Qué Belleza Salvará Al Mundo
Qué Belleza Salvará Al Mundo
Qué Belleza Salvará Al Mundo
SALVARÁ AL MUNDO?
Un estudio de la belleza en El Idiota de Dostoyevski
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F. DOSTOYEVSKI, El idiota (Alianza editorial, Madrid 32012, reimpr. 2016) 125
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¿QUÉ BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO?
Esta conversación, al inicio de la novela El Idiota, nos ayuda a comprender la
perspectiva desde la que el autor se asoma a un tema profundamente arraigado en la
historia, la espiritualidad y la religiosidad de Rusia, pero también del mundo: La
belleza, que Dostoyevski nos presenta aquí como un enigma.
¿Qué captan los sentidos interiores y los exteriores como belleza? ¿Es solo una
cuestión subjetiva o hay algo objetivo en ella? ¿Podemos entresacar algunas de las
características de la belleza o estamos abocados a no entendernos en cuestión de
gustos? ¿Qué ha percibido Myshkin en su primer encuentro con Aglaya, en el diálogo
que introduce este trabajo?
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es perfecto en cuanto que alcanza su fin. Por tanto, en todo aquello que alcanza el fin
para el que fue creado, o que está ejerciendo su función en su lugar, de forma
correcta, adecuada, se percibe belleza. Pero no solo es eso, la belleza es también
armonía o proporción: interior o exterior, en sus partes, bien dispuestas unas respecto
a las otras y también en relación al todo. Así conciben los griegos la belleza en su
escultura, y el Renacimiento lo devuelve al primer plano; el Discóbolo de Mirón y el
hombre de Vitrubio, quieren responder a este ideal de belleza proporcionada. Por
último, la belleza se caracteriza por su claridad, esplendor o luminosidad, la propiedad
que la hace perceptible, una cierta plenitud que irradia y que atrae al que la encuentra.
3
Dijérase que quisiera descifrar el no se sabía qué de misterioso que antes le
afectara tanto al mirar la faz de aquella mujer. Su impresión entonces había sido muy
viva y ahora quería someterla a nueva prueba. Contemplando otra vez aquel rostro,
que tenía de notable, no sólo su belleza, sino algo más, imposible de definir, el príncipe
tornó a recibir una sensación muy fuerte, más fuerte todavía que la primera. El orgullo
y el desprecio, por no decir el odio, se acusaban en aquel semblante femenino con
intensidad extraordinaria: pero a la vez se desprendía de él una sorprendente
expresión de ingenuidad y confianza, contraste que producía un sentimiento casi
compasivo. La deslumbrante hermosura de Nastasia Filíppovna tenía un carácter
extraño: el rostro era pálido, las mejillas poco menos que hundidas, los ojos ardorosos.
¡Extraña belleza aquélla!3
3
Ibid., 129
4
Ibid., 130
4
Dice Guardini en su libro sobre el universo religioso de Dostoievski:
Una cosa resulta clara en todo caso, y es que, quien quiera que fuese su dama,
e hiciese lo que hiciera, ello, importaba poco a ese hidalgo pobre. La había elegido, la
creía su «belleza pura» y eso bastaba para que no cesase de inclinarse ante ella, para
que, puesto que se había declarado su servidor, rompiese lanzas por ella, aun cuando a
continuación la viera convertirse, por ejemplo, en una ladrona. Parece que el poeta
quiso encarnar así la noción del amor platónico, tal como lo concebían los caballeros
de la Edad Media, en un tipo extraordinario. Naturalmente, todo eso es mero ideal. En
el «hidalgo pobre», tal sentimiento llega al máximo grado: alcanza el ascetismo.
Preciso es confesar que la facultad de amar así habla mucho en pro de quien la posee.
Es un rasgo de carácter que denota un alma sublime y, en cierto sentido, es cosa muy
loable. El «hidalgo pobre» es un Don Quijote, pero un Quijote serio y no cómico. Al
principio yo no comprendía al personaje y me reía de él de buena gana, pero ahora le
admiro y sobre todo, respeto sus altas proezas… Aglaya dejó de hablar. Era difícil
saber, mirándola, si había hablado en serio o en broma.6
Parece que, a partir de aquí Myshkin siente que su decisión está tomada por
Aglaya y que, ni siquiera su sentimiento de estar enfermo y de no ser digno o capaz de
casarse con ella, puede ensombrecer su esperanza. La idealización del personaje para
Aglaya, es la idealización con la que intentará encajarse el príncipe. En el fondo de la
relación hay una idealización mutua. Un ideal bello que nunca llega a expresarse
realmente en los gestos o en los actos de ninguno de los dos y que pierde por eso su
belleza.
5
R. GUARDINI, El universo religioso de Dostoievski (Buenos Aires, 1958) 276
6
DOSTOYEVSKI, El Idiota, 377-378
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decisión, y, simplemente se deja arrastrar por el curso de los acontecimientos. A partir
de aquí, de esta escena suprema en que El Príncipe, literalmente, no decide, su figura
pierde ya toda la relevancia, y desaparece como personaje, es traído y llevado por la
historia, pero ya no interviene activamente en ella.
3. La ambigüedad de la belleza
El príncipe se muestra desde el principio de la novela especialmente vulnerable
a la belleza, y encarna, de algún modo, al hombre en estado natural, al Adán
paradisiaco, seducido por la fruta que Eva le ofrece. Atraído, fascinado por la belleza
que le sale al paso, es todavía incapaz de distinguir en ella la ambigüedad que porta
consigo la apariencia externa. No tiene capacidad de discernimiento y, por lo tanto, es
inconsciente de los efectos devastadores que puede causar esta belleza no discernida.
6
llegar a esta extremadamente paradójica conclusión: «¿Y qué, si esto es enfermedad?
¿Qué importa que se trate de una tensión anormal si su resultado, tal como lo
considero y analizo cuando vuelvo a mi estado corriente, contiene armonía y belleza en
el máximo grado, y si en ese minuto experimento una sensación inaudita,
insospechada hasta entonces, de plenitud, de ritmo, de paz, de éxtasis devoto que me
inmerge en la más alta síntesis de la vida?». Que allí existía, en efecto «armonía y
belleza», que aquello era realmente «la más alta síntesis de la vida», era cosa de que
no quería ni siquiera dudar, no admitiendo ni la menor posibilidad de duda. 7
Por eso, con el final de la novela, la pregunta de Ippolit a Myshkin queda sin
respuesta, es más, queda frustrada, pues el abrupto final parece decirnos: Ninguna
belleza es capaz de salvar de la muerte y del desastre.
7
Ibid., 344
8
LUIGI CASTANGIA, Il mondo religioso di Dostoevskij Romano Guardini interprete dello scrittore ruso, en:
http://veprints.unica.it/520/1/PhD_LuigiCastangia.pdf (27 de marzo) 28.
7
nada semejante: allí se ve realmente un cadáver que antes de morir ha sufrido
infinitamente, que ha sido golpeado por los soldados y el populacho, que llevó su cruz y
sucumbió bajo su peso, que soportó luego seis horas (al menos así lo calculo) la terrible
tortura de la crucifixión. En verdad, el semblante de ese Cristo es el de quien acaba de
ser descendido de la cruz, es decir, que no ofrece rigidez alguna, y presenta aún signos
de calor y de vida, y una expresión dolorosa tal como si el muerto experimentase
todavía el dolor de su suplicio. El artista ha captado eso muy bien. En cambio, el rostro
es de un realismo implacable: allí se ve un cadáver cualquiera con la expresión propia
del que ha padecido previos tormentos. Me consta que, según la creencia adoptada
por la Iglesia desde los primeros siglos del cristianismo, Cristo no sufrió sólo
simbólicamente, sino en realidad y, por consecuencia, su cuerpo en la cruz estuvo
plenamente sometido a la ley de la naturaleza. El semblante representado en el cuadro
está tumefacto y cubierto de laceraciones; los ojos, dilatados, aparecen vidriosos y
turbios…9
9
DOSTOYEVSKI, El idiota, 607-608.
10
T. SPIDLIK – M. RUPNIK, Teología de la evangelización desde la belleza, (Madrid, 2013) 520
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sea capaz de salvar. La belleza salva únicamente porque es la visibilización del bien y
de la verdad, es la cualidad expresiva del amor.
Podemos decir que toda la belleza que se nos presenta en El Idiota es una
belleza a la que le falta bien y a la que le falta verdad. Las heridas de los personajes
femeninos justifican esta falta de bien y de verdad que les caracterizan, pero de hecho
es así. Ni en Nastasia ni en Aglaya encontramos unida a su belleza externa una
integridad interior que se corresponda y el Príncipe es incapaz de reconocer esto. No
tiene capacidad de discernimiento para trascender la impresión de la belleza exterior y
actuar en consecuencia.
9
que tiene Myshkin es un barniz de creyente. No es un cristiano ortodoxo convencido,
sino un patriota, que ve la religión como un factor de identidad nacional. Ciertamente
sus cualidades personales le acompañan, su inocencia es patente, pero no tiene fe, ni
en Dios, ni en Cristo.
—¡Eso es, eso es! —exclamó Myshkin—. ¡Admirable concepto! ¡Al enojo de
nuestras costumbres! No a la sociedad, que en eso se engaña usted, sino a la sed de
saciarse, una sed febril. Cuando los nuestros llegan a lo que creen un descubrimiento
moral, experimentan tal alegría que alcanzan los límites más extremos de todo. La
conducta de Pavlitchev les sorprende; pero no es sólo a ustedes: a Europa sorprende,
en casos semejantes, el temperamento extremista de los rusos. Si un ruso se convierte
al catolicismo, es católico entusiasta; si al ateísmo, quiere impedir a viva fuerza la
creencia en Dios. ¿Por qué este súbito frenesí de los rusos? ¿No lo saben ustedes?
Porque en esos casos encuentran la patria moral que no hallaban aquí, avistan la
costa, la tierra de promisión, y entonces se postran y besan al suelo. No son meros
sentimientos de vanidad los que impelen a los fanáticos rusos, sino también un
sufrimiento moral, una sed espiritual, el doloroso anhelo de un objeto elevado, de un
suelo firme en el que posar sus pies, el mal del país en que no han cesado de creer
porque no lo han conocido jamás. A un ruso le es más fácil convertirse en ateo que a
cualquier otro habitante del globo. Y no es que los nuestros se tornen ateos, no: es que
creen en el ateísmo como en otra religión nueva, sin advertir siquiera que eso es creer
en la nada. ¡Sentimos tal sed espiritual! «Quien no siente su tierra bajo sus pies, deja
de sentir a Dios», me decía una vez un antiguo creyente, un mercader al que encontré
en un viaje. En realidad, no se expresó de este modo, sino que dijo: «El que renuncia a
su tierra natal, renuncia también a su Dios». ¡Cuándo se piensa que entre nosotros hay
hombres muy instruidos que ingresan en la secta de los flagelantes! Aunque, ¿acaso
esa secta rusa es peor que el nihilismo o el ateísmo? ¡Tal vez sea más profunda que
esas otras doctrinas! ¡Hasta ahí llega nuestra necesidad de una creencia! Pero
descubrid a los sedientos compañeros de Colón la costa del nuevo mundo, descubrid al
hombre ruso el «mundo» ruso, hacedle encontrar ese tesoro oculto en las entrañas del
suelo, mostradle en el porvenir la renovación de la humanidad, y acaso su resurrección
merced al pensamiento ruso, al Dios y al Cristo rusos, y veréis qué coloso fuerte y justo,
dulce y prudente, se yergue ante el mundo asombrado y asustado… Asustado, sí,
porque ellos no esperan de nosotros más que la fuerza y la violencia. Así sucede hoy, y
sucederá más aún en el porvenir… Y…12
12
Ibid., 333.
10
La belleza que salva es más enigmática de lo que Myshkin cree. La belleza que
salva al mundo es la belleza del amor que está oculta en el cuadro de Holbein. La
belleza de una entrega hasta el final. La belleza que salvará al mundo no es estética
sino agápica. Y esto no puede descubrirlo sin más nuestro protagonista, porque
requiere de la fe en la resurrección. Requiere una fe capaz de ir más allá de la muerte,
una fe capaz de descubrir los frutos de esa entrega, de hacerse con ellos, de gustarlos
hasta el fondo y vivirlos en consecuencia.
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SPIDLIK – RUPNIK, Teología de la evangelización desde la belleza,523
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6. Conclusión
La belleza salvará al mundo, la belleza de una vida entregada, la belleza de
Cristo, el más bellos de los hombres, llevando a cabo la obra más bella, la de la
redención, la de la reconciliación del cielo y la tierra, que hace traspasar la muerte a
quien se incorpora a ella.
El príncipe está atrapado por una belleza que no le salva, que le deja atrapado
en sí mismo, con la que no es capaz de manejarse. Que le supera y le controla, pero no
le lleva a buen puerto. La belleza de Nastasia Filippovna, le mueve a una compasión
estéril, que le atrapa y no le permite decidir. La belleza de Aglaya Ivanovna le subyuga,
le hace concebir ilusiones, pero luego es incapaz de actuar en consecuencia. La belleza
del ideal del hidalgo pobre, le propone una identidad de la que no se hace cargo y con
la que fracasa. La belleza del patriotismo, la idea de la superioridad del alma rusa le
pone en contra del catolicismo romano, le confina a la posesión de un Cristo hecho a
su medida.
Myshkin intuye que la belleza salvará al mundo, pero no conoce esa belleza.
Sabe que algo de la belleza que conoce es resplandor de otra belleza salvífica, pero es
incapaz de discernirla. Era demasiado complicado, para este pobre hombre ruso, de
inocencia adámica pero sin fe verdadera, distinguir la belleza de Cristo crucificado.
14
DOSTOYEVSKI, El idiota, 333
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