Origen de La Vida
Origen de La Vida
Origen de La Vida
Es muy probable que el hombre fuera biólogo antes que otra cosa. Los fenómenos de
nacimiento, crecimiento y muerte, las plantas y animales que le servían de alimento y
vestido, su propio cuerpo, sano o enfermo, indudablemente debieron ser para él objeto
de serias consideraciones, cuyo motivo no era sino la necesidad cotidiana y los
requerimientos de la supervivencia, motivos que aún impulsan en la actualidad las
ramas más importantes de la Biología Aplicada (7). A lo largo de la historia, el
interrogante acerca de qué significa "estar vivo" se ha reiterado innumerables veces.
¿Qué es lo que queremos decir cuando hablamos de "la evolución de la vida" o "la
vida en otros planetas" o "cuándo comenzó la vida"? En realidad, no hay una definición
simple de qué es la vida. La vida no existe en abstracto. No hay "vida", sino seres
vivos. Más aún, no hay una manera sencilla y única de trazar una línea demarcatoria
entre lo vivo y lo no vivo. Toda persona, aunque se encuentre desprovista de una
cultura científica, es capaz de reconocer cierto rasgo común que permite reunir bajo la
noción de "ser vivo" a un hombre, un insecto y una planta, entre otros, y diferenciarlos
de lo no vivo. Pero, ¿cuál es ese rasgo común que pertenece sólo al mundo viviente?
Esta pregunta motivó investigaciones y discusiones que se remontan a muchos años
antes de Cristo. Aún hoy, el rasgo que determina que algo sea un "ser vivo" es, en
principio, difícil de definir (8).
Hasta el momento actual la ciencia no ha sido capaz de dar una explicación sobre lo
que es la vida, aparte de estudiar sus características y sus manifestaciones. Además
de explicar lo que es la vida, ha habido otro problema que ha preocupado al hombre
desde siempre, y es el origen de la vida, ¿de dónde viene?, ¿cómo se ha formado?.
Para explicar esto han existido dos grandes corrientes de pensamiento, la generación
espontánea, idea que perduró hasta finales del siglo XIX, y, modernamente, la teoría
del origen químico de la vida y la teoría del origen extraterrestre (1).
Pero, al igual que sucede con otras ramas de la ciencia, probablemente la primera
civilización que mostró cierto interés por la Biología y de la que hay registros escritos,
sea la china, varios milenios antes de Cristo. Así, entre el cuarto y el tercer milenio a.
C., ya se cultivaba el gusano productor de seda para la obtención de tejidos de dicha
fibra. La cultura antigua china ya tenía los tratados de materia médica en los cuales se
describen plantas y animales con propiedades terapéuticas, así como numerosas
acepciones a la fisiología humana en sus tratados sobre acupuntura. La antigua
civilización hindú también hace referencia a los principios anteriores, aunque
posiblemente sea debido a la influencia de la cultura china. Sin embargo, la cultura
hindú genera una medicina desprovista del carácter mágico, y más bien basada en el
pensamiento racional. Las culturas mesopotámicas también investigaron aspectos
relacionados con la Biología, con la Medicina, y la Zootecnia. Por su parte, los egipcios
tenían importantes conocimientos agrícolas, así como profundos conocimientos sobre
la anatomía humana y animal, debido a las técnicas de embalsamamiento que
realizaban. Ya en el Imperio Antiguo (2700-2200 a.C.) se desarrolla ampliamente la
medicina y la cirugía, algunos de cuyos instrumentos y técnicas, convenientemente
modificados, se siguen utilizando en la actualidad. Los egipcios recogían muestras
vivas de plantas y animales de sus expediciones y desarrollaban jardines zoológicos y
botánicos, lo que demuestra un gran interés por las Ciencias Naturales (7).
Sin duda, más influyente para la posteridad fue Aristóteles (384-322 a. C.), el primero
en resumir las reglas de un razonamiento riguroso, y en consecuencia, los
fundamentos de la lógica sistemática. Escribió varios tratados sistemáticos
sobre embriogénesis, anatomía y botánica, abordó el problema de la biogénesis, es
decir de la generación de las plantas y de los animales, admitiendo para algunos de
ellos, formas inferiores, la generación espontánea, y se le considera el padre de la
Zoología, observando la morfología y estudiando el comportamiento de más de 500
especies de animales, además de crear una escuela de clasificación biológica.
Aristóteles consideraba que las especies biológicas eran fijas y no podían cambiar, y
además sugería que su origen no era casual, sino que seguía un plan predeterminado.
Estas ideas serán la base del pensamiento biológico durante la Edad Media europea,
época en la que se alternaba la creencia en la generación espontánea con la idea del
origen divino de la vida, llegándose incluso a tachar de herejes a aquellos que
intentaban estudiar la cuestión (1,7).
Con el Imperio Romano se estableció de una manera pragmática el estudio científico y
por tanto se desarrollaron especialmente la Zoología y la Botánica por sus
aplicaciones a la ganadería y agricultura. En Roma nunca arraigó la práctica griega de
la disección en la enseñanza de la medicina. Adoptaron el contenido de la ciencia
griega pero no su método, por lo que sus obras tendían a ser fundamentalmente
filosóficas, como la “De la Naturaleza de las Cosas” de Lucrecio (98-55 a. C.), que
consideraba al azar como la base de lo vivo, sugiere la sucesión de especies por otras
más adaptadas, e incluye el término ‘extinción de las especies’ y selección natural.
Destaca también la “Historia Natural” de Plinio el Viejo (23-79 d. C.), una vasta
compilación de obras derivadas de escritos de cintos de autores romanos y griegos
anteriores, en la que subyace la idea de que la naturaleza existía para atender las
necesidades del hombre y que fue durante quince siglos la obra de referencia en
Historia Natural. El último de los autores célebres de medicina de la antigüedad fue
Galeno (129-199d.C.), quien hizo disecciones e investigaciones con animales vivos y
muertos, si bien no practicó disecciones con cuerpos humanos, elaboró teorías sobre
el funcionamiento del cuerpo humano. Sus teorías fueron muy influyentes y dominaron
la medicina hasta los tiempos modernos (7).
El resurgimiento del saber tuvo lugar cuando en el siglo IX los árabes tradujeron las
obras griegas y romanas al árabe e hicieron aportaciones originales. Las versiones
árabes de las obras científicas griegas se tradujeron activamente entre 1125 y 1280.
Bajo el patronazgo del emperador Federico II de Sicilia, Miguel Escoto tradujo las
obras biológicas de Aristóteles y gran parte de la alquimia musulmana. Como
consecuencia de ello y de la fundación de las universidades, se produjo en Europa
durante el siglo XIII una breve eclosión de experimentación, sobre todo en anatomía.
La filosofía de Aristóteles se integró en la teología católica gracias a Alberto Magno
(1193-80). Este autor escribió dos obras: "De Animalibus" y
"De Vegetalibus aut Plantis", que son excelentes tratados de Anatomía y Botánica. La
Zoología se vio beneficiada en esta época. Federico II de Hohenstaufen (1194-1250) en
su obra "De arte venandi cum avibus" describe gran número de cuestiones morfológicas
del pico, del mecanismo del vuelo, etc.(7).
A partir del siglo XV, y dentro de la revolución científica que tuvo lugar en el
Renacimiento, resurge el interés por los estudios anatómicos y fisiológicos. Como
figuras importantes hay que destacar a Leonardo da Vinci (1452-1519), quien
representa al hombre típico del Renacimiento. Éste realiza estudios sobre el cuerpo
humano y su comparación con el de otros animales, así como estudios sobre el vuelo
de las aves. Vesalio (1514-1564) publicó en 1543 "De la estructura del cuerpo
humano", que se considera el primer libro correcto de anatomía humana. Por otro
lado, Fallopio, discípulo de Vesalio, hizo sus investigaciones sobre el sistema nervioso
y los órganos generativos. El descubrimiento de América da lugar a la descripción de
muchos seres desconocidos por los antiguos. Merecen destacarse los estudios de José
de Acosta (1540-1600), quien puede considerarse pionero de la Biogeografía. Ya en el
siglo XVII, Guillermo Harvey completó el descubrimiento de la circulación de la sangre
iniciado por el español Miguel Servet en el siglo XVI. A partir de estas investigaciones
y de otros hombres de ciencias, los cuales compartieron esta información, nació la
embriología (7).
El siglo XVII supone sobre todo el despegue del desarrollo de la ciencia moderna. La
tradición culta y la artesanal rompen definitivamente la barrera que las separaba para
producir un nuevo método de investigación. De este modo, a lo largo del siglo XVII, se
configuraron los dos modos de hacer ciencia que hoy reconocemos: el método
cualitativo-inductivo, instaurado por Francis Bacon (1561-1626), en el cual el científico
recoge datos empíricos y a partir de esos datos llega a una generalización; y el
método matemático-deductivo (o hipotético-deductivo), desarrollado por Galileo (1564-
1642) y sobre todo por Descartes (1596-1650) en su obra “Discurso del Método”, en el
que el razonamiento va de lo general a lo específico, de este modo, se hacen hipótesis
que a su vez plantean una serie de predicciones que se pueden probar mediante
experimentos con sus correspondientes controles (7).
En este siglo todavía se concebía la idea (surgida desde la antigüedad) de que los
seres vivos simples, tales como los gusanos, los insectos, las ranas y las salamandras
podían originarse espontáneamente en el polvo o en el cieno; que los roedores se
desarrollaban de los granos húmedos y que los pulgones de las plantas se
condensaban a partir de una gota de rocío. Un científico belga, Jan Van Helmont
(1577-1644), partidario de esta idea, realizó una serie de experiencias que iniciarían
entre los científicos de la época, una discusión acalorada sobre la generación
espontánea, que se mantendría por varios siglos después. Una de tales experiencias
quedó registrada de esta manera en el Ortus Medicinae, en 1667 (3,8):
“…Las criaturas tales como los piojos, garrapatas, pulgas y gusanos son nuestros
miserables huéspedes y vecinos, pero nacen de nuestras entrañas y excrementos.
Porque si colocamos ropa interior llena de sudor con trigo en un recipiente de boca
ancha, al cabo de veintiún días el olor cambia, y el fermento, surgiendo de la ropa
interior y penetrando a través de las cáscaras de trigo, cambia el trigo en ratones. Pero
lo que es más notable aún es que se forman ratones de ambos sexos, y que estos se
pueden cruzar con ratones que hayan nacido de manera normal…..pero lo que es
verdaderamente increíble es que los ratones que han surgido del trigo y la ropa íntima
sudada no son pequeñitos, ni deformes ni defectuosos, sino que son adultos
perfectos…” (3,8).
Pero continuaba la pregunta central acerca de qué características definen un ser vivo y
lo diferencian de la materia inanimada. En el S. XIX, el debate sobre las características
distintivas de los sistemas vivos se centraba en si la química de los organismos estaba
gobernada o no por los mismos principios que la química realizada en el laboratorio.
Los vitalistas sostenían que las operaciones químicas llevadas a cabo por los tejidos
vivos no podían desarrollarse experimentalmente en le laboratorio, y clasificaban las
reacciones en dos categorías: “químicas” y “vitales”. Sus opositores, los mecanicistas,
creían que las operaciones complejas de los seres vivos podían reducirse a otras más
simples y más fácilmente comprensibles (8).
De todos los avances descritos anteriormente, lo que permitió que balanza se inclinara
fuertemente hacia los mecanicistas fue cuando el químico alemán Friedrich Wöhler
(1800-1882) convirtió una sustancia “inorgánica”, el cianato de amonio, en una
sustancia presente en los seres vivos, la urea. En años futuros, nuevas evidencias
apoyarían la idea de que los seres vivos no obedecen leyes “especiales” (8).
Uno de los trabajos más recordados, con microbios, es el del químico y biólogo
francés Louis Pasteur (1822-1895) (4). Las bases de la microbiología se deben
fundamentalmente a Louis Pasteur y Robert Koch (1843-1910), quienes descubren el
origen microbiano de muchas enfermedades infecciosas. Entre ambos fueron capaces
de identificar los microorganismos culpables de enfermedades tales como el carbunco,
la tuberculosis o incluso el cólera (7). Pasteur también demostró que los
microorganismos se encontraban por todas partes y provocaban la descomposición de
los alimentos. Produjo la vacuna contra la rabia y salvó a la industria de la seda
francesa de la extinción al descubrir como se transmitía una enfermedad que atacaba
al gusano de seda. Sentó las bases de la cirugía aséptica gracias a estudios que le
permitieron descubrir que si no se alcanzaba una temperatura de 120 oC para hervir
sus caldos, no había seguridad de matar a todos los gérmenes. Así, Pasteur advirtió la
necesidad del uso del autoclave como un instrumento indispensable para la antisepsia,
y de esterilizar al fuego los instrumentos y los aparatos que se querían esterilizar (1,3).
"...Yo pongo en un frasco de vidrio uno de los siguientes líquidos, todos ellos muy
alterables en contacto con el aire ordinario: agua de levadura de cerveza a la que se
ha añadido azúcar, orina, jugo de remolacha, agua de pimiento. A continuación doblo
el cuello del frasco, de forma que quede curvado en varias partes. Luego pongo a
hervir el líquido durante varios minutos hasta que empieza a salir vapor por el extremo
abierto; luego dejo enfriar el líquido. He de señalar que aún a pesar de sorprender a
todos los que se ocupan de los delicados experimentos relacionados con la llamada
generación espontánea, el líquido del frasco permanece inalterado definitivamente..."
(1).
Los cuellos de cisne largos y curvados de los frascos permitían la entrada del oxígeno
- elemento que se creía necesario para la vida- mientras que quedaban atrapadas
bacterias, esporas de hongos y otros tipos de vida microbiana, lo cual impedía la
contaminación del contenido de los matraces (3).
Cuando la Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años, era una inmensa bola
incandescente en la que los distintos elementos se colocaron según su densidad, de
forma que los más densos se hundieron hacia el interior de la Tierra y formaron el
núcleo, y los más ligeros salieron hacia el exterior formando una capa gaseosa
alrededor de la parte sólida, la protoatmósfera, en la que había gases como el metano,
el amoníaco bióxido de carbono, monóxido de carbono, hidrógeno, nitrógeno y el
vapor de agua procedente de las erupciones volcánicas, con ausencia total o casi
completa de oxigeno (1,4).
Este proceso continuó hasta que apareció una molécula que fue capaz de dejar copias
de sí misma, es decir, algo parecido a reproducirse; esta molécula sería algo similar a
un ÁCIDO NUCLEICO. Los coacervados que tenían el ácido nucleico empezaron a
mantenerse en el medio aislándose para no reaccionar con otras moléculas, y
finalmente empezarían a intercambiar materia y energía con el medio, dando lugar a
primitivas células. Estas primeras células se extenderían por los mares, dando
comienzo un proceso que aún sigue funcionando hoy en día, el proceso de
EVOLUCIÓN BIOLÓGICA, responsable de que a partir de seres vivos más sencillos
vayan surgiendo seres vivos cada vez más complejos, y que es la causa de la gran
diversidad de seres vivos que han poblado y pueblan actualmente la Tierra, lo que hoy
llamamos la BIODIVERSIDAD (1).
Stanley L. Miller y Harold C. Urey realizaron en 1953 una serie de experimentos para
probar la hipótesis de Oparin. Para ello simularon en el laboratorio, un mundo en
miniatura, con las condiciones de la atmósfera primitiva: rica en hidrógeno, metano y
amoníaco. En un aparato sencillo, introdujeron éstos gases y los sometieron a
continuas descargas eléctricas, en un ambiente con vapor de agua. Los resultados
fueron sorprendentes: obtuvieron diversas moléculas orgánicas como aminoácidos,
ácidos grasos y urea (5).
Existen diversas hipótesis que tratan de explicar cómo surgieron las primeras células
a partir de las macromoléculas. Entre las principales teorías podemos destacar las
siguientes:
Los coacervados pueden definirse, por tanto como moléculas coloidales, rodeadas de
una película de agua que, a medida que aumentan en complejidad pueden separarse
del agua, formando una unidad independiente, con un metabolismo propio, que puede
interactuar con su entorno. Esta hipótesis no explica, sin embargo cómo pudieron
evolucionar los coacervados, pues no se contempla la adquisición de información
genética (5).
Fox no solo llevó a cabo sus experimentos en el laboratorio, sino que dio una posible
explicación al modo en que las microesferas pudieron formarse en la Tierra. Supuso
que el proceso podría darse en zonas volcánicas, donde el calor calienta el agua bajo
el suelo y ésta tiende a salir a la superficie en forma de géiseres y fumarolas, que
crean charcas en sus alrededores, con las condiciones necesarias para que se
sinteticen los protenoides. Si posteriormente éstas charcas se enfrían, por la lluvia etc.,
se podrían generar las microesferas que, a su vez, podrían catalizar la formación de
otras moléculas orgánicas. Al igual que la de los coacervados, la teoría de las
microesferas tampoco explica la evolución de las protocélulas, al no explicar la
organización del material genético y carecer de mecanismos de transmisión de la
herencia. Fox sugiere no obstante que, al haberse formado a partir de aminoácidos,
existe la posibilidad de que los primeros protenoides, hubieran transmitido dicha
información a algún tipo de ácido nucleico, originándose así un código genético
primitivo (5).
Hipótesis del “mundo de ARN”: Hoy en día se acepta que las primeras formas
prebióticas debieron ser las microesferas proteinoides de Fox. Sin embargo sigue sin
resolverse el problema de cómo adquirieron la capacidad para autoreplicarse. El
principal problema lo plantea el hecho de que las células actuales utilizan para éste
proceso dos tipos de polímeros: unos portadores de la información (Ácidos Nucleicos)
y otros que la ejecutan (enzimas). La cuestión se simplificaría si hubiera un solo tipo
de macromolécula que hiciera las dos cosas (4,5). Uno de los mayores desafíos del
momento es tratar de tratar de dilucidar una historia posible acerca de cómo las
primeras moléculas de ADN, ARN y proteínas aparecieron y se vincularon entre sí (3).
La pregunta acerca del origen de las primeras moléculas orgánicas y del paso desde
sistema no vivos a células vivientes sigue siendo hoy en día un tema candente. Varias
hipótesis se disputan la explicación de cómo pudo haberse producido esta transición.
En la década de 1980, el químico A. Cairns-Smith publicó una serie de trabajos en los
cuales sugiere como protagonistas de este proceso a las arcillas. Para este científico,
la formación de los primeros polímeros pudo haber ocurrido en las superficies
minerales de las arcillas, que habrían actuado como una matriz sobre la que se
habrían ensamblado los monómeros de los ácidos nucleicos, polipéptidos y
polisacáridos. Según esta hipótesis, algunos cristales pueden autoreplicarse,
fracturándose en microcristales más pequeños. Así, la propia arcilla, por su
característica de fracturación y el bajo riesgo de absorber agua, habría podido capturar
moléculas orgánicas, haciendo posible transferir, en las fragmentaciones, un primitivo
código genético (3).
Hoy en día existe una variante de la teoría Química del origen de la vida que es la
teoría del Origen Extraterrestre de la vida, que asume los principios de la teoría de
Oparin con la diferencia de proponer que la molécula replicante, ese ácido nucleico
primitivo capaz de autocopiarse, no surgió en los mares primordiales terrestres, sino
que se originó en alguna nebulosa próxima a la Tierra o en la propia nebulosa que
originó el Sistema Solar, y llegó a la Tierra en algún meteorito, integrándose en el
proceso de evolución química que ya se daba en la Tierra. Esta teoría sustentada por
científicos de la talla de Carl Sagan se basa en el descubrimiento extraterrestre de
numerosas moléculas bioquímicas, tales como agua y aminoácidos, en las nubes
gaseosas de algunas nebulosas (1).
En 1981, el químico Francis Crick, quien se hiciera famoso por desentrañar junto con
James Watson la estructura del ADN en 1953, postuló una teoría que denominó
“Panspermia Dirigida”. Esta idea propone que seres inteligentes, que actualmente
viven en otros planetas mucho más antiguos que el nuestro, habrían enviado los
primeros aportes genéticos a nuestro planeta. Esta hipótesis está basada, entre otras
cosas, en la constatación de que, por ejemplo, un elemento, el molibdeno, muy escaso
en nuestro planeta, es esencial para el funcionamiento de numerosas enzimas (3).
Una vez que la vida surge sobre la Tierra, se nos plantea un nuevo interrogante:
¿cómo a partir de una sola célula han podido aparecer todas las especies tan
diferentes que existen hoy día?. Es evidente que la contestación a esta pregunta ha
variado mucho de la época en que se aceptaba la teoría de la generación espontánea
a cuando esta teoría fue rechazada (1).
Hasta el s. XIX se pensó que los seres vivos eran inmutables y que habían existido
siempre de la misma manera, sin sufrir cambios, fijos, lo cual originó una corriente de
ideas agrupadas bajo el término FIJISMO. G. Cuvier (1769-1832), estudiando una gran
cantidad de fósiles dedujo que había especies que desaparecían, se extinguían, lo
cual implicaba cambios que contradecían al fijismo; como él era fijista, pensó que las
especies aparecían sobre la Tierra y se mantenían durante mucho tiempo sin sufrir
ningún cambio hasta que se producía una gran catástrofe que las hacía desaparecer,
tras lo cual aparecían nuevas especies que volvían a desaparecer en otra catástrofe y
así sucesivamente, surgiendo una variante de las ideas fijistas que constituyó el
CATASTROFISMO (1).
El neodarwinismo establece que, con el tiempo, la selección natural que actúa sobre
las mutaciones genera adaptaciones y especies nuevas. Pero, ¿significaba esto que
los nuevos linajes y adaptaciones solamente se forman mediante ramificaciones de los
antiguos y herencia de los genes del antiguo linaje? Algunos investigadores
respondieron que no. La evolucionista Lynn Margulis mostró que un suceso
organizativo muy importante en la historia de la vida implicaba probablemente la unión
de dos o más linajes mediante simbiosis (6).
El origen de los organismos eucariotas a partir de los procariotas, fue una de las
transiciones evolutivas principales en la historia y evolución de los seres vivos. La
cuestión de cómo ocurrió este paso trascendental es actualmente objeto de viva
discusión. Una hipótesis interesante que gana creciente aceptación, es que se
originaron células de mayor tamaño y más complejas, cuando ciertos procariotas
comenzaron a alojarse en el interior de otras células (6).
Desde finales de los años 50 y la década de los 60, los investigadores del origen de la
vida admiten cada vez más la naturaleza específica y compleja de la vida unicelular y
de las biomacromoléculas de las que dependen esos sistemas. Además, los biólogos
moleculares y los investigadores del origen de la vida han caracterizado esta
complejidad y especificidad en términos de información. Los biólogos moleculares se
refieren de manera rutinaria al ADN, al ARN y a las proteínas como portadores o
depósitos de “información”.
Después de que Darwin publicara “El Origen de las Especies” en 1859, muchos
científicos comenzaron a pensar en los problemas que Darwin no había resuelto.
Aunque la teoría de Darwin pretendía explicar cómo la vida se había hecho más
compleja a partir de “una o unas pocas formas simples”, no explicaba, y tampoco
intentaba explicar, como se había originado la vida.
Sin embargo durante las décadas de 1870 y 1880, biólogos evolutivos como Ernst
Haeckel y Thomas Huxley suponían que concebir una explicación para el origen de la
vida sería bastante fácil, en gran parte porque Haeckel y Huxley creían que la vida era,
en esencia, una sustancia química simple llamada “protoplasma” que podía ser
fácilmente elaborada mediante la combinación y recombinación de reactivos simples
como el dióxido de carbono, el oxígeno y el nitrógeno.
Durante los siguientes sesenta años, los biólogos y los bioquímicos revisaron su
concepción de la naturaleza de la vida. Durante las décadas de 1860 y 1870, los
biólogos tendieron a ver la célula, en palabras de Haeckel, como un “glóbulo de
plasma homogéneo” e indiferenciado. Sin embargo hacia los años 30, la mayoría de
los biólogos ya contemplaban las células como un sistema metabólico complejo.
Las teorías del origen de la vida reflejaron esta creciente apreciación de la complejidad
celular. Mientras que las teorías sobre la abiogénesis (surgimiento de la vida a partir
de materia inanimada) concebían la vida como algo surgido casi instantáneamente a
través de uno o dos pasos de un proceso de “autogenia” química, las teorías de
comienzos del siglo XX –como la teoría de la abiogénesis evolutiva de Oparin-
concebían un proceso de varios billones de años de transformación desde los
reactivos simples hasta los sistemas metabólicos complejos.
Durante la primera mitad del siglo XX, los bioquímicos habían reconocido el papel
central de las proteínas en el mantenimiento de la vida. Aunque muchos creyeron por
error que las proteínas contenían también la fuente de la información hereditaria, los
biólogos subestimaron repetidamente la complejidad de las proteínas.
La única conjetura de Darwin acerca del origen de la vida se encuentra en una carta
de 1871 no publicada dirigida a Joseph Hooker. En ella, bosqueja las líneas maestras
de la idea de la química evolutiva, a saber, que la vida podría haber surgido primero a
partir de una serie de reacciones químicas. Tal y como él lo concibió, “si (¡y que “si”
más grande!) pudiéramos creer en algún tipo de pequeño charco caliente, con toda
clase de amonios, sales fosfóricas, luz, calor y electricidad, etc, presentes, de modo
que un compuesto proteico se formara químicamente listo para someterse a cambios
aún más complejos...” [El manuscrito de Darwin no ha podido ser comprendido en su
totalidad debido a lo complicado de su letra. La frase en cuestión está incompleta, si
bien deja bastante claro que Darwin concibió los principios de la química evolutiva
naturalista.
Sin embargo, desde los años 50, una serie de descubrimientos provocó un cambio en
esta visión simplista de las proteínas. Entre 1949 y 1955, el bioquímico Fred Sanger
determinó la estructura molecular de la insulina. Sanger demostró que la insulina
consistía en una secuencia larga e irregular de los diferentes tipos de aminoácidos,
antes que una cuerda de cuentas de colores ordenada sin ningún patrón distinguible.
Su trabajo mostró para una sola proteína lo que sucesivos trabajos demostrarían que
era norma: la secuencia de aminoácidos de las proteínas funcionales desafía
generalmente una regla sencilla y en cambio se caracteriza por la aperiodicidad o la
complejidad.
A finales de los 50, los trabajos de John Kendrew sobre la estructura de la mioglobina
demostraron que las proteínas también exhibían una sorprendente complejidad
tridimensional. Lejos de ser las estructuras simples que los biólogos habían imaginado
anteriormente, apareció una forma tridimensional e irregular extraordinariamente
compleja: una maraña de aminoácidos retorcida y curvada. Como Kendrew explicó en
1958, “la gran sorpresa fue que era tan irregular... parecían carecer casi totalmente del
tipo de ordenamiento regular que uno anticipa instintivamente, y es más complicado de
lo que había predicho cualquier teoría de la estructura de proteínas”.
Hacia la mitad de los años 50, los bioquímicos reconocían que las proteínas poseían
otra destacable propiedad. Además de la complejidad, las proteínas poseen también
especificidad, tanto en su ordenamiento unidimensional como en su estructura
tridimensional. En tanto que constituidas por aminoácidos químicamente bastante
simples, a modo de “bloques de construcción”, su función –tanto si son enzimas,
transductores de señales o componentes estructurales de la célula- depende de
manera crucial de un ordenamiento complejo y específico de estos bloques.
Durante gran parte del siglo XX, los investigadores subestimaron ampliamente la
complejidad (y el significado) de ácidos nucleicos como el ADN o el ARN. Por
entonces, los científicos conocían la composición química del ADN. Los biólogos y los
químicos sabían que además de azúcar (y más tarde fosfatos), el ADN se componía
de cuatro bases nucleotídicas diferentes, llamadas adenina, timina, guanina y citosina.
Para dar cuenta de las diferencias heredables entre especies, los biólogos necesitaron
descubrir alguna fuente de especificidad variable o irregular, alguna fuente de
información, dentro de las líneas germinales de los diferentes organismos. Sin
embargo, en tanto que el ADN era considerado como una molécula repetitiva y sin
interés, muchos biólogos supusieron que el ADN podía jugar un papel escaso, si es
que lo tenía, en la transmisión de la herencia.
Esta concepción comenzó a cambiar a mediados de los años 40 por varias razones.
En primer lugar, los famosos experimentos de Oswald Avery sobre cepas virulentas y
no virulentas de Pneumococcos identificaron el ADN como un factor clave a la hora de
explicar las diferencias hereditarias entre distintas estirpes bacterianas. En segundo
lugar, Erwin Chargaff, de la Universidad de Columbia, a finales de los años 40 socavó
la “hipótesis tetranucleotídica”. Chargaff demostró, en contradicción con los primeros
trabajos de Levene, que las frecuencias de nucleótidos difieren realmente entre
especies, incluso cuando a menudo dichas frecuencias se mantienen constantes
dentro de las mismas especies o dentro de los mismos órganos o tejidos de un único
organismo. Tal y como él lo explicó, diferentes moléculas de ADN o parte de las
moléculas podían “diferir entre ellas... en la secuencia, aunque no en la proporción de
sus constituyentes. Chargaff demostró que, al contrario de la “hipótesis
tetranucleotídica”, la secuenciación de las bases del ADN bien podía mostrar el alto
grado de variabilidad y aperiodicidad requerido por cualquier portador potencial de la
herencia.
Tal y como sucedió con las proteínas, los sucesivos descubrimientos pronto
demostraron que las secuencias de ADN no solo eran muy complejas sino también
altamente específicas en lo relativo a sus requerimientos biológico-funcionales. El
descubrimiento de la complejidad y la especificidad de las proteínas habían llevado a
los investigadores a sospechar un papel funcional específico para el ADN.
Los biólogos moleculares, suponían que las proteínas eran complejas en demasía (y
también funcionalmente específicas) para surgir in vivo por azar. Además, dada su
irregularidad, parecía imposible que una ley química general o una regularidad pudiese
explicar su ensamblaje. En su lugar, como ha recordado Jacques Monod, los biólogos
moleculares comenzaron a buscar una fuente de información o de “especificidad” en el
interior de la célula que pudiera dirigir la construcción de estructuras tan complejas y
tan altamente específicas. Para explicar la presencia de la especificidad y complejidad
en la proteína, tal y como más tarde insistiría Monod, “necesitabais en todo caso un
código”.
La estructura del ADN descubierta por Watson y Crick sugería un medio por el que la
información o la especificidad podían codificarse a lo largo de la espiral del esqueleto
de azúcar-fosfato. Su modelo sugería que las variaciones en la secuencia de bases
nucleotídicas pudieran encontrar expresión en la secuencia de aminoácidos que
forman las proteínas.
A comienzos de los años 60, una serie de experimentos habían confirmado que las
bases de la secuencia de ADN jugaban un papel crítico en la determinación de la
secuencia de aminoácidos durante la síntesis de proteínas. Por entonces, se
conocieron los procesos y los mecanismos por los que la secuencia de ADN determina
los pasos clave de dicha síntesis (por lo menos de manera general).
Según esto, los investigadores del origen de la vida han propuesto tres grandes tipos
de explicaciones naturalistas para explicar el origen de la información genética
específica; los que hacen hincapié en el azar, en la necesidad o en la combinación de
ambos.
Quizás el punto de vista naturalista más popular acerca del origen de la vida es que
éste tuvo lugar exclusivamente por azar. Unos pocos científicos serios han
manifestado su apoyo a este punto de vista, por lo menos en varias ocasiones a lo
largo de sus carreras. En 1954, por ejemplo el bioquímico George Wald argumentó a
favor de la eficiencia causal del azar en conjunción con vastos períodos de tiempo. Tal
y como él explicó, “el tiempo es de hecho el héroe del plan... Dado tanto tiempo, lo
imposible se convierte en posible, lo posible se hace probable y lo probable
virtualmente cierto”.
Más tarde, en 1968, Francis Crick sugeriría que el origen del código genético –es
decir, el sistema de traducción- podría ser “un accidente congelado”.Otras teorías han
invocado el azar como explicación del origen de la información genética, aunque a
menudo, en conjunción con la selección natural prebiótica.
Casi todos los investigadores serios del origen de la vida consideran ahora el “azar”
una explicación causal inadecuada para el origen de la información biológica. Desde
que los biólogos moleculares comenzaron a apreciar la especificidad de secuencia de
proteínas y ácidos nucleicos durante los años 50 y 60, se han realizado muchos
cálculos para determinar la probabilidad de formular proteínas y ácidos nucleicos
funcionales al azar. Morowitz, Hoyle y Wickramasinghe, Cairns-Smith, Prigogine,
Yockey y, más recientemente, Robert Sauer han elaborado varios métodos para
calcular probabilidades. Pongamos por caso que estos cálculos han supuesto a
menudo condiciones prebióticas extremadamente favorables (tanto si eran realistas
como si no), mucho más tiempo del que realmente disponía la tierra en sus inicios, y
tasas de reacción teóricamente máximas entre los monómeros constituyentes (es
decir, entre las partes constituyentes de proteínas, ADN o ARN). Tales cálculos han
mostrado invariablemente que la probabilidad de obtener biomacromoléculas
secuenciadas funcionales al azar es, en palabras de Prigogine, “infinitamente
pequeña... incluso en las escala de... billones de años”.
Considérese las dificultades probabilísticas que deben superarse para construir incluso
una proteína corta de 100 aminoácidos de longitud. (Una proteína típica consiste en
unos 300 residuos aminoacídicos, y muchas proteínas cruciales son más largas). En
primer lugar, todos los aminoácidos deben formar un enlace químico conocido como
enlace peptídico al unirse a otros aminoácidos de la cadena proteica. Sin embargo, en
la naturaleza son posibles otros muchos tipos de enlace químico entre aminoácidos;
de hecho, los enlaces peptídicos y no peptídicos se dan con más o menos la misma
probabilidad. Así, dado un sitio cualquiera de la cadena de aminoácidos en
crecimiento, la probabilidad de obtener un enlace peptídico es aproximadamente ½. La
probabilidad de obtener cuatro enlaces peptídicos es (½ x ½ x ½ x ½) = 1/16. La
probabilidad de construir una cadena de 100 aminoácidos (99 enlaces) en la cual
todos los enlaces impliquen enlaces peptídicos es (½)99 .
.
En segundo lugar, todos los aminoácidos que se encuentran en las proteínas (con una
excepción) tienen una imagen especular diferente de sí mismos, una versión orientada
a la izquierda, o forma L, y una orientada a la derecha, o forma D. Las proteínas
funcionales solo admiten aminoácidos orientados a la izquierda, sin embargo tanto los
orientados a la derecha como los orientados a la izquierda se originan en las
reacciones químicas (productoras de aminoácidos) con aproximadamente la misma
probabilidad. Al tomar esta “quiralidad” en consideración aumenta la improbabilidad de
obtener una proteína biológicamente funcional. La probabilidad de obtener al azar solo
aminoácidos L en una cadena peptídica hipotética de 100 aminoácidos de longitud es
(½)100.
Debido a las dificultades de las teorías basadas en el azar, la mayoría de los teóricos
del origen de la vida después de mediados de los 60 intentaron abordar el problema
del origen de la información biológica de una manera totalmente diferente. Los
investigadores comenzaron a buscar leyes de autoorganización y propiedades de
atracción química que pudieran explicar el origen de la información especificada en el
ADN y las proteínas. Más que el azar, tales teorías invocaban necesidad física o
química.
Por ejemplo, Steinman y Cole sugirieron que ciertas afinidades de enlace diferencial o
fuerzas de atracción química entre determinados aminoácidos pudieran explicar el
origen de la especificidad de secuencia de las proteínas. Del mismo modo que las
fuerzas electrostáticas unen los iones sodio (Na+) y cloruro (Cl -) en los patrones
altamente ordenados del cristal de sal (NaCl), así también aminoácidos con ciertas
afinidades especiales por otros aminoácidos podrían ordenarse a si mismos para
formar proteínas.
Además, del mismo modo que letras magnéticas pueden ordenarse y reordenarse de
cualquier manera sobre la superficie de un metal para formar varias secuencias, así
también cada una de las cuatro bases –A, T, G y C- se unen a cualquier posición del
esqueleto de ADN con igual facilidad, haciendo todas las secuencias igualmente
probables (o improbables). En realidad, no hay afinidades diferenciales significativas
entre ninguna de las cuatro bases para unirse a las posiciones del esqueleto de
azúcar-fosfato. El mismo tipo de enlace N-glicosídico sucede entre base y esqueleto
independientemente de la base de que se trate. Las cuatro bases son admitidas;
ninguna es favorecida químicamente. Como ha notado Kuppers, “las propiedades de
los ácidos nucleicos indican que todos los patrones nucleotídicos combinatoriamente
posibles del ADN son, desde un punto de vista químico, equivalentes”.
En otras palabras, si los químicos hubieran descubierto que las afinidades de enlace
entre los nucleótidos del ADN producían secuencias de nucleótidos, se habrían dado
cuenta de que estaban equivocados respecto a las propiedades del ADN para
transmitir información. O dicho desde una perspectiva cuantitativa, en el mismo grado
en que las fuerzas de atracción entre componentes de una secuencia determinan el
ordenamiento de la secuencia, la capacidad de transportar información del sistema se
vería disminuida o borrada por la redundancia.
Los modelos autoorganizativos, tanto los que invocan las propiedades internas de
atracción química como una fuerza o fuente de energía de organización externa, se
caracterizan por una tendencia a confundir las distinciones cualitativas entre “orden” y
“complejidad”. Esta tendencia pone en cuestión la relevancia de estos modelos del
origen de la vida. Como ha aducido Yockey, la acumulación del orden químico o
estructural no explica el origen de la complejidad biológica o de la información
genética.
Así, el patrón de flores que escriben “bienvenido a Victoria” permite al visitante inferir
la actividad de agentes inteligentes incluso si no ven las flores plantadas y ordenadas.
De manera similar, el ordenamiento específico y complejo de las secuencia
nucleotídicas –la información- del ADN implica la acción pasada de una inteligencia,
incluso si tal actividad mental no puede ser directamente observada. Los científicos de
muchos campos reconocen la conexión entre inteligencia e información y hacen las
inferencias oportunas. Los arqueólogos suponen que un escriba produjo las
inscripciones en la piedra de Rosetta; los antropólogos evolucionistas determinan la
inteligencia de los primeros homínidos a partir de las lascas que son demasiado
improbables y específicas en cuanto a la forma (y función) para haber sido producidas
por causas naturales; la búsqueda de inteligencia artificial extraterrestre de la NASA
(SETI) presupone que cualquier información incluida en las señales electromagnéticas
proveniente del espacio exterior indicaría una fuente inteligente. Sin embargo, de
momento, los radio-astrónomos no han encontrado ninguna información en las
señales. Pero los biólogos moleculares han identificado las secuencias ricas en
información y los sistemas de las células que sugieren, por la misma lógica, una causa
inteligente para esos efectos.
Sin embargo, no es correcto decir que no se sabe como surge la información. Se
conoce por experiencia que los agentes conscientes inteligentes pueden crear
secuencias y sistemas informativos. La experiencia enseña que cuando grandes
cantidades de información o complejidad especificada están presentes en un artefacto
o entidad cuya historia es conocida, invariablemente la inteligencia creativa –el diseño
inteligente- jugó un papel causal en el origen de esa entidad. Así, cuando se halla tal
información en las biomacromoléculas necesarias para la vida, se puede inferir –con
base en los conocimiento de las relaciones de causa y efecto establecidas- que una
causa inteligente operó en el pasado para producir la información o complejidad
especificada necesaria para el origen de la vida.
Para ser un buscador de la verdad, la cuestión que el investigador del origen de la vida
debe plantearse no es “¿qué modelo materialista es el más adecuado?” sino más bien
“¿qué provocó de verdad la aparición de la vida en la Tierra?”. Una posible respuesta
a esta última cuestión es: “la vida fue diseñada por un agente inteligente que existió
antes del advenimiento de los humanos”. Sin embargo, si se acepta el naturalismo
metodológico como normativo, los científicos nunca podrán considerar la hipótesis del
diseño como una verdad posible.
Cibergrafía
1. http://recursostic.educacion.es/ciencias/biosfera/web/alumno/4ESO/evolucion/1origen_de_la_vida.htm
2. http://www.discovery.org/scripts/viewDB/filesDBdownload.php?command=download&id=661
3. http://es.wikipedia.org/
4. http://www.biologia.edu.ar/introduccion/origen.htm
5. http://www.almeriastella.es/imagenes/noticias/documentos/1223.pdf
6. http://www.sesbe.org/evosite/history/endosym.shtml.html
7. http://www.uam.es/personal_pdi/ciencias/bolarios/FundamentosBiologia/Historia.htm
8. http://www.curtisbiologia.com/pintroduccion
Preguntas
1. ¿Cuáles son y cómo han aportado las distintas áreas del conocimiento al desarrollo
de la biología como ciencia?
4. Haga un paralelo del entendimiento o conocimiento, que tenía antes y que tiene
después de realizar la lectura, con respecto al desarrollo de la biología y el origen de la
vida. Comente y argumente que fue lo que más le llamó la atención de la lectura y lo
que no le queda claro.
5. ¿Cómo cree usted que la biología contribuye a su área de estudio? O ¿Cómo cree
que su área de estudio contribuye a la biología?
6. Busque un artículo o informe científico (con fecha a partir del año 2000), o un video,
o un documental, que trate acerca de los avances obtenidos en la última década con
relación al estudio del origen de la vida. Haga un resumen de la información hallada.
Su búsqueda será socializada en clase. Tenga en cuenta presentar la siguiente
información:
- Título de la investigación
- Autores
- Institución y ciudad/país donde se llevó a cabo el estudio
- Fecha de publicación de su material consultado.
- Porqué se realizó dicho estudio
- Cuál o cuáles fueron los resultados obtenidos.
- Para qué sirve o cuáles son las contribuciones de dicho estudio a la ciencia.
- Referencia bibliográfica (de dónde tomó la información)
Nota: Para las consultas en Internet, sólo valido la información obtenida de páginas
web de instituciones educativas, o científicas o de bases de datos de artículos
científicos (pueden consultar la base de datos de la U de A).