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La Peña de Horeb

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TEMA: LA PRUEBA DE LA FE

COMO ENFRENTAR LAS PRUEBAS


Éxodo 17: 1-7
INTRODUCCIÓN
Masah, prueba.
Las circunstancias adversas pueden “fortalecer nuestra fe” o pueden endurecer el
corazón provocando reclamos a Dios por lo que estamos pasando, dudando de su
presencia y su poder.
Israel ante la circunstancia de la “falta de agua” en el desierto NO fortalece su FE; sino
que endurece su corazón para DUDAR DE LA PRESENCIA DE DIOS “Esta o no está
Dios con nosotros” vs.7 es su RECLAMO.
Todos los creyentes enfrentamos “pruebas” en el camino de nuestra FE; pero ¿Cómo las
enfrentamos?
Los creyentes TENEMOS QUE enfrentar las pruebas cuidando nuestro corazón, clamando a
Dios y confiando en su Palabra.
La experiencia del pueblo de Israel en Refidim nos enseña que las PRUEBAS son
oportunidades por FORTALECER nuestra FE y para enfrentarlas DEBEMOS:

A. CUIDAR NUESTRO CORAZÓN. Vs. 1-3


El amor de Dios e incondicional. La relación de Dios con Israel.
Lo conduce al desierto. Vs. El pueblo obedece. Dios los acompaña con la nube y el fuego.
Les da alimento, los libra de sus enemigos. La luna de miel.
Pero. Llega a Refidim y “Y no había agua para que el pueblo bebiese”. El pueblo tuvo
sed.
a. La actitud del pueblo. Agresivo “Danos agua para que bebamos”
Reclamo, mala disposición del corazón, se enoja contra Moisés y duda de Dios
Desagradecido. Nos sacaste para morir.
Moisés: ¿Por qué pelean? ¿Por qué dudan de Dios? No provoquen su ira.
El pueblo altercó/discutió/peleo nuevamente con Moisés exigiéndole agua (2). Este
altercado en contra de él, era en realidad contra Dios; por eso les dijo: tentáis (“probáis” o
“exasperáis”) a Jehová. ¿No había demostrado el Señor ser suficiente para cada
situación? ¿No podían CONFIAR en El que iba a proveerles agua? Moisés estaba
encontrando que este pueblo era en realidad una prueba para su paciencia.
b. La duda. ¿por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos…”
Al entablar el pleito contra Moisés y contra Dios, Israel pone en duda la justicia
salvífica divina.
La querella implica por el contrario, DESCONFIANZA frente a Dios. Se le acusa de
abandono, de incapacidad de intervenir, de muerte incluso.

Aplicación:
1. Tener una buena actitud ante las pruebas
2. No desconfiar de Dios.
Se acusa con frecuencia a Dios de habernos abandonado, olvidado, si es que se
le considera incluso culplable de la enfermedad o de la muerte de alguien. Inmersos
en la necesidad, ES COSA FÁCIL PENSAR QUE DIOS ESTÁ LEJANO Y QUE NO SE
INTERESA POR LA VIDA DE LOS HOMBRES
A. CLAMAR A DIOS Vs. 4
La actitud de Moisés. Mansedumbre
a. Pide dirección. ¿Qué haré con este pueblo?
Clamó Moisés a Jehová (4). Sabiamente no había otra cosa qué hacer. De
aquí a un poco me apedrearán, reconoció. Moisés, y esperamos que había otros, estaban
dispuestos a esperar el tiempo de Dios sabiendo que El no los desampararía.

b. Presenta su necesidad. De aquí a un poco me apredrearán…


Dios cuida de su pueblo

B. CONFIAR EN SU PALABRA Vs. 5- 6


Dios es bueno por su propio carácter. Actúa por su pueblo murmurador
a. Moisés y los ancianos. Se adelanten, con la vara
b. Promesa. “Yo estaré delante de ti…” Horeb
c. Estrategia. Golpearás la peña

En su misericordia, el Señor lo instruyó en cuanto a lo que tenía qué hacer: Pasa delante
con algunos de los ancianos (líderes nombrados) de Israel y toma en tu mano tu vara (que
era de Dios) (5). ¡Qué consuelo debe haberle proporcionado esa vara a Moisés! Con ella
había realizado algunas portentosas maravillas.

CONCLUSION
No tentarás al Señor tú Dios. ¿Dónde está Dios?

17:1-7 El pueblo murmura por agua. Un nuevo altercado ocurrió entre los israelitas y Moisés en Refidim a causa
de la falta de agua. El conflicto fue superado cuando Moisés, siguiendo instrucciones divinas usó su vara para
producir agua de la roca (6). Mientras que en el episodio anterior Dios había probado a los israelitas (Exodo
16:4), ahora ellos le probaron a él por su falta de confianza (2, 7). Por causa de sus acciones el lugar fue
llamado Masa y Meriba,... altercado... prueba (7; cf. v. 2). Pablo se refiere a este incidente en 1 Corintios 10:3,
4, sugiriendo que el Cristo preexistente fue el que sustentó al pueblo con comida y agua.

La roca en Refidim (17:1–7) Comentario Beacon


Israel partió del desierto de Sin “por sus jornadas” (1, RSV) a Refidim (vea mapa 3), posiblemente el
Wadi Refayid, un valle no lejos de Horeb (6). Este nombre puede identificar a la cadena de montañas
que incluía el Sinaí. La palabra Refidim significa “descanso” o “lugares de descanso”. La gente estaba
necesitando agua y esperaba hallarla en este lugar, pero no fue así. Dios no estaba facilitándoles el
camino en todos los aspectos.

El pueblo altercó nuevamente con Moisés exigiéndole agua (2). La familiaridad de Moisés con la
región puede haberles hecho pensar que él sabía dónde había agua. Pero no era él quien había escogido
conducirles a ese lugar. El sólo era el representante de Dios. Este altercado en contra de él, era en
realidad contra Dios; por eso les dijo: tentáis (“probáis” o “exasperáis”) a Jehová. ¿No había
demostrado el Señor ser suficiente para cada situación? ¿No podían CONFIAR en El que iba a
proveerles agua? Moisés estaba encontrando que este pueblo era en realidad una prueba para su
paciencia.

Sin la intervención divina, había buena razón para alarmarse. A menos que pudieran encontrar agua
morirían ellos, sus hijos y sus ganados (3) Uno no puede culparlos por su preocupación; pero ¿dónde
estaba su fe? ¿No habían visto bastante del poder de Dios para estar seguros de que no iba a dejarles
perecer? Algunos eran tan desconfiados que podían causar suficiente perturbación para afectar a todo el
pueblo. Se estaban tornando más y más peligrosos.

Clamó Moisés a Jehová (4). Sabiamente no había otra cosa qué hacer. De aquí a un poco me
apedrearán, reconoció. Moisés, y esperamos que había otros, estaban dispuestos a esperar el tiempo de
Dios sabiendo que El no los desampararía. El Señor podía tardarse algo y así realizar un milagro
mayor; como posteriormente, en épocas del Nuevo Testamento sucediera con Lázaro, cuando Jesús
tardó hasta que su amigo estuviera muerto (Jn. 11:20– 23). Pero ¿qué podía hacer Moisés con este
pueblo sedicioso? Ya no esperarían más a que Dios obrara.

En su misericordia, el Señor lo instruyó en cuanto a lo que tenía qué hacer: Pasa delante con algunos
de los ancianos (líderes nombrados) de Israel y toma en tu mano tu vara (que era de Dios) (5). ¡Qué
consuelo debe haberle proporcionado esa vara a Moisés! Con ella había realizado algunas portentosas
maravillas.

Dios le había prometido a Moisés estar delante de él sobre la peña en Horeb (6), probablemente en la
misma cadena de montanas del Sinaí (véase la nota núm. 52 para mayores explicaciones). Cuando el
esfuerzo humano fracasaba, Dios estaba allí para seguir adelante con su poder. Moisés debía golpear la
peña de la cual iba a brotar el agua. Su acción proporcionó toda el agua suficiente para satisfacer las
necesidades de esta numerosa hueste y la de sus ganados. Dios sabía dónde estaba el agua, y El podía
hacer brotar manantiales en el desierto. Los ancianos fueron testigos de este gran milagro.
Moisés denominó al lugar Masah y Meriba, “prueba” y “contienda”, porque el pueblo halló falta y
forzó a Dios a probarse (7). ¡Qué nombres más hermosos pudiera haber dado a esas experiencias si
solamente él hubiera podido, sin encontrar faltas y sin incredulidad, esperar pacientemente el tiempo de
Dios, permitiéndole obrar!
Cristo es el Agua que sacia la sed espiritual del hombre (Jn. 7:37). El es la “Roca espiritual” de la cual
mana la “bebida espiritual” (1 Co. 10:4). Esa “Roca” fue herida antes que la gracia pudiera fluir
alcanzando a toda la humanidad (cf. Gá. 3:1).

En 1–7, vemos a “Dios Nuestra Roca”.


(1) Piedra de tropiezo para los incrédulos, 1–4;
(2) Tuvo que ser herida antes que pudiera brotar la gracia, 5–6;
(3) Satisface la sed de quienes beben, 6b;
(4) Simboliza la cruz, emblema de vergüenza,

EL AGUA QUE BROTA DE LA ROCA (Éxodo 17,1-7)


Ambrogio Spreafico
El pasaje que ahora consideramos está directamente relacionado con el precedente y con el tema de la
resistencia de Israel en el desierto.
El pueblo se encuentra en el desierto. Uno de los problemas con que tropieza es la falta de agua (cf. Núm
20,1-11). Israel intenta entablar un pleito contra Moisés: «Se querelló el pueblo contra Moisés» (v. 2). Se utiliza
aquí el término rib, típico de las posiciones enfrentadas en las que dos querellantes resuelven un conflicto sin
necesidad de que intervenga un tercero, que actuaría como juez. Este mismo verbo reaparece en las
requisitorias proféticas contra Israel (cf. Jer 2,9; Os 2,4; Miq 6,1-2), en las que se somete a examen la conducta
del pueblo respecto de la alianza con Dios.

La querella nace de una dificultad concreta. Podemos imaginarnos lo que significa la falta de agua en el
desierto. La querella implica la reivindicación de un derecho y una acusación de culpabilidad contra Moisés e
implícitamente contra Dios, como subraya la réplica de Moisés: «¿Por qué os querelláis contra mí? ¿Por qué
tentáis a Yahveh?» (v. 2). Al entablar el pleito contra Moisés y contra Dios, Israel pone en duda la justicia
salvífica divina. Se trata de algo mucho más grave que una simple protesta, como parecen indicar algunas
traducciones. Israel pide cuentas a Dios por sus obras, le acusa de una voluntad no salvífica en lo que a este
pueblo atañe. Esto es lo que explícita el verbo del versículo 3 «murmurar», y el contenido de la murmuración:
«¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»
En el pleito, se considera que Dios es culpable.
Existe una gran distancia, más aún, una abierta oposición, entre la querella y la plegaria, aunque ambas surgen de
una misma situación de necesidad. La plegaria supone una actitud de confianza en la intervención de Dios. En la
plegaria nacida de la fe no se pone en duda la intervención divina. La querella implica por el contrario,
DESCONFIANZA frente a Dios. Se le acusa de abandono, de incapacidad de intervenir, de muerte incluso.
A veces nuestras plegarias tienen más parecido con las querellas que con las oraciones que brotan de la fe. Se
acusa con frecuencia a Dios de habernos abandonado, olvidado, si es que se le considera incluso culplable de
la enfermedad o de la muerte de alguien. Inmersos en la necesidad, ES COSA FÁCIL PENSAR QUE DIOS
ESTÁ LEJANO Y QUE NO SE INTERESA POR LA VIDA DE LOS HOMBRES. Esto es lo que opina
Israel en el desierto, cuando acusa a Dios de albergar respecto de él un propósito de muerte, no un proyecto de
vida. Y, con todo, la querella es posible. La Biblia la menciona muchas veces. Dios acepta este modo de
hablar del hombre, y no le niega una respuesta.
La querella de Job y de Habacuc
Job y el profeta Habacuc son dos ejemplos clásicos de hombres que «se querellan» con Dios. Sus libros, sus
palabras están construidas con el lenguaje de los pleitos ante los tribunales. Tanto el uno como el otro se sienten
en alianza con Dios, albergan la certidum- bre de tener lazos especiales con él. Y por eso precisa- mente
entienden que les asiste el derecho a entablar un debate judicial. Llaman a Dios a juicio, acusándole de injusticia.
Ambos parten, como Israel en el desierto, de una angustiosa situación: Job se ha visto privado de todo cuanto
poseía y él mismo sucumbe a la enfermedad. Habacuc asiste atónito al espectáculo de la irrupción incontenida de
la violencia y la injusticia.
Desde el fondo de su angustia, Job lleva a Dios a juicio y quiere forzarle a dar una respuesta. Su pala- bra, que
rompe el silencio del dolor, es una protesta de inocencia y somete, por tanto, a debate, la justicia divina. Frente al
drama de Job, la respuesta de sus amigos se inserta en el marco de la doctrina tradicio- nal de la retribución, pero
sin entrar a fondo en el problema. Para los amigos, Dios es justo retribuidor, mientras que para Job es, al
contrario, malvado e in- justo, porque no distingue entre inocentes y culpables (cf. el capítulo 10). De todas
formas, Job no maldice a Dios, como le invita a hacer su mujer en el prólogo, sino que abre un debate con él.
Job pone mucho énfasis en obtener de Dios una respuesta: «¡Oh, si hubiera alguien que me escuchase! Termino.
Que Sadday me responda» (31,35; cf. 5,1; 9,15.16.17; 12,4; 13,22; 30,20; 38,1). Dios, citado a jui- cio, no oculta
su réplica. No da la razón a los ami- gos, pero tampoco a Job. Más bien, muestra a Job su ignorancia, que había
llegado a enturbiar el rostro di- vino, atribuyendo a Dios culpas que no tenía. Al final, Dios se manifiesta, se deja
ver por Job, de modo que éste exclama: «Tan sólo de oídas te conocía yo, pero ahora mis ojos te ven» (42,5). En
la teofanía encuentra Job respuesta al dolor y al mal de su vida: Dios no es culpable ni tampoco está alejado de
su drama. Es justamente en el sufrimiento y en las privaciones donde se encuentra Job con Dios, que nunca le ha
abandonado.
También Habacuc intenta entablar un rib, una querella judiciaria con Dios. Su punto de partida es la violencia
que campea a su alrededor y frente a la cual el profeta clama a Dios para que intervenga (1,2-4) y le acusa de
guardar silencio: «¿Hasta cuándo, Yahveh, pediré auxilio sin que tú me escuches; clamaré a ti "¡Violencia!", sin
que tú me salves?» (1,2). Hay una primera respuesta de Dios, que envía a los caldeos para que restablezcan la
justicia mediante la guerra. Pero esta respuesta no resuelve el problema sino que, por el contrario, aumenta aún
más la violencia (1,14- 17). Habacuc plantea entonces una nueva querella an- te Dios: «Estaré de centinela en mi
puesto, a pie firme en mi torre, estaré atento a ver lo que me dice, a ver qué responde a mi querella» (2,1). Dios
responde, pri- mero denunciando con términos inequívocos a los violentos (capítulo 2) y luego con la teofanía
final (capítulo 3).

Masa y Meribá
En su querella judiciaria, Israel somete a discusión la presencia salvífica de Dios preguntándose: «¿ESTÁ
YAHVEH EN MEDIO DE NOSOTROS O NO?» (Ex 17,7). Este es el problema central en las relaciones
entre Israel y su Dios. Es la pregunta que se repetirá en los momentos más dramáticos, como los del exilio. «¿Es
demasiado corta mi mano para librar y no hay en mí fuerza para salvar?», se pregunta Dios, en respuesta a
una acusa- ción implícita de su pueblo (Is 50,2).
No es la duda del ateo o del estúpido, que cuestiona la existencia de Dios. No es una indagación filosófica. Hay
aquí una interrogación más radical y más profunda. Es la pregunta acerca de la presencia de Dios, de su
capacidad de acción y de salvación. Es poner sobre el tapete a Dios y su intervención en la historia. Surge de
la fe profunda, pero lleva también el sello de la desconfianza en la posibilidad salvífica divina, o al menos de
la dificultad por comprender los designios de Dios.
Todo cuanto ha acontecido se contiene en los dos nombres dados a la localidad, Masa y Meribá. Masa, como
aclara el versículo 7, significa «poner a prueba». Meribá (de rib), «querellarse», «contender». Israel ha puesto
a prueba a Yahveh, se ha querellado con él. La Biblia mencionará a Masa y Meribá como dos localidades
emblemáticas de una conducta negativa frente a Dios: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el
día de Masa, en el desierto, cuando vuestros padres me tentaron, me probaron y vieron mis acciones» (Sal 95,8-
9; cf. Dt 6,16; 9,22; 33,8; Heb 3,7-17).

El agua de la vida
El agua que brota de la roca es fuente de vida para el pueblo y, a la vez, manifestación de la voluntad y del poder
salvador de Dios. Dt 8,15 subraya este poder divino en aquella peligrosa situación: «Guárdate de olvidar a
Yahveh... que te condujo por el vasto y tenebroso desierto, tierra de serpientes abrasadoras y escorpiones, tierra
árida, donde faltaba el agua, el que hizo brotar agua para ti de la piedra dura como el pedernal.»

El tema del don del agua viva pasa a ser el tema del mismo Dios en cuanto agua viva que aplaca la sed de su
pueblo. «¡Yahveh, esperanza de Israel! Todos los que te abandonan serán confundidos, los que de ti se apartan
serán inscritos en la tierra, porque abandonaron a Yahveh, fuente de aguas vivas» (Jer 17,13). En el nuevo
éxodo, Dios hará que brote de nuevo esta agua en el desierto: «Los pobres, los necesitados buscan agua y no la
hay, su lengua por la sed está reseca. Yo, Yahveh, los atenderé; yo, Dios de Israel, no los abandonaré.
Alumbraré corrientes sobre las crestas, manantiales en medio de los valles; convertiré el desierto en estanques,
la tierra seca en fuen- tes de agua» (Is 41,17-18).
Del templo brotará agua de vida para todas las criaturas en la nueva creación: «Me hizo volver a la entrada del
templo, y vi que manaba agua de debajo del umbral del templo hacia oriente... Adondequiera que llegue el río,
todo ser viviente que pulula vivirá, y los peces serán abundantísimos, porque habrá llegado allí esta agua y las
aguas del mar habrán quedado saneadas» (Ez 47,1.9; cf. Zac 13,1; 14,18).
En el Nuevo Testamento será sobre todo la literatura joanea la que vuelve sobre este tema del agua vi- va,
relacionándola con Jesús. Todo el relato del en- cuentro con la samaritana gira en torno a esta idea. «Todo el que
beba de esta agua nuevamente tendrá sed, pero el que beba del agua que yo le daré se convertirá, dentro de él, en
manantial de agua que brote para la vida eterna» (Jn 4,13-14). Jesús es el manantial de agua viva del mismo
modo que es el nuevo maná (cf. Jn 6). Cristo es la roca espiritual que seguía al pueblo en el desierto (ICor 10,4).
De esta roca brota agua para todos cuantos quieren acercarse a ella. El Espíritu y la Iglesia a una invitan a todos:
«El Espíritu y la esposa dicen: "Ven." Y el que tenga sed venga. El que quiera, tome gratis el agua de la vida»
(Ap 22,17). El Cordero inmolado atraerá a todos a sí desde el alto de la cruz. De su costado brotan sangre y agua,
como del templo de Dios. Él es el nuevo templo hacia el que caminamos.

17,1-7 Agua de la roca. He aquí una nueva protesta del pueblo motivada por la carencia de agua con la
respectiva respuesta solícita y misericordiosa de Dios. Agua y alimento, dos elementos esenciales para
la vida, debían ser provistos en las antiguas culturas del Cercano Oriente por la madre a los miembros
de la familia. Pues bien, aquí es el Señor quien de modo paciente y con prontitud cumple con su
pueblo. Se subraya ese aspecto maternal del Señor, del guerrero invencible que con brazo poderoso
sacó a Israel de Egipto.
Este pasaje también debe leerse en clave simbólica: el agua es un elemento imprescindible para la
vida del que carece el pueblo; la roca es el elemento de máxima aridez en la naturaleza. Este pueblo
todavía no puede «producir» nada, simplemente anhela la vida de Egipto y rechaza el proyecto de
libertad. Sólo un proceso de formación puede hacer que del pueblo-roca brote agua-vida, que se
lleve a término el proyecto de solidaridad y de justicia. También desempeña un papel importante el
bastón de Moisés, «con el que golpeaste el Nilo» (5), una manera de decir que es la misma mano
divina, su pedagogía, la que puede golpear/guiar para transformar.

Comentario. Exodo 17:1-7

Ante la falta de agua en Refidim, nuevamente como frente al ejército egipcio en el mar y como en el
desierto de Sin cuando tuvo hambre, el pueblo se arrepiente de haber salido de la esclavitud en Egipto.
Acusa a Moisés de ser el responsable de su muerte inminente. Como en los casos anteriores de estos
movimientos contrarrevolucionarios, Moisés remite la queja a Yavé. ¿Cómo hemos de entender esta
postura del Iíder? ¿No quiere asumir la responsabilidad por el proceso que él ha dirigido? ¿Por qué no
devuelve la acusación al pueblo, ya que nadie los obligó a salir de su esclavitud? Hay en esta referencia
a Yavé un elemento del trabajo ideológico de quienes olvidan o quieren olvidar que el pueblo ha sido el
agente de su propia historia. En esa medida habrá que descartar esta postura. Pero hay más. Los que
afirmamos con los israelitas que Yavé los sacó de Egipto, de la casa de servidumbre, aceptaremos que
Dios tiene que responder por esta nueva amenaza que confronta el pueblo. Cuando Moisés refiere el
problema a Yavé, está reconociendo que hubo inspiración divina en la búsqueda de condiciones que
propiciaran la vida fuera de Egipto y que, por lo tanto, no es correcta la actitud de regresar a Egipto o
lamentar la salida. Si Yavé movió al pueblo para luchar y salir de condiciones mortíferas era para que
vivieran y no murieran. De ahí que Moisés insista en que el blanco del cuestionamiento del éxodo no
sea su persona sino la de Yavé. No obstante, a nosotros los lectores nos hace falta una referencia hecha
al pueblo, responsable él mismo por su salida de Egipto, inspirados por Yavé y capitaneados por
Moisés. El tema de la disputa (riv) está vinculado al nombre Meribá. El término es legal e indica la
disputa entre dos personas, que de no poder resolverse entre ellos, será llevada ante un juez. La historia
de la disputa por carencia de agua tiene un paralelo sacerdotal (P) en Nm. 20.1-13. Según Dt. 33.8 y
Salmo 81.8, fue Yavé quien entabló la disputa; pero en Ex. 17 y en Nm. 20 fue el pueblo el que disputó
con Yavé. En verdad la prueba es de las dos partes; a Yavé se le prueba viendo si puede cumplir en el
desierto la promesa de conducir al pueblo en revolución a una tierra que fluye leche y miel; por otra
parte, Yavé se enfrenta al pueblo por la flaqueza de ánimo de éste en afrontar las dificultades de la vida
liberada en el tránsito hacia la sociedad nueva.

En nuestro texto, el pueblo disputa con Moisés, y en última instancia con Yavé; lo cual equivale a decir
que el pueblo duda de que su acción revolucionaria tenga el respaldo de la historia humana. Si llegaran
a morir en el desierto sería porque juzgaron mal las intenciones de Yavé y sus capacidades; o para
expresarlo de otra manera, porque despreciaron la madurez y dirección de las tendencias progresistas
de la historia de la humanidad. Respondió Yavé a Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo
algunos ancianos de Israel, toma en tu mano la vara con la cual golpeaste al Nilo, y sal. He aquí que yo
me pararé delante de tí allí sobre la roca en Horeb. Golpearás a la roca, saldrá agua, y beberá el pueblo.
E hizo así Moisés ante los ojos de los ancianos de Israel. La respuesta de Yavé a la disputa del pueblo
con Moisés su Iíder, es ofrecerle agua al pueblo para calmar la sed. Y lo hace públicamente ante los
representantes del pueblo, los ancianos de Israel. Con ello confirma a Moisés como líder del pueblo, y
ratifica al éxodo como un acto que da vida y al cual Yavé como Dios respalda, y satisface una
necesidad real del pueblo. No hay asomo de represión o castigo por la "murmuración"
contrarrevolucionaria, puesto que ésta surgió a raíz de una necesidad vital que el proceso
revolucionario tenía que satisfacer para mantener su legitimidad como fuente de vida. Si hay un hecho
histórico a la raíz de esta tradición, es probablemente la existencia de un manantial que brota de entre
las rocas de una manera inesperada. Este podía estar en Hereb (Ex. 17) o en Cadés (Nm. 20), ya que el
relato yavista y la redacción sacerdotal difieren en la ubicación del incidente. Y se llamó aquel lugar
Massá y Meribá por disputar los israelitas y por haber probado a Yavé diciendo: ¿Está Yavé en medio
de nosotros o no? El doble nombre, Massá (de nassa, probar) y Meribá (de riv, disputa) pone en
evidencia la inseguridad geográfica de los redactores, y la complejidad de la historia de esta tradición.

17:1–7. Después de que los israelitas partieron del desierto de Sin …, acamparon en Refidim. (Pero
también habían acampado en Dofca y Alus antes de Refidim, Nm. 33:12– 14.) Tradicionalmente se
cree que Refidim es en la actualidad Wadi Refayld, cerca de Gebel Musa, la supuesta ubicación del
monte Sinaí. Cansados del viaje, llegaron a un oasis y no encontraron agua. El pueblo se quejó contra
Moisés otra vez y lo culparon por haberlos sacado de Egipto (cf. Éx. 16:3). Esta ocasión, su
murmuración fue peor que las anteriores y que su falta de fe en Mara (15:24) o en el desierto de Sin
(16:2), ya que aquí el pueblo altercó con Moisés (17:2) y hasta querían apedrearle (v. 4). Moisés dijo
que con tal enfrentamiento estaban tentando a Jehová (v. 2); i.e., que estaban desafiando al Señor o
poniendo a prueba su paciencia (v. 7), en lugar de confiar en él. Pero Dios fue paciente con su pueblo
desobediente y quejumbroso. Él dijo a Moisés que tomara su vara …, con la que había golpeado el río
Nilo (7:20), y que golpeara la peña en Horeb (17:6). Esa ―vara de Dios‖ (4:20; 17:9) era un símbolo de
poder; tomarla era señal de dependencia y fe en Dios. Aunque Horeb es otro de los nombres dados al
monte Sinaí, el pueblo de Israel no acampó en Sinaí sino hasta tiempo después (19:1). Sin embargo,
―Horeb‖ también puede usarse para designar la región del Sinaí. Refidim estaba cerca de Sinaí, de tal
suerte que las faldas del monte llegaban hasta ese lugar. Cuando Moisés golpeó la roca, el Señor se
complació porque vio que su pueblo saciaba su sed en la abundancia de las aguas. Así fue como el
Señor realizó otro milagro para suplir las necesidades de su pueblo. Debido a que el pueblo había
tentado a Jehová en ese lugar, Moisés lo llamó de dos maneras: Masah (―tentar‖) y Meriba
(―altercado‖).

En su misericordia, el Señor nuevamente le dio evidencia de su amor a este pueblo indigno. El apóstol
Pablo habla de este incidente como un tipo de la misericordia de Dios mostrada en Cristo, la Roca de
nuestra salvación. Escribe: “No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos
bajo la nube, y todos pasaron el mar; que todos, en unión con Moisés, fueron bautizados en la nube y
en el mar, todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual,
porque bebían de la roca espiritual que los seguía. Esa roca era Cristo” (1 Corintios 10:1- 4). El Dios
Salvador derramó su gracia sobre su pueblo Israel por medio de esta roca en el desierto, tal como Dios
nos ha bendecido en Cristo más allá de todo lo que nosotros criaturas pecaminosas merecemos. Pablo
continúa: “Pero de la mayoría de ellos no se agradó Dios, por lo cual quedaron tendidos en el desierto...
Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que
vivimos en estos tiempos finales. Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha
sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más
de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis
soportarla” (versículos 5, 11-13). ¡Esta es una aplicación muy apropiada de esta historia del Antiguo
Testamento! ¡Pablo lo dice todo! Cómo necesitamos volver una y otra vez al Salvador que dijo en Juan
4: “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se será en
él en una fuente de agua que salte para vida eterna” (v. 14). Sin embargo, ¡con cuánta frecuencia
estamos tentados a quejarnos contra la manera en que Dios nos trata, olvidando el propósito eterno que
él tiene para nosotros en Cristo! “Señor”, tenemos que decirle a nuestro Señor, como le dijo la mujer
Samaritana, “dame esa agua, para que no tenga yo sed” (Juan 4:15).

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