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8 Garantismo Penal

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Fundamentos de la dogmática jurídica penal 129

Primera parte
LA ESENCIA GARANTISTA DEL DERECHO PENAL

I. PLANTEAMIENTO

El Derecho penal está teniendo un papel protagónico en los Estados con-


temporáneos. Cada vez es más intensa la tendencia de acudir a él para la
resolución de conflictos sociales. Esta situación se refleja en un notorio in-
cremento de las conductas tipificadas como delitos y de las penas, aunado
a la flexibilidad de las disposiciones dogmáticas bajo la justificación de
erradicar la impunidad. Mientras eso sucede, la fachada del Estado de De-
recho se pregona como un elemento latente en los discursos de los opera-
dores políticos del sistema penal. Además, se habla mucho de la consoli-
dación de los Estados democráticos, y no tan fácilmente se pone en tela de
juicio la preponderancia de los Derechos Fundamentales.

No obstante, si hiciéramos una evaluación de los ordenamientos jurídico


penales en los Estados que se ostentan como democráticos, desde una
perspectiva estrictamente académica, difícilmente se derivarían resultados
favorables. En este ámbito, la democracia no se mide por el principio de
mayorías sino por su racionalidad; su consistencia y concordancia con prin-
cipios elementales que le dan sustento y legitimidad. Decir Estado de De-
recho, más que un recurso retórico, es una expresión de un elevado conte-
nido y definición conceptual, que en la primera mitad del siglo XIX Robert
von Mohol comenzó a utilizar para referirse a los requerimientos y exigen-
cias correspondientes al Estado liberal democrático.2 Aunado a ello, en la
construcción del discurso jurídico penal hay que añadir las repercusiones

 2 Vid. DÍAZ, Elías: Estado de Derecho y sociedad democrática, 1a edición, Taurus, Madrid,
1988, pp. 17 y 18. Enfatiza que no todo Estado es Estado de Derecho, no obstante que
se tenga un orden jurídico y un sistema de legalidad, sino que las ideas de control jurídi-
co, la regulación desde el Derecho de la actividad estatal, de limitación del poder del
Estado como sometimiento a la ley, deben aparecer como aspectos centrales en el con-
cepto del Estado de Derecho, en relación con el respeto al hombre y a los derechos fun-
damentales.

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derivadas de la transformación de Estado democrático a social y democrá-


tico de Derecho.

Ante este estado de cosas, en las líneas siguientes trataremos de dar un


breve bosquejo de los lineamientos bajo los cuales debe sustentarse el De-
recho penal en un Estado de conformación democrática y proyección so-
cial. Reiteramos, no hay planteamientos novedosos, a lo sumo, un esfuerzo
sintético por compendiar algunas de las ideas representativas sobre este
tema.

II. PUNTO DE PARTIDA: LA PROYECCIÓN DE LOS DERECHOS


FUNDAMENTALES

Ubicados en un Estado social y democrático de Derecho, toda estructura


jurídico-política debe tener como sustento y finalidad el aseguramiento de
los derechos fundamentales. Resulta intolerable cualquier concepción que
se aparte del principio de que el ser humano, su autonomía y su dignidad,
están por encima de todo programa social.3

La seguridad jurídica, a partir del equilibrio y distribución del poder entre


órganos que funcionen de manera compensada y autónoma tiene su sus-
tento en el pensamiento de Montesquieu y de Rousseau. El origen de la
sociedad se encuentra en un contrato social basado en la idea de que la
soberanía es distribuida de manera alícuota, por partes iguales entre todos
los ciudadanos y la expresión de las decisiones asumidas por esa colectivi-
dad, se manifiestan a través de la ley que expresa la idea de voluntad ge-
neral.4

 3 Vid. POLITOF, Sergio: “Sistema jurídico-penal y legitimación política en el Estado demo-


crático de derecho”, en: Nuevo Foro Penal, Temis, n.° 45, Bogotá, 1989, p. 322.
 4 Vid. MORALES AVILÉS, Gregorio: “Derecho internacional y derechos humanos hacia la

internacionalización del derecho del individuo frente al Estado”, en (VV. AA.): VI Congre-
so Iberoamericano de Derecho Constitucional, UNAM, 1997, pp. 570 y 571.

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De esta manera, la idea de que la ley es la expresión de la voluntad general


de los ciudadanos, otorga al órgano legislativo el status de poder sobera-
no capaz de modificar, en todo momento, cualesquier normas, incluso las
fundamentales. Esta concepción se manifestó en el desarrollo histórico del
parlamentarismo europeo y la fundamentación de los Derechos del Hom-
bre, a tenor de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudada-
no en 1789. En ella, se puntualiza que una sociedad en donde no estén re-
conocidos los derechos del hombre y establecida la división de poderes,
carece de Constitución.

En ese sentido, el Estado democrático debe asumir como criterio políti-


co-criminal básico, la garantización de dichos derechos a partir del marco
ideológico propugnador de un modelo social personalista.5 Ahora bien, en
la medida en que los tratados internacionales pasen a formar parte de la
estructura jurídica interna de los Estados en igual rango que las constitu-
ciones, se propicia el desarrollo del Derecho internacional del individuo
frente al Estado. Consecuentemente, la Declaración Universal de los Dere-
chos Humanos del 10 de diciembre de 1948, pasa a constituir la norma fun-
damental suprema de la comunidad de los Estados y del Derecho positivo
actual de éstos.6

II.1. El derecho penal constitucional

Las garantías estipuladas en la Constitución deben sistematizarse a la luz


de los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos e instrumentos análogos de manera armónica e integral. Coinci-
dimos con Martín Retortillo y De Otto, en que la Constitución no clasifica
los derechos, los regula e impone. Después, a los juristas les corresponde
hacer la labor doctrinal; buscar soluciones; encontrar sentidos, por ende,

 5 Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio: “Derechos humanos y Derecho penal”,


en: Estudios Penales y Criminológicos, n.° XI, 1988.
 6 Vid. MORALES AVILÉS, Gregorio: “Derecho internacional y...”, op. cit., p. 572.

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resolver dificultades, pero sin lamentarse de la mejor o peor técnica utiliza-


da pues es sólo el punto de partida.7

Ahora bien, la vinculación del legislador con los derechos fundamentales,


se hace mediante dos vías: una negativa, en cuanto supone la prohibición
de que el legislador autorice cualquier injerencia de los poderes públicos
que no esté constitucionalmente fundamentada. La otra vía es en sentido
positivo, como mandato para lograr que esos derechos desplieguen ple-
namente su eficacia.8

Por otra parte, el Estado, al diseñar los mandatos y prohibiciones, así como
la conminación de sanciones penales, está condicionado por un presu-
puesto político derivado de la constitución respectiva; ella impone una
vincu­lación normativa bajo la cual debe partir el legislador ordinario.9 Di­
cha vinculación también se manifiesta de dos maneras: En sentido positivo,
en cuanto a la exigencia de que sean promulgadas las leyes que la propia
Constitución requiere para su desarrollo.10 En sentido negativo, en virtud
de la posibilidad de que el Poder Judicial declare nula toda ley que contra-
venga la Constitución.

El poder del Estado se materializa mediante las normas y decisiones jurídi-


cas y tanto el legislador que las crea, como el juzgador que las aplica, de-
ben estar vinculados por los principios y sustentos constitucionales. De esa

 7 Vid. MARTÍN-RETORTILLO, Lorenzo y DE OTTO y Pardo, Ignacio: Derechos fundamen-


tales y Constitución, Cívitas, Madrid, 1988, p. 66.
 8 Vid. MEDINA GUERRERO, Manuel: La vinculación negativa del legislador a los derechos

fundamentales, McGraw-Hill, Madrid, 1996, p. 4.


 9 Vid. PÉREZ ROYO, Javier: “El derecho constitucional en la formación del jurista”, en: Re-

vista Española de Derecho Constitucional, n.° 46, 1996, pp. 54 y ss., en el sentido de que
para el Derecho constitucional, el individuo es simplemente ciudadano, el titular de los
derechos fundamentales en condiciones de igualdad. Es el Derecho constitucional, el
único Derecho en el que el principio de igualdad tiene vigencia de forma pura, sin nin-
guna matización. En cambio, en todos los demás derechos, los individuos son iguales en
cuanto ciudadanos, pero diferentes en todo lo demás.
10 Vid. ESCRIVÁ GREGORI, José María: “Algunas consideraciones sobre Derecho penal y

constitución” en: Papers, n.° 13, 1980, p. 146.

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manera, el jurista también está relacionado con la norma fundamental, en


la medida que interviene como operador entre el ámbito legislativo y judi-
cial. Debe desempeñar una función de mediación entre constitución y ley
penal; y entre ambas y su aplicación al caso. En esa medida, los principios
rectores del sistema penal, no deben orientarse sólo como límites del ius
puniendi, sino también como principios constituyentes del derecho a cas-
tigar. En ese sentido, el Derecho penal debe ser considerado como Dere-
cho penal constitucional.11

Esta categorización nos conduce a la necesidad de conceptuar el progra-


ma penal de la Constitución. A éste, lo pedemos definir como el conjunto
de postulados político-jurídicos y político-criminales que constituye el mar-
co normativo en el seno del cual el legislador puede y debe tomar sus de-
cisiones, y en el que el juez ha de inspirarse para

interpretar las leyes que le corresponda aplicar.12 En este sentido, debe


existir congruencia entre el ordenamiento jurídico-penal y las reglas cons-

11 Vid. ARROYO ZAPATERO, Luis: “Fundamentos y función del sistema penal: el programa
penal de la constitución”, en: Revista Jurídica de Castilla la Mancha, n.° 1, 1989, pp. 100
y 101, en el sentido de que a partir de la constitución, se deben elaborar las conexiones
técnicas y valorativas con el sistema penal; el deber ser y el concepto del método del
Derecho penal, el concepto de delito, el sentido de la dogmática, etc.
12 ESCRIVÁ GREGORI (“Algunas consideraciones...”, op. cit., pp. 147-149) cataloga en tres

grupos las funciones que pueden extraerse de la constitución en el ámbito penal:


a) Las que tienen una incidencia directa en la práctica, en los supuestos concretos que se
presentan en los tribunales;
b) La función de orientación político-penal. Es decir, la política que realiza el Estado a
través de las penas, que no es lo mismo que la política criminal, ésta tiene un sentido más
amplio. En todo caso, constituiría una parcela de ésta; y
c) De las dos anteriores, se deriva una función doctrinal, que a su vez tiene repercusiones
en la praxis, en la medida en que, a partir de la constitución se puede elaborar posturas
doctrinales en relación con la interpretación de la ley, la teoría del delito, la teoría de la
pena, etc.
Por su parte, Francesco Palazzo (“Estado constitucional de derecho y derecho constitu-
cional”, en: Revista Penal, n.° 2, Praxis, Barcelona, 1988, p. 49) plantea que la tendencia
de las transformaciones verificadas durante este siglo, en la historia constitucional de los
principales Estados Europeos y extraeuropeos, en el paso del Estado de derecho al Es-
tado constitucional de derecho, se expresa una selección de valores fundamentales que

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titucionales que se vinculan con el delito y las penas y medidas de segu-


ridad.13

III. LA RAZÓN DE SER DEL DERECHO PENAL

Para establecer un marco de referencia acorde al modelo constitucional


que hemos referido, debemos comenzar por precisar la misión que le co-
rresponde al Derecho penal en ese contexto; averiguar para qué sirve y qué
podemos esperar de él. Esta referencia nos ayudará a orientar su conteni-
do y no desvirtuar su papel.

En esencia, podemos decir que el Derecho penal es un medio de control


social;14 entendido éste como el conjunto de instrumentos, instituciones,
estrategias y sanciones sociales tendientes a promover y garantizar el so-
metimiento del individuo a los modelos y normas comunitarias.15 En este

se imponen al legislador estatal y en lo general, al poder público como criterios materia-


les de legitimidad de su acción.
Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio; ARROYO ZAPATERO, Luis; GARCÍA RIVAS,
Nicolás; FERRÉ OLIVÉ, Juan Carlos; SERRANO PIEDECASAS, José Ramón: Lecciones de
Derecho penal parte general, Praxis, Barcelona, 1996, p. 34. Vid. ARROYO ZAPATERO,
Luis: “Fundamentos…, op. cit., pp. 101 y 102. Enfatizan que el programa, comprende un
conjunto de postulados político criminales genéricos y no soluciones concretas para to-
dos y cada uno de los problemas que son propios del sistema punitivo.
13 Vid. TIEDEMANN, Claus: “Constitución y Derecho penal”, en: Revista Española de De-

recho Constitucional, año 2, n.° 33, septiembre-diciembre de 1991, p. 169. Precisa que
aunque no exista una teoría jurídico-constitucional del delito como consecuencia de las
diferencias valorativas y finalísticas entre la constitución y el Derecho penal. Hay motivos
para asumir que particularmente la teoría del tipo penal sigue una orientación a la valo-
ración e influencia jurídico-constitucional.
14 Cfr. MUÑOZ CONDE, Francisco: Derecho penal y control social, Fundación Universitaria

de Jerez, 1985, p. 46. Al referirse a la meta preventiva del Derecho penal, en relación con
la motivación integradora del consenso a través de la configuración y aseguramiento de
las normas básicas que rigen la convivencia social.
15 Vid. ANIYAR DE CASTRO, Lola: Conocimiento y orden social: criminología como legiti-

mación y criminología de liberación, Universidad de Zulia, Maracaibo, 1981, pp. 27 y 28.


También: GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, Antonio: Criminología, tercera edición, Tirant
lo Blanch, Valencia, 1996, p. 67.

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sentido, el Derecho penal constituye uno de esos instrumentos empleados


por el Estado para mantener el orden.16 A su vez, el mantenimiento del or-
den en razón de la intervención estatal varía en cada contexto social, de-
pendiendo de las interacciones de poder entre sus miembros. Así, en los
Estados totalitarios prevalece la imposición de los intereses de un grupo
determinado. En cambio, en los Estados democráticos el ordenamiento ju-
rídico debe cubrir expectativas de todos los componentes sociales.17

16 Cfr. BERGALLI, Roberto: Control social punitivo, Bosch, Barcelona, 1996, pp. 2-5. Elabo-
ra una crítica a la determinación de los penalistas que ubican a un sector del ordenamien-
to como uno de los medios de control social existente en las sociedades actuales. Plan-
tea que lo hacen desde un punto de vista interno que dirige al Derecho penal por medio
de la dogmática, sin explicar sus orígenes o justificaciones de utilización que tengan un
sustento en las ciencias sociales y la política. Y así, aborda esos dos ámbitos aludiendo
al papel que el Derecho ha desempeñado en la configuración de una teoría del control
social en el ámbito cultural concebido desde Edward A. Ross en 1902, a partir de un sen-
tido de darwinismo social, pasando por el análisis y de lo que él hiciera diferentes ten-
dencias de la llamada Escuela de Chicago, donde el control social fue un concepto dis-
tinto de la idea que se ha expresado por el Derecho estatal y si vinculado al valor que
Mead y Dewey le adjudicaron a la comunicación social y a la opinión pública como ele-
mentos para la construcción democrática de la sociedad, hasta la llegada del New Deal.
De esa manera, se impuso el legal ralism por razón de la necesidad de tener que adecuar
las leyes y jurisprudencia a las nuevas situaciones. Después, en el período de Welfare se
impuso el estructural-funcionalismo que otorga al Derecho un lugar destacado entre los
mecanismos de control social de la desviación, enmarcándose un nuevo campo discipli-
nario conocido como sociología de la desviación y hoy sustituido por una sociología de
la censura social. Es así como Bergalli llega a determinar que en la cultura jurídica conti-
nental, jamás se había hablado del control social, sino por el contrario, la referencia sobre
el Derecho como instrumento de organización social ha estado ligada a la tradición po-
litológica y a ese ámbito se apega la idea del Derecho estatal de la modernidad y de la
producción de normas jurídicas. Y es esa tradición de ciencia política como una teoría
del control social la que ha preponderado en la cultura jurídica occidental. De esta ma-
nera, frente al control social de la propia sociedad orientada al análisis de la organización
social y el desarrollo de la sociedad industrial que supuso procesos para producir con-
formidad por medio de la socialización y la represión, se eleva la idea de un control social
centralizado en y por el Estado. Es importante la precisión que hace Bergalli, como mar-
co de referencia histórica y conceptual, pero a nuestro parecer no obsta con la orienta-
ción político-criminal que los penalistas plantean.
17 Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio: “El contenido del tipo de injusto”, en:

Ensayos penales, Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 1994, pp. 11 y 12.

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En las sociedades actuales el Derecho penal constituye un medio de con-


trol social más de los que dispone el Estado, como también lo son la fami-
lia, la escuela, la profesión, etc., con la diferencia de que éstos se distinguen
por su carácter informal. En cambio, el Derecho penal es un medio de con-
trol jurídico altamente formalizado,18 pero no es el único. Su misión es evi-
tar aquellos comportamientos que constituyen una grave perturbación
para el mantenimiento y evolución del orden social.19 Pero también tiene
una finalidad garantista: la estricta racionalidad y limitación de su propio
actuar, adoptando como punto de referencia principal al individuo.

En un Estado democrático de Derecho, estos aspectos deben estar presen-


tes para propiciar el equilibrio deseable entre eficacia y garantía.20 Bajo
esta orientación, para mantener el orden social evitando los comporta-
mientos que a ella afectan, el Derecho penal tiene una función trascenden-
tal irrenunciable: la tutela de bienes jurídicos.21

IV. LA POTESTAD PUNITIVA DEL ESTADO

Una característica fundamental del Derecho penal es que para cumplir sus
fines emplea penas y medidas de seguridad. Tiene a su disposición esos

18 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, quinta edición. Reppertor, Bar-
celona, 1998, p. 5.
19 Vid. CEREZO MIR, José: Curso de Derecho penal español, parte general (t. I), 3.ª edición,

Tecnos, Madrid, 1985, pp. 15 y 16. En ese sentido, también: KAUFMANN, Armin: “La mi-
sión del Derecho penal”, en: La reforma del Derecho penal, Universidad Autónoma de
Barcelona, trad.: Santiago Mir Puig, 1980, p. 10. Enfatiza que desde hace unos cien años
ya no se discute seriamente en la ciencia penal el principio según el cual la misión del
Derecho penal es la protección de bienes jurídicos.
20 Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio, et. al.: Lecciones de Derecho penal…,

op. cit., p. 5.
21 Vid. MUÑOZ CONDE, Francisco: “Función de la norma penal y reforma del Derecho pe-

nal”, en: Nuevo Pensamiento Penal, año 2, n.° 4, 1973, p. 398. Aclara que fin y función no
tienen el mismo significado, aunque ambos conceptos tienen una aproximación impor-
tante. Que esto es así, porque cuando se pregunta por la función de la norma penal, se
plantea al mismo tiempo la cuestión de ¿para qué sirve el Derecho penal?

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medios para evitar comportamientos que considera especialmente peli-


grosos. En cambio, los otros medios de control social emplean instrumen-
tos menos drásticos. Por esa razón, el Derecho penal es susceptible de en-
tenderse en dos sentidos: objetivo y subjetivo. El sentido objetivo,
comprende el conjunto de normas penales regulan al delito como presu-
puesto y a las penas y medidas de seguridad como consecuencias jurídicas.
El sentido subjetivo, comprende el Derecho que de manera exclusiva le
corresponde al Estado para crear y aplicar el Derecho penal objetivo; tam-
bién se le identifica como ius puniendi.22

V. LÍMITES AL IUS PUNIENDI ESTATAL

La potestad estatal para establecer e imponer penas y medidas de seguri-


dad tiene una relevancia primordial y delicada, pues se encuentran involu-
crados intereses de extremo valor para el individuo. Por ello, en un Estado
democrático de Derecho esta potestad debe estar limitada.23 No es sufi-
ciente proteger al individuo mediante el Derecho penal, sino también del
Derecho penal mismo, enfatiza Roxin.24 El ordenamiento jurídico, por una
parte, ha de disponer de métodos y medios adecuados para la prevención
y tratamiento del delito, y por otra, imponer límites al empleo de la potes-
tad punitiva para evitar que el individuo quede desprotegido y a la merced
de una intervención arbitraria o excesiva del Estado.

22 Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio, et. al.: Lecciones de Derecho penal…,
op. cit., pp. 7-11.
23 Vid. JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis: Tratado de derecho penal, (t. I), Lozada, Buenos Aires,

1964, p. 72. Puntualiza que el Estado, en el ejercicio del poder castigar tiene que limitar-
se asimismo, fijando el supuesto y el contenido de su actuación.
24 Vid. ROXIN, Claus: Derecho penal, parte general, t. I, Fundamentos. La estructura de la

teoría del delito, trad.: de la 2.a edición alemana y notas por Diego Manuel Luzón Peña;
Miguel Díaz y García Conlledo; y, Javier de Vicente Remesal, Cívitas, 1997, p. 137.

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V.1. Límites al ius puniendi derivados del principio de legalidad

Los límites al ius puniendi los encontramos sintetizados en el principio de


legalidad. Este desiderátum constituye una exigencia del Estado de Dere-
cho. Se le identifica bajo la expresión nullum crimen, nulla poena, sine lege
y su formulación latina se le atribuye a Feuerbach.25 Surge como garantía
política en la época de la Ilustración, y fue formulado por Beccaria con ese
sustento. Emanó como reacción frente a intervenciones arbitrarias de los
poderes públicos y adquirió mayor énfasis a partir de la expresión de la fi-
losofía política rousseauniana.26

Esta concepción del principio de legalidad –emanada de la teoría ilustra-


da–27 se sustentó en el contrato social que estipulaba una organización po-
lítica basada en la división de poderes, donde la ley es competencia exclu-
siva de los representantes del pueblo. Se presupone un pacto (contrato
social) mediante el cual se asegura la participación del ciudadano y el con-
trol de la vida política de la comunidad. Esa participación se actualiza a tra-
vés del poder legislativo como representante del pueblo y sólo de dicho
poder puede emanar la ley como expresión de voluntad popular.28 De esta
manera, el principio de legalidad se traduce en una exigencia de seguridad

25 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., p. 75.
26 Vid. ESCRIVÁ GREGORI, José María: “Algunas consideraciones...”, op. cit., p. 153. Tam-
bién: MUÑOZ CONDE, Francisco: Introducción al Derecho penal, Bosch, Barcelona,
1975, p. 58. Advierte que su origen hay que ubicarlo –con las reservas que supone buscar
una fecha para el nacimiento de una idea–, en ese momento histórico, que suele fijarse
en la Revolución Francesa y en el pensamiento ilustrado del siglo XVIII, en el que, por lo
menos a nivel teórico, el poder del Estado pasa a ser controlado y limitado.
27 Comienza por aparecer en 1776 en las Constituciones Americanas; en 1787, en el Códi-

go Penal Austriaco de José II; en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano de 1789, y poco después en el Derecho territorial Prusiano en 1794. Vid.
ROXIN, Claus: Iniciación al derecho penal de hoy, trad., introducción y notas de: Francis-
co Muñoz Conde y Diego-Manuel Luzón Peña, Publicaciones de la Universidad de Sevi-
lla, 1982, p. 99.
28 Vid. VIVES ANTÓN, Tomás Salvador: “Reforma política y Derecho penal”, en: Cuadernos

de Política Criminal, n.° 1-9, 1997, p. 77. Refiere que a partir de la idea del hombre como
ser dotado de razón y llamado por ende, a construir su propio destino, se impone por
una parte, una configuración del Estado –en el que el pueblo también legisla–, y por otra,

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jurídica y en una garantía política, en virtud de que el Estado no puede so-


meter al ciudadano a penas que no hayan sido admitidas previamente por
el pueblo.29

V.1.1. Garantías derivadas del principio de legalidad

En la medida que los ordenamientos penales se apeguen a los límites que


el principio de legalidad impone, podremos estar en presencia de un De-
recho penal respetuoso de los derechos fundamentales. Sin embargo, su
proyección lleva consigo el establecimiento de diversas medidas.30 No es
suficiente pregonar el principio de legalidad sin asumir esas garantias, pues
incluso las dictaduras también lo han incorporado –aunque a regañadien-
tes–, como lo refiere Roxin.31 Estas medidas las encontramos reflejadas en
diferentes principios. El punto de partida lo constituye el principio de lega-
lidad sustentado a partir de la expresión Nullum crimen nulla poena sine
lege. De ahí se derivan las siguientes garantías:32

A) Garantía criminal: Trae consigo la exigencia de que el comporta-


miento criminal se encuentre especificado por una ley.

B) Garantía penal: Es necesario que en la ley se precise la pena corres-


pondiente al delito específico regulado.

una serie de límites al poder legislativo. Ello implica un reconocimiento político a la au-
tonomía del hombre.
29 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., pp. 75 y 76.
30 Vid. BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio: “Derechos humanos y Derecho penal”,

op. cit, pp. 143-146. También, BARATTA, Alessandro: “Requisitos mínimos del respeto
de los derechos humanos en la ley penal”, en: Nuevo Foro Penal, 1985. Plantea una
articu­lación programática de la idea de la mínima intervención penal como respuesta a
la cuestión referente a los requisitos mínimos de los derechos humanos en la ley penal.
31

Vid. ROXIN, Claus: Iniciación al derecho penal de hoy, op. cit., p. 102.
32 Vid. MIR PUIG, Derecho penal, parte general, op. cit., p. 77.

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C) Garantía jurisdiccional: Para que una conducta sea determinada


como delito y al sujeto se le pueda imponer una pena, debe haber
una sentencia emitida por un órgano jurisdiccional previamente es-
tablecido.

D) Garantía de ejecución: El cumplimiento de las penas impuestas debe


estar regulado en una ley y lo mismo se requiere para las medidas de
seguridad. Además, el órgano responsable de la ejecución no debe
ser el mismo órgano jurisdiccional que emitió la sentencia.

Ahora bien, las normas que se contienen en esas garantías deben reunir
tres exigencias:33

a) Lex previa. Consiste en la prohibición de aplicar retroactivamente las


leyes que sanciona los delitos o agravan su sanción. El sujeto debe
tener la posibilidad de saber los alcances de su comportamiento y
en su caso, si éste constituye delito y la sanción correspondiente.
Existe una excepción a este principio: Si con posterioridad a la reali-
zación del hecho, éste deja de ser constitutivo de delito, o hay una
reducción de la pena, en ambos casos estamos en presencia de un
beneficio para el reo. Consecuentemente, corresponde la aplicación
retroactiva. Esta excepción tiene su sustento en la innecesaria san-
ción de un comportamiento que precisamente mediante el recono-
cimiento de la ley ha dejado de considerarse nocivo para la sociedad
–al menos desde la perspectiva jurídico penal– o bien su desvalor ha
reducido.

b) Lex escripta. Se refiere a la exclusión de la costumbre como fuente


de delitos y penas. Es necesaria la presencia de una norma escrita
que tenga el rango de ley derivada del poder legislativo, pues no
pueden regular delitos otro tipo de ordenamientos emanados de ór-
ganos distintos.

33 Vid. Ibid., pp. 77-78.

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Fundamentos de la dogmática jurídica penal 141

c) Lex estricta (prohibición de la analogía in malam partem). La aplica-


ción del Derecho trae consigo la necesidad de su interpretación,34
pero los alcances de ésta tiene límites: No puede derivar una aplica-
ción de la ley por juicios analógicos que impliquen perjuicios al reo.

La interpretación implica un desentrañamiento del sentido de la ley, mien-


tras que la analogía extiende su aplicación a hipótesis no comprendidas
por aquélla; esa es precisamente la prohibición, a menos que implique un
beneficio para el reo.

Esta exigencia se vincula con el mandato de determinación, cuya exigencia


consiste en que la ley debe determinar de manera específica, la materia de
prohibición y las penas correspondientes, lo cual se materializa particular-
mente en la teoría del delito, por medio de la exigencia de tipicidad del
hecho y la determinación de la pena.35 Lo mismo debe cubrirse en el ámbi-
to de las medidas de seguridad, debe existir un delito previo que justifique
la peligrosidad y el señalamiento de límites de su duración.

V.2. Límites al ius puniendi en un estado democrático

El Derecho penal democrático se encuentra inmerso por antonomasia en


el contexto de un Estado liberal. En él, se tiene como exigencia el someti-
miento del ius puniendi al respeto irrestricto del individuo, concebido éste
como un ser dotado por una serie de derechos que garanticen su dignidad
e igualdad. De esta concepción, se derivan los siguientes principios.

34 Sobre los problemas de la interpretación del Derecho, Vid. GUASTINI, Ricardo: Estudios
sobre la interpretación jurídica, trad.: Marina Gascón y Miguel Carbonell, tercera edición,
Porrúa, México, 2001.
35 Vid. ROXIN, Claus: Derecho penal, parte general, op. cit., p. 80. MUÑOZ CONDE, Fran-

cisco: “Función de la norma penal y reforma…”op. cit., p. 406. MOCCIA, Sergio: “Fun-
ción sistemática de la política criminal. Principios normativos para un sistema penal orien-
tado teleológicamente”, en: Fundamentos de un sistema europeo de Derecho penal,
(Libro Homenaje a Claus Roxin), J. M. Silvia Sánchez (ed. Española), Coord.: B. Schüne-
mann y Jorge de Figueredo Días, Bosch, 1995, p. 80

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V.2.1. Principio de humanidad de las penas 36

Constituye uno de los principales elementos de la Ilustración. Uno de sus


más destacados difundidores fue Beccaria (siglo XVIII). El primer cambio de
paradigma derivado de este principio, es la supresión de la pena de muer-
te y la sustitución de las sanciones corporales por la pena privativa de liber-
tad.37 Después, la sustitución de ésta por otras menos lesivas, como por
ejemplo, la multa o el trabajo en servicio de la comunidad.

V.2.2. Principio de culpabilidad

Este principio, en sentido amplio, constituye el conjunto de presupuestos


que permiten culpar a alguien por el acto que motiva la pena. Bajo esta
perspectiva, tales presupuestos afectan a todos los elementos del delito.
En sentido estricto, la culpabilidad se limita sólo a una parte de las catego-
rías del delito: A los presupuestos que condicionan la posibilidad de atri-
buir un hecho antijurídico a su autor.

En este ámbito se encuentra latente la dignidad humana y la seguridad ju-


rídica: el individuo, debe tener la certeza de que si adapta su comporta-
miento al sentido de las normas no será castigado. En este sentido, a partir
de la igualdad real, una persona que no es susceptible de motivarse por el
contenido de las normas, no será merecedor de sanción.

A su vez, del principio de culpabilidad se derivan los siguientes: 38

36 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., pp. 94 y 95.
37 Vid. BARBERO SANTOS, Marino: “Pena capital y Estado democrático”, en: (VV. AA.) El
poder penal del estado (Homenaje a Hilde Kaufmann), Depalma, Buenos Aires, 1985, pp.
101-122.
38 No obstante, en los últimos tiempos ha cobrado importancia un tema que tiene que ver

con los alcances de este principio: la responsabilidad penal de las personas jurídico-co-
lectivas. Sobre algunas referencias en torno a la implementación de este tratamiento en
algunos países, Vid. ZÚÑIGA RODRÍGUEZ, Laura: “Criminalidad de empresa, criminali-
dad organizada y modelos de imputación”, en: Delincuencia organizada (Aspectos pe-

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a) Principio de personalidad. Implica la imposibilidad de castigar a al-


guien por un hecho ajeno.

b) Principio de responsabilidad por el hecho. Se debe sancionar por los


alcances del acto, no por la forma de ser de la persona.

c) El principio de dolo o culpa. Contrariamente a un Derecho penal au-


toritario
–donde se castiga el mero resultado, independientemente de la orientación
del comportamiento del autor– la sanción debe sustentarse en un compor-
tamiento doloso o imprudente, con una pena distinta para cada supuesto. Si
no concurre la configuración de ninguna de las dos modalidades no debe
imponerse pena alguna, a pesar de la actualización de un resultado desafor-
tunado.39

d) Principio de imputación personal. Para imponer una sanción, es ne-


cesario que el autor posea las características psíquicas necesarias
que le permitan comprender la trascendencia de su acto. Cuando el
sujeto no posea tal carácter, a lo mucho queda la posibilidad de la
imposición de una medida de seguridad.40

V.2.3. Principio de proporcionalidad

Se refiere a la exigencia de que la sanción aplicable al autor de un determi-


nado comportamiento constitutivo de delito, tenga una equilibrada corres-
pondencia con la gravedad de su conducta. Bajo este criterio se debe gra-
duar la sanción en los códigos penales, tomando en cuenta el grado de
afectación a los bienes jurídicos y el carácter nocivo del comportamiento

nales, procesales y criminológicos), Eds.: Juan Carlos Ferré Olivé y Enrique Anarte Barra-
llo, Universidad de Huelva, 1999, p. 223 y ss.
39 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., p. 98.
40 Aquí adquiere importancia la orientación que se le dé a la inimputabilidad. Al respecto,

Vid. BUSTOS RAMÍREZ, Juan: “La imputabilidad en un Estado de Derecho”, en: Control
social y sistema penal, PPU, Barcelona, 1982, pp. 281-307.

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en cuestión. Esta medida no sólo resulta aplicable a la parte especial de los


códigos penales donde se establece la punibilidad correspondiente a los
tipos, también se vincula con la parte general. Por ejemplo, no puede co-
rresponder la misma pena, en relación con un mismo delito, cuando se cul-
mina que cuando únicamente quede a nivel de tentativa; o bien, debe exis-
tir una respuesta penal diferenciada tomando en cuenta la categoría de
autor o de partícipe.41

V.2.4. Principio de resocialización

En un contexto democrático el Estado debe evitar la marginación. Por ello,


la pena debe eludir la separación total del individuo del contexto social,
cuando se encuentre compurgando una pena privativa de libertad. Por el
contrario, le corresponde propiciar una adecuada reincorporación del in-
dividuo a la sociedad una vez concluida su pena a fin de ampliar sus posi-
bilidades de participación en la vida social.

Es importante darle su debido tratamiento a este principio. No implica una


imposición del Estado al delincuente aun en contra de su propia dignidad.
Debe haber una libre aceptación del interno. De no ser así, se convierte en
una imposición irracional del Estado con el pretexto de dar cumplimiento
a un mandato constitucional. Sobre este aspecto es ilustrativa la referencia
de Roxin, en el sentido de que el autor condenado debe tener la oportuni-
dad de resocializarse, pero es él quien decide si quiere y en su caso, hasta
dónde puede hacer uso de este derecho. En este sentido, resocializarse es
ayuda para ayudarse a sí mismo.42

41 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., pp. 99 y 100. Sobre la
vulneración de este principio –y otros más- en la Ley Federal Contra la Delincuencia Or-
ganizada (mexicana), Vid. GUERRERO AGRIPINO, Luis Felipe: La delincuencia organiza-
da (Algunos aspectos penales, criminológicos y político-criminales), Universidad de Gua-
najuato, 2001, capítulo V, sobre todo pp. 350, 367-371.
42 Vid. ROXIN, Claus: Política criminal y estructura del delito (elementos del delito en base
en la política criminal), trad.: Juan Bustos Ramírez y Hernán Hormazábal Malarée, PPU,
Barcelona, 1992, p. 24.

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V.3. Límites al ius puniendi en un estado social

La evolución de Estado democrático (liberal) a Estado social, implica cam-


bios sustanciales no sólo en los ámbitos político y económico. Influye tam-
bién en la concepción del Derecho penal. Veamos algunos principios deri-
vados de esta transformación ideológica.

V.3.1. Principio de utilidad de la intervención del Derecho penal

Así como en otros ámbitos el Estado debe propiciar el mayor beneficio po-
sible con el menor costo, lo mismo sucede en el contexto del ejercicio ius
puniendi. El Derecho penal sustenta su legitimidad en la medida que justi-
fique la necesidad de su intervención. Acudir de manera excesiva al Dere-
cho penal, no precisamente garantiza la reducción del índice delictivo. Ya
lo decía Beccaria:
Todo acto de autoridad de hombre a hombre, que no se deriva de la absolu-
ta necesidad, es tiránico […] Ningún hombre ha dado gratuitamente parte
de su libertad propia con solo la mira del bien público: esta quimera no exis-
te sino en las novelas […] Fue, pues, la necesidad quien obligó a los hombres
para ceder parte de su libertad propia: y es cierto que cada uno no quiere
poner en el depósito público sino la porción más pequeña que sea posible.
Aquella que baste a mover los hombres para que la defiendan. El agregado
de todas estas pequeñas porciones de libertad posibles forma el derecho de
castigar: todo lo demás es abuso, y no justicia: es hecho, no derecho.43

43 BECCARIA, (César Bonesano): Tratado de los delitos y de las penas, sexta edición facsi-
milar (Imprenta de Albán: Madrid, 1822), Porrúa, México, 1995, pp. 9-11.

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V.3.2. Principio de subsidiariedad y carácter fragmentario del


Derecho penal

No hay necesidad de acudir al Derecho penal cuando la protección de la


sociedad puede obtenerse por otros medios menos rigurosos. Se trata de
una exigencia elemental de economía social.44 Su justa orientación muy
bien la precisa Mir Puig: “El principio de la ‘máxima utilidad posible’ para
las posibles víctimas debe combinarse con el de ‘mínimo sufrimiento nece-
sario’ para los delincuentes. Ello conduce a una fundamentación utilitarista
del Derecho penal no tendente a la mayor prevención posible, sino al mí-
nimo de prevención imprescindible”.45

A tenor de este principio, se proyectan otras dos características:

a) Principio de subsidiariedad. El Derecho penal ha de constituir la úl-


tima ratio; la última posibilidad una vez que hayan fracasado otras
instancias menos lesivas. El Estado dispone de otros medios institu-
cionales para proteger los intereses de la sociedad. Si éstos son in-
suficientes ante determinados conflictos, tiene la opción de acudir a
otras ramas del Derecho, cuyas consecuencias jurídicas son menos
severas pero que al final de cuentas implican la presencia de la coac-
ción estatal.46 Si aún así, hay probada imposibilidad de controlar esos
comportamientos intolerables para los intereses elementales de la
colectividad, entonces no queda otro remedio que acudir al Derecho

44 Vid. MUÑOZ CONDE, Francisco: Introducción..., op. cit. p. 59. Puntualiza que los límites
al poder punitivo estatal, se basan en última instancia en la dignidad humana y en la idea
de justicia misma. Y esos límites pueden reducirse a la vigencia, no sólo formal, sino ma-
terial de dos principios fundamentales: el principio de intervención mínima y el principio
de intervención legalizada del poder punitivo del Estado.
45 Vid. MIR PUIG, Derecho penal, parte general, op. cit., p. 89.
46 Vid. MUÑOZ CONDE, Francisco: Introducción..., op. cit., p. 60. En el sentido de que, la

afirmación del carácter subsidiario del Derecho penal tiene su origen en la teoría de las
normas de Binding. Su punto de partida se encuentra en la distinción entre norma y ley
penal. Así, el delincuente infringe con su conducta la norma, pero cumple la ley penal
que no tiene más que una función sancionadora de las acciones prohibidas por la norma.

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penal. Por ello se dice que el Derecho penal es una rama subsidiaria,
la última ratio.47

b) Carácter fragmentario del Derecho penal. El Derecho penal no debe


intervenir ante la totalidad de las conductas que lesionan los intere-
ses que protege. Sólo debe sancionar las afectaciones que impli-
quen mayor peligro para dichos intereses.

V.3.3. Principio de exclusiva protección de bienes jurídicos

Los intereses sociales que protege el Derecho constituyen los bienes jurí-
dicos en su aspecto general. Pero específicamente, en el ámbito del Dere-
cho penal, bienes jurídicos son aquellos intereses imprescindibles para el
desarrollo del individuo en la esfera de su interacción en sociedad.48

VI. OTRAS CONSIDERACIONES EN TORNO A LOS LÍMITES


DEL SISTEMA PUNITIVO ESTATAL

La referencia hecha en las líneas anteriores constituye sólo un breve bos-


quejo del tema. En la doctrina europea contemporánea, encontramos
planteamientos de un amplio contenido y profundidad sobre el modelo

47 Vid. MIR PUIG, Santiago: Derecho penal, parte general, op. cit., p. 89.
48 Vid. Ibid., pp. 91 y 92. Vid. POLAINO NAVARRETE, Miguel: El bien jurídico en el Derecho
penal, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1974, p. 290. Vid. HASSEMER, Winfried:
“Lineamentos de una teoría personal del bien jurídico”, en: Doctrina Penal, 1989, p. 277.
También: BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio: “Reflexiones sobre la problemáti-
ca del bien jurídico”, en: Ensayos penales, Universidad Autónoma de Sinaloa, México,
1994, pp. 92, 101-107. Vid. DE TOLEDO Y UBIETO, Octavio: “Función y límites del prin-
cipio de exclusiva protección de bienes jurídicos”, en Anuario de Derecho Penal y Cien-
cias Penales, 1990, p. 12. Vid. MIR PUIG, Santiago: “El bien jurídico y bien jurídico penal
como límites del ius puniendi”, en: El Derecho penal en el Estado social y democrático
de derecho, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 159-167. Vid. RUDOLPHI, Joachmin,: “Los dife-
rentes conceptos del bien jurídico” en: Nuevo Pensamiento Penal, año 4, 1975, p. 329.

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garantista limitador del sistema punitivo estatal. Al respecto, son repre-


sentativas las aportaciones de Ferrajoli. Este autor italiano plantea que en
un sistema garantista se deben asumir diez axiomas o principios axiológi-
cos, a los que él llama “las reglas del juego fundamentales del Derecho
penal”.49

Ferrajoli se basa en los márgenes de un Derecho penal mínimo y un Dere-


cho penal máximo. Al primero lo identifica con el racionalismo jurídico y al
segundo con el irracionalismo jurídico. En un Derecho penal mínimo, con
esas diez reglas del juego se propician las garantías del ciudadano contra
el arbitrio o el error penal. Bajo esa exigencia, no resulta admisible ninguna
imposición de pena, sin que se produzca la comisión de un delito; su pre-
visión por la ley como tal; la necesidad de su prohibición y punición; sus
efectos lesivos para terceros; el carácter exterior o material de la acción cri-
minosa; la imputabilidad y la culpabilidad de su autor; y además, su prueba
empírica llevada por una acusación ante un juez imparcial en un proceso
público y contradictorio con la defensa y mediante procedimientos legal-
mente preestablecidos.

En el contexto de un Derecho penal mínimo, siguiendo a Ferrajoli, no sólo


se deben tutelar las libertades de los ciudadanos respecto al arbitrio puni-

49 Vid. FERRAJOLI, Luigi: Derecho y razón, teoría del garantismo penal, trad.: Perfecto An-
drés Ibáñez, Alfonso Ruiz Miguel, Juan Carlos Bayón Mohino, Juan Terradillos Basoco, y
Rocío Cantarero Bandrés, Trotta, Madrid, 1995, p. 93. Los diez principios elementales
para Ferrajoli son: Nulla poena sine crimene (principio de retribuibilidad de la pena res-
pecto del delito); nullum crimen sine lege (principio de legalidad en sentido lato o en
sentido estricto); nulla es (poenalis) sine necessitate (principio de necesidad o de econo-
mía del Derecho penal); nulla necessitas sine iniuria (principio de lesividad o de la defen-
sividad del acto); nulla iniuria sine actione (principio de la materialidad o de la exteriori-
dad de la acción); nulla actio sine culpa (principio de culpabilidad o de la responsabilidad
personal); nulla culpa sine indicio (principio de jurisdiccionalidad en sentido lato o en
sentido estricto); nullum indicium sine acussatione (principio acusatorio o de la separa-
ción entre el juez y la acusación); nulla acusatio sine aprobatione (principio de carga de
la prueba o de verificación); y nulla probatio sine defensione (principio del contradicto-
rio, de la defensa, o de la refutación).

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Fundamentos de la dogmática jurídica penal 149

tivo, sino también a una idea de racionalidad y certeza.50 Señala que para
poder hablar de una ética de la legislación, se debe distinguir entre Dere-
cho y moral, a fin de separar las prohibiciones y castigos. Para redundar su
postura, cita a Beccaria: “prohibir una multitud de acciones indiferentes no
es evitar los delitos que no pueden nacer, sino crear otros nuevos”.51

Otro autor representativo en el diseño de un modelo político criminal de-


mocrático es Zipf.52 Plantea que en un contexto político-criminal democrá-
tico, se deben tomar en cuenta como criterios fundamentales: el concepto
básico de persona; la defensa de la dignidad de la persona como deber
fundamental; la humanidad en la intervención jurídico-penal; la subsidiari-
dad del Derecho penal; y, la racionalidad, parcialidad y efectividad de la
persecución penal.

VII. VALORACIÓN CRÍTICA

No puede valorarse el desarrollo democrático de una nación, sin tomar en


cuenta la construcción de su Derecho penal. No es un punto prescindible,
más bien es sensible a ello. Es en este ámbito donde se puede apreciar el
grado de racionalidad de una sociedad. Así lo determinó Lardizábal y Uri-
be hace ya muchos años: “Una nación bárbara, feroz e ignorante pide di-
versas leyes, diversas penas y castigos, que una nación culta, ilustrada y de
costumbres moderadas y suaves”.53

50 Vid. Ibid., p. 104.


51 Vid. Ibid., pp. 459 y 460.
52 Vid. ZIPF, Heinz: Introducción a la política criminal, editorial Revista de Derecho Privado,

Madrid, 1979, pp. 37-40.


53 LARDIZÁBAL Y URIBE, Manuel: Discurso sobre las penas, primera edición facsimilar (pri-
mera edición: Madrid, 1782), prólogo de Javier Piña y Palacios, Porrúa, México, 1982,
p. 4.

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No es suficiente la construcción de leyes, castigos o procedimientos que


colmen el impulso de sectores sociales aún y cuando sean mayoritarios. La
democracia no es una cuestión de popularidad, es fuente e inspiración de
legalidad y respeto a los valores más elementales del ser humano. Por ello,
el cuidado, el rigor y la técnica deben de asumir un papel preponderante.
Si de mayorías se tratara, entonces, planteamientos como los aquí vertidos
quizás no tendrían la mayor trascendencia, pues como bien lo ha hecho no-
tar Bobbio: “La batalla en defensa del garantismo es, pues, siempre, a pe-
sar de las solemnes declaraciones de principios no siempre confrontada
con los hechos, una batalla de minorías.”54

54 En el Prólogo a la obra de Ferrajoli (Derecho y razón…, op. cit., p. 15).

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