias apetencias que no
siempre coinciden con el gusto o necesidad de sus congéneres. De tal
modo que, para restablecer una armonía de grupo, se hizo presente la
―conciencia moral‖, que es la propia conciencia de libertad que tiene
el hombre y que determina que sus actos sean susceptibles de recibir
una calificación tal que puedan ser juzgados como <buenos> o <malos>.
No obstante, en la bi polaridad que presentan estos valores, se buscaba
la necesidad de tomar una posición más bien de concordia que de
enfrentamiento, para la buena sustentación de la comunidad.
En la conducta ‗per se‘ observamos dos formas que se ligan
inexorablemente. Una conducta subjetiva: ―lo que se piensa y se siente‖, y
una conducta objetiva: ―lo que se dice y se hace‖.
En esta tétrada: pienso-siento-digo y hago formularé la segunda
parte del programa.
Entonces, si yo siento y pienso, y digo y hago lo que siento y
pienso, no existe mayor problema en avanzar en la secuencia que trae
aparejada esta afirmación, aunque transite por caminos ponderables o
equivocados.
En cambio si <siento algo> y <digo lo contrario>, o <digo lo que
siento pero <hago algo diferente>, desde ya que mi conducta no es
>

―congruente‖, no es ―acertada‖, porque ocasiona confusión y desazón


entre los demás.
Convengamos, antes de seguir adelante, que el hombre tiene la
necesidad imperiosa de manifestarse, de hacer saber al mundo que él
está aquí, ahora. Y la interacción entre los hombres se efectúa a
través del ―diálogo‖ o la ―disputa‖. El primero generalmente acerca a
las personas, mientras que la segunda las separa provocando
resquemores, es decir resentimientos, aversiones, odios y rencores.
Convengamos entonces en que el diálogo es lo que se ajusta a
una mejor relación humana.
Me interesa detenerme nuevamente en el diálogo donde cada
participante pone su haber en ese <espacio> entre tú y yo, donde
hierven los proyectos, conocimientos, fantasías, deseos, intereses,
sentimientos, etc. Entonces, <ese espacio>, como se ve, puede ser muy
productivo, aunque es de cuidado, porque la <distancia virtual> que se
ubica entre los intérpretes, debe ser respetada, ya que si se produce
una aproximación desmedida entre tú y yo, puede llegarse hasta
empañar el diálogo, mientras que si se alarga demasiado,
directamente, se corta el diálogo. Tal vez la situación mencionada se
39

comprenda mejor a través de los conceptos mencionados por Hall,


quién concibe que la verdadera intimidad se da cuando existe entre los
hombres una distancia que va del cuerpo con el brazo extendido hasta
la punta de los dedos. Ahora bien, puede propiciarse una intimidad de
menor cuantía cuando esa distancia abarca hasta los 3 metros a la
redonda. Pero si los sujetos se encuentran entre los 3 a 6 metros, la
intimidad se diluye.
Además es interesante saber que el diálogo tiene dos confluentes:
uno el social y otro, el psicológico. El primero es claro y evidente, y el
otro se mantiene oculto: (lo que no se dice aunque puede darse a
entender). Ejemplos de ellos lo encontramos en los mensajes políticos
de doble faz; en ciertos proyectos de negocios en común y en algunas
propagandas.
Por otra parte, en el diálogo pueden suceder varias circunstancias
que lo oscurecen. Es el caso en que el emisor no sea claro en lo que
expresa, o que en su transmisión emplee alguna expresión que hiera la
susceptibilidad del receptor.
En cuanto al receptor, también pone su cuota negativa cuando no
está atento a lo que dice el emisor, porque no lo entiende o no le
interesa el asunto; o porque se siente contrariado por lo que oye de su
interlocutor y está más dispuesto a interrumpir, discrepar o evadir el
tema en cuestión.
A veces, la no correspondencia entre los actores que se hacen
presentes en un diálogo, se debe a la ‗falta de tacto de ambos‘; quiero
decir cuando se agreden. Es el caso del cruce de las ironías sarcásticas
y de los insultos.
¡Ojalá que el diálogo entre las personas sea provechoso para
todos los que acuden a él para manifestar, con humildad, sus
necesidades y proyectos! ¡Qué bien le haría a la paz del mundo!

Ahora me pregunto, ¿cómo se conforma la conducta?


Durante su trayecto en el mundo de las cosas, el hombre, desde
muy pequeño, fue, generalmente, fiel intérprete de los mensajes que
recibía en forma explícita o implícita por parte de las personas con las
que se relacionaba. Algunos de estos mensajes se desoyeron, pero
otros se fijaron fuertemente como mandatos conformando una
conducta determinada.
Pasado cierto tiempo el individuo pudo sentir la necesidad de
cambiar, porque no estaba contento consigo mismo o con la forma de
llevarse con las demás personas. Este proceso –me refiero al cambio-
es sumamente dificultoso y requiere mucha firmeza y constancia.
Ahora bien, ¿qué es lo que es necesario cambiar? Comencemos
por hacer una recorrida virtual volviendo a nuestra historia infantil.
Desde muy pequeños tuvimos el instinto del mío, y cuando
poseíamos un juguete, era muy difícil que lo compartiéramos; aunque
algunos por un acto de generosidad, lo ofrecieran a los demás. Pero,
40

así y todo, el estímulo de la <pertenencia>, pudo, en su faz negativa,


degradar en el tiempo hacia el apego por lo material, y aún en el
egoísmo y la mezquindad. Sobre este punto, recuerdo las palabras
citadas en el Bhagavad Gita, que dicen así: ―El hombre que se complace en
los objetos de sensación, suscita en sí el apego a ellos; del apego surge el deseo; del
deseo, el apetito desenfrenado. Del apetito desenfrenado dimana la ilusión; de la
ilusión, la desmemoria; de la desmemoria, la pérdida del discernimiento; y por la
pérdida del discernimiento perece el hombre‖ . En esta declinación de
valores, el autor nos va llevando de la mano hacia el ―hombre
alienado‖; el hombre que ha perdido su condición de ―persona‖, es
decir del hombre rebajado a ser un ―ente‖, un ―número‖, una ―cosa‖,
una ―masa impersonal‖.
También, en otro orden, pudimos ser maltratados y desoídos en
nuestros deseos y apetencias. Pero, como dije más atrás, sagazmente
buscamos el camino para ser complacidos. (Recordemos a Rosaura). Y
en ese camino es posible que nos aliáramos con la mentira, y aún con la
hipocresía. Y estas dos ‗señoras‘ no se fueron así nomás; nos
acompañaron en nuestros propósitos nada honorables.
En otro aspecto, en el colegio, algunos sintieron la fuerte presión
de padres que los hostigaron a ser ‗el mejor‘ y entraron en el ruedo de
la ―competencia‖. Y la competencia presenta dos valencias: una noble
que le cabe a toda persona que quiere distinguirse por sus propios
méritos. Y la otra, innoble, porque se busca el encaramarse por sobre
los demás, sin importar el costo. Como se dice vulgarmente, ‗cortando
cabezas‘.
Entonces, esas necesidades de pertenencia y de competencia
fueron, y son, dos baluartes que todo hombre posee, generalmente, en
actitud ostensible o latente. Y ambas inciden en la conducta.

¿Cómo sentimos personalmente al mundo?


Vivimos dentro de una sociedad cuyos componentes humanos se
caracterizan por presentar una disparidad acentuada entre la hora que
les ofrece la Naturaleza y el propio reloj cronológico que les marca los
tiempos rápidamente, como trazando huellas discontinuas. Quiero
significar que trasponemos las distancias a grandes trancos, haciendo
caso omiso del propio espacio que existe entre los trayectos. Y esta
situación nos ocasiona verdaderos problemas.
Veamos. El cerebro tiene una capacidad de discriminar y dar
aviso de todo lo que le llega del exterior y del interior nuestro. Pero en
un mundo desquiciado por el ―apresuramiento‖, se satura de datos y no
le es fácil clasificarlos adecuadamente pudiendo llegar hasta la pérdida
parcial o total de su capacidad. En esos momentos deficitarios, algunos
agentes destructores que esperan su oportunidad, penetran y
comienzan su labor. Me estoy refiriendo al estrés.
El estrés es el causante de numerosas enfermedades orgánicas y
mentales, pero a diferencia de los microbios y bacterias que son
identificados y generalmente vencidos por remedios específicos, el
41

estrés no tiene vida propia porque es un ente inespecífico y actúa en la


sombra por ‗presencia‘, activando las defensas orgánicas del individuo
que sí lo percibe.
Una vez ingresado el estresor en nuestro organismo se producen
en él tres etapas sucesivas. La primera de alarma, una segunda de
defensa traducida sobre todo por la hipertrofia de las glándulas
suprarrenales, y luego una tercera, de resistencia, provocada por la
exposición prolongada del agente causante.
Y en este último momento, nos encontramos ante una situación
paradójica final. Si no se atiende debidamente a los causales que
producen el estrés, la resistencia se debilita y el organismo termina con
una última etapa llamada de agotamiento, donde los mismos elementos
que antes, generalmente <mantenían a raya> al agresor o estresor... ¡se
vuelven contra él!
Me he detenido un poco en este mal social que ataca casi por
sorpresa la más de las veces y produce el disociación de los
componentes esenciales del hombre actual interfiriendo en su
capacidad de proyectarse y decidir sobre su vida. Y lo hace
arremetiendo arteramente contra el organismo biológico, incluyendo la
esfera de los afectos, la conducta, lo cognitivo y la visión adecuada del
ambiente social.
¿Por qué puede suceder esto? Partamos de la premisa de que el
―canal de la atención‖ tiene una sola vía. En consecuencia, no la
atiborremos de elementos nocivos que no podemos digerir
ajustadamente. Concentrémonos en una tarea por vez. Adiestrémonos
en separar los problemas reales de los imaginarios que ocupan un lugar
agotador. No nos llenemos de complicaciones que merecen,
separadamente, su resolución a priori, y sin embargo las postergamos y
van quedando ahí, adocenadas en carpetas y fojas inacabables.
No obstante los esfuerzos y puesta en marcha de los recursos para
separarnos del <mal de estrés>, nos suceden eventos, a veces no
previsibles, y la fuente comienza a llenarse de sobrecargas. Digamos, la
muerte de un familiar, el divorcio o separación conyugal; algún
accidente (en mayor proporción cuando se llega a la invalidez parcial o
total de la persona); pérdida o falta de trabajo; desbarajustes en la
situación económica y muchísimos más, originando enfermedades
orgánicas y mentales.
Cabe acá recordar algo que dije al principio, y es la estrecha
correspondencia que existe entre los ámbitos orgánicos, mental y
espiritual de la persona.
*
La conducta de cada cual está pivotando entre dos conceptos
fundamentales que se fueron cimentando desde muy pequeños. De tal
manera que para establecer una relación de convivencia con los otros
seres, entendimos la conveniencia de colocarnos en el polo de ―lo
bueno‖ ya que, de esta manera, recibíamos beneplácitos y caricias,
42

mientras que, en el extremo opuesto considerado como ―lo malo‖,


debíamos aceptar castigos, frialdad, críticas y alejamiento por parte de
los demás.
De tal manera que el ‖bien‖ y el ―mal‖ están presentes en los
pensamientos-sentimientos y en las decisiones de todo ser humano, así
como las bipolaridades negro-blanco, día-noche, frío-caliente. Todas
ellas son calidades que no se pueden evitar.
Carl Jung no habla de esos dos principios que no concilian entre
sí, ya que el uno es fuente de la conciencia y espíritu creador, en tanto
que en el otro se depositan todos los agentes destructivos de la
persona, a la que él denomina la sombra.
En este sentido el Yin y el Yang que encontramos en la filosofía
china, nos acerca una proposición interesante. La conjunción de ambos
está representado por un círculo dentro del cual se insertan dos
elementos en forma de vírgulas adosadas entre sí e invertidas, de tal
modo que la cabeza de una vírgula contacta con la cola de la otra y
viceversa. Además el Yang es blanco mientras que el Yin es negro,
aunque dentro de la cabeza de ambas se inscribe un pequeño círculo,
negro en el Yang y blanco en el Yin. Estas figuras son la representación
de las fuerzas opuestas y complementarias, siendo el Yang lo brillante,
seco, activo y celestial, mientras que el Yin es lo oscuro, húmedo,
pasivo y terrenal. Pero, como tanto el Yang como el Yin poseen el
elemento contrario, debe existir un equilibrio entre los dos principios
para que se mantenga la armonía. El desequilibrio, ocasionaría la
descompensación y la enfermedad.
Entonces, volviendo a estos dos principios –el bien y el mal- que
rigen nuestra conducta, les presento un suceso imaginario donde se
encuentran dos maneras de actuar. El caso es un hijo nuestro que
comienza a desmejorar en su conducta. Se lleva mal con sus hermanos,
no colabora con el orden familiar, sus calificaciones escolares han
bajado ostensiblemente. ¿Cuál sería nuestra primera reacción?
Presentarnos frente a él, indignado y amonestarlo severamente. Esta
decisión inmediata nuestra podrá provocar un enfrentamiento que
cerrará las puertas del entendimiento. Pero si me tomo un tiempo de
reflexión donde la paciencia y la sensatez obren a través de mi espíritu,
en lugar de abrir mis compuertas de rabia por esas situaciones que me
hieren directamente, y lo hago amigablemente solicitando de él las
motivaciones que lo incomodan, la relación podrá tomar un rumbo más
equitativo y solidario.
Indudablemente, y continuando con este ejemplo, la relación
intergeneracional se ha trastrocado bastante. Los padres llevan consigo
un bagaje de doctrinas que vienen de sus mayores. A la vez, ellos
mismos vivieron su propia vida, en una nueva época, y todo ello le
servirá de estímulo para volcarlo en sus propios hijos. Pero su
descendencia, más joven, marcará un derrotero que no siempre
coincide con el de sus padres, ya que en este punto de confluencia, se
43

llega muchas veces a la intemperancia, porque el mundo de sus abuelos


y el de sus padres, es un mundo distinto al que están transcurriendo
ahora.
Este es una causa que incide profundamente en la relación
familiar y que se agrava día a día en tanto que la sociedad se vaya
disgregando en pequeños y fuertes grupos de tendencia egoísta, avara y
hostil, que busca sus propias preferencias sin atender a los demás, en
pensamiento y obra solidaria. Y acá todos pierden. Por todo ello se
hace necesario e imprescindible en aquellos que comprenden estas
razones, la necesidad de un cambio radical, una metanoia. Ahora, en
esa maniobra de cambio profundo no cabe solamente la intención de
modificar las conductas que nos afligen, sino llegar hasta la
culminación en el aspecto espiritual, de modo tal que podamos
comprender a las otras personas con una visión distinta.
Desde ese objetivo, y una vez purificados, veríamos al hombre en
su sublimidad, ignorando aquello que lo enturbia, tales como la
envidia, los celos, la perfidia, los manejos egoístas. Y para esto no es
necesario que nos pongamos en el sitial del santo, porque no lo somos.
Nuestra entidad está salpicada por numerosas falacias, porque somos
humanos y pecadores. Pero, yo les pregunto, ¿no vale ajustarse el sayo
de hombre prudente, indulgente y benigno, que ser la representación
del crítico, amonestador y cáustico?
Aunque, como dice el dicho: lo cortés no quita lo valiente, la
primera posición debe estar respaldada por una personalidad sana de
entredichos, suspicacias, sarcasmos y otras contaminaciones que
podrían entorpecer el camino hacia la liberación.
*
Ahora, continuando con ideario trazado, es bueno que hagamos
una incursión al terreno de las antinomias, ya que desde ahí iremos a lo
que llamo ―dinámica de los opuestos‖.
El significado exacto de "antinomia", nos lo dice el diccionario de
esta manera: "1.Contradicción entre dos leyes o principios en su aplicación práctica
a un caso particular. 2. Contradicción entre dos principios racionales." Entonces,
está claro, que antinomia es hacer valedera ante nuestros ojos una
proposición en detrimento de la otra. O sea que la contradicción se
resuelve en una "afirmación y negación que recíprocamente se
destruyen". Todos sabemos que desde siempre, tuvimos y tenemos que
optar entre dos o más proposiciones, y en este momento está
comprometida la ―decisión‖, que es el principio de la libertad.
Decir y hacer, como ya lo expresáramos, son expresiones propias
de la conducta objetiva del hombre. Culminación de todo acto.
Resolución final, pero no definitiva. Cabe un resarcimiento, sino total
como en muchos casos, por lo menos, parcial. La antinomia se
encuentra entretejida en el núcleo de la moral, y por ende, tiene que
ver con las conductas y las acciones humanas, en función de la bondad
o la malicia que engendran.
44

Como el problema es muy ancho y profundo, creo que, salvo


situaciones en las que taxativamente se debe decidir por un <no> o un
<sí>, me parece prudente y sabio que aprendamos a resolverlas con
profundo respeto. De esta manera, en muchas ocasiones, bien
podríamos llevarlas a un equilibrio razonable en el que ‗el no, no sea
tan no, y el sí, no sea tan sí‘. Por supuesto que el plano debe ser
equitativo y no de incertidumbre.
¿No sería más beneficioso para nuestra salud espiritual, el que nos
ejercitáramos en encontrar relaciones de semejanza entre los opuestos?
Tal vez esta práctica nos haría más justos y menos equivocados en
cuanto nos limitaría, con fundamento, a ese impulso de rotular
definitivamente, cada persona, cada cosa, cada situación. E, incluso,
nos permitiría atender, con benevolencia, la razón de los demás.
Recordemos que en el Baghavad Gita, se nos dice: "Por la ilusión de los
pares de opuestos, que brota de la atracción y repulsión, toda criatura peregrina por
el universo, enteramente alucinada". Quiero decir, que desde el momento en
que tomo partido en una situación determinada, sitúo a la otra parte
como adversaria o bien la ubico en un plano inferior sin darle supuestos
de veracidad. Y esto es malo, porque crea animosidad entre las partes,
y la pólvora puede inflamarse. Esto sucede en los planos sociales,
religiosos, políticos y deportivos.
Si bien es cierto que las oportunidades que se nos presentan son
variadas, y muchas de ellas sabrosas si están a nuestro alcance,
gocémoslas, pero respetemos a los demás que pueden tener otros
gustos. Pensemos que nuestra apetencia no tiene por qué invadir el
territorio de otras personas con distinto paladar. El respeto por los
demás crea en quién lo ejerce, el distintivo de un ser humano colmado
de sabiduría, de amor por el prójimo y de una conmiseración plena. Así
se expresa el Bhagavad Gita: "Excelente es quien, con ánimo ecuánime, mira al
enemigo y al amigo, al propio y al extraño, al indiferente y al deudo, al forastero y al
convecino, al pecador y al justo".
*

El gran problema humano es el de aceptarse a sí mismo y aceptar
a los demás‘. Y el camino es largo y en varios tramos se hace difícil el
transitarlo, pero la meta es cautivante. El punto de partida comienza
desde el niño quien es su primer protagonista. Comienza por el pleno
gozo de ‗satisfacer sus necesidades primarias‘ tales como alimento,
abrigo, confort, y continúa con la obtención de un medio externo
seguro, sin peligros, que lo llevará, recién, a la exploración de un
campo subjetivo y reconfortante que es el de ‗sentirse respetado‘. Allí,
entonces, podrá propiciar la aventura de la autorrealización, meta
espiritual culminante de todo ser que se perfecciona en la aceptación
de sí mismo y en la tolerancia hacia los demás. Recién, en esa persona,
se podrán observar, patentes, las características que les fueran
signadas por Abraham Maslow en su libro ―El hombre autorrealizado‖ y
que son:
45

1. Una percepción superior de la realidad. 2. Una mayor aceptación de uno


mismo, de los demás y de la naturaleza. 3. Una mayor espontaneidad. 4. Una mayor
capacidad de enfoque correcto de los problemas. 5. Una mayor independencia y
deseo de intimidad. 6. Una mayor autonomía y resistencia a la indoctrinación. 7. Una
mayor frescura de apreciación y riqueza de reacción emocional. 8. Una mayor
frecuencia de experiencias superiores. 9. Una mayor identificación con la especie
humana. 10. Un cambio o mejoramiento en las relaciones interpersonales. 11. Una
estructura caracterológica más democrática. 12. Una mayor creatividad y 13. Algunos
cambios en la escala de valores propia.
Las primicias están a la vista, sólo falta la decisión para llenar los
espacios oscuros con los elementos que alientan el alma de cada ser,
que son la comprensión, la compasión, la prudencia, la tolerancia, pero
–por sobre todo- el amor incondicional.
En otro aspecto de la cuestión y siempre dispuesto a la deseada
coordinación de los puntos de contactos posibles para una buena
armonización o sintonía entre los hombres, quiero detenerme en el
delicado entramado del lenguaje. En el lenguaje vulgar corriente,
especialmente de uso en los jóvenes y niños, se observa repetidamente
la presencia de vocablos que, en cierto modo dejan estupefactos a las
personas de mayor edad, a la vez que crean una suerte de
distanciamiento social no rubricado, entre unos y otros. Esta última
situación es, de por sí, bastante lamentable porque no ayuda a
consolidar el beneficio que aporta la buena relación de persona a
persona, especialmente cuando se efectúan a distintos niveles
generacionales. Por otra parte se patentiza una pobreza idiomática que
se traduce en la infinidad de ―chateos‖ que se cruzan entre ellos.
Recordemos que la palabra ―chato‖, significa algo intelectualmente
pobre o corto de miras. Tal vez esta voracidad de comunicación entre
ellos manifieste, en forma tácita, la necesidad de ser oído, escuchado y
respetado por los demás y en especial por sus progenitores, en todas sus
necesidades y apetencias espirituales.
No quiero entrar en el ruedo de una crítica lamentable porque no
es este mi propósito, pero esta situación gravísima de carencia de
comunicación efectiva me hace sugerir la necesidad de la inclusión, en
los planes de estudio sociales, de un ―Curso para padres‖, así como los
hay para aprender a conducir un vehículo, o lecciones básicas de
conocimientos de los artefactos para el hogar. En ese ambiente
nuestra cerviz seguramente bajaría del pedestal de la suficiencia que
nos hace engreídos a algunos, y otros ascenderían –con corazón
humilde- a la realidad de nuestra condición excelsa de ser padres y
consejeros. Ya sé que mi propuesta entra en lo utópico, pero
convengamos en que muchos planes que parecieron surgir de la mente
afiebrada de sus autores, llevados a la práctica beneficiaron a la
Humanidad.
Si bien es cierto que en lo referente a la <<imitación>> puse vallas
de contención en situaciones tales como dejarse tatuar una parte de su
cuerpo, marca que queda de por vida; o adornarse con dijes
estrafalarios en cualquier lugar de la masa corporal, entre otras que ya
46

se hicieron costumbre, restándole a sus autores la capacidad de ser


ellos mismos en un mundo de competencia como el actual, llego a
aceptar, de cierta manera dichas modas porque ellas están clamando a
gritos la concurrencia de los mayores para restablecer el vínculo
amoroso que nació con el infante.
Pero, claro está, allí está el coro de la superficialidad, gritando
desafinadamente a través de los medios de comunicación, en lugar de
ayudar al acercamiento en la comprensión y el amor. Ellos contribuyen
para que, en el terreno social, se vayan creando fisuras profundas
difíciles de sortear.
La otra situación que nos descoloca en el ámbito social, es cuando
expresamos las emociones y los sentimientos en forma exagerada.
Entiendo que no hay un módulo que nos marque la medida de hasta
dónde debo manifestarlas. Yo recuerdo que –en mis tiempos- cuando el
locutor deportivo gritaba gol, lo hacía con entusiasmo pero hasta ahí.
Ahora el mismo grito se manifiesta como un aullido: ¡¡¡goooooool!
¡¡¡goooooool!!.. interminable. Los besos de amistad se reparten por
doquier. Demostraciones de cariño que pueden resultar a veces, falsas.
Todo se aplaude. El aplauso era una manifestación de aceptación.
¡Fuerte el aplauso! conmina a un público que hace lo que se le dice.
Pero no todo queda ahí. La gente aplaudía de pie en la medida en que
el acto lo transportaba emocionalmente. Ahora, enseguida se pone de
pie para elogiar. Toda esta miscelánea la hago notar, porque, en cierta
forma, señalan una exaltación en la distribución de los sentimientos.
Yo creo que los sentimientos lubrican el espíritu, pero –como en
todas las cosas- poseen una dimensión, y el transponerla nos harán
pasibles de convertirnos en seres mecanizados.
Volvamos al hombre de hoy y recordemos que todo ser humano
integrante de una sociedad constituida, recibe de ésta una lluvia de
radiaciones tales como orientaciones, consejos y amonestaciones que
influyen en la dirección que orientará su vida. Además se hace pasible
de los usos y costumbres que marcan distintas épocas; algunos las
aceptan y otros las rechazan.
En ese interregno, además de comprobar que siempre
necesitamos de nuestros semejantes, sentimos la necesidad de
―compartir‖, -o sea la voluntad hecho acto- de distribuir, repartir o
dividir algo nuestro, ya sea material o de orden espiritual, entre otros
más necesitados. Y esto nos llena de felicidad porque el que comparte
también participa y coopera con el bien común. Aunque no todos
entendieron esta actitud, porque en muchos hombres fue más fuerte la
codicia y el egoísmo, que les cerraba, como un manto oscuro, la puerta
del corazón. Sin embargo en esto de compartir nos encontramos con
gente que ante el estímulo dado por aquellos que dan lo mejor de sí,
cambian esplendorosamente su vida, que estaba plagada de escorias y
de las que no podían o sabían desprenderse.
47

Pero, lo que es mejor, estos individuos, iluminados por la


misericordia, irradian los bienes recibidos, porque el amor, en todas sus
formas, posee la cualidad divina de difundirse incondicionalmente
entre todos. De esta manera lo expresa Isaías (58,7-10): Si está en tí:
―...compartir tu pan con el hambriento/y albergar a los pobres sin techo;/cubrir al
que veas desnudo/y no despreocuparte de tu propia carne./ Entonces despuntará tu
luz/como la aurora/y tu llaga no tardará en cicatrizar.(...) Si eliminas de ti todos los
yugos,/el gesto amenazador y la palabra maligna;/si ofreces tu pan al hambriento/y
sacias al que vive en la penuria,/tu luz se alzará en las tinieblas/y tu oscuridad será
como el mediodía...‖
Creamos vida y construimos elementos, validos de la ciencia y de
la técnica, que nos permiten visualizar, comprender y gozar de nuestra
estadía en la Tierra. No obstante, a pesar de nuestra inteligencia que
crece en la medida en que la ampliamos, existe una contención o
―dique‖ que nos impide cruzar la frontera de la capacidad del
pensamiento. Fuera de ella se cae en el ―abismo mental‖. Quiero decir,
que, en cierta forma, somos seres limitados.
*

No justificar lo injustificable

La palabra justificar encierra en sí misma una cantidad de


equivalentes que no siempre se relacionan entre sí, como probar-
demostrar-acreditar-evidenciar. Excusar, disculpar, defender,
sincerar, vindicar. Y cada significado puede esconder un pretexto
válido o no válido que sostenemos, para esgrimir nuestra defensa.
No todo razonamiento es evidenciable por sí mismo. Algunos de
ellos deben acreditarse o <justificarse> para concederles valía y ser
tenidos en consideración. Y en eso de la justificación cabe un
interrogante. Cuando yo justifico algo ¿lo hago con plenitud de
conocimiento, o me sirvo de algunos elementos no honestos o
enmarañados, para demostrar mi razonamiento, aún a costa de pasar
por mentiroso? Porque, en los contenidos de la justificación pueden
acondicionarse muchos desaciertos de nuestra conducta que no nos
gusta presentar al público, y esta incómoda situación la tratamos de
suplir con ardides más o menos veraces, para salir lo más intacto
posible, de la misma.
Muchas son las ocasiones en que "la señora justificación" se pone
delante nuestro para acreditar una <razón valedera> aún cuando ésta
esté preñada de desaciertos, pero, si así lo hacemos, es porque somos
calco de nuestro aprendizaje infantil. En ocasiones, allá en el tiempo,
durante esas sucesivas etapas de niño y de adolescente especialmente,
y ante el castigo o la recriminación que se avecinaba por alguna actitud
desacertada, o torpeza nuestra, buscábamos el amparo de la
justificación para salvarnos. También recurríamos a ella para obtener
algún provecho. Y algunas veces, no siempre, lo conseguíamos.
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Por otra parte, una buena justificación, verídica o falsa, nos sirve
de soporte ante las circunstancias que se nos aparecen en cada
momento de nuestras vidas. Debemos reconocer que ninguno está libre
de imperfecciones, salvo Dios nuestro Señor. Algunos las poseemos en
mayor grado que otros. Y con ellas realizamos nuestra existencia.
Pero los años van pasando y es hora de que ‗nos pongamos los
pantalones largos‘, y salgamos a la vida con actitudes nobles. Entonces
aquello que merece una justificación honesta, hagámosla nuestra, pero
no ensuciemos el ámbito de la relación personal con falsedades que no
les hace bien a la sociedad ni a nosotros mismos.
El comportamiento de cada uno, que entrañe veracidad y
congruencia en los pensamientos y acciones, y que se proyecte hacia
los demás beneficiándolos con la sabiduría adquirida, es ya de por sí un
testimonio válido y necesario que no necesita demostración alguna.
*

La agresividad en el hombre

Cada vez es más llamativa y desesperanzada la situación de


desencuentro y animosidad que se produce entre las personas, convivan
o no en la intimidad.
Ante esta realidad invocamos distintas razones tales como las
diferencias culturales–sociales (razas, ideologías, credos), sin
desmerecer en importancia a los patrones económicos que existen en
cada país del mundo, ciudad, pueblo, barrio, familia, etc.
Y aunque éstas son incidentes en distintas escalas, yo quiero ir a
lo que creo que es el meollo de la cuestión. Y me remito a dos
situaciones convergentes: una de origen ancestral y otra actual.
Recordemos aquellas primeras congregaciones humanas, cuando
los individuos nómadas que vagaban por el mundo, decidieron
agruparse en tribus estableciéndose en sitios que le deparaban un
cierto grado de alimentos y seguridad. Estos habitantes no se
diferenciaban mucho de los animales salvajes en cuanto al predominio
instintivo de la ferocidad. Poco a poco ese salvajismo fue aplacándose
en sus ánimos, aunque los vestigios quedaron allí, en un rincón,
adormecidos en algunos, pronto a saltar, en otros.
Las congregaciones humanas a medida que crecían, establecían
disposiciones, leyes y ordenanzas en pro de una mejor convivencia. La
familia se erigía como un status privilegiado, acompañando también a
los ancianos, que eran considerados como dotados de una sabiduría
superior acumulada en sus años de vida. Y de esta manera, los pueblos
se dimensionaron en ciudades cada vez más populosas, y el hombre fue
desarrollando sus apetencias en función de su propia sobre vivencia.
Pero, en el largo transcurrir de los tiempos, muchos elementos
indignos, tales como la egolatría, la codicia, la soberbia, la envidia, el
odio, el resentimiento, la hipocresía y la mentira, hicieron nido en los
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corazones de algunos grupos humanos y consiguieron corroerlos. Y en


esa lucha por escalar posiciones preeminentes, no solamente se
degradaron espiritualmente, sino que surgieron en ellos una creciente
dosis de ferocidad, que no conoce límites.
Otro factor incidente que actúa desfavorablemente en el
mantenimiento de una buena coexistencia, lo encontramos en nuestro
presente actual. Son dos tiempos que actúan al unísono, pero no
concuerdan. Uno, el cósmico que actúa lento pero sostenidamente,
siguiendo leyes divinas de orden y equilibrio; y el otro, el cronológico,
al que se adscribe el hombre, muchas veces sin medir sus propios
esfuerzos y adecuarlos al orden de una sobre vivencia saludable. En
consecuencia, ambos tiempos colisionan entre sí provocando el
desplazamiento del eje de rotación del Universo, lo que deriva en un
desfasaje mundial. El tiempo lineal se va acelerando. Lo notamos
cuando todas las fechas se nos aproximan más rápidamente; algunos
creen percibir que un día de 24 horas equivale a ¡16 horas! En otro
aspecto, se nota una polarización más acentuada en la conducta
humana. Quiero decir que es observable, en un lado, personas más
honestas, y en el otro, más deshonestas. Esta situación es sustento para
la prensa que hinca sus dientes en todos los aspectos gravosos y
desgraciados mostrándolos en los más mínimos detalles;
Y así, la secuela negativa de ese encontronazo de los tiempos, la
recibe el hombre atrayéndolo a una desastrosa ―crisis existencial‖. No
sabe dónde se encuentra ni qué camino seguir. Y lo vemos a la deriva
buscando desesperadamente una tabla de salvación que le permita
aferrarse para no hundirse en la nada.
Sin embargo el ser humano desde su aparición en el mundo no
nació desamparado ante la ruindad de los propios defectos intrínsecos a
su persona. En su interior muy profundo posee un portento que no se ve
ni se toca, pero que es el representante virtual y espiritual de su
esencia. En esta ―partícula‖, digamos, se halla la realidad plena del
misterio de su existencia. Lo que ocurre es que la ―esencia‖ aún siendo
potente para actuar por sobre los elementos que dañan al individuo, es
falible ante la presión ejercida por la sociedad.
Por lo tanto, cada persona debe estar atenta, despierta, para no
ser fagocitada por esos productos dañinos que dañan su razón de ser.
Todo individuo, cada ser humano, tiene sus propios recursos y éstos
deberían dirigirse hacia una positiva mancomunión entre las personas
hacia el bien.
*
En la búsqueda de un acercamiento al origen de por qué se
promueven estas disímiles conductas en el ser humano, y acorde con el
pensamiento de varios autores que coinciden en varios puntos, sabemos
que una acción, ya sea física, oral o expresiva, se genera a partir de un
impulso donde están comprometidos los pensamientos y los
sentimientos. El asunto es quién hace punta primero. En este aspecto
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Ouspenky los caracterizó de esta manera: un Centro intelectual, base


de los pensamientos. Un Centro emocional que rige los sentimientos-
emociones, y un Centro motor comandado por los instintos. Los tres
interrelacionados entre sí.
Además –y acá comienza el intríngulis- el autor citado les adjudica
distintas velocidades a cada ―centro‖, asociándolo al número 30.000,
de tal manera que, si se acepta ese valor –que tiene además un sentido
cósmico cada ―centro‖ actúa por sí sólo con mayor o menor velocidad
que los otros dos. Por lo pronto, el centro emocional es 30.000 veces
más rápido que el centro motor e instintivo, y este último, a la vez es
30.000 veces más pronto que el centro intelectual. De modo tal que el

centro‘ donde radica el pensamiento que organiza y decide... es el más
lento.
Tomando en cuenta estas nociones, nos conviene estar muy
atentos cada vez que evaluamos un concepto, o que nuestros centros
instintivo o emocional quieran hacerse dueños de la situación, para no
caer en un terreno dificultoso.
Pero vayamos a la época actual. La disociación entre los humanos
se va profundizado cada vez más y las separación entre ricos y
poderosos y los menesterosos, se hace, tristemente, más evidente. La
apetencia por las cosas supera a la posibilidad de compadecerse del
que carece de todo. Y el resentimiento de los pobres se acrecienta en
mayor número. El genio dormido de la violencia puede surgir en
cualquier momento. Todo esto, como un ácido corrosivo se extiende e
impregna a las familias y a la sociedad toda, y en muchos casos logra
disociar sus amorosos cimientos.
Cuando este cuadro apocalíptico, rechazado por mis sentimientos,
logra su objetivo, la relación interpersonal, en muchas ocasiones,
promueve la ―confusión del habla‖ y los hombres no se entienden entre
sí, como sucedió en el episodio de la Torre de Babel y cada uno dispara
sus sentimientos incontenibles; en esas ocasiones se agreden
lastimosamente y se produce la división fraternal.
Nadie quiere llegar a esto. Solamente existe una cura divina que
se ofrece a través de la compasión, la comprensión y el amor. Seamos
celosos guardianes de esas virtudes.
*

Dulcificando la crítica

Desde que nos es dado opinar sobre las cosas, además de poner en
juego las razones que nos guían a tal respecto, muy cerca, oteándonos,
está la crítica que puede o no intervenir en los conceptos que salgan de
nosotros.
Sobre ella quiero referirme ahora. Esta manera de expresarnos se
muestra con algunas facetas; algunas positivas, otras, negativas. En
este ruedo caben ambas.
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¿En qué momento saltan unas u otras?


Comencemos desde este punto. Cada uno de nosotros tiene un
panorama de sus propias creencias que le permiten afirmarse como
persona opinante. Además, éstas no están solas: van acompañadas,
generalmente, -no siempre- por el aderezo de las emociones y
sentimientos. Es difícil opinar fríamente.
Pero, de una u otra forma, es importante reconocer que las
pasiones pueden opacar el entendimiento
Es necesario, también, que nuestro intelecto, refrescado por las
ideas, que merecen un sesudo razonamiento, afiancen nuestra crítica.
Por otra parte, me parece muy oportuno detenerme en el campo
de las críticas lacerantes, las que hieren. Sacarlas a la luz no enmienda
el mal. Es mejor, para la salud espiritual, que llevemos con nosotros el
vademécum que nos permita adecuar el remedio para subsanar la
situación de acuerdo con nuestro propio concepto de ver las cosas. En
caso contrario, unirnos al coro de los críticos, no arregla la situación.
Y en el ámbito opuesto, ante una situación que se presenta
satisfactoria según la entendemos, ya sea referida a cosas o personas
que abarcan nuestro interés, merece la demostración de nuestra
complacencia y ponderación. En este caso, no escatimemos los elogios
que sean necesarios. Todos los seres vivientes necesitan del
reconocimiento y del amor como el cuerpo requiere de proteínas para
subsistir.
***
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