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marcelo t.

de alvear
BIOGRAFÍAS ARGENTINAS

colección dirigida por


GUSTAVO PAZ y JUAN SURIANO
leandro losada

marcelo t. de alvear
Diseño de tapa:

Primera impresión:

© Leandro Losada, 2016


© Edhasa, 2016

Córdoba 744 2º C, Buenos Aires


info@edhasa.com.ar
http://www.edhasa.com.ar

Avda. Diagonal, 519-521. 08029 Barcelona


E-mail: info@edhasa.es
http://www.edhasa.com

ISBN:

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del


Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante
alquiler o préstamo público.

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723

Impreso por

Impreso en Argentina
Índice

Introducción......................................................................................... 9

Capítulo 1. Orígenes familiares y posición social............................... 17


La historia familiar........................................................................... 17
“Sportsman” acaudalado y cosmopolita......................................... 21
El casamiento con Regina Pacini..................................................... 31
Vínculos y sociabilidades................................................................ 34
Una fortuna declinante.................................................................... 39
Alvear y las elites argentinas........................................................... 44
Capítulo 2. La presidencia. Gestión y acción de gobierno................. 53
De revolucionario a presidente de la nación.................................. 52
La gestión presidencial. Políticas públicas
y proyectos legislativos.................................................................... 58
Estado y sociedad. Consideraciones sobre la acción de gobierno. 71
Balance de gestión........................................................................... 75
Capítulo 3. La presidencia. Alvear y la división del radicalismo...... 87
Sucesor de Yrigoyen........................................................................ 87
La figura presidencial...................................................................... 88
La fractura del radicalismo.............................................................. 102
Balance político............................................................................... 118
Capítulo 4. Líder del radicalismo........................................................ 133
El derrocamiento de Yrigoyen. Alvear y Uriburu........................... 135
El liderazgo partidario. Alvear e Yrigoyen..................................... 149
Abstención, revolución, concurrencia............................................ 159
Capítulo 5. Referente opositor y candidato presidencial................... 179
Una figura pública renovada .......................................................... 180
“Alvear vuelve”................................................................................ 183
Patricio abnegado, proselitista incansable...................................... 189
Relecturas de la historia.................................................................. 195
Oficialismo y oposición. Alvear y Justo.......................................... 203
8 Leandro Losada

Capítulo 6. El ocaso.............................................................................. 231


De la derrota a la expectativa ......................................................... 232
De la expectativa al desencanto y el retiro..................................... 241
El escenario internacional y la política nacional........................... 255
Final del juego.................................................................................. 270
Capítulo 7. República, democracia, libertad....................................... 285
Autorretratos y diagnósticos............................................................ 287
República, constitución, democracia.............................................. 289
Libertad............................................................................................ 294
Oligarquía y nación.......................................................................... 299
Alvear y las ideas políticas en la Argentina
de las décadas del veinte y del treinta ........................................... 303

Epílogo ................................................................................................. 315


Fuentes y bibliografía........................................................................... 339
I. Fuentes.......................................................................................... 339
II. Bibliografía general ..................................................................... 341
Agradecimientos................................................................................... 351
Introducción

¿Quién fue Marcelo Torcuato de Alvear? ¿Por qué escribir un libro sobre
él? Estas preguntas siempre deben responderse cuando se hace una bio-
grafía. Sin embargo, en el caso de Alvear son interrogantes que van más
allá de lo exigido por las reglas del género, pues es un personaje al que
lo ha rodeado la indiferencia. En todo caso, es una figura deslucida. O
difusa. Su mención no evoca de inmediato grandes épicas, importantes
acontecimientos, o en otro sentido, tampoco suscita escándalo. A pri-
mera vista es algo sorprendente, porque no fue un personaje menor de
la historia argentina. Su apellido, incluso, lejos está del anonimato, y
rotula calles, avenidas y teatros. Hay un desajuste, una brecha, entre el
papel que desempeñó en la política nacional y el recuerdo que ha que-
dado de él en la memoria colectiva.
Fue presidente de la nación entre 1922 y 1928. Pero no es exa-
gerado afirmar que suele pasar inadvertido durante “las presidencias
radicales” de 1916 a 1930, como un paréntesis entre los dos gobiernos
de Hipólito Yrigoyen. Si se elige hablar de la “Argentina democrática”
para definir ese mismo período, como oposición o superación de la “Ar-
gentina oligárquica” de 1880 a 1916, Alvear no corre mejor suerte. Es
Yrigoyen quien vuelve a ser referencia, por haber sido el primer presi-
dente electo después de la sanción de la Ley Sáenz Peña de 1912, que
estableció el sufragio secreto, obligatorio y universal, y el presidente
derrocado en 1930.
Para el propio radicalismo, Alvear no es una figura insoslayable.
Por lo recién dicho, Yrigoyen lo es, así como Leandro Alem, el funda-
dor del partido. Fue Yrigoyen quien llevó a la Unión Cívica Radical al
poder, el que la edificó como una fuerza electoral imbatible, un líder
popular a pesar de sus escasas apariciones públicas, un mártir de la de-
mocracia, víctima del primer golpe de Estado de la Argentina del siglo
XX. En las historias de la UCR escritas por autores afines al radicalismo,
Yrigoyen es un competidor imbatible para Alvear, sobre quien, por cier-
to, recaen a menudo juicios críticos, no reivindicatorios.1
10 Leandro Losada

Las críticas no sólo son resultado de la comparación con Yrigoyen.


Tam­bién lo son de decisiones del propio Alvear. Fue su sucesor, pero
también su rival. En un principio respaldó a los sectores que lo enfren-
taron, los radicales antipersonalistas. Más tarde, avaló su derrocamien-
to en 1930. Un hecho que se censura no sólo por su significado político,
sino por la traición que habría representado ante su partido y su mentor.
El dirigente que apoyó a los adversarios del radicalismo, y el político de
poco espesor, que habría llegado a la más alta magistratura del país por
la voluntad de Yrigoyen, son facetas que se unen aquí para redondear
una semblanza poco decorosa.
A causa de ello, Alvear aparece como responsable del inicio de
uno de los períodos con peor reputación en la historia política argen-
tina, la llamada “década infame”, inaugurada con el derrocamiento
de Yrigoyen y la dictadura de José Félix Uriburu en 1930, continuada
luego por la presidencia de Agustín Justo y el control del gobierno
a través del fraude electoral por la coalición de conservadores, an-
tipersonalistas y socialistas independientes conocida como Concor-
dancia.
No es desatinado afirmar que si Alvear no surge como el principal
“villano” de esa época, como sí se suele considerar a Uriburu o a Jus-
to, su nombre no ha logrado la revalidación que sí consiguieron otros
personajes de ese mismo período, y que incluso obtuvieron mayores
réditos políticos que Alvear, como Alfredo Palacios o, sobre todo, Lisan­
dro de la Torre. Su conducción partidaria, desplegada a lo largo de esa
década, fue criticada, en especial por el regreso a la participación elec-
toral en 1935, luego de cuatro años de abstención. Se la entendió como
una posición claudicante o cómplice con quienes habían expul­sado del
poder al partido en 1930. Debió así afrontar una creciente oposición
interna, entre cuyas expresiones iniciales estuvo FORJA, la Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina.
Hubo, sin embargo, otras facetas de Alvear. Fue uno de los fun­
dadores de la UCR en 1891. Fue rival de Yrigoyen, pero nunca rompió
definitivamente con él. Respaldó al antipersonalismo; no obstante, de-
fraudó las expectativas de que impidiera el regreso de Yrigoyen al poder
en 1928. Después de haber avalado su derrocamiento, volvió al país en
1931, reorganizó la UCR, se enfrentó a la dictadura de Uriburu y luego
al gobierno de Justo. Por este motivo, afrontó dos encarcelamientos y
Marcelo T. de Alvear 11

dos salidas forzosas del país. Yrigoyen, poco antes de morir en 1933,
aprobó que Alvear condujera el partido.
Las imágenes contrastantes se superponen por causas adicionales
a los zigzagueos de la política. Alvear no estuvo presente en varios mo-
mentos claves de la historia del país y del radicalismo e inclusive vivió
a la distancia episodios centrales de su propia carrera política. Impulsó
la Unión Cívica de la Juventud en 1889, pero no se tiene información
segura de que haya participado en la Revolución de 1890. Fue electo di-
putado en 1912 mientras estaba en Europa. Llegó a la presidencia de la
nación sin participar de ninguna campaña electoral, pues también por
entonces se encontraba en el viejo continente, al frente de la legación
argentina en Francia. Se fue del país después del final de su presiden-
cia. Y en los años treinta, mientras estaba a cargo de la conducción de la
UCR, a menudo estuvo nuevamente lejos de la Argentina.
Finalmente, hay que tener en cuenta su procedencia social. Alvear,
nacido en 1868, descendía de figuras de primera línea en la historia na-
cional. Fue nieto de Carlos María de Alvear, protagonista en tiempos de
la revolución y de las guerras de independencia en las décadas de 1810
y 1820; y su padre fue Torcuato de Alvear, el primer intendente de la
ciudad de Buenos Aires en los años ochenta. Por ello, y por la desahoga-
da situación económica que disfrutó en su juventud, Marcelo de Alvear
fue un exponente paradigmático de la elite de la Belle Époque y de tiem-
pos del Centenario. Ningún presidente argentino del período que va de
1880 a 1940 es equiparable a Alvear en cuanto a su pertenencia a la elite
patricia, ninguno tuvo la conjugación de riqueza, pertenencias sociales
y orígenes familiares de Alvear. El origen “aristocrático” no ha hecho
fácil su recuperación por un partido que se ha visto persistentemente
como la condensación de la democracia argentina, y, más en general, ha
sembrado prejuicios a su figura, adicionales a los recelos derivados de
sus propias conductas políticas.
¿Quién fue, entonces, Alvear? ¿El joven de inquietudes cívicas de
fines de los años ochenta? ¿El secretario de Leandro Alem de inicios de
los años noventa, deportado a Uruguay por el gobierno de Carlos Pelle-
grini, y revolucionario en 1893? ¿El presidente radical de la próspera
década del veinte? ¿El líder de la UCR durante el hostigamiento y la
abstención de los años de Uriburu y de Justo, preso y exiliado por ello?
¿El reconocido sucesor de Yrigoyen? ¿Aquél que, pudiendo elegir un
12 Leandro Losada

confortable mundo privado durante buena parte de su vida, lo postergó


por su preocupación por la salud política e institucional de la Argen-
tina, al punto de que su actuación pública culminó prácticamente con
su muerte? O, en cambio, ¿el revolucionario ausente en el noventa, el
despreocupado “niño bien” de la Belle Époque que se casó con Regina
Pacini, afamada cantante lírica portuguesa, el aristócrata frecuentemen-
te alejado de la política y del país, que llegó a presidente por favores
ajenos antes que por esfuerzos y méritos propios, el rival de Yrigoyen,
el cómplice de sus adversarios, un dirigente poco comprometido, más
interesado por París que por la Argentina, el presidente de la UCR que
hundió al partido en una crisis de la que sólo se recuperaría una vez
culminada su conducción?
Alvear, desde ya, fue todo ello, y este libro procurará explicar cómo
y por qué lo fue. Pero merece subrayarse, entonces, que las primeras
impresiones que surgen al acercarse a él son de un personaje de incier-
ta ubicuidad, que devuelve no sólo ni necesariamente imágenes con-
tradictorias, que suelen ser frecuentes en los hombres políticos, sino
distantes, con poca relación entre sí. Es un personaje escindido, des-
doblado, un político con un desempeño plagado de intermitencias; un
“aristócrata” argentino que a menudo abandonó la “vida ociosa” para
sumergirse en las arenas movedizas de la política. Se recorta como una
figura aparentemente insuficiente para dar cuenta, por sí misma, del
fenómeno o del período que se quiera ver a través de ella. Un presiden-
te poco relevante para estudiar su gobierno, según se ha sostenido, en
comparación con sus ministros; un dirigente radical de apegos yrigoye-
nistas para ser un antipersonalista y de recelos antipersonalistas para
ser un cabal yrigoyenista; un opositor a Uriburu y a Justo, que sin em-
bargo apoyó el golpe de Estado del primero y no desdeñó el acuerdo o
la negociación con el segundo. En suma, un personaje que parece ajeno
para propios y extraños, que no es sencillo recuperar o referenciar con
algún momento o con algún sector de la política argentina sin que el
intento cruja o se resienta.
Éstas parecen ser las razones para que su nombre no haya sido
puesto de relieve en los relatos surgidos dentro de la historia de la UCR
y para su desdibujado sitial en la memoria colectiva. Quizá también ha-
yan incidido para que la historiografía no se haya detenido demasiado
en él. Alvear no ha sido un objeto priorizado aunque se lo haya aludido,
Marcelo T. de Alvear 13

abordado, referido, para estudiar el radicalismo, y en un sentido más


amplio, la política argentina en los años veinte y treinta. Yrigoyen y el
personalismo; las dinámicas y las tendencias internas de la UCR, en las
que Alvear tuvo un lugar esquivo o coyuntural, nunca permanente o
central, como el antipersonalismo, o en las que directamente no parti-
cipó, por ejemplo la intransigencia de los años treinta, que en realidad
lo enfrentó; Justo y la Concordancia; el nacionalismo; el catolicismo; las
izquierdas y el antifascismo, son temas y personajes que han recibido
más atención que Alvear de parte de los historiadores. A tal punto es
así que, al margen de la biografía firmada por Félix Luna y exceptuando
distintos textos de semblanzas personales, muchos de ellos de homena-
je o hagiográficos, sólo se cuenta con un estudio biográfico de Alvear.2
Hay razones prácticas, además, que complican el estudio de su
vida. La principal es que dejó pocos testimonios. No escribió sobre sí
mismo, no redactó memorias, ni obra letrada. El archivo disponible so-
bre él sólo cubre la correspondencia de los años 1928 a 1941. Así, no
hay documentación personal para su período como presidente. Por otro
lado, a pesar de que el primer episodio en su vida pública fue la forma-
ción de la Unión Cívica de la Juventud, hay que recordar que su trayec-
toria fue muy discontinuada. Su biografía es la de un personaje poco
visible en varios tramos de su vida, difícil de rastrear y de seguir en las
fuentes. Entre su participación en la Revolución de 1893 en la provincia
de Buenos Aires y su elección como diputado en 1912, median veinte
años en los que es difícil hallarlo en los vaivenes de la política argen-
tina, a la vez que su desempeño legislativo fue bastante anodino, con-
tinuado luego por el ministerio en la legación argentina de París entre
1917 y 1922. El Alvear político emerge tarde en su itinerario biográfico,
y prácticamente con su presidencia, que asumió con cincuenta y cuatro
años recién cumplidos. Es un político de vejez, incluso, pues su acción
política y proselitista más activa se desplegó en los años treinta, a cuyo
inicio contaba con sesenta y dos años.
Las limitaciones de fuentes y las singularidades biográficas no im-
piden, por supuesto, el estudio de su vida. Tampoco lo hacen poco re-
levante. Más bien, al contrario. Sí anuncian, de todos modos, aquello
para lo que Alvear es una pertinente, e interesante, puerta de entrada en
el pasado argentino: para ver las persistencias, sociales, generacionales,
políticas, en la Argentina de 1910 a 1940.
14 Leandro Losada

Alvear no es la mejor opción para advertir las novedades de ese pe-


ríodo, por su extracción social, por su edad, por su filiación política, por
su visión del mundo. Esto no quiere decir que haya sido un personaje
anacrónico, fuera de su tiempo. Su trayectoria muestra que logró man-
tener un lugar relevante hasta el mismo final de su vida. Significa, en
cambio, que es una figura interesante para pensar cómo afrontó, cómo
se adaptó a la Argentina de 1910 a 1940 un personaje que venía de un
mundo diferente, anterior. No nos muestra, en sí mismo, las novedades.
Pero sí revela cómo esas novedades fueron procesadas, vividas, pensa-
das por alguien que no nació al mismo tiempo que ellas.
Éste será el problema de fondo que atravesará el libro. Puede des-
doblarse en tres grandes preguntas: ¿cómo vivió un hombre que venía
de la elite la transformación estructural que recorrió a la sociedad ar-
gentina en las primeras cuatro décadas del siglo XX? ¿Cómo afrontó un
político procedente de la elite pero inscripto en la UCR, y que además
fue presidente de la nación y de su partido, la democracia política abier-
ta en 1912, que proyectó al radicalismo al poder, y luego su suspensión
en 1930, que desalojó a la UCR del gobierno? ¿De qué manera interpretó
la sinuosa historia política de las décadas de 1920 a 1940 un personaje
que, no sólo por convicciones, sino también por razones más íntimas,
como su propia historia familiar, se referenció persistentemente con el
proyecto de país condensando en la Constitución de 1853, cuya idonei-
dad fue crecientemente cuestionada a lo largo de esas décadas?
El libro se estructura en siete capítulos. Los mismos reflejan, ineludi-
blemente, las singularidades biográficas de Alvear y la dis­ponibilidad de
fuentes. Tres de ellos reconstruyen su desempeño entre 1930 y 1942. Así
es porque en esos años tuvo una importante actuación pública como líder
de la UCR, candidato presidencial y referente opositor, así como porque
para ese período, a diferencia de todos los otros momentos anteriores de su
vida, se cuenta con su archivo personal. Alvear es una vía de entrada para
el estudio de la política argentina entre 1916 y 1943, pero lo es más aún
para lo ocurrido entre el derrocamiento de Yrigoyen y su muerte en 1942.
Y esto no es poco. Fue un período clave, pues la Argentina que emergió a
inicios de los años cuarenta parecía haber recorrido un largo camino desde
1930. Alvear es un vehículo privilegiado para adentrarse en un momento
en el que, en relativamente pocos años, se conjugaron profundas transfor-
maciones, políticas e ideológicas, económicas y sociales.
Marcelo T. de Alvear 15

El primer capítulo indaga su posición social a través de los orígenes


familiares, las sociabilidades, el patrimonio, y la evolución de estos as-
pectos a lo largo de su vida. Es un capítulo que oficia como presentación
del personaje y, al mismo tiempo, ofrece evidencias para establecer qué
lugar tuvo Alvear en el mundo de las elites argentinas entre su juventud
y su muerte.
Los capítulos 2 y 3 abordan su presidencia. En el segundo, asimis-
mo, se repasa el período que va desde su inicio en la vida pública a fines
de la década del 80 hasta su llegada a la jefatura de Estado. En el capí-
tulo 2, el eje central es la gestión presidencial. Es decir, los proyectos y
las iniciativas de su acción de gobierno. También se presta atención a
las consideraciones acerca del rol del gobierno y de las relaciones entre
Estado y sociedad con las cuales Alvear definió su propia gestión. El
capítulo 3 se detiene en la forma en que Alvear afrontó la fractura del
radicalismo ocurrida en 1924, un episodio que marcó y condicionó su
presidencia y su lugar en la política argentina. Se reflexiona, al respec-
to, sobre la oscilante relación política y personal con Hipólito Yrigoyen.
También se otorga atención a cómo Alvear construyó su figura presiden-
cial en la opinión pública.
El cuarto capítulo reconstruye las acciones de Alvear entre el gol-
pe de Estado del 6 de septiembre de 1930 y el retorno de la UCR a la
participación electoral en 1935. Se analizan algunas de sus decisiones,
cruciales en la política de la época: su apoyo al derrocamiento de Yri-
goyen, su visión sobre el gobierno de Uriburu, su regreso al país y la
reorganización del radicalismo, el levantamiento de la abstención que
se había dispuesto en 1931.
El capítulo 5, en primer lugar y en espejo a lo realizado en el capí-
tulo 3, muestra cómo Alvear edificó en la década del treinta una figura
pública diferente, por no decir contrastante, a la que había delineado en
el decenio anterior, en correspondencia con el cambio de su lugar en el
mapa político (opositor y líder radical, y no presidente de la nación).
En segundo lugar, se analizan sus consideraciones sobre el gobierno de
Agustín Justo y su derrota en las elecciones presidenciales de 1937.
El capítulo 6 aborda sus últimos años, enmarcados entre la pre­
sidencia de Roberto Ortiz y su retiro a mediados de 1941, pocos meses an-
tes de su muerte en marzo de 1942. Se destacan tres puntos: las acciones
políticas y partidarias emprendidas después de la derrota en los comicios
16 Leandro Losada

presidenciales, pautadas por el paso de la oposición al respaldo al pre-


sidente; las negociaciones entabladas con Federico Pinedo, por entonces
ministro de Economía, en el verano de 1940-1941, que constituyeron la
última intervención política destacada de Alvear; y los diagnósticos que
trazó sobre el escenario internacional a partir del estallido de la Guerra
Civil Española y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial, el impacto
que le atribuyó a esas tendencias internacionales en la política nacional,
y cómo influyeron tales diagnósticos en los posicionamientos asumidos
en la coyuntura local. Paralelamente, se muestra cómo se vio a sí mismo
hacia el final de su vida, en el marco de una consideración igualmente
personal sobre los rumbos de la política y de la sociedad argentinas a
fines de los años treinta e inicios de la década del cuarenta.
El séptimo y último capítulo trata las ideas y el vocabulario político
de Alvear según pueden reconstruirse a partir de los discursos e inter-
venciones públicas realizadas a lo largo de su vida, tanto en la presiden-
cia en los años veinte como en la oposición en la década siguiente. Las
formas en que pensó temas como la democracia, la república, la libertad
y la escena política, en especial la de los años treinta, son los ejes de
análisis elegidos. El libro culmina con un epílogo, en el que se ensaya
un balance y una visión en perspectiva de lo tratado a lo largo del texto.

Notas

Cfr. Gabriel del Mazo, El radicalismo. Ensayo sobre su historia y significación, 3


1

tomos, Buenos Aires, Ediciones Gure, 1959; Félix Luna, Alvear, Buenos Aires,
Sudamericana, 1999. Las opiniones de ambos autores se derivan en buena me-
dida de sus filiaciones dentro del partido. Del Mazo, cuya primera versión de su
trabajo es de 1950, era de extracción yrigoyenista y fue uno de los fundadores
de FORJA, que desde su aparición en 1935 cuestionó la conducción alvearista.
Luna, sobrino del vicepresidente de Yrigoyen en su primera presidencia, publicó
su libro por primera vez en 1958, cuando estaba cerca del frondizismo. Hay, des-
de ya, revalidaciones de Alvear desde el radicalismo. Véase a modo de ejemplo:
Francisco Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear: post nubila phoebus, Buenos
Aires, Otero, 1923; Antonio B. Toledo, El partido radical (o la lucha por la demo­
cracia), Buenos Aires, 1931.
Alejandro Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear. Los nombres del poder, Buenos Aires,
2

FCE, 1997.
Capítulo 1
Orígenes familiares y posición social

Marcelo Máximo Torcuato de Alvear nació en Buenos Aires, el 4 de oc-


tubre de 1868. Sus padres fueron Torcuato de Alvear y Elvira Pacheco,
que al momento de su nacimiento tenían ya cuarenta y seis y treinta y
siete años respectivamente. Marcelo fue el menor de cuatro hermanos,
con quienes tenía una apreciable diferencia de edad: Carmen (nacida en
1855), Ángel Torcuato (en 1858) y Carlos Torcuato (en 1860). Se casó en
abril de 1907, en Lisboa, con Regina Pacini. No tuvieron hijos. Falleció
el 23 de marzo de 1942, con setenta y tres años, en La Elvira, su quinta
residencial de Don Torcuato.1
El apellido Alvear remite de manera casi inmediata a la elite ar-
gentina del siglo XIX y de inicios del XX. Es el tercero que se evoca,
junto a Álzaga y Anchorena, al mencionar las tres A de la clase alta. Si
se construyera un “tipo ideal” de la elite, no habría demasiadas contro-
versias en acordar que sus cualidades deberían ser: trayectoria pública
destacada en los momentos fundacionales del país, o prolongada a lo
largo de su historia; riqueza, predominantemente rural; poder, o al me-
nos familiaridad con la dirigencia política nacional; alto estatus social,
derivado, entre otras cosas, de los orígenes familiares y de la pertenen-
cia a entidades como el Jockey Club y el Círculo de Armas (también el
Club del Progreso). Marcelo de Alvear cumple con todos estos requisi-
tos. También su padre, algunos de sus parientes laterales, entre ellos sus
hermanos, y, desde ya, su abuelo, Carlos María.

La historia familiar

El primer Alvear en el Río de la Plata fue Diego de Alvear y Ponce de


León (1749-1830), que perteneció a los primeros cuerpos de funciona-
rios del Virreinato creado en 1776. Fue parte de la expedición que trazó
18 Leandro Losada

los límites entre los territorios americanos de Portugal y España, ratifi-


cados en el tratado de San Ildefonso de 1778. En Buenos Aires, se casó
en 1782 con María Eulalia Josefa de Balbastro. La tragedia se cernió
sobre la familia. Tuvieron trece hijos. Tres fallecieron en la infancia;
otro, Benito, que había ido a España para ingresar en la Real Armada,
murió en la peste de Cádiz en 1800; y seis de ellos perecieron en alta
mar, junto a su madre, en octubre de 1804.2 Por entonces, la familia re-
gresaba a España luego de culminados los servicios de Diego de Alvear
en el Virreinato. El buque en el que viajaban su esposa María y los seis
hijos fue hundido por una embarcación inglesa, en la batalla del Cabo
de Santa María, en el marco de la guerra anglo-española extendida en-
tre 1796 y 1808. Diego y el restante de sus hijos, en otra embarcación,
salvaron su vida, aunque contemplaron el naufragio y la muerte de sus
hijos y esposa, madre y hermanos.
El hijo sobreviviente era Carlos María de Alvear, que había nacido
en 1789. Una vez en España, ingresó en los Reales Ejércitos. En esas cir-
cunstancias entabló contacto en Cádiz con José de San Martín. Regresó
con él y el general José Matías Zapiola al Río de la Plata, en 1812, en el
navío George Canning. A partir de entonces, Alvear condensó de manera
ejemplar el fenómeno que se ha denominado “carrera de la revolución”.
Es decir, la gravitación social alcanzada, a partir del colapso del orden
colonial y del escenario abierto por la revolución y la guerra, por aquellos
que integraron la “elite política criolla” que germinó por entonces.3 Car-
los María de Alvear fue presidente de la Asamblea de 1813, tuvo un papel
protagónico en el sitio de Montevideo, logrando la rendición de la ciudad
en 1814, y fue designado Director Supremo en 1815, para luego ser uno
de los tantos gobernadores de Buenos Aires en el convulsionado año de
1820. Después, estuvo al frente de las tropas rioplatenses en la batalla de
Ituzaingó, en 1827, decisiva en la guerra con el Brasil. Posteriormente fue
funcionario de Juan Manuel de Rosas, siendo ministro de Guerra en 1829
y,más tarde, ministro plenipotenciario en los Estados Unidos, entre 1839
y 1852. Murió al año siguiente, en New York.
Carlos María tuvo diez hijos con su esposa, la gaditana María del
Carmen Sáenz de la Quintanilla (se casaron en 1809, en España). Dos
de ellos fueron figuras especialmente rutilantes en la Buenos Aires de la
segunda mitad del siglo XIX. Diego de Alvear (1826-1887), un baluarte
de la vida social porteña, principal impulsor de la creación del Club
Marcelo T. de Alvear 19

del Progreso en 1852 y anfitrión de uno de los salones más reputados


de los primeros años de la década del ochenta, como enseguida se verá.
En segundo lugar, Torcuato de Alvear (1822-1890), el padre de Marcelo,
célebre primer intendente de Buenos Aires y protagonista excluyente
de la remodelación de la ciudad en los años ochenta. Su esposa Elvira
Pacheco, con quien se casó en 1854, era la hija del general Ángel Pache-
co, que había sido uno de los hombres más cercanos a Rosas.
Hacia comienzos de la década del ochenta, cuando la unidad polí-
tica del país alcanzó su punto culminante con la derrota de la provincia
de Buenos Aires y la asunción de Julio Argentino Roca a la presidencia
de la nación, se produjo una recomposición de las elites. Fue tomando
forma una convivencia hasta entonces inédita entre las familias porte-
ñas y las provenientes de las provincias del interior que integraban el
elenco gobernante nucleado en el Partido Autonomista Nacional (PAN).
No fue fácil lograr esa convivencia, debido a los recelos del pasado y
del presente. Sin embargo, el cambio de escenario que depararon los
ochenta, gracias a la estabilidad política y el crecimiento económico,
alentaron el acercamiento. También hicieron lo propio iniciativas apun-
taladas por algunas familias de elite. Era necesario solidificar los vín-
culos internos entre los elencos políticos, económicos y sociales para
dejar atrás las violencias de décadas anteriores, así como para reforzar
las fronteras frente a una sociedad que, a medida que se acercó el fin de
siglo, se vio estructuralmente recompuesta por la inmigración, la movi-
lidad social y el crecimiento económico. La sociabilidad fue un eslabón
clave para alcanzar ese objetivo. Clubes como el Jockey, creado en 1882,
o el Círculo de Armas, de 1885, se propusieron nuclear a las familias de
elite y alentar una sofisticación de las aficiones, los consumos y los pa-
satiempos. Otros espacios más informales, como las residencias familia-
res, contribuyeron a ello, así como a la delineación de un mercado ma-
trimonial paulatinamente más cerrado que en el pasado. De este modo,
entre los ochenta y el Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, se
constituyó una elite social argentina propiamente dicha, y a la vez, se
recompusieron sus conductas y estilos de vida, con una adopción ace-
lerada de los usos europeos, especialmente franceses y británicos, y una
ostentación, a menudo, apenas recubierta por el refinamiento.4
Los Alvear cumplieron un papel destacado en todo ese proceso.
Diego de Alvear, tío de Marcelo, había sido incluso un pionero al im-
20 Leandro Losada

pulsar el Club del Progreso en 1852, del cual, a su modo, el Jockey fue
un continuador en su propósito de nucleamiento social y sofisticación
cultural en la década del ochenta. Por entonces, el mismo Diego, que
murió en 1887, animó en su casa un salón que sirvió como punto de
encuentro, y a menudo también como espacio de inserción en la so-
ciedad de Buenos Aires, de los políticos del PAN provenientes de pro-
vincias como Tucumán, Salta o Córdoba. Así lo recordó uno de ellos,
Ramón Cárcano.5 El padre de Marcelo, Torcuato, fue clave como inten-
dente para realizar a través de su obra de gobierno, entre otras mejoras
urbanas, el acondicionamiento del escenario que la elite tendría en la
ciudad, la zona norte, que a lo largo de las décadas del cambio de siglo
se iría poblando de mansiones y petit hotels, dando lugar a los barrios
Norte y Recoleta.6 Torcuato, además, fue uno de los miembros fundado-
res del Jockey Club en 1882.
Todo esto refuerza lo dicho al comienzo. Los Alvear son ejempla-
res exponentes de la elite argentina del fin de siglo, por antecedentes y
acciones propias, por integrantes y a la vez por impulsores de la misma
constitución de ese grupo social. A ello hay que sumar otros elementos,
en especial, su condición de grandes propietarios de tierras en la pampa
húmeda. Concentraron 102.800 hectáreas entre 1890 y 1900 y 115.088
hectáreas entre 1920 y 1930.7
Sin embargo, lo dicho sirve también para subrayar sus singularida-
des en ese grupo, que fue heterogéneo de por sí, por la procedencia de
sus elencos y sus ritmos de conformación. Además de porteños y pro-
vincianos, hay que recordar que entre las familias de elite de la misma
ciudad de Buenos Aires había perfiles diferentes antes de 1880. Más
volcados a los negocios que a la política, sin que ello implicara ausencia
absoluta de participación pública, como por ejemplo los Anchorena o
los Unzué; más antiguos, de origen colonial; y más tardíos, aquellos que
habían labrado su posición después de la revolución, de los Pellegrini
a los Santamarina.
Los Alvear, en este universo, tenían un perfil bastante definido. Por
un lado, su apellido remitía más a las gestas patrias y a la historia po-
lítica del país que a la economía. En segundo lugar, tenían filiaciones
políticas, en el pasado y en el presente que, a pesar de los cambios de
circunstancias y de la politesse que se fue arraigando, eran polémicas,
al menos dentro del mundo de las elites porteñas: rosistas, o cuanto me-
Marcelo T. de Alvear 21

nos federales, y roquistas. Sus vínculos sociales y familiares reforzaban


esta filiación. Diego de Alvear fue el anfitrión del roquismo y décadas
antes había sido expulsado del Club del Progreso en el mismo año de su
fundación, 1852, por sus simpatías con Justo José de Urquiza. El Jockey
Club, a cuya creación se sumó Torcuato, en principio, fue una iniciativa
vinculada al roquismo porteño (piénsese como ejemplo en su fundador
Carlos Pellegrini).
Las relaciones familiares tenían un sello similar. En el caso de Torcua-
to, además de su matrimonio con la hija del general Pacheco, vale men-
cionar como ejemplo los vínculos que lo unieron a los Unzué, una de las
familias más ricas de la Argentina de 1900. El propio Torcuato compartió
iniciativas empresariales y públicas con Saturnino Enrique Unzué, y uno
de sus hijos, Ángel Torcuato de Alvear, se casó con una de las hijas de Sa-
turnino, María.8 Estos antecedentes son relevantes para proyectar el lugar
de Marcelo en la elite argentina, tanto en su faceta más propiamente social,
como en lo referido a la relación entre sus simpatías políticas y su pertenen-
cia a la elite.

“Sportsman” acaudalado y cosmopolita

El Alvear de juventud parece encuadrarse en los tópicos que han nu-


trido el estereotipo del “niño bien”. Eran célebres y comentadas las an-
danzas de su “patota” en los carnavales de la década del ochenta, por
ejemplo, que solían incluir lances de huevos a los desprevenidos.9 Por
otro lado, sus estudios no fueron destacados. Los inició en 1879 en el
Colegio Nacional de Buenos Aires y los culminó en 1885 en el Colegio
Nacional de Rosario. Cumplió luego con otra posta característica de los
jóvenes de la elite, el ingreso en la Facultad de Derecho de la Universi-
dad de Buenos Aires. Allí se recibió en 1891, con una tesis titulada “De
los albaceas”.10 Sus modestas cualidades como estudiante perduraron
en el recuerdo de sus pares, quizá acentuadas por la malicia, o por la
perplejidad ante el lugar público que alcanzó: “desde que se recibió de
abogado, no abrió más un libro. ‘No sabe nada de nada’”. Aunque se
concedía que “Es posible que, en el ambiente cultural francés, le diera
por ilustrarse. Yo mismo le he oído expresarse, en Roma y en París, con
espontaneidad y sin ignorancias”.11
22 Leandro Losada

Alvear y sus compañeros de graduación de la Facultad de Derecho, 1891.


Es el cuarto desde la izquierda, en la fila de abajo. También aparecen: Leopoldo
Melo, José de Apellániz, Tomás Le Bretón (cuarto, quinto y sexto desde la izquier-
da, segunda fila desde abajo). Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

Este tipo de opiniones no son aisladas, o sólo de personajes cuyos ca-


minos políticos los separaron o los confrontaron con los de Alvear. Los
recuerdos que quedaron de él coinciden con lo que puede inferirse del
Alvear de juventud. Allí parecen estar condensados un conjunto de ras-
gos de personalidad que no lo abandonaron. Una politesse y un savoir
vivre que de todos modos no hizo incompatible la cordialidad y los
buenos modales con el humor grueso o un uso del lenguaje en ocasiones
sorprendente por sus excesos;12 un hombre de mundo, más que culto,
con una “cultura universitaria de tipo ‘standard’”; informado más por
ósmosis de sus compañías o de la vida cosmopolita que por sus propias
iniciativas:

…se fue haciendo un círculo de amigos en el extranjero, que con-


tribuyeron no poco en la tarea de ampliar la visión del hombre de
Estado […] se hizo un hombre culto, sin llegar a poseer una cul-
Marcelo T. de Alvear 23

tura humanista profunda […] Tenía nociones generales, aunque


extensas, del arte y de algunas artes en particular –la pintura, por
ejemplo–, adquiridas en la frecuentación amable de los artistas,
quienes, a su vez, gustaban de su charla amena y a menudo pin-
toresca […] fue siempre un gran lector, en términos generales, sin
llegar a ser nunca un estudioso.13

Si se repasa el inventario de los bienes de su testamento, esa impre-


sión se confirma. Desde ya, no puede inferirse, ni para Alvear ni para
nadie, la cultura general (los libros leídos, la sensibilidad por el arte,
etc.) a partir de los libros o de los cuadros poseídos, considerando que
además eran, en sí mismos, símbolos de estatus, bienes que permitían
revelar un capital económico y no sólo uno cultural. A su vez, debe
tenerse en cuenta que no es posible saber cómo se constituyó una
pinacoteca o una biblioteca a partir de un testamento, más aun en el
caso de Alvear, quien por sus cargos públicos fue objeto de innume-
rables obsequios, que estuvo unido por vínculos de amistad a hom-
bres de letras, intelectuales y personalidades del arte a lo largo de su
vida (por mencionar algunos en la Argentina: Victoria Ocampo, Benito
Quinquela Martín, Fernando Fader) y que, por cierto, es probable que
haya recibido por herencia alguna parte de los bienes personales que
conservó.
Por lo demás, Alvear atravesó muchas mudanzas a lo largo de su
vida, en la ciudad de Buenos Aires, pero también entre Europa, sobre
todo Francia, y la Argentina, que seguramente obligaron a la selección
y al desprendimiento de bienes personales. Así ocurrió, por ejemplo,
cuando desocupó y vendió su propiedad francesa en Marly en 1934.
Finalmente, como se verá más abajo, su situación económica no fue es-
table, sino más bien, vista en el largo plazo, menguante. Considerando
todo esto, por lo tanto, y a grandes rasgos, la biblioteca de Alvear al mo-
rir parece más asimilable a la de un hombre público, a la de un político,
informado e interesado por temas que lo interpelaron o lo ocuparon a
lo largo de su vida pública, y desde ya, compuesta por obras que reve-
lan afinidades y gustos, por ejemplo, por la literatura, la historia y la
política francesa (en este último caso, también la norteamericana, país
que Alvear no conoció), que la de un hombre de cultura excepcional o
sistemática.
24 Leandro Losada

Así, entre sus títulos figuran algunas obras clásicas del pensamien-
to político (la Historia, de Polibio; El derecho de la guerra y de la paz,
de Grocio; las obras completas de Jean Jacques Rousseau), libros tam-
bién centrales sobre historia y política francesa (la Historia de la Revo­
lución y la Historia del Consulado y del Imperio, de Adolphe Thiers;
las Memorias, de Madame de Stäel; las Memorias de ultratumba, de
Chateaubriand; Las Constituciones de Francia, de Faustin Hélie); textos
de derecho y política internacional (Los partidos políticos en Estados
Unidos, de James Bryce; Derecho Internacional, de Carlos Calvo; Trata­
do de Derecho Internacional, de Pasquale Fiore; Derecho Internacional
Americano, de Agustín Álvarez); libros y ensayos de historia universal
y nacional (la Historia de Roma, de Mommsen; la historia argentina de
Vicente Fidel López; la Historia de la Confederación, de Adolfo Saldías;
veintiséis tomos del archivo de Mitre; la Historia de América y la Revo­
lución de Mayo y Moreno, de Ricardo Levene; la Historia Constitucional
de la República Argentina, de Luis Varela; Santiago de Liniers, de Paul
Groussac; Rosas y su tiempo, de José María Ramos Mejía; el Régimen
federativo al unitario, de Rodolfo Rivarola); las obras completas de Juan
Bautista Alberdi y de Joaquín V. González; clásicos de la literatura, con
predilección francesa (Dante Alighieri, Miguel de Cervantes, Voltaire,
Flaubert, Victor Hugo, Honoré de Balzac, Dumas, Musset, Sainte Boeu-
ve, Renan), a los que se agregaban 684 volúmenes en rústica de diversos
autores, así como las colecciones La Cultura Argentina, dirigida por
José Ingenieros, y La Biblioteca Argentina, por Ricardo Rojas. El inven-
tario del testamento contó 1.597 volúmenes, que fueron tasados por una
suma total de 2.765 pesos. Como parámetro, puede decirse que el juego
de comedor de su casa, un departamento en la calle Juncal al 700, fue
tasado en 5.000 pesos, su auto Buick modelo 40, en 4.000, o su piano
Steinway, en 1.500 pesos.14
Con los reparos ya señalados, la composición de su biblioteca se co-
rresponde con la que podría esperarse de un hombre de su posición so-
cial y de su trayectoria pública, que alternó la política y la diplomacia,
pero no arroja nada excepcional.15 La pinacoteca de su departamento de
la calle Juncal, en términos comparativos, parece más impactante. Tenía
164 cuadros o pinturas. Algunas de ellas, como “Paisaje serrano” de Fer-
nando Fader, fue tasada en 3.000 pesos, más que toda su biblioteca. A ello
hay que sumar 10 pinturas, usuales en las familias de elite, de retratos de
Marcelo T. de Alvear 25

antepasados (Carlos María de Alvear, Torcuato de Alvear, Ángel Pacheco,


Elvira Pacheco) y de autorretratos, todos sin valor monetario, según los
tasadores. Se agregaba a estos un busto del propio Alvear, donado por el
prestigioso escultor francés Antoine Bourdelle, que fue el encargado de
hacer el monumento ecuestre de Carlos María de Alvear inaugurado en
1926 con motivo del centenario de Ituzaingó, en la Recoleta. También
tenía un bronce de Auguste Rodin, valuado en 1.000 pesos.16
Como lo recordaba Manuel Goldstraj, su secretario, Alvear parecía
más entendido, o interesado, en la pintura que en la lectura. También lo
estuvo, por cierto, por aficiones audiovisuales más novedosas, como el
cine o la fotografía. En una mirada general, es probable que Alvear no
haya tenido una sensibilidad cultural más significativa, pero tampoco
más elemental, que gran parte del círculo social que lo rodeaba. Vale
resaltar que circunstancias personales, como los frecuentes viajes y las
largas estadías en Europa, o su casamiento con Regina Pacini, le ofrecie-
ron vías alternativas, inaccesibles a otros, para optimizar su formación
cultural. Su perfil se recorta sobre el del diletante, no sobre el del inte-
lectual. Pues, por lo demás, por sobre una cosa y otra, Alvear fue ante
todo un político. A ello dedicó la mayor parte de su vida.
Por otro lado, su personalidad a menudo poco afecta a los proto-
colos (el empecinamiento y la vanidad, más que la docilidad o la mo-
deración, han sido a menudo los rasgos más resaltados por quienes es-
tuvieron a su lado) bien pueden atribuirse a quien sabe que no debe
probar su posición. Sus inconductas o incorrecciones podían motivar
perplejidad, pero no ponían en peligro su consideración social. Esto no
quiere decir, sin embargo, que Alvear haya procedido constantemen-
te como alguien seguro de un estatus adscripto, que no debía ratificar
por sí mismo. Su condición social no sólo le dio permisos; también
entendió que implicaba obligaciones. Esta dimensión, vinculada a una
noción del deber público de un hombre que debe estar a la altura de lo
hecho por sus antepasados, es un punto al que Alvear apeló a lo largo
de su vida pública, y que si bien tuvo, de manera poco sorprendente,
intenciones autojustificatorias, tampoco puede considerarse como me-
ramente declamatorio.
Retornando al relato cronológico, la graduación como abogado lle-
gó después de sus primeras incursiones en política. En 1889 había for-
mado parte de la constitución de la Unión Cívica, y un año después,
26 Leandro Losada

estuvo involucrado en la Revolución del 90.17 A la vez, casi contem-


poráneamente, se convirtió en un hombre de fortuna por la herencia
de su padre, fallecido en 1890, y de su madre, en 1895. Del primero
heredó 13.000 hectáreas en Ituzaingó, propiedad situada en el entonces
territorio nacional de La Pampa, y aproximadamente 2.700 hectáreas en
Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Por parte de su madre, obtuvo
más de 4.000 hectáreas en Chacabuco y 17.500 hectáreas en Ituzaingó.18
Todo esto, por supuesto, sin contar ganado, bienes muebles, propieda-
des urbanas (la casa familiar, donde Alvear creció, en Juncal al 1000; y
otras dos de su padre, en la calle México y en Callao esquina Guido),
y tierras en otras zonas de la provincia (su madre tenía propiedades en
Pacheco, San Isidro y Escobar). Algunas estimaciones calculan que las
dos hijuelas de Alvear, dado que, obviamente, los bienes de sus padres
se repartieron entre los cuatro hermanos, redondearon una fortuna de
aproximadamente un millón de pesos,19 algo más de 440.000 pesos oro
a la paridad cambiaria fijada en 1899, momento para el cual, además, su
patrimonio se habría valorizado con relación a 1895.
Su fortuna distaba de la de un Juan N. Anchorena, que murió tam-
bién en 1895, y dejó bienes estimados en ese entonces en diez millones
de pesos oro. Es un ejemplo extremo, de todos modos, pues se lo consi-
deraba por entonces el “más acaudalado millonario del país”,20 y perte-
necía a una generación anterior, es decir, la cifra remitía a lo acumulado
a lo largo de una vida y no a lo recibido en juventud. A partir de distin-
tas estimaciones trazadas sobre las fortunas argentinas del cambio de
siglo, puede decirse que el patrimonio heredado por Alvear estaba lejos
de los que poseían los más ricos estancieros, aunque no necesariamente
de los descendientes de su misma generación, que recibían también for-
tunas divididas por la sucesión patrimonial, variable según la cantidad
de hijos de cada familia, pero por encima de destacados consignatarios,
agentes inmobiliarios e industriales. Piénsese por ejemplo que el um-
bral mínimo de una gran empresa del período se estimaba en cien mil
pesos moneda nacional.21
Sobre estas circunstancias, la figura de Alvear parece recortarse so-
bre otros tantos lugares comunes de los miembros de la elite argentina,
el desahogado y despreocupado heredero.22 Durante la década del no-
venta, Alvear comenzó a adquirir uno de los perfiles que más lo defini-
rían, el de sportman. Así como su tío o su padre habían sido motores o
Marcelo T. de Alvear 27

artífices de pautas renovadoras de la sociabilidad, Alvear hizo lo propio


con algunas de las aficiones que más popularidad ganaron en la alta so-
ciedad argentina del cambio de siglo. Los deportes tuvieron el atractivo
de condensar ocio, manifestación de estatus, exclusividad social (por
los espacios en los que se practicaban) y una educación corporal que
agregaba aditamentos a lo que debía ser un hombre distinguido. Alvear,
en este terreno, también es representativo más que excepcional. En todo
caso, su singularidad se basó en que logró destacarse en algunas disci-
plinas o que fue pionero en alentar su raigambre en Buenos Aires antes
que por practicar pasatiempos inusuales en otros. Así, ingresó en la dé-
cada del noventa en el Círculo de Armas y en el Jockey Club. En la pri-
mera década del siglo XX tuvo su propio stud, del que salieron caballos
campeones en el Hipódromo Argentino, como Blue Coat.23 Sobresalió
en deportes muy variados. Practicó golf, natación, boxeo; fue campeón
de tiro; un gran aficionado a la esgrima, al punto de ser un artífice cen-
tral de la contratación de Eugenio Pini, destacadísimo maestro (fue pro-
fesor de Alfonso XIII) para el Jockey Club; se contó entre los primeros
automovilistas del país. En noviembre de 1901, en la que se considera la
primera competencia, en los actuales predios del Tiro Federal, derrotó a
su contrincante, Aarón de Anchorena, otro gran sportsman (Anchorena
cruzó el Río de la Plata, junto a Jorge Newbery, en el globo El Pampero
en diciembre de 1907).24 También, como gran parte de los hombres de
su círculo social, Alvear se involucró como padrino en varios lances de
honor, algunos célebres, como el que enfrentó a Hipólito Yrigoyen con
Lisandro de la Torre en 1897.25
El interés por el deporte lo acompañó a lo largo de su vida. Durante
su ministerio en París fue incorporado al Comité Olímpico Argentino y
realizó varias gestiones desde su cargo diplomático para facilitar la par-
ticipación de algunos deportistas en los Juegos Olímpicos de Amberes,
en 1920, así como para conformar el mismo comité.26 Como se verá en
el capítulo 3, consideró valioso que su figura pública, inclusive la pre-
sidencial, tuviera entre sus rasgos la condición de sportsman. Al mismo
tiempo, fue amigo de figuras como el mismo Jorge Newbery, y con Eu-
genio Pini lo unió una relación duradera y cercana. Alvear fue padrino
en algunos de sus lances (como el que lo enfrentó con el barón de San
Malato en París, en 1904), y Pini, un corresponsal a lo largo de su vida,
en cuyos intercambios epistolares se advierte que las inclinaciones de-
28 Leandro Losada

portivas de Alvear no desaparecieron con la edad y que la figura de Pini


siguió siendo una voz autorizada en esos temas.27

En la Sala de Esgrima del Círculo de Armas, 1890. Alvear es el segundo desde


la izquierda entre los que aparecen sentados. A su derecha está Eugenio Pini,
maestro de esgrima de reputación internacional, y amigo de Alvear. Fuente:
Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

La fortuna heredada permitió que Alvear disfrutara con recurrencia y


holgura otro de los ritos que distinguió a la elite argentina de la Belle
Époque, el grand tour. Es decir, los viajes a Europa, a menudo continua-
dos con prolongadas estadías. Lo extendida que estuvo esta práctica, y
su carácter de síntoma de la riqueza argentina de la época, se advierte
en que en el fin de siglo se formó una auténtica “colonia” de argentinos
en París.28 Desde ya, esta posibilidad tampoco fue igual para todos los
integrantes de la elite. Los más ricos, o aquellos vinculados con fun-
ciones diplomáticas, fueron quienes integraron el elenco estable. Al-
vear, amigo de algunos de sus miembros más renombrados, como Otto
Bemberg, formó parte de ese grupo por ambas causas, al igual que sus
Marcelo T. de Alvear 29

hermanos. Carlos Torcuato fue cónsul en París entre 1902 y 1907;29 su


hermana Carmen, que se casó en 1896 con el príncipe Adolfo de Wrede,
residió gran parte de su vida en Europa, especialmente en Madrid. Su
hermano restante, Ángel Torcuato de Alvear, casado con María Unzué,
también pasó largas temporadas en París. Incluso murió allí, en octubre
de 1905.
Muy probablemente, la vida cosmopolita de Alvear fue más intensa
que la de muchos de sus pares sociales y, como se dijo, seguramente tam-
bién un modo de refinar gustos y sofisticar sensibilidades por vías más idó-
neas para su personalidad que el estudio sistemático y consistente. En el
cambio de siglo emprendió varios viajes al viejo continente. En noviembre
de 1897 hizo su primer viaje a París; luego, de octubre de 1899 a marzo de
1900 estuvo en Madrid y París; de diciembre de 1900 a junio de 1901, se
afincó por tercera vez en la capital francesa; entre enero de 1902 y julio de
1903 recorrió París, Madrid, Londres y Biarritz; desde enero de 1904 hasta
abril de 1911 reincidió en la “ciudad luz” (durante esta prolongada estadía
se casó con Regina Pacini en Lisboa, en abril de 1907); de junio de 1911 a
febrero de 1912 pasó una nueva estadía en Europa; sólo regresó a la Argen-
tina por el casamiento de su sobrina María Elvira de Alvear con José Pache-
co y Anchorena, y volvió de inmediato a París, de donde retornó a Buenos
Aires cuando fue electo diputado en 1912; nuevamente su destino fue Pa-
rís en el receso parlamentario de 1912.30 Más tarde, entre 1917 y 1922, fue
secretario de la legación argentina en Francia, afincándose por lo tanto en
la ciudad del Sena. Allí volvería al dejar la presidencia en 1928, permane-
ciendo hasta principios de 1931; regresó en 1932, al ser deportado del país
por la dictadura de José Félix Uriburu; una vez más en 1934, después de
su segundo encarcelamiento durante la presidencia de Agustín Justo; y por
último, entre septiembre y diciembre de 1936. Además de su propiedad
en Marly, y la legación argentina, Alvear vivió durante sus estadías de la
primera década del siglo XX en un apartamento en la Avenue Wagram, no
muy lejos del Parc Monceau, y en el Hotel Ritz. Las direcciones de las que
han quedado constancia en sus cartas de la década del veinte y del treinta
son el número 40 de la Rue François- 1er, cerca de Champs Élysées; y 81
Rue de Lille, en Saint Germain.31
30 Leandro Losada

De regreso a Buenos Aires de uno de los tantos viajes que emprendió a Europa
en el cambio de siglo, circa 1911- 1912. Además de Regina, aparece (primero desde
la derecha), el intelectual español Vicente Blasco Ibañez. Fuente: Archivo General
de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Sus viajes de juventud tuvieron dos causas, o en todo caso, dos fac-
tores que sirvieron de estímulo. Por un lado, la interrupción de su vida
política. Una vez ocurrida la ruptura entre Hipólito Yrigoyen y Bernar-
do de Irigoyen en 1897, Alvear se alejó de la actividad política, a la que
regresó recién en 1912, cuando fue electo diputado. Su presencia en la
Argentina de la Belle Époque de preguerra, por lo tanto, fue esporádica,
y no muy visible. Regina Pacini, a quien conoció en la temporada lírica
del Teatro Politeama en 1899, fue la otra causa, y la principal, de sus
viajes a Europa en el cambio de siglo. Regina era una cantante lírica
portuguesa, hija del barítono italiano José Pacini, de reputación interna-
cional. Soprano ligera, había debutado en el teatro Real de San Carlos,
de Lisboa, con la familia real portuguesa en el auditorio, con menos de
dieciocho años. Se la comparó con Adelina Patti, y actuó en las grandes
salas del viejo continente, de Londres a San Petersburgo, de París y Mi-
lán a Roma, Madrid y Lisboa.
Marcelo T. de Alvear 31

El casamiento con Regina Pacini

El casamiento con Regina ha sido en ocasiones caracterizado como una


conducta iconoclasta de Alvear con su tiempo y su mundo social. El
resultado de la “pasión de un aristócrata” que eligió sus sentimientos
sobre lo aceptado y lo bien visto.32 Quizá sea una semblanza algo des-
medida. Por un lado, las convenciones de la época daban más libertad
al hombre que a la mujer al momento de contraer matrimonio; a raíz de
ello, por ejemplo, la soltería no era el estigma que sí representaba para
la mujer. Ahora bien, también era deseable, a pesar de lo anterior, que
un hombre de elite se casara con una mujer de su mismo medio social,
para que ella, como madre y esposa, cumpliera su función de transmi-
sora de valores y convenciones. Implícito en lo anterior, lo correcto era
que la mujer considerara al hogar como su esfera de desenvolvimiento.
Es posible que la observancia de estas normas no haya tenido, en el
caso de Alvear, tutores gravitantes. Sus padres habían muerto cuando
conoció a Regina, suponiendo, desde ya, que hubieran considerado de-
seable la obediencia a esas pautas. Regina no era una niña casadera, ni
por sus antecedentes, ni por su edad al momento del matrimonio. Tenía
treinta y seis años (Alvear, treinta y nueve), edades por cierto avanzadas
para los usos de entonces (una mujer de treinta años solía considerarse
solterona, por propios y extraños).

Anuncio de la presentación de Regina Pacini


en el Teatro Politeama, 1899. Fuente: Archivo
General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.
32 Leandro Losada

A su vez, la boda ocurrida el 29 de abril de 1907 fue recibida con indi-


ferencia cuando no con sorpresa en Buenos Aires.33 A todo ello, Alvear
habría reaccionado con algunos de sus exabruptos a menudo caracte-
rísticos. Según se cuenta, apuntó que las “señoras” que lo criticaban
harían bien en callarse, porque les había levantado la pollera a todas,
ratificando quizá no inocentemente su apodo de “gran bragueta”.34 El
impacto parece haber sido sensible, porque Alvear y Regina vivieron
más en París que en Buenos Aires, en la residencia comprada en Marly
en 1906, Cœur Volant. Volvieron al país de manera duradera recién en
1912, con la elección de Alvear como diputado. La residencia francesa,
en sí misma, fue otro símbolo de la acomodada situación económica
que disfrutaba por entonces. El lugar, cercano a París, había sido una
de las propiedades preferidas de Luis XIV, destruida en los tiempos de
la revolución. Alvear levantó allí un castillo en estilo normando, al que
volvió durante sus regresos a la capital francesa, hasta que la propiedad
fue vendida en 1934.35
De todos modos, no debe sobreestimarse la incorrección del ca­sa­
miento de Alvear y Regina. Regina era una mujer inusual, excepcional,
pero ciertamente su profesión tenía un alto prestigio, al que se suma-
ba la calidad de sus condiciones de intérprete. Podía ser infrecuente
que un hombre de la elite argentina se casara con una cantante lírica,
pero ciertamente no podía ser un demérito. Una anécdota ilustrativa
al respecto es la consignada por Mariano de Apellániz, sobrino de José
de Apellániz, amigo de Alvear. Su bisabuela, Susana Torres de Castex,
habría corregido cortésmente a Alvear cuando quiso presentarle a Regi-
na, indicándole que era ella, Torres de Castex, quien debía presentarse,
pues Regina era una celebridad.36
No está demás volver a subrayar que el casamiento con Regina tuvo
para Alvear implicancias, incluso, de promoción social. Al menos, ha-
bilitó una cercanía o una frecuentación con los altos círculos sociales
europeos para los que Regina, y su padre, habían actuado (el ejemplo más
obvio, desde ya, son los portugueses). Es cierto que el consulado de su
hermano en París, o el casamiento de su hermana Carmen y su posterior
residencia en España, habilitaron también ese tipo de contactos. Pero el
matrimonio con Regina, en todo caso, sumó, y no restó, a esa sociabilidad
europea. Asimismo, y como se verá en el capítulo 3, Regina confirió ras-
gos originales a la figura pública de Alvear en la Argentina, en especial
Marcelo T. de Alvear 33

durante su gobierno, que hicieron de él un presidente por cierto bastante


distinto en comparación con los que lo habían antecedido.
Por otro lado, el carácter original, mas no rupturista o incorrecto
de su casamiento con Regina, se advierte en las conductas y decisio-
nes que tomaron una vez consumado el matrimonio. Regina se retiró
de su carrera artística. Activa como fue en el mundo del teatro y de las
artes nacionales, esa actividad se limitó cuidadosamente a iniciativas
para nada extrañas a las usuales entre las mujeres de elite, como las
filantrópicas, y de las cuales la Casa del Teatro es la más célebre. Asi-
mismo, Alvear parece haber estado atento a que el pasado artístico de
su esposa no dejara demasiados rastros. Aparentemente, se dedicó con
cuidado a que los discos de Regina fueran retirados de circulación en
Buenos Aires.37
Si esto, otra vez, sugiere indicios de que efectivamente Regina no fue
el tipo de esposa característico de los hombres de la elite a­rgentina del
cambio de siglo, también muestra que en el matrimonio Al­vear-Pacini
hubo gestos que indican la voluntad de seguir, y no de desconocer, las
normas y reglas tácitas de su mundo social. Cuando Alvear ya era presi-
dente, las notas periodísticas que ofreció Regina la retrataron a partir del
arquetipo de una mujer de elite. Así la presentó Caras y Caretas a media-
dos de los años veinte: “Nuestra distinguida interlocutora no es aficiona-
da a la política; considera que la mujer debe preocuparse con preferencia
de la vida del hogar, de la educación de los hijos y del cultivo de las artes
propias de su sexo, dentro de la predilección de cada una”.38
Algunas de las distinciones que Regina recibió muestran también
que su desempeño público se realizó a través de los roles femeninos
convencionales. En 1927 el gobierno francés le otorgó la Cruz de la Le-
gión de Honor por sus actividades filantrópicas durante la guerra. El
acontecimiento fue resaltado en las notas sociales de la época.39 En las
semblanzas parecen traslucirse los reparos que despertaba en las mu-
jeres de la alta sociedad local, pero, al menos en esta oportunidad, los
mismos se parecen, más que nada, al recelo por la obtención de un re-
conocimiento excepcional:

debemos reconocer nosotras, en cuanto argentinas, que la ac-


tuación de doña Regina Pacini de Alvear […] ha conquistado el
respeto unánime y la simpatía de la mujer argentina, porque ha
34 Leandro Losada

sabido prodigar su gracia serena, tan señoril y cordial a la vez,


en los distintos círculos de nuestra sociedad; en las ceremonias
oficiales, o en las suntuosas fiestas aristocráticas.40

En síntesis, el casamiento de Alvear con Regina Pacini muestra algo


parecido a sus aficiones de sportsman o a su vida cosmopolita en París:
originalidad, pero no excentricidad, y menos aún, ruptura con las pau-
tas de su mundo social. La singularidad de sus inquietudes deportivas
fue la del pionero, aventajado por el patrimonio del que dispuso en
su juventud (que le permitió pasatiempos caros, como el automovilis-
mo), o la de cultivar varios deportes a la vez a lo largo de su vida. Pero
no, ciertamente, por haber hecho cosas que sus pares sociales no hi-
cieron, o no hubieran aprobado. Se ha dicho, también, que las estadías
en Europa fueron una marca de época para la elite argentina, de la que
Alvear pudo disfrutar más asiduamente gracias a un amplio abanico
de aspectos, desde el hecho de tener hermanos y parientes en el viejo
continente a los vínculos que facilitó su matrimonio con Regina y los
cargos diplomáticos que ejerció. Su casamiento, entonces, muestra a su
modo algo parecido. Una decisión inusual pero no escandalosa, cuyos
cortocircuitos con la alta sociedad, en todo caso, tanto Alvear como
Regina procuraron atemperar con las conductas y el tipo de pareja que
constituyeron una vez casados y a lo largo de su vida, en sintonía más
que en confrontación con los usos y estilos de la elite argentina.

Vínculos y sociabilidades

En el mundo de la elite social Alvear tuvo un lugar indiscutido, por


historia familiar y por credenciales propias. Como indicador, vale resal-
tar no sólo su pertenencia, sino su frecuente y perdurable presencia en
comisiones directivas de entidades como el Jockey Club: vicepresidente
segundo en 1892-1893 (el presidente era Santiago Luro); vocal entre
1895 y 1898, con Carlos Pellegrini al frente de la entidad;41 secretario
general de 1898 a 1902 (presidente, Vicente L. Casares); vocal de 1904 a
1906 (Francisco Beazley estuvo al frente de las comisiones directivas);
y otra vez en el mismo cargo de 1912 a 1914, con Samuel Hale Pearson
y Agustín de Elía como presidentes.42
Marcelo T. de Alvear 35

Es más difícil, en cambio, evaluar el lugar y la importancia de esos


espacios en el tejido de sus relaciones y amistades. Por un lado, se ha
dicho, su vida europea le dio una sociabilidad alternativa a la de Bue-
nos Aires. Por otra parte, Alvear parece haber sido un personaje cuida-
doso y selectivo en sus vínculos. Su correspondencia, por ejemplo, de-
vuelve la impresión de un círculo reducido, y perdurable, de personas
de confianza. Y la matriz de muchos de esos vínculos fue anterior a su
inserción en entidades como el Jockey o el Círculo de Armas en la déca-
da del noventa, y parece haberse derivado de ámbitos que seguramente
incluyeron a los clubes sociales, pero que también los trascendieron,
forjándose en esferas e intereses diferentes a los de la sociabilidad mas-
culina distinguida y de ocio. Al respecto, sobresalen espacios e inquie-
tudes, desde ya para nada ajenas a otros hombres de elite, pero que en
Alvear emergen con un espesor visible: la Facultad de Derecho y, por
supuesto, y sobre todo, la política.
En relación con este punto, vale detenerse un momento en el seña-
lamiento de que el ingreso a la Unión Cívica y luego al radicalismo fue-
ron una especie de parricidio o de oposición al mundo de sus padres,
un argumento desplegado para mostrar la descontextualización de un
hijo de la “oligarquía” en una fuerza popular como la UCR.43
Este tipo de afirmaciones pueden recuperarse, pero por razones di-
ferentes, y con matices. La Unión Cívica, y luego la Unión Cívica Ra-
dical, fueron espacios novedosos, pero no sólo por el sentido literal de
haber aparecido a fines de la década del ochenta, o por haber tenido adi-
tamentos populares en sus orígenes. Más bien, por otro punto: sirvieron
como puertas de reingreso a la vida política de figuras y sectores mar-
ginados por el estado de cosas instalado desde 1880 y con la llegada de
Julio Roca a la presidencia. La UCR, en especial, facilitó la reinserción
de personajes y familias que cargaban con un pasado político polémico
para ese entonces, por ejemplo, por sus vinculaciones con el rosismo.
Así ocurría con Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen.44
El caso de Alvear es más acentuado, y a la vez, más matizado en este
sentido. Por un lado, su familia tenía un pasado similar. Pero no había
quedado en un segundo plano en los años ochenta. Por otra parte, Alvear
se colocó en la vereda opuesta a la de su padre, intendente de la ciudad de
Buenos Aires designado por Roca. Torcuato de Alvear, sin embargo, estuvo
entre los oradores del mitin del Jardín Florida, cuando ya había dejado la
36 Leandro Losada

intendencia, y poco antes de morir, participación que probablemente se


explique por amor filial más que por otra cosa. Como fuere, es un dato que
en sí mismo matiza el “parricidio” que Alvear habría cometido al integrar
la Unión Cívica. En todo caso, su padre no lo concibió de esa manera.
De acuerdo a lo que puede observarse en las fuentes, el círculo de
amistades perdurables de Alvear se recortó sobre una matriz temprana,
entablada a través de la “patota” de juventud, los condiscípulos en la
Facultad de Derecho, y la adhesión a la Unión Cívica de la Juventud
primero y al radicalismo después. En él se sitúan personajes como José
de Apellániz, José Luis Cantilo, Leopoldo Melo, Luis Gondra, Fernando
Saguier, Juan Antonio y Felipe Senillosa, Tomás Le Bretón, Vicente Ga-
llo, Remigio Lupo y Ángel Gallardo.
Avanzando el tiempo, la política, más que la alta sociabilidad, man-
tuvo un carácter decisivo en la delineación de sus amistades. Cuando
los efectos de la sociedad y la política democráticas de la década del
diez en adelante comenzaron a advertirse y, por lo tanto, los elencos po-
líticos se reclutaron cada vez más parcialmente en la elite tradicional, y
la política, en sí misma, se desplazó del club al partido, la procedencia
de sus hombres de confianza se recompuso a su vez.45 Así, el Alvear de
los treinta, al listar a quienes consideraba sus incondicionales, seguía
incluyendo a algunos de orígenes familiares y sociales similares a los
suyos, pero también a otros que ciertamente no tenían ese perfil. Según
algunas versiones, solía afirmar: “Con Mihura [podría ser Emilio o En-
rique, dirigentes radicales entrerrianos; el primero fue ministro de agri-
cultura de Alvear, y el segundo, gobernador provincial en los treinta]
[Carlos] Noel, [José Pascual] Tamborini y [José Luis] Cantilo, me animo
a cualquier cosa”. Se podrían agregar a la lista Enrique Mosca, Julián
Sancerni Giménez, Mario Guido y Ernesto Boatti, entre otros.46
Es cierto que Alvear mantuvo amistades perdurables a pesar de
coyunturales diferencias políticas con personajes que procedían de su
mismo mundo social y a quienes conocía desde la juventud (el caso de
José Luis Cantilo, por ejemplo). Sin embargo, las consecuencias de los
zigzagueantes caminos que siguió la política argentina de las décadas
del diez al treinta, y las decisiones de Alvear frente a ellos, llevaron a
que la política a menudo se impusiera sobre las eventuales solidarida-
des que podrían haber inspirado una común pertenencia social o una
amistad de largas raíces.
Marcelo T. de Alvear 37

Algunos de sus amigos de juventud se distanciaron al producirse la


fractura entre personalismo y antipersonalismo en la década del veinte,
distanciamiento que no logró enmendarse cuando Alvear encaró la reu-
nificación partidaria a inicios de los años treinta. Así fue en los casos
de Leopoldo Melo, sobre todo, o Tomás Le Bretón. En menor medida,
por la naturaleza del vínculo personal, también en el de Vicente Gallo, o
Agustín Justo, con quien, sin embargo, no lo unió una relación de la an-
tigüedad o la cercanía de la que lo había unido a Melo, por ejemplo. Con
otros personajes, como Honorio Pueyrredón, los cortocircuitos políti-
cos no lograron despejarse gracias a posibles identificaciones sociales.
También debe incluirse aquí el caso quizá más conocido, por la amistad
que los había unido, y por lo amplia que fue la brecha política que los
separó: José Félix Uriburu, compañero de Alvear en el Colegio Nacional
Buenos Aires, fue quien lo vetó y deportó en 1931. En sentido opuesto,
su relación personal más decisiva fue fruto de la política más que de
una sociabilidad compartida, la que lo vinculó con Hipólito Yrigoyen.
La política había dividido más que nucleado a las elites a lo largo
del siglo XIX. Se ha visto, por ejemplo, que el tío de Alvear había sufri-
do las consecuencias de esas escisiones en la década del cincuenta, al
ser expulsado del club que había creado, el Progreso, por sus simpatías
políticas. La mayor superposición entre la elite social y la elite política
antes de la irrupción definitiva de la Argentina democrática a mediados
de la década del diez no había garantizado que las confrontaciones polí-
ticas no afectaran el mundo social. Así ocurrió por ejemplo en 1902, en
medio de unas elecciones de comisión directiva en el Jockey Club que
enfrentaron a Vicente Casares con Benito Villanueva. El primero estaba
alineado con Pellegrini; el segundo, con Roca, en el momento en que se
había producido la ruptura entre ambos. El episodio terminó en escán-
dalo, y Alvear estuvo involucrado, pues integraba la lista de Casares,
finalmente derrotada. La proximidad social entre los elencos políticos y
el propósito deliberado de que la politesse se afirmara a fin de nuclear
socialmente a la elite no lograron superar ni disolver las diferentes filia-
ciones, ni sirvieron para que los clubes fueran plataformas para obtener
acuerdos políticos perdurables (en suma, para convertir a la elite en un
actor político). Pero, por ejemplo, la misma presencia de Alvear en las
comisiones del Jockey Club durante la década del noventa, incluso en
comisiones presididas por Carlos Pellegrini casi contemporáneamente
38 Leandro Losada

a que éste, como presidente, había deportado a Alvear a Montevideo en


1892, sugiere que permitieron, al menos y en algunas ocasiones, alcan-
zar cierta convivencia.47
La irrupción de la política democrática cambió estas coordenadas,
en tanto sumó a las confrontaciones por el poder la cuestión clave de
cómo posicionarse y cómo tramitar la intrínseca ampliación social, y
la mayor competitividad, que aquélla implicó. Las actitudes reactivas
frente a la democracia y a su más importante expresión política, el ra-
dicalismo yrigoyenista, atravesaron el mundo de la elite social en las
décadas del diez al treinta. En estas coordenadas, está claro que Alvear
distó de ser el único radical de la elite argentina. Pero es igualmente ní-
tido que los lugares que alcanzó y los papeles que desempeñó, sea como
presidente de la república en los años veinte, o como líder partidario en
los treinta, se desplegaron en la Argentina posterior a la Ley Sáenz Peña
y no tuvieron equivalencias con los de ningún otro radical de su misma
extracción social.
A propósito de esto, si bien sólo puede esgrimirse como conjetura,
resulta llamativo que habiendo sido un participante activo y frecuente
en las comisiones directivas del Jockey Club entre 1890 y 1916, no in-
tegró nunca más el cuerpo directivo de este ámbito social durante las
décadas de 1920 y 1930 (sí siguió siendo socio hasta su muerte). Las
prudencias para extraer conclusiones se deben a varias razones, entre
ellas, que durante esos años, en especial los de su gobierno, Alvear tuvo
enfrentamientos con Yrigoyen e incluso avaló su derrocamiento, que
su ausencia pudo deberse a motivos no políticos (entre ellos, desde ya,
personales), y que, en todo caso, de haberse debido a causas políticas,
propias y ajenas, tácitas o implícitas más que abiertas, no debe haber
tenido un significado social relevante para Alvear. Su pertenencia a la
elite tenía cimientos que iban ciertamente más allá de su participación
en el Jockey Club.48
De todos modos, merece subrayarse que sí hubo momentos en los
que las relaciones de Alvear con los espacios distintivos de su mundo
social se tensaron, o al menos, se enfriaron. Así ocurrió cuando deci-
dió retirar el apoyo al antipersonalismo en el final de su presidencia, o
cuando regresó al país para ponerse al frente del radicalismo en 1931.
Poco después de ambos episodios, Alvear dejó circunstancialmente la
política y la Argentina al mismo tiempo (en 1928, voluntariamente; en
Marcelo T. de Alvear 39

1931, forzado por la deportación de Uriburu). Lisboa o París, los des-


tinos elegidos, pudieron ser en esas ocasiones marcos propicios para
replantear su carrera política pero también para sortear desencuentros
sociales. Allí tenía, después de todo, un mundo de relaciones propio,
que bien pudo ser alternativo.
En suma, a menudo se ha señalado su condición “aristocrática”
para impugnar o cuestionar su vida pública o su compromiso con el
radicalismo. También puede argumentarse, cambiando el ángulo de
observación, que sus roles y sus posiciones políticas personales ge-
neraron, circunstancialmente, nunca de modo tajante y definitivo, un
extrañamiento, recíproco, entre Alvear y su mundo social. La filia-
ción o las coincidencias políticas parecen haber sido, por lo menos,
tan decisivas como las solidaridades de “clase” para entablar y sobre
todo para mantener vínculos personales y amistades. Por ello, y en
segundo lugar, la inmersión de Alvear en la vida política lo contactó,
progresiva pero inexorablemente, con individuos y ámbitos diferentes
a los de su medio social. Sus relaciones personales muestran, desde
este punto de vista, el desplazamiento que experimentó el mundo de
la elite respecto de la vida política en la Argentina de las décadas del
diez al treinta, a raíz de la paulatina aparición de una política y de una
sociedad de masas.

Una fortuna declinante

De acuerdo a su sucesión, la propiedad más valiosa que Alvear tenía


al morir, en 1942, era Villa Regina, en Mar del Plata. Fue tasada en
146.905,17 pesos. Esta casa la había edificado en 1927 y fue una mues-
tra, aquí sí nítida, del carácter pionero de Alvear en su mundo social.
Fue la primera residencia marplatense en la zona de Playa Grande, anti-
cipando una tendencia que se iría extendiendo de allí en más, el aban-
dono de las familias encumbradas y tradicionales de la zona del Bristol
a medida que crecía la popularización del balneario.49
Al momento de la sucesión, en 1942, la casa sorprendía por la ca-
lidad de su construcción y de su equipamiento. El lote, próximo a Pla-
ya Grande, el Golf y la Explanada, tenía casi 1.866 metros cuadrados.
La casa contaba con un subsuelo, donde estaban las cuatro habitacio-
40 Leandro Losada

nes de servicio, el comedor de servicio, la despensa, el baño, la cocina


y la antecocina. En la planta baja se disponían el palier, el living, el
comedor, el office, un dormitorio de huéspedes, baño y un hall inte-
rior. En el primer piso Alvear y Regina tenían un dormitorio para cada
uno, con baños propios, y había dos dormitorios adicionales, baño y
hall. Se agregaba un desván con dos piezas y terraza. Y el garaje, con
un primer piso que servía de vivienda para el chofer. La propiedad
totalizaba casi 568 metros cuadrados. Era una “construcción relati-
vamente moderna” (tenía quince años al momento de la tasación), y
se habían empleado “materiales de primera clase”. Era una casa cuya
“distribución interna” y “ornamentación arquitectónica fueron muy
bien estudiadas”, porque debía “servir de residencia a un presidente
de la república. En esta casa la belleza y comodidad internas armoni-
zan con su estética exterior”. Para el tasador, Villa Regina contaba con
un “indiscutible buen gusto”, que le confería “el sello de una obra de
arte que […] es uno de los mejores ornamentos de Mar del Plata”.50

Villa Regina, la residencia marplatense.


Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.

Además de Villa Regina, Alvear poseía La Elvira, en Don Torcuato (don-


de murió), y treinta y dos lotes y una fracción en esa localidad. Todos
habían sido donados a Alvear por su cuñada María Unzué en 1906 (re-
cuérdese que Ángel Torcuato de Alvear, su marido, había fallecido en
1905). Estas propiedades fueron tasadas en 51.575,41 y 29.738,50 pesos,
respectivamente. La Elvira, construida en 1941 y completada poco an-
Marcelo T. de Alvear 41

tes de la muerte de Alvear, a diferencia de Villa Regina, se destacaba


más por su comodidad que por su lujo. Tenía trescientos quince metros
cuadrados, más un patio de casi setenta y dos metros cuadrados, sobre
un terreno que alcanzaba los nueve mil metros cuadrados. La zona, sin
embargo, no estaba cotizada: “en el lugar ocupado por La Elvira y sus
alrededores, el metro cuadrado no vale un peso”, al decir del tasador. El
“edificio” era “sencillo y está dividido en dos cuerpos: el principal for-
mado por las habitaciones importantes, sus dependencias y la cocina; y
el menor constituido por las piezas de servicio, el garaje y otros locales
accesorios”. No era “lujoso, pero es de aspecto agradable y ofrece bue-
nas comodidades”.51
Por último, se contaba la vivienda permanente de Alvear en la
ciudad de Buenos Aires. Ésta estaba ubicada en un edificio por cier-
to lujoso y de construcción reciente. Era el segundo piso del Palacio
Estrugamou, en Juncal 783 (la primera parte del edificio se había cul-
minado en 1929). Sin embargo, no era propietario. Es sugestivo pensar
que Alvear, luego de una residencia itinerante en Buenos Aires a lo
largo de su vida, a raíz de sus prolongadas ausencias, forzadas unas,
voluntarias otras, y decidida ya la venta de su propiedad en Francia
en 1934, hubiera querido volver en sus últimos años a la zona de la
ciudad en la que había transcurrido su infancia. Vale recordar que
su casa paterna había estado en Juncal al 1000. Luego, Alvear había
vivido en una casona de Belgrano durante su presidencia, en la calle
11 de Septiembre, y en el Hotel City, cuando regresó al país en 1931.
También ocupó circunstancialmente un departamento frente a la Pla-
za San Martín y durante unas semanas, apenas regresado de Europa y
antes de asumir el gobierno en 1922, Alvear y Regina se habían hos-
pedado en la mansión de Adelia Harilaos de Olmos (actualmente, la
Nunciatura Apostólica).52
El departamento del Palacio Estrugamou tenía una importante can-
tidad de bienes, que sorprendió incluso a los encargados de inventa-
riarlos y cotizarlos. Uno de los tasadores subrayó la “enorme cantidad
de objetos muebles”. Más arriba se ha hecho referencia a la pinacoteca
y a la biblioteca. En total, los bienes muebles de Juncal alcanzaban la
suma de 64.700 pesos. Bastante más, por ejemplo, que la casa de Don
Torcuato.53
42 Leandro Losada

La casa en la que vivió durante buena parte de la década de 1920,


en el Barrio de Belgrano, en la calle 11 de Septiembre al 1200. Fuente:
Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

La impresión que devuelven sus propiedades al momento de su muerte


es la de un estilo de vida desahogado, pero tampoco ostentoso o signado
por el lujo. Alvear parece haber vivido sin privarse de nada de lo que le
gustaba, tanto en su juventud como en su edad avanzada. Han quedado
testimonios de la prodigalidad de su mesa (las comidas eran “panta-
gruélicas”)54 y de su atracción por los autos (al morir tenía un Buick 40).
Sin embargo, también puede apreciarse la brecha existente entre
Cœur Volant, vendida en 1934, y Villa Regina, o más aún, La Elvira.
Al menos desde finales de la década del veinte, los ingresos de Alvear
se nutrieron del loteo y de la venta de propiedades, como las de Don
Torcuato. En su testamento, por ejemplo, consta la venta de tierras en
La Pampa en 1908 y en Don Torcuato en 1928. También parece haber es-
tado involucrado en emprendimientos que fracasaron. Tal el caso de la
Sociedad Anónima El Progreso, liquidada al momento de su testamento
y de la que tenía 40.000 pesos en acciones en el Banco Español. Por ello,
se consideraron sin valor en la tasación.55
Alvear culminó su vida en una situación económica que no le ge-
neró estrecheces ni compromisos significativos a su viuda. La hipoteca
Marcelo T. de Alvear 43

que pendía sobre Villa Regina para la construcción de La Elvira fue can-
celada en el juicio sucesorio. Pero fue ciertamente declinante a lo largo
del tiempo y en relación con su pasado, y modesta en comparación con
los ricos argentinos de la época. La tasación de su patrimonio en 1942
redondeó los 276.000 pesos moneda nacional.
Pasando en limpio información ya referida: los bienes en jurisdic-
ción nacional (bienes muebles de la casa de la calle Juncal; dinero en
Banco de Londres, Nación y Español) sumaron 64.879,07 pesos. Los
bienes en jurisdicción provincial (bienes muebles de Villa Regina y
La Elvira; La Elvira; lotes de Don Torcuato; Villa Regina) se tasaron en
242.845,08 pesos. A ello se descontó, proporcionalmente, el monto de
la hipoteca tomada en 1941 sobre Villa Regina. Originalmente, ésta era
de 30.000 pesos. Al momento del deceso de Alvear se habían abonado,
con pago al día, 455,06 pesos. Por ello, se descontaron 6.229,11 pesos
sobre las propiedades de jurisdicción nacional y 23.313,83 pesos sobre
las de jurisdicción provincial. Descontado, a su vez, el impuesto suce-
sorio (2.346 pesos), el legado de Alvear, al 18 de noviembre de 1942, fue
de 275.833,21 pesos.56
Esta suma empalidece, por ejemplo, frente a los trece millones de
pesos moneda nacional que dejó Juan Esteban Anchorena, para retomar
un parámetro referido, en 1943.57 Si es posible señalar que los Anchore-
na habían tenido una fortuna excepcional incluso entre los ricos argen-
tinos del siglo XIX, la ponderación muestra que Alvear estaba bastante
lejos de los estándares de otras familias de su círculo social a inicios de
la década del cuarenta, entre las cuales, por lo demás, la transmisión ge-
neracional del patrimonio y las transformaciones mismas de la econo-
mía argentina, sobre todo después de la crisis de 1930, también habían
tenido su impacto. Incluso, la brecha con ellas se había ampliado a lo
largo del tiempo. La diferencia entre la fortuna del Alvear de juventud
y Juan N. Anchorena, a mediados de la década del noventa, era de más
de veintidós veces. Recuérdese, de todos modos, las diferencias de ciclo
vital entre ambos. La brecha entre la fortuna legada por Alvear en 1942
y la de Juan Anchorena en 1943 era de cuarenta y siete veces. Otro in-
dicador aproximado sobre la situación económica de Alvear al morir es
que el contribuyente más rico de la Argentina en 1942 pagó ese año por
el impuesto a los réditos casi el doble del patrimonio entero de Alvear:
497.000 pesos.58
44 Leandro Losada

Esta declinación bien puede atribuirse a la prodigalidad o la liberali-


dad de su estilo de vida. Pero, nuevamente, la política parece haber teni-
do parte importante de responsabilidad. No hay, desde ya, evidencias al
respecto en su sucesión. Pero son varios los testimonios que indican que
Alvear financió actividades partidarias desde muy temprano. Ya en los
años noventa, por ejemplo, Alem señalaba que si se necesitaba financia-
miento, se podía acudir a Alvear. Durante su presidencia, algunos gastos
protocolares corrieron por cuenta de su peculio, al igual que parte de los
fondos que se precisaron para la reorganización partidaria y para las cam-
pañas proselitistas de los años treinta. Uno de los escándalos de corrup-
ción que debió enfrentar, la renovación de concesiones de la Compañía
Hispanoamericana de Electricidad (CHADE) en 1936, se debió, precisa-
mente, a la necesidad de sumar financiamiento para esas finalidades.59

Alvear y las elites argentinas

Una mirada de conjunto de lo relatado hasta aquí permite decir que,


hacia el final de su vida, por “apellido” y por su lugar en la política
nacional, a pesar de que no ocupó más cargos públicos desde el final de
su presidencia en 1928, Alvear integraba las elites argentinas. Si se to-
maran indicadores crudamente económicos, su mismo lugar en la clase
política, o sus lazos y vínculos sociales, la afirmación podría matizarse.
Más apropiadamente, podría señalarse, entonces, que formaba parte de
la elite tradicional argentina, por sus capitales simbólicos, y de la elite
política, pero no de la elite económica.
Alvear no rompió con el mundo social del que provenía. No fue
un iconoclasta. Lo alejaron de éste las vicisitudes de su vida (su trayec-
toria política, la evolución de su patrimonio), paralelamente a que ese
mundo social del que provenía dejó de ser el epicentro de los sectores
dirigentes del país. Por ambas razones, Alvear es, al mismo tiempo, un
ejemplo de un integrante de una familia de la elite tradicional que de-
clinó socialmente, y un caso ilustrativo, a través especialmente de sus
vínculos sociales, de la disminución de la participación de esa elite
tradicional en los elencos de las elites argentinas, y de sus desencuen-
tros internos frente a la sociedad de masas que apareció a lo largo de las
primeras décadas del siglo pasado.
Marcelo T. de Alvear 45

El itinerario de Alvear muestra, por un lado, que el prestigio, el


poder y la riqueza se fueron distanciando uno del otro en la Argentina
de la primera mitad del siglo XX, o en relación con esto, que las elites
del país, políticas, económicas, bien podrían sumarse las intelectuales,
dejaron de tener su eje en las familias tradicionales, como ocurría hasta
fines del siglo XIX.60 En segundo lugar, su vida revela que el desdibu-
jamiento del protagonismo de la elite tradicional no ocurrió solamente
por la transformación de la estructura social. La afectó la diversifica-
ción de la sociedad, pues su lugar con relación a los espacios de poder,
prestigio y riqueza, y con los elencos que componían cada uno de ellos,
se fue distendiendo. Pero también fue el corolario de fisuras, tensiones
y desencuentros internos a raíz de cómo sus miembros afrontaron los
cambios que acompañaron esa transformación estructural.
Como se dijo, si Alvear era un “patricio” o un “aristócrata” por sus
orígenes familiares o por su estilo de vida, es menos claro que sus relacio-
nes y su vínculos sociales se hayan restringido al los “patricios” o “aristó-
cratas” (e incluso en este caso, sus afinidades, a la luz de los indicios dis-
ponibles, en buena medida se forjaron en base a cuestiones políticas). Así
fue por el alejamiento de la política de ese mundo y por las posiciones
políticas que el propio Alvear tomó. La política le dio a Alvear induda-
bles réditos y satisfacciones. Nada menos que haber alcanzado la más alta
magistratura del país. Pero también notorios sinsabores y reveses, pro-
piamente políticos, pero también personales, en una dimensión social,
y por qué no, afectiva, e incluso económica. Vale, entonces, comenzar a
explorar su trayectoria pública y política en profundidad.

Notas

La información genealógica y biográfica que se presentará a continuación,


1

excepto allí donde se precise, ha sido extraída de: Carlos Calvo, Nobiliario del
Antiguo Virreinato del Río de la Plata, 7 tomos, Buenos Aires, Bernabé y Cía,
1939; Diego Herrera Vegas y Carlos Jáuregui Rueda, Familias argentinas. vol.
I, Buenos Aires, 2003; Diego Herrera Vegas, Familias argentinas. vol. II, Bue-
nos Aires, 2006; Diego Herrera Vegas, “Formación de la Sociedad Porteña”, en
Boletín del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, n.o 192,
nov.-dic. de 1995; Quién es Quién en la Argentina, Buenos Aires, Kraft, 1939;
Vicente Cutolo, Nuevo diccionario biográfico argentino, 7 tomos, Buenos Aires,
46 Leandro Losada

Elche, 1968; Enrique Udaondo, Diccionario biográfico colonial, Buenos Aires,


Huarpes, 1935; Enrique Udaondo, Diccionario biográfico argentino, Buenos
Aires, Instituto Mitre, 1938; Ricardo Piccirilli et al., Diccionario histórico ar­
gentino, 6 tomos, Buenos Aires, Ediciones Historias Argentinas, 1953; Jacinto
Yabén, Biografías argentinas y sudamericanas, 5 tomos, Buenos Aires, Metróp-
lis, 1938; Diego Abad de Santillán, Gran Enciclopedia Argentina, 8 tomos, Bue-
nos Aires, Ediar, 1959; Leandro Losada, La alta sociedad en la Buenos Aires de
la Belle Époque. Sociabilidad, estilo de vida e identidades, Buenos Aires, Siglo
XXI Iberoamericana, 2008, pp. 1-44.
2
Carlos Calvo, Nobiliario…, p. 27. De dos de los hijos de Diego de Alvear y María
Balbastro no se consigna edad ni causa de muerte.
3
Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra: Formación de una elite dirigente en
la Argentina criolla, México, Siglo XXI, 1972.
4
Losada, La alta sociedad…
5
Ramón Cárcano, Mis primeros ochenta años, Buenos Aires, Plus Ultra, 1965, p. 212.
6
Sobre la gestión urbana de Alvear, Adrián Gorelik, La grilla y el parque. Espacio
público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Universidad Nacional de
Quilmes, 1998, pp. 85-124; Cristian Werckenthien, El Buenos Aires de la Belle
Époque. Su desarrollo urbano 1880-1910, Buenos Aires, Vinciguerra, 2001.
7
Adela Harispuru, Familia y gran propiedad rural en la provincia de Buenos Aires,
1880-1930, Tesis de doctorado, Universidad Nacional de La Plata, 1986, pp. 180 y
199. Esta ponderación incluye todas las ramas de la familia, no sólo la de Torcua-
to, de la que desciende Marcelo.
8
Pedro Fernández Lalanne, Los Álzaga y sus épocas, Buenos Aires, 2005, pp. 392-
395; Calvo, Nobiliario…, p. 30.
9
Cfr. “El carnaval divertía antiguamente a nuestros hombres serios”, en El Hogar,
n.o 957, año XXIV, 17/2/1928. Según la crónica, la víctima aquí apuntada fue José
Nicolás Matienzo.
10
Tesis presentadas a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. 1829-1860, Uni-
versidad de Buenos Aires, Instituto Bibliotecológico, 1979, p. 70.
11
Este último testimonio es de Martín Aldao, rosarino, y quien conocía la reputación
de estudiante de Alvear, pues, como se dijo, había culminado en el Colegio Nacio-
nal de esa ciudad sus estudios secundarios. La expresión de que Alvear no había
leído nunca más un libro desde su graduación y que no sabía nada de nada, Aldao
la adjudica a Lisandro de la Torre. Cfr. Martín Aldao, En el París que fue. Frag­
mentos de un diario 1928-1931, Buenos Aires, 1945, p. 127. Ángel Gallardo, más
cercano a Alvear, política y personalmente, destacó en sus memorias el “excelente
efecto” de sus alocuciones en italiano, cuando fue recibido y agasajado por el rey
Víctor Manuel III y las altas esferas del gobierno, con motivo de su visita a ese país
en calidad de presidente electo en 1922. Cfr. Ángel Gallardo, Memorias para mis
hijos y mis nietos, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1982, p. 287.
Marcelo T. de Alvear 47

12
Cfr. Mariano de Apellániz, Callao 1730 y su época, Buenos Aires, 1978, p. 126.
13
Todas las expresiones entrecomilladas, de Manuel Goldstraj, Años y errores. Un
cuarto de siglo de política argentina, Buenos Aires, Sophos, 1957, pp. 43-46. El
autor fue secretario personal de Alvear en la década del treinta.
14
Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, Folio n.° 20486, Archivo Tribunales
de la Nación, pp. 52, 59-62 y 74.
15
Ver las consideraciones de Cattaruzza al respecto, Marcelo T. de Alvear, pp. 9-13.
16
Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, pp. 47-66.
17
Véase el próximo capítulo.
18
Pedro Fernández Lalanne, Los Alvear, Buenos Aires, Emecé, 1980, p. 408.
19
Luna, Alvear, pp. 33-34.
20
Roy Hora, “Los Anchorena: patrones de inversión, fortuna y negocios (1760-
1950)”, América Latina en la historia económica, n.° 37, 2012, pp. 50-51.
21
Roy Hora, “Los grandes industriales de Buenos Aires: Sus patrones de consumo e
inversión, y su lugar en el seno de las elites económicas argentinas, 1870-1914”,
Anuario IEHS, n.° 24, 2009, pp. 307-337.
22
Según Félix Luna, Alvear no tuvo necesidad de ejercer la profesión de abogado.
De todos modos, sí tuvo un estudio jurídico. En su semblanza personal para el
Quién es Quién de América Latina en los años treinta, Alvear precisó que “prac-
ticó la profesión jurídica” con Fernando Saguier y Luis Gondra, dos de sus amigos
más cercanos y perdurables. Cfr. Luna, Alvear, p. 34; Natalio R. Botana, Ezequiel
L. Gallo y Eva B. Fernández (eds.). El final de la abstención. 1934-1936, Serie
Archivo Alvear, t. 3, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 2000, p. 7.
23
En este terreno, sin embargo, su primo Diego de Alvear fue más renombrado: fue
el propietario de Botafogo, el caballo más célebre de los primeros años del siglo
XX. Cfr. Roy Hora, Historia del turf argentino, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
24
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 410-412; César Viale, Estampas de mi tiempo,
Buenos Aires, Julio Suárez, 1945, pp. 143-156.
Sobre este tema, Sandra Gayol, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos
25

Aires, Siglo XXI, 2008.


26
Cfr. Marcelo T. de Alvear a Agustín Belín Sarmiento (Cónsul General de Argentina
en Bélgica), París, 28/6/1920 (gestión por el boxeador Juan Carlos Rodríguez), Arc-
hivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Caja AH 0016; Ministerio de Relacio-
nes Exteriores a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/3/1920 (designación de
Eduardo Madero, integrante de la Asociación Argentina de Remeros, en el Comité
Olímpico), Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Caja AH 0022.
27
Tal el caso de la carta en la que Pini le recomienda profesores de esgrima y piletas
de natación en Río de Janeiro, cuando Alvear estuvo exiliado allí a fines de 1931.
Cfr. Eugenio Pini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 1/9/1931, Natalio R. Botana,
Ezequiel L. Gallo y Eva B. Fernández (eds.). La abstención del radicalismo 1931-1934,
Serie Archivo Alvear, t. 2, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 1998, pp. 12-13.
48 Leandro Losada

28
Leandro Losada (estudio preliminar y selección de textos), Esplendores del Cen­
tenario. Relatos de la elite argentina desde Europa y los Estados Unidos, Buenos
Aires, FCE, 2010; Ingrid Fey, First Tango in Paris: Latin Americans in Turn-of-the-
Century France, 1880 to 1920, Ph. Diss., University of California, 1996.
29
También fue intendente de la ciudad de Buenos Aires, como su padre, designado
por Manuel Quintana, entre 1907 y 1908.
30
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 412-424.
31
Cfr. Serie Archivo Alvear,
32
Cfr. Ovidio Lagos, La pasión de un aristócrata. Regina Pacini y Marcelo T. de Al­
vear, Buenos Aires, Emecé, 1993.
33
Por ejemplo, no obtuvo cobertura destacada en La Nación o La Prensa.
34
Cfr. Alejandro Guerrero, Jorge Newbery, Buenos Aires, Emecé, 1999, p. 87, nota
1. Hay versiones por cierto polémicas derivadas de esta reputación. Entre ellas,
las que consignan que Alvear habría mantenido un romance, ya casado y siendo
presidente, con una sobrina, Dora de Alvear. Cfr. Ovidio Lagos, Argentinos de
raza, Buenos Aires, Emecé, 2003, pp. 210-212.
35
Cfr. Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 419-420, 456 y 472; Luna, Alvear, pp. 39-
40, 44, 145 y 150-151.
36
Apellániz, Callao 1730…, p. 142.
37
Apellániz, ibíd., p. 144.
38
Cfr. “Una interviú a la señora del Presidente de la República. Doña Regina Pacini
nos relata su vida de hogar”, Caras y Caretas, n.° 1438, 24/4/1926. El título, de por
sí, es concluyente.
39
Por ejemplo: “El ministro de Francia entregó a Da. Regina Pacini de Alvear la Cruz
de la Legión de Honor”, La Acción, 8/6/1927.
40
Cfr. “Notas sociales de la Dama Duende”, Caras y Caretas, n.° 1498, 18/6/1927.
41
Esa comisión fue especialmente importante en la historia del club. Se encargó
de la culminación del Palacio en la calle Florida al 600, sede social del Jockey,
inaugurada en septiembre de 1897. Cfr. Roberto Müller, El Jockey Club de la calle
Florida, Buenos Aires, Jockey Club, 1997.
42
Jorge Newton y Lilly Sosa de Newton, Historia del Jockey Club de Buenos Aires,
Buenos Aires, Ediciones La Nación, 1966, pp. 293-356.
43
Ése es el énfasis de la biografía de Félix Luna. Nótese, de todos modos, que atribuir
la participación en el radicalismo a un inconformismo juvenil, si es plausible,
también banaliza, en parte, la decisión específicamente política que implicó.
44
Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica
Radical y la política argentina en los años 90, Buenos Aires, Sudamericana /
Universidad de San Andrés, 2000, pp. 135-145.
45
Cfr. Marcela Ferrari, Los políticos en la república radical. Prácticas políticas y
construcción de poder, Siglo XXI, 2008.
46
Apellániz, Callao 1730…, Buenos Aires, p. 159.
Marcelo T. de Alvear 49

47
Cfr. Leandro Losada, “La alta sociedad y la política en la Buenos Aires del
novecientos: la sociabilidad distinguida durante el orden conservador (1880-
1916)”, Entrepasados, n.o 31, 2007, pp. 81-96. La identificación de los clubes
con distintos sectores políticos también fue perdurable, como ocurrió con el
propio Jockey Club y el Club del Progreso en las elecciones presidenciales de
1912. Cfr. Martín Castro, “Liberados de su ‘bastilla’: saenzpeñismo, reformismo
electoral y fragmentación de la elite política en torno al Centenario”, Entrepasa­
dos, n.° 31, 2007, pp. 97-114.
48
Hubo, además, parientes en las comisiones directivas. Es el caso de Federico de
Alvear, destacado turfman, hijo de su primo Carlos María de Alvear y Fernández.
Carlos María era hijo del tío de Marcelo, Diego de Alvear, mencionado en estas
páginas. Calvo, Nobiliario…, pp. 31-32.
49
Ver Juan Carlos Torre, “Transformaciones de la sociedad argentina”, en Roberto
Russel (ed.), Argentina 1910-2010. Balance de un siglo, Buenos Aires, Taurus,
2010, p. 190; Elisa Pastoriza, La conquista de las vacaciones. Breve historia del
turismo en la Argentina, Buenos Aires, Edhasa, 2011, pp. 101-150.
50
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, folio 20 486, pp. 93-100.
51
Ibíd., pp. 100-105.
52
Cfr. Apellániz, Callao 1730…, pp. 124-125, 143.
53
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, p. 66.
54
Apellániz, Callao 1730…, p. 130.
55
Testamentaría Marcelo T. de Alvear, pp. 80, 124, 126 y 152-155; pp. 197, 203 y 210.
56
Ibíd., pp. 126, 185, 190, 192, 193 y 219. Algunos años después se declararon pro-
piedades que habían quedado “traspapeladas”, según figura en el expediente. Sus
valores no tuvieron gran incidencia en el total: 3.000 pesos en Don Torcuato, en
1944; 1.600 pesos, en Córdoba, en 1948.
57
Hora, “Los Anchorena”, p. 55
58
José Antonio Sánchez Román, Los argentinos y los impuestos. Lazos frágiles
entre sociedad y fisco en el siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, p. 104. Fé-
lix Luna afirma que el administrador de Alvear, “Tito” Rapallo, tenía 150.000pe-
sos en efectivo al momento del fallecimiento de Alvear. En las fuentes con-
sultadas no hay registro de ello. En su testamento se declararon depósitos
bancarios por sumas ínfimas, 179,07 pesos, entre tres entidades, lo cual hace, a
su modo, plausible el señalamiento de Luna. De haber sido así, indudablemen-
te habría significado una mayor solidez económica, pero no cambiaría sus-
tancialmente lo dicho sobre la evolución declinante del patrimonio, que Luna
también subraya, ni las distancias que lo separaban de los ricos argentinos de
inicios de la década del cuarenta. Luna, Alvear, nota 6, p. 47. Testamentaría…,
p. 126.
59
Cfr. Luna, Alvear, p. 81; Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 406; Apellániz, Callao
1730…, p. 144. También tuvo gestos de desprendimiento de otras características.
50 Leandro Losada

Por ejemplo, cuando, siendo secretario del Jockey Club en 1900, pagó con su di-
nero sueldos del personal. Fernández Lalanne, ibíd., p. 416.
60
Cfr. Leandro Losada, “¿Oligarquía o elites? Estructura y composición de las clases
altas de la ciudad de Buenos Aires entre 1880 y 1930”, Hispanic American Histo­
rical Review, vol. 87, n.o 1, 2007, pp. 43-75.
Capítulo 2
La presidencia. Gestión y acción de gobierno

La presidencia de Alvear está signada por dos grandes temas, la orienta-


ción y los logros de su gestión, y la división de la UCR ocurrida en 1924.
Ambos están condicionados; especialmente el segundo incidió sobre el
primero. Pero conviene abordarlos por separado. El punto que los une
es el papel del propio Alvear en ellos. Pues no es evidente ni fácil de
desentrañar. Puede parecer paradójico: Alvear es un protagonista elusi-
vo de su propia presidencia, a menudo desconcertante o inclasificable.
La prescindencia, incluso la pereza o cierta carencia de carácter,
que se le atribuyeron durante su gobierno, contrastan con las semblan-
zas de quienes lo conocieron y, sobre todo, con el activo proselitismo
que desplegó en la década siguiente. El Alvear de los treinta fue bas-
tante diferente al que se suele retratar para los veinte. Desde este punto
de vista, la personalidad no es una causa suficiente para entender su
comportamiento como jefe de Estado, ni para comprender este momen-
to de su vida situándolo en perspectiva en el conjunto de su itinerario
biográfico.
Otra razón, decisiva, que torna difícil conocer a ciencia cierta cómo
Alvear pensó y se vio a sí mismo como primer mandatario de la Argenti-
na, es que se carece de un archivo personal para estos años. Las hipóte-
sis y las conjeturas, las inferencias y las especulaciones, son las formas
al alcance del historiador para tratar de responder los interrogantes que
suscita el papel que jugó entre 1922 y 1928.
En este capítulo se analizarán las orientaciones que signaron su
gestión, sus proyectos e iniciativas, así como la fundamentación (o las
justificaciones) que Alvear dio a su acción de gobierno. En el próximo
capítulo, la atención se concentrará en su actuación frente a la división
del radicalismo. De todos modos, conviene empezar por una puesta en
contexto, los antecedentes que enmarcaron su acceso a la primera ma-
gistratura del país. Alvear tuvo, en este sentido, también sus singulari-
52 Leandro Losada

dades. Llegó a la presidencia luego de una actuación política vinculada


al radicalismo desde sus inicios, pero bastante discontinuada e incluso
opaca. A su vez, al asumir el gobierno volvía al país luego de casi tres
décadas en el exterior, sólo interrumpida por retornos breves e incons-
tantes.

De revolucionario a presidente de la nación

El primer evento importante en la vida pública de Alvear fue la Revo-


lución de 1890.1 O, más precisamente, la formación de la Unión Cívica
de la Juventud y el mitin del Jardín Florida en septiembre de 1889. La
precisión se debe a que no hay registro de la participación de Alvear en
las jornadas de julio de 1890, aunque se asegura que existió (sí consta el
apoyo económico de su padre, Torcuato, a la revolución).2
El germen de la Unión Cívica fueron las confrontaciones políticas
en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires a me-
diados de la década del ochenta, que replicaban las que atravesaban
a la política nacional desde la elección presidencial de Miguel Juárez
Celman y la constitución del llamado “unicato”, en referencia a la con-
centración de poder en Juárez, por estar al frente del gobierno y del
partido oficialista, el PAN.3 En las elecciones del Centro Jurídico, los
alineados con el gobierno, encabezados por Ramón Cárcano, vencieron
a la lista de Wenceslao Escalante, entre cuyos adherentes estaba Alvear.
Cárcano, a quien se lo mencionaba como “delfín” de Juárez, y los suyos,
tomaron parte poco después del que sería conocido como “banquete de
los incondicionales”, por su apoyo al presidente, celebrado en el Operai
Italiani en agosto de 1889.
El grupo de Alvear, con la iniciativa de formar un club político,
culminó reuniéndose alrededor de Francisco Barroetaveña, el autor del
célebre artículo “Tu Quoque Juventud. En tropel al éxito”, publicado en
La Nación en agosto de 1889, que criticaba las conductas del gobierno y
la obsecuencia de los “incondicionales”. Ese grupo fue el que dio origen
a la Unión Cívica de la Juventud y organizó el mitin del Jardín Florida
(entre sus oradores estuvo el padre de Marcelo, Torcuato). En él se con-
taban varios personajes con los que Alvear mantuvo lazos persistentes
a lo largo de su vida: Remigio Lupo, Tomás Le Bretón y Ángel Gallardo,
Marcelo T. de Alvear 53

entre otros. Alvear fue vocal y presidente del club de la parroquia del
Socorro, y estuvo entre los que suscribieron la convocatoria al mitin del
Frontón Buenos Aires en abril de 1890.

Alvear, circa 1891-1892. Ya recibido de abogado, había dado


para entonces sus primeros pasos en la vida política argentina,
con la formación de la Unión Cívica de la Juventud en 1889
y los movimientos revolucionarios de inicios de la década
de 1890. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

Luego de la revolución, estrechó su vínculo con Leandro Alem, del que


llegó a ser secretario privado.4 En julio de 1891, casi simultáneamente a
su graduación como abogado, suscribió el acta fundacional de la Unión
54 Leandro Losada

Cívica Radical. También puede decirse que su actividad política y pro-


selitista adquirió más espesor, acompañando a Alem en una extensa
gira por el país en apoyo a la fórmula Bernardo de Irigoyen-Juan Garro.
En abril de 1892, Alvear fue detenido, junto a otros, como el propio
Alem, y deportado a Montevideo por el gobierno de Carlos Pellegrini,
donde estuvo hasta finales de mayo.
A su regreso, comenzó su participación en el comité de la provincia
de Buenos Aires y, con ella, una relación personal y política decisiva y
profunda, oscilante, a menudo indescifrable, y duradera: la entablada
con Hipólito Yrigoyen, dieciséis años mayor, y a quien había conocido
poco antes de la Revolución del Parque. En estas coordenadas, Alvear
tuvo una participación más visible que en el noventa, en la revolución de
fines de julio de 1893 en la provincia de Buenos Aires. Estuvo al frente
del campamento de Temperley, base de las acciones radicales, acompa-
ñado, también, por amigos con quienes mantendría relaciones duraderas,
como Fernando Saguier o los hermanos Felipe y Juan Antonio Senillosa.
Formó parte como ministro de Obras Públicas del fugaz gobierno revo-
lucionario, elegido en asamblea en Lomas de Zamora y encabezado por
Juan Carlos Belgrano. La intervención dispuesta por el ministro Manuel
Quintana fue el final de esta experiencia, en agosto de 1893.
Sofocada la revolución, Alvear siguió su actuación en el radicalis-
mo, aportando además financiamiento proveniente de su patrimonio
personal. Antes del fin de siglo, sobresalen tres episodios. Como te-
niente coronel de Guardias Nacionales, comandó el quinto regimiento
de infantería en Cura Malal, cuando se movilizaron tropas ante el pe-
ligro de guerra con Chile en 1896; en su casa, a fines de septiembre de
1897, se hizo la reunión del comité de la provincia de Buenos Aires
que rechazó la decisión de la Convención Nacional promovida por
Bernardo de Irigoyen de llevar adelante la llamada “política de las
paralelas” (un reacercamiento con la Unión Cívica Nacional mitrista);
finalmente, pocos días antes y como consecuencia de las polémicas
desatadas por este tema, había tenido lugar el célebre duelo entre Yri-
goyen y Lisandro de la Torre.5 Alvear fue uno de sus padrinos en el
lance. Y, según algunos testimonios, un apresurado instructor de es-
grima de Yrigoyen. Las lecciones parecen haber dado resultado. En el
duelo, marcó la cara de De la Torre, a lo cual se atribuye la barba que
éste usó desde entonces.6
Marcelo T. de Alvear 55

Producida la ruptura entre “bernardistas” e “hipolistas”, Alvear se


alejó de la política. Como se vio en el capítulo anterior, en estos años,
entre fines de la década del noventa e inicios de la del diez, realizó va-
rios viajes a Europa, entre otros motivos, siguiendo a Regina Pacini. Su
retorno a la vida política se dio en 1912, cuando fue uno de los primeros
diputados nacionales electos por la UCR (por la Capital Federal) des-
pués de la sanción de la Ley Sáenz Peña. Al momento de su elección,
Alvear estaba en París. Su labor legislativa no se destacó. Participó de
la interpelación al ministro de Guerra Ángel Allaria, motivada por las
maniobras del Ejército en Entre Ríos en 1914 que culminaron en la lla-
mada tragedia del arroyo Sandoval (un tren arrolló a un escuadrón en
una noche de tormenta); informó en el proyecto de ley de casas baratas
del diputado Juan Cafferata; presentó un proyecto de reglamentación de
empleos civiles, junto a Arturo Bas; participó en el estudio de proyectos
de ley sobre accidentes de trabajo, en la comisión de revisión de pensio-
nes militares y en la sanción de leyes impositivas.7
En 1915 había sido elegido presidente del comité de la provincia de
Buenos Aires. Un año después fue reelecto diputado por ese mismo dis-
trito. Por entonces, puede decirse que se advierte, esbozada, una situación
que se replicaría, ampliada, años más tarde durante su presidencia: las ten-
siones con sus amistades de la UCR. Amigos de Alvear en el partido, como
Tomás Le Bretón, Fernando Saguier, José Apellániz, se referenciaban con
el grupo “azul” que se enfrentaba a Hipólito Yrigoyen, y que, en la Conven-
ción Nacional reunida para la conformación de la fórmula presidencial,
apoyó a Vicente Gallo. Alvear, en cambio, respaldó a Yrigoyen.8
Cuando, finalmente, Hipólito Yrigoyen alcanzó la presidencia de la
nación en 1916, ofreció a Alvear el Ministerio de Guerra. Éste declinó
la propuesta, pero sí aceptó la designación como ministro de la legación
diplomática en París, en reemplazo de Enrique Rodríguez Larreta. Allí
se desempeñó entre 1917 y 1922, reactivando, ahora con cargo oficial,
su vida parisina. La documentación conservada en su archivo de Can-
cillería devuelve la impresión de una gestión rutinaria, burocrática, sin
sobresaltos ni tareas destacables. Preponderan la designación y el reem-
plazo de cónsules, tramitación de visados, invitaciones a eventos y ce-
lebraciones, asuntos protocolares varios.9 Su iniciativa más perdurable
fue la gestión, sobre el final de su ministerio, de la construcción de la
Casa Argentina en la Ciudad Universitaria de París, un emprendimien-
56 Leandro Losada

to impulsado por André Honnorat, que sería ministro de Instrucción


Pública de Francia, y aprobado por el parlamento de ese país en 1921.
El financiamiento de la Casa Argentina estuvo a cargo de Otto Bemberg,
amigo de Alvear (Luis Bemberg fue su secretario en la legación), y el
pabellón se inauguró en 1928. Cabe decir también que, en parte por la
gestión de Alvear, la legación argentina fue la primera de un país latino-
americano en elevar su rango a embajada, en 1927.10

Alvear, en sus años como Ministro en Francia (circa 1920). Fuente: Archivo
General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 57

En el marco de sus actividades diplomáticas, se produjo la primera ten-


sión importante entre Yrigoyen y Alvear, referida a la posición argenti-
na en el orden internacional de posguerra. El gobierno argentino había
mantenido la neutralidad durante el conflicto. Alvear, cuya simpatía
por la Entente, y más precisamente por Francia, había sido notoria du-
rante su ministerio, como lo prueban las iniciativas recién comentadas,
había sostenido que la neutralidad excluiría a la Argentina del diseño
del nuevo orden internacional.
Una vez concluida la guerra en Europa, la Argentina recibió la invi-
tación para concurrir a la Liga de las Naciones en diciembre de 1918. En
julio de 1919, el país adhirió al Tratado de Versalles a través de una pre-
sentación hecha por el propio Alvear, en calidad de ministro argentino
en Francia, siguiendo instrucciones del gobierno. Para la primera asam-
blea de la Liga de las Naciones, que se celebró en Ginebra en noviem-
bre de 1920, la Argentina envió su delegación, integrada por Alvear,
Fernando Pérez, ministro en Viena, y Honorio Pueyrredón, ministro de
Relaciones Exteriores.
El contrapunto dentro de la delegación argentina, en especial en-
tre Alvear y Pueyrredón, que inició una perdurable historia de corto-
circuitos y desencuentros, y por extensión, entre Alvear e Yrigoyen,
consistió en la posición planteada por el gobierno: la Argentina se
incorporaría a la Sociedad de las Naciones si se suprimía la diferen-
cia, hasta entonces vigente, entre países beligerantes y neutrales, y
se reconocía la igualdad jurídica de los Estados, todo lo cual impli-
caba habilitar el ingreso de Alemania. Así lo planteó Pueyrredón en
su intervención en la Asamblea. La desestimación de la propuesta ar-
gentina llevó a que Yrigoyen retirara la delegación. Así, el país no se
incorporó a la Sociedad de las Naciones, un desenlace desafortunado
según Alvear, porque suponía aislarlo del nuevo orden internacional.
De todos modos, aceptó la resolución gubernamental y, por ello, siguió
al frente de la legación en París.11
Un hecho revelador lo constituyen los telegramas que intercambia-
ron Alvear e Yrigoyen durante este episodio. Se ha señalado que son
una prístina muestra de la concepción mesiánica que Yrigoyen tenía de
sí mismo (en un tramo escribe: “Iré… y las montañas me serán montícu-
los… Voy, en la claridad alegre de todas mis certidumbres”). Pero, para
lo que aquí interesa, es notable cómo ese intercambio muestra el influ-
58 Leandro Losada

jo de Yrigoyen sobre Alvear, quien abiertamente lo llama “maestro”:


“Maestro, creo en ti… tus razones son profundas y para nosotros inin-
teligibles […] Cualquiera sea el camino, ciertamente te seguiremos…
Maestro, creo en ti…”. Esa gravitación fue empleada por Yrigoyen para
que Alvear cediera. Apeló a “la amistad que nos vincula” como al re-
cordatorio de que el ministerio en París era un cargo que debía exclusi-
vamente a su voluntad, o más en general, que el haber sido elegido por
Yrigoyen exigía lealtad: “Entre todos, fue usted aquel que yo encargué
de refractar a los ojos del continente de nuestros padres al rayo secular
de nobleza y de gloria argentinas que conjuntamente acabáramos de
reconquistar […] por eso, se imaginará cómo me impresionan sus diver-
gencias”.12
El vocabulario es por cierto llamativo, sobre todo en Alvear. De to-
dos modos, bien puede leerse como la puesta en práctica de un código
compartido, como un rol asumido que sugiere, sí, la naturaleza de una
relación, pero no necesariamente su dinámica intrínseca, o conviccio-
nes o sensibilidades sinceras de quien lo emplea. Lo cierto es que en
este episodio se condensa un conjunto de rasgos sugerentes para pen-
sar esta singular relación política y personal: el equilibrio tenso entre
lealtad y discrepancia de Alvear con Yrigoyen; la apelación de éste, al
mismo tiempo, a la amistad y a la autoridad; la posibilidad latente de
ruptura, contenida, aquí, por el repliegue de Alvear.

La gestión presidencial. Políticas públicas y proyectos legislativos

Al llegar al poder en octubre de 1922, Alvear imprimió a su gobierno un


sello que perduraría como característico: una forma colegiada y no deci-
sionista de conducir el Estado. Su gabinete estuvo poblado de figuras de
alto relieve y espesor propio. El elenco inicial de ministros fue: Interior,
José Nicolás Matienzo; Relaciones Exteriores, Ángel Gallardo; Agricul-
tura: Tomás Le Bretón; Instrucción Pública: Celestino Marcó; Obras Pú-
blicas: Eufrasio Loza; Hacienda: Rafael Herrera Vegas; Marina: Manuel
Domecq García; Guerra: Agustín Justo. Matienzo fue reemplazado a fi-
nes de 1923 por Vicente C. Gallo, y éste, en 1925, por José Tamborini.
Herrera Vegas, sustituido por Víctor Molina; Loza, por Roberto M. Ortiz;
y Marcó, por Antonio Sagarna.
Marcelo T. de Alvear 59

Estas elecciones tuvieron, desde ya, un significado político. La esta-


tura del gabinete suponía tomar distancia del “personalismo” del que era
acusado Yrigoyen. Sus integrantes eran personajes a los que, en muchos
casos, los unían lazos de amistad, pero que también se referenciaban con
los grupos críticos del ex presidente. Sobre estas implicancias políticas,
tal como se adelantó, se volverá en el próximo capítulo. Es momento aquí
de concentrarse en los proyectos y en las políticas diseñadas por Alvear y
su elenco de gobierno, y en los éxitos que las coronaron.

Retrato de Alvear como Presidente de la Nación. Fuente:


Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.
60 Leandro Losada

Un aspecto notorio de su presidencia es que estuvo signada por


la prosperidad económica. A pesar de los cambios que afectaron a la
inserción internacional de la economía argentina después de la guerra
de 1914-1918, fundamentalmente al afianzarse el esquema “triangular”
que hizo de los Estados Unidos el principal inversor y abastecedor de
importaciones y de Gran Bretaña el principal comprador, los años de
Alvear como presidente coincidieron con la superación de la crisis y la
inestabilidad de los años de la Primera Guerra Mundial y de la inme-
diata posguerra.

Alvear en una exposición de la Sociedad Rural, junto


a José Luis Cantilo, gobernador de la provincia de Bue-
nos Aires, y Pedro Pagés, presidente de la SR, en 1923.
Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 61

Algunos indicadores son ilustrativos. Durante la década del vein-


te, la Argentina creció más que los Estados Unidos, Canadá y Australia,
tanto en términos per cápita como globales. A partir de 1923, hubo una
notable expansión de las exportaciones agrícolas, trigo, maíz y lino. A fi-
nales de la década, la Argentina era líder en el mercado mundial de estos
dos últimos productos. En 1927 se volvió al patrón oro, abandonado en
1914, y con la misma paridad que en 1899 como resultado de la aprecia-
ción de la moneda. En 1929 los salarios reales doblaban el nivel de 1918.
Se recuperó la inmigración. Entre 1923 y 1929 ingresaron al país 100.000
personas por año. Si bien es cierto que entre mediados de la década del
diez y la crisis de 1930 el crecimiento de la economía se desaceleró, éste
fue significativo. Fue de casi un 4% anual, contra el 6,4% de 1900-1913,
y el sector más dinámico fue el industrial en lugar del rural.13

En la Exposición Industrial Argentina, 1924. Los años de Alvear como


presidente fueron de prosperidad económica. Fuente: Archivo General
de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Ahora bien, la responsabilidad de la política económica en estas tenden-


cias es objeto de controversia entre los especialistas, al mismo tiempo
que su rumbo y orientación no fueron constantes. Por ejemplo, una de
las inquietudes que había despertado la crisis del sector externo deto-
nada por la Gran Guerra fue la situación fiscal. Esta inquietud, en rigor,
no apareció estrictamente por entonces, sino que tenía antecedentes en
las repercusiones que había provocado el otro gran shock externo de la
62 Leandro Losada

economía argentina del cambio de siglo, la crisis de 1890. La estructu-


ra fiscal del Estado nacional dependía básicamente de los impuestos
aduaneros. Por ello, la necesidad de reformar el sistema tributario fue
ganando fuerza, sobre todo en la dirección de establecer un impuesto
a la renta. Este tema, urgido por los problemas fiscales deparados por
la Primera Guerra Mundial, y con un contexto más favorable para su
tramitación política luego de la democratización provocada por la Ley
Sáenz Peña, recibió la atención de los gobiernos radicales. En 1918,
durante el primer gobierno de Yrigoyen, el ministro de Economía, Do-
mingo Salaberry, había presentado un proyecto de creación de impuesto
a la renta, que no obtuvo sanción parlamentaria. Durante el de Alvear,
hicieron lo propio sus ministros Rafael Herrera Vegas en 1923 y Víctor
Molina en 1924. El presidente, en su mensaje de apertura al Congreso
en 1923, declaró que “mi gobierno cree que el eje de la futura reforma
impositiva debe ser el impuesto a la renta”.14
Los dos proyectos tuvieron racionalidades e intenciones algo di-
ferentes. El de Herrera Vegas era moderadamente progresivo y estaba
impulsado por una perspectiva proteccionista, atribuida a la incidencia
del economista Alejandro Bunge en su diseño. El cambio de la fuente
de ingresos fiscales promovido por el impuesto a la renta permitiría
que el Estado pudiera aumentar los aforos aduaneros por encima de las
necesidades fiscales, favoreciendo así la protección de la industria. El
hecho de que el impuesto a la renta habilitara un mayor proteccionis-
mo hizo que la UIA (Unión Industria Argentina) lo respaldara. Para la
Sociedad Rural, el riesgo del proteccionismo para el comercio exterior
se moderaba por la recuperación que éste había alcanzado a mediados
de los años veinte, luego de la crisis ganadera de inicios de la década.
El proyecto de Víctor Molina, en cambio, fue un poco más progresivo
que el de Herrera Vegas, aunque seguía siendo moderado en compara-
ción con los contemporáneos europeos y estaba presidido por una con-
cepción librecambista de la economía. El cambio en las fuentes de los
ingresos fiscales permitiría justamente reducir los aranceles aduaneros
y liberalizar el comercio. Las diferencias entre las dos iniciativas, por lo
tanto, muestran los ambiguos diagnósticos, cuando no contradictorios,
del gabinete de Alvear sobre el rumbo que la economía argentina debía
seguir: si continuar el crecimiento hacia afuera, o alentar un giro hacia
el mercado interno. Asimismo, el rol del Estado y, más precisamente,
Marcelo T. de Alvear 63

las formas y los límites de su intervención sobre la economía tampoco


seguían una única dirección. Un cambio importante en la tributación,
del comercio exterior a la imposición directa, estuvo motorizado por
una concepción del Estado más activa, en el caso del proyecto Herrera
Vegas-Bunge, y por otra más prescindente, en el de Víctor Molina.15
Al momento de presentar ante el Congreso los proyectos de reforma
fiscal, Alvear subrayó, por un lado, los aspectos más transitados al res-
pecto. Esto es, su idoneidad para alcanzar dos objetivos distintos pero
igualmente centrales en la agenda de la época, la solvencia fiscal y la
justicia social. Con la reforma se lograría una “distribución total de los
gravámenes sobre la masa de población general, en forma que el trabajo,
el capital y la renta, contribuyan, lógica y justicieramente, al sosteni-
miento del Estado”. Por otra parte, destacó que la reforma fiscal no su-
pondría más injerencia del Estado sobre la economía. Por el contrario,
ayudaría a una racionalización del sistema impositivo, redundando en
consecuencia en mayores incentivos para las actividades productivas.
Se limitarían gradualmente los impuestos aduaneros, cuya importancia
en el “fomento o la protección de las industrias del país” no se desco-
nocía, pero se precisaba que “no debe creerse que se debe ejercitar sin
consultar otros intereses de la población consumidora o del Estado, no
menos respetables”. Y se avanzaría en una unificación del sistema de
impuestos internos, que evitaría

que los estados de la federación organicen un sistema rentístico


que es el reflejo del adoptado por el Gobierno nacional y constitu-
ye, indirectamente, verdaderas aduanas interiores que dificultan
el cambio interprovincial de productos, cuando no ocasionan su-
perposiciones de gravamen que son un atentado contra la produc-
ción, contra el consumo y contra la unidad económica del país.16

De igual manera, Alvear diferenció la reforma impositiva de “los im-


puestos sobre el capital que reaparecen en el viejo mundo” o de la con-
cepción de las tributaciones como “un medio indirecto de confiscación
de las fortunas, para lograr la nivelación de la economía individual o los
propósitos a los que aspiraba el comunismo doctrinario”. Por el contra-
rio: “Cree el Poder Ejecutivo que las reformas fiscales deben realizarse
con prudencia para mantener el estímulo con que el capital extranjero
64 Leandro Losada

busca arraigo en nuestro país”. A su vez, el cambio buscado en el siste-


ma tributario no se derivaba de una reformulación del lugar del Estado
en la sociedad, sino de las mismas transformaciones que habían ocu-
rrido en esta última, así como de una expresa voluntad de volcar en la
Argentina las tendencias contemporáneas en la materia: “En todos los
países de civilización avanzada se han realizado cambios trascendenta-
les del sistema impositivo, que responden en parte a transformaciones
sociales y a concepciones nuevas sobre las formas tributarias en las que
cada día presionan más los factores político, económico y social”; “el
único remedio definitivo de las finanzas nacionales es la reforma del
sistema fiscal y […] así lo exigen las funciones cada vez más complejas
del Estado. No es posible […] mantener un sistema de recursos cuyo eje
continúa siendo el mismo en que giraban las rentas coloniales”.17
Los proyectos de reformas fiscales finalmente no se implementaron.
Esto no se debió a la resistencia de los sectores propietarios o a que hayan
supuesto innovaciones demasiado profundas. Por el contrario, el fracaso
se derivó de que las reformas buscadas activaron un conflicto con las
provincias que, por sus propios caminos, reintrodujo el problema del fe-
deralismo. El cambio hacia el impuesto a la renta y la tributación directa
implicaba una centralización fiscal que fue resistida por las provincias,
en nombre de la constitución federal de la república. Fue el Senado, y no
las corporaciones económicas, el bastión contra el que chocaron, y nau-
fragaron, los proyectos de reforma fiscal del gobierno de Alvear.18
Paralelamente, Alvear no fue reactivo a “la incorporación a la Ley
de Aduanas de disposiciones que permitan auxiliar a las industrias del
país”. No obstante, subrayó que medidas de ese tipo sólo se justifica-
ban por circunstancias excepcionales.19 En este terreno, al menos, no
es desatinado afirmar que en los años de Alvear la economía se hizo
más liberal que en el pasado. La suba de aranceles a las importaciones
en un 60% decidida en 1923 en realidad actualizó los valores en vez
de aumentarlos. Estaban congelados desde 1906, y la Primera Guerra
Mundial había aparejado aceleraciones inflacionarias. Más allá de si su
finalidad fue fiscal o propiamente pro industrial, sus alcances protec-
cionistas fueron limitados. El desarrollo industrial tuvo sus motores en
la inversión extranjera, fundamentalmente norteamericana.20
Una justificación parecida a la enarbolada con relación a los im-
puestos aduaneros fue esgrimida para suspender otras regulaciones so-
Marcelo T. de Alvear 65

bre el mercado. Por ejemplo, el Congreso había aprobado con respaldo


conservador e yrigoyenista una ley de precio mínimo de la carne apun-
talada por la Sociedad Rural, que incluía también la creación de un
frigorífico estatal, y que había favorecido el apoyo de la corporación al
impuesto a la renta. Esa ley, sin embargo, terminó siendo derogada a
fines de 1923.21
Un párrafo aparte merece en este sentido la política petrolera. Al-
vear colocó al frente de YPF, creada sobre el final del gobierno de Yri-
goyen, a Enrique Mosconi, responsable de la organización y consoli-
dación de la empresa, y que se convertiría en un referente insoslayable
del nacionalismo petrolero. En este terreno es donde probablemente
encuentre mayor matización la noción del gobierno de Alvear como
timorato, o inclusive, “liberal”. En la cuestión petrolera, su política
ha sido definida como “agresiva” por fortalecer el control del Estado
nacional en desmedro del capital privado así como de las provincias.
El gobierno de Alvear impulsó la creación de la Refinería de Ensena-
da, amplió la reserva petrolera estatal a más de treinta millones de
hectáreas en los territorios nacionales, acentuó el control sobre las
concesiones en esta reserva extendida (hacia 1927 la reserva petrolera
del Estado cubría casi toda la Patagonia) y propuso la transferencia de
los derechos mineros y de la jurisdicción en materia petrolera de los
gobiernos provinciales al gobierno nacional, pagando, a cambio, rega-
lías a las provincias petroleras.
El gobierno se inclinó por la explotación en manos de una com-
pañía mixta a cambio del control sobre las concesiones provinciales.
Ésta era la posición más usual por entonces. Sólo resultó moderada más
adelante, hacia el final de la década. En especial, durante la campa-
ña presidencial de 1928, cuando el tema de la nacionalización y de la
estatización petrolera se radicalizó y se convirtió en una bandera del
yrigoyenismo, incluso decisiva para su triunfo. Igualmente, la necesi-
dad de inversiones y las limitaciones del capital local, así como los
obstáculos puestos por el Congreso a los proyectos del Poder Ejecutivo,
hicieron que el capital privado extranjero tuviera participación en obras
de infraestructura, como la Refinería de Ensenada, o en la distribución y
comercialización de los productos de YPF.
De todos modos, no debe pasarse por alto que Alvear otorgó autono-
mía administrativa a YPF, tal como era el deseo de Mosconi (bajo la órbita
66 Leandro Losada

del Ministerio de Agricultura); y que YPF se convirtió en una empresa


verticalmente integrada. Asimismo, Alvear debió confrontar con empre-
sas extranjeras (británicas, como la Anglo-Persian Oil Company, y nor-
teamericanas, como la Standard Oil) y con gobiernos provinciales, que
también en este tema acudieron al federalismo para oponerse a la política
oficial y confrontar con las acusaciones de complicidad con el capital
extranjero.22 La oposición de los gobiernos provinciales conjugada con
la división del radicalismo provocó que la política petrolera de Alvear
chocara con el obstruccionismo legislativo: su gobierno culminó sin con-
seguir la aprobación de una legislación petrolera nacional. Las iniciativas
señaladas se implementaron a través de decretos del Poder Ejecutivo.23
En otras áreas, el gobierno de Alvear también apuntaló iniciati-
vas ambiciosas. Tal el caso de la colonización agrícola promovida por
su ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón. Se ha subrayado preci-
samente su mayor escala en comparación con iniciativas anteriores,
como la de Honorio Pueyrredón en 1916 durante la presidencia de
Yrigoyen.24 De manera similar a la reforma fiscal de Molina, se presen-
tó en 1924, y estuvo en conexión con tendencias de época y proble-
mas instalados en la agenda. Los años veinte se vieron recorridos por
críticas a la gran propiedad rural (por su injusticia social más que por
su ineficiencia económica). Paralelamente, se engrosó el número de
arrendatarios rurales por la reconversión de tierras hacia la agricultura
a raíz de la crisis ganadera de inicios de la década. Sin embargo, su
situación se complicó debido al aumento de rentas aparejado por la
valorización del suelo.25
Aquí interesa destacar los énfasis y los acentos del proyecto de
colonización, pues presentan algunos contrastes con las concepciones
contenidas en los proyectos de reforma fiscal. Uno de sus argumentos,
por ejemplo, fue: “No es aceptable que un respeto excesivo del interés
privado, aun en lo ilógico, trabe la prosperidad nacional. La orientación
moderna del derecho impone que el individuo no sea un obstáculo al
perfeccionamiento y al bienestar generales”. A su vez, se fundamentaba
la expropiación planteando que la misma en realidad no ponía en riesgo
la actividad privada: “cuando el propietario permanece inerte, la acción
colonizadora, si se ha de realizar, debe recurrir a la expropiación. Y aun
en este caso se ensancha el círculo de las actividades privadas”. El pun-
to medio aparecía al afirmar que
Marcelo T. de Alvear 67

la tierra debe valuarse por el precio real y corriente, sin reduc-


ciones que importen un despojo individual, ni exageraciones que
redunden en un despojo colectivo en favor del expropiado y pa-
ralizando virtualmente la división de las fincas, cierren el acceso
a la pequeña propiedad y estorben el engrandecimiento nacional.

La perspectiva del proyecto se manifestaba de manera nítida: “El con-


cepto social moderno hace que el interés individual ceda el paso a la
obra colonizadora y no se cruce en su camino”.26 Al igual que la reforma
tributaria o la legislación petrolera, este proyecto no recibió sanción
parlamentaria. Fue retirado en 1925.27
Las consideraciones sobre la cuestión social pueden evaluarse con
indicadores y proyectos adicionales del gobierno de Alvear. Un dato
ilustrativo, también revelador de su conducta fiscal, es el nivel del gasto
público. La ortodoxia de la política económica parece, cuanto menos,
moderada. El gasto pasó de 8,5% del PBI en 1920 a 13% en 1929. Y el
déficit fiscal superó el 4% del producto bruto, un nivel que sólo se su-
peraría en 1943-1946.28
El empleo público aumentó a su vez, y de acuerdo a algunas esti-
maciones, su crecimiento fue mayor durante los años de Alvear que en
la primera presidencia de Yrigoyen. Entre 1914 y 1923 subió un 15%,
mientras que entre 1923 y 1927, un 26,6%.29 Las diferencias son con-
siderables, aun teniendo en cuenta que los indicadores del gobierno
de Yrigoyen puedan estar influidos por la difícil situación económica
de los años de la guerra y de la posguerra. Semejantes cifras matizan
el giro que la presidencia de Alvear habría supuesto con relación a la
de Yrigoyen, al menos alrededor de un punto usualmente menciona-
do para retratar a esta última, un gasto público desbocado destinado
a nutrir las clientelas políticas. La interpretación más apropiada no
parece ser, de todos modos, derivar un Alvear tan o más clientelista
que Yrigoyen.
Por un lado, porque hubo intenciones durante su gestión de racio-
nalizar el empleo público así como de delinear cierta profesionaliza-
ción de la administración y escindirla de la política. A inicios de 1923,
por ejemplo, Alvear dictó un decreto que prohibió hacer propaganda
política a todos los empleados del Poder Ejecutivo en sus lugares de
trabajo, y formar parte de comités políticos a jefes de oficinas, directo-
68 Leandro Losada

res de colegios y escuelas, y empleados de Correos y Telégrafos. Desde


ya, junto a las razones administrativas (que, sin embargo, sería erróneo
considerar sólo declamatorias) existieron motivaciones políticas, léa-
se, desembarazarse de la herencia yrigoyenista. Hubo emprendimien-
tos concretos en ese sentido en reparticiones y ministerios, cuyo éxito
dependió del celo de los ministros (Tomás Le Bretón en Agricultura
fue el más riguroso) y de la oposición de los trabajadores. Sin embargo,
merece subrayarse que más adelante Alvear no respaldó las intenciones
de algunos de sus ministros enrolados en la avanzada contra el yrigoye-
nismo, como Vicente Gallo, de edificar una “máquina” propia a través
del Estado.30 Esta decisión, por lo tanto, reveladora de su sinuosa rela-
ción con el antipersonalismo, también podría considerarse un indicio
de cierto interés por optimizar el reclutamiento y el funcionamiento
del empleo público (el propio Alvear, en sus años de legislador, había
presentado un proyecto de ley de reglamentación en la materia). Como
fuere, y tal como lo reflejan los indicadores, los logros en este aspecto
fueron, cuanto menos, modestos.
Por otra parte, y en perspectiva, el crecimiento del empleo pú-
blico parece haber estado en cierta correspondencia con el aumento
de las funciones del Estado (considérese al respecto la cuestión pe-
trolera mencionada más arriba) y de servicios públicos ya existentes,
como los Ferrocarriles del Estado, la educación o Correos y Telégrafos.
Por lo demás, el uso del empleo público como medio de patronazgo
y clientelismo, si no fue exclusivo de la Argentina, tampoco lo fue de
los años radicales en la historia nacional, sea con Yrigoyen o con Al-
vear. Lo más razonable, en suma, parece ser moderar la significación
del fenómeno en la evolución del empleo público, sin negar por ello
su existencia.31
En lo relativo al gasto, la diferencia de la gestión económica de
Alvear habría consistido en cierto orden y previsibilidad. Las erogacio-
nes fueron más sustentables al desenvolverse en un escenario favorable,
gracias a la recuperación del comercio exterior y a la posibilidad de
obtener financiamiento externo en mejores condiciones, con créditos
a plazos más largos, sobre todo luego de 1924. Pero, ciertamente, los
contrapuntos no habrían radicado en su mayor austeridad en compa-
ración con los gobiernos conservadores anteriores a 1916 y con el de
Yrigoyen.32
Marcelo T. de Alvear 69

En política social, el gobierno de Alvear acometió una empresa


que, como otras de las ya mencionadas, emerge como ambiciosa y de
mayor escala a las emprendidas hasta entonces, la ley 11289 de jubila-
ciones sancionada en 1923. La medida retomó un plan que el gobierno
de Yrigoyen había planteado poco antes de su finalización (un indi-
cador adicional de continuidades entre ambas presidencias). Se crea-
ron cuatro cajas de previsión social: para empleados y obreros de la
industria, el comercio, la marina mercante y las artes gráficas y el pe-
riodismo. Incluía jubilaciones ordinarias por incapacidad y pensiones
por causa de fallecimiento. El proyecto corrió mejor suerte que otros
referidos más arriba, pues, como se dijo, tuvo sanción parlamentaria.
Sin embargo, chocó con una infranqueable oposición tanto patronal
como sindical.
A primera vista, la última al menos parece sorprendente, más aun
considerando que había cierto consenso general sobre la necesidad y la
conveniencia de avanzar en la materia. A lo largo de 1924 y 1925 hubo
huelgas y movilizaciones de trabajadores así como lock outs patrona-
les en contra de la ley. Las razones fueron múltiples, desde ideológicas
hasta otras más pedestres, como la negativa de los asalariados a hacer
los aportes a partir de la consideración de que debía ser responsabili-
dad exclusiva de los empleadores. Las falencias de la ley y los móviles
del gobierno fueron otras causas de oposición. Se denunciaron las in-
tenciones políticas (ganar respaldo electoral en el movimiento obrero;
desalentar sus tendencias más radicalizadas) y las fiscales (aumentar la
recaudación), las cuales, por cierto, estuvieron detrás del proyecto. En
1926, finalmente, la ley quedó suspendida.33
En el terreno de la política social y laboral, con todo, se sancionaron
algunas leyes específicas que merecen resaltarse: de contrato de trabajo
de menores y mujeres; de prohibición del trabajo nocturno en panade-
rías; de jubilación de maestros primarios; de jubilación de bancarios; de
regulación del pago del salario en moneda nacional. Se estableció por
decreto, en 1924, el feriado del 1° de mayo para los empleados del Esta-
do, y en 1926 se dispuso el descanso dominical en la ciudad de Buenos
Aires. En 1927, a su vez, Alvear indultó a Eusebio Mañasco, líder del
sindicato de yerbateros de Misiones, condenado a prisión perpetua por
asesinato en 1921 (decisión que, no casualmente, coincidió con las ma-
nifestaciones obreras en contra de la ejecución de Nicola Sacco y Barto-
70 Leandro Losada

lomeo Vanzetti).34 A todo ello hay que sumar la ley 11356, en 1926, de
derechos civiles femeninos.35
Una última intervención relevante en el terreno social es el laudo
que se sancionó con motivo del conflicto entre ingenios y cultivadores
de caña en Tucumán en medio de la crisis de sobreproducción que afectó
a la actividad en 1927. Su significación reside, más allá de la medida en
sí misma, en el hecho de que la actuación de Alvear fue directa. Allí se
asume, en buena medida a causa de la requisitoria que motiva la inter-
vención, el papel del Estado como árbitro ante los conflictos sociales, y la
convicción de que a través de ese rol la armonía social puede imponerse
sobre el conflicto. Asimismo, se subraya la función social del capital y, en
sintonía con ello, que la economía azucarera, florecida por la protección
del Estado y no por las dinámicas del mercado, tiene un objetivo social
y no solamente económico: germinar en el Noroeste argentino una socie-
dad próspera, de pequeños y medianos cultivadores de caña.
Con todo, también se precisan los límites de la intervención. Ésta
sólo debe aparecer en circunstancias excepcionales, pero al ocurrir,
debe priorizar al trabajador y no al capital. A la vez, la función social
del capital, controlada por el Estado, se refiere a garantizar la vida del
trabajador, no su bienestar:

Sólo por excepción aparece el criterio del legislador marcando


el rumbo esperado […] El esfuerzo del capital en este caso no
ha llegado a agotar sus posibilidades para el cumplimiento de la
función social que le corresponde […] No ha pretendido el árbitro
afirmar que en todas las circunstancias deba evitarse sacrificios a
una de las partes, en este caso, el cañero, el cultivador […] Entre
privar al trabajador del surco de lo indispensable para su subsis-
tencia, para su vida –no para su bienestar– y privar al capital de
sus ganancias normales, obligándolo, cuando más, a conformarse
con un moderado interés, y en aquel caso extremo a suprimirlo,
dejando a salvo los gastos reales del ingenio, el árbitro se inclinó,
razonablemente, por lo último.36

El laudo promovió la reactivación del proteccionismo a la producción


azucarera, reducido desde la presidencia de Yrigoyen (un motivo para
nada casual para que allí floreciera el antipersonalismo); un precio mí-
Marcelo T. de Alvear 71

nimo para la materia prima; y la supervisión de la comercialización por


una “Cámara Gremial de Productores”, con integrantes del gobierno,
industriales y cañeros.37

Estado y sociedad. Consideraciones sobre la acción de gobierno

Si se cotejan las medidas, los proyectos y las leyes referidas, ¿es posible
ensayar un retrato global de la gestión de Alvear? ¿Puede, al menos,
identificarse un grupo definido de concepciones o de criterios que las
presidieron, o, al menos, las justificaron?
Probablemente sea forzado ensayar una caracterización de conjunto,
o establecer comparaciones entre medidas dirigidas a asuntos de diferen-
te naturaleza. El alcance de las reformas propuestas, y las heterodoxias o
los reacomodamientos que implicaban, fueron disímiles según los casos,
sea por los contrastes entre sus autores, sea por la materia a la que se apli-
caban. En una misma área, como la económica, no hubo una única direc-
ción. Por mencionar un ejemplo, las alusiones a las inconveniencias del
“respeto excesivo del interés privado” del proyecto de colonización de Le
Bretón confrontan con la finalidad librecambista de la reforma fiscal de
Molina. La política petrolera, posiblemente la que más proyectó el rol del
Estado, en algún punto debe su singularidad a la especificidad del tema:
la escala y la complejidad de la extracción, refinamiento y comercializa-
ción del petróleo y derivados, así como su consideración como un recur-
so estratégico no sólo económico sino también para la defensa nacional.
Las críticas recibidas por su gobierno son reveladoras de las osci-
lantes líneas que recorrieron durante su administración las relaciones
entre Estado y sociedad. El diario La Nación, por ejemplo, atacó con
recurrencia lo que entendía como la política librecambista de la gestión
de Alvear y reclamó mayor intervención del Estado en la economía.
Este tipo de observaciones, dirigidas a la política arancelaria e indus-
trial o a la retracción en la regulación del mercado de carnes, parece
desmesurada teniendo en cuenta lo ocurrido en el área petrolera, o en el
nivel de gasto público, por ejemplo.38 Paralelamente, la legislación pre-
visional llegó a ser definida como “ley robo” por la voracidad fiscal del
Estado detrás de las declamadas buenas intenciones y la preocupación
por el bienestar de los trabajadores.39
72 Leandro Losada

Podría argumentarse fundadamente que la variedad traduce el


pragmatismo intrínseco de toda acción de gobierno. Exigir coherencia
o un rumbo constante sería en sí una demanda inapropiada. Todo esto
es cierto, y varias de las iniciativas tuvieron entre sus móviles las ne-
cesidades de la realpolitik. La reforma fiscal, los proyectos relativos al
empleo público, la reforma previsional, incluso podrían vincularse con
una misma necesidad: la solvencia fiscal, y por causas no sólo derivadas
de los desafíos de gestionar un Estado y una sociedad en crecimiento.
Aun así, es insoslayable que el respaldo a una gestión de gobierno se
nutre en parte de cómo ésta es presentada a la opinión pública.
Lo primero que puede decirse al respecto al mirar en conjunto las
iniciativas de la presidencia de Alvear es que todas ellas, antes que
nada, reflejan un contexto. Lo visto en las páginas anteriores expone
el auge del reformismo social y los consecuentes giros heterodoxos en
el liberalismo occidental que acompañó (y que fue una respuesta a) la
inestabilidad y el conflicto social de la inmediata posguerra. La refor-
ma como antídoto a la revolución se extendió, y encontró expresiones
ejemplares en la Tercera República Francesa o en la Inglaterra de Llo-
yd George. La repercusión local de esas tendencias ha sido subrayada,
tanto por la aspiración a incorporar en el país las inclinaciones del mo-
mento como por la convicción extendida de que la reforma también era
perentoria en la Argentina. No sólo ni principalmente por los temores
a las repercusiones locales de las turbulencias internacionales, sino
por las propias exigencias de las transformaciones ocurridas en el país
desde el fin de siglo, conjugadas además desde la década del diez con
una ampliación del juego político.40 Todos estos acentos se advierten en
las iniciativas del gabinete de Alvear. Las alusiones a las concepciones
“modernas” se reiteran para fundamentar los proyectos de ley, así como
se refiere la mayor complejidad que han adquirido las tareas del Estado
a causa de la metamorfosis de la sociedad.
Si la atención se concentra específicamente en la palabra de Alvear,
una primera lectura devolvería, de todos modos, y otra vez, un pano-
rama definido por la diversidad de criterios. En el laudo de Tucumán
aparecen las alusiones a la función social del capital, a un arbitraje es-
tatal que privilegie los intereses del más débil, pero también énfasis
que subrayan la excepcionalidad de la intervención del legislador. En
sus consideraciones sobre la reforma fiscal se sucede el reconocimiento
Marcelo T. de Alvear 73

de los derechos individuales como límite del despliegue del Estado, la


importancia de la justicia social, o la prudencia como eje central de los
cambios tributarios.
En sus discursos de apertura de las sesiones ordinarias del Congre-
so (el principal testimonio disponible para este asunto), Alvear resaltó
la bondad de la acción legislativa para apuntalar a la sociedad civil.
Se reconocía la pluralidad y la tensión que había en ella, confiando en
la capacidad de la acción del gobierno para coordinarla y conducirla:
“La obra se habrá de completar afirmando la fe pública en la acción
directiva del Gobierno dentro del juego normal de los intereses, a veces
contrapuestos, que luchan por el mejoramiento propio”.41 El gobierno
tenía “la tarea de velar por el progreso de la nación y el bienestar de su
pueblo”. La actividad legislativa era clave “para estimular la prosperi-
dad del país o subsanar algunos inconvenientes que obstruyen el mejor
desarrollo de su riqueza y de su cultura”.42
El apuntalamiento a través de la legislación tenía un límite en los
derechos consagrados por la Constitución. Pero, si la acción legislativa
reconocía esa frontera, y se realizaba respetando las atribuciones y fa-
cultades de los distintos poderes del Estado que la misma Constitución
establecía, aquella no sólo era legal y legítima, sino, más aun, desea-
ble. Es cierto que estos acentos, preponderantes, no eran los únicos.
En otras oportunidades se reconocía la capacidad de la sociedad de
autogestionarse: “el desenvolvimiento progresivo del país” encontraba
“buena defensa en la gravitación espontánea de su propia vitalidad”.
Aun así, aparecía a continuación la idea de que la acción espontánea de
la sociedad se vería optimizada por la acción del gobierno: “el cuadro
que ofrecen las actividades productoras, que se mueven bajo el impulso
libre e inteligente de las instituciones y organizaciones del país, destaca
la insuficiencia de nuestra obra de gobierno”.43 La riqueza pública y pri-
vada se acrecentaría “si los progresos de legislación y de organización
administrativa […] permitieran un aprovechamiento mayor y mejor de
la tierra fiscal, de los servicios públicos retribuidos, de los transportes
oficiales, de los yacimientos petrolíferos, etc.”.44
Semejantes acentos, tópicos y concepciones, por lo tanto, no enfa-
tizan la conveniencia de una sociedad librada a sus propios impulsos,
sino más bien, frente a ella, la importancia del buen gobierno, de la
conducción virtuosa. Tampoco aparece la deseabilidad de instituciones
74 Leandro Losada

limitadas o neutrales. Al contrario, se pondera la acción legislativa en


la modelación de la sociedad o al menos en la definición de sus rumbos.
Incluso en ocasiones se llega a poner en suspenso la intangibilidad de
los derechos individuales (en el proyecto de colonización agrícola, por
ejemplo). Algunas de estas afirmaciones podrían ubicarse dentro de las
torsiones que atravesaron al liberalismo en los años de entreguerras.
Pero, asimismo, aquí volvería a encontrarse un Alvear moderado.
Después de todo, y como puede leerse en párrafos ya reproducidos, la
moderación fue un valor al que apeló recurrentemente para retratar su
gestión. En lugar de un Estado interventor o regulador, sus nociones se
acercan más bien a la de un Estado-guía o un Estado árbitro, que tras-
ciende las dimensiones del Estado gendarme, pero tampoco llega a las
de aquél. Es decir, las consideraciones de Alvear parecen moderadas
o prudentes frente al reformismo heterodoxo de posguerra, y, a la vez,
distantes de un liberalismo ortodoxo.
Teniendo esto en cuenta, los tópicos usuales en Alvear, y en los
proyectos de ley de su presidencia, parecen ser una muestra en la Ar-
gentina democrática de la vigencia de una cosmovisión política here-
dada del fin de siglo, fenómeno que por cierto ha sido resaltado para
pensar los dilemas de la “República verdadera” de 1916 a 1930 y que
constituiría una clave de fondo para comprender la limitada eficacia
de los emprendimientos perseguidos.45 Es decir, las consideraciones de
Alvear tienen cierta familiaridad con el reformismo del cambio de siglo,
o en una mirada más amplia, con una convicción propia del proyecto
fundacional de la llamada “generación del 37”: la sociedad debía y po-
día construirse “desde arriba”.46
En síntesis, su manera de plantear la acción de gobierno, en algunos
puntos receptiva a las heterodoxias liberales de entreguerras, refleja a su
vez las modulaciones que el liberalismo argentino tuvo desde sus ini-
cios. Los puntos de unión entre la presidencia de Alvear y los “gobier-
nos oligárquicos”, o sus improntas conservadoras, tantas veces resalta-
dos contemporánea o retrospectivamente, no radicaron en una posición
refractaria a las reformas sociales. Se derivaron de la perduración de
un modo de entender las relaciones entre el Estado y la sociedad, algo
desacompasado con la naturaleza de una sociedad democrática.
La referencialidad de Alvear con el proyecto fundacional de la Ar-
gentina moderna, después de todo, fue explícita y perdurable. Se ad-
Marcelo T. de Alvear 75

virtió por ejemplo en las iniciativas de su presidencia relacionadas con


el régimen político. Las mismas se inscribieron en toda una reflexión
sobre la idoneidad de la Constitución de 1853 frente a la democratiza-
ción y a los cambios de la sociedad, y a través de la cual se reactivaron
cuestiones como el federalismo y el gobierno representativo.47
El proyecto más relevante del gobierno de Alvear en este terreno ra-
dicó en la propuesta de reforma parcial de la Constitución elaborada por
su primer ministro del Interior, José Nicolás Matienzo, en 1923. Proponía
la elección directa de los senadores nacionales, la reducción del manda-
to de los diputados a tres años y la renovación total de la Cámara baja.
No apuntaba a cambiar el equilibrio de poderes o los criterios de repre-
sentación, tanto en el sentido de las formas de representación (política,
corporativa, etc.) como en el de la composición de las instituciones re-
presentativas (por ejemplo, avalando la representación proporcional). El
objetivo era reformar la Constitución para consolidar el régimen por ella
establecido y evitar el impacto institucional de los conflictos políticos. A
ello remitía la elección directa de senadores. De ese modo desaparecería
una de las razones detrás de las recurrentes intervenciones federales du-
rante la presidencia de Yrigoyen, el papel clave de los gobernadores en
la elección de los integrantes de la Cámara alta. Como tantas otras de las
iniciativas mencionadas, ésta tampoco tuvo tratamiento parlamentario.

Balance de gestión

Al desplazar la mirada desde las premisas y las fundamentaciones discur-


sivas de la acción de gobierno hacia sus resultados concretos, ¿qué con-
clusión se extrae? La presidencia de Alvear ha sido definida como “suer-
tuda”,48 o como un simple “interludio” entre las dos de Yrigoyen.49 Por lo
visto hasta aquí, ambas definiciones parecen, al menos, aventuradas.
El carácter afortunado de su gestión tiene cierto fundamento sólo si
se alude al contexto económico y social que la rodeó. Como se dijo, hubo
crecimiento, paz social (al menos, mayor que con relación a la primera
presidencia de Yrigoyen), recuperación inmigratoria, efervescencia cul-
tural. Piénsese, por ejemplo, que Albert Einstein, Luigi Pirandello, Her-
mann Graf Keyserling, Rabindranath Tagore, Alfonso Reyes (como emba-
jador de México), entre otros, llegaron al país durante su mandato.50
76 Leandro Losada

Con Luigi Pirandello (a la izquierda de Alvear), y Regina, en el Jockey Club,


julio 1927. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

El retrato de los años de Alvear a partir de su contexto, de todos modos,


es una manera de disminuir su estatura como presidente. La Argentina
habría sido próspera a pesar de él.51 Su consideración como “interlu-
dio”, por otro lado, parece desconocer la importante cantidad de ini-
ciativas que emprendió. Por lo demás, conviene recordar que su gestión
tuvo continuidades con la primera de Yrigoyen en áreas relevantes (el
gasto y el empleo público, por ejemplo), en parte por motivaciones po-
líticas derivadas del enfrentamiento entre personalistas y antipersona-
listas (sin desconocer por ello cierto interés, incluso del propio Alvear,
por optimizar los mecanismos administrativos), en parte como resulta-
do del movimiento más amplio de gestionar un Estado y una sociedad
en crecimiento y diversificación. Aun así, es evidente que muchos de
sus emprendimientos debieron suspenderse, no tuvieron aprobación o
siquiera tratamiento parlamentario. Es difícil concluir de ello que fue
una gestión exitosa. ¿Por qué fue así?
Marcelo T. de Alvear 77

Alvear, al promediar su presidencia, en su residencia


de Belgrano, 1925. Fuente: Archivo General de la
Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

En primer lugar debe tenerse en cuenta su estilo de gobierno. Desde


ya, la composición del gabinete y el carácter delegativo que lo signó
no fueron sólo el resultado de una consideración sobre la mejor mane-
ra de gestionar el poder del Estado. Sus razones incluyeron rasgos de
personalidad. Y, sobre todo, definiciones políticas, esto es, su posicio-
namiento frente a Yrigoyen. Ahora bien, la afirmación atribuida a Diego
Luis Molinari, en su momento diputado yrigoyenista, de que hubo ocho
presidentes coordinados por un secretario general no ha sido discutida
en lo esencial, aunque sí lo haya sido su connotación.
Al repasar diferentes áreas de la administración, los ministros son
insoslayablemente los principales protagonistas, y Alvear, un actor dis-
78 Leandro Losada

tante o secundario, en el mejor de los casos, sostén y aval de los res-


ponsables directos. Se han mencionado los ejemplos de Mosconi, Le
Bretón o Molina. Algo similar vale para Justo o Domecq García, artífices
de leyes como la de renovación de armamentos y de material naval, que
mejoraron el equipamiento del Ejército y la Marina, o la creación de
la Fábrica Militar de Aviones en Córdoba, inaugurada en 1927.52 En el
próximo capítulo se verá que José Nicolás Matienzo o Vicente Gallo fue-
ron vistos como los principales impulsores (para sus críticos así como
para sus adherentes) de algunas de las iniciativas políticas más aventu-
radas del gobierno, como las reformas de la administración pública o las
intervenciones provinciales.
La carencia de coordinación o la ausencia de consistencia sobresa-
len como rasgos característicos en la política orientada al movimiento
obrero. Se buscó atraer respaldo con diversas estrategias: fortalecer al-
gunos gremios (la Unión Ferroviaria, la Federación Obrera Marítima),
alentar la creación de otros nuevos (la Asociación de Trabajadores del
Estado por ejemplo). El éxito fue desigual (mayor entre los ferroviarios,
menor entre los marítimos) y las contrariedades se han atribuido jus-
tamente a las marchas y contramarchas de la gestión. Por un lado, la
reforma previsional o los iniciales emprendimientos de racionalización
de empleo público no ayudaron a la construcción de vínculos y lealta-
des perdurables. Por otro, el distanciamiento del propio Alvear parece
haber sido decisivo. Intervino sólo esporádicamente en las negociacio-
nes de sus ministros, y prescindió de consensuar los contrapuntos que
había entre ellos (por ejemplo, entre Roberto Ortiz, clave en la relación
con los ferroviarios, y Domecq García, de posición nítidamente antisin-
dical).53 Quizá aquí la distancia haya tenido alguna raíz política. Pues
la intención de esas iniciativas, al igual que las comentadas sobre el
empleo público, era debilitar el yrigoyenismo y fortalecer el antiperso-
nalismo, posiblemente más aún que la propia gestión de Alvear, en un
momento en que la relación entre el presidente y los grupos antiyrigo-
yenistas se fue desdibujando.
Estas conductas, por otro lado, podrían interpretarse a la luz de las
concepciones que dirigieron, o justificaron, la acción del gobierno. La
prescindencia personal, el distanciamiento frente al “barro” de la polí-
tica (que por cierto no se reeditaría en la década siguiente), tienen cierta
familiaridad con una gestión que se vio a sí misma operando “desde
Marcelo T. de Alvear 79

arriba”, en lugar de a partir de un vínculo más horizontal y atento a las


pujas sectoriales, como lo supone una sociedad democrática. No habría
habido desde este punto de vista brechas profundas entre las palabras
y los hechos, sino una notoria coherencia, de consecuencias erráticas.
De todos modos, el estilo de gobierno o incluso la personalidad
de Alvear son insuficientes como explicaciones de las dificultades. El
obstruccionismo parlamentario, ya tantas veces referido, es un dato de
contexto ineludible. Incluso lo es para comprender énfasis discursivos,
como el constante llamamiento a la acción legislativa y a la bondad de
las leyes para modelar la sociedad. Hay indicadores nítidos. La pre-
sidencia de Alvear es, entre 1880 y 1940, aquella en la que coexisten
diarios de sesiones parlamentarias con mayor cantidad de páginas y
menor cantidad de leyes sancionadas. Los otros gobiernos con menos
leyes fueron presidencias que no llegaron a término, las de Luis Sáenz
Peña y la segunda de Yrigoyen.54
No es casual, por lo tanto, que la ponderación de su gestión o su
definición como “gobernante ejemplar” se hayan asentado en los nom-
bres que reclutó para constituir el gabinete, en sus intenciones y en sus
formas, o en sus propuestas antes que en sus realizaciones efectivas.55
Es necesario girar la atención, entonces, hacia el contexto político que
subyació, y condicionó, el rumbo de su administración.

Notas

Lo que sigue, de: Luna, Alvear, pp. 15-48; Fernández Lalanne, Los Alvear, pp.
1

399-482; Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear; Antonio F. A. Pedrotta, Marcelo T.


de Alvear. Estudio crítico biográfico, Buenos Aires, 1951; Marcos de Estrada, Un
argentino consagrado por la historia. Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 1987;
Francisco Loyudice, Alvear. Un político de cuna y de raza, Buenos Aires, Círculo
Italiano y Fundación Marcelo T. de Alvear, 1993; Mariano G. Bosch, Historia del
partido radical. La UCR 1891-1930, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos L.
J. Rosso, 1931, pp. 61-75; Roberto Etchepareborda, Tres revoluciones. 1890-1893-
1905, Buenos Aires, Pleamar, 1987, pp. 17-49 y 195-200.
Sobre la Revolución del 90 y el surgimiento de la UCR, Alonso, Entre la revolu­
2

ción y las urnas.


Cfr. Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y
3

1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1994; Paula Alonso, Jardines secretos, legi­
80 Leandro Losada

timaciones públicas. El Partido Autonomista Nacional y la política argentina de


fines del siglo XIX, Buenos Aires, Edhasa, 2010.
4
Cfr. “Bien estará Alvear junto a la estatua de Alem”, La Acción, 10/10/1925.
5
Alonso, Entre la revolución y las urnas, pp. 270-281.
6
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 403-404.
7
Cfr. Marcelo T. de Alvear, Actuación parlamentaria, Buenos Aires, 1922.
8
Del Mazo, El radicalismo. t. II, p. 32.
9
Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Cajas: AH 0016, 0020, 0022,
0030, 0033, 0043, 0047, 0049 y 0099.
10
La Casa Argentina fue la cuarta construida en la Ciudad Universitaria y la primera
no francófona. Cfr. Casa Argentina en París, La Casa Argentina en París, París,
Cité internationale universitaire de Paris, 1998, pp. 30-65. En 1917, Alvear im-
pulsó la donación, de parte de la “colonia” argentina en París, de un hospital de
Guerra, en el que se desempeñaron prestigiosos médicos, como Pedro Chutro y
Enrique Finochietto. En 1920 gestionó, a su vez, la donación de un pabellón en la
maternidad de Roye. Alvear colocó la piedra fundamental junto al mariscal Joffre,
el héroe del Marne, a quien lo unieron vínculos de amistad. Fernández Lalanne,
Los Alvear, pp. 426-430.
11
Cfr. José R. Sanchís Muñoz, Historia diplomática argentina, Buenos Aires, Eu-
deba, 2010, pp. 218-219; Fernando Sabsay y Roberto Etchepareborda, Yrigoyen-
Alvear-Yrigoyen, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1998, pp. 186-191 y 384-385.
12
Los telegramas, reproducidos en Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la Re­
pública verdadera (1910-1930), Buenos Aires, 1999, pp. 571-576. Cfr. el análisis
de los mismos en ibíd., pp. 203-205.
13
Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, El ciclo de la ilusión y del desencanto. Un siglo
de políticas económicas argentinas, Buenos Aires, 1998, pp. 78-100.
14
Presidencia Alvear. 1922-1928. Compilación de mensajes, leyes, decretos y re­
glamentaciones. t. I, Buenos Aires, Talleres Tipográficos de Gerónimo Pesce,
1928, p. 44.
15
Sánchez Román, Los argentinos y los impuestos, pp. 27-67.
16
“Mensaje al abrir las sesiones ordinarias. 1924”, Presidencia Alvear, pp. 116-119.
17
“Mensaje al abrir las sesiones ordinarias. 1925”, Presidencia Alvear, pp. 196-197.
18
Sánchez Román, Los argentinos y los impuestos.
19
“Mensaje al abrir las sesiones ordinarias. 1926”, Presidencia Alvear, pp. 308 y 337.
20
Gerchunoff y Llach, El ciclo de la ilusión…, pp. 90-94; Carl Solberg, “The Tariff
and Politics in Argentina: 1916-1930”, Hispanic American Historical Review, vol.
53, n.° 2, 1973.
21
La derogación no se debió sólo o siquiera principalmente a consideraciones doc­
trinarias. Las presiones de los frigoríficos fueron decisivas. Cfr. Roy Hora, Los terra­
tenientes de la pampa argentina. Una historia social y política, 1860-1945, Buenos
Aires, Siglo XXI Iberoamericana, 2002, pp. 266-269. Las tensiones con capitales
Marcelo T. de Alvear 81

extranjeros motivadas por otros temas (el petrolero en especial, como enseguida se
verá) contribuyeron a que el gobierno diera marcha atrás con esta iniciativa.
22
El conflicto petrolero realineó el escenario político, pues acercó antipersonalistas
y conservadores contra el gobierno nacional. Así fue en los casos de los gobiernos
de Jujuy, del antipersonalista Benjamín Villafañe, y Salta, del conservador Joa-
quín Corbalán.
23
Cfr. Nicolás Gadano, Historia del petróleo en la Argentina. 1907-1955: Desde los
inicios hasta la caída de Perón, Buenos Aires, Edhasa, 2006, pp. 159-204; Carl E.
Solberg, Petróleo y nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1982, pp.
123-170. Los flancos débiles o problemáticos fueron la situación de los trabajadores
(los salarios estuvieron en un bajo nivel), que motivó protestas y conflictos; y el nivel
de la producción, en parte por la prioridad dada a aumentar y controlar las reservas,
que exigió mantener las importaciones. Esto también se debió a otras derivaciones de
la prosperidad de la década del veinte, el aumento de la demanda. Por entonces la
tasa de autos per cápita de la Argentina estaba entre las cinco más altas del mundo.
24
Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 160-161.
25
Al respecto, Juan Manuel Palacio, La paz del trigo. Cultura legal y sociedad local en
el desarrollo agropecuario pampeano (1890-1945), Buenos Aires, Edhasa, 2004.
26
Marcelo T. de Alvear y Tomás Le Bretón, “Proyecto de ley de colonización. 1924”,
en Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 489-493.
27
Se ensayaron luego otras iniciativas. Por ejemplo, hubo negociaciones con com-
pañías ferroviarias para que adquirieran tierras y luego las lotearan. Cfr. “El Doc-
tor Alvear ha resuelto el problema de la colonización”, La Acción, 18/3/1927.
28
Gerchunoff y Llach, El ciclo de la ilusión…, p. 80.
29
Joel Horowitz, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Buenos Ai-
res, Edhasa, 2014, p. 110.
30
Persello, “Los gobiernos radicales: debate institucional y práctia política”, en Ricar-
do Falcón (dir.), Nueva Historia Argentina. Democracia, conflicto social y renova­
ción de ideas (1916-1930), t. VI, Buenos Aires, Sudamericana,pp. 90-94..
31
Horowitz, El radicalismo…, pp. 110-117; Silvana Palermo, “Los desafíos de la
democratización del progreso: el radicalismo y la expansión de los Ferrocarriles
del Estado, 1916-1930”, Travesía, 2011, pp. 93-125.
32
Gerchunoff y Llach, ibíd., pp. 97-98; Sánchez Román, Los argentinos y los im­
puestos, pp. 27-67. Un corolario problemático del alto gasto público destinado
a la administración, salarios y jubilaciones fue la disminución de la inversión
en obras públicas. Cfr. Andrés Regalsky y Elena Salerno, “En los comienzos del
Estado empresario: la inversión pública en ferrocarriles y obras sanitarias entre
1900 y 1928”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. Segre­
ti”, n.° 5, 2005, pp. 247-272. Quien contrasta más abiertamente las gestiones de
Yrigoyen y Alvear es David Rock. Asocia las primeras con alto gasto y la segunda
con una contracción o racionalización del mismo; un indicador, para el autor, del
82 Leandro Losada

populismo del primero y el liberalismo del segundo: El radicalismo argentino,


1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, pp. 222-242.
33
Horowitz, El radicalismo…, pp. 125-148.
34
“El Dr. Alvear acaba de indultar a Mañasco”, La Acción, 8/7/1927; Horowitz, El
radicalismo…, pp. 77-78.
35
Cfr. Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 357-358.
36
“Laudo dictado por el Presidente de la Nación en el conflicto cañero de Tucumán,
zafra de 1927 (11-5-1928)”, en Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 507-508.
37
Cfr. María Celia Bravo, Campesinos, azúcar y política: cañeros, acción corpora­
tiva y vida política en Tucumán (1895-1930), Rosario, Prohistoria, 2008.
38
Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación,
1909-1989, Buenos Aires, Sudamericana, 1993, pp. 82-107.
39
Horowitz, El radicalismo…, pp. 131-136.
40
Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 73-85.
41
“Discurso del Excmo. Señor Presidente de la Nación, doctor Marcelo T. de Al-
vear” (1923), en Presidencia Alvear, p. 17.
42
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Año 1926”, en Presidencia Alvear, p. 381.
43
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Año 1928”, ibíd., p. 497.
44
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Año 1926”, ibíd., p. 270.
45
Halperin Donghi, Vida y muerte…, pp. 153-164 y 170-171.
46
Eduardo Zimmermann, Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argen­
tina, 1890-1916, Buenos Aires, Sudamericana/Universidad de San Andrés, 1995;
Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdade­
ra, Buenos Aires, Ariel, 1997.
47
Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte; Ana Virginia Persello, “Los gobiernos radi-
cales”, pp. 59-100; Darío Roldán (comp.), Crear la democracia. La Revista Argen-
tina de Ciencias Políticas y el debate en torno de la República Verdadera, Buenos
Aires, FCE, 2006.
48
Luna, Alvear, p. 69.
49
Así titula David Rock el capítulo sobre el gobierno de Alvear de su clásico libro:
El radicalismo argentino, pp. 222-242.
50
Cfr. Paula Bruno (coord.), Visitas culturales en la Argentina, 1898-1936, Buenos
Aires, Biblos, 2014. En 1928, asimismo, Alvear inauguró la primera Exposición
Nacional del Libro.
51
Es el énfasis del texto de Luna. Por carácter transitivo, las dificultades de las ges-
tiones de Yrigoyen exculpan al protagonista y se derivan de las crisis que afrontó
en sus dos gobiernos, la de posguerra y la de 1929 respectivamente.
52
Cfr. Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 357-358.
Marcelo T. de Alvear 83

53
Horowitz, El radicalismo…, pp. 76-79 y 191-224.
54
Cfr. Peter Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica,
1986, pp. 32-36; Persello, El partido radical, pp. 116-117.
55
La expresión entrecomillada es de Sabsay y Echepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yri­
goyen, p. 297. También cfr. Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear; Toledo, El
partido radical; Julio Irazusta, Balance de siglo y medio, Buenos Aires, 1966; Gui-
llermo Gallardo, “Presidencia Alvear; Vicepresidencia Elpidio González, 1922-
1928”, en Roberto Levillier (ed.), Historia argentina, t. VI, Buenos Aires, 1968.
Cfr. las semblanzas reunidas por Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear, pp. 75-85.
Capítulo 3
La presidencia. Alvear
y la división del radicalismo

La división del radicalismo fue un episodio clave en el gobierno de


Alvear. Sesgó y condicionó sus rumbos. Varias de sus iniciativas sólo
se captan parcialmente si no se consideran los móviles políticos que les
subyacieron, los gestos que tradujeron o las coyunturas políticas en las
que estuvieron encuadradas. En segundo lugar, la inacción del Congre-
so, que entorpeció o malogró proyectos y legislaciones, fue en gran me-
dida el corolario de la fractura entre yrigoyenistas y antipersonalistas.
Este episodio, en sí mismo, arroja motivos adicionales para matizar el
carácter “suertudo” o de anodino intervalo de su gobierno, tal como lo
han retratado algunas interpretaciones.
Ahora bien, el papel de Alvear frente a la división del partido es
tan o más difícil de precisar que el protagonismo o la autoría que tuvo
en los proyectos de su gestión. Así es porque estuvo definido por osci-
laciones y ambivalencias. En un principio, alentó el antipersonalismo;
culminó desistiendo de esa empresa. Yrigoyen, por supuesto, es un ele-
mento clave para entender unas y otras. La ambigüedad ante la escisión
antipersonalista es una muestra reveladora, por los costos que le apare-
jó, de la importancia que esa relación tuvo para él. Fue, seguramente,
la herencia de su presidencia que más pesó en su itinerario político y
biográfico posterior.

Sucesor de Yrigoyen

¿Por qué Yrigoyen eligió a Alvear como su sucesor? En general, se han


planteado dos razones. La primera es que era la figura adecuada para
evitar la ruptura del partido. Debe tenerse presente que la resistencia al
liderazgo yrigoyenista no era una novedad de los años veinte. Se había
86 Leandro Losada

sucedido desde principios de siglo, contraponiendo su figura a la de


Alem, con quien se asociaba la idea de un partido orgánico y desperso-
nalizado.1 En el marco de las tensiones acentuadas durante la primera
presidencia de Yrigoyen, Alvear aparecía como el “justo medio”. No
concitaría el repudio de la oposición interna que sí habría obtenido un
yrigoyenista decididamente incondicional.
La segunda razón era la desconexión de Alvear con la política local.
Este hecho, se suponía, lo haría fácilmente controlable y permitiría a
Yrigoyen continuar como un presidente en las sombras. Hay que re-
cordar que desde 1897, Alvear se había distanciado de la política (y a
menudo, del país), priorizando su vida personal. Por cierto, ese replie-
gue podría ponerse en relación con el que afectó a buena parte de los
hombres del radicalismo entre 1897 y 1912.2 De todos modos, una vez
sancionada la Ley Sáenz Peña, Alvear había tenido tan sólo una labor
legislativa sin brillo y había estado otra vez fuera de la Argentina, por
su ministerio en París.

Con Yrigoyen al desembarcar en Buenos Aires, Edhasa. Octubre, 1922.

La elección de Elpidio González para la vicepresidencia, ex jefe de po-


licía y muy cercano al ex presidente, dio credibilidad a las versiones
Marcelo T. de Alvear 87

que referían la aspiración de Yrigoyen de condicionar a Alvear. Había


motivos, finalmente, para creer en su docilidad, o en su lealtad. Los
cortocircuitos ocurridos con motivo de la Asamblea de la Sociedad de
las Naciones no habían llevado a una ruptura. Por el contrario, Alvear
había cedido finalmente a la posición del presidente. La foto que inmor-
talizó el abrazo en el que se fundieron al desembarcar Alvear en Buenos
Aires en octubre de 1922 parecía simbolizar la unión entre ambos. Des-
pués de todo, en la prensa conservadora, apenas iniciado su gobierno
se afirmaba que “Alvear administra e Irigoyen [sic] dirige la política”.3
De todos modos, la decisión de Yrigoyen pareció algo aventurada.
Alvear, según han dejado constancia quienes lo conocieron, no era el
mejor candidato para ser manipulado. Su personalidad fuerte y su orgu-
llo han sido subrayados con frecuencia. Su secretario personal de años
después dejó un testimonio ilustrativo:

Era evidente que desconocía algunos factores esenciales de la


política interna nacional. Además, su temperamento, su carácter
y su modalidad espiritual, resultaron para él mismo adversarios
de importancia […] tenía conciencia tan extremada de su propia
importancia y la del cargo que desempeñaba, que cualquier retro-
ceso serio de la posición que había elegido le habría parecido una
catástrofe más que una humillación.4

Alvear, en principio, desalentó las expectativas de su predecesor, y se


diferenció de Yrigoyen. En cierta medida, porque debió afrontar un pro-
blema recurrente en la política: cómo edificar un lugar propio frente al
condicionamiento de un antecesor fuerte. Sin embargo, la diferencia-
ción no llegó a ruptura, a pesar de las fundadas razones que pronostica-
ban ese desenlace. Y Alvear pagó el costo de esta decisión. Se impone,
por lo tanto, la pregunta de por qué no dio el paso de la independencia
a la disidencia.5
En primer lugar, vale detenerse en las maneras a través de las cuales
ensayó la diferenciación. Se desplegó en dos grandes planos: la forma
de edificar su figura presidencial y, quizá el punto más conocido, el
apuntalamiento que dio al antipersonalismo, que se tradujo en la frac-
tura de la UCR en 1924.
88 Leandro Losada

La figura presidencial

Alvear fue presidente de la nación en un contexto democrático. Es un


dato evidente, pero que merece subrayarse, porque su obviedad puede
hacer perder de vista su alcance y significación. Las coordenadas de-
mocráticas no sólo eran el producto de las reglas del juego imperantes,
además relativamente recientes (diez años al asumir Alvear el gobier-
no). También, y quizá más aun, implicaban la ampliación social de la
política que vino con ellas.
La ceremonia de asunción presidencial fue de por sí reveladora
de estos datos de contexto. No hubo episodios como los que habían
enmarcado el acceso de Yrigoyen al poder –por ejemplo, los simpa-
tizantes desenganchando los caballos de la carroza y llevándola por
sus propios medios–, sucesos que por cierto habían contribuido a re-
forzar la impresión de que las cosas habían cambiado en 1916. Pero
hubo manifestaciones y comportamientos que a su modo indicaron
la pertenencia de Alvear y de su presidencia a ese mismo escenario,
a las coordenadas que se habían abierto, al menos, seis años antes.
Una vez culminada la ceremonia en el Congreso, por ejemplo, Alvear
había planeado recorrer a pie el trayecto desde el palacio legislativo a
la Casa Rosada:

Al comprender la intención del presidente, el pueblo quiso ven-


cer el dique que le oponían los cordones policiales, sin conse-
guirlo; mas cuando el doctor Alvear y los numerosos legisla-
dores que le acompañaban llegó al sitio donde estaba la cabeza
de la manifestación de la U. C. Radical [Rivadavia y Callao],
entonces nada pudo contener el aluvión […] Desde los balcones
y desde las veredas, una multitud abigarrada aplaudía al doctor
Alvear, quien se veía impedido de avanzar debido al entusias-
mo de los manifestantes. En tales condiciones, llegó a la Casa
de Gobierno donde el pueblo allí estacionado le hizo objeto de
grandes ovaciones.6
Marcelo T. de Alvear 89

El acto de asunción presidencial. Saliendo del Congreso


y en la Casa de Gobierno. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.
90 Leandro Losada

La figura presidencial de Alvear debió edificarse, por lo tanto, asumien-


do este escenario desde un principio. La política de masas, incluso los
tonos “plebeyos” que acompañaron su despliegue, fue un dato de la
realidad. Podría especularse sobre su comodidad, su idoneidad, o sus
dificultades de adaptación ante semejante escenario. Pero no era una
opción ser político, y más aún radical, y enfrentarse a ese contexto, des-
conocerlo, o renegar de él (públicamente). Ciertamente, Alvear, además
de abrazarse con Yrigoyen, ratificó su identificación con el partido en
su mismo discurso inaugural como primer mandatario, al subrayar: “Mi
constante dedicación al sostenimiento de las doctrinas de una agrupa-
ción política que las convirtió en aspiraciones colectivas y en fuerza
determinante de su propia subsistencia como entidad nacional”.7
Ahora bien, junto a todo ello, hubo otros datos que Alvear no pudo,
no supo, o no quiso ignorar, y que delinearon sus contornos como pre-
sidente. Uno de ellos, se ha dicho, fue la figura de Yrigoyen. El segun-
do, rasgos de personalidad, incluso su condición social. Es decir, su
singularidad como jefe de Estado de la Argentina, y las diferencias que
estableció con relación a su antecesor, no fueron el resultado exclusivo
de decisiones ad hoc, deliberada y artificiosamente construidas.
En consecuencia, su figura presidencial se nutrió de cualidades per-
sonales, condicionamientos políticos y rasgos de contexto. Y se desple-
gó a través de aspectos simbólicos así como de otros más definidamente
políticos. Cómo ser radical, e inclusive leal a su predecesor, o conti-
nuador de su obra, sin ser un reflejo menor o una versión deslucida de
Yrigoyen; cómo ser demócrata asumiéndose aristócrata y descendiente
del patriciado argentino. Su persona pública como primer mandatario
estuvo enmarcada por la conjugación de todos estos aspectos, a menudo
difícilmente conciliables. La definición que se dio de Alvear como un
apéndice de Yrigoyen (tal como La Fronda lo retrató al asumir el poder,
según se vio líneas arriba) o por el contrario, como su rival, o al menos
como interrupción y “retorno a la normalidad” anterior a 1916, se de-
rivaron, desde ya, de sus acciones y decisiones políticas. Pero también
fueron el corolario de cómo fueron interpretados los rasgos simbólicos
que rodearon a su personaje público, o cuáles de ellos, según el obser-
vador, era más visible o destacable.
En un plano simbólico, un primer hecho sugestivo fue la gira reali-
zada como presidente electo. Vale recordar: Alvear había sido elegido
Marcelo T. de Alvear 91

presidente estando en Europa; no hizo campaña electoral ni actividad


proselitista. De por sí, este hecho reforzó la impresión de que sus votos
eran de Yrigoyen. En esas circunstancias, Alvear realizó a mediados
de 1922, entre julio y agosto, una gira por Italia, el Vaticano, Inglate-
rra, España, Bélgica y Francia, en la que fue recibido y agasajado por
las más altas autoridades de esos países: el rey Víctor Manuel III, que
esperó personalmente a Alvear en la estación Termini al llegar a Roma
en tren desde París; el papa Pío XI; el príncipe de Gales Eduardo (el
futuro y polémico Eduardo VIII) y el rey Jorge V (se realizó un banque-
te en el Palacio de Buckingham y se lo condecoró con la gran cruz del
Imperio británico); Alfonso XIII, con quien se encontró en Santander,
y la reina madre María Cristina, en San Sebastián; el rey Alberto, en
Bruselas; el presidente Alexandre Millerand, que ofreció un banquete
en el Palacio del Elíseo en honor de Alvear; y Raymond Poincaré, con
cuya presidencia había coincidido gran parte del ministerio de Alvear
en París, lo despidió en la estación D’Orsay. En Portugal, donde se
embarcó y lo esperaba su esposa, fue agasajado por el presidente José
D’Almeida en el Palacio Belem. Antes de llegar a la Argentina a inicios
de septiembre, también fue honrado por los gobiernos de Brasil y Uru-
guay. Alvear asumió la presidencia el 12 de octubre de 1922.8
Según los testimonios de algunos de los organizadores de estos
eventos, se tomaron todos los recaudos protocolares, por expreso pedi-
do de Alvear, para que los homenajes al presidente electo no motivaran
el recelo o la desautorización del presidente aún en ejercicio.9 De todos
modos, fue una señal contundente, en el mismo inicio de su gestión,
o incluso antes de él, de diferenciación con su antecesor: el cosmopo-
litismo versus el encierro (Yrigoyen nunca había salido del país); la
desenvoltura mundana contra el apocamiento y los recelos ante los pro-
tocolos del caudillo.10
En suma, es difícil no suponer que hubo aquí una intención de Al-
vear de convertir en capital político los contactos tejidos a través de sus
funciones diplomáticas y de su propia vida personal; en mostrar un es-
pesor propio que desdibujara o atenuara sus deudas con Yrigoyen, o su
semblanza como un satélite del ex presidente. Apenas electo, después de
todo, ya estaba instalada en la opinión pública la diferencia entre ambos
personajes, y en lo atinente a Alvear, el arma de doble filo de ser distinto
a Yrigoyen. Podía implicar ser sospechado de poco radical, como se ve
92 Leandro Losada

en la tapa de Caras y Caretas que lo muestra dudando entre ponerse una


boina o una galera, diciendo: “No sé cual de las dos ponerme. Es un com-
promiso moral usar la boina; pero ¡me gusta tanto la galera de felpa!...”.11

La gira como presidente electo, 1922. Con Victor Manuel III de Italia, en Roma;
rumbo a Westminster en Londres; con el Mariscal Joffe frente a la tumba del
soldado desconocido, París; con la Reina Victoria, Alfonso XIII, y el ministro Joa-
quín Fernández Prida, en Santander. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 93

En segundo lugar, la semblanza de su gobierno como colegiado y no


unipersonal trascendió sus alocuciones parlamentarias o las desplega-
das en espacios estrictamente políticos. Hubo un interés por presentar
abiertamente esa imagen en la opinión pública. Así puede advertirse
en una nota de Caras y Caretas de 1926 titulada “Cómo trabaja el Poder
Ejecutivo”. Allí, de manera poco sorprendente, se destaca la dedicación
al trabajo de cada ministro, con fotos de cada uno de ellos en sus despa-
chos y párrafos alusivos al respecto. Desde ya, también se da cuenta de
la del propio presidente. La semblanza es reveladora, porque desmiente
un tópico usual contra Alvear, que la misma Caras y Caretas también re-
flejó, como se verá más abajo: la displicencia frente a sus funciones. En
cambio, se realza otro, al que Alvear acudió: el ejercicio de la presiden-
cia incluía una variada gama de actividades, en las cuales las políticas
ocupaban, por supuesto, un lugar importante, pero no exclusivo:

El presidente Alvear es asiduo y exacto para concurrir a su des-


pacho, entre las trece y las trece y media […] Es amigo de prestar
atención preferente a los asuntos del más alto interés nacional, y
pasar luego a las minucias del despacho corriente, para dedicar
las horas necesarias a las audiencias públicas, a las de orden po-
lítico, parlamentario, protocolar y de cortesía. A pesar de eso, le
vemos concurrir frecuentemente a las múltiples manifestaciones
de la vida argentina, incluso a las exposiciones y actos intelectua-
les, como así conviene lo haga todo jefe de Estado, estimulando el
esfuerzo del pensamiento y del arte.

El carácter colegiado del gobierno, que así era por decisión del presi-
dente, y no como resultado de la pérdida de visibilidad y protagonismo
a manos de su gabinete, se ve de manera nítida en una caricatura que
acompaña la nota. Alvear, en un proscenio, aparece como un primus
inter pares entre sus ministros; al pie del dibujo se apunta: “Un buen
consejo... del doctor Alvear”.12
Alvear se presentó como un presidente cuya vida no era sólo la
política. Su figura presidencial se construyó incorporando su vida pri-
vada y social, rasgos que estaban en las antípodas de los de un Yrigo-
yen absorbido por la política y refugiado en su cueva de “Peludo”. Su
roce mundano, conocido, y ya evidenciado en su gira como presidente
94 Leandro Losada

electo, perduró durante todo su gobierno como una cualidad caracterís-


tica, que realzaba su persona pública. En la prensa de la época aparecen
coberturas periodísticas, como la dedicada a un día de asueto presi-
dencial en Mar del Plata, en la que se lo ve a Alvear alternando el golf,
el automovilismo, sacando “vistas cinematográficas” en traje de baño
frente al mar, así como abriendo las puertas de su intimidad a la prensa
y retratándose junto a su esposa Regina Pacini.
Los acentos son claros. Por un lado, la equivalencia entre sus in-
clinaciones más sofisticadas y las que, a primera vista, podían parecer
superfluas u ostentosas: “su oído atento lo mismo regula las palpitacio-
nes de un motor como reconstruye las armonías dispersas de un poema
musical de Strawinsky”. Por otro, las aficiones privadas, en lugar de
banalizar al hombre público, lo enaltecen. Alvear es un “arquetipo de
mesura; los más ignoran que esa su prestancia se debe a su método en el
ejercicio de múltiples ocupaciones de todo orden, sin excluir las espiri-
tuales”. La mundanidad no desmerece al presidente, sino que lo forta-
lece para afrontar las tareas de gobierno: “en el Presidente se reconoce
al hombre digno de los griegos antiguos”; “puede estudiar largamente
los más complicados expedientes, porque antes sabe deambular por re-
giones de ensueño como un breve tomo de poesías de Shelley o de Paul
Valéry”; “el tiro al blanco, la esgrima, la pesca y demás manifestaciones
de su voluntad aligeran su espíritu. Y las fuerzas de sus facultades se
acrecientan en la comprensión de la belleza del relieve y la línea, del
color y la forma. En Mar del Plata el presidente acumula su serenidad
característica”.13 Finalmente, el savoir vivre y el aristocratismo social
no eran contradictorios o reactivos ante la democracia. Constituían, en
cambio, moderaciones que ayudaban a fortalecerla: “El presidente Al-
vear quiso siempre armonizar nuestros imperiosos sentimientos demo-
cráticos con las normas del decoro gubernativo”.14
En circunstancias específicas, Alvear encontró en capitales simbó-
licos intransferibles un conjunto de recursos con los cuales sumar espe-
sor propio a su figura pública, que a la vez lo diferenciaban de su ante-
cesor. Tal el caso de la trayectoria de su familia y su íntima vinculación
con la historia nacional, por ejemplo al inaugurarse el monumento a su
abuelo Carlos María de Alvear en el centenario de la batalla de Ituzain-
gó, el 16 de octubre de 1926.15 En el cortejo que condujo su carroza hasta
el Congreso al asumir la primera magistratura, asimismo, habían sonado
Marcelo T. de Alvear 95

“los acordes de la marcha de Ituzaingó, con la cual el regimiento escolta


saludaba al presidente el doctor Alvear”.16

“Alvear en Mar del Plata. Un día de asueto


del Presidente de la República”, Caras
y caretas, n° 1180, 12/2/1927.
96 Leandro Losada

Asimismo, se multiplican las notas gráficas en las que se lo ve asis-


tiendo al teatro o a exposiciones de artistas plásticos. Alvear fue amigo
de personajes como Benito Quinquela Martín o Enrique García Vello-
so, asiduo acompañante de Alvear y de Regina en su palco del Teatro
Odeón, o en el Maipo. En una obra de su autoría, lo personificaba uno
de los actores más populares de la época, Florencio Parravicini.17 Tam-
bién, por cierto, fue amigo de la gran animadora de las letras argentinas
de entonces, Victoria Ocampo. La figura de Regina Pacini resultó clave
en esta faceta del Alvear presidente. No sólo por ser el punto de unión
o el puente con el mundo del espectáculo y de las artes (en esas mis-
mas notas Alvear aparece frecuentemente acompañado de su esposa),
sino también porque Pacini tuvo, demás está decir, un espesor propio
que por ósmosis agregó tonalidades a la figura presidencial. A través de
Regina, Alvear adquirió una singularidad destacable: un jefe de Estado
que trascendía el campo de la política.
Quizá Carlos Pellegrini sea un predecesor de Alvear en este pun-
to. Sin embargo, no tuvo una compañera equivalente. Es difícil pensar
antecedentes de esposas de presidentes argentinos con la visibilidad de
Pacini. Se ha dicho que sus retratos públicos, plasmados en entrevistas
y notas, no la mostraron muy distante de los roles usuales de las mu-
jeres de elite de la época. Pero su pasado de cantante lírica de alcance
internacional, y el campo en el que desplegó sus iniciativas, le dieron
una indudable originalidad con relación a las mujeres de los altos cír-
culos sociales, así como en comparación con las esposas de anteriores
primeros mandatarios. La Casa del Teatro, de la que fue artífice central,
es seguramente el más conocido de sus emprendimientos filantrópicos
vinculados a las artes.18
En suma, no es exagerado plantear que Pacini fue posiblemente el
primer caso de una esposa presidencial con quilaje propio, lejos del
anonimato o del repliegue al mundo familiar, del que eventualmente
se salía para la filantropía o la beneficencia. Alvear y Regina eran una
pareja presidencial. Esa es la imagen que plasman notas como la de Ca­
ras y Caretas sobre el día de asueto presidencial, arriba citada. A veces,
incluso, se la llamaba “la Presidenta”.19 Como puede constatarse en las
coberturas periodísticas, Regina acompañó a Alvear no sólo a actos ofi-
ciales,20 sino partidarios, tanto en los años veinte como en la década del
treinta.21 En este decenio, es de destacar que en sus sucesivos regresos
Marcelo T. de Alvear 97

al país (1931, 1932, 1934, 1936), las fotos de prensa que retratan su lle-
gada muestran a Alvear siempre acompañado de Regina.22 En algunos
momentos de gran significado e impacto político y simbólico, puede
decirse, incluso, que Regina ocupó el lugar de Alvear. Tal el caso de la
foto en que se la puede ver sollozando frente al cadáver de Yrigoyen
durante el sepelio del líder radical, en julio de 1933.23

Con Regina en un partido de polo en el


Hurlingham Club (1922). Fuente: Archi-
vo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

La pareja presidencial.
En la inauguración
del Salón Anual de
Arte (1924). Fuente:
Archivo General de la
Nación Departamento
de Documentos Foto-
gráficos.
98 Leandro Losada

Alvear y Regina con estudiantes del Conservatorio Nacional de Música


y Declamación en el Teatro Colón (1927). Fuente: Archivo General de la
Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Por otro lado, las aficiones que retratan a Alvear por afuera de sus obli-
gaciones presidenciales son propias de las que por entonces se enten-
dían como características de un “aristócrata” argentino: golf, Mar del
Plata, el Teatro Colón (aunque entre ellas también se contaba la lec-
tura de Caras y Caretas).24 Según se ha visto en el capítulo 1, Alvear
fue pionero y destacado aficionado a muchas de ellas. Sin embargo, su
“aristocratismo”, evidente, sumaba cierta modernidad al retrato presi-
dencial. Sus fotos en traje y gorro de baño, o cultivando aficiones nove-
dosas, como la cinematografía, son reveladoras y llamativas al respecto.
No parece haber habido en Alvear la consideración de que semejantes
imágenes pudieran frivolizar su persona pública. La vida privada y los
ratos de ocio adquirieron un lugar casi de equivalencia a las funciones
propias del cargo al momento de mostrar públicamente al presidente, y
es difícil no ver en esto una novedad de magnitud, al menos en compa-
ración con los contornos que esta investidura había tenido durante los
años de Yrigoyen.
Marcelo T. de Alvear 99

Si se gira la atención a los atributos más propiamente políticos con


los que Alvear definió su figura como presidente de la nación, los én-
fasis constantes fueron el respeto inquebrantable a la Constitución y
las leyes, así como su insistencia en desmarcar su gestión de todo afán
unanimista, según puede leerse en sus mensajes presidenciales de aper-
tura de las sesiones ordinarias del Congreso, pero también en diferentes
intervenciones públicas de sus años como presidente.25 En suma, frente
al personalismo y la concepción plebiscitaria del poder, el énfasis en
la república y la pluralidad, en el gobierno moderado apegado a la ley.
La calidad institucional de su gobierno en comparación con el de
Yrigoyen se advierte con diferentes indicadores, relativos a la obser-
vancia de la división de poderes así como a las relaciones entre Esta-
do nacional y estados provinciales. Durante la primera presidencia de
Yrigoyen, la Cámara de Diputados presentó treinta y cinco pedidos de
concurrencia de los ministros, se aprobaron veintinueve y se sustancia-
ron sólo trece. En su segundo mandato, entre 1928 y 1930, se hicieron
diecinueve pedidos y ninguno fue aprobado. Durante la presidencia de
Alvear, se aprobaron las treinta y siete interpelaciones solicitadas y se
realizaron treinta y cuatro.
Con relación a las intervenciones federales, Yrigoyen dispuso quin-
ce intervenciones por decreto (durante el receso parlamentario) en su
primer gobierno y dos en el segundo, sobre un total de veinte y cuatro
intervenciones realizadas, respectivamente.26 En el gobierno de Alvear,
en cambio, se promulgaron doce intervenciones federales, cinco por ley
y las restantes por decreto: La Rioja (1924 y 1925); Catamarca (1928);
Jujuy (1923); Tucumán (1923); Santiago del Estero (1924 y 1928); Salta
(1928); San Juan (1925 y 1928); Mendoza (1924 y 1928). En estas dos úl-
timas provincias, las intervenciones de 1928 fueron aprobadas durante
la gestión de Alvear pero ejecutadas por Yrigoyen.27
Valen al respecto algunos comentarios. Determinadas decisiones
amparadas en argumentos institucionales fundamentaron la idea de
complicidad entre Alvear y el “contubernio”, nombre que recibió el
acercamiento entre antipersonalistas y conservadores (y desde 1927, so-
cialistas independientes).28 Fue el caso de su acatamiento a la decisión
del Congreso de no intervenir Córdoba. Allí, el triunfo de Julio Roca (h)
en las elecciones a gobernador en 1922 había estado antecedido por un
cambio en la ley electoral durante la gobernación anterior, de Ramón
100 Leandro Losada

Cárcano, que motivó la abstención del radicalismo. Ocurridas las elec-


ciones, Yrigoyen desconoció a las flamantes autoridades y se formalizó
el pedido de intervención en octubre de 1922. Se aprobó en diputados
pero lo rechazó el Senado, y Alvear respetó la decisión del Congreso.
En 1924, los diplomas de los legisladores cordobeses (demócratas y
socialistas) fueron aprobados con los votos de antipersonalistas, con-
servadores, socialistas y bloquistas sanjuaninos, y el voto desempate
del presidente de la Cámara, Mario Guido, antiyrigoyenista bonaerense.
Con ello, cobró forma el bloque parlamentario antiyrigoyenista, poco
antes de la constitución formal de la Unión Cívica Radical Antipersona-
lista. El proyecto de intervención a Córdoba fue nuevamente tratado en
diputados, y con esta nueva composición de la Cámara, fue rechazado.29
Antes de que Alvear asumiera el gobierno, Roca (h) le había escrito una
carta pública aludiendo a “la notoria carencia de mezquino interés” del
nuevo presidente para que desestimara la intervención.30
Por otro lado, como se dijo, Alvear apuntaló un proyecto de refor-
ma parcial de la Constitución de su primer ministro del Interior, José
Nicolás Matienzo, que apuntaba, con la elección directa de senadores
nacionales, entre otras disposiciones, a resolver uno de los motivos que
habían inspirado las intervenciones, el papel decisivo de los goberna-
dores en la elección de los senadores. Matienzo, con todo, renunció a
fines de 1923, precisamente por un disenso con Alvear sobre la inter-
vención a Tucumán aprobada por el Congreso. El ministro promovía
limitar las atribuciones del interventor, mientras que Alvear respaldó a
este último.31
En tercer lugar, las intervenciones federales no siempre condujeron
a gobiernos provinciales alineados incondicionalmente con el antiper-
sonalismo o con el propio Alvear. Así ocurrió porque las líneas de divi-
sión nacionales no se superpusieron necesariamente con las locales.32
En Mendoza o en San Juan, intervenidas con aprobación del Congreso,
el denominador común entre el antipersonalismo nacional y el lenci-
nismo, en la primera provincia, o el bloquismo, en la segunda, era bási-
camente la oposición a Yrigoyen. El estilo y el sentido de las políticas
de esas experiencias provinciales tenían más parecidos que diferencias
con las de Yrigoyen. Además, las intervenciones tuvieron desenlaces
diferentes: en Mendoza, Carlos Lencinas fue destituido (aunque el len-
cinismo volvió al poder en 1928), mientras que en San Juan, los Can-
Marcelo T. de Alvear 101

toni, artífices del bloquismo, siguieron controlando la provincia.33 Lo


cierto es que entre antipersonalismo, bloquismo y lencinismo hubo una
vinculación alentada, pero también limitada, por un adversario común.
En Tucumán, la intervención que detonó la renuncia de Matienzo, la
situación tuvo resultados más erráticos para el antipersonalismo. El go-
bernador Octaviano Vera había llegado al poder en 1922 con apoyo an-
tipersonalista y de los ingenios azucareros, enfrentados a Yrigoyen por
la disminución del proteccionismo. Luego, ante la oposición conjunta
de yrigoyenistas y conservadores, Vera impulsó políticas sociales y me-
didas que lesionaban los intereses de los ingenios (promovió proyectos
de ley de salario mínimo y de impuesto a la molienda azucarera). Esto
lo enfrentó a la legislatura y llevó a la intervención. En las elecciones
posteriores, en 1924, triunfó Miguel Campero, candidato de consenso
entre los diversos grupos radicales, pero alineado por entonces con
Yrigoyen. Como último ejemplo, cabe mencionar el caso jujeño. Allí,
la intervención por decreto durante el ministerio de Vicente C. Gallo
culminó con el acceso a la gobernación de Benjamín Villafañe. Feroz
antiyrigoyenista, se enfrentó de todos modos con el gobierno de Alvear
por el tema petrolero.
En cuarto lugar, Alvear frenó las iniciativas de Gallo para avanzar
con las intervenciones por decreto. Y lo hizo frente a un caso muy espe-
cial, la provincia de Buenos Aires. El episodio, sobre el que enseguida
se volverá, culminó en la renuncia del ministro y resultó clave en la re-
tracción del antipersonalismo. Los argumentos institucionalistas, con-
siderados a veces, como en el caso de Córdoba en 1922-1923, muestras
de complicidad con el “contubernio”, fundamentaron asimismo deci-
siones que culminaron defraudando las expectativas del arco antiyrigo-
yenista en el presidente.
En suma, el uso político de las intervenciones durante la presiden-
cia de Alvear no es nítido o, al menos, no es evidente su eficacia. O las
desestimó, o sus resultados no alinearon necesariamente a las provin-
cias con el antipersonalismo (o contribuyeron a debilitar decisivamente
al yrigoyenismo), o incluso allí donde esto sí ocurrió, no llevaron al
poder a gobiernos que respaldaron incondicionalmente al presidente y
su gestión.
102 Leandro Losada

La fractura del radicalismo

La diferenciación política más notoria de Alvear respecto de Yrigoyen


fue el apuntalamiento del antipersonalismo, que antecedió a la fractura
del partido en 1924. Al comienzo de su presidencia, sectores antiper-
sonalistas se habían impuesto en algunas provincias como Entre Ríos,
Santa Fe y Santiago del Estero, además del apoyo a estos grupos del
lencinismo mendocino y el cantonismo sanjuanino. De igual manera, a
fines de 1922 e inicios de 1923 se produjeron conflictos entre Elpidio
González y senadores antiyrigoyenistas (Melo, Saguier, Torino, Gallo),
que culminaron con un cambio en el reglamento de la Cámara alta que
anuló la facultad del vicepresidente de designar la composición de las
comisiones internas, y dieron lugar a la denuncia del “contubernio” de
antipersonalistas y conservadores en la misma Cámara.34
Iniciado su gobierno, el gabinete se compuso de referentes de esos
sectores, algunos cercanos o amigos de Alvear, como Tomás Le Bretón o
Ángel Gallardo. La única excepción fue Eufrasio Loza, el otro integrante
del gobierno, junto al vicepresidente, asociado a Yrigoyen. De acuerdo
a diversos testimonios, el fastidio de Alvear con Yrigoyen, y las razones
que lo alentaron a distanciarse de él, implícito ya en la conformación
del gabinete, se aceleró al descubrir que Yrigoyen había montado un ga-
binete paralelo en su casa de la calle Brasil, y que habían quedado pen-
dientes un gran número de designaciones destinadas a nutrir la “máqui-
na” leal al ex presidente (llegó a estimarse que eran quince mil).35
Algunos de sus ministros consideraron que esta temprana diferen-
ciación era una decisión acertada y auguraba una gestión exitosa de Al-
vear. Incluso culminaría erosionando el respaldo popular y partidario
de Yrigoyen: “Creo que Irigoyen [sic] será derrotado por Alvear con gran
rapidez […] Irigoyen comete un error de psicología al haber creído que
Alvear fuera hombre manejable o fácil de desalojar de la presidencia
para que quedara Elpidio”.36
La impresión de que con Alvear había llegado el antiyrigoyenis-
mo al poder no tardó en instalarse. Una de sus manifestaciones fue la
celebración de la prensa opositora al ex presidente, en todo su amplio
abanico. La Nación (el mismo diario que asiduamente criticó la política
económica “librecambista” de Alvear) ponderó su respeto por la divi-
sión de poderes y por las fronteras entre Estado y partido, manteniendo,
Marcelo T. de Alvear 103

de todos modos, la prudencia motivada por su filiación radical: “Aun


cuando el Dr. Alvear conserve y proclame su solidaridad con el partido
radical, deben existir entre su gobierno y el anterior diferencias sensi-
bles, que se han manifestado ya en muchos actos públicos y que necesa-
riamente se irán acentuando con el curso del tiempo”.37
La Fronda, diario conservador, fue un poco más allá. Por un lado, de
modo similar a La Nación, señaló que Alvear se asumía como “presidente
de todos los argentinos, no menciona el nombre de su partido, no dirige a
sus adversarios injurias […] el país entra, después de seis años de barba-
rie, en la normalidad y en la civilización”. Por otro, este augurado “retor-
no a la normalidad” llevaba al periódico de Francisco Uriburu a asociar
abiertamente la gestión de Alvear con los gobiernos anteriores a 1916,
pues con él se reanudaba el “ceñirse estrictamente a las buenas prácticas
administrativas que rigieron bajo los mejores gobiernos del régimen”.38
En el otro extremo del arco político, es sugerente advertir la recep-
ción del periódico yrigoyenista La Época al inicio del gobierno. Frente
a versiones como las de La Nación (o La Prensa, con las cuales pole-
mizaba abiertamente en sus editoriales), se remarcó la identificación
de Alvear con el radicalismo y la continuidad que su gobierno tendría
con el de Yrigoyen. Se subrayaba que el presidente electo sería “conti-
nuador fiel de una brillante obra de gobierno” o que “su tarea ha de ser
fácil […] un gran partido lo escoltará en su marcha”.39 Asimismo, se
destacaba la “recíproca lealtad de dos hombres de honor”. A lo sumo,
se contemplaba que en “la presidencia Alvear importará la victoria de
una tendencia política –de un matiz, cuanto menos– distinta al ejecu-
tivo actual”.40
Pocas semanas después, desplegadas ya las primeras acciones de
la gestión, los énfasis cambiaron. Primero, se desmentían las versiones
según las cuales “el doctor Alvear vacila ante los grupitos desmelena-
dos que se han desmembrado del radicalismo”. Pero, por ello mismo,
entonces, la lineal continuidad entre el nuevo gobierno y el de Yrigoyen
era puesta en duda.41 Luego, comenzaron a emerger las críticas a las
políticas oficiales, como la pasividad frente a la situación en Córdoba
o el decreto que prohibía la participación política de los empleados
estatales. El objeto de las impugnaciones, con todo, no era Alvear, sino
los ministros, en especial Matienzo.42 Finalmente, el diario comenzó a
llamar a la acción al propio Alvear. La pasividad parecía encubrir una
104 Leandro Losada

inclinación política: “el Presidente de la República […] no puede per-


manecer en silencio ante la audacia de un gobierno sedicioso que orga-
niza un comicio ilegal”, como afirmó por ejemplo, otra vez, con relación
a la situación en la provincia de Córdoba.43
Tal como expresó un analista contemporáneo, para Alvear:

[La] equidistancia del poder de ambas fracciones era transitoria-


mente posible, y, día más, día menos, había de suceder lo que no
tardó en producirse: aquella en la que militaban más elementos
vinculados al doctor Alvear por amistad, compañerismo u otras
razones, acercósele y brindóle su adhesión y concurso; la otra,
por su parte, recelosa acaso de la preferencia que al parecer se le
acordaba, empezó a distanciársele hasta asumir una actitud de
franca oposición.44

Los obstáculos a la administración se hicieron sentir rápidamente. Los


diputados yrigoyenistas y el vicepresidente Elpidio González, por ejem-
plo, no concurrieron a la apertura de sesiones de 1924. En respuesta, co-
bró forma el “contubernio”. Oficialismo y oposición se realinearon. Los
desprendimientos del partido de gobierno integraron uno y otra, condi-
cionando a su vez a los restantes actores del sistema político. Ni persona-
listas ni antipersonalistas tuvieron mayoría propia luego de la división.
El poder de iniciativa de los antipersonalistas y el “contubernio” fue con-
frontado por la usual práctica del bloque yrigoyenista en diputados de
ausentarse o retirarse para impedir la formación de quorum.45
Se ha visto en el capítulo anterior que varios proyectos de ley no
recibieron tratamiento o sanción parlamentaria. Alvear tuvo persisten-
tes dificultades, incluso, para lograr la aprobación del presupuesto.46 En
semejantes circunstancias, el inicial apuntalamiento del antipersona-
lismo se debió a razones de realpolitik. Además de un mensaje a Yrigo-
yen, era necesario lograr respaldo a las iniciativas del Poder Ejecutivo.
Todo esto, precisamente, es lo que motivó la crítica a Alvear desde el
personalismo, como las que lanzaban las editoriales de La Época. Sin
embargo, en dos oportunidades, Alvear rechazó la iniciativa con la que
el antipersonalismo se proponía quebrar al yrigoyenismo. En 1925 y en
1927 desestimó las presiones para intervenir la provincia de Buenos
Aires, bastión electoral clave, controlado por el ex presidente.
Marcelo T. de Alvear 105

En la primera ocasión, la negativa presidencial motivó la renuncia


de su ministro del Interior en julio de 1925, Vicente C. Gallo (el pro-
yecto se había presentado en marzo). El punto de inflexión que signi-
ficó para el rumbo del gobierno, y en la percepción de la propia figura
de Alvear, se advierte al contemplar la zigzagueante y recíprocamen-
te inversa evaluación del episodio que hicieron los medios de prensa
identificados con el yrigoyenismo y el antipersonalismo, La Época y La
Acción, respectivamente.47
En un primer momento, La Acción defendía la política presiden-
cial, a pesar de la indeterminación de Alvear, subrayando tópicos co-
nocidos: la hesitación no era tal; sólo había un atento cuidado a los me-
canismos institucionales.48 Consumada la renuncia de Gallo, el diario
(que se había preocupado por desmentirla al instalarse las versiones
que la daban por hecha), por un lado afirmó que el contrapunto se había
resuelto “en términos afectuosos y cordiales”,49 y que las discrepancias
habían sido de procedimiento o de sentido de oportunidad, pero no
de propósito.50 Por otro lado, La Acción reivindicó la figura y la actua-
ción de Gallo, incluyendo connotaciones que planteaban que su salida
del gabinete evidenciaba cierta ingratitud presidencial.51 Y, aún más,
se formularon disidencias y perplejidades frente a las decisiones presi-
denciales: “su orientación, lógica y correctísima” sufrió “en la práctica
más de una desviación, que nos cuesta disculpar”. En consecuencia, “la
presidencia […] ha llegado a una zona de peligro con la salida del doc-
tor Gallo del Ministerio del Interior”. Las suspicacias se fundamentaban
en que se creía advertir cuál era el móvil presidencial: distanciarse del
antipersonalismo, o en todo caso, reunificar el radicalismo: “¿Anhela el
presidente la fusión de las dos tendencias en que está dividido el radi-
calismo? No lo dudamos. Pues bien, expréselo en forma de que ningún
radical pueda ignorarlo dentro del país”.52
La Época, en cambio, muestra la misma evolución pero en sentido
inverso, de la crítica al elogio. Se ha visto que la inicial expectativa
por su gestión había dado paso a la incertidumbre e incluso a cierta
desaprobación. La renuncia de Gallo revirtió el diagnóstico. El genuino
radicalismo de Alvear se mostraba con claridad. El ministro había caído
“entre la execración pública. Sus planes se han frustrado, estrellándo-
se contra la inconmovible integridad cívica del primer magistrado, al
cual quiso envolver en sus sinuosas redes”.53 Las afirmaciones del dia-
106 Leandro Losada

rio yrigoyenista permiten ver que un mismo conjunto de atributos, en


su momento utilizado para distinguir a Alvear de Yrigoyen, podían ser
movilizados también contra el antipersonalismo desde el yrigoyenismo.
Alvear era “un mandatario fiel a su origen, cuya elevada magistratura
ha sido puesta al servicio del ideal permanente de las instituciones”.54
La renuncia de Gallo alentó, poco después, la dimisión de Tomás Le
Bretón. Anunciada y desmentida en agosto, finalmente se concretó en
septiembre. El episodio provocó un distanciamiento personal, no sólo
político, entre Alvear y su ex ministro de Agricultura.55 La conclusión
que La Época extraía de todo ello era la nítida brecha entre Alvear y sus
ministros antipersonalistas: “Es pues evidente que el Dr. Alvear no ha-
bría provocado la salida de su gobierno de los representantes en su seno
del plan intervencionista, si hubiese podido sentirse por él atraído”.56

El gabinete presidencial, julio 1925. A la derecha de Alvear está Vicente Gallo.


Pocos días después el ministro del Interior presentaría su renuncia. Fuente:
Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

El rumbo de los acontecimientos pareció rubricar esta percepción. El


proyecto de intervención a la provincia de Buenos Aires volvió a ser mo-
torizado desde el Senado por Leopoldo Melo en septiembre de 1925.57
Marcelo T. de Alvear 107

Aprobado por la Cámara alta, Alvear no lo incluyó en la agenda de se-


siones extraordinarias de la Cámara de Diputados, evitando así su trata-
miento y eventual aprobación.58 A su vez, Alvear acordó con Yrigoyen
el sucesor de José Luis Cantilo, el gobernador bonaerense por entonces.
El elegido fue Valentín Vergara, jefe de la bancada de diputados yrigoye-
nistas. Esta transacción impidió la postulación de un candidato incon-
dicionalmente personalista, Delfor del Valle. Por ello mismo, despejó
toda posibilidad de que Alvear apuntalara la intervención.59 La contro-
versia de semejante negociación en un escenario polarizado se advier-
te en que para los grupos más enfáticamente personalistas, Vergara era
el candidato del presidente; mientras que los medios antipersonalistas
aludían a “la cortina de humo de la ingerencia [sic] presidencial”, su-
brayando que Alvear no era un “politiquero” como Elpidio González.60
Lo cierto es que el desenlace supuso un revés para el antipersonalismo,
cuyas críticas a “la calamitosa administración pública del Sr. Cantilo”
se habían sucedido entre julio, agosto y septiembre con asiduidad casi
diaria.61 Paralelamente, además, el reemplazante de Gallo en la cartera
de Interior fue José Tamborini. Con esta decisión, Alvear parecía pro-
piciar una tregua o inclusive un acercamiento con el personalismo. Así
lo demuestra, entre otras cosas, la cautela y la desconfianza con las que
el antipersonalismo recibió la noticia.62 Todas estas circunstancias, en
suma, recortaron un Alvear distanciado de los grupos antiyrigoyenistas.
Sin embargo, las oscilaciones continuaron. En 1926, las elecciones
parlamentarias dieron el triunfo al radicalismo personalista y provoca-
ron una nueva recomposición del poder legislativo. La presión sobre el
gobierno volvió a manifestarse en el obstruccionismo parlamentario y
en la falta de sanción del presupuesto. Ese año, Alvear convocó y luego
clausuró las sesiones extraordinarias, sin resultados. En la apertura de
las sesiones legislativas afirmó:

Las sesiones ordinarias transcurrieron sin que la notoria buena


voluntad individual de todos lograse dar eficacia práctica a la la-
bor parlamentaria […] En esta situación, el Poder Ejecutivo se
permitió recurrir nuevamente a Vuestra Honorabilidad y os con-
vocó a sesiones extraordinarias […] Pero, desgraciadamente, el
período extraordinario se malogró también […] Ese estado de co-
sas determinó el retiro de los asuntos incluídos [sic] en la convo-
108 Leandro Losada

catoria y el consiguiente acuerdo de gobierno que resolvió ajustar


la organización administrativa y los servicios públicos a las pres-
cripciones de la ley de presupuesto últimamente sancionada por
Vuestra Honorabilidad.63

Alvear en la apertura de las sesiones legislativas, 1926. Las difíciles relaciones


con el parlamento signaron su presidencia. Fuente: Archivo General de
la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Es posible que en esta alocución fueran mayores las motivaciones polí-


ticas que las estrictamente derivadas de las dificultades concretas para
Marcelo T. de Alvear 109

la gestión. Como se puede ver en el mismo discurso, la falta de apro-


bación parlamentaria le confería al Poder Ejecutivo un margen sugesti-
vo de autonomía para el manejo de las cuentas públicas.64 Aun así, la
situación parecía conducir a un nuevo acercamiento entre Alvear y el
antipersonalismo.
En estas coordenadas, en marzo de 1927 la bancada socialista en Di-
putados presentó un proyecto de intervención a Buenos Aires con mo-
tivo del “auge del juego” en la provincia.65 La iniciativa coincidió con
otro hecho crucial en la escena política. A fines de abril, la convención
antipersonalista promulgó la fórmula Leopoldo Melo-Vicente Gallo (es
decir, los máximos referentes de los proyectos de intervención a Buenos
Aires de 1925), para las elecciones presidenciales de 1928.66
La responsabilidad de Alvear en este asunto fue motivo de todo tipo
de especulaciones y rumores, justamente porque el presidente reincidió
en formas y tonos conocidos: el silencio, la indefinición, consideracio-
nes que, por sus ambigüedades, suscitaban dudas e incertidumbres más
que certezas, o interpretaciones abiertas y disímiles. A fines de marzo,
por ejemplo, circuló una declaración según la cual había afirmado que:

El futuro presidente de la Nación tiene que ser y debe ser radical


[…] Es evidente que el partido Radical, en este momento, está
dividido en dos facciones. Si las fuerzas que no militan en el radi-
calismo lo creen conveniente y lo consideran patriótico, deberán
adherirse a la candidatura radical que les ofrezca mayores garan-
tías de corrección administrativa, acción patriótica, y eficiencia
en el gobierno, pero bien entendido, que sin que para ello medie
pacto, ni compensaciones de ningún género.

Para los antipersonalistas, esta apreciación explicitaba su oposición a Yri-


goyen y su aval a un candidato que lo enfrentara (alguien que garantizara
“corrección administrativa”) así como cierta conformidad con el “contu-
bernio” a pesar de una igualmente explícita censura a pactos o acuerdos.67
En cambio, personalistas como Leopoldo Bard desmintieron la ve-
racidad de estas declaraciones, revelando un punto que por cierto se
reitera en los medios de prensa asociados al yrigoyenismo: la descon-
fianza o la incertidumbre sobre la posición de Alvear se cuidaba de con-
vertirse en una crítica explícita.68 En paralelo, se hacía un llamamiento
110 Leandro Losada

al primer mandatario, y a su condición de radical, para que advirtiera


un hecho incontestable: “la única candidatura para la presidencia que
cuenta con mayoría electoral es fuera de toda duda la del Doctor Hi-
pólito Yrigoyen”. Alvear debía “meditar hondamente sobre la tremen-
da responsabilidad histórica que asumiría cediendo a sugestiones que
comporten inmoralidades que deben merecer el más franco repudio”.69
De todos modos, los tonos cambiaron poco después. La eventual
simpatía presidencial por la fórmula Melo-Gallo supondría “una teme-
raria agresión al civismo argentino”.70 El personalismo exigía definicio-
nes de Alvear, para despejar toda sospecha: “Hable el presidente, por-
que su silencio se interpreta como connivencia, y resulta, lógicamente,
culpable de la osada explotación que se viene haciendo en su nombre
[…] Proclame su prescindencia y exija esa prescindencia a sus colabo-
radores”.71 Proclamada la fórmula Melo-Gallo, Alvear apareció como su
responsable y principal sostén:

No sabemos si el Presidente dice o deja de decir que no influirá


en la formación de candidatos para la futura presidencia. En cam-
bio, sabemos lo que hemos visto y lo que ha presenciado todo el
país, es decir, la convención contubernista evolucionando bajo
las inspiraciones de la Casa Rosada y zanjando sus diferencias y
antagonismos bajo el influjo de los primeros y amenazas de quie-
nes públicamente se titulaban mediadores de cuño presidencial.72

Estas consideraciones, por cierto, se inscribían en una serie de editoria-


les que, con un tono duro aunque en general respetuoso o que al menos
evitaba el agravio, venían lanzando críticas a Alvear por otros temas
(como las recientes elecciones en Mendoza).73
Desde el antipersonalismo, como puede suponerse, se defendió a
Alvear de las acusaciones y se lo excluyó de toda incidencia en la de-
finición de la fórmula.74 El argumento tampoco fue novedoso. Como en
1925, el silencio de Alvear revelaba un presidente que honraba la in-
vestidura presidencial al no rebajarla a la “politiquería de comité”. A
diferencia de Yrigoyen, no era un “gran elector”.75 De todos modos, Al-
vear habría intervenido para que Melo encabezara la fórmula, en lugar
de Gallo. Vale recordar que Melo era amigo de Alvear desde los tiempos
de la facultad.76
Marcelo T. de Alvear 111

Es notorio, por cierto, cómo ambos grupos apelaban a que Alvear


asumiera una misma posición, en parte porque era consecuente con su
estilo, la prescindencia. Para unos (La Época), porque así se desmentiría
su vinculación con el antipersonalismo; para otros (La Acción), porque la
prescindencia no ocultaba lo evidente: con sus actos y consideraciones
(como las de marzo, arriba citadas) estaba claro que Alvear se encolum-
naría con el antipersonalismo contra Yrigoyen. Lo cierto es que en 1927,
para ambos sectores, emergía un Alvear más parecido al de 1925, anterior
a la renuncia de Gallo, y diferente al que había buscado recomponer rela-
ciones con el personalismo a partir del ministerio de Tamborini.
En consecuencia, reapareció la expectativa sobre qué haría el pre-
sidente frente al proyecto socialista de intervención bonaerense. El dis-
curso de apertura de las sesiones legislativas de 1927 dio pie, otra vez,
a conjeturas y especulaciones. Para unos, en su mensaje Alvear había
condenado los sectarismos, otorgando así un implícito pero indudable
apoyo a la intervención.77 Para otros, el discurso revelaba que si Alvear
era fiel a su declamado respeto por las instituciones, no podría respaldar
la medida.78 Desde el antipersonalismo se planteaba que había un aspecto
clave para confiar en la intervención. A diferencia de lo ocurrido en 1925,
su origen no estaba en el Poder Ejecutivo ni se pretendía concretar du-
rante el receso del Congreso. Por ello, “El Poder Ejecutivo, respetuoso de
las decisiones legislativas, tendrá que promulgarla”.79 A los personalistas
“les resta una vaga esperanza: el veto del Poder Ejecutivo. No hay un solo
elemento de juicio que permita abrigar esa ilusión, pues el Dr. Alvear ha
promulgado todas las iniciativas parlamentarias de tal naturaleza”.80
Estos pronósticos, sin embargo, se vieron nuevamente defraudados.
El hecho decisivo, de todos modos, no tuvo a Alvear como protagonista
central. El socialismo había estipulado como condición para desestimar
la iniciativa que se derogara la legislación sobre casinos y extracción y
venta de loterías en la provincia. Hubo negociaciones entre Juan B. Justo
e Yrigoyen que finalmente lograron ese propósito. En consecuencia, a ini-
cios de junio de 1927, el proyecto fue retirado.81 Aun así, la comisión de
asuntos constitucionales de la Cámara de Diputados solicitó a Alvear un
juicio sobre “si en las relaciones de poder a poder ha encontrado alguna
anormalidad en los actos realizados por el gobierno de Buenos Aires, que
acusen perturbación de carácter institucional o procedimientos irregula-
res en cualquier sentido que fuere”. La respuesta fue contundente, una
112 Leandro Losada

vez más aludiendo a argumentos institucionales: “De las relaciones habi-


tuales del poder ejecutivo con los gobiernos de provincias, no puede infe-
rirse juicio alguno sobre la normalidad o anormalidad institucional, pues
los estados provinciales se desenvuelven de acuerdo con su legislación
local y sin ingerencia [sic] del gobierno federal”. La indignación apenas
contenida de la prensa antipersonalista se plasmó en una crítica a la con-
sulta: formulada en esos términos, sólo podría haber recibido la respuesta
que consiguió. Si se hubiera interrogado a Alvear sobre “si en concepto
del Poder Ejecutivo existe anormalidad institucional en la provincia de
Buenos Aires, el juicio del gobierno hubiera sido categórico y rotundo”,
pues “todo lo que sucede en Buenos Aires lo sabe el Presidente. Todas
las vergüenzas que allí se producen no las ignora el doctor Alvear y por
eso mismo resultaba torpe y audaz el requerirle un juicio como el que le
solicitó la Comisión de Negocios Constitucionales”.82
Es probable, de todos modos, que el desenlace hubiera sido simi-
lar. Las versiones sobre un entendimiento entre Alvear e Yrigoyen re-
corrieron a la prensa durante estos meses. Entre ellas, se apuntó que
Yrigoyen aceptaría la candidatura presidencial con la condición de que
Alvear fuera reconocido como jefe del partido. La recurrencia con la
que aparece este tipo de noticias y las desmentidas categóricas que las
acompañaban en los medios antipersonalistas emergen como indicios
de su verosimilitud.83 Se ha afirmado, asimismo, que Alvear aseguró
personalmente al gobernador Vergara que no había avalado la iniciativa
(Vergara le planteó que, en caso de concretarse la intervención, trasla-
daría el gobierno a Azul).84
Hay que contemplar que el proyecto de intervención promovió mo-
vilizaciones en su contra.85 A su vez, los mecanismos de presión ya en-
sayados en oportunidades anteriores (la falta de cooperación legislativa
y de sanción al presupuesto) eran alentados para condicionar al gobier-
no u obligar a Alvear a negociar con el personalismo.86 Todos estos as-
pectos parecen haber gravitado en Alvear. Según su ministro Ángel Ga-
llardo, el presidente sondeó en su gabinete opiniones sobre la iniciativa
y “nadie defendió la intervención”. Las razones: los débiles argumentos
constitucionales; el deterioro que significaría para la consideración pú-
blica de la gestión avalar semejante medida; finalmente, su irrelevan-
cia para horadar el respaldo a Yrigoyen.87 Para cerrar este panorama,
hay que recordar, finalmente, dos puntos mencionados en el capítulo
Marcelo T. de Alvear 113

2. Alvear había frenado la utilización del presupuesto para crear una


“máquina” electoral y política antipersonalista, tal como había preten-
dido Gallo durante su ministerio, y mantuvo cierta displicencia ante
las iniciativas de sus ministros antipersonalistas en el frente sindical.88

Con Valentín Vergara, gobernador bonaerense, 1926.


La disputa por la provincia de Buenos Aires definió la con-
frontación entre yrigoyenistas y antipersonalistas durante la
presidencia de Alvear. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.

¿Cómo explicar, entonces, todas estas decisiones, las oscilaciones, las


marchas y contramarchas? La pregunta es ineludible, pues, como se ha
dicho, es difícil advertir qué obtuvo Alvear con ellas. No logró quebrar
el liderazgo de Yrigoyen, no pudo imponer un sucesor en 1928, sembró
desconfianza en personalistas y antipersonalistas por igual.
Lamentablemente, se carece de un archivo personal de Alvear para
estos años que permita inferir las razones. Las hipótesis, por lo tanto, de-
ben tejerse a partir de testimonios de terceros. Un argumento reiterado es
la propia personalidad de Alvear. Así como no quiso quedar a merced de
Yrigoyen, tampoco estuvo dispuesto a ser un instrumento de los antiperso-
nalistas. Su respuesta a Melo en ocasión del rechazo a la intervención bo-
naerense de 1927 es nítida: “Vea, amigo Melo […] dejemos la intervención
a un lado. Salga a la calle y luche con sus propias fuerzas y gane en buena
114 Leandro Losada

hora, si puede. Buenas tardes”.89 Asimismo, se ha señalado que, al menos


en 1925, el rechazo a la intervención se debió a no sumar un problema adi-
cional en un escenario difícil. Por entonces estaba en un punto delicado el
conflicto con el Vaticano por el Arzobispado de Buenos Aires.90
La confrontación entre Alvear y antipersonalistas como Vicente
Gallo podría pensarse a la luz de la contraposición entre la ética de
la responsabilidad y la ética de las convicciones. Según esta célebre
distinción de Max Weber, la racionalidad política a menudo implica an-
teponer la ética de la responsabilidad, la consecución de un resultado,
a las convicciones.91 Para Gallo podría decirse que el resultado perse-
guido, impedir el regreso de Yrigoyen al poder, justificaba suspender la
observancia estricta de los canales institucionales. Para Alvear, en cam-
bio, no era así, o incluso puede decirse que había un contrapunto en el
resultado a buscar. Quizá mejor aún, había una superposición entre las
convicciones y la responsabilidad. La consolidación institucional de la
república era un objetivo al que debía subordinarse toda confrontación
política.
Al menos en 1925 Alvear no desconoció los fundamentos para la
intervención bonaerense. Su negativa se debió a los procedimientos y
a las formas a través de las cuales se quería llevar adelante esa inter-
vención: durante el receso parlamentario y, por lo tanto, sin aproba-
ción del Congreso. Alvear calificó la situación de Buenos Aires como
“institucionalmente anormal” y por ello “procedente la intervención
federal; pero, por no mediar en el momento los motivos de urgencia
que, según reiteradas declaraciones, y normas aplicadas en casos se-
mejantes pueden autorizar al Ejecutivo para intervenir una Provincia
en el receso parlamentario […] resuelve someter el asunto a la decisión
del Congreso”.92 Como se ha visto, la prensa antipersonalista había pre-
sentado el contrapunto con el ministro como un disenso por cuestiones
procedimentales, mientras que la yrigoyenista había celebrado luego el
rechazo presidencial a la intervención destacando que éste evidenciaba
su compromiso con los mecanismos institucionales. Merece subrayar-
se, por otro lado, que a inicios de 1928 hubo fuertes rumores de un
posible golpe de Estado encabezado por el general Justo para impedir
las elecciones presidenciales. Esta eventual posibilidad no se concretó
y Justo publicó una carta abierta en La Nación desmintiéndola. El epi-
sodio sugiere cuatro cosas: la intensidad a la que llegaron las presiones
Marcelo T. de Alvear 115

sobre Alvear, su resistencia frente a ellas, una muestra no desdeñable


de carácter y, por cierto, compromiso con la estabilidad institucional.93
Alvear parece haber tenido una concepción de la investidura presi-
dencial que la escindía de la acción política y la vinculaba a la respon-
sabilidad institucional. Entendía que “la mejor política para un gober-
nante es hacer buen gobierno; porque, si, además de eso, quiere también
hacer política, hace mala política y mal gobierno”. La aplicación de
tales juicios a la práctica suponía un renunciamiento a construir poder
con los instrumentos que confería el control del Poder Ejecutivo. Este
tipo de declaraciones, o las críticas al “caudillismo”, desde otro punto
de vista, podrían entenderse como una manera de hacer virtud de las
carencias. O al menos, de los desintereses. Ocultaban un desgano por
el trabajo de ganar, cooptar o construir lealtades y redes políticas; el
trabajo que por ejemplo Yrigoyen había realizado con constancia y pa-
ciencia durante años, desde el llano primero y desde el poder después.
Su secretario, después de todo, supo definirlo como un buen estadista
pero un mal político.94
En todo caso, la diferenciación con Yrigoyen colocó a Alvear en
una encerrona. Para confrontarlo, no podía apelar a los mismos méto-
dos que aquel había utilizado. Pero sin ellos no podía derrotarlo. Sin ol-
vidar convicciones, pero dejándolas por un momento de lado, la apues-
ta de Alvear por construirse políticamente como un reverso de Yrigoyen
bien pudo culminar como un condicionamiento para edificar poder de
acuerdo a los métodos más transitados en la política argentina. Y, a la
vez, un capital insuficiente para construirlo por otras vías. Tal como se
planteó para los contratiempos de su gestión, quizá su figura social y
su figura política, en lugar de retroalimentarse, jugaron una contra la
otra. El perfil aristocrático bien pudo generar un distanciamiento con la
sociedad que no fortaleció al presidente institucionalista y republicano.
Aun así, quizá habría que sumar más elementos de análisis. Pue-
de pensarse que su estilo de gobierno colegiado, el “dejar hacer” a su
gabinete, incluso sus indefiniciones y silencios, no fueron (solamen-
te) la traducción de una personalidad o de convicciones. Es plausi-
ble interpretarlas como el resultado de una racionalidad política, o
al menos, de una apuesta política. Al leer la prensa partidaria, por
ejemplo, se advierte que el protagonismo de los ministros exculpa-
ba, hasta cierto punto, al presidente de responsabilidades. Eran los
116 Leandro Losada

titulares de la cartera de Interior los señalados como los cerebros


o como los motores políticos del gobierno, para bien o para mal.
La Época criticaba a Matienzo o a Gallo; La Acción expresaba sus
reparos frente a Tamborini. Pero ambos cuidaban sus palabras con
relación a Alvear, o incluso, no lo incluían en sus apreciaciones. Es
cierto que la prudencia en lanzar ataques contra él podían deberse a
razones de diversa índole: materiales (la publicidad oficial); simbóli-
cas (el respeto a la investidura presidencial); políticas (la dificultad
de confrontar con un primer magistrado que en última instancia era
radical y frente al cual, por lo tanto, era más razonable disputarse
su adhesión que denostarlo; en el caso de La Época, al menos en un
principio, criticar a Alvear era de algún modo criticar a Yrigoyen,
que era quien lo había elegido como sucesor). Pero, sin objeción de
lo anterior, el panorama resultante devuelve una imagen sugerente.
El carácter colegiado del gobierno quitaba centralidad al presidente
en su propia gestión, pero en el reverso de la moneda, no lo exponía
a ataques o críticas lapidarias. La prescindencia, a su vez, habilitaba
especulaciones de un Alvear que podía fundadamente filiarse con
el antipersonalismo o con el yrigoyenismo, según los casos, y para
bien o para mal. Desde este punto de vista, el Alvear displicente
o “institucionalista” no habría sido exclusivamente el resultado de
una manera de ser, como a menudo se lo ha retratado, sino una cons-
trucción política. Fallida, en última instancia, pero no por ello signo
de apoliticidad o mero desinterés.
Con lo dicho, por lo tanto, no se pretende idealizar a Alvear como
un inclaudicable protector de las instituciones.95 No se restringió a “ha-
cer gobierno”. A su modo, también hizo política, en ocasiones, incluso,
poniendo en suspenso las observancias institucionales. Por ejemplo, a
raíz de las sospechas y la desconfianza en el vicepresidente González,
no delegó el mando en las ocasiones en que se ausentó de la Capital Fe-
deral. En las negociaciones para la candidatura a gobernador bonaeren-
se de 1926 aseguró a José Luis Cantilo que enviaría la intervención si los
elegidos eran los yrigoyenistas Delfor del Valle o Nereo Crovetto.96 Se
ha afirmado que Alvear “no fue la excepción a la regla sudamericana”
de “la pasión por el mando”, “no obstante su formación espiritual a la
europea”. Por ello, pretendió “casi desde el comienzo de su gestión, que
también fuesen alvearistas, y sobre todo ‘presidencialistas’, todos los
Marcelo T. de Alvear 117

hombres de su partido, especialmente los legisladores con quienes él


inició la marcha”.97 La apuesta de hacer del antipersonalismo un alvea-
rismo que confrontara con el yrigoyenismo recorrió la opinión pública
al menos hasta 1925.98
Al mismo tiempo, si las necesidades jugaron su parte en el apun-
talamiento del antipersonalismo, en el distanciamiento incidieron tam-
bién razones de cálculo. No sólo los contrapuntos por los procedimien-
tos. En 1927, se ha dicho, el rechazo a la intervención encontró una de
sus fundamentaciones en su irrelevancia para torcer el equilibrio políti-
co a favor de Yrigoyen. Quizá también haya gravitado la consideración
de que era innecesario confrontar con un personaje que tenía ya setenta
y seis años en 1928 y no dejaba un sucesor directo a la vista. El limitado
respaldo al antipersonalismo se vio alentado por el hecho de que no lo-
gró convertirse en una fuerza electoral decisiva. El “contubernio” parla-
mentario fue ineficaz para destrabar la relación con el Poder Legislativo.
Alvear parece haber concluido que la confrontación con Yrigoyen era
una batalla que no podía ganar, o incluso, quizá, una batalla que no era
necesario afrontar.
Ahora bien, al menos desde una mirada retrospectiva, parece poco
plausible que el distanciamiento con el antipersonalismo hubiera podido
conseguirse sin costos. Cuando las necesidades condujeron a la recom-
posición de relaciones con el yrigoyenismo, era demasiado tarde. La de-
signación de José Tamborini, recibida como un gesto en esa dirección, fue
sucedida por un nuevo ciclo de tensión entre el gobierno y el radicalismo
personalista luego de las elecciones de 1926. De todos modos, el nuevo
acercamiento al antipersonalismo en 1926 y 1927 parece haber tenido
como principal motivación presionar al yrigoyenismo para que acompa-
ñara al gobierno.99 Lo cierto es que lo realizado en 1923 y 1924 parecía te-
ner su continuación natural en el respaldo decidido al antipersonalismo
y en la confrontación abierta con Yrigoyen. Una posibilidad que, como se
vio, siguió siendo percibida como plausible en 1927. El cambio de rum-
bo, motivado por circunstancias en parte generadas por el propio Alvear
al obturar el antipersonalismo, resultó inconsistente. Esa obturación, en
todo caso, no fue sustituida por una estrategia alternativa. La edificación
de un espacio propio, un genuino “alvearismo”, por vías quizá distintas
a las usadas por Yrigoyen, fue desestimada. Y es difícil encontrar razones
que no sean el desinterés, o la ineptitud.
118 Leandro Losada

Entonces, ¿el político Alvear chocó con un Alvear moral? Sería


sim­plista contestar afirmativamente. Hay razones para identificar en
Alvear el objetivo de ocupar el poder y mantenerlo. El fracaso en conse-
guirlo tuvo entre sus causantes limitaciones, puntos de vista, apuestas
y decisiones propias. Entre estas últimas hubo algunas pragmáticas o
de cálcu­lo, pero también otras de diferente índole. Entre ellas, hay que
incluir un cuidado por la observancia institucional que, si no puede
sobreestimarse, tampoco puede considerarse sólo declamatorio, pues
tuvo gestos nítidos y consecuencias prácticas costosas.

Balance político

Alvear estuvo en una encrucijada, por la misma naturaleza de su acceso


a la presidencia. Debía construir poder y también lograr consenso. Los
vaivenes de su gobierno frente a la división radical, pero también res-
pecto a las reformas propuestas por su gabinete, pueden pensarse como
una oscilación por una de las opciones hacia la otra, o incluso como
resultado de una superposición entre ambas, como si se apostara a una
relación de sinergia entre la edificación de consenso y la construcción
de poder.
Ambos objetivos, en realidad, eran incompatibles. La construcción
de consenso obturaba la decisión política. Anulaba la posibilidad de
tomar cursos de acción, pues éstos favorecerían a unos y perjudicarían a
otros (corporaciones empresariales o sindicales, gobiernos provinciales,
el antipersonalismo, según el caso). O, al revés, la necesidad de tomar
decisiones políticas implicaría necesariamente costos en la cuenta del
consenso. Desde este punto de vista, Alvear aparece como gran respon-
sable de sus propios traspiés. Por desgano; por impericia; por advertir
con aplomo que no podía disputar con Yrigoyen el respaldo radical (y
popular); por responsabilidad institucional; por lealtad.
El “factor” Yrigoyen, precisamente, no puede soslayarse. Entre am-
bos hubo una ligazón profunda, que hizo que los desencuentros nunca
llegaran a un quiebre irreparable. Puede ser superficial ensayar una ex-
plicación psicologista de la política, o pensarla sólo como el resultado
de relaciones entre “grandes hombres”. Pero también es inadecuado
desconocer la gravitación de estas dimensiones.
Marcelo T. de Alvear 119

Los testimonios de quienes rodearon a Alvear marcaron que parece


haberle otorgado una gran importancia al impacto de sus decisiones en
su reputación y prestigio personal. Aparecer como un traidor le resulta-
ba, en este sentido, intolerable.100 La prensa partidaria, como se ha visto,
jugó con esta posibilidad, interpelando a Alvear en su condición radi-
cal para incidir en sus decisiones. Es posible pensar que hubo cálculos
prácticos en su rechazo a enfrentar a Yrigoyen. No por ello, sin embar-
go, debe desestimarse otro tipo de motivaciones. Egoístas quizá, pero
tampoco absoluta o necesariamente escindidas de valoraciones mora-
les. Pues la imagen de la traición devela algo más que una connotación
política. Alvear no quiso quedar como un traidor al radicalismo. Pero,
sobre todo, no quiso quedar como un traidor a Yrigoyen.101
Se ha sugerido que Yrigoyen supo apelar a la relación que lo unía a
Alvear para neutralizarlo políticamente (algo así podía inferirse del in-
tercambio epistolar durante el episodio de la Sociedad de las Naciones).
En la prensa de la década del veinte se encuentran semblanzas en las
que Yrigoyen dejaba ver “la sombra de Maquiavelo”, mientras que Alvear
sobresalía por el desdén al “sensualismo del poder”.102 Sin embargo, asi-
mismo se ha destacado que Yrigoyen subrayó que las críticas al gobierno
y al antipersonalismo no debían hacerse extensivas a Alvear: “Marcelo
es, a pesar de todo, un buen muchacho […] Ya lo saben: nada de atacarlo
a Marcelo. Digan lo que deban decir, pero no lo toquen a Marcelo”.103
En la coyuntura electoral de 1928 se multiplicaron las opiniones
de que el conflicto entre ambos tenía mucho de impostura.104 Su des-
afección a enfrentar a Yrigoyen fue advertida en la prensa de manera
relativamente temprana. Las expectativas (o las críticas, según el caso)
desplegadas al inicio de su gobierno se convirtieron en objeciones o
desentendimientos (y en sentido inverso, revalidaciones) avanzando
los años de su mandato. La Época y La Acción alternaron la crítica,
el distanciamiento, la ponderación y el desconcierto frente a Alvear al
ritmo de los acontecimientos. Fuera del espacio radical, La Fronda de-
ploró su “crónica retirada” y su “lento suicidio” y lo apodó “capitán del
Mafalda” (en alusión al trasatlántico italiano que naufragó en las costas
de Brasil en 1927). La Nación también perdió expectativas, hacia 1926,
de que Alvear consolidara un espacio antiyrigoyenista. Crítica, por su
parte, advirtió luego de la renuncia de Gallo el rechazo de Alvear a con-
vertirse en el jefe del antipersonalismo.105
120 Leandro Losada

En el humor gráfico pueden verse todas estas impresiones sobre Al-


vear hacia el final de su gestión. Se lo retrata sin pericia para impedir el
regreso de Yrigoyen;106 cómplice de éste;107 titular de un gobierno que es
un paréntesis entre las dos presidencias de Yrigoyen.108 Los rasgos que
Alvear había subrayado para perfilar su figura presidencial se termina-
ron volviendo en su contra, para dar cuenta del desenlace desdibujado
de su gestión presidencial o de sus impericias políticas. Son elocuentes
las parodias acerca de sus anhelos aristocráticos o nobiliarios, sobre
todo desplegadas durante las visitas de los príncipes de Saboya o de Ga-
les. El cosmopolitismo no mostraba aquí un presidente abierto al mun-
do, sino sus imposturas. Éstas no remitían tanto a anhelar un origen
social que no se poseía, sino a ser una figura pública sin las exigencias
que rodeaban a un presidente de una sociedad democrática.109
El énfasis que más se reitera es el de un primer mandatario cuya
afición menos importante era la política. El moderno y sofisticado presi-
dente se convertía en un personaje displicente, ocioso: “Alvear no dejó
de ir al teatro, durante su presidencia, sino dos veces, cuando temió
que lo silbaran a causa del himno”.110 Tener una cómoda vida privada,
en lugar de enriquecer su investidura, la disminuía. La inacción de su
gestión se atribuía a los rasgos de personalidad. Lo mismo ocurría al
referir su desentendimiento frente al antipersonalismo y el regreso de
Yrigoyen.111 Las caricaturas y parodias de Caras y Caretas muestran con
asiduidad la inadaptación del aristócrata frente a la democracia, la leal-
tad hacia Yrigoyen y la irresponsabilidad de un presidente displicente
frente a las tareas de gobierno.112
De todos modos, quizá la evaluación más esclarecida de la posición
de Alvear pueda inferirse de las apreciaciones de algunos comentaristas
en las zigzagueantes circunstancias desencadenadas a partir de 1925.
Las oscilaciones así como las dificultades de su gestión se atribuían a
un hecho claro. Era un presidente sin partido de gobierno, como conse-
cuencia de la fractura del radicalismo. La posibilidad de reunificación
era improbable, pues “la voz de la razón y los dictados de las conve-
niencias partidarias van en retirada y hacen perder la esperanza de un
avenimiento patriótico y desinteresado”. En estas circunstancias, el an-
tipersonalismo perseguía “una política de concordancia con el partido
conservador” y buscaba ofrecerse como partido oficial. Sin embargo, el
“doctor Alvear, es dado pensar, por múltiples razones, que no habría de
Marcelo T. de Alvear 121

resolverse de primera intención a aceptar el concurso de un partido que


fuera siempre la antítesis del radicalismo, aunque entrelazara su enseña
con la del que nació a la vida para combatirle a sangre y fuego”.113 Es de-
cir, se advertía un Alvear en difícil equidistancia frente a la fractura del
partido, necesitado de una apoyatura política para apuntalar su gestión,
pero a la vez reticente a recostarse en el antipersonalismo, en especial
una vez que éste había estrechado su acercamiento al conservadurismo,
por una razón de fondo: una identificación genuina e inquebrantable de
Alvear con el radicalismo.

Caras y Caretas, n° 1561, 1/9/1928; Caras y Caretas, n° 1529, 21/1/1928. El humor


gráfico aludió a diferentes rasgos de personalidad de Alvear, y a su relación con
Yrigoyen, para presentar su figura pública y evaluar su desempeño como presidente.

Las crónicas sobre la ceremonia del traspaso de mando en la Casa Ro-


sada en octubre de 1928 subrayaron el efusivo saludo entre Alvear e
Yrigoyen, en medio de las ovaciones al nuevo presidente. Los clamores
de la nutrida concurrencia en el reducido espacio del Salón Blanco,
según Crítica, impidieron incluso que se escucharan las breves pala-
122 Leandro Losada

bras de Alvear al entregar las insignias. Culminada la ceremonia, se


retiró inmediatamente de la casa de gobierno. De acuerdo a Crítica, al
salir por la puerta de la calle Rivadavia, “democráticamente caminó por
un regular espacio de la acera de ese lado, hasta dar con su automóvil
particular que lo esperaba en Bartolomé Mitre y Paseo Colón. Durante
todo este trayecto, el Dr. Alvear fue muy aplaudido por el pueblo”. La
Nación, en cambio, dio cuenta de un episodio omitido por el diario de
Natalio Botana. Al salir por Rivadavia, “se oyeron algunos silbidos, que
partían especialmente de un grupo estacionado en la ochava que forma
el Banco Nación”. La misma crónica apunta que Alvear continuó su
marcha “sin inmutarse en lo más mínimo y con gesto decidido” y que
incluso recibió a continuación “una estruendosa salva de aplausos” y
“afectuosas demostraciones de parte del público”.114 El incidente, si se
quiere mínimo, es un indicador sugestivo de los costos derivados de su
apoyo al antipersonalismo, a pesar de que éste, por cierto, se hubiera
desdibujado hacia el final de su mandato. Representa un contraste, al
menos, con las manifestaciones de júbilo de las multitudes radicales
que se describieron seis años antes, al asumir el poder. Por su parte, des-
de la oposición a Yrigoyen, se lo responsabilizó del regreso de éste, o al
menos, de no animarse a “desafiar las iras del Peludo”.115 Para cada una
de las partes, Alvear quedó como un extraño, o incluso peor, como un
cómplice del otro bando. Si su indefinición fue una apuesta deliberada,
en lo inmediato emergió como un perjuicio más que como un capital.116
La decisión de retirarse momentáneamente de la vida pública y del
país al abandonar el poder, instalándose en París, sugieren un balance
personal amargo. Los sinsabores, posiblemente, se acentuaron frente a
la recepción inicial que tuvo en la capital francesa de parte de su propio
medio social. La “colonia” argentina le hizo un vacío elocuente: “Muy
poca gente, ayer, a la llegada de Alvear: veinte personas a lo sumo”,
escribió en su diario un argentino que vivía en París por entonces. La
razón: “No se perdona a Marcelo que no haya impedido, como lo pro-
metió reiteradamente, la segunda presidencia del Peludo”.117 Su propio
aspecto personal parecía reflejar el desgaste sufrido durante sus años en
la primera magistratura: “Vi a Alvear, presidente electo, en Roma, lleno
de bríos e ilusiones, y le diviso ahora gordo, avejentado, al final de su
discutida presidencia”.118 Su retorno a la Argentina y a la política se
produciría recién después de 1930.
Marcelo T. de Alvear 123

Notas

1
Persello, El partido radical, pp. 33-39.
2
Alonso, Entre la revolución y las urnas, pp. 282-288.
3
María Inés Tato, Viento de fronda. Liberalismo, conservadurismo y democracia en
la Argentina, 1911-1932, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, p. 138.
4
Goldstraj, Años y errores, pp. 48-49.
5
La expresión es de Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, p. 247.
6
“Después del juramento”, La Época, 12/10/1922.
7
“La Asamblea Legislativa. Habla el doctor Alvear”, La Época, 12/10/1922.
8
Fernández Lalanne, Los Alvear, pp. 433-436. Las invitaciones de los gobiernos
de Italia e Inglaterra fueron los antecedentes para las visitas a la Argentina del
príncipe de Saboya, Humberto, y del príncipe de Gales, Eduardo, en 1924 y 1925,
respectivamente.
9
Es el caso de Ángel Gallardo: “Irigoyen [sic] no veía con buenos ojos estas visitas
internacionales de Alvear”. Por este motivo, Alvear, siempre según Gallardo, de-
clinó en un principio la invitación a Roma. Gallardo, a cargo por entonces de la
legación argentina, fue el organizador de la misma. Memorias…, p. 265; el relato
más amplio sobre Alvear en Roma: ibíd., pp. 275-294.
10
La gira fue objeto de críticas y de acusaciones algunos años después. En 1927 el
diputado Oddone planteó que el propio Alvear había firmado el decreto que ha-
bía autorizado los gastos de viaje, estimados en cincuenta mil pesos. El ministro
Ortiz despejó las suspicacias precisando que el decreto había sido promulgado
en septiembre, es decir, antes de asumir Alvear la presidencia. Cfr. “Los gastos
personales del presidente Alvear”, La Acción, 27/6/1927.
11
Un personaje en segundo plano, retratado con rasgos criollos y posiblemente
como un simpatizante radical, le contesta: “Use las dos cosas. Recuerde que
Alem hacía lo mismo”. Frase que tenía implicancias capciosas, pues si Alem ha-
bía sido el fundador de la UCR, también se había convertido en el emblema del
antipersonalismo contra Yrigoyen. Caras y Caretas, n.° 1239, 1/7/1922. Justa-
mente, este número de Caras y Caretas coincide con el aniversario del suicidio
de Alem, ocurrido el 1/7/1896. Sobre el humor gráfico durante las presidencias
radicales, Marcela Gené, “Presidentes de historieta. La política de los años ‘20
en las tiras cómicas”, ponencia presentada en III Jornadas “Política de masas y
cultura de masas en entreguerras”, Universidad Nacional de General Sarmiento,
2015.
12
“Cómo trabaja el Poder Ejecutivo”, Caras y Caretas, n.° 1437, 17/4/1926.
13
Por cierto, quienes lo conocieron precisamente resaltaron que la serenidad no era
un rasgo típico de la personalidad de Alvear.
14
“Alvear en Mar del Plata. Un día de asueto del Presidente de la República”, Caras
y Caretas, n.° 1180, 12/2/1927.
124 Leandro Losada

15
La iniciativa fue de una comisión de homenaje presidida por Manuel Augusto
Montes de Oca. Alvear, que “asistió conmovido a la ceremonia” según el diario
Crítica, no habló en esa ocasión. En nombre del Poder Ejecutivo lo hizo el minis-
tro de Guerra, Justo. Al acto, entre otros, concurrió como representante del gobier-
no de España un sobrino del presidente, Fernando de Alvear. La concurrencia, de
acuerdo a La Razón, comentó “el gran parecido con nuestro primer magistrado”.
Cfr. Crítica, 16/10/1926; La Razón, 16/10/1926. La gestión por el monumento,
financiado por el Ministerio de Obras Públicas, había comenzado durante el mi-
nisterio de Alvear en París. Estuvo a cargo del escultor Émile Antoine Bourdelle,
discípulo de Auguste Rodin y Jean Alexandre Falguière, y, según las documenta-
ciones disponibles, costó doscientos cincuenta mil francos. Cfr. Ministerio de Re-
laciones Exteriores a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/6/1917 y 21/7/1921,
Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Caja AH 0043 y AH 0020, res-
pectivamente; Marcelo T. de Alvear a Ministerio de Relaciones Exteriores, París,
23/4/1920, Archivo de Cancillería, Serie Embajada en París, Cajas AH 0016.
16
“El Doctor Alvear llega al Congreso”, La Época, 12/10/1922.
17
Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 444; Aldao, En el París que fue, p. 66. Según
algunos testimonios, García Velloso se aseguraba, antes de la concurrencia de Al-
vear, de que la caracterización del presidente en las “revistas políticas” no fuera
inapropiada. Apellániz, Callao 1730…, p. 128.
18
Cfr. “Una benéfica iniciativa de Doña Regina Pacini de Alvear. La Casa del
Teatro”, Caras y Caretas, n.° 1510, 10/9/1927. Ya en 1924, otra iniciativa de
Regina se había plasmado en la acción de gobierno de Alvear: la creación del
Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Asimismo, Alvear dispu-
so la compra del Teatro Cervantes por el Banco de la Nación para evitar que
fuera objeto de remate judicial. Fernández Lalanne, Los Alvear, p. 444 y 452.
Victoria Ocampo también influyó en el presidente para que apoyara a las artes
y algunas de sus instituciones, como la Asociación de Profesorado Orquestal.
Cfr. María Esther Vázquez, Victoria Ocampo, Buenos Aires, Planeta, 1993, pp.
102-103.
19
Cfr. “Notas sociales de la Dama Duende”, Caras y Caretas, n.° 1498, 18/6/1927.
20
Cfr. a modo de ejemplo: “La celebración del 9 de Julio dará lugar a lucidos actos
oficiales y populares”, La Acción, 8/7/1925.
21
Cfr. La Nación, 30/5/1939, sobre la reunión de la Convención Nacional: “el Dr.
Alvear […] se instaló en uno de los ‘avant-scène’, en que se instaló en compañía
de su esposa, Da. Regina Pacini”.
22
Cfr. Crítica, 26/4/1931; Crítica, 21/7/1932; Crítica, 22/7/1932; Crítica, 19/10/1934;
Crítica, 20/10/1934; Crítica, 13/12/1936; Crítica, 14/12/1936.
23
“La esposa del Dr. Alvear solloza junto al cadáver de Irigoyen [sic]”, Crítica,
4/7/1933.
24
“Desde el Presidente de la República hasta el humilde ciudadano leen Caras y
Caretas”, Caras y Caretas, n.° 1472, 18/12/1926.
Marcelo T. de Alvear 125

25
Cfr. por ejemplo las contenidas en Marcelo T. de Alvear, Democracia, Buenos
Aires, Gleizer, 1936.
26
Persello, El partido radical, pp. 45-48 y 109-115; Persello, “Los gobiernos radi-
cales”, pp. 77-86. Cfr. también Ana María Mustapic, “Conflictos institucionales
durante el primer gobierno radical: 1916-1922”, Desarrollo económico, vol. 24,
n.° 93, 1984, pp. 85-108.
27
Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 352-353.
28
Sobre el origen de estas expresiones, cfr. Tato, Vientos de fronda, p. 140.
29
Sabsay y Etchepareborda, ibíd., pp. 323-324 y 352; Del Mazo, El radicalismo. t. II,
pp. 38-40.
30
“Carta abierta de Julio Roca (h) a Marcelo T. de Alvear”, 28/9/1922, Archivo Ge-
neral de la Nación, Fondo Julio A. Roca (h), Leg. 3116.
31
Persello, “Los gobiernos radicales”, pp. 84-85. En la prensa conservadora, la re-
nuncia de Matienzo se atribuyó a la influencia de Yrigoyen sobre Alvear. Tato,
Vientos de fronda, p. 139.
32
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 39-55.
33
Federico Cantoni había sido acusado del asesinato del gobernador Amable Jones
en noviembre de 1921, y elegido gobernador estando en la cárcel. En 1926 lo su-
cedió su hermano Aldo. Persello, El partido radical, pp. 48-49.
34
Cfr. Elena Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucija­
da, Rosario, Prohistoria, 2014, pp. 32-44.
35
Persello, “Los gobiernos radicales”, p. 91. Goldstraj, Años y errores, pp. 50-51.
Otros testimonios apuntan que ese “gobierno paralelo” funcionaba en la casa del
ex ministro de Hacienda de Yrigoyen, Domingo Salaberry, en la calle Córdoba.
Gallardo, Memorias…, pp. 430-431.
36
Ángel Gallardo a Ángel León Gallardo, 21/11/1922, reproducido en Gallardo, Me­
morias…, p. 320.
37
Reproducido en Sidicaro, La política…, p. 105.
38
Reproducido en Tato, Vientos de fronda, p. 132. La autora precisa que este diario
recibió publicidad oficial. La misma se discontinuó a partir de la llegada de José
Tamborini al Ministerio del Interior, ibíd., pp. 133-137.
39
“El nuevo presidente”, La Época, 12/10/1922. Cfr. también: “Nuevos hombres,
perennes doctrinas”, La Época, 8/10/1922.
40
“Radicalismo, nada más”, La Época, 9/10/1922.
41
“No hay confusiones”, La Época, 14/10/1922.
42
“Dentro del verdadero principio”, La Época, 21/10/1922; “La enmienda peor que
el soneto”, La Época, 24/10/1922; “¡Ecce homo!”, La Época, 26/10/1922; “Los
empleados y la política”, La Época, 9/11/1922.
43
“Un deber ineludible”, La Época, 12/11/1922. Similares: “La subversión en mar­
cha”, La Época, 14/11/1922; “La situación de Córdoba”, La Época, 18/11/1922.
Como puede advertirse, el cambio de tesitura de este diario ocurrió dentro del
mes inicial de la presidencia de Alvear.
126 Leandro Losada

44
“En la zona de peligro”, La Acción, 4/8/1925.
45
Persello, El partido radical, pp. 93-104; Ana Virginia Persello, Historia del radica­
lismo, Buenos Aires, Edhasa, 2007, p. 60.
46
Cfr. “El país espera la sanción del presupuesto”, La Acción, 1/7/1925; “Otra vez
carecemos de presupuesto”, La Acción, 30/7/1925.
47
Este último diario comenzó a publicarse en noviembre de 1922.
48
“Hay política presidencial”, La Acción, 3/7/1925. También: “Con el presidente o
contra el presidente”, La Acción, 4/7/1925.
49
“Hoy será resuelta oficialmente la crisis del gabinete”, La Acción, 27/7/1925; “El
presidente y el ministro del Interior”, La Acción, 2/7/1925; “La renuncia del Dr.
Gallo”, La Acción, 25/7/1925.
50
“La renuncia del Dr. Gallo no modifica la orientación política del presidente de
la República”, La Acción, 28/7/1925; “Buenos Aires y el presidente Alvear”, La
Acción, 29/7/1925.
51
“El ministro del Interior habló al país desde la alta tribuna del Senado”, La Ac­
ción, 27/7/1925; “La dimisión del Dr. Gallo y el momento político”, La Acción,
28/7/1925.
52
“En la zona de peligro”, La Acción, 4/8/1925.
53
“Al fin”, La Época, 28/7/1925.
54
“Sanción justísima”, La Época, 31/7/1925.
55
“Esta mañana presentó su renuncia el ministro de Agricultura, el doctor Tomás
Le Bretón”, La Acción, 4/8/1925; “Fue planteada ayer y resuelta hoy una crisis
parcial de gabinete”, La Acción, 1/9/1925.
56
“El presidente y la infame maquinación”, La Época, 7/9/1925.
57
“Ocho senadores presentaron esta tarde un proyecto de intervención amplia”, La
Acción, 5/9/1925. La Época definía al senador antipersonalista como “el autor
aparente del malón”. La Época, 20/9/1925.
58
Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas, p. 37.
59
“La candidatura del señor del Valle ha tenido doce horas de vida efímera”, La
Acción, 23/10/1925; “Una falsa información sobre la entrevista Alvear-Del Va-
lle”, La Acción, 17/10/1925. Cfr. Del Mazo, El radicalismo, t. II, p. 52; Halperin
Donghi, Vida y muerte, p. 247. Cfr. Richard Walter, The Province of Buenos Aires
and Argentine Politics, Cambridge University Press, 1985, pp. 64-79; Ana Virgi-
nia Persello, “El radicalismo bonaerense”, en Juan Manuel Palacio (dir. de tomo),
Historia de la provincia de Buenos Aires. De la federalización de Buenos Aires
al advenimiento del peronismo, 1880-1943, t. 4, Edhasa/Universidad Pedagógica,
Buenos Aires, 2014, pp. 285-308.
60
“El presidente no ha empequeñecido el pleito político de Buenos Aires”, La
Acción, 25/10/1925; “De 24 horas a esta parte se han consolidado las acciones
del Dr. Vergara en la convención personalista de Buenos Aires”, La Acción,
24/10/1925.
Marcelo T. de Alvear 127

61
“Radicalismo no es impunidad”, La Acción, 4/9/1925. Cfr. también: “Vialidad y
desagües en la provincia de Buenos Aires”, La Acción, 20/7/1925; “La legislatura
de Buenos Aires se ha caracterizado en los períodos últimos por su labor insigni-
ficante”, La Acción, 22/7/1925; “El problema de los desagües en la provincia de
Buenos Aires”, La Acción, 22/7/1925.
62
“El ministro de la fusión”, La Acción, 3/8/1925.
63
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Año 1926”, en Presidencia Alvear, pp. 265-266. La clausura de las sesiones ex-
traordinarias motivó el pedido de juicio político al presidente del diputado yrigo-
yenista Diego Luis Molinari, finalmente no sustanciado. Persello, “Los gobiernos
radicales”, p. 81.
64
El panorama no cambió con el correr de los años: las finanzas públicas se basaron
en el presupuesto de 1923, con modificaciones puntuales, hasta 1931. Sánchez
Román, Los argentinos y los impuestos, p. 40.
65
“Intervención a la provincia de Buenos Aires”; “El juego en Buenos Aires”, La
Acción, 4/3/1927. Cfr. también: “El gobernador Vergara y las ruletas”, La Acción,
5/3/1927; “Los suicidios y las ruletas”, La Acción, 15/3/1927.
66
“La Convención de la Unión Cívica Radical votó esta tarde la fórmula Melo-Ga-
llo”, La Acción, 29/4/1927.
67
“La palabra del presidente Alvear”, La Acción, 23/3/1927.
68
“Con un éxito superior a los cálculos más optimistas, el radicalismo realizó una
entusiasta asamblea”, La Época, 6/4/1297.
69
La Época, 14/4/1927.
70
“El presidente”, La Época, 28/4/1927.
71
“La gran farsa”, La Época, 21/4/1927.
72
La Época, 9/5/1927.
73
Cfr. “Al Señor Presidente de la República”, La Época, 8/4/1927.
74
“Ruindades personalistas”, La Acción, 10/5/1927.
75
“El Dr. Alvear no auspicia candidatos”, La Acción, 8/4/1927. A Yrigoyen se lo
definía como “Jefe Único” o exponente de un “unicato”, es decir, se lo referen­
ciaba con fenómenos asociados al PAN. Cfr. también: “El Dr. Alvear es imparcial,
pero no indiferente”, La Acción, 3/3/1927; “Imparcialidad indiferente”, La Acción,
11/3/1927; “La media palabra del presidente”, La Acción, 8/4/1927; “El presidente
ya habló”, La Acción, 21/4/1927; “El Dr. Alvear y la UCR”, La Acción, 27/4/1927.
76
Cfr. Del Mazo, El radicalismo. t. II, p. 80.
77
“El pueblo no ha de vivir poseído de la obsesión de considerar irremplazables a
los hombres públicos”, La Acción, 18/5/1927; “Las declaraciones políticas del
presidente”, La Acción, 19/5/1927.
78
“El mensaje presidencial”, La Época, 19/5/1927.
79
“La intervención de Buenos Aires”, La Acción, 27/4/1927.
80
“La intervención es un hecho”, La Acción, 21/5/1927.
128 Leandro Losada

81
“El pacto del señor Justo”, La Acción, 1/6/1927. El hecho detonó la división del
socialismo, al constituirse el Partido Socialista Independiente. Cfr. Ricardo Mar-
tínez Mazzola, “Entre la autonomía y la voluntad de poder. El proyecto de inter-
vención a la Provincia de Buenos Aires y la ruptura del PS en 1927”, en Sociohis­
tórica. Revista del CISH, vol. 28, pp. 77-106, 2012.
82
“El Poder Ejecutivo y Buenos Aires”, La Acción, 2/6/1927.
83
“Otra farsa del Jefe Único”, La Acción, 5/4/1927; “¡Basta de farsa!”, La Acción,
30/4/1927; “Disidencias que no existen”, La Acción, 3/5/1927; “Fusión imposi­
ble”, La Acción, 7/5/1927.
84
Del Mazo, El radicalismo. t. II, p. 81; Halperin Donghi, Vida y muerte…, p. 251.
85
“La protesta contra la intervención”, La Época, 15/5/1927.
86
“Una inicua farsa”, La Acción, 7/5/1927.
87
Gallardo, Memorias…, pp. 495-496.
88
Horowitz, El radicalismo…, pp. 191-224.
89
Goldstraj, Años y errores, p. 62. Este testimonio es coincidente con otros, como el
de Ángel Sojo, director del diario La Razón, quien en ese entonces comentó que
Alvear le había dicho que “no podía sacrificar al país por complacer a Leopoldo
Melo”. Aldao, En el París que fue, p. 99.
90
Gallardo, Memorias…, pp. 399-400. Una tapa de Caras y Caretas es ilustrativa al
respecto: caricaturiza a Alvear, Gallo y Molina inflando cada uno un globo con las le-
yendas “arzobispado”, “intervenciones” y “presupuesto”. Caras y Caretas, n.° 1358,
11/10/1924. El episodio del Arzobispado se prolongó desde 1923 hasta octubre de
1926, originado por el rechazo del Vaticano a la candidatura de monseñor Miguel De
Andrea. Estuvo pautado por tensiones que llevaron al retiro del nuncio en 1925, y
logró resolverse cuando se designó en el cargo a José María Bottaro. Gallardo cuenta
el empecinamiento de Alvear con la candidatura de De Andrea (“era difícil conven-
cerlo de que cambiase de actitud” cuando ya era claro que el Vaticano no la apro-
baría) así como las persuasivas gestiones que debió hacer para que acompañara la
postulación de Bottaro. Quizá la actitud del presidente se explique porque el asunto
estuvo cargado de implicaciones personales: De Andrea contaba con el apoyo de Re-
gina Pacini, mientras que la salida del país de los representantes del Vaticano generó
tensiones con su cuñada María Unzué. Cfr. Gallardo, ibíd., pp. 346-419. Cfr. Miranda
Lida, Monseñor Miguel de Andrea. Obispo y hombre de mundo (1877-1960), Buenos
Aires, Edhasa, 2013. Sobre la relaciones exteriores durante la presidencia de Alvear,
Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, pp. 376-398.
91
Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 2012.
92
Declaración del 4/3/1925, reproducida en Del Mazo, El radicalismo, t. II, pp. 50-51.
93
Cfr. Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina. t. I. hasta
1943, Buenos Aires, Emecé, 1998, pp. 174-177; Luciano de Privitellio, Agustín P.
Justo: Las armas en la política, Buenos Aires, FCE, 1997, pp. 38-39.
94
Goldstraj, Años y errores, p. 59.
Marcelo T. de Alvear 129

95
Vale recordar que la oposición a varios de los proyectos impulsados por su gobier­
no se sirvió de fundamentaciones constitucionales. Así ocurrió con la reforma
fiscal (sobre todo la de Molina, de 1924), la política petrolera e incluso la reforma
constitucional de Matienzo, a la que se denunció como un avance del Estado
so­bre las autonomías provinciales y como un quebrantamiento de los frenos y
contra­pesos al promover un debilitamiento del Senado. Cfr. Persello, “Los gobier-
nos radicales”, p. 115.
96
Cfr. Raúl A. Molina, “Presidencia de Marcelo T. de Alvear”, en Academia Nacio-
nal de la Historia, Historia argentina contemporánea, Buenos Aires, 1965, t. I.
97
Goldstraj, Años y errores, p. 53.
98
Cfr. por ejemplo, Francisco Grandmontagne, “Los personalistas y los antipersona-
listas según Prudencio Amarrete”, Caras y Caretas, n.° 1375, 7/2/1925.
99
Cfr. Rock, El radicalismo…, p. 234.
100
Goldstraj, Años y errores, pp. 49-50, 60.
101
Algo similar podría plantearse con relación a José Luis Cantilo, el gobernador bo-
naerense en 1925, quien fue hombre de confianza de Alvear a lo largo de los años.
102
Ver “Grafología”, Caras y Caretas…, n.° 1422, 2/1/1926.
103
Goldstraj, Años y errores, p. 57.
104
Cfr. la tapa de Caras y Caretas en la que se caricaturiza a Alvear como una gitana
que lee la mano a Yrigoyen y dice que ni él ni Melo ni Gallo serán presidentes:
sugiere una prescindencia hacia Yrigoyen, pero también hacia el antipersonalis-
mo; n.° 1502, 16/7/1927.
105
Cfr. respectivamente Tato, Vientos de fronda, pp. 138-143, 148-155; Sidicaro, La
política, pp. 96-97; Silvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década
de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 234-235. Según David Rock,
hubo personalismo, antipersonalismo y alvearismo. Esta distinción diferencia a
Alvear del antipersonalismo, pero el autor no ofrece muchas precisiones sobre
quiénes habrían compuesto el alvearismo. Rock, El radicalismo…, p. 233 y nota
494, p. 339.
106
Caras y Caretas, n.° 1529, 21/1/1928, tapa: caricatura de Alvear como cocinero,
sosteniendo una sartén y diciendo que tiene la sartén por el mango. Detrás se lo
ve a Yrigoyen, quien en verdad controla la sartén.
107
Caras y Caretas, n.° 1561, 1/9/1928: tapa: caricatura de Alvear e Yrigoyen abra-
zándose. Título: “El que sucede al sucesor”. Diálogo: “–Caro amigo!, –Amigo
caro! –Como yo le sucedí, usted me sucede a mí, Y lo que sucede, ¡es claro! Tenía
que ser así”.
108
Caras y Caretas, n.° 1568, 20/10/1928, sección interior: “¡A punta de lápiz”:
“¿Qué le dijo Alvear a Yrigoyen? –Le dijo: ‘Le he cuidado la casa perfectamente.
No ha habido cambio alguno durante la breve ausencia de usted’”.
109
Algunos lo llamaban “Buen rey Dagoberto, chico grande vestido de presidente”.
Aldao, En el París que fue, p. 108.
130 Leandro Losada

110
Cfr. Aldao, En el París que fue, pp. 139-140 y 208. En 1927, Alvear había estableci-
do por decreto una versión oficial del himno (en 1923 ya había dispuesto otro, que
consagraba el texto oficial del poema de Vicente López), fruto del trabajo de una
comisión creada ad hoc, que generó polémica y revuelo en la opinión pública, y
que Alvear finalmente dejó en suspenso. Cfr. “El Poder Ejecutivo, al reglamentar
el uso del Himno, ha realizado una obra saludable”, La Acción, 1/7/1927; Esteban
Buch, O juremos con gloria morir. Historia de una épica de Estado, Buenos Aires,
Sudamericana, 1994, pp. 103-114.
111
La característica que hace sugestiva a Caras y Caretas para aprehender la imagen
pública de Alvear, y que motiva la atención que se le dedica aquí, es la distancia
que la separaba de la “prensa seria” (los diarios tradicionales al modo de La Na­
ción o La Prensa, incluso Crítica) y de los medios más íntimamente referenciados
con agrupaciones políticas (La Época, La Acción, La Fronda, etc.). Es decir, resul-
ta aventurado atribuir sus sesgos e intenciones a móviles políticos específicos o
explícitos.
112
Algunos ejemplos, todos de Caras y Caretas: n.° 1265, 30/12/1922, tapa “La jor-
nada presidencial”: caricatura con viñetas, en las cuales el lugar equivalente que
ocupa el tener que ir a las regatas o a una recepción social con tratar asuntos de
gobierno genera el efecto de mostrar a un presidente apenas ocupado en estos úl-
timos; n.° 1306, 13/10/1923, sección interior: “Dicho y hecho” (varias viñetas con
Alvear y frases como: “¿No han aprobado el presupuesto? Bueno, iré al Colón”);
n.° 1354, 13/9/1924, tapa: Alvear y un asistente. Dice el presidente: “Desde que
se fue el príncipe [en referencia al príncipe Humberto, de Italia] me parece que
estoy desocupado del todo. No sé qué hacer” (el asistente responde: “¿Por qué
no visita a Don Hipólito? Se va a entretener mucho!”); n.° 1372, 17/1/1925: tapa:
“Por fin quiere hacer política”, y retrata a Alvear, en varias viñetas, diciendo que
va a “hacer algo” y en realidad sigue con una agenda entre ociosa y dispersa (en
una de ellas, sobre el final, se le hace decir: “¡Qué día tan laborioso! Descansaré.
Eso también es hacer algo”); n.° 1386, 25/4/1925, tapa “S. E. ha suprimido las
audiencias”, y se muestra, también en varias viñetas, a Alvear que con cualquier
excusa suspende sus audiencias –por ejemplo, entre ellas, aparece la preferencia
por leer un libro de poemas–; n.° 1397, 11/7/1925, sección interior: “Apuntes
de lápiz. Nuevas acepciones de algunas palabras”, aparece “Saludo: ocupación
favorita del doctor Alvear” (en la viñeta correspondiente hay una caricatura de
Alvear saludando con el sombrero); en el mismo número, en la sección “Comen-
tarios” se pone en boca de Alvear lo siguiente: “Ya nadie se dedica a las chara-
das. Hoy nos tienen subyugados las palabras cruzadas y los brazos cruzados”; n.°
1404, 29/8/1925, sección interior: “Comentarios” (y jugando con que la visita del
príncipe de Gales ocurre en ese momento), se dice de Alvear: “Es un príncipe
excelente. Sería un buen presidente”; mismo número, en la sección “Apuntes de
lápiz”, se presenta una caricatura de Alvear y se le atribuye, sobre el príncipe:
Marcelo T. de Alvear 131

“¡Es encantador! No me ha hablado ni de personalistas, ni de antipersonalistas,


ni del partido radical. ¡Da gusto tratar con personas tan bien educadas!”; n.° 1486,
26/3/1927, sección interior: “Apuntes de lápiz”, y aludiendo a la pereza de Al-
vear: se lo ve en la playa, prefiriendo quedarse allí que reunirse con Tamborini,
su ministro del Interior. Según el testimonio del dibujante (y taquígrafo del Con-
greso), Ramón Columba, que trabajó en Caras y Caretas, Alvear decía tener “un
concepto muy a la europea” de la caricatura política, en el sentido de tolerante.
Las citas anteriores confirman esa tolerancia. Pero no quita que, al mismo tiempo,
publicitaron y divulgaron una imagen presidencial, cuanto menos, paródica. Cfr.
Cattaruzza, Marcelo T de Alvear, p. 15.
113
“El cisma de la Unión Cívica Radical y sus consecuencias en la política argenti-
na”, La Acción, 3/11/1925. Juan Garro firmaba este artículo. Sugestivamente, en
nota al pie, el diario declaraba estar en contra de su contenido.
114
“Irigoyen [sic] celebró su primer acuerdo de ministros”, Crítica, 12/10/1928;
“Una clamorosa ovación saludó al Sr. Yrigoyen en el Salón Blanco” y “La salida
del Dr. Alvear de la Casa Rosada”, La Nación, 13/10/1928; “El Dr. Alvear entrega
las insignias de mando al Dr. Yrigoyen”, La Época, 13/10/1928.
115
Aldao, En el París que fue, p. 91.
116
La Acción publicó un opúsculo elogioso en el final de su gobierno. Con todo,
apareció en el marco de una recepción también positiva al retorno de Yrigoyen.
Quizá esta posición ecuménica muestre nuevamente los condicionamientos
para la elaboración de un discurso de oposición contra un líder radical recién
electo por amplio margen, de parte de un diario que seguía referenciándose con
la tradición radical. Cfr. “Un ocaso que consagra definitivamente”, La Acción,
11/10/1928; “Irigoyen [sic] llega al gobierno bajo los mejores auspicios”, La Ac­
ción, 11/10/1928; “El gabinete [de Yrigoyen] inspira confianza, pues es garantía
de labor y de orden”, La Acción, 13/10/1928.
117
Aldao, En el París que fue, pp. 99-100, 203. La entrada referida al arribo de Alvear
a París es del 31 de diciembre de 1928. Semanas después (1/2/1929), Aldao apun-
taba: “Vi entrar a Alvear al Club de L’Union, en 11 Boul. Des Capucines. Nada
tiene que hacer y sigue bastante aislado”. Ibíd., p. 109; en p. 201 se lo define como
“decaído estadista”.
118
Aldao, ibíd., p. 66.
Capítulo 4
Líder del radicalismo

La vida política argentina comenzó la década del treinta en medio de la


inestabilidad y la crisis a raíz del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen el
6 de septiembre. A lo largo de los quince años siguientes, ese panorama,
en lugar de encarrilarse, se profundizó. Ilustrativamente, el escenario
reinante desde entonces recibió los nombres de “década infame” y “Re-
pública imposible”.1
Alvear, protagonista de primera línea de gran parte de este período,
expone de manera sintomática sus movedizas y zigzagueantes circuns-
tancias. En principio, la política pareció darle una segunda oportuni-
dad, luego del controvertido final de su presidencia. Regresó al país en
1931, de donde se había ido en 1928, se puso al frente de la reorgani-
zación de la UCR, jaqueada luego del desplazamiento de Yrigoyen, y se
convirtió en su sucesor al frente del partido. No es desatinado afirmar
que en los cinco años que siguieron a su regreso a la Argentina, en los
cuales afrontó además dos salidas forzadas del país, en 1931 y 1934, y
dos encarcelamientos, en 1932 y 1933, Alvear desplegó su actividad
política más intensa, adquirió espesor como figura pública y logró un
considerable respaldo popular, quizá el mayor en toda su vida política.
El político Alvear, por decir así, y si se quiere, paradojalmente, emer-
gió con más claridad desde la oposición y desde el llano que desde el
poder. La segunda mitad de la década, sin embargo, lo encontró en un
lugar muy diferente, con cuestionamientos crecientes a su liderazgo en
la UCR, y derrotado en las elecciones presidenciales de 1937.
Para reconstruir este sinuoso itinerario, no se hará un relato cronoló-
gico, puntuando las posiciones y las acciones de Alvear. En cambio, a lo
largo de este capítulo y de los dos siguientes, se mostrará su desempeño
público a través de las relaciones con, y las percepciones sobre, otras tres
figuras claves de la política de la época, a las que lo unieron vínculos
personales y no sólo políticos: José Félix Uriburu, Hipólito Yrigoyen y
134 Leandro Losada

Agustín Justo. Sus percepciones sobre ellos no le fueron exclusivas; su


relevancia consiste en que incidieron en las decisiones y en los cursos de
acción que tomó. También se verán las representaciones que circularon
sobre él en la opinión pública al ritmo de los acontecimientos.
Sucintamente, se verá que Uriburu pasó de ser visto como el jefe
de una “revolución” avalada, o al menos justificada, a ser considerado
un dictador; Yrigoyen cambió de caudillo personalista a apóstol de la
democracia, perdurando, sin embargo, más aun después de su muerte
en 1933, como una referencia insoslayable para la evaluación de sus
acciones; Justo, presidente entre 1932 y 1938, viró de constituir la po-
sibilidad de normalización institucional a ser quien procuraba cooptar
o quebrar al radicalismo, para representar más adelante un personaje
poco confiable pero políticamente necesario, que finalmente se reveló
un traidor. Con relación a la imagen pública de Alvear, éste intentó de-
jar atrás sus rasgos “aristocráticos” y resaltar, en cambio, credenciales
de abnegado patriota y de genuino radicalismo.

Con Agustín Justo y José Félix


Uriburu, en 1925,
en ocasión del aniversario
del Regimiento de Granaderos
a Caballo. Fuente: Archivo
General de la Nación
Departamento de
Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 135

En este capítulo se analizará, en primer lugar, su posición frente al


derrocamiento de Yrigoyen y el gobierno provisional de Uriburu. Lue-
go, los caminos que condujeron a Alvear a la presidencia de la UCR así
como las decisiones que tomó desde entonces, entre las que sobresale el
regreso a la participación electoral a comienzos de 1935.

El derrocamiento de Yrigoyen. Alvear y Uriburu

Alvear respaldó la llamada “Revolución” de 1930. Así lo hizo saber


en declaraciones inmediatamente posteriores al 6 de septiembre, desde
París, publicadas en Buenos Aires en distintos medios de prensa. En un
comunicado enviado a Crítica el día 9, definió al episodio

como un mal necesario que ha librado a la Argentina de una si-


tuación en la que iba perdiendo sus prestigios internacionales y
comprometiendo el bienestar y la prosperidad del pueblo […]
Cuando un gobernante olvida la Constitución y las leyes, cuando
no se respetan las instituciones, ni las personas y sus investiduras
y sus facultades no son suficiente garantía para sostenerse en el
gobierno, quien siembra vientos recoge tempestades.

En un reportaje a La Razón fue aún más enfático: “Tenía que ser así. Yri-
goyen, con una ignorancia absoluta de toda práctica de gobierno, parece
que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar
no es payar”.2
Estas consideraciones, en realidad, explicitaban juicios que se rei-
teran asiduamente en su correspondencia privada entre 1928 y 1930.
En ella se alterna la crítica política y la descalificación personal de Yri-
goyen. Por ejemplo, supo calificarlo de “viejo decrépito”.3 Asimismo,
“hoy se traiciona y se malogra desde el Gobierno mismo, el noble y her-
moso movimiento cívico que sólo buscó en su hora inicial el progreso y
la prosperidad de la patria, exigiendo el fiel cumplimiento de la Consti-
tución”.4 Poco después, afirmó: “Tengo fe en nuestra vida democrática y
creo que ha de llegar pronto el momento, en que la opinión se de cuenta
de que se ha equivocado y que ha puesto erróneamente su confianza en
los piratas de nuestra política”.5 Las opiniones fueron endureciéndose
136 Leandro Losada

con el correr de los meses: “ese gobierno de oprobio para nuestra patria,
no puede durar”, escribió en abril de 1930.6
Se advierte cierto rencor. Por ejemplo, planteó que el creciente des-
prestigio del yrigoyenismo, a raíz de los problemas de gestión así como
de la enrarecida dinámica política signada por la tensión entre oficialis-
mo y oposición, aumentaba retrospectivamente la reputación de su presi-
dencia: “podemos estar muy satisfechos del fracaso del actual [gobierno],
pues ello aumenta indudablemente el prestigio del nuestro”. Es cierto, de
todos modos, que agregaba: “pero esta satisfacción no nos puede evitar
la gran amargura y la inquietud que nos causa el mal que hacen al país”.7
Sus declaraciones sobre el 6 de septiembre, en consecuencia, hicieron
públicas opiniones que no eran, en sentido estricto, novedosas:

A mi gobierno de carácter pacífico y respetuoso de las normas


constitucionales, debe Yrigoyen los 800 mil votos de que se en-
vaneció luego, y tan desdichadamente, que le cegaron por com-
pleto […] Si se reconoce ahora la bondad de mi gobierno, es por
lo mismo que la falta de salud se reconoce, cuando aparece la
enfermedad.8

La complicidad entre Alvear e Yrigoyen, que propios y extraños habían


advertido en el final de su presidencia, dio paso, entonces, a descalifica-
ciones contundentes. Luego de abandonar el poder, Alvear parecía asu-
mir el rol que no había querido, o no había podido, desplegar durante su
mandato, el de opositor y crítico implacable de Yrigoyen. ¿Indignación
derivada de atribuirle a su sucesor cierta ingratitud? ¿Encono con un
personalismo que no reconocía que había vuelto al poder porque, en
última instancia, Alvear no había apuntalado al antipersonalismo y el
“contubernio”? ¿Catarsis frente a las controversias, las presiones y las
críticas sufridas? ¿Genuinas discrepancias políticas? ¿Una manera de
mantener vigencia política desde la prudente distancia de París? Como
suele suceder, posiblemente haya habido una combinación de todos es-
tos aspectos.
Ahora bien, no debe perderse de vista que el derrocamiento de Yri-
goyen no “sorprendió” a Alvear fuera de la Argentina. Su ausencia no
fue casual. Desde 1929 su regreso era reclamado por quienes conside-
raban que ya por entonces era necesario reorganizar el partido y que
Marcelo T. de Alvear 137

el propio Alvear se convirtiera en un referente que permitiera quebrar


el respaldo a Yrigoyen. Alvear desestimó permanentemente estas pro-
puestas, entre ellas una candidatura a senador en las elecciones de mar-
zo de 1930,9 y postergó sucesivamente su regreso al país, por decisión
propia pero también por consejo de amigos y confidentes. Como apuntó
en un estribillo que se reitera en su correspondencia a lo largo de 1930:
“Mis amigos que me escriben de esa me aconsejan de quedarme aún por
aquí y la opinión que me sugieren mis impresiones coinciden con esta
actitud”.10
Su prolongado retiro en París puede pensarse como una posición
de desentendimiento, cuanto menos, con la suerte del gobierno de Yri-
goyen (una interpretación que por cierto perduraría). Alvear, por ejem-
plo, hizo caso omiso a los pedidos que recibió días antes del golpe de
que realizara declaraciones públicas y buscara persuadir a Yrigoyen de
la renuncia.11 Pero, sin exclusión de lo anterior, también debe apuntar-
se que no volver implicó en última instancia, una vez más, no romper
abiertamente con el viejo líder, pues éste era el único posicionamiento
posible de haberlo hecho.
Por otro lado, los énfasis de sus declaraciones públicas de septiem-
bre de 1930 muestran el sentido, pero también el límite, de su aval a la
“revolución”. Como afirmó en su ya citada nota a Crítica, ésta debía “in-
tegrar rápidamente a la República al ejercicio normal de sus institucio-
nes y [esperaba] que la soberanía nacional sea consultada de inmediato
para que este acontecimiento constituya sólo un breve paréntesis en la
marcha ascendente de la Nación”, subrayando que toda la situación le
producía “natural amargura […] dentro de la fe democrática” que decía
profesar. De igual modo, según la nota en La Razón, confiaba en que el
Ejército “no será una guardia pretoriana ni que esté dispuesto a tolerar
la obra nefasta de ningún dictador”, y anhelaba que el gobierno provi-
sional condujera “al país hacia el recobre de su soberanía”.12
En suma, la “Revolución” del treinta era legítima porque había ex-
pulsado un mal gobierno, responsable de distorsionar las instituciones.
Pero, por lo tanto, debía limitarse a crear las condiciones para reencau-
zar el camino, y abandonar el poder. El problema era la supervivencia
de la política criolla, aquello que el yrigoyenismo representaba. Yrigo-
yen era un nuevo Rosas: se veían “actos de servilismo que estaban abo-
lidos desde la tiranía de Don Juan Manuel de Rosas”. El treinta era una
138 Leandro Losada

reedición del noventa: “a gritos se habla contra el gobierno, parecen los


preliminares del noventa”.13
Desde ya, este tipo de apreciaciones, así como las críticas al go-
bierno de Yrigoyen que las acompañaban, para nada exclusivas de Al-
vear y sus corresponsales, muestran una confrontación entre criterios
de legitimación: de ejercicio y de origen. Sin embargo, revelan la per-
manencia de coordenadas decimonónicas en la evaluación de la vida
política o, en todo caso, una imperfecta aprehensión de los cambios en
la legitimidad política y en la legalidad producidos por la Ley Sáenz
Peña. No era evidente, como estas declaraciones lo suponen, que fuera
legítimo ni legal expulsar un gobierno con el respaldo de la mayoría
del voto popular en las condiciones en que éste se practicaba desde
1912, aun cuando sus conductas en el ejercicio del poder fueran polé-
micas. Aquello que en 1890 podía definirse como revolución, en 1930
era un golpe de Estado.14
Lo cierto es que el aval al 6 de septiembre, fueran cuales fuesen
los móviles desde los que Alvear lo realizó, y también más allá de que,
excepto entre los grupos más cercanos al presidente depuesto, fue un
acontecimiento con un amplio consenso en la opinión pública, resultó
una decisión cuyos costos nunca se diluirían por completo. Los esfuer-
zos de Alvear por dejar atrás su posición en este episodio, una vez que
ya se había convertido en heredero de Yrigoyen y había roto todo tipo
de expectativas con los gobiernos surgidos después de 1930, no tuvie-
ron éxito, tanto en las filas radicales de extracción yrigoyenista como
entre sus opositores, que, cuando lo creyeron oportuno, recordaron
cómo había procedido Alvear en aquella oportunidad.
Alvear regresó al país a fines de abril de 1931, luego del triunfo
electoral del radicalismo en la provincia de Buenos Aires con la fór-
mula Honorio Pueyrredón-Mario Guido.15 Fue todo un espectáculo en
el puerto de Buenos Aires, a pesar de los expresos pedidos de Alvear
para que no ocurriera de ese modo. En testimonios a la prensa declaró:
“Deseo que mi llegada no sea una fiesta política, sino nacional”; “deseo
que se proceda con serenidad y cordura, pues esas son las armas con
que voy a luchar”.16 En su correspondencia privada planteó argumentos
similares, fundamentalmente por temor a incidentes.17
Marcelo T. de Alvear 139

De regreso a la Argentina. En el hotel City, dirigiéndose a simpatizantes


radicales, abril de 1931. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

Para entonces, el camino recorrido por la “revolución” desde el 6 de


septiembre parecía ya demasiado largo, y cuesta abajo. Uriburu había
fracasado en obtener respaldo para sus proyectos autoritarios y corpo-
rativos, lo cual reforzó su repudio por los partidos políticos. Paralela-
mente, conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes,
además de rechazar las propuestas uriburistas, habían comenzado a
competir entre sí. En el cambio de año de 1930 a 1931, la Federación
Nacional Democrática apuntalada por Federico Pinedo se vio frustrada
por la iniciativa del ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo, de
construir un partido oficialista alrededor del Partido Conservador bo-
naerense. El retorno de los comicios fue la estrategia ideada para afirmar
ese rumbo, que se derrumbó, precisamente, con el triunfo radical.18
Al volver, por lo tanto, Alvear encontró un Uriburu debilitado. Los
propósitos de éste para entonces oscilaban entre apuntalar un delfín
propio (Lisandro de la Torre), evitar el regreso del radicalismo al poder
a toda costa e impedir que el otro hombre fuerte de la “revolución”,
Agustín Justo, la capitalizara políticamente. En estas coordenadas, un
radicalismo conducido por Alvear era una opción para el presidente
140 Leandro Losada

provisional. En palabras de uno de los informantes más cercanos y re-


currentes de Alvear:

El mismo General Uriburu […] sería el primero en holgarse del


retorno de usted a la república. La sola presencia de usted frente a
las legiones radicales, afirmaría al General Uriburu y a algunos de
los hombres que también de buena fe le acompañan en la obra de
reconstrucción institucional, económica y moral de la república,
que toda intentona asesina de restaurar el pasado maldito, sería
imposible.19

Apenas arribado a la Argentina, Uriburu recibió a Alvear en la Casa


Rosada.20 En esa entrevista, según los testimonios, Uriburu garantizó a
Alvear el apoyo a su candidatura presidencial si excluía al yrigoyenis-
mo de la reorganización partidaria, quizá confiando en que tenía frente
a él al Alvear crítico del personalismo, tal como se había pronunciado
después del 6 de septiembre desde París. Alvear, sin embargo, rechazó
el ofrecimiento.21

A la salida de su entrevista con José Félix Uriburu, abril 1931.


Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.
Marcelo T. de Alvear 141

Se abrió así el cisma entre ambos. A partir de mayo de 1931, Alvear


se puso al frente de la Junta Reorganizadora, conocida como Junta del
City, por el hotel en el que se congregó, y desde entonces, el gobierno
recrudeció la hostilidad hacia la UCR, a pesar de que la reorganización
inicialmente acató los criterios fijados por el gobierno para otorgar la
personería jurídica a los partidos políticos. Fue justamente la incorpo-
ración de los personalistas lo que agrietó y finalmente quebró la rela-
ción entre el gobierno provisional y la Junta. Las postas hacia ese desen-
lace fueron: la deportación, en agosto, de Alvear y la cúpula dirigencial,
acusada de organizar el intento insurreccional de Gregorio Pomar en
Corrientes, en julio de 1931; la anulación de los comicios bonaerenses
de abril, en octubre; y finalmente, el veto a la fórmula Alvear-Güemes,
que llevó a la abstención del partido en las elecciones presidenciales de
noviembre de 1931.
De todos modos, no parece haber sido un curso lineal. De acuerdo
a versiones existentes en la correspondencia de Alvear, entre la depor-
tación y el veto a la fórmula presidencial, Uriburu intentó llegar a un
acuerdo con él para que, en caso de que fuera elegido presidente, “le
tendieras [Alvear a Uriburu] un ‘puente de plata’ para poder él salir del
poder decentemente”. El rumor es llamativo, dado que al mismo tiempo
Vicente Gallo, con la complacencia de Uriburu, procuraba instalar su
candidatura presidencial aprovechando la ausencia de Alvear (como
también le informaban).22 Pero sobre todo resulta sorprendente porque
la relación entre ambos parece haberse quebrado desde el mismo mo-
mento de la deportación.
En esas circunstancias, Alvear dio a conocer declaraciones contun-
dentes, que condenaban abiertamente al gobierno provisional:

Bien claro aparece el propósito del gobierno ‘de facto’ de turbar y


anular –si posible fuera– la gestión de reorganización del radica-
lismo, que emprendiera, bajo felices auspicios, la junta que hasta
hoy he tenido el honor de presidir. Para alcanzar ese propósito no
le ha bastado querer complicar gratuitamente a los dirigentes de
mi partido en acontecimientos militares que ignoraban y que no
han entrado en la órbita de su actividad en pro de la reconstruc-
ción partidaria, sino que violentamente expulsó del país a gran
número de los hombres que tomaron sobre sí, desinteresadamen-
142 Leandro Losada

te, la tarea de encauzar el partido Radical y por ende a la Nación,


por la senda de su reorganización legal.23

Alvear, vale decir, subrayó en su correspondencia privada desde el exi-


lio su desconocimiento de la asonada de Pomar.24
En el manifiesto que redactó en el exilio de Montevideo, en el que
lamentaba que “Me apartan” de su ciudad natal “manos crispadas”,
denunció la eliminación de las libertades públicas y la persecución a
los partidos políticos, las “torturas medievales aplicadas con oculta-
ción tenebrosa”, el diagnóstico de que la Argentina había “dejado de
ser una civilización política” a causa de una “grosera dictadura” que, a
la vez, corrompía al Ejército, haciéndolo “descender de su nivel moral,
subordinándolo a su ciego servicio”.25 Uriburu publicó un manifiesto
propio, también agresivo y que muestra el quiebre personal que produjo
la confrontación política: “El Dr. Marcelo T. de Alvear ha escrito un
manifiesto contra mi gobierno y la revolución desde el extranjero, don-
de permaneció la mayor parte de su vida, viniendo al país solamente a
recibir los cargos públicos que el Sr. Yrigoyen le obsequiaba, para ale-
jarse, después de haberlos ocupado, a su ambular paseante”. Lo llamó
“mesías del régimen depuesto” y “ciudadano indeseable”, historiando
a la vez su actuación pública, a la que veía pautada por una única cohe-
rencia, la genuflexión hacia Yrigoyen.26
Ahora bien, ¿por qué Alvear siguió este curso de acción? Algu-
nas respuestas se irán viendo en las páginas que siguen; entre ellas,
que había razones de cálculo político para incorporar a los yrigo-
yenistas a la reorganización del partido y que, a su vez, Alvear no
parecía haber considerado que Uriburu podría tomar las medidas que
finalmente tomó.
Aquí vale subrayar que las expectativas de Alvear sobre Uriburu
y la “revolución” se habían diluido bastante antes de julio-agosto de
1931. Al menos desde fines de 1930, todavía en París, si seguía conside-
rando el 6 de septiembre como un episodio necesario para acometer la
regeneración política del país, la figura del presidente provisional y el
curso tomado por su gobierno ya eran objeto de crítica. No parecía ad-
vertirse cuál era el humor de la opinión pública: un repudio, o al menos
una consideración negativa, al conjunto de la clase política, no sólo al
gobierno de Yrigoyen, que no se extendía, sin embargo, al sistema polí-
Marcelo T. de Alvear 143

tico institucional. Esta tesitura, oscilante pero paulatinamente definida,


se fue perfilando a partir de informes y correspondencias que, al ritmo
de la vertiginosa y sinuosa transformación de la escena política luego
del 6 de septiembre, le iban llegando desde Buenos Aires.

Rumbo al exilio, fines de julio, 1931, en el barco Alcántara.


Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

En ellos se advierte, en principio, una crítica dirigida a los partidos


políticos que buscaban usufructuar el derrocamiento de Yrigoyen, reu-
nidos por entonces en la Federación Nacional Democrática, de la que
era exceptuado Uriburu. De todos modos, se subrayaba la equivocación
que suponía pretender la reforma de la Constitución y de la Ley Sáenz
Peña, pues “nuestro pueblo es genuinamente democrático y le tiene ca-
riño a la Ley Sáenz Peña que le ha dado la anhelada libertad de sufragio
y hasta la libertad de equivocarse, como le ha sucedido con Yrigoyen”.27
En el cambio del año 1930 a 1931, los acentos ya eran otros: no
había expectativas de que se alcanzara una normalización institucional
antes de dos o tres años.28 El descrédito del gobierno provisional y del
propio Uriburu se acentuaban, por múltiples razones. Por un lado, pro-
144 Leandro Losada

liferaba el nepotismo, desmintiendo todo viso de regeneración: “Por to-


das partes han sido distribuidos los Uriburu y los Madero […] Sánchez
Sorondo tiene tres hijos ubicados con elevados sueldos, entre ellos uno
menor de edad”.29
Por otro, ganaba fuerza la posibilidad, antes del triunfo radical de
abril de 1931, de que el gobierno entrara “en el camino de una franca
dictadura militar, con todos sus peligros!”.30 Vale recordar que apenas
ocurrida la “revolución” se había establecido la Ley Marcial y, desde
octubre de 1930, el estado de sitio, que se prolongó hasta poco des-
pués de la asunción de Justo como presidente, en febrero de 1932. En
semejante escenario, Alvear pasaría a ser el principal peligro para el
gobierno, pues si regresaba “no podrán realizar su plan de aniquilar
al partido radical”. Se advertía “la importancia de su venida y temen
sus efectos”.31
Sobre estas opiniones y diagnósticos, Alvear fue definiendo un
punto de vista propio. A su modo de ver, el peligro central del uribu-
rismo, incluyéndolos, pero también más allá de sus rasgos crecien-
temente autoritarios, consistía en que era una nueva versión de los
problemas que el yrigoyenismo había condensado: el personalismo
político, los afanes de perpetuación en el poder, la corrupción de las
instituciones.
Como comentaba en enero de 1931:

Creo que la revolución ha realizado una obra saludable y de haber


estado en ésa hubiera participado del entusiasmo que Ud. mis-
mo experimentó y que me relata, pero me temo que los hombres
que ahora están en el Gobierno quieran a su vez convertirse en
hombres providenciales y se empeñen en seguir salvando a la
República con un tutelaje, como si nuestro pueblo fuera menor
de edad.32

El gobierno provisional actuaba “sin preocuparse para nada de aprove-


char el momento único creado por la revolución para reformar a fondo
nuestra vida política”.33 Eran notorias, y graves, la “suficiencia, vanidad
e incomprensión [que] han desvirtuado al movimiento revolucionario”.34
En suma, la “revolución” había sido traicionada por sus artífices. Las
instituciones establecidas por la Constitución, amenazadas por el yrigo-
Marcelo T. de Alvear 145

yenismo, lo estaban ahora por el uriburismo. Las diferencias ideológicas


y de origen entre ambas experiencias de algún modo quedaban en un se-
gundo plano frente al peligro común que las dos representaban. Uriburu
e Yrigoyen eran manifestaciones particulares de los mismos vicios: “el
pobre país, que antes fue víctima de la incapacidad de un viejo resblan-
decido [sic] y de un círculo sin escrúpulos, y ahora de la ambición y del
orgullo de los que al llegar al gobierno por un golpe de dados se creen
indispensables y quieren ser salvadores de la Patria”.35 O también:

La historia ajena y la propia nos enseñan con múltiples casos de


lo funesto que ha sido para la vida normal y el progreso de una
democracia el hecho de que sus gobernantes se crean providen-
ciales y encargados de realizar misiones superiores. Estos señores
que se han apoderado del gobierno, no por capacidades propias
sino por inepcia del gobernante depuesto y de los que lo rodea-
ban, han creído que han realizado una obra magna y que la provi-
dencia les depara un rol trascendental.36

En segundo lugar, y motivado por el curso que tomó la conformación del


espacio político oficialista entre fines de 1930 y comienzos de 1931, Alvear
entendió que el 6 de septiembre no sólo no había realizado lo prometido,
sino que culminaba en un regreso del pasado: en una restauración con-
servadora. Sus corresponsales desde Buenos Aires reiteraron testimonios
que apuntaban en ese sentido, sobre todo cuando tomó forma la iniciati-
va del ministro Sánchez Sorondo de constituir un Partido Nacional que
fuera expresión de la “revolución” basado en el Partido Conservador de
la Provincia de Buenos Aires. A partir de entonces, resultó evidente que
“El partido conservador se ha convertido en partido oficial”, lo cual movi-
lizaba la incredulidad, pero también el desencanto de la opinión pública:
“pero ¿cómo? ¿estos puritanos son los antiguos roquistas y juaristas?”.37 La
“revolución” culminaba en restauración: “parecería que el propósito fuera
dividir a todos hasta que mueran los partidos y después hacer que resurja
de sus propias cenizas, como el Fénix, el Partido Autonomista Nacional
que llevó por dos veces al Poder al Gral. Julio A. Roca”.38
Alvear hizo suya esta impresión. Pero con un acento adicional. Más
que el retorno del pasado en sentido estricto, se culminaba en un regre-
so degradado del mismo:
146 Leandro Losada

El Partido Conservador […] es […] una fuerza política completa-


mente descreída y sin ninguna fe en la misma opinión que tratan
de conquistar. Por otra parte, ha perdido el prestigio de los hom-
bres de Estado superiores que tuvo a su frente en otras épocas
y que no ha reemplazado, pero conserva las mañas y los malos
procedimientos electorales que siempre lo caracterizó.

En consecuencia: “Esta situación nos coloca, a través de 40 años, en el


mismo estado de cosas y frente al mismo adversario que combatimos al
iniciarnos en la vida cívica”.39
Por todos estos factores (el camino tomado por el gobierno provisio-
nal; quienes pretendían capitalizar la salida política del derrocamiento
de Yrigoyen), era notorio que “la verdadera revolución que necesita el
pueblo argentino aún está por hacerse”.40 Este cuadro de situación, he-
cho propio, fue decisivo para el retorno. Además, las circunstancias
eran alentadoras para reorganizar el partido:

Estoy convencido que es un momento muy propicio, después de


la dura lección recibida, para hacer una reorganización amplia
del partido radical, sobre bases nuevas y otros procedimientos;
es decir, tener el partido que siempre hemos ambicionado y que
no fue posible realizar, primero porque su acción exclusivamente
revolucionaria no se lo permitió, y después en la época electoral
por incomprensión de Yrigoyen, que sólo quiso y se preocupó de
su predominio personal.41

La posición que Alvear tomó al regresar, entonces, desairó a Uriburu,


pero ciertamente era consecuente con la mirada que había ido tejiendo
sobre los acontecimientos desde fines de 1930 e inicios de 1931. La “re-
volución” giraba hacia dictadura, o cuanto menos, replicaba el perso-
nalismo con nuevos ropajes; sus herederos políticos eran los enemigos
históricos del radicalismo; la regeneración prometida y suspendida en
septiembre de 1930 podía encabezarla Alvear a través de una UCR reor-
ganizada, apuesta a la que daba fundamentos la situación del partido
luego de su expulsión del poder y el desplazamiento de Yrigoyen.
Este diagnóstico no hizo sino reforzarse con el debilitamiento del
gobierno provisional ocurrido luego de las elecciones de abril, que cier-
Marcelo T. de Alvear 147

tamente no hicieron redituable el alineamiento o la negociación con


Uriburu, quien no tenía nada para ofrecer. A pesar de la entrevista en-
tre ambos, parece ser que este posible desenlace, incluso, fue adverti-
do entre algunos allegados al presidente provisional, como Francisco
Uriburu.42 El triunfo electoral, como se verá en el próximo apartado,
incidió asimismo en que la reorganización partidaria incluyera al yrigo-
yenismo, frustrando las expectativas de quienes habían visto un Alvear,
ahora sí, a diferencia de sus años como presidente, decididamente anti-
personalista, tal como él mismo lo había dejado entrever en sus declara-
ciones públicas posteriores al desplazamiento de Yrigoyen.
Finalmente, vale agregar un último aspecto. Hubo una lectura so-
cial y no sólo política del 6 de septiembre. Según uno de los correspon-
sales más consecuentes de Alvear, la clase política que pretendía usu-
fructuarla no sólo era expresión de la que había abandonado el poder en
1916. También representaba a una clase social. Era “una clase política
síntesis de una oligarquía aristocrática que creíamos desaparecida para
siempre en la república y que sin embargo estaba allí, rediviva, en los
balcones de la Casa Rosada, por encima de las bayonetas”.43
Entidades como el Jockey y el Círculo de Armas aparecían estrecha-
mente asociadas con la “revolución”, o, mejor dicho, con quienes aspi-
raban a obtener réditos de ella. Al Círculo se lo llamaba “el Club de los
Genuflexos, y no está mal puesto porque cuando va el General [Uriburu]
o algunos ministros, le forman la corte y se desesperan a ver cuál adula
mejor. Ud. ya sabe lo que son la gente [sic] con los que pueden dispen-
sar favores”.44 Allí, incluso, se pergeñaban acciones contra el propio
Alvear. Se lo informó, por ejemplo, de “una intensísima campaña en el
Círculo y en el Club, para que sus amigos le escribamos anunciándole
que no debe venir. ¡Miserables!”.45
Estas opiniones no carecían de fundamentos. Por un lado, se ha
señalado la relación de uriburistas y conservadores con la alta socie-
dad porteña. El mundo social compartido, así como los antecedentes
de varios de los protagonistas del tronco uriburista (un pasado sáenz­
peñista), precisamente hace menos sorprendente de lo que podría
pensarse, por aspectos políticos o ideológicos, el giro conservador del
uriburismo.46
En segundo lugar, esos espacios de sociabilidad no eludieron la
identificación con la “revolución”, si bien, claro está, pretendieron vol-
148 Leandro Losada

verla positiva. Por ejemplo, en 1935, con motivo del cincuentenario del
Círculo de Armas, su presidente por entonces, Julio Roca (h), a la sa-
zón vicepresidente de la nación, evocaba el compromiso patriótico de
sus asociados aludiendo a “los jóvenes patricios vencidos en el Parque,
o victoriosos, en pos de su caudillo, en la jornada de septiembre”. La
asociación entre la Revolución del 90 y el 6 de septiembre de 1930 per-
sistió, en sus artífices o simpatizantes, como un modo de legitimarla.47
Por último, Alvear manifestó cierta extrañeza frente a su círculo so-
cial como consecuencia de las inclinaciones políticas que advirtió entre
sus miembros. A inicios de 1931 puede leerse en su correspondencia:
“Más que un raciocinio, fue una convicción y un sentimiento los que
me llevaron siempre a creer en la democracia y a estar más cerca de la
masa que de la elite social a la cual pertenecía”.48 Es revelador que sus
corresponsales le escribieran sobre el Jockey, o sobre la “aristocracia”,
como si fuera un mundo ajeno a Alvear. En París, como se vio en el ca-
pítulo anterior, algunos miembros de la colonia argentina habían censu-
rado o mostrado cierto rencor hacia Alvear luego de abandonar el poder.
La noticia de su regreso en 1931 no colaboró a que la situación se dis-
tendiera. También allí se planearon campañas en su contra. En la prensa
se informó, por ejemplo, que “un político conservador argentino” había
asegurado “en el salón de lectura de un diario sudamericano”, y “ante
nutrida rueda de personas que estaban de tertulia”, que “él y sus amigos
habían hecho una intensa campaña postal” para que Alvear fuera recibi-
do al desembarcar en Buenos Aires por una gruesa silbatina.49
Desde ya, este tipo de apreciaciones y de episodios, motivados por
coyunturas específicas, no deben sobreestimarse. Se ha tratado este punto
en el capítulo 1. Alvear no renegó de su procedencia social. Tampoco fue
el único, desde ya, identificado con el radicalismo. Son testimonios que
revelan otros fenómenos: la fractura que la política provocó recurrente-
mente en la elite y las diferentes representaciones e identidades entre sus
miembros. Incluso, la disputa alrededor de una misma identidad. Como
puede verse en el párrafo de Julio Roca (h), a su modo de ver quienes ha-
bían hecho la “revolución” eran patricios, y no por tener una noción pa-
trimonialista de la nación, sino por su abnegación pública. Esta identidad
patricia, fundamentada desde un comportamiento público opuesto al ex-
presado por Roca, es aquella a la que Alvear apeló más frecuentemente
para autorretratarse. Su persistente noción de que su círculo social debía,
Marcelo T. de Alvear 149

ante todo, ser un patriciado, que de ello dependía su legitimación, así


como que ese era el rol a ejercer para estar a la altura de sus antecesores,
permite entender que haya hecho suyo, aunque con modulaciones pro-
pias, el retrato de los oficialismos de los treinta y de sus entornos sociales,
tan próximos y a la vez, entonces, tan distantes, como una oligarquía.

El liderazgo partidario. Alvear e Yrigoyen

Alvear retornó de su exilio en julio de 1932. Había pasado un año desde


su deportación por Uriburu, a fines del mismo mes de 1931. A partir de
entonces, quedó al frente del comité nacional de la UCR, cargo que ocu-
paría hasta su muerte, casi diez años después. En verdad, había sido ele-
gido en septiembre de 1931, cuando se había constituido la Convención
Nacional y el Comité como corolario de la reorganización desplegada
desde mayo de ese año, pero su deportación le había impedido ejercer
el cargo de manera efectiva. Para mediados de 1932, la reorganización
partidaria ya había tomado forma, impulsada desde septiembre de 1931
y aprobada por la Convención Nacional en abril de 1932.50

Desembarcando del Cap Arcona, al regresar del exilio, julio


1932. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.
150 Leandro Losada

El liderazgo partidario de Alvear fue el desenlace de una sinuosa histo-


ria. Aparentemente declamado por casi todos, fue resistido y cuestiona-
do, alternativamente, por antipersonalistas e yrigoyenistas. Así fue por
dos grandes razones. Por un lado, las decisiones que tomó: primero, la
reorganización sin exclusiones; después, el abandono de la abstención.
En segundo lugar, no era fácilmente encasillable como yrigoyenista ni
como antipersonalista. Era poco confiable para ambas tendencias. Pero,
a la vez, el único capaz de acercarlas.
Sus críticas al yrigoyenismo, explícitas al momento de avalar el 6 de
septiembre, se ha visto, tenían antecedentes en su correspondencia priva-
da entre 1928 y 1930. La tarea de reorganización era urgente, para reposi-
cionar a la UCR luego de la “revolución” de septiembre, pero también para
erradicar las inconsistencias y los vicios inoculados por el personalismo:

Estamos en deuda con nuestro país. Hemos, durante cuarenta


años, censurado, criticado y prometido y cuando hemos podido
cum­plir muchas veces nuestra acción en el Gobierno ha sido peor
que las más malas que hemos combatido. Sé que el mal gobierno
es un mal pasajero, pero la fe que puede perder el electorado, eso
puede ser irreparable y esto tenemos que cuidarlo.51

Según se vio más arriba, para Alvear “la incomprensión de Yrigoyen,


que sólo quiso y se preocupó de su predominio personal”, había impe-
dido “tener el partido que siempre hemos ambicionado”.52 Esta opinión,
por lo demás, no dudó en hacerla pública en las declaraciones posterio-
res al 6 de septiembre: “al menos hubiera salvado al Partido, la única
fuerza electoral del país, rota y desmoralizada por la acción de su perso-
nalismo”.53 Aun en 1931, y en el mismo viaje de regreso a la Argentina,
siguió volcando declaraciones críticas contra Yrigoyen en la prensa, si
bien ya encuadradas en una condena a su derrocamiento: “Irigoyen [sic]
cayó aplastado por su propio error al igual que todos los que no supie-
ron ser depositarios de las esperanzas del pueblo”.54
Sin embargo, semejantes credenciales antipersonalistas no lo con-
virtieron en un personaje confiable para quienes, en la UCR, y no sólo
en ella, pretendían erradicar definitivamente a Yrigoyen de la política
argentina. Así era porque su responsabilidad en la concreción del se-
gundo gobierno yrigoyenista seguía siendo un tópico vigente bastan-
Marcelo T. de Alvear 151

te tiempo después de que hubiera entregado el poder: “‘Alvear es el


responsable de toda la calamidad peludista’. Esa diatriba que siguen
esgrimiendo, para alejarlo a Ud. y excluirlo, ya no convence sino a las
comparsas de aprovechadores”.55
Estas acusaciones, aunque convencieran a pocos según Tombeur,
motivaron la indignación de Alvear, también visible en su correspon-
dencia entre 1928 y 1930. Frente a ellas, aludía a consideraciones co-
nocidas. Su proceder había estado guiado por la estricta observancia
de las instituciones republicanas, la cual, por otro lado, lo alejaba del
yrigoyenismo así como de “los gobiernos electores” que el radicalismo
había confrontado en sus inicios:

Empieza a cansarme la frecuencia y la injusticia, con que algunos


me echan la culpa, de que Yrigoyen sea Presidente. Creen erró-
neamente, que si yo hubiera empleado todo el poder que tiene
el Presidente en hacer politiquería y si hubiera intervenido en
algunas provincias, sin tener en cuenta ni la letra ni el espíritu
de la Constitución, ello se hubiera evitado. No creía en el mo-
mento oportuno, ni creo ahora, que tal cosa hubiera obtenido.
Ello era dudoso ante el fenómeno colectivo de la popularidad de
Yrigoyen, pero lo que sí era indudable, es que mi actuación como
gobernante me hubiera asemejado a la de los Gobiernos electores
y que con ello hubiera incurrido en los errores y abusos que com-
batí toda mi vida ciudadana y no hubiera respondido a los ideales
que inspiraron mi acción cívica.56

La ingratitud de los antipersonalistas, además, le era frecuentemente re-


cordada: “Después de las renuncias de Gallo y Le Bretón por no resolver
Ud. la intervención a Buenos Aires [en 1925], éstos quedaron distancia-
dos y se convirtieron en críticos de su gobierno […] Melo, Apellániz, Ga-
llo […] declaraban, a las pocas horas de su partida [en 1928], que era Ud.
el culpable de que todo se hubiera perdido”.57 Dolido y enervado con Yri-
goyen y el personalismo por la desacreditación de su gobierno y posible-
mente por considerarse usado, asimismo era notoria su indignación con
las críticas del antipersonalismo por culparlo del regreso de Yrigoyen.
Las insistencias a que acometiera la reorganización del partido, y
que lo hiciera con la exclusión absoluta de todos aquellos vinculados a
152 Leandro Losada

Yrigoyen, se reiteraron a lo largo de 1930 y en 1931, antes de su retorno


al país en abril: “Todos desearían que abandonando la excesiva bondad
repudiaras públicamente todo contacto con esta banda de ladrones [se
menciona a Oyhanarte y a Molinari], calumniadores y asesinos que han
arruinado al país y encanallado el nombre radical”.58 Cuanto menos, se
le planteaba que afirmara públicamente que: “Procuré gobernar alejado
de Yrigoyen, sin dejar de hacer un gobierno radical. Hoy se convence-
rán que tuve razón y que hice lo mejor de lo que podía hacer”.59 En este
sentido, se le llegó a sugerir la posibilidad de crear un partido nuevo,
alrededor de independientes y antipersonalistas.60
Un revelador indicio de que Alvear no estaba dispuesto a seguir
estos planteos fue su reunión con Diego Molinari en París, en enero de
1931. Frente a las inquietudes que se generaron en Buenos Aires sobre
un eventual pacto con el personalismo, Alvear respondió con contun-
dencia: “cuando era presidente, nunca me negué a recibir a los enemigos
y adversarios que me lo solicitaron. Es curioso que estando de acuerdo
la mayoría de los amigos en la necesidad de reorganizar el partido, en-
tiendan que yo no pueda ni escuchar a los que han sido personalistas”,
apuntando sobre el presunto pacto: “Tendría que estar completamente
extraviado para semejante cosa: aparecer que desde aquí estoy salvando
al país; cosas tan contrarias a mi modo de ser, que no sé cómo los que se
dicen mis amigos y me conocen hayan podido creerlo”.61
Había razones políticas concretas para que Alvear procediera de este
modo. De acuerdo a lo que le informaban desde Buenos Aires, a medida
que el gobierno provisional perdía el rumbo, político y económico, y pro-
fundizaba su autoritarismo, la percepción sobre el yrigoyenismo comen-
zaba a virar. En el cambio de año de 1930 a 1931, pasó de victimario a
víctima: “La piedad está en todos los labios cuando se habla de Yrigoyen.
Y acuérdate: si éste llegara a morir en la isla de Martín [García, allí estaba
detenido], su nombre sería una formidable bandera de guerra que sus
amigos harían tremolar”. Según otro testimonio: “a muchos entre la gente
del pueblo le he oído decir: ‘Pobre viejo, cómo lo tienen’. Y ya sabe Ud.
que cuando a nuestro pueblo se le ablanda el corazón perdona todo”.62
Como se vio en el apartado anterior, para entonces Alvear ya había
cambiado su opinión sobre el 6 de septiembre y el gobierno provisional.
En lugar de abrir el paso a una regeneración política, se encaminaba a la
dictadura. Cuanto menos, a una nueva versión del personalismo políti-
Marcelo T. de Alvear 153

co, o incluso a un regreso de los conservadores al poder, que auguraba


una hostilidad creciente hacia la UCR.
En suma, pasada la coyuntura concreta de septiembre de 1930, Alvear
no rompió con el yrigoyenismo. Así fue por razones de cálculo y conve-
niencia, a medida que cambiaron las respectivas reputaciones del gobierno
de Uriburu y de Yrigoyen. Era notorio, asimismo, que la identidad radical,
en 1930, era yrigoyenista, y que el caudal electoral del antipersonalismo
distaba de ser significativo. La incorporación del personalismo se imponía
por sí misma para reposicionar políticamente a la UCR.63
Teniendo todo esto en consideración, entonces, las acciones em-
prendidas una vez consumado el regreso al país, en abril de 1931, es
decir, la reorganización del partido en la conocida Junta del City con
personalistas y ex miembros del gabinete de Yrigoyen, emergen como
una constatación de lo que Alvear había planteado hasta entonces, más
que como una novedad inesperada. Tampoco parece una decisión sólo
motivada por el triunfo electoral en la provincia de Buenos Aires. Éste,
por lo dicho, aparece como la condensación de tendencias que venían
percibiéndose desde fines de 1930 y no como el producto de una súbita
resurrección de la popularidad del radicalismo.
En estas circunstancias, por lo demás, comenzó paulatinamente a
reaparecer la imagen de un Alvear yrigoyenista. A partir de abril y mayo
de 1931, fue juzgado como en 1928. El Alvear de 1930, que había apoya-
do el derrocamiento de Yrigoyen, parecía no haber existido, o haberse
desvanecido, como si hubiera ocurrido mucho tiempo atrás y no unos
pocos meses antes. Así lo cristalizó, como se vio, Uriburu, al justificar
su deportación: el rasgo más notorio de Alvear era su larga e incondi-
cional lealtad a Yrigoyen.
Sin embargo, el trabajo de reunificación partidaria no le granjeó
la lealtad de los yrigoyenistas. En parte, por las críticas que Alvear ha-
bía vertido sobre el viejo líder, que estaban disponibles para quien
quisiera recordarlas. Según su secretario personal, la hostilidad que
había sufrido de parte de simpatizantes yrigoyenistas en la entrega
del gobierno en octubre de 1928 perduró en Alvear como un recuerdo
amargo, que habría incidido, primero, en su demora a regresar luego
de septiembre de 1930, debido a las dudas sobre cuán bien recibido
sería su liderazgo, y luego, en su decisión de incorporar a los persona-
listas a la reunificación.64
154 Leandro Losada

Los recelos de los personalistas, sin embargo, tenían razones más


novedosas, al menos entre los círculos dirigentes. La decisión de Alvear
de ponerse al frente de la reorganización le valió un incremento de su
popularidad y revalidó, por decir así, su radicalismo ante propios y ex-
traños. Un indicador de ello son los testimonios que a lo largo de 1931
muestran la brecha que separaba a Alvear de sus antiguos ministros en
la consideración pública, casi todos ellos enrolados en el antipersona-
lismo (Agustín Justo entre ellos, desde ya): “Sus ‘grandes’ amigos polí-
ticos: sus ex ministros que quedaron en la Junta [del City, en referencia
a Vicente Gallo], en nada se diferencian de los otros que como Justo,
Domecq y Matienzo, se inscribieron en el Castelar. Juzgo más dignos a
estos últimos, que por lo menos han tenido el coraje y valentía de ma-
nifestarse abiertamente contrarios suyos”. O, también: “La gente com-
prende todos los esfuerzos que usted debe haber hecho para gobernar
como gobernó teniendo a su alrededor a tantos badulaques: Matienzo,
Pérez, Justo, Domecq, Sagarna, etc., etc.”.65
Por otro lado, y más importante, Yrigoyen aprobó la conducción y la
reorganización partidaria de Alvear. Al parecer, apenas derrocado, vertió
opiniones desdeñosas sobre Alvear entre sus íntimos.66 Sin embargo, no
hizo declaraciones públicas en su contra a pesar del aval que había dado
a su derrocamiento. Todo esto no hace más que evidenciar lo profundo y,
si se quiere, extraño que fue el vínculo entre ambos: oscilante, atravesado
por rivalidades y rencores a menudo explícitos y contundentes, nunca se
quebró completamente, ni de parte de Alvear, ni de Yrigoyen.
El aval de Yrigoyen fue el corolario de otro recorrido sinuoso. Una
vez liberado de su detención en Martín García en marzo de 1932, la
recuperación de su popularidad se confirmó. Se estimó que se congre-
garon frente a su casa unas diez mil personas.67 La posibilidad de que
reactivara su acción política cobró entonces verosimilitud. El contexto,
además, había cambiado. La liberación de Yrigoyen coincidió con el
inicio de la presidencia de Agustín Justo, quien por entonces prometía
el regreso a la normalidad institucional. Alvear, en cambio, aún estaba
en el exilio. En semejantes circunstancias, manifestó su curiosidad, por
no decir inquietud, por los movimientos del viejo líder.68
Las dudas fueron despejadas por sus informantes. Si bien algunos
planteaban que, en caso de que Yrigoyen aspirara a la jefatura del par-
tido, la unidad peligraría,69 los testimonios tendieron a señalar que su
Marcelo T. de Alvear 155

figura era más un símbolo respetable que un dirigente activo e influ-


yente. Se aseguraba que su “popularidad es meramente sentimental y
afectiva”. Además, era evidente su senilidad.70
Más importante, Yrigoyen daba señales de bendecir la conducción
de Alvear (es conocida la expresión “hay que rodear a Marcelo”):

cuando habla de Ud. [se expresa] con todo cariño, habiendo ma-
nifestado reiteradamente que el Partido estuvo bien dirigido du-
rante la dictadura, y que los pilotos que supieron capear el tem-
poral durante la borrasca, son los más hábiles para manejar el
timón en los momentos de calma. Nada me sorprendería, si él le
hiciere alguna indicación pidiendo su regreso.71

Fue este aval el que alentó las intrigas, implícitas más que abiertas, de
quienes aspiraban a ser sucesores de Yrigoyen apelando a sus irrepro-
chables credenciales personalistas y aprovechando la vacancia forzosa
de Alvear. Entre ellos sobresalían Adolfo Güemes y Honorio Pueyrre-
dón, quien había encabezado la fórmula victoriosa de abril de 1931 en
la provincia de Buenos Aires y también había sido deportado por Uri-
buru. Ambos “se resguardan en el ala protectora de Yrigoyen para al-
canzar influencias definitivas con vistas a la futura presidencia”.72
Alvear, exiliado, fue notificado de los rumores que desde los entor-
nos de estos personajes se echaban a rodar: que se había retirado de la
vida política;73 que había negociado con Justo, garantizándole la cola-
boración del radicalismo con su flamante gobierno, cuando la opinión
radical retrataba a Justo como el principal beneficiario del alejamiento
del partido de las urnas.74 También se insistía en que su aleja­miento ha-
bía “enfriado” su figura y ponía en peligro la reorganización, motivando
las exhortaciones a su regreso.75 Alvear no ignoró las maniobras que se
movilizaban en su ausencia. La decisión de presentar la renuncia a la
presidencia del comité nacional a inicios de 1932, rechazada por unani-
midad, seguramente fue la respuesta ante aquellas, pues obtuvo así un
respaldo clave a su conducción. Como destacaba uno de sus correspon-
sales, el hecho de que la mayoría de quienes habían rechazado la dimi-
sión fuera de extracción personalista “a mi juicio dá más importancia al
pronunciamiento”.76
156 Leandro Losada

Hablando al público apenas desembarcado, julio 1932.


Detrás de Alvear, semi cubierto, está Honorio Pueyrredón.
Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

Una vez reunida la Convención Nacional de abril de 1932, el respaldo


de Yrigoyen a Alvear ya no era motivo de duda ni de especulaciones.
Tampoco el ocaso del primero: “la influencia de Yrigoyen ya no existe
[…] dará a entender que nadie mejor que Ud., Dr. Alvear, es el indi-
cado para dirigir el radicalismo”.77 Sin embargo, la mera presencia de
Yrigoyen, por más que fuera ya “una sagrada reliquia del radicalismo”,
todavía abría camino “a todos los inhabilitados para actuar, por sus de-
ficientes condiciones”.78 Los esfuerzos de Pueyrredón y Güemes persis-
tían, aunque Yrigoyen ya explicitara que no los respaldaba:
Marcelo T. de Alvear 157

Pueyrredón y Güemes son dos tontos que se han enloquecido con


la idea de la futura presidencia –un poco temprano, no?– y no
dejan de hacer todo género de pavadas, empezando por querer
tomar de instrumento a Hipólito para atraerse el electorado, cosa
que les ha fracasado pues éste ya habla mal de ellos, pero siguen
pretendiendo desplazarte de la dirección del partido.79

Nada de esto dio resultado. Al regresar en julio de 1932, Alvear asu-


mió la conducción partidaria.80 Sin embargo, pocos meses después,
en diciembre, fue detenido por el gobierno de Justo y encarcelado en
Martín García, a raíz del intento revolucionario del teniente coronel
Atilio Cattáneo. Esta situación creó otra vez condiciones propicias
para las intrigas, a pesar de que junto a Alvear fueron detenidos el
propio Yrigoyen, Güemes, Pueyrredón y Dellepiane (también José
Tamborini).81 Como el propio Alvear apuntó desde su confinamiento:
“Los radicales sueltos y francos tiradores que Ud. conoce, parece que
desean vivamente que yo me vaya a Europa e influyen en este sentido
ante el Gobierno, creyendo que estando yo aquí podrán recoger mu-
chos elementos partidarios e iniciar una organización en provecho
propio”.82

Poco antes de ser enviado a


Martín García, enero 1933. Segundo
a la derecha de Alvear está Adolfo
Güemes. Fuente: Archivo General
de la Nación Departamento de
Documentos Fotográficos.

Poco después, sin embargo, los acontecimientos dieron otro giro im-
previsto. Alvear fue liberado de su detención a fines de abril de 1933.
Dos meses después, el 3 de julio, murió Yrigoyen. La participación pro-
tagónica de Alvear en el multitudinario cortejo fúnebre del día 6 (la
prensa estimó la concurrencia en casi quinientas mil personas), y como
principal orador en las exequias, parecieron rubricar su unción como
sucesor del difunto líder. Allí, Alvear subrayó “su fe [la de Yrigoyen] en
158 Leandro Losada

la democracia, de la que […] fue sincero e inquebrantable exponente”.83


Más aún, el propio Alvear había anunciado la noticia del fallecimiento,
desde un balcón de la casa de Yrigoyen, a la numerosa concurrencia que
allí se había aglutinado el día 3.84
De todos modos, los resquemores yrigoyenistas no desaparecieron.
Y, nuevamente, a su despliegue fueron funcionales los rigores sufridos
durante la presidencia de Justo. En diciembre de 1933 Alvear fue otra
vez detenido, al igual que toda la cúpula partidaria, durante la reunión
de la Convención Nacional de la UCR en Santa Fe, a raíz del movimien-
to revolucionario liderado por el teniente coronel Roberto Bosch y José
Benjamín Ábalos. Retenido en Martín García hasta enero de 1934, par-
tió luego a Europa, donde estuvo hasta octubre. En los meses finales de
ese año, cuando estaba por regresar a Buenos Aires, se le alertaba que
las restantes autoridades del partido lo toleraban pero no lo querían.
La represión y la cárcel compartidas en 1932 o en 1933 parecían no
haber sido suficientes para fraguar solidaridades consistentes. Más aún,
se agregaba una información inquietante. El abstencionismo perduraba
para impedir que la concurrencia electoral culminara con Alvear en la
presidencia: “saben que yendo al comicio, la voluntad popular se ha de
volcar unanima [sic], con el nombre de Marcelo T. de Alvear para la pre-
sidencia de la República”; “El pueblo radical […] está con Alvear […]
Los directores abstencionistas lo toleran, pero no lo quieren”.85
Si se ensaya una mirada en perspectiva, se puede decir, entonces, que
las decisiones que tomó Alvear al regresar al país y ponerse al frente del
partido le dieron réditos. Despejaron toda duda de colaboracionismo con la
dictadura de Uriburu – ­ una posibilidad abierta por su apoyo inicial al de-
rrocamiento de Yrigoyen y porque el propio Uriburu se lo planteó a Alvear
en la entrevista de abril de 1931– y lo convirtieron en un referente indis-
cutido del radicalismo.86 El veto a su candidatura, el exilio y la cárcel, con
sus intrínsecos costos personales, reforzaron la imagen de un Alvear de
inquebrantable compromiso con el partido, a la que contribuyó decisiva-
mente el aval de Yrigoyen, y también, por cierto, su muerte, pues con ella
desapareció quien podía ser eventualmente su gran rival en la conducción
de la UCR. Todo esto le confirió a Alvear una considerable popularidad
entre 1931 y 1934, probablemente, la mayor de toda su vida pública.
Sin embargo, por esos mismos éxitos, todas estas decisiones no fue-
ron gratuitas. Debió afrontar, primero, las intrigas de quienes, con raíces
Marcelo T. de Alvear 159

antipersonalistas pero habiendo acompañado la reunificación, preten-


dieron ocupar su lugar aprovechando las forzadas ausencias. Entre ellos,
viejos amigos como Fernando Saguier o Vicente Gallo.87 En segundo lu-
gar, los antipersonalistas más intransigentes se alejaron, nucleándose en
la llamada Junta del Castelar, acentuando brechas políticas y persona-
les, ya delineadas en los años veinte, con ex ministros e incluso también
amigos de juventud, como Leopoldo Melo. El regreso de Alvear frustró
asimismo la expectativa de otro ex ministro y otro hombre fuerte del 6
de septiembre de encabezar el radicalismo, Agustín Justo, abriendo una
inquina que el acceso de éste a la presidencia a través de la Concordan-
cia no cerró, y de la cual los encarcelamientos dispuestos contra Alvear
en 1932 y 1933, si bien fundamentados por razones políticas, fueron a
su modo una muestra.88 Finalmente, y a pesar de todo lo anterior, Alvear
no logró ganarse el apoyo incondicional de yrigoyenistas como Adolfo
Güemes u Honorio Pueyrredón, que también intentaron sacar rédito de
sus ausencias.89 Quizá advertencias como las de José Hortensio Quija-
no, arriba citadas, estuvieron entre las razones que alentaron a Alvear a
cambiar la dirección del partido en la política nacional. Esto es, a deci-
dir el paso del abstencionismo al concurrencismo.

Abstención, revolución, concurrencia

Las autoridades del partido decidieron la abstención en octubre de 1931,


luego del veto de Uriburu a la fórmula Alvear-Güemes. Alvear ya estaba
en el exilio para entonces, desde agosto, en Río de Janeiro. En enero de
1935, a casi tres años de iniciado el gobierno de Justo, la Convención
Nacional del partido dispuso el retorno a la competencia electoral.90
Ambas opciones nunca estuvieron plenamente consensuadas. El
abstencionismo fue criticado prácticamente desde sus inicios, y distin-
tas secciones partidarias provinciales (Santa Fe, Tucumán, entre otras)
desobedecieron las decisiones del comité nacional, plantearon la con-
currencia y comenzaron a llevarla a la práctica una vez iniciada la pre-
sidencia de Justo. Más adelante, el giro concurrencista fue criticado por
los así llamados intransigentes, visibles a partir de 1935. Denunciaron
que implicaba una actitud tolerante, cuando no cómplice, con los elen-
cos políticos que habían expulsado al partido del poder en 1930. En se-
160 Leandro Losada

gundo lugar, ninguna de las dos decisiones fue voluntaria o deliberada,


o el resultado de un pormenorizado análisis de la coyuntura. Ambas
fueron obligadas por el contexto, por circunstancias que se mostraron
imprevisibles y sorpresivas, o ya instaladas, irreversibles.
Por ejemplo, al recorrer la correspondencia de Alvear, puede verse
que ya estando exiliado, en septiembre de 1931, no entraba en las posi-
bilidades contempladas el veto a su candidatura, que ocurrió semanas
después. Por ende, la abstención no aparecía como un curso de acción ne-
cesario, a pesar de las represalias ya sufridas por la dictadura de Uriburu.
Por el contrario, la abstención (o la revolución) eran retratadas como las
decisiones que la dictadura quería que tomara el radicalismo. El retrato
preeminente es el de un gobierno empecinado pero en retirada, que no
podrá ir contra un clima de opinión que se muestra solidario con la UCR.
El presidente provisional, pero también Justo, sufrían un repudio abierto.
Así lo mostraban los silbidos que recibían en canchas de fútbol o la redu-
cida asistencia a la conmemoración del aniversario del 6 de septiembre.
Atrás habían quedado las advertencias, de inicios de 1931, que vaticina-
ban una prolongación, quizá por dos años, del gobierno provisional en el
poder. Más aún, reprimiendo a la UCR, Uriburu no había hecho más que
acrecentar la popularidad del radicalismo. Se auguraba, por lo tanto, un
triunfo ineludible y a Alvear como próximo presidente.91
Otros corresponsales ponían acentos más prudentes pero concluían
de la misma manera. Por ejemplo, estaban los que sostenían la incon-
veniencia de la abstención, afirmando que los partidos de oposición,
socialistas y demócrata progresistas, no acompañarían la decisión ra-
dical. Éstos reclamaban elecciones libres y el retorno de los exiliados,
pero su solidaridad con la UCR llegaría hasta allí. Por ello, sugerían la
constitución de un frente común, especialmente con el socialismo, que
fue recurrentemente rechazado. Incluso cuando emergió la posibilidad
de que el gobierno podía vetar a Alvear, se seguía sosteniendo que la
oposición del Ejército, de los partidos y de la ciudadanía a semejante
decisión impediría que la misma pudiera implementarse con éxito.92
De algún modo, toda esta correspondencia muestra una lectura del
contexto heredera de la que había empezado a delinearse desde las se-
manas inmediatamente posteriores a la caída de Yrigoyen. El gobierno
provisional y el elenco setembrino estaban en un proceso de descom-
posición, enfrentamiento y pérdida de rumbo, que había generado una
Marcelo T. de Alvear 161

impopularidad cada vez más notable de sus referentes en la opinión


pública y, en paralelo, un súbito renacer de la simpatía por el radica-
lismo, que demandaba un líder capaz de reorganizarlo y reunificarlo,
Alvear. Conseguido este objetivo, nada podría detenerlo en el rumbo
al poder, como en parte lo había mostrado el triunfo en la provincia de
Buenos Aires en abril de 1931. El acento, en todo caso, entre los más
cercanos e íntimos a Alvear, que seguían manifestando su rechazo al
yrigoyenismo, era que la UCR conducida por él, más que un retorno del
mismo partido, sería, por la renovación que Alvear llevaría adelante, el
actor que realizaría la expectativa que había despertado y luego anulado
el 6 de septiembre: una regeneración de la vida política argentina, una
“revolución democrática”, que dejaría atrás, finalmente, los vicios y ata-
vismos, fueran cuales fuesen sus expresiones singulares (yrigoyenismo,
uriburismo, etc.).93
En suma, las decisiones de Alvear al volver al país, como se vio
en los apartados anteriores, probablemente fueron inesperadas para sus
opositores internos y externos a la UCR. Pero la decisión de Uriburu de
vetar la fórmula, y la casi nula resistencia que ésta motivó en la opinión
pública y en el conjunto del arco político, creando rencores y recelos
que no se disiparían, también fue sorpresiva. Mostró una realidad bas-
tante lejana de los diagnósticos esbozados hasta ese momento.
Una vez vetada la fórmula de Alvear, la decisión abstencionista sí ad-
quirió popularidad.94 Sin embargo, desde un principio, también se plantea-
ron reparos y críticas. Para los sectores más radicalizados, la abstención era
una intransigencia blanda. No se participaba, pero tampoco se actuaba. La
revolución era el camino a seguir frente a gobiernos usurpadores.
Desde perspectivas más moderadas, había a su vez diferentes én-
fasis. Por un lado, estaban quienes sostenían que el veto del gobierno
no era arbitrario como se suponía, tanto por razones constitucionales
como por el hecho de que el partido había asumido el compromiso de
acatar las reglas establecidas por el gobierno provisional para iniciar su
reorganización, y, en cambio, había decidido faltar a ellas al momento
de proponer su fórmula para las elecciones presidenciales. Todos estos
argumentos, de manera poco sorprendente, fueron planteados por los
sectores más reclinados sobre el gobierno.95 Por otro lado, personajes
cercanos y confiables a Alvear, avalando la abstención, planteaban a
su vez cierto escepticismo por razones de supervivencia política (per-
162 Leandro Losada

sonales, no sólo partidarias). Fue el caso de su sobrino Lorenzo Lezica


Alvear, quien señaló: “Naturalmente que la abstención es lo mejor y la
única solución viable […] [Pero] No te esconderé que los candidatos
nuevos radicales hacen fuerza para ir a la elección pues están seguros
de ligar banca ahora y no después”.96
Aparecían, así, argumentos que se sumaban a los que se habían es-
grimido desde un principio (antes del veto) contra la abstención. De
acuerdo a esas primeras evaluaciones, había dos grandes razones para
rechazarla. Por un lado, la abstención podía alentar mayores represalias
del gobierno y profundizar, en lugar de resolver, la crisis política. Era,
a la vez, una medida inconveniente e irresponsable. En segundo lugar,
acarrearía peligros para el propio partido, por la pérdida de votos a fa-
vor de otros partidos, sobre todo del socialismo (pero probablemente
también del antipersonalismo). A todo ello, se sumaban riesgos que,
quizá conjeturados antes de la decisión abstencionista, emergían ahora
con posibilidades ciertas de tomar forma: la tensión con la máquina
partidaria y con quienes aspiraban a cargos, abriendo por lo tanto el
peligro de nuevas crisis internas en momentos en que el partido estaba
en proceso de reorganización.
Alvear, de todos modos, adhirió y defendió la abstención en 1931.
Sin embargo, en los comunicados que dio a conocer desde su exilio se
advierte que reconocía los riesgos recién señalados, por inferencias pro-
pias o por persuasión de sus corresponsales. Parece haber apostado a
que la fuerza de su palabra anulara dispersiones o resistencias internas,
al tiempo que adjudicaba la responsabilidad de la irresolución de la
crisis al gobierno, desde un planteo que se arraigaría de allí en más: se
había instalado el fraude, pues los comicios de noviembre de 1931 eran
una farsa despojada de toda validez debido a la ausencia del partido
mayoritario, conculcándose los derechos políticos de la ciudadanía. En
carta a Güemes afirmó:

mi absoluta adhesión a la resolución tomada y mi calurosa felici-


tación por los términos en que ella ha sido consignada […] el acto
electoral al que se llega es una farsa grotesca, en el que la gran
mayoría del pueblo no pueda [sic] ejercitar sus derechos inalie-
nables con el voto. Se nos ha cerrado el camino del comicio y la
responsabilidad del atentado y de la regresión que ello significa
Marcelo T. de Alvear 163

recae sobre los hombres que nos gobiernan y sobre los partidos
que sin ser la mayoría de la opinión, pretenden usufructuar los
resultados de la violencia y el fraude.

Vale constar que aquí se advierte una denuncia igual de enfática a los
partidos opositores de la Alianza Civil, socialistas y demócrata progre-
sistas. Las coordenadas de la vida política pasaban de estar delineadas
por la confrontación entre personalismo/antipersonalismo a radicalis-
mo/antirradicalismo.97
La abstención, para Alvear, también era conveniente por razones de
índole partidaria. A tal punto que la había sugerido antes de que se con-
cretara. A inicios de 1931, antes del regreso al país, había sostenido que la
reorganización hacía necesario un repliegue; pasar a cuarteles de invierno,
para, una vez culminado aquel trabajo, volver a la liza: “estoy convencido
de que al radicalismo […] le haría mucho provecho una cura de alejamien-
to de la Casa Rosada, para desprenderse así de los parásitos que lo han
asfixiado cuando ha estado en ella, y han hecho peligrar su existencia”.98
A mediados de 1932, en los meses iniciales del gobierno de Justo
y antes de volver del exilio dispuesto por Uriburu, perduraba la misma
posición. Durante la dictadura:

La reorganización realizada fue de todo punto de vista una obra


digna de todo elogio, tuvo que efectuarse bajo el estado de sitio sin
prensa libre, sin derecho de reunión ni de propaganda con las per-
secuciones de parte del gobierno a todo cuanto fuese radical […] Es
necesario ahora con calma, sin que ningún problema electoral inme-
diato pueda perturbar a los hombres dirigentes, realizarla en forma
perfecta y definitiva […] no se debe proceder con apresuramiento;
pues persiste aún el encono legítimo producido por la actuación de
la dictadura y sus consecuencias aun las soporta el partido.99

El llamado de Alvear a la calma era una respuesta a las expectativas ge-


neradas por la presidencia de Justo iniciada en febrero de 1932. A pesar
de que la Convención Nacional había declarado la ilegalidad del nuevo
gobierno por ser un producto de las distorsionadas elecciones de 1931,
las declamadas intenciones de Justo de normalizar las instituciones y de
incorporar al radicalismo a la vida política empezaron a tallar dentro del
164 Leandro Losada

partido. Estas declamadas intenciones respondían a la necesidad de le-


gitimar su gobierno, a presentarse como la contracara de la dictadura de
Uriburu. Pero, también, se proponía quebrar la unidad del radicalismo,
fortalecer el antipersonalismo y debilitar la conducción de Alvear.100
Los problemas generados para Justo por la abstención radical se
advirtieron en el hecho de que pasó de la seducción a la represión. Así
ocurrió en diciembre de 1932 y en diciembre de 1933, en ambos mo-
mentos justificada como una respuesta a intentos revolucionarios. Estas
iniciativas han sido objeto de polémicas, precisamente por el contraste
entre los móviles que las habrían alentado, una oposición frontal con-
tra gobiernos usurpadores siguiendo modos de acción consustanciados
con la historia del partido, como había ocurrido en 1890, 1893 o 1905,
y los resultados que provocaron, precisamente un endurecimiento de
la represión. La implicación de Alvear ha sido en sí misma motivo de
controversia. Según dejó constancia Atilio Cattáneo, estuvo al tanto de
la asonada de 1932 y también de las conspiraciones pergeñadas durante
1933, pero el propio Cattáneo definió a Alvear como el “principal sabo-
teador” de los planes revolucionarios, entre otros motivos, por el recelo
de que su eventual éxito reposicionara a Yrigoyen. Por cierto, Cattáneo
también apuntó que el aval de este último a las iniciativas insurreccio-
nales tenía entre sus intenciones entorpecer la conducción partidaria de
Alvear, todo lo cual suma pliegues y matices a los sinuosos rumbos que
recorrió la relación entre ambos en ese entonces.101

Regina, visitando a Alvear durante su


detención en Martín García, enero 1933.
Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.

Por otro lado, la responsabilidad de Alvear no pudo ser probada


judicialmente. Y, según su secretario, los erráticos resultados y las
perniciosas consecuencias de los ensayos revolucionarios, así como
los intereses mezquinos que habría advertido en algunos de sus ar-
Marcelo T. de Alvear 165

tífices, fueron aspectos decisivos para que los desestimara. Sin ol-
vidar, siempre de acuerdo a su secretario, que Alvear, con sesenta y
cinco años en 1933, ya había perdido los furores revolucionarios de
su juventud.102 Las declaraciones arriba referidas en las que insistía
en la necesidad de calma, mesura y repliegue para fundamentar la
abstención electoral, parecen difíciles de conciliar con un dirigente
que promoviera la revolución como forma de llegar al poder. Al con-
trario, suenan a una desautorización de la misma. Lo cierto es que,
sofocado el primer episodio revolucionario durante la presidencia
de Justo, pueden encontrarse testimonios que muestran a un Alvear
ya ciertamente crítico al respecto. Como escribió desde su detención
en Martín García en el verano de 1932-1933, las aventuras revolu-
cionarias daban argumentos a la represión y entorpecían, a la vez, el
trabajo de reorganización partidaria: “El ambiente revolucionario y
entusiasta general que había en el partido […] ha perjudicado y per-
turbado la reorganización”.103
De todos modos, y a diferencia de testimonios como los de Cattá-
neo, que adjudicaban los reparos revolucionarios a un “electoralismo”
ya decidido, Alvear sí seguía sosteniendo la abstención. Era la única
manera de plantarse frente a un gobierno que había sido desenmasca-
rado, que se había mostrado enemigo del radicalismo: “En los momen-
tos actuales en que el partido es objeto de todas las persecuciones por
una parte del Gobierno aparecería, el concurrir a los comicios, como
una debilidad incomprensible y una falta de solidaridad con los que
han sido víctimas de todas las arbitrariedades que se emplean contra
un gran número de correligionarios destacados”. Había dos razones
adicionales para mantener el abstencionismo: una, reglamentaria; la
segunda, de realismo político. La abstención había sido decidida por
la Convención y, por lo tanto, sólo ella podía dejarla sin efecto. Y no
era conveniente sumarse a las acciones de gobierno en un momento en
el que éste no lograba resolver las dificultades económicas y sociales
provocadas por la crisis.104
La carta recién citada era contemporánea a la intención del radica-
lismo santafesino de presentarse en elecciones provinciales. Es decir,
respondía al reconocimiento de que la conjugación de represión y de un
persistente mensaje de normalización institucional hacía mella dentro
de la UCR. En diciembre de 1933, la segunda detención de la cúpula
166 Leandro Losada

partidaria por orden de Justo ocurrió cuando sesionaba la Convención


Nacional en Santa Fe, en la que se trató la posibilidad concurrencista,
finalmente rechazada. En 1934, mientras Alvear estaba fuera del país,
distintas expresiones del radicalismo, desobedeciendo la directriz del
comité nacional, comenzaron a presentarse a elecciones, e incluso a
obtener triunfos, como el radicalismo tucumano, que ganó la goberna-
ción. Estas victorias aparecían como constataciones de las promesas de
garantías a los comicios hechas por el gobierno. La estrategia de Justo
parecía tener éxito.
Paralelamente, había otras dificultades derivadas de la abstención.
Más precisamente, perduraban los inconvenientes ya identificados en
1931: el riesgo de perder votantes, pues los simpatizantes radicales, a
pesar de todo, iban a votar. A inicios de 1933, se le decía a Alvear que

Todas las razones invocadas por Ud. son inconmovibles, para


sustentar –hoy a lo menos– la abstención absoluta. Pero, el pue-
blo acostumbrado a concurrir al comicio, en 20 años de vigencia
de la Ley Sáenz Peña, no reincidirá, acaso, en concurrir? Los co-
micios del 8 de noviembre [de 1931] […] no dieron –reales o men-
tidos– 800.000 votos al general?”. Un año y medio después, en
octubre de 1934, el mismo punto perduraba: “El pueblo radical,
no obstante las medidas de abstención votadas por la autoridad
partidaria, concurrió a todos los comicios, así nacionales como
provinciales, y votó […] Este hecho no se puede justificar ni ex-
plicar con lealtad, sino con una sola razón: el deseo que tiene el
pueblo de ejercer su derecho a votar. Por A o por B, pero votar.

Por ello concluía: “Vayamos a las urnas, se repetirá el proceso iniciado


al año doce”.105
Como algunos de sus corresponsales se lo hacían saber a fines de
1934, la abstención no era más que una posición testimonial que debía
dejar lugar a cursos de acción más prácticos y realistas:

Yo fui un abstencionista entusiasta […] es una posición más al-


tiva, más noble, más romántica […] pero andando […] he ido ce-
diendo a los razonamientos prácticos de los hombres que ven en
los comicios el modo más inmediato de salir o precipitar la salida
Marcelo T. de Alvear 167

del actual estado de cosas […] Cuatro años de abstención respe-


tada por la mayoría de los concurrencistas, dan derecho a éstos
para ensayar sus aspiraciones; si se fracasa? Pues es muy fácil
volver nuevamente a la abstención, o a lo que sea.106

Saludando al público, al regresar por tercera vez en cuatro


años al país, octubre 1934. Fuente: Archivo General de la
Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

A ello, cabe recordar, se sumaban las alertas de que el abstencio-


nismo era propulsado por los dirigentes yrigoyenistas para impedir
que la participación electoral llevara a Alvear a la presidencia de la
nación.
Todo esto, sin embargo, no ocultaba que la decisión concurrencista
sería costosa, por el giro sustancial que suponía con lo sostenido hasta
entonces: “La ola concurrencista ya nadie la detiene; oponerse a ella
168 Leandro Losada

equivale a disgregar el partido. Lo que debe hacer el partido en estos


momentos es reunir la Convención Nacional y votar la concurrencia en
todas partes; es dolorosa la media vuelta pero es peor seguir golpeando
la cabeza contra el muro”.107
La participación electoral se inició de todos modos promisoria-
mente. Así ocurrió en Entre Ríos, donde en marzo de 1935 el radica-
lismo ganó la gobernación con la fórmula Eduardo Tibiletti-Roberto
Lanús. Eufórico por el éxito, Alvear afirmó que “no estaba equivo-
cado cuando sostenía que el radicalismo debía reanudar su acción
cívica”.108

De campaña en Entre Ríos, febrero y marzo de 1935, poco después


de ocurrido el retorno del radicalismo a la participación electoral. Fuente:
Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Ahora bien, la abstención dio paso a la concurrencia sin que el diag-


nóstico sobre el gobierno hubiera cambiado. No fue la confianza en el
presidente, sino la certeza de que éste pretendía acorralar al partido
lo que motivó el cambio de dirección. En consecuencia, si éste podía
ser comprensible desde la realpolitik, la “dolorosa media vuelta” fue
una decisión que abrió fisuras y alentó la aparición de la intransi-
gencia y de núcleos como Forja, que veían en ella una claudicación
inaceptable.
Sugestivamente, el inicio de la participación electoral estuvo acom-
pañado de nuevos intentos revolucionarios en las primeras provincias
en las que aquella tuvo lugar, como Entre Ríos o la vecina Corrientes.
En ellos volvía a advertirse la participación de personajes ya involucra-
dos en intentos anteriores, como Cattáneo o Pomar. También se deslizó
que eran avalados por dirigentes de filiación yrigoyenista –por ejemplo,
Marcelo T. de Alvear 169

Güemes–, confirmando así las alertas dadas a Alvear de que estos diri-
gentes, que lo toleraban pero no lo querían, podrían apelar a cualquier
estrategia con tal de impedir el regreso a las urnas:

Y no le extrañe a Ud. que se repitan los acontecimientos de Co-


rrientes [1931], Santa Fe [1932], Libres, Santo Tomé [1933], reali-
zados al margen de las autoridades partidarias, perturbadores de
la reorganización y estimulados por miembros del comité central
[…] como no triunfaron les quedaba la esperanza de que Alvear se
aburriera y optara por la comodidad de quedarse en Europa, para
sí copar la dirección del partido.109

Las posiciones intransigentes, no está demás subrayar, se vieron esti-


muladas porque el giro concurrencista propició que volvieran al par-
tido quienes no habían estado en la reorganización de 1931, o habían
sido pioneros en la posición participacionista antes de 1935, desobe-
deciendo al comité nacional. Por decir así, Alvear recibía a quienes an-
tes habían traicionado al partido, o incluso habían coqueteado con el
oficialismo en los años de la abstención y la represión. El radicalismo
entrerriano era ejemplar. Primer caso de conjugación exitosa de reuni-
ficación partidaria y concurrencismo electoral, algunas de las figuras
que protagonizaron estos procesos, como Eduardo Laurencena, habían
estado cerca del antipersonalismo o de Justo en 1931.110
En este sentido, los (nuevos) procesos de reunificación o de reorga-
nización alentados o supervisados por el comité nacional dieron lugar a
críticas y confrontaciones crecientes. La urgencia por acelerar aquellas
tareas se plasmaba a menudo en un rigor excesivo y arbitrario de los
enviados del comité nacional, o de aquellos identificados con él, contra
quienes hasta entonces habían seguido la línea del partido y habían
afrontado las duras consecuencias de las luchas emprendidas desde
septiembre de 1930, como la cárcel o el exilio. Peor aún, los procedi-
mientos implementados con el fin de que la conducción de los partidos
provinciales quedara en manos de los grupos concurrencistas remeda-
ban la violencia y el fraude denunciados por la UCR en el oficialismo
nacional.111 Comenzaba paulatinamente a desvanecerse la imagen de
un Alvear de irreductible compromiso con el radicalismo y a perfilarse
otra, la opuesta. No era, sin embargo, nueva: el Alvear que, diciéndose
170 Leandro Losada

radical, en realidad arriaba las banderas del partido y se alineaba con


sus adversarios, o al menos, era funcional a ellos.

Notas

1
Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel,
2004. La primera expresión fue acuñada por José Luis Torres, publicista naciona-
lista. Cfr. Luciano de Privitellio e Ignacio López, “Introducción” al Dossier “La
década del treinta”, n.° 53, julio de 2015, disponible en: http://historiapolitica.
com/dossiers/dossier-la-decada-del-treinta.
2
Crítica y La Razón, notas reproducidas en Natalio R. Botana, Ezequiel L. Gallo
y Eva B. Fernández (eds.), La crisis de 1930, t. 1, Serie Archivo Alvear, Buenos
Aires, Instituto Di Tella, 1997, pp. 276-281. Parece ser que este último reportaje
no estaba originalmente destinado al público argentino, sino que fue publicado
en la prensa francesa y luego reproducido por La Razón. Esto motivó que Alvear
desmintiera, sin demasiado éxito, algunas de sus declaraciones. Cfr. Goldstraj,
Años y errores, pp. 161-162.
3
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, Buenos Aires, 23/10/1929, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 22-23.
4
Marcelo T. de Alvear a Belisario Hernández, París, 14/10/1929, Serie Archivo Al­
vear, t. 1, pp. 18-19.
5
Marcelo T. de Alvear a Juan Bautista Castro, París, 23/1/1930, Serie Archivo Al­
vear, t. 1, p. 33.
6
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 5/4/1930, ibíd., p. 47.
7
Marcelo T. de Alvear a Ángel Gallardo, París, 10/7/1930, Serie Archivo Alvear,
t. 1, p. 67.
8
La Razón, nota reproducida en ibíd., pp. 279-280.
9
Luis Etchevere a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/7/1929, ibíd., pp. 14-15.
10
Marcelo T. de Alvear a Antonio Sagarna, París, 15/2/1930, ibíd., p. 38. En junio
reiteró la misma opinión: Marcelo T. de Alvear a José Quijano, París, 15/6/1930,
ibíd., pp. 64-65.
11
Ramón Méndez a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 4/9/1930, ibíd., pp. 74-75.
12
Crítica y La Razón, notas reproducidas en Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 276-281.
13
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 25/7/1930, ibíd., pp. 68-71.
14
Con todo, la Corte Suprema reconoció al gobierno de Uriburu. Cfr. al respecto,
Carlos Nino, Un país al margen de la ley: estudio de la anomia como componente
del subdesarrollo argentino, Buenos Aires, Emecé, 1992, pp. 63-64.
15
Los resultados definitivos del escrutinio se conocieron dos días después del arribo
de Alvear, el 27 de abril. Cfr. Walter, The Province of Buenos Aires, pp. 98-113.
Marcelo T. de Alvear 171

16
“Alrededor de Alvear concéntranse todas las fuerzas políticas de la democracia
argentina”, Crítica, 24/4/1931.
17
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 23/1/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1,
pp. 204-205.
18
Una reconstrucción de esta coyuntura en: Halperin Donghi, La República impo­
sible, pp. 20-56; Luciano de Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, en
Alejandro Cattaruzza (dir.), Nueva Historia Argentina. Crisis económica, avance
del Estado e incertidumbre política (1930-1943), t. VII, Buenos Aires, Sudameri-
cana, 2001, pp. 97-142; Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna
(1930-1946), Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.
19
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/12/1930, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 113-116.
20
“Alvear se entrevistó esta tarde con Uriburu”, Crítica, 27/4/1931.
21
Goldstraj, Años y errores, pp. 184-187; José María Espigares Moreno, Lo que me
dijo el Gral. Uriburu, Buenos Aires, 1933, pp. 99-106.
22
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 2, pp. 46-48; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 16/9/1931, ibíd., pp. 49-50.
23
La Nación, 31/7/1931, reproducido en Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 321-323.
24
Marcelo T. de Alvear a Severo Toranzo, Río de Janeiro, 8/9/1931, Archivo General
de la Nación, Fondo Agustín P. Justo, doc. n.° 8, caja 27. El general Toranzo ha-
bía protagonizado un ensayo revolucionario en febrero de 1931 en Buenos Aires.
Había habido también otro pergeñado en Córdoba, en diciembre de 1930. Se ha
afirmado que Justo instigó el alzamiento de Pomar, o que, al menos, estaba al
tanto de sus planes: Luna, Alvear, p. 101; Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 46-47;
Persello, El partido radical, pp. 142-143.
25
La Nación, 5/8/1931, reproducido en Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 312-318.
26
Cfr. Manifiesto del General Uriburu, 4/8/1931, Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 318-
327. Según algunos testimonios, Uriburu vivió con amargura este episodio. Tam-
bién trascendió la intención de Alvear de retar a duelo a Uriburu cuando éste llegó
a París a inicios de 1932. La decisión no se habría concretado por los problemas de
salud del ex presidente provisional, que murió poco después, el 29 de abril. Cfr.
Espigares Moreno, Lo que me dijo…, pp. 91-96; Fernández Lalanne, Los Alvear,
pp. 466-467. Ver también Fernando Devoto, “El ocaso del General”, en Fernando
Devoto y Marta Madero, Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina
plural: 1870-1930, t. 2. Buenos Aires, Taurus, 1999, pp. 325-347.
27
Ángel Gallardo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/10/1930, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 89-94.
28
Cfr. Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, ibíd.,
pp. 200-203; Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931,
ibíd., pp. 206-207.
172 Leandro Losada

29
Había otras conductas de Uriburu, por lo demás, que rayaban entre lo inapropia-
do y lo bochornoso: “el hombre ha venido dando ya símbolos de gatismo. Suele
dar paseos a pie por la calle y tiene la manía de seguir las muchachas jóvenes.
Vez pasada, hizo a una de ellas, víctima de obstinada persecución. No se había
dado cuenta, durante prolongada carrera que la chica era una parienta”. Armando
Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 13/12/1930, Serie Archivo Alvear,
t. 1, pp. 137-142.
30
Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/1/1931, ibíd., pp. 208-210.
31
Respectivamente: Remigio Lupo a Alvear, Buenos Aires, 8/12/1930, ibíd., pp.
124-125; Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 6/12/1930,
ibíd., pp. 117-119.
32
Marcelo T. de Alvear a Publio Massini, París, 9/1/1931, ibíd., pp. 175-178.
33
Marcelo T. de Alvear a Guillermo Leguizamón, París, 17/1/1931, ibíd., pp. 197-
199.
34
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 23/1/1931, ibíd., pp. 204-205.
35
Marcelo T. de Alvear a Tomás Estrada, París, 16/2/1931, Serie Archivo Alvear, t.
1, pp. 225-226.
36
Marcelo T. de Alvear a Fernando Saguier, París, 2/3/1931, ibíd., p. 234.
37
Antonio Mantecón a Alvear, Buenos Aires, 10/1/1931, ibíd., pp. 181-182.
38
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., pp. 216-217.
39
Marcelo T. de Alvear a Fernando Saguier, París, 2/3/1931, ibíd., pp. 234-236.
40
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930, ibíd.,
p. 105.
41
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 12/1/1931, Serie Archivo Alvear,
t. 1, p. 192.
42
Cattaruzza, Alvear, p. 49.
43
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930, Serie
Archivo Alvear, t. 1, p. 104.
44
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/12/1930, ibíd., p. 160.
45
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/12/1930, ibíd.,
p. 155.
46
Cfr. Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina
moderna. Una historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 270-278.
47
J. Roca (h), “Discurso con motivo del 50º aniversario del Círculo de Armas”, en El
Círculo de Armas, en el centenario de su fundación, Buenos Aires, 1985.
48
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 10/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 222.
49
“Quieren prepararle una silbatina al Dr. Alvear”, Crítica, 11/4/1931.
50
Los pormenores de estos procesos en Luna, Alvear, pp. 95-122; Persello, El parti­
do radical, pp. 131-159; Persello, Historia del radicalismo, pp. 93-106.
51
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 15/6/1930, Serie Archivo Al-
vear, t. 1, pp. 64-65.
Marcelo T. de Alvear 173

52
Marcelo T. de Alvear a Hortensio Quijano, París, 12/1/1931, ibíd., p. 192.
53
La Razón, 9/9/1930, reproducida en ibíd., p. 279.
54
“A bordo del Cap. Arcona conversa Alvear con el enviado especial de Crítica”,
Crítica, 23/4/1931.
55
Armando Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/12/1930, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 135.
56
Marcelo T. de Alvear a Juan B. Castro, París, 23/1/1930, ibíd., pp. 32-34.
57
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., p. 215. Tam-
bién: Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/5/1930,
ibíd., pp. 57-59.
58
Sugestivamente se agregaba: “sé que esto que te digo tal vez te molestará”. El
énfasis aquí estaba motivado por las sospechas que vinculaban a los personajes
mencionados con los anarquistas Scardó y De Giovanni, recientemente ejecuta-
dos por el gobierno de Uriburu, que podían dar razones para endurecer su ac-
ción contra el radicalismo: Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
5/2/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1, p. 212. Meses antes Lupo ya había alertado
contra los “peludistas”, que “vienen con el cuchillo bajo el poncho”. Lupo a Al-
vear, Buenos Aires, 28/10/1930, ibíd., p. 96. Otros apuntaban que los “peludistas”
estaban como “conejos asustados a la puerta de la cueva” esperando a que Al-
vear los rescatase. Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
24/12/1930, ibíd., pp. 161-162. También similar (entre otras): Ricardo Caballero a
Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/11/1930, ibíd., pp. 98-101.
59
Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 22/11/1930, ibíd., p. 109.
60
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/3/1931, ibíd., p. 241.
61
Marcelo T. de Alvear a Ezequiel Fernández Guerrico, 1/1/1931, París, ibíd., pp.
165-166. El hermano de Alvear, Carlos, tildó a Fernández Guerrico como “mulati-
llo […] es un colmo que ése que todo te lo debe juzgue tus actos”. Carlos de Alvear
a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931, ibíd., p. 206. Vale recordar que
Molinari había pedido el juicio político de Alvear en 1926.
62
Respectivamente: Eugenio Garzón a Marcelo T. de Alvear, Montevideo,
11/12/1930, ibíd., pp. 126-127; Antonio Mantecón a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 10/1/1931, ibíd., p. 185. La empatía con el caudillo estaba motivada,
además, por la orfandad en que lo habían dejado sus acólitos: “hasta Oyhanarte
disparó dejando a Yrigoyen solo”: Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 11/10/1930, ibíd., p. 85.
63
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 214-218.
64
Goldstraj, Años y errores, pp. 177-178.
65
Respectivamente: Roque Suárez a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
10/9/1931, Serie Archivo Alvear, t. 2, p. 26; El amigo de la República [sic]
a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/9/1931, ibíd., p. 17. La referencia al
“Castelar” remite a la Junta que se reunió en ese hotel, en oposición a la del
174 Leandro Losada

City conducida por Alvear, de filiación antipersonalista y apuntalada por per-


sonajes como Leopoldo Melo o José Nicolás Matienzo. Cfr. Piñeiro, Creyentes,
herejes y arribistas, p. 54.
66
“La canalla del Peludo, ha tomado un estribillo, y a cada minuto dice a bordo: ‘Yo
no puedo irme a Europa no tengo con qué vivir allá’, es un hijo de puta”. Carlos de
Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 16/10/1930, Serie Archivo Alvear, t. 1,
pp. 87-88.
67
Obdulio Siri a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/3/1932, Serie Archivo Al­
vear. t. 2, p. 103.
68
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 15/3/1932, ibíd., pp. 106-107.
69
Lucio Cherny a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/3/1932, ibíd., pp. 101-102.
70
Obdulio Siri a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/3/1932, ibíd., p. 105.
71
Obdulio Siri a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 27/3/1932, Serie Archivo Al­
vear, t. 2, p. 138.
72
José Bianco a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 17/3/1932, ibíd., p. 115. Vale
decir que Honorio Pueyrredón podía reclamar credenciales yrigoyenistas, pero no
un radicalismo de primera hora, como sí podía hacerlo Alvear. Sus inicios en la
política se habían dado en la Unión Cívica Nacional mitrista.
73
Ezequiel Fernández Guerrico a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 10/3/1932,
ibíd., p. 95.
74
Ernesto Accame a Marcelo T. de Alvear, General Roca (Río Negro), 11/4/1932,
ibíd., p. 154.
75
Ezequiel Fernández Guerrico a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 10/3/1932,
ibíd., p. 98.
76
Obdulio Siri a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/3/1932, ibíd., p. 105.
77
Claudio Rouquette de Fanvielle a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 7/4/1932, ibíd.,
p. 152. También: Carlos M. Noel a Marcelo T. de Alvear, 14/4/1932, ibíd., p. 163.
78
Ernesto Accame a Marcelo T. de Alvear, General Roca (Río Negro), 11/4/1932,
ibíd., p. 154.
79
Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 22/4/1932, Serie Archivo
Alvear, t. 2, p. 169. En un sentido similar: Mario Rébora a Marcelo T. de Alvear,
Buenos Aires, 23/4/1932, ibíd., pp. 171-175.
80
Cfr. “Va a reasumir la presidencia del comité”, Crítica, 22/7/1932.
81
La Nación, 17/12/1932, en Serie Archivo Alvear, t. 2, p. 376.
82
Marcelo T. de Alvear a Roque Suárez, Martín García, 21/3/1933, ibíd., p. 258.
83
“Irigoyen [sic] fue exponente de la democracia y la libertad –dijo Alvear”, Crítica,
8/7/1933.
84
Cfr. Sandra Gayol, “Ritual fúnebre y movilización política en la Argentina de los
años treinta”, PolHis, n.° 12, 2013, pp. 225-243.
85
Hortensio Quijano a Marcelo T. de Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie
Archivo Alvear, t. 3, pp. 20-23.
Marcelo T. de Alvear 175

86
Las sospechas de la relación de Alvear con el gobierno de Uriburu, incluso una
vez decretada su deportación, no desaparecieron. Así lo demuestran afirmaciones
como que “el salvador del radicalismo y del país prefirió la confortable vida en
el exilio en un hotel delicioso de Río de Janeiro”. El testimonio, de Manuel Ortiz
Pereyra, en Persello, El partido radical, pp. 141-142.
87
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 2, pp. 46-48; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 16/9/1931, ibíd., pp. 49-50.
88
La Concordancia cobró forma en 1931, reuniendo a los sectores políticos que,
a pesar de sus recelos recíprocos, se veían en riesgo por la reaparición del radi-
calismo: conservadores (debilitados luego de su derrota de abril, que frustró la
posibilidad de convertirse en herederos exclusivos de la “revolución”), socialis-
tas independientes y antipersonalistas. El debilitamiento del conservadurismo,
precisamente, facilitó el reposicionamiento de estos dos últimos, alentado por
Justo, luego del fracaso de la Federación Nacional Democrática.
89
Cabe apuntar que en 1931 Adolfo Güemes había sido clave para impedir que
Vicente Gallo, respaldado por Uriburu, controlara el comité nacional luego de
la deportación de Alvear. Por otro lado, vale recordar que la rivalidad entre
Pueyrredón y Alvear tenía raíces previas a la consolidación del liderazgo parti-
dario de este último. Sin olvidar los cortocircuitos entre ambos con motivo de
la posición argentina en la Asamblea de la Liga de las Naciones en 1920 o en la
Conferencia Panamericana de La Habana en 1928, la candidatura a gobernador
bonaerense de Pueyrredón para las elecciones de abril de 1931 frustró la que, en
principio, se le había propuesto a Alvear. Como se verá en el capítulo 6, la ri-
validad perduró a lo largo de los años treinta. Cfr. Goldstraj, Años y errores, pp.
162-163. Sobre el episodio en La Habana, Sabsay y Etchepareborda, Yrigoyen-
Alvear-Yrigoyen, pp. 390-396.
90
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 176-183.
91
Cfr. Ernesto León Odena a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 1, pp. 200-203; Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 31/1/1931, ibíd., pp. 208-210.
92
Cfr. Jorge Walter Perkins a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 25/8/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 9-11; Eugenio Pini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
1/9/1931, ibíd., pp. 12-13; El amigo de la República a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 2/9/1931, 3/9/1931, ibíd., pp. 14-15 y 16-17; Leónidas Anastasi a Mar-
celo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/9/1931, ibíd., pp. 18-21; Eugenio Pini a Mar-
celo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/9/1931, ibíd., p. 22; David Speroni a Marcelo
T. de Alvear, Buenos Aires, 4/9/1931, ibíd., pp. 23-24; Roque Suárez a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 10/9/1931, ibíd., pp. 25-32; Juan F. Meitín a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 14/9/1931, ibíd., pp. 36-40; Julio Borda a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 14/9/1931, ibíd., pp. 41-42; David Speroni a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 15/9/1931, ibíd., pp. 43-45.
176 Leandro Losada

93
Cfr. Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/11/1930,
Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 104-107; Ernesto León Odena a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 6/12/1930, ibíd., pp. 117-119; J. Hortensio Quijano a
Marcelo T. de Alvear, Resistencia, 6/12/1930, ibíd., pp. 121-122; Remigio
Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 8/12/1930, ibíd., pp. 124-125; Ar-
mando Tombeur a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/12/1930, ibíd., pp.
130-136; Juan Ochoa a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 15/12/1930, ibíd.,
pp. 149-153.
94
Cfr. Ernesto Accame a Marcelo T. de Alvear, General Roca, 30/10/1931, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 2, p. 83; Honorio Pueyrredón y otros (Mario Gudio, Pablo Torello,
José P. Tamborini, Obdulio Siri, Ernesto Boatti, Francisco Ratto) a Adolfo Güemes,
Buenos Aires, s/f, ibíd., pp. 124-125.
95
Fernando Saguier y Vicente C. Gallo a Adolfo Güemes, Buenos Aires, 26/10/1931,
Serie Archivo Alvear, t. 2, pp. 69-73; Adolfo Güemes a Fernando Saguier y Vicente
C. Gallo, Buenos Aires, 29/10/1931, ibíd., pp. 74-77. También Alberto de Bary a
Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 8/10/1931, ibíd., pp. 57-58. Sobre la carencia de
validez constitucional del veto: Absalón Rojas a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
2/10/1931, ibíd., pp. 51-52; Absalón Rojas a Ángel Sojo, Buenos Aires, 2/10/1931,
ibíd., pp. 53-56. La discusión giraba alrededor de si el mandato interrumpido de
Yrigoyen permitía aplicar o no el artículo 77 de la Constitución que impedía la
reelección presidencial. El argumento del gobierno era que no habían transcurrido
seis años desde la presidencia de Alvear. Quienes rechazaban la validez de este razo-
namiento señalaban que la existencia de un mandato intermedio, aunque hubiera
sido interrumpido, autorizaba la candidatura de Alvear. Cabe decir que Alvear había
declinado inicialmente su candidatura debido a la controversia, que aceptó ante la
ratificación de la Convención Nacional de elegirlo como candidato.
96
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/10/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 59-60.
97
Marcelo T. de Alvear a Adolfo Güemes, Montevideo, s/f, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 78-79. También envió su felicitación a Ricardo Rojas, autor del manifiesto
por el que la UCR comunicó la abstención: Marcelo T. de Alvear a Ricardo Rojas,
Montevideo, s/f, ibíd., pp. 84-85.
98
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 21/2/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1,
pp. 232-233.
99
Marcelo T. de Alvear a Roque Suárez, París, 28/4/1932, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 178-180. Esta carta se hizo pública en Buenos Aires. En un mismo sentido:
Marcelo T. de Alvear a amigo?, París, 24/4/1932, ibíd., pp. 176-177.
100
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 103-123; Privitellio, Agustín P. Justo,
pp. 50-61.
101
Atilio Cattáneo, Plan 1932. El concurrencismo y la revolución (Estudio crítico y
orgánico de una política argentina), Buenos Aires, Proceso, 1959, pp. 211 y 146;
Marcelo T. de Alvear 177

también, pp. 71-126 y 228-247. Cfr. Raúl Luzuriaga, Centinela de libertad. Histo­
ria documental de una época (1910-1940), Buenos Aires, 1940.
102
Goldstraj, Años y errores, pp. 277-280. Ver Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear, pp.
48-55; Persello, El partido radical, pp. 144-146; Halperin Donghi, La República
imposible, p. 106.
103
Marcelo T. de Alvear a Julio Borda, Martín García, 19/2/1933, Serie Archivo Al­
vear, t. 2, pp. 225-227. También: Marcelo T. de Alvear a José Bianco, Martín Gar-
cía, 7/3/1933 y 25/4/1933, ibíd., pp. 235-237 y pp. 271-275.
104
Marcelo T. de Alvear a Julio Borda, Martín García, 19/2/1933, Serie Archivo Alvear,
t. 2, pp. 225-227.
105
Respectivamente: Julio Borda (detenido en el cuartel de bomberos, en Buenos
Aires) a Marcelo T. de Alvear (en Martín García), 28/2/1933, ibíd., p. 229; J. Hor-
tensio Quijano a Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie Archivo Alvear, t. 3,
pp. 20-23.
106
Miguel Gilli a Marcelo T. de Alvear, Corrientes, 30/11/1934, Serie Archivo Alvear,
t. 3, pp. 68-73.
107
David Speroni a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/7/1934, ibíd., pp. 13-16.
108
“En Santa fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 20/3/1935.
109
Hortensio Quijano a Marcelo T. de Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie
Archivo Alvear, t. 3, pp. 20-23; J. Hortensio Quijano a Marcelo T. de Alvear, Co-
rrientes, 1/6/1935, ibíd., pp. 134-135 (allí se menciona cerca de los conspiradores
a Güemes y a Amadeo Sabbatini); Eduardo, Roberto y Mario Kennedy a Marcelo
T. de Alvear, Montevideo, 4/3/1935 y 12/6/1935, ibíd., pp. 103-105 y 136-140.
110
A diferencia de otros antipersonalistas entrerrianos que se sumaron al gobierno
de Justo (vale recordar que él mismo era entrerriano), como Leopoldo Melo, su
ministro del Interior, Laurencena había renunciado a su candidatura vicepresi-
dencial por el antipersonalismo en 1931 (fue reemplazado por José Nicolás Ma-
tienzo). Su radicalismo “impersonalista” se acercó a la línea del comité nacional
de Alvear, siendo clave en la reunificación entrerriana de 1935.
111
Cfr. Ernesto Acuña a Marcelo T. de Alvear, Catamarca, 19/1/1935, Serie Archivo
Alvear, t. 3, pp. 80-82; J. B. Ábalos a Marcelo T. de Alvear, Santa Fe, 20/6/1935,
ibíd., pp. 141-142. Un caso notorio fue el comité de la Capital Federal, donde se
enfrentaron “mayoritarios” (cercanos al comité nacional) y legalistas (opositores a
él). Cfr. Persello, El partido radical, pp. 159-170 y 176-183; Persello, Historia del
radicalismo, pp. 106-121.
Capítulo 5
Referente opositor y candidato presidencial

Alvear tuvo una característica singular como presidente de la UCR du-


rante la primera mitad de la década del treinta: fue recurrentemente un
líder ausente. Por cierto, no fue algo novedoso que estuviera lejos del
país. Se ha visto ya que desde su juventud, por razones personales o
por cargos públicos, había estado fuera de la Argentina con frecuencia.
Sin embargo, durante los años treinta su ausencia, además de ser
forzada en varias ocasiones, fue simultánea al ejercicio de su cargo
como presidente del partido. Por primera vez estuvo lejos del país al
mismo tiempo que desempeñaba un papel relevante en la política na-
cional. Vale recordarlo: estuvo afuera entre agosto de 1931 y julio de
1932 por la deportación ordenada por Uriburu, alternando Río de Ja-
neiro, Montevideo, otra vez Río, Lisboa y París. Más tarde, permaneció
detenido entre diciembre de 1932 y fines de abril de 1933 en Martín
García a raíz del intento revolucionario de Atilio Cattáneo, en el que
también estuvo implicado Gregorio Pomar, artífice del que había moti-
vado la decisión de Uriburu, en julio de 1931. Alvear solicitó un hábeas
corpus para salir de la Argentina, gestión en la que fue representado por
Alfredo Palacios, Manuel Carlés y Luis Roque Gondra. La solicitud fue
concedida, pero el gobierno logró entorpecer su ejecución. Sabiendo de
la intención de Alvear de instalarse en Uruguay, estipuló que sólo se le
permitiría dirigirse a países no limítrofes. Finalmente, fue liberado de
Martín García a finales de abril de 1933. En diciembre de ese mismo año
fue detenido por segunda vez por el gobierno de Justo. La ocasión fue la
reunión de la Convención Nacional de la UCR en Santa Fe, y el móvil,
el movimiento revolucionario liderado por el teniente coronel Roberto
Bosch y José Benjamín Ábalos. Estuvo en Martín García hasta enero
de 1934, cuando logró la autorización para salir del país. Partió hacia
Europa en un buque de la Marina, el Pampa, al parecer en medio de la
incomodidad y el destrato de la tripulación (aparentemente entre las
180 Leandro Losada

secuelas de la experiencia se contó un perdurable dolor reumático en


una pierna).1 Llegó a Lisboa en febrero, y pasó la mayor parte del tiempo
en París, hasta octubre de 1934.
Estas ausencias forzadas convivieron con otras que no lo fueron
tanto, como la ocurrida durante la segunda presidencia de Yrigoyen y
hasta abril de 1931 y los tres meses que estuvo en el viejo continente
entre septiembre y diciembre de 1936 –una coyuntura, como se verá,
particularmente delicada–. En estos dos casos, no puede dejar de pen-
sarse en cierto cálculo o intencionalidad para definir los tiempos de la
ausencia, así como el momento del retorno. Tal como supo declarar a
la prensa: “El honor no consiste en llegar pronto, sino en llegar bien”.2

Una figura pública renovada

Las ausencias, obligadas o voluntarias, tuvieron réditos. Su demorado


regreso luego del 6 de septiembre de 1930 (volvió más de siete meses
después) se debió a cavilaciones derivadas de las circunstancias po-
líticas reinantes en el país, según se vio en el capítulo anterior. Pero
también ayudó a instalar la percepción de que era el hombre indicado
para encarar la reorganización del radicalismo. La cárcel y el exilio re-
validaron su jefatura, política y moralmente. Y la ausencia por sí misma
agrandó su figura.
Así lo indican las demandas persistentes, que atraviesan su corres-
pondencia desde 1930, a que volviera al país, los pedidos de orienta-
ción para tomar decisiones y definir cursos de acción, la apelación a que
sólo su presencia podía amalgamar y guiar al radicalismo. Su hermano
Carlos tocó una cuerda reiterada cuando le escribió en octubre de 1930:
“en la calle, tranvías, tiendas, etc., claman por ti”.3 Sus desembarcos en
Buenos Aires fueron a menudo grandes eventos. Según se le anticipa-
ba poco antes de su retorno en 1931: “el entusiasmo desborda por su
próxima ida a la Argentina. La gente desearía que del puerto fuera Usted
directamente a la Casa de Gobierno’”.4 Los retornos fueron un termóme-
tro y una manifestación del crecimiento de la popularidad de Alvear
en la primera mitad de los años treinta. Según La Nación, fue recibido
por seis mil personas el 25 de abril de 1931.5 En 1932, las expectativas
seguramente incidieron en la decisión del gobierno de Justo de prohibir
Marcelo T. de Alvear 181

la concentración de gente en la dársena norte del puerto, donde desem-


barcaba.6 En 1934, se permitió la congregación en la dársena, pero no
una manifestación planificada por el partido para acompañarlo desde el
puerto hasta su residencia.7 De todos modos, se distribuyeron veinte mil
carteles anunciando el retorno, y al llegar a su casa, se encontró con más
de quinientas canastas y ofrendas florales.8 En 1936, la concurrencia
que lo recibió se estimó en cuarenta mil personas.9
La ausencia, con todo, también tuvo costos. Por un lado, persona-
les. Y más allá de los ocasionados por los encarcelamientos o los exi-
lios. Las demandas a su regreso, o el pedido de indicaciones, condu-
cían a menudo al desgano o la saturación: “Se me hace cuesta arriba ir
en estos momentos a ésa [Buenos Aires] […] pero entiendo que tengo
el deber de hacerlo”.10 En otras circunstancias, el fastidio apenas era
disimulado. Resultaban cansadoras las “sugestiones muy insistentes
de amigos de ésa que reclaman mi presencia”.11 Más enfáticamente,
cuando en 1932 se le exhortaba a volver desde París, escribió: “ya
empiezan los telegramas reclamando mi presencia urgente. Mi viaje
lo he realizado porque era reclamado por mis asuntos personales y no
es en ocho días que podré arreglarlos; por otra parte, no veo que haya
nada urgente en la acción política del Partido en estos momentos”.12
Los reclamos, en verdad, no eran siempre respetuosos, sino imperati-
vos. Fernando Saguier, en enero de 1931, calificó como “inexplicable”
que Alvear, eventualmente, decidiera quedarse en Europa. Otros le
plantearon que debía “regresar a su Patria y ofrecerle el sacrificio de
su tranquilidad personal”.13
Por otro lado, la ausencia creó condiciones propicias para quienes
pretendían rivalizar o debilitar su liderazgo. Se ha visto en el capítulo
anterior que en 1931-1932, en momentos de su primer exilio, diferentes
figuras del partido, de antipersonalistas a yrigoyenistas, tejieron estra-
tegias e instalaron rumores dirigidos a desacreditar a Alvear, como su
cercanía con Justo o su mismo retiro de la vida pública. El propio Yri-
goyen retomó su actividad política una vez liberado de Martín García a
inicios de 1932, generando inquietud en Alvear. De igual manera, Justo
aprovechó la ausencia de Alvear para quebrar la unidad del radicalismo
entre 1932 y 1934: no fueron casuales los dos encarcelamientos que
sufrió en diciembre de 1932 y 1933, a pesar de que se los fundamentara
por las conspiraciones revolucionarias.
182 Leandro Losada

En tercer lugar, la conducción del partido era una tarea cuya com-
plejidad aumentaba con la distancia. Las decisiones y los diagnósticos
de Alvear se elaboraron a partir de informantes y corresponsales que
no remitían opiniones o información coincidente, por las dificultades
para obtenerla, o por intereses, como se le alertó a menudo. A ello hay
que sumar la censura durante la dictadura de Uriburu (la intervención
sobre la correspondencia es reiteradamente apuntada) y la dilación o,
al menos, las complicaciones para la toma de decisiones, a pesar de la
mejora en las comunicaciones (además del correo aéreo y el telégrafo, el
teléfono comenzó a extenderse en estos años).
Finalmente, la ausencia, en lugar de revalidar su liderazgo, en oca-
siones alentó su cuestionamiento. Se vio más arriba que en 1932 consi-
deró necesario aclarar que su estadía en París por entonces, sucedánea a
su deportación por Uriburu, se debía a motivos personales imposterga-
bles y no a un desentendimiento con la suerte del partido. Algo pareci-
do ocurrió en 1934, cuando luego de su segunda detención por orden de
Justo, optó por ir a Europa, mientras otros, como Pueyrredón, Güemes,
Cantilo o Rojas, fueron confinados en Tierra del Fuego. Las suspicacias
se reeditaron en 1936, poco antes de las elecciones santafesinas, claves
en el calendario electoral que culminaba con los comicios presidencia-
les de 1937.
Alvear parece haber advertido las resistencias o las debilidades de
su liderazgo como consecuencia de sus ausencias y de los vaivenes de
sus decisiones, en especial el abandono de la abstención y el retorno a
la participación electoral, a pesar incluso del éxito inicial que lo acom-
pañó. También, puede decirse que percibió que su “radicalismo”, más
allá de las pruebas que había dado de él desde su regreso al país en
1931, era motivo de escepticismo, cuando no de desconfianza. En todo
caso, era una credencial que debía reforzar constantemente, ya no sólo
por sus antecedentes antipersonalistas, sino también por las decisiones
tomadas desde que se había hecho cargo de la conducción de la UCR.
Frente a todo ello Alvear respondió procurando edificar una figura
poliédrica. Por un lado, debía desdibujar sus rasgos de “aristocrático”
presidente, de crítico de Yrigoyen o de adherente a su derrocamien-
to. Pero, también, distanciarse de la imagen de presidente de un par-
tido “personalista”, el cual, a su vez, participando del estado de cosas
montado por quienes habían expulsado al radicalismo del poder, no
Marcelo T. de Alvear 183

pareciera cómplice de sus verdugos. Al mismo tiempo, debía perfilar


a la UCR como un espacio político que transmitiera ciertas garantías
de compromiso con la estabilidad institucional, despejando su pasado
revolucionario. Finalmente, Alvear debía mostrar, desde el llano, apti-
tud para desenvolverse en la vida política de una sociedad de masas.
Hasta la década del treinta, sus antecedentes al respecto eran ínfimos.
Por ejemplo, no había participado de las campañas electorales que lo
habían llevado al Congreso en 1912 o a la presidencia en 1922. La tarea,
en suma, de por sí era ímproba, y Alvear parece haber manifestado sus
dudas y su desorientación al momento de encararla.14 Debía definir un
perfil que conjugara rasgos difíciles de conciliar, según apuntaran hacia
afuera o hacia adentro del partido, y sobre ello, crear un Alvear, para los
años treinta, muy diferente del que había sido en los veinte.

“Alvear vuelve”

Algunos medios de prensa fueron instrumentos, o colaboradores, en


esta empresa. Sobresale al respecto el diario Crítica.15 Este medio apun-
taló y adhirió explícitamente a la candidatura de Alvear a presidente
de la nación en 1937.16 En consecuencia, es una lente para ver su repo-
sicionamiento en la escena política a partir de 1931 y la adhesión que
adquirió entre ese momento y las elecciones presidenciales. Por otro, a
causa de sus sesgos e intenciones, Crítica muestra los contornos y los
rasgos que se subrayaron para acompañar ese reposicionamiento.
En abril de 1931, el diario fue un canal para generar, reproducir y
amplificar la expectativa por el retorno de Alvear después del golpe de
Estado contra Yrigoyen, y una vez consumado éste, su impacto y respal-
do popular.17 A través de su característica tipografía y cobertura gráfica,
así como de un corresponsal exclusivo, el diario anunció con grandes
titulares el regreso, el viaje y el desembarco.
“Alvear vuelve”, tituló el 10 de abril. A partir de entonces, las no-
ticias se reiteraron casi a diario. Y la exaltación de su figura hizo hin-
capié en la revalidación de la presidencia. De acuerdo a Crítica, había
tenido dos grandes características, “normalidad” y “prosperidad”. Es
decir, todo aquello que faltaba en la Argentina de 1931: “no obstante
haber sido aquel sólo un gobierno atinado, discreto, el contraste levanta
184 Leandro Losada

las cualidades que lo caracterizaron, y que en su tiempo pasaron in-


advertidas o menospreciadas”. La reivindicación descansaba menos en
los logros que en la comparación ventajosa con las circunstancias del
presente. Un indicador de lo lejanos que parecían los prósperos años
veinte a inicios de la década del treinta. Y, también, de la perduración
de las controversias sobre su gestión. Los énfasis resaltaban estilos y
formas. Alvear había demostrado “cómo se puede gobernar bien, sin
salirse de ese estrecho cauce, a que alguien aducía hace poco, que va
entre la demagogia y el despotismo”. Además, “no nos deparó nunca las
represiones sangrientas de los gobiernos del régimen y de la causa”.18

Crítica, 10/4/1931.
Fuente: Biblioteca Nacional,
Hemeroteca-Publicaciones
Periódicas.

A medida que se acercó la fecha del retorno, los titulares se sucedieron:


“Lo espera el país. Será grandiosa la recepción a Alvear”;19 “En todo el
país provoca entusiasmo la llegada de Alvear”;20 “Alvear, gran señor,
gran demócrata, ha enaltecido el nombre de nuestro país”;21 “Alrededor
de Alvear concéntranse todas las fuerzas políticas de la democracia ar-
gentina”; “Mañana llega el hombre cuyo gobierno se puede definir en
una palabra: prosperidad”; “Existe un enorme entusiasmo popular”;22
“Alvear llegará a las 18 hs”.23 Una vez consumado el regreso, Crítica
resaltó el fervor popular (recuérdese que se estimó en seis mil personas
la concurrencia que fue a recibirlo): “Un gentío innumerable que ocu-
paba totalmente las adyacencias del puerto en un perímetro de varias
cuadras, y que se desparramaba luego por las calles que recorrería el ex
mandatario, pugnando por ocupar los sitios más estratégicos, puso ayer
en la ciudad una nota de extraordinario entusiasmo”. Era notable “el
Marcelo T. de Alvear 185

fervor cívico de aquella enorme masa ciudadana”, de la que surgían las


consignas: “¡Viva Alvear! ¡Viva la democracia argentina! ¡Viva el radi-
calismo unido!”. Como lo coronaba un titular: “En el Hotel [City] el Dr.
Alvear continuó recibiendo el homenaje del pueblo”.24

Crítica 25/4/1931. Fuente: Biblioteca Nacional,


Hemeroteca-Publicaciones Periódicas.

El regreso en julio de 1932, en comparación, tuvo una cobertura me-


nos espectacular y enfática.25 Posiblemente, por la cercana relación que
entonces unía al diario con el flamante gobierno de Agustín Justo.26 De
todos modos, el diario hacía gala de sus vínculos con Alvear, así como
del reconocimiento que éste tenía por él: “Alvear hablará sólo con nues-
186 Leandro Losada

tro diario que es, dice, el único que interpreta el sentir del pueblo”.27
Crítica lo siguió mostrando como una figura saludable y necesaria. Y, a
su vez, se subrayó la profunda identificación existente entre el líder y
el pueblo. A pesar de que el gobierno había prohibido la congregación
en el puerto, “las manifestaciones espontáneas del pueblo [frente a su
casa]” ponían en evidencia su “civismo”. Alvear había recibido “el más
cálido homenaje popular”.28
Ahora bien, en lugar de ser presentado como un salvador de la na-
ción, su importancia radicaba en la de ser el único capaz de reorganizar
el radicalismo; de imponer sus tendencias saludables, “el radicalismo
de los grandes conceptos”, frente a las perniciosas, “el radicalismo os-
curo”, que aspiraba a “una revolución de cabos y sargentos”. Alvear,
desde este punto de vista, era un actor valorado porque sus intenciones
eran convergentes con las del presidente Justo: dejar atrás y erradicar
las tendencias “revolucionarias” de sus respectivos espacios políticos y
encarrilar al país en la senda de la normalización institucional.29 Como
se resaltó con frecuencia, Alvear había sido deportado por la dictadura
de Uriburu (“el pueblo me vengó de la dictadura que me exilió”, declaró
al llegar)30 y regresaba en el nuevo ciclo abierto por la presidencia de su
ex ministro.31
En 1934, la cobertura de Crítica fue más parecida a las de 1931
que a la de 1932 en sus contenidos, aunque en cierto punto menos es-
pectacular, algo más sobria, que la realizada en tiempos de Uriburu.32
El regreso fue presentado como un episodio de importante peso sim-
bólico, pues

se trataba del primer acto público que el radicalismo iba a realizar


después de las contingencias que la opinión del país recuerda
[es decir, el intento revolucionario de 1933 y los exilios subsi-
guientes]. La expectativa, con respecto a su realización, estaba
justificada. Se quería saber, si después de la abstención y de los
obstáculos que ha encontrado en su camino, el radicalismo seguía
enrolando a las grandes multitudes metropolitanas. La constata-
ción no ha podido ser más categórica”.

El titular de la nota que incluía este pasaje destacaba que “Alvear, jefe del
radicalismo, está encarnado en el alma de las multitudes argentinas”.33
Marcelo T. de Alvear 187

A pesar de que el gobierno prohibió que se acompañara a Alvear


desde el puerto hasta su casa, “el magnífico espectáculo de la enorme
muchedumbre radical”, así como la “absoluta” e “íntima” “identificación
entre la impresionante muchedumbre” y “su nuevo jefe” aparecen cons-
tantemente resaltadas. Alvear era algo más que el nuevo jefe del radicalis-
mo. Constituía “la más alta esperanza democrática para las muchedum-
bres argentinas”.34 En suma, su regreso no sólo era relevante por lo que
significaba para su partido, sino para la política argentina en su conjunto.
Un punto sugestivo a resaltar de esta ocasión es que el diario se dio
lugar para trazar una positiva caracterización de sus ausencias, que plau-
siblemente puede pensarse como respuestas a las suspicacias que a me-
nudo generaron. Además de subrayar que Alvear “en el término de tres
años [había sido] desterrado tres veces de su país”,35 a causa del “delito
de sus convicciones democráticas”, las estadías en el exterior le habían
permitido sumar nuevos atributos a su condición de estadista. Volvía
“aleccionado en el ejemplo de las democracias europeas que ha seguido
íntimamente durante sus reiteradas permanencias en el viejo mundo”.36
La cobertura más impresionante fue la dedicada al regreso de di-
ciembre de 1936, de cara a afrontar la campaña presidencial de 1937. Las
circunstancias eran sensibles no sólo porque se avecinaba ese desafío.
Para entonces, el retorno de la UCR a la competencia electoral comenza-
ba a ser cuestionado en el interior del partido, y con ello, las decisiones
de Alvear, después del auspicioso inicio a principios de 1935. El triunfo
conservador en la provincia de Buenos Aires en noviembre de ese año,
en una elección signada por la malversación electoral, cernían dudas
y desconfianzas sobre las garantías para los comicios presidenciales, a
pesar del declamado compromiso del presidente Justo. El diario, se ha
dicho, jugó a fondo por la candidatura del líder radical.
El día 12 de diciembre, reiterando tópicos ya desplegados en 1934
o en 1931, Crítica tituló: “Mañana llega Alvear, el hombre de la demo-
cracia”, con el subtítulo, “La esperanza de la República”. El diario, que
también postulaba que “Alvear es el candidato de la confianza pública”,
subrayaba que: “Mañana el pueblo dirá, una vez más, ungiéndolo con
sus votos libres, que Alvear es, por una libérrima determinación preco-
miciaria, sino el presidente de la República Argentina, el presidente de
los argentinos, el que los argentinos, sin excepción, quieren que sea su
futuro mandatario”.37
188 Leandro Losada

Crítica, 12/12/1936. Fuente: Biblioteca Nacional,


Hemeroteca-Publicaciones Periódicas.

El 13, consumado el regreso, la jornada apareció como una reedición


magnificada de lo ocurrido más de cinco años atrás. En la crónica que
llevaba por título “La alegría del pueblo volcóse para recibir al gran
demócrata”, se leía: “Cuando el Dr. Alvear descendió [en el desembar-
cadero norte del puerto] e hizo un amplio ademán de saludo con su bra-
zo izquierdo, las banderitas argentinas se elevaron sobre la multitud y
aquello parecía un gigantesco emblema de la nacionalidad ondeando al
viento del entusiasmo democrático”. Portuarios y ferroviarios hicieron
sonar sirenas de embarcaciones y trenes. Al atravesar la puerta del des-
embarcadero, “la multitud prorrumpió en un prolongado aplauso que
duró cerca de quince minutos”, destacándose que Alvear “tardó cerca
Marcelo T. de Alvear 189

de cinco minutos en trasponer el espacio de diez metros que había entre


la puerta y el camión-tribuna”. Al encaramarse allí, hubo un “arrecia-
miento de vivas y aplausos”. Se estimó la concurrencia en cuarenta mil
personas.38 El día 14, el diario completó la cobertura con una galería de
fotos que reconstruía los días de Alvear a bordo de la embarcación que
lo trajo a Buenos Aires.39
La política, finalmente, no coronó, o no ratificó, el panorama retra-
tado por el diario de Botana, tal como se verá líneas abajo. Representati-
vas o no del alcance de Alvear, fallida instalación de una figura pública,
desmesurada estimación de su arraigo popular o genuino retrato de un
vínculo entre la sociedad civil y un líder político que los acontecimien-
tos impidieron que cristalizara, las páginas de Crítica permiten advertir,
de todos modos, los rasgos y los atributos que más frecuentemente reco-
rrieron el retrato público del jefe del radicalismo en la década del trein-
ta: ciertas cualidades personales intransferibles que lo convertían en el
hombre indicado para que la Argentina recuperara su salud política e
institucional, y el respaldo popular. El propio protagonista, por cierto,
también se encargó de edificarlos y subrayarlos.

Patricio abnegado, proselitista incansable

Alvear ensayó personalmente varias acciones para instalar su figura. En


primer lugar, procuró convertir un capital simbólico en capital político:
su procedencia social, definida además con un significado preciso, la de
ser un patricio. En declaraciones de abril de 1931 (y paralelamente a que
en privado confesaba el desgaste sentido por las demandas a su retorno),
afirmó: “Voy a la Argentina pues considero que ello significa un deber para
el descendiente de uno de los patriotas ardientes de aquel país, además
de haber yo mismo desde mi temprana juventud militado en política”.40
Su semblanza pública desde estas coordenadas tuvo una muestra ex-
plícita en 1936 –poco tiempo antes de la elección presidencial y en un
momento de creciente cuestionamiento a su figura por la intransigencia
interna–: el libro Democracia. El volumen reunió intervenciones y dis-
cursos de los años veinte y treinta, procurando mostrar una coherencia
y un “radicalismo” consecuente. Y estuvo prologado por una “exégesis
sobre la personalidad y la política del Dr. Marcelo T. de Alvear” a cargo
190 Leandro Losada

de Manuel Carlés, en la que se condensa el retrato de un Alvear patricio


como indudable credencial de probidad política y moral. La semblanza
de Carlés sintetizaba un conjunto de tópicos que el propio Alvear utilizó
reiteradas veces, como lo muestran los discursos reunidos en el libro.
Esta identidad no remitía a concebirse un “dueño” de la patria, sino una
persona que, por provenir de una familia cuya historia se superponía con
la del país, tenía una obligación hacia la cosa pública, así como cualida-
des inaccesibles a quienes no poseían semejantes antecedentes: virtud.
La condición patricia y sus mandatos, además, eran una elección en el
caso de Alvear. Pues, a diferencia de otros miembros de la elite argentina,
podía apelar a credenciales aristocráticas genealógicas genuinas: “era un
demócrata ferviente no obstante su descendencia de abuelos aristocráti-
cos, los condes de Alvear, por la rama paterna, y de la casa linajuda de los
Pacheco en tierras asturianas, por línea materna”.41
La probidad moral y política que implicaba la condición patricia
contenía un mensaje destinado a diferentes públicos. Procuraba invali-
dar las críticas de sus acciones, internas y externas a la UCR, aludiendo
a un atributo cada vez más improbable en el resto de la clase políti-
ca. Y, además, volcar un mensaje a la ciudadanía: su carrera política
no se debía a intereses personales. Quizá retrospectivamente parezca
paradójico, pero lo cierto es que Alvear no consideró que semejante
perfil público fuera inadecuado para desenvolverse en una sociedad de
masas; que su procedencia patricia debiera ser ocultada, en lugar de
reivindicada. En parte, así era porque no remitía en sentido estricto a
una procedencia de clase, sino a cualidades personales intransferibles y
orientadas al bien público.42
Las semblanzas que de él trazó el diario Crítica a lo largo de los
años treinta abrevaron en acentos similares. Se advierte con claridad
la intención de despejar toda duda que pudiera motivar la personali-
dad o la extracción social de Alvear: poseía “la ecuanimidad insigne de
los verdaderos patricios”.43 En ocasiones, se lo distinguió abiertamen-
te del panorama preponderante en su medio social: “el ciudadano al
que se atribuyó fama de ‘abúlico’ u ‘bon viver’ […] se transformó en el
gobierno revelando ese temperamento decidido y enérgico, a menudo
violento, que sólo conocían algunos”. En un sentido parecido: “Se afir-
mó, además, que era un aristócrata; pero se confundió mil veces con el
pueblo”. Asimismo, frente a las sospechas que pudiera motivar su “so-
Marcelo T. de Alvear 191

ciabilidad”, Alvear había dado muestras concretas de confrontar con el


“imperialismo británico o yanqui” –por ejemplo, al decretar durante su
gobierno la reducción de tarifas ferroviarias y telefónicas–.44
La distinción entre condición patricia y pertenencia de clase no
fue casual. Indican cierta percepción de la inconveniencia de filiarse
con una elite social cuya reputación en la Argentina de los años treinta
se socavó por razones económicas y políticas.45 Se ha visto en el ca-
pítulo anterior que la vinculación entre la elite –o al menos espacios
representativos de ella como el Jockey Club o el Círculo de Armas–,
el golpe de Estado de 1930 y luego el conservadurismo circuló en la
opinión pública y entre los mismos corresponsales de Alvear. No es
sorprendente, por lo tanto, que procurara invocar su condición social
de un modo que no lo confundiera con un grupo social connotado,
por lo menos en la coyuntura de 1930-1931, como adversario del ra-
dicalismo. Alvear insistió en ser visto como un “simple argentino”.46
Es difícil ponderar el éxito o la persuasión que habrán alcanzado estas
maneras de presentarse a sí mismo. Es innegable que su respaldo po-
pular se consolidó al menos en la primera mitad de los años treinta.
También es notorio que fue consciente de la conveniencia que tiene en
una sociedad de masas enfatizar su vínculo con el “pueblo” (como lo
ejemplifican sus declaraciones en medios como Crítica y las semblan-
zas que este diario hizo de él).
Pero, por otro lado, posiblemente las distinciones semánticas o
los matices simbólicos acerca de su procedencia social pudieron pa-
sar inadvertidos.47 Alvear, además, nunca rompió con su mundo social,
aunque su acción política, en algunas coyunturas, le hayan granjeado
oposiciones y censuras. Ya había sido así al dejar la presidencia, según
se vio en el capítulo 3. También, desde ya, tuvo adherentes. Ahora bien,
que muchos de ellos se preocuparan por precisar que eran alvearistas
pero no radicales sumaba dificultades a las intenciones de revalidar su
radicalismo y de diferenciarse de espacios como el Jockey Club o el Cír-
culo de Armas. Según uno de sus corresponsales, su público allí, nunca
mayoritario, era “la gente independiente que no es gubernista pero que
tampoco quiere ser conservadora y menos radical”.48
Vale agregar algo más sobre el uso político de su condición social.
Parece inadecuado concluir que sólo tuvo un cariz instrumental. El de-
ber y la obligación derivados de su procedencia familiar aparecen en su
192 Leandro Losada

correspondencia privada, no sólo en sus perfiles públicos o en testimo-


nios a la prensa. Es decir, para hablar de sí mismo y no ante los demás
o frente a un auditorio amplio. Y lo hacen con distintos significados e
implicancias, que incluyen, pero también trascienden, el prestigio per-
sonal. Por un lado, se ve en las cartas con quienes tenían antecedentes
parecidos, con el mismo sentido que en sus expresiones públicas: como
indicador de una excepcionalidad que no da prerrogativas, sino que
impone un “deber ser” orientado al bien común. Más cerca de un rasgo
identitario aludido entre pares que de una construcción intencionada.
En carta a Cipriano de Urquiza, el hijo del vencedor de Caseros, escri-
bió: “Una vez más, querido Cipriano, nos ha tocado estar juntos en la
brega. Es que los muertos mandan y hay que obedecer si uno quiere
ser digno del nombre que tiene el honor de llevar”. Esta carta era la
respuesta de Alvear a una anterior de Urquiza en la que éste le señalaba
que Alvear era el “único argentino capaz de recoger el glorioso pendón
que enarboló el vencedor de Caseros para realizar su campaña redentora
y en cuyo centro llevaba inscriptas las famosas palabras: Libertad, Cons-
titución, Concordia”.49
Por otro lado, la obligación y el deber, en la correspondencia pri-
vada, quizá esgrimidos para revalidarse ante otros, también aparecen
para persuadirse a sí mismo: “No dudo que tendré muchos malos ratos
y amarguras […] pero entiendo que es un deber imperioso el que me
obliga a ir a gravitar con mi acción y mi opinión para obtener lo que crea
más conviene a mi país”.50 Se advierte aquí una vocación política que
seguramente incluía móviles adicionales a los expuestos (vale recordar
que se subrayó “la pasión por el mando” de Alvear), pero en la cual pa-
rece haber incidido esta noción de mandato derivada de su condición
social. Es difícil calibrar su influencia pero parece inadecuado desco-
nocerla. La persistencia misma de Alvear en la vida pública, conside-
rando los sinsabores que frecuentemente le acarreó, es un dato a tener
en cuenta en este sentido. Además, y como última observación a este
tema, la condición patricia fue un argumento utilizado por quienes lo
instigaron a la acción, cuando su voluntad parecía querer lo contrario.
Las “sugestiones muy insistentes” tocaban un punto sensible. Se le re-
cordaba que debía tener presente “el peso de su nombre que es orden de
la historia. Acuérdese del Almirante, del general que hizo la patria, de
la asamblea del año 13, de la diana de Ituzaingó, del intendente visio-
Marcelo T. de Alvear 193

nario y constructivo, del presidente que respetó todos los derechos”.51


Alvear decía ser algo que los demás le reconocían; al menos, quienes
lo rodeaban o simpatizaban con él. Pero su condición patricia podía
volvérsele en contra: fundamentar constantes, inoportunas e incómodas
demandas.

Activo proselitista. En un mitin en Plaza Once, septiembre 1935. Fuente:


Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

El segundo rasgo que sobresale en la edificación que Alvear hizo de su


figura pública en los años treinta es un activo y extenso proselitismo.
Éste incluyó una oratoria renovada, insospechada hasta entonces, y un
involucramiento personal en diferentes campañas electorales a partir de
1935, provinciales y nacionales. Tal como él mismo confesó, “el tiempo
que hacía que no hablaba en público […] Pero las grandes causas y la so-
lidaridad popular le hacen olvidar a uno los años”.52 Un elemento adicio-
nal, no menor, y explicitado en este pasaje, fue su edad: más de sesenta y
cinco años, y casi setenta en las elecciones presidenciales de 1937.
Como se preocupó en resaltar, esto era una prueba más de su abne-
gación cívica. Apenas desembarcado en 1931, declaró: “Vengo a dar a mi
194 Leandro Losada

partido los últimos años de mi vida”; “El abandono de mi descanso, que


estimaba legítimamente conquistado, ha sido ante el requerimiento de mi
propia conciencia, cuya incitación no es dado eludir, como un imperioso
deber”.53 En 1934 reiteró que “poco o mucho tiempo que me queda de
vida he de entregar por completo al servicio de los ideales que profeso”.54
El cumplimiento de la obligación pública, en lugar de pesares, se tras-
mutaba en una energía renovada. “Extraordinaria vitalidad”, rezaba un
titular de la prensa, completada con otra enfática declaración: “Me siento
más joven que antes de marcharme de la Argentina”.55 El sacrificio y la
entrega personal de Alvear se reiteran en las crónicas de las jornadas de
campaña. “El Dr. Alvear”, se leía en la prensa en ocasión de la primera
contienda electoral luego del levantamiento de la abstención, en Entre
Ríos en 1935, “ha recorrido la provincia íntegramente, utilizando todos
los medios de locomoción. En auto, en tren y hasta caballo, a todos los
puntos de la provincia llevó su palabra inflamada por el fervor cívico”,
agregándose que había hecho “hasta diez conferencias por día”.56
La impronta épica de esas recorridas se acentuó por el respaldo po-
pular que Alvear parecía congregar (un punto que diarios como Crítica
resaltaron) y por el clima político reinante.57 Se ha apuntado que, debi-
do a las amenazas recibidas, Alvear concurrió armado a varios actos de
campaña. También se evocó el acto improvisado, sobre un cajón y desde
un camión, que realizó en Tucumán en 1937 al estar cerrado el teatro en
el que estaba planificado.58

Durante sus giras por el interior del país con mo-


tivo de la campaña de 1937, a menudo Alvear se
dirigió a sus simpatizantes desde proscenios
o plataformas algo precarias. Tandil, agosto 1937.
Marcelo T. de Alvear 195

Ahora bien, la condición patricia, inclusive el despliegue proselitista y


territorial, no eran en sí mismos suficientes para ratificar su condición
de líder radical. Si se leen con cuidado sus discursos, el origen social se
movilizó más frecuentemente en las campañas electorales o en momen-
tos de contienda y polémica públicas, antes que en el ámbito de actos
y eventos partidarios. A los rasgos patricios había que sumar necesaria-
mente los radicales.

Relecturas de la historia

Desde este punto de vista, lo más notable, aunque tampoco sorpren-


dente, fue su énfasis en alinearse con Alem e Yrigoyen. Puede pensarse
como una expresión simbólica de la manera en que Alvear procuraba
que fuera vista su conducción partidaria, la fidelidad con, y al mismo
tiempo la síntesis de, las tradiciones históricas radicales. Recuérdese
que Alem había sido a menudo una figura contrapuesta a la de Yrigoyen
por el antipersonalismo.
La unción que Yrigoyen dio al liderazgo de Alvear habilitó la
referencialidad con su antecesor. Posiblemente por ello, también, la
revalidación de su presidencia, desplegada por diarios como Crítica
al momento de su retorno en 1931, no se advierte con frecuencia en
sus intervenciones personales. Implicaba de un modo u otro reavi-
var diferencias y contrastes con su predecesor. En cambio, desde su
asunción como presidente partidario, Yrigoyen fue presentado por Al-
vear no ya como un caudillo personalista, sino como un “orientador
de la democracia” en Sudamérica,59 un “demócrata admirable”.60 Sus
opiniones sobre Yrigoyen, vale decir, siguieron teniendo oscilaciones.
Sugestivamente, se volcaron en la correspondencia privada: “He creí-
do siempre y sigo creyendo que las actitudes demagógicas fueron una
de las causas determinantes de la catástrofe del 30 para el partido y
continúo en la creencia de que igual peligro encierra para nuestra po-
derosa organización el espíritu demagógico”.61 Estos juicios parecen
una reacción, más allá de eventuales convicciones personales, ante
los problemas que tuvo Alvear para ocupar el lugar de Yrigoyen. Éste
fue un límite infranqueable. Perduró como un fantasma o como una
sombra que sirvió para impugnarlo.
196 Leandro Losada

Quizá por ello, Alvear procuró mostrar su radicalismo presentán-


dose como algo más que un sucesor o un heredero. Acudió con mayor
frecuencia a su propia trayectoria personal, cada vez más excepcional a
raíz del paso del tiempo, pues podía retrotraerse a los mismos orígenes
de la UCR. Las alusiones a Alem y a Yrigoyen se complementaron con
un énfasis igualmente nítido. Él mismo había sido compañero de luchas
de las dos figuras centrales del partido. Por ejemplo, en un acto en Cór-
doba, en 1935, recordó que llegaba allí por tercera vez. La primera había
sido “en compañía de Alem, el incomparable tribuno de la democracia
[…] pocos meses después de la Revolución del 90”; “la segunda vez, en
compañía de Hipólito Yrigoyen [definido como “genio democrático”],
durante la campaña presidencial que había de culminar con el primer
gobierno radical”.62

La identidad radical. Durante sus actos partidarios y de campaña, Alvear


enfatizó la continuidad de su liderazgo con los de Alem e Yrigoyen.
Aquí pueden advertirse los retratos de esas figuras a los costados
del escenario. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

En tercer lugar, planteó que sus decisiones se correspondían con la his-


toria del partido. Así fue, sobre todo, con relación a las más controver-
tidas, como el regreso a la participación electoral en 1935, vista por los
Marcelo T. de Alvear 197

sectores intransigentes como una claudicación. A tal fin, llevó adelante


algunas relecturas de aquella historia. El concurrencismo, afirmó Al-
vear en varias oportunidades, se conciliaba con la verdadera tradición
de intransigencia del partido: una intransigencia republicana y no re-
volucionaria.63
La intransigencia de la UCR consistía en una defensa innegociable
de la Constitución y sus instituciones.64 Para tal objetivo, no había un
único camino. Podía ser la revolución, cuidadosamente distinguida de
otros episodios que se habían denominado así pero habían tenido obje-
tivos diferentes a las revoluciones radicales. La relectura del 6 de sep-
tiembre fue ejemplar al respecto. Ya no se entendía como una oportuni-
dad perdida para la regeneración política del país, sino como: “El golpe
audaz del 6 de septiembre, que derrocó un gobierno constitucional y
sacó a la República del carril de la normalidad y de las instituciones”.65
La referencialidad entre la Revolución del 90 y la del 30, tan transitada
cuando ésta última ocurrió, desapareció. Aquella, o las del 93 o la de
1905, nada tenían que ver con la aventura uriburista. El radicalismo:
“No ha propiciado nunca motines accidentales para llegar a las altas
posiciones públicas. No como el 6 de septiembre. Ha hecho revolucio-
nes, sí; pero con un alto concepto de patria, de instituciones y de ley”.66
La concurrencia electoral era, entonces, el otro medio legítimo para
llevar adelante la bandera histórica de intransigencia republicana. La
abstención, se subrayaba a continuación, siempre había sido una de-
cisión urgida por las circunstancias, nunca deliberadamente imple-
mentada. Yrigoyen no había vacilado “en acudir a los gobiernos del
régimen en procura de garantías y libertad electorales”, y esa “sabia
actitud” había “dado lugar, concurriendo a los comicios, al gran triunfo
de 1916”.67 De igual manera, los “fundadores y propulsores” de la UCR
“aun en épocas nefastas en que las circunstancias impusieron la protes-
ta armada, sustentaron la concurrencia de los comicios como un deber
ineludible, destinado a influir poderosamente en el afianzamiento de
las instituciones y en el bienestar de la República”.68 Tal como declaró a
la prensa, sintetizando su posición al respecto: “la abstención electoral
o la revolución son un medio; no una finalidad”.69
En cuarto lugar, Alvear subrayó que su partido radical, si estaba en
correspondencia con la historia y la identidad de la UCR, no era una
continuidad del pasado. La reorganización, la superación del persona-
198 Leandro Losada

lismo y la definición de una plataforma fueron los rasgos destacados al


respecto. Otra vez, pueden advertirse los móviles de estos argumentos,
que, como los vistos más arriba, contenían mensajes hacia adentro y ha-
cia afuera de la UCR. En esta última dimensión, el eje era similar al que
estaba detrás de la atenuación de la impronta revolucionaria: despejar
los fantasmas de la última presidencia de Yrigoyen y mostrar al radica-
lismo como un actor confiable, cuya confrontación con el gobierno no lo
llevaría a poner en peligro los logros de la gestión de Justo, en especial
en materia económica.70
Hacia adentro, era un modo adicional de Alvear para ensayar como
presidente de la UCR lo mismo que había debido hacer como presidente
de la nación: reconocer a Yrigoyen pero no replicarlo, porque de por
sí era imposible, y porque, en caso de intentarlo, no tendría espesor
propio, sino que afrontaría el riesgo constante de la comparación con
un parámetro que él no había establecido. En ambas ocasiones, Alvear
debió afrontar el dilema de los personalismos: la sucesión. Aquí, por lo
tanto, la opción fue aparecer como presidente de un partido propiamen-
te dicho y no de una agrupación personalista. De todos modos, quizá
como aprendizaje de lo que había ocurrido en los años veinte, quizá por
lo que los otros demandaron y no sólo por sus intenciones o voluntades,
Alvear no fue demasiado lejos en la despersonalización de su liderazgo.
Como se ha visto líneas arriba, la construcción de su figura pública a
partir de la explícita apelación a su condición patricia y de cualidades
personales intransferibles fueron a su modo una manera de presentarse
como una figura excepcional, inimitable. Merece subrayarse que algu-
nos lo llamaron “mito soreliano”.71 En todo caso (así se advertía sobre
todo en Crítica), y de manera por cierto paradójica en última instancia,
Alvear era la personalidad excepcional que erradicaría los personalis-
mos (y las oligarquías) de la política argentina.
La renovación con relación al pasado tuvo una señal más consis-
tente en la plataforma realizada para la campaña de 1937, que retomó
el programa de gobierno que se había aprobado en 1931 en el marco de
la reorganización partidaria, tarea en la que sobresalió Leónidas Anas-
tasi. Se presentó como un atributo que, además, diferenciaba a la UCR
del resto de los partidos políticos, y como un signo de su sintonía con
los tiempos que se vivían, tanto en el mundo como en el país, e inclu-
so dentro del mismo radicalismo. Alvear aludió en sus discursos de la
Marcelo T. de Alvear 199

época al New Deal de Franklin Roosevelt y según algunos testimonios,


su horizonte era hacer de la UCR una versión local del partido radical
francés, aun siendo consciente de las dificultades para lograr semejante
cometido.72 La plataforma, por su parte, incorporó temas como la justi-
cia social o el papel del Estado en la economía, los cuales, junto a otras
consignas como una noción de democracia integral que se pretendía
superadora de la democracia estrictamente política al incluir alusiones
a derechos económicos y sociales, se planteaban desde una referencia-
lidad al menos declamatoria con el liberalismo, y estaban presentes en
corrientes juveniles o intransigentes, o en publicaciones como Hechos e
ideas, aparecida en 1935, por cierto cercana al menos en principio a la
conducción partidaria. Hubo de todos modos omisiones sorprendentes,
como el desarrollo industrial.73

Acto de la campaña presidencial en San Juan, junio 1937.


Nótense las pancartas con retratos de Alvear e Yrigoyen. Sin
replicar los tonos de éste, el liderazgo y la figura pública de
Alvear se edificaron exaltando atributos y cualidades persona-
les. Fuente: Archivo General de la Nación Departamento
de Documentos Fotográficos.

Ahora bien, Alvear recurrió a la plataforma con un sentido preciso:


como signo de la organicidad del partido. Se refirió menos a sus conte-
nidos, o definió conceptos más novedosos, como democracia integral,
de modos particulares, no necesariamente en coincidencia a como se
los entendía en otras franjas del radicalismo.74 La justicia social y las
200 Leandro Losada

“cuestiones obreras” formaban parte de los objetivos de la UCR en 1937,


pero Alvear remarcó reiteradamente que su laudo en Tucumán en 1927
demostraba que no eran preocupaciones recientes del partido, ni de él
mismo, a la vez que daba a entender que ese tipo de medidas eran su-
ficientes para afrontar dichos problemas. Hay que contemplar, además,
que los logros económicos de la gestión de Justo no hacían del todo
conveniente edificar un discurso de oposición exclusivamente desde
ese terreno. Las alusiones al respecto oscilaron entre comprometerse
a continuar lo realizado y a afirmar que las “obras morales” eran más
importantes que las “obras públicas”, cuya necesidad para reactivar la
economía, de hecho, Alvear había planteado en privado antes de que el
oficialismo las implementara.75 Precisamente, a la hora de subrayar los
objetivos centrales del radicalismo en 1937, enfatizó otros puntos, que
remitían a temas políticos e institucionales: “en el momento actual la
plataforma del partido podría resumirse en dos o tres puntos sintéticos:
Constitución, libertad electoral, soberanía popular”.76 Quizá por ello,
para aludir a los nuevos temas que aparecían en la agenda pero también
a la persistencia de preocupaciones de raíces más largas, Alvear supo
definir a la plataforma como “tradicionalista y avanzada”.77
Todo lo anterior se vio acompañado, y en parte se explica, por el
retrato que Alvear hizo del conflicto político de la Argentina de los 30.
Era una confrontación de una oligarquía contra la nación, que la UCR
precisamente expresaba. Era un retrato, otra vez, dirigido hacia afuera
y hacia adentro. Estigmatizaba al gobierno de Justo y a la vez lo hacía
desde modulaciones que sin tener exactamente el mismo significado
que en el pasado, no eran nada extrañas al radicalismo (no podían serlo,
dado que Alvear era justamente presidente del partido) y, más aún, al
yrigoyenismo. En el fragor de la campaña electoral, llegó a decir que:
“El Partido Radical es, más que un partido político, una mística emo-
ción del pueblo argentino en esta hora”.78 La reparación alvearista era
republicana. Pero por eso mismo era también nacional. Había sido la
Nación argentina, la que, a través de la Constitución, se había dado la
República. La República era la Nación. Estas formulaciones habilitaban
la presentación de la concurrencia electoral de un modo opuesto a la
claudicación que denunciaba la intransigencia. La lucha a través de las
elecciones era intransigente por sus demandas de reparación republica-
na, pero también porque era una confrontación innegociable, de suma
Marcelo T. de Alvear 201

cero, a todo o nada, contra un adversario antinacional. Participar de los


comicios no significaba reconocer un rival legítimo.
El uso de un repertorio del pasado que no replicaba exactamente
los significados precedentes se advierte en que contuvo relecturas de la
historia. En primer lugar, de la más reciente. El tópico de la restauración
oligárquica, como se vio en el capítulo anterior, había aparecido en la
coyuntura de septiembre de 1930. Finalmente se afirmó para retratar el
estado de cosas que se había consolidado con Justo. Así lo expresó a lo
largo de la campaña presidencial de 1937: “El Radicalismo está luchando
en el país contra las viejas oligarquías; oligarquías anacrónicas, restos de
otra época”.79
Alvear agregó dos acentos importantes a este retrato del gobierno de
su ex ministro. Por un lado, fue más allá de la tesitura que había recorrido
al radicalismo en 1932, según la cual Justo era la continuidad y no el final
de septiembre de 1930. Alvear planteó que en realidad Justo representaba
algo aún peor que Uriburu. Quizá podría advertirse aquí la supervivencia
de su diagnóstico original sobre el 6 de septiembre, como una oportuni-
dad para la regeneración política argentina luego perdida, reeditado aho-
ra para subrayar la degradación que representaba la Concordancia. Quizá
también subyazca el mayor afecto personal que, en última instancia, Al-
vear tuvo por Uriburu, además, desde ya, de la confrontación política que
tenía para entonces con Justo y de la atenuación de los rencores que pudo
motivar la muerte del primero. Pero lo cierto, entonces, es que lo iniciado
en 1932 era el punto más bajo de la historia argentina: “yo, que fui una
de sus víctimas y su enemigo declarado, estoy seguro que si el General
Uriburu viviera, diría: no; la revolución del 6 de septiembre no la hice
para que estos presuntos herederos míos vengan a implantar un sistema
de burla a la Ley, al pueblo y a la Constitución que han jurado respetar”.80
El segundo acento, relacionado con el anterior, fue el siguiente:
la Concordancia y Justo, en lugar de una restauración oligárquica en
sentido estricto, eran una versión más corrompida de las oligarquías
del pasado. Éstas “tenían hombres eminentes que dieron leyes eficaces
al país, que hicieron obra útil, no como las oligarquías actuales que
quieren sustituir la voluntad popular sin títulos para hacerlo”.81 Así,
en distintas oportunidades enalteció algunas de las figuras ejemplares
de esas “oligarquías del pasado”: Pellegrini, “ese gran político y hom-
bre de estado argentino”,82 y, desde ya, Roque Sáenz Peña, “un gran
202 Leandro Losada

presidente del régimen”.83 Es cierto que ambos habían estado entre los
sectores reformistas, o críticos, del PAN y del roquismo. Pero de todos
modos eran personajes extraños, cuando no enfrentados, al radicalismo
de fin de siglo. Baste recordar el rol de Pellegrini en la represión de las
revoluciones de inicios de la década de 1890 (Alvear mismo había sido
deportado a Uruguay durante su presidencia), y que Sáenz Peña había
estado alineado con Juárez Celman, contra cuyo gobierno se formó la
Unión Cívica.
Este movimiento se hizo extensivo aún más hacia atrás. El elogio de
Alem o de Yrigoyen era paralelo al de Mitre, una figura por cierto también
incómoda para el radicalismo, Sarmiento o Avellaneda: “las enseñanzas
morales, las virtudes ciudadanas de que fueron ejemplo, perdurarán eter-
namente como la Biblia política de la Argentina”.84 Al momento de ce-
rrar su discurso de clausura de la campaña presidencial de 1937, Alvear
no citó a los líderes del partido, sino al presidente tucumano que había
gobernado entre 1874 y 1880.85 Todos ellos habían contribuido a la edi-
ficación de la nación cívica y política cuyo baluarte en los treinta era el
radicalismo y que la Concordancia amenazaba destruir. La UCR no había
sido una ruptura sino un eslabón de una cadena más larga, la tradición
política argentina, puesta en peligro por Justo y sus secuaces.86
Es cierto que esta forma de postular el papel histórico de la UCR
podía empalmarse con su identidad fundacional. No sólo porque
para Alvear, como se vio, el combate de la década del treinta re-
medara el de 1890 una vez que se anuló toda similitud entre el 6
de septiembre y la Revolución del Parque, y que se afirmara que el
espíritu de ésta había sido el de una intransigencia republicana, no
la revolución en sí. También porque la revolución, en 1890, se había
concebido como una empresa restauradora frente a la ruptura que el
PAN había representado.87
En 1890 y en 1930, entonces, la UCR se enfrentaba a gobiernos que
habían atentado contra las tradiciones políticas, que eran las que debían
preservarse.88 Pero había diferencias irreductibles. En la década del trein-
ta, la oligarquía no sólo había desdibujado una cultura cívica, como lo
había denunciado la Unión Cívica contra el PAN en la década de 1880.
Además de eso, estaba en juego el entero proyecto político fundacional
de la nación argentina. Y a su despliegue y afirmación, entonces, incluso
las oligarquías del PAN habían contribuido. Habían hecho “obra útil”.
Marcelo T. de Alvear 203

Semejante lectura desajustaba, para quien quisiera advertirlo, quizá


involuntariamente, como resultado de los inevitables desplazamientos
provocados por el paso del tiempo y el cambio de coyuntura, el sentido
de las luchas del pasado. Los “villanos” de ayer parecían no serlo tanto
en el presente. Era un punto de vista que bien podía convertirse en una
prueba adicional para mostrar el moderado radicalismo del presiden-
te del partido en los años treinta. Por cierto, debe subrayarse que este
tipo de reinterpretaciones no fueron exclusivas ni originales de Alvear;
el período fue pródigo en tales ejercicios, y trascendieron diferencias
ideológicas y políticas. Sin ir más lejos, en las izquierdas o incluso en
sectores internos del radicalismo hubo modulaciones similares a las re-
cién vistas. Sin embargo, en el socialismo, por ejemplo, la revalidación
de los años del PAN en última instancia era menos controvertida para
su propia historia, pues había tenido en ellos una participación mucho
más notoria que el radicalismo (una de las causas de los perdurables
recelos entre ambos), además de que algunas de sus figuras, Roca entre
ellas, podían encontrar recuperación desde consignas caras al partido,
como el laicismo, algo que ocurría también en la democracia progresis-
ta. Entre los sectores internos del radicalismo, en cambio, la reivindica-
ción de Mayo o de la organización nacional no eliminó absolutamente
la polémica sobre las “oligarquías” del ochenta al Centenario. Y ade-
más, como así también en el socialismo o la democracia progresista, la
reivindicación de “la tradición política nacional” en general se desple-
gó frente al peligro de un “fascismo criollo” que no fue un rótulo usual
en Alvear al momento de pensar la repercusión local de los sucesos in-
ternacionales, o como se ha visto en estas líneas, para retratar al mismo
oficialismo, incluso en los momentos de confrontación más ríspida.89

Oficialismo y oposición. Alvear y Justo

La relación entre Alvear y Justo es escurridiza. En los años veinte, al


inicio de su gobierno, el candidato de Alvear para el Ministerio de
Guerra había sido José Félix Uriburu. Justo ocupó finalmente el cargo
por la persuasión de allegados al presidente como Tomás Le Bretón, y
de militares de la Logia San Martín asignados en la Embajada argenti-
na en París.90 Ha sido destacado el servilismo, incluso la genuflexión,
204 Leandro Losada

de Justo hacia Alvear en tiempos de su ministerio, que incluyeron la


decisión de mudarse cerca de la casa del presidente para estrechar el
vínculo y convertirse en su confidente (obteniendo a cambio el recelo
de Regina Pacini), sustituidos luego por un implacable ajuste de cuen-
tas cuando llegó a la presidencia, motivado, según ciertas opiniones,
no sólo por razones políticas, sino por recelos personales.91 Por otro
lado, ya en 1928 Justo había aparecido como el cabecilla de un even-
tual golpe de Estado para impedir las elecciones presidenciales, una
vez que se había disipado toda posibilidad de que Alvear enfrentara
a Yrigoyen. El balance lleva a concluir que entre ambos parece haber
habido una desconfianza constante y perdurable por detrás de las leal-
tades o de los acercamientos proclamados o coyunturales, un juego de
máscaras, disimulos y conveniencias, que no excluyó, sin embargo,
expectativas, sobre todo de Alvear hacia Justo, no tanto por confianza
personal, sino por suponer que la necesidad política podía motivar
acercamientos y negociaciones.
A diferencia de lo que ocurre con Uriburu o con Yrigoyen, en la co-
rrespondencia de Alvear las opiniones sobre Justo no sólo son cambian-
tes, sino contradictorias o contrastantes entre sí en un mismo momento.
La impresión que emerge es la de un personaje muy difícil de asir; cap-
tar cuáles eran sus intenciones y cuáles sus próximos movimientos no
parecían ser tareas sencillas.
Por ejemplo, en los meses siguientes a septiembre de 1930, cuando
el retorno de Alvear era reclamado por quienes consideraban urgen-
te la reorganización del partido, Justo aparece recurrentemente entre
quienes sugerían postergar el regreso del ex presidente a la Argentina.92
Estas recomendaciones aludían a una preocupación por la suerte de
Alvear en caso de volver en un momento en que el gobierno provisio-
nal de Uriburu endurecía sus rasgos autoritarios. Sin embargo, también
eran convenientes para un Justo que aspiraba a encabezar el radicalismo
y a suceder a Alvear, un proyecto que anhelaba, al parecer, desde los
tiempos de su ministerio.93 En el verano de 1930-1931, Alvear recibió
correspondencia que le alertaba sobre las iniciativas pergeñadas en es-
pacios como el Jockey Club o el Círculo de Armas para que “sus amigos
le escribamos anunciándole que no debe venir” y se le subrayaba que
“mienten los que opinan que Ud. no debe venir; tal vez temen posterga-
ciones en sus ambiciones”.94
Marcelo T. de Alvear 205

Sin embargo, varios de sus corresponsales coincidían con las opi-


niones de Justo, entre ellos el propio hermano de Alvear, Carlos. Éste, a
su vez, era quien solía transmitir las sugerencias de su ex ministro, las
cuales, por cierto, venían sucediéndose desde antes del 6 de septiem-
bre. El Justo retratado por Carlos en sus cartas es el de alguien intere-
sado por destacar su afecto por Alvear. Para Carlos eran expresiones
genuinas, al punto de calificarlo como “amigo” de su hermano, pero
sus mismas semblanzas parecen develar algo de impostación en el ex
ministro de Guerra: mostraba “un cariño por ti que nadie políticamente
te lo profesa expresando su agradecimiento que en cada oportunidad lo
manifiesta, sin reserva alguna”.95
Hay aquí, además, un punto adyacente, que no puede dejar de se-
ñalarse: las relaciones de Carlos con Marcelo no parecían estar en sus
mejores momentos, por los problemas de dinero del primero, a los que
el segundo solía responder con el silencio. No hay evidencias para pen-
sar que Carlos pudiera estar movido por el despecho hacia su hermano
y confabular con algunos de sus eventuales rivales. Sus cartas no pare-
cen tener dobleces, tanto en sus opiniones sobre Justo y sobre cuándo
debía volver Alvear, como, por cierto, también en el desconsuelo y la
irritación frente a lo que juzgaba un desinterés de Marcelo por su suerte:
“me apesadumbra tu silencio, el que ignoro qué motivos lo producen”;
“Si supieras la pena que me ocasiona tu silencio”.96 Después de todo,
como enseguida se verá, Alvear siguió confiando en los consejos de su
hermano. Y más allá de esto, hay que recordar, como se vio en el capítu-
lo anterior, que en el cambio de año de 1930 a 1931 no sólo para Justo el
regreso de Alvear podía ser un obstáculo a sus ambiciones personales.
Más aún: para Alvear y su entorno, Justo aparecía por entonces
como una opción positiva, o como el mal menor, frente a las propuestas
de reforma constitucional del uriburismo y, poco después, ante el tono
conservador que adquirió el oficialismo. En este escenario, una even-
tual candidatura de Justo aparentemente complacía a Alvear a inicios
de 1931. Además, decía tener una buena opinión personal sobre su ex
ministro: “Mucho me satisface lo que me dice del Gral. Justo. Ud. sabe
todo lo que lo estimo y quiero y además no dudo que todas sus múlti-
ples condiciones serían una garantía de eficacia y acierto”.97
Finalmente, Alvear demoró el regreso hasta abril de 1931, cuando,
en principio, había deslizado la posibilidad de volver a fines de enero.98
206 Leandro Losada

Tanto la postergación como la definición de la vuelta al país parecen ha-


ber sido decididas siguiendo los consejos de su hermano Carlos, lo cual
sugiere que sus cortocircuitos personales no habían diluido la confian-
za. A mediados de enero de 1931, Alvear le escribió a Carlos comentán-
dole que su idea era embarcarse a mitad de febrero desde París “a menos
que reciba un telegrama tuyo aconsejándome demorar mi viaje”.99 Car-
los le sugirió suspenderlo, considerando “inoportuno el momento como
te decía ayer en mi telegrama contestando tu carta, sobre tu venida”,
opinión que Alvear finalmente siguió.100 Como se dijo, volvió a Buenos
Aires el 25 de abril de 1931.101
Para entonces, el eventual apoyo a Justo que había deslizado en su
correspondencia en enero de 1931 había quedado atrás. Quizá hayan
sido formas de ganar tiempo hasta concretar la vuelta, en lugar de opi-
niones sinceras. Las evidencias disponibles indican que Alvear tenía
decidido, al emprender el retorno, enfrentar al gobierno de Uriburu y
encabezar la reorganización de la UCR. Vale recordar, por último, que
Justo, en principio, participó de las reuniones en el Hotel City.102
Entre la deportación de Alvear en agosto de 1931 y la elección de
Justo como presidente en febrero de 1932 se abrió un segundo momento
en la relación entre ambos. Por un lado, frente al rigor sufrido por la
dictadura de Uriburu y quebrada ya la relación con él, Justo seguía apa-
reciendo, al menos para algunos, como un “amigo” de Alvear.103 Meses
después, iniciado el gobierno de Justo, Alvear, aún en el exilio, recibía
informaciones con un voto de confianza en el nuevo presidente. Per-
duraba el diagnóstico sobre su ex ministro como aquel que encarrilaría
la situación política e institucional: “Contribuyen al aquietamiento y
a la esperanza populares los innegables aciertos del General Justo en
su obertura presidencial y que nos van reintegrando a nuestro ingénito
optimismo y fe en la grandeza del país”; “Los amigos del gobierno, el
gobierno mismo, desearían que usted estuviera cuanto antes en Buenos
Aires”.104 El propio Justo, se le informaba a Alvear, “deseaba hacer un
gobierno de camaradería, de unión; un gobierno para Uds- textual”. El
crédito a Justo se reforzaba porque los grupos uriburistas lo veían como
un traidor. En semejantes circunstancias, el enfrentamiento con el go-
bierno, en lugar de acorralarlo, podía conducirlo a tomar represalias
contra el partido, y a incentivar el crecimiento de los sectores más deci-
didamente autoritarios.105
Marcelo T. de Alvear 207

Estas opiniones iban a contramano de la posición fijada por el


radicalismo. La Convención Nacional, en abril de 1932, declaró la
ilegalidad del nuevo gobierno y subrayó su carácter de continuidad
más que de ruptura con el 6 de septiembre. Justo se había beneficiado
del forzado ausentismo radical en las elecciones de 1931. Por ello,
Alvear fue advertido de que toda posibilidad de negociación con el
gobierno, aunque tuviera, eventualmente, justificación política, cho-
caría con el humor predominante en la ciudadanía radical: “De cual-
quier manera hasta que los parias radicales no estén satisfechos en
sus ansias honradamente reivindicatorias no tendremos paz en el
país, ni aunque Ud. y un grupo de amigos suyos transasen con la
actual Casa de Gobierno”.106
Además, antes de que Justo se convirtiera en presidente, todavía
en 1931, se le subrayaba a Alvear que tuviera recaudos. Según distintas
versiones, Justo había alentado la conspiración de Gregorio Pomar en
julio de 1931, que motivó la deportación ordenada por Uriburu. Una
vez que había instalado su candidatura a través de la Concordancia,
el obstáculo insalvable que había sido Alvear para sus expectativas de
encabezar el radicalismo y de llegar al gobierno a través de ese espacio
político, parecían haber dejado secuelas contra las que Alvear debía
estar alertado: “[Justo] Quiere atraerse la voluntad popular a costa de
sagrados deberes de amistad y gratitud […] si sube al gobierno, será á
corto término su peor enemigo”.107
Alvear parece haber estado más cerca de la prudencia que de la
confianza hacia Justo, desde el inicio mismo de la presidencia de éste. A
su modo de ver, el estado de cosas delineado a partir de febrero de 1932
no había resuelto la crisis política. Se habían decidido “soluciones arti-
ficiales”, que hacían que “nada se puede saber de cierto sobre la marcha
de los acontecimientos”. La “acción cívica” seguía perturbada.108 Por
entonces, incluso, Alvear estuvo al tanto de los planes revolucionarios
preparados contra el gobierno, aunque no parece haberlos respaldado
decididamente.
Las desconfianzas se ratificaron, de manera poco sorprendente, con
las detenciones sufridas en 1932 y 1933. A partir de entonces Alvear
trazó juicios durísimos sobre el presidente, compartidos por sus corres-
ponsales: “Creemos que cautelosamente, con antifaz de legalidad, se ha
entrado en la dictadura, que día a día será más desembozada y violen-
208 Leandro Losada

ta”. El gobierno de Justo, calificado de “impostor”, tenía su “arranque


[…] el 6 de septiembre”.109 Probablemente, el testimonio más ejemplar
sea el manifiesto que Alvear dio a conocer luego de su segundo confina-
miento en Martín García, en febrero de 1934:

Yo, que lo he visto al Presidente actual tan obsecuente aun con


riesgo de su altivez cuando ejercía un ministerio en mi Gobierno,
debo confesar que no han dejado de sorprenderme, en mi since-
ridad, el trato y los vejámenes que me ha impuesto durante el
tiempo de mi detención. Mi buena fe me hacía pensar que los
antecedentes de nuestra vinculación personal significarían para
él un obstáculo insalvable que le impediría emplear ciertos pro-
cedimientos.110

Justo había mostrado su verdadero rostro: heredaba y no clausuraba el 6


de septiembre, y no dudaba en humillar y encarcelar al presidente de la
UCR. Su propósito era quebrar al radicalismo, conjugando cooptación,
con cierto éxito, como lo muestran las torsiones concurrencistas a partir
de 1933, y represión. En este contexto, algunos gestos públicos de Al-
vear son reveladores. Es el caso de la foto que lo retrató con mirada de-
safiante en el Avila Star, el buque en el que regresó en octubre de 1934
a Buenos Aires, junto a José Benjamín Ábalos y Gregorio Pomar.111 Más
que un aval a los ensayos revolucionarios, la fotografía parece transmi-
tir otros dos mensajes. Por un lado, evidenciar la solidez de su liderazgo
partidario, expuesto en que hasta los referentes más radicalizados acu-
dían a ofrecerle sus respetos. En segundo lugar, subrayar que se apresta-
ba a confrontar contra el gobierno de su ex ministro.
A tal efecto, Alvear decidió el retorno a la competencia electoral
a inicios de 1935. El giro concurrencista, necesario para Justo para su-
mar legitimidad a su gobierno y pensado como un modo de quebrar la
unidad partidaria y la conducción de Alvear y de fortalecer al antiper-
sonalismo, se convirtió en un problema para el presidente. En lugar de
fracturar definitivamente a la UCR, Alvear había logrado que la partici-
pación electoral se alcanzara reagrupando a yrigoyenistas y antiperso-
nalistas y, desde ya, consiguiendo triunfos electorales.
Marcelo T. de Alvear 209

Crítica 19/10/1934. Fuente: Biblioteca Nacional,


Hemeroteca-Publicaciones Periódicas.

El caso entrerriano, como se vio en el capítulo anterior, fue ejemplar en


este sentido. La popularidad del líder del radicalismo, además, parecía
sólida y se acrecentaba con su nuevo y activo proselitismo, como lo
reflejaban crónicas y coberturas periodísticas. Hacia 1934 ya se lo rotu-
laba como “la más alta esperanza democrática para las muchedumbres
argentinas”. La estrategia de Alvear de maniobrar para dejar satisfechos
a todos, como se la calificaba peyorativamente alrededor de Justo, con-
dicionada y limitada por el forzado giro concurrencista, aun podía en-
torpecer los planes presidenciales.112
210 Leandro Losada

Es a partir de aquí cuando se delineó un tercer momento en las rela-


ciones entre Alvear y Justo. Estuvo enmarcado entre dos instancias elec-
torales: las bonaerenses de noviembre de 1935 y las presidenciales de
septiembre de 1937, siendo clave la coyuntura de la segunda mitad de
1936. De forma paralela, y por cierto nada casual, al giro concurrencista
del radicalismo, el escenario se fue decantando hacia el cierre, más que
hacia la apertura, del régimen. Se avanzó en reformas a la ley electoral,
por ejemplo con el reemplazo de la lista incompleta por la completa, que
se sumaba a restricciones en el universo de votantes apuntaladas en 1933
por los demócrata nacionales y el ministro del Interior, Leopoldo Melo,
así como a la llamada “ley trampa” de la provincia de Buenos Aires. A su
vez, se ensayaron modificaciones en el reglamento de la Cámara de Di-
putados de la nación, como la eliminación del requisito de la aprobación
previa de los diplomas de los diputados electos. Estos cambios, promo-
vidos desde enunciaciones antidemagógicas o de interés por la calidad
institucional, allanaron el camino hacia la “República del Fraude”.113
Alvear había advertido públicamente que en “Santa Fe y Córdoba la
lucha será fácil; la incógnita es Buenos Aires”.114 Cuando el interrogante
se resolvió con el acceso de Manuel Fresco a la gobernación luego de las
elecciones de noviembre de 1935, Alvear encuadró la situación como
si no hubiera sido una derrota, sino un triunfo. Justo quedaba definiti-
vamente desenmascarado como impostor y enemigo del radicalismo, si
las represiones de 1932 y 1933 no hubieran sido ya prueba suficiente.115
El diagnóstico era que la UCR, con sus victorias electorales desde 1935,
sobre todo en Córdoba, con los comicios que llevaron a la gobernación a
Amadeo Sabattini, había acorralado al presidente. El debilitamiento que
hubiera supuesto una derrota simultánea en la provincia mediterránea
y en Buenos Aires, había llevado a Justo a tolerar el fraude y la violen-
cia, y a avalar el triunfo de los conservadores en este último distrito.116
En base a estas coordenadas, Alvear planteó que Buenos Aires había
sido una victoria pírrica para el presidente. El radicalismo, a pesar de
la derrota, estaba fortalecido y respaldado por la opinión pública. Este
argumento, por lo demás, contenía un mensaje dirigido hacia adentro
del partido: era necesario sostener que la concurrencia no había sido un
error, aun frente a los resultados adversos.117
Las elecciones legislativas de marzo de 1936, con triunfos radica-
les en varios distritos (Capital Federal, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba,
Marcelo T. de Alvear 211

Tucumán), parecieron confirmar la lectura de Alvear. Una de sus con-


secuencias fue abrir una seria crisis política e institucional durante la
primera mitad del año. La UCR había logrado alcanzar la presidencia de
la Cámara de Diputados y su bloque parlamentario avanzó con la ini-
ciativa de impugnar la asunción de los diputados oficialistas elegidos
en comicios fraudulentos, en especial los de la provincia de Buenos
Aires. La situación llevó a la renuncia de Melo al Ministerio del Inte-
rior y la reacción inicial de Justo pareció confirmar la semblanza de un
presidente asediado. No cedió a los reclamos opositores, pero tampoco
disolvió el Congreso, como esperaban los integrantes del oficialismo
más proclives a la definitiva suspensión de las instituciones republica-
nas. En cambio, el presidente convocó a una negociación, delegada en
el vicepresidente Julio Roca (h) y el rector de la Universidad de Buenos
Aires, Vicente Gallo. Alvear la rechazó si no se impedía la incorpora-
ción de los diputados oficialistas. También descartó toda posibilidad
de acordar candidaturas para las elecciones de 1937. Así lo manifestó
un comunicado del Comité Nacional en julio de 1936.118 Acto seguido,
partió hacia Europa en septiembre, donde estuvo hasta principios de
diciembre.
La ausencia es sugestiva, aunque hubo razones válidas para el viaje:
el fallecimiento de la madre de Regina Pacini. Luego de la declaración
de intransigencia con la que habían culminado las negociaciones con
el gobierno, los acercamientos, en realidad, continuaron. Por un lado,
el bloque parlamentario radical volvió a la acción legislativa en sep-
tiembre de 1936. El retorno, condicionado por los concurrencistas tucu-
manos al prestar quórum, estuvo mediado por una negociación directa
entre los diputados concordancistas y el presidente de la Cámara, el
radical Carlos Noel. Fue una iniciativa apuntalada, entre otros, por uno
de los hombres de confianza de Alvear, José Luis Cantilo.119 Con ello, se
desmintió la intransigencia declarada en julio y se contribuyó a la nor-
malización de la crisis institucional detonada en marzo. Por otro lado,
y paralelamente, circularon versiones entre septiembre y diciembre de
1936 sobre “el acuerdo segretissimo [sic] de Ud y Justo”, al decir de uno
de los corresponsales de Alvear más frecuentes por entonces.120
Las negociaciones tuvieron como eje central las elecciones pro­
vinciales de Santa Fe. Siempre de acuerdo a la correspondencia de
Alvear y, en especial, a los informes remitidos por José Luis Cantilo,
212 Leandro Losada

el presidente del Comité Nacional en ejercicio, Justo, estaba debilitado


por el crecimiento de los conservadores bonaerenses. Su incomodidad,
incluso su destrato, ante el gobernador Fresco eran notorios. Las com-
plicaciones políticas del presidente sólo encontraban compensación en
dos factores: su perdurable ascendiente en el Ejército y la mejora de la
situación económica. Pero Justo no podía permitirse la derrota santafe-
sina. Era clave de cara a las elecciones presidenciales de 1937. El triun-
fo radical prácticamente anticiparía la victoria de la UCR. Y, a la vez, el
escenario quedaría planteado como un enfrentamiento entre conserva-
dores y radicales, que fortalecería a Fresco y anularía al presidente.121
Dispuesta la intervención federal de Santa Fe en octubre, se pre-
sagiaba la perpetración del fraude.122 Frente a esta posibilidad, comen-
zaron a correr rumores sobre nuevos intentos revolucionarios, versio-
nes que los propios sospechados desmintieron a Alvear.123 También se
abrieron múltiples conjeturas alrededor de las acciones que emprende-
ría Justo: decidido a bloquear la gobernación provincial a los demócrata
progresistas, era incierto si se inclinaría por el antipersonalismo con-
vocando súbitamente a elecciones para complicar la campaña electoral
del radicalismo y la misma participación de Alvear en ella, o si podría
facilitar un triunfo radical.124
En semejantes circunstancias tomó forma la versión del “secretísi-
mo acuerdo”. Debido a la confidencialidad imperante, no hay eviden-
cias nítidas. Pero sí puede verse en la correspondencia de Alvear el in-
tercambio de información y la disponibilidad a la negociación a través
de interpósitas personas: sobre todo, José Luis Cantilo y Fernando Prat
Gay, concurrencista tucumano.125
Según lo que se le informó a Alvear, Justo se había comprometido
a prorrogar las elecciones santafesinas de diciembre a marzo, algo que
finalmente ocurrió a pesar de las sospechas en contrario. Procuraba al
respecto la unión del radicalismo del comité nacional y del antiperso-
nalismo. Por último, estaba dispuesto a apoyar una fórmula radical para
las elecciones de 1937. Alvear sería su titular. Justo se limitaría a incidir
en la designación del vicepresidente. Vicente Gallo era el elegido.126 Es
interesante preguntarse si esta posibilidad podría haberse finalmente
concretado. Los antecedentes entre ambos no eran promisorios. Ade-
más de lo ocurrido durante la presidencia de Alvear en los años veinte,
se vio en el capítulo 4 que Gallo intentó sacar rédito de su ausencia en
Marcelo T. de Alvear 213

1931. Al parecer, aún en 1936 sostenía opiniones nada elogiosas de Al-


vear. Y las negociaciones entre ambos, y Roca (h), a mediados de ese año
habían culminado con un rechazo público del presidente de la UCR. Por
lo demás, la candidatura de Gallo hubiera exigido una reorganización
del radicalismo tucumano y la involucración del propio Alvear en esa
tarea, según le señalaban algunos de sus corresponsales por entonces.127
En medio de las negociaciones, sin embargo, no había margen para
avanzar con estas conjeturas. Las cautelas se multiplicaban porque era
difícil saber a ciencia cierta cómo iba a jugar Justo.128 Se apuntaban, por
ejemplo, sus gestos conciliadores con Amadeo Sabbatini.129 Tampoco se
descartaba que apoyara personajes más cercanos a sí mismo que Alvear.
Al menos desde noviembre, se le informaba que probablemente avala-
ra la candidatura presidencial de Roberto Ortiz.130 De todos modos, el
radicalismo rechazó ya en enero de 1937 la propuesta de los demócrata
progresistas de unir fuerzas en las elecciones provinciales, fijadas para
febrero.131 Pocos días antes de los comicios, Alvear tuvo una entrevista
con Justo en la Casa Rosada, y en ella el presidente habría asegurado
garantías para el desarrollo de la contienda electoral.132
El triunfo, finalmente, fue para los antipersonalistas. Las eleccio-
nes estuvieron signadas por el fraude, según las denuncias realizadas
por el radicalismo y el propio Alvear. Si cabía alguna duda luego de lo
ocurrido en Buenos Aires en noviembre de 1935, ahora quedaban defi-
nitivamente despejadas: “Ya no era el fraude del caudillo, de carácter
esporádico, sino el fraude como sistema generalizado, dirigido por el
presidente de la nación”.133
Así como la victoria radical en Córdoba había hecho necesario para
Justo el triunfo conservador en Buenos Aires, el control radical de Cór-
doba finalmente incidió para que el presidente bloqueara la perdura-
ción de los demócrata progresistas en Santa Fe y apuntalara hacia la
gobernación a los antipersonalistas. De esta manera, impidió que los
partidos opositores controlaran dos provincias importantes, y a la vez,
moderó el ascendiente de los conservadores bonaerenses en la Concor-
dancia.134 La fórmula del oficialismo para las elecciones presidenciales
así lo plasmó. Fue encabezada por el antipersonalista Roberto Ortiz y
por el conservador catamarqueño Ramón Castillo. La de la UCR, pro-
clamada en mayo de 1937, reunió a Alvear con Enrique Mosca, radical,
precisamente de Santa Fe.
214 Leandro Losada

Relatados los acontecimientos, la pregunta se impone: ¿por qué Al-


vear aprobó, al menos, estas negociaciones, ante un personaje que ya
había dado muestras de cerrar el camino al radicalismo, e incluso en-
viado al propio Alvear a la cárcel en dos oportunidades? Más específi-
camente: ¿cómo entender la intransigencia declamada en julio de 1936,
que se continuó en ausencia y luego en una muy probable negociación?
Alvear fue consciente del costo que implicaba el acercamiento al
presidente. Su negativa a todo compromiso con el gobierno antes de
irse del país lo ejemplifica. También, que los aprontes con Justo hayan
sido seguidos desde la conveniente distancia europea. Su partida al vie-
jo continente fue reprochada por hombres del partido. Por ejemplo, el
retorno del bloque radical a la actividad parlamentaria, que desmintió
en septiembre la intransigencia sostenida en julio, se adjudicó a errores
de los propios legisladores, pero también a un líder ausente que no dio
indicaciones claras de acción “en momentos en que más necesitábamos
de su presencia para orientar y dirigir como hasta ahora con alta clarivi-
dencia la marcha del partido y los destinos del país”.135
Este tipo de testimonios revalidan la pregunta sobre los motivos
del acercamiento. Fuera cuales fuesen sus resultados, implicaba un alto
costo político, pues, para hacerlo posible, Alvear debió asumir una de-
cisión polémica, irse del país, que de por sí alentó reparos o críticas
a su figura. De hecho, al regresar en diciembre, y cuando, en privado,
las expectativas con el presidente no se habían diluido completamente
como sí ocurriría después de las elecciones santafesinas de febrero de
1937, Alvear improvisó un discurso en el puerto de Buenos Aires en el
que arremetió contra el gobierno.
En esa oportunidad, como se vio más arriba ampliamente cubierta por
la prensa, tildó a los integrantes del oficialismo de “fariseos de la democra-
cia y del patriotismo”, reclamó “libertad electoral, respeto a la ley, auténti-
ca soberanía popular y juego normal de las instituciones, y que los gober-
nantes sean la expresión verdadera de la voluntad de los ciudadanos”, y
vio en el “entusiasmo” y “clamor” masivos que había despertado la recien-
te visita de Franklin Roosevelt el mejor ejemplo del respaldo ciudadano a
las consignas exigidas por el radicalismo. Públicamente Alvear mantuvo
y ratificó una abierta oposición, como la que había desplegado antes de
irse a Europa, y como la que reeditaría en la campaña presidencial del año
siguiente, que bien puede leerse, entonces, como una respuesta a los cues-
Marcelo T. de Alvear 215

tionamientos y las suspicacias que había despertado su partida, como una


desmentida a los rumores sobre su “secretísimo acuerdo” con Justo y, por
lo tanto, como un reconocimiento de que esa negociación o acercamiento
eran inaceptables para la amplia mayoría del electorado radical. Por cierto,
en ese mismo discurso había subrayado también que “hay que olvidar. Hay
que mirar al porvenir […] sobreponerse a nuestros enconos y pasiones, por
explicables y legítimos que fueran”.136
Había motivos de coyuntura, y otros de más largo plazo, para estas
recomendaciones al olvido, y en última instancia, para negociar con
Justo. Con relación a los primeros, Alvear, se ha dicho, parece haber
entendido que el radicalismo, incluso con sus derrotas, había acorrala-
do al presidente, obligándolo a negociar en una posición de debilidad.
Así era porque el crecimiento de la UCR había fortalecido a sectores del
oficialismo con los que Justo siempre había querido mantener una pru-
dente distancia, como los conservadores bonaerenses, o los herederos
del uriburismo, dentro y fuera del Ejército.137 Estos diagnósticos tenían
fundamentos. Justo tuvo gestos concretos que pudieron verse como in-
tentos de conciliación o de acercamiento a la oposición –por ejemplo,
los cambios en su gabinete–. Además de Melo, ministro del Interior, a
lo largo de 1936 dejaron sus carteras Federico Pinedo, en Economía, y
Luis Duhau, en Agricultura, blancos de denuncia y polémicas por los
acuerdos con Gran Bretaña y el mercado de carnes, debates que habían
incluido, además, el trágico episodio del asesinato de Enzo Bordabehe-
re en el Senado en julio de 1935. Según se lee en la correspondencia de
Alvear, el propio Justo hizo saber sus encrucijadas y fragilidades, aun-
que, retrospectivamente, puede conjeturarse que adrede.
El cálculo de Alvear parece haber sido que él y Justo se necesita-
ban mutuamente para moderar o contener sus respectivos extremismos,
la intransigencia radical y el autoritarismo antiliberal. Eran el punto de
equilibrio entre alternativas de máxima, en momentos en los que las re-
laciones de fuerza parecían favorecerlo frente al presidente. Hay que su-
brayar al respecto que a mediados de 1936 comenzó a sentirse el impacto
local del estallido de la Guerra Civil Española, que acentuó las tensiones
y propició la polarización. En semejante escenario, hubo otros episodios
que pueden pensarse como gestos de moderación y de buena voluntad de
Alvear hacia el gobierno. Por ejemplo, el rechazo al armado de un Frente
Popular, así como el anticomunismo que él mismo y la UCR desplegaron
216 Leandro Losada

por entonces, sin superponerse con, pero en paralelo a, la presentación


de un proyecto de represión al comunismo del oficialismo.138
Ahora bien, en lo anterior está contenido el condicionamiento que
pesaba sobre Alvear, y cuyas raíces iban más atrás de 1936. Alvear ne-
cesitaba de Justo. La “victoria moral” de noviembre de 1935 en reali-
dad había sido un indicio de una derrota política. El concurrencismo
electoral sólo podía tener éxito y llevar al radicalismo al poder si Justo
lo toleraba. Ésta fue la posibilidad que el presidente parece haber des-
lizado al negociar las elecciones en Santa Fe. Finalmente los hechos la
desmintieron, y por razones claras. El triunfo radical implicaba una de-
rrota, un alto costo político para Justo. El desenlace mostró sus verdade-
ros objetivos: reposicionar su lugar en la coalición oficialista e imponer
su candidato para las elecciones presidenciales, si bien a través de una
implementación del fraude cada vez más desembozada, que después
de todo horadó su figura, al punto que se alejó momentáneamente de la
política luego de abandonar el poder.139
Alvear, en suma, se vio en una encrucijada cuya única posibilidad
de salida era improbable. Transar con el gobierno implicaba un costo
político hacia dentro del partido, pues alimentaba a la oposición in-
transigente. Pero era a la vez la única manera de sortear otro costo: el
fracaso del concurrencismo electoral en llevar a la UCR al gobierno, que
de por sí también robustecía a la oposición interna. De acuerdo al punto
de vista de esta última, evidenciaba la, por lo menos, ingenua decisión
que había supuesto el regreso a las urnas, al depositar la confianza en un
gobierno y en un personaje que eran los herederos del golpe de Estado
que había expulsado al radicalismo del poder.140
Por otro lado, y casi simultáneamente a todo esto, ocurrió un episo-
dio que erosionó la reputación de Alvear: la renegociación de los contra-
tos de las empresas proveedoras de electricidad de la ciudad de Buenos
Aires, la CHADE o Compañía Hispanoamericana de Electricidad. Alvear
intervino personalmente a poco de su regreso a Buenos Aires, en diciem-
bre de 1936, para que el bloque radical del Concejo Deliberante, a con-
tramano del criterio del comité de la capital y antes de que se reuniera la
convención metropolitana, aprobara la extensión de la concesión a esta
compañía. La misma, al menos desde los difíciles tiempos de la crisis
económica, tenía una pésima reputación pública y había motivado la mo-
vilización ciudadana, sobre todo por el encarecimiento del servicio.
Marcelo T. de Alvear 217

La actitud de Alvear en el episodio, debido a que sólo podía aca-


rrearle costos políticos, externos e internos al partido, y dado que, a
diferencia de los concejales implicados, se ha descartado que haya re-
cibido sobornos, ha dado lugar a múltiples conjeturas. A ellas contribu-
yeron aspectos adicionales, por ejemplo, que Vicente Gallo, por enton-
ces propuesto como eventual compañero de fórmula de Alvear para las
elecciones de 1937, representaba a la CHADE en litigios ante la Corte
Suprema. Quizá la razón más convincente sea la que el mismo Alvear
expresó: la necesidad de contar con financiamiento para la campaña
presidencial de 1937 y con el respaldo del empresariado en caso de
llegar al gobierno.141 También se ha apuntado que frente a la creciente
oposición interna, importante además en el propio radicalismo metro-
politano, Alvear probablemente necesitó respaldarse en personajes y
sectores que priorizaban “proteger sus intereses particulares” al desem-
peñar los cargos públicos.142 Una conducta, por cierto, advertida a me-
nudo en la correspondencia de Alvear.143 Lo cierto es que el episodio ha-
bilitó la percepción de que Alvear y el oficialismo no eran tan distintos.
Estaban próximos, y no sólo, entonces, por sus negociaciones políticas,
sino también por sus conductas morales, apreciación que perduraría en
la tradición intransigente del radicalismo.144
Entre 1936 y 1937, por lo tanto, la figura de Alvear sufrió un desgas-
te. Ahora bien, sin olvidar el episodio de la CHADE, pero ensayando una
mirada en perspectiva de los reacomodamientos de Alvear, y del partido,
entre 1930 y 1937, no está de más recordar que ni la abstención ni el con-
currencismo habían sido decisiones exclusivamente personales de Alvear,
ni deliberadas. Por el contrario, tuvieron consenso, nunca extendido, pero
el suficiente para imponerse en su momento respectivo, y en buena medida
fueron una reacción frente a circunstancias imprevistas. Sin embargo, la
decisión concurrencista, que había enfrentado resistencias internas desde
un principio a pesar de sus éxitos, conjugada con la evolución de la coyun-
tura política, situó a Alvear en una situación difícil: requerir de un gesto
de Justo. Quizá Alvear se vio a sí mismo como una figura con fuerte respal-
do popular, y que ello limitaría los márgenes de maniobra del presidente.
También pudo estar convencido de que las reticencias o las oposiciones
recibidas dentro de la UCR no horadaban seriamente la adhesión recibida
fronteras afuera, en el conjunto más amplio de la sociedad civil y la opi-
nión pública. Sus ausencias y sus regresos, la figura que edificó a través de
218 Leandro Losada

acciones concretas, como su infatigable proselitismo, y que también fue


delineada y magnificada a través de ciertos medios de prensa, pudieron
haber instalado esa certeza. Quizá algo distorsionada, tenía de todos modos
fundamentos sólidos en los cuales apoyarse.
Como fuere, si un gesto de Justo podía pensarse como factible debido
a la situación delineada en 1936, se mostró improbable. En última ins-
tancia, Alvear debía confiar en un personaje al que públicamente debía
repudiar y criticar, por el lugar político que Alvear ocupaba, el jefe del
principal partido de oposición, y por los condicionamientos que opera-
ban sobre él, léase, la tradición de intransigencia de la UCR. La necesidad
de mostrar “intransigencia” era ineludible, y bloqueaba la posibilidad de
negociación, o en todo caso, la deslegitimaba desde un principio.
Así, entre 1930 y 1937, para Alvear, Justo pasó de ser el mal menor
en 1930 a impostor desenmascarado en 1933-1934, para adquirir los
rasgos de un socio incómodo pero inevitable que se mostró finalmente
un traidor, en 1936-1937. Esta reconsideración se manifestó de manera
ejemplar días antes de las elecciones presidenciales, en respuesta a un
discurso que Justo había dado en Santa Fe. El presidente había afirmado
que “Nadie le ha hecho más daño a la democracia que los mismos hom-
bres que hoy le entonan loas y se proclaman sus campeones”. La réplica
de Alvear, inmediata, fue contundente. Lo definió como “un gobernante
que ha subido a la primera magistratura por la imposición de una dicta-
dura, y que desde el gobierno no ha hecho sino violar la Constitución y
destruir las instituciones del país”.145
No sorprende, por lo tanto, que las secuelas de lo ocurrido hayan
instilado un rencor y un desprecio notorios de Alvear para con Justo,
sobre cuya sinceridad es un indicio convincente el hecho de que no
sólo los haya expresado públicamente:

Siempre creí, hasta el gobierno del General Justo, que la Presiden-


cia de la República, cualesquiera que hubieran sido los medios
puestos en juego para obtenerla, una vez en su ejercicio, tenía la
virtud de inculcar en los mandatarios un deseo de superación y
una sensibilidad patriótica más agudizada […] el General Justo no
ha sido capaz de sentir, ni como soldado ni como ciudadano, los
deberes que imponía ese gran honor.146
Marcelo T. de Alvear 219

Postales de la campaña presidencial de 1937. Actos en San Juan,


Entre Ríos, San Luis. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.

Tampoco es motivo de sorpresa que en la campaña presidencial de 1937


se planteara, como se vio más arriba, un abierto discurso de oposición
ritmado por el conflicto entre la nación y la oligarquía, que colocaba el
origen de esta última en 1932 antes que en 1930. Estos énfasis desplaza-
ron incluso otros ejes a los que Alvear había apostado para reposicionar
220 Leandro Losada

su figura y para presentar a la UCR como única expresión de civiliza-


ción política en el país, desde la reorganización orientada a la modera-
ción del personalismo hasta la plataforma de 1937.
Sí pudo verse a un Alvear similar al que había aparecido desde
1935: el del infatigable proselitista.147 Algunas de sus intervenciones,
como el discurso dado en la Convención Nacional en abril de 1937,
fueron comparadas por sus seguidores como una versión local del Yo
acuso de Emile Zola.148 “Ha movilizado a todo el país”, se leía en la
prensa días antes de la contienda electoral.149 A fines de agosto, en La
Plata se habían reunido veinte mil personas a escucharlo.150 El acto del
Luna Park fue el punto cumbre: “Cuando la figura del jefe radical se
destacó en el proscenio, la gente, levantándose de sus asientos, irrum-
pió en ovaciones clamorosas, gritando su nombre en forma atronadora.
Con visible emoción, Alvear contestaba estas ovaciones saludando con
ambas manos, mientras la gente levantaba en alto las banderas y desde
la platea arrojaban flores”. Asimismo, “fue interrumpido muchas veces
su discurso con grandes aplausos”.151
La intensidad de la campaña y el despliegue personal, sin embargo,
contrastaron con las premisas frente a la elección. En el mejor de los
casos, reiteraron las de oportunidades anteriores, a pesar de que sus
fundamentos se mostraran cada vez más fantasiosos: suponer que la im-
plementación del fraude ya había llegado demasiado lejos y que el go-
bierno no podría mantenerla, o que, en caso de que esto ocurriera, cho-
caría con el desprecio de la ciudadanía. No había otros argumentos para
esgrimir una vez decidida la concurrencia electoral. Como lo planteó en
una nota enviada a Noticias Gráficas poco antes de las elecciones: “El
pueblo de la República tiene el obscuro presentimiento, íntimamente
arraigado en su espíritu, de que se está preparando en la sombra la ma-
niobra más enorme y monstruosa que pueda concebirse, para defraudar
su voluntad”.152
La afirmación, con todo, bien puede leerse como un resignado pro-
nóstico de lo que se asume como inevitable, antes que como un llamado
a la conciencia ciudadana. Comenzaba a ganar fuerza, al principio como
sospecha, cada vez más como incómoda certeza, que la reacción ciuda-
dana frente a los ultrajes del gobierno eran la indiferencia o la apatía.
Crítica, una vez más, ofrece un testimonio ilustrativo: “pedimos al pue-
blo que vote y a la autoridad que lo deje votar…”.153
Marcelo T. de Alvear 221

La realidad confirmó las previsiones más pesimistas. Las elecciones


dieron el triunfo a la fórmula Ortiz-Castillo, en medio de nuevas denun-
cias y noticias de fraude.154 Mucho parecía haber transcurrido desde la
premonición de Crítica en diciembre de 1936, de acuerdo a la cual Al-
vear sería inexorablemente ungido presidente de los argentinos.

Emitiendo su voto en las elecciones de septiembre de 1937. La derrota


significaría un revés muy duro para Alvear. Fuente: Archivo General de la
Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Notas

“Alvear evoca los días del ‘Pampa’ y Martín García”, Crítica, 17/10/1934. Cfr.
1

también “Cinco días con Alvear”, Crítica, 20/10/1934.


“Mañana llega Alvear. La recepción será grandiosa”, Crítica, 20/7/1932.
2

Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 16/10/1930, Serie Archivo


3

Alvear, t. 1, pp. 87-88. Otros ejemplos: J. H. Quijano a Marcelo T. de Alvear, Re-


sistencia, 6/12/1930, ibíd., pp. 121-122; Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear,
Buenos Aires, 8/12/1930, ibíd., pp. 124-125.
Alberto J. Vignes a Marcelo T. de Alvear, Estocolmo, 1/4/1931, ibíd., pp. 247-249.
4

La Nación, en ibíd., p. 311.


5
222 Leandro Losada

6
“Se negó el acceso al desembarcadero a los radicales”, Crítica, 21/7/1932.
7
Crítica, 19/10/1934.
8
Crítica, 16/10/1934, Crítica, 20/10/1934. En esta oportunidad, había habido nego-
ciaciones de Jaime Yankelevich, autorizadas por el Poder Ejecutivo, para transmi-
tir en directo por radio Belgrano el discurso de Alvear al desembarcar. Finalmen-
te, la iniciativa se frustró, al parecer por una medida de fuerza de los trabajadores.
Crítica, 13/10/1934; 17/10/1934; 19/10/1934.
9
Crítica, 13/12/1936.
10
Marcelo T. de Alvear a Francisco Wright, París, 7/1/1931, Serie Archivo Alvear, t.
1, pp. 173-174.
11
Marcelo T. de Alvear a Francisco Wright, París, 21/3/1931, ibíd., p. 243.
12
Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 15/3/1932, Serie Archivo Alvear, t.
2, pp. 106-107. Los motivos personales aludidos era la venta de su propiedad en
Francia, Cœur Volant, que finalmente liquidó en 1934.
13
Fernando Saguier a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/1/1931, Serie Archi­
vo Alvear, t. 1, pp. 208-210; Juan Ochoa a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
15/12/1930, ibíd., pp. 149-153.
14
Cfr. Goldstraj, Años y errores, pp. 171-187.
15
Sobre el vínculo entre el diario y la política, Saítta, Regueros de tinta, pp.
221-280.
16
Cfr. “Por qué el país quiere el triunfo del Dr. Alvear”, Crítica, 2/9/1937, donde se
lee: “queremos ratificar que estamos junto a la candidatura del Dr. Alvear”. Tam-
bién: “Por Alvear-Mosca está la voluntad de la Nación”, Crítica, 4/9/1937.
17
La relación del diario con el gobierno de Uriburu es un dato de contexto ineludi-
ble para encuadrar la ponderación de Alvear. Por entonces, esa relación atrave-
saba un momento crítico, a tal punto que en mayo fue clausurado. Crítica recién
reaparecería al asumir Justo la presidencia. Saítta, ibíd., pp. 247-253.
18
“Alvear vuelve”, Crítica, 10/4/1931.
19
Crítica, 20/4/1931.
20
Crítica, 21/4/1931.
21
Crítica, 23/4/1931.
22
Crítica, 24/4/1931.
23
Crítica, 25/4/1931.
24
Crítica, 26/4/1931.
25
Cfr. “Se embarcó para Buenos Aires el Dr. M. T. de Alvear”, Crítica, 6/7/1932;
“Grandes proporciones tendrá la recepción al Dr. Marcelo T. de Alvear”, Crítica,
13/7/1932; “Mañana llega Alvear. La recepción será grandiosa”, Crítica, 20/7/1932;
“El pueblo recibirá al Dr. Alvear”, Crítica, 21/7/1932.
26
Saítta, Regueros de tinta, pp. 256-258.
27
Crítica, 21/7/1932. Algo usual (junto al envío de corresponsales que lo entrevistaban
a bordo de los barcos que lo traían de regreso) fue la publicación de notas y comuni-
Marcelo T. de Alvear 223

caciones exclusivas para el diario, firmadas por Alvear. Cfr. “El único propósito que
me guía es la mayor felicidad de mi patria”, Crítica, 22/7/1932. Esto se reiteró en
otros años. Ejemplo: “Un saludo de Alvear para Crítica”, Crítica, 21/10/1934.
28
Crítica, 22/7/1932.
29
“Claramente: no queremos revoluciones. Aspiramos a la tranquilidad”, Crítica,
6/7/1932.
30
Crítica, 22/7/1932.
31
Cfr. “Vuelve el ex presidente de la República que fue deportado por la dictadura”,
Crítica, 6/7/1932; “El último repatriado”, Crítica, 18/7/1932; “Alvear, el último
deportado, regresa”, Crítica, 20/7/1932; “Lo alejó el dictador”, Crítica, 20/7/1932.
32
Cfr. “Alvear será cordialmente recibido”, Crítica, 11/10/1934; “La UCR se apresta
a recibir al Dr. Alvear”, Crítica, 12/10/1934; “Pasado mañana estará de nuevo en
el país el Doctor Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 17/10/1934.
33
Crítica, 20/10/1934. Cfr. también: “Honda vibración de multitud, identificada en
la misma emoción democrática, es el espíritu de las escenas de ayer”, Crítica,
20/10/1934.
34
Ibid. No se especifica la cantidad de gente que concurrió al puerto.
35
“Alvear, jefe del radicalismo, está encarnado en el alma de las multitudes argen-
tinas”, Crítica, 20/10/1934.
36
“Alvear”, Crítica, 19/10/1934.
37
Crítica, 12/12/1936.
38
Crítica, 13/12/1936. El mismo diario, en otro tramo del texto, da cuenta de “cien
mil banderitas argentinas”.
“Crítica ofrece en una nota exclusiva algunos simpáticos aspectos de la vida del
39

Dr. Marcelo Torcuato de Alvear”, Crítica, 14/12/1936.


40
“Voy a participar en forma enérgica en las actividades de mi país”, Crítica,
10/4/1931.
41
Manuel Carlés, “Exégesis sobre la personalidad y la política del Dr. Marcelo T. de
Alvear”, en Alvear, Democracia, p. 11.
42
De todos modos, sí incluyó acentos elitistas, más difíciles de poner en correspon-
dencia con una sociedad democrática. Véase el capítulo 7.
43
“Alvear, jefe del radicalismo, está encarnado en el alma de las multitudes argen-
tinas”, Crítica, 20/10/1934.
44
Y se agregaba: “Y fue Yrigoyen quien las hizo aumentar!”. “Alvear vuelve”, Críti­
ca, 10/4/1931.
45
Cfr. Leandro Losada, “Las elites y los ‘males’ de la Argentina. Juicios e interpreta-
ciones en tres momentos del siglo XX”, en Desarrollo Económico, vol. 54, n.° 214,
enero-abril de 2015, pp. 387-409.
46
“Proclamación en Goya. 21 de Julio de 1937”, en Marcelo T. de Alvear, Acción
democrática. Discursos pronunciados en la campaña de propaganda para la re­
novación presidencial, Buenos Aires, Editorial Cultura, 1937, p. 245.
224 Leandro Losada

47
También cabe conjeturar la conveniencia de que su reivindicatorio retrato en Demo­
cracia estuviera firmado por Manuel Carlés, referente de la Liga Patriótica Argentina.
48
Publio Massini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/3/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 240-243.
49
Marcelo T. de Alvear a Cipriano de Urquiza, Martín García, 12/3/1933, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 2, pp. 240-241; Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Bue-
nos Aires, 9/3/1933, ibíd., pp. 238-239. La detención de la que Alvear era objeto
por entonces seguramente activó este tipo de consideraciones.
50
Marcelo T. de Alvear a Eugenio Garzón, París, 13/1/1931, Serie Archivo Alvear,
t. 1, pp. 193-194. Similar: Marcelo T. de Alvear a Remigio Lupo, París, 14/1/1931,
ibíd., p. 195.
51
J. Hortensio Quijano a Alvear, Lapachito (Chaco), 8/10/1934, Serie Archivo Alvear,
t. 3, p. 23.
52
“En Santa Fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 17/3/1935.
53
“Mensaje de Alvear al pueblo argentino”, Crítica, 25/4/1931.
54
“El radicalismo es una necesidad argentina, afirmó el Dr. Alvear”, Crítica,
20/10/1934. El diario ya había subrayado que “se ha jugado la tranquilidad de sus
días maduros para no comulgar con la reacción y con el error”, Crítica 19/10/1934.
55
“Extraordinaria vitalidad”, Crítica, 26/4/1931.
56
“Puede afirmar Crítica que la de Entre Ríos ha sido una campaña histórica, dice
Alvear”, Crítica, 17/3/1935.
57
Ejemplos: “Más de 10.000 personas aclamaron a Alvear”, Crítica, 6/3/1935 (el
lugar, Concordia, Entre Ríos); 5.000 personas en Concepción del Uruguay: “El
pueblo ovacionó al Dr. Alvear”, Crítica, 10/3/1935.
58
Apellániz, Callao 1730…, p. 129. El modo de conducción partidaria de Alvear ha
sido retratado como el propio de un “monarca constitucional”. Esto no debe ocul-
tar, sin embargo, el despliegue territorial y la intención de entrar en contacto di-
recto con votantes y afiliados en sus campañas proselitistas. El rótulo de “monarca
constitucional” es de Halperin Donghi, La República imposible, pp. 197-198.
59
“Discurso pronunciado ante la H. Convención Nacional de la UCR el 27 de di-
ciembre de 1933”, en Alvear, Democracia, p. 109.
60
“Acto de la proclamación. Salta. Junio 22 de 1937”, en Alvear, Acción democráti­
ca, 1937, pp. 134-135.
61
Marcelo T. de Alvear a Juan Isaac Cooke, 1/6/1939, en Eva Balbina Fernández
(ed.), Serie Archivo Alvear, t. 5. La UCR durante la presidencia de Ortiz, Buenos
Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 2011, p. 219.
62
“Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”, en Alvear, Demo­
cracia, p. 138. Otro ejemplo: “Discurso en Plaza Mitre (Tucumán). 10/10/1938”,
en Marcelo T. de Alvear, ¡Argentinos! Acción cívica, Buenos Aires, Gleizer,
1940, pp. 36-37.
Marcelo T. de Alvear 225

63
La orientación revolucionaria del radicalismo fue argumentada por Ricardo Ro-
jas en su Vocación revolucionaria del radicalismo. También fue un emblema
de Forja, que nació por entonces, en 1935. Cfr. Sebastián R. Giménez, “FORJA
revisitada. La Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina y su programa
político e intelectual (1935-1945)”, Sociohistórica. Cuadernos del CISH, 2013,
pp. 97-119.
64
Lo mismo se formularía a medida que la concurrencia electoral se tradujo en
presencia parlamentaria: la actuación legislativa era una demostración de com­
promiso con las instituciones y no de colaboracionismo con el gobierno.
65
“Banquete en honor del Doctor Alvear-La Rioja. Junio 16 de 1937”, en Alvear,
Acción democrática, p. 90.
66
“Proclamación en Santiago del Estero. Junio 26 de 1937”, en Alvear, ibíd., p. 156.
67
“Discurso al discutirse en el comité nacional el pedido de intervención a Buenos
Aires”, en Alvear, Democracia, p. 198.
68
“Mensaje de solidaridad del comité nacional al radicalismo bonaerense”, ibíd.,
pp. 199-205. El contexto de estas alocuciones era especialmente sensible: el triun-
fo electoral del conservador Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires en
noviembre de 1935. En la Convención Nacional de enero de 1935 que decidió el
levantamiento de la abstención, José Luis Cantilo desplegó tópicos similares. Cfr.
Del Mazo, El radicalismo, t. II, pp. 255-260.
69
Crítica, 15/10/1934.
70
Ver Halperin Donghi, La República imposible, p. 198.
71
Luis Roque Gondra a Alvear, Buenos Aires, 10/7/1934, Serie Archivo Alvear, t. 3,
pp. 17-19.
72
Goldstraj, Años y errores, pp. 176-177.
73
Persello, El partido radical, pp. 207-231; Persello, Historia del radicalismo,
pp. 126-129. Sobre la revista Hechos e ideas: Alejandro Cattaruzza, Hechos e
ideas. Una aproximación al pensamiento político argentino (1935-1955), Tesis
de maestría, UTDT, Buenos Aires, 1992; Alejandro Cattaruzza, “Una empresa
cultural del primer peronismo: la Revista «Hechos e ideas» (1947-1955)”, Re­
vista Complutense de Historia de América, n.° 19, 1993, pp. 269-289; Alberto
Piñeiro, “El radicalismo social moderno: Hechos e ideas (1935-1941)”, en Wal-
do Ansaldi y otros (eds.), Argentina en la paz de dos guerra, 1914-1945, Buenos
Aires, Biblos, 1993.
74
En el capítulo 7 se volverá sobre este tema.
75
“Proclamación de candidatos en Mendoza. Junio 12 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, pp. 46-50. Similar, “Proclamación en el Teatro de la Ópera. San
Luis. Junio 11 de 1937”, ibíd., pp. 40-45; Marcelo T. de Alvear a Publio Massini,
París, 9/1/1931, Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 175-177.
76
“Proclamación de candidatos. Villa Mercedes (San Luis). Junio 11 de 1937”, Ac-
ción democrática, pp. 38-39. Cabe consignar que la alusión a la justicia social a
226 Leandro Losada

veces se fundamentaba apelando al papa León XIII. Cfr. “Discurso en el hogar


ferroviario de Villa Mercedes. San Luis, Junio 11 de 1937”, ibíd., p. 31.
77
“Proclamación en San Juan. Junio 14 de 1937”, ibíd., p. 68. Ver al respecto las
consideraciones de Cattaruzza, Marcelo T de Alvear, pp. 62-67.
78
“Acto de proclamación en Junín. Agosto 9 de 1937”, en Alvear, Acción demo­crá­
tica, p. 329.
79
“Proclamación en Santa Rosa (La Pampa). Agosto 17 de 1937”, Acción democrá­
tica, p. 368.
80
“Proclamación en San Nicolás. Agosto 6 de 1937”, ibíd., p. 306.
81
“Acto de proclamación en Junín. Agosto 9 de 1937”, ibíd., p. 330. En un mismo
sentido: “Banquete en honor del Doctor Alvear. Teatro Municipal. Paraná, julio
14, 1937”, ibíd., pp. 201-202.
82
“Proclamación en Bragado. Agosto 19 de 1937”, ibíd., p. 395.
83
“Proclamación en Goya. 21 de Julio de 1937”, ibíd., pp. 246-247.
84
“Proclamación en el Teatro de la Ópera. San Luis. Junio 11 de 1937”, ibíd., p. 41.
También: “Discurso pronunciado en la colocación de la piedra fundamental del
monumento a Nicolás Avellaneda, el 5 de septiembre de 1928”, en Alvear, Demo­
cracia, pp. 104-107; “Alocución pronunciada al pie del monumento a Sarmiento
en la ciudad de San Juan. Junio 14 de 1937”, en Alvear, Acción democrática, pp.
70-71; “Banquete en homenaje al Dr. Alvear. Tucumán. Junio 19 de 1937”, ibíd.,
pp. 117-121; “Reportaje de La Razón, 20/6/1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, p. 192
(donde suma a Rivadavia).
85
“Acto de clausura de la campaña presidencial, en el Luna Park. Capital Federal,
1° de septiembre de 1937”, Alvear, Acción democrática, p. 438.
86
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua de Ro-
que Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, Alvear, Democracia, pp. 207-216.
87
Alonso, Entre la revolución y las urnas. Cfr. también Francisco Reyes, “Conme-
morar la Revolución y sus mártires. Ritual político e identidad en los orígenes del
radicalismo (1891-1897)”, Estudios Sociales, n.° 50, 2016.
88
Ver el señalamiento de Cattaruzza sobre este punto, Marcelo T. de Alvear, pp. 72-73.
89
Cfr. Alejandro Cattaruzza, “Descifrando pasados: debates y representaciones de
la historia nacional”, en Cattaruzza (dir.), Nueva Historia Argentina, t. VII, espe-
cialmente, pp. 434-442; Jorge Nállim, Transformación y crisis del liberalismo. Su
desarrollo en la Argentina en el período 1930-1955, Buenos Aires, Gedisa, 2014,
pp. 79-100.
90
Robert Potash, El Ejército y la política argentina, 1928-1945. De Yrigoyen a Perón,
t. I, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 32-33.
91
Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 36-37; Luna, Alvear, pp. 139-140.
92
Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 18/2/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 1, p. 230.
93
Privitellio, Agustín P. Justo, p. 35.
Marcelo T. de Alvear 227

94
Respectivamente: Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires,
18/12/1930, Serie Archivo Alvear, t. 1, pp. 154-155; Ernesto León Odena a Marce-
lo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/1/1931, ibíd., pp. 200-203.
95
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 7/2/1930, 26/4/1930 y
11/12/1930, ibíd., pp. 51-52 y pp. 128-129.
96
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/9/1930 y 11/10/1930,
ibíd., p. 82 y p. 84. También: Cfr. Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires 7/2/1930, ibíd., pp. 353-36.
97
Marcelo T. de Alvear a Guillermo Leguizamón, París, 17/1/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, pp. 197-199. Cfr. también Guillermo Leguizamón a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 24/12/1930, ibíd., pp. 161-162.
98
Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 5/2/1931, ibíd., pp. 211-213.
99
Marcelo T. de Alvear a Carlos de Alvear, 14/1/1931, ibíd., p. 196.
100
Carlos de Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 23/1/1931, ibíd., pp. 206-207.
101
Carlos falleció poco después, en mayo. Sus problemas de salud, mencionados en
la correspondencia, posiblemente fueron un elemento adicional contemplado por
Alvear al momento de decidir la vuelta a la Argentina.
102
Ver Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 44-46.
103
Lorenzo Lezica Alvear a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/10/1931, Serie
Archivo Alvear, t. 2, pp. 59-60.
104
Enrique García Vellos a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 19/3/1932, ibíd.,
pp. 120-123. También: Ezequiel Fernández Guerrico a Alvear, Buenos Aires,
10/3/1932, ibíd., pp. 94-98.
105
Remigio Lupo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 22/4/1932, Serie Archivo
Alvear, t. 2, pp. 169-170.
106
Enrique García Velloso a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 12/4/1932, ibíd., pp.
160-161.
107
Cipriano de Urquiza a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 27/10/1931, ibíd.,
pp. 80-82.
108
Marcelo T. de Alvear a Ezequiel Fernández Guerrico, París, 21/3/1932, ibíd.,
pp. 99-100.
109
Julio Borda a Marcelo T. de Alvear, Cuartel de bomberos (Buenos Aires), 28/2/1933,
ibíd., pp. 228-234.
110
Marcelo T. de Alvear, “Al pueblo argentino”, s/f, Serie Archivo Alvear, t. 2, pp.
306-309. Mariano de Apellániz se atribuyó la divulgación de esta carta. Cfr. Ca­
llao 1730, p. 127.
111
“La conciencia de la hora nos serena”, Crítica, 19/10/1934.
112
Cfr. Fondo Agustín P. Justo, AGN, 2/11/1934, doc. 100, caja 43. También Persello,
El partido radical, p. 159.
113
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 164-174; Walter, The Province of
Buenos Aires, pp. 142-152.
228 Leandro Losada

114
“En Santa fe y Córdoba, dice Alvear, la lucha será fácil: la incógnita es Buenos
Aires”, Crítica, 20/3/1935.
115
Las represiones sufridas, intensas, también eran acotadas: no se habían conti-
nuado en una decidida acción presidencial para destruir a la UCR. Cfr. Halperin
Donghi, La República imposible, pp. 103-123.
116
Cfr. Halperin Donghi, ibíd., pp. 169-170. Sobre el radicalismo sabattinista, Cé­sar
Tcach, “Sabattinismo: identidad radical y oposición disruptiva”, Desarrollo Eco­
nómico, vol. 28, n.° 110, jul.-sep. de 1988, pp. 183-208.
117
Cfr. “Pedido de intervención a la provincia de Buenos Aires (Memorial del Comi-
té Nacional de la UCR enviado al Ministerio del Interior)”; “Discurso al discutirse
en el Comité Nacional el pedido de intervención a Buenos Aires”; “Mensaje de
solidaridad del Comité Nacional al radicalismo bonaerense”. Todos en Alvear,
Democracia, pp. 161-205. El primero y el tercero pueden verse también en Serie
Archivo Alvear, t. 3, pp. 201-229 y 232-238.
118
Luna, Alvear, pp. 180-181; Halperin Donghi, La República imposible, pp. 170-174.
119
Cfr. Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas, pp. 133-134.
120
Luis R. Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/10/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, p. 92.
121
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/10/1936 y 11/11/1936,
ibíd., pp. 56-84 y 243-273, respectivamente. En éstas, como en la mayoría de sus
cartas, Cantilo remitía abundantes recortes de diarios.
122
Luis Roque Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 24/10/1936, ibíd., pp.
85-86; remitente no identificado a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/10/1936,
ibíd., pp. 124-125.
123
Atilio Cattáneo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 26/10/1936, ibíd., pp. 89-91.
124
Eulogio Sanz a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 17/10/1936, ibíd., pp. 12-13;
Enrique Mosca a Marcelo T. de Alvear, Santa Fe, 23/10/1936, ibíd., pp. 54-55.
125
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., pp.
96-120.
126
José Luis Cantilo a Marcelo T. Alvear, Buenos Aires, 31/10/1936, ibíd., pp. 131-
158; Luis R. Gondra a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/11/1936, ibíd., pp.
159-161; José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 4/11/1936,
pp. 162-201.
127
Las opiniones de Gallo sobre Alvear, en Piñeiro, Creyentes, herejes y arribistas,
pp. 132-133. Sobre la situación en el radicalismo tucumano y la candidatura de
Gallo, Adolfo Calvete a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/10/1936, Serie
Archivo Alvear, t. 4, pp. 25-27.
128
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 4/11/1936, pp.
162-201.
129
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., p. 103; José
Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 7/11/1936, ibíd., pp. 207-208.
Marcelo T. de Alvear 229

130
José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, ibíd., 11/11/1936, pp. 243-273;
José P. Tamborini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/12/1936, ibíd., pp. 274-277.
131
“La UCR de Santa Fe refuta al Dr. Lisandro de la Torre, su idea de hacer una fusión
opositora”, La Nación, 15/1/1937.
132
“El presidente de la UCR visitó al General Justo”, La Nación, 13/2/1937. En no-
viembre de 1936, con Alvear aun en Europa, Cantilo y otras autoridades partida-
rias ya se habían entrevistado con Justo, según la prensa, exclusivamente por este
tema. Cfr. La Nación, 22/11/1937.
133
Benjamín de la Vega a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 11/4/1937, Serie Archi-
vo Alvear, t. 4, p. 319.
134
Cfr. Darío Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de poder”, en Cattaruzza (dir.),
Nueva Historia Argentina. t. VII, pp. 79-81.
135
Adolfo Calvete a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 20/10/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, pp. 25-27.
136
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13 de
diciembre de 1936”, en Alvear, Democracia, pp. 217-224.
137
Sobre la relación entre Justo y los conservadores, ver especialmente María Do-
lores Béjar, El régimen fraudulento. La política en la provincia de Buenos Aires,
1930-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 85-110; Walter, The Province of
Buenos Aires, pp. 153-166.
138
En el próximo capítulo se volverá sobre este tema.
139
En ello incidieron, de todos modos, razones personales: la muerte de su hijo
Eduar­do en un accidente aéreo. Privitellio,Agustín P. Justo, pp. 62-63.
140
Estos argumentos son planteados, por ejemplo, en Del Mazo, El radicalismo, t. II,
pp. 260-263.
141
Las contribuciones empresariales a la campaña electoral parecen evidenciadas
en la investigación que el gobierno militar surgido del golpe de Estado de 1943
encargó sobre este asunto, conocido como Informe Rodríguez Conde. El episodio
es reconstruido en detalle por Luna, Alvear, pp. 217-246; cfr. también Saítta, Re­
gueros de tinta, p. 268.
142
La expresión es de Halperin Donghi, La República imposible, pp. 199-203.
143
Cfr. por ejemplo: Anónimo a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 31/10/1936,
Serie Archivo Alvear, t. 4, pp. 126-128. José Luis Cantilo a Marcelo T. de Alvear,
Buenos Aires, 11/11/1936, ibíd., pp. 243-273.
144
Félix Luna, debido a la falta de pruebas de sobornos a Alvear, explicó sus conduc-
tas por su favorable “posición mental frente al problema imperialista”: Alvear, p.
217. Ver también Del Mazo, El radicalismo. t. II, pp. 270-271.
145
“El presidente Justo pronunció un discurso político en la provincia de Santa Fe”
y “Alvear contesta al discurso del presidente Justo”, Crítica, 3/9/1937.
146
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
230 Leandro Losada

147
Según supo consignar Crítica años más tarde (en ocasión de la muerte de Alvear),
dio setenta discursos entre abril y septiembre de 1937. “Ha muerto Marcelo T. de
Alvear”, 24/3/1942. Su conversión en “incansable tribuno” fue un rasgo por cier-
to recordado y evocado en esa oportunidad, así como el contraste que éste supuso
con relación al pasado: “Una transfiguración goetheana”, Crítica, 24/3/1942.
148
Martín Ibarra Figueredo a Marcelo T. de Alvear, Quilmes, 29/4/1937, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 4, p. 327.
149
Crítica, 1/9/1937.
150
“Alvear habló al pueblo platense”, Crítica, 31/8/1937.
151
“Alvear dirigió palabras de concordia y esperanza a todo el pueblo argentino”,
Crítica, 2/9/1937.
152
“Para Noticias Gráficas”, Serie Archivo Alvear, t. 4, p. 389.
153
“Por Alvear-Mosca está la voluntad de la Nación”, Crítica, 4/9/1937. Un par de
días antes, en sentido coincidente, denunció: “las condiciones electorales del
país no permiten pecar de ingenuos ni de optimistas […] las fuerzas reacciona-
rias se preparan desembozadamente a burlar la voluntad general trampeando las
elecciones del domingo”. “Por qué el país quiere el triunfo del Alvear”, Crítica,
2/9/1937.
154
A modo de ejemplo, cfr. Crítica, 6/9/1937 (sobre provincia de Buenos Aires),
7/9/1937 (Santa Fe), 10/9/1937 (Córdoba), 11/9/1937 (Mendoza).
Capítulo 6
El ocaso

En los cuatro años y medio que se desplegaron entre la derrota en las


elecciones presidenciales de septiembre de 1937 y su muerte en marzo
de 1942, la vida pública de Alvear entró en su ocaso. El declive estuvo
ritmado por oscilaciones. Primero, el pesimismo y la desconfianza ha-
cia Ortiz que cambiaron a optimismo y respaldo entre fines de 1937 e
inicios de 1940. Después, el desencanto que acompañó a la asunción del
Poder Ejecutivo por Ramón Castillo, en julio de 1940. A ello siguió un
segundo y efímero momento de expectativa, abierto por la negociación
con Federico Pinedo en el verano de 1940-1941. Finalmente, su retiro
definitivo de la vida pública, por razones de salud, estuvo rodeado de
desacreditación dentro de la UCR, como se advirtió en la Convención
Nacional de mayo de 1941. Alvear logró retener la jefatura del partido
hasta su retiro, pero al costo de un disenso interno creciente.
A su vez, hubo otros aspectos que lo ocuparon, adyacentes a su
actividad proselitista y partidaria. En primer lugar, el escenario interna-
cional. Las apreciaciones que trazó sobre el mismo tuvieron puntos de
contacto con las expresadas por la UCR como partido (esperablemente,
en tanto Alvear incidió en ellas, como presidente), pero también con-
trapuntos importantes con las esgrimidas por distintos sectores inter-
nos, juveniles e intransigentes, sumando razones a la enrarecida vida
partidaria. A su vez, el impacto del escenario internacional, sobre todo
a partir del estallido de la Segunda Guerra Mundial y el diagnóstico
que Alvear hizo de él, conjugados con la configuración del escenario
político local y las relaciones entre sus protagonistas, incidieron en de-
cisiones estratégicas en el tránsito de los años treinta a los cuarenta. Los
vínculos con el socialismo y las mencionadas negociaciones con Fede-
rico Pinedo en el verano de 1941 son ejemplares al respecto.
El otro punto que enmarcó sus últimos años fue una notoria y ex-
plícita consideración de final de ciclo. Vale destacar este tema porque,
232 Leandro Losada

por un lado, coexistió con una vida pública que prácticamente hasta
último momento fue muy activa, a pesar de los reveses y de las críticas.
Por otro, porque es una autopercepción que fue más allá de la evalua-
ción personal y de las esperables razones de ciclo vital que pudieron
alentarla. Para Alvear, su desplazamiento y su retiro condensaban un
fenómeno más amplio: el final de un grupo social en la conducción del
país, e incluso más, el final de una Argentina.

De la derrota a la expectativa

La derrota en las elecciones presidenciales supuso, al mismo tiempo,


una desmentida y una ratificación de algunas de las evaluaciones he-
chas por Alvear hasta entonces. La desmentida, que acentuó la oposi-
ción interna, se refirió a la posibilidad de triunfo electoral de la UCR.
Las ratificaciones consistieron en que el retrato que había planteado de
ese oficialismo durante la campaña de 1937 se mostraba genuino. Justo,
Ortiz y compañía emergían como una banda de impostores y falsifica-
dores de las instituciones y de la voluntad popular, luego del fraude
perpetrado en los comicios. Ahora bien, este retrato, conjugado con el
resultado electoral, validaba en última instancia los argumentos intran-
sigentes: frente a la oligarquía, la participación no era una opción.
Estos aspectos, sumados a la decisión de no hacer lugar a los recla-
mos de la oposición interna, tensaron las cuerdas de la vida partidaria
de modo cada vez mayor y permiten entender los posicionamientos de
Alvear a fines de 1937 y a lo largo de 1938, a primera vista contrastantes
entre sí. Por un lado, la convicción de que su carrera había terminado.
Por otro, la reactivación de su actuación pública, siguiendo la misma
tesitura mantenida hasta las elecciones presidenciales: la lucha contra
el oficialismo a través de la participación electoral.
El primer aspecto subyace a algunas declaraciones y decisiones to-
madas poco después de las elecciones presidenciales. En su discurso
ante el comité nacional posterior a los comicios definió su estado de
ánimo como de “gran amargura”.1 Al mismo tiempo, la situación inter-
na tuvo un frente problemático ajeno al que representaba la intransigen-
cia. Se desató un conflicto a raíz de la decisión de senadores y diputa-
dos entrerrianos, y de uno de la Capital Federal, de asistir a la Asamblea
Marcelo T. de Alvear 233

Legislativa inaugural del nuevo presidente, contra lo dispuesto por el


comité nacional. Alvear lanzó duras palabras contra esta desobediencia,
pero finalmente no se aplicaron sanciones.2

En su casa, poco después de las elecciones, noviembre 1937. Fuente:


Archivo General de la Nación Departamento de Documentos Fotográficos.

Meses después, rechazó la candidatura como senador por la Capital Fe-


deral para las elecciones legislativas de marzo de 1938. Una carta de
Rómulo Naón, cuyo propósito era convencer a Alvear de que reviera la
decisión, permite inferir que, entre las razones que pudieron motivarla,
se contaba el desgaste que había significado la derrota de su candidatura
presidencial. Las apelaciones de Naón a tópicos que podían conmover a
Alvear (el patriotismo, el prestigio de su figura, la abnegación) no logra-
ron el resultado buscado.3 Posiblemente, el rechazo tuvo causas adicio-
nales a las estrictamente anímicas. Entre ellas, quizá se contó el recaudo
de que su designación, en lugar de unir, profundizara las divisiones que
recorrían al radicalismo metropolitano. Naón, después de todo, busca-
ba persuadirlo con el argumento de evitar que la línea intransigente se
quedara con la candidatura. El hecho, mínimo si se quiere, muestra a un
234 Leandro Losada

Alvear cansado o desalentado, dubitativo en su capacidad de confrontar


con éxito a la oposición interna y, por lo demás, cada vez más recos-
tado debido a la evolución de las circunstancias en sectores y figuras
cuyo historial de compromiso con la UCR podía ser motivo de dudas
genuinas: Naón provenía de sectores antipersonalistas de la ciudad, la
llamada UCR Talcahuano, que no habían formado parte de la reunifica-
ción de 1931 y que regresaron al partido luego del levantamiento de la
abstención en 1935.4
La presunción de que el triunfo de Ortiz había decidido el retiro de
Alvear estaba bastante difundida como para que el propio Alvear, en
sus intervenciones públicas inmediatamente anteriores a las elecciones
de marzo de 1938, se preocupara por desmentirla. Reconociendo que
había hablado de retiro, precisaba que éste se limitaba a la ocupación de
cargos y no a abandonar la lucha:

Hace pocos días, presidiendo el Comité Nacional, declaré que mi


vida política había terminado. Esta afirmación ha sido interpreta-
da de una manera que no responde a mi pensamiento [...] Al decir
que mi vida política había terminado, manifestaba públicamente
una resolución de mi espíritu de no aceptar nunca más en mi país
un puesto electivo [...] pero nunca [renunciaré] a los puestos de
lucha y de sacrificio, porque si hubiera sido así, hubiera incurri-
do en un renunciamiento y hubiera cambiado mi modalidad más
íntima: nunca estuve ausente, en mi país ni en mi partido, en los
momentos difíciles o amargos. Y como creo que el actual es muy
grave y decisivo para la democracia argentina, aquí me tenéis de
nuevo, junto al pueblo.5

Pocos días después, en la Asamblea en el Luna Park en la que se pro-


clamaron los candidatos, Alvear afirmó que esa elección, aún más que
la de septiembre de 1937, era la ocasión ideal para que la ciudadanía
expresara con contundencia el repudio al oficialismo.6
Los resultados electorales, no obstante, fueron modestos. La UCR
obtuvo mayoría en Capital Federal y Córdoba, y minoría en Buenos Ai-
res, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y Santiago del Estero. Hubo absten-
ción en Corrientes y Catamarca. No tuvo personería en La Rioja. Y en
Salta y San Juan hubo divisiones.7 Ni siquiera el triunfo en la ciudad de
Marcelo T. de Alvear 235

Buenos Aires podía pensarse como un gran éxito, pues en ese distrito
el oficialismo tuvo que tolerar un limitado ejercicio del fraude, por la
competitividad y la calificación del electorado, mayores que en otras
regiones del país.8
Sin embargo, no hubo un cambio de línea. Así se advirtió especial-
mente en las elecciones de Tucumán, en octubre de 1938, y Entre Ríos,
en marzo de 1939. En esas dos ocasiones Alvear se involucró de manera
personal y reeditó el activo proselitismo que había desplegado en 1937,
viajando a las provincias mencionadas para tomar parte directa en cada
una de las campañas electorales, ya con setenta años de edad. A diferen-
cia de marzo de 1938, los resultados fueron más auspiciosos. En ambas
provincias el radicalismo ganó las gobernaciones.
La posibilidad del retiro, entonces, dejó su lugar a la reafirmación
del compromiso con la lucha cívica, con tópicos desplegados desde
1935: una confrontación entendida como un combate por la salvación
de las instituciones de la república que, por su mismo significado, hacía
una opción táctica tolerable, sino necesaria, el acercamiento con des-
prendimientos del radicalismo que habían estado alejados de la línea
del comité nacional; una oposición frontal contra el gobierno conjugada
con participación electoral; una concepción de la UCR como la única
salvaguarda de la nación y como el único espacio político que no se ha-
bía beneficiado del estado de cosas montado desde 1932; la convicción
de que la perpetuación del fraude motivaría la indignación, o al menos,
el despertar de la conciencia ciudadana.9
¿A qué atribuir este súbito reverdecer, para el cual no había indicios
nítidos inmediatamente después de las elecciones y que se sostenía en
una continuidad de las estrategias practicadas hasta entonces? Es difícil
dar respuestas concluyentes. Lo más plausible es suponer que Alvear
decidió responder al crecimiento de la intransigencia interna con una
reafirmación de su liderazgo y de su línea política. En última instancia,
no tenía otra opción. 1937 había hecho explícitos los riesgos abiertos en
1935. La participación electoral, desencadenada en última instancia por
necesidad, sólo era viable si se coronaba con el triunfo. La derrota ali-
mentaría y fortalecería a la oposición intransigente, ya alentada por su-
cesos ajenos a la decisión concurrencista en sí misma, como el episodio
de la CHADE. Frente a ello, la alternativa, renunciar a la participación
electoral, era igualmente inconveniente. Implicaba ceder el liderazgo
236 Leandro Losada

ante una línea de acción que, además de acarrearle costos personales,


bien podía aparecer a ojos de Alvear como errática para el partido en su
camino de retorno al poder. Los riesgos, sin embargo, eran altos. Nuevas
derrotas no harían más que acentuar el crecimiento y la intransigencia
de la oposición. Alvear, en suma, estaba en una posición difícil: ceder
y perder, o perseverar y arriesgarse a, de todos modos, también perder.
La reactivación de su actividad pública y proselitista como resulta-
do de una decisión de reafirmar su liderazgo, sin olvidar, por lo demás,
una preocupación por el presente y el futuro político del país, aparece
como un argumento convincente porque es difícil explicarla a partir de
otras posibilidades. Por ejemplo, de que advirtiera una situación más
propicia desde la asunción del nuevo presidente.
Por el contrario, la mirada sobre su (otro) ex ministro convertido en
primer mandatario seguía siendo, cuanto menos, cautelosa, aun cuando
para fines de 1938 Roberto Ortiz había dado señales de moderar las prácti-
cas fraudulentas y de encaminar el saneamiento institucional. Por ejemplo,
en San Juan se habían desplegado, desde abril de 1938, sucesivas interven-
ciones federales ante los escándalos electorales ocurridos. También, Ortiz
presionó al gobernador de La Rioja, en junio de 1938, para que modificara
la ley electoral vigente en la provincia, que remedaba el voto cantado.10

Nuevamente en campaña. Tucumán,


septiembre de 1938. Fuente: Archivo General
de la Nación Departamento de Documentos
Fotográficos.

En ese mismo mes de 1938, y frente a lo ocurrido precisamente en La


Rioja, Alvear afirmaba en su correspondencia privada, nuevamente en
Marcelo T. de Alvear 237

carta a Rómulo Naón –quien sí se mostraba entusiasta por las accio-


nes de Ortiz­–: “Es usted optimista y ojalá tenga usted razón. Todos los
argentinos lo deseamos. Pero no debe extrañarle que en cuanto a mí,
que durante siete años consecutivos he oído los cantos de sirena y las
declaraciones formales –aun hechas a mí mismo– sobre las garantías
del sufragio y la prescindencia del P. E. en las luchas comiciales, no sea
tan optimista”.11 Alvear no se había involucrado personalmente en La
Rioja como sí lo había hecho en Tucumán o lo haría en Entre Ríos pocos
meses después, aparentemente por sus diferencias con el candidato En-
rique Chumbita, y a pesar de que había recibido pedidos explícitos de
“que el C. N. y el jefe en persona, sostengan la candidatura de un hom-
bre que conozca su Provincia, sus problemas, sus miserias y sus correli-
gionarios”.12 Por lo que puede advertirse, entonces, las fisuras internas y
su reticencia frente a Ortiz subyacían a su cautela frente a lo ocurrido en
La Rioja. De todos modos, una vez realizadas las elecciones, el comité
nacional presentó ante el Ministerio del Interior un documento denun-
ciando el fraude ocurrido en esta provincia.13
En la memoria del Comité Nacional de fines de 1938 se remarcaron
las continuidades, en vez de advertir eventuales rupturas, entre Justo
y Ortiz. Las elecciones de marzo de 1938 habían sido “una triste repe-
tición de la anterior, desvaneciendo así las renovadas esperanzas del
electorado y despertando, por tanto, una sensación de acerba amargura
en el ánimo, siempre valeroso, del radicalismo”.14
Más adelante, en ocasión de la renovación de autoridades del co-
mité nacional, en febrero de 1939, Alvear condensó el diagnóstico que
había planteado hasta entonces, y desde la elección de Ortiz. El fraude
era un “mal crónico”, el partido había “debido concurrir a elecciones,
sabiendo de antemano que, en muchos casos, no se realizaría en forma
normal y que la voluntad popular no podría manifestarse libremente”.
Pese a ello, dicha participación había “tenido la virtud de dejar bien
establecido cuál es el momento político que se vive y ha permitido a
la opinión independiente pronunciar su fallo condenatorio contra ese
estado de cosas”. La empresa seguía siendo, en consecuencia, apuntalar
a “quienes tuvieran el valor de reaccionar contra la violencia y la co-
rrupción política, sustentada en el fraude”.15
Unos meses después tuvo lugar la reunión de la Convención Na-
cional, en mayo de 1939, postergada desde 1938. Allí, la línea del co-
238 Leandro Losada

mité nacional fue objeto de controversias, algo que el propio Alvear ya


había anticipado: “tendré que afrontar, tal vez, los hechos de Tucumán
ante miembros del comité nacional, siempre dispuestos a criticar toda
acción de este cuerpo, y también, posiblemente, ocurra lo mismo en la
Convención próxima”.16
A pesar de los triunfos en Tucumán y Entre Ríos, así como de las
negociaciones en San Juan desplegadas por entonces, los sectores in-
transigentes que apelaban a la filiación yrigoyenista consideraban que
esas victorias se habían sostenido sobre renunciamientos inaceptables,
como el acercamiento al concurrencismo tucumano o al bloquismo san-
juanino. También sobrevolaban las críticas al radicalismo entrerriano,
que “había tenido más concomitancia con la Casa Rosada durante el
gobierno del general Justo que con el comité nacional”, al decir de uno
de los asambleístas.17
La transigencia era doble: además del “participacionismo”, el “acuer-
dismo”. A ello se sumaban las críticas a los comportamientos de los sec-
tores más referenciados con el comité nacional en las elecciones internas
de distintos distritos, subrayando que en la vida partidaria esos sectores
replicaban las prácticas que condenaban en el oficialismo nacional. Por
ejemplo, en la Capital Federal, la candidatura a senador en 1938 de quien
había tomado el lugar ofrecido a Alvear, Fernando Saguier, se impuso
en medio de un escándalo que alentó la formación del bloque opositor.
Alvear recibió personalmente varias cartas de afiliados con acusaciones
contra el grupo “mayoritario”, el más cercano al comité nacional.18
Las críticas al comité nacional, y a Alvear en particular, no se detu-
vieron allí. Hubo alusiones al episodio de la CHADE así como a circuns-
tancias más lejanas en el tiempo. En especial, a su rol y su lugar durante
los acontecimientos de 1930 y, concretamente, a su retorno al país luego
del golpe de Estado. Todavía en 1939 estos temas seguían abiertos a pe-
sar del tiempo transcurrido y de los esfuerzos de Alvear por reescribir,
o incluso pasar por alto, su comportamiento frente a las jornadas del 6
de septiembre.19 La tensión entre las líneas internas llevó a que no se
descartaran las posibilidades de fractura antes del inicio de la asamblea,
que transcurrió con deliberaciones interrumpidas por falta de quorum y
culminó sin definiciones nítidas.20
Quizá el episodio más revelador de este evento partidario fue
la polémica entre Alvear y Honorio Pueyrredón, el presidente de la
Marcelo T. de Alvear 239

Convención Nacional del partido. Hubo puntos de coincidencia, so-


bre todo en lo referido a la situación internacional. El rechazo, por
igual, al fascismo y al comunismo como ideologías foráneas y, desde
allí, la impugnación a toda propuesta de frente popular por repre-
sentar un peligro de infiltración comunista, así como la reafirmación
del carácter excluyente de la UCR como baluarte de la democracia
argentina.
Los contrapuntos se refirieron a la política interna y a la definición
de intransigencia. Pueyrredón expresó la posición más dura. Rechazaba
los acuerdos, convocaba a los legisladores radicales a restringir, por no
decir suspender, su labor parlamentaria “hasta lograr el restablecimien-
to total de derechos cívicos y una ley amplia de amnistía” y definía la
reciente anulación de los comicios de San Juan apenas como “vestigios
de libertad”. Propuso a la Convención que el partido no se presentara
a elecciones “en las provincias sometidas a gobiernos emanados del
fraude mientras el poder federal no dé garantías seguras de remover
totalmente los obstáculos con que esos gobiernos traban el libre ejer-
cicio de los comicios”.21 En los trascendidos previos a la asamblea, se
había aludido al disgusto del presidente de la convención con la línea
del partido y su expectativa de que hubiera una rectificación, si bien se
habían desmentido los rumores de que podría encabezar una fracción
intransigente escindida del partido. Pueyrredón, por cierto, había visto
frustrada su candidatura a senador en la Capital Federal por el triunfo
de Saguier.22
Alvear, luego de la intervención de Pueyrredón, subrayó que la in-
transigencia consistía en la demanda y en los principios defendidos,
la normalización institucional. La actuación parlamentaria debía ser
“constructiva”. Para fundamentar esta posición apeló, una vez más, al
capital simbólico de su larga y casi fundacional trayectoria partidaria.
En este caso, su comportamiento como integrante del primer grupo de
diputados radicales elegidos por la Capital Federal en 1912.23 En sus pa-
labras, con todo, apareció una expectativa en Ortiz hasta entonces poco
visible. Pero era menos el resultado de la evaluación de lo hecho por el
primer mandatario que de la esperanza de que “cumplirá con su deber
como Presidente y como argentino”.24 No era un juicio muy distinto,
aunque sí lo eran los énfasis, a la definición de Pueyrredón sobre las
acciones presidenciales como “vestigios de libertad”. Como consignaba
240 Leandro Losada

La Nación, el balance era sólo de un moderado optimismo “en cuanto


al restablecimiento de la legalidad electoral en el país”.25 Para entonces,
Alvear no tenía una apreciación sustancialmente diferente sobre el pre-
sidente a la de otros dirigentes radicales. Más bien, sus intervenciones
estaban dirigidas a defender una política partidaria y una posición per-
sonal, que venía sosteniendo desde años atrás, cada vez más cuestiona-
da por la intransigencia.

En un acto partidario, 1939. Fuente: Archivo General de la Nación


Departamento de Documentos Fotográficos.

Después de todo, los triunfos en Tucumán y en Entre Ríos, aquellos que


eran motivo de cuestionamiento porque carecían de “verdadero radica-
lismo”, no habían cambiado la mirada de Alvear sobre Ortiz. Al contra-
rio, al celebrarlos, remarcó que mostraban cuán diferente era la UCR al
oficialismo. Así, en un banquete que se le ofreció en Paraná pocos días
después de la Convención, definió al gobierno del recién electo Enri-
que Mihura, al de Tucumán de Miguel Critto, de los cuales el propio
Alvear podía considerarse artífice importante, y también a la Córdoba
Marcelo T. de Alvear 241

de Amadeo Sabattini como los únicos “gobiernos democráticos de la


República”.26
Desde su perspectiva, por lo tanto, todavía no era visible que la
anulación de las elecciones de San Juan poco antes, en abril de 1939, re-
presentaba la “declaración de guerra” del presidente contra el fraude.27
Incluso más, Alvear asumía que el final de las prácticas fraudulentas ya
no dependía del radicalismo: “La libertad y el comicio limpio no está en
nuestras manos acordarlos, ni parece que estuviera en nuestras manos
el conquistarlos”.28
Esta conclusión sugiere que los triunfos de 1938-1939 no habían
sido suficientes para revertir el impacto de la derrota de 1937. Alvear
parecía advertir que la UCR tenía un margen cada vez menor de pre-
sión sobre el gobierno y, en consecuencia, que el sustento de su lide-
razgo partidario también era cada vez más frágil. Las posibilidades se
limitaban a seguir declamando la necesidad de la normalización ins-
titucional, a denunciar los vicios del oficialismo y a esperar un gesto
de buena voluntad del presidente que, por entonces, aún era motivo
de duda.

De la expectativa al desencanto y el retiro

En septiembre de 1939, la figura de Alvear encontró una oportunidad de


revalidación dentro del radicalismo, en momentos en los que su jefatu-
ra partidaria sumaba resistencias: los cincuenta años de su trayectoria
pública, coincidente con el mismo aniversario de la asamblea del Jardín
Florida, la cual, como informó La Nación, era considerada por una co-
misión especial del comité de la capital como “la fundación virtual del
radicalismo”.29
El comité central de la Capital Federal organizó un acto de home-
naje, que incluyó la visita al domicilio de Alvear para presentarle sus
respetos, y luego un acto público en el que hablaron Julián Sancerni
Giménez, presidente del comité de la capital; Mario Guido, en represen-
tación del comité nacional; el presidente del comité de la provincia de
Buenos Aires, Ernesto Boatti; Eduardo Laurencena por la Unión Cívica
Radical de Entre Ríos; Enrique Mosca por la de Santa Fe; el presiden-
te del bloque parlamentario José Tamborini, entre otros. Es decir, to-
242 Leandro Losada

das figuras vinculadas a Alvear. Sugestivamente, no participó Honorio


Puey­rredón. En nombre de la Convención Nacional, éste delegó su lugar
en el diputado Francisco Eyto. Tampoco hubo delegados cordobeses.30
La revalidación radical de Alvear, por lo tanto, en lugar de reflejar un
eventual consenso reconciliatorio alrededor del presidente del partido,
era un gesto de sus correligionarios más próximos, que no ocultaba las
líneas de tensión internas.
El verano de 1939-1940 fue el momento en el que las dudas sobre
Ortiz se despejaron definitivamente, promoviendo un respaldo cada vez
más decidido de Alvear a la gestión presidencial. Los jalones que mar-
caron ese giro fueron las intervenciones a Catamarca y Buenos Aires,
en febrero y marzo de 1940. En esta última provincia, las elecciones se
habían desdoblado: primero fueron las de gobernador, en las que Fresco
buscó imponer a Alberto Barceló, y luego las de diputados nacionales.
Se ha señalado que la estrategia del gobernador bonaerense consistía en
“tolerar” la victoria radical en las elecciones legislativas, considerando
que así no tendría obstáculos para controlar la sucesión de la goberna-
ción. Ortiz, sin embargo, ordenó la intervención el 8 de marzo.31
En cierto sentido, ya había habido un vuelco optimista en diciembre
de 1939, cuando Ortiz, luego de las elecciones catamarqueñas, y hacien-
do lugar a las denuncias realizadas, había comunicado al gobernador que
consideraba nulos los comicios y que de no haber rectificaciones proce-
dería a la intervención. Esta decisión presidencial tuvo un alto impacto
político debido a que el vicepresidente Castillo provenía de Catamarca,
acentuando así las disidencias conservadoras para con Ortiz.
Alvear vio allí un punto de inflexión y reconoció tanto la acción de
Ortiz como la cautela y la desconfianza que hasta entonces había mante-
nido hacia el presidente. En declaraciones al diario Crítica afirmó:

Debo confesar con franqueza, que he mirado muchas veces con


recelo las actitudes y declaraciones que partían de la Casa Rosa-
da. Pero hoy, ante el telegrama que acaba de dirigir el Ministro
del Interior al Gobernador de Catamarca y que sin duda alguna
refleja con fidelidad el pensamiento del señor Presidente de la
República, tengo la satisfacción de declarar sin reservas que ese
acto político del Poder Ejecutivo Nacional ha ganado el aplauso
decidido de los argentinos, y llevará a los espíritus inspirados
Marcelo T. de Alvear 243

en el deseo de ver restablecida la dignidad cívica del país y el


leal funcionamiento de sus instituciones, la fundada esperanza
de que llegan mejores tiempos para la vida nacional.

Días después, el comité nacional definió la iniciativa de Ortiz como el


“gran acontecimiento político nacional”.32
A mediados de febrero de 1940 Alvear reiteró el concepto en un
banquete en Salta: “el doctor Ortiz no es indiferente a ninguno de esos
atentados que se está cometiendo en la República”.33 En todas estas de-
claraciones, demás está decir, había un acento predominante: las ac-
ciones del presidente eran, en última instancia, el resultado del trabajo
militante de la UCR y, claro está, del propio Alvear, a favor de la norma-
lización institucional, sostenido con tesón cívico desde años atrás. La
resignación –de que el cambio de circunstancias sólo podía provenir de
un gesto de buena voluntad del presidente– subyacente en las declara-
ciones de la convención de mayo de 1939 mutó entonces a un optimis-
mo evidenciado en atribuir ese gesto, una vez producido, a la acción
proselitista de la línea del comité nacional del partido.
Alvear sintetizó su diagnóstico sobre el momento político deli-
neado para entonces en el discurso realizado en el Luna Park, en oca-
sión de la proclamación de los candidatos por la Capital Federal para
las elecciones legislativas de marzo de 1940.34 Allí, por un lado, las
recientes medidas de Ortiz se pusieron en continuidad con las que en
su momento habían sido vistas con desconfianza, marcando de este
modo una coherencia y un compromiso nítidos con el saneamiento
institucional: “La anulación de las elecciones de San Juan; la inter-
vención en Catamarca y la reciente intervención en Buenos Aires, han
demostrado que las palabras del primer mandatario prometiendo al
pueblo libertad electoral, no fueron vanas, y que, consciente de la alta
dignidad y de los deberes de su cargo, ha querido incorporar su nom-
bre en forma destacada y brillante a nuestros anales cívicos”. Ahora
bien, esto era la coronación del trabajo del partido radical, “que vie-
ne bregando hace diez años por la normalización del país”. De todos
modos, el partido debía tributar “su aplauso sincero al Primer Magis-
trado, cuando éste realiza la obra a que el partido aspiraba y por la
que ha venido luchando arduamente”. Subrayaba al respecto: “Nada
puede significar para los radicales, ni nada importa, que esa obra no
244 Leandro Losada

haya sido realizada por ellos. Lo único que debe interesarles es que
se realice”. En consecuencia, la actuación parlamentaria y el acom-
pañamiento al Poder Ejecutivo de los legisladores radicales era una
obligación irrenunciable: “Seguramente habrá puntos de coincidencia
con el Poder Ejecutivo de la Nación. Coincidencias que serán las del
bien público, las del interés general, y el partido tendrá que apoyar,
por probidad, toda buena iniciativa, venga de donde viniere, en pro de
las fundamentales necesidades del país”.
En suma, mantenía, ahora con mayor fundamento, la línea planteada
en la convención de mayo de 1939 en la polémica con Pueyrredón. La
actuación parlamentaria era una responsabilidad irrenunciable para ru-
bricar el prestigio y el respaldo popular que la UCR había adquirido, para
apuntalar la acción del presidente y para consolidar la democracia misma
en la Argentina. También, quizá fortalecido por el cambio de escenario,
lanzó duras críticas a la oposición interna, a la que definió como dema-
gógica, un término por demás sensible, por sus resonancias a las críticas
que en su momento se habían lanzado contra el personalismo.
Lo cierto es que, en palabras del propio Alvear, parecía justificarse
el paso de la amargura y la tristeza al optimismo. A diferencia de lo ocu-
rrido en marzo de 1938, las elecciones de marzo de 1940 fueron exitosas
para la UCR. Obtuvo la mayoría en Capital Federal, Buenos Aires, Santa
Fe, Córdoba, Entre Ríos, minoría en Santiago y Mendoza y se abstuvo
en Corrientes. A pesar de la intransigencia afirmada por la convención,
hubo acuerdos con desprendimientos radicales en provincias como Ju-
juy y Santiago del Estero. Además, en Jujuy y Córdoba se ganaron las go-
bernaciones y, por los resultados obtenidos, la UCR pasó a tener quorum
propio en la Cámara de Diputados.35 El optimismo siguió vigente hasta
mediados de 1940. Si bien los peligros que acechaban a las institucio-
nes no estaban disipados, la senda era auspiciosa, y entre sus expresio-
nes incluso se contaba la unidad que, a ojos de Alvear, parecía volver al
partido. Así lo sugiere su celebración de la amplia convocatoria reunida
en el banquete realizado en mayo de 1940 al reciente gobernador electo
de Córdoba, Santiago del Castillo.36
El escenario cambió abrupta y vertiginosamente a mediados de 1940.
En julio, Ortiz entró en licencia por enfermedad. Al mismo tiempo, se
abrió la investigación promovida en el senado por Benjamín Villafañe
por la compra de terrenos en El Palomar, adyacentes al destacamento de
Marcelo T. de Alvear 245

Campo de Mayo. Además de implicar a legisladores radicales, la pesquisa


condujo a que el presidente presentara la renuncia, rechazada en el Con-
greso por la mayoría radical en la Asamblea Legislativa. A principios de
septiembre, el vicepresidente Castillo formó su propio gabinete.37
En principio, la posición de Alvear fue expectante, pero despoja-
da de optimismo. En declaraciones a La Nación al día siguiente de la
asunción del nuevo elenco de ministros, se limitó a subrayar que el país
afrontaba una de las épocas más difíciles de los tiempos recientes. En
su diagnóstico, con todo, se conjugaban las circunstancias nacionales y
las coordenadas de un escenario internacional, ya no sólo signado por
la guerra sino por un equilibrio a favor del Eje: en junio los nazis habían
ocupado París.38
La Convención Nacional del partido, que sesionó a fines de ese mes
de septiembre, transitó los mismos carriles. Los esfuerzos estuvieron di-
rigidos a precisar la posición del radicalismo frente al contexto mundial,
buscando conciliarla con la tradición neutralista de Yrigoyen, tarea a car-
go del presidente del cuerpo, Pueyrredón. En lo respectivo a los cambios
en el Poder Ejecutivo, se limitó a señalar que la UCR era “extraña” al nue-
vo gabinete, pero no “a los grandes intereses del país, por lo cual si aquel
cumple con sus promesas no le escatimará su beneplácito”.39
El episodio decisivo en esta nueva coyuntura llegó a fin de año. En
diciembre de 1940, las denuncias de fraude en las elecciones para go-
bernador en Santa Fe demostraron que Castillo no seguiría la senda de
Ortiz. Paralelamente, se trataba en el Congreso el plan de reactivación
económica del ministro Federico Pinedo.40 El mismo ya venía recibien-
do resistencia en los representantes radicales por sus mismas orienta-
ciones económicas, la cual se endureció a raíz del fraude en Santa Fe.41
En semejantes circunstancias, a inicios de enero de 1941 el mundo po-
lítico recibió con sorpresa la decisión del ministro de iniciar negocia-
ciones para alcanzar una “tregua política”, volando a Mar del Plata para
entrevistarse en Villa Regina con Alvear, en simultáneo, además, con un
nuevo escándalo electoral, las elecciones en Mendoza.42
La sorpresa era justificada. No sólo por el cambio de rumbo entre
Ortiz y Castillo, sino por los antecedentes entre Alvear y Pinedo. En los
años treinta, Alvear había cargado en reiteradas oportunidades contra
la política económica del entonces ministro de Justo con variados ar-
gumentos. Desde su definición como “delirante” hasta el subrayado en
246 Leandro Losada

la presión fiscal que las reformas implementadas provocaban sobre las


clases productoras, incluyendo apuntes premonitorios que veían en esa
“economía dirigida” un anticipo de la “dictadura política”. Semejantes
juicios, desplegados desde 1935, llegaron a su punto culminante en el
acto de cierre de la campaña presidencial de 1937. Los dichos de Alvear
en esa oportunidad motivaron una respuesta de Pinedo dos días des-
pués, en la que, en cierta medida, replicó el tono que había desplegado
en sus debates con Lisandro de la Torre en el Congreso en 1935 y que,
por cierto, habían culminado en un duelo entre ambos: cierta arrogancia
en la que se conjugaban una autopercepción de solidez técnica ausen-
te en su rival y una actitud de provocación anclada en las diferencias
generacionales. Pinedo enumeró las “simplezas pueriles”, “los errores
groseros”, los “equívocos sospechosos” y las “inexactitudes imperdo-
nables” que no requerían más que “pocos minutos” para ser puestos en
evidencia, augurando que “del discurso del Dr. Alvear no va a quedar, a
poco que se lo examine, sino la vergüenza de que haya sido pronuncia-
do por un ex presidente”.43
Las especulaciones acerca del viaje de Pinedo a Mar del Plata a
comienzos de 1941, en consecuencia, se multiplicaron. El hermetismo
de sus protagonistas, de por sí, alentaba las conjeturas, aunque se ase-
guraba que la conversación había sido en “términos de comprensión y
armonía”. Los interrogantes giraban alrededor de si el ministro había
decidido la negociación por sí mismo o en representación de Castillo
(éste rápidamente declaró que no actuaba en nombre del Poder Ejecu-
tivo y que se había enterado extraoficialmente de la iniciativa), y de
los alcances y el significado de la propuesta. Si se limitaba a lograr tra-
tamiento legislativo al plan de reactivación, o si suponía “convenios
políticos de más vasto alcance”.44
La reacción inmediata, tanto en filas de la Concordancia como en
el radicalismo, fue negativa. En este último, un mitin ocurrido en esos
días para repudiar las elecciones en Santa Fe y Mendoza sirvió para
expresar el rechazo a todo tipo de acercamiento. Se comparó a Pinedo
con Chamberlain, pues “en un viaje de avión ha querido repetir el trá-
gico episodio de Múnich, presentándose como un pacificador”, según
palabras de Raúl Damonte Taborda. El diputado Eduardo Araujo llegó a
afirmar que Justo era el verdadero artífice del acuerdo. Era un argumen-
to idóneo para movilizar a la opinión radical, pero curioso. Justo, con
Marcelo T. de Alvear 247

aspiraciones a volver a la presidencia, había encontrado en el escenario


abierto con Castillo un panorama más promisorio que el que había pre-
valecido durante la gestión de Ortiz, cuyo ministro de Guerra, el general
Carlos Márquez, además, había confrontado su influencia en el Ejérci-
to. En cambio, el ministro de Guerra de Castillo, Juan Tonazzi, era un
hombre de Justo. Por ello hubo versiones que lo sindicaron como res-
ponsable de los fraudes en Santa Fe y Mendoza.45 Aun así, la sospecha
de que Justo estaba detrás de las negociaciones de Pinedo tenía even-
tuales fundamentos. El giro de Castillo con relación a Ortiz, así como
su propósito de despegarse de Justo, hacían en algún punto plausible la
consideración de que Justo podía aspirar a sumar al radicalismo a sus
intentos de retornar al poder. No se cuenta con evidencias para saber
si Alvear conocía el aval de Justo a Pinedo, de haber existido. También
cabe conjeturar, si de ser así, le habría resultado aceptable luego de lo
ocurrido en las negociaciones de 1936-1937. Como fuere, las versiones
que circularon en la UCR alentaron una posición ejemplarmente sinteti-
zada por Emir Mercader: toda posibilidad de acuerdo era una traición.46
Dos días después, Pinedo y Alvear hicieron públicas sus opiniones
e intenciones. El ministro ratificó que su iniciativa había sido personal,
quizá apostando a obtener el rédito político en caso de éxito. En cual-
quier caso, era una evidencia de la profunda fisura que recorría ya a la
alianza oficialista. Y afirmó que sus propósitos iban más allá de una
tregua y de asegurar tratamiento parlamentario al plan de reactivación.
Era necesario conseguir una “paz” y consideraba fundamental llegar a
consensos que incluyeran la posibilidad de acordar candidaturas. Para
ello proponía que los partidos tuvieran candidatos propios en dos ter-
cios de las listas y que el tercio restante (también podía ser, en el mejor
de los casos, la mitad) fuera el producto de acuerdos interpartidarios. La
insistencia en que no sería el producto de negociaciones entre cúpulas
dirigentes y la referencialidad de la propuesta en el modelo de la Ley
Sáenz Peña, eran los puntos subrayados por el ministro para desmentir
sus eventuales inclinaciones elitistas, advertidas por el mismo diario
La Nación.
Alvear procuró mantener el equilibrio en sus declaraciones. Por un
lado, y posiblemente para contener críticas internas, afirmaba que la tre-
gua sólo sería posible si se retomaba la política del presidente Ortiz de
eliminar definitivamente el fraude. Éste era una “vergüenza nacional”,
248 Leandro Losada

cuya más reciente manifestación eran los casos de Santa Fe y Mendoza.


Como era usual, presentaba esta demanda no por los eventuales bene-
ficios electorales para la UCR sino por la necesidad de salvaguardar las
instituciones republicanas, en un momento en que se hallaban discu-
tidas y amenazadas por las circunstancias internacionales. Estaban en
juego la república y las “tradiciones argentinas”. Ante semejante peligro
debía prevalecer el patriotismo y subordinarse la mezquindad de la lu-
cha política, una afirmación que bien podía estar dirigida contra secto-
res concordancistas, especialmente los conservadores, pero también a
la propia intransigencia radical: “Una conmoción universal pone en pe-
ligro los ideales, los principios, las doctrinas que son esencia de nuestra
nacionalidad, y nosotros, en tanto, estamos entretenidos en discutir po-
siciones”. Por cierto, y quizá también para aplacar los ánimos intransi-
gentes, subrayaba que el acuerdo no implicaría el desdibujamiento de
identidades partidarias y de sus recíprocas confrontaciones, sino que
posibilitaría diálogos hasta entonces trabados: “no se busca inmovilizar
a los partidos, sino encauzarlos”. Pero sus énfasis eran nítidos: “Quiero
esperar que el patriotismo de los hombres que componen los partidos
políticos ha de sobreponerse a las situaciones personales en beneficio
del interés superior del país”.
Aquí, por lo tanto, había un énfasis singular. Para Alvear el peligro
no sólo provenía del exterior, o de los eventuales imitadores locales
de los totalitarismos europeos. La raíz del mal estaba en la dinámica
de la vida política nacional. Las miserias de las disputas y el retorno
sistemático del fraude conduciría definitivamente a una crisis termi-
nal del sistema político, por el repudio y la apatía que consolidarían
en la ciudadanía: “el fraude electoral no puede seguir imperando en la
República […] porque esa maniobra, practicada como sistema, corrom-
pe el alma nacional y enerva a la ciudadanía. El día que busquemos a
ese pueblo, tan noble y abnegado, y lo queramos someter a cualquier
esfuerzo, no lo encontraremos: nosotros mismos lo habremos muerto
con el fraude, la violencia y el crimen”. Este diagnóstico, vale agregar,
no sólo lo formuló en público. En su correspondencia privada de fina-
les de los años treinta, subrayó que las circunstancias estaban ponien-
do en juego “la conciencia ciudadana”. Después de todo, su misma
correspondencia le ofrecía testimonios de un decreciente apego a las
instituciones republicanas y a la democracia entre sus mismos corre-
Marcelo T. de Alvear 249

ligionarios, y el desplazamiento hacia otras preocupaciones alentadas


por la coyuntura. Por ejemplo, un afiliado lo había interrogado: “¿Cree
Ud. verdadera la democracia en un país donde unos poseen miles y
miles de hectáreas y millones no tienen donde caerse muertos? (dis-
culpe la vulgaridad de la frase)”.47
En sus declaraciones posteriores al encuentro con Pinedo, enton-
ces, Alvear complementó, y de algún modo matizó, la férrea demanda
de poner fin al fraude como condición necesaria para avanzar en todo
acuerdo con el gobierno, al subrayar el carácter patriótico, por encima
de banderías partidarias, de la acción que debía ponerse en marcha. La
patria estaba en juego, así que los pruritos identitarios debían quedar,
de momento al menos, a un lado. Esto era lo que él, Alvear, y Pine-
do, precisamente, representaban. Su historial de enfrentamientos había
quedado en suspenso por una común preocupación patriótica:

¿cómo no he de recibir con los brazos abiertos cualquier propó-


sito en tal sentido [lograr la “concordia de la familia argentina”],
sobre todo viniendo de un hombre joven que, apartándose de las
divergencias que con él se hayan podido tener, es evidente que
su espíritu vibra ante los acontecimientos y percibe no sólo los
peligros políticos internos y externos que se ciernen sobre el país,
sino la repercusión económica y financiera de esos peligros?48

El desarrollo de las negociaciones comenzó a demorarse, augurando un


final errático. La Nación sumaba un punto interesante para comprender
por qué el acuerdo podía empantanarse. La indignación ciudadana ante
el fraude, que, siempre según el matutino, el radicalismo daba por des-
contada y entendía como punto fuerte para presionar al gobierno, no se
percibía. De algún modo, el diario recuperaba un tópico que el propio
Alvear había planteado antes de que se despejaran las dudas sobre el pre-
sidente Ortiz: la posibilidad de presión era mínima; el cambio, en última
instancia, sólo podía desencadenarse desde arriba. Decía La Nación: “Los
radicales están seguros de haber impuesto al país la convicción del frau-
de. Estiman que la masa independiente los acompaña en su protesta, pero
no alcanzan a percibir, por falta de elementos de prueba, el grado de al-
cance de esa adhesión. Mantienen su intransigencia: Santa Fe y Mendoza
son cuestiones previas, no todos las juzgan asuntos exclusivos”.49 Parecía
250 Leandro Losada

estar cumpliéndose el vaticinio de Alvear: la expectativa de encontrar


al pueblo cuando se pretendiera movilizarlo podía verse defraudada. La
moderación en lugar de la intransigencia podía ser lo más recomendable.
Para entonces, la disyuntiva entre las dos opciones atravesaba al bloque
parlamentario radical. De un lado, quienes planteaban colaborar con el
gobierno, votando el plan económico, si al menos se aprobaba la inter-
vención a Santa Fe; del otro, quienes sostenían que las primeras señales
debía darlas el Poder Ejecutivo y no el radicalismo.50
Finalmente, la negociación fracasó. La “reunión de notables” con-
gregada en el domicilio de Alvear, encargada de estudiar la propuesta
de Pinedo, debido a que no estaban constituidos por entonces el comité
ni la convención nacionales, emitió una declaración con carácter reso-
lutivo que se inclinó por la posición más inflexible: no había posibi-
lidad de diálogo si antes no se resolvían las cuestiones de Santa Fe y
Mendoza. Se avalaba la decisión del sector más intransigente del bloque
parlamentario. Según los medios de prensa, el criterio fue compartido
por unanimidad por todos los integrantes de la mesa de notables.51
Sin embargo, parecen haberse reeditado las diferencias entre Al-
vear y Pueyrredón. Éste fue el vocero de la posición intransigente ante
la prensa. Declaró a La Nación que “el ministro de Hacienda había equi-
vocado el camino, pues no era al radicalismo al que debía dirigirse para
negociar la extirpación del fraude, sino al Poder Ejecutivo” y que su
plan “para el restablecimiento de la normalidad institucional era ‘tan
vago y obscuro como su programa de reactivación económica’, el cual
en ningún caso […] deberá ser votado por los legisladores radicales”.52
Pueyrredón mantuvo la posición que había manifestado apenas cono-
cida la entrevista entre Alvear y Pinedo: “si el país no recibe plena sa-
tisfacción por tales atentados [los fraudes en Santa Fe y Mendoza], la
protesta del radicalismo habrá de hacerse sentir en su actitud definida y
en su conducta irreductible, ya que ningún interés podrá invocarse para
llevarnos a ser encubridores o cómplices de tales delitos”.53
Días después, trascendió que aquella unanimidad parecía no haber
sido tal. Si bien no se mencionaba el nombre de Alvear, el tenor de las
declaraciones no parece extraño a sus posicionamientos. Se apuntaba
que “de ningún modo se debió dejar la última palabra a los adversarios”
y que al Poder Ejecutivo
Marcelo T. de Alvear 251

debió dársele toda clase de facilidades, aunque no fuese más


que la de un silencio […] hasta reconocer la sinceridad de sus
intenciones y sobre todo, la calidad y la cantidad de lo que los
elementos concordancistas estaban dispuestos a ofrecer. Sólo en-
tonces, en caso de advertirse una intención de burla o de tenerse
la certeza de que desde el otro campo se cerraba el camino, cabría
adoptar la actitud abiertamente intransigente.54

El argumento aludía al desenlace de todo el asunto: la declaración radi-


cal motivó que el oficialismo la considerara inaceptable, conduciendo
a la renuncia de Pinedo. Días después dimitieron también el canciller
Julio Roca (h) y el interventor de la provincia de Buenos Aires, Octavio
Amadeo. En verdad, la posición de la UCR dio una excusa a los concor-
dancistas y, fundamentalmente, a los demócratas nacionales, para evitar
una propuesta que tampoco les resultaba convincente, como lo recono-
ció el propio Pinedo, con una conjugación de rencor y amargura.55
La incomodidad de Alvear con el desenlace de las negociaciones
con Pinedo se advierte con mayor claridad al considerar sus interven-
ciones posteriores, que constituyeron, por lo demás, el preludio de su
retiro. El “Manifiesto” de Ortiz, en febrero, en el que repudió pública-
mente el giro de su vicepresidente, pareció abrir una nueva brecha para
encaminar el saneamiento institucional. Alvear, incluso, creía posible
que Ortiz volviera a asumir el poder.56
Frente al ausentismo parlamentario del bloque de la UCR, insis-
tió con los conceptos que vertiera en oportunidades anteriores. En la
reunión del comité nacional de abril de 1941, volvió a diferenciar en-
tre oposición pasiva, la que atribuía al bloque parlamentario, y activa,
la que él proponía en el comité: acción parlamentaria para beneficio
del país, sin dejar de lado la crítica. Y remarcó que la intransigencia
de principios no claudicaba por la participación parlamentaria: “no se
puede, sin defraudar a los electores que confiaron en su acción, cerrar
los ojos y taparse los oídos ante las exigencias urgentes de las graves
situaciones que atraviesa la República”. A su vez,

la intransigencia […] es la condición elemental para la existencia


del partido, pero que debe ser observada en cuanto a los princi-
pios, ideales y finalidades que se persiguen así como a la conduc-
252 Leandro Losada

ta dentro de la agrupación […] se habla erróneamente de colabo-


ración […] estudiar los problemas que pueden afectar el progreso
y el bienestar del pueblo significará nunca una mera colaboración
con un gobierno determinado, sino el cumplimiento del deber
esencial de todo legislador.

Consciente de que esta posición que proponía para el comité nacional


podía ser rechazada por la convención, sostenía que “el radicalismo suele
tener el defecto de enamorarse de las posturas y olvidarse de los actos”
y que “la intransigencia es muchas veces una bandería para ocupar posi-
ciones dentro de las organizaciones partidarias”.57 Las declaraciones de
Alvear fueron retomadas por la comisión de asuntos políticos del comité
nacional, en cuyo dictamen, a su vez, se basó la resolución de este orga-
nismo, que recomendaba al bloque parlamentario el levantamiento de la
abstención legislativa.58 Las resistencias no se anularon. Un sector del
bloque opuesto a la línea alvearista planteó que la actuación del mismo
debía emanar de una decisión tomada por la Convención Nacional, pre-
sidida por Pueyrredón, y con importante presencia de los grupos intran-
sigentes.59 Como fuere, el bloque parlamentario acató la resolución del
comité nacional, y en consecuencia, el criterio de Alvear.60
Vale destacar que estos debates internos son relevantes, no sólo
porque muestran la enrarecida vida interna de la UCR para entonces
con las discusiones sobre cuáles eran las cadenas de mando correctas
entre las distintas autoridades y componentes del partido, o porque
constituyen un testimonio más sobre las dificultades de renunciar, por
su carácter de tópicos identitarios, a ciertos criterios, como la intran-
sigencia, con las consecuentes y persistentes disputas y controversias
acerca de su verdadero significado.61
Estos episodios muestran algo más. Un contrapunto que tocaba el
sentido mismo de la concepción de representación política y la me-
diación que el partido jugaba en ésta. Alvear anteponía el carácter de
representantes de la nación de los legisladores para instigar a que reto-
maran su acción parlamentaria, mientras que la intransigencia apelaba
a las posiciones y los intereses del partido como criterio central para
definir si correspondía o no la participación legislativa. Si se quiere pa-
radojalmente, desde su posición de presidente del partido, y motivado
tanto por la indisciplina de sus integrantes como por, plausiblemente,
Marcelo T. de Alvear 253

una preocupación por la situación del país, Alvear sometía a crítica, en


última instancia, el lugar y el papel que podía desempeñar el partido en
la vida política de la república, reactivando algunos de los tópicos que
habían acompañado el nacimiento de los partidos políticos en la políti-
ca occidental desde mediados del siglo XIX.62 No es desatinado atribuir
estas oscilaciones a la persistente noción que Alvear tuvo del partido y
que, en sí, la UCR tenía de sí misma: una entidad que, más que partido,
era la Nación misma. Semejante concepción anudaba disciplina parti-
daria y responsabilidad cívica. Hacía que ambas pudieran superponer-
se, pero también que una se antepusiera sobre la otra.
Finalmente, en la reunión de la Convención Nacional de mayo de
1941, Alvear enfrentó la más dura y explícita resistencia a su figura.
En un clima ya enrarecido por el enfrentamiento entre “barras” desde
los palcos del salón La Argentina, donde tuvo lugar el evento, cuando
Alvear intentó poner orden desde el escenario llamando a la calma, fue
víctima de agresiones:

el señor Alvear, que se había puesto de pie, fue rodeado por un


grupo de dirigentes y simpatizantes que impidieron que alguno
de los proyectiles impulsados [desde los palcos] hiciera blanco
en la persona del presidente del comité nacional. Como continua-
ran arrojándose al proscenio los más diversos objetos, los miem-
bros de la mesa provisional [del comité nacional] abandonaron
el lugar, quedando en el mismo solamente los representantes del
periodismo.63

Su licencia a partir de agosto de 1941 se vio antecedida, entonces,


por un repudio explícito a su liderazgo partidario, proveniente de
sectores no sólo intransigentes sino también juveniles.64 Fue una
contundente expresión del camino recorrido desde los multitudina-
rios recibimientos en el puerto de Buenos Aires, o del acompaña-
miento logrado en la campaña presidencial de 1937, o inclusive en
las desplegadas en 1939.
La licencia de Alvear, asimismo, estuvo enmarcada por un contexto
político cada vez más enrarecido por el rumbo tomado por Castillo, ya
definitivamente alejado del que había ensayado Ortiz. Por último, la cri-
sis interna repercutió en el desempeño electoral. Así lo demostraron las
254 Leandro Losada

derrotas en los comicios de marzo de 1942 en distritos que el radicalis-


mo controlaba desde hacía varios años, como la Capital Federal, y que
provocaron la dimisión de José Tamborini de la conducción del comité
nacional (había reemplazado a Alvear desde su licencia). En solidari-
dad con su sucesor, Alvear renunció a la presidencia de este organismo
y murió días más tarde, el 23 de marzo.65

Con Roberto Ortiz (y Agustín Justo), en


1926. Alvear pasó de la oposición al res-
paldo a su ex Ministro de Obras Públicas.
Distanciado de Justo, circularon versiones
sobre un posible reacercamiento entre am-
bos a inicios de la década de 1940. Fuente:
Archivo General de la Nación Departa-
mento de Documentos Fotográficos.

Ahora bien, merece subrayarse que los reveses y el descrédito que acom-
pañaron sus iniciativas entre 1938 y 1941, que se sumaron a los que
venía acumulando desde, al menos, 1935, fueron fruto de un factor que
trascendió el limitado éxito electoral, en sí mismo un traspié decisivo, y
a la vez un desencadenante de los descréditos sufridos. Ese factor fue el
personaje político que Alvear, necesariamente, debió componer desde
su regreso al país en 1931.
En él debió incluir una tesitura intransigente, por la conjugación
de tres aspectos: la propia tradición de la UCR, la difícil tarea de suce-
der a Yrigoyen y las circunstancias reinantes a partir de 1930, que, al
excluir y perseguir al radicalismo o fraguar los resultados electorales,
no crearon ciertamente condiciones propicias para los matices.66 A
estas tres circunstancias se sumó un último factor, crucial: el propio
Alvear. Por su pasado, debió edificarse, a la vez, como líder radical y
como político de masas y, simultáneamente, hacerlo sin replicar pero
también sin romper del todo con el modelo que lo había precedido,
Yrigoyen.
Forzado a mostrar y a reafirmar una identidad, pero también a re-
novarla para no ser una simple continuación del pasado; obligado a
llevar a la UCR nuevamente al poder, pero a través de procedimientos
consustanciados con la historia del partido, que obligaron a resignificar
Marcelo T. de Alvear 255

tópicos y tradiciones, afrontando por ello acusaciones de desvirtuarlos


en lugar de honrarlos, Alvear estuvo escindido entre la realpolitik y la
identidad, y no logró combinarlas. La revalidación de esta última anu-
laba cursos de acción antes de ensayarlos, mientras que las decisiones
motivadas por la primera afrontaban el riesgo de ser vistas como renun-
ciamientos o, por lo menos, como contradicciones.
Así ocurrió, primero, con el paso de la abstención a la concurrencia.
Luego, con la rehabilitación de sectores del radicalismo que no habían
participado de la reorganización partidaria de 1931-1932 o que inclu-
so habían desconocido al comité nacional. Más tarde, con las miradas
sobre el elenco gobernante. Sin volver a mencionar el caso de Justo en
1936, Ortiz, en principio retratado como una nueva versión de aquél,
pasó a ser un Sáenz Peña redivivo; Pinedo, de ministro de la compo-
nenda oligárquica, mutó a un joven con preocupaciones patrióticas. La
prioridad a la salvación de la República sobre las mezquindades de la
vida política, concediendo que en semejante concepto latieran convic-
ciones sinceras, o la intransigencia republicana como genuina bandera
radical, no eran argumentos suficientes para legitimar tales torsiones,
más aun cuando aquella misión era la misma que había fundamentado,
años antes, una intransigencia plasmada como abstención, o incluso
como revolución.
Por lo tanto, la dinámica política delineada en los treinta y el per-
fil y el lugar que fue adquiriendo la UCR, hacia una intransigencia
cada vez más inflexible, impusieron límites que Alvear no pudo o no
supo evadir. Solamente el éxito electoral podría haberlos franqueado.
El costo no fue sólo personal. También lo convirtieron en uno de los
protagonistas de un laberinto político que se mostró, finalmente, sin
salida.

El escenario internacional y la política nacional

Durante la segunda mitad de la década del treinta y en los primeros años


de la de 1940, la UCR se posicionó frente al escenario internacional con
una visión crítica de las novedades ideológicas de izquierda y derecha.
Desde la perspectiva del partido, eran extremismos indeseables y ajenos
a las tradiciones políticas nacionales. En el país, la democracia tenía su
256 Leandro Losada

baluarte y su salvaguarda en la propia UCR, una concepción derivada


de la persistente identificación del partido con la Nación. Esta tesitura
se conjugó con la tradición de intransigencia en la política local para
desistir de toda posibilidad frentista, como el comunismo lo planteó en
1936. Sin impugnación de lo anterior, de todos modos, el antifascismo
tendió a ser más pronunciado que el anticomunismo, entre otras razo-
nes, por el apoyo comunista a la fórmula radical en 1937. Al mismo
tiempo, la condena al Eje en la Segunda Guerra Mundial se trazó en
amplios sectores del partido desde una sensibilidad nacionalista y anti-
imperialista, que no excluía de por sí la defensa de la democracia, pero
tampoco se traducía en una posición explícitamente aliadófila. Más
bien pretendió conciliarse con la tradición partidaria de neutralidad de
raíz yrigoyenista.67
Frente a esto, la posición de Alvear tuvo algunos matices, cuando
no contrapuntos. Incluso más, pueden advertirse desplazamientos entre
sus pronunciamientos a título personal y los realizados en el ámbito
del partido. Por su carácter de presidente de la UCR, se ha dicho, debía
necesariamente hacer lugar a las tradiciones del partido o a los posicio-
namientos y criterios de las bases. Desde este punto de vista, podría de-
cirse que su cargo partidario matizó la expresión pública de su mirada
personal sobre la situación internacional.
Por un lado, Alvear formuló algunos de los acentos recién men­
cionados, típicos del radicalismo de los años treinta. Por ejemplo, la
condena por igual al fascismo y al comunismo como ideologías foráneas
que, en la Argentina, un país promisorio y de tradición democrática, no
tenían posibilidad de raigambre. Ambos eran “cuestiones que acá no
tienen razón de ser”.68
Esta perspectiva se vinculó con otro punto perdurable en los diag-
nósticos e intervenciones de Alvear. La lucha política en la Argentina
no era antifascista o algo parecido, sino republicana, porque quienes
gobernaban constituían una oligarquía corruptora de las instituciones.
De manera reveladora, y por cierto curiosa, ése fue el acento que decidió
enfatizar cuando habló en uno de los actos que pretendían allanar la
formación de un Frente Popular:

La Argentina no está amenazada ni por el comunismo ni por el


fascismo, que son política y socialmente minorías sin signifi-
Marcelo T. de Alvear 257

cación. Pero es preciso, insisto en ello, que la ley sea aplicada


lealmente, porque de lo contrario las usurpaciones producidas
con farsas electorales crearán el ambiente de violencia necesaria
para que los partidos extremistas de derecha e izquierda puedan
convertirse en un peligro real para nuestras libertades y para el
afianzamiento de nuestras instituciones.69

El peligro fascista o comunista podía ser una derivación del viciado sis-
tema pergeñado por Justo, pero éste y aquellos no se confundían:

El sistema político que quieren implantar en la República no tiene


más mérito que el de ser único en el mundo. Porque puede haber
un sistema fascista, que ya todos saben en qué consiste: el Estado
por encima del individuo, el individuo como unidad al servicio
del Estado, y no a la inversa; o un sistema comunista, que es igual
al otro, pero visto al revés. Pero no hay en el mundo un sistema
político que quiera denominarse democrático, que aparente creer
en el voto y en el pueblo, y empiece por no dejar votar al pueblo
o por falsear sus votos.70

Sus afirmaciones de que no había fascistas en el gobierno, al menos,


hasta inicios de la década del cuarenta, lo llevó a miradas alejadas
de otras perspectivas, incluso radicales, al sostener que quienes eran
vistos como fascistas, en realidad no lo eran. Así, dijo sobre Manuel
Fresco: “Desde las filas del pueblo dice una voz: es fascista. Y yo
digo: no es nada. Porque el fascismo es una concepción política que
yo considero funesta para mi país, pero que tiene un contenido y
una ideología, mientras que el fascismo del gobernador no es más
que una postura accidental para poder violar las leyes y atropellar la
ciudadanía”.71
Cuando Alvear aludía a que los elencos oficialistas eran reaccio­na­
rios, lo señalaba con un sentido preciso: lo eran porque querían volver
al estado de cosas prevaleciente antes de 1912. Como se vio en el ca-
pítulo 5, representaban a una degradada restauración oligárquica. Eran
reaccionarios en el contexto específico de la historia argentina. Consti-
tuían “fuerzas reaccionarias anacrónicas, que se están batiendo en re-
tirada y que son la expresión de épocas pasadas en las que gravitaron
258 Leandro Losada

nefastamente para el progreso cívico y democrático de la República”.72


Por ello, a menudo completaba la expresión aludiendo a la “reacción
conservadora”.73
Todo esto, desde ya, no quiere decir que esa reacción conservadora
fuera poco peligrosa. En realidad quienes no eran peligrosos para Alvear
eran los fascistas. Constituían “una minoría que no encuentra muchos
adeptos; por lo tanto, no son peligrosos”. Avanzando la década planteó
que la dictadura, es decir, una subversión republicana que fuera más
allá del falseamiento institucional prevaleciente hasta entonces, podía
ser uno de los recursos a los que apelaría esa reacción conservadora
para mantenerse en el poder. Pero, no entonces, el resultado exclusivo
del crecimiento de sectores filofascistas.74
En consecuencia, su antifascismo en el escenario nacional se vio
moderado por su lectura de la vida política local y por su concepción
de cuál era la lucha política a dar y los rasgos precisos del adversario.
Los gobiernos de los años treinta encarnaban una corrupción de las ins-
tituciones políticas nacionales inspirada o basada en tradiciones espe-
cíficamente locales, las “oligárquicas”, antes que una versión autóctona
de las tendencias europeas contemporáneas. Quienes las representaban
eran un peligro menor, cuyas posibilidades de crecimiento en todo caso
se derivarían de la perpetuación de la corrupción republicana encarna-
da por la Concordancia. Por cierto, en sus intervenciones ni siquiera es
visible la transitada noción, tanto en el socialismo o en la democracia
progresista como en el mismo radicalismo, de “fascismo criollo” para
rotularlas.75
El antifascismo también se vio matizado por otro rasgo, que tampo-
co fue extraño al radicalismo, pero que en Alvear apareció con especial
nitidez y también con persistencia: el anticomunismo y, en un sentido
más amplio, una mirada desdeñosa y crítica de las izquierdas. Esto no
sólo estuvo motivado por razones ideológicas, sino también, otra vez,
por las confrontaciones políticas locales, como ocurrió con su relación
con el partido socialista.
En ciertas ocasiones, por cierto, moderó la amenaza del comunis-
mo. De manera poco sorprendente, así ocurrió en el acto del Frente
Popular en 1936, aquel en el cual, sin embargo, también subrayó su
incredulidad acerca de un fascismo al acecho en el país. En su discurso
refirió “el pretexto insincero y simulado de un peligro comunista”.76
Marcelo T. de Alvear 259

Ahora bien, a pesar de que el partido comunista apoyó su candida-


tura presidencial en 1937,77 en los discursos de ese mismo año Alvear
sostuvo que en la Argentina el peligro más acuciante era el comunis-
mo. Mantenía cierta coherencia con afirmaciones anteriores: la limitada
consistencia de la amenaza fascista, y la corrupción y la violencia des-
plegada por Justo y la Concordancia como causa central de la eventual
radicación de los extremismos foráneos. Sugestivamente, fueron énfasis
en ocasiones desplegados en el marco de actividades partidarias y no
tanto en actos de campaña dirigidos a públicos más amplios y hetero-
géneos:

¿Y cuál será el final de un régimen de fuerza, sin arraigo y sin


prestigio ante la opinión? Señores convencionales: tened la certe-
za que no será otro que una reacción de extrema izquierda, cuyos
gérmenes encontrarán terreno propicio en las masas obreras y en
gran parte del pueblo argentino que, escéptico, decepcionado y
desconfiado de la acción de los grandes partidos actuales y de sus
dirigentes, buscará nuevos cauces para realizar sus reivindicacio-
nes, creyendo equivocadamente poder hacerlo con la violencia.
Éste será el resultado inevitable y serán sus responsables precisa-
mente las fuerzas conservadoras.78

Junto a convicciones personales e identidades partidarias, hubo razo-


nes de estricto cálculo político detrás de estos posicionamientos. Por
ejemplo, la percepción de Alvear, junto a la de otros dirigentes radica-
les, sobre su electorado potencial a mediados de los años treinta. Un
momento especialmente revelador en este sentido ocurrió en 1936, con
la presentación parlamentaria del proyecto de ley de represión al comu-
nismo del senador Sánchez Sorondo. Por un lado, el partido no quiso
quedar asociado a una iniciativa del oficialismo. Las declaraciones de
Alvear en el acto del Frente Popular arriba citadas, en las que minimizó
el problema comunista, cobran sentido al ponerlas en este contexto.
Pero, por otra parte, en sus comunicaciones privadas, Alvear y
sus corresponsales entendían que el partido debía explicitar su anti-
comunismo, como, después de todo, lo hizo a través de publicaciones
como Hechos e ideas en septiembre de 1936. No debía quedar como
“reaccionario”, pero tampoco como “comunizante”.79 La razón: reva-
260 Leandro Losada

lidar créditos ante los actores de la opinión pública y los votantes que
consideraban los sostenes del partido, el Ejército, la Iglesia y las clases
medias. El asunto era una encrucijada, porque, debido a las divergen-
cias internas crecientes, no era fácil disciplinar al bloque parlamentario
para que apuntalara la iniciativa que se creía la más adecuada: presentar
un proyecto propio de condena al comunismo.80
El anticomunismo, por lo tanto, parece haber tenido una de sus
motivaciones en una búsqueda de correspondencia con el electorado
potencial del radicalismo. Son consideraciones que, por cierto, ofrecen
algunas pistas sobre las inclinaciones políticas de las clases medias a
mediados de la década del treinta, o en todo caso sobre qué inclinacio-
nes les atribuían los actores políticos que pretendían captar sus votos.81
Para lo que aquí nos ocupa, esta percepción de Alvear y su entorno per-
mite entender otros argumentos contemporáneos, como sus esfuerzos
por desligar al radicalismo de toda impronta revolucionaria o las afir-
maciones de que la UCR contaba con soluciones para preocupaciones
novedosas como las “cuestiones obreras” y la justicia social, vistos en el
capítulo anterior. El rechazo al Frente Popular parece haberse derivado,
por lo tanto, de varias consideraciones: el anticomunismo, personal y
partidario; una búsqueda de sintonía con las preferencias atribuidas a
los votantes radicales; la tradición intransigente contraria a todo acuer-
do, un argumento que se explicitó especialmente al rechazar acerca-
mientos con el socialismo, un punto sobre el que se volverá más abajo;
y un aspecto también tratado en el capítulo 5, que no hay que olvidar: la
intención de mostrar gestos de moderación y de buena voluntad hacia
el gobierno de Justo en un momento, la segunda mitad de 1936, en que
se creyó posible negociar con él, una expectativa que recién se desvane-
ció definitivamente con las elecciones de Santa Fe en febrero de 1937.82
La posición antifascista y anticomunista de Alvear encontró con-
densación en una mirada que, si tampoco fue ajena a otros sectores del
radicalismo, fue especialmente nítida en su presidente. Ambos eran fe-
nómenos condenables. Pero no sólo por ser ajenos a las tradiciones ar-
gentinas. Más aún, por el rasgo que los unía, el sojuzgamiento del indi-
viduo ante el Estado. Comunismo y fascismo eran totalitarismos. Así lo
expresó a lo largo de 1937: “¿Y sabéis bien, vosotros, lo que significa esa
reacción de derecha, como lo que significa el extremismo de izquierda?
El Estado totalitario, es decir, que el único propietario es el Estado, y el
Marcelo T. de Alvear 261

individuo, como tal, con su trabajo, con sus propiedades, desaparece;


que el individuo está al servicio del Estado –un concepto nuevo–, y no
el Estado al servicio de los individuos, como ahora”.83 Como manifestó
con contundencia en un artículo en el diario La Prensa: fascismo y co-
munismo suponían “la abolición del individuo en beneficio de la enti-
dad ‘estado’”; invertían “la vieja fórmula liberal: el Estado se funda para
facilitar el desenvolvimiento y los derechos y asegurar las garantías del
individuo”. Alvear reconocía en el comunismo un “propósito superior
e idealista”. Pero esta característica, precisamente, lo hacía aún más
peligroso que el nazifascismo.84
Estos diagnósticos se correspondían con sus inclinaciones persona-
les ante la realidad europea del pasaje de los años treinta a los cuarenta.
Era sabido, y Alvear no lo ocultaba, por ejemplo, su carácter de “amigo
de Francia”, presente tanto en su correspondencia privada como en sus
declaraciones públicas.85 También, su admiración por los Estados Unidos
y su presidente Roosevelt, e Inglaterra. En consecuencia, al momento de
manifestar su posición personal ante la Segunda Guerra Mundial, declaró
sin ambages su adhesión a los Aliados y, más precisamente, a esos tres
países, a menudo invocados como las “tres grandes democracias”.86
Teniendo todo esto en consideración, en el marco de la UCR Alvear
enfrentó un límite, que intentó resignificar, la tradición de neutralidad.
Cómo adaptar este tema al escenario abierto, sobre todo con la Segunda
Guerra Mundial, fue motivo de controversias y debates dentro del par-
tido. Como se vio en el apartado anterior, ya Honorio Pueyrredón, que
había sido canciller de Yrigoyen, había revalidado esa tradición en la
Convención Nacional de septiembre de 1940, atacando “la propagan-
da, que habría observado en ciertos núcleos, destinada a hacer aparecer
aquella política como favorable a tendencias que actualmente se mani-
fiestan como totalitarias”.87
Esa tradición neutral era lo suficientemente ambigua como para que
pudiera apropiarse desde perspectivas nacionalistas y antiimperialis-
tas. Fue contra esta posibilidad que Alvear, aquí sí más en sintonía con
Pueyrredón, intervino en la conflictiva Convención Nacional de mayo
de 1941. Luego de volver sobre los tópicos ya transitados, la condena
por igual al fascismo y al comunismo y la afirmación de que el radica-
lismo no era de izquierda ni de derecha, Alvear criticó distintas posicio-
nes presentes en el partido: las nacionalistas con sesgos antibritánicos
262 Leandro Losada

que apelaban a la cuestión Malvinas, los tópicos antiimperialistas y,


finalmente, la alusión al neutralismo. Según La Prensa, afirmó que

la propaganda encontrada dentro del radicalismo se ha hecho


[…] ensayando diferentes formas para ver hasta qué punto podía
perturbarse la conciencia argentina: primero fueron las islas Mal-
vinas, utilizándose para eso una situación que tendrá que resol-
verse en su hora, pues nunca fue motivo suficiente para perturbar
las relaciones amistosas que mantenemos con el Reino Unido.
Un día no se oyó más ese grito; pero apareció otro: el imperialis-
mo británico e imperialismo americano. Cuando no se consiguió
nada con ello, se echó mano de otro recurso: neutralismo.88

Finalmente, la convención, presidida por José Luis Cantilo, no planteó


una posición abiertamente aliadófila, o atlantista, aquella más cercana
a las convicciones de Alvear. Repudió el totalitarismo, pero sostuvo, si
se quiere desde una perspectiva más cercana a la que había esgrimido
Pueyrredón, la tradición neutralista del radicalismo, enfatizando que
no implicaba desinterés ni denuncia contra las naciones europeas, ni,
por lo tanto, distanciamiento de los valores democráticos, liberales y re-
publicanos, así como inacción frente a eventuales riesgos a la soberanía
nacional, en alusión a las denuncias de infiltraciones nazis.89
Ahora bien, ¿cómo incidió el escenario internacional, la mirada que
de él tuvo Alvear y los contrapuntos entre ésta y las posiciones internas
del partido en su desenvolvimiento en la política local?
En primer lugar, se advierte que Alvear comenzó a situar paulatina-
mente la situación local en correspondencia con el contexto internacio-
nal. La “reacción conservadora” a la que aludía reiteradamente, a medi-
da que avanzó la década del treinta, parecía incluir retrógrados que eran
algo más que conservadores a destiempo. La lucha por la libertad cívica
y electoral desplegada en el país era una expresión singular de una con-
frontación entre libertad y autoritarismo que recorría el mundo. Había
una disputa entre “dos tendencias profundas. Una es la de la regresión,
y otra la de la libertad y la democracia”.90
Este retrato, sin embargo, estuvo recorrido por matices. Penduló de
acuerdo a la coyuntura nacional. Los momentos en los que los proble-
mas de la libertad en la Argentina se situaron más en sintonía con la
Marcelo T. de Alvear 263

situación mundial fueron la contienda de 1937, eslabón final de una uti-


lización del fraude y de la violencia cada vez más notoria; el momento
inmediatamente posterior a la derrota hasta que se despejaron las dudas
sobre Ortiz; y el sombrío panorama instalado a partir de la delegación
del poder en Castillo, que coincidió, vale recordar, con la ocupación
alemana de Francia.
En segundo lugar, en sus últimos dos años de actuación pública,
1940 y 1941, Alvear mostró alguna preocupación por la posibilidad de
que el fascismo se desplegara en el país. Se ha visto más arriba que entre
las razones referidas al momento de explicar su negociación con Pinedo
figuraba la necesidad de salvaguardar la democracia argentina en un
escenario que, por sus circunstancias internacionales, podía alentar a
quienes quisieran erradicarla definitivamente.
Asimismo, recibió con entusiasmo la aparición de periódicos como
Argentina Libre, un semanario a favor de la causa francesa, y se sumó a
Acción Argentina, una entidad que englobó a distintos personajes pú-
blicos vinculados por su condena al nazifascismo.91 Con relación a la
primera, celebró que apareciera una tribuna que permitiera “llamar a
las multitudes para defender el acervo de la cultura de Occidente […]
[y para] exaltar y fortalecer su conciencia frente al peligro”.92 Respecto
de la segunda, ya prácticamente al borde de su retiro de la vida públi-
ca, participó del “Cabildo abierto” realizado en mayo de 1941, donde
afirmó, retomando el panamericanismo que en su momento había fijado
el comité nacional, que “América debe ser el baluarte de los elevados
principios desaparecidos ya en algunas naciones del viejo mundo, y los
pueblos de este continente deben defenderse con fervor contra la doc-
trina y la acción de los países conquistadores, que sólo son guiados por
sus anhelos de dominación y hegemonía”.93
Sin embargo, conviene recordar los puntos señalados más arriba:
estas preocupaciones no diluyeron un diagnóstico más persistente se-
gún el cual el problema de fondo del país era la tergiversación de las
instituciones. Sólo este problema nacional sin resolución podía darle
consistencia a los peligros más novedosos y “extranjeros”. Para Alvear,
los dilemas argentinos siguieron teniendo hasta último momento, y a
pesar de reconocidos cambios de coyuntura, una especificidad local de
fondo. A su vez, si el peligro fascista se reconoció más perentorio en los
primeros años cuarenta, el comunista siguió ocupando un lugar de equi-
264 Leandro Losada

valencia a él. Como dijo en la convención de mayo de 1941, el fascismo


era un peligro urgente, pero el comunismo, quizá menos inminente,
era igualmente acuciante: la “derecha” era “el peligro inmediato”; la
izquierda “quiere envenenar el alma nacional con ideas exóticas”.94
Desde este punto de vista, las decisiones tomadas en la política
nacional inspiradas por los acontecimientos internacionales resulta-
ron de la conjugación del diagnóstico de esos episodios con las coor-
denadas del escenario local. Esta conjugación explica tanto los móvi-
les de las iniciativas como, también, el fracaso que las coronó. Así se
advierte en sus dos expresiones ejemplares: las propuestas frentistas
o aliancistas alentadas por la izquierda y la negociación ya señalada
con Pinedo.
Con relación al primer punto, la iniciativa de Frente Popular plan-
teada en 1936, primero en el acto por el 1° de Mayo, luego con moti-
vo de la inauguración del monumento a Roque Sáenz Peña, en agosto,
estuvo inspirada fundamentalmente por las coordenadas locales. Más
precisamente, fue un préstamo de la política internacional aplicado a
un diagnóstico local: aunar a los “tres partidos populares y legalitarios”
para combatir el gobierno fraudulento y lograr la libertad electoral, en
momentos en que, a su vez, se había lanzado la iniciativa de un “Frente
Nacional” desde sectores conservadores.95
El éxito que, según Nicolás Repetto, hubo en esos dos aconteci-
mientos, alentó que se avanzara en la propuesta de un frente común
para las elecciones de 1937. Siempre de acuerdo al dirigente socialista,
se reconocía que debía estar presidido por “una gran fórmula presiden-
cial escogida por el radicalismo”. Ésta “fue descartada inmediatamente
por el doctor Alvear, quien invocó la idiosincrasia propia de su partido
y la tradición de intransigencia que mantiene en materia de unión o
colaboración con otros partidos”. También rechazó las invitaciones a
iniciar una campaña conjunta de agitación electoral y un comité parla-
mentario que coordinara la acción de socialistas, demócrata progresis-
tas y radicales.96
Poco después de las elecciones presidenciales de septiembre de
1937, el socialismo volvió a proponer un acercamiento al radicalismo.
Para ese fin, Repetto y Alvear mantuvieron una entrevista en diciembre
de ese año. Aquí aparecieron más explícitamente las eventuales reper-
cusiones locales del contexto internacional. El móvil era generar “un
Marcelo T. de Alvear 265

gran movimiento de opinión para restablecer en el país el imperio de


la legalidad”, pero también defenderlo del peligro de infiltraciones na-
zis, un argumento que anticipó, como se encargó de subrayar Repetto,
el que proclamó el presidente Ortiz en la Asamblea Legislativa de 1939.
Alvear se limitó a escuchar “deferentemente”. La impaciencia de Repetto
se plasmó en un artículo de La Vanguardia, en el que mostró su sorpresa
y desconcierto ante “la indiferencia que muestran no pocos políticos ar-
gentinos ante ciertos hechos, que mirados con sereno criterio democráti-
co deberían inquietarlos en sumo grado […] [estaban] subyugados por la
obsesión electoral o el asalto a las posiciones de gobierno”.97
Finalmente, al producirse la delegación del gobierno de Ortiz en
Castillo y la conformación por parte de éste de su propio gabinete en
septiembre de 1940, se habría manejado la posibilidad de un golpe de
Estado que llevara a la conformación de un triunvirato, integrado por
Alvear, Mario Bravo y el general Márquez, para que se hiciera cargo del
gobierno y convocara a elecciones. Más allá del grado de verosimilitud
de esta versión, atribuida a allegados de Bravo y de la cual no hay indi-
cios en el archivo disponible de Alvear, el plan no se concretó, según las
mismas versiones, por el rechazo de Ortiz así como por los “escrúpulos
legalistas” del presidente de la UCR.98
Las diferencias con el socialismo, asimismo, se plasmaron en las
iniciativas encaradas frente al escenario internacional. En principio, se
ha dicho, el comité nacional de la UCR se inclinó por el panamericanis-
mo. Por ello, en 1936 rechazó la invitación de Alicia Moreau de Justo
a participar de la Conferencia Popular por la Paz en América. Se vio
en ella un intento de influir en la opinión, anticipándose a la sesión de
la Conferencia Interamericana impulsada por Franklin Roosevelt, que
llegó al país a fines de noviembre de ese año para participar de su inau-
guración, y cuyo presidente fue el canciller argentino Carlos Saavedra
Lamas, flamante premio Nobel de la Paz.99
Pueden trazarse varias conjeturas para explicar el rechazo a los
acercamientos con el socialismo. Por un lado, la alianza para las elec-
ciones presidenciales de 1937 no fue descartada por una decisión ex-
clusivamente personal de Alvear. Fue la Convención Nacional, presi-
dida por Pueyrredón, la que la desestimó, aludiendo, sí, como subrayó
Repetto, a la tradición de intransigencia de la UCR.100 En segundo lugar,
teniendo en cuenta los diagnósticos locales e internacionales de Alvear,
266 Leandro Losada

es plausible que la urgencia de un frente popular o de un acercamiento


al socialismo no le resultara perentoria antes del estallido de la Segunda
Guerra Mundial.101 Merece precisarse que la comisión parlamentaria de
socialistas y radicales que se abocó a la investigación de la infiltración
nazi, planteada por primera vez en 1938, se sustanció recién en 1941,
cuando Alvear, además, ya estaba prácticamente retirado de la política.102
Por último, debe tenerse en cuenta la configuración de la política lo-
cal. Cabe decir dos cosas al respecto. Con relación a la posibilidad de un
frente para las elecciones presidenciales de 1937, hay que recordar que,
hasta inicios de ese mismo año, Alvear contempló una apuesta diferente,
el acercamiento con Justo, finalmente fallido. Por otro lado, e incluso al
margen de lo anterior, la relación de la UCR y del propio Alvear con el
socialismo estaba signada por la tensión y el recelo más que por la armo-
nía. La historia tenía largas raíces, pero se acentuó desde la incorporación
del socialismo al sistema implementado en 1932. En el capítulo 4 se vio
que, ya en 1931, Alvear había recibido sugerencias de tantear un frente
con socialistas (y demócrata progresistas), a partir de la premisa de que
una torsión abstencionista de la UCR tendría una solidaridad limitada en
ambos partidos. Decidida la ausencia de las urnas, la captación de votos
radicales por los socialistas fue una razón reiterada para insistir en la
necesidad de abandonar la abstención. Una vez asumido el concurren-
cismo, el rechazo a toda posibilidad aliancista probablemente fue una de
las maneras con las que Alvear procuró marcar su correspondencia con
la línea intransigente del partido cuando la participación electoral, justa-
mente, autorizaba a ponerla en duda.103 A ello, finalmente, hay que sumar
diferencias no sólo políticas o ideológicas, sino personales. Alvear tuvo
cruces importantes con dirigentes socialistas, entre ellos, Mario Bravo,
que había intervenido en las tratativas para la entrevista entre Repetto
y Alvear de diciembre de 1937, y habría sido su eventual compañero en
el triunvirato pergeñado ante la asunción del poder por Castillo.104 La
contrariedad de Repetto con la UCR, por lo demás, se advierte en sus
memorias. Allí reprodujo una intervención parlamentaria de 1938 que
muestra cómo las rivalidades deparadas por la política nacional aflora-
ron apenas se diluyeron las posibilidades de acercamiento. Definió al ra-
dicalismo como “simplemente un movimiento de opinión”, subrayó las
coincidencias entre diputados radicales y conservadores, en especial en
temas fiscales, financieros y sociales, sugiriendo así las imposturas de la
Marcelo T. de Alvear 267

plataforma de 1937, e ironizó sobre “el sonoro título” que ostentaba el


radicalismo, marcando lo infundada que estaba su pretensión de aparecer
como una versión local de su homónimo francés, un objetivo que Alvear
parece haber considerado.105
Es cierto que Alvear tuvo intervenciones frente a la situación in-
ternacional que fueron más allá de lo declamatorio, emprendidas al
margen de su rol de presidente de la UCR, y en las que las diferencias
políticas locales se pusieron en suspenso. Por ejemplo, hay indicios en
su archivo de gestiones por las que habría intercedido ante el gobierno
nacional para que intelectuales y artistas españoles, refugiados o dete-
nidos en Francia luego de salir clandestinamente de su país, pudieran
obtener asilo en la Argentina. En esta iniciativa sumó esfuerzos a los
realizados por hombres del socialismo como Alfredo Palacios.106 De to-
dos modos, vale recordar que entre ambos había un vínculo que iba más
allá de la política, como lo indica el hecho de que Palacios había sido
uno de los abogados de Alvear cuando solicitó el hábeas corpus durante
su detención en diciembre de 1932.107 Alvear también manifestó su res-
paldo a la República y repudió el bombardeo a Guernica, en medio de
la Guerra Civil Española, gesto agradecido por el gobierno vasco.108 A su
vez, sus declaraciones contra el nazifascismo no sólo se publicaron en
la prensa local, sino también en medios como L’Italia del popolo. Este
diario, el más importante de la colectividad italiana en la Argentina de
entonces, estuvo recorrido por la diversidad ideológica del campo anti-
fascista, con sus consecuentes tensiones.109
En segundo lugar, como ya se mencionó, Alvear adhirió en 1940 a
la creación de Acción Argentina, impulsada por un elenco preponde-
rante de socialistas y demócrata progresistas. Sin embargo, todo esto no
invalida lo comentado más arriba. Se corresponde con las alertas más
pronunciadas que aparecieron en sus declaraciones una vez iniciada
la guerra, y más aún cuando la situación europea, inclinada a favor del
Eje, se conjugó con la delegación del poder por parte de Ortiz. Acción
Argentina supuso un marco más cercano que el radicalismo a la sensi-
bilidad personal de Alvear frente al conflicto. Antes de su aparición,
además, había respondido a convocatorias parecidas. Por ejemplo, en
1939, a la Unión Popular Argentina por la Alianza de las Américas, con
una perspectiva panamericanista y una composición multipartidaria
(estaban Julio Noble y Américo Ghioldi, por ejemplo) semejantes a la
268 Leandro Losada

de la entidad creada en 1940.110 Quizá más esclarecedor aún es el hecho


de que Acción Argentina pudo congregar las figuras que convocó por-
que priorizó los pronunciamientos frente a la situación internacional,
evitando intervenciones decididas sobre la coyuntura local y la políti-
ca partidaria. Por ello, incluso, en el radicalismo hubo cautela cuando
no disconformidad con la organización, sumándose así un motivo de
tensión entre las bases partidarias y su presidente.111 Finalmente, en
Acción Argentina, además de socialistas y demócrata progresistas figu-
raron otro tipo de personalidades, algunas de ellas amigas de Alvear y
ajenas al mundo político, como Victoria Ocampo, y otras, de disímiles
procedencias partidarias, como Federico Pinedo.112
Las negociaciones con Pinedo, justamente, muestran los realinea-
mientos que se estaban abriendo en la política local a inicios de los años
cuarenta al compás de los acontecimientos internacionales. Pero tam-
bién reflejan el condicionamiento, finalmente decisivo, que la herencia
de la trama política local iniciada en la década del treinta impuso a esas
reubicaciones.
Como se ha mostrado en el apartado anterior, Alvear, al momen-
to de hacer públicas las razones que lo habían llevado a recibir a su
antiguo rival, expuso los mismos motivos, y las mismas críticas, que
Repetto planteó cuando rememoró su convocatoria al radicalismo: la
necesidad de anteponer la salud y la vigencia de las instituciones a las
aspiraciones personales y las mezquindades políticas, a causa de los
peligros que se cernían sobre el país.
Las razones para que Alvear recibiera mejor la invitación de Pinedo
que la de Repetto sólo pueden conjeturarse, pero lo relatado hasta aquí
ofrece algunas pistas: desde un desplazamiento en el diagnóstico de co-
yuntura entre 1937 y 1941, más atento al crecimiento de las tendencias
autoritarias de corte antiliberal, hasta las coincidencias con Pinedo en
la posición sobre el conflicto mundial. Al igual que Alvear, Pinedo era
un aliadófilo y un “atlantista”. El propio plan de reactivación econó-
mica del ministro promovía un reposicionamiento internacional de la
Argentina orientado a fortalecer, entre otras cosas, los vínculos con los
Estados Unidos.113
Es sintomático que detrás del acercamiento de Alvear con Ortiz,
primero, o con Pinedo, después, se viera la mano oculta del imperialis-
mo, británico o estadounidense, según los casos. Estas suspicacias, por
Marcelo T. de Alvear 269

cierto, fueron planteadas por miembros de la propia UCR. Por ejemplo,


Raúl Damonte Taborda sostuvo que Pinedo apuraba gestiones con el
radicalismo debido a que los banqueros norteamericanos habían exigi-
do que el plan tuviera aprobación parlamentaria.114 Las versiones que
afirmaban que Justo estaba detrás de las negociaciones obtenían algo
de plausibilidad, también, por los reacomodamientos alentados por la
situación internacional. Dentro del Ejército aparecía cada vez más como
una contención al crecimiento de los sectores neutralistas o simpati-
zantes del Eje. Se ha dicho que no hay evidencias para saber si Alvear
estaba al tanto de si Justo estaba detrás de Pinedo, en caso de que hu-
biera sido efectivamente así, y que es válido preguntarse si el rencor
abierto por las frustradas negociaciones en 1936-1937 habría permitido
un nuevo acercamiento. Pero el antecedente, en sí mismo, que ya había
sido polémico en aquel momento, no permite descartar completamente
que Alvear y Justo pudieran haber vuelto a encontrarse cuando las cir-
cunstancias parecían aproximarlos nuevamente.115 Como fuere, según
se vio, la gestión de Pinedo resultó en sí misma inaceptable para la
intransigencia radical.116
En suma, el fracaso de estas negociaciones, sobre todo la ensayada
con Pinedo, puede pensarse desde la conjugación de varios factores.
Por un lado, sus protagonistas, como el mismo Alvear, arrastraban un
desgaste notorio en sus propios espacios políticos a inicios de los años
cuarenta, pero posiblemente también ante la opinión pública en un sen-
tido más general. La apatía promovida por el funcionamiento efectivo
de la política fue registrada por la prensa y advertida por el propio Al-
vear, como se vio más arriba, al apuntar que muy probablemente ya no
se podía contar con un “pueblo noble y abnegado”, pues había “muerto
con el fraude, la violencia y el crimen”.117
A ello se sumaban las desconfianzas e inquinas entre esos protago-
nistas, heredadas de las disputas ocurridas, por lo menos, desde 1930.
Piénsese en los recelos de Alvear para con los socialistas, y de éstos
para con él, así como los que, probablemente, perduraron entre Alvear
y Pinedo o Justo, a pesar del acercamiento que pudieron alentar las ne-
cesidades y las circunstancias.
El enfrentamiento entre la UCR y los participantes del escenario
afirmado en 1932, incluyendo en él a ese elástico oficialismo que fue la
Concordancia pero también la oposición constituida por socialistas y
270 Leandro Losada

demócrata progresistas, fue un clivaje perdurable, que parece haber ob-


turado, ya a inicios de la década del cuarenta, posibles realineamientos
derivados de la situación internacional, que quizá habrían permitido
encontrar una salida a la crisis política e institucional del país. Para
entonces, el descrédito y las variantes políticas antagónicas a la Cons-
titución de 1853 habían ganado lugar en importantes actores políticos,
como el Ejército, al tiempo que considerables sectores de la opinión
pública parecían estar atravesados por una paulatina pero creciente in-
diferencia frente al mundo político.

Final del juego

Alvear mantuvo hasta el final una mirada sobre la sociedad argentina


que abrevaba en una representación del país que para entonces ya
tenía profundas raíces, al menos, en la versión mitrista de nuestra
historia. La Argentina, por ser una sociedad nueva, era un país pro-
misorio. Esta concepción sostuvo su convicción de que en la Argen-
tina ni fascismo ni comunismo podían arraigar, y que el problema
fundamental del país era político, la corrupción republicana de la
Concordancia.
República y democracia formaban parte de la “argentinidad” por-
que esos conceptos no sólo remitían a un diseño político establecido
por la Constitución, sino a las mismas características de la sociedad
como tal. La Argentina era democrática y republicana debido a que era
una sociedad de iguales en la que las posiciones individuales se labra-
ban a partir del mérito y la virtud: “La democracia, que tiene abiertos
los caminos a los más altos y encumbrados puestos, para cualquier
ciudadano que sea digno de ocuparlos. Esa es la característica de la
democracia: el hombre que vale, puede llegar y llega”.118
La igualdad y el mérito se traducían de manera visible estadísti-
camente en aquello que distinguía a la sociedad argentina, las clases
medias:

aquí hay una clase media surgida con el esfuerzo de su propio tra-
bajo. Esa es la grandeza de la República […] El Partido Radical no
quiere clases privilegiadas. Quiere la democracia integral y com-
Marcelo T. de Alvear 271

pleta y que dentro de ella surjan los que tengan más condiciones,
más energías para el trabajo, más inteligencia y, por lo tanto, se
destaquen para bien propio y para bien de su patria.119

Semejantes afirmaciones, tampoco estrictamente originales, podrían


pensarse como intentos de revalidar las nociones de república y de-
mocracia, subrayando sus connotaciones sociales, cuando su signifi-
cado político parecía ser cada vez más indiferente en la ciudadanía,
como el propio Alvear advirtió con inquietud. Sin desconocer esta
posibilidad, quizá sería una interpretación incompleta. Así lo sugie-
re el hecho de que son concepciones que Alvear no deslizó sólo en
público ni en el cambio de los años treinta a los cuarenta. Aluden
de algún modo a posiciones personales perdurables. En su correspon-
dencia privada se multiplican los testimonios similares a los recién
citados, en los que subrayaba que su convicción democrática tenía
raíces o propósitos más profundos que defender un sistema político.
Implicaba en realidad avalar un tipo de sociedad: “Para que la Ar-
gentina cumpla debidamente su destino, es indispensable que tenga
una vida democrática intensa, en la que sólo cuenten para ascender
y ocupar los puestos directivos, las propias condiciones de sus hijos,
adquiridas y demostradas en las luchas del trabajo, de la inteligencia,
o de la política”.120
Lo cierto es que Alvear mantuvo un optimismo sobre la socie-
dad que nutrió sus críticas a la política. Pero el optimismo dio pie al
pesimismo. El contraste entre política y sociedad alimentó su desen-
canto ante la persistencia de vicios y corrupciones. Este desencanto
fue aún mayor porque ese estado de cosas arrastraba consigo al grupo
social del que provenía y con el que nunca dejó de filiarse: “Veo a los
hombres de apellidos más destacados; veo a los miembros de nuestras
instituciones intelectuales más elevadas; veo a los componentes de los
círculos aristocráticos por excelencia, apresurarse en tropel alrededor
de los mandatarios, sin preguntar de dónde vienen ni adónde van,
tratando sólo de averiguar qué pueden dar”.121 La corrupción reinan-
te impedía que el patriciado mostrara sus virtudes republicanas, las
cualidades intrínsecas a esa procedencia social. Los miembros del pa-
triciado, en lugar de nutrir una aristocracia, se sumaban a los elencos
de la oligarquía.
272 Leandro Losada

Ahora bien, el patriciado no sólo estaba en crisis por los vicios po-
líticos que lo invalidaban, en última instancia, como tal. La sociedad en
sí misma lo desplazaba. Aquella sociedad republicana y democrática,
basada en el mérito y la virtud, tenía como desenlace inexorable el des-
plazamiento del grupo que la había creado y conducido. Alvear parece
haber advertido que había llegado el momento de un relevamiento so-
cial y generacional inevitable. Era la hora de los descendientes de los
inmigrantes del cambio de siglo, de las clases medias que evocaba en
los discursos arriba reproducidos.
Este reconocimiento estaba acompañado de otro, paralelo, al grupo
que había creado esa sociedad. Si el reemplazo era posible, e incluso
deseable, lo era porque en la Argentina nunca habían habido prerroga-
tivas de apellido:

Nosotros, con la democracia hemos formado una gran Nación.


Nuestros hombres, los más eminentes, han surgido por su pro-
pio esfuerzo a las posiciones más destacadas de la República, sin
preferencias ni prerrogativas de círculos o apellidos. Han sido
producto de sus propios esfuerzos. Se puede decir, en verdad,
que la Argentina ha sido gobernada y está gobernada por la clase
media, formada casi por la primera generación de hijos de rudos
trabajadores, que quieren recompensar a esta tierra por los dones
de ella recibidos, con la gloria que dan a su país. En el Congreso,
en las más altas magistraturas del Estado, entre los más altos pre-
lados del Clero, muchos son ciudadanos de origen modesto, pero
dignos de la consideración y del aprecio de sus conciudadanos.
Así es la democracia argentina: ese es el espíritu liberal argentino
que un grupo de políticos quiere hacer terminar, para substituirlo
por el de minorías selectas, que no tienen de selectas más que
la habilidad para conseguir el poder por cualquier medio y para
conservarlo por cualquier medio también.122

El patriciado y las clases medias estaban forjados en la misma fragua,


más allá de sus diferencias sociológicas: la virtud y el esfuerzo. Nueva-
mente, además, el patriciado que había creado esa sociedad republicana
y móvil no se confundía con la oligarquía que gobernaba, por más que
hubiera apellidos comunes entre ambos. Esta última, las minorías que
Marcelo T. de Alvear 273

“no tienen nada de selectas”, no aquél, era la responsable de entorpe-


cer la movilidad social. El problema, nuevamente, era la política, no la
sociedad.123
Otra vez, no parece que semejantes manifestaciones hayan estado
motivadas sólo por la búsqueda de complacer a los auditorios de sus ac-
tos proselitistas. En su correspondencia personal dejó testimonios que
dan cuenta del convencimiento sobre un fin de época, de un futuro que
no tiene su protagonista en las familias tradicionales, tanto por las di-
visiones que trajo consigo la enrarecida vida política de entonces como
por el cambio estructural ocurrido en la sociedad: “no creo que las reac-
ciones saludables para el país, para su moralidad, para la probidad de
sus mandatarios, para la vida auténtica institucional y política, puedan
venir sino de otras generaciones o de otras clases sociales”.124
¿Cuáles fueron las razones de este balance final? Podrían enume-
rarse aspectos ya mencionados, que el propio Alvear refirió: la vejez
(como escribió a Naón en la carta citada: “soy pesimista. Será porque ya
me siento viejo, y todos los viejos somos un poco gruñones”), la fallida
actuación política, la resistencia creciente a su figura.
En todo caso, es menos importante pensar qué motivó estos balan-
ces que subrayar lo que develan. Por un lado, un grupo social fractura-
do internamente a causa de la política, no sólo porque sus miembros
tuvieran distintas filiaciones partidarias o ideológicas, sino porque esas
diferencias políticas podían atenuar o disolver las afinidades basadas
en otros rasgos compartidos, como el origen familiar, las sociabilidades
o el estatus económico.
En segundo lugar, pero en relación con lo anterior, hay un balance
de fracaso íntimo. El artífice del descalabro político argentino, o al me-
nos el testigo pasivo del mismo, era el grupo que debería haber condu-
cido y consolidado el país. La restauración oligárquica, si no había sido
estrictamente una restauración (se han visto la distinciones trazadas por
Alvear entre los elencos políticos de la década del treinta y los anterio-
res a 1912) tampoco era nada parecido al retorno de una clase social al
poder. No sólo por eventuales diferencias sociológicas entre la oligar-
quía concordancista y el patriciado, sino porque quienes se sumaban al
estado de cosas instalado después de 1930, aun proviniendo de familias
antiguas o tradicionales, de “los círculos aristocráticos”, no eran, por
definición, parte de una elite patricia. Ésta no remitía sólo a un origen
274 Leandro Losada

social o a un estatus económico, sino a una responsabilidad política. Si


en 1930 había “regresado” una clase social al poder, Alvear no se sentía
parte de ella o no consideraba pares a sus miembros.125

En 1941. Hacia el final de su vida, Alvear mostró desencan-


to frente a su círculo social, por las responsabilidades que,
a su juicio, le cabían en los rumbos que había tomado la
Argentina. Fuente: Archivo General de la Nación
Departamento de Documentos Fotográficos.

Alvear, por lo tanto, concluyó con amargura que el patriciado había


fallado en su misión y al mismo tiempo reconoció que su reemplazo
por otras clases sociales era un proceso que, inscripto en la dinámi-
ca de la sociedad, no podía detenerse ni impedirse. Trazó una mirada
Marcelo T. de Alvear 275

autocrítica de su círculo social, derivada de una personal concepción


sobre lo que éste debía ser, y la conjugó con una aceptación, si se quiere
resignada, pero no necesariamente reactiva, de las consecuencias de la
sociedad democrática.
La conciencia de fin de ciclo estuvo presente en otros personajes,
cercanos a Alvear, para quienes también era nítido que “el espíritu de
nuestra generación, la generación que se va […] hizo lo que le fue dado
con fe y sentimiento”.126 En cambio, otros testimonios, como los de Fe-
derico Pinedo, muestran la reacción opuesta: la indignación ante una
sociedad que no reconoce sus deudas con el patriciado, y en la que los
artífices de esa ingratitud, que llega a calumnia, son los hijos de inmi-
grantes, vestidos de nacionalistas y, más aún, de fascistas.127 Todo esto
no quiere decir, conviene remarcar, que Alvear haya estado despojado
de eventuales prejuicios de clase. Quienes lo conocieron afirmaron que
los tuvo.128 Sólo se indica que esos prejuicios no incidieron notoriamen-
te en su palabra pública y en su mirada sobre la Argentina, o que tuvo
más recaudos para expresarlos públicamente que otros pares sociales.
Sin olvidar, por cierto, que coexistieron con opiniones y afirmaciones
contrarias a tales prejuicios. Es importante tener en cuenta estos ma-
tices porque no hay que olvidar que Alvear culminó su vida en una
situación de deterioro patrimonial, tal como se vio en el capítulo 1. Sus
últimos años estuvieron pautados por el ocaso político y también por la
declinación económica, todo lo cual bien podría haber inspirado renco-
res o resentimientos más explícitos o, en todo caso, menos cuidados al
momento de hacerlos públicos.
Más allá de lo anterior, entonces, Alvear, quizá como modo de
explicarse los factores que marcaron su eclipse político, quizá tam-
bién como un modo de poner en un escenario más amplio su errático
itinerario socioeconómico, notó que la sociedad ya no daba un lugar
para personajes como él. Si se quiere, sus dificultades para aprehen-
der todos los pliegues de la escena política en la que se desenvolvió
contrastan con la manera en que advirtió y afrontó los cambios en la
sociedad.
Podría esgrimirse que su diagnóstico de estas metamorfosis tam-
bién fue errado. Es decir, que la sociedad, en lugar de móvil, en los
años treinta era conflictiva por la suspensión de la movilidad, o que sus
cambios estructurales más significativos pasaban por la creciente visibi-
276 Leandro Losada

lidad del movimiento obrero antes que por las clases medias. O incluso
si este último era el caso, que las mismas estuvieran más preocupadas
por conservar sus posiciones que por honrar la movilidad de la que eran
un resultado, algo, con todo, que no le habría pasado completamente in-
advertido, como lo sugiere, por ejemplo, el anticomunismo que advirtió
en ellas. En suma, podría argumentarse que eran otras las razones por
las que la sociedad ya no reconocía en el patriciado a su clase dirigente,
y que ese error de diagnóstico es otro indicador del desajuste de Alvear
con su tiempo.
En todo caso, aquí interesa subrayar otro punto. Éste es, que Alvear
reconoció que el ciclo político que se cerraría en 1943, enmarcado por
la desaparición prácticamente simultánea de sus personajes más repre-
sentativos (el propio Alvear, Ortiz, Justo), estaba agotado antes de esa
fecha, o al menos, en un proceso de descomposición ya casi irreversi-
ble. Y que las razones de ello encontraban un responsable último en el
patriciado del que formaba parte, o mejor aún, en las fallas de su círculo
social para ser tal. Desde su misma desfiguración en oligarquía, o en
todo caso, en testigo complaciente, cuando no beneficiario, de ella, has-
ta la apatía ciudadana y el adormecimiento de la conciencia cívica, eran
su responsabilidad. Su concepción elitista de la sociedad motivó una
mirada exculpatoria de ella y crítica de las elites a las que pertenecía.
Pero, además, hay un punto adicional, complementario más que
antagónico. Quizá para justificar sus propios reveses, quizá como resul-
tado del apego a un relato de la historia argentina por razones no sólo
ideológicas, pues en última instancia ofrecía argumentos para legitimar
la historia de su grupo social, de su misma familia, Alvear entendió que
ese ciclo político que se cerraba se superponía con, incluso se explicaba
por, el final de toda una época en la historia de la sociedad argentina,
aquella iniciada a fines del siglo XIX.
Su eclipse político, y el mismo final de su vida, eran manifestaciones
de fenómenos más amplios. Junto a un momento político, culminaba una
etapa en la historia nacional, signada por el relevamiento de las elites
tradicionales y la consolidación de los frutos de la sociedad inmigratoria
que aquellas habían diseñado. Alvear, desde este punto de vista, no sólo
es un símbolo de una Argentina que culminó a inicios de los años cua-
renta, sino un testimonio, singular desde ya pero también especialmente
explícito, de la autopercepción de ese final por quienes lo vivieron.
Marcelo T. de Alvear 277

Notas
1
“Discurso pronunciado en el comité nacional de la Unión Cívica Radical (después
de la elección presidencial de 1937)”, en Alvear, ¡Argentinos!, p. 115.
2
Cfr. “Sobre la concurrencia de los legisladores radicales a la Asamblea Legislativa
del día 25 de noviembre de 1937”, en Alvear, Acción democrática, pp. 439-443;
Persello, Historia del radicalismo, p. 117.
3
Rómulo S. Naón a Marcelo T. de Alvear, 28/1/1938, Serie Archivo Alvear, t. 5,
pp. 18-19.
4
Persello, El partido radical, pp. 181-182.
5
“Discurso pronunciado en un acto en el teatro Marconi. 22 de marzo de 1938”, en
Alvear, ¡Argentinos!, pp. 135-136.
6
“Asamblea en el Luna Park. Proclamación de candidatos, 26 de marzo de 1938”,
ibíd., pp. 142-147.
7
Persello, Historia del radicalismo, p. 118.
8
Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de poder”, pp. 49-95.
9
Todos estos énfasis pueden verse en los discursos de campaña en Tucumán, Entre
Ríos y San Juan, en Alvear, Argentinos, pp. 9-109.
10
Cfr. Ignacio López, Camino a la democratización: consideraciones sobre la polí­
tica aperturista de Roberto M. Ortiz (1938-1940), Tesis de maestría, Universidad
Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 2013.
11
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 68.
12
Ricardo Gaudio Leone a Marcelo T. de Alvear, La Rioja, 26/8/1938, ibíd., pp. 72-
73; Luna, Alvear, pp. 268-269.
13
La Nación, 6/12/1938 y 8/12/1938.
14
“Memoria del Comité Nacional 1938”, Serie Archivo Alvear, t. 5, p. 121.
15
“Renovación de autoridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en
la sesión del día 7-2-1939”, en ¡Argentinos!, pp. 160-168.
16
Marcelo T. de Alvear a Marcos A. Victorica, Buenos Aires, 13/1/1939, Serie Ar­chi­
vo Alvear, t. 5, pp. 140-141.
17
La Nación, 1/6/1939.
18
Ricardo Garbellini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 21/2/1938, Serie Archi­
vo Alvear, t. 5, pp. 46-47. Cfr. también la carta anónima reproducida por Persello,
Historia del radicalismo, p. 121.
19
La Nación, 1/6/1939.
20
La Nación, 2/6/1939.
21
La Nación, 30/5/1939.
22
La Nación, 29/5/1939; Goldstraj, Años y errores, p. 166.
23
La Nación, 30/5/1939. El discurso también está en “Convención nacional de la
UCR. Sesión inaugural-29-5-1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 180-183.
278 Leandro Losada

24
La Nación, 30/5/1939.
25
Ibid.
26
“Banquete en honor del Dr. Alvear. Paraná, Junio 1 de 1939”, en Alvear, ¡Argenti­
nos!, pp. 184-188.
27
Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, p. 127.
28
La Nación, 30/5/1939; “Convención nacional de la UCR”, en Alvear, ¡Argentinos!,
p. 183.
29
La Nación, 31/8/1939.
30
La Nación, 30/8/1939 y 2/9/1939.
31
Privitellio, “La política”, pp. 128-129.
32
Respectivamente: “Para Crítica. (Declaraciones con motivo de un telegrama del P.
Ejecutivo Nacional al Gobernador de Catamarca)”; “Declaraciones del H. Comité Na-
cional de la UCR con motivo del telegrama dirigido al gobernador de Catamarca por
el P. Ejecutivo Nacional. 19-12-1939”, ambos en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 217-221.
33
“Banquete en honor de los candidatos a la Gobernación y Vice de Salta, Dres.
Arias y Bavío. 17-2-1940”, ibíd., pp. 222-225.
34
“Proclamación de los candidatos de la UCR a senador, diputados nacionales y
concejales municipales por la Capital. Asamblea en el Luna Park. Buenos Aires,
Marzo 20 de 1940”, ibíd., pp. 226-234.
35
Persello, Historia del radicalismo, p. 119; Luna, Alvear, p. 288.
36
“Banquete en honor de los gobernadores electos de Córdoba. (En el Alvear Palace
Hotel). Buenos Aires, 4-5-1940”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 243-246. Por enton-
ces multiplicó los elogios al radicalismo cordobés: destacó el “gobierno admira-
ble del Dr. Sabattini”: “Recepción al Dr. Alvear. En Córdoba. 16-5-1940”, en ibíd.,
pp. 247-248.
37
Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, pp. 239-246.
38
La Nación, 3/9/1940.
39
La Nación, 24/9/1940.
40
Cfr. Juan Llach, “El Plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de
la economía política del peronismo”, Desarrollo Económico, 92, 1984, pp. 515-558.
41
Pueden verse las críticas de los radicales Eduardo Laurencena en el Senado e
Ismael López Merino en Diputados, en La Nación, 12/12/1940 y 16/12/1940 res-
pectivamente. Cfr. también Persello, El partido radical, pp. 225-231.
42
La Nación, 10/1/1941.
43
Federico Pinedo, “Contestando al Dr. Alvear. Discurso pronunciado el 3 de
septiembre de 1937”, en Pinedo, En tiempos de la República, t. V, Buenos
Aires, Editorial Mundo Forense, Buenos Aires, 1948, pp. 233-240. El discurso
que motivó la réplica de Pinedo es “Acto de clausura de la campaña pre-
sidencial, en el Luna Park. Capital Federal, 1° de septiembre de 1937”, en
Alvear, Acción democrática, pp. 419-438. Otras alusiones críticas de Alvear a
la política económica de Pinedo: “Proclamación en Azul. Agosto 15 de 1937”,
Marcelo T. de Alvear 279

en ibíd., pp. 342-352; “Discurso pronunciado en el Azul, el 13 de octubre de


1935”, en Alvear, Democracia, pp. 132-137. Con relación al debate Pinedo-De
la Torre, Halperin Donghi, La República imposible, pp. 152-164. Vale apuntar
que Pinedo, figura principal de la política económica, ya había dejado de ser
ministro de Economía de Justo para septiembre de 1937. Lo habían sucedido
Roberto Ortiz y Carlos Acevedo.
44
La Nación, 11/1/1941. El artífice del acercamiento, según consigna el diario, fue
Mario Guido.
45
Potash, El Ejército y la política…, t. 1, pp. 212-213.
46
La Nación, 11/1/1941.
47
Respectivamente: Marcelo T. de Alvear a Rómulo Naón, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 68; Félix Vitale a Marcelo T. de Alvear, Monte Caseros (Corrientes),
8 de febrero de 1939, ibíd., p. 153.
48
Los pasajes de Pinedo y de Alvear reproducidos, en La Nación, 12/1/1941.
49
La Nación, 20/1/1941.
50
Ibid.
51
Eran: Alvear; José Luis Cantilo, presidente de la Cámara de Diputados; los senado-
res Tamborini y Laurencena; los diputados Guido, Boatti, Emilio Ravignani, Juan
I. Cooke, Ismael López Merino, Leopoldo Zara, Aníbal Arbeletche, Raúl Damonte
Taborda; el ex candidato a gobernador de Santa Fe, Enrique Mosca; Honorio Pue-
yrredón, presidente de la Convención Nacional; Julio Aramburu, Alberto Paz,
Félix Solanas, J. N. Costa. El diputado Sancerni Giménez, también invitado, no
concurrió por razones de salud.
52
La Nación, 13/1/1941.
53
La Nación, 11/1/1941.
54
La Nación, 16/1/1941.
55
Pinedo, En tiempos de la república, t. I, pp. 191-192.
56
Cfr. La Nación, 26/1/1941.
57
La Prensa, 2/4/1941.
58
Cfr. La Prensa, 5/4/1941.
59
La Prensa, 4/4/1941.
60
La Prensa, 10/5/1941.
61
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 231-236.
62
Cfr. al respecto, Pierre Rosanvallon, El pueblo inalcanzable. Historia de la repre­
sentación democrática en Francia, México, Instituto Mora, 2004, pp. 149-190;
Roldán, Crear la democracia, pp. 7-52.
63
La Prensa, 11/5/1941.
64
Entre los protagonistas de los incidentes de mayo, se contaba la Juventud Intran-
sigente del partido. Por su parte, Forja declaró solidaridad con quienes habían
hecho explícito el rechazo a la conducción del partido. La Prensa, 11/5/1941. Cfr.
Sebastián R. Giménez, “Radicalismo y reformismo: un análisis de su encuentro
280 Leandro Losada

en los años treinta a través de tres estudios de caso”, Prohistoria, n.° 20, 2013, pp.
67-87; Giménez, “FORJA revisitada”.
65
Cfr. Luna, Alvear, pp. 311-325; Persello, El partido radical, pp. 159-170.
66
Cfr. Sebastián R. Giménez, “Del caos al orden, de la guerra a la paz. Marcelo Al­
vear y la difícil institucionalización del radicalismo en los años treinta”, Estudios
Sociales, n.° 51, 2016.
67
Cfr. Persello, El partido radical, pp. 195-205; Persello, Historia del radicalismo,
pp. 121-130; Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear; Cattaruzza, Hechos e ideas; Catta-
ruzza, “Las huellas de un diálogo: Demócratas radicales y socialistas en España
y Argentina durante el período de entreguerras”, Estudios sociales, vol. 4, n.° 7,
1994, pp. 29-48.
68
“Banquete en honor de la fórmula triunfante Mihura-Marco. 13 de mayo de 1939”,
en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 96-97.
69
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua
de Roque Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, en Alvear, Democracia, p.
213. Cfr. también “En las iniciativas fascistas no cree el Dr. Alvear”, Crítica,
2/5/1933.
70
“Proclamación en San Nicolás. Agosto 6 de 1937”, en Alvear, Acción democráti­
ca, p. 306.
71
“Proclamación en La Plata. Agosto 30 de 1937”, ibíd., p. 415.
72
“Proclamación en Trenque Lauquen. Agosto 18 de 1937”, en Alvear, Acción de­
mocrática, p. 381.
73
“Discurso en Simoca” (1938), en Alvear, ¡Argentinos!, p. 19. También “Proclama-
ción en Colón” (1939), ibíd., pp. 81-82.
74
“Proclamación en Concordia” (1939), ibíd., p. 85.
75
Persello, Historia del radicalismo, pp. 129-130; Nállim, Transformación y crisis
del liberalismo, pp. 79-100. Cfr. Andrés Bisso, “Los socialistas argentinos y la
apelación antifascista durante el ‘fraude tardío’”, en Hernán Camarero y Carlos
Miguel Herrera (eds.), El Partido Socialista en la Argentina. Sociedad, política e
ideas a través de un siglo, Buenos Aires, Prometeo, 2005, pp. 321-342; Ricardo
Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argen­
tina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.
76
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua de Ro-
que Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, Alvear, Democracia, p. 212.
77
También lo hizo un desprendimiento del socialismo, el Partido Socialista Obrero
liderado por Benito Marianetti. Cfr. Macor, “Partidos, coaliciones y sistemas de
poder”, pp. 82-84; Persello, El partido radical, pp. 200-201; Cattaruzza, Marcelo
T. de Alvear, pp. 56-57. Cfr. también: “El Dr. Alvear expresa su satisfacción al
socialismo obrero”, Crítica, 29/8/1937.
78
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de
la UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Marcelo T. de Alvear,
Acción democrática, p. 9.
Marcelo T. de Alvear 281

79
José P. Tamborini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 2/12/1936, Serie Archivo
Alvear, t. 4, p. 274.
80
Eulogio Sanz a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 17/10/1936, ibíd., pp. 12-13;
José Luis Cantilo (presidente del comité nacional por entonces) a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires,17/10/1936, ibíd., pp. 14-21; Luis R. Gondra a Marcelo T. de
Alvear, Buenos Aires, 28/10/1936, ibíd., pp. 121-123; José Luis Cantilo a Marcelo
T. de Alvear, Buenos Aires, 11/11/1936, ibíd., pp. 243-273.
81
Sobre este tema, cfr. Ezequiel Adamovsky, “Acerca de la relación entre el radica-
lismo argentino y la ‘clase media’ (una vez más)”, Hispanic American Historical
Review, vol. 89, n.° 2, 2009, pp. 209-251.
82
A todo ello habría que sumar, además, un último aspecto: el frentismo era una
consigna a la que adherían distintas agrupaciones juveniles internas enfrentadas
a la conducción alvearista. Cfr. Sebastián R. Giménez, “La juventud radical y la
opción por los Frentes Populares (1935-1936)”, VII Jornadas de Sociología de la
UNLP, 2012.
83
“Proclamación en Esperanza. Julio 25 de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 277.
84
“Gravedad del momento actual. ‘La Prensa’. Octubre 10/37”, en Alvear, ¡Argenti­
nos!, pp. 117-122. El sesgo liberal que aparece en estas afirmaciones se explorará
en profundidad en el próximo capítulo.
85
Cfr. por ejemplo Marcelo T. de Alvear a G. Hanotaux, Buenos Aires, s/f, Serie
Archivo Alvear, 4, pp. 429-431.
86
Cfr. “14 de julio. Publicado en el Diario Crítica de Buenos Aires, el 12-7-1939”; “La
guerra europea y la Argentina. Publicado en diario El Sol de Buenos Aires el 28 de
octubre de 1939”, ambos en: Alvear, ¡Argentinos!, pp. 195-196 y 205-212. También:
“Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo T. de Alvear, como huésped de honor de
la Cámara de Comercio Británica en la República Argentina, en el almuerzo realiza-
do en el Plaza Hotel, el día 11 de julio de 1940”, en ibíd., pp. 260-273.
87
La Nación, 23 y 24/9/1940. Por entonces, el comité nacional declaró su apoyo a la
Conferencia Panamericana de La Habana, apostando a que América constituyera
un bloque continental de defensa de la democracia. Persello, Historia del radica­
lismo, p. 120.
88
La Prensa, 11/5/1941.
89
La Prensa, 13/5/1941. Cfr. Persello, Historia del radicalismo, pp. 120-121; Luna,
Alvear, p. 311.
90
“Proclamación en Córdoba. Agosto 7 de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 309. También ver: “Asamblea en el Luna Park. Proclamación de candidatos, 26
de marzo de 1938”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 142-147; “Renovación de auto-
ridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en la sesión del día 7-2-
1939”, ibíd., pp. 160-168.
91
Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, pp. 250-257; Andrés Bisso, Acción
argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Ai-
res, Prometeo, 2005.
282 Leandro Losada

92
“Inquietud colectiva (Carta al Dr. Octavio González Roura)”, en Alvear, Argenti­
nos, pp. 274-275. González Roura era el fundador de Argentina Libre.
93
Reproducido en Nicolás Repetto, Mi paso por la política (De Uriburu a Perón),
Buenos Aires, Santiago Rueda, 1957, p. 210.
94
La Prensa, 11/5/1941.
95
La convocatoria inicial fue de la CGT comunista. Nicolás Repetto, dirigente so-
cialista, la orientó a los objetivos políticos mencionados y la amplió al Partido
Demócrata Progresista y a la UCR. Precisamente, las disputas en la izquierda han
sido señaladas como la principal razón de estos desplazamientos, en especial, el
temor del socialismo a un protagonismo creciente del comunismo, así como las
confrontaciones internas del propio socialismo. Halperin Donghi, La República
imposible, pp. 212-213; Hernán Camarero y Carlos Miguel Herrera, “El Partido
Socialista en Argentina: nudos históricos y perspectivas historiográficas”, en Ca-
marero y Herrera, El Partido Socialista, pp. 25-31.
96
Repetto, Mi paso por la política, pp. 198-202.
97
Repetto, ibíd., pp. 126-130. Ver Camarero y Herrera, “El Partido Socialista”.
98
Cfr. Ciria, Partidos y poder…, p. 94 y nota 25, p. 107; Privitellio, Agustín P. Justo,
p. 68; Halperin Donghi, La República imposible, p. 246. Según consignó Crítica
en su momento, el propio Alvear habría alertado a Ortiz de esta iniciativa, pre-
sentándose espontáneamente en su casa de la calle Suipacha: “Una actitud histó-
rica”, Crítica, 24/3/1942.
99
Cfr. La Nación, 18/11, 1/12, 5/12 y 22/12/1936, reproducidos en Serie Archivo
Alvear, t. 4, pp. 441-444.
100
Persello, Historia del radicalismo, p. 116. El frentismo, vale recordar, fue alentado
por sectores juveniles. Giménez, “La juventud radical”.
101
Cfr. Privitellio, “La política bajo el signo de la crisis”, p. 135.
102
Repetto, Mi paso por la política, pp. 212-216.
103
Un argumento similar, sin olvidar el intento de acordar con Justo, podría esgri-
mirse para la desestimación de la oferta aliancista de los demócrata progresistas
en ocasión de las elecciones santafesinas de febrero de 1937, vista en el capítulo
anterior.
104
Cfr. Marcelo T. de Alvear a Mario Bravo, Buenos Aires, s/f, Serie Archivo Alvear,
t. 3, pp. 192-193.
105
Repetto, ibíd., pp. 130-136. Para las concepciones del socialismo sobre la UCR,
cfr. Ricardo Martínez Mazzola, “Socialismo y populismo, los comienzos de una
relación conflictiva. La mirada del socialismo argentino sobre la Unión Cívica
Radical (1890-1930)”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos
S. A. Segreti”, vol. 10, pp. 211-230, 2012.
106
Cfr. Ángel Ossorio y Gallardo (embajador de España en la Argentina) a Marcelo T.
de Alvear, Buenos Aires, 19/2/1939, Serie Archivo Alvear, t. 5, p. 161; Norberto
A. Frontini a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 14/4/1939, ibíd., p. 202.
Marcelo T. de Alvear 283

107
Asimismo, Alvear declinó una candidatura a senador por la Capital Federal en
1935 para no competir con Palacios, que se presentaba para renovar su cargo.
Inclusive apoyó su postulación. Cfr. “En Santa Fe y Córdoba, dice Alvear, la lu-
cha será fácil”, Crítica, 20/3/1935; “Alvear y la candidatura de Palacios”, Crítica,
24/3/1942.
108
Marcelo T. de Alvear al Pueblo Vasco, 1/5/1937, Serie Archivo Alvear, t. 4, p. 328;
Jesús de Zabala a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/5/1937, ibíd., p. 329. Ver
Mónica Quijada, Aires de república, aires de cruzada: La Guerra Civil Española
en Argentina, Barcelona, Sendai, 1992, p. 71.
109
Eugenio Troisi (director de L’Italia del popolo) a Marcelo T. de Alvear, Buenos
Aires, 23/1/1939 y 3/5/1939, Serie Archivo Alvear, t. 5, pp. 148 y 204-205. Sobre
el diario italiano, cfr. Federica Bertagna, L’Italia del popolo. Un giornale italiano
d’Argentina tra guerra e dopoguerra, Viterbo, Sette Città, 2009.
110
Cfr. Arturo Orzábal Quintana a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 3/4/1939,
Serie Archivo Alvear, t. 5, pp. 200-201.
111
Halperin Donghi, La República imposible, pp. 254-255.
112
Por lo demás, algunas circunstancias ajenas a la política moderaron desencuen­
tros del pasado. Así fue con la muerte de Lisandro de la Torre. En su sepelio,
Alvear lo ubicó, junto a Alem, en un panteón de republicanos abnegados hasta
el sacrificio. Cfr. “Funeral cívico en memoria del Dr. Lisandro de la Torre. 25-9-
1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 202-204.
113
Llach, “El Plan Pinedo”.
114
La Nación, 11/1/1941. La afirmación de que Ortiz y Alvear propiciaban un levan-
tamiento del fraude impulsado por las empresas británicas es sostenida por Luna,
Alvear, pp. 277-279.
115
Ver Juan Carlos Torre, “La crisis argentina de principios de los años cuarenta y
sus alternativas. El peronismo y los otros”, en Juan Carlos Torre, Ensayos sobre
movimiento obrero y peronismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 135-145; Fer-
nando Devoto, “Para una reflexión en torno al golpe del 4 de junio de 1943”, en
Estudios sociales, vol. 46, n.° 1, 2014, pp. 171-186.
116
El acercamiento entre Justo y el comité nacional de la UCR cobró fuerza a fines
de 1942, cuando Alvear ya había fallecido. Fue una posibilidad frustrada por la
muerte del propio Justo, en enero de 1943. Cfr. Privitellio, “La política bajo el
signo de la crisis”, p. 138; Privitellio, Agustín P. Justo, pp. 70-71.
117
La Nación, 12/1/1941. Cfr. Halperin Donghi, La República imposible, especial-
mente, pp. 222-236.
118
“Palabras en Villa Alberdi” (1938), en Alvear, ¡Argentinos!, p. 27.
119
“Recepción en Corrientes. Julio 17 de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 208.
120
Marcelo T. de Alvear a Enrique García Velloso, París, 10/2/1931, Serie Archivo
Alvear, t. 1, p. 222.
284 Leandro Losada

121
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
122
“Proclamación en Gualeguaychú. Palabras del Dr. Alvear”, 10/3/1939, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 5, p. 173. También puede encontrarse en Alvear, ¡Argentinos!,
pp. 65-68.
123
“Banquete en Gualeguaychú. Discurso de M. T. de Alvear”, 10-3-1939”, Serie Ar­
chivo Alvear, t. 5, pp. 168-170.
124
Marcelo T. de Alvear a Rómulo S. Naón, Buenos Aires, 8/6/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, p. 69.
125
Cfr. Leandro Losada, “Aristocracia, patriciado, elite. Las nociones identitarias en la
elite social porteña entre 1880 y 1930”, Anuario IEHS, n.o 20, 2005, pp. 389-408.
126
Manuel Carlés a Marcelo T. de Alvear, Buenos Aires, 30/1/1938, Serie Archivo
Alvear, t. 5, pp. 23.
127
Pinedo, En tiempos de la república. t. I, p. 186. Vale tener en cuenta que Pinedo
estaba en prisión cuando escribió este texto.
128
Goldstraj, Años y errores, p. 45.
Capítulo 7
República, democracia, libertad

En los capítulos anteriores, se abordaron las decisiones y las acciones


de Alvear a lo largo de su desempeño en la política argentina de las dé-
cadas del veinte y el treinta. Se señalaron los argumentos y las nociones
que a menudo las acompañaron, sea porque las hayan motivado, sea
porque hayan servido para fundamentarlas, pero el eje fue reconstruir
la vida pública de Alvear. En este capítulo la atención volverá a, y se
concentrará en, sus discursos y concepciones políticas.
Existen algunos condicionamientos para encarar este ejercicio.
El principal es que Alvear no dejó obra letrada. Sus libros son re-
copilaciones de discursos orales, en ámbitos de distinto grado de
publicidad y masividad, desde diferentes roles, y en oportunidades
y circunstancias también disímiles: la presidencia, la abstención, el
regreso a la competencia electoral; campañas proselitistas, actos par-
tidarios, reportajes a la prensa, banquetes, conferencias. A su vez,
abundan más los testimonios de la década del treinta, en la que des-
plegó un proselitismo sin antecedentes como opositor a la Concor-
dancia y líder del radicalismo, que de sus años como presidente.
Una ligera compensación a la naturaleza de sus intervenciones y a su
desigual disponibilidad es que, al parecer, fue autor de la mayoría,
a veces por ser fruto de la improvisación, tanto durante su gobierno
como en los años treinta.1
Un segundo punto a tener en cuenta es, precisamente, el tipo de
figura pública que fue Alvear. No fue un intelectual o un hombre de
reflexión. Fue un hombre de acción, un político. Por lo tanto, es inelu-
dible estar advertido sobre que sus vicisitudes y necesidades en la es-
cena política habilitaron seguramente un uso instrumental de nociones
y conceptos. Según las circunstancias, así se ha visto en los capítulos
precedentes, variaron las prioridades, las agendas, las definiciones de sí
mismo, de la UCR, de los adversarios.
286 Leandro Losada

Sin embargo, aquí se encuentra una de las razones por la que no


sólo es válido, sino relevante, indagar sus concepciones, discursos y
argumentos. Si lo que Alvear dijo fue a menudo una forma de autojus-
tificarse, el modo en que lo dijo, dado que era una figura necesitada de
legitimación en la opinión pública, o que debía abocarse a construir po-
der, es revelador de las tramas de significado imperantes en la sociedad
de su época. Condicionado por la política, por su pertenencia al radi-
calismo, por sus propias urgencias, por los rivales que enfrentó, Alvear
es una vía de entrada a qué podía decirse, y cómo, en la Argentina en
la que vivió.2
La segunda razón que amerita abordar sus nociones políticas es que
se lo ha definido a partir de ellas. La opción más transitada al respecto
ha sido la de entenderlo como un liberal. Así ha sido para contraponer-
lo al yrigoyenismo, sea para reivindicarlo frente a él, como contraejem-
plo de su personalismo o demagogia, sea para ver en él una suspensión
de la reparación yrigoyenista y una continuidad con las “oligarquías”
anteriores a 1916.3 En los años treinta, a su vez, Alvear ha sido pensado
como un representante de la Argentina liberal, en circunstancias en que
esa tradición habría comenzado a resquebrajarse frente a las novedades
ideológicas de izquierda y derecha de la época.4 Por lo tanto, el libera-
lismo ha sido un rasgo atribuido a Alvear, en los años veinte o treinta,
para sugerir su pertenencia al pasado más que a las coordenadas que se
conciben como características de cada uno de esos momentos. En todo
caso, para indicar un temple moderado o conservador, incluso antide-
mocrático, del cual su aval al derrocamiento de Yrigoyen sería ejemplar,
y por ello, otra vez, síntoma de su limitado radicalismo. Finalmente, el
Alvear liberal ha sido también un modo de aludir a su condición social,
como la expresión política o ideológica de esta última. Su liberalismo
develaría su procedencia aristocrática o reflejaría sus vasos comunican-
tes con la “oligarquía”.
La tercera y última razón para abordar sus nociones políticas es que
a pesar de los vaivenes y los usos instrumentales alentados por la polí-
tica, hubo persistencias. El problema que ocupó perdurablemente a Al-
vear, a pesar de las vicisitudes de la política argentina, fue la consolida-
ción de la república tal como la había diseñado la Constitución de 1853.
Desde ese problema, justificó o presentó decisiones y acciones a prime-
ra vista contradictorias que, por cierto, fueron políticamente costosas,
Marcelo T. de Alvear 287

como, precisamente, su aval al derrocamiento de Yrigoyen en 1930. El


problema de la política argentina que inquietó a Alvear puede definirse
como liberal. Sin embargo, el propio Alvear lo encuadró, y persiguió su
resolución, apelando a nociones más cercanas al republicanismo que
al liberalismo, con énfasis crecientemente democráticos a medida que
avanzó su vida pública. Sus formulaciones más propiamente liberales
aparecen en sus opiniones sobre el escenario internacional, sobre todo
en la segunda mitad de los años treinta, antes que en sus consideracio-
nes sobre la política nacional.
Desde este punto de vista, Alvear dice menos sobre los reparos li-
berales ante la democracia que sobre las modulaciones del liberalismo
argentino propiamente dicho. Incididas, entre otras razones, por la mis-
ma configuración de la política local –en especial a partir de 1930–, que
alentó radicalizaciones e intransigencias, las tradiciones de la UCR y,
desde ya, las necesidades de Alvear como político en ese escenario.

Autorretratos y diagnósticos

Alvear aludió con reiteración a “mi credo republicano” y “mis convic-


ciones cívicas”; gustó retratarse como un “veterano de las luchas cívicas
argentinas”; definió a la UCR por él conducida como “el emblema del
ideal republicano”.5 Se vio en el capítulo 5, también, que construyó su
figura pública como la de un patriota abnegado por el bien común y la
salud de la república.
Para Alvear, “república” remitía a un tipo de gobierno y a una cul-
tura política. Con relación al primer aspecto, aludía al imperio de la
ley, a un gobierno moderado que actúa acatando la ley fundamental,
la Constitución de 1853, y en nombre del bien común, por oposición
a intereses particulares. Con relación al segundo, república significaba
civismo y virtud, participación desinteresada y activa en la cosa públi-
ca, estatura moral. La república, en ambos sentidos, fue el parámetro
constante desde el que evaluó la vida política argentina.
Durante su presidencia recalcó en reiteradas oportunidades, como
en las aperturas de las sesiones legislativas ordinarias, los logros de su
gobierno en esos términos: afirmar la acción de gobierno de acuerdo a
los preceptos de la Constitución; estimular y garantizar la libertad cívi-
288 Leandro Losada

ca; incentivar la efervescencia ciudadana, síntoma de patriotismo y de


virtud; criticar la indiferencia: “mi gobierno verá siempre con simpatía
las luchas cívicas en cuyo desarrollo, bajo las garantías que extenderá,
para todos en todos los momentos, el poder de la nación, se muevan los
sanos entusiasmos de una democracia que, para felicidad de la Patria,
es en todo enérgica y de potente vitalidad”, destacando “la intensidad
casi apasionada con que nuestros conciudadanos ejercitan sus derechos
y cumplen sus deberes cívicos”.6
Por contraste, al definir su oposición a Yrigoyen en la segunda mi-
tad de los años veinte y en el año 1930, a Uriburu en 1931 y a Justo
durante gran parte de la década del treinta, Alvear trazó sobre ellos un
retrato similar, más allá de las diferencias ideológicas y de origen de
sus respectivos gobiernos: eran diversos rostros de un mismo mal, la
corrupción o el desvío de la república.
Yrigoyen lo había sido por su personalismo y demagogia, y desde
este argumento avaló su derrocamiento, como se vio en el capítulo 4.
También allí se mostró que, para Alvear, la “revolución” de septiembre
debía abocarse a “integrar rápidamente a la República al ejercicio normal
de sus instituciones y que la soberanía nacional sea consultada de inme-
diato para que este acontecimiento constituya sólo un breve paréntesis en
la marcha ascendente de la Nación”. La oposición a Uriburu se desenca-
denó cuando advirtió que éste no sería el objetivo de su gobierno. Aludió
a su “providencialismo autoritario”, el cual, a pesar de sus diferencias, re-
velaba los mismos males que el yrigoyenismo. Finalmente, la presidencia
de Agustín Justo y su espacio político, la Concordancia, fueron una nueva
experiencia de tergiversación republicana. A partir de entonces, había
reinado la subversión política, moral e institucional “jamás igualadas en
nuestra historia cívica, tan pródiga, sin embargo, en subversiones de todo
orden”;7 había prevalecido “el fraude y la violencia, la simulación y la
mentira, es decir, todo aquello que corrompe y denigra”.8
Todos estos retratos, desde ya, no pautaron una interpretación in-
mutable de la historia argentina, pues las miradas sobre el pasado y
sobre sus protagonistas cambiaron con las circunstancias. Se ha visto
que cuando Alvear se convirtió en presidente de la UCR a inicios de los
años treinta, Yrigoyen pasó a ser un “genio democrático”, y la “Revo-
lución” del 30, primero concebida como un remedo de la del 90, más
tarde se definió como un golpe de Estado.
Marcelo T. de Alvear 289

Semejantes semblanzas, más bien, revelan la perduración de un


mismo diagnóstico que se reeditó en momentos diferentes; la persisten-
cia de una mirada sobre los problemas políticos argentinos a pesar de
la mutación de los escenarios. Más allá de su justeza o de su idoneidad,
su recurrencia revela una sensibilidad política y una manera de perfi-
larse como personaje político. Son retratos de otros que complementan
y confirman su autorretrato de abnegado republicano y su diagnóstico
de la Argentina política como una sociedad adolecida de una república
corrompida, o en el mejor de los casos, frágil.

República, constitución, democracia

En sus intervenciones sobre la república y la democracia, hubo una


cesura entre ambos conceptos en los años veinte, mientras que en los
treinta se acercaron. El yrigoyenismo habilitó una distinción entre un
poder de origen democrático y las conductas republicanas. En los años
treinta, el problema no era una democracia no republicana sino una oli-
garquía que había asaltado el poder y anulado la república. Justo no ha-
bía distorsionado la Constitución; era heredero de un episodio, el 6 de
septiembre, que la había suspendido y luego había montado una farsa.
Así, se acercaron las nociones de república y democracia: se tergiversa-
ban los procedimientos democráticos, las elecciones, y se avasallaba la
voluntad soberana original del pueblo argentino, que se había dado la
república como forma de gobierno en la Constitución.
Las declaraciones de Alvear, con todo, están atravesadas por una
continuidad entre los años veinte y los treinta. A su juicio, la república
estaba antes que la democracia, o, en todo caso, sin aquella, ésta no podía
desplegarse. Así era, por un lado, porque la democracia para Alvear, casi
parafraseando el relato mitrista, era un dato, tanto en una dimensión so-
cial como en una política: la sociedad era democrática, la Argentina esta-
ba definida por la igualdad. El dilema, por lo tanto, no era si la Argentina
era o no democrática, o si había que construir la democracia. Por ejemplo,
para Alvear nunca hubo duda de que la forma representativa establecida
en 1853 era la mejor traducción política de lo social.9
El dilema era consolidar, o recuperar, la república, tanto porque ésa
había sido la voluntad soberana del pueblo como porque la república
290 Leandro Losada

era, como régimen político, la mejor manera de traducir políticamente


una sociedad democrática, en un doble sentido: contenía sus eventuales
excesos, que el yrigoyenismo había expuesto, y garantizaba que se res-
petara la voluntad soberana al impedir la arbitrariedad del gobierno, la
lucha a dar contra Justo y la Concordancia. En suma, la república era un
antídoto contra la tiranía del número así como contra la tiranía del go-
bierno. Si el gobierno por afuera de la ley era tiránico, “la Nación sería
algo inorgánico e incomprensible” por afuera de la ley.10 La lucha contra
la oligarquía o contra la demagogia no era en términos de quién debía
gobernar en un sentido literal, el pueblo o las elites, sino del cómo: el
imperio de la ley, la Constitución, la república. El elemento democráti-
co se delimitaba a ser el fundamento de la república, o sólo era acepta-
ble como democracia representativa.
Con relación a este punto, en lo dicho líneas arriba se advierte que
Alvear apeló a la idea de democracia en un sentido político, es decir,
aparte de su uso para definir una sociedad de iguales, con dos con-
notaciones: como principio de fundamentación de la sociedad política
argentina (la soberanía del conjunto del pueblo de la nación) y como
procedimiento (las elecciones).11
Ahora bien, la importancia dada al procedimiento democrático, en
muy buena medida como consecuencia de un contexto signado por el
fraude, llevó a que las demandas democráticas de Alvear se hayan ex-
presado de un modo bastante particular. En todo caso, esas demandas
vuelven a mostrar que para Alvear la recuperación de la república era
una condición previa y necesaria para la recuperación democrática. La
prioridad era la conquista de ciertos objetivos que, en realidad, eran
republicanos más que democráticos.
Por un lado, en algunas ocasiones el criterio subrayado por Alvear
para definir a una sociedad como democrática fue la existencia del pro-
cedimiento electoral, sin falseamientos, y no el quantum del pueblo so-
berano, o el origen y el fundamento de las autoridades constituidas. Por
ejemplo:

Sin sufragio libre no hay democracia. Puede existir la democracia


bajo diferentes sistemas de gobierno. Hay democracia con reyes y
emperadores, como en Inglaterra; hay democracia con presidente
electivo como en Estados Unidos; pero no puede existir demo-
Marcelo T. de Alvear 291

cracia sino se apoya sobre la base del sufragio libre. Porque la de-
mocracia se sustenta en la voluntad soberana del pueblo, amplia,
total o limitada: pero debe ser la auténtica voluntad popular.12

En un sentido similar, fueron frecuentes sus referencias a Gran Bretaña,


los Estados Unidos y Francia como las “tres grandes democracias”.13
Es decir, aquí Alvear planteaba que si hay un procedimiento ade-
cuado, elección de autoridades en sufragios libres, hay democracia,
siendo secundario si el sujeto original del poder es todo el pueblo o
parte de él, o, también, si hay cargos o autoridades que no son electivas
ni proceden de la voluntad del pueblo, cualesquiera sean las dimensio-
nes de éste.
Su énfasis es afirmar que hay democracia cuando hay libertad cí-
vica. Pero, si bien puede afirmarse que no puede haber democracia sin
libertad cívica, también es cierto que puede haber libertad cívica sin de-
mocracia. Hay carencias democráticas si los procedimientos no tienen
garantías, pero también, en el sentido moderno de democracia, claro
está, si no hay igualdad en la distribución de derechos políticos. Este
pasaje sugiere que la lucha contra el fraude electoral de los años treinta
en la Argentina motivó en ciertas ocasiones maridajes curiosos entre las
nociones de república y democracia. Por decir así, la reivindicación del
valor de una sociedad política libre a través de definiciones imperfec-
tamente democráticas de la misma; la priorización de un valor republi-
cano (la libertad cívica) antes que de uno democrático (la soberanía del
conjunto del pueblo o nación).
Es interesante poner estas consideraciones sobre el vínculo entre
república y democracia en perspectiva, ponderarlas con algunas previas
en la historia política argentina. De acuerdo al proyecto fundacional de
la llamada “generación del 37”, no podía haber democracia sin repú-
blica, pues ésta ofrecía un antídoto para evitar la tiranía con respaldo
popular que había representado el rosismo, tanto por moderar el poder
como por exigir una “civilización” de la sociedad.14 El Alvear de los
años veinte en sus posicionamientos contra el yrigoyenismo parece un
remedo de esta perspectiva, que distó de serle exclusiva, por lo demás.
Por otro lado, en el Centenario, la intención detrás de la Ley Sáenz
Peña podría sintetizarse como la imposibilidad de república sin demo-
cracia. La transición a un sistema político sin fraude tenía por objetivo
292 Leandro Losada

garantizar el efectivo ejercicio de derechos políticos a la ciudadanía (es


decir, afirmar la democracia) y (o incluso quizá más aún) vencer las
carencias de virtud que condensaban los gobiernos electores a través de
la competencia que depararía el forzado crecimiento del electorado. Por
decir así, inocular virtud obligatoriamente, abajo y arriba. La República
verdadera sería tal no sólo por ser democrática sino por ser, efectiva-
mente, república. Sin la ampliación del mercado electoral, la regenera-
ción a la que apostaba el espíritu reformista para vencer las persisten-
cias de la política criolla, sobre todo en las elites dirigentes, sería un
objetivo escurridizo. La República verdadera, más que el último paso
que coronaba un proceso de regeneración del conjunto de la sociedad,
como rezaba el espíritu del proyecto fundacional, era una instancia a
desencadenar para superar problemas persistentes.15
El Alvear de los treinta está más cerca de esta tesitura. La república,
antes que un dique de contención a la soberanía popular, es una em-
presa a concluir o a restaurar, y gracias al imperio de la ley que reinará
con ella, permitirá, a un mismo tiempo, la expresión genuina de la vo-
luntad del pueblo soberano y la erradicación de la oligarquía aparecida
después del 6 de septiembre. El lugar ocupado por Alvear en los treinta,
sucesor de Yrigoyen como presidente del principal partido de oposi-
ción –en un principio, además, al margen de la competencia electoral–,
es insoslayable para entender este diagnóstico.
De todos modos, Alvear mantuvo reparos frente a la democracia.
Y es sugestivo que se adviertan justamente en la década del treinta,
cuando la lucha republicana y la lucha democrática podían formular-
se como superpuestas y su lugar en la política argentina lo habilitaba
para plantearlo de ese modo. La celebración del pueblo, por ejemplo, se
acompañó de la reivindicación de la guía responsable de éste por sus
elites: “al pueblo hay que iluminarlo, hay que guiarlo, hay que tratar de
convencerlo, y a su vez, el que trata de convencerlo ha de recibir de él,
en compensación, su energía, su entusiasmo y su instinto, que muchas
veces es superior al juicio más acertado del más avezado político”.16
Estas concepciones elitistas no eran nuevas. La importancia del
buen gobierno, de la conducción virtuosa, que podía llevar adelante
una ampliación del Estado sobre la sociedad que redundara en su be-
neficio, fueron tópicos recorridos por Alvear durante su presidencia,
como se vio en el capítulo 2. La presencia de puntos de vista similares
Marcelo T. de Alvear 293

en los años treinta despierta la conjetura sobre cuán eficaces o cuánta


identificación podían generar en el electorado de ese entonces. Los títu-
los de los libros que compilaron sus discursos, Democracia, Acción de­
mocrática y ¡Argentinos! Acción cívica, parecen en sí mismos indicios
de la conciliación entre reivindicaciones republicanas y democráticas
que habilitaron los treinta, y quizá un intento autoconsciente de despe-
jar las dudas que en su electorado o en la opinión pública podían des-
pertar declaraciones como las recién citadas, incluidas, por lo demás,
en estos mismos textos.
Quizá la expresión más llamativa en este sentido, y por ello re-
veladora, es aquella con la cual Alvear respondió a una capciosa ob-
servación lanzada por Roberto Ortiz durante un acto de campaña para
las elecciones presidenciales de 1937. El candidato de la Concordancia
había preguntado retóricamente a su auditorio qué había hecho Alvear
durante los hechos del 6 de septiembre. La respuesta del líder de la UCR
consistió en decir que no había estado en la Argentina en esos días,
pero que, de haber sido ese el caso, seguramente hubiera tomado par-
tido e intervenido, a favor de Yrigoyen o a favor de Uriburu. No como
el candidato a suceder a Justo, que se había quedado en su casa. Vale
reproducirla en extenso:

El 6 de setiembre yo estaba en Europa. Estaba alejado de la polí-


tica argentina y si me hubiera encontrado en la Argentina, segu-
ramente, indudablemente, dados los antecedentes de mi vida pú-
blica, en la que siempre me he jugado con decisión en un sentido
o en otro, o hubiera estado en la Casa de Gobierno defendiendo a
Irigoyen [sic], o hubiera estado con Uriburu, haciendo la Revolu-
ción. Y ahora, al candidato Dr. Ortiz, que dice que la Revolución
de setiembre fue una acción salvadora de la patria, yo le pregun-
taría a él, que cree que de esa acción dependía la felicidad de su
país, ¿dónde estuvo ese día? Yo voy a decírselo: estaba en su casa
esperando que aclarase.17

Era una respuesta incómoda a una pregunta incómoda. Pero es suges-


tiva. Alvear destacó su perfil de ciudadano activo, desacreditando a su
rival por elegir el confortable repliegue al mundo privado, en lugar de
presentarse como defensor de un gobierno democráticamente elegido,
294 Leandro Losada

que era, además, del propio partido y de una de sus figuras insosla-
yables. Este tipo de declaraciones, probablemente, ayudaron a mante-
ner viva la controversia sobre su conducta en 1930 y frente a Yrigoyen,
afuera pero también en el interior de la UCR.

Libertad

La convicción de que la irrupción del general Justo y de la Concordan-


cia había supuesto la conculcación de la república, junto a la forzada
abstención de la UCR primero y la necesidad de legitimar el retorno a
la liza electoral después, motivó las intervenciones más explícitas de
Alvear sobre el tema de la libertad.
Como en cierta medida puede leerse en algunas citas ya reproduci-
das, la libertad sería el resultado de la recuperación de la república y de
la democracia. Por ello, a su vez, el problema de la libertad era fundamen-
talmente el de la libertad cívica, el de la libertad política: el pueblo “sabe
que se trata de arrebatarle sus derechos esenciales; su libertad política, su
soberanía, y destruir, así, las condiciones que caracterizan a una Repú-
blica liberal y democrática, como ha sido, como es y deberá ser siempre
la República Argentina”;18 “sin sufragio libre, sin sufragio de verdad, no
pueden existir ni democracia ni instituciones ni libertad”.19 El combate
consistía en un “bregar cotidiano por las libertades públicas”.20
A su vez, el hecho de que la raíz del problema fuera un gobierno
que falseaba la Constitución implicó que, en sus intervenciones, la re-
cuperación de la ley y la recuperación de la libertad formaran parte de
un mismo movimiento. Más que garantía, la ley era condición de liber-
tad: “Cuando un gobernante no es esclavo de la ley, convierte en esclavo
a su pueblo. Dentro de la Constitución, todo le es permitido para servir
al pueblo; fuera de ello, nada puede ser tolerado”.21
La ley como condición de libertad implicaba asimismo que sin
orden no podía haber libertad: “autoridad y orden para garantizar la
libertad […] y no para abolirla”; eran necesarios “autoridad y orden
para hacer efectivos todos los legítimos derechos, y no para crear clases
privilegiadas”. La Concordancia era oligárquica y tiránica por ambas
razones. Al anular la ley, había instalado el desorden que habilitó el
gobierno de unos pocos para los intereses de esos pocos.22
Marcelo T. de Alvear 295

No obstante, esta noción de libertad estuvo rodeada de otras con-


notaciones, que pueden pensarse como más decididamente liberales.
Éstas no datan sólo de los años treinta. En sus discursos presidenciales
de apertura del Congreso se pueden encontrar pasajes en ese sentido.
Por ejemplo, el rechazo a las pretensiones unanimistas, en el que puede
advertirse una diferenciación del yrigoyenismo y no sólo una simple de-
claración de principios: “mi gobierno no tiene por origen, ni desea encon-
trar en su camino, una unanimidad enfermiza de la opinión”.23 También,
afirmaciones según las cuales subrayaba que gobernar de manera repu-
blicana implicaba garantizar el ejercicio de las libertades individuales o
reconocer una frontera que el poder no podía transgredir. Su gobierno se
había empeñado “en desenvolver su acción sin invadir, no solo las esfe-
ras de acción propias de los otros poderes del Estado, sino […] también
sin contrariar y hasta estimulando prudentemente, la emancipación de
los centros y organizaciones de los múltiples aspectos de las actividades
sociales no sometidas, clara y terminantemente por la Constitución o las
leyes, a la dirección o a la fiscalización del gobierno”.24
En los treinta son sugerentes las críticas que trazó contra la políti-
ca económica del ministro Federico Pinedo. La juzgó como una “eco-
nomía dirigida” que anticipaba “la dictadura política”.25 Su empeño
como opositor era lograr que se respetaran “los derechos primordiales
del individuo frente a las exigencias del erario”, crítica comprensible
considerando que el gobierno de Justo apeló a sus innovaciones en la
materia, entre ellas la creación del impuesto a la renta que el propio
Alvear había perseguido infructuosamente durante su presidencia, para
mostrar un temple reformista y progresivo que compensara, en lo posi-
ble, las acusaciones a sus procedimientos políticos.26 Vale apuntar que
estos juicios de Alvear, si tenían algunas resonancias de puntos de vista
desplegados en publicaciones como Hechos e Ideas, también estaban
lejos del tono de las críticas de legisladores radicales de entonces, según
las cuales la “economía dirigida” del gobierno se impugnaba en nombre
de las bondades de la “economía planificada”.27 No hubo alusión alguna
en este discurso de Alvear –el de cierre de la campaña presidencial de
1937–, a las propuestas económicas de la plataforma elaborada para ese
momento, que incluyó la creación de un Consejo Económico Nacional o
experiencias contemporáneas que Alvear admiraba, como el New Deal
de Franklin Roosevelt.
296 Leandro Losada

La inspiración liberal de sus acusaciones parece más próxima a un


“liberalismo positivo”, es decir, a la defensa de derechos individuales,
que a un liberalismo económico reivindicatorio de las bondades del
libre mercado frente a las regulaciones del Estado, aunque por cier-
to refirió los obstáculos de las políticas oficiales al crecimiento.28 De
todos modos, el “pronunciado estatismo” era sólo uno de los males
de Pinedo. El otro era el favoritismo a grupos privilegiados: “En la
política fiscal del gobierno provisional y de su continuador, quedó
evidenciado el espíritu de una clase privilegiada, constituida por la
minoría gobernante”.29
Por lo tanto, había diversos males, cuando no disímiles: el avance
del todo sobre la parte, el “pronunciado estatismo”; el privilegio a la
parte a expensas del conjunto, las “minorías privilegiadas”. Una posi-
ción liberal crítica a las formaciones monopólicas u oligopólicas por
cierto coincidiría con estas afirmaciones. Pero no es forzado advertir
que en un caso y otro, el acento de Alvear fue adjudicarlos expresamen-
te al viciado origen del gobierno que Pinedo integraba, que procedía de
“espaldas a la legítima voluntad popular” y actuaba por “razones de
supervivencia de círculos y de predominio de entidades o personas que
carecen de arraigo en la opinión nacional”.30 El avance del Estado o el
favoritismo eran los medios desplegados por una oligarquía para perpe-
tuarse en el poder. El mal Estado era el producto de un mal gobierno. De
hecho, frente al sombrío panorama de inicios de la década del treinta,
en privado y antes de la gestión de Pinedo durante la presidencia de
Justo, Alvear había sugerido rumbos de acción similares a los después
implementados, desde la creación de un banco emisor que reemplazara
a la Caja de Conversión a la necesidad de multiplicar la obra pública,
consideraciones en las que es sugestivo encontrar, por lo demás, un
motivo para su posterior entusiasmo con el New Deal.31 Asimismo, la
apelación a la regulación del Estado en la economía reapareció más tar-
de, seguramente también por su pertinencia para confrontar iniciativas
del oficialismo, como lo ejemplifica el informe del comité nacional de
la UCR frente al plan del propio Pinedo de 1940-1941.32
Después de todo, como se vio en el capítulo 2, durante su presiden-
cia, y por lo tanto en un contexto económico más apacible que el de la
década siguiente, pero por cierto también en consideraciones que exce-
dían el terreno de la economía, Alvear había remarcado con frecuencia
Marcelo T. de Alvear 297

que la sociedad, cuya pluralidad y tensión derivada de ella por cierto


se reconocía, debía ser acompañada por la acción legislativa, un criterio
que complementaba su concepción elitista del gobierno. La legislación
tenía un límite en los derechos consagrados por la Constitución. Pero
era difícil advertir en el Alvear presidente la deseabilidad liberal de
un Poder Legislativo limitado o neutral, según la cual la actividad le-
gislativa se limitara a la garantía de derechos preexistentes o a normas
prohibitivas más que prescriptivas.33
Lo cierto es que más adelante en la década del treinta, los tonos
liberales se acentuaron al tratar el problema de la libertad. El contexto
político internacional jugó en ello un papel clave. La centralidad de la
lucha cívica ya no sólo se fundamentó por su relevancia en sí, sino tam-
bién en que la pérdida de esa libertad podía ser la antesala de la pérdida
de otras libertades individuales: “Las leyes de la República que han
amparado vuestros derechos y vuestras propiedades, están hermanadas
con las leyes políticas y con la Constitución Nacional y si sus preceptos
y garantías desapareciesen, las leyes que garanten vuestra propiedad
privada correrán igual peligro, porque cuando se sale de la ley, no hay
límite. Nadie está seguro del mañana, ni de él, ni el de sus hijos ni el de
su propiedad”.34 La perspectiva liberal también puede verse detrás de
un aspecto ya tratado en el capítulo 6: su distanciamiento del antifas-
cismo a raíz de su oposición tanto al fascismo como al comunismo por
considerarlos totalitarismos, regímenes políticos que colocaban al indi-
viduo al servicio del Estado, tesitura que además no estuvo acompaña-
da por la perspectiva antiimperialista que en ocasiones complementó
ese diagnóstico en otras franjas del radicalismo.35
Otra dimensión en la que las tonalidades liberales se hacen visi-
bles es en las reformulaciones que Alvear realizó sobre el tema de la
democracia, a través de una expresión extendida en la segunda mitad
de los años treinta, “democracia integral”. Con ella, no planteó la in-
suficiencia de la igualdad de derechos políticos y la superioridad de la
igualdad económica o social, o criticó el liberalismo “individualista”
o “burgués”, como sí fue usual en el interior de la UCR en esos años.36
La democracia integral era la conclusión, no la oposición, de la de-
mocracia política. El “aspecto político” de la democracia era la defensa
de la Constitución y las leyes. A él había que sumarle, entonces: “El
culto al derecho, a la justicia y a la libertad; el respeto al individuo, a la
298 Leandro Losada

conciencia, al pensamiento y a la expresión individual y colectiva de


las ideas y de las creencias”. Todos estos aspectos hacen a la democracia
en “su aspecto integral”.37
De manera reveladora, Alvear, al referirse a la democracia integral
como objetivo, reconfiguró la noción desde la que subrayó la importan-
cia de la participación política. Más que expresión de virtud ciudadana,
aquella era necesaria para la protección y garantía de derechos indivi-
duales no vinculados con la dimensión pública: “a cada ciudadano la
conciencia de su derecho a manifestar la soberanía, para regir sus pro-
pios destinos como mejor lo entendiese”.38
La apelación, en suma, era a una soberanía del individuo como tal,
más que a la de la nación, o a un individuo poseedor de derechos por
ser parte constitutiva de ese sujeto soberano más amplio. La referencia
a la soberanía individual remite a la defensa de derechos, pero también
a la protección de intereses, en la que es sugerente reconocer la noción
de que, en todo caso, la virtud, en las sociedades modernas, surgirá de
la defensa del interés. La participación política y la necesidad de su
ampliación social, más que constituir una vía de regeneración moral
u orientarse a salvar la nación y sus instituciones, consiste en permitir
la defensa del interés y de los derechos individuales. La democracia
integral, así, permitiría “el respeto de la personalidad humana” y “la
convivencia pacífica”.39 El individuo es el eje de la propuesta.
Estos acentos liberales, sin embargo, continuaron entramados con
otras coordenadas, más propias de un humanismo cívico. La participa-
ción política siguió siendo enunciada desde una concepción fuertemen-
te moral, remitiendo a la noción clásica de virtud y de abnegación. En el
discurso arriba referido, después de todo, se insistía en que el objetivo
de la lucha encabezada por la UCR era “la resurrección completa de la
vida cívica argentina”.40
En segundo lugar, Alvear siguió destacando como rasgos positivos
de las sociedades libres valores y cualidades como el patriotismo y la
participación política desinteresada. Es revelador en este sentido su
discurso en la Cámara de Comercio Británica ya a inicios de la década
del cuarenta. Allí los acentos más propiamente liberales conviven con
la exaltación de las virtudes republicanas. Por un lado, Alvear celebraba
en Inglaterra el ejemplo proverbial de lo que claramente se retrata como
una sociedad liberal:
Marcelo T. de Alvear 299

¿Quién, si posee un espíritu liberal, amante de la libertad, de la


individualidad humana, podría no admirar vuestro gran país?
Allí se ha llevado hasta sus mejores extremos el principio del
respeto del hombre por el hombre. El ser humano en su integri-
dad, en su conciencia, en su pensamiento, es sagrado; las leyes
garanten la personalidad individual. Y por eso, ese gran organis-
mo […] agrupa en su seno a hombres de razas y mentalidades tan
distintas y de tan diversas religiones.

Acto seguido ese elogio de la sociedad liberal se completaba subrayan-


do las cualidades cívicas –patriotismo, moralidad, abnegación–, que
asimismo la definían: “tiene una unidad espiritual y moral que nada
puede destruir […] que es la obra del convencimiento y de la colabora-
ción voluntaria de hombres libres que rinden culto a una nación libre,
a la cual se sienten vinculados y de la cual, por su propia decisión, son
súbditos”.41

Oligarquía y nación

La manera en la que Alvear retrató al oficialismo, al radicalismo y a la


confrontación política a lo largo de los años treinta enfatizó que había
que recuperar una forma de gobierno republicana, que exigía el com-
promiso cívico y el triunfo de la virtud sobre el vicio y la corrupción.
Semejante retrato de la vida política argentina limitó las posibilidades
de pensar la delineación de una democracia liberal, o al menos, plural,
a pesar de que Alvear también vio en este punto una carencia y, en con-
secuencia, un objetivo a alcanzar.
Como ya se ha mostrado en reiteradas oportunidades, más arriba
y en capítulos anteriores, para Alvear los peligros de Justo y la Con-
cordancia eran claros: ser una oligarquía antirrepublicana, que falseaba
las instituciones declamando respetarlas, por lo cual, a la vez, era in-
trínsecamente antidemocrática. Por ello, incluso, llegó a afirmar que la
presidencia de Justo había sido aún más perniciosa que la dictadura de
Uriburu.
Con sus tonos particulares, Alvear hizo suyo un retrato de la Argen-
tina de los treinta como una confrontación entre oligarquía y nación. La
300 Leandro Losada

oligarquía era antinacional, no por representante del imperialismo o,


demás está decir, del liberalismo, o por estar integrada por los grandes
terratenientes pampeanos, como lo plantearon otras versiones contem-
poráneas. La oligarquía era antinacional por desconocer el fundamento
de la sociedad política argentina, la Constitución. El problema central
de la Argentina no era ideológico ni económico, sino político. La nación
era un sujeto político y la oligarquía era tal en un sentido bien clásico:
una minoría que gobernaba al margen de la ley y a favor de sus propios
intereses.42
La convicción de que se enfrentaba a una oligarquía antirrepublica-
na incidió en su distanciamiento del antifascismo local. Si Alvear tenía
un fundamento en su oposición por igual a fascismo y comunismo, otra
de sus razones era su convencimiento de que la lucha a afrontar no
era antifascista sino republicana. El fascismo o el comunismo eventual-
mente desembarcarían en la Argentina por las consecuencias de las im-
posturas y falsedades oligárquicas que, al desacreditar las instituciones
argentinas ante la opinión pública, podrían empujarla a buscar nuevas
alternativas.
El diagnóstico de que el poder estaba ocupado por una oligarquía
también motivó en Alvear connotaciones singulares sobre el perfil que
debía tener la UCR. En primer lugar, aquel retrato del oficialismo se
complementó con su caracterización como “revolucionario”. Se han
visto ya varios pasajes en los que se alude al carácter subversivo del
gobierno. Frente a ello, la UCR era el partido del orden: “hablan de
democracia y de libertad dentro del orden, como si quisieran decir que
nosotros somos partidarios del desorden. Calumnia; calumnia […] Los
únicos que en esta hora son partidarios del desorden son aquellos que
hablan de democracia y proceden fuera de la ley”.43 Refiriéndose a la
UCR: “No podrán decirnos mañana que somos inquietos y revolucio-
narios, porque en lengua castellana, revolucionario es quien realiza
una acción destructora del orden constituido […] Ellos son los revo-
lucionarios”.44
En suma, el retorno de la ley y de un gobierno virtuoso haría posi-
ble la libertad y la concordia alterada por el mal gobierno. La misión del
partido era de restauración, de recuperación de un orden perdido. Era
una noción que había estado en los orígenes de la UCR.45 Pero Alvear la
despojó de aires revolucionarios, para diferenciarse de la intransigencia
Marcelo T. de Alvear 301

revolucionaria planteada por la oposición interna, para formular frente


a ella su noción de intransigencia republicana desde la que justificó
decisiones como el levantamiento de la abstención electoral y, también,
para despejar las dudas legadas por la última presidencia de Yrigoyen
acerca de las garantías de gobernabilidad que ofrecía el partido. Preci-
samente, otra razón para disociar UCR y revolución era que, como se ve
en el párrafo anterior, revolución ya era definitivamente sinónimo de
ruptura y no de restauración. Por ello Alvear tampoco dudó en señalar
que la acción de la UCR era “liberal y conservadora en el buen sentido
de la palabra, no según los conservadores actuales, cuyo título para me-
recer ese nombre es que tratan de conservar los puestos mal habidos, de
cualquier manera”.46
Sin embargo, aquí interesa resaltar otro punto. La insistencia en que
la lucha era contra una oligarquía antirrepublicana sumó otro eje a la
identidad de la UCR subrayada por Alvear. Éste consistió en que la UCR
era la condensación y la expresión de la Nación. Coincidían “los ideales
de la Patria con los de la Unión Cívica Radical”;47 la UCR tenía como
propósito defender “el acervo moral de la Nación”;48 “Los radicales tra-
ducimos […] la voluntad de la nación”.49 Las citas podrían multiplicar-
se. La idea de Nación como totalidad y la de particularidad asociada a la
oligarquía, la confrontación entre el bien común y el interés particular
oligárquico parecen haber ganado la pulseada al momento de pensar la
traducción de lo social a lo político.50
En ocasiones, la concepción totalizante de la UCR se planteó con
nociones aún más nítidas. En la UCR se veían “representadas todas las
clases sociales y todas las ideologías de conciencia”;51 “El partido Radi-
cal posee en sus filas representación genuina de todas las clases sociales
y la expresión de todas las inquietudes argentinas, en lo espiritual como
en lo material […] en él encuentran satisfacción todos los anhelos de las
clases trabajadores, lo mismo que los del capital”.52 Alvear llegó a afir-
mar que la UCR expresaba una “noción totalitaria de Nación” porque
todas sus partes tenían cabida en ella, una expresión curiosa, teniendo
en cuenta los señalamientos que hizo sobre otros temas, como el esce-
nario internacional.53
En suma, el reconocimiento de la pluralidad social y la intención
de subrayar que la UCR representaba el conjunto de la sociedad lo
condujo a afirmaciones enfrentadas con aquella idea de pluralidad. La
302 Leandro Losada

oscilación, cuando no la superposición, entre la idea de Nación y la


idea de sociedad es en sí una sugerente manifestación al respecto. Y la
apelación a la idea de sociedad es aún más reveladora de la intención
totalizante. A diferencia del concepto de Nación, cuyo eventual una-
nimismo se deriva del retrato homogeneizante de lo social implícito
en el énfasis en lo que hace iguales a los individuos (derechos), partía
del reconocimiento más explícito de lo que lo social tiene de diverso e
incluso conflictivo (intereses, pensados por lo demás como sectoriales
o clasistas más que definidamente individuales).
Todo esto resulta curioso porque Alvear vio como una falencia, y
como una de las causas de la crisis argentina, la inexistencia de un siste-
ma de partidos que reflejara la pluralidad social, en lo que se puede reco-
nocer otra afirmación de marcas liberales: “Sería una prueba de cultura
cívica que los partidos políticos en lucha pudieran llegar hasta su electo-
rado a decirle lo que piensan, cómo encaran los problemas de gobierno
futuros y presentes, y que el electorado decidiera de acuerdo con lo que
cada candidato le dijera. Pero para ello sería necesario que tuviésemos
un clima distinto del que está reinando actualmente en la República”.54
De todos modos, esta carencia a menudo se acompañaba, otra vez,
del señalamiento de que la UCR era el único partido político propia-
mente dicho de la Argentina. Tenía un funcionamiento interno que lo
alejaba de los personalismos y gracias a ello, le permitía ofrecer a la
sociedad una plataforma a la altura de sus demandas y desafíos.55 La ex-
cepcionalidad de la UCR, sin embargo, provenía sobre todo de la identi-
dad ya señalada: era la nación, frente a la oligarquía y sus cómplices. En
1937, frente a las elecciones presidenciales, lanzó que “están luchando
hoy en la República el Partido Radical de un lado, y el gobierno de la
Nación del otro. No es una lucha de partidos, ¡no! Es lucha de un par-
tido contra agrupaciones que, al amparo de la protección oficial, han
acaparado situaciones oficiales de las cuales se valen para avasallar la
soberanía y la voluntad popular”.56
La identidad partidaria pergeñada por Alvear en los treinta no abre-
vaba en el nacionalismo popular vinculado con la tradición yrigoyenis-
ta.57 Pero es más dudoso que adaptara o preparara mejor a la UCR para
integrar un sistema de partidos. Después de todo, la misma tradición de
la UCR no era ajena a semejantes énfasis.58 Y hay que contemplar que la
necesidad de legitimar su conducción partidaria posiblemente impidió
Marcelo T. de Alvear 303

a Alvear dejar atrás el legado yrigoyenista, en caso de que haya querido


hacerlo o de que no creyera en lo que decía. Como fuere, su semblanza
de la UCR y de la escena política como una lucha entre la nación y la
oligarquía contenían connotaciones reñidas con un reconocimiento de
la pluralidad y la legitimidad de los otros.59
Quizá aquí se encuentra uno de los dilemas más problemáticos de
la escena política de los treinta. Los términos en los que se encuadró el
conflicto inspiraron y produjeron comportamientos nocivos para edifi-
car una democracia liberal tanto en el oficialismo como en la oposición.
Para Alvear, en todo caso, el momento liberal de la política argentina
llegaría luego de la restauración republicana, cuyo único artífice posible
era la UCR.

Alvear y las ideas políticas en la Argentina


de las décadas del veinte y del treinta

A partir de esta exploración, algunas preguntas emergen casi espontá-


neamente. Entre ellas, las razones de los énfasis discursivos de Alvear.
Es decir, ¿fueron las conductas y los rasgos de la Concordancia los que
motivaron los diagnósticos aquí abordados? ¿Fue, en cambio, una sensi-
bilidad personal la que inspiró su retrato del oficialismo y del radicalis-
mo? ¿Fueron las necesidades políticas, por cierto cambiantes a lo largo
de su vida pública, como presidente de la nación, como opositor, como
sucesor de Yrigoyen en la conducción de la UCR?
Sus consideraciones, vale volver a subrayar, derivaron de necesida-
des así como de perspectivas y, por qué no, de convicciones. Respondie-
ron a las vicisitudes de su vida política; fundamentar posiciones pro-
pias, criticar las de los adversarios. Pero, a la vez, fueron el fruto de un
modo de pensar la historia y la política del país en base a las tradiciones
o a las referencias que Alvear eligió, o tuvo a disposición, como figura
pública: el proyecto fundacional de la Argentina moderna y la UCR. Sus
conceptos y énfasis no se entienden sin ellas. Como se dijo al comienzo,
los discursos no son sólo justificaciones. También son revelaciones de
cómo se piensa la sociedad y la política.
Por ello hubo persistencias a pesar de los cambios que atravesaron a
Alvear en la política nacional, sobre todo entre los años veinte y treinta.
304 Leandro Losada

Esas persistencias, siempre en conjugación con la realidad en que vivió


y actuó, son precisamente las que permiten identificar el diagnóstico de
Alvear sobre la Argentina, y las formas en que vinculó los conceptos más
importantes que utilizó para ello, “república”, “democracia” y “libertad”.
Frecuentemente, Alvear utilizó indistintamente esos conceptos o
vio en ellos una síntesis virtuosa; su reivindicación de la república se
hizo en nombre de la libertad individual o de la relevancia de la virtud
cívica; la democracia se fundamentó en una noción totalizadora de na-
ción o en el individuo como sujeto de soberanía; sus apelaciones a la
libertad oscilaron entre la centralidad de la libertad cívica o el resguar-
do de libertades individuales como la propiedad. Al momento de trazar
genealogías, incluso, Alvear estableció varias, y diversas, continuida-
des. Por ejemplo, entre los valores “liberales” y el cristianismo. Tam-
bién celebró por igual las declaraciones de derechos de la Revolución
americana y de la francesa, y ponderó como un repertorio común a la
tradición anglosajona y a la continental.60
Al comienzo de este capítulo se señaló que usualmente Alvear fue
definido como un liberal. Al respecto, lo primero que debería decirse
es que si a menudo, en efecto, se definió a sí mismo, y fue definido por
sus contemporáneos, como un liberal, también se lo retrató como repu-
blicano o como demócrata (además, desde ya, de radical). Por lo tanto,
una primera conclusión que podría plantearse es que Alvear ofrece una
pista para entender qué significaba ser “liberal” en la Argentina de los
años treinta. O al menos, a qué se refería la condición liberal atribuida
a Alvear. La respuesta es que sería un posicionamiento en el que se vin-
culaban virtuosamente la importancia de la libertad, la reivindicación
de la forma de gobierno establecida por la Constitución de 1853 y la na-
turaleza democrática de la sociedad argentina. A diferencia de muchos
de los contemporáneos que hablaron un vocabulario similar (quienes
integraban la Concordancia, por ejemplo) no puede decirse que Alvear
falseara en la práctica sus discursos (aunque en ocasiones su liderazgo
partidario recibió acusaciones de ese tenor). En otras palabras, Alvear
condensaría o ejemplificaría una versión democrática del liberalismo
argentino; un posicionamiento en el que liberalismo y democracia no
confrontan, sino que se conjugan.
Esta caracterización puede complementarse con otra, de diferente
naturaleza, más conceptual que histórica. Es decir, en lugar de concluir
Marcelo T. de Alvear 305

que Alvear fue un liberal porque así se vio a sí mismo y así fue visto
por los demás, puede ensayarse una semblanza de su vocabulario po-
lítico considerando sus énfasis y connotaciones. Desde esta perspecti-
va, el punto sugerente es que por debajo del frecuente uso indistinto o
intercambiable de los conceptos, se pueden advertir tensiones entre las
coordenadas republicanas y las democráticas y, quizá más aún, entre las
primeras y las liberales. Alvear sería, al respecto, también un punto de
mira, modesto y pedestre si se quiere, de los contrapuntos y las diver-
gencias entre estas tradiciones políticas.61
Sus afirmaciones liberales, sus preocupaciones por la libertad y sus
consideraciones democráticas se derivaron de, pero también se limita-
ron por, una perspectiva de tópicos más propiamente republicanos. Las
modulaciones liberales y democráticas de Alvear se desprendieron de
una matriz republicana. Sobre ella se tejieron sus interrelaciones, pero
también ella fue el dique para que sus formulaciones liberales o demo-
cráticas, según el caso, no se desplegaran más consistentemente.
Algunos ejemplos. Se han señalado sus persistentes recaudos frente
a una activa, o en todo caso autónoma, participación política del “pue-
blo”, así como la reivindicación del papel rector o tutor de las elites.
El “buen gobierno” de elites virtuosas limitó las inflexiones democrá-
ticas, pero también la celebración de una sociedad autorregulada. Por
su parte, las alocuciones sobre la libertad sólo fueron moderadamente
liberales, o, mejor aún, sólo coyunturalmente liberales. Insistieron en,
y se enunciaron desde, pero también se limitaron a, la reivindicación
de la Constitución Nacional. La libertad tenía garantía suficiente con
su pleno restablecimiento y la consecuente recuperación de la repúbli-
ca. Fue este eje persistente el que habilitó el maridaje entre república,
liberalismo y democracia. Pero preponderantemente, entonces, desde
una perspectiva según la cual la libertad y la democracia se derivarían
de una recuperación de la forma republicana sancionada por la Consti-
tución (léase, por un retorno de un gobierno obediente a la ley funda-
mental). Por eso mismo, a su vez, el problema de la libertad volvió una
y otra vez sobre el tema de la libertad cívica. Fue esa noción de libertad
la que primó en sus declaraciones y usualmente estuvo “antes” o por
encima de las libertades individuales. El peligro de que estas últimas se
suspendieran apareció en sus preocupaciones e intervenciones públi-
cas de manera tardía y prácticamente como un tema en la agenda que se
306 Leandro Losada

derivó del escenario internacional, del eventual peligro de que se cer-


nieran sobre la Argentina experiencias foráneas como el fascismo o el
comunismo. E incluso ante el eventual peligro totalitario, las garantías
a las libertades individuales provendrían de una limitación del Estado
ante la sociedad operada por la ley y por el reconocimiento de derechos
imprescriptibles, pero también por la participación ciudadana.
En este sentido, las modulaciones conceptuales de Alvear indican
cuáles fueron a su entender los peligros más acuciantes para la libertad,
y sobre ello, la naturaleza del adversario que enfrentó. El énfasis en la
libertad cívica revela qué tipo de libertad se denunciaba violada por
Justo. Una apreciación que subyace, igualmente, a su caracterización
de la Concordancia como antirrepublicana más que como fascista o “to-
talitaria”. Para Alvear, los problemas de la libertad en el país tenían
raíces fundamentalmente “argentinas” y políticas, y estos provenían
más de degeneraciones republicanas y de perdurables vicios locales –la
demagogia yrigoyenista, la oligarquía justista, incluso el autoritarismo
de Uriburu, entendido en última instancia como una expresión extrema
del personalismo criollo–, que de proyectos decididamente autoritarios
inspirados en repertorios novedosos. El problema era la tergiversación
y el falseamiento de la “tradición argentina”, no la intención de su-
plantarla por otra. Por este motivo, y por su oposición tanto al fascismo
como al comunismo, en la que se advierte con nitidez, sí, una sensibili-
dad, por decir así, prototípicamente liberal, el antifascismo no le resultó
un posicionamiento político relevante frente a la situación local.
Por otro lado, la concepción desde la que pensó el lugar de la UCR
en la política argentina no colaboró para que este partido pudiera asu-
mirse como tal, es decir, como algo diferente a un nucleamiento que
condensaba la nación y que, por ello, podía reconocer rivales legítimos.
Su concepción tuvo modulaciones que fundadamente pueden conce-
birse como republicanas y democráticas. La UCR expresaba una nación
que era depositaria de la virtud y de la soberanía, frente a la corrupción
de la oligarquía. En los treinta, los persistentes reparos de Alvear ante
la participación popular, sus perspectivas elitistas e incluso sus refe-
rencias a que podía haber sociedades democráticas allí donde el pueblo
soberano no coincidía con el conjunto de la sociedad, no lo llevaron a
desconocer que, por la naturaleza de la sociedad argentina, aquí repú-
blica y democracia estaban íntimamente asociadas, aunque, desde ya,
Marcelo T. de Alvear 307

bajo la consagrada forma constitucional de democracia representativa o


república democrática.
De todos modos, estas nociones republicanas y democráticas tenían
implicancias totalizadoras y excluyentes. El republicanismo alvearista
y el unanimismo yrigoyenista, la UCR y sus tradiciones políticas, en
definitiva, tenían aquí un punto común de última instancia. Una posi-
ción liberal podría coincidir con los ataques de Alvear a la oligarquía
justista, al autoritarismo uriburista o también a la demagogia o el per-
sonalismo yrigoyenista. Pero difícilmente podría hacerlo con el diag-
nóstico de que la salida a la crisis argentina era a través de un espacio
político que englobaba al conjunto de la nación, o, más aún, a todas las
partes constitutivas de la sociedad. Esta noción del partido mantuvo su
inercia hasta el final de la vida pública de Alvear, incluso a pesar de sus
alertas sobre la ausencia de un sistema de partidos así como de las ini-
ciativas personales que desmentían su propio retrato de la vida política
argentina como una lucha de suma cero entre la nación y la oligarquía,
como los acercamientos a Ortiz, Pinedo o al mismísimo Justo. Los tonos
republicanos de Alvear estuvieron más cerca del liberalismo cuando se
refirieron a defender o a reivindicar una forma de gobierno, los frenos
y los contrapesos, el federalismo, en suma, el régimen político de la
Constitución de 1853, que cuando adquirió los acentos más propios de
un humanismo cívico.62
A modo de cierre, entonces, pueden subrayarse un par de aspectos.
En primer lugar, las declaraciones y los discursos de Alvear emergen
como un testimonio de un rasgo señalado por una abundante historio-
grafía: la importancia de la tradición republicana, y su entrecruzamien-
to con la reflexión liberal, en la cultura política argentina que hundía
sus raíces en el siglo XIX. Para Alvear, “el” problema político seguía
siendo la consolidación de la República verdadera, en su doble faz de
cultura cívica y de diseño institucional. Sus intervenciones públicas
muestran que las coordenadas del siglo XIX argentino seguían vigentes
en la década del treinta.
Es cierto que en esas mismas intervenciones pueden descubrirse re-
ferencias y alusiones a experiencias contemporáneas, que evidenciaban
en sí mismas las torsiones y novedades del liberalismo en las décadas
del veinte y el treinta en Occidente. Es conocida su admiración por la
Tercera República francesa, por el New Deal de Roosevelt, incluso por
308 Leandro Losada

el georgismo, cuyos ecos pueden encontrarse en algunas iniciativas de


su presidencia. Sin embargo, al momento de intervenir en la lucha polí-
tica nacional y, sobre todo, al trazar el diagnóstico de los problemas de
fondo que vertebraban la política argentina, la constantemente poster-
gada conclusión del proyecto fundacional del siglo XIX emergió como
el tópico más persistente. Yrigoyenismo, uriburismo, Justo y la Concor-
dancia, a pesar de sus diferencias, fueron concebidos como la reedición
de viejos problemas argentinos, el personalismo, las oligarquías, el frau-
de, antes que como las versiones locales de fenómenos internacionales
contemporáneos, cuyo perjuicio central era obturar la afirmación de la
república y de las instituciones establecidas por la Constitución de 1853.
Fue este diagnóstico el que, como se vio, inspiró su “optimismo” en otros
temas: precisamente, el que aludía a la debilidad de los extremismos de
raíces europeas en el país.
En segundo lugar, el lenguaje político de Alvear, más allá, pero tam-
bién a causa de sus oscilaciones, vaivenes y particulares expresiones,
permite identificar, en un plano más propiamente conceptual, las tensio-
nes de sus posiciones republicanas con la aceptación y con el reconoci-
miento pleno de la democracia. Pero, quizá más aún, con la modulación
de un repertorio apropiadamente liberal. Desde este ángulo de observa-
ción, Alvear es una muestra de la persistencia del problema republicano
(una continuidad con el siglo XIX, en su doble dimensión institucional y
cívica) y la oblicua presencia del problema liberal a raíz de aquella persis-
tencia. Así lo sugiere la formulación del problema y de la reflexión sobre
la libertad en una matriz republicana, y una concepción de la democracia
de implicancias totalizadoras, más cercana, también, a una matriz repu-
blicana (no sin contrapuntos entre ambas, sobre todo por el sesgo aristo-
cratizante que esta última tuvo en Alvear) que a una liberal.
En suma: Alvear reivindicó una república liberal, la establecida
por la Constitución, a la que consideró persistentemente como el fruto
de una sociedad democrática, el producto de la voluntad soberana de
la nación argentina. Durante buena parte de su vida, entendió que la
consolidación o la recuperación de la república, según la coyuntura,
resolvían el problema de la libertad en el país. Por otro lado, persiguió
ese objetivo político, una república liberal, a través de un partido al que
concibió, en especial durante los años treinta, de un modo difícilmente
conciliable con un sistema político pluralista. Y, paralelamente, el reco-
Marcelo T. de Alvear 309

nocimiento del fundamento democrático de la república argentina así


como de que su afirmación exigía el despliegue libre de procedimientos
democráticos, convivió con recaudos frente a la acción popular, deri-
vados de una igualmente persistente convicción de la bondad de elites
definidas por la virtud cívica. Su elitismo moderó las inclinaciones de-
mocráticas, pero también lo distanció del ideal liberal de una sociedad
autorregulada. Así se había advertido, después de todo, en su gestión de
gobierno, moderada en sus avances sobre la sociedad, pero igualmente
pautada por la conveniencia de una acción legislativa que coordinara y
orientara sus dinámicas.
Alvear no fue un republicano radical o un demócrata en el sentido
conceptual y contemporáneo del término, es decir, un convencido de
las virtudes de una activa participación popular o de una democracia
asamblearia, justamente por las modulaciones que a esas posibilidades
le dieron sus convicciones liberales. Pero, por otro lado, los ejes republi-
canos que pueden identificarse en sus declaraciones y en su actuación
públicas (el humanismo cívico de inflexiones elitistas e implicancias
unanimistas) moderaron sus énfasis democráticos, delimitados a la rei-
vindicación de un principio de fundamentación y de un procedimiento,
y también, y quizá más aún, los liberales.
Desde este punto de vista, sería un retrato parcial concluir que Al-
vear fue un “liberal aristocrático” con recelos democráticos. O, lo que
es lo mismo, ver en él un exponente de las prudencias del liberalismo
frente a la democracia. Sus expresiones reactivas ante ella fueron no-
torias pero también coyunturales, como en 1930. E incluso en ese mo-
mento, las formuló como críticas a un mal gobierno antes que contra la
democracia en sí misma.
Quizá es más sugerente ver en él, complementando más que refu-
tando lo anterior, un personaje que ofrece pistas para pensar qué quería
decir ser “liberal” en la Argentina de los treinta (pues esa fue a menudo
una identidad o un posicionamiento explícito), al menos cuando esa
expresión aparecía en la voz de un dirigente del radicalismo. Y sobre
ello, cambiando la mirada hacia una aproximación más definidamente
conceptual sobre la cultura y las ideas políticas en la Argentina, Alvear
brinda un punto de mira para reflexionar sobre los condicionamientos
del republicanismo para una reflexión liberal, o incluso más, para con-
tribuir a la afirmación de una democracia liberal.
310 Leandro Losada

Notas

1
Cfr. Apellániz, Callao…, pp. 128-129.
2
Cfr. Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”,
Prismas. Revista de Historia Intelectual, n.° 4, 2000, pp. 149-191; Pierre Rosan-
vallon, “Para una historia conceptual de lo político”, Prismas. Revista de Historia
Intelectual, n.o 6, 2002, pp. 123-133.
3
Respectivamente: Barroetaveña, El gobierno del Dr. Alvear; Rock, El radicalismo
argentino; Del Mazo, El radicalismo; Luna, Alvear.
4
Cfr. Nállim, Transformación y crisis del liberalismo, pp. 79-85.
5
Respectivamente: “Discurso pronunciado en Rosario, en la comida servida
en la Jefatura Política, el 11 de agosto de 1923”, en Alvear, Democracia, p. 62;
“Proclamación de candidatos en Mendoza. Junio 12 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 46; “Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”,
en Alvear, Democracia, p. 139.
6
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Mayo de 1923”, en Presidencia Alvear. 1922-1928. t. 1, pp. 21-22.
7
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la UCR,
en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 7.
8
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13 de
diciembre de 1936”, en Alvear, Democracia, p. 218.
9
Una certeza que, por cierto, fue revisada en franjas políticas e intelectuales de la
Argentina. Cfr. Roldán (comp.), Crear la democracia.
10
“Discurso pronunciado en el mitin del Frente Popular, al pie de la estatua de Roque
Sáenz Peña, el 22 de agosto de 1936”, en Alvear, Democracia, p. 213. Ver también
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, Acción democrática, p. 25.
11
La distinción de la democracia como justificación y como procedimiento, en Pierre
Rosanvallon, La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad, proximi­
dad, Buenos Aires, Manantial, 2009, pp. 22-23, 43-64.
12
“Acto de la Proclamación Gualeguaychú. Julio 11, 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 170.
13
“14 de julio. Publicado en el Diario Crítica de Buenos Aires, el 12-7-1939”, en
Alvear, ¡Argentinos!, pp. 195-196.
14
Cfr. Tulio Halperin Donghi, “Una nación para el desierto argentino”, en Proyecto
y construcción de una nación (1846-1880), Buenos Aires, Ariel, 1995, pp. 7-107;
Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas
de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1997; Darío Roldán, “La cuestión
liberal en la Argentina en el siglo XIX. Política, sociedad, representación”, en
Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coord.), Un nuevo orden político. Provincias
y estado nacional, 1852-1880, Buenos Aires, Biblos, 2010, pp. 275-291.
Marcelo T. de Alvear 311

15
Cfr. Botana, El orden conservador; Fernando Devoto, “De nuevo el aconteci-
miento: Roque Sáenz Peña, la reforma electoral y el momento político de 1912”,
en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravig­
nani”, n.° 14, segundo semestre, 1996; Martín Castro, El ocaso de la república
oligárquica. Poder, política y reforma electoral, 1898-1912, Buenos Aires, Edhasa,
2012.
16
“Acto de la proclamación - La Rioja. Junio 16 de 1937”, en Alvear, Acción
democrática, p. 86.
17
“Proclamación en Azul. Agosto 15 de 1937”, ibíd., pp. 349-350.
18
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, ibíd., p. 18.
19
“Proclamación en Rafaela. Julio 25 de 1937”, ibíd., p. 275.
20
“Discurso pronunciado en Santiago del Estero, el 15 de septiembre de 1935”, en
Alvear, Democracia, p. 121.
21
“Discurso pronunciado en el acto realizado en Cruz del Eje. Junio 15 de 1937”, en
Alvear, Acción democrática, p. 83.
“Discurso pronunciado en el puerto de la Capital, a su regreso de Europa, el 13
22

de diciembre de 1936”, en Alvear, Democracia, p. 223. Cfr. también “Asamblea


en el Luna Park. Proclamación de candidatos, 26 de marzo de 1938”, en Alvear,
¡Argentinos!, pp. 142-147.
23
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Mayo de 1923”, en Presidencia Alvear. t. 1, p. 22.
24
“Mensaje al inaugurar el período ordinario de sesiones del H. Congreso Nacional.
Mayo de 1925”, en Presidencia Alvear. t. 1, p. 164.
25
“Discurso pronunciado en el Azul [sic], el 13 de octubre de 1935”, en Alvear,
Democracia, p. 135.
26
“Acto de clausura de la campaña presidencial, en el Luna Park. Capital Federal,
1° de septiembre de 1937”, en Alvear, Acción democrática, pp. 425-433; Sánchez
Román, Los argentinos y los impuestos, pp. 69-115.
27
Persello, El partido radical, pp. 222-225; Cattaruzza, Hechos e ideas.
28
La distinción es de Pierre Rosanvallon, El capitalismo utópico, Buenos Aires,
Nueva Visión, 2006, pp. 150-153.
29
“Acto de clausura”, en Alvear, Acción democrática, p. 432.
30
“Discurso pronunciado en La Plata, el 31 de octubre de 1935”, en Alvear, Demo­
cracia, pp. 147-149.
31
Ver Marcelo T. de Alvear a Publio Massini, París, 9/1/1931, Serie Archivo Alvear,
t. 1, pp. 175-177. Ver Halperin Donghi, La República imposible, pp. 123-133.
32
Ver Persello, El partido radical, pp. 230-231.
33
Es difícil encontrar en sus intervenciones nociones referidas a la relación entre
ley y derecho: es decir, si la ley se limita a consagrar o a garantizar derechos
preexistentes, o si la ley crea derecho. Sus preocupaciones constitucionalistas
312 Leandro Losada

se restringen a reivindicar la Constitución de 1853. Hay algunas excepciones: en


una definición que recuerda a Montesquieu, Alvear subrayó que “la libertad es
el goce de los derechos consagrados por la ley”, la cual podría concebirse como
un punto de encuentro entre una perspectiva garantista (la ley garantizando de-
rechos preexis­tentes) y una legicentrista (la ley creando derechos en un sentido
más nítido). “Banquete en honor del Dr. Alvear. Teatro Municipal. Paraná, julio
14, 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 202.
34
“Proclamación en Esperanza. Julio 25 de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 277. Cfr. también: “Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H.
Convención Nacional de la UCR, en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”,
ibíd., p. 8
35
Persello, Historia del radicalismo, pp. 120-121 y 129-130.
36
Persello, El partido radical, pp. 207-236; Cattaruzza, Hechos e ideas.
37
“Renovación de autoridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear
en la sesión del 7-02-1939”, en Alvear, ¡Argentinos!, pp. 162-163. Nótese que
aquí puede advertirse, además del señalamiento de la ley como límite al poder,
uno también referido al límite de la ley, los derechos individuales: conciencia,
pensamiento, opinión.
38
“Proclamación en Concordia” (1939), en Alvear, ibíd., pp. 84-88.
39
Íd.
40
Íd.
41
“Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo T. de Alvear, como huésped de honor
de la Cámara de Comercio Británica en la República Argentina, en el almuerzo
realizado en el Plaza Hotel, el día 11 de julio de 1940”, en Alvear, ¡Argentinos!,
pp. 262-263. Cfr. también “La guerra europea y la Argentina. Publicado en diario
El Sol de Buenos Aires el 28 de octubre de 1939”, ibíd., pp. 205-212. Por decirlo
así, para Alvear en Inglaterra se operaba una síntesis virtuosa entre la “libertad de
los modernos” y la “libertad de los antiguos”. En todo caso, es un ejemplo de la
conjugación virtuosa de sus acentos republicanos y liberales. Si se quiere, podría
pensarse que esta síntesis virtuosa se opera porque los acentos de Alvear remiten
al denominador común entre la noción de libertad como independencia y la
noción de libertad como autonomía: la autodeterminación. Cfr. Norberto Bobbio,
“Kant y las dos libertades”, en Teoría general de la política, Madrid, Trotta, 2009,
pp. 113-127.
42
Sobre este punto ver también las consideraciones de Cattaruzza, Marcelo T de
Alvear, pp. 72-73.
43
“Banquete en honor del Doctor Alvear. Teatro Municipal. Paraná, Julio 14, 1937”,
en Alvear, Acción democrática, p. 202.
44
“Banquete –Córdoba–. Agosto 7 de 1937”, ibíd., p. 316.
45
Cfr. Alonso, Entre la revolución y las urnas.
46
“Proclamación en San Juan. Junio 14 de 1937”, Alvear, Acción democrática, p. 68.
Marcelo T. de Alvear 313

47
“Discurso pronunciado ante la H. Convención Nacional de la UCR el 27 de
diciembre de 1933”, en Alvear, Democracia, p. 118.
48
“Discurso pronunciado en Bahía Blanca el 12 de octubre de 1935”, ibíd., p. 131.
49
“Discurso pronunciado en Córdoba el 20 de octubre de 1935”, ibíd., p. 142.
50
Este problema ha sido explorado en profundidad para el caso francés. Ver: Ro-
sanvallon, La legitimidad democrática; Rosanvallon, El pueblo inalcanzable;
Rosanvallon, El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinis­
mo, de 1789 hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007; Marcel Gau­
chet, La revolución de los derechos del hombre, Bogotá, Universidad Externa-
do de Colombia, 2012; Lucien Jaume, Les discours jacobin et la démocratie,
París, 1989.
51
“Discurso pronunciado en la sesión inaugural de la H. Convención Nacional de la
UCR en la Capital Federal el 14 de abril de 1937”, en Alvear, Acción democrática,
p. 22.
52
“Discurso en Ranchillo. 12-10-1938”, en Alvear, ¡Argentinos!, p. 46.
53
“Proclamación en San Juan. Junio 14 de 1937”, en Alvear, Acción democrática, p. 66.
54
“Proclamación en 9 de julio. Agosto 18 de 1937”, ibíd., p. 385.
55
“Proclamación de candidatos. Villa Mercedes (San Luis). Junio 11 de 1937”, ibíd.,
p. 37.
56
Ibid., p. 35.
57
Cuando Alvear apelaba a la noción de pueblo, como se dijo, es como sinónimo
o equivalente de la idea de nación: como sujeto soberano de la sociedad política
argentina, cuya expresión concreta era la Constitución, no en relación con lo “po-
pular”.
58
Alonso, Entre la revolución y las urnas; Marcelo Padoán (selección de textos y
estudio preliminar), Jesús, el templo y los viles mercaderes. Un examen de la
discursividad yrigoyenista, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
2002; Marianne González Alemann, “Ciudadanos en la calle. Violencia, virili-
dad y civilidad política en la campaña presidencial porteña de 1928”, Hispanic
American Historical Review, vol. 94, n.° 3, pp. 421-453; Gerardo Aboy Carlés, “El
radicalismo yrigoyenista y el proceso de nacionalización del espacio político. Una
interpretación a través de los usos del concepto de hegemonía”, Identidades, nº
4, 2013, pp. 33-47; Gabriela Delamata y Gerardo Aboy Carlés, “El Yrigoyenismo:
inicio de una tradición”, Sociedad, vol. 17/18, 2001. Cfr. también Francisco
Reyes, “El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo
identitario fundacional”, Cuadernos del Ciesal, n.° 12, 2013, pp. 127-148.
59
Otra interpretación sobre los contrastes entre alvearismo e yrigoyenismo, en Gi-
ménez, “Del caos al orden”.
60
“Renovación de autoridades del H. C. Nacional. Declaraciones del Dr. Alvear en
la sesión del día. 7-02-1939”, en Alvear, Argentinos, p. 161; “14 de julio”, ibíd.,
pp. 195-196.
314 Leandro Losada

61
Cfr. al respecto, entre tantos otros: J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico:
El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, Madrid,
Tecnos, 2008; Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político mo­
derno, México, FCE, 1985; Mauro Barberis, Libertad, Buenos Aires, Nueva Visión,
2002; John Rawls, Liberalismo político, México, FCE, 2013; Philip Pettit, Repub­
licanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999;
Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, México, FCE, 2012. Maurizio Viroli,
Republicanismo, Universidad de Cantabria, 2015; Félix Ovejero, José Luis Martí y
Roberto Gargarella (comps.), Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad,
Barcelona, Paidós, 2013; Andrés Rosler, Razones públicas. Seis conceptos básicos
sobre la república, Buenos Aires, Katz, 2016.
62
Vale decir que esa reivindicación del régimen político de la Constitución puede
pensarse, de todos modos, como un liberalismo moderado en comparación con
los planteos que hicieron otras franjas del liberalismo argentino, que precisamen-
te consideraron necesario reformar la Constitución en un amplio abanico de te-
mas: desde el federalismo hasta el gobierno representativo. Cfr. Roldán, Crear la
democracia.
Epílogo

Alvear murió el lunes 23 de marzo de 1942, a las 23.23 horas, en su re-


sidencia La Elvira, en Don Torcuato. Tenía setenta y tres años.1
Para entonces, la vida política argentina profundizaba su crisis. El
vicepresidente en ejercicio de la presidencia, Ramón Castillo, había to-
mado distancia del rumbo delineado por Roberto Ortiz, quien seguía
con licencia y murió cuatro meses después que Alvear, en julio de 1942.
El último episodio que Alvear vivió fue de revés y desencanto: la de-
rrota de la UCR en las elecciones en Capital Federal, Entre Ríos, Tucu-
mán, distritos en los que el radicalismo gobernaba (los dos últimos) o
no había sido derrotado desde 1930 (el primero). En febrero, además,
las corrientes internas enfrentadas al comité nacional habían comenza-
do a confluir y formalizarse –por ejemplo, el Movimiento Revisionista,
con Ricardo Balbín, Alejandro Leloir y Salvador Cetrá en la provincia
de Buenos Aires–. Como se vio en el capítulo 6, la última decisión de
Alvear, ya recluido en Don Torcuato y pocos días antes de morir, fue
renunciar a la presidencia del comité nacional, en solidaridad con José
Tamborini, que lo había reemplazado desde el comienzo de su licencia,
y también había dimitido a raíz del revés electoral.
En sus últimas horas, Alvear estuvo acompañado en Don Torcua-
to por Regina, sus médicos Mariano R. Castex, Antonio Batro, Roberto
González Segura y Salvador Dillon, algunos parientes como Torcuato
de Alvear y José Pacheco Alvear, su administrador Tito Rapallo y sus
secretarios Manuel Marthol y Guillermo de Andrea. La extremaunción
se la administró Rafael Cantilo, hijo de su amigo José Luis Cantilo. Ape-
nas ocurrida su muerte, llegaron a Don Torcuato dirigentes y figuras del
radicalismo, como Ernesto Boatti, Raúl Damonte Taborda, Martín Noel,
José Tamborini, y allegados de larga data con los que la política había
generado desencuentros, Leopoldo Melo, Tomás Le Bretón y Honorio
Pueyrredón. Hicieron lo propio Carlos Saavedra Lamas y el embajador
uruguayo, Eugenio Martínez Thedy.2
316 Leandro Losada

Crítica 24/3/1942. Fuente: Biblioteca Nacional,


Hemeroteca-Publicaciones Periódicas.

Rafael Castillo, el presidente en ejercicio, y Miguel Culaciati, el minis-


tro del Interior, visitaron la capilla ardiente montada en la casa de Don
Torcuato, el día 24. Ésta fue “sencilla”: “A cada lado del cajón de caoba
oscura con manijas de plata se colocaron tres candelabros. Lo cubría
Marcelo T. de Alvear 317

una bandera argentina de guerra cruzada con un crespón y se destacaba


un enorme ramo de orquídeas”.3 A lo largo de la jornada, hasta la tarde,
fueron todos los miembros del gabinete. De allí se trasladó el féretro a la
Casa de Gobierno, por ofrecimiento de Castillo, aceptado por Regina. La
banda del Regimiento de Granaderos a Caballo entonó la marcha fúne-
bre cuando el féretro fue ingresado a la Casa Rosada desde la explanada
que da a la avenida Rivadavia. El ataúd fue cargado por Torcuato de Al-
vear, Adams Benítez Alvear, José Pacheco de Alvear, Carlos de Alvear,
José Tamborini, Honorio Pueyrredón, Obdulio Siri, Tito Rapallo, Martín
Noel, José Luis Cantilo, Mario Guido, Alberto J. Paz, Ezequiel Fernán-
dez Guerrico, Manuel Marthol y Fernando y Pedro Arricau. Alvear fue
velado en el Salón Blanco, en una capilla ardiente dispuesta, de modo
parecido a la de Don Torcuato, con “sencilla severidad”. Hasta allí se
acercaron también personajes como Ricardo Rojas, Amadeo Sabattini
y Agustín Justo, quien declaró su “hondo pesar” y que “desaparece un
patriota y un ciudadano eminente”.4 La Nación definió como “multitud
compacta” al público que se congregó en la Plaza de Mayo para asistir
al velatorio. El “desfile popular [fue] ininterrumpido durante toda la
noche”, “incesante”. Crítica coincidió, titulando: “Una muchedumbre
emocionada acompañó los restos de Alvear”.5
El Poder Ejecutivo estableció por decreto que se tributaran a Alvear
los honores correspondientes a un presidente muerto en el ejercicio de
su cargo, con diez días de bandera a media asta. Hubo, asimismo, dis-
tintos honores dispuestos por el Ministerio de Guerra, el Ministerio de
Marina, la Intendencia de la ciudad de Buenos Aires, el Congreso y la
Corte Suprema. El Arzobispo de Buenos Aires dispuso que todas las
iglesias de la ciudad doblaran las campanas durante las exequias. Tam-
bién expresaron sus condolencias el rector de la Universidad de Buenos
Aires, Carlos Saavedra Lamas; el presidente de la Academia de Derecho
y Ciencias Sociales, Leopoldo Melo; el de Medicina, Mariano Castex; y
el de Ciencias Económicas, Enrique César Urien. Asimismo manifestó
su pésame el bloque parlamentario de la UCR, no sesionó el comité na-
cional y hubo disposiciones de duelo del comité de la UCR de la ciudad
de Buenos Aires. Hicieron lo propio, con notas a Regina, el Partido So-
cialista, el Partido Demócrata Nacional y la UCR Reorganizada.
Culminado el sepelio en el Salón Blanco, la mañana del día 26 de
marzo se realizó una misa de cuerpo presente en la Catedral, y luego
318 Leandro Losada

se hizo el traslado al Cementerio de la Recoleta. El cortejo fue descrip-


to como un “auténtico duelo popular”; “un homenaje de trascendental
hondura popular”.6 El recorrido, a través de Avenida de Mayo, Congre-
so, Callao, Quintana, se prolongó por tres horas, llegando al cementerio
pasado el mediodía. Desde los balcones se arrojaban flores. Las demoras
se debieron a la “compacta muchedumbre” que acompañó el cortejo. En
ella se destacaban “muchas mujeres de condición humilde [que] aguar-
daban en las aceras con sus pequeños ramos [de flores]”, y “que lloraban
al paso del ataúd, y entre ellas había ancianas que llegaron desde los ba-
rrios más apartados de la ciudad con el fin de rendir el postrer homenaje
al gran argentino desaparecido”.7
Estas “escenas de intensa emoción” se trastocaron incluso en al-
gunos incidentes: “muchas personas no sólo intentaban acercarse, sino
también sacar del vehículo el ataúd para llevarlo en hombros. A ello
se opuso reiteradamente la policía”. Pero no logró impedirlo: “al llegar
frente al número 1180 de la arteria citada [la Avenida de Mayo] un gru-
po de jóvenes levantó la caja, actitud que no halló nuevas negativas”.
Según Crítica, la acción estuvo acompañada del grito “¡Es del pueblo!”.
Sin embargo, por la intervención de los granaderos, se frustró el intento
de desviar la trayectoria con el objetivo de desfilar ante la Casa Radical.
La manifestación, una “enorme muchedumbre”, una “verdadera multi-
tud”, a lo largo de la marcha “cantaba las estrofas del Himno Nacional
y prorrumpía en vítores a la libertad y la democracia”.8 De acuerdo a
algunas crónicas, se produjeron algunos hechos curiosos cuando el cor-
tejo pasó delante del parlamento: “En la proximidad del Palacio del
Congreso, en un alto obligado, la multitud hizo el signo de la ‘V’”.9

***

En cierta medida, como espejo de las manifestaciones de la multitud


que acompañó el cortejo fúnebre, al morir Alvear apareció como un
baluarte de aquello que se juzgaba en peligro en el mundo y en la Ar-
gentina en esos momentos, la libertad, en el amplio sentido de autode-
terminación, en su doble dimensión política y privada, y la democracia
republicana: “La República [afirmó La Nación] lo ve bajar hoy a la tum-
ba y siente, conmovida, que acaba de perder a uno de los hijos que con
mayor intensidad supieron amarla”.10
Marcelo T. de Alvear 319

Alvear era un “símbolo de nuestra democracia tal como la presin-


tieron los constructores de la Nación”; “sus miradas dirigíanse [sic] a un
futuro en el que hay una República Argentina democrática, cabalmente
democrática, en un mundo de libertad”, al decir del mismo diario.11 Críti­
ca, cuya adhesión a la figura de Alvear había sido explícita en varios tra-
mos de los años treinta, lo definió como “el más grande de los argentinos
contemporáneos”, subrayó que “detentaba aquel privilegio que sólo co-
nocieron Sarmiento y Mitre: la jefatura moral de su pueblo”, y afirmó que
“la democracia argentina y la democracia continental están de duelo”.12
En la capilla ardiente dispuesta en el Salón Blanco de la Casa Ro-
sada, el ministro del Interior, Culaciati, lo definió como “devoto de la
democracia, en su genuina expresión”.13 Enrique Mosca, su compañero
de fórmula en 1937, lo retrató como “republicano de apasionadas con-
vicciones”.14 José Serrato, ex presidente del Uruguay y amigo de Alvear,
destacó su “fe republicana” y su carácter de “misionero y cruzado de la
verdad democrática”.15 Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la
República Española, envió sus condolencias, al igual que otras figuras
de primera línea del republicanismo peninsular, como Julio Álvarez del
Vayo, Augusto Barcia Trelles y Manuel Blasco Garzón.16 El presidente
de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, expresó el “hondo pesar que
le ha causado el fallecimiento del ex presidente de la República Ar-
gentina Dr. Marcelo T. de Alvear y afirmó que el extinto era una de las
figuras más prominentes de la causa democrática en América”.17 Alfre-
do Palacios lo llamó “patriarca del civismo” y apuntó que a Alvear le
cabían las palabras de Pericles: ningún ciudadano había sufrido nunca
por su culpa. Las referencias clásicas, por cierto, abundaron. El propio
Culaciati lo llamó “varón romano”, y se lo definió como “ilustre repú-
blico”, que “ha tenido la belleza simbólica de los viejos romanos”.18
Gabriel Oddone, en nombre del comité nacional del radicalismo en las
exequias realizadas en la Recoleta, convocó a “realizar tu ideal, salvar a
la patria, instituciones y república”.19
Estos retratos se tejieron, fundamentalmente, sobre el Alvear de los
últimos años, y desde esa imagen se caracterizaron, en retrospectiva, las
diversas facetas de su vida pública. Su compromiso por la paz era reco-
nocible desde sus años en el ministerio de París, como lo ejemplificaban
“las fotografías de aquel tiempo [que] nos muestran al demócrata de pie,
conmovido, frente a las tumbas de los soldados sin nombre”. Su convic-
320 Leandro Losada

ción de América como “refugio del pensamiento y la civilización” cobra-


ba relieve ante la crisis europea. La lucha contra Yrigoyen no había sido
simplemente la confrontación con el personalismo o la demagogia, sino
una primera versión de la que el país debería enfrentar o, mejor aún, ya
enfrentaba desde ciertos puntos de vista en el amanecer de los años cua-
renta, el autoritarismo contra la democracia: “Alvear opuso a la corriente
autoritaria el cumplimiento de la Constitución y de las leyes y la no in-
tervención del Gobierno en la existencia de las agrupaciones políticas”.20
Alvear, asimismo, había advertido los vicios o las corrupciones de
la democracia y combatido contra ellas. Al decir del ex presidente uru-
guayo Serrato, había sido un “demócrata auténtico” convencido de que
“la tarea era curar los vicios populares y no en [sic] explotarlos desa-
prensivamente”.21 Ello era lo que lo convertía, según se vio, en “símbolo
de nuestra democracia tal como la presintieron los constructores de la
Nación”; “devoto de la democracia, en su genuina expresión”.
En suma, su acción y sus preocupaciones replicaban, e incluso
habían anticipado, las inquietudes que alertaban al mundo en 1942,
convirtiéndolo en adalid de los dilemas de esa hora, y proyectando su
figura en el plano americano e internacional: “ocupó un sitio de van-
guardia en la línea tendida a través del mundo para salvar algo más que
la libertad electoral: la libertad misma”, según La Nación.22 En palabras
de Gabriel Oddone, Alvear había sido un “ciudadano del mundo […]
generoso idealista heroico [que] sintió el dolor del instante”.23
Semejantes evocaciones emergen como un sugestivo indicio de que
los contemporáneos percibían los rumbos sombríos, o cuanto menos in-
ciertos, que la vida política argentina había tomado a inicios de los años
cuarenta. Como dijo el mismo Oddone, había que “salvar a la patria,
instituciones y república” para honrar el legado de Alvear. Alfredo Pa-
lacios se refirió a su gobierno y a su tarea de presidente del radicalismo
como un “largo día de sol en nuestra historia”.24
Es decir, los retratos que se hicieron de él no fueron simples des-
cripciones de su actuación pública. Sirvieron para evocar no sólo a
Alvear, sino a través de él, aquello que se consideraba en riesgo por
amenazas foráneas y complicidades locales: la “tradición argentina” en
palabras de Alvear; la “Argentina liberal”, según una expresión más
usual; la Constitución, la república como régimen político, la democra-
cia como fundamentación de la sociedad política argentina.
Marcelo T. de Alvear 321

Crítica 25/3/1942. Fuente: Biblioteca Nacional,


Hemeroteca- Publicaciones Periódicas.

Todo esto muestra, por otro lado, que sus contemporáneos (los cerca-
nos, desde ya) vieron a Alvear como él mismo se había presentado ante
la opinión pública. Se ratificó la imagen que dio de sí; no se la discutió.
Vale subrayarlo: al morir, se presentó ante la opinión pública un Alvear
patriota y comprometido con la democracia republicana. No se vio en él
322 Leandro Losada

un aristócrata receloso. Era un baluarte de la tradición política argenti-


na porque defendía sus principios y, a la vez, como manifestaron todos
los que hablaron en su sepelio y en sus exequias, porque la condensaba
su propia historia familiar y personal. Alvear había sido un ejemplo
concreto de la posibilidad de que se conjugaran aristocracia y democra-
cia en la Argentina. Carlos Saavedra Lamas, en cuyo testimonio es suge-
rente ver una identificación con el destinatario de sus palabras, remarcó
que: “Era un lujo para nuestro país, cosmopolita, fundado en buena
parte por el aluvión inmigratorio, por cierto necesario y benéfico, tener
al frente de un gran partido popular un hombre que venía, por su tradi-
ción y su abolengo, de la profundidad de nuestra historia originaria”.25
En sintonía con este tipo de testimonios, otros lo distinguieron de
quienes, con similares orígenes, pretendían privilegios. Palacios, luego
de parangonarlo con Pericles, destacó que

Había en él […] ese viviente valor de la tradición, imposible de


adquirir personalmente […] que si bien puede transformarse y se
transforma, muchas veces, en odioso galardón cuando se profa-
na su naturaleza convirtiéndole en emblema de privilegios irri-
tantes, resulta, en cambio, la viva encarnación de nuestra conti-
nuidad histórica y el reverdecer actual de los antiguos laureles,
cuando ese prestigio es escudo para defender nuestros sagrados
principios de libertad y de justicia.26

Américo Ghioldi dijo que “su vida es un ejemplo de civismo, tanto


por la persistencia de sus preocupaciones públicas como por la prueba
ofrecida a falsos aristócratas en el sentido de que un espíritu refinado
puede comprender y servir los intereses del pueblo”.27 Como lo resu-
mió Crítica: “en este vástago de las clases patricias –vaya paradoja–
vivía el demócrata centrista, el liberal incorrompible [sic], el estadista
humano”.28
La abnegación política de Alvear fue aludida al retratar sus últimos
días. Según la crónica de La Nación, una vez producida la renuncia al
comité nacional, sus miembros se acercaron a Don Torcuato para con-
vencerlo de que reviera la decisión. Aparentemente, Regina consideró
inoportuna la visita debido a la necesidad de reposo de su marido. Fren-
te a ello, Alvear le habría exclamado: “¡Regina, por favor, déjame vi-
Marcelo T. de Alvear 323

vir!”.29 Otras semblanzas decidieron retratar su muerte destacando ras-


gos diferentes, pero en última instancia coincidentes con los anteriores:
“No hubo agonía: se extinguió su vida con la placidez de los justos”.30
Todo lo anterior, desde ya, podría atribuirse a los resarcimientos
que suele motivar la muerte. Como se dijo, además, la coyuntura políti-
ca bien pudo alentar que esa revalidación se enfatizara del modo en que
lo hicieron los personajes y los medios de prensa citados.
No obstante, lo sugerente es que el enaltecimiento no escondió las
críticas. Se las moderó, es cierto, desde los acentos ya apuntados. Sus
atributos, más que propiamente políticos, habían sido morales: “una
línea de conducta y de moral política vivida sin rectificaciones y sin
vacilaciones”.31 Los errores habían sido fruto de alguien que antepuso la
república a la ambición, las instituciones al poder; de un político argen-
tino cuyas equivocaciones incluso probaban su patriotismo. Asimismo,
la colocación de su trayectoria y de sus preocupaciones en un contexto
más amplio que el local, justificado por la coyuntura, era también un
modo elegante de mostrar el desajuste de Alvear con sus circunstancias
más inmediatas. Estaba en sintonía con el mundo, pero no tanto con la
Argentina. La justeza de sus inquietudes se advertía en que éstas desga-
rraban al planeta, aunque, al mismo tiempo, no habían sido suficientes
para reposicionar su figura en la política nacional.
De manera explícita, se apuntaron sus responsabilidades en las de-
rivas de la política argentina de los últimos veinte años y en la crisis del
radicalismo. La Nación señaló la fallida tarea de Alvear en construir un
espacio político propio durante su presidencia: “no consiguió con su
persuasión [se refiere a su ponderación de “las virtudes civilizadoras del
legalismo”] lo que otros mandatarios obtienen por medio de los resortes
que el país deposita en sus manos”. El mismo diario recordó su tole-
rancia a experiencias políticas contrarias a los principios declamados,
como los gobiernos de San Juan y Mendoza, y cuestionó su política eco-
nómica. Crítica, con un tono abiertamente reivindicatorio, sin embargo
no dejó de recordar que “la exaltación demagógica de algunos círculos
no supo, en el primer instante, aquilatar la grandeza de una presidencia
histórica” y refirió “la falta de colaboración del Congreso” para explicar
por qué un gobierno presidido por buenas intenciones (“administración
progresista, insospechada y civilizada”) había culminado con magros
resultados.32 La Nación reconocía la “razón” y la “belleza” de la deci-
324 Leandro Losada

sión de no haber intervenido la provincia de Buenos Aires. Pero no se


dejaba de apuntar que “las consecuencias de esa negativa” incluían “la
segunda presidencia del Sr. Yrigoyen y los sucesos que de ella procedie-
ron, inclusive los más recientes”. Alvear era un responsable, indirecto
y lejano, pero igualmente clave, de la crisis detonada a partir de 1930.
Y en este sentido, se subrayaba: “Marcelo T. de Alvear ha sido actor en
los acontecimientos que precedieron a la crisis actual. De la responsabi-
lidad que en ella pueda tener la dirección partidaria, no toda, sin duda,
ha de recaer, empero, sobre él”, agregando: “Quizá su concepto de la
política debilitó en algunos momentos a su partido”.33
Quienes hablaron en su sepelio o en el cementerio, o volcaron con-
sideraciones a la prensa, en medio de las reivindicaciones, reconocie-
ron que había muerto discutido, incluso desprestigiado. No se descono-
cían las razones que ya entonces, y más tarde, cimentaron los retratos
críticos de Alvear. Oddone, en sus palabras en la Recoleta, consideró
necesario recordar que a pesar de aportar “civilización política”, había
sido “siempre negado, menospreciado y combatido por quienes intenta-
ron poner a prueba su entereza y su honor”. Incluso subrayó en qué ha-
bía consistido la entrevista con Uriburu en abril de 1931. Alvear había
ido allí a exigir “la libertad inmediata del vencido, del presidente de-
rrocado, de Hipólito Yrigoyen”. El hecho de que definiera la cita como
“trágica”, y que entendiera oportuno realizar semejante aclaración en
medio de las exequias, muestran la perdurable censura de la que Alvear
fue objeto por este episodio dentro del mismo radicalismo. José Luis
Cantilo fue más allá, permitiéndose dudar de la congoja que, supuesta-
mente, despertaba la muerte de Alvear: “No sé si todos los que lamentan
sinceramente su muerte aquilatan debidamente la circunstancia de su
desaparición”.34
Figuras ajenas al radicalismo coincidieron en énfasis similares. Ni-
colás Repetto, en un testimonio en el que la antipatía por el radicalis-
mo no fue disimulada, retrató un Alvear de fallido liderazgo partidario,
cuyas buenas intenciones no habían logrado imponerse en su caótica
agrupación: “No pudo realizar, como fue su sueño, la depuración y la
reorganización del Partido Radical, tan quebrantado por los sucesos re-
volucionarios del año 30, y por la idiosincrasia recalcitrante de no po-
cos de sus partidarios”.35 Por su parte, Federico Pinedo, probablemente
porque también él había sufrido el costo del malogrado acercamiento
Marcelo T. de Alvear 325

con Alvear, destacó el vacío en el que habían caído sus últimas inicia-
tivas: “La paz interior de la República le debe positivos servicios, y me
consta que hubiera prestado servicios mayores si sus anhelos de recon-
ciliación argentina, tan necesarios hoy día, hubieran sido comprendi-
dos, de uno y otro lado”.36
Si se mira con cuidado, por detrás de los protocolos y de las for-
malidades que suelen rodear a estos eventos, se advierte que Alvear
fue acompañado en sus últimos días, y evocado en sus exequias, por
un círculo cuya diversidad política apenas escondía que se traza-
ba sobre los límites de sus conocidos y amistades perdurables. In-
cluso Miguel Culaciati, representante del Poder Ejecutivo en tanto
que ministro del Interior, provenía del sector del gobierno que podía
pensarse como más cercano, al menos por el pasado, con Alvear, el
antipersonalismo.
Quizá ello explique otros énfasis de las necrológicas. La convic-
ción, o al menos la expectativa, de que “su vida austera, noble y fecun-
da, sea lección perenne en sucesivas generaciones de argentinos libres”
o que “las palabras de Alvear […] seguirán resonando, como campanas
milagrosas, para llamar a los vivos y a los muertos del Plata y de Améri-
ca a cumplir los deberes sagrados y defender el ideal común de la liber-
tad”, probablemente indicaba, en realidad, que esa convicción no era
muy firme; que era necesario, a pesar de la “compacta muchedumbre”
que acompañó sus restos hasta la Recoleta, subrayar la convocatoria a
recordarlo porque se temía que sus palabras no siguieran resonando
como “campanas milagrosas”, o que la lección ofrecida por su vida, en
lugar de perenne, muriera con ella.37
Por cierto, las semblanzas elogiosas incluso abren algunos signos
de interrogación sobre el tan reiterado vínculo entre Alvear y las mul-
titudes. De por sí, las crónicas de sus exequias, aun en los retratos más
encuadrados en una reivindicación de su figura, y a pesar de haber sido
innegablemente concurridas, no tienen punto de comparación, por
ejemplo, con las impresiones que suscita lo ocurrido durante el funeral
de Yrigoyen.38 A su vez, las evocaciones de sus vínculos con el “pueblo”
dan un retrato de su naturaleza que se corresponde más con la deferen-
cia ganada por un gran señor que con la identificación o la referenciali-
dad más característica de sociedades democráticas. “El pueblo” que lo
extrañaría era una pléyade de serviciales personajes:
326 Leandro Losada

Su ausencia ha de doler entrañablemente a muchas personas hu-


mildes, a muchos de esos ciudadanos oscuros que se habían ha-
bituado a su gesto cordial y a su sonrisa campechana: el boletero
que siempre le reservaba la misma butaca; el acomodador que
lo conducía hasta su asiento de punta de banco; el cuidador de
automóviles que abría con presta solicitud la puerta de su coche;
el canillita que saludaba su paso en la esquina más porteña de
la ciudad, todos los hombres sin nombre que lo veían cruzar por
Corrientes y Esmeralda.39

Mirando las cosas en perspectiva, entonces, las semblanzas trazadas de


Alvear al momento de su muerte revelan, no ocultan, en lo que dicen
y en cómo lo dicen, que falleció desencontrado con su partido, con un
pasado que aún era objeto de impugnaciones y con un presente que, si
lo mostraba en sintonía con los dilemas que atravesaban el mundo, no
había logrado despejar a su figura de las controversias motivadas por
esas otras facetas de su vida pública. Los ensayos por construir retros-
pectivamente su carrera en función de esas preocupaciones postreras
eran, en sí, un indicio de ello.
Alvear murió, en definitiva, como una figura discutida. Por su des-
empeño político más que por haber sido un dirigente impopular. Pro-
bablemente las controversias de las que fue objeto fueron mayores en el
interior de la clase política e incluso de su propia fuerza que en franjas
más amplias de la sociedad civil, a las que lo unió un vínculo sesgado
por su condición social, pero no necesariamente frío o distante, al me-
nos durante buena parte de la década del treinta. Sus últimas preocu-
paciones públicas, a pesar de su pertinencia con el escenario interna-
cional y con el local, no lograron revertir las polémicas. Su muerte y la
imagen que circuló de Alvear en ese momento indican que sus contem-
poráneos cercanos, y algunos de los medios de prensa más importantes,
advirtieron que no lograría fácilmente un lugar de revalidación política,
o de referencia, en la Argentina que se anunciaba a inicios de la década
del cuarenta. En lugar de ser una excepción en los años de la “república
imposible” pasaría a ser un referente más, junto a aquellos que confron-
tó, de la “década infame”.

***
Marcelo T. de Alvear 327

¿Qué muestra Alvear de la historia política argentina? Su biografía, ¿qué


nos revela del escenario en que vivió y en el que desplegó su vida pú-
blica? Si se ve la Argentina desde la mirada de Alvear, la respuesta sería
que en 1940 aún estaba inconcluso lo iniciado en 1853.
Para Alvear, la política argentina estaba signada desde mediados
del siglo XIX por la obstinada recurrencia de los mismos problemas:
el fraude, las conductas oligárquicas y el personalismo sobre todo, en
nuevas versiones. Su singularidad no estaba en la novedad, sino en la
continuidad. A partir de este ángulo de observación, no sólo el yrigoye-
nismo fue la reaparición de la política criolla. También Justo e incluso
Uriburu. Allí donde otros contemporáneos vieron versiones locales de
los autoritarismos europeos, o de las novedades ideológicas de la época,
Alvear vio la persistencia de los vicios argentinos.
Por ello mismo, y por otro lado, la democracia como fundamento
de la política argentina no fue una novedad aparecida a mediados de
la década del diez con la Ley Sáenz Peña. Para Alvear, era un dato de
la sociedad política argentina desde sus mismos orígenes. Los vicios
políticos remitían a formas inapropiadas de traducirla políticamente o
a intentos de distorsionarla o anularla (el fraude, las oligarquías o el
personalismo, otra vez), inaceptables por ir en contra de la naturaleza
del país.
El dilema ante la sociedad y la política democráticas no era defen-
der los privilegios de una aristocracia. Al menos públicamente, Alvear
no fue reactivo a las implicancias de la sociedad democrática, a la susti-
tución del patriciado por la sociedad inmigratoria, aunque, de acuerdo
a algunos testimonios de quienes lo conocieron, haya tenido prejuicios
personales frente a esta última.
La encrucijada argentina consistía en que la sociedad y la política
democráticas se ajustaran a como habían sido pensadas desde los mis-
mos orígenes de la nación: bajo una forma de gobierno republicana y
representativa. Para ello, una aristocracia que fuera tal, una elite signa-
da por la virtud cívica, que podía encontrar en el patriciado a su elenco
idóneo, sí era la conducción apropiada.
Este diagnóstico explica sus perspectivas e ideas. Esto es, que el eje
central fuera la república, sus oscilaciones alrededor de la democracia y
los límites de su liberalismo. El hecho de que para Alvear el problema
fuera la afirmación de la república lo llevó a sostener, con el paso del
328 Leandro Losada

tiempo, consideraciones cada vez más democráticas, pues recuperar la


república, en la Argentina, suponía reconocer la voluntad de la sobera-
nía del conjunto de la nación o del pueblo (conceptos que usó indistin-
tamente, como sinónimos) y, a la vez, exigía desplegar procedimientos
democráticos, elecciones libres.
En su acción política, pueden verse dos momentos. Durante su
presidencia, y en parte como diferenciación del gobierno de Yrigoyen,
su gestión estuvo dirigida por el criterio de que la sociedad debía, y
podía, guiarse desde arriba. La república debía moderar la democra-
cia. Por ello la familiaridad que, para bien o para mal, se encontró
entre el Alvear presidente y las “oligarquías” previas a 1916.
En los treinta, en cambio, su lugar de opositor, y la confrontación
a un gobierno que definió como oligarquía en un sentido clásico, como
una minoría que gobernaba ilegalmente para perpetuarse en el poder, no
como una clase social o como un elenco que ponía el país a disposición
de siniestras fuerzas extranjeras, lo llevó a subrayar la naturaleza demo-
crática de la sociedad política argentina y también el mal que le hacían
al país gobiernos que pretendían “tutelar” indebidamente al pueblo.
Esto no significa que Alvear haya girado a miradas políticas horizonta-
les. La conducción virtuosa siempre mantuvo un lugar importante. Pero
es cierto que su acción de oposición motivó énfasis democráticos en los
treinta, menos visibles en los veinte; un mayor reconocimiento, aunque
fuera declamatorio, a los reajustes que suponía en la política una socie-
dad democrática. En última instancia, ahora sí la sociedad había alcan-
zado la madurez, incompleta desde el inicio de la Argentina moderna,
que hacía perniciosas e inaceptables las oligarquías y exigía que el país
accediera finalmente a la República verdadera. En 1940 había llegado
aquello que se había creído alcanzado en 1912.
En el mismo sentido, la imagen que Alvear tuvo de la política
argentina explica los límites de su liberalismo. Vale detenerse en este
punto, porque de esa manera es como más usualmente se lo ha caracte-
rizado. Aquí se ha argumentado que quizá sea más idóneo entenderlo
como “republicano”, sin olvidar que las definiciones, de por sí polé-
micas y porosas en el mismo terreno de la filosofía política, se aplican
aquí a un hombre de acción, con los consecuentes riesgos de atribuirle
una densidad intelectual quizá mayor a la verdaderamente existente o de
desconocer usos instrumentales y pragmáticos de nociones y conceptos.
Marcelo T. de Alvear 329

Sin olvidar todo ello, se ha planteado que distintas facetas que Al-
vear tuvo a lo largo de su vida, a menudo sucediéndose o moderándose
entre sí, encuentran un denominador común en una matriz o un reper-
torio de inspiraciones republicanas: el elitismo afincado en la virtud;
la importancia del gobierno moderado por la ley; la pertinencia de un
buen gobierno para el rumbo de la sociedad; el humanismo cívico; la
democracia sólo admisible como representativa; la libertad pensada re-
currentemente como libertad cívica. Todos esos ejes condicionaron o li-
mitaron sus posiciones más propiamente liberales o demócratas. Podría
decirse, plausiblemente, que sus tonos liberales o demócratas modera-
ron a su vez su republicanismo. Por ejemplo, que pasó de una mirada
aristocratizante a otra con mayores énfasis democráticos (algo que, sin
embargo, podría seguirse considerando como un posicionamiento repu-
blicano, al menos desde ciertas definiciones del republicanismo); que la
defensa de la república viró de la virtud cívica a los derechos e intereses
del individuo. Pero aun así, Alvear no llegó a afirmar explícita o siste-
máticamente las bondades del autogobierno, del gobierno mínimo, o de
una sociedad autorregulada. Desde este punto de vista, sus posiciones
republicanas contuvieron su liberalismo o sus afirmaciones democráti-
cas, más de lo que éstas o aquél, a las primeras.
Retomando lo anterior, si la atención se concentrara en el libera-
lismo de Alvear, éste se restringió a reivindicar una forma de gobierno,
tanto en la oposición como en el poder, aquella que pretendió ejercer
durante su presidencia y exigió desde el llano en los treinta. La deman-
da liberal fue la república tal como la había diseñado la Constitución.
A Alvear el problema de la libertad lo interpeló durante buena parte
de su vida pública, en especial en los treinta. Sin embargo, a su modo
de ver, ese problema se resolvía con la república. Incluso los riesgos de
los extremismos sólo podrían arraigarse en la Argentina si la república
seguía corrompida, incompleta, viciada.
Al mismo tiempo, el objetivo a alcanzar y la naturaleza atribuida al
adversario a derrotar configuraron en él una imagen de su partido y de
la vida política argentina lejana a la que supone una democracia liberal.
Incluso si su noción de democracia se acercó a una modulación liberal
en sus últimos años, cuando el eje pasó a ser más nítidamente el indi-
viduo y sus intereses que la nación y sus libertades, su representación
del adversario y de la UCR siguieron estando distantes de lo que supo-
330 Leandro Losada

ne una democracia liberal. Ésta, y con ella, la existencia de un sistema


de partidos, era un horizonte deseable, pero no pautaba la agenda del
presente, dirigida por la restauración de la república, encabezada por la
nación que condensaba la UCR contra la oligarquía. Una vez afirmado el
escenario, podría pasarse en todo caso a la siguiente fase. Otra vez, 1940
como 1912: la afirmación de la república, en su doble dimensión cívica
e institucional, incentivaría la aparición de partidos políticos. Estos no
madurarían antes de que aquella se hubiera alcanzado.
Por decir así, sus demandas liberales o sus reivindicaciones libera-
les; en suma, lo que se considera su liberalismo, acercó al Alvear tardío
más a la democracia, porque el fundamento y el ejercicio de la república
la implicaban necesariamente, que al liberalismo propiamente dicho.
Como se vio líneas arriba, los contemporáneos eligieron definirlo
más asiduamente como un republicano o como un demócrata al mo-
mento de su muerte. Y la resistencia a su figura a lo largo de los años
treinta en el mismo radicalismo no provino de ser un aristócrata antide-
mocrático o un testigo complaciente de la “oligarquía”, sino de asumir
un papel de republicano intransigente que no pudo plasmarse en los
hechos del modo en que ese papel lo exigía.
Ahora bien: los límites de la reflexión liberal en Alvear no fueron
producto, necesaria o exclusivamente, de sus propias limitaciones, léa-
se, de eventuales incapacidades intelectuales, sino también un reflejo
de aquello que confrontó. Su liberalismo fue un producto de la historia
y de la política. No sólo, ni siquiera principalmente en su caso, un polí-
tico ante todo, y al parecer, un hombre circunstancialmente inclinado a
la lectura sistemática, de aspectos filosóficos o doctrinarios.
Alvear fue liberal en la medida que lo posibilitó el liberalismo “ori-
ginal” argentino, cuyo objetivo había sido precisamente el de dotar al
país de una organización política e institucional: ése era su principal
legado para quienes se referenciaban en él; el radicalismo, que había
hecho del civismo una carta fundacional; y la realidad política en la
que vivió.
Con relación a esto último, sus demandas indican que las experien-
cias reñidas con la Constitución en la Argentina de la primera mitad del
siglo XX fueron bastante poco antiliberales como para que frente a ellas
hubiera sido necesario un liberalismo más enfático.40 Su retrato de la
oligarquía así lo demuestra. Su peligro no era ser fascismo o cosa pare-
Marcelo T. de Alvear 331

cida, sino un grupo de farsantes que declamaban actuar de acuerdo a la


Constitución y que, en consecuencia, suspendía las libertades cívicas, y
eventualmente, pondría en riesgo las libertades individuales.41
Un indicio adicional en el mismo sentido es que Alvear expresó
posiciones más nítidamente liberales frente a un contexto en el que el
antiliberalismo se había afirmado, el internacional, con su condena al
fascismo y al comunismo como totalitarismos (tesitura que, junto a su
afirmación de que aquí no había fascistas, sino farsantes, lo llevaron
a identificarse parcialmente con el antifascismo vernáculo). Despojado
de los “condicionamientos” del liberalismo local y del radicalismo, y
frente a un adversario de otro rostro, apareció un Alvear más liberal.
En consecuencia, Alvear muestra, por un lado, una modulación del
liberalismo argentino no refractario a la democracia, no abiertamente,
o sistemáticamente, antidemocrático. Por otro, una superposición entre
las demandas liberales y las demandas republicanas. En otras palabras,
que el liberalismo se limitaba al republicanismo: la libertad se salvaba
con la república; el objetivo político de máxima era la afirmación de la
república. Por ello, Alvear también revela que un objetivo liberal (la
república según la Constitución de 1853) podía llevar a una considera-
ción restringida del problema de la libertad, y quizá más aún, a legiti-
mar una dinámica de la vida política poco liberal.
Todo esto explica, y a su vez se refleja en su imagen de la UCR.
La UCR incidió en sus acciones discursivas y prácticas, pero, a la vez,
Alvear procuró conciliar el radicalismo con lo que entendía eran las
urgencias políticas del país cuando estuvo al frente del partido. La con-
jugación de ambos planos perfiló su noción de la UCR como un espacio
político que perseguía intransigentemente, en su objetivo, no necesa-
riamente en sus tácticas, una restauración republicana que expresaba
a la nación, o aún más, que incluía a la totalidad de la sociedad y sus
intereses.
En palabras del propio Alvear, en él perduró una noción “totalizan-
te” del radicalismo, fuera como vehículo de la nación o de la sociedad.
Dado que la nación hundía sus raíces en 1853, ello llevó, a la vez, a que
enalteciera un pasado que en su momento la UCR había combatido. La
UCR, según Alvear, estuvo a medio camino, o en un punto de intersec-
ción, entre el liberalismo de Alem y la noción de reparación nacional,
de implicancias totalizantes, del yrigoyenismo.42
332 Leandro Losada

Alvear, por lo tanto, no rompió definitivamente con Yrigoyen. No


lo hizo durante su gobierno, y no lo hizo tampoco, bajo otras circuns-
tancias, como presidente del partido. Sea porque lo consideró inconve-
niente para ratificarse como líder del radicalismo; sea porque entendió
que, frente a la Concordancia y sus prácticas, ése era el modo de plantar
a la UCR en el mapa político nacional; sea porque no pudo hacerlo. Qui-
zá Alvear como presidente de la UCR aprendió las lecciones del Alvear
presidente de la nación: la necesidad de diferenciarse de un predecesor
fuerte no podía ir demasiado lejos, pues alejarse demasiado de Yrigoyen
podía llevar a la acusación de ser poco radical. Pero no romper comple-
tamente con su legado, con su concepción de la UCR, no fue más redi-
tuable. Implicaba un curso de acción que Alvear no pudo seguir y que
habilitó las acusaciones de que falseaba al verdadero radicalismo una
vez que sus iniciativas no se coronaron con el regreso del partido al po-
der. Como contraejemplo o como modelo, vivo o muerto, Yrigoyen fue
para Alvear un condicionamiento persistente, un límite infranqueable.
En tercer lugar, la política argentina tal cual la entendió Alvear ex-
plica su declinación. Como se dijo: básicamente y en última instancia,
para Alvear la agenda pública de 1940 era prácticamente la misma que
la de décadas anteriores. Tal como, en forma de elogio a la coherencia de
una vida, formuló el diario Crítica al trazar su obituario: “Alvear recibió
su bautismo cívico en 1889 en las tumultuosas asambleas juveniles del
Jardín Florida. ¿Qué ilusiones animaban entonces al joven estudiante
Alvear? Pues la verdad del sufragio, la realidad de la Constitución, la
eliminación de las oligarquías. Cincuenta años después la República
vio el magnífico ejemplo de Alvear luchando por análogos conceptos y
con las mismas esperanzas juveniles en su espíritu”.43 Enfocado en lo
que entendió como las persistencias de los problemas políticos argen-
tinos, desatendió las novedades. Sin dudas, éstas aparecieron en sus
preocupaciones públicas: la plataforma de 1937, la justicia social, la
idea de democracia integral, incluso la de remodelar el partido a imagen
de algunas variantes contemporáneas como el radicalismo francés.
Sin embargo, en el propio Alvear estos ejes tuvieron una presen-
cia menor al juicio de que el problema argentino era la restauración de
la república, o fueron aludidos de maneras menos novedosas que las
que contemporáneamente se desplegaban, incluso en el mismo parti-
do radical. Alvear ofrece indicios de que advirtió ese desajuste entre
Marcelo T. de Alvear 333

su figura y su tiempo. Pero no pudo o no quiso enmendarlo. Ni la de-


pendencia económica, ni el movimiento obrero, ni el fascismo (en el
país), por mencionar algunos ejemplos, aparecen centralmente en sus
discursos y en su acción política, como objetivos a atender o adversa-
rios a combatir.
Incluso su mirada de la sociedad, por cierto no reactiva a sus trans-
formaciones, siguió embebida de los ejes decimonónicos. Su cambio
más decisivo eran las clases medias surgidas de la movilidad social; su
dinámica, virtuosa y no conflictiva. Por ello, la necesidad de correspon-
der a esa sociedad con la república que había decidido con su volun-
tad soberana original. La consolidación de la sociedad democrática, en
lugar de dar pie a conflictos y tensiones, mostraba una noticia positiva
que se convertía en demanda y en urgencia hacia la clase política: afir-
mar definitivamente la república. Desde este punto de vista, al mirar la
sociedad, y no sólo la política, la Argentina siguió siendo, para Alvear,
un país del siglo XIX hasta los inicios de la década del cuarenta.
En este sentido, es un personaje que muestra la declinación de la
elite tradicional a lo largo de las primeras cuatro décadas del siglo XX,
de dos maneras. Por un lado, a través de su propia biografía, concluida
entre el deterioro patrimonial y el declive político. En segundo lugar,
porque advirtió el desplazamiento que, en conjunto, ese grupo social
sufrió de la dirección del país. Por sus corrupciones, a causa de las cua-
les había dejado de ser un patriciado o una aristocracia para mutar en
cómplice o en parte de la oligarquía; por sus fracturas y divisiones inter-
nas, motivadas fundamentalmente por la política; por su impericia para
aprehender la sociedad que debía conducir, visible tanto en el propio
Alvear como en aquellos que se plantaron de modo más decididamente
reactivo y autoritario frente a ella.
El elitismo de Alvear, que lo llevó a concebir que su grupo social
tenía un papel clave en la dirección de la sociedad, motivó por ello
una mirada bastante crítica de las elites y un tanto exculpatoria de la
sociedad sobre la responsabilidad que le cabía en los dilemas que la
aquejaban, a tono, por lo demás, con toda una manera de pensar los
problemas del país extendida a partir de los años treinta. Sin embargo,
en sus reflexiones también fue visible que esa elite tradicional se veía
desplazada en última instancia por un cambio estructural de la socie-
dad, que fundamentaba la urgencia por arraigar la república.
334 Leandro Losada

Crítico con parte de su entorno social, Alvear sin embargo no mostró


mejor capacidad de adaptación. Que no haya sido públicamente reactivo
frente a los cambios de la Argentina no quiere decir que los haya adver-
tido plenamente. Así lo muestra, por ejemplo, su apuesta por hacer de su
condición social un capital político. Alvear se vio persistentemente como
un exponente de la “aristocracia republicana” que la elite argentina pre-
tendió ser, con la convicción de que esto no lo desajustaba con la sociedad
democrática, sino que lo definía como su mejor gobernante posible. No
careció de respaldo popular, en especial en los años treinta. Pero éste pare-
ce haberse forjado más en la referencialidad que genera la excepcionalidad
(el presidente aristocrático, el patricio abnegado) que en la que surge de
la identificación recíproca. Como lo advirtieron algunos contemporáneos:
“Entre Alvear y el pueblo, siempre faltó un eslabón para que la comuni-
dad pudiese ser perfecta, y toda la trama se resentía de esa ausencia”.44
Su elitismo político y social fue paternalista más que autoritario. Y posi-
blemente haya sido el fruto de la necesidad de despegarse de Yrigoyen, no
sólo de juicios autorreferenciales o de la percepción que tuvo de sí mismo.
En consecuencia, la mirada y la acción de Alvear a lo largo de su
vida, sobre la política y sobre la sociedad, muestran que no advirtió
con claridad la Argentina del siglo XX, aunque haya captado, sobre
todo en la dimensión social, algunas de las torsiones que la alejaban
de la del siglo XIX. A su modo, indica cuán imperceptibles pudieron
ser para los contemporáneos el sentido y el rumbo que tomó el país
en la primera mitad del siglo pasado. Más concretamente, revela el
desajuste más amplio entre política y sociedad ocurrido a lo largo de
los años treinta, pero remontable al mismo momento de inauguración
de la traducción política de la Argentina democrática a mediados de
la década del diez.
Alvear es un caso especialmente revelador de ese hiato, por dos
razones: porque advirtió la separación entre política y sociedad (en sus
últimos años sintió preocupación por la indiferencia pública frente a la
suerte de las instituciones) y, al mismo tiempo, porque no identificó cla-
ramente sus causas. El extrañamiento entre Alvear y la sociedad se debió
a que no captó cabalmente sus transformaciones, no a que las haya com-
batido o repudiado (cínicamente quizá, podría decirse que no las comba-
tió precisamente porque no logró advertirlas con claridad). Como fuere,
el desajuste entre política y sociedad es un elemento insoslayable para
Marcelo T. de Alvear 335

entender por qué la crisis política iniciada en 1930 perduró y culminó sin
resolverse en 1943, abriendo un capítulo, allí sí, diferente.
Por ello mismo, esa Argentina que Alvear vio, y que motivó que
reconociera imperfecta o parcialmente las novedades, quedó irresuel-
ta, en buena medida por la responsabilidad de quienes deberían haber
afrontado la tarea, Alvear entre ellos. Los problemas que lo inquietaron,
más allá de la idoneidad de cómo los explicó o los entendió, quedaron
en suspenso por un cambio profundo de escenario, que sacó a la super-
ficie lo que la Argentina tenía de más novedoso.

Notas
1
La causa de su muerte, según consta en la partida de defunción de su juicio tes-
tamentario, fue una insuficiencia cardíaca. Quienes lo conocieron apuntaron que
sufría de hipertensión. Testamentaría Marcelo Torcuato de Alvear, pp. 42-43;
Apellániz, Callao 1730…, p. 131.
2
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942; “Ha
muer­to Marcelo T. de Alvear. Hondo pesar ha causado en todo el país el deceso
del gran demócrata”, Crítica, 24/3/1942.
3
“Concurren a Don Torcuato en la noche de su muerte”, Crítica, 24/3/1942.
4
“Palabras de Agustín Justo”, Crítica, 24/3/1942.
5
“Todo el país recibió consternado el fallecimiento del Dr. Alvear”, La Nación,
25/3/1942; Crítica, 25/3/1942.
6
“Una muchedumbre emocionada acompañó los restos de Alvear”, Crítica, 25/3/1942.
7
Íd.
8
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
9
“El pueblo arrancó el féretro de la cureña para llevarlo a pulso”, Crítica, 25/3/1942.
Posiblemente el gesto se haya inspirado en la popularización que adquirió esta seña
durante la Segunda Guerra Mundial, en especial a través de Winston Churchill.
10
“El ciudadano, el político, el estadista, el demócrata”, La Nación, 24/3/1942.
11
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
12
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
13
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
14
“Palabras de Enrique Mosca”, Crítica, 25/3/1942.
15
“Marcelo T. de Alvear”, por José Serrato, La Nación, 25/3/1942. Asimismo, expre-
saron sus condolencias Arturo Alessandri, también amigo de Alvear, y el presi-
dente chileno, Jerónimo Méndez Arancibia.
336 Leandro Losada

16
“Rinden homenaje al extinto los republicanos españoles”, Crítica, 25/3/1942.
17
“Todo el país recibió consternado el fallecimiento del Dr. Alvear”, La Nación,
25/3/1942. Cfr. también “Un sólido prestigio rodeaba al extinto en el extranjero”,
ibíd.; “Es una pérdida para todo el continente, dijo Roosevelt”, Crítica, 25/3/1942;
“En la Unión señalan su liberalismo”, Crítica, 24/3/1942.
18
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
19
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
20
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
21
“Marcelo T. de Alvear”, por José Serrato, La Nación, 25/3/1942.
22
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
23
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
24
Íd.
25
“Era un lujo tenerlo como jefe de una agrupación popular”, Crítica, 25/3/1942.
26
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
27
“Viril ejemplo de fidelidad a las ideas republicanas”, Crítica, 25/3/1942.
28
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
29
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
30
Crítica, 24/3/1942. El diario subrayó su “rostro plácido y alargado, como si la
muer­te hubiese llegado para él indolora y tranquila”. Por cierto, se destacó tam-
bién la “entereza y presencia de ánimo admirables” de Regina.
31
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
32
Íd.
33
“Falleció el ex presidente Marcelo T. de Alvear”, La Nación, 24/3/1942.
34
“Fue una imponente demostración de duelo público el sepelio del Dr. Alvear”, La
Nación, 26/3/1942.
35
“Ganó afecto por la solidez de sus ideas democráticas”, Crítica, 24/3/1942.
36
“Palabras de Federico Pinedo, a pedido de Crítica”, Crítica, 24/3/1942.
37
Las expresiones, extraídas, respectivamente, de las palabras de Oddone en la Re-
coleta, reproducidas en “Fue una imponente demostración de duelo público el se-
pelio del Dr. Alvear”, La Nación, 26/3/1942, y de José Serrato en “Marcelo T. de
Alvear”, La Nación, 25/3/1942. Algo parecido puede pensarse del llamamiento del
diario Crítica, o de Manuel Carlés, a que “mañana mismo” se levantase “la estatua
del eminente portavoz que después de 1930 tuvo la democracia argentina”. Cfr. “La
estatua que le espera perpetuará su memoria”, Crítica, 24/3/1942.
38
Gayol, “Ritual fúnebre y movilización”.
39
“El hijo de Don Torcuato: primer ciudadano de Buenos Aires”, Crítica, 24/3/1942.
40
Cfr. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo.
Marcelo T. de Alvear 337

41
El retrato de la oligarquía como condensación del liberalismo, realizada desde
las posiciones autoritarias más radicales de los treinta, a su modo, muestran lo
mismo. Los problemas de la Argentina no eran el resultado de las conductas de
círculos de gobierno antiliberales, sino, precisamente, de lo contrario: de instalar,
aplicar y perpetuar el liberalismo.
42
Y aun así cabe decir que el liberalismo de Alem se aplicó a temas, como los peli-
gros de la centralización del poder del Estado a pesar de su configuración federal,
no demasiado visibles en Alvear. Cfr. Ezequiel Gallo, Alem. Federalismo y radi­
calismo, Buenos Aires, Edhasa, 2009.
43
“Ha muerto Marcelo T. de Alvear”, Crítica, 24/3/1942.
44
Goldstraj, Años y errores, p. 46.
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Agradecimientos

En primer lugar, agradezco a Fernando Fagnani, Gustavo Paz y Juan Su-


riano por haberme convocado a esta colección de biografías. Las conver-
saciones mantenidas con Gustavo y con Juan mientras la investigación
y el libro iban tomando forma, así como los comentarios recibidos a las
primeras versiones, no hicieron sino mejorar el resultado final.
Quiero expresar mi gratitud con Natalio Botana, Ezequiel Gallo,
Pablo Gerchunoff y Juan Carlos Torre. Cada uno de ellos tuvo la ama-
bilidad de dedicar parte de su tiempo a compartir sus consideraciones
sobre Marcelo T. de Alvear, el radicalismo y la política argentina de las
primeras décadas del siglo XX. Darío Roldán alentó mis inquietudes
sobre las formas de pensar y de escribir acerca de política e ideas políti-
cas. El aprendizaje obtenido en todos estos intercambios ameritó de por
sí la realización de esta investigación.
Tuve la oportunidad de presentar versiones preliminares de algu-
nos tramos del libro en seminarios y jornadas académicas. Quiero des-
tacar en especial el Seminario de Investigación de la Escuela de Política
y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, el Seminario
Abierto de Discusión del Posgrado en Historia de la Universidad de
San Andrés y las III Jornadas “ Política de masas y cultura de masas en
entreguerras” de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Agra-
dezco los comentarios, las observaciones y las sugerencias de María
Matilde Ollier, Marcelo Cavarozzi, Guillermo Rozenwurcel, Eduardo
Zimmermann, Luciano de Privitellio, Sandra Gayol, Fernando Rocchi,
Silvana Palermo y Matthew Karush, entre otros.
A Paula Bruno, por su lucidez y su sensibilidad, por su compañía y
su incondicionalidad, le dedico este libro.

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