El documento critica a quienes se autodenominan cronistas pero no abordan temas políticos en sus escritos. También expresa preocupación por el creciente reconocimiento de la crónica como género ya que esto podría llevar a que pierda su posición marginal y su enfoque en cuestionar verdades establecidas.
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El documento critica a quienes se autodenominan cronistas pero no abordan temas políticos en sus escritos. También expresa preocupación por el creciente reconocimiento de la crónica como género ya que esto podría llevar a que pierda su posición marginal y su enfoque en cuestionar verdades establecidas.
El documento critica a quienes se autodenominan cronistas pero no abordan temas políticos en sus escritos. También expresa preocupación por el creciente reconocimiento de la crónica como género ya que esto podría llevar a que pierda su posición marginal y su enfoque en cuestionar verdades establecidas.
El documento critica a quienes se autodenominan cronistas pero no abordan temas políticos en sus escritos. También expresa preocupación por el creciente reconocimiento de la crónica como género ya que esto podría llevar a que pierda su posición marginal y su enfoque en cuestionar verdades establecidas.
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CONTRA LOS CRONISTAS
Por Martín Caparrós / Etiqueta Negra, septiembre 2008
Dicen que son cronistas. Ponen cara de busto de mármol, la barbilla
elevada, el ceño levemente fruncido, la mirada perdida en lontananza y dicen sí, porque yo, en la crónica aquella. O incluso dicen no, porque yo, en la crónica ésta. O a veces dicen quién sabe porque yo. Son plaga módica, langostal de maceta, marabunta bonsái. Vaya a saber cómo fue, qué nos pasó, pero ahora parece que el mundo está lleno de unos señores y señoras que se llaman cronistas. –Debe ser que les conviene, Caparrós, o que queda bonito. –¿Usté dice? ¿A quién van a engañar con eso? No a la industria, por supuesto: la mayoría de los medios latinoamericanos sigue tan refractaria como siempre a publicar nada que junte más de mil palabras. Pero ahora hay dos o tres revistas que sí ofrecen cosas de ésas, y parece que están en su momento fashion: hay quienes las citan, algunos incluso las leen, los que pueden van y las escriben. Y se arman encuentros, seminarios, talleres, cosas nostras; ser cronista se ha vuelto un modo de reconocerse: ah sí, tu quoque, fili mi. Tanto así que, hace poco, Babelia, el suplemento de cultura –qué bueno, un suplemento de cultura– del País español dedicó una tapa con cholitas a los cronistas latinoamericanos: «El periodismo conquista la literatura latinoamericana», decía el título, en un lapsus gracioso, donde españoles seguían asociando América y conquista. Cuando las páginas más mainstream de la cultura hispana sancionan con tanto bombo una «tendencia», la desconfianza es una obligación moral. –No joda, mi estimado, qué le importa. Lo que vale es que la crónica está en el centro de la escena. –De eso le estaba hablando, precisamente de eso. Yo siempre pensé que ser cronista era una forma de pararse en el margen. Durante muchos años me dije cronista porque nadie sabía bien qué era –y los que sabían lo desdeñaban con encono. Ahora parece que resulta un pedestal, y me preocupa. Porque no reivindicaba ese lugar marginal por capricho o esnobismo: era una decisión y una política. Hace tres meses participé en Bogotá de un gran encuentro –Nuevos Cronistas de Indias– organizado por la FNPI, que hace tanto por el buen periodismo sudaca. Allí me encontré con amigos y buenos narradores –y algunos de estos bustos neomarmóreos. Nos la pasamos bomba. Pero lo que me sorprendió fue que, a lo largo de tres días de debates sobre «la crónica», en ningún momento hablamos de política. Y yo solía creer que si algo tenía de interesante la crónica era su posición política. Yo creo que vale la pena escribir crónicas para cambiar el foco y la manera de lo que se considera «información» –y eso se me hace tan político. Frente a la ideología de los medios, que suponen que hay que ocuparse siempre de lo que les pasa a los ricos famosos poderosos y de los otros sólo cuando los pisa un tren o cuando los ametralla un poli loco o cuando son cuatro millones, la crónica que a mí me interesa trata de pensar el mundo de otra forma –y eso se me hace tan político. Frente a la ideología de los medios, que tratan de imponer ese lenguaje neutro y sin sujeto que los disfraza de purísimos portadores de «la realidad», relato irrefutable, la crónica que a mí me interesa dice yo no para hablar de mí sino para decir aquí hay un sujeto que mira y que cuenta, créanle si quieren pero nunca se crean que eso que dice es «la realidad»: es una de las muchas miradas posibles –y eso se me hace tan político. Frente a la aceptación general de tantas verdades generales, la crónica que a mí me interesa es desconfiada, dudosa, un intento de poner en crisis las certezas –y eso se me hace tan político. Frente al anquilosamiento de un lenguaje, que hace que miles escriban igual que tantos miles, la crónica que a mí me interesa se equivoca buscando formas nuevas de decir, distintas de decir, críticas de decir –y eso se me hace tan político. Frente a la integración del periodismo, la crónica que a mí me interesa buscaba su lugar de diferencia, de resistencia –y eso se me hace tan político. Por eso me interesa la crónica. No para adornar historias anodinas, no para lucir cierta destreza discursiva o sorprender con pavaditas o desenterrar curiosidades calentonas o dibujar cara de busto. Por eso, ahora, hay días en que pienso que estoy contra la crónica o, por lo menos, muchas de estas crónicas. Por eso, ahora, hay días en que pienso que voy a tener que buscarme otra manera o, por lo menos, otro nombre.