Cuadernillo Literatura 5to 2DA ETAPA
Cuadernillo Literatura 5to 2DA ETAPA
Cuadernillo Literatura 5to 2DA ETAPA
Literatura
Escuela SecundariaTécnicaN°1
Div :1°/2°
Cuadernillo de continuidad
Pedagógica
2020
1
La imagen del paraíso natural descubierto por Colón incluye también a los
indígenas, a quien describe como seres sencillos y virtuosos. Lo primero que
llama la atención de los españoles es que, a diferencia de los hombres y
mujeres europeos, los indígenas andan desnudos. Los taínos son tribus
pacíficas y temerosas de los hombres que han llegado desde el mar en
enormes embarcaciones con armas desconocidas. Ellos no tienen armas y
creen – así lo consigna Colón en su Diario- “muy firme que yo con estos navíos
y gente venía del cielo y en tal acatamiento me reciben en todo cabo después
de haber perdido el miedo”, además agrega “ellos de cosas que tengan
pidiéndoselas jamás dicen que no; antes convidan a la persona con ello y
muestran tanto amor que darían los corazones…”
Biografía Julio Cortázar
Lee el siguiente cuento y responde las actividades.
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir
a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le
permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos
diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos
edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía
nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre
sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con
brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable
del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con
poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras,
apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la
derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación
de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió
prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba
a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones
fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito
de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de
golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban
sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla
y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo
derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él,
lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación
de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer,
tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban
boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no
tenía más que rasguños en las piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le
hizo saltar la máquina de costado…”; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo
de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago
que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla
blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que
estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo
acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba
sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se
sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más.
El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. “Natural”, dijo
él. “Como que me la ligué encima…” Los dos rieron y el vigilante le dio la mano
al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco;
mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo,
pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o
cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital,
llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y
dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras
bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del
estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía
húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de
operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar
la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban
de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo,
con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una
seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba
olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada
empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el
olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche
en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir
de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la
de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la
estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del
sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no
había participado del juego. “Huele a guerra”, pensó, tocando instintivamente el
puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado
lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en
sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y
la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago,
debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del
cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un
animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio,
venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso
dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva
evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el
suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a
correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas,
buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó
desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque
tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga
sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la
última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con
pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero
no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un
buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez,
pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos,
escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en
cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de
su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y
le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco
lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero
que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre
lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve
como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente
repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin
embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un
trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco
a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían
suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los
ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba
a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la
lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de
felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un
instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena
oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro
que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se hundían
en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de
los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado
a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la
calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada
podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el
mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello,
donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la
plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la
dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los
tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la
oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida
había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía
refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la
región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en
la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba,
sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la
señal del regreso. Todo tenía su
número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los
cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se
incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy
cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al
cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo
rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos
veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me
operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció
deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un
ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo
era grato y seguro, sin acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la
pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del
brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían
puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete,
golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los
armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La
ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel,
sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así?
Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí
como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el
momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no
le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco,
esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como
si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias
inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al
salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo
alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la
contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse
sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la
oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La
almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz
violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a
reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de
filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y
mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso
enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba
estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba
la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto
con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido,
ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre
las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al
teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en
un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo
su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable.
Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que
ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi
no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si
fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El
chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose,
luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo
derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que
ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que
la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los
sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en
los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en
su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado,
siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el
pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente
el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían
agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un
metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de
antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la
escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa
nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas,
pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo
brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el
amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra
blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos
dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de
burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales.
Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que
seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía
formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez
del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a
amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes,
sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte
que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la
botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez
negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas
fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba
a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se
enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los
ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar
al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez
que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora
con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas
columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre
que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para
tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó
los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo
lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la
cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió
los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el
cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque
ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño
maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el
que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces
verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal
que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo
habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo
en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados
entre las hogueras.
El extrañamiento en la literatura
1
Entre 1915 y 1930 un grupo de jóvenes lingüistas y poetas rusos, ligado a los movimientos
artísticos de vanguardia, revolucionó el campo de los estudios literarios. Los formalistas rusos
se interesaban en establecer un método científico (formal) que pudiera estudiar seriamente la
literatura.Sin embargo, esta postura fue modificada sustancialmente en épocas posteriores
cuando los formalistas se interesaron en el desarrollo de modelos e hipótesis que "permitieran
explicar cómo los mecanismos literarios producen efectos estéticos y cómo lo literario se
distingue y se relaciona con lo extraliterario".
orden natural que prevalece y un hecho o la amenaza de un hecho que lo
perturba y extraña.
Algo similar ocurre con “El jardín de senderos que se bifurcan” de Jorge Luis
Borges, donde el orden a-natural que amenaza el natural, si se lleva a cabo. El
extrañamiento en la literatura o cualquier tipo de narrativa (como el cine o los
medios ilustrados), la dislocación perceptiva ocurre cuando la atención está
puesta en el contraste de los órdenes y no en la amenaza o realización de uno
sobre el otro.
A los ideales de este grupo también adhirió Domingo Faustino y José Mármol.
El salón literario fue disuelto, ya que su postura opositora a la gestión de Juan
Manuel de Rosas hizo difícil su funcionamiento. En 1938, los mismos jóvenes
fundaron la clandestina Asociación de mayo, pero el gobierno los persiguió, y
debieron exiliarse.
Generación del ´37
Junto a este tipo de obras aparecen los libros de viajes. El viaje representa la
posibilidad de evasión de una realidad considerada inferior a la de Europa.
Los viajes a Europa de los escritores de la Generación del ´80
2
Del francés, “conversación”.
3
Jitrik, Noé en El 80 y su mundo. Buenos Aires, ed. Jorge Álvarez, 1968.
Realismo
A mediados del siglo XIX, el Romanticismo deja paso a un nuevo movimiento
filosófico, cultural y artístico que ocupará lo que pueda de siglo: el realismo.
Este movimiento literario aparece como consecuencia de las circunstancias
sociales de la época: la consolidación de la burguesía como clase dominante,
la industrialización, el crecimiento urbano y la aparición del proletariado. A su
vez, Europa atraviesa una época caracterizada por adelantos científicos y los
escritores intentarán describir esa realidad; de ahí el nombre que recibe esta
corriente literaria.
Con respecto a los procedimientos literarios del Realismo, son características:
el abuso de la descripción detallada y prolija, enumeraciones y sustantivos
concretos; el uso del párrafo largo y complejo provisto de abundante
subordinación, la reproducción casi magnetofónica del habla popular, tal cual
se pronunciaba y sin corrección alguna que pretenda idealizarla, y el uso de un
estilo poco caracterizado, un lenguaje “invisible” que expresa personajes,
hechos y situaciones objetivamente sin llamar la atención sobre el escritor.
Naturalismo
Hacia 1870 aparece en la literatura europea un movimiento literario derivado
del realismo, denominado naturalismo, que intenta reflejar la realidad a través
de los métodos de observación y análisis de las ciencias naturales. El más
importante teórico del movimiento es el novelista francés Emilio Zola (1840-
1902).
El realismo se había propuesto incorporar a la literatura los elementos de la
vida cotidiana observados desde un plano puramente objetivo. El naturalismo,
utilizando las teorías científicas de la herencia biológica y de la influencia del
medio sobre el hombre, conocidas como determinismo, se complace en exhibir
personajes degradados por la enfermedad y la miseria en ambientes sórdidos y
marginales. De acuerdo con esas teorías, el hombre no es totalmente libre,
sino que está sujeto o determinado desde su nacimiento a realizar,
inexorablemente, un destino regido por el fatalismo de dos factores que lo
condicionan: la herencia biológica y el medio social.
Algunas de las características de este movimiento literario son:
-La novela tiene un carácter documental en la pintura de ambientes sociales
observados con minuciosidad, y prefiere la descripción de personajes de bajo
fondo o de la sociedad burguesa en medios de corrupción.
-Los personajes están determinados por la herencia o el medio. El narrador,
entonces, se limita a presentar en cuadros sombríos los aspectos negativos de
la vida de esos personajes con el afán de ofrecer los conflictos de la existencia
humana.
-El anhelo científico de expresar la verdad como en un análisis de laboratorio
conduce al más crudo realismo, sin desechar los aspectos más íntimos o
repugnantes de los instintos naturales.
El naturalismo en la Argentina
El naturalismo en la Argentina coincide con los problemas sociales y políticos
que culminarían con la revolución del 90. Entre 1880 y 1890 la narrativa
argentina (especialmente con Eugenio Cambaceres) adopta los modelos del
naturalismo francés.
En 1881, cuando aparece la primera obra del naturalismo argentino, Potpourri,
de Eugenio Cambaceres, nuevamente la crítica de Buenos Aires expresa su
desagrado ante esa realidad que “ofrece una visión deformada de la realidad”.
En las novelas de Cambaceres el conflicto social apunta a la denuncia de
ciertos rasgos típicos de la sociedad argentina en un momento de profunda
crisis, a través de dos relaciones: en los personajes, es decir, los que
pertenecen a las clases tradicionales de la creciente burguesía y los
advenedizos, hijos de inmigrantes o extranjeros que quieren ascender en la
escala social; y en el espacio geográfico, o sea, en la presentación de los
mundos de esos personajes, ubicados en el campo y en la ciudad,
alternativamente. La ciudad, no es solamente la Gran Aldea (Buenos Aires) en
el momento de su transformación en ciudad cosmopolita, sino también París,
donde los personajes de sus novelas desarrollan parte de su vida de ficción.
Actividad:
Realizar un resumen comparando los dos movimientos literarios (realismo y
naturalismo)
Generación del ´98 y Modernismo
Historiadores y filólogos siguen debatiendo sobre la existe de dos grupos de
literatos en la generación finisecular: modernistas y noventayochistas. Hay
puntos de coincidencias y otros de diferencias entre ellos.
En un principio, mencionando a las coincidencias, todos los mencionados
autores se trataron en el Madrid del cambio de siglo, su lugar de encuentro
eran los llamados cafés literarios donde estos autores pasaban largas horas
discutiendo; encuentros que a veces terminaban en peleas. El contacto
habitual entre ellos se tradujo en algunas características comunes: su interés,
las ideas, los estilos y la estética procedente de Europa; sus críticas al régimen
de la Restauración, la participación en nuevos proyectos editoriales comunes,
su colaboración en los suplementos culturales de la prensa diaria; así como la
organización de actos de solidaridad como los homenajes de desagravio y los
manifiestos conjuntos.Pero también hubo diferencias empezando por los
literatos; nadie cuestiona la influencia de Miguel de Unamuno 4 sobre el grupo
de los tres formado por Baroja, Azorín y Maeztu, todos ellos contribuirían a la
renovación de la literatura española. Asimismo está reconocido el liderazgo del
nicaragüense Rubén Darío entre los poetas de su generación, incluidos su
ascendiente sobre Salvador Ruedas5 que lo superaba en edad. El influjo del
nicaragüense alcanzó a Francisco Villaespesa 6, a Manuel Machado7, al
mexicano Amado Nervo8 y a Eduardo Marquina9, entre otros.
La polémica sobre la denominación finisecular la provocó Azorín que en 1913
acuñó la expresión “Generación del 98”; como características comunes a este
grupo mencionó el interés de sus miembros por los viejos pueblos y el paisaje
castellano, su idealismo y su reflexión acerca de lo que constituía lo
característicamente español, así como unos gustos artísticos comunes con los
maestros del pasado hasta entonces poco valorados como era el caso del
Greco y Francisco de Goya, entre otros grandes artistas españoles que
coincidieron en reivindicar. También hay que mencionar sus esfuerzos por
superar la literatura grandilocuente del siglo XIX aportando en sus obras un
lenguaje más rico y preciso, temáticas nuevas y estilos de redacción tan
4
Miguel de Unamuno (Bilbao, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, 31 de diciembre de
1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. En su obra cultivó
gran variedad de géneros literarios como novela, ensayo, teatro y poesía. Fue, asimismo,
diputado en Cortes de 1931 a 1933 por Salamanca.
5
Salvador Rueda (aldea de Benaque, 3 de diciembre de 1857-Málaga, 1 de abril de 1933) fue
periodista y poeta español. Se le considera precursor español del modernismo.
6
Francisco Villaespesa Martín (Laujar de Andarax, 15 de octubre de 1877-Madrid, 9 de
abril de 1936) fue un poeta, dramaturgo y narrador español del modernismo.
7
Manuel Machado Ruiz (Sevilla, 29 de agosto de 1874-Madrid, 19 de enero de 1947) fue
un poeta y dramaturgo español, enmarcado en el modernismo, y hermano de Antonio
Machado.
8
Amado Nervo (Tepic, en ese entonces en Jalisco, Nayarit; 27 de agosto de 1870-
Montevideo, Uruguay; 24 de mayo de 1919), fue un poeta y prosista mexicano, perteneciente
al movimiento modernista.
9
Eduardo Marquina (Barcelona, 21 de enero de 1879-Nueva York, 21 de noviembre de 1946)
fue un periodista, poeta, novelista y dramaturgo español
personales como innovadores. Tanto Pío Baroja como como Ramiro Maeztu
negarían posteriormente la existencia de dicha generación. En cambio, el pintor
Ricardo Baroja, hermano de Pío y amigos de todos ellos, sí afirma que existió
ese grupo llegando a escribir un libro llamado “Gente del ´98”.
En 1913 también se definió el modernismo. En este mismo año, el poeta
Manuel Machado publicó un libro con el significativo título de “La guerra
literaria”. En él, consideró modernistas a aquello literatos rebeldes que como
Alejandro Sawa, Ramón del Valle Iclán, Rubén Darío, Jacinto Benavente y
Salvador Rueda se habían dedicado a luchar contra los escritores consagrados
de la generación anterior. A su juicio, los modernistas se caracterizaron por su
afán de renovar la literatura española adoptando planteamientos de grandes
autores de otros países y promoviendo una anarquía que acabara con las
escuelas oficialistas. Desde la perspectiva estilística, hubo drásticas diferencias
entre modernistas y noventayochistas. Los primeros se caracterizaron por
imbuir de sutil belleza todos los asuntos, mientras que los noventayochistas
prescindían de todo preciosismo centrándose en lo auténtico y lo esencial con
un lenguaje arcaico. Desde una perspectiva finalista, los modernistas
anteponían las formas al contenido tratando de provocar el disfrute sensorial
dedicándose a asuntos amables y gratificantes; mientras que los
noventayochistas, daban más importancia a la carga ideológica, especialmente
su búsqueda, a veces agónica, de la esencia inmortal de España; una patria
que los inspiraba estéticamente pero que deseaban cambiar. También hay
diferencias sobre las preferencias literarias. Todos los modernistas se
dedicaron a la poesía, a diferencia de los noventayochismo, como intelectuales
activistas se dedicaron al periodismo, la novela, el ensayo y el teatro. Aunque
también este último grupo se dedicó a escribir poesía muy comprometida
políticamente.
Finalmente, teniendo en cuenta el aspecto temporal, los noventayochistas
encontraron su inspiración en el desastre del ´98, en los numerosos conflictos
sociales de su época y en la necesidad de regeneración de una España
atrasada y empobrecida. Por estas razones, sus temáticas y su estilo incisivo
se mantuvieron durante décadas hasta que la guerra civil fragmentó al grupo
en dos bandos; y la victoria franquista eliminó toda clase de debates a través
del exilio y la censura.
Por el contrario, el modernismo trataba de escapar de esa realidad
desagradable componiendo un melancólico rechazo al materialismo de su
época que sustituyeron por una belleza y un placer que trataban de ocultarlo
aprovechando las décadas de prosperidad internacional que acabaron con el
estallido de la Primera Guerra Mundial y que significaron el final de este
movimiento estético.
También hay que destacar que autores como Antonio Machado y Valle Inclán
tuvieron etapas asociadas a ambos grupos ya que fueron creadores que
estuvieron en constante contacto.
Espantapájaros (Al alcance de todos), 1932. Oliverio Girondo.
Boedo y Florida. Las vanguardias del '20.
MilongaOliverio Girondo
BLASÓN.Nicolás Olivari
1)Lean las poesías y elaboren una lista con los términos que pertenecen
al lenguaje coloquial, como hablamos todos los días.
2)¿Qué efecto produce el uso de estas palabras en los poemas?
Entre los procedimientos que usa en los textos, Macedonio Fernández, inventa
términos. Busquen algunos, neologismos, palabras o frases nuevas, e intenten
definirlas teniendo en cuenta el contexto en el que aparecen.
Por otro lado, la ciudad se vio también sorprendida por la aparición de los
primeros medios masivos de comunicación, como de la radiofonía, el cine, la
publicidad, diarios y revistas. También apareció un público lector, producto de
la educación pública, ya que un gran sector de la sociedad había sido
alfabetizado. Se crearon nuevas instituciones como bibliotecas, clubes,
sociedades de fomento, editoriales.
Como ya dijimos, el público lector había crecido en número y, por otro lado, la
figura del escritor también era distinta de la de años anteriores. Escritores como
Leopoldo Lugones y Ricardo Güiraldes ya habían impuesto su presencia en la
literatura nacional, pero no eran profesionales, provenían de clases sociales
altas y escribían libres de toda presión económica. En cambio, en estos
tiempos, aparecen escritores de clases sociales más modestas, quienes
profesionalizaron la profesión del escritor, entre ellos Roberto Arlt.
Por otra parte, se desarrolló también una poesía de mayor contenido social,
que reflejaba las voces de la gente común. Así, ambas corrientes, la que
recibió la influencia del Ultraísmo y la que se inclinó por expresar las
problemáticas sociales, estuvieron representadas por los grupos Florida y
Boedo.
GRUPO FLORIDA
GRUPO BOEDO
FLORIDA vs BOEDO
Florida y su manifiesto.
Movimiento Martinfierrista
De naides sigo el
ejemplo, naide a dirigirme
viene j yo digo cuanto
conviene,
y el que en tal güeya se
planta, debe cantar, cuando
canta, con toda la voz que
tiene.
Invitación a la lucha
"Hombre o mujer de sangre joven, quiero invitarte a la lucha. Porque lo pasas
bien, no has de negarte. Tu juventud es también generosidad, y no puedes
olvidar a los que se encuentran en el infortunio. ¿Cómo podrías gozar de tu
bienestar con el clamor que levantan los que sufren? Si tienes oídos para oír,
escucha: ¿oyes el clamor de los que viven hacinados en espantosas guaridas,
de los que se aturden en las tabernas, de los que rugen su impotencia en las
cárceles y de los que gozan con las bocas torcidas sobre la carne inmunda de
las rameras? Si tienes ojos para ver, mira: ¿ves cómo la miseria, la
enfermedad, el vicio, la indigencia moral, flotan sobre la ciudad brillante, que es
en el país como una mujer de rostro fascinante que tuviera las entrañas
podridas? Prepárate, pues para la lucha. Tu juventud florecerá en la lucha,
porque la mansedumbre envejece y envilece. Y lo primero que has de hacer es
renegar de todo lo que pacientemente te han inculcado y abrir tamaños ojos
para el mundo que se extiende ante tu imaginación de adolescente. Desconfía
de la experiencia de los que han vivido antes que tú. Casi siempre tratarán de
que sigas sus mismas huellas y en todos los casos te inducirán a error. Y lo
primero que has de hacer es vomitar todo lo que te han inculcado en la escuela
y volver los ojos hacia la escuela que te dio las armas para luchar, aunque sin
decirte cómo lograrías tu propósito. Y lucha primero por libertar a tu espíritu de
los lazos que lo aprisionan; y cuando te sientas libre de los prejuicios
burgueses, vuelve primero los ojos hacia tu escuela y libértala de tanta falacia y
límpiala de mentiras. Porque no vale crear escuelas si ellas han de ser las
preparatorias de una amarga esclavitud. Demuestra que nuestra historia es
inflada; que se ha carecido de documentación y se ha inventado una historia
con héroes que no son tales, porque ni siquiera sabemos claramente quiénes
eran, porque el prejuicio burgués tiende como un señuelo la historia de nuestro
pasado glorioso en previsión de que aquellos hechos pudieran repetirse,
siempre en beneficio exclusivo de una casta privilegiada. (…) Lucha contra la
iglesia, que es represión y barbarie; lucha contra el Estado, que es el
entronizamiento de unos pocos aprovechados; contra el ejército que es refugio
de criminales más repugnantes que los que por mil circunstancias adversas se
ceban en el primero que pasa. Lucha contra la moral cristiana, porque veinte
siglos de cristianismo no han hecho otra cosa que abatir el espíritu del
hombre….Lucha, hermano. ¡Si supieras cómo te enaltece la lucha! El bien y el
mal te rodean como exóticas flores de enormes corolas negras y blancas, y
entre todos, tú que luchas, eres como un tallo enhiesto, viril, recto y tajante
como una espada en dirección del cielo. Que no de otra manera me figuro yo a
los que han luchado, desde Cristo hasta Lenin".
Revista Sur
Contorno
Revista contorno
Actividades:
a) ¿Cuál son los “proyectos” de Sur y Contorno? ¿En qué aspectos se parecen
y en qué aspectos se diferencian? Hacer un resumen con la información sobre
en qué momento surgen, sus representantes, ideologías, las distintas miradas
sobre la cultura argentina y su relación con el peronismo y los movimientos de
masas, así como las posiciones con respecto a la Segunda Guerra Mundial y a
la llamada “Revolución libertadora”. Un debate que gira en torno a la función
que la literatura puede y debe tener en la formación de la cultura crítica
nacional.
¿Qué importancia tuvo la figura del escritor francés Jean-Paul Sartre para los
intelectuales de Contorno? ¿Qué ideas incorporaron a su programa cultural a
partir de su influencia? c) ¿Cuáles son las polémicas que plantea la revista
Contorno? ¿Con quiénes las establecen? ¿Sobre qué temas? d) ¿Qué revistas
propulsó el escritor Abelardo Castillo? ¿Qué escritores, argentinos y
extranjeros, colaboraron en ellas?
Investiguen las características de las revistas de vanguardia de los años veinte:
Prisma, Proa, Inicial y Martín Fierro.
Busquen la definición de vanguardia literaria y expliquen por qué estas revistas
funcionaron como ruptura en las letras argentinas. ¿Se puede afirmar que Sur y
Contorno fueron las revistas que continuaron con esta serie? ¿Qué es una
vanguardia?
Lean otros manifiestos de las revistas de vanguardia de los años veinte y que
elaboren un afiche con frases significativas de cada uno, sintetizando las
ideas estéticas de esas revistas. Manifiestos. Revista Claridad (1926-1941);
Manifiesto de la Revista Martín Fierro (1924-1927); Prisma, revista mural
(1921-1922), Manifiesto de la Revista Proa (1924-1926).
Tango
El origen del tango rioplatense, tuvo lugar en ambas márgenes del Río de la
Plata. Mientras el tango era rechazado por la elite porteña. Nace en los barrios
más alejados del centro de la ciudad porteña en esos lugares marginales
donde se mezclan culturas, idiomas y costumbres. En sus letras, el café y la
calle, la esquina y el bulín son lugares centrales de sociabilidad donde los
hombres conversan unos con otros: lamentan amores perdidos, se quejan de la
traición y del mundo indiferente, brindan por valores olvidados.Sus temas
resultan universales y clásicos. El amor, la muerte, la amistad, el paso del
tiempo, la relación con la madre, la pérdida de valores son algunos de los
tópicos que cubre la poética tanguera.
El lunfardo se trata de un vocabulario creado a mediados del siglo XIX, cuyos
términos provienen del ambiente carcelario, las masas inmigratorias y las
expresiones populares. Se considera una jerga porque es hablada por
personas que comparten un grupo social o urbano.
La diversidad de origen de los habitantes de la región, se vio reflejada en el
tango. Españoles de la colonia, pueblos originarios, africanos, criollos, y
posteriores corrientes inmigratorias europeas, dieron al tango una identidad
cultural única. El tango como danza comienza a surgir a mediados de siglo en
lo que se llamó las orillas o arrabal de ciudades como Buenos Aires y
Montevideo, es decir las zonas marginales habitadas por los sectores
populares. En esos arrabales fue en el seno de las
comunidades afrorrioplatenses, en proceso final de liberación de la esclavitud,
donde se instalaron los lugares de baile y entretenimiento popular, llamadas
"academias", "milongas", "piringundines" o "canguelas" en los que se inventaría
el tango. Los protagonistas fueron las propias comunidades afrorrioplatenses
con sus tipos sociales llamados "negros", "negras", "pardos" y "pardas", y las
poblaciones rurales mestizadas en proceso de migración hacia las ciudades
llamados "chinas" y "compadritos", este último protagonista destacado del
origen del tango como baile. Adicionalmente, las academias y milongas
recibieron también la presencia creciente de la ola de inmigrantes provenientes
de los más diversos países de Europa y el Medio Oriente, mayoritariamente
italianos.
Por sus características excepcionales, en el 2009, el tango fue
declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Sur,
Paredón y después
Sur,
Una luz de almacén
Ya nunca me verás como me vieras,
Recostado en la vidriera
Y esperándote
Actividades:
1. Sintetiza cuál es, según Piglia, la rama básica de todos los tangos.
2. ¿Qué quiere decir el autor con la frase: “el hombre engañado,
escéptico, amargado, moralista sin fe, apostrofa al mundo”?
3. Inventar una canción de tango para compartir con tus compañero/as y
profesoras.
¡Miren este video del baile de los
campeones mundiales de Tango en el Luna Park, 2017!
Investiguen un poco más acerca del Tango en los barrios de nuestro país.
Pueden consultarle a vecino/s, tío/as, abuelo/as, padres sobre el camino del
Tango. ¿Qué ocurre en este siglo XXI?
Ciudad Lagui (1939) de Xul Solar
La literatura y la ciudad.
10
Beatriz Sarlo (n. Buenos Aires1942) es una periodista, Lic. en Letras de la UBA escritora y
ensayista argentina en el ámbito de la crítica literaria y cultural. Ganadora del Premio Konex de
Platino, del Premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentina y
del Premio Internacional "Pedro Henríquez Ureña" 2015 otorgado por el Gobierno de
la República Dominicana.
11
Ricardo Güiraldes (Buenos Aires1886-París, 1927) fue un novelista y poeta argentino.
12
Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari, más conocido como Xul Solar (San
Fernando, Buenos Aires, 1887 - Tigre, Buenos Aires, 1963), fue
un pintor, escultor, escritor, músico, astrólogo, esoterista, inventor y lingüista argentino.Fue
amigo de escritores pertenecientes tanto a la generación martínfierrista como del Grupo
Sur (Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Macedonio Fernandez, Oliverio
Girondo, Leopoldo Marechal, entre otros).
Borges y su
Narrativa Las orillas
Borges dibujó uno de los paradigmas de la literatura argentina: una literatura
construida (como la nación misma) en el cruce de la cultura europea con la
inflexión rioplatense del castellano en el escenario de un país marginal. Sobre
el modelo de “las orillas”, que Borges inventa en sus primeros libros de poesía,
hay que pensar también el lugar que él ocupa. Desde el comienzo, Borges
desconfía del utopismo rural que Ricardo Güiraldes celebra en Don Segundo
Sombra, novela clásica donde el mal destino del gaucho se tuerce para
componer una alegoría luminosa en el escenario sublime de la pampa. El
revivalcriollista de Güiraldes tiene como protagonista a un gaucho demasiado
recto: un gaucho bienpensante. Para Borges, en cambio, si esta literatura iba a
encontrar héroes, ellos no serían síntesis intachables de virtudes tradicionales,
sino personajes marcados por un doblez, capturados en destinos no
transparentes. Y el paisaje de la literatura rioplatense debía ser la región
ambigua donde se borronea el límite entre la llanura y las primeras casas.
Borges trabajó con todos los sentidos de la palabra “orillas” (margen, filo, límite,
costa, playa) para construís un ideograma que definió en la década del veinte y
reapareció, hasta el final, en muchos de sus relatos. “Las orillas” son un
espacio imaginario que se contrapone como espejo fiel a la ciudad moderna
despojada de cualidad estéticas y metafísicas. Con el énfasis de su primer
criollismo, provocador hasta en la ortografía, Borges escribe:
“Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra realidá pensada es mendiga. Aquí
no se ha engendrado ninguna idea que se parezca a mi Buenos Aires, a este
mi Buenos Aires innumerable que es cariño de árboles en Belgrano y dulzura
larga en Almagro y desganada sorna orillera en Palermo y mucho cielo en Villa
Ortúzar y procedirá taciturna en las Cinco Esquinas y querencia de ponientes
en Villa Urquiza y redondel de pampa en Saavedra. (…) Ya Buenos Aires, más
que un ciudad es un país y hay que encontrarle la poesía y la música y la
pintura y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen 13.”
En aquellos años, el término “orillas” designaba a los barrios alejados y pobres,
limítrofes con la llanura que rodeaba a la ciudad. El orillero, vecino de esos
13
El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Seix Barral, 1993.
barrios, con frecuencia trabajador en los mataderos o frigoríficos donde todavía
se estimaban las destrezas rurales de a caballo y con el cuchillo, se inscribe en
una tradición criolla de manera mucho más plena que el compadrito de barrio
(de quien Borges no propone ninguna idealización), cuya vulgaridad denuncia
al recién llegado o al imitador de costumbres que no le pertenecen. El orillero
arquetípico desciende del linaje hispano-criollo, y su origen es anterior a la
inmigración; el compadrito arrabalero, en cambio, lleva las marcas de una
cultura baja, y exagera el coraje o el desafío farolero para imitar las cualidades
que el orillero tiene como una naturaleza. El compadrito es vistoso; el orillero
es discreto y taciturno:
…esa mezcla de sorna y cortesía, esa humildad exagerada, sobre todo
cuando estaba a punto de provocar a alguien a duelo 14.
Borges evoca así a su amigo Paredes (podríamos leer esa amistad como si
fuera también un mito literario, algo que la literatura de Borges necesitó en
1920 para constituirse como ficción argentina). Como sea, cuando Borges está
comenzando a escribir, compadritos y orilleros perdían sus rasgos más
agresivos para incorporarse como tipos a la nueva síntesis del barrio popular.
Los orilleros de Borges son sobrevivientes de las últimas décadas del siglo XIX
en las primeras del XX. La verdad poética de “las orillas” se construye en un
leve anacronismo. Este desplazamiento temporal es invención de Borges.
Borges libera a “las orillas” del estigma social que las identificaba. Lejos de
considerarlas un límite después del cual sólo puede saltarse al mundo rural de
Don Segundo Sombra, Borges se detiene precisamente allí y hace del límite un
espacio literario. En “las orillas”, define un territorio original, que le permite
implantar su propia diferencia respecto del resto de la literatura argentina:
"De la riqueza infatigable del mundo sólo nos pertenece el arrabal y la pampa.
Ricardo Güiraldes le está rezando al llano; yo -si Dios mejora sus horas- voy a
cantarlo al arrabal por tercera vez15". Borges inscribe una literatura en el límite,
reconociendo allí una forma cifrada de la Argentina. Superficie indecisa entre la
llanura y las primeras casas de la ciudad, "las orillas" tienen las cualidades de
un lugar imaginario, cuya topología urbano-criolla dibuja la clásica calle "sin
vereda de enfrente". La línea del límite se ensancha en "las orillas" y, al mismo
tiempo, se hace porosa porque la escenografía de "las orillas" está horadada
por baldíos y tapias con hornacinas, por la transparencia de las verjas de hierro
y de los cercos de plantas, por balaustradas y balcones, por fachadas que
retroceden detrás de las higueras y patios que abren el corazón de la manzana
hacia el cielo. A "las orillas" llegan "los carros del verano" y huelen a llanura;
sus colores son también los que se usan allí donde "las orillas" terminan
francamente en el campo. En "las orillas", imperceptiblemente, la pulpería se
transforma en almacén, la esquina rural en el cruce de dos calles. En "las
orillas", la ciudad está todavía por hacerse. Borges escribe un mito para
14
Jorge Luis Borges, conferencia en el Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1973, publicada
en Cuadernos Hispanoamericanos, números 505-07, julio-septiembre 1992, pp.68-9.
15
“La pampa y el suburbio son dioses”, El tamaño de mi esperanza, cit., p.25.
Buenos Aires que, en su opinión, andaba necesitándolos. Desde un recuerdo
que casi no es suyo, opone a la ciudad moderna, esta ciudad estética sin
centro, construida totalmente sobre la matriz de un margen. Lo que, en los
años veinte, era evidente para sus contemporáneos, se vuelve invisible en la
poesía de Borges: Arlt o González Tuñón o Girondo no podían sino descubrir
el movimiento de lo nuevo. Borges reconstruye aquello que está
desapareciendo, que pertenece con mayor justicia a la memoria de otros, y
que, por eso mismo, sostiene la nostalgia. Las orillas amenazadas de la
literatura están en cualquier parte de la ciudad, precisamente porque el margen
que son no tiene centro.
Una de sus formas, además del suburbio, es el barrio cuyo “tono” estético
también remite al pasado:
Alguna vez era una amistad este barrio,
un argumento de aversiones y afectos, como
las otras cosas de amor;
apenas si persiste esa fe
en unos hechos distanciados que
morirán: en la antigua milonga que de las
Cinco
Esquinas se acuerda,
en el patio como una firme rosa bajo
las paredes crecientes,
en el despintado letrero que dice todavía
La Flor del Norte,
en los varones de guitarra y envido
del almacén,
en el recuerdo estacionario del ciego.
Este disperso amor es nuestro
desanimado secreto.
Una cosa invisible está pereciendo
del mundo,
un amor no más ancho que una música.
Actividades:
1) Comenta el concepto de “orillero” y de “las orillas” que propone Borges en
este análisis que realiza BeatrízSarlo.
2) Elije un cuento o poema de Obras completas de J.L. Borges para analizar
personajes y el uso del tiempo.
3) Leer el cuento El Aleph de Borges. ¿Qué sensación tienen al leerlo?
¿Qué es “El Aleph” para ustedes?
16
“Barrio Norte”, Cuadernos de San Martín, en J.L Borges., Poemas (1922-1943), Buenos Aires,
Losada, 1943.
17
Jorge Luis Borges, Prólogos con un prólogo de prólogos, Buenos Aires, Torres Agüero
Editor, 1975, p.94.
18
Inquisiciones, Buenos Aires, Seix Barral, 1993 (1925), p.64.
La narrativa contemporánea
La narrativa contemporánea ha evolucionado rápidamente sobre los demás
géneros literarios en la medida en que refleja de una manera crítica la realidad
americana. Dentro de esa evolución cabe citar dos momentos del proceso
dentro del siglo XX: la narrativa regionalista, cuya temática hombre-naturaleza
une la novela con los procesos sociales y políticos; y la narrativa vanguardista
que, a partir de 1930, incorpora técnicas de la novela moderna y una visión
universalista de la realidad. En una tercera etapa, la nueva novela
latinoamericana une el valor testimonial de la “intrahistoria 19” regionalista con
un lenguaje abierto a todas las corrientes de la narrativa de imaginación.
19
Según la RAE, es un término introducido por Miguel de Unamuno para referirse a la vida
tradicional, es decir todo aquello que ocurría y no era publicado en la prensa; como historias
dentro de la “historia oficial”.
modifica el concepto de Algunos autores
la existencia humana en que corresponden
un clima de angustia. a esta corriente:
Entre los más Julio Cortázar
reconocidos escritores (Argentina, 1914)
de la época Ernesto Sábato
encontramos: Manuel (Argentina, 1911)
Rojas (Chile, 1896) Gabriel García
Jorge Luis Borges Márquez (Colombia,
(Argentina, 1899) 1928)
Roberto Arlt Mario
(Argentina, 1900- Benedetti
1942) (Uruguay,19
Leopoldo Marechal 20)
(Argentina, 1900- Juan Rulfo (México,
1970) Alejo 1918) José María
Carpentier (Cuba, Arguedas (Perú, 1911)
1904) Mario Varga Llosa
Miguel Ángel Asturias (Perú, 1936)
(Guatemala, 1899) Manuel Puig
(Argentina, 1932)
La literatura de los años ’50
El triunfo de Perón en 1945 y los cambios que se produjeron a partir de
entonces en la sociedad fueron el entorno en el cual se definieron las nuevas
generaciones argentinas. Esto modificó profundamente la relación entre política
y literatura que se había desarrollado desde los inicios de la nación. A partir de
los años ’50, los escritores debieron redefinir su interpretación de la realidad, y
las actitudes y los modos que utilizaban para referirse a ella. Hasta entonces y
durante décadas había predominado el modelo realista, nacido en Europa.
Pero, en este período, ese modelo se reformuló después del cuestionamiento
que realizaron las vanguardias de principios de siglo (Surrealismo,
Dadaísmo,Creacionismo, etcétera), de las polémicas dentro de la crítica de la
izquierda política y de la filosofía existencialista, entre otras. Fue evidente que
existía una lucha entre concepciones de la realidad que dependían de la
postura política o filosófica de los intelectuales; de ellas surgieron corrientes
literarias como el costumbrismo humanista, la novela de la tierra, el realismo
proletario o el realismo crítico. A la vez, aquel debate que a principios de siglo
había surgido entre los grupos llamados Florida y Boedo se reactualizó, dando
lugar a reajustes y reubicaciones dentro de la polémica en torno de la cuestión
del realismo. No fue menor, en medio de estos conflictos de ideas, el
desconcierto que produjo entre los intelectuales el hecho de que el poder, en
manos de un peronismo sostenido por amplios sectores sociales y,
especialmente, por la clase trabajadora, ejerciera la censura en el ámbito
cultural, tanto sobre la derecha como sobre la izquierda. Para algunos críticos,
pese a la heterogeneidad, lo que caracteriza a los escritores de este período es
la necesidad de volcar la experiencia histórica en una experiencia literaria,
como un intento de captar la realidad a partir de una interpretación social. Entre
los autores que comenzaron a producir y a publicar alrededor de la década del
’50 se encuentran nombres que representan posturas tan diversas como
antagónicas, en algunos casos: David Viñas (1927), Beatriz Guido (1922-1988),
Marta Lynch (1930-1985), Andrés Rivera (1926), Antonio Di Benedetto (1922-
1986), Haroldo Conti (1925-1976) y Rodolfo Walsh (1927-1977).
El peronismo y las masas en la vida pública
“Cabecita Negra” se inserta en la tradición del realismo político inaugurada por
Esteban Echeverría en El matadero, en tanto que también es una historia de
sectores sociales enfrentados por sus rasgos identitarios. Para entender el
sustrato profundo del relato, es necesario aproximarse al contexto de
aspiración de la obra.
El término “cabecita negra” fue acuñado por las clases dominantes de una
sociedad porteña para señalar y discriminar a los migrantes del interior del país
que se movilizaron a los suburbios de la ciudad durante la segunda mitad de la
década del 1930, en el marco del crecimiento industrial de la Argentina. A partir
de 1945, el gobierno de Juan Domingo Perón se apoyó fuertemente en los
sindicatos que agrupaban a esos sectores, e incluyó por primera vez en el
proyecto nacional a grandes masas de la población al implementar políticas
favorables a los obreros industriales y los trabajadores ubicados en las zonas
metropolitanas de las grandes ciudades del país. Este cambio en la dirección
del ejercicio del poder y, sobre todo, la aparición de las grandes masas obreras
manifestándose en el centro cívico de la ciudad, la Plaza de Mayo (considerada
hasta entonces un bastión de la cultura patricia porteña), llevó a una reacción
negativa y estigmatizadora por parte de los sectores conservadores y de la
izquierda tradicional. Además del apelativo “cabecita negra”, el radical Ernesto
Sammartino utilizó, en un discurso que pronunció en la Cámara de Diputados,
la expresión “aluvión zoológico” para referirse a los activistas de origen
proletario que buscaban justicia social y que no representaban al “auténtico
pueblo de la Nación. Otras denominaciones discriminatorias de carácter
clasistas, como “grasas”, “negros” y “gronchos”, marcaron el terreno de una
disputa política: la de peronistas y antiperonistas.
Germán Rozenmacher escribe su cuento en 1961, seis años después de los
bombardeos a la Plaza de mayo y la posterior destitución de Perón ejecutada
por el golpe miliar autoproclamado “Revolución Libertadora”. Tras su ascenso
al poder, el gobierno militar dictó dos decretos que disolvían al Partido
Peronista y prohibían el uso de símbolos de ese partido y la mención del
nombre de Juan Domingo Perón y de su esposa Eva. A esta etapa de
prohibición se le dio el de proscripción. Una vez más, el lenguaje estaba en el
centro de la escena política. Quizás por este motivo el texto deRozenmacher
no menciona directamente al peronismo. No obstante, alude de manera irónica
al desprecio de las clases dominantes sobre las clases que habían causado su
aparición como sujeto político en la vida pública en los años precedentes.
Un detalle no menor del relato de Rozenmacher radica en la construcción del
punto de vista. “Cabecita negra” esta contado desde la perspectiva del señor
Lanari, y es a través de sus pensamientos y cosmovisiones que accedemos a
los acontecimientos que se narran. Esta estrategia narrativa nos permite
conocer de lleno sus prejuicios y también las preocupaciones del fuero interno
del personaje. De esta manera, el autor pretende lograr una caracterización
crítica de una determinada clase social.
En este caso, el señor Lanari no pertenece a la tradicional clase alta porteña,
de raigambre criolla, sino que se trata de un hijo de inmigrantes que ha logrado
ascender recientemente en la escala social. Por lo general, esta clase de
“nuevos ricos” que accedieron a su posición acomodada hace poco tiempo es
llamada” pequeña burguesía”. Además del breve relato que el narrador hace
del origen del personaje, podemos rastrear esta pertenencia de clase en el
constante hincapié de Lanari en las pertenencias materiales. Su orgullo no
reposa en un nombre de alcurnia ni en la procedencia de una buena familia, si
no en la casa y el auto que pudo comprarse. Esta identificación del sujeto con
su propiedad se presenta en el cuento como un rasgo sociológico típico de los
estratos medios que intentan separarse de los proletarios y asimilar la ideología
de las clases dominantes.
Cabecitas negras Germán Rozenmacher
Cabecita negra De Obras completas, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires,
2013 [Incluido en el libro Cabecita negra, Editorial Anuario, 1962].
A Raúl Kruschovsky
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba
enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle
vacía, temblando, encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas.
Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir
por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como
para salir y hasta se había lustrado los zapatos. Y ahí estaba ahora, con los
ojos resecos, los nervios ten ra joder a los demás y pasarla bien a costillas
ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se
descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha.
Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos tés de yuyos
que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo
se habían ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del Rey llevándose
a la sirvienta así que estaba solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban
tan mal las cosas. No podía quejarse de la vida. Su padre había sido un
cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber
llegado a nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía
esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal, y hacía
pocos meses había comprado el pequeño Renault que estaba abajo, y había
gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados de las portezuelas. La
ferretería de la avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta
de fin de semana donde pasaba las vacaciones. No podía quejarse. Se daba
todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se
casaría con alguna chica distinguida. Claro que había tenido que hacer
muchos sacrificios. En tiempos como estos, donde los desórdenes políticos
eran la rutina, había estado al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba
el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas
cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él. Así era
la vida. Pero había salido adelante. Además cuando era joven tocaba el violín y
no había cosa que le gustase más en el mundo. Pero vio por delante un
porvenir dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo.
Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no
podía hacer todo lo que quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino
debido y que no debía fracasar. Y entonces todo lo que había hecho en la vida
había sido para que lo llamaran “señor”. Y entonces juntó dinero y puso una
ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No señor. Ahí
afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio,
donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su
lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio.
Dieron las cuatro de la mañana. La niebla era espesa. Un silencio pesado
había caído sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor
Lanari tratando de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose. De pronto
una mujer gritó en la noche. De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba
como una perra salvaje y pedía socorro sin palabras, gritaba en la neblina,
llamaba a alguien, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El
señor Lanari dio un respingo y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de
dolor en la neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El
señor Lanari quiso hacerla callar, era de noche, podía despertar a alguien,
había que hablar más bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto gritó de nuevo,
reventando el silencio y la calma y el orden, haciendo escándalo y pidiendo
socorro con su aullido visceral de carne y sangre, anterior a las palabras, casi
un vagido de niña, desesperado y solo. El viento siguió soplando. Nadie
despertó. Nadie se dio por enterado.
Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a tientas, hasta la
esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral
del hotel que tenía el letrero luminoso “Para Damas” en la puerta, despatarrada
y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y
perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas
y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo. —
Quiero ir a casa, mamá —lloraba—. Quiero cien pesos para el tren para irme a
casa. Era una china que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón de
la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla. El señor Lanari
sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros,
qué se iba a hacer, la vida era dura, sonrió, sacó cien pesos y se los puso
arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se
sintió satisfecho. Se quedó mirándola, con las manos en los bolsillos,
despreciándola despacio. —¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? —la voz
era dura y malévola. Antes de que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su
hombro. —A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la
vía pública. El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de
complicidad al vigilante. —Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda
y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a Entonces se dio
cuenta de que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde.
Quiso empezar a contar su historia. —Viejo baboso —dijo el vigilante mirando
con odio al hombrecito despectivo, seguro y sobrador que tenía adelante—.
Hacete el gil ahora. El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo. —
Vamos. En cana. El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto
reaccionó violentamente y le gritó al policía. —Cuidado, señor, mucho cuidado.
Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está
hablado? —Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El señor
Lanari no tenía ningún comisario amigo. —Andá, viejito verde andá, ¿te creés
que no me di cuenta que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? —
dijo el vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había
dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada mirando
simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía
que ver él con todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a la comisaría y
aclarara todo y entonces no le creyeran y se complicaran más las cosas?
Nunca había pisado una comisaría. Toda su vida había hecho lo posible para
no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio había tenido la
culpa. Y no había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban
cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía
confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil. —Vea agente. Yo no
tengo nada que ver con esta mujer — dijo señalándola. Sintió que el vigilante
dudaba. Quiso decirle que ahí estaban ellos dos, del lado de la ley, y esa negra
estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable. De pronto
se acercó al agente que era una cabeza más alto que él y que lo miraba de
costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, inyectados y malignos,
bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra. —
Señor agente —le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no
escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una muñeca, acunándola
entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya
nada le importaba. —Vengan a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de
primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto —y sacó una tarjeta personal
y los documentos y se los mostró—. Vivo ahí al lado —gimió, casi manso y casi
adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en manos del otro sin tener ni
siquiera un diputado para que sacara la cara por él y lo defendiera. Era mejor
amansarlo, hasta darle plata y convencerlo para que lo dejara de embromar. El
agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si el señor Lanari le
hubiera propuesto una gran idea, lo tomó a él por un brazo y a la negrita por
otro y casi amistosamente se fue con ellos. Cuando llegaron al departamento el
señor Lanari prendió todas las luces y le mostró la casa a las visitas. La negra
apenas vio la cama matrimonial se tiró y se quedó profundamente dormida.
Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o
cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos
en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más
horrible del mundo, un escándalo, y nadie le creería su explicación y quedaría
repudiado, como culpable de una oscura culpa, y yo no hice nada mientras
hacía eso tan desusado, ahí a las 4 de la madrugada, porque la noche se había
hecho para dormir y estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona
decente, como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura en su
propia casa. —Dame café —dijo el policía y en ese momento el señor Lanari
sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado para tener eso,
para que no lo atropellaran y así, de repente, ese hombre, un cualquiera, un
vigilante de mala muerte, lo trataba de che, le gritaba, lo ofendía. Y lo que era
peor, vio en sus ojos un odio tan frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer.
De pronto pensó que lo mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre
podría ser un asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y
matarlo y sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de
duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo. Y la mujer
estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros. No entendía
nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la biblioteca. Sentía algo
presagiante, que se cernía, que se venía. Una amenaza espantosa que no
sabía cuándo se le desplomaría encima ni cómo detenerla. El señor Lanari, sin
saber por qué, le mostró la biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca
había podido hacer tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía
cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia de Mitre
encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar violín, tenía un
hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando quería, la mejor música del
mundo se hacía presente. Hubiera querido sentarse amigablemente y
conversar de libros con el hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese
negro? Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como
burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una inquietud
sofocante. De golpe se sorprendió de que justo ahora quisiera hablar de libros
y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, tiró por ahí la gorra, se abrió la
campera y se puso a tomar despacio. El señor Lanari recordó vagamente a los
negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza
Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera
querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros
que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar
todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una
persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su
casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por
estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su
cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era un policía,
ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada. —Qué le hiciste —dijo al fin el
negro. —Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así
que haga el favor de... —el policía o lo que fuera lo agarró de las solapas y le
dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la
sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaba haciendo eso?
¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y
le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio. —Es mi
hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como
muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces todos creen que pueden
llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste,
porquería, apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quién iba a
decirlo, todo un señor... El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y
empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se
encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a
golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía
no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica
despertó y lo miró y le dijo al hermano: —Este no es, José —lo dijo con una voz
seca, inexpresiva, cansada, pero definitiva. Vagamente, el señor Lanari vio la
cara atontada, despavorida, humillada del otro, y vio que se detenía
bruscamente y vio que la mujer se levantaba con pesadez, y por fin, sintió que
algo tontamente le decía adentro “Por fin se me va este maldito insomnio” y se
quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol estaba tan alto y le dio en los
ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le
dolía terriblemente la boca del estómago. Sintió un vértigo, sintió que estaba a
punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto
se precipitó a revisar los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el
auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado a ver si no le faltaba nada. ¿Qué
hacer? ¿A quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero
¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras? “Tranquilo, tranquilo, aquí no
ha pasado nada”, trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del
estómago y todo estaba patas para arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba
saliva. Algo había sido violado. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que
aplastarlos, aplastarlos”, dijo para tranquilizarse. “La fuerza pública”, dijo,
“tenemos toda la fuerza pública y el ejército”, dijo para tranquilizarse. Sintió que
odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría
seguro de nada. De nada.
Actividades:
Busquen en el cuento, sustantivos y adjetivos que caractericen hechos o
personas, asociándolos a los conceptos de civilización o barbarie.
¿De qué modo se alude a Lanari como un representante de la clase culta a la
que el policía no pertenece?
Analizar los procedimientos con los que Lanari intenta“salvarse” frente al
policía. Si éste no hubiera sido el hermano de la muchacha, ¿hubieran sido
efectivos? ¿Por qué?
Busquen en el texto palabras o frases que “animalicen” alos cabecitas negras.
Identifiquen en el cuento los datos que permiten fecharaproximadamente la
época en que se desarrolla la acción.
La pintura como denuncia social
20
Ver carátula de Lecturas en el cuadernillo.
Literatura y política video
Para promover la comprensión y como guía para la posterior realización de las
actividades, se propone que los estudiantes tomen notas y registren conceptos,
palabras clave y frases significativas mientras visualizan el capítulo.
Indultados. Kapanga
Actividades.
Actividades:
Actividades.
1) “Esa mujer” es el título del primer cuento publicado en el libro Los oficios
terrestres por Rodolfo Walsh en 1965. El título se presenta enigmático,
como la trama del relato, un diálogo entre un alto coronel del ejército y
un periodista que quiere saber qué pasó y dónde está el cadáver de
“esa mujer”.
Responder: ¿Quién es “esta mujer”? ¿Qué saben de ella? Realicen una
lluvia de ideas y formulen preguntas para investigar y saber más sobre
“ella”, “esa mujer” y sobre “este hombre”, su autor, Rodolfo Walsh.
-Lean la primera escena del cuento, el diálogo inicial entre el periodista y
el coronel: ¿Qué busca cada uno?, ¿qué tipo de relación se propone
entre ellos?
2) ¿Creen que el coronel sintió algún tipo de arrepentimiento por lo que
hizo? ¿Intenta repararlo brindando información sobre su paradero? e)
Señalen en el relato la frase “la enterré como Facundo, porque era un
macho”. Busquen quién fue Facundo Quiroga y analicen esta frase en
torno a los antagonismos entre “civilización y barbarie” en el siglo XIX
y “peronismo y anti-peronismo” en el siglo XX.
3) Luego de todo lo investigado, les proponemos que desde el modelo
narrativo de “Esa mujer” escriban un diálogo imaginario con Rodolfo
Walsh, en el que el narrador se posicione en el lugar de curiosidad
y Walsh responda, a diferencia del coronel, sus preguntas sobre la
literatura, la actividad política, los ideales, las nuevas generaciones de
escritores de no-ficción y otras cuestiones que se les ocurran.
4) Realicen una pequeña investigación sobre el papel de Eva Duarte de
Perón en la cultura popular del siglo pasado. Para esto, conversen con
adultos mayores sobre sus ideas y representaciones de ella. Pueden
filmarlos y luego editar las entrevistas para producir un video testimonial
en el que aparezcan las diferentes perspectivas de los entrevistados. La
idea es presentar la información recolectada de un modo interesante,
como si estuvieran contando una historia a través de sus voces. Pueden
utilizar dispositivos móviles para filmar y grabar, y el programa
MovieMaker para realizar la edición.
Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición
de pie plano, y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo
corto y la panza hipopótama, tuve un serio oponente en la fatiga, máxime
calculando que la noche antes yo pensaba acostarme con las gallinas, cosa de
no quedar como un crosta en la performance del feriado. Mi plan era sume y
reste: apersonarme a las veinte y treinta en el Comité; a las veintiuna caer
como un soponcio en la cama jaula, para dar curso, con el Colt como un bulto
bajo la almohada, al Gran Sueño del Siglo, y estar en pie al primer cacareo,
cuando pasaran a recolectarme los del camión. Pero decime una cosa ¿vos no
creés que la suerte es como la lotería, que se encarniza favoreciendo a los
otros? En el propio puentecito de tablas, frente a la caminera, casi aprendo a
nadar en agua abombada con la sorpresa de correr al encuentro del amigo
Diente de Leche, que es uno de esos puntos que uno se encuentra de vez en
cuando. Ni bien le vi su cara de presupuestívoro, palpité que él también iba al
Comité y, ya en tren de mandarnos un enfoque del panorama del día,
entramos a hablar de la distribución de bufosos para el magno desfile, y de un
ruso que ni llovido del cielo, que los abonaba como fierro viejo en Berazategui.
Mientras formábamos en la cola, pugnamos por decirnos al vesre que una vez
en posesión del arma de fuego nos daríamos traslado a Berazategui aunque a
cada uno lo portara el otro a babucha, y allí, luego de empastarnos el bajo
vientre con escarola, en base al producido de las armas, sacaríamos, ante el
asombro general del empleado de turno ¡dos boletos de vuelta para Tolosa!
Pero fue como si habláramos en inglés, porque Diente no pescaba ni un
chiquito, ni yo tampoco, y los compañeros de fila prestaban su servicio de
intérprete, que casi me perforan el tímpano, y se pasaban el Faber cachuzo
para anotar la dirección del ruso. Felizmente, el señor Marforio, que es más
flaco que la ranura de la máquina de monedita, es un amigo de ésos que
mientras usted lo confunde con un montículo de caspa, está pulsando los más
delicados resortes del alma del popolino, y así no es gracia que nos frenara en
seco la manganeta, postergando la distribución para el día mismo del acto, con
pretexto de una demora del Departamento de Policía en la remesa de las
armas. Antes de hora y media de plantón, en una cola que ni para comprar
kerosene, recibimos de propios labios del señor Pizzurno, orden de despejar al
trote, que la cumplimos
79
Actividades:
¿El protagonista y el resto de los pasajeros del camión van por propia
voluntad al acto?
Ensayo
Un ensayo es un tipo de escritura que expone una serie de argumentos y
reflexiones sobre un tema concreto de gran interés para el autor.
Su finalidad es expresar su propia opinión basada en investigaciones y
conocimientos personales y, en función del tipo de ensayo, también puede
buscar un convencimiento en el lector.
Otra definición más sencilla y clara es que un ensayo es un escrito libre.
Esto quiere decir que el tema sobre el que trate dicho escrito podrá ser libre y
personal, cada autor escogerá el que más le interese.
Esta parte abarcará el contenido principal del ensayo, los argumentos que
harán crecer la idea principal expuesta en la introducción.
Una vez has captado la atención del lector con una idea de interés, el siguiente
paso será argumentar y plantear determinadas cuestiones relacionadas,
basándote en otras fuentes que pueden ser: libros, revistas, entrevistas,
medios digitales, etc.
El desarrollo del cuerpo, será la parte más extensa del ensayo, representa un
80% del mismo, por lo que será necesario resumir toda la información relevante
que queramos exponer. No por ser extensa debe resultar pesada, tenemos que
intentar amenizarla todo lo posible.
También el desarrollo, es el momento de darle forma a nuestras opiniones y
valoraciones personales sobre el tema
Es importante que todas las ideas que expongas estén entrelazadas entre sí
para que exista una coherencia.
¿Y la conclusión?
La conclusión será la parte final de tu ensayo que servirá para reforzar la idea
expuesta anteriormente. En esta parte se resumirán por un lado los
argumentos expuestos más relevantes y por otra, dejemos totalmente clara
cuál es nuestra postura final.La conclusión debe de ser breve y concisa. Es la
parte en la que te reafirmarás de todo lo dicho.
Imaginemos que el ensayo ocupa una página. En este caso la conclusión será
de tres o cuatro líneas. Si fue más extenso llegando a 20 páginas, se
necesitará una conclusión de posiblemente dos o tres páginas.En un ensayo
científico, la conclusión reafirma de forma definitiva la teoría o hipótesis de la
introducción.En uno argumentativo, se resumirán las ideas principales que
queremos queden grabadas en la mente del lector.
Ejemplo:
Ensayo sobre el calentamiento global. Orlando Cáceres
Reseña.pdf
LECTURA
EL CADÁVER
EVITA VIVE
1.
Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno,
vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado yirando por el
puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo
trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana.
Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa
que me quería sacar todos los tipos. Estábamos agarrándonos de las mechas
detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por
bochinchera".
Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a
ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía
engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera,
pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así
como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía,
con el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer
momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien,
pero ésta ¿quién es?". El negro se mordió un labio porque vio que yo había
entrado en la sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta
era terrible –ahora no tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo
era lo que podía decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó,
mirándome a los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las
piernas del morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había
visto): "¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no lo podía
creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara.
Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas
del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me quedé
como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que se
desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay, pensaba
yo–"¿no querés un poco de cointreau?" (porque yo sabía que a ella le
encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida, ahora tenemos otras
cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero esperá", le dije yo, "contame de
dónde se conocen, por lo menos". "De hace mucho, preciosa, de hace mucho,
casi como del África" (después Jimmy me contó que se habían conocido hacía
una hora, pero son matices que no hacen a la personalidad de ella. ¡Era tan
hermosa!) "¿Querés que te cuente cómo fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el
encame asegurado: "Sí, sí, ay Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero me quedé
con las ganas para siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá mentido
el negro, nunca lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo: "Bueno,
basta", le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que tenía– y se la puso
entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de él,
bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo único que el negro
ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una puerca, me llenó de
chupones, en fin.
Después al otro día ella se quedó a desayunar y mientras Jimmy salió a
comprar facturas, ella me dijo que era muy feliz, y si no quería acompañarla al
Cielo, que estaba lleno de negros y rubios y muchachos así. Yo mucho no se
lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a venir a buscarlos nada menos que
a la calle Reconquista, no les parece... pero no le dije nada, para qué; le dije
que no, que por el momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera dicho
"agotar la experienc ia", pero en esa época no se usaba), y que, cualquier
cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros, viste, nunca se sabe.
Con los generales tampoco, me acuerdo que dijo ella, y estaba un poco triste.
Después tomamos la leche y se fue. De recuerdo me dejó un pañuelito, que
guardé algunos años: estaba bordado en hilo de oro, pero después alguien, no
supe nunca quién, se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía
Evita y tenía dibujado un barco. ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las
uñas largas muy pintadas de verde –que en ese tiempo era un color muy raro
para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el
marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y
gozaba, así de esa manera era como más gozaba.
2.
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo que traía
la droga ese día se apareció con una mujer de unos 38 años, rubia, un poco
con aires de estar muy reventada, recargada de maquillaje, con rodete... Yo le
veía cara conocida y supongo que los otros también, pero era un poco bobo,
andaba con Jaime que se estaba picando con Instilasa y yo le tenía la goma,
se lo comenté en voz baja y él me dijo algo así como: "cortála loco sabés que
sí". Con los ojos en blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos
sentamos todos en el piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la
droga le metía la mano por las tetas y ella se retorcía como una víbora.
Después quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban por el piso y
los demás mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para
eso sí que era genial, porque dos pendejos repálidos se rayaron totalmente
entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero estaban los blues en la puerta y a los
cinco minutos se aparecieron todos con el subcomisario inclusive, chau loco,
acá perdimos, menos mal que no había ningún menor porque Jaime había
cumplido los 18 la semana pasada, pero igual loco, le habíamos pedido el
rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como puertas tipo Alice Cooper.
Los azules entraron muy decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el
flaco que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo: "Un momento, sargento"
pero el cana le dio un empujón brutal, entonces ella, que era la única mujer, se
acomodó el bretel de la solera y se alzó: "Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a
llevar presa a Evita?"
El ofiche pálido, los dos agentes sacaron las pistolas, pero el comi les hizo un
gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el molde. "No, que oigan,
que oigan todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando hace
22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe, y vos
eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés creer, si te
querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas". (Chau, fue
un delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y le
descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y se la empezó a chupar, el
taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la puerta
fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar de
pavor porque se dieron cuenta de que sí, que la mina era Evita). Yo aproveché
para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no sabían qué hacer, ni
dónde meterse: de pronto el flaco del trafic entró en el circo y se puso a gritar:
"Compañeros, compañeros, quieren llevar presa a Evita" por el pasillo.
La gente de las otras piezas empezó a asomarse para verla, y una vieja salió
gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa es que los canas se las
tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los chetos, y
ella se fue caminando muy tranquila con el flaco, diciéndole a la gente que
estaba en el patio primero y después en la puerta: "Grasitas, grasitas míos,
Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para
que no les hagan nada a sus descamisados". Chau loco, hasta los viejos
lloraban, algunos se le querían acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme,
debo volver al cielo" decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco
más y ya nos íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las
habitaciones para que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora
nos habían hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda
una historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y
chau, loco, si te quedabas down era imbancable.
Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de
base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no
nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto,
nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a
volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de
marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y
nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.
3.
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe haber causado
ninguna impresión especial, la flaca era una flaca entre las tantas que iban al
depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven que las tenía ahí, medio
en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto. La cosa es que todos –
y todas– sabían dónde podían encontrarnos, en el snack de Independencia y
Entre Ríos. Allí el putito Alex nos mandaba, cada vez que podía, viejos y viejas,
que nos adornaban con un par de palos, así después a él le hacíamos gratis el
favor y no le andábamos afanando el grabador o las pilchas. De ésa me
acuerdo por cómo se acercó, en un Carabela negro manejado por un
mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado una vez en el Rosemarie.
Con las pibas estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que
me llamó aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el coche." La
cosa era conmigo, nomás. Subí.
"Me llamo Evita, ¿y vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos un travesti,
preciosura. A ver, ¿Evita qué?". "Eva Duarte", me dijo "y por favor, no seas
insolente o te bajás". "¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?", le susurré en la oreja
mientras me acariciaba el bulto. "Dejáme tocarte la conchita, a ver si es cierto".
¡Hubieras visto cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa!
Así que fuimos al hotel de ella; el putito quiso ver mientras me duchaba y ella
se tiraba en la cama. También, con el pedazo que tengo, hacen cola para
mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba como los dioses. Con tres
polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo
merecía. La mina era una mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como
de locutora. Me pidió que volviera, si precisaba algo. Le contesté no, gracias.
En la pieza había como un olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se
descuidó abrí un estuche y le afané un collar. Para mí que el puto Francis se
dio cuenta, pero no dijo nada. Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la
boca chorreando leche: "Todos los machos del país te envidiarían, chiquito; te
acabás de coger a Eva". Ni dos días habían pasado cuando llego a casa y me
encuentro a la vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas de civil.
"Desgraciado –me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?"
La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque, según el
Sosa, era demasiado valiosa para comprarla él y no me quería estafar. Los de
Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza brutal y me advirtieron
que si contaba algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto
de los trolos los vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son
todos falsos.
Por consejo de la abuelita del petiso, destinamos parte del dinero para comprar
dólares, y los volvimos a poner a interés en otra compañía para no casarnos
con nadie. Y así fue como pudimos comprarnos el negocio. Pero eso vino
después, cuando reajustamos la organización, dividimos la ciudad en siete
zonas, y tomamos empleados. Al negocio le pusimos de nombre La Felicidad,
pero como
digo, eso vino después, cuando hicimos publicidad, cuando evadíamos réditos.
Más adelante ya no nos hizo falta. Pero cómo no recordar con orgullo y
emoción nuestra radionovela de las once, el concurso de los diarios, los
famosos bailables Sea usted también feliz.
Un día, la abuelita del petiso fue a comprar tisana purgo—laxante a la farmacia
y al pasar por el kiosco de al lado vio una moneda de cinco pesos en el mármol
del umbral, debajo del exhibidor. No la levantó (la pobre no puede agacharse)
pero llegó a su casa con los ojos resplandecientes. Casi no podía hablar.
Nosotros en ese momento estábamos dividiendo en zonas el plano de la
ciudad, y cuando nos contó lo que había visto, el petiso y yo nos miramos en
silencio. Se abría un nuevo filón.
Lógicamente, lo pensamos mucho. La experiencia nos había enseñado que
nunca se debe abandonar una tarea para superponer otra.
Una investigación de mercado por los umbrales de los kioscos nos confirmó
que la inversión valía la pena. Pero levantar algo de abajo del exhibidor de un
kiosco no es lo mismo que levantarlo de la vereda. El trabajo es más riesgoso.
Había que inclinarse en un ángulo y corríamos el albur de que el kiosquero nos
viera al agacharnos. De manera que cubrimos la vacante con mi sobrino. El
chico tenía once años, era muy despierto y estaba en vacaciones. Mi hermana
no cabía en sí de alegría. Raulito comenzó ganando veinticinco pesos, seis
horas de trabajo, pago de café con leche y participación del dos por ciento de
las utilidades. Su trabajo consistía en atarse los cordones de los zapatos frente
a los kioscos, comprar piedritas de encendedor y preguntar precios.
Raulito fue el iniciador de la subempresa de los kioscos.
De manera que dividimos la ciudad en siete zonas y vislumbramos nuevas
perspectivas en el trabajo. En Santa Fe y Mansilla abrimos el negocio con dos
empleadas. La Felicidad comenzó como un mercado de las pulgas o una tienda
de anticuario. Pero introdujimos una variante que nos llevó al éxito: la
confección de fichas. Para ello contratamos a una asistente social que les
preguntaba a los clientes que miraban: “¿Qué la haría feliz, señora?” La señora
respondía: “Una lámpara antigua con tubo de opalina azul”. Entonces la
asistente social anotaba todos los datos en la ficha y cuando se encontraba lo
que el cliente necesitaba para ser feliz, se le avisaba.
Con respecto a cámaras fotográficas, filmadoras y trípodes, fue muy fructífera
la subempresa Trenes Urbanos, a cuyo frente operaba un amigo de Raulito,
que demostró gran capacidad en bastones, paraguas, pilotos, libros y paquetes
varios.
AUTO OB
R RA
Allende, Isabel La casa de los espíritus
Andahazi, Federico El conquistador
Anónimo Chilam Balam
Arlt, Roberto Los siete Locos
Arlt, Roberto Saverio el cruel
Asturias, Miguel Ángel El señor presidente
Bioy Casares, Adolfo En memoria de Paulina
Bioy Casares, Adolfo La aventura de un fotógrafo en La Plata
Bioy Casares, Adolfo La invención de Morel
Bodoc, Liliana El perro del peregrino
Borges, Jorge Luis El Cautivo
Breton, André Manifiesto surrealista
Carpentier, Alejo El reino de este mundo
Cortázar, Julio Rayuela
Cortázar, Julio Todos los fuegos el fuego
Cortázar, Julio Una flor amarilla
Cucurto, Washington Cosa de negros
Discépolo, Armando Cremona
Discépolo, Armando Stéfano
Esquivel, Laura Como agua para chocolate
Esquivel, Laura Malinche
Fogwill, Rodolfo Los Pichiciegos
García Márquez, Gabriel La hojarasca
Lamborghini, Osvaldo El niño proletario
Ocampo, Silvia La casa de azúcar
Puig, Manuel El beso de la mujer araña
Rozenmacher, Germán Requiem para un viernes a la noche
Talesnik, Ricardo La fiaca
Tzara, Tristan Manifiesto dadaísta
Walsh, Rodolfo El violento oficio de escribir
Walsh, Rodolfo Variaciones en rojo
Canciones
Películas:
Apocalypto (2006)
Crónica de una fuga (2006)
La Ruta hacia el Dorado (2000)
El Clan (2015)
El juguete rabioso (1984)
Infancia Clandestina (2011)
Kóblic (2016)