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Introducción
1) La religión micénica
Frente a los estudios previos al desciframiento, que solamente contaban con la iconografía y
los datos arqueológicos para sustentar las hipótesis reconstructivas, y que planteaban la
semejanza de la religión micénica con la religión cretense de la etapa anterior (la religión
minoica), los datos escritos muestran un abigarrado politeísmo y un sistema de templos que
resultaba insospechado (y que la arqueología aún no ha sido capaz de identificar
satisfactoriamente ).
El caso micénico es prototipico para ilustrar las deficiencias que subyacen en los estudios
religiosos basados exclusivamente en la iconografia (por ejemplo las reconstrucciones de la
religión prehistórica o las hipótesis muy ambiciosas como la de M. Gimbutas ). Un elenco de
teónimos surgió de lo que antes se creía un sistema casi monoteísta ( centrado en la gran
madre como Diosa casi exclusiva), muchas e importantes divinidades femeninas, como la
Potinija (la señora, teónimo seguido de diversos epítetos en las testificaciones conservadas y
que tiene un culto importante en varios lugares), pero también muchos Dioses masculinos e
incluso parejas divinas (desconocidas con posterioridad) como Diwija-Diwo (teónimos que
portan la raíz indoeuropea que se testifica en Zeus, el Dios principal griego de la época
posterior -declinado Dios en genitivo-- ) o Posidaeja-Posedaone ( dificilmente no relacionable
con el Posidón griego posterior). Aparecen teónimos que luego tendrán continuación en época
postmicénica, incluso algunos inesperados como Diwonosijo ( el posterior Dioniso del que los
propios griegos antiguos estaban convencidos que era un Dios intruso proviniente de Tracia)
junto a otros para los que no hay el menor paralelo postrnicénico.
Estas equivalencias, que en algunos casos resultan confusas han sesgado la investigación
sobre la religión micénica, que se ha interpretado en demasiadas ocasiones desde una
perspectiva medio milenio posterior (con los ojos de la teología homérica y posthomérica).
Nada permite pensar que los Dioses micénicos de nombre semejante a los testificados con
posterioridad tengan las mismas atribuciones. Diwo difícilmente tendría la posición de la que
goza Zeus en el panteón aristocrático homérico, lo mismo que los nobles del siglo VIII a.e.
tenían una posición social, una ideología y unos intereses bien diferentes de los de los reyes
que presidían el sistema palacial en cada uno de los territorios micénicos. Podemos hipotetizar
que estos monarcas tendrían un estatus más parecido al de sus vecinos orientales,
comparable con el de los soberanos en las sociedades originales, aunque, en realidad, no
tenemos testificación segura que lo avale. Tampoco la investigación ha sido capaz de
determinar la importancia e influencia de los sacerdotes, que testifican las tablillas pero cuyas
competencias resultan oscuras.
La primera religión griega presenta, por tanto, grandes indeterminaciones que provienen del
material documental con el que se cuenta para su estudio, pero sirve para ilustrar cómo un
avance en el estudio de la cultura material ( como es el desciframiento de una escritura)
puede modificar radicalmente una visión cimentada en el trabajo de generaciones de
estudiosos.
Conscientes por tanto de estos problemas de método y percepción pero dependientes de una
documentación que privilegia el conocimiento de esta etapa pasaremos a revisar algunos
aspectos (y de modo sintético) de la religión que tiene su marco principal de desarrollo en la
polis.
Los poemas homéricos desarrollan una teología que infuirá profundamente en la especulación
posterior; dado que se convirtieron en obras aceptadas por todos los griegos, conocidas y
aprendidas desde la infancia y que sirvieron para homogeneizar las creencias en un mundo
que con el desarrollo de las ciudades ( convertidas en centros rituales independientes) tendía
a potenciar la variabilidad ideológica local. Además, las narraciones heroicas del pasado
marcaban las pautas de comportamiento diferencial de la élite griega, que se decía entroncar
con estos héroes indiscutibles (mejores sin duda que los hombres del presente) gracias a
intrincadas genealogías en las que se complacían especialmente.
Los poemas de Hesíodo, por su parte, sin llegar a tener la enorme influencia de las obras
homéricas, presentan un carácter sistemático que también sirvió de guía para la teología
posterior. Resulta especialmente interesante su obra Teogonía que narra la genealogía de los
Dioses ( desde el caos a las divinidades que rigen el mundo presente pasando por las
generaciones destronadas de Dioses del pasado ); por su parte Los trabajos y días i lustra las
creencias campesinas y expone mitos de gran interés, como el de las razas. Esta narración
antropogónica es especialmente ilustrativa: los hombres del presente son una raza
degenerada, la de hierro, la última de una serie que fue decayendo desde la de oro (reflejo de
la utopía en la que la naturaleza ofrece sus productos de modo espontáneo ), cercana a los
Dioses, pasando por la de plata y la de bronce y solo recuperando algo de su esplendor con la
raza de los héroes. Este relato tiene paralelos orientales (incluso bíblicos como Daniel 2,31
ss.) pero también indoeuropeos (Mahabharata III, 12,826), aunque lo específico hesiódico es
la presencia entre las razas metálicas de la de los héroes, en cuyas acciones y líneas de
sangre, como ya vimos, se reconocía la élite.
Lo característico de estos primeros testimonios griegos es que los creadores de la teología, los
sistematizadores del corpus de creencias, son poetas inspirados (imaginariamente por las
Musas ), no sacerdotes; conforman una religión artificial muy directamente relacionada con la
ideología de los grupos sociales a los que están dirigidas estas obras.
La libertad que potenció entre los griegos la inexistencia de un dogma obligatorio sancionado
por un sistema eclesiástico creó un mundo religioso diverso y abigarrado cuya complejidad
solamente intuimos en la documentación incompleta que poseemos; los grupos de índole
religiosa que actuaban más allá de la religión oficial de las ciudades fueron muchos, aunque no
pasaron de ser minoritarios (a pesar de su gran creatividad); la gran mayoría de los griegos se
sentían vinculados a sus divinidades y ritos ciudadanos, cuya característica más notoria era
que potenciaban la solidaridad grupal.
La fiesta es el marco en el que la identificación del grupo se refleja de modo más diáfano, pero
también donde se testifican una serie de prácticas que buscan re equilibrar la sociedad por
medio del reparto. En el mundo centrado en la polis, que define el arcaísmo y el clasicismo
griegos (siglos VIII a IV a.e. ) en la fiesta participan solamente los miembros de la ciudad (si
hay extranjeros tienen puestos secundarios, salvo que tengan un estatus y unos lazos de
amistad con ciudadanos preeminentes que les permita acceder a un puesto destacado );
además la fiesta es el pretexto ritual (religioso) para socializar excedentes acumulados por el
estado o particulares sin que se genere un débito por parte de los grupos receptores respecto
de los dadores (ya que es la divinidad la que preside y por tanto a la que se debe el
reconocimiento imaginario por lo consumido ). Las ciudades griegas cargaban sus calendarios
rituales de fiestas, cuya ubicación variaba mucho de unas a otras (incluso entre las que tienen
idéntica denominación); conocemos bien el caso ateniense en el que los días dedicados a
festividades superaban el medio centenar al año.
Las fiestas tenían una serie de fases (procesiones, agones, comidas rituales) jalonadas de
prácticas diseñadas para cohesionar al grupo social. La procesión era el espejo en el que se
mostraba y miraba la ciudad; los ciudadanos enmarcados en grupos significativos (notables,
jóvenes cumpliendo el servicio militar, jóvenes casaderas -que tenían pocas oportunidades de
ser admiradas e incluidas en estrategias matrimoniales-) se jerarquizaban y mostraban su
cohesión ante los hombres, pero imaginariamente también ante la divinidad a la que se
dedicaba la fiesta. La procesión, además, marca el territorio ritual de la ciudad, socializando e
identificando el entorno y poniendo de manifiesto la jerarquización de la periferia respecto del
centro. Un ejemplo diáfano lo ofrece la instauración de los pequeños misterios, que se
incluyen en el ritual de los misterios de Eleusis como una fase en la que se desarrolla una
procesión entre Atenas y Eleusis. De este modo Atenas, la ciudad principal, que ejerce el
dominio político sobre Eleusis (una pequeña ciudad que, no obstante, era un emplazamiento
cultural de primer orden, muy prestigioso y hasta ese momento semi-autónomo) deja
claramente establecida la vinculación religiosa.
c) Dioses y héroes
Las ciudades consolidan su identidad por medio del culto de divinidades que estiman
protectoras especiales. Un caso ejemplar lo ofrece Atenas con su divinidad políada (propia de
la ciudad) que es además homónima, Atenea. Su templo, el Partenón, es el símbolo de la
ciudad, su fiesta principal, las Panateneas,el espejo en el que la ciudad se muestra ante las
demás (una identificación que se refleja en la iconografía, por ejemplo en las esculturas del
Partenón). La divinidad simboliza la fuerza y la majestad de Atenas, y los templos son el modo
de materializarlo; la imagen de la Piosa o su símbolo (la lechuza) aparece en las monedas, su
nombre encabeza los pactos y tratados: la identidad de Atenas es su Diosa. Cada ciudad tiene
su divinidad políada, su mitología propia, su teología, sus cultos que explican el mundo en una
clave en la, que ella es el centro. Esta tendencia centrífuga de la teología griega se mitigó
gracias a las especulaciones de los primeros poetas que, a la par que antropomorfizaron de
modo radical a los Dioses, los ubicaron en panteones y agrupamientos comúnmente admitidos
por cualquier griego. Los doce Dioses del Olimpo forman el conjunto principal, que se organiza
como una familia, bajo el liderazgo de Zeus.
La diversidad local es aún más evidente en los relatos heroicos: frente a figuras aceptadas de
modo común, como Heracles, otras identifican a ciudades, territorios o incluso familias
aristocráticas que se dicen descender de ellas. Los relatos podían ser muy dispares entre unas
zonas y otras, incluso al plasmar un mismo episodio; quede el ejemplo del rey Minos,
soberano mítico de Creta, que en Atenas era visto como un tirano, colmo de la injusticia (de
cuyo yugo tributario liberó Teseo a los atenienses al matar al Minotauro) mientras que otras
tradiciones le hacían un rey tan justo que tras su muerte se convirtió en juez infernal.
En el caso de los cultos la ciudad tendía, como vimos, a generar un universo cerrado del que
quedaban excluidos no solamente los extranjeros sino incluso los demás griegos. Esta
tendencia a la disolución de las características comunes por la potenciación de las identidades
particulares se vió contrarrestada por la contratendencia a instaurar cultos panhelénicos.
Comunes a todos los griegos, instaurados para mitigar las tendencias agresivas intercívicas e
interterritoriales, se pueden dividir en tres tipos: panegirias, anfictionías y oráculos.
Los oráculos se convierten en un medio de dirimir las relaciones interestatales por medio del
arbitraje; a la autoridad superior de la divinidad expresada por ejemplo en Delfos por boca de
su sacerdotisa (la Pitia) se le pedía que zanjase situaciones críticas que no tenían solución en
el marco institucional de la polis. El más famoso oráculo griego, el de Apolo en Delfos recibía
consultas muy diversas (tanto de índole privada -con mucho las más numerosas- como
pública), era un lugar de intercambio de información entre griegos de todo el orbe; sus
sacerdotes, que se encargaban de interpretar la voluntad de Apolo materializada en los
desvaríos de la Pitia en estado de trance, estaban en posición de dar directrices innovadoras
(por ejemplo en la colonización griega al poseer un conocimiento geográfico acrecentado por
los relatos de marinos que agradecían a Apolo sus éxitos) pero en numerosas ocasiones
formularon profecías sesgadas, fruto de sobornos lo que terminó por desprestigiar al oráculo.
«Había entre ellos un hombre de extraordinario conocimiento, dominador, más que ninguno,
de todo tipo de técnicas de sabiduría que había adquirido un inmenso tesoro en su diafragma;
cuando ponía en tensión toda la fuerza de su diafragma, sin esfuerzo alcanzaba a visualizar en
detalle las cosas de diez o veinte generaciones de hombres» (Diógenes Laercio 8,54).
Se trata de un método de control respiratorio que le llevaba a ser consciente de sus anteriores
reencarnaciones y que parece bastante semejante al pranayama h indú. Platón, por su parte,
utilizaba una técnica que parece menos directamente fisiológ¡ca:
Por medio de la anámnesis, Platón aseguraba que se podía acceder de modo instantáneo a la
sabiduría, ya que los hombres son seres celestiales que gracias a la filosofía pueden recordar
lo aprendido en los mundos divinos.
La ciudad ofrecía un marco religioso oficial que si bien cumplía correctamente las finalidades
de cohesionar el grupo no tenía suficientemente en cuenta otros aspectos (más personales) de
la religión.Pero a la par, al no existir en las ciudades griegas un sacerdocio que detentase la
ortodoxia, la libertad en las opciones privadas fue grande. Proliferaron vías muy variadas de
acceso al mundo sobrenatural, grupos de místicos visionarios, como los órficos o los
dionisíacos pero a la par también grupos de escépticos respecto de la religión, que ponían en
en tela de juicio la existencia de los Dioses concibiéndolos como creaciones del hombre.
Unos proponían una cosmogonía completamente diferente a la tradicional o una vía extática
cimentada en la ingestión de sustancias psicodélicas en las que imaginaban que radicaba la
divinidad (Dioniso ) que los poseía ( era la manía). Creían incluso poder dominar a la inefable
muerte, gracias a letanías e itinerarios para el más allá, y no sólo mantener la «vida» sino
incluso acceder a la apoteósis (la conversión en Dios) como ejemplifican estas laminillas con la
que se enterraron algunos adeptos órficodionisiacos:
«Pero apenas el alma haya abandonado la luz del sol ve a la derecha ...observándolo todo de
un modo correcto. Alégrate tu que has sufrido el sufrimiento, esto no lo habías sufrido antes.
De hombre naciste Dios, cabrito caíste en la leche. Alégrate, alégrate, tomando el camino de
la derecha hacia las praderas sagradas y los bosques de Perséfone» (Turio 4).
«Acabas de morir y acabas de nacer, tres veces venturoso en este día. Di a Perséfone (la
señora del inframundo) que el propio Baquio (Dioniso ) te liberó. Toro, te precipitaste en la
leche, rápido te precipitaste en la leche, carnero, caíste en la leche. Tienes vino, honra
dichosa; bajo tierra te esperan los mismos ritos que a los demás felices» (Pelina). Junto al
surgimiento entre grupos de iniciados de la certeza en una divinización (en la capacidad de
algunos hombres para acceder por su propio esfuerzo al estatus de dioses), junto a la
experimentación de estados extáticos por parte de los místicos, surgieron también los críticos
que minaron la certeza en la realidad de los Dioses.
El primer paso se rastrea en la relativización que planteó Jenófanes en los siguientes términos:
«Pero si los bueyes y leones tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como
los hombres dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus cuerpos ...los bueyes
semejantes a los bueyes tal como si tuvieran la figura correspondiente» (21 B 15 D/K tomado
de Clemente Stromateis V, 110).
«Los etíopes dicen que sus dioses son de nariz chata y negros; los tracios que tienen ojos
azules y pelo rojizo» (21 B 16 D/K tomado de Clemente Stromateis VIII, 22).
Pero el paso más radical lo plantearon algunos pensadores de la época clásica: los hombres no
antropomorfizan a los dioses sino que los han inventado. Así Pródico de Ceos planteaba que se
divinizaron las cosas útiles para el hombre:
«Escribió Pródico que las cosas que nos alimentan y nos son útiles fueron las primeras en ser
consideradas dioses y honradas como tales y después de ellas los inventores del alimento y
del cobijo y de otras artes prácticas tales como Demeter, Dioniso... (tomado de Filodemo, De
la piedad 9).Critias expone los argumentos de modo más elaborado en un drama satírico o
tragedia de nombre Sísifo que se le ha atribuido (43 F 19 Snell, otros lo hacen obra de
Eurípides ): los dioses son un invento para mejor controlar a los hombres por parte de los
gobernantes que así consiguen una sanción a sus decisiones:
«Entonces, como las leyes impedían que los hombres cometiesen acciones violentas en
público, pero continuaban cometiéndolas en secreto, creo que un hombre sagaz y sutilmente
introdujo en los hombres el miedo a los dioses, para que pudiera haber algo que asustara a los
malvados aún cuando a escondidas actuasen, hablasen o pensasen alguna cosa. Por este
motivo ínventó la concepción de la divinidad. Existe, dijo, un espíritu que disfruta de una vida
eterna, que oye y que ve con su mente, que lo sabe todo y todo lo domina, poseedor de una
naturaleza divina. El oirá todo lo que se hable entre los hombres y podrá ver todo lo que se
haga. Aunque se trame algo malo en silencio, no pasará desapercibido a los dioses, dada su
inteligencia ... Con tales temores engañó a los hombres, y de esta forma, con su bello relato,
inventó la divinidad y la situó en un lugar adecuado, y acabó con la anarquía mediante sus
leyes. ..creo que fue de esta manera como al principio alguien persuadió a los hombres para
que creyesen en el linaje de los dioses» .
Este ateísmo del gobernante lo destaca como nefasto Platón (Leyes 908 b-e) que diferenciados
tipos, el ateo contenido y moral y el amoral. Los que pertenecen a este segundo grupo «se
caracterizan por la falta de control en los placeres ...así como una poderosa memoria y aguda
inteligencia. ..de la clase de hombres de donde a veces surgen los tiranos, los demagogos, los
generales ...y los llamados sofistas»
Estas ideas, que no debieron de resultar excepcionales entre los dirigentes de algunas
ciudades griegas desde finales del siglo V a.e., ilustran la quiebra de la mentalidad religiosa
cívica ya que ciertos individuos podían sentirse por encima de ella (como ocurrirá con los reyes
en la época helenística).
3) La religión helenística
El modelo oriental permeó la religión griega y comenzó a darse culto a los soberanos, que en
algunos casos (Egipto es ejemplar) se presentan con los mismos atributos que los monarcas
anteriores (los reyes griegos de Egipto realizan incluso matri
monios incestuosos con sus hermanas ), son la cúspide de la pirámide de poder y asumen en
cierto modo las prerrogativas religiosas de identificación que antes desempeñaban las
divinidades políadas. Como vimos que planteaba Critias, pero de un modo ya
institucionalizado, los reyes emplean la divinización en vida como un instrumento de control
político e ideológico (con Platón podríamos dudar si no se trataba en última instancia de
ateos).
La transformación del papel antes nuclear de la polis potenció el crecimiento de cultos que
hasta ese momento habían tenido un estatus algo marginal, como las cofradías organizadas y
jerarquizadas según criterios diferentes de los que regían en la ciudad (proliferan las
asociaciones dionisiacas, por ejemplo). La cohesión cívica y los cultos comunitarios pierden en
gran medida su razón de ser ya que la nueya cohesión la encarna el soberano; se desarrolla
en mayor medida una religión no política, de índole personal y privada (como el culto al Dios
sanador Esculapio) que tiene su reflejo en las promesas de salvación de los cultos mistéricos
que dicen enseñar a alcanzar un mejor más allá a sus seguidores. Junto a los grupos místicos
anteriores (órficos, pitagóricos, dionisiacos, eleusinos) surgen nuevos cultos mistéricos de
origen oriental (misterios de Mitra -dios iranio- de Cibeles -diosa anatolia- de Isis -diosa
egipcia-).
Se instaura una religión mestiza y de síntesis que incluye cultos, prácticas, mitos y ritos de
muy diversos orígenes (se desarrolla la magia, la astrología, el hermetismo) conformando una
diversidad de opciones personales que ilustran una ideología religiosa cada vez más
cosmopolita. Al tratarse de un mundo de límites estallados (desde la India a la Península
Ibérica), caracterizado en última instancia por una enorme diversidad, los desarrollos locales
dificultan cualquier síntesis rápida. En los límites de la India la religión griega se vio influida
por el budismo y otras religiones de sus vecinos, lo mismo que en Egipto nacían cultos
sincréticos en los que la religión ancestral egipcia se mezclaba con la de la élite griega. A su
vez la religión de los griegos impactaba en la de algunos de sus vecinos (por ejemplo en
Occidente entre romanos o incluso cartagineses ) potenciando modos interpretativos
convergentes. En la época helenística los productos ideológicos griegos (y también la religión),
aunque puntualmente adaptados y modificados, se convirtieron en lenguajes de consenso
frente a la diversidad. Este papel «cultural» de la religión griega, plasmada en el arte o los
motivos mitológicos ha resultado poseer una enorme resistencia y sigue (aunque cada vez en
menor medida) presente en nuestro mundo actual en palabras e imágenes que convierten en
ocasiones al pasado en referencia insoslayable del presente.
Para el estudio de la religión griega en general se cuenta con dos instrumentos privilegiados
como son la revista Kernos (Atenas-Lieja I, 1988 ss. con referencia a las novedades
bibliográficas) y la base de datos Mentor, Guide bibliographique de la religion grecque, Lieja,
1992 (versión libro A. Motte y otros, eds. ). En español se pueden consultar las excelentes
introducciones de L. Gemet y A. Boulanger, El genio griego en la religión, México, 1960 (París,
1932), J. P. Vemant, Mito y religión en la Grecia antigua, Barcelona, 1991 (traducción de la
contribución a la Enciclopedia of Religion) o F. Vian en H. C. Puech ( ed. ) Historia de las
religiones siglo XXI, II, 238-347 ; también J. García López, La religión griega, Madrid, 1975.
La obra monumental sigue siendo M. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, Munich, 2
vols. 1961-1967 (1941-1950) y la más aprovechable y puesta al día la de W. Burkert Greek
Religion, Harvard, 1985 (Stuttgart, 1977) (con bibliografía). Más recientes e introductorios L.
Bruit y P. Schmitt, La religion grecque, París, 1989 y P . Scarpi y G. Sfameni Gasparro en G.
Filoramo ( ed. ) Storia delle religioni, Le religioni antiche, 265-330 y 409-454; también I.
Chirassi, La religione in Grecia, Roma 1983; U. Bianchi, La religione greca, Turín 1962; P. E.
Easterling/J. V. Muir ( eds. ) Greek Religion and Society, Cambridge, 1985; E. des Places, La
religion grecque, París 1969; A. J. Festugiere, La religion grecque, París 1944. Son destacables
las contribuciones traducidas al español de L. Gernet (Antropología de la Grecia antigua,
Madrid, 1980, París, 1968); J. P. Vemant (por ejemplo Mito y pensamiento en la Grecia
antigua, Barcelona, 1983, París, 1965; Mito y sociedad en la Grecia antigua, Madrid, 1983,
París, 1974) o P. Vidal-Naquet (Formas de pensamiento y formas de sociedad en el mundo
griego, Barcelona, 1983, París, 1981). También E. R. Dodds, Los griegos y lo irracional,
Madrid, 1960 (Berkeley, 1951) o los discutibles W. F. Otto, Los dioses de Grecia, Buenos Aires,
1973 (Francfort, 1961 ) o O. Sissa y M. Detienne, La vida cotidiana de los dioses griegos,
Madrid, 1994 (París, 1989). La religión de la Grecia en la edad del bronce ha sido planteada de
un modo sistemático (aunque puntualmente superado) por M. P. Nilsson, The
Minoan-Mycenaean Religion, Lund, 2a ed., 1950 y por C. Picard, Les religions
préhelléniques, París, 1948. La religión micénica se analiza de modo muy lúcido en A. Brelich
«Religión micénica: observaciones metodológicas» en M. Marazzi, La sociedad micénica,
Madrid, 1982 (Milán, 1980), 205ss. también M. Gérard Rousseau, Les mentions religieuses
dans les tablettes mycéniennes, Roma, 1968; O. Mylonas, Mycenaean Religion, Atenas, 1977 o
B. Dieterich, The Origins of Greek Religion, Berlín-Nueva York, 1974.
Sobre la religión política hay que citar especialmente A.A. V. V. Religione e citta nel mondo
antico. Convegllo di Bressanone 1981, Roma 1984. Sobre la religión popular: M. P. Nilsson,
Greek Folk Religion, Nueva York, 1940; E.R. Dodds «The Religion of the Ordinary Man in
Classical Greece» The Ancient Concept of Progress and other Essays, Oxford, 1973,140-155;
J. D. Mikalson, Athenian Popular Religion N. Carolina, 1983. Para el vocabulario sagrado: J.
Rudhardt, Notions fondamentales de la pensée religieuse et actes constitutifs du culte dans la
Gréce ancienne, Oinebra 1958. Sobre la fiesta en Grecia y sus diversas modalidades: L.
Deubner, Attische Feste, Leipzig, 1932; H. W .Parke, Festivals of the Athenians, Londres,
1977; E. Simon, Festivals of Attica, Wisconsin, 1983. Sobre el agon, tanto en el contexto de la
fiesta como en general: K. Meuli, Die griechische Agon, Munich, 1968 (la ed. 1926); A. Brelich,
Guerre, agoni e culti nella Grecia arcaica, Roma, 1961. Sobre el sacrificio en el contexto de la
fiesta: C. Orotanelli/N .Parise ( eds. ) Sacrificio e scieitá nel mondo antico, Roma, 1988; J. L.
Durand, Sacrifice et labour en Grece ancienne, París, 1986; M. Detienne/J. P. Vernant (eds.)
La cuisine du sacrifice en pays grec, París, 1979; O. Berthiaume, Les róles du mageiros.
Etudes sur la boucherie, la cuisine el le sacrifice dans la Grèce ancienne, Leiden, 1982. Sobre
los ritos catárticos y el concepto griego de miasma: R. Parker, Miasma. Pollution and
Purification in Early Creek religion, Oxford, 1983 (hay ed. nueva); O. Moulinier, Le pur el
l'impur dans la pensée des grecs, París, 1950. Sobre los ritos iniciáticos en Grecia, tanto
masculinos como femeninos: A. Brelich, Paides e Parthenoi, Roma, 1969; H. Jeanmaire, Couroi
el Couretes. Essai sur l'education spartiate el les rites d'adolescence dans l'antiquité
hellénique, Lille, 1939; P. Brulé, La fille d'Athenes, París, 1987; C. Sourvinou-Inwood, Studies
in Girl's Transitions: Aspects of the Arkteia and Aqe Representations in Attic Iconography,
Oxford, 1988. Sobre los santuarios y su importancia en el surgimiento de la polis: E. de
Polignac, La naissance de la cité grecque. Cultes, es paces el société VIIIe- VIIe s. av. J C. ,
París, 1984; M. Sordi (ed.) Santuari e politica nel mondo antico, Milán 1983; M. Delcourt, Les
grands sanctuaires de la Grèce antique, París 1947. Sobre los cultos panhelénicos existen
muchos trabajos puntuales; sobre las anfictionías y en general los lugares de culto es preciso
referirse aún al clásico: L. R. Farnell, The Cults of Greek States, Oxford 5 vols. 1896-1909.
Sobre los oráculos y sus implicaciones políticas: M. P. Nilsson, Cults, Mythm, Oracles and
Politics in Ancient Greece, Lund, 1951; R. Flaceliere, Devins et oracles grecs, París, 1961; M.
Delcourt, L 'oracle de Delphes, París, 1965; J. P. Vernant (ed.) Divination et rationalité, París,
1974. Sobre las panegirias: W. J. Raschke ( ed. ) Archaeology and the Olympics: Olympics
and other Festivals in the Antiquity, Wisconsin, 1988. Las ideas griegas sobre el más allá se
exponen en F. Diez de Velasco, Los caminos de la muerte, Madrid, 1995.