Fernan Caballero, La Gaviota
Fernan Caballero, La Gaviota
Fernan Caballero, La Gaviota
El texto mismo —a pesar de cuanto hubiera deseado la autora— pone en tela de juicio la
solidez y coherencia de los valores. El aspecto de la novela que se suele encuadrar en el concepto
general de «reacción», aspecto muy bien conocido, desde luego, pero creo que conviene repasar
aquí sus facetas principales para que las correspondientes facetas de lo que califico como
subversión aparezcan como elementos muy específicos de oposición —e incluso de negación—
con respecto a estas tendencias conservadoras de la novela. En lo político se destacan antes que
nada las duras críticas contra la desamortización, incorporadas a los comentarios sermonizantes
que acompañan la descripción de un convento abandonado, que «en otros tiempos suntuoso, rico,
hospitalario, daba pan a los pobres, aliviaba las miserias y curaba los males del alma y del
cuerpo; mas ahora, abandonado, vacío, pobre, desmantelado, puesto en venta por unos pedazos
de papel, nadie había querido comprarlo, ni aun a tan bajo precio». Es cierto que la política
dinástica de los piadosos vecinos de Villamar, para quienes los carlistas son «los buenos» no
encuentra eco en la voz narradora.
En lo filosófico e intelectual abundan las críticas del pensamiento racionalista moderno,
en las cuales los comentarios de la voz narradora se revelan no sólo como reaccionarios sino
como realmente retrógrados, pues si bien hay por lo menos una mención negativa del
racionalismo de Comte en la alusión despectiva a «los sabios y los hombres positivos».
En lo social se puede tomar como expresión de un reaccionismo inherente, al margen de
toda preocupación ética, una actitud como la de la tía María, símbolo novelesco de la fe y
caridad cristiana, que procura persuadir a la Gaviota a que se case con el doctor Stein, utilizando
argumentos que nada tienen que ver con la fe y caridad. Es cierto que muchas de las palabras de
la tía María son presentadas como evidentes exageraciones, con respecto a las cuales el
pensamiento supuestamente moderado de la autora asume una posición de distancia, pero aquí no
es tan cierto que han de ser tomadas como exageración. Se puede suponer, desde luego, que uña
mujer como Cecilia Bóhl, que con tanta frecuencia salía de lo regular, y que justamente no hacía
lo que hacen las demás, no aceptaba para sí este tipo de límites, pero quizá hay aquí alguna
sombra de mala conciencia, por la contradicción entre su manera de obrar y sus propias creencias
sin duda infundidas en ella por ese don Nicolás Bóhl que había escrito a su mujer.
Por lo que se refiere al aspecto literario del conservadurismo de la novela, ya sabemos
que La Gaviota, es la expresión ejemplar del costumbrismo nostálgico que se dedica a la
creación de cuadros que conserven lo que «desaparecerá como el humo dentro de poco tiempo»,
como dice la autora en una famosa carta a Mora. Pero no se limita a llevar a cabo esta labor de
conservación dentro del marco del cuadro costumbrista como tal, sino que, desde fuera del
marco, se oye la voz catequizadora de la narradora.
Todo lector de Fernán Caballero concederá que, así como la fe y caridad cristianas están
encarnadas en la tía María y el doctor Stein, hay en la figura de María Santaló, la Gaviota, la
encarnación de características contrarias a ellas: egoísmo en vez de caridad, indiferencia en vez
de ardiente fe, desapego personal en vez de afecto y devoción conyugales. Y al lado de la
Gaviota está su amante, el torero Pepe Vera tal para cual. La credulidad de la tía María no es en
el fondo sino una plusvalía de la fe, y si el doctor Stein parece algo más dado a las lágrimas que
lo corriente, es por la profundidad de su amor y caridad. Por otra parte el egoísmo de la Gaviota
y la brutalidad de Pepe Vera apenas tienen límites. De modo que es, en realidad, en los
personajes secundarios, los del género costumbrista, en quienes se cumple lo afirmado en el
Prólogo, pero en cuanto a los personajes principales, los del género novelesco romántico el
objetivo moralizante de una autora que, al margen del propósito costumbrista de pintar a los
españoles de la época tales como eran, parecía querer representar, en forma casi alegórica, una
psicomaquia entre virtudes y defectos morales. Como escribió don Eugenio de Ochoa en su
«Juicio crítico» de la obra.
Pero, ¿en qué consiste la superioridad de la Gaviota como concepción literaria,
comparándola con la figura de Stein? Ambos son caracteres de una sola pieza, unidimensionales:
él, totalmente invariable en su fe, en su bondad y en su amor para con María; ella, siempre
entregada a la realización de sus propios deseos y a su amor auténtico. En este respecto es
interesante observar que son signos motivados los nombres de ambos personajes.
Sólido y firme como la piedra es el carácter moral de Stein, fundado en una fe igualmente
sólida, la del apóstol cuyo nombre es también símbolo de la piedra en que se han fundado los
valores religiosos y culturales de Occidente. Igualmente invariable es el carácter de la Gaviota,
pero en ella es lo invariable de la naturaleza, del mar y de la roca, no metafóricas éstas, como la
piedra del buen doctor, sino realidades, relacionadas con ella por metonomia, no por metáfora.
Es lo invariable de las gaviotas, espíritus libres del aire y mar invariables. Criatura de la
naturaleza, María Santaló es en sus sentimientos, si no muy tierna, sí espontánea y auténtica. La
primera vez que María y Pepe Vera cruzan miradas nos dice la narradora que «estas dos
naturalezas estaban formadas para entenderse y simpatizar una con otra, y que en efecto se
entendieron y simpatizaron». A los miembros de la sociedad de valores tradicionales —
encarnados en su marido Stein— la Gaviota presenta una actitud de «inalterable calma y
aplomo», muy lejos de ser toda ella tumulto y desorden como había afirmado Ochoa. Pero la
autenticidad, la naturalidad de sus sentimientos para con el torero nos son presentados por la
autora en términos de la mayor sencillez y claridad.
Hay, en fin, una grandeza de autenticidad vital en la Gaviota que raya en heroísmo, tanto
en la fuerza de carácter que le permite mantener su inalterable calma y aplomo ante una sociedad
dispuesta a hacer las más duras críticas contra ella, como en la intensidad de su amor, por el cual
está dispuesta a abandonar todo interés material. Grandeza y heroísmos totalmente humanos,
desde luego, y el propósito moralizador exige que haya castigo: se muere Pepe Vera en una
corrida, y la Gaviota pierde su maravillosa voz en consecuencia de una pulmonía. Pero vive,
vuelve a casarse, tiene hijos, y aunque no parece feliz, sigue afirmando su propio ser hasta el
final.
Es, en fin, en la grandeza vital de María Santaló en donde encontramos la superioridad de
ésta como concepción literaria, y en la presentación de esta grandeza como valor auténtico es
donde el texto revela una tendencia subversiva con respecto a los valores —impalpables,
frágiles, evanescentes— del espíritu. No es que esta tendencia sea más genuina que la
conservadora, pero lo que sí se ve en esto es la relación completamentaria entre las dos
tendencias, por contradictorias que sean, relación complementaria que es análoga a la de la
materia con el espíritu, cada uno de los cuales tiene sus propios valores. Pero, no obstante lo que
pensaba la novelista, la novela misma no afirma la autonomía de los valores del espíritu, sino que
insinúa la idea de que la prioridad y primacía son de los valores de la naturaleza. Pero, en última
instancia, lo que da más peso a la tendencia subversiva creo que son los abundantes comentarios
lingüísticos que se hacen en esta obra, y que tienen el efecto de sugerir el profundo relativismo
de todos los valores del universo de la palabra, de la idea, y del espíritu. Muchos de estos
comentarios aparecen en los capítulos dedicados a las tertulias en casa de la condesa de Algar,
donde el general Santa María, tan tradicionalistas en materia de vocablos como en todo lo demás,
aparece como valioso historiador del español decimonónico, precisamente por su oposición a los
galicismos.
Es muy natural, desde luego, que la políglota Cecilia Bóhl —que había redactado en
francés el original de esta novela— haya estado siempre muy consciente de las diferencias
semánticas que las lenguas revelan entre sí, pero no muy lejos de tal conciencia está un sentido
muy agudo del relativismo profundo del universo de la palabra condenada al tiempo, y de ahí del
mundo de las ideas y creencias. En pocos textos se revela como en el nuestro esta conciencia —
infeliz o trágica— en el momento en que María responde a la palabrería idealista de Stein con
signos materiales que son la misma imagen de la caducidad de todas las expresiones del espíritu.
La gaviota fue escrita en francés , traducida al castellano por el editor José Joaquín de
Mora y publicada en entregas por El Heraldo. En una carta dirigida a él, le reprocha que
hubiera incluido también el prólogo que estaba dedicado a lectores extranjeros. En este prólogo
expone su intención de ofrecer otra imagen de la mujer española, diferente a la del
Romanticismo europeo, en la que se identificaba a esta como sensual, independiente y pasional;
es decir, lo contrario a una esposa y madre abnegada. España no solo era el tópico de toreros y
gitanas; los campesinos, los nobles eran en esencia modestos y virtuosos.17
La novela está estructurada en dos partes, en una muestra la vida sencilla y virtuosa de
los habitantes de una aldea y en la otra la vida ya de Sevilla abierta en parte a las costumbres
extranjeras, pese a la dignidad de la aristocracia local. Su personaje principal, Marisalada, es
el prototipo de mujer española pasional, independiente y egoísta que terminará viviendo una
mísera vida. La moraleja es clara ya que había renunciado a su femineidad al ser orgullosa y
mala esposa. Parece claro el influjo de la Carmen de Mérimée, que había creado un mito
universal.17 En ella pone de manifiesto también su profundo rechazo a las corridas de toros en
cuanto significaban maltrato a los animales. En muchas obras criticó esta costumbre española.