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Las "Pequeñas" Virtudes

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LAS "PEQUEÑAS" VIRTUDES

LAS "PEQUEÑAS"
VIRTUDES

LAS "PEQUEÑAS" VIRTUDES:

ÚNICO MEDIO DE ESTABLECER Y

FOMENTAR LA UNIÓN Y EL ORDEN EN


LAS COMUNIDADES

(Del libro "Consejos, Instrucciones,


Sentencias", del Hno. Juan Bautista
Furet)

A cargo del Hno. José Diez Villacorta

El Hermano Lorenzo fue un día a ver al


Padre Champagnat y, con su
acostumbrada

sencillez, le dijo:

-Padre, vengo a manifestarle algo que


me da mucha pena.

-Bienvenido, Hermano Lorenzo. Diga,


dígame pronta y francamente el motivo
de

su pena.

-En la casa a la que me destinó hace


pocos días, somos seis Hermanos. Si
no me

equivoco, creo poder afirmar que


observamos la Regla en todos sus
puntos. Los

Hermanos, en mi opinión, son todos


hombres virtuosos, que trabajan con
celo en

su santificación y salvación. Me parece


que todos buscamos el bien y nos

afanamos por conseguirlo. No obstante,


la unión entre nosotros no es perfecta.

Esa unión es aún más floja en la


comunidad de...1, que son nuestros
vecinos

más próximos y a los que vamos a


visitar de vez en cuando. Y eso que son
tres

Hermanos de más reciedumbre


cristiana y fervor religioso que nosotros.
Pues

bien, con frecuencia me pregunto: ¿Cuál


puede ser la causa de los leves roces

que hay entre nosotros? ¿Por qué no es


perfecta la unión entre hermanos tan

observantes y que tanto se afanan por


su adelanto espiritual? ¿Cómo es
posible

que la caridad perfecta, la unión de los


corazones y la conformidad de

sentimientos dejen que desear entre


nuestros Hermanos vecinos, que son,
así y

todo, hombres de virtud sólida? Ése es


el motivo de mi pena, Padre. Tenga la

bondad de darme una explicación del


porqué de tantas desavenencias
domésticas

y señalarme sus remedios.

-Querido Hermano, tiene razón al decir


que los hermanos con los que está

viviendo y los de la comunidad vecina


son virtuosos: lo son de veras y le

confieso con sumo agrado que los


tengo por buenos religiosos. ¿A qué se
debe

que no haya unión perfecta entre todos


ellos? Podría limitarme a decirle que

en todas partes se cuecen habas y que


hasta los hombres más virtuosos tienen

defectos y están expuestos a cometer


faltas, ya que el justo -dice la Sagrada

Escritura- cae siete veces al día2. Pero


me parece mejor tratar seriamente el

problema y explicarle bien mi parecer


sobre este punto.

Se puede ser sólidamente virtuoso y


tener mal carácter. Pero ocurre que,
para

alterar la unión de una comunidad y


hacer sufrir a todos sus miembros,
basta

el mal talante de un solo Hermano.


Puede uno ser regular, piadoso y tener
afán

de santificación; puede uno, en una


palabra, amar a Dios y al prójimo sin

tener la perfección de la caridad, a


saber, las "pequeñas" virtudes, que son

como los frutos, el adorno y corona de


la caridad. Pues bien, sin la práctica

diaria, habitual, de las "pequeñas"


virtudes, no se da la unión perfecta en

las comunidades. El descuido o la


carencia de las virtudes pequeñas: ésa
es la

causa principal, y tal vez la única, de las


disensiones, división y discordia

entre los hombres.

-Dispense, Padre, pero no acabo de


captar… ¿qué entiende por "pequeñas"
virtudes?

¿Tendría la bondad de explicármelo?

-Aunque es un poco larga la


enumeración y definición de dichas
virtudes, se la

voy a dar 3. Son virtudes pequeñas o


escondidas:

1. La indulgencia o facilidad para


excusar las faltas ajenas, reducirlas a

menos e incluso perdonarlas, aunque


no pueda uno permitirse semejante

indulgencia consigo mismo. San


Bernardo nos ofrece un ejemplo
maravilloso de

ese espíritu de indulgencia. «Hermanos


-decía a sus monjes-, podéis tratarme

como os parezca, me he propuesto


amaros siempre, aunque no me améis
vosotros.

Seguiré afecto a vosotros, aun a vuestro


pesar. Si me lanzáis insultos, los

aguantaré pacientemente; agacharé la


cabeza ante los denuestos; venceré

vuestros rudos modales con nuevos


beneficios; iré al encuentro de quienes

rechacen mis atenciones; haré bien a


los ingratos; honraré a los que me

desprecien, ya que somos todos


miembros del mismo cuerpo»4.

2. La disimulación caritativa, que no se


da por enterada de los defectos,

yerros, faltas o despropósitos del


prójimo, y todo lo aguanta sin protestar
ni

quejarse: “Revestíos de entrañas de


compasión... sufriéndoos y
perdonándoos

mutuamente” (Col 3, 1 2-1 3). “Os


conjuro que andéis con paciencia,
soportándoos

unos a otros con caridad” (Ef 4, 1-2),


exhorta san Pablo. ¿Por qué no dice el

Apóstol: reprended, corregid, castigad,


sino soportad? Porque, generalmente,

no tenemos encargo de corregir, oficio


propio de los Superiores; nuestro deber

es solamente soportar. Porque, incluso


si nos reprenden, hemos de aguantar,

pues hay defectos que sólo se curan


con el ejercicio de la paciencia y de la

tolerancia. Los hay, además, que aun en


las almas virtuosas no se corrigen a

pesar de todos los esfuerzos, y que


Dios deja para que se ejerciten en la

virtud el que los tiene y los que han de


vivir con él.

3. La compasión, que comparte las


penas de los que sufren para
suavizárselas,

llora con los que lloran, participa en las


dificultades de todos y se afana

por aliviarlas, o carga personalmente


con ellas.

4. La alegría santa, que toma también


para sí los gozos ajenos con el fin de

acrecentarlos y proporcionar a sus


colegas todos los consuelos y dicha de
la

virtud y de la vida de comunidad. San


Pablo nos ofrece un admirable ejemplo
de

la caridad que adopta todas las formas


para ser útil al prójimo: “Me hice flaco

con los flacos, por ganar a los flacos.


Me hice todo para todos, por salvar a

todos” (1 Co 9, 22). “¿Quién enferma,


que no enferme yo con él? ¿quién se

escandaliza, que yo no me requeme?” (2


Co 11 , 29).

San Cipriano, que seguía fielmente las


huellas del Apóstol, decía a su grey:

«Hermanos míos, comparto todos


vuestros dolores y todas vuestras
alegrías;

estoy enfermo con los enfermos, el


amor que os profeso me hace sentir
todas

vuestras aflicciones y todas vuestras


alegrías» 5.

5. La tolerancia, que no impone nunca,


sin graves motivos, las propias

opiniones a nadie, sino que admite


fácilmente lo que haya de bueno y
juicioso

en las ideas de un Hermano, y aplaude


sin dentera sus aciertos y pareceres,

con miras a salvar la unión y la caridad


fraterna. “Huye de contiendas de

palabras” (2 Tm 2, 14), manda san


Pablo. Hay quien replicará: Mi actitud
está

justificada, no puedo tolerar las


necedades o tonterías de los
Hermanos. Oíd

lo que contesta Belarmino: «Una onza


de caridad vale más que cien libras de

razón»6. Manifestad vuestra opinión con


miras a fomentar el diálogo, pero

luego dejad que la rebatan sin


defenderla: es preferible ceder y
transigir con

lo que digan los demás. San Eloy decía


que, en esa clase de lides, el vencedor

es el que cede, porque supera a los


otros en virtud7. San Efrén aseguraba
que

siempre había cedido en las


discusiones, con el fin de mantener la
paz general8, y san José de Calasanz
agregaba: «Quien desee la paz, no
contradiga a nadie» 9. Todo esto desde
que no sea pecaminosa o gravemente
escandalosa la actitud a reprender.

6. La solicitud caritativa, que se


adelanta a las necesidades del prójimo
para

ahorrarle la pena de sentirlas y la


humillación que supone tener que pedir

ayuda. Es la bondad de corazón,


incapaz de negar nada, que está
siempre al

acecho para prestar servicio, complacer


y obsequiar a todos. San Hugo, obispo

de Grenoble, se retiraba de vez en


cuando a la Cartuja Mayor para vivir,
bajo

la guía de san Bruno, como un religioso


más. En cierta ocasión le tocó ser

compañero de un monje llamado


Guillermo. (En cada celda o habitación
vivían

entonces dos cartujos). Pues bien, fray


Guillermo se quejó amargamente del

obispo ante san Bruno. ¿Sabéis cuál fue


su queja? Que, con gran pesar suyo, el

santo obispo realizaba las faenas más


humildes y penosas, y se portaba no
como

compañero, sino como criado,


prestándole los servicios más bajos.
Rogó, pues,

instantemente a san Bruno que


moderara aquella humildad y solicitud
del santo

obispo y diera orden de que las labores


humildes de la celda fuesen

compartidas igualmente por los dos. A


su vez, san Hugo suplicaba también con

insistencia a san Bruno que le


permitiera satisfacer su devoción y
entregarse

con solicitud al servicio de su


hermano10. Tales son las contiendas de
los

santos. ¡Cuán adecuadas para fomentar


la paz!

7. La afabilidad, que atiende a los


importunos sin manifestar la menor

impaciencia y está siempre lista para


correr en ayuda de los que reclaman su

auxilio; que instruye a los ignorantes sin


aparentar cansancio ni fastidio.

San Vicente de Paúl nos ofrece un


maravilloso ejemplo de esta virtud. Se
lo

vio interrumpir el diálogo que mantenía


con personas de condición noble, para

repetir cinco veces el mismo encargo a


alguien que no acababa de entenderlo, y

decírselo la última vez con la misma


serenidad que la primera. Se lo vio

escuchar, sin el menor asomo de


impaciencia, a personas humildes que
hablaban

torpe y prolongadamente; se lo vio,


abrumado de negocios como solía
estar,

permitir que, treinta veces en un día, le


interrumpieran personas escrupulosas

que no hacían sino repetirle


machaconamente las mismas cosas
con términos

diferentes; escucharlas hasta el final


con admirable paciencia, escribirles a

veces de su puño y letra lo que les había


dicho, y explicárselo con más

detención cuando no acababan de


entenderlo; finalmente, interrumpir el
rezo

del oficio y el sueño para prestar


servicio al prójimo11.

8. La urbanidad y decoro. Es la
inclinación a anticiparse a todos en

testimoniar respeto, miramientos y


deferencias, y a ceder siempre el primer

puesto para honrar a los demás.


"Anticipaos unos a otros en las señales
de honor y deferencia" (Rm 12, 10),
aconseja san Pablo. Tributadas con
sinceridad, tales deferencias fomentan
el amor mutuo, igual que el aceite sirve
de pábulo para la llama de la lámpara:
sin esos miramientos se apagan la
unión y la caridad fraterna.

A todo el mundo le gusta verse honrado,


y ello se debe a un sentimiento

recóndito que nos hace sentir mucho el


desprecio y nos vuelve pundonorosos:
de

ahí que le agrade a uno verse tratado


con respeto y se crea obligado a pagar

con idéntica moneda. «Ama -dice san


Juan Crisóstomo- y se te amará; alaba a

los demás, y ellos te alabarán;


respétalos, y te respetarán;
condesciende con

ellos, y tendrán para contigo toda clase


de miramientos» 12.

No maltrates a nadie, no faltes a nadie;


guárdate de despreciar a uno solo de

tus hermanos, o manifestarle rudeza


porque tiene defectos. ¿Te mofas de tu

mano o tu pie cuando tienen úlceras,


malformaciones o magulladuras? ¿No
los

cuidas, por el contrario, con más


solicitud? ¿No los tratas con más
delicadeza

que cuando estaban sanos? 13.

9. La condescendencia, que satisface


sin dificultad los deseos del prójimo, no

teme rebajarse por complacer a los


inferiores, atiende con gusto sus
razones,

aunque alguna vez carezcan de


fundamento.

«Tener condescendencia -dice san


Francisco de Sales- es doblegarse al

beneplácito de todos en cuanto no vaya


contra la voluntad divina o la recta

razón; ser susceptible, cual bola de cera


blanda, de recibir todas las formas,

con tal de que sean buenas, y no buscar


los propios intereses sino los del

prójimo y la gloria de Dios. La


condescendencia es hija de la caridad,
pero

hay que evitar el confundirla con cierta


debilidad de carácter que impide

corregir las faltas ajenas cuando hay


obligación de hacerlo: no se trata, en

tal caso, de un acto de virtud, sino al


revés, de participación en las faltas

del prójimo». La condescendencia con


el talante ajeno y el soportar al prójimo

eran las virtudes predilectas de san


Francisco de Sales. No cesaba de

aconsejarlas a los que se ponían bajo


su guía. Decía con frecuencia que es

mucho más fácil amoldarse uno a los


deseos de los demás, que pretender

doblegar todo el mundo al propio humor


y a las opiniones personales. No se

podía dar con persona más


complaciente y mansa que él, pero
tampoco más hábil

y animosa para corregir y reprender 14.

10. La abnegación y entrega en favor


del bien común, que inclina a preferir

los intereses de la comunidad e incluso


los de cada uno de sus miembros a los

propios, y a sacrificarse por el bien de


los Hermanos y la prosperidad de la

Congregación.

11. La paciencia, que se calla, aguanta,


sigue aguantando, y no se cansa nunca

de hacer favores aun a los ingratos.

San Euquerio, abad, era tan paciente,


que Ilevaba esa virtud hasta el extremo

de dar las gracias a los que le hacían


sufrir 15.

El hombre colérico se parece al enfermo


de calentura, y el hombre paciente al

médico que mitiga los accesos de


fiebre y devuelve la dicha y la paz a los
que

la han perdido por la ira.

Guardaos de la impaciencia y alteración


ante los defectos ajenos. «Si vieras a

uno que se arroja al río -dice san


Buenaventura-, ¿darías pruebas de
prudencia

arrojándote también, sólo porque él se


haya arrojado?»16. Tolerad, pues, con

paciencia las imperfecciones, defectos


y molestias del prójimo: no hay mejor

remedio para tener paz y fomentar la


unión con todos.

12. La ecuanimidad y buen talante, que

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