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Elegía Por Mi Madre

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ELEGÍA POR MI MADRE

Como homenaje a mi madre, María Concepción Manzano de


Vega, con motivo de cumplirse el primer aniversario de su
partida al viaje sin retorno, este 31 de enero de 2020

Por: Jairo Luis Vega Manzano

Recuerdo los días de hace algunas lunas, cuando en nuestra tierra nativa nos volvimos a
encontrar, y con tu presencia otra vez mi alma solitaria tornaste a alegrar.

Te hallé sentada en la cama mirando a través de tu translúcida visión a la nada.


Tal vez mirando sobre los palpitantes noventa y dos años del atrás, apartando las sedas de
araña del tiempo, y con tus ojos encharcados al saberme cerca.

Con seguridad repasando tu tiempo feliz en un sueño, tal como creíste haberlo vivido, como
contándote a sorbos la historia que ya me habías desgranado, de antes de mí:
Mirando hacia las aguas cristalinas de nuestro río grande tentado de pomarrosas y humedecido
de tus congéneres de la Ermita, los de tus primeros recuerdos.
Como tus primas hermanas, que a pesar de tu condición de hija natural, te acogieron en su
zócalo como a una más de entre las mimadas del abuelo.

Cuando de nuevo esa vez tuve que partir, tus ojos se volvieron a empapar, mientras me
empavonabas de mil persignaciones, como cuartelándome el futuro en ceros y unos, bases de
la ilustración del todo, y me despedías levemente con tu mano derecha.

Repetiste tímidamente con la diestra la seña, una última santiguación y quedaste sola.
Detenida allí permaneciste mientras yo corría tras mis utopías, creyendo cumplir estando en la
fuente de la ciencia, el arte y mi compromiso social.
Materias que no saciaron mis adentros sibaritas y me separaron de la felicidad como al
desterrado de su dominio.

Y esa vez incrédulo no pude rastrear la natural mutación de tu materia:


En tu desfallecer volviste a ser la niña de ayer y a trechos llamabas a tu tío y a tu madre,
hincándote de nuevo con ellos mientras a los del nuevo tiempo nos dejabas a la deriva.
Y partí sin saber reconocer que era la última ocasión en la que te vería, y que esa imagen para
siempre se quedaría.

Y decidiste cumplir la cita aplazada, ese 31 de enero de 2019, en tu batola de baño remangada,
sin permiso furtiva por los yambos y guaduales, cruzando las aguas atropelladas, para encontrar

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por la otra orilla las remanencias de mi padre, que con seguridad reavivaste con la deflación del
malogrado tiempo surcado desde aquel fatídico 4 de febrero de 1987.

¿Habrá un lápiz, espátula, pincel o lumbre para pintar a un ser como vos, que blindada de
entereza, equidad, afectos, y encalada de humildad, me transferiste tu arte, tu orden, tu chispa y
alegría, que urdiste mi ser y me despejaste el viento hacia la singularidad primigenia?
¿Habrá tiempos curvados que retrocedan, que vuelvan a repetir el tibio cielo de mi pueblo
como cuando alimentado con amor y bendiciones crecí de niño en casa a tu lado?

Con seguridad no encontrarías justificación a mi lamento.


Pero si tan solo una tarde en que me dejaste al cuidado de mis hermanos mayores pareció que
se me acababa el mundo, ¿qué no se me ha podido acabar ahora que me obligas a mirar en
soledad hacia el infinito, donde está todo y a la vez no hay nada?

Mis lágrimas brotan a torrentes sobre este escrito en construcción, con la ilusión de aprender a
vivir como vos, madre, mucho tiempo.

Y ahora solo queda una piedra escrita con tu nombre, en donde persiste que la vida termina,
contradiciendo al acaso, sin elongación alguna.
Tus tibias manos acabaron en este mármol, que, además, como recordatorio, eterniza que aquí
lo tuyo se adelgazó en una brizna de infinitud.

Ahora yo, abrazado a tu pétreo nombre y con tus flores mirando a la quimera, no tengo
consuelo.
Seguiré en mi turbar con apócrifa esperanza, y así, en algún instante de eternidad, poder
renovar tu amor materno y tu bondad.

Pero en fin madre, como único alivio creería que entre toda la insolidaridad y la ignominia, no
la pasamos tan mal del todo que digamos.

Silvania, diciembre 19 de 2019

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