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BIOGRAFÍAS ARGENTINAS
marcelo t. de alvear
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Índice
Introducción......................................................................................... 9
¿Quién fue Marcelo Torcuato de Alvear? ¿Por qué escribir un libro sobre
él? Estas preguntas siempre deben responderse cuando se hace una bio-
grafía. Sin embargo, en el caso de Alvear son interrogantes que van más
allá de lo exigido por las reglas del género, pues es un personaje al que
lo ha rodeado la indiferencia. En todo caso, es una figura deslucida. O
difusa. Su mención no evoca de inmediato grandes épicas, importantes
acontecimientos, o en otro sentido, tampoco suscita escándalo. A pri-
mera vista es algo sorprendente, porque no fue un personaje menor de
la historia argentina. Su apellido, incluso, lejos está del anonimato, y
rotula calles, avenidas y teatros. Hay un desajuste, una brecha, entre el
papel que desempeñó en la política nacional y el recuerdo que ha que-
dado de él en la memoria colectiva.
Fue presidente de la nación entre 1922 y 1928. Pero no es exa-
gerado afirmar que suele pasar inadvertido durante “las presidencias
radicales” de 1916 a 1930, como un paréntesis entre los dos gobiernos
de Hipólito Yrigoyen. Si se elige hablar de la “Argentina democrática”
para definir ese mismo período, como oposición o superación de la “Ar-
gentina oligárquica” de 1880 a 1916, Alvear no corre mejor suerte. Es
Yrigoyen quien vuelve a ser referencia, por haber sido el primer presi-
dente electo después de la sanción de la Ley Sáenz Peña de 1912, que
estableció el sufragio secreto, obligatorio y universal, y el presidente
derrocado en 1930.
Para el propio radicalismo, Alvear no es una figura insoslayable.
Por lo recién dicho, Yrigoyen lo es, así como Leandro Alem, el funda-
dor del partido. Fue Yrigoyen quien llevó a la Unión Cívica Radical al
poder, el que la edificó como una fuerza electoral imbatible, un líder
popular a pesar de sus escasas apariciones públicas, un mártir de la de-
mocracia, víctima del primer golpe de Estado de la Argentina del siglo
XX. En las historias de la UCR escritas por autores afines al radicalismo,
Yrigoyen es un competidor imbatible para Alvear, sobre quien, por cier-
to, recaen a menudo juicios críticos, no reivindicatorios.1
10 Leandro Losada
dos salidas forzosas del país. Yrigoyen, poco antes de morir en 1933,
aprobó que Alvear condujera el partido.
Las imágenes contrastantes se superponen por causas adicionales
a los zigzagueos de la política. Alvear no estuvo presente en varios mo-
mentos claves de la historia del país y del radicalismo e inclusive vivió
a la distancia episodios centrales de su propia carrera política. Impulsó
la Unión Cívica de la Juventud en 1889, pero no se tiene información
segura de que haya participado en la Revolución de 1890. Fue electo di-
putado en 1912 mientras estaba en Europa. Llegó a la presidencia de la
nación sin participar de ninguna campaña electoral, pues también por
entonces se encontraba en el viejo continente, al frente de la legación
argentina en Francia. Se fue del país después del final de su presiden-
cia. Y en los años treinta, mientras estaba a cargo de la conducción de la
UCR, a menudo estuvo nuevamente lejos de la Argentina.
Finalmente, hay que tener en cuenta su procedencia social. Alvear,
nacido en 1868, descendía de figuras de primera línea en la historia na-
cional. Fue nieto de Carlos María de Alvear, protagonista en tiempos de
la revolución y de las guerras de independencia en las décadas de 1810
y 1820; y su padre fue Torcuato de Alvear, el primer intendente de la
ciudad de Buenos Aires en los años ochenta. Por ello, y por la desahoga-
da situación económica que disfrutó en su juventud, Marcelo de Alvear
fue un exponente paradigmático de la elite de la Belle Époque y de tiem-
pos del Centenario. Ningún presidente argentino del período que va de
1880 a 1940 es equiparable a Alvear en cuanto a su pertenencia a la elite
patricia, ninguno tuvo la conjugación de riqueza, pertenencias sociales
y orígenes familiares de Alvear. El origen “aristocrático” no ha hecho
fácil su recuperación por un partido que se ha visto persistentemente
como la condensación de la democracia argentina, y, más en general, ha
sembrado prejuicios a su figura, adicionales a los recelos derivados de
sus propias conductas políticas.
¿Quién fue, entonces, Alvear? ¿El joven de inquietudes cívicas de
fines de los años ochenta? ¿El secretario de Leandro Alem de inicios de
los años noventa, deportado a Uruguay por el gobierno de Carlos Pelle-
grini, y revolucionario en 1893? ¿El presidente radical de la próspera
década del veinte? ¿El líder de la UCR durante el hostigamiento y la
abstención de los años de Uriburu y de Justo, preso y exiliado por ello?
¿El reconocido sucesor de Yrigoyen? ¿Aquél que, pudiendo elegir un
12 Leandro Losada
Notas
tomos, Buenos Aires, Ediciones Gure, 1959; Félix Luna, Alvear, Buenos Aires,
Sudamericana, 1999. Las opiniones de ambos autores se derivan en buena me-
dida de sus filiaciones dentro del partido. Del Mazo, cuya primera versión de su
trabajo es de 1950, era de extracción yrigoyenista y fue uno de los fundadores
de FORJA, que desde su aparición en 1935 cuestionó la conducción alvearista.
Luna, sobrino del vicepresidente de Yrigoyen en su primera presidencia, publicó
su libro por primera vez en 1958, cuando estaba cerca del frondizismo. Hay, des-
de ya, revalidaciones de Alvear desde el radicalismo. Véase a modo de ejemplo:
Francisco Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear: post nubila phoebus, Buenos
Aires, Otero, 1923; Antonio B. Toledo, El partido radical (o la lucha por la demo
cracia), Buenos Aires, 1931.
Alejandro Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear. Los nombres del poder, Buenos Aires,
2
FCE, 1997.
Capítulo 1
Orígenes familiares y posición social
La historia familiar
pulsar el Club del Progreso en 1852, del cual, a su modo, el Jockey fue
un continuador en su propósito de nucleamiento social y sofisticación
cultural en la década del ochenta. Por entonces, el mismo Diego, que
murió en 1887, animó en su casa un salón que sirvió como punto de
encuentro, y a menudo también como espacio de inserción en la so-
ciedad de Buenos Aires, de los políticos del PAN provenientes de pro-
vincias como Tucumán, Salta o Córdoba. Así lo recordó uno de ellos,
Ramón Cárcano.5 El padre de Marcelo, Torcuato, fue clave como inten-
dente para realizar a través de su obra de gobierno, entre otras mejoras
urbanas, el acondicionamiento del escenario que la elite tendría en la
ciudad, la zona norte, que a lo largo de las décadas del cambio de siglo
se iría poblando de mansiones y petit hotels, dando lugar a los barrios
Norte y Recoleta.6 Torcuato, además, fue uno de los miembros fundado-
res del Jockey Club en 1882.
Todo esto refuerza lo dicho al comienzo. Los Alvear son ejempla-
res exponentes de la elite argentina del fin de siglo, por antecedentes y
acciones propias, por integrantes y a la vez por impulsores de la misma
constitución de ese grupo social. A ello hay que sumar otros elementos,
en especial, su condición de grandes propietarios de tierras en la pampa
húmeda. Concentraron 102.800 hectáreas entre 1890 y 1900 y 115.088
hectáreas entre 1920 y 1930.7
Sin embargo, lo dicho sirve también para subrayar sus singularida-
des en ese grupo, que fue heterogéneo de por sí, por la procedencia de
sus elencos y sus ritmos de conformación. Además de porteños y pro-
vincianos, hay que recordar que entre las familias de elite de la misma
ciudad de Buenos Aires había perfiles diferentes antes de 1880. Más
volcados a los negocios que a la política, sin que ello implicara ausencia
absoluta de participación pública, como por ejemplo los Anchorena o
los Unzué; más antiguos, de origen colonial; y más tardíos, aquellos que
habían labrado su posición después de la revolución, de los Pellegrini
a los Santamarina.
Los Alvear, en este universo, tenían un perfil bastante definido. Por
un lado, su apellido remitía más a las gestas patrias y a la historia po-
lítica del país que a la economía. En segundo lugar, tenían filiaciones
políticas, en el pasado y en el presente que, a pesar de los cambios de
circunstancias y de la politesse que se fue arraigando, eran polémicas,
al menos dentro del mundo de las elites porteñas: rosistas, o cuanto me-
Marcelo T. de Alvear 21
Así, entre sus títulos figuran algunas obras clásicas del pensamien-
to político (la Historia, de Polibio; El derecho de la guerra y de la paz,
de Grocio; las obras completas de Jean Jacques Rousseau), libros tam-
bién centrales sobre historia y política francesa (la Historia de la Revo
lución y la Historia del Consulado y del Imperio, de Adolphe Thiers;
las Memorias, de Madame de Stäel; las Memorias de ultratumba, de
Chateaubriand; Las Constituciones de Francia, de Faustin Hélie); textos
de derecho y política internacional (Los partidos políticos en Estados
Unidos, de James Bryce; Derecho Internacional, de Carlos Calvo; Trata
do de Derecho Internacional, de Pasquale Fiore; Derecho Internacional
Americano, de Agustín Álvarez); libros y ensayos de historia universal
y nacional (la Historia de Roma, de Mommsen; la historia argentina de
Vicente Fidel López; la Historia de la Confederación, de Adolfo Saldías;
veintiséis tomos del archivo de Mitre; la Historia de América y la Revo
lución de Mayo y Moreno, de Ricardo Levene; la Historia Constitucional
de la República Argentina, de Luis Varela; Santiago de Liniers, de Paul
Groussac; Rosas y su tiempo, de José María Ramos Mejía; el Régimen
federativo al unitario, de Rodolfo Rivarola); las obras completas de Juan
Bautista Alberdi y de Joaquín V. González; clásicos de la literatura, con
predilección francesa (Dante Alighieri, Miguel de Cervantes, Voltaire,
Flaubert, Victor Hugo, Honoré de Balzac, Dumas, Musset, Sainte Boeu-
ve, Renan), a los que se agregaban 684 volúmenes en rústica de diversos
autores, así como las colecciones La Cultura Argentina, dirigida por
José Ingenieros, y La Biblioteca Argentina, por Ricardo Rojas. El inven-
tario del testamento contó 1.597 volúmenes, que fueron tasados por una
suma total de 2.765 pesos. Como parámetro, puede decirse que el juego
de comedor de su casa, un departamento en la calle Juncal al 700, fue
tasado en 5.000 pesos, su auto Buick modelo 40, en 4.000, o su piano
Steinway, en 1.500 pesos.14
Con los reparos ya señalados, la composición de su biblioteca se co-
rresponde con la que podría esperarse de un hombre de su posición so-
cial y de su trayectoria pública, que alternó la política y la diplomacia,
pero no arroja nada excepcional.15 La pinacoteca de su departamento de
la calle Juncal, en términos comparativos, parece más impactante. Tenía
164 cuadros o pinturas. Algunas de ellas, como “Paisaje serrano” de Fer-
nando Fader, fue tasada en 3.000 pesos, más que toda su biblioteca. A ello
hay que sumar 10 pinturas, usuales en las familias de elite, de retratos de
Marcelo T. de Alvear 25
De regreso a Buenos Aires de uno de los tantos viajes que emprendió a Europa
en el cambio de siglo, circa 1911- 1912. Además de Regina, aparece (primero desde
la derecha), el intelectual español Vicente Blasco Ibañez. Fuente: Archivo General
de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.
Sus viajes de juventud tuvieron dos causas, o en todo caso, dos fac-
tores que sirvieron de estímulo. Por un lado, la interrupción de su vida
política. Una vez ocurrida la ruptura entre Hipólito Yrigoyen y Bernar-
do de Irigoyen en 1897, Alvear se alejó de la actividad política, a la que
regresó recién en 1912, cuando fue electo diputado. Su presencia en la
Argentina de la Belle Époque de preguerra, por lo tanto, fue esporádica,
y no muy visible. Regina Pacini, a quien conoció en la temporada lírica
del Teatro Politeama en 1899, fue la otra causa, y la principal, de sus
viajes a Europa en el cambio de siglo. Regina era una cantante lírica
portuguesa, hija del barítono italiano José Pacini, de reputación interna-
cional. Soprano ligera, había debutado en el teatro Real de San Carlos,
de Lisboa, con la familia real portuguesa en el auditorio, con menos de
dieciocho años. Se la comparó con Adelina Patti, y actuó en las grandes
salas del viejo continente, de Londres a San Petersburgo, de París y Mi-
lán a Roma, Madrid y Lisboa.
Marcelo T. de Alvear 31
Vínculos y sociabilidades
que pendía sobre Villa Regina para la construcción de La Elvira fue can-
celada en el juicio sucesorio. Pero fue ciertamente declinante a lo largo
del tiempo y en relación con su pasado, y modesta en comparación con
los ricos argentinos de la época. La tasación de su patrimonio en 1942
redondeó los 276.000 pesos moneda nacional.
Pasando en limpio información ya referida: los bienes en jurisdic-
ción nacional (bienes muebles de la casa de la calle Juncal; dinero en
Banco de Londres, Nación y Español) sumaron 64.879,07 pesos. Los
bienes en jurisdicción provincial (bienes muebles de Villa Regina y
La Elvira; La Elvira; lotes de Don Torcuato; Villa Regina) se tasaron en
242.845,08 pesos. A ello se descontó, proporcionalmente, el monto de
la hipoteca tomada en 1941 sobre Villa Regina. Originalmente, ésta era
de 30.000 pesos. Al momento del deceso de Alvear se habían abonado,
con pago al día, 455,06 pesos. Por ello, se descontaron 6.229,11 pesos
sobre las propiedades de jurisdicción nacional y 23.313,83 pesos sobre
las de jurisdicción provincial. Descontado, a su vez, el impuesto suce-
sorio (2.346 pesos), el legado de Alvear, al 18 de noviembre de 1942, fue
de 275.833,21 pesos.56
Esta suma empalidece, por ejemplo, frente a los trece millones de
pesos moneda nacional que dejó Juan Esteban Anchorena, para retomar
un parámetro referido, en 1943.57 Si es posible señalar que los Anchore-
na habían tenido una fortuna excepcional incluso entre los ricos argen-
tinos del siglo XIX, la ponderación muestra que Alvear estaba bastante
lejos de los estándares de otras familias de su círculo social a inicios de
la década del cuarenta, entre las cuales, por lo demás, la transmisión ge-
neracional del patrimonio y las transformaciones mismas de la econo-
mía argentina, sobre todo después de la crisis de 1930, también habían
tenido su impacto. Incluso, la brecha con ellas se había ampliado a lo
largo del tiempo. La diferencia entre la fortuna del Alvear de juventud
y Juan N. Anchorena, a mediados de la década del noventa, era de más
de veintidós veces. Recuérdese, de todos modos, las diferencias de ciclo
vital entre ambos. La brecha entre la fortuna legada por Alvear en 1942
y la de Juan Anchorena en 1943 era de cuarenta y siete veces. Otro in-
dicador aproximado sobre la situación económica de Alvear al morir es
que el contribuyente más rico de la Argentina en 1942 pagó ese año por
el impuesto a los réditos casi el doble del patrimonio entero de Alvear:
497.000 pesos.58
44 Leandro Losada
Notas
excepto allí donde se precise, ha sido extraída de: Carlos Calvo, Nobiliario del
Antiguo Virreinato del Río de la Plata, 7 tomos, Buenos Aires, Bernabé y Cía,
1939; Diego Herrera Vegas y Carlos Jáuregui Rueda, Familias argentinas. vol.
I, Buenos Aires, 2003; Diego Herrera Vegas, Familias argentinas. vol. II, Bue-
nos Aires, 2006; Diego Herrera Vegas, “Formación de la Sociedad Porteña”, en
Boletín del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, n.o 192,
nov.-dic. de 1995; Quién es Quién en la Argentina, Buenos Aires, Kraft, 1939;
Vicente Cutolo, Nuevo diccionario biográfico argentino, 7 tomos, Buenos Aires,
46 Leandro Losada
12
Cfr. Mariano de Apellániz, Callao 1730 y su época, Buenos Aires, 1978, p. 126.
13
Todas las expresiones entrecomilladas, de Manuel Goldstraj, Años y errores. Un
cuarto de siglo de política argentina, Buenos Aires, Sophos, 1957, pp. 43-46. El
autor fue secretario personal de Alvear en la década del treinta.
14
Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, Folio n.° 20486, Archivo Tribunales
de la Nación, pp. 52, 59-62 y 74.
15
Ver las consideraciones de Cattaruzza al respecto, Marcelo T. de Alvear, pp. 9-13.
16
Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, pp. 47-66.
17
Véase el próximo capítulo.
18
Pedro Fernández Lalanne, Los Alvear, Buenos Aires, Emecé, 1980, p. 408.
19
Luna, Alvear, pp. 33-34.
20
Roy Hora, “Los Anchorena: patrones de inversión, fortuna y negocios (1760-
1950)”, América Latina en la historia económica, n.° 37, 2012, pp. 50-51.
21
Roy Hora, “Los grandes industriales de Buenos Aires: Sus patrones de consumo e
inversión, y su lugar en el seno de las elites económicas argentinas, 1870-1914”,
Anuario IEHS, n.° 24, 2009, pp. 307-337.
22
Según Félix Luna, Alvear no tuvo necesidad de ejercer la profesión de abogado.
De todos modos, sí tuvo un estudio jurídico. En su semblanza personal para el
Quién es Quién de América Latina en los años treinta, Alvear precisó que “prac-
ticó la profesión jurídica” con Fernando Saguier y Luis Gondra, dos de sus amigos
más cercanos y perdurables. Cfr. Luna, Alvear, p. 34; Natalio R. Botana, Ezequiel
L. Gallo y Eva B. Fernández (eds.). El final de la abstención. 1934-1936, Serie
Archivo Alvear, t. 3, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 2000, p. 7.
23
En este terreno, sin embargo, su primo Diego de Alvear fue más renombrado: fue
el propietario de Botafogo, el caballo más célebre de los primeros años del siglo
XX. Cfr. Roy Hora, Historia del turf argentino, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
24
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 410-412; César Viale, Estampas de mi tiempo,
Buenos Aires, Julio Suárez, 1945, pp. 143-156.
Sobre este tema, Sandra Gayol, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos
25
28
Leandro Losada (estudio preliminar y selección de textos), Esplendores del Cen
tenario. Relatos de la elite argentina desde Europa y los Estados Unidos, Buenos
Aires, FCE, 2010; Ingrid Fey, First Tango in Paris: Latin Americans in Turn-of-the-
Century France, 1880 to 1920, Ph. Diss., University of California, 1996.
29
También fue intendente de la ciudad de Buenos Aires, como su padre, designado
por Manuel Quintana, entre 1907 y 1908.
30
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 412-424.
31
Cfr. Serie Archivo Alvear,
32
Cfr. Ovidio Lagos, La pasión de un aristócrata. Regina Pacini y Marcelo T. de Al
vear, Buenos Aires, Emecé, 1993.
33
Por ejemplo, no obtuvo cobertura destacada en La Nación o La Prensa.
34
Cfr. Alejandro Guerrero, Jorge Newbery, Buenos Aires, Emecé, 1999, p. 87, nota
1. Hay versiones por cierto polémicas derivadas de esta reputación. Entre ellas,
las que consignan que Alvear habría mantenido un romance, ya casado y siendo
presidente, con una sobrina, Dora de Alvear. Cfr. Ovidio Lagos, Argentinos de
raza, Buenos Aires, Emecé, 2003, pp. 210-212.
35
Cfr. Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 419-420, 456 y 472; Luna, Alvear, pp. 39-
40, 44, 145 y 150-151.
36
Apellániz, Callao 1730…, p. 142.
37
Apellániz, ibíd., p. 144.
38
Cfr. “Una interviú a la señora del Presidente de la República. Doña Regina Pacini
nos relata su vida de hogar”, Caras y Caretas, n.° 1438, 24/4/1926. El título, de por
sí, es concluyente.
39
Por ejemplo: “El ministro de Francia entregó a Da. Regina Pacini de Alvear la Cruz
de la Legión de Honor”, La Acción, 8/6/1927.
40
Cfr. “Notas sociales de la Dama Duende”, Caras y Caretas, n.° 1498, 18/6/1927.
41
Esa comisión fue especialmente importante en la historia del club. Se encargó
de la culminación del Palacio en la calle Florida al 600, sede social del Jockey,
inaugurada en septiembre de 1897. Cfr. Roberto Müller, El Jockey Club de la calle
Florida, Buenos Aires, Jockey Club, 1997.
42
Jorge Newton y Lilly Sosa de Newton, Historia del Jockey Club de Buenos Aires,
Buenos Aires, Ediciones La Nación, 1966, pp. 293-356.
43
Ése es el énfasis de la biografía de Félix Luna. Nótese, de todos modos, que atribuir
la participación en el radicalismo a un inconformismo juvenil, si es plausible,
también banaliza, en parte, la decisión específicamente política que implicó.
44
Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica
Radical y la política argentina en los años 90, Buenos Aires, Sudamericana /
Universidad de San Andrés, 2000, pp. 135-145.
45
Cfr. Marcela Ferrari, Los políticos en la república radical. Prácticas políticas y
construcción de poder, Siglo XXI, 2008.
46
Apellániz, Callao 1730…, Buenos Aires, p. 159.
Marcelo T. de Alvear 49
47
Cfr. Leandro Losada, “La alta sociedad y la política en la Buenos Aires del
novecientos: la sociabilidad distinguida durante el orden conservador (1880-
1916)”, Entrepasados, n.o 31, 2007, pp. 81-96. La identificación de los clubes
con distintos sectores políticos también fue perdurable, como ocurrió con el
propio Jockey Club y el Club del Progreso en las elecciones presidenciales de
1912. Cfr. Martín Castro, “Liberados de su ‘bastilla’: saenzpeñismo, reformismo
electoral y fragmentación de la elite política en torno al Centenario”, Entrepasa
dos, n.° 31, 2007, pp. 97-114.
48
Hubo, además, parientes en las comisiones directivas. Es el caso de Federico de
Alvear, destacado turfman, hijo de su primo Carlos María de Alvear y Fernández.
Carlos María era hijo del tío de Marcelo, Diego de Alvear, mencionado en estas
páginas. Calvo, Nobiliario…, pp. 31-32.
49
Ver Juan Carlos Torre, “Transformaciones de la sociedad argentina”, en Roberto
Russel (ed.), Argentina 1910-2010. Balance de un siglo, Buenos Aires, Taurus,
2010, p. 190; Elisa Pastoriza, La conquista de las vacaciones. Breve historia del
turismo en la Argentina, Buenos Aires, Edhasa, 2011, pp. 101-150.
50
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, folio 20 486, pp. 93-100.
51
Ibíd., pp. 100-105.
52
Cfr. Apellániz, Callao 1730…, pp. 124-125, 143.
53
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, p. 66.
54
Apellániz, Callao 1730…, p. 130.
55
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, pp. 80, 124, 126 y 152-155; pp. 197, 203 y 210.
56
Ibíd., pp. 126, 185, 190, 192, 193 y 219. Algunos años después se declararon pro-
piedades que habían quedado “traspapeladas”, según figura en el expediente. Sus
valores no tuvieron gran incidencia en el total: 3.000 pesos en Don Torcuato, en
1944; 1.600 pesos, en Córdoba, en 1948.
57
Hora, “Los Anchorena”, p. 55
58
José Antonio Sánchez Román, Los argentinos y los impuestos. Lazos frágiles
entre sociedad y fisco en el siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, p. 104. Fé-
lix Luna afirma que el administrador de Alvear, “Tito” Rapallo, tenía 150.000pe-
sos en efectivo al momento del fallecimiento de Alvear. En las fuentes con-
sultadas no hay registro de ello. En su testamento se declararon depósitos
bancarios por sumas ínfimas, 179,07 pesos, entre tres entidades, lo cual hace, a
su modo, plausible el señalamiento de Luna. De haber sido así, indudablemen-
te habría significado una mayor solidez económica, pero no cambiaría sus-
tancialmente lo dicho sobre la evolución declinante del patrimonio, que Luna
también subraya, ni las distancias que lo separaban de los ricos argentinos de
inicios de la década del cuarenta. Luna, Alvear, nota 6, p. 47. Testamentaría…,
p. 126.
59
Cfr. Luna, Alvear, p. 81; Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 406; Apellániz, Callao
1730…, p. 144. También tuvo gestos de desprendimiento de otras características.
50 Leandro Losada
Por ejemplo, cuando, siendo secretario del Jockey Club en 1900, pagó con su di-
nero sueldos del personal. Fernández Lalanne, ibíd., p. 416.
60
Cfr. Leandro Losada, “¿Oligarquía o elites? Estructura y composición de las clases
altas de la ciudad de Buenos Aires entre 1880 y 1930”, Hispanic American Histo
rical Review, vol. 87, n.o 1, 2007, pp. 43-75.
Capítulo 2
La presidencia. Gestión y acción de gobierno
entre otros. Alvear fue vocal y presidente del club de la parroquia del
Socorro, y estuvo entre los que suscribieron la convocatoria al mitin del
Frontón Buenos Aires en abril de 1890.
Alvear, en sus años como Ministro en Francia (circa 1920). Fuente: Archivo
General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 57
lomeo Vanzetti).34 A todo ello hay que sumar la ley 11356, en 1926, de
derechos civiles femeninos.35
Una última intervención relevante en el terreno social es el laudo
que se sancionó con motivo del conflicto entre ingenios y cultivadores
de caña en Tucumán en medio de la crisis de sobreproducción que afectó
a la actividad en 1927. Su significación reside, más allá de la medida en
sí misma, en el hecho de que la actuación de Alvear fue directa. Allí se
asume, en buena medida a causa de la requisitoria que motiva la inter-
vención, el papel del Estado como árbitro ante los conflictos sociales, y la
convicción de que a través de ese rol la armonía social puede imponerse
sobre el conflicto. Asimismo, se subraya la función social del capital y, en
sintonía con ello, que la economía azucarera, florecida por la protección
del Estado y no por las dinámicas del mercado, tiene un objetivo social
y no solamente económico: germinar en el Noroeste argentino una socie-
dad próspera, de pequeños y medianos cultivadores de caña.
Con todo, también se precisan los límites de la intervención. Ésta
sólo debe aparecer en circunstancias excepcionales, pero al ocurrir,
debe priorizar al trabajador y no al capital. A la vez, la función social
del capital, controlada por el Estado, se refiere a garantizar la vida del
trabajador, no su bienestar:
Si se cotejan las medidas, los proyectos y las leyes referidas, ¿es posible
ensayar un retrato global de la gestión de Alvear? ¿Puede, al menos,
identificarse un grupo definido de concepciones o de criterios que las
presidieron, o, al menos, las justificaron?
Probablemente sea forzado ensayar una caracterización de conjunto,
o establecer comparaciones entre medidas dirigidas a asuntos de diferen-
te naturaleza. El alcance de las reformas propuestas, y las heterodoxias o
los reacomodamientos que implicaban, fueron disímiles según los casos,
sea por los contrastes entre sus autores, sea por la materia a la que se apli-
caban. En una misma área, como la económica, no hubo una única direc-
ción. Por mencionar un ejemplo, las alusiones a las inconveniencias del
“respeto excesivo del interés privado” del proyecto de colonización de Le
Bretón confrontan con la finalidad librecambista de la reforma fiscal de
Molina. La política petrolera, posiblemente la que más proyectó el rol del
Estado, en algún punto debe su singularidad a la especificidad del tema:
la escala y la complejidad de la extracción, refinamiento y comercializa-
ción del petróleo y derivados, así como su consideración como un recur-
so estratégico no sólo económico sino también para la defensa nacional.
Las críticas recibidas por su gobierno son reveladoras de las osci-
lantes líneas que recorrieron durante su administración las relaciones
entre Estado y sociedad. El diario La Nación, por ejemplo, atacó con
recurrencia lo que entendía como la política librecambista de la gestión
de Alvear y reclamó mayor intervención del Estado en la economía.
Este tipo de observaciones, dirigidas a la política arancelaria e indus-
trial o a la retracción en la regulación del mercado de carnes, parece
desmesurada teniendo en cuenta lo ocurrido en el área petrolera, o en el
nivel de gasto público, por ejemplo.38 Paralelamente, la legislación pre-
visional llegó a ser definida como “ley robo” por la voracidad fiscal del
Estado detrás de las declamadas buenas intenciones y la preocupación
por el bienestar de los trabajadores.39
72 Leandro Losada
Balance de gestión
Notas
Lo que sigue, de: Luna, Alvear, pp. 15-48; Fernández Lalanne, Los Alvear, pp.
1
1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1994; Paula Alonso, Jardines secretos, legi
80 Leandro Losada
extranjeros motivadas por otros temas (el petrolero en especial, como enseguida se
verá) contribuyeron a que el gobierno diera marcha atrás con esta iniciativa.
22
El conflicto petrolero realineó el escenario político, pues acercó antipersonalistas
y conservadores contra el gobierno nacional. Así fue en los casos de los gobiernos
de Jujuy, del antipersonalista Benjamín Villafañe, y Salta, del conservador Joa-
quín Corbalán.
23
Cfr. Nicolás Gadano, Historia del petróleo en la Argentina. 1907-1955: Desde los
inicios hasta la caída de Perón, Buenos Aires, Edhasa, 2006, pp. 159-204; Carl E.
Solberg, Petróleo y nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1982, pp.
123-170. Los flancos débiles o problemáticos fueron la situación de los trabajadores
(los salarios estuvieron en un bajo nivel), que motivó protestas y conflictos; y el nivel
de la producción, en parte por la prioridad dada a aumentar y controlar las reservas,
que exigió mantener las importaciones. Esto también se debió a otras derivaciones de
la prosperidad de la década del veinte, el aumento de la demanda. Por entonces la
tasa de autos per cápita de la Argentina estaba entre las cinco más altas del mundo.
24
Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 160-161.
25
Al respecto, Juan Manuel Palacio, La paz del trigo. Cultura legal y sociedad local en
el desarrollo agropecuario pampeano (1890-1945), Buenos Aires, Edhasa, 2004.
26
Marcelo T. de Alvear y Tomás Le Bretón, “Proyecto de ley de colonización. 1924”,
en Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 489-493.
27
Se ensayaron luego otras iniciativas. Por ejemplo, hubo negociaciones con com-
pañías ferroviarias para que adquirieran tierras y luego las lotearan. Cfr. “El Doc-
tor Alvear ha resuelto el problema de la colonización”, La Acción, 18/3/1927.
28
Gerchunoff y Llach, El ciclo de la ilusión…, p. 80.
29
Joel Horowitz, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Buenos Ai-
res, Edhasa, 2014, p. 110.
30
Persello, “Los gobiernos radicales: debate institucional y práctia política”, en Ricar-
do Falcón (dir.), Nueva Historia Argentina. Democracia, conflicto social y renova
ción de ideas (1916-1930), t. VI, Buenos Aires, Sudamericana,pp. 90-94..
31
Horowitz, El radicalismo…, pp. 110-117; Silvana Palermo, “Los desafíos de la
democratización del progreso: el radicalismo y la expansión de los Ferrocarriles
del Estado, 1916-1930”, Travesía, 2011, pp. 93-125.
32
Gerchunoff y Llach, ibíd., pp. 97-98; Sánchez Román, Los argentinos y los im
puestos, pp. 27-67. Un corolario problemático del alto gasto público destinado
a la administración, salarios y jubilaciones fue la disminución de la inversión
en obras públicas. Cfr. Andrés Regalsky y Elena Salerno, “En los comienzos del
Estado empresario: la inversión pública en ferrocarriles y obras sanitarias entre
1900 y 1928”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. Segre
ti”, n.° 5, 2005, pp. 247-272. Quien contrasta más abiertamente las gestiones de
Yrigoyen y Alvear es David Rock. Asocia las primeras con alto gasto y la segunda
con una contracción o racionalización del mismo; un indicador, para el autor, del
82 Leandro Losada
53
Horowitz, El radicalismo…, pp. 76-79 y 191-224.
54
Cfr. Peter Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica,
1986, pp. 32-36; Persello, El partido radical, pp. 116-117.
55
La expresión entrecomillada es de Sabsay y Echepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yri
goyen, p. 297. También cfr. Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear; Toledo, El
partido radical; Julio Irazusta, Balance de siglo y medio, Buenos Aires, 1966; Gui-
llermo Gallardo, “Presidencia Alvear; Vicepresidencia Elpidio González, 1922-
1928”, en Roberto Levillier (ed.), Historia argentina, t. VI, Buenos Aires, 1968.
Cfr. las semblanzas reunidas por Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear, pp. 75-85.
Capítulo 3
La presidencia. Alvear
y la división del radicalismo
Sucesor de Yrigoyen
La figura presidencial
La gira como presidente electo, 1922. Con Victor Manuel III de Italia, en Roma;
rumbo a Westminster en Londres; con el Mariscal Joffe frente a la tumba del
soldado desconocido, París; con la Reina Victoria, Alfonso XIII, y el ministro Joa-
quín Fernández Prida, en Santander. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 93
El carácter colegiado del gobierno, que así era por decisión del presi-
dente, y no como resultado de la pérdida de visibilidad y protagonismo
a manos de su gabinete, se ve de manera nítida en una caricatura que
acompaña la nota. Alvear, en un proscenio, aparece como un primus
inter pares entre sus ministros; al pie del dibujo se apunta: “Un buen
consejo... del doctor Alvear”.12
Alvear se presentó como un presidente cuya vida no era sólo la
política. Su figura presidencial se construyó incorporando su vida pri-
vada y social, rasgos que estaban en las antípodas de los de un Yrigo-
yen absorbido por la política y refugiado en su cueva de “Peludo”. Su
roce mundano, conocido, y ya evidenciado en su gira como presidente
94 Leandro Losada
al país (1931, 1932, 1934, 1936), las fotos de prensa que retratan su lle-
gada muestran a Alvear siempre acompañado de Regina.22 En algunos
momentos de gran significado e impacto político y simbólico, puede
decirse, incluso, que Regina ocupó el lugar de Alvear. Tal el caso de la
foto en que se la puede ver sollozando frente al cadáver de Yrigoyen
durante el sepelio del líder radical, en julio de 1933.23
La pareja presidencial.
En la inauguración
del Salón Anual de
Arte (1924). Fuente:
Archivo General de la
Nación Departamento
de Documentos Foto-
gráficos.
98 Leandro Losada
Por otro lado, las aficiones que retratan a Alvear por afuera de sus obli-
gaciones presidenciales son propias de las que por entonces se enten-
dían como características de un “aristócrata” argentino: golf, Mar del
Plata, el Teatro Colón (aunque entre ellas también se contaba la lec-
tura de Caras y Caretas).24 Según se ha visto en el capítulo 1, Alvear
fue pionero y destacado aficionado a muchas de ellas. Sin embargo, su
“aristocratismo”, evidente, sumaba cierta modernidad al retrato presi-
dencial. Sus fotos en traje y gorro de baño, o cultivando aficiones nove-
dosas, como la cinematografía, son reveladoras y llamativas al respecto.
No parece haber habido en Alvear la consideración de que semejantes
imágenes pudieran frivolizar su persona pública. La vida privada y los
ratos de ocio adquirieron un lugar casi de equivalencia a las funciones
propias del cargo al momento de mostrar públicamente al presidente, y
es difícil no ver en esto una novedad de magnitud, al menos en compa-
ración con los contornos que esta investidura había tenido durante los
años de Yrigoyen.
Marcelo T. de Alvear 99
Balance político
Notas
1
Persello, El partido radical, pp. 33-39.
2
Alonso, Entre la revolución y las urnas, pp. 282-288.
3
María Inés Tato, Viento de fronda. Liberalismo, conservadurismo y democracia en
la Argentina, 1911-1932, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, p. 138.
4
Goldstraj, Años y errores, pp. 48-49.
5
La expresión es de Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, p. 247.
6
“Después del juramento”, La Época, 12/10/1922.
7
“La Asamblea Legislativa. Habla el doctor Alvear”, La Época, 12/10/1922.
8
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 433-436. Las invitaciones de los gobiernos
de Italia e Inglaterra fueron los antecedentes para las visitas a la Argentina del
príncipe de Saboya, Humberto, y del príncipe de Gales, Eduardo, en 1924 y 1925,
respectivamente.
9
Es el caso de Ángel Gallardo: “Irigoyen [sic] no veía con buenos ojos estas visitas
internacionales de Alvear”. Por este motivo, Alvear, siempre según Gallardo, de-
clinó en un principio la invitación a Roma. Gallardo, a cargo por entonces de la
legación argentina, fue el organizador de la misma. Memorias…, p. 265; el relato
más amplio sobre Alvear en Roma: ibíd., pp. 275-294.
10
La gira fue objeto de críticas y de acusaciones algunos años después. En 1927 el
diputado Oddone planteó que el propio Alvear había firmado el decreto que ha-
bía autorizado los gastos de viaje, estimados en cincuenta mil pesos. El ministro
Ortiz despejó las suspicacias precisando que el decreto había sido promulgado
en septiembre, es decir, antes de asumir Alvear la presidencia. Cfr. “Los gastos
personales del presidente Alvear”, La Acción, 27/6/1927.
11
Un personaje en segundo plano, retratado con rasgos criollos y posiblemente
como un simpatizante radical, le contesta: “Use las dos cosas. Recuerde que
Alem hacía lo mismo”. Frase que tenía implicancias capciosas, pues si Alem ha-
bía sido el fundador de la UCR, también se había convertido en el emblema del
antipersonalismo contra Yrigoyen. Caras y Caretas, n.° 1239, 1/7/1922. Justa-
mente, este número de Caras y Caretas coincide con el aniversario del suicidio
de Alem, ocurrido el 1/7/1896. Sobre el humor gráfico durante las presidencias
radicales, Marcela Gené, “Presidentes de historieta. La política de los años ‘20
en las tiras cómicas”, ponencia presentada en III Jornadas “Política de masas y
cultura de masas en entreguerras”, Universidad Nacional de General Sarmiento,
2015.
12
“Cómo trabaja el Poder Ejecutivo”, Caras y Caretas, n.° 1437, 17/4/1926.
13
Por cierto, quienes lo conocieron precisamente resaltaron que la serenidad no era
un rasgo típico de la personalidad de Alvear.
14
“Alvear en Mar del Plata. Un día de asueto del Presidente de la República”, Caras
y Caretas, n.° 1180, 12/2/1927.
124 Leandro Losada
15
La iniciativa fue de una comisión de homenaje presidida por Manuel Augusto
Montes de Oca. Alvear, que “asistió conmovido a la ceremonia” según el diario
Crítica, no habló en esa ocasión. En nombre del Poder Ejecutivo lo hizo el minis-
tro de Guerra, Justo. Al acto, entre otros, concurrió como representante del gobier-
no de España un sobrino del presidente, Fernando de Alvear. La concurrencia, de
acuerdo a La Razón, comentó “el gran parecido con nuestro primer magistrado”.
Cfr. Crítica, 16/10/1926; La Razón, 16/10/1926. La gestión por el monumento,
financiado por el Ministerio de Obras Públicas, había comenzado durante el mi-
nisterio de Alvear en París. Estuvo a cargo del escultor Émile Antoine Bourdelle,
discípulo de Auguste Rodin y Jean Alexandre Falguière, y, según las documenta-
ciones disponibles, costó doscientos cincuenta mil francos. Cfr. Ministerio de Re-
laciones Exteriores a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/6/1917 y 21/7/1921,
Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Caja AH 0043 y AH 0020, res-
pectivamente; Marcelo T. de Alvear a Ministerio de Relaciones Exteriores, París,
23/4/1920, Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Cajas AH 0016.
16
“El Doctor Alvear llega al Congreso”, La Época, 12/10/1922.
17
Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 444; Aldao, En el París que fue, p. 66. Según
algunos testimonios, García Velloso se aseguraba, antes de la concurrencia de Al-
vear, de que la caracterización del presidente en las “revistas políticas” no fuera
inapropiada. Apellániz, Callao 1730…, p. 128.
18
Cfr. “Una benéfica iniciativa de Doña Regina Pacini de Alvear. La Casa del
Teatro”, Caras y Caretas, n.° 1510, 10/9/1927. Ya en 1924, otra iniciativa de
Regina se había plasmado en la acción de gobierno de Alvear: la creación del
Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Asimismo, Alvear dispu-
so la compra del Teatro Cervantes por el Banco de la Nación para evitar que
fuera objeto de remate judicial. Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 444 y 452.
Victoria Ocampo también influyó en el presidente para que apoyara a las artes
y algunas de sus instituciones, como la Asociación de Profesorado Orquestal.
Cfr. María Esther Vázquez, Victoria Ocampo, Buenos Aires, Planeta, 1993, pp.
102-103.
19
Cfr. “Notas sociales de la Dama Duende”, Caras y Caretas, n.° 1498, 18/6/1927.
20
Cfr. a modo de ejemplo: “La celebración del 9 de Julio dará lugar a lucidos actos
oficiales y populares”, La Acción, 8/7/1925.
21
Cfr. La Nación, 30/5/1939, sobre la reunión de la Convención Nacional: “el Dr.
Alvear […] se instaló en uno de los ‘avant-scène’, en que se instaló en compañía
de su esposa, Da. Regina Pacini”.
22
Cfr. Crítica, 26/4/1931; Crítica, 21/7/1932; Crítica, 22/7/1932; Crítica, 19/10/1934;
Crítica, 20/10/1934; Crítica, 13/12/1936; Crítica, 14/12/1936.
23
“La esposa del Dr. Alvear solloza junto al cadáver de Irigoyen [sic]”, Crítica,
4/7/1933.
24
“Desde el Presidente de la República hasta el humilde ciudadano leen Caras y
Caretas”, Caras y Caretas, n.° 1472, 18/12/1926.
Marcelo T. de Alvear 125
25
Cfr. por ejemplo las contenidas en Marcelo T. de Alvear, Democracia, Buenos
Aires, Gleizer, 1936.
26
Persello, El partido radical, pp. 45-48 y 109-115; Persello, “Los gobiernos radi-
cales”, pp. 77-86. Cfr. también Ana María Mustapic, “Conflictos institucionales
durante el primer gobierno radical: 1916-1922”, Desarrollo económico, vol. 24,
n.° 93, 1984, pp. 85-108.
27
Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 352-353.
28
Sobre el origen de estas expresiones, cfr. Tato, Vientos de fronda, p. 140.
29
Sabsay y Etchepareborda, ibíd., pp. 323-324 y 352; Del Mazo, El radicalismo. t. II,
pp. 38-40.
30
“Carta abierta de Julio Roca (h) a Marcelo T. de Alvear”, 28/9/1922, Archivo Ge-
neral de la Nación, Fondo Julio A. Roca (h), Leg. 3116.
31
Persello, “Los gobiernos radicales”, pp. 84-85. En la prensa conservadora, la re-
nuncia de Matienzo se atribuyó a la influencia de Yrigoyen sobre Alvear. Tato,
Vientos de fronda, p. 139.
32
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 39-55.
33
Federico Cantoni había sido acusado del asesinato del gobernador Amable Jones
en noviembre de 1921, y elegido gobernador estando en la cárcel. En 1926 lo su-
cedió su hermano Aldo. Persello, El partido radical, pp. 48-49.
34
Cfr. Elena Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucija
da, Rosario, Prohistoria, 2014, pp. 32-44.
35
Persello, “Los gobiernos radicales”, p. 91. Goldstraj, Años y errores, pp. 50-51.
Otros testimonios apuntan que ese “gobierno paralelo” funcionaba en la casa del
ex ministro de Hacienda de Yrigoyen, Domingo Salaberry, en la calle Córdoba.
Gallardo, Memorias…, pp. 430-431.
36
Ángel Gallardo a Ángel León Gallardo, 21/11/1922, reproducido en Gallardo, Me
morias…, p. 320.
37
Reproducido en Sidicaro, La política…, p. 105.
38
Reproducido en Tato, Vientos de fronda, p. 132. La autora precisa que este diario
recibió publicidad oficial. La misma se discontinuó a partir de la llegada de José
Tamborini al Ministerio del Interior, ibíd., pp. 133-137.
39
“El nuevo presidente”, La Época, 12/10/1922. Cfr. también: “Nuevos hombres,
perennes doctrinas”, La Época, 8/10/1922.
40
“Radicalismo, nada más”, La Época, 9/10/1922.
41
“No hay confusiones”, La Época, 14/10/1922.
42
“Dentro del verdadero principio”, La Época, 21/10/1922; “La enmienda peor que
el soneto”, La Época, 24/10/1922; “¡Ecce homo!”, La Época, 26/10/1922; “Los
empleados y la política”, La Época, 9/11/1922.
43
“Un deber ineludible”, La Época, 12/11/1922. Similares: “La subversión en mar
cha”, La Época, 14/11/1922; “La situación de Córdoba”, La Época, 18/11/1922.
Como puede advertirse, el cambio de tesitura de este diario ocurrió dentro del
mes inicial de la presidencia de Alvear.
126 Leandro Losada
44
“En la zona de peligro”, La Acción, 4/8/1925.
45
Persello, El partido radical, pp. 93-104; Ana Virginia Persello, Historia del radica
lismo, Buenos Aires, Edhasa, 2007, p. 60.
46
Cfr. “El país espera la sanción del presupuesto”, La Acción, 1/7/1925; “Otra vez
carecemos de presupuesto”, La Acción, 30/7/1925.
47
Este último diario comenzó a publicarse en noviembre de 1922.
48
“Hay política presidencial”, La Acción, 3/7/1925. También: “Con el presidente o
contra el presidente”, La Acción, 4/7/1925.
49
“Hoy será resuelta oficialmente la crisis del gabinete”, La Acción, 27/7/1925; “El
presidente y el ministro del Interior”, La Acción, 2/7/1925; “La renuncia del Dr.
Gallo”, La Acción, 25/7/1925.
50
“La renuncia del Dr. Gallo no modifica la orientación política del presidente de
la República”, La Acción, 28/7/1925; “Buenos Aires y el presidente Alvear”, La
Acción, 29/7/1925.
51
“El ministro del Interior habló al país desde la alta tribuna del Senado”, La Ac
ción, 27/7/1925; “La dimisión del Dr. Gallo y el momento político”, La Acción,
28/7/1925.
52
“En la zona de peligro”, La Acción, 4/8/1925.
53
“Al fin”, La Época, 28/7/1925.
54
“Sanción justísima”, La Época, 31/7/1925.
55
“Esta mañana presentó su renuncia el ministro de Agricultura, el doctor Tomás
Le Bretón”, La Acción, 4/8/1925; “Fue planteada ayer y resuelta hoy una crisis
parcial de gabinete”, La Acción, 1/9/1925.
56
“El presidente y la infame maquinación”, La Época, 7/9/1925.
57
“Ocho senadores presentaron esta tarde un proyecto de intervención amplia”, La
Acción, 5/9/1925. La Época definía al senador antipersonalista como “el autor
aparente del malón”. La Época, 20/9/1925.
58
Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas, p. 37.
59
“La candidatura del señor del Valle ha tenido doce horas de vida efímera”, La
Acción, 23/10/1925; “Una falsa información sobre la entrevista Alvear-Del Va-
lle”, La Acción, 17/10/1925. Cfr. Del Mazo, El radicalismo, t. II, p. 52; Halperin
Donghi, Vida y muerte, p. 247. Cfr. Richard Walter, The Province of Buenos Aires
and Argentine Politics, Cambridge University Press, 1985, pp. 64-79; Ana Virgi-
nia Persello, “El radicalismo bonaerense”, en Juan Manuel Palacio (dir. de tomo),
Historia de la provincia de Buenos Aires. De la federalización de Buenos Aires
al advenimiento del peronismo, 1880-1943, t. 4, Edhasa/Universidad Pedagógica,
Buenos Aires, 2014, pp. 285-308.
60
“El presidente no ha empequeñecido el pleito político de Buenos Aires”, La
Acción, 25/10/1925; “De 24 horas a esta parte se han consolidado las acciones
del Dr. Vergara en la convención personalista de Buenos Aires”, La Acción,
24/10/1925.
Marcelo T. de Alvear 127
61
“Radicalismo no es impunidad”, La Acción, 4/9/1925. Cfr. también: “Vialidad y
desagües en la provincia de Buenos Aires”, La Acción, 20/7/1925; “La legislatura
de Buenos Aires se ha caracterizado en los períodos últimos por su labor insigni-
ficante”, La Acción, 22/7/1925; “El problema de los desagües en la provincia de
Buenos Aires”, La Acción, 22/7/1925.
62
“El ministro de la fusión”, La Acción, 3/8/1925.
63
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Año 1926”, en Presidencia Alvear, pp. 265-266. La clausura de las sesiones ex-
traordinarias motivó el pedido de juicio político al presidente del diputado yrigo-
yenista Diego Luis Molinari, finalmente no sustanciado. Persello, “Los gobiernos
radicales”, p. 81.
64
El panorama no cambió con el correr de los años: las finanzas públicas se basaron
en el presupuesto de 1923, con modificaciones puntuales, hasta 1931. Sánchez
Román, Los argentinos y los impuestos, p. 40.
65
“Intervención a la provincia de Buenos Aires”; “El juego en Buenos Aires”, La
Acción, 4/3/1927. Cfr. también: “El gobernador Vergara y las ruletas”, La Acción,
5/3/1927; “Los suicidios y las ruletas”, La Acción, 15/3/1927.
66
“La Convención de la Unión Cívica Radical votó esta tarde la fórmula Melo-Ga-
llo”, La Acción, 29/4/1927.
67
“La palabra del presidente Alvear”, La Acción, 23/3/1927.
68
“Con un éxito superior a los cálculos más optimistas, el radicalismo realizó una
entusiasta asamblea”, La Época, 6/4/1297.
69
La Época, 14/4/1927.
70
“El presidente”, La Época, 28/4/1927.
71
“La gran farsa”, La Época, 21/4/1927.
72
La Época, 9/5/1927.
73
Cfr. “Al Señor Presidente de la República”, La Época, 8/4/1927.
74
“Ruindades personalistas”, La Acción, 10/5/1927.
75
“El Dr. Alvear no auspicia candidatos”, La Acción, 8/4/1927. A Yrigoyen se lo
definía como “Jefe Único” o exponente de un “unicato”, es decir, se lo referen
ciaba con fenómenos asociados al PAN. Cfr. también: “El Dr. Alvear es imparcial,
pero no indiferente”, La Acción, 3/3/1927; “Imparcialidad indiferente”, La Acción,
11/3/1927; “La media palabra del presidente”, La Acción, 8/4/1927; “El presidente
ya habló”, La Acción, 21/4/1927; “El Dr. Alvear y la UCR”, La Acción, 27/4/1927.
76
Cfr. Del Mazo, El radicalismo. t. II, p. 80.
77
“El pueblo no ha de vivir poseído de la obsesión de considerar irremplazables a
los hombres públicos”, La Acción, 18/5/1927; “Las declaraciones políticas del
presidente”, La Acción, 19/5/1927.
78
“El mensaje presidencial”, La Época, 19/5/1927.
79
“La intervención de Buenos Aires”, La Acción, 27/4/1927.
80
“La intervención es un hecho”, La Acción, 21/5/1927.
128 Leandro Losada
81
“El pacto del señor Justo”, La Acción, 1/6/1927. El hecho detonó la división del
socialismo, al constituirse el Partido Socialista Independiente. Cfr. Ricardo Mar-
tínez Mazzola, “Entre la autonomía y la voluntad de poder. El proyecto de inter-
vención a la Provincia de Buenos Aires y la ruptura del PS en 1927”, en Sociohis
tórica. Revista del CISH, vol. 28, pp. 77-106, 2012.
82
“El Poder Ejecutivo y Buenos Aires”, La Acción, 2/6/1927.
83
“Otra farsa del Jefe Único”, La Acción, 5/4/1927; “¡Basta de farsa!”, La Acción,
30/4/1927; “Disidencias que no existen”, La Acción, 3/5/1927; “Fusión imposi
ble”, La Acción, 7/5/1927.
84
Del Mazo, El radicalismo. t. II, p. 81; Halperin Donghi, Vida y muerte…, p. 251.
85
“La protesta contra la intervención”, La Época, 15/5/1927.
86
“Una inicua farsa”, La Acción, 7/5/1927.
87
Gallardo, Memorias…, pp. 495-496.
88
Horowitz, El radicalismo…, pp. 191-224.
89
Goldstraj, Años y errores, p. 62. Este testimonio es coincidente con otros, como el
de Ángel Sojo, director del diario La Razón, quien en ese entonces comentó que
Alvear le había dicho que “no podía sacrificar al país por complacer a Leopoldo
Melo”. Aldao, En el París que fue, p. 99.
90
Gallardo, Memorias…, pp. 399-400. Una tapa de Caras y Caretas es ilustrativa al
respecto: caricaturiza a Alvear, Gallo y Molina inflando cada uno un globo con las le-
yendas “arzobispado”, “intervenciones” y “presupuesto”. Caras y Caretas, n.° 1358,
11/10/1924. El episodio del Arzobispado se prolongó desde 1923 hasta octubre de
1926, originado por el rechazo del Vaticano a la candidatura de monseñor Miguel De
Andrea. Estuvo pautado por tensiones que llevaron al retiro del nuncio en 1925, y
logró resolverse cuando se designó en el cargo a José María Bottaro. Gallardo cuenta
el empecinamiento de Alvear con la candidatura de De Andrea (“era difícil conven-
cerlo de que cambiase de actitud” cuando ya era claro que el Vaticano no la apro-
baría) así como las persuasivas gestiones que debió hacer para que acompañara la
postulación de Bottaro. Quizá la actitud del presidente se explique porque el asunto
estuvo cargado de implicaciones personales: De Andrea contaba con el apoyo de Re-
gina Pacini, mientras que la salida del país de los representantes del Vaticano generó
tensiones con su cuñada María Unzué. Cfr. Gallardo, ibíd., pp. 346-419. Cfr. Miranda
Lida, Monseñor Miguel de Andrea. Obispo y hombre de mundo (1877-1960), Buenos
Aires, Edhasa, 2013. Sobre la relaciones exteriores durante la presidencia de Alvear,
Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 376-398.
91
Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 2012.
92
Declaración del 4/3/1925, reproducida en Del Mazo, El radicalismo, t. II, pp. 50-51.
93
Cfr. Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina. t. I. hasta
1943, Buenos Aires, Emecé, 1998, pp. 174-177; Luciano de Privitellio, Agustín P.
Justo: Las armas en la política, Buenos Aires, FCE, 1997, pp. 38-39.
94
Goldstraj, Años y errores, p. 59.
Marcelo T. de Alvear 129
95
Vale recordar que la oposición a varios de los proyectos impulsados por su gobier
no se sirvió de fundamentaciones constitucionales. Así ocurrió con la reforma
fiscal (sobre todo la de Molina, de 1924), la política petrolera e incluso la reforma
constitucional de Matienzo, a la que se denunció como un avance del Estado
sobre las autonomías provinciales y como un quebrantamiento de los frenos y
contrapesos al promover un debilitamiento del Senado. Cfr. Persello, “Los gobier-
nos radicales”, p. 115.
96
Cfr. Raúl A. Molina, “Presidencia de Marcelo T. de Alvear”, en Academia Nacio-
nal de la Historia, Historia argentina contemporánea, Buenos Aires, 1965, t. I.
97
Goldstraj, Años y errores, p. 53.
98
Cfr. por ejemplo, Francisco Grandmontagne, “Los personalistas y los antipersona-
listas según Prudencio Amarrete”, Caras y Caretas, n.° 1375, 7/2/1925.
99
Cfr. Rock, El radicalismo…, p. 234.
100
Goldstraj, Años y errores, pp. 49-50, 60.
101
Algo similar podría plantearse con relación a José Luis Cantilo, el gobernador bo-
naerense en 1925, quien fue hombre de confianza de Alvear a lo largo de los años.
102
Ver “Grafología”, Caras y Caretas…, n.° 1422, 2/1/1926.
103
Goldstraj, Años y errores, p. 57.
104
Cfr. la tapa de Caras y Caretas en la que se caricaturiza a Alvear como una gitana
que lee la mano a Yrigoyen y dice que ni él ni Melo ni Gallo serán presidentes:
sugiere una prescindencia hacia Yrigoyen, pero también hacia el antipersonalis-
mo; n.° 1502, 16/7/1927.
105
Cfr. respectivamente Tato, Vientos de fronda, pp. 138-143, 148-155; Sidicaro, La
política, pp. 96-97; Silvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década
de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 234-235. Según David Rock,
hubo personalismo, antipersonalismo y alvearismo. Esta distinción diferencia a
Alvear del antipersonalismo, pero el autor no ofrece muchas precisiones sobre
quiénes habrían compuesto el alvearismo. Rock, El radicalismo…, p. 233 y nota
494, p. 339.
106
Caras y Caretas, n.° 1529, 21/1/1928, tapa: caricatura de Alvear como cocinero,
sosteniendo una sartén y diciendo que tiene la sartén por el mango. Detrás se lo
ve a Yrigoyen, quien en verdad controla la sartén.
107
Caras y Caretas, n.° 1561, 1/9/1928: tapa: caricatura de Alvear e Yrigoyen abra-
zándose. Título: “El que sucede al sucesor”. Diálogo: “–Caro amigo!, –Amigo
caro! –Como yo le sucedí, usted me sucede a mí, Y lo que sucede, ¡es claro! Tenía
que ser así”.
108
Caras y Caretas, n.° 1568, 20/10/1928, sección interior: “¡A punta de lápiz”:
“¿Qué le dijo Alvear a Yrigoyen? –Le dijo: ‘Le he cuidado la casa perfectamente.
No ha habido cambio alguno durante la breve ausencia de usted’”.
109
Algunos lo llamaban “Buen rey Dagoberto, chico grande vestido de presidente”.
Aldao, En el París que fue, p. 108.
130 Leandro Losada
110
Cfr. Aldao, En el París que fue, pp. 139-140 y 208. En 1927, Alvear había estableci-
do por decreto una versión oficial del himno (en 1923 ya había dispuesto otro, que
consagraba el texto oficial del poema de Vicente López), fruto del trabajo de una
comisión creada ad hoc, que generó polémica y revuelo en la opinión pública, y
que Alvear finalmente dejó en suspenso. Cfr. “El Poder Ejecutivo, al reglamentar
el uso del Himno, ha realizado una obra saludable”, La Acción, 1/7/1927; Esteban
Buch, O juremos con gloria morir. Historia de una épica de Estado, Buenos Aires,
Sudamericana, 1994, pp. 103-114.
111
La característica que hace sugestiva a Caras y Caretas para aprehender la imagen
pública de Alvear, y que motiva la atención que se le dedica aquí, es la distancia
que la separaba de la “prensa seria” (los diarios tradicionales al modo de La Na
ción o La Prensa, incluso Crítica) y de los medios más íntimamente referenciados
con agrupaciones políticas (La Época, La Acción, La Fronda, etc.). Es decir, resul-
ta aventurado atribuir sus sesgos e intenciones a móviles políticos específicos o
explícitos.
112
Algunos ejemplos, todos de Caras y Caretas: n.° 1265, 30/12/1922, tapa “La jor-
nada presidencial”: caricatura con viñetas, en las cuales el lugar equivalente que
ocupa el tener que ir a las regatas o a una recepción social con tratar asuntos de
gobierno genera el efecto de mostrar a un presidente apenas ocupado en estos úl-
timos; n.° 1306, 13/10/1923, sección interior: “Dicho y hecho” (varias viñetas con
Alvear y frases como: “¿No han aprobado el presupuesto? Bueno, iré al Colón”);
n.° 1354, 13/9/1924, tapa: Alvear y un asistente. Dice el presidente: “Desde que
se fue el príncipe [en referencia al príncipe Humberto, de Italia] me parece que
estoy desocupado del todo. No sé qué hacer” (el asistente responde: “¿Por qué
no visita a Don Hipólito? Se va a entretener mucho!”); n.° 1372, 17/1/1925: tapa:
“Por fin quiere hacer política”, y retrata a Alvear, en varias viñetas, diciendo que
va a “hacer algo” y en realidad sigue con una agenda entre ociosa y dispersa (en
una de ellas, sobre el final, se le hace decir: “¡Qué día tan laborioso! Descansaré.
Eso también es hacer algo”); n.° 1386, 25/4/1925, tapa “S. E. ha suprimido las
audiencias”, y se muestra, también en varias viñetas, a Alvear que con cualquier
excusa suspende sus audiencias –por ejemplo, entre ellas, aparece la preferencia
por leer un libro de poemas–; n.° 1397, 11/7/1925, sección interior: “Apuntes
de lápiz. Nuevas acepciones de algunas palabras”, aparece “Saludo: ocupación
favorita del doctor Alvear” (en la viñeta correspondiente hay una caricatura de
Alvear saludando con el sombrero); en el mismo número, en la sección “Comen-
tarios” se pone en boca de Alvear lo siguiente: “Ya nadie se dedica a las chara-
das. Hoy nos tienen subyugados las palabras cruzadas y los brazos cruzados”; n.°
1404, 29/8/1925, sección interior: “Comentarios” (y jugando con que la visita del
príncipe de Gales ocurre en ese momento), se dice de Alvear: “Es un príncipe
excelente. Sería un buen presidente”; mismo número, en la sección “Apuntes de
lápiz”, se presenta una caricatura de Alvear y se le atribuye, sobre el príncipe:
Marcelo T. de Alvear 131
En un reportaje a La Razón fue aún más enfático: “Tenía que ser así. Yri-
goyen, con una ignorancia absoluta de toda práctica de gobierno, parece
que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar
no es payar”.2
Estas consideraciones, en realidad, explicitaban juicios que se rei-
teran asiduamente en su correspondencia privada entre 1928 y 1930.
En ella se alterna la crítica política y la descalificación personal de Yri-
goyen. Por ejemplo, supo calificarlo de “viejo decrépito”.3 Asimismo,
“hoy se traiciona y se malogra desde el Gobierno mismo, el noble y her-
moso movimiento cívico que sólo buscó en su hora inicial el progreso y
la prosperidad de la patria, exigiendo el fiel cumplimiento de la Consti-
tución”.4 Poco después, afirmó: “Tengo fe en nuestra vida democrática y
creo que ha de llegar pronto el momento, en que la opinión se de cuenta
de que se ha equivocado y que ha puesto erróneamente su confianza en
los piratas de nuestra política”.5 Las opiniones fueron endureciéndose
136 Leandro Losada
con el correr de los meses: “ese gobierno de oprobio para nuestra patria,
no puede durar”, escribió en abril de 1930.6
Se advierte cierto rencor. Por ejemplo, planteó que el creciente des-
prestigio del yrigoyenismo, a raíz de los problemas de gestión así como
de la enrarecida dinámica política signada por la tensión entre oficialis-
mo y oposición, aumentaba retrospectivamente la reputación de su presi-
dencia: “podemos estar muy satisfechos del fracaso del actual [gobierno],
pues ello aumenta indudablemente el prestigio del nuestro”. Es cierto, de
todos modos, que agregaba: “pero esta satisfacción no nos puede evitar
la gran amargura y la inquietud que nos causa el mal que hacen al país”.7
Sus declaraciones sobre el 6 de septiembre, en consecuencia, hicieron
públicas opiniones que no eran, en sentido estricto, novedosas:
verla positiva. Por ejemplo, en 1935, con motivo del cincuentenario del
Círculo de Armas, su presidente por entonces, Julio Roca (h), a la sa-
zón vicepresidente de la nación, evocaba el compromiso patriótico de
sus asociados aludiendo a “los jóvenes patricios vencidos en el Parque,
o victoriosos, en pos de su caudillo, en la jornada de septiembre”. La
asociación entre la Revolución del 90 y el 6 de septiembre de 1930 per-
sistió, en sus artífices o simpatizantes, como un modo de legitimarla.47
Por último, Alvear manifestó cierta extrañeza frente a su círculo so-
cial como consecuencia de las inclinaciones políticas que advirtió entre
sus miembros. A inicios de 1931 puede leerse en su correspondencia:
“Más que un raciocinio, fue una convicción y un sentimiento los que
me llevaron siempre a creer en la democracia y a estar más cerca de la
masa que de la elite social a la cual pertenecía”.48 Es revelador que sus
corresponsales le escribieran sobre el Jockey, o sobre la “aristocracia”,
como si fuera un mundo ajeno a Alvear. En París, como se vio en el ca-
pítulo anterior, algunos miembros de la colonia argentina habían censu-
rado o mostrado cierto rencor hacia Alvear luego de abandonar el poder.
La noticia de su regreso en 1931 no colaboró a que la situación se dis-
tendiera. También allí se planearon campañas en su contra. En la prensa
se informó, por ejemplo, que “un político conservador argentino” había
asegurado “en el salón de lectura de un diario sudamericano”, y “ante
nutrida rueda de personas que estaban de tertulia”, que “él y sus amigos
habían hecho una intensa campaña postal” para que Alvear fuera recibi-
do al desembarcar en Buenos Aires por una gruesa silbatina.49
Desde ya, este tipo de apreciaciones y de episodios, motivados por
coyunturas específicas, no deben sobreestimarse. Se ha tratado este punto
en el capítulo 1. Alvear no renegó de su procedencia social. Tampoco fue
el único, desde ya, identificado con el radicalismo. Son testimonios que
revelan otros fenómenos: la fractura que la política provocó recurrente-
mente en la elite y las diferentes representaciones e identidades entre sus
miembros. Incluso, la disputa alrededor de una misma identidad. Como
puede verse en el párrafo de Julio Roca (h), a su modo de ver quienes ha-
bían hecho la “revolución” eran patricios, y no por tener una noción pa-
trimonialista de la nación, sino por su abnegación pública. Esta identidad
patricia, fundamentada desde un comportamiento público opuesto al ex-
presado por Roca, es aquella a la que Alvear apeló más frecuentemente
para autorretratarse. Su persistente noción de que su círculo social debía,
Marcelo T. de Alvear 149
cuando habla de Ud. [se expresa] con todo cariño, habiendo ma-
nifestado reiteradamente que el Partido estuvo bien dirigido du-
rante la dictadura, y que los pilotos que supieron capear el tem-
poral durante la borrasca, son los más hábiles para manejar el
timón en los momentos de calma. Nada me sorprendería, si él le
hiciere alguna indicación pidiendo su regreso.71
Fue este aval el que alentó las intrigas, implícitas más que abiertas, de
quienes aspiraban a ser sucesores de Yrigoyen apelando a sus irrepro-
chables credenciales personalistas y aprovechando la vacancia forzosa
de Alvear. Entre ellos sobresalían Adolfo Güemes y Honorio Pueyrre-
dón, quien había encabezado la fórmula victoriosa de abril de 1931 en
la provincia de Buenos Aires y también había sido deportado por Uri-
buru. Ambos “se resguardan en el ala protectora de Yrigoyen para al-
canzar influencias definitivas con vistas a la futura presidencia”.72
Alvear, exiliado, fue notificado de los rumores que desde los entor-
nos de estos personajes se echaban a rodar: que se había retirado de la
vida política;73 que había negociado con Justo, garantizándole la cola-
boración del radicalismo con su flamante gobierno, cuando la opinión
radical retrataba a Justo como el principal beneficiario del alejamiento
del partido de las urnas.74 También se insistía en que su alejamiento ha-
bía “enfriado” su figura y ponía en peligro la reorganización, motivando
las exhortaciones a su regreso.75 Alvear no ignoró las maniobras que se
movilizaban en su ausencia. La decisión de presentar la renuncia a la
presidencia del comité nacional a inicios de 1932, rechazada por unani-
midad, seguramente fue la respuesta ante aquellas, pues obtuvo así un
respaldo clave a su conducción. Como destacaba uno de sus correspon-
sales, el hecho de que la mayoría de quienes habían rechazado la dimi-
sión fuera de extracción personalista “a mi juicio dá más importancia al
pronunciamiento”.76
156 Leandro Losada
Poco después, sin embargo, los acontecimientos dieron otro giro im-
previsto. Alvear fue liberado de su detención a fines de abril de 1933.
Dos meses después, el 3 de julio, murió Yrigoyen. La participación pro-
tagónica de Alvear en el multitudinario cortejo fúnebre del día 6 (la
prensa estimó la concurrencia en casi quinientas mil personas), y como
principal orador en las exequias, parecieron rubricar su unción como
sucesor del difunto líder. Allí, Alvear subrayó “su fe [la de Yrigoyen] en
158 Leandro Losada
recae sobre los hombres que nos gobiernan y sobre los partidos
que sin ser la mayoría de la opinión, pretenden usufructuar los
resultados de la violencia y el fraude.
Vale constar que aquí se advierte una denuncia igual de enfática a los
partidos opositores de la Alianza Civil, socialistas y demócrata progre-
sistas. Las coordenadas de la vida política pasaban de estar delineadas
por la confrontación entre personalismo/antipersonalismo a radicalis-
mo/antirradicalismo.97
La abstención, para Alvear, también era conveniente por razones de
índole partidaria. A tal punto que la había sugerido antes de que se con-
cretara. A inicios de 1931, antes del regreso al país, había sostenido que la
reorganización hacía necesario un repliegue; pasar a cuarteles de invierno,
para, una vez culminado aquel trabajo, volver a la liza: “estoy convencido
de que al radicalismo […] le haría mucho provecho una cura de alejamien-
to de la Casa Rosada, para desprenderse así de los parásitos que lo han
asfixiado cuando ha estado en ella, y han hecho peligrar su existencia”.98
A mediados de 1932, en los meses iniciales del gobierno de Justo
y antes de volver del exilio dispuesto por Uriburu, perduraba la misma
posición. Durante la dictadura:
tífices, fueron aspectos decisivos para que los desestimara. Sin ol-
vidar, siempre de acuerdo a su secretario, que Alvear, con sesenta y
cinco años en 1933, ya había perdido los furores revolucionarios de
su juventud.102 Las declaraciones arriba referidas en las que insistía
en la necesidad de calma, mesura y repliegue para fundamentar la
abstención electoral, parecen difíciles de conciliar con un dirigente
que promoviera la revolución como forma de llegar al poder. Al con-
trario, suenan a una desautorización de la misma. Lo cierto es que,
sofocado el primer episodio revolucionario durante la presidencia
de Justo, pueden encontrarse testimonios que muestran a un Alvear
ya ciertamente crítico al respecto. Como escribió desde su detención
en Martín García en el verano de 1932-1933, las aventuras revolu-
cionarias daban argumentos a la represión y entorpecían, a la vez, el
trabajo de reorganización partidaria: “El ambiente revolucionario y
entusiasta general que había en el partido […] ha perjudicado y per-
turbado la reorganización”.103
De todos modos, y a diferencia de testimonios como los de Cattá-
neo, que adjudicaban los reparos revolucionarios a un “electoralismo”
ya decidido, Alvear sí seguía sosteniendo la abstención. Era la única
manera de plantarse frente a un gobierno que había sido desenmasca-
rado, que se había mostrado enemigo del radicalismo: “En los momen-
tos actuales en que el partido es objeto de todas las persecuciones por
una parte del Gobierno aparecería, el concurrir a los comicios, como
una debilidad incomprensible y una falta de solidaridad con los que
han sido víctimas de todas las arbitrariedades que se emplean contra
un gran número de correligionarios destacados”. Había dos razones
adicionales para mantener el abstencionismo: una, reglamentaria; la
segunda, de realismo político. La abstención había sido decidida por
la Convención y, por lo tanto, sólo ella podía dejarla sin efecto. Y no
era conveniente sumarse a las acciones de gobierno en un momento en
el que éste no lograba resolver las dificultades económicas y sociales
provocadas por la crisis.104
La carta recién citada era contemporánea a la intención del radica-
lismo santafesino de presentarse en elecciones provinciales. Es decir,
respondía al reconocimiento de que la conjugación de represión y de un
persistente mensaje de normalización institucional hacía mella dentro
de la UCR. En diciembre de 1933, la segunda detención de la cúpula
166 Leandro Losada
Güemes–, confirmando así las alertas dadas a Alvear de que estos diri-
gentes, que lo toleraban pero no lo querían, podrían apelar a cualquier
estrategia con tal de impedir el regreso a las urnas:
Notas
1
Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel,
2004. La primera expresión fue acuñada por José Luis Torres, publicista naciona-
lista. Cfr. Luciano de Privitellio e Ignacio López, “Introducción” al Dossier “La
década del treinta”, n.° 53, julio de 2015, disponible en: http://historiapolitica.
com/dossiers/dossier-la-decada-del-treinta.
2
Crítica y La Razón, notas reproducidas en Natalio R. Botana, Ezequiel L. Gallo
y Eva B. Fernández (eds.), La crisis de 1930, t. 1, Serie Archivo Alvear, Buenos
Aires, Instituto Di Tella, 1997, pp. 276-281. Parece ser que este último reportaje
no estaba originalmente destinado al público argentino, sino que fue publicado
en la prensa francesa y luego reproducido por La Razón. Esto motivó que Alvear
desmintiera, sin demasiado éxito, algunas de sus declaraciones. Cfr. Goldstraj,
Años y errores, pp. 161-162.
3
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, Buenos Aires, 23/10/1929, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 22-23.
4
Marcelo T. de Alvear a Belisario Hernández, París, 14/10/1929, Serie Archivo Al
vear, t. 1, pp. 18-19.
5
Marcelo T. de Alvear a Juan Bautista Castro, París, 23/1/1930, Serie Archivo Al
vear, t. 1, p. 33.
6
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 5/4/1930, ibíd., p. 47.
7
Marcelo T. de Alvear a Ángel Gallardo, París, 10/7/1930, Serie Archivo Alvear,
t. 1, p. 67.
8
La Razón, nota reproducida en ibíd., pp. 279-280.
9
Luis Etchevere a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/7/1929, ibíd., pp. 14-15.
10
Marcelo T. de Alvear a Antonio Sagarna, París, 15/2/1930, ibíd., p. 38. En junio
reiteró la misma opinión: Marcelo T. de Alvear a José Quijano, París, 15/6/1930,
ibíd., pp. 64-65.
11
Ramón Méndez a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 4/9/1930, ibíd., pp. 74-75.
12
Crítica y La Razón, notas reproducidas en Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 276-281.
13
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 25/7/1930, ibíd., pp. 68-71.
14
Con todo, la Corte Suprema reconoció al gobierno de Uriburu. Cfr. al respecto,
Carlos Nino, Un país al margen de la ley: estudio de la anomia como componente
del subdesarrollo argentino, Buenos Aires, Emecé, 1992, pp. 63-64.
15
Los resultados definitivos del escrutinio se conocieron dos días después del arribo
de Alvear, el 27 de abril. Cfr. Walter, The Province of Buenos Aires, pp. 98-113.
Marcelo T. de Alvear 171
16
“Alrededor de Alvear concéntranse todas las fuerzas políticas de la democracia
argentina”, Crítica, 24/4/1931.
17
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 23/1/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1,
pp. 204-205.
18
Una reconstrucción de esta coyuntura en: Halperin Donghi, La República impo
sible, pp. 20-56; Luciano de Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, en
Alejandro Cattaruzza (dir.), Nueva Historia Argentina. Crisis económica, avance
del Estado e incertidumbre política (1930-1943), t. VII, Buenos Aires, Sudameri-
cana, 2001, pp. 97-142; Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna
(1930-1946), Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.
19
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/12/1930, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 113-116.
20
“Alvear se entrevistó esta tarde con Uriburu”, Crítica, 27/4/1931.
21
Goldstraj, Años y errores, pp. 184-187; José María Espigares Moreno, Lo que me
dijo el Gral. Uriburu, Buenos Aires, 1933, pp. 99-106.
22
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, Serie Ar
chivo Alvear, t. 2, pp. 46-48; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 16/9/1931, ibíd., pp. 49-50.
23
La Nación, 31/7/1931, reproducido en Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 321-323.
24
Marcelo T. de Alvear a Severo Toranzo, Río de Janeiro, 8/9/1931, Archivo General
de la Nación, Fondo Agustín P. Justo, doc. n.° 8, caja 27. El general Toranzo ha-
bía protagonizado un ensayo revolucionario en febrero de 1931 en Buenos Aires.
Había habido también otro pergeñado en Córdoba, en diciembre de 1930. Se ha
afirmado que Justo instigó el alzamiento de Pomar, o que, al menos, estaba al
tanto de sus planes: Luna, Alvear, p. 101; Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 46-47;
Persello, El partido radical, pp. 142-143.
25
La Nación, 5/8/1931, reproducido en Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 312-318.
26
Cfr. Manifiesto del General Uriburu, 4/8/1931, Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 318-
327. Según algunos testimonios, Uriburu vivió con amargura este episodio. Tam-
bién trascendió la intención de Alvear de retar a duelo a Uriburu cuando éste llegó
a París a inicios de 1932. La decisión no se habría concretado por los problemas de
salud del ex presidente provisional, que murió poco después, el 29 de abril. Cfr.
Espigares Moreno, Lo que me dijo…, pp. 91-96; Fernández Lalanne, Los Alvear,
pp. 466-467. Ver también Fernando Devoto, “El ocaso del General”, en Fernando
Devoto y Marta Madero, Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina
plural: 1870-1930, t. 2. Buenos Aires, Taurus, 1999, pp. 325-347.
27
Ángel Gallardo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/10/1930, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 89-94.
28
Cfr. Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, ibíd.,
pp. 200-203; Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931,
ibíd., pp. 206-207.
172 Leandro Losada
29
Había otras conductas de Uriburu, por lo demás, que rayaban entre lo inapropia-
do y lo bochornoso: “el hombre ha venido dando ya símbolos de gatismo. Suele
dar paseos a pie por la calle y tiene la manía de seguir las muchachas jóvenes.
Vez pasada, hizo a una de ellas, víctima de obstinada persecución. No se había
dado cuenta, durante prolongada carrera que la chica era una parienta”. Armando
Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 13/12/1930, Serie Archivo Alvear,
t. 1, pp. 137-142.
30
Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/1/1931, ibíd., pp. 208-210.
31
Respectivamente: Remigio Lupo a Alvear, Buenos Aires, 8/12/1930, ibíd., pp.
124-125; Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 6/12/1930,
ibíd., pp. 117-119.
32
Marcelo T. de Alvear a Publio Massini, París, 9/1/1931, ibíd., pp. 175-178.
33
Marcelo T. de Alvear a Guillermo Leguizamón, París, 17/1/1931, ibíd., pp. 197-
199.
34
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 23/1/1931, ibíd., pp. 204-205.
35
Marcelo T. de Alvear a Tomás Estrada, París, 16/2/1931, Serie Archivo Alvear, t.
1, pp. 225-226.
36
Marcelo T. de Alvear a Fernando Saguier, París, 2/3/1931, ibíd., p. 234.
37
Antonio Mantecón a Alvear, Buenos Aires, 10/1/1931, ibíd., pp. 181-182.
38
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., pp. 216-217.
39
Marcelo T. de Alvear a Fernando Saguier, París, 2/3/1931, ibíd., pp. 234-236.
40
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930, ibíd.,
p. 105.
41
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 12/1/1931, Serie Archivo Alvear,
t. 1, p. 192.
42
Cattaruzza, Alvear, p. 49.
43
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930, Serie
Archivo Alvear, t. 1, p. 104.
44
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/12/1930, ibíd., p. 160.
45
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/12/1930, ibíd.,
p. 155.
46
Cfr. Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina
moderna. Una historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 270-278.
47
J. Roca (h), “Discurso con motivo del 50º aniversario del Círculo de Armas”, en El
Círculo de Armas, en el centenario de su fundación, Buenos Aires, 1985.
48
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 10/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 222.
49
“Quieren prepararle una silbatina al Dr. Alvear”, Crítica, 11/4/1931.
50
Los pormenores de estos procesos en Luna, Alvear, pp. 95-122; Persello, El parti
do radical, pp. 131-159; Persello, Historia del radicalismo, pp. 93-106.
51
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 15/6/1930, Serie Archivo Al-
vear, t. 1, pp. 64-65.
Marcelo T. de Alvear 173
52
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 12/1/1931, ibíd., p. 192.
53
La Razón, 9/9/1930, reproducida en ibíd., p. 279.
54
“A bordo del Cap. Arcona conversa Alvear con el enviado especial de Crítica”,
Crítica, 23/4/1931.
55
Armando Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/12/1930, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 135.
56
Marcelo T. de Alvear a Juan B. Castro, París, 23/1/1930, ibíd., pp. 32-34.
57
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., p. 215. Tam-
bién: Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/5/1930,
ibíd., pp. 57-59.
58
Sugestivamente se agregaba: “sé que esto que te digo tal vez te molestará”. El
énfasis aquí estaba motivado por las sospechas que vinculaban a los personajes
mencionados con los anarquistas Scardó y De Giovanni, recientemente ejecuta-
dos por el gobierno de Uriburu, que podían dar razones para endurecer su ac-
ción contra el radicalismo: Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
5/2/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1, p. 212. Meses antes Lupo ya había alertado
contra los “peludistas”, que “vienen con el cuchillo bajo el poncho”. Lupo a Al-
vear, Buenos Aires, 28/10/1930, ibíd., p. 96. Otros apuntaban que los “peludistas”
estaban como “conejos asustados a la puerta de la cueva” esperando a que Al-
vear los rescatase. Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
24/12/1930, ibíd., pp. 161-162. También similar (entre otras): Ricardo Caballero a
Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/11/1930, ibíd., pp. 98-101.
59
Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 22/11/1930, ibíd., p. 109.
60
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/3/1931, ibíd., p. 241.
61
Marcelo T. de Alvear a Ezequiel Fernández Guerrico, 1/1/1931, París, ibíd., pp.
165-166. El hermano de Alvear, Carlos, tildó a Fernández Guerrico como “mulati-
llo […] es un colmo que ése que todo te lo debe juzgue tus actos”. Carlos de Alvear
a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931, ibíd., p. 206. Vale recordar que
Molinari había pedido el juicio político de Alvear en 1926.
62
Respectivamente: Eugenio Garzón a Marcelo T. de Alvear, Montevideo,
11/12/1930, ibíd., pp. 126-127; Antonio Mantecón a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 10/1/1931, ibíd., p. 185. La empatía con el caudillo estaba motivada,
además, por la orfandad en que lo habían dejado sus acólitos: “hasta Oyhanarte
disparó dejando a Yrigoyen solo”: Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 11/10/1930, ibíd., p. 85.
63
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 214-218.
64
Goldstraj, Años y errores, pp. 177-178.
65
Respectivamente: Roque Suárez a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
10/9/1931, Serie Archivo Alvear, t. 2, p. 26; El amigo de la República [sic]
a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/9/1931, ibíd., p. 17. La referencia al
“Castelar” remite a la Junta que se reunió en ese hotel, en oposición a la del
174 Leandro Losada
86
Las sospechas de la relación de Alvear con el gobierno de Uriburu, incluso una
vez decretada su deportación, no desaparecieron. Así lo demuestran afirmaciones
como que “el salvador del radicalismo y del país prefirió la confortable vida en
el exilio en un hotel delicioso de Río de Janeiro”. El testimonio, de Manuel Ortiz
Pereyra, en Persello, El partido radical, pp. 141-142.
87
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, Serie Ar
chivo Alvear, t. 2, pp. 46-48; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 16/9/1931, ibíd., pp. 49-50.
88
La Concordancia cobró forma en 1931, reuniendo a los sectores políticos que,
a pesar de sus recelos recíprocos, se veían en riesgo por la reaparición del radi-
calismo: conservadores (debilitados luego de su derrota de abril, que frustró la
posibilidad de convertirse en herederos exclusivos de la “revolución”), socialis-
tas independientes y antipersonalistas. El debilitamiento del conservadurismo,
precisamente, facilitó el reposicionamiento de estos dos últimos, alentado por
Justo, luego del fracaso de la Federación Nacional Democrática.
89
Cabe apuntar que en 1931 Adolfo Güemes había sido clave para impedir que
Vicente Gallo, respaldado por Uriburu, controlara el comité nacional luego de
la deportación de Alvear. Por otro lado, vale recordar que la rivalidad entre
Pueyrredón y Alvear tenía raíces previas a la consolidación del liderazgo parti-
dario de este último. Sin olvidar los cortocircuitos entre ambos con motivo de
la posición argentina en la Asamblea de la Liga de las Naciones en 1920 o en la
Conferencia Panamericana de La Habana en 1928, la candidatura a gobernador
bonaerense de Pueyrredón para las elecciones de abril de 1931 frustró la que, en
principio, se le había propuesto a Alvear. Como se verá en el capítulo 6, la ri-
validad perduró a lo largo de los años treinta. Cfr. Goldstraj, Años y errores, pp.
162-163. Sobre el episodio en La Habana, Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-
Alvear-Yrigoyen, pp. 390-396.
90
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 176-183.
91
Cfr. Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 200-203; Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 31/1/1931, ibíd., pp. 208-210.
92
Cfr. Jorge Walter Perkins a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 25/8/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 9-11; Eugenio Pini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
1/9/1931, ibíd., pp. 12-13; El amigo de la República a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 2/9/1931, 3/9/1931, ibíd., pp. 14-15 y 16-17; Leónidas Anastasi a Mar-
celo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/9/1931, ibíd., pp. 18-21; Eugenio Pini a Mar-
celo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/9/1931, ibíd., p. 22; David Speroni a Marcelo
T. de Alvear, Buenos Aires, 4/9/1931, ibíd., pp. 23-24; Roque Suárez a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 10/9/1931, ibíd., pp. 25-32; Juan F. Meitín a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 14/9/1931, ibíd., pp. 36-40; Julio Borda a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 14/9/1931, ibíd., pp. 41-42; David Speroni a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, ibíd., pp. 43-45.
176 Leandro Losada
93
Cfr. Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930,
Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 104-107; Ernesto León Odena a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 6/12/1930, ibíd., pp. 117-119; J. Hortensio Quijano a
Marcelo T. de Alvear, Resistencia, 6/12/1930, ibíd., pp. 121-122; Remigio
Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 8/12/1930, ibíd., pp. 124-125; Ar-
mando Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/12/1930, ibíd., pp.
130-136; Juan Ochoa a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/12/1930, ibíd.,
pp. 149-153.
94
Cfr. Ernesto Accame a Marcelo T. de Alvear, General Roca, 30/10/1931, Serie Ar
chivo Alvear, t. 2, p. 83; Honorio Pueyrredón y otros (Mario Gudio, Pablo Torello,
José P. Tamborini, Obdulio Siri, Ernesto Boatti, Francisco Ratto) a Adolfo Güemes,
Buenos Aires, s/f, ibíd., pp. 124-125.
95
Fernando Saguier y Vicente C. Gallo a Adolfo Güemes, Buenos Aires, 26/10/1931,
Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 69-73; Adolfo Güemes a Fernando Saguier y Vicente
C. Gallo, Buenos Aires, 29/10/1931, ibíd., pp. 74-77. También Alberto de Bary a
Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 8/10/1931, ibíd., pp. 57-58. Sobre la carencia de
validez constitucional del veto: Absalón Rojas a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
2/10/1931, ibíd., pp. 51-52; Absalón Rojas a Ángel Sojo, Buenos Aires, 2/10/1931,
ibíd., pp. 53-56. La discusión giraba alrededor de si el mandato interrumpido de
Yrigoyen permitía aplicar o no el artículo 77 de la Constitución que impedía la
reelección presidencial. El argumento del gobierno era que no habían transcurrido
seis años desde la presidencia de Alvear. Quienes rechazaban la validez de este razo-
namiento señalaban que la existencia de un mandato intermedio, aunque hubiera
sido interrumpido, autorizaba la candidatura de Alvear. Cabe decir que Alvear había
declinado inicialmente su candidatura debido a la controversia, que aceptó ante la
ratificación de la Convención Nacional de elegirlo como candidato.
96
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/10/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 59-60.
97
Marcelo T. de Alvear a Adolfo Güemes, Montevideo, s/f, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 78-79. También envió su felicitación a Ricardo Rojas, autor del manifiesto
por el que la UCR comunicó la abstención: Marcelo T. de Alvear a Ricardo Rojas,
Montevideo, s/f, ibíd., pp. 84-85.
98
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 21/2/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1,
pp. 232-233.
99
Marcelo T. de Alvear a Roque Suárez, París, 28/4/1932, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 178-180. Esta carta se hizo pública en Buenos Aires. En un mismo sentido:
Marcelo T. de Alvear a amigo?, París, 24/4/1932, ibíd., pp. 176-177.
100
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 103-123; Privitellio, Agustín P. Justo,
pp. 50-61.
101
Atilio Cattáneo, Plan 1932. El concurrencismo y la revolución (Estudio crítico y
orgánico de una política argentina), Buenos Aires, Proceso, 1959, pp. 211 y 146;
Marcelo T. de Alvear 177
también, pp. 71-126 y 228-247. Cfr. Raúl Luzuriaga, Centinela de libertad. Histo
ria documental de una época (1910-1940), Buenos Aires, 1940.
102
Goldstraj, Años y errores, pp. 277-280. Ver Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear, pp.
48-55; Persello, El partido radical, pp. 144-146; Halperin Donghi, La República
imposible, p. 106.
103
Marcelo T. de Alvear a Julio Borda, Martín García, 19/2/1933, Serie Archivo Al
vear, t. 2, pp. 225-227. También: Marcelo T. de Alvear a José Bianco, Martín Gar-
cía, 7/3/1933 y 25/4/1933, ibíd., pp. 235-237 y pp. 271-275.
104
Marcelo T. de Alvear a Julio Borda, Martín García, 19/2/1933, Serie Archivo Alvear,
t. 2, pp. 225-227.
105
Respectivamente: Julio Borda (detenido en el cuartel de bomberos, en Buenos
Aires) a Marcelo T. de Alvear (en Martín García), 28/2/1933, ibíd., p. 229; J. Hor-
tensio Quijano a Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie Archivo Alvear, t. 3,
pp. 20-23.
106
Miguel Gilli a Marcelo T. de Alvear, Corrientes, 30/11/1934, Serie Archivo Alvear,
t. 3, pp. 68-73.
107
David Speroni a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/7/1934, ibíd., pp. 13-16.
108
“En Santa fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 20/3/1935.
109
Hortensio Quijano a Marcelo T. de Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie
Archivo Alvear, t. 3, pp. 20-23; J. Hortensio Quijano a Marcelo T. de Alvear, Co-
rrientes, 1/6/1935, ibíd., pp. 134-135 (allí se menciona cerca de los conspiradores
a Güemes y a Amadeo Sabbatini); Eduardo, Roberto y Mario Kennedy a Marcelo
T. de Alvear, Montevideo, 4/3/1935 y 12/6/1935, ibíd., pp. 103-105 y 136-140.
110
A diferencia de otros antipersonalistas entrerrianos que se sumaron al gobierno
de Justo (vale recordar que él mismo era entrerriano), como Leopoldo Melo, su
ministro del Interior, Laurencena había renunciado a su candidatura vicepresi-
dencial por el antipersonalismo en 1931 (fue reemplazado por José Nicolás Ma-
tienzo). Su radicalismo “impersonalista” se acercó a la línea del comité nacional
de Alvear, siendo clave en la reunificación entrerriana de 1935.
111
Cfr. Ernesto Acuña a Marcelo T. de Alvear, Catamarca, 19/1/1935, Serie Archivo
Alvear, t. 3, pp. 80-82; J. B. Ábalos a Marcelo T. de Alvear, Santa Fe, 20/6/1935,
ibíd., pp. 141-142. Un caso notorio fue el comité de la Capital Federal, donde se
enfrentaron “mayoritarios” (cercanos al comité nacional) y legalistas (opositores a
él). Cfr. Persello, El partido radical, pp. 159-170 y 176-183; Persello, Historia del
radicalismo, pp. 106-121.
Capítulo 5
Referente opositor y candidato presidencial
En tercer lugar, la conducción del partido era una tarea cuya com-
plejidad aumentaba con la distancia. Las decisiones y los diagnósticos
de Alvear se elaboraron a partir de informantes y corresponsales que
no remitían opiniones o información coincidente, por las dificultades
para obtenerla, o por intereses, como se le alertó a menudo. A ello hay
que sumar la censura durante la dictadura de Uriburu (la intervención
sobre la correspondencia es reiteradamente apuntada) y la dilación o,
al menos, las complicaciones para la toma de decisiones, a pesar de la
mejora en las comunicaciones (además del correo aéreo y el telégrafo, el
teléfono comenzó a extenderse en estos años).
Finalmente, la ausencia, en lugar de revalidar su liderazgo, en oca-
siones alentó su cuestionamiento. Se vio más arriba que en 1932 consi-
deró necesario aclarar que su estadía en París por entonces, sucedánea a
su deportación por Uriburu, se debía a motivos personales imposterga-
bles y no a un desentendimiento con la suerte del partido. Algo pareci-
do ocurrió en 1934, cuando luego de su segunda detención por orden de
Justo, optó por ir a Europa, mientras otros, como Pueyrredón, Güemes,
Cantilo o Rojas, fueron confinados en Tierra del Fuego. Las suspicacias
se reeditaron en 1936, poco antes de las elecciones santafesinas, claves
en el calendario electoral que culminaba con los comicios presidencia-
les de 1937.
Alvear parece haber advertido las resistencias o las debilidades de
su liderazgo como consecuencia de sus ausencias y de los vaivenes de
sus decisiones, en especial el abandono de la abstención y el retorno a
la participación electoral, a pesar incluso del éxito inicial que lo acom-
pañó. También, puede decirse que percibió que su “radicalismo”, más
allá de las pruebas que había dado de él desde su regreso al país en
1931, era motivo de escepticismo, cuando no de desconfianza. En todo
caso, era una credencial que debía reforzar constantemente, ya no sólo
por sus antecedentes antipersonalistas, sino también por las decisiones
tomadas desde que se había hecho cargo de la conducción de la UCR.
Frente a todo ello Alvear respondió procurando edificar una figura
poliédrica. Por un lado, debía desdibujar sus rasgos de “aristocrático”
presidente, de crítico de Yrigoyen o de adherente a su derrocamien-
to. Pero, también, distanciarse de la imagen de presidente de un par-
tido “personalista”, el cual, a su vez, participando del estado de cosas
montado por quienes habían expulsado al radicalismo del poder, no
Marcelo T. de Alvear 183
“Alvear vuelve”
Crítica, 10/4/1931.
Fuente: Biblioteca Nacional,
Hemeroteca-Publicaciones
Periódicas.
tro diario que es, dice, el único que interpreta el sentir del pueblo”.27
Crítica lo siguió mostrando como una figura saludable y necesaria. Y, a
su vez, se subrayó la profunda identificación existente entre el líder y
el pueblo. A pesar de que el gobierno había prohibido la congregación
en el puerto, “las manifestaciones espontáneas del pueblo [frente a su
casa]” ponían en evidencia su “civismo”. Alvear había recibido “el más
cálido homenaje popular”.28
Ahora bien, en lugar de ser presentado como un salvador de la na-
ción, su importancia radicaba en la de ser el único capaz de reorganizar
el radicalismo; de imponer sus tendencias saludables, “el radicalismo
de los grandes conceptos”, frente a las perniciosas, “el radicalismo os-
curo”, que aspiraba a “una revolución de cabos y sargentos”. Alvear,
desde este punto de vista, era un actor valorado porque sus intenciones
eran convergentes con las del presidente Justo: dejar atrás y erradicar
las tendencias “revolucionarias” de sus respectivos espacios políticos y
encarrilar al país en la senda de la normalización institucional.29 Como
se resaltó con frecuencia, Alvear había sido deportado por la dictadura
de Uriburu (“el pueblo me vengó de la dictadura que me exilió”, declaró
al llegar)30 y regresaba en el nuevo ciclo abierto por la presidencia de su
ex ministro.31
En 1934, la cobertura de Crítica fue más parecida a las de 1931
que a la de 1932 en sus contenidos, aunque en cierto punto menos es-
pectacular, algo más sobria, que la realizada en tiempos de Uriburu.32
El regreso fue presentado como un episodio de importante peso sim-
bólico, pues
El titular de la nota que incluía este pasaje destacaba que “Alvear, jefe del
radicalismo, está encarnado en el alma de las multitudes argentinas”.33
Marcelo T. de Alvear 187
Relecturas de la historia
presidente del régimen”.83 Es cierto que ambos habían estado entre los
sectores reformistas, o críticos, del PAN y del roquismo. Pero de todos
modos eran personajes extraños, cuando no enfrentados, al radicalismo
de fin de siglo. Baste recordar el rol de Pellegrini en la represión de las
revoluciones de inicios de la década de 1890 (Alvear mismo había sido
deportado a Uruguay durante su presidencia), y que Sáenz Peña había
estado alineado con Juárez Celman, contra cuyo gobierno se formó la
Unión Cívica.
Este movimiento se hizo extensivo aún más hacia atrás. El elogio de
Alem o de Yrigoyen era paralelo al de Mitre, una figura por cierto también
incómoda para el radicalismo, Sarmiento o Avellaneda: “las enseñanzas
morales, las virtudes ciudadanas de que fueron ejemplo, perdurarán eter-
namente como la Biblia política de la Argentina”.84 Al momento de ce-
rrar su discurso de clausura de la campaña presidencial de 1937, Alvear
no citó a los líderes del partido, sino al presidente tucumano que había
gobernado entre 1874 y 1880.85 Todos ellos habían contribuido a la edi-
ficación de la nación cívica y política cuyo baluarte en los treinta era el
radicalismo y que la Concordancia amenazaba destruir. La UCR no había
sido una ruptura sino un eslabón de una cadena más larga, la tradición
política argentina, puesta en peligro por Justo y sus secuaces.86
Es cierto que esta forma de postular el papel histórico de la UCR
podía empalmarse con su identidad fundacional. No sólo porque
para Alvear, como se vio, el combate de la década del treinta re-
medara el de 1890 una vez que se anuló toda similitud entre el 6
de septiembre y la Revolución del Parque, y que se afirmara que el
espíritu de ésta había sido el de una intransigencia republicana, no
la revolución en sí. También porque la revolución, en 1890, se había
concebido como una empresa restauradora frente a la ruptura que el
PAN había representado.87
En 1890 y en 1930, entonces, la UCR se enfrentaba a gobiernos que
habían atentado contra las tradiciones políticas, que eran las que debían
preservarse.88 Pero había diferencias irreductibles. En la década del trein-
ta, la oligarquía no sólo había desdibujado una cultura cívica, como lo
había denunciado la Unión Cívica contra el PAN en la década de 1880.
Además de eso, estaba en juego el entero proyecto político fundacional
de la nación argentina. Y a su despliegue y afirmación, entonces, incluso
las oligarquías del PAN habían contribuido. Habían hecho “obra útil”.
Marcelo T. de Alvear 203
Notas
“Alvear evoca los días del ‘Pampa’ y Martín García”, Crítica, 17/10/1934. Cfr.
1
6
“Se negó el acceso al desembarcadero a los radicales”, Crítica, 21/7/1932.
7
Crítica, 19/10/1934.
8
Crítica, 16/10/1934, Crítica, 20/10/1934. En esta oportunidad, había habido nego-
ciaciones de Jaime Yankelevich, autorizadas por el Poder Ejecutivo, para transmi-
tir en directo por radio Belgrano el discurso de Alvear al desembarcar. Finalmen-
te, la iniciativa se frustró, al parecer por una medida de fuerza de los trabajadores.
Crítica, 13/10/1934; 17/10/1934; 19/10/1934.
9
Crítica, 13/12/1936.
10
Marcelo T. de Alvear a Francisco Wright, París, 7/1/1931, Serie Archivo Alvear, t.
1, pp. 173-174.
11
Marcelo T. de Alvear a Francisco Wright, París, 21/3/1931, ibíd., p. 243.
12
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 15/3/1932, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 106-107. Los motivos personales aludidos era la venta de su propiedad en
Francia, Cœur Volant, que finalmente liquidó en 1934.
13
Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/1/1931, Serie Archi
vo Alvear, t. 1, pp. 208-210; Juan Ochoa a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
15/12/1930, ibíd., pp. 149-153.
14
Cfr. Goldstraj, Años y errores, pp. 171-187.
15
Sobre el vínculo entre el diario y la política, Saítta, Regueros de tinta, pp.
221-280.
16
Cfr. “Por qué el país quiere el triunfo del Dr. Alvear”, Crítica, 2/9/1937, donde se
lee: “queremos ratificar que estamos junto a la candidatura del Dr. Alvear”. Tam-
bién: “Por Alvear-Mosca está la voluntad de la Nación”, Crítica, 4/9/1937.
17
La relación del diario con el gobierno de Uriburu es un dato de contexto ineludi-
ble para encuadrar la ponderación de Alvear. Por entonces, esa relación atrave-
saba un momento crítico, a tal punto que en mayo fue clausurado. Crítica recién
reaparecería al asumir Justo la presidencia. Saítta, ibíd., pp. 247-253.
18
“Alvear vuelve”, Crítica, 10/4/1931.
19
Crítica, 20/4/1931.
20
Crítica, 21/4/1931.
21
Crítica, 23/4/1931.
22
Crítica, 24/4/1931.
23
Crítica, 25/4/1931.
24
Crítica, 26/4/1931.
25
Cfr. “Se embarcó para Buenos Aires el Dr. M. T. de Alvear”, Crítica, 6/7/1932;
“Grandes proporciones tendrá la recepción al Dr. Marcelo T. de Alvear”, Crítica,
13/7/1932; “Mañana llega Alvear. La recepción será grandiosa”, Crítica, 20/7/1932;
“El pueblo recibirá al Dr. Alvear”, Crítica, 21/7/1932.
26
Saítta, Regueros de tinta, pp. 256-258.
27
Crítica, 21/7/1932. Algo usual (junto al envío de corresponsales que lo entrevistaban
a bordo de los barcos que lo traían de regreso) fue la publicación de notas y comuni-
Marcelo T. de Alvear 223
caciones exclusivas para el diario, firmadas por Alvear. Cfr. “El único propósito que
me guía es la mayor felicidad de mi patria”, Crítica, 22/7/1932. Esto se reiteró en
otros años. Ejemplo: “Un saludo de Alvear para Crítica”, Crítica, 21/10/1934.
28
Crítica, 22/7/1932.
29
“Claramente: no queremos revoluciones. Aspiramos a la tranquilidad”, Crítica,
6/7/1932.
30
Crítica, 22/7/1932.
31
Cfr. “Vuelve el ex presidente de la República que fue deportado por la dictadura”,
Crítica, 6/7/1932; “El último repatriado”, Crítica, 18/7/1932; “Alvear, el último
deportado, regresa”, Crítica, 20/7/1932; “Lo alejó el dictador”, Crítica, 20/7/1932.
32
Cfr. “Alvear será cordialmente recibido”, Crítica, 11/10/1934; “La UCR se apresta
a recibir al Dr. Alvear”, Crítica, 12/10/1934; “Pasado mañana estará de nuevo en
el país el Doctor Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 17/10/1934.
33
Crítica, 20/10/1934. Cfr. también: “Honda vibración de multitud, identificada en
la misma emoción democrática, es el espíritu de las escenas de ayer”, Crítica,
20/10/1934.
34
Ibid. No se especifica la cantidad de gente que concurrió al puerto.
35
“Alvear, jefe del radicalismo, está encarnado en el alma de las multitudes argen-
tinas”, Crítica, 20/10/1934.
36
“Alvear”, Crítica, 19/10/1934.
37
Crítica, 12/12/1936.
38
Crítica, 13/12/1936. El mismo diario, en otro tramo del texto, da cuenta de “cien
mil banderitas argentinas”.
“Crítica ofrece en una nota exclusiva algunos simpáticos aspectos de la vida del
39
47
También cabe conjeturar la conveniencia de que su reivindicatorio retrato en Demo
cracia estuviera firmado por Manuel Carlés, referente de la Liga Patriótica Argentina.
48
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/3/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 240-243.
49
Marcelo T. de Alvear a Cipriano de Urquiza, Martín García, 12/3/1933, Serie Ar
chivo Alvear, t. 2, pp. 240-241; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 9/3/1933, ibíd., pp. 238-239. La detención de la que Alvear era objeto
por entonces seguramente activó este tipo de consideraciones.
50
Marcelo T. de Alvear a Eugenio Garzón, París, 13/1/1931, Serie Archivo Alvear,
t. 1, pp. 193-194. Similar: Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 14/1/1931,
ibíd., p. 195.
51
J. Hortensio Quijano a Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie Archivo Alvear,
t. 3, p. 23.
52
“En Santa Fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 17/3/1935.
53
“Mensaje de Alvear al pueblo argentino”, Crítica, 25/4/1931.
54
“El radicalismo es una necesidad argentina, afirmó el Dr. Alvear”, Crítica,
20/10/1934. El diario ya había subrayado que “se ha jugado la tranquilidad de sus
días maduros para no comulgar con la reacción y con el error”, Crítica 19/10/1934.
55
“Extraordinaria vitalidad”, Crítica, 26/4/1931.
56
“Puede afirmar Crítica que la de Entre Ríos ha sido una campaña histórica, dice
Alvear”, Crítica, 17/3/1935.
57
Ejemplos: “Más de 10.000 personas aclamaron a Alvear”, Crítica, 6/3/1935 (el
lugar, Concordia, Entre Ríos); 5.000 personas en Concepción del Uruguay: “El
pueblo ovacionó al Dr. Alvear”, Crítica, 10/3/1935.
58
Apellániz, Callao 1730…, p. 129. El modo de conducción partidaria de Alvear ha
sido retratado como el propio de un “monarca constitucional”. Esto no debe ocul-
tar, sin embargo, el despliegue territorial y la intención de entrar en contacto di-
recto con votantes y afiliados en sus campañas proselitistas. El rótulo de “monarca
constitucional” es de Halperin Donghi, La República imposible, pp. 197-198.
59
“Discurso pronunciado ante la H. Convención Nacional de la UCR el 27 de di-
ciembre de 1933”, en Alvear, Democracia, p. 109.
60
“Acto de la proclamación. Salta. Junio 22 de 1937”, en Alvear, Acción democráti
ca, 1937, pp. 134-135.
61
Marcelo T. de Alvear a Juan Isaac Cooke, 1/6/1939, en Eva Balbina Fernández
(ed.), Serie Archivo Alvear, t. 5. La UCR durante la presidencia de Ortiz, Buenos
Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 2011, p. 219.
62
“Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”, en Alvear, Demo
cracia, p. 138. Otro ejemplo: “Discurso en Plaza Mitre (Tucumán). 10/10/1938”,
en Marcelo T. de Alvear, ¡Argentinos! Acción cívica, Buenos Aires, Gleizer,
1940, pp. 36-37.
Marcelo T. de Alvear 225
63
La orientación revolucionaria del radicalismo fue argumentada por Ricardo Ro-
jas en su Vocación revolucionaria del radicalismo. También fue un emblema
de Forja, que nació por entonces, en 1935. Cfr. Sebastián R. Giménez, “FORJA
revisitada. La Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina y su programa
político e intelectual (1935-1945)”, Sociohistórica. Cuadernos del CISH, 2013,
pp. 97-119.
64
Lo mismo se formularía a medida que la concurrencia electoral se tradujo en
presencia parlamentaria: la actuación legislativa era una demostración de com
promiso con las instituciones y no de colaboracionismo con el gobierno.
65
“Banquete en honor del Doctor Alvear-La Rioja. Junio 16 de 1937”, en Alvear,
Acción democrática, p. 90.
66
“Proclamación en Santiago del Estero. Junio 26 de 1937”, en Alvear, ibíd., p. 156.
67
“Discurso al discutirse en el comité nacional el pedido de intervención a Buenos
Aires”, en Alvear, Democracia, p. 198.
68
“Mensaje de solidaridad del comité nacional al radicalismo bonaerense”, ibíd.,
pp. 199-205. El contexto de estas alocuciones era especialmente sensible: el triun-
fo electoral del conservador Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires en
noviembre de 1935. En la Convención Nacional de enero de 1935 que decidió el
levantamiento de la abstención, José Luis Cantilo desplegó tópicos similares. Cfr.
Del Mazo, El radicalismo, t. II, pp. 255-260.
69
Crítica, 15/10/1934.
70
Ver Halperin Donghi, La República imposible, p. 198.
71
Luis Roque Gondra a Alvear, Buenos Aires, 10/7/1934, Serie Archivo Alvear, t. 3,
pp. 17-19.
72
Goldstraj, Años y errores, pp. 176-177.
73
Persello, El partido radical, pp. 207-231; Persello, Historia del radicalismo,
pp. 126-129. Sobre la revista Hechos e ideas: Alejandro Cattaruzza, Hechos e
ideas. Una aproximación al pensamiento político argentino (1935-1955), Tesis
de maestría, UTDT, Buenos Aires, 1992; Alejandro Cattaruzza, “Una empresa
cultural del primer peronismo: la Revista «Hechos e ideas» (1947-1955)”, Re
vista Complutense de Historia de América, n.° 19, 1993, pp. 269-289; Alberto
Piñeiro, “El radicalismo social moderno: Hechos e ideas (1935-1941)”, en Wal-
do Ansaldi y otros (eds.), Argentina en la paz de dos guerra, 1914-1945, Buenos
Aires, Biblos, 1993.
74
En el capítulo 7 se volverá sobre este tema.
75
“Proclamación de candidatos en Mendoza. Junio 12 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, pp. 46-50. Similar, “Proclamación en el Teatro de la Ópera. San
Luis. Junio 11 de 1937”, ibíd., pp. 40-45; Marcelo T. de Alvear a Publio Massini,
París, 9/1/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 175-177.
76
“Proclamación de candidatos. Villa Mercedes (San Luis). Junio 11 de 1937”, Ac-
ción democrática, pp. 38-39. Cabe consignar que la alusión a la justicia social a
226 Leandro Losada
94
Respectivamente: Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
18/12/1930, Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 154-155; Ernesto León Odena a Marce-
lo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, ibíd., pp. 200-203.
95
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 7/2/1930, 26/4/1930 y
11/12/1930, ibíd., pp. 51-52 y pp. 128-129.
96
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/9/1930 y 11/10/1930,
ibíd., p. 82 y p. 84. También: Cfr. Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires 7/2/1930, ibíd., pp. 353-36.
97
Marcelo T. de Alvear a Guillermo Leguizamón, París, 17/1/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 197-199. Cfr. también Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 24/12/1930, ibíd., pp. 161-162.
98
Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., pp. 211-213.
99
Marcelo T. de Alvear a Carlos de Alvear, 14/1/1931, ibíd., p. 196.
100
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931, ibíd., pp. 206-207.
101
Carlos falleció poco después, en mayo. Sus problemas de salud, mencionados en
la correspondencia, posiblemente fueron un elemento adicional contemplado por
Alvear al momento de decidir la vuelta a la Argentina.
102
Ver Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 44-46.
103
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/10/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 59-60.
104
Enrique García Vellos a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 19/3/1932, ibíd.,
pp. 120-123. También: Ezequiel Fernández Guerrico a Alvear, Buenos Aires,
10/3/1932, ibíd., pp. 94-98.
105
Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 22/4/1932, Serie Archivo
Alvear, t. 2, pp. 169-170.
106
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/4/1932, ibíd., pp.
160-161.
107
Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 27/10/1931, ibíd.,
pp. 80-82.
108
Marcelo T. de Alvear a Ezequiel Fernández Guerrico, París, 21/3/1932, ibíd.,
pp. 99-100.
109
Julio Borda a Marcelo T. de Alvear, Cuartel de bomberos (Buenos Aires), 28/2/1933,
ibíd., pp. 228-234.
110
Marcelo T. de Alvear, “Al pueblo argentino”, s/f, Serie Archivo Alvear, t. 2, pp.
306-309. Mariano de Apellániz se atribuyó la divulgación de esta carta. Cfr. Ca
llao 1730, p. 127.
111
“La conciencia de la hora nos serena”, Crítica, 19/10/1934.
112
Cfr. Fondo Agustín P. Justo, AGN, 2/11/1934, doc. 100, caja 43. También Persello,
El partido radical, p. 159.
113
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 164-174; Walter, The Province of
Buenos Aires, pp. 142-152.
228 Leandro Losada
114
“En Santa fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 20/3/1935.
115
Las represiones sufridas, intensas, también eran acotadas: no se habían conti-
nuado en una decidida acción presidencial para destruir a la UCR. Cfr. Halperin
Donghi, La República imposible, pp. 103-123.
116
Cfr. Halperin Donghi, ibíd., pp. 169-170. Sobre el radicalismo sabattinista, César
Tcach, “Sabattinismo: identidad radical y oposición disruptiva”, Desarrollo Eco
nómico, vol. 28, n.° 110, jul.-sep. de 1988, pp. 183-208.
117
Cfr. “Pedido de intervención a la provincia de Buenos Aires (Memorial del Comi-
té Nacional de la UCR enviado al Ministerio del Interior)”; “Discurso al discutirse
en el Comité Nacional el pedido de intervención a Buenos Aires”; “Mensaje de
solidaridad del Comité Nacional al radicalismo bonaerense”. Todos en Alvear,
Democracia, pp. 161-205. El primero y el tercero pueden verse también en Serie
Archivo Alvear, t. 3, pp. 201-229 y 232-238.
118
Luna, Alvear, pp. 180-181; Halperin Donghi, La República imposible, pp. 170-174.
119
Cfr. Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas, pp. 133-134.
120
Luis R. Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/10/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, p. 92.
121
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/10/1936 y 11/11/1936,
ibíd., pp. 56-84 y 243-273, respectivamente. En éstas, como en la mayoría de sus
cartas, Cantilo remitía abundantes recortes de diarios.
122
Luis Roque Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/10/1936, ibíd., pp.
85-86; remitente no identificado a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/10/1936,
ibíd., pp. 124-125.
123
Atilio Cattáneo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/10/1936, ibíd., pp. 89-91.
124
Eulogio Sanz a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 17/10/1936, ibíd., pp. 12-13;
Enrique Mosca a Marcelo T. de Alvear, Santa Fe, 23/10/1936, ibíd., pp. 54-55.
125
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., pp.
96-120.
126
José Luis Cantilo a Marcelo T. Alvear, Buenos Aires, 31/10/1936, ibíd., pp. 131-
158; Luis R. Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/11/1936, ibíd., pp.
159-161; José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 4/11/1936,
pp. 162-201.
127
Las opiniones de Gallo sobre Alvear, en Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas,
pp. 132-133. Sobre la situación en el radicalismo tucumano y la candidatura de
Gallo, Adolfo Calvete a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/10/1936, Serie
Archivo Alvear, t. 4, pp. 25-27.
128
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 4/11/1936, pp.
162-201.
129
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., p. 103; José
Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 7/11/1936, ibíd., pp. 207-208.
Marcelo T. de Alvear 229
130
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 11/11/1936, pp. 243-273;
José P. Tamborini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/12/1936, ibíd., pp. 274-277.
131
“La UCR de Santa Fe refuta al Dr. Lisandro de la Torre, su idea de hacer una fusión
opositora”, La Nación, 15/1/1937.
132
“El presidente de la UCR visitó al General Justo”, La Nación, 13/2/1937. En no-
viembre de 1936, con Alvear aun en Europa, Cantilo y otras autoridades partida-
rias ya se habían entrevistado con Justo, según la prensa, exclusivamente por este
tema. Cfr. La Nación, 22/11/1937.
133
Benjamín de la Vega a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/4/1937, Serie Archi-
vo Alvear, t. 4, p. 319.
134
Cfr. Darío Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de poder”, en Cattaruzza (dir.),
Nueva Historia Argentina. t. VII, pp. 79-81.
135
Adolfo Calvete a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/10/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, pp. 25-27.
136
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13 de
diciembre de 1936”, en Alvear, Democracia, pp. 217-224.
137
Sobre la relación entre Justo y los conservadores, ver especialmente María Do-
lores Béjar, El régimen fraudulento. La política en la provincia de Buenos Aires,
1930-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 85-110; Walter, The Province of
Buenos Aires, pp. 153-166.
138
En el próximo capítulo se volverá sobre este tema.
139
En ello incidieron, de todos modos, razones personales: la muerte de su hijo
Eduardo en un accidente aéreo. Privitellio,Agustín P. Justo, pp. 62-63.
140
Estos argumentos son planteados, por ejemplo, en Del Mazo, El radicalismo, t. II,
pp. 260-263.
141
Las contribuciones empresariales a la campaña electoral parecen evidenciadas
en la investigación que el gobierno militar surgido del golpe de Estado de 1943
encargó sobre este asunto, conocido como Informe Rodríguez Conde. El episodio
es reconstruido en detalle por Luna, Alvear, pp. 217-246; cfr. también Saítta, Re
gueros de tinta, p. 268.
142
La expresión es de Halperin Donghi, La República imposible, pp. 199-203.
143
Cfr. por ejemplo: Anónimo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/10/1936,
Serie Archivo Alvear, t. 4, pp. 126-128. José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear,
Buenos Aires, 11/11/1936, ibíd., pp. 243-273.
144
Félix Luna, debido a la falta de pruebas de sobornos a Alvear, explicó sus conduc-
tas por su favorable “posición mental frente al problema imperialista”: Alvear, p.
217. Ver también Del Mazo, El radicalismo. t. II, pp. 270-271.
145
“El presidente Justo pronunció un discurso político en la provincia de Santa Fe”
y “Alvear contesta al discurso del presidente Justo”, Crítica, 3/9/1937.
146
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
230 Leandro Losada
147
Según supo consignar Crítica años más tarde (en ocasión de la muerte de Alvear),
dio setenta discursos entre abril y septiembre de 1937. “Ha muerto Marcelo T. de
Alvear”, 24/3/1942. Su conversión en “incansable tribuno” fue un rasgo por cier-
to recordado y evocado en esa oportunidad, así como el contraste que éste supuso
con relación al pasado: “Una transfiguración goetheana”, Crítica, 24/3/1942.
148
Martín Ibarra Figueredo a Marcelo T. de Alvear, Quilmes, 29/4/1937, Serie Ar
chivo Alvear, t. 4, p. 327.
149
Crítica, 1/9/1937.
150
“Alvear habló al pueblo platense”, Crítica, 31/8/1937.
151
“Alvear dirigió palabras de concordia y esperanza a todo el pueblo argentino”,
Crítica, 2/9/1937.
152
“Para Noticias Gráficas”, Serie Archivo Alvear, t. 4, p. 389.
153
“Por Alvear-Mosca está la voluntad de la Nación”, Crítica, 4/9/1937. Un par de
días antes, en sentido coincidente, denunció: “las condiciones electorales del
país no permiten pecar de ingenuos ni de optimistas […] las fuerzas reacciona-
rias se preparan desembozadamente a burlar la voluntad general trampeando las
elecciones del domingo”. “Por qué el país quiere el triunfo del Alvear”, Crítica,
2/9/1937.
154
A modo de ejemplo, cfr. Crítica, 6/9/1937 (sobre provincia de Buenos Aires),
7/9/1937 (Santa Fe), 10/9/1937 (Córdoba), 11/9/1937 (Mendoza).
Capítulo 6
El ocaso
por un lado, coexistió con una vida pública que prácticamente hasta
último momento fue muy activa, a pesar de los reveses y de las críticas.
Por otro, porque es una autopercepción que fue más allá de la evalua-
ción personal y de las esperables razones de ciclo vital que pudieron
alentarla. Para Alvear, su desplazamiento y su retiro condensaban un
fenómeno más amplio: el final de un grupo social en la conducción del
país, e incluso más, el final de una Argentina.
De la derrota a la expectativa
Buenos Aires podía pensarse como un gran éxito, pues en ese distrito
el oficialismo tuvo que tolerar un limitado ejercicio del fraude, por la
competitividad y la calificación del electorado, mayores que en otras
regiones del país.8
Sin embargo, no hubo un cambio de línea. Así se advirtió especial-
mente en las elecciones de Tucumán, en octubre de 1938, y Entre Ríos,
en marzo de 1939. En esas dos ocasiones Alvear se involucró de manera
personal y reeditó el activo proselitismo que había desplegado en 1937,
viajando a las provincias mencionadas para tomar parte directa en cada
una de las campañas electorales, ya con setenta años de edad. A diferen-
cia de marzo de 1938, los resultados fueron más auspiciosos. En ambas
provincias el radicalismo ganó las gobernaciones.
La posibilidad del retiro, entonces, dejó su lugar a la reafirmación
del compromiso con la lucha cívica, con tópicos desplegados desde
1935: una confrontación entendida como un combate por la salvación
de las instituciones de la república que, por su mismo significado, hacía
una opción táctica tolerable, sino necesaria, el acercamiento con des-
prendimientos del radicalismo que habían estado alejados de la línea
del comité nacional; una oposición frontal contra el gobierno conjugada
con participación electoral; una concepción de la UCR como la única
salvaguarda de la nación y como el único espacio político que no se ha-
bía beneficiado del estado de cosas montado desde 1932; la convicción
de que la perpetuación del fraude motivaría la indignación, o al menos,
el despertar de la conciencia ciudadana.9
¿A qué atribuir este súbito reverdecer, para el cual no había indicios
nítidos inmediatamente después de las elecciones y que se sostenía en
una continuidad de las estrategias practicadas hasta entonces? Es difícil
dar respuestas concluyentes. Lo más plausible es suponer que Alvear
decidió responder al crecimiento de la intransigencia interna con una
reafirmación de su liderazgo y de su línea política. En última instancia,
no tenía otra opción. 1937 había hecho explícitos los riesgos abiertos en
1935. La participación electoral, desencadenada en última instancia por
necesidad, sólo era viable si se coronaba con el triunfo. La derrota ali-
mentaría y fortalecería a la oposición intransigente, ya alentada por su-
cesos ajenos a la decisión concurrencista en sí misma, como el episodio
de la CHADE. Frente a ello, la alternativa, renunciar a la participación
electoral, era igualmente inconveniente. Implicaba ceder el liderazgo
236 Leandro Losada
haya sido realizada por ellos. Lo único que debe interesarles es que
se realice”. En consecuencia, la actuación parlamentaria y el acom-
pañamiento al Poder Ejecutivo de los legisladores radicales era una
obligación irrenunciable: “Seguramente habrá puntos de coincidencia
con el Poder Ejecutivo de la Nación. Coincidencias que serán las del
bien público, las del interés general, y el partido tendrá que apoyar,
por probidad, toda buena iniciativa, venga de donde viniere, en pro de
las fundamentales necesidades del país”.
En suma, mantenía, ahora con mayor fundamento, la línea planteada
en la convención de mayo de 1939 en la polémica con Pueyrredón. La
actuación parlamentaria era una responsabilidad irrenunciable para ru-
bricar el prestigio y el respaldo popular que la UCR había adquirido, para
apuntalar la acción del presidente y para consolidar la democracia misma
en la Argentina. También, quizá fortalecido por el cambio de escenario,
lanzó duras críticas a la oposición interna, a la que definió como dema-
gógica, un término por demás sensible, por sus resonancias a las críticas
que en su momento se habían lanzado contra el personalismo.
Lo cierto es que, en palabras del propio Alvear, parecía justificarse
el paso de la amargura y la tristeza al optimismo. A diferencia de lo ocu-
rrido en marzo de 1938, las elecciones de marzo de 1940 fueron exitosas
para la UCR. Obtuvo la mayoría en Capital Federal, Buenos Aires, Santa
Fe, Córdoba, Entre Ríos, minoría en Santiago y Mendoza y se abstuvo
en Corrientes. A pesar de la intransigencia afirmada por la convención,
hubo acuerdos con desprendimientos radicales en provincias como Ju-
juy y Santiago del Estero. Además, en Jujuy y Córdoba se ganaron las go-
bernaciones y, por los resultados obtenidos, la UCR pasó a tener quorum
propio en la Cámara de Diputados.35 El optimismo siguió vigente hasta
mediados de 1940. Si bien los peligros que acechaban a las institucio-
nes no estaban disipados, la senda era auspiciosa, y entre sus expresio-
nes incluso se contaba la unidad que, a ojos de Alvear, parecía volver al
partido. Así lo sugiere su celebración de la amplia convocatoria reunida
en el banquete realizado en mayo de 1940 al reciente gobernador electo
de Córdoba, Santiago del Castillo.36
El escenario cambió abrupta y vertiginosamente a mediados de 1940.
En julio, Ortiz entró en licencia por enfermedad. Al mismo tiempo, se
abrió la investigación promovida en el senado por Benjamín Villafañe
por la compra de terrenos en El Palomar, adyacentes al destacamento de
Marcelo T. de Alvear 245
Ahora bien, merece subrayarse que los reveses y el descrédito que acom-
pañaron sus iniciativas entre 1938 y 1941, que se sumaron a los que
venía acumulando desde, al menos, 1935, fueron fruto de un factor que
trascendió el limitado éxito electoral, en sí mismo un traspié decisivo, y
a la vez un desencadenante de los descréditos sufridos. Ese factor fue el
personaje político que Alvear, necesariamente, debió componer desde
su regreso al país en 1931.
En él debió incluir una tesitura intransigente, por la conjugación
de tres aspectos: la propia tradición de la UCR, la difícil tarea de suce-
der a Yrigoyen y las circunstancias reinantes a partir de 1930, que, al
excluir y perseguir al radicalismo o fraguar los resultados electorales,
no crearon ciertamente condiciones propicias para los matices.66 A
estas tres circunstancias se sumó un último factor, crucial: el propio
Alvear. Por su pasado, debió edificarse, a la vez, como líder radical y
como político de masas y, simultáneamente, hacerlo sin replicar pero
también sin romper del todo con el modelo que lo había precedido,
Yrigoyen.
Forzado a mostrar y a reafirmar una identidad, pero también a re-
novarla para no ser una simple continuación del pasado; obligado a
llevar a la UCR nuevamente al poder, pero a través de procedimientos
consustanciados con la historia del partido, que obligaron a resignificar
Marcelo T. de Alvear 255
El peligro fascista o comunista podía ser una derivación del viciado sis-
tema pergeñado por Justo, pero éste y aquellos no se confundían:
lidar créditos ante los actores de la opinión pública y los votantes que
consideraban los sostenes del partido, el Ejército, la Iglesia y las clases
medias. El asunto era una encrucijada, porque, debido a las divergen-
cias internas crecientes, no era fácil disciplinar al bloque parlamentario
para que apuntalara la iniciativa que se creía la más adecuada: presentar
un proyecto propio de condena al comunismo.80
El anticomunismo, por lo tanto, parece haber tenido una de sus
motivaciones en una búsqueda de correspondencia con el electorado
potencial del radicalismo. Son consideraciones que, por cierto, ofrecen
algunas pistas sobre las inclinaciones políticas de las clases medias a
mediados de la década del treinta, o en todo caso sobre qué inclinacio-
nes les atribuían los actores políticos que pretendían captar sus votos.81
Para lo que aquí nos ocupa, esta percepción de Alvear y su entorno per-
mite entender otros argumentos contemporáneos, como sus esfuerzos
por desligar al radicalismo de toda impronta revolucionaria o las afir-
maciones de que la UCR contaba con soluciones para preocupaciones
novedosas como las “cuestiones obreras” y la justicia social, vistos en el
capítulo anterior. El rechazo al Frente Popular parece haberse derivado,
por lo tanto, de varias consideraciones: el anticomunismo, personal y
partidario; una búsqueda de sintonía con las preferencias atribuidas a
los votantes radicales; la tradición intransigente contraria a todo acuer-
do, un argumento que se explicitó especialmente al rechazar acerca-
mientos con el socialismo, un punto sobre el que se volverá más abajo;
y un aspecto también tratado en el capítulo 5, que no hay que olvidar: la
intención de mostrar gestos de moderación y de buena voluntad hacia
el gobierno de Justo en un momento, la segunda mitad de 1936, en que
se creyó posible negociar con él, una expectativa que recién se desvane-
ció definitivamente con las elecciones de Santa Fe en febrero de 1937.82
La posición antifascista y anticomunista de Alvear encontró con-
densación en una mirada que, si tampoco fue ajena a otros sectores del
radicalismo, fue especialmente nítida en su presidente. Ambos eran fe-
nómenos condenables. Pero no sólo por ser ajenos a las tradiciones ar-
gentinas. Más aún, por el rasgo que los unía, el sojuzgamiento del indi-
viduo ante el Estado. Comunismo y fascismo eran totalitarismos. Así lo
expresó a lo largo de 1937: “¿Y sabéis bien, vosotros, lo que significa esa
reacción de derecha, como lo que significa el extremismo de izquierda?
El Estado totalitario, es decir, que el único propietario es el Estado, y el
Marcelo T. de Alvear 261
aquí hay una clase media surgida con el esfuerzo de su propio tra-
bajo. Esa es la grandeza de la República […] El Partido Radical no
quiere clases privilegiadas. Quiere la democracia integral y com-
Marcelo T. de Alvear 271
pleta y que dentro de ella surjan los que tengan más condiciones,
más energías para el trabajo, más inteligencia y, por lo tanto, se
destaquen para bien propio y para bien de su patria.119
Ahora bien, el patriciado no sólo estaba en crisis por los vicios po-
líticos que lo invalidaban, en última instancia, como tal. La sociedad en
sí misma lo desplazaba. Aquella sociedad republicana y democrática,
basada en el mérito y la virtud, tenía como desenlace inexorable el des-
plazamiento del grupo que la había creado y conducido. Alvear parece
haber advertido que había llegado el momento de un relevamiento so-
cial y generacional inevitable. Era la hora de los descendientes de los
inmigrantes del cambio de siglo, de las clases medias que evocaba en
los discursos arriba reproducidos.
Este reconocimiento estaba acompañado de otro, paralelo, al grupo
que había creado esa sociedad. Si el reemplazo era posible, e incluso
deseable, lo era porque en la Argentina nunca habían habido prerroga-
tivas de apellido:
lidad del movimiento obrero antes que por las clases medias. O incluso
si este último era el caso, que las mismas estuvieran más preocupadas
por conservar sus posiciones que por honrar la movilidad de la que eran
un resultado, algo, con todo, que no le habría pasado completamente in-
advertido, como lo sugiere, por ejemplo, el anticomunismo que advirtió
en ellas. En suma, podría argumentarse que eran otras las razones por
las que la sociedad ya no reconocía en el patriciado a su clase dirigente,
y que ese error de diagnóstico es otro indicador del desajuste de Alvear
con su tiempo.
En todo caso, aquí interesa subrayar otro punto. Éste es, que Alvear
reconoció que el ciclo político que se cerraría en 1943, enmarcado por
la desaparición prácticamente simultánea de sus personajes más repre-
sentativos (el propio Alvear, Ortiz, Justo), estaba agotado antes de esa
fecha, o al menos, en un proceso de descomposición ya casi irreversi-
ble. Y que las razones de ello encontraban un responsable último en el
patriciado del que formaba parte, o mejor aún, en las fallas de su círculo
social para ser tal. Desde su misma desfiguración en oligarquía, o en
todo caso, en testigo complaciente, cuando no beneficiario, de ella, has-
ta la apatía ciudadana y el adormecimiento de la conciencia cívica, eran
su responsabilidad. Su concepción elitista de la sociedad motivó una
mirada exculpatoria de ella y crítica de las elites a las que pertenecía.
Pero, además, hay un punto adicional, complementario más que
antagónico. Quizá para justificar sus propios reveses, quizá como resul-
tado del apego a un relato de la historia argentina por razones no sólo
ideológicas, pues en última instancia ofrecía argumentos para legitimar
la historia de su grupo social, de su misma familia, Alvear entendió que
ese ciclo político que se cerraba se superponía con, incluso se explicaba
por, el final de toda una época en la historia de la sociedad argentina,
aquella iniciada a fines del siglo XIX.
Su eclipse político, y el mismo final de su vida, eran manifestaciones
de fenómenos más amplios. Junto a un momento político, culminaba una
etapa en la historia nacional, signada por el relevamiento de las elites
tradicionales y la consolidación de los frutos de la sociedad inmigratoria
que aquellas habían diseñado. Alvear, desde este punto de vista, no sólo
es un símbolo de una Argentina que culminó a inicios de los años cua-
renta, sino un testimonio, singular desde ya pero también especialmente
explícito, de la autopercepción de ese final por quienes lo vivieron.
Marcelo T. de Alvear 277
Notas
1
“Discurso pronunciado en el comité nacional de la Unión Cívica Radical (después
de la elección presidencial de 1937)”, en Alvear, ¡Argentinos!, p. 115.
2
Cfr. “Sobre la concurrencia de los legisladores radicales a la Asamblea Legislativa
del día 25 de noviembre de 1937”, en Alvear, Acción democrática, pp. 439-443;
Persello, Historia del radicalismo, p. 117.
3
Rómulo S. Naón a Marcelo T. de Alvear, 28/1/1938, Serie Archivo Alvear, t. 5,
pp. 18-19.
4
Persello, El partido radical, pp. 181-182.
5
“Discurso pronunciado en un acto en el teatro Marconi. 22 de marzo de 1938”, en
Alvear, ¡Argentinos!, pp. 135-136.
6
“Asamblea en el Luna Park. Proclamación de candidatos, 26 de marzo de 1938”,
ibíd., pp. 142-147.
7
Persello, Historia del radicalismo, p. 118.
8
Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de poder”, pp. 49-95.
9
Todos estos énfasis pueden verse en los discursos de campaña en Tucumán, Entre
Ríos y San Juan, en Alvear, Argentinos, pp. 9-109.
10
Cfr. Ignacio López, Camino a la democratización: consideraciones sobre la polí
tica aperturista de Roberto M. Ortiz (1938-1940), Tesis de maestría, Universidad
Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 2013.
11
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 68.
12
Ricardo Gaudio Leone a Marcelo T. de Alvear, La Rioja, 26/8/1938, ibíd., pp. 72-
73; Luna, Alvear, pp. 268-269.
13
La Nación, 6/12/1938 y 8/12/1938.
14
“Memoria del Comité Nacional 1938”, Serie Archivo Alvear, t. 5, p. 121.
15
“Renovación de autoridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en
la sesión del día 7-2-1939”, en ¡Argentinos!, pp. 160-168.
16
Marcelo T. de Alvear a Marcos A. Victorica, Buenos Aires, 13/1/1939, Serie Archi
vo Alvear, t. 5, pp. 140-141.
17
La Nación, 1/6/1939.
18
Ricardo Garbellini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/2/1938, Serie Archi
vo Alvear, t. 5, pp. 46-47. Cfr. también la carta anónima reproducida por Persello,
Historia del radicalismo, p. 121.
19
La Nación, 1/6/1939.
20
La Nación, 2/6/1939.
21
La Nación, 30/5/1939.
22
La Nación, 29/5/1939; Goldstraj, Años y errores, p. 166.
23
La Nación, 30/5/1939. El discurso también está en “Convención nacional de la
UCR. Sesión inaugural-29-5-1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 180-183.
278 Leandro Losada
24
La Nación, 30/5/1939.
25
Ibid.
26
“Banquete en honor del Dr. Alvear. Paraná, Junio 1 de 1939”, en Alvear, ¡Argenti
nos!, pp. 184-188.
27
Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, p. 127.
28
La Nación, 30/5/1939; “Convención nacional de la UCR”, en Alvear, ¡Argentinos!,
p. 183.
29
La Nación, 31/8/1939.
30
La Nación, 30/8/1939 y 2/9/1939.
31
Privitellio, “La política”, pp. 128-129.
32
Respectivamente: “Para Crítica. (Declaraciones con motivo de un telegrama del P.
Ejecutivo Nacional al Gobernador de Catamarca)”; “Declaraciones del H. Comité Na-
cional de la UCR con motivo del telegrama dirigido al gobernador de Catamarca por
el P. Ejecutivo Nacional. 19-12-1939”, ambos en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 217-221.
33
“Banquete en honor de los candidatos a la Gobernación y Vice de Salta, Dres.
Arias y Bavío. 17-2-1940”, ibíd., pp. 222-225.
34
“Proclamación de los candidatos de la UCR a senador, diputados nacionales y
concejales municipales por la Capital. Asamblea en el Luna Park. Buenos Aires,
Marzo 20 de 1940”, ibíd., pp. 226-234.
35
Persello, Historia del radicalismo, p. 119; Luna, Alvear, p. 288.
36
“Banquete en honor de los gobernadores electos de Córdoba. (En el Alvear Palace
Hotel). Buenos Aires, 4-5-1940”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 243-246. Por enton-
ces multiplicó los elogios al radicalismo cordobés: destacó el “gobierno admira-
ble del Dr. Sabattini”: “Recepción al Dr. Alvear. En Córdoba. 16-5-1940”, en ibíd.,
pp. 247-248.
37
Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, pp. 239-246.
38
La Nación, 3/9/1940.
39
La Nación, 24/9/1940.
40
Cfr. Juan Llach, “El Plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de
la economía política del peronismo”, Desarrollo Económico, 92, 1984, pp. 515-558.
41
Pueden verse las críticas de los radicales Eduardo Laurencena en el Senado e
Ismael López Merino en Diputados, en La Nación, 12/12/1940 y 16/12/1940 res-
pectivamente. Cfr. también Persello, El partido radical, pp. 225-231.
42
La Nación, 10/1/1941.
43
Federico Pinedo, “Contestando al Dr. Alvear. Discurso pronunciado el 3 de
septiembre de 1937”, en Pinedo, En tiempos de la República, t. V, Buenos
Aires, Editorial Mundo Forense, Buenos Aires, 1948, pp. 233-240. El discurso
que motivó la réplica de Pinedo es “Acto de clausura de la campaña pre-
sidencial, en el Luna Park. Capital Federal, 1° de septiembre de 1937”, en
Alvear, Acción democrática, pp. 419-438. Otras alusiones críticas de Alvear a
la política económica de Pinedo: “Proclamación en Azul. Agosto 15 de 1937”,
Marcelo T. de Alvear 279
en los años treinta a través de tres estudios de caso”, Prohistoria, n.° 20, 2013, pp.
67-87; Giménez, “FORJA revisitada”.
65
Cfr. Luna, Alvear, pp. 311-325; Persello, El partido radical, pp. 159-170.
66
Cfr. Sebastián R. Giménez, “Del caos al orden, de la guerra a la paz. Marcelo Al
vear y la difícil institucionalización del radicalismo en los años treinta”, Estudios
Sociales, n.° 51, 2016.
67
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 195-205; Persello, Historia del radicalismo,
pp. 121-130; Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear; Cattaruzza, Hechos e ideas; Catta-
ruzza, “Las huellas de un diálogo: Demócratas radicales y socialistas en España
y Argentina durante el período de entreguerras”, Estudios sociales, vol. 4, n.° 7,
1994, pp. 29-48.
68
“Banquete en honor de la fórmula triunfante Mihura-Marco. 13 de mayo de 1939”,
en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 96-97.
69
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua
de Roque Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, en Alvear, Democracia, p.
213. Cfr. también “En las iniciativas fascistas no cree el Dr. Alvear”, Crítica,
2/5/1933.
70
“Proclamación en San Nicolás. Agosto 6 de 1937”, en Alvear, Acción democráti
ca, p. 306.
71
“Proclamación en La Plata. Agosto 30 de 1937”, ibíd., p. 415.
72
“Proclamación en Trenque Lauquen. Agosto 18 de 1937”, en Alvear, Acción de
mocrática, p. 381.
73
“Discurso en Simoca” (1938), en Alvear, ¡Argentinos!, p. 19. También “Proclama-
ción en Colón” (1939), ibíd., pp. 81-82.
74
“Proclamación en Concordia” (1939), ibíd., p. 85.
75
Persello, Historia del radicalismo, pp. 129-130; Nállim, Transformación y crisis
del liberalismo, pp. 79-100. Cfr. Andrés Bisso, “Los socialistas argentinos y la
apelación antifascista durante el ‘fraude tardío’”, en Hernán Camarero y Carlos
Miguel Herrera (eds.), El Partido Socialista en la Argentina. Sociedad, política e
ideas a través de un siglo, Buenos Aires, Prometeo, 2005, pp. 321-342; Ricardo
Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argen
tina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.
76
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua de Ro-
que Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, Alvear, Democracia, p. 212.
77
También lo hizo un desprendimiento del socialismo, el Partido Socialista Obrero
liderado por Benito Marianetti. Cfr. Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de
poder”, pp. 82-84; Persello, El partido radical, pp. 200-201; Cattaruzza, Marcelo
T. de Alvear, pp. 56-57. Cfr. también: “El Dr. Alvear expresa su satisfacción al
socialismo obrero”, Crítica, 29/8/1937.
78
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de
la UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Marcelo T. de Alvear,
Acción democrática, p. 9.
Marcelo T. de Alvear 281
79
José P. Tamborini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/12/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, p. 274.
80
Eulogio Sanz a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 17/10/1936, ibíd., pp. 12-13;
José Luis Cantilo (presidente del comité nacional por entonces) a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires,17/10/1936, ibíd., pp. 14-21; Luis R. Gondra a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., pp. 121-123; José Luis Cantilo a Marcelo
T. de Alvear, Buenos Aires, 11/11/1936, ibíd., pp. 243-273.
81
Sobre este tema, cfr. Ezequiel Adamovsky, “Acerca de la relación entre el radica-
lismo argentino y la ‘clase media’ (una vez más)”, Hispanic American Historical
Review, vol. 89, n.° 2, 2009, pp. 209-251.
82
A todo ello habría que sumar, además, un último aspecto: el frentismo era una
consigna a la que adherían distintas agrupaciones juveniles internas enfrentadas
a la conducción alvearista. Cfr. Sebastián R. Giménez, “La juventud radical y la
opción por los Frentes Populares (1935-1936)”, VII Jornadas de Sociología de la
UNLP, 2012.
83
“Proclamación en Esperanza. Julio 25 de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 277.
84
“Gravedad del momento actual. ‘La Prensa’. Octubre 10/37”, en Alvear, ¡Argenti
nos!, pp. 117-122. El sesgo liberal que aparece en estas afirmaciones se explorará
en profundidad en el próximo capítulo.
85
Cfr. por ejemplo Marcelo T. de Alvear a G. Hanotaux, Buenos Aires, s/f, Serie
Archivo Alvear, 4, pp. 429-431.
86
Cfr. “14 de julio. Publicado en el Diario Crítica de Buenos Aires, el 12-7-1939”; “La
guerra europea y la Argentina. Publicado en diario El Sol de Buenos Aires el 28 de
octubre de 1939”, ambos en: Alvear, ¡Argentinos!, pp. 195-196 y 205-212. También:
“Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo T. de Alvear, como huésped de honor de
la Cámara de Comercio Británica en la República Argentina, en el almuerzo realiza-
do en el Plaza Hotel, el día 11 de julio de 1940”, en ibíd., pp. 260-273.
87
La Nación, 23 y 24/9/1940. Por entonces, el comité nacional declaró su apoyo a la
Conferencia Panamericana de La Habana, apostando a que América constituyera
un bloque continental de defensa de la democracia. Persello, Historia del radica
lismo, p. 120.
88
La Prensa, 11/5/1941.
89
La Prensa, 13/5/1941. Cfr. Persello, Historia del radicalismo, pp. 120-121; Luna,
Alvear, p. 311.
90
“Proclamación en Córdoba. Agosto 7 de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 309. También ver: “Asamblea en el Luna Park. Proclamación de candidatos, 26
de marzo de 1938”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 142-147; “Renovación de auto-
ridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en la sesión del día 7-2-
1939”, ibíd., pp. 160-168.
91
Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, pp. 250-257; Andrés Bisso, Acción
argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Ai-
res, Prometeo, 2005.
282 Leandro Losada
92
“Inquietud colectiva (Carta al Dr. Octavio González Roura)”, en Alvear, Argenti
nos, pp. 274-275. González Roura era el fundador de Argentina Libre.
93
Reproducido en Nicolás Repetto, Mi paso por la política (De Uriburu a Perón),
Buenos Aires, Santiago Rueda, 1957, p. 210.
94
La Prensa, 11/5/1941.
95
La convocatoria inicial fue de la CGT comunista. Nicolás Repetto, dirigente so-
cialista, la orientó a los objetivos políticos mencionados y la amplió al Partido
Demócrata Progresista y a la UCR. Precisamente, las disputas en la izquierda han
sido señaladas como la principal razón de estos desplazamientos, en especial, el
temor del socialismo a un protagonismo creciente del comunismo, así como las
confrontaciones internas del propio socialismo. Halperin Donghi, La República
imposible, pp. 212-213; Hernán Camarero y Carlos Miguel Herrera, “El Partido
Socialista en Argentina: nudos históricos y perspectivas historiográficas”, en Ca-
marero y Herrera, El Partido Socialista, pp. 25-31.
96
Repetto, Mi paso por la política, pp. 198-202.
97
Repetto, ibíd., pp. 126-130. Ver Camarero y Herrera, “El Partido Socialista”.
98
Cfr. Ciria, Partidos y poder…, p. 94 y nota 25, p. 107; Privitellio, Agustín P. Justo,
p. 68; Halperin Donghi, La República imposible, p. 246. Según consignó Crítica
en su momento, el propio Alvear habría alertado a Ortiz de esta iniciativa, pre-
sentándose espontáneamente en su casa de la calle Suipacha: “Una actitud histó-
rica”, Crítica, 24/3/1942.
99
Cfr. La Nación, 18/11, 1/12, 5/12 y 22/12/1936, reproducidos en Serie Archivo
Alvear, t. 4, pp. 441-444.
100
Persello, Historia del radicalismo, p. 116. El frentismo, vale recordar, fue alentado
por sectores juveniles. Giménez, “La juventud radical”.
101
Cfr. Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, p. 135.
102
Repetto, Mi paso por la política, pp. 212-216.
103
Un argumento similar, sin olvidar el intento de acordar con Justo, podría esgri-
mirse para la desestimación de la oferta aliancista de los demócrata progresistas
en ocasión de las elecciones santafesinas de febrero de 1937, vista en el capítulo
anterior.
104
Cfr. Marcelo T. de Alvear a Mario Bravo, Buenos Aires, s/f, Serie Archivo Alvear,
t. 3, pp. 192-193.
105
Repetto, ibíd., pp. 130-136. Para las concepciones del socialismo sobre la UCR,
cfr. Ricardo Martínez Mazzola, “Socialismo y populismo, los comienzos de una
relación conflictiva. La mirada del socialismo argentino sobre la Unión Cívica
Radical (1890-1930)”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos
S. A. Segreti”, vol. 10, pp. 211-230, 2012.
106
Cfr. Ángel Ossorio y Gallardo (embajador de España en la Argentina) a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 19/2/1939, Serie Archivo Alvear, t. 5, p. 161; Norberto
A. Frontini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 14/4/1939, ibíd., p. 202.
Marcelo T. de Alvear 283
107
Asimismo, Alvear declinó una candidatura a senador por la Capital Federal en
1935 para no competir con Palacios, que se presentaba para renovar su cargo.
Inclusive apoyó su postulación. Cfr. “En Santa Fe y Córdoba, dice Alvear, la lu-
cha será fácil”, Crítica, 20/3/1935; “Alvear y la candidatura de Palacios”, Crítica,
24/3/1942.
108
Marcelo T. de Alvear al Pueblo Vasco, 1/5/1937, Serie Archivo Alvear, t. 4, p. 328;
Jesús de Zabala a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/5/1937, ibíd., p. 329. Ver
Mónica Quijada, Aires de república, aires de cruzada: La Guerra Civil Española
en Argentina, Barcelona, Sendai, 1992, p. 71.
109
Eugenio Troisi (director de L’Italia del popolo) a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 23/1/1939 y 3/5/1939, Serie Archivo Alvear, t. 5, pp. 148 y 204-205. Sobre
el diario italiano, cfr. Federica Bertagna, L’Italia del popolo. Un giornale italiano
d’Argentina tra guerra e dopoguerra, Viterbo, Sette Città, 2009.
110
Cfr. Arturo Orzábal Quintana a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/4/1939,
Serie Archivo Alvear, t. 5, pp. 200-201.
111
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 254-255.
112
Por lo demás, algunas circunstancias ajenas a la política moderaron desencuen
tros del pasado. Así fue con la muerte de Lisandro de la Torre. En su sepelio,
Alvear lo ubicó, junto a Alem, en un panteón de republicanos abnegados hasta
el sacrificio. Cfr. “Funeral cívico en memoria del Dr. Lisandro de la Torre. 25-9-
1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 202-204.
113
Llach, “El Plan Pinedo”.
114
La Nación, 11/1/1941. La afirmación de que Ortiz y Alvear propiciaban un levan-
tamiento del fraude impulsado por las empresas británicas es sostenida por Luna,
Alvear, pp. 277-279.
115
Ver Juan Carlos Torre, “La crisis argentina de principios de los años cuarenta y
sus alternativas. El peronismo y los otros”, en Juan Carlos Torre, Ensayos sobre
movimiento obrero y peronismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 135-145; Fer-
nando Devoto, “Para una reflexión en torno al golpe del 4 de junio de 1943”, en
Estudios sociales, vol. 46, n.° 1, 2014, pp. 171-186.
116
El acercamiento entre Justo y el comité nacional de la UCR cobró fuerza a fines
de 1942, cuando Alvear ya había fallecido. Fue una posibilidad frustrada por la
muerte del propio Justo, en enero de 1943. Cfr. Privitellio, “La política bajo el
signo de la crisis”, p. 138; Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 70-71.
117
La Nación, 12/1/1941. Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, especial-
mente, pp. 222-236.
118
“Palabras en Villa Alberdi” (1938), en Alvear, ¡Argentinos!, p. 27.
119
“Recepción en Corrientes. Julio 17 de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 208.
120
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 10/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 222.
284 Leandro Losada
121
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
122
“Proclamación en Gualeguaychú. Palabras del Dr. Alvear”, 10/3/1939, Serie Ar
chivo Alvear, t. 5, p. 173. También puede encontrarse en Alvear, ¡Argentinos!,
pp. 65-68.
123
“Banquete en Gualeguaychú. Discurso de M. T. de Alvear”, 10-3-1939”, Serie Ar
chivo Alvear, t. 5, pp. 168-170.
124
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
125
Cfr. Leandro Losada, “Aristocracia, patriciado, elite. Las nociones identitarias en la
elite social porteña entre 1880 y 1930”, Anuario IEHS, n.o 20, 2005, pp. 389-408.
126
Manuel Carlés a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/1/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, pp. 23.
127
Pinedo, En tiempos de la república. t. I, p. 186. Vale tener en cuenta que Pinedo
estaba en prisión cuando escribió este texto.
128
Goldstraj, Años y errores, p. 45.
Capítulo 7
República, democracia, libertad
Autorretratos y diagnósticos
cracia sino se apoya sobre la base del sufragio libre. Porque la de-
mocracia se sustenta en la voluntad soberana del pueblo, amplia,
total o limitada: pero debe ser la auténtica voluntad popular.12
que era, además, del propio partido y de una de sus figuras insosla-
yables. Este tipo de declaraciones, probablemente, ayudaron a mante-
ner viva la controversia sobre su conducta en 1930 y frente a Yrigoyen,
afuera pero también en el interior de la UCR.
Libertad
Oligarquía y nación
que Alvear fue un liberal porque así se vio a sí mismo y así fue visto
por los demás, puede ensayarse una semblanza de su vocabulario po-
lítico considerando sus énfasis y connotaciones. Desde esta perspecti-
va, el punto sugerente es que por debajo del frecuente uso indistinto o
intercambiable de los conceptos, se pueden advertir tensiones entre las
coordenadas republicanas y las democráticas y, quizá más aún, entre las
primeras y las liberales. Alvear sería, al respecto, también un punto de
mira, modesto y pedestre si se quiere, de los contrapuntos y las diver-
gencias entre estas tradiciones políticas.61
Sus afirmaciones liberales, sus preocupaciones por la libertad y sus
consideraciones democráticas se derivaron de, pero también se limita-
ron por, una perspectiva de tópicos más propiamente republicanos. Las
modulaciones liberales y democráticas de Alvear se desprendieron de
una matriz republicana. Sobre ella se tejieron sus interrelaciones, pero
también ella fue el dique para que sus formulaciones liberales o demo-
cráticas, según el caso, no se desplegaran más consistentemente.
Algunos ejemplos. Se han señalado sus persistentes recaudos frente
a una activa, o en todo caso autónoma, participación política del “pue-
blo”, así como la reivindicación del papel rector o tutor de las elites.
El “buen gobierno” de elites virtuosas limitó las inflexiones democrá-
ticas, pero también la celebración de una sociedad autorregulada. Por
su parte, las alocuciones sobre la libertad sólo fueron moderadamente
liberales, o, mejor aún, sólo coyunturalmente liberales. Insistieron en,
y se enunciaron desde, pero también se limitaron a, la reivindicación
de la Constitución Nacional. La libertad tenía garantía suficiente con
su pleno restablecimiento y la consecuente recuperación de la repúbli-
ca. Fue este eje persistente el que habilitó el maridaje entre república,
liberalismo y democracia. Pero preponderantemente, entonces, desde
una perspectiva según la cual la libertad y la democracia se derivarían
de una recuperación de la forma republicana sancionada por la Consti-
tución (léase, por un retorno de un gobierno obediente a la ley funda-
mental). Por eso mismo, a su vez, el problema de la libertad volvió una
y otra vez sobre el tema de la libertad cívica. Fue esa noción de libertad
la que primó en sus declaraciones y usualmente estuvo “antes” o por
encima de las libertades individuales. El peligro de que estas últimas se
suspendieran apareció en sus preocupaciones e intervenciones públi-
cas de manera tardía y prácticamente como un tema en la agenda que se
306 Leandro Losada
Notas
1
Cfr. Apellániz, Callao…, pp. 128-129.
2
Cfr. Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”,
Prismas. Revista de Historia Intelectual, n.° 4, 2000, pp. 149-191; Pierre Rosan-
vallon, “Para una historia conceptual de lo político”, Prismas. Revista de Historia
Intelectual, n.o 6, 2002, pp. 123-133.
3
Respectivamente: Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear; Rock, El radicalismo
argentino; Del Mazo, El radicalismo; Luna, Alvear.
4
Cfr. Nállim, Transformación y crisis del liberalismo, pp. 79-85.
5
Respectivamente: “Discurso pronunciado en Rosario, en la comida servida
en la Jefatura Política, el 11 de agosto de 1923”, en Alvear, Democracia, p. 62;
“Proclamación de candidatos en Mendoza. Junio 12 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 46; “Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”,
en Alvear, Democracia, p. 139.
6
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Mayo de 1923”, en Presidencia Alvear. 1922-1928. t. 1, pp. 21-22.
7
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la UCR,
en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 7.
8
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13 de
diciembre de 1936”, en Alvear, Democracia, p. 218.
9
Una certeza que, por cierto, fue revisada en franjas políticas e intelectuales de la
Argentina. Cfr. Roldán (comp.), Crear la democracia.
10
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua de Roque
Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, en Alvear, Democracia, p. 213. Ver también
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, Acción democrática, p. 25.
11
La distinción de la democracia como justificación y como procedimiento, en Pierre
Rosanvallon, La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad, proximi
dad, Buenos Aires, Manantial, 2009, pp. 22-23, 43-64.
12
“Acto de la Proclamación Gualeguaychú. Julio 11, 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 170.
13
“14 de julio. Publicado en el Diario Crítica de Buenos Aires, el 12-7-1939”, en
Alvear, ¡Argentinos!, pp. 195-196.
14
Cfr. Tulio Halperin Donghi, “Una nación para el desierto argentino”, en Proyecto
y construcción de una nación (1846-1880), Buenos Aires, Ariel, 1995, pp. 7-107;
Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas
de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1997; Darío Roldán, “La cuestión
liberal en la Argentina en el siglo XIX. Política, sociedad, representación”, en
Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coord.), Un nuevo orden político. Provincias
y estado nacional, 1852-1880, Buenos Aires, Biblos, 2010, pp. 275-291.
Marcelo T. de Alvear 311
15
Cfr. Botana, El orden conservador; Fernando Devoto, “De nuevo el aconteci-
miento: Roque Sáenz Peña, la reforma electoral y el momento político de 1912”,
en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravig
nani”, n.° 14, segundo semestre, 1996; Martín Castro, El ocaso de la república
oligárquica. Poder, política y reforma electoral, 1898-1912, Buenos Aires, Edhasa,
2012.
16
“Acto de la proclamación - La Rioja. Junio 16 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 86.
17
“Proclamación en Azul. Agosto 15 de 1937”, ibíd., pp. 349-350.
18
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, ibíd., p. 18.
19
“Proclamación en Rafaela. Julio 25 de 1937”, ibíd., p. 275.
20
“Discurso pronunciado en Santiago del Estero, el 15 de septiembre de 1935”, en
Alvear, Democracia, p. 121.
21
“Discurso pronunciado en el acto realizado en Cruz del Eje. Junio 15 de 1937”, en
Alvear, Acción democrática, p. 83.
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13
22
47
“Discurso pronunciado ante la H. Convención Nacional de la UCR el 27 de
diciembre de 1933”, en Alvear, Democracia, p. 118.
48
“Discurso pronunciado en Bahía Blanca el 12 de octubre de 1935”, ibíd., p. 131.
49
“Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”, ibíd., p. 142.
50
Este problema ha sido explorado en profundidad para el caso francés. Ver: Ro-
sanvallon, La legitimidad democrática; Rosanvallon, El pueblo inalcanzable;
Rosanvallon, El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinis
mo, de 1789 hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007; Marcel Gau
chet, La revolución de los derechos del hombre, Bogotá, Universidad Externa-
do de Colombia, 2012; Lucien Jaume, Les discours jacobin et la démocratie,
París, 1989.
51
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 22.
52
“Discurso en Ranchillo. 12-10-1938”, en Alvear, ¡Argentinos!, p. 46.
53
“Proclamación en San Juan. Junio 14 de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 66.
54
“Proclamación en 9 de julio. Agosto 18 de 1937”, ibíd., p. 385.
55
“Proclamación de candidatos. Villa Mercedes (San Luis). Junio 11 de 1937”, ibíd.,
p. 37.
56
Ibid., p. 35.
57
Cuando Alvear apelaba a la noción de pueblo, como se dijo, es como sinónimo
o equivalente de la idea de nación: como sujeto soberano de la sociedad política
argentina, cuya expresión concreta era la Constitución, no en relación con lo “po-
pular”.
58
Alonso, Entre la revolución y las urnas; Marcelo Padoán (selección de textos y
estudio preliminar), Jesús, el templo y los viles mercaderes. Un examen de la
discursividad yrigoyenista, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
2002; Marianne González Alemann, “Ciudadanos en la calle. Violencia, virili-
dad y civilidad política en la campaña presidencial porteña de 1928”, Hispanic
American Historical Review, vol. 94, n.° 3, pp. 421-453; Gerardo Aboy Carlés, “El
radicalismo yrigoyenista y el proceso de nacionalización del espacio político. Una
interpretación a través de los usos del concepto de hegemonía”, Identidades, nº
4, 2013, pp. 33-47; Gabriela Delamata y Gerardo Aboy Carlés, “El Yrigoyenismo:
inicio de una tradición”, Sociedad, vol. 17/18, 2001. Cfr. también Francisco
Reyes, “El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo
identitario fundacional”, Cuadernos del Ciesal, n.° 12, 2013, pp. 127-148.
59
Otra interpretación sobre los contrastes entre alvearismo e yrigoyenismo, en Gi-
ménez, “Del caos al orden”.
60
“Renovación de autoridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en
la sesión del día. 7-02-1939”, en Alvear, Argentinos, p. 161; “14 de julio”, ibíd.,
pp. 195-196.
314 Leandro Losada
61
Cfr. al respecto, entre tantos otros: J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico:
El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, Madrid,
Tecnos, 2008; Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político mo
derno, México, FCE, 1985; Mauro Barberis, Libertad, Buenos Aires, Nueva Visión,
2002; John Rawls, Liberalismo político, México, FCE, 2013; Philip Pettit, Repub
licanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999;
Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, México, FCE, 2012. Maurizio Viroli,
Republicanismo, Universidad de Cantabria, 2015; Félix Ovejero, José Luis Martí y
Roberto Gargarella (comps.), Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad,
Barcelona, Paidós, 2013; Andrés Rosler, Razones públicas. Seis conceptos básicos
sobre la república, Buenos Aires, Katz, 2016.
62
Vale decir que esa reivindicación del régimen político de la Constitución puede
pensarse, de todos modos, como un liberalismo moderado en comparación con
los planteos que hicieron otras franjas del liberalismo argentino, que precisamen-
te consideraron necesario reformar la Constitución en un amplio abanico de te-
mas: desde el federalismo hasta el gobierno representativo. Cfr. Roldán, Crear la
democracia.
Epílogo
***
Todo esto muestra, por otro lado, que sus contemporáneos (los cerca-
nos, desde ya) vieron a Alvear como él mismo se había presentado ante
la opinión pública. Se ratificó la imagen que dio de sí; no se la discutió.
Vale subrayarlo: al morir, se presentó ante la opinión pública un Alvear
patriota y comprometido con la democracia republicana. No se vio en él
322 Leandro Losada
con Alvear, destacó el vacío en el que habían caído sus últimas inicia-
tivas: “La paz interior de la República le debe positivos servicios, y me
consta que hubiera prestado servicios mayores si sus anhelos de recon-
ciliación argentina, tan necesarios hoy día, hubieran sido comprendi-
dos, de uno y otro lado”.36
Si se mira con cuidado, por detrás de los protocolos y de las for-
malidades que suelen rodear a estos eventos, se advierte que Alvear
fue acompañado en sus últimos días, y evocado en sus exequias, por
un círculo cuya diversidad política apenas escondía que se traza-
ba sobre los límites de sus conocidos y amistades perdurables. In-
cluso Miguel Culaciati, representante del Poder Ejecutivo en tanto
que ministro del Interior, provenía del sector del gobierno que podía
pensarse como más cercano, al menos por el pasado, con Alvear, el
antipersonalismo.
Quizá ello explique otros énfasis de las necrológicas. La convic-
ción, o al menos la expectativa, de que “su vida austera, noble y fecun-
da, sea lección perenne en sucesivas generaciones de argentinos libres”
o que “las palabras de Alvear […] seguirán resonando, como campanas
milagrosas, para llamar a los vivos y a los muertos del Plata y de Améri-
ca a cumplir los deberes sagrados y defender el ideal común de la liber-
tad”, probablemente indicaba, en realidad, que esa convicción no era
muy firme; que era necesario, a pesar de la “compacta muchedumbre”
que acompañó sus restos hasta la Recoleta, subrayar la convocatoria a
recordarlo porque se temía que sus palabras no siguieran resonando
como “campanas milagrosas”, o que la lección ofrecida por su vida, en
lugar de perenne, muriera con ella.37
Por cierto, las semblanzas elogiosas incluso abren algunos signos
de interrogación sobre el tan reiterado vínculo entre Alvear y las mul-
titudes. De por sí, las crónicas de sus exequias, aun en los retratos más
encuadrados en una reivindicación de su figura, y a pesar de haber sido
innegablemente concurridas, no tienen punto de comparación, por
ejemplo, con las impresiones que suscita lo ocurrido durante el funeral
de Yrigoyen.38 A su vez, las evocaciones de sus vínculos con el “pueblo”
dan un retrato de su naturaleza que se corresponde más con la deferen-
cia ganada por un gran señor que con la identificación o la referenciali-
dad más característica de sociedades democráticas. “El pueblo” que lo
extrañaría era una pléyade de serviciales personajes:
326 Leandro Losada
***
Marcelo T. de Alvear 327
Sin olvidar todo ello, se ha planteado que distintas facetas que Al-
vear tuvo a lo largo de su vida, a menudo sucediéndose o moderándose
entre sí, encuentran un denominador común en una matriz o un reper-
torio de inspiraciones republicanas: el elitismo afincado en la virtud;
la importancia del gobierno moderado por la ley; la pertinencia de un
buen gobierno para el rumbo de la sociedad; el humanismo cívico; la
democracia sólo admisible como representativa; la libertad pensada re-
currentemente como libertad cívica. Todos esos ejes condicionaron o li-
mitaron sus posiciones más propiamente liberales o demócratas. Podría
decirse, plausiblemente, que sus tonos liberales o demócratas modera-
ron a su vez su republicanismo. Por ejemplo, que pasó de una mirada
aristocratizante a otra con mayores énfasis democráticos (algo que, sin
embargo, podría seguirse considerando como un posicionamiento repu-
blicano, al menos desde ciertas definiciones del republicanismo); que la
defensa de la república viró de la virtud cívica a los derechos e intereses
del individuo. Pero aun así, Alvear no llegó a afirmar explícita o siste-
máticamente las bondades del autogobierno, del gobierno mínimo, o de
una sociedad autorregulada. Desde este punto de vista, sus posiciones
republicanas contuvieron su liberalismo o sus afirmaciones democráti-
cas, más de lo que éstas o aquél, a las primeras.
Retomando lo anterior, si la atención se concentrara en el libera-
lismo de Alvear, éste se restringió a reivindicar una forma de gobierno,
tanto en la oposición como en el poder, aquella que pretendió ejercer
durante su presidencia y exigió desde el llano en los treinta. La deman-
da liberal fue la república tal como la había diseñado la Constitución.
A Alvear el problema de la libertad lo interpeló durante buena parte
de su vida pública, en especial en los treinta. Sin embargo, a su modo
de ver, ese problema se resolvía con la república. Incluso los riesgos de
los extremismos sólo podrían arraigarse en la Argentina si la república
seguía corrompida, incompleta, viciada.
Al mismo tiempo, el objetivo a alcanzar y la naturaleza atribuida al
adversario a derrotar configuraron en él una imagen de su partido y de
la vida política argentina lejana a la que supone una democracia liberal.
Incluso si su noción de democracia se acercó a una modulación liberal
en sus últimos años, cuando el eje pasó a ser más nítidamente el indi-
viduo y sus intereses que la nación y sus libertades, su representación
del adversario y de la UCR siguieron estando distantes de lo que supo-
330 Leandro Losada
entender por qué la crisis política iniciada en 1930 perduró y culminó sin
resolverse en 1943, abriendo un capítulo, allí sí, diferente.
Por ello mismo, esa Argentina que Alvear vio, y que motivó que
reconociera imperfecta o parcialmente las novedades, quedó irresuel-
ta, en buena medida por la responsabilidad de quienes deberían haber
afrontado la tarea, Alvear entre ellos. Los problemas que lo inquietaron,
más allá de la idoneidad de cómo los explicó o los entendió, quedaron
en suspenso por un cambio profundo de escenario, que sacó a la super-
ficie lo que la Argentina tenía de más novedoso.
Notas
1
La causa de su muerte, según consta en la partida de defunción de su juicio tes-
tamentario, fue una insuficiencia cardíaca. Quienes lo conocieron apuntaron que
sufría de hipertensión. Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, pp. 42-43;
Apellániz, Callao 1730…, p. 131.
2
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942; “Ha
muerto Marcelo T. de Alvear. Hondo pesar ha causado en todo el país el deceso
del gran demócrata”, Crítica, 24/3/1942.
3
“Concurren a Don Torcuato en la noche de su muerte”, Crítica, 24/3/1942.
4
“Palabras de Agustín Justo”, Crítica, 24/3/1942.
5
“Todo el país recibió consternado el fallecimiento del Dr. Alvear”, La Nación,
25/3/1942; Crítica, 25/3/1942.
6
“Una muchedumbre emocionada acompañó los restos de Alvear”, Crítica, 25/3/1942.
7
Íd.
8
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
9
“El pueblo arrancó el féretro de la cureña para llevarlo a pulso”, Crítica, 25/3/1942.
Posiblemente el gesto se haya inspirado en la popularización que adquirió esta seña
durante la Segunda Guerra Mundial, en especial a través de Winston Churchill.
10
“El ciudadano, el político, el estadista, el demócrata”, La Nación, 24/3/1942.
11
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
12
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
13
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
14
“Palabras de Enrique Mosca”, Crítica, 25/3/1942.
15
“Marcelo T. de Alvear”, por José Serrato, La Nación, 25/3/1942. Asimismo, expre-
saron sus condolencias Arturo Alessandri, también amigo de Alvear, y el presi-
dente chileno, Jerónimo Méndez Arancibia.
336 Leandro Losada
16
“Rinden homenaje al extinto los republicanos españoles”, Crítica, 25/3/1942.
17
“Todo el país recibió consternado el fallecimiento del Dr. Alvear”, La Nación,
25/3/1942. Cfr. también “Un sólido prestigio rodeaba al extinto en el extranjero”,
ibíd.; “Es una pérdida para todo el continente, dijo Roosevelt”, Crítica, 25/3/1942;
“En la Unión señalan su liberalismo”, Crítica, 24/3/1942.
18
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
19
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
20
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
21
“Marcelo T. de Alvear”, por José Serrato, La Nación, 25/3/1942.
22
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
23
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
24
Íd.
25
“Era un lujo tenerlo como jefe de una agrupación popular”, Crítica, 25/3/1942.
26
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
27
“Viril ejemplo de fidelidad a las ideas republicanas”, Crítica, 25/3/1942.
28
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
29
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
30
Crítica, 24/3/1942. El diario subrayó su “rostro plácido y alargado, como si la
muerte hubiese llegado para él indolora y tranquila”. Por cierto, se destacó tam-
bién la “entereza y presencia de ánimo admirables” de Regina.
31
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
32
Íd.
33
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
34
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
35
“Ganó afecto por la solidez de sus ideas democráticas”, Crítica, 24/3/1942.
36
“Palabras de Federico Pinedo, a pedido de Crítica”, Crítica, 24/3/1942.
37
Las expresiones, extraídas, respectivamente, de las palabras de Oddone en la Re-
coleta, reproducidas en “Fue una imponente demostración de duelo público el se-
pelio del Dr. Alvear”, La Nación, 26/3/1942, y de José Serrato en “Marcelo T. de
Alvear”, La Nación, 25/3/1942. Algo parecido puede pensarse del llamamiento del
diario Crítica, o de Manuel Carlés, a que “mañana mismo” se levantase “la estatua
del eminente portavoz que después de 1930 tuvo la democracia argentina”. Cfr. “La
estatua que le espera perpetuará su memoria”, Crítica, 24/3/1942.
38
Gayol, “Ritual fúnebre y movilización”.
39
“El hijo de Don Torcuato: primer ciudadano de Buenos Aires”, Crítica, 24/3/1942.
40
Cfr. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo.
Marcelo T. de Alvear 337
41
El retrato de la oligarquía como condensación del liberalismo, realizada desde
las posiciones autoritarias más radicales de los treinta, a su modo, muestran lo
mismo. Los problemas de la Argentina no eran el resultado de las conductas de
círculos de gobierno antiliberales, sino, precisamente, de lo contrario: de instalar,
aplicar y perpetuar el liberalismo.
42
Y aun así cabe decir que el liberalismo de Alem se aplicó a temas, como los peli-
gros de la centralización del poder del Estado a pesar de su configuración federal,
no demasiado visibles en Alvear. Cfr. Ezequiel Gallo, Alem. Federalismo y radi
calismo, Buenos Aires, Edhasa, 2009.
43
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
44
Goldstraj, Años y errores, p. 46.
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