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Comentario Antiguo Testamento Andamio

NÚMEROS

El viaje hacia la tierra prometida

Raymond Brown

PUBLICACIONES ANDAMIO®
C/ Alts Forns nº 68, sót. 1º,
08038 Barcelona.
Tel-Fax: 93/ 432 25 23
E-mail: editorial@publicacionesandamio.com
Publicaciones Andamio es la sección editorial de los Grupos Bíblicos
Unidos de España (G.B.U.).

Libros Desafío
2850 Kalamazoo Ave. SE
Grand Rapids, Michigan 49560-1100
1
Estados Unidos
www.librosdesafio.org

Título original: The Message of Números


© Raymond Brown 2002

All rights reserved. This translation of The Message of Números first published in 2002 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom

“Las citas bíblicas están tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO®
1ª Edición castellano 2010
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

Traducción: Catherine Shepherd


La imagen de portada es una obra de Joan Cots
Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal:

El ISBN Andamio: 978 84 92836 99 4


El ISBN Libros Desafío: 978-1-55883-078-3

— A Él sea la gloria —

Contenido
Prólogo
Prólogo del autor
Bibliografía
Abreviaturas principales
Introducción
PRIMERA PARTE: LA PREPARACIÓN (1:1–10:10)
El pueblo de Dios se prepara (1:1–2:34)
2
Siervos de la comunidad (3:1–4:49)
Mantener limpio el campamento (5:1–31)
Un servicio voluntario a corto plazo (6:1–21)
Riquezas heredadas (6:22–27)
Dar y recibir lo mejor (7:1–89)
Los modelos a seguir de Israel (8:1–26)
La gracia tridimensional (9:1–10:10)
SEGUNDA PARTE: LA PARTIDA (10:11–12:16)
Compartir cosas buenas (10:11–36)
Temas de liderazgo (11:1–35)
Compañeros desleales (12:1–16)
TERCERA PARTE: EN RETROCESO (13:1–14:45)
¿Uvas o gigantes? (13:1–33)
La noche en blanco de Israel (14:1–45)
CUARTA PARTE: LA ESPERA (15:1–25:18)
Cuando Dios habla de nuevo (15:1–41)
Más tensiones en el liderazgo (16:1–50)
Como señal (17:1–18:32)
Los peligros de la contaminación (19:1–22)
Enfrentarse a las crisis (20:1–21:3)
Vida por una mirada (21:4–9)
La marcha a Moab (21:10–35)
Ver por medio del vidente (22:1–24:25)
Una trágica secuela (25:1–18)
QUINTA PARTE: HACIA DELANTE (26:1–36:13)
Enfrentarse a un futuro diferente (26:1–65)
Derechos humanos y mandamientos divinos (27:1–11)
Un estilo de vida de liderazgo (27:12–23)
Variaciones de un tema majestuoso (28:1–29:40)
Mantener promesas e identificar peligros (30:1–31:54)
Destinos alternativos (32:1–42)
Recuerdos y propósitos (33:1–56)
Provisión generosa (34:1–36:13)

Prólogo

3
Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su

4
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de no usar nunca un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Y no son pocos los que se
decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido, una vez más, que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que, en un lenguaje bastante técnico, intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio, hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir estos dos tipos de comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea, de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les malentienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, donde la complejidad se confunde con la erudición…
5
Basta leer los antiguos comentarios, para ver cómo es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Los que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de
aplicación alguna. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros
autores protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos, alguna
que tratan con más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que
algunos comentarios evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es, por lo tanto, refrescante encontrarse con una serie de comentarios como esta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección, pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores, como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
6
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

7
Prólogo del autor
William Tyndale, como exiliado forzoso, luchó para conseguir que los ingleses
dispusieran de todas las Escrituras. Mientras se introducían clandestinamente copias
recién impresas de su Nuevo Testamento en su país natal, dedicó su aguda mente al
Antiguo Testamento. Dominaba el hebreo bíblico, una habilidad poco común en el siglo
XVI, y se lanzó a traducir el Pentateuco. Los prólogos de cada uno de sus cinco libros
revelan su pasión por aplicar el mensaje de las Escrituras a los asuntos contemporáneos
de su época. El que introduce Números relaciona la enseñanza de este libro con algunas
de las distracciones espirituales perjudiciales de la época y mantiene la convicción de
que el libro aún se aplica a las necesidades cotidianas de las personas. La generación del
desierto intentó tercamente dirigir su vida sin “la ayuda de la fe en las promesas de
Dios”. Estaremos pisando tierra más firme si “no hacemos nada que no podamos
justificar con las palabras de Dios”. Al principio de un nuevo milenio, nosotros también
nos encontramos en medio de un peregrinaje, con recursos infinitamente más grandes
que los que tenían los viajeros israelitas. Dios les proveyó ayuda milagrosa, pero en
Cristo nosotros “estamos en la luz del día y… aquel que se nos prometió vendría a
bendecirnos ya ha venido y ha derramado su sangre por nosotros… y en él lo tenemos
todo”.
Más tarde, Tyndale fue encarcelado, pero continuó su trabajo. Pidió a sus captores
que, como se aproximaba el invierno, pudiera disponer de su ropa de más abrigo y de
“una lámpara por la noche; se hace muy cansado estar solo en la oscuridad”. Pero,
“sobre todo”, les pidió que pudiera tener su Biblia en hebreo, su diccionario y su
gramática, “para que pueda pasar el tiempo estudiando”. Consiguió un progreso
excelente, pero al año siguiente fue ejecutado. Es un inmenso privilegio poder leer un
libro bíblico en nuestro propio idioma, obtenido a costa de un gran precio; poder
discernir su relevancia en los asuntos de nuestros tiempos es una responsabilidad
enriquecedora.
Como parte de mi propia preparación, he llevado a cabo una exposición de varios
pasajes en unas conferencias de estudio los fines de semana, semanas de la Biblia y
convenciones. He valorado especialmente la oportunidad de hacerlo con mis amigos de
la Convención Portstewart en Irlanda del Norte, y durante una semana memorable en la
Convención Seoul “Keswick”, donde mi mujer y yo apreciamos grandemente la bondad
del Dr. Myung H. Kim y los cariñosos miembros del comité de la Comunidad Evangélica
de Corea.
También estoy en deuda con algunas personas especiales: Peter Jamieson, por su
pericia en temas informáticos; el Dr. Alec Motyer, por sus comentarios tan útiles; Colin

8
Duriez y sus compañeros de IVP por sus habilidades editoriales; y mi mujer, Christine,
por su ánimo y su cariño durante mi ministerio de escritor durante mi “jubilación”, y
por su ayuda práctica con este manuscrito en particular.
Raymond Brown

Bibliografía
Comentarios
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(Grand Rapids: Zondervan, 1990), págs. 657–1008.
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Calvin, J., Commentaries on the Last Four Books of Moses… in the Form of a Harmony, 4
vol. (Edimburgo: Calvin Translation Society, 1852–55).
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Commentary Series (Darlington: Evangelical Press, 1992).
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(Louisville, KY: John Knox, 1996).
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(Edimburgo: Handsel, 1994).
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Snaith, N. H., “Numbers”, en Peake’s Commentary on the Bible, ed. M. Black y H. H.
Rowley (Londres: Nelson, 1962), págs. 254–268.
———, Leviticus and Numbers, New Century Bible (Londres: Nelson, 1967).
Sturdy, J., Numbers, The Cambridge Bible Commentary (Cambridge: Cambridge
University Press, 1976).
Thompson, J. A., “Numbers”, en New Bible Commentary Revised, ed. D. Guthrie y J. A.
Motyer (Leicester: IVP, 1970), págs. 168–200.
Wenham, G. J., Numbers, Tyndale Old Testament Commentaries (Leicester: IVP, 1981).

Otras obras
Baker, D. W. y B. T. Arnold (ed.), The Face of Old Testament Studies: A Survey of
Contemporary Approaches (Leicester: Apollos, 1999).
Clines, D. J. A., The Theme of the Pentateuch, JSOT Supplement Serie 10 (Sheffield:
Sheffield Academic Press, 2ª ed., 1997).
Currid, J. D., Ancient Egypt and the Old Testament (Grand Rapids, MI: Baker, 1997).
Douglas, M., In the Wilderness: The Doctrine of Defilement in the Book of Numbers, JSOT
Supplement Series 158 (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1993).
———, Purity and Danger (Londres: Routledge y Kegan Paul, 1966).
Gorman, F. H., The Ideology of Ritual, JSOT Supplement Series 91 (Sheffield: Sheffield
Academic Press, 1990).
10
Gregorio de Niza, The Life of Moses, trad. con introducción y notas de A. S. Malherbe y
E. Ferguson (Nueva York: Paulist, 1978).
Jensen, I. L., Numbers: Journey to God’s Rest-Land (Chicago, IL: Moody, 1964).
Jenson, P. P., Graded Holiness: A Key to the Priestly Conception of the World, JSOT
(Supplement Serie 106 (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1992).
Kidner, D., Understanding the Old Testament: Leviticus, Numbers, Deuteronomy
(Londres: Scripture Union, 1971).
Olson, D. T., The Death of the Old and the Birth of the New: The Framework of the Book
of Numbers and the Pentateuch, Brown Judaic Studies 71 (Chico, CA: Scholars,
1985).
Orígenes, Homilía 27 en Números, en Origen, trad. R. A. Greer, Classics of Western
Spirituality (Londres: SPCK, 1979).
Wenham, G. J., Numbers, Old Testament Guides (Sheffield: Sheffield Academic Press,
1997).

Abreviaturas principales
ANET Ancient Near Eastern Texts, ed. J. B. Pritchard, 3ª edición (Princeton:
Princeton University Press, 1969).
JSOT Journal for the Study of the Old Testament.
NBD New Bible Dictionary, ed. I. H. Marshall et al., 3ª edición (Leicester: IVP,
1996).
NIDOTTE New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis,
ed. W. A. VanGemeren, 5 vol. (Carlisle: Paternoster, 1996).
NIV The New International Version of the Bible (NT, 1961, segunda edición
1970; AT, 1970).
NKJV The New King James Version of the Bible (AT 1982; NT 1979).
RSV The Revised Standard Version of the Bible (NT, 1946; segunda edición,
1971; AT, 1952).

Introducción
Si hubiera un concurso sobre el “libro favorito de la Biblia”, seguro que Números no

11
ocuparía las primeras posiciones. Tiene listas aburridas, estadísticas sobre las tribus,
archivos de comunidad, condiciones legales, formalidades ceremoniales, obligaciones
de los sacerdotes y leyes antiguas, intercalados con historias desalentadoras sobre crisis
de liderazgo, envidia familiar, descontento general, incredulidad y rebelión recurrente
e, incluso, apostasía. Un predicador cristiano del siglo III pronto descubrió que otros no
solían compartir su entusiasmo por su mensaje: “si se lee el libro de Números, el oyente
juzgará que no ofrece nada… como remedio a su debilidad o beneficio para la salvación
de su alma”. Si Orígenes percibió que, al oír tales pasajes, las personas de su entorno
“los rechazaban y escupían”, desestimando una comida “pesada y onerosa”, ¿cómo lo
aceptarán nuestros contemporáneos?
Vivimos en un mundo infinitamente distinto, que se mueve a toda velocidad, con
tecnología increíble, instalaciones accesibles y recursos ilimitados. ¿Cómo la historia de
una migración israelita innecesariamente pospuesta a nuestra vida afecta como
cristianos a principios de un nuevo milenio? Empecemos considerando la importancia,
el título, el contenido, la recopilación y autoría, y la relevancia del libro.

Importancia
El libro de Números no es una unidad literaria aislada que se pueda descartar o
marginar según convenga a causa de su contenido inicialmente prohibitivo; ignoramos
una parte en detrimento de la otra. Números está íntimamente conectado con los
libros qu le acompañan, con los acontecimientos que se describen gráficamente en
Éxodo, los detalles de sacrificios y sacerdotes de Levítico4, y el mensaje de
Deuteronomio, por no mencionar la literatura posterior del Antiguo Testamento. Sus
narrativas y legislación se recuerdan en su historia más temprana6 y más tardía, en la
adoración en el templo8 y en la predicación profética.
El mensaje de Números no sólo era significativo para las personas del Antiguo
Testamento, sino que también era importante para Jesús. ¿Se deben atrever los
cristianos a ignorar un libro que le importaba a él? Jesús tenía en la mente a menudo las
historias y las enseñanzas de cada uno de los cinco primeros libros de las Escrituras (el
Pentateuco) y ocupaban un lugar destacado en su mensaje. Dirigía la atención de sus
contemporáneos a las verdades que se le confiaron a Moisés,11 al igual que Pablo y el
autor de la carta a los Hebreos.13 Cuando quería ilustrar la eficacia de su muerte
redentora, el libro de Números (21:4–9) proporcionaba a Jesús una historia adecuada, y
hay ecos de su enseñanza en las referencias que hace a la restitución (5:7), los flecos de
los vestidos (15:38), el día de reposo (28:9–10), el ayuno (29:7) y los votos (30:2). El
mensaje del “buen pastor”20 incluso podría recordar a una historia de “subpastor” en
este libro (27:15–17).
Además, varios escritores del Nuevo Testamento realizan un uso directo de este
libro para explicar, interpretar y ampliar su mensaje. Cuando Pablo escribió a los
creyentes de Corinto, algunos de los cuales habían sido liberados de una vida llena de
crímenes, inmoralidad y libertinaje, utilizó el libro de Números como ilustración
adecuada. Mantenía que las historias de Números eran sorprendentemente relevantes
12
para recién convertidos, que sufrían fuertes tentaciones en un puerto marítimo
moralmente decadente del primer siglo. Las narraciones que hay en el libro de
Números ilustran la convicción que tiene de que estas historias “fueron escritas como
enseñanza para nosotros… Por tanto… tenga cuidado, no sea que caiga”.
Otras cartas del Nuevo Testamento también hacen especial referencia a Números.
Judas, Pedro, Juan y el autor de Hebreos utilizan las enseñanzas de este libro como
parte de su deseo de ayudar a los cristianos que estaban expuestos a numerosos
peligros morales en una sociedad pagana.

El título
El título no ha ayudado mucho al libro. Data de los primeros siglos cristianos,
cuando la traducción en griego del Antiguo Testamento (la Septuaginta) denominó al
libro Arithmoi. Cuando San Jerónimo preparó su influyente traducción al latín más
adelante, la Vulgata, lo llamó Numeri y este título ha pasado a las versiones posteriores.
En tiempos bíblicos, el pueblo israelita aportó dos títulos mejores, sacados del
primer versículo del libro. Algunos lo llamaban “en el desierto”, la octava palabra de
1:1, que describe su contexto histórico. Otros preferían un título que se centrara en el
contenido teológico, la palabra con la que comienza el libro (1:1): “El SEÑOR habló”. Lo
que el Señor dijo a su pueblo e hizo por ellos en el desierto es el contenido principal del
libro.

Contenido
Una de las características distintivas de Números es la increíble variedad de
literatura que se utiliza en su compilación. Incluye una colección diversa de prosa y
poesía, listas de tribus, instrucciones para el campamento, reglas sacerdotales,
calendarios de adoración, documentos sobre viajes, registros militares, historias,
discursos y canciones. Un estudio reciente ha enfatizado que, lejos de ser un
“trastero”25 del Antiguo Testamento, existen claras conexiones entre géneros
aparentemente diferentes en el material que se va desvelando. Mary Douglas cree que
esta “obra de arte literaria” ha “sido construida con mucho cuidado” y que se puede
discernir una “estructura retórica inesperadamente compleja y elegante” en la
presentación literaria final de la historia.27
Antes de comenzar un estudio más detallado de estos capítulos, puede servirnos de
ayuda una panorámica general del contenido. La historia se puede dividir en cinco
secciones desiguales.
La primera, “La preparación” (1:1–10:10), continúa la narración que se empezó en
Éxodo y que describe lo que el Señor les dijo a los israelitas redimidos durante el año
que permanecieron en Sinaí. La segunda sección, “La partida” (10:11–12:16), presenta
las etapas iniciales del viaje, mientras que la sección central, “En retroceso”
(13:1–14:45), narra la mayor tragedia del libro. Aquí, el pueblo se niega a entrar en la
tierra y planean elegir a un líder sustituto que les conduzca de nuevo a la tierra en la
13
que antes vivían en cautiverio. La cuarta sección, “La espera” (15:1–25:18), describe
algunos de los acontecimientos que tuvieron lugar y la enseñanza que recibieron
durante el tiempo de espera obligada que tuvieron que pasar en el desierto. La última
sección, “Hacia delante” (26:1–36:13), documenta las experiencias de la nueva
generación desde el momento del segundo censo hasta la conclusión del libro.

Compilación y autoría
Hasta principios del siglo XIX, se aceptaba generalmente (con considerables
excepciones) que Moisés era el autor de los cinco primeros libros de las Escrituras.
Desde entonces, han surgido visiones radicalmente diferentes que rechazan la autoría
de Moisés y conjeturan que el Pentateuco es obra de editores que utilizaron varias
fuentes literarias, todas ellas derivadas de períodos mucho más tardíos de la historia de
Israel. Esta “hipótesis documental” ha producido un asombroso número de variantes,
pero su idea básica es que cuatro fuentes distintivas, identificadas como J (los siglos X y
IX a.C.), E (el siglo XVIII a.C.), D (principalmente, Deuteronomio, finales de siglo VII a.C.)
y P (Sacerdotal o presbiterial, los siglos VI y V a.C.) se utilizaron para compilar una
historia de los principios de Israel antes de la conquista de Canaán y esta obra literaria
tomó forma posiblemente durante o después del exilio de Babilonia.
Quienes están a favor de esta hipótesis de fuente diacrónica (“a través del tiempo”)
generalmente consideran que buena parte del Pentateuco no es históricamente fiable y
que esta historia combinada de los orígenes de la nación es “ficción ideológica”,
religiosamente informativa para el período en el que se escribió, pero poco más que
reflexiones imaginativas acerca de posibles acontecimientos. Se mantiene que el
propósito principal era inspirador y didáctico: animar y enseñar al pueblo de Israel
mientras intentaban construir una nueva vida en la pisoteada Jerusalén después de su
estancia forzosa en Babilonia.
Hay estudios más recientes sobre el Pentateuco que han sugerido que, aunque
algunas de sus fuentes escritas pertenecían a un período posterior, estas dependían de
tradiciones antiguas, algunas de tiempos de Moisés o anteriores, y varias de ellas puede
que tengan una buena base histórica. La investigación arqueológica y el estudio que
comparan textos contemporáneos antiguos del Oriente Próximo y las costumbres
sociales han ofrecido un cierto apoyo a la fiabilidad del Pentateuco; por ejemplo, las
narrativas patriarcales.
Incluso entre los eruditos convencidos de que la hipótesis documental de JEDP, o
una de las hipótesis que se ha desarrollado a partir de esta, quizás pueda explicar los
orígenes literarios del Pentateuco, hay quienes reconocen que un libro como Números
debe ser estudiado como una obra terminada. La recopilaron personas que no eran
indiferentes a la estructura literaria y merece ser leída y estudiada tal y como la
encontramos ahora, y no como una serie de retales literarios seleccionados al azar, de
autenticidad dudosa.
Esta lectura sincrónica (“al mismo tiempo”) u holística del libro se ha hecho cada vez
más popular e incluye la disciplina de estudiar “la forma del texto en un punto
14
específico en el tiempo” y el debate sobre su “estructura, forma literaria y significado
sin hacer referencia a sus primeras etapas”. Cuando un comentarista se ha aventurado
a trazar la posible fuente de un pasaje en particular del libro, el debate no termina; hay
cuestiones cruciales que permanecen sin respuesta. Esta visión holística se hace
evidente en exposiciones más recientes del libro, como las de Wenham, Olson, Ashley,
Milgrom y Douglas.
Tanto Números (33:2) como su continuación, Deuteronomio, establecen que Moisés
ejerció sus habilidades como escritor para compilar estos libros. Si él escribió algo de
este material, la tradición oral también tuvo un papel importante a la hora de
comunicar fielmente las historias antiguas. En la cultura semítica, su poesía era su
“registro público… a través del cual se recuerdan las genealogías y gloriosas hazañas
que han quedado para la posteridad”. Un erudito alemán observó en persona “los
poderes excepcionales de dos pastores árabes, a quienes escuchó en Kal ‘at el-Hsa,
mientras cantaban las genealogías y las grandes hazañas de su propia tribu y de otras
tribus”.33 A lo largo de muchos siglos, el pueblo del antiguo Oriente Próximo adquirió
habilidades extraordinarias para transmitir fielmente las historias del pasado.
Quizás Moisés se beneficiara de la experiencia de un equipo importante de
ayudantes con talento a la hora de completar un empresa literaria tan enorme. Escogió
personas responsables para elaborar el primer censo (1:16–18) y Harrison mantiene
que estos “administradores literarios… eran los šōterîm (por utilizar su nombre
posterior)”, cuya función era “ayudar a registrar y administrar las decisiones judiciales”.
Estos ayudantes “se comprometerían a escribir todas las decisiones judiciales que se
hicieran” y también a registrar “todos los acontecimientos importantes que tuvieran
lugar durante el período del desierto”. Aunque son conjeturas, es una sugerencia
interesante acerca de los posibles medios por los que un material literario tan
cautivador pueda haber sido fruto del compromiso de Moisés y sus colegas.
Los Evangelios en el Nuevo Testamento mencionan las palabras de Cristo sobre los
“escritos de Moisés”. ¿Jesús y sus contemporáneos estaban simplemente utilizando una
convención literaria, una coletilla tradicional? ¿O realmente estaba el Hijo de Dios, “la
verdad”,36 afirmando su convicción sobre la mente y habilidades que había detrás de la
compilación de estas inspiradas historias de los orígenes de su pueblo?
La postura que se adopta aquí es que las teorías sobre las fuentes son hipótesis sin
probar y que no hay razón firme para dudar de que, con la colaboración de ayudantes
cultos, la figura histórica extremadamente cultivada conocida como Moisés fuera capaz
de componer, coleccionar y editar la mayor parte del Pentateuco como lo conocemos
hoy en día, y utilizando otras fuentes sin duda (por ejemplo: 21:14–15, 27–30;
22:1–24:25). Quizás había otras manos que compartieron la tarea de editar estas
historias. Moisés no registró, por supuesto, los datos de su propia muerte y entierro, y
es poco probable que hubiera escrito el comentario positivo de 12:3. Sin duda, esto fue
obra de contemporáneos igualmente inspirados o editores más tardíos.

Relevancia

15
Una exposición de la narración del Antiguo Testamento se puede desviar fácilmente
de su propósito teocéntrico. La pregunta principal que debemos hacer sobre estas
historias es: “¿Qué revela Dios aquí acerca de sí mismo?” y hemos de considerar la
aplicación y relevancia de su mensaje sobre Dios para el lector del siglo XXI. La
necesidad de ser amados, seguros, libres y limpios es esencial para el ideal de vida
humana.

La necesidad de ser amados


El anhelo de ser deseado es natural para cualquier persona de cualquier siglo.
Somos seres sociales, no estamos diseñados para vivir completamente aislados.
Debemos estar rodeados de personas. Números cuenta la historia de un pueblo al que
se le ha asegurado una y otra vez que Dios les valora y les ama, y es para ellos un
ejemplo del arte de amar y cuidar. Ellos son amados, por lo tanto también deben
amar.39 La lista de tribus con la que comienza el libro recuerda los nombres de los
patriarcas, los bisnietos de Abraham, el padre de su raza. La historia le recalca a un
pueblo privilegiado que son importantes para Dios; son fruto de un milagro de la gracia
de Dios inmerecida, son el objeto de su cuidado especial.
Parece que Números se ocupa más de la ley que del amor, pero ambos conceptos
están inseparablemente unidos, no distanciados. Dios hizo por amor un pacto con ellos,
un acuerdo del que podían depender y por el cual se comprometió a amarlo
eternamente, a cuidarlos y a protegerlos supliendo todas sus necesidades. A cambio,
ellos acordaron amarle exclusivamente y no adorar a otros dioses.42
La historia que se relata en Números es una prueba histórica del amor de Dios. El
amor de Dios es infinitamente más que una doctrina etérea: es práctico, tiene raíces
históricas y demuestra la realidad y la calidad de su compasión por medio del cuidado
de su pueblo, supliendo cada detalle. Incluso anticipa alguno de los peligros que
podrían dañar el amor del uno por el otro, como la rivalidad entre tribus; les dice
exactamente dónde tiene que acampar cada uno y en qué orden deben marchar dentro
de la gran caravana. Provee líderes espirituales para que estén con ellos en momentos
de estrés y ansiedad: sacerdotes compasivos y sus ayudantes. La dirección que promete
para cuando el viaje se haga difícil es otra prueba más de su gran amor. No tienen un
ejército bien entrenado para protegerles, pero, cuando es necesario, el cuidado de Dios
se manifiesta otorgándoles éxito militar (21:1–3, 21–35; 31:1–24). Cuando se juntan
contra ellos enemigos más peligrosos que los soldados paganos (22:1–7), la maldad se
convierte en una bendición divina (23:11–12; Neh. 13:2).
A pesar de que su amor no fue siempre correspondido por la generación que salió
de Egipto, Dios proveyó para sus hijos con amor, los guió hasta la entrada de la tierra
prometida. Este tema de una nueva tierra, una prueba única de su provisión compasiva,
queda destacado en el libro, como es natural, a medida que este enorme pueblo se
dirige hacia ella. Inmediatamente después de la desobediencia rebelde de la antigua
generación, Dios les asegura a los hijos que, aunque sus padres no entren en Canaán,

16
ellos sí lo harán (15:1); en este caso, el castigo por el pecado no pasaría de padres a
hijos.
Nosotros vivimos en una sociedad extrañamente individual y no tenemos estas
relaciones fuertes de las que depender. El matrimonio es algo que se puede desechar
fácilmente. Los padres divorciados, separados o sin casar han pasado un mensaje triste
a sus hijos; estos no están seguros de la fiabilidad del amor humano. El trabajo ya no es
un ambiente social seguro como lo fue para muchos de nuestros padres o abuelos. La
vida de las personas es más cerrada y muchas veces no se hace caso de las necesidades
de los demás; las organizaciones de voluntarios precisan ayudantes urgentemente. Los
partidos políticos tienen dificultades para encontrar personas dedicadas que les
apoyen. Se calcula que un 60% de las personas en Gran Bretaña no pertenece a nada.
En un contexto tan individualizado, se deja a un lado el compromiso firme con la iglesia
local; es más fácil andar de una congregación a otra, anteponiendo las preferencias
personales al compromiso con la membresía en una iglesia. El mensaje de Números es
extremadamente relevante con la seguridad que nos ofrece de que un Dios que ama
nos valora grandemente y nos creó para que viviéramos en comunidad.

La necesidad de ser libres


Dios trata con su pueblo para darle redención. Él conocía el sufrimiento constante
del cautiverio en Egipto y estaba decidido a liberarles de la esclavitud. Números
describe su camino hacia la libertad. Antes de que la comunidad redimida dejara Sinaí,
celebraron su primera Pascua desde que salieron del cautiverio (9:1–5), pero este
pueblo recién liberado pronto descubrió que había diferentes peligros esperando en el
desierto. Dios les protegió de bandoleros que merodeaban por el lugar, pero había
enemigos aún más siniestros: los adversarios interiores como la insatisfacción y el
descontento (11:1–9), la amargura y la envidia (12:1–2), el miedo y la incredulidad
(13:31–14:4), la arrogancia y la desobediencia (14:39–45), la rebeldía y la irreverencia
(16:1–14). Incluso los líderes tan devotos estuvieron expuestos a tales tentaciones
(12:1–2, 10–11; 20:1–13). Todos los miembros de este pueblo redimido dependían del
poder de Dios en su vida para evitar estas atracciones y para conquistar ambiciones tan
destructivas.
Algunas de sus tentaciones, sin embargo, vendrían de presiones externas. El camino
pasaba por territorios cuyos habitantes adoraban a otros dioses, en los que el pueblo
estaría expuesto a la invitación a la apostasía y la idolatría, y al adultero físico y
espiritual (25:1–16; 33:50–56). Los individuos y la comunidad no tenían poder para
detener tales ataques; solamente el Señor podría proveer fortaleza espiritual y moral
para transformar unos esclavos vencidos en conquistadores hábiles.

La necesidad de ser limpios


La santidad es un tema ilustrado gráficamente en Números, por medio de
categorías como el espacio (“acamparán alrededor de la tienda de reunión a cierta
17
distancia”, 2:2; cf. 3:38), la persona (sacerdotes y levitas, 1:47–53; 3:1–4:49; 8:1–26), los
rituales (sacrificios y procedimientos de purificación, 15:1–29; 18:1–32; 5:1–4; 19:1–22)
y el tiempo (como en el calendario de fiestas, 28:1–29:40). De forma visual, los cuatro
hechos describen la comunidad ideal de Dios: reverente, sumisa, obediente y
agradecida. Hubo tiempos en los que la pureza personal y colectiva era un ideal que no
se llegó a conseguir. Las mejores personas fallaron a veces; las peores, a menudo. Más
de una vez, con diferentes grados de rectitud, los infractores exclamaban: “hemos
pecado” (14:40; 12:11), “He aquí, perecemos, estamos perdidos; todos nosotros
estamos perdidos” (17:12–13). Pero, a pesar de sus transgresiones, pertenecían a un
Dios que ofrecía purificación y perdón para su pueblo. Sacerdotes y levitas siempre
estarían disponibles para ayudar y aconsejar. Debían expresar visiblemente su
penitencia y gratitud por medio de sacrificios adecuados (15:1–29; 28:1–15).
La contaminación espiritual y moral (5:5–31) era tan destructiva como la
contaminación física o profanación ritual (19:1–22). Un pueblo pecador necesitaba el
milagro de la expiación y en este libro se describe gráficamente. Los cristianos se
regocijan porque uno más grande que Moisés (12:13; 14:17–19) es su mediador e
intercesor. Uno más grande que Aarón ha “hecho expiación por ellos” y está aún
situado “entre los muertos y los vivos”, después de ofrecerse como sacrificio para su
salvación (16:41–48).
Por desgracia, nuestra generación es cada vez más insensible al pecado; la
“culpabilidad” pertenece a un vocabulario redundante. Uno de los personajes ficticios
de Umberto Eco expresa el escepticismo contemporáneo: “Si realmente hay que creer,
que sea una religión que no nos haga sentir culpables… Como una novela, no como una
teología”.
Sin embargo, al margen de este cinismo, vemos cómo va aumentando el pecado
humano sin lugar a dudas. Lo constatamos claramente en las columnas de los
periódicos. Con los descubrimientos tecnológicos tan increíbles de la sociedad
moderna, ahora el pecado humano tiene el poder de extenderse por todo el mundo
casi a la velocidad de la luz. Un periodista describe Internet como el “vehículo perfecto
para la maldad”. Otro observa: “Libre de la censura y del control del Estado, es el
juguete del pornógrafo, del pervertido y del cotilla obsceno”. Las historias dramáticas,
las advertencias serias y las normas legales que aparecen en Números y que se refieren
al pecado humano y su remedio siguen siendo relevantes para una sociedad en la que a
muchos de nuestros contemporáneos parece no importarles las trágicas consecuencias
de una conducta desviada.

La necesidad de estar seguros


En un mundo sin bases firmas espirituales o morales, este libro describe una vida
mejor; utiliza las advertencias para presentar alternativas atractivas.
El libro explora la historia de un pasado olvidado. Algunos de sus mejores
personajes se equivocaron, pero fueron limpiados. La confesión de Aarón era genuina
(12:11–12), la oración de Moisés contestada (12:13) y Miriam “volvió” (12:15) a una
18
vida restaurada. Lo que ocurrió en esa familia de creyentes se convirtió en un
paradigma de perdón, que estaba disponible para todo el mundo. Cuando los
pecadores se arrepienten, Dios perdona sus pecados (14:17–20).
Números también cuenta la historia de un presente en el que Dios nos guía. A lo
largo del texto, se hacen referencias a la nube, que simbolizaba la presencia
permanente de Dios con su pueblo (9:15–23; 10:11–12, 33–36; 11:25; 12:5, 10; 14:10,
14; 16:42). A los lectores, se les recuerda que la gracia de Dios es una demostración de
la generosidad divina, no un premio a la perfección moral. Dios permaneció con su
pueblo durante los días en los que menos se lo merecían. Él ha prometido quedarse con
nosotros, a pesar de nuestros caprichos. Pero la nube nos recuerda su santidad, no es
solamente una prueba de su cercanía. Él está con nosotros y tiene todo el derecho a
esperar que seamos personas diferentes.
Además, Números reitera la promesa de un futuro seguro. La tierra futura es la
meta del peregrino; todo lo que contiene el libro se mueve hacia ese fin, aunque sea
lentamente. Dios les ha prometido la tierra y nunca incumple sus promesas; a eso se
aferra su pueblo en los días más oscuros. Nosotros también nos aferramos a eso. Hoy
en día, reina el pesimismo en cuanto al futuro e incluso hay burlas sobre la vida después
de la muerte y del futuro que Dios tiene preparado. Esta mentalidad se refleja en un
cínico graffiti: “El mañana se ha cancelado por falta de interés”. Los comunicadores
posmodernistas nos animan a “vivir solamente para el hoy. Olvídate del mañana, quizás
no llegue nunca”. Pero las Escrituras insisten en que sí llegará a medida que nos
acercamos a nuestro destino eterno. En lugar de describir la vida como un viaje con un
claro propósito, se nos anima a ver nuestra existencia como “un laberinto, en cambio,
que conduzca a todas partes y a ninguna. Para morir con clase… ¿Y si no existiese el
Plan cósmico? Qué burla, vivir en el exilio que nadie te ha impuesto. Y exiliado de un
sitio que no existe. ¿Y si el Plan existiese, pero se te escabullera eternamente?”
Es mucho mejor, insiste el pensador posmodernista, crear tu propia religión. ¿Por
qué no te deificas a ti mismo? “Inventas el Plan, metáfora de lo incognoscible. Una
conjura humana también puede colmar el vacío… Cree que existe un secreto, y te
sentirás un iniciado. No cuesta nada. Crear una inmensa esperanza que nunca pueda
ser desarraigada, porque no hay raíz. Unos antepasados inexistentes nunca podrán
acusarte de traición. Una religión que pueda practicarse traicionándola eternamente”.
Números ofrece un paradigma mejor. Esta “literatura extraordinaria” describe a
personas que tienen la seguridad de algo. A pesar de que se equivocan, saben que
alguien les ama y que la verdadera libertad sólo se encuentra obedeciendo al Dios que
les creó. Incluso cuando fallan, él les restaura y, aunque pasan por momentos difíciles
durante el camino, les está guiando para llevarles a un futuro inmensamente mejor. La
vida es un peregrinaje acompañado, no un laberinto sin sentido. Jesús dijo que sólo él
era “el camino”. Esta imagen la adoptaron agradecidos los creyentes primitivos para
declarar su identidad y su destino.53
La figura de la vida como camino existía en la mitología griega, la historia bíblica y
las alegorías cristianas. La Odisea de Homero, los libros de Éxodo y Números y El
progreso del peregrino cuentan la historia de cada vida humana. Cómo empezamos,
19
viajamos y llegamos es la historia exclusiva de las Escrituras. Números juega un papel
significativo al presentar esta historia en un contexto histórico específico. Como los
lectores de Pablo en Corinto, nosotros también tenemos mucho que aprender de esta
historia sobre el pasado de Israel.
Un retrato de Tiziano en la National Gallery de Londres muestra las tres caras de la
humanidad en la juventud, la madurez y la vejez. Se piensa que son el artista, su hijo y
su nieto. La Alegoría del tiempo gobernado por la prudencia lleva una inscripción en
latín que dice “del pasado al presente es preciso actuar con prudencia para no arruinar
la acción futura”. Sería muy difícil encontrar una máxima más adecuada que esta para
Números.

PRIMERA PARTE

La preparación
Números 1:1–10:10

El pueblo de Dios se prepara


Números 1:1–2:34

Números describe algunas de las esperanzas y miedos que pasó Israel durante el
medio siglo crucial de su vida como comunidad. Reconocemos la importancia que tiene
la historia para el pueblo de Israel; la identificación de las diferentes tribus en esta
introducción nos recuerda la historia patriarcal de los hijos de Jacob. No obstante, una
narración que describe un obligado recuento de cabezas de sus sucesores del siglo XIII
a.C. sugiere que quizás hemos abierto un libro que en realidad está anticuado y que
posiblemente sea irrelevante e incluso aburrido.
Sin embargo, sería un error pasar rápidamente estos primeros capítulos con la
esperanza de encontrarnos con algo más interesante. Aquí están las personas en
comunidad, recordando sus raíces. Todo esto puede estar más cerca de la realidad
contemporánea de lo que parece al principio. La fascinación con la historia de la familia
y la genealogía se está convirtiendo rápidamente en una obsesión. Hay más de 80.000
páginas en Internet que se dedican a esto y, si consideramos el número de visitas que
reciben estas páginas, son las más populares después de las páginas sobre sexo. Las
personas están interesadas en su pasado. Estos registros israelitas conservan las
convicciones e ideales del pueblo más significativo del mundo; en forma narrativa,

20
encontramos una exposición de la teología, dada por Dios, de una comunidad espiritual
ideal.

Una comunidad privilegiada


Los primeros versículos encierran la verdad central de que el Señor es un Dios que
habla y actúa. Aquí encontramos dos temas doctrinales fundamentales de las
Escrituras: revelación y redención.

Dios habla
El pueblo israelita era un pueblo privilegiado porque Dios se comunicaba con ellos.
En marcado contraste con los dioses silenciosos de los pueblos vecinos, El Señor habló
(1:1). Esta declaración inicial es característica de todo el libro, donde se repite más de
150 veces, de al menos veinte formas diferentes, que el Dios de Israel le dijo algo
especial a su pueblo.
Dios habló a través de un siervo escogido, Moisés. Este era el hombre designado y
preparado para realizar una tarea que iba a hacer época, para llevar al pueblo de Dios
de la esclavitud a la libertad, de lo antiguo a lo nuevo. Se le confirió una autoridad única
para recibir y comunicar esta revelación que se conserva en las Escrituras.
Dios hablaba en un lugar especial, la tienda de reunión. Los intrincados detalles de
las medidas, la construcción y el mobiliario de este centro de adoración portátil se
conservan en la narración del éxodo. Los primeros capítulos de Números tratan sobre la
ubicación (2:2), el cuidado (3:5–8, 21–38), la protección (3:9–10), el transporte (4:33), el
mantenimiento (7:1–89), la iluminación (8:1–4) y la singularidad (9:15–23). Varios
eventos clave en los capítulos posteriores tienen lugar en la tienda de reunión, donde
Dios daba sus órdenes, revelaba su voluntad, justificaba a sus siervos, expresaba su
descontento y manifestaba su misericordia.
Dios habló en un momento crucial. Conversó con Moisés en su tienda en el desierto
de Sinaí, más de un año después de que los israelitas hubieran sido liberados de la
tiranía de Egipto. Habían esperado en el monte Sinaí mientras Moisés comunicaba las
promesas del pacto de Dios con su pueblo, un acuerdo reflejado en la ley y los
mandamientos. Su estancia obligada había sido estropeada por la impaciencia, la
idolatría, la falta de respeto, la deslealtad,57 la ingratitud, el sincretismo,59 la
irreverencia y el libertinaje, pero Dios en su gracia les había perdonado y restaurado, y
el pueblo ya estaba preparado para su larga travesía por el desierto. El desierto que
tenían por delante estaba lleno de peligros y pocas personas se enfrentarían al viaje con
ilusión. Pero, si Dios estaba entre ellos para hablar con ellos y ellos, a su vez, recibían la
gracia de la obediencia, todo podía ir bien.
El primer versículo es un recordatorio positivo para el lector contemporáneo de que
Dios sigue dirigiéndose a nosotros, exclusivamente a través de las páginas de las
Escrituras. Con varias narraciones, Números nos recuerda que evitemos la indiferencia,
la displicencia o el rechazo arrogante de esta palabra. Quizás el mensaje no sea
21
demasiado agradable al principio o particularmente bienvenido, pero varios momentos
en este libro indican que rechazar la Palabra de Dios quita la alegría, la utilidad y la paz
al desobediente.

Dios actúa
Dios les habló claramente en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto (1:1).
No pronunció sus órdenes simplemente; actuó con poder. El milagro de su redención
atestigua la singularidad de la revelación. Sólo Dios podía conseguir una emancipación
rápida y completa después de cuatro siglos de opresión despótica. El Señor es más que
una voz majestuosa que trona desde las lejanas alturas del Sinaí. El Dios que les había
liberado milagrosamente de “la mano de los egipcios” tenía la intención de completar la
segunda mitad de la promesa que hizo al pie de esa misma montaña, cuando Moisés vio
la zarza que ardía en fuego que no se consumía. El Señor no sólo les había sacado del
cautiverio, sino que también les iba a llevar “a una tierra que mana leche y miel”. Es un
Dios redentor, que siempre actúa con poder y misericordia en la vida de los que están
decididos a escuchar lo que dice.
Así que, con palabras que abren esta memoria de su monumental viaje, se recuerda
al lector que esta comunidad privilegiada fue sacada de Egipto. El pueblo necesitaría ser
liberado en más ocasiones en el transcurso del viaje, a veces de peligros externos;
normalmente, de los problemas internos. El hambre, la sed y los ejércitos amenazantes
serían vencidos por su Dios poderoso, pero vendrían tiempos en los que no se volverían
a él para recibir ayuda con adversarios más desafiantes como el descontento (11:1–9),
el orgullo y la insubordinación (12:1–3), el miedo (13:27–29), la duda (13:30–33), la
desesperación (14:1–4), la incredulidad (14:5–10), la desobediencia (14:39–45), la
insurrección (16:1–14), las quejas persistentes (16:41; 17:5), un espíritu de pelea
(20:2–5), la idolatría y la inmoralidad (25:1–2). El recuerdo de su redención de Egipto en
la frase introductoria de esta narración evoca a los lectores que, una vez liberados de la
condenación del pecado, todos los creyentes necesitan la obra constante salvadora de
Cristo. Al igual que aquellos esclavos israelitas, nosotros hemos sido gloriosamente
liberados, pero necesitamos esa liberación continua que se nos ha prometido y se ha
hecho posible a través del poder del Espíritu Santo que vive en nosotros. La salvación
en términos bíblicos es tridimensional: hemos sido salvados del juicio del pecado y
somos salvados de la tiranía del pecado; y al final, en el cielo, seremos salvados de la
presencia del pecado.

Una comunidad vulnerable


La narración prosigue descubriendo el hecho que da nombre a este libro. A Moisés
se le ordena que enumere a todos los hombres israelitas mayores de veinte años: “Haz
un censo… según el número de nombres, todo varón… todos los que pueden salir a la
guerra” (1:2–3). Corrían el peligro de ser atacados por bandidos que merodeaban por
allí, a causa de la riqueza que habían sacado de Egipto. Hacía falta un ejército para una
22
defensa inmediata, pero aún más para la futura llegada a Canaán. El plan de Dios era
que poco a poco hicieran el camino a través del desierto y, si había condiciones
favorables de viaje, podrían llegar a Canaán en cuestión de semanas (1:2). Entonces, sí
harían falta tropas para conquistar la tierra prometida.
Por desgracia, estos futuros soldados murieron en el desierto; el segundo censo del
libro (26:1–65) es el que conserva el nombre de aquellos que entraron en Canaán. La
primera lista se convierte en un trágico catálogo de personas murmuradoras, rebeldes y
que dudan, personas que no cumplen todo su potencial, un triste recordatorio de las
oportunidades perdidas de la vida. Entre el primer censo y el segundo de este libro se
encuentra la historia trágica de cuando Israel no creyó en Dios, quien habla y actúa. No
obedecieron su voz y no confiaron en su poder.
Los lectores cristianos de Números se enfrentan al tema conflictivo en el primer
párrafo. Es un privilegio inmenso que te ofrezcan un lugar en la vida del pueblo de Dios,
pero las Escrituras enfatizan constantemente que es una experiencia que también tiene
un coste. No existe discipulado sin disciplina. Jesús no ocultó a sus seguidores la dura
realidad que les esperaba. Si Jesús sufrió el acoso de opositores despiadados, no iban a
dejar en paz a sus compañeros. Al confiar en lo que solamente se conseguía a través de
la cruz de Jesús, debían tomar la suya propia.65 Pablo también dijo a los cristianos
primitivos que debían luchar como soldados bien equipados comprometidos con un
arduo conflicto.

Una comunidad valiosa


Los registros enfatizan el significado del individuo, con una lista de todo varón, uno
por uno (1:2, 18, 20 et passim). Las necesidades de la comunidad más amplia no ocultan
el valor de la persona distintiva que aparece en la lista. Fue todo un logro. Aunque el
propósito era calcular las tropas, hacía consciente a Israel de su ascendencia. Los
individuos pertenecían a familias, cada familia era parte de un clan, y numerosos clanes
constituían varias tribus. Podían volver hacia atrás en la historia hasta los hijos de Jacob,
quienes comienzan su vida en la tierra que sus sucesores debían ocupar. Los peregrinos
iban de camino a casa y cada uno de ellos era importante para Dios.
Vivimos en una sociedad despersonalizada. Tenemos una tecnología increíblemente
sofisticada que lo ha reducido todo a números pin y códigos de barras. Los encuentros
cara a cara están corriendo el peligro de convertirse en una rareza social. Las salas de
chat en Internet han sustituido a los diálogos personales. Los socios de las empresas
conversan desde diferentes extremos del mundo sin hacerlo en persona; hemos
informatizado el contacto con las personas que están al otro lado del mundo, pero no
conocemos las necesidades de nuestro vecino de al lado. Números conserva la historia
de una gran comunidad, pero también nos confronta con la influencia del individuo. El
elemento uno por uno no se pasa por alto.
Las sorprendentes narraciones de Números ilustran la influencia de individuos
consagrados como los que hicieron el voto de nazareo (6:1–8), compasivos como
Moisés (12:13), deprimentes como los diez espías (14:31–33), alentadores como Caleb
23
(13:30), con recursos como Josué (27:18–23), decepcionantes como Miriam y Aarón
(12:1–12), insolentes y perjudiciales como Coré, Datán y Abiram (16:1) y audaces como
Zelofehad (27:1–11). Ninguna persona vive afectándose solamente a sí misma; otros
también son afectados por nuestros pensamientos y nuestras acciones. Jesús enseñó
que, a los ojos de Dios, cada una de las personas tiene un valor infinito, con gran
potencial para hacer el bien o el mal. Moisés reconoció que toda la congregación podía
sufrir un daño inmenso “cuando un hombre peque” (16:22).

Una comunidad interdependiente


Aunque la importancia del individuo se enfatiza frecuentemente en este libro, se le
enseña al pueblo desde el principio que cada uno tiene un papel interdependiente y
que potencia la comunidad. Si van a completar la travesía peligrosa por el desierto con
éxito, la definición de la tarea es vital. Muchos de los errores y fallos que se registran
después se pueden atribuir a individuos que se negaron a reconocer este hecho básico.
Moisés y Aarón debían llevar a cabo el censo con la ayuda de un hombre de cada tribu,
cada uno jefe de su casa paterna… los jefes de las divisiones de Israel (4–5, 16). Moisés
no podía realizar esta inmensa tarea sin la ayuda de un equipo leal. Él valoraba los
dones de supervisión de Itamar (4:27–28, 33), las habilidades de un viajero que
conociera el terreno inhóspito del desierto (10:29–32), la colaboración incondicional de
Caleb (14:24) y el fiel apoyo de Josué y el sacerdote Eleazar (27:15–23). Se asignan
tareas exactas a jefes de divisiones (1:16), el papel de los sacerdotes no puede ser
usurpado arrogantemente por otros (16:1–35) y a los levitas se les indica el lugar en el
que van a vivir en el campamento, los deberes específicos que pueden llevar a cabo,
cómo debían viajar en caravana y lo que han de hacer en su trabajo para Dios: “cada
uno según su ministerio o según su cargo” (4:49). Los individuos deben reconocer que
dependen de los demás.
Este tema de la interdependencia se desarrolla en toda las Escrituras y llega a su
máxima expresión en el ideal de iglesia del Nuevo Testamento, en el que los cristianos
están relacionados unos con otros como miembros de un cuerpo, piedras de un edificio
y colaboradores en una empresa magnífica. Nos pertenecemos unos a otros; cualquier
cosa que fracture la relación perjudica a toda la comunidad.

Una comunidad comprometida


Merece la pena reflexionar sobre los que iban a ayudar a Moisés con el censo
(5–16). Muchos llevaban el nombre divino y a través de los años testificaron acerca de
la fe de sus padres en tiempos difíciles. En Egipto, no podían vivir y actuar como
querían, pero mantenían viva la fe de sus familias dando nombres a los niños que
conservaban las grandes verdades acerca del Dios que amaban y honraban. Elisur (5)
quería decir “Dios es una roca” y Zurisadai (6), “mi roca es Shaddai”, la fuerza en la que
podían confiar y la sombra protectora en las crueles experiencias de la vida. Sedeur (5)
significaba “Shaddai es una luz”, una llama de claridad inextinguible en la oscuridad de
24
la opresión de Egipto. Selumiel (6), “Dios es mi salvación”; Gamaliel (10), “Dios es mi
recompensa”, y Pedasur (10), “la Roca redime”, expresaban confianza en la promesa del
Señor y la esperanza de que llegarían días mejores. Natanael (8), “Dios ha dado”,
mostraba que al menos una familia reconocía la generosidad del Señor. Eliab (9), “mi
Dios es Padre”, señalaba su cuidado constante, y Elisama (10), “mi Dios ha oído”,
declaraba que su oído siempre estaba atento al clamor de su pueblo. Si eran fieles a su
nombre, estos hombres escogidos (5) tenían tanto que ofrecer a la iniciativa
espiritualmente como administrativamente. Lo que somos ante Dios es infinitamente
más importante que lo que hacemos.

Una comunidad adoradora


El primer capítulo del libro conserva el detalle de que los hombres que pertenecían
a la tribu de Leví no debían servir como soldados de Israel, puesto que tenían
responsabilidades específicas en el tabernáculo del testimonio, y, como colegas y
compañeros del sacerdocio aarónico, debían cuidar de todos sus utensilios y de todo lo
que le pertenece (1:47–53). Tenían que proteger, erigir, desmontar y llevar la tienda de
reunión y acampar alrededor suyo como guardianes. Este centro de adoración portátil
debía estar en mitad del campamento y, durante sus viajes, sus materiales, postes y
mobiliario se transportaban en medio de la caravana. Esta colorida ayuda visual
recordaba al pueblo de Israel la prioridad de la adoración; su cercanía física inmediata
reiteraba al pueblo algunas verdades esenciales.
En primer lugar, su adoración afirmaba la singularidad de Dios. Los levitas actuaban
como una barrera protectora, para evitar que cualquier israelita arrogante o ignorante
se acercara al lugar santo donde la presencia de Dios se manifestaba entre su pueblo;
no había lugar para la irreverencia o indiferencia. Cualquier intento de marginar a Dios y
dar prioridad a otros valores conduciría al desastre. Sólo el Señor es Dios y no debe
haber rivales.
En segundo lugar, su adoración mostraba la cercanía de Dios. Su ubicación en el
centro simbolizaba que el Señor no estaba lejos de cada uno de ellos. Si estaba con ellos
y por ellos, ¿quién contra ellos?71
En tercer lugar, su adoración enfatizaba la santidad de Dios. Los israelitas debían
acampar alrededor de la tienda de reunión, pero a cierta distancia (2:2). Los levitas eran
una barrera protectora para mantener ese sentido esencial de la presencia santa de
Dios. No sólo ayudaba a preservar el sentimiento de reverencia sin el cual la adoración
se devalúa rápidamente, sino que también se convertía en una prueba moral para su
comportamiento. Su relación con Dios debía ir íntimamente ligada a su conducta moral
en la sociedad. Durante los largos años posteriores, la consciencia de lo que ocurría en
la tienda de reunión mantenía vivo el sentimiento de santidad excepcional.
La ubicación del tabernáculo, en el centro del campamento pero a una distancia
respetable de las tiendas, preserva visualmente dos dimensiones inseparables en
cualquier doctrina equilibrada de Dios: su inmanencia y su trascendencia. Su
inmanencia muestra su cercanía compasiva, nos quita el miedo de pensar que es una
25
deidad remota e inaccesible, totalmente aislado de nuestra vida. Su trascendencia le
protege de la osadía irreverente. David Wells nos recuerda que, entre muchos cristianos
contemporáneos, el mensaje de la inmanencia de Dios es más aceptado popularmente
que la verdad de su trascendencia, pero no podemos resaltar sólo un atributo divino en
detrimento del otro. Si nos concentramos solamente en su inmanencia, nos
arriesgamos a empezar a ver las realidades espirituales con indiferencia, sin darnos
cuenta. Si nos centramos exclusivamente en su trascendencia, podemos llegar a
sentirnos solos, desanimados y abandonados.

Una comunidad obediente


En toda esta sección introductoria se repite una frase importante que, de una forma
u otra, se repite a lo largo de todo el libro: tal como el SEÑOR lo había mandado (1:19);
así hicieron los hijos de Israel; conforme a todo lo que el SEÑOR había mandado (1:54; cf.
2:33–34; 3:16, 42, 51; 4:37, 41, 45, 49). Cualquier cosa que les dijera que hicieran la
realizaban sin rechistar ni eludirla. Expresaba la profundidad de un compromiso que no
fue característico en el largo viaje. Hay momentos más adelante en el libro que
demuestran que Israel ya no mantuvo esa relación sumisa. Trágicamente, dejaron de
seguir sus órdenes (9:18).
Desafiaban a Dios constantemente por el liderazgo de Moisés, por ejemplo, quien
había sido escogido por Dios (12:1–16; 14:1–4; 16:1–50; 20:2; 21:5) y eran
desobedientes a la Palabra de Dios negándose a entrar en la tierra que les había
prometido (13:31–33; 14:10); trataban a Dios con desprecio (14:23), y se juntaron
contra él (14:35). Cuando el Señor, como juicio, les vetó la entrada a la tierra prometida
insistieron en invadirla. Moisés preguntó, atónito, “¿Por qué, entonces, quebrantáis el
mandamiento del SEÑOR?” (14:41; cf. 16:10–11, 14).
No se trataba solamente del individuo obstinado ocasional que desobedecía. Un
gran número de personas incumplía los mandamientos, practicando idolatría adorando
a Baal y cometiendo adulterio con las mujeres moabitas (25:1–3). En una ocasión,
incluso el gran Moisés no fue totalmente obediente, como si quisiera resaltar la
naturaleza insidiosa del espíritu caprichoso. Un acto precipitado de desobediencia
malhumorada le costó su propia entrada en la tierra prometida (20:8–12), lo cual
representaba una advertencia no sólo a sus compañeros peregrinos, sino también a las
generaciones siguientes.
Estos primeros capítulos enfatizan que la obediencia era obligatoria, crucial y total.
El carácter obligatorio se reflejaba en el lenguaje repetido de los primeros capítulos; la
comunidad respondió a la Palabra de Dios actuando conforme a todo lo que el SEÑOR
había mandado (1:54). Los capítulos posteriores ilustran la naturaleza crucial de esta
respuesta, mostrando los resultados desastrosos de la rebelión constante de Israel.
Además, la obediencia debe ser total, no parcial. La comunidad del desierto empezó
haciendo todo lo que el SEÑOR había ordenado (2:34). Desgraciadamente, fue un
compromiso que no se mantuvo en pie.
La obediencia es la señal que valida el auténtico discipulado cristiano. Tiene una
26
importancia vital en el mensaje de Jesús. No sólo la enseñó, sino que también la
ejemplificó. Se nos dice que incluso Jesús “aprendió la obediencia”,76 aceptando las
inevitables limitaciones de una vida encarnada y sobre todo a través de todo su
ministerio.78 Sus seguidores no sólo están contentos aprendiendo lo que dice; lo hacen.
Este retrato de una comunidad israelita muy unida contrasta con la cultura dividida
y cada vez más individualista del mundo contemporáneo posmoderno. Richard Tomkins
ha comentado acerca de la fragmentación de la sociedad occidental “en millones de
individuos que ya no están preparados para aceptar lo que se les da, sino que ahora lo
quieren a su manera. En los países desarrollados, la persona de “nosotros” se ha
convertido en la persona del “yo”… Reacios a conformarse con las presiones sociales o
los estereotipos, ya no… se someten a la autoridad del gobierno, la Iglesia o la
estructura tradicional de la familia”. La atribución de poderes al individuo ha ocurrido a
costa de un alto precio. “La erosión de las estructuras sociales tradicionales ha minado
la estabilidad de la vida de las personas y ha contribuido a un sentimiento de confusión
e incertidumbre. Un mayor individualismo significa que las personas son más propensas
a poner sus intereses por delante del bien común, lo cual conduce a la pérdida de la
mentalidad cívica y del espíritu de comunidad”.
La primera sección de Números describe un ideal radicalmente diferente. Aquí, Dios
es supremo y su Palabra es honrada. La adoración es una prioridad, la vida está
estructurada y las familias tienen valor. Las personas conocen su identidad distintiva,
son fortalecidas por su solidaridad corporativa, se regocijan en su continuidad espiritual
y confían en la seguridad que se les ha prometido. Esta colección de retratos de la vida
corporativa, ordenada e interdependiente, tiene mucho que enseñar a las culturas del
nuevo milenio que se están fragmentando. Con nuestra preferencia moderna e
individualista de “creer sin pertenecer”, es un reto para las iglesias y las organizaciones
cristianas de hoy en día ser modelos de vida y servicio que aman, apoyan y se
enriquecen mutuamente.

Siervos de la comunidad
Números 3:1–4:49

En Números, hay más de setenta referencias a los levitas, más que en cualquier otro
libro del Antiguo Testamento. Su particular censo enfatizaba la función especial que
debían tener en la vida espiritual de Israel (1:47–54). Los próximos dos capítulos, 3 y 4,
describen su papel de protección y apoyo en la historia del pueblo de Dios.

Una elección divina (3:1–3)

27
Todas las responsabilidades del sacerdocio de Israel fueron asignadas a un miembro
particular de la tribu de Leví: Aarón, el hermano de Moisés. Para impedir que estas
tareas santas fueran codiciadas, compradas o reclamadas por otros, las
responsabilidades fueron asignadas exclusivamente a los hijos de Aarón, los sacerdotes
ungidos, a quienes él ordenó para que ministraran como sacerdotes (3:3), y a nadie más.
Dios actúa de manera soberana al elegir a quien quiere para llevar a cabo su obra,
aunque sus decisiones siempre son para el bien de su pueblo. Él conocía los peligros a
los que su pueblo se podía enfrentar si los sacerdotes eran elegidos por sus amigos o
escogidos por aquellos que se beneficiarían de los privilegios.

Una advertencia inicial (3:4)


Los hijos de Aarón no fueron escogidos porque fueran moralmente superiores a las
personas de las otras tribus. Estaban expuestos a las mismas tentaciones que los
demás, y al lector se le recuerda deliberadamente un acontecimiento vergonzoso que
había tenido lugar hacía algunos meses, durante el período de espera en el monte Sinaí.
Por exclusiva iniciativa propia, el hijo mayor de Aarón, Nadab, y su hermano Abiú
habían hecho una ofrenda de incienso al Señor con fuego extraño (4). Algo que no fue
accidental, puesto que habían recibido órdenes exactas acerca de las ofrendas de
incienso. El fuego lo ofrecía el sumo sacerdote, no sus hijos, y debía ser “tomado de
sobre el altar”.82 Parece ser que su fuego no estaba consagrado, que era fuego
“inmundo” o “ilícito”, obtenido de otro lugar que no era el lugar santo.
Nadab y Abiú, imponiendo su propia autoridad, no hicieron “conforme a lo que el
Señor había mandado” (1:54; 2:34). Su historia enfatiza que quienes son llamados a
tener una alta responsabilidad no están exentos de los peligros que acechan a todos los
demás, y que las cosas mejores y más santas pueden ser ensuciadas por el pecado. El
hecho de ser miembro de la tribu de Leví no garantizaba la protección de las trampas de
la vida cotidiana (16:1–35). Pablo recuerda acontecimientos de Números y advierte que
el que cree estar firme, tenga cuidado, no sea que caiga.

Una necesidad práctica (3:5–10)


Los sacerdotes recién consagrados de la familia de Aarón necesitaban compañeros
fiables como ayudantes en el trabajo. Estas personas, escogidas por Dios, debían ayudar
a Aarón y a sus otros hijos, Eleazar e Itamar, y a sus sucesores en el oficio. Tendrían que
encargarse de las obligaciones para con él y para con toda la congregación delante de la
tienda de reunión, para cumplir con el servicio del tabernáculo (3:7). Estas personas, que
les brindarían apoyo, debían ayudar a los sacerdotes y proteger al pueblo. Hombres de
entre treinta y cincuenta años de la tribu de Leví tenían que trabajar como compañeros
responsables del “tabernáculo y todos sus utensilios” (1:50). Esos papeles prácticos se
definen en versículos posteriores.
Estos hombres también debían actuar como guardianes del pueblo. Sus tiendas

28
estarían ubicadas alrededor de la tienda de reunión, asegurándose de que el
tabernáculo no sería profanado por personas no consagradas que pudieran entrar allí.
Incluso los levitas no podían entrar en el santuario, puesto que cualquier persona
excepto Aarón y sus hijos que se acerque será muerto (3:10).
En los años siguientes, los sacerdotes podían ejercitar su papel como
representantes espirituales de Dios, ayudantes pastorales y guardianes morales en
medio de la comunidad solamente si los aspectos prácticos de su trabajo eran
respaldados por este equipo de compañeros que les ayudaban.

Un recordatorio visual (3:11–13)


La presencia de los levitas como trabajadores de Dios era una ayuda visual
permanente para el pueblo de Dios y significaba dos grandes ideas bíblicas: la entrega y
la sustitución.
La elección deliberada de estos hombres por parte de Dios evocaba los dramáticos
acontecimientos de la liberación de Israel de Egipto. La presencia de estos levitas
recordaba al pueblo hebreo que sus primogénitos debían ser presentados al Señor,
“porque mío es todo primogénito” (3:13). Así como las primicias de su ganado, rebaños
y cosecha debían ser una ofrenda de lo mejor al Señor, el hijo primogénito debía ser
entregado a Dios. Antes que tomar a todos los hijos primogénitos de todas las familias
de todas las tribus, los hijos primogénitos de Leví debían ser entregados al Señor en su
lugar. Cuando se contó el número de primogénitos varones de Israel, se encontraron
con que excedían el número de varones levitas disponibles en 273, así que se hizo
necesario recoger una suma de dinero para cada uno “para la redención de los demás
israelitas” por el trabajo en el tabernáculo y su ministerio (3:40–51).
Esta ofrenda de los primogénitos se relaciona deliberadamente con su liberación
milagrosa de la esclavitud: “el día en que herí a todos los primogénitos en la tierra de
Egipto, consagré para mí a todos los primogénitos en Israel, desde el hombre hasta el
animal. Míos serán; yo soy el SEÑOR” (3:13).
Los padres en Israel, bendecidos con el regalo de su primer hijo, debían pagar
dinero de redención por el trabajo en el tabernáculo. Les recordaba que aquellos levitas
estaban llevando a cabo un servicio en lugar de sus hijos, actuando como sustitutos por
la población entera de varones primogénitos de Israel.
Los levitas eran un recordatorio permanente para Israel de estos dos grandes
principios espirituales de entrega (“Míos serán; yo soy el SEÑOR”, 13) y sustitución (“en
lugar de todos los primogénitos”, 12). Los cristianos en particular atesoran estas dos
verdades que van de la mano, recordando que, en la encarnación, Jesús se ofreció
totalmente a la voluntad de Dios al venir a este mundo para llevar a cabo nuestra
salvación y renovó aquella ofrenda de sí mismo repetidamente hasta que al final se
entregó en la cruz como sacrificio único, perfecto, expiatorio por nuestros pecados. Él
tomó el juicio y el castigo que nos correspondían a nosotros como pecadores y se
convirtió en nuestro sustituto a través de su entrega total.

29
Un privilegio único (3:14–16)
La tribu de Leví era especial y por eso se contaba por separado (1:47–49; 2:33) y
además dos veces, una de niños y otra para el servicio (4:34–49). Todos los niños
varones de más de un mes debían ser registrados cuidadosamente en un censo
específico. A medida que iban creciendo, estos chicos sabían que habían sido elegidos
por Dios para su obra; lo que nos recuerda la gran verdad de la elección y la importancia
de los niños en los propósitos de Dios.
Estos levitas varones habían sido apartados por Dios desde su infancia. No destaca
el privilegio, sino la responsabilidad. La elección en términos bíblicos significaba que
Dios escogía a sus siervos, como Abraham, Jacob, José, Moisés y Jeremías, para la obra
específica que deseaba que hicieran. No les seleccionaba arbitrariamente ni quería que
fueran sus favoritos, o porque tuvieran más cualidades espirituales o morales que otros.
Al contrario, a menudo cometían graves errores. Fueron elegidos porque Dios quería
utilizarlos como instrumentos en el mundo: un tema central tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento.
Este censo de los hijos varones de Leví de un mes arriba nos recuerda nuestra
responsabilidad espiritual con los niños. Deben ser valorados como un regalo de Dios
para nosotros y para el mundo, ser enseñados en las verdades transformadoras de la
Palabra de Dios, ser apoyados por el ejemplo consistente de aquellos que aman a
Cristo, recibir oración de intercesores fieles y ser animados a convertirse en cristianos
comprometidos, reconociendo que ellos también tienen un destino en los propósitos
de Dios para las vidas humanas. Millones de niños en mi país, el Reino Unido, no tienen
ningún tipo de vínculo con una iglesia u organización cristiana; es un reto permanente
para los cristianos contemporáneos convertirse en sus “padres espirituales” y pensar
formas imaginativas de hablarles del Cristo que amaba, recibía y oraba por los niños.

Un ministerio coordinado (3:17–4:49)


Las familias de los tres hijos de Leví (Gersón, Coat y Merari) formaron tres clanes y a
cada uno se le asignó diferentes responsabilidades. Cuando se erigió el tabernáculo en
el centro del campamento israelita, los gersonitas recibieron la responsabilidad de los
utensilios del centro de adoración, el tabernáculo y la tienda, su cubierta, el velo de la
entrada de la tienda de reunión, las cortinas del atrio, el velo para la entrada del atrio
que está alrededor del tabernáculo y del altar, y sus cuerdas, conforme a todo su
servicio.
Los coatitas debían cuidar los utensilios, el arca, la mesa, el candelabro, los altares,
los utensilios del santuario con que ministran, el velo y todo su servicio (3:27–32).
Los meraditas debían encargarse del maderaje del tabernáculo, sus barras, sus
columnas, sus basas, todos sus enseres y el servicio relacionado con ellos, las columnas
alrededor del atrio con sus basas, sus estacas y sus cuerdas (3:33–37).
Cada uno de los tres clanes tenía responsabilidades específicas y se organizó el
30
transporte de estos elementos considerables de manera concreta a medida que el
campamento se movía de un lugar a otro (4:1–33). Los sacerdotes debían preparar los
diferentes componentes para el transporte y, cuando el campamento estuviera para
trasladarse, los coatitas debían transportarlos. Pero que no toquen los objetos sagrados
pues morirían (4:15). Los sacerdotes debían asignar a cada uno de ellos su trabajo y su
carga (4:19). Los tres clanes tenían que trabajar bajo las órdenes (4:33) de los
sacerdotes Eleazar (4:16) e Itamar (4:28, 33).
Se contaban a las tres tribus y se entregaban los mejores años de los hombres de
treinta años en adelante hasta los cincuenta, para servir en la tienda de reunión (4:43).
El Señor se aseguraba de que cada uno recibiera su trabajo, según su ministerio o según
su cargo (4:49). No había lugar para planes ambiciosos, un espíritu competitivo ni
rivalidad por sus obligaciones. Todos debían trabajar con una relación armoniosa los
unos con los otros y en sumisión diligente a sus compañeros, los sacerdotes. Esto
anticipaba las relaciones interdependientes y de apoyo mutuo que debían existir en la
iglesia cristiana primitiva. Por desgracia, esta idea noble y enriquecedora no fue
siempre evidente en la historia posterior ni de Israel ni de la iglesia.

Reflexión
Al reflexionar acerca de estos primeros capítulos, miramos más allá de los registros
de números, formalidades sacerdotales y requisitos ceremoniales, para ver el retrato
inspirado del Dios que estableció estas estipulaciones. Estos censos y normas son un
escenario extraño para nosotros en una cultura diferente, pero la enseñanza acerca de
Dios que está detrás de este material introductorio es igual de crucial para hoy en día
que para su tiempo. Antes de comenzar su viaje por el desierto, se les recordaba la
naturaleza y los atributos del Dios que les estaba guiando hacia una nueva tierra.
En primer lugar, Dios habla. “El SEÑOR habló” (1:1) en su campamento en el
desierto al pie del monte Sinaí y seguiría hablándoles a través de su siervo Moisés
durante sus viajes y a lo largo de su historia. Su palabra (un tema clave en todo el libro)
debe ser escuchada, creída, valorada, obedecida y compartida.
En segundo lugar, Dios es poderoso. Estaba allí en Sinaí, comunicándose con ellos
un año después de su salida de la tierra de Egipto (1:1). Es el lenguaje de redención.
Eran un pueblo único para quien Dios había actuado de guía, liberador,90 guerrero y
proveedor.92 No tienen por qué temer al futuro. Un Dios todopoderoso supliría sus
necesidades generosamente y siempre serían victoriosos, a su lado, si le escuchaban
atentamente y respondían a su voz.
En tercer lugar, Dios es fiable. Contar la población masculina de Israel era un
testimonio extraordinario de que Dios era fiel en mantener sus promesas. Cuando los
israelitas entraron en Egipto (Jacob y sus hijos), eran un total de setenta personas.
Recién rescatados de Egipto, ese número había aumentado a proporciones colosales. Lo
que había resultado incomprensible para Abraham cuando no tenía hijos, se había
hecho gloriosamente real para Moisés. Lo que Dios dijo había ocurrido; su pueblo era
imposible de contar, como los granos de arena del desierto o las estrellas de la noche.94
31
El Señor ciertamente tendría que cumplir la otra promesa hecha al patriarca en el
mismo momento: “Te daré… toda la tierra de Canaán como posesión perpetua”. Con
esta confianza, debían marchar hacía su destino prometido.
En cuarto lugar, Dios es soberano. Había escogido a Moisés y a Aarón como sus
siervos para esta empresa, y también había establecido que otros miembros varones de
la tribu de Leví fueran sus ayudantes. Al saber siempre lo que es mejor, Dios en su
gracia hace planes para su pueblo creyente; siempre deben confiar en que, cuando obra
soberanamente con ellos, continuamente está actuando con misericordia.
En quinto lugar, Dios está presente. Que fuera soberano no significaba que tuvieran
que pensar que era remoto y distante, reinando en el trono de una eternidad lejana.
Estaba junto a ellos en su campamento, una verdad que se capta gráficamente en el
lugar central que se le otorgaba a la tienda de reunión, donde manifestaba su presencia
en medio de ellos.
En último lugar, Dios es santo. Dios estaba presente, pero no debían abusar de ello
comportándose de forma despreocupada o irreverente. Los detalles prácticos de la
disposición del campamento aseguraban que todos los hombres, mujeres y niños
hebreos fueran conscientes de la distancia adecuada que había entre su Dios santo y su
pueblo, que tenía necesidades morales, físicas y espirituales.

Mantener limpio el campamento


Números 5:1–31

Antes de que los peregrinos comenzaran su viaje, recibieron instrucciones cruciales


acerca de sus responsabilidades espirituales, morales y sociales. Tres temas distintivos
que se tratan en este capítulo se refieren al bienestar físico, ético y espiritual de esta
comunidad en el desierto y las generaciones futuras. Son las impurezas físicas (1–4), las
ofensas morales (5–10) y las tensiones domésticas (11–31).

Impurezas físicas (5:1–4)


Ahora, se le presta atención a aquellos temas que, aunque tienen una importancia
divina, también son importantes física y socialmente en el viaje a través del desierto. La
máxima prioridad era mantener el campamento libre de enfermedades o infecciones.
Han aparecido temas similares tanto en Éxodo como en Levítico y se repetirán a lo largo
del extenso mensaje de Moisés, que se conserva en Deuteronomio,98 cuando el viaje
por desierto llegaba a su fin.
El Dios de Israel es santo, así que el comportamiento diario no debe ir en contra de

32
ese atributo divino. Prácticas que corrompen no deben tener lugar dentro del
campamento. Tres fuentes potenciales de peligro se resaltan en esta primera norma.
Una persona leprosa era una amenaza para una comunidad primitiva. Cualquier flujo
también se podía considerar un peligro potencial y, bajo el calor sofocante del desierto,
un cuerpo en descomposición suponía un riesgo muy serio. Las enfermedades podían
extenderse como un fuego incontrolado. Cualquiera que llegara a estar en contacto
directo con un cadáver mientras atendía con amor a un pariente fallecido podía
transmitir una enfermedad sin darse cuenta. Junto con las otras dos posibilidades de
contagiar enfermedades, esa persona tenía que pasar algún tiempo fuera del
campamento para cerciorarse de que era seguro regresar a esta comunidad nómada y
muy vulnerable.
Detrás de esta primera serie de instrucciones sanitarias para la comunidad, había
tres grandes temas doctrinales: la pureza, la presencia y la palabra de Dios.
En primer lugar, Dios es santo. Estos transmisores potenciales de infección podían
contaminar su campamento, un lugar en el que un Dios puro y santo había prometido
habitar. Quitar de en medio a personas potencialmente dañinas temporalmente se
convertía en una necesidad, además de un remedio para salvaguardar a la comunidad
En segundo lugar, Dios está presente. Esta comunidad peripatética era el lugar
donde yo habito en medio de ellos. Su sensibilidad hacia la presencia declarada de Dios
era un factor crucial en su entendimiento del bienestar de la comunidad. No querían
ofender al ojo de un Dios infinitamente puro, omnisciente y omnipresente.
En tercer lugar, Dios habla. Cada uno de los tres problemas potenciales, físicos,
morales y domésticos, que se tratan en este capítulo se presentan con una introducción
idéntica: Y habló el SEÑOR a Moisés (1, 5, 11). Había hablado claramente a su pueblo
acerca de tales asuntos y la total obediencia es un requisito divino. En los temas físicos
(1–4), al menos, hicieron tal como el SEÑOR había dicho a Moisés. Reconocieron la
sabiduría de estas instrucciones tan protectoras, no importa lo incómoda que fuera la
aplicación estricta de los patrones de la salud de la comunidad.
Gordon Wenham señala que, aunque “el Nuevo Testamento mantiene en alto la
parte moral de estas normas contra la impureza, se suprimen cada una de las
distinciones físicas simbólicas” que se mencionan aquí. Jesús tocó al enfermo de lepra,
fue tocado por la mujer que sufría una hemorragia y dio vida a los muertos a través de
un toque transformador. “Así declaró que estas condiciones que durante siglos habían
separado de Dios al pueblo escogido por él ya no tenían importancia”.101

Ofensas morales (5:5–10)


La caída moral era un peligro de la comunidad tan destructivo como la infección
física. Las personas sanas pueden ser peligrosamente dañinas si actúan de forma
inmoral. La próxima norma se refiere a alguien que ha incumplido uno de los
mandamientos engañando a otro miembro de la comunidad. Esta norma aporta la
restitución necesaria e incluso cubre la posibilidad de que la persona dañada y sus
parientes cercanos quizás ya no vivan. Un Dios que es justo con el infractor y
33
misericordioso con los ofendidos anticipa este tipo de comportamiento poco ético, sus
consecuencias y su remedio. El infractor ha hecho daño a su prójimo, ha ofendido a
Dios y se ha contaminado: tres dimensiones de la doctrina del pecado que son
recurrentes a lo largo de este libro práctico.

Hacer daño al prójimo


El amor al prójimo es una característica esencial de la comunidad del pacto. A
medida que el infractor se va sintiendo mal por su conducta inmoral, se vuelve más
preocupado por la crueldad hacia su prójimo que por su propio bienestar material. Una
conducta inmoral, antisocial o poco ética está cubierta por la norma, El hombre o la
mujer que cometa cualquiera de los pecados de la humanidad; en lugar de considerar a
su prójimo como alguien que se pudiera usar para sus propios fines, el transgresor
ahora le reconoce como hermano o hermana a quien ha hecho daño.

Ofender al Señor
Ofender de estas maneras no implica solamente hacer un daño social; es un acto de
deslealtad espiritual. Aunque los demás no se percaten del daño, ha sido visible y
audible para un Dios omnisciente. En este tema, el infractor está actuando
pérfidamente contra el SEÑOR. Todo pecado es una ofensa contra Dios. Si valoramos
nuestra relación con Dios, el problema se debe arreglar.

Contaminarnos a nosotros mismos


El infractor ha manchado su conciencia, se ha comportado mal en la sociedad y ha
roto las relaciones armoniosas que deben caracterizar la vida de una comunidad de
Dios. Pero hay formas en las que la situación dañina se debe rectificar.
En primer lugar, se ha de reconocer el pecado. El infractor tiene que enfrentarse al
hecho de que, mientras que quizás haya mejorado su situación económica, eso le ha
supuesto un precio muy alto. Se debe enfrentar a las implicaciones honestamente y la
ofensa se ha de tomar por lo que es: esa persona es culpable. Se tiene que hacer algo
para restablecer la relación con Dios, con el prójimo y con aquellos de la comunidad
que conocen la ofensa.
La transgresión debe ser reconocida: entonces confesará los pecados que ha
cometido. El pecado no se debe esconder, ignorar, minimizar, excusar o desechar.
Solamente un Dios santo, recto y justo conoce el alcance total del daño, y solamente
Dios lo puede perdonar.
Las heridas se deben curar. Si la persona ofendida aún estaba viva, tenía que ser
recompensada completamente, además de una quinta parte de la cantidad en cuestión
como concepto de penitencia y como reparación por cualquier pérdida sufrida a causa
de la mala obra.
La familia debe ser compensada. La muerte de la persona transgredida no

34
exoneraba a la persona culpable de la responsabilidad de restitución económica total.
Debía pagarse a los parientes más cercanos la suma adecuada para que se hiciera
completa restitución por el daño causado.
El sacerdote se ha de involucrar. En todos los casos, debe ofrecer el sacrificio
necesario para el infractor, con el cual se hace expiación por él, para que la comunidad
entera pudiera conocer que ha tenido lugar la restitución total y que la transgresión ha
sido perdonada. En algunos casos, si no había ningún pariente vivo en la familia
ofendida para hacer restitución completa, el sacerdote debía recibir la suma pertinente.
Se tenía que hacer algún tipo de restitución si el pecador quería experimentar la
limpieza generosa, completa, inmediata y asegurada que solamente Dios puede dar.
El tema de la restitución se pasa por alto fácilmente en las interpretaciones
contemporáneas del perdón. Aunque estemos convencidos, como es correcto, de que
“la sangre de Jesús su Hijo”, literalmente, “nos limpia” (verbo en presente) “de todo
pecado”, no estamos absueltos de la responsabilidad por tener un corazón triste y
hacer una confesión en oración. ¿Se puede arreglar lo que hemos hecho a nuestro
prójimo? ¿Una disculpa profunda, una pago monetario, un gesto de perdón práctico? J.
John ha hablado por todo el Reino Unido acerca de los diez mandamientos. Al predicar
en la catedral de Liverpool sobre el octavo mandamiento, destinó un tiempo para que
la multitudinaria congregación devolviera objetos robados, que se podían depositar en
recipientes para que los organizadores de la reunión, en la medida de lo posible,
pudieran hacerlos llegar a los dueños originales. “Nuestras reuniones dan la
oportunidad a las personas de hacer restitución”, dijo el evangelista. “Devolver los
objetos es una cosa catártica para estas personas”.106

Tensiones domésticas (5:11–31)


Nos encontramos ahora con una norma que habla de una situación en la que una
esposa quizás haya sido infiel a su marido en secreto. Ha cometido adulterio, y por lo
tanto, ha desobedecido el séptimo mandamiento. O bien, un esposo celoso se
atormenta con la idea de que su esposa le ha sido infiel, aunque él la insulta cruelmente
al hacer una afirmación sin fundamento.
En el mundo antiguo, estos temas podían decidirse según lo que se ha venido a
conocer como “ordalía”. La persona acusada, fuera culpable o no, debía seguir un
determinado procedimiento, a menudo bastante peligroso, para decidir la culpabilidad
del infractor. Era un mecanismo cruel y seguramente no sea adecuado relacionar la
norma de 5:11–31 directamente con este procedimiento. Tiene similitudes con la
“ordalía”, pero es diferente en varios aspectos. En el Antiguo Testamento, no se recoge
en ningún sitio que se utilizara este proceso; incluso podría haber sido una norma
provisional “solamente para el viaje por el desierto”.
Primero, el hombre agraviado, por motivos justificado o no, llevará su mujer al
sacerdote (15). Este acto es un testimonio público de que las acusaciones morales son
un tema espiritual. Dios está involucrado profundamente y las relaciones humanas
estropeadas se deben reconocer como un tema espiritual serio. Si Dios nos ha creado y
35
nos ha establecido en comunidades, entonces nuestro comportamiento hacia estas
sociedades le concierne muchísimo. Creencia y comportamiento son inseparables,
según la Biblia.
Después, se debe ofrecer un sacrificio: la harina de cebada que se lleva al sacerdote
es la ofrenda memorial de cereal, que es la ofrenda de celos. Se debe poner en la mano
de la mujer acusada mientras los sacerdotes le preparan una bebida, agua de amargura
que trae maldición. El agua viene del lugar santo y se mezcla con polvo del suelo del
tabernáculo. Al beber el agua, la mujer debe expresar su conformidad (Amén, amén) a
la declaración del sacerdote de que, si ella es culpable de la acusación, hará que tu
vientre se hinche y tu muslo se enjute; pero, si es inocente del crimen del que se le
acusa, no le ocurrirá ningún daño.
En nuestra sociedad tan altamente sofisticada, tales procedimientos para decidir
entre lo bueno y lo malo parecen primitivos y crueles. Sin embargo, en este momento
de su historia, no podemos esperar que el pueblo hebreo actuara de una forma que no
fuera siguiendo las convenciones reconocidas y aceptadas en su cultura. En esta norma
divina, vemos un “juramento dramatizado”, y hay un número de medios protectores
inherentes que no se encuentran presentes en la “ordalía” tan típica del mundo antiguo
y medieval.
En primer lugar, el ritual era elocuente. No era magia sin sentido. Wenham nos
recuerda que, en el mundo antiguo, estos rituales eran demostraciones de la verdad
divina. Eran las presentaciones “televisivas” del mundo antiguo, al igual que las
profecías eran la comunicación “radiofónica”. Con algunas excepciones, el profeta
dependía principalmente de la voz, mientras que el sacerdote formaba parte de
presentaciones visuales de la verdad espiritual y moral. La bebida en cuestión estaba
compuesta de agua santa y polvo del suelo de la tienda de reunión. Los dos
ingredientes provenían de un lugar santo. Todo dependía de si la mujer era santa (no
culpable) o inmunda (culpable). Si lo santo se encontraba con lo inmundo, el juicio era
inevitable. Si lo santo se encontraba con la no culpabilidad, prevalecería la armonía. El
hecho de descubrir la cabeza de la mujer (18) era un signo de remordimiento interior.
Las maldiciones escritas en los manuscritos se ponían en contacto con el agua de
amargura; la persona acusada bebía las maldiciones, que se activarían si ella era
culpable, pero que serían inofensivas si ella era inocente.
En segundo lugar, la norma era segura. El hecho de beber esta agua preparada no se
puede comparar con los rituales de la ordalía de aquel tiempo, en los que la persona
acusada debía sumergir la mano en agua hirviendo o sostener un instrumento
ardiendo; el daño físico era inevitable con estos rituales.
En tercer lugar, la norma era justa. La ordalía comenzaba con la cruel suposición de
que la persona acusada era culpable hasta que se demostraba su inocencia, al sumergir
la mano en agua hirviendo y sacarla ilesa, lo cual era muy improbable. En el pueblo de
Israel, el hecho de beber esta agua no juzgaba a la persona. No hacía presuposiciones
acerca del estado moral de la mujer acusada.
En cuarto lugar, el resultado se postergaba. En el otro caso, las quemaduras
instantáneas eran “prueba irrefutable de culpabilidad”, pero la norma aquí descrita no
36
tendría un efecto inmediato. El hecho de que se postergara tenía un motivo. Mientras
el esposo y la esposa esperaban a que la bebida tuviera algún efecto físico, se dejaba
tiempo para la penitencia, para la mujer en el caso de ser culpable, o para el hombre en
el caso de que sus celos fueran infundados.
En quinto lugar, el proceso estaba controlado. El que se obligara a la mujer acusada
a comparecer ante el representante de Dios, el sacerdote, la protegía del peligro de que
el esposo desconfiado y celoso pudiera tomar la justicia por su mano. Sacaba las
acusaciones de los límites de un hogar desavenido hasta la presencia de un juez
objetivo, en el que un hombre de Dios podía aplicar alguna medida de cuidado pastoral,
teniendo el control de varios requisitos cúlticos.
En sexto lugar, el mensaje era evidente. Estos métodos públicos resaltaban lo
sagrada que era la unión matrimonial. El pueblo hebreo no debía tratar el compromiso
del matrimonio ligeramente. El adulterio era una seria ofensa: los transgresores
estaban rompiendo sus votos de compromiso con un Dios de pacto y sus promesas a su
pareja de por vida.
En la actualidad, el matrimonio se desecha como una convención social anticuada.
En la mayoría de los países del oeste y norte de Europa, hay más parejas que
simplemente viven juntas que parejas casadas. El número estimado de parejas que
viven juntas en Inglaterra y Gales en 1996 era de 1,56 millones y se espera que llegue
hasta casi 3 millones en 2021. Los niños cuyos padres se divorcian son reacios a
comprometerse en matrimonio y más propensos a tener una pareja de hecho. En el
mundo occidental, no se puede negar que los matrimonios fracasados y el aumento del
número de divorcios están teniendo repercusiones psicológicas serias en la vida de
niños inocentes.
El elemento de infidelidad ocupa un lugar prominente tanto en la segunda norma
(5–10) como en la tercera (11–31). El infractor moral actúa pérfidamente contra el
SEÑOR (6) y la mujer acusada le es infiel (12) a su marido, o al menos, acusada de tal
pecado. Estas normas se deben establecer en medio del contexto de la doctrina de
Israel de un Dios que siempre permanece fiel a su pueblo del pacto. Él ha hecho un
acuerdo (como un voto de matrimonio) con Israel, pero su pueblo se ha ido demasiado
a menudo con otros amantes y le ha sido infiel. Si Dios es santo, su pueblo debe
mantener el campamento libre de influencias contaminantes (1–5). Si Dios es recto,
cualquier injusticia moral o comportamiento inmoral es una ofensa hacia él. El pueblo
de Dios también debe ser justo. Si Dios es fiel, cualquier tipo de infidelidad por parte del
pueblo, ya sea en la comunidad en general (6–10) o en la intimidad del matrimonio
(11–31), es inaceptable para un Dios que nunca incumple sus promesas.

Un servicio voluntario a corto plazo


37
Números 6:1–21

Los sacerdotes y levitas eran conscriptos. Es alentador ahora leer un pasaje


dedicado a los voluntarios, hombre o la mujer (2), que deseen ofrecer su tiempo y servir
a Dios para cualquier fin que ellos determinen.
Aquí tenemos un episodio de la vida de las personas que querían expresar su amor
por Dios y su gratitud hacia él de manera práctica. Las normas a las que estaba sujeto el
voto del nazareo (de nāzar, que significa ser separado o consagrado) se encuentran
solamente en este capítulo, pero este voto cobraba especial importancia en la vida
espiritual del pueblo de Dios durante el período bíblico y más tarde. El nazareo era
separado para el Señor, del mundo y del trabajo.

Separados para el Señor


Surgen seis características de esta descripción que se refiere a la naturaleza del
voto.
En primer lugar, era único. Se describe como un voto especial (2). No había ninguna
otra norma en Israel como esta. Algunas de las características individuales aparecen en
diferentes contextos en otros lugares del Antiguo Testamento. Por ejemplo, la
prohibición acerca del contacto con cadáveres se aplicaba a todas las personas que
vivían en el campamento (5:2; 19:11–22). Los sacerdotes no debían raparse la cabeza y
no podían beber vino si estaban sirviendo en el tabernáculo, pero, aunque estaba
prohibido entrar en contacto con un cadáver, sí podían tocar el cuerpo de un pariente
cercano que hubiera muerto. Los recabitas rechazaban el vino consecuentemente,113 y
a Jeremías no se le permitía asistir a un entierro; sin embargo, en ningún sitio aparecen
estas estipulaciones para los votos de los nazareos.
En segundo lugar, era voluntario. El hombre o la mujer que haga un voto especial (2)
lo podía decidir libremente, en comparación con las normas anteriores acerca de los
sacerdotes y levitas, y no era obligatorio hacerlo.
En tercer lugar, el voto era personal. Hombres o mujeres, de cualquier tribu y en
cualquier momento, podían dedicar su vida al Señor para este ministerio, quizás
respondiendo a un “llamado” interior, posiblemente como expresión de gratitud por
algún inmenso acto de misericordia que hubieran recibido, o quizás para expresar un
compromiso renovado o un deseo personal de vivir más cerca de Dios.
En cuarto lugar, este voto era público. Todos podían ver que quienes lo tomaban se
dejaban crecer el cabello deliberadamente, adoptaban nuevos hábitos de comida y
bebida, y no podían participar en las ceremonias normales asociadas a la muerte de un
familiar. Este acto de compromiso personal se convertía en una valiosa ayuda visual que
recordaba al pueblo que Dios era prioritario en la vida humana. Estas normas para
nazareos vienen a plantear a los cristianos contemporáneos la coherencia de nuestro
testimonio y la naturaleza antibíblica y los peligros espirituales del discipulado secreto.
En quinto lugar, el voto era costoso. Hasta que se cumplan los días por los cuales se

38
apartó a sí mismo para el SEÑOR, será santo (5). Las promesas que hacía la persona le
prohibían que asistiera a las fiestas o funerales, pues ni por su padre, ni por su madre, ni
por su hermano, ni por su hermana se contaminará de ellos cuando mueran (7). La
decisión de hacerse nazareo no se debía tomar con ligereza; las obligaciones que
conllevaba implicaban exigencias rigurosas para cualquier hombre o mujer que
decidiera ser santo al SEÑOR (8). Nos recuerda que los que se rinden a Cristo reconocen
que hay que pagar un precio.
En sexto lugar, en circunstancias normales, el voto era temporal. Se hace una norma
para cuando se hayan cumplido los días de su nazareato (13). En algunos casos, el voto
se expresaba como una devoción de por vida, como en el caso de Samuel, y como se
suponía que fue con Sansón, pero lo normal es que el voto durara un tiempo específico.
La idea es similar a la decisión de las personas que hoy en día determinan ofrecer un
servicio voluntario, un “año sabático” en su país o en otro lugar. En el mundo actual,
existen oportunidades, no sólo para los jóvenes, sino también para los que tienen más
experiencia y se han jubilado hace poco o se retiran voluntariamente. Muchos han
ofrecido servicio voluntario a sociedades misioneras y a las iglesias locales, utilizando
sus habilidades como nazareos contemporáneos, y la iglesia de todo el mundo está
agradecida por su ministerio abnegado.

Separados del mundo


Las tres normas que acompañan al voto son interesantes. Merece la pena
reflexionar acerca de su significado en la comunidad israelita y preguntarnos cómo
estas características pueden sugerir paralelismos con el testimonio cristiano en el
mundo actual. La presencia de estos nazareos era un recordatorio frecuente al pueblo
de Dios de su naturaleza, propósito y destino; eran un pueblo peregrino, santo y que
daba testimonio.

Peregrinaje continuo
Se abstendrá de vino y licor y no comerá nada de lo que se hace de la vid, desde las
semillas hasta el hollejo (3–4). No solamente se les prohibía el vino, sino también las
uvas frescas o secas. La vid tardaba tres años o más en crecer y dar fruto, así que la viña
simbolizaba un asentamiento permanente en la tierra. Jeremías decía que, en contraste
con la apostasía de su pueblo más adelante, los años del desierto se caracterizaban por
la devoción, como el amor de una novia. El desierto era “tierra no sembrada”. Durante
aquellos años, Israel dependía de Dios, pero en cuanto se asentaron en la tierra,
heredaron viñas y olivos que ellos no plantaron118, y empezaron a confiar en los bienes
económicos, los recursos minerales y los bienes materiales en vez de en Dios, quien tan
generosamente les había abastecido.
Al negarse a consumir los productos de la viña, los nazareos afianzaban su
compromiso de vivir como personas destinadas a una tierra mejor. La viña simbolizaba
una vida asentada, mientras que este mundo no era su hogar. Este tema del peregrinaje
39
es tan importante en el Nuevo Testamento como en el Antiguo. Los cristianos tienen un
destino mejor e imperecedero, la ciudad “que está por venir”.

Un testimonio distintivo
La demostración exterior más inusual del voto nazareo era la prohibición de
cortarse el cabello: no pasará navaja sobre su cabeza… dejará crecer las guedejas del
cabello de su cabeza (5). Este aspecto del voto era una prueba visible ante la comunidad
de Israel para mostrar que entre ellos había personas que estaban dispuestas a dedicar
su vida completamente al Señor. Para una mujer que hacía el voto, el hecho de dejarse
el cabello largo no era un rasgo distintivo, pero para un hombre era una prueba
irrefutable de que era santo al SEÑOR. Al llevar esta “marca más visible”, todo el mundo
sabía que había alguien en la comunidad que creía que Dios era lo más importante. Esta
es otra característica que encontramos en el retrato de la vida cristiana que hace el
Nuevo Testamento. Todos los creyentes son testigos, que dan testimonio de la realidad
transformadora de una nueva vida en Cristo.

Una santidad costosa


La prohibición que dice que no se acercará a persona muerta (6), mencionando
específicamente a su propia familia (7), ilustra el precio que pagaban quienes hacían
este voto voluntariamente. Como hemos visto (5:1–4), el contacto con un cadáver era
un peligro potencial dentro del campamento y aquí se utiliza la misma frase que antes
(5:2), que describe el contacto físico con un cadáver como inmundo. La preocupación es
el testimonio de Israel sobre la naturaleza única de Dios como “el Dios viviente”, el Dios
que crea, imparte, sostiene y controla toda vida. Con el cabello largo, los nazareos eran
un testimonio evidente de la vida de Dios que habitaba dentro de la comunidad y, por
lo tanto, no debían estar en contacto con los que ya no vivían. Esta prohibición era tan
importante, que se resalta de dos formas, tanto con la familia (7) como con la muerte
repentina (9).
El hecho de prohibir el contacto directo con la familia de una persona en tiempo de
dolor servía de testimonio a la comunidad de que la palabra de Dios siempre se debe
honrar y obedecer, sea cual sea el precio en las relaciones personales. Nos recuerda a
los cristianos actuales las palabras de Jesús de poner en primer lugar el reino en temas
de relaciones.
Este testimonio externo del Dios viviente era tan crucial, que, si un nazareo entraba
en contacto accidentalmente con un cuerpo muerto (9–12), el voto se anulaba de
inmediato. El proceso de renovación consistía en la presentación de un sacrificio
costoso (12), que resaltaba la seriedad de la profanación. Un nazareo verdadero debía
ser un testigo sin mancha de la presencia del Dios viviente.

Separados para la obra

40
Los últimos versículos se concentran en el proceso correcto cuando se terminara el
período de separación (13–21). Una vez más, la ceremonia pertinente daba testimonio
público de la persona que hacía el voto (llevará la ofrenda a la entrada de la tienda de
reunión, 13), el sacrificio costoso (presentará su ofrenda delante del SEÑOR, 14) y la
rendición total: el nazareo debe rasurarse el cabello de su cabeza consagrada (18). El
cabello, que simbolizaba la dedicación total, debía presentarse como ofrenda al Señor.
El nazareo había guardado este período de dedicación no como un acto de
exhibicionismo o para agradar a los líderes espirituales de la comunidad, sino como una
muestra de rendición total al Señor. Este compromiso se mostraba al ofrecer el cabello,
la “corona” (nēzer) del voto. Era una manera simbólica de decir que este proceso
completo de dedicación, separación y servicio nazareo era una ofrenda al Señor.
Por supuesto, nos podemos preguntar cómo funcionaban estos nazareos dentro de
la vida de Israel. ¿Con el voto, ascendían de rango en el servicio práctico o pastoral
dentro de estas comunidades? El voto daba testimonio de tres realidades espirituales
tan relevantes hoy en día como cuando se dieron estas normas: honrar a Dios, negarse
a sí mismo y servir a los demás.
En primer lugar, los nazareos hacían el voto porque deseaban honrar a Dios. Era una
declaración pública de lealtad y devoción al Señor, quien les había dado la vida y más
riqueza de la que se merecían. Al “coronarles” tan generosamente con innumerables
bendiciones, ellos acertadamente se ofrecían a sí mismos a él como agradecimiento.
En segundo lugar, el voto era una oportunidad de negarse a sí mismos. Afectaba a
sus preferencias personales, apariencia física, convenciones familiares, valores sociales
y convicciones religiosas. Durante ese período de separación, renunciaban
conscientemente a algunas de las cosas que solían formar parte de la vida diaria. Jesús
nos enseñó que negarse a uno mismo era la marca esencial del discipulado auténtico.
No sabemos exactamente para qué servían los nazareos, porque la mayoría de las
referencias relevantes en las Escrituras se refieren a personajes notables, como la mujer
de Manoa, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y el apóstol Pablo. El hecho de que estas
personas eran utilizadas por Dios, de distintas maneras, para enriquecer la vida de
otros, sugiere que los nazareos no eran fanáticos religiosos, aislacionistas raros o
desechos sociales, sino personas que expresaban su rendición personal como un
servicio práctico hacia los demás.
La mujer de Manoa es un modelo de madre nazarea ejemplar, un recordatorio de
que quienes crían familias de forma que honran a Dios son de inestimable valor para la
vida de cualquier nación. Sansón estaba destinado a ocupar un puesto importante de
liderazgo, aunque no se esforzó para aceptar las renuncias que se esperaban
claramente de un nazareo; pero aun así, en su momento más bajo y de total
dependencia de Dios, él le utilizó para llevar a cabo el acto más grande posible de
negación a sí mismo.129
Samuel es un ejemplo más sorprendente de nazareo que era profeta, intercesor131 y
juez, y un ejemplo loable de persona que honraba a Dios al edificar “un altar al
SEÑOR”133 mientras otros adoraban a ídolos. Este “hombre de Dios”135 estaba en

41
comunión diaria con su Señor; un nazareo que servía al pueblo de Dios de todo corazón
durante un período crucial de transición.
En tiempos del Nuevo Testamento, Juan el Bautista fue separado para el Señor
desde su infancia y, como nazareo devoto, nunca bebió “ni vino ni licor”. Su ministerio
profético y ungido por el Espíritu Santo sirvió para que miles de personas se
arrepintieran y preparó el camino para la venida de Cristo. Jesús mismo testificaba que,
en el servicio a Dios a través de los siglos, nadie podía igualar a este heraldo de la
verdad.139 Era un ejemplo de perfecta humildad, un nazareo cuya dedicación al Señor
trascendía cualquier otra cosa.
Parece ser que el apóstol Pablo hizo un voto de nazareo o algo muy similar. Su vida,
“apartado para el evangelio de Dios”142, es un modelo de servicio de sacrificio. La
ofrenda que hace Pablo de su cabello en Cencrea simboliza la ofrenda de sí mismo al
Señor, ilustrando la petición a los romanos acerca del sacrificio de sus cuerpos, “santos
y aceptables a Dios”.
Antes de terminar con este pasaje, apreciamos una seria advertencia acerca de las
personas de los tiempos del Antiguo Testamento que intentaban poner obstáculos a los
nazareos. En tiempos de gran deslealtad espiritual, Dios dio a los ciudadanos del siglo
VIII a. C., del reino del norte, modelos distintivos de rendición total al hacer que algunos
de sus jóvenes fueran nazareos. Pero ciertos contemporáneos maliciosos distrajeron a
estos jóvenes de su devoción e hicieron “beber vino a los nazareos”. Era un acto de
rebelión sacrílega por el cual intentaban llevar a jóvenes de Dios hasta el nivel sórdido
de su propia depravación. Aquellos que obstruyen de alguna forma el desarrollo
espiritual de otros145 se ponen en peligro a sí mismos, bajan el listón de la comunidad y
son responsables ante un Dios que ama la justicia y aborrece la iniquidad.

Riquezas heredadas
Números 6:22–27

La bendición de Aarón, el pasaje más conocido de este libro, ha estado en boca de


personas que han orado a través de los siglos a medida que han ido buscando lo mejor
de los regalos de Dios para sus familias y amigos.
Entonces habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos, y diles: “Así
bendeciréis a los hijos de Israel. Les diréis:
‘El SEÑOR te bendiga y te guarde;
el SEÑOR haga resplandecer su rostro sobre ti,
y tenga de ti misericordia;

42
el SEÑOR alce sobre ti su rostro,
y te dé paz.’ ”
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré.
Estas palabras familiares y brillantemente sucintas se repitieron a lo largo del
período bíblico, fueron importantes en la adoración judía posterior y pasaron a formar
parte de la liturgia de la iglesia cristiana. El teólogo isabelino Richard Hooker citó sus
magníficas palabras y el Padrenuestro como autoridades para el uso de oraciones
preparadas. Consideremos el significado, el arte y el mensaje que encierran.

El significado
Esta declaración sacerdotal se centra en la bendición del pueblo de Dios, un tema
que domina la historia de la Biblia desde la creación hasta la consumación. Algunas
palabras en el vocabulario cristiano se suelen explotar demasiado, siendo “bendición”
un ejemplo de ello. El término parece vago y ambiguo, y se resiste a una definición
precisa. Con la expresión tan familiar “Que Dios te bendiga”, ¿la persona que lo dice
hoy en día está expresando algo más que “Espero que te vaya todo bien”? Para los
creyentes israelitas, significaba infinitamente más que eso.149 Para ellos, una bendición
era “un acto deliberado y solemne a través del cual se transmitían ventajas específicas”.
Wenham sugiere que, al igual que nuestros contemporáneos ansían alcanzar el éxito,
las personas del Antiguo Testamento deseaban la bendición.151 Para ellos, el término
tenía muchas dimensiones; lo que se tenía en mente era explícito, preciso, casi tangible.
A medida que estos viajeros israelitas iban a emprender su viaje lleno de aventuras,
el mayor consuelo que podían tener era la garantía de que el Dios que no cambia les
bendijera al igual que lo había hecho tan claramente con sus antepasados.

El arte
Esta oración tan lacónica está perfectamente elaborada. Sus tres líneas se presentan
en medio de una estructura construida de manera hermosa, que lo presenta (22–23) y
después lo desarrolla y lo concluye (27). Las tres líneas, en hebreo, van aumentando en
número de palabras: 3, 5 y 7, respectivamente. El uso de las sílabas con naturalidad (12,
14 y 16) y el empleo de consonantes también va en aumento (15, 20 y 25),
construyendo una consciencia de generosidad divina, que se va incrementando. Esta
intensificación gradual expresa de manera literaria la idea de que Dios multiplica y
acrecienta los dones.

El mensaje
Las palabras se presentan de forma que las puedan usar Aarón y sus hijos y expresan
una proclamación hecha con confianza. Más que verbalizar lo que querían, exponen lo
que Dios da. Al otorgar una voz elocuente a los deseos del pueblo, confirman la
43
benevolencia del Señor. Esta declaración divina expone las facetas de una bendición
divina que este pueblo necesita al emprender el viaje a través del vasto e inhóspito
desierto. Se enumeran dimensiones espectaculares de la naturaleza divina en esta
bendición memorable y asegura a los viajeros su riqueza espiritual.

Los dones más exquisitos de la vida sólo vienen de Dios


Sólo Dios es el Dador generoso. “El Señor te bendiga…” Aunque los sacerdotes
pronunciaban la bendición, no podían otorgarla. Simplemente, eran los heraldos
designados de estas realidades espirituales. Solamente el Señor es el dador y
benefactor; una verdad no sólo declarada por la triple expresión del nombre divino,
sino enfatizada también por la afirmación final: “yo los bendeciré”.
En una cultura consumista, el pueblo ya no confía en Dios como la fuente de los
mejores dones de la vida. Nuestros contemporáneos adoran a sus deidades
alternativas: el placer, las posesiones, la popularidad, el sexo, a sí mismos. Una de las
agencias publicitarias más importantes del mundo afirma que las marcas “son la nueva
religión. Las personas se vuelven hacia ellas para encontrar un significado”. Las marcas
con más éxito son aquellas que destacan “no sólo por la calidad y fiabilidad, sino
también por una serie de creencias que mantienen a toda costa”. Las Escrituras afirman
que solamente Dios es la fuente de toda satisfacción y realización duradera.155 Los
sustitutos, por muy atractivos que sean, están abocados a defraudar a los millones de
personas que se aferran a ellas.
Nociones erróneas acerca de la fuente de bendición se contradicen en esta triple
afirmación de “El Señor te bendiga”. La bendición no viene de los dioses idolatrados de
los pueblos paganos vecinos, ni de los trucos de necromancia, ni por los actos de piedad
de un hacedor de buenas obras, ni del moralista con pretensiones de superioridad, ni
siquiera del sacerdote israelita benevolente. Es el Señor quien bendice, nadie más.

Él bendice la vida colectiva de su pueblo


El marco literario de la bendición (22–23, 27) está en plural y ofrece a la comunidad
una referencia para esta proclamación divina. Es a los hijos de Israel (23, 27) a quienes
se les asegura que “yo los bendeciré” (27). A medida que hablaban los sacerdotes, los
viajeros del desierto recibían esta garantía irrevocable de que el Señor les guardaría
como pueblo. Ya habían probado su bondad al bendecirles con suficientes recursos,
protección física, confianza espiritual, agua abundante, comida diaria, éxito militar,
apoyo pastoral e instrucción divina. Esta declaración de bendición significaba una gran
seguridad al empezar su largo viaje. A medida que este llegaba a su fin, la bendición
continua del Señor fue transmitida soberanamente tanto a la generación antigua como
a la nueva a través de las palabras inspiradas de un adivino pagano y mercenario (22:12;
23:11, 20; 24:9).

Él suple las necesidades específicas de los individuos dependientes


44
Aunque el marco esté en plural, las palabras de la bendición en sí (24–26) aparecen
en singular. “El SEÑOR te bendiga”, es decir, a cada uno de los israelitas. Estando
rodeados de miles de peregrinos, los individuos podían sentirse perdidos en medio de
la gran multitud. Con este énfasis deliberado y repetido en la naturaleza personal que
presentan estas bendiciones, los viajeros no tenían razón para dudar de que el Dios
amante se preocupaba por cada uno de ellos.

Sus dones son innumerables y están asegurados


“El SEÑOR te bendiga”. Para la mente de los hebreos, la palabra “bendición” era
verdadera y específica, una gran reserva de preciados dones que el dinero no podía
comprar. Incluía tesoros como el amor humano, el regalo de los hijos, el gozo de vida en
familia, el deleite del hogar y la seguridad de las cosechas abundantes. No eran
merecedores de la inmensurable grandeza de la bondad divina, pero sus necesidades
eran suplidas por la generosidad sin par, no como premio a su inquebrantable
devoción.

Él es nuestro guardador fiable en tiempos difíciles


“El SEÑOR… te guarde”. Él era su defensor omnipotente. El camino que tenían por
delante estaba repleto de peligros, pero mientras esperaban en Sinaí, Dios les garantizó
su protección: “He aquí, yo enviaré un ángel delante de ti, para que te guarde en el
camino y te traiga al lugar que yo he preparado”, la misma palabra que en esta
bendición para un pueblo temeroso. Es la palabra que utilizó Josué cuando pedía a sus
contemporáneos que recordaran que solamente el Señor había sido su fiel guardador:
“Nos guardó por todo el camino en que anduvimos y entre todos los pueblos por entre
los cuales pasamos”.

Él se deleita en su relación personal con nosotros


“… el SEÑOR haga resplandecer su rostro sobre ti”. El rostro resplandeciente
indicaba un placer supremo. Encontramos palabras idénticas con frecuencia en boca de
los salmistas de Israel, al desear una comunión íntima con Dios.
En el campamento, un israelita conocía el rostro resplandeciente de Dios por
experiencia personal. Al estar en íntima comunión con Dios durante el tiempo en Sinaí,
frecuentemente salía de su presencia divina con la gloria divina reflejada en su propia
cara. Los israelitas vieron que “la piel de su rostro resplandecía”. Esta bendición
sacerdotal anticipaba el tiempo en el que no sólo Moisés, sino todo aquel que reciba la
bendición de Dios, verá el “rostro iluminado” de la aprobación de Dios, experimentará
su presencia y reflejará su resplandor163 en su vida diaria.

Promete perdonar nuestros pecados, porque conoce nuestra debilidad

45
“… el SEÑOR… tenga de ti misericordia”. La palabra misericordia recuerda el
momento en el que, solamente unos meses antes, un hombre de oración había rogado
a Dios por el perdón que necesitaba su pueblo tan desesperadamente. Habían ofendido
al Señor con la apostasía del becerro de oro, pero Moisés pasó tiempo en la cima del
monte, hablando con Dios “cara a cara”, “el SEÑOR descendió en la nube… mientras
este invocaba el nombre del SEÑOR… ‘el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para
la ira y abundante en misericordia y verdad’ ”. Fue en este momento cuando el rostro
de Moisés se iluminó al salir de la presencia divina con la promesa de que perdonaría al
pueblo.
El propio hermano de Moisés era el que había encabezado la ofensa en rebelión
idólatra. Ahora lo vemos aquí, un hombre perdonado, proclamando a otros con estas
palabras la misericordia abundante de un Dios perdonador que no les condenaría por
esa enorme maldad (ni cualquier otra).

Su presencia garantizada desafía nuestro indigno nivel


Para poder discernir el significado exacto de la afirmación positiva alce sobre ti su
rostro, quizás tengamos que reflexionar sobre la afirmación negativa “girar el rostro” o
“esconder el rostro” a alguien. En otras palabras, la segunda mención del rostro de Dios
quizás tenga connotaciones morales. La imagen, utilizada frecuentemente por los
profetas de Israel más adelante, suscita la seria pregunta: ¿el rostro de Dios me está
sonriendo o le he defraudado de alguna forma? Dios alzó su rostro en aprobación hacia
Moisés166 al igual que lo apartaba decididamente de aquellos que le desobedecían. Pero
incluso quienes le han agraviado pueden recibir perdón completo, inmediato e
irrevocable si dejan atrás sus pecados. John Donne lo expresó perfectamente:
Aunque con nubes de ira disfraces tu rostro, a través de esa máscara
reconozco tus ojos, que, aunque se alejan a veces, no podrán despreciar nunca.
Durante su difícil ministerio en el desierto, Moisés miraba a menudo las caras
cambiantes de sus contemporáneos, pero su prioridad era asegurarse de que el rostro
del Señor estaba mirando hacia él con aprobación. Si estaba agradando a Dios, lo demás
no importaba.

Sus innumerables bendiciones incluyen una profunda satisfacción interior


“… el Señor… te dé paz”. Al igual que esta afirmación sacerdotal comenzó con un
término global (bendecir), concluye con otra palabra hebrea (šālôm), que tiene una gran
variedad de significados: no sólo salud y prosperidad, sino también bienestar y
tranquilidad interior, la serenidad que viene de la seguridad de que Dios sabe y suple
todo lo que sea necesario para el viaje de la vida. Esa palabra en hebreo viene de una
raíz que significa “perfecto” o “completo”; se utiliza para describir pesos perfectos.
Šālôm significaba “el hecho de estar completo”; incluía una gran variedad de dones

46
innumerables y ricas provisiones. Miles de nuestros contemporáneos tienen bienes
materiales y seguridad económica, pero sus manos vacías se extienden para recibir más;
no tienen contentamiento, satisfacción ni šālôm.

Somos de su propiedad y nos cuida constantemente


La conclusión de la bendición garantiza esa paz: “Así invocarán mi nombre sobre los
hijos de Israel, y yo los bendeciré”. Poner el nombre en algo significaba marcarlo como
propiedad de uno. El Señor ha puesto su nombre en el pueblo de Israel como dador
bondadoso (24a), protector fuerte (24b), amigo fiel (25a), amante que perdona (25b),
compañero fiable (26a), proveedor generoso (26b) y dueño exclusivo (27). El pueblo de
Dios era su preciada posesión y el Señor se había propuesto suplir todas sus
necesidades.
Mientras el sacerdote israelita proclamara esta bendición al pueblo, la comunidad
entera estaría sostenida por estas verdades y los adoradores individuales serían
animados. A través de esta majestuosa declaración pública, el que dudaba era
desafiado; el ansioso, tranquilizado; el infractor, recordado del perdón que se le había
asegurado; y el creyente, fortalecido.

Dar y recibir lo mejor


Números 7:1–89

Números 7, el capítulo más largo de la Biblia después del Salmo 119, describe un
acontecimiento único en la historia de Israel. Durante una fiesta de doce días, se traían
ofrendas para que sean usadas en el servicio de la tienda de reunión (4). Cada día, un
líder escogido presentaba las ofrendas de una tribu diferente; las ofrendas que ofrecían
y la fórmula literaria que utilizaban para describirlas cambiaban. Los que traían tales
ofrendas para la dedicación del altar (11) eran los mismos hombres que se habían
encargado del censo (1:5–16; cf. 2:3–31). Hay una lista de todas las ofrendas (7:84–88)
y un versículo al final se centra en el lugar en el que Moisés se encontró con Dios (89).
Aunque este extenso pasaje parece un simple registro de ofrendas de sacrificio, es
mucho más que un ejemplo de contabilidad bíblica. Al igual que con las listas anteriores
y posteriores de este libro, algunos temas claves bíblicos se presentan con una claridad
inequívoca.

La gracia de las ofrendas


El hecho de dar es una dimensión crucial de la adoración. Al adorar a Dios
47
literalmente estamos reconociendo su valor y no sólo lo hacemos de forma verbal con
canciones o palabras, acción de gracias y alabanzas, sino también mediante ofrendas
tangibles para su obra y su testimonio.
Algunos israelitas daban ofrendas que habían hecho ellos mismos. Y ellos trajeron su
ofrenda delante del SEÑOR: seis carretas cubiertas y doce bueyes, una carreta por cada
dos jefes y un buey por cada uno (3). En cada caso, las dos tribus se juntaban para llevar
a cabo el ejercicio, ofreciendo sus habilidades como diseñadores, carpinteros,
carreteros y metalúrgicos para construir buenos carros que pudieran llevar los pesados
materiales del tabernáculo durante su largo viaje por el desierto. Estos líderes traían
otras ofrendas que habían hecho los artesanos de las tribus: una fuente de plata… un
tazón de plata… un recipiente de oro (13–14, et passim). Metalúrgicos habilidosos daban
forma a estos utensilios valiosos y los que hacían perfume preparaban el incienso (14)
que se utilizaba para expresar la adoración y las oraciones del pueblo del Señor: un
recordatorio de que podemos traer nuestras habilidades específicas al Señor,
ofreciendo lo mejor que tenemos.
Algunos ofrecían animales que Dios había creado, bueyes de cada tribu, para tirar
de estos carros a través del desierto. Artesanos habilidosos podían hacer carros con la
madera y el metal que Dios había suministrado, pero nadie podía fabricar un buey para
tirar del carro, o los otros animales que ofrecía cada tribu cada día: un novillo, un
carnero y un cordero de un año… un macho cabrío… dos bueyes, cinco carneros, cinco
machos cabríos y cinco corderos de un año (15–17, et passim). Solamente el Creador
podía crear estas criaturas, así que el pueblo le ofrecía lo que él ya les había dado: esto
representa una dimensión esencial de la doctrina de las ofrendas.
Algunos traían cereales que Dios les había dado: flor de harina mezclada con aceite
como ofrenda de cereal (13). Dios les suministró la habilidad de cultivar maíz y molerlo
para hacer harina. Él había creado los olivos, pero el pueblo preparaba el aceite. De
nuevo, estaban devolviéndole parte de su creación como reconocimiento agradecido de
su abundante e inmerecida generosidad. Un informe reciente de las Naciones Unidas
dice que, en estos tiempos de abundancia sin precedentes, 800 millones de personas no
reciben suficiente para comer. En la aldea global, un niño muere de hambre cada ocho
segundos. Nuestra responsabilidad es ofrecer regularmente al Señor una proporción de
lo que él nos ha dado, ofrendas que pueden utilizar organizaciones solidarias para suplir
las necesidades básicas humanas en otras partes de nuestro mundo.

El privilegio de encontrarse con Dios


Estas ofrendas se presentaban para ayudar a la obra en el tabernáculo. La tienda de
reunión (4), que desprende un “sentimiento de reunión con cita previa”, les recordaba
que la comunión con Dios era su prioridad más importante. Las ofrendas de cereal…
holocausto… por el pecado… de paz (13–17, et passim), la provisión de Dios para la
comunión con él. El último versículo nos dice que Moisés entró en la tienda de reunión
para hablar con el Señor (89). El propósito de las ofrendas era infinitamente más
importante que su tamaño. El sacrificio más costoso tendría poco valor si no expresaba
48
la devoción total a Dios. Más adelante, cansaron al Señor con sacrificios repetitivos y
vacíos de significado.
La referencia al tabernáculo o a la tienda de reunión (1, 3, 4, 89) nos recuerda que
encontrarse con Dios es más importante que trabajar para Dios. Por mucho servicio
diligente que realicemos, al igual que los israelitas y sus ofrendas, no tendrá valor si no
buscamos encontrarnos con Dios regularmente. Tenemos una valoración del tiempo
altamente subjetiva y la disciplina de un encuentro diario con Dios se ha hecho
impopular; muy a menudo, se desecha como algo legalista que no conllevará ningún
beneficio. Sin embargo, Jesús consideraba su encuentro diario con Dios una dimensión
esencial de su vida espiritual. Sus seguidores no deben descartar como algo opcional
una acción que él consideraba vital. Durante el reavivamiento que hubo el siglo pasado
en el este de África, los cristianos vivían en casas muy pequeñas y cada día se dirigían
hacia su propio pequeño claro en la maleza que les rodeaba, y poco a poco iban
abriendo el camino hacia el lugar en el que se encontraban con Dios. Si alguien no iba a
esta reunión diaria, pronto se hacía evidente; un hermano le diría, con amor: “Hay
hierba en tu camino, hermano”.
El amor es más importante que dar. Antes de que Cristo resucitado encomendara a
Pedro para el servicio pastoral, se aseguró de que su discípulo entendía la prioridad de
amar. El apóstol Pablo les dijo a los cristianos en Corinto que, aunque dieran todas sus
posesiones materiales a los pobres y entregaran su vida como mártires, “de nada me
aprovecha” si no tenían amor.176 El amor es lo más importante.

La responsabilidad de escuchar
Al final de este relato de cuando la comunidad hacía ofrendas, el interés se dirige
hacia un individuo en especial. Al entrar Moisés en la tienda de reunión para hablar con
el Señor, oyó la voz que le hablaba… (89). Era el cumplimiento directo de la promesa
anterior de Dios al líder de Israel de que “allí… entre los dos querubines que están sobre
el arca del testimonio, te hablaré acerca de todo lo que he de darte por mandamiento
para los hijos de Israel”.
Moisés tenía mucho de qué hablar con Dios y, a medida que avanzaban en el
camino, cada día traía nuevas preocupaciones pastorales, quejas irracionales,
acusaciones arrogantes. Sin embargo, aunque Moisés estaba desesperado por hablar de
sus problemas, le inundaba una prioridad mayor que el hecho de hablar. La tienda de
reunión se convirtió en el lugar de escuchar atentamente. Moisés oyó la voz… y Él le
habló (89).
La historia acerca de la revelación bíblica es la saga majestuosa no simplemente de
un Dios que habla, sino también de la respuesta de la humanidad a la voz divina. A lo
largo de todas las Escrituras, se cita a personas que estaban sordas a la voz de Dios o
pendientes de lo que él decía. Algunos ejemplos familiares ilustran la primacía de este
tema.
Sansón, posiblemente el nazareo más famoso, hizo caso omiso constantemente a lo
que Dios le estaba diciendo. Si Sansón hubiera entrado en una “tienda de reunión”
49
privada y hubiera pasado tiempo con Dios, la historia sería de otra manera. Habría
aprendido regularmente acerca de temas de importancia espiritual, siendo guiado con
gracia en tiempos de incertidumbre y corregido con amor cuando falló. Era un joven
prometedor, pero un adulto condenado, con dones, pero insensato. Otras cualidades
menguan cuando las mujeres y los hombres se resisten constantemente a escuchar lo
que Dios está diciendo.
David es un ejemplo de alguien ocasionalmente sordo a la voz de Dios. Grandes
hazañas, logros inspirados y salmos magníficos dan testimonio de las ocasiones de su
vida en las que su oído estaba atento a lo que el Señor le estaba diciendo. Sin embargo,
hasta las mejores personas no son inmunes al peor de los pecados. Un pecado
destructivo condujo a otro a medida que este hombre, físicamente fuerte pero
moralmente vulnerable, se iba volviendo sordo a la voz de Dios. Hizo falta un profeta
con una historia efectiva para atraer su atención de nuevo y conseguir que reconociera
su pecado. David captaba el pecado rápidamente en los demás,180 pero tardaba en ver
el suyo propio. Anteriormente, había escuchado la voz de Dios a menudo y transmitía el
mensaje que plasmaba fielmente a través de canciones que enriquecerían la adoración
de las personas durante siglos, pero el hecho de escuchar la voz en el pasado no es
garantía de victoria en el presente.
Salomón, el hijo de David, era otro hombre con dones que escuchaba la voz de Dios
al principio, pero no continuó con esa disciplina de escuchar diariamente. Su oído, que
un día estuvo atento a la voz de Dios, se iba cerrando cada vez más a lo que el Señor
estaba diciendo. Dios había manifestado claramente que el pueblo hebreo no debía
casarse con sus vecinos paganos. Salomón sabía que esta política era espiritualmente
desastrosa, pero, sin embargo, la llevó a cabo. Aunque Dios había prohibido a Salomón
que adorara a otros dioses, Salomón no obedeció el mandamiento del Señor.182
Quizás el ejemplo bíblico más triste de un creyente que se negó a escuchar es el
trágico acontecimiento que ocurrió al final de la vida del rey Josías. Desde una edad
temprana, el joven rey había prestado mucha atención a la Palabra de Dios, pero, a
pesar de este magnífico ejemplo de persona que escucha atentamente, Josías ensalzaba
las estrategias políticas, seguía impulsos naturales antes que las instrucciones divinas, y
no quiso escuchar la voz de Dios al final de su vida.184 La espiritualidad pasada te
enriquece inmensamente, pero no ofrece inmunidad ante los peligros del presente.
En claro contraste con estos hombres que estaban sordos a lo que Dios decía, otros
personajes de las Escrituras escuchaban con atención y respondían obedientemente a
la palabra de Dios. Samuel, Isaías y Jeremías eran del mismo tipo que Moisés, quien, a
pesar de entrar en la tienda de reunión para hablar con el Señor, discernía una
necesidad más importante: oír la voz que le hablaba y el Señor le habló (89).

La necesidad de ser limpiado


La voz divina le habló a Moisés desde encima del propiciatorio que estaba sobre el
arca del testimonio, de entre los dos querubines (89). La voz se escuchó en el lugar en el
que el pecado era limpiado. El pecado mina nuestra receptividad espiritual. Sansón
50
habría escuchado la voz del perdón si hubiera confesado su pecado. David recibió el
perdón cuando reconoció su pecado. El arca del testimonio era el lugar donde se
rociaba la sangre de sacrificio en el día de la expiación. Ese día, todos los pecados del
pueblo eran perdonados por un Dios compasivo pero, a la vez, santo. La iniquidad
persistente aislaba a los pecadores de un Dios santo. Solamente se podía subsanar esta
separación, restaurar la relación y limpiar la mancha si se pagaba un rescate y se
derramaba sangre costosa. Con la ayuda visual dramática de su sistema de sacrificios, el
pueblo israelita recibía la seguridad objetiva de que sus pecados eran limpiados.
Nada hay más importante que ser limpiado. Una vida de éxito puede ser envidiada
por muchos, pero es inaceptable para Dios mientras el pecado permanezca sin perdón.
Cuando Moisés entraba en la tienda de reunión, era consciente de que Dios le estaba
hablando desde el lugar en el que se llevaba a cabo la expiación para los pecadores. La
sangre que era derramada en el arca del testimonio anticipaba la sangre perfecta de
Cristo que “nos limpia de todo pecado” continuamente.

La garantía de la bendición
Mientras Moisés entraba en la tienda de reunión, recibía un recordatorio visual de
cuatro realidades alrededor de las cuales giraba la fe de Israel. Cuando Moisés miraba el
arca, cobraba ánimo porque sabía que el Señor era algo más que una gran voz. Esta
ayuda visual mostraba a Dios como su rey, amante, maestro y proveedor.
En primer lugar, Dios era su rey. El arca se consideraba el trono de Dios, una verdad
captada gráficamente en escritos más tardíos. Los dos querubines (89) formaban los
muebles decorativos para el lugar en el que el Señor está “sentado más alto que los
querubines”. Tenían por delante un futuro incierto, pero su destino estaba en manos de
un Dios soberano, que reinaba sobre todas las naciones.
Pero aún así, aunque la seguridad de la soberanía divina fuera muy reconfortante, el
pueblo de Dios debía pensar en él no como un soberano lejano, sino como un amigo
presente. Esta arca cubierta de oro contenía las dos tablas de piedra en las que estaban
grabados los diez mandamientos, el pacto o acuerdo de amor entre Dios y su pueblo. Él
se había comprometido con ellos con un amor que no podía ser ni igualado ni usurpado
por ningún otro amante. “No tendrás otros dioses delante de mí”.
Como consecuencia, Dios era su maestro. Las tablas de piedra que había en el arca
eran otro recordatorio más de que Dios les había hablado de forma exclusiva y que
debían obedecer su palabra.
Por último, Dios era su proveedor. En el arca, también había “una urna de oro que
contenía el maná”, para recordar la dependencia que los peregrinos tenían de Dios para
que les proveyera su comida diaria.194
Estos símbolos eran recordatorios visibles de un Dios que reina, ama, enseña y
alimenta a su pueblo. Su pueblo estaba seguro en unas manos tan firmes y constantes.

51
Los modelos a seguir de Israel
Números 8:1–26

Cuando Israel entró en la tienda de reunión para escuchar la voz de Dios (7:89), el
Señor le habló con un mensaje específico acerca de los deberes y la consagración de
quienes servían allí. Los sacerdotes y levitas habían sido apartados específicamente
para trabajar en la tienda y, por lo tanto, eran una ayuda visual permanente que
ilustraba las cualidades que Dios espera de todos sus siervos.

El comunicador atento
Moisés debía hablar con Aarón acerca de la disposición de las lámparas en el lugar
santo (1), una de las responsabilidades que se habían concedido específica y
exclusivamente al sacerdocio. Ni siquiera Moisés podía llevar a cabo estas tareas. Su
papel consistía en escuchar la palabra de Dios y después transmitirla fielmente y con
exactitud a la comunidad del desierto. A los cristianos, también se les ha dado un
mensaje que deben compartir con entusiasmo con sus contemporáneos. Los
predicadores tienen la responsabilidad distintiva de ser comunicadores fiables de la
palabra de Dios; no tienen libertad para cambiar, marginar o ignorar esa palabra, al
igual que tampoco Moisés. La iglesia contemporánea necesita siervos fieles que
expongan y apliquen las Escrituras “no solamente el Nuevo Testamento, sino también el
Antiguo… no solamente los pasajes que hablan a favor de los prejuicios particulares del
predicador, sino también los que no lo hacen”.196

El oyente sensible
Aarón obedeció totalmente los mandamientos de Dios. Y así lo hizo Aarón; puso las
lámparas frente al candelabro, como el SEÑOR había ordenado (2–3). El tema de la
obediencia se repite a lo largo de este capítulo (3, 4, 20, 22). Los detalles de la
fabricación de los candelabros siguen apareciendo desde Éxodo; su lenguaje idéntico
enfatiza la respuesta entusiasta de los siervos de Dios para hacerlo todo según el
modelo que el SEÑOR le mostró a Moisés (4).
Este candelabro, con sus ramas y flores, era como un árbol iluminado. Simbolizaba
la naturaleza de Dios como el dador de vida (un árbol floreciendo) y una luz (la
lámpara). Su posición en el lugar santo, además de su fabricación, era un tema bastante
importante. La luz brillaba con intensidad en la mesa del pan de la presencia. Otra
ayuda visual: Dios provee con fidelidad para las necesidades de su pueblo.
52
El instrumento purificado
El Señor siguió hablando a Moisés (5), pasando de las responsabilidades de los
sacerdotes a la consagración de los levitas, que habían sido nombrados ayudantes
suyos. Los miembros varones de la tribu de Leví debían ser apartados para ser
purificados (6) por el ritual de rociar, afeitar, lavar el cuerpo y la ropa (7). Estas
instrucciones simbolizan la necesidad de una purificación total para la obra de Dios, no
simplemente una purificación ceremonial externa, sino también interna. El levita
sincero reconocía que eran tiempos en los que la iniquidad manchaba su vida, servicio y
testimonio; ponía sus manos en la ofrenda por el pecado, el holocausto, para hacer
expiación (12). La ofrenda por el pecado era por “si alguien peca inadvertidamente”,
mientras que la ofrenda de cereal199 era una ofrenda espontánea que expresaba
posiblemente la gratitud del levita por la purificación que Dios había prometido y el
privilegio del servicio. El holocausto, presentado íntegramente, era un símbolo de
rendición total.
Para los cristianos, el mensaje de estas instrucciones casi no necesita aclaración. Los
siervos que están viviendo en pecado mientras hacen la obra del Señor, se engañan a sí
mismos, hacen un daño irreparable a otros y deshonran a Dios. Pedro confesó su
condición de pecador antes de responder al llamado de servir.

El sacrificio vivo
Los levitas no solamente presenciaban las ofrendas; ellos mismos eran ofrendas,
ofrendas vivas que se ofrecían a Dios para que él les usara: “Entonces Aarón presentará
a los levitas delante del SEÑOR, como ofrenda mecida de los hijos de Israel, para que
ellos puedan cumplir el ministerio del SEÑOR” (11, cf. 13, 15). Cuando la ofrenda se
mecía, simbolizaba la presentación pública, visible, total a Dios, enteramente dedicados
(16) a él. Los hebreos enfatizan su dedicación absoluta al repetir el verbo, literalmente
“dedicados, dedicados”, que anteriormente se había utilizado para describir el
ministerio que los levitas realizaban de todo corazón con los sacerdotes (3:9). Fueron
“dedicados por completo” a los sacerdotes en servicio (3:9) y se rindieron ante el Señor.
Ofrecernos a nosotros mismos como sacrificio vivo es la mejor forma, la más alta, más
aceptable y costosa de adoración cristiana.
A través de los siglos, hombres y mujeres se han rendido enteramente en servicio
sacrificado. Inspirados por el ejemplo de Cristo, en respuesta a sus enseñanzas y
decididos a hacer su voluntad, han “muerto” a sus propias ambiciones. Adoniram
Judson predicó durante cinco años hasta que bautizó a su primer converso. Durante ese
tiempo, luchó para aprender el birmano y tradujo el Nuevo Testamento. Varias
personas murieron en su familia, fue encarcelado en condiciones horrorosas, fue
torturado y estuvo enfermo mucho tiempo, pero al final pudo ver cómo se tradujo toda
la Biblia al birmano. La mayoría de sus hijos siguieron su ejemplo, se hicieron ministros
del Evangelio, médicos o profesores; y, justo antes de morir, más de 7.000 creyentes
53
comprometidos estaban sirviendo a Cristo en sesenta y tres iglesias. En Birmania
(Myanmar), actualmente hay 4,5 millones de cristianos, en un país que no es
precisamente conocido por su libertad religiosa: “si [un grano de trigo] muere, produce
mucho fruto”.

El representante del pueblo


Los levitas eran ofrecidos a Dios por el pueblo. Toda la congregación de los hijos de
Israel (9) debía poner sus manos sobre los levitas (10). Públicamente, delante de la
tienda de reunión (9), eran separados (14) por la imposición de manos, y designados
para servir como sustitutos de las demás tribus. Al trabajar como ayudantes y
compañeros de los sacerdotes, estaban haciendo el trabajo en lugar de otros.
Había una ayuda visual permanente, un recordatorio diario de su redención única al
pueblo de Dios, porque habían sido dedicados en lugar de todo primer fruto de la matriz
(16). Cuando los peregrinos los vieran por el campamento, recordarían el gran
acontecimiento de la liberación de Israel de Egipto (17) cuando los primogénitos
egipcios fueron muertos y solamente fue redimido el pueblo de Dios. Esta imagen del
éxodo y la Pascua la recordó Jesús cuando se reunió con sus discípulos por última vez, y
fue atesorado por los escritores del Nuevo Testamento: en particular, Pablo, Pedro y
Juan.204

El siervo entregado
La tribu distintiva de los trabajadores consagrados era la posesión exclusiva del
Señor: “los levitas serán míos” (14), “enteramente dedicados para mí” (16). Todos los
cristianos son propiedad de Dios y los que trabajan para él honran esta condición en su
vida: no es un concepto popular en una edad posmoderna en que la autocapacitación
es más aceptable que la autoentrega. Las librerías locales tienen grandes cantidades de
libros acerca de cómo realizarse, explorarse y descubrirse a uno mismo, pero pocos
acerca del autosacrificio. Los creyentes contemporáneos están llamados a vivir un estilo
de vida radicalmente diferente, siendo Cristo su modelo y mentor constante.

La pareja que apoya


El Señor ha dado a los levitas como un don a Aarón y a sus hijos de entre los hijos de
Israel, para cumplir el ministerio de los hijos de Israel en la tienda de reunión (19). Los
levitas debían ir al lado del sacerdote y ayudarle con alguna de las tareas que tanto
tiempo consumían y que podían ser realizadas por otras personas. Todo ministro y
obrero cristiano da gracias a Dios por tales personas. No son los evangelistas
extrovertidos y con dones que predican mensajes poderosos y persuasivos; son las
personas entregadas que invitan personalmente a sus amigos a las reuniones. No son
los pastores bien apreciados; son los individuos anónimos que discretamente visitan a
los enfermos y a las personas que se sienten solas. No son los predicadores que

54
destacan; son las personas que interceden por ellos cada día.
Cuando el apóstol Pablo describió los diversos dones que el Señor da a su iglesia,
incluyó el de “ayudas”. Toda iglesia necesita personas con las que poder contar y que
brindan su ayuda, quienes, a través de la oración, el ejemplo, el servicio y el amor,
fortalecen la unidad, extienden el testimonio y enriquecen el ministerio. Al igual que los
levitas del Nuevo Testamento, no sólo están satisfechos sirviendo y apoyando, sino que
también se sienten privilegiados en hacerlo.
El servicio de estos ayudantes levitas necesitaba tanto madurez como vitalidad. El
servicio levita no podía comenzar hasta que el hombre tuviera veinticinco años de edad
y tenía que estar preparado para retirarse de las obligaciones activas a los cincuenta. En
nuestra cultura, con toda la razón, un hombre así se consideraría que está en su mejor
momento. El mensaje de esta norma es que Dios realmente merece lo mejor.
Una vez que los levitas cumplieran cincuenta años, podían ayudar a sus hermanos
(26), aunque no se les permitía llevar a cabo las tareas principales. Los hombres y
mujeres que han aceptado una jubilación anticipada o han llegado a la edad normal de
jubilación pueden llevar a cabo tareas importantes en la iglesia local o en otros países.
Las sociedades misioneras agradecen voluntarios que estén dispuestos a trabajar
durante períodos cortos de tiempo para apoyar el servicio de compañeros que están
sobrecargados de trabajo sirviendo a Cristo en otros países. En nuestro país, la obra de
Cristo podría avanzar si las iglesias dispusieran de equipos de personas jubiladas que
llevaran a cabo tareas vitales en el ministerio para la iglesia local. Estos hombres y
mujeres tienen una oportunidad única de ayudar a sus hermanos a traer lo mejor para
la obra de Cristo.

El guardián moral
El papel de los levitas era servir como agente protector de la comunidad local
(1:51–54; 3:10, 38). Eran los centinelas silenciosos de la tienda de reunión, llevando a
cabo una vigilancia moral, asegurándose de que la palabra de Dios acerca del lugar
santo no fuera ignorada, para que no haya plaga entre los hijos de Israel al acercarse al
santuario (19), “para que no venga la ira sobre la congregación de los hijos de Israel”
(1:53).
Toda comunidad precisa sus guardianes morales, alerta ante el abuso insidioso de
influencias potencialmente peligrosas y destructivas. Necesitamos personas que
escriban a las autoridades de las cadenas de televisión acerca de programas dañinos,
que no tengan miedo a contactar con las autoridades locales y defensores de la ley
acerca del violación de los niveles morales de conducta o comportamiento inaceptable,
pornografía, abuso de drogas, el bienestar moral de los niños, etc. Hay plagas que
acechan a nuestros pueblos y ciudades, que son infinitamente más peligrosas que las
que podían atacar el campamento de Israel. A menos que el pueblo del Señor actúe
como sal y luz en las comunidades locales, los niveles morales que están decayendo
rápidamente a nuestro alrededor degenerarán aún con mayor velocidad, con
consecuencias desastrosas, especialmente para los jóvenes inocentes.
55
La maldad contemporánea prospera en muchos lugares porque faltan mentores
morales. Los levitas eran barreras protectoras que estaban entre el pueblo que hacía
caso omiso y el peligro potencial. Muchos israelitas desprevenidos quizás fueran
salvados de la muerte porque un levita fiel estaba en el lugar adecuado en el momento
oportuno. Nuestra sociedad, tristemente depravada, necesita desesperadamente
guardianes morales que estén alerta moral y espiritualmente.

La gracia tridimensional
Números 9:1–10:10

Estas historias tan gráficas se centran ahora en tres temas importantes en la vida la
comunidad peregrina: la fiesta anual de la Pascua (9:1–14), la aparición diaria de la
nube que les guiaba (9:15–23) y el uso ocasional de trompetas de plata (10:10). Se le
recordaba al pueblo de Israel las antiguas misericordias de Dios, la provisión que ha
prometido y sus recursos presentes.

Ánimo desde el pasado (9:1–14)


Los primeros doce meses de libertad de los israelitas contemplaron los terribles
extremos de la revelación divina y la rebelión humana.209 Habían sido perdonados por la
gracia teniendo asegurada la presencia divina, y llegó el momento de recordar la
milagrosa liberación y de celebrar la Pascua por primera vez desde que salieron de
Egipto. La narración cuenta algunos aspectos cruciales de la relación del Señor con su
pueblo.

Dios comunicaba su palabra


El Señor tomaba la iniciativa para llamar a su pueblo a esta celebración de la Pascua:
Mandó, pues, Moisés a los hijos de Israel que celebraran la Pascua. Y celebraron la
Pascua… tal como el SEÑOR había ordenado a Moisés (4–5).
Esta narración sobria sobre la Pascua se centra en los temas bíblicos esenciales de la
revelación y la redención. El pueblo está respondiendo a la voz de Dios (El Señor habló)
para recordar unos a otros su liberación inmerecida (celebraron la Pascua) de la tiranía
de sus opresores. Dios transformó la vida de los israelitas esclavizados cuando se
mostró a Moisés en la zarza ardiendo en el desierto. Es el privilegio de todos los
creyentes poder escuchar la voz divina en las Escrituras.

56
Dios exhibió su poder
Esta celebración era una ayuda visual inolvidable que les recordaba que, aunque
aparecieran peligros en el futuro, nada era demasiado difícil para el Señor. Durante la
primera noche de Pascua, un año antes, había identificado su necesidad, contestado a
sus oraciones, derrotado a sus enemigos y dado la vuelta a su destino. Los lamentos y
lágrimas que habían durado siglos se cambiaron por la libertad y el gozo de una
liberación recién adquirida. Cuando Jesús compartió una comida de Pascua con sus
discípulos, estaba recordándoles que el cordero especial de Pascua haría efectiva la
liberación más grande hasta entonces para ellos y para toda la humanidad.
Hudson Taylor recordó a sus compañeros misioneros que la respuesta cristiana a
una situación desalentadora se expresaba mejor con una frase escueta: “¿Imposible?
Difícil. ¡Hecho!”. Estas palabras describían elocuentemente la experiencia de liberación
del pueblo de Israel. A medida que Dios iba trabajando en el corazón del endurecido
gobernador de Egipto, la situación se volvía incuestionablemente difícil, pero el Señor,
en su omnipotencia, estaba obrando y ocurrió un milagro. La Pascua les aseguraba a
estos peregrinos que el Dios que les sacó de un país ciertamente podía conducirlos a
otro.

Dios manifestó su santidad


Durante el año que pasaron en el desierto del Sinaí, surgieron preguntas
importantes acerca de la Pascua. ¿Qué ocurría si alguien en el campamento había
estado cuidando a un pariente moribundo y, por lo tanto, había tocado inevitablemente
el cuerpo cuando la persona murió? Las personas inmundas no podían estar presentes
en la Pascua. ¿Debían perder la oportunidad de celebrar la fiesta y esperar un año
entero sin su rica inspiración y estímulo de fe (6–7)?
No se concebía la posibilidad de participar en una fiesta santa si alguno está
inmundo por causa de un muerto (7). Esta referencia a la posibilidad de ofender a su
Dios infinitamente puro y justo ya ha aparecido en los capítulos anteriores en varias
ocasiones (3:4, 10; 8:19; 4:15, 19, 20; 5:1–4; 6:6–12). Con estas advertencias, el Señor
recordaba a su pueblo “el riesgo potencial de mezclar la santidad divina y el pecado
humano”.
La petición de la comunidad de que se le aclarara la situación de impureza
ceremonial en tiempo de Pascua indica lo alerta que estaban con respecto al pecado de
despreciar la santidad de Dios. En una época como en la que vivimos, en el que la
blasfemia es algo muy extendido, en la que el nombre de Cristo se utiliza ampliamente
como improperio y en la que ya hay pocas cosas que sean sacrosantas, los cristianos
necesitan evitar todo lo que ponga en peligro su percepción de la santidad de Dios, la
singularidad de Cristo y la sensibilidad del Espíritu Santo. Podemos entristecer al
Espíritu Santo de muchas maneras, infinitamente más serias que la profanación
ceremonial. Estas instrucciones del Antiguo Testamento eran simbólicas y
57
representaban la necesidad más importante de una pureza interior.

Dios reveló su voluntad


Moisés no tenía la respuesta exacta a la pregunta del pueblo acerca de la
inmundicia ceremonial en Pascua, pero sabía dónde obtenerla: “Esperad, y oiré lo que el
SEÑOR ordene acerca de vosotros” (8). Esta no era la única ocasión en el libro en la que
Moisés buscó la voluntad de Dios acerca de temas cruciales para la comunidad
(15:32–36; 27:1–11; 36:1–12). En cinco ocasiones,216 este pastor y maestro ejemplar
enseñó a la comunidad que debían buscar al Señor cuando tuvieran dudas acerca de las
decisiones de la vida.
El Señor aún le dio a Moisés más respuestas a varias preguntas acerca de la Pascua.
Los israelitas que se habían contaminado y los que estaban lejos de casa durante la
Pascua debían celebrar la fiesta un mes más tarde. A la inversa, cualquier persona que
estuviera en condiciones de celebrar la Pascua pero escogía no hacerlo
deliberadamente, será cortada de entre su pueblo y llevará su pecado (13). No podemos
estar seguros de si esto significaba la exclusión de la comunidad o amenaza de muerte
porque el infractor ya no estaría bajo la protección cuidadosa de Dios. Algo sí es seguro:
estas instrucciones estrictas servían para que los peregrinos y sus descendientes no
trivializaran o dejaran a un lado la palabra de Dios. Por esa palabra especial revelada,
los hombres y las mujeres podrían vivir; rechazarla consciente e intencionadamente
significaba invocar la ira de Dios, el repudio de la comunidad y la desesperación.

Dios demostró su amor


La severidad de la amenaza de exclusión a la que se enfrentaba la persona ausente,
enfatizando la santidad y la ira de Dios, está en delicado equilibrio con una norma que
ilustra la misericordia y la compasión del Señor. Dios recordó a su pueblo que el
forastero (14) que había encontrado un hogar en la comunidad israelita estaba invitado
a unirse a la celebración de la Pascua si esa persona lo hacía conforme al estatuto de la
Pascua y conforme a su ordenanza. Un año antes, el Señor le había dicho claramente al
pueblo que a los forasteros se les permitía participar en la fiesta, disfrutando de los
mismos privilegios que los que habían nacido judíos, pero que debían cumplir las
mismas exigencias del pacto, como la circuncisión y una identificación total con el
pueblo de Dios. Esta norma repetida es otro recordatorio más del amor y la
generosidad del Señor hacia un grupo minoritario.

Seguridad para el futuro (9:15–23)


Era muy necesario reflexionar sobre el pasado, pero los peregrinos debían
enfrentarse a lo que les aguardaba en el futuro. El mismo día en el que los sacerdotes y
levitas disponían la tienda del testimonio (15), la nube que representaba la presencia de
Dios descendía y la enorme sombra la cubría.

58
La nube inspiraba su confianza en Dios. A pesar de sus fallos evidentes, él había
prometido ir con ellos y era esa una señal visible de su presencia fiel. Había momentos
en los que sus corazones le dejaban a un lado, voluntaria o descuidadamente, pero él
no quitaba la nube: Así sucedía continuamente (16). Él había prometido en su firme
acuerdo que podían contar con su compañía que no falla a lo largo de sus vidas. Día y
noche, era una señal de seguridad para los viajeros y una advertencia seria a sus
enemigos: Dios estaba con ellos.
En diferentes momentos de su historia, Dios les suministraba señales visibles para
confirmar su palabra: un arco iris en el cielo, una zarza ardiendo en el desierto de
Madián, una caja recubierta de oro para que la llevaran a través del desierto y esta
nube que les hacía sombra; lo que Calvino llamó las “señales de la gloria celestial”. Sin la
explicación en la Palabra de Dios, estos símbolos no tendrían ningún sentido.221 Lo
mejor es que el pueblo de Dios se regocija en la encarnación, muerte, resurrección y
ascensión de Cristo, que son evidencia innegable y visible del amor, la santidad, el
poder y la soberanía de Dios.
La nube era una prueba de la dependencia que tenían de Dios. El enorme desierto
era territorio desconocido, “por una tierra de yermos y de barrancos, por una tierra
seca y tenebrosa… por la que nadie pasó y donde ningún hombre habitó”, y el peligro
acechaba. Dios sabía cuáles eran los días adecuados para que avanzaran y cuándo
debían quedarse en el mismo sitio. La nube no se movía cada día; su presencia requería
su atención constante: Y cuando la nube se levantaba de sobre la tienda, enseguida los
hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube se detenía, allí acampaban los hijos de
Israel (17). Con esta revelación objetiva, el pueblo israelita discernía las direcciones del
Señor para su viaje. Se necesitaba un alto grado de confianza. A veces, sólo se les
permitía una noche de descanso (21), mientras que otras veces se podían quedar en el
campamento estipulado algunos días (20), un mes o incluso un año (22).
Había días en los que podían ver que estaban avanzando, pero otras veces se
preguntarían por qué no ocurría nada. ¿Por qué se paraban tanto? Para muchos de
nosotros, en un momento u otro, la vida ha tenido períodos de desconcertante espera.
La evidencia del cuidado continuo de Dios parece limitada, incluso ausente. Los
puritanos hablaron acerca de “el invierno del alma”, cuando todo parece frío, gris y
vacío. Deseamos que Dios nos hable más claramente acerca de por qué estamos
pasando los días oscuros, cuando es difícil mantenerse en pie. Pero los períodos de
espera no son tiempo perdido. Si la orientación que buscamos no está ahí, debemos
renovar nuestra confianza en Dios, con calma: “tal propósito nunca te podría conducir
al infierno”, dijo Thomas Goodwin. Hay algún propósito sabio en las malas experiencias
de la vida. Dios aún está presente. “Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba
Dios”. En los años sombríos de la persecución de finales del siglo XVII, John Flavel rogó a
sus contemporáneos que “ejercieran la fe de la adherencia cuando hubieran perdido la
fe de la evidencia”.
La nube exigía su obediencia a Dios. El Señor ofrece su parte al proveerles la nube
como guía, pero ellos deben poner la suya, siguiendo sus direcciones: “al mandato del
SEÑOR acampaban; mientras la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían
59
acampados” (18). La narración contiene ocho referencias a las órdenes de Dios y la
respuesta obediente de los israelitas (18, 20, 23). ¡Si tan sólo hubieran mantenido ese
espíritu educable y dócil!… La historia de Números es una advertencia perpetua del
peligro de saber lo que Dios pide, pero no cumplirlo.

Prioridades en el presente (10:1–10)


Una vez más, los artesanos habilidosos de Israel debían utilizar sus habilidades
inspiradas por el Espíritu con metales valiosos, esta vez para hacer dos trompetas de
plata… labradas a martillo (2). El mensaje de las trompetas no sólo dirige la atención a
los aspectos prácticos de su viaje, sino que también nos recuerda las verdades eternas
de nuestro compromiso con Cristo y con su iglesia.

Unir a los creyentes


Las trompetas se usaban para convocar a la congregación (2). El claro sonar de
ambas trompetas a la vez enviaba el mensaje urgente a todos los rincones del extenso
campamento; era la hora de unir al pueblo y este método de comunicación era la mejor
forma de hacerlo. Números relata a veces la historia honesta de la desunión del pueblo.
El salmista recordaba con gratitud aquellos tiempos “buenos y agradables” en los que
“los hermanos habitan juntos en armonía”, porque, en esos momentos, “manda el
Señor la bendición”, mientras que la desunión afecta al individuo, deteriora la
comunidad y deshonra al Señor.
La unidad de los creyentes es algo a lo que se le otorga especial importancia en el
Nuevo Testamento. Jesús se lamentaba de aquellas ocasiones en las que sus discípulos
se quejaban y se dividían. En más de una ocasión, surgieron disputas acerca de quién
sería el mayor en el liderazgo y Jesús insistía entonces en que la humildad es la clave de
la armonía. El tema de la “unidad” se hizo cada vez más importante en las enseñanzas
de la iglesia primitiva y asunto frecuente en las cartas de los apóstoles. Cuando la
unidad de los creyentes corre peligro, el Señor es deshonrado, la efectividad de los
creyentes se minimiza y su testimonio se desacredita.

Movilizar a los viajeros


Las trompetas de plata se utilizaban para dar la orden de poner en marcha los
campamentos (2). Con un toque seco de la trompeta, partían los que estaban
acampados al oriente (5) y, al tocar alarma la segunda vez, partían los acampados al sur
(6). La alarma era para que ellos se pongan en marcha y se utilizaban diferentes señales
para reunir y para movilizar a los viajeros.
El Nuevo Testamento nos recuerda a menudo que nosotros también somos
peregrinos. La vida es un maravilloso privilegio y una oportunidad sin igual, pero este
mundo no es nuestro hogar. Somos viajeros que pasamos por esta vida con un destino
permanente que nos espera. Casi no hay otro lugar en el que la verdad está explicada

60
de forma tan majestuosa como en la carta a los Hebreos. Los lectores del siglo I estaban
pasando por pruebas y persecución que parecía ir en aumento y ser más frecuente,
pero les animaron las palabras que les daban seguridad: “Porque no tenemos aquí una
ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir”. Abraham era su
inspiración. Él vivió “como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra
extraña”, pero “esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios”.232
Hebreos no es el único libro que llama a los lectores a un “compromiso irrevocable
de una vida con fin sobrenatural”. Hay otras exhortaciones a una vida de peregrinaje en
otros lugares del Nuevo Testamento.234 Jesús les enseñó a sus discípulos que se
aseguraran ser “rico para con Dios”, en lugar de tener riquezas terrenales, las cuales
estaban condenadas a desaparecer. Juan y Santiago advierten que una vida enfocada
primeramente en la satisfacción personal o el beneplácito social no puede ganarse la
aprobación de Dios.236 Como dicen las palabras inspiradoras del salmista, los creyentes
“en cuyo corazón están los caminos a Sión”, al igual que los israelitas, escuchan la
trompeta de la mañana que les llama a otro día de marcha hacia un hogar infinitamente
mejor, “de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos”.238
El estilo de vida de los peregrinos es la oportunidad que tiene el creyente de ser un
testigo discreto. Desafía los valores del materialismo contemporáneo, que ofrece
seguridad atractiva, pero perecedera.

Reunir a los líderes


Había una ocasión en la que se utilizaba sólo una de las trompetas: cuando los
principales, los jefes de las divisiones de Israel se debían reunir (4). Esta enorme
comunidad únicamente podía viajar con eficacia si reconocía la importancia de un
liderazgo elegido. Ciertas tareas se asignaban a determinados individuos, y ese mismo
sentido del orden y de la responsabilidad lo deben reconocer todos. Por ejemplo, estas
trompetas fueron hechas por artesanos y utilizadas solamente por los hijos de Aarón,
los sacerdotes (8).
Nadie puede leer esta sección introductoria del libro sin apreciar la importancia
crucial de un buen liderazgo (1:4–46; 3:1–4; 3:5–4:49; 10:14–27). Estos planes de orden
para la comunidad fueron criticados muy pronto por los israelitas descontentos que
rechazaban la autoridad de Moisés y otros colegas; algunos compañeros importantes
deshonraron su llamado y tuvieron envidia del especial líder de Dios (12:1–16; 16:1–3).
Sin hacer caso del ruego de algunos líderes con talento como Caleb o Josué, el pueblo
murmurador quería elegir a otra persona que les llevara de vuelta a Egipto, e incluso se
dispusieron a apedrear a Moisés, Aarón, Caleb y Josué (14:1–10).
Como contraste, el apóstol Pablo insiste en que los líderes de la iglesia local deben
ser respetados y tenidos “en muy alta estima”. La carta a los Hebreos urgía a los
lectores a que se “acordaran” de sus líderes y que valoraran su ejemplo e imitaran su fe,
estabilidad y heroísmo.241
Vivimos en tiempos de división en los que la unidad de todo corazón es una
61
comodidad extraña. Los partidos políticos están disgregados a causa de la discordia y la
rivalidad. No trabajar en equipo ni apoyarse mutuamente puede dañar incluso a la
mejor de las empresas y, por desgracia, las iglesias no son ninguna excepción. No se
puede esperar que prospere ningún proyecto para Dios si se carece de patrones de
liderazgo acordados. La vida en comunidad de Israel se fragmentó seriamente al
principio de los años de asentamiento en Canaán: “cada uno hacía lo que le parecía”.
Los cristianos deben escuchar la llamada de la trompeta a la participación cooperativa,
siguiendo a los líderes con lealtad y entusiasmo.

Concentrar a los soldados


Si ambas trompetas sonaban, las tropas se reunirían: Cuando vayáis a la guerra en
vuestra tierra contra el adversario que os ataque, tocaréis alarma con las trompetas (9).
Este llamamiento urgente estaba pensado no sólo para movilizar a los soldados, sino
también para impulsar su espíritu, inspirar al valiente y reafirmar al temeroso. Todos los
soldados de Israel eran forzados y no voluntarios, y no todos los hombres que
estuvieran en la edad militar se sentirían preparados para hacer la tarea. El discurso de
Moisés en Deuteronomio, que pronunció cuando el pueblo iba a entrar en la tierra,
establecía normas precisas acerca del servicio militar.
No importaba el tipo de soldado que fuera, valiente o tímido, todos necesitaban ser
animados por la promesa de que el Señor les ayudaría, y esa alarma con las trompetas
servía para recordarles que Dios se acordaba de ellos y que eran salvados de sus
enemigos (9). El Señor había dado su palabra y estaría con ellos en cada situación de
conflicto, asegurándoles que serían salvados de sus enemigos. Con el sonido de la
trompeta, se les recordaba la promesa divina; podían salir a enfrentarse a los peores
opresores.
Nosotros también estamos en medio de una lucha. En el ideal de la vida cristiana en
el Nuevo Testamento, la imagen del conflicto es tan prominente como la del
peregrinaje. Jesús les dijo a sus seguidores que, si le entregaban sus vidas, tendrían que
pagar un precio. Los cristianos primitivos frecuentemente señalaban que estaban en
medio de una dura lucha.245 Había soldados que habían entrado en una “carrera
profesional de conflicto”.

Reunir a los adoradores


Las trompetas de plata también se utilizaban en el día de su alegría… fiestas
señaladas y en el primer día de sus meses (10). En las ocasiones de acción de gracias
nacional, debían tocar las trompetas durante los holocaustos y sacrificios de ofrendas de
paz, y serían como recordatorio delante de su Dios.
Una comunidad cooperativa, unificada, claramente guiada, bien movilizada,
preparada para un conflicto, era esencial. Pero este grupo de viajeros no era ordinario.
Era el pueblo de Dios y sus fiestas regulares les recordaban que eran especiales. No
debían ofrecer su lealtad espiritual a ningún otro rival; sus fiestas anuales les
62
recordarían el sentimiento inmenso de estar en deuda con Dios.
Con la fiesta anual de la Pascua (9:1–14), el Señor quería asegurarse de que Israel
nunca olvidaría su acto singular de liberarles de la cruel tiranía de sus agresores
egipcios. Cuando salieron de Egipto (9:1), estaban increíblemente agradecidos,
entonando una canción de celebración victoriosa. Pero, al cabo de poco tiempo, corrían
el peligro de olvidar el milagro que Dios había hecho por ellos. El olvido es un peligro
común. Estamos obsesionados por lo que queremos y no valoramos lo que tenemos.
Moisés les dio una buena advertencia: mientras se estuvieran deleitando en la
prosperidad de Canaán, no debían olvidar las privaciones de Egipto.
Dios les refrescaba su frágil memoria de vez en cuando con tres fiestas anuales,
descritas al final del libro (28:16–29:40). Con un arte gráfico, estas fiestas les
recordaban frecuentemente las innumerables bendiciones que habían recibido de la
mano de su Dios generoso. Las necesidades de hoy en día nos hacen olvidar
rápidamente las bendiciones de ayer. La acción de gracias es un elemento vital en el
desarrollo de la comunión de un cristiano con Dios y el recuerdo en silencio es una
dimensión esencial del desarrollo. En medio de las presiones de una vida
extraordinariamente exigente, el apóstol Pablo apartó un tiempo para esto e hizo
especial mención a estos momentos de recordar la misericordia de Dios en sus cartas
inspiradoras. Estas bendiciones eran demasiado grandes para ser ignoradas a causa de
alguna necesidad apremiante inmediata. Joseph Alleine, un pastor encarcelado durante
el siglo XVII, recordó a la congregación de Taunton que incluso en medio de la
persecución “vuestra situación nunca es así, pero vuestras misericordias son
infinitamente mayores”.
La declaración divina que cierra la primera sección principal del libro inspiró la
confianza de los viajeros: Yo soy el SEÑOR vuestro Dios (10). Estas palabras familiares
habían servido de introducción a sus obligaciones de pacto y se habían repetido a lo
largo de Levítico.252 Esta afirmación sin igual recordaba su poder, describía su
singularidad254 y reiteraba su promesa. Mientras se iban alejando de Sinaí, esta
afirmación tranquilizadora era un llamado a recordar su fidelidad, a reflejar su carácter
y a confiar en su palabra.

SEGUNDA PARTE

La partida
Números 10:11–12:16

63
Compartir cosas buenas
Números 10:11–36

Los peregrinos de Israel van a emprender su trascendental viaje. Esta parte de la


narración enfatiza tres aspectos importantes de la experiencia de todo creyente: hacer
lo que Dios dice (11–28), reconocer que utiliza a otras personas para ayudarnos (29–32)
y aceptar que estamos en deuda con él (33–36).

Obedecer órdenes (10:11–28)


La nube que había encima de su campamento se levantó poco a poco y empezó a
moverse en la dirección del nuevo territorio. Seguramente, fue un momento
emocionante; su experiencia es un ejercicio educativo para los israelitas y para
nosotros.
Nos dice algo acerca de los planes divinos. Con un número tan grande de
peregrinos, no se había dejado nada a la simple organización humana, a las preferencias
de las tribus o a las opiniones conflictivas. Partieron la primera vez conforme al
mandamiento del SEÑOR por medio de Moisés (13). En las órdenes que tenía Israel para
marchar, la ubicación de cada tribu en la columna estaba dispuesta con una precisión
inequívoca. A los ayudantes de los levitas, también se les dijo que debían ir con la
caravana, llevando el tabernáculo portátil y su mobiliario.
Se necesitaba una organización meticulosa si este grupo enorme de personas quería
atravesar un terreno tan inhóspito. Era una empresa peligrosa en sí, aparte de que la
hicieran más difícil aún con peleas tribales acerca de la preeminencia, rivalidades
triviales acerca de quién debía ocupar posiciones con más ventajas en la fila, o celos
innatos por tradiciones o derechos, preferencias o privilegios. Al principio, las personas
eran naturalmente vulnerables y tenían miedo de lo que les esperaba. Los de la
retaguardia también se sentían igualmente expuestos; temían el asalto repentino de
bandidos que quisieran quitarles sus posesiones. Dios había establecido quién debía ir
primero y quién debía seguir, y en qué orden. Debían hacer lo que él ordenaba.
La historia también dice algo acerca de la responsabilidad humana. Aunque Dios
daba las órdenes, las personas escogidas debían encargarse de que la palabra fuera
cumplida. Los líderes de las tribus, nombrados anteriormente en Números (1:4–16;
2:1–32; 7:10–83), aparecen ahora de nuevo. Por cuarta vez, se mencionan los mismos
nombres. La información idéntica enfatiza otra vez la crucial importancia de un
liderazgo en el que se pueda confiar, la necesidad de que las personas respeten, apoyen
y sigan a sus líderes, y la dependencia de los líderes de la guía de Dios. No se escogían a
sí mismos como los “los principales de las tribus” (1:16). El Señor les había dado estas
responsabilidades específicas y ellos, a su vez, se habían sometido totalmente a su

64
autoridad.
Al repetir los detalles de la marcha en el orden correcto, la tosca narración se
convierte en un instrumento educativo: Dios tenía su propia forma de hacer las cosas y
a nosotros nos corresponde discernirla exactamente. Estaban respondiendo al
mandamiento del SEÑOR por medio de Moisés (13). Como líder modelo, fue a comunicar
al pueblo lo que el Señor había compartido con él (7:89).
Si queremos saber lo que Dios quiere que hagamos en nuestra vida, también
debemos estar pendientes de las órdenes a medida que él nos habla a través de las
Escrituras. En la vida contemporánea, el énfasis popular está en la experiencia subjetiva,
no en la verdad objetiva. En este contexto, incluso algunos creyentes han dejado a un
lado los aspectos disciplinarios de la vida cristiana y han desechado cualquier noción de
pasar un tiempo diario con Dios como si fuera legalismo anticuado. Tal visión se está
promoviendo en el mundo que nos rodea. La gente de nuestra cultura posmoderna
rechaza cualquier noción de autoridad externa. Lo único que importa es la satisfacción
personal. Un popular psicólogo americano aconseja a las personas que tienen una crisis
a los 40, que no se preocupen por los niveles morales, las convenciones sociales o las
tradiciones culturales, sino que se muevan siguiendo sus sentimientos.
Déjate llevar… Te estás alejando. Alejando de valoraciones y acreditaciones
externas, en busca de una validación interior. Te estás alejando de los papeles
establecidos y acercándote a ti mismo… Al guardián que llevas dentro, se le deben
quitar los mandos. Cada uno de nosotros debe encontrar un camino que es válido para
nuestra propia opinión… para emerger renacidos, auténticamente únicos, con una
capacidad aumentada de amarnos a nosotros mismos y de aceptar a otros.
Al contrario de esto, el apóstol Pablo sabía que el “yo” no es bueno en su totalidad.
Exaltar el “yo” es abandonar los niveles de Dios, dejar a un lado el ejemplo de Cristo y
rechazar el poder del Espíritu Santo; abre la puerta a la mundanidad, el caos moral y la
degeneración espiritual. “El pecado es autodeificación”.259 El Señor nos ha dado mucho
a disfrutar, pero necesitamos su ayuda para discernir lo que es genuinamente bueno y
lo que es malo en última instancia. Muchas cosas que son atractivas, a la larga son
destructivas. No podemos encontrar satisfacción y realización duradera si no
escuchamos la voz divina en las Escrituras, y, en el poder del Espíritu de Dios,
obedecemos lo que él dice.

Valorar a los compañeros (10:29–32)


Las Escrituras están gloriosamente equilibradas. En los versículos anteriores, el
fuerte énfasis en la obediencia total a los mandamientos de Dios podría crear la
impresión de que lo único que necesitamos hacer es esperar en él y cumplir su plan
para nosotros, independientemente de la ayuda, el consejo y el apoyo de los demás. El
próximo elemento de la narración contradice esta visión tan limitada. Aunque Moisés
tenía la seguridad de la nube que les guiaba (9:15–23) y la voz imperiosa (10:13), aún

65
esperaba recibir ayuda de sus compañeros humanos. Su cuñado madianita, Hobab, ya
estaba deseoso de regresar a su propio pueblo. En los meses anteriores, a Moisés le
habían impresionado las habilidades innatas de Hobab. Conocía bien los caprichos del
tiempo en el desierto, la fuerza repentina de vientos contrarios y los mejores lugares
para acampar estando lo más protegidos posible. Hobab conocía todo lo que había que
saber acerca del desierto y Moisés deseaba tenerlo con él como compañero dotado de
habilidades naturales.
El madianita rechazó la invitación inicial de Moisés, porque no tenía ningún deseo
de mudarse a un país completamente diferente. Moisés le pidió que fuera y al final
Hobab accedió. Aunque Moisés era una figura de líder imponente y eficaz, también era
solamente un hombre, con la indecisión y los temores que cualquiera sentiría al estar a
punto de emprender algo tan grande. Esta historia revela “su humanidad en su
debilidad (al necesitar ayuda) y en su fuerza (al buscar ayuda)”.262 Quería todo el apoyo
que le pudieran brindar. La historia relata el testimonio persuasivo de Moisés al
compartir con Hobab lo que Dios había dicho y hecho.
En primer lugar, es el testimonio de la compasión de Dios. A Moisés, no se le riñó
por buscar ayuda humana además de protección divina. El Señor sabe lo mucho que
nos necesitamos unos a otros y entendía completamente que este hombre, un gigante
espiritual, valorara la colaboración de un compañero. Hay que tener cuidado con la
falsa dicotomía de la dependencia de Dios y la apreciación de los demás. Cada uno de
nosotros es el regalo del Señor para otra persona.
En segundo lugar, es el testimonio de la providencia de Dios. Era el propósito divino
que Hobab fuera los ojos de Moisés en ese terreno desconocido que tenían por
delante. Muchos de los líderes del cristianismo han estado muy agradecidos a personas
modestas que les han ayudado en su ministerio a otros.
Todos los estudiantes del movimiento misionero moderno conocen la contribución
creativa de William Carey, quien llegó a la India en 1793 para comenzar una trayectoria
en la evangelización, la traducción de la Biblia, las empresas de literatura y la educación.
Mientras trabajaba incansablemente en el extranjero, su hermana inválida jugó un
papel decisivo en su tierra natal. Estaba paralizada, exceptuando su brazo derecho, y
estuvo confinada a la cama durante cincuenta años, pero desde su habitación llevaba a
cabo un ministerio de compañerismo compasivo. No podía predicar, viajar o traducir,
pero ejercía su don de dos formas que le eran posibles: escribiendo a su hermano y
orando por él. Se sentaba en la cama y escribía cartas informativas y alentadoras, y
oraba por el ministerio de su hermano al otro lado del mundo. Lo hizo fiel y
constantemente durante casi medio siglo. ¿Hay algún obrero cristiano, misionero,
evangelista, pastor, líder de clase bíblica o trabajador con niños en algún lugar, a quien
debamos animar y apoyar en oración o económicamente?
En tercer lugar, es el testimonio de la fiabilidad de Dios. Cuando Moisés buscó la
ayuda de Hobab, no empezó a describir lo que él quería, sino que declaró lo que el
Señor había prometido: “Nosotros partimos hacia el lugar del cual el SEÑOR dijo: ‘Yo os
lo daré’ ” (29). Moisés quería que Hobab aceptara que la palabra de Dios era fiable; si
había hecho una promesa, realmente se cumpliría. Hobab reconoció que el camino que
66
tenían por delante estaba lleno de peligros y que sus habilidades rozarían el límite. Las
palabras de Moisés acerca de la promesa de Dios aseguraban al experto madianita que
el proyecto no dependía de su pericia natural y de recursos limitados. El Dios de Israel
lo había iniciado y él haría que se llevara a cabo.
En cuarto lugar, es el testimonio de la generosidad de Dios. Moisés le dijo a Hobab
que, si les acompañaba, le tratarían muy bien, “pues el SEÑOR ha prometido el bien a
Israel” (29). Moisés le aseguró al madianita que el Dios de Israel era generoso con sus
dádivas y además se podía confiar en sus palabras. Sus dones abundantes se debían
compartir generosamente: “el bien que el SEÑOR nos haga, nosotros te haremos” (32).
Por último, es el testimonio de la misericordia de Dios. En Egipto, a la comunidad
israelita se la animaba a que dejaran lugar a los extranjeros en sus filas. Estas personas
tenían la libertad de unirse a los peregrinos israelitas en su viaje, siempre y cuando
cumplieran con las obligaciones del pacto. Los madianitas habían sido buenos con
Moisés cuando este huyó de Egipto hacía cuarenta años como refugiado266, y ahora el
“extranjero” habilidoso encontró un lugar en las filas de Israel. Esta invitación, ánimo y
promesa anticipaban tiempos futuros en los que los gentiles podrían formar parte de la
comunidad de creyentes y, especialmente, la invitación generosa del evangelio de que
“todo aquel que cree en Él”, no importa cuál sea su nacionalidad o trasfondo étnico,
tenga vida eterna.

Confiar en Dios (10:33–36)


Pero, por mucha confianza que tuvieran en las habilidades de Hobab, Israel se fiaba
del Señor para obtener la ayuda que ningún guía humano puede ofrecer: el arca del
pacto del SEÑOR iba delante de ellos (33) y la nube del SEÑOR iba sobre ellos de día
desde que partieron del campamento (34). Con estas señales visibles de la presencia de
Dios, los peregrinos expresaban su confianza en Dios y que estaban en deuda con él,
con dos salmos jubilosos, que alentaban al pueblo al principio y al final de cada etapa
del viaje. Cuando el arca se ponía en marcha (35), las canciones de los peregrinos
exaltaban a su fiel y poderoso Dios:
¡Levántate, oh SEÑOR!
y sean dispersados tus enemigos,
huyan de tu presencia los que te aborrecen.
Se había hecho todo lo posible para garantizar la seguridad y el bienestar de esta
enorme comunidad viajera. Se nombraron líderes con talento, se escogió soldados
potenciales y se establecieron toques de trompeta para moverlos a la acción. Una gran
nube les protegía de los calurosos rayos de Sol y, por la noche, una gran columna de
fuego servía de advertencia luminosa para sus enemigos. Este salmo les daba la
seguridad de que el Señor tenía el poder de derrotar a sus enemigos. El pueblo de Dios
aún necesita esa garantía. Un prisionero vulnerable del siglo I expresó la misma
confianza: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

67
Cuando el arca descansaba, Moisés verbalizaba la profunda confianza que tenía la
comunidad en su Dios fiel:
Vuelve, oh SEÑOR,
a los millares de millares de Israel (36).
Mientras acampaban al final del día, estas palabras sencillas recordaban las cosas
milagrosas que Dios había hecho por ellos. Los millares de millares eran un testimonio
innegable de la total fiabilidad de la palabra de Dios. Él había prometido que serían una
gran nación y la promesa se había cumplido. Al mismo tiempo, le había dicho al
patriarca que llevaría a su pueblo a la tierra prometida. Al mirar alrededor, los israelitas
podían ver la inmensidad de su comunidad y esto les aseguraba que el Señor no faltaría
a su palabra. El Dios que había creado a la multitud, también les daría un hogar.

Temas de liderazgo
Números 11:1–35

Los próximos dos capítulos del libro presentan una interpretación fascinante de los
temas de liderazgo, su contexto precario, frustraciones inevitables, recursos
prometidos, ánimo innegable y desilusiones dolorosas. Son tan relevantes para
nosotros al empezar un nuevo milenio como para el líder de Israel que empezaba ese
largo camino a través del desierto con su congregación. Comenzamos con la comunidad
a la que sirve el líder. Aquí, Moisés experimenta las frustraciones del liderazgo.

El pueblo que desilusiona (11:1–9)


Las últimas palabras del capítulo anterior retratan a los viajeros israelitas y los
muestran compartiendo las oraciones seguras y serenas de su líder, palabras que ahora
contrastan con las quejas del pueblo. Su Dios era omnipotente, dispersaba a sus
enemigos (10:35); omnipresente, guardando “a los millares de millares de Israel”
(10:36) con su presencia segura, y omnisciente, planeando la mejor ruta (10:34).
También lo sabía todo acerca de sus amargas quejas a medida que murmuraban día tras
día a oídos del SEÑOR (1). Moisés podría orar mientras los viajeros iban moviéndose,
pero en tanto que los peregrinos viajaban, el Señor escuchó su amarga conversación y
se encendió su ira (1). Un fuego ardiente en un extremo del campamento consumió a
algunos de los que habían hablado de manera hiriente y desagradecida. No era una
queja ocasional, sino “una rebelión abierta”.
Sus quejas tomaron dos formas, que son tan importantes en la vida contemporánea

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como en tiempos de Moisés. Primero, se lamentaron por cómo les había tratado la vida
y después por lo que se les había negado. Su pesar inicial (1–3) era por lo que tenían
(penurias); el siguiente (4–9) se centraba en lo que no tenían: comida apetitosa.

Quejas ante las adversidades de la vida (11:1–3)


De entrada, se quejaron por los problemas del día a día en el viaje por el desierto.
Estaban igual que cuando dejaron Egipto hacía un año. Habían estado atravesando el
desierto sólo tres días y ya empezaron a quejarse. Todos habían sufrido grandemente
en Egipto y unos pocos días de sol e incomodidad no se podía comparar con los 400
años de agonía que ellos y su pueblo habían sufrido a manos de sus crueles opresores.
No es posible que pensaran que ese viaje no iba a requerir un esfuerzo por su parte.
Todas las cosas que merecen la pena en la vida exigen entrenamiento, disciplina,
esfuerzo y sacrificio. No se logra algo de valor sin dolor.
Los creyentes, en especial, deben esperar que la vida cristiana les cueste. Todos los
personajes principales de la Biblia debieron soportar algún tipo de adversidad. Jesús
mismo tuvo que aguantar a enemigos envidiosos que se le oponían, personas
tornadizas que le insultaban, seguidores descontentos que le abandonaban y
compañeros que no eran demasiado fiables que le decepcionaban; y, al final, se
lamentó de dolor en una colina solitaria. Esa fue la peor de las agonías; al llevar nuestro
pecado, incluso Dios le había abandonado.
Desde el principio de la historia de la cristiandad, ha habido hombres y mujeres
valientes que no han sucumbido a la tentación de quejarse. Se han negado en redondo
a lamentarse por sus penurias. El apóstol Pablo dio testimonio de la gran ayuda que
había recibido cuando las cosas no podían ir peor. Cuanto más intenso era el
sufrimiento, más percibía que necesitaba la fuerza, suficiencia y paz del Señor.
Si tan sólo uno de aquellos israelitas pudiera haber visto que esos días duros en el
desierto suponían un entrenamiento por parte de Dios, que les animaban a creer que,
después de ser liberados de Egipto, les liberaría de su mal humor, actitud ingrata e
insatisfacción…
Los peregrinos nunca olvidaron el lugar en el que se quejaron de sus dificultades. El
escenario de la queja se convirtió en el del juicio. Fuego inesperado (quizás, el resultado
de un relámpago) era algo aterrador para una comunidad que acampaba. Al reflexionar
más tarde sobre el acontecimiento, llamaron al lugar Tabera (“ardiente”), porque el
fuego del SEÑOR había ardido entre ellos (3). Pero no aprendieron la lección de la triste
experiencia.

Quejas acerca de las deficiencias de la vida (11:4–10, 31–35)


Era un hecho milagroso dar de comer a tal multitud de gente, pero, al cabo de poco
tiempo, se pusieron a pensar en comidas apetitosas durante su largo cautiverio:
“¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que comíamos gratis
en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora
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no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná”. Merece la pena
reflexionar sobre algunos de temas en esta narración.
En primer lugar, el ejemplo es importante. Los problemas empezaron con personas
indignas que eran un mal modelo para sus compañeros viajeros. La palabra “populacho”
(4) no se encuentra en ningún otro lugar del Antiguo Testamento; quizás describa a los
no israelitas que se habían ido de Egipto con ellos. Las quejas debían haberse quedado
ahí, pero las demás personas las escucharon y rápidamente las hicieron suyas.
En segundo lugar, el pecado es contagioso. Poco después, este espíritu de
murmuración se extendió por todo el campamento: Moisés oyó llorar al pueblo, por sus
familias, cada uno a la puerta de su tienda (10).
En tercer lugar, la memoria es selectiva. Se empezaron a acordar de aquellas
deliciosas comidas que les daban sus dueños despiadados allí en Egipto, pero olvidaron
muy rápidamente las dificultades que pasaron, las largas noches de dolor, la matanza
de niños inocentes, los latigazos de los jefes crueles. Lo más fácil es mirar atrás a una
situación lejana con placer y olvidar que aquellos días también habían sido momentos
difíciles.
En cuarto lugar, la dieta ocupaba su mente. Dios había provisto con generosidad
desde que habían dejado el cautiverio en Egipto. No les había faltado de nada: comida,
bebida, ropa, amparo, protección, seguridad y esperanza. Sin embargo, aquí estaban,
recordando con nostalgia que lo que una vez comieron era mejor.
El Señor nos ha provisto generosamente una gran variedad de comida, pero hay
cosas en la vida que son más importantes que lo que vamos a comer hoy. ¿Qué sentido
tiene una mesa repleta de comida si no estamos en condiciones de disfrutarla? Una
buena salud es infinitamente más importante que un menú atractivo. ¿Qué ocurre si
estamos hundidos por las penas más grandes de la vida? ¿Quién piensa que una gran
preocupación puede desaparecer con un plato lleno? Jesús nos ha enseñado que hay
cosas más importantes que lo que vamos a comer. Al final de un largo período de
insistencia por parte del diablo en el desierto, Jesús, como es natural, tuvo hambre.
Había ayunado para poder centrar toda su atención en la realidad espiritual. Ahora,
necesitaba una buena comida y el enemigo, que sabía esto, invitó a Jesús a tomar una
de las piedras del desierto y transformarla en pan para demostrar que realmente era el
Hijo de Dios. Jesús sabía que la tentación era engañosa: le estaría dando prioridad a un
deseo inmediato en lugar de a su destino final y dudaría de lo que Dios había dicho en
su bautismo (“Este es mi Hijo”), que no necesitaba más corroboración que esa. La
respuesta de Jesús nos traslada a las pasadas experiencias en el desierto: “No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Jesús sabía que
en la vida hay infinitamente más cosas que la comida.
En lugares opulentos del mundo contemporáneo, la preocupación por la comida se
ha convertido en algo idólatra. En lugar de comer para vivir, millones de personas viven
para comer. Se ha convertido en la epidemia del mundo occidental. Más de 34 millones
de adultos británicos tienen sobrepeso, lo que equivale a un 58% de la población actual.
La repulsiva obesidad de muchos contrasta cruelmente con la desnutrición que sufren
los países vecinos. Se invierten grandes cantidades de dinero en delicias extravagantes
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y, en otros lugares, millones de individuos mueren de hambre. Cada día se desperdician
cantidades enormes de comida íntegra, mientras en otros sitios, las personas tienen
que rogar para conseguir un trozo de pan y agua fresca de un pozo limpio. El deseo de
los israelitas de tener comida es igual al que hay hoy en día; ambos deseos son juzgados
por Dios, quien da generosamente pero se entristece por aquellos que despilfarran esta
generosidad. “Que no se pierda nada”.
En último lugar, el contentamiento es atractivo. Ojalá estos viajeros hubiera
expresado su gratitud por el maná diario en lugar de recordar sus banquetes egipcios,
que de nada les servía. Pablo, desde el calabozo romano, les escribió a sus amigos en
Filipos que había aprendido a contentarse, “cualquiera que sea mi situación”: “he
aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia
como de sufrir necesidad”. El hambre era una parte de la vida diaria; él había estado “a
menudo sin comida”.280 Al final de su vida, le dijo a un joven compañero que la “piedad
y el contentamiento” tenían gran valor: “Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos,
con eso estaremos contentos”. La experiencia del apóstol está reflejada en la canción
del pastorcillo de Bunyan:
Con lo que Dios me da, vivo contento,
en estrechez lo mismo que en holgura.
Por seguirte, Señor, feliz me siento
bajo tu santa protección segura.
Es peso la abundancia al peregrino,
que le impide marchar con ligereza;
será mejor con poco en el camino,
luego tendrá la celestial riqueza

El líder vulnerable (11:10–15, 18–23)


A Moisés no le agradó la situación. Las quejas de una minoría no tardan en llegar a
todos los rincones del campamento y no había forma de escaparse de sus ridículos
lamentos. El pequeño problema de su dieta monótona se había hecho enorme. El
pueblo lloraba; a Moisés no le agradaba; Dios estaba airado. En un momento de
desesperación, el líder hizo suyo el conflicto y un malestar de la comunidad se
transformó en una herida personal. No estaba preocupado por la comida, sino
desesperado por su trabajo. Él también se convirtió en una víctima de un sentimiento
de serio descontento. Dudando de sí mismo, sale de su boca un torrente de preguntas
temerosas.
“¿Por qué has tratado tan mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia
ante tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este pueblo sobre mí?…
Acaso concebí yo a todo este pueblo? ¿De dónde he de conseguir carne para dar
a todo este pueblo?… Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es
mucha carga para mí” (11–14).
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La profunda depresión de Moisés se repite en la vida de muchos de nuestros
contemporáneos. Las personas que están bajo presión luchan en vano con
pensamientos sombríos. El Colegio Real de Psiquiatras de Gran Bretaña ha informado
de que se pierden más días de trabajo al año a causa de la depresión que por
enfermedades del corazón, la hipertensión o la diabetes. Muchos se enfrentan a
tensiones cada vez más grandes en el trabajo y algunos regresan a casa y encuentran un
panorama similar. Un profesor universitario de Psiquiatría, ya mayor, dice que siempre
hay una persona de cada veinte que está pasando por depresión, y que una mujer de
cada cinco y un hombre de cada diez es propenso a tener problemas de ese tipo en
algún momento de su vida. Los síntomas típicos son la pérdida de la autoestima y el
sentimiento de culpa. Un representante del Colegio Real dijo: “Si estás en un lugar de
trabajo que estresa y carga a las personas, tendrás más problemas de salud mental”. El
trabajo de Moisés hizo que clamara a Dios angustiado.
Las Escrituras son gloriosamente honestas. Nos inspiran con el heroísmo y la
fortaleza de sus mejores personajes, pero se niegan a exagerar sus virtudes y no
minimizan sus fallos en absoluto. Abraham era embustero. Sara dudó.285 Isaac mintió.
Jacob hizo trampas.287 El discípulo seguro de sí mismo, el amigo cercano de Jesús
durante tres años, negó que le conociera cuando corría peligro por su testimonio
personal. La Biblia cuenta la historia tal y como es. Moisés era un adalid con mucho
talento, no un santo sin mancha. La narración no sólo describe los fallos del pueblo,
sino también los del líder. La respuesta de Moisés a los lamentos de su congregación
descontenta tiene mucho que decir a los líderes de todas las generaciones.

Moisés reconoció la sumisión del liderazgo


Lo que dijo Moisés en la presencia del Señor era un recital de quejas, un catálogo de
insatisfacción. Pero hizo bien en una cosa: ir a Dios con sus problemas. Los líderes
reconocen la importancia de su sumisión ante Dios, expresada en oración dependiente,
honesta y atenta.
La sumisión es un concepto inaceptable en nuestra cultura posmoderna. Don Cupitt
expresa la preferencia contemporánea por la autoexpresión desinhibida y el rechazo de
la autoridad; son sus “símbolos de dominación y sumisión. Dios se describe como un
Rey, Señor, Juez y Padre, y el creyente aparece ante él como súbdito, siervo, defensor e
hijo obediente… En él, todo es poder y perfección; en nosotros, debilidad y bajeza…
Incluso la liturgia eucarística ha incluido exclamaciones de misericordia y exclamaciones
de poca valía”. Cupitt reacciona negativamente ante estas enseñanzas e insiste en que,
en nuestro mundo, “un hombre debe sentir que, en la medida de lo posible, debe ser su
propio amo”. Pero, como apunta Murray Harris, mientras que el Nuevo Testamento sí
exhorta al creyente a la sumisión, no incluye la dominación, si es que por dominación
entendemos “la imposición de la voluntad de una persona en la de otra que no quiere o
no acepta esta imposición”. Los cristianos sirven a su Señor “voluntariamente y con
entusiasmo, motivados por amor, y sintiendo un gran privilegio por pertenecerle y

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representarle’ ”.290
Dios apoyaba, no dominaba, a Moisés. Moisés era un siervo comprometido, aunque
en estos momentos estaba apenado por esta congregación tan desagradable. A medida
que lanzaba esas preguntas tan desagradables en la presencia divina, deseaba que
fueran sus últimas palabras sobre la tierra: “Y si así me vas a tratar, te ruego que me
mates” (15). Lo que empezó como una queja amarga terminó con una solución que la
apoyaba. El descubrimiento tuvo lugar en el lugar de oración.

Moisés despreció el precio del liderazgo


Él sabía desde el principio que no iba a ser fácil; por eso, había intentado escapar. Al
estar agobiado por las dificultades inmediatas, se olvidó del panorama general. Se
olvidó del heroísmo de los que habían vivido antes que él. Desde que era joven, había
oído hablar de su inmenso coraje y conservaría sus historias escritas para millones de
lectores aún por nacer. ¿Qué había ocurrido con la soledad de Noé, “perfecto entre sus
contemporáneos” cuando “la tierra se había corrompido delante de Dios”? Quizás
Moisés se había olvidado de José, un líder en potencia que tuvo que sufrir crueles
experiencias antes de llegar a un lugar en el que fue útil.293 Al estar sobrecargado por el
trabajo, quizás Moisés se olvidó del coraje de sus propios padres, que arriesgaron su
vida para atesorar a su hijo “hermoso”. No era el propósito de Dios cumplir la petición
de su siervo de morir, simplemente porque una comunidad ingrata se había deprimido
por su dieta.
El liderazgo es duro y es de necios decir lo contrario. Cuando las cosas van mal, es
normal preguntarse, al igual que Moisés, “¿Por qué?”. Parte de la respuesta se
encontraba en su confesión involuntaria: “¿Por qué has tratado tan mal a tu siervo?”
(11). Como esclavo de Dios, era inapropiado quejarse simplemente porque el Señor le
había encomendado una tarea difícil. Los líderes reconocen que hay un precio a pagar
por la fidelidad, integridad y efectividad.

Moisés exageró los problemas del liderazgo


Cuando estamos deprimidos, no solemos ser objetivos con nuestra comprensión de
los temas clave. El vocabulario que utilizó Moisés para quejarse no se debe someter a
un análisis minucioso; los pensamientos de ira se convierten fácilmente en misiles
verbales explosivos.
Llegó a la conclusión de que todo esto le estaba ocurriendo porque Dios no estaba
contento con él. Nada estaba más lejos de la realidad. El Señor estaba enfadado con los
que se quejaban, no desilusionado con el líder. Moisés estaba tan metido en sus
propios problemas, que no se dio cuenta de esto y espetó su amarga angustia: “¿Por
qué no he hallado gracia ante tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este
pueblo sobre mí?”. Sus palabras reflejan una reacción común a los problemas: “¿Qué he
hecho yo para merecer esto?”
No sólo se culpaba a sí mismo innecesariamente, sino que también exageraba su
73
papel como líder de Israel. Se le había encomendado una tarea comunitaria enorme,
pero en ningún momento Dios le había dicho que era su responsabilidad personal
llevarlos en su seno, como la nodriza lleva al niño de pecho. Moisés protestó: “Yo solo no
puedo llevar a todo este pueblo” (14), pero el Señor nunca había sugerido que debía
hacerlo. Claro que la carga era demasiado pesada. No sólo era pesada: era imposible.
¿Cómo podía pensar por un momento que el Señor le había hecho personalmente
responsable de llevar a miles de peregrinos israelitas? Pero este es el problema de la
depresión: aumenta los problemas y minimiza los recursos.
Una parte del secreto del liderazgo eficaz es reconocer las limitaciones de la
responsabilidad humana. Hay ciertas cosas que debemos hacer y el Señor espera que
las hagamos. Hay otras cosas que sólo él puede realizar y por mucho que nos
esforcemos no las lograremos nunca. La comunidad debía ser “llevada” a través del
desierto. En otras palabras, no llegarían a Canaán si dependían solamente de su propia
energía, pero tampoco si dependían solamente de las fuerzas de Moisés. Él les había
dicho al principio del viaje que el Señor les tomaría sobre alas de águilas. Al final del
viaje, a la siguiente generación se le contó que el Señor les había llevado, como un
hombre lleva a su hijo.296 Cuando las cosas se ponen difíciles en el liderazgo, nos
debemos preguntar si hemos estado intentando cargar con las responsabilidades de
Dios en lugar de cumplir las nuestras.

Moisés anticipó el fracaso del liderazgo


Uno de los peores aspectos de un espíritu abatido es que todo se ve negro. Moisés
quiere morir y le pide a Dios: “no me permitas ver mi desventura” (15). El fracaso es
desalentador y Moisés no podía soportar pensar en ello. Hacía un año que habían
dejado Egipto con una promesa radiante. Ahora, todas las personas en Israel estaban
llorando desilusionadas y la paz de cada hogar estaba rota por un descontento
enfermizo. Una vez más, Moisés estaba equivocado; no era un fracaso en potencia. El
orgullo teme a la negligencia de la incompetencia y, fueran cuales fueran sus fallos,
Moisés no era orgulloso.
El humilde (12:3) Moisés contemplaba el horror de su desventura porque estaba
abatido y sólo podía imaginarse lo peor. Al igual que Elías y Jonás, deseaba morir. Un
Dios misericordioso hizo que Moisés viera un horizonte mejor. Había un día señalado en
el que moriría, pero aún quedaban cuarenta años. El Señor tiene misericordia y con
amor hace oídos sordos a algunas de nuestras peticiones más urgentes. Sabe las cosas
secretas298 y desea sólo lo mejor para nosotros. Demos gracias a Dios porque no
siempre nos concede lo que pedimos.

Moisés olvidó el privilegio del liderazgo


Para los hebreos, ser el siervo del Señor (11) era un privilegio inmerecido, no una
obligación sin importancia. Dios había elegido a Moisés para este propósito, había
guiado sus pasos, anulado sus errores, formado su destino y garantizado su apoyo.
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Miles de personas descontentas llorando podían desmoralizar incluso al hombre más
fuerte; la soledad debió haber sido insoportable. Era natural sentirse rechazado, pero,
según Calvino, Moisés se excedió con su queja. En lugar de eso, “debería haber estado
cautivado de asombro, porque Dios le había escogido a él para ser el redentor de su
pueblo y el ministro de su maravilloso poder”.

Moisés ignoró los recursos del liderazgo


El Señor respondió a su lamento con dos frases que exponían la teología de la
suficiencia de todos los líderes. A su espíritu abatido, se le recordó en primer lugar la
suficiencia del Señor, y en segundo lugar, su fiabilidad. Moisés deseaba la muerte y
estaba completamente destrozado. Pero la palabra de Dios invadió su frágil mente.
Había lanzado sus preguntas malhumoradas a Dios; ahora, el Señor le hacía una suave
pregunta: “¿Está limitado el poder del SEÑOR?” (23). Aquellas palabras acerca del poder
del SEÑOR le recordaron a un Dios poderoso e invencible. Era el lenguaje del éxodo,
utilizado para describir la liberación del pueblo, un milagro conseguido “con guerra y
mano fuerte y con brazo extendido”. La imagen se eligió deliberadamente. Los egipcios
exaltaban al faraón como el “poseedor de un brazo fuerte”.301 Los israelitas habían sido
testigos de la incompetencia del faraón al enfrentarse a Dios. A Moisés, cargado por su
propia fragilidad, se le recordó la fuerza incomparable de Dios.
Al rememorar las palabras de Dios, fue alentado por sus obras. Una de las quejas de
Moisés era que no podía dar de comer a Israel: “¿De dónde he de conseguir carne para
dar a todo este pueblo?” (13). El Señor dijo que su mano extendida podía proveer
suficiente carne para la gran multitud, y lo haría, pero Moisés no podía creer lo que
estaba escuchando: “El SEÑOR, pues, os dará carne y comeréis” (18). El Señor, que un
año antes ordenó al viento que retuviera las olas, podría volver a utilizarlo para
manifestar de nuevo su soberanía. La respuesta de Moisés mostraba un espíritu
incrédulo: “¿Sería suficiente degollar para ellos las ovejas y los bueyes? ¿O sería
suficiente juntar para ellos todos los peces del mar?” Moisés imaginó un menú de carne
y pescado y lo vio imposible. Dios había planeado darles carne de ave y había pensado
cómo se podría hacer fácilmente.
Dios le dijo a Moisés que las palabras divinas nunca son en vano. Lo que Dios dice,
siempre se hace: “¿Está limitado el poder del SEÑOR? Ahora verás si mi palabra se te
cumple o no”. (23). Era un mensaje sin igual para un espíritu destruido. Rodeado de
miles de viajeros murmurando, Moisés no era el único que estaba a punto de
derrumbarse. Enseguida, le iba a sorprender la omnipotencia de Dios y la fiabilidad de
sus promesas.

Moisés compartió las responsabilidades del liderazgo


El Señor sabía que los problemas de Moisés se habían acrecentado con un
sentimiento de soledad y aislamiento. Necesitaba compañeros fiables de cada tribu y
Dios no le contestó condenándole, sino apoyándole en una misión que exigía mucho.
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Otros debían compartir algunas de las cargas que pensaba que sólo llevaba él.

El equipo de apoyo (11:16–17, 24–25)


A veces, quienes sirven a Cristo se sienten agobiados por la tarea tan inmensa y los
recursos tan escasos. Algunos temas clave sobresalen en esta narración.

Tener compañeros es crucial


No hay ningún líder que pueda servir con eficacia sin el apoyo práctico de los
compañeros dedicados que están conformes con desempeñar papeles secundarios y
dispuestos a ofrecer ministerios de apoyo. Quizás, Baruc no tenía la elocuencia de
Jeremías, pero podía escribir las cosas memorables que había hablado su mentor. Los
lectores de la magnífica epístola de Pablo a los Romanos deben recordar a Tercio, el
hombre que utilizó sus habilidades de amanuense, al igual que Silvano hizo para
Pedro.303 La agotadora evangelización itinerante de John Wesley fue posible
únicamente porque cientos de metodistas anónimos le ofrecieron hospitalidad. No
podían predicar, pero podían preparar una comida nutritiva y ofrecer una cama
confortable. William Wilberforce tuvo éxito en su larga y enérgica campaña contra la
esclavitud porque Thomas Clarkson trabajó sin parar en segundo plano, dándole
información actualizada y estadísticas fiables.
El liderazgo conlleva una inevitable soledad. La mayoría de las penas no se pueden
compartir con facilidad, pero el Señor provee generosamente buenos compañeros para
sus siervos, que puedan aliviar algunas de las presiones. El lamento de Moisés era un
grito de auxilio y Dios apeló a la ayuda de los ancianos de la comunidad, que eran
respetados como líderes y oficiales en los que se podía confiar (16).

Los dones tienen muchas dimensiones


Nos gustaría saber más acerca de estos ancianos. Los israelitas tuvieron a estos
líderes incluso durante el cautiverio en Egipto, y después de su liberación el suegro de
Moisés le aconsejó que hiciera buen uso de compañeros dignos de confianza. Una
congregación tan grande necesitaba una gran variedad de personas con dones y el
Señor tenía la intención de que Moisés delegara alguna de sus responsabilidades en
otras personas.
La palabra que describía a estos oficiales también se utiliza para otras personas con
habilidades para escribir. Además de las responsabilidades pastorales, estos hombres
seguramente ayudarían a Moisés a hacer las listas, normas, narraciones y otras fuentes
que formaban el material básico de Números y sus libros siguientes. Ellos tenían tareas
específicas y esto permitía que Moisés se pudiera concentrar en aquellas que no podía
encomendar a otros. El Nuevo Testamento habla de la gran variedad de dones que el
Señor reparte y utiliza entre su pueblo.306 Es triste cuando los creyentes pierden el
tiempo deseando y criticando los dones de otros en lugar de descubrir los suyos

76
propios.

El reconocimiento es necesario
Estos ancianos del pueblo y sus oficiales fueron nombrados públicamente para ese
nuevo ministerio a fin de ayudar a Moisés a llevar la carga del pueblo y aliviar a Moisés
en su sentimiento de soledad: “para que no la lleves tú solo” (16–17). El detalle de
reunir al equipo en la entrada de la tienda de reunión no es algo meramente casual;
indica que en la obra de Dios los siervos del Señor deben ser aceptados, reconocidos y
apoyados por la comunidad. Si estos ancianos debían ser de utilidad para Moisés de
alguna forma, los israelitas tenían que reconocer que Moisés los necesitaba y que
habían sido nombrados por Dios, para así ser aceptados por el pueblo. Su nivel
espiritual y papel pastoral se muestran en esta reunión pública en la puerta de la
tienda. La obra de Dios es un trabajo en equipo y la comunidad debe ser respetada e
informada, y se debe animar a que coopere en el nombramiento de los nuevos
compañeros de Moisés.

La rendición es crucial
Aunque el pueblo reconoció a los nuevos compañeros de liderazgo, no eran de su
propiedad. Pertenecían a Dios. Estos compañeros debían permanecer allí con Moisés en
la entrada de la tienda; era la imagen de la rendición total de las personas involucradas.
Los siervos permanecían en la presencia de su amo. Los súbditos, en la presencia del
rey, preparados para responder rápidamente a cualquier deseo de su señor. Elías
permaneció en la presencia de Dios mientras los siervos de la corte de Acab
simplemente estaban ante un rey sin dios. Para Jeremías, estar en la presencia de Dios
como siervo sumiso era la prueba de un verdadero profeta, lo cual le diferenciaba de
los mensajeros falsos que daban al pueblo el mensaje que a ellos les parecía.308 Gabriel
permaneció delante de la presencia de Dios antes de visitar al anciano Zacarías con la
trascendental noticia de que Dios había sus oraciones. Ahora, estos ancianos iban a
permanecer sumisos junto a Moisés en la presencia del Señor para escuchar lo que
tenía que decirles, para recibir lo que él les iba a dar y para hacer lo que les iba a
ordenar.
Los siervos entregados nunca olvidan que, por mucho que cooperen con sus líderes
y sirvan al pueblo, primeramente deben hacer caso al que les nombró. La tensión entre
hacer lo que el Señor dice y lo que las personas quieren ha llevado de cabeza a miles de
siervos de Dios a lo largo de los siglos.

La promesa de los recursos


Dios le dijo a Moisés: “Tomaré del Espíritu que está sobre ti y lo pondré sobre ellos”
(17). El Espíritu Santo, que había dado energía al cuerpo de Moisés, enriquecido su
mente, fortalecido su voluntad y animado su corazón, no le fallaría en lo más mínimo a

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estos nuevos compañeros. Antes de que sus seguidores fueran enviados a un mundo
hostil, Cristo les dijo que buscaran a Dios para recibir la ayuda que les había prometido.
Lucas escribe que debían esperar la promesa del Padre. Al enviarlos, primero les
aseguró su fuerza esencial. A los que obedecen la voz de Dios, buscan hacer su voluntad
y trabajan a su servicio, nunca se les negará la provisión inagotable de los recursos del
Espíritu Santo: sabiduría, dirección, gracia, amor, paciencia y fuerza serán dadas de
forma generosa y continua. Dios hizo exactamente lo que prometió. Tomó del Espíritu
que estaba sobre él y lo colocó sobre los setenta ancianos (25). A cada hombre, se le dio
la misma fuerza suficiente que había sostenido a Moisés.

La verdad es primordial
Aunque estas setenta personas quizás ejercitaran dones diferentes en el liderazgo
(pastoral, secretariado, administrativo), hay un rasgo que les caracteriza a todas. Eran
siervos de la palabra. Cuando la presencia y el poder del Espíritu se posaron sobre los
setenta ancianos, todos profetizaron. Como prueba innegable de su preparación
necesaria, estos setenta hombres pronunciaron palabras inspiradas por el Espíritu, que
la comunidad podía oír y a las cuales podía responder. Las palabras proféticas eran un
acontecimiento aislado que confirmaba el don divino. Profetizaron aquel día, pero no
volvieron a hacerlo más (25).
Aunque sus tareas no estaban relacionadas con la comunicación pública directa de
la verdad de Dios, en esos momentos expresaron la prioridad de un siervo; su función
no era ejercitar sus habilidades o hacer gala de sus propias ideas, sino subordinarse a la
palabra de Dios que les comunicaba Moisés. El detalle de que profetizaran en esa única
ocasión puede enfatizar la naturaleza servil de su papel. Eran compañeros, no
predicadores; su trabajo era apoyar, no ser rivales.
La obra de Dios ha sido dañada seriamente a través de la historia cuando las
personas han estado descontentas con el trabajo que se les ha asignado y han perdido
el tiempo codiciando el trabajo que soberanamente ha sido asignado a otros. Uzías de
Judá tenía un éxito increíble en sus responsabilidades reales, pero codiciaba el oficio de
sacerdote e insistía en hacer cosas que estaban expresamente prohibidas a personas
laicas de Israel. Las personas que codician los dones de otros corren el riesgo de perder
los suyos propios permanentemente.
Jeremías hizo una advertencia especial a su compañero desanimado, Baruc: “Pero
tú, ¿buscas para ti grandes cosas? No las busques”. Posiblemente, este escriba con
talento había tenido la esperanza de convertirse en un administrador superior en la
Corte real. En lugar de eso, acabaría en Egipto como refugiado sin hogar.313 Pero,
aunque se le negaron sus sueños para el futuro, estas “grandes cosas” serían eclipsadas
por otras más grandes: hacer la voluntad de Dios, escribir y preservar la palabra de Dios
y apoyar al siervo de Dios, Jeremías. Si se hubieran cumplido sus sueños vocacionales,
se habría convertido en un funcionario completamente olvidado. En lugar de eso, su
nombre ha quedado escrito en la historia como comunicador de la palabra de Dios. Su
papel era pequeño, pero duradero.
78
Los ayudantes adicionales (11:26–30)
Una vez que los setenta ancianos habían recibido al Espíritu y su don había sido
autentificado por esa experiencia única de profecía, otro nuevo acontecimiento causó
malestar en el campamento. Dos de los líderes y oficiales de Israel (16), que claramente
estaban llamados a este nuevo ministerio de apoyo, no se habían reunido con Moisés y
sus compañeros en la entrada de la tienda: habían quedado en el campamento; uno se
llamaba Eldad, y el otro se llamaba Medad. A pesar de su ausencia, ellos también
habían recibido al Espíritu para realizar esta nueva tarea y, al igual que los otros,
profetizaron en el campamento. Esta fascinante narración nos ofrece más perspectivas
de la obra del Señor.

La soberanía del Espíritu


La mayoría de estos nuevos trabajadores habían recibido el don del Espíritu en el
lugar señalado, pero a las dos personas que estaban ausentes no se les había negado
los recursos esenciales. No se nos explica por qué no estuvieron presentes con los
demás. Su ausencia no pudo deberse a la desobediencia o el antagonismo, porque, de
se así, no habrían recibido al Espíritu.
La historia es un recordatorio persuasivo de que el Espíritu Santo es totalmente
soberano y actúa como él determina. No se puede estereotipar y sus acciones no se
pueden predecir para conformarse a las convenciones puramente humanas. En la
historia del cristianismo, ha habido algunas partes del mundo en las que han sucedido
extraordinarias manifestaciones de su poder, mientras que otras no han visto el mismo
grado de tal actividad. Es un error imaginar que aquellos a los que se les han negado
tales privilegios han sido privados de la bendición a causa de una vida de oración
inadecuada o por no tener suficiente fe o una santidad defectuosa. La oración, la fe y la
santidad son ingredientes necesarios en la vida cristiana, pero no por eso debemos
asumir que garantizan un don codiciado. Es arrogante suponer que el Señor puede ser
manipulado por las acciones que nosotros podamos planear. Debemos orar, tener fe en
Dios y vivir una vida santa, y reconocer el valor intrínseco de estas cosas, pero no
“usarlas” para asegurarnos lo que queremos de Dios. Después de todo, no siempre
sabemos lo que es mejor para nosotros.

Los peligros de la adulación


Cuando un joven anónimo en la comunidad vio que esos dos ancianos estaban
profetizando en el campamento (27), corrió a Moisés y le contó el comportamiento
anormal. El ayudante devoto del líder, Josué, se encolerizó y le pidió a Moisés que los
detuviera inmediatamente. Había llegado a la conclusión de que Eldad y Medad estaban
faltando al respeto al líder.
Moisés no apoyó la crítica de Josué. Josué había sido ayudante de Moisés desde su

79
juventud y, sin duda, admiraba profundamente a su líder, pero no había razón alguna
para pensar que estos nuevos compañeros estaban siendo irrespetuosos. Debemos
tener cuidado de convertir a personas dignas de elogio en ídolos peligrosos. Jesús es el
único ejemplo sin mancha para el cristiano.
La respuesta que le dio Moisés a su joven ayudante “¿Tienes celos por causa mía?”
(29) sugiere que Josué estaba enfadado con estas dos personas ausentes porque
pensaba que insultaban a Moisés por su comportamiento inusual. Estaba siendo
sobreprotector y su sensibilidad estaba convirtiéndose en alabanza a un héroe, lo cual
no ayudaba en absoluto. No es correcto poner a nadie, por muy bueno que sea, en un
pedestal.

El peligro de los monopolios


Sin descubrir por qué Eldad y Medad no estaban presentes, Josué pensó que había
algo incorrecto con su manifestación del Espíritu. Dios había actuado de una forma
particular (y correcta) con “los setenta”, así que no podía tolerar cualquier desviación
de esa norma. Es muy fácil institucionalizar la obra del Espíritu Santo o trabajar para
anticipar, organizar o monopolizar su ministerio. Acontecimientos preciados se
convierten rápidamente en patrones rígidos y tradiciones inflexibles. El Espíritu Santo
no puede ser encadenado por costumbres eclesiales, por muy buenas que sean. Él
actuará con total libertad para conseguir cualquier propósito que sepa que es mejor
para su pueblo en ese determinado momento.
Esta historia de la crítica desacertada de Josué acerca de Eldad y Medad tiene un
paralelismo increíble con los evangelios, cuando los discípulos intentaron parar al
hombre que estaba “echando fuera demonios” en nombre de Cristo. Cristo veía mucho
más allá: “el que no está contra vosotros, está con vosotros”. Cuando Walter Cradock, el
líder puritano de Llanvaches, estaba en Inglaterra, se regocijó al escuchar cómo la obra
en su tierra había prosperado en su ausencia. Pero había críticas:
No pensemos tan duramente en estos días acerca de aquellos hombres que
Dios ha levantado para predicar el Evangelio… desde que he estado fuera, el
evangelio se ha extendido por las montañas entre Brecknockshire y
Monmouthshire, igual que el fuego en la paja. Allí no tienen ministros; pero…
hay al menos ochocientos hombres de Dios, y hablan unos con otros… y ¿les
recriminaremos su conducta, les llamaremos disidentes y diremos que nunca
estuvieron en la universidad?… ¿Y si Dios se honra de esa forma? Están llenos de
las buenas nuevas y ahora se las cuentan a otros; por lo tanto, no estéis
desconcertados.
La historia de Eldad y Medad y el texto en los evangelios exhortan suavemente a
cualquiera que, a causa de su parcialidad o pasión por la uniformidad rígida, quiera
restringir la obra del Señor a sus propios canales prescritos.

80
La globalidad del testimonio
No tiene sentido especular acerca de las razones por las que Eldad y Medad
estuvieron ausentes, pero había una ventaja evidente en su ministerio profético. Les
daba la oportunidad a otras personas en zonas lejanas del campamento de ver que, a
pesar de las quejas pecaminosas de la comunidad, el Espíritu Santo aún estaba
trabajando entre ellos.
En la mayoría de los períodos de la historia, ha habido movimientos espirituales
anómalos que han desafiado el status quo del cristianismo establecido y cuyas
actividades iniciales han sido poco apreciadas. En la Edad Media, los primeros
franciscanos hicieron una labor tremenda sirviendo en nombre de Cristo a miles de
personas pobres como los mendigos sin hogar y los que sufrían enfermedades como la
lepra. Se pasaron horas atendiendo a personas necesitadas que se refugiaban en las
casuchas que pendían de los muros de todas las ciudades medievales. Su ministerio
humanitario y estilo de vida simple exhortaba a muchos de sus prósperos
contemporáneos y poco después se convirtieron en el centro de las críticas.
George Fox y los cuáqueros desafiaron al nominalismo de muchos contemporáneos,
y su mensaje y actividades no eran bienvenidos. La Sociedad de Amigos tenía mala
prensa en la Inglaterra del siglo XVII y eran constantemente agredidos e insultados. En
el siglo siguiente, muchos metodistas fueron tratados con crueldad. Al pasar por
Darlaston, Charles Wesley dijo que siempre era fácil identificar “las casas de los
nuestros” porque, a causa de ataques anteriores, sus “ventanas estaban todas
tapadas”.
A menudo, las minorías lo pasan mal y además están expuestas a una decadencia
potencial. Todo necesita ser desafiado por estándares superiores. El idealismo inicial se
corrompe fácilmente; el mejor de los movimientos puede llegar a fosilizarse. Hay
verdad en el comentario cínico de que las organizaciones existen para la extinción
indolora de las ideas que las empezaron. En dos siglos, muchos franciscanos llegaron a
ser conocidos por su avaricia, y su movimiento de renovación necesitaba urgentemente
una regeneración. La evangelización apasionada de los primeros metodistas fue
atenuada por el institucionalismo en algunos contextos del siglo XIX. Tanto, que uno de
sus dedicados líderes, William Booth, fue castigado por evangelizar fuera de su circuito.
Dejó sus filas y formó el Ejército de Salvación. Pero nada es sacrosanto; el mejor de los
Salvacionistas admite libremente que los buenos movimientos necesitan una reforma
constante.

La magnanimidad de la gracia
La respuesta de Moisés a la crítica de Josué ilustra la generosidad de su Espíritu. En
lugar de mandar callar a los dos, deseaba que su bendición se extendiera a todos:
“¡Ojalá todo el pueblo del SEÑOR fuera profeta, que el SEÑOR pusiera su Espíritu sobre
ellos!” (29). Es un ejemplo poderoso de las cualidades del liderazgo con un gran corazón
81
que tenía Moisés. La comunidad habría sido transformada de forma extraordinaria si
cada uno de los israelitas hubiera tenido el deseo apasionado de ser llenado por el
Espíritu Santo para extender su Palabra.
Los buenos líderes están felices cuando, involucrados personalmente o no, se hacen
cosas que honran a Dios. El apóstol Pablo se regocijó porque el mensaje estaba siendo
predicado por algunos de sus contemporáneos, aunque sus motivaciones fueran
sospechosas. Por lo menos, el evangelio estaba siendo proclamado por alguien mientras
él estaba en la cárcel y eso le llenaba de alegría.

Los infractores condenados (11:16–23, 31–35)


Es triste cuando hay creyentes comprometidos que se pelean sobre temas
relativamente menores cuando su testimonio está en medio de un contexto de
decadencia general. La vida en el campamento israelita estaba al borde de una anarquía
espiritual y, en tales momentos, los líderes deberían estar pensando en temas más
cruciales que en experiencias dispares del poder del Espíritu. Josué estaba
preocupándose sobre la autenticidad carismática de un par de ancianos, mientras el
resto del campamento estaba deseando no haber participado nunca en el poderoso
acto de redención: “Nos iba mejor en Egipto… ¿Por qué salimos de Egipto?” (18, 20).
No podemos dejar de ver una imagen-contraste gráfica en esta narración. Las
palabras “Espíritu” y “viento” en hebreo se traducen con una misma palabra, rûah. El
viento del Espíritu se posó sobre los líderes escogidos y en pocos minutos salió de parte
del SEÑOR un viento que trajo codornices desde el mar (31). El tempestuoso viento era
tan fuerte, que los pájaros casi no podían volar más de un metro por encima de la tierra
y esto les llevó cerca de los israelitas para que pudieran cogerlos. Durante dos días,
cazaron enormes cantidades, los prepararon y los pusieron a secar al sol. Comenzaron a
comer, pero mientras la carne estaba aún entre sus dientes, antes que la masticaran, la
ira del SEÑOR se encendió contra el pueblo (33). Una severa plaga apareció en el
campamento y un gran número de los que habían sido codiciosos sufrieron una
enfermedad, murieron y fueron enterrados antes de que el pueblo prosiguiera su
camino. Recordaron el lugar con gran remordimiento y lo llamaron Kibrot-hataava
(“tumbas de codicia”), porque allí sepultaron a los que habían sido codiciosos (34).
El Espíritu que visitó a los ancianos con cosas buenas juzgó a los infractores con
cosas malas. La ira de Dios es un tema bíblico serio y corre el peligro de ser marginado
en las predicaciones y el pensamiento cristiano contemporáneo. Dios es “personal”,
compasivo y generoso, y cuida de su pueblo; pero también es santo, sensible y capaz de
ser entristecido y herido. Descontentos con lo que Dios proveyó generosamente con el
maná diario, aquellos sibaritas desagradecidos incumplieron los mandamientos e
idolatraron la comida. Recordaron con nostalgia aquellas mesas egipcias repletas de
alimentos y codiciaron mejores comidas. En su ira, Dios satisfizo sus ansias y obtuvieron
tanto, que enfermaron.
Algunos comentaristas bíblicos han dicho que la ira de Dios no es personal, sino “un
proceso inevitable de causa y efecto en un universo moral”. Esta observación no hace
82
justicia a la doctrina de la ira de Dios. No tenemos más derecho a negar que la ira de
Dios sea personal como a que su amor sí lo sea. La ira divina es “la acción de un Dios
personal que odia el pecado”.320 Emil Brunner dijo que los hombres y las mujeres están
“siempre bajo el poder de Dios, ya sea de su gracia o de su ira. La ira de Dios es el
‘viento adverso’ de la voluntad divina que uno siente cuando corre en contra”. Brunner
insiste en que no hay neutralidad: o estamos “en Cristo” o “en pecado”, “bajo la gracia”
o “bajo la ira”. Obviamente, la ira de Dios es “su hostilidad santa a la maldad, su
negación a aprobarlo o aceptarlo”. Es su “justo juicio hacia él”.322
En su ira, Dios les dio a los israelitas codiciosos exactamente lo que habían estado
deseando y sufrieron las consecuencias. Muchos de nuestros contemporáneos
materialistas pronto descubren que un apetito lujurioso nunca puede ser saciado.
Durante los últimos años, varios ganadores de grandes premios en la lotería nacional
del Reino Unido han confesado que sus ganancias les han comportado una desgracia
considerable: han perdido amigos, se han roto relaciones familiares y el sentido de su
vida poco a poco ha ido desapareciendo. Si lo tienes todo, no valoras nada.
La búsqueda apasionada de las cosas materiales es como anhelar una bebida que,
lejos de saciar la sed, sólo intensifica el deseo de tener más. En Kibrot-hataava, el lugar
del deseo excesivo se convirtió en una escena de gran dolor. Lo que empezó como un
banquete lujoso terminó siendo un angustioso funeral.

Compañeros desleales
Números 12:1–16

La triste historia del desafío humano continúa y muestra otro ejemplo de la penosa
rebelión, aún más doloroso porque provino de uno de los miembros mayores de la
misma familia de Moisés. Miriam y Aarón hablaron contra Moisés (1). Seguramente,
habría apenado muchísimo al líder de Israel que las dos personas unidas a él por lazos
de sangre estuvieran yendo seriamente en contra de su liderazgo.
La historia nos hace entender bastante bien el tema de cómo tratar los
desacuerdos, algo que no siempre se les da bien a los cristianos. A veces, nos es difícil
vivir en armonía con personas que no piensan igual que nosotros; diferencias
secundarias llevan a problemas mayores. Pablo pidió a los creyentes en Roma que
aprendieran cómo tratar con las varias opiniones de forma compasiva, constructiva e
incluso creativa. A la hora de tratar un desacuerdo, hay varias cosas que se deben tener
presentes.

Identificar la fuente

83
Cuando las personas no están de acuerdo, las diferencias no siempre se basan en la
controversia inmediata; a menudo, hay varios motivos para la queja. Detrás de fuertes
objeciones suele encontrarse un resentimiento larvado. Puede que haya tres temas
latentes en las conversaciones subversivas de los hermanos de Moisés.
En primer lugar, presentaron una objeción étnica a su liderazgo, por causa de la
mujer cusita con quien se había casado. Estos temas están trágicamente patentes en
nuestros tiempos. Un gran número de personas no pueden vivir felices juntas a causa
de sus trasfondos raciales diferentes o culturas discordantes. El antagonismo por
motivos raciales a veces se debe a factores históricos, conflictos tribales o peleas sobre
los derechos y privilegios de una tierra, el principio de una hostilidad mutua y violencia.
Millones de refugiados sin hogar en nuestro mundo son una prueba estremecedora de
esta trágica discordia tan común hoy en día.
Cusita es otro término para madianita, el pueblo en el que Moisés se había
refugiado cuando huyó de Egipto hacía cuarenta años. Ahora, dos de las personas más
cercanas a Moisés estaban quejándose por la mujer con la que se había casado,
simplemente porque venía de un trasfondo étnico diferente.
En segundo lugar, plantearon una objeción vocacional a su liderazgo. ¿Por qué se
consideraba a Moisés alguien especial en el pueblo? ¿Es cierto que el SEÑOR ha hablado
sólo mediante Moisés? ¿No ha hablado también mediante nosotros? (2). Había surgido
la envidia y no sería la última vez durante el viaje por desierto (16:1–17:13). El pecado
no era menor que el de las multitudes codiciosas; de hecho, era más reprensible,
porque provenía de los parientes más cercanos de Moisés.
En tercer lugar, tras estas quejas quizás existía una rivalidad doméstica. Aarón era el
mayor y, en la tradición hebrea, el primogénito tenía precedencia en la familia. Pero
aquí estaba el hermano menor diciéndole a los mayores lo que Dios quería que
hicieran. Las rivalidades familiares son comunes y, a veces, conducen a disputas
amargas y relaciones enconadas. Es triste que quienes han crecido como niños
satisfechos no puedan vivir juntos de adultos.

Reconocer el peligro
No se puede exigir a los cristianos que tengan la misma opinión acerca de todos los
temas de la vida. No hay nada malo en que existan diferentes opiniones; lo que importa
es cómo las manejamos. Personas alejadas de la fe están minando, si no negando, la
unidad que da Dios. La queja amarga expresada por Aarón y Miriam hería a Moisés,
ofendía a Dios, hacía daño a los que se quejaban y servía de advertencia al pueblo.
En primer lugar, hería a Moisés. El inspirado editor de esta narración nos informa de
que Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de
la tierra (3). La palabra humilde viene de la raíz que significa “postrado”; en el liderazgo,
estaba realmente “subordinando sus intereses personales a los de Dios y su causa”. Su
espíritu sensible debe haberse molestado profundamente cuando los miembros de su
propia familia cuestionaban su papel nombrado por Dios y especialmente su

84
responsabilidad como portavoz del Señor (2). Si alguien sabía lo difícil que le había
resultado emprender las tareas que Dios le había encomendado, eran su hermano y su
hermana. Dios le había proporcionado a Aarón como compañero para apoyarle y los
dos hermanos se habían convertido en aliados incondicionales al confrontar a Faraón
con las órdenes de Dios. Pero, casi un año más tarde, esta asociación se había
quebrado. Un hombre genuinamente humilde que seguía a pie puntillas la voluntad de
Dios para la gloria de Dios se encontraba con un conflicto angustioso en extremo.
En segundo lugar, y más seriamente, el desacuerdo ofendía a Dios. Él había
nombrado a Moisés para llevar a cabo esta exigente tarea y la comunidad tenía pruebas
irrefutables de que él era su líder escogido. Aarón tenía encomendadas otras tareas.
Sus responsabilidades eran sacerdotales; él y sus hijos debían oficiar los sacrificios y
actuar como consejeros pastorales en la comunidad. Cuando surgió este problema que
podía dañar su relación, el Señor respondió de forma que identificaba el pecado y
exponía, juzgaba y perdonaba al pecador.
Dios actuó rápidamente. Moisés no era el único que escuchó la amarga crítica de
Aarón y Miriam: Y el SEÑOR lo oyó (2). Dios sabía que esta queja de familia se debía
tratar inmediatamente antes de que el veneno se infiltrara en la comunidad entera: Y el
SEÑOR de repente dijo… (4). Cuando surgen serios desacuerdos, puede haber daño
adicional si se deja para después. Nadie debe apresurarse sin antes pensar bien y orar,
pero cuanto más tiempo dure el problema, más probable es que se digan y hagan cosas
que puedan hacer daño. La peor característica del pecado es el poder que tiene para
reproducirse. La iniquidad se multiplica a menos que la acción firme y amorosa lo frene
en su misión destructiva.
El Señor aparece decisivamente. Entonces el SEÑOR descendió en una columna de
nube y se puso a la puerta de la tienda (5), y llamó a los dos líderes descontentos para
que pudiera exponerles la seriedad de la rebelión, porque allí se encendió la ira del
SEÑOR contra ellos (9).
El Señor habló con autoridad. Les pidió a los tres miembros de esta familia dividida
que fueran a la tienda de reunión e identificó a Moisés como alguien infinitamente más
importante que un mero profeta (6–8a).
El Señor actuó con justicia; su ira se encendió contra ellos. Los dos hermanos
mayores habían afirmado que el Señor había hablado a través de ellos (2) además de a
través de Moisés. Habían hecho referencia a la voz del Señor sin sensibilidad y ahora
escucharon esa voz y tuvieron miedo. Allí estaban, a la puerta de la tienda de reunión,
abandonados por Dios. El Señor se fue (9) y los dejó allí con sus pecados, aislados con su
culpa, silenciados por su transgresión y decaídos, sintiendo gran remordimiento. La
columna de nube, el recordatorio permanente de la presencia y santidad de Dios, se
elevó muy por encima de la tienda. Dios había hablado su palabra de condenación y se
había ido, dejándoles con su soledad para que sintieran la enormidad de su pecado.
En tercer lugar, el desacuerdo era dañino para los que se quejaban. Estas dos
personas descontentas, sintiéndose ahora avergonzadas y asustadas, se miraron el uno
al otro e hicieron un terrible descubrimiento. Miriam había sido infectada con una
temible enfermedad de la piel. Nos podemos preguntar por qué sólo fue afectada
85
Miriam y Aarón no, si ambos habían cometido la ofensa. Posiblemente, ella había sido
la cabecilla; inició la queja y dejó que Aarón hiciera de portavoz. Una cosa sí es cierta:
con la angustia mental, él se sentía igualmente culpable y no hizo nada para esconder
su remordimiento. Clamó a Moisés: “Señor mío, te ruego que no nos cargues este
pecado, en el cual hemos obrado neciamente y con el cual hemos pecado” (11).
Aarón admitió que habían actuado no sólo con mala intención y de modo
irresponsable, sino también neciamente. Aarón le rogó a Moisés (“Señor mío, te ruego”)
y Moisés le rogó a Dios: Oh Dios, sánala ahora, te ruego. El hombre que se había puesto
en contra del papel de Moisés, ahora lo llamaba señor y se alegraba de hacerlo.
Aarón sabía que, para se le perdonara su ofensa, debía arrepentirse. En nuestra
sociedad contemporánea, el hecho de pedir “perdón” es un acto de cortesía que está
desapareciendo rápidamente. Ellen Goodman escribió en The Boston Globe
recientemente sobre por qué pedir perdón es algo no americano. El problema no es
exclusivo de EE.UU., ni mucho menos. Los médicos, hospitales y fabricantes no suelen
pedir perdón hoy en día; se les pone una demanda. Un barco americano y uno japonés
colisionaron en el mar. Los japoneses intentaron pedir perdón, pero hubo un choque
cultural. En Japón, “se dice que las disculpas evitan juicios”, mientras que en América
una disculpa se ve como “una admisión de culpabilidad legal en lugar de una expresión
de lamento emocional”. Pero “pedir y recibir perdón es una parte importante de
nuestra coexistencia civilizada”. Es una dimensión vital de nuestra relación con Dios y la
familia de Moisés lo sabía.
Por último, este incidente sirvió de advertencia al pueblo. Dios respondió a la
intercesión de Moisés y le dijo que, si su hermana hubiera sido deshonrada por un
padre terrenal, tendría que haber pasado siete días fuera del campamento para
lamentarse por su pecado. Como había sido deshonrada públicamente por su Padre
celestial, debía hacer lo mismo. La comunidad del desierto pararía su viaje
temporalmente y les daría una semana entera en el campamento para reflexionar
acerca de la seriedad del pecado (1–2), la inevitabilidad de ser juzgado (10), la
necesidad de arrepentirse (11–12), la urgencia de orar (13) y el milagro del perdón (14).

Intentar sanar
En esta narración de amargura, antagonismo y alteración, podemos encontrar
algunas dimensiones terapéuticas del cuidado pastoral.
En primer lugar, debemos valorar a los siervos de Dios. Antes, Miriam y Aarón
habían sido utilizados grandemente por Dios. La joven voz de la hermana había jugado
un papel crucial en la salvación de su hermano pequeño cuando era un bebé. Más
tarde, su don profético había inspirado a los viajeros de Israel al reconocer el poder de
Dios. Los fuertes brazos de Aarón habían sido utilizados mientras compartía el
ministerio de la oración con Moisés. Ambos habían sido utilizados en el pasado y lo
continuarían siendo en el futuro si usaban sus propios dones en lugar de desear los de
otras personas. A los infractores, se les dijo dos cosas importantes acerca de Moisés
para que valoraran su ministerio en lugar de criticarlo.
86
Se les dijo que Moisés había sido preparado por Dios. Había sido formado como el
siervo de Dios (7–8) para llevar a cabo una tarea específica para la comunidad del
desierto. Mientras que Dios comunicaba su mensaje a otros por medio de visiones y
sueños, Moisés era llamado personalmente a la presencia de Dios: “contempla la
imagen del SEÑOR”. Dios se sorprendía de que estas dos personas murmuradoras,
después de haber sido testigos del rostro resplandeciente de Moisés, envidiaran su
función especial y no les inspirara la confirmación visible de su siervo por parte de Dios.
También se les dijo que Moisés era completamente digno de confianza: “en toda mi
casa él es fiel” (7). Escuchar (7:89) y hablar eran responsabilidades solemnes, no
beneficios codiciados. A Moisés, se le presenta dos veces en este pasaje como el siervo
del Señor, era humilde (3), fiel (7), misericordioso y una persona de oración (13).
Cuando las personas se ven envueltas en una amarga rivalidad, solamente los creyentes
del calibre espiritual de Moisés serán los que seguramente ejercitarán un ministerio de
sanidad efectivo.
En segundo lugar, debemos entrar en la presencia de Dios. El Señor le dijo a la
familia desunida que fuera a la tienda de reunión, donde se reunieron bajo la sombra
de la enorme nube. Las divisiones serias y las rivalidades amargas nunca se rectificarán
lejos del asiento de misericordia. Solamente cuando oramos y nos exponemos a la luz
de la presencia de Dios, todas las partes se dan cuenta de la necesidad que tienen de él.
Si no hacemos eso, los rivales seguirán luchando para poner al bando opuesto en el
banquillo de los acusados mientras ellos asumen el papel de juez imparcial. Dios a
menudo invierte los papeles cuando pasamos tiempo con él, ayudando a la persona
agraviada a ver que quizás ha participado, aun sin ser consciente de ello, en la
generación del enfrentamiento, o quizás lo haya facilitado por mostrar un espíritu falto
de cariño.
En tercer lugar, debemos escuchar la Palabra de Dios. “Oíd ahora mis palabras”, dijo
el Señor (6). Tenía cosas que manifestar sobre él mismo (que habla y nombra), sobre
Moisés (como siervo fiel) y sobre los infractores: “¿Por qué, pues, no temisteis?” (8). En
tiempos de seria división, todas las partes necesitan reunirse dependientemente
alrededor de una Biblia abierta, no lanzarse textos unos a otros con ira y pretensiones
de superioridad. Deben escuchar atentamente lo que Dios puede estar diciendo a todos
acerca de los acontecimientos que han llevado a tal situación.
Por último, debemos amar al pueblo de Dios. Aarón clamó a Moisés porque estaba
quebrantado por lo que le había ocurrido a Miriam (“No permitas que ella sea como
quien nace muerto”, 12). Moisés clamó a Dios porque estaba preocupado por los dos
infractores. La falta de amor de ambos murmuradores había sido transformada por la
compasión de Moisés; la ira de ellos se había encontrado con la misericordia de él.

Aprender las lecciones


Todos habían aprendido algo en este episodio acerca de qué hacer cuando existe un
desacuerdo.
Moisés aprendió la importancia del silencio. Aarón y Miriam se quejaron, pero
87
Moisés no dijo nada. Cuando las cosas van mal en una relación, se hace aún más daño
con algunas palabras y especialmente con intentos de justificarse a uno mismo. Cuando
las personas dicen cosas crueles sobre nosotros u otras personas, ¿por qué
consideramos que es necesario contestar? Sería mucho mejor no decir nada, dejar que
el comentario quede en el aire y avergonzar así al que lo ha pronunciado. Moisés calló y
dejó que fuera el Señor quien hablara.
Aarón aprendió el valor de la oración. El sumo sacerdote tenía acceso único a la
presencia de Dios, pero ese día también agradeció un intercesor compasivo. Al escuchar
orar a Moisés, se dio cuenta de nuevo de lo crucial que resulta orar por otros además
de por nosotros mismos y el hecho de hacerlo de forma inteligente, amorosa y
dependiente.
Miriam aprendió la generosidad de la gracia. Ella había ofendido, pero fue
perdonada misericordiosamente. Durante la semana de confinamiento forzado,
reflexionó acerca de la compasión infinita de Dios. Antes, había estado resentida por el
papel de su hermano menor, pero ahora atesoraba prioridades más sanas. Había sido
perdonada, limpiada y sanada; no había nada más grande que pudiera desear.
El pueblo aprendió la gravedad del pecado. Aunque estaban deseosos de proseguir
su camino por el desierto, se vieron forzados a esperar hasta que todos hubieran
reconocido que su pecado no sólo entristece a Dios y nos destruye, sino que también
hace daño a otros. Cuando pecamos, afectamos a los demás de una u otra forma.
Aunque pequemos “en secreto”, afectamos a otras personas por nuestra iniquidad,
aunque no sean conscientes de ello. Los infractores salen de su sórdida transgresión
seriamente afectados. Su santidad ha sido profanada, su testimonio manchado, su
resistencia debilitada. Otras personas son más pobres porque el infractor no venció su
pecado.
La ofensa de Aarón y Miriam había hecho que se pararan en medio del viaje por el
desierto, pero la semana se aprovecharía bien si la pasaban honrando a Dios y
rechazando el pecado. Por desgracia, no eran buenos aprendices; la paciencia del Señor
sería probada una vez más. Seguidamente, iba a ocurrir no un acto de rivalidad familiar,
sino una rebelión comunitaria. En el desierto de Parán, no se limitaron a murmurar
contra Moisés; desafiaron a Dios, como veremos ahora.

TERCERA PARTE

En retroceso
Números 13:1–14:45

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¿Uvas o gigantes?
Números 13:1–33

Esta dramática narración, que describe el episodio del envío de los espías y los
acontecimientos consiguientes, quedó grabada en la memoria colectiva del pueblo de
Dios. Los escritores posteriores hablaban de estos incidentes con un sentimiento de
dolorosa decepción. Presenta un tiempo de toma de decisiones, cuando los peregrinos
del desierto se equivocaron catastróficamente. Es muy fácil dejarse influenciar por
actitudes impropias, corromper por motivaciones impuras o manipular por personas
poco adecuadas. Los versos de Walt Whitman expresan en qué se ha convertido la
insistencia posmoderna de la total libertad de elección, la indiferencia a las
consecuencias morales o las convenciones sociales:
A pie y con el corazón ligero, tomo el camino abierto,
saludable, libre, el mundo a mis pies;
el largo camino ante mí me lleva a donde yo quiera.
Los creyentes reconocen que hay una prioridad mayor: la importancia de esperar en
Dios. Nuestro pensamiento dominante no es “¿Qué me va mejor?”, sino “¿Qué honra
más a Dios?” Al igual que Israel en este momento crucial de su historia, nosotros
también nos enfrentamos a un futuro incierto. Nos gusta pensar que tenemos las cosas
razonablemente planeadas, pero no conocemos los meses y años que tenemos por
delante.
Millones de nuestros contemporáneos desean tener algún tipo de consuelo y
seguridad sobre los acontecimientos inminentes de la vida. Leen, ya sea en broma o no,
las páginas de los horóscopos en su diario o revista favorita. Muchos buscan seguridad a
través de actividades ocultas más siniestras, consultando a adivinos o utilizando cartas
de tarot, tableros de ouija, etc. Los cristianos se toman en serio los claros
mandamientos de las Escrituras que prohíben tales prácticas, que nos “contaminan” y,
más aún, son “abominables” para Dios. Hay otros, hoy en día, que buscan un futuro
próspero y seguro a través de mitologías orientales y antiguas, y de nuevas religiones.
En los últimos años, en el Reino Unido, se ha puesto muy de moda el Feng Shui, una
antigua ideología china. Influye en la elección y la situación de los muebles, el color de
la pintura, la preferencia de las ventanas: se dice que todo afecta a la energía de la casa
y garantiza un futuro próspero. En nuestra aldea global, las novedades religiosas de un
continente viajan rápido y se adaptan a las tensas necesidades de otro.
Los cristianos reconocen que sólo Dios sabe el futuro y tiene su destino en sus
poderosas y fiables manos. La vida es más que una serie de accidentes desconectados y
los cristianos no deben tener miedo a lo desconocido. Su papel es vivir cada día para su

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gloria, discernir su voluntad en momentos de decisión y confiar en el Señor para recibir
la orientación que ha prometido que proporcionará.
De esa gran multitud, solamente cuatro personas entendieron la importancia de
buscar la voluntad de Dios y confiar en su palabra. Los demás se sintieron torturados
por la incertidumbre, invadidos por la ineptitud y paralizados por el miedo, y se negaron
a seguir el viaje. Los lectores cristianos aprenderán de los errores de Israel y seguirán el
camino hacia el futuro con los hitos bien reseñados en esta gráfica narración. Quizás
haya momentos en los que, al igual que ellos, tengamos miedo real de lo que pasará en
el futuro. Algunos han descubierto que tienen una grave dolencia o han escuchado que
alguien a quien aman tiene una enfermedad terminal. La seguridad en el trabajo se
tambalea; el despido y el paro se convierten en una triste posibilidad. Las relaciones en
la iglesia quizás hayan empeorado por el mal ejemplo de un líder admirado o la
deserción de buenos amigos. La estabilidad de la familia se ha puesto en peligro por la
infidelidad de la pareja, o quizás los padres están muy preocupados por la tensión en la
vida de sus hijos casados. Lo que parecía una existencia bastante tranquila y segura, de
repente se convierte en un desconcierto agonizante. ¿Cómo reacciona el creyente ante
un cambio tan dramático y desagradable de las circunstancias?
La historia que aparece aquí ha sido “escrita para enseñarnos”, para que, con la
fortaleza que Dios nos da y con el “consuelo de las Escrituras, tengamos esperanza”.
Caleb y Josué aparecen en esta narración como los confiados animadores del pueblo de
Dios. Su ministerio alentador fue rechazado por la comunidad de Israel. Nosotros no
debemos hacer lo mismo. Hemos de escuchar de nuevo el ruego optimista de estos dos
espías al intentar convencer a sus contemporáneos incrédulos para que confíen en
Dios: lo que él prometió (1–16), logró en la historia (17–22), consigue con la experiencia
(23–27) y provee en abundancia (18–33).

Aceptar las promesas de Dios (13:1–16)


A Moisés, se le mandó que enviara a doce hombres a fin de que reconozcan la tierra
de Canaán, la cual, dijo Dios, “voy a dar a los hijos de Israel” (2). Es una máxima militar
reconocida que “el tiempo que se emplea en el reconocimiento nunca es tiempo
perdido”. Antes de que empezara este reconocimiento específico, Dios recordó a
Moisés la promesa que le había hecho a Abraham: era tierra que había decidido darles
a ellos. De entre la gran cantidad de personas que había en Israel, estos doce hombres
fueron enviados como exploradores en una misión que era “una prueba de fe más que
una expedición militar”.
El hecho de que estos doce individuos pertenecieran a una comunidad tan grande
debería haberles animado a confiar en la palabra de Dios. La afirmación “la tierra de
Canaán, que voy a dar a los hijos de Israel” (2) recordaba la doble promesa de Dios
sobre el pueblo y la tierra hacía varios siglos a Abraham, el padre de su raza: “Y haré tu
descendencia como el polvo de la tierra… Levántate, recorre la tierra a lo largo y a lo
ancho de ella, porque a ti te la daré”.
Cuando los “espías” fueron nombrados de entre las doce tribus, ¿no recordaban el
90
gran número de personas que habían sido testigos de la palabra fidedigna de Dios? La
primera parte de la promesa divina ha sido gloriosamente cumplida. Esta gran
muchedumbre de viajeros estaba a punto de entrar en la tierra prometida, y
ciertamente eran “como el polvo de la tierra”. Dios había asegurado que el patriarca y
sus descendientes poseerían “la puerta de sus enemigos”. Siendo testigos de la primera
parte de la promesa de Dios al aumentar increíblemente el número de personas, ¿no
podían confiar en la segunda parte de la conquista garantizada?
Pero aún así, el miedo les sobrecogió por la posibilidad de perder a personas de su
pueblo por culpa de los habitantes físicamente enormes que vivían en Canaán, y los
peregrinos se negaron a aceptar la promesa de Dios. El hecho de que no creyeran lo
que Dios había dicho tan claramente es una sombría advertencia. A medida que
nosotros nos enfrentamos a un futuro incierto, lo hacemos con la Biblia en la mano.
Dios “nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas”, asegurándonos que, al
enfrentarnos a lo desconocido, proveerá todo lo que necesitamos.

Recordar la fidelidad de Dios (13:17–22)


Al emprender el viaje los espías, se les dijo exactamente a dónde ir (17) y qué buscar
(18–20). Debían retomar los pasos de los patriarcas: “Subid allá, al Neguev; después
subid a la región montañosa”… Entonces ellos subieron y reconocieron la tierra…
subieron por el Neguev, y llegaron hasta Hebrón (17, 21–22).
Abraham había emprendido “su camino… hacia el Neguev”. Se le había asegurado
que sus descendientes serían como el polvo de la tierra, se le había dicho exactamente
qué debía hacer, lo que siglos después se les ordenó a los espías: “‘Levántate, recorre la
tierra a lo largo y a lo ancho de ella, porque a ti te la daré’. Entonces Abram mudó su
tienda, y vino y habitó en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí un altar
al SEÑOR”.
En el transcurso de su viaje de seis semanas, los espías llegaron hasta Hebrón, la
ciudad más alta de la región, a unos 1.000 metros por encima del nivel del mar. Varios
siglos antes, Abraham había comprado tierras a los hijos de Het para que él y su familia
pudieran ser enterrados allí. En ese mismo lugar, fueron sepultados su cuerpo y el de su
mujer Sara, su hijo Isaac con su mujer Rebeca, y su nieto Jacob con su mujer Lea. Todos
los hijos de Jacob, excepto José, también habían sido enterrados allí.
Los doce espías estaban pisando una tierra que recordaba la fidelidad de Dios. Ahí,
los patriarcas habían vivido y amado, caminado y adorado, creído y obedecido. También
se habían enfrentado a experiencias difíciles y exigentes. La vida había sido todo menos
fácil para ellos, pero Dios los había guiado por todo el camino. En algún momento u
otro de su vida, se habían equivocado y defraudado a Dios, pero el Señor no les había
fallado. Este mismo lugar hablaba de la fidelidad del Señor. Los espías deberían haberse
sentido animados en un territorio tan importante al pensar que el Señor, que había
ayudado a sus antepasados, no les fallaría a ellos.
Por desgracia, aunque los espías vieron los lugares en los que los patriarcas mismos
habían probado la bondad de Dios, se sentían intimidados con la idea de entrar en la
91
tierra. Debemos aprender de su triste error y, al igual que los patriarcas y millones de
personas, creer y demostrar que, cuando nos enfrentamos a un futuro incierto, el Señor
siempre nos ayuda.

Recordar la generosidad de Dios (13:23–27)


No sólo se les enseñó la ruta del camino, sino que también se les pidió que trajeran
de vuelta, si fuera posible (Procurad, 20), alguna prueba visible de que la tierra era rica
y próspera. Cuarenta años antes, Dios le había dicho a Moisés que su nuevo hogar sería
una tierra buena y espaciosa. Era verano, y en el umbral de este nuevo territorio,
Moisés quería animar al pueblo con pruebas irrefutables de la abundante provisión de
Canaán: “Procurad obtener algo del fruto de la tierra. (Aquel tiempo era el tiempo de las
primeras uvas maduras.)” (20).
A medida que los espías se acercaban al final de su peligrosa tarea, buscaron las
mejores uvas que pudieran encontrar. La búsqueda concluyó en el “Valle del Racimo”,
que tenía ese nombre por los grandes racimos de uvas que había en sus prósperos
viñedos. “Y llegaron hasta el valle de Escol y de allí cortaron un sarmiento con un solo
racimo de uvas; y lo llevaban en un palo entre dos hombres, con algunas de las granadas
y de los higos” (23). Cuando el equipo de reconocimiento regresó al campamento base,
mostraron al pueblo expectante el fruto de la tierra.
Lo que Dios le había dicho a Moisés desde la zarza ardiendo en el desierto de
Madián era absolutamente veraz: “ciertamente mana leche y miel”. Los espías
repitieron las palabras de Dios y mostraron pruebas palpables de que era exactamente
como lo había dicho el Señor. No estaban simplemente reflexionando acerca del
mensaje divino del pasado, sino que confirmaron la fiabilidad actual de la palabra de
Dios.
Hay otra dimensión importante al enfrentarnos a un futuro incierto. No sólo
debemos mirar atrás buscando confirmación, sino también alrededor nuestro para
encontrar pruebas en nuestra vida de su dirección soberana, presencia permanente y
cuidado providencial. Racimos abundantes de fruta en nuestro día a día nos animan a
creer que el Señor, que nos ha traído hasta aquí, no nos defraudará en los días
venideros, por muy difíciles que sean. Cuando estamos amenazados por cambios
inminentes, vacilamos, nos sentimos inseguros, vulnerables e incluso desconcertados,
pero debemos mirar cuidadosamente a nuestro alrededor y enumerar los “racimos” de
nuestra experiencia actual. Si viajamos a nuestro propio Valle del Racimo, seguramente
encontraremos abundantes pruebas de la constante generosidad de Dios. Debemos dar
gracias en oración por estas pequeñas manifestaciones de su cuidado providencial. El
Dios que está supliendo todas nuestras necesidades presentes no nos negará su
provisión en el futuro.

Recibir los recursos de Dios (13:28–33)


Ese racimo, el logotipo actual del Consejo de Turismo de Israel, simboliza la
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prosperidad de la tierra y la generosidad del Dios que da abundantemente a todo su
pueblo. Sin embargo, aunque dos de los espías mostraron las uvas, los demás hablaron
de los gigantes. La descripción de la abundancia de frutos quedó eclipsada ante los
escabrosos detalles de colosales monstruos humanos y sus enormes fortalezas: “es
fuerte el pueblo que habita en la tierra, y las ciudades, fortificadas y muy grandes” (28).
En cada situación desafiante, siempre hay alguien que pronuncia un Pero
preocupado. El pasaje describe el dramático contraste que existe entre el optimismo
radiante de los dos que confiaban (“Sin duda la conquistaremos”, 30) y el pesimismo
desesperante de los diez asustados: “No podemos” (31). Los espías descorazonados
exageraron los problemas y minimizaron los recursos.

Exageraron los problemas


No cabe duda de que eran personas altas y fuertes, pero, aunque pudieran
intimidar a los peregrinos, no eran superiores a Dios. Los diez descorazonados veían la
escena tan sólo desde su perspectiva humana limitada y dejaban a Dios totalmente
fuera de la ecuación.
Habían olvidado al Dios de los patriarcas. Si hubieran tenido la sensibilidad espiritual
para discernirlo, el mero ejercicio de andar a través de la tierra durante las últimas seis
semanas era, a los ojos de Dios, un gesto simbólico que indicaba la posesión futura
asegurada. Se les había ordenado que subieran al Neguev; después… a la región
montañosa (17). Como hemos visto, esto es precisamente lo que se le ordenó que
hiciera Abraham varios siglos antes cuando la tierra le fue garantizada a él y a su
progenie prometida. Abraham hizo eso y se estableció finalmente en Hebrón, el lugar al
que acababan de ir los doce espías. Dios había hecho cosas increíbles a favor de
Abraham. Si Dios podía hacer milagros en la vida de Abraham, también podía en la vida
de ellos.
Habían olvidado al Dios del éxodo. Informaron acerca del poder físico y de las
potentes fortalezas de los habitantes de la tierra, pero fue un gran error olvidarse de
Dios. El pueblo fuerte no preocupaba al Señor. Él no se intimidaba con los gigantes y
sabía cómo actuar con las ciudades fortificadas. Tales comunidades podían parecer muy
grandes a los israelitas, pero eran muy pequeñas para un Dios omnipotente. La
descripción de las razas mezcladas debería haberles alentado en lugar de intimidarles,
porque con esas palabras se le aseguró a Moisés la conquista. El hecho de ver a
Amalec… en la tierra del Neguev, y los heteos, los jebuseos y los amorreos… en la región
montañosa, y los cananeos… junto al mar y a la ribera del Jordán recordaba al mensaje
de la posesión que Dios dio a Moisés. Su victoria precisamente se describía así: “Os
sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del
ferezeo, del heveo y del jebuseo”.
Nadie en el grupo de peregrinos asustados podía dudar de lo que Dios había hecho
por ellos en el pasado. La fuerza superior, los recursos militares y los carros
impresionantes de Egipto no eran nada para Dios. Él los mandó a todos al fondo del mar
Rojo. En el éxodo, se sintieron igualmente débiles, pero habían confiado en su palabra y
93
visto su poder: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que el SEÑOR hará hoy por
vosotros”. El Dios que había hecho desaparecer a los tiranos de la antigua tierra podía
conquistar a los enemigos de la nueva.

Minimizaron los recursos


Paralizados por el miedo y sintiéndose incompetentes, no se valoraban a sí mismos
en absoluto: “A nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante
sus ojos” (33). Dudar de uno mismo es una emoción cruel y paralizadora. Despoja a sus
víctimas de la seguridad, la dignidad, la compostura y los recursos. Si vamos a ser
utilizados por el Señor, debemos empezar con una valoración realista de nuestras
limitaciones. Los siervos de Dios consiguen grandes cosas cuando se les acaban sus
propios recursos y se dan cuenta de que no tienen otra alternativa que confiar
totalmente en la provisión ilimitada de Dios. Actuar con excesiva confianza en uno
mismo lleva al desastre; permanecer escondido tras la duda de uno mismo es
desconfiar de Dios.
Cuarenta años después de que estos incrédulos se negaran a entrar en la tierra,
tuvo lugar una serie de acontecimientos que podrían haber experimentado ellos
mismos si hubieran confiado en el Señor. El Dios del éxodo hizo en el Jordán lo que
había conseguido en el mar Rojo. En cuestión de semanas, las paredes inexpugnables
de una de las temidas ciudades fortificadas y muy grandes (28) se derrumbaron al son
de las trompetas. Más adelante, en su historia, uno de los escépticos superó su
mentalidad innata de “langosta” y condujo a un grupo de tropas para enfrentarse a un
gran ejército que les superaba en número. La batalla se ganó no con espadas, sino con
trompetas, cántaros y antorchas.351 Años después, un gigante, como aquellos a los que
temían los espías, fue conquistado por un joven que simplemente le lanzó una piedra
con su honda; pero lo consiguió porque todo el poder de Dios estaba detrás suyo.
Desmoralizados por la inseguridad, aquellos espías asustados en el desierto de
Parán necesitaban una lección de hazañas dirigidas por Dios. Las personas que están
convencidas de la omnipotencia de Dios nunca minimizan los recursos divinos.
Revestidos del poder de Dios, incluso la más pequeña de las langostas puede hacer que
los gigantes lo pasen mal.

La noche en blanco de Israel


Números 14:1–45

Las valoraciones optimistas de Caleb y Josué no sirvieron de mucho después de que

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sus compañeros hubieran dado “un mal informe a los hijos de Israel de la tierra que
habían reconocido” (13:32). Parecía que los diez asustados iban a ganar, pero los dos
que confiaban estaban decididos a no rendirse tan fácilmente. A pesar de las señales
ominosas que parecían indicar que iban a perder, aún tenían la esperanza de que fuera
posible darle la vuelta a la situación. La narración que sigue nos presenta cinco estudios
de carácter, descritos gráficamente, y merece la pena prestarles atención. Estas
personas todavía están con nosotros y sus respectivos ejemplos negativos o nobles aún
perduran.

La multitud hostil (14:1–4)


El pesimismo se extiende como el fuego entre una comunidad que no cree. Pierre
Teilhard de Chardin mantenía que el pesimismo ha hecho infinitamente más daño a la
obra del Señor que el ateísmo. Un gran número de comunicadores proporcionan
informes negativos (13:32), mientras que las buenas noticias se quedan esperando. La
multitud tenía aún en mente los informes negativos y empezaron a llorar. Sus lamentos
incesantes continuaron durante toda una larga noche (1). “Abandonaron la esperanza
de cosas mejores y despreciaron a Moisés y a Dios mismo”, lo cual es una trágica
prueba de su débil fe. Estas personas desafiantes se rebelaron primero contra sus
líderes (1–2) y, después, contra su Señor (3–4).

Rebelarse contra sus líderes (14:1–2)


El liderazgo es un privilegio costoso. Moisés y Aarón tenían una difícil tarea entre
manos si querían controlar la situación. La narración se centra en tres características de
la multitud amotinada.
En primer lugar, estaban unidos en su oposición. La narración subraya que la
rebelión estaba en todas partes. Estos versículos enfatizan tres veces el consenso
generalizado y la sombría solidaridad; toda la congregación estaba involucrada.
Murmuraron… todos los hijos de Israel… toda la congregación.
En segundo lugar, estaban angustiados en medio de su oposición. Clamaron y
lloraron sin cesar durante toda la noche. El pecado altera su destino y convierte este
comienzo potencialmente brillante en un final trágicamente amargo.
En tercer lugar, se mostraban desafiantes en su oposición. La comunidad se había
acostumbrado a murmurar (11:1–6; 12:1), pero ahora estaban asustados por el futuro,
rechazaron el pasado y corrompieron el presente. Deseaban cambiar el éxodo: “¡Ojalá
hubiéramos muerto en la tierra de Egipto! ¡Ojalá hubiéramos muerto en este desierto!”
Este es el lenguaje más rebelde que utilizan hasta ahora. Deseaban erradicar de su
memoria todo lo que había acontecido desde la primera Pascua. Era un deseo atroz,
completamente fuera de lugar para personas que tuvieran incluso la más mínima
noción de la generosidad abundante e inmerecida de Dios. No importaba que hubiera
hecho un pacto con ellos en amor. Permanecían indiferentes a los ideales de Dios para
la sociedad, encarnados en los diez mandamientos. ¡Qué rebelión tan trágica, por la
95
que le volvieron la espalda a un Dios de gracia y bondad incomparable!
La mayor tragedia es que la defección de Israel es simplemente un anticipo de la
desobediencia de millones de personas a lo largo de los siglos. Ellos, al igual que
nosotros, han sido igualmente incrédulos y rebeldes. Aquellos viajeros del desierto
escogieron un camino muy similar al que describió Pablo en Romanos: “Pues aunque
conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron
vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido… Por consiguiente,
Dios los entregó…”

Rebelarse contra el Señor (14:3–4)


Mientras continuaban murmurando, empezaron a quejarse de Dios. “¿Por qué?” es
la pregunta más profunda que existe, pero estos rebeldes no tenían motivo para
cuestionar la sabiduría de Dios o dudar de su suficiencia después de todo lo que había
hecho por ellos.
Despreciaron su generosa provisión: “¿Y por qué nos trae el SEÑOR a esta tierra…?”
Lo había hecho porque les amaba y era una de las cosas más generosas que podía haber
hecho; sin embargo, le devolvieron el regalo, lanzándoselo a la cara.
Dudaron de la protección que les había prometido. ¿De verdad pensaban que les
traería hasta ahí solamente para caer a espada? El Dios que había derrotado a los
amalecitas al principio del viaje, ¿no podría derrotar también a los cananeos al final?
Desconfiaron de su perfecto amor. “Nuestras mujeres y nuestros hijos vendrán a ser
presa”. Es impensable que el Dios que proveyó para que la fe se comunicara a través de
la familia permitiera que muchas mujeres y niños fueran apresados por los cananeos. Él
estaba completamente capacitado para cuidar de ellos y así se lo dijo más adelante
(31).
Despreciaron su extraordinaria redención. “¿No sería mejor que nos volviéramos a
Egipto?” Todo lo que había hecho para liberarles de sus opresores fue desechado con
una frase cruel y blasfema.
Rechazaron al líder que había nombrado. “Nombremos un jefe y volvamos a Egipto”.
Una cosa es temer al futuro y hacer que el presente sea una tortura, pero rechazar el
pasado como una vergüenza era otra cosa. Estaban buscando a alguien que les
devolviera al estilo de vida “pre-Moisés”: una vida sin libertad, dirección, seguridad,
provisión, protección, perdón, adoración o esperanza.
El rechazo desastroso anticipa e ilustra la tragedia que describió Pablo años
después, cuando los cristianos que una vez estuvieron comprometidos dejaron a un
lado los valores que habían sido supremos. Esta historia de la rebelión de Israel nos
sirve como advertencia perpetuamente relevante.

Los mensajeros importunos (14:5–9)


Los rebeldes rechazaron a Moisés, pero aun así sus amigos Caleb y Josué les
pidieron que se lo pensaran de nuevo. Era la última oportunidad de convertir a estos
96
obstinados rebeldes en siervos sumisos. En este momento, eran los evangelistas de
Israel, como el guía del peregrino, “uno entre mil”; se encontraban con todos en su
contra, en el ademán de razonar con los oyentes.
Moisés y Aarón cayeron sobre sus rostros en presencia de toda la asamblea de la
congregación de los hijos de Israel (5). Sentían un gran remordimiento por las cosas tan
horribles que había dicho esta multitud blasfema e ingrata. Hablaron con Dios. Josué y
Caleb rasgaron sus vestidos (6). Simbolizaba una pena profunda; las personas que
estaban de luto por perder a un ser querido hacían esto. Estos cuatro hombres
sintieron una pérdida profunda; el pueblo que había viajado con ellos como peregrinos
privilegiados estaba a punto de regresar a Egipto como arrogantes amotinados. ¿El
pecado les había causado este deseo de tomar otro camino? ¿Verdaderamente esta
multitud desafiante iba a dar la vuelta y volver para ser esclavos de nuevo?
Todos los evangelizadores cristianos se encuentran entre un Dios misericordioso y
un pueblo obstinado. Por muy elocuente que sea y bien informado que esté, el
evangelizador contemporáneo es tan impotente como Caleb y Josué aquel día en el que
le rogaron a la multitud que escuchara. Solamente podemos hacer lo mismo que ellos:
presentar un Dios único que ha hecho tantas cosas por los rebeldes y orar para que él
ablande su corazón duro y terco. En un último intento conmovedor, Caleb y Josué
presentaron un majestuoso retrato de Dios a sus oyentes. Las verdades que
compartieron son tan relevantes hoy en día como lo fueron entonces para aquella
congregación hostil pero necesitada.
Dios es generoso. Quizás sus contemporáneos tuvieran miedo al futuro, pero estos
dos hombres lo habían visto con sus propios ojos: los campos espaciosos, árboles
frutales y prósperos viñedos de Canaán. Habían sacado agua de sus profundos pozos y
nadie, ni siquiera la multitud delante de ellos, les podía quitar lo que habían visto: “La
tierra por la que pasamos para reconocerla es una tierra buena en gran manera” (7).
Estaban hablando con personas que nunca habían experimentado una generosidad tan
abundante. Hasta que entraron en la tierra prometida, los espías habían vivido con un
horizonte limitado. Solamente conocían las condiciones pésimas de esclavitud de Egipto
o las penurias de un desierto inhóspito, y les horrorizaba pensar que, en un momento
de histeria colectiva, su nueva vida se podía echar a perder.
Los evangelizadores cristianos se enfrentan a una situación similar. Suplican a
oyentes indiferentes u hostiles desde una perspectiva similar. Pero estos mensajeros no
suelen obtener una mejor respuesta que la que recibieron Caleb y Josué, a menos que
alguien infinitamente más persuasivo doblegue la mente de los oyentes incrédulos y les
convenza de que ellos también pueden experimentar lo que han visto los heraldos.
Solamente el Espíritu Santo puede convertir a oyentes obstinados o apáticos en
personas que responden penitente y agradecidamente.
Dios es sensible. No era una deidad indiferente y distante, que se mantenía alejado
de las realidades de la desesperación de los israelitas. Como Dios intensamente
personal, era capaz de ser amado o lastimado, encantado o entristecido. Podían
complacerle (8) u oponerse a él (9). Durante el último año, estas personas habían
adoptado un sistema de valores totalmente dañino. Creían que lo que importaba sobre
97
todo era satisfacerse a sí mismos, cuando en realidad la satisfacción más grande
solamente se da cuando se complace a Dios: “Si el SEÑOR se agrada de nosotros, nos
llevará a esa tierra” (8). El Señor Jesús mantuvo esto en su testimonio persuasivo: que
debía complacer a Dios. Al compartir nuestra humanidad, sabía que la única forma de
hacerlo era decidirse deliberadamente a no complacerse a sí mismo. Los cristianos
maduros se identifican con Cristo en esta determinación; complacer al Padre es la
primera prioridad de la vida.363
Dios es santo. Las personas se resisten a aprender que no hay neutralidad en tales
asuntos; los que no le complacen, le entristecen. Caleb rogó a sus oyentes hostiles que
no se opusieran a Dios: “no os rebeléis contra el SEÑOR” (9). El hecho de pronunciar un
implacable “No” a sus propósitos era una afrenta a su santidad. Al darles la tierra,
estaba entregándoles lo mejor que tenía; en su hostil desobediencia, estaban
ofreciendo lo peor que tenían.
Dios es poderoso. Caleb rogó una y otra vez a la congregación que renunciaran a sus
temores: “…ni tengáis miedo de la gente de la tierra… no les tengáis miedo” (9). Los
grandes luchadores de Canaán y sus defensas “indestructibles” no representaban una
amenaza para un Dios omnipotente. Si Dios está presente, no sirven de nada los
poderosos baluartes; su mejor protección les ha sido quitada. Los ídolos inútiles en los
que confiaban los cananeos eran pedazos de la imaginación desviada de los humanos,
lo cual no representaba una buena defensa.
Dios está presente. Solos y aislados en su temor, deseaban tener a alguien al lado
como compañero que les cuidara y apoyara. En días oscuros, la seguridad de la
presencia de Dios había sostenido a los patriarcas. Si actuó así con ellos, ¿cómo podría
abandonar a sus sucesores? El año anterior, los exesclavos israelitas habían contado con
la firme promesa de su Señor omnipotente365 y él no les había fallado.
Los dos mensajeros habían hecho una petición encarecida para que el pueblo se
arrepintiera y cambiara radicalmente de opinión. Pero fue completamente en vano. En
lugar de responder a su ruego, toda la congregación dijo que los apedrearan (10). La
congregación se acaloró, el mensaje fue rechazado, los mensajeros corrían peligro, el
Señor se airó: era un momento bastante sombrío. Entonces la gloria del SEÑOR apareció
y confirmó la presencia y santidad divina (10; cf. 16:42).

El intercesor compasivo (14:10–19)


Este pueblo intratable estaba desdeñando al Señor. A pesar de que él le había
mostrado pruebas indiscutibles de su presencia y poder, seguía resistiéndose a creer en
él (11). El Señor no toleraría su rechazo persistente y pensó que era mejor empezar
desde cero: “Los heriré con pestilencia y los desalojaré, y a ti te haré una nación más
grande y poderosa que ellos” (12). Dios lanzó exactamente la misma amenaza que
después de la defección del becerro de oro.
“Herir con pestilencia” nos recuerda su juicio sobre los egipcios. El Señor estaba
proponiendo empezar otra vez su historia del plan de salvación con una línea nueva y
un pueblo nuevo. Caleb y Josué no habían logrado convencer al pueblo. Moisés
98
esperaba que sus ruegos fueran efectivos ante Dios. Había tres temas importantes en la
mente de este intercesor compasivo. Tenía celo por la gloria de Dios (13–16), estaba
comprometido con la palabra de Dios (17) y era consciente del amor de Dios (18–19).

El intercesor tiene celo por la gloria de Dios


La reputación de Dios estaba en juego. Lo oirán los egipcios y se regodearán con la
derrota del pueblo de Israel. “¡Los soldados de Egipto no los habían matado en el mar
Rojo, pero el Dios de Israel lo había hecho en la frontera de Canaán!” Los egipcios
exultantes pasarían las noticias a las naciones cananeas, se regocijarían con ellos
porque sus potenciales oponentes habían desaparecido y, además, muertos a manos de
su propio Dios. Si las naciones que les rodeaban se enteraban de que esta gran
muchedumbre había muerto justo al entrar en el nuevo territorio, atribuirían el fracaso
a la impotencia de Dios y no a la iniquidad del pueblo. Les encantaría la idea de que su
SEÑOR no pudo introducir a este pueblo a la tierra que les había prometido con
juramento, por eso los mató en el desierto. La “incompetencia de Dios”, ¡vaya tema para
que los paganos se regocijen!
Todos los intercesores necesitan recordar las prioridades de la oración. Es posible
corromper este gran privilegio y convertirlo en un ejercicio egoísta de autoexaltación.
Los intercesores anhelan la bendición de aquellos por los que están orando, pero la
mayoría de ellos desean que Dios sea glorificado en la manera en la que conteste a sus
oraciones. No quieren que las necesidades de sus amigos se cumplan a expensas del
honor de Dios. Preferirían que sus oraciones fueran ignoradas si su respuesta iba a
causar la difamación del nombre de Dios.

El intercesor está comprometido con la palabra de Dios


Cuando Moisés entró en la presencia de Dios, reflexionó sobre algunas grandes
verdades que había recibido junto con las leyes por primera vez y después de su
renovación tras el trágico episodio del becerro de oro. Al venir a hablar con Dios, el
intercesor se regocijó porque Dios ya había hablado con él: “Pero ahora, yo te ruego que
sea engrandecido el poder del Señor, tal como tú lo has declarado” (17).
Moisés pidió que la fuerza de Dios fuera manifestada. Rogó que los israelitas
rebeldes pudieran ver y experimentar el poder del Señor. La misma palabra, traducida
aquí como poder, aparece con un matiz similar en Nahúm 1:3, “El SEÑOR es lento para
la ira y grande en poder”; su paciencia es grande. Lo que merecían era precisamente lo
que el Señor había amenazado (12), pero el intercesor rogó que la inmensa paciencia de
Dios se manifestara.
Moisés pidió que se recordara la palabra de Dios. Este intercesor ferviente tenía la
audacia espiritual para recordar a Dios lo que ya había dicho de sí mismo: “tal como tú
lo has declarado” (17). Después del escandaloso incidente de idolatría al adorar a un
becerro de oro, Dios había dicho que sería misericordioso con los que quisiera que
recibieran su misericordia. Al hacer una petición tan valiente para un pueblo que no se
99
lo merecía en absoluto, Moisés se aferraba a la compasión divinamente confirmada e
inmutable de Dios.

El intercesor es consciente del amor de Dios


Moisés repitió en la presencia del Señor (18–19) lo que había escuchado de Dios
cuando estuvo en el monte Sinaí con la horrible idolatría de Israel en mente. En aquel
entonces, el Señor había revelado su naturaleza: “compasivo y clemente, lento para la
ira y abundante en misericordia y verdad”. Con emociones opuestas, Moisés se alegró y
se entristeció al recordar aquel incidente, porque, en el día en el que el Señor declaró
su amor, también reveló su promesa: “Observa lo que te mando hoy: he aquí, yo echo de
delante de ti al amorreo, al cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo”. Ahora
estaba aquí el intercesor de Israel rogando que Dios tuviera misericordia de este pueblo
terco cuando no había obedecido su mandamiento de entrar en la tierra ni había
confiado en su promesa de vencer a sus enemigos. Aún así, a pesar de la incredulidad
rebelde de Israel, el intercesor se aferró a todo lo que conocía acerca de las variadas
dimensiones del amor del Señor por su pueblo.
Es amor persistente. Es lento para la ira (18). Una y otra vez, habían puesto a prueba
su paciencia (22), pero Dios aún los amaba, incluso en tiempos de gran defección en la
frontera de Canaán.
Es amor generoso. Desbordando compasión y abundante en misericordia (18), Dios
se negó a poner límites a su amor simplemente porque había veces en que parecía que
no le amaban.
Es amor fiable. La palabra que se utiliza para el amor aquí (hesed) es un gran
término, traducido de varias formas, y presente unas 250 ocasiones en el Antiguo
Testamento, por el pacto o amor de Dios, su inagotable fidelidad a su acuerdo de amor
con su pueblo, su promesa de que se podía confiar en él completamente.
Es amor perdonador, perdona la iniquidad y la transgresión. El intercesor le rogó
que perdonara “la iniquidad de este pueblo conforme a la grandeza de tu misericordia,
así como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí” (19). Ese verbo
“perdonar” significar “llevar lejos de aquí”, como levantar una pesada carga de nuestros
hombros para siempre.
Es amor justo. “Mas de ninguna manera tendrá por inocente al culpable; sino que
castigará la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta
generación” (18). Moisés cita de nuevo la palabra de Dios, esta vez del decálogo, con el
recordatorio de que el pecado tiene un trágico efecto reproductor, incluso dentro de
los estrechos límites del círculo familiar. En una sociedad antigua del Oriente Próximo,
hasta cuatro generaciones podían vivir bajo el mismo techo, e igual que un misil sin
control, el pecado perseguía su curso letal hasta que cada uno de los miembros de la
familia se convertía en un triste sufridor. Hoy en día, el fracaso de un matrimonio es
una experiencia dolorosa no sólo para la pareja en cuestión, sino también para sus
padres y abuelos, y por supuesto con el daño psicológico a los hijos de los divorciados.
De las parejas que se divorciaron en Inglaterra y Gales durante los últimos diez años,
100
más de la mitad tenían hijos menores de dieciséis años.373 Estos niños están
naturalmente afectados por el estrés emocional y muchas veces sus propios
matrimonios fracasan en el futuro.

El Señor decidido (14:20–35)


El intercesor de Israel estaría muy aliviado cuando el Señor contestó a su oración
por el perdón del pueblo: Entonces el SEÑOR dijo: Los he perdonado según tu palabra.
Pero, aun así, deben vivir con sus efectos trágicos. Hay dos temas básicos en la
respuesta de Dios a esta situación rebelde: lo que vio Israel y lo que dijo Israel.

Lo que vio Israel (14:22–23)


“Ver” o percibir es una responsabilidad espiritual. Desde que Israel salió de Egipto,
había visto una y otra vez la gloria de Dios, la cual llena la tierra (21). Él ha manifestado
esa gloria en la nube y, por un momento, en el rostro de Moisés. Habían tenido el
privilegio de ver las señales que hice en Egipto y en el desierto (22) desde que fueron
liberados del cautiverio.
Dios dijo: “Si ven todo eso y aún se rebelan, esconderé de su vista la tierra a la que
se han negado a entrar”. Ellos, y sobre todo las generaciones futuras, debían aprender
que el pecado pertinaz tiene consecuencias amargas: “no verán la tierra que juré a sus
padres, ni la verá ninguno de los que me desdeñaron” (23). Dios dijo: “Les daré
exactamente lo que querían”, así que ¿quién de ellos se podría quejar?

Lo que dijo Israel (14:28–31)


El Señor había escuchado las quejas de los hijos de Israel (27). Habían dicho que
ojalá hubieran muerto en el desierto (14:2). “Vivo yo”—declara el SEÑOR— “que tal
como habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán
vuestros cadáveres, todos vuestros enumerados de todos los contados de veinte años
arriba, que han murmurado contra mí” (28–29).
También habían dicho que sus hijos serían presa del enemigo (31), pero Dios refutó
sus quejas incrédulas. No serían presa en absoluto, porque sus hijos conquistarían la
tierra en la que sus padres escépticos se habían negado a entrar.
Sólo se salvaron de esta condena dos hombres adultos. Las personas verían a Caleb
y a Josué como creyentes de un espíritu distinto, que siguieron al Señor plenamente
(24). Estos siervos fieles poseerían la tierra que exploraron como espías.
Todas las personas menores de veinte años se convertirían en el testimonio visual
de la inmutabilidad de la palabra de Dios. Durante esos cuarenta años, la comunidad
vería a estos jóvenes, sufriendo por la infidelidad de Israel (33), trabajando como
pastores nómadas cuando podrían haber sido residentes permanentes en una nueva
tierra. Esto seguiría así hasta el último funeral en el desierto del pueblo rebelde de
Israel, “hasta que vuestros cadáveres queden en el desierto” (33).

101
Sin embargo, aunque Dios juzgó a su pueblo (34), actuó con compasión. No
solamente cuidaba a los niños y jóvenes inocentes; los rebeldes seguían siendo su
pueblo y estaba decidido a proveer para ellos. En su juicio justo, no podía dejarles ir
impunes; en su amor, no les dejaría ir.

Los rebeldes condenados (14:36–45)


Los dos grupos son juzgados por Dios, el juez justo.

Los espías sediciosos (14:36–38)


Aunque todas las personas en edad madura se habían juntado contra el Señor (35) y
debían hacer frente a las consecuencias de su rebelión, diez hombres eran
especialmente culpables porque hicieron a toda la congregación murmurar contra él
dando un mal informe acerca de la tierra. Los líderes tienen una responsabilidad
especial; se espera mucho de ellos y mucho se les exige. Estos diez espías eran líderes
con influencia en las tribus (13:3) y habían traicionado la confianza que el Señor y su
pueblo habían puesto en ellos. Ni siquiera se les permitió que siguieran en el desierto.
Si hubieran continuado con los demás, su influencia corrupta podría haber causado más
daño aún, infectando las mentes de los jóvenes inocentes que estaban destinados a ser
los primeros israelitas que entraran en la tierra prometida.

Los soldados impertinentes (14:39–45)


Anteriormente, cuando estaban pensando en rebelarse, el pueblo había dicho que
no irían; ahora, decían “subamos al lugar que el SEÑOR ha dicho” (40). Estaban
repitiendo su rebeldía anterior al no cumplir lo que el Señor les estaba mandando.
Moisés les pidió que no fueran porque “el SEÑOR no está entre vosotros” (42). El Señor
les había dicho que no fueran a ese territorio (25), pero, aunque se lo había prohibido,
ellos decidieron hacerlo y su acción tuvo consecuencias desastrosas. “Tratar a Dios con
insistencia imprudente o atrevimiento insolente es catastrófico”.
El triste episodio de la rebelión persistente de Israel concluyó de manera trágica. Se
enterró a los soldados en el desierto y los israelitas, abatidos, comenzaron un viaje
retrasado, que permaneció en la memoria colectiva de Israel. Con un salmo repetido, se
enseñó a las generaciones futuras que desobedecer a Dios conlleva la desesperación:
“Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”.
Sólo quienes buscan la voluntad del Señor podrán disfrutar de sus regalos. Fue un
tema que la iglesia del Nuevo Testamento también aprendió de esta triste historia en
Números. Los que comienzan con Dios deben seguir con él. La continuidad es “la
prueba de la realidad”.377

102
CUARTA PARTE

La espera
Números 15:1–25:18

Cuando Dios habla de nuevo


Números 15:1–41

El mensaje central de este nuevo capítulo es que, a pesar de la desobediencia y la


rebelión del pueblo, un Dios paciente y misericordioso se comunicaba de nuevo con
ellos. Mantenía abiertas las líneas de comunicación al hablarles sobre la gracia
inmerecida (1–2), la adoración con sacrificios (3–21), el perdón prometido (22–29) y la
obediencia necesaria (30–40).

La gracia inmerecida (15:1–2)


En su primera palabra hacia la comunidad después de la rebelión del desierto, su
Dios de gracia les da tres garantías: acerca de la continuidad de la palabra, la seguridad
de la tierra y la preservación del pueblo.

La continuidad de la palabra
Al comenzar a viajar de nuevo “para el desierto, camino del mar Rojo” (14:25),
recordaron las últimas palabras que Dios les había dicho. “cuarenta días… llevaréis
vuestra culpa… Yo, el SEÑOR, he hablado, ciertamente esto haré” (14:34–35). Aunque
tenían que pagar por su transgresión, Dios quería que supieran que aún era su Dios y
que estaría en comunión con ellos a través de Moisés, revelando verdades no sólo para
beneficio suyo, sino también para todos los que les siguieran en el peregrinaje de la fe.
El tema de “Dios aún habla” es evidente en todo el capítulo y estas personas
culpables necesitaban desesperadamente su consuelo, el cual se confirmaba
repetidamente en palabras idénticas: Y el SEÑOR habló a Moisés, diciendo: Habla a los
hijos de Israel, y diles… (1, 17, 37). El mensaje hace referencia a observar todos estos
mandamientos que el SEÑOR ha hablado a Moisés (22–23, cf. 35, 40). Si el Señor se
estaba comunicando tan claramente con ellos, habiendo pasado poco tiempo desde
que le habían rechazado, no podían poner en duda que Dios permanecía con ellos para
103
dirigir sus pasos.

La seguridad de la tierra
Aunque su pueblo le había tratado a menudo con desdén (14:11, 23), Dios les habló
con benevolencia, repitiendo la verdad de que la nueva generación entraría en la tierra.
Sus leyes sobre los sacrificios comienzan con la palabra de una promesa continua:
“Cuando entréis en la tierra que yo os doy por morada…” (2) y después de esta
afirmación viene una declaración similar más adelante en el capítulo, como si se
quisiera confirmar la fiabilidad de esa promesa: “Cuando entréis en la tierra adonde os
llevo” (18). En el momento que Dios había establecido, la nueva generación la poseería
y disfrutaría de sus abundantes productos.

La preservación del pueblo


Cada entierro en el desierto era un recordatorio de la verdad irrefutable del juicio
de Dios y solamente la promesa del Señor mantenía a los jóvenes alejados de la
desesperación. El futuro no se presentaba alentador mientras viajaban de un lugar a
otro. Y ¿cómo se podían estar seguros de que Dios tenía diferentes propósitos para su
generación y, a través de ellos, para su pueblo único? Esta rotunda afirmación resuena
por todo este capítulo con un reiterado consuelo: por vuestras generaciones (14, 15, 21,
23, 38). La palabra que comunicaba sería obedecida y compartida no sólo con sus hijos
y nietos, sino con todos por vuestras generaciones (21). A pesar de numerosos peligros,
esta comunidad redimida atesoró esta verdad hasta que su único hijo se encarnó en
una de esas generaciones, revelando su naturaleza excepcional, llevando a cabo su obra
de sacrificio y cumpliendo el propósito divino.

La adoración con sacrificios (15:3–21)


Las leyes específicas que ahora comunicaba a través de Moisés confirmaban de
nuevo su intención de llevar a Israel hasta Canaán. Las provisiones para sus sacrificios
que se describen aquí anticipan el tiempo en el que entrarían en la tierra (2) que Dios
les daría. Los dones adicionales, que irían acompañados de los sacrificios animales,
grano, aceite y vino, que eran los regalos de granjeros sedentarios, no de pastores
nómadas. En el desierto, no podrían encontrar cómo sembrar semillas, recoger olivas y
plantar viñedos. Dios dijo que vendría el día en el que podrían traer al SEÑOR una
ofrenda de cereal de una décima de un efa de flor de harina mezclada con un cuarto de
un hin de aceite (4) y vino para la libación, un cuarto de un hin (5).
Las ofrendas darían testimonio de la generosidad del Dador divino; por medio de
estas ofrendas, agradarían al Señor, traerían lo mejor que tuvieran, amarían a su pueblo
y apoyarían a sus siervos.

Agradar al Señor
104
Otra nota característica que resuena en todo el capítulo es la frase recurrente,
aroma agradable al SEÑOR (3, 7, 10, 13, 14, 24). Le agradaba, porque la ofrenda era
indicio de obediencia personal (hacer lo que Dios había ordenado), declaraba su lealtad
renovada y confesaba su fe personal. Al Señor, le entristecía que, lejos de complacerle
(14:8), los rebeldes lo habían “desdeñado” (14:11, 23), pusieron a prueba
repetidamente (14:22), habían murmurado (14:27) y se habían “juntado contra” él
(14:35). Un día, al entrar en la tierra, la generación nueva traería ofrendas agradables al
SEÑOR, en respuesta obediente y agradecida a su generosidad.

Traer lo mejor
La ofrenda de productos de cereal, aceite y vino, además de los animales, sugiere el
aspecto de “comida sagrada” del sacrificio del Antiguo Testamento. Estos ingredientes
tendrían funciones de celebración en sus hogares y la ofrenda de sacrificios debía incluir
esta idea de comida participativa. En la mayoría de las ocasiones, una parte del
sacrificio animal era para el sacerdote y, a veces, otra se compartía entre los que traían
la ofrenda.
La orden de ofrecer el vino quizás implicaba una suave exhortación a una
generación que le había restado importancia a las pruebas visuales de la abundancia de
Canaán, como ese gran racimo de uvas, que se recogieron en el valle de Escol. Al
decirles Dios que ofrecieran vino, les estaba prometiendo que sería suyo para poder
presentarlo en abundancia.
No se debe pasar por alto el detalle de la ofrenda de harina. Las primeras
referencias se deben a la ofrenda de flor de harina (4, 6, 9), muy refinada, de alta
calidad y utilizada en ocasiones especiales o en casas reales.379 Simbolizaba la entrega
de lo mejor que tenían para el Señor. Una referencia que se hace a la harina más tarde
también es importante; los israelitas iban a ofrecer de las primicias… una torta como
ofrenda cuando estuviera disponible de la era (20). No había tiempo para refinarla hasta
obtener la harina de la mejor calidad, pero el uso inicial de este grano más grande era
por un motivo similar porque simbolizaba el hecho de poner al Señor en primer lugar.
Debían hacerlo repetidamente cada año que recogieran el grano: “De las primicias de
vuestra masa daréis al SEÑOR una ofrenda por vuestras generaciones” (21).

Amar a su pueblo
Estas normas para los sacrificios no estaban limitadas a los nativos (13), aquellos
israelitas privilegiados criados desde su infancia en la comunidad del pacto. Dios
también provee para los extranjeros y los refugiados, uno que esté entre vosotros que
quisiera confesar la fe en el Dios de Israel (13–16). El extranjero que deseara
identificarse con el pueblo de Dios debía ser protegido de xenófobos que quizás
utilizarían estas ocasiones de sacrificio para excluir a personas de otras naciones. Era
igualmente importante proteger la fe en sí misma por si acaso algún extranjero

105
imaginarse que podía simplemente abrazar la fe de Israel además de otras religiones
que le habría gustado mantener. Convertirse en un adorador del Señor de Israel
significaba entrar en la comunidad del pacto, aceptar sus leyes y cumplir los requisitos,
además de disfrutar de los privilegios. El estatuto perpetuo por vuestras generaciones,
que los israelitas y el extranjero serán iguales delante del SEÑOR, no sólo recordaba a
los no israelitas la naturaleza exclusiva de su compromiso con el Señor, sino que
también les protegía de la marginación social y las prohibiciones exclusivistas.
La inclusión del “extranjero” es mucho más importante en este contexto, puesto
que Caleb, el héroe de la narración anterior, pertenecía a este grupo. En un pasaje
posterior, en el que se le alaba una vez más por su completa lealtad (32:12), se le
identifica deliberadamente como un “cenezeo”. Tanto Josué, un creyente nativo (13),
como Caleb, un extranjero que reside con ellos (15), siguieron al Señor de todo corazón.
En la sociedad contemporánea, donde desgraciadamente las tensiones étnicas y los
conflictos raciales caracterizan la vida de cada continente, estos dos hombres
representan el modelo de creyente ejemplar. Insistían en que un pueblo que pone a
Dios en primer lugar nunca menospreciará a otros. Quienes reconocen que su vida
pertenece en primer lugar a Dios saben que confesarle significa vivir como él; el Señor
se preocupa por todos y les ama, ya sea nativo entre los hijos de Israel o extranjero (29).

Apoyar a sus siervos


Los sacrificios que iban a ofrecer en su primera cosecha después de entrar en
Canaán debían ser muy especiales (17–21). Se les ordenó lo siguiente: de las primicias
de vuestra masa elevaréis una torta como ofrenda; como la ofrenda de la era, así la
elevaréis. De las primicias de vuestra masa daréis al SEÑOR (20–21). Esta ofrenda de las
primicias se presentaba para mantener a los sacerdotes y a su familia (18:12–13), y
proveía para los siervos de Dios por medio de los israelitas. La ofrenda de lo material
reafirmaba la primacía de lo espiritual.

El perdón prometido (15:22–29)


Después de esta discusión sobre los sacrificios de animales y las ofrendas de cereal,
aparece otra obligación para el sacerdocio: el cuidado pastoral de aquellos que erraran
y no observaran todos estos mandamientos que el SEÑOR ha hablado a Moisés. Estas
condiciones sirven para los sacrificios en tales circunstancias para la comunidad (22–26)
antes de tratar con las condiciones necesarias para los pecados no intencionados de un
individuo (27–29).

Cuando la comunidad peca inadvertidamente (15:22–26)


En la ley de Israel, se distingue específicamente entre pecar de manera intencionada
e inadvertidamente. Un grupo de creyentes o un individuo puede agraviar al Señor por
dejar de hacer algo que Dios les pedía (un pecado de omisión), o por pecar por alguna

106
acción en concreto (un pecado de comisión), que, aunque no se percataran de ello,
estaba expresamente prohibida. Pecar por ignorancia se diferenciaba de pecar “con
desafío” (30), aunque, en la misericordia de Dios, incluso los pecados intencionados
podían ser perdonados (5:5–8) porque se podía recibir expiación (Lev. 6:7). Ni David ni
Manasés pecaron inadvertidamente, sin embargo fueron perdonados. Un Dios santo
quería que su pueblo entendiera la seriedad del pecado y que hicieran todo lo que
estuviera en su mano para mantenerse alejados del mismo; pero aquí tenemos algunas
reglas que establecen qué hacer en caso de haber pecado inadvertidamente. El pasaje
nos ayuda a centrarnos en el entendimiento del creyente de la gravedad del pecado y
cómo afecta a nuestra relación con Dios.
En primer lugar, el pecado debe ser identificado. Dios, que es santo y
profundamente sensible a los efectos nocivos del pecado, nos ha dado sus
mandamientos para que su pueblo sepa lo que le agrada o le agravia. La Palabra de Dios
juega un papel crucial a la hora de identificar y exponer el pecado humano; es como un
espejo que nos muestra cómo somos a ojos de Dios. Leer y aplicar regularmente las
Escrituras evitará que nos acomodemos a los patrones de conducta cada vez más
inmorales del mundo contemporáneo. Si no somos conscientes de la gravedad del
pecado expuesta por las Escrituras, podemos caer fácilmente en una visión casual del
pecado, llegando a ser indiferentes, impasibles e incluso a no tenerle miedo.
Una vez que el pecado haya sido identificado, debe ser rechazado. Este pasaje nos
presenta la seriedad con la que Dios se toma el pecado, y la Palabra de Dios no sólo nos
alerta de sus peligros, sino que también nos muestra cómo huir de él. El predicador de
la iglesia primitiva Juan Crisóstomo enfatizó que la Biblia sirve para mucho más que
para desempeñar una simple función negativa de exponer nuestros errores. Las
Escrituras son “mucho más excelentes” que un espejo que revela crudamente lo que
somos, pero no tiene poder alguno para hacer que seamos mejores. La Palabra de Dios
“No sólo nos muestra nuestra propia deformidad, sino que también la transforma, si
nos prestamos a ello, en algo extraordinariamente hermoso”.
Por lo tanto, el pecado debe ser confesado. La comunidad, preocupada por sus
pecados no intencionados, enviaba representantes al sacerdote local para que pudieran
reconocer que habían pecado inadvertidamente. Sabían con qué facilidad y rapidez el
pecador podía contaminar a una comunidad, así que estaban deseosos de arreglarlo
antes de que pudiera extenderse como una enfermedad infecciosa. Un pecado no
confesado propaga rápidamente otro.
Además, el pecado se debe eliminar. Los miembros de la comunidad querían estar
seguros de que su pecado era perdonado. Sólo un sacerdote podía hacer expiación por
medio de un sacrificio adecuado por toda la congregación de los hijos de Israel para que
pudieran ser perdonados. Esta expresión de hacer expiación significa “limpiar”, para que
la infracción sea completamente anulada. La infracción se limpiaba de la mente de Dios
y los infractores eran limpiados: serían perdonados.
El pecado se perdonaba no porque los infractores hubieran pagado el precio de un
sacrificio animal, sino porque Dios es misericordioso. El sacrificio confirmaba la
penitencia de los infractores y expresaba la gratitud de los creyentes. El Nuevo
107
Testamento recoge este rico contexto de sacrificios en la confirmación de que
solamente Cristo es el Sacerdote para el creyente, quien hace de mediador entre el
pecador y un Dios puro y santo. Nuestro Sacerdote único se convirtió en la víctima de
sacrificio al tomar sobre sí el juicio por nuestros pecados y los cargó en su cuerpo físico
al morir por nosotros en la cruz. Por medio de un sacrificio totalmente suficiente y
completamente efectivo, podemos saber que somos completamente perdonados.

Cuando un individuo peca inadvertidamente (15:27–29)


Era muy generoso por parte del Señor preocuparse por el problema de pecar de
manera inadvertida cuando la comunidad acababa de pecar tan desafiantemente. Sabía
el daño que podía causar la influencia corruptora incluso de una persona dentro de la
comunidad, así que pasa a hablar de las necesidades del pueblo a las del individuo. El
Señor está preocupado por cada uno de ellos, así que, si una persona peca
inadvertidamente (27), este infractor no debe angustiarse o estar temeroso por haber
causado un daño irreparable a su relación con Dios, ya que también podía visitar al
sacerdote para que hiciera expiación por él (28).
El individuo no tenía que traer los mismos animales que la comunidad debía ofrecer.
La presentación de una cabra (27) sería suficiente, pero el principio era el mismo. El
pecado tenía que ser confesado al presentar el sacrificio; así, la expiación se haría
delante del Señor y el pecado quedaría perdonado. La garantía de la misericordia
generosa se aplicaría al que es nativo entre los hijos de Israel y para el extranjero que
reside entre ellos (29).

Obediencia necesaria (15:30–41)


El Señor se dirigió a los peregrinos rebeldes con el tema tan relevante de la
desobediencia con desafío. No hablaba ahora del que peca inadvertidamente, sino de
una transgresión a conciencia desafiante, que había sido característica reciente de los
rebeldes del desierto y que pronto se haría evidente en algunos líderes (16:1–17:12). El
tema se desarrolla con una seria advertencia (30–31), un ejemplo actual (32–36) y un
recordatorio visual (37–41).

Una seria advertencia (15:30–31)


Los individuos y la comunidad deben reconocer la seriedad del pecado. Desde que
fueron liberados de Egipto, los israelitas lo habían descuidado y habían dejado a un lado
las misericordias de Dios, rechazado sus promesas, abandonado sus planes, desdeñado
a los líderes y marginado sus mandamientos. Ninguna de estas cosas se podía describir
como un pecado involuntario; eran actos calculados de insolencia (14:11, 23) que
rechazaban lo que Dios había hecho en el pasado (14:4), lo que esperaba de ellos en el
presente (13:30–32) y lo que había planeado para su futuro (14:7–8). Necesitaban ser
avisados de que este comportamiento tan desafiante podría tener serias repercusiones

108
en su vida personal y comunitaria.
Al principio, se les dio una advertencia verbal para recordarles las graves
consecuencias de la desobediencia intencionada. En Sinaí, comenzaron una relación de
pacto con el Señor, prometiendo obedecerle y guardar el pacto. Por desgracia, le
agraviaron con su constante desobediencia. Dios les advirtió, una y otra vez, que
adoptar una actitud rebelde sería perjudicial para ellos. Un Dios santo y justo no puede
ser indiferente con una conducta pecaminosa desafiante, cualquiera que sea quien la
tenga.
El Señor empezó la advertencia tratando la naturaleza de la ofensa; obrar con
desafío (30) emplea una palabra hebrea gráfica que significa “pecar con la mano en
alto” que está “preparada para golpear”, “como si el transgresor estuviera a punto de
atacar a Dios”.388 Un término que describía la asertividad confiada de los israelitas
mientras salían con mano fuerte, “a la vista de todos los egipcios” (33:3), se utiliza ahora
no para describir su dependencia de Dios, sino su oposición a él.
Además, el Señor enfatiza las implicaciones de la ofensa. No han menospreciado la
palabra del SEÑOR (31) simplemente, sino que han ofendido a su persona. El infractor
intencionado blasfema contra el SEÑOR (30), o actúa deslealmente, una palabra que
Ezequiel utiliza para describir la adoración idólatra del pueblo.
La advertencia también se centra en la universalidad del juicio. Su palabra se aplica
a cualquier persona que peque de esta manera ofensiva e insubordinada,
independientemente de su trasfondo étnico, ya sea nativo o extranjero (30). No hay
excepciones que reciban su favor; nadie puede alegar una experiencia religiosa, un
logro moral o el estatus social.
La advertencia también habla de la gravedad de las consecuencias. La persona
pecadora debe ser cortada de entre su pueblo (30), ya sea por ejecución o por
excomunión. Blasfemar es actuar con deslealtad hacia el nombre del único por el cual
podemos ser perdonados. El castigo advierte a la generación más joven de la
comunidad que no sigan el negativo ejemplo de sus padres.
La rebelión que se presenta aquí está influenciada por el contexto inmediato de la
seria apostasía del desierto en las fronteras de Canaán y también por la rebelión que se
narra en el capítulo siguiente. Describe a uno que insiste firmemente en mantener una
actitud desafiante ante el Señor. Había pecados deliberados en el Antiguo Testamento
que, a pesar de su seriedad, podían ser perdonados por la gracia de Dios. Sin embargo,
en estos casos, el infractor tenía que confesar el pecado para que hubiera la restitución
necesaria y para traer al Señor la ofrenda por la culpa. Así, el sacerdote podía hacer
“expiación por él” para que el pecador pudiera ser perdonado “por cualquier cosa que
haya hecho por la cual sea culpable”. La diferencia entre esta provisión misericordiosa
por los pecados deliberados y la regla implacable de Números 15 parece referirse a una
actitud de penitencia en lo primero y desafío continuo en lo segundo. Si el infractor
insiste en alzar un puño enfadado en la presencia de un Dios santo, anula el único
medio por el cual es posible el perdón.

109
Un ejemplo actual (15:32–36)
Un duro ejemplo de pecado desafiante es la historia que se presenta para ilustrar
este tipo de pecado. Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto (32), un hombre
rompió el acuerdo del pacto al infringir el cuarto mandamiento sobre de acordarse del
día de reposo para santificarlo. Incluso sabiendo perfectamente que hacer trabajo de
ese tipo está prohibido, el hombre insistió en recoger leña. El Señor había expresado
claramente las instrucciones acerca del castigo si esta prohibición no se seguía, así que
el hombre estaba quebrantando la ley de forma deliberada, especialmente porque
estaba prohibido encender un fuego en el día de reposo.394 Este hombre estaba
rechazando la Palabra de Dios, rompiendo la armonía de la comunidad redimida, siendo
un mal ejemplo para la generación más joven y haciéndose daño a él mismo.
Más adelante, Ezequiel insistió en que esta generación del desierto incumplía
repetidamente la ley del día de reposo, desechando el día que es diferente. Pero este es
el único ejemplo de tal castigo que se menciona en el Antiguo Testamento. siendo
testimonio externo ante sus vecinos paganos, el día de reposo les marcaba como
pueblo diferente que no trabajaba ese día porque Dios lo había prohibido, brindándoles
así una oportunidad específica para llevar una vida de obediencia. Ese pecado
desafiante no se podía ignorar ni minimizar.

Un recordatorio visual (15:37–41)


La triste historia de este recolector de leña desafiante permanecería en la mente
corporativa de la comunidad. Pero hacía falta algo más para enfatizar la prioridad de la
obediencia. ¿Qué mejor que un recordatorio visual continuo, como parte de su ropa
diaria? Debían poner un cordón azul en el fleco de cada borde de sus vestidos, para
verlo cada día (38–39). Se les animaba a acordarse de todos los mandamientos del
SEÑOR (no sólo de las prohibiciones del día de reposo), para que le obedecieran. Esta
ayuda visual de color venía acompañada de una declaración verbal que expresaba una
advertencia negativa, una ambición positiva y una afirmación inspiradora.
La advertencia negativa era que, si no aprendían “la lección de los flecos azules”, se
prostituirían por seguir su corazón y sus ojos. El término “prostituido” resalta la
seriedad de la desobediencia e indica una conducta sexual inaceptable; también
aparece en contextos de ir tras otros dioses, una forma de adulterio espiritual cuando
era Dios quien amaba a Israel.397
La palabra que ponía al descubierto el peligro de seguir su corazón y sus ojos se
utiliza con frecuencia en la narración que le precede, que habla sobre “reconocer” la
tierra (13:2, 16–17, 21, 25, 32; 14:7, 34, 36, 38). En lugar de seguir los mandamientos de
Dios, los viajeros habían puesto sus ojos en las penurias temporales del desierto (11:1),
la suculenta comida de Egipto (11:4–5), la dieta restringida de Israel (11:6–9), los
temibles habitantes de Canaán (13:27–29) o la posible masacre de su pueblo y la
eventual cautividad de sus familias (14:3). Estaban buscando satisfacción y seguridad en
110
los lugares equivocados.
El Señor también les animó con una ambición positiva: para que os acordéis de
cumplir todos mis mandamientos y seáis santos a vuestro Dios. El ideal que tenía Dios
para su pueblo era que, al obedecer su Palabra, expresaran su compromiso con él.
Serían santos (la misma palabra que aparece aquí), un pueblo separado para él y su
obra, y, por lo tanto, separado de cualquier cosa que pudiera inhibir su comunión con
Dios, estropear su vida y dañar su testimonio. Dios mantuvo su palabra fielmente; ellos
también debían ser fieles como lealtad a el. Dios era santo, así que ellos también tenían
que serlo.
Por último, el Señor les animó con una afirmación inspiradora: Yo soy el SEÑOR
vuestro Dios que os saqué de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios. Yo soy el SEÑOR
vuestro Dios (41).
Esta magnífica declaración del carácter singular (cf. 10:10) y el poder invencible de
Dios son una gran conclusión para la enseñanza de esta parte del libro, especialmente
porque sigue de cerca el rechazo desobediente del pueblo en el desierto a la conquista
prometida de Canaán. Les recodaba al Dios de revelación. “Yo SOY” era el nombre con el
que el Señor se había revelado a Moisés en el desierto madianita. Vuelve a aparecer en
los encuentros de Moisés y Aarón con el faraón egipcio y cuando Dios les da la ley. “Yo
soy” debe ser obedecido. Si Moisés lo hubiera hecho (a pesar de su resistencia
humana), el pueblo no habría visto la misericordia y el poder del Señor. La afirmación
también les recuerda la redención de Dios. Un Dios que puede conseguir lo imposible
les ha sacado del cautiverio de los crueles egipcios. El pueblo había tenido que
obedecer su palabra acerca de la Pascua o sus primogénitos habrían muerto junto con
los de los egipcios. La obediencia era la clave. Él era su Dios, que nunca les defraudaría o
fallaría. El pueblo obediente se regocijaba en la afirmación permanente de “vuestro
Dios”, que se repite en estas palabras reconfortantes que cierran el capítulo.

Más tensiones en el liderazgo


Números 16:1–50

En la historia que se va desarrollando en este libro, de repente pasamos de un


género literario a otro. Sin embargo, la abrupta transición es más aparente que real. La
obediencia es un tema central en el capítulo 15 y después le sigue una historia que
expone las trágicas consecuencias de la desobediencia (16:1–50).
Como el relato de los espías que se contó anteriormente, la dura narración sobre las
rebeliones instigadas por Coré, Datán y Abiram es otro trágico ejemplo del poder del
pecado que se multiplica. El informe negativo de los diez espías (13:32) se extendió

111
rápidamente a través de todo el campamento como una enfermedad de descontento,
incredulidad y temor, que hizo estragos. Lo que empezó siendo una queja en solitario,
expresada por cuatro individuos (16:1), se convirtió enseguida en algo más extenso, con
la unión de 250 conocidos jefes de la congregación, personas con mucha
responsabilidad que habían sido escogidos en la asamblea (2). Cuando Dios expresó su
desacuerdo con un acto de juicio, la comunidad entera se unió en contra de Moisés y
Aarón (41–43). Los temas de liderazgo dominan esta parte del libro, cuando los líderes
que Dios ha elegido son desafiados (1–14), probados (15–22) y vindicados (23–50).

Los líderes escogidos por Dios son desafiados (16:1–14)


Las serias ofensas que se describen en esta historia ilustran poderosamente los
efectos siniestros del pecado, cuatro dimensiones que siguen siendo relevantes en
nuestro mundo, que no es tan diferente: desobediencia, descontento, deslealtad y
desastre.
La desobediencia es el error básico. Los cuatro infractores y los 250 seguidores
sabían que tanto Moisés como Aarón habían sido elegidos por Dios para ejercer sus
papeles de liderazgo. Ninguno de ambos se escogió a sí mismo. Moisés desde el
principio hizo intentos de ser relevado del cargo. Si estaba tan claro que estos dos
hombres habían sido designados por Dios para las tareas específicas, las personas que
se oponían estaban pecando y desafiando al no cumplir la palabra manifiesta del Señor
y su soberana voluntad. Muchos actos espiritualmente destructivos empiezan cuando
una persona se niega tercamente a someterse a Dios.
La tribu de Leví, a la cual pertenecía Coré, tenía responsabilidades específicas; era
trágico que Coré no estuviera contento con el trabajo que se les había asignado a él y a
sus compañeros. Los otros tres líderes que se quejaban pertenecían a la tribu de Rubén,
de la cual provenía uno de los espías rebeldes. Ahora, había una oportunidad de
demostrar que tenían intención de mejorar las cosas y que se arrepentían de la falta
que había cometido anteriormente el líder de su clan (13:4).
La deslealtad es otro motivo para entristecerse. Estos tres murmuradores y las
personas que los apoyaban fueron completamente desleales a Moisés y Aarón. No era
nada atractiva la perspectiva de tener que quedarse en el desierto hasta que hubiera
muerto la antigua generación; su trabajo no sería nada fácil. Como profeta, Moisés a
veces debía comunicar al pueblo cosas difíciles. Como sacerdotes, Aarón y sus hijos a
menudo tendrían que actuar como mediadores entre los transgresores y su Señor.
Estos hombres merecían todo el apoyo imaginable. El pecado puede hacer daño a una
comunidad del pueblo de Dios cuando los murmuradores y cotillas intentan desbancar
a los líderes y los critican en lugar de orar por ellos. La misión de los levitas era la de
apoyar, no la de oponerse.
El desastre es una consecuencia inevitable. No existe un pecado solitario. Una vez
que se lleva a cabo, el pecado es como un misil que no puede retroceder; viaja en su
trayectoria destructiva y provoca el caos allá donde aparece. El pecado que surgió del
corazón insensible de Coré se multiplicó rápidamente a medida que las personas a lo
112
largo del campamento oyeron lo que él y los otros estaban diciendo acerca de Moisés y
Aarón. El pecado de estos cuatro fue bien recibido por los 250 líderes antes de
extenderse por todo el campamento. Lo que comenzó en la mente de un solo hombre
como pensamiento envidioso, se reprodujo hasta que acabó siendo un gran desastre
humano.
Necesitamos desarrollar el arte difícil de dejar que el pecado muera dentro de
nosotros en lugar de proyectarlo hacia su misión destructiva. No podemos hacerlo con
nuestras propias fuerzas; el Espíritu Santo, que mora en nosotros, se nos ha dado para
que podamos hacer morir pensamientos potencialmente letales. Sin ese poder de
eliminar el pecado, corremos el peligro de que los malos pensamientos se conviertan en
ambiciones dominantes y hechos maliciosos que pueden llegar a dañar a otras
personas.
Después de presentar a los cabecillas, esta narración nos muestra dos quejas
principales: la de Coré, dirigida principalmente a Aarón, el sumo sacerdote (11), y otra
(encabezada por Datán, Abiram y On), que parece destinada a Moisés, el líder profético
(12–14). El texto nos anima a tomar cada historia por separado para discernir su
mensaje específico.

Las quejas contra Aarón


El capítulo empieza centrándose en la rivalidad expresada por Coré y, en el
transcurso de la narración, Moisés defiende al sumo sacerdote: “¿quién es él para que
murmuréis contra él?” (11). Hay una serie de elementos en esta historia de quejas que
son importantes para nosotros, especialmente si sufrimos tensiones de liderazgo.
En primer lugar, tenemos un ejemplo de Escrituras aplicadas erróneamente. Los
murmuradores le dijeron a Moisés que toda la congregación, todos ellos son santos, y el
SEÑOR está en medio de ellos (3). Moisés habría estado de acuerdo con sus acusadores.
Uno de los propósitos de los cordones azules en la ropa de las personas era el de
animarlas a llevar a una vida de santidad. Si los cordones les recordaban y obedecían los
mandamientos del Señor, serían santos (15:40) al Señor: la misma palabra utilizada aquí
por los murmuradores. Todo el pueblo del Señor debía ser santo (3), “separado” para el
Señor, con el inevitable corolario de que estaban “separados” de las cosas que
agraviaban a su Dios, mancillaban su vida, corrompían la de sus vecinos y manchaban su
testimonio.
Podemos preguntarnos si debemos tomar en serio la protesta de estos levitas, dado
que estaban rechazando la palabra revelada de Dios acerca de sus tareas específicas
(8–9), codiciando el trabajo asignado a los sacerdotes (10), obrando en contra del Señor
(11a) y denigrando a sus siervos (11b). Parece ser que están más interesados en la
“santidad” como etiqueta que como un estilo de vida distintivo.
Muchos de los problemas que ocurren en contextos cristianos son causados por
personas en bandos opuestos que citan banalmente cualquier versículo que apoye su
punto de vista particular en lugar de entregarse a un estudio imparcial del mensaje
bíblico como un todo. Casi cualquier cosa se puede probar utilizando un versículo
113
cuidadosamente seleccionado para tal fin, fuera de su contexto. Cuando el Señor
describió a los sacerdotes como “santos”, la palabra se estaba utilizando con un matiz
ligeramente diferente. Todo Israel era santo en el sentido de que su pueblo era la
posesión del Señor y había sido “separado” como su instrumento de servicio en el
mundo. Los sacerdotes también habían sido “separados”, pero para llevar a cabo tareas
y responsabilidades específicas que no debían ser realizadas por otros, especialmente
no por los levitas, porque ellos también habían sido “separados” como ayudantes de los
sacerdotes para brindarles apoyo.
Después, tenemos una expresión de crítica injusta. Estos levitas murmuradores se
preguntaban: si todo el mundo en Israel es santo, ¿por qué Moisés y Aarón se
consideraban superiores al resto? “¿Por qué, entonces, os levantáis por encima de la
asamblea del SEÑOR?” (3). Era una acusación cruel y falsa: estos dos hombres no se
habían puesto por encima de nadie. Dios les había escogido para sus ministerios
específicos. Cuando las cosas van mal en las relaciones humanas, a menudo los
comentarios crueles o falsos alimentan los problemas. La lengua no santificada, un
arma letal, ha destruido la armonía de muchas congregaciones cristianas.
Aquí, tenemos un ejemplo de un espíritu de envidia. No contentos con la posición
complementaria importante que el Señor les había dado, estos levitas pretendían
también el sacerdocio (10). El obispo del siglo IV, Gregorio de Nisa, describió la envidia
como “esa enfermedad congénita en la naturaleza del hombre”. “La envidia nos
desterró del Paraíso, convirtió a Caín en un vil asesino e hizo que el joven José fuera un
esclavo. La envidia… envía el dardo hacia Moisés, pero no llega a la altura en la que él se
encontraba”.
En este encuentro, Moisés también percibe una seria acusación. Aunque estén
murmurando contra él y Aarón, en realidad la queja está dirigida a Dios: “tú y toda tu
compañía os habéis juntado contra el SEÑOR” (11). Moisés y Aarón están trabajando
para Dios porque él les ha puesto ahí; quienes les ataquen, injurian a Dios.

Las quejas contra Moisés


Después de dirigirse a Coré y a sus seguidores, Moisés llama a Datán y Abiram para
que vengan a hablar sobre las acusaciones que están haciendo. Estos dos hombres se
niegan a acudir a la cita y lanzan más insultos contra el liderazgo, acusaciones dirigidas
más específicamente a Moisés como profeta que a Aarón como sacerdote. Esta breve
narración se centra en un número de temas que evidencian sus malas obras.
En primer lugar, se resistieron a cualquier intento de hablar sobre las diferencias.
Moisés les llamó para que vinieran a tratar los problemas adecuadamente. No lo hizo
sólo “porque no estaba dispuesto a emitir un juicio sin oír la causa, sino también
porque quería intentar que se arrepintieran, que no siguieran destruyéndose a sí
mismos voluntariamente”. Se resistieron por completo a cualquier sugerencia para
mantener una conversación con sentido o una reconciliación: “No iremos” (12).
Miraron atrás con nostalgia pensando en los tiempos en los que tenían un liderazgo
diferente. En ese momento, la tiranía cruel de Egipto parecía mejor que el régimen de
114
liderazgo bajo el hombre más humilde (12:3). Las palabras que se utilizan para describir
las delicias futuras de Canaán se transformaron deliberadamente en los placeres
pasados de Egipto: “¿No es suficiente que nos hayas sacado de una tierra que mana
leche y miel…?” (13). Le echaron la culpa al líder por todo lo que había ido mal. Moisés
no era perfecto, ni mucho menos, y Números lo deja suficientemente claro (11:10–15;
20:6–12), pero de ninguna forma era responsable de los problemas actuales de Israel,
los cuales se debían completamente a la desobediencia de Israel, no a los errores del
líder. El pueblo acusó a Moisés de sacarles de la tierra abundante de Egipto, cuando, en
realidad, había sido el Señor quien había hecho esto con su “mano fuerte y brazo
extendido”.
Al siervo de Dios se le atribuyeron intenciones erróneas. El pueblo insistió en que
Moisés quería matarles (13), controlarles (“enseñorearte sobre nosotros”, 13b) y
atacarles físicamente: “¿Les sacarías los ojos a estos hombres?” (14). La acusación de
sacar los ojos, que era un castigo conocido para los rebeldes, quizás sea una metáfora
que significa “guiar erróneamente”411 o “engañar”, “engatusando a las personas con
promesas falsas”, pero Moisés no tenía ninguna intención de engañarlos, maltratarlos o
hacerles daño. Estaban malinterpretando su papel; sus acusaciones injustas ofendían al
Dios que seguía utilizando a su siervo calumniado.
Estas personas descontentas desviaron la atención de sus propios errores al señalar
y acusar a otros. No sólo se contentaban con echar la culpa a Moisés por el pasado, sino
que también le hicieron responsable por el presente: “tú no nos has traído a una tierra
que mana leche y miel, ni nos has dado herencia de campos y viñas” (14). Todo el
mundo en Israel sabía que Moisés, Aarón y los dos espías habían rogado al pueblo que
creyera en Dios y entrara en la tierra. No se le podía echar la culpa al líder si la
comunidad tenía miedo y no había respondido a la voluntad de Dios. Las viñas
abundantes que deseaban estaban todas en Canaán. Habían visto pruebas en el gran
racimo de uvas que los espías habían traído de vuelta al campamento, pero se habían
resistido a todos los ruegos por parte de los mensajeros creyentes (13:31; 14:10).

Los líderes escogidos por Dios son probados (16:15–22)


Al oír estas acusaciones, Moisés se enojó mucho (15). Se estaba repitiendo lo que
había ocurrido al regresar los espías de su expedición. Moisés y sus compañeros habían
rogado al pueblo, pero lo que les irritaba era este ministerio específico de comunicación
profética.
La queja de Miriam había sido contra el ministerio de Moisés como profeta: “¿Es
cierto que el SEÑOR ha hablado sólo mediante Moisés?” (12:2). El resentimiento que
ahora expresaban Datán, Abiram, On y sus cómplices también giraba en torno al papel
de Moisés de comunicar los mandamientos de Dios al pueblo, expresados gráfica y
repetidamente en el capítulo anterior: “el SEÑOR habló a Moisés” (15:1, 17, 22–23, 35,
37). Moisés sólo realizaba lo que Dios le pedía e insistía en que no había hecho daño a
ninguno de ellos ni había obtenido ningún beneficio material de su liderazgo (15).
Se debía encontrar algún medio por el cual autentificar de manera pública el
115
ministerio de Aarón y Moisés. Resulta dramáticamente irónico que estos levitas
descontentos, que pretendían “también el sacerdocio” (10), iban a llevar a cabo sus
codiciosos sueños con una función específicamente sacerdotal. Coré y sus compañeros
debían aparecer en la tienda de reunión llevando un incensario con fuego e incienso
(18). De nuevo, una narración bíblica tiene un propósito teológico; el medio por el cual
los sacerdotes reconocidos eran acreditados nos presenta algunos aspectos ricos de la
doctrina de Dios.
En primer lugar, Dios es paciente. A las 250 personas descontentas, se les dijo lo que
iba a pasar el día siguiente. Debían presentarse mañana delante del SEÑOR (16). Tenían
una oportunidad para reflexionar acerca de lo seria que era su ofensa, su oposición a la
voluntad revelada de Dios, el daño que les estaban haciendo a sus líderes y también a la
comunidad. Había tiempo para arrepentirse.
En segundo lugar, Dios es santo. Ante tal demostración de arrogancia humana, la
gloria del SEÑOR apareció a toda la congregación (19). Esta demostración rebelde de
pecado humano parecía aún más atroz al compararse y exponerse a la santidad de Dios.
La brillante luz de su shekinah la contemplaron todos los allí reunidos y su fulgor
resplandeciente hacía que estos insatisfechos rebeldes parecieran aún más pecadores.
El pecado queda expuesto como la cosa horrible que es cuando Dios revela su gloria.
Isaías experimentó esa revelación en el templo de Jerusalén. Al reconocer la santidad
de Dios, se dio cuenta de que le había ofendido con sus “labios inmundos”.
En tercer lugar, Dios es poderoso. Estos 250 hombres descontentos con incensarios
en las manos, se habían opuesto ferozmente a Moisés y a Aarón. Les superaban en
número, pero fueron protegidos cuando la gloria del SEÑOR apareció a toda la
congregación (19). La gloria shekinah de Dios se había aparecido anteriormente cuando
Moisés y sus compañeros estuvieron en grave peligro (14:10) y aquí la presencia de Dios
se manifestó de nuevo cuando más lo necesitaban. También fue visible al día siguiente,
cuando toda la comunidad se opuso a Moisés y Aarón (42). La nube que había guardado
al pueblo del Señor (9:15–23) apareció ahora para defender a los siervos del Señor.
En cuarto lugar, Dios es recto. Toda la congregación vio la gran nube de la gloria de
Dios. Dios les dijo a sus siervos que se apartaran de la congregación para que pudiera
revelarse con justicia y para destruirla en un instante (21). Un pecado tan serio requería
una drástica acción para evitar que se extendiera y condujera a una anarquía abierta en
todo el campamento de Israel. Cuando las personas han menospreciado al SEÑOR (30),
esta conducta no puede pasar desapercibida.
En quinto lugar, Dios es misericordioso. Moisés y Aarón rogaron que las personas
inocentes no sufrieran junto con los infractores descontentos. Apelaron a Dios como
Señor de la compasión infinita. Era el Dios de los espíritus de toda carne (22), no sólo el
Dios de Moisés y Aarón. Había declarado su amor de pacto por toda la comunidad de
Israel y, aunque corrían el peligro de ser infectados por la rebelión de Coré, ¿por qué
debía sufrir toda la congregación a causa de que un hombre hubiera pecado de esa
manera?

116
Los líderes escogidos por Dios son vindicados (16:23–50)
El juicio de Dios se expresó por tres medios dramáticos: un terremoto (31–33),
fuego (35) y una plaga (46), que visitaron a los tres tipos de infractores: los cabecillas y
sus familias (27), las personas que le apoyaban más directamente de entre los 250
compañeros (35) y la compañía en general de personas que se unieron al descontento
(41). Hay varias características en esta gráfica narración que merecen nuestra atención.
En primer lugar, las personas son volubles. Quienes estaban allí siendo testigos del
terremoto y el fuego habían visto por sí mismos que Dios estaba afligido por la rebelión
de estos levitas descontentos. Una vez más, el Dios de Sinaí estaba mostrando su
presencia; el terremoto y el fuego fueron pruebas externas de su poder incomparable
cuando la palabra de Dios les fue dada.
Ese día, en Sinaí, el pueblo había prometido hacer “todo lo que el SEÑOR ha dicho”,
pero aquí estaban, metidos en una contienda, descontentos con el Dios que tanto había
hecho por ellos. El pueblo que un día corría despavorido (34) había vuelto al día
siguiente (41) para quejarse, echando de nuevo la culpa a Moisés y a Aarón por todo lo
que había acontecido. Les hicieron responsables personalmente por la muerte de los
infractores (“Vosotros sois los que habéis sido la causa de la muerte del pueblo del
SEÑOR”, 41), cuando era evidente que había sido Dios exclusivamente quien había
intervenido con justicia. ¿Cómo podían los dos líderes organizar un terremoto o
provocar un fuego que consumiera? Las personas son volubles. Un día están temerosos
de lo que les pueda ocurrir y al día siguiente no les importa ofender a Dios.
En segundo lugar, los recordatorios son importantes. Los incensarios utilizados por
los levitas descontentos se sacaron de los restos del fuego de justicia y se hicieron con
ellos placas de bronce para cubrir el altar. Esta señal a los hijos de Israel (38) les
recordaba el castigo que tenía lugar cuando se rechazaba descaradamente la palabra de
Dios. Cada uno de los rebeldes levitas sabía que ningún laico, que no fuera descendiente
de Aarón, debería… quemar incienso delante del SEÑOR (40). La nueva cubierta para el
altar era un recordatorio visual. Si alguien en el futuro osara tener una actitud similar,
también le ocurriría como a Coré y a su grupo (40).
Dios, en su gracia, proveyó a su pueblo símbolos visibles de lo que él había dicho y
hecho, y esta sección de enseñanza nos presenta varios: los flecos azules en el borde de
sus vestidos (15:39), la nueva cubierta de bronce y la vara de Aarón que florecía (17:10).
El arco iris había sido una señal anterior de la fidelidad de su pacto y la circuncisión era
otra.417 La celebración anual de la Pascua también era “señal” inspiradora del poder de
Dios y su misericordia. Las piedras memoriales en el Jordán fueron después otra “señal”
de la presencia del Señor que hacía posibles las cosas,419 así como la piedra colocada
por Samuel como testimonio de la bondad del Señor en medio de los problemas.
El día del Señor es una “señal” parecida para los cristianos, al igual que el día de
reposo lo era para el pueblo de Israel, y les recordaba las prioridades espirituales y la
necesidad de obedecer los mandamientos del pacto. El valor de las señales tiene su
máxima expresión en el bautismo y la cena del Señor, que describen gráficamente de
117
forma visible la muerte salvadora y la resurrección victoriosa de Cristo.
En tercer lugar, la expiación es crucial. La ira de Dios se expresaba con gran poder
cuando la comunidad se juntaba contra Moisés y Aarón (42). El Señor les dijo a los
líderes que quería destruir a los rebeldes y los dos hombres cayeron sobre sus rostro
(45), rogando a Dios que interviniera con misericordia. Moisés obró con rapidez y le
pidió a Aarón que tomara un incensario y fuera ante la presencia de la asamblea. Era un
asunto de extremada urgencia; cada minuto que pasaba, las personas estaban cayendo
a causa de la plaga que se extendía ferozmente entre el pueblo. Aarón corrió en medio
de ellos para hacer expiación por ellos (46).
El sumo sacerdote de Israel se colocó entre los muertos y los vivos, y la plaga se
detuvo (48), una imagen fascinante de un Mediador infinitamente mayor. El Hijo de
Dios vino a un mundo rebelde, en el que las personas eran indiferentes al poder y a las
consecuencias del pecado, y cuyos efectos eran infinitamente peores que los de la plaga
más mortífera, pero él hizo expiación por ellos (46). Con su sacrificio por medio de la
muerte en la cruz, se coloca entre los vivos y los muertos. Nuestra respuesta a su obra
salvadora determina si vamos a vivir con él para siempre o si pasaremos a una
eternidad perdida.
En cuarto lugar, el pecado es devastador. Lo que empezó como un pensamiento
rebelde en la mente de Coré y sus compañeros, se extendió por todo el campamento.
Una queja expresada por más de 250 personas infectó a millares. Cuando, al final de ese
triste día, enterraron a los que habían muerto por la plaga, cavaron miles de tumbas.
Los levitas debían proteger de la plaga a la comunidad (8:19) y aquí algunos de ellos la
habían causado. Dentro del tabernáculo, la nueva cubierta del altar era el trágico
recordatorio de la desobediencia humana; fuera de la tienda, expuestas a la vista del
público, estaban esas tumbas innecesarias, más símbolos fruto de una insurrección
desastrosa.
En último lugar, Dios es misericordioso. Al final de estos trágicos días, un gran
número de personas había sido objeto de la ira de Dios. Irónicamente, muchos de los
infractores habían muerto en el desierto, destino que habían deseado en su queja
(14:2). Aun así, había más israelitas vivos que muertos. Moisés y Aarón intercedieron,
cayendo sobre sus rostros ante el Señor (45). Se había hecho expiación y la gran mayoría
se libró del juicio. Una vez más, Israel se dio cuenta de que pecar “con la mano en alto”
tiene consecuencias desastrosas. Habría sido mejor que aquellos levitas y rubenitas
ambiciosos y todos sus seguidores hubieran aprendido la lección de los flecos antes que
ofender la santidad del Señor.

Como señal

118
Números 17:1–18:32

El ministerio distintivo tanto de Moisés como de Aarón había sido desafiado


vilmente por los acontecimientos recientes. Ambos necesitaban el ánimo del Señor, y él
no se lo negó. En esta sección, el liderazgo escogido por Dios es confirmado (17:1–18:7)
y apoyado (18:8–32).

El liderazgo escogido por Dios es confirmado (17:1–18:7)


Tanto la autoridad de Moisés como la de Aarón habían sido cuestionadas. Sus
oponentes le habían acusado de haber fracasado por completo (por haberles traído
desde Egipto para morir en el desierto, 16:13a), de ser rígido y autoritario
(“enseñorearte sobre nosotros”, 16:13b), de haber roto sus promesas (“tú no nos has
traído a una tierra que mana leche y miel”, 16:14ª) y de haber empleado métodos
engañosos (sacar “los ojos a estos hombres”, 16:14b). El sacerdocio de Aarón, avalado
por Dios, había sido confirmado (16:47–48) y Moisés tuvo la seguridad de que era el
profeta escogido por Dios: Entonces habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: Habla…
(17:1–2). A pesar de los acontecimientos traumáticos de las últimas horas, el Señor
seguía hablando a su pueblo. Ellos habían cambiado, pero él no. Había pensado la
forma de solventar la disputa acerca de las responsabilidades exclusivas de los profetas
para que quienes no estuvieran convencidos con su intervención de justicia pudieran
verlo seguro con la revelación de su misericordia.
La forma efectiva en la que Aarón se había colocado “entre los muertos y los vivos”
(16:48) era una prueba convincente de la validez de su ministerio. A través de la señal
de una vara florida, Dios iba a ofrecer al pueblo otra prueba más de que el oficio era
divino. Antes de eso, Moisés mismo necesitaría reafirmarse. Dudar de uno mismo es
una experiencia que debilita y Moisés, afectado por lo que habían dicho Datán y
Abiram, quizás se preguntaba si sus quejas habían muerto con ellos. ¿Estas tumbas eran
la prueba de que todas las objeciones a su liderazgo habían desaparecido para siempre?
El Señor le confirmó a Moisés que su ministerio era tan divino como el de Aarón.
Tenían papeles diferentes: personas pecadoras precisan desesperadamente un
intercesor compasivo y el pueblo ignorante necesitaba un profeta persuasivo. Cuando
Dios dijo: “Habla a los hijos de Israel”, la palabra vendría acompañada de una
confirmación para animar a Moisés, además de con poder renovado. Dios aún hablaba,
incluso a los rebeldes que no querían oír su voz, y lo hacía a través de Moisés, un
instrumento que ellos habían despreciado.
La mente de Dios con respecto a la singularidad del sacerdocio de Aarón se
expresaba de dos formas: visualmente, con una vara que florecía (17:1–13), y
verbalmente, con instrucciones precisas acerca de las funciones específicas de los
sacerdotes y levitas (18:1–7).

La confirmación visual (17:1–13)


119
Con los sorprendentes acontecimientos en la tienda de reunión, el pueblo había
recibido una prueba irrefutable de la autoridad divina del sacerdocio, pero el Señor
sabía que no todos estarían convencidos. Conocía muy bien “la enfermedad de la
obstinación” que aún mantenía “su garra secreta alrededor de sus corazones”. Así, que
añadió otra señal más al “símbolo” de la cubierta de bronce para el altar (16:36–38).
Algunos que podrían amedrentarse ante una expresión de ira instantánea, quizás se
convencerían con una manifestación de misericordia continua. Así que, al testimonio de
muerte que tanto asustaba (la cubierta de bronce para el altar), el Señor añadió uno
persuasivo de vida. Esta señal, una vara que florecía, se debía guardar como señal a los
rebeldes (10).
Esta muestra memorable de que el sacerdocio de Aarón era la voluntad revelada
por Dios para su pueblo era importante por varias razones.

Una señal necesaria


El objetivo era confirmar la autoridad legítima de la línea de Aarón y no dejar lugar a
dudas. Esto adquiría más significado dada la avanzada edad de Aarón (20:22–29). Al
sacerdote, le quedaban dos hijos y estos hombres y sus hijos varones heredarían algún
día sus responsabilidades. Había personas que ya se habían rebelado contra el
ministerio específico de Aarón (16:8–11) y, a menos que el asunto quedara claro, la
muerte de Aarón podría ocasionar más discusión y división. Dios le dijo a Aarón que su
vara sufriría una transformación milagrosa durante la noche en el tabernáculo y se
quitaría de encima las quejas de los hijos de Israel que murmuran contra Aarón (5).
El Señor sabía que las quejas no iban simplemente dirigidas hacia Aarón, sino contra
él: esto hará “cesar sus murmuraciones contra mí” (10). Aquí tenemos un hecho
relevante, que también aparece en otras narraciones en Números: quejarse de los
líderes es quejarse de Dios. Cuando los líderes pasan por tiempos difíciles, su
sufrimiento también es el sufrimiento de Dios.
El amor de Dios es tan grande, que le es imposible desvincularse de los problemas
de su pueblo. Esto lo vemos ya en los días de la esclavitud de Israel en Egipto. Le dijo a
Moisés, en la zarza ardiendo, que había “visto” y “escuchado” y que era “consciente” de
su sufrimiento, la misma palabra que aparece en la exaltación del Siervo en Isaías, que
dice que él “cargó con nuestros dolores”. No sólo conoce nuestro sufrimiento, sino que
también lo lleva sobre él, lo siente intensamente en su propia naturaleza divina. Incluso
cuando su pueblo merecía sufrir a causa de su idolatría ofensiva, él vino a ayudarles
porque “no pudo soportar más la angustia de Israel”. El Cristo glorificado, apenado a
causa del sufrimiento intenso de los cristianos primitivos, preguntó a su despiadado
perseguidor: “¿por qué me persigues?” Cuando Saulo atacaba a los creyentes, estaba
hiriendo al Señor.

Una señal educativa

120
La historia mostró cómo el pueblo de Dios debía discernir la voluntad de Dios. Los
líderes de las casas paternas debían escribir su nombre en las varas individuales (2) y el
nombre de Aarón se debía poner en la vara de la tribu de Leví (3). Tenían que colocarse
por la noche delante del arca, que simbolizaba el trono de Dios (en este tiempo, el
Señor identificaba figuradamente el santuario como el lugar en el que se encontraba
con su pueblo). Había dos cosas que eran claramente importantes: en temas de disputa,
debían buscar la presencia de Dios (“donde me encuentro contigo”, 4) y someterse a la
autoridad del Señor (“las pondrás… delante del testimonio”, 4). Es un llamado a entrar
en el lugar de oración para discernir la voluntad de Dios, no para conseguir apoyo para
nuestras propias ideas. El santuario era un lugar en el que los sacerdotes se
encontraban con Dios y guardaban su Palabra, conservada con amor en las tablas del
arca.

Una señal continua


El ministerio del sacerdocio de Aarón había sido confirmado recientemente por su
intercesión atrevida y compasiva, “se colocó entre los muertos y los vivos” (16:48), pero
el recuerdo de tal acontecimiento podría ser efímero. Las personas se olvidan
rápidamente. Era necesaria una señal para que el pueblo de Dios tuviera una prueba
indiscutible y visible del pensamiento del Señor sobre este tema tan crucial y se la
proporcionó en forma de una vara que antes estaba muerta y que, por la noche,
floreció milagrosamente.
El Señor ordenó a Moisés que la vara fuera colocada delante del testimonio para
guardarla por señal a los rebeldes. Y como era normal en él, como el SEÑOR le había
ordenado, así lo hizo (11). La vara se convirtió en una parte permanente de los muebles
del tabernáculo, conservada con los otros símbolos visibles de la autoridad única del
Señor (“las tablas del pacto”) y su provisión continua (“una urna de oro que contenía el
maná”). La vara florida era un recordatorio sorprendente del poder incomparable de
Dios, que hacía que una vara inerte brotara, floreciera y produjera almendras, todo esto
en una sola noche. Lo que normalmente requería meses se había conseguido en horas.
Sólo el Señor podía hacer esto y un Dios así debía ser reverenciado y honrado, no
ignorado ni desobedecido, como habían hecho los rebeldes.

Una señal gráfica


La vara florida era una rama viva de un almendro y esta descripción exacta debe ser
significativa. El pueblo hebreo llamaba a los almendros “el que vigila” o “el despierto”,
el primero en despertar tras el invierno. Su atractiva flor estaba labrada en el
candelabro en el tabernáculo (8:4). Jeremías vio “una vara de almendro” (šāqēḏ),
porque el Señor estaba vigilando (šōqēḏ) su Palabra para llevarla a cabo, incluso a lo
largo del frío invierno de la apostasía de Judá.
Este acontecimiento sobrenatural de la vara florida representaba la singularidad,

121
fidelidad, santidad y provecho de la orden de los sacerdotes, establecida por Dios. Su
autoridad ha sido confirmada por esta vara milagrosa que floreció “a través del poder
que Dios puso en él”. La relación cercana con la palabra de Dios estaba representada
por el nombre del árbol; los sacerdotes estaban “cuidando a las personas
instruyéndolas” en la Palabra de Dios.434 Sus atractivas flores blancas reflejaban la
pureza moral necesaria para el oficio, y sus preciadas almendras, el fruto espiritual.
El objetivo de la señal era terminar con las quejas de los hijos de Israel contra sus
siervos (5) y contra Dios mismo (10). El Señor sabía que aunque el milagro quizás
convencería a los testigos inmediatos, no silenciaría a la multitud que se quejaba como
un todo. Por desgracia, Números vuelve a tocar el tema de las quejas más adelante
(20:2–5; 21:4–5).
Dios tenía paciencia con ellos y su compasión se revela por medio de otra
característica de esta historia. Cuando el pueblo se negó obstinadamente a entrar en la
tierra, Moisés recordó que el Señor “castigará la iniquidad de los padres sobre los hijos
hasta la tercera y la cuarta generación” (14:18) y los hijos de los rebeldes comprobaron
esta verdad porque tuvieron que esperar hasta poder entrar en Canaán. Aun así, la
rebelión de Coré demostró no sólo el juicio de Dios, sino también su misericordia. Sus
hijos no murieron como había muerto su padre (16:27, 32). Algunos de ellos quizás
respondieron a la advertencia de alejarse de la tienda de los infractores, aunque esto
significara tener que dejar a sus padres (16:25–27). Las generaciones futuras no
sufrieron, porque “los hijos de Coré no murieron” (26:11); los miembros lejanos de esa
familia vivieron para inspirar a otros, a través de salmos majestuosos,437 para poner su
esperanza y confianza439 en Dios, y no dudar ni a rebelarse contra él, como había hecho
su agresivo antepasado.
Dios había mostrado su voluntad por medio de la señal del almendro y la vara, pero
el pueblo aún tenía miedo por lo que había ocurrido. Fuego repentino había consumido
a los oponentes (16:35) y el juicio de Dios había enviado a la tumba a un gran número
de rebeldes (16:49). La multitud que quedaba estaba asustada temiendo el mismo final.
La tienda de reunión, que durante más de un año había simbolizado su seguridad,
ahora parecía ser una amenaza para su paz. Los israelitas, angustiados, pidieron ayuda a
Moisés: “He aquí, perecemos, estamos perdidos; todos nosotros estamos perdidos.
Cualquiera que se acerca al tabernáculo del SEÑOR, muere. ¿Hemos de perecer todos?”
(12).
El Señor, que les dio una señal auténtica para acallar sus quejas, habló una palabra
de consuelo para quitar sus miedos. La palabra y la señal deben ir juntas. Es improbable
que las señales por sí solas eliminen las dudas de un pueblo incrédulo. El Nuevo
Testamento demuestra lo inadecuado de las señales como “disolventes del
escepticismo”. Jesús se lo dejó suficientemente claro a sus contemporáneos441 y a Pablo
tampoco le convencía su poder de resolver una discusión. Así que el Dios que había
revelado su voluntad a Moisés hablaba ahora por medio de Aarón (18:1), el sacerdote
que fue acreditado por la señal milagrosa. Aunque normalmente hablaba al pueblo a
través de Moisés, utilizó a Aarón como portavoz como otra prueba más de que el
sacerdote era el siervo escogido por Dios.
122
Una confirmación verbal (18:1–7)
Esta transición repentina de una narración extensa (16:1–17:12) a las normas
sacerdotales tiene una relación directa con lo que ha ocurrido anteriormente. El tema
principal de la conducta problemática de Coré y sus seguidores era la distinción entre
los sacerdotes y los levitas. Por lo tanto, después de la señal visual, este pasaje presenta
la palabra confirmadora de Dios que repite la distinción entre los sacerdotes y los
levitas para que no hubiera ningún malentendido sobre sus papeles respectivos y bien
definidos.
Mientras el pueblo actuara según la Palabra de Dios, no habría ningún peligro de
muerte (17:12–13). Los hijos y la familia de Aarón debían llevar la responsabilidad de los
ofensas, para que, en el caso de que algún israelita inocente entrara en el Tabernáculo,
no fuera condenado. Guardar el santuario era la responsabilidad explícita de los
sacerdotes y levitas. No estarían cumpliendo sus responsabilidades como “pararrayos
espirituales” si alguno de ellos dejara de hacerlo, y, de ser así, los sacerdotes y sus
asistentes los levitas tendrían que asumir las consecuencias.
Primero se enumeran las responsabilidades de los levitas (2–4) y después las de los
sacerdotes (5–7).
Los levitas tenían el papel de servir y apoyar a Aarón y a sus hijos (2), y eso es lo que
Coré y sus amigos encontraban inaceptable. Sin embargo, la disposición de someterse a
otros es un componente esencial del liderazgo espiritual. Minimiza la posibilidad de una
dictadura.
Debían rendir cuentas de lo que hacían: atender a lo que los sacerdotes ordenaran
(3) en su trabajo relacionado con la tienda (2). No debían ser innovadores aventureros,
sino sirvientes que cumplían la voluntad de Dios. La sumisión en el servicio sólo se
puede llevar a cabo si tomamos a Jesús como modelo principal. Como Hijo, se entregó y
se supeditó completamente en obediencia al Padre, y, como siervo ejemplar, se
sometió voluntariamente por amor a sus discípulos.446
También era un papel restrictivo, de dos formas. Por un lado, no podían asumir las
responsabilidades de los sacerdotes; no debían acercarse a los utensilios del santuario y
del altar. Si llevaban a cabo inadvertidamente una actividad que estuviera
exclusivamente reservada a los sacerdotes, tantos ellos como el sacerdote morirían (3).
Por otro lado, los no levitas tampoco podían llevar a cabo las tareas de los levitas. Su
trabajo era proteger la tienda de intrusos descuidados o indiferentes.
Además, era un papel privilegiado, porque habían sido escogidos para los
sacerdotes: “He aquí, yo mismo he tomado a vuestros hermanos, los levitas, de entre los
hijos de Israel; son un regalo para vosotros, dedicados al SEÑOR, para servir en el
ministerio de la tienda de reunión” (6). El Señor sabía que los sacerdotes necesitarían
ayudantes fiables para llevar a cabo las tareas físicas que requerían mucho trabajo,
especialmente cuando la tienda de reunión se debía mover de un lugar a otro. Se
requerían personas que fueran lo suficientemente fuertes para desmontar la tienda y
su patio portátil, y organizar el transporte y la instalación en el próximo lugar.
123
Cualquier tipo de ministerio es algo servil. No es una oportunidad para lucirse de
manera arrogante. El siervo es el regalo de Dios para su pueblo, un hombro firme en el
que apoyarse, no una vara para sus espaldas. Pablo tomó esta idea de que los siervos
de la iglesia eran el regalo de amor de Dios como el concepto del ministerio que
estableció para las iglesias del primer siglo. La gracia “ha sido dada” a todos por medio
del gran y variado número de siervos con los que el Señor enriquece la vida de su
pueblo.
A los sacerdotes, también se les recordó sus obligaciones exclusivas. Aarón sabía
perfectamente que, con anterioridad, dos de sus hijos habían ofendido a Dios
ofreciendo “fuego extraño, que Él no les había ordenado”. Además, más adelante en su
historia, otros sacerdotes fallarían por su estilo de vida inconsistente449 o por rechazar
su palabra, así que era necesario repetir estas normas a menudo. Al igual que el papel
de apoyar que tenían los levitas, el sacerdocio también era un regalo. Tenían la
responsabilidad claramente definida de defender la tienda de los rebeldes irreverentes
que, como Coré, Datán y Abiram, se mantuvieran indiferentes a la Palabra de Dios. El
rey Uzías de Judá agarró arrogantemente un incensario, como Coré hizo en su
momento, y él también sufrió la mano dura del juicio de Dios.451

El liderazgo escogido por Dios es apoyado (18:8–32)


Los sacerdotes y levitas no podrían servir con la devoción exclusiva que requería el
trabajo si estaban preocupados por las necesidades materiales de la vida. La serie inicial
de normas describe cómo se debía mantener a los sacerdotes (8–20), antes de resumir
el apoyo prescrito para los levitas (21–32). El pasaje sugiere algunas normas
importantes acerca de nuestras responsabilidades con los siervos de Dios. Se centra en
nueve dimensiones de su apoyo.

Su singularidad
Todos debían participar de las ofrendas que el pueblo hacía al Señor: “He aquí que
yo te he dado el cuidado de mis ofrendas, todas las cosas consagradas de los hijos de
Israel; te las he dado a ti como porción, y a tus hijos como provisión perpetua” (8).
Cuando ofrendamos para el sostenimiento de los siervos de Dios, estamos ofrendando
directamente a él; y a la inversa, si no ofrendamos, estamos dejando de dar a Dios. Ser
mezquino a la hora de dar es lo mismo que robarle a Dios, como dijo el valiente
Malaquías a sus contemporáneos materialistas.

Su variedad
Debían recibir porciones de los sacrificios regulares (9–11), las primicias de las
ofrendas de cereal (12–13), una parte de los objetos especialmente “dedicados” al
Señor después de capturar una ciudad enemiga (14), los animales primogénitos (15) y el
dinero de redención que se pagaba en lugar del hijo primogénito en cada hogar

124
(15–16). No todas las ofrendas eran idénticas, lo que nos recuerda que, al apoyar a los
siervos del Señor, podemos ofrecer diferentes regalos. Además de la provisión
económica, podemos recordarles en oración, animarles y ayudarles de forma práctica o
quizás escribir una carta de ánimo a un misionero, o proporcionar una revista o libro
que quizás pueda ser de ayuda a un obrero cristiano. Así como las ofrendas de los
israelitas eran muy variadas, las nuestras también pueden serlo.

Su anticipación
Algunas de estas ofrendas no se podrían traer hasta que Israel se hubiera
establecido como una comunidad agrícola. Para presentar las ofrendas de cereal, hacía
falta vivir en un lugar con buena tierra, no en el árido desierto. Estas normas eran
estatuto perpetuo por todas vuestras generaciones (23). La seguridad de que habría
generaciones futuras para ofrecer estos sacrificios alegraba el corazón de muchos
peregrinos desconsolados, pues les aseguraba que algún día llegarían a la tierra.

Sus condiciones
Las cosas que se presentaban al Señor debía ser consideradas santas (8, 32) y
santísimas (9, 10), y todos los que las comían debían hacerlo como ofrenda santísima y
limpia (10, 13). Lo que se daba para el sostenimiento de estos sacerdotes y levitas se
había “apartado” deliberadamente para este propósito santo. Quienes las recibían
debían esforzarse por vivir de manera digna de las ofrendas santas que se habían
presentado. Esto exigía más de los receptores de las ofrendas que de los que
ofrendaban. Las ofrendas santas debían ir de la mano de destinatarios santos.

Su calidad
El pueblo debía presentar lo mejor. Tenían que dar todo lo mejor del aceite nuevo y
todo lo mejor del mosto y del cereal (12) al Señor para el sostenimiento de sus siervos.
Además, estos no sólo debían recibir lo mejor, sino también dar lo mejor.
Los levitas tenían que ser apoyados por los diezmos del pueblo (24) y ellos a su vez
debían dar al Señor una décima parte de todo lo que recibieran. Por ejemplo, si se les
entregaba el diezmo de unas aceitunas de un agricultor, debían seleccionar de lo mejor
de ellas, la parte consagrada de ellas (29) y ofrecerlas como su propio diezmo. Si alguna
cosecha se hubiera deteriorado desde que lo recibieran, tenían que asumir esa pérdida
y no ponerla como su “ofrenda”. En el siglo V a.C., Malaquías estaba apesadumbrado
porque el pueblo estaba ofreciendo a Dios animales con menos calidad, que no se
atreverían nunca a presentarlos a un jefe terrenal.
El Señor puede quedar decepcionado a veces con nuestras ofrendas, especialmente
cuando gastamos infinitamente más en posesiones y placeres, que en su obra.

Su necesidad
125
Había un día específico en la agenda de Dios para su pueblo en el que sin duda
entrarían en la tierra prometida. Cuando eso ocurriera, la tierra se repartiría entre las
tribus, pero la tribu de Leví no debía recibir tierra por heredad (20, 23–24). Ellos habían
sido “apartados” como personas santas para llevar a cabo responsabilidades
espirituales específicas y no debían ser distraídos de esas obligaciones con
preocupaciones como arar la tierra, sembra, cultivar los campos y recoger la cosecha. El
Señor, no la tierra, debía ser su herencia. Para que el sistema de sostenimiento
funcionara, el pueblo debía obedecer (o sea, confiar en la Palabra de Dios acerca de
ofrendar generosamente) y los siervos tendrían que depender de Dios (en su provisión
antes que en la posesión de tierras).

Su organización
Para evitar debates interminables acerca de la cantidad que sería aceptable como
ofrenda al Señor, les dio un principio básico para apartar una cantidad de su dinero y
posesiones: la idea de entregar una décima parte como orientación general. Los
sacerdotes y sus familias serían sustentados con su parte de la comida de sacrificios,
aceite, cereal y vino que se ofrecería en el santuario, y por los pagos en moneda de
cinco siclos de plata (aproximadamente, el salario de seis meses) que se les daría cada
vez que recibieran el dinero de redención (16) por el nacimiento de un hijo varón
primogénito.
Al principio, los levitas serían muchos y no participarían de estas ofrendas del
santuario. Su sostenimiento vendría del sistema de diezmos (21, 24) por el que todos
los israelitas ofrecerían a Dios una décima parte de lo que el Señor les había dado. Sin
querer ser legalistas, un gran número de cristianos en todo el mundo demuestran que
el diezmo sigue siendo una guía útil para dar y testificar que Dios ha asegurado que las
nueve partes restantes serán suficientes para cubrir sus necesidades.

Su continuidad
Estas normas debían ser como un pacto permanente delante del SEÑOR para ti y
para tu descendencia contigo (19). El acuerdo representaba la provisión perpetua para
sostener a los siervos de Dios. Las normas eran algo más que reglas temporales:
contenían principios bíblicos que siguen siendo tan relevantes hoy en día como lo
fueron entonces.

Su propósito
La intención principal no era proveer comida para los sacerdotes, sino agradar al
Señor. Nos volvemos a encontrar con una frase que ya habíamos visto sobre las
ofrendas: como aroma agradable al SEÑOR (17). Con la excepción del holocausto, la
parte más grande de aquellos animales de sacrificio y las ofrendas de cereal debían

126
abastecer a los sacerdotes y sus familias. El Señor quería que su pueblo fuera
consciente de que le agradaba asegurarse de que sus siervos tuvieran sus necesidades
vitales cubiertas. El propósito principal de la ofrenda del cristiano no es apoyar a los
obreros, sino glorificar al Señor.

Los peligros de la contaminación


Números 19:1–22

Dios continuó hablando, esta vez a Moisés y a Aarón (19:1), sobre un tema
importante en la comunidad israelita: los inmundos y su purificación. El sacrificio e
incineración de una novilla alazana garantizarían la purificación de cualquiera que
hubiera estado en contacto con un cadáver. Aunque vivimos en un mundo distinto, las
verdades que encierra este pasaje siguen siendo tan relevantes hoy como el que día en
el que Dios habló por primera vez a esta comunidad del desierto sobre los peligros de la
contaminación.

Su contexto
La contaminación por entrar en contacto con un cadáver era un tema que
preocupaba grandemente a la comunidad israelita (5:2; 6:6; 9:6; 31:19). Una aprensión
así puede extrañar al lector actual, pero debemos recordar cuatro aspectos
importantes: su contexto histórico, su dimensión teológica, su aspecto social y su
asociación con el paganismo.
En primer lugar, estas normas están hechas en un contexto histórico específico. Este
ritual de purificación se promulgó en un tiempo en el que los peregrinos israelitas se
encontraban a menudo con la muerte en la comunidad. No se trataba solamente de
que a lo largo de las siguientes décadas fuera a morir una generación entera en el
desierto; desde que se fueron de Sinaí, se habían encontrado a menudo con la muerte
súbita, impredecible, alarmante, misteriosa.
La muerte real o potencial es un tema trágicamente recurrente (11:13–24; 14:2, 10,
15–16, 29, 33, 35, 37, 43). Los individuos desobedientes (15:36), grupos rebeldes
(16:31–35) y un gran número de murmuradores (16:49) murieron todos en el desierto.
Al ser testigos de la demostración del poder de Dios en la vara florida, el pueblo
exclamó aterrado: “He aquí, perecemos… ¿Hemos de perecer todos?” (17:12–13).
Incluso los líderes espirituales de la comunidad no estaban libres de esta amenaza de
exterminación (18:32) y la historia de la muerte continúa después de las normas de la
novilla alazana (20:1, 22–29). Con un énfasis tan reiterado en la muerte, es natural que

127
en este momento de la historia se les dé instrucciones al pueblo israelita sobre cómo
deben reaccionar por la presencia de un cadáver.
También había una dimensión teológica de la muerte en la comunidad. Desafiaba su
forma de entender a Dios como el Dios viviente y santo. Adoraban al Dios viviente y la
presencia de un cadáver era algo ajeno a todo lo que conocían de Dios, el dador y
custodio de la vida.458 El hecho de morir era un fenómeno siniestro; era como si Dios
hubiera abandonado al cuerpo que él mismo había creado. También adoraban a un Dios
santo, pero su experiencia de la muerte era que un cadáver se deterioraba y
descomponía rápidamente. La presencia de un cuerpo sin vida era “incompatible con la
santidad de Dios”, quien exigía pureza en la vida de la comunidad. Un cadáver les
exponía a la profanación espiritual además de a la contaminación física. La presencia de
la muerte era una afrenta a la santidad divina; debían mantenerse alejados de ella.
Quizás había un aspecto social innato en este miedo a un cuerpo humano sin vida.
Un cadáver sin enterrar representaba un serio peligro de salud. En climas extremos, la
descomposición acelerada podía dar lugar a una infección en masa y normas como
estas animaban a las personas a mantenerse alejadas de lugares en los que alguien
hubiera muerto recientemente. El campamento se debía mantener limpio a toda costa
(5:1–4).
También pueden hallarse ocultas asociaciones paganas peligrosas detrás de esta
preocupación por la muerte dentro de la comunidad. Los vecinos de Israel tenían ideas
dañinas sobre el poder de los muertos sobre los vivos. Los rituales paganos asociados
con “el culto a la muerte” formaban parte de la cultura religiosa del antiguo Próximo
Oriente y el pueblo de Dios siempre corría el peligro de adoptar las costumbres paganas
que incluían prácticas como la de “consultar a los muertos”. Los rituales de duelo era
una parte común de la vida pagana.463 A los israelitas, se les había advertido que no se
mutilaran ni se rasuraran el cabello a causa de los muertos ni que les ofrecieran
comida,465 lo cual ilustra la gran incidencia del ocultismo. Algunos de estos peligros
quizás sean motivos por los que se dictaron estas normas acerca del contacto con
cadáveres.

Su particularidad
Este ritual tiene varias características que lo diferencian de las ofrendas que se
describen en otros lugares del Pentateuco.
En primer lugar, al contrario que la práctica de sacrificios, lo que se debía ofrecer
era una novilla, no un novillo. El sacerdote no era una figura clave a lo largo del ritual.
Estaba presente cuando se sacrificaba a la novilla y rociaba un poco de sangre con el
dedo hacia el frente de la tienda de reunión (4); su función era más bien ser testigo de lo
que estaba ocurriendo en lugar de ser el oficiante principal. El sacrificio no debía
realizarse en la tienda de reunión, sino en las afueras del campamento. No hay un
momento específico en el que el individuo que presentaba la novilla se identificara con
la ofrenda poniendo su mano sobre el animal, tal y como era costumbre en los
sacrificios de animales. Lo más extraño era que se incineraba el animal, incluso la
128
sangre. Esto lo diferencia de otras ofrendas en el Antiguo Testamento en el que se
vertía la sangre, y la piel y los restos se utilizaban para otros propósitos.
Otra característica diferente era que todos los que participaban en este
procedimiento de purificación quedaban inmundos simplemente por participar. Los
rabinos señalaron que estas aguas limpiadoras “purifican a los inmundos y hace
inmundos a los puros”. Se nos presenta una ordenanza que parece funcionar de forma
distinta y servir a un propósito diferente al de los rituales sacerdotales que se describen
en otros lugares del Antiguo Testamento.
Su característica más distintiva es la conservación de estas cenizas para utilizarlas en
un evento posterior. Otros sacrificios en el Antiguo Testamento tienen un sentido de
inmediatez; el ritual de la novilla alazana está diseñado para cumplir requisitos
inevitables en el futuro antes que necesidades del presente.

Sus condiciones
Una novilla alazana sin defecto que nunca se hubiera utilizado debía llevarse al
sacerdote Eleazar, el hijo de Aarón, para ponerla así en un lugar fuera del campamento
en el que ser sacrificada. Eleazar debía rociar un poco de sangre siete veces hacia el
frente de la tienda de reunión (4). Entonces, se quemaba todo el animal, su cuero, su
carne, su sangre y su estiércol (5), mientras el sacerdote echaba madera de cedro, e
hisopo y escarlata (6) en el fuego. Tanto el sacerdote como la persona responsable de la
incineración debían lavar su cuerpo y ropa cuidadosamente. Quedarían inmundos hasta
el atardecer y sólo podían entrar en el campamento de nuevo después de este tiempo
de purificación.
Entonces, un hombre que no estuviera involucrado en los procedimientos
anteriores debía recoger las cenizas de la novilla y guardarlas para utilizarlas con
posterioridad, fuera del campamento en un lugar limpio (9). Esta persona, por estar en
contacto con las cenizas, también debía lavar su ropa y quedaría inmundo hasta el
atardecer (10).
Cualquier miembro de la comunidad, ya fuera israelita o extranjero (10), que tocara
un cadáver quedaría inmundo durante una semana. La persona contaminada debía
lavarse completamente los días tercero y séptimo después del contacto con el cadáver.
Cualquiera que no cumpliera esto quedaría inmundo; contamina el tabernáculo del
SEÑOR y esa persona sería cortada de Israel (13). Esto es una referencia a la amenaza de
una muerte súbita en manos de Dios, o a la ejecución, o a la excomunión de la
comunidad.
Se establecen normas estrictas para la muerte. Un hombre o una mujer que entrara
en una tienda israelita después de la muerte de una persona quedaría inmundo durante
una semana y cualquier recipiente abierto en esa tienda también se contaminaba.
Cualquiera que entrara en contacto directo con un cadáver fuera, o si tocaba un hueso
humano en el desierto, o una tumba, también quedaba inmundo durante una semana
entera.
Quien quedara inmundo por estas razones, podía ser purificado con una pequeña
129
cantidad de las cenizas que se guardaban de la novilla quemada, mezcladas con agua
fresca. Una persona limpia debía mojar una rama de hisopo en esta agua y rociarla
sobre el miembro de la comunidad que hubiera quedado inmundo por la muerte, y
sobre cualquier tienda o mueble en el que hubiera ocurrido la muerte, y sobre
cualquier persona que hubiera tocado un hueso humano o una tumba. Esta misma
persona debía rociar las aguas purificadoras sobre el hombre o la mujer inmunda en los
días tercero y séptimo después del contacto físico con la muerte. La persona que
rociaba las aguas purificadoras también quedaba inmunda por el procedimiento y debía
lavar su ropa. Cualquiera que toque el agua para impureza quedará inmundo hasta el
atardecer (21). La contaminación se consideraba un peligro muy contagioso; todo lo que
la persona inmunda toque quedará inmundo; y la persona que lo toque quedará
inmunda hasta el atardecer (22).

Su simbolismo
La importancia de estos rituales está en la presentación visual de las verdades
esenciales. Los profetas expresaban el mensaje de Dios verbalmente, aunque también
tenían habilidades con la imaginería, fascinantes descripciones gráficas y acciones
simbólicas que ilustraban su mensaje. Los sacerdotes confiaban casi por completo en la
comunicación visual de la palabra de Dios. Permanecían prácticamente callados a
medida que la palabra era comunicada a través de signos elocuentes de realidades
mayores.
El problema que tenemos nosotros es que, normalmente, estas señales no se
explican ni se interpretan; en su cultura, el significado era obvio para todos. Si nos
dejamos llevar por nuestra imaginación, podemos conferir a estos aspectos significados
ajenos. Calvino se angustiaba porque algunos de sus contemporáneos deducían muchos
“temas cuestionables” en sus interpretaciones de este pasaje. Cuando aparecía algo
extraño, se sentía más cómodo confesando su ignorancia que “sugiriendo algo dudoso”,
y así evitaba una alegorización excesiva de cada minúsculo detalle.
Una buena forma de guiarnos a la hora de explicar un simbolismo es dejar que un
pasaje de las Escrituras interprete otro. Si un símbolo tiene un significado de una
verdad específica en un contexto específico, es posible que presente un mensaje similar
en otro contexto. Teniendo esto en cuenta, vamos a estudiar el simbolismo que se
emplea en estas normas.

Las materias que se utilizan


Hay tres componentes familiares que tienen un papel importante: la sangre (4), el
fuego (5) y el agua (7), agentes de purificación en la tradición bíblica. La novilla era
alazana (2; el único lugar en el Antiguo Testamento en el que se especifica el color de
un animal de sacrificio) y el sacerdote añadía madera de cedro, hisopo y escarlata al
fuego (6); el color del animal y de la lana es igual al de la sangre, un componente
esencial en el proceso de purificación. Estos tres “detergentes rituales” que se añadían
130
a las llamas también figuraban en la purificación de alguien que sufriera una infección
de la piel,472 otro ritual de purificación de la contaminación.
El simbolismo de la madera de cedro ilustra el problema de la interpretación
precisa. Su fuerza reconocida y durabilidad característica tal vez sugieran permanencia
e ilustren la efectividad continua de este proceso de repurificación, o quizás
simplemente se utilizaba por sus conocidas cualidades aromáticas, potenciando así el
“aroma agradable al SEÑOR”, una frase que se encuentra en otros rituales (15:3, 7, 10,
14, 24). El hisopo se asociaba con la Pascua y quizás simbolizaba la salvación de la
muerte, como en el éxodo. Su uso pragmático (18) quedaba eclipsado por su mensaje
espiritual. Al igual que la Pascua, era el “instrumento de aplicación” y retenía el
“simbolismo de la eficacia aplicada”.475 El receptor podía decir agradecido: “Ese
sacrificio se hizo por mí”.

Los lugares que se describen


El drama del ritual se centraba en dos lugares específicos que se encontraban a una
distancia considerable el uno del otro: la tienda de reunión, en el centro del
campamento, y el lugar más lejano de él, más allá de las afueras. La única vez que se
menciona el santuario central es cuando Eleazar roció la sangre de la novilla alazana
hacia el frente de la tienda de reunión, siete veces (4). Así, la sangre del sacrificio se
declaraba eficaz y sagrada para poder ser utilizada. Esta imagen visual representaba la
idea de que Dios había aceptado la vida ofrecida para la limpieza de su pueblo. El Señor,
quien, a través de su Palabra (1–2), inició este medio de purificación, confirmaba así su
eficacia.
El elemento de la distancia desde la tienda de reunión resaltaba deliberadamente la
separación esencial entre la santidad y la contaminación, la pureza y la inmundicia.
Todo lo que contaminaba a la comunidad debía ser quitado de en medio de ella, así que
la acción ocurría deliberadamente lejos del lugar santo. El animal se sacrificaba más allá
de las fronteras del campamento, donde los inmundos debían permanecer hasta que
fueran completamente purificados.

Las personas que participaban


Los participantes, desde la muerte de la novilla alazana hasta el momento de la
purificación del infractor, eran cuatro individuos: el sacerdote que presenciaba la
muerte (3–5), el hombre que quemaba al animal (8), la persona que guardaba las
cenizas (9) y el que rociaba el agua purificadora (18). Aunque ninguno de ellos había
tenido contacto con un cadáver humano, quedaban inmundos por participar en este
acto purificador.

Los infractores que se describen


Aunque se exponen otras formas de contaminación al principio del libro (5:1–3), la

131
contaminación está restringida aquí al contacto con la muerte, la cual, a su vez, se
asocia deliberadamente con el pecado: el agua para la impureza; es agua para purificar
del pecado (9). El pecado y la muerte están unidos inseparablemente en las enseñanzas
bíblicas. El pecado es la causa de la muerte y la muerte es la consecuencia del pecado;
esta enseñanza nos lleva al principio de la historia de la humanidad. Los que quedan
inmundos, ya no pueden vivir dentro de la esfera en la que habita y reina Dios; deben
permanecer fuera de las fronteras hasta que sean purificados por los medios que él
provee.

Los números que se utilizan


Es significativo que se repitan el tres y el siete. Tres elementos principales (sangre,
fuego y agua) son secundados por los tres componentes complementarios de la madera
de cedro, el hisopo y la escarlata. Las personas inmundas deben lavarse al tercer día
(12) y se les debía aplicar el agua purificadora (19). El sacerdote rociaba la sangre de la
novilla siete veces (4), las personas quedaban inmundas por siete días (11) y el proceso
de purificación no se completaba hasta que hubiera pasado ese período de siete días
(19). La repetición del ritual en los días tercero y séptimo quizás enfatice tanto la
seriedad de la contaminación como la eficacia de la purificación; los números tres y
siete indican que las Escrituras son completas, sólidas y coherentes.

Su mensaje
Debemos preguntarnos qué nos puede enseñar sobre nosotros mismos esta
increíble señal visual, acerca de la vida y, sobre todo, del Dios por cuya gracia se originó
tal señal. La imagen representa gráficamente algunos aspectos cruciales del mensaje
bíblico.

La contaminación es seria
En esta norma básica para cuando alguien se contaminara con un cadáver, se
contenían valores espirituales cruciales y altos niveles morales.
La contaminación hacía que el individuo quedara inmundo. La ofensa no se podía
ignorar o dejar a un lado. Es un recordatorio visual de los efectos contaminantes del
pecado en la vida humana. Perjudica seriamente a los hombres y las mujeres, y hace
que sean peores de lo que querrían ser en sus mejores momentos.
Además, la contaminación personal afecta a otros. Si no se trataba de la forma que
mandaba el Señor, la contaminación se extendía de la persona inmunda a otras. Quien
estando inmunda no hubiera sido purificada sería cortada de en medio de la asamblea
(20), ya que representaba un peligro moral y espiritual en el campamento. Esto es lo
realmente destructivo del pecado humano: se propaga rápidamente de una víctima a
otra. Incluso cuando pecamos en secreto (como con el pensamiento), somos inferiores
moral y espiritualmente de lo que podríamos ser.

132
El problema de la contaminación no se puede despreciar como si fuera una
preocupación atrasada del mundo antiguo. Nuestra cultura corre sus propios peligros
de contaminación que puede provocar el caos en la vida personal, familiar y de la
comunidad. Las víctimas de abusos infantiles que sufren recuerdos imborrables; los
pederastas, uno de los agentes de contaminación del nuevo milenio; los
narcotraficantes, que provocan no sólo un grave mal uso del cuerpo, sino al aumento
del crimen para asegurarse el dinero para el próximo “chute”. La promiscuidad
empeora la ya alarmante situación del SIDA, que se describe como “la epidemia más
mortífera de la historia”. Se estima que, en el 2050, el número de muertes a causa del
SIDA en África llegará a su máximo; solamente en Nigeria, 1,25 millones. La mente de
las personas se ciega con la disponibilidad instantánea de pornografía por Internet, con
las oportunidades de contacto dañino en salas de chat. Hace una década o dos, los
cristianos responsables en el Reino Unido luchaban por proteger a nuestros hijos
insistiendo en que las revistas pornográficas se debían colocar en las estanterías más
altas de las tiendas. Ahora, tienen al alcance de la mano materiales destructivos y
degradantes en la pantalla del ordenador. Hace poco, se publicó un estudio que
demostraba que de 290.000 niños que clicaban en páginas pornográficas,
aproximadamente un 8% tenía diez años o menos. Alrededor de uno de cada cinco
chicos menores de 17 años afirma haber visitado estas páginas al menos una vez al mes
durante una media de 28 minutos.
La contaminación entristece a Dios. El israelita que no se purifique a sí mismo,
contamina el tabernáculo del SEÑOR (13) y la persona que haya contaminado el
santuario del SEÑOR (2) por no haber buscado la purificación insulta al Señor que ha
provisto los medios de purificación. Cuando cometemos una falta, pecamos contra
nosotros mismos y contra nuestros prójimos, pero, sobre todo, contra Dios, lo cual aún
es más serio. David conocía esta verdad: después de pecar contra Betsabé y su marido
asesinado, clamó al Señor: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo
delante de tus ojos”.

La necesidad es universal
Esta purificación estaba disponible tanto para los israelitas como para el extranjero
que reside entre ellos (10). El ritual sirve de testimonio para la necesidad más amplia de
la humanidad y, junto con otros pasajes similares (9:14; 15:15–16, 29), mira hacia atrás
y hacia delante. Realizaban una reflexión sobre la promesa hecha a Abraham (una idea
clave en Números), que, como padre espiritual de “multitud de naciones”, sería la
fuente de bendición para “todas las familias de la tierra”, y anticipa el momento en el
que las personas de todo el mundo responderían a las buenas nuevas de la purificación
en Cristo a través de la misión universal de su Iglesia.482

La gracia es continua
Este ritual debía ser un estatuto perpetuo (10, 21). No sólo estaba disponible
133
durante sus viajes por el desierto, cuando la muerte era una característica habitual en la
sociedad. Dios había dado un lugar en su ley a esta ayuda visual para que las futuras
generaciones pudieran conocer el peligro de la contaminación y la necesidad de
purificación. Esta norma ceremonial anticipa un tiempo en el que Dios haría un
sacrificio único y definitivo por el que las personas puedan recibir perdón
gratuitamente, disponible para todos aquellos que se arrepientan, para que se alejen
de sus pecados y reconozcan a Cristo como su Salvador.
Nuestro problema es infinitamente más serio que el de los israelitas inmundos. El
suyo era la impureza ceremonial; nosotros somos culpables de corrupción moral. Ellos
habían errado porque habían tocado un cadáver; nuestra ofensa es que estamos
muertos, hemos sido asesinados por el poder destructivo del pecado en nuestra vida.
Quienes están “muertos en… delitos” sólo pueden ser resucitados de nuevo al ir al
Cristo que murió por ellos y resucitó. La muerte que salvó al delincuente que murió
junto a Jesús sigue siendo igual de efectiva hoy en día como lo fue aquel Viernes
Santo.484 La oración de Jesús para que fuera perdonado, y millones de personas como
él, obtiene una respuesta gloriosa cuando una persona inmunda reconoce su impureza
interior.

La pureza es costosa
Para que ningún israelita quedara inmundo, se ofrecía un sacrificio costoso. El
animal era maduro y perfecto; nunca se había utilizado para arar, así que no tenía ni la
más mínima marca. Tenía mucho potencial económico para producir terneros, grandes
cantidades de leche, una fuente continua de ingresos. Su corta vida terminaba para que
nadie fuera cortado (13, 20); moría para que las personas inmundas (7, 8, 10, 11, 13, 14,
15, 16, 17, 19, 20, 21, 22) pudieran ser liberadas de la contaminación que las aislaba.

La purificación está disponible


Una vez que el animal hubiera sido sacrificado y quemado, las cenizas se guardaban
para más adelante, para cuando los israelitas inmundos necesitaran purificación. Las
cenizas sólo tenían que mezclarse con agua corriente (literalmente, sin contaminar) y
rociarse sobre la persona contaminada, que quedaría limpia. Es una imagen gráfica del
sacrificio de Cristo, por cuya muerte en la cruz podemos ser perdonados y toda
impureza totalmente limpia. Nada impide ese acto milagroso de limpieza salvo nuestro
orgullo, terquedad, incredulidad obstinada y desobediencia. La Biblia utiliza una gran
variedad de imágenes gráficas y fascinantes para describir la purificación que es nuestra
en Cristo. Las personas inmundas no tienen que seguir con su pecado.487

Su cumplimiento
Las imágenes del ritual de la novilla alazana anuncian la salvación eterna de Cristo
para la humanidad inmunda. Por su muerte y resurrección singular, quienes se

134
encuentran fuera del campamento, “lejos” en términos espirituales, son acercados a la
comunidad redimida.
En primer lugar, la novilla debía ser perfecta (sin defecto, 2), dedicada para este
propósito único, sobre la cual nunca se haya puesto yugo (2). El Hijo de Dios, perfecto y
sin mancha, vino al mundo única y exclusivamente para procurar nuestra salvación y
cumplir así la voluntad de Dios.
En segundo lugar, una muerte en el pasado hace efectiva la purificación en el
presente. El animal fue sacrificado no simplemente para responder a una emergencia
inmediata sino, también para suplir una necesidad final. Esta característica lo diferencia
del sistema normal de sacrificios del Antiguo Testamento. A pesar de que Cristo murió
por nosotros históricamente ese primer Viernes Santo, los beneficios de su muerte
siguen siendo tan efectivos como el día de su sacrificio transformador.
En tercer lugar, solamente las personas inmundas podían administrar el ritual
purificador. Un hombre que esté limpio (9) recoge y conserva las cenizas, y después, en
el momento de necesidad, una persona limpia (18) rocía el agua purificadora en la
persona inmunda. Cristo es el sacrificio purificador y el que logra sus beneficios para
nosotros, y no tiene mancha, como afirman frecuentemente los escritores del Nuevo
Testamento.
En cuarto lugar, el proceso de descontaminación incluía la absorción de la impureza.
La persona que administraba el proceso de purificación tomaba la impureza, tal y como
hizo el Señor Jesús al morir en la cruz, absorbiendo nuestro pecado en su propia
persona, para que, como lo expresa Pablo tan emotivamente, “al que no conoció
pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
Utilizando el famoso canto del siervo de Isaías,491 Pedro expresa la misma verdad: “Él
mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz”.
En quinto lugar, el procedimiento de purificación era costoso; las personas limpias
que recogían las cenizas y las rociaban en las aguas purificadoras quedaban inmundas.
El precio más grande del sacrificio de nuestro Salvador fue que un Padre puro, santo y
justo apartó su cara de su Hijo, que portaba nuestro pecado, para que Jesús clamara
angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Por último, la novilla alazana tenía que ser sacrificada fuera del campamento. Un
sacrificio por el pecado de la contaminación debía tener lugar lejos del santuario santo
del centro del campamento. Jesús fue llevado fuera de la ciudad al Calvario, el campo
de la muerte, rechazado por sus contemporáneos y expulsado de los límites de sus
instituciones religiosas.495 Para llevar a cabo la purificación de los demás israelitas,
algunos miembros de la comunidad tenían que estar preparados para salir de la
seguridad de los límites del campamento con el fin de ayudar a aquellos que, a menos
que su contaminación fuera purificada, no tendrían la esperanza de volver a vivir en la
comunidad segura y limpia.
Sin embargo, por muy considerables que fueran los paralelismos con Cristo en este
ritual con la novilla alazana, hay un gran factor que separa este medio de purificación
del Antiguo Testamento de su cumplimiento en el sacrificio único de Cristo. Este
sacrificio es el tema principal de la carta a los Hebreos.
135
Era vital mantener el campamento limpio de impureza en tiempos del Antiguo
Testamento. La contaminación era real y aislaba a las personas, pero la purificación
disponible solamente se limitaba a la ceremonia. No llegaba a lo que Bunyan llamaba la
conciencia “trastornada” o “dañada”. El sacrificio de Cristo no era un ejercicio de
limpieza ceremonial, sino una purificación interior que deja al pecador completamente
purificado. “Porque si… la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han
contaminado, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de
Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará
vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” La provisión de la novilla
alazana anticipaba algo infinitamente mayor. El agua rociada permitía que el israelita
inmundo volviera al campamento; la sangre derramada de Cristo, que el pecador
limpiado entrara en el cielo.

Enfrentarse a las crisis


Números 20:1–21:3

La vida es peligrosamente impredecible. Todo parece estar yendo sobre ruedas,


cuando, de repente, nos encontramos con exigencias inesperadas. Una situación
adversa sucede a otra. A medida que Moisés se acercaba al final de la tarea de su vida,
parecía que todo estaba en su contra. No sorprende que, en un momento de prueba,
perdiera el control e hiciera algo de lo que se arrepintió profundamente y que tuvo
amargas consecuencias.
En primer lugar, perdió a un ser querido (20:1), después sufrió una fuerte oposición
(2), más quejas de sus contemporáneos descontentos (3–5), gran frustración por su
espíritu rebelde (10) y una enorme decepción por la noticia de que ni él ni su hermano
iban a entrar en la tierra prometida (12). Como era un hombre sensible, cargó con la
culpa de que tanto el pueblo como él habían agraviado a Dios y por ello debía pasar por
la dolorosa experiencia de escuchar el “No” firme del Señor a una ambición que había
tenido toda su vida.
Además, la ruta más directa para que el pueblo llegara a Canaán estaba bloqueada
por una nación hostil (14–21) y necesitaban un desvío que cansaría mucho a los
israelitas porque anhelaban llegar a su destino. Entonces, Moisés perdió a su hermano
Aarón (22–29), a lo que siguió un ataque militar inesperado en el que algunas de las
tropas de Israel fueron capturadas (21:1). Una sucesión de eventos como estos habrían
intimidado incluso a los espíritus más fuertes.
Seguramente, el líder debió empezar muchos días con un corazón triste. Estos
personajes bíblicos no pertenecían a un mundo imaginario en el que todo iba

136
automáticamente bien por el hecho de amar a Dios. Su experiencia no sirve de base
para la euforia optimista de las personas que creen en la “teología de la prosperidad”,
por la que aseguran que tendrán salud y riquezas. La Biblia es más realista y más
honesta. Como dice el puritano Richard Baxter, cuando tenemos “vino y vinagre en la
misma copa”, las malas experiencias nos conducen a Dios: “¿Nunca has visto a uno
‘andando en medio del horno de fuego’ contigo?” Y nos animan a mirar hacia delante,
porque “esta inconstancia no existe en el cielo”.
A medida que iban apareciendo acontecimientos imprevisto en su agenda, había
momentos en los que Moisés se enfrentaba al peligro; pero, en los planes soberanos de
Dios, las peores experiencias se pueden transformar en oportunidades creativas para el
Señor. La narración nos invita a considerar sus diferentes personalidades y escenas que
contrastan.

El hermano de luto (20:1, 22–29)


El capítulo se inicia y acaba con una muerte en la familia. En el transcurso de cuatro
meses (20:1; 33:38), Moisés perdió primero a su hermana y después a su hermano. Por
desgracia, desde que salieron de Egipto, tanto Miriam como Aarón habían sido
protagonistas de acontecimientos descorazonadores y las Escrituras no ocultan su
alarmante deslealtad (12:1–16). Sin embargo, a pesar de sus errores, habían sido sus
compañeros de por vida, además de constituir dedicados lazos familiares, por supuesto.
Al principio de la vida de Moisés, Miriam había sido una hermana protectora y, más
tarde, Aarón había supuesto un firme apoyo para su hermano. Perder de repente su
ayuda en una etapa tan crucial del viaje debió ser muy duro para Moisés.
Las generaciones futuras recordarían este trío del desierto: Moisés, Aarón y Miriam,
y darían gracias por sus palabras y servicio fieles durante aquellos largos años en el
desierto. El pueblo de Dios aprendía de sus errores501 así como de sus logros. Moisés
era consciente de sus debilidades y estaría muy agradecido por las muchas cosas
buenas que habían compartido durante esas décadas en el desierto. Dos temas habrían
cruzado su mente cuando sintió la pérdida de sus hermanos más intensamente.

Las promesas de Dios, en las que podía confiar


Aunque echaba de menos la compañía de un hermano y una hermana mayor, la
muerte de ambos era una prueba irrefutable de la fiabilidad de la palabra de Dios. En
Cades-barnea, el Señor había dicho que todos los miembros de esa generación mayor
de israelitas rebeldes morirían en el desierto. En innumerables ocasiones, Moisés había
presenciado el entierro de uno de esos viajeros incrédulos, pero ahora la lección había
llegado por primera vez a su propia casa. Miriam era una de las que habían sido
convencidas por el informe negativo de los espías desconfiados y, junto a miles de
personas más, ella también había muerto, tal y como había declarado el Señor
(14:21–23, 26–35).
Décadas después del levantamiento en Cades-barnea, Moisés y Aarón se
137
enfrentaron a otra multitud de rebeldes incrédulos e ingratos, y, en un momento de
frustración intensa, ambos perdieron los estribos. El Señor les dijo que ellos tampoco
entrarían en la tierra prometida a causa de su pecado. Ahora, el sumo sacerdote de
Israel, Aarón, también había muerto. Con sus palabras, Dios declara su voluntad y su
propósito. La triste muerte de Aarón era otro recordatorio de que el Señor cumple lo
que dice (23:19).
El Señor, que había denegado la entrada a la generación mayor, había garantizado
que sus hijos conquistarían la tierra. La palabra fue tristemente confirmada en cada
funeral, a la vez que se corroboraba la que aseguraba que la nueva generación tendría
un futuro mejor. Los creyentes pueden soportar las penurias de la vida cuando saben
que Dios ha concedido “preciosas y maravillosas promesas” acerca de su comodidad,
sus recursos y su destino. Con esta seguridad, se enfrentan al futuro con confianza y
paz.

La seguridad del cielo estaba asegurada


Cuando ambos emprendieron juntos su último viaje subiendo al monte de Hor,
Moisés sabía que su hermano estaba a punto de morir. En un lenguaje que recuerda a
los patriarcas, se dice dos veces que Aarón iba a ser “reunido a su pueblo” (24, 26). Las
palabras eran “un indicio de inmortalidad”, recordando deliberadamente el paso de
Abraham, Isaac y Jacob504 a esa tierra mejor a la cual estaban destinados. Los israelitas
entendían la vida futura de manera menos precisa y explícita que en el Nuevo
Testamento, pero la narración apunta más allá del entierro de Aarón, no a la tierra que
esperaba ver, sino a la tierra que debía poseer.
La esperanza del cielo no es un mecanismo de defensa, sino la seguridad realista
cristiana de supervivencia. Antes de morir, Jesús describió un tiempo en el que sus
discípulos se sentarían no en la habitación que ocupaban, sino alrededor de una mesa
mejor en el reino eterno. Esta confianza contrasta con la actitud cínica actual de que
todo será recompensado en el más allá. Jesús garantizó a sus seguidores un futuro
seguro. Sabía que necesitarían una perspectiva más amplia del cielo prometido en
medio de las pruebas que inevitablemente sufrirían.506

Los murmuradores persistentes (20:2–8)


Acababan de enterrar a su hermana y Moisés y Aarón se encontraron, una vez más,
con una multitud de personas enfurecidas. La necesidad que tenían (no había agua, 2)
era muy natural y, si hubieran orado al Dios generoso, habrían obtenido respuesta. La
ansiedad se convertía en una oportunidad para murmurar de nuevo en lugar de orar y
depender de Dios.
Cuando Pablo escribió a los corintios, no quería que sus lectores ignoraran que,
durante aquel viaje deambulando por el desierto, el Señor había sido generoso en
abundancia con un pueblo ingrato, pero no respondieron a su provisión de amor, y
proporciona ejemplos de la desilusión divina.508 La narración que tenemos ante
138
nosotros explica por qué “Dios no se agradó de la mayor parte de ellos” y sugiere
algunas actitudes que aún desagradan a Dios.
En primer lugar, se opusieron a los siervos de Dios. En vez de considerar a los líderes
como eficaces intercesores, la multitud los trató como cabezas de turco morales. A lo
largo de los años, Moisés y Aarón lo habían pasado mal con esta multitud descontenta y
los motivos de sus quejas ahora eran prácticamente los mismos: que las cosas habían
sido infinitamente mejores en su pasado idealizado. Su dieta presente era detestable y
las perspectivas futuras, desesperantes (21:4–5). Todos se juntaron contra Moisés y
Aarón. Aparentemente, esta multitud descontenta contendió con Moisés (3), pero en
realidad estaban quejándose contra Dios.
En segundo lugar, menospreciaron su ira. Dios no estaba contento con Coré, Datán
y Abiram (16:31–35), y su juicio se expresó por medio del terremoto, el fuego y una
plaga. Estos hombres y sus compañeros “habían menospreciado al SEÑOR” (16:30), y
ahora la multitud murmuraba y hacía exactamente lo mismo, lamentándose porque no
habían sido objeto de la mano poderosa del juicio de Dios: “¡Ojalá hubiéramos perecido
cuando nuestros hermanos murieron delante del SEÑOR!” (3). Lejos de humillarse y
aprender de la experiencia de los rebeldes, desearon su mismo fin.
Vivimos en tiempos en los que no se aprecia la santidad de Dios. Su nombre se
utiliza mal abiertamente en la radio y la televisión. Nuestras leyes contra la blasfemia se
desafían y desechan. Obras de teatro, películas y artistas tratan lo sagrado con
desprecio. La encarnación se convierte en una broma de Navidad; la crucifixión del Hijo
de Dios aparece en camisetas como un logotipo difamatorio. Las cosas más sagradas se
ridiculizan. Un mundo enfermo invita al juicio de un Dios santo. En un entorno tan
hostil, los creyentes procuran asegurarse al máximo de que no hacen ni dicen nada que
menosprecie la santidad de Dios, la belleza de Cristo y la pureza del Espíritu.
En tercer lugar, minimizaron su poder. Echaron la culpa a Moisés por el éxodo. Sólo
Dios podía liberarles del cautiverio de sus crueles opresores y había demostrado su
poder públicamente juzgando a los captores, autentificado a sus siervos y haciendo
efectiva su liberación. Estos rebeldes del desierto niegan la iniciativa soberana de Dios y
su acción de salvación, y dicen que Moisés es responsable de la situación: ¿Y por qué
nos hiciste subir de Egipto? (5) y ¿Por qué, pues, has traído al pueblo del SEÑOR a este
desierto? (4). ¡Qué afrenta, para un Dios todopoderoso, que el pueblo atribuya todas
esas obras maravillosas a un simple hombre al que se estaban oponiendo de todas
formas!
En cuarto lugar, les molestaba su voluntad. Compararon este miserable lugar (5) con
la tierra fértil que habían dejado atrás. Estarían hablando con ironía cuando se quejaron
de que el desierto no era lugar de sementeras, ni de higueras, ni de viñas, ni de
granados (5) cuando los tres últimos frutos habían sido traídos por los espías como
prueba de la abundancia de Canaán (13:23). Podrían haber disfrutado de esos frutos y
de abundantes sementeras (5) si hubieran respondido al llamado apasionado de Caleb y
Josué (14:6–9) en lugar de querer apedrearlos (14:10). Ellos eran los únicos culpables.
Era la voluntad firme de Dios que los incrédulos no iban a entrar en la tierra, no sólo
para hacer justicia con ellos y darles lo que querían (“¡Ojalá hubiéramos muerto…!”,
139
14:2), sino también para enseñar una lección esencial a las generaciones venideras.
Quienes siembran desobediencia recogen descontento.
En último lugar, rechazaron su generosidad. Estaban obsesionados con lo que se les
había negado y olvidaron lo que se les había dado. Recordaban con frecuencia las
comidas lujosas de Egipto (11:5; 16:13) o visualizaban la dieta atractiva de Canaán
(16:14) y comparaban las dos cosas con la experiencia tan vacía del desierto. Si
anhelamos lo que queremos tener, ignoramos lo que hemos recibido. Olvidaron sus
poderosos actos de liberación. Desecharon la prueba diaria de su presencia y la
seguridad nocturna de su protección. Rechazaron su regalo continuo de comida, la
cantidad necesaria de agua y los lugares de descanso donde disfrutaban de cobijo.
Dejaron a un lado su inmensa bondad que les liberó de la enfermedad e incluso
protegió sus pies de la incomodidad y sus ropas del desgaste. Nada les había faltado
durante aquellos largos años del desierto. Pero no estaban agradecidos en absoluto.
Moisés y Aarón escucharon las quejas de la multitud hasta que ya no pudieron
soportarlo más. Salieron de la presencia del gentío murmurador y entraron en la
presencia de un Dios santo.

Los líderes desconfiados (20:6–13)


Moisés y Aarón se apresuraron a ir a la tienda de reunión y se postraron sobre sus
rostros en la presencia de Dios, y se les apareció la gloria del SEÑOR (6). Después de la
hostilidad continua por parte de la multitud, esa revelación visible de la presencia de
Dios y la afirmación de su aprobación debió aliviar inmensamente a los dos líderes. Les
dijo a ambos que cogieran una vara, posiblemente la que había utilizado Moisés con
eficacia durante el peregrinaje, o la vara de Aarón, tomada de la presencia del SEÑOR en
la tienda de reunión (9) y que estaba guardada allí para tal ocasión “por señal a los
rebeldes”, para “cesar sus murmuraciones” contra el Señor (17:10).
Vara en mano, Moisés debía ponerse delante de una roca cercana y hablar (8) a la
roca en presencia de la multitud murmuradora. Lo único que Moisés tenía que hacer
era ser el portavoz de Dios y obrar tal como Él se lo había ordenado (9). Pero algo se
torció, porque, aunque salió agua suficiente de la roca y sació la necesidad del pueblo,
ocurrió a costa de ambos líderes.
Mientras bebían el pueblo y sus animales (11), el Señor les dijo a los dos líderes que,
a causa de lo que había ocurrido en la roca, tampoco entrarían en la tierra prometida.
Habían sufrido experiencias desagradables en el liderazgo, pero este era el peor golpe
de todos. Más tarde, Moisés le rogó al Señor que cambiara de opinión; la narración
sugiere por qué no se le concedió su petición.
En primer lugar, desobedecieron la orden de Dios. Aunque la escasez de agua desde
que salieron de Egipto se solventó con la orden del Señor de “golpearás la peña”, sus
instrucciones precisas esta vez en Cades no eran iguales. Aquí, se le dijo a Moisés
específicamente “hablad a la peña a la vista de ellos, para que la peña dé su agua” (8).
Se le dijo a Moisés que así sacaría para ellos agua (8), pero, extrañamente, no hizo lo
que se le ordenó.
140
Tomó la vara de la presencia del SEÑOR, tal como Él se lo había ordenado, pero, en
lugar de hablarle a la roca, habló a la congregación. A medida que se reunían ante él,
aprovechó la ocasión de llamarles rebeldes agresivamente y entonces golpeó dos veces
la roca en su presencia. Si hubiera hecho lo que se le había ordenado y hubiera hablado
a la roca, el agua que saldría habría sido una señal de la omnipotencia del Señor.
Solamente Dios podía convertir una palabra en un manantial.
En segundo lugar, hicieron mal uso de los dones de Dios. El Señor les había dado a
Moisés y a Aarón dos dones específicos: el del liderazgo y el de la comunicación. Aquí
hicieron mal uso del don de liderazgo. Como siervos del Señor, debían ser modelos de
obediencia sumisa. El pueblo esperaba que actuaran siempre tal como Él se lo había
ordenado. En la enseñanza que encierra Números, no hay nada más importante que
obedecer lo que dice Dios y aquí estaba Moisés, al final de su vida, no cumpliendo
exactamente lo que se le había ordenado. En ese momento, este gran líder con tantos
dones abusó de su don de liderazgo e hizo lo que él quería en lugar de lo que Dios había
ordenado.
También abusaron del don de la comunicación. Ambos hombres habían hablado
poderosamente para Dios a lo largo de su vida y las grandes cosas que el Señor les
había dicho se conservan para nosotros en las Escrituras. Ese día, en esa roca, Moisés
utilizó el don del discurso para arengar al pueblo en vez de exaltar al Señor. “En lugar de
hacer que la ocasión fuera una gozosa manifestación del control de Dios sobre la
naturaleza, la convirtieron en una escena de amarga denuncia”. El pueblo merecía que
se les llamase rebeldes, pero eso no era lo que el Señor quería que escucharan ese día.
Una muestra visible de su increíble misericordia fue empañada por la reprimenda de un
hombre que hablaba por cuenta propia. Cuando Dios otorga generosamente los dones
que necesitan sus siervos, no deben ser utilizados para la satisfacción personal o para
buscar la aprobación humana.
En tercer lugar, eclipsaron la gloria de Dios. La acusación del Señor fue breve, pero
directa: “vosotros no me creísteis a fin de tratarme como santo ante los ojos de los hijos
de Israel” (12). La falta de fe mantendría a la generación mayor fuera de la tierra
prometida y ahora incluso Moisés y Aarón habían fallado, porque no confiaron en la
palabra del Señor. Lanzaron al pueblo las palabras que ellos quisieron, cuando el Señor
había planeado una manifestación silenciosa de su poder único. La sed del pueblo fue
saciada, pero al Señor se le hurtó la oportunidad para que su nombre fuera exaltado
como Dios santo, misericordioso y generoso.
Por último, fueron un obstáculo para el pueblo de Dios. La gran multitud no merecía
la compasión divina, pero el Señor quería revelarla. Se fueron de ese lugar pensando
primeramente en lo que Moisés había dicho (“Oíd, ahora, rebeldes…”, 10) y hecho
(golpear la peña dos veces con su vara, 11). Los líderes habían reclamado la atención y
no la habían proyectado hacia el Señor. Si hubieran hablado a la peña, habrían
glorificado al Señor. Le quitaron al pueblo la oportunidad de adorar y alabar.
Moisés era un comunicador convincente y, durante estos años, el pueblo había
aprendido muchas cosas de su vida ejemplar y de su enseñanza fiel. Aquel día en Cades,
no tenía lecciones que enseñar excepto una trágicamente negativa: los que se niegan a
141
hacer lo que Dios dice reciben menos de lo que él quiere dar.

El vecino sin corazón (20:14–21)


Los israelitas esperaban irse pronto de Cades y viajar por el territorio edomita antes
de llegar a Canaán cruzando el Jordán. Moisés pidió permiso al rey de Edom,
reconociendo que un número tan grande de peregrinos podría ser alarmante para el
rey. A pesar de la petición repetida de Moisés, los edomitas negaron tajantemente el
paso al pueblo de Dios y mostraron su resistencia desplegando su ejército.
El retrato que hacen las Escrituras de los personajes principales está
maravillosamente equilibrado. Justo después de la historia decepcionante que contaba
cómo Moisés había fallado en la peña, esta breve narración del viaje describe algunas
de sus cualidades como negociador de gran talento. Hacía muchos años, el antiguo
príncipe de Egipto había aprendido algunas cosas acerca de las relaciones armoniosas
con otras naciones. Es un gran estratega que no hizo nada para poner su fe en peligro.
Podemos ver la sensibilidad de Moisés en las primeras palabras de su mensaje: “Así
ha dicho tu hermano Israel”. Descendientes directos de Esaú, el hermano gemelo de
Jacob, a estas personas les unían lazos familiares y se debía recordar esto a los
edomitas. Como es de suponer, el rey tendría miedo de que una multitud incontrolada
arrasara su tierra, pero quizás permitiera a sus hermanos lo que no dejaría a
extranjeros.
La compasión de Moisés también es evidente en la historia. Es sensible a los miedos
de Edom, pero está preocupado así mismo por los problemas de Israel. Le explica al rey
de Edom todas las dificultades que habían sobrevenido a los israelitas. La palabra
dificultades describe el cansancio y la extenuación extrema de los viajeros. Moisés había
utilizado esa palabra cuando comentó a su suegro lo cansados que estaban los israelitas
por las adversidades. Siente intensamente las tribulaciones de su pueblo y lo único que
quería era que llegaran a su destino lo más fácilmente posible.
El coraje de Moisés se demuestra en el gran testimonio que expresa a las personas
que no comparten su fe. En términos casi de credo, les cuenta lo bueno que ha sido el
Señor con su pueblo, compartiendo su sufrimiento (“los egipcios nos maltrataron a
nosotros”, 15), contestando a sus oraciones (“oyó nuestra voz”), anticipando sus
necesidades (“envió un ángel”) y llevando a cabo su liberación (“nos sacó de Egipto”,
16). Aunque quería estar a buenas con un rey que no creía en el Señor, no se
avergonzaba de expresar su deuda infinita con un Dios amante.
La diplomacia de Moisés se evidencia en un mensaje exquisitamente elaborado.
Pidió que esta enorme caravana de viajeros pudiera pasar por Edom con la condición de
que no caminaran por los campos, entraran en los viñedos o bebieran agua de sus
pozos. Prometieron pasar exclusivamente por el camino real, un antiguo camino entre
Damasco y el golfo de Aqaba, utilizado por comerciantes durante siglos. Aseguraron a
los edomitas que, aunque eran muchos, eran una comunidad disciplinada que no se
volverían ni a la derecha ni a la izquierda hasta que hubieran cruzado su territorio.
La persistencia de Moisés era necesaria, porque los edomitas amenazaron con
142
resistir con su ejército si el pueblo de Dios pisaba su tierra. Moisés no podía ser
disuadido tan rápidamente. Merecía la pena intentarlo de nuevo, porque él sabía
cuánto tiempo y esfuerzo físico se ahorrarían si pudiera convencer al rey de Edom para
que cambiara de opinión. Quizás este monarca estuviera genuinamente preocupado
por las enormes cantidades de agua tan preciada que serían consumidas mientras
pasaba la comunidad y sus animales. Así que Moisés anticipó ese problema y garantizó
firmemente que cubrirían los gastos del agua. Pero sus hermanos sin corazón fueron
firmes (“Tú no pasarás”) y dejaron clara su postura amenazando con usar la fuerza, con
mucha gente y con mano fuerte (20).
La fe de Moisés fue probada, porque esto supuso otra gran decepción. La negativa
de Edom significaba que la multitud hastiada debía ir hacia el sur, marchando en
dirección opuesta a Canaán, rodear el territorio edomita y añadir muchos kilómetros al
largo viaje. A Moisés, le resultaría difícil entender por qué un Dios omnipotente no
había tocado el corazón y cambiado la voluntad del rey de Edom. No siempre podemos
entender por qué nuestras oraciones no son contestadas de la forma que esperamos o
por qué el camino ante nosotros parece lleno de obstáculos, pero Dios conoce el futuro
y está seguro en sus manos soberanas.
La resistencia de Edom a la petición de Israel se incluyó en la historia como un
rechazo despiadado al pueblo de Dios. El hecho de negarse a una oportunidad
compasiva tiene su propia advertencia; el egoísmo presente invita al juicio futuro
(24:18–19). Las palabras violentas del rey (“para que no salga yo con espada a tu
encuentro”) tuvieron su castigo siglos después.

El sucesor escogido (20:22–29)


Frustrado por este cruel rechazo, el pueblo de Dios comenzó el tedioso desvió fuera
de la tierra de Edom y llegaron al monte Hor. Con un profundo presagio, la multitud de
Israel vio cómo subían a la montaña Moisés, Aarón y Eleazar. Más tarde, se enteraron
de que, en la cima, Aarón fue despojado de sus ropas ceremoniales, que pasaron a
Eleazar (26–28). El acto simbolizaba la transferencia del liderazgo sacerdotal de una
generación a la siguiente, exactamente como lo había ordenado el Señor. Era una
confirmación más para la comunidad israelita de que lo que el Señor había planeado y
provisto estaba ocurriendo. Los dos líderes ancianos no entrarían en la tierra, pero las
realidades espirituales para las que habían trabajado y orado sí tendrían lugar. “Dios
entierra a sus obreros, mas su obra continúa”.
Eleazar bajaba de la montaña con los ropajes de un sumo sacerdote de Israel. La
comunidad que esperaba abajo sabía que, aunque ahora tenían otro líder espiritual, los
mismos ideales seguían en pie. Dios había provisto para que continuara la vida
espiritual de su pueblo, anunciando que las responsabilidades de los sacerdotes debían
ser apoyadas por los hijos de Aarón.
Aquí tenemos más pruebas que muestran que se puede confiar en la palabra de
Dios y en su promesa de quedarse con su pueblo para siempre. Las circunstancias de
Israel cambiarían y el contexto de su servicio variaría en gran manera durante los siglos,
143
pero el pueblo obediente pasaría su verdad de una generación a otra. La imagen del
sucesor escogido de Aarón era otra prueba visible más de la provisión constante de
Dios, sus propósitos soberanos y su presencia continua. Solamente les había dejado
Aarón, Dios no.

Los agresores derrotados (21:1–3)


Los problemas de Moisés no habían terminado, ni mucho menos. Un rey cananeo se
dio cuenta de que los israelitas se acercaban y, sin piedad, decidió atacar a los viajeros y
hacer prisioneros. Fue la primera experiencia de derrota que tuvo Israel desde que
atacaron el sur de Canaán casi cuarenta años antes, ignorando las órdenes de Dios. Eso
ocurrió en Horma, que significa “destrucción” (14:45). Aquí tenemos la historia de la
segunda parte de Horma. El Señor les animó diciendo que, si obedecían, cambiaría la
fortuna de sus anteriores fracasos. Este fragmento histórico se convirtió en una
parábola reconfortante. Años después, un profeta lo expresó con elocuencia: el Señor
estaba compensándoles por los años que habían comido las langostas. Por medio de
este encuentro inesperadamente temprano con los soldados cananeos, el pueblo de
Dios aprendió algunas lecciones cruciales.
En primer lugar, oraban. En el acercamiento a los edomitas, no se menciona la
oración para que el Señor les hiciera pasar con seguridad por la tierra. No debemos
suponer que, porque no se mencione, no buscaron la voluntad del Señor, pero fuera lo
que fuera que hicieran con el rey de Edom, ante lo que hizo el cananeo, el rey de Arad
(1), sí oraron. Había tomado prisioneros israelitas y la comunidad llevó su problema
ante la presencia de Dios. Varias décadas antes, en Horma, la generación mayor había
desoído la palabra de Dios e hizo exactamente lo que quisieron, con desastrosas
consecuencias. Ahora, el pueblo había decidido actuar con más responsabilidad.
Estaban afligidos porque el número de personas se había reducido y buscaron al Señor
de todo corazón, y Dios oyó… la voz de Israel (3).
En segundo lugar, estaban decididos. Hicieron un voto al SEÑOR y dijeron que, si
vencían a los cananeos, destruirían a todos los prisioneros y sus posesiones. Es decir, no
se quedarían con nada, sino que expresarían su deuda al Señor ofreciéndoselo todo. Era
una forma simbólica de poner a Dios primero y, a diferencia de algunos de sus
sucesores, cumplieron su palabra.
En tercer lugar, estaban animados. Esta victoria inicial fue ganada en lugar de una
derrota anterior. El Señor les estaba asegurando que, en el futuro, las cosas serían
diferentes. Cuando el Señor les entregó a los cananeos (3), fue una inyección de moral.
Esta primera conquista supuso el primero de muchos triunfos posteriores (21:21–25).
En la frontera de Canaán, el Señor les estaba confirmando que la vida es diferente por
su gracia y su poder.
Moisés no podía olvidarse aún de todos sus problemas. Habría tristeza en el futuro,
pero por lo menos en este momento se regocijó por recibir estos ánimos que tanto
necesitaba. Gracias a todos los logros, especialmente en este apartado del libro, Moisés
aparece como una persona muy humana, con debilidades y desengaños naturales.
144
Lutero se gozaba porque estas grandes personalidades bíblicas eran seres como
nosotros, con las mismas faltas, pero sostenidos por idéntica gracia:
Moisés fue un gran profeta santo que hablaba con Dios, quien transmitía la
ley por medio de Él al pueblo de Israel. Sin embargo, por muy santo que fuera,
era un pecador al fin y al cabo, y le fue prohibida la entrada a la tierra
prometida… Aarón también estaba manchado de pecado. En resumen, en todos
los santos, desde Adán hasta nuestros días, detectamos fallos… todos los santos
tenían manchas y desperfectos en su carácter. Pedro negó a Cristo; Pablo le
persiguió. Si no hubieran estado bajo la gracia y el perdón, el diablo les habría
manchado, y a nosotros también.

Vida por una mirada


Números 21:4–9

Después del cambio de fortuna en Horma, quizás imaginemos que el pueblo


israelita estaría jubilosamente agradecido. Horma se había convertido en la imagen de
conquista triunfante (21:3) en lugar de un rotundo fracaso (14:45). La derrota del rey de
Arad quizás sea un prototipo para una empresa militar futura: orar, honrar a Dios y
confiar en él para asegurarse la victoria. El pueblo de Israel podría hacer frente al futuro
con confianza optimista.
Sin embargo, el pueblo de Israel se impacientó, obligados por las duras
circunstancias de rodear la tierra de Edom (4). Pocas semanas después de dar gracias
porque sus vidas habían sido perdonadas, se estaban quejando de nuevo de que su
comida era poco apetitosa (5). El terreno era difícil. Lawrence de Arabia lo describió
como “desesperación y tristeza, más profunda que cualquier desierto que hubiéramos
cruzado antes… había algo siniestro, algo activamente malvado en este Sirhan infestado
de serpientes, con agua salada, palmeras estériles y arbustos que no servían ni como
pasto ni como leña”.
Antiguamente, la zona era conocida por sus serpientes venenosas. Durante la
campaña de Egipto, el ejército de Asarhadon tuvo que tratar con sus “serpientes de dos
cabezas cuyo ataque significaba la muerte”. Lawrence, quien fue testigo de “el horror
escalofriante de todos los reptiles”, hizo especial mención a su presencia en esta región:
… la plaga de serpientes que nos ha acompañado desde que entramos por
primera vez en Sirhan llegó a un máximo memorable hoy y se convirtió en
terror… este año, el valle parece estar infestado de víboras cornudas y víboras
bufadoras, cobras y serpientes negras. Era peligroso desplazarse por la noche y,

145
al final, descubrimos que era necesario andar con palos, pegando a los arbustos
mientras pasábamos descalzos con cautela… nos irritaron tanto, que incluso el
más valiente de nosotros tenía miedo de pisar la tierra.
La experiencia que tenía Israel con estos reptiles letales les hizo despertar a la
realidad. El texto familiar de la serpiente de bronce describe la provisión sanadora del
Señor para esta malhumorada multitud. Tras su uso gráfico por el Señor Jesús para
ilustrar los efectos de salvación de su muerte en la cruz, la historia fue interpretada
imaginativamente por maestros cristianos primitivos.530 El pasaje tiene aspectos
importantes que decir sobre el pecado, la adversidad y la misericordia.

La gravedad del pecado (21:4–5)


La referencia a la impaciencia de Israel significa literalmente que su “alma fue
acortada”, una palabra que se utiliza más tarde para describir la reacción de Sansón por
la irritante persistencia de Dalila: “ella le presionaba diariamente con sus palabras y le
apremiaba, su alma se angustió hasta la muerte”. El pueblo estaba irritable y
malhumorado, deprimido por tener que realizar tan largo camino alrededor de la tierra
de Edom. Cansados físicamente y estresados emocionalmente, se volvieron
espiritualmente áridos. Frustrados y cansados, no tardaron en repetir su habitual recital
de quejas. Era casi todo más de lo mismo, excepto que, en lugar de echar la culpa a los
líderes, acusaron directamente al Señor: el pueblo habló contra Dios y Moisés (5). Su ira
se expresó en forma de resentimiento por su pasado preferible, su negro futuro y su
presente frugal.
En primer lugar, sentían nostalgia por el pasado. En vez de regocijarse por la
reciente victoria, pensaron de nuevo en las ventajas que tenían en el pasado. Una vez
más, desearon no haber salido de Egipto. Echaron la culpa tanto a Dios como a Moisés
por privarles de una vida mejor en cautiverio: “¿Por qué nos habéis sacado de Egipto?”
(5).
Es una acusación irreverente: ¡Si tan sólo hubieran podido alterar el milagroso plan
de salvación de Dios y volver al régimen opresor de la esclavitud egipcia! Volvieron la
espalda a los poderosos actos de liberación del Señor y desearon que no hubiera hecho
un pacto con ellos en Sinaí como su salvador y soberano. Era una observación casi
blasfema; es difícil prever lo bajo que podía caer esta voluble multitud.
En segundo lugar, tenían miedo al futuro. A diferencia de sus predecesores, sus
cuerpos no habían sido esparcidos por el desierto en Horma (14:45), pero, una vez más,
suspiraban por la inevitabilidad de la muerte. Su única imagen del futuro cercano era un
funeral en el desierto: “¿Por qué nos habéis sacado… para morir en el desierto?”. El
hecho de que, después de esto, se quejaran de la comida y el agua sugiere que muchos
de ellos estarían temiendo pasar hambre o deshidratarse. Es una triste demostración de
su falta de fe en Dios, quien había suplido todas sus necesidades durante décadas.
En tercer lugar, estaban resentidos por el pasado. No sólo echaban de menos la
dieta variada de Egipto (11:5; 20:5), sino que también odiaban la monótona comida que

146
Dios había provisto: “no hay comida ni agua, y detestamos este alimento tan miserable”
(5). La provisión fiable, nutritiva, de maná fue tachada de “miserable” y “liviana” (Reina
Valera 1960) y, una vez más, se entristecieron porque ellos no vieron nada “excepto
este maná” (11:6). El adjetivo tan despectivo que utilizaron para describir el maná no se
encuentra en ningún otro lugar del Antiguo Testamento. Viene de una raíz que significa
“menudo” o “insignificante” y se refiere a comida de poca importancia. No podrían
haber ridiculizado más la generosidad del Señor.
Un psicoterapeuta ha hablado acerca de los problemas básicos que llevan a las
personas a buscar ayuda y los identifica como “los cuatro temibles”. Los mismos que
aparecen en esta narración: el resentimiento (“¿Por qué nos habéis sacado de Egipto?”),
el miedo (“para morir en este desierto”), el ensimismamiento (“detestamos este
alimento tan miserable”) y la culpabilidad (“Hemos pecado, porque hemos hablado
contra el SEÑOR”). El descontento del pueblo tenía una serie de defectos espirituales.
En primer lugar, no reconocieron su poder. Su liberación de Egipto demostró su
omnipotencia y ahora se lamentaron de que hubiera ocurrido. ¿Cómo podía alguien ser
testigo del asombroso milagro en el mar Rojo y no creer que el Señor estaba de su
lado? Incluso entonces se quejaban de que iban a morir en el desierto, aunque Dios
tuviera mejores cosas reservadas para ellos.
En segundo lugar, no apreciaron su generosidad. Desde la liberación dramática de la
tiranía de sus opresores, el Señor les había dado de comer con este regalo caído del
cielo. El maná había sostenido al pueblo de Israel durante las últimas cuatro décadas.
¿No podían darle gracias por su provisión milagrosa en lugar de criticar sus limitaciones
dietéticas? La ingratitud no tiene cabida entre creyentes; son los paganos los que no
dan gracias, no los cristianos.
En tercer lugar, no reconocieron su misericordia Dios les había dado de comer maná
los días en los que menos se lo merecían. Y eso no como una recompensa por su
fidelidad, ya que habían recibido el maná durante el tiempo de rebelión y apostasía
además de en el tiempo de satisfacción agradecida.
En cuarto lugar, no aceptaron su soberanía. Aún les irritaba que la generación
mayor no vería la tierra prometida, pero no mejorarían las cosas murmurando
continuamente. El Señor no les estaba impidiendo entrar en Canaán por venganza, sino
para preparar una mejor comunidad para los duros días que tenían por delante.
Multitudes de murmuradores persistentes no habrían sido una fuerza competente para
una invasión. La vida no siempre nos da exactamente lo que queremos y la mayoría de
nosotros sufrimos desilusiones inevitables. Cuando nos encontramos en medio de
circunstancias y no tenemos el poder para cambiarlas, no ayuda en absoluto hacer que
la vida sea un canto fúnebre continuo.
Por último, no confiaron en su palabra. A la comunidad del desierto, se le daba
mejor enumerar sus penas que contar sus bendiciones. El Señor había prometido suplir
sus necesidades y no debían olvidar su fidelidad, despreciar su cuidado y negar su
providencia. Eran sus hijos amados, una verdad atesorada por los profetas más
adelante,539 y no permitiría que nada les acaeciera fuera de su soberana voluntad.

147
Los bienes de la adversidad (21:6–7)
Algunas personas aprenden a soportar pruebas insignificantes solamente al
enfrentarse a problemas mayores. Cansado de sus quejas continuas y del rechazo de
sus misericordias de salvación, el SEÑOR envió serpientes abrasadoras entre el pueblo, y
mordieron al pueblo, y mucha gente de Israel murió (6). En la vida humana, la
adversidad no suele estar sola; normalmente, viene acompañada por una comprensión
que no siempre se percibe en tiempos mejores. Algo de esto se aprecia en esta historia
dramática.
En primer lugar, los amigos se apoyan unos a otros. Cuando el pueblo comenzó a
morir por las mordeduras de estas serpientes venenosas, se volvieron a Moisés
instintivamente. Unas horas antes, habían hablado en su contra (5); ahora, les faltaba
tiempo para llegar a él. Sus compañeros, los murmuradores, tenían espíritus rebeldes y
lenguas maliciosas, pero tales amigos no ayudan en medio de un grave problema. Se
volvieron a un hombre de Dios que pudiera escuchar sus aflicciones e identificarse con
su angustia. Cuando nosotros pasamos por experiencias difíciles, amigos fiables son un
alivio inmenso. Los sabios de Israel hablaron a menudo acerca del gran valor de tener
buenos amigos y animaban a los santos a cultivar las cualidades de una amistad de la
que se pudiera depender. El Hijo de Dios valoraba a sus amigos.541 A medida que se iban
acercando sus horas más solitarias, dio las gracias a sus discípulos por su amor genuino
y su discernimiento durante las intensas presiones de la vida.
En segundo lugar, el pecado es destructivo. Estaban descontentos y por eso
acusaron a Dios y hablaron agresivamente a su siervo. La preocupación egoísta del
ensimismamiento humano es así. Lo mejor para combatir la rebeldía es un problema
inesperado o algo que se escapa del control. La adversidad permite que el sufridor
distinga entre lo trivial y lo crucial, lo marginal y lo central. Las mordeduras letales de
las serpientes abrasadoras serían más persuasivas que toda la elocuencia de los líderes
de Israel. Allí, en sus camas, agitados por la fiebre y sintiendo que la vida se les
escapaba de las manos, no les pareció difícil decir “Hemos pecado”.
En tercer lugar, la oración es crucial. Habían estado arrojando a Dios sus incesantes
quejas y tenían que ser representados ante su trono por alguien que pudiera acercarse
al Señor por ellos. El líder difamado se convirtió en el intercesor que necesitaban con
urgencia. La adversidad filtra nuestras prioridades. Ya no estaban interesados en
provisiones culinarias más refinadas. Sabían que Moisés era amigo de Dios y pidieron
algo que ahora importaba más que la comida o la bebida. Los problemas alteraron sus
valores y dieron nueva forma a sus ambiciones. P. T. Forsyth explicó que “el propósito
final de Dios en todos los problemas” es acercarnos a él: “el maestro carpintero, cuando
une dos tablas, las mantiene agarradas fuertemente hasta que fragua el cemento… Así
ocurre con las calamidades, depresiones y desilusiones que nos aplastan y nos unen
más a Dios. La presión que hay sobre nosotros se mantiene hasta que la unión del alma
con Dios se ha fraguado”. Nadie podía negar que estos israelitas, amenazados y
moribundos, estaban “agarrados fuertemente”. Le rogaron a Moisés que intercediera
148
ante Dios: “intercede con el SEÑOR para que quite las serpientes de entre nosotros” (7).
Nuestro mundo necesita urgentemente intercesores informados. Millones de
nuestros contemporáneos no oran casi ni para ellos mismos. Líderes mundiales,
políticos, economistas, educadores, planificadores y tecnólogos toman importantes
decisiones y casi nunca consideran la responsabilidad de la oración. La sociedad
contemporánea excluye a Dios cada vez más y algunas de las personas que nunca oran
necesitan un intercesor. Millones de niños en el mundo viven en familias en las que el
nombre de Dios no se glorifica y no tienen a nadie que ore por ellos. El 85% de los niños
y jóvenes del Reino Unido no tienen ninguna conexión importante con una iglesia local
u organización cristiana. ¿No podrías orar específicamente por un niño que no recibe
oración, para que él o ella sean traídos ante Cristo?

El milagro de la misericordia (21:8–9)


Los viajeros estaban rodeados de gente moribunda y no podían hacer nada. Moisés
intercedió por el pueblo (7) y Dios contestó su oración: “Hazte una serpiente abrasadora
y ponla sobre un asta; y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá”
(8).
Esta descripción de lo que debían hacer las personas moribundas en medio de su
dolor muestra algunas dimensiones cruciales de la misericordia divina. Si recordamos la
interpretación de Jesús en su conversación con Nicodemo, la narración presenta un
paradigma de salvación del Antiguo Testamento.

Una provisión única


Nadie podía dudar de que este milagroso acto de salvación viniera del Dios de Israel
que actuaba con misericordia, poder y sabiduría.
En primer lugar, este milagro en el desierto era una prueba de la misericordia de
Dios. Quien sanaba a las personas no era la estatua, sino el Señor, que había planeado
su liberación. Un intérprete judío dijo que estos peregrinos recibieron una “muestra” de
la salvación de Dios y que “el que se volvía a mirarla no era sanado por lo que veía, sino
por el Salvador de todos”. A través de los siglos, las personas siempre han sentido la
tentación de darle importancia al símbolo en lugar de glorificar al Señor y, como
veremos más adelante, el uso que hizo Israel de esta serpiente de bronce es un triste
ejemplo de una adoración tan fuera de lugar.
En segundo lugar, este milagro del desierto era una expresión del poder de Dios.
Esta fue la última vez que los viajeros se sintieron nostálgicos por las cosas atractivas de
Egipto (5). Currid cree que el hecho de que el Señor utilizara un asta y una serpiente
enfatiza la impotencia de los recursos humanos. Los estandartes e insignias de Egipto
eran objetos sagrados revestidos de poder divino y el pueblo “veneraba a la serpiente
tanto por su peligrosidad como por la protección que presentaba”. Aquí, en esta escena
de debilidad humana y muerte próxima, el Señor estaba utilizando deliberadamente
símbolos de poder egipcio conocidos por el pueblo, en “una escena de provocación
149
polémica… Tanto la serpiente como el estandarte eran símbolos del poder y la
soberanía de los dioses de Egipto. Pero, en Números 21, reflejan la omnipotencia de
Yahvé y de nadie más. Sólo Él puede proteger y sanar al pueblo… Aunque muchos
israelitas desean volver a Egipto, los dioses egipcios no pueden hacer nada por los
hebreos”.
En tercer lugar, el milagro del desierto era un ejemplo de la sabiduría de Dios. El
Señor escogió esta forma inusual para convencer al pueblo de que solamente él les
podía curar. Calvin señala que, de entrada, nada podía ser más “poco razonable” que el
hecho de que ver una serpiente abrasadora “extirpara el veneno mortal”. Pero “este
aparente absurdo es la mejor forma de evidenciar la gracia de Dios”. Si Dios
simplemente hubiera quitado las serpientes, los israelitas incrédulos lo habrían
achacado todo a “un acontecimiento accidental y a que el mal había desaparecido por
motivos naturales”. Si Dios hubiera solucionado el problema proveyendo algo para
poner sobre las mordeduras, “similar a remedios adecuados”, habrían atribuido su
curación a la medicina adecuada y “el poder y la bondad de Dios habrían quedado
relegados a un segundo plano”. Para convencerles de que estaban en deuda solamente
con la misericordia y el poder de Dios, “se escogió un modo de conservación que
chocaba con la razón humana y era casi motivo de risa”. Cuando las personas miraban a
la serpiente de bronce y se empezaron a curar, nadie podía dudar de que sólo el Señor
fuera su sanador.

Completamente inmerecida
Aquí tenemos salvación para los pecadores. Las víctimas no se salvaban por su
devoción religiosa, logros morales o excelencia espiritual. Eran rebeldes, culpables de
impaciencia, ira, incredulidad, rebelión, crítica, resentimiento e ingratitud (4–5). Habían
insultado públicamente al Dios que les había bendecido y habían criticado a su siervo
directamente; sin embargo, aquí estaba el Señor ofreciendo una vía de escape. Ahora,
en medio de su angustia, estas personas desleales ya no estaban desasosegados por sus
trivialidades; se habían olvidado de los placeres de Egipto y de los inconvenientes del
desierto. Sus preocupaciones presentes eran, literalmente, cuestión de vida o muerte.
Esta historia gráfica es una parábola incomparable de la maravillosa gracia de Dios.
Él ofrece su don de salvación a rebeldes que no se lo merecen, que han despreciado sus
regalos, rechazado su misericordia, despreciado su palabra y difamado su nombre. El
aristócrata intelectual y fanático que guardó las ropas de los asesinos de Esteban se
enfureció con la audacia de los predicadores cristianos primitivos que proclamaban la
singularidad de Cristo. Estaba obsesionado con poner fin a su misión y empezó a
ejecutar a los líderes, a encarcelar a los seguidores y a acallar su testimonio. Con todo,
aunque lanzaba amenazas de muerte con sus labios, el Señor glorificado se encontró
con él mientras llevaba a cabo su empresa de odio y amargura: “Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues?”. No sorprende, pues, que el apóstol pudiera escribir más adelante
acerca de la demostración única del amor divino por medio de la obra de Cristo:
“Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”.
150
En el evangelio de Juan, la enseñanza de Cristo que precede a la ilustración de la
serpiente de bronce deja claro que su salvación estaba destinada a personas que no se
lo merecían en absoluto. Al igual que los contemporáneos de Jesús, nuestra vida está
deteriorada por nuestra ignorancia espiritual, el rechazo decidido de Cristo,553 la
superioridad social, el materialismo grotesco555 y la incredulidad, pero, como con los
rebeldes del desierto, Dios elige salvar a aquellos que menos se lo merecen.557

Urgentemente necesaria
A muchos se les estaba escapando la vida entre sus manos. El letal veneno estaba
acabando con ellos e iban a morir dentro de unas cuantas horas. No era momento para
la reflexión, la postergación o el debate. Quizás, otros habrían tenido tiempo de discutir
si el impacto visual de un objeto metálico podría tener valor terapéutico, pero esto no
era un tema para los moribundos. Si querían vivir, debían mirar y hacerlo sin tardar ni
un instante. La crisis inesperada hizo que reflexionaran sobre los valores de la vida. La
enfermedad consigue eso en la vida de cualquiera. C. S. Lewis nos recordó que “el dolor
demanda atención. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla a nuestra
conciencia, pero grita en medio del dolor; es su megáfono para llamar la atención de un
mundo sordo”. El dolor “es un instrumento terrible; puede llevar a una rebelión final y
sin arrepentimiento. Pero… quita el velo; planta la bandera de la verdad dentro de la
fortaleza de un alma rebelde”.
Los peregrinos angustiados que miraron en medio de su enfermedad no sólo fueron
sanados, sino que también escaparon de la condenación de la incredulidad. La imagen
de la serpiente de bronce tiene un contexto innegable de juicio en el cuarto evangelio.
El que mire a Cristo no se perderá y “no es condenado”, pero “la ira de Dios permanece”
sobre aquellos incrédulos que rechazan al Hijo de Dios.

Buscada de todo corazón


En medio de sus graves problemas, el pueblo mostró su cambio de actitud con dos
elementos: el arrepentimiento y la confesión de pecados. Quienes tenían las fuerzas
para hacerlo llegaron a la tienda de Moisés, reconociendo: “Hemos pecado, porque
hemos hablado contra el SEÑOR y contra ti” (7). El arrepentimiento es, literalmente, “un
cambio de actitud”. A causa de este desastre letal, modificaron su actitud hacia Dios, la
vida y la comida. Dios probaría que es un sanador compasivo (8–9) en lugar de un
proveedor decepcionante (5). La vida puede ser una oportunidad privilegiada y no una
carga inaguantable. La comida puede ser un don en vez de una preocupación idólatra.
Al sufrir problemas, habían cambiado su actitud hacia los motivos de queja, dificultades
presentes y perspectivas de futuro.

Intercedidos por gracia


Cuando el pueblo se arrepintió, Moisés intercedió. El líder que había sido atacado se

151
convirtió en el mediador compasivo. “Intercede con el SEÑOR para que quite las
serpientes de entre nosotros. Y Moisés intercedió por el pueblo” (7). Los rebeldes habían
hablado tan agresivamente contra Dios, que sintieron la necesidad de un mediador. El
Señor, que se había entristecido por las palabras de rechazo por parte de la multitud,
escuchó la petición que hizo Moisés de todo corazón para que fueran salvados. Los
cristianos se regocijan porque tienen un Mediador sumamente mayor que Moisés.

Garantizada por Dios


Dios respondió a la oración de Moisés hablando. El milagro se inició, se llevó a cabo
y se refrendó por la palabra única de Dios. El Señor ofreció a Israel una garantía verbal y
visual de su poder salvador, con palabras y señales. Escucharon su promesa y se les
ordenó que construyeran esta serpiente de bronce, una señal exterior de su liberación
misericordiosa. Dios declaró que, si miraban, serían sanados; ellos tenían que cumplir su
parte: confiar en lo que había dicho. La promesa de Dios transformó la escena
devastadora. Los artesanos de Israel podrían haber hecho cualquier número de
serpientes de cobre para que las personas las tomaron en las manos y todas las
impotentes víctimas habrían muerto. Esto habría sido simplemente magia o
superstición sin valor, no una intervención milagrosa, como en esta narración. La señal
visible alentó su fe en la promesa que Dios había hecho. Como dijo Lutero:
la serpiente que Moisés erigió en el desierto no dio vida por su carácter
inherente… sino que la Palabra que se añadió a esa serpiente abrasadora daba
vida porque Dios ordenó que se construyera la serpiente y añadió: “cuando todo
el que sea mordido la mire, vivirá”. Esta palabra no se tiene si se hace una
serpiente de bronce hoy en día… y la razón de la sanidad era… la orden de Dios…
y la promesa de liberación.
La salvación de todos los creyentes depende de esa palabra salvadora de Dios. Los
cristianos afirman la verdad bíblica de que quienes se arrepienten de sus pecados y
confían en el Cristo que murió por ellos serán salvos.

Disponible para todo el mundo


No había trato preferente entre los que estuvieran sufriendo por una mordedura
potencialmente letal. Los sacerdotes y levitas tenían exactamente la misma necesidad
que los que pertenecían a otras tribus: “cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá”
(8). Cuando Jesús recordó a Nicodemo esta conocida historia, le aseguró que la palabra
“todo” gloriosamente incluía a todos. Quizás, en otros contextos, sí tengan significado
raza, sexo, logros, estatus o experiencia, pero no en la búsqueda de la salvación eterna.
Este regalo inmerecido de vida eterna es para “todo aquel que cree”. Sin excepciones.
Los que son excluidos son los que deciden no volverse hacia el Cristo que salva.

152
Destinada personalmente
Todos podían mirar, pero no todos lo hicieron. Lo único que hacía falta era una
mirada que creyera y la sanación estaba asegurada. No se requería nada más; no se
podía hacer de otra manera. La simplicidad quizás disuadiera a algunos; el evangelio
aún es una ofensa para los sabios. Era típico del Señor darle a este pueblo atemorizado
una oportunidad de creer en su palabra sin forzar la capacidad intelectual. Tanto podía
hacerlo el miembro más joven de la comunidad como el viajero más anciano. Fuertes o
débiles, eruditos o ignorantes, ricos o pobres, todos dependían por igual de esa mirada
única hacia la réplica de bronce de la temida serpiente.

Inmediatamente eficaz
Mirar significaba vivir inmediatamente: cuando una serpiente mordía a alguno, y
éste miraba a la serpiente de bronce, vivía (9). No había otra cura que produjera una
transformación instantánea. Dios les sanaba inmediatamente para que nadie pudiera
negar que fuera sólo él quien lo hacía. Primero, el veneno letal se abría paso por sus
venas con un único resultado: la muerte. Pero la fe en el Señor, quien les había dicho
que miraran, y la voluntad de hacerlo contrarrestarían su infección, garantizarían su
curación, transformarían su vida y cambiarían su destino. Sólo existía una mirada entre
la muerte inevitable y la vida prometida.
Los que miran a Cristo para tener salvación la reciben en el momento en el que
creen. El evangelio que conservó esta historia de la serpiente de bronce también habla
de la promesa que hizo el Salvador de “que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga
vida eterna”. Al principio del cuarto evangelio, Juan el Bautista animaba a sus
contemporáneos a mirar a Jesús como el cordero de Dios;566 al final del evangelio, un
escéptico fue invitado a mirar las manos de Cristo, con las señales de los clavos. El
hombre que había dicho “Si no veo en sus manos la señal de los clavos” vio y creyó.
El incidente del desierto es alegórico. Invita a cualquiera que sea consciente del
poder y el castigo del pecado a mirar a Cristo. Por desgracia, a lo largo de los siglos, las
personas han mirado a otras partes a menudo para suplir su necesidad espiritual.
Algunos lo han hecho a sus propios logros morales, mientras que otros, paralizados por
el pecado, han mirado a sus pecados desesperadamente. Muchos se han vuelto a otras
personas para encontrar ayuda, incluso las buenas personas, pero personas que, al fin y
al cabo, no pueden hacer nada.
En la Inglaterra del siglo XVII, George Fox comenzó buscando en el lugar equivocado.
Estaba angustiado por sus pecados y requirió la ayuda de un responsable de la iglesia.
“Fuma tabaco y canta salmos” fue lo único que le pudo aconsejar como remedio para
su culpabilidad. Fox “intentó razonar con él acerca del problema de la desesperación y
las tentaciones, pero él no sabía nada de mi condición… El tabaco no me gustaba; y los
salmos… no podía cantarlos”. Peor aún, el clérigo traicionó su confianza y ridiculizó su
remordimiento: “Contó mis problemas y mis penas a sus siervos, así que se enteraron
153
las lecheras; esto me apenó profundamente, que abriera mi corazón a tal persona… y
esto me trajo más problemas aún”. Fox recibió ayuda cuando se volvió a Cristo en lugar
de a los religiosos:
Cuando se desvanecieron todas las esperanzas que tenía puestas en ellos, en
los hombres, cuando no me quedaba nada exterior que me ayudara y no sabía
qué hacer; entonces escuché una voz, que dijo: “Hay uno, Cristo Jesús, que
puede hablar a tu situación”. Y cuando escuché esto, mi corazón saltó de alegría.
Entonces, el Señor me hizo ver por qué no había nadie en la tierra que pudiera
hablar a mi situación: para que le diera toda la gloria a él.
Una mañana gris de enero en 1850, un adolescente de Essex, que se sentía culpable,
escuchaba a un predicador, que no conocía, que comentaba un texto de Isaías: “Volveos
a mí y sed salvos… porque yo soy Dios, y no hay ningún otro”. En esa iglesia metodista
antigua en Colchester, el joven Charles Haddon Spurgeon miró y encontró una nueva
vida en Cristo.
Jesús explicó a sus discípulos que, al igual que esa serpiente de bronce en el
desierto, él también sería “levantado”. Moriría por una muerte de sacrificio en la cruz.
Si los hombres y las mujeres dejaban de mirar sus pecados, el esfuerzo humano y la
dependencia de cumplir normas religiosas o logros morales, podrían ser liberados del
poder del pecado y el temor a la muerte, y recibir el don inmerecido de la vida eterna.
Su “levantamiento” era una referencia directa a su muerte por crucifixión. Con este
milagro de misericordia divina, millones de personas a lo largo de la historia mirarían y
vivirían.

Posdata
Esta memorable historia tiene una secuela que ofrece una lección. Las bendiciones
más grandes pueden venir de las peores tentaciones; las cosas más hermosas pueden
ser corrompidas por el pecado humano. Mientras los israelitas levantaban el
campamento y “partieron” (10), nadie podía imaginar que, un día, la serpiente de
bronce se convertiría en una distorsión idólatra. Los peregrinos estarían tan
impresionados con el milagro y tan agradecidos por la misericordia que representaba,
que se lo llevaron con ellos a Canaán. Israel hizo con la serpiente de bronce lo mismo
que Gedeón con el efod de oro: “vino a ser ruina”.
Unos 700 años después de su milagrosa liberación de aquellas mordeduras letales,
otro tipo de veneno estaba infectando la vida espiritual del pueblo de Dios. La serpiente
de bronce que había fabricado Moisés se convirtió en un ídolo, al igual que las piedras
sagradas y los pilares de Asera de la religión cananea. El pueblo empezó a “quemar
incienso ante él”. Seguramente, lo “levantaron en el patio del templo, donde se podía
ver y adorar”, y donde “el que ofrendaba podía mirar a la serpiente, esperando repetir
el milagro mosaico de la sanación… Además, puesto que los cananeos consideraban a la
serpiente un objeto de culto de vida y fertilidad renovada, con el tiempo quizás se

154
convirtió en un puente a la adoración pagana dentro del mismo templo”. Durante un
período de reforma espiritual, el rey Ezequías reconoció su uso idólatra y ordenó
sabiamente su destrucción.574
Es un recordatorio triste, pero necesario, de que, por muy significativos que sean,
los símbolos externos pueden convertirse en “sustitutos de salvación”, trágicas
realidades engañosas. A pesar de su entusiasmo contagioso y testimonio heroico, al
cabo de poco tiempo algunos primitivos maestros cristianos empezaron a confiar en
ceremonias religiosas, buenas obras, generosidad caritativa o logros morales en lugar
de hacerlo en el Cristo que murió por ellos. Algunos autores, preocupados por la
peligrosidad de un cristianismo poco ético, enfatizan la responsabilidad humana a
expensas de la gracia divina: “trabajarás para rescate de tus pecados”. En tiempos de
persecución, sufrimiento y martirio, se convirtió en garantía de salvación: “los pecados
de ellos fueron quitados porque sufrieron por el nombre del Hijo de Dios”.576 En otras
palabras, lo que hace el cristiano tiene más importancia que lo que hizo Cristo. Estas
ideas crean una doctrina de autosalvación, la triste antítesis del mensaje bíblico de la
generosidad divina y la gracia inmerecida.

La marcha a Moab
Números 21:10–35

Esta nueva sección, el último documento de viaje de este libro, cuenta el tiempo en
el que los israelitas llegaron a su destino estratégico antes de cruzar el Jordán, el
desierto que está frente a Moab (11), la frontera de Moab (13), la tierra de Moab (20) y,
por último, “acamparon en las llanuras de Moab… frente a Jericó” (22:1). “Crea la
impresión de una marcha decidida y con determinación hacia la tierra prometida”.
Pasando Transjordania, los viajeros tuvieron una serie de experiencias que cambiaron
su vida. No podemos situar con exactitud todos los lugares de campamento, pero el
objetivo del pasaje es más doctrinal que geográfico. Ofrece un retrato de la
dependencia de los israelitas de Dios para que él les guiara, les proveyera de recursos
esenciales y les otorgara éxito militar.
El pasaje utiliza bastantes detalles geográficos, pero es mucho más que un relato
formal de su último viaje por terreno peligroso. Una de las características más
sorprendentes es la interacción entre Dios, que posibilita, y los humanos, que
responden. En este sentido, continúa un tema que es tan importante como la narración
anterior, en la que Dios proveyó el método de sanación para Israel, pero sólo para los
que respondieran mirando a la serpiente que se había erigido. El Señor suple las
necesidades de su pueblo; el papel de ellos es obedecer y confiar en Dios.

155
A medida que iban de un lugar a otro, a diferentes personas (no sabemos sus
nombres, excepto el de Moisés) se encomendó tareas específicas. Encontramos viajeros
que continuaban el viaje (10); escritores que registraban información geográfica y
militar importante (14); cantantes que celebraban el don del Señor del agua (17);
excavadores, incluso entre la nobleza, que hacían que el agua fuera accesible para
todos (18); diplomáticos que llevaban mensajes importantes a una nación extranjera
(21); soldados que libraban batallas cuando no había ninguna otra forma de llegar a su
destino (23–24); vencedores regocijándose en el poder del Señor sobre sus enemigos
(24–26); poetas (o “cantantes de baladas”) que recordaban las victorias de otras
naciones además de la suya (27–30); espías que llevan a cabo importantes misiones de
reconocimiento para maximizar sus oportunidades militares (32), y guerreros
dependientes (34).
Con estos incidentes deliberadamente seleccionados acerca del largo viaje a través
de la zona de Transjordania, la narración refleja las convicciones de Israel acerca de la
naturaleza de Dios como omnipresente (en la nube que les guiaba), omnisciente
(identificando la fuente de agua) y omnipotente (“entregándoles” sus enemigos). Ya
habían probado que era su sanador (21:4–9); aquí, le reconocen como guía, proveedor
y conquistador.

Su guía constante (21:10–15)


La escena anterior del desierto en la que, siguiendo la orden de Dios, “Moisés hizo
una serpiente de bronce y la puso sobre el asta” (21:9), había manifestado tanto el juicio
como la misericordia, y tenía connotaciones trágicas para muchas familias que tuvieron
que enterrar a los que se habían impacientado “por causa del viaje” (4). Sin embargo, a
pesar de la tristeza, debían proseguir su camino. Los errores del ayer no debían
obstaculizar las oportunidades del mañana. El episodio de las “serpientes abrasadoras”
supuso la última vez que los israelitas murmuraron; el pueblo estaba más concentrado
en anticipar sus ganancias que en contar sus pérdidas. Los párrafos muestran el
sentimiento de anticipación que reinaba e iba en aumento. La gran multitud partieron y
acamparon… en el desierto que está frente a Moab. De allí partieron (10–11).
Aunque el pasaje no hace especial referencia a la nube que les guiaba, estaba
siempre presente como el Señor había prometido. Su movimiento de un lugar a otro
dependía totalmente de la señal visible de su presencia y propósito para, como él había
prometido (9:15–23), continuar guiando a su pueblo.
En el Libro de las Guerras del SEÑOR, una fuente literaria desconocida para nosotros
salvo esta mención, la narración del viaje ofrece detalles de una historia poética de los
éxitos militares, que hace referencia a lugares específicos. Algo falta claramente desde
el principio de dicha cita: la frase “…Vaheb que está en Sufa y los arroyos del Arnón”
necesita un verbo y un sujeto. D. L. Christensen ha sugerido que las palabras iniciales se
referían a la acción de Dios como líder de Israel. Esta enmienda posible del texto
(14–15) puede ser solamente hipotética, aunque es cierto que respalda uno de los
temas principales en Números: que el Señor inicia los logros de su pueblo. La traducción
156
de Christensen es la siguiente:
El SEÑOR vino en un torbellino;
vino a los arroyos del Arnón.
Atravesó los arroyos;
los atravesó, llegó al sitio de Ar,
y se apoyó en la frontera de Moab.
Christensen sugiere que “el cuadro que se pinta aquí es el del Guerrero Divino
colocado en la frontera de la tierra prometida… Ha venido en el torbellino con sus
huestes a la fuente del río Arnón en Transjordania. Atraviesa los arroyos, solucionando
los problemas con Moab antes de ir contra los reyes de los amorreos y entonces cruza
el Jordán hasta Gilgal y hacia la conquista de Canaán.
Gordon Wenham está de acuerdo en que “esa reinterpretación de estas
complicadas líneas emana poesía con un claro ritmo y auténtico sonido”. Hay pasajes
que encierran ideas similares de Dios como “guerrero divino” en otros lugares del
Antiguo Testamento, cada uno con referencias geográficas precisas, como aquí. Esto
“sería una gran introducción para un poema llamado el Libro de las guerras del Señor”,
pero, como “enmienda completamente conjetural, su validez no se puede demostrar en
última instancia”.

Su proveedor generoso (21:16–18)


Las quejas más recientes de Israel habían versado sobre la ausencia de agua (20:2,
5; 21:5) y, a medida que viajaron a través del terreno abrasador de Transjordania, el
pueblo lo necesitaba desesperadamente. Sin embargo, aquí no hay evidencia de
murmuración descontenta.
Era el momento de confiar. Su viaje les llevó a un lugar en el que el Dios omnisciente
sabía que había una fuente de agua subterránea. El agua no era visible, pero estaba
disponible.
Milgrom citó a G. A. Smith, quien dice que “en un afluente del Arnón, en el norte,
los árabes excavan hoyos con sus manos, pozos en la grava del torrente seco en el que
se acumula el agua”. “Estos pozos de agua se llaman bir, biyar, el equivalente exacto del
hebreo be’er, ‘pozo’ ”, y están “en la misma zona en la que Israel había acampado”. Este
uadi es el único lugar en el norte del Arnón en el que sale el agua a la superficie tal
como se describe” en este pasaje.
Hay períodos en nuestra vida en los que podemos pasar pruebas y parece como si la
ayuda que necesitáramos, simplemente no existe. El Dios que ha prometido solventar
todas nuestras necesidades, nunca nos fallará. En esos momentos, debemos renovar
nuestra confianza en el Señor, que no nos defraudará, y esperar pacientemente y con
esperanza los recursos que nos ha prometido. Cuando esta gran multitud comenzó a
tener sed de Dios, le dijo a Moisés que les proporcionaría las provisiones prometidas:
“Reúne al pueblo y les daré agua” (16).

157
También era el momento de trabajar. Aunque el Señor les había conducido al
manantial subterráneo, el pueblo tenía que cavar hondo en la arena antes de que el
agua comenzara a brotar. Las palabras del poema
El pozo que cavaron los jefes,
que los nobles del pueblo hicieron
con el cetro y con sus báculos.
quizás conserven un detalle acerca de las costumbres de trabajo de los viajeros, cuando
sus líderes de la tribu cavaron las primeras paladas de arena, indicando que era una
actividad de la comunidad en la que todos debían participar de alguna manera. Todos
necesitaban agua, tanto ricos como pobres; todos deseaban ser representados en una
empresa de cooperación entusiasta con los propósitos de Dios.
También era el momento de cantar.
“¡Salta, oh pozo!
A él cantad”.
El pueblo agradecido entonó las notas de una canción de obreros o “de
celebración”, a medida que cavaban profundamente a través de las capas de arena y
roca. Cantaron al pozo escondido, pidiéndole que mostrara su preciado tesoro; pero, al
hacerlo, estaban adorando al Dios que les había traído a ese lugar en el que las
necesidades diarias se suplían con abundancia.

Su conquistador invencible (21:19–35)


Además de la orientación diaria y los recursos, el pueblo esperaba el éxito militar. Al
otro lado del Jordán, había que ocupar un país entero, en el que ahora habitaban por
otras naciones, así que se estaban preparando para el inevitable conflicto. Además, en
la orilla este del río, la presencia hostil de dos naciones era un reto inmediato.
Una vez más, como en la historia del pozo escondido, nos encontramos con la sutil
interacción de la omnipotencia divina y la respuesta humana. Al viajar por el norte
siguiendo el este de Moab, arribaron a la frontera de los amorreos. Los viajeros
israelitas no eran agresores faltos de amor. Al llegar al territorio amorreo, pidieron
permiso para pasar a través de la tierra del rey Sehón, asegurando que no le robarían a
su pueblo sus existencias vitales. Al igual que el acercamiento al rey de Edom (20:16–17,
19), prometieron no desviarse del camino real, una antigua ruta de caravanas utilizada
constantemente por los mercaderes y comerciantes. Los amorreos estaban tan
tercamente decididos a mantenerlos fuera de su territorio como los edomitas. Pero
ahora las circunstancias eran diferentes. En esta ocasión, Israel no tenía ruta alternativa
como la vez anterior. Era un momento de crisis.
El rey de los amorreos salió al encuentro de Israel (23), pero el Señor omnipotente
se adelantó a los soldados de los israelitas y le dio la victoria. Él había dicho hacía
algunos siglos que, en el momento adecuado, le entregaría el territorio amorreo y no

158
había olvidado esa promesa. El texto enfatiza la increíble naturaleza de su éxito militar
citando otro poema (27–30), “una antigua canción antimoabita”, escrita para celebrar
una anterior conquista amorrea sobre los moabitas. En esa ocasión, Quemos, el dios de
los moabitas,590 no había dado a sus adoradores la victoria que necesitaban (29), al
contrario que el Señor, que no fallaba y que permitió a su pueblo derrotar a un
enemigo que podía alardear de haber tenido un éxito militar considerable. No
sorprende que el rey de Moab se preocupara al ver el gran número de israelitas que se
acercaban a su territorio (22:2–3). El temor de Balac no tenía fundamento, porque el
Señor no quería que su pueblo invadiera el territorio de Moab, aunque sí había
planeado entregarles la tierra de Basán, ocupada por los súbditos de su rey Og. Este era
el siguiente reto.
Aunque vencieron al ejército amorreo de Sihón, los viajeros tenían razones para
temer. El territorio que había ante ellos estaba habitado por aquellos guerreros de gran
estatura que décadas antes habían atemorizado a la generación mayor (13:28, 32–33).
El rey Og de Basán era físicamente enorme. Su cama “tenía nueve codos de largo y
cuatro codos de ancho”, pero, aunque los hombres pudieran tenerle miedo por sus
desmesuradas proporciones, el Señor le dijo a Moisés que no era ninguna amenaza
para un Dios omnipotente: “No le tengas miedo porque lo he entregado en tu mano, y a
todo su pueblo y a su tierra” (34).
Al oír que Israel había derrotado a sus vecinos amorreos, el pueblo de Basán, como
es natural, preparó a sus mejores soldados para la batalla. La gran figura de Og, que
salió con todo su pueblo, debió intimidar a los soldados israelitas. Pero el Señor entregó
al rey gigante en su mano, a un pueblo que antes se habían autodenominado langostas
(13:33), y tomaron posesión de su tierra.
La victoria se debía completamente a la soberanía de Dios y no a la potencia militar.
Anteriormente, habían sido una multitud descontenta y murmuradora, divididos
trágicamente entre sí, deseando no haber salido nunca de Egipto e incluso buscando
regresar al lugar de su antiguo cautiverio. Sin embargo, a pesar de tales defectos, Dios
estaba de su parte.
El territorio de Og en Basán era conocido por sus robledales y abundantes pastos,
tan fértiles y tan buena “tierra para ganado” (32:4), que dos de las tribus pidieron
quedarse más tarde con su ganado en lugar de cruzar el Jordán con el resto. La palabra
de Dios se cumplía ante sus ojos; aquí estaba la tierra que fluía leche y miel. No se
merecían su generosidad, pero sus dones se basan en la misericordia divina, no en el
mérito humano.
Subyugar los reinos de Sihón y Og era el aliento más grande que podía recibir un
pueblo al que esperaban grandes retos en la tierra más allá del Jordán. “Se equiparaba
al éxodo como paradigma de la intervención milagrosa de Dios para su pueblo”. Sus
victorias al este del río quedaron en la historia como recordatorio permanente de la
omnipotencia de Dios en tiempos de vulnerabilidad humana.595 El Señor que les había
dado la victoria a un lado del Jordán no les fallaría al otro.

159
Ver por medio del vidente
Números 22:1–24:25

Los próximos tres capítulos de Números contienen una de las partes que encierran
más material literario y enseñanza teológica de todo el libro. Comencemos recordando
la historia gráfica de Balac y Balaam.

El escenario
Las noticias de las conquistas de Israel se extendieron rápidamente por todo el
territorio moabita. Balac, el rey, estaba angustiado por la posibilidad de ser invadido,
especialmente porque los viajeros acababan de conquistar a los amorreos, un pueblo
que había sometido a Moab en el pasado. Su mente trastornada tuvo una brillante idea:
buscaría ayuda sobrenatural en lugar de confiar exclusivamente en la fuerza militar.
¿Por qué no llamar al famoso adivino Balaam de Mesopotamia y pagarle muy bien para
lanzar una maldición a los israelitas? Entonces, los soldados de Balac podrían luchar
contra un pueblo que no tenía posibilidades de vencer desde el principio. Llevando una
cantidad tentadora de dinero, los mensajeros de Balac emprendieron el viaje de diez
días hasta Balaam. Aunque era un pagano que llevaba a cabo brujería y nigromancia
prohibida por Dios, el mago le preguntó al Señor qué debía hacer con la petición
moabita. Desde el principio, se le prohibió maldecir al pueblo, porque es bendito
(22:12). Balaam contestó con una negativa al rey de Moab.
Balac se molestó por la negativa del vidente y decidió volver a pedírselo con una
delegación más impresionante prometiendo a Balaam que sería honrado en gran
manera si maldecía a los israelitas (22:17). Parece ser que Balac sabía que al vidente le
importaba el dinero. Balaam dijo que simplemente no podía traspasar el mandamiento
del SEÑOR, aunque Balac le diera su casa llena de plata y oro (22:18), pero sugirió que la
delegación podía pasar la noche allí para que él le preguntara de nuevo al Señor. Dios le
dijo al vidente que podía ir con la delegación, pero que sólo debía hacer lo que le
indicara. La mañana siguiente, Balaam aparejó su asna y se fue con los jefes de Moab.
Pero Dios se airó porque él iba (22:21–22).
No fue el viaje más cómodo, ni para el animal ni para el hombre. En tres ocasiones,
un ángel le bloqueó el camino. Cada vez, el asna se dio cuenta de la presencia del
mensajero divino con la espada, se hacía a un lado y, durante uno de los encuentros, la
pierna de Balaam quedó apretujada contra una pared. Balaam no sabía por qué el
animal se estaba comportando así y le golpeó con su vara. El asna se molestó por los

160
golpes injustificados y, de pronto, se puso a hablar. Balaam se sorprendió porque se
encontraba junto a un asna que hablaba y, de repente, él mismo vio al ángel y entendió
por qué su animal, que normalmente era dócil, se había comportado de manera tan
rebelde. El ángel le dijo que la terca asna le había salvado la vida y que, si no se hubiera
negado tantas veces a seguir adelante, el mensajero de Dios le habría matado.
El ángel confirmó que Dios quería que Balaam fuera a Moab, pero sólo debía hablar
las palabras que el Señor le dijera. La delegación regresó a Moab con el vidente, quien
posiblemente estuviera más contento porque aún cabía la posibilidad de que se ganara
algún dinero extra. Sorprendido por la demora, el rey Balac le dio a Balaam una fría
bienvenida: “¿No envié a llamarte con urgencia? ¿Por qué no viniste a mí? ¿Acaso no soy
capaz de honrarte?” (22:37). El rey llevó a Balaam a los lugares altos de Baal (llamados
así por la asociación con la adoración pagana) y preparó sacrificios costosos, tal y como
indicó el vidente. Balaam le pidió al rey que esperara junto a los siete altares que había
construido mientras se fue a un cerro pelado (23:3) para recibir la palabra de Dios.
Balaam recibió una serie de mensajes opuestos a lo que el rey quería. Israel era un
pueblo perpetuamente bendecido, no maldecido. Balac quería desesperadamente una
maldición que los inmovilizara y siguió repitiendo el proceso inútil, ofreciendo nuevos
sacrificios y esperando que Dios cambiara de opinión. Al final, el rey volvió a casa
enfadado y frustrado. No había recibido la palabra que quería, pero, por medio de esos
mensajes, los israelitas cobraron el ánimo que necesitaban justo antes de la invasión de
Canaán.
Antes de interpretar el mensaje de estos tres capítulos, debemos reflexionar sobre
su calidad literaria. Quizás nos ayude a entender el impacto dramático en la mente
hebrea a lo largo de los siglos y por qué influyeron en la enseñanza del Nuevo
Testamento además del Antiguo.

Su calidad artística
En todo el Oriente Medio de la antigüedad, contar historias era un arte supremo e
inspirado por el Espíritu de Dios; los israelitas eran buenos narradores de cuentos. Los
padres relataban historias como estas a sus familias. Podemos imaginar a los niños
hebreos a la hora de acostarse: “Cuéntanos el día en el que el asna habló”. Pero por
muy memorables que sean estas historias, son mucho más que cuentos lúdicos. Forman
parte de las Escrituras reveladas e infinitamente más importante que meros recuerdos
ancestrales.
Las historias han adquirido un nuevo valor en esta generación posmoderna. El
interés de las personas no se puede captar con conceptos abstractos o ideas definidas
con precisión; disfrutan escuchando situaciones de verdad, experiencias específicas y
acontecimientos reales. La “teología narrativa” ha encontrado un hueco y ha surgido
una gama de nuevos términos y definiciones para explicar y refinar el arte de discernir
el mensaje de estas apasionantes narraciones. La historia de Balaam, como parte de las
Escrituras únicas, inspiradas y con autoridad, sigue siendo relevante para cada
generación. En la dramática exposición del Antiguo Testamento que hace Esteban,
161
describe estas historias sobre Moisés y sus contemporáneos como “palabras de vida
para transmitirlas a vosotros”, es decir, no solamente al sanedrín que se resiste
espiritualmente, sino también a nosotros que vivimos en la sociedad del siglo XXI. La
historia del asna parlante y su sorprendido dueño es una narrativa que se conserva para
nosotros, hombres y mujeres al principio de un nuevo milenio, quienes, al igual que
estos peregrinos israelitas, seguimos nuestro camino hacia un futuro incierto.
Esta “obra de arte de la narrativa antigua israelita” tiene algo que decir a los
comunicadores de la Palabra de Dios en el siglo XXI. El encuentro de un rey pagano
preocupado y un adivino materialista se cuenta en prosa excelente y poesía
memorable, con varios intercambios de palabras y motivos específicos y repetidos,
todos diseñados para captar y mantener la atención del oyente. Estos incluyen
categorías de “ver” y “escuchar”, empezando la narración porque el rey Balac vio todo
lo que Israel había hecho a los amorreos (22:2). El rey vio un peligro y buscó al adivino.
En el mundo antiguo, los hombres como Balaam se ganaban la vida como adivinos o
videntes; su negocio era “ver” el futuro de las personas que les pagaban grandes sumas
de dinero para recibir un mensaje favorable. Pero este vidente de Mesopotamia no era
capaz de ver al ángel del Señor que obstruía el paso. El asna, perceptiva, en cambio,
podía ver al ángel claramente. Además, el vidente, a quien le pagaban bien por decir las
cosas correctas, no podía hablar por lo que le estaban pagando; pero el asna no era
tonta. El animal fue osadamente elocuente al ver al ángel del Señor que estaba delante
de ella, espada en mano.
En este fascinante texto, encontramos otros elementos de historias de calidad. El
elemento sorpresa es importante en una buena narración. Aquí tenemos al famoso
vidente babilónico, bien conocido por su éxito garantizado (22:6), que no puede
complacer al cliente que mejor paga de toda la región (22:7, 16–17, 37). Tenemos un
animal que literalmente no es impasible ante los problemas (22:27); esta asna sabe
cómo hablar por sí misma. No podemos imaginarnos qué va a pasar a continuación.
El elemento humorístico no se halla muy soterrado. Un vidente famoso no podía ver
lo que era obvio para un asna y un orador profesional no podía entregar la mercancía.
Cuando por fin habló, sólo podía decir lo que enfadaba a su rico cliente. El mensajero
elocuente fue acallado, pero el asna silenciosa habló.
Nótese también el uso de la ironía del que cuenta la historia, potenciada por la
yuxtaposición habilidosa de frases idénticas. El vidente enfadado habló a su animal
(“Ojalá tuviera una espada en mi mano, que ahora mismo te mataba”, 22:29), sabiendo
que no podía responder…, pero sí lo hizo. La única ofensa del asna inofensiva fue salvar
la vida de Balaam del ángel… con la espada desenvainada en la mano (22:23). El asna se
convirtió en una bendición para el instrumento de la maldición; Balaam habría matado
al animal, a pesar de que le había salvado.
El elemento de la repetición se utiliza de forma excelente en la narración. Las
palabras estas tres veces aparecen de nuevo en la historia: en boca del asna (22:28), del
ángel (22:32–33) y del rey (24:10). A Balaam, se le recuerda tres veces los beneficios
materiales considerables de su siniestro encargo (22:17, 37; 24:11) y Balac, frustrado, se
encuentra en tres situaciones improductivas con el vidente impotente (22:39–23:3;
162
23:13–15, 27–29).
La historia está llena de misterio. La narración no simplemente entretiene al oyente;
hace que el lector piense. No siempre estamos seguros de lo que está pasando. Cuando
Balaam recibió a la delegación moabita, les pidió que pasaran allí la noche hasta que él
trajera palabra según lo que el SEÑOR me diga (22:8). Aunque desconocemos la religión
de Balaam, sí sabemos que no creía en el Dios de Israel y, sin embargo, fue utilizado por
el Señor. ¿Qué debemos deducir de esta situación?
Primero, el Dios de Israel le dijo al vidente pagano que no debía ir con los
mensajeros de Balac (22:12). Después, le permitió que fuera (22:20), pero Dios se
enfadó cuando lo hizo (22:22). ¿Cambió Dios de opinión? Es posible que nuestro Dios
omnisciente se enfadara porque sólo él sabía por qué iba Balaam (con codicia,
esperando aún el dinero), cómo iba (engañando, haciendo que Balac pensara que
todavía podía conseguir la maldición) y a dónde iba, a los lugares altos de Baal, un
santuario encima de una montaña, dedicado a adorar a Baal. Esto complacía al rey de
Moab, pero insultaba al Señor de Israel.
Podemos deducir de la narrativa que, en intentos anteriores de discernir el mensaje
divino, Balaam quizás recurrió a la brujería pagana (24:1), pero en el tercer encuentro
vino sobre él el Espíritu de Dios (24:2). ¿Podría el Espíritu Santo utilizar la voz de un
adivino ateo que se ganaba la vida haciendo algo que estaba expresamente prohibido
por Dios? Hay muchos interrogantes que mantienen la atención del oyente. Más
adelante, en la historia, hay elementos que pueden explicar estas incógnitas, así que
escuchreamos más atentamente.
El uso de las imágenes es fascinante. Imágenes y palabras familiares construyen
realidades espirituales. El búfalo y el león asumen más importancia que el asna en la
siguiente historia. Balac estaba angustiado porque miles de viajeros israelitas podían
acabar con sus recursos limitados, como el buey lame la hierba del campo (22:4).
Aquellas fueron las palabras que Balaam oyó primero del atemorizado rey y en el
mensaje del Señor el vidente escuchó claramente que los paganos tenían motivos para
temer al Dios de Israel. Utilizando la imagen de un búfalo, el Señor dijo que su pueblo
era para él como los cuernos del búfalo (23:22; 24:8). Justo antes de la gran invasión, se
les recuerda su milagroso éxodo. Fue Dios el que los sacó de Egipto (23:22); esta era la
fuente de la fuerza del búfalo. Las victorias del pasado inspiraban confianza para el
futuro.
Las imágenes de los animales continuaron a medida que el pueblo escuchó no sólo
acerca de un asna domesticada y un búfalo fuerte, sino también de un león victorioso.
Con el poder de la fuerza invencible del Señor, el pueblo se levanta como leona y se
yergue como león (23:24). Y de nuevo, se agazapa, se echa como león, o como leona,
¿quién se atreverá a despertarlo? (24:9). Balac tenía razones para temer. Si Dios estaba
contra él, los invasores no lamerían todo lo que había a su derredor, como el buey
(22:4), sino que, más bien, serían como el feroz león, que no se echará hasta que devore
la presa y beba la sangre de los que ha matado (23:24). Imágenes tan gráficas son
inolvidables, pero estas verdades iban dirigidas más a los oídos de Israel que a los de
Balac.
163
Los personajes
Ahora vemos los personas del drama; cada uno de ellos tiene elementos
importantes que decirnos en el mundo moderno.

El aterrorizado rey
Balac tuvo mucho temor (22:3); literalmente, “le sobrecogió un gran temor” al
pensar en la multitud que se acercaba y expresó a sus consejeros su ansiedad (4).
Muchos de nuestros contemporáneos podrían verse reflejados en él. El temor es uno de
los peligros recurrentes de nuestros tiempos. Al igual que la mucha ansiedad que se
suele sentir, sus peores temores no tenían fundamento. Dios le había dicho a Moisés:
“No molestes a Moab… Tú cruzarás hoy por Ar la frontera de Moab”. El gran predicador
victoriano Charles Haddon Spurgeon solía decir que “la ansiedad no hace nada para
eliminar las penas del mañana; lo único que hace es quitarnos la fuerza de hoy”.
Podemos aprender algo de Balac: tanta ansiedad es energía emocional desperdiciada y
tortura mental innecesaria. Debemos recordar lo que dijo Jesús acerca de la tiranía de
la preocupación.603

El manipulado vidente
El vidente pensaba que quizás podría amasar una pequeña fortuna diciéndole a
Balac lo que quería escuchar. El rey estaba dispuesto a darle parte de sus riquezas para
quitar sus miedos, guardar sus posesiones, asegurar su país y proteger a su pueblo.
Balaam imaginó soberbiamente que podía hacer lo que quisiera, pero no había contado
con un Dios soberano. Sus nociones paganas tenían que ver con las pseudodeidades
con las que él normalmente trataba, que se centraban en ofrecer los sacrificios más
adecuados, la forma correcta de aplacar o seguirles la corriente y los mejores lugares
para colocarse para obtener sus favores y cumplir los requisitos del cliente. Si a estos
dioses se les trataba correctamente, se les podía adular, controlar o someter. Pero al
Dios de Israel no se le podía comprar ni engatusar para que hiciera lo que los humanos
querían o no. Él había declarado planes para su pueblo y ni un rey temeroso ni un
adivino codicioso podrían frustrar sus planes. Balaam era una voz que Dios pretendía
utilizar, sin más, y no podía hacer nada para evitarlo. Hemos de aprender algo de
Balaam. No debemos asumir con arrogancia que, utilizando fórmulas espirituales
adecuadas, lenguaje correcto de oración o suficiente intensidad en nuestras creencias,
podremos convencer a Dios para que haga algo que vaya en contra de sus sabios
propósitos.

La sorprendida asna
El animal no había hablado nunca hasta entonces y nunca más lo volvería a hacer.

164
Ella también fue un instrumento en manos de Dios. Fue el Señor quien abrió la boca del
asna muda (22:28) y los ojos del vidente (22:31). Por medio de esta increíble historia, el
Señor presentó a su pueblo un mensaje alentador y grandes verdades doctrinales. Una
serie de proposiciones teológicas, por muy nobles e inspiradoras que sean, pueden
desaparecer, pero la historia del asna elocuente perdurará para siempre. El asna juega
un papel en un drama enorme; ni el asna más ambiciosa se lo podría haber imaginado.
Cuando Dios quiere anunciar cosas importantes, influenciar a multitudes, cambiar vidas
y moldear destinos, utilizará a quien sea y lo que quiera (un rey pagano, un vidente
codicioso, incluso un asna que no podía hablar). Esta cautivadora narrativa no trata
acerca de lo que idean los humanos, sino de lo que planea Dios. Para que se cumpla su
voluntad, puede utilizar lo que sea o a quien sea con el fin de conseguir sus fines justos.
A lo largo de las Escrituras, nos enfrentamos repetidamente a instrumentos frágiles
que son utilizados para llevar a cabo los propósitos de Dios: un patriarca mercenario
que engaña a su hermano, un joven inocente encerrado injustamente en una cárcel
egipcia,605 un refugiado irascible culpable de homicidio, un líder oscuro luchando una
batalla solo utilizando una aguijada de bueyes como única arma,607 un miembro de una
tribu que escondía su miserable cantidad de trigo del invasor. Cuando Dios se decide a
hacer algo, puede utilizar cualquier cosa: aguijada de buey, el sueño de un rey pagano,
trompetas, cántaros, antorchas e incluso asnas, para llevar a cabo sus sabios planes. El
asna es nuestra maestra; nadie se debe desanimar porque esté poco preparado. A lo
largo de los siglos, el Señor ha querido escoger y utilizar los don nadie del mundo para
hacer su voluntad, para extender su obra y para comunicar su mensaje “para que nadie
se jacte delante de Dios”.
El mensaje teológico de esta historia tiene una importancia infinitamente mayor
que el atractivo vehículo que se utiliza para comunicarlo, y ahora procederemos a
considerar estas grandes verdades.

Su mensaje
Animados por las victorias anteriores, los viajeros israelitas llegaron a las llanuras de
Moab. Podían ver su destino prometido mientras acampaban al otro lado del Jordán,
frente a Jericó (22:1). La idea de cruzar el río podía intimidar a cualquiera que no fuera
valiente; nadie conocía los peligros que acechaban. Todos somos aprendices con
respecto al futuro. La generación mayor recordaría a menudo el pesimismo de los diez
espías: un territorio extranjero, peligros ocultos, ciudades amuralladas, habitantes
enormes. Ahora, otra colección de “langostas” estaba aquí, a punto de invadir el
enorme país (13:32–33). Lo que necesitaban era una palabra del Señor que les
asegurara que los Balac y Balaam del mundo estaban bajo la soberanía de Dios: el
SEÑOR puso palabra en la boca de Balaam (23:5, cf. 16). Él “bendice a los de dentro, a
través del de fuera”. La palabra de Dios que comunicó a través del vidente se convirtió
en un mensaje de seguridad para los preocupados peregrinos. Las “profecías de
Balaam” se centran en tres temas bíblicos.

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El privilegiado pueblo de Dios (23:1–12)
En el contexto de una amenaza de maldición, se les recordó la bendición prometida.
El lenguaje de esta primera profecía, las imágenes gráficas e ideas principales reflejaban
deliberadamente las grandes historias patriarcales de Génesis acerca de la bendición de
Abraham y su familia. Al igual que ellos, Abraham estaba en territorio pagano cuando
Dios le dijo que emprendiera un viaje hacia la tierra delante de la cual se encontraban
ahora los viajeros. Él también fue peregrino, con recursos físicos limitados, pero el
Señor prometió a este hombre anciano y sin hijos que de su familia futura surgiría una
“nación grande”. Los viajeros no eran conscientes de la amenaza que suponían las
maldiciones, pero Dios estaba renovando la promesa que le hizo a Abraham de una
bendición segura, utilizando palabras y frases familiares. Dios le había asegurado al
patriarca: “Bendeciré a los que te bendigan y al que te maldiga, maldeciré”.
El vidente no conocía su rica historia y era imposible que supiera que su vocabulario
y sus metáforas llevarían a los israelitas a sus raíces espirituales. El vidente imaginó que
estaba hablando en privado a Balac, pero, en realidad, estaba animando públicamente
a Israel. El primer mensaje de Dios a través de Balaam reiteró la primera promesa de
Dios a Abraham. Era una promesa de personas y de tierra. En aquel entonces, Abraham
y Sara carecían de ambas cosas. Eran una pareja sin hijos y lo único que tenían era una
promesa, pero eso les bastaba.
Ahora, a las puertas de Canaán, una parte de la promesa se había cumplido
gloriosamente. Aquí estaban, un pueblo tan numeroso como prometió Dios: “Ahora
mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas… Así será tu descendencia”.
Cuando el mensaje de Balaam se dio a conocer en el campamento, recordarían de
repente las promesas a Abraham: “Te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la
tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán como posesión perpetua; y yo
seré su Dios”.613 “Te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu
descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu
descendencia poseerá la puerta de sus enemigos”.
Lejos de convertirse en el objeto de una maldición, el pueblo de Dios sería
instrumento de bendición: “y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la
tierra”. El pueblo israelita llevaba escuchando acerca de las promesas patriarcales desde
el principio, y, ahora, a través del mensaje de Balaam, las promesas estaban ofreciendo
a los viajeros una seguridad renovada. La primera profecía del vidente identificó la
seguridad inexpugnable, la identidad distintiva, el patrimonio único y el destino final.
En primer lugar, Balaam reconoció su seguridad inexpugnable (23:7–8). El vidente
no esconde su impotencia. ¿Cómo podía maldecir a quien Dios no ha maldecido o
condenar a quien el SEÑOR no ha condenado? Se pronunció una bendición específica
sobre el pueblo de Israel, en el que el Señor prometió “guardarles” o protegerles (6:24).
Los que habían recibido la bendición de Aarón estaban a salvo de la maldición de
Balaam. Su confianza estaba en el que ponía palabras de bendición en la boca del
sacerdote devoto de Israel y del adivino materialista de Balac.
166
La promesa a Abraham había dejado claro que cualquiera que les maldijera se
encontraría con que sus palabras se volverían contra: “al que te maldiga, maldeciré”.
Los poderes ocultos de Balaam eran muy peligrosos, pero el vidente carecía de poder
para hacer daño al pueblo al que Dios estaba empeñado en bendecir. En días
posteriores, mientras entraban en la tierra nueva y en una cultura extraña, no sufrirían
daño a causa de los hechiceros, videntes o nigromantes. El Señor reinaba sobre tales
poderes hostiles y su soberana voluntad no podía ser frustrada. Él protegería sus
hogares y vencería a sus enemigos; les guardaría tanto de los peligros visibles, como de
los invisibles. Balaam era maldecido, no los israelitas: poco tiempo después, él murió
por el juicio de un Dios justo (31:8, 15).
En segundo lugar, Balaam enfatizó su identidad distintiva (23:9). Desde la cumbre de
las peñas, el vidente identificó que ese gran campamento lleno de peregrinos era un
pueblo que mora aparte, y que no será contado entre las naciones. Al comenzar su viaje,
Moisés había distinguido a los israelitas “de todos los demás pueblos que están sobre la
faz de la tierra”, como pueblo “apartado de los pueblos para que seáis [suyos]”. El
vidente pagano recordó al pueblo de Dios que era único. El Señor creó el mundo y las
naciones que habitan en él, y todos estaban bajo su control soberano. No era
simplemente el Dios de Israel, una deidad nacional o tribal que no se preocupaba por
aquellos que vivían más allá de las fronteras del país. Tal y como descubrió Abraham, el
“Juez de toda la tierra” se preocupaba por la inmoralidad de Sodoma además de por el
destino de Israel. Abraham también conoció el estatus sin rival que tenía Israel en los
propósitos de Dios, no para engrandecerse, sino para que, a través de ella, otras
naciones pudieran ser enriquecidas: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra”.
Eran una nación escogida, separada para él, un pueblo que llevaría el mensaje distintivo
hasta los confines de la tierra.
En tercer lugar, Balaam identificó su patrimonio único (23:9–10a). El lugar
geográfico de la profecía es significativo. Balaam fue hasta la cumbre de las peñas en
una montaña que había cerca, donde al menos podía ver una parte de la multitud de
Israel. Los videntes consideraban que era mejor estar en un lugar alto con una vista
completa del pueblo al que iban a maldecir, o donde el vuelo de los pájaros podía
sugerir el mensaje correcto para el cliente ansioso. Aquella cumbre de las peñas (9) del
mensaje de Balaam recordó a los israelitas cuando el patriarca subió a una parte alta de
Canaán desde donde había mirado en todas direcciones de la tierra prometida, hacía
varios siglos: “toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre”.
Ahora, la descendencia que había prometido había llegado a las puertas de la tierra
prometida.
El vidente demostró su incapacidad de contar tal multitud de personas: “¿Quién
puede contar el polvo de Jacob, o numerar la cuarta parte de Israel?” (10). El Dios que
multiplicó milagrosamente el número de personas cumpliría la otra parte de la promesa
al traer a esta gran multitud a la tierra que escogió. Incluso el lenguaje utilizado por
Balaam recuerda al mensaje a Abraham: “Y haré tu descendencia como el polvo de la
tierra; de manera que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también tu
descendencia podrá contarse”. Ahora, siglos después, Balaam estaba citando las mismas
167
palabras que Dios habló al patriarca: “¿Quién puede contar el polvo…?” Sólo los
hombres habían sido censados por motivos militares, pero nadie podía ni empezar a
estimar una parte del número total de personas.
Esta frase “contar el polvo” inspiraba mucha confianza. A lo largo de los siglos, los
innumerables granos de arena del desierto se habían convertido en su ayuda visual
inspiradora. El mensaje de Balaam llamaba la atención especialmente porque esas
promesas patriarcales las estaba pronunciando un orador pagano que no podría haber
sabido nada acerca del encuentro de Dios con Abraham. Les recordaba la fidelidad de
un Dios que estaba decidido a obrar sus planes soberanos para su pueblo.
Por último, Balaam anhelaba su destino final (10b). Su declaración mezcla un deseo
personal: “Muera yo la muerte de los rectos, y sea mi fin como el suyo” (10). El hecho de
que fuera un vidente tan codicioso el que pronunciara el deseo de morir la muerte de
los rectos, quizás no sea más que la esperanza de que, con los años, acumulara
riquezas, propiedad y seguridad; pero la segunda parte del paralelismo, sea mi fin como
el suyo, sugiere que quizás tuviera algo más en mente aparte de los beneficios
terrenales. Aunque fuera disimuladamente, quizás deseara bendiciones en la vida
después de la muerte.
La triste esperanza de Balaam de que quería morir la muerte de los rectos, quizás
suene a la historia patriarcal. Abraham y sus contemporáneos santos eran identificados
con frecuencia como “justo” o “recto”. Al llegar al final de su vida, el patriarca “murió en
buena vejez, anciano y lleno de días, y fue reunido a su pueblo”. A diferencia del pagano
Balaam, Abraham había honrado a Dios y llegado al destino que tenía marcado. Había
todo un mundo entre la vida de Balaam y la del patriarca. El ministro Philip Henry solía
decir que “todos los que van a ir al cielo cuando mueran, deben comenzar su cielo
donde viven”.626 La petición sentimental de Balaam no le fue concedida. Como
contrario al pueblo y a los propósitos de Dios, padeció la muerte de los malvados (31:8,
16).
El mensaje de esta primera profecía llegaría a animar a los israelitas, que era a quien
iba dirigido en un principio, pero eran noticias desastrosas para Balac. Utilizando el
lenguaje de la bendición y la maldición, que era tan característico de las promesas
patriarcales, el rey de Moab protestó a Balaam: “Te tomé para maldecir a mis enemigos,
pero mira, ¡los has llenado de bendiciones!” (11). El vidente insistió en que sólo podía
hablar “lo que el SEÑOR pone en mi boca”. Balac rechazó lo que estaba escuchando y
pensó que merecía la pena probar de otra forma. El rey y el vidente encontraron otra
peña con una vista diferente, pero con sacrificios idénticos. Balac esperó pacientemente
con la esperanza de recibir una respuesta mejor. La segunda profecía expone dos temas
importantes, ambos extremadamente relevantes para un pueblo que va a entrar en una
tierra nueva: la palabra de Dios digna de confianza (23:18–20) y su presencia invencible
(23:21–26).

La palabra de Dios digna de confianza (23:18–20)


El rey esperaba recibir un mensaje diferente del que acababa de escuchar. Quizás
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Balaam había convencido al Dios de Israel para que cambiara de parecer. “Levántate,
Balac, y escucha; dame oídos, hijo de Zipor” (18). El rey estaba paralizado de miedo:
“Levántate, Balac, y pon atención”. Esperó escuchar noticias de una maldición que
inmovilizara al pueblo de Israel, pero el vidente pronunció una valiosa doctrina de Dios.
El enemigo de Israel habló sobre la fe de Israel. La introducción de la segunda profecía
anuncia que, en la palabra de Dios, los creyentes descubrirán verdades que hay que
recibir (18–19a), promesas en las que pueden confiar (19b) y órdenes que deben
obedecer (20).
En la palabra de Dios, en primer lugar, hay verdades que hay que recibir (18–19a).
Antes de entrar en la tierra prometida, se les debía recordar a los israelitas la naturaleza
y los atributos de Dios. Este retrato inspirado era de vital importancia porque dentro de
poco iban a encontrarse con personas de otras religiones, que servían a dioses cuyas
voluntades podían ser doblegadas para cumplir los deseos de los adoradores. El Dios de
Israel exigía sumisión absoluta a su voluntad y no podía ser convencido para que
cumpliera deseos humanos.
La palabra describe la naturaleza única de Dios: Dios no es hombre. El rey de Moab
no podía tratar al Dios de Israel como si fuera una versión un tanto mayor de sí mismo.
Es total y completamente diferente de las criaturas a las que ha creado. Es eterno,
perfecto, santo, recto, amante, bueno, generoso y no cambia: un Dios para ser adorado.
La palabra define el carácter moral de Dios. Él no miente. Para conseguir sus
objetivos ambiciosos, tanto el rey como el vidente estaban dispuestos a mentirse el uno
al otro, pero el Dios de Israel no era así. Si hablaba a su pueblo, este podía confiar en
que era verdad. No hay nada falso ni engañoso en un Dios perfectamente justo:
podemos confiar en él.
La palabra declara el propósito inalterable de Dios. Él no cambia de opinión. La
verdad de la inalterabilidad de Dios anunciada por este vidente pagano fue transmitida
a lo largo de décadas y siglos. Samuel utilizó palabras casi idénticas al tratar con la
tragedia del primer rey de Israel: “La Gloria de Israel no mentirá ni cambiará su
propósito, porque Él no es hombre para que cambie de propósito”. Dios no era como las
pseudodeidades engañosas con las que trataba Balaam. Le había hecho una promesa a
Abraham629 y esa promesa que le aseguraba un pueblo y una tierra no cambiaría.
La palabra afirma el poder ilimitado de Dios. El Señor no anuncia simplemente
grandes verdades; cumple lo que dice. “¿Lo ha dicho Él, y no lo hará?” (19). Dos veces
en estas profecías (23:22; 24:8), Balaam le dijo a Balac que Dios había sacado a su
pueblo esclavizado de Egipto. En la zarza ardiendo, le había comentado a Moisés que
iba a ser su liberador, y así fue. Mantiene su palabra y demuestra su poder porque su
carácter depende de ello. Cuando el anciano Abraham subió a Moriah con su hijo, en un
acto de obediencia al decreto divino, Dios prometió: “Por mí mismo he jurado… de
cierto te bendeciré grandemente”. Él nunca rompería la promesa de “de cierto”.
A través de la palabra de Dios, Israel también recibió promesas en las que podía
confiar (19b). El vidente sometido lanzó la pregunta al rey frustrado: “¿ha hablado, y no
lo cumplirá?” Dios había repetido una y otra vez que bendeciría a su pueblo con este
regalo de la multitud y la seguridad de la tierra. Estas promesas aparecen a largo de
169
todo el Pentateuco, animando a cada una de las generaciones sucesivas con la garantía
que encerraban. Lo que puede parecer increíble debe ser cierto porque lo ha dicho
Dios. F. B. Meyer solía afirmar que la importancia no estaba en que Abraham creía la
promesa, sino en que creía al que hacía la promesa.
La Biblia está llena de promesas y son nuestras para confiar en ellas y hacerlas
propias. Su relevancia no está limitada y no iban exclusivamente destinadas a los
personajes bíblicos que las recibieron en primer lugar; son para todos los que confían
en el que hace las promesas y aceptan agradecidos lo que él da generosamente: perdón
continuo, vida eterna,633 paz que sobrepasa todo entendimiento, fuerzas renovadas,635
dirección constante, abundante gracia637 y un destino en el cielo.
Por último, en la palabra de Dios, Israel recibió órdenes para obedecer (20): “He
recibido orden de bendecir; si Él ha bendecido, yo no lo puedo anular”. Balaam no podía
escuchar a Dios decir una cosa y luego escoger hacer otra. Era diferente de las
maquinaciones y manipulaciones que formaban parte de los negocios habituales del
vidente. Si un adivino pagano daba un mensaje inaceptable, quizás intentaba otra
táctica para producir un cambio de opinión y recibir una respuesta distinta, o incluso
consultar a otro dios para obtener un resultado mejor. Los israelitas no debían tener
este concepto de Dios. Él decía las cosas con un propósito (así, que debían creer en sus
promesas) y tenían que cumplirlas (debían obedecer sus órdenes).
Esta segunda profecía desarrolla el tema de la total fiabilidad del Señor. No les había
hablado desde un trono celestial distante. Estaba al lado de ellos mientras
reflexionaban sobre su viaje hacia un futuro inexplorado.

La presencia constante de Dios (23:21–24)


A lo largo de la historia, los creyentes se han regocijado porque sabían que la
presencia de Dios estaba con ellos. Los patriarcas eran muy conscientes de esa realidad
a lo largo de los avatares de la vida y sus viajes inciertos. José dependió de ella en la
prosperidad de la casa egipcia y en la adversidad de la cárcel local. Moisés asumió el
liderazgo de la comunidad del desierto porque le sostuvo una y otra vez.641 Ahora, en
las llanuras de Moab, la profecía de Balaam recordaba a estos viajeros la presencia del
Señor en su campamento y en su viaje. Con una serie de imágenes gráficas, esta palabra
fiable (19) les aseguró que Dios estaría con ellos siempre.
Su guardián estaba con ellos. “Él no ha observado iniquidad en Jacob, ni ha visto
malicia en Israel” (21). Balac quería desesperadamente que el adivino de Mesopotamia
viera algo malvado y destructivo en el camino de los peregrinos, pero su Señor
soberano estaba con ellos para asegurarse de que no les ocurriera ningún desastre o
iniquidad (’āwen), malicia (‘āmāl), “maldad” o “desgracia”643, cualquier cosa que
deseara un adivino. Sólo Dios podía ver claramente el futuro de Israel y estaba decidido
a bendecirles con el éxito en Canaán. Él protegería a su pueblo de los problemas que
acechaban al otro lado del Jordán.
La palabra iniquidad (’āwen) también se puede interpretar como el estado ideal de
Israel a ojos de Dios, un pueblo recto y puro. ¿Estaba diciendo Balaam que, al mirar el
170
Señor a su pueblo, no les veía bajo una maldición, sino como la comunidad santa que
quería que fueran? Quizás era un desafío para que el pueblo de Dios llegara al estado
ideal declarado por Dios. Quienes valoran su presencia reflejarán su santidad. Sin
embargo, dado el contexto del libro (la continua desobediencia y fracaso de Israel),
quizás el mensaje sea que Israel iba a ser libre “no de faltas morales, sino de desastres
materiales”.646 Su rey estaba con ellos. “Está en él el SEÑOR su Dios, y el júbilo de un rey
está en él” (21). Una vez más, el mensaje de Balaam animó a Israel, porque recordaba
los grandes acontecimientos del pasado de Israel. En su canto de acción de gracias, los
cautivos recién liberados de Egipto habían compartido la seguridad de que Dios reinaba.
Era una verdad que se repetía a lo largo de su historia,648 especialmente en tiempos de
crisis. Esta convicción acerca del reinado soberano del Señor animó
extraordinariamente a las comunidades cristianas primitivas durante los tiempos de
cruel persecución.650 Los pactos o acuerdos políticos que se hicieron en el antiguo
Oriente Próximo eran ejecutados y ratificados por reyes, y “como soberano de Israel, el
Señor estableció un pacto con él y le otorgó la ley. Pero no era un emperador distante:
vivía y reinaba entre ellos”.
Su conquistador estaba con ellos. El júbilo de un rey representa a los ejércitos de un
gobernador que vuelven de la batalla celebrando una victoria rotunda. En el
campamento, resuena el clamor emocionado de los soldados triunfantes que se alegran
por las buenas nuevas de su victoria. Los cristianos se regocijan porque, aunque el
conflicto a menudo sea duro y los problemas sean amenazadores, el júbilo de un rey
está en ellos; son “más que vencedores” por medio del Señor que les ama.
Su redentor estaba con ellos. El clamor victorioso tiene una perspectiva histórica. El
pueblo de Dios podía mencionar acontecimientos específicos y verificables en los que
Dios había actuado para darles redención. Cuando estaba llegando a su fin el viaje de
Israel, un vidente pagano fue testigo del milagro de su inicio: Dios lo saca de Egipto. Un
Dios que podía liberar incluso a una gran multitud de cautivos esclavizados de la mano
de una oposición persistente es capaz de hacer cualquier cosa por los que confían en él.
Su favorecedor estaba con ellos. Recibieron fuerzas suyas, era “como los cuernos del
búfalo” (22). El temor de Balac de que los israelitas lamerían todo lo que había a su
derredor, “como el buey lame la hierba del campo” (22:4), lo experimentarían los
enemigos de Israel. Lejos de ser ganado domesticado, serían como un búfalo fuerte y
peligroso, o peor, como leona, o un león feroz que no se echará hasta que devore la
presa (24). Estas imágenes tan gráficas se repiten en la profecía siguiente (24:9).
Su protector estaba con ellos. El mensaje asegura a los israelitas que, mientras Dios
sea su defensor, no hay agüero contra Jacob ni hay adivinación contra Israel (23).
Ningún adivino les podía hacer daño bajo la protección soberana de un Dios
omnipotente. “Balaam habla de su horrible experiencia. No tiene ninguna carta que
jugar contra la bendición de Israel”.
Esta reflexión acerca del cuidado continuo del Señor llevó a un testimonio jubiloso:
“¡Ved lo que ha hecho Dios!” (23). Balaam había sido utilizado de nuevo para declarar
una bendición divina en lugar de pronunciar una maldición demoníaca. Balac estaba
casi fuera de sí: “¡De ninguna manera los maldigas ni los bendigas!” (25). El vidente
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confesó de nuevo su total impotencia para hacer o decir cualquier cosa excepto lo que
el Señor le ordenaba.
Balac estaba tan decidido a maldecir a los israelitas, que consideró que merecía la
pena probar una vez más. Quizás, si cambiaran de lugar u ofrecieran otra serie de
suculentas ofrendas, el Dios de Israel sería influenciado. Pero, ¿cómo podía imaginar
este rey pagano que un espacio geográfico diferente y otra colección de animales
sacrificados convencerían a Dios para variar su carácter (19a), cambiar de parecer (19b),
fallarle a su pueblo (19c), romper su promesa (19d) y retirar su bendición (20)? Sin
embargo, Balaam estaba dispuesto a seguir adelante. En lugar de decirle al rey que era
un desperdicio de tiempo y de dinero basándose en lo que el Dios de Israel había
declarado ya, le dio nuevas indicaciones acerca de los sacrificios necesarios (27–30). ¿El
vidente, con su preocupación mercenaria y constante incredulidad, realmente era
incapaz de ver por sí mismo las verdades que había comunicado tan persuasivamente?
Las lenguas elocuentes no siempre están acompañadas de corazones que creen.

La provisión abundante de Dios (24:1–9)


En este tercer mensaje, a Israel se le presentó un magnífico panorama de su futuro
inmediato tal y como Dios lo había planeado y, en la siguiente profecía (24:15–17), se le
indica su destino final cuando el Mesías escogido de Dios surgiría como su líder y
vencedor.
Cuando Balaam se disponía a hablar de nuevo, le sobrecogió una presencia divina y
dejó a un lado la parafernalia de brujería que había utilizado anteriormente. El vidente
vio a Israel acampado por tribus alrededor del tabernáculo. Vino sobre él el Espíritu de
Dios con otro mensaje para el frustrado rey de Moab:
“Profecía de Balaam, hijo de Beor,
y profecía del hombre de ojos abiertos;
profecía del que escucha las palabras de Dios,
del que ve la visión del Todopoderoso;
caído, pero con los ojos descubiertos.”
Su mensaje es un modelo de excelente habilidad comunicativa. En primer lugar,
aborda la necesidad directamente. Mientras los viajeros miraban hacia el otro lado del
Jordán, se preguntarían qué planes tenía Dios preparados para ellos una vez hubieran
cruzado el río. Dispondrían de suficiente comida y refugio para sus familias? ¿Cómo
acabarían con los actuales habitantes de la tierra? Después de un viaje tan precario por
el desierto durante los últimos cuarenta años, ¿les ofrecería el futuro algún tipo de
seguridad permanente? El mensaje de Balaam es una descripción gráfica de la generosa
abundancia de Dios y recuerda a su pueblo lo privilegiado que es: “¡Cuán hermosas son
tus tiendas, oh Jacob; tus moradas, oh Israel!” (5).
En segundo lugar, es agradable al oído. Unas palabras escogidas cuidadosamente
son increíbles vehículos para transmitir el mensaje más importante de la vida. Aquí

172
tenemos magnífica poesía que utiliza la estructura familiar del paralelismo hebreo en el
que se presentan ideas idénticas, relacionadas o contrarias, en líneas sucesivas:
tiendas/moradas (5), valles/jardines (6a), áloes/cedros (6b), agua/simiente (7a),
rey/reino (7b), devorará/desmenuzará (8b), león/leona (9), bendigan/maldigan (9b). La
poesía es un recurso excelente para la memorización; se asegura de que estas grandes
verdades no se olviden rápidamente.
En tercer lugar, atrae la mirada. El mensaje se ilustra de forma brillante. La
descripción gráfica de esta tercera profecía recurre a imágenes muy visuales que
impresionan al oyente con la forma que tiene el Señor de dar abundante y
generosamente. Después de una ilustración doméstica (tiendas/moradas, 5), viene una
geográfica (valles/jardines, 6a) y de horticultura (áloes/cedros, 6b). Los bienes minerales
preciados (agua, 6b–7a) se igualan al crecimiento físico (simiente, 7a), cuando las
imágenes pasan a ser de la realeza (rey/reino, 7c), históricas (sacados de Egipto, 8a),
militares (devorará/desmenuzará) y animales (búfalo, león, leona, 8a, 9a).
Por último, informa a la mente. Las imágenes gráficas son un recurso literario
efectivo y encierran ideas doctrinales y principios espirituales importantes para el
oyente. Dios supliría las necesidades de su pueblo proveyendo los recursos necesarios
para la vida: disfrutarían de paz en las tribus (hermosas… tiendas y moradas seguras, 5);
ventajas geográficas (valles que se extienden, jardines junto al río, 6); agricultura fértil
(áloes plantados por el SEÑOR, cedros junto a las aguas, 6) y bienes minerales (nótese la
repetición: junto al río… junto a las aguas… Agua correrá… muchas aguas, 6–7). Una
fuente de agua predecible es la mayor de todas las bendiciones en un clima como este.
(La referencia a los baldes probablemente describa el transporte del agua desde los ríos
o los pozos por parte de las personas que recogían el agua para regar los cultivos).
Crecerían en número (simiente quizás nos evoque la promesa a Abraham, que les
recuerda de nuevo lo que se le dijo al patriarca sobre el aumento de la descendencia) y
seguridad nacional (más grande que Agag será su rey, 7, puede que prediga una victoria
futura o tal vez “un nombre común entre los reyes amalecitas”[como los nombres de
Abimelec en Filistea y Ben-Hadad en Siria]).657 El pueblo de Dios también estaría
confiado espiritualmente (se le recuerda que el Dios que lo saca de Egipto, 8, cf. 23:22,
haría efectiva su conquista de Canaán) y tendría éxito militar (Devorará a las naciones
que son sus adversarios… y los traspasará con sus saetas, 8). Así como los egipcios
fueron devorados por las aguas del mar Rojo y el rey cananeo de Arad (21:1–3) y Sehón
y Og (21:21–35) fueron vencidos por el ejército de Israel, los enemigos de Israel serían
destruidos en los inevitables conflictos que surgirían en el futuro.
El mensaje es un recordatorio oportuno de que a los que heredan sus bendiciones
(23:20), confían en su Palabra (23:19) y disfrutan de su presencia (23:21) nunca les
faltará su provisión. La profecía termina con una dramática conclusión cuando el
vidente pagano, que desconoce la fuente, repite la promesa hecha a los patriarcas:
“Benditos los que te bendigan, y malditos los que te maldigan” (9). Fueron las palabras
que el rey Balac había utilizado, también sin darse cuenta, para adular y describir la
reputación del adivino (22:6). Se habían hecho realidad en las inesperadas profecías
que había recibido el rey; aquellos a quienes Balaam había bendecido repetidamente,
173
disfrutarían de esa bendición, y la maldición que se suponía que era para ellos acabaría
cayendo sobre la cabeza del adivino (31:8, 16).
Al escuchar el tercer mensaje, Balac estaba enfurecido (10–11) y batió palmas con
desdén. Ordenó a Balaam que regresara a casa e hizo alusión a la fortuna que se había
perdido (“Yo dije que te colmaría de honores”), (11) por haberse negado a maldecir a la
multitud de Israel. Balaam repitió que le era imposible traspasar el mandamiento del
SEÑOR (13). Más tarde, volvería a su país natal, pero sorprendió al frustrado rey con la
promesa de un mensaje final. La última profecía no había sido solicitada ni bienvenida y
advertía a Balac sobre lo que este pueblo hará a tu pueblo en los días venideros (14).

Los propósitos soberanos de Dios (24:15–25)


Iluminado por el Espíritu Santo, el adivino vio horizontes más allá del Jordán y
Canaán. Mirando hacia delante en el tiempo, distinguió las características de alguien
que aparecería en la escena nacional (17a) e internacional (17b–24) y que cambiaría el
curso de la historia: “Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no cerca” (17). El
mensaje prendió una llama de esperanza en la vida del pueblo de Israel que fue
atesorada por millones de personas: su Mesías vendría. La predicción se hizo cada vez
más profética a lo largo de los siglos, pasó a la iglesia y, con nuevas dimensiones de
entendimiento, llegó a cumplirse perfectamente con la venida de Cristo. Su mensaje de
esperanza aún tiene varias dimensiones en esta última profecía.
En primer lugar, es una esperanza para el futuro. Inevitablemente, en ese tiempo, la
mirada de Israel estaba centrada en la conquista de Canaán. El último mensaje de
Balaam les hizo pensar en el futuro en lugar del presente, de lo inmediato a lo último.
Ninguna comunidad que se precie puede vivir simplemente para el hoy. Necesita
ambiciones nobles que le conduzcan a cosas mejores. Por muy buenas que parezcan las
circunstancias, siempre hay algo infinitamente superior en el horizonte. El teólogo
cristiano Emil Brunner escribió su exposición sobre la esperanza cristiana después de
perder a dos hijos de veinte y pocos años, cuando un concepto teológico se convirtió
para él en “un tema candente de mi vida personal”. A través de la esperanza, “lo que es
meramente futuro y potencial cobra vida para el presente y se hace real para nosotros”.
La esperanza es “la forma positiva de aguardar el futuro, así como la ansiedad es la
forma negativa”. Como “el oxígeno para los pulmones, así es la esperanza para el
sentido de la vida humana… quita la esperanza y la humanidad tendrá dificultades por
falta de respiración”. No podemos sobrevivir sin ella.
Los viajeros israelitas, por supuesto, tenían la mira puesta en el horizonte de la
conquista, pero este mensaje apuntaba hacia ideales mayores y mejores. Esa dimensión
de “ahora no” era vital para ellos y para nosotros. Con demasiada facilidad nos
ofuscamos reclamando lo inmediato, pero todos deben enfrentarse al reto de lo último.
El apóstol Pablo recordó a las iglesias del primer siglo que no se obsesionaran con las
preocupaciones del presente olvidando la realidad de lo que iba a venir. Cuando la vida
se volvió difícil y peligrosa para él, estas certezas le mantuvieron con ánimos para seguir
adelante.
174
En segundo lugar, es una esperanza segura. No había motivo para la incertidumbre.
La profecía muestra que es una certeza y a ningún israelita podría quedarle duda alguna
acerca de la intención manifiesta de Dios de cumplir sus propósitos. Nótese el tiempo
verbal de futuro que se emplea: “una estrella saldrá… un cetro se levantará…
aplastará… Edom será una posesión… Israel se conducirá con valor. De Jacob saldrá el
que tendrá dominio… Amalec… su fin será destrucción… el ceneo será consumido… naves
vendrán… afligirán… pero él también perecerá para siempre” (17–24). El futuro
declarado de Dios se muestra tan claramente aquí como en la promesa original hecha a
Abraham: “te bendeciré”. De la misma manera que las promesas del origen, la
naturaleza y el propósito de Israel se habían realizado, así también se cumpliría esa
clara promesa sobre su destino.
En tercer lugar, es una esperanza majestuosa. No se centra en las conquistas de una
nación, sino en el carácter de un líder. Un rey surgiría: “una estrella saldrá de Jacob, y
un cetro se levantará de Israel” (17), “De Jacob saldrá el que tendrá dominio” (19). En
todo el mundo antiguo, la estrella simbolizaba la realeza y el cetro era una imagen
reconocida de la misma. Israel podía anticipar que se asentaría en la tierra y que
además sería una nación próspera bajo la soberanía de un rey bueno, fiable y poderoso.
Al principio, el pueblo de Israel, por supuesto, vio cómo se cumplía esta profecía
(300 años después de asentarse en Canaán) con la llegada de David, su rey ideal. David
se convirtió en un buen líder, que conquistó a muchos de los enemigos de Israel, tal y
como se describe en la última parte de la profecía. Pero los maestros de Israel pronto
vieron un significado mayor en esta profecía que la de anunciar la monarquía de David.
Apuntaba a la venida del Mesías de Israel y los primeros rabinos utilizaban los versículos
para centrar la atención en su esperanza mesiánica,665 una visión compartida por la
conocida comunidad de los Manuscritos del Mar Muerto, en Qumrán. Los expositores
bíblicos primitivos creían naturalmente que se referían a la venida del Hijo de Dios, el
“lucero resplandeciente de la mañana”. Esta última predicción por parte de Balaam
quizás se refiera “a los últimos triunfos de los reyes en el período de la antigua
monarquía”, pero las victorias exactas descritas aquí “prefiguran las conquistas más
grandes de Cristo en su primer y segundo adviento”.668
En cuarto lugar, es una esperanza de victoria. La última profecía describe un tiempo
en el que este rey prometido haría desaparecer a los enemigos de Israel en las naciones
de alrededor. En las profecías más tardías, se solía juntar una serie de mensajes (o
“endechas burlescas”, como se llaman algunas veces) que representan el juicio
inevitable de otras naciones, especialmente aquellas que hubieran asumido el gobierno
a causa de sus logros militares anteriores. Sus enseñanzas son extremadamente
importantes en la tradición bíblica y son testigos de la soberanía de Dios sobre las
naciones. Él no es una simple deidad territorial, como Quemos de Moab, que sólo
estaba interesado en el bienestar de los que le reconocen. Él es el Dios de toda la
tierra670 y todas las naciones están bajo su mano soberana. Un mensaje así habría
reconfortado grandemente a los viajeros israelitas que estaban a punto de entrar en
una tierra que ya se encontraba habitada por adoradores de otros dioses.
Por último, es una esperanza sin igual. Las conquistas que tendría Israel no
175
ocurrirían gracias a su gran número de soldados, ni a sus habilidades militares, ni a su
diplomacia política. Las victorias se convertirían en un testimonio del poder del Dios de
Israel: “¿Quién puede vivir, si Dios no lo ha ordenado?” (23).
Surgieron grandes imperios mundiales, crecieron y desaparecieron. Durante un
período de 400 años, esos esclavos israelitas en Egipto se habían atrevido a tener la
esperanza de que llegaría su día de liberación gracias a lo que Dios podía hacer por
ellos. Una vez se asentaran en la tierra, naciones como los madianitas acecharían al
pueblo, pero héroes imprevisibles, como el temeroso Gedeón, podrían dar testimonio
de lo que Dios había hecho al derrotar a sus enemigos.672 Más tarde, cuando los filisteos
arrogantes tuvieran a Israel bajo su poderosa garra, un prisionero ciego y encadenado
en Gaza fue utilizado para someterlos. Lo único que podían hacer los contemporáneos
de Sansón era maravillarse por lo que Dios había hecho. Durante el precario reinado de
Saúl, los problemáticos filisteos huyeron a causa de lo que Dios le hizo a su enorme
líder, usando solamente a un muchacho para vencer a un hombre que había derrotado
a ejércitos enteros. Cuando aquel joven pastor cogió su honda, el sonido de su grito de
victoria resonó por todo el valle y sorprendió al enemigo: “el SEÑOR no libra ni con
espada ni con lanza; porque la batalla es del SEÑOR y Él os entregará en nuestras
manos”. Cuando concluyó ese encuentro victorioso, David estaba suficientemente
preparado para dar testimonio de lo que Dios había hecho.
Podríamos decir lo mismo de los amenazadores moabitas (17b), soberbios edomitas
(19), arrogantes amalecitas (20), invencibles ceneos (21), crueles asirios (22),
presuntuosos babilonios, prósperos persas, poderosos griegos y triunfantes romanos. Al
igual que las endechas burlescas de los profetas más adelante, las últimas líneas de las
profecías de Balaam dijeron en voz alta una de las verdades esenciales de las Escrituras:
Dios es soberano. No solamente tiene el control del destino de los israelitas; el mundo
entero también está en sus manos.
Este tipo de enseñanzas no suele ser demasiado popular en una cultura
posmoderna como la nuestra. En lugar de mirar a un Dios soberano y a un Cristo
salvador para recibir ayuda, se anima a nuestros contemporáneos a lograr sus propios
objetivos, utilizar sus propios recursos y realizar sus propios sueños. Las formas de
autosalvación son más aceptables que teologías de esperanza: “Impulsa tu potencial,
sin usar niveles morales externos como referencia, ni tradiciones religiosas ni normas
sociales. Abraza el ímpetu”. La idea de mirar a Cristo para obtener la salvación ahora o
en el futuro, se considera anticuada, irrelevante e incluso pasada de moda. Este rechazo
de la enseñanza bíblica no se limita a los escépticos del cristianismo. El mensaje de
esperanza que dice que vendrá una estrella ha sido guardado como un tesoro a lo largo
de los siglos por millones de judíos, pero, entre algunos de sus sucesores posmodernos,
“las doctrinas conectadas con la venida del Mesías… no parecen nada plausibles. Con
excepción de los judíos ortodoxos estrictos o los hasidim, la mayoría de los judíos han
dejado de tener estas convicciones tradicionales”.
Un erudito judío contemporáneo (y, probablemente, no representativo) dice que
“deben liberarse de los absolutos del pasado” porque “estas antiguas doctrinas pueden
ser reemplazadas por una nueva visión de la vida judía, que se centra en el ser
176
humano”. Se desecha la autoridad bíblica, porque ya no es “plausible afirmar que
cualquier visión religiosa es categóricamente cierta. La comunidad judía debe depender
ahora de sí misma para sobrevivir y para la redención del mundo”.
Los cristianos que creen en la Biblia, contrarios a estas formas tan populares de
autosalvación, declaran que el Mesías llegó en Jesús, el unigénito Hijo de Dios, para
llevar a cabo la salvación del mundo que no podríamos conseguir por nosotros mismos
de ninguna manera. También están convencidos de que un día volverá a este mundo
como único redentor, rey y Señor. Los cristianos anticipan esta venida prometida de
Cristo con incomparable gratitud; Cristo su estrella, su cetro y el que tendrá dominio
(17–19).
Antes de dejar a un lado estas verdades comunicadas por Balaam, podemos
recordar que, en aquel momento, Moisés y sus compatriotas no sabían nada acerca de
estos acontecimientos potencialmente peligrosos en las cimas de estas montañas que
rodeaban su campamento. Los poderes ocultos de Balaam retaban directamente al
propósito divino de bendecir a su pueblo. En aquel momento, Israel desconocía el
peligro oculto del que le protegía Dios, por su gracia. Conocerían lo que habló el adivino
quizás por los príncipes de Balac (22:13, 15, 21), o los siervos de Balaam (22:22),
quienes participaron en estos tratos tan extraños y fueron preservados para el pueblo
de Dios por el Espíritu, que les inspiró. Pero la historia de esta bendición inusual de
Israel tiene una trágica secuela. Balaam probablemente les dijo a los moabitas que
“aunque él no podía maldecir a los israelitas, conocía una forma por la cual los israelitas
se maldecirían a sí mismos”. A continuación, veremos en qué consistió este
acontecimiento desastroso.

Una trágica secuela


Números 25:1–18

“Entonces se levantó Balaam y se marchó, y volvió a su lugar” (24:25). Pero, antes de


hacerlo, el vidente se mostró tal cual era en realidad y le comunicó a Balac una
estrategia diferente para desbaratar las filas de Israel. Lo que no se podía conseguir con
la magia podía lograrse con la idolatría. Balaam sugirió que algunas mujeres moabitas
(posiblemente, prostitutas del altar de Baal) visitaran el campamento de Israel e
invitaran a los hombres a una de sus celebraciones religiosas orgiásticas. Después de
toda una vida siguiendo una dieta muy estricta, algunos de los soldados israelitas
estaban preparados para una buena comida y el jolgorio que la acompañaba. Balac
siguió el consejo de Balaam (31:16). Participar en el festival y banquete de Moab
implicaba la veneración de sus dioses. Después de esto, vino la tragedia, cuando Israel

177
se unió a Baal de Peor (3). Vamos a ver de cerca a aquellas personas involucradas en la
historia de la caída de Israel.

El enemigo despiadado
Detrás de la caída idólatra de Israel, había un enemigo más siniestro que Balac, uno
que siempre está trabajando para contaminar y hacer daño al pueblo de Dios: el diablo.
A lo largo del viaje por el desierto, había utilizado todas las artimañas posibles para
crear problemas y estragos en el campamento israelita: descontento (11:1–6),
relaciones dañadas dentro de una familia del liderazgo (12:1), envidia (12:2), miedo
(14:31), rebelión (14:4, 10), desobediencia (14:40–45), rivalidad (16:1–3), deslealtad
(16:41–17:5), peleas (20:3–5) e irreverencia (21:4–5). En la frontera moabita, había
fracasado con su nociva estrategia de brujería, pero ahora estaba dispuesto a probar
otra táctica: el atractivo de la inmoralidad sexual. Cuando el diablo fracasa en una
empresa, crea otra rápidamente. Pedro describió al enemigo destructivo como “león
rugiente”, constantemente al acecho “buscando a quién devorar”. En el campamento
de Israel, encontró muchos “a quién” el día en el que llegaron las mujeres moabitas
para invitar a los hombres a su fiesta local. Los cristianos deben estar alerta por si
aparecen peligros por parte del diablo.680

Los hombres inestables


Lo último que leemos acerca de los hombres de Israel fue que se estaban
regocijando por lo que Dios había hecho al concederles la victoria sobre los reyes Sehón
y Og (21:25, 35). Pero la capacidad de conquista en un área de la vida no garantiza la
seguridad en otras. Estos soldados tenían la fuerza para luchar contra enemigos
externos, pero carecían del poder para vencer a los internos. El pasaje identifica a tres
enemigos ante los que se rindieron rápidamente.
El primero fue la inmoralidad. En la sociedad de Israel, pocos de esos hombres no
estarían casados. Sabían muy bien que prostituirse (1) iba en contra de los
mandamientos. A menos que las mujeres moabitas fueran prostitutas de la secta que
no estaban casadas (lo cual era bastante probable), también estarían casadas, así que
los hombres israelitas habían codiciado a las mujeres de otros y habían cometido
adulterio con ellas, rompiendo sus votos matrimoniales además de contaminar los de
otros. Los matrimonios rotos no están limitados al mundo antiguo. Por desgracia, la
infidelidad está también presente en nuestros tiempos. El sexo se ha convertido en el
ídolo más venerado de nuestra época y la Biblia está llena de advertencias sobre sus
poderes destructivos.
A lo largo de la historia bíblica y desde entonces, el mal uso del apetito sexual ha
corrompido a muchas personas prometedoras, ha roto familias enteras y destruido
comunidades. El pecado sexual de Sodoma era tan “sumamente grave” para el Señor,
que la ciudad tuvo que ser destruida. Las relaciones sexuales ilícitas provocaron que los
hijos de Jacob tuvieran serios problemas con el pueblo de Siquem.683 Las personas,
178
manipuladas por apetitos sexuales incontrolables, pueden vivir dobles vidas, como uno
de los hijos de Jacob, Judá, que ordenó la ejecución de una mujer que era culpable de
prostitución, solamente unos meses después de haberle pagado él mismo para
acostarse con ella.
La tentación sexual no corrompió al joven José, pero sí hizo un daño enorme a
Sansón,686 a David y a millones de personas que han caído en bancarrota moral por
hacer mal uso del regalo físico que Dios ha dado para el matrimonio. Los cristianos
primitivos sabían, desde el principio, que podía destruir sus iglesias, así que sus
maestros inspirados les advirtieron sobre los peligros y establecieron altos niveles de
comportamiento cristiano en un mundo en el que la inmoralidad sexual estaba muy
extendida. Cuando la joven iglesia debatió las tensiones entre los judíos y los cristianos
gentiles, estableció que, fueran cuales fueran las prácticas específicas que se
promovieran o no, la pureza sexual debía ser el distintivo de todos los verdaderos
creyentes, sin importar su trasfondo étnico.688 Cuando Pablo instruyó a los creyentes de
Corinto acerca de su comportamiento cristiano ejemplar, utilizó este incidente
específico en Números 25 como advertencia para que no fornicaran, “como algunos de
ellos fornicaron”. Algunos de los miembros de esa iglesia conocían muy bien estos
peligros.690
La idolatría era el siguiente enemigo. Con sus estratagemas, las mujeres moabitas
invitaron deliberadamente a aquellos hombres de poca voluntad a los sacrificios que
hacían a sus dioses y el pueblo se postró ante sus dioses. De nuevo, incumplieron los
mandamientos. Los conocían de memoria y los habían escuchado de los labios de
padres dedicados y maestros levitas, pero una cosa es conocer las Escrituras y otra cosa
distinta obedecerlas. Ezequiel dejó claro que este acto de idolatría en Baal de Peor no
fue un acontecimiento aislado y expuso la frecuencia de las prácticas idólatras de la
comunidad del desierto. Se les había dicho claramente que no debían aceptar ningún
otro dios que no fuera el Señor, ni participar en la adoración de ídolos: “No tendrás
otros dioses delante de mí”. Pero esas mismas palabras, postrarse ante los dioses,
describen cómo estos hombres israelitas rechazaron trágicamente a Dios.
Nosotros vivimos en una época idólatra. No debemos limitar nuestra percepción de
la idolatría a las estatuas de la cultura pagana. En un mundo pecaminoso, todas las
cosas, sean inocentes o no, tienen un potencial idolátrico. Cualquier cosa es un ídolo si
se interpone entre nosotros y Dios. Lutero dijo que todo “lo que no carece del
conocimiento de Cristo, necesariamente es idolatría”. En la sociedad contemporánea,
las personas idolatran sus casas, trabajos, posesiones, sexualidad, relaciones, comida,
bebida, ocio. Todas estas cosas, que son inofensivas o apropiadas si se encuentran en
su contexto adecuado, se convierten en poderes que desplazan a Dios del pensamiento
humano. Los cristianos de hoy tienen que escuchar la advertencia con la que concluye
la primera carta de Juan: “Hijos, guardaos de los ídolos”. Cuando Pablo les recordó a los
corintios este incidente de la inmoralidad idólatra de los moabitas, lo resumió todo con
una advertencia similar: “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría”. Estas
exhortaciones apostólicas son tan relevantes para el principio de nuestro nuevo siglo
como cuando se escribieron.
179
El tercer enemigo no tiene una apariencia tan desagradable y obvia como los dos
primeros y es fácil no darse cuenta de su participación en este episodio. Al principio,
estos hombres fueron atraídos al campamento moabita con la idea de sentarse ante
una mesa llena de comida. Después de pasar años con una dieta estricta, la visión de
una celebración local moabita era demasiado tentadora para muchos de ellos. Al igual
que sus antepasados con el desastre del becerro de oro, “el pueblo se sentó a comer y a
beber, y se levantó a regocijarse”.
Muchos de nuestros contemporáneos con gran apetito podrían oponerse a las
acusaciones de gula, pero hoy en día hay demasiadas personas que desperdician la
comida, compran más de lo que pueden comer o consumen demasiado alcohol,
mientras que millones de personas que viven en el mismo planeta pasan hambre todos
los días. Un lujo tan extravagante es vergonzoso en un mundo en el que hay multitudes
de personas que carecen de las necesidades básicas para sobrevivir.

El Señor agraviado
Mientras tenían lugar estos sórdidos acontecimientos en el campamento moabita,
se encendió la ira del SEÑOR contra Israel (3). Los hombres israelitas habían ofendido su
santidad, ignorado su palabra, deshonrado su nombre, manchado su testimonio y
provocado su ira. Le dijo a Moisés que castigara a los líderes de las tribus que hubieran
participado en este escándalo, seguramente porque no habían detenido a sus hombres
con su influencia como líderes. Aquellos de los suyos que se han unido a Baal de Peor (5)
debían ser ejecutados. La ofensa era un acto público de apostasía tan grande, que no se
podía pasar por alto. Junto al incidente del becerro de oro y los sucesos paralelos, la
ofensa entró en los anales de la historia de Israel como uno de sus actos más idólatras,
una fea mancha imposible de borrar de su memoria como pueblo.697

Los infractores descarados


Al escuchar la transgresión de los infractores y la ira del Señor, el pueblo se
congregó en la puerta de la tienda de reunión y lloró amargamente. Mientras los demás
estaban en medio de un acto público de remordimiento, Zimri, uno de los israelitas,
trajo una mujer moabita al campamento, así que contaminaron su pureza, y la llevó a la
tienda de su familia para mantener relaciones con ella (6).
En dos ocasiones en esta narrativa, se nos dice que esta mujer, Cozbi, era una
persona de rango importante en el pueblo moabita. Provenía de la familia de un cabeza
del pueblo (15) y era hija del jefe de Madián (18). ¿Podía ser que Zimri, el hijo de un
líder de una tribu de Israel (14), considerara la idea de unirse a una familia moabita
próspera, a pesar de que Dios había prohibido tales relaciones?
Zimri ignoró por completo el dolor del pueblo y el liderazgo moral de Moisés, y
actuó de manera desafiante, incumpliendo mandamientos en presencia de la
congregación de Israel. Si el pecado de los demás ya era ofensivo hacia la comunidad, la
inmoralidad descarada de este hombre simeonita era un acto de provocación insolente,
180
que no se podía consentir de ninguna de las maneras. Tolerarlo habría sido ofensivo
para Dios y el peor ejemplo posible para los jóvenes israelitas. Pero un hombre de la
comunidad estaba decidido a hacer algo para restaurar el honor del Señor entre las
personas que seguían venerándole.

El sacerdote entusiasta
En la narrativa de Baal de Peor, hay dos personajes que contrastan completamente.
Ambos ocupan puestos de considerable influencia social. Uno era el hijo de un dirigente
del pueblo, de la tribu de Simeón; el otro era el nieto de Aarón. Uno representa la
insubordinación descarada; el otro, la obediencia incondicional. Los viajeros israelitas ya
podían divisar la tierra prometida; estaban en el umbral del peligro religioso y moral. La
adoración de Baal no se limitaba a la región de Peor. La tierra de Canaán estaba llena de
altares; cada uno de ellos era escenario de ceremonias de fertilidad corruptas y
pornográficas que incluían rituales inmorales, prostitución sectaria y sacrificios de
niños. Ante tal tentación siniestra, ¿tendrían los israelitas la debilidad moral de Zimri o
el compromiso espiritual de Finees?
En medio de un vasto e inhóspito desierto, no existía la tentación de participar en
decadentes rituales de fertilidad, pero ahora estaban a punto de entrar en un entorno
agrícola y no podían minimizar la seriedad del pecado. Si cedían a la maldad, como
acababan de hacer, provocarían la ira de Dios. Se enfrentaban a un futuro moralmente
precario y necesitaban un ejemplo visual de lo que significaba obedecerle. En este
trágico momento de su historia, el nieto de Aarón se convirtió en el ejemplo para Israel,
obediente a la palabra de Dios, con celo por el honor del Señor y comprometido con su
servicio.

Finees era obediente a la palabra de Dios


Prácticas como las de Baal de Peor estaban completamente prohibidas. Dios les dijo
a los israelitas que destruyeran estos altares y devolvieran los pilares pornográficos de
Asera. Si no lo hacían, sería un desastroso “tropezadero”. Después de dejar Sinaí, a los
israelitas se les advirtió de que los rituales religiosos extranjeros representarían para
ellos un peligro moral y espiritual. Tras el episodio del becerro de oro, se les había
informado de lo que pasaría si se relacionaban estrechamente con personas de otras
religiones. Esto anticipaba la tragedia de Baal de Peor a un escenario espantosamente
idéntico: “no sea que… cuando se prostituyan [zānâ, la misma palabra utilizada para
describir la apostasía de Baal de Peor, Nm. 25:1] con sus dioses y les ofrezcan sacrificios,
alguien te invite y comas de su sacrificio”.
Finees sabía que la aventura de Zimri con la mujer madianita, mientras la
congregación estaba llorando por el pecado de Israel, era un rechazo público de la
voluntad de Dios para su pueblo. Su ejemplo tan corrupto debía ser contrarrestado con
uno bueno. Como era uno de los maestros de Israel, el sacerdote sabía que la paga de
tal práctica idólatra e inmoral era la muerte, así que actuó rápidamente como juez de la
181
comunidad. Aquí, vemos a un hombre que estaba dispuesto a hacer la voluntad de
Dios, por muy impopular que pareciera. Gracias a su rápida intervención, cesó la plaga
sobre los hijos de Israel (8). Era necesario que alguien hiciera algo, porque, cuando
Finees tomó una lanza en su mano (7), ya habían muerto 24.000 personas a causa de la
plaga (9).

Finees tenía celo por el honor de Dios


La intervención del sacerdote salvó la vida de miles de personas. Era un hombre
dispuesto a poner a Dios en primer lugar, no importa el precio. No sólo se habían
quebrantado mandamientos específicos, sino que el honor del nombre de Dios estaba
en juego. Si el pecado se hubiera dejado pasar, ¿qué habrían pensado los moabitas
sobre la espiritualidad exclusiva de Israel y sus altos niveles morales tanto para
individuos como para comunidades? Quizás habrían concluido que se podía adorar al
Dios de Israel y actuar también de manera tan corrupta. ¡Vaya testimonio para las
naciones de cercanas! El honor público del nombre de Dios era aún más importante
para los israelitas que para sus vecinos cananeos. El Señor dijo que Finees “demostró su
celo por mí entre ellos” (11). Dios debía ser exaltado y adorado en la comunidad, no
ignorado, deshonrado y despreciado, como lo era con las prácticas ofensivas en Baal de
Peor y el comportamiento adúltero de la pareja en el campamento de Israel. Finees era
la personificación del ideal sacerdotal: “él me reverenció, y estaba lleno de temor ante
mi nombre”. Honrar el nombre de Dios es una prioridad crucial para el creyente
contemporáneo, puesto que vivimos en una sociedad que tiene poca consideración por
los valores espirituales y la pureza moral.

Finees estaba comprometido con el servicio a Dios


Todas las comunidades necesitan líderes ejemplares y guardianes morales. Era
responsabilidad del sacerdocio aarónico y sus asistentes levitas defender los niveles
espirituales en una época en la que la voluntad divina era desafiada constantemente
por culturas extranjeras. Mientras los israelitas acampaban en su última parada en
Abel-sitim (33:49), aquí tenemos una prueba visible de que, por muy deteriorado que
estuviera el ambiente moral, siempre había gente decidida a andar con Dios
rectamente y a alejar a los demás del pecado. Finees representaba una nueva
generación, personas dispuestas a comprometerse con el Señor, con su adoración, su
palabra y su obra. Por intervención divina, en cada generación siempre habría personas
que compartían el celo del hijo de Eleazar.
El desastroso incidente de Abel-sitim era un testimonio, para la comunidad del
desierto, de la naturaleza de la santidad de Dios (no puede tolerar el pecado), su
misericordia (su sacerdote escogido hizo expiación por los hijos de Israel para que no
destruyera a los hijos de Israel, 13, 11) y su justicia. Zimri, Cozbi y sus secuaces morales
no se escaparon del juicio divino. Las hordas moabitas y madianitas, que provocaron al
pueblo del Señor, tampoco, pues “fueron la causa de que los hijos de Israel, por el
182
consejo de Balaam, fueran infieles al SEÑOR” (31:16). Ellos también cayeron bajo el
juicio de un Dios justo y recto (16–18; 31:1–24). En el umbral de una vida diferente en
un entorno nuevo, los israelitas fueron severamente reprendidos y aprendieron que
tratar el pecado con ligereza tiene consecuencias letales.

QUINTA PARTE

Hacia delante
Números 26:1–36:13

Enfrentarse a un futuro diferente


Números 26:1–65

Y aconteció después de la plaga, que el SEÑOR habló a Moisés y a Eleazar, hijo del
sacerdote Aarón, diciendo “Levantad un censo de toda la congregación de los hijos de
Israel” (1–2). Era el momento de empezar de nuevo. A excepción de Moisés, Caleb y
Josué, todos los que se contabilizaron al principio del viaje (1:1–4:49) habían fallecido
en el desierto. La lista de tribus, clanes y familias con la que empieza esta sección final
de libro se ha conservado con un propósito. Hay cuatro temas específicos que se
pueden extraer de estos históricos registros.

Su contexto militar
Los nombres de las personas incluidas en este segundo censo siguen instrucciones
precisas acerca de los madianitas, quienes, siguiendo el consejo de Balaam, habían
“engañado” a los israelitas (25:16–18; 31:16) y fueron la causa de la muerte que se
extendió por el campamento. Todos los hombres de veinte años arriba por sus casas
paternas, todo el que en Israel pueda salir a la guerra debían ser incluidos en la lista
como soldados de la comunidad y prepararse para el conflicto no sólo con las fuerzas de
Madián en la región de Transjordania (31:1–24), sino también a gran escala cuando
entraran en Canaán. Después de perder tanta gente con la apostasía de Baal de Peor,
los líderes de Israel necesitaban saber exactamente de cuántos hombres capaces
disponían para los inevitables conflictos del futuro.
La famosa mitología de Homero nos presenta una descripción gráfica de los desafíos
de la vida en clave de viaje (“La Odisea”) y de batalla (“La Ilíada”). El viaje es un tema

183
principal en Números; el conflicto, en Josué. En las enseñanzas del Nuevo Testamento,
las dos imágenes del viaje y de la guerra se utilizan para describir la vida cristiana: el
creyente es peregrino y soldado.
El tema de la guerra se repite enfáticamente en el primer censo al principio del libro
(1:3, 20, 22, 24, 26, 28, 30, 32, 34, 36, 38, 40, 42, 45; cf. 10:9); no hay victorias sin
esfuerzo. No se puede describir la vida cristiana de manera realista y bíblica si negamos
el elemento del conflicto y el aspecto costoso. Pablo, quien a menudo estuvo en
presencia de soldados romanos, utilizó imágenes militares frecuentemente para
explicar la responsabilidad, la disciplina y el precio de la vida cristiana.705
En la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la vida cristiana combativa, hay
tres aspectos muy relevantes: la seriedad del conflicto, la fiabilidad de los recursos707 y
la victoria garantizada. Los mismos tres temas inspiraron a los mejores hombres de
Israel a medida que se preparaban para la lucha al otro lado del Jordán. Como
presentían un encuentro difícil con los soldados cananeos, tenían que estar seguros de
que podían contar con hombres que pudieran salir a la guerra (2). El contexto de este
segundo censo recuerda al lector moderno que en el transcurso del viaje del creyente
hay muchas batallas. No debemos ser contados como que “retroceden” al igual que
aquella generación incrédula (14:3–4), sino como los que avanzan, prosiguiendo
constantemente hacia la victoria.

Su propósito geográfico
Era importante saber el número exacto de los componentes de cada tribu para que
el territorio recién conquistado pudiera ser dividido sabia y justamente entre la gran
comunidad. La cantidad variaba de una tribu a otra después de todos los funerales
celebrados en los últimos cuarenta años. Si comparamos la primera y segunda lista,
vemos que algunos como Judá, Isacar y Zabulón (1:27, cf. 26:22; 1:29, cf. 26:25; 1:31, cf.
26:27) tenían más hombres que cuando sus padres salieron de Egipto; otros tenían
menos (1:21, cf. 26:7; 1:25, cf. 26:18): en el caso de Simeón, la reducción fue drástica
(1:23; 26:14). Era vital saber el número exacto para llevar a cabo el propósito de dividir
la tierra equitativamente: “La tierra se dividirá entre éstos por heredad según el número
de nombres” (53).
Como si fueran dos columnas estructurales, la primera y la segunda lista de censo
“aportan la clave” al “tema que unifica” al libro. Cada lista sirve de introducción a una
sección principal, a la antigua generación y a la nueva. En esta segunda parte del libro,
la comunidad peregrina obtuvo nuevas fuerzas con la seguridad renovada de que, a
pesar de los pecados y fracasos de sus padres, la nueva generación entraría en la tierra
que Dios les había prometido. Esta promesa se confirmó y visualizó por medio de tres
acontecimientos.
En primer lugar, el censo en sí es una promesa de que esta enorme comunidad del
desierto, cuyo ingente número demuestra que se había realizado la primera parte de la
promesa a Abraham (“a tu descendencia”), sería testigo del cumplimiento de la segunda
parte: “daré esta tierra”. Debían ser contados para asegurarse de que todas las tribus
184
recibieran suficiente tierra al otro lado del río Jordán. En segundo lugar, en el siguiente
capítulo, las cinco hijas de un miembro de la tribu de Manasés pedirían consejo a
Moisés acerca del reparto de tierras para su familia (27:1–11). Se debían establecer
temas legales como el de los derechos de la tierra, aunque la posesión de Canaán es
aún una ambición militar y no una realidad física. El tercer acontecimiento (27:12–23)
trata de la elección del sucesor de Moisés. El actual líder de Israel no entraría en la
nueva tierra, pero sabía que sus contemporáneos sí lo harían. En ese momento, un
nuevo líder les “haría salir” a la batalla y les “haría entrar” (27:17) de vuelta a su hogar
sanos y salvos al terminar cada campaña militar.
El hecho de enumerar a los viajeros reafirmó su fe, aclaró sus ambiciones y centró
sus prioridades. Eran un pueblo con un futuro. A medida que reunían sus estadísticas, el
Señor estaba identificando a los habitantes de la nueva tierra. Técnicamente, nunca
serían propietarios de la tierra, sino inquilinos privilegiados, porque Dios era el dueño.
Por eso, tenía el derecho de echar a los anteriores ocupantes. Permitió que los
cananeos la utilizaran durante cientos de años, pero la habían contaminado en gran
manera713 con sus deterioros sociales, perversión moral y prácticas espiritualmente
corruptas. Ahora, había decidido quitarles la posesión y darle la tierra a su pueblo, pero
entendiendo, sin lugar a dudas, que la reconocían como propiedad de Dios y no suya.

Sus advertencias éticas


Esta segunda lista es más que una relación repetitiva de tribus, clanes, familias e
individuos. A medida que se van introduciendo los diferentes nombres, es como si les
hiciera recordar su historia como comunidad y se expusiera los peligros más grandes
que habían ocurrido durante su historia reciente y más lejana. Las advertencias eran tan
relevantes para el futuro de Israel como lo habían sido en su pasado. Hay cinco
referencias y merece la pena reflexionar sobre cada una de ellas.
En primer lugar, la lista empieza recordando el mandamiento divino de Moisés
después de la horrible plaga (1) que le arrebató a Israel 24.000 soldados potenciales. La
apostasía de Baal de Peor entró en los anales de la historia de la comunidad como una
trágica ilustración de su rebelión persistente. Igualaba al episodio tan serio del becerro
de oro, que ocurrió antes de su viaje desde Sinaí. Por desgracia, aun teniendo el final de
su viaje tan cerca, habían ofendido a Dios de nuevo con su idolatría y su inmoralidad.
La segunda referencia aparece con el registro de la tribu de Rubén, que
posiblemente aparece en primer lugar respetando su posición como primogénito de
Jacob, aunque unos siglos antes había perdido ese privilegio por pecar, al haberse
acostado con Bilha, la concubina de su padre. El editor de la segunda lista del censo
llama la atención del lector sobre dos miembros de esa tribu más adelante, Datán y
Abiram (9), que crearon problemas en el campamento con su levantamiento envidioso
contra Moisés (16:1–35). Esa empresa rebelde amenazaba la unidad de los viajeros
israelitas y minaba los papeles específicos de liderazgo que Dios había asignado a
Moisés y a Aarón. Cualquier cosa que rompa la armonía de su pueblo entristece a Dios.
La persona que recogió la lista del segundo censo aprovechó la oportunidad de la
185
referencia a Datán y Abiram para informar a todos los lectores de que los infractores
fueron juzgados por el Señor: y sirvieron de escarmiento (10).
La tercera referencia data de unos siglos antes del viaje por el desierto. Pertenece al
período patriarcal y se refiere a los dos hijos de Judá, Er y Onán, que murieron en la
tierra de Canaán (19). El desgarrador testimonio de Er, el primogénito privilegiado de
Judá, dice simplemente que era “malvado ante los ojos del SEÑOR”. No sabemos la
naturaleza exacta de su comportamiento ofensivo, pero la dura referencia en la
narración patriarcal resulta chocante para la conciencia sensible del lector. Lo que
somos a ojos del mundo no tiene demasiada importancia: estatus social, posición,
riquezas, privilegios, todo desaparece en el polvo. Lo que somos a ojos de Dios717 tiene
un significado crucial y eterno. Cuando Er decidió vivir de manera abominable ante
Dios, su creador y sustentador, “el SEÑOR le quitó la vida”.
El pecado del hermano menor de Er, Onán, es más específico. Según los preceptos
tradicionales del matrimonio por levirato, un hermano debía proporcionar un heredero
varón a una cuñada que no tuviera hijos, pero Onán se negó repetidamente a llevar
esto a cabo. Esta ofensa estaba relacionada con la preocupación de una mujer sin hijos
y entristeció a Dios. Onán también murió.
Al aportarnos esta breve referencia de la historia patriarcal, la segunda lista del
censo no sólo nos dice que Er y Onán murieron en la tierra de Canaán, sino que también
nos invita a recordar cómo murieron: bajo la mano del juicio severo de Dios. Era una
advertencia para las personas que, al igual que el transgresor Er, quisieran vivir en
pecado en Canaán o, como el egoísta Onán, permanecer indiferentes a las necesidades
de otros.
La cuarta referencia concierne a los levitas, los cuales, al igual que en el primer
censo, de nuevo estaban enumerados por separado (57–60; cf. 3:1–20). Aarón es
importante en estas historias como el líder original del sacerdocio de Israel y, por lo
tanto, es natural que el que realizaba el censo mencionara especialmente a sus hijos
varones, aquellos que le ayudarían y que en el futuro le relevarían. Al principio de su
ministerio sacerdotal, su primer y segundo hijo, Nadab y Abiú, murieron cuando
ofrecieron fuego extraño delante del SEÑOR (61), un serio incidente que también se
encuentra en el primer censo (3:2–4).
El detalle se repite en esta segunda lista para recordar al pueblo de Israel que se
debe vivir según las normas de Dios. Él les había indicado claramente cómo y por quién
se debían presentar las ofrendas de incienso y el hecho de que estos dos hombres eran
hijos del sumo sacerdote no les daba permiso para ignorar la palabra de Dios.
Por último, en la conclusión del segundo censo (63–65), se le recuerda al lector que
los nombres incluidos en la lista son completamente diferentes a los que registraron
Moisés y Aarón antes de salir de Sinaí. Aarón, al igual que miles de sus
contemporáneos, había muerto en el desierto. Al propio Moisés, le quedaba ya poco
tiempo de vida. Una vez que hubiera supervisado la campaña de Madián (31:1–54),
solventado lo que podría haber sido un acontecimiento desastroso sobre las
preferencias de la tierra (32:1–42) y predicado su último mensaje (el tema esencial de
Deuteronomio), él, al igual que su hermano y su hermana mayor (20:1, 24), también se
186
“reuniría a su pueblo” (27:13). La segunda lista era un recordatorio sobrio de todos
aquellos que habían muerto en el desierto innecesariamente. De la multitud original
que había salido de Egipto hacía cuarenta años, solamente Caleb y Josué entrarían en la
nueva tierra. Eran ejemplos excelentes para la nueva generación, que mostraban
visiblemente la necesidad de confiar de todo corazón (cf. 14:24; 32:11–12) en la palabra
de Dios y de obedecer su voluntad.

Su importancia teológica
La lista no es simplemente una colección de nombres casi olvidados, una
enumeración de antepasados tribales irrelevantes. De nuevo, estos registros conservan
algunos aspectos importantes de la doctrina bíblica de Dios.

Dios es fiable
El hecho de que estas listas sigan el esquema de tribus anima al escritor diligente a
recordar las bendiciones pronunciadas por Jacob a sus hijos. Dios prometió a los
patriarcas repetidamente que un día su progenie entraría en la tierra y aquí estaban,
contando a una multitud más grande de lo que podrían haber imaginado Abraham,
Isaac o Jacob. Aunque más de 600.000 hombres de la antigua generación habían
muerto en el desierto, “Dios hizo” que casi “el mismo número de personas quedaran”.
Las personas “deben estar increíblemente ciegas si no ven la maravillosa providencia de
Dios… y su firmeza al mantener sus promesas”.

Dios es justo
Dios hace promesas, pero sus hijos no deben imaginar que eso les permita actuar
como quieran. Pueden olvidar sus privilegios y rechazar sus bendiciones, como hizo la
generación incrédula en Cades-barnea. No aceptaron el discurso apasionado de Caleb
(13:30; 14:6–9), decidieron escoger a un nuevo líder (14:4), desearon no haber sido
liberados de la tiranía de Egipto (14:2), planearon regresar al cautiverio (14:4) y
ofendieron a Dios (14:11–12). El Señor declaró que una comunidad tan desobediente y
desagradecida se merecía el destino por el que suspiraba: “¡Ojalá hubiéramos muerto
en este desierto!” (14:2, 28–29, 32–35). Se rebelaron contra Dios (14:35). Quienes se
oponen deliberadamente, sistemáticamente y sin sentir reparo alguno, sufrirán una
gran pérdida personal. Jesús, Esteban y Pablo advirtieron a sus contemporáneos acerca
de tales peligros.

Dios es generoso
Esta multitud de viajeros estaba a punto de salir de su último lugar de acampada
(33:49) en las llanuras de Moab y lo haría con menos gente que la multitud que salió de
Egipto. Durante las últimas cuatro décadas, la nueva generación había enterrado a sus

187
antepasados incrédulos, pero el número de personas no había menguado de forma
importante. Una de las diferencias entre el primer y el segundo censo es que, en el
segundo, se añaden los nombres de los clanes y sus distintas familias (por ejemplo,
5–7), los cuales no se incluyen en el primer censo (por ejemplo, 1:20–21). Es como si los
que están redactando el censo quisieran registrar el endeudamiento que tenía la nueva
generación con un Dios que no los exterminó junto con sus desobedientes padres. Una
vez más, había sido fiel a su promesa de que sus hijos serían protegidos y preservados
(14:31) a lo largo de su viaje por el desierto. Sus padres habían fracasado
estrepitosamente, pero aquí tenemos una prueba evidente de la generosidad del Señor.
En este caso, los pecados de los padres no habían recaído sobre sus hijos. Los pastores
que habían pasado cuarenta años en el desierto (14:33) estaban a punto de convertirse
en los soldados de la conquista y los agricultores del futuro. Los que buscan la voluntad
de Dios demostrarán su bondad ante aquellos que lo ponen en primer lugar.

Dios es soberano
Un propósito práctico del censo era organizar la distribución justa de la tierra: “Al
grupo más grande aumentarás su heredad, y al grupo más pequeño disminuirás su
heredad” (54). El hecho de distribuir la tierra según el tamaño era un procedimiento
sabio y simple, pero, ¿y los lugares en concreto? Una vez hubieran conquistado a los
ocupantes de la tierra, habría un problema mayor: ¿cómo establecerían las zonas
específicas para cada tribu?
Según la selección por suerte se dividirá la heredad entre el grupo más grande y el
más pequeño (56). Así se solucionaba el problema dejando que el Señor escogiera
exactamente. Era su tierra, no la de ellos, y él decidiría qué partes del territorio recién
conquistado debían ir a cada tribu en particular. Como Señor soberano, no sólo era el
dueño de la tierra, sino también el Señor del pueblo. Como Dios omnisciente, sabía lo
que era mejor para cada tribu y, por medio del sistema familiar de la suerte, indicaría
qué parte del país iba mejor con su temperamento, dones y habilidades.

Dios es misericordioso
La lista ofrece más pruebas de la gracia de Dios, la cual no nos merecemos. Datán y
Abiram habían sido protagonistas de un ataque hostil hacia Moisés y Aarón (16:1–3).
Habían conspirado con Coré, un levita que parece que deseó un estatus más alto que el
del sacerdocio aarónico. Al igual que sus cómplices, Coré también fue juzgado
severamente por Dios (16:4–35), pero los hijos de Coré no tenían culpa del papel de su
padre en el levantamiento, ni pagaron por su rebeldía. Pero los hijos de Coré no
murieron (11). El clan de Coré debía continuar como ayudantes levitas, a pesar de que
uno de sus antepasados había traído la desgracia a su familia; sus ofensas no debían
afectar negativamente a sus descendientes.
Siglos después de aquel levantamiento en el desierto, dos profetas de Israel
comunicaron la palabra de Dios sobre el exilio de Babilonia. Al igual que esta generación
188
más joven del desierto, los exiliados quizás podrían tener miedo de sufrir por la
desobediencia de sus padres. El mensaje tanto de Jeremías como de Ezequiel les
asegura que, a pesar del proverbio familiar acerca de la retribución divina (“Los padres
comieron uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen dentera”), no serían castigados
por la apostasía y la inmoralidad de las generaciones anteriores: “El alma que peque,
ésa morirá”, no el niño inocente ni el descendiente sin culpa.
Los nombres de los hijos de Coré se encuentran en los títulos de salmos que
levantan el ánimo y desafían al espíritu. Los “padres” contaminaron el tabernáculo del
desierto; los “hijos” enriquecieron la adoración del templo de Jerusalén. Uno de los
descendientes de Coré declaró su prioridad: “Porque mejor es un día en tus atrios que
mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las
tiendas de impiedad”. Rechazó la actitud egoísta y rebelde de su famoso antepasado,
creyendo que la “gracia y gloria” las da Dios y no deben ser codiciadas avariciosamente
por los humanos, como hizo Coré. Al entrar en Canaán, los hijos de Coré demostraron
que “nada bueno niega a los que andan en integridad”. Quienes siguen sus pasos
comparten su testimonio.

Derechos humanos y mandamientos divinos


Números 27:1–11

El censo de la nueva generación calculó su fuerza militar y estableció las


necesidades con respecto al territorio. Como algo excepcional, los compiladores
registraron a una familia sin hijos (26:33). Cinco mujeres de la tribu de Manasés sabían
que, en la distribución del territorio, no recibirían nada. En Israel, la herencia familiar
pasaba de padres a hijos; las hijas no tenían derecho legal sobre la tierra tras la muerte
de su padre. En circunstancias normales, una hija recibiría una generosa dote de su
padre al casarse. A partir de ese momento, pasaba a ser responsabilidad de su marido;
el padre habría hecho todo lo legalmente posible para proveer económicamente. La
tradición de la herencia que pasa por línea paterna garantizaba que la tierra no saliera
de la familia. Pero, ¿qué ocurría si un padre israelita como Zelofehad moría sin hijos
varones? La narración sirve para enfatizar cinco temas importantes y recurrentes a lo
largo del libro, de varias formas.

Confiar en la palabra del Señor


Los israelitas aún no habían tomado posesión de la nueva tierra, pero las hijas de
Zelofehad no tenían ninguna duda acerca de que la invasión sería un éxito. La petición

189
de las mujeres se llevó a cabo públicamente delante de Moisés, delante del sacerdote
Eleazar, delante de los jefes y de toda la congregación, a la entrada de la tienda de
reunión (2). Así, toda la comunidad era confrontada con la petición de las hijas y
animada por su fe incondicional. Después de tantos años en el desierto, la posesión de
la tierra ya no era algo distante, sino un evento inmediato. Su padre murió en el
desierto (3), pero sus hijas pertenecían a la nueva generación (14:3, 31–33).
Año tras año, estos hijos habían esperado pacientemente a que se cumpliera la
palabra de Dios y aprendieron a aceptar las promesas que sus padres habían rechazado.
Mientras las hijas de Zelofehad hacían su petición públicamente, el resto de la
congregación se dio cuenta de que estaban ante cinco mujeres que realmente creían
que Dios cumpliría la promesa que había hecho hacía cuarenta años (14:31). Aunque
iba en contra de una antigua costumbre, estas hijas estaban pidiendo derechos
territoriales. Su petición servía de aliento a los peregrinos que seguían esperando. Dios
cumpliría su palabra. “Aún no habían entrado en la tierra ni habían conquistado a sus
enemigos”, pero hicieron su petición “como si la posesión de sus derechos le fuera a ser
entregada ese mismo día”.

Hacer caso de las advertencias del Señor


Estas mujeres recordaron gráficamente el desastroso levantamiento de Coré e
hicieron todo lo posible por desvincular del mismo a su padre. Aunque había muerto en
el desierto, lo cual queda como un triste testimonio de que ocupaba un lugar en la
generación anterior, él no había estado entre el grupo de los que se juntaron contra el
SEÑOR, en el grupo de Coré (3). Él murió por su pecado y sufrió el castigo de miles de
otras personas por la incredulidad que tuvo lugar en Cades-barnea.
Al igual que en el censo reciente (26:8–10), a la comunidad que se reunió para
escuchar a las hijas de Zelofehad se le recordó de nuevo la gravedad del pecado.
Salieron a relucir otra vez los tristes sucesos del pasado, no para aumentar su culpa
como comunidad, sino para intensificar su decisión personal. 250 israelitas, “escogidos
en la asamblea, hombres de renombre” (16:2), se unieron a Coré, el levita “insolente”,
en su levantamiento contra Moisés. Zelofehad seguramente habría sido un líder
respetado de la tribu de Manasés, el tipo de persona que quizás habría pertenecido a
ese grupo. Pero, tal y como señalaron sus hijas, no había formado parte del grupo que
se opuso a los papeles de liderazgo de Moisés y Aarón.
Seguramente, estas mujeres conocían la importancia de desvincular a su padre del
levantamiento de Coré. No sólo eran ejecutados los infractores serios como Coré, sino
que, al igual que el inocente Nabot, “su propiedad también era confiscada”. Después de
Cades-barnea, su padre había sido un miembro fiel de la comunidad; a diferencia de
Coré, no había añadido el pecado de la sedición al de la incredulidad.

Buscar la ayuda del Señor


Las mujeres sufrían porque el nombre de su padre iba a desaparecer… de entre su
190
familia sólo porque no tuvo hijo (4), así que buscaron la ayuda de una fuente de poder
superior (1b–2). Las mujeres no sabían qué hacer, pero sabían a dónde acudir.
Cuando Moisés escuchó su petición, se dio cuenta de que era razonable y urgente,
pero no podía decir lo que era adecuado en este caso. Desde que se fueron de Sinaí,
había actuado como juez de Israel para los temas legales. Sus colegas legislaron sobre
temas sencillos, pero él trataba los casos difíciles y la preocupación de estas mujeres
acerca de los derechos de la tierra no era simple.
Las mujeres habían buscado la ayuda del Señor y Moisés hizo exactamente lo
mismo; ¿de qué otra forma podría conocer la respuesta adecuada a una pregunta tan
importante? No “se avergonzaba de reconocer su ignorancia hasta que hubiera sido
instruido de parte de Dios”. Los buenos líderes espirituales reconocen una autoridad
mayor, así que Moisés entró en la presencia de Dios para discernir lo que pensaba el
Señor acerca del tema. Una decisión clara, fuera la que fuera, lógicamente afectaría a
otras mujeres que se encontraran en las mismas circunstancias.
Moisés presentó su caso ante el SEÑOR. Esta no fue la única vez que el líder de Israel
hizo eso. En el libro se nos cuenta tres veces que entró en el lugar de oración para
depender de Dios cuando no estaba seguro de qué camino tomar.

Discernir la voluntad del Señor


En una sociedad tan patriarcal, el ruego de estas mujeres iba en contra de la cultura
de Israel; cabía la posibilidad de que fuera desestimado sumariamente. Si hubieran
apelado a la historia del pueblo o a las tradiciones legales, su petición legítima habría
caído en saco roto. Las hijas de Zelofehad no sólo estaban apelando en contra de un
precedente aceptado. El pueblo de Dios estaba a punto de ocupar una nueva tierra en
la que el comercio les llevaría a entrar en contacto frecuente con personas de otras
nacionalidades. Pronto descubrirían, si no lo sabían ya, que, entre estas culturas
diferentes, se aceptaba que la tierra y la propiedad fueran heredadas por una hija
soltera cuando no había hijo varón vivo. Milgrom observa que “la concesión que se hace
en la Biblia a las hijas de Zelofehad se había anticipado en Mesopotamia un milenio
antes”.
Si los valores de Israel se hubieran decidido siguiendo exclusivamente las normas
contemporáneas, las hijas de Zelofehad casi ni habrían precisado la ayuda de Moisés.
Sin embargo, al pueblo de Dios se le había enseñado que las prácticas legales, la
conducta comercial, los niveles morales de la comunidad y el comportamiento personal
deben ser determinados por la voluntad divina. No tenían que acomodarse
simplemente a las convenciones y niveles morales del mundo que les rodeaba.
Por lo tanto, no sólo por sentar precedentes, sino también a causa de la cultura de
ese momento, era crucial buscar la voluntad de Dios en un tema importante. En este
caso, el Señor creía que la práctica normal de los vecinos era buena y justa, pero aún así
era vital que Moisés le preguntara. En la mayoría de los casos, habría sido desastroso,
tanto moral como espiritualmente, si hubieran amoldado su forma de pensar y su
conducta a la cultura contemporánea.
191
Obedecer el mandamiento del Señor
El Señor confirmó que la petición de estas cinco mujeres israelitas era
perfectamente adecuada: “Ciertamente… pasarás a ellas la herencia de su padre” (7).
Además, no solamente se establecieron los derechos de las hijas, sino también el orden
correcto de la herencia si no hubiera ni hijas ni hijos. En tal caso, las posesiones
familiares debían pasar a los hermanos del dueño o al pariente más cercano en su
familia (11). Son instrucciones claras que asegurarían que habría justicia para las
personas que, de otro modo, se quedarían sin nada, y minimizarían las disputas que
surgieran a veces por la propiedad de un miembro difunto de la familia. El hecho de que
las preocupaciones expresadas por las hijas de Zelofehad emerjan de nuevo al final del
libro (36:1–13) ilustra su importancia en la vida de la comunidad. Los temas de la
armonía doméstica, la justicia legal y los derechos humanos forman parte de la
provisión compasiva de Dios para su pueblo. Lo que él ha declarado como su voluntad
sobre este tema no sólo debía ser recogido en sus documentos antiguos, sino también
observado en su vida: “Y será norma de derecho para los hijos de Israel, tal como el
SEÑOR ordenó a Moisés” (11). A las personas que escucharon la petición de estas
mujeres y esperaron hasta que Moisés hubiera discernido la voluntad divina, se les
recordó una norma que ya les era familiar: lo que Dios dice se hace.
Las hijas de Zelofehad querían conocer la voluntad de Dios acerca de un tema
específico que afectaba a su futuro. A menudo, en la vida nos enfrentamos con
situaciones en las que tenemos que tomar decisiones importantes y no siempre es fácil
saber qué debemos hacer. Buscar orientación es una dimensión crucial de la
experiencia cristiana madura y esta narración ilustra cuatro principios orientadores.
En primer lugar, estas mujeres reconocieron que necesitaban ayuda de fuera.
Nuestra cultura posmoderna anima a la gente a llevar un estilo de vida que cada uno
determina; insiste en que no se debe admitir ningún tipo de autoridad que vaya en
contra del interés personal. Al contrario que esta preocupación egocéntrica, los
creyentes quieren que su vida sea dirigida y controlada por un Dios sabio y amante que
tiene planes y propósitos para ellos.
En segundo lugar, las hijas de Zelofehad presentaron su necesidad a un líder de
Dios. Ellas no podían encontrar la solución a la preocupación que tenían acerca de la
herencia, pero Moisés era una persona fiable en Israel y podían pedirle ayuda. Cuando
nosotros no tenemos claro el futuro, una conversación con un amigo que lleva una vida
de oración puede ofrecernos una visión nueva. A menudo, otras personas identifican
perspectivas que quizás no se nos ocurren.
En tercer lugar, la oración era el componente más importante en este ejercicio de
buscar consejo. Moisés no solamente dio lo mejor de sí para resolverlo, sino que
también habló con Dios acerca del tema. La Palabra de Dios tiene muchas promesas de
ayuda para aquellos que deseen saber su voluntad a la hora de tomar decisiones
importantes.739
En cuarto lugar, la petición de estas mujeres fue un ejercicio de paciencia. Tuvieron
192
que esperar mientras Moisés presentaba su caso ante el SEÑOR (5) y no sabemos
cuánto tiempo pasó hasta que recibió una respuesta. Nosotros debemos “esperar
pacientemente” que la voluntad de Dios se muestre y no debemos imaginar que
podemos recibir orientación inmediatamente cada vez que queramos. El Señor puede
retrasar su respuesta deliberadamente porque necesitemos pensar más sobre los
temas que tenemos delante. A su tiempo, sabremos lo que debemos hacer. Así como el
SEÑOR ordenó a Moisés (11), también nos guiará a nosotros.

Un estilo de vida de liderazgo


Números 27:12–23

La historia de cómo Josué se convirtió en el sucesor de Moisés era importante para


el pueblo de Dios, porque, además de aparecer aquí, lo hace tres veces más en las
Escrituras. Es natural que se presente después del censo de la nueva generación.
Aunque Moisés era un líder extraordinario con muchos dones, iba a morir en el desierto
porque era culpable de desobediencia e incredulidad, al igual que el resto de la antigua
generación. Josué, obediente y confiado, representa la nueva generación que estaba
destinada a entrar en la tierra prometida. La narración describe tanto al antiguo líder
que se va, como al nuevo que emerge, y expone las características ideales de todo líder,
sea joven o viejo.

La prioridad del líder


En la narración, aparece una y otra vez el diálogo de dependencia: Entonces el
SEÑOR dijo a Moisés (12); Moisés habló al SEÑOR (15); Y el SEÑOR dijo a Moisés (18);
Moisés hizo tal como el SEÑOR le ordenó (22); Luego… le impartió autoridad, tal como el
SEÑOR había hablado por medio de Moisés (23).
No hay nada más importante en el liderazgo cristiano que el caminar personal del
líder con Dios. Aun así, en medio de las presiones de la vida ajetreada, es fácil obviar
esta característica esencial. Para Moisés, siempre fue una prioridad. Antes de construir
el tabernáculo, se montó una “tienda de reunión” a las afueras del campamento para
que pudiera entrar allí para tener comunión con Dios. En tiempos como estos, los
líderes reconocen su necesidad, confiesan sus pecados, reciben instrucciones,
disciernen su mensaje, perfilan sus ambiciones y expanden sus horizontes.

La confianza del líder


Mientras Moisés estaba en íntima comunión con Dios, recibió un mensaje acerca del
193
plan divino para su futuro: “Sube a este monte… y mira la tierra que yo he dado a los
hijos de Israel…” (12). El simple hecho de verla es una oferta tentadora cuando se
estaba deseando pisar la nueva tierra, pero debemos conocer algo de los derechos de
los israelitas para apreciar lo que realmente significa “mirar” la nueva tierra.
En la práctica de las leyes hebreas, el hecho de “mirar” la tierra constituía una parte
importante del proceso formal de compra. La “transferencia legal de la propiedad tenía
lugar cuando el comprador la miraba detenidamente”. Anteriormente, a Abraham se le
dijo que “mirara” la tierra que el Señor prometió entregar a sus sucesores.744 Para el
patriarca, el hecho de “mirar” la tierra era tener la certeza de que la poseería. En la
parábola del banquete que cuenta Jesús, un comprador de tierras se disculpa por no
poder asistir a la comida porque tiene que ver la tierra que ha comprado. Nosotros
podemos considerar que es una excusa superficial. ¿Quién querría comprar una tierra
sin verla? Pero lo que el hombre realmente quería decir era que iba a asistir a la vista
formal de la tierra, el hecho por el cual la propiedad recién comprada pasaría a ser suya
legalmente.
Los líderes cristianos no siempre son seguidos o respetados; quizás haya momentos
en los que las personas con las que invierten sus mejores años de servicio les defrauden
o decepcionen. Todo líder necesita el recordatorio bíblico de que Dios siempre cumple
las promesas que ha hecho, tal y como confirmó el mensaje de Balaam (23:19). Cuando
Josué llegó al final de la tarea de toda una vida, dio testimonio a sus compañeros
israelitas de que “ninguna de las buenas palabras que el SEÑOR vuestro Dios habló
acerca de vosotros ha faltado; todas os han sido cumplidas”. Esto anima a los líderes.
Mientras Moisés miraba el vasto territorio desde lo alto de Nebo, el Señor le estaba
dando la seguridad de la posesión inminente.

El destino del líder


“Y cuando la hayas visto, tú también te reunirás a tu pueblo, como se reunió tu
hermano Aarón” (13). La promesa de que el anciano líder pronto se reuniría con sus
ancestros espirituales es una de las menciones (aunque cubierta con un velo) que se
hacen de la doctrina bíblica del cielo. En el Antiguo Testamento, hay referencias
limitadas y parciales de la vida después de la muerte. Están pendientes de definiciones
claras que serían reveladas mejor por el Señor Jesús, quien abriría el cielo para todos los
creyentes. Pero, por muy simple que sea la referencia, encierra dos claras afirmaciones:
el futuro asegurado que los creyentes tienen y el anticipo de una herencia colectiva.
En primer lugar, a Moisés se le prometió un futuro asegurado. Se “reuniría con su
pueblo”; no hay nada indeciso aquí. Tal promesa no estaría formulada de manera
adecuada si Moisés simplemente fuera a desaparecer en el polvo, como una figura
olvidada de la historia antigua sin ningún tipo de futuro en los planes de Dios. En vez de
eso, Moisés entraría en el cielo de Dios; y, como confirmación visual de ese destino
asegurado, apareció siglos después como persona reconocible en otro monte, en la
tierra en la que tanto había deseado entrar. En el monte de la transfiguración, la
ambición de Moisés (“Permíteme, te suplico, cruzar y ver la buena tierra que está al otro
194
lado del Jordán, aquella buena región montañosa y el Líbano”) se cumplió después de
todo.
En segundo lugar, Moisés podía anticipar una herencia colectiva. Como individuo
distintivo, se reuniría con otras personas que habían conocido y amado a Dios a lo largo
de los siglos. Se encontraría con su hermano Aarón (13; 20:24) y una gran multitud de
creyentes comprometidos. En medio de los millares de personas que forman parte del
pueblo de Dios (13), estaba Elías, con quien apareció en el monte de la transfiguración.
En esta frase y en la identificación de estos dos grandes representantes de la ley y los
profetas, que ocurre más tarde, se insinúa que el futuro que Dios asegura incluirá a
individuos claramente reconocibles, unidos para siempre con el pueblo redimido de
Dios. Balaam había deseado que, cuando llegara el final de su vida, su muerte fuera
como la de los justos (23:10), una triste esperanza para el vidente pagano, pero una
perspectiva garantizada para el líder de Israel.
Todos los líderes precisan amplios horizontes en su trabajo para Dios. Todo lo que
hacemos para el Señor necesita formar parte del contexto de la eternidad. La vida dura
más que nuestros días. Cristo exhortó a sus seguidores a que recordaran su destino y, a
medida que sus apóstoles llevaban a cabo su ministerio en los tiempos difíciles que
Jesús había anunciado, tenían una confianza inquebrantable en una vida futura
infinitamente mejor.751

La responsabilidad del líder


El anciano líder sabía bien por qué había sido contado con la antigua generación:
porque cuando el pueblo se rebeló contra su mandamiento en el desierto de Zin, él y
Aarón habían desobedecido el mandamiento de Dios de santificarle en las aguas ante
sus ojos (14). Junto con su hermano, Moisés no había seguido las instrucciones de Dios
cuidadosamente y, en un momento de frustración evidente, se había hecho tan
culpable como cualquier otro miembro de la antigua generación (20:12). Cuando Dios
da órdenes, no hace excepciones para líderes favoritos. Se espera el mismo nivel de
obediencia de ellos como de los demás. El hecho de que Dios le prohibiera a Moisés
entrar en la tierra prometida servía de advertencia perpetua para las generaciones
siguientes. Si un hombre santo como Moisés no podía escapar de las consecuencias de
la desobediencia, ellos tampoco.
Todo líder tiene una responsabilidad suprema para saber, explicar y mantener altos
niveles bíblicos en la vida diaria, y el Señor debe ser honrado como santo en todos los
aspectos de nuestro comportamiento. No podemos predicar un ideal a los demás y
conformarnos con menos para nosotros mismos. En su famoso manual para pastores,
San Gregorio Magno mantenía que el líder cristiano es como “un médico para una
persona enferma”, y ¿cómo puede esperar el médico “curar a los enfermos si lleva una
herida en su propia cara?”.

La compasión del líder

195
A pesar de sus fallos evidentes, el anciano líder tenía grandes cualidades. Amaba al
pueblo de Dios intensamente y se preocupaba por el liderazgo futuro de esa gran
comunidad vulnerable. Moisés le pidió a Dios un sucesor: “Ponga el SEÑOR… un hombre
sobre la congregación… que los haga salir y entrar” (16–17). Sin un liderazgo sólido
fiable, esta gran multitud diversa erraría, como ovejas que no tienen pastor (17).
Aunque profundamente apenado porque no entraría en la tierra prometida, estaba
muy preocupado por los que sí iban a entrar. Habían murmurado contra él, despreciado
su importancia, rechazado su liderazgo y desobedecido sus órdenes, pero aún les
amaba. Moisés se muestra muy compasivo al compartir con Dios su preocupación
natural por el futuro del pueblo. En el liderazgo cristiano, lo importante es el amor. Las
diversas cualidades, la amplia experiencia y los mejores recursos no son nada si los
líderes no aman a su pueblo.

El ánimo del líder


En su ruego por un sucesor, Moisés llamó al Señor: Dios de los espíritus de toda
carne (16), una descripción que se utilizó en una oración anterior (16:22). Al reflexionar
sobre las experiencias vividas a lo largo de su vida, el anciano líder confiaba en un
Creador omnisciente, soberano y protector, que conocía a cada uno de los israelitas;
deseaba sólo lo mejor para su futuro y era el único que podía escoger al mejor líder
posible. La “fuente del aliento de toda vida” era consciente de quién podía ser la
persona adecuada para conducir a esta comunidad en medio de los días cruciales de
transición. También conocía a los enemigos y sabía qué persona colmada de aptitudes
podía conducir a Israel a la victoria. Una paráfrasis de la oración de Moisés lo expresa
perfectamente: “Tú conoces el espíritu de todo individuo y debes escoger a un hombre
que sepa cómo tratar con cada uno de ellos según su propio temperamento”.754 Es de
gran ánimo para los líderes saber que su vida está en manos de un Dios así. No se le
escapa ni el más mínimo detalle; nadie puede traspasar los límites de su control
soberano.

El nombramiento del líder


La oración de Moisés por el sucesor adecuado combina las cualidades de liderazgo
de fuerza y amor en dos imágenes que merecen reflexión: la primera es militar, la
segunda es pastoral.
La responsabilidad que tiene el líder de salir y entrar delante de ellos puede referirse
principalmente al papel del sucesor en la conquista, el comandante que conduce a sus
soldados a la batalla; un líder fuerte y dinámico que encabezara las expediciones y
conociera la mejor forma de movilizar a sus tropas eficazmente, que se preocupara no
sólo de la fuerza militar, sino también del bienestar de sus soldados. Un líder que
valorara la vida de los soldados y el bienestar de sus familias necesitaría actuar
responsablemente para que, al concluir los conflictos, pudiera hacerlos entrar, de vuelta

196
a casa. Este tipo de liderazgo requiere esfuerzo y valor, que era lo que el Señor le pidió
a Josué cuando los israelitas estaban a punto de cruzar el Jordán. El Señor sabía que una
misión militar de esa envergadura era excesiva para las fuerzas de Moisés. Él había sido
un gran líder en el desierto, pero se necesitaba un hombre con dones diferentes para
que Israel conquistara Canaán.
Los buenos líderes combinan la fuerza con el amor. La segunda imagen es pastoral.
El pueblo del Señor necesitaba un pastor compasivo a la vez que un comandante audaz.
Moisés había llevado a cabo un ministerio así durante su viaje por el desierto e Israel
precisaba otro hombre con un compromiso de pastor. La imagen de las ovejas que no
tienen pastor (17) se utiliza en las Escrituras para describir a los que “no tienen dueño”,
una comunidad vulnerable, un pueblo que necesitaba cariño. Vendrían días difíciles
para el sucesor de Moisés. Debería tener compasión también para guiar la grey, además
de valor para la lucha.
Estas dos cualidades que van de la mano necesitan estar equilibradas. Algunos
líderes tienen una en abundancia, pero no la otra. Dios mismo es el modelo de la
perfecta combinación: “de Dios es el poder; y tuya es, oh Señor, la misericordia”.

Los recursos del líder


Cuando el Señor eligió al sucesor de Moisés, no escogió una versión idéntica del
antiguo líder. El nuevo proyecto necesitaba a alguien con dones diferentes. Josué, el
leal compañero de Moisés durante los últimos cuarenta años, ya había demostrado su
capacidad como ayudante eficaz. El Señor le dijo a Moisés que Josué era un hombre en
quien está el Espíritu (18). La expresión quizás se refiera a aquellas cualidades
espirituales evidentes en su anterior papel como comandante militar, fiel ayudante,761
compañero de oración, leal protector (11:28), representante ejemplar (13:2, 8, 16) y
comunicador apasionado (14:6–9). Ahora, Josué se enfrentaba a un reto
completamente diferente: la conquista de Canaán y el asentamiento de Israel en su
nuevo entorno. Necesitaría nuevas habilidades y el Dios de los espíritus de toda carne
(16) disponía de la persona precisa.
Josué podía estar seguro de que tendría recursos nuevos para cada tarea. Hacía
muchos años, Moisés había dado a este hombre llamado Oseas un nuevo nombre,
Josué (13:16), un testimonio de la verdad de que sólo en Dios hay “salvación”. Cuando
era joven, Josué había sido testigo de muchas situaciones diferentes en las que el Señor
había salvado a su pueblo: de la esclavitud, de ahogarse, de tener sed, de pasar hambre
y del ataque militar. En su nueva situación, el Señor seguiría liberando a Josué y a su
pueblo si pasaban miedo o si se enfrentaban a barreras naturales y ciudades
fortificadas.764
El Espíritu Santo (18) daría al nuevo líder lo necesario para llevar a cabo las tareas
que constituyeran un desafío. A los que responden al llamado de Dios siempre se les
garantiza los recursos adecuados. Como confirmación pública de esta tarea encargada
por el Espíritu, Moisés debía poner su mano sobre su sucesor y encomendarle a este
nuevo ministerio. La imposición de manos era una señal visual de transferencia de
197
bendición de uno a otro (8:10).
El Señor proveía todos los recursos para la tarea, pero Moisés también pidió:
“pondrás sobre él parte de tu dignidad a fin de que le obedezca toda la congregación”
(20). El líder antiguo tenía que estar dispuesto a ceder algunas de sus responsabilidades
durante los últimos cuarenta años. A veces, los líderes que van a dejar el puesto no
están muy inclinados a aceptar que la obra del Señor pase a manos de un sucesor más
joven. Moisés era un hombre de alto nivel espiritual y pasaba el testigo con amor.

La dependencia del líder


Josué debía presentarse delante del sacerdote Eleazar, quien inquirirá por él por
medio del juicio del Urim delante del SEÑOR (21). No debía tomar sus propias
decisiones; tenía que ir a dos fuentes de ayuda interrelacionadas.
En primer lugar, necesitaba la colaboración de otros. Josué ocupó el lugar de
Moisés, tal y como Eleazar había ocupado el lugar de Aarón (20:22–29). A medida que
Josué se enfrentaba a estas nuevas y grandes responsabilidades, Eleazar estaba a su
lado como compañero, consejero y amigo. Josué debía presentarse ante el sumo
sacerdote, una expresión que indicaba sumisión atenta y disposición para el servicio.
Los buenos líderes no son autócratas presuntuosos; reconocen su trabajo compartido
en el ministerio.
En segundo lugar, necesitaba que Dios le guiara. A Eleazar no se le permitía que
fuera un compañero déspota o dictatorial. Debía buscar la voluntad de Dios por medio
del juicio del Urim. Josué debía presentarse delante del sacerdote Eleazar y Eleazar
debía presentarse delante del SEÑOR. Ninguno tenía la libertad de intentar hacer su
propia voluntad. El Urim y el Tumim eran probablemente dos piedras lisas, con colores
diferentes a cada lado, que se guardaban en el bolsillo del pectoral del sumo sacerdote.
El sumo sacerdote los utilizaba para echar suertes para saber la voluntad de Dios acerca
de los temas sobre los que había que tomar una decisión. El Espíritu Santo anima,
fortalece y protege nuestra colaboración mutua y nos conduce a conocer claramente la
voluntad de Dios.768

La obediencia del líder


En este período tan crucial en el que debía encontrar a su sucesor, el anciano líder
se preocupó de realizar exactamente lo que el Señor le había dicho que hiciera; él y
Eleazar encomendaron al nuevo líder de Israel tal como el SEÑOR había hablado (23). El
tema de introducción del libro es el de la obediencia total (1:19, 54; 2:34; 3:51; 4:37, 41,
45, 49) y aquí se repite a medida que el ministerio de Moisés va llegando a su fin.
Quienes reflexionaron sobre esta narrativa sucesoria no pasaron por alto el dramático
contraste entre lo que ocurrió en las aguas de Meriba (“os rebelasteis contra mi
mandamiento”, 14) y lo que pasó aquí en el nombramiento de Josué, cuando Moisés
hizo tal como el SEÑOR le ordenó (22).
Estas historias del Antiguo Testamento encierran una advertencia. El hecho de que
198
hayamos luchado por vivir lo mejor posible hasta ahora, no es garantía de que siempre
sea así en el futuro. Algunos brillantes siervos de Dios han sucumbido a la tentación
después de años de servicio. Al igual que Moisés en Meriba, no honran al Señor como
santo ante los demás, provocan dolor a su propia vida, hacen daño a otros y entristecen
a Dios. Por desgracia, Moisés fue culpable de los mismos pecados de desobediencia y
rebelión que había descubierto en el pueblo de Dios anteriormente. Es más fácil
identificar el pecado en la vida de los demás que en la tuya propia. Pablo advirtió a los
nuevos conversos sobre este peligro que acechaba: “Por tanto, el que cree que está
firme, tenga cuidado, no sea que caiga”. Cuando Josué asumió sus nuevas
responsabilidades, se le pidió una y otra vez que la obediencia a Dios fuera la prioridad
tanto para él como para su pueblo.770 No nada más importante.

Variaciones de un tema majestuoso


Números 28:1–29:40

Los dos capítulos siguientes (28–29) describen las ofrendas y fiestas de Israel
durante el período de un año. Estos sacrificios solamente se podían ofrecer después de
que el pueblo se hubiera asentado en Canaán, puesto que requerían productos de
ganado y agricultura, lo cual era imposible en el árido desierto. Las fiestas anuales no se
podían celebrar de la manera que se debía hasta que el pueblo se hubiera convertido
en una comunidad establecida. Las instrucciones que Dios dio para la adoración de
Israel les aseguraban de que cruzarían el Jordán, como prometió.
Los dos capítulos nos presentan el calendario de un sacerdote que describe el
patrón de adoración de la comunidad para sus celebraciones diarias (28:1–8),
semanales (28:9–10), mensuales (28:11–15) y anuales (28:16–29:40). Hay listas
similares anteriormente en Números (15:1–16) y en otros lugares de las Escrituras. Este
calendario en particular se centra en las responsabilidades de los sacerdotes en el
orden correcto del sistema de sacrificios, mientras que la lista de Levítico trata más
sobre las obligaciones del adorador. El sumo sacerdote, Eleazar (27:21), y sus
compañeros le acababan de recordar a Josué el papel importante que debía
desempeñar en la vida espiritual de la comunidad. Después de eso, hay una descripción
de sus deberes y privilegios cada día del año. La adoración y celebración dominan este
capítulo.
El patrón de adoración de Israel se transmitía de dos formas. Los sacrificios eran
“oraciones dramatizadas” que expresaban sus anhelos humanos más profundos, y
“promesas o advertencias divinas dramatizadas” que comunicaban visualmente la
voluntad del Señor para la vida diaria de su pueblo. Las sorprendentes ayudas visuales

199
que se describen aquí son variaciones del tema majestuoso de la naturaleza y atributos
permanentes del Señor.

Dios se merece lo mejor de nosotros


La adoración es el reconocimiento gozoso de que Dios es digno. Este calendario de
devoción israelita comienza con el mandato de Dios a su pueblo: “Tendréis cuidado de
presentar mi ofrenda, mi alimento para mis ofrendas encendidas” (28:2). Las normas
que regulaban este sacrificio en Levítico 1 insisten una y otra vez en que la ofrenda se
debe quemar por completo. Otros sacrificios, aunque expresaban la adoración de Israel,
eran divididos por el sacerdote: una parte se ofrecía al Señor, otras se distribuían a los
sacerdotes y sus familias, y a veces se ofrecían algunas en una comida de celebración.
Sin embargo, en el holocausto, que es el primero de la lista, “el sacerdote lo quemará
todo sobre el altar”. No se guardaba nada para uso personal o sacerdotal. Simbolizaba
la verdad de que el Señor se merece lo mejor que le podamos dar.
La misma verdad también esta representada por la alta calidad de todo lo que se
ofrece. Los corderos debían ser físicamente intachables, sin defecto (3, 9), al igual que
los novillos (11, 19). Los sacrificios tenían que ser completamente perfectos (28:31;
29:2, 8, 13, 17, 20, 23, 26, 29, 32, 36). Así también para su ofrenda diaria de cereal
debían utilizar flor de harina (28:5, 9, 12, 13, 20, 28; 29:3, 9, 14) o “harina de su
elección” de “la más alta calidad”, la mejor harina que hubiera sido molida con todo
cuidado y no preparada rápidamente. Del mismo modo, aceite batido (5) significa
“aceite puro” que se hubiera “batido en un mortero”. La lámpara del tabernáculo y esas
ofrendas de cereal diarias777 necesitaban este “aceite claro batido”. Estas ofrendas
cotidianas mostraban visualmente la verdad de que Dios era tan grande y tan generoso,
que sólo lo mejor era lo suficientemente bueno para él.
Por desgracia, el pueblo de Dios no siempre ha ofrecido lo mejor que tenían. En los
años posteriores al exilio, Malaquías habló sin temor ante ambos sacerdotes y las
personas que tenían la desfachatez de presentar animales lisiados y enfermos. Estas
ofrendas representaban un acto de desdén en lugar de gratitud. Dios prefería que
dejaran los altares sin encender; no tenía intención de aceptar sacrificios tan refutables.

Dios da lo que promete


Los dones que se requieren en la presentación diaria de estas ofrendas de cereal no
se podían presentar durante los viajes de Israel a través del desierto. El árido terreno
del desierto, el clima precario y las migraciones frecuentes no eran condiciones
propicias para cosechar y, por supuesto, no se les pedían sacrificios en esas
circunstancias. Ahora, estaban en el umbral de una tierra que “mana leche y miel”;
dentro de poco, el maná dejaría de caer alrededor de su campamento y comerían una
gran variedad de productos en un país mejor. En la estructura literaria de este libro, hay
normas sobre las ofrendas de cereal (15:1–21) que aparecieron inmediatamente
después de que Israel se negara a entrar en Canaán. Esto animaba a los jóvenes, por lo
200
menos, a creer que un día podrían presentar tales ofrendas a Dios. Ahora, la nueva
generación tenía el país prometido ante sí y su patrón de adoración incluía la
presentación de ofrendas de una tierra rica y fértil. Este calendario es un testimonio
más de la fiabilidad de las promesas de Dios. Entrarían en una tierra de abundancia.
Dios se merece lo mejor que tenemos, pero además, mantiene su palabra y siempre da
lo mejor a su pueblo.

A Dios le complace nuestra obediencia


Una frase familiar sacerdotal está plasmada en estos capítulos. Las ofrendas de
Israel serían aroma agradable para el Señor (28:2, 6, 8, 13, 24, 27; 29:2, 6, 8, 13, 36).
Dios se complacería tanto con el aroma como con los sacrificios de sus hijos obedientes
a sus mandatos. Una vez que los sacrificios dejaron de expresar amor y obediencia,
empezaron a ser ofensivos para Dios. El Señor no soportaba el ruido incesante de
pisadas mientras las personas religiosas, pero sin amor, llenaban el templo en Jerusalén
en el siglo VIII a.C. Isaías arremetió contra los rituales que llevaban a cabo
meticulosamente: eran tan inaceptables como vacíos. A través de Isaías, el Señor les
dijo a estas personas que estaba “harto” incluso de los mejores de sus animales más
cebados. Estos sacrificios no eran un “aroma agradable” para el Señor, sino que
suponían un despreciable “regalo de nada”.
En nuestra cultura posmoderna, la sumisión al plan de Dios para la vida humana no
es un concepto popular, ni mucho menos. Se anima a las personas a que hagan
cualquier cosa que les proporcione placer inmediato y supremo. Su atención no se debe
desviar de sus propios deseos ni debe quedar afectada por tradiciones religiosas,
convenciones morales o normas sociales. “Si te proporciona placer, hazlo” es el lema
para el comportamiento de hoy en día. Este pensamiento egocéntrico choca de lleno
con el patrón de Dios para la vida humana, que se muestra perfectamente en Cristo,
quien se rindió completamente para hacer la perfecta voluntad de Dios. En ningún
momento anheló buscar su propia satisfacción. Vino a este mundo específicamente
para cumplir el propósito del Padre para su vida.783 La mayor ambición cristiana es
seguir sus pasos, no los nuestros.

Dios perdona nuestros pecados


A veces, tenemos ideales muy altos, pero no siempre llegamos a cumplirlos. Sin
embargo, ser conscientes de nuestros fallos nos conduce a Dios. El patrón de adoración
de Israel reconocía nuestra necesidad de perdón. A lo largo del calendario, hay
repetidas referencias de perdón, limpieza y restauración de la comunión con Dios.
Había provisión para una ofrenda por el pecado (28:15) para hacer expiación (28:22) por
el infractor. Durante los festivales de Israel, los sacrificios que se ofrecían harían
expiación (28:22, 30; 29:5) por sus pecados. El día de la expiación era una ocasión
especial anual en la que se le aseguraba a cada uno de los israelitas el perdón total a
través de la ofrenda de expiación por el pecado (29:11). Ese día, ofrecía una ayuda visual
201
para cada uno de los miembros culpables de la comunidad a medida que sus pecados se
transferían a un macho cabrío “como ofrenda por el pecado para el pueblo”. Su sangre
se rociaba encima del propiciatorio que estaba en el lugar santísimo, para que “las
impurezas de los hijos de Israel y a causa de sus transgresiones” pudieran ser
perdonadas completamente, “por todos sus pecados”.
El increíble impacto visual del día de la expiación se mantenía mientras un macho
cabrío vivo se llevaba a la tienda de reunión. El sumo sacerdote ponía sus manos en la
cabeza del mismo y confesaba “todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas sus
transgresiones, todos sus pecados” y los ponía “sobre la cabeza del macho cabrío”.
Entonces, se lo enviaba a un lugar solitario en el desierto, tipificando la limpieza de las
transgresiones del pueblo, para que el Señor “no recordara más su pecado”.
Nadie puede fingir que no ha pecado y nadie puede escapar a sus consecuencias.
Las fiestas y las ofrendas por el pecado, y especialmente el día anual de la expiación,
eran recordatorios frecuentes de la vulnerabilidad moral de Israel. Una y otra vez,
entristecían a Dios con sus murmuraciones, rebelión y desobediencia. Incluso el mejor
de ellos no obedecía cada una de las partes de la ley de Dios (20:1–13). Tanto los más
conocidos como los menos tenían que estar seguros de que, por mucho que se
hubieran alejado de Dios, había una forma de volver a la presencia divina. Para los
cristianos, la muerte de Cristo en la cruz es el sacrificio único y perfecto por el pecado.
Se ofreció una vez por todas y, a diferencia de los sacrificios que se describen en este
calendario, no necesita repetirse.
A lo largo de los siglos, el pueblo de Dios valoró esos recordatorios visuales que
identificaban sus pecados, exponían su culpabilidad y apuntaban claramente a su
remedio. Estas presentaciones aseguraban que el pueblo de Dios no se tomara a la
ligera su pecado o fuera indiferente a sus efectos.
Antes de querer ofrecer algo al Señor, debemos recibir primero el don inestimable
que ninguna cantidad de dinero, servicio, deber o logro moral puede comprar: el
perdón completo y gratuito que es nuestro sólo en Cristo.

Dios nos ofrece tiempo de ocio


El calendario describe las ofrendas que se debían presentar el día de reposo
(28:9–10) además de las que se pedían cada día. El patrón de adoración de Israel daba
especial importancia a esta ocasión semanal de adoración, al descanso necesario de las
presiones del trabajo diario y a pasar tiempo con la familia, lo cual era muy importante.
Incluso los animales se beneficiarían de este día. Durante la angustiosa experiencia de la
esclavitud en Egipto sufrida por Israel, el pueblo de Dios se vio forzado a trabajar sin
tener tiempos regulares para relajarse y renovarse físicamente. Los israelitas no debían
exponer a sus empleados a una situación tan miserable; aquel día, todos los siervos
tenían el día libre de sus obligaciones habituales. Los extranjeros locales, viajeros o
visitantes de otros países y culturas, que no desconocían las costumbres sociales de
Israel, pronto descubrieron que aquel día era diferente.
En el mundo contemporáneo, el domingo ya no es un día especial. Personas que no
202
quisieran trabajar ese día, tienen que hacerlo a menudo. Se ignora el descanso regular
que Dios nos proveyó compasivamente, en detrimento de la salud personal y la vida
familiar. El Señor sabe que esta presión sin descanso no es buena para nosotros. Las
personas ignoran las “instrucciones del Creador” por su cuenta y riesgo. El hecho de
que otra versión del Decálogo791 presente el patrón semanal del día de reposo dentro
del contexto de la creación sugiere que un día de descanso no es simplemente una
obligación para los creyentes, sino algo que beneficia grandemente a todos.

Dios obra poderosamente por nosotros con amor


Después de que el calendario resuma las ofrendas que se deben presentar cada día,
semana y mes, sigue con una descripción de las grandes fiestas anuales del pueblo de
Israel, comenzando con la Pascua (28:16–25). Esta celebración recuerda la liberación de
la comunidad de sus esclavizadores egipcios. Durante 400 años, anhelaron la libertad,
pero la esperanza de salvación era sólo un sueño.
Dios planeó que su pueblo conmemorara cada año los acontecimientos de su
espectacular salvación, recordando deliberadamente la noche en la que salieron. La
Pascua anual se convirtió en un recordatorio de la salvación pasada y en un símbolo de
la liberación perpetua. A lo largo de su historia, Israel siguió siendo una minoría
vulnerable, amenazada por naciones con un poder militar mucho mayor. Egipcios,
madianitas, filisteos, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos…, la sombría lista de
opresores sucesivos se extiende a lo largo de los siglos.
La Pascua no sólo declaraba el poder de Dios, sino también su justicia. Durante
cuatro siglos, el pueblo israelita había sido maltratado cruelmente por los egipcios, pero
este festival anual anunciaba que el Señor rescata a las minorías y a los oprimidos de
cada generación. A lo largo de la historia, el acontecimiento del éxodo ha sido poderoso
para las personas más allá del sufrimiento de Israel bajo un régimen opresor. En muchas
partes del mundo, hay personas que se encuentran cautivas o privadas de libertad. La
Pascua era un recordatorio anual de que Dios actúa con justicia con los oprimidos. Los
evangélicos reconocen la necesidad de mantener estos temas en la agenda
constantemente. Una de las veintiuna afirmaciones del Manifiesto de Manila, que se
creó, en 1989, en el Congreso Internacional de Evangelización Mundial (“Lausana II”),
declara: “Afirmamos que la proclamación del reino de Dios de paz y justicia exige la
denuncia de toda injusticia y opresión, tanto personal como estructural; no nos
alejaremos de este testimonio profético”.

Dios provee generosamente para nuestras necesidades


La fiesta de las Semanas, de las Trompetas y de los Tabernáculos (o cabañas) eran
períodos adicionales de descanso, además de un tiempo de acción de gracias como
comunidad. Cada fiesta brindaba la oportunidad de reflexionar sobre la generosidad de
Dios al alimentar, guiar y proteger a su pueblo. Al igual que con el día de reposo
semanal y la Pascua y el día de la expiación anuales, los israelitas no debían llevar a
203
cabo ningún tipo de trabajo regular en esas épocas. Las fiestas anuales de Israel eran
ocasiones en las que las familias se podían reunir y los amigos y vecinos podían juntarse
para celebrar la bondad de Dios.
La fiesta de las Semanas o el Día de los Primeros Frutos (28:26) marcaba el
comienzo de la cosecha de trigo y el final de la cosecha de cebada. También se le
llamaba la “fiesta de la Cosecha” y, más tarde, se conoció como Pentecostés porque
tenía lugar cincuenta (pentēkonta, en griego) días después de la fiesta de los Panes sin
Levadura (Pascua). El Señor dio a su pueblo diferentes productos agrícolas y ellos
expresaban su gratitud ofreciendo lo primero y lo mejor, el cereal nuevo (28:26), a Dios.
Se le dedica más tiempo en este calendario a la fiesta de los Tabernáculos
(29:12–39) que a otras fiestas. Era otra oportunidad para celebrar la generosidad del
Señor. La fiesta de las Semanas era principalmente agrícola, mientras que la de los
Tabernáculos era histórica. El pueblo de Dios pasaba los días de esta fiesta especial en
“cabañas” (el nombre alternativo de la fiesta), al igual que la antigua generación
durante los cuarenta años de viaje. Dios había cuidado de ellos, proveyendo maná,
agua, dirección (la columna de nube de día) y protección (la columna de fuego de
noche). Todo esto era necesario para llegar a la tierra prometida. La fiesta de los
Tabernáculos era un recordatorio anual de que Dios nunca niega a sus hijos su
abundante provisión.
Este calendario era una señal para la comunidad viajera de que estaban a punto de
entrar en un período de prosperidad agrícola. Tal cantidad de animales, cereales,
aceitunas y fruta sólo lo podía ofrecer un pueblo que tenía más provisiones de las que
podía esperar. Las ofrendas de la comunidad de Israel eran variaciones visuales del
tema de la gracia incomparable de Dios.

Mantener promesas e identificar peligros


Números 30:1–31:54

Mantener promesas (30:1–16)


La sección anterior terminó con el detalle, al describir el modelo de adoración, de
que “habló Moisés a los hijos de Israel conforme a todo lo que el SEÑOR había
ordenado” (29:40). A medida que este nuevo capítulo se desarrolla, oímos otra vez al
antiguo líder dar instrucciones (“Esto es lo que el SEÑOR ha ordenado”, 1) sobre los
votos… Este tema, que sale a relucir en varias ocasiones en el libro (6:1–21; 15:3, 8;
21:1–3), viene después de un pasaje sobre sus ofrendas obligatorias, porque “los votos
se sellaban normalmente con un sacrificio; y cuando la oración fuera contestada,
ofrecerían otro sacrificio”.
204
A lo largo de los siglos, los votos se convirtieron en parte de la cultura religiosa de
Israel. Los individuos que pedían algo fervientemente en oración, quizás añadían a su
petición un voto de que, si se concedía lo que se pedía, cumplirían una promesa
específica, tal y como hizo Ana cuando dio a luz a su hijo tan deseado.798
Estas normas comienzan afirmando que, si un hombre hace un voto al SEÑOR, o
hace un juramento para imponerse una obligación, debe cumplir lo que ha prometido
(2). Asimismo, una mujer sin ataduras de pareja o maternidad (una viuda o una
divorciada, 9) no tenía nadie que vigilara o cuestionara su voto, así que debía ser
honrado. Una mujer soltera, sin embargo, tenía que informar a su padre sobre
cualquier voto que hiciera. Si él no planteaba objeción o si recibía su voto en silencio,
ella tenía vía libre para cumplirlo. Si él se oponía, ella ya no tenía la obligación espiritual
de cumplir su promesa: El SEÑOR la perdonará porque su padre se lo prohibió (3–5).
Si una mujer soltera hacía un voto antes de casarse, debía informar a su marido
cuando se casara. De nuevo, si este no se oponía, sus votos y las obligaciones que se ha
impuesto serán firmes. Si el marido se opusiera cuando escuchara los votos, anularía sus
votos… con que se ha atado. Si tardaba en expresar su descontento con los votos
después de haberlos oído, entonces él llevará la culpa de ella si insiste en que no los
cumpla (10–15).
Estas normas se refieren a las relaciones entre un marido y su mujer, y entre un
padre y su hija que durante su juventud está aún en casa de su padre (16). Debemos
entenderlas a la luz de la armonía conyugal y la solidaridad familiar, y el gran sentido de
responsabilidad colectiva de Israel. Giran en torno a cuatro temas bíblicos importantes.

El honor del Señor


Los votos no se deben hacer descuidada ni precipitadamente. Moisés habló sobre
este tema en su mensaje final a la comunidad antes de que cruzaran el Jordán. La
historia del voto de Jefté, que viene más adelante, ilustra la gravedad de estas
convicciones: “has dado tu palabra al SEÑOR; haz conmigo conforme a lo que has
dicho”. El mismo tema se encuentra en varios salmos;801 el Señor Jesús también
enfatizó la importancia de las promesas fiables y el discurso sincero.

La integridad del individuo


Las Escrituras mencionan varias cosas acerca del peligro de hacer promesas
precipitadamente en situaciones problemáticas y luego abandonarlas cuando haya
pasado lo malo. Los que hacen promesas a Dios pero no las honran cometen el pecado
de pronunciar palabras descuidadas y traicionar el compromiso. Nosotros confiamos en
la palabra de Dios (23:19); él tiene que poder confiar en la nuestra. Esta convicción es la
base de las normas sobre los votos, que tratan sobre las promesas hechas
precipitadamente (30:6), además de las que se hacen después de haberlo reflexionado
seriamente delante de Dios. Estas normas básicas acerca del discurso enfatizan lo
importante que es que digamos solamente la verdad y lo que es útil y fiable.
205
La protección de la familia
El pueblo de Dios concede mucha importancia a la armonía en la vida familiar. Se
debía honrar a los padres y respetar su opinión. Nada debe minar ni representar una
amenaza al vínculo entre los padres y los hijos, entre el marido y la mujer. En estos
contextos domésticos, la pareja debía considerar a los demás al hacer promesas a Dios;
no era correcto que una persona realizara un voto sin haber considerado seriamente las
ramificaciones para otros miembros de la familia. En tal caso, cualquier cosa que diga
una hija o mujer como voto debía ser analizada por el padre o marido. Así, se
determinaba rápidamente si la promesa constituía un peligro para la armonía de un
matrimonio feliz o afectaba negativamente a otros miembros de la unidad familiar.
Por ejemplo, una persona con buena voluntad, pero que actuaba impulsivamente o
sin pensarlo bien, podía hacer votos que tenían que ver con dinero o propiedad. Estas
promesas eran analizadas cuidadosamente por el padre o el marido, que tenía la
responsabilidad moral de toda la familia. Para el Señor, la familia era la unidad social
más importante de la comunidad e insistía en preservar la paz y la unanimidad dentro
de ella. En tiempos como los actuales, cuando la vida familiar está bajo seria amenaza,
acertamos al discutir planes y ambiciones con nuestra pareja y no actuar
unilateralmente, y, por lo tanto, ignorar el efecto negativo que pueden tener nuestras
decisiones en los otros miembros de la familia. Los problemas de comunicación a
menudo son la raíz de relaciones tensas o rotas. Muchos matrimonios se han
desintegrado porque uno de los cónyuges ha actuado como si el otro no existiera.

Los derechos de la mujer


En nuestra cultura, nos podemos encontrar con tradiciones como estas, que reflejan
una sociedad patriarcal y que, para nosotros, pueden representar un desafío.
Debemos señalar que, mientras que el padre o el marido se consideraban la cabeza
del hogar, estas normas también estaban diseñadas para proteger a la mujer ante un
padre o marido dominante. Si no había ninguna objeción a su voto cuando ella lo
expresara por primera vez, entonces el cabeza de familia perdía la oportunidad de
anularlo. Si lo hacía, sería culpable ante el Señor. El padre o marido que se irritaba por
la promesa que hacía su hija o esposa, no podía decir de repente, después de varios
días, que se oponía al voto. El “principio de respuesta inmediata” protegía a la mujer
ante un varón autoritario. Ella también tenía sus derechos dentro de las relaciones y el
Señor insistía en que se respetaran.
Antes de terminar con esta sección, quizás sería útil preguntarnos si la práctica
israelita de hacer votos tiene algo que podamos aprender sobre nuestro propio
compromiso con el Señor. Se ha dicho que si siempre estamos renunciando a algo como
sacrificio y hacemos algo específicamente para el Señor, nuestro compromiso se
mantiene fresco.

206
Identificar peligros (31:1–54)
El siguiente capítulo describe un ataque a los madianitas locales, para ejecutar la
venganza del SEÑOR en Madián (3). En la triste apostasía en Sitim, habían tratado a
Israel como enemigos cuando les engañaron en Baal de Peor. (25:18). Moisés reclutó a
miles de hombres de cada una de las doce tribus para luchar junto a Finees, hijo del
sacerdote Eleazar… con los vasos sagrados y las trompetas en su mano para la alarma
(6). Los soldados mataron a los hombres madianitas (pero no a las mujeres) y volvieron
al campamento con prisioneros y botín. Al llegar a los límites del campamento, se
encontraron con un Moisés encolerizado que señaló que en la tragedia de Baal de Peor
fueron las mujeres quienes habían sido las participantes inmorales. Los capitanes
recibieron órdenes de ejecutar a todas las mujeres (excepto a las vírgenes) y a los niños.
Las tropas que habían matado a alguien o tocado un cadáver debían permanecer
fuera del campamento durante una semana entera para purificarse antes de entrar de
nuevo en la comunidad. Se les dio instrucciones claras sobre la purificación del botín,
que se debía contar y dividir no simplemente entre las tropas, sino también entre los
que se habían quedado en el campamento de Israel. Parte de ese botín se debía dar a
los siervos y a la obra del Señor. Cuando se hizo recuento, los soldados comprobaron
que no habían perdido ni un solo hombre en la batalla y, para expresar su gratitud y
para hacer expiación por ellos (50), ofrecieron sacrificios al Señor.
En nuestra cultura tan diferente, el pasaje suscita varios problemas éticos. En
nuestro mundo tan trágicamente dividido, nos horrorizamos, y con razón, por los actos
de “limpieza étnica” y genocidio tan extendido que están ocurriendo cada vez más. En
muchos continentes, hay evidencia alarmante de que los vecinos globales, incluso
personas de la misma nación, no viven juntos en armonía. Una parte de esta amargura
racial, tribal o sectaria se refleja en la cultura social de un pueblo y a menudo viene de
mucho tiempo atrás en la historia. Los hijos del país son infectados por el odio del que
se empapan desde que son muy pequeños. Parece que la aparición de la amargura y la
crueldad física no tiene límites. Casi un millón de tutsi murieron a manos de sus
enemigos hutus en África Oriental. Ahora que los tutsi están de nuevo en el poder, se
estima que hay unos 130.000 hutus en prisión y que, al ritmo que va el proceso judicial
para juzgarles, tardará un par de siglos.
Por lo tanto, hay dos cosas importantes a medida que intentamos analizar este
texto. En primer lugar, en vez de comenzar con un juicio negativo, debemos tener
paciencia e intentar recordar lo que hay detrás de estos acontecimientos y procurar
interpretar el pasaje para discernir qué podemos aprender de él. A pesar de lo que
ocurre, este pasaje del Antiguo Testamento, al igual que todos los demás, debe
contener algún mensaje de advertencia, exhortación y ánimo. Nos corresponde a
nosotros entender exactamente qué se nos está diciendo para el inicio del siglo XXI.
Aunque estos acontecimientos parezcan duros, fueron iniciados por el Señor. Así que
quizás sería bueno concentrarnos en el concepto de la naturaleza, atributos, valores y
provisión de Dios que encierra el pasaje. Veremos que este muestra una serie de ideas
207
que aparecen a lo largo del libro. Eran verdades de relevancia inmediata mientras el
pueblo del Señor se encontraba a las puertas de su nueva tierra, y siguen siendo igual
de importantes para nosotros a medida que nos enfrentamos a un futuro incierto.

La palabra de Dios obedecida


Entonces habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: “Toma venganza completa sobre los
madianitas por los hijos de Israel…” Y habló Moisés al pueblo, diciendo: Armad a algunos
hombres… a fin de que suban contra Madián para ejecutar la venganza del SEÑOR en
Madián” (1–3).
Las instrucciones de atacar a los madianitas (2) repetían una orden que se lanzó
inmediatamente después de la tragedia en Sitim, “por causa de Peor” (25:16–18). Los
hombres de Moisés estaban simplemente cumpliendo lo que antes se les había
ordenado. El Señor también recordaba aquí a su siervo que estaba a punto de ser
reunido a su pueblo (2), unas palabras que rememoran en Moisés el pasado error de no
cumplir exactamente lo que el Señor le ordenó (27:12–14; cf. 20:12–13, 22–24). En
aquellos momentos de descuido en “las aguas de Meriba”, Moisés actuó de forma
extraña en él: como la antigua generación desobediente e incrédula. Ahora, con la
nueva generación alrededor, el anciano líder se esforzaba al máximo para cumplir todo
lo que el Señor pedía.

La justicia de Dios expresada


La transgresión deliberada genera consecuencias trágicas. El exterminio de los
madianitas era un acto de justicia divina sobre un pueblo idólatra e inmoral que había
hecho todo lo posible por corromper la fe de Israel. El rey Balac no había podido
destruir al pueblo de Dios con el famoso vidente, así que, siguiendo el consejo de
Balaam (16), había infiltrado a mujeres idólatras e inmorales en el ejército de Israel y
estas les condujeron a los rituales pornográficos y prácticas sexuales del culto a Baal.
Finees se convirtió en el mensajero del juicio de Dios (25:6–15) y, aunque en aquel
momento todos los madianitas culpables habían eludido el castigo, tal maldad no podía
quedar impune. Los soldados de Israel eran los instrumentos de la ira de Dios hacia la
multitud, al igual que Finees lo fue para la pareja pecadora. Aquellas tropas fueron los
primeros en cumplir la promesa que Dios le hizo a Abraham: “en la cuarta generación
ellos regresarán acá, porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la iniquidad de
los amorreos”. Estos cananeos y adoradores de Baal en Transjordania llevaban
practicando esta religión depravada de fertilidad durante décadas y muchos miles de
personas habían sido corrompidas por estas prácticas obscenas. La prostitución sexual
se convirtió en parte de su religión y seguramente las mujeres moabitas que atrajeron a
los israelitas a su campamento eran profesionales de esa actividad. Ahora nos
encontramos con que, mientras Dios juzgaba a los madianitas con este ataque sorpresa,
comenzaba la condenación más extensa de las prácticas corruptas de los cananeos. Los
pecados sin juzgar de los amorreos y sus compañeros adoradores de Baal habían
208
llegado a su fin.
Dios no emite un juicio parcial. No tiene niveles morales altos para algunos y para
otros no. Los hombres israelitas que participaron en estos actos perniciosos murieron
(25:8–9) y ahora estos moabitas y madianitas que les habían conducido a los rituales
inmorales también sufrirían la ira de Dios. Según la ley de Israel, el adulterio se
castigaba con la muerte. Los israelitas involucrados en el asunto de Baal de Peor no sólo
eran culpables de infidelidad conyugal, sino también de adulterio espiritual. Habían
abandonado a su fiel Esposo divino y fueron tras otros amantes.810
Dios es justo, recto y santo, y no tolera el pecado. No hace excepciones. Incluso el
anciano líder, que estaba completamente dedicado a Dios, tuvo que sufrir un castigo a
causa de su incredulidad, desobediencia y rebelión en Meriba, e iba a morir en el lado
equivocado del Jordán (20:12; 27:12–14).

Las promesas de Dios cumplidas


Al reclutar las tropas para esta breve campaña madianita, Moisés tenía que
asegurarse de que no vinieran más de 1.000 hombres de cada una de las doce tribus.
Un ejército de 12.000 soldados sería inevitablemente más pequeño que el del enemigo,
pero Moisés hizo exactamente lo que se le ordenó. La victoria tenía que demostrar la
fidelidad constante de Dios, no la destreza militar de Israel. Cuando salieron de Egipto,
el Señor les había prometido que enviaría a su ángel ante ellos para desviar a los
ejércitos de sus enemigos. “Seré enemigo de tus enemigos y adversario de tus
adversarios… No adorarás sus dioses, ni los servirás… llenaré de confusión a todo pueblo
donde llegues”.
Cuando los 12.000 hombres partieron hacia el campamento madianita, no
confiaban en el tamaño de su ejército, sino en el poder de Dios. El pequeño ejército
regresó victorioso, hablando no de su superioridad numérica, habilidad física o tácticas
militares, sino de la abundante generosidad de un Dios que había cumplido su promesa
y había suplido su debilidad con su fuerza incomparable.
El apóstol Pablo sabía que en la guerra espiritual, “las armas de nuestra contienda…
son… poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. Todo cristiano tiene algún
tipo de campo de batalla personal. La santidad no se puede conseguir solamente con
esfuerzo humano, ni tampoco sin él. Siempre hay un elemento de conflicto que juega
un papel vital en el proceso de santificación de todo cristiano, pero, en esencia, todos
los recursos están garantizados en Cristo.

El pueblo de Dios protegido


Quizás nos sorprenda la ira de Moisés por la obediencia parcial de los soldados que
regresaban. Su ejército había perdonado la vida a las mujeres madianitas corruptas que
habían sido responsables de la apostasía de Baal de Peor. Quizás nos puedan parecer
duras las órdenes estrictas de ejecutar a los infractores y a sus hijos, hasta que
recordamos que había más cosas en juego que simplemente la vida de estas mujeres.
209
Ellas eran las personas que habían causado la muerte de 24.000 israelitas que
perecieron por la mano justiciera de un Dios santo. Sus tentaciones pecaminosas
hicieron que aquellos hombres de voluntad débil rompieran el pacto que se encuentra
en los diez mandamientos. Se convirtieron en idólatras deliberados que ofendieron a su
Dios “celoso”. La mayoría de estos hombres israelitas estaban casados, pero cometieron
adulterio en las tiendas de los madianitas y quizás ante sus altares religiosos.816
Desearon mantener relaciones con mujeres inmorales y lo pagaron muy caro.
El exterminio de los infractores y los hijos que llevarían a cabo prácticas religiosas
tan corruptas era un acto de juicio sobre ellos, pero una demostración de misericordia
hacia Israel. Guardaba al pueblo de caer en el futuro. Se requerían medidas drásticas
para prevenir desastres potenciales. En el siguiente capítulo, leeremos que, después de
la conquista de Canaán, dos tribus y media volverían, bajo acuerdo, a la zona de
Transjordania. Si no desaparecían, esos mismos hombres y mujeres madianitas podrían
intentar destrozar a Israel una vez más por medio de la inmoralidad. Sus altares
pornográficos estarían al alcance de los israelitas que se asentaran allí y representarían
de nuevo una tentación para la joven generación. Al este del Jordán, el peligro de los
madianitas sería recurrente, a menos que se hiciera algo radical antes de entrar en
Canaán.
El Señor sabía que, una vez que estos viajeros israelitas se asentaran en su nueva
tierra, el culto a Baal se convertiría en un peligro religioso y moral. Así que, antes de
dejarles, Moisés les dio el mandamiento del Señor: al llegar a Canaán, debían destruir
todas las “imágenes fundidas” de los adores de Baal y “demoleréis todos sus lugares
altos”. Si, en lugar de echarles, hubieran fraternizado con las personas que vivían en la
nueva tierra, se habría corrompido su fe, habrían puesto en peligro su integridad,
deshonrado a su Dios y se hubieran degradado. Dios no tenía favoritos. Si los israelitas
fallaban en ese sentido, Dios dijo “como pienso hacerles a ellos, os haré a vosotros”
(33:50–56). Su Dios santo no era vengativo con los enemigos de Israel; tenía celo por la
pureza de Israel. Si la ponían en peligro, ellos también serían juzgados.

La santidad de Dios reconocida


Al recordar las anteriores enseñanzas del libro (5:2; 19:1–22), los soldados
victoriosos que hubieran matado a una persona o tocado a un muerto debían acampar
fuera del campamento por siete días (19).
El contacto con un cadáver se consideraba inmundo y, por lo tanto, inapropiado
para aquellos que servían al Dios vivo. Los victoriosos que quedaran inmundos
contaminarían a las personas “santas” dentro del campamento si entraban
directamente, así que sólo debían regresar después de haber pasado una semana fuera
de la comunidad. Al final de esa semana, serían purificados con el agua para la
impureza.
El botín también tenía que ser purificado, con agua o fuego. Los soldados
regresaron del conflicto con el botín habitual, pero era una necesidad urgente purificar
toda la ropa, los objetos de madera, los utensilios y las joyas traídas desde el
210
campamento enemigo. Nada debe contaminar a la comunidad. En los tiempos del
Nuevo Testamento, Pablo pidió a los creyentes de Corinto que se aseguraran de que su
vida no estaba contaminada por la corrupción moral de su entorno malvado. Mantener
relaciones cercanas con no creyentes (como el matrimonio, por ejemplo) podría dañar
su fe irreparablemente. El apóstol cita una serie de pasajes relevantes del Antiguo
Testamento y pide a los lectores que se purifiquen “de toda inmundicia de la carne y del
espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
En una sociedad posmoderna como la nuestra, con valores muy subjetivos y
relativismo moral, es fácil que los cristianos se sientan absorbidos por una cultura ajena
a lo espiritual. Los creyentes tienen el privilegio de ser testigos del poder de Cristo que
vive en ellos, adoptando un estilo de vida contracultural y no amoldándose al mundo
que les rodea. La mentalidad del posmodernismo de “Haz lo que produzca placer” no
llama la atención a aquellos cuya principal motivación es honrar a Dios, agradar a Cristo,
obedecer al Espíritu y ayudar a los demás.821

La compasión de Dios ilustrada


Una vez purificado el botín con el agua para la impureza (23), se repartía la mitad
entre los guerreros que salieron a la batalla y el resto entre toda la congregación
(26–27). Los 12.000 soldados israelitas recibieron una proporción más grande, como es
lógico, y la otra mitad se distribuyó entre el resto del pueblo. Dios reconoció que
algunos en el campamento quizás habrían estado dispuestos a ir a la guerra, pero, a
causa de precisar un ejército demasiado pequeño, se les negó la oportunidad. Otras
personas eran demasiado mayores o débiles para luchar, pero tenían tantas
necesidades materiales como cualquiera. El Señor se preocupaba especialmente de las
viudas y los huérfanos y quería que ellos se beneficiaran de estos recursos.
El principio de la distribución generosa del botín va en contra de la práctica
tradicional de los pueblos antiguos del Oriente Próximo. En las naciones vecinas, los
soldados podían quedarse con todo el botín que encontraran, excepto lo que
consideraran necesario dar como ofrenda a su dios.
Después del reparto del botín, de las dos mitades se debía tomar como tributo para
el SEÑOR una proporción de lo que recibieran (28). El servicio peligroso de las tropas se
reconocía también en que debían dar una cantidad más pequeña a la obra del Señor;
los que no habían salido a luchar debían pagar más.
El hecho de que todo el mundo se beneficiaba materialmente del conflicto muestra
la preocupación del Señor por su pueblo, no sólo por los que están en la vanguardia.
Este principio moldeó la práctica futura de Israel en la distribución del botín de guerra.

Los siervos de Dios sustentados


Cuando el botín se hubo distribuido por el campamento, todos se dieron cuenta de
que debían dar una proporción de cada parte al sacerdote Eleazar, como ofrenda al
SEÑOR (29). Las ofrendas de los soldados, uno por cada quinientos, tanto de las
211
personas como de los bueyes, de los asnos y de las ovejas (28), se guardaban para el
sustento de los sacerdotes de Israel. Los que no formaban parte de las fuerzas ofensivas
daban una cincuentava parte para mantener el ministerio de los levitas, quienes
guardaban el tabernáculo del SEÑOR (30). De los no combatientes, se esperaba una
proporción mayor, porque había un número considerablemente superior de levitas que
de sacerdotes.
Se hizo una lista exacta de todos los prisioneros y animales. El Señor quería que
estos detalles permanecieran como prueba de su bondad perpetua hacia su pueblo.
Ellos debían responder trayendo estas ofrendas al Señor por su obra constante. El largo
viaje estaba llegando a su fin y la nueva generación ofrendó generosamente, al igual
que sus padres habían hecho antes de emprender el viaje (7:1–88). Las Escrituras
conservan estos pasajes inspiradores que describen y animan al pueblo de Dios a dar
generosamente a lo largo de los siglos. Nosotros somos los sucesores privilegiados.

Las misericordias de Dios declaradas


Cuando los oficiales de Israel contaron las tropas que venían de vuelta, descubrieron
que no habían perdido ni un solo hombre en el conflicto. Era una señal del poder
inigualable de Dios y de la fiabilidad de las promesas que les había hecho antes de
destruir a sus enemigos. Su Señor no estaba limitado a salvar con muchos o con pocos.
Los comandantes del ejército querían mostrar su endeudamiento con el Señor
públicamente: “Por tanto, hemos traído al SEÑOR, como ofrenda, lo que cada hombre
ha hallado” (50). Aunque el Señor les había enviado a la batalla, el hecho de entrar en
contacto con la muerte durante el conflicto les hacía sentirse inmundos (incluso
inquietos) y deseaban que sus ofrendas hicieran expiación por ellos. Los soldados
habían vuelto con sentimiento de culpa. Sus ojos habían visto cosas que quizás
afectarían más tarde a las conciencias sensibles. El acto físico de contar a los soldados
que volvían (49) quizás era una forma de censo que les hacía inmundos. Se utiliza el
lenguaje de Éxodo 30:11–16, empleado en el “servicio de la tienda de reunión”: los
objetos de oro se convirtieron en memorial para los hijos de Israel delante del SEÑOR
(54).
La palabra hebrea que se emplea en esta narración sobre las ofrendas para hacer
expiación (kipper) viene de una palabra (kōper), que significa “precio de rescate”. Un
kōper era la suma de dinero que se le concedía pagar a un infractor condenado para
librarse de la pena de muerte. “Permitía que una persona culpable pudiera recibir un
castigo menor de lo que merecía”.828
Los oficiales del ejército estaban declarando su gratitud hacia Dios porque los
12.000 soldados israelitas habían sobrevivido. Ya se habían derramado más que
suficientes lágrimas en Israel a causa de la apostasía de Baal de Peor (25:5), como para
que ahora hubiera más dolor. Al traer sus objetos de oro, los líderes del ejército daban
testimonio públicamente de la generosidad inmerecida de un Dios misericordioso.
El testimonio personal ya no disfruta del papel que tuvo en el pasado en la vida de
las iglesias evangélicas. Los primeros metodistas se regocijaban en cada oportunidad de
212
hablar en sus reuniones de banda o clase acerca de lo que el Señor había hecho para
ellos personalmente. Las ocasiones en las que los creyentes expresan su experiencia
reciente de la gracia de Dios, dirección y provisión pueden dar fuerza para hablar al más
tímido, enriquecer a los oyentes y engrandecer al Señor. Los testimonios actualizados
son el memorial para los cristianos… delante del SEÑOR, uno de los grandes tesoros de
la tierra.

La singularidad de Dios confirmada


Este encuentro con los madianitas era el último compromiso de la vida de Moisés.
Para los soldados israelitas, debió ser de gran inspiración percibir que el anciano líder
estaba allí en el campamento y podían estar seguros de que volverían victoriosos
porque era Dios quien les enviaba. Moisés sabía que, aunque era su última batalla, no
les pertenecía a ellos realmente. Ese último conflicto que vivió Moisés confirmó la
soberanía de Dios sobre las naciones y su supremacía sobre los ídolos paganos y
religiones insignificantes de los nuevos vecinos de Israel.
En esa cultura, “las batallas se veían como luchas entre dioses nacionales cuyo
pueblo era quien peleaba por ellos. Si una nación era derrotada se debía a que la
deidad nacional estaba enfadada con su pueblo”. La Piedra Moabita del siglo IX a. C.
recoge que la victoria de Israel sobre ellos se debía exclusivamente a que el dios
moabita Quemos estaba descontento con ellos. Aunque el destino de Moisés era subir
a la montaña en lugar de cruzar el río, debió suponer un gran alivio para el líder ver que
un ejército relativamente pequeño conquistaba a los madianitas. Si el pueblo de Dios
podía derrotar a quienes los habían conducido a la apostasía anteriormente, entonces
con los mismos recursos divinos todo era posible. Demostraba, sin lugar a dudas, que, a
pesar de sus terribles errores, desobediencia arrogante, murmuración continua y
profanación ocasional durante los últimos cuarenta años, el Señor de Israel aún estaba
a su lado.

Lecciones para hoy en día


Antes de dejar atrás esta narración, reflexionemos sobre algunos temas
significativos que surgen.
En primer lugar, hay dimensiones éticas en esta narración que el lector
contemporáneo quizás encuentre sorprendentes. Tal vez entendamos algunos capítulos
y versículos mejor en el futuro que ahora. El ministro puritano John Robinson tenía
razón al insistir en que “el Señor aún tiene más luz que arrojar y más verdad que
mostrar sobre su Palabra”. Podemos aprender más sobre las historias que no
entendemos a través de la lectura, la reflexión en silencio, opiniones de otras personas
y la perspectiva de tener mayor experiencia en el futuro. Al escribir sobre las cosas que
en el presente no comprendemos, Richard Baxter dijo: “Si todo esto necesitáramos, nos
habría sido revelado”. Vendrá un tiempo en el que lo conoceremos todo,833 pero ese
día aún no ha llegado y nuestra experiencia de confianza en Dios quizás sea un factor
213
necesario para que nuestra fe aumente.
Calvino mantuvo que “cuando los juicios de Dios sobrepasan nuestro
entendimiento, debemos, en sobria humildad, glorificar su sabiduría secreta y para
nosotros incomprensible”. Las personas que “intentan saber más de lo que
corresponde, se engrandecen a sí mismas demasiado”. Necesitan confiar en que Dios
sabe lo que es mejor y en que siempre obra por el bien de su pueblo.
En segundo lugar, Dios odia el pecado. La traición de Baal de Peor entró en los
anales de la historia de Israel como el peor ejemplo posible de adulterio espiritual e
inmoralidad degradante. La muerte inmediata de los infractores israelitas y el posterior
castigo de los perpetradores convencieron a todos los israelitas acerca del juicio santo
de Dios sobre los desobedientes y desleales persistentes. Es un tema que no se puede
desechar como característica desfasada de la fe de antaño del pueblo de Israel. No le
hacemos ningún favor al Antiguo Testamento si dejamos a un lado la enseñanza
inflexible sobre el juicio. Es un mensaje tan poderoso como el de Jesús y los posteriores
escritos de los apóstoles y sus compañeros.836
En tercer lugar, el sincretismo es peligroso. Los idólatras de Sitim imaginaron que
podían permanecer fieles al Señor en teoría mientras adoraban a la vez a Baal. El dios
cananeo de la fertilidad quizás les proporcionaría beneficios adicionales; al
incrementarse su espectro geográfico, quizás debían ampliar su lealtad religiosa. Nada
más lejos de la verdad. La muerte de los adúlteros israelitas y la victoria sobre los
madianitas representaban una prueba visible de que los seguidores de otros dioses no
sólo sufrirían decepción, sino que también estaban abocados a la destrucción.
En una sociedad pluralista, los cristianos están convencidos de que las demás
religiones, sean antiguas o modernas, son tergiversaciones equivocadas de la verdad,
no alternativas opcionales a la fe bíblica. Esta convicción va en contra de nuestra cultura
posmoderna, que mantiene una visión consumista de las religiones del mundo. Todas
se consideran igualmente válidas y cualquier afirmación exclusiva sobre Cristo se
desestima como intolerancia inaceptable. Un rabino contemporáneo sostiene que su fe
judía “se debe ver solamente como uno de los muchos caminos por los que los seres
humanos han intentado llegar a Dios”. Las “diferentes religiones del mundo se han de
considerar como iconos humanos… Ni los judíos, ni los musulmanes, ni los cristianos, ni
los hinduistas ni los budistas tienen ningún tipo de justificación para creer que su propia
tradición encarna la verdad única y que su religión es el camino sobre todos los demás:
en lugar de eso, los seguidores de las diferentes confesiones deben reconocer la
inevitable subjetividad humana de la conceptualización religiosa”. La teología pluralista
contemporánea desestima la autoridad de las Escrituras y la singularidad de la persona
de Cristo y su obra. Con un dogmatismo que él mismo consideraría inaceptable en otras
personas, John Hick afirma que “la idea de que Jesús se autoproclamó Dios encarnado y
el único punto de contacto de salvación entre Dios y los hombres no tiene fundamento
histórico y representa una doctrina que ha desarrollado la iglesia. Por lo tanto, no
debemos inferir de la experiencia cristiana de la redención a través de Cristo que la
salvación no se pueda experimentar por otros medios”.838 Mientras que los discípulos
siempre desean mostrarse compasivos y comprensivos hacia las otras religiones, se
214
mantienen convencidos de su deidad y de la afirmación apostólica distintiva de que “no
hay otro nombre… en el cual podamos ser salvos”.
En cuarto lugar, debemos dejar la venganza a Dios. La narración de la destrucción de
los madianitas es descriptiva, no prescriptiva. Cuenta cómo actuó Israel siguiendo las
instrucciones de Dios en un momento concreto del tiempo y con un objetivo específico.
Esto no da carta blanca para aprobar represalias, ni para excusar venganzas personales.
El rey Saúl había sido extremadamente cruel con David y el fugitivo tuvo la oportunidad
de vengarse y tenía razones para ello, pero se negó. Creía que era el Señor quien debía
hacer justicia: “Juzgue el SEÑOR entre tú y yo y que el SEÑOR me vengue de ti, pero mi
mano no será contra ti”. Después de perdonar la vida a Saúl, David recordó al rey un
antiguo proverbio: “De los malos procede la maldad”. Saúl podía insistir en hacer estas
cosas, pero David no quería ser considerado como una de las personas vengativas. Al
final de su vida, David confesó su fe en “el Dios que por mí hace venganza” que muestra
“misericordia” incluso en días oscuros.
La misma verdad la pronunciaron los grandes profetas cuando recordaron las
crueldades a las que sometieron las naciones vecinas al pueblo de Dios. El Señor no
tenía intención de pasar por alto esta maldad. El apóstol Pablo pidió a sus lectores que
no buscaran venganza, sino que dieran “lugar a la ira de Dios”. Citando a Moisés, les
pidió que dejaran estos temas en manos de un Dios recto y justo: “MÍA ES LA
VENGANZA, YO PAGARÉ, dice el Señor”.
Por último, buscar la santidad debe ser una prioridad renovada. El peligro madianita
no se debía ignorar. Aquellos idólatras inmorales podrían haber vuelto a las ciudades de
Israel una vez que las dos tribus y media se hubieran asentado en la fértil región de
Transjordania. El peligro potencial se debía eliminar. La narración es casi parabólica.
Muestra un estilo de vida radical que identifica los puntos débiles y peligros potenciales
y nos aleja de ellos. Necesitamos tratar con dureza cualquier cosa que nuble nuestra
visión de Dios, oculte la belleza de Cristo, desafíe la verdad de las Escrituras, acalle la
voz del Espíritu, ignore las necesidades de los demás y nos exalte a nosotros mismos.
Todos tenemos áreas de vulnerabilidad. Jesús utiliza imágenes claras cuando
describe cómo evitarla. Los lujuriosos debían quitarse el ojo que mira; los que tenían la
mano glotona debían cortársela. Están en juego temas de la eternidad. No hay lugar
para la transgresión. Por mucho que cueste, Jesús sabía que era “mejor que se pierda
uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”. Pablo describió
el mismo proceso doloroso como hacer “morir las obras de la carne” con el poder del
Espíritu que vive en nosotros. Es un proceso que cuesta, pero que da fruto. Un breve
conflicto madianita era mucho mejor que poner en peligro la fe que podría desaparecer
tras muchos años sin Dios.

215
Destinos alternativos
Números 32:1–42

Al novelista inglés Graham Greene solían preguntarle si los personajes de sus


novelas estaban basados en la vida real. Greene respondió que por supuesto que sí,
aunque, en la mayoría de los casos, había pensado para esos individuos “destinos
alternativos”. Cuando los personajes en la vida real sufrieran serios problemas, en sus
novelas tenían un final más feliz. Otros a quienes nada afectaba a su egocéntrica vida
de placer y prosperidad pasaban por adversidad en su ficción, y se hacían más
comprensivos con los demás.
Números 32 presenta al pueblo israelita, confrontado de repente con un destino
alternativo. Es una historia dramática de crisis potencial: la amenaza (1–5), el fracaso
expuesto (6–15) y evitado (16–42).

La amenaza de fracaso (32:1–5)


A medida que los israelitas miraban hacia el otro lado del río a su destino final, se
encontraron con una crisis que amenazó el éxito de la próxima invasión. Las tribus de
Rubén y Gad, bendecidas con una cantidad muy grande de ganado, apreciaban
especialmente las tierras fértiles al este del Jordán que acababan de tomar y
comenzaron a planear un destino alternativo. ¿Para qué exponerse a los peligros físicos
de la conquista cuando la tierra al otro lado del río no era tan buena como el lugar en el
que estaban acampados ahora? ¿Podían las dos tribus llegar a la zona de Transjordania
solos instalándose donde estaban, en una región próspera con un inmenso potencial
agrícola, rodeados de su familia y ganado? Entonces, las diez tribus que quedaban
quedarían libres para repartir la tierra de Canaán entre sí una vez que la hubieran
conquistado. Su propuesta era clara y definitiva: “no nos hagas pasar el Jordán” (5).
La petición que desencadenó una crisis en Israel, en sí parecía inocente. ¿Por qué
debía arriesgar la vida una sexta parte del pueblo cuando había buenas tierras
precisamente donde estaban? Si iban a morir personas durante la conquista, ¿qué
sentido tenía poner en peligro a un número mayor de israelitas? Pero estas dos tribus
estaban anteponiendo sus deseos al bienestar de la comunidad entera.
La narración tiene un valor altamente educativo. Expone que los pecados de
omisión pueden ser tan dañinos para nuestra vida como los pecados, más obvios, de
comisión. Moisés señala su pecado potencial: “Si no lo hacéis así, mirad, habréis pecado
ante el SEÑOR, y tened por seguro que vuestro pecado os alcanzará” (23).

216
Podemos entristecer al Señor tanto por lo que dejamos de hacer como por lo que
hacemos. Santiago lo dice sin rodeos en su carta práctica: “A aquel, pues, que sabe
hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”. En una de sus parábolas, Jesús cuenta la
historia de “aquel siervo que sabía la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró
conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”. Los pecados por omisión se exponen
crudamente en la triple colección de parábolas en Mateo 25, donde se juzgan a los
personajes por el pecado de hacer nada. Las vírgenes insensatas no tomaron aceite
para sus lámparas. El siervo no utilizó su talento. Los “cabritos” inactivos no
alimentaron a los hambrientos, ni dieron de beber a los sedientos, ni proporcionaron
refugio a los sin techo, ni cuidaron de los enfermos ni mostraron compasión hacia los
prisioneros. Entristecieron al Señor por lo que no hicieron.
A Moisés, le habría frustrado especialmente esta petición de permanecer al este del
Jordán cuando él habría dado lo que fuera por cruzar el río. Se le había prohibido entrar
en la tierra prometida y tuvo que escuchar cómo una parte de personas no querían
continuar. Hay mucho que aprender de la reflexión y respuesta de Moisés a la petición
de Rubén y Gad.

El fracaso expuesto (32:6–15)


Las dos tribus necesitaban estudiar cuidadosamente las implicaciones de su
petición. Al no cruzar el Jordán con la comunidad, estarían actuando en contra de Dios,
desalentarían a otros muchos y se harían daño a sí mismos.
Moisés expuso el fracaso potencial con maestría pastoral y habilidades
comunicativas. Confronta a las dos tribus con las implicaciones y consecuencias de una
decisión errónea. Los temas que menciona no se limitan a este problema específico de
discordia potencial dentro de la tribu en el mundo antiguo. Estas narraciones
fascinantes son advertencias de las Escrituras “a fin de que no codiciemos lo malo, como
ellos lo codiciaron”. Hay fracasos a los que nosotros estamos igualmente expuestos en
el siglo XXI.

No vencer el egoísmo (32:5)


No había duda de que la tierra que acababan de conquistar era un lugar bueno para
ganado (1). Estaba a 600 metros sobre el nivel del mar, había mucho terreno, suficiente
agua y era excepcionalmente fértil. Pero, al hacer esta propuesta, las dos tribus sólo
estaban pensando en ellos mismos. Moisés no pudo esconder su enfado por su petición
tan egoísta: “¿Irán vuestros hermanos a la guerra, mientras vosotros os quedáis aquí?”
(6).
Los rubenitas tal vez estaban “reclamando sus derechos” de hijo mayor de Jacob. El
primogénito en Israel tenía privilegios específicos y, aunque los habían perdido por
culpa del pecado de Rubén, quizás esperaban que el privilegio familiar les otorgara el
derecho de escoger lo mejor. Para muchos, el interés personal es el factor decisivo en
las elecciones de la vida. Oswald Chambers utilizó la expresión “el derecho a mí mismo”
217
para describir el pecado. Los cristianos tienen otras prioridades; su pensamiento está
determinado y controlado por el derecho de Dios sobre ellos mismos.
El egoísmo es un peligro recurrente en la sociedad posmoderna. Millones de
personas a nuestro alrededor se sienten obligadas a buscar la satisfacción personal
como objetivo prioritario en su vida. Esto choca de lleno con la presentación bíblica del
ideal del cristianismo. Cristo no buscaba su propia satisfacción y él es el modelo
perfecto para todos los cristianos. Su principal ambición es la de glorificar a Dios y servir
a los demás. Cualquier cosa que nos anime activamente a glorificarnos a nosotros
mismos es un problema.

No animar a los demás (32:7)


¿Por qué desalentáis a los hijos de Israel a fin de que no pasen a la tierra que el
SEÑOR les ha dado? (7). El éxito en la invasión de Canaán dependía de que todos
pusieran a sus hermanos (6) en primer lugar. Si esas dos tribus no participaban, el resto
cruzaría el Jordán con menos fuerza y menor número de personas. El apóstol Pablo dijo
a los corintios que una de las razones por las que el Hijo de Dios fue a la cruz era para
acabar con ese egoísmo innato que arruina la historia de todo personaje prometedor.
Jesús murió “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos”.
Moisés comparó deliberadamente su destino preferido y su tranquilidad (“os
quedáis aquí”) con las penurias que tendría que pasar el resto del pueblo que iría a la
guerra (6). Si las tribus iban con menos personas, correrían el serio peligro de
desanimarse, al igual que le ocurrió a la comunidad hacía cuarenta años al estar cerca
de la frontera de la tierra prometida.
Cuando los cristianos toman las mayores decisiones de su vida, no piensan sólo en
los beneficios para ellos, sino también en el efecto de su elección sobre los demás. Los
tiempos que corren se caracterizan por el individualismo y, aunque no sea muy popular,
la vida del creyente debe seguir una cultura cristiana contracorriente. Jesús, después de
un largo y agotador día de trabajo, entró en una casa con sus discípulos. Cuando Cristo
hubo lavado los pies de cada uno de ellos, ¿habría alguno que se arrodillara a hacer lo
mismo por su Señor? ¿O estaban tan atónitos por su humildad sin igual, que nadie se
movió? Al realizar el trabajo de un esclavo, Jesús dijo que les había dejado un ejemplo,
“para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Por medio del ejemplo y la
palabra, estaba demostrando la exigencia crucial de poner las necesidades de los demás
por delante de las nuestras.855

No aprender de los errores del pasado (32:8–11)


“Esto es lo que vuestros padres hicieron cuando los envié de Cades-barnea a ver la
tierra… desalentaron a los hijos de Israel para que no entraran a la tierra que el SEÑOR
les había dado” (8–9). Esa triste experiencia entró en los anales de la historia de Israel
como trágico ejemplo de desobediencia, rebelión e incredulidad y aquí tenemos a la
218
nueva generación, con un plan que repetía exactamente los errores de antaño. El
lenguaje que utiliza Moisés recuerda deliberadamente la pasada historia de le rebelión
en la frontera de Canaán cuarenta años antes.857
El anciano líder pidió a estas tribus que aprendieran de su historia cómo evitar
cometer el mismo pecado. El apóstol Pablo también les dijo a los creyentes de Corinto
que estos acontecimientos del pasado de Israel debían servirnos como advertencia para
evitar que pequemos. Las narraciones en las Escrituras encierran grandes verdades.
Podemos aprender de los errores de las personas en tiempos bíblicos. Una de las
formas que tienen las Escrituras de evitar que pequemos es la manera directa en la que
describe los peligros y caídas en la vida de sus mejores personajes. Debemos aprender
de sus errores; han sido escritos “para nuestra enseñanza”.
Las tribus de Rubén y Gad habían pasado por la trágica experiencia de cuando la
comunidad temerosa e incrédula se rebeló en el desierto. Habían enterrado a sus
padres en el desierto y, aun así, aquí estaban, a punto de cometer el mismo error. Al
igual que sus antepasados hacía cuarenta años, decían que no querían entrar en la
tierra. Estaban siendo confrontados con algo que se había convertido en parte de la
propia historia de su vida. Cada uno de nosotros tiene mucho que aprender acerca de
su vida pasada: las decisiones equivocadas, las acciones de incredulidad, los
pensamientos erróneos, las cosas malas que hayamos dicho o hecho. Si hemos pedido
al Señor que nos perdone, estos pecados han sido gloriosamente perdonados.
Solamente los cristianos inmaduros piensan que no tienen nada que aprender sobre los
errores del pasado. Moisés hizo un llamado a estas dos tribus para que no repitieran el
desastre de Cades-barnea.

No seguir el ejemplo de las personas más fieles a Dios (32:12)


Las dos tribus estaban a punto de repetir lo que hicieron sus padres desobedientes
en lugar de seguir el ejemplo brillante de Caleb y Josué. La advertencia directa de
Moisés volvía a utilizar un lenguaje familiar que contrastaba la decisión de la mayoría de
la antigua generación incrédula (“no me siguieron fielmente”) con el compromiso fiel de
la minoría que confiaba, Caleb y Josué: “ellos sí han seguido fielmente” (11–12).
Es muy bueno que los creyentes tengan mentores con un alto nivel espiritual e
ideales bíblicos firmes. Al igual que hay personajes y acontecimientos en las Escrituras
que nos advierten, también hay un gran número de personajes bíblicos cuyo ejemplo
nos inspira. Cometieron errores, por supuesto, pero sus historias de rendición,
heroísmo, oración, sacrificio y confianza nos pueden inspirar a ser mejores.
No hay ningún ejemplo como el del Señor Jesús. Pedro les dijo a sus iglesias que, en
tiempos de persecución y dificultades, debían recordar la forma en la que Jesús vivió,
sirvió, oró y murió. En una época en la que era muy difícil ser cristiano, la carta a los
Hebreos también pedía a los primeros lectores que recordaran los grandes héroes de la
fe de Israel, los conocidos861 y los anónimos, una “gran nube de testigos”863 del amor, la
gracia y el poder de Dios en la vida humana. Con la fuerza que recibieron, llevaron a
cabo grandes cosas y con ese mismo poder otros soportaron condiciones terribles.865
219
Con fe activa, algunos cambiaron las circunstancias en las que se encontraban; otros,
con una fe pasiva, no podían variar su situación de ninguna manera (persecución,
encarcelamiento, oposición, dificultades, sufrimiento), pero podían soportar estas cosas
heroicamente como testimonio de la gracia constante de Dios. A los cristianos
perseguidos, también se les recordó el ejemplo brillante de sus propios guías que les
“hablaron la palabra de Dios” para que pudieran considerar cuál había sido “el resultado
de su conducta, imitad su fe”. El poder persuasivo de un ejemplo valioso es
inmensamente importante en el libro de Hebreos: un ejemplo de los santos del Antiguo
Testamento,867 de los creyentes del Nuevo Testamento, de líderes de iglesia,869 y sobre
todo, de Cristo, quien “es el mismo ayer y hoy y por los siglos”.
Además de estos personajes bíblicos, el pueblo de Dios ha dado testimonio a lo
largo de los siglos. La biografía cristiana es una fuente abundante de inspiración, ánimo
y retos. La historia de algún gran cristiano ha hecho que muchos creyentes cambien el
rumbo de su vida. Su influencia trasciende las barreras denominacionales. David
Brainerd, un misionero presbiteriano del siglo XVIII que se fue a vivir entre los indios de
Delaware, murió con treinta años; pero, a lo largo de varias décadas, muchísimas
personas fueron transformadas por el ejemplo de su vida de sacrificio y oración.
Jonathan Edwards, cuya hija iba a casarse con Brainerd, publicó el diario de Brainerd,
que habló directamente a las generaciones siguientes de creyentes, ayudándoles a
comprometerse más con el servicio misionero. John Wesley pidió a sus compañeros
metodistas que leyeran la vida del pionero misionero: “Encuentren predicadores con el
espíritu de David Brainerd y nada les podrá hacer frente”. William Carey también fue
inspirado por el diario y animó a su grupo bautista de la India a que lo leyeran juntos
tres veces al año: “Leamos a menudo a Brainerd, quien en los bosques de América abrió
su corazón delante de Dios”.872 Uno de los contemporáneos de Carey en la India, el
joven anglicano Henry Martyn, dijo sobre Brainerd: “Anhelo ser como él” y “dejarme
llevar por el deseo de glorificar a Dios”. Jim Elliot, martirizado por los indios aucas en
1956, escribió en su propio diario acerca de la influencia de Brainerd al animarle a la
oración secreta y apasionada. Una vida ejemplar llega a muchísimas otras.

No discernir la opinión de Dios sobre su pecado (32:14)


Cuando Moisés terminó de recordar a los líderes de la tribu la seriedad del pecado
de sus padres (se encendió la ira del SEÑOR contra Israel, 13), empezó a hablar del
presente, pasando de la antigua generación a la nueva: “Y he aquí, vosotros os habéis
levantado en lugar de vuestros padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún
más a la ardiente ira del SEÑOR contra Israel” (14).
Raramente nos vemos a nosotros mismos como somos en realidad. Cuando estas
tribus trajeron su petición egoísta ante Moisés, no pensaron por un momento que, a
ojos de Dios, eran prole de hombres pecadores, un término desdeñoso que no se
encuentra en ningún otro lugar del Antiguo Testamento. Ellos se veían como un grupo
de ganaderos astutos que estaban aprovechando las perspectivas agrícolas, o maridos
preocupados que buscaban asegurar el bienestar de sus mujeres vulnerables, o padres
220
protectores que deseaban lo mejor para sus hijos, u oportunistas atentos que
aprovechaban una ocasión que quizás no se repetiría; pero ante Dios no eran más que
prole de hombres pecadores. Estaban obsesionados con sus propios intereses; su única
ambición era buscar su propia felicidad, riqueza y seguridad. No pensaron por un
momento que esa actitud egoísta añadiría aún más a la ardiente ira del SEÑOR que en
Cades-barnea.
En todas las situaciones de la vida, necesitamos reflexionar no sobre lo que nos
complace a nosotros o lo que aprueban los demás, sino acerca de lo que le agrada a
Dios. Ellos estaban a punto de provocar la ira del Señor y seguramente esto contribuyó
en gran manera a que cambiaran de opinión. Una de las muchas razones por las que
tenemos que apartar un tiempo para leer la Palabra de Dios regular, sistemática y
reflexivamente, es porque las Escrituras nos presentan una visión realista de nosotros
mismos. La Biblia nos anima, pero no nos adula. Expone nuestras faltas, desafía nuestra
apatía, identifica nuestras debilidades y corrige nuestros errores. Hace que nos
enfrentemos a nuestras flaquezas y, a la luz de la enseñanza, nos anima a buscar al
Señor para que limpie el pasado, para que nos proporcione el poder de vivir de manera
diferente y de ser más sensibles a los efectos dañinos del pecado en la vida humana.

No buscar la voluntad del Señor (32:15)


Las dos tribus imaginaron vanidosamente que lo único que estaban pidiendo era
evitar su viaje a Canaán, nada más. Moisés sabía que estaba en juego no sólo la petición
de no llevar a cabo un plan ya establecido. El propósito de Dios era que su pueblo
cruzara el río y entrara en la nueva tierra. Muchas veces, en la vida, las personas están
tan absortas en sus propios sueños y ambiciones, que no captan las implicaciones y
posibles consecuencias de sus decisiones. Moisés lo vio todo clarísimamente. Si estas
dos tribus se quedaban al este del Jordán en ese momento, sería espiritualmente
desastroso. No solamente dejarían de seguir a los demás israelitas, sino que también
estarían dejando a un lado al Señor. La experiencia de Cades-barnea estaba a punto de
repetirse: “otra vez os abandonará en el desierto” (15).

No ver que el enemigo está trabajando


Estas tribus no habían considerado las consecuencias de la acción que proponían. A
ellos, les parecía una propuesta inocente, pero el diablo estaba utilizando sus intereses
egoístas para intentar una vez más que el pueblo de Israel acabara destruido, y ellos
tendrían la culpa (15).
El adversario de Israel, el enemigo de las almas, había hecho todo lo posible por
frustrar los propósitos de Dios de llevar a su pueblo a la frontera de su nueva tierra.
Había hecho que les persiguiera un ejército egipcio enfurecido, y había fomentado el
sentimiento de descontento cuando se encontraron con adversidades naturales.876
Había causado problemas internos al hacer que se enfadaran con el líder que Dios había
nombrado y problemas externos, exponiéndoles al ataque de enemigos agresivos.878
221
Les había tentado a cometer idolatría causando no sólo que rompieran el pacto880, sino
también que le atribuyeran la victoria a un dios irreal. Les había animado a quejarse de
su difícil situación (11:1) y a no estar contentos con la provisión de comida nutritiva
diaria (11:4–9). Había creado una seria división dentro del liderazgo escogido por Dios
(12:1–2; 16:1–4) y cegado al pueblo a la fiabilidad de las promesas de Dios (13:30;
14:7–9). Había hecho que el pueblo se pusiera impaciente para que se enfrentara al
líder y “habló contra Dios” (21:4–5). El enemigo había intentado destruirlos por medio
de la brujería (22:1–7) y había traído el caos al campamento por culpa de los terribles
pecados de la inmoralidad sexual y la idolatría (25:1–15).
Ahora, el enemigo estaba intentando una nueva táctica. Lo que no se podía
conseguir por otros medios, podía hacerse con la deserción, la deslealtad y la falta de
unidad entre las tribus. Las dos tribus no tenían ni idea de que lo que concibieron como
plan conveniente no era sino un arma del enemigo. Otra razón para estudiar la Palabra
de Dios y para escuchar atentamente su exposición fiel y profunda es que nos prepara
para los sutiles ataques del enemigo.

El fracaso evitado (32:16–42)


Esta historia, a diferencia de otras en Números, tiene un final feliz. Los líderes de
Rubén y Gad prestaron especial atención a los argumentos de Moisés y presentaron al
líder una propuesta mejor. Las dos tribus reconocieron que lo que Moisés había
compartido tan elocuente y persuasivamente era cierto. Los cuatro pasos de su cambio
de visión radical son tan relevantes para nuestra vida cristiana actual como para la
experiencia de estos viajeros hace más de 3.000 años.

El arrepentimiento
Cambiaron radicalmente de opinión; este es el significado de la palabra
“arrepentimiento” (en griego, metanoia) en el Nuevo Testamento. En lugar de quedarse
atrás, fueron a la vanguardia del ejército del Señor al cruzar el río. Las tribus de Rubén y
Gad constituyeron la avanzada. El pasaje que describe la invasión cuenta que “los hijos
de Rubén, los hijos de Gad y la media tribu de Manasés pasaron en orden de batalla
delante de los hijos de Israel, tal como Moisés les había dicho”. Estas dos tribus
modificaron la opinión que tenían de sí mismos, del Señor, de otros y de la vida.
En primer lugar, cambiaron de opinión sobre sí mismos. Al escuchar a Moisés, se
dieron cuenta de la razón que tenía al exponer su egoísmo. Estuvieron de acuerdo en
que habían actuado como prole de hombres pecadores (14), cuyas ambiciones egoístas
afectarían a otros, les harían daño a sí mismos y entristecerían a Dios. Bajo la influencia
del mensaje de Moisés, vieron cómo eran realmente.
En segundo lugar, variaron la opinión que tenían sobre el Señor. Imaginaron
vanidosamente que no estaba interesado en los detalles menores del plan de invasión y
que eran libres de hacer más o menos lo que quisieran. La respuesta de Moisés a su
petición les convenció de que no estaban complaciendo al Señor, sino todo lo contario.
222
Podían llegar a enfurecerle tanto con su proposición como lo hicieron sus padres con su
rebelión.
En tercer lugar, cambiaron la opinión que tenían sobre los demás. Al planear esta
alternativa egoísta, no habían considerado las necesidades de las otras diez tribus,
quienes saldrían perdiendo. Se dieron cuenta de que lo que precisaba la comunidad
debía prevalecer sobre los deseos del individuo.
En último lugar, modificaron la opinión que tenían sobre la vida. Moisés les acusó de
ser vagos (6) y eso les dolió. Canaán no iba a ser conquistada por personas indolentes.
La necesidad inmediata de Israel requería compañeros esforzados y soldados
dispuestos. Ya habría tiempo en el futuro para los proyectos agrícolas ambiciosos, pero
primero había que conquistar lo que iba a ser el hogar de la mayoría del pueblo de
Israel, al otro lado del río.

La obediencia
Expresaron su cambio de opinión con una declaración de servicio fiel: “nosotros nos
armaremos para ir delante de los hijos de Israel hasta que los introduzcamos en su
lugar” (17). Al ofrecerse a formar parte de la avanzadilla, se exponían al feroz ataque
del enemigo. Sus declaraciones de obediencia resuenan a lo largo de la narración: “tus
siervos harán tal como mi señor ordena” (25); “tus siervos, todos los que están armados
para la guerra, cruzarán delante del SEÑOR para la batalla, tal como mi señor dice” (27);
“Como el SEÑOR ha dicho a vuestros siervos, así haremos” (31).
La obediencia es la clave de la vida cristiana madura y eficaz. Al final de su vida,
cuando Moisés bendijo a las tribus, elogió a una de ellas utilizando palabras que pueden
hallar eco en la vida de todo creyente obediente. El pueblo de Gad “ejecutó la justicia
del SEÑOR” en lugar de sus propios deseos egoístas.
En temas de obediencia, como en todo lo demás, el Señor Jesús es nuestro modelo
perfecto. Él “aprendió obediencia por lo que padeció”, lo que significa que, en todas las
etapas de su vida, se entregaba a la voluntad y al propósito de Dios, y cumplió en total y
constante obediencia todo lo que se le pidió. Su encarnación fue motivada por la
obediencia884 y su bautismo también. Sus prioridades estaban controladas por la
obediencia, al igual que las tentaciones del desierto cuando se volvió a someter a la
enseñanza de las Escrituras, a la voluntad de Dios y al dominio sobre el mal.886
Demostró su amor a Dios por medio de la obediencia: “como el Padre me mandó, así
hago”. Su destino estaba determinado por la obediencia; nada podía desviarle del
camino, ni siquiera el amor de sus amigos, que, aunque tenían buenas intenciones,
estaban equivocados.888 Su entrega se caracterizaba por la obediencia, al arrodillarse en
un jardín apartado y orar repetidamente: “no sea como yo quiero, sino como tú
quieras… hágase tu voluntad”.

La entrega
Las dos tribus no obedecieron por obligación ni tampoco a regañadientes. Se
223
entregaron por completo al servicio del Señor: “No volveremos a nuestros hogares
hasta que cada uno de los hijos de Israel haya ocupado su heredad” (18). Fue un acto de
compromiso inmediato, total e incondicional.

La confianza
Las dos tribus pidieron que, antes de avanzar, pudieran edificar apriscos al este del
Jordán para su ganado y ciudades para sus pequeños (16). Mientras estuvieran
luchando en Canaán por toda la comunidad, sus pequeños se quedarían en las ciudades
fortificadas por causa de los habitantes de la tierra (17). Moisés les permitió que
hicieran esto y acordó que, una vez se hubiera conquistado Canaán, podrían volver a
sus hogares recién construidos en la región de Transjordania.
Fue un acto de tremenda fe. Otros hombres tendrían a sus mujeres e hijos consigo
al establecer su hogar en diferentes partes de la tierra. Si las dos tribus y media querían
regresar al este del Jordán, deberían confiar en que Dios iba a “guardar” (6:24) a sus
familias mientras ellos estaban luchando al otro lado del río.
A menudo, en la vida, adquirimos compromisos que requieren obediencia y entrega,
y tenemos que confiar en Dios para el resultado. No podemos saber cómo saldrá todo,
pero, si buscamos la voluntad del Señor, él nos cuidará y se asegurará de que no
suframos. Conocemos la historia del atleta olímpico de 1924, Eric Liddell, por la famosa
película “Carros de Fuego”. Su experiencia anima a cualquiera que esté respondiendo a
Dios en obediencia y entrega. Liddell se negó a correr los domingos en las pruebas de
100 metros y esta decisión le podría haber costado el éxito, pero se tomó en serio un
mensaje que alguien le escribió en una nota: “Yo honraré a los que me honran”, y así lo
hizo el Señor. Liddell corrió los 400 metros, ganó la carrera y estableció un nuevo
récord.
Los últimos versículos (34–42) aportan un detalle histórico y geográfico sobre el
asentamiento de las dos tribus. Identifican las ciudades fortificadas y apriscos para el
ganado construidos por la tribu de Gad (34–36) y de Rubén (37–38) además de la media
tribu de Manasés (39–42), a la que pertenecían las hijas de Zelofehad (27:1–11;
36:1–12).
Una posdata interesante dice que algunas de las ciudades conquistadas al este del
Jordán recibieron nuevos nombres (38). No era apropiado que el pueblo israelita
habitara en ciudades como Nebo o Baal-meón, dedicadas a dioses paganos. El pueblo
que se estableció en la zona este del río quería comenzar de nuevo viviendo en
comunidades sin rastro alguno de paganismo. A los cristianos, por la gracia inmerecida
de Dios, se les ha dado un nuevo nombre y una vida infinitamente mejor: “las cosas
viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”.

224
Recuerdos y propósitos
Números 33:1–56

La próxima misión de Moisés era escribir sobre el viaje de Israel por el desierto,
mencionando los cuarenta y dos lugares en los que habían acampado. En el siglo III, en
Alejandría, Orígenes sabía que algunos críticos cuestionaban el valor de este capítulo. El
famoso maestro mantuvo que “no podemos decir sobre los escritos del Espíritu Santo
que haya algo inútil o innecesario en ellos… Más bien debemos… fijar nuestros ojos en
Él, quien ordenó que todo esto se escribiera, y preguntarle el significado”.
Esta lista es “una letanía de la liberación del Señor”, más que un itinerario
geográfico. No sólo recoge los lugares de acampada en un viaje tedioso, sino que
también da testimonio de las verdades bíblicas para una nueva generación en su viaje.
La gratitud por el pasado inspiró la confianza para el futuro.

Recuerdos del pasado (33:1–49)


Moisés anotó los puntos de partida según sus jornadas, por el mandamiento del
SEÑOR (2). La nueva generación se componía principalmente de niños y jóvenes cuando
sus padres acamparon en estos lugares y recordaban bien algunos de los
acontecimientos milagrosos que tuvieron lugar en varios lugares de acampada. Y en
otra parte del libro, los detalles históricos y geográficos tienen un propósito teológico y
presentan una rica doctrina acerca de Dios.

Un Dios que asegura la victoria


El mes primero partieron de Ramsés el día quince del mes primero; el día
después de la Pascua, los hijos de Israel marcharon con mano poderosa a la vista
de todos los egipcios, mientras los egipcios sepultaban a todos sus primogénitos,
a quienes el SEÑOR había herido entre ellos. El SEÑOR también había ejecutado
juicios contra sus dioses (3–4).
El comienzo del viaje fue el mayor milagro de todos. Era una empresa imposible de
llevar a cabo simplemente con medios y métodos humanos; los esclavos desarmados no
eran rival para los soldados entrenados de Egipto. El decálogo, como testimonio de la
increíble liberación, comenzó con el recuerdo de esta redención singular por parte de
Dios: “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de
servidumbre”.

225
Esta referencia a la iniciativa de Dios de liberar a su pueblo da testimonio de su
palabra fiel (la Pascua, la “plaga” final sobre los primogénitos de Egipto, exactamente
como prometió), su poder invencible (los hijos de Israel marcharon con mano poderosa
a la vista de todos los egipcios, mientras los egipcios sepultaban a todos sus
primogénitos) y su naturaleza incomparable (El SEÑOR también había ejecutado juicios
contra sus dioses). Los soldados de la nueva generación necesitarían estos recordatorios
de que, si querían tener éxito en su próxima empresa militar, debían reconocer que
Dios era único, confiar en sus promesas y recibir fuerza.

Un Dios que ayuda en las emergencias


Partieron de delante de Hahirot y pasaron por en medio del mar al desierto (8).
Cuando hubieron montado sus tiendas de campaña “frente a Baalzefón, en el lado
opuesto, junto al mar”, los israelitas miraron aterrorizados y vieron en el horizonte al
enorme ejército egipcio que estaba decidido a llevárselos a todos de vuelta a los
campamentos de esclavos. Esta fue la primera vez que el pueblo murmuró contra
Moisés: “¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el
desierto?” Estaban atrapados, con un veloz ejército pisándoles los talones con sus
“carros escogidos”899 y una gran expansión de agua delante de ellos. Sin medios
humanos para escapar, Moisés le aseguró al pueblo afligido: “El SEÑOR peleará por
vosotros” y, mientras tanto, abrió milagrosamente un camino a través del mar.
Los soldados de la nueva generación se encontraron con obstáculos al invadir
Canaán. Josué y Caleb recordaban que había ciudades fortificadas con muros
impenetrables y habitantes enormes, pero un Dios capaz de conducir a su pueblo por el
mar podía superar todas sus dificultades en un territorio extraño.

Un Dios que provee para las necesidades


… anduvieron tres días en el desierto de Etam y acamparon en Mara.
Partieron de Mara y llegaron a Elim; y en Elim había doce fuentes de agua y
setenta palmeras; y acamparon allí…
Partieron de Alús y acamparon en Refidim; allí fue donde el pueblo no tuvo
agua para beber (8–9, 14).
El viaje de tres días que tuvieron que hacer después de su liberación fue un tiempo
de prueba. El recuerdo de los lugares como Mara donde (hasta que Dios intervino) el
agua no era potable, y Elim, donde había doce fuentes de agua, y Refidim, donde salió
agua de la roca, aseguró al pueblo de que el Señor estaría con ellos, fueran cuales
fueran los problemas que aparecieran en el camino, y supliría sus necesidades en
momentos críticos.
Además, Refidim era un recordatorio de que Dios provee no sólo recursos naturales
como el agua, sino también fuerza física. El Señor había dado muerte a los
perseguidores egipcios, pero pronto se enfrentarían a los amalecitas. Una vez más, el

226
Señor proveyó todo lo necesario. A través de la oración de Moisés en lo alto del monte,
Josué y sus hombres tuvieron victoria abajo. Cuando los soldados israelitas miraban
hacia arriba, sabían que las manos levantadas de Moisés y sus compañeros estaban así
para darles liberación. El Señor escucharía y contestaría una intercesión tan
dependiente.
Las historias que recuerdan algunos de los lugares en este itinerario eran
evocaciones gráficas de la necesidad, el poder y la efectividad de la oración. Durante
varias crisis, el pueblo había murmurado contra Moisés y él “clamó al SEÑOR”. Dios, que
había prometido proveer todo lo que necesitaran para el camino, respondió
rápidamente gracias a sus oraciones por el pueblo.

Un Dios que juzga la iniquidad


Varios lugares recordaban las transgresiones de Israel. Además de las ocasiones en
las que el pueblo murmuró contra Moisés, hubo momentos, como en Kibrot-hataava
(16), en los que se el Señor se airó con ellos por su descontento (11:1–34), y como en
Cades (36), cuando dudaron de su palabra, se opusieron a sus siervos y rechazaron su
voluntad (13:31–14:28). En Abel-sitim (49), adoraron a los dioses moabitas y
madianitas, y participaron en orgías sexuales con mujeres paganas (25:1–15). En cada
una de estas ocasiones, los pecados de los infractores no podían pasar desapercibidos.
Incluso sus líderes santos fueron juzgados por Dios. El sacerdote Aarón subió al
monte Hor por mandato del SEÑOR, y allí murió (38). El sumo sacerdote había
entristecido al Señor más de una vez (12:10–12; 20:12). Su ofensa en Hazerot (12:16) le
fue perdonada, pero su pecado en Meriba, junto con Moisés, tenía serias
consecuencias. Los dos líderes no podrían entrar en la nueva tierra (20:12, 24). Se
espera más, no menos, de las personas a las que les ha sido confiada una
responsabilidad espiritual. Esto recordaba a la nueva generación la santidad y justicia de
Dios. Incluso ejemplos espirituales como Moisés y Aarón no podían eludir las
consecuencias del pecado.
Sería un error para la nueva generación enfrentarse al futuro con ignorancia o
indiferencia hacia el poder y el efecto del pecado humano. Algunos de estos lugares
representaban advertencias a quienes estaban a punto de entrar en Canaán. La nueva
tierra les presentaría tentaciones fuertes; no debían pensar que podían bajar la guardia
ante la maldad.

Propósitos para el futuro (33:50–56)


El Señor había ordenado a Moisés que escribiera (2); ahora, que hablara (50–51). El
recuerdo del pasado debía inspirar confianza, dejar advertencias y animar a que
confiaran en el futuro. El mensaje de Moisés contenía una orden radical, una provisión
amorosa y una advertencia necesaria.

Una orden radical (33:51–52)


227
El registro escrito contaba la magnitud de los pecados de Israel en el desierto, pero
había peligros más grandes en el futuro. Las deidades cananeas a las que habían
adorado en Sitim tenían altares en la nueva tierra. Debían reconocer el pecado por lo
que es y expulsar a todos los habitantes de la tierra (52). No había lugar para la
adoración sincretista con la que podían adorar a su único Señor y, a la vez, a los ídolos.
Todas sus piedras grabadas e imágenes fundidas tenían que ser destruidas y los
invasores debían demoler todos sus lugares altos con sus pilares pornográficos de
Asera. El baalismo era un culto de fertilidad y mantenía que la adoración de su dios
garantizaría una cosecha abundante. Para asegurarse estos beneficios, los adoradores
utilizaban prostitutas rituales y llevaban a cabo prácticas en estos lugares altos. Pero el
pueblo de Israel había hecho un pacto con su Dios y el adulterio estaba prohibido por el
pacto del Decálogo.
La adoración de Baal no sólo estaba mal, sino que era una ofensa al Dios santo de
Israel. Su influencia corrupta tendría un efecto destructivo en el pueblo de Dios a
menos que cortaran de raíz drásticamente esos altares inmorales cuando conquistaran
la tierra. Además de las connotaciones ofensivas y sexuales, el baalismo incluía la
práctica de sacrificios de niños, que iba en contra de otro de los mandamientos: “No
matarás”. Al predicar a la comunidad antes de cruzar el río, Moisés les advirtió sobre las
“cosas abominables” que hacían en Canaán. Sus rituales eran físicamente violentos,
además de moralmente desviados, y los invasores israelitas debían eliminar estas
prácticas bárbaras. Para llevar a cabo esta destrucción punitiva, a los israelitas se les
aseguró que “el SEÑOR tu Dios expulsará a esas naciones de delante de ti”.
Los cristianos pueden aprender de este mandamiento divino. Es imposible ser más
santo sin este rechazo radical del pecado. Jesús dejó esto bien claro en sus enseñanzas
y los escritores del Nuevo Testamento aplicaron su mensaje a la vida del siglo I, que era
tan moralmente dañino. Nosotros vivimos en una sociedad aún más depravada; el
llamado a la santidad es un imperativo divino, no una invitación opcional.

Una provisión amorosa (33:53–54)


Después del mandamiento negativo de la erradicación de la maldad, viene uno
positivo sobre la distribución de la tierra recién conquistada (53–54). Aunque la tierra
era un regalo de Dios (53), si no había instrucciones claras acerca de la asignación de
territorios para cada tribu, podrían surgir rivalidades y problemas. Para los nómadas,
era una experiencia única poseer su propia tierra y necesitaban orientación sobre cómo
distribuirla equitativamente.
El conocido método de la suerte (26:52–56) eliminaría la competitividad por las
áreas geográficas preferidas: Donde la suerte caiga a cada uno, eso será suyo (54). Era
mejor que las decisiones importantes como estas no se resolvieran por medio de un
debate humano. El pueblo debe quedarse con sus tribus ancestrales y no merodear
siguiendo sus propias inclinaciones. Las tribus, clanes y familias tenían diferentes
tamaños, así que, mientras que una región específica se determinaba por suerte, los

228
lugares asignados debían ir acorde con el número de personas involucradas. Cuando el
Señor realizó planes para el asentamiento del pueblo en Canaán, hizo todo lo posible
por minimizar la rivalidad tribal, las disputas entre clanes y las peleas familiares acerca
de dónde iba a vivir el pueblo.

Una advertencia necesaria (33:55–56)


Moisés transmitió el doble mensaje del Señor al pueblo: primero, sobre el problema
de los cananeos si no eran eliminados, y segundo, el juicio del Señor si Israel
desobedecía en este tema.
El mensaje del Señor a los invasores potenciales les llamaba a ser realistas. Eran un
pueblo irresponsable y el Señor anticipaba la posibilidad de que no cumplieran: “Pero si
no expulsáis de delante de vosotros a los habitantes de la tierra, entonces sucederá que
los que de ellos dejéis serán como aguijones en vuestros ojos y como espinas en vuestros
costados, y os hostigarán en la tierra en que habitéis” (55). La historia que se cuenta
inmediatamente después muestra que esta advertencia cayó en saco roto. Al final de su
vida, Josué aún pedía a sus contemporáneos que cumplieran lo que el Señor había
mandado: “no os juntéis con estas naciones, las que quedan entre vosotros. No
mencionéis el nombre de sus dioses… serán como lazo y trampa para vosotros, como
azote en vuestros costados y como espinas en vuestros ojos… quitad los dioses
extranjeros que están en medio de vosotros, e inclinad vuestro corazón al SEÑOR, Dios
de Israel”.
Ese problema arruinó la vida espiritual del pueblo de Dios a lo largo de los siglos,
hasta su exilio forzoso a Babilonia. En este tiempo, aquella advertencia crucial tuvo un
resultado trágico. Para deshacerse de la idolatría ofensiva y la adoración sincretista, el
Señor hizo con su pueblo lo que había planeado para los cananeos: los expulsó de la
tierra. Su pueblo aprendió, a base de experiencias amargas, que Dios mantiene su
palabra, tanto con buenas promesas como con el juicio.

Provisión generosa
Números 34:1–36:13

“Os he dado la tierra” (33:53). Por todo el libro, en las narraciones, declaraciones y
leyes (13:2; 14:8, 16, 23, 30; 15:2, 18; 27:12; 32:7, 9, 11), Dios confirmó repetidamente
su regalo prometido. Las palabras “Cuando entréis en… la tierra que os tocará” (34:2)
afirman esta seguridad renovada. El Señor iba delante de su pueblo, supliendo una
variedad de necesidades esenciales. Los últimos capítulos describen su provisión

229
geográfica, espiritual, legal y tribal.

Provisión geográfica (34:1–29)


En cuanto cruzaran el Jordán, los viajeros israelitas ocuparían Canaán, una tierra
que pertenecía al Señor (33:53). Él había decidido entregársela a unos inquilinos
mejores, que tenían que conocer las fronteras geográficas exactas para invadir
territorio que Dios no les había dado. No debían ser expansionistas agresivos que
construían un imperio. Dios es el “Juez [o Gobernador] de toda la tierra” y quería hacer
“justicia” para otras naciones además de para Israel. Él estableció las fronteras del sur
(3–5), del oeste (6), del norte (7–9) y del este (10–12) en el nuevo país de Israel y dijo
que su nuevo hogar tendría tres características distintivas.

Sería un territorio extenso (34:1–12)


Durante la mayor parte de su historia, solamente esta región fue ocupada por los
israelitas. Exceptuando los tiempos de prosperidad económica y fuerza militar durante
el reinado de David y el de Salomón, el pueblo de Dios no heredó la región entera. La
frontera del oeste, por ejemplo, era el mar Mediterráneo y, durante los primeros siglos
de ocupación, la franja costera era el hogar de los filisteos, hostigadores perpetuos, con
incursiones frecuentes por parte de los vecinos occidentales de Israel. La comunidad
invasora no expulsó “a todos los habitantes de la tierra” (33:52) como les fue ordenado
y esto les costó un alto precio. Dios tiene mucho más que darnos de lo que podemos
imaginar. Hay más gracia de la que conocemos, más poder del que hemos utilizado, más
amor del que hemos recibido hasta ahora. Las fronteras de los recursos espirituales de
Dios van más allá de lo que podemos concebir.

Sería repartido justamente (34:13–29)


El Señor le indicó a su pueblo cómo repartir la tierra. El sacerdote Eleazar, su líder
espiritual, y Josué, su comandante militar, debían tomar un jefe para repartir la tierra
por heredad (18). A causa de la rivalidad que había tenido lugar tantas veces durante el
viaje por el desierto, se debía minimizar cualquier posibilidad de controversia, discordia
y encontronazos. Diez líderes de tribus debían compartir con los líderes de la
comunidad la tarea de dividir el territorio justamente entre las tribus, según el plan del
Señor comunicado por Moisés (33:54). Sólo se necesitaban diez hombres, porque dos
tribus y la media tribu iban a regresar a la zona al este del Jordán una vez que se
hubiera llevado a cabo la invasión con éxito (13–15).
Era natural que un miembro de confianza de la antigua generación, Caleb, debiera
formar parte del equipo de distribución de la tierra. Un hombre que había “seguido
fielmente al SEÑOR” (32:12) pondría a Dios en primer lugar en lugar de sucumbir a los
intereses personales o a la presión tribal. Aparte de Caleb, estos diez hombres (19–29)
no aparecen en ninguna otra parte del libro. Fueron escogidos por Dios para ese

230
propósito específico e iban a llevar a cabo la tarea a conciencia. Sus responsabilidades
habrían incluido meses de trabajo intenso una vez que se hubiera echado la suerte para
la región específica de cada tribu, puesto que después vendrían delicadas negociaciones
continuas para asegurarse de que los clanes más grandes tuvieran más espacio que los
pequeños y que las familias dentro de los clanes estuvieran acomodadas justamente.
En la obra de Cristo, cada creyente tiene una oportunidad específica de servir al
Señor de una u otra forma. Él nos ayuda a discernir cuál es nuestro don, nos da fuerza,
sabiduría y gracia para usarlo bien, y se merece toda la gloria por cualquier logro. Estos
líderes tribales eran personas fiables que llevarían a cabo su trabajo especial lo mejor
que pudieran, para bendecir a otros y para la gloria de Dios. Nuestro trabajo para Cristo
no se merece nada menos.

Tendría líderes ejemplares


Esta lista de hombres responsables de repartir el territorio tiene una característica
especial en común con una lista similar con la que empieza el libro. El primer capítulo
incluye los nombres de los líderes de las tribus a los que se les encomendó el primer
censo (1:2–15); muchos de los nombres incluían el nombre de Dios y esto comunicaba
un mensaje especial a la comunidad.
En esta lista, también aparecen nombres teofóricos (“portador de la deidad”).
Muchos de estos líderes tribales de la nueva generación habrían sido niños o
adolescentes cuando salieron de Egipto, habrían tenido menos de veinte años cuando
tuvo lugar la rebelión de Cades-barnea, o habrían muerto en el desierto. Algunos
nacieron en el desierto, pero sus padres les habían puesto nombres que daban
testimonio de grandes realidades doctrinales: Semuel (“Dios oye”), Elidad (“Dios ama”),
Haniel (“gracia de Dios”), Kemuel (“Dios establece”), Elizafán (“Dios protege”), Paltiel
(“Dios es liberación”) y Pedael (“Dios rescata”). El hecho de que fuera el Señor mismo
quien escogiera a estos hombres (16, 29) sugiere que esos líderes tribales eran fieles a
su nombre. Como creyentes, nosotros también tenemos un nombre teofórico,
“cristianos”. Este nombre es un privilegio que no merecemos, además de una gran
responsabilidad.

Provisión espiritual (35:1–8)


Como hemos visto en el caso de los nombres teofóricos de los líderes, la última
sección de Números a menudo retorna a rasgos que caracterizaron los primeros
capítulos del libro. Las responsabilidades de los levitas eran un tema importante a
medida que los israelitas comenzaban el viaje por el desierto (1:47–54; 3:5–4:49;
8:5–26), y ahora, cuando estaba terminando, la comunidad recibió instrucciones
precisas sobre las ciudades en las que vivirían los levitas después de que el pueblo se
asentara. No se les debía dar una sección específica de la tierra nueva (18:24) como a
las otras tribus, porque su ministerio de ser de ayuda se tenía que llevar a cabo en
cualquier lugar en el que los israelitas se hubieran asentado. Los levitas debían recibir
231
cuarenta y ocho ciudades (35:6–7) con tierras de pasto de las ciudades (4) para sus
animales, para sus ganados y para todas sus bestias (3). Se les dio medidas exactas para
que nadie pudiera quejarse de que alguien invadía las tierras de otra persona. Sus
pastos se extenderían por las cuatro partes de las ciudades. En ello, podemos ver dos
características importantes.

La preocupación práctica del Señor por sus siervos


Dios estableció que estos líderes espirituales debían tener un hogar estable y
sustento razonable. Espera que su pueblo se asegure de que aquellos que han sido
llamados a su obra tengan suficiente provisión para ellos y sus familias. El Nuevo
Testamento deja estas obligaciones bien claras en las enseñanzas a las nuevas iglesias.
Los cristianos de Filipos se aseguraron de que las necesidades de Pablo estuvieran
suficientemente cubiertas y el apóstol enseñó a todas sus iglesias que se tomaran en
serio sus responsabilidades económicas.

La preocupación espiritual del Señor por su pueblo


Junto a los sacerdotes, los levitas eran los representantes del Señor en la
comunidad. Por lo tanto, era importante que todos los israelitas estuvieran cerca de un
consejero y ayudante levita: “Las ciudades que daréis a los levitas… en proporción a la
posesión que herede: tomaréis más del más grande y tomaréis menos del más pequeño”
(8).
La preocupación del Señor de que la ayuda espiritual debe estar accesible a todos
desafía nuestra indiferencia por la evangelización contemporánea y misionera.
Aproximadamente, un 20% de la población mundial aún no ha oído hablar de Cristo. En
el último cuarto del siglo XX, se estimaba que todavía quedaban unos 12.000 grupos de
personas (separadas por subculturas y dialectos) que aún no conocen el evangelio. No
hay ningún cristiano “levita” cerca de sus pueblos.

Provisión legal (35:9–34)


Seis de estos cuarenta y ocho pueblos levitas también estaban designados como
ciudades de refugio, las que daréis para que el homicida huya a ellas (6). El Señor sabe
que donde las personas viven juntas habrá quienes se hagan daño mutuamente,
además de disputas, desacuerdos, venganzas personales e incluso violencia y
agresiones. El pacto prohibía el asesinato; la sangre derramada contaminaba la tierra
(33) y la nueva tierra no debía ser contaminada (34). Dios iba a manifestar su presencia
allí y describía el territorio como “la tierra en que habitáis, en medio de la cual yo moro”
(34). Las personas de su pueblo debían vivir juntas en armonía y los sacerdotes y levitas
servirían como sus consejeros. La agresividad y brutalidad podían extenderse a través
de una comunidad entera y, al cabo de poco tiempo, un pueblo vulnerable quedaría
dividido por la guerra civil, especialmente en esa cultura antigua del Oriente Próximo,

232
en la que eran comunes las enemistades entre familias. Si se mataba a una persona, ya
fuera accidental o intencionadamente, las rivalidades entre tribus, clanes o familias
podían abocar a una comunidad entera al caos. El Dios compasivo y justo de Israel
suministró leyes claras.

Muerte accidental
En su compasión por el infractor inocente, el Señor proveyó seis ciudades de
refugio, tres a un lado del Jordán y tres al otro (13–14). Eran lugares donde vivían los
levitas y podía huir allí el homicida que haya matado a alguna persona sin intención. Las
ciudades serán para vosotros como refugio del vengador, para que el homicida no muera
hasta que comparezca delante de la congregación para juicio (11–12). Esta provisión no
sólo era para los israelitas, sino también para el forastero y para el peregrino entre ellos
(15). Cualquier persona, fuera cual fuera su trasfondo étnico, que hubiera causado la
muerte accidental de otra debía estar protegida ante un vengador enfadado y resuelto
a matar al homicida, aunque este último no hubiera querido hacer daño a la víctima.
Estas ciudades de refugio debían ser fácilmente accesibles desde cada región, con
buenas vías de comunicación con otras partes de la zona. Si la distancia era demasiado
grande para que la recorriera el homicida que huía, un vengador podría alcanzarlo y
quitarle la vida “aunque él no merecía la muerte, porque no lo había odiado
anteriormente”. Una vez que los israelitas se hubieran asentado en la tierra, Josué
recibió instrucciones precisas acerca de lo que debía hacer el homicida inocente al
llegar a una de estas ciudades de refugio. “Expondrá su caso a oídos de los ancianos de
la ciudad” y estos “le darán un lugar para que habite en medio de ellos” hasta que
“comparezca en juicio delante de la congregación”.
A la comunidad se les presentó ejemplos de posibles accidentes que podrían
provocar la muerte de otro israelita a manos de alguien que no tuviera intención de
herir a la persona que murió (22–23), y la enseñanza posterior de Moisés muestra otro
ejemplo más de un accidente forestal letal. Si al considerar todos los hechos, los
ancianos confirmaban que no fue intencionado, el responsable podría vivir con
seguridad dentro de la ciudad de refugio, pero no se le permitía salir de ella. Esta
restricción de la libertad era un recordatorio adecuado de que la vida humana es
sagrada. Era un precio pequeño a pagar por su seguridad cuando una acción suya había
propiciado el final de una vida humana y causado inmenso dolor a una familia de Israel,
aunque no hubiera sido deliberadamente. Aun así, el homicida no tenía que quedarse
necesariamente en la ciudad durante el resto de su vida, porque, a la muerte del sumo
sacerdote (25, 28, 32), podría salir de la ciudad tranquilamente sin miedo a represalias.
Se ha debatido mucho acerca de por qué la muerte del sumo sacerdote juega un
papel importante en estas normas. Podría ser que la misericordia y soberanía de Dios
proporcionaran al infractor el comienzo de una nueva etapa. En el mundo antiguo,
cuando moría un rey, a veces se liberaban presos. En Egipto, por ejemplo, la muerte del
faraón garantizaba la remisión de todas las penas capitales. La muerte de un faraón le
dio la oportunidad a Moisés de regresar desde Madián sin miedo a ser castigado por el
233
homicidio que había cometido cuarenta años antes.928 En el caso de Israel, la muerte
del sumo sacerdote tenía un efecto similar en la vida de la comunidad.
La residencia forzosa en la ciudad protegería al homicida, pero ni eso ni una suma
de dinero (32) podían hacer expiación por la muerte, que sólo se podía conseguir por la
ofrenda de otra vida; la muerte del sumo sacerdote quizás se consideraría el sustituto
de la muerte de la persona que falleció accidentalmente.

Asesinato
Los conflictos serios podían conducir a la amargura, la brutalidad y la violencia. El
Señor de Israel era un Dios de justicia y rectitud, además de un Dios compasivo. Las
ciudades de refugio no protegían al asesino. Un asesino ignoraba la obligación del pacto
de no matar, así que debía perder su vida. Hay normas precisas que apoyan estas leyes
sobre la pena capital para los asesinos; normas vitales para que se pudiera aplicar la
justicia dentro de la comunidad.
En primer lugar, si alguien era acusado de asesinato, era esencial que hubiera dos
testigos para confirmar el crimen: a ninguna persona se le dará muerte por el testimonio
de un solo testigo (30).
En segundo lugar, la persona acusada debía hacer frente a las consecuencias de este
pecado tan serio entregando su propia vida. Dios es el dador de la vida y solamente él
puede quitarla. Ningún asesino debía librarse de la pena de muerte por pagar una
compensación al familiar más cercano de la persona asesinada (31). La misma norma
prohibía que el homicida pagara dinero por su deuda (32). Tanto el asesinato como el
homicidio “hacen que la persona sea culpable de derramar sangre y contaminar la
tierra, y los dos casos necesitan expiación: el asesinato, por medio de la ejecución del
asesino, y el homicida mediante el fallecimiento natural del sumo sacerdote”.
En tercer lugar, el familiar del asesino debía ser quien se vengara y solamente él
podía llevar a cabo la ejecución (16–21). Una provisión de este tipo impedía la
interferencia de los miembros vengativos de una comunidad que quizás intentaran
solucionar las cosas por ellos mismos y mataran a una persona inocente que hubiera
sido acusada injustamente.
En cuarto lugar, tales ofensas eran una afrenta al carácter de Dios. Quitarle la vida a
una persona entristecía al Creador y contaminaba deliberadamente la tierra que el
Señor les había dado. El asesino era un ladrón (le robaba a Dios la vida de otro ser
humano) y un profanador (contaminaba la tierra que el Señor le había dado). El Señor
insistía en que se debían cumplir los más altos niveles morales porque él iba a
manifestar su presencia entre ellos en la nueva tierra: “pues yo, el SEÑOR, habito en
medio de los hijos de Israel” (34).
De estas normas sobre el homicidio y el asesinato; se desprenden ocho temas
(9–34).
1. La vida humana es sagrada. La vida era el don más preciado para la humanidad y, si
alguien la robaba, era el crimen más grave. Asimismo, se debía hacer cualquier cosa

234
para evitar que se perdieran más vidas a través de un enfrentamiento entre
familias.
2. La justicia imparcial era necesaria. El principal objetivo de estas seis ciudades de
refugio (11) era asegurarse de que el pueblo israelita tuviera tiempo para interrogar
a los testigos, recoger pruebas y considerar todos los aspectos de la muerte de un
hombre o una mujer, y evitar que alguien dentro de la comunidad fuera acusado
injustamente.
3. La responsabilidad era de la comunidad. La persona acusada debía comparecer
delante de la congregación para juicio (12). El caso se debía presentar ante un grupo
de personas imparciales, a ser posible de fuera del lugar en el que se cometió la
ofensa. En casos discutibles, la congregación juzgará entre el homicida y el vengador
de la sangre (24).
4. Todos los seres humanos son iguales (15). Si un forastero, persona desplazada,
esclavo o refugiado se veía implicado en un caso de muerte, a esa persona se le
aseguraba un juicio justo; la misma ley se les aplicaba a todos, fueran israelitas,
forasteros o cualquier otra persona.
5. La expiación por sustitución era esencial (25). La trágica pérdida de la vida de un ser
humano sólo se podía expiar con la muerte de un sustituto, no con dinero.
6. Las pruebas fiables eran importantes (30). Nadie que fuera acusado de asesinato
podía perder la vida simplemente porque un miembro de la comunidad le acusara.
Un individuo vengativo podía incluso tender una trampa a alguien y matar a una
persona para que su enemigo fuera acusado de asesinato, provocando la muerte de
un inocente, basada simplemente en la prueba poco fiable de un solo hombre.
7. El juicio de Dios era real. No se puede hacer expiación por la tierra, por la sangre
derramada en ella, excepto mediante la sangre del que la derramó (33). El juez
divino había dictado sentencia y no sería aplacado porque alguien pagara un rescate
con dinero.
8. La santidad divina estaba presente (34). Toda transgresión representa un pecado
contra el Dios que habita en la tierra. David, culpable, clamó: “Contra ti, contra ti
sólo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos”.
Antes de dejar este apartado, debemos reflexionar sobre la relevancia que tiene en
nuestro contexto tan diferente histórica, cultural y socialmente. Suscita el tema tan
controvertido de la pena capital, algo con lo que muchos cristianos están en
desacuerdo. Con la autoridad de estas Escrituras y versículos paralelos, muchos
cristianos creen que, basándonos en el principio de la justicia punitiva, la pena de
muerte aún sigue en vigor. Otros cristianos están igualmente convencidos de que,
aunque esta ley era la palabra de Dios para su pueblo, no era lo último que tenía que
decir sobre el tema. La ley mosaica también ordenaba la ejecución de los que no
guardaban el día de reposo, los adúlteros, idólatras y blasfemos. ¿Debemos ejecutarlos
a ellos también hoy en día? Algunos cristianos defienden que esta ley del Antiguo
Testamento se debe mantener. Otros dicen que ha sido reemplazada por la enseñanza
bíblica sobre la misericordia divina, las enseñanzas de Jesús, el ministerio del Espíritu

235
Santo (que nos ayuda a contrastar pasajes de las Escrituras), el ejercicio de la conciencia
humana y el peligro de aplicar mal la justicia: que una persona inocente quizás pierda la
vida y más tarde se demuestre que era inocente.
Aunque los cristianos no se pongan de acuerdo en este tema, estamos unidos en
nuestra preocupación por otras formas de “asesinato” en la sociedad moderna, como el
aborto, el suicidio y la eutanasia.
Se dice que, desde el punto de vista de la conservación de la vida humana, el vientre
de una mujer embarazada es el lugar más peligroso del mundo. En 1998, se estimó que
unas 44.000 mujeres menores de 18 años se quedaron embarazadas en Inglaterra y
Gales, un 2% más que las del año anterior (43.000). Alrededor de un 40% de esos
embarazos terminaron en aborto.
El suicidio es asesinarse a uno mismo. Dios es el único que crea vida y debe ser el
único que la quita. Cualquier persona afligida que sienta que no tiene razones por las
que vivir necesita que le apoyen, y cualquier consejo en amor que se le dé debe incluir
la advertencia sensible de que la Palabra de Dios prohíbe firmemente el asesinato de
uno mismo. El dador de la vida ha prometido sustentarnos, por muy difícil que sea la
situación por la que estamos pasando. Él vive en nosotros (34) y hará que recibamos los
recursos más necesarios para nuestra vida en medio de las circunstancias más adversas.
Herimos al Dios que creó la vida si escogemos quitárnosla.
Quienes defienden la eutanasia están haciendo todo lo posible hoy en día por
defender la libertad de las personas para terminar con su vida y lo ponen más fácil
aportando información sobre las mejores formas de llevarlo a cabo. Los que están
firmemente a favor de la eutanasia argumentan que no estar de acuerdo significa
sustraer a la persona un derecho humano básico. Sin embargo, están en juego los
derechos de Dios, no los derechos humanos. La vida humana no nos pertenece para
que podamos acabar con ella. El aliento es el regalo que Dios nos da y él es el único que
tiene autoridad y el derecho de hacer que una vida humana llegue a su fin.

Provisión para las tribus (36:1–13)


Después de la petición de las hijas de Zelofehad, que tuvo éxito, (27:1–11), se
planteó una pregunta específica sobre la propiedad de la tierra cuando las hijas se
casaran.
El tema surgió en la tribu de Manasés, la mitad de la cual volvería a las tierras
fértiles al este del Jordán (32:33). La futura propiedad de la tierra, por lo tanto, no era
un tema teórico sobre un territorio desconocido que aún no poseían al otro lado del
Jordán. Se referían a un espacio valioso donde estaban acampando en ese momento,
algo que la tribu no quería perder solamente porque una mujer de una de esas tribus se
casara con un hombre de otra, ya que, con ese casamiento, sus tierras pasarían a ser
propiedad del marido y las posesiones de la tribu disminuirían. Si alguna de las otras
hijas hiciera lo mismo en circunstancias similares, la unidad de las tribus peligraría y sus
recursos se verían reducidos, “y aparecerían islas de tierra que no pertenecía a Manasés
en medio de las tierras de su tribu, además de reducir la cantidad de tierra de la
236
heredad de Manasés (3)”.
La ley de la tierra en el jubileo (4) no sería de mucha ayuda en tal situación. En ese
año cincuenta, la que se hubiera comprado debía ser devuelta a su anterior dueño o a
su descendiente. Esta medida compasiva protegía a las familias que no tenían tierras
durante tiempos de dificultades económicas por enfermedad o incapacidad para
trabajar, o la muerte de la persona que proveía el sustento de la familia. El jubileo
enfatizaba que toda la tierra pertenecía al Señor y él quería devolvérsela a quien se le
entregó primeramente, para que no estuvieran sin ella permanentemente. Sin
embargo, la ley del jubileo no ayudaba en el tema que los líderes habían sacado a
relucir, porque se refería a tierras compradas, no heredadas. Estos líderes buscaron la
voluntad del Señor a través de Moisés y sus compañeros.
El Señor ordenó que las hijas que heredaron la tierra debían casarse con alguien de
su misma tribu: ninguna heredad será traspasada de una tribu a otra tribu (9). La
continuación de la historia de las hijas de Zelofehad puede parecer una conclusión muy
trivial para el libro, pero lo cierto es que ilustra algunos de los temas más importantes.

La unidad del pueblo


Desde el principio del viaje, se hizo todo lo posible por eliminar la rivalidad entre
tribus. Desde sus comienzos en la familia de Jacob, cada tribu tenía características,
cualidades, recursos y vulnerabilidades diferentes. Estas se destacaron en la bendición
patriarcal de Jacob sobre sus hijos al hablar de lo que les ocurriría “en los días
venideros”. El tema aún se desarrolla más en la bendición de Moisés sobre estas
diferentes tribus antes de que les dejara.938
Mientras esta gran comunidad de personas estuvo viajando, hubo momentos en los
que la unidad corría peligro. Tales situaciones de roces y discordia están recogidos en
esta transparente historia del decepcionante viaje de Israel (13:30–33; 14:1–10;
16:1–50; 21:4–9) para servir de advertencia a las futuras generaciones.
Un aspecto importante de la nueva generación es que no eran pendencieros, como
lo fue la antigua generación. Las hijas de Zelofehad no encabezaron una rebelión para
conseguir los derechos de la tierra; fueron a buscar ayuda a la tienda de reunión (27:2)
en la presencia de la comunidad unida. Cuando los rubenitas y gaditas quisieron
establecerse al este del Jordán, se acercaron a Moisés en lugar de comenzar un
levantamiento (32:1–5). Cuando los líderes de Manasés se preocuparon por la pérdida
potencial del territorio que pertenecía a la tribu, compartieron su problema con el líder
para que él pudiera buscar la voluntad del Señor.
En las últimas décadas, los cristianos de muchas denominaciones han debatido
sobre la unidad de la iglesia y la han intentado promocionar con la práctica. Nos
regocijamos cuando el pueblo del Señor se une y llevan a cabo actividades juntos que
enriquecen la comunión y muestran a un mundo incrédulo su unidad respecto a los
temas que más importan. Sin embargo, la verdadera unidad bíblica no se puede
conseguir solamente con el diálogo ecuménico. La unidad es el regalo de Dios a su
pueblo cuando, al igual que estos peregrinos en el desierto, reconocen la autoridad
237
fundamental de la Palabra de Dios.

El cuidado de la familia
La propiedad de la familia era una preocupación primordial: los jefes de las casas
paternas de la familia de los hijos de Galaad… se acercaron y hablaron ante… las
cabezas de las casas paternas de los hijos de Israel (1).
La familia era la unidad clave de la sociedad en Israel, ordenado así por Dios.
Génesis comienza con la historia de la primera familia y los trágicos celos. Continúa con
la historia de otras familias, su potencial,940 sus problemas, su conservación942 y cuenta
el desarrollo y los problemas de la vida de las familias patriarcales con Abraham, Isaac,
Jacob y José.
La familia es una unidad social privilegiada y vulnerable. La legislación al principio de
Números habla del problemático tema de la infidelidad en el matrimonio y de los celos
de un esposo que sospecha que su mujer le ha sido infiel y la acusa injustamente
(5:11–31). Más tarde, hubo rivalidad y discordia en el seno de la familia de Moisés. Su
hermano y hermana mayor se ofendieron por su relación conyugal y la situación sólo se
solventó cuando el líder le rogó a Dios que interviniera (12:1–16). En el círculo familiar
más amplio de Moisés, también hubo envidia y amargura. Coré era el primo de Moisés
(16:1; 3:19) y, una vez más, se solucionó la situación por la intercesión de un miembro
de la familia: Aarón “hizo expiación” por la comunidad que fue azotada por la plaga
mortal (16:1–50).
El libro enfatiza que incluso una preocupación tan admirable como el cuidado por la
familia puede escaparse de las manos. Los viajeros israelitas se negaron a entrar en
Canaán porque pusieron la preocupación por sus familias por delante de la voluntad de
Dios (14:3). Los hijos a los que estaban deseando proteger entraron en la tierra (14:31),
mientras que sus padres desobedientes fueron enterrados en el desierto. Incluso las
mejores cosas en la vida se pueden convertir en ídolos si se interponen entre nosotros y
la voluntad del Señor. Jesús advirtió a sus discípulos que ser fieles a él les causaría a
menudo problemas, e incluso persecución, dentro de la familia.

La administración de la tierra
A la familia manasita no le movía el ansia de posesiones ni la avaricia cuando se
acercaron a Moisés para preguntar acerca de la propiedad de la tierra cuando se casara
alguna de las hijas. Su territorio había sido asignado por el Señor y ellos, como
administradores responsables, debían conservar el regalo que Dios les había hecho. No
perderían nada personalmente si un marido no manasita se convirtiera en su vecino.
Era, más bien una preocupación loable por toda la familia de la tribu lo que les llevó a
expresar sus dudas a Moisés.
La administración es un tema central en la Biblia. Es especialmente significativo en
Números, porque los primeros capítulos tratan de la administración del servicio (los
sacerdotes y levitas, 3:1–4:49; 8:5–26; 18:1–7), del tiempo (ofreciendo un período
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específico a Dios como nazareo, 6:1–21), de las posesiones, que ejercían como
congregación cuando traían regalos para la adoración a Dios y el sustento de sus siervos
(7:1–88; 15:1–21; 18:8–32), y de nuestro cuerpo, manteniendo la pureza (simbolizado
en 5:1–4; 19:1–22) y no contaminándolo con prácticas degradantes, como en la
corrupción en Baal de Peor (25:1–15).
Como creyentes, pertenecemos a Dios y debemos utilizar nuestros cuerpos para su
gloria. Además, como Creador, nos ha nombrado administradores de su mundo. Ha
dejado la “tierra” a nuestro cuidado. El calentamiento global es uno de los muchos
temas de preocupación en el debate actual sobre la ecología. Más de mil científicos del
Panel Intergubernamental del Cambio Climático estiman que la temperatura media de
la superficie de la tierra aumentará entre 1 y 3,5ºC antes de que acabe este siglo. Habrá
menos lluvia en muchos lugares de nuestra aldea global, incluyendo algunas zonas que
suministran grandes cantidades de productos agrícolas a otras partes del mundo. El
calentamiento de los océanos afectará al nivel del mar y habrá serias inundaciones en
las zonas bajas, como en el delta del Ganges en Bangladesh, el delta del Nilo en Egipto y
muchas islas pequeñas del Pacífico y el Índico. La administración de los recursos de la
tierra debe ser una preocupación primordial para el pueblo de Dios. No sólo tenemos
que buscar medidas gubernamentales para controlar el consumo de combustibles
fósiles, sino también hacer todo lo posible por reducir la cantidad de energía que
consumimos nosotros. El mundo que Dios creó no es nuestra propiedad personal para
hacer con él lo que queramos o para explotarlo para nuestra propia satisfacción, a
expensas de la próxima generación.

La dependencia del líder


Estos líderes sabían que, si acudían a Moisés y le expresaban sus preocupaciones, él
buscaría la voluntad de Dios sobre estos asuntos. Aunque Números trata muchos temas
prácticos en la vida del pueblo de Dios mientras viajaba, da testimonio no sólo de la
necesidad de estar bien organizados, sino también de la importancia esencial de la
oración dependiente (7:89; 10:35; 11:10–11, 21–23; 12:13; 14:13–19; 16:15, 22; 20:6;
21:7; 27:5, 15–17). En sus mejores momentos, el pueblo de Israel animó a Moisés a
entrar en la presencia de Dios para recibir su palabra y prometieron que, al escucharla,
la obedecerían, lo cual nos lleva a nuestro último apartado.

La obediencia del lector


La última frase del libro atrae la atención del lector hacia uno de los temas
principales: la obediencia de la palabra de Dios. Estos líderes manasitas reconocían que,
en la anterior orden de distribución de la tierra, Moisés habló exactamente tal y como
se le ordenó (2a). Había compartido la palabra del Señor acerca de los derechos de la
heredad de las hijas de Zelofehad, como se le ordenó (2b). La palabra “ordenó” resuena
a través de este último capítulo (2, 5, 6, 13) y su frase final no sólo habla del tema de las
normas sobre la tierra para las tribus, sino que también refleja la enseñanza de todo el
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libro: Estos son los mandamientos y las ordenanzas que el SEÑOR dio a los hijos de Israel
por medio de Moisés (13). La nueva generación estaba en las llanuras de Moab, junto al
Jordán, frente a Jericó cuando el anciano líder compartió estas palabras específicas con
ellos. Esa última frase, que se repite a lo largo de estos capítulos finales (22:1; 26:3, 63;
33:48, 50; 35:1; 36:13), encierra mucho más que un simple lugar geográfico. Es un
testimonio audaz y dependiente.
Las llanuras de Moab habían sido conquistadas con éxito. La tierra que pisaban ya
les pertenecía gracias al poder de Dios que hace milagros. Pero había dos problemas
más para un ejército invasor: un río profundo y una ciudad impenetrable. Jordán y
Jericó eran obstáculos enormes para la ocupación. ¿Quién lograría llevar a esta gran
comunidad nómada a través de un río caudaloso y cómo podría un ejército sin
entrenamiento asediar una ciudad fortificada (13:28) como Jericó? El secreto era la
obediencia total. No podrían pasar ninguna barrera con habilidad intelectual,
conocimiento geográfico, dirección de las personas, inteligencia del ejército o estrategia
militar. Dos factores doctrinales les impulsaron a obedecer: la presencia de Dios y el
poder de Dios.
La presencia de Dios era una realidad garantizada. Después de acampar durante tres
días junto al río que bloqueaba el camino, los dirigentes de la comunidad anunciaron las
instrucciones del Señor. Los sacerdotes, llevando el arca, debían entrar en el río,
delante del pueblo: “para que sepan que tal como estuve con Moisés, estaré contigo”. A
pesar de que en esa época del año “el Jordán se desborda por todas sus riberas todos los
días de la cosecha”, las aguas “que fluyen de arriba se detendrán en un montón”, como
lo hicieron las temibles aguas del Mar Rojo para la antigua generación.
El poder de Dios también era una certeza innegable. Fuera de Jericó el líder de la
nueva generación se encontraría con el “capitán del ejército del SEÑOR”, preparado
simbólicamente para la batalla “con una espada desenvainada en la mano”. Josué “se
postró en tierra, le hizo reverencia” y le habló al conquistador invencible con palabras
que debemos repetir nosotros cuando abramos la Palabra de Dios: “¿Qué dice mi señor
a su siervo?”
Con las inexpugnables murallas de Jericó de fondo, al valiente soldado se le ordenó
que se descalzara: “Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es
santo”. Las palabras exactas nos recuerdan lo que se le dijo al líder de la antigua
generación hacía cuarenta años, cuando se encontró con la zarza ardiendo en el
desierto de Madián.950 Aquí, tenemos un recordatorio visual para Josué de la verdad de
la palabra fiable de Dios: “Así como estuve con Moisés, estaré contigo”. Un soldado
descalzo sería muy vulnerable, pero, si la primera orden del capitán del Señor era que
se descalzara, entonces tenía que obedecer. “Y así lo hizo Josué”.
El simple mandamiento de reconocer la santidad de Dios, recordar su poder y
obedecer su palabra era el preludio esencial a las instrucciones divinas sobre la
conquista de Jericó. Estas órdenes llevarían la obediencia de cualquier soldado al límite.
Sonaban más como sugerencias para una procesión eclesiástica, que la estrategia para
un encuentro militar. Pero Josué “así lo hizo” y pudieron tomar la ciudad.
Con la ayuda de este pequeño detalle geográfico, Moab… Jordán… Jericó…, la
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conclusión de Números ofrece una esperanza y confianza renovadas, una nueva tierra y
un futuro mejor. Cuando Dios así lo quiera, quizás también nosotros cruzaremos un río
y, solamente por su gracia, entraremos en una ciudad.

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