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Mensaje A La Iglesia de Efeso

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MENSAJE A LA IGLESIA DE EFESO

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Apocalipsis 2:1-7

Mi nombre es Juan. Estoy maravillado de que a mi edad y cuando creía que


ya todo había acabado para mí, Jesús, me dé una nueva misión. La misión de
recibir y remitir una última revelación para su Iglesia que la consuele y le de
esperanza. No deja de estremecerme cuando recuerdo su mano sobre mi
hombro. Su mano me dio nuevas fuerzas y me dio consuelo en el exilio.
Quiero contarles a continuación el mensaje a la Iglesia de Éfeso no sin antes
decirles algo de la ciudad.

Éfeso era la ciudad principal de la provincia romana de Asia. Metrópoli, la


puerta de Asia, la carretera hacia Roma, era una ciudad libre, tenía gobierno
propio. Religiosamente, Éfeso era el centro del culto de Diana. Su templo era
una de las siete maravillas del mundo antiguo. Era llamada la luz de Asia, sin
embargo, era una ciudad que vivía en oscuridad.

Comienza el Señor a dictarme la carta: El Señor deja claro al principio que él


es el que sostiene a los pastores y a las Iglesias al referirse a las siete estrellas
y los siete candeleros de oro. Cuando escribía esto, me sentí reconfortado
nuevamente. Sabía lo que estas palabras significarían para el pueblo
perseguido. No había razón para temer luego de escuchar semejante
afirmación, atraves de la historia su diestra había protegido al pueblo de
Israel y ahora lo estaba haciendo con nosotros.

Continua el Señor: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que


no puedes soportar a los malos, y has probado a los que dicen ser apóstoles,
y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia
y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado.

La Iglesia de Éfeso era dedicada a la obra. Trabajaba hasta el cansancio, no


escatimaba esfuerzos para llevarla a cabo, era paciente y valiente. No le
importaban las consecuencias, ni la persecución, la resistió sin cansarse, la
sufrió por su fidelidad a su Señor. Además de la persecución tuvo que
enfrentar a los herejes. Abundaban los falsos maestros que llegaban a las
iglesias con la pretensión de tener mayor autoridad que el pastor y los
ancianos. Pero la Iglesia de Éfeso, aborrecía lo falso. No era para menos. Allí
había estado Pablo, Priscila y Aquila, Timoteo y este servidor. Siempre
estuvimos dispuestos a sacrificar la vida por Cristo y no a sacrificar la vida por
nuestro bienestar. Siempre luchamos contra los herejes en vez de aceptar sus
enseñanzas por conveniencia.

El Señor le había dicho “Yo estoy en medio de ti” y se lo bueno que estás
haciendo y también lo que has dejado de hacer. Hay algo que no encaja, algo
anda mal, les dice el Señor. “Han perdido su primer amor”. Pero, ¿Cómo es
eso de perder el primer amor? ¿Sera que la Iglesia de Éfeso se concentró
tanto en atacar las herejías que se olvidó que Jesús era el centro de su vida y
misión? Hace varios años que no estoy con ellos y es posible que el celo por
defender la sana doctrina pudo haber desarrollado en ellos un espíritu duro y
crítico que termino por opacar el amor en la Iglesia. Claro, ahora me acuerdo.
Me vieron a mi reaccionar la vez que me encontré con Cerinto el hereje en
un baño público. Yo mismo inculque eso en ellos. Es que hay que defender la
doctrina sin dejar de lado al Señor de la doctrina. No podemos permitir que la
fama alcanzada por pelear contra los herejes nos convierta una vasija rota
que no retiene agua como le dijera Jeremías a Israel.

Había que hacer algo frente a esta situación: Recuerda, por tanto, de donde
has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto
a ti, y quitare su candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.

Me preguntaba entonces: ¿De donde había caído la Iglesia? ¿Cuáles eran las
primeras obras que el Señor estaba reclamando? ¿Que era tan grave como
para decir que si no ocurría la iglesia desaparecería?

La Iglesia había caído de: Su relación con Dios, de su dependencia de Dios.


Había confiado en su gran conocimiento y había descuidado a Jesús como el
eje de su vida y practica cristianas.

Y es que hablar de caída era muy común en el lenguaje de la Iglesia:

- Caín perdió su paz y el lugar de su residencia.


- Giezi perdió su salud. -
- Saúl perdió el reino, el Espíritu de Dios y la vida.
- David perdió su relación con Dios, su frescura espiritual y el gozo.
(Salmo 51)
- Sansón perdió la vista, las fuerzas, la vida.
Todo por perder la perspectiva.

El problema no es caer sino levantarse. El problema es que Cristo deje de ser


el centro y yo me convierta en el centro.

Si no se arrepienten van a desaparecer como Iglesia. No pueden permanecer


sin mí. Es la consecuencia de dejar a Jesús de lado. Poco a poco el candelero
se iría apagando. “El que tiene oídos para oír oiga”. No tiren por la borda lo
que les he dicho y presten atención a los que les voy a decir ahora:

“Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio
del paraíso de Dios”.

¿Qué quiso decir Jesús con: “Al que venciere”?

Yo ya vencí, ahora les toca a ustedes. Son los siguientes en la lista de los
vencedores. Yo, "el Cordero que ha vencido les digo: Luchen fielmente que
yo les sostendré en mi mano. Venzan por la sangre del cordero y por la
palabra del testimonio menospreciando sus vidas hasta la muerte. La
verdadera victoria es “Morir para vencer” y venceremos solo si somos fieles a
la manera del Cordero.

Es morir para ganar la eternidad y no vivir para perder la eternidad.

Vencer para lograr cosas temporales no es la idea. Vencer para alcanzar la


promesa es la meta.

¿Cuál es el árbol de la vida que Jesús promete a los vencedores?: El árbol de


la vida que está en medio del huerto. (Génesis 2:9).

Cristo, el segundo Adán, ha restablecido el orden primigenio de la creación y,


si somos fieles, nos invita a comer del árbol de la vida, antes prohibido.
Viviremos en un paraíso que será el refugio de los redimidos. Nuestro sufrir y
morir con Cristo convertirá a la cruz en árbol de vida. Esta es la primera
promesa en darse y la última en cumplirse (Apocalipsis 22.2). “En medio de la
calle de la ciudad, y a uno y otro lado del rio, estaba el árbol de la vida, que
produce doce frutos, dando a cada mes su fruto y las hojas de los arboles
eran para la sanidad de las naciones.

La carta plantea a los efesios una opción radical: seguir como están y perder
su candelabro, o arrepentirse, ser fiel hasta la muerte, y ganar el árbol de la
vida en el paraíso.

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