Arce Enrique Alberto - Impacto
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com/enalber
IMPACTO
Índice
Prefacio –4
El hombre y la sociedad – 26
No justificar lo injustificable - 47
La agresividad en el hombre – 48
Dulcificando la crítica - 50
***
4
Prefacio
―Contemplo el mundo como un espectador muy maravillado del
espectáculo.-¿Por qué maravillado? -me dirá usted. Porque me parece
que no cabe otra cosa que quedar estupefactos –ante todo- cuando se
toma conciencia de la existencia de la propia existencia. Estas ‗tomas
de conciencia‘ son momentos raros, osaría decir privilegiados. La
mayor parte del tiempo vivimos nuestra vida sin verla‖.
*
Este pensamiento de Eugène Ionesco me cautivó porque ¿hay
algo más subyugante que el mundo que se abre a nuestro
entendimiento? Y me lleva a recapacitar sobre mi propia vida y los
anhelos que motivaron proyectos y realizaciones. Momentos de
incertidumbre y otros de decisiones; penas y alegrías.
entre los humanos, y que, por otra parte no quieren, o no saben, cómo
cambiarla.
Este es nuestro trabajo, que consiste en ‗‘despertar‘‘ a ese
hombre ―dormido‖ y a mostrarle y enseñarle a usar todas las potencias
valiosas que posee dentro de sí, las que, en conjunción con las de los
demás, podrán utilizarse para la construcción de un mundo mejor.
Cuando digo ―dormido‖ se entiende que no me refiero al sueño
fisiológico, sino a un estado especial durante el cual se desvanecen, en
gran parte, las capacidades propias de su ser.
En este momento me despido, con mucho pesar, de Ramón
Pascual Muñoz Soler, desconocido para muchos, pero un profeta
humilde que trata de acercarse al hombre, con amor, para que
entienda que su presencia en el mundo no es una casualidad, sino que
está llamado a ser una pieza importante en el Libro del Universo.
La persona así estimada es la que entiende que debe
‗‗reunificar su ser‘‘, y abandonar esa personalidad que se va
desfigurando en una sociedad que se fragmenta en elementos
espurios.
***
***
Encuentro con Rudyar Kipling
***
El hombre y la sociedad.
una esquina donde confluían dos veredas. En una de ellas las personas
mayores con las que tratabas de ubicarte; y en la otra tu hogar cálido,
depositario de esa niñez que debía ser suplantada.
¡Hermosa y delicada etapa de la adolescencia! Largo período de
crisis y de atención esmerada; de aquellos que tienen la enorme
responsabilidad de velar por esos jóvenes inexpertos y a la vez puros.
Y así fue languideciendo la niñez en la que imitabas las actitudes
de tus mayores, tratando de encontrar ―figuras modélicas‖ donde
depositar tu confianza. Y seguramente muchos la encontraron
acercándose a aquellos que actuaban en la vida con la dignidad que
engendra la honestidad y el decoro en la conducta.
Pero no faltaron otros seres perversos que alteraron la
expectativa ingenua del adolescente y trabaron su camino dificultando
sus ansias de conocer y de cooperar en la labor humana.
*
Ahora me pregunto: ¿Cómo nos presentamos ante los demás?
¿Qué es ese <algo> que nos distingue de entre todos?
Decimos de algunas personas: ésta tiene una personalidad
exultante; aquella es recelosa; esta otra es contradictoria... y nos
afirmamos en creer que ese individuo patentiza, de esta manera, su
modo de ser, considerando que la personalidad, en realidad, es nuestra
tarjeta de presentación, porque es lo que ―se quiere mostrar de sí
mismo‖, e incluso, aquello que los otros ―quieren ver en nosotros‖. Y,
en este punto, comienzan las contradicciones, porque mucho es lo que
hemos atesorado en nuestro ‗‘banco de datos‘‘, y nos cuesta a veces
distinguir entre lo que merece mostrar y lo que conviene esconder.
Dentro del marco trazado, podemos visualizar, para no
confundirnos, dos tipos principales de personalidades: una,
―epidérmica‖, muchas veces impulsiva; otras tantas engañadora, que
puede esconder, entre sus pliegues, la timidez, la hipocresía, la
vanidad, la mentira, los celos, el rencor y el odio.
Y la otra personalidad ―profunda‖, sutil, generosa, principio de
la imagen y semejanza del Espíritu de Dios, que yace, humilde, en
algún rincón de nuestro corazón y surge solamente cuando le damos
permiso para hacerlo y que, de algún modo, ‗diseña‘ nuestro verdadero
ser.
*
Ahora, volvamos al niño que fuimos y que no se desprende de
nosotros porque no desapareció en las sucesivas etapas de adolescente
y de adulto, aunque no siempre se patentice en nuestros actos. Está
ahí, latente. En honor a su <figura>, es bueno saber que en él está
inscripto el sello del amor.
Desde muy chicos, por simple instinto, aprendimos a defendernos
y a sobrevivir en situaciones descompensadas.
37
Sobre este tema voy a describirte una historia que pudo suceder:
―Rosaura, hija única, siendo muy pequeña -tendría 3 años- sufrió la pérdida trágica de
su madre, y con ella el cariño que ella siempre le prodigó. Su padre, hombre rudo y
poco efusivo, se casó con otra mujer al poco tiempo de fallecida su esposa. La nueva
compañera del padre, tenía dos hijos pequeños de 7 y 10 años, y desde un principio,
puso poca atención a las necesidades de amor que le requería Rosaura, aunque sí se
los brindaba a su propia descendencia‖.
―Rosaura no entendía nada, pero su reservorio de atención y cariño se
encontraba casi vacío. Entonces cayó en un estado de languidez, que a poco fue
notado por su nueva madre. Hubo una suerte de preocupación por parte de los
integrantes de la familia, y como resulta, se le brindó un resquicio de amor por parte
de ambos cónyuges. Rosaura resplandeció de alegría. Pero este obsequio no fue muy
duradero, y al poco tiempo todo volvió a lo que era antes. Rosaura no quiso perder
ese premio que lo consiguió, sin darse cuenta, a partir de su estado de postración.
Entonces se aferró a este vínculo, y desde entonces, su caudal de amor fue obtenido
siguiendo ese camino oblicuo e inconsciente; es decir, cada vez que necesitaba algo,
lo conseguía, o lo trataba de obtener, asiéndose a una posición que configuraba
lástima en las demás personas. Pasaron los años y Rosaura creció y se hizo joven y
adulta‖.
―Muchas fueron las situaciones que hubo que sortear, y en cada momento en
que comenzaba a disminuir el flujo de amor por parte de las personas cercanas a ella,
enseguida se investía de "Rosaura la pobrecita", y, de esa manera, conseguía su
propósito. Pero no solamente usaba ese ropaje para alcanzar la atención y la
compasión de los otros, sino que también se lo ponía, en ocasiones en que era
requerida para ofrecer una opinión o hacer algo importante que la comprometiera. De
esta manera, su papel de mísera la resguardaba de ataques y responsabilidades, y ella
lo cumplía como la mejor de las artistas‖.
―Además pensó que podía idear otras formas que le garantizara el éxito en el
camino emprendido. Entonces, no solamente jugó el rol de víctima, que lo había
aprendido tan bien, sino que se dio cuenta de que ella podía, amparada en el mismo,
manipular, esta vez conscientemente, a los demás, usando de la influencia del miedo,
el soborno y el sentimiento de culpa, como aliados‖.
―Pasado el tiempo se casó y tuvo hijos. Y Rosaura pudo, desde su gobierno -
inocente para muchos-, dirigir el grupo familiar y social cercanos, conforme a sus
necesidades y apetencias. Fin‖.
*
Te recuerdo que ante un ataque, el hombre o escapa o lo
enfrenta; o queda inerte sin saber qué hacer, en un estado
denominado ―de muerte aparente‖. Aunque, en algunas circunstancias,
trate de conciliar una paz ecuánime con el agresor. Tampoco tú no
escapaste a las agresiones tanto verbales como físicas, llegando, en
ocasiones, a sentir grandes temores que te invalidaban como persona.
Sin embargo, valiéndote de tu astucia, cuando no podías obtener algo
que deseabas, buscabas algún sendero que te llevara al logro de tu
propósito. Y en ocasiones es posible que no lo hicieras con ―buenas
artes‖, porque te encontrabas en inferioridad de condiciones frente a
tu oponente, más fuerte y poderoso.
En el tiempo, y ya, formalmente, conformando una persona
activamente social, pudiste tener en tu haber suficiente material para
desenvolverte más cómodamente entre tus pares, aunque no siempre
fuiste acompañado por la sabiduría que te hubiera aconsejado lo que
era bueno para ti sin menoscabar la dignidad de los demás.
38
*
Entremos aquí en el delicado problema de la conducta.
Ubiquemos en la mente las primeras congregaciones humanas
que poblaron nuestro planeta. Esos grupos seminómadas o ya
establecidos en lugares geográficos determinados, sintieron la
necesidad de una organización interior. Así nació una precaria división
del trabajo tribal que, en el tiempo, fue haciéndose más compleja.
Pero el ser humano, cada uno, posee sus propias apetencias que no
siempre coinciden con el gusto o necesidad de sus congéneres. De tal
modo que, para restablecer una armonía de grupo, se hizo presente la
―conciencia moral‖, que es la propia conciencia de libertad que tiene
el hombre y que determina que sus actos sean susceptibles de recibir
una calificación tal que puedan ser juzgados como <buenos> o <malos>.
No obstante, en la bi polaridad que presentan estos valores, se buscaba
la necesidad de tomar una posición más bien de concordia que de
enfrentamiento, para la buena sustentación de la comunidad.
En la conducta ‗per se‘ observamos dos formas que se ligan
inexorablemente. Una conducta subjetiva: ―lo que se piensa y se siente‖, y
una conducta objetiva: ―lo que se dice y se hace‖.
En esta tétrada: pienso-siento-digo y hago formularé la segunda
parte del programa.
Entonces, si yo siento y pienso, y digo y hago lo que siento y
pienso, no existe mayor problema en avanzar en la secuencia que trae
aparejada esta afirmación, aunque transite por caminos ponderables o
equivocados.
En cambio si <siento algo> y <digo lo contrario>, o <digo lo que
siento pero <hago algo diferente>, desde ya que mi conducta no es
>
No justificar lo injustificable
Por otra parte, una buena justificación, verídica o falsa, nos sirve
de soporte ante las circunstancias que se nos aparecen en cada
momento de nuestras vidas. Debemos reconocer que ninguno está libre
de imperfecciones, salvo Dios nuestro Señor. Algunos las poseemos en
mayor grado que otros. Y con ellas realizamos nuestra existencia.
Pero los años van pasando y es hora de que ‗nos pongamos los
pantalones largos‘, y salgamos a la vida con actitudes nobles. Entonces
aquello que merece una justificación honesta, hagámosla nuestra, pero
no ensuciemos el ámbito de la relación personal con falsedades que no
les hace bien a la sociedad ni a nosotros mismos.
El comportamiento de cada uno, que entrañe veracidad y
congruencia en los pensamientos y acciones, y que se proyecte hacia
los demás beneficiándolos con la sabiduría adquirida, es ya de por sí un
testimonio válido y necesario que no necesita demostración alguna.
*
La agresividad en el hombre
Dulcificando la crítica
Desde que nos es dado opinar sobre las cosas, además de poner en
juego las razones que nos guían a tal respecto, muy cerca, oteándonos,
está la crítica que puede o no intervenir en los conceptos que salgan de
nosotros.
Sobre ella quiero referirme ahora. Esta manera de expresarnos se
muestra con algunas facetas; algunas positivas, otras, negativas. En
este ruedo caben ambas.
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