1° Charla Sobre El Sagrado Corazón
1° Charla Sobre El Sagrado Corazón
1° Charla Sobre El Sagrado Corazón
Relación entre el único texto evangélico que habla del Corazón de Jesús y el único
escrito del Nuevo Testamento que presenta a Cristo como suma sacerdote
«manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29), el sumo sacerdote es comprensivo para con
los hombres (Heb 5,2) y humilde ante Dios (Heb 5,4)
El corazón «manso y humilde» de Jesús es un corazón sacerdotal, el corazón del
«mediador de una nueva alianza» (Heb 9,15)
Relaciones que la Biblia establece entre Dios y los corazones: para comprender las
exigencias de la alianza y el papel del corazón en la mediación sacerdotal de Cristo
1) Dios y el corazón, alianza y sacerdocio
Dios conoce los corazones. Dios pide el corazón de cada uno. Y conoce nuestros corazones
No se puede contentar a Dios con honras y homenajes exteriores. «este pueblo se me acerca
de palabra y me honra sólo con sus labios, pero su corazón esta lejos de mí», y exhorta a su
pueblo a convertirse interiormente. «no endurezcáis vuestros corazones» (Sal 95,8);
«volved a mí con todo vuestro corazón» (Jl 2,13).
El problema de la alianza con Dios atañe al corazón.
Si la historia de la antigua alianza es la historia de un fracaso, se debe a que el pueblo
«tiene un corazón traidor y rebelde» (Jer 5,23). Tal historia evidencia la necesidad de un
cambio de corazón que solamente Dios podía efectuar. Las promesas del profeta Jeremías
(31,33) y Ezequiel (36,26-27).
El Nuevo Testamento proclama que esta promesa ha sido cumplida gracias a la pasión y a
la resurrección de Jesucristo.
Desde aquí el autor comienza a tomar la Carta a los Hebreos, en relación con la profecía de
la nueva alianza. Esta carta presenta a Cristo como sumo sacerdote, y un vínculo muy
estrecho entre la alianza y el sacerdocio.
Completando la predicción de Jeremías, el autor hace comprender que una alianza nueva no
podía establecerse sin un fundamento nuevo y que este nuevo fundamento no es otro que
el sacrificio personal de Cristo. Cristo es ya el «mediador de una nueva alianza» (9,15).
La función del sacerdote del Antiguo Testamento: había una función de mediación entre el
pueblo y Dios. Pero solamente los sacerdotes podían entrar al santuario. El sacerdote lo era
para Dios.
Por el contrario, en la Carta a los Hebreos: la doble relación indispensable para que pueda
ejercerse una mediación «Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está
constituido en favor de los hombres para las relaciones con Dios» (Heb 5,1).
Sacerdocio de Cristo: «tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un sumo
sacerdote misericordioso y fidedigno en lo que toca a Dios, y expiar los pecados del
pueblo» (Heb 2,17).
Los dos calificativos que fijan la orientación del sacerdocio: «misericordioso» para con sus
hermanos y, por otra parte, «fidedigno en las relaciones con Dios»
«Misericordioso» y «fidedigno» designan dos cualidades del corazón
2) Relación con los hombres: la misericordia del corazón sacerdotal
El Levítico le prohíbe al sumo sacerdote ponerse de luto por cualquier persona, ni siquiera
por su padre o u madre (Lev 21,10-11). Toda la atención se centraba en la relación del
sacerdote con Dios.
El autor de la carta le exige al sacerdote una completa solidaridad con los hombres e insiste
en la necesidad de la misericordia.
Y este se inspira en Jesús, es contemplando la vida y la muerte de Jesús como ha
comprendido toda la importancia de la relación del sacerdote con los hombres.
El ministerio de Jesús ha sido una continua revelación de admirable misericordia, para con
los enfermos, los lisiados, los posesos, los ignorantes, los débiles y para con los pecadores.
El autor hace la relación entre entraña y corazón y cita varios pasajes de Jesús con los
hombres.
A estas tres actividades (curar, alimentar, enseñar), añade Jesús una cuarta, que provoca
escándalo: acoge a publicanos y a pecadores. A ojos de los fariseos, aceptar tales contactos
era incompatible con el servicio de Dios. Desde su punto de vista, la actitud de Jesús era
anti-sacerdotal, puesto que se ponía del lado de los pecadores. Pero Jesús nunca acepta
aquel dilema: «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9,13)
En el Antiguo Testamento, el corazón del sacerdote estaba necesariamente apegado a los
sacrificios rituales, pues el ofrecerlos constituia su principal tarea, de la que dependían
todas las demás.
Dando, pues, a la misericordia para con los pecadores la prioridad sobre los sacrificios
rituales, tomaba Jesús una orientación contraria a la del sacerdocio antiguo.
El mérito de la carta a los Hebreos está en el haber sabido superar ese estadio de oposición
y haber realizado una inesperada síntesis de la misericordia con el sacrificio.
El texto decisivo es el Heb 5,1-10, primer texto en la carta que atribuye a Cristo una
actividad sacrificial, expresada con el verbo «ofrecer».
Declara ahí el autor que «todo sumo sacerdote… está constituido… para ofrecer dones y
sacrificios» (5,1). Y aplica esta definición a Cristo, diciendo que Él ha «ofrecido» (5,7).
La Pasión es presentada a la vez como una oblación y como un acto de solidaridad que
produce la misericordia.
El autor ha tenido la habilidad de descubrir incluso en el Antiguo Testamento el aspecto de
solidaridad entre el sumo sacerdote y los pecadores: el ritual obligaba al sumo sacerdote a
hacer ofrenda por sus propios pecados (Lev 9,2.7.8-11; 16,6-11) y, por lo tanto, a
reconocerse pecador con los pecadores.
La solidaridad de Cristo con los pecadores no es del mismo orden, ya que Cristo ha estado
siempre «sin pecado», pero no ha sido menos íntima solidaridad, antes el contrario.
Lo que Cristo ha ofrecido son «ruegos y súplicas a aquel que podía salvarle de la
muerte» y los ha ofrecido «con fuerte clamor y lágrimas» (5,7). Su oblación se
confundía pues con su dramática situación de hombres angustiado intensamente
suplicante. Cristo ha tomado en verdad sobre sí la suerte de los hombres pecadores,
ha asumido en su oblación el combate del hombre contra la muerte. Ha llevado así
hasta el extremo la solidaridad humana y ha hecho, al mismo tiempo, una oblación.
El resultado es que, con ello, ha conseguido la plenitud de la misericordia: «no tenemos
nosotros un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno
que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia…» (4,15-16)
La oposición entre misericordia y sacrificio, expresada en la frase del profeta Oseas, es
totalmente superada en la Pasión de Cristo. La misericordia de Cristo se ha expresado en un
acto de oblación; el sacrificio de Cristo ha consistido en un acto de misericordia.
La Carta a los Hebreos nos revela que este corazón misericordioso es un corazón
sacerdotal.
Según la carta a los Hebreos, el resultado de la Pasión es que en la humanidad de Cristo se
ha formado un corazón sacerdotal, fuente inagotable de misericordia.
3) La relación con Dios: la obediencia del corazón sacerdotal
Para comprender bien la misericordia sacerdotal de Cristo, no es suficiente considerar su
relación con la miseria humana porque se podría caer en una filantropía. La misericordia
sólo es sacerdotal si se ejerce con intención mediadora.
El texto de Heb 5,1-10 es especialmente esclarecedor a este respecto. Toma Cristo sobre sí
toda nuestra angustia, pero transformándola en intensa súplica y en oblación. Cristo «por
sus padecimientos aprendió la obediencia» (5,7).
Se distingue otro aspecto del Corazón de Cristo: el aspecto de su adhesión a la voluntad del
Padre. El episodio en que más se manifiesta esta disposición del Corazón de Jesús es el de
Getsemaní, cuando, presa del espanto y angustia, lucha Jesús suplicante y dice: «no sea lo
que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36). El cuarto evangelio también dice sobre
esta actitud de Jesús: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del
que me ha enviado» (Jn 6,38); «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y
llevar a cabo su obra» (Jn 4,34).
San Pablo también realiza la comparación de la obediencia de Cristo con la desobediencia
del hombre. El himno cristológico de Filipenses.
En la Carta a los Hebreos: la obediencia de Cristo a Dios aparece ahí como un aspecto de su
solidaridad con los hombres. Para llegar a ser sumo sacerdote, Cristo «no se ensalzó a sí
mismo» (Heb 5,5); sino que tomó un camino de humillaciones, aceptando el bajar hasta el
fondo de la miseria humana. Su obediencia tiene, pues, un aspecto de doble relación, con
Dios y con los hombres. Y confiere igualmente a la misericordia el mismo aspecto de doble
relación.
En el misterio de Cristo el sacrificio no es ritual, sino personal (9,14); obediencia y
sacrificio, lejos de oponerse, coinciden perfectamente, lo mismo que la misericordia y el
sacrificio.
4) Consagración sacerdotal por transformación del corazón
El más profundo elemento teológico concerniente al corazón sacerdotal de Cristo: la
comparación entre la frase de Mt 11,29 con las frases de Heb 2,17 y 5,8. En la primera de
estas dice Jesús lo que él es: «Yo soy manso y humilde de corazón»; en las segundas, el
autor describe un hacerse: Cristo ha tenido que asemejarse a sus hermanos «para hacerse
misericordioso» (Heb 2,17) y ha tenido que sufrir para «aprender la obediencia» (5,8)
Cristo se hizo perfecto sumo sacerdote sólo al final de su Pasión y sólo entonces su
corazón se hizo plenamente sacerdotal ¿No es demasiado atrevido hablar así?
No, el decisivo papel que desempeña el Corazón de Cristo
Según las bien conocidas profecías de Jeremías y Ezequiel, la nueva alianza debería
caracterizarse por un cambio en el corazón del hombre.
Dios había prometido escribir su ley en los corazones de los fieles (Jer 31,33) e incluso
darles un «corazón nuevo» (Ez 36,26). Sabido es que, según la Biblia, el corazón del
hombre es el receptáculo del espíritu.
La nueva alianza se realizaría gracias a la acción del Espíritu Santo, que haría al corazón
humano dócil a Dios.
Ni Ezequiel ni Jeremías explican las circunstancias de tal transformación.
La carta a los Hebreos sí: la alianza del Sinaí había sido externa (la inmolación de algunos
animales y la aspersión hecha con su sangre). La nueva alianza, transformación interior de
los fieles, debía fundare sobre un acto de mediación que llegara al corazón del hombre.
Para establecer la nueva alianza era, pues, preciso encontrar un hombre capaz de arrostrar
(hacer frente a los peligros o dificultades con valor y entereza) la total refundición de su ser
en el «devorador fuego» de la santidad divina.
Ningún hombre pecador era capaz de soportar tremenda prueba.
Cristo se presenta: «He aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Heb 10,9). Y se
sometió a la prueba requerida para la transformación radical del corazón del hombre
pecador. Se sometió a la prueba en beneficio de todos, llevando hasta el extremo su
solidaridad con sus hermanos (2,14-18).
¿Cómo afrontó él y superó la prueba?
El autor de la carta a los Hebreos no enseña que la Pasión de Cristo, que ha
comenzado como una ofrenda de plegarias y súplicas (Heb 5,7), acaba como una
oblación cumplida gracias al Espíritu Santo.
Con ello se cumple, en el corazón humano de Cristo, la profecía de la nueva alianza:
habiendo aprendido la obediencia, tiene Cristo la Ley de Dios escrita de un modo
nuevo en su corazón de hombre, según lo predijera Jeremías. El Cristo resucitado
tiene el «corazón nuevo» que Ezequiel profetizó, y Dios ha enviado a él su Espíritu.
En el corazón de Cristo, «hecho perfecto» gracias a como ha sufrido su Pasión, se ha
cumplido por tanto la nueva alianza.
Hay que añadir que no se trata de un cumplimiento individual. En tal caso, el problema no
habría quedado resuelto, pues los hombres pecadores son incapaces de imitar a Cristo.
La Pasión de Cristo tiene un alcance universal, funda la nueva alianza, ejerce una acción
mediadora en beneficio de todos.
La transformación del Corazón de Cristo se ha efectuado en beneficio de todos.
La Pasión de Cristo fue para él una consagración sacerdotal, no ritual sino existencial,
llevada a cabo por la acción del Espíritu Santo en su corazón de hombre.
La acción del Espíritu Santo en la Pasión de Cristo consistió en formar en él para los
hombres un «corazón nuevo», un corazón sacerdotal, «hecho perfecto» y capaz de
comunicar a todos esta perfección de docilidad a Dios y de solidaridad fraternal que realiza
la nueva y eterna alianza.
En el AT, los sacerdotes ofrecían la sangre de los animales, creyendo que su elemental
sacralidad aseguraba la validez de la ofrenda. El corazón no desempeñaba papel alguno. En
cambio, en el sacrificio de Cristo el corazón humano se abre a la acción del Espíritu y, con
ello, un derramamiento de sangre, que se trasforma en sacrificial efusión expiatoria y de
alianza.