Minicuentos E
Minicuentos E
Minicuentos E
La tristeza
Rosario Barros Peña
Volver
Antonio Di Benedetto
Le explico a Horacio:
-Hoy he recibido la invitación para el acto de Manuel que se hizo el lunes.
Horacio comenta:
-Lindo tema para un cuento fantástico.
No me dice cómo, queda a mi cargo.
Decido volver al lunes, pero el acto se ha suspendido. Tengo que volver al
jueves, el día que hablé con Horacio.
Pero al regresar ya no es jueves, sino viernes. Entretanto el jueves ha
ocurrido que…
Reflexiono que de otra manera ya me ocurrió. Yo tenía que buscar, hacia
atrás, a una mujer. Y ella tenía que buscarme a mí. Retrocedimos, pero
cada uno por su propia inspiración y sin ponernos de acuerdo
previamente.
Nunca coincidimos en nuestros retrocesos e intentando dar con el día
exacto para los dos, malgastamos la vida.
Cada vez llegábamos más atrás en el calendario.
Deduzco que, de una y otra experiencia, podría sacar una conclusión,
aunque evidentemente amarga: No se puede volver a lo que se quiso.
Tranvía
Andrea Bocconi
Un tercero en discordia
Robert Burton
En su Vida de Apolonio, refiere Filostrato que un mancebo de veinticinco
años, Menipio Licio, encontró en el camino de Corinto a una hermosa
mujer, que tomándolo de la mano, lo llevó a su casa y le dijo que era
fenicia de origen y que si él se demoraba con ella, la vería bailar y cantar y
que beberían un vino incomparable y que nadie estorbaría su amor.
Asimismo le dijo que siendo ella placentera y hermosa, como lo era él,
vivirían y morirían juntos. El mancebo, que era un filósofo, sabía moderar
sus pasiones, pero no ésta del amor, y se quedó con la fenicia y por último
se casaron. Entre los invitados a la boda estaba Apolonio de Tiana, que
comprendió en el acto que la mujer era una serpiente, una lamia, y que su
palacio y sus muebles no eran más que ilusiones. Al verse descubierta, ella
se echó a llorar y le rogó a Apolonio que no revelara el secreto. Apolonio
habló; ella y el palacio desaparecieron.
Revancha
Giraldus Cambrensis
Había una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante
voluble.
Un día le dijo:
-Tus ojos miran a todo el mundo.
Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:
-Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.
Y le cortó las manos.
“Todavía puede hablar con otros”, pensó. Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó
todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De este modo -se dijo- estaré más
tranquilo”.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que
amaba. “Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”.
Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido,
raptada por un exhibidor de fenómenos.
Equivocación
Karel Capek
Destino
Robert W. Chambers
Llegué al puente que muy pocos logran cruzar.
-¡Pasa! -exclamó el guardián, pero me reí y le dije:
-Hay tiempo.
Entonces él sonrió y cerró los portones.
Al puente que muy pocos logran cruzar llegaron jóvenes y viejos. A todos
ellos se les denegó la entrada. Yo estaba ahí cerca, holgazaneando, y fui
contándolos, uno a uno, hasta que, cansado ya de sus ruidos y protestas,
volví al puente que muy pocos logran cruzar.
La muchedumbre cerca del portón chilló:
-¡Este hombre llega tarde!
Pero me reí y les dije:
-Hay tiempo.
-¡Pasa! -exclamó el guardián mientras yo ingresaba; luego sonrió y cerró
los portones.
El elefante blanco
Jean-Pierre Claris de Florian
Muerte en Teherán
Viktor Frankl
En cierta ocasión, un persa rico y poderoso paseaba por el jardín con uno
de sus criados, compungido este porque acababa de encontrarse con la
Muerte, quien le había amenazado. Suplicaba a su amo para que le diera
el caballo más veloz y así poder apresurarse y llegar a Teherán aquella
misma tarde. El amo accedió y el sirviente se alejó al galope. Al regresar a
su casa el amo también se encontró con la Muerte y le preguntó:
- ¿Por qué has asustado y aterrorizado a mi criado?
- Yo no le he amenazado, solo mostré mi sorpresa al verle aquí cuando en
mis planes estaba encontrarle esta noche en Teherán -contestó la Muerte.
Ocurrencia
Juan Amós Comenio
Distinguir al adversario
David Cooper
La mujer de Capodistria
Lawrence Durrell
El dedo
Feng Meng-lung
Un creyente
George Loring Frost
Salomón y Azrael
Rumi
Lenguaje
Ernesto Sábato
Detrás de lo obvio
Idries Shah
Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo
con un burro que ofrecía en venta.
El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor
del animal.
Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y
venta de burros.
-No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio
más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje
gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución
alguna. Sin embargo, no puedo igualar sus precios.
-Muy sencillo -dijo Nasrudín-. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo
burros.
-Yo puedo ver en la oscuridad -se jactaba cierta vez Nasrudín en la casa de
té.
-Si es así, ¿por qué algunas noches lo hemos visto llevando una lámpara
por las calles?
-Es solo para que los otros no tropiecen conmigo.
Un teólogo en la muerte
Manuel Swedenborg
Un milagro
Llorenç Villalonga
La obra maestra
Álvaro Yunque
El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una
sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice
yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir
bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y
todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor,
porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que
aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que
había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que
camina no creer al que vuela.
Leyenda
Bertolt Brecht
Abel y Caín
Jorge Luis Borges
El adivino
Jorge Luis Borges
En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le
pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será
reprobado…
Un sueño
Jorge Luis Borges
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin
puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que
tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa
celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no
comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular
escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso
no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Consejos
Lewis Carroll
Alicia solía darse, por lo general, muy buenos consejos (pero rara vez los
seguía), y a veces se regañaba tan severamente que se le saltaban las
lágrimas; se acordaba incluso de unas buenas bofetadas que se dio ella
misma por haber hecho trampas jugando al croquet consigo misma.
Lógica
Lewis Carroll
Lógica II
Lewis Carroll
—¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?
—Eso depende de a dónde quieras llegar —contestó el Gato.
—A mí no me importa demasiado a dónde… —empezó a explicar Alicia.
—En ese caso, da igual hacia a dónde vayas —interrumpió el Gato.
—… siempre que llegue a alguna parte —terminó Alicia, a modo de
explicación.
—¡Oh! Siempre llegarás alguna parte —dijo el Gato—, si caminas lo
suficiente.
Jesús y el lobo
Enrique Rodó
Era la soledad de los campos, una noche de invierno. Nevaba.
Sobre lo alto de una loma, toda blanca y desnuda, se apareció una forma
blanca también como el camino cubierto de nieve. En derredor de esa
forma flotaba una claridad que venía, no de la luz, sino del nimbo de una
frente. El caminante era Jesús. Allá donde se eriza el suelo de ásperas
rocas, un bulto negro se agita. Jesús marcha hacia él. Él viene como
receloso a su encuentro. A medida que el resplandor divino lo alumbra, se
define la figura de un lobo, en cuyo cuerpo escuálido y en cuyos ojos de
siniestro brillo está impresa el ansia del hambre. Avanzan. Párase el lobo
al borde de una roca, ya a pocos pasos del Señor, que también se detiene y
lo mira. La actitud dulce, indefensa, reanima el espíritu del lobo. Tiende
éste el descarnado hocico
Y aviva el fuego de sus ojos famélicos; ya arranca el cuerpo de Sobre la
roca... ya se abalanza a la presa... ya es suya... cuando Él, con una
sonrisa que filtra a través de su inefable suavidad de palabras:
- “Soy yo” Le dice. Y el lobo, que lo oye en el rapidísimo espacio de
atravesar el aire para caer sobre él, en el mismo rapidísimo espacio muda
maravillosamente de apariencia; se trasfigura, se deshace, se precipita en
lluvia de fragantes flores. A los pies de Jesús, entre la nieve, las flores
forman como una nube mística, sobre la que el divino cuerpo flotara.
El Señor, mirando las flores que a sus plantas había, hizo sonar los dedos
como quien llama un animal doméstico. Entonces debajo del manto de
flores se levantó, cual si despertara, un perro grande, fuerte y de mirada
dulce y noble, de la casta de aquellos que en las sendas del monte San
Bernardo van en socorro del viajero perdido.