Determinación y Expresión Social Del Duelo
Determinación y Expresión Social Del Duelo
Determinación y Expresión Social Del Duelo
El duelo es tratado de distintas maneras, según los distintos grupos sociales que lo experimentan. Para
algunos, el fallecido comienza una existencia mejor en un mundo celestial, para otros, por el contrario, el difunto
no se va realmente, sino que acompaña y protege a sus seres más queridos.
Cada cultura se prepara de manera diferente para enfrentarse al momento de la muerte propia o la de seres
queridos, es por esto que las diferencias culturales asociadas a prácticas religiosas han de ser tenidas muy en
cuenta y las mismas pueden ser divididas en dos grandes grupos:
Debido a que las diferentes sociedades humanas tienen distintas concepciones sobre la muerte y el duelo, sus
ritos funerarios se manifiestan con sus particularidades, los cuales cumplen dos funciones fundamentales:
integrar en el grupo la noción de pérdida irremediable y ayudar a los que sobreviven a asumir su papel de
doliente.
La representación que damos a la muerte condensa los valores de cada sociedad, resume su explicación sobre
la vida y su sentido, a la par que da coherencia a los distintos grupos sociales. Para entender esto, podemos
remitirnos a las culturas que ensalzaban el valor de sus guerreros como manifestación suprema de entrega al
grupo, en cuya concepción de la muerte, son precisamente los guerreros los únicos merecedores de una vida
tras la muerte llena de placeres como compensación a su sacrificio.
Las explicaciones sobre el concepto de muerte son tantas como sociedades humanas existen. Algunas culturas
consideran la muerte como un renacimiento a una nueva vida espiritual, en cambio otras lo aprecian como el
paso a una segura reencarnación, por su parte un tercer grupo de personas lo consideran como el “final” de
todo y no creen que exista una futura vida o un mundo espectral.
Generalmente se distinguen cuatro grupos fundamentales en cuanto a las creencias en torno a la muerte y a la
necesidad del hombre de trascender su propia existencia. Cada uno de estos enfoques condiciona la reacción
de duelo ante la pérdida de seres queridos.
El más allá es cercano, un universo casi idéntico al de los seres vivos, con la posibilidad
constante de reencuentros (sueños, posesión y reencarnación). Modelo que se observa en el
chamanismo de Mongolia, las regiones de Asia central, de América y en especial en el animismo
africano.
El más allá es un mundo sin vuelta atrás, un mundo intangible y lejano, pero representado con
características del mundo físico, tal y como se concebía en las culturas de la antigua
Mesopotamia y del Egipto faraónico, imperios caracterizados por la centralización del poder,
tanto político como religioso y donde el estado controlaba tanto la vida como la muerte.
Otros creen en la resurrección de la carne, una duración lineal y acumulativa donde el ser
humano, una vez muerto logra, la plena perfección; esta creencia se manifiesta en el
Zoroastrismo, el Mazdeísmo y las religiones bíblicas: Judaísmo, Cristianismo e Islamismo.
La vida después de la muerte no asume la forma de un espacio o de un mundo sino más bien es
un estado diferente en el que el hombre entraría. Este sería el caso de los budistas, los que
creen que el “más allá” tiene más bien una dimensión temporal y se manifiesta por una serie de
intervalos de tiempo que se separan las reencarnaciones sucesivas de un mismo principio
espiritual.
Estos cuatro sistemas de creencias, producen diferentes representaciones de duelo, con sus propios sistemas
de rituales y de luto, pero con una base filosófica común a todos los grupos humanos: permitir al grupo superar
el hecho de que una vida se ha perdido y que un individuo de este, ya no forma parte de nuestra cotidianidad,
una pérdida que puede resultar incomprensible y que difícilmente pueden asumir los que sobreviven.
Los rituales del duelo, cumplen por tanto la función de ayudar a procesar el absurdo de la muerte, así como de
ayuda en la asunción y recolocación de los roles de los que quedan.
Los funerales son rituales pacificadores e integradores de los vivos y los muertos, aun en los casos de aquellos
ritos que por su exotismo nos parecen extraños y lejanos de la humanidad como pueden ser:
El canibalismo ritual.
Exposición pública de la descomposición del cadáver.
Abandono del mismo a los animales silvestres y otros.
Existen ejemplos entre las tribus animistas del África negra de multitud de ritos donde el cadáver es burlado,
sus restos salpicados de basura o sangre, o donde se les lanzan excrementos, situación que nos resulta del
todo incomprensible a los que hemos sido educados en el llamado mundo occidental, pero que no deja de tener
un sentido importante y válido para quienes lo practican.
En otras culturas incluso, dichos rituales implicaban un verdadero sacrificio por parte de los dolientes, como en
el caso de las viudas hindúes que se auto inmolaban prendiéndose fuego a sí mismas junto a los restos
mortales de su esposo, sobre una pira (una especie de balsa construida con bambú y llena de leña como
combustible) que flotaba sobre el río, con la creencia de que debían acompañar al cónyuge fallecido en su viaje
al más allá, provocándose la muerte al auto incinerarse junto con el cuerpo de su hombre.
Otros ritos, por su parte, implican separaciones entre los vivos y los muertos, basados en la creencia de que en
la impureza del cadáver y su contacto puede resultar perjudicial. En estos casos, el enclaustramiento de los
vivos, acompaña al enclaustramiento de los muertos y ayuda, a su manera, a los familiares y allegados a
realizar el trabajo del duelo. Trabajo de duelo que, en esencia, es el mismo en todos los grupos humanos.
En algunas regiones de Europa, aún se presenta un fenómeno conocido como las “lloronas”, donde un grupo de
mujeres son contratadas para que lloren intensamente durante el transcurrir de un funeral, así como en el
“novenario”, el rezo colectivo del santo rosario, en la vivienda del difunto, durante los nueve días posteriores al
sepelio. Esta tradición no es nueva pues en las antiguas culturas del Medio Oriente existía la plañidera, una
mujer a la que se pagaba por ir a llorar al funeral de alguna persona.
La palabra plañidera proviene del latín plangere (sollozar) y de estas mujeres se ha hecho mención desde la
más remota antigüedad. Se les consideraba indispensables para expresar de un modo enérgico la desolación y
la tristeza ante la muerte de un ser querido y a la principal de cada comitiva de lloronas se le daba el nombre
de praefica, siendo esta la que presidía las lamentaciones y la que daba a sus compañeras el tono de tristeza
que convenía según la clase del difunto.
El luto como rito social y el duelo como vivencia dramática de la muerte, son aspectos del periodo que siguen al
fallecimiento de un ser. El luto de algún modo codifica la pena de los sobrevivientes, reglamentándola y
estableciendo cierto fin temporal. Es por tanto, útil y necesario, sea cual sea la forma que adopte.
El sistema de luto cumple variados propósitos sociales, púes nos permite señalar claramente a los dolientes y a
estos les ayuda en el trabajo de duelo. Téngase en cuenta que acompañar al difunto y rendirle tributo, ayuda a
construir una concepción propia del mundo.
Incluso en una sociedad laica, sus miembros, se encargan de las relaciones del sobreviviente con el muerto, de
acuerdo con sus creencias particulares, ritos o prohibiciones que van desde la negativa de los amigos a que el
doliente se encargue de trámites burocráticos, hasta petición de misas para el bien del alma del difunto. Esta
determinación de funciones explica el carácter fuertemente imperativo de las prácticas mortuorias.
Por todo ello, la decadencia de los sistemas rituales en las sociedades modernas, puede ser altamente
perjudicial. La sociedad moderna presenta la tendencia de impedir la escenificación del duelo en su vertiente
pública y por tanto dificulta también el consuelo de lo social, de los amigos y el reconocimiento de la pérdida a
nivel público.
En nuestra cultura, la manifestación externa del duelo es el luto, su expresión social y cultural. El luto es
generalmente asociado al color negro, aunque no ocurre así en todas las culturas, es un color que dada
nuestras convenciones ha de predominar en la vestimenta de los dolientes, aunque también puede ser
representado por un lazo negro en la parte superior del brazo, una bandera negra o por cualquier otro símbolo
donde esté presente este color.
Varias décadas atrás, aunque es una tradición que aún persiste, era común vestir de “luto” (todo de negro) o de
“medio luto” (toda la gama de grises) y se acostumbraba a llevar este durante todo un año. En ocasiones, este
periodo de luto era continuado por otro similar de medio luto y hasta mediados del siglo pasado era un requisito
social imprescindible para las viudas y cualquier otro de los familiares cercanos al difunto.
En nuestros días la ropa de luto se ha vuelto menos habitual y ya desde mediados del siglo XX los ritos
funerarios han ido acortándose en tiempo. Si bien sigue siendo habitual, aunque no universal, indicar que se
está de luto, vistiendo ropa sobria y semiformal, especialmente en los funerales y entre los familiares y amigos
más cercanos al difunto, esta costumbre está siendo modificada. Antes era común ver a los hombres vestir traje
y corbata oscuros y las mujeres llevar trajes largos y de color negro. El brazalete por su parte, se sigue
utilizando principalmente entre irlandeses, alemanes, austriacos y otras comunidades católicas del centro y
norte de Europa, pero algunas costumbres modernas han evolucionado, como por ejemplo, el uso de gafas de
sol para ocultar los ojos llorosos.
En diferentes etapas de la historia, las formas de duelo han sido un rito cultural consensuado de una u otra
manera. Solían hacerse reuniones familiares, se usaban determinados vestidos como ya hemos visto y se
practicaban ciertas normas de comportamiento por un periodo de tiempo que, en cierto grado, ayudaban a
encausar este proceso, pero desde que las formas y tradiciones culturales han ido desapareciendo, con el
normal desarrollo de la vida y de la sociedad, ha ido progresando el ocultamiento del fenómeno muerte así
como la desaparición del proceso del duelo de forma paralela.
Ante una pérdida, el individuo suele comportarse de un modo más o menos predecible, comportamiento que
puede ser “clasificado” en tres fases:
1. La fase inicial o de evitación: Está constituida por una reacción normal y terapéutica, púes surge como
mecanismo de defensa y se mantiene hasta que el Yo es capaz de asimilar de manera gradual. En esta
etapa es posible que el doliente se encuentre en estado de shock o de golpe, en negación, situación
que puede durar horas, semanas o incluso meses. Existe un sentimiento arrollador de tristeza, el cual
se expresa con llanto frecuente y ya iniciado el proceso de duelo (al poder ver el cuerpo) se oficializa la
realidad de la muerte con el entierro o funeral, que cumple varias funciones, entre ellas la de separar al
muerto de los vivos.
2. Fase aguda de duelo: En esta fase se presenta el dolor por la separación, desinterés por el mundo,
preocupación por la imagen del muerto e incluso pseudoalucinaciones. También está presente la rabia y
se suscita una constante angustia. Comienza el penoso trabajo de deshacer los lazos que mantienen el
vínculo con el ser amado y hay que reconocer la ambivalencia de toda la relación. Todas las actividades
del doliente pierden significado en este momento. La fase aguda disminuye con el tiempo, pero pueden
repetirse en ocasiones como los aniversarios y durar 6 meses o más.
3. Resolución del duelo: Es la fase final y contempla la gradual reconexión con la vida diaria. Estabilización
de altibajos de la etapa anterior. Los recuerdos del ser desaparecido traen sentimientos cariñosos,
mezclados con tristeza, en lugar del dolor agudo y de la nostalgia.
Como ya hemos visto, la cognición está vinculada a conceptos abstractos tales como mente, percepción,
razonamiento, inteligencia, aprendizaje y otros que describen numerosas capacidades de los seres superiores.
Durante el proceso de duelo estas capacidades sufren lógicas e inevitables alteraciones dado que estamos
invariablemente influenciados por nuestras emociones y estas afectan nuestra percepción. Es por ello que los
allegados al fallecido exteriorizan su dolor con llantos, rabia, ataques violentos y un buen número de
reacciones, todas ellas consideradas normales para este tipo de situación, pues resulta del todo imposible
enfrentarse a la muerte tan solo con racionalidad.
Hay que tener en cuenta que los especialistas reconocen que para una buena elaboración y superación del
duelo no es aconsejable querer huir de esas sensaciones de dolor, púes no se pueden enfrentar si no se
sienten. Lo contrario es la negación de la pérdida, lo que llevaría a comportamientos desadaptativos.
Es necesario destacar que en el proceso del duelo las emociones son quienes toman el control del individuo.
Todos los seres vivos sentimos emociones pero estas no son perceptibles, salvo por sus manifestaciones
externas, que implican cambios en nuestra expresión facial, sistema endocrino y la actividad del sistema
nervioso autónomo. Las emociones son mucho más intuitivas que los pensamientos.
Una emoción es un estado afectivo, una reacción subjetiva al ambiente, que viene acompañada de cambios
fisiológicos como reacciones faciales o la frecuencia cardiaca, e incluye reacciones de conducta como la
agresividad, el llanto y endocrinos de origen innato, influidos por la experiencia. Las emociones tienen una
función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea. Es un estado que sobreviene súbita y
bruscamente, en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras.
Tomado de: https://www.psicoactiva.com/blog/que-son-las-emociones
En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes
y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y por tanto, influyen en el modo
en el que se percibe dicha situación.
Durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas como poco importantes y siempre se le ha dado
más relevancia a la parte más racional del ser humano. Sin embargo, las emociones, al ser estados afectivos,
indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. De todas formas,
es difícil saber a partir de la emoción cual será la conducta futura del individuo, aunque nos puede ayudar a
intuirla.
Cuando apenas tenemos unos meses de vida, adquirimos emociones básicas como el miedo, el enfado o la
alegría. Algunos animales comparten con nosotros esas emociones tan básicas, que en los humanos se van
haciendo más complejas gracias al lenguaje, porque usamos símbolos, signos y significados.
Cada individuo experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores,
aprendizaje, carácter y de la situación concreta.
Algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas,
mientras que otras pueden adquirirse.
Sorpresa.
Asco.
Tristeza.
Ira.
Miedo.
Alegría.
Pero en los procesos de duelo no están todas presentes, pues por lo general en esta etapa de la vida nos
puede dominar la tristeza, el miedo o la ira.
La tristeza es un estado afectivo provocado por un decaimiento de la moral. Es la expresión del dolor afectivo
mediante el llanto, el rostro abatido, la falta de apetito, fundamentalmente. A menudo nos sentimos tristes
cuando nuestras expectativas no se ven cumplidas o cuando las circunstancias de la vida son dolorosas, como
es el caso de la pérdida de un ser querido.
La tristeza puede llegar a ser un síntoma de depresión, que se caracteriza, entre otras cosas por un abatimiento
general de la persona, el descenso de su autoestima y pueden estar presentes sentimientos de pesimismo,
desesperanza y desamparo.
En psiquiatría se habla de tristeza patológica cuando hay una alteración de la afectividad y se produce un
descenso del estado de ánimo, que puede incluir también pesimismo, desesperanza y disminución de la
motivación, pero en el duelo esta manifestación emotiva dista mucho de ser patológica. Los síntomas de la
tristeza son: el llanto, la alteración nerviosa, el rencor y el decaimiento moral.
Otro de las emociones que frecuentemente se presenta en el duelo es la ira, una emoción que se expresa con
furia o irritabilidad y cuyos efectos físicos incluyen el aumento del ritmo cardíaco, presión sanguínea y niveles
de adrenalina. La ira en la naturaleza está asociada con la respuesta cerebral de atacar o huir ante una
amenaza real o virtual. La ira se vuelve el sentimiento predominante en el comportamiento, cognitiva y
fisiológicamente cuando una persona hace la decisión consciente de tomar acción para detener inmediatamente
el comportamiento amenazante de otra fuerza externa. Las expresiones externas de la ira pueden encontrarse
en la expresión facial, lenguaje corporal, respuestas fisiológicas y en actos públicos de agresión.
Por su parte el miedo, es una emoción caracterizada por una intensa sensación, habitualmente desagradable,
provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción
primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza y se manifiesta en todos los animales,
incluido por supuesto el ser humano. La máxima expresión del miedo es el terror.
Adicionalmente, el miedo está relacionado con la ansiedad y desde el punto de vista psicológico, es un estado
afectivo, emocional y necesario para la correcta adaptación de los seres humanos al medio donde habitan. El
miedo provoca ansiedad y angustia en la persona, un miedo que en ocasiones resulta irracional, pues el mismo
puede experimentarse sin que parezcan existir claros motivos para ello.
Desde el punto de vista evolutivo, el miedo es un complemento, a la par que una extensión de la función del
dolor, existe con el objeto de alertarnos ante los peligros que o bien nos han ocasionado dolor o representan
una amenaza a la salud o la supervivencia. Pero el miedo en el ser humano no solo guarda una relación
fisiológica (como una especie de centinela ante el peligro), sino que es un producto de la conciencia y expande
nuestro nivel de conocimiento. Por eso, en este caso, sentir miedo no debe ser fuente de preocupaciones, el
miedo a la muerte nos permite aprender a enfrentar el dolor que se siente ante la pérdida de un familiar.
1.3.1 REACCIONES PSICOLÓGICAS
Las reacciones psicológicas en cualquier situación constan de tres aspectos fundamentales que son: conducta,
cognición y emoción.
Por conducta entendemos los actos de todo organismo que pueden observarse y medirse objetivamente.
Acciones como: correr, saltar, escribir, hablar, respirar, entre otras, son conductas que pueden ser observadas y
registradas objetivamente.
La cognición por su parte se define como la facultad de un ser vivo para procesar información a partir de la
percepción, el conocimiento adquirido y a las características subjetivas que le permiten aquilatar toda esta
información. La cognición está constituida por procesos tales como el aprendizaje, el razonamiento, la atención,
la memoria, la resolución de problemas, así como la toma de decisiones y procesamiento del lenguaje.
Sin embargo, también se plantea que los procesos cognitivos no sólo pueden ser de tipo natural, sino que
también suceden de modo artificial, conscientes o inconscientes, lo que explica el por qué se ha abordado su
estudio desde diferentes ángulos que incluyen desde la neurología, la psicología, la sociología, hasta la filosofía
y las diversas disciplinas antropológicas así como la informática y el desarrollo de inteligencia artificial.
Las emociones por su parte, son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos
estímulos que recibe el hombre cuando percibe algo o alguien que considera importante. Las emociones alteran
la capacidad de atención y alteran el rango de ciertas conductas de respuestas del individuo, activando sus
redes asociativas relevantes en la memoria.
Igualmente, las emociones intervienen en la organización de las respuestas de distintos sistemas biológicos,
incluidas las expresiones faciales, los músculos, la voz, la actividad del sistema nervioso autónomo y el sistema
endocrino, con el objetivo de establecer un medio interno óptimo para el comportamiento más efectivo.
Las emociones sirven para determinar nuestra posición con respecto al entorno y nos impulsan hacia
determinadas personas, objetos, acciones, ideas al tiempo que nos alejan de otros.
Estas actúan también como depósito de influencias, tanto innatas como aprendidas y poseen características
invariables a pesar de la inmensa cantidad de individuos, grupos y culturas.
Las manifestaciones físicas están intrínsecamente relacionadas con las manifestaciones psicológicas, pues son
precisamente la expresión corporal u orgánica del estado emocional del doliente.
Las reacciones físicas son habituales tras la muerte de un ser querido pero determinadas personas se asustan
ante las mismas e incluso temen sufrir algún tipo de alteración psiquiátrica, llegando a experimentar vergüenza
de exhibirlas e intentando ocultarlas.
Es por eso que conocerlas de antemano y ser conscientes de que son reacciones normales, puede ayudar a
sentir más tranquilidad si se experimentan.
Es importante recordar que cada duelo es único, por lo que cada persona manifiesta sus sentimientos y se
comporta a su manera, por ello, de igual modo, cada cuerpo responderá de forma única y personal.
un vacío en el estómago.
opresión en el pecho.
opresión en la garganta.
hipersensibilidad al ruido.
sensaciones de despersonalización.
falta de aire.
debilidad muscular.
falta de energía.
resequedad de boca.
los pensamientos tienden a la incredulidad.
confusión.
dificultad para concentrarse y olvidos.
preocupación.
sentido de presencia, alucinaciones visuales y auditivas breves y fugaces.
llanto.
insomnio o dificultad para dormir.
pérdida o aumento del apetito.
conducta distraída.
aislamiento social.
sueños recurrentes con la persona fallecida.
buscar y llamar en voz alta al fallecido.
hiperactividad.
atesorar objetos que pertenecían a la persona perdida.
visitar lugares o llevar consigo objetos que recuerdan la pérdida.
disminución del interés sexual.
aumento de la morbilidad mortalidad.
1.3.2.1 EL ESTRÉS
Todas las manifestaciones físicas anteriormente descritas, pueden ser resumidas como manifestaciones de
estrés, término que proviene del idioma inglés stress (tensión) y que es una reacción fisiológica del organismo,
en el que juegan un papel determinante los diferentes mecanismos de defensa del individuo para afrontar una
situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada.
El estrés es un síntoma provocado por lo que el individuo considera una situación problemática, como lo es en
este caso el fallecimiento de una persona allegada y sus manifestaciones más notables pueden ser el
nerviosismo y la inquietud.
El estrés es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia, a pesar de lo cual hoy en día se confunde
con una patología, confusión que debemos a que este mecanismo de defensa puede acabar, bajo
determinadas circunstancias frecuentes en nuestros estilos de vida, desencadenando problemas graves de
salud.
Fue en los años 30 del pasado siglo XX, cuando el Dr. Hans Selye observó que todos los enfermos a quienes
estudiaba, independientemente de cual fuera la enfermedad que padecieran, presentaban síntomas comunes
como eran, el cansancio, la pérdida del apetito, pérdida de peso y astenia, entre otras. A este conjunto de
síntomas lo denominó “el síndrome de estar enfermo”.
A partir de 1950, Selye toma el término estrés de la física, donde se hacía referencia a la presión que ejerce un
cuerpo sobre otro, siendo aquel que más presión recibe, el que puede destrozarse. Desde entonces este
término fue adoptado por la psicología, pasando a denominar al conjunto de síntomas psicofisiológicos antes
mencionado y que también se conocen como síndrome general de adaptación. Los estudios de Selye con
posterioridad llevaron a plantear que el estrés es la respuesta inespecífica a cualquier demanda a la que sea
sometido
En el caso del duelo, cuando se ha producido esta sobrecarga emotiva, se pueden manifestar reacciones que
incluso lleguen a generan daños en el organismo y afectar la calidad de vida de las personas. Es bastante
común que el individuo se enfrente al estrés por la pérdida de un ser querido e incluso que termine presentando
alguno de los problemas más comunes causados por este. Problemas entre los que se pueden citar:
Obesidad y sobrepeso.
Pérdida del cabello.
Depresión.
Reducción del deseo sexual.
Menstruación irregular.
Acné.
Úlceras.
Insomnio.
Disminución de fertilidad.
Enfermedades cardíacas.
Estos problemas están dados en primer lugar por el efecto que tiene la respuesta estrés en el organismo pues
cuando se genera estrés existe:
Igual debemos destacar que el estrés incluye “distrés”, con consecuencias negativas para el sujeto sometido a
estrés y “eustrés”, que tiene consecuencias positivas.
Es decir, hablamos de eustrés cuando la respuesta del sujeto al estrés favorece la adaptación al factor
estresante. Por el contrario, si la respuesta del sujeto al estrés no favorece o dificulta en alguna medida la
adaptación al factor estresante, hablamos de distrés. Por ejemplo: ante la amenaza de un asalto, si el resultado
es que corremos o nos defendemos, estamos teniendo una respuesta de eustrés (con el resultado positivo). Si
por el contrario nos quedamos inmóviles, presas del terror, estamos teniendo una respuesta de distrés (con el
resultado negativo). En ambos casos ha habido estrés. Se debe tener en cuenta además, que cuando la
respuesta estrés se prolonga demasiado tiempo y alcanza la fase de agotamiento, estaremos ante un caso
de distrés.
El estrés puede contribuir, directa o indirectamente, a la aparición de trastornos generales o específicos del
cuerpo y de la mente. En primer lugar, esta situación hace que el cerebro se ponga en guardia. La reacción del
cerebro es preparar el cuerpo para la acción defensiva. El sistema nervioso se centra en el estímulo
potencialmente lesivo y las hormonas liberadas, activan los sentidos, aceleran el pulso y la respiración, que se
torna superficial y se tensan los músculos. Esta respuesta (a veces denominada reacción de lucha o huida) es
importante porque nos ayuda a defendernos contra situaciones amenazantes y constituye una respuesta
biológica.
Los episodios cortos o infrecuentes de estrés representan muy poco riesgo. Pero cuando las situaciones
estresantes se suceden unas a otras y no tienen resolución, el cuerpo permanece en un constante estado de
alerta, lo cual aumenta la tasa de desgaste fisiológico con la consecuente fatiga o daño físico, afectando la
capacidad del cuerpo de recuperarse y defenderse. Como resultado de este tipo de situaciones aumenta el
riesgo de lesión o enfermedad.
En la actualidad existe una gran variedad de datos experimentales y clínicos que ponen de manifiesto que el
estrés puede producir alteraciones considerables en el cerebro. Éstas incluyen desde modificaciones más o
menos leves y reversibles hasta situaciones en las que puede haber muerte neuronal.
Se sabe que el efecto perjudicial que puede producir el estrés sobre nuestro cerebro está directamente
relacionado con los niveles de hormonas (glucocorticoides, concretamente) secretados en la respuesta
fisiológica del organismo.
Aunque la presencia de determinados niveles de estas hormonas es de gran importancia para el adecuado
funcionamiento de nuestro cerebro, el exceso de glucocorticoides puede producir toda una serie de alteraciones
en distintas estructuras cerebrales, especialmente en el hipocampo, parte que juega un papel crítico en muchos
procesos de aprendizaje y memoria.
Para combatir el estrés se suelen recomendar los ejercicios respiratorios de relajación cuyo objetivo es ejercer
un control voluntario sobre la respiración de manera que la utilicemos como calmante cuando nos abrumen las
situaciones de estrés. Otras acciones para evitar el estrés en caso de duelo son las siguientes:
Cada duelo es una experiencia única e irrepetible. Las reacciones ante un duelo varían no sólo entre diferentes
personas, sino también en cada familia o sociedad. Varía según la edad y las circunstancias en las que se
encuentra la persona cuando sucede la pérdida.
Existen algunas situaciones que condicionan las diferentes formas de vivir el duelo y que lo pueden hacer más
difícil, como son:
Por elaboración del duelo podemos entender el transcurso del proceso desde que se produce la pérdida, hasta
que la misma finalmente es superada por el doliente, esta elaboración puede, en ocasiones, comenzar antes de
la pérdida, sobre todo cuando ésta puede preverse con cierta antelación.
Es necesario destacar que dentro de la elaboración previa o duelo anticipatorio, existe el pre-duelo, que es la
vivencia de pérdida de un ser querido anterior a su muerte real
Si bien el duelo se produce tras la muerte, su elaboración puede comenzar un tiempo antes. El pre-duelo, sin
embargo no debe confundirse con un elaboración previa, sino que se trata más bien de la vivencia por la que ya
no encontramos en el ser querido a aquél que recordamos, no porque haya muerto, sino porque el proceso
terminal lo hace diferente a como era antes.
La pérdida de capacidades físicas y cognitivas que produce una enfermedad degenerativa, llevan a la inevitable
desfiguración de las personas, a lo cual se unen los medios de la persona afectada por el pre-duelo ante la más
o menos inminente pérdida del ser querido. Todos estos elementos confluyen para crear este estado o vivencia.
1.4.2 FACTORES EN UN PROCESO DE DUELO
Algunos de los factores que determinan o influyen en la elaboración del duelo son los siguientes:
A esto cabe añadir los factores culturales y sociales, los que puede hacer que la elaboración del duelo difiera de
una sociedad a otra, si bien no deja de ser fundamental el tipo de vínculo y el apego que el doliente tenía con el
fallecido. Otro factor a considerar es la presencia de terceros a los que la pérdida les pueda afectar, con lo que
también se puede establecer un duelo solidario.
Por su parte, la religión constituye un factor determinante en todo el proceso del duelo. Recordemos que la
religión es una actividad humana que abarca creencias y prácticas sobre cuestiones de tipo existencial, moral y
sobre todo aquello que pueda describirse como sobrenatural, generando patrones de conducta entre sus
practicantes.
La mayoría de las religiones están organizadas de forma más o menos precisa y su estructura está dominada
por un canon que regula todas sus relaciones. Sin embargo, en el caso de algunas religiones, éstas carecen, al
menos en apariencia, de estructura formal. Lo importante es que ya sean estructuradas o no, pueden estar más
o menos integradas en las tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se practican.
Cuando hablamos de religión estamos haciendo referencia tanto a las creencias y prácticas personales como a
ritos y enseñanzas colectivas. La religión puede considerarse una norma, compartida por un grupo o
colectividad, de creencias y prácticas asociadas a éstas, que se articulan en torno a fuerzas de la naturaleza
que conforman el discurrir por la vida de los seres humanos.
En la religión están presentes una serie de símbolos que permiten el establecimiento de estados anímicos y
motivaciones en los hombres, los que nos permiten concebir un orden general de existencia y revistiendo estas
concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un
realismo único.
Debido al amplio uso que la palabra religión puede implicar, es muy complejo ofrecer una definición exhaustiva
de la religión o del fenómeno religioso. Sin embargo se puede afirmar que engloba, entre otros, los siguientes
elementos: tradiciones, culturas ancestrales, instituciones, escrituras, historia, mitología, fe, credos,
experiencias místicas, ritos, liturgias y oraciones, entre otros.
Es por todo ello que el tema religioso resulta tan importante en el proceso del duelo, pues la misma está
presente en prácticamente todos los aspectos de la vida.
Podemos afirmar que en dependencia del sistema de valores y creencias que posean las personas, así será su
proceso de duelo. Está claro que no veremos las mismas reacciones ante la muerte, si comparamos éstas,
entre los distintos miembros de diferentes comunidades religiosas, es decir, si observamos el duelo en una
familia católica practicante, este difiere de las que podemos observar en una familia cuya práctica religiosa sean
el Islam o incluso de aquellas que se declaran ateas o agnósticas.
En materia psicológica, este tema ha de ser tenido muy en cuenta, pues la mayoría de las diversas religiones
que existen en el mundo mantienen una gran vitalidad y el número de sus seguidores se encuentra en
constante crecimiento, si bien es muy difícil comprobar cuál es la cifra exacta de practicantes para cada religión.
Existen algunas estadísticas más o menos fiables del número de seguidores de las religiones del mundo, si bien
es cierto que cada una de ellas suele, arbitrariamente, declarar un número de seguidores basados en cálculos
estimados, que a menudo suelen partir de criterios sin base científica, como pueden ser la geografía, las actas
de bautismo (pues si bien la persona pudo ser bautizada en su infancia quizás ya no se siente parte de esa
comunidad) o cierta tradición familiar. Pero aun sin poder precisar el número exacto de creyentes, su cifra es lo
suficientemente alta como para que esto constituya un factor fundamental.
Otro aspecto a tener en cuenta respecto a la religión, es su sentido escatológico, pues este determina en gran
medida la percepción que tienen los seres humanos sobre la vida y la muerte. La escatología es el conjunto de
creencias religiosas sobre las realidades últimas y da forma a nuestras concepciones del cosmos, así por
ejemplo para los hebreos, su historia ha sido siempre dirigida por su Dios Yahvé en cumplimiento a la promesa
hecha a Abraham y para ellos esta entidad omnipotente, ha intervenido en eventos históricos tales como el
éxodo o la diáspora y aún reserva para el fin de los tiempos una nueva creación, el juicio final y un futuro
gobierno divino tras la llegada del Mesías que resucitará a todos los muertos.
Para los miembros de la congregación cristiana conocida como "Testigos de Jehová", cuando el ser humano
muere, nada lo sobrevive pues no existe un alma eterna y toda la esperanza futura está basada en la
resurrección de la carne la cual sucede de formas diferentes en cada grupo:
En la vida de cualquier persona aparecen cambios y pérdidas de forma inevitable. Muchas de estas pérdidas
pasan desapercibidas, otras dejan grandes huellas difíciles de borrar, especialmente cuando se trata de un ser
querido.
Nuestra sociedad, frecuentemente, intenta ignorar la pérdida como experiencias importantes de la vida. Debido
a esta ignorancia no se nos enseña cómo perder, qué es natural sentir y por qué.
A lo largo de la vida de cada ser humano, transcurren varias etapas, en escala progresiva y no delimitada.
Durante estas etapas, el ser humano se adapta socialmente y va alcanzando el desarrollo a través de una serie
de ganancias y pérdidas características de cada una de ellas.
En los seres humanos, al dejar de estar en contacto con lo que ha perdido, se producen reacciones de índole
racional y afectiva. La pérdida es una vivencia imprescindible en nuestro desarrollo y como ocurre con todo lo
vivido, está marcada por la relación emotiva del individuo con el medio y aquello que lo integra.
Las experiencias de pérdidas son fundamentales en el desarrollo emocional del ser humano, por lo que resulta
irracional que este hecho tan destacado sea comúnmente subvalorado por las propias personas que lo viven y
por los profesionales de la salud.
El duelo es el estado que resulta de una pérdida importante. Es un proceso psicológico y físico por el que pasa
una persona como consecuencia, fundamentalmente, de la pérdida o fallecimiento de un ser querido. Pero
también podemos considerar el duelo, en sentido más amplio, como el proceso de otras pérdidas situacionales
(pérdida del puesto de trabajo, enfermedad, separación, divorcio), materiales (pérdida del hogar) e, incluso, la
desaparición de un animal.
Es un acontecimiento vital que implica sufrimiento para la mayoría de las personas. Habitualmente, progresa
hacia la superación, aunque inevitablemente nos cambia. Los cambios pueden llevar a una mayor fortaleza y
madurez, favoreciendo el crecimiento personal o mantener a la persona en un estado de búsqueda de un
pasado que nunca se podrá recuperar. En este caso, puede provocar problemas emocionales importantes.
Toda pérdida tiene que ser reconocida, poco a poco, aceptada y seguida de cambios que permitan nuevas
perspectivas.
La muerte de los seres queridos provoca inevitablemente una reacción de dolor, de ausencia, que es lo que,
habitualmente, llamamos duelo. A pesar del sufrimiento que provoca, el duelo es una reacción normal, es un
fenómeno natural e, incluso, necesario, que facilita la adaptación a los cambios que se producen en la vida,
como consecuencia de la ausencia de un ser querido.
El duelo es un fenómeno complejo, con muchas facetas. Lo vivimos a nivel personal como una reacción
individual y subjetiva, pero también es un asunto familiar. Es un acontecimiento social, con importantes
diferencias culturales en la forma de expresarse, en el luto, el funeral y otros rituales. Por ejemplo, las
influencias familiares y culturales condicionan aspectos como cuánto debe durar el luto o qué es adecuado
sentir y expresar en cada momento.
La pérdida de una persona querida es una de las circunstancias más dolorosas a las que nos tenemos que
enfrentar a lo largo de nuestra vida. Esa circunstancia vivida necesita de un tiempo y de un afrontamiento para
poderla integrar y aceptar. Ese tiempo y ese afrontamiento es lo que llamamos proceso de duelo.
Sobre el tiempo no tenemos ningún poder y su medida no varía, aunque la percepción de su paso se nos
vuelve diferente. Sobre el afrontamiento, sobre lo que hagamos en ese tiempo, sí que tenemos la capacidad de
“hacer” y por eso decimos que el duelo es un proceso.
La elaboración del duelo de una pérdida es un proceso largo, lento y doloroso cuya magnitud dependerá en
gran parte de la dimensión de lo perdido y de las características peculiares de cada persona y tiende a la
adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad.
INTRODUCCIÓN
Se trata de una reacción principalmente emocional y cognitiva, que se manifiesta principalmente en forma de
sufrimiento. Involucra una serie de reacciones físicas, emocionales, sociales y espirituales, que se producen
como respuesta a la pérdida y pueden estar igualmente matizadas por dolor, aflicción, ansiedad y temor.
El sufrimiento es la sensación motivada por cualquier condición que someta a nuestro sistema nervioso al
desgaste y como cualquier otra sensación, puede ser consciente o inconsciente. Cuando se manifiesta de
forma consciente lo hace generalmente en forma de dolor o infelicidad, de igual modo que cuando se produce
de manera inconsciente se traduce en agotamiento o cansancio.
Las personas hablan de “estar de duelo”, aludiendo a una especie de corte transversal de un momento
determinado, pero el término más correcto para abarcar estas etapas y reacciones ante la pérdida sería “hacer
el duelo”, ya que esta expresión en si misma otorga un papel activo al doliente, dándole la posibilidad de que el
mismo transite por las diferentes etapas, aprenda y se desarrolle mientras las experimenta.
Para poder abarcar el sentimiento de pérdida, es necesario tener en cuenta los vínculos afectivos que se
establecen desde el propio nacimiento, vínculos afectivos que surgen a partir de las necesidades, sentimientos
e interacciones sociales que a lo largo de toda una vida la persona va forjando.
Las relaciones que se establecen desde la infancia pueden ser verbales o simbólicas, enriquecedoras o
frustrantes y aunque estas se desarrollan a lo largo de toda un ciclo vital, se ha observado que las relaciones de
afecto que comienzan en edades tempranas cumplen un papel definitivo en la vida emocional del ser humano.
Esto está dado por su intensidad y su significado, de manera que mientras más íntima, importante e intensa sea
la relación afectiva con el ser u objeto querido, mayor será el efecto devastador de su pérdida.
Posterior al cambio y el desarrollo que pueden experimentarse durante el proceso de duelo, la persona
comúnmente no retorna a su estado anterior, sino que más bien aprende e incorpora nuevas experiencias que
los transformarán durante un largo proceso de crecimiento personal.
El duelo puede ser caracterizado como un proceso único e irrepetible, dinámico y cambiante, un evento variable
de persona a persona, así como entre las familias, culturas y sociedades. No es un proceso que siga pautas
universales y en consecuencia se entiende por duelo al conjunto de reacciones que experimenta una persona
(doliente) ante una pérdida de algo que es valorado como muy importante para ella por lo que el duelo siempre
será proporcional al apego de lo que se ha perdido y dependerá en gran medida de los afectos invertidos en la
relación. Esto quiere decir que el duelo no está vinculado necesariamente con el tipo de relación, sea esta
última consanguínea o no, sino con el valor que atribuimos al mismo.
El duelo es considerado como una reacción adaptativa natural, normal y esperada ante la pérdida de un ser
querido. Es importante destacar que duelo no es una enfermedad, por el contrario, es un proceso natural que
tiene un principio y un fin, que involucra crecimiento personal, desafío y maduración, aunque en muchas
personas sus repercusiones negativas pueden llegar a afectar su salud y bienestar.
Es común asociar el duelo al estado de aflicción relacionado con la muerte de un ser querido, sin embargo,
cabe destacar que el término duelo y los procesos asociados al mismo pueden aplicarse a aquellos procesos
psicológicos y psicosociales que se ponen en marcha ante cualquier tipo de pérdida: la pérdida de un ser
querido, los fracasos escolares, situaciones de abandono como son el divorcio de los padres, la separación, el
rechazo o los problemas familiares, los cambios de domicilio, los problemas económicos, la pérdida del empleo,
la pérdida de salud por el diagnóstico de una enfermedad grave o degenerativa, entre otros.
Y es que sin duda todos estas situaciones estresantes pueden originar igualmente reacciones no adaptativas
con manifestaciones de índole depresiva y emocional tales como, tristeza, llanto, desesperanza, impotencia,
rabia, culpa y adicionalmente pueden producirse disfunciones importantes a nivel social. En general, puede
afirmarse que el duelo es el conjunto de representaciones mentales y conductas vinculadas con una pérdida
afectiva.
La pérdida de un ser querido puede acompañarse de todo tipo de emociones, desde preocupaciones, tristeza,
temores, confusión, enojo, culpabilidad, agotamiento, hasta una especie de pérdida del sentido vital. Estas
emociones pueden ser más intensas de lo habitual o entremezclarse de manera no habitual.
Cuando hemos perdido a un ser querido, su ausencia puede afectar de forma grave nuestras relaciones con el
mundo y con otras personas, por lo que es normal que durante el período del duelo se perciba que la realidad
se ha desvirtuado totalmente, que el sentido de la vida se ha perdido y que el corazón se ha roto,
especialmente si la persona perdida tenía una gran importancia en nuestras vidas. Por todo esto, es común que
la persona que sufre por un duelo sienta que jamás podrá ser feliz.
El duelo normal se inicia inmediatamente después de la pérdida o en los meses subsecuentes y sus
componentes típicos son: tristeza, recuerdo reiterativo de la persona fallecida, del objeto o del sujeto perdido,
llanto, irritabilidad, insomnio y dificultad para concentrarse y llevar a cabo las labores cotidianas.
Este proceso tiene una duración que normalmente no supera los seis meses o el año, sin embargo, puede ser
variable y no debe enmarcarse rígidamente en un lapso de tiempo, púes como ya hemos descrito, el duelo es
personal y no establece pautas. Por otra parte, un duelo normal puede acabar provocando un auténtico
trastorno depresivo que requiera tratamiento, aunque no siempre la angustia, la pena y la tristeza que se
sienten y que la persona manifiesta verbalmente como señales inequívocas de depresión pueden considerarse
como una verdadera depresión clínica.
La intensidad del duelo puede depender de muchos factores, entre ellos, es necesario tener en cuenta si la
pérdida fue inesperada, repentina y el tipo de relación con la persona fallecida, pues en ocasiones la persona
percibe que no tuvo el tiempo que merecía pasar con el fallecido, como si le hubieran privado injustamente de
este tiempo.
Las fechas significativas relacionadas con la persona fallecida o con el resto de la familia (los cumpleaños, el
día de las madres, los días de los padres, las navidades, los días que habitualmente utilizaban para reunirse)
serán por lo general muy dolorosas. No obstante, en momentos de crisis la familia debe permanecer unida y
apoyarse mutuamente ante el dolor.