De Oropeles y Abandonos
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Como para sentirse aún más alejado del vulgo y por encima del hedor de la
pobreza, los Caballeros crearon selectos clubes donde podían dedicarse a
ocupaciones gratificantes como los juegos de evite, la degustación de finos
champagnes en alargadas copas de Cristal o de cognac “Napoleón” en copas
barrigudas que se mantenían apoyadas en la palma de la mano hasta que el
licor alcanzara la temperatura
adecuada para beberlo sorbito a sorbito, la lectura de los periódicos, la audición
de piezas musicales interpretadas por pianistas o violinistas en vivo y en directo
y la tertulia sobre todo y sobre nada. De vez en cuando se abrían las puertas
de los clubes al bello sexo para bailes agasajos a personalidades que de tarde
en tarde llegaban a Cajamarca. El primer club fue el Club Cajamarca que fuera
fundado el primer día de enero de 1902 bajo la presidencia de José Manuel
García Bedoya que era en ese momento Prefecto de Cajamarca. Era un club
lujoso y exclusivo. Cualquiera no podía pertenecer y muchos debieron esperar
largos meses para ser admitidos. Casi todos sus socios eran terratenientes o
comerciantes cuya fama y bolsillos les abrían las puertas. Fue en este club
donde los músicos lugareños tuvieron ocasión de demostrar su arte, como la
vez aquella en que se ofreció un banquete Alejandro Castro Mendívil con
ocasión de su reelección como presidente del club en 1923. Tocaron el piano
Clotario Burga y el doctor Julio Madalengoitia y el violín Walter Reichel Prelle y
Flavio Sánchez Olano.
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Anduaga, Alex Bisiak, Roberto Cacho, Luis Capelli, Elio Sattui y Alberto
Turpaud. El Club leonés reclutaba en sus filas, como hasta ahora, a los que
cumplieran con las exigencias de la sigla: Libertad, entendimiento, orden,
nacionalismo, esfuerzo y servicio.
Entre los apellidos que sanaron en Cajamarca en la primera mitad del siglo,
fuera cual fuera el origen de sus campanillas: Tenencia de tierras, algún
antepasado que compró título colonial con escudo y todo, dinero ganado o no
honradamente en los negocios o el hecho de ser avecindados de ascendencia
italiana, francesa o alemana, podemos citar, no importando el orden de su
aparición en la escena social: Puga, Iglesias, chávarri, Querzola, Pastor,
Villacorta, Pol, Ibérico, Alzamora, Madalengoitia, Sáenz, Sumarán, Castro,
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Mendívil, Capelli, Barrantes, Maurier, Santolalla, Cacho, Gálvez, Sattui, Revilla,
Hachmeister, Iturbe, Bueno, Esparza, Prelle, Burga, Lecca, Harm, Losno,
Ayulo, Laos, Noriega, Maradiegue, Moreno y Amorín. Esta clase eran muy
importante la diferencia que se establecía entre hijos “legítimos” e hijos
“naturales”.
Algunas veces fueron para el pueblo “Circo sin pan” las fiestas y otras
diversiones que esta clase permitía observar desde la calle. El espectáculo
incluía profusión de luces, brillo de joyas mesas de exquisitas viandas y
acordes melodiosos que salían de los bandoneones, pianos y violines y
después de las fonolas de la Víctor. Cuando, por ejemplo, se reunían los
contertulios de Hilbeck y Kuntze a llorar la añoranza de la tierra lejana,
mojándola con cerveza endulzándola con el violín, racimos de cabezas
espiaban por las ventanas de la casa en Tarapacá donde, hace poco,
funcionaba el Seguro Social. Cuando en 1924 se celebró el carnaval en el Club
Cajamarca, el espectáculo alcanzó tales proporciones que los mirones
aguantaron estoicos lluvia y frío para llenar por lo menos los ojos de lujo y
despilfarro
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La Crónica social empleó todos los recursos del lenguaje para ponderar al
refinamiento, la distinción y la cultura, ayudando a que el sentimiento de grupo
selecto calara hasta la médula y el vulgo lector distinguiera la línea divisoria.
Con ocasión de un bautismo escribió: “Se dio cita cuanto de bello y distinguido
tiene la sociedad cajamarquina, pues con rarísimas excepciones estaban
presentes las familias de lo que se puede llamar a élite”. Con ocasión de unas
Bodas de Oro: “Se les atendió con exquisita cultura”. Con ocasión de un
cumpleaños: “… felicitada por sus numerosas relaciones sociales.” Con
ocasión de un retorno: “Los salones y el comedor de la casa, profusamente a
giorno, recibieron a los numerosos invitados, quienes después de tomar un
cocktail pasaron al refectorio a hacer los honores de las diferentes y exquisitas
viandas, para seguir en amena y alegre expansión una soairé donde el
entusiasmo, la elegancia y la refinada cultura se habían dado cita”. No puede
negarse que los cronistas sociales fueron diestros en el arte de adjetivar y
ponderar al infinito.
Abrió la página social del siglo el gran banquete que organizó la distinguida
matrona Carolina Puga de Puga, madre de la poetisa Amalia Puga de Losada,
con ocasión de la visita del Ilustrísimo Obispo Monseñor Purreidón. “El
Ferrocarril” del primero de octubre de 1901 lo reseñó así: “….un suntuoso
banquete, al cual fueron invitados el Ilustrísimo Obispo de Chachapoyas
Monseñor Risco, el Presidente del Tribunal Superior de Justicia doctor de la
Rosa Aranda y otros magistrados, del canónigo doctor Herrera, secretario del
señor Obispo Purreidón, los directores del Colegio Nacional San Ramón,
algunos profesores, miembros de la prensa y otras personas notables de la
localidad. El cóctel fue servido a las 7 de la noche en el salón donde se recibió
los invitados.
Momentos después se pasó al comedor, el cual estuvo decorado con esa
sencillez y elegancia características del buen gusto. El menú del banquete,
confeccionado con verdadera maestría, no dejó nada que desear, así por lo
exquisito de los manjares como por lo excelente y escogido de los licores. A los
postres, después de librarse la primera copa de champagne, brindaron con
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esmerada cortesanía Monseñores Purreidón y Risco y el Presidente de la
Ilustrísima Corte. A las 10 de la noche se levantó la mesa, pasando enseguida
los invitados a distinto salón, en donde las señoritas Carolina y Florinda Puga
ejecutaron al piano escogidos trozos de música…” Lo que nadie imaginó
entonces fue que Monseñor Purreidón dejaría tal fragancia a obispo que con el
correr del tiempo la casa de doña Carolina acabaría siendo el Obispado de
Cajamarca.
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1939 Europa se debatía en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial,
por acá seguían las champañadas, los bailes, las reuniones en los clubes
Cajamarca y de la Unión, los cocktails y todo aquello que llenara la agenda
social para no acordarse que se era no más que un pueblo grande aislado
entre montañas.
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rodeaba la ciudad invitaba al paseo campestre. Con frecuencia las familias
organizaban un día merienda en el campo de excursión al fundo de una
amistad, para gozar la naturaleza, de la sombra de los árboles, del aire puro y
cristalino. En junio de 1916 “El Ferrocarril” informó, por ejemplo: “...a iniciativa
del señor doctor don José del Carmen Gallardo, que manifestó el deseo de salir
a una merienda a la campiña, secundaron la idea con entusiasmo los doctores
Urteaga y Zambrano, siendo este último el encargado de hacer las invitaciones
a determinadas familias y formular el programa de la fiesta. Las matronas
fueron “multadas” con un potaje y los caballeros con cerveza y cola y otras
bebidas refrescantes.... Partieron a las 2 pm a la deliciosa finca del señor José
L. Alva que se llama “El Paraíso”, Álamos, jardines, pampa llana en que
alternan sitios cubiertos de verdura cercos con portillos, arroyos que pudieron
vadearlos poniendo piedras…Algazara, risas, niñas, un derroche de
recreo. Llegaron a la bella casa de la citada granja al compás de la guitarra. La
gran merienda se prolongó hasta las primeras horas de la noche”.
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picos. El hecho es que la vieja asoma sonándose las narices y moviéndose
como un torpedo.
“El papá asoma curvado, echando humo. “Eso ahora”, dice. Las niñas están
ya zapateando en el vientre del auto. La vieja ha perdido ya dos embestidas
para trepar al auto. El marido y el chofer han tenido que hacer de ascensores.
Al fin cae de ancas haciendo un esfuerzo formidable. Las sirvientas se ríen
disimuladamente. El culillo ha visto cosas prohibidas.
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“Diez de la noche. Los visitantes abren la boca desaforadamente. Bostezan.
Han hablado de infinidad de cosas: de la familia tal, de las lisuras de la familia
cuál, de las prosas del fulano, de la aristocracia de sutano, de la hipocresía del
mengano, de los noviazgos, de la petulancia y de todo un poco, pero, eso sí,
del bien de nadie. Ellos son los únicos decentes, los honrados, los que no fían
y, al hablar así, se yerguen levantando la voz, dan palmotazos sobre los
muslos y se suenan la nariz. Dos enamorados se entregan cartas de amor
disimuladamente.
“ La dueña de casa se hace hilas y trota y más trota, como un camión viejo,
haciendo preparar el famoso chocolate. El marido ríe sin ganas. Las niñas dan
cuerdas a sus risas y a la Víctor.
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sonríe. Los azafates hacen el reclutamiento de tazas. Las servilletas se
enarbolan en la boca de todos. Una de ellas ha ido a parar al bolsillo de un
viejo …
“El hambre ha sido bestial. El sueño de las viejas ha sido de hambre. Los
silencios se hacen cada vez más silencios…Murmullo, despedidas y los dos
enamorados tienen la oportunidad de rascarse con un dedo la palma de las
manos”.
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Mendívil, escribió “El Ferrocarril”: “Este ángel de bondad baja a la sepultura sin
haber llegado a los cinco lustros de vida, dejando sumidos en el dolor…”
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años. “El Heraldo” escribió: ”Falleció en uso casi completo de sus facultades
físicas e intelectuales y después de haber visto reproducirse a cinco
generaciones cuyas, o sea dejando vivos a dos hijos de los 14 que tuvo en
matrimonio con el señor Fermín Pérez, 14 nietos, 52 biznietos, 18 tataranietos
y 2 chorlos, nombre con que así califica la ciencia médica a los hijos del
tataranieto, o sea un total de 88 miembros de familia…Nació en San Pablo en
1814 y recordaba con precisión los acontecimientos y los personajes que
tomaron parte en la en la guerra de la independencia”. Cientos de Pérez
acudieron a la capilla ardiente, entre ellos la entonces abadesa del Monasterio,
Sor Salomé Pérez.
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de 1920 algunos caballeros, presididos por Nicanor chávarri, formaron la
“Asociación de Caballeros de Caridad” que repartió regalos a los niños pobres
en la Navidad de ese año.
Sor Vicenta Ureta, quien fuera hasta su muerte Superiora de los Hospitales
de Belén, se movía incansablemente no sólo por los enfermos sino por todos
los que Dios le pusieran en el camino, aprovechando el aprecio que le tenía las
familias importantes para conseguir fondos. Un sólo ejemplo de lo mucho que
hizo por los pobres fue la Navidad de 1921 cuando repartió entre los presos
butifarras, chocolate caliente y dinero con los aportes que le proporcionó la
clase favorecida.
Con el título de “Las huerfanitas pasan por primera vez un buen día en
Cajamarca” reseñó “El heraldo” del 11 de enero de 1926 el esparcimiento
ofrecido gracias a las erogaciones de la sociedad: “A las 9 de la mañana
salieron de Belén seis carros… Acompañadas por las Madres de la Caridad y
los miembros de la comisión, recorrieron el jirón Amalia Puga y dieron una
vuelta por la Plaza de Armas para tomar enseguida el camino a los Baños del
Inca. Los carros de la plaza iban llenos de tiernas criaturas…Ya en los Baños,
con encantadora algarabía, se bañaron en el pozo viejo y gozaron del agasajo
que el conductor de ese balneario ofreció a las desheredadas de la fortuna.
Terminaron el baño y después las huerfanitas se recrearon algún tiempo con
los acordes de las bandas de músicos de esta ciudad y Llacanora. Se sirvió
casi a la 1 de la tarde el suculento almuerzo preparado con el dinero
proveniente de las erogaciones de la sociedad de Cajamarca que ha dado una
nota de cultura y nobles sentimientos”. Las damas de los apellidos de siempre:
Capelli, Sattui, Noriega, Sáenz, Cacho, Maurier, chávarri, Gallardo, Burga,
Larrea…se emocionaron hasta las lágrimas más que por la felicidad de las
huerfanitas, por su propia generosidad, convencidas de que el recuerdo del
glorioso día haría más llevadera la vida de mandiles a cuadritos, trenzas,
tirantes, sopa de coles y futuro de domésticas.
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En 1931 Lucila Castañeda de Castro Agustín invito a la ceremonia de
instalación de la “Gota de leche”, acompañando de este anuncio: “La
inscripción comprende niños y niñas de hasta un año y medio de edad. Para
ser inscritos es necesario presentar un certificado de persona notable
avecindada en la ciudad, por el que conste el estado de pobreza en que se
hallen los padres, que estos observan inmejorable conducta y que la madre
está en la imposibilidad de lactar a su bebé”.
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siempre aunque con otros nombres y otros apellidos. Los kioskos de la
Kermesse, que se realizó el primero de mayo, se distinguían por los colores
celeste, blanco, rojo, rosa y verde. Se vendieron toda clase de viandas, dulces,
refrescos y licores. La concurrencia fue nutrida y selecta. El ilustrísimo Obispo
de la Diócesis, Monseñor Teodosio Moreno Quintana, bendijo los kioskos y una
orquesta amenizó la fiesta. Se recaudaron 919.35 Soles que comenzaron a
repartirse el sábado 13 mayo entre los mendigos. Con la ayuda de los
miembros de la comisaría se les congregó en el municipio y cada uno recibió
70 centavos. Acabado el dinero de la kermesse y para asegurar una cantidad
fija, se hicieron suscripciones por 240 soles mensuales. Cuando los
suscriptores empezaron a olvidar su compromiso, se desinfló el entusiasmo y
los mendigos pudieron seguir por las calles y plazas paseando sus harapos y
desnutriciones. En noviembre del 45 la “Voz del Pueblo” comentaba: “Un buen
día, y teniendo en cuenta el triste espectáculo que presentaba por nuestras
calles los desheredados de la fortuna, un grupo de distinguidos caballeros que
pertenecían a la entonces flamante “Asociación Progreso Cajamarca”,
acordaron poner término a la mendicidad callejera mediante empadronamiento
de los mendigos y la protección de los mismos con fondos adquiridos por
donación de personas altruístas y que se les reparte semanalmente los días
sábados…Muchos de los contribuyentes, pasado el momento de entusiasmo,
han fallado en su promesa. Quedan muy pocos de los que siguen pagando.
Esta es la lista de los que han dejado de pagar para el sostenimiento de los
mendigos...” Y seguirán 50 nombres de personas ilustres, distinguidos y
altruístas. Lo único que nos quedó hasta la fecha de las buenas intenciones de
la Asunción, es la costumbre de los mendigos de pedir los días sábados con
más derecho e insistencia que cualquier otro día de la semana.
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