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MANUEL M.

MAGALLANES

El Camino del Inca

Ui'SVHiSITV OF lfj.W)IS
LIB".'.ny

JUí 2 5 1917

De la Revista de la Sociedad Chilena


(de Historia y Geografía, tomo III)

SANTIAGO DE CHILE
MPRENTA UNIVERSITARIA
== Bandera 130 -*-

1912
LIBRARY
UN1VERSITY OF ILLINOIS
-CHAMPAIGN
AT URBANA
f /3, r 3
/3 27c

EL CAMINO DEL INCA

Para presentar con algún mayor interés el trabajo que


se ha servido encomendar la Sociedad de Historia a nues-

y que vamos a pretender bosquejar,


tras escasas fuerzas,

será menester retroceder muchos siglos hacia el pasado


muy lejano.

Yos habremos entonces de encontrar al frente de la


raza aborigen de Chile, que la prehistórica se pierde en
la profundidad de los tiempos, nos encontraremos ante el
poderoso Imperio Incásico, resplandeciente de riqueza
y
de soberbia, que ostentaba la coronada grandeza del Cuz-
co, su capital, asiento de su monarca omnipotente.
Abordaremos, pues, este asunto, superior por cierto a
nuestro esfuerzo, y más o menos desconocido,
y por sobre
el cual han pasado demasiado rápidamente hombres emi-

nentes, viajeros distinguidísimos por su amor al estudio y


geógrafos de merecida nombradla.

La Invasión

El poderoso Tupac Yupanqui, Inca, que lo mismo da


Emperador de los Quichuas, principió a sentirse estrecho
4 —
dentro de sus extensos estados. Pensó en conquistar nue-
vos dominios, y dirigió sus ojos hacia el Tucumán, región
que sus emisarios le pintaron como privilegiada por su ri-
queza, sus grandes ríos, sus inagotables minas y que alle-
garía mayor grandeza al Imperio.
El alentado monarca dirigió sus soldados hacia el Nor-
te de lo que más tarde sería el virreinato de Buenos Aires,

y empeñado en la tarea estaba cuando oyó hablar allí de


un país maravillosamente rico, que se guarecía entre ele-
vadas montañas y el mar inmenso.
La ambición del Inca se despertó y resolvió la con
quista del país escondido más allá de las lejanas mon-
tañas.
El impetuoso Tupac Yupanqui aseguró la posesión de
los enormes territorios que acababa de dominar, y mo-
viendo su ejército, se presentó a las puertas de Chile,
frente a Aconcagua.
Como hombre bravo entró en el país y lanzó sus solda-
dos sobre la escondida región que, por otra parte, estaba
muy lejos de ser lo que las interesadas noticias de los ven-

cidos de Tucumán le habían dado, porque si bien era her-


moso el nuevo país, se halló ante una raza pobre, atrasada
y que vivía de las frutas de sus selvas.
El país presentaba hermosos bosques, ríos caudalosos,
en fin, una generosa naturaleza: que de regreso hacia el

Cuzco habría de ser recordada muchas veces por el orgu-


lloso Tupac, durante su marcha por el árido y candente
despoblado del norte, repleto de montañas asperísimas,
menos inclementes, sin duda, que la caldeada llanura que
moría bajo la ardiente mirada de un sol implacable.

Como se ha dicho ya, el Inca entró a Chile por Acon-


cagua, y al volver a la capital de sus estados, dejó en el
país sometido, una guarnición capaz de sostener su domi-
nio. La campaña había durado como seis anos, circunstan-

cia que demuestra las dificultades que había encontrado


para llevar a este término sus proyectos, no obstante que
las tribus sometidas en Chile, eran más o menos pací-
ficas.

El Desierto, ruta elegida para el regreso, devoró mu-


chos soldados, y sus huesos blanquearon por largos años
sobre las candentes arenas del terrible despoblado.
Con tal motivo se mandó construir el camino que más
tarde recorrería el heredero de Tupac Yupanqui, Huaina
Capac (mancebo rico) que, a poco de subir al trono, em-
prendió la segunda campaña sobre Chile.
En su momento habremos de exponer algunas ideas
acerca de cuál de estos monarcas ordenó la construcción
del Camino del Inca; mientras tanto, parece necesario ha-
cer mención, a grandes rasgos de la segunda campaña
incásica, dirigida por Huaina Capac en persona, según
algunos, y por sus generales, según otros.

El Cuzco y se internó en el Desier-


ejército partió del

to para venir a acampar en San Pedro de Atacama, a ori-


mismo nombre, en medio de una extensa
llas del río del

llanura cubierta de grama silvestre, arbustos y tupido


bosque de algarrobos y chañares. Tiempo después vino a
establecer su campamento, también en este mismo lugar,
Don Diego de Almagro, a la fecha del descubrimiento de
Chile, y más tarde Don Pedro de Valdivia.
El fraile D. Cristóbal de Molina, que acompañó a Al-

magro, dibujó la región que su jefe recorrió; pero, ese di-

bujo se perdió para siempre, o su paradero se ignora.


— 6

Este documento habría tal vez venido a precisar el he-

cho de si Almagro entró a Chile por el paso de San Fran-


cisco, o por Pircas Negras, a Copiapó.
A este respecto dice San Román en su obra, Desierto
y Cordilleras de Atacama:
«En el pueblo argentino de Tinogasta hay al respecto
algunas tradiciones, dándose por punto de su itinerario
ese mismo pueblo y el curso del rio adentro penetrando
por la «Troya,» cruzando el «Majiaco» y siguiendo el Ca-
mino a Copiapó por la «Estanzuela» y «Paso de Pircas
Negras», a cuyo pie, cayendo a Chile, se encuentra el tra-

dicional «Peñasco de Diego», que se supone llevar ese


nombre en recuerdo del lugar donde el Conquistador des-
cansó por primera vez en tierra de Chile.»
El Capitán don Melchor Jufré del Aguila, personaje
demasiado conocido para que necesitemos darlo a conocer,
en su Compendio Historial del Descubrimiento y Con-
quista del Reino de Chile , páginas 49 y 50, al tratar de
la venida de Almagro a Chile, se expresa en términos que
hacen creer que el valiente y caballeroso Don Diego entró
a Chile por el Desierto, y no siguió las asperísimas gar-
gantas de la altiplanicie de los Andes, para atravesar
éstos y entrar a Copiapó.
El referido Capitán escribe así:

«Partió pues con trescientos caballeros


O poco menos de a caballo todos,
La vuelta de Atacama, con intento
De reconocer solo, caminando
Lo mas de aquel verano, y enterarse
De lo que era aquel Reino de donde iba
Tanto oro y tantas muestras de riqueza.
— 7

«Cerca del mismo trópico llamado


De Capricornio, un despoblado tiene
De 90 a 100 leguas, muy estéril,
Hasta llegar a un valle que se llama
Copiapó, que es principio ya de Chile.

«Pasó este despoblado, pues, Almagro


No sin trabajo mucho, con los guías
Que de los mensajeros de los Incas,
Que habían llevado el oro haber pudieron
Y con cuidado grande conservaron
Por saber mucho ya de aquella lengua
Que en Chile es general (aunque difieren
En algo unas provincias de las otras).

«Halló del despoblado en las aguadas,


Que son pocas y malas, muchas cruces,
Cosa que le admiró con razón, mucho,
Y preguntando a aquellos guiadores,
Si habían pasado por allí cristianos,

O quién aquella insignia puesto hubiese,


No lo osaban decir como ello era.

Y solo que Birinto respondían.»

Los guías del Capitán se referían al soldado Alonso de


Barrientos, de pésimos antecedentes, huido de los españo-
les, y el primero que llegó a Chile, después de atravesar el

desierto, seguramente por el Camino del Inca; hecho verda-


deramente extraordinario y de muy difícil explicación.
El despoblado a que se refiere Jufré del Aguila ¿sería
el «Campo del Arenal», que Almagro encontró en su ca-

mino de la altiplanicie? De acuerdo con ello estaría la

tradición de Tinogasta.
El señor Barros Borgoño, en su Curso de Historia
— 8

General asevera que Almagro estudió previamente cuál


,

camino de los dos que habían, tomaría para venir al des-


cubrimiento, y optó por el más largo, o sea, el de la alti-

planicie de los Andes. Y agrega el señor Barros Borgo-


ño, que Almagro tenía que atravesar regiones ásperas,
llenas de indios muy guerreros y feroces.
A mayor abundamiento, da un itinerario muy preciso de
la marcha que hizo valeroso Descubridor, y hemos de
el

consignarlo en esta ocasión, porque así hemos de convencer-


nos de que Jufré del Aguila incurrió en error evidente.
itinerario:
Salida del Cuzco.
A la región del Collao y lago Titicaca.
A Paria.
A orillas del lago Pampa Aullagas.
A las serranías de Chichas.
A Tupiza.
A lo largo del río Jujuy.
Al llano de Chicoama.
A Salta.

Hacia la Cordillera, después de grandes pe-


nalidades a causa del paso de ríos difíciles.

Al valle de Santa María.


A Campo del Arenal (grandes médanos),
Al paso de San Francisco.
Penetra en Chile.
Por los valles interiores de la Cordillera.

Por Pircas Negras.


En Copiapó.
Juzgo necesario seguir a Almagro en su viaje al sur de
Copiapó.
Desilusionado por completo acerca del país, el Descu-
—9—
bridor vuelve al Norte y entonces sí que tomó el Desierto
de Atacama, el camino del Inca, se inclinó después al
mar, tomó el camino de la costa hasta Chincha y por él
siguió hasta el Cuzco.
En esta marcha Almagro demostró grandes cualidades
militares, porque no perdió un solo soldado de su tropa,
aumentada a la salida de Copiapó, con el refuerzo que le
trajo el capitán Eui Díaz.
Perdónesenos la disgresión; pero, nos ha parecido de-
masiado interesante.

Dijimos antes, que el ejército incásico avanzó por el

maravilloso camino que Tupac Yupanqui, había mandado


construir y, después de no muchas jornadas, estableció su
campamento en Copiapó, Copayapu, que para don Alonso
de O valle
quiere decir: «Sementera de turquesas», y para
otros «Copa de Oro», porque en aimará «Yapu» es «oro».
Tupac, primer Conquistador, avanzó hasta Aconcagua
solamente; Huaina Capac hasta el valle de Maipo, para
regresar al Norte. Sus generales llevaron sus armas hasta
el Bío-Bío.
Aquí fueron rechazados hasta la margen norte del Mau-
lé, que fué el límite definitivo de la conquista.

El Inca estableció dos Curacas (Gobernadores): en Co-


quimbo, uno; en Maipo, el otro.

Más
tarde sobrevino la guerra civil entre Huáscar y
Atahualpa, y la dominación de los incas terminó en Chi-
le, porque fueron retiradas las guarniciones que existían
en el país, y los naturales se levantaron en armas, y los
Curacas mismos tuvieron que someterse y entrar en el
movimiento, que determinó la pérdida de estas provincias
para el Imperio de los Incas.
— 10

II

La invasión como elemento civilizador

No podemos resistir al deseo de considerar, aunque sea


muy de ligera, un punto de verdadera importancia dentro
del conjunto que vamos buscando para cumplir el encargo
de la Sección de Historia.
¿Cuál era el grado de civilización que existía en Chile
en la época de la conquista del país por los Incas?
¿Allegó ésta elementos de mayor civilización?
Todos los autores que han tratado esta materia contes-
tan afirmativamente esta última pregunta.
En efecto, a la época de la invasión quichua, los natu-
rales de Chile se hallaban diseminados en los valles y
montañas haciendo la vida más penosa, generalmente des-
nudos, alimentándose de frutas silvestres y casi nunca de
carne, por no existir en el país animales que pudieran
proporcionársela. No existían ni ganado mayor, ni menor,
ni aves caseras de especie alguna.
El vestido era realmente primitivo; solo por excepción
solía verse a los indios cubiertos con la piel de algún ani-
mal cazado en bosques, y no se tenía ni idea de los
los

tejidos de lana o algodón.

Tampoco se conocían útiles caseros, ni los más rudimen-


tarios, careciendo, asimismo, de los más groseros objetos
destinados a la cocción de alimentos sólidos o líquidos, o
a la guarda de ellos.

Las habitaciones eran construcciones miserables, traba-


jadas con palos sin labrar y ramas. Pequeñas fogatas en-
— 11

cendidas en el centro de la fría ruca servían de lumbre y


abrigo en las crudas estaciones invernales.
En una palabra, el indígena de Chile era hombre
verdaderamente mísero. Cuando los años eran malos y
escaseaba el alimento, el indio no desdeñaba los sapos, ni
otros reptiles.
Es de todo punto evidente que la conquista produjo
inmensos beneficios. El invasor trajo consigo familias en-
teras que radicó en el país, que pertenecían a pueblos de
avanzada civilización; introdujo el maíz (zara), los fréjo-

les, la especie denominada «purutu y con solo ésto


pallar»,

principió a cambiar el régimen alimenticio del chango y


del picunche y cuando el cultivo de aquellos se extendió
por el país en términos realmente prodigiosos, como
era de esperarlo de tierra tan fecunda y generosa, el indio
de Chile tuvo sustento abundante y seguro, quedando así
a cubierto del hambre que tantas veces experimentó en
su ruca vacía, en medio de la cual se veían tan sólo apa-
gadas cenizas.
El invasor trajo, asimismo, el guanaco y con él la car-

ne, el abrigo y un medio de transporte. Su lana, ante los

admirados ojos del indígena, se transformó en vestido y


en abrigo, y las robustas y hermosas formas de nuestro
indio abandonaron el vestido de hojas que antes le sumi-
nistraran los seculares árboles de sus espléndidas selvas.
La industria alfarera nació entonces, así como principió
a nacer la industria de la minería con la explotación del
oro, que, convertido en tejos, era el tributo que los Incas
habían impuesto conquistado y que por valor de
al país

$ 100,000 más o menos, se enviaba cada año al Cuzco pa-


ra el Tesoro imperial.
La alfarería dió al indio todo aquello de que carecía:
— 12 —
ollas, cántaros, vasos, pequeñas herramientas para el uso
doméstico, y fué abandonado el sistema de cocción por
medio de las ardientes piedras que, junto con el alimento
que se deseaba preparar, se colocaban en la mísera batea
de madera.
La influencia de la invasión se extendió hasta la cesa-
ción de las continuas guerras en que se agitaban las dife-
rentes tribus, quietud que se dedicó al trabajo, a la siem-
bra, al laboreo de las minas, a la apertura de canales de
regadío que, según se asevera, existen aún en la actuali-

dad, en forma de poder reconocerse con cierta facilidad.


Este conjunto de progresos cambió la faz de Chile en la

parte dominada por los Incas y también más al sur de


ella, porque si las tribus del sur resultaron tan indómitas

y bravas, puesto que rechazaron con verdadera ferocidad


a los ejércitos del Inca y los arrojaron hacia el Norte, has-
ta hacerlos repasar el Maulé, no pudieron menos de reco-
nocer el bienestar de sus vecinos y, por lo tanto, tomaron
para ellos todos los beneficios, conservando el bien de su

libertad, que amaron sobre todas las cosas.

Considero que no está de más cerrar este párrafo hacien-


do recuerdo de las naciones bárbaras del Peino de Chile
en la época de que tratamos, según las menciona el Coronel
don Antonio de Alcedo en su Diccionario Geográfico e

Histórico de América. Es nomenclatura curiosa, que difie-

re por completo de lo que se nos ha enseñado.


Es la que sigue:
Antallis Cauquis
Araucanos Chauracabis
Guarpes Juncos
Pehuenches Pevingües
Pincus Poyas-Payas y
Pulches Yanacunas
— 13 —
Don Joaquín Santa Cruz, en su libro en preparación,
Historia de la Serena ,
uno de cuyos capítulos tuvo la

bondad de proporcionarnos, trata con mucho acopio de da-

tos muy interesantes de los primitivos habitantes de Chi-


le, de los que nada más queda que los antiguos sepulcros
de la costa. La segunda población primitiva, anterior siem-
pre a la que encontraron los Incas, ha sido, en concepto de
Santa Cruz, la que vino desde «las Punas» por el Norte,

y que fundó pueblos de Chiu-Chiu, y Calama, llegan-


los

do hasta Chuapa; la misma raza que pobló a Jujuy, Salta


Tucumán, etc.

III

El Desierto de Atacama

¿Qué es el Desierto, ese Despoblado de Atacama tantas


veces mencionado por numerosos autores, desde los tiem-

pos de la expedición de Almagro?


Indiscutiblemente, bien pocos podrían dar una respues-

y bien pocos también


ta satisfactoria sobre esta materia,

aquellos que pueden darse cuenta de qué es y cómo es el


célebre despoblado. Nosotros mismos lo ignorábamos, y,
en este momento, creemos estar a medio camino en el co
nocimiento de este asunto.
Debemos, sin embargo, colocarnos en condiciones de sa-

ber apreciar gigantesca obra emprendida y terminada


la

por los Incas al través de región tan totalmente desam-


parada, y a este fin trataremos de describir, medianamen-
te que sea, el temeroso llano que abarca 240,000 kilóme-

tros cuadrados, comprendida la Puna de Atacama, que en


mala hora salió de nuestro poder, por haberse creído que
— 14 —
ella era sólo páramos, montes, llanos salvajes y regio-
nes inclementes, incapaces de producir una brizna de yer-
ba o una fanega de cualquiera cosa. Más tarde, las veni-
deras generaciones se persuadirán del errado criterio de
nuestros hombres públicos, que en la Puna sólo vieron ar-

dientes arenas y desnudas y quemantes rocas, y que por


tales razones pasó a acrecer el enorme patrimonio del Es-
tado vecino.

El Despoblado de Atacama propiamente dicho, se ex-


o
tiende desde el Huasco al Loa, 7 geográficos, más o menos.
Ao es su suelo de consistencia arenosa, siendo más bien
la costa laregión de los médanos y dunas viajeras, sino de
limo arcilloso, amasado con pedrisco anguloso, arena fina
en algunas partes, más generalmente hacia el Aorte, y tie-

rras alcalinas y salitrosas.

Todos los autores están de acuerdo en que el Desierto


es un gran plano inclinado que baja hacia el mar, debido
esto acarreo de piedras y tierra que arrastraron las
al

aguas de enormes lluvias y los torrentes cordilleranos; re-


llenando así bajos y nivelando las primitivas asperezas del
suelo, hasta transformar el llano en pampas y anchas

cañadas que, a lo largo y al través del territorio, ofrecen


continua y pareja superficie, a veces interrumpida por ta-
jos y cauces que interceptan su continuidad, y por saltos o
rápidos, cerros o protuberancias transversales que desfigu-
ran el declive.

El suelo natural, el piso de cascajo y tierras alcalinas,


ha sido el único camino, la única ruta que la industria
minera ha podido aprovechar en el Desierto para su difí-

cil acarreo y tránsito de viajeros, más difícil aún.


— 15 —
El distinguido ingeniero don Francisco J. San Román,
en su importante obra Desierto y Cordilleras de Ataca-
ma resultado de largos y pacientísimos trabajos, que
,

fueron hechos en obedecimiento a un encargo de la Ad‘


ministración Balmaceda, ofrece tan atrayente descripción
del Despoblado de Atacama, que no podemos resistir a

darla aquí:
Dice el señor San Román:
«A de lluvias, de torrentes, de insectos y de la
falta

impenetrable vegetación que a los exploradores de otras


más felices y privilegiadas regiones atormenta obstruyén-
doles el paso y desesperándolos de fatiga y sufrimientos,
el Desierto de Atacama tiene sus vientos, el calor del día

y sequedad atmosférica y la impla-


los hielos nocturnos, la

cable esterilidad del suelo, como principales enemigos.


«Arida y monótona llanura que fatiga la mirada con un
horizonte diáfano, a través de un aire que parece hervir

y estremecerse de calor; interminables valles, empareda-


dos entre murallas de roca desnuda y superficie pulimen-
tada que refleja los rayos del sol y los concentra sobre la
cabeza del viajero; desfiladeros ásperos, solemne naturale-
za, inefables efectos de luz y colorido, tan sólo propios de
los áridos desiertos.

«Sus extraños y maravillosos efectos de refracción y es-

pejismo que transforman y modifican el seco y monótono


paisaje, cambiándolo súbita o sucesivamente como inmen-

so escenario de teatro, en decoraciones marinas de efecto


fantástico y belleza incomparable; así aparecen en plena
luz sus gargantas profundas, con sus paredes a pique o
dilatadas en anfiteatro, con sus columnas y murallas pin-
tadas de abigarrados colores y luego, en el espacio libre

y en las alturas, la inmensidad del suelo tendida a los


— 16 —
pies del observador como interminable lienzo dibujado
por primoroso pincel.»
He aquí descrito magníficamente el Desierto, que, como
toda naturaleza salvaje, tiene sus bellezas y tiene su gran-
deza, bien observadas y percibidas por San Bomán, hom-
bre de gran cultura y observador finísimo de las hermosu-
ras de la Naturaleza.
No obstante, allí están como eternos guardianes de ta-

les bellezas, el calcinado suelo, el implacable sol, la fati-

ga, la sed y el hambre, que no fueron bastante fieros para


poner miedo en el corazón de Don Diego de Almagro pri-

mero, y de Don Pedro de Valdivia después, que con un


puñado de hombres animosos desafiaron a la muerte y vi-
nieron a clavar en Chile la gloriosa bandera de Castilla.

El Inca Tupac Yupanqui, en su regreso al Cuzco, opu-


lenta capital de su Imperio, acrecido con la conquista del
Tucumán y de Chile, atravesó con su ejército el Desierto,
dejando sin duda un reguero de muertos en su camino
del desamparado llano, desconocido para él y sus tropas, y,

a su arribo al Cuzco, pensó en que era necesario continuar


la conquista apenas emprendida. Surgió entonces la ne-

cesidad de establecer una comunicación con Chile, y se


mandó construir el famoso camino denominado «del Inca».

IV

El Camino del Inca

Los autores que hemos consultado atribuyen esta gi-

gantesca obra a Tupac Yupanqui unos, y los más, a su


hijo y sucesor el Inca Huaina Capac.
— 17 —
Barros Arana atribuye esta obra a este último. En su

HistoriaGeneral de Chile y hablando del reinado de


Huaina Capac, dice:
«El Gobierno Imperial, según su sistema político, hizo
arreglar algunos caminos y mandó extender hasta Chile,
por el Desierto de Atacama, uno que partía del Cuzco y
que le servía para estar por medio de sus correos en co-
municación con las provincias más remotas de sus Esta-
dos. »

Y Paz Soldán, en su Geografía del Perú:

«El espléndido templo del Sol en Pachacamac, el pala-

cio de los Incas en el Cuzco; la fortaleza de esta ciudad

y los dos grandes caminos de 1,500 millas de largo que


de ella partían para Quito y después para Chile; el uno
por entre montañas y precipicios y el otro a lo largo de
la costa, son, hoy mismo que se conoce bien la mecánica
y
otras artes, obras colosales que llenan el espíritu de asom-
bro y admiración.»
Paz Soldán no expresa cuál de estos Incas mandó cons-
truir el admirable camino que partiendo del Cuzco llega-
ba a Lima y Quito por el Norte y a Santiago, en Chile,
por el Sur.
Digo que también a Lima, porque así lo asevera don
Antonio de Alcedo en su Diccionario Geográfico e Histó-

rico de América y otros autores.


,

Garcilaso de la Vega dice que esta obra «se atribuye» a


Huaina Capac.
Agustín de Zárate expresa que la construyó este mo-
narca.
Pedro de Cieza de León consigna
los nombres de
«Guainacapa» y «Topainga Yupangue».
Juan Botero Benes, citado por Garcilaso, no da el nom-
E1 Cam. del Inca 2
— 18 —
bre del monarca autor de esta construcción; pero, en cam-
bio, hace una bellísima descripción de ella, dándole 2,000
millas de largo y 25 pies de ancho.
Es muy general en Chile la creencia de que el Camino
del Inca es nada más que la obra gigantesca que los In-

cas mandaron construir al través del Desierto de Ataca-


ma. Sin embargo, el esfuerzo de esa pujante raza realizó
una obra verdaderamente colosal, estupenda, porque si el

camino del Desierto tiene más o menos 800 kilómetros de


desarrolla, y si fué trabajado con imponderable esfuerzo,
no es él la parte más difícil, ni la más dilatada.
Oigamos lo que se ha escrito acerca de esta materia.
Garcilaso dice que es justo hacer mención de los dos
caminos reales que hubo en el Perú «a la larga Norte-sur».
«El uno, que va por los llanos, que es la costa de la
mar, y el otro por la sierra, que es la tierra adentro, de
los cuales hablan los historiadores con todo buen encare-
cimiento; pero, la obra fué tan grande que excede a toda
pintura que de ella se pueda hacer.»
Agustín de Zárate, hablando de los súbditos de «Guay-
nacava», se expresa así:

«Que en servicio suyo hicieron dos caminos en el Perú,


tan señalados, que no es justo que se queden en olvido,
porque ninguna de aquellas que los autores antiguos con-
taron por las siete obras señaladas del mundo, se hizo con
tanta dificultad y trabajo y costa como ellas.
« Cuando este Guaynacava fué desde la ciudad del Cuzco

con su ejército a conquistar la Provincia de Quito, que hay


cerca de 500 leguas de distancia, como iba por la Sierra,
tuvo grandes dificultades en el pasaje por causa de los ma-
los caminos y grandes quebradas y despeñaderos que ha-
bia en la Sierra por do iba. Y así, pareciéndoles a los in-
19 —
dios que era justo hacerle camino nuevo por donde vol-
viese victorioso de la Conquista, le hicieron un camino
por toda la Cordillera, muy ancho y llano, rompiendo e
igualando las peñas donde era menester; e igualando y su-
biendo las quebradas, de mampostería, tanto, que algunas
veces subían la labor desde 15 y 20 estados de hondo, y
así dura este camino por espacio de las 500 leguas.

« Y dicen que era tan llano cuando se acabó que podía ir

una carreta por él.»

Y Zárate, al cual no hemos conservado su escritura en


obsequio a una lectura más fácil, después de comparar el

trabajo y costo de dos leguas de camino practicado en las


Espinar de Segovia y Guadarrama, en Espa-
sierras, entre

ña, por donde los Eeyes de Castilla pasaban con sus casas

y corte siempre que iban a Andalucía o volvían de ella,

agrega:
«Y no contentos con haber hecho tan insigne obra,
cuando otra vez el mismo Guaynacava quiso volver a vi-
sitar la Provincia de Quito, a que era muy aficionado por
haberla él conquistado, tomó por los llanos y los indios le
hicieron en ellos otros caminos de tanta dificultad como el

de la Sierra; porque en todos los valles donde alcanzaba


la frescurade los ríos y arboledas que, como arriba está
dicho, comunmente ocupaba una legua, hicieron un cami-
no que casi tiene 40 pies de ancho con muy gruesas ta-

pias de un cabo y del otro y 4 o 5 tapias en alto y, en sa-


liendo a los valles, continuaban el mismo camino por los

arenales, hincando palos y estacas por cordel, para que no


se pudiese perder el camino, ni torcer a un cabo, ni a otro,
el cual dura las mismas 500 leguas que el de la Sierra. Y,
aunque los palos de los arenales están rompidos en mu-
chas partes, porque los españoles en tiempo de guerra y
— 20

de paz hacían con ellos lumbre; pero las paredes de los va-

lles se están en el día de hoy en las más partes enteras,


por donde se puede juzgar la grandeza del edificio.

'<Y así fué por el uno y vino por el otro Gnaynacava,


teniéndole siempre, por donde había de pasar, cubierto y
sembrado con ramos y flores de muy suave olor.»
Después de esta descripción podemos preguntarnos:
¿hay algo más colosal que esta obra verdaderamente pro-
digiosa?
¿Podríamos medir el inmenso esfuerzo desarrollado por
las multitudes empleadas en semejante obra, para honra
de sus monarcas, que por camino sembrado de flores po-
dían salir desde Quito hasta Santiago, confines de su Im-
perio?
Francamente nuestra admiración, por grande que sea,

nunca será tanta que podamos medir el empuje de una ra-

za que dominaba y civilizaba a los pueblos y que mante-


nía para ellos un gobierno paternal y blando, al mismo
tiempo que creaba progreso y bienestar, como ocurrió
les

con las tribus que habitaban en Chile.


Cieza de León, tratando del camino de los llanos, da
asimismo interesantes noticias sobre él,
y dice:
«Y
en estos valles y en la Costa los Caciques y Princi-
pales, por su mandado, hicieron un camino tan ancho

como 15 pies.»

Pero no llegaba a lo ya dicho solamente la obra de que


venimos tratando, porque los Incas establecieron, a lo

largo, depósitos enormes de provisiones, que estaban des-

tinadas a los ejércitos y a los refuerzos para ellos, o a las


expediciones militares que decretaban estos monarcas.
Todos los autores están contestes en que existían estos
almacenes de guerra, así como todos los autores están de
— 21 —
acuerdo en juzgar esta obra del Camino del Inca como
realmente prodigiosa.
No lo están, sin embargo, en las dimensiones de ella,

porque le dan un ancho que varía mucho, así como tam-


poco en su longitud. En todo caso, la ingeniería moderna
puede muy bien establecer las dimensiones exactas, como
ocurre con la sección que atraviesa el Desierto de Ataca-
ma, medida en forma que no se puede discutir.
Sea como fuere, el hecho es que el verdadero «Camino
del Inca», la vía que en Chile conocemos por tal, principia
en elLicancaur y termina en las goteras de Copiapó.
Caminos construyeron muchos los Incas, y se com
prende muy bien que así fuera, porque el opulento Impe-
rio «Tavantisuyo», que significa las cuatro partes del
mundo, estaba formado por una raza inteligente, laboriosa

y rica.

Y los caminos éstos, que fueron una maravilla, se cons-

truyeron también en Chile; pero repatimos, el «Camino


del Inca», la calzada de piedra, la obra que nos ocupa y
para el estudio de la cual deseamos allegar antecedentes,
es la sección del Desierto de Atacama, que es parte de la

inmensa doble vía que partía de Quito y pasando por


Lima llegaba al Cuzco y de aquí, bifurcándose, atravesaba
el silencioso e imponente Despoblado y corría también por
las ásperas gargantas de los Andes, para llegar a Copiapó

y terminar en Santiago.
Cuando me dirigí a don Joaquín Santa Cruz, distinguido
Intendente de Coquimbo, para rogarle algunas noticias
sobre el particular, me contestó una carta interesante, en
la que me habla sobre «los Caminos del Inca».
Me dice que el camino más recto parece haber sido el
que viniendo de Vallenar (Paitanaza) pasa por Chineóles,
— 22 —
Condoriaco, Marquesa, Poya (La Calera), Arrayán, Anda-
collo (Anta-Collo), Samo Alto, etc. Este sigue más o me-
nos recto hasta Colina, donde se une con el que, por Tiltil,
viene de Limache, Quillota, etc., o de la Costa.
En el primero se encuentran principalmente lo que los

títulos antiguos llaman «los tambos» o «tambillos del


Inca». Son éstos especie de corrales de pircas de piedra
donde las tropas dormían al aire libre, pero al abrigo del
viento frío de las alturas. Hay en Coquimbo, como en
Atacama, muchos de esos tambos que han dado su nombre
a varias haciendas en el Norte y Sur de Chile.
Había, además, otro camino que podría llamarse andino,
que va siempre por los altos valles de la Cordillera si-

guiendo quebradas longitudinales y a una altura no infe-

rior a 2,000 metros sobre el mar.

También existen en él «tambillos», o sea, tambos chi-

cos, ya que los Incas, parece, hacían diferencia en ellos,

denominando tambos a los refugios que podían contener


tropa numerosa, y tambillos a los refugios más reducidos.
Este camino viene de Huasco Alto, pasa al interior de
la ciudad de Vicuña y sigue a Hurtado y antiguos pue-
blos de Carén hasta Chuapa Alto, para ir por Alicahue.
Todos estos caminos tienen agua suficiente en todas las

jornadas, que son generalmente de 5 a 7 leguas.


Y en un interesante capítulo de su obra en preparación
Historia de la Serena escribe el señor Santa Cruz:
,

«Trajeron los Incas, como de costumbre, pueblos ente-

ros desde el Perú para colonizar el país conquistado. Esos


pueblos quedaron en los caminos llamados del Inca y que
servían a las comunicaciones de ellos hasta el Cuzco. Los
tambos o posadas para las tropas en marcha eran luego
asiento de indios que cuidaban del camino, de los víveres
autoridades para recoger tributo que
y había en ellos el

cada súbdito debía a su Señor.


«Los Incas traficaron por todo Chile por dos caminos:
uno llamado de la Costa y otro mediterráneo o del inte-
rior, que son los mismos que boy se siguen en el norte y
centro de Chile. Había y hay todavía otro camino que
llamaremos «caletero» y que va por la orilla del mar y es
el que siguen de Norte a Sur los changos pescadores y al-

gunos escasos viajeros, y que eran recorridos general-


mente a pie por los naturales de la costa, o sea, los abo-
rígenes de Chile».
Y más adelante, en nota, agrega que ha tenido noticias
de personas que han recorrido este camino, saliendo del
Cobre (Antofagasta) basta Caldera. El señor Santa Cruz
expresa que él mismo lo ha seguido entre Caldera y cer-

canías de Carrizal.
Según el mismo señor, el Camino del Inca de la Costa
llegaba al pueblo de Coquimbo y de aquí a Tongoy, Qui-
limarí, Ligua, Quillota, la Dormida y, en Colina, se unía
al camino que venía de Chacabuco.
El del interior venía por Paitanaza (equivalente a pa-
raje de árboles gruesos) en el valle del Huasco, punto en
que Don Pedro de Valdivia se detuvo por ocho días a fines
de 1540, a su entrada a Chile, para recibir el homenaje
de los naturales. Es el Vallenar de boy, fundado por el

Presidente don Ambrosio O’Higgins, en recuerdo del tí-

tulo de Barón de Ballenarey que don Ambrosio acababa


de recibir de la Corona, tomado de la aldea del mismo
nombre en el Condado de Meatb, Irlanda, patria del Pie-
sidente.
Ignoro porque el señor Santa Cruz denomina Paitanaza
— 24 —
este asiento de indios, cuando Paitanas parece ser su ver-
dadero nombre.
El camino del interior venía, como dijimos antes, por
Paitanas a Combarbalá, Illapel, Putaendo, Quilpué (de
Aconcagua), Curimón y de aquí, por Chacabu-
(pie negro)

co, a Colina, primitivamente asiento de una colonia de súb-


ditos del Inca, de la que fuá Gobernador «Coliruna», en
quichua, jefe de bríos, y que los españoles alteraron en
Colina, y finalmente a Santiago.
Este camino lo llamaban «Camino de Chuapa» y de la
Ligua al de la Costa, que el señor Santa Cruz dice que fué
el que siguió Valdivia al entrar en Chile.
Las j Ordenanzas, Instrucciones y Reglamentos
Reales
aprobados por el Rey de España para el Gobierno y ma-
nejo de la Renta de Estafetas Correos y Postas del Perú
,

y Chile impreso en Lima por el año 1779, dan el itine-


,

rario de los reales correos desde la ciudad del Cuzco a la

de Santiago, demarcando así uno de los grandes caminos


mandados construir por los Incas. Dicho itinerario, que da-
remos al fin de estos apuntes, tiene verdadero interés.
Es tiempo ya que nos concretemos al histórico Camino
del Inca, enlazado en la gran red de las comunicaciones
que existían a la época déla conquista de América por las
armas de España.
El primer trabajo geográfico sobre Atacama es de don
Cristóbal de Molina, del cual hemos ya hablado. Este sa-

cerdote vino con don Diego de Almagro al descubrimien-


to de Chile. También hemos dicho que ese documento se
perdió o se halla ignorado; no obstante, se nos ha asegu-
rado que existe en una biblioteca de Estados Unidos de
Norte América, noticia que sería muy importante confir-
mar por el gran valor histórico de él.
— 25 —
El Padre Ovalle nada nos proporciona, porque no va
más allá de las cercanías de Copiapó.
Ignacio de León Garavito, fraile dominico, escribió so-
bre Atacama «con datos curiosísimos y del mayor interés
histórico» para esta región. N
o hemos logrado consultar

esta relación.
Pissis, Phillipi y los que le siguieron, no dedicaron es-

pecial atención al estudio de este camino y, si lo mencio-


nan, es muy al pasar.

Pero hay un ingeniero, que en medio de sus complica-


dos trabajos de reconocimiento del Desierto, que produje-
ron la carta más exacta y minuciosa de toda la región de
Atacama y de sus cordilleras, pensó que debía salvar
del olvido ni «Camino del Inca», y resolvió recorrerlo y
trazarlo en su mana del Desierto.
-L

Este ingeniero fué don Francisco J. San Román.


Pero escuchemos primeramente a otros autores que nos
procuran interesantes informes acerca de la famosa cons-
trucción y, en seguida, vendremos a San Román.
El señor Sayago, en su Historia de Copiapó se refiere ,

al camino en cuestión en los siguientes términos:


«El valle de Copayapu quedó comunicado con el resto
del Imperio por un camino cuyo trazado se nota todavía
en las faldas del cerro de Chanchoquin y en largos tre-
chos del desierto; con motivo de las piedras sacadas de su
sendero, ancho de poco más de medio metro, y acumula-
das a los lados, se le conoce desde alguna distancia por su
línea recta, que cruza los llanos, baja las quebradas y as-

ciende las lomas y los cerros.»


Otra información de la primera mitad del siglo pasado
contradice al señor Sayago respecto a la remoción de las
piedras, porque deja dicho con toda claridad que las pie-
— 26

clras que forman el Camino del Inca no aparecen removi-


das en ninguna parte.
El señor Sayago describe el camino y dice que de jor-

nada en jornada existía un tambo, corrupción de la pala-

bra quichua «tampu» o «tumbu», posada o sitio de abrigo


y refresco en un camino. Aquí encontraban los viajeros
alojamiento y recursos y se turnaban los «chasques» o co-
rreos para la trasmisión de las órdenes o mensajes de los
Incas y las comunicaciones que dirigían al Monarca los
Curacas o Gobernadores de las Provincias del Imperio.
Los correos hacían una carrera de 30 kilómetros más o
menos, porque ésta era la distancia que generalmente
guardaban entre sí los referidos tambos.
Al Norte de Tres Puntas se encuentra Incahuasi o
casa del Inca, y aquí, casi en la medianía del Desierto,
debió existir uno de los más espaciosos.
El de Copayapu estaba situado, según el señor Sayago,
en las cercanías de un cerrito redondo, desprendido de la

sierra, en las goteras de Copiapó. De este punto llamado


«Tambillos del Inca», emprendían los chasques su carrera
hácia el valle de Paitanas, que Alcedo denomina «Paita-
naba», en que más tarde se fundó la ciudad de Yallenar.

Lo que caracteriza el camino que se denomina «del In-

ca» es su construcción, o sea, una calzada de piedra ajus-

tada, de un ancho no mayor de un metro cincuenta centí-

metros y de forma cóncava. Los otros caminos de que


hemos tratado son de otro género, en los cuales no se em-
pleó la piedra en las condiciones que se ve en el camino
del Desierto.
»

— 27 —
San Román, como ya lo expresamos, reconoció el Ca-
mino y dice en su obra ya citada:
del Inca
«El día 6 de Octubre de 1883, caminábamos kácia el

cerro del Incaguasi, siguiendo el curso del famoso Camino


del Inca que hasta
,
allí había podido ser satisfactoriamente
trazado de jornada en jornada, recorriéndolo donde era
posible, buscándolo donde se ocultaba a la vista por los
accidentes del terreno o desaparecía borrado por la con-
sistencia del suelo o la acción del tiempo, y de todas ma-
neras cerciorándonos de su existencia y de su curso para
poder trazarlo, si era posible, palmo a palmo, en toda su
extensión,
« Tales instrucciones eran comunes a todos los miembros
de la comisión, a fin de no perder un detalle de esta im-
portante histórica vía de los tiempos incásicos, tan nota-
ble por la rigorosa exactitud de su orientación y por tan-
tos motivos interesante, digna de ser escrita en sus deta-

lles y trazada en los mapas para perpetua recordación,


arrancándola al olvido y a los estragos del tiempo.

«No es este el lugar para ocuparse de ella, sino la mera


ocasión de recordarla como incidente de viaje en esta rá-
pida relación de los principales itinerarios, o más bien
dicho, del itinerario general seguido en el plan trazado a
los trabajos de la comisión exploradora.
«El Camino del Inca arranca de los tambillos, en Co-
piapó, y sigue rumbo general y constante de 22 grados al

Este del meridiano astronómico hasta el pie del Lican-


caur, a 580 kilómetros de distancia.
Y luego, San Román da un trazado que podemos con-
cretar así:

De Copiapó mismo se dirige el camino al Norte, al por


tezuelo de la mina Toro, para seguir al del Inca.
— 28

Pero, para mejor indicar la dirección de la vía, daremos


los puntos de referencia:
1) Copiapó a Tres Puntas, a una altura de más o menos
2,500 metros sobre el mar, como a 80 kilómetros al Nor-
este de Copiapó. En este mineral de Tres Puntas está el

asiento de la aldeíta denominada «Pueblo delinca», nom-


bre que no explicaremos por su fácil traducción; vecino a
ésta se halla el mineral de «Inca de Oro». La aldeíta se
titula así, precisamente porque está asentada sobre el ca-

mino.
2) A Finca de Chañara!, al Sur de Pío Salado. Es un
pequeño valle plantado de viñas, cañas y rodeado de ás-

pera serranía. Este punto está situado como a 40 kilóme-


tros de Tres Puntas.

La Finca de Chafíaral es un verdadero oasis en el de-


sierto «el lugar encantado del Desierto», como San Pomán
lo llama.

3) A Doña Inés, al Sur del volcán del mismo nombre.


La tradición dice que, cuando Don Pedro de Valdivia
vino en 1540 a conquista de Chile, aquí descansó y con
la

él y su hueste esforzada, Doña Inés de Snárez, en memo-

ria de la cual se nombró así el pequeño poblado.

4) A la Encantada, quebrada con escasos pastos, alguna


verdura y buena agua.
5) Al Juncal, al N.E. del Departamento de Chañara!,
con añudante agua y mediano forraje. Sus contornos están
bordeados de juncos silvestres y debió su nombre a esta
circunstancia. Juncal se traduce «paraje de juncos».
El camino sigue en línea muy recta hasta Zorras Vie-
jas, ascendiendo el cabezo sur de la alta y escarpada cor-

dillera de Domeyko, para bajar nuevamente a la calcina-


da llanura, volver a subir los altos de Puquios y caer de
— 29 —
nuevo a la aldea de este nombre, a 1,238 metros sobre el

mar.
Los contornos de Puquios son serranías sumamente ás-

peras. Vecino a la pequeña aldea se levanta un cerro,

como y en sus cercanías, el casi desapare-


a 3,500 metros,
*
cido pueblo de indígenas que tuvo asiento al lado de unos
ojos de agua denominados «puquius», en quichua y que
se transformó en Puquios.
6) A Tilopozo, en la extremidad austral del Gran Sa-
lar de Atacama, a 2,400 metros sobre el mar. Un fonta-
mar en forma de pozo da su nombre al paraje, del cual se

desprende escaso y salobre caudal de agua, que luego se


pierde en un pantano.

7) A Tilomonte, a cortísima distancia de Tilopozo. casi


a igual altura que éste, manchado de algarrobos y chaña-
res. Algunas siembras, que fecunda modesto arroyo que
marcha a morir en el Gran Salar de Atacama.
8) Al pie del Licancaur, límite actual con Bolivia.
San Eomán, en su mapa del Desierto, no marca hasta
aquí el Camino del Inca sino hasta Tilomonte; pero dicho
ingeniero es bastante explícito al expresar que, «sigue
rumbo general y constante de 22 grados al Este del me-
ridiano astronómico hasta el pie del Licancaur».

Cerca de Tilomonte, a la orilla misma del Salar, el Ca-


mino del Inca trepa por la falda de la Cordillera y se
convierte a poco andar en modesto camino, abandonando
su noble vestidura de piedra ajustada.
De modo, pues, que el trazado de San Eomán puede
resumirse como sigue:
— 30 —
Copiapó a Placilla del Inca.
» Finca de Chañaral.
» Agua del Panul.
» Agua del Carrizo.
» Agua del Juncal.
» Vegas de Incahuasi.
» Río Frío.
» Pajonal.
» Puquios.
» Tilopozo.
» Tilomonte y
» Licancaur.

Una última consideración acerca de esta obra magna


decretada por la voluntad poderosa de un Emperador que
era el Señor Soberano de una raza evidentemente em-
prendedora y animosa.
El Camino del Inca casi es una recta en el inmenso
llano seco y estéril. La calzada de piedra baja al llano,
desciende a las depresiones del terreno, vuelve a subir
al terreno plano y libre para ir más allá, a la alta mon-
taña a cuya cima llega, y volver a bajar por sus flancos,
siempre recta, siempre sólida, siempre imponente.
Los incas ejecutaron esta obra con una capacidad in-

discutible. Todo lo calcularon, todo lo previeron: el abas-


tecimiento de agua, la distancia de un tambo a otro y las
menores necesidades de las tropas que transitaban esta ru-
ta verdaderamente monumental, y las exigencias de los
correos o de las escoltas del tributo de la provincia de
Chile.
Daremos término al trabajo que la Sociedad de Histo-
ria nos ha hecho el honor de confiarnos, con el curioso
— 31 —
itinerario de los correos, que registran las Reales Orde-
nanzas de que tratamos en páginas anteriores. En nuestro
concepto, tiene el mérito especial de ilustrarnos acerca de
la dirección de uno de los grandes caminos trabajados por
los Incas.

Se advierte inmediatamente que la ruta seguida por los


correos reales, desde Pueblo de Peine, es justamente el
Camino del Inca, y esta circunstancia es precisamente la
parte más interesante que nos ofrece el recordado itinera-
rio, como vamos a verlo:

Cuzco a Paruro 8 leguas


Araipalpa 3 »

Chiriguay 3 »

Aecha 3 »

Macpi 6 »

Tinco 5 »

Velille 6 »

Caylloma 24 »

Sani 8 »

Chibay 8 »

Estancia de Togra 6 »

C anagua 6 »

Arequipa 12 »

Tambo 24 »

Al Morro 10 »

Puquina 14 »

Moquegua 2 »

Sitana 12 »

Sama 9 »

Tacna 9 »

Arica 12 »
— 32 —
Chaca 10 leguas
Camarones 9 »

Chesa 7 »

Tana 7 »

Aroma 14 »

Tarapacá 6 »

Pica 16 »

Chacarilla 11 »

Gaya 8 »

Copaquire 6 .
»

Mino 9 »

Río de Santa Bárbara 10 »

Pueblo de Santa Bárbara.. 7 »

Pueblo de Chiuchi u 12 »

Atacama Alta 18 »

Tambillo 5 »

Carvajal 8 »

Pueblo de Peine 10 »

DESPOBLADO QUE LLAMAN DE ATACAMA

Tilo 5 leguas
Agua de Pajaritos 16 »

Guanaquero grande 8 »

Zorras 6 »

San Juanito 6 »

La Encantada 6 »

Aguas Blancas 8 »

Río Frío 9 »

Taquillas 9 »

Pasto Cerrado 12 »

Los Puquios 8 »

Chañaral 12 »
Francisco J. San Román
El Camino del Inca
— 33 —
Copiapó 18 leguas
Guaseo 50 »

o
a Vallenar 22 »

<D
Los Choros 8 »

Yerba Buena 10
.9 Coquimbo 12 »
s
03 Los Camarones 14
O
Barraza 12 »

La Pena Blanca 6
Las Amolanas 12
La Canela 9
Mincha 8
Conchalí. .
.* 12 »

Quilimarí 8 »

La Ligua 10
El Melón 8 »

Quillota 6 .»

La Dormida 10 »

Tiltil 6 »

Santiago 14 »

723 leguas

Después de dar cabida en estos apuntes al documento


que se acaba de leer, sólo me resta agregar el calco en te-
la del trazado del «Camino del Inca» que San Eomán da
en su mapa del desierto de Atacama, que coincide por en-
tero con el itinerario designado a los reales correos de la
época colonial.
Con los antecedentes que hemos dado, puede establecer-
se del modo más concluyente que el «Camino del Inca»
es el que reconoció y trazó San Eomán.

Al llegar al término de mi tarea debo manifestar que


El Cam. del Inca 3
estoy muy lejos de haber podido trabajar un estudio acer
ca de este tema, superior a mis conocimientos y a mi pre-
paración, escasa por cierto, para abordar una materia de
innegable importancia.
Lo hecho constituye únicamente lo que en rigor puedo
llamar meros antecedentes o noticias, que entrego al bené-
volo juicio de los que se han dignado escuchar esta lectura.

Manuel M. Magallanes.

Santiago, 19 de Junio de 1912.

Impreso ya el trabajo anterior, be recibido las dos inte-


resantes cartas que siguen, que se refieren exclusivamente
a la cuestión en él tratada:

«La Serena, Julio 9 de 1912.— Señor D. Manuel M.


Magallanes. — Santiago. —Estimado amigo y colega:

«Revisando mis apuntes sobre el Camino del Inca, me


encuentro con que el Maestre de Campo Miguel Olavarría,
dice que los incas hicieron su entrada a Chile (con el
ejército grande) «por la Gobernación de Tucumán y aco-
metieron al pasar la cordillera nevada por el mismo ca-

mino que usaron los españoles, desde Mendoza y San


Juan según hoy se ve y yo lo he
a la ciudad de Santiago,
visto por las ruinas que parecen de los grandes edificios

de paredones que hacían en los alojamientos (tambos) de


cada demostraciones de su poder y bár-
día, a su usanza,

bara pujanza, continuando los dichos edificios aún en lo


más áspero de la dicha gran cordillera », etc., etc.

— 35

«Se comprende perfectamente que un gran ejército no


podía venir por el desierto de Atacama, y que era más
fácil venir por la Argentina, más o menos como vino la

expedición Camus en 1891.


«Se explican así también los lugares llamados Puente y
Baños del Inca y la Laguna del Inca en el paso de Uspa-
,

llata.

«Afirma también Olavarría, que los incas llegaron bas-

ta el Río Claro (Yumbel) «como hoy se ve haber llegado


hasta el dicho rio por los fuertes que hicieron en el cerro
del Rio Claro »...
«Olavarría escribió en 1594 y conoció a varios indios
viejos que estuvieron en la batalla que los araucanos die-
ron á los peruanos en los llanos cerca del Maulé, (¿Lon-
comilla?)
Lo saluda su afmo. amigo. Joaquín Santa Cruz.*

«La Serena, Julio 22 de 1912. — Señor D. Manuel M.


Magallanes. — Santiago. — Estimado señor y amigo:
«Hoyrecién recibo su carta y me apresuro a darle las
gracias por sus benévolos conceptos, y a agregarle algu-
nas explicaciones sobre el Camino del Inca.
«Es indudable que las tropas del Inca tomaron varios
caminos para venir a Chile. El primero usado es el del De-
sierto dé Atacama, que era el de comunicación de los

atacamefíos que poblaron las provincias de Atacama y


Coquimbo, como kfmanifiestan los nombres de lugares y
de los pobladores anteriores a los incas. Estos indios ata-
cameños-calchaquíes llegaban a Copiapó en siete días,
— 36 —
pero en pequeñas partidas, como lo hizo Almagro (1), y
Valdivia después. Este camino, por su escasez de aguas

y de pastos, no se prestaba a la marcha de un ejército.


Los incas, en consecuencia, sólo han podido enviar por el
camino del Desierto a sus exploradores o su vanguardia,
o sus correos posteriores. Las demás tropas expediciona-
rias han venido por el Camino del Inca, al oriente de la
cordillera, donde tienen un primer paso que frecuentan
los arrieros que van a Taltal, y atravesando la Puna de
Atacama por vegas del Chaco y del Incahuasi (aloja-
las

miento del Inca), siguen de ahí al sur por las vegas de la


Encantada, Pueblo Hundido, Chañaral Alto, el Inca ,
de
Tres Tuntas y de Llampos, y de ahí a Copiapó. En todo
este trayecto, desde Incahuasi, el Camino del Inca es vi'

sibleen Chile y ya puede venir tropa por él


y hay gran-
des tambos de pircas en todo su trayeeto.
«La pasada que hay más al sur es la de los valles que
bajan a Copiapó. Una de ellas está un poco más al sur
del Paso de San Francisco y entra por el valle de Caza-

dero, al lado del gran cerro de Incahuasi (1). Ahí exis-

ten los lugares de Tambo y Tambería con ,


todos los ca-
racteres de grandes alojamientos y con aguas y pastos en
el trayecto para ir con llamas de carga. Se cree que Al-
magro pasó por este puerto viniendo a Chile. El camino
desde Tucumán
viene más al sur y atraviesa la cordille-
ra en las vertientes del rio Copiapó, donde también hay
Tambos.
«Frente a Coquimbo están los pasos del Eio Turbio i el

rio Incahuasi y portezuelo del mismo nombre. Hay ahí


el mejor camino de cordillera del valle de Coquimbo.

(1) A la vuelta al Perú.


— 37 —
«En Ovalle también hay otro Incáhuasi a !a cordillera,

y por último, el de Uspallata, que parece haber sido el de


mayores recursos para el paso de un ejército, como se
probó con el Ejército unido en 1817.
Hay, pues, que distinguir entre el Camino del Inca de
Chile y el Camino del Inca por la Argentina, que llega
hasta Uspallata y ahí atraviesa la cordillera.
«Lo saluda su amigo y S. 8 .
—Joaquín Santa Cruz*.
(1) Distinto del de Taltal.
Obras consultadas

Phillipi, Viaje al Desierto de Atacama.


Medina, Mapoteca Chilena.
Barros Arana, Historia General de Chile.
Valdés Yero ara, Historia de Chile.
Sayago, Historia de Copiapó.
Paz Soldán, Geografía del Perú.
Pissis, Geografía física de Chile.
San Román, Desierto y Cordillera de Atacama.
Antonio Alcedo, Diccionario Geográfico e Histórico de
América.
Astaburuaga, Diccionario Geográñco de Chile.
Prescott, Conquista del Perú.
Garcilazo de la Vega, Comentarios Peales.
Cieza de León, Crónica del Perú.
Calixto Bustamante Carlos, Inca, El Lazarillo de
ciegos caminantes.
Barros Borgoño, Curso de Historia General.
Peales ordenanzas para la Penta de Estafetas ,
Correos
y Postas del Peyno del Perú y Chile.
San Román,^Cuestiones de Límites.
MeijCHOR Jufré del Aguila, Compendio Histórico del
Descubrimiento y Conquista del Peyno de Chile.
4

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