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Efraín Trelles Arestegui. Lucas Martínez Vegazo Funcionamiento de Una Encomienda PDF

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EFRAIN TRELLES ARESTEGUI

Lucas Martínez Vegazo:


Funcionam iento de una Encom ienda

Peruana Inicial

Segunda edición
corregida y aumentada

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DEL PERU


FONDO EDITORIAL 1991
© Pontificia Universidad Católica del Perú
DERECHOS RESERVADOS
FONDO EDITORIAL 1991
Segunda Edición corregida y aumentada
A mis padres

y hermanos

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CONTENIDO

INTRODUCCION 13

CAPITULO I El Conquistador.............................. 17

CAPITULO II El Encomendero Próspero ............. 37

CAPITULO m El R ebelde........................................ 61

CAPITULO IV La Encomienda Perdida.................. 87

CAPITULO V El Encomendero Rehabilitado....... 107

CAPITULO VI Los Ultimos A ños............................. 117

CAPITULO VII La Encomienda y su Organización 143

CAPITULO VIII El Tributo y su Utilización............ 183

CAPITULO IX .— El Dinero y la Plata . 225

CONCLUSIONES ............................................ 267

APENDICE......................................................... 273

BIBLIOGRAFIA .............................................. 309

DOCUMENTOS MANUSCRITOS ............... 317

INDICE DE ABREVIATURAS CITADAS 319


UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE
SAN MARCOS
Biblioteca de Ciencias Sociales
AD VERTENCIA

Q uiero hacer público m i agradecim iento al personal a d ­


m inistrativo y directivo del Archivo D epartam ental de
A requipa, el Archivo M unicipal de A requipa, el Archivo
G eneral de la Nación, la sección M anuscritos d e la Bi­
blioteca Nacional de Lima y la H em eroteca de la U niver­
sidad Católica del Perú. Sin la labor de ellos y d e sus
predecesores, el trabajo del historiador se quedaría en
quim era.

E. T.
INTRODUCCION

El trabajo que presentamos quiere contribuir a la comprensión de una


época fundamental en la constitución de la sociedad colonial peruana: el pe­
riodo que media entre Francisco Pizarro y Francisco de Toledo, entre la Con­
quista y el asentamiento de un Estado colonial estable. Las aproximaciones
modernas al tema han preparado un camino que es preciso continuar, toman­
do como punto de partida lo mejor de cada una de ellas, para poder penetrar
las interioridades profundas del drama que tuvo al Perú por escenario, por
actor y — aquí radica la verdadera dificultad----por proyecto.
Necesitados de un hilo conductor que permita unir ambos extremos del
arco temporal estudiado (1532-1567) y que sea, simultáneamente, expresión
cabal de las tensiones centrales de aquella época, hemos optado por estudiar
una encomienda esa primera institucionalización de la Conquista y con­
tinuación visible del contacto compulsivo entre indígenas y españoles— y un
encomendero: expresión fiel de las primeras manifestaciones de dominación
en el Perú acuñado por la conquista e invasión. Se dirá que al hacerlo esta­
mos optando por una historia de las clases dominantes, pero una historia de
la dominación lo es también — aunque la exasperante limitación de las fuen­
tes obligue a contentarse con el reflejo historia de los dominados.
La Conquista y la encomienda han sido objeto de varios estudios que
— como podrá comprobarse al leer el libro— han servido de apoyo a nuestro
trabajo. Pero al consultarlos, hemos experimentado — tras el inicial senti­
miento de gratitud de quien encuentra en el trabajo de otra persona apoyo
para la búsqueda propia dos tipos de insatisfacción que dicen más de la
14

intensidad de nuestras demandas, que de la limitación de aquellos estudios.


En primer término, el poco análisis de la vinculación orgánica entre ambos
temas, como si la Conquista terminara donde la encomienda empieza. En se­
gundo lugar un-ehfoque de la Conquista solamente como un hecho bélico y
una presentación de la encomienda bastante más incompleta y lastimada por
un enclaustramiento en el marco puramente institucional.
Dos preguntas han guiado nuestra investigación. ¿Qué ocurre con el
conquistador, una vez acabada la gesta? ¿Cómo se relacionan el encomendero
y sus curacas, una vez promulgada la cédula de encomienda? Fue preciso ha­
cer más de un acto de fe y convocar repetidas veces la imagen desgarrada de
los dibujos de Guarnan Poma, para paliar la falta de respuestas. Todavía se­
guimos prefiriendo los dibujos del cronista indígena, pero ya no son tan ur­
gentes los actos de fe: algo podemos decir sobre la acción de un encomendero
y el funcionamiento de una encomienda.
Fue preciso ir más allá de las fuentes impresas y de las manuscritas
que sirvieron de base a los estudiosos que se ocuparon previamente de los te­
mas que nos inquietaban. El testimonio de los notarios — por quienes senti­
mos verdadera devoción, sugerida por los trabajos de james Lockhart— fue el
primer y principal auxilio en esta empresa. En esos viejos protocolos, algunos
de los cuales conservan todavía los colores y olores de entonces, se encuentra
aquella serie de testimonios casi olvidados, que nos propusimos recomponer.
Ellos contribuyeron a tejer la trama inicial, la red protectora de nuestra bús­
queda. Después ya fue posible encontrar significado a los expedientes judicia­
les de la época, redescubrir la juventud de las crónicas, la sobrecogedora pun-
tillosidad de las visitas y nutrirnos, finalmente, de aquellas obras que des­
pertaron nuestro recelo inicial, punto de partida de nuestra investigación.
Conocimos a Lucas Martínez y a los indígenas de Tarapacá, Arica, lio,
Carumas y Arequipa hace ya cierto tiempo. Por entonces buscábamos una
respuesta pronta y terminante al estudio "concreto, real y total" del funcio­
namiento económico de la encomienda en el Perú. El dictado de la realidad
impuso sus propias reglas de juego: fue necesario postergar la preocupación
por e l aspecto económico de la encomienda — esta vez de la encomienda de
Lucas Martínez,-— vencer prejuicios incubados en los años de universitario y
emprender la reconstrucción de Martínez Vegazo y sus circunstancias. Nada
tan importante como aquel momento de resignación en el que decidimos em­
prender ese camino: sin darnos cuenta teníamos por delante el hilo conductor
que veníamos reclamando. Después fue mucho más fácil retomar la preocupa­
ción inicial y arribar a ciertas conclusiones: la Conquista fue también una
empresa económica — como bien ha demostrado Guillermo Lohmann Villena
en su estudio sobre los Espinoza—, las guerras civiles representaron dispu­
tas por la fuerza de trabajo indígena y su riqueza, la encomienda no supuso
homogeneidad geográfica, su implantación estuvo sujeta a constantes varia­
ciones, la producción de la encomienda se orientó hacia el exterior de ella, la
renta de la encomienda sirvió muchas veces solamente como apoyo a las de­
más empresas del encomendero... y otras que se verán en las páginas que si­
guen.
No hubiera podido avanzar más allá de los esbozos iniciales sin la múl­
tiple y de veras importante ayuda de maestros y amigos. Franklin Pease
alentó y secundó mis proyectos desde el aula hasta el día de hoy. La biografía
de Lucas Martínez y el ordenamiento general del material habrían sido abso­
lutamente inimaginables sin el oportuno y claro apoyo de José Antonio del
Busto. Cada vez que me sentí confundido tuve la suerte de encontrar en M a­
ría Rostworowski de Diez Canseco estímulo para las dudas e inseguridades. ■
A Guillermo Cock, José Luis Rénique, María Emma Mannarelli de Rénique
y José Deustua — amigos míos— debo compañía y aliento.
Sin la ayuda y el consejo del doctor Juan Manuel Yori, las cosas ha­
brían sido más difíciles.
15

Villena
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supuso
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las de­
que si-

la múl-
1 Pease
’-ografía
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as ha-
CAPITULO I

■as :
EL C O N Q U I S T A D O R
■fu

Jesucristo Dios y hom bre verdadero sea conm igo y me dé


gracia pa que acierte lo que hago como conviene a su ser­
vicio y a la salvación de m i ánim a. Y para ello quiero p o ­
ner, p o r m em oria, lo que yo Lucas M artínez Vegazo e abi-
do en la conquista y descubrim iento de estos reynos de
N ueva Castilla y N ueva Toledo, que llam an Pirú, desde
que en ellos entré de ed a d de diez y nueue años que vine
de JEspaña el año de mili e quinientos y treynta, en com ­
pañía del M arqués don Francisco Pizarro, quando su m a­
gostad le hizo m erced de la gobernación de estos reynos; y
an duve con él desde que salim os en tierra en la bahía de
San M ateo, hasta que se acabó de conquistar esta tierra y
se pobló la zib d ad del Cuzco, d o n d e quedé p o r vezino
quatro años, poco m ás o m enos, y de allí m e m udé... (Lu­
cas M artínez Vegazo, AG I Lima 124)

Lucas M artínez Vegazo nació en la ciudad d e Trujillo de Extre­


m adura, m uy probablem ente entre 1511 y 1512, fue hijo legítim o de
Francisco M artínez Vegazo y de Francisca de Valencia L Desconoce­

1) Los datos sobre su s p ad res figuran en el testam ento que dejó, AGI Lima 124, así
como en las reseñas biográficas que de 61 hicieron Santiago M artínez, eventual
descendiente suyo, y Róm ulo Cúneo Vidal. En Gobernadores de Arequipa colonial
1539-1825 (en adelante M artínez 1930) y en Fundadores de Arequipa (en adelante
M artínez 1936), S antiago M artínez publica, sin m ayor alteración, una m ism a re­
seña biográfica d e n u estro personaje. Semejante duplicid ad registra el caso de la
reseña biográfica hecha p or C úneo Vidal quien la publicó en La Villa de San Mar-
18

m os aspectos particulares de su infancia y adolescencia; solam ente


podem os concluir que de niño aprendió a leer y escribir, m ientras en
ultram ar Balboa descubría el M ar del Sur y llegaba a sus oídos que
extrem eños como él descubrían enorm es reinos de nom bres exóticos
y notables riquezas. Creció en m edio de relatos tan fantásticos como
reales.
Era apenas u n adolescente cuando su ciudad natal debió verse
conm ocionada por la presencia de Francisco Pizarro quien, habiendo
dejado Trujillo casi en el anonim ato, volvía con título de G obernador
del Perú: tierra m uy rica que acababa de descubrir y se p roponía con­
quistar. Varios extrem eños, entre ellos los propios herm anos d e Piza­
rro, estaban dispuestos a seguirlo y em prender la conquista del Perú.
N o era necesario dem asiado estím ulo, por aquellos días, para dejar el
terruño y anim arse a "ir a Indias a valer m á s" 2.

eos de Arica y, sin m ayor variación, en su Diccionario histórico biográfico del Sur del
Perú, correspondientes a los tom os V y VI, respectivam ente, de sus recientem en­
te editadas Obras completas (en adelante Cúneo V idal 1977) M artínez 1930: 22-
1936:194. C úneo Vidal 1977: V, 74-84; VI, 276-283.
En las crónicas figura indistintam ente como Lucas M artínez Vegazo, Lucas M ar­
tínez o sim plem ente com o Lucas M artín. N osotros usarem os cualquiera de las
prim eras fórm ulas. El apellido M artínez es bastante com ún, del Vegazo no ha
sido posible encontrar información.
El cálculo sobre la ed a d d e Lucas M artínez se ha efectuado teniendo en cuenta,
adem ás de su testam ento, su s p ro p ias declaraciones cuando fue p resen tad o
como testigo en inform aciones d e testigos. En la Revista del Archivo Nacional del
Perú (En adelante RANP) en el volum en I, páginas 511, 516. Tam bién en la 44 del
tom o II de los Documentos para la historia de Arequipa (en adelante Barriga 1940).
Lucas declara su edad, adem ás en docum entos depositados en el A rchivo Gene­
ral de Indias (en adelante AGI) en Patronato 93, N Q7, Ramo 1; P atronato 93, N° 8,
Ramo IV; Patronato 93, N° 11, Ramo 2; P atronato 97, N° 1, Ramo 1; Patronato 105,
N° 1, Ramo 9, Patronato 107, N° 1, Ramo 2;, P atronato 109, NQ1, Ramo 4; P atro n a­
to 113, N° 1, Ram o 8; Justicia 422 y Justicia 1052. Las referencias del AGI las debe­
m os al Dr. José A ntonio del Busto. James Lockhart en The Men of Cajamarca (en
adelante Lockhart 1972) le atribuye a Lucas 19 años en la tom a de Cajam arca, lo
que confirm a n uestro cálculo. Este tam poco p u ed e tom arse literalm ente, p u es
casi todas las referencias de e d ad están seguidas de la fórm ula "poco m ás o m e­
nos" y los propios conquistadores no tenían generalm ente clara m em oria del año
d e su nacim iento. Term inarem os diciendo que la fecha m ás tem prana que hem os
enco n trad o corresponde a 1510 y la m ás tardía a 1515.
2) En la p ág in a 48 y siguientes de La transformación social del conquistador d e José Du-
ra n d (en ad ela n te D urand 1958) se encontrará u n a excelente interpretación del
contexto histórico y social de esta frase, así com o de las m otivaciones que mo-
19

Corría el año d e 1530 cuando Lucas —u n joven de 19 años— se


marchó de España con rum bo a Panam á, prim ero y al Perú después,
bajo las órdenes de Francisco Pizarro. A com ienzos del siguiente año
se encontraba en el segundo tram o de su largo viaje; atrás quedaba
Panam á y por delante prácticam ente toda era tierra por conquistar.
El 20 de enero de 1531 zarpó de Panam á integrando el contin­
gente del tercer viaje de Pizarro. No duró m ucho la navegación, pues
en la bahía de San M ateo se ordenó desem barcar y seguir po r la costa.
A um entaron entonces los inconvenientes por los continuos e inevita­
bles vados, lo dificultoso de la m archa y la hostilidad con que los ha­
bitantes de aquellas regiones recibieron a la hueste. Luego d e tan m a­
los m om entos, Lucas M artínez se contó entre los que llegaron a Coa-
que. Allí fue posible recuperar fuerzas, curar heridas y hacerse d e un
botín, con el cual se atrajo a m ás gente desde Panam á y se p u d o efec­
tuar el prim er reparto entre quienes habían llegado hasta aquel lu­
g a r 3.
La posición d e Lucas M artínez dentro d e la hueste indiana era
todavía bastante inferior. Com o sim ple hom bre d e a pie estaba ex­
puesto a las m ayores dificultades y recibía una paga inversam ente
proporcional, cuando de repartir oro y plata se trataba. Su condición
de trujillano podía significar cuando m enos un apoyo, en una expedi­
ción cuyo com ando estaba controlado por sus paisanos, pero distaba
m ucho todavía Lucas de captar la atención de algúncronista de la ex­
pedición. Solam ente sus cam aradas recordarían —años desp u és—

vieron a los prim eros españoles que pasaron a Indias. Ruggicro Romano, en la
prim era parte de su libro Los conquistadores (en adelante Rom ano 1978), ofrece
un a certera síntesis sobre las m otivaciones d e los conquistadores y las caracterís­
ticas generales d e su em presa. Es posible que en la decisión de Lucas M artínez
haya influido alguna relación especial con los Pizarro. N o nos consta q u e ella
existiera ya en este m om ento, pero posteriores rum bos d e su qxistenda perm iten
—cu a n d o m enos— suponerlo. •
En su Pizarro, Raúl Porras Barrenechea anotó la extraña ausencia de datos en los
libros del ayuntam iento trujillano, cuan d o en 1529 Pizarro pasó p o r allí, reclutan­
do gente (Porras 1978 y ss.). En cuanto a las fechas generales d e la expedición así
com o d e la invasión y conquista del P erú nos apoyam os en los trabajos del Dr.
José A ntonio del Busto, especialm ente su reciente Historia general del Perú, Descu­
brimiento y Conquista. (En adelante Del Busto 1978).
3) AGI Lima 124. A Lucas M artínez le correspondieron solam ente 14 pesos de plata
y unos p u ñ ad o s de chaquira, que po d rían valer otros 2 pesos. Semejante canti­
d ad era proporcional a su condición de h om bre d e a pie y personaje, todavía, de
orden secundario.
20

que por ser Lucas uno de los españoles m ás recios que había en Coa-
19 que, iba siem pre a las entradas en busca de comida.
Sin em bargo, Lucas no pasó del todo inadvertido; algo de tinta y
papel habría de corresponderle en Coaque. C uando el testim onio del
s— se
spués, cronista se m uestra esquivo o insuficiente, el del notario resulta el
te año m ejor auxilio para el investigador. Inicial escala de la expedición y es­
cdaba cenario del prim er reparto de oro, Coaque fue el lugar en el que se
tar. asentaron tam bién las prim eras cartas d e venta, poderes y obligacio­
:ontin- nes suscritas po r estos hom bres en su doble em presa: de conquista y
t, pues de comercio. Es gracias a estas escrituras que podem os saber algo
i costa, m ás sobre el joven Lucas M artínez.
nevita- Entre abril y m ayo de 1531, M artínez Vegazo figuró como testi­
los ha- go en un p ar de cartas d e venta de esclavas indias, así como en po d e­
an m a- res y cartas d e cancelación de d e u d a s4. C onviene detenerse breve­
a Coa- m ente en el carácter m arcadam ente m ercantil de éstos y otros docu­
>d e un m entos suscritos en C oaque. H ay que entender que la m ayoría de es­
lo cfec- tos hom bres no eran soldados, en el sentido estricto del térm ino. No
[uel lu- habían recibido form al y regularm ente instrucción m ilitar, ni habían
peleado antes en Europa. Eran en realidad aventureros, hom bres con
vocación d e enriquecim iento que debían em puñar las arm as prim ero,
m a era
para m over el dinero y las m ercancías después5.
iba ex­
im ente
adición 4) En la Biblioteca del C ongreso de los Estados U nidos se encuentran docum entos
íxpedi- de la época que fueron publicados en dos volúm enes y corresponden a la Hark-
ness Collection (en adelante HC 1932 y HC 1936), en los cuales figura la inform a­
iistab a ción que nos interesa.
’ la ex- El 25 d e abril d e 1531, Diego Melgarejo y Alonso de A rellano firm aron una carta
pués^— d e obligación p rom etiendo pagar 35 pesos p o r una esclava india, y Lucas M artí­
nez figuró com o testigo junto con Francisco de Lucena, veedor, y Diego M aldo-
nado (H C 1932: 2-3). El 23 de m ayo, Lucas apareció como testigo, junto a Juan
no, en la
G arcía y Pedro d e Alconchel, en u n a carta de poder q u e otorgara Job Fernández,
i), ofrece
trom petero, en favor de Lorenzo H ern án d ez de Soria, m ercader de P anam á (HC
aracterís-
1932: 4). Ese m ism o día, Jorge Griego otorgó una carta de obligación en favor de
M artínez
B artolom é Ruiz, sobre el pago d e 25 1 /2 pesos p o r u n a esclava y Lucas hizo las
i q u e ella
veces d e testigo (HC 1932:3). Lo m ism o ocurrió el 14 d e junio, cuando Diego y
perm iten
M elchor Palom ino se obligaban a p ag ar 140 pesos a H ern an d o Pizarro, p o r una
esclava de N icaragua (HC 1936: 7).
tos en los 5) Lockhart (1972: 17-26) ha tocado con am plitud este aspecto m ilitar de los con­
reclutan- quistadores, d em o stran d o que ni ellos m ism os se consideraban soldados, en el
dición así sentido estricto del térm ino, y que la alusión a ellos com o a tales corresponde en
as del Dr. realidad a crónicas y testim onios bastante posteriores.
rú, Descu-

is de plata
inte canti-
adavía, de
21

¿En v irtu d de qué atributos era requerido M artínez Vegazo co­


mo testigo? Para responder adecuadam ente habría que tener en consi­
deración que Lucas fue después uno de los hom bres m ás ricos del
Perú. Sin d u d a ya germ inaba bajo el reciente ropaje del soldado el fu­
turo m ercader. Debió tener Lucas los ojos m uy abiertos y estar m etido
en todo m ovim iento de dinero al cual le fuese franqueada la entrada.
Algo más: sabía firm ar y gozaba — esto es im portante— de la confian­
za de quienes no sabiendo leer ni escribir, se veían obligados a asen­
tar docum entos. Q uizá el m ás significativo de éstos sea uno que data
ir
del 25 d e m ayo de aquél 1531. Ese día se otorgó poder a u n m arinero
I para recoger m ercancías de Panam á, N om bre d e Dios y de cualquier
f: otro lugar. La carta fue firm ada solam ente po r Lucas, que actuó como
testigo, pues era el único que sabía e scrib ir6.
Q uien haya leído con atención las notas sobre los docum entos
de C oaque habrá podido apreciar, adem ás, que los nom bres de las
personas en cuyos arreglos daba Lucas testim onio corresponden a
verdaderos personajes d e aquella hueste: el piloto Bartolomé Ruiz, el
propio H ernando Pizarro. Lucas poseía seguram ente m uy poco m ás
que los escasos pesos que recibió en Coaque, pero su condición de le­
trado y sus notables vinculaciones constituían tam bién un capital que
llegado el m om ento sabría utilizar convenientem ente.
Con la llegada de im portantes refuerzos —H ernando de Soto
entre otros— la expedición estuvo en condiciones de rean u d ar la m ar­
cha. M artínez Vegazo y sus com pañeros siguieron cam ino hacia la
Punta de Santa Elena y la isla de la Puná, desde la cual se preparó el
desem barco en Tum bes. Ante el tem or de una celada, Pizarro decidió
em barcarse en la m ism a balsa que Tum balá, el curaca de la isla. Preci­
sam ente fue Lucas M artínez Vegazo quien recibió la orden de encar­
garse de la custodia personal del curaca, m ientras las balsas transpor­
taban el grueso de la hueste. N o todos los españoles desem barcaron
sanos y salvos en Tum bes, pues las precauciones no se habían tom a­
do en vano.
N o conocem os huellas de acciones de Lucas M artínez en Tum ­
bes ni en Poechos, hacia donde se dirigió la hueste com andada por

6) H C 1932: 4. El m arinero se llam aba Juan de Vera y los testigos, adem ás de Lu­
cas, fueron Pedro M ilanés y Ximón Suares. Lockhart (1972: 35) ha establecido
u n a distinción entre quienes sabían firm ar y quienes no leían ni escribían.
22

Pizarro. Tom ada la decisión de enfrentar al Inca, algunos españoles


perm anecieron en la recientem ente fundada San M iguel de Piura. Es­
ta prim era ciudad de españoles en el Perú fue poblada por los m ás vie­
jos y enferm os. Tal no era el caso d e Lucas M artín ez V egazo, q u ien
—siem pre a pie— em pezó a subir la cordillera iniciando u n cam ino
que habría de llevarlo a Cajam arca, prim ero, y al Cuzco después.
N uestro personaje estuvo presente en la m asacre de Cajamarca.
Creem os tener fundam ento para suponer que actuó, bajo las órdenes
del propio Francisco Pizarro y que po r lo tanto participó directam ente
en la captura del Inca7. ¿A cuántos hom bres dio m uerte? Una m uerte
resum e todas las m uertes y no tenem os apoyo para suponer que de­
rram ó m ás o m enos sangre que sus com pañeros. En todo caso,
su participación en aquella jornada — tan estelar com o ingrata— cam ­
bió decididam ente sus hasta entonces precarias condiciones de vida.
A pesar de haber sido u n sim ple infante, a Lucas M artínez le co­
rrespondieron 3,330 pesos d e oro y 135 m arcos de plata por su p arti­
cipación en Cajamarca. ¡Qué diferencia con los 14 pesos de Coaque!
Recién em pezaba a cobrar cabal sentido aquél largo y penoso viaje.
Con ello M artínez Vegazo ganó m ucho m ás que aquellos m iles de pe­
sos. Se aseguró un lugar entre "los de Cajam arca", entre los prim eros
conquistadores: un grupo que, an d an d o el tiem po, accedería a las m e­
jores encom iendas y constituiría la aristocracia hispana de la naciente
sociedad colonial. Cajam arca, p ara quien como Lucas tenía ojo avizor,
era solam ente el inicio de u n a secuencia m ayor, de una em presa de
conquista en la cual todavía qu ed ab an im portantísim os trechos por
re c o rre r8.
Con todas estas consideraciones en m ente, había que darle al bo­

7) RANP I: 567 y ss. Se trata de la declaración que p restó Lucas M artínez en la in­
form ación de servicios d e G erónim o d e A liaga. Allí d a una serie de detalles so­
bre su experiencia de Cajam arca que sugieren, cuando m enos, que estuvo en el
centro d e los acontecim ientos. Vió y oyó a V alverde cuando le gritó a Pizarro, lo
qu e nos sugiere que peleó bajo las ó rdenes de este últim o.
El detalle sobre la custodia d e T um balá d u ran te el cruce de las balsas a Tum bes
se encuentra en la pág in a 566.
8) AGI Lima 124, Lockhart 1972: 100. Q uien se interese p o r el m anejo y fundición
del m etal precioso p u ed e consultar el trabajo de N oble D avid Cook "Los libros
de cargo del tesorero A lonso R iquelm e con el rescate d e A tah u alp a" en Humani­
dades 2, (En adelante Cook 1968).
23

tín de Cajamarca u n a utilización m ás bien práctica y efectiva. Poco


m ás del 80% del oro recibido fue destinado a la adquisición de u n ca­
ballo9. Vista con ojos d e hoy esta com pra parece un disparate; en tér­
m inos de la época, en cambio, era la m ejor inversión. Ser jinete era el
norte de todo hom bre de a pie. Tener un caballo suponía un significa­
tivo ascenso en-la escala social y rango m ilitar de la hueste: una p arti­
cipación en los repartos del oro por lo general tres o cuatro veces m a­
yor que la de un infante. Con razón había dicho el cantar del Mió Cid
—tam bién luego de una jornada victoriosa—" los que peleaban a pie,
hoy son caballeros ya".
Los del cautiverio del Inca fueron m eses en los cuales afluyó
gran cantidad de españoles al Perú — A lm agro y su gente, entre
ellos— y las naves de los com erciantes d e Panam á y Santo Dom ingo
em pezaron a fam iliarizarse con las corrientes y los vientos de nuestra
costa. Bien se conoce la historia del rescate d e A tahualpa y la m anera
en que algunos santuarios —Pachacám ac sobre todo— fueron profa­
nados y saqueados, para cum plir con él. Lucas M artínez Vegazo, cada
vez m ás notorio, fue uno de los catorce jinetes que acom pañaron a
H ernando Pizarro en la expedición a Pachacámac.
A m parada en la protección oficial y la com pañía del sacerdote
principal de Pachacám ac y de cuatro orejones, la pequeña hueste re­
corrió los em pedrados cam inos del Inka, cruzó los increíbles puentes
colgantes de las serranías de H uam achuco y el callejón d e H uaylas,

9) AGI Lima 124. En su testam ento Lucas refiere q u e en Cajam arca com pró u n caballo
que le costó 2700 pesos. En el índice del Libro Becerro, RAHP XIV: 228, figura una
carta de obligación de Lucas M artínez a Diego O rtiz de C ariaga, p o r la can tid ad de
1,800 pesos, valor de u n caballo ensillado y frenado, hecha en Cajamarca el 22 de
m ayo de 1533. La extrem a diferencia con el precio que figura en su testam ento
perm ite su p o n er q ue se trata d e dos caballos; m ás todavía si, seg ú n el testam ento,
el de 2,700 pesos fue v en d id o luego en el Cuzco. A p ro pósito de esto últim o, en AGI
P atronato 104 N ° 1, Ramo 5 (otra referencia del Dr. Del Busto) consta que Lucas
vendió a tres estantes en el Cuzco un caballo ru d o ro d ad o en 2,500 pesos. La venta
se efectúo en julio de 1535 y no tenem os p o rq u é d escartar que se trate del mismo
de Cajam arca o de un tercero .
El hecho de que las sum as del p re d o d e los caballos exceda los m ontos de lo
obtenido p o r Lucas en los rep arto s hechos hasta entonces perm ite suponer—
excepción hecha d e las usuales v entas a crédito y el saqueo no registrado—que
quizá ya d esd e entonces Lucas M artínez y A lonso R uiz habían hecho com pañía y
u n id o sus capitales.
24

bajó a la costa a la altura de Param onga y cabalgó —a lom o de bestias


23
herradas con plata, a falta de hierro— hasta el santuario de Pachacá-
mac. Hacía u n m es que habían dejado Cajamarca, em pezaba febrero
a. Poco de 1533.
<un ca­ Luego de recolectar piezas de oro y plata po r valor de 90,000
en tér- pesos, los invasores decidieron dirigirse a Jauja, do n d e se encontraba
c era el Calcuchímac: im portante m ilitar quiteño—subordinado de A tahual-
gnifica-
pa—al m ando de 35,000 hom bres y a cargo de m ucho oro y plata.
ia p a rd ­
Em itida la orden de H ernando Pizarro, Lucas M artínez volvió a ca­
ees m a-
balgar por la costa hasta H uaura, desde donde em pezó una nueva as­
Vlio Cid
cención a la sierra: Cajatam bo, Bombón, Tarm a fueron q u edando en
in a pie,
el cam ino, hasta llegar a Jauja. Allí, H ernando Pizarro y Calcuchím ac
conferenciaron d u ran te algunos días—en u n clima a m edias am igable
¡ afluyó
y hostil—, m ientras M artínez Vegazo y los dem ás jinetes dorm ían so­
e, entre
bre las arm as y m antenían las cabalgaduras ensilladas, a la espera de
«m ingo
u n com bate que no llegó a producirse.
nuestra
Calcuchím ac aceptó acom pañar a los españoles y reunirse con
m anera
A tahualpa, d e m anera que el heterogéneo grupo d e jinetes, orejones,
n profa­ guerreros y cargadores em prendió cam ino a Cajamarca. Los ojos de
zo, cada M artínez Vegazo contem plaron nuevam ente la m eseta de Bombón,
ñaron a conocieron H uánuco Viejo, reconocieron H uam achuco y se fijaron,
por fin nuevam ente en Cajam arca. M ás de tres m eses había d u rad o
icerdote
todo el periplo. Era abril d e 1533 y el joven Lucas M artínez Vegazo
leste re- podía preciarse de ser u n o de los españoles que m ás había recorrido
puentes
acaso em pezado a conocer—el P erú10.
duaylas,
La Cajam arca que encontró Lucas M artínez era distinta de la
que dejó: había m uchos m ás españoles que antes, deseosos de acabar
u n caballo
figura una 10) Los datos particulares sobre la expedición a Pachacám ac y el reto m o a C ajam ar­
a n tid ad de ca se encuentran en el artículo d e José A ntonio del Busto "La expedición de H er­
ca el 22 de n an d o Pizarro a Pachacám ac", en Humanidades 1: 63-86, (en adelante del Busto
testam ento 1967). A dem ás d e Lucas, acom pañaron a H ernando P izarro su tocayo H ern an d o
estam ento, de Soto, Diego de Trujillo, Luis M aza, Rodrigo de C hávez, Juan de Rojas Solís y
■no, en AGI el V eedor M iguel d e Estete. C abría anotar que otro probable integrante es A lon­
que Lucas so Ruiz, socio de Lucas, p u es am bos afirm aron h aber actuado juntos en todo.
pS . La venta
Sobre la conferencia entre H ern an d o Pizarro y C alcuchím ac y el m onto de lo ob­
del mismo tenido en Pachacám ac, se p u ed e encontrar inform ación adicional en Del Busto
1978: 82-87. El pro p io Lucas M artínez haría constar su participación en u n docu­
mtos de lo m ento q u e se en cuentra en AGI Justicia 401 (debem os esta referencia al doctor
suponer— José A ntonio del Busto).
trado—que
om pañía y
de una vez con el Inka, para que de ahí en adelante el oro y la plata
que se obtuviesen fuera repartido entre todos y no solam ente entre
los que habían llegado prim ero. Tal el trasfondo del conocido encuen­
tro de pasiones, en torno a la ejecución de A tahualpa.
¿Qué papel desem peñó en ella Lucas M artínez Vegazo? O bvia­
m ente ajeno a la tom a de decisiones, nuestro personaje no estuvo al
m argen del desarrollo de la tram a m ism a. D ecidida la suerte del Inka
—atado a una silla con el garrote alrededor del cuello—Lucas M artí­
nez le oyó llorar y encom endar sus hijos a Pizarro. Fray Vicente de
Valverde— según el relato del propio Lucas M artínez— advirtió a
A tahualpa que olvidase sus hijos y se convirtiese al cristianism o. Por
respuesta, el Inka volvió a llorar, m ientras con las m anos indicaba el
tam año d e sus hijos. Era u n desesperado diálogo de sordos, que que­
daría vivam ente grabado en el recuerdo del joven conquistador y tes­
tigo d e excepción11.
D esconocem os los sentim ientos que p u d o experim entar nuestro
personaje al contem plar sem ejante escena. Lo m ás probable es que
considerase— era un sentir generalizado—la m uerte del Inka como un
elem ento necesario, u n paso adelante en la cam paña de conquista e

(11) Este relato de Lucas M artínez fue p arte de la declaración que prestó en la Pro­
banza que presentaron los hijos de A tahualpa en 1555, ante la A udiencia de
Lima, reclam ando el auxilio del estado español. El docum ento se encuentra en
AGI P atronato 188. Ramo 6 y h a sido publicado p or U do O berem en Estudios
Etnohistóricos del Ecuador (en adelante O berem 1976), pp. 1-25. Lucas dijo, a la le­
tra, lo siguiente: "... este testigo sabe e vido al tiem po que dieron garrote e m ata­
ron al dicho A tabalipa dixo que encom endaba sus hijos al governador don fran­
cisco pigarro e apercibiéndole d o n Fray Vicente d e balverde obispo de la orden
del sancto dom ingo que olvidase sus m ugeres e hijos y m uriese como cristiano e
q ue si lo quería ser q u e rescibiese el agua de san to bautism o y el tornaua siem ­
pre con gran llanto a p orfiar e encom endar su s hijos señalando con la m ano el
tam año dellos d a n d o a enten d er p o r las señales que hazia y palabras que dezia
que heran p equeños e q u e los dexaba en Q uito" (O berem 1976: 19-20). John
H em m ing en The Conquest of the Incas (en adelante H em m ing 1970) refiere la
m ism a escena casi con las m ism as p alabras d e Lucas M artínez. H em m ing da
como referencia el artículo "La descendencia d e A tahualpa" publicado p or Gan-
gotena y Jijón en el Boletín de la Academia Nacional de Historia de Quito, 38, N ° 91,
(en adelante, G angotena y Jijón 1958). Destaca q u e tam bién actuaron com o testi­
gos Juan D elgado, Pedro d e Alconchel, Inés H uaylas Y upanqui y D om ingo de
Santo Tomás. A sim ism o H em m ing llam a la atención sobre el hecho de que
aquel legado de A tah u alp a fue m encionado p o r Pedro Sancho, Jerez, O viedo y
G arcilaso, (H em m ing 1970: 79-80, 557).
26

invasión. Si algún escrúpulo sintió, al contem plar al señor de los cua­


tro suyos llorar por la suerte de sus hijos, no nos consta. A ños d es­
pués de aquella noche prim ordial, su recuerdo dejaría apreciar algún
tipo de rem ordim iento. D eclarando en la probanza d e los hijos de
A tahualpa, M artínez Vegazo—por entonces caído en desgracia—se
lam entaría de no tener m edios para rem ediar la pobreza de los hijos
del Inka, a lo que se sentía m oralm ente obligado, por "se aber hallado
a la m uerte del dicho su p ad re e aber sido uno de los que se hallaron
a les desconponer de su señorío"12.
M uerto A tahualpa, Lucas M artínez partió en dirección al Cuzco,
con los dem ás afortunados de Cajam arca y los recién llegados, ansio­
sos los últim os po r resarcirse pronto de la ocasión perdida. En Jauja
se hizo un alto y se llevó a cabo u n nuevo reparto. Al reciente jine­
te le co rrespondieron 658 pesos en oro de quilates ensayados y 240
m arcos de plata13. Las cosas m archaban po r buen cam ino p ara los de
Cajamarca. Semejante cantidad debió haberle tocado a Alonso Ruiz,
com pañero con quien Lucas había entrado en sociedad. Decían ser
am bos de la m ism a edad. Ruiz afirm aba ser natural de C astronuevo.
aunque habría de estar m ás ligado a Trujillo; no sabía leer ni escribir,
había iniciado tam bién la cam paña como hom bre de a pie y form ó
com pañía con Lucas M artínez desde m uy tem prano. A m bos debían
de com partirlo todo, sacrificios y prem ios, y seguirían cercanos aú n
después de disolverse la com pañía y m archarse Ruiz a España u .
El siguiente tram o de la m archa hacia el Cuzco no estuvo excen-
to d e dificultades. M enos para quienes com o Lucas y su socio Ruiz
cabalgaban a la vanguardia de la expedición, a órdenes, esta vez, de
H ernando de Soto. En Vilcas y V ilcacunga se libraron im portantes
com bates, con no pocas bajas, que hicieron tem er p o r u n m om ento la

12) ; O bcrem 1976: 21. En el capítulo VI ten d rem o s ocasión d e ver d eten id am en te las
cuestiones vinculadas a los cargos de conciencia y escrúpulos que, años des­
pués, asaltaron a algunos d e los conquistadores.
13) AGI Lima 124. Los 240 m arcos d e p lata valdrían, seg ú n testim onio del pro p io
Lucas, 400 pesos m ás o m enos.
14) Lockhart 1972: 343-346; M artínez 1930: 30-33; 1936: 159; 1964: 202-206. Tam bién
hay inform ación sobre Lucas y R uiz en el Tom o 1 d e los Documentos p ara la histo­
ria de Arequipa, de Víctor Barriga (en adelante Barriga 1939) en las páginas 84-86.
A lonso Ruiz se casaría posteriorm ente con u n a herm an a de Lucas y llegaría a
o cupar u n asiento en el C abildo de Trujillo de E xtrem adura.
27

suerte de este destacam ento. Lucas y su socio, que habían llegado pa­
ra triunfar, salieron ilesos y continuaron la m archa, luego de reunirse
con el conjunto de la expedición15.
Juntos en traron a fines d e 1533 a la ciudad del Cuzco. Luego del
asom bro inicial y el saqueo consecuente, correspondía disponer lo ne­
cesario para hacer de aquella u n a ciudad de españoles, aunque esto
últim o fuera du ran te algunos años todavía poco m ás que un decir. Lo
prim ero, la fundación española del Cuzco, seguida de la distribución
de solares entre los vecinos. A Lucas M artínez le correspondió un so­
lar en H atun Cancha, "m edido el solar de Pedro del Barco y la calle
del Sol abajo". Tam bién se efectuó u n nuevo reparto pues las riquezas
del Cuzco lo perm itían. Lucas recibió esta vez 2,000 pesos ensayados
en oro y u n a sum a de plata equivalente a 1,517 pesos que se sum aron
a la incuantificable cantidad de riqueza que le cupo, de u n saqueo
cuyo m onto en el rubro de ropa fina solam ente alcanzó los dos m illo­
nes d e pesos16.
M artínez Vegazo era p ues cada vez m ás rico y las m ercedes no
tenían cuando acabar. Al siguiente año se hizo un reparto provisional
o depósito de encom iendas. Fueron encom endados en Lucas M artí­
nez los indios C arum as, de los cuales tom ó posesión a m ediados de
1535, ante el nuevo alcalde del Cuzco. El joven infante que se había
em barcado cinco años atras era ahora caballero, vecino del Cuzco y
hasta encom endero 17.

15) La participación de Lucas en estos com bates, así com o en o tras contingencias
que m ás adelante se verán, se infiere d e su s declaraciones en la p robanza de
M an d o Sierra de Leguisam o, hecha en Lima en enero de 1562. AGI P atronato
107 N ° 1, Ramo 2.
16) Porras, en su artículo "Dos d ocum entos esenciales" en la Revista Histórica XVIII:
92, publica el A cta d e la fu n d a d ó n española del Cuzco, efectuada p o r F randsco
Pizarro el 23 de m arzo d e 1534, en la cual figuran tanto Lucas com o su socio
Ruiz.
Por su parte Barriga (1940: 51) indica en una nota a pie d e pág in a la posición del
solar q u e le correspondió a Lucas M artínez en el Cuzco, a u n q u e sin d ta r un
apoyo d o cu m en tad o claro.
La in fo rm ad ó n sobre lo que le correspondió d e los rep arto s del Cuzco se en­
cuentra en AGI Lima 124. Las refere n d as de los cronistas sobre los alcances que
tuvo el cerco del Cuzco son innum erables. Del Busto (1978: 106) reconstruye el
saqueo del Cuzco en térm inos p or d em ás claros respecto a su volum en. La capi­
talización lograda p or Lucas hasta ese m om ento d ebió ser notable.
17) AGI Justicia 405. Esta encom ienda fue luego objeto de litigio, como puede apre­
ciarse al final del sétim o capítulo. La encom ienda provisional fue efectuada el 4
28

La carrera ascendente de M artínez Vegazo era reflejo de una


27 condición colectiva com ún a los ejecutores de las jornadas de Cuzco y
Cajamarca, para quienes los d ividendos se tornaban cada vez m ayo­
Dpa- res y m ás evidentes. En lo social, M artínez Vegazo em pezaba a ser
nirse provisto de un excedente regular de fuerza d e trabajo, a través del ya­
naconaje o del naciente sistem a d e encom iendas. En lo político, su
o del cercanía a los Pizarro le rendiría m uy pronto (en 1537) los frutos de
o ne- un puesto de regidor del cabildo cuzqueño. En lo económ ico —donde
esto acaso se encuentre su sin g u larid ad —, M artínez Vegazo em pezaba a
r. Lo tejer finos contactos con m ercaderes del exterior y era u n asiduo visi­
ición tante de la oficina del fundidor. 296 pesos de oro hoy, 375 a los dos
n so- días y a la sem ana siguiente 850, Lucas M artínez fundía continua­
calle m ente (previo descuento del quinto real) el m etal precioso fruto de
iczas sus ganancias 18.
fa d o s N o se piense que las correrías y tribulaciones bélicas de nuestro
íaron personaje habían acabado y que estaba próxim o a gozar de u n tem ­
>queo prano retiro. A quellos eran todavía días de guerra y —si bien la capi­
nillo- tal del T aw antinsuyu había sido tom ada— perm anecía en pie de gue­
rra el ejército de Q uisquís, uno d e los hom bres fuertes d e A tahualpa.
es no C ontra él peleó Lucas M artínez, nuevam ente bajo las órdenes de H er­
íional nando de Soto. ¿Puede considerarse esto últim o como un síntom a de
/l a r t í r cierto distanciam iento entre M artínez Vegazo y Pizarro, se trata po r el
os de contrario de una m uestra d e confianza de este últim o, quien en su re-
había celo hacia Soto se había preocupado de hacerlo acom pañar po r jinetes
zco y de su total crédito? Solam ente podem os asegurar que quien como in-

de agosto d e 1535 y Lucas tom ó posesión d e ella el 27 de ese m ism o m es y año.


Alcalde o rdinario era, p or entonces, Pedro d e O ñate. Esta referencia, así como el
pendas
microfilm del testam ento de Lucas M artínez, la debem os a la señora M aría Rost-
nza de worowski d e Diez Canseco.
tronato
IH) Los datos precisos sobre la fundición se h an tom ado d e la Colección de documen­
tos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones espa­
i XVIII:
rtólas en América y Oceanía (CDIAO) M adrid, 1864-1868. CD1AO IX: 516, 544, 562.
ancisco
Las fundiciones de m etal d e M artínez V egazo de que tenem os p rueba tuvieron
u so d o
lugar a fines d e junio y com ienzos de julio d e 1535. También se p u ed e ver el In­
dice de la colección de documentos de Indias de Ernst Scháfer, publicado en 1946 por
:ión del el Instituto G onzalo F ernández de O viedo.
itar un En CDIAO XX: 480, se inform a de la condición de regidor alcanzada p o r Lucas
M artínez. Información sobre los yanaconas d e M artínez Vegazo se hallará en la
se en­ nota 10 del capítulo V de este trabajo. Sobre la relación con m ercados d e N u ev a
ees que España y Santo Domingo, en la nota 11 del capítulo II.
ruye el
a capi-

c a pre­
da el 4
29

fante peleó bajo las órdenes de Pizarro, cabalgó m ás tarde bajo las de
Soto.
Como jinete de H ernando de Soto le correspondió a Lucas M ar­
tínez una agitada participación en las expediciones sucesivas que este
capitán efectuó contra Q uisquís: unas veces acom pañado de Alm agro
y sus jinetes, otras de M anco Inca, Paullu o algún m iem bro distinto
de la nobleza cuzqueña y sus guerreros, quienes habían hecho frente
com ún con los españoles. Los valles del A purím ac y del M antaro fue­
ron el escenario de aquella tenaz confrontación en la cual, luego de
los sangrientos enfrentam ientos de C upi, Yacus y M araycalla, el ejér­
cito de Q uisquis fue diezm ado y los sobrevivientes obligados a reti­
rarse definitivam ente al norte. Posteriorm ente, Soto m ism o se vió
ante la alternativa de abandonar el Perú, pues no había espacio poli
tico ni físico p ara los Pizarro, A lm agro y él.
Años después, Lucas M artínez declararía —luego de evocar las
refriegas d e Vilcas y Vilcacunga, incursiones a C ondesuyos a perse­
guir generales d e A tahualpa y a Jauja a socorrer a Riquclm e— que
cuando H ern an d o de Soto dejó el Cuzco para irse a España, él, como
jinete suyo que había sido, lo acom pañó m edia legua fuera de la ciu­
d a d 19.

19) A unque en su testam ento Lucas M artínez no m enciona haber form ado parte del
cuerpo d e caballería que com andaba Soto, su participación en los com bates que
éste libró queda fuera de d u d a a la luz de otros testim onios del propio M artínez
Vegazo, recogidos en las p robanzas de M a n d o Sierra de Leguisam o y en la d e los
herederos d e H ernando de Soto. AGI P atronato 107 N ° 1, Ramo 2 y Patronato
109, N ° 1, Ramo 4, respectivam ente . La mejor síntesis sobre los acontecim ientos
bélicos en los cuales destacó Soto y participó Lucas se encuentra en Del Busto
1978: 102-105; 163-166. E d m u n d o G uillén en su re d é n te Visión peruana de la
Conquista (en adelante G uillén 1979) se ocupa del aspecto particular de la resis­
tencia in d íg e n a .
Lockhart (1972:190-201) traza u n a reseña biográfica de Soto, ab u n d an d o en el rol
político que desem peñó en la conquista del Perú. En la pág in a 195 hace u n a ob-
serv ad ó n que perm itiría su po n er que Lucas M artínez fue asignado como jinete
de Soto, precisam ente en co n d id ó n d e agente d e Pizarro. "A little south of Tum-
bez, he (Soto) w as involved in a n ear m utiny, or so says Pedro Pizarro; possibly
he h o p ed to attem pt the conquest of Q uito on his own. A fter that the Pizarros
leavened his m en w ith som e trusted friends". Lo que en una traducción libre
nuestra diría: "U n poco al su r d e Tum bez, él (Soto) se vió envuelto en u n a suerte
de m otín, cuando m enos así dice P edro Pizarro; posiblem ente pensó que podía
intentar la conquista de Q uito p or su cuenta. Luego de esto los Pizarro infiltraron
sus hom bres con algunos am igos d e confianza".
30

Lucas M artínez continuó prestando servicio d e com bate — ahora


bajo las órdenes de Juan y Gonzalo Pizarro— en m edio de u n am ­
biente cada vez m ás cargado de tensión por el creciente descontento
de los indígenas y el inm inente estallido de una gran rebelión. A nto­
nio Rodríguez Becerril había sido asesinado po r los indios de Conde-
suyos y semejante suerte había corrido Pedro M artín de M oguer, a
m anos de los de Aconcagua. A m bos casos m otivaron sendas expedi­
ciones de castigo en las cuales participó Lucas M artínez. La lucha fue
m uy dura y la resistencia indígena tanto m ás recia, especialm ente la
de los de Aconcagua, quienes term inaron optando po r el suicidio co­
lectivo ante la inevitable derrota.
Era evidente que la rebelión estallaría en cualquier m om ento. El
Villac Um u había abandonado a Alm agro —en aquella infausta jorna­
da de la conquista de Chile— m otivando la com prensible alarm a de
los españoles del Cuzco. Allí, H ernando Pizarro, Teniente de G ober­
nador, tenía a M anco Inca reducido a la condición de prisionero.
Lucas M artínez formó parte de un grupo de jinetes que salió del
Cuzco a traer al Villac Um u, preso según unos testim onios, según otros
en supuesta visita de buena voluntad a M anco Inca, el cual inclusive
habría sido autorizado po r H ernando Pizarro a salir a recibirlo. Lo cier­
to es que la rebelión estaba en m archa y am bos -M anco y el Villac U m u -
se valdrían de la codicia de sus captores para escapar a dirigir el m ás
grande m ovim iento de resistencia indígena visto hasta entonces20.
Es bastante conocida la form a en que el Cuzco fue rodeado por
los guerreros de M anco Inca, la fortaleza d e Sacsahuam án tom ada po r

20) La síntesis general sobre lo ocurrido con los indios de M oguer y Becerril, así
como sobre lo v inculado al Villac U m u, se p u ed e encontrar en Del Busto 1978:
171-175 y en Guillen 1979: 58. La participación d e Lucas M artínez en tales suce­
sos consta en AGI P atronato 107 N ° 1, Ramo 2, la ya citada pro b an za d e M a n d o
Sierra d e Leguisam o, así com o en AGI Patronato 93 N ° 8, Ramo IV y P atronato
137 N° 1, Ramo 11, dos docum entos cuyas referencias debem os al Dr. José A nto­
nio del Busto.
En el prim ero d e ellos Lucas da fe d e que el presbítero R odrigo Bravo se halló en
la jornada de los A ndes y en el p eñón de Aconcagua. En el segundo, Juan Flórez
de G uzm án, hijo del conquistador Juan Flórez, recu erd a h ab er tenido 10 ó 12
años cuan d o vió salir a Lucas M artínez, Pedro d e los Ríos, su p a d re y distintas
com pañías del Cuzco y traer preso al Villac U m u que se había levantado en los
C ondesuyos. La p robanza de Rodrigo Bravo, cuya tercera p reg u n ta se refiere a la
jornada d e A concagua fue p u blicada en Barriga 1940: 42-53. Las declaraciones de
Lucas M artínez aparecen en las páginas 50-51.
31

los indígenas y recuperada luego sangrientam ente por los españoles.


Su condición de hom bre de a caballo perm ite suponer que la partici­
pación de nuestro personaje en estos com bates no debió ser poca,
pues la caballería jugó un rol estratégico du ran te la rebelión indígena.
Tenemos noticia de u n docum ento en el cual el propio Lucas M artí­
nez haría u n relato sobre cómo recuperaron los españoles Sacsahua-
m án, pero su consulta está por el m om ento lejos de nuestro alcance21.
D urante el cerco del Cuzco, la situación no podía ser peor. Los
refuerzos pedidos a la ciudad de los Reyes no tenían cuando llegar y
las bajas eran notorias. Juan Pizarro había m uerto en Sacsahuam án y
los alim entos em pezaban a escasear. La obtención de víveres pasó a
ser cuestión fundam ental en aquella ciudad cercada. En una ocasión
fue preciso rom per el cerco y buscar ganado: Lucas M artínez y otros
com pañeros se dirigieron hacia Canas y Canchis, do n d e obtuvieron
unas doscientas cabezas de ganado que quitaron po r la fuerza22.
En otra ocasión, H ernando Pizarro reunió a sus hom bres y, tras
destacar la im portancia de los víveres, les hizo ver cómo era indispon-'
sable y posible, con la ayuda de indios am igos, traer m aiz del cercano
valle d e Jaquijahuana, antes que los de la resistencia lo cosecharan.
Encargó a su herm ano G onzalo m ontar el operativo correspondiente
y establecer u n puente entre la ciudad del Cuzco y el valle de Jaquija­
huana, para obtener m aíz.

21) El docum ento en cuestión (cuya referencia debem os al doctor del Busto) d ata de
1542 y es u n a declaración hecha p o r Lucas M artínez, suponem os nosotros que
con el objeto de acreditar m ejor su derecho a m ercedes. AGI Justicia 422.
Para las cuestiones generales del cerco del C uzco y la rebelión indígena p u ed e
consultarse del Busto 1978:163-206 y Guillén 1979: 58-81.
22) AGI Lima 124. La cantidad de 200 cabezas es una estim ación n u estra q u e nos p a ­
rece confiable. En su testam ento Lucas M artínez valoró el m onto del ganado ex­
prop iado p o r él en 1,200 pesos, afanado p o r restituir y descargar su conciencia.
Por la época en que Lucas hizo su testam ento, 1565, la cabeza d e gan ad o de la tie­
rra valía en térm inos generales 6 pesos ra d a una. Si hubo alguna variación en el
precio — con relación a 1536— éste debió ser m enor entonces, p u es la cantidad
de ganado era m ayor y la d em an d a inferior. Esto hace que nuestra estim ación de
200 cabezas de ganado sea el m ínim o estim able d e la can tid ad de gan ad o expro­
p iada a los habitantes de C anas y C anchis d u ra n te el cerco del Cuzco.
Los cronistas tam bién ofrecen testim onios al respecto. En la página 144 de la cró­
nica de Pedro Pizarro recientem ente editad a p o r la U niversidad Católica (en ade­
lante Pedro Pizarro: 1978) se p u e d e leer que d u ran te el cerco se trajeron 2.000 ca­
bezas d e ganado del Collao.
32

Seis españoles salían a caballo del valle a la ciudad y otros seis


lo hacían en dirección opuesta, a fin de proteger y cubrir los indios
31
am igos que cargaban el alim ento. Fue así que salieron del Cuzco, Lu­
cas M artínez, el futuro cronista Pedro Pizarro y cuatro jinetes más.
ñolcs.
Habían estado haciendo gu ard ia junto a una quebrada y se disponían
artici-
a retirarse por parejas, siem pre cubriendo a los indios aliados. De
poca,
pronto oyeron los gritos de auxilio de aquellos: venía u n grupo de
ígena.
guerreros a atacarlos. N o los vieron los jinetes, pues los guerreros ve­
Martí-
nían por la quebrada ocultos entre dos cerros, y en consecuencia si­
jahua-
g uieron avanzando. No lo habrían hecho ni diez pasos, cuando se
nce21.
produjo la pelea entre los indios am igos y los de guerra. Volvieron
>r. Los
in m ed iatam en te en socorro de los cargadores, alcanzando a d a r
egar y
m uerte a algunos guerreros y obligando a los dem ás a retirarse23.
m án y
N o to d a s fu e ro n jo rn a d a s ex ito sas p a ra n u e stro p e rso n a je. Si
pasó a
bien no parece haber sufrido heridas d e consideración du ran te la cam ­
casión
paña, Lucas se halló entre los jinetes que sufrieron una estruendosa
r otros
d erro ta en Tam bo, ante las fuerzas indígenas dirigidas personalm ente
vieron
por Manco Inca24. Aquella victoria de M anco no alcanzó a gravitar en
el desenlace final de la resistencia indígena. El ham bre m inaba sus
y, tras
efectivos y las necesidades agrícolas dem andaban el retom o de los
lispen-
hom bres a sus tierras. Finalm ente, el regreso de la gente que había
ercano
m archado con A lm agro term inó p o r desequilibrar la balanza en per-
liaran,
julclo de la causa de M anco Inca.
d ie n te
t'n m o se sabe, el retorno de quienes habían fracasado en la con-
iquija-
qul .la de Chile, lejos d e traer vientos de paz, actualizó el latente pro-
blrm a de las rivalidades entre los españoles: generó un abierto y co­
nocido conflicto entre los Pizarro, los A lm agro y sus respectivos par-
d ata de l id.ii Uvi Poco sabem os de la participación de Lucas M artínez en esta
tros que

a p u ede I ii e l lomo III de la Biblioteca Peruana, editado en 1968, se publica, en las páginas
'• l'> (>12 la anónim a "Relación del sitio del Cuzco". En las páginas 530-531 se hace
: nos p a ­ hlm aplé en esta cuestión d e los abastecim ientos. Por otra parte, en Pedro P izarro
nado ex- l'i/H 149 150 se recoge la anécdota en la q u e él, Lucas y otros tuvieron participa-
ncienda. i le en directa. Los otros jinetes fueron Pedro de Hinojosa, Francisco de C árdenas,
de la tie- Miguel I lórez y Miguel Cornejo.
MI Aquella d errota fue inapelable; p ara m enguar los efectos desm oralizadores, H er­
ión en el
nando P l/arro manifestó públicam ente que la retirad a de los jinetes españoles
cantidad
podía considerarse una victoria, d a d a s las condiciones y circunstancias p artícu ­
a d ó n de
la i que se produjo (Del Busto 1978:201). La participación d e Lucas consta en
o expro­ Ai .1 l'alronnlo 107, N° 1, Ramo 2, citado anteriorm ente .

le la eró-
ten ade-
2.000 ca-
33

llam ada prim era guerra civil. Conocem os apenas u n incidente ocurri­
do entre él y el capitán Gabriel de Rojas, uno de los tres capitanes que
habían tenido a su cargo la caballería du ran te el cerco del Cuzco. Este
Rojas había 6Ído hom bre de confianza de H ernando Pizarro, pero lle­
gado el m om ento del ingreso de Alm agro al Cuzco, defeccionó y
tom ó p artido por este últim o.
En una inform ación —hecha por A lm agro contra H ernando Pi­
zarro— se consigna que Lucas tuvo en una ocasión u n cam bio de p a ­
labras con el capitán Gabriel de Rojas, enem igo ya de H ernando y
G onzalo, los cuales en lugar de frenar a M artínez Vegazo se expresa­
ron a favor de él y le insinuaron que hiriese o m atase a Rojas. Lucas
se le cruzó al po r entonces alcalde Rojas en la plaza del Cuzco y,
agraviándolo en público, sacó la espada para m atarlo. Rojas en carec­
ió a Lucas, pero H ernando logró sacarlo d e prisión y aún decía que
Lucas — por ser m uy m uchacho—había com etido un error en no m a­
tar a Rojas25.
Lo anterior nos presenta la im agen de u n M artínez Vegazo abier­
tam ente partidario de los Pizarro, que sin em bargo no corresponde a
su abstención en el encuentro del puente de Abancay y en la batalla
final de las Salinas. En am bos enfrentam ientos Lucas no estuvo en
ninguno d e los bandos beligerantes26.

25) Sobre la llegada de Rojas procedente de N icaragua, su s an d an zas como capitán


d e caballería d u ra n te el cerco del Cuzco, su opción p o r la causa d e A lm agro y el
ejercicio del cargo de Teniente d e G obernador del Cuzco, en nom bre de este últi­
m o se p u ede encontrar inform ación en Pedro Pizarro 1978:115,125,127,152,160,
165,172 y otras páginas.
La inform ación levantada p or A lm agro y en la cual se glosa el incidente entre
Lucas y Rojas fue hecha en el Cuzco el 20 d e abril de 1537 y debe encontrarse en
AGI Patronato 90 N ° 1, Ramo 11 (referencia que debem os al Dr. Del Busto).
26) Barriga 1940: 185, 186, 190. Lucas usaría después este detalle d e su abstención
p ara congraciarse con la justicia. ¿No participó d e la guerra p or la propia deci­
sión, po rq u e las circunstancias se lo im pedían, p o rq u e ya pensaba dejar el C uz­
co? Difícil es responder ro tu n d am en te a estas preguntas. Solam ente podem os
asegurar que no estuvo presente en tales b a ta lla s.
Particularm ente significativo es el testim onio del Bachiller A lvaro M arín quien
declaró entonces "quel dicho Lucas M artínez no se halló en el desbarato de
A bancay, ni m enos en la d e las Salinas, p o r queste testigo se halló en entram bas
d e p arte d e do n Diego d e Almagro, e sabe este testigo que de una parte ni de otro
no se halló el dicho Lucas M artínez, que si se hallara, este testigo lo viera o supie­
ra".
34

Q uizá el incidente con Rojas y situaciones análogas, así como un


eventual deseo de apartarse del conflicto, fueron los que determ ina­
ron el traslado de Lucas del Cuzco a Lima. Por otro lado, sus relacio­
nes con Francisco Pizarro no eran tan cordiales como antes: éste aca­
baba de despojarlo de los indios C arum as para encom endarlos en
otra persona. La encom ienda de los Ubinas que Juan Pizarro —toda­
vía en vida— había otorgado a Lucas M artínez tam poco fue reconoci­
da y ratificada po r Francisco Pizarro.
La secuencia de despojos, p u d o haber contribuido a la absten­
ción de Lucas, a u n q u e creem os q u e ella fue producto de las circuns­
tancias. Una vez en Lima —do n d e lo encontram os suscribiendo una
escritura cuatro m eses antes de la batalla de Salinas— M artínez Vega­
zo se las ingenió para m antenerse en aquella ciudad, sin q u ed ar mal
ante los ojos de Pizarro, quien —recordém oslo— no apoyó oficial­
m ente la m archa de su herm ano H ernando al Cuzco, ciudad a la que
tam poco supo llegar a tiem po de evitar la m uerte de su socio A lm a­
gro 27. ¿Estuvo quizá Lucas entre los jinetes que acom pañaron a Fran­
cisco Pizarro en aquél tardío viaje de Lima al Cuzco?
De haber sido las cosas d e otra m anera Lucas habría caído en
desgracia ante los ojos de Pizarro, pero esto no fue así y nuestro per­
sonaje siguió contando con el favor de la autoridad y el poder. Por
entonces se había hecho evidente la necesidad de fundar una ciudad
al sur del Cuzco que sirviera com o escala para futuras expediciones a
Chile y como apoyo p ara controlar el Collao: A requipa.
La estratégica im portancia de la región aconsejaba escoger a los
vecinos de la nueva ciudad entre aquellos prim eros conquistadores,
que estuvieran dispuestos a dejar lo ganado hasta entonces en el C uz­

27) La inform ación sobre la encom ienda de C arum as se encuentra en AGI Justicia
405, la d e los U binas (cuya referencia tam bién debem os a la señora M aría Rost-
w orow ski d e D iez Canseco) corresponde a AGI Justicia 436. De am bos casos nos
ocuparem os en el sétim o capítulo.
La escritura q u e d em u estra la presencia d e Lucas en Lima d ata d el 6 d e noviem ­
bre d e 1537. En ella Lucas se p u so d e acuerdo n ad a m enos que con el Licenciado
Benito Suárez de Carbajal y el V eedor G ard a d e Salcedo p ara hacerse cargo de
los puercos que ellos p oseían en el asiento de C huquitanta (RANP XXVII: 75).
S orprende el contenido d e este d ocum ento p u es no corresponde ni es congruente
con la posición q u e p o r entonces tenía ya Lucas M artínez. ¿N o sería esta la oca­
sión p ara p erm an ecer m ás tiem po en Lima, sirviendo p re d sa m e n te a tan ilustres
personajes?
co o Lima, a cam bio de lo por ganar en A requipa. Prom etedoras enco­
m iendas y generosas m ercedes de tierras y solares esperaban a quie­
nes estuvieran dispuestos a cam biar de aires.
Lucas M artínez reunía esas condiciones. H abía estado en la con­
quista desde el com ienzo, era vecino del Cuzco pero ahí su lugar
—quizá por ser m uy joven todavía— era a ú n secundario. Estas consi­
deraciones (m ás todas las que no hayam os sido capaces de percibir
cuatro siglos después) m ovieron a Pizarro a elegir a M artínez Vegazo
como vecino de A requipa y dotarlo de u n a encom ienda nueva, en
buena cuenta la definitiva, y a Lucas —cercano a cum plir los treinta
años— a aceptar la nueva situación. T erm inaban sus días de conquis­
tador, au nque volvería a e m p u ñ ar las arm as: com enzaban los tiem pos
de ganarse u n sitial como rico colono, poderoso encom endero y p ró s­
pero com erciante.
35

loras enco­
jan a quie-

»en la con-
ú su lugar
istas consi-
de percibir
lez Vegazo
nueva, en
los treinta
le conquis­
os tiem pos
ero y pros-
CAPITULO II

EL E N C O M E N D E R O P R O S P E R O

"D esde la ciudad de los Reyes hasta la d e A requipa hay


ciento y veinte leguas. Esta ciu d ad está puesta y edificada
en el valle de Quilca, catorce leguas de la m ar, en la mejor
parte y m ás fresca que se halló conveniente para el edifi­
car; y es tan bueno el asiento y tem ple de esta ciudad, que
se alaba por la m ás sana del P erú y m ás apacible para vi­
vir. Dase en ella m uy excelente trigo, del cual hacen pan
m uy bueno y sabroso. Desde el valle de H a cari para ade­
lante, hasta pasar de Tarapacá, son térm inos suyos, y en la
provincia de C ondesuyo tiene asim ism o algunos pueblos
sujetos a si. Y algunos vecinos españoles tienen encom ien­
da sobre los naturales de ellos".

Pedro Cieza de León. Primera parte de la Crónica del Perú.

Hacia el sur se dirigió Lucas M artínez, siem pre en com pañía de


su socio Alonso Ruiz, adem ás d e Juan de la Torre, Pedro Pizarro,
H ernando d e Silva, M iguel Cornejo y varios otros conquistadores de
reciente lustre que serían vecinos de la Villa H erm osa de Cam aná pri­
m ero y de A requipa después. La carrera de todos ellos era brillante y
de alguna m anera la habían recorrido juntos desde Cajamarca hasta
allí, pasando por la resistencia d e M anco y las disputas entre los espa­
ñoles po r la posesión del Cuzco. Casi todos ellos habían sido vecinos
del Cuzco antes de serlo de A requipa, pero en aquella ciudad pocos
habían llegado a ser m ucho m ás que soldados afortunados.
3S

Los m ás lúcidos se habían dado cuenta quizá desde u n principio


que era preferible ganarse una posición de vanguardia en una nueva
ciudad, que terciar en luchas de poder —en Lima o el Cuzco— care­
ciendo precisam ente de él. N o hem os encontrado apoyo docum enta­
d o a nuestra suposición, pero creem os sinceram ente que m ás de uno
esperaba con im paciencia que se pacificasen las luchas indígenas y las
rivalidades entre A lm agres y Pizarras, para poder por fin disfrutar la
ansiada vecindad y la prom etida encom ienda.
Partir hacia A requipa no significaba para Lucas p e rd e r lo que
tenía en el Cuzco. Los poderes otorgados por él en aquella época son
bastante elocuentes al respecto. Ellos autorizaban a los apoderados a
cobrar deu d as a nom bre suyo y de Ruiz, representarlos ante la justi­
cia, cuidar sus casas del Cuzco, velar po r sus indios y, en pago a los
servicios prestados, servirse de ellos. A un antes de recibir la enco­
m ienda de m ayor im portancia, Lucas ya contaba con indios de cuyo
servicio podía disponer, incluso al extrem o de usar esa fuerza de tra­
bajo como pago p o r la adm inistración de los bienes e intereses que él
y su socio tenían en el Cuzco1.
H abía llegado a la hora, para Lucas y otros m ás, de m ostrar la
nueva faceta de hom bre de em presa y negocios, u n a vez concluida la
etapa del conquistador. El sim ple testigo de C oaque estaba ahora do­
tado de capital, poseía tierras, casas y solares en el Cuzco, tenía a p a ­

1) La m ayoría de referencia de docum entación correspondiente a este capítulo se


encuentra en los protocolos del notario A lonso d e Luque, cuyo original se en­
cuentra en el A rchivo M unicipal de A requipa y constituye su p rim er y único li­
b ro de protocolos de escribanos, en adelante AMA LPLO 1 . H erald Fuentes Rue­
d a ha confeccionado un índice — todavía inédito— d e las escrituras d e Luque,
que nos ha sido de invalorable utilidad. Junto con la precisión d el folio de AMA
LPLO 1 de algún docum ento aludido, citarem os el nom bre d e Fuentes, seguido
del n ú m ero de aquella escritura tiene en su índice. C u an d o nos estem os refirien­
do a algún docum ento del A rchivo D epartam ental de A requipa indicarem os,
desp u és de las siglas ADA, el nom bre del notario, el año del libro y la foliación.
Las prim eras noticias que tenem os del inm inente vecino de A requipa son dos
p o d eres suscritos ante el escribano Alonso d e Luque. En el p rim ero de ellos, del
30 d e diciem bre d e 1539. Lucas M artínez, regidor de la Villa H erm osa d e Cam a-
n á otorgó u n p o d er en favor de Gómez de Tapia, ausente, p a ra pleitos y nego­
cios, etc. (AMA LPLO 1: 36r, Barriga 1940: 81; Fuentes: 51). En el segundo, 9 de
abril d e 1540, el ap o d erad o fue el bachiller Juan d e N ava y los térm inos del p o d er
eran análogos. Este segundo p o d er tam bién fue expedido en la Villa H erm osa de
C am aná, antes d e la fundación d e A requipa. (AMA LPLO 1: 52v, Fuentes: 85).
rentem ente participación en un negocio de cerdos en Lima y <
adem ás, con los no m enos num erosos bienes de Alonso Ruiz,
sociedad em pezaba a incursionar con éxito en el m undo finan
la época. Estaba tam bién cercana la hora d e participar en la
esa evidente continuación de la guerra. El hom bre de a pie c
m arca era ahora R egidor de la Villa H erm osa de Cam aná, lug
que inicialm ente se pretendió fundar la ciudad.
En enero de 1540, Francisco Pizarro otorgó desde el Ci
conjunto de cédulas de encom ienda favorables a quienes sería
vecinos de A requipa. La encom ienda de Lucas M artínez (su s
cibiría otra) com prendía 1637 indios tributarios distribuido
m itm as residentes en A requipa y habitantes de lio, A zapa, Llu
rapacá. En realidad esta encom ienda resultaba bastante grand
que hasta se p u ed e pensar que Pizarro no tenía idea de lo que
encom endando, ni Lucas de lo que recibía. De todas m aneras,
rencia num érica d e tributarios encom endados en Lucas y los c
beneficiados era tan grande, que no podía haber pasado desa]
da. ¿Por qué no pensar que p u d o haber influido en Pizarro alj
seo expreso de recom pensar a Lucas por algún servicio distii
inadvertido p o r nosotros, o po r haberlo despojado de los Can
los U binas?2.
Esta cédula y las que la acom pañaron eran la confirmació
encom ienda prom etida y la m aterialización de un deseo larg,
acariciado por estos hom bres, cada vez m enos soldados y m¿
nos. Pero antes de iniciar la explotación efectiva de las nueva
m iendas era preciso dilucidar la ubicación definitiva de la nue
dad.
C am aná, a nivel del m ar, había resultado una región in:
y poco conveniente. Se discutía si no sería mejor poblar la

2) La cédula se encuentra*en AGI Justicia 401 y h a sido publicada, con alg


exactitudes, en Barriga 1940: 84. En el sétim o capítulo d e n uestro trabaji
trará el lector u n análisis exhaustivo d e ella, esto es d e la composición de
m ienda y su ubicación geográfica.
La suposición sobre u n eventual desconocim iento de lo que se estaba ei
d an d o no es desatendible. Juan A lvarez cita en “La encomienda de Arequi
X V I (en adelante Juan A lvarez 1974) en la p . 37 cóm o según Polo de One
Pizarro hizo los repartim ientos "por n o tid as, que ni él sabía lo que daba i
lo que recibía..." A lvarez, q u e cita textualm ente a Polo, da como referend
vista Histórica Lima 1940, Tom o 3, p. 15.
ii i ll'.i, en una región d e clim a m ás saludable y que p o r su ubica-
l i m i Hese un m ejor control sobre los indios de las diversas enco­
la* En junio de aquél año de 1540, Pizarro instaba —desde
■n Lima y conli a los vecinos de C am aná a pronunciarse al respecto y una vo-
>nso Ruiz, enin d irim id a p o r éstos en julio determ inó la fundación definitiva
indo financien nueva ciudad en el valle d e A requipa, el 15 d e agosto de ese
par en la pollm a ñ o 1.
de a pie de ( A l mi", d e fundada la ciu d ad se realizó el prim er reparto de tie-
imaná, lugar im ite los vecinos. Garci M anuel de Carbajal, quien tuvo a su car-
mi ni', eventos, distribuyó tierras en el éjido y en la barranca. A
esde el Cuzcci M arlínez le correspondieron diez fanegadas en el éjido y a
ienes serían h n u U n í/, once en el m ism o lugar. Es altam ente probable que, en
tínez (su socio |ini a la com pañía que tenían, las tierras de am bos hayan tenido
listrib u id o s c iin com unes. Posteriorm ente el C abildo haría m ás m ercedes de
\z a p a , Lluta jn que beneficiarían a am bos socios4.
inte grande; t, l’m gnnivam ente, fue constituyéndose la ciudad d e A requipa. El
i de lo que es' del rio Chili era bastante fértil y el clima, apropiado para el
i m aneras, la ovo de cereales. La ciudad —ubicada cerca al puerto de Quilca—
icas y los de cu* .ngó de darle salida al m ar a toda la región del Cuzco y Char-
sado desaper I u lin valles bajos tam bién había regiones m uy fértiles —Sama,
Pizarro algúmiml m y las alturas —Collaguas, C ondesuyos— eran bastante ri-
vicio distingu I n ciudad sirvió tam bién como apoyo a la conquista y penetra-
de los Carumi i ipafluía en Chile. La p u n ta d e lanza de esta ofensiva fue Arica,
i lu í |iic cobró cada vez m ás fuerza. El p u n to m eridional extre-
onfirmación<i ' u n d u lad o por los españoles, se ubicaba en el valle de Tarapacá.
deseo largamiala h i l a A requipa —pasando po r Arica, lio y M oquegua— se ex-
ados y m ás (jila • I 1 ip.n’lo vital de las em presas de Lucas M artínez Vegazo.
las nuevas ei • o •• nii| '.tilín que habían form ado Lucas M artínez y Alonso Ruiz
i de la nueva I11a di | .. ..a m o n ta . La docum entación que hem os tenido oportuni-

región inscili
P, , 1 . I * tiiiii'iil.i. ii'm co rrespondiente a la fundación de A requipa y sus anteceden-
poblar la CIU imh n. mmli n im Barriga 1939: 61-62, 66-67, 75-76, 79. El acta d e la votación está
C i l m i. .1. I.-i luí mía y según el propio Barriga, quien sigue en este p u n to al doc-
l"i I i iii. lavlci Helgado, se encuentra incom pleta. N o figura, en la p arte co­
cada, con alguna .. . i l . ,1 v. >tn de I ,ucas M artínez. N o cabe d u d a sin em bargo sobre su condición
luestro trabajo en jl" lum ia.I.n . I.■ Arequipa.
mposición de la c B.illlg.l I " '1' III l i l e p ilm er reparto d e tierras debió estar acom pañado de otro
11" Mullan v nulnii"! A laicas le correspondió el área que actualm ente ocupan la
e se estaba encon IrI*"»Mi I • l.ni'ilin ilel convento de San Francisco. Posteriorm ente, am bos socios
'.nda de Arequipa. ! " ’ ..... ... " " 1' " I'«»i•>np¡iH-lao, Paucarpata y Yarabam ba.
i Polo de Ondegm
lo que daba ni ni
orno referencia la
41

d a d de consultar nos m uestra que la principal actividad era el o torga­


m iento de préstam os. La relación de deudores de la com pañía conte­
nía nom bres de bastante lustre. El propio Francisco Pizarro debía q u i­
nientos m arcos de plata fina valorados en dos mil pesos, que Ruiz y
Lucas le habían prestado. El entonces obispo Vicente de Valverde les
era tam bién d eu d o r de quinientos pesos de oro. Gabriel de Rojas
—quién sabe si no estarem os ante el origen de su enem istad con L u­
cas— debía doscientos pesos a la com pañía. Francisco de O rellana, fu­
turo descubridor del río A m azonas, debía otros doscientos pesos.
G óm ez de Tapia y Pedro Alonso de Hinojosa engrosaban la lista de
deudores que se cerraba con lo que debían algunos de los hom bres
que habían partido con A lm agro a Chile, pues la com pañía de Lucas
y Ruiz los había abastecido con caballos y otras cosas de difícil recu­
peración en vista d e que la m ayoría había fallecido5.
H em os detallado esta relación de deudores para que el lector
tenga una mejor idea de la m agnitud y los alcances de esta com pañía
que contaba, adem ás, con diversos bienes y, cierto es, con algunas
deudas. En el pasivo de la com pañía figuraban trescientos pesos que
se debía a Rodrigo Simón, seguram ente po r servicios de adm inistra­
ción; cuatrocientos y cincuenta pesos que correspondían a Pedro Piza­
rro po r la com pra de un caballo rucio y trescientos pesos de los cuales
era acreedor D om ingo N úñez. Poseían los socios tres caballos —uno
rucio y dos castaños finos—, u n negro zapatero llam ado Diego y una
m orisca de nom bre Beatriz. Contaban, adem ás, con las casas y tierras
del Cuzco.
Para alcanzar semejante posición habían sido necesarias m uchas
privaciones, así como entera confianza y plena solidaridad entre so­
cios. En una escritura otorgada en ese m ism o año de 1540, am bos re­
conocían haber llegado al Perú con Pizarro unos diez años atrás y ha­
ber sido com pañeros y andado juntos todo ese tiem po en cuanta jor­
n ad a hubiese dem andado sus esfuerzos, com iendo y viviendo en una

5) La escritura en la cual figura esta relación se encuentra en AMA LPLO 1: 98v-


199v, Fuentes: 158 y fu e publicada en Barriga 1939:107-109. Fue firm ada p o r am ­
bos socios el 16 de octubre de 1540, actuando com o testigos Juan de Arves, Juan
d e San Juan y Juan Crespo. La inform ación sobre los bienes de la compañía, su
lista de acreedores y las condiciones en que los socios acordaron liquidarla se en­
cuentra tam bién en esa escritura y pasarem os a verla seguidamente.
42

m ism a casa sin diferencia alguna, teniendo un solo patrim onio co­
m ún, sin m ayor división y haciendo el uno la voluntad del otro6.
La am istad entre Lucas M artínez y Alonso Ruiz había llegado a
tal extrem o de unión que en térm inos em pleados por ellos m ism os
era tan u n a y m ism a y conform e que no se podía pagar del uno al
otro y viceversa, sino conjuntam ente po r vía de m atrim onio entre
Ruiz e Isabel M artínez, herm ana de Lucas. Fue por ésto que am bos
socios concertaron el desposorio. El m atrim onio había sido consulta­
do prim eram ente a los p adres de la novia e incluso, aceptado por ella
m ism a. Ruiz se com prom etió, en la escritura que venim os glosando, a
em barcarse en el prim er navio que partiese a España a cum plir su pa­
labra. En respuesta, Lucas M artínez dotó a su herm ana con dos mil
pesos y Alonso Ruiz, —puesto que Isabel M artínez lo venía esperan­
do bu en tiem po— aportó otros d o s mil pesos para la dote de la novia.
En realidad la docum entación sobre los socios, correspondiente
al m es de octubre de 1540, es tan abundante porque se estaba prepa
rando la p artida d e Ruiz, quien acabaría dejando el Perú de m anera
definitiva. El retorno de Ruiz, tardío respecto al de quienes dejaron el
Perú apenas obtenido el prim er oro, ha llam ado la atención de quie­
nes han visto en él un prim er caso de incidencia lascasiana en el país,
u na verdadera cuestión de escrúpulos y conciencia. Según Garcilaso,
Ruiz poco m enos que se detuvo a predicar a un indio anciano, m ien­
tras sus com pañeros saqueaban el Cuzco. Lo cierto es que Ruiz, quien
parece haber estado angustiado por la licitud de lo obtenido a través
de la conquista, obtuvo licencia para p artir en octubre de 1540 y no
regresó7.

6) La curiosa escritura de la cual hem os extraído estos detalles sobre el trato d e los
socios así com o el p osterior m atrim onio d e Ruiz con u n a herm ana de Lucas, data
del 7 d e octubre d e 1540. H a sido publicada íntegra en Barriga 1939: 84-85, p a r­
cialm ente en M artínez 1930 y 1936. El original se encuentra en AMA L P L O l:
80r-80v, Fuentes: 136.
7) Según G arcilaso, Ruiz poco m enos que se d etuvo a predicar a un in d io anciano
m ientras su s com pañeros saqueaban el Cuzco. Las anécdotas d e G ard laso sobre
Ruiz se encuentran en las p ág in as 91-92 del tom o III de sus Obras Completas edi­
tad as en M ad rid p o r Carm elo Sáenz de Santa M aría (en adelante Garcilaso 1960-
65). L ockhart (1972: 343-346) traza una reseña biográfica d e Ruiz con estos y
otros detalles. G uillerm o Lohm ann Villcna, en su artículo "La restitución por
co nquistadores y encom enderos; u n aspecto d e la incidencia lascasiana en el
Fue en este contexto que am bos socios acordaron
com pañía que habían tenido y levantar toda aquella docta
que venim os glosando y felizm ente se ha conservado. Col
con el equilibrio que siem pre habían g u ardado, decidiera!
las cosas de m anera tal que Lucas se qu ed ara con el rucio y
fino, la m orisca Beatriz (con quien tendría hijos), las casas
del Cuzco y las que le acababan de ser asignadas en Arequi
parte Ruiz retendría el otro caballo, el negro Diego, las casi
de A requipa y la encom ienda, bien que siem pre fue individ
ca com partieron. Am bos socios pagarían po r partes iguale
das de la com pañía y dividirían entre ellos, proporcionalm
lo que p u d ieran cobrar.
Por últim o, Ruiz firmó una escritura d e obligaciói
constancia de cómo llevaba a España una buena cantidac
plata que am bos com pañeros habían ganado en la g uerra dt
ta y en el cerco del Cuzco. Era p o rtad o r de cinco mil maree
fina, de valor estim ado de veinte mil pesos, y dos m il cua
pesos d e oro de doce kilates. Debía venderlos en Sevilla, o
dinero en beneficio d e am bos socios8.
Antes de partir, el socio d e Lucas dejó una carta d e de
favor d e Isabel Ruiz, a quien reconoció como hija ilegítim a
cebida po r su criada Francisca M iranda. A esta su hija le i
m il pesos de plata blanca, que le correspondían d e los dos
la com pañía debía Pizarro. Lucas M artínez se los debía entr
bel Ruiz una vez cobrados. En caso que no se p u d iera cobi
da, Ruiz donaba a su hija la granjeria que tenía en el valle d
ajena, por cierto, a la com pañía9. El viaje de Ruiz coincidú
con su elección com o representante de la justicia y regim u
Villa H erm osa de A requipa para obtener m ercedes ante la

Perú" publicado err el Anuario de Estudios Americanos Xlll: 21-69, ji


caso d e R uiz entre otros. (En adelante L ohm ann 1966).
8) Esta últim a escritura data del 15 d e octubre d e 1540 y se en cu en tra e
01: 96v-97r, Fuentes: 155. Ruiz se obligaba ciertam ente a entregar a l
de lo que obtuviese fundiendo las joyas o acuñando m oneda, con exc
dote d e su herm ana.
9) Barriga 1939: 100-102; AM A LI’L 01: 85v-87r; Fuentes: 151. Poco ant
Pizarro canceló la d e u d a que tenía con la com pañía. Lucas retu v o su
p u so de la de Ruiz según lo expresado p o r éste.
44

romo con los varios encargos que recibió para procurar reconocim ien­
tos y m ercedes de carácter particular10.
La p artid a del socio sirvió a Lucas para reforzar sus vínculos
ordaron liq m n España, a juzgar po r u n p o d er suyo en favor de Francisco Martí-
lella docum nrZ/ su padre, y Alonso Ruiz, a quien llam ó "mi herm ano". El otor-
vado. Cons j.,,nte los autorizaba a representarlo ante cualquier juez, cobrar sus
decidieron ,|t.|idas, solicitar en su nom bre m ercedes ante las A udiencias de Espa-
cl rucio y el iyi, Santo D om ingo, Panam á y N ueva España, contraer obligaciones
las casas y |,,,S|a p0r u n valor de cinco mil ducados, com prar rentas y censos y
en Arequip: (,|()rgar arrendam ientos en su nom bre11.
o, las casas De m anera análoga, la perm anencia de Lucas en A requipa era
íe individuí p,ira p ujz u n a garantía de que sus intereses quedarían bien resguar­
des iguales c|ati0s. El m ism o día en que fue firm ado el poder anterior, Ruiz otor-
orcionalmei j.y, 0 jr0 en favor de Lucas M artínez p ara tener en adm inistración to­
dos sus indios, cobrar deudas, contratar m ozos a sueldo p ara que es- .
obligación (uvieran en su hacienda, tom ar m inas de plata y oro y hacer compa-
t can tid ad ( nías; para cobrar todos los tributos, así como oro, plata u otra cosa
i g u erra de ,|lu. sus indios dieren, dar recibos, revocar y sustituir poderes, etc.12,
mil m arcos
3S m il cuatr
Puede consultarse Barriga 1939: 91-92, 97, 99,105.
Sevilla, o bii Barriga 1939: 87-89, AMA LPL 01: 81r-82r, Fuentes: 136. H ay que recordar que no
existía aú n la A udiencia d e Lim a y m uchos asuntos se ventilaban en Panam á. El
arta d e don poder de Lucas fue o torgado el 7 de octubre de 1540.
AMA LPL 01: 83r, Fuentes: 138. Posteriorm ente, el 15 de octubre, Ruiz habría de
ilegítim a su !) otorgar un p o d er sim ilar en favor de Rodrigo Ximón, el cual debía entregar los
u hija le ce< frutos de su hacienda a Lucas M artínez Vegazo. Este R odrigo Ximón, como h a ­
le los dos n brá advertido el lector que siga las notas, era hom bre d e confianza d e ambos so­
iebía entref cios. El segundo poder se encuentra en AMA LPL 01: 79v, Barriga 1939: 103-104,
Fuentes 150. U na versión extensa de este m ism o p o d er se encuentra en LPL 01:
diera cobrai 159r-160r.
i el valle de m I n realidad d ud am o s que R uiz haya tenido en m ente, d esd e u n principio, viajar
z coincidió a España y no regresar al Perú. Partió en goce d e u n a licencia otorgada por Piza-
y regimien n o, al térm ino de la cual consiguió, m ediante u n a cédula real, su prórroga p or
un año m ás. En m ayo de 1543 obtuvo la extensión de la licencia p o r ocho m eses
les ante la c adicionales. En setiem bre de ese m ism o año le fue concedido otro plazo de doce
meses, con la condición que se em barcase en la p rim era flota p ara las Indias, p o r
el mes d e m arzo d e 1544, so pena d e perder el derecho a su encom ienda. Lo cier­
Xlll: 21-69, se to es que Ruiz, cuyos escrúpulos debieron acentuarse con la rebelión de Gonzalo
Pizarro, no volvió. A ntes bien, se presentó ante el E m perador Carlos V a ofrecer­
: en cuentra en le lodo lo que había ganado en la conquista, p o r no saber con precisión a quien
i entregar a Li» ilebín ser restituido aquello. Recibió en recom pensa u n juro p erp etu o que asegu-
neda, con exce| i iilni su existencia y la de sus descendientes .

151. Poco antes


cas retuvo su p
45

Resulta la cuestión de la partid a del socio13, Lucas pudo dedicar­


se por entero a la explotación de los recursos que la encom ienda ofre­
cía. N o había todavía tasa de tributo ni ordenanzas que reglam enta­
sen el trabajo indígena po r aquella época, de m anera que cualquier
m edio resultaba justificado p o r el fin suprem o d e obtener riqueza.
Para dirigir sus em presas, Lucas contaba con el apoyo de un
grupo de apoderados, m ayordom os y criados. El bachiller Alvaro
M arín y G onzalo de Tapia se encargaban de sus asuntos judiciales y
los trám ites pertinentes a sus negocios. Rodrigo Ximón adm inistraba
sus bienes en condición de m ayordom o y recorría los pueblos d e in­
dios de la encom ienda. El clérigo presbítero Alonso García ordenaba
sus asuntos desde A requipa, m ientras Diego García de Villalón —al
frente de algunos criados— hacía las veces d e hom bre d e avanzada,
capitaneando el barco de M artínez Vegazo o buscando m inas de pla­
ta14.
Tam bién contaba Lucas M artínez con el trabajo de sus yanaco­
nas, un conjunto de indígenas de diverso origen que se habían venido
plegando al conquistador desde su paso por Cajam arca y el Cuzco. Se
dedicaron básicam ente a labores agrarias, sirviendo con lealtad a Lu­
cas quien, en su m om ento, los recom pensaría con m ercedes de tie­
rras15.
N uestro personaje era po r entonces la cabeza de u n am plio cor­

Lohm ann 1966: 36 destaca la presentación d e Ruiz ante C arlos V y el juro de h e ­


redad obtenido p or éste. Barriga 1939: 183 publica la extensión de la prórroga el
I o de m ayo de 1543. La inform ación sobre la extensión de esta prórroga en se­
tiem bre de 1543 proviene d e u n a nota de Barriga.
14) El 15 de noviem bre de 1540, Lucas otorgó u n p o d e r en favor del Bachiller Alvaro
M arín y de R odrigo Ximón p ara que adm inistrasen sus indios, cobrasen deudas,
lo representasen en pleitos, causas y negocios, etc AMA LPL 01: UOr-llOv, Fuen­
tes: 173. El 7 d e febrero d e 1541, el reverendo p a d re A lonso García y Rodrigo
Ximón—en nom bre de Lucas M artínez, de quien tenían p o d er— firm aron u n
convenio con Juan Q uixada y Diego García Villalón. Según el acuerdo, Q uixada
y García Villalón se com prom etían a tom ar "cualesquier m inas de plata en la p ar­
te y lugar que vos pareciere y estacabas y h azer en ellas todo lo que se requiere
para la validación", en no m b re d e Lucas M artínez Vegazo, AMA LPL 01: 143r,
Fuentes: 229.
15) La inform ación sobre el origen y el trabajo d e los yanaconas de Lucas se p uede
ver en BNP A438, A595, A555, así como en las páginas siguientes. Sobre los ne­
gros se hallará inform ación en la nota 17.
46

tejo de indígenas, negros y españoles. Los prim eros habían desarro­


llado rápidam ente relaciones serviles y de dependencia con el nue­
vo señor, cuyas tierras trabajaban; los segundos eran esclavos y tan
pronto podían estar sirviendo la m esa del encom endero como calen­
tando la fragua en las m inas. El tercer grupo estaba com puesto, ade­
m ás de los m ayordom os, p o r un im precisable núm ero de m ozos a
sueldo —soldata se decía en la época— que cum plían los encargos de
los adm inistradores, servían de m ozo de espuelas o de paje al enco­
m endero, vivían bajo el dosel de la prosperidad de Lucas y, llegado el
m om ento de las guerras civiles, tom aban la bandera de su señor y
em pleador.
La m inería se convirtió rápidam ente en el principal recurso fi­
nanciero y la m ás im portante actividad económica de Lucas M artínez
Vegazo. Las m inas de Tarapacá generaron una suerte de fiebre de
plata y convirtieron a Lucas en una de las personas m ás ricas del
Perú. El cronista Pedro Pizarro —que tenía la encom ienda vecina de
Tacna y tam bién incursionó en m inería— nos ha dejado una excelente
descripción de las m inas d e Tarapacá, acom pañada de una anécdota
bastante curiosa y m uy reveladora del clima que se respiraba en
aquella época16.
Según el cronista, las m inas quedaban a doce leguas del pueblo
de Tarapacá, del cual era encom endero Lucas M artínez. No se había
hallado u n a veta fija, sino q u e había varios veneros distribuidos en
u n espacio de diez leguas, de los cuales se extraía sin m ucho esfuerzo
plata de buena ley. La explotación de las m inas se veía dificultada por
la falta de agua y alim entos cercanos, lo que unido a la obsesiva b ú s­
queda de una veta principal venía a constituir la preocupación princi­
pal de quienes se dedicaban a ella. El prim er problem a era soluble
para Lucas: en su condición de encom endero de la zona podía dispo­
ner de am plios recursos, hum anos y m ateriales, para abastecer de
agua y alim entos a sus trabajadores. Lo segundo sería m ás problem á­
tico y daría origen a la anécdota en cuestión.

16) Pedro Pizarro 1978: 189-192. La referen d a del cronista form a parte del capítulo
26 titulado "De las m inas que auía en este reyno y los naturales labrauan". La
disgresión sobre T arapacá y la alusión a Lucas es dem asiado larga p ara d ta rla
textualm ente, d e m an era q u e en los siguientes párrafos la glosamos.
Se hablaba, allá por 1542, de una veta principal y m uy i
cuya ubicación los indígenas gu ard ab an estricta reserva. Le
tínez explotaba po r entonces una veta ubicada en una cue
cual anteriorm ente se había sacado plata para el Inca. En re
m inería ofrecía al com ienzo m uy pocas dificultades de ordei
En la cueva de Lucas M artínez, po r ejem plo, la plata se ei
suelta entre la tierra, en form a de unas bolas que los indios
p ap as y que llegaban a valer entre doscientos y quinientos p
una.
N os cuenta Pedro Pizarro que en cierta ocasión le fue
por un indígena que existía u n a veta m ás rica que la que Li
tínez trabajaba. C am ino a ella, el cronista encontró u nas ca
cuales, apenas a u n par d e m etros d e p ro fu n d id ad , se ext
adobes que al ser golpeados dejaban caer una costra de tien
do a relucir una plancha de plata de m uy buena ley. Se er
tanto el cronista con este éxito inicial, que gastó posteriora-
de veinte mil pesos en excavaciones, sin m ayor resultado.
Entretanto, se habían despertado los celos y la codicia
M artínez. Em pezó por regañar du ram en te a sus curacas de
p o r no haberle m ostrado a él cuál era aquella fam osa m in
que Pedro Pizarro acababa, aparentem ente, de descubrir. Tal
las recrim inaciones y am enazas de m uerte po r parte del en
ro, que los curacas term inaron confesando que la veta que
zarro acababa d e encontrar no era la que se suponía, que ell*
trarían a Lucas la verdadera m ina del Sol; que no habían re\
tes su ubicación por tem or a ciertas profecías funestas, res
que ocurriría con ellos y sus sem enteras.
Luego que Lucas M artínez les hiciera entender com pu
te que las profecías d e sus "hechiceros" eran falsas, los <
m ostraron dispuestos a llevarlo a la m ina del Sol. Sin em ba
anterior a la partid a se produjo u n eclipse solar que desani
m orizó m ás aú n a los curacas. Lucas tuvo que apelar a i
argum entos explicando que los eclipses eran fenóm enos n
a m ayores m edidas de fuerza. Por fin p u d o vencer la resi:
los curacas, resignados a p artir nuevam ente en busca de
m ina.
IM

I'It‘d ivam ente, los curacas y el encom endero enrum baron ha-
■1 1 la mina, pero estando a m edio cam ino se produjo un fuerte tem -
Mor de tierra que term inó por hacer estériles los esfuerzos y recur-
cipal y m u y rica* 1 1 1 desplegados hasta entonces por Lucas. Los curacas se negaron a
.1 reserva. Lucas*" poli. anunciaron que los m atarían antes de obligarlos a revelar su
i en u n a cueva,*"" telo y no hubo fuerza hum ana capaz de hacerlos cam biar d e acti-
■1 Inca. En realidad
ides de orden tí No encontró, pues, Lucas la m ina del Sol: lo m ás que hicieron
a plata se cncoil"■* cónicas fue llevarlo aquí y allá fingiendo que no daban con ella,
ic los indios llaiLi ,i , i que el propio encom endero desistió. N o obstante, seguía siendo
quinientos pesor! m inero m ás im portante de la región y estam os seguros que —en
mili época en la cual no se había fijado tasas de tributo ni se habían
:asión le fue revfnimado todavía grandes m ercados urbanos en los cuales comerciali-
|ue la que Lucas ,u | m uluctos d e la encom ienda— la m inería constituyó la principal y
itró u nas catasIm.c. m utable actividad económ ica de nuestro personaje,
lidad, se extraía I ,as ganancias de la m inería y las em presas que Lucas tenía en
ostra de tierra, j m ente posteriorm ente instalaría u n a cordonería en Arica, tendría
aa ley. Se entus mi molino en G uaylacana, u n a viña en Ocurica y u n a estancia en Ta-
6 posteriorm enl • "Imi justificaban largam ente una buena inversión en m ano de obra
•csultado. v cu tecnología. En agosto d e 1541, Lucas cerró u n a operación p o r la
y la codicia de 1 com praba ocho negros jóvenes —u n p ar de ellos con algún ofi-
5 curacas de Tai 11<» que le servirían trabajando en sus em presas y en el m anteni-
fam osa m ina di m lentn de su c a s a 17.
cscubrir. Tales I l ’"' mismo mes, Lucas M artínez firm ó otros dos arreglos vincu-
parte del encoir ' , "I trabajo de las m inas, con Diego G utiérrez y Diego García de
la veta que Ped Vill ilmi1" G utiérrez fue contratado por u n año para afinar y fundir
m ía, que ellos lt | ' l 1,1 *(He I uc,»s M artínez tenía en Tarapacá, a cambio d e u n pago de
o habían revelai |M**»rm I Ina de las condiciones del trato obligaba a G utiérrez a en-
unestas, respecl
, . . * * AMA I IM. 01 I99v-200r, Fuentes: 316. Lam entam os desconocer el precio total de
IK cr C O m p u S1V • ■•* « ." lu p ia venta de esclavos, pues la obligación de Lucas con el v endedor,
falsas, los cura |uan 'nlm lie/., correspondía solam ente a u n saldo de quinientos pesos. Los escla­
>1. Sin embargo, vón un m e l ló n eran Diego, Juan Ivo, A ndrés, Jordanillo, A ntón M ulato, Juan
1 Calo, o , |o an Sastre y Pedro M osinga. Por los nom bres parece que alguno de
• que desanimó'
albín Inula olb lo Iv.ln fuerza d e trabajo que se incorporaba a los recursos de Lu-
e apelar a reno ■ i ■M allines 'icila biislcnmente destinada a los trabajos en las m inas de T arapa-
■nómenos natur ■a I a i lim pia vi ola aa selló el 18 de agosto d e 1541
ncer la resisten SM \ I l'l III "Obi .’O'/i, 207v 208r; 208r-209v. Fuentes: 330, 331, 332. Todos estos
iba iiiin o t" . li na un firm ados el 23 de agosto d e 1541.
i busca de la fi
49

señar el procedim iento por lo m enos a dos negros de M artínez Vega­


zo, quienes al cabo de un año resultarían siendo oficiales de fundir y
afinar plata, así como expertos en la confección de hornos. La m inería
en Tarapacá era una em presa todavía incierta y de frontera. Por eso,
si las m inas resultaran exiguas, G utiérrez cobraría solam ente cien pe­
sos, m ientras que si la región se viese alterada por alguna rebelión
indígena, Lucas M artínez debía otorgarle un pago adicional por con­
cepto de riesgo de vida.
Por su parte, Diego García de Villalón fue nom brado apoderado
principal de Lucas M artínez, con facultad para cobrar d eudas, tom ar
m inas de oro y plata en su nom bre, contratar a sueldo y despedir a
los españoles que considerara conveniente. García de Villalón se h a­
bía vuelto prácticam ente el segundo d e Lucas M artínez y creem os
que este rápido ascenso se explica por el hecho de haber sido una p er­
sona bastante enterada en el m anejo de las minas. En u n a carta de
concierto firm ada po r am bos, García de Villalón dijo que por cuanto
Lucas se proponía poblar y explotar las m inas de Tarapacá, él se com ­
prom etía a tener a su cargo y sacar adelante todo lo concerniente a la
nueva em presa. A cambio, Lucas M artínez le cedía la novena parte de
todo lo que en ella se obtuviese.
N o cabe d u d a que Lucas se disponía a hacer de la m inería su
principal fuente de ingresos, pues hacia ella estaban orientadas todas
sus inversiones fuertes de ese año de 1541. A esas alturas disponía de
tanto dinero ya, que podía sim ultáneam ente im portar negros escla­
vos, contratar técnicos fundidores, encargar a terceras personas el tra ­
bajo de m ontar la em presa y aú n m andarse construir — pronto lo ve­
rem os entrar en escena— un barco.
Todas estas prerrogativas se derivaban, sin d u d a, de su condi­
ción de encom endero de la región. Para quienes no lo eran, la situa­
ción era bastante m ás difícil. Si querían invertir en m inería —y hasta
tanto no se pusieran en vigencia ordenanzas que reglam entasen clara­
m ente la situación—, debían m uchas veces lim itarse a otorgar u n p o ­
der en favor del encom endero, para que en su nom bre éste o sus
hom bres buscasen m inas, las estacasen y trabajasen. Es decir, Lucas
m antenía — po r el hecho de ser encom endero— u n cierto m onopolio
o cuando m enos alguna hegem onía en la búsqueda de nuevas vetas;
no p o rq u e tu v ie ra a lg ú n d e re c h o so b re el te rrito rio q u e ellas
ocupaban, sino m á^ h i o n c o n el dom inio de la
u n iv e r s id a d n a c io n a l m ayor de
SAN MARCOS
Biblioteca de Ciencias Sociales 0 0 0 4 4 -5 ^ ^
50

fuerza de trabajo del lugar, lo que le otorgaba indiscutible ventaja. En


este agosto de 1541 —data de los docum entos que venim os viendo—
fueron varias las personas que se asociaron con Lucas M artínez, m e­
diante un p o d er para explotar nuevas v e ta s19-
Resulta evidente que el auge m inero em pezó a generar un des­
pliegue de recursos hum anos y m ateriales hacia el extrem o sur de la
A requipa d e entonces. Los intereses de Lucas m iraban hacia aquella
región, do n d e al atractivo de la m inería nuestro personaje sum aba la
posibilidad de abastecer las expediciones de conquista a Chile y bene­
ficiarse enorm em ente com ercializando con el nuevo m ercado.
Por la ubicación geográfica de los grupos de indígenas que la
com ponían y por la localización de las em presas del encom endero, la
encom ienda de Lucas M artínez Vegazo era clave para la conquista de
Chile, a la que él m ism o no era en absoluto ajeno. Pasajes de su poste­
rior testam ento dejan constancia de cóm o M artínez Vegazo proveyó
de caballos y bastim entos a algunos de los hom bres de A lm agro. Val­
divia era m iem bro del círculo extrem eño al que pertenecía M artínez
Vegazo y cuando inició la conquista d e Chile dispuso am pliam ente
cié la encom ienda de este últim o, sirviéndose de recursos m ateriales y
hum anos para establecerse, reunir la hueste y poner en m archa la
em presa de conquista. El próspero M artínez Vegazo había considera­
do seguram ente todo ello como una inversión. De resultar próspera la
conquista y abrirse el nuevo m ercado, sus ganancias no conocerían lí­
m ite20.
Sin em bargo estos proyectos tuvieron que suspenderse m om en­
táneam ente, pues otros acontecim ientos dem andaron su atención y lo

19) Alonso García, el capitán C ristóbal d e Ervas y Juan C respo otorgaron sendos p o ­
deres en favor de Lucas M artínez para buscar y explotar m inas en su nom bre, en­
tre el 20 y el 22 d e agosto de 1541. M ás ad elante o tras personas harían lo mismo.
AMA LPL: 209v, 205r, 211v-212r; Fuentes: 323,327, 329.
Ruggiero R om ano (1978: 159-173) ha establecido —siem pre a m anera de síntesis
general— la relación entre conquista y econom ía m inera. La im agen que él p re ­
senta de la in d u stria m inera colonial —d o n d e la clave parece haber estado en la
fuerza d e trabajo— coincide cabalm ente con la hegem onía de Lucas, apoyada en
su condición de encom endero.
20) P uede verse AGI Lima 124, tam bién Tomás T hayer Ojeda, ios conquistadores de
Chile Im prenta Cervantes, Santiago de Chile, 1908: 50, 70, 72 (en adelante, Thayer
O jeda 1908). También V icente D agnino, E l corregimiento de Arica 1535-1784. Imp.
La Epoca, Arica, 1909.
obligaron a ausentarse. En previsión, Lucas otorgó am plios p '
en favor de personas de su m ayor confianza, autorizándolos a f
lo en el entretiem po. Los facultaba, incluso, para otorgar testa (*
en su lugar, quedando como herederos u n hijo natural suyo, lli
Francisco, y los propios a p o d e ra d o s21. 1 I
¿Qué cosa aprem iaba a Lucas M artínez al punto de hao I
m er por su propia vida? Dos m eses atrás — a fines de junio de ¡I
Francisco Pizarro había sido asesinado por "los de Chile", agn 1
en torno a la figura de Diego de A lm agro el m ozo. La proclai 1
de éste como G obernador del Perú, causó general revuelo. 1I
Si bien la ubicación de su encom ienda lo conectaba ne<
m ente con las cuestiones relacionadas a Chile, Lucas M a rtín e z 1
—lejos de estar vinculado a los alm agristas— se preciaba de
firme pizarrista. El propio Francisco Pizarro no hubiera otorga)
encom ienda tan im portante y en zona tan estratégica a algi
cuya fidelidad no estuviera seguro. Fue así que Lucas Martí
unió a quienes desde diversos puntos del Perú se aprestaban
la m uerte de Pizarro y convergían en torno a las figuras de Pe<
varez de H olguín y Alonso de Al varado — quienes se habían

21) La existencia de este hijo n atu ral era hasta el m om ento desconocida por p
y su origen,—aun q u e sospechem os que la m orisca Beatriz lo dió a lú a I
incierto. Este Francisco debe ser el m ism o Francisco M artínez V egazo qu
escritura incom pleta, otorgada en noviem bre de 1555, tuvo que prestar j
to por ser m enor de 25 años. Solam ente se conserva la p arte final del do<
Parece haber sido u n a obligación d e A lonso García Vegazo, herm ano d
con Diego H ernández de la C uba en la cual el joven Francisco habría salí
fiador de su tío. ADA G aspar H ernández 1554-1555: 640. La suposidóii
m atern id ad de la m orisca Beatriz se fun d am en ta en la certeza que tcnen
la existencia d e una hija d e ella y Lucas. Esto últim o se encuentra en A(
cho Indígena y Encom iendas, Legajo 2, C u ad ern o 15 . (en adelante AGI
C15).
Lockhart (1972) deja abierta la posibilidad d e que u n hijo d e Lucas
haya m uerto en la conquista de Chile, siguiendo lo referido p o r Roa y
El reino de Chile. El propio Lucas no hizo en su testam ento ning u n a alusil
cim iento o la m u erte de este hijo suyo. H ubo tam bién un Lucas Martínel
el M ozo que figuró en varias escrituras del XVI. Pero éste era en realidai
A lonso García Vegazo, es decir sobrino d e n u estro personaje.
Los poderes a que nos referim os en el texto y p or los cuales consta la e;
de este hijo Francisco, eventual heredero en caso de u n a súbita m uerte q
se encuentran en AMA LPL 01: 212r-213v, 216r-217v; Fuentes: 337-343. 1
SI

I>or el rey en Cuzco y C hachapoyas— y a la del licenciado Vaca de


< astro, que arribaba com isionado po r el propio m onarca.
Llegaba para Lucas- la hora de em p u ñ ar nuevam ente las arm as,
ios poi I 1 flam ante m inero y próspero colono debía cabalgar nuevam ente en
los a su Non de guerra, esta vez no contra los indígenas sino contra otros espa-
tcstair fióles. Su condición d e rico encom endero lo obligaba, adem ás, a equi-
yo, llar | *»r y arm ar a los hom bres de su casa y poner al servicio d e la causa
■leí rey cuanto m edio m aterial estuviese a su alcance,
e hacerl La tom a de posición contra A lm agro el M ozo no respondía sola-
¡o de lím ente a u n a filiación pizarrista de nuestro personaje. Ella era tam bién
, agrupdictado del instinto de conservación, p ues es sabido que con "los de
ro c la m it hile" se ag ru p ab an todos aquellos cuya m eta era obtener las enco­
miendas que los vecinos m uertos en la refriega dejaran vacantes. En
,a necejfñros térm inos, solam ente po d ía seguir la b an d era de Alm agro el
ínez Ve Mozo alguien que no tuviera n a d a que perder. Por el contrario, aquel
)a de se 'l,,c tuviese algo que conservar o salvar debía apresurarse en ponerse
torgade i’®jo el estandarte de la legalidad.
i alguie E nterados del pronto arribo de Vaca de Castro, Lucas M artínez,
M artín ' ll3 criados, m ozos a sueldo y algunos vecinos de A requipa se diri-
aban ve |',i(,ron a Tarapacá. Su objetivo era hacerse a la m ar en el barco que
ie Pedr ' ucas acababa de m an d ar construir, dirigirse al norte y reunirse con
ibían al ' , i fuerzas que tuviera el Com isionado. Los navegantes llegaron a
Lima -—do n d e hallaron a Jerónim o de Aliaga al frente de la ciudad
en nom bre del rey— y luego continuaron avanzando hasta desem -
da por no Parear en Piura, a la espera de Vaca de Castro. D esde allí, Lucas y
ó a lu z—, l,i tripulación que había salido desde Tarapacá m archaron junto al
irestaT'ui * om ' s' onacf° hasta H uaraz, do n d e se reunirían con los dem ás par- ti-
deldocui ,|‘,lios de la causa real. Los ojos de M artínez Vegazo reconocieron
m ano de aquellos cam pos y puentes que él había cruzado entre los prim eros
jría salido europeos —casi diez años atrás—, cam ino a Pachacám ac. De H uaraz
>osición 91 .«< dirigieron al sur, pues en el Cuzco A lm agro el M ozo —m estizo ro-
aenACN ' por partidarios sinceros y oportunistas de últim a hora— se
ate AGNI I 'reparaba a defender por las arm as su derecho a la gobernación del
Perú.
Roa*58 Ui am Pbamerd<- conocida la form a en que un 16 de setiem bre de
na°alusión l ' 12' cn la batalla de C hupas, fue derrotado el ejército d e Diego de
MartínezD Almagro el M ozo. En aquella batalla, probablem ente la m ás d u ra de
realidad I

ista la exil
nuerte del
7-343.
53

las guerras civiles, Lucas M artínez salió herido de u n a estocada en la


frente y gastó— a lo largo de toda la jornada—m uchísim o dinero. A
las virtudes de su riqueza podía u nir en adelante, aunque no por m u ­
cho tiem po, el m érito de haber sido u n leal servidor de la causa del
rey22.
N o bien se vió liberado de las obligaciones generadas po r la
guerra de C hupas —en la cual había equipado hom bres y ofrecido
m edios de transporte a costa de m uchísim o gasto— Lucas reinició las
labores al frente de su encom ienda y sus em presas. La m inería seguía
siendo su éxito, los poderes en su favor para explorar y explotar vetas
volvieron a a b u n d ar y las suyas propias, así como las de su hijo Fran­
cisco, aum entaron23. «

22) Barriga 1939: 184-186, 190, 392. E i^u n a inform ación d e testigos p resen tad a p o r
Lucas en el Cuzco el 9 de julio de 1548 se preg u n tab a sobre cóm o era cierto que
había tenido tal participación en la cam paña d e C hupas. Diego G arcía de Villa­
lón y el bachiller Alvaro M arín declararon favorablem ente a Lucas, afirm ando
inclusive el prim ero haberlo acom pañado al encuentro d e Vaca d e Castro. Poste­
riorm ente, cuando en 1575 Toledo efectuó u n a inform ación de servicios d e la ciu­
d ad de A requipa, se preg u n tó p or el rol cum plido p or los arequipeños en la g u e­
rra de C hupas. H ernando A lvarez de C arm ona, el único que parecía recordar los
nom bres con precisión, m encionó a Lucas entre aquellos que pelearon al lad o de
Vaca de Castro.
Ocho días después de la victoria, los vecinos dirigieron u n a carta al rey, d esd e
San Juan de la Frontera, haciendo u n a porm enorizada relación d e los sucesos y
destacando la participación d e los arequipeños. Lucas M artínez firm ó esa carta
en tercer lugar detrás de H ernando d e Silva y Pedro Pizarro .
La relación escrita p or los vecinos de A requipa fue publicada en la Historia de la
Conquista del Perú de I’rescott (en adelante Prescott 1853) en las pp. 251-252 y
tam bién en Barriga 1939: 167-170. Los detalles de cóm o Lucas y su gente se em ­
barcaron en busca de Vaca de C astro se encuentran en RANP I: 569-570.
23) Los poderes fueron otorgados p o r Lope d e A larcón, Francisco Osorio y el capi­
tán Alonso de Cáceres. AMA LPL 01: 393r-393v, 392v-393r, 395. En los dos ú lti­
m os aparece tam bién como ap o d erad o u n tal Alonso d e Cuevas, probablem ente
algún otro m inero asociado a Lucas M artínez. El p o d er de Cáceres incluía a otros
encom enderos com o Pedro Pizarro.
Particularm ente interesante es u n docum ento de dejación firm ado p o r el Presbí­
tero A lonso García, hom bre d e confianza d e nuestro personaje, quien afirm ando
haber tom ado dem asiadas m inas en Tarapacá (junto a las que tenían Lucas y su
hijo Francisco) renunciaba a ellas en favor de M artínez Vegazo. Semejante re n u n ­
ciación, si fue sincera, p uede ser testim onio d e la existencia de u n límite al tam a­
ño y riqueza de las vetas que no fueran del encom endero m ism o. Como sea, no
podem os dejar d e maliciar —d etrás de esta operación— la existencia d e form as
m ás o m enos encubiertas de acaparar y controlar u n m ayor nú m ero de asientos
m ineros. AMA LPL 01: 278r-278v, Fuentes 435.
54

Dentro de las actividades em presariales de Lucas M artínez la


navegación era fundam ental. Por la naturaleza de los territorios con­
trolados por sus encom endados —am plio litoral—, la posesión de un
barco era vital. N o hem os podido ubicar la fecha en que m andó a
construir el prim ero de los varios que tuvo, pero debió ser poco des­
pués de la m archa de su socio Ruiz (octubre de 1540), pues nada se
dijo de una em barcación cuando se inventarió los bienes de la com ­
pañía.
C on el barco Lucas M artínez unía un circuito com puesto por los
puertos d e Chulé, Quilca, lio, Arica y de la costa de Tarapacá: puntos
neurálgicos d e su actividad em presarial. Particularm ente im portante,
era la utilid ad del barcq,en el abastecim iento de alim entos y agua a
las m inas de Tarapacá. Sin las em barcaciones, el trabajo de las m inas
no hubiera sido posible.
El navio era tam bién im portante para las com unicaciones con
Chile Parece que el de Lucas era uno d e los pocos, ya que no el único,
que unía po r vía m arítim a A requipa y Chile d e m anera estable24. A
pesar d e que en 1543 Chile era en verdad un territorio todavía por
conquistar, algunos m ercaderes ya concertaban negocios desde la
frontera. Ella quedaba precisam ente en los confines de la encom ienda
de Lucas M artínez. Su em barcación prestaba notables servicios en es­
ta actividad, contribuyendo seguram ente al enriquecim iento d e su
dueño. M ás al sur, el capitán Pedro de Valdivia y sus hom bres en­
frentaban dificultades extrem as para im plantar un gobierno español.
El alzam iento de los indígenas agravó m ás todavía el problem a y
Valdivia, v erdaderam ente en aprietos, envió por refuerzos.
La circunstancia de estar íntim am ente vinculado al m ercado chi­
leno y poseer un barco perm itió a Lucas M artínez hacerse famoso
com o el salvador d e la expedición del capitán Pedro de Valdivia. Este
acontecim iento tuvo lugar en el últim o trim estre de 1543. A su vuelta

24) AMA LPL 01 337r-337v, 338r-338v- Fuentes: 513-514. A sí lo revelan estos dos p o ­
d eres o to rg ad o s am bos el 3 de abril d e 1543 p o r distintos co m erd an tes en favor
de Diego G a rd a de Villalón. A lonso de Castro y Lucas Fernández de A lm enara,
respectivam ente, querían in tro d u cir m ercaderías en la región de Chile, al m ism o
tiem po que tom ar cuentas a sus apoderados. Para ello otorgaron sendos poderes
en favor de García de Villalón, advirtiéndole que el dinero que recaudase les fue­
se env iad o a A requipa en el barco d e Lucas M artínez.
de la cam paña de C hupas, Lucas encontró a los capitanes Dieg
y Felipe G utiérrez em peñados en la com pra de u n navio para
lo a Chile a auxiliar a la gente de V aldivia, que andaba sin alij
ni equipo. La situación aprem iaba: otro capitán de V aldivia,!
M onroy, se veía im pedido de intentar el auxilio po r tierra, d
su falta de recursos económicos. Lucas M artínez tom ó la inic:
envió su propio navio —con Diego García d e Villalón por ca
cargado a su costa de las cosas necesarias para socorrer a la j
ción de Valdivia. Adem ás, ayudó con arm as, cabal~os y dineri
pitán Alonso de M onroy, para que p o r tierra p u d iese inte
auxilio necesario25.
En setiem bre de 1543 arribó con éxito el navio a su desti
vándose de esta m anera Valdivia y los que con él estaban. En u
ta posterior, dirigida a H ernando Pizarro, Valdivia habría de
esta situación en form a por dem ás ilustrativa respecto a Luc
gesto:
" (Lucas M artínez Vegazo) . . . por haber sido serv
M arqués, mi señor, y serlo d e v.m., m e favoreció
navio, quitándolo del trato de sus m inas d e Tarapa
no perdió poco; en el cual m e envió diez o doce m
de em pleo, de arm as, herrajes, hierro y vino pat
misa; que había quatro m eses que no la oíam os p
dél; y con u n am igo suyo que se dice Diego Garcf;
Halón, que v.m. conocería a la p asad a de Panam á
envió para que hiciese dél a m i voluntad y lo gast
los soldados y se lo pagase cuando quisiese y to
que no le diese por todo nada: que d e todas estas
dades usó, p o r ser él el que e s " .26.

El testim onio de Valdivia es bastante claro respecto a la


tu d del auxilio prestado^por Lucas M artínez. Resulta interesa
el infante d e Cajam arca, sim ple pieza de una expedición cuy;
ya había sido m ontada po r ricos m ercaderes d e Panam á, e

25) Barriga 1940: 185-193. Estos datos los p resen taría Lucas en una probai
rior.
26) Pedro de V aldivia Cartas, Santiago de C hile 1970 (en ad elante Valdivia
carta entera se encuentra en las pp . 45-65. La p a rte que hem os citado en
IS

i Ih>i .i
en condiciones d e actuar com o m ilagroso y poderoso protector
li rHln obra. El anónim o peón de entonces se había convertido entre-
m i lo en toda una celebridad.
Mego I No hay que olvidar sin em bargo que, al m argen de los mecanis-
ara en '" " 'l d e solidaridad evidenciados, Lucas M artínez defendía indirecta-
i alim< m riile su propio m ercado al socorrer a Valdivia. A juzgar por su tes-
via, Al • anriito, M artínez Vegazo había incluso equipado previam ente a al-
a, debi HUMOS hom bres que m archaron con V aldivia, sino a éste m ism o. Me-
iniciati 'liante el auxilio naval Lucas "había defendido tam bién su propia in-
>r capit vorslón.
\ la ex) Lo cierto es que años después, el propio M artínez Vegazo no
lineroi |mtardaría tan b u e n recuerdo de esta aventura suya. Ni Chile resultó
intent in i H gran m ercado que se pensaba, ni volvió Lucas a ver los veinte y
laníos mil pesos que — según él— le había costado el socorro a Valdi-
destino • la ".
En una A lrededor de aquel año d e 1543 se p u e d e fijar uno de los
a d e rt pi lludos de m ayor p ro sp erid ad d e Lucas M artínez Vegazo. La ri-
Lucas '|ni /a de sus m inas le facilitaba elevadas sum as de dinero que des­
tinaba a diversos fines: d esd e la construcción d e barcos hasta la
servido
ecio CO
trapacé 1 1 AGI Lima 124. Lucas siem pre m iró h a d a Chile. Por su testam ento n o s enteram os
que tam bién había hecho n e g o d o s con gente de la expedición de A lm agro. La­
ce mil | m entablem ente p ara él, las cosas n unca le salieron bien en este aspecto. Un am ar­
t para go párrafo d e su testam ento es bastante ilustrativo de cóm o consideraba Lucas
tos por sus aventuras de Chile. Leámos: "Yten declaro que en la provincia d e Chile m e
deven cantidad de dineros, entrellos Pedro d e Valdivia, en com pañía d e Diego
Jarcia d
García de Villalón, y d e ellos e ansí otras personas com o parescerá p o r las escri­
aamá, r turas que están en m i p o der y en el del dicho D iego G a rd a d e Villalón. Las qua-
' gastas los deudas no señalo, porque aquella tierra es tan p o b re y p erd id a; declaro sólo
y tovic pa que si algo se p u d iera cobrar, se cobre".
'ii En m arzo de 1543, Lucas firm ó dos o b ligadones, en favor de u n o s m ercaderes,
;stas lib por un total de seis m il setecientos treinta pesos. El concepto de las obligadones
ora un conjunto de m ercaderías adq u irid as p o r Lucas M artínez, seguram ente
con la intención de com erdalizarlas ventajosam ente. C om o quiera que la fecha
de esta operación resulta relativam ente cercana al p osterior envió del navio a
0 a la m
Chile, n ad a im pide suponer que gran p arte de aquella m ercadería haya servido,
teresanti ílnalm ente, para socorrer a Valdivia. AMA LPL 01: 331r-331v, 333r-333v; Fuen­
1cuya tr tes: 505-508. Los m ercaderes eran A ntonio d e A ran d a en el p rim er caso y H er­
ná, estu nando A lvarez y Juan Baeza, en el segundo. Las o b ligadones eran del orden de
los 2,300 pesos a ocho m eses de plazo y 2,430 pesos a diez m eses, respectivam en­
te. Las escrituras datan del 16 y 19 de m arzo de 1543.
probanza

aldivia 197
;ado en la 5!
57

com ercialización de p ro d u cto s e u ro p e o s28. La b o n a n z a d e n u estro


personaje se reflejó tam bién en u n increm ento de sus bienes raíces.
Una escueta escritura d e febrero de 1543 nos anuncia, in d irecta­
m ente, que Lucas tenía en construcción una capilla y u n m olino. O tra
nos revela que apenas dos m eses después el rico encom endero com ­
praba u n solar en A requipa, que lindaba con las casas de Gonzalo
Pizarro29.
A su riqueza unía Lucas el favor de un prestigio político que
—con su participación destacaba en la guerra de C hupas y el poste­
rior socorro a los hom bres de V aldivia— alcanzó su m ás alto nivel en
u n m om ento bastante oportuno. A las alteraciones bélicas de las gue­
rras civiles, que m ovilizaban a indios y españoles, seguía u n período
de reanudación económ ica y reajuste político. En él los españoles vic­
toriosos solían reclam ar para sí — ante la justicia— las p ren d as arre­
batadas a los perdedores, o las q u e la m uerte de algunos cam aradas
hubiera dejado vacante. C uando Vaca d e C astro vino al Perú, las
aguas habían estado agitadas d e tiem po atrás y había m uchas causas
judiciales y reclam os pendientes. A cabadas las alteraciones corres­
pondía ventilar aquellas cuestiones y Lucas M artínez —quien tenía
d isputa sobre los C arum as y adem ás reclam aba como suyos los mit-
m as del Collao asentados en C ochuna— se presentaba a esta lid ju­
dicial en la mejor posición.
Para que se tenga idea de lo bien colocados que estaban los in­
tereses de M artínez Vegazo en los peldaños del poder, m encionare
m os que el licenciado de la G am a —Teniente de G obernador del
Cuzco, nom brado po r Vaca de C astro— se alojaba precisam ente en
las casas que Lucas M artínez tenía en aquella ciudad y se servía

29) AMA LPL 01: 317r-318v; Fuentes 485. Se trata d e un concierto entre Luis de León,
regidor, y Juan d e Santa C ruz p ara form ar u n a com pañía que se d edique a la
producción de cal. Santa C ruz se com prom etió, de ahí en adelante, a no fabricar
cal en ninguna o tra parte, salvo la que necesitase Lucas M artínez p ara la cons­
trucción de un m olino y una capilla. Es m u y probable que Santa C ruz haya con­
traído u n com prom iso con Lucas, previo a la firm a d e esta escritura que d ata del
9 d e febrero de 1543. Suponem os nosotros, p or otra p arte, que el m olino en cues­
tión es el qu e Lucas— según su p ro p io testam ento— tenía en G uaylacana.
La inform ación sobre la com pra del solar se encuentra en AMA LPL 01: 346v-
347r; Fuentes: 527. Puede tratarse de las casas que posteriorm ente donó al hospi­
tal de naturales.
58

de su hacienda. Al m ism o tiem po, gozaba de un poder am pliam ente


facultativo para la defensa de los intereses judiciales de nuestro p er­
sonaje30.
Com o resu ltad o de com plicadas negociaciones que verem os con
m ayor detalle y perspectiva en el capítulo sétimo, Lucas M artínez ob­
tuvo d e Vaca de Castro la restitución de los C arum as y la encom ienda
d e los indios d e C ochuna, encom ienda —esta últim a— que inm edia­
tam ente cedería a su ahijada indígena Isabel Palla31.
La situación de Lucas no podía ser mejor. Poseía una am plia
encom ienda, cuyo potencial tributario se acababa de increm entar.
Era vecino principal de la ciudad de A requipa, cuyo escudo de arm as
había sido transportado de España al Perú a su costa32. Disponía g ra­
cias a sus m inas de plata de grandes sum as de dinero que el utilizaba
para com prar y m over m ercancías indígenas y europeas, así como
para increm entar la infraestructura de sus em presas con m olinos y
barcos. C ontaba tam bién con la fuerza de trabajo de varios yanaco­
nas, que lo tenían po r señor, y con el aporte de sus negros esclavos.
Sus curacas, por otra parte, debían satisfacer los requerim ientos del
encom endero sin tasa ni m oderación alguna. Trabajaba para él una
cantidad significativa de españoles: desde letrados, bachilleres y pres­
bíteros, hasta sim ples m ozos d e espuela y pajes, soldados y hom bres

30) AMA LPL 01: 311v-312v; Fuentes: 480. Por el p o der nos enteram os que Lucas te­
nía u n a d em an d a puesta contra los h erederos d e Fray V icente d e V alverde,
quien suponem os que m urió sin haber cancelado la d e u d a que tenía con la com ­
p añ ía d e Lucas y Ruiz. El docum ento autorizaba al licenciado a rep resen tar a Lu­
cas ante la justicia local y ante las A udiencias d e P anam á y Santo Domingo.
31) Sobre la so rp ren d en te historia d e esta Isabel Palla encontrará el lecto r m ayor in­
form ación tam bién en las páginas del capítulo sétim o d e este m ism o trabajo. En
cuanto a la recuperación de parte d e los C arum as y la obtención de C ochuna,
anotarem os que se llevaron adelante en perjuicio d e H ern an d o d e Silva, en ade­
lante enem igo principal de Lucas M artínez .
32) Esto consta en B arriga 1939: 146,151. Tam bién h ay inform ación al respecto en el
Nobiliario de conquistadores de Indias, editado p o r la Sociedad de Bibliófilos Espa­
ñoles (en adelante Sociedad d e Bibliófilos Españoles 1892) en las p ág in as 278-
279.
En la sesión del C abildo del 27 de octubre de 1946, se pid ió a P ed ro d e Fuentes
que entregase el p en d ó n de la ciu d ad con el objeto d e tenerlo bien g uardado.
Inm ediatam ente Lucas argüyó que era a él a q uien correspondía su custodia,
p u es había sido traíd o a su costa. AMA LAC 02: 28-29; M álaga, Q uiroz, A lvarez
Indice del libro segundo de actas de sesiones y acuerdos del Cabildo de la ciudad de
Arequipa (en adelante M álaga, Q uiroz, A lvarez 1974): 28.
de m ar. Tenía casas y sirvientes en A requipa, Cuzco y Lim.t
ahora sí, uno de los hom bres principales del Perú.
En este estado de cosas y cuando se encontraba en su I
m iento de Tarapacá, llegaron a oídos de Lucas las prim eras nuil
una serie de acontecim ientos que habrían de convulsionar trel
m ente al Perú, desencadenarían la rebelión de los encomenú
afectarían, d e m anera especial, el transcurso de la vida de |
personaje.
.

'
CAPITULO III

EL R E B E L D E

.. estando haciéndose la gente llegó a Lima Lucas M artín


Vegazo, que venía por la m ar en su bergantín, d e la ciudad
de A requipa. Este hom bre truxo para G onzalo Pizarro m ás
de cien mil ducados en oro y en plata, que eran de sus ren­
tas y de las de su herm ano el com endador H ernando Piza%, k
rro, y de sus sobrinos, y truxo consigo algunos soldados
para que fuesen con el tirano sirviéndole en la jornada que
había d e hacer. Y después de besadas las m anos a Gonzalo
Pizarro lo recibió m uy bien, porque era su grande am igo, y
los que se hallaron presentes se holgaron tam bién de su
venida, y estando platicando el tirano con Lucas M artín, le
dixo delante de m uchos todo lo sucedido en el Cuzco . . . ".

(Pedro G utiérrez de Santa Clara, Quinquenarios o Historia de


las guerras civiles del Perú).

A fines de 1542 se prom ulgó en Barcelona un cuerpo de Leyes


y disposiciones, las llam adas Leyes N uevas: se creaba el Virreinato
del P erú y se lim itaba enorm em ente el p o d er d e los encom enderos.
Ellas eran en realidad el resultado de una larga polém ica sobre la lici­
tu d de la conquista, el derecho de los encom enderos a utilizar indis­
crim inadam ente la fuerza de trabajo de los indios de su encom ienda,
el carácter perpetuo o finito de esta institución, la percepción del tri­
b uto indígena por parte de la corona o de los encom enderos y otros
aspectos no m enos problem áticos. Para asegurar el cum plim iento es-
62

tricto de estas disposiciones partió de España, en noviem bre de 1543,


Blasco N úñez de Vela, prim er Virrey del Perú, acom pañado por O i­
dores de la futura A udiencia de Lima y dem ás funcionarios reales.
Con ellos llegaría la ley, pero u n a que nunca fue vista con buenos ojos
acá.
Lo que estaba verdaderam ente en juego era la aspiración de los
encom enderos a constituirse en una nobleza m ilitar todopoderosa y
con cierta vocación autónom a, enfrentada a los intereses de la Coro­
na. Esta, que se había visto obligada a conceder encom iendas y m er­
cedes a quienes habían conquistado la nueva tierra a su costa y ries­
go, se disponía a recuperar posiciones im poniendo la au to rid ad de
sus funcionarios sobre las prerrogativas de los encom enderos, lim i­
tando el poder de éstos, privándolos de legitim ar la p erp etuidad de
sus m ercedes y subordinándolos a su regla. La reacción d e los enco­
m enderos fue ráp id a y decidida. Las nuevas disposiciones afectaban
fuertem ente sus intereses y pronto se form ó un am biente hostil a
ellas, caldo de cultivo favorable a las conspiraciones. "Si se ejecutan
las hordenangas q u edan mis herm anas y sobrinas a la p utería" ', h a ­

ll La frase le habría p ro n u n ciad o u n fraile d e nom bre A gustín d e Z úñiga delante


de num erosos ved n o s. La reunión de los conspiradores fue p resid id a p o r Vaca
de Castro y se realizó en casa del A rzobispo Loayza (López M artínez, Héctor;
Diego Centeno y la rebelión de los encomenderos: 32). En adelante esta obra se d ta rá
com o López 1970.
En D uran d 1958 se p u ed e encontrar num erosas alusiones al sentim iento hostil
qu e los recién llegados d espertaban en aquellos que llevaban años en el Perú.
Tanto m ás si venían en condición d e funcionarios. Juan Friede en su Bartolomé de
las Casas: precursor del anticolonialismo (en ad elan te Friede 1974) traza u n cuadro
general sobre la revolución d e las Leyes N uevas en México y A m érica Central.
Sin em bargo Friede ignora sin m ás —v erd ad era lim itad ó n de su obra— lo ocu­
rrido en el Perú. En los capítulos IV y V d e The Revolt of Gonzalo Pizarro: Perú,
1544-1548. de D avid A dair R obinson (en adelante Robinson, 1974) se p u ed e en­
contrar u n a visión del problem a en el Perú, au n q u e lastim ada p or u n uso a veces
poco crítico d e los cronistas.
La m ejor presentación del clima pre-bélico de Lima y el Cuzco — cuando llegaba
el V irrey con las Leyes N uevas— pertenece todavía a Pedro Cieza d e León. El ca­
pítu lo XI d e su Guerra de Quito, publicad o p o r Jim énez de la E spada (en adelante
Cieza 1877) es u n a bella p ru eb a. A propósito de la p re se n d a d e u n cura en la
conspiración —p ro n u n d a n d o la soez frase com entada párrafos atrás— direm os
q u e el apoyo del clero a las rebeliones no pasó desapercibido a tan distinguido
observador: "Y a la v erd a d ya es plaga y d o len d a general en estos infelices reinos
del Perú no h aber tra id ó n ni m otín, ni se piensa com eter otra cualquiera m aldad,
q ue no se hallen en ella p o r autores o consejeros clérigos o frailes...”, anotó Cieza
en su capítulo XCLIX.
63

bría dicho uno de los prim eros conspiradores, recogiendo el tem or


generalizado que la nueva situación despertaba.
Los vecinos de Lima y el Cuzco pensaron prim eram ente apoyar­
se en Vaca de Castro, como alternativa política que oponerle al Vi­
rrey, pero el Com isionado estuvo lejos de tener la fuerza suficiente.
En Charcas, en cambio, se encontraba G onzalo Pizarro, riquísim o en­
com endero y dueño de u n historial m ilitar de prim era categoría. Po­
seía adem ás u n apellido a cuyo conjuro revivía el espíritu d e los con­
quistadores de ayer, que hoy, ya encom enderos, veían todo cuanto
habían ganado am enazados, ya no por rebelión de indios sino por
disposiciones de su propio m onarca.
En el m om ento en que el Virrey se encontraba en Lima, ganán­
dose la hostilidad de todos los vecinos, y G onzalo Pizarro —n om bra­
do P rocurador G eneral— m archaba del Cuzco a la capital, Lucas
M artínez Vegazo se encontraba en Tarapacá. La participación de Lu­
cas en la naciente rebelión de los encom enderos fue notoria, pero bas­
tante am bigua. D ada su condición de encom endero, se encontraba
fuertem ente afectado por las Leyes N u ev as y sin d u d a apoyaba su no
cum plim iento. Su vinculación con los Pizarro no era poca ni reciente,
per —por otro lado— desafiar la a u to rid ad real y oponerse al V irrey
era bastante com prom etedor.
N uestro personaje se encontraba entre dos fuegos: de un lado su
interés de encom endero, del otro su lealtad al Rey. R esulta difícil
creer que Lucas —y con él m uchos de los que destacaron en esta co­
y u n tu ra — haya tenido desde u n com ienzo conciencia del carácter de
rebelión general que asum iría el m ovim iento de protesta contra las
nuevas disposiciones. Com o a m uchos, la defensa de su encom ienda
lo llevó a desafiar abiertam ente la au to rid ad de la corona y colocarse
a la vanguardia de la rebelión. Com o a m uchos, el desbaratam iento
del alzam iento, las deserciones y la presencia de la Gasea lo pondrían
en verdaderos aprietos para salvar la vida, prim ero, y buscar un des­
esperado perdón, d e s p u é s
Su participación en la rebelión de los encom enderos fue bastante
contradictoria: tan pronto aparece com o brazo derecho de Gonzalo
Pizarro, o como celoso y sacrificado serv id o r del Rey y defensor de
sus leyes. En realidad la im presión q u e nos deja la consulta de la do­
cum entación pertinente —crónicas, inform aciones de testigos, cartas y
64

p oderes— es que Lucas M artínez jugó casi en todo m om ento a dos


cartas.
Apoyó la causa de los encom enderos y fue ungido representante
de G onzalo Pizarro en A requipa, hasta ser tom ado prisionero po r las
fuerzas leales cuando la rebelión em pezó a declinar. Deseoso de lim ­
piarse de toda culpa, pasó a com batir contra las fuerzas de Gonzalo
Pizarro, lo que le valió ser capturado nuevam ente, esta vez por sus
antiguos cam aradas. Lejos de ser ejecutado, fue reivindicado y luchó
bajo el estandarte de los rebeldes en la últim a batalla. Tom ado nueva­
m ente preso por los leales, fue som etido a juicio en el Cuzco, conde­
nad o a severas penas y, varios años después, perdonado. U na trayec­
toria tan sinuosa resulta bastante difícil de entender y explicar.
El de 1544 era u n Perú sacudido por el espectro de tonalidades
que alcanzó la rebelión de los conquistadores contra las m edidas de la
corona. Es conocida la serie de eventos que colocaron a G onzalo Piza­
rro y Francisco d e -arbajal al frente de los encom enderos resentidos.
Tam bién se sabe de la inoportuna llegada del virrey N ú ñ ez Vela y la
sucesión de desatinos que lo fue colocando en el disparadero. A poya­
do prim ero por Charcas y luego por el Cuzco, Gonzalo Pizarro deci­
dió avanzar de u n a vez hacia Lima, do n d e el virrey había entrado en
conflicto con los vecinos y la A udiencia.
En el Cuzco y en ausencia de Gonzalo, tuvieron lugar las prim e­
ras escaram uzas y em pezaron las tem pranas deserciones. A lgunos
vecinos del Cuzco (el p ad re del Inca Garcilaso entre ellos) negaron su
adhesión a Gonzalo y abandonaron la ciudad. H abían em pezado,
tam bién, las revanchas y desquites. U n niño apenas, el Inca Garcilaso
vio im presionado la antorcha de un soldado a p unto de hechar fuego
a la casa paterna en el Cuzco. M uchos años después, en el exilio, esa
antorcha le abriría las puertas de un alucinado recuerdo infantil en
cuya pantalla registró la sim bología traum ática del alzam iento de
G onzalo Pizarro y los encom enderos. En cualquier caso, los vecinos
h u id o s del Cuzco lograron llegar a A requipa y con ellos, la nueva de
la rebelión y contrarebelión2.

2) El recuerdo infantil del Inca Garcilaso —u n m estizo angustiado por encontrar­


le un lu g ar a todas su s sangres— se p u ed e v er en el tom o l l l p p . 241-242 de sus
Obras Completas, editadas p or Carm elo Sáenz de Santa M aría (Garcilaso 1960-65).
65

Com o en la anterior cam paña contra A lm agro el M ozo, lo pri­


m ero que hizo M artínez Vegazo fue em barcarse al frente d e sus hom ­
bres de confianza y soldados con rum bo a Lima, a do n d e debió llegar
poco desp u és de octubre de 1544. ¿Sabía ya que Gonzalo m andaba en
la ciudad y partía entonces dispuesto a unírsele? ¿Ignoraba que el Vi­
rrey había sido objeto de un golpe de estado y dep o rtad o hacia Pana­
m á y tenía nuestro personaje, en realidad, el propósito de ponerse a
su servicio? Entre la versión de los cronistas y la que posteriorm ente
daría Lucas sobre éste y otros acontecim ientos se pu ed e apreciar un
perm anente contrapunto.
Según G utiérrez de Santa Clara, Lucas M artínez era po rtad o r de
m ás de cien m il ducados de oro y plata, provenientes de las rentas de
los Pizarro, y G onzalo le tributó u n recibim iento bastante cordial,
p ues nuestro personaje era uno de los suyos3. Según la versión del
propio Lucas, él se dirigía hacia Lima con el propósito de servir al
Rey —creyendo que el Virrey dom inaba la situación en la capital—,
cuando fue atacado po r H ernando de Bachicao. Este robó a Lucas
cuanto llevaba y lo condujo ante G onzalo, que lo tuvo preso algunos
días en su casa4.
Entre una y otra versión m edia u n abism o. Particularm ente nos
sentim os reacios a aceptar la im agen plena d e lealtad y fidelidad que
el propio Lucas pintara de sí m ism o, así como aquella en la cual nues­
tro personaje resulta, desde ya, el brazo derecho del "tirano", como
suelen llam ar los cronistas a Gonzalo Pizarro. Lo que sí resulta indis­
cutible es que de aquí en adelante —él diría d esp u és que contra su
voluntad— Lucas M artínez participó pública y decididam ente en fa­
vor de la causa de los encom enderos, contra el Virrey y en apoyo de
G onzalo Pizarro. '
Luego de referir a Gonzalo los sucesos del Cuzco y entregar la
supuesta sum a de dinero, Lucas suscribió u n a serie de poderes en fa­
vor de sus hom bres de confianza, para que velasen por sus intereses
d u ran te su ausencia de A requipa. N uestro personaje estaba dispuesto

3) El epígrafe q ue encabeza el presente capítulo alu d e precisam ente a la versión


que este cronista dió del viaje d e Lucas de A requipa a Lima. G utiérrez de Santa
Clara II- 335.
4) Barriga 1940:171-172. Lucas sostendría éstas y otras cosas en u n a inform ación de
testigos que verem os m ás detallad am en te y en la cual aparecía libre d e toda cul­
p a o incrim inación.
66

a enfrentar de la mejor m anera lo que el destino le pusiera po r delan­


te y quería —antes de iniciar la inm inente cam paña político m ilitar—
dejar salvaguardados sus intereses particulares en el sur5.
Entretanto el Virrey, deportado a Panam á, había logrado desem ­
barcar en el cam ino y se encontraba rehaciendo sus fuerzas en el nor­
te. Gonzalo Pizarro y su M aestre de Cam po Carbajal decidieron ir a
hacerle frente. Lucas figuró entre los "m ás principales vecinos" que
partieron en esta cam paña de Lima a Trujillo, prim ero, y a Q uito, d es­
pués. Se encontraba pues bajo el m ando de Gonzalo Pizarro e inclu­
so no faltó quien aconsejase al caudillo que, en lugar de acom pañar
a su gente hasta Trujillo, esperase unos días hasta que hubiesen lle­
gado sus hom bres y luego les diese alcance en el barco d e Lucas
M artínez6.

5) Pedro A lonso de Valencia fue facultado p o r Lucas para adm inistrar su s indios en
condición d e m ayordom o. Juan d e Villareal debía velar en A requipa p o r los
asuntos judiciales q u e nuestro personaje tuviera pendientes. Por su p arte M artín
Pérez y Juan Vélez, tam bién residentes en A requipa, debían cobrar las d eu d as
que M artínez V egazo detallaba en el docum ento d e poder.
BNP A30: 78v-80r; 80v-82r; 82v-84r. Todas estas escrituras datan del 26 de n o ­
viem bre d e 1544.
6) Fernández I: 60; G utiérrez 11: 339. En la relación del cronista Fernández, Lucas
ocupa el octavo lugar, m ientras en la d e G utiérrez encabeza el g ru p o de vecinos
de A requipa. G onzalo dispuso que Carbajal fuese con la gente p o r tierra, m ien­
tras él se haría a la m ar en otra em barcación. G utiérrez 11: 340.
Es m u y im p o rtan te tener p resente que el testim onio d e los cronistas n o p u ed e ser
utilizado críticam ente, tom ado com o v erd ad absoluta, sin m ayor exam en. Al
m argen d e la subjetividad p ro p ia a todo o bservador y a toda representación de la
realidad es evidente que m uchos d e ellos escribieron sobre hechos que no habían
visto y copiaron—m uchas veces sin decirlo— el testim onio d e otras fuentes. Es
sabido —p or ejem plo— que Diego F ernández (el Palentino) copió la prim era
p arte de su H istoria del Perú (escrita d esp u és de la segunda) de u n a relación
m andad a hacer p o r La Gasea. Se conoce la form a en que A ntonio de H errera sa­
queó el patrim onio d e Cieza e hizo p asar p o r suyos los escritos d e éste, d u ran te
siglos. Se sabe —en caso que verem os m ás detalladam ente— que el m estizo m e­
xicano P edro G utiérrez de Santa C lara n o estuvo en el Perú.
Ya en 1877, el estudioso don M arcos Jim énez de la Espada hacía las siguientes re ­
flexiones: "¿Cabe ya d esd e hoy en adelante citar sin toda clase d e reservas un lu ­
gar, un a frase de Z árate o Fernández? Q uien falta a su conciencia, ¿no faltará m e­
jor a la verdad, ya q u e no p or antojo, obligado de altísim os respetos, o bien por
am istad, g ratitu d , am bición o salario?" (página IX del prólogo a la Guerra de Qui­
to). T erm inam os esta disgresión sobre la confiabilidad de los cronistas, anotando
que nosotros citam os a todos los autores que se han ocupado de los hechos que
nos interesan y —en n u estro texto— nos hem os cu id ad o de n o seguir una
67

Bien se sabe que las fuerzas dirigidas po r N ú ñ ez Vela y las que


seguían a G onzalo Pizarro chocaron cerca de Q uito en una batalla
— Iñaquito—en la que los encom enderos hicieron gala d e recursos
y el V irrey p erdió la vida. De esta m anera quedó roto cualquier vi­
so de legalidad que el m ovim iento de los encom enderos pudiese
haber tenido hasta entonces. P ara algunos la ru p tu ra con la corona
era no solam ente necesaria sino que resultaba lo m ás aconsejable,
otros em pezarían a sentirse llevados hacia un terreno bastante peli­
groso. La rebelión triunfaba, pero las vacilaciones —a u n q u e lejos to­
d av ía de m anifestarse—em p ezab an a g e rm in a r1.
N o consta que Lucas haya desem peñado algún cargo de m an­
do en aquella batalla, ni podem os precisar si se encontraba entre
quienes creían llegada la hora de valerse po r sí solos —al m argen de
las au to rid ad es enviadas p o r el Rey—> o si m ás bien em pezaba a ver
con creciente recelo cuanto venía ocurriendo. En todo caso, su olfato
político y su instinto d e conservación estaban lo suficientem ente d e ­
sarrollados com o para hacerle callar cualquier d u d a sobre la licitud
de la causa. Por el contrario, fue desp u és de esta batalla que Lucas
hizo m ás profesión d e fe gonzalista que nunca. A dem ás, la confian­
za que G onzalo le tenía p o r entonces debió ser m ucha, p ues enco­
m endó a nuestro personaje n ad a m enos que la custodia del herm a­
no del difunto Virrey: m ientras G onzalo y su gente volvían a pie, Lu­
cas M artínez se em barcó custodiando al ilustre preso y llevando a
Lima la "buena nueva" de la batalla. N unca como entonces, cobró vi­
gencia aquel proverbial "D ios está en el cielo, el rey está lejos y yo
m ando aq u í"8.

interpretación d e los acontecim ientos (o u n detalle de ellos) q u e sea contradicha


p or el testim onio de otro cronista. C u an d o entre dos testim onios haya diferencia
significativa o u n o sea com plem entario d e otro, lo anotarem os.
7) Sobre la tram oya doctrinal d e este levantam iento, G uillerm o Lohm ann Villena
ha publicado recientem ente u n excelente análisis, q u e se ve lam entablem ente
algo p ertu rb ad o p o r la poca sim p atía que la causa de los encom enderos le des­
pierta. Su título, Las ideas jurídico políticas en ¡a rebelión de Gonzalo Pizarro. En ade­
lante L ohm ann 1977.
8) F ernández I: 117, G utiérrez 111: 5, C alvete IV: 281. Este herm ano del difunto
v irrey era Juan V elásquez Vela N ú ñ ez, fu tu ro encom endero de Lucanas. El
proverbio al que nos referim os en el texto se encuentra citado en D urand 1958:
23-24.
68

Em pezaba la hora m ás triunfal para G onzalo Pizarro y tam bién


el m om ento en que con m ayor nitidez se m anifestaría la actuación de
Lucas M artínez Vegazo en esta rebelión. M uerto el Virrey, nadie osa­
ba cuestionar la autoridad d e "el G ran G onzalo". Diego Centeno, ve­
cino de La Plata que en determ inado m om ento se le había opuesto, se
encontraba escondido entre los indios de C ondesuyos, en A requipa.
Precisam ente hacia allá habría de dirigirse Lucas M artínez, pero no
en plan de el encom endero que vuelve a sus negocios después de la
cam paña: lo haría nada m enos que en condición d e Teniente de Go­
bernador y C apitán General de la ciudad d e A requipa.
Por una provisión^dada a com ienzos de 1547 en Lima, G onzalo
Pizarro nom bró a Lucas M artínez Vegazo para tal cargo. Así como
anteriorm ente su herm ano Francisco había encom endado a nuestro
personaje los indios de u n a región estratégica y vinculada a sus ene­
m igos —"los de Chile"— , así encargó G onzalo Pizarro a Lucas el cui­
dado de aquella región en la cual, precisam ente, se escondía su único
abierto opositor: Centeno. Entre las instrucciones d a d a s a Lucas figu­
raba en prim er lugar la represión a C enteno, así como el m ayor celo
ante la m enor posibilidad d e desorden y conspiración contra la causa
acaudillada por G onzalo9.
¡Cuánta agua había corrido bajo los puentes! El afortunado y to­
davía anónim o soldado que diez años atrás había abandonado el
Cuzco en busca d e m ejores horizontes era ahora la principal autori­
d ad político m ilitar de A requipa y el sur del Perú. El 6 d e abril de
1547, el Cabildo de A requipa recibió oficialm ente a Lucas M artínez
como Teniente de G obernador y le entregó la vara d e C orregidor10. Se
cum plía de esta m anera u n caro anhelo de Lucas M artínez quien em ­
pezaba a experim entar las d ulzuras del poder. Era sem ana santa y
para el dom ingo de Pascua los vecinos y caballeros que estaban en
Arequipa hacían preparativos para u n regocijo de juego de cañas,
donde tendrían oportunidad de dem ostrar sus ap titudes en el arte de

9) AMA LAC 02: 41r-41v; Barriga 1939: 242-243; 1940: 171-176. El nom bram iento
fue expedido el 8 de febrero de 1547.
10) AMA LAC 02: 403-41r; M álaga, Alvarez, Q uiroz 1794: 31. El recibim iento de Lu­
cas se pro d u jo en la sesión del Cabildo correspondiente al m iércoles d e sem ana
santa. En la m ism a cerem onia fueron recibidos com o R egidores Garci M anuel de
Carbajal y H ernando de Silva. Este últim o tendría acción decisiva en la posterior
captura d e nuestro personaje.
69

caballería, precisam ente en hom enaje al nuevo Teniente. Pero no eran


tiem pos de regocijo aquellos. Lucas M artínez les agradeció m ucho el
hom enaje, pero tuvo que suspenderlo: asuntos m ás urgentes que un
juego de cañas dem an d ab an su atención y la energía y despliegues de
los vecinos d e A requipa.
U na carta escrita en esos días por M artínez Vegazo y dirigida al
Licenciado C epeda, Teniente de G obernador en Lima, nos perm ite
form am os u n a idea de la coyuntura en la cual Lucas asum ió el cargo
en A requipa y del carácter de las m edidas q u e tom ó11.
Las guerras civiles fueron el caldo de cultivo para actos de van­
dalism o y saqueo com etidos por los propios españoles, así como para
fulgurantes levantam ientos indígenas. M enudearon tam bién los fre­
cuentes cam bios d e bando, m otivados m uchas veces solam ente por el
oportunism o y las rivalidades personales, que obligaron a las autori­
d a d e s de turno a actuar con el m ayor rigor. C uando Lucas llegó a
A requipa, problem as m ás inm ediatos que la búsqueda del clandesti­
no C enteno d em andaban una pronta acción. El tesorero M anuel de
E spinar y diez hom bres a caballo habían huido en los días previos y
se encontraban en el Collao robando y asaltando a quienes iban por
los cam inos, am parados algunos de ellos en credenciales otorgadas
p o r Gonzalo Pizarro. Por otro lado, algunos indios se habían insubor­
dinado y —en Tarapacá— el capitán A ntonio de Ulloa y sus hom bres
andaban causando destrozos.
N o estaban pues los tiem pos como para torneos de caballería.
Al lunes siguiente a su llegada M artínez Vegazo envió al alcalde
Alonso de Avila, con diez y siete Jinetes, a perseguir a Espinar hasta
el Cuzco o las Charcas y castigar a quienes con él se encontrasen. La
d u ra ley m arcial fue aplicada con severidad por el flam ante Tenien­
te d e G obernador. Im partió órdenes bastante precisas y contunden­
tes: los que fuesen capturados debían ser descuartizados, con excep­
ción de quienes tuviesen credenciales de Gonzalo Pizarro. A estos úl­

11) La carta está fechada el 12 d e abril d e 1547. U na versión inglesa d e ella fue publi­
cada p o r E. H untington en From Panama to Perú. The conquest ofPeru by the Pizarro
and the pacification by La Gasea (en adelante H untington 1925) en las pp. 316 y ss.
U na versión en el idiom a original fue luego p u blicada p o r Barriga 1940:163-165.
Los párrafos que siguen se apoyan en el contenido de ésta y otras cartas que ire­
m os glosando y citando oportunam ente.
70

timos, ordenó Luías que no hicieran m ás que ahorcarlos con las cre­
denciales atadas al cuello.
Una vez liquidado este asunto, Avila y sus com pañeros debían
dirigirse al Collao y atacar a los indios de H ernando de Torres, por
sus recientes desm anes. Allí debían enterarse —por espías que Lucas
había previam ente enviado a Tarapacá— de lo que el capitán Antonio
de Ulloa anduviera haciendo en aquella región y, según el informe,
juntarse o no con los hom bres del capitán Alonso de M endoza. Si
—como sospechaba Lucas— Ulloa se encontraba haciendo arcabuces,
Avila tenía órdenes de atacarlo, capturarlo y cortarle la cabeza.
En la carta que venim os glosando, Lucas se lam entaba ante Ce­
peda de no ir él personalm ente a poner coto a los robos y bellaquerías
—son palabras d e nuestro personaje— que A ntonio de Ulloa andaba
haciendo en su repartim iento de Tarapacá. N o se atrevía a hacerlo
por tem or a que se dijera que m ás cuidaba de los intereses propios
que de los d e Gonzalo. Lucas afirm aba tener p o r m ejor que se perdie­
se todo lo suyo, antes que d ar ocasión a q u e se dijera sem ejante cosa
de su persona.
Otro m otivo d e lam entación era la falta de arm as, pues la m ayo­
ría de ellas había sido enviada a Lima. Urgía que C epeda enviase a
A requipa algunas cotas y coracinas necesarias para defender la ciu­
dad. Los vecinos pagarían las arm as que se les enviasen y si así no lo
hicieran, el propio Lucas correría con los gastos, pues deseaba d a r
buena cuenta de lo que el G obernador — su señor— le había encarga­
do. La fragata de Lucas se encontraba en Q uilca debidam ente custo­
diada y sin ella nadie podría servirse d e las m inas de Tarapacá, por
falta de bastim entos. Lucas term inaba la carta recom endando una
m erced para Juan Vélcz y contando que había enviado hom bres a su
puerto de lio para evitar sorpresas y custodiar otro navio que allí se
encontraba, a cargo de Juan Bautista.
O tra carta escrita p o r Lucas M artínez el 20 de abril —dirigida al
propio Gonzalo— nos aclara m ás a ú n el contexto en el cual nuestro
personaje había asum ido el cargo12. N o había noticias favorables sobre

12) H untington 1925: 349; Barriga 1940: 156-167. En la carta, Lucas se dirigía m uy
respetuosam ente a G onzalo y le anunciaba la m u erte p o r ahogam iento d e u n tru-
jillano llam ado Villarejo, así com o otras cosas vinculadas a E spinar — todavía
prófugo— y a cierta expropiación d e cabalgaduras. Las líneas d edicadas a d eter­
%

71

Avila y su persecución a Espinar. La ciudad de A requipa se hallaba


necesitada d e com ida, p ues gran parte de ella había sido llevada al
Collao o a Potosí. Una fanega de trigo, que solía valer u n peso, costa­
ba ahora cuatro y el m aíz, que se vendía antes a m edio peso, no se en­
contraba ni por cuatro pesos. Lucas m andó p regonar que de ahí en
adelante no se sacase com ida de A requipa sin licencia expresa de
G onzalo, a quien suplicó que no la diese, sobre todo porque los indí­
genas pasarían grandes sufrim ientos po r falta d e alim entos.
Ese m ism o día el Cabildo eligió a Lucas M artínez para el cargo
de Alférez G eneral, po r ausencia del titular Pedro d e Fuentes. Ese car­
go suponía el privilegio de tener en custodia el P endón de la ciudad y
sacarlo el día de la fundación de A requipa y los días de Santiago. Era
una vieja aspiración de Lucas. El año anterior, vuelto d e la batalla de
Iñaquito, había asistido a una sesión del Cabildo en la cual Pedro de
Fuentes hizo entrega del Pendón de la ciudad. Lucas m anifestó en
aquella o p o rtu n id a d que era a él a quien correspondía la custodia del
Pendón de la ciudad, p u es era a su costa que se lo había traído de Es­
paña. N o obstante, el Cabildo determ inó, aquella vez, entregar el Pen­
dón a M iguel Cornejo. Ahora — seis m eses m ás tarde— al argum ento
aquél añadía Lucas el hecho de ser Teniente de G obernador y C apitán
General de la ciudad de A requipa: el Cabildo rectificó rápidam ente
su decisión anterior13.
Dos sem anas después, Lucas M artínez volvió a escribir una car­
ta a G onzalo Pizarro contándole las últim as novedades14, Alonso de

m in ar la person a que debía recibir los indios que había tenido el difunto Villare-
jo son reveladoras del grado en que influyeron los regionalism os peninsulares
en las decisiones políticas de la época.
13) AM A LAC 02: 28-29; 43r43v; M álaga, Q uiroz, A lvarez 1974: 28, 31. Miguel
Cornejo era encom endero de C ondesuyos, región en la que se hallaba escondido
Diego C enteno. La p rim era petición fu e p resentada por Lucas el 27 de octubre
de 1546. La rectificación del Cabildo se pro d u jo el 20 d e abril de 1547.
14) H untington 1925: 374; Barriga 1940: 168-169. Esta carta, del m ism o tenor que
las anteriores, fue fechada el 8 de m ayo d e 1547.
En otra serie d e docum entos editados p o r Juan Pérez de Tudcla, los Documentos
relativos a don Pedro de la Casca y a Gonzalo Pizarro (en adelante Pérez de Tudela
1964) se encuentran varias cartas d irig id as p or G onzalo a los vecinos de Arequi­
p a y viceversa, que confirm an a p len itu d la veracidad de lo que las cartas de
Lucas refieren. P uede consultarse Pérez de Tudela 1964 I: 81, 108, 109, 218, 309,
532, 536, 563,566, 567, 577, 581,582, y II: 65,222, 223,438,466, 597.
72

Avila había seguido al Tesorero Espinar hasta M oquegua. Allí, Espi­


nar había huido hacia los "despoblados" de Chucuito, m ientras su
gente se desperdigaba. N o había sido posible capturar a nadie ni con­
tinuar la persecución a Espinar; en M oquegua se había enterado Avila
que Ulloa estaba en el p u erto d e Arica con cincuenta hom bres. Vi­
niendo po r la costa, el Alcalde había visto la nave de Bautista, que se
hallaba a la altura d e la desem bocadura del río Sama. A continuación
le había sido inform ado a A vila que Ulloa acababa de repartir entre
sus soldados la ropa del otro navio, el de nuestro personaje, precisa­
m ente.
Lucas M artínez se m ostraba indignado por cuanto se venía ha­
ciendo y deshaciendo en los territorios de su encom ienda. M ire V ues­
tra Señoría que estas cosas no son de disim ular, le escribía a G onzalo,
al tiem po que anunciaba que él m ism o, y algunos vecinos dispuestos
a acom pañarlo, iría a p o n er las cosas en su sitio y desbaratar a Ulloa,
así tuviera éste el doble de gente d e la que tenía.
Pensando en la represalia de Lucas, Ulloa se había replegado a
Tarapacá, d o n d e había asentado su cam pam ento. Pero M artínez Ve­
gazo se acababa de enterar —por carta de Juan de San Juan— que
Ulloa había vuelto a Arica, am enzándolo a él y a otros vecinos que
Lucas había enviado por allí. La indignación de Lucas era m ayor, por
cuanto a sus oídos había llegado la nueva de que Ulloa andaba d i­
ciendo que hacía todo aquello en nom bre de Gonzalo. "Bien creo (de­
cía M artínez Vegazo al respecto) son colores que él quiere d a r para
d o rar sus bellaquerías, porque no es posible que vuestra señoría le
m andó destruir m i repartim iento que, aunque es pequeño, vale m ás
que toda la gobernación de Chile"15.
Com o habrá podido apreciar el lector, las dificultades que tenía
que resolver M artínez V egazo no eran pocas ni ajenas a su interés

Sobre A ntonio de Ulloa—q uien efectivam ente tenía órdenes d e G onzalo, aun q u e
se extralim itó— y el regidor Beltrán, se hallará inform ación especial en Pérez de
T udela 1964; I: 80-81,108-109.
15) B arriga 1940; 169. Es im portante apreciar que el propio Lucas M artínez se refirió
a su encom ienda como algo distinto a Chile. A notam os esta evidencia, p u es en el
capítulo Vil —a propósito de la configuración geográfica y dem ográfica d e la en ­
com ienda— observarem os que algunos estudiosos contem poráneos com eten la
im p ro n ta d e alu d ir a las regiones en cuestión —en el siglo XVI— discrim inándo­
la en térm inos d e "sur peruano" y "norte chileno" (puede consultarse la n o ta 18
del capítulo Vil).
73

particular. M ás todavía, éstas no se lim itaban a perseguir a este o


aquél disidente. En la m ism a ciudad de A requipa, m ás propiam ente
en el seno del Cabildo, las cosas no andaban del todo derechas. Las
im pertinencias de Cristóbal d e Beltrán —a quien Gonzalo había nom ­
b rado Alguacil M ayor y R egidor perpetuo a fines del año anterior—
eran otra fuente de dificultades.
Este Beltrán am parado en su condición de favorito de Gonzalo
P izarro, andaba cobrando y d em andando bestias y otras cosas a veci­
nos y m ercaderes, razón por la cual se había ganado la antipatía gene­
ral. Precisam ente en la carta que venim os glosando, Lucas M artínez le
contaba a Gonzalo como se había visto obligado a m eter en prisión a
Beltrán. Pronto lo enviaría a Lima, junto con una probanza que los ve­
cinos habían hecho en contra del Alguacil M ayor Regidor perpetuo
im puesto m ás que nom brado por Gonzalo Pizarro. Algunos vecinos
notables de A requipa se habían negado incluso a entrar al Cabildo
m ientras Beltrán estuviese en él, de m anera que era preferible, —para
el servicio d e la causa de Gonzalo— contentar a todos los vecinos que
a B eltrán16.
Por otro lado, Lucas M artínez había tom ado contacto con Fran­
cisco de Villacastín, el cual le había escrito desde el Collao contándole
que había salido con veinte arcabuceros y treinta jinetes a perseguir al
todavía prófugo Espinar. Lucas le había contestado inform ándole lo
que tenía ordenado en caso de capturarse al ex-tesorcro, así como de
las correrías de Ulloa en Tarapacá y Arica. De la m ism a form a había
escrito a los capitanes A lvarez de Hinojosa y Alonso de M endoza17.

16) Barriga 1939: 236-237; 1940: 181-182. Beltrán fue nom brado el 16 de noviem bre
de 1546 y puesto en prisión entre abril y m ayo del año siguiente. Los vecinos
que se negaron a entrar al Cabildo m ientras Beltrán continuase siendo Regidor
fueron, entre otros, H ernando de Silva, Garci M anuel d e Carbajal y Alonso de
Avila.
17) La cuestión referida al tesorero Espinar se resolvió, según G utiérrez de Santa
C lara, de la m anera siguiente: los perseguidos habían logrado escapar hacia los
"despoblados" de C hucuito, pero fueron a caer en m anos de Pedro de Villacas-
tín, que quería llevar a los presos al Cuzco.
E nterado inm ediatam ente de ésto, p o r boca d e Juan de Silvela que iba p or Te­
niente de G onzalo a las Charcas, Lucas M artínez salió furioso en búsqueda del
Tesorero. Lo alcanzó a m edianoche en A yaviri, donde ahorcó a Espinar y a los
que iban con él, G utiérrez III: 373.
Según el cronista Fernández, quien ahorcó a los prisioneros fue el propio Silvela.
Fernández I: 190.
74

Eran pues, qué d u d a cabe, días de guerra y conspiración para


Lucas M artínez Vegazo. Con todo, el problem a principal no eran
Ulloa ni Espinar; la cuestión central era la búsqueda de Diego Cente­
no, asunto en el cual Lucas jugó abiertam ente a dos cartas. H ay testi­
m onios dignos de fe, por los cuales consta que Gonzalo Pizarro había
ordenado a Lucas M artínez —expresam ente y por escrito— dar m uer­
te a Diego C enteno apenas lo hubiese encontrado. Sin em bargo Lucas
no cum plió la orden y parece haber sido u n secreto a voces que no lo
hizo, aú n sabiendo positivam ente que Centeno se encontraba escondi­
do en Condesuyos. Lucas hizo —es cierto— algunas averiguaciones
form ales que condujeron a la captura de u n pobre español enfermo
de sífilis, m as no a la de Centeno. Lo cierto es que ese celo y diligen­
cia d e el Lucas M artínez d e las cartas a Gonzalo estuvieron ausentes
en este otro Lucas, encargado de cap tu rar a C enteno18.
A estas alturas la coyuntura política em pezaba a tom arse adver­
sa para la causa d e los encom enderos dirigida por Gonzalo Pizarro. El
m ovim iento, que había em pezado como u n a protesta de los encom en­
deros contra las Leyes N uevas, term inó desem bocando en una abierta
rebelión contra el Rey y sirvió finalm ente de plataform a de apoyo
para la instauración de una dictadura personal del m enor de los Piza­
rro. Al apoyo generalizado que recibió inm ediatam ente la causa suce­
dieron los recelos, desánim os y tem ores de quienes estaban m uy lejos
de hacer suya la im pronta histórica de una ru p tu ra con España.
Estaba próxim a al Perú la llegada del Pacificador Pedro d e la
Gasea: fracasada la espada, el Rey m ostraba la cruz. Al conjuro d e su
venida, crecían las deserciones gonzalistas m ientras Centeno, cada
vez m enos clandestino, recuperaba fuerzas en la sierra sur. La situa­
ción cobró tal m agnitud que obligó a G onzalo Pizarro a hacer desde
Lima un llam am iento general de em ergencia a todos sus efectivos.
Escribió a Lucas M artínez com unicándole la nueva y ordenándole
que se dirigiese po r tierra a Lima, con toda la gente, arm as y m unicio­
nes que p udiese reunir, adem ás d e enviarle por m ar cierta cantidad
de plata que G onzalo tenía en A requipa 19.

18) Barriga 1940: 178-179; López 1970: 74. Este últim o cita como fuente AGI Justicia
401.
19) F ernández I: 183; Calvete IV: 373; G utiérrez I: 357; Pérez de Tudela ed. V: 309.
75

C orría el m es de julio de 1547 cuando nuestro personaje, con el


celo y la diligencia m ostrados en anteriores ocasiones, se aprestó a
cum plir fiel y rápidam ente las órdenes de Gonzalo. Poco valió la pro ­
testa airada de varios vecinos y el consejo de am igos que trataron de
convencerle de que dilatase la partida hasta tener u n a m ejor idea de
lo que venía pasando en el resto del territorio. Lucas hacía oídos sor­
dos a cuanto se le decía, m ientras a su alrededor crecían la d u d a, la
sim iente de la deserción y el oportunism o de fidclism os de últim a
hora. Por toda respuesta, M artínez Vegazo m andó preg o n ar que to­
dos los vecinos se p rep araran a p artir en su com pañía, bajo pena de
m uerte o pérd id a de bienes20.
C on esta m edida, Lucas M artínez desafiaba abiertam ente a los
vecinos de A requipa, cuya reticencia a juntarse con G onzalo no esta­
ba dispuesto a aceptar. Con ello se acercaba inexorablem ente a un
m om ento dram ático de su existencia, no po r fatal m enos estelar: su
captura y prisión. Si el auxilio a Valdivia había constituido la cum bre
de su carrera y su salto a la fama — en térm inos de la u n án im e m en­
ción d e los cronistas— , su captura por los vecinos de A requipa repre­
sentaría su caída m ás p rofunda y le haría ganar tam bién— aunque
esta vez en sentido inverso— la atención de las p lum as que se ocupa­
ron de la rebelión de los encom enderos. El testim onio de los cronistas
es unánim e respecto a la terq u ed ad puesta d e m anifiesto p o r Lucas
M artínez en el cum plim iento de la orden d e G onzalo y a la resistencia
de los vecinos.
¿Se cegó nuestro personaje ensoberbecido p o r el poder? ¿Tenía
verdaderam ente tal filiación gonzalista que no podía ap artarse u n m i­
lím etro d e lo que el caudillo ordenaba? Los cronistas prefieren la se­
g u n d a posibilidad. N osotros creem os sinceram ente que, adem ás, le
falló el cálculo; que Lucas no tenía idea de hasta qué p u n to estaba
perd id a la causa de G onzalo y los encom enderos.
La m ás com pleta versión de los hechos h a corrido por cuenta de
la plum a de G utiérrez de Santa Clara, quien a b u n d a en detalles no
contradichos por los dem ás cronistas. Ella perm ite advertir —entre lí­
neas— la personalidad de un Lucas ciego d e poder, altanero y burlón.

Según los cronistas, la cantidad de dinero que Lucas g uardaba en A requipa y


debía enviar a G onzalo ascendía a la sum a de treinta mil pesos.
20) G utiérrez III: 374; López 1970: 85-86. El p regón se efectuó el 9 de junio de 1547.
76

En vista de lo anterior y en atención a la im portancia que esta actua­


ción suya tuvo en el posterior transcurso de la vida de nuestro perso­
naje, preferim os ceder la palabra al propio cronista.
"En este m ism o día, tratando Lucas M artín Vegazo con los
vecinos sobre la partida y sobre lo que pasaba en toda la
tierra, dixo: "¡Oh quién tuviera aquí un Zaquiel como lo
tenía el doctor Torralba por familiar, para que m e dixera
en qué estado estaba toda la tierra, y lo que en ella se
hace!" A esto respondió Juan de la Torre, vecino de aquél
pueblo, y dixo: 'V.m. haga cuenta que yo soy el dem onio
Zaquiel, fam iliar de Torralba, y átem e el dedo pulgar, que
yo le diré la verdad de todo lo que pasa, y si en algo le
m intiera, córtem e la cabeza'; y desto se rió m ucho Lucas
M artín Vegazo y lo hecho todo en b u rla .21.

21) Los personajes alu d id o s p o r M artínez Vegazo y Juan de la Torre —el doctor To­
rralba y el dem onio Zaquiel— form aron p arte d e u n o d e los casos d e hechicería
m ás espectaculares del prim er tercio del siglo XVI. Julio Caro Baroja, en sus Vidas
Mágicas e Inquisición (en adelante C aro Baroja 1967) anota que Eugenio Torralba
nació en Cuenca —España— entre 1485 y 1490. Estudió m edicina en Italia, en u n
am biente lleno d e esoterism o y p restigiado p o r el estudio de la cábala y las cien­
cias ocultas. Un dom inico am igo le entregó a un "espíritu fam iliar" —fenóm eno
típicam ente renacentista— d e nom bre Zaquiel. D esde entonces, Zaquiel solía
aparecerse ante el doctor Torralba y decirle —con anticipación— los grandes su ­
cesos que conm ocionarían al m u n d o (la m u erte de Fernando el C atólico se con­
taba entre los aciertos d e Zaquiel). Inclusive en u n a ocasión en que T orralba se
m ostró totalm ente escéptico respecto a u n a nueva que Zaquiel le traía de Roma
—el asalto de las tropas im periales del 6 de m ayo d e 1527— el dem onio fam iliar
ofreció llevar p or el aire al doctor Torralba, para que viese con sus propios ojos lo
que ocurría en Italia .
D enunciado a la Inquisición, Torralba no tuvo n ingún inconveniente, en aceptar
la existencia de Zaquiel, ni encontrar sus m últiples aciertos. D esde 1528 hasta
1531, en sucesivas audiencias (con torm ento de p o r medio), Torralba sostuvo
ante los inquisidores que no consideraba m aligno a Zaquiel. Al final, la propia
actitud de los jueces parecía prestarle cierta credibilidad a la im agen que T orral­
ba m antenía de su "dem onio fam iliar": le preg u n tab an qué había dicho Zaquiel
d e Lutero, qué d e Erasmo, etc. (Caro Baroja 1967: 211-242).
C aro Baroja maneja la posibilidad de que T orralba hubiese llegado a v ivir la se­
g u n d a m itad del XVI, cuando C ervantes —que lo cita en su Quijote -—era u n jo­
venzuelo y afirm a (apoyado precisam ente en el pasaje de G utiérrez d e Santa Cla­
ra qu e venim os anotando) que "su fam a era tan grande p o r entonces, que los fie­
ros soldados q u e se m ataban entre sí cuando las guerras civiles del Perú, cono­
ciendo d e o íd as sus hechos, se lam entaban a veces d e no tener a sus servicios a
Z aquiel com o lo tuvo el m édico conquense, p ara conocer lo que pasaba en el
m u n d o ". (C aro Baroja 1967:235).
77

D espués desto, al otro día, de m añana, hizo sacar dos ban­


deras que tenía hechas, u n a de a caballo y otra de infante­
ría, las cuales había hecho bendecir po r el vicario de la
iglesia; la u n a entregó a M iguel d e V ergara, antiguo regi­
dor, y la otra al alcalde ordinario A lonso de Avila, hacién­
dolos sus capitanes, y ellos nom braron alféreces y sargen­
tos m enores. H uyósele esta noche u n buen herrero que le
hacía los arcabuces22, y por eso le tom ó las herram ientas
que tenía y m andó derrib ar la fragua y quem ar los fuelles,
para que si po r ventura llegase p o r allí Diego Centeno,
que ya sabía que había salido d e la cueva y que hacía gran
llam am iento d e gente, no hubiese quien le hiciese los arca­
buces, ni le adobase las arm as.
Hecho esto, luego otro día se salió de la cibciad, m edia le­
gua della, de donde hizo alto, en d o n d e le prendieron
aquella noche23 Jerónim o de Villegas y H ernando de Silva
con los dem ás cibdadanos y soldados, y luego alzaron
bandera invocando el nom bre d e Su M ajestad, y allí todos
juntos le rogaron que tom ase la voz del rey y que le nom ­
brarían por capitán general, y negase a Pizarro, y él no
quiso hacer aunque fue im portunado, y a esta causa lo tor­
naron a la cibdad a las ancas de una m uía, desarm ado, y
le hecharon en fuertes prisiones en la cárcel pública hasta
determ inar lo que harían con él.
Y como de ahí a pocos días se sonase que Diego Centeno
había entrado en la cibdad del Cuzco, y lo que había he­
cho en ella, tratóse que soltasen a Lucas M artín Vegazo
para que fuese allá con algunos vecinos a dalle la enhora­
buena de su vencim iento, y que se publicase que él iba de
buena gana y con su voluntad, por m ensajero.
Por otra parte, los dos capitanes arriba nom brados, y el
regim iento con la justicia, enviaron a toda furia, en am ane­
ciendo, obra de veinte soldados al puerto de Quilca para

22) El m aestre de arcabuces que desertó se llam aba Frías- O lívete IV: 377.
23) Posteriores testinlonios de testigos y el del p ro p io Lucas dan a entender claram en­
te que la captura se produjo en realid ad al día siguiente. Barriga 1940:171-176.
Los vecinos levantaron u n acta d e desconocim iento de G onzalo Pizarro y prisión
de Lucas M artínez fechada el 12 de junio de 1547. Barriga 1939: 246-247.
López M artínez, citando AGI Justicia 401, afirm a q u e el alzam iento contra Lucas se
produjo el 11 de junio d e aquél año. López 1970: 86.
78

que tom asen la fragata antes que se supiese allá la nueva


de lo que se había hecho en la cibdad, porque no se fuese
a Lima a Gonzalo Pizarro. Los arcabuceros que fueron en
esta dem anda tom aron la fragata por m anganilla, y p ren ­
dieron a Pedro M artín Vegazo24 y a los m arineros, y toma
ron todo el tesoro que había en ella, todo lo cual se truxo a
la cibdad y se m etió en la caxa del rey, haciendo cargo de-
11o a los oficiales de Su Majestad.
Pues llegado al Cuzco, se presentó ante Diego Centeno, el
cual lo recibió m uy bien y am orosam ente, creyendo que
iba de su grado con los dem ás que habían ido con él, y le
dió su m ensajería en nom bre de todos los vecinos de Are­
quipa, y como después supo la verdad, que Lucas M artín
Vegazo había ido contra su voluntad y en son de preso, le
pesó porque no le m andó cortar la cabeza cuando llegó.
Estando ya Lucas M artín en el Cuzco dixo m uchas veces a
personas con quien tenía estrecha am istad, que le pesaría
m ucho que se dixese a G onzalo Pizarro que él hubiese he­
cho en su deservicio cosa que no se debiese, y así dixo
otras cosas de gran soberbia y altivez, po r lo cual sus am i­
gos le aconsejaron que callase y que m irase no le aconte­
ciese lo que había sucedido a Robles25. Entendido esto po r
Diego C enteno, dixo: 'N o es m ucho que Lucas M artínez
Vegazo perdone las palabras pues a él se le p erd o n an las
obras, que al b u en callar llam an Sancho'. Y así se lo envió
a decir con G uazo, su criado, y él procuró de ahí adelante
callar y servir a Su M ajestad m uy deveras"26.

24) Este P edro M artín V egazo que el cronista m enciona debe ser en realid ad Alonso
García Vegazo, herm ano de Lucas. Al respecto Calvete afirm a que Lucas "p u so a
punto u n a fragata para que fuese en ella u n herm ano suyo y llevase m ás d e trein­
ta m il pesos que en A requipa había de G onzalo Pizarro . Calvete IV: 376.
Por su parte, el P alentino afirm a que nuestro personaje "en una galeota propia
con su herm an o aderezó m ás d e treinta m il pesos que había de G onzalo Pizarro".
F ernández 1 :190.
Q ue sepam os, el único herm ano que tuvo Lucas en el P erú se llam ó A lonso G ar­
cía Vegazo.
25) A ntonio de Robles, a cuyo d esv en tu rado final alude el cronista, era Teniente d e
G obernador de G onzalo Pizarro en el Cuzco, cuando C enteno tom ó la antigua
capital d el T aw antinsuyu. Intentó refugiarse en los claustros del convento d e San
Francisco, p ero fue capturado y ahorcado. López 1970: 81-85 .
26) G utiérrez III: 374-375. Esta versión q u e hem os citado es la m ás com pleta d e las
que los cronistas ofrecen. Puede verse tam bién F ernández I. 189-191; Calvete IV:
376-377; Pedro Pizarro V: 235; Pérez d e T udela ed. V: 313.
79

C iertam ente, la anterior es una versión bastante d etallada y


am plia d e la captura de Lucas M artínez Vegazo. Pero viniendo d e la
plum a de G utiérrez de Santa Clara, debe tom arse con cierto cuidado:
a ú n no está resuelta la polém ica sobre si se trata d e u n testim onio co­
piado de terceros —fruto de la fantasía según algunas posiciones ex­
trem as— o si estam os —a pesar de la eventualidad de que G utiérrez
de Santa Clara no viniera al Perú— tam bién ante el testim onio de una
ex p erien cia v iv id a. C on v ien e ten er p rese n te q u e en este pasaje
—com o en la m ayor parte de la crónica —ningún detalle contradice la
versión de los dem ás cronistas y —contrariam ente a lo que se espera
de u n sim ple plagiador— hay algunos aspectos que son exclusivos de ¡
la versión que hem os presentado 27.

27) La polém ica en torno a la auten ticid ad d e los Quinquenarios de G utiérrez de San­
ta C lara lleva años. Por u n lado, h a q u ed ad o claro que G utiérrez d e Santa Q a ra
fue un m estizo m exicano que —hasta d o n d e se sabe— no estuvo en el Perú. Es
in d u d ab le que utilizó p rofusam ente u n conjunto de crónicas que circulaban im ­
presas cu ando él com puso su obra. Pero las intim id ad es d e su crónica —a b u n ­
d an te en detalles originales— dejan abierta la posibilidad que —en el p eo r de los I
casos— G utiérrez d e Santa Q a ra haya usad o algún m anuscrito desconocido,
confeccionado p o r u n espectador d e p rim era línea.
C on iguales m uestras d e erudición y m anejo de la crónica, M arcel Bataillon y I
Juan Pérez de T udela han acom etido la tarea d e aclarar la situación: el prim ero,a
favor de la inau ten ticid ad y poco valor de la obra de G utiérrez d e Santa Clara, el j
segu n d o en defensa d e ésta. La posición m ás com pleta nos parece la asu m id a por
Pérez d e T udela, al pro m ed iar su prólogo a la edición d e las Crónicas del Perú: I
"H uelga casi ad v ertir — pero no q uerem os dejar de hacerlo— que n u estra incon- j
fo rm id ad con la tesis central d e Bataillon no significa en m odo alguno ignorar el
reconocim iento que se debe a los d e n u ed o s críticos del justam ente célebre hispa­
nista, gracias a los cuales se nos abre cuando m enos u n horizonte d e contem pla­
ción de los Quinquenarios que no p u e d e ser ya el de sim ple rendim iento a las a se -s
v e ra d o n e s d e esa crónica, com o a las de*tm ingenuo evangelio de 'observaciones F
directas', p u es se nos han evidenciado todo lo m ucho q u e ese estupendo relato
tiene de construcción realizada sobre m ateriales p restad o s y literarios. A unque
p o r n u estra p arte sigam os viendo en ella tam bién y ante todo, el p red o so testi­
m onio d e u n a experiencia v ivida" (Pérez d e Tudela, I: XLVI).
P uede consultarse tam bién los siguientes estudios. De M arcel Bataillon. "Pedro
G utiérrez de Santa Clara pseudo -eh ro n iq u eu r" en Annuaire de College de France:
395-399 (en ad elante Bataillon 1961) y "G utiérrez d e Santa Q a ra escritor mexica­
no, en Nueva Revista de Filosofía Hispánica XV. N ° 3-5 (en adelante Bataillon .]
1961a). La historiografía p eru an a tam bién se ha ocupado del tema. Puede verse
el estudio d e Raúl P orras B arrenechea "Pedro G utiérrez d e Santa Q ara, cronista
m exicano de la conquista del P erú", en la Revista de Historia de América (en ade­
lante Porras 1946), y el de A urelio M iró Q uesada "Un cronista mexicano del
Lo cierto es que el otrora todopoderoso y rebelde Teniente de
G obernador y C apitán General de la ciudad de A requipa devino —a
m ediados de junio de 1547— en el m ás m odesto y hum ilde servidor
del rey. N o precisam ente el m ás callado, como advierte algún cronista
al aludir a la grandilocuencia de Lucas, siem pre dispuesto a decir
unas palabras dem ás. Q ue M artínez Vegazo no era corto de lengua
consta tam bién por otros testim onios. U na vez en el Cuzco, Lucas h a­
bría dicho a u n grupo de leales: "Mil liviandades y buena barragana-
da habéis hecho, no me pesa por vosotros sino po r vuestras m ujeres
que las dejáis viudas"28.
Podem os im aginar a Lucas M artínez Vegazo m asticando su ra­
bia por verse despojado1del m ando y obligado a pelear del lado d e
los reales, a órdenes de aquél a quien precisam ente se le había o rd e­
nado capturar: Centeno. Sus sentim entos se confundían aú n m ás, ante
la posibilidad de que G onzalo Pizarro o Francisco de Carbajal — éste
últim o no veía con buenos ojos a Lucas— decidiesen tom ar algún tipo
de represalias contra él o sus bienes. Centeno, bajo cuya custodia se
encontraba M artínez Vegazo, había tom ado ya el Cuzco y aglutinaba
a las fuerzas fidelistas. A su encuentro se dirigía el ejército gonzalista
dirigido po r Carbajal: el célebre D em onio de los A ndes. C uando C en­
teno ordenó dejar la antigua capital de T aw antinsuyu y m archar ha­
cia el Collao a enfrentar a Carbajal, Lucas supo que las líneas de su
destino lo colocaban nuevam ente ante u n crucero clave: el cam po de
batalla.
Aquella m añana del 20 de octubre d e 1547 —fecha de la b ata­
lla— Lucas M artínez salió con su tem or a cuestas a correr los cam pos
de H uarina y a entrevistarse con los corredores del ejército gonzalista.
Pudo haber desertado entonces y reintegrarse a la causa que original­

siglo XVI", en el Mercurio Peruano, XXXI : 275 (en a d e la n te M iró Q u esa d a


1950).
R eiteram os la im portancia de las páginas LXXXV1I-CIV del prólogo d e Juan Pé­
rez de T udela a su edición d e los Cronistas del Perú. Este estudioso analiza u n a a
u n a las m ás im portantes pruebas p resen tad as p o r Bataillón y las refuta. N o obs­
tante —p o r eso sigue abierta la polém ica— Pérez de T udela reconoce en d eterm i­
nado m om ento que los datos autobiográficos insertos en la crónica d e Pedro G u­
tiérrez de Santa Clara son tan desconcertantes, "que p u e d e llegarse a d u d a r sobre
la realidad del personaje que ellos dibujan".
28) López 1970: 85-86. Este autor cita u n a vez m ás AGI Justicia 401.
81

m ente había sido suya. Pudieron haberlo m atado ahí m ism o los gon-
zalistás en represalia por su cam bio d e bando. N ada de ello ocurrió y
Lucas M artínez regresó al cam pam ento de Centeno, a alistarse para la
inevitable batalla.
En ella Carbajal hizo gala de genio m ilitar, las fuerzas leales fue­
ron diezm adas, y el propio C enteno se vió obligado a em prender una
poco decorosa huida. N uestro personaje corrió una suerte algo distin­
ta: herida su cabalgadura, fue dejado a pie, rodeado po r los gonzalis-
tas y tom ado prisionero. En una probanza posterior, un testigo afir­
m aría haber oído después en el Cuzco decir a G onzalo Pizarro, refi­
riéndose a Lucas: "hi de pucha y qué buen am igo, por N uestra Señora
que le prendim os a buenas lanzadas"29.
¿Por q u é Carbajal en lugar d e conducir al preso Lucas M artínez
al Cuzco no lo m ató inm ediatam ente? ¿Por qué G onzalo le perdonó la
vida y lo volvió a recibir en sus filas? En favor de Lucas debieron con­
tar varios factores: la escasez de efectivos gonzalistas, su am istad con
Pizarro y el hecho d e contar aú n con ciertos recursos que utilizar en
apoyo de la causa de los rebeldes. O tro testigo habría de declarar
— posteriorm ente— "que a los que estaban en el real d e Gonzalo, es­
pecialm ente siendo presos y vencidos, les convenía hacer m uestras y
decir palabras a su apetito del dicho Gonzalo Pizarro y su M aestre de
C am po, que ansí le convenía al dicho Lucas M artínez, porque no esta­
ba bien con el dicho C arbajal"30. ¡A qué artificios no habrá echado
m ano Lucas M artínez Vegazo para ser perdonado y figurar nueva­
m ente entre los leales a G onzalo y a la causa de los encomenderos!
En cualquier caso, los recursos del em pedernido transfuga si­
guieron m erm ando, como consecuencia d e sus constantes cambios de
bando. El reciente tránsito le costó a Lucas —cuando m enos— la pér­
d id a de u n barco grande que tenía varado entre Arica y Tarapacá. Un
cronista refiere que una vez que C enteno y los suyos se hubieron reu ­
nido con la Gasea en A ndahuaylas, fueron enviados hom bres a los
puertos del sur, con órdenes de quem ar aquél barco de Lucas M artí­

29) Barriga 1940: 179. La persona que afirm ó haber oído aquello fue Garci Diaz
(¿Garci D iez d e San M iguel, V isitador d e Chucuito?). La actuación d e Lucas
como corredor en la batalla de H uarin a y la suerte que en ella corrió se p uede ver
en Barriga 1940:175 y ss.
30) Barriga 1940: 182. El testigo que declaró esto últim o fue el bachiller Alvaro M arín
82

nez. C orrían voces de que los gonzalistas lo querían arreglar para


huir en él en caso de ser desbaratados, o hacerse a la m ar e ir sa­
queando la costa 31.
A estas alturas, todo apuntaba hacia el enfrentam iento final en­
tre las fuerzas dirigidas po r la Gasea y los efectivos que aún acom pa­
ñaban a G onzalo Pizarro. Al cabo de tanto zarandeo, Lucas M artínez
—que no hacía ni un año había sido el todopoderoso m andam ás del
su r del Perú— asistía una vez m ás al cam po d e batalla, desafiaba
nuevam ente a una suerte que en los últim os lances le había resultado
bastante adversa.
El 9 de abril de 1548, apenas m edio año desp u és de lo d e H uari-
na, alineaba Lucas M artínez nuevam ente bajo el estandarte de los re­
beldes. Esta vez luchaba contra las fuerzas dirigidas p o r el propio Pe­
dro de la Gasea. Más que u n a verdadera batalla, Jaquijahuana fue un
desbande d e los efectivos gonzalistas. Com o el lector podrá haber in­
tuido, Lucas M artínez fue uno de los prim eros en pasarse al lado de
las fuerzas leales al R e y 32.
Esto no alcanzó a evitarle —sin em bargo— el ser tom ado prisio­
nero y som etido a un rápido y severo juicio. El licenciado Cianea tuvo
a su cargo el proceso judicial seguido contra Lucas y otros gonzalis­
tas. Actuó de m anera enérgica y severa. N o obstante, Lucas M artínez
estaba dispuesto a m over cielo y tierra p ara salvar su com prom etida
situación. El cronista Calvete de la Estrella —extrañado p o r el excesi­
vo precio que los asuntos judiciales alcanzaron p o r entonces en el
Cuzco— cuenta cómo a Juan Fernández (que luego sería nom brado
fiscal) le ofrecía Lucas M artínez mil pesos por defender su causa.
A penas un poco m enos de lo que la corona le pagaba por el ejercicio
del cargo en varios procesos. N uestro personaje —que ya había visto

31) Q uien recibió la orden fue Bartolom é C arro. Debía ir a A ric a /'d o n d e estaba v a­
rado u n gran barco d e Lucas M artínez y le quem ase, p o rq u e se decía que querían
aderezar y rep arar los enem igos p a ra se p asar con él si fuesen d esbaratados, o d e
le arm ar p ara ir ro b an d o p or aquella costa". Calvete V: 10.
32) "Item si saben etc., quel d ía que. se dió la batalla en el valle d e Jaquijahuana, el
dicho Lucas M artínez se pasó al cam po del señor Presidente, de los prim eros que
se pasaron, e se m etió debajo del estan d arte real, contra el dicho G onzalo Piza­
rro, e si saben quel dicho Lucas no p u d o antes p o r las g ran d es g u ard as q u el d i­
cho G onzalo Pizarro tenía en su real, e si lo intentara hacerlo lo m atara el dicho
G onzalo Pizarro, p o r tenelle, com o lo tenía, p o r sospechoso" Barriga 1940:176.
su hacienda m erm ar notablem ente como consecuencia de su agitada
participación en la rebelión— estaba decidido a em peñar cuanto le
quedase, en la defensa d e su inocencia I
M enos d e un m es después de la batalla —el 2 de m ayo de 1548,
presentaba Lucas u n a inform ación de testigos hecha por su defensa i
en el Cuzco34. Según este docum ento, al m om ento de llegar el Virrey,
Lucas se encontraba en Tarapacá y era ajeno al alzam iento de G onza­
lo. U na vez enterado de la rebelión, había ofrecido, —a través de un
paje suyo— toda su ay u d a y servicios a N úñez Vela. A continuación,
Lucas habría enviado m uchas cartas a varios am igos, persuadiéndo­
los de no participar en la rebelión y advirtiendo que si Gonzalo Piza­
rro quería hacer algo, lo hiciera a costa de su propia honra y no de la I
de los hijosdalgos del Perú. Lucas había preparado su barco en su
puerto de lio y en com pañía de am igos y criados se había em barcado
entonces hacia Lima, con el firme propósito de servir al Virrey.
Al llegar a la capital, había sido atacado por u n barco capitanea­
do po r H ernando Bachicao, el cual había tom ado po r la fuerza su n a ­
vio, le había robado cuanto llevaba — arcabuces y m ucha cantidad de
plata y oro— conduciéndolo finalm ente ante el propio G onzalo, que
tuvo preso a Lucas p o r algunos días.
G onzalo le había obligado a seguirlo a Q uito a dar batalla al Vi- j
rrey y le hubiera dad o m uerte, si Lucas se hubiera negado. En su in­
form ación de testigos — cuyo tenor venim os glosando— Lucas pre­
tendió hacer constar que en aquella jornada de ida y vuelta a Quito,
había hecho m uy bu en as obras a los servidores d e su m ajestad y na­
die le había visto com eter agravio alguno.
Vuelto a Lima, G onzalo le había ordenado que fuese su Teniente
en A requipa. Lucas habría consultado"en tortees con dos p adres dom i­
nicos, los cuales le aconsejaron que era preferible que fuese él antes
que cualquier otro m alvado y que aceptar era servir al Rey.

33) Calvete V: 74. Del testim onio del cronista se desprende que nadie en el Cuzco
pagaba tanto como Lucas M artínez p o r la defensa de su causa.
34) La inform ación contiene u n a serie d e p reg u n tas de cuyo tenor se extraía la ima­
gen de u n Lucas M artínez perm an en tem en te leal al Rey y que había servido a
G onzalo solam ente obligado p or las circunstancias. Los párrafos que siguen es­
tán apoyados en esta inform ación. Barriga 1940:171-193.
Llegado a A requipa, M artínez Vegazo le había anunciado a Juan
de la Torre que él había aceptado el cargo, solam ente para p o d er m e­
jor servir al Rey después y que no era su intención agraviar a nadie.
Siendo Teniente, le habían venido a avisar el lugar do n d e se escondía
Diego Centeno, y a pesar d e tener órdenes de G onzalo d e m atarlo
donde lo hallara Lucas había perm itido que perm aneciera escondido,
hasta que alzara bandera por el Rey.
Por m andato d e Lucas, sus criados habían recogido, escondido y
dad o de com er a soldados d e C enteno que se refugiaron en su rep a r­
tim iento35. Una vez recibida la carta de G onzalo —en la que le an u n ­
ciaba la llegada de la Gasea y le ordenaba ir con toda la gente a
Lima— Lucas habría dem orado lo m ás posible la partida, como se lo
habría confiado a Juan de la Torre.
Al llegar el m om ento de su captura, la versión de nuestro perso­
naje abundaba en detalles. Según ellos, algunos de los que prim era­
m ente habían salido d e A requipa con Lucas M artínez y acam pado a
la espera de los dem ás le habrían dicho "viva el Rey y nuestro Capi­
tán", pues todos lo querían a él. Lucas había respondido "sea en b u e­
na hora", ya que le placía ser capitán por su m ajestad. En vista de su
respuesta, los hom bres lo habían aceptado como capitán y estaba Lu­
cas m andando y proveyendo cuanto debía hacerse, cuando llegaron
en tropel los dem ás vecinos de A requipa vivando al Rey. H ernando
de Silva —como enem igo capital de nuestro personaje— se había
apeado entonces y había pedido a Lucas su espada. "N o quiero que
ya se ha hecho acá la fiesta sin vos"; habría sido la respuesta de M ar­
tínez Vegazo, según su propia versión. Pero el capitán Jerónim o de
Villegas había im portunado a continuación a Lucas, diciéndole que
convenía al servicio del Rey que entregase su espada y depusiera su
actitud. N uestro personaje —creyendo que era para otros efectos de
lo que después sucedió y porque finalm ente él y Villegas eran am igos
y com padres— le había hecho entrega de su arm a. Fue entonces que
lo m ontaron en u n a m uía y lo llevaron preso.

35) Los hom bres de C enteno auxiliados eran: el ex-sargento m ayor Segura, A ntonio
Q uixada, un tal Meza y Alonso de Cueva, a todos los cuales G onzalo había o rd e­
n ad o d a r m uerte. El lector que tenga presente los trabajos d e m inería reseñados
en el C apítulo anterior recordará que el últim o de los n om brados había trabajado
anteriorm en te con Lucas M artínez en Tarapacá.
85

Posteriorm ente los vecinos —en atención a su rango (segura­


m ente tam bién a sus cantantes y sonantes argum entos)— le habían
d a d o u n a cabalgadura y puesto en libertad, de m anera que pudiese ir
Lucas d o n d e quisiera. Sabedor de que Centeno había ya entrado al
Cuzco y no queriendo otra cosa que servir a su m ajestad, Lucas había
m archado presto a reunirse con los leales. D esde entonces había ser­
vido fielm ente a los intereses del Rey —bajo las órdenes d e Cente­
no— h asta ser capturado por los rebeldes en H uarina. O bligado a p e­
lear por ellos en Jaquijahuana, no le había sido posible pasarse con
anterioridad a las fuerzas del Rey por la gran cantidad de centinelas
que tenían Gonzalo Pizarro y su M aestre d e Cam po.
Por últim o Lucas era buena persona y viejo conquistador. Tenía
adem ás en su haber varias acciones m eritorias. A bonaban en su favor
la destacada participación en la guerra de C hupas y aquel auxilio a
Valdivia, de m anera que no podía ser sancionado por traidor al rey,
m enos si todo lo anterior era "pública voz y fam a".
De poco valieron estas argum entaciones ante el celo y la severi­
d a d del Licenciado Cianea. Lo único indiscutible d e esta versión suya
era que efectivam ente luego de su captura Lucas había sido puesto en
libertad, de m anera que pudiera ir do n d e quisiera. G randes influen­
cias debió haber m ovido Lucas M artínez para obtener semejante con­
cesión d e los vecinos de A requipa, sus captores. ¿Por qué, finalm ente,
se fue d o n d e Centeno? Q uizá porque aquello fue parte del precio de
su libertad, porque en aquel m om ento resultaba m ás peligroso juntar­
se con G onzalo, o bien porque nuestro personaje quería lavar las cul­
pas, poniéndose inm ediatam ente bajo el estandarte del Rey. En todo
caso C enteno acogió a Lucas y no lo sancionó, correspondiendo de al­
guna m anera a la actitud que Lucas M artínez Vegazo había tenido
cuando el capitán leal se hallaba prófugo en Condcsuyos.
El resto de la argum entación de Lucas M artínez era en cambio
bastante m ás difícil de creer y probar. Para desgracia de Lucas, entre
los papeles de G onzalo Pizarro se encontró una carta escrita po r el
propio M artínez Vegazo. Era una respuesta de Lucas a aquella otra
m isiva en la que el entonces G obernador ordenaba a su Teniente acu­
d ir a Lima con la gente y recursos de A requipa. Esta carta de Lucas
ha sido calificada por los cronistas como m uy atrevida y desvergon­
zada. En ella Lucas afirm aba que iría él en persona con toda la gente,
86

arm as y m uniciones que pudiese. Q ue no tem iese nada Gonzalo, pues


le eran todos tan fieles que no había que tem er a Em peradores ni Pa­
pas 36.
La participación de Lucas M artínez en la rebelión de los enco­
m enderos había sido tan evidente y pública que resultaba m uy difí­
cil ocultarla, y m ás todavía preten d er el perdón. Así entendió las co­
sas el Licenciado Cianea, cuando pronunció sentencia definitiva en el
proceso seguido contra nuestro personaje. El fallo judicial hallaba a
M artínez Vegazo culpable de haber com etido crim en de lege m ages-
tatis contra la corona real d e España. C onsiderado traidor, Lucas fue
condenado a destierro perpetuo de Indias y deportado a España. Allí
debía ser puesto a disposición de la Casa de Contratación en Sevilla,
so pena de ser condenado a m uerte si regresaba a la América españo­
la. A dem ás, M artínez Vegazo debía ser despojado de la totalidad de
su encom ienda y quedaba condenado al em bargo de la m itad de to­
dos sus bienes37. N ada m enos.
C om pare el lector la situación actual de nuestro personaje — re­
belde condenado por traidor al Rey— con la que tenía apenas cinco
años atrás —próspero encom endero y m ilitar de fam a y podrá cobrar
idea de m agnitud de la caída de Lucas M artínez Vegazo. En adelante
nada sería como antes y podem os adelantar que el resto de su vida
—casi veinte años— transcurrió en una tenaz lucha por recuperar los
bienes y el sitial perdidos.
Em pieza así la etapa m ás oscura de la vida de nuestro persona­
je. La m ás difícil de historiar, tam bién, pues p u e d e decirse que prácti­
cam ente desapareció d e la docum entación dé la época que hem os
consultado. Pero un personaje que había escalado los peldaños m ás
altos de la fortuna y la política sabría d arse m aña para m over —d e sd e
el anonim ato y la proscripción— los hilos invisibles del poder.

36) C alvete IV: 376. Lam entam os m ucho no haber p o d id o consultar personalm ente
esta carta, ni estar siquiera seguros d e su conservación.
37) AGI justicia 443: 32r-32v. Parte d e esta sentencia sirve d e epígrafe al próxim o ca­
pítulo. Q uien se interese p o r los entretelones d e el juzgam iento a los que partici­
paron d e la rebelión d e los encom enderos, p uede consultar el trabajo d e Rafael
Loredo "Sentencias contra los que p articiparon en el alzam iento d e G onzalo Pi­
zarro", en el Mercurio Peruano A ño XV, vol. XXII, N° 159 (en adelante Loredo
1940).
CAPITULO IV

LA E N C O M I E N D A P E R D I D A

"Fallo, atenta la culpa que de este proceso resulta contra


el dicho Lucas M artínez Vegazo, theniendo consideración
y clem encia, le deuo declarar e le declaro au cr com etido
crim en lcge m agestatis contra la corona real de España y
le declaro y condeno p o r traid o r al dicho Lucas M artínez.
E como tal traidor le condeno en destierro perpetuo de
todos estos reynos y provincias del P iró y de todas las
Yndias, Islas y Tierra Firm e de m ar océano, subjetos a su
m agestad. Sea llevado a los reynos d e España y entrega­
do en las casas de C ontratación d e la ciudad de Sevilla, y
della no vuelva en ningún tiem po a estos dichos reynos,
so pena de m uerte natural".

(A ndrés de Cianea, AGI Justicia 443).'

D espués de 1548 y du ran te algunos años, la vida fue m uy d u ­


ra para quienes habían m ilitado —públicam ente y hasta el final— en
la rebelión de los encom enderos, dirigida po r G onzalo Pizarro. Los
que lograron sobrevivir a la horca fueron desterrados de Indias y al
que m enos le fueron anuladas las m ercedes y em bargados los bienes.
Pero com o en m uchos otros aspectos de la institucionalización del
Perú, las cosas distaron de estar del todo claras: entre las palabras y
los hechos, las sentencias y su cum plim iento m edió, por lo general,
m ucha distancia.
88

N o hornos encontrado ninguna evidencia que certifique que Lu­


cas M artínez —condenado a destierro perpetuo d e Indias— haya
abandonado por aquellos tiem pos América o incluso, el Perú. D uran­
te los años que van de su condena a su posterior reivindicación, nues­
tro personaje se valió -—apelaciones, coim as y otras tinterilladas al
m argen— de la protección de poderosos am igos que intercedieron
po r él ante la justicia y le tendieron una m ano hospitalaria en los
m om entos m ás difíciles1.
Los vínculos d e Lucas M artínez con im portantes personajes de
la época sirvieron para paliar la fuerza del castigo, pero no bastaron
para evitar la pérdida de su encom ienda. N o podía seguir siendo en­
com endero quien*Tiabía traicionado al rey. A dem ás, la Gasea había
obtenido m uchas adhesiones con la prom esa de nuevas encom iendas,
para lo cual contaba precisam ente con aquellas encom iendas que fue­
ran despojadas a los gonzalistas em pecinados.
Resulta significativo que la corona, que desató el alzam iento de
los encom enderos con su intento de lim itar —si no abolir— la enco­
m ienda, haya tenido que apelar al otorgam iento de m ás encom iendas
para sofocar la rebelión. Entre la política de N úñez Vela y la de la
Gasea no solam ente m edia la diferencia entre la espada y la cruz, sino
tam bién la com prensión de que la encom ienda estaba dem asiado en­
raizada en la sociedad hispánica de ultram ar. Su elim inación —objeti­
vo que la corona no abandonó— no podría d arse violentam ente y por
vía de u n decreto, sino gradualm ente (a través del desplazam iento
progresivo de los encom enderos en la escala del aparato productivo y

1) U no de sus m ás im portantes protectores fue N icolás de Ribera el viejo. Riva-


A güero afirma, a la letra, que tanto crédito gozaba N icolás de Ribera con Gasea,
que m uchos pizarristas después del desastre de Jaquijahuana, debieron a su in­
tersección v ida y hacienda, com o ocurrió con Lucas M artínez Vegazo, el enco­
m endero de lio y Tarapacá.
N icolás de Ribera fue el prim er alcalde d e Lima y ejerció el cargo en repetidas
ocasiones. Dirigió él m ism o la captura del Virrey, tras el asesinato del factor Illán
Suárez de Carbajal, pero luego fue u n o de los prim eros en oponerse a Gonzalo.
Luego d e la rebelión, era uno d e los vecinos m ás im portantes d e Lima, cabeza de
u na am plia re d fam iliar com puesta p o r los sectores m ás poderosos y distingui­
dos d e la naciente adm inistración colonial, Riva-A güero se ha ocupado de ella en
su obra El primer alcalde de Lima Nicolás de Ribera el viejo y su posterioridad, en ade­
lante R iva-A güero 1935. Las alusiones a Lucas M artínez p u ed en encontrarse en
R iva-A güero 1935: 24, 52-54.
89

m ercantil) y en tiem pos futuros. De m om ento resultaba preciso'con­


tentar a aquellos cuyo apoyo se había ganado con prom esas de m er­
cedes 2.
En este contexto, no resulta en m odo alguno casual que la enco­
m ienda de Lucas M artínez Vegazo fuera entregada precisam ente a
quien había sido su captor: Jerónim o d e Villegas. ¿Q uién era este Vi­
llegas que desplazaba violentam ente a Lucas M artínez en la posesión
de su encom ienda y cuyas existencias m archarían, d e aquí en adelan­
te, en perm anente contrapunto?
N atural d e la ciudad de Burgos, Villegas había llegado al Perú,
hacia 1536, de aproxim adam ente treinta años de edad. A unque no
debió ser escaso de recursos (al año siguiente tenía arm as y caballo),
tuvo inicialm ente poco éxito en obtener aquello que por entonces era
la aspiración m áxim a de quienes habían pasado a A m érica a hacerse
d e una posición: u n a encom ienda3. Las m ejores ya tenían du eñ o y
au nque para acceder a una quedaban pocos cam inos, Villegas los in­
tentaría todos.
El prim er cam ino, la participación destacada en una expedición
exitosa, le fue esquivo. Las dos em presas im portantes en que partici­
pó —la cam paña de C hachapoyas con el m ariscal A lvarado, su pro­
tector y paisano, y la expedición al A m azonas con G onzalo Pizarro—
estuvieron m uy lejos d e satisfacer las pretensiones d e quienes se ha­
bían alistado en ellas para obtener una encom ienda. Con todo, la pri­
m era aventura valió a Villegas la obtención del grado de capitán y la

2) El n ú m ero d e aspirantes a una encom ienda era bastante elevado y excedía larga­
m ente al de encom iendas disponibles, lo que generó m uchos problem as a la G as­
ea y frustró a quienes, no considerándose d ebidam ente prem iados, se alzaron
m ás tarde contra la A udiencia. Sobre el rep arto q u e hizo La Gasea, rep arto de
H u a y n a rim a , p u e d e h a lla rse in fo rm a c ió n en la o b ra d e E n riq u e T o rres
Saldam ando Apuntes históricos sobre las encomiendas en el Perú, escrita en 1879 y re­
editada en 1967 p o r la U niversidad de San M arcos. Torres Saldam ando 1967: 26 y
ss. Tam bién p u ed e verse Del Busto 1978: 318-320.
3) Lockhart 1968: 28-29 traza una ap retad a reseña biográfica d e Villegas que nos ha
servido m ucho. Tam bién López (1970: 104) se ocupa d e este personaje. En lo que
sigue ofrecerem os una síntesis d e su actuación entre 1536 y 1548 apoyados, ade­
m ás, en los siguientes testim onios: F ernández I: 27, 28, 39, 58, 115-128; G utiérrez
II: 197-202, 211, 293, 277-278, 210-312, 328-330, 332; IV: 7, 12, 107, 122, 129, 163,
164; Calvete IV. 245-247, 255, 257-259, 272-273, 403-404; Pérez de Tudela ed. V:
257, 329; Pedro Pizarro 1978: 224, 237.
90

segunda —en la que m ostraría dotes de astrónom o e interpretador


de sueños— aportó una cercanía a Gonzalo Pizarro que, en su m o­
m ento, le rendiría algunos dividendos. En lo inm ediato, la cam paña
del A m azonas m antuvo a Villegas al m argen del segundo capítulo de
las guerras civiles: otra vía de acceso a una encom ienda que —m ás
adelante— llegaría a transitar.
De momento, Villegas decidió em prender un cam ino alternati­
vo: el m atrim onio. Al volver de Q uito al Cuzco, hizo un alto en Piura
y desposó a doña M aría Calderón, que acababa de enviudar y era
heredera de una pequeña encom ienda. Encom endero a m edias, Ville­
gas persistió en sus pretensiones a u n a m erced acorde con su condi­
ción de capitán: una encom ienda grande y ubicada en una zona cen­
tral. Una vez en el Cuzco, fue alojado en la propia casa de Vaca de
Castro, se le asignaron dos o tres expediciones oficiales de poca m on­
ta, pero su aspiración principal perm aneció insatisfecha.
C uando llegó al Perú el prim er Virrey, el capitán Villegas no va­
ciló en ponerse a sus órdenes — se podía obtener encom iendas pres­
tando destacado servicio a la nueva autoridad— y rápidam ente se
ganó la confianza de N úñez Vela. Estallada la rebelión de los enco­
m enderos, Villegas fue enviado hacia H uánuco a evitar que los solda­
dos se uniesen a Gonzalo Pizarro. U na vez que hubo evaluado bien la
situación, sin em bargo, term inó pasándose él m ism o al bando contra­
rio. En adelante, Villegas trataría de conseguir su encom ienda d e m a­
nos d e Gonzalo Pizarro, participando en una insurgencia que —com o
vim os en el capítulo anterior— m odificó sustancialm ente el curso de
la vida a varios de sus actores.
Bajo las órdenes de G onzalo Pizarro, Villegas em prendió u n par
de acciones destacadas que le valieron el nom bram iento de Teniente
de G obernador de Piura. Una vez en el norte, la suerte no le fue grata.
Luego de inicial victoria, los hom bres a su m ando fueron sorprendi­
dos por el Virrey, en la región de Jaén de los Bracamoros. A d u ras
penas p u d o Villegas h u ir y llegar vivo a la ciudad de Trujillo4

4) C om o capitán d e G onzalo P izarro, V illegas interceptó y apresó al co n tad o r


A gustín de Zarate, quien iba d e Lima a Jauja llevando provisiones en las cuales
los O idores requerían a G onzalo p ara que deshiciera su ejército, p u es el Virrey
había sido ya tom ado preso. U na v ez tom ada la capital y u san d o el cargo d e Go­
bernador, G onzalo P izarro nom bró a Jerónim o de Villegas Teniente suyo en la
ciu d ad de Piura.
91

En atención a las penurias pasad as p o r el sobreviviente, G onza­


lo autorizó a Villegas a retirarse al Cuzco, m ientras él y su gente
— Lucas entre ellos— continuaban la m archa al norte a enfrentar al
Virrey. De esta form a Jerónim o de Villegas pasó a ocupar lugar se­
cundario en la rebelión. T am bién evitaba su incrim inación en la bata­
lla de A ñaquito, abstención que le serviría m ucho llegada la hora de
rehacerse una im agen de lealtad.
Del Cuzco, Villegas partió a A requipa, d o n d e fijaría su residen­
cia. El m otivo de esta decisión parece haber sido la vinculación co­
m ercial con encom enderos arequipeños (Lucas era ya su com padre),
au n q u e no falta quien sugiera q u e Jerónim o d e Villegas —el astrólo­
go— habría tenido u n a prem onición, en el sentido de q u e su m ujer
hallaría m uerte violenta en el Cuzco, y decidió establecerse en Are­
quipa.
Villegas pasó, d e m om ento, a ser u n poco m ás testigo que actor
d e los acontecim ientos. El nom bram iento d e Lucas M artínez como
Teniente de G obernador en A requipa debió hacerle ver con claridad
que se alejaba su o p o rtu n id ad de acceder a encom iendas y m ercedes
bajo el estandarte gonzalista. Solam ente le quedaba una carta po r
jugar: pasarse o p o rtunam ente al lado de la Gasea, destacar en esta
acción y cobrar luego una encom ienda p o r recom pensa. Tal fue la
táctica con la que G asea obtuvo las m ás im portantes adhesiones a su
causa y tal, la m otivación de la m ayoría de deserciones gonzalistas.
En el capítulo tercero hem os visto a Villegas —que anteriorm en­
te ya había traicionado al Virrey— hacer lo m ism o con su com padre
Lucas M artínez, tom arlo preso y colocarse a la cabeza del m ovim iento

C uando llegó la noticia que N ú ñ ez Vela había recu p erad o la libertad, el caudi­
llo disp u so que Jerónim o de Villegas y G onzalo Diez fuesen al n o rte con algu­
n a gente y se juntasen con H ern an d o de A lvarado, que estaba p o r teniente de
G onzalo en Trujillo. Por su p arte, el V irrey envió al capitán G onzalo Días de
Pereira a hacerles frente. En Jaén d e los Bracam oros el capitán Pereira fue asal­
tado y m u erto p o r la gente al m a n d o d e Villegas y los otros dos líderes gonza­
listas.
E nterado el V irrey de la suerte q u e había corrido s u capitán, partió él m ism o en
busca de los capitanes gonzalistas a quienes so rp ren d ió —con la guardia baja—
en un pueblo llam ad o C hinchachará. La debacle d e los efectivos gonzalistas fue
total. Los capitanes gonzalistas h uyeron, lib rad o cada u n o a su propia suerte. A
A lvarado lo m ataron los indios, D iez m u rió de h am bre y solam ente Jerónimo de
Villegas logró llegar sano y salvo a Trujillo.
92

leal en A requipa5. Fue gracias a esta acción — tras doce años de frus­
traciones— que este capitán accedió por fin al status de encom endero
principal.
D urante los años que Villegas tuvo a su cargo la encom ienda
que estudiam os, continuó explotándola en la m ism a form a—m ás o
m enos—en que Lucas M artínez lo había venido haciendo hasta en­
tonces y lo volvería hacer después. Sus actividades como encom ende­
ro han sido, felizm ente, descritas con cierta am p litu d p o r otro autor6.
Señalarem os acá solam ente un aspecto de la actividad económ ica de
Villegas, que resulta de m ucho interés y no ha sido posible detectar
en la gestión desarrollada por Lucas M artínez.
Como ya se sabe, la com unicación y el transporte m arítim os re­
sultaban fundam entales para el aprovecham iento de los recursos de
la región. Villegas trató d e com prar un barco en 1548, cuando acababa
de serle concedida la encom ienda. N o logró su objetivo, pero en cam ­
bio resolvió el problem a de una m anera singular. A dquirió la tercera
parte d e una em presa pesquera que unos españoles habían sacado
adelante. Con dos barcos y algunos negros esclavos, la com pañía h a ­
bía venido pescando a lo largo de la costa su r y obtenía sus ganancias
vendiendo el pescado seco en A requipa. Al en trar a la em presa,

5) C uando su com padre Lucas M artínez ocupó el cargo de T eniente d e G oberna­


dor de A requipa, Jerónim o de Villegas era u n o de los q u e m ás le aconsejaba. A
tal punto, que, en una declaración posterior, un testigo afirm aría "que estan d o en
la dicha ciudad d e A requipa y h asta que salió della p a ra ir en favor del dicho
G onzalo Pizarro, siem pre el dicho Lucas M artínez se guiaba y se guió p o r el p a ­
recer del dicho Jerónim o de Villegas" (Barriga 1940:182).
N om brado C apitán d e la A requipa leal al rey, Villegas se unió a C enteno y, en la
batalla de H uarina, tuvo el m an d o d e u n escuadrón de caballería, form ado en su
m ayoría por encom enderos arequipeños.
Luego de la derrota, Villegas huyó hacia Jauja, d o n de se reunió con la G asea y se
enteró que Carbajal había d ad o m u erte en el C uzco a M aría C alderón, su mujer.
Luego de la batalla d e Jaquijahuana, Villegas intentó tom ar v en g an za p ro p ia y
ilar m uerte a Carbajal, pero el propio D iego C enteno se lo im pidió.
Lockhart 1968: 30-33. Villegas tenia casas en A requipa, hacía frecuentes viajes a
Lima y m antenía u n nivel d e v id a bastante elevado. Sus h om bres recorrían los
pueblos d e la encom ienda recogiendo el tributo, recientem ente tasado, y explo-
lando sus m inas, d o n d e tenía negros trabajando. U na vez al año, sus m ay o rd o ­
mos organizaban u n a expedición a Potosí, a com ercializar el tributo; tam bién
m antenían chacras y estancias ganaderas. Por últim o, com o resaltarem os, Ville-
i; is lunfa participación en u n a em presa pesquera .
93

Villegas dispuso que el abastecim iento y la alim entación de los pesca­


dores corriese por cuenta de los indios de su encom ienda. A cambio
de esto, los barcos estaban obligados a tran sp o rtar productos dentro y
fuera de la encom ienda y apoyar a los trabajadores que Villegas tenía
en las m inas.
La naturaleza de esta operación y su tem prana fecha revelan
que ni aún en los m om entos de m ayor confusión política — en plena
época de las llam adas guerras civiles— dejaron de existir em presas de
un funcionam iento refinado. La posesión de una encom ienda podía
convertirse potencialm ente en un capital valiosísimo, cuando se la
m anejaba con un a u d az espíritu m ercantil. El capitán que hoy em p u ­
ñaba las arm as y cabalgaba tras ésta o aquella bandera podía desem ­
peñarse ■ —el día de m añana como el m ás acabado hom bre de nego­
cios. El conocim iento de otros casos análogos revelará, alguna vez,
hasta que p u n to la participación d e estos hom bres en las guerras civi­
les y su tom a de posición en las principales controversias políticas de
la época fueron la expresión de intereses económ icos sorprendente­
m ente tem pranos; desconocidos hoy, pero poderosos en su tiempo.
De m om ento, interesa tener presente que m ientras Villegas go­
zaba los frutos de la nueva posición, Lucas M artínez Vegazo conocía
las am arguras del despojo y la proscripción. Las cosas debieron ser
m uy d u ras para él, sobre todo en los años inm ediatam ente posterio­
res a 1548, cuando su condición era prácticam ente la de un apestado
político. Pero un hom bre de su audacia económica y sus im portantes
vinculaciones políticas sabría sobrevivir, prim ero, y sobreponerse a la
situación, después. Lucas M artínez no renunció nunca a la recupera­
ción del sitial perdido.
Los siguientes años de su existencia estuvieron consagrados, por
entero, al servicio de u n solo objetivo: obtener el perdón real y recu­
perar la encom ienda. Fueron años de litigios, papeleos, notificaciones,
inform aciones de testigos, requerim ientos, coim as, fallos y apelacio­
nes; años en los cuales la figura de Lucas M artínez Vegazo — traspo­
niendo los um brales de la A udiencia de Lima o consultando con li­
cenciados— debió ser m uy familiar. Recorría, po r entonces, sus tem ­
pranos cuarenta años.
L a m e n ta m o s m u ch o no h a b e r p o d id o e n c o n tra r la suficien te
cantidad de docum entación escrita vinculada a esta em presa judicial
94

acom etida tenazm ente por nuestro personaje; tanto más, si tenem os
presente que el proceso de Lucas M artínez fue de los m ás sonados de
su tiempo. A penas dos cartas dirigidas al rey —p o r el factor Bernal
dino de Roma ni y p o r doctor G regorio de Cuenca— hacen alusión di­
recta al juicio de Lucas, la pertinaz apelación de nuestro personaje y
su posterior reivindicación7.
La dem anda de M artínez Vegazo no se apoyó solam ente en la
oportunidad y pertinencia de ésta o aquella escritura judicial, ni en la
sola posibilidad de desviar —con argum entos de oro y plata— el cur­
so del litigio. Lucas no habría podido rem ontar su caída, si las fluc-
tua-ciones de la coyuntura entre 1548 y 1560 —década en la que lo
encon-trarcm os plenam ente reivindicado— no hubieran sido directa­
m ente favorables al logro de sus objetivos y, m ás bien, desfavorables
para Jerónim o de Villegas y sus sucesores.
El prim er hito favorable lo m arcó una disposición que perm itía,
a quienes habían sido culpados y condenados por participar en la re­
belión de Gonzalo, pagar a la corona una com posición, reparación ci­
vil, de doce mil pesos. C uando m enos el destierro d e Indias, verdade­
ram ente m ortal p ara nuestro personaje, dejaría de ser una am enaza.

7) A m bas m isivas fueron p ublicadas p o r Roberto Levillier en el tom o 11 d e su Go­


bernantes del Perú, en ad elan te Levillier 1921. La carta de Rom aní d ata del 23 de
diciem bre d e 1557 (Levillier 1921: 485-504) y la d e Cuenca, del 20 de octubre de
1560 (Levillier 1921: 249-258). A m bos d esem p eñ aro n funciones públicas en una
época en la cual la A udiencia, q u e en d eterm in ad o m om ento asum ió funciones
de gobierno, fue el cam po en el que se ventilaron —p or escrito y entre papeleos,
dim es y diretes— las diferencias q u e an teriorm ente se habían llevado al cam po
de batalla.
Las dos cartas reflejan bien el clim a de favoritism os, intrigas y coim as que m arcó
el gobierno del M arqués d e Cañete, V irrey del Perú. R om aní se queja d e la políti­
ca d e favoritos d e d o n A ndrés H u rta d o d e M endoza (nom bre d el M arqués de
Cañete) y cita— como uno entre m u ch o s ejem plos—el caso judicial de Lucas
M artínez. Cuenca, que tenía estrad o en la A udiencia y se vió m ás com prom etido
con el juicio de n u estro personaje le dedica atención preierencial en su carta d iri­
gida al rey. En ella ofrece una recapitulación d el proceso y su desenlace, a b u n ­
d a n d o en detalles que v erd ad eram en te, nos son d e m ucha u tilidad.
Sin em bargo, ten d ríam o s u n a m ás seg u ra idea d e la realidad, si pu d iéram o s h a ­
ber consultado algún escrito de la p arte contraria a Lucas M artínez cuya actua­
ción conocem os p o r Cuenca. N o h a sido posible, d e m anera que pedim os licencia
a 13 crítica histórica si —m ás adelante— nos apoyam os fundam entalm ente en la
carta de Cuenca, su s entrelineas y lo que d e la época sabem os, para explicar al
lector cóm o fue que Lucas M artínez reivindicó su no m b re y sus bienes.
Sin em bargo Lucas M artínez se negó a p ag ar los doce m il pesos de
com posición, aduciendo que a el no se lo podía considerar c u lp a b le 8.
En lugar de aceptar una reparación que suponía reconocim iento de
culpa, Lucas M artínez apeló a la A udiencia reclam ándose inocente.
Com o sus indios ya habían sido encom endados a Jerónim o de
Villegas, era preciso litigar prim ero con el fiscal— para sacarse de en­
cim a el cargo de traición—y luego contra su antiguo com padre, a fin
de que le fuese restituida la m ism a encom ienda que anteriorm ente
había poseído. Sem ejante em presa resultaba im posible, a m enos que
estuviera dispuesto— Lucas sí lo estaba—a m over los m ás finos hilos
del poder y em peñar todos los recursos económ icos, todavía conside­
rables, que hubiese logrado salvar.
Frente a la sentencia que ordenaba la confiscación d e la m itad
de sus bienes, Lucas se defendió como p u d o . Las ventas ficticias des­
tinadas a evitar em bargos—no nos consta que hacia 1549, pero sí m ás
adelante—no eran recursos vedados p ara M artínez Vegazo. Pero el
fisco tam poco carecía d e recursos: los bienes que Lucas M artínez te­
nía en m ovim iento—especialm ente los vinculados a Potosí— fueron
em bargados por el fiscal y m etidos en la caja real de aquella ciudad.
En 1549, los bienes d e Lucas M artínez fueron rem atados — por valor
de 28,000 pesos— en pública alm oneda. Pero si le habían quitado tan­
to, Lucas disponía todavía de una cantidad— cuando m enos—igual.
T oda ella estaría p uesta al servicio de la reivindicación de su nom bre
y b ie n e s9.

8) "El dicho Lucas M artínez preten d ió no ser culpado en la dicha alteración y no


quizo com ponerse ni p agar doce m il pesos que le p ed ían com o se com pusieron
otros vezinos d este reyno que en la dicha alteración fueron m u y culpados". (En
Levillier 1921: 253)
9) En su testam ento (AGI Lima 124), Lucas afirm ó que el fiscal le confiscó veinte mil
pesos y los m etió en la caja real de Potosí: N o dijo expresam ente que el fisco haya
em prendido el em bargo con ocasión d e esta su caída en desgracia, pero difícil­
m ente se nos ocurre otra posibilidad. Lo im p o rtan te es llam ar la atención sobre la
cantidad de dinero que n uestro personaje tenía y la am p litu d con que lo movía.
Si el fallo de Cianea o rdenaba la confiscación de la m itad de sus bienes, entonces
cabe supon er q u e luego del despojo Lucas M artínez disponía, todavía, d e otros
20 mil pesos, cuan d o m enos.
La inform ación sobre la venta de los bienes de Lucas M artínez Vegazo la ofrece
Joseph R am adas en su libro Charcas (B arnadas 1973), ese rico y sugerente aporte
al estudio d e las sociedades coloniales. Allí se afirm a —com entando la acción de
la corona com o un interm ediario m ás algunas operaciones comerciales— que
96

A m edida que los años de la rebelión y el castigo iban q u edando


atrás, dism inuía la cond;ción de proscrito d e Lucas M artínez Vegazo o,
si se prefiere, ella se fue volviendo u n lugar com ún. En térm inos gene­
rales, cobraba fuerza la noción de que entre aquellos encom enderos y
ex-encom enderos casi no se podía encontrar culpables e inocentes—-en
sentido estricto—ya que nadie quedaba del todo libre d e haber partici­
pado, en algún m om ento, de la rebelión; adem ás m uchas personas a
quienes Gasea había prem iado con las m ejores encom iendas figuraban
en el recuerdo popular, como los prim eros en haber traicionado al rey
y, apoyado a Gonzalo P iz arro 10.
Ésta irregularidad (alim ento de tensiones y alteraciones futuras)
sirvió de soporte político a quienes, como Lucas M artínez, exigían la
revisión de las sanciones que Cianea—al calor todavía de H u arin a y Ja-
quijahuana—había fallado con extrem a dureza. Vista la situación con
la perspectiva de los años transcurridos— frecuente m odificador de la
im agen inicial que los grandes eventos dejan en los hom bres que los
vivieron—fue creciendo una corriente de opinión, en el sentido de la
poca equidad con que parecía haberse adm inistrado la justicia: ni los

el 3-X-1549 el tesorero potosino cobraba 1,283 pesos de F. de la Serna, a nom bre


de D. Bernal, quien —a su vez— los había de p ag ar a S . M . p or A lonso Díaz, a cuenta
de unos negros com prados en pública alm oneda de los bienes confiscados d e Lucas
M artínez Vegazo, p izarrista". (Barnadas 1973: 405-406).
En su testam ento (AGI Lima 124) Lucas reconoció haber hecho— años desp u és—
u na venta ficticia d e sus bienes a sus fiadores (en el juicio contra Villegas y su s
herederos), pues los fiadores tem ían q u e los bienes de Lucas p u d ieran ser em bar­
gados.
Los costos de un proceso judicial, entre abogados, trám ites y sobornos eran eleva-
dísim os y fue en estos litigios que Lucas— adem ás de em peñar todos sus recursos—
llegó a endeudarse. En ADA Juan d e Torres 1565: s /n , M artín d e Valencia afirm a
haberle prestado dos barras de p lata a Lucas M artínez "p ara sus pleitos". Tam bién
en AGI Lima 124: s / n hay u n a relación de las m uchas d eu d as d e n uestro personaje.
10) El caso del propio Jerónim o de Villegas era u n o de los m ás notorios. P ara nadie era
u n secreto que, en su m om ento, había traicionado al V irrey N ú ñ ez Vela. V erlo d e
p ro nto gozando de sem ejante encom ienda despertaba, en m uchos observadores, el
recuerdo de aquella irregularidad. El doctor Cuenca utilizó térm inos m u y d u ro s al
calificarla: "el presydente (Gasea) encom endó sus yndios a u n gerónim o d e Ville­
gas que fue el m ayor traydor e culpado d e la tiranía d e gonqalo piqarro po rq u e
siendo capitán de vuestra alteza nom brado p o r el visorrey blasco n u ñ ez vela y
teniendo como tal capitán hecha m ucha gente para el dicho visorrey se passo con
toda ella a piqarro que fue la prim era fuerza que tubo y el p rim er d esm án y
com ienso d e la perdición del visorrey". (En Levillier 1921: 253-254).
97

declarados culpables lo habían sido tanto, ni los presuntos inocentes


estaban del todo de culpa. A m parado en estos desajustes, M artínez
Vegazo persistió tenazm ente en la defensa de su inocencia.
La apelación de nuestro personaje seguía su curso ante la A u­
diencia, cuando un nuevo giro d e los acontecim ientos reacom odó la
coyuntura, tornándola m ás propicia — todavía— a las aspiraciones de
M artínez Vegazo: el alzam iento d e 1554, la llam ada rebelión de H er­
nández G irón. Bien se sabe que este últim o capítulo de las guerras ci­
viles— adem ás de las am biciones al uso— tuvo diversos m otivos: el
desgobierno de la A udiencia, la proyectada supresión del servicio
personal indígena, la proliferación de elem entos descontentos y le­
vantiscos; el hecho m ism o de que en Jaquijahuana no se hubiera re­
suelto la cuestión de la encom ienda, y la fuerza d e trabajo indígena,
sino solam ente paliado una rebelión. A nte la inesperada m uerte del
segundo V irrey del Perú, aquello de que "Dios está en el cielo, el rey
está lejos y yo m ando aquí" cobró nueva vigencia y norm ó, en buena
m edida, la acción de uno y otro cam po “.
C om o las anteriores, esta guerra civil dejó un nuevo saldo de
traidores y leales: una renovada lista de culpables e inocentes. El lu ­
g ar que el balance final de esta ultim a guerra reservó a Lucas M artí­
nez y Jerónim o de Villegas sería abiertam ente diferente. M ientras éste
últim o, encargado de defender la ciu d ad de A requipa, defeccionó y la
entregó a los rebeldes, Lucas M artínez, en Lima al m om ento de esta­
llar la rebelión, se puso a órdenes de la A udiencia, em puñó arm as en

11) D u ran d 1958: 23-24 trae a recuerdo aquél proverbio y el contexto histórico en que
se acuñó. La rebelión d e H ernández Girón, q u e tan pro n to p u e d e parecer una im ­
pronta levantisca o la continuación natu ral d e la rebelión ¿ e los encom enderos y
.Gonzalo Pizarro, aún no ha sido objeto del análisis histórico que logre d esentra­
ñar los intereses económicos, políticos y sociales q u e espolearon las cabalgaduras
y a fila ro n las a rm a s d e su s a c to re s. En c o m p e n sa c ió n — si se p re fie re ,
paradójicam ente— el desarrollo bélico, la historia m ilitar de esta rebelión que en­
frentó a las fuerzas ag ru p ad as tras la figura d e G irón contra la que organizó y
condujo la A udiencia, es harto conocida. El lector interesado p u ed e consultar,
adem ás del testim onio de cronistas y observadores d e la época, el prólogo de
Riva-A guero a La correspondencia de la Audiencia de Lima de Levillier. Este notable
balance d e la actuación de la A udiencia d e Lima fue reeditado cuando se publi­
caron las obras com pletas de Riva-A guero, en 1968, com o p arte del tomo VI.
Riva A güero (1921) 1968: VI, 121-195. La síntesis de los hechos m ilitares se en­
cuentra en Del Busto 1978:339-347.
98

defensa del rey y supo cabalgar hasta Pucará -a si en m edio siglo de


trajín a cuestas—> d o n d e las fuerzas de Girón fueron vencidas definiti­
vam ente 12.
Si el desenlace d e la rebelión d e G onzalo Pizarro descalabró a
Lucas M artínez y encum bró a Jerónim o de Villegas, el del alzam iento
de H ernández Girón se encargó de voltear las cosas. El desarrollo de
los acontecim ientos desn u d ó la tendencia oportunista d e Villegas. En
cambio Lucas —que en verd ad era un tránsfuga veterano— no tenien­
do otro cam ino que defender la causa del rey como el m ás fervoroso y
leal partidario de la corona, supo desem peñar m uy bien su papel.
El co n trap u n to judicial entre am bos personajes experim entó,
pues, u n gran vuelco. En adelante, Villegas no podría pasar m ás com o
el leal servidor del rey —que había p retendido ser en 1548— y Lucas
tornaría a relucir sus renovados blasones de honradez y lealtad. Si la
Audiencia había llegado a in d u ltar y p erd o n ar a prófugos de la justi­
cia que se pusieran bajo su estandarte — recuérdese la historia de Lope
de A guirre— ¿por qué no habría de acceder, por fin, a lasdem andas de
M artínez Vegazo? C onsecuentem ente, la A udiencia em itió su prim er

12) C uando G irón se alzó en el Cuzco, la A udiencia nom bró a Villegas C orregidor
de A requipa y le encargó la defensa d e la ciudad. Villegas, en lugar de hacerlo,
d ep u so arm as ante la inm inente llegada de las fuerzas de G irón y term inó con­
venciendo a los vecinos de A requipa de la conveniencia d e nom brar a H ernán­
dez G irón com o p ro cu rad o r general d e la ciudad. El cronista Pedro Pizarro, actor
de estos acontecim ientos describe esta defección de Villegas en su Relación y re­
m ata su juicio diciendo q u e Villegas "hizo lo que acostum braua y auía hecho con
el V irrey Blasco N uiiez Vela". El p ro p io cronista y otros vecinos—no queriendo
nom brar a H ernández G irón p ro cu rad o r— se em barcaron rápidam ente cogiendo
un navio que estaba en el p u erto de C hulé, con el objeto d e ponerse bajo las órde­
nes de la A udiencia d e Lima. N o n o s llam aría la atención que aquella em barca­
ción d e C hulé haya sido u n o de los bienes que Lucas M artínez logró retener.
M ayores detalles sobre la actuación d e los vecinos de A requipa, — de Jerónim o
de Villegas en particu lar— d u ra n te la rebelión de H ernández Girón, se p o d rá
encontrar en AMA LAC 02: 237-244; Barriga 1939:326-344; Fernández I; 345, 354;
II: 37-38; Pedro P izarro 1978: 255.
En cuan to a la participación de M artínez Vegazo, hem os encontrado felizm ente,
evidencias en la inform ación d e testigos d e los herederos de M iguel Cornejo, fa­
llecido en aquella cam p añ a (Barriga 1940: 309-313).
P reguntado sobre lo ocu rrid o en A requipa, Lucas respondió que "no sabe nada
porq u e com o tiene d icho estaba en los Reyes y que "este testigo (M artínez Vega­
zo) fue en aquella sazón en seguim iento del ejército Real a la batalla que se dió en
Pucará al dicho Francisco H ernández".
99

fallo —en grado de vista— absolviendo a Lucas M artínez en su pleito


contra el fiscal y contra Jerónim o de V illegas13. Sin em bargo, el asunto
a ú n no estaba resuelto, pues Villegas —que disponía tam bién de re­
cursos y am istades influyentes— apeló esta sentencia y obligó a la A u­
diencia a ver el caso nuevam ente.
En este punto, pareció abrirse una inusitada vía de entendim ien­
to directo entre los antiguos com padres y recientes enem igos: una acu­
sación form al d e traición al rey puesta por el fiscal contra Villegas —
fruto de sus errores en la rebelión de G irón—y el precario estado de
salud de este veterano capitán tornaron su situación cada vez m ás di­
fícil d e sostener u . Poco antes de m orir, Villegas decidió arriar ban d e­
ras y negociar con Lucas la devolución de la encom ienda. A m bas par­
tes se pusieron de acuerdo: Villegas se com prom etió —po r escrito— a
dejarle a Lucas M artínez el cam ino libre para la recuperación de su en­
com ienda, a cambio d e una determ inada cantidad d e dinero15.
La m uerte de Jerónim o de Villegas — ocurrida en la prim era m i­
tad de 1556 - pareció allanar el cam ino, pero no fue así16. Villegas ha­

13) "El pleyto que siguió en esta A udiencia y en vista se sentenció liantes q u e yo vi­
niese a este reyno y se rebocó la sentencia del licenciado C ianea y se absoluio y
dio por libre Lucas M artínez" (Levillier 1921: 254).
Q uien se interese p o r la historia de Lope d e A guirre, m encionada lineas atrás,
p u ed e consultar el tom o XXI d e la Biblioteca H om bres del P erú (1965), d o n d e el
Dr. José A ntonio del Busto presenta su biografía. Tam bién se p u e d e ver las pági­
n as ded icad as a L ope d e A gu irre en el libro d e Julio C aro Baroja, El señor
Inquisidor y otras vidas por oficio (Caro Baroja 1968: 65-121).
14) El doctor Cuenca afirm ó tajantem ente que Villegas estaba "acusado en esta a u ­
diencia p o r el fiscal p o r auer sido el m ás culpado deste reyno en la alteración de
francisco hern an d ez p o rq u e siendo corregidor p o r vu estra alteza en la ciudad de
areq u ip a y capitán no m b rad o p o r esta audiencia lebanto aquella ciu d ad p or
francisco hern an d ez". (En Levillier 1921:254).
15) En esta ocasión es el testim onio del factor B ernaldino de Rom aní el que arroja luz
sobre este arreglo: "Dos cosas notables m e ocurren en caso dé justicia. La una es
que u n Lucas M artínez traia pleito sobre unos indios q u e le fueron quitados por­
q ue siguió el partid o de G onzalo Pizarro, con u n A ntonio (sic) de Villegas y es­
tando el negocio p a ra d a r sentencia en g rad o de Revista, capituló con el dicho
Lucas M artín, por escrito, quel le dejaría los yndios y el derecho del fruto dellos
por cierta sum a d e pesos de oro" (En Levillier 1921: 490). N o sabem os si Lucas
M artínez hizo efectivo el pago, creem os que sí lo hizo, p ero en cambio podemos
asegurar —com o se verá inm ediatam ente— que el arreglo no prosperó.
16) Villegas había hecho testam ento el 22 d e enero de 1555 (López 1970: 104). N oso­
tros afirm am os que falleció en 1556, p o rq u e fue el 27 d e agosto de aquél año que
100

bía dejado una hija, Ana de Villegas, que—d esd e el punto d e vista
form al— tenía derecho a heredar la encom ienda (cuando m enos a se­
guir terciando en el juicio), no obstante el acuerdo a q u e su padre, en
vida, hubiese llegado con Lucas M artínez. Es verd ad que Ana de Vi­
llegas era po r entonces apenas una niña, pero la riqueza de la enco­
m ienda en cuestión era lo suficientem ente grande com o para desper­
tar—en terceras personas—apetitos y conveniencias m uy poco edifi­
cantes. El difunto había dejado como tutor de su m enor hija a Juan de
la Torre, que por entonces enfrentaba la m ism a acusación de traición,
por su actuación en la reciente rebelión. El veterano de la Isla del G a­
llo se disponía a sacar el m ayor provecho de la tutoría que le había
sido encargada, como inm ediatam ente se verá.
Entre los personajes de m ayor influencia en la A udiencia, desta­
caba, por entonces, el licenciado H ernando de Santillán, uno de los
jueces que había votado a favor de Lucas M artínez y de cuyo veredic­
to dependía—tam bién—la suerte de Juan de la Torre. Para ganarse el
apoyo del licenciado Santillán, Juan de la Torre ofreció a su tutorada,
en m atrim onio, al sobrino del letrado (tam bién H ernando de Santillán
de nom bre). De esta form a Juan de la Torre ganaba u n voto de m ucha
im portancia dentro de la A udiencia, a cam bio del cual el licenciado
Santillán tenía ante sí la posibilidad de lograr que su sobrino y hom ó­
nim o accediera—por vía m atrim onial—a una de las m ejores enco­
m iendas del Perú.
A pesar que po r entonces.— fines de 1566— la A udiencia había
vuelto a ver la causa d e M artínez Vegazo, y el voto del licenciado h a­
bía sido nuevam ente favorable a Lucas, Santillán aceptó el trato: to d a­
vía quedaba la posibilidad d e revocar su voto, argum entando que al
pasar a ser parte no podía seguir siendo ju e z 17.

llegó a A requipa la noticia del fallecim iento del capitán Jerónim o de Villegas y el
alcalde Francisco de G rado hizo inventario d e sus bienes. Lo sucedió su hija A na
d e Villegas. La m u erte de Villegas debió producirse, a lo m ás, con u n p a r de m e­
ses d e anticipación a aquella fecha, p ero difícilm ente en 1555. ADA G aspar H er­
nán d ez 1556-57: 336.
17) El doctor Cuenca detalla este m atrim onio en la m ism a carta que hem os venido
citando (En Levillier 1921: 254-255). En su versión — abiertam ente hostil al licen­
ciado Santillán— C uenca destacó la baja catadura m oral d e H ern an d o d e Santi­
llán, el sobrino, acusado de haber com etido asesinato en el C uzco y de haberse
su b o rd in ad o contra Pablo M eneses en plena cam paña d e H ern án d ez Girón. En
v erd ad , solam ente la trem enda influencia de su tio, el licenciado, p u d o salvarle
101

Así, a la m uerte de Jerónim o de Villegas, Lucas M artínez tuvo


que continuar la contienda judicial, esta vez contra Ana de Villegas y
su reciente marido: aspirantes a heredar la encom ienda que Gasea ha­
bía otorgado a Villegas y Lucas reclam aba—cada vez con m ás fuerza—
para sí. En realidad, el verdadero obstáculo a esas alturas era el licen­
ciado H ernando Santillán, otrora aliado de Lucas y ahora poderoso
enemigo.
C orrían ya los tiem pos del M arqués d e Cañete (tercer V irrey del
Perú) y era preciso aprovechar la llegada de nuevos funcionarios y ga­
narlos para sí. Según los partidarios de Santillán y Ana de Villegas, Lu­
cas M artínez sobornó al nuevo Virrey pagándole doce mil pesos y al
doctor C uenca—su principal defensor entre los jueces de la A udien­
cia—con seis m il18, El gobierno y la política del M arqués de Cañete y

tillán. Cuenca afirma, adem ás, que como A na de Villegas era todavía m enor d e
diez años, luán d e ]a Torre indujo a H ern an d o de Santillán a violarla, p ara hacer
el m atrim onio inevitable. "Efectuado este casam iento el licenciado Santillán re­
bocó luego los botos que había dado en fauor del dicho lucas m artinez p o r tocar
ya el pleyto al dicho H ernando d e Santillan su sobrino como parecerá p o r el m is­
m o libro del acuerdo", afirm a, finalm ente, n uestro inform ante.
Por su parte, el factor Bernaldino de Rom aní refiere que, a pesar del acuerdo que
M artínez Vegazo y Jerónimo de Villegas tenían suscrito, y sin consentim iento de
Lucas, '1a otra parte que tocaba al licenciado Santillán se agravió dello y se su s­
pendió hasta que se dio sentencia" (En Levillier 1921: 490).
El fallo de la A udiencia favorable a Lucas M artínez estu v o fechado el 22 de d i­
ciem bre de 1556 (AGI Justicia 443: 33v-34r) au n q u e no p u d o ser efectivo in m e­
diatam ente, entre otras cosas, p o r la irrupción del licenciado Santillán. A quél fa­
llo se había em itido luego de ver p o r segunda vez la causa judicial. Con an terio­
rid a d —el 4 de m arzo de 1550— la A udiencia se había pron u n ciad o favorable a
la inocencia de M artínez Vegazo, lo que generó la apelación del fiscal d e turno.
Así consta en el volum en Vlll p. 428 de la Colección de documentos inéditos para la
historia de Chile, editada por José Toribio M edina.
18) El p ropio Cuenca recoge esta versión en su carta, precisam ente p ara refutarla.
C onsideram os que si se anim ó a poner sem ejante cosa p o r escrito fue p o rq u e la
versión del soborno debió ser vox p opuli. De la carta de Cuenca se desprende
que entre él y el licenciado Santillán se cruzaron acusaciones m u tu as pero, que
sepam os, el asunto no llegó a m ayores. Si Santillán n o p u d o probar el soborno en
su m om ento, mal haríam os nosotros si pretendiéram os probarlo cuatrocientos
años después, p o r m ucho que estem os convencidos de su autenticidad.
Creem os firm em ente que lo único p or dem ostrar sería —en todo caso— si fueron
doce y seis mil los pesos que recibieron, respectivam ente, el Virrey y Cuenca. De­
cimos esto, porque sem ejante pasión en la defensa de Lucas M artínez difícilm en­
te p u d o haber sido g ratuita y p o rq u e d u d am o s que haya un lector que piense,
102

sus funcionarios han sido objeto—entonces y ahora de juicios m uy


contradictorios. C artas llenas de elogios al nuevo gobernante se alter­
nan con m isivas en las cuales se detalla sus atropellos y prodigalida­
des y se critica su política de favoritos . Es evidente que quienes estu­
vieron dentro del grupo de favoritos escribieron las prim eras y quie­
nes fueron m arginados de él, las o tr a s 19.
Lucas M artínez supo acom odarse bien y colocarse dentro del
conjunto privilegiado y cercano al Virrey. ¿De qué m edios pudo ha­
berse valido adem ás —claro está— del m entado soborno? Téngase
presente que algunos de los m ás conspicuos favoritos del Virrey (de­
tallados en la carta del factor Rom aní) estaban em parentados con N i­
colás de Ribera, protector —a su vez— de nuestro personaje. Por otro
lado, el Virrey apoyó y contó con el apoyo de los principales com er­
ciantes de la época—"es uno de los finos com erciantes del reino", d i­
ría Rom aní—, círculo éste en el cual Lucas M artínez era m uy aprecia­
do y bienvenido 20.

a estas alturas, que este pleito p o r la recuperación de la encom ienda fuera sola­
m ente cuestión de razones m ás o razones m enos. C ualquier conocedor d e la épo­
ca convendrá en que para ganarle u n juicio al licenciado Santillán—en los años
cincuenta del siglo XVI— era preciso tener a varios jueces y aún al propio Virrey
inclinados del lado de uno.
19) Felizm ente los dos principales testim onios que hem os venido utilizando, las car­
tas d e C uenca y Romaní, representaban am bas tendencias. Cuenca actuaba de
acuerdo y bajo la protección del V irrey (Riva-Agiiero 1968 VI: 182). Romaní, en
cambio, se quejaría am argam ente d e los atropellos del M arqués d e C añete y de
su m arginación de la argolla. .
El juicio histórico sobre este perio d o de la constitución del V irreinato — y la acu­
ñación d e una línea d e com portam iento d e gobernantes y gobernados que la­
m entablem ente parece haberse pro lo n g ad o indefinidam ente en nuestra historia
nacional— está todavía m u y lejos d e n u estro alcance. Por el m om ento, nos lim i­
tarem os a destacar solam ente aquellos aspectos que p u ed an contribuir a la expli­
cación de la actuación judicial d e Lucas M artínez, en u n m edio en el que los favo­
ritism os y rivalidades, la com pra y venta d e votos crearían el peor clima para la
correcta adm inistración de justicia. Tengase p resente que algunos historiadores
no han vacilado en calificar a la A udiencia d uram ente, losé A ntonio del Busto —
p o r ejem plo— ha dicho que la A udiencia de Lima era "una olla de grillos", en El
conde de Nieva, Virrey del Perú, (Del Busto 1963:174 y ss.).
20) La carta d e Rom aní (En Levillier 1921: 485-504) refiere que el Virrey dió tres mil
pesos de renta a Jerónim o de Z urbano y nom bró G obernador de Q uito a Gil Ra­
m írez C ávalos, conspicuos allegados a la casa d e N icolás de Ribera. El lector que
consulte Riva-A güero 1935: 24 y ss., 25-54, p o d rá apreciar m ás detalles respec­
to a estas personas, así com o en torno a n u estro personaje.
La introm isión d e Santillán como parte interesada y el i «Ming
cuente cam bio de su voto generaron u n im pase judicial, po r diseoiilM I
de votos. El proceso tuvo que qu ed ar u n tiem po en suspenso- a. la
m ás— por falta d e jueces, pues las rivalidades de Santillán lo balilititl
llevado a recusar a la m ayoría de jueces y letrados en facultad de la
llar en el proceso.
Solam ente quedaba una persona apta, seguram ente por su m u
dición de hom bre nuevo: el licenciado Ram írez de C artagena, relato)
de la A udiencia. Este se convirtió en el hom bre clave, p u es de su pM
recer d ependía la ratificación del fallo de la A udiencia, favorable a
Lucas M artínez. Todo el éxito de la penosa tarea llevada adelante pul
M artínez Vegazo y la suerte de la m aquinación tram ada por Sanll
llán— para q u ed ar él y su sobrino en la posesión de la encom ienda ■
pasaron a d ep en d er del veredicto de esta única persona.
Fueron grandes la responsabilidad que le cupo a Ram írez »l<
C artagena y las presiones— tentadoras y am enazantes—d e que anfth.i i
partes lo hicieron objeto. Por la carta d e C uenca nos enteram os que el
licenciado Santillán trató d e sobornar al relator Ram írez de Cartagena
ofreciéndole tres mil pesos si fallaba en contra de Lucas M artínez (ha
ciéndole saber, adem ás, que aquella era práctica com ún en el reino)**]
El relator d e la A udiencia se negó a aceptar el soborno, no sabe

N o está dem as ad v ertir en este pu n to , que Lucas M artínez no solam ente contó
con la h o spitalid ad y el apoyo d e N icolás de Ribera en los m om entos m ás difíci­
les, sino que llegó a d esposar —tiem po desp u és— a u n a d e su s hijas.
21) El intento de soborno corrió p or cuenta d e u n licenciado d e apellid o Luzio, abo­
g ado de H ern an d o d e Santillán, el sobrino del licenciado y m arid o d e A na de VI
llegas (Levillier 1921: 255-256).
El licenciado Santillán había tratado, previam ente, d e sobornar al propio doctor
Cuenca y, hacerle cam biar su voto. "... en este estado llegue yo y vi el proceso y
no escriuo las diligencias q u e conm igo se tubieron p o r p arte d el licenciado santl
lian p ara m e ynclinar a v o tar contra Lucas M artínez p o rq u e no las podría pro
bar", afirm aría C uenca, al parecer bastante agrav iad o p o r el intento de soborno
(Levillier 1921: 256).
Los térm inos en los cuales el doctor Cuenca suele referirse a Ram írez de Cartage­
na, "buen letrado y m u y b u en cristiano", así com o la reacción de éste ante los re­
querim ientos d e Santillán nos llevan a su p o n er que el relator form aba parte de la
argolla d e C uenca y, com o él, había sid o p reviam ente ganado p o r Lucas M artí­
nez, con argum entos só lid o s y contables.
Por lo que C uenca relata, las form as y m ecanism os que se utilizaban p o r enton­
ces p ara sobornar funcionarios tienen poco que envidiar—en m ateria de refina-
104

m os exactam ente si por honrado o p orque ya había sido seducido


previam ente por los em isarios d e M artínez Vegazo. N os inclinam os
por la segunda opción, pues — adem ás de la negativa— Ram írez de
C artagena avisó inm ediatam ente al doctor Cuenca lo que Santillán
había pretendido hacer y aquél puso al propio V irrey en autos de la
situación.
Sin resignarse ante el fracaso, Santillán volvió a tentar al hom bre
de cuyo veredicto dependía la suerte del proceso. Esta vez se jugó el
todo po r el todo y decidió—"ciego de su afición", según nuestra fuen­
te— dirigirle a Ram írez de C artagena una carta de su p u ñ o y letra,
planteándole abiertam ente el requerim iento de su voto y advirtiéndo­
le que no se fiase del doctor C u e n c a 22.
Desconocem os si Santillán intentó otros m edios p ara lograr su
propósito, pero finalm ente p u d iero n m ás— sum aron m ás—los argu­
m entos de Lucas M artínez Vegazo. El licenciado Ram írez de C artage­
na acabó confirm ando el fallo, que anteriorm ente había dado la A u­
diencia, en favor de la inocencia d e nuestro personaje. El acuerdo lo
firmó a las diez de la noche y el docum ento quedó en p o d er del Vi­
rrey, para que al día siguiente fuera oficialm ente ratificado el fallo de
segunda instancia que restituía la encom ienda a Lucas M artínez.
Cual no sería el grado d e infidencia d e la época y hasta qué
punto se espiarían am bas partes, que a la m añana siguiente —cuando
el doctor Cuenca y el licenciado Ram írez de C artagena se disponían a
sentarse en sus estrados— Santillán presentó anté el V irrey u n a peti­
ción de recusación contra ellos. N o obstante, el M arqués de C añete
consideró que no había lugar al pedido, por haber sido presentada la
petición después de firm ado el veredicto, y la A udiencia procedió a
proclam ar oficialmente la inocencia y rehabilitación d e Lucas M artí­

m iento—a los utilizados en tiem pos m ás m odernos y contem poráneos. Si Ram í­


rez de C artagena aceptaba votar en contra de Lucas M artínez, entonces el aboga­
do Luzio le "vendería" unas casas que tenía y se d aría p or "pagado" d e la venta
en cuestión. El dinero, tres mil pesos, saldría del bolsillo de H ern an d o d e Santi­
llán; Ram írez d e C artagena obtendría las casas gratis, Luzio recibiría los pesos
como justo pago p or la entrega de su s inm uebles, y, como reza el dicho, "aquí no
ha pasado nada".
Cuenca enviaría u n a copia de aquella carta al rey y conservaría en su p o d er el
original, lo que es u n claro indicio de hasta qué p u n to él y Ram írez de C artagena
actuaban de com ún acuerdo.
105

nez Vegazo. Los intereses de nuestro personaje estaban asegurados


p o r todo lo alto del p o d e r 23.
Así, persistiendo tercam ente en su inocencia, negándose a pagar
com posición alguna, aprovechando al m áxim o los cam bios de la co­
yu n tu ra política y atiborrando la A udiencia de apelaciones y alegatos;
sobornando a las m ás altas au to rid ad es del V irreinato y ayudado, en
fin, po r los caprichos de la suerte M artínez Vegazo p u d o — finalm en­
te— alcanzar la tan ansiada reivindicación de la encom ienda p e rd i­
da.

23) La contraparte no se dió p o r vencida y, apoy án d o se en u n a posterior cédula que


proveía que se enviasen a la m etrópoli los procesos d e los culpados en las gue­
rras civiles, pretendió llevar el proceso a la A udiencia.
De la carta de Cuenca se desprende que Santillán — no especifica si el licenciado
o el sobrino— iba a España con intención de presen tar el proceso al rey. Q uizá
fue esto lo que lo im pulsó a escribir ráp id am en te al m onarca y p o r eso la fecha de
su carta es algunos años posterior a los hechos que estam os viendo (por entonces
Lucas ya habia reiniciado la explotación de su encom ienda). Cuenca no dejaría
de preguntar en su carta que p or q u é entonces Santillán no llevaba tam bién los
procesos seguidos contra Jerónim o de Villegas y Juan d e la Torre, acusados de
traición por su actuación en la rebelión de H ern án d ez Girón. C onviene advertir
que los herederos de Jerónim o de Villegas, A na d e Villegas y su m arido, nunca
dejaron d e querellarse contra Lucas M artínez y que, aú n d esp u és d e m uerto
n uestro personaje, lo hicieron tam bién contra sus fiadores.
Sabemos que en AGI Justicia 401 se encuentra el expediente del juicio seguido
por los herederos de Jerónim o de Villegas contra Lucas M artínez, pero no nos ha
sido posible consultar el docum ento. Acá en Lima, en BNP A l 56 se encuentra
cuadernos del juicio seguido, h a d a 1571, p or A na d e Villegas y H ernando de
Santillán contra los fiadores de Lucas M artínez. En 1976 nos fue posible tom ar
notas y fotografiar otro fragm ento del m ism o ju id o q u e se encontraba en el A r­
chivo D epartam ental de A requipa, aú n sin clasificar. Dos años después, ya no
fue posible consultar nuevam ente aquél docu m en to que, suponem os, debe en­
contrarse ahora en la sección C orregim iento de dicho A rdiivo. L am entablem en­
te, la película tom ada en la prim era ocasión fue p erd id a p o r el fotógrafo.
Lo que hem os sacado en claro de este juicio, es que en algún m om ento y por d e­
term inadas razones (en AGI Justicia 401 está la clave), la corona debió ordenar
que Lucas M artínez, o quien lo representase, pagase u n a com pensación a los he­
rederos de G erónim o d e Villegas. C om o p o r entonces Lucas había ya fallecido
sin dejar herederos, el juicio se siguió contra sus fiadores.
De cualquier forma, las ap ela d o n es de los herederos de Villegas no pudieron
im pedir que, a los pocos meses de la sentencia, Lucas tom ase nueva posición de
su encom ienda y rean u d ase su explotación hasta su m u erte .
CAPITULO V

EL E N C O M E N D E R O REH ABILIT AD O

"Fallam os que el licenciado A ndrés de Cianea, O ydor por


su m agestad de esta Real A udiencia y Juez d e Com isión
que fue en la ciudad del Cuzco, que deste pleito y causa
prim eram ente conoció, en la sentencia definitiva que en él
dio y pronunció de que por parte del dicho Lucas M artínez
Vegazo ante nos ha apelado, juzgó y pronunció m al y el
dicho Lucas M artínez apeló bien. Por ende que declaram os
su juizio y sentencia e haziendo y librando en este caso lo
que de justicia debe ser hecho, absoluem os e d am os por li­
bre y quito al dicho Lucas M artínez de la acusación contra
él puesta".

(Los O idores de la A udiencia de Lima, AGI Justicia 443).

El año d e 1557 señaló la rehabilitación de Lucas M artínez Vega


zo: rindieron sus frutos la tenacidad con que el veterano d e d a jamar
ca defendió su encom ienda y la habilidad m ostrada al recorrer los re­
covecos del sistem a judicial. En el verano de aquél año nuestro perso
naje dejó Lima y se em barcó rum bo a A requipa, con el fallo favorable
de la A udiencia bajo el brazo. A fines de febrero, llegaba a la ciud.ul
de la cual había sido fundador.
¿C uánto se había alejado Lucas M artínez de A requipa— d u r a n t e
esos diez años de proscripción —y cuánto los arequipeños de él? Cre-
em os que m uy poco. Estam os casi totalm ente seguros, por ejemplo,
de que M artínez Vegazo no fue ajeno— pese a encontrarse en Lima »
al m ovim iento de los arequipeños que se opusieron a Girón y se hi
108

cicron a la m ar en el puerto d e Chulé. Por otro lado, tam poco d u d a ­


m os que Lucas haya m antenido contactos económicos con el sur del
Perú, aún a pesar de haber p erdido los indios de su encom ienda. Un
recuerdo del capítulo segundo d e este trabajo m uestra que la activi­
d ad de Lucas M artínez se había enraizado tanto en la región, que
m uchas ligaduras debieron m antenerse a pesar del fallo de Cianea.
Los bienes inm uebles que poseía en la ciudad, las tierras que el
Cabildo le había adjudicado o que él m ism o había com prado, el m ás
de m edio centenar de yanaconas que continuaba cultivando sus tie­
rras, etc., debieron m antener a Lucas M artínez siem pre en contacto
con el sur, aunque los desvelos judiciales lo hubieran obligado a resi-
• dir en Lima. Para los antiguos vecinos y nuevos m ercaderes de Are­
quipa, Lucas tam poco había dejado de estar presente. En realidad—
como lo verem os am pliam ente— nuestro personaje fue recibido en
A requipa como el viejo am igo que para m uchos era o el influyente
com erciante que para otros, no había dejado de s e r 1.
El 3 de m arzo de 1557, M artínez Vegazo se apersonó al d esp a­
cho del Alcalde de la ciudad, acom pañado de u n indio llam ado Esta-
cana — principal de los C arum as— a presentar los papeles en que la
A udiencia le restituía sus m ercedes y a d e m a n d a r que se les diese
cum plim iento 2.
La autoridad d e turno no pu so reparo alguno. Lucas M artínez
volvió a ser actor de u n cerem onial de posesión de encom iendas. Una
vez m ás recibía de m anos de la a u to rid ad española, la m ano de un in­
dio principal; una vez m ás tom aba con la otra m ano la m anta de un
indio de su encom ienda, se la quitaba y volvía a poner. U na vez m ás
español e indio reconocían su señorío y vasallaje, derechos y obliga­
ciones. Helo ahí, pues, a M artínez Vegazo volviendo por sus fueros.

1) Una ilustración. Recién llegado a A requipa, Lucas M artínez otorgó u n p o d er en


favor de Francisco d e Torres, abogado defensor suyo ante la A udiencia, y fueron
testigos de la escritura M artín López d e Carbajal,D iego H ernández d e la C uba y
F ra n c isc o d e S an M illá n , n o m b r e s d e m u c h o p e so en la A re q u ip a d e
entonces.AD A G aspar H ernández 1556-1557:183r.
2) El Alcalde ord in ario era M artín López d e Carbajal y actuó com o escribano M ar­
tín A lonso Gayoso. Lucas m ostró la carta ejecutoria q u e la A udiencia había oto r­
g ado a su favor, exigió su cum plim iento y tom ó posesión de la encom ienda recu­
perada, en presencia d e los testigos Juan d e San Juan. H ernán Bueno y Bartolomé
de Otaso. AGI Justicia 443: 34v-35.
109

Diez años atrás, G onzalo Pizarro lo había investido d e la m áxim a a u ­


toridad en A requipa, colocándolo en el disparadero d e su caída. A ho­
ra, era nuevam ente encom endero d e Arica, Tarapacá, lio, C arum as y
m itm as de Arequipa.
Este segundo tiem po de la gestión encom endera d e nuestro p er­
sonaje resulta m ás difícil de historiar. N o hay en él guerras civiles ni
cam pañas m ilitares que haya m erecido alguna m ención de Lucas por
algún cronista. Por otro lado—no se engañe el lector—la situación
económ ica de Lucas no era la d e antes. Cierto q u e M artínez Vegazo
era nuevam ente encom endero, pero la rehabilitación le había costado
el oro y el moro. Los días dorados de los años cuarenta y las especta­
culares gestiones económicas y políticas—recuérdense la lista de d e u ­
dores d e la com pañía de préstam os, el auxilio a V aldivia—> no volve­
rían. Estam os, en realidad, ante una gestión económ ica m ás discreta,
enfrentam os una m ayor escasez de fuentes p a ra recom poner este
fragm ento de la im agen de M artínez Vegazo.
Los protocolos m ateriales —ese riquísim o reservorio docum en­
tal—son nuestro mejor auxilio en esta em presa. A lo largo de ellos,
hem os encontrado docum entos vinculados a nuestro personaje o sus­
critos por él m ism o. Aparecen de pronto—uno tras otro—para volver
a escasear y reaparecer m eses después. Esta periodicidad peculiar nos
perm ite, por sí m ism a, vislum brar cuál fue el ritm o de vida de Lucas
M artínez.
O bligado a velar personalm ente por la p u esta en m archa de la
encom ienda, la recuperación de las m inas, el m olino de G uaylacana,
la estancia de Tacahui y la cordonería d e Arica, Lucas debió pasar lar­
gas tem poradas en los pueblos de su encom ienda— Arica, Tarapacá,
lio—ajustando el cobro del tributo, vigilando el cultivo de la viña de
Ocurica, controlando el trabajo de los m ineros de Tarapacá, recorrien­
do la costa con su embarcación.
Recogido el tributo, cosechadas las sem enteras, fundida la plata
y arreglados los detalles con los m ayordom os que llevarían buena
p arte de los productos a P o to s í... nuestro personaje solía trasladarse a
A requipa, a tom ar un descanso, respirar aires d e ciudad, disponer lo
necesario para la m archa de sus negocios y suscribir las escrituras co­
rrespondientes. Veam os algunas de las pocas que h an perd u rad o has­
ta hoy.
110

Recién un año después de la nueva tom a de posesión de la enco­


m ienda fueron registrados docum entos de nuestro interés por los no­
tarios arequipeños. En m arzo de 1558, A ndrés de Arbicto, m ayordo­
mo de Lucas M artínez, estuvo en A requipa de paso a Potosí: llevaba
los productos del tributo correspondientes, seguram ente, al tercio de
N avidad del año anterior. Sabedor de que su patrón llegaría pronto a
A requipa, Arbicto firmó una carta de servicio con u n joven H ernán­
dez, que serviría como m ozo de espuela de Lucas M artínez. Este, de­
scoso de ostentar los signos exteriores d e su riqueza y posición, no
quería entrar a la ciudad de A requipa sin que u n lacayo —como co­
rrespondía a su rango— precediera su cab alg ad u ra3.
Al m es siguiente de firm arse la escritura anterior, Lucas M artí­
nez se encontraba ya en A requipa, dedicado a resolver los asuntos
m ercan tiles y a te n d e r las obligaciones p en d ie n tes. U na escueta
escritura —en la cual M artínez Vegazo se com prom etió a pagar 500
pesos— y un poder —autorizando al acreedor a cobrarse con parte de
la utilidad que el tributo de la encom ienda generase en Potosí— re­
presentan las prim eras huellas que d e nuestro personaje encontram os
en los protocolos notariales d e la é p o c a 4.
Más adelante, Lucas contrajo una deu d a de 730 pesos con unos
m ercaderes que (adem ás de haber cancelado cierta d eu d a suya), le
habían abastecido con productos de sus tiendas. Suponem os que po r
entonces la situación del encom endero rehabilitado era lo suficiente­
m ente holgada como para asum ir aquella d eu d a y adem ás—gracias
sin d u d a a lo que rentasen sus productos en Potosí—anim arse a ha

3) El 17 de m arzo del año 1558 se suscribió, ante G aspar H ernández, u n a carta de


servicio y soldada entre A n d rés d e A rbieto, m ayordom o d e M artínez Vegazo y
Bartolomé H ernández. H ernández, residente en A requipa, se obligaba a servir a
Lucas M artínez como "mogo d e espuela, q u es lacayo, ques q u e yre delante del
caballo o m uía en q u e vos el dicho Lucas M artínez fuesedes, y en todo lo dem ás
que m andáredes y onesto sea d e se hazer". Por el servicio d e u n año, recibiría 150
pesos de plata corriente, u n vestido d e paño, u n a gorra, tres cam isas, u n jubón de
lienzo y seis p ares d e zapatos, ad em ás de casa y com ida. ADA G aspar H ernán­
dez 1558-60:129v-130r.
4) El I o de abril d e 1558, Lucas M artínez otorgó una carta de obligación y un p o d er
en favor d e C ristóbal de Trujillo, estante en A requipa y resid en te en el asiento
m inero d e Potosí. La obligación d e 500 pesos era p o r una d e u d a q u e A lonso G ar­
d a Vegazo, herm ano d e Lucas, había contraído. El p o d e r o rdenaba a Arbieto,
m ayordom o d e Lucas que había id o a Potosí, el pago a Trujillo. ADA G aspar
H ernández 1558-60:149r-150r.
111

cer u n a fuerte inversión en ganadería equina. En octubre, nuestro p er­


sonaje cerró una operación de com pra —al contado— de 21 yeguas.
La adquisición le suponía el desem bolso de m ás de 400 pesos y repre­
sentaba un esfuerzo considerable para la caballería que Lucas tenía en
su estancia de Tacahui5.
A m edida que fue avanzando aquél año de 1558, los protocolos
notariales registraron m ás síntom as de la recuperación económica de
Lucas M artínez Vegazo. Uno d e sus prim eros biógrafos nos dice que
en ese año dió poder para que en Lima le com prasen 20 esclavos y 17
negros (sic) 6. Por nuestra parte añadirem os que si la com pra llegó a
hacerse efectiva, ello no m erm ó la capitalización de M artínez Vegazo,
pues a fines del año siguiente lo encontraríam os em peñado en la
construcción de u n barco nuevo.
La em barcación debía tener doscientas botijas de carga y ape­
nas hubiera sido term inado d e construir, el arm ador contratado
po r M artínez Vegazo debía iniciar la reparación de otro navio

5) El 16 de julio d e 1558, Lucas firm ó otra carta de obligación en la cual se com pro­
m etía a pagar 730 pesos d e p lata corriente a los m ercaderes Francisco Gonzáles
de Tapia y luán G onzáles d e Alcalá, M artínez V egazo se com prom etió a cancelar
la d eu d a antes d e tres m eses (ADA G aspar H ernández 1558-6: 248r). El 11 d e oc­
tubre de ese m ism o año, com praba al contado 21 yeguas de A lonso Díaz, las ven­
día en su condición d e fiador de Pedro Collado y al precio d e 19 pesos y 7 tom i­
nes de plata corriente cada cabeza
6) El d ato lo trae M artínez 1930: 23; 1936:195-196. El afirm a que ese p o d er fue otor­
g ado p o r Lucas ante el notario G aspar H ernández, sin precisar fecha o núm ero
de folio. N osotros hem os revisado el viejo protocolo en cuestión, sin encontrar
aquella escritura. C om o m uchísim as escrituras notariales d e A requipa, este po­
der ha desaparecido: h ab rá sido com ercializado a alguna biblioteca del extranje­
ro o será atesorado p o r algún p erro del hortelano.
G uillerm o L ohm ann com probó la exasperante p érd id a d e im portantes docu­
m entos arequipeños y la dió a conocer en u n a n o ta p u blicada en julio de 1978 en
la revista Histórica Vil, N ° 1, P.U.C., bajo el título "U na depredación inaudita
(¿D ónde están los docum entos sobre Pedro P izarro desaparecidos en Arequipa?)
". L ohm ann señala varios docum entos q u e debieran estar y no se encuentran
más. Si quedaran d u d as, quien esto escribe p u e d e d ar fe d e varias otras escritu­
ras desaparecidas.
Volviendo a este p o d er q u e —según M artínez— Lucas otorgó en 1558, nos llama
•poderosam ente la atención aquella distinción entre esclavos y negros (por eso el
sic). ¿Esos supuesto s esclavos no negros eran "piezas de caoba" traídos de A m é­
rica C entral o se trata de un sim ple error paleográfico? En fin, querem os cerrar
esta am arga nota con la esperanza d e que alguna vez podam os recuperar lo per­
dido.
Lucas7. Bien sabem os q u e p ara el m anejo de los negocios de Lucas
M artínez los barcos eran vitales. U nían la costa de Tarapacá con los
puertos de Arica, Chulé, lio, Quilca y —po r cierto— el Callao. Le p e r­
m itían proveer de agua y bastim entos a las m inas, ayudaban a trans­
portar el tributo a los centros de com ercialización, aum entaban los in­
gresos del encom endero po r concepto d e fletes y facilitaban una fluida
comunicación entre él y sus em pleados.
A estas alturas de su existencia, una inquietante cuestión había
em pezado a preocupar seriam ente a nuestro personaje: el descargo de
su conciencia, la salvación d e su alm a. Los veteranos de Cajam arca ya
tenían sus años y la cercanía de la m uerte acentuaba, en algunos, los
escrúpulos y culpas por los vejám enes perp etu ad o s d u ran te la con­
quista. Por entonces, adem ás, la prédica lascasiana había llegado larga­
m ente a los púlpitos de Lim a y A requipa y la condena religiosa d eter­
m inó que m uchos conquistadores se apresuraran a arreglar sus cuen­
tas con el cielo, m ediante restituciones y donaciones8.
Por eso, cuando en 1558 el C orregidor de A requipa fue a Arica a
com unicarle a Lucas M artínez que el C abildo pensaba levantar u n h os­
pital para curar a los indígenas enferm os, Lucas no vaciló en responder
que se contase con sus casas, para tan digna em presa, y que apenas se
encontrase nuevam ente en A requipa, oficializaría la donación. El 17 de
octubre, lam entando que sus obligaciones le hubiesen im pedido cum ­
plir su palabra con anticipación, Lucas M artínez suscribió la escritura
de donación e hizo entrega d e sus casas al encargado del futuro hospi­
ta l9.

7) El 4 de diciem bre d e 1559, Lucas M artínez y M aestre Gallego, arm ador de barcos,
firmaron un contrato ante G aspar H ernández. Gallego se com prom etió a construir
un barco enteram ente nuevo para Lucas M artínez y a reparar, d esarm ar y recons­
truir otro barco viejo d e nu estro personaje. Lucas M artínez pagaría a M aestre Ga­
llego 250 pesos de plata corriente por la hechura del barco nuevo y 110 p or la refac­
ción del viejo. Todos los gastos de m aterial corrían p o r cuenta del encom endero, así
como la alim entación del arm ad o r y su ayudante. ADA G aspar H ern án d ez 1558-
60: 235v-236r.
Ya hem os m encionado algo sobre la incidencia de la prédica lascasiana en el Perú,
con ocasión del viaje de Alonso Ruiz a España en la nota 7 del capítulo segundo. En
el siguiente capítulo nos ocuparem os d etenidam ente de los problem as de concien­
cia que tuvo M artínez Vegazo.
"... (Lucas M artínez Vegazo) digo que p o r q u an to los dias p asad o s estando en el
puerto d e Arica y en él el licenciado A lonso M artínez de Ribera C orregidor desta
dicha C iudad , en presencia del susodicho, enten d ien d o que el Cabildo, justicia
113

La voluntad de restitución y el deseo de Lucas po r descargar su-


conciencia alcanzarían, tam bién, a los yanaconas que le habían venido
sirviendo todos los años. En noviem bre de 1559, nuestro personaje
entregó a sus yanaconas algo m ás de cincuenta topos de tierra ubica­
dos en Paucarpata, Y arabam ba y P o ro n g o c h e 10. Los yanaconas sum a­

y Regim iento d e esta ciudad havia fu n d ad o en ella y hecho u n hospital en d o n d e


los pobres fuesen aluergados y curados de sus enferm edades y alim entados, pa
ayu d a a su docte y herecion yo p ro p u se y pro m etí hacer cierta m an d a venido que
fuese a esta dicha ciudad, ansi p o r cargos q u e yo era y prencipal y señaladam ente
p o r seruício de Dios N uestro Señor.
Y porque hasta agora no lo he cum plido ni hecho p o r ocupaciones justas que he
tenido y no a d a d o lugar a ello y agora lo quiero cum plir y cum pliéndolo p o r esta
escritura, digo e otorgo e conozco que hago gracia y donación, sección y traspasa­
ción p ara ..., etc.". (ADA G aspar H ernández 1558-1560: 319v-320r).
Juan de San Juan; en su condición de m ayordom o del hospital, recibió las casas que
Lucas donaba, lindantes con las de Diego de Santa Catalina y Rodrigo d e Ibarra, que
daban a la calle pública real.
10) El 18 de noviem bre de 1558, Lucas M artínez suscribió la escritura d e donación que
com entam os y que h a sido publicada fragm entariam ente en M artínez 1930: 28,
1936: 200-201. C opias de la época se pued en encontrar en BNP A595, A438. 20 ya­
naconas eran del Cuzco, 18 d e ellos no tienen el lugar de origen m encionado por el
docum ento, 9 eran de Chucuito, 3 de G u am an g a,l de A nd ag u a y otro de Cajam ar­
ca. Había, tam bién, cuatro m ujeres.
La m ás precisa definición y tipología de yanaconas sigue siendo la que en 1567
hiciera Juan de M atienzo en su Gobierno del Perú, editada en 1967 y que en ad ela n ­
te citarem os com o M atienzo 1967. Allí, el O idor d e la A udiencia d e C harcas defi­
ne a los yanaconas com o "indios que ellos o sus p ad res salieron del repartim iento
o provincia d o n d e eran naturales, y han vivido con españoles sirviéndoles en sus
casas, o sus chacras o en heredades o en m inas". (M atienzo 1967: 25).
M ás adelante, la m ism a fuente añade que "presupónese que hay cuatro m aneras de
yanaconas: unos, que sirven en chacras de pancoxer, otros, que sirven a españoles
en su propia casa; otros que sirven en las m inas y otros en Chacras de coca..."
(M atienzo 1967: 26-27). El lector interesado en la m ovilidad de los yanaconas p u e­
de consultar, adem ás, M atienzo 1967: 29, 30, 31. El testim onio de M atienzo es en
todo favorable a la im agen de los yanaconas como indígenas de u n nivel de vida
algo m ás holgado que el resto.
Estam os casi seguros que el principal encanto del yanaconaje, visto con ojos indí­
genas, consistía en servir a u n poderoso señor—los nuevos ap u s— p ara beneficiar­
se con su protección y m ercedes. Asi como los españoles lo habían dejado todo para
obtener una encom ienda, los yanaconas abandonaban su lu g ar de origen para ob­
tener un pedazo de tierra, cuando m enos d u ran te la Colonia tem prana.
Ya anteriorm ente Lucas M artínez había d o n ad o tierras d e Y arabam ba a sus yana­
conas (antes de 1555) lo cual m otivó un juicio entre ellos y el capitán Alonso de Cá­
ceres, quien pretendía reivindicar el derecho de los indios de su propia encomien­
114

ban m ás de m edio centenar y estaban organizados bajo la jerarquía de


dos indios principales. Había entre ellos indios de m uy diversas regio­
nes: desde naturales de Cajamarca y H uam achuco, hasta indios del
Cuzco y Chucuito. Lucas los había ido reuniendo al paso de su carrera
de conquistador. El hecho de que la autoridad al interior del grupo de
yanaconas fuera ejercido po r los d e H uam achuco —que no eran m a­
yoría—nos lleva a suponer que la an tigüedad en el servicio era u n im ­
portante p atrón de jerarquía entre ellos. Lucas pasó por H uam achuco
antes que por el Cuzco o C hucuito y, seguram ente, los vínculos de de­
pendencia con los indios norteños eran m ás sólidos po r antiguos.
Al finalizar la década de los cincuenta, M artínez Vegazo no sola­
m ente había logrado reflotar su situación económ ica sino que —en el
mejor estilo de cierto cristianism o del XVI— se había podido d a r el
lujo d e cam biar casas y tierras (bienes finitos al fin y al cabo) por in­
dulgencias en el cielo. Solamente u n aspecto de sus espcctativas de en­
com endero rehabilitado no había sido satisfecho todavia: la política.
Precisam ente el inicio de la siguiente década sería testigo del re­
torno de Lucas M artínez a la política. Si ya no como en los años m ozos-
—de arm as y cabalgaduras— cuando m enos ocupando u n cargo de
im portancia: la alcaldía de la ciudad. En los comicios del Cabildo are-
quipeño correspondientes a 1560, los regidores eligieron com o prim er
Alcalde de la ciudad —por un an im id ad — a nuestro p erso n a je 11.
Lucas M artínez no había ocupado cargo político alguno, desde
los lejanos años de la rebelión de G onzalo Pizarro. Tres años después
de haber reiniciado sus actividades de encom endero, le era restituido
a Lucas —form alm ente— u n lugar preem inente entre los poderosos
de la sociedad arequipeña, que quizá en la práctica nunca había deja­
do de tener.

da sobre aquellas tierras de Yarabam ba, q u e el Cabildo había entregado a Lucas,


antes que éste las d onara (BNP A171). Las tierras d e Porongoche, que donó en
1558, habrían de ser tam bién objeto de litigio y arrebatadas a los yanaconas, p o r
un sobrino nieto del pro p io Lucas M artínez V egazo (M artínez 1930: 29-30; 1936:
201 - 202 ) .
11) AMA LAC 0 3 :121v-124r. El segundo A lcalde o rdinario fue G regorio d e Cabrera.
Fueron elegidos regidores A lonso de Cáceres, Francisco d e Q iáv ez, A lonso de
Luque, Juan de San Juan, Pedro G odínez, Diego G utiérrez y M arcos Retam ozo,
com o m ayordom o y procurador. Lucas fue el ú nico.que obtuvo u n an im id ad de
votos.
115

Este segundo acto de la vida política de M artínez Vegazo—como


aquél tenentazgo de sus tiem pos de rebelde— no habría d e d u ra r m u ­
cho, au nque esta vez no hubiera prisiones de po r m edio, sino sola­
m ente el llam ado de sus negocios. Lucas ejerció el cargo en forma acti­
va solam ente hasta el 12 de julio de 1560. A partir de esa fecha, las ac­
tas del C abildo dejaron de ser rubricadas por su firma: Lucas M artínez
se había visto obligado a dejar la ciudad e internarse en los pueblos de
su repartim iento, particularm ente Tarapacá, donde las m inas de plata
d em andaban su presencia.
A ún desde Tarapacá, Lucas M artínez ejerció la alcaldía de A re­
quipa y firm ó docum entos dotado de aquella investidura, po r lo m e­
nos hasta el 16 de setiem bre de 1560. A fines de setiem bre sin em bargo
— como quiera que el segundo alcalde se había ido a Lima y Lucas
m anifestara su decisión de perm anecer todavía u n tiem po m ás en Ta­
rapacá— los regidores del Cabildo arequipeño decidieron hacer una
nueva elección de alcaldes12.
M artínez Vegazo prefirió el cuidado de sus negocios particula­
res, antes q u e el ejercicio del cargo público. En realidad, pensam os
que ya p o r entonces Lucas M artínez tenía en m ente retom ar su resi­
dencia en Lima. Q uería, por lo tanto, dejar las cosas bien dispuestas,
para que sus bienes y negocios fuesen adm inistrados acertadam ente
en ausencia suyá. ¿Qué m otivaciones lo llevaron a esta determ ina­
ción?
Varias y de diversa naturaleza. Por un lado, el que los tres años y
m edio transcurridos en la encom ienda recuperada hubiesen sido exi­
tosos y el buen funcionam iento de la m aquinaria de sus negocios p u ­
dieron m overlo a pensar que su presencia en las m inas, estancias, cor­

12) A m ediados d e 1560, llegó a A requipa u n a cédula n o m brando regidor a Diego


G utiérrez, la cual fue o portunam ente p resentada en u n a sesión del Cabildo en la
cual Lucas no se hallaba presente. Esta cédula fue luego enviada a Tarapacá para
que Lucas, en su condición d e alcalde, la reconociera. Allí se asentó una escritura
qu e fue luego cosida al Libro de A cuerdos del C abildo y que em pezaba en la si­
guiente forma: "el m u y magnífico señor Lucas M artínez Vegazo, p or quanto en
estas m inas de Tarapacá, d o n d e el presen te está no hay escribano, m e nom bró a
m í Pedro Casas ...". A continuación Lucas acusaba recibo y obedecim iento de la
cédula y firm aba el d ocum ento, en su condición d e alcalde. (AMA LAC 03:
147v).
La elección d e nuevo alcalde se llevó a cabo el 27 d e setiem bre de 1560 y recayó
en A lonso d e Luque, im po rtan te notario arequipeño.
11b

donerías o viñas ya no era indispensable. Lucas podía —tranquila­


m ente delegar las tareas adm inistrativas a personas de su entera con­
fianza y retirarse a la ciudad.
¿Por qué, entonces, residir en Lima y no en Arequipa? Pensa­
m os que los litigios judiciales jugaron nuevam ente un rol determ inan­
te en las decisiones de M artínez Vegazo. M alos inform es debió recibir
Lucas sobre la situación de sus pleitos en la A udiencia, durante aquél
últim o tercio de 1560. Ana d e Villegas y H ernando de Santillán ha­
bían vuelto a la carga —esta vez llevando ante el propio Rey el expe­
diente seguido contra Lucas— p o r la posesión d e la encom ienda. Re­
cordem os que la situación era tan tensa, qu e fue precisam ente en oc­
tubre d e aquél año que el doctor G regorio d e Cuenca se apresuró a
dirigir al m onarca esa detallada carta que tanto nos ha servido en el
capítulo anterior.
Por otra parte, term inaban los días del M arqués de Cañete y —
bajo la b atu ta del C onde d e N ieva— u n nuevo equipo d e funcionarios
llegaba al Perú. N ad a m ás im portante p ara Lucas, que acercarse opor­
tunam ente al nuevo p o d e r central y velar personalm ente por la d e­
fensa d e sus intereses ante la A udiencia d e Lima, d o n d e las renova­
das argum entaciones d e los herederos d e Jerónim o de Villegas no
eran el único asunto judicial que el veterano de Cajam arca tenía que
ventilar13.
Todas estas consideraciones m ovieron a Lucas M artínez, —m a­
yor a estas alturas— a fijar su residencia en la C iudad de los Reyes
(que algunos ya em pezaban a llam ar Lima), hacer un últim o recorri­
do por los pueblos de su encom ienda, inspeccionar estancias, m oli­
nos, viñas y m inas y abandonar —esta vez de m anera definitiva— la
ciudad de A requipa, el escenario de su encum bram iento, caída y re-
habilitación.

I In En el testam ento de Lucas (AGI Lima, 124) encontram os una am plia relación de
los pleitos judiciales que M artínez V egazo tenía pendientes: juicio contra Pablo
de Meneses, contra los h erederos del M ariscal A lonso d e A lvarado, contra el fis­
co, etc.
CAPITULO VI

LO S U L T I M O S A Ñ O S

"Yo Juan García de N ogal escribano de su m agestad públi­


co del núm ero desta ciudad de los Reyes doy fe y testim o­
nio a todos los señores q u e la presente vieren, cómo hoy
m artes a ora de las tres oras desp u és de m edio día en esta
dicha ciudad de los Reyes, estando en las casas a do n d e
possa Lucas M artínez Vegazo, le vide el presente escribano
al dicho Lucas M artínez Vegazo m uerto n aturalm ente y
am ortajado en un hábito de la orden del señor San Francis­
co".

(Juan García de Nogal, AGI Justicia 443).

N o podem os im aginar si nuestro personaje tuvo o no concien­


cia d e que veía po r últim a vez aquella costa — casi suya— cuando se
hizo a la m ar en 1561. Lo cierto es que dejar Tarapacá, lio, Arica y
A requipa —para instalarse en Lima— no significaba cortar los víncu­
los con aquella región. A lo largo d e los años sesenta, Lucas M artínez
residiría en la capital, pero los barcos provenientes del su r serían po r­
tadores de bienes y noticias de la encom ienda. Periódicam ente, le lle­
garían a Lucas em barques de plata, esclavos, algunos m ayordom os en
tránsito, ropa del tributo, tocinos, jam ones y chucherías. Los barcos —
propios o ajenos— volverían a su vez cargados con nuevos pasajeros,
órdenes, disposiciones, ropa de Castilla para la m orisca Beatriz (esa
118

m ujer que parece haber sido la com pañera de nuestro personaje) y


cuanto cosa fuese necesario enviar al s u r 1.
Tampoco se vieron m erm ados, por la residencia en Lima, los
vínculos políticos que el viejo encom endero m antenía con sus pares:
los poderosos vecinos de A requipa. El viejo conquistador había desa­
rrollado una habilidad notable en el m anejo de asuntos judiciales, que
el Cabildo arequipeño supo tener en cuenta eligiéndolo procurador
de corte, en la sesión inaugural de 15612. En Lima, Lucas M artínez se
constituyó — tam bién— en apoderado y representante judicial de los
intereses particulares de notables vecinos arequipeños. Pedro Pizarro,
Diego G utiérrez, Juan de San Juan, Alonso de Gallcguillos y Juan de
Vera siguieron el ejem plo del Cabildo —que en 1563 y 1566 acredita­
ría nuevam ente a Lucas como representante ante el Virrey—, y con­
fiaron en la habilidad y fuerza de nuestro personaje, p ara sacar ade­
lante sus gestiones ante las nuevas a u to rid ad e s3.

1) En el capítulo n ueve de este trabajo, cuan d o estudiem os las cuentas del m ayor­
dom o d e la encom ienda (AGN DIE L2 C15), el lector p o d rá cobrar una idea m ás
am plia y exacta de lo que los barcos llevaban y traían en su s viajes de la enco­
m ienda a Lima y viceversa.
2) AMA LAC 02, Barriga 1940: 267. Lucas M artínez fue elegido pro cu rad o r y tam ­
bién m ayordom o m ayor del C abildo, cargo, este últim o, q u e luego asum ió D iego
G utiérrez, p u es era incom patible con la ausencia de Lucas.
3) Sabem os esto gracias a una serie de escrituras d e p o d er encontradas en los Libros
de A cuerdos del Cabildo arequipeño (AMA LAC) y en los protocolos notariales
del A rchivo D epartam ental (ADA). La m ás tem prana data del 9 de abril d e 1561,
cuando Lucas acababa de dejar A requipa y la m ás tardía es u n poder del Cabildo
fechado en enero de 1566, cuando nuestro personaje estaba ya gravem ente enfer­
mo.
Los pod eres de Diego G utiérrez datan del 9 de abril y del 3 de junio de 1561
(ADA G aspar H ernández: 1560-61: 106v-108r, García M uñoz 1561: 306). Lucas
debía presentarse ante el C onde d e N ieva en n om bre de G utiérrez, p ara d efender
las aspiraciones de su p o d erd an te a poseer los indios d e C haracato, a los cuales
había renunciado Pedro G odínez. Este G utiérrez era trujillano, había p asad o a
Indias para adm inistrar los bienes del ilustre preso H ernando Pizarro. H abía tra­
bajado con Lucas en las m inas, había sido regidor del Cabildo cuando M artínez
V egazo ejerció la alcaldía; hábil com erciante, era pues "uno d e los d e ad en tro ",
íntim o, de la argolla. A hora tocaba el turno de gestionarle u n a encom ienda ante
N ieva.
T am bién en 1561 Pedro P izarro otorgó un p o d er en favor d e Lucas M artínez, se­
guram en te p ara alguna gestión suya ante las autoridades. El p o d er debiera en ­
contrarse en AMA G arcía M uñoz: 154:487 pero ha sido b u rd am en te arrancado.
El p o d er oto rg ad o p o r A lonso d e Galleguillos el ls de abril de 1562 (ADA G aspar
119

La Lima que encontró Lucas M artínez a su regreso de A requipa


difería, poco y m ucho, de aquella en la cual había litigado por la recu­
peración de la encom ienda. La agitación político social había dism inui­
do con la reapertura d e nuevas expediciones de conquista, que canali­
zaron el rem anente de españoles inútiles para otra cosa que no fuese
e m p u ñ ar las arm as: guzm anes y levantiscos, en térm inos de la época.
En otras palabras, los días de guerras civiles habían quedado atrás.
Pero si ya no en el de batalla, los intereses contradictorios de los
g ru p o s de p o d er seguían enfrentándose d u ram en te en otro cam po: el
de los estrados, togas, antros judiciales y apelaciones. El viejo conquis­
tador —cuyos años m ad u ro s habían hollado am pliam ente el cam po d e
la batalla— dedicaría sus últim os años a lidiar en este otro terreno, el
político judicial.
La cuestión de la encom ienda seguía siendo el eje alrededor del
cual se articulaban las expresiones y disp u tas políticas de la época.
Com o no podía ser de otro m odo en una década en la cual la genera­
ción de conquistadores em pezaba a desaparecer, la discusión se con­
centró, esta vez, en torno al carácter perp etu o o lim itado de aquella
m erced. Las drásticas lim itaciones contenidas en las Leyes N uevas y
los zarándeos de la rebelión d e los encom enderos habían llevado a la
corona y sus súbditos a u n a solución conciliatoria: las encom iendas re­
cibidas por los prim eros conquistadores p o d rían heredarlas sus hijos
legítim os y, en casos especiales, los hijos de sus hijos.
D urante el reinado de Felipe II, apoyados en las carencias fiscales
de la corona y en una relativa estabilidad d e la colonia, los encom ende­
ros llevaron adelante una d em anda en favor de la p erp etu id ad de las
encom iendas. Ella los enfrentó a la cerrada oposición d e los curacas y
sus m entores indigenistas, auspiciadores de la incorporación de los in­
dios a la corona, es decir, d é la constitución de encom iendas reates.

H ernández 1561-62: 104-105) autorizaba a M artínez V egazo a representarlo en


Lima y cobrar sus d eudas. En térm inos análogos,fueron otorgados poderes p or
Juan d e San Juan, el 16 de abril de 1564, y p o r Juan de Vera, el 14 de diciembre del
m ism o año (ADA G aspar H ern án d ez 1564: 123r-123v; 617r).
Los poderes que el C abildo otorgó a Lucas M artínez fueron suscritos el 19 de
febrero de 1563 y el 29 d e enero de 1566 y legalizados p o r G aspar H ernández (AMA
LAC 03: 223v-224r; LAC 04: 33). En ellos se alu d ió a Lucas como "m ostrador que
será de este p o d er p ara q u e parezca ante el C o n d e de N ieba y reclam ar libertades,
prerrogativas, etc., en favor de la ciu d ad .
120

La lucha por la perpetuidad de la encom ienda —en la cual a la corona


le fue posible asum ir la posición de árbitro de las tensiones de los
grupos de poder coloniales— d uró varios años y se encontraba en un
m om ento estelar cuando Lucas M artínez se instaló en L im a 4.
En plena rebelión de H ernández Girón, se había reunido en
Lima u n cónclave de encom enderos para elegir representantes que
fuesen a negociar la perpetuidad con el rey. Hacia 1566, el represen­
tante de los encom enderos peruanos ya había hecho llegar al rey una
altísim a oferta m onetaria, a cam bio d e la p erpetuidad. El m onarca se
m ostraba dispuesto a aceptar la transacción, a pesar de la opinión
contraria que, en Bruselas, le había m anifestado D om ingo d e Santo
Tom ás patrocinador de los curacas y abierto opositor d e los encom en­
d e ro s5.

4) El estudio m ás com pleto sobre el tem a pertenece a M arvin G oldw ert y se titula
"La lucha p o r la p erp etu id ad de las encom iendas en el P erú virreynal, 1556-
1600". Fue publicado, en dos entregas, p o r la Revista Histórica XXII: 336-360 y
XXIII: 207-245. N osotros citarem os las entregas com o G oldw ert 1955-56 o G old­
w ert 1957-58, según se trate, respectivam ente, de la p rim era o segunda p arte del
trabajo de ese autor. También se p u e d e considerar las páginas que Riva-A guero
(1921) 1968 VI: 184-195. Sobre aspectos m ás específicos vinculados al C onde de
N ieva o a los comisarios, p u e d e verse Del Busto 1963.
En lo que sigue harem os u n a serie de alusiones a los aspectos estelares d e la lu­
cha p o r la p erp etu id ad d e las encom iendas, apoyados, fu ndam entalm ente, en
Riva-Aguero y G oldw ert.
5) La reunión de los encom enderos se produjo entre el 2 d e enero y el 22 de febrero
de 1554. Fueron elegidos dos representantes, pero solam ente uno, A ntonio d e Ri­
bera, hizo el viaje a Europa. A fines d e 1555, Ribera llegó a Bruselas, d o n d e se en­
contraba Felipe de H absburgo, a quien ofreció 7'600,000 pesos por la v en ta d e la
p erpetuid ad con jurisdicción civil y crim inal en segunda instancia, es decir, p ara
atender las apelaciones que los indígenas hicieran de las decisiones d e su s cura­
cas. (G oldw ert 1955-56: 350-351).
Fray Domingo de Santo Tomás, que contradijo la argum entación de Ribera, se
encontraba en Bruselas p o r cuestiones ajenas a la p erp etu id ad , pero m ás adelan ­
te, 1559, sería nom brado defensor d e los intereses indigenas p o r u n a ju n ta d e cu­
racas. (G oldw ert 1955-56: 357-359). El m ovim iento d e los indigenistas nació in ter­
nacional, pues los curacas acreditaron tam bién a Bartolomé d e las Casas, pero
éste se dedicó a luchar contra la p erp e tu id a d en la N u ev a España — México— y
dejó las cuestiones del Perú en m anos d e su colega (Friede 1974: 221-236).
La oferta hecha por los encom enderos inicialm ente excedía largam ente su s p o si­
bilidades financieras, p ero fue suficiente p a ra desp ertar el interés y buen ánim o
de u n m onarca en apuros fiscales. En 1566, Felipe II se m ostró abiertam ente favo­
rable a la venta de la p erpetuidad, a u n q u e la realidad lo h aría cam biar d e opi­
nión luego. El Consejo de Indias respondió a la iniciativa del rey con u n a abierta
121

Lo que estaba en juego era el derecho a la percepción del tributo


indígena — para la corona o p ara los encom enderos y su descenden­
cia— y el privilegio en el control de la fuerza de trabajo indígena que,
p o r entonces, detentaban los encom enderos en form a a veces casi mo-
nopólica. Estos querían —adem ás de q u e la m erced fuese perpetua y
no solam ente por dos o tres vidas— adm inistrar justicia a los indios de
su encom ienda, es decir, poseer jurisdicción en segunda instancia, por
encim a de los curacas.
En el otro extrem o, los curacas y sus m entores religiosos negaban
cualquier jurisdicción a los encom enderos, planteaban el cese de las
encom iendas particulares y la incorporación a la corona de las que fue­
ran q u e d an d o vacantes. Si los encom enderos ofrecían dinero a la coro­
na, los curacas estaban dispuestos a hacer u n a oferta superior, con tal
que se satisfacieran sus dem andas. En el m edio se encontraban posi­
ciones conciliatorias, como las de los licenciados H ernando de Santi­
llán y Juan d e M atienzo, favorables a la perp etu id ad de la encom ienda
—porque ay u d aría a crear un vínculo de solidaridad, en sentido m ate­
rial, entre encom enderos y encom endados— , pero contrarios a la ju­
risdicción de los encom enderos6.
Las irregularidades del gobierno del M arqués de C añete —od ia­
do y querido en todas las tiendas— no eran el m ejor conductor para el
fluido adm inistrativo d e la m etrópoli, deseosa de tom ar una resolución
respecto al problem a de la p erp etu id ad de las encom iendas. Por eso, la
corona no solam ente envió un nuevo Virrey, el C onde de N ieva, sino
que m andó tres funcionarios, los C om isarios Reales, cuya función es­
pecífica sería estudiar el problem a de la p erp etu id ad y plantear la solu­
ción m ás conveniente7. Luego de inusual dem ora, N ieva y su comitiva

negativa, advirtiendo los peligros que esa m edida suponía, p a ra el manejo y control
del Perú com o u n a colonia española (G oldw ert 1955-56: 352-354).
6) T am bién el licenciado M ercado d e Peñaloza, O idor de la A udiencia de Lima, se
m ostró favorable a la perp etu id ad sin jurisdicción, en u n a carta dirigida al rey el 25
de febrero de 1558 (G oldw ert 1955-1956: 355). La opinión de Santillán p u ed e ver­
se en el Origen, descendencia, política y gobierno de los Incas (IX) y la d e M atienzo en
el Gobierno del Perú (M atienzo 1967: XXX).
La petición oficial de los curacas, así com o el ofrecim iento d e dinero a la corona tu­
vieron lugar en 1560 (G oldw ert 1955-56: 359).
7) Fueron nom brados, a fines de 1559, D iego Briviesca de M uñatones, del Consejo
d e Castilla, Diego de V argas Carbajal, experto económico, y O rtega de Melgosa,
122

llegaron al Perú en 1560. Los dos siguientes años serían testigos d e las
tom as de posición y disputas de los distintos sectores interesados en,
o afectados po r la p erp etu id ad de, las encom iendas.
En m arzo de 1561, los Com isarios hicieron pública una carta ge­
neral a los encom enderos de cada ciudad, conm inándolos a convocar
Cabildos para discutir la p erp etu id ad y nom brar representantes que
negociasen la cuestión en Lima. M ientras tanto, se esperaba la llegada
de Fray Dom ingo de Santo Tomás, para organizar juntas d e curacas.
A su turno, los m oradores no encom enderos del Cuzco suscribieron
una carta oponiéndose a la concesión de la perp etu id ad de la enco­
m ienda y a la jurisdicción de los encom enderos, p ues se vería p riv a ­
dos de acceder a la m ano de obra indígena. Esc m ism o año habrían
de producirse m otines y desm anes d e españoles que veían en la per­
petuidad de la encom ienda una am enaza para sus sueños de g ran d e­
za en las Indias. 1561 fue, en sum a, u n año m uy agitado para enco­
m enderos, encom endados y no encom enderos.
A fines de aquél año, los representantes d e los encom enderos
llegaron a form ular las bases para un acuerdo con la corona, en térm i­
nos de una cantidad de dinero m uy inferior a la ofrecida inicialm ente.
Ella no consideraba dinero alguno de los encom enderos de A requipa,
que no habían acreditado a tiem po sus representantes, com o sí lo ha­
bían hecho los del Cuzco, La Plata, Lima, Trujillo, C hachapoyas y
Santiago de M oyobam ba8.
El hecho de que Lucas M artínez Vegazo hubiera tenido p o d er
del Cabildo pero no de los vecinos de A requipa determ inó que los
arequipeños no acreditaran oportunam ente un representante en las
negociaciones. En todo caso, no term inaría el año 1561 sin que hubie

de la Casa de C o n tratad o n . (G oldw ert 1955-56: 356, Del Busto 1963: 68, Riva-
A guero 1968 VI: 184-185). Respecto a la actuación de estos com isarios y la serie
de latrocinios que com etieron cabría decir, en com paración a la adm inistración
de Cañete, q u e el rem ed io fue p eo r que la enferm edad.
8) G olw ert (1957-58: 211-214) reseña estos im portantes aspectos de la lucha p o r la
p erp etu id a d d u ra n te el año d e 1561. La oferta d e los encom enderos 3'338,000 p e­
sos, distaba m ucho d e los siete m illones y m edio ofrecidos p or el p rim er em isa­
rio, seis años atrás. Esto, u n id o a la acción de las fuerzas locales opu estas a los en­
com enderos, del cam po como d e la ciudad, indígenas com o españoles, contribu­
yó al cambio d e parecer d e la corona.
123

ran enm endado su retraso. El 15 de diciem bre se reunió un grupo de


quince encom enderos p ara otorgar u n a carta notarial —en nom bre
propio y d e los dem ás encom enderos de A requipa— acreditando a
Lucas M artínez como representante en las negociaciones por la p e rp e ­
tuidad.
El poder era m uy claro en sus alcances. Se nom braba a Lucas
M artínez para que pu d iera "parecer y parezca ante los dichos señores
del dicho Consejo del Estado . . . (y) pu ed a tractar e tráete ante ellos
p o r escrito o d e palabra, de la dicha p erp etu id ad tocante a esta dicha
ciudad e yndios de su distrito que nos están encom endados . M ás
adelante, se autorizaba a Lucas a "prom eter e prom eta a su m agestad
e a los dichos sus com isarios en su real nom bre, el servicio e juicios
de pesos d e oro e otras cosas en la can tid ad que le parezca justa y
m oderada".
Un p ar de días después, los m ism os vecinos d e A requipa otor­
garon otro p o d er especificando que Lucas debía —antes de cerrar tra­
to alguno— consultarles los térm inos del acuerdo a que hubiese lle g a -.
do y ratificando, en lo dem ás, la investidura de Lucas M artínez Vega­
zo. Helo ahí a nuestro personaje convertido una vez m ás, la últim a,
en representante político. Q ué posición m ás coherente para u n vetera­
no d e Cajam arca, en los años sesenta, que abogar ante la m áxim a a u ­
toridad — en nom bre d e sus colegas— por la p e rp e tu id a d de las enco­
m iendas 9.
El año siguiente, 1562, m arcó una m ayor actividad de parte de
los curacas, quienes a fines de enero celebraron una junta general, or­
ganizada po r fray D om ingo de Santo Tom ás. El dom inico quedó en­
cargado de celebrar juntas de caciques entre Lima y La Plata, todas
ellas hostiles a la p erpetuidad. En A requipa, la onda se sintió qn el úl­
tim o tercio de aquél año. El día 13 d e noviem bre, los curacas de Are­
quipa, entre ellos los de Lucas M artínez Vegazo, suscribieron un do­

9) A m bos poderes fueron otorgados, ante el m ism o notario, el 15 y 17 d e diciembre


de 1561 (G aspar H ern án d ez 1560-61: 426v-427r y 1561-62: 501 r-504r). Suscribie­
ron los docum entos los siguientes encom enderos: Juan d e la Torre, Pedro Godí-
nez, Juan d e San Juan, G óm ez H ernández, A lonso de L uque, M artín López, A n­
tonio de Llanos, M iguel d e Cuéllar, Juan d e C astro, Diego H ernández Mendoza,
D iego Bravo, Francisco d e G rado, A lonso M éndez, H ern an d o Alvarez de Carmo-
na.
cum ento notariaal hostil a la p erp etu id ad y otorgaron poder al C orre­
gidor de la ciudad, para presentarles 10.
Por entonces, la causa de la p erp etu id ad había quedado bastante
debilitada por el poco alcance del dinero que los encom enderos esta­
ban dispuestos a ofrecer, debido a las protestas de los curacas y, tam ­
bién, de los españoles no encom enderos. Téngase presente que sola­
m ente uno d e cada diez y seis españoles era encom endero y se com ­
prenderá que — fuera del círculo de encom enderos y al m argen de los
cálculos de algún funcionario m etropolitano ilusionado con la riqueza
de aquellos— la p erp etu id ad de la encom ienda era una causa im po­
pular. A ñádase, que de concederse la p e rp e tu id a d con jurisdicción, la
posibilidad del establecim iento de una casi autónom a nobleza u ltra­
m arina hubiera representado, para la m etrópoli, u n grave obstáculo
para el m anejo del Perú com o c o lo n ia 11.

10) La p rim era junta de C uracas se hizo el 21 d e enero d e 1562, luego de la llegada de
Fray D om ingo de Santo Tomás. En un intento p o r evitar la eventualidad de que
los indígenas fueran inform ados en form a parcializada, los com isarios no m b ra­
ron al licenciado Polo d e O ndegardo, com o adjunto del dom inico, p a ra que en
las juntas hiciera conocer el p u n to d e vista de la corona. El docum ento suscrito
p or los curacas de A req u ip a p u ed e h allarse en ADA G aspar H ernández 1561-62:
504r-504v. A quél año d e 1562 las tensiones entre los encom enderos y el clero al­
canzaron su p u n to m ás alto. Excom uniones d e m íos y am onestaciones de la a u ­
toridad pública en defensa d e los otros, m arcaron esta d isp u ta (G oldw ert 1957-
58: 214-222).
Una versión paleográfica algo im precisa del docum ento suscrito p o r los curacas
d e A requipa (tam bién p o r los d e C hucuito) se publicó en la revista Hombre y
Mundo, O rgano del Colegio Libre d e E studios H um anísticos, 2a Epoca, A requi­
pa-Perú N ° 1. Los curacas d e Lucas q u e estuvieron presentes fueron: G regorio
C usiinga de Yumina, Luis Cusiactao, tam bién del m ism o lugar, Pedro Cuya,
H ernán C ayasalty de C arum as, p rincipal aquél, curaca m ayor éste; H ernando
M aysari y Pedro Coaquila, curaca m ayor y principal, respectivam ente, de lio; los
curacas m ayores de O m aguata, Juan T anquina, Lluta, P edro C hura, d e Tarapacá,
y Pica, C arlos Saguaya, y M artín M ari, d e la m ism a región.
II) A ntes de em barcarse a España, los com isarios form ularon u n plan: u n intento de
solución m ediante régim en tripartito, q u e reducía la p e rp etu id ad solam ente a un
tercio de las encom iendas existentes. N ótese cuánto había d ism inuido la fuerza
d e la p erp etu id ad . (G oldw ert 1557-58: 218-219). El cálculo de la proporción entre
españoles encom enderos y españoles no encom enderos ha sido hecho tom ando
com o referencia una carta del M arqués d e Cañete, fechada el 5 d e m arzo d e 1555,
glosada en Friede 1974: 231 y que debe encontrarse en el t. 87, f. 183v, d e la Colec­
ción M uñoz, D ocum entos coleccionados p o r Juan B. M uñoz en la Real A cadem ia
d e H istoria, M ad rid (m anuscritos).
125

En cuanto a la labor de los funcionarios especialm ente encarga­


dos d e resolver la cuestión de la p erp etu id ad , ésta no p u d o tener peor
fin: uno de ellos m urió en Lima, en tanto q u e los otros dos fueron
apresados al llegar a España al com probarse, de m anera accidental,
u n a serie de abusos y latrocinios com etidos p o r ellos (el V irrey no era
ajeno a éstos), al am paro de su cargo. Una m isión oficial, creada para
negociar la venta de la p erpetuidad, había term inado convirtiéndose
en una conspiración organizada para saquear las arcas coloniales12.
A lguna de nuestras fuentes sostiene que ciertos encom enderos
no persistieron en la lucha por la p erp etu id ad , por no tener herederos
que pu d ieran sucederlos en la encom ienda13. Tal suposición hace que
volvam os a concentrar los ojos en la p ersona d e Lucas M artínez,
quien participó en la lucha por la p erp e tu id a d fundam entalm ente por
solidaridad de clase, pues no tenía quien p u d iera sucederlo en la en­
com ienda.
N uestro personaje había superado los cincuenta años, bastante
trajinados por lo dem ás sin haber form ado fam ilia ni tener herederos
legítim os que no es lo m ism o que decir sin hijos ni m ujer. Lucas M ar­
tínez tuvo po r com pañera a una m orisca llam ada Beatriz, que había
com prado en sociedad con Ruiz, pero perm aneció a su lado cuando el
socio m archó a España. La m orisca sirvió y acom pañó a Lucas d u ­

12) Los com isarios habían hecho d e todo. H abían v en d id o encom iendas reales, a n u ­
lado las que el M arqués de C añete había otorgado a particulares, con el único ob­
jetivo d e que los aspirantes pagasen p o r la confirm ación, u sad o atribuciones in­
debidas en la adm inistración judicial, etc.
Por cierto que el C onde de N ieva no era ajeno a todo esto y el descubrim iento de
los sobornos se debió precisam ente a que la m u erte casual d e uno d e sus h o m ­
bres d e confianza, cam ino a España, determ inó que papeles com prom etedores
cayeran en m anos indebidas. Los com isarios y el Virrey tenían m ontado todo un
operativo, a base d e testaferros, p ara sacar su botín del P erú sin d esp ertar sospe­
chas e introducirlo de contrabando en España. N ieva no fue a la cárcel p orque
m urió antes, (G oldw ert 1957-58: 220-222).
13) G oldw ert (1957-58: 214) sostiene que el poco m onto d e la sum a que los encom en­
deros estaban dispuestos a pagar, en 1561, p o r la venta d e la p e rp etu id ad refleja­
ba 'la poca voluntad d e los encom enderos que no tenían h erederos a com prar la
p erpetuidad". La lucha por la p erp etu id ad y la discusión sobre la solución tri­
partita, sostiene el m ism o autor, persistieron hasta fines del siglo XVI y com ien­
zos del siguiente. Pero la p erp etu id ad n o tuvo ya n in g u n a posibilidad seria de
ser establecida. (G oldw ert 1957-1958: 223).
126

rante buena parte de su carrera, aunque al m om ento de m orir M artí­


nez Vegazo, ella se hallaría varios kilóm etros al sur, en la encom ien­
da.
Beatriz le dió a nuestro personaje una hija que vivía con ella ha­
cia 1565. Ignoram os el nom bre de esta hija de M artínez Vegazo, sola­
m ente sabem os que el viejo Lucas solía m an d ar telitas y otros encar­
gos — por barco— para la m orisca Beatriz y aquella hija de ambos,
único retoño vivo de nuestro personaje.
O tro hijo de Lucas, Francisco M artínez Vegazo, presente en al­
guna escritura inicial de m inería en los cuarenta, fiador de su tío
Alonso García Vegazo en los cincuenta, m urió (presum iblem ente en
Chile) sin que hayam os podido confirm ar la identidad de su m adre.
C uando Lucas —u n jinete de treinta años y m ucha for­
tuna— se vió obligado a em prender la cam paña m ilitar contra Diego
de A lm agro el M ozo, dejó p o d er a u n clérigo de su 'confianza, autori­
zándolo a testar en su nom bre, nom brado heredero de sus bienes a
este hijo m estizo, M artínez Vegazo como él, que años después encon­
traría la m uerte. A quella decisión de Lucas había tenido lugar antes
de las Leyes N uevas, cuando para los conquistadores el m undo era
m ás m undo, convencidos que aquellas encom iendas eran perpetuas y
las p o d rían heredar sus hijos, cualquiera fuese su origen. Era tam bién
un Perú en el que los encom enderos em puñaban arm as contra un Go­
b ernador m estizo, sin em bargo w.

14) Sobre la m orisca Beatriz hallará el lector inform ación en las p áginas destinadas
a la d esp ed id a d e los socios (capítulo 11). Sobre la hija que tuvo con Lucas M ar­
tínez y su estadía en la encom ienda, en AGN D1E L2 C15, docum ento contable
de la encom ienda que verem os am pliam ente en los siguientes capítulos.
En las pág in as y no tas d edicadas a los asientos m ineros d e nuestro personaje,
así com o a sus gestiones previas a la g u erra de C hupas, se podrá encontrar in­
form ación sobre Francisco M artínez Vegazo. La suposición de que este hijo de
Lucas m urió en Chile la recogem os h ilv an an d o testim onios referidos p or Lock­
hart (1972: 303-304) con los recogidos en la investigación personal.
El p ropio Lockhart no llegó a convencerse de la existencia d e este Francisco
M artínez Vegazo, pero aclara a Roa y U rsúa, quien en su Reino de Chile p resenta
a Francisco M artínez V egazo com o com pañero de conquista y socio em presarial
de Lucas (la confusión con Ruiz es evidente).
L ockhart cita, en cam bio, el testim onio de Pedro de V aldivia, reconociendo h a­
ber d ad o encom iendas en Chile a u n tal Diego García de Villalón (nosotros lo
conocem os com o m in ero asociado a Lucas) y a u n hijo d e Lucas M artínez Vega­
zo; asim ism o, L ockhart reconoce que u n Francisco M artínez V egazo figura en
127

Hacia 1565. en cambio, la hija del viejo Lucas no tenía ni rem o­


tas posibilidades de aspirar a la herencia de la encom ienda. Pero Lu­
cas M artínez no carecía de fam iliares españoles. Un herm ano suyo,
Alonso García Vegazo, se encontraba en el P erú d esd e hacía años y
había sido su auxiliar en todo: desde tener listo el barco en Quilca,
con la plata de G onzalo Pizarro (cuando cap turaron a Lucas) hasta
residir en Arica y orquestar desde ahí a los m ayordom os, cuando Lu­
cas residía en Lima. Pero las leyes de sucesión eran term inantes: sola­
m ente la esposa y los hijos legítim os p o d rían h ered ar u n a encom ien­
da, m uerto un conquistador. Para el viejo Lucas M artínez, la lucha
por la perp etu id ad carecía del incentivo de u n heredero.
Por entonces, el vecino de A requipa era tam bién uno de los resi­
dentes m ás notables de la C iudad de los Reyes. P asadas las guerras
civiles, m uertos Pizarras y A lm agras y prácticam ente reducido Túpac
A m aru 1; cuando —lejanos ya los días de conquista— curacas, doctri-

una reladóncontenida en la m ism a fuente: Colección de documentos inéditos para la


historia de Chile (CDIHC, Vil: 315, 330, CDIHC Vlll: 125) L ockhart concluye afir­
m ando que existió un Francisco M artínez V egazo en la región, p ero m an tien e su
d u d a sobre si era hijo d e Lucas; Thayer O jcda alu d e a Francisco M artínez Vegazo
como hijo de Lucas (Thayer O jcda 1908: 69-70).
El p od er en el que Lucas alude expresam ente a su hijo Francisco M artínez Vega­
zo y otros docum entos en los que terceras personas establecen la relación padre-
hijo entre am bas personas, así com o el fragm ento d e docu m en to suscrito por
Francisco M artínez Vegazo en A requipa se en cuentra en AM A LPL 01: 212r-
213v, 216-217v 278r-278v y A DA G aspar H ern án d ez 1554-1555: 660. Del testa­
m ento de Lucas (AGI Lim a 124) se infiere que este hijo suyo estaba m u erto a m e­
diados de los sesenta, p u es nuestro personaje n ad a dijo d e él y en su s m andas
supo acordarse hasta d e su sobrino. En A requipa no h em o s'en co n trad o ninguna
noticia de su defunción y suponem os, h a sta com probar lo contrario, q u e Francis­
co M artínez Vegazo m urió en Chile o cam ino a Chile.
En cuanto a la m ad re de este hijo de Lucas, coincidim os con L ockhart en el senti­
do que no era española, que Francisco era iíiestizo. N osotros suponem os que la
m adre p u d o haber sido la m orisca Beatriz. L ockhart n o la conoce a ella, pero sí a
Isabel Y upanqui (Isabel Palla en otros docum entos), a quien m enciona como mis-
tress de Lucas M artínez Vegazo, térm ino éste cuyo significado p u e d e ir, según
diccionario, desde am a de llaves hasta concubina. R ecordará el lector que tenga
presente los arreglos vinculados a la encom ienda de C ochuna (vista en el capítu­
lo II de este trabajo, a p ro pósito d e los arreglos judiciales entre Lucas y Vaca de
C astro, y m ás am pliam ente en el siguiente capítulo) que Lucas M artínez se refe­
ría a esta india noble com o ahijada suya. ¿Fué Isabel Palla o Yupanqui am ante de
Lucas y m adre d e Francisco M artínez Vegazo? La docum entación aludida p or
Lockhart y vista p o r nosotros n o d a p ie a afirm ar ni lo uno ni lo otro.
ñeros, m ayordom os y corregidores organizaban y se disputaban la
producción de u n excedente cam pesino capaz de sostener el nivel de
vida de ciudades com o Lima, que ya conocía de cortesanas y virreyes,
llena de funcionarios y viudas que dirigían em porios fam iliares fun­
d ados por algún encom endero m uerto; cuando la m ayoría de cam ara­
das, com pañeros de arm as y suerte, se hallaba bajo tierra . . . Lucas
M artínez Vegazo, veterano que había abierto su carrera de arm as en
Cajam arca y la había cerrado peleando contra Girón, personaje cuya
trayectoria política había conocido por igual la fuerza del poder abso­
luto y la im potencia de la cárcel; viejo litigante que no había parado
hasta reivindicar su nom bre era —a los ojos de m uchos— casi una
rara avis, para los m ás jóvenes, u n a reliquia viviente.
La súbita m uerte de algunos conquistadores dejó a sus familias
en u n a m ala situación económica. M uchos descendientes de conquis­
tadores presentaron, con tenacidad, detallados expedientes, destacan­
do y docum entando los servicios que el difunto hubiera prestado a la
corona, de quien reclam aban —a veces con éxito— una com pensación
económ ica, una suerte de m ontepío. El testim onio de alguien como
Lucas M artínez — testigo y actor de cuanto acontecim iento im portan­
te se quisiera reseñar— era fundam ental en estas probanzas. Por eso
la abundancia de ocasiones —entre 1561 y 1565—en las que M artínez
Vegazo fue presentado com o testigo en las inform aciones de servicios
hechas por los conquistadores o sus descendientes.
Los testim onios d ad o s po r nuestro personaje, en sem ejantes oca­
siones nos han sido Utilísimos. En la probanza de Diego M aldonado
el rico, Lucas recordaría aspectos del cerco del Cuzco; por su testim o­
nio en la probanza que hicieron los hijos de M iguel Cornejo, nos ente­
ram os de sus andanzas contra Girón; gracias a la de Mancio Sierra de
Lcguisam o, sabem os que Lucas peleó en Vilcacunga y se batió en reti­
rada ante la arrem etida de M anco Inca, en Tam bo; su actuación de ji­
nete, bajo las órdenes de Soto, se encuentra reseñada en la probanza
de m éritos de aquél conquistador; sobre su ubicación en Cajamarca
nos d a rá n noticia sus declaraciones en la probanza de Jerónim o de
Aliaga, e tc .15.

I'>) La probanza d e m éritos y servicios de M iguel Cornejo se hizo el 14 de octubre de


1561 en Lima, Barriga 1940: 309, 313 y AGI P atronato 105 N ° 1 ram o 9. La de Die­
go M aldonado, el 31 d e octubre de 1561 en Lima, AGI P atronato 93 N ° 11 ram o 2.
129

El veterano de Cajam arca acudía presto a declarar si había cono­


cido a tal o cual conquistador; si era cierto que aquél había participa­
do en el cerco del Cuzco, en la cam p añ a de C hupas, o en lo que se le
quisiera preguntar. Pero el viejo Lucas todavía tenía aires de guerrero
o, cuando m enos, podía m ostrarlos cuando la necesidad lo d em an d a­
se. La noche del 26 de octubre de 1562, Lucas M artínez se encontraba
descansando en su posada, cuando oyó voces pidiendo auxilio; M artí­
nez Vegazo se asom ó a la ventana y vió correr a u n negro que gritaba
que a su am o lo estaban m atando en el río. Lucas le preguntó quién
era su am o y el m oreno respondió que el fiscal, el licenciado M onzón.
M artínez Vegazo no d u d ó en salir en auxilio de M onzón. Cogió
las arm as, que siem pre tenía al alcance, y se dirigió rápidam ente al
río, al tiem po que iba llam ando a la gente. A ntes de llegar al Rímac,
tropezó con una persona que se desp lazab a dificultosam ente y a
quien no p u d o reconocer por la oscuridad. Lucas la recostó contra
una pared de piedra, m ientras gritaba ¡quién sois! En eso llegó un
paje de Lucas e ilum inó con una antorcha el rostro del desconocido,
que resultó ser el propio licenciado M onzón. Este dijo que unos hom ­
bres lo habían querido m atar junto al m olino del río y sindicó, como a
uno de los responsables, al hijo del C onde de N ieva, po r entonces to­
davía Virrey del Perú. M artínez V egazo y sus criados fueron inm edia­
tam ente hasta el m olino, pero ya no hallaron a nadie 16.
Q ue sepam os, ésta fue la últim a vez que Lucas M artínez se puso
m orrión y em puñó espada. En v erdad, su salud ya no era la de antes.
Una úlcera —cultivada al calor d e su agitada vida y su avanzada

La de M an d o Sierra de Leguisam o, en enero de 1562, Patronato 107 N ° 2. La p ro ­


banza de H ernan d o de Soto se hizo en Lima en 1562, P atronato 109 N° 1 ram o 4 y
la de Juan de B arbarán el 17 de agosto d e 1565, Barriga 1940: 318-321. La p roban­
za de Jerónim o d e Aliaga p u ed e consultarse en R AN P I: 421-604.
16) Este relato consta en AGI Justicia 1088 y la refe re n d a nos fue cedida p or el doctor
Del Busto. Es u n a colorida m u estra de las riv alid ad es de aquella Lima en la que
vivió nuestro personaje y cuya im agen se nos p resen ta, por lo general tenue,
pero real. N os interesa a nosotros p o r dos m otivos m ás. Q ue probablem ente se
trate d e la últim a "aventura" d e n uestro personaje, quizá la ú ltim a vez que em ­
p u ñ ó arm as. Pero tam bién p o rq u e apenas u nos años después, m uerto Lucas, se­
ría p re a sa m e n te el licenciado M onzón el encargado de contradecir el derecho a
la sucesión de la encom ienda q ue form uló M aría Dávalos del Castillo, joven v iu ­
da de Lucas (AGI Ju stid a 443).
130

edad —lo acercaba inexorablem ente a la m uerte. A fines de 1565,


M artínez Vegazo decidió hacer testam ento. El 20 de noviem bre, se
presentó en la notaría de Pedro de Valverde portando unos pliegos
de papel escritos y sellados por él, a pedir que fueran reconocidos no­
tarialm ente como su últim a y expresa v o lu n ta d 17.
En su testam ento, Lucas em pezaba recordando cómo había pa­
sado a Indias —a los 19 años apenas— y advirtiendo que a todo lo
largo de la conquista él había actuado de buena voluntad y m ejor fe,
peleando contra los indios como si se tratase de guerra contra infieles,
turcos o m oros. Com o buen com erciante, Lucas hizo una relación po r­
m enorizada d e todo cuanto había recibido en los repartos oficiales, en
pago a sus servicios en la conquista, e inm ediatam ente contrapuso
otra, de las donaciones hechas p o r él y los gastos en que había incu­
rrido. El objetivo de tanto detalle era poder precisar exactam ente
cuánto estaba obligado a restituir, para el descargo de su conciencia.
Esto de la restitución parece haber sido una obsesión en Lucas
M artínez. Es cierto que algo de razonam iento fenicio pudo haber ac­
tuado en él, cuando calculó el valor d e sus donaciones, del caballo
p erdido en Chile o la ropa de vestir com prada luego de Cajam arca y
contrapuso la sum a con el total de pesos recibidos oficialmente. Pero
no es m enos im portante de destacar, la angustia por la salvación de
su alm a, la d u d a sobre la licitud de la conquista, que párrafo tras p á­
rrafo nos hace llegar Lucas M artínez Vegazo 1S.

17) AGI Lim a 124. Este testam ento de Lucas M artínez V egazo pudim os conocerlo ín­
tegro, gracias a la gentileza d e la señora M aría Rostvvorowski d e Diez Canscco,
quien nos facilitó u n microfilm . Es un docum ento que contiene inform ación de
m uch a riqueza p a ra nosotros. C ontiene u n a reseña, autoreseña, de la carrera de
Lucas, u n a relación d el oro y la p lata q u e recibió en los repartos. Tam bién recoge
las especulaciones d e n u estro personaje sobre el descargo de su conciencia y la
restitución a que estaba obligado. Presenta todas sus m andas sus d eu d o res y
acreedores, u n a relación de sus bienes y de las personas a quienes q uería favore­
cer con ellos.
El docum en to no tiene num eración en los folios, de m anera que resulta difícil dar
indicaciones precisas al lector interesado. En los párrafos siguientes p asarem os a
glosarlo y citarem os algunas p alabras textuales de Lucas. Se entiende que, de no
h aber indicación expresa en contrario, estam os hablando apoyados en AGI Lima
124.
18) Lockhart (1972: 303) ha llam ado la atención sobre la exactitud con que Lucas
sum ó el dinero recibido (antes de la inflación), contraponiéndolo al cálculo que
h izo del valor de su s pías donaciones (después de la inflación) y concluye
q u e Lucas
131

H ay que im aginar la angustia que sintieron algunos veteranos,


ante la cercanía de la últim a hora. De jóvenes habían perp etrad o b ar­
baridades, m ovidos po r su am bición y am parados en u n "Santiago a
ellos que yo os absuelvo", verd ad era válvula de escape a cualquier
crisis de culpabilidad. H ubo quienes com o Alonso Ruiz, que no ad m i­
tió la licitud de la conquista, se regresaron a E spaña cuando m enos se
esperaba. Otros, Lucas entre ellos, siguieron im plem entando m ecanis­
m os coercitivos para apropiarse de la riqueza indígena a través de la
encom ienda de indios, esa triste y coherente continuación de la con­
quista.
Con los años la tendencia se invirtió. A los gritos de absolución
em itidos por fray Vicente de V alverde sucedieron la firm eza y sereni­
d ad de fray Dom ingo d e Santo Tom ás y la prédica y acción política
de Bartolomé de las Casas, encargado d e cuestionar en la propia m e­
trópoli la licitud de la conquista, d e denunciar los atropellos que los
encom enderos venían com etiendo. La restitución y la prédica lasca-
siana no fueron hechos aislados: representaban m ovim ientos de con­
juntos. H ay que en ten d er la confusión experim entada po r estos con­
quistadores cuando —en la hora m ediana d e su existencia— desde
los pulpitos de las iglesias se les decía que Dios no aprobaba lo que
habían hecho de jóvenes y que de no restituir a los indios lo que h u ­
bieran obtenido de ellos en la conquista, sus alm as se p erderían para
siem pre en los calores del in fie rn o 19.
M artínez hizo la restitución m ás baja posible .
Lohm ann (1966: 21-69), m enos p eg ad o a las cifras y m ás atento a las arg u m en ta­
ciones m orales y teológicas m o strad as p or Lucas en el testam ento —fruto sin
d u d a de algún consejero espiritual d e n u estro personaje, lo p resenta como un
caso notable de restitución. A m bos com parten algo de razón. .
19) Eran pocas en las cuales circulaba im preso u n Confesionario, con instrucciones
para confesar encom enderos, red actad o p o r Bartolom é de las Casas y aprobado
por u n a junta de teólogos. Friede (1974: 184) anota respecto a la du reza de este
Confesionario, calificado de escandaloso y d ia b ó lic o p o r Sepúlveda, que "su pri­
m era regla ordenaba que antes de hacer su declaración, el confesante debía jurar
que cum pliría las penas que le im p u siera ql sacerdote y firm ar un acta notarial,
d ando al confesor u n p o d er irrevocable p a ra ejecutarlas". Como acota el mismo
autor, por entonces la penitencia se había convertido p a ra los encom enderos, en
obligación civil.
Las instrucciones para confesar a los en com enderos — cuyo texto p uede encon­
trarse en el núm ero 1 d e la Revista del A rchivo N acional del Perú (RANP 1)—
contenían un verd ad ero repertorio de los abusos m ás usuales cometidos por los
encom enderos.
132

Por eso, Lucas M artínez se em peñó en hacer una serie de dona­


ciones para salvar su conciencia y alm a. Ella em pezó en 1549, curiosa­
m ente cuando Lucas había caído en desgracia. Ese año, M artínez Ve­
gazo donó a los frailes franciscanos una cuadra de cuatro solares,
para que en ese terreno se erigiera el convento de San Francisco de la
ciudad de Arequipa. ¿No era mejor donar ciertos bienes, antes que el
fiscal se los expropiase a uno, m ás todavía si, de paso, se podía ganar
con ello el favor de la providencia divina?
A com ienzos d e 1557 —recientem ente rehabilitado y a p unto de
em barcarse a A requipa— M artínez Vegazo se encontró nuevam ente
en ap titu d de descargar su conciencia. Hizo por entonces donación de
unas casas de su propiedad, para que fuesen alquiladas en favor del
hospital de naturales de Santa Ana, en Lima. C asualm ente en el m o­
m ento de otorgar testam ento, Lucas M artínez vivía en aquellas casas
que habían sido suyas, pero pagaba alquiler al hospital aquél. U n año
después d e la segunda donación, en 1558, lo habríam os de ver en
Arequipa, haciendo donaciones al hospital de naturales de aquella
ciudad.
A lo largo de sus tribulaciones sobre la restitución, Lucas M artí­
nez se esforzó en dejar claro que él no había tenido ningún cargo de
m ando en la conquista, entre otras cosas por haber sido, entonces,
m uy m uchacho todavía. Por esta razón, solam ente estaba obligado a
restituir —según el parecer de los teólogos, que Lucas no descono­
cía - un m onto equivalente a la cantidad de pesos recibidos en los re­
partos oficiales.
Com o quiera que el valor d e las donaciones ya hechas no cubría
la cantidad a restituir, la angustia d e Lucas, por cum plir con lo nece-
•larío para la salvación de su alm a, fue expresada claram ente en su
Icalamento. "Me faltan por restituir dos mili novecientos ochenta e un
L peno» los cuales, dándom e Dios salud, restituyré a la parte que pudie-
*»•', porque a causa de las deu d as que tengo, que son m uchas, no sé si
i Iti podré hacer", escribió lleno de d u d as, aunque a la postre sus m an­
d e , .U* restitución superasen am pliam ente aquél m o n to 20.

I )o los cálculos de Lucas M artínez se desprendía que había recibido 8,181 pesos,
divide C oaque hasta el Cuzco. De esa cantidad, había que descontar 5,200, por
concepto de las donaciones hechas, u n caballo vendido aj crédito a algún infortu­
n a lo conquistador d e Chile y la ro p a de vestir que había com prado en Cajamar-
i ii I >e tal m anera, q u ed ab a 2,981 pesos p or restituir.
L33

M artínez Vegazo em pezó a form ular las disposiciones de su tes­


tam ento dando detalles sobre cómo debería ser su sepelio y cuántos
cientos de m isas debían rezarse y cantarse —en su nom bre—- en igle­
sias del Perú y España. Treinta y seis indios —de preferencia de su
encom ienda— serían vestidos especialm ente para la ocasión; doce de
ellos cargarían su ataúd —precedido p o r los otros veinticuatro— cada
uno portando una lám para encendida. Su cuerpo debía descansar en
la catedral d e A requipa o en el convento de San Francisco m ás cerca­
no.
Acabados los asuntos concernientes a su entierro, el viejo Lucas
pasó a tocar cuestiones de orden estrictam ente económico. M artínez
Vegazo debía la elevada sum a de 14,768 pesos. Es verdad que sus
acreencias sum aban m ás de 20,000, pero esas d e u d a s eran de difícil
cobro21. Para responder a semejante situación, el viejo Lucas pasó a
consignar la serie de bienes con que a ú n contaba.
En prim er lugar una veintena d e negros: u n a m itad dispersa en
el servicio dom éstico de Lima y Arica, otra concentrada en el trabajo
de m inas. De casas y solares, en cambio, sólo q uedaba u n a residencia
en A requipa que había sido hipotecada. Lucas poseía huertas, sem en­
teras, viñedos y m olinos en el sur, algún ganado, ciertas arm as, m ue­
blería com pleta y repostería de plata ... pero no m ucho más.
A pesar de ello, el viejo veterano de Cajam arca m anifestó su vo­
lu n tad d e que algunos de sus bienes fueran destinados a beneficiar a
los indígenas, lo que contribuiría a la salvación de su alm a y al des­
cargo d e su conciencia.
Una huerta y un parral —que Lucas poseía en el valle de A re­
quipa, en O rigo (sic)— pasarían a ser pro p ied ad de los indios suyos,
después d e su m uerte. Los yanaconas de G uaylacana heredarían el
derecho d e seguir cultivando, como suya, la tierra que entonces labra­

21) Lucas M artínez debía: a Alonso Ruiz 4,717 pesos, a Diego G utiérrez 4,000. M a­
nuel de H errera 3,000, a los herederos de Pedro A lonso de V alencia 600 y a A lva­
ro d e Villa 344. Entre los tres acreedores, solam ente, sum aban el 80% d e la d eu d a
de Lucas. Los dineros que Lucas tenía p o r cobrar eran, en cambio, bastante m ás
im precisos. Pablo d e M eneses le debía 2,800 pesos que había entregado, siendo
de Lucas, a Pedro d e Valdivia. El asunto estaba pen d ien te de juicio. El propio
Valdivia y Diego G arcía d e Villalón, a estas altu ras em presario en Chile, debían a
M artínez Vegazo m ás d e 20,000 pesos. Razón tendría Lucas M artínez en recordar
con am argura sus cuestiones de Chile.
134

ban. Una chacra llam ada G uarasina, que Lucas poseía en el valle de
Tarapacá, quedaría para sus yanaconas de aquél lugar. Los indios de
Tarapacá recibirían en herencia un molino que Lucas había hecho
construir junto a aquel pueblo. La herencia sería adm inistrada por los
curacas, "para que a costa del m olino se sustente y aproveche toda la
com unidad de yndios de aquella provincia". Los indios de lio recibi­
rían una huerta, adyacente a u n a viña que Lucas les había cedido an­
teriorm ente, "para ayudarse en el pago del tributo".
Los indios Carum as, aparentem ente olvidados en cuanto a tierra
—vivían m ás arriba, donde los españoles no tenían heredades—, reci­
birían como herencia del encom endero ornam entos religiosos y una
cam pana, valorados en 500 pesos. Análoga ofrenda alcanzaría tam ­
bién a los indios Canas y Canchis, a quienes Lucas había arrebatado
cierto ganado, du ran te el cerco del Cuzco. M artínez Vegazo se acordó
tam bién —seguram ente le habían servido— de los indios que habían
sido de su socio Alonso Ruiz. Los de M achaguay recibirían una cam ­
pana y los de Pocsi heredarían ovejas de Castilla, po r un valor de qui­
nientos pesos. El viejo Lucas dispuso tam bién el pago de donaciones
para los hospitales d e indios d e diversos lugares, incluso algunos por
los cuales no había transitado su carrera de conquistador. Juzgue el
lector si M artínez Vegazo estaba o no dispuesto a descargar su con­
ciencia de la m anera m ás am plia n .
Tam bién serían recom pensados los españoles que habían acom ­
pañado y servido a nuestro personaje. Su herm ano Alonso Garcia Ve­
gazo y su sobrino Lucas recibirían algún dinero en herencia, au nque
en m enor cantidad que los hijos de los difuntos servidores d e Lucas.
Prácticam ente nadie seria olvidado. N i una sobrina escasa de dote, en
España, ni el hijo m enor d e un servidor suyo, en A ric a B.

22) Lucas destinó u n total de 3,800 pesos p a ra los hospitales de naturales. A su


m uerte, el d e Cuzco recibiría 2,500 pesos, el de Jauja 400, el d e Cajam arca 300 y
los de G uam anga, La Paz y La Plata, 200 cada uno. El elevado m onto asignado
al hospital del Cuzco se debía a las acciones y depredaciones com etidas p o r Lu­
cas d u ra n te la rebelión d e M anco, cuando hacía frecuentes salidas en busca d e
com ida. A su vez, el total d estin ad o a la com pra de ornam entos y cam panas
p ara las iglesias sum aba 1,200 pesos.
23) Para estos fines, Lucas d isp u so d e 6,850 pesos a distribuirse en la siguiente for­
ma: los hijos de Juan d e Villareal, antiguo servidor d e Lucas, 2,000 pesos; G on­
zalo de Valencia, p o r el servicio que su p a d re M artín d e Valencia había p resta­
do a M artínez V egazo y p o r el suyo propio, 1,000 pesos; otros 1,000 p ara los hi­
U n esclavo, el negro A ntón, recibiría la libertad a la m uerte de
su amo, deseoso de recom pensarlo po r la fidelidad que le había mos
trado en vida. En cuanto a la m orisca Beatriz, ésta ya había sido libe­
rad a anteriorm ente, en form a notarial. En el testam ento, Lucas se li
m itó a recordarlo y advertir que nadie m olestase a Beatriz M artínez
—Lucas le había dad o el apellido— en el ejercicio de su libertad 24.
T erm inadas de expresar todas las m andas y diligencias perti
nentes al cum plim iento de su últim a voluntad, M artínez Vegazo
nom bró a sus albaceas y dejó por herederos universales a sus herm a
ñas Isabel y Lucía M artínez. Estas herederas de Lucas M artínez no
recibirían m ucho, seguram ente, de los bienes de su herm ano, en vista
de la prodigalidad con éste había descargado su conciencia y premia
do a sus servidores. En cambio, sí les sería de im portancia asum ir l.i
sucesión del derecho de Lucas M artínez en varios juicios, uno de ellos

jos e hijas d e L u d a M artínez, herm ana de nuestro personaje; a Lucas Martínez,


Vegazo, su hom ónim o e hijo n atural de su herm ano, le dejó Lucas 700 pesos, con
la condición d e que fuese a estudiar a España; a los hijos d e Estevanía Alonso,
otro servidor, 700 pesos; a A lonso G arcía Vegazo, su herm ano, solam ente 500; a
u n a sobrina de Lucas, hija de su h erm an a A na M artínez, 500 pesos p a ra su dote
m atrim onial;-al m enor Salvador Ruiz, hijo y nieto d e servidores de Lucas, 250
pesos, expresión quizá, de alguna chochera d e abuelo postizo.
N o deja de sorp ren d er que lo m ejor d e estos legados esté destinado a los servido­
res de Lucas (o su s descendientes) y no a sus fam iliares. S orprende especialm en
te lo poco que dejó a su herm ano A lonso y al hijo de éste. Q uizá el haberse hecho
la carrera de conquistador y encom endero en lucha con tantas contingencias ha
bía llevado a Lucas a apreciar y aquilatar, sobrem anera, la lealtad d e su s criados
y m ayordom os. Por otra p arte, algún entuerto sin resolver habría entre herm a
nos, pues las entrelineas de su testam ento, no dejan d e expresar cierta m ezquin­
dad , al m om ento d e fijar los legados d e su s parientes d e A requipa. Un últim o as­
pecto inusitado. Lucas m an d ó que a A lonso H ern án d ez d e Villabraquim a, veci­
no del C uzco según el testam ento, se le d ieran 3,000 pesos "p o r lo que habían co­
m erciado" y no se le p reg u ntase por qué se los dejaba. ¿Una d eu d a de juego? ¿La
recom pensa p ó stu m a a u n testaferro o esos pag o s de la vida, cuyo concepto es, a
veces, im perioso callar?
24) La liberación de la m orisca ante el n otario Padilla, el otorgam iento de su apellido
y la advertencia que nadie la p ertu rb ase revelan h asta que p u n to p uede acercar­
se a la v erd ad la suposición de que ésta fue la com pañera del em pecinado misó­
gino. En cuanto a la hija d e am bos, m encionada en la docum entación contable de
la encom ienda, a principios de 1565, direm os que su omisión en el testam ento
abre dos posibilidades: o la niña m u rió hacia fines del año, o estamos ante un ol­
vido de Lucas altam ente significativo.
136

por un valor cercano a los 30,000 pesos, que representaban la verda­


dera herencia que el viejo conquistador dejaba a unas herm anas m e­
nores, que no había visto c recer2S.
A partir de 1566, Lucas M artínez podía dedicarse a la serena y
resignada espera de una m uerte, a la que la úlcera lo conducía sin
pausa.
Pero ni siquiera los últim os m eses de la vida de este hom bre
transcurrieron en calma. Las sem anas finales de su existencia serían
testigo de una últim a —y acaso postum a— lucha po r im pedir que su
m uerte diese pie a que sus enem igos de siem pre — Ana de Villegas y
Su m arido— obtuviesen la encom ienda que a él le había pertenecido;
ellas verían las m aquinaciones del veterano de tantas jornadas, em pe­
ñado, tam bién, en dotarse d e m edios económ icos para cancelar sus
deudas y satisfacer las prodigalidades d e su testam ento. La vida de
Lucas M artínez term inaría con u n a genial jugada d e caram bola, digna
de festejo de no haber sido concebida y ejecutada por u n m oribundo:
su m atrim onio con M aría Dávalos del C astillo26.

2r>) Am bas herm anas d e Lucas serían herederas suyas p o r p artes iguales. Fueron d e ­
signados albaceas en España: Alonso Ruiz e Isabel M artínez; en el Perú, sus alba-
ceas serían, el licenciado Falcón, A lonso H ern án d ez d e V illabraquim a, M artín de
Meneses, Diego G utiérrez y Diego Velazques. M uerto Lucas, el rem anente de sus
bienes sería entregado a Diego G utiérrez, p ara que lo m andase a España, con
G onzalo Valencia, en el lapso de u n año.
Al m om ento de hacer su testam ento, Lucas m antenía un litigio judicial con los
herederos de Pedro de V aldivia, si los hubiera, contra Pablo de M eneses y contra
los herederos del m ariscal A lvarado. A dem ás, tenía ventilándose u n juicio en
España, por 28,835 pesos que el fiscal le había em bargado en Potosí. Lucas apeló
ante la Audiencia, que falló a su favor en grado de vista. El fiscal apeló, a su vez,
y se le otorgó u n plazo ultram arino d e dos años que corría d esd e el 15 d e m ayo
de 1565. Lucas encargó a su s h ered ero s en form a expresa, continuar el juicio por
asistirle la razón.
Í0) La información sobre este últim o lance d e Lucas M artínez consta en AGI Justicia
'143. La referencia nos la proporcionó la señora M aría R ostw orow ski y el m icro-
lllm, lo debem os a u na gentileza de L aura G utiérrez y A lonso Cueto. El expe­
diente en cuestión reúne los autos y p robanzas del juicio seg u id o p o r el fiscal—
licenciado M onzón—contra M aría D ávalos (flam ante v iu d a de n u estro p ersó n a­
te), por la posesión de la encom ienda, pu es el fiscal quería que p asara a la corona.
I I representante del fisco quiso p ro b ar que se estaba ante u n a sim ple e ilegal
venta de encom iendas, disfrazada d e m atrim onio; los abogados d e d o ñ a M aría,
que se trataba de tana unión nonm al, fruto del am or y m erecedora de la sucesión.
I tm párrafos que siguen están apoyados en este expediente. A delantarem os que,
137

En verdad las urgencias económ icas de M artínez Vegazo debie­


ron ser m uchas hacia 1566. N o solam ente debido a las deu d as contraí­
das y al gradual descenso de la rentabilidad de la encom ienda, sino
tam bién al cum plim iento de las disposiciones para el descargo de su
conciencia, aspecto en el que se había m ostrado especialm ente pródi­
go. Helo ahí al viejo conquistador —con su capital em bargado por el
fisco y pendiente d e juicio— agobiado por la satisfacción d e obliga­
ciones m u n d an as (que sus acreedores no olvidarían) y angustiado por
la financiación de la salvación de su alm a, en el mejor estilo de cierto
cristianism o del XVI que, en E uropa, era m ateria de una crisis religio­
sa sin precedentes.
¿Qué hacer? ¿Cómo capitalizarse p ara p o d er m orir en paz? Es­
tas interrogantes m antenían a Lucas despierto en su lecho de enfer­
mo. Todavía contaba con los indios de su encom ienda, y él se las
arreglaría para especular con su propia m uerte. Por entonces, la venta
expresa de encom iendas estaba term inantem ente prohibida. Solam en­
te se podía transferir la encom ienda, a las esposas o los hijos, una vez
que el poseedor d e ella dejase este m undo. Era usual que a la m uerte
de un encom endero, la encom ienda pasara a la viuda, quien a su vez
debía escoger pronto u n m arido a la altura de la m erced, pues ésta
pasaría a serle otorgada a é l27.
Lucas M artínez, que se encontraba en el lecho de m uerte sin h a ­
ber contraído m atrim onio, sabía perfectam ente que cualquier familia
estaría dispuesta a ofrecerle una buena cantidad d e dinero a cambio
de su m atrim onio con una joven, que resultaría siendo esposa hoy,
viuda m añana y encom endera al día siguiente. N o creem os que esta
situación haya sido un descubrim iento hecho po r Lucas en sus últi­
m os m eses d e existencia. Por el contrario, estam os casi seguros que el
viejo encom endero tentó con anterioridad a ésta o aquella familia,

finalm ente, doña M aría logró qu ed arse con los indios d e la encom ienda, aunque
el fiscal tuviera razón. U na perla m ás d e la adm inistración d e justicia.
27) A sí había obtenido Jerónim o de Villegas, p o r ejemplo, su prim era encom ienda en
Piura. Lockhart (1968:17,18, 29, 31, 57-58, 64,152,155-158) presenta una serie de
casos y aspectos vinculados a las encom iendas y el m atrim onio. En la generali­
d a d de m atrim onios sobre todo cuando la diferencia de edades era notoria, la
m otivación era el am or a la encom ienda y n o al encom endero. N o es inusual en­
contrar casos de m ujeres que enterraron a dos v hasta tres maridos.
138

pero que las contra ofertas no fueron de su agrado y prefirió quedar­


se soltero, antes que "casarse m al".
Pero a m ediados de 1566, las angustias m ateriales y espirituales
lo decidieron a llegar a una transacción. N egoció con la familia de su
antiguo aliado, el por entonces ya difunto N icolás de Ribera. Doña El­
vira Dávalos — verdadera m atrona de aquel tronco fam iliar— tenía
una hija soltera, de 25 años, m uy guapa según los docum entos y sin
d u d a una de las m anos m ás codiciadas de la ciudad, com o que era
hija del difunto prim er alcalde de L im a28.
Pero doña Elvira era tan bu en a negociante como Lucas. El le pi­
dió 20,000 pesos po r casarse con su hija, con la condición de que a su
m uerte los herederos de Lucas no estuvieran obligados a devolver
nada. Es decir, m ás que una dote m atrim onial. Ella aceptó esta últim a
condición, pero se negó a p ag ar m ás de 13,000 pesos por el m atrim o­
nio. Las cantidades en discusión representaban el precio al que la en­
com ienda de Lucas se podía cotizar en esa suerte de m acabra nego­
ciación financiera. Parece que en agosto de 1566 am bas partes estuvie­
ron a punto de ponerse de acuerdo, pero las negociaciones se frustra­
ron a últim o m inuto y Lucas M artínez —m u y enojado— se trasladó
al Callao diciendo que no quería tratar del m atrim onio hasta tener
m ás s a lu d 29.
Pero no fue así. Lucas se pasó cinco m eses en la cam a, enferm o
de "cám aras de sangre y calentura constante". Su capacidad de nego­
ciación dism inuía proporcionalm ente al agravam iento de su salud,
aunque no nos hubiera sorp ren d id o que, de no m ediar im previstos,

28) Sobre la situación de la familia de N icolás de Ribera y el m atrim onio d e su hija


M aría D ávalos con Lucas M artínez, se p u e d e consultar R iva-A guero 1935: 32 y
ss.
29) Según el fiscal, Lucas M artínez se fue al Callao m olesto p or lo poco que le había
ofrecido la fam ilia d e la novia (AGI Justicia 443: 218r). Por su p arte los abogados
de doña M aría D ávalos arg u m en tarían que el m atrim onio había sido acordado
por am bas partes, que incluso Lucas ya había recibido las felicitaciones del caso,
pero se había su sp en d id o p o rq u e el d ía que debía realizarse la boda, el A rzobis­
po de Lima, escogido p o r am bas partes para oficiar la cerem onia, se ausentó de
Lima. Esto habría m o lestado tanto a Lucas, que se retiró al Callao (AGI Justicia
443: 235r).
Por lo dem ás, la grandilocuencia d e Lucas, reflejada en el relato que d e su cáptu-
ra hizo G utiérrez d e Santa C lara, parece haberse puesto u n a vez m ás de m ani­
fiesto. El fiscal ad vertiría en sus escritos que Lucas M artínez había denunciado
en voz alta, rep etid as veces, sus intenciones de v en d er la encom ienda.
139

su terquedad hubiera sido capaz de hacerlo preferir la m uerte, antes


que d a r su brazo a torcer. Fue en estas circunstancias que llegó a sus
oídos una noticia exasperante: H ernando de Santillán y A na d e Ville­
gas reclam aban nuevam ente la encom ienda, ante el presidente de la
A udiencia, apoyados esta vez en la inm inente m uerte de nuestro per­
sonaje y su falta de herederos. "Por lo cual el dicho Lucas M artínez se
enojó diciendo que cómo estando biudo p ed ían sus yndios", anotaría
— en su m om ento— el fiscal30.
El nuevo giro de la situación obligó a Lucas M artínez a llegar rá­
pidam ente a u n acuerdo con doña Elvira Dávalos. N o había bregado
tantos años, luchando po r recuperar su encom ienda, p ara perm itir
que su propia m uerte se la restituyese a los herederos d e quien por
un tiem po se la había quitado. Lucas quería m orir m atando las espe­
ranzas de los herederos de Jerónim o de Villegas, aunque esto su p u ­
siera una rebaja en sus pretensiones de "dote" m atrim onial. A m edia­
dos del verano del año siguiente — 1567, el últim o de su existencia—
el viejo veterano había aprovechado una leve m ejoría p a ra trasladarse
a Lima y reiniciar, siem pre postrado, las negociaciones con la familia
de la novia.
N uestro personaje y Elvira D ávalos debieron continuar su puja
de ofertas y contraofertas, hasta que u n súbito agravam iento en la sa­
lu d del enferm o hizo tem er a am bas partes la frustración d e la gestión
y las obligó a llegar a u n acuerdo: Lucas se casaría con M aría D áva­
los, antes que la m uerte se lo im pidiese, a cam bio d e 16 m il pesos —H
libres de polvo y paja— entregados al contado31.
Ya casi no quedaba tiem po para nada y el m al estado de salud
de M artínez Vegazo obligó a Elvira D ávalos a extrem ar la agilización
de los trám ites. Todo se hizo el m ism o día. Por la m añana se legalizó
la escritura de donación —po r la cual Lucas recibía la cantidad acor­
d a d a —refrendada p o r las firm as de distinguidas personalidades de la

30) AGI Justicia 443: 218r. Según el fiscal, Lucas añadió que "porque (para que) mi
los pudieran pedir, ni d a r el dicho Presidente, se casaría. Especialm ente cuando
entendió que H ern an d o de Santillán los pedía".
31) Poco corto d e lengua, n u estro personaje h ab ría acotado, d elante de testigos, lo n|<
guíente: 'Y o no m e caso si n o v endo estos yndios p o r estos diez y seis mil peso»
que m é dan p or ello en barras de plata. Y si estubiera en esta ciudad la hija i lu
Tom ás V ásquez, vezino del Cuzco, que m e d ab a m ás, m e casara con ella". (AGI
Justicia 443: 218r).
140

Lijna de entonces. Paralelam ente y festinando trám ites, u n clérigo


am igo firmó las am onestaciones del m atrim onio y las hizo p u b lic a r32.
Inm ediatam ente, ese m ism o dom ingo 20 de abril de 1567, se lle­
vó a cabo el desposorio entre un viejo y m oribundo conquistador y
una bella joven, de im portante cuna 33. El presbítero Rodrigo Prieto —
cuando no había todavía apuro se había pensado en el Arzobispo
Loayza— tuvo a su cargo la cerem onia, que debió ser bastante singu­
lar. El buen Lucas— actor de tantas cam pañas y lances —estaba tan
enferm o que no podía levantarse de la cam a, ni aún el día de su m a­
trimonio. La boda se realizó en la casa del veterano de Cajam arca y
alrededor de su lecho de enferm o. Con el sí m atrim onial, Lucas nega­
ba, t?n realidad, cualquier posibilidad de que sus enem igos se qu ed a­
ran con la encom ienda y afirm aba su tan ansiada solvencia financiera.
La vida m arital de Lucas M artínez — si ese nom bre m erecen sus
últim os días— transcurrió (esto es estrictam ente cierto po r irónico
que parezca) toda ella en la cama. El antiguo m ozo aventurero, el
hom bre de Cajam arca, el rico com erciante, el rebelde, el litigante, el
encom endero rehabilitado, el viejo luchador enfrentaba — esta vez en
serio— el lance definitivo de la m uerte. La joven m ujer, cuyas bo n d a­
des él ya no p o d ría alcanzar, se trasladó a casa del m arido en com pa­
ñía de la suegra de Lucas. A m bas tom aron a su cargo el cuidado del
enfermo y dispusieron que éste no tom ase alim ento o m edicina algu­
na, que no hubiese pasado previam ente po r sus m anos.
Afiebrado y vom itando sangre, Lucas apenas si podía incorpo­
rarse en aquella su "cam a de dam asco verde con su sobrecam a de lo
mismo y antecam a tam bién y con caxa y las goteras de terciopelo ver­
de y el fleco de seda verde y hilo de oro". A ún le alcanzó el aire
pura cam biar una par de m andas de su testam ento, abrir su cofre de

¡Ul La carta d e dote se encuentra en AGI Justicia 4 4 3 :103v-109r. A ctuaron com o tes­
tigos de ella el licenciado Ealcón, D iego de Zúñiga, Ginés de Torres. Las am ones­
taciones del m atrim onio, firm adas por el cura Rodrigo Prieto, se hallan en AGI
Justicia 443: 209r. U na vez en posesión de los 16,000 pesos de plata, Lucas en tre­
gó 5 o 6 m il a su herm ano y envió a España o tra sum a igual. Seguram ente todo
ese dinero era para cancelar d eudas urgentes. En España el dinero seria recibido
por el viejo cam arada, Alonso Ruiz (AGI Justicia 443: 218r -218v, 235r).
Ul I I m atrim onio lo hizo el m ism o clérigo de las am onestaciones y lo certificó el no-

1
tnrio Juan de Padilla, AGI Justicia 443: 23v-24r.

1
141

joyas y regalar a su m ujer u n fino collar; colocárselo con sus propias


m anos y lam entarse ante ella d e no p o d e r servirla con obras 34. El
m artes 29 de abril de 1567 —a las tres de la tarde— term inó todo.
A penas nueve días después de haber contraído enlace, Lucas M artí­
nez dejó de existir.
Más de treinta y cinco años había luchado en el Perú. Llegado
m uy joven a las costas de Tum bes, el m ozo ganaría su posición com ­
batiendo sin tregua a los guerreros del T aw antinsuyo. El joven con­
quistador, que por su corpulencia solía estar encargado de las tareas
m ás árduas, accedería —ya m ad u ro — a riquezas que ni d u ran te los
ocios de la navegación había alcanzado a soñar. Pero riqueza y guerra
andarían d e la m ano en su existencia, p u es p o r entonces había llega­
do la hora de luchar contra u n sector de los propios españoles. La p o ­
lítica — esa natural continuación de la g u erra— tam bién lo llam aría a
filas y nuestro personaje, convertido de p ronto en sujeto y objeto de
las pasiones centrales de su época, caería en desgracia en lo mejor de
su carrera. La lucha de los siguientes años le perm itiría reivindicar su
nom bre, aunque esto le costara vida y hacienda. C on la encom ienda,
le fueron restituidas su potencialidad em presarial y las prerrogativas
en el ejercicio del cargo público. Ya viejo, se trasladaría a la capital,
do n d e actuó como representante de los encom enderos arequipeños.
Sintiendo la m uerte cercana, se vió asaltado po r una crisis de concien­
cia que le hizo tem er por la salvación de su alm a, alcanzó a hacer tes­
tam ento y term inó haciéndole u n últim o quiebre a la vida, al contraer
m atrim onio en su lecho de m uerte. Un hom bre singular, que m uy
poco tiem po después sería olvidado.

34) AGI Justicia 443: 235r. Elvira Dávalos y su hija M aría se instalaron en casa de L u­
cas y despidieron a todo el personal anterior. Lucas estaba p o r entonces ya tan
enferm o que resulta algo fuera de lu g ar la suposición d e u n eventual envenena­
m iento. Por el contrario, m ientras m ás d u rase el enferm o, m ayor asidero tendría
en el futuro el derecho d e M aría D ávalos a la encom ienda. Q uizá, todo cabe su ­
poner a estas alturas, la m edida de d esp ed ir al p ersonal y revisar personalm ente
alim entos y m edicina fuera resu ltad o d e u n tem or inverso: que alguien vincula­
do a Santillán y A na de Villegas apresurase el final de n u estro personaje, para
frustrar la sucesión. El h om bre sufría de una úlcera que lo tenía a m al traer. Los
datos sobre la cam a de Lucas M artínez están contenidos en su testam ento, AGI
Lima 124. La donación d e las joyas a su m ujer y las lam entaciones p or no poderla
servir con obras constan en AGI Justicia 443: 235r
CAPITULO VII

LA EN CO M I E N D A Y S U ORGANIZACION

... En u n pueblo que se dize G uator, con el principal Lalio,


veynte y siete yndios e cabe este pueblo u n a estancia que
paresció thener quinze yndios. Y en otro pueblo de pesca­
dores deste cacique, en el pueblo d e Ariaca en la costa de
la m ar, diez y ocho yndios, y en dos estancias del dicho ca­
cique que tiene el valle arriba, do tiene sus sem enteras,en
ella seis yndios y en la otra quatro. Y en los pueblos m iti­
m aes dese dicho valle en el pueblo que se dize Yllavaya se­
tenta yndios con el principal del. Y en u n pueblo que se
dize Auca cincuenta yndios con u n prinzipal que se dize
Auca que es natu ral del cacique Caria passa. Y en u n pue­
blo que se dize Inchachura noventa e quatro yndios con un
principal que se llam a Canche, que es n atural del cacique
Cariapassa. Y en u n pueblo que se dize Ariaca, de pesca­
dores, treynta yndios de Tarapacá, con un principal que se
dize Paño. E m ás el cacique Pola, pescador, con ciento e
noventa e quatro yndios en esta m anera: en u n pueblo que
se dize Y lo .. . (Francisco Pizarro, AGI Justicia 401).

La cédula de encomienda

La riqueza de las Indias eran, en verdad, sus indios. Es cierto


que los conquistadores vinieron atraídos en prim era instancia, por el
oro y plata que pud ieran confiscar directam ente. Pero pasadas las jor­
nadas de Cajam arca y el Cuzco", m ás allá de 1536, ya no hubo grandes
tesoros a repartir. Y sin em bargo seguían llegando españoles y la ca-
144

rrera em presarial de los prim eros conquistadores distaba m ucho de


haber term inado: en realidad recién em pezaba. Ya no había a b u n d a n ­
cia de objetos de oro y plata para confiscar, pero ahí estaba la fuerza
de trabajo indígena para p roducir riquezas.
Por eso el objetivo del m enos soñador de los conquistadores y el
de los m uchos españoles que se apresuraron en trasladarse al Perú
era obtener —po r este o aquél m edio— una encom ienda de indios.
Este logro fue alcanzado solam ente por un reducido núm ero de ellos.
Por cada español que recibía una cédula d e encom ienda, no m enos de
15 quedaban en el camino. El grupo de encom enderos estuvo com ­
puesto m ayorm ente po r quienes podían llam arse a boca llena "prim e­
ros conquistadores". Ellos constituyeron rápidam ente u n círculo tan
cerrado y exclusivo com o las órdenes nobiliarias europeas. T am bién
obtuvieron encom ienda aquellos españoles que llegaron al Perú con
poderosas recom endaciones y se las ingeniaron para sacar ganancias
del río revuelto. Intereses políticos y económ icos d eterm inaron el
otorgam iento de encom iendas y elem entos com o el favor o la envidia
personales —así como paisanajes y rencores regionales, im portados
de España— contribuyeron a su tra m a '.

I) Lockhart 1968: 11- 33. Este au to r h a tratado d e m anera m ás detallada los distin ­
tos cam inos que p o d ían conducir hacia el logro de u n a encom ienda, sobre todo
luego del reparto inicial. Estos iban desde el m atrim onio con la v iu d a d e u n en­
com endero hasta la participación oportunista en las guerras civiles. En térm inos
generales, se hicieron rep arto s p or gestión d e Francisco Pizarro, Vaca de Castro,
Pedro de la Gasea, la A udiencia y p osteriorm ente algún virrey; especialm ente el
m arqués de Cañete. Por diferentes m otivos, las encom iendas solían cam biar m ás
de una vez. de dueño. T om em os com o ejem plo el caso d e esta m ism a encom ienda
que estudiam os, la cual pasó p o r m an o s de Lucas M artínez, Jerónim o de Ville­
gas, nuevam ente Lucas M artínez, M aría D ávalos, su efím era m ujer y postrer v iu ­
da, y luego a los siguientes m aridos de ésta y su s sucesores.
El de M artínez V egazo constituye un caso representativo del encom endero que
ha sido conquistador y se h a alzado con distintas banderas en las guerras civiles.
H ubo casos de otro tipo, p o r ejem plo Juan Sandoval: una década peleando en
A m érica C entral y Cartagena, llegó al P erú al com enzar la década de 1540, no
participó en ninguna acción de conquista, alineó siem pre bajo el estandarte real
en las guerras civiles y se las ingenió p a ra evitar la incrim inación en la rebelión
de G onzalo Pizarro y los encom enderos, fingiéndose enferm o. El resu ltad o fue la
rica encom ienda d e H uam achuco y u n a excelente posición en la naciente socie­
d a d colonial, que han sido p resentados en la tesis de Lucila C astro G ubbins, Aná­
lisis de la Relación de los Agustinos en Huamachuco (inédito, en ad elante Castro
1973).
145

La doble condición de hom bre d e Cajam arca y n atural de Trujillo


de Extrem adura era apoyo suficiente para las pretensiones d e Lucas
M artínez, a quien se favoreció con indios d esd e tem prano: cuando se
efectuaron repartos todavía provisionales. El hecho d e ser repartos
provisorios—efectuados m uchas v.eces sin saber bien qué se entregaba
o recibía—adem ás de las consideraciones políticas propias a un am ­
biente tan caldeado y agitado como aquél m undillo de pasiones, deter­
m inaron que las prim eras posesiones fueran po r lo general bastante
inestables.
Lucas M artínez afirmó en su testam ento que los indios de Canas
habían sido alguna vez suyos, lo que concuerda con el hecho de haber
sido vecino del Cuzco antes que de A requipa. Por otra parte, Francisco
Pizarro le encom endó los indios C arum as— sujetos a C atari el Viejo y a

El tem a d e la encom ienda ha sido, p o r supuesto, objeto d e varios estudios. Lam en­
tablem ente la m ayoría de ellos ha presentado las cosas d esd e u n p u n to d e vista es­
trictam ente institucional o doctrinal. De cualquier form a, los trabajos del estudioso
m exicano Silvio Zavala La encomienda indiana (México 1973,2a e d ), Estudios indianos
(México, 1948) y El servicio personal de los indios en el Perú (extractos del siglo XVI)
(México, 1978) perm iten penetrar bastante el estudio d e la encom ienda, aunque
particularm ente en México y A m érica Central. De m enor cuantía, p ero siem pre útil,
es el trabajo d e Lesley Byrd Sim pson Los conquistadores y el indio americano (Barce­
lona, 1970), que con el título original de The encomienda in New Spain, the beginning
of Spanish México fue publicado en 1966 p o r The U niversity of C alifornia Press.
U tilizando los protocolos notariales, José M iranda h a p ublicado u n a m u y intere­
sante configuración de La función económica del encomendero en los orígenes del régimen
colonial (Nueva España 1525-1531). U.N.A.M., México, 1965.
C om o se observa, el estudio de la encom ienda en México ha sido m ayor que en el
Perú. E nrique Torres Saldam ando publicó u n siglo atrás sus Apuntes históricos so­
bre las encomiendas en el Perú, reeditados en 1967 p or la U n iv ersid ad N acional M a­
y o r de San M arcos. A hí presenta u n conjunto de inform ación docum ental y apre­
ciaciones personales, que sigue esperando u n a síntesis. La encomienda en el Perú de
M anuel B elaúnde G uinassi se red u ce al marco institucional y pasa p o r encim a de
la realidad interna del funcionam iento de la encom ienda. Los repartos de Rafael Lo-
redo ofrece una selección bastante com pleta de encom iendas y encom enderos, pero
no m ucho más. M anuel Vicente V illarán, en sus Apuntes sobre la realidad social de los
indígenas del Perú ante las Leyes Nuevas (Villarán 1964), ofrece u n a interesante rese­
ña de la legislación vinculada al servicio personal indígena. Juan A lvarez Salas
presentó u na interesante tesis sobre La encomienda de Arequipa. Siglo X V I (inédito,
en adelante A lvarez 1974), que a nosotros nos ha sido m u y útil pu es ofrece una
relación general de encom enderos y encom iendas, en la región de nuestro estudio.
146

Diego Catari su hijo—de los cuales M artínez Vegazo tom ó posesión en


agosto de 1535. Lo anterior no im pidió que luego el propio Pizarro se
sirviera de los C arum as— personalm ente— y los encom endara m ás
adelante a otro conquistador, generándose los alegatos judiciales co­
rrespondientes 2. Un litigio sem ejante se produjo en torno a los indios
Ubinas, que habiendo sido encom endados prim ero a Lucas M artínez,
fueron luego otorgados a Francisco N ogueral de U lloa3.
Pasadas las guerras civiles, el conjunto de indios encom endado a
uno de estos prim eros conquistadores term inaba com poniéndose de
los retazos que había logrado m antener d e los prim eros repartos y / o
de lo que hubiese recibido posteriorm ente, al am paro de argucias lega­
les, m uertes oportunas, m atrim onios provechosos, coyunturas políti­
cas favorables, etc.
A com ienzos de 1540, Francisco Pizarro otorgó u n a cédula de en­
com ienda a favor de Lucas M artínez Vegazo, bastante cuantiosa4. De­
cim os ésto por que la cantidad de tributarios otorgados por esta cédula
era bastante m ás num erosa que la de otras, em itidas tam bién en favor
de vecinos arequipeños. La desm esura p u ed e haber sido consecuencia
de una voluntad de indem nizar a Lucas M artínez por los inconvenien­

2) AGI Justicia 405. La cédula de encom ienda d e P izarro en favor de Lucas M artínez
se firm ó el 4 de agosto de 1535 y éste tom ó posesión el 27 de agosto de ese m ism o
año. Luego Pizarro encom endó los C arum as a G óm ez d e Tordoya g enerándose u n a
disputa que verem os m ás adelante.
3) Esta vez se im pu g n ó el derecho que tenía Juan Pizarro p ara efectuar encom iendas.
Vaca de C astro despojó a Lucas M artínez, p ero luego éste apeló de m anera persis­
tente. R esultan sum am ente interesantes los térm inos de u n p o d er otorgado por
Francisco Pizarro a su herm ano Juan, p a ra que v ariara los rep arto s iniciales, p u es
el desconocim iento había determ in ad o q u e u nos recibieran m ucho y otros m u y
poco. AGI Justicia 436 (debem os la consulta del microfilm a la señora M aría Rost-
w orow ski d e Diez Canseco).
4) AGI Justicia 401; Barriga 1940: 84. Esta cédula fue em itida desde el Cuzco, el 22 de
enero de 1540, junto con varias otras, destin ad as todas ellas a favorecer a los ñ a m a n ­
tes vecinos de A requipa. Santiago M artínez la cita en su estudio sobre los fu n d ad o ­
res de A requipa. Publicada p o sterio rm en te p o r Barriga en base a u n m em orial del
m arqués d e C um bre A ltas que n o hem os p o d id o ubicar, se considera el d o cum ento
esencial p ara fijar la encom ienda d e Lucas M artínez, a u n q u e ésta com o verem os la
excedió. Conviene ad v ertir qu e la versión publicada p or Barriga alu d e a u n a estan­
cia del pueblo d e G uator "que pareció tener indios" m ientras q u e la versión de AGI
dice "pareció tener quin ze indios", con to d a claridad. En el capítulo II se p u ed e
apreciar el contexto en el que Lucas recibió esta cédula de encom ienda.
147

tes sufridos en la posesión de los C arum as y Ubinas, o bien —como


sugerirá alguien pocos años m ás tarde— ocurrió sim plem ente que Pi­
zarro no tenía idea de lo grande que era la encom ienda con la cual fa­
vorecía a M artínez V egazos.
Com o era usual, la cédula de encom ienda em pezaba reseñando
las calidades y m éritos del futuro encom endero y term inaba recom en­
dan d o el adoctrinam iento y buen tratam iento de los indios. En el m e­
dio se encuentra reseñado el cuerpo y aspecto sustanciales de la enco­
m ienda: la relación de Curacas, pueblos, valles, y estancias que la com ­
ponían, así como la cantidad precisa de indios tributarios de cada
lu g a ré.
Las cifras de la cédula, sobre cuya confiabilidad nos pronuncia­
m os en la nota inm ediatam ente anterior, perm iten construir un cuadro
de la com posición dem ográfica d e una parte significativa d e los distin­
tos gru p o s étnicos que com ponían la encom ienda: los m itm as residen-

5) Sobre le extensión d e la encom ienda de Lucas M artínez, téngase presente que


P edro Pizarro recibió apenas 800 tributarios, Pedro de Fuentes u n a cantidad sim i­
lar, H ernando de Torres 600, Diego H ern án d ez 593 y M artín López de Carbajal 287.
El mejor d otad o de ellos alcanzó a tener apenas la m itad de tributarios que Lucas
M artínez (Barriga 1939: 40-48).
La opinión posterior sobre las razones de la extensión de la encom ienda d e Lucas
fue form ulada p o r C ristóbal Ruiz de Ribero, quien dijo adem ás que de las enco­
m iendas d e Tom ás V ásquez y M iguel C ornejo p o d ía afirm arse tam bién que habían
resultado enorm es po r la ignorancia de quien las otorgaba. AGI Justicia 417 (Debe­
m os esta referencia al doctor José A ntonio del Busto).
6) A ntes d e presentar el análisis de los cu ad ro s y relaciones de m ag n itu d a que ésta
docum entación invita, nos parece o p o rtu n a u n a consideración sobre la m ayor o
m enor distancia que g u ard en las cifras, respecto a la realid ad m ism a. C récela des­
confianza que ellas p u ed an generar, a la lu z del todavía escaso conocimiento que
los españoles tenían entonces sobre la región y ante el hecho de que incluso dentro
del código del p ro p io docum ento las cifras globales y las desagregadas no concuer-
dan exactam ente .
Téngase presente que hacia enero d e 1540, la p u n ta de lanza d e la penetración es­
pañola en la región era todavía A req u ip a y la expedición de Pedro de Valdivia—
qu e adem ás fue u n fracaso—no se había realizado todavía.
En cuanto a la v ariabilidad de las cifras, los 1,638 indios tributarios que el docum en­
to —de m anera global—afirm ó entregar, resultan solam ente 1,637, si sum am os la
inform ación desagregada. Este p u ed e ser u n caso de sim ple error en la suma o—nos
inclinam os p or esta seg u n d a posib ilid ad — el resultado m utilante de sucesivas
copias de la cédula, p u es ni aun en AGI justicia 401 se encuentra el original.
tes en A requipa, los indios de lio, los d e A zapa y Lluta (que en nues­
tros cuadros figuran bajo el nom bre de Arica) y los de T arapacá7.

CUADRO I

ENCOMIENDA DE LUCAS M ARTINEZ SEGUN CEDULA


DE PIZARRO

Lugar Tributarios %

Tarapacá 900 54.9


Arica 444 27.1
lio 194 11.8
A requipa 100 6 .2

TOTAL 1,638 100

Fuente: AGI Justicia 401

A su vez, estas cantidades desagregadas—correspondientes a las regiones en que


se divide la encom ienda— se descom ponen en pueblos, d an d o lu g ar a un n uevo
desajuste en las cifras. Así, los 444 tributarios que el d o cum ento anunció en Arica
term inaron siendo 446, m ien tras de los 194 d e lio figuran en detalle solam ente 173.
R ecuérdese u n a vez m ás el hecho de que el d o cum ento no es original y que la copia
m ás antigua que hem os consultado se hizo— cuan d o m enos—15 años después. La
versión utilizada por Barriga—posterior—ya su p o n e algunas m utilaciones; om ite
15 tributarios de una estancia controlada por el p u eblo de G uator.
De cualquier forma, la variación en las cifras n o es lo suficientem ente significativa
como p ara invalidar su uso. M enos, si consideram os que estas cifras son el único
apoyo de que disponem os, p a ra in ten tar com poner u n a huella del aspecto dem o­
gráfico de la encom ienda, hacia 1540.
7) Sobre el uso de quip u s en otras regiones y aún varios años después de 1540, h ay in­
form ación en el artículo de John M urra "El control vertical d e u n m áxim o de pisos
ecológicos en la economía de las sociedades an d in as", publicado en el tomo II d e
la Visita de la provincia de León de Hnánuco, en ad elante M u rra 1972. Tam bién hay
n u m erosa evidencia del uso d e q u ip u s en varios folios d e la V isita d e C hucuito
(.Diez de San M iguel 1964-. 6v, lO r, 13r, 17v, 22v, 25r. passim).
C onviene advertir, que la encom ienda de Lucas M artínez estuvo com puesta p or
una cantidad m ayor de grupos étnicos, p or ejem plo los C arum as o los de Pica. Los
tributarios q u e el cuadro registra son solam ente los alu d id o s p o r la cédula de 1540,
esto es, la p arte central y sustantiva dé la encom ienda.
149

Resulta po r dem ás evidente que la m ayor cantidad d e tributarios


se concentraba en Tarapacá y Arica. La directa y estrecha relación entre
volum en dem ográfico y cantidad de tributo o m agnitud d e la renta de
la encom ienda se confirm ará m ás adelante, cuando en los cuadros co­
rrespondientes al tributo Tarapacá y Arica—en ese orden— ocupen los
prim eros lugares.
V olviendo a las cifras, resulta interesante com parar el uso de una canti­
dad global—900 tributarios—en el caso de Tarapacá (región que por lo
visto era todavía poco conocida), con la utilización de cifras m uy preci­
sas -444 y 194—para las regiones de Arica e lio. Tal grado de preci­
sión—¿por qué no sim plem ente 445 y 195?:—, adem ás d e una m ás m i­
nuciosa relación de pueblos, curacas y principales sugiere que aún en
m edio de sus desajustes estas cifras p resuponen la consulta a alguna
fuente oral o a algún quipu, si es que no se apoyan en alguna enum era­
ción prim itiva efectuada por un visitador pionero.

La cuestión demográfica

Es sabido que el núm ero de tributarios no refleja la cantidad total


de población, sino solam ente a los adultos en ap titu d de pagar tributo:
aquellos entre 18 y 48 a ñ o s 8. Carecem os de inform ación precisa sobre
la población total contenida en el C uadro I pues ignoram os cuántas
personas representó cada tributario. Sin em bargo podem os aventurar
un cálculo en base a la ratio (relación, población to ta l/c a n tid a d de tri­
butarios) que la visita de Toledo ofrece para 1570, estim ando asi cifras
de la población global de la encom ienda hacia 1540. C abría señalar,
únicam ente, que la estim ación correspondiente a los m itm as residentes

8) Sobre el cálculo de edades po r los visitadores y su relación con cuestiones tributa­


rias, así com o otros aspectos del análisis dem ográfico p u ed e consultarse un traba­
jo qu e hicim os conjuntam ente con José Luis Rcnique publicado en las páginas 169-
190 d e Collaguas 1, volum en editado en 1977 p o r Franklin Pease.
Sobre la m ag n itu d d e la población del área que estudiam os existe un detallado
análisis d e H oracio Larraín. en su artículo "La población indígena de Tarapacá
(norte d e Chile) entre 1538 y 1581". Este artículo fue publicado en el volum en, es­
pecialm ente dedicado a Tarapacá, 1, N ° 3-4 de la revista Norte Grande, una publi­
cación del Instituto d e Geografía de la U niversidad Católica de Chile. En adelante
150

en A requipa no es absolutam ente confiable9.

CUADRO II

POBLACION DE LA ENCOM IENDA DE L . M . V .


HACIA 1540 (estimación)

Lugar Tributarios Personas %

Tarapacá 900 4,644 55


Arica 444 1,873 22
lio 194 1,493 17
A requipa 100 500 6

TOTALES 1,638 8,510 100

ratio: 5 .1

citarem os este artículo como Larraín 1975.


Lam entam os que el trabajo d e Larraín se lim ite a Tarapacá y Arica—lo que él llam a
norte chileno— y deje de lado el resto de la encom ienda. Larraín utiliza las cifras de
1540 que ofrece la versión de la cédula d e encom ienda publicada p or Barriga, para
em pezar su estudio. El siguiente hito en el análisis de Larraín, corresponde a 1578.
tom ado d e u n d o cum ento publicado p o r Barriga en Arequipa y sus blasones (Barriga
1940 a: 74-75). Por últim o, L arraín presenta inform ación dem ográfica correspon­
diente a 1581—lim itada a Tarapacá—p roveniente d e un a carta escrita al virrey del
Perú por el Factor y V eedor de la Real H acienda de Potosí (Larraín 1975:276 y ss.,
289,293 y ss.).
A hora presentam os u n bosquejo dem ográfico d e la encom ienda de Lucas M artínez
—entre 1540 y 1570— que difiere en algo de los cálculos de Larraín p ara Tarapacá,
cuestión que explicarem os oportunam ente. N u estro s cálculos están apoyados en la
cédula d e 1540,—en su versión d e AGI Justicia 401— y en la Taso de la Visita General
de Francisco d e Toledo, efectuada en 1570 y p u blicada en 1975 en versión paleográ-
fica de D avid Cook (Cook ed. 1975).
9) D ecimos ésto, p o rq u e en la visita toledana solam ente fueron reconocidos —com o
indios que habían sido d e Lucas M artínez—los d e G uayparyum inas. Estam os casi
seguros q u e los 100 tributarios consignados en el cuadro 1 en la cédula de 1540, eran
tam bién de otros rep artim ien to s que Lucas— com o verem os m ás adelante—p e r­
dió, negoció o transfirió.
10) N uestra estim ación p a ra A rica coincide con la que Larraín efectúa. Ella difiere en
cam bio en lo que toca a Tarapacá, d onde él utiliza u n a ratio d e 4.37 y concluye
151

Desconocem os cómo estaba com puesta esta población hacia 1540,


cuántos eran m ujeres, niños, viejos y jóvenes, solteros y casados. Feliz­
m ente los datos de la visita toledana son bastante precisos y perm iten
observar la com posición de la población, —en térm inos absolutos y re­
lativos—hacia 1570. Tenem os inform ación adicional sobre Pica y C a ra ­
m as, que, ya se ha advertido al lector, tam bién form aban p arte de la
encom ienda de Lucas M artínez.

CUADRO III

COM POSICION DE LA POBLACION DE LA ENCOM IENDA


DE L.M.V. HACIA 1570 (cantidades absolutas)

Lugar Tributarios Viejos Muchachos Mujeres Total % Ratio

Tarapacá 761 195 1,004 1,973 3,933 58 5.16


C aram as 199 42 208 527 976 14 4.90
Arica 186 54 166 379 785 12 4.22
Pica 160 56 156 264 636 9 3.97
lio 50 18 208 109 385 6 7.70
Arequipa 12 1 10 37 60 1 5.00

TOTAL 1,368 366 1,752 3,289 6,775 100 4.90

Fuente: Cook (ed.) 1975

que había 3,933 habitantes en Tarapacá hacia 1540 y no los 4,644, d e n u estro cálculo.
C reem os entender la razón d e esta diferencia. El do cum ento d e 1578 — en el que se
apoya el análisis del estudioso chileno— rep ite las cifras de la visita hecha hacia
1570 por Toledo, que p or lo visto Larraín no p u d o consultar. Lo grave n o es ésto sino
que el docum ento de 1578 contiene un error.
En lugar d e los 3,933 tributarios de T arapacá registrados p or la visita de Toledo
(Cook, ed. 1975: 237) — cifra que repite la visita de M anuel Enríqucz, hecha hacia
1584— (AGI, C o ntaduría 1786), figuran en el d o cum ento d e 1578 utilizado p or La­
rraín, solam ente 3,233 personas. Se trata de u n erro r del copista o del paleógrafo,
que ha llevado a Larraín a efectuar cálculos equivocados.
En todo caso el error lo llevó a utilizar u n ratio m enor que la nuestra. En lo demás,
el docum ento d e 1578—que publicó Barriga y utilizó Larraín— sigue fielm ente las
cifras de la visita to le d an a/in c lu so cuan d o ésta se equivoca. En efecto dice el
docum ento que en lio había, en 1578,50 tributarios y 199 personas. Cook ed. 1975
152

CUADRO IV

COMPOSICION DE LA POBLACION DE LA ENCOMIENDA


DE L.M.V. HACIA 1570 (cifras porcentuales)

Categoría Tarapacá Carumas Arica Pica lio Arequipa General

tributarios 19 21 24 25 13 20 20
viejos 5 4 7 9 5 2 5
m uchachos 26 21 21 25 54 16 26
m ujeres 50 54 48 41 28 62 49

TOTAL 100 100 100 100 100 100 100

Las cifras de la últim a colum na del C uadro IV revelan u n a com ­


posición de población anorm al, fruto de las alteraciones dem ográficas
sufridas por los grupos étnicos tras la C onquista. Tenem os la convic-
i ion de que la com posición de la población hacia 1540 debió ser distin­
ta El porcentaje que del total d e la población representaba la cantidad
de tributarios debió ser sin d u d a alto y, consecuentem ente m ayor, la
aptitud para el cum plim iento del tributo.
El golpe dem ográfico afectó especialm ente a los tributarios: varo-
in-i entre 18 y 48 años. Las m ujeres de su ed ad constituían casi la m itad
de la población, m ientras aquellos representaban apenas la quinta p ar­
te I I 5% a que ascendió la cantidad de ancianos indica u n a población
• ai aprietos dem ográficos serios, desde que el nivel de expectativa de
Vida debió ser m uy bajo. M uy pocos llegaban a ancianos.
Une decir del 26% de m uchachos, m enores de 18 años y de am bos se­
n il* SI estuviéram os en condiciones de construir una pirám ide de po-
|<lu lútt por edades, la base sería m enor que los sectores m edios: habría

Vel docum ento de AGI C o ntaduría 1786 anuncian tam bién la existencia de 50 tri-
iniliiiloN y 199 personas en lio. Pero la visita d e E nríquez (AGI C o ntaduría 1786)
o ipli ii m error d e sum a d é la toledana (C ooked. 1975), pu es ésta m ism a d ic e—como
ri11111 *1111 que en lio había 50 tributarios, 18 viejos, 208 m uchachos y 109 mujeres.
• • ' O' ti, 185 personas y n o 199.
153
154

m uchas m ás m ujeres adultas (casi el doble) que niños y jóvenes. En tér­


m inos claros: hacia 1570 la com posición de la encom ienda de Lucas
M artínez—al m argen de sus cantidades absolutas y siguiendo proba­
blem ente una tendencia general— reflejaba claram ente características
de un conjunto dem ográfico en franco decrecim iento n .

CUADRO V

COM POSICION DE CANTIDADES DE TRIBUTARIOS Y


POBLACION ENTRE 1540 Y 1570 EN LA ENCOM IENDA
DE LUCAS MARTINEZ VEGAZO

1540 1 5 70
Tributarios Habitantes Tributarios Habitantes

Tarapacá 900 4,644 761 3,933


Arica 444 1,873 186 785
C arum as 249 1,220 199 976
lio 194 1,493 50 385
A requipa 100 500 12 60

TOTAL 1,887 9,730 1,208 6,139

Fuente: AGI Justicia 401 Cook (ed.) 1975


(12)

11) Por cierto que estam os h ab lan d o d e la com posición de la población en general,
p u es un lector atento h a b rá n o tad o ráp id am en te q u e la población d e lio, p o r
ejemplo, tenía u n a com posición atípica, con u n a m ayor can tid ad d e m uchachos.
Q ueda pen d ien te la d u d a, sobre si u n a m ayor can tid ad de población su p o n ía n e ­
cesariam ente m ayor alivio en la prod u cció n del tributo. En Tarapacá, p or ejem­
plo— que tenía u n a población b astan te m ay o r que Pica—tributaba u n ad u lto p o r
cada 5.2 habitantes, m ientras q u e en Pica la relación era u n tributario p o r cada 4
habitantes. La respuesta a cual situación su p o n ía m ás presión trib u taria no la te­
nem os clara.
12) El fuerte descenso de la población de los m itm as residentes en A requipa debe to­
m arse con cuidado, p o r las razones indicadas en la nota 9. Igual cosa p odem os
decir respecto al brusco descenso en la población de Arica, luego d e 1540. An­
d an d o los años—lo verem os en este m ism o capítulo— u n a b u en a p arte d e los
444 tributarios reg istrad o s en 1540 fue m arginada d e la encom ienda, a p ed id o de
los curacas d e C hucuito.
155

L am entam os carecer de datos sobre cantidades d e tributarios de


Pica hacia 1540, pues ello nos im pide hacer u n a com paración cabal en­
tre la población global de la encom ienda entre 1540 y 1570. De cual­
quier form a nos contentarem os con presentar lo com parable en el cua­
dro siguiente, claram ente ilustrativo respecto al descenso de la pobla­
ción. En él incluim os a los C arum as, que no figuraron en la cédula,
p ues habían sido encom endados anteriorm ente.

Los diferentes grupos étnicos

Veam os ahora la constitución de los diferentes grupos étnicos


aludidos en la cédula y presentados en el C uadro I. Lo harem os en or­
d e n inverso a las m agnitudes, de norte a sur, y siguiendo el hilo con­
ductor de la cédula. En prim er lugar, los m itm as residentes en A requi­
pa.
CUADRO VI

ENCOM IENDA DE LUCAS MARTINEZ SEGUN CEDULA DE


PIZARRO 1540
(AREQUIPA)

Tributarios % Pueblo Principal Observación Sirvieron antes a:

30 30 A h u e la y n m in a A yta m itm as P ed ro G o d ín ez
35 35 A h u e la y n m in a P au ca m itm a s N o g u e ra l d e U lloa
10 10 A h u e la y n m in a P u rim a q u i m itm a s L u cas M a rtín ez
25 25 Y um ina M ora m itm as S olar „ .

100 100 '

Fuente: AGI Justicia 401

De cualquier form a, el descenso global fue siem pre fuerte. Téngase presente que
nuestra estim ación d e población total p ara 1540 está basada en una ratio de 1570.
¿Cree alguien que la relación trib u tario s/p o b lació n era m ayor en 1570 que30 años
antes? En otros térm inos, los 8,510 h abitantes de 1540 representan la m enor
cantidad estim able. La real debió ser superior, pero en este m om ento no estam os
en condiciones d e determ inar cuánto m ás. La inform ación sobre la cantidad d e
tributarios d e la p arcialidad d e los C arum as encom endados a Lucas M artínez
consta en Barriga 1955: 29.
156

Los m itm as o m itm acuna eran pobladores m ovidos de su lugar


de origen y trasladados a otra región, generalm ente con fines producti­
vos y sociales por el estado Inka o por las unidades étnicas. Resulta de
particular interés determ inar cuál puede haber sido el lugar de origen
de estos hom bres, así como precisar la ubicación geográfica de los p u e­
blos en que estuvieron a se n ta d o s13.
Los m itm as sujetos a los principales Ayta, Pauca y Purim aqui vi­
vían en el m ism o pueblo (constituían distintas parcialidades d e él) y
eran m itm as de los curacas Cacha, Canchis y Cabaytopa, respectiva­
m ente. Por la cédula de encom ienda, sabem os que los indios sujetos al
principal Ayta eran m itm as d e un curaca originario de la provincia de
Canas. Esto, unido a la m ención al curaca Canchis, nos hace pensar que
se trata de gente de la región de C anas y Canchis—cerca del Cuzco,
asentada en los valles d e A requipa en condiciones de m itm as. Los tri­
butarios sujetos al principal M ora y residentes en el pueblo d e Yum ina
eran, según la cédula, m itm as originarios del pueblo de Pisquicancha.
¿A ludirá en realidad esta últim a referencia a Q uispicanchis, tam bién
cerca del Cuzco?14.
13) Sobre los m itm as, se p u e d e consultar la tesis d e Liliana R egalado Cossio, Los M it-
maquna en el Tawantinsuyu (Análisis casuístico) (inédito, en adelante Regalado 1975).
Tam bién se p u e d e encontrar aspectos interesantes en tom o a la presencia de m it­
m as en el artículo de W aldem ar E spinoza Soriano "El prim er inform e etnológico d e
Cajam arca", publicado en Revista Peruana de Cultura, N° 11-12: 5-41, (en adelante
Espinoza 1967).
L am entablem ente la consulta d e las fuentes docum entales de tipo geográfico n o h a
sido m uy útil en el caso d e los m itm as de la cédula. Solam ente en el Diccionario geo­
gráfico del Perú, de G erm án Stiglich (en adelante Stiglich 1922) encontram os algu­
n as referencias a Yum ina, en la página 1183. Allí se distingue entre Y um ina chico,
caserío y chacras en la provincia d e A requipa y distrito de Sabandía, y Y um ina
grande y chico, caseríos y chacras en la m ism a provincia, distritos d e Paucarpata y
Sabandía, con 460 y 158 habitantes, en 1922.
14) Las partes pertinentes de la cédula de encom ienda dicen lo siguiente: "En un p u e ­
blo que se llam a A huelaynm ina en una parcialidad que dijo servir a Pedro Godínez
treynta yndios con su prinzipal que se llam a A yta m ytim a del cazique Cacha de la
Provincia de los C an as". "Y en otro p u eb lo que se llam a Y nm ina veinte e zinco
yndios que servían a Solar con u n principal que se llam a M ora m ytim a d el pueblo
que se llam a Pisquicancha" (AGI Justicia 401: 258v)
C onviene ad v ertir que el nom bre Canche o C anchis tam bién p u ed e aparecer v in ­
culado a Chucuito, como verem os cuan d o tratem os el caso de los m itm as asenta­
dos en A zap a y Lluta. Pero creem os que en este caso de los m itm as residentes en
A requip a estam os ante población trasladada desde el Cuzco. Todos ellos habían
sido enco m en d ad o s a españoles que estuvieron en el Cuzco, antes de ir a A requi­
pa.
157

El hecho de que todos los m itm as de A requipa habían sido en­


com endados anteriorm ente—al propio Lucas M artínez en u n caso y a
distintos españoles en los otros tres— refuerza la idea de que los pri­
m eros repartim ientos sufrieron m uchas m odificaciones, pero tam bién
abona en favor de la vinculación entre estos indios y el Cuzco, del
cual fueron eventuales vecinos los anteriores encom enderos. En enero
d e 1540, la ciudad de A requipa tenía apenas m eses d e fundada y todo
indica que los españoles m encionados en el cuadro se habían servido
de los indios estando todavía en el Cuzco. ¿Por qué no pensar que
Lucas M artínez cambió la antigua vecindad del Cuzco po r la nueva
de A requipa, — entre otras cosas— p o r seguir la dirección de sus in­
dios m itm as?
Veam os en el siguiente cuadro la distribución d e los tributarios
de lio, todos los cuales, a diferencia de los m itm as d e A requipa, eran
encom endados por prim era vez hacia 1540.

CUADRO VII

ENCOM IENDA DE LUCAS M ARTINEZ SEGUN CEDULA DE


PIZARRO 1540
(ILO)

Tributarios % Pueblo Principal Observaciones

20 11.5 Ylo (Pola)


6 3.5 Chiri estancia de lio, de
pescadores
30 17.4 Meca Casaveli
25 14 .4 Ete Guata
12 6.9 Piato Ulli pueblo de pescadores
14 8.1 Tamanco lio
26 1 5.1 Parica Moto
40 2 3.1 Tacari M achina pescadores

173 100

Fuente: AGI Justicia 401


158

Todos los tributarios estaban sujetos al curaca Pola del cual el do­
cum ento afirmó que era pescador y tenía 194 indios tributarios. De la
diferencia entre esta últim a cifra y la del cuadro nos hem os ocupado en
la nota 6. Q uerem os centrar nuestra atención en la condición de pesca­
do r que la cédula atribuyó al curaca de lio, así como en la existencia de
pueblos de pescadores. Estam os ante una evidencia m ás del alto grado
de espccialización que tuvo la fuerza de trabajo indígena de la Costa,
aunque lejos de p o d er verificar si esta alta especialización supuso pos­
teriorm ente un increm ento efectivo en la valorización de esta fuerza de
trabajo en el m ercado. En cambio, queda casi fuera de d u d a que el vo­
lum en de producción de la pesca debió ser considerable. La posterior
tasa de La Gasea (1550) contem pló el pescado en cantidades elevadas y
las cuentas del m ayordom o de Lucas M artínez (1565) m ostraron que el
pescado era uno de los productos cuya tributación m ejor se cum plía 1S.
Este grupo de indígenas sujetos al curaca Pola no estaba vincula­
do solam ente al litoral m arino, sino tam bién a las riberas de los ríos.
Así, m ientras el pueblo llam ado Piato quedaba en la Costa m arina, lio
se encontraba "a la boca" del río de M oquegua. A su vez, y siem pre si­

15) H oracio Larraín ha publicado dos trabajos sobre los pescadores del litoral del su r
del P erú y norte chileno actual am bos en 1974. "Un estudio de geografía histórico
antropológica: Análisis dem ográfico d e las com unidades d e pescadores C hangos
del N orte de Chile en el siglo XVI", publicado por el Instituto de Geografía de la
U niversidad Católica de Chile, que en adelante llam arem os, Larraín 1974, y "D e­
m ografía y asentam ientos de los pescadores costeros del su r p eru an o y no rte chi­
leno, según inform es del cronista A ntonio Vásquez d e E spinoza (1617-1618)" en la
revista Norte Grande Vol. I, N ° 1, U niversidad Católica d e Chile y que en ad elante
llam arem os Larraín 1974a.
Sobre los pescadores de la región, especialm ente los de la costa d e Arica, se halla­
rá inform ación en la "H istoria d e la fundación d e San M arcos d e Arica" de Rómu-
lo C úneo Vidal, publicada en el tom o 5, volum en IX de sus obras com pletas (en
adelante C úneo Vidal 1977). P uede consultarse Cúneo Vidal 1977: IX: 30-36. -
Investigaciones recientes a cargo de la señora M aría Rostw orow ski de Diez Canse-
co, en la Costa peru an a, en el norte y centro del Perú, confirm an el rol estratégico
d esem peñado por los pescadores y el alto grado de especialización d e la fuerza d e
trabajo. La inform ación respecto al pescado en la tasa de La Gasea y la contabilidad
de la encom ienda se encontrará en los siguientes capítulos d e esto trabajo. Se encon­
trará referencias geográficas de algunos pueblos de lio en Stiglich 1922:673,555,570
y Alcedo II: 227, 419.
159

guiendo la cédula de encom ienda, el pueblo de M eca se encontraba "a


la boca del río Y rabaya", m ientras que Ete se ubicaba a la vera del di­
cho río". N o nos parece im posible que estem os ante indicios de u n de­
term inado p atrón poblacional, orientado al m áxim o aprovecham iento
de las posibilidades que ofrecen m ares, ríos y lagunas, con centros po­
blados ubicados al com ienzo y al final del valle: en el litoral y en las
partes altas.
El docum ento que venim os observando afirm ó que Chiri era una
estancia de pescadores de lio. ¿Sería Ete correspondientem ente estan­
cia de Meca, quedaría Chiri—a su vez— a la vera del río de M oquegua?
¿Cabe la posibilidad de que se trata de pescadores d e lagunas? El tér­
m ino Chiri, que significa frío en quechua, ¿puede considerarse com o
indicio de una especial vinculación entre esa específica región y el Ta-
w antinsuyo, o es solam ente u n a voz aru? N o estam os a ú n en condicio­
nes d e responder las preguntas an terio res16.
La siguiente región nom brada po r la cédula corresponde a los va­
lles de A zapa y Lluta, porción de la encom ienda que fue posteriorm en­
te conocida como el repartim iento d e Arica. Su com posición era de lo
m ás variada, como se podrá apreciar en el siguiente cuadro.
Com o bien señala u n estudioso chileno, H oracio Larraín, esta
fracción de la encom ienda de Lucas M artínez incluía poblaciones asen­
tadas en las partes altas y bajas del valle d e A zapa, en el valle de Lluta
y en los valles de los ríos Sama y L o cu m b a17. Esta región, siem pre si­
guiendo la cédula, era productora de coca, ají granos y otras cosas.

16) Sobre la utilización d e las lagunas d u ra n te el siglo XVI, la existencia de una canti­
d ad de lagunas m ucho m ayor que la actual y la im portancia d e la pesca en la pro­
ducción del tributo d e la encom ienda, p u ed e encontrarse inform ación de prim era
línea en el artículo de Pilar O rtiz de Zevallos y Lía del Río de Calmell, publicado en
las páginas 57-62 d e Etnohistoría y antropología andina, volum en editado conjunta­
m ente p o r el M useo N acional de H istoria y la Com isión Fullbright. Este artículo lo
citarem os en adelante com o O. d e Zevallos y del Río d e C. 1978.
17) En razón d e su ubicación geográfica esta porción d e la encom ienda de Lucas M ar­
tínez Vegazo, así com o la m ás m eridional, Tarapacá, han m erecido m ayor atención
p o r p arte de quienes se han d edicado al estu d io del actual norte chileno. Puede
consultarse Larraín 1975.
En ese artículo, Larraín hace tam bién u n estu d io de la cédula de encomienda otor­
gada en favor d e Lucas M artínez. Las precisiones geográflicas de Larraín, aunque
160

CUADRO VIII

ENCOMIENDA DE LUCAS MARTINEZ SEGUN CEDULA


DE PIZARRO 1540
(ARICA, AZAPA Y LLUTA)

Tributarios % Pueblo Principal Observaciones

120 26.9 C am arasa


10 2.3 A zapa Guacocan
27 6 G uator Lalio
15 3 .4 Estancia
15 3.4 Ariaca pescadores
6 1.3 Estancia sem enteras
4 0.9 Estancia sem enteras
70 1 5 .7 U llavaya m itm as
50 11 .3 Auca Auca m itm as
94 21 Inchachura Canche m itm as
35 7.8 Ariaca Paño pescadores

446 100.0

F uente: A G I J u s tic ia 401

lam entablem ente red u cid as a la región su reñ a de la encom ienda, nos h an sido de
extrem a u tilidad y nos apoyam os en él com o referencia general p ara los p ueblos de
Arica y Tarapacá. Los pueblos de C am arasa, G uator, A riaca e U llabaya correspon­
derían, según Larraín a los actualm ente llam ados C am arones, G uanta, Arica e
H ilabaya, respectivam ente. Q uisiéram os observar que Stiglich 1922:192 m enciona
C am araca, cerro conspicuo en tre Arica y el valle de Vítor, lo qu e restaría seg u rid ad
a la identificación entre el C am arasa d e la cédula y el C am arones actual, ubicado
m ás al sur.
O tras referencias sobre Arica se encontrarán en Stiglich 1922:112; A lcedo 1 : 104-
105; Relaciones geográficas d e Indias 1:150, 252, 255; II: 56, 306, 334, 338, 345, 352,
378,13,50; III: 22. Referencias sobre A zapa, se encontrarán en Stiglich 1922:115. So­
bre Ilabaya en Stiglich 1922: 553 y A lcedo II: 224. Tam bién h ay inform ación sobre
Ilabaya y Arica en Cúneo-Vidal 1977: II, 429-445, 457-466.
161

El caso de los pueblos de estos valles perm ite form ular algunas
consideraciones sugerentes en tom o a los curacas y el poder. Ya sabe el
lector que u sar el título de Arica para esta región es u n a arbitrariedad
nuestra, validada por una intención d e hom ogeneizar estos cuadros
con los de la posterior contabilidad dé la encom ienda de nuestro per­
sonaje. H acia 1540, los núcleos principales eran A zapa y Lluta, m ien­
tras que los valles de Sama y Locum ba albergaban a los m itm as. El d o ­
cum ento m encionó solam ente al curaca principal del valle de Lluta, de
nom bre Cayoa (nada específico dijo la cédula sobre u n curaca princi­
pal de Azapa), y añadió una relación d e los principales de cada pueblo,
que pu ed e verse en el cuadro.
Llama nuestra atención que la cédula no haya expresado la exis­
tencia de u n curaca principal para todo el valle de A zapa. ¿Era Cayoa,
curaca d e Lluta, tam bién señor de A zapa o estam os quizá ante un re­
flejo— en la form ulación de la cédula de encom ienda— de la ingerencia
de los Lupaqa en el área? Sobre la subordinación de los tributarios
asentados en la región norte de esta fracción de la encom ienda a los
señores del altiplano, prácticam ente no queda d u d a 18. Una observa­
ción detenida de los m itm as incluidos po r la cédula en este reparti­
m iento nos lo hará ver m ás claram ente.

18) N os sorprende m ucho que Larraín (1975) se em peñe en p resen tar la zona de Sama
y Locumba, especialm ente la ocu p ad a p o r los m itm as, com o.dependiente de Aza­
pa y Lluta. M ás todavía si presenta las cosas com o si el "sur p eruano" hubiera es­
tado subordinado al "norte chileno".
Al m argen de la im pronta que supone la inserción de sem ejantes distinciones en el
siglo XVI, nos extraña que Larraín p ase p o r alto im p o rtan tes aportes docum enta­
les y analíticos. El "R esultado d e la visita secreta legal que hicieron en la provincia
de C hucuito ..." de Pedro G utiérrez Flores, hecha en 1572 y publicada en el n úm e­
ro 4: 5-48 de la revista Historia y Cultura d el M useo N acional de H istoria (en
adelante, G utiérrez Flores 1970), así com o el ya citado M urra 1972:438 dejan clara­
m ente establecido que los L upaqa controlaban regiones cercanas a la costa del
Pacífico desde Lluta hasta M oquegua.
A dem ás, hace ya m uchos años que C úneo Vidal sostuvo lo m ism o. En Cúneo Vidal
1977: IX, 23, (la obra fue escrita y p u blicada m ucho antes), se refiere cómo Almagro
se entrevistó en C hucuito con el curaca C atari A passa (en 1535). El señor de C hu­
cuito preguntad o p o r sus dom inios, incluyó en ellos el valle de M oquegua, lio e Ite,
los valles de Sama y Locumba, el valle de A zapa, el pueblo de Arica y los valles de
Lluta y C odpa.
T am poco tiene en cuenta Larraín u n docum ento publicado en el tomo III de los
162

Un porcentaje m uy elevado (48%) de los tributarios del cuadro


anterior eran m itm as. La cédula los presentó como m itm as de A zapa y
Lluta, pero como en el caso de los "m itm as de A requipa", la cédula in­
dicó solam ente el lugar de asentam iento de estos tributarios especiales,
pero en m odo alguno aludió a su lugar de origen.
Ignoram os el nom bre del curaca del cual eran m itm as los 70 tri­
butarios de Ullavaya. La cédula fue m ás generosa en su inform ación,
en cambio, cuando afirm ó que los 144 tributarios de los pueblos de
Auca e Inchachura estaban sujetos al curaca Cariapasa. ¿Se trata de
aquél d o n Carlos C ariapasa que aparece presidiendo el p a d ró n de in­
dios ricos de C hucuito, o estam os ante el C atari A passa que— según re­
ferencias de C úneo Vidal— sirvió d e inform ante a Alm agro? En cual­
quier caso, la vinculación de estos m itm as con los Lupaqa está fuera de
d u d a 19.
La presencia de C ariapasa constituye u n a reveladora evidencia
de la am p litu d de regiones que u n curaca podía controlar, en un espec­
tro que incluía poblaciones establecidas, frecuentem ente, a m ucha dis­
tancia. El error en que se p u ed e incurrir al pensar que aquellos m itm as
pertenecían a los señores d e A zapa y Lluta nos m ueve a advertir cómo
el plano de la territorialidad y el del p o d er político se entrecruzaron—a
propósito d e la encom ienda— perm anente. Esto se debió a que lo que
se encom endaba no eran territorios, ni siquiera indios en sentido es­
tricto, sino curacas.
Documentos para la historia de Arequipa del p a d re Barriga (editado en 1955), d o n d e —
com o verem os inm ed iatam en te—u n a cédula del m arq u és de C añete acaba con
toda d u d a (Barriga 1955: 299-301). Esta últim a om isión so rp ren d e d e m anera espe­
cial, pu es Larraín sí cita en o tras ocasiones al p a d re Barriga.
Referencias arqueológicas a pro p ó sito del estudio d e asentam ientos precolom bi­
nos que d em u estran la existencia d e m ovim ientos m igratorios del altiplano a los
valles de C aplina y Sam a se encontrará en Investigaciones arqueológicas en los valles
de Caplina y Sama d e H erm ann T rim born y otros auto res (en adelante T rim bom
1975).
19) Tan cierto es esto últim o que años d esp u és Lucas M artínez se vió obligado a devol­
ver estos tributarios a su jurisdicción original, a petición de los curacas de C hucui­
to q u e los reclam aron com o suyos. Esta devolución se hizo en el contexto d e una
serie d e negociaciones con fracciones d e encom iendas p equeñas, que verem os en
este m ism o capítulo.
Sobre C ariapasa y los in d io s ricos d e C hucuito p u e d e consultarse el "P adrón de los
mil indios ricos d e la p rovincia d e C hucuito", en las p ág in as 301-364 de la Visita
hecha a la provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguel en el año 1567, (en adelante
D iez d e San M iguel 1964) y C úneo V idal 1977: IX, 23.
163

Siguiendo con el problem a del poder y las am plias posibilidades


d e la élite gobernante, Lalio —el principal del pueblo d e G uator
(Guanta)— constituye u n ejemplo bastante adecuado e ilustrativo,
esta vez en una dim ensión m ás pequeña. A dem ás del control sobre
G uator, este Lalio tenía asentados 15 tributarios en Arica— todos ellos
pescadores—y otros 10 tributarios distribuidos en dos estancias, valle
arriba, "do tiene sus sem enteras". R esulta entonces que, desde su u bi­
cación de principal del pueblo d e G uator, Lalio controlaba valle aba­
jo— en el m ar—a sus pescadores de Arica, y valle arriba las sem ente­
ras. Si recordam os que líneas atrás la cédula nos había anunciado a
"los indios de estos dichos valles que tienen estancias de coca y ají y
granos y otras cosas", no resulta difícil suponer cuál era la p ro d u c­
ción de estas estancias.
U na últim a observación en tom o a este pueblo de G uator y a su
principal Lalio. Inm ediatam ente después de haberlos presentado (y
antes de m encionar las estancias del curaca y sus pescadores en Ari­
ca), la cédula de encom ienda afirm ó que residían en G uator 27 tribu­
tarios, "e cabe este pueblo una estancia que pareció tener 15 indios"
¿Se trata solam ente de una tram posa om isión del curaca en la frase ci­
tada y esta estancia no sería sino una m uestra adicional del p o d e r de
Lalio, o estam os ante una interesantísim a distinción entre estancia:
que son del curaca frente a estancias que son d e la com unidad? Ei
todo caso, la fórm ula "que pareció tener quince indios" insinúa algúi
tipo de inspección previa a la dación d e la cédula, lo que to m a alg<
m ás confiable su inform ación en general.
Se habrá podido apreciar la existencia de pueblos de pescadore
tam bién en este repartim iento. A ñadirem os que Arica parece habe
sido largam ente el m ás im portante centro pesquero. Allí residían lo
15 pescadores que estaban sujetos al curaca Lalio. Allí tam bién4se en
contraban 35 pescadores originarios de Tarapacá, al m ando del prir
cipal Paño. 26 tributarios de lio— al m ando del principal M oto— fue
ron registrados en u n pueblo llam ado Parica, que m uy bien podrí
ser tam bién Arica.
¿Fue Arica una suerte de enclave— fundam entalm ente pesque
ro—com partido indistinta y proporcionalm ente po r los grupos huma
nos y curacas asentados en los valles de lio, A zapa, Lluta y Tarapacá
Creem os que sí. En todo caso, las condiciones geográficas apropiada
para la construcción de u n puerto, así como la estratégica ubicaciói
de Arica al pie de una zona m inera que causaría sensación, alentaron
posteriorm ente de m anera considerable el asentam iento de españoles,
colonos y autoridades en aquél lugar, desplazando así en im portancia
a los dem ás pueblos de indios de los valles de A zapa y L lu ta 2U.
Veam os ahora la región de Tarapacá, la de m ayor núm ero de tri­
butarios, la m ás alejada de A requipa y tam bién la m enos conocida.
Esto últim o salta a la vista si com param os el nivel de detalle del cuadro
siguiente con el de los anteriores.

CUADRO IX

ENCOM IENDA DE LUCAS MARTINEZ SEGUN CEDULA DE


PIZARRO 1540
(TARAPACA)

Principal Valle Pueblo

O po Cato Pachica
Puchuca
G uam ba
A yavire y Carvieza C anina
Taucari
Ayaviri O m aguata
Chuquecam beco C huyapa

Fuente: AGI Justicia 401

20) A dem ás del y a citado C úneo V idal, se p u e d e tener u n a presentación d e la h istoria


de Arica en el libro de V icente D agnino, El corregimiento de Arica, (en adelante
D agnino 1909).
La m ejor presentación d e Arica d u ra n te la Colonia tem prana se encuentra en la
Descripción del Virreinato del Perú editad a p o r Boleslao Lewin. En ella se p u ed e
apreciar claram ente com o todo el sentido— geográfico y com ercial— de Arica está
orientad o y d eterm in ad o en función d e su relación con el altiplano y Potosí (Lewin
ed. 1958. 104-105).
165

El curaca principal era Tuscasanga y a él estaban sujetos los 900


tributarios que la cédula asignaba en conjunto a Tarapacá. No figura
en el cuadro (tam poco está registrado Cayoa en el C uadro VIII), p o r­
que la im precisión del docum ento—en lo que a Tarapacá se refiere-
hizo que el curaca principal, Tuscasanga, no apareciera adscrito a al­
g ún pueblo en particular com o por ejem plo Pola en lio. Al m om ento
de firm arse la cédula, apenas si se conocía los nom bres d e pueblos, va
lies y principales. No se sabía la can tid ad d e tributarios adscrita a cada
principal o cada pueblo; tam poco si estos tenían estancias o si los p e s­
cadores sujetos a u n curaca de Tarapacá (Paño) y establecidos en Arica
eran costeños o serranos.
Larraín ha analizado exhaustivam ente la inform ación de la cé­
dula com plem entándola con datos geográficos, lo que arroja sugeren-
tes conclusiones. Resulta bastante interesante com parar las alturas a
que se encuentran estos pueblos. Pachica se ubica a 1,590 m etros sobre
el nivel del m ar, Guanaba (H uaviña) a 2,370, C anina (Cam iña) a 2,380 y
C huyapa (Chiapa) a 315, m ientras que la altura de Tarapacá m ism a al­
canza solam ente los 1,410 m etros sobre el nivel del m ar21. Si tenem os en
cuenta que el curaca de Tarapacá tenía, adem ás, pescadores en Arica,
resulta del todo clara la im agen de u n centro de p o d e r ubicado a una
altura m ás o m enos equidistante entre el nivel del m ar y los 3,000 m e­
tros cuyos brazos d e control alcanzarían a cubrir todo el espectro de
climas y correspondientes recursos com prendidos en aquel intervalo.

21) Las altitudes han sido tom adas del trabajo d e Larraín sobre la población d e T ara­
pacá. Los pueblos que en la cédula aparecen com o Puchuca, G uam ba, Canina,
O m aguata y C huyapa, corresponden seg ú n el m ism o autor a las actuales Puchur-
ca, H uaviña, C am iña, U sm agam a y C hiapa, respectivam ente .
Referencias sobre C am iña se encontrará en Stiglich 1922:188; A lcedo I: 208. Sobre
C huyapa o C hiapa se p u ed e v er Stiglich 1922: 365; sobre G uam ba o H uaviña,
A lcedo II: 208; sobre Pachica, Stiglich 1922: 756 y A lcedo II: 87. Finalm ente se
hallará inform ación sobre Tarapacá en Relaciones geográficas d e Indias II: 56, 60 y
62.
C onviene anotar que el alcance del control d e recursos p or p a rte de los indígenas
de Tarapacá no tiene que haberse lim itado necesariam ente a los 3,000 m etros de al­
tura. Larraín (1975:278) indaga la vinculación de los de Tarapacá con los recursos
altiplánicos y expone inform ación correspondiente a 1614 y 1810, por la cual parece
constar qu e los pueblos agrícolas de Tarapacá tuvieron cierto acceso a pastos alti­
plánicos.
166

Tarapacá y Cato fueron distinguidos en la cédula como valles in­


dependientes seguram ente, como sugiere el propio Larraín, en aten­
ción a las fronteras del poder d e los curacas, Tuscasanga de Tarapacá y
Opo de Cato. Lo que en el docum ento se entiende por valle de T arapa­
cá correspondería a la parte baja d e la actual quebrada de Tarapacá; el
llam ado valle de Cato, a la parte d e la m ism a que va de Pachica hacia
arriba. La jerarquía de Tuscasanga sobre O po, es decir del curaca del
valle sobre el de la región alta, qu ed a confirm ada desde que los 900 tri­
butarios, sujetos a Tuscasanga, incluyeron los que a su vez correspon­
dieron a Opo22.
El desequilibrio en favor del valle podría deberse a su cercanía al
m ar y los am plios recursos que éste ofrece. El aprovecham iento de re­
cursos m arinos por los indios de Tarapacá, lo m ism o que en los valles
septentrionales d e A zapa y Lluta, fue de lo m ás variado. La tasa d e La
Gasea (1550) incluyó por ello en su tributo la entrega de cueros d e lobo
de m ar y aceite d e lobo, adem ás del pescado23.
La im plantación de la econom ía colonial introdujo cam bios im ­
portantes en la región, traducidos en lo que parece haber sido u n fenó­
m eno d e gradual p érd id a d e control de pastizales en las zonas altas, así
como en el im pacto del auge m inero, cuando las m inas de Tarapacá se
convirtieron—po r breve lap so - en las m ás ricas del sur del Perú.

22) Larraín (1975: 277-278) h a llam ado la atención sobre la discrim inación entre C ato
y Tarapacá. Es procedente que el lector interesado tenga presente que estam os ante
una jerarquía españolizada, d esd e que es una cédula d e encom ienda la q u e la es­
tablece. Pero esto no significa necesariam ente que la form ulación de la cédula no
haya sido expresión d e u n a realid ad tam bién prehispánica. De ser así, estaríam os
ante un caso d e dom inio de las regiones bajas sobre las altas, en cierto m o d o an á­
logo a un estudio hecho p or M aría R ostw orow ski sobre Q uives. R ostw orow ski,
Etnta y sociedad: 176 y ss. (en ad elan te, R ostw orow ski 1977). Inform ación adicional
sobre T arapacá se enco n trará en C úneo V idal 1977: II, 479-486 (sobre la vecina Pica,
en 467-478).
23) N o p u e d e descartarse, en este p u n to , q u e el aceite de lobo, p o d ría ser u n tributo pre-
hispánico, com o h a sido su g erid o po r M aría R ostw orow ski en com unicación p e r­
sonal. En cualquier caso, hacia 1565 este tributo no era cum plido p o r los indígenas
ni reclam ado p o r los españoles.
167

Variaciones en las encomiendas

La relación de curacas y tributarios contenidos en la cédula, y re­


señados hasta acá, constituyó el cuerpo central de la encom ienda de
Lucas M artínez, pero en m odo alguno su totalidad. Las encom iendas
estuvieron sujetas a frecuentes cam bios de dueño. Acá y allá, algún en­
com endero aum entaba sus dom inios con la incorporación d e u n nuevo
contingente de tributarios encom endados, otro se veía obligado a re­
nunciar a una porción de su encom ienda, m ientras u n tercero era obje­
to de u n despojo sim ple y llano.
D esde un m om ento inicial, las aguas estuvieron agitadas por ri­
validades personales, superposición del derecho indígena sobre el es­
pañol, (invocado tenazm ente p o r algunos curacas y hábilm ente instru-
m entalizado po r los propios conquistadores) o po r la intervención de
la Corona. C uando no se daban los elem entos anteriores, el interés p a r­
ticular de los propios encom enderos solía intervenir, para revolver las
aguas y reclam ar cam bios y variaciones en las encom iendas. T odas es­
tas posibilidades parecen haber concurrido en el caso de Lucas M artí­
nez, cuyo patrim onio de encom ienda sufrió frecuentes m odificaciones.
Recordem os cómo la prim era encom ienda que Lucas M artínez
recibió—la de los C arum as—abarcaba tanto a los tributarios sujetos a
Catari el Viejo, cuanto los de Diego C atari, hijo d e aquél. La región con­
trolada por los Catari se halla ubicada en el actual d ep artam ento de
M oquegua, precisam ente en el valle q u e se conoce con el nom bre de
C arum as. A juzgar por la tasa de La Gasea, los C arum as tenían acceso
a m aíz, coca, ají, ganando de la tierra y otros p roductos m ^s, indicios
claros de u n a am plia disposición de recursos.
Q uizá la potencial riqueza de los C arum as haya sido la causa
para que el propio Francisco Pizarro— pasando por encim a de la cédu­
la otorgada por él m ism o en 1535—se sirviera personalm ente de aque­
llos indios, desplazando en esta form a a nuestro personaje. La pérdida
de los C arum as se tornó aparentem ente irreversible para Lucas M artí­
nez, cuando Pizarro procedió a encom endar los indios C arum as a Gó­
m ez de T o rd o y a 24. Las rivalidades y am biciones—personales o políti­

24) ¿Cuál puede haber sido el motivo de esta dedsión de Pizarro? Puede pensarse en
el hecho de que Lucas Martínez no tuviera una acción definida en el enfrenta­
168

cas— se habían interpuesto entre los C arum as y Lucas. Sin em bargo,


M artínez Vegazo no renunció a ellos: hacia 1540, contradijo oficialmen­
te la posesión de Tordoya y apeló a la A udiencia de Panam á.
La m uerte de Francisco Pizarro, en 1541, y la del propio Gómez
de Tordoya, herido gravem ente al año siguiente en la batalla de C hu­
pas, parecieron allanar el cam ino a Lucas M artínez. Sin em bargo, Vaca
de Castro encom endó los indios sujetos a Catari el Viejo a H ernando
de Silva y los de Diego C atari a H ernán Bueno. El auxilio a Pedro de
Valdivia—esa espectacular m uestra de poderío y solidaridad—dotó a
Lucas M artínez de renovados argum entos en favor de la reivindica­
ción de su derecho sobre los C arum as o, cuando m enos, sobre una p a r­
te de ellos.
Vaca de Castro dio m archa atrás, anuló la encom ienda que había
hecho a H ernando de Silva y restituyó a Lucas M artínez la encom ienda
de los C arum as sujetos a C atari el Viejo25. Los C arum as, asentados en
la sierra de M oquegua, constituyeron u n a fracción im portante de

m iento entre H ern an d o Pizarro y Alm agro, pu es según lo averiguado Lucas no se


halló en la batalla d e Salinas. D ebem os p en sar tam bién que desde el p u n to d e vis­
ta político era quizá m ás conveniente o u rg en te contentar a Tordoya que a Lucas.
La inform ación general sobre este asunto de los C arum as se encuentra en AGI Jus­
ticia 405b. Lam entablem ente no hem os tenido o p o rtu n id ad de consultar personal­
m ente el docum ento y nos hem os servido solam ente de referencias ofrecidas p or
M aría Rostw orow ski de Diez Canseco, quien la fichó.
25) Los otros perm anecieron encom endados a H ernán Bueno y a su m u erte La Gasea
los encom endó a H ernán Bueno, hom ónim o e hijo del anterior. Barriga 1940: 211-
214.
En adelante, la docum entación arequipeña d e la época aludió a los C arum as siem­
p re divididos entre los C arum as d e H ernán Bueno y los C arum as de Lucas
M artínez. En las cuentas de la encom ienda de Lucas verem os cómo H ernán Bueno
cobraba el tributo de los C arum as de M artínez Vegazo, en nom bre de éste, lo que
n o sabem os es si éste era un servicio que Bueno ofrecía a Lucas, o si era una forma
p o r la cual éste le cancelaba un a d eu d a a aquél. El despacho de Vaca de Castro res­
tituyendo parte de los C arum as a Lucas M artínez fue d ad o e ll 1 d e octubre d e 1542.
En lo que toca a H ernando de Silva —fugazm ente favorecido con los indios de
C atari el Viejo— el despojo debió dolerle m ucho y convertirlo d esd e entonces, en
enem igo de Lucas. Recuérdese que Silva tuvo bastante que ver en la captura de
n u estro personaje. El propio Lucas M artínez aludiría a aquél, com o a su "enem igo
capital". Sobre lá localización geográfica de C arum as p u ed e consultarse Stiglich
1922: 222.
169

la encom ienda de Lucas M artínez. En térm inos del tributo, llegaron a


a portar —en ocasiones— tanto o m ás que los de Arica y Tarapacá. La
contabilidad de la encom ienda de Lucas M artínez, que verem os en
detalle en los siguientes capítulos, m ostrará hasta qué punto alcanza­
ron los C arum as a contribuir significativam ente en la producción de
la renta de la encom ienda.
Pasem os a ver otro caso de variación en la m agnitud de la e n ­
com ienda, un cam bio que afectó a tributarios ubicados en los valles
de Sama y Locumba, a los indios del valle de Cochum a en M oquegua
y a los de Pica, al sur de Tarapacá. Todos ellos cam biaron en algún
m om ento de encom endero, en un juego de tom a y daca m uy intere­
sante. A lo largo de él verem os reflejarse las disputas entre encom en­
deros, la invocación del derecho indígena prehispánico y la actuación
arbitral de la au to rid ad virreynal.
Todo em pezó cuando Vaca de Castro —hacia 1543— encom en­
dó a H ernando de Silva los indios del valle de Cochuna, que sum a­
ban 135 tributarios. Lucas M artínez —que ya había despojado a Silva
de los C arum as y que parece haber sido tan enem igo de éste como
Silva suyo— contradijo la posesión de los indios de Cochuna y trabó
juicio contra H ernando de Silva, alegando tener derecho sobre aque­
llos tributarios. El argum ento esgrim ido por Lucas M artínez —al in ­
vocar su derecho a los indios de C ochuna— se apoyaba en la particu­
laridad de que aquellos eran m itm as del Collao.
¿Qué prerrogativas podía tener Lucas M artínez Vegazo sobre
m itm as del Collao, o sería m ás bien que los curacas de Cochuna esta­
rían sujetos a curacas encom endados a Lucas M artínez y sujetos, a su
vez, a los señores de Chucuito? Cabe suponer que la extensión de
m itm as del Collao funcionase sobre la base de un curaca principal en
A requipa, que controlaba y organizaba, a su vez, la expansión de m it­
m as en los dem ás valles y que Lucas se sintiera —al serle encom en­
d a d o este curaca— tam bién con derecho sobre los indios de Cochuna,
supuesta su condición de m itm as del Collao26.

26) Esta suposición m erece u n a m ayor aclaración, pu es se apoya casi únicam ente
en la carta de acuerdo a que llegaron am bos c o n ten d o res/p ara cerrar su contro­
versia sobre los indios de C ochuna. Lam entam os carecer d e m ayor apoyo do­
cum ental p ara p o d er vislum brar con m ayor confianza la im agen de un "siste­
m a d e m itm as" dependientes del Collao, p ero con centro en A requipa o en algún
170

Lo cierto es que en febrero d e 1544 —luego de ciertos arregl(os


y concesiones m utuas— Silva y Lucas M artínez se pusieron de acuer­
do, quedando los indios de C ochuna en poder de Lucas M artín ez27.
De esta m anera, M artínez Vegazo le ganaba por segunda vez una en­
com ienda a H ernando de Silva. El destino le prestaría a éste últim o
inm ejorable ocasión de desquite cuando años m ás tarde —como se
ha visto en el Capítulo III— M artínez Vegazo fue capturado.
El resentim iento d e Silva debió resultarle insoportable, al ver
— apenas un m es después de haber cerrado la d isp u ta— cuál era el
destino que M artínez Vegazo había reservado para aquellos indios de
C ochuna que acababa de ganar. El próspero y todopoderoso Lucas
M artínez (se acercaban sus días d e gloria en la rebelión de Gonzalo
Pizarro) le había d isputado los indios para regalarlos, en dote m atri­
m onial, a una india noble: Isabel Palla.
Isabel Palla o Y upanqui (aparece indistintam ente con am bos
nom bres en la docum entación) pertenecía a la nobleza indígena: era
herm ana del curaca Tix, de Nazca. ¿La recibió Lucas como regalo del
curaca — hipótesis bastante posible—, la arrebató sin m ás, o la com ­
pró? M artínez Vegazo afirm ó en un docum ento de 1544 —el año de
los litigios p o r C ochuna con Silva—, que él había criado y adoctrina­
do a Isabel Palla como si fuese hija suya y quería, por últim o, conse­
guirle u n m atrim onio digno.
¿H asta dó n d e fue Isabel Palla o Y upanqui ahijada de Lucas M ar­
tínez y hasta dó n d e no fue su am ante? Lockhart sostiene esta últim a

o tro lu g a r (¿Sam a, C ochuna, A zapa?). C ú n eo V idal (1977: II, 325) cita u n a


cédula d e 1538 (nosotros no la conocem os) p o r la cual Pizarro habría enco­
m en d ad o 94 indígenas del valle d e C ochuna a Lucas M artínez Vegazo. La enco­
m ienda q u e se disp u tab an Silva y M artínez V egazo (cuyas referencias están en la
nota siguiente) abarcaba 135 indios. Probablem ente Lucas M artínez — que se­
g ú n C úneo había recibido 94 trib u tario s d irectam ente d e Pizarro— , reclam ó
p a ra sí tam bién los 41 restan te s (o 135 adicionales) a rg u m en tan d o q u e p o r
ser m itm as d el Collao estaban sujetos al curaca que le había sido .encom en­
d a d o a él.
27) AMA LPL 01: 503r-504r; 504r-504v; Fuentes 717, 718, Barriga 1939: 199-200. El
trato contem plaba las siguientes condiciones. Lucas M artínez entregaba a H er­
n an d o de Silva los indios tributarios sujetos al curaca Paucar, Canche, y al princi­
p al C ondorapa, con sus pueblos d e U chulla y U m ina en A requipa. A cambio,
Lucas M artínez recibiría u n a h u erta que Silva tenía en las afueras de la ciudad d e
A requipa y tam bién los indios d e C ochuna, en el pueblo d e Yuminas.
171

posibilidad, au nque la docum entación que él revela no ofrece m ayor


certidum bre al respecto. Dos cosas q u edan fuera de duda: que, a ojos
de los españoles cercanos-a aquella situación, Lucas era "am o de la
dicha india" y que en m arzo de 1544 al concertar M artínez Vegazo las
nupcias de Isabel Palla y M artínez Pérez de Villabona, Lucas entregó
a la Palla la encom ienda de Cochuna como dote m atrim o n ia l28.
A hijada o am ante de Lucas M artínez —prim ero— y m ujer de
M artín Pérez —luego— Isabel Palla representa un caso verdadera­
m ente singular de ascenso social, por parte de un m iem bro d e la no­
bleza indígena. Incluso fue reconocida, en aquellos tiem pos prim or­
diales, en la propia escala social hispánica. Baste recordar que en más
de un docum ento se alude a ella como vecina de A requipa, para cali­
b rar su posición. En su m atrim onio no tuvo suerte. Su m arido no so­
brevivió a los avatares de la rebelión d e los encom enderos y el alba
cea testam entario del difunto M artín Pérez se negó a devolverle a Pa
lia parte de la dote. Hacia 1551, Isabel Palla llevó adelante un juicio
reclam ando la restitución de algunas pequeneces de la d o t e 29.
La m uerte de M artín Pérez abrió las puertas para que la enco­
m ienda d e C ochuna fuese otorgada a u n eventual segundo m arido de
Isabel Palla. Pero no hubo tal. La m ujer anduvo viuda aproxim ada
m ente diez años y se m urió sin contraer segundas nupcias. N o nos

28) Se p u ed e encontrar alusiones a Isabel Palla, o Isabel Y upanqui, en Barriga 1940


308-314 y Barriga 1955: 299-301. La inform ación sobre su condición de hermanfl
del curaca de N azca (Tix), las declaraciones sobre cóm o la había criado Lucas y la
entrega d e la encom ienda de C ochuna com o dote m atrim onial se encuentran en
AGI Justicia 405. Es u n docum ento q u e n o hem os p o d id o consultar pérsonal
m ente. D isponem os solam ente d e la inform ación facilitada por M aría Rostwo­
row ski.
La dejación de indios hecha p or Lucas M artínez en favor d e Isabel Palla fue sus­
crita en m arzo de 1544 y com prendía al curaca Cam a, en C ochuna y algunos in
dios en el p ueblo d e Yuminas.
Tam bién se h a ocupado Lockhart de esta Isabel Y upanqui (Lockhart 1972: 302
304). Sobre el p u n to de si era ahijada o am ante d e Lucas nos pronunciam os en li
p arte final de la n o ta 14 del capítulo VI. En AGN Real A udiencia causas civilci
L 1 C9, D iego G utiérrez —conocido allegado a M artínez Vegazo— declaró quo
Lucas M artínez era am o de Isabel Palla.
29) El albacea testam entario de M artín Pérez fue Juan d e San Juan y contra él siguk
juicio la tal Isabel Palla (AGN Real A udiencia causas civiles L 1 C9). Reclamaba,
entre otras cosas, la restitución de un as cabras, yeguas y muebles que Lucas ha­
bía añ ad id o a su dote m atrim onial. q . 1
172

sorprendería que Lucas hubiese ejercido una suerte de veto a un se­


71 gundo m atrim onio, para poderse valer indirectam ente del tributo de
Cochuna; sobre todo si tenem os presente que la viudez de la Palla
or coincidió casi plenam ente con la etapa —en la vida de M artínez Ve­
¡os gazo— de la encom ienda perdida. M uerta Palla, la encom ienda vol­
la vía —teóricam ente— a la Corona, la que eventualm ente podía entre­
la s garle a otra persona, p rivando a Lucas de esa renta.
En este punto, M artínez Vegazo volvió a m ostrar sus conocidas

dotes de negociador. Por entonces — febrero de 1557— los señores de
de C hucuito interpusieron u n a dem anda contra el recientem ente rehabi­
ra­ litado encom endero (con presunto apoyo de la Corona, pues los Lu-
to - paqa constituían una encom ienda real). Ellos pedían a Lucas que re-
or- ' nunciase a b u en núm ero de tributarios que eran m itm as de los Lupa-
tás qa. A plicando el riguroso tom a y daca que acom pasaba las variacio­
ili- nes de las encom iendas, Lucas M artínez se m ostró dispuesto a acce­
so- der a la petición de los señores del Collao, pero a cambio pidió el re­
3a- conocim iento definitivo d e su derecho a los tributarios de Cochuna.
’ a- Veamos las cosas en detalle.
cio Los señores de C hucuito reclam aban para sí los 144 tributarios
residentes en los pueblos de Auca e Inchachura (ver C uadro VIII),
co- presentados en la cédula de encom ienda como m itm as de A zapa y
de Lluta30. La petición de los L upaqa fue p resentada ante el m arqués de
ia- Cañete, aludiendo a sus posesiones de los valles de Sama y Locum ba,
vos entonces bajo la jurisdicción de A requipa.
La introducción del alegato Lupaqa se revela m uy interesante
y su cita, pertinente, pues ofrece una excelente ilustración sobre el
>40:
ana
funcionam iento del control vertical de diversos pisos ecológicos y
yr la la form a en que el régim en de encom iendas lo puso en peligro. Al
en mism o tiem po, deja fuera de d u d a la pertenencia de los m itm as en
íal-
>vo-

iu s - 30) N o tenem os certidum bre sobre la identificación actual del pueblo A uca, p ero sí
in- de la del otro pueblo de m itm as. Inchenchura debe ser el m ism o Inchachura o In-
chura qu e aparece en u n a provisión d ad a p o r el V irrey en 1661, sobre el tributo
102, q ue debían p ag ar los m itm as del Collao. Q uien cita esta provisión es Franklin
i la Pease, en u n a nota a su reciente artículo "La form ación del Taw antinsuyu: m eca­
¡les nism os d e colonización y relación con las u n id a d e s étnicas", publicado en el vo­
JU C lum en III, N ° 1, pp. 97-120 de la revista Histórica (en adelante Pease 1979). Allí
Pease identifica Inchachura con San Benito de Tarata.
11ió
ba,
ia-

r
173

cuestión a C hucuito y no A zapa y Lluta, com o se podría inferir m ecá­


nicam ente de la cédula d e 1540.

Por cuanto los caciques principales e yndios de rreparti-


m iento de Chucuyito questan en cabeza de su m agestad
m e hicieron relación diziendo que a las faldas de la sierra
do n d e es su naturaleza hazia la costa d e A requipa, de
tiem po antiguo acá tuvieron ciertos indios m itim aes con
ciertas tierras donde hazían sus sem enteras de m ayz, y tri
go e agies y otras com idas q u e ellos tienen para su sutenta-
ción por causa que en su tierra por ser tierra fría no se
siem bra lo suso dicho, e q u e los gouernadores pasados h a ­
bían e n co m en d ad o los d ich o s m itim a e s a p erso n as p a r­
ticulares e que como a m uchos años questan fuera de la p o ­
sesión dellos, avian padecido m ucha necesidad e de aquí
adelante la padecerían m uy m ayor si no rrem ediase, e te­
niendo relación del daño que a los dichos caciques se les
ha hecho y haze en el aver quitado los dichos m itim aes y
estar sin ellos y la gran utilidad y provecho que para su con­
servación se les siguirá, he dad o horden com o se le buelvan
y p articularm ente el pueblo d e A uca con el principal
nom brado A ura con cincuenta indios naturales del cacique
Cariapasa, y otro pueblo que se dice Inchenchura con un
prinzipal que se dize C anche natural del cacique Cariapasa
con noventa y quatro yndios con los dem ás que hubieren
m ultiplicado, que son naturales del dicho repartim iento y
están encom endados en Lucas M artínez Vegazo31.

En atención a las consideraciones anteriores, Lucas M artínez


renunció a los indios d e Auca e Inchachura en favor d e los señores de
Chucuito; en beneficio, en últim a instancia, del Estado. Esta renuncia
no fue necesariam ente una concesión gratuita, ni u n acto de puro des­
prendim iento. U n riguroso dam e que te doy norm aba el curso de las
variaciones que sufría la encom ienda. A cambio d e los m itm as que
volvían a q u ed ar bajo la jurisdicción d e Chucuito, Lucas M artínez re­
cibió los indios de Cochuna, que habían sido posesión de la reciente
fallecida Isabel Palla.

31) Barriga 1955: 299-301. Se trata de una "Provisión del V irrey Don H urtado de
M endoza a petición d e los caciques de C hucuito para que le devuelvan algunos
pueblos de la costa de A requipa". Casos sem ejantes se m encionan en M urra 1975
y Pease 1978.
174

El asunto resulta verdaderam ente interesante, en lo que a invo­


cación de derecho prehispánico se refiere. Lucas renunciaba a los tri­
butarios de Auca e Inchachura, por ser m itm as de los señores de C hu­
cuito, pero a cambio recuperaba la posesión efectiva y directa sobre
los de Cochuna. Pero si se recuerda la disputa con Silva, se verá que
aquella vez Lucas m ism o había esgrim ido el argum ento que luego
utilizarían los de Chucuito, pues los tributarios de C ochuna tam bién
eran m itm as del Collao y fue en m érito a esa cualidad que Lucas los
reclamó.
Esta encom ienda de Cochuna parece haber estado destinada a
cam biar de dueño perm anentem ente. Si un m es después de ganársela
a H ernando de Silva, Lucas la daba en dote a Isabel Palla, al mes de
haberla recuperado form alm ente, M artínez Vegazo cerraba negocia­
ciones con Juan de Castro (encom endero —entre otras cosas— de
Pica), para perm u tar la encom ienda de C ochuna por la de Pica. Co­
chuna se encontraba bastante m ás cerca de Socabaya (donde era enco­
m endero Juan de Castro) que Pica, ubicada en las cercanías de Tara­
pacá y colindante con la encom ienda de Lucas M artínez.
Los indios de Pica —argum entarían las partes concertantes—
pasaban m uchos ap u ro s en llevar su tributo hasta A requipa, desde
donde resultaba m uy difícil controlar aquél repartim iento y darle
doctrina. Por otro lado, Lucas M artínez —que tenía su centro de ope­
raciones m uy cerca d e Pica— podría asum ir el control y adoctrina­
m iento de aquellos tributarios con m ás facilidad que si se tratara de
los de Cochuna. Por iniciativa de Juan de Castro, principalm ente, am ­
bas partes se pusieron de acuerdo para intercam biar la encom ienda
de Pica po r la de Cochuna, de m anera que fuese m ás continua la
identidad geográfica de los grupos étnicos que com ponían sus respec­
tivos dom inios. U na cédula del m arqués de Cañete, librada en 1559,
oficializó el a c u e rd o 32.

32) Un año antes, el 20 de octubre d e 1558, Juan de Castro elaboró u n a inform ación
de testigos sobre la conveniencia d e efectuar el intercam bio, atendiendo a las ra­
zones q u e hem os aludido. D eclararon: D om ingo R odríguez, C ristóbal de Ville­
gas, Pedro de A yala, Lucas d e Salazar, G regorio A zelenque y Fernando de Salce­
do. T odos ellos afirm aron conocer bien am bas regiones y estar de acuerdo con la
perm utación de encom iendas. (Barriga 1955: 308-314). La provisión del m arqués
de C añete que tom aba en cuenta ésta y otras inform aciones levantadas con tal
p ro pósito fue librada, p rev io consentim iento de los curacas, el 29 de diciem bre
de 1559 (Barriga 1940: 287-292).
1'

Estam os ante u n caso bastante claro, en el cual el estado de c(


sas anterior a la invasión europea —basado en la dispersión de la p<
blación y orientado al m ejor aprovecham iento de recursos— fue su¡
tituido por u n m odelo destinado a hom ogeneizar los espacios geogr,
ficos controlados po r los encom enderos. Es evidente que estos últ
m os ya no podían controlar poblaciones tan dispersas, como sí lo h;
bían hecho anteriorm ente los curacas. T erm inarem os añ adiendo qr
este intercam bio particular parece no haber sido del todo equilibrad!
pues hacia 1562 Lucas M artínez intentó — sin éxito— deshacer i
arreglo, aduciendo que la riqueza d e am bos repartim ientos no ei
i g u a l 33.

Un últim o caso, no m enos interesante, d e cam bios en la ene


m ienda de Lucas M artínez: la d isputa que sostuvo con P edro Pizarr
sobre la posesión d e los m itm as C arangas q u e estaban asentados (
tierras d e los indios d e C odpa. A m bos encom enderos alegaban, p<
igual, tener derecho a aquellos m itm as y llegaron —en julio d e 1559-
a un singular acuerdo. Los indios C arangas asentados en C odpa <
condición de advenedizos (térm ino em pleado po r ql docum ento, qt
se hubieran instalado p o r propia iniciativa y no p o r órdenes del Inl
o de algún señor étnico, qued arían en p o d er de Pedro Pizarro. I
cambio, aquellos tributarios C arangas que hubieran sido asentados (
C odpa po r disposiciones del Inka o cualquier otro señor étnico (sup
nem os que Lupaqa) q u ed arían en posesión de M artínez Vegazo.
N o está en nuestro ánim o repetir consideraciones ya vertidas
propósito de casos vistos páginas atrás. Lo que llama» ah o ra.nuest
atención es la diferenciación entre estos m itm as C arangas asentad'
en el valle d e Codpa: unos, asentados p o r el Inka o algún podero;
señor étnico y otros, instalados en C o dpa p o r propia y autónom a ir
ciativa, tom ada seguram ente al am paro del desequilibrio del pod(
que para el m u n d o andino significó la invasión europea.
Al m om ento d e echarse a an d ar el régim en d e laencom ienda,
irregularidad salió a flote y los encom enderos, Pedro Pizarro y Luc
M artínez, llegaron a u n acuerdo que tom aba como principio jurídii

33) AGI Justicia 405. La anulación del arreglo n o p rosperó cuando m enos en vida c
Lucas M artínez, pu es h a d a 1565 su s m ayordom os seguían cobrando el tributo t
los indios de Pica.
176

discrim inatorio el hecho de tratarse de m itm as voluntarios, o m itm as


puestos por la autoridad nativa34.
Como se ha visto, no son pocas las variaciones que hem os podi­
do detectar en la encom ienda de Lucas M artínez Vegazo. A m anera
de recapitulación, term inarem os señalando que hacia 1565 poseía en
encom ienda los siguientes tributarios: los pueblos de m itm as en Are­
quipa (con excepción de los cedidos a H ernando de Silva a cam bio de
Cochuna), los de Tarapacá (sobre los cuales nunca tuvo discusión),
los de A zapa y Lluta en el corregim iento de Arica (m enos los m itm as
de Chucuito), los de lio (los cuales tam poco le fueron objetados), los
C arum as de Catari el Viejo (encom endados por Pizarro y recuperados
ante Vaca de Castro), los d e Pica (perm utados con Juan de Castro)
y los m itm as C arangas puestos en C odpa po r los señores étnicos (so­
bre los cuales llegó a u n arreglo con Pedro Pizarro).

La administración de la encomienda

O btenida la cédula de encom endero, los conquistadores debían


soltar por un m om ento la espada y fungir de hom bres de negocios.
Los había, quienes no tenían aptitud para otra cosa que no fuese em ­
p u ñ ar arm as. Estos p erderían pronto el patrim onio, a m enos q u e en­
contrasen m ayordom os honestos y leales. Tam bién había entre aque-

34) Es lam entable no contar con m ayor inform ación en torno a este caso: apenas dos
escrituras notariales. U na de ellas (ADA García M uñoz 1559-60: 371-v), fechada
el 23 d e setiem bre de 1559 deja entrever que el cronista Pizarro y M artínez Vega­
zo habían llegado a u n acuerdo y reafirm aban su v o lu n tad d e cum plirlo, p ero no
revela nada m ás. El otro docum ento —q u e contiene el meollo de la situación— es
un a carta de concierto firm ad a el 18 d e julio d e aquel año p or am bos encom ende­
ros, ante el notario G aspar H ernández.
Sin la oportuna intervención d e Franklin Pease, estaríam os hasta ahora ignoran­
tes de los térm inos de la disp u ta y arreglo entre n u estro personaje y el cronista.
El fue quien encontró el docum ento en u n a colección docum ental del extranjero,
y la fotocopió. En la nota 6 del capítulo V d e este trabajo nos hem os ocu p ad o de
la p érd id a y robo de docum entos vinculados al cronista Pedro Pizarro. T erm ina­
rem os agregando que el docum ento suscrito p or am bos encom enderos y extraí­
do p o r m anos inescrupulosas del legajo correspondiente a ADA G aspar H ernán­
dez 1558-60. h a term inado en Indiana: Latín American Manuscripts mss. Perú, Ma-
nuscripts D epartm ent, Lilly Library; Indiana U niversity, Bloomington, Indiana.
(Sobre C arangas y C odpa, p u ed e consultarse Stiglich 1922: 210-296).

\
177

líos invasores conquistadores, quienes — como Lucas— habían hecho


del ejercicio m ilitar una circunstancia adjetiva: su realización personal
tendría lu g ar como hom bres de em presa. A penas tres sem anas des­
p ués de que Francisco Pizarro firm ara en el Cuzco la cédula de enco­
m ienda, Lucas M artínez Vegazo se presentó ante las autoridades are-
quipeñas —acom pañado de cuatro indios principales— a tom ar p o se­
sión de su encom ienda35.
Siguiendo el m odelo de los juram entos d e fidelidad y vasallaje
ibéricos, M artínez Vegazo cogió po r la m ano a los cuatro principales,
m ientras Alcalde M ayor y escribano oficiaban el cerem onial corres­
pondiente. Al am paro del acta d e posesión suscrita en A requipa era
usual que el encom endero iniciase u n a visita a todos los pueblos y
principales d e su dom inio, en com pañía de un escribano y / o de un
clérigo. El objetivo era doble: asegurar la form alización de los víncu­
los d e dependencia, efectuando el ritual de posesión hasta con el más
m odesto principal, y cobrar conciencia d e la rentabilidad de la enco­
m ienda, averiguando los recursos disponibles de cada lugar.
C um plidos los objetivos, el encom endero tom aba las disposicio­
nes pertinentes a la adm inistración de su bien. El hecho evidente de
que sem ejante tarea rebasaba largam ente las posibilidades de una
sola persona resulta tanto m ás claro —en el caso particular de esta
encom ienda— si revisam os el m apa y reparam os en su m agnitud. Era
necesario contratar los servicios de otros españoles que se encargaran
de adm inistrar los recursos de la encom ienda, uniendo los distintos

35) La p rim era tom a de posesión tuvo lu g ar el 17 d e febrero de 1540, ante Garci M a­
nuel d e Carbajal y con A lonso de L uque p o r notario. Los curacas que acom paña­
ron a Lucas fueron: Pauca, M atax (no figuró ninguno con ese nom bre en la cédu­
la), C ayta (¿Ayta?) y C ullim aqui (¿Purim aqui?) (Barriga: 1955: 19). En cuanto a la
diferencia de nom bres entre los curacas, téngase presente que el m ercedario Ba­
rriga realizó u n a obra m onum ental de divulgación de fuentes, pero a veces (ge­
neralm ente con nom bres autóctonos) hizo paleografía de buen cubero.
C uando Lucas recuperó la encom ienda, 1557, fue preciso que tom ara nueva p o ­
sesión d e ella (AGI Justicia 443: 34v-35v). U na vez m uerto Lucas M artínez, los
aspirantes a heredar la encom ienda em prendieron m ía carrera inau d ita con los
representantes del fisco. Jerónim o d e Z urbano -—en nom bre d e la viuda de Lu­
cas— tom ó posesión de los indios de M artínez Vegazo en A requipa, prim ero, y
luego en cada uno d e los pueblos de la encom ienda. M ientras el fiscal le seguía
los pasos —a veces con apenas m in u to s de diferencia— contradiciendo las tomas
de posesión (AGI Justicia 443: 87v-94r).
178

pueblos o residiendo en ellos. C onseguir este estratégico servicio no


resultaba problem ático: a estas alturas, cada uno de estos flam antes
encom enderos contaba con un séquito de hom bres de confianza, esos
criados a los cuales daba casa y com ida (adem ás de algún salario si le
prestaban algún tipo especial de servicio) o aquellos auxiliares califi­
cados, que fungían de secretarios y llevaban cuentas.
Los m ayordom os que contrató Lucas M artínez (para adm inis­
trar sus indios, recoger el tributo, tom ar cuentas, etc.), fueron bastante
num erosos y sus nom bres han desfilado a lo largo de su biografía.
Lucas pesó m uchos criterios, antes de depositar su confianza en ellos
y elegirlos. Uno de sus m ayordom os era su propio herm ano, otros
eran viejos cam aradas, com pañeros de intereses. Tam bién los había
paisanos venidos de España con algún tipo de recom endación espe­
cial —o vínculo pre-establecido—, dispuestos a servir al exitoso hom ­
bre de em presa y colocarse bajo su dosel de su prosperidad.
O bservando en m ayor detalle el elenco de m ayordom os de M ar­
tínez Vegazo, advertim os un hecho singular: la existencia de todo un
grupo fam iliar de adm inistradores puestos a su servicio. Se trata de
los Valencia, fam ilia proveniente de Trujillo de Extrem adura, quienes
a lo largo de varios años sirvieron —junto con otros m ayordom os—
a M artínez Vegazo36.
El tronco de esta fam ilia de m ayordom os estuvo conform ado por
M artín de Valencia y Pedro Alonso de Valencia: dos prim os herm a­
nos que llegaron al Perú —entre 1540 y 1544— para trabajar con Lu­
cas. M artín de Valencia había sido enviado po r el socio Alonso Ruiz y
cabe suponer que desde 1540 sirvió a M artínez Vegazo. Pedro Alonso

36) N o sabem os si entre Lucas M artínez y los V alencia existía algún vínculo d e p a ­
rentesco. El hecho de que ni él ni M artín d e V alencia lo m anifestaran expresa­
m ente en sus respectivos testam entos, abona en favor de u n a negativa. A ntes de
descartar toda posibilidad, recuérdese que la m adre de Lucas se llam aba Francis­
ca d e Valencia lo que induce a pen sar en vinculos sanguíneos lejanos. C abe tam ­
bién la p o sibilidad de que los Valencia hayan sido fam iliares de A lonso Ruiz, el
socio d e Lucas quien precisam ente envió a M artín de Valencia al Perú. La infor­
m ación sobre los V alencia se apoya fu ndam entalm ente en el testam ento d e uno
d e ellos, M artín d e Valencia, y en el del prop io Lucas M artínez: ADA Juan d e To­
rres 1562-65: s /n ., y AGI Lima 124, respectivam ente. Tam bién hay inform ación al
respecto de los V alencia en BNP a,30: 78v-80r. U na excelente visión general sobre
los m ayordom os d e las encom iendas p u ed e encontrarse en Lockhart 1968: 22 y ss.
17

p u d o haber llegado entonces o después, lo cierto es que en 1544 y;


estaba encargado de adm inistrar —desde A requipa— los asuntos vin
culados a la encom ienda de Lucas.
Al cabo de cierto tiem po, M artín de Valencia se encargaba di
velar po r los intereses del encom endero desde la ciudad de Arica, si
prim o Pedro Alonso residía en Tarapacá —como m ayordom o princi
pal de aquella región—, Gonzalo de Valencia (hijo de M artín) habí
pasado tam bién al Perú y servía a Lucas como el que m ás, mientra
u n herm ano suyo —Carrascalejo— trabajaba en las m inas de M ari
nez Vegazo. H abía pues po r lo m enos cuatro Valencias adm inistrar
do los bienes de Lucas y trabajando para él.
La posición de m ayordom o — como lo ha señalado acertad;
m ente Lockhart— era una de las m ás bajas en el rango de la socieda
hispánica colonial. Pero teniendo en cuenta la sociedad colonial en s
conjunto, dicha situación no significaba carecer de cierto patrim oni
ni era ajena a algunos privilegios. M artín d e Valencia era p ropietar
de una chacra que había com prado en Paucarpata, tenía u n a india c
servicio y tam bién u n negro esclavo. De todas m aneras, estas adquis
ciones eran el resultado, finalm ente exitoso, d e u n a larga serie de pi
vaciones.
La vida de los m ayordom os era bastante m ás precaria que la <
sus em pleadores. M ientras el encom endero (al cabo de un cierto tier
po de haberse ocupado personalm ente de sus asuntos) residía en 1
grandes ciudades —entre criados, pajes y m ozos—, los m ayordom
estaban obligados a perm anecer en los pueblos de indios, com partie
do a veces las d u ras condiciones de vida de éstos.
Esto últim o nos m ueve a p ensar que, en la generalidad de 1
casos, los m ayordom os tuvieron a su cargo la cara desagradable c
trabajo d e la encom ienda. Esto es, asum ir la coerción sobre la pob'
ción indígena, para asegurar la producción de la renta. N o puede di
cariarse —m enos para los años en que los corregidores no habí
asum ido a ú n a p lenitud el cobro del tributo— la posibilidad de que
presencia de los m ayordom os haya cabida a m ecanism os de sobre*
plotación. Si los encom enderos se distraían y los curacas no protes
ban, los m ayordom os podían hacer de las suyas.
El pago po r el servicio de m ayordom o no era desdeñable,
viuda d e Pedro Alonso de Valencia cobró 600 pesos por el servicio i
180

su m arido, correspondiente a u n año. Tiem po después, Gonzalo de


vn Valencia cobró 650 pesos por 7 m eses de adm inistración. Estas sum as
resultaban tanto m ás gratificantes p ara los m ayordom os, cuanto que
4 y.i no incluían gastos de casa y com ida, que corrían por cuenta del enco­
v in m endero37.
Entre los Valencia y Lucas M artínez parece haber existido una
.1 di' I relación de confianza y m utuo apoyo, que inducen incluso a sospe­
t, su I char la existencia de algún vínculo de parentesco, eventualm ente por
inci I el lado de la m adre de Lucas: doña Francisca de Valencia. A falta de
abí.i I docum entos que prueben este lazo sanguíneo, la relación entre Lucas
itras I y los Valencia estuvo llena de m uestras de estrecha confianza.
artí i Asi lo evidencia el hecho de que M artín de Valencia le hubiera
ran . » prestado a Lucas dos b arras de plata — valoradas en 500 pesos— p a­
ra ayudarlo a sufragar sus gastos judiciales y sin haberlo hecho firm ar
ada I ningún recibo. En su testam ento, M artín de Valencia expresó su con­
'dad fianza en que Lucas M artínez no se negaría a saldar esta d eu d a a sus
n su j herederos, d ad a su condición de b u e n cristiano. T am bién son pruebas
m ió, I de esta relación las disposiciones del testam ento de Lucas M artínez,
tario I en las cuales hace donación d e m il pesos y m ás a G onzalo de Valen­
a do I cia y a la viuda de P edro Alonso de Valencia, po r el servicio que le
uisi- I habían prestado el p a d re y el m arido, respectivam ente. Resulta por
■pri últim o significativo que Lucas M artínez eligiera a Gonzalo de Valen­
cia como depositario de sus bienes —u n a vez m uerto— y le encar­
a do I gase la m isión de llevarlos personalm ente a E sp a ñ a 38.
iem I Entre los m ayordom os había jerarquía. El que residía en Arequi-
n las I • pa tom aba cuentas al d e Arica, quien a su vez se las dem andaba al
irnos I m ayordom o de Tarapacá. La actividad de estos hom bres era m últiple
don I

2 IO S I 37) Para tener una mejor idea de la capacidad adquisitiva que suponía u n sueldo de
m ayordom o anotarem os que p o r la m ism a época, Lucas M artínez pagó 417 pe­
í del I sos po r la com pra de 21 yeguas, 250 p o r la hechura d e u n barco y 150 p o r el servi­
jbla- I cio de u n mozo d e espuela (ADA G aspar H ern án d ez 1558-60: 149r-150r; 235v-
dos- I 236r; 129v-130r).
bían I 38) La generosidad postrera de Lucas M artínez alcanzó tam bién a otros m ay o rd o ­
m o s y aún a sus herederos si aquellos hubieran fallecido. Sin em bargo, no se
no I.) I p u e d e generalizar librem ente a p a rtir d e este caso, p u es la docum entación del
'O C X - I XVI m u estra otras situaciones en las cuales encom enderos y m ayordom os no
esta I ajustaban su s cuentas con claridad. R ecuérdese —com o nota saltante sin d u d a —
el caso del m ay o rd o m o d e Diego C enteno, que valiéndose d e u n a argucia legal
dejó a los h ered ero s de C enteno sin u n solo peso (López 1970).
. La I
o do I
181

y sobre ellos pesaba la responsabilidad del funcionam iento de la en­


com ienda. C ontrataban a otros españoles para realizar algún tipo de
trabajo calificado, bien como vaqueros, yegüerizos o m olineros, bien
com o responsables de las fundiciones y los hornos en las m inas, o
para el m anejo de la cordonería de Arica.
Los m ayordom os disponían las actividades de estos em pleados
y se encargaban de pagarles sus salarios, así como de dotarlos de ali­
m entos y casa. Tam bién tenían a su cargo el trabajo de los yanaconas.
Los turnos de trabajo, los salarios y los cultivos a los cuales se dedica­
ría esa fuerza de trabajo, eran establecidos a través de los m ayordor-
nos. C onstantem ente enviaban hom bres de Arica a Tarapacá y Are­
quipa con recados, alim entos y agua, que a veces —como en las m i­
nas— era preciso transportar desde distancias lejanas. Recogían el di­
nero y la plata de la encom ienda y la em barcaban en los puertos de
Arica, lio, Iquique o Chulé con destino a Lima. Tam bién se encarga­
ban d e tom ar cuenta a los m aestros que tenían a su cargo los barcos
d e Lucas M artínez. Program aban el trabajo d e los negros esclavos, los
m andaban buscar cuando éstos huían, o los curaban cuando caían en­
fermos.
La principal actividad de los m ayordom os, sin em bargo, estaba
vinculada a la recolección del tributo. En los tercios de San Juan y
N av id ad —en junio y diciem bre— , los curacas d e los distintos repar­
tim ientos debían entregar un determ inado volum en d e productos, se­
gún la tasa. Parte de estos productos debían entregarlos en Arequipa
o Arica, parte en sus propias tierras, hacia donde tenía que m ovilizar­
se el m ayordom o o algún otro em pleado.
U na vez cobrado e inventariado el tributo, se procedía a su dis­
tribución. U na parte — considerable o no según el tipo de producto—
se reservaba p ara el consum o de los em pleados de la encom ienda y
el pago de fuerza de trabajo, m ientras que el resto era lanzado al m er­
cado p ara convertirse en dinero. Este m ercado estaba fundam ental­
m ente localizado en Potosí, im portante asiento m inero y colosal cen­
tro colonial de consum o de m ercancias. Periódicam ente, los m ayordo­
m os organizaban verdaderas expediciones d e ganado, ropa, ají, pes­
cado, etc., que em prendían desde Arica la subida hacia Potosí, por el
cam ino que poco m ás adelante sería la ruta habitual del azogue.
El dinero resultante de esta operación de venta era cambiado por
182

alguna otra m ercancía, destinado al pago de fuerza de trabajo y —


final y m ayoritariam ente— enviado al encom endero, esto es, destinado
fuera de la encom ienda.
Periódicam ente los m ayordom os tenían que rendir cuentas estric­
tas, pues el encom endero o sus parientes vigilaban celosam ente sus inte­
reses. Precisam ente disponem os de u n docum ento en el cual se reseña la
rendición de cuentas que hizo G onzalo de Valencia39.
Se presentó ahí en form a m uy detallada la relación de productos
que los indios le entregaron, así como el dinero que se obtuvo m ediante
operaciones de m ercado o gracias a la producción de plata de las m inas
de Tarapacá. Asim ism o, las cuentas de Valencia consignaron el uso y
destino que tuvieron el tributo y el dinero.
En base a esa inform ación, nos hem os anim ado a esbozar u n
ordenam iento estadístico sobre el funcionam iento de la encom ienda en
u n corte sincrónico, ubicable hacia 1565. Los siguientes capítulos —de­
dicados al tributo y al dinero— pretenden echar luz sobre los m ecanis­
m os económ icos y sociales que se articularon dinám icam ente dentro de
la encom ienda.

39) A G N D erecho In d íg en a y E ncom ienda, Legajo 2, C uaderno 15. En ad elan te se lo


citará así: A G N DIE L2 C15. Se trata d e cuentas ren d id as ante A lonso G a rd a Ve­
gazo en Arica, hacia 1565, sobre siete m eses d e funcionam iento d e la encom ien­
da. Estas cuentas fu ero n p resen tad as posteriorm ente — ya m u erto Lucas M artí­
nez— en el juicio q u e los h erederos del encom endero siguieron contra G onzalo
de V alenda; el últim o d e los m ayordom os d e Lucas.
CAPITULO VIII

EL T R I B U T O Y SU O R G A N I Z A C I O N

P rim eram en te d a re y s vos el dicho cacique prin cip al c


yndios del dicho repartim iento, en cada un año al dicho
vuestro encom endero, ciento c cinquenta vestidos de ropa,
la m itad de lana e la m itad de algodón...
Yten dareys en cada u n año ochocientos hanegas de maiz;
e si el encom endero quisiere, pondreysle las quatrocientas
hanegas dcllas en térm inos de Tarapaca, e las otras quatro­
cientas en vuestras tierras...
Ytem dareys en cada u n año ochenta ovejas, la m itad pacos
e dan d o m achos no se os p id an hem bras... (Tasa de Tarapa-\
cá, A G N DIE L2 C15).

Tributo y encomienda

El establecim iento d e encom iendas, expresión clara del contacto


com pulsivo entre indígenas y españoles, generó una am plia red de
relaciones económ icas y sociales: ella condicionó la interacción de los
elem entos indígena y español y el com portam iento jn te rn o de las dos
"repúblicas", sobre cuya base se levantaría y perduraría la sociedad
colonial. En m edio d e esta dinám ica, el tributo indígena desem peñó
u n papel fundam ental: representaba el excedente de producción que
m antenía a los europeos y sus ciudades. El tributo llegó a cobrar tan-j
ta im portancia en la sociedad peruana, que sobrevivió al derrum ba­
m iento político del sistem a colonial L
En lo que toca a la encom ienda, podem os afirm ar prácticam ente
sin reservas, que el tributo indígena constituyó la savia m ism a de
aquella institución. C ualquier encom endero interrogado sobre cuál
era su renta habría respondido: "el tributo que m e dan m is indios".
La im portancia estratégica del tributo indígena y los consecuentes
abusos y desm anes de los encom enderos —obsesionados con la idea
de encontrar cajamarcas o cuzcos a la vuelta d e cada cerro— m ovie­
ron a la Corona y sus funcionarios a d eterm inar con exactitud qué
cosas podían exigir los encom enderos d e sus encom endados y cuáles
no, esto es, a confeccionar una tasa del tributo.
El régim en de las encom iendas —verdadero señuelo p ara quie­
nes se habían aventurado a venir los prim eros— fue puesto en m ar­
cha antes de que se hubiera confeccionado u n a tasa del tributo, antes
de tener u n a idea precisa sobre el volum en dem ográfico de cada re­
gión. La articulación norm ativa d e la encom ienda, cuya colum na ver­
tebral era la tasación de los tributos, tuvo que hacerse con el régim en
de la encom ienda en pleno funcionam iento y contra la voluntad de
los encom enderos, indispuestos ante la posibilidad de ver lim itadas
sus atribuciones.
U na cédula real prom ulgada en 1537 en Valladolid y pregonada
al año siguiente en las incipientes urbes coloniales —Lima, Cuzco,
A requipa, Trujillo— expresó con claridad los inconvenientes que su­
ponía dejar el tributo librado a la voluntad de los encom enderos, a su
capacidad para presionar y ejercer coerción sobre sus cu racas2.

1) T anta fue la im portancia del tributo, que sobre él se organizó b uena p arte d e la
v ida colonial. La ren ta de la adm inistración, p o r ejem plo, reposaba fuertem ente
en el tributo indígena, de m anera tal que las crisis del sistem a tributario afecta­
ron seriam ente al aparato burocrático. Q uien desee u n a presentación de la rela­
ción existente entre el tributo y el com ercio colonial la encontrará viendo la tesis
d e Javier Tord, El corregidor de indios del Perú: comercio y tributos, (en adelante
T ord 1974). Téngase presente que el tributo indígena se convirtió en u n elem ento
tan sustancial p ara la sociedad p eru an a, q u e sobrevivió al derrum bam iento del
E stado colonial.
2) Ya en fecha tan tem prana com o noviem bre d e 1536, la C orona expresó su m ales­
ta r respecto a los térm inos en que se estaba d esarro llan d o la relación entre enco­
m en d a d o s y encom enderos.
En las "O rdenanzas p ara el gobierno y buen tratam iento d e los indios en los re-
185

A quel docum ento ordenaba que los funcionarios del rey confecciona­
ran cuanto antes u n a relación de pueblos y tributarios, así como d e lo
que estos últim os debían dar a sus encom enderos.
Pero el Perú de 1538 —y aún el d e u n a década después— no
reunía las condiciones necesarias p ara la aplicación d e esta disposi­
ción. Las rebeliones indígenas y las gu erras entre los españoles im pi­
d ieron toda suerte de funcionam iento d e lo q u e la disposición oficial
ordenaba y dejaron la relación entre indios y españoles librada —m ás
que el azar— al caprichoso juego de o p ortunism os e intereses particu­
lares y oficiales3.
D urante los años anteriores a la adm inistración de Pedro de la
Gasea — gestor de la prim era tasa general d e tributos— los encom en­
deros dem andaron de sus tributarios lo q u e quisieron, sin que m edia­
se lím ite norm ativo alguno. Carecem os d e d ato s concretos sobre lo
que Lucas M artínez percibió de tributo, entre 1540 y 1548. Solam ente

partim ientos y penas a los encom enderos q u e n o los cum plan o que lo contrario
hicieran" (Barriga 1955: 4-7), se hace hincapié en la n ecesidad d e enviar religiosos
a las encom iendas, la prohibición d e m altrato s a los indios, el resp eto a los indios
vacantes, cuidado de puentes, aguas y tierras, p ero n o se alude en m odo alguno
al tributo. La cédula es del 30 d e noviem bre d e 1536 y u n a atenta lectura perm ite
vislum brar en cada entrelinea los excesos que los encom enderos com etían y la
ausencia de un régim en jurídico que los p u d ie ra lim itar.
La cédula de 1537 —a la que aludim os en el texto— d ata d el 7 d e diciem bre (Ba­
rriga 1955: 8-11). Este docum ento fue m ás preciso respecto a la opresión y grave
daño de que eran objeto las poblaciones recientem ente encom endadas:
"... nos som os ynform ado que por aver estado todos los yndios d e esa p ro v in ­
cia encom endados a diversas personas e no estar tasados los derechos e tributos
que los yndios de cada pueblo han d e pagar, los españoles q u e los han tenido en­
com endados les han llevado m uchas cosas de m ás can tid ad d e lo q u e deven e
buenam ente p u ed en y deben pagar, d e que se an seguido y siguen m uchos in ­
convenientes en gran daño de los n aturales de esa provincia, lo cual cesaría sy
por nuestro m an d ato estuviese tasado y sabido los tributos que cada uno avía
de pagar".
3) N o existe todavía u n estudio integral sobre la form a en la cual la población in­
dígena fue afectada p or las guerras civiles, a p esar d e la p ro d ig alid ad de que la
inform ación de los cronistas hace gala. En la cédula en la cual Pedro de la Gas­
ea, tras la sofocación d e la rebelión de G onzalo Pizarro, encom ienda a Jerónimo
de Villegas el repartim iento que había sido de Lucas M artínez, se recom ienda
otorgar a los indios u n año de gracia en el p a g o del tributo a fijarse "porque con
las guerras y alteraciones p asadas que en estos dichos reinos han havido quedan
los naturales dellas dism inuidos, cansados e faltos d e com ida" (Barriga 1955:
127).
186

sabem os que, en cierta ocasión, am enazó de m uerte a sus curacas, si


no Je m ostraban la m ina del S o l4. Referencias de otros lugares dejan
fuera de d u d a la im agen de sobreexplotación, —casi confiscación—
de que estuvieron im pregnados los prim eros años de la encom ienda.
Uno de los curacas d e H uánuco declaró enfáticam ente, que ap e­
nas hubieron llegado los españoles les fue dem andado a los indígenas
un tributo superior al que daban al Inka y que los tributos eran reco­
gidos por la fuerza —azotes y otras cosas de por m edio—, sin ningún
tipo de orden o n o rm a 5. Los señores de Cajam arca declararon que
desde 1535 habían entregado a su encom endero —el conocido Mel­
chor V erdugo— cuatro planchas de plata diariam ente, adem ás de
ropa, m aíz, ají, coca, yanaconas, etc.6.
Las Leyes N uevas y la rebelión de los encom enderos incubaron

En el capítulo III hem os p o d id o observar cómo d u ran te la rebelión gonzalista y


estando Lucas ausente de su encom ienda, enem igos suyos, el capitán A ntonio de
Ulloa y sus h om bres an d u v iero n p o r Tarapacá y los alrededores causando serios
destrozos.
John V. M urra (1975: 246) m uestra, en su análisis del q u ip u presentado p or los
señores d e H atu n Xauxa, las huellas q u e en la contabilidad indígena dejaron, en
respectivas inclusiones, Francisco Pizarro, A lonso d e A lvarado, Pedro A lvarez
de H olguín, A lm agro el M ozo, Vaca d e Castro, G onzalo Pizarro y Pedro d e la
G a se a .
4) R ecuérdese el capítulo II d e este trabajo, d onde hem os p resen tad o —gracias al
recuerdo d e P edro Pizarro— aquella curiosa puja entre M artínez V egazo y sus
curacas, p o r el descubrim iento d e la m ina del Sol.
5) El inform ante fue d o n Juan C h u ch u y au ri y su testim onio fue p resentado en oca­
sión d e la Visita de la Provincia de León de Huánuco en 1562, hecha p o r Iñigo Q rtiz
de Z úñiga en tiem pos d el conde de N ieva y publicada en 1972 p or la U niversi­
d a d N acional H erm ilio V aldizán, en dos tom os (en adelante O rtiz d e Zu-ñiga
1972).
La evidencia que hem os glosado en el texto dice, a la letra, lo siguiente: "... luego
que los españoles entraron en esta tierra les pidieron llevar m ás tributos de lo
q u e solían d a r al y nga y se lo llevaban p o r la fuerza dándoles de azotes y hacién­
doles otros m alos tratam ientos les llevaban lo que tenían y les daban todo lo que
pedían sin tasa ni o rd en diciéndoles que eran ricos y que p u es lo daban al ynga
se los diesen tam bién a ellos no teniendo consideración a tratarlos com o el ynga
los trataba y así los dejaron desposeídos de ganado de su tierra y de p lata y de
todos cosas" (O rtiz de Z úñiga 1972: II, 59-60).
6) A juzgar p o r lo ex p u esto p o r W aldem ar Espinoza Soriano en "El prim er infor­
m e etnológico d e C ajam arca" publicado en el nú m ero 11-12 de la Revista Peruana
de Cultura: 5-41, la cantid ad d e los productos que V erdugo dem an d ó fue bastan­
te alta. "... en 1567 y luego en 1572-1574, con quip u s en m ano y testigos de sobra,
1871

en u n caldo de cultivo cargado de sobre explotación, en el cual los e n -l


com enderos ejercían tal control ilim itado sobre sus tributarios que i n - |
cluso ponían en peligro la estabilidad de las au to rid ad es y funciona-1
ríos que — siem pre d etrás de los conquistadores du ran te la cam pa-1
ña— encontraban tropiezos en su afán de im ponerles luego el acata-l
m iento de sus norm as. La crisis política estalló entre 1544-1549 y d e l
sus alcances nos hem os ocupado en el tercer capítulo de este trabajo. I

La tasa del tributo

Recién después de sofocada la rebelión de G onzalo Pizarro y I


los encom enderos —d u ran te la adm inistración del Pacificador Pedro!
de la Gasea— se p u d iero n m aterializar los proyectos de confeccionar
una tasa del tributo. Es verd ad que desde m u y tem prano los españo-j
les hicieron indagaciones sobre curacas, pueblos y tributarios, pero no
fue hasta 1549-50 que se logró establecer la tasa del tributo de todas!
las encom iendas del P e rú 7.
La Gasea com isionó a tres personajes que se habían destacado
políticam ente de diverso m odo: p o r su posición eclesiástica — el arzo­
bispo Jerónim o de Loayza—, p o r la d u reza y el celo evidenciados en
el cum plim iento de la ley y el ejercicio del cargo público — el licencia-;
do A ndrés de Cianea— y po r su avanzado conocim iento de la situa­
ción indígena y la defensa de los indios, el dom inico fray D om ingo de
Santo Tomás. Ellos debían "entender en hacer la tasa de los tributos
que los repartim ientos de los dichos reynos han de d ar a sus enco­
m enderos" 8 . .

los indígenas aclararon haberle en treg ad o diariam en te cuatro planchas de p la ta '


d esd e 1535 a 1539; centenares d e piezas de ro p a d e cum pi; m iles de fanegadas
de maíz; m iles de cestos d e ají y de coca; m iles de perdices y d e gallinas; ojotas,
llam as y yanaconas" (Espinoza Soriano 1967: 24). M ayores detalles sobre Mel­
chor V erdugo se en contrará en el artículo d e J . A . del Busto, "El capitán Melchor
V erdugo encom endero de C ajam arca", en Revista H istórica 24 (en adelante Del
Busto 1959).
7) Sobre las prim eras visitas parciales y las instrucciones sobre la visita general de
1540 se encontrará inform ación en E spinoza Soriano 1967: 9-16. Franklin Pease,
en Del Tawantinsuyu a la historia del Perú: 49-62 (en adelante Pease 1978), ha pre­
sentado u n a reseña bastante m ás com pleta sobre las diferentes visitas que se
efectuaron d u ran te el XVI, su s m otivaciones y características.
8) Asi lo explicitan sus instrucciones, copiadas en el juicio seguido ai m ayordom o
A su vez, estos tres personajes dispusieron la visita de los dis­
tintos pueblos y repartim ientos, con el objeto de poder determ inar
qué productos y en qué cantidades debían entregar los indios a sus
encom enderos. El resultado fue una visita general de los repartim ien­
tos y la constitución —po r prim era vez— de una tasa de tributos p a ra
cada uno de ellos. Estas tasas (cuyas imperfecciones d esnudó la p ra­
xis de los años posteriores) estuvieron vigentes, •—punto m ás, punto
m enos— hasta la im plantación de las ordenanzas toledanas: p u n to de
partida de una adm inistración central robusta y estable.
Fue en este contexto que los tributos de la encom ienda de Lu­
cas M artínez fueron tasados por prim era vez. N o podem os precisar
quién fue la persona encargada de recorrer Arica, Tarapacá, lio y C a­
rum as, en cum plim iento de la disposición antes señalada. Podem os
suponer que se trató de algún distinguido vecino de A requipa, como
ocurrió en otras encom iendas. La tasa fue finalm ente aprobada y fir­
m ada po r los tres personajes com isionados p o r La Gasea, el prim ero
de m arzo de 1550 en la ciudad de Lima9.

d e L u c a s M a r tín e z (A G N DIE L2 C15: 2 5 1 r). EnLa encom ienda en el


Perú, de M. B elaúnde G uinassi (Belaúnde G uinass 1945) Los apuntes sobre la
realidad social de los indígenas del Perú ante las Leyes de Indias d e M. V. Vi-
llarán (Villarán 1964) y la reciente publicación d e R onald Escobedo, El tribu­
to indígena en el Perú (siglos X V I - XVII) (Escobedo 1979), se p u e d e encon­
trar una presentación de la docum entación oficial respecto a la tasa de los tri­
butos.
9) En el m om ento en que se hizo la tasa, Lucas acababa d e p erd er la encom ienda
como consecuencia d e su filiación gonzalista. La recuperaría años d esp u és y go­
zaría de sus frutos hasta el día de su m uerte, siem pre bajo la vigencia d e esta tasa
m andad a hacer p o r La Gasea.
La suposición sobre la id en tid ad del visitador está ap oyada en la inform ación
que consigna Keith Davis en las p áginas 19 y ss. de su libro The rural domain of the
city of Arequipa, 1540-1655 (en adelante, D avis 1974). T om ando com o referencia
docum entos publicados p o r Barriga, este autor afirm a que Garci M anuel d e Car-
bajal y H ernán R odríguez d e H uelva visitaron el repartim iento d e M achaguay en
C ondesuyos, m ientras M iguel R odríguez de C antalpiedra y M artín López (¿de
Carbajal?) tuvieron a su cargo la visita del valle d e A requipa y el repartim iento
de C abana en Cailloma. C ualquiera d e ellos, o algún otro vecino d e igual rango
p u d o h aber efectuado la visita de la encom ienda que nos interesa Keith, adem ás,
llam a la atención sobre algunos m ecanism os poco objetivos de la tasación.
A su vez, G u illerm o G aldós R o d ríg u ez, al p re s e n ta r la "V isita a A tico y
C aravelí (1549)" en la Revista del Archivo General de la Nación N ° 4-5, año 1975-
1976: 55-80 (en adelante G aldós 1976) ofrece u n a visión general sobre los ante-
189

Los C uadros I, II, III, IV, ofrecen la inform ación ordenada de


los tributos que los tasadores fijaron para los repartim ientos de Tara­
pacá, Arica, lio y C arum as.

CUADRO 1

TASA DE TARAPACA 1550

Categoría Unidad Cantidad

ropa pieza 150


m aíz fanega 800
trigo fanega 12
aves unidades 240
huevos u nidades 1,300
puercos unidades 20
carneros unidades 80
ovejas un id ad es 80
cueros unidades 15
cántaros unidades 100
pescado seco arrobas 150
sebo arrobas 4
sal cargas 40
aceite cántaros 15
servicio indios 20
g u ard a de ganado indios 10

Fuente: A G N DIE L2 C15

ceden tes de las visitas que, en 1549, se hicieron en las encom iendas de Arequipa.
La de la encom ienda d e Lucas M artínez sigue perdida. Solamente conocemos la
tasa y la fecha en que fue aprobada, p rim ero de m arzo de 1550, como consta en
AGN DIE L2 C15: 250r-271v.
190

CUADRO II

TASA DE ARICA 1550

Categoría Unidad Cantidad

ropa piezas 60
m aíz fanegas 600
trigo fanegas 400
frijol fanegas 12
coca cestos 20
ají cestos 200
aves unidades 300
huevos unidades 2,080
puercos unidades 12
carneros unidades 30
ovejas unidades 100
cueros unidades 25
sogas unidades 2
pescado seco arrobas 200
sebo arrobas 3
hilo ovillos 36
sal cargas 40
aceite cántaros 18
servicio indios 12
g u ard a de ganado indios 10

F uente: AGN DIE L2 C15


CUADRO III

TASA DE ILO 1550

Categoría Unidad Cantidad

ropa piezas 120


m aíz fanegas 300
trigo fanegas 300
frijol fanegas 10
ají cestos 100
aves unidades 200
perdices u nidades 150
h uevos u n id ad es 1,560
puercos u nidades 10
m antas unidades 6
m andiles un id ad es 6
lonas u nidades 2
*00

sogas unidades
o

pescado seco arrobas 400


alparg atas pares 20
servicio indios - 8
g u ard a de ganado indios 10

Fuente: AGN DIE L2 C15


CUADRO IV

TASA DE CARUMAS 1550

Categoría Unidad Cantidad

ropa piezas 30
m aíz fanegas 300
trigo fanegas 200
frijol fanegas 12
coca cestos 60
ají cestos 100
sebo arrobas 12
aves un id ad es 200
huevos unidades 2,080
puercos u nidades 12
corderos unidades 15
carneros unidades 25
ovejas u n id ad es 50
hilo ovillos 36
alpargatas pares 20
sal cargas 15
servicio indios 15
guarda de ganado indios 10
cultivo de sem enteras fanegas 18

F uente: A G N DIE L2 C15

Llam a la atención que la tasa no incluía pago alguno en dinero,


pues en otras tasas —tam bién sancionadas p o r La G asea— el pago de
dinero constó expresam ente en el tributo. La posibilidad de una m uti­
lación en la copia d e las 4 tasas —com o explicación de la ausencia del
tributo en m etálico resulta u n poco difícil de creer, desde que los m a­
yordom os d e Lucas M artínez no cobraron tributo de plata a los in­
dios, ni lo reclam aron. Se d esp ren d e de todo esto, que la tasa de 1.a
Gasea no fue term inante, ni uniform e respecto al tributo en metálico:
en algunos lugares lo consideró (Chinchaycocha en la Sierra Central)
y en otros lugares lo eliminó.
A nte la no inclusión del m etálico en el tributo de la encom ienda
de Lucas M artínez Vegazo, se nos ocurren dos posibles explicaciones:
a) que la riqueza de los abundantes y variados productos agropecua­
rios adscritos al tributo era suficiente com o para exim ir a los trib u ­
tarios del pago en metálico y b) que hacia 1550 la avidez de los espa­
ñoles po r las ricas m inas del sur determ inó que los indígenas perdió
ran todo acceso a ellas10. Sería interesante llegar a com probar esto
últim o.
R eparem os en algunos detalles de los cuadros. La variedad de
los productos del tributo era m uy am plia, si se tiene en cuenta que la
tasa abarcaba algunos tan disím iles como ropa y m aíz —en un extre­
m o— y sebo, hilo y alpargatas, en el otro. En m edio de esta diversi­
d ad , la tasa de Arica era la m ás variada (com prendía u n total de 20

10) El pago d e oro y p lata a los encom enderos es tan antiguo com o la institución
mism a. Los indios de Atico d aban sem analm ente 70 pesos d e oro de m inas a su
encom endero, los de A ym araes 30, los de C aravelí 50 pesos de oro en polvo.
Todo esto antes d e que se hubiese pro m u lg ad o la tasa d e La Gasea, esto es,
cuando el tributo estaba librado a la v oluntad del encom endero (Galdós 1975-76:
74-75).
En "C am bios en la tributación en u n a encom ienda del su r peruano: com para­
ción de las tasas d e La Gasea y Toledo", Etnohistoria y antropología andina: 33-39
(en adelante Trelles 1978), sosteníam os la creencia de que la tasa de La Gasea h a­
bía elim inado del tributo, de m anera general, el metálico. La op o rtu n a adverten­
cia de la señora M aría Rostw orow ski de Diez Canseco, ap oyada en "La Visita de
Chinchaycocha" (Anales de la Universidad del Centro, en adelante Rostworowski
1975) y en la n um erosa evidencia que sobre la tasa de La Gasea posee, nos ha
hecho ver con claridad que la elim inación del m etálico en el tributo (que luego
Toledo restau ró en forma general), solam ente tuvo lugar en determ inadas enco­
m iendas. Se abre la interrogante en torno a los elem entos discrim inatorios, cuya
averiguación p u e d e arrojar resultados sorprendentes.
Sobre el tributo en general — tanto tributo en dinero com o en productos— se
encontrará num erosas referencias en el libro d e N athan W achtel. Los vencidos.
Los indios del Perú frente a la Conquista española (1530-1570), (en adelante Wachtel
1976). Sobre tributo en din ero W achtel 1976: 162-65, 167, 172-75, passim. Sobre
tributo en productos, W achtel 1976:107-110,159-60,17,180-81 passim.
194

rubros distintos) seguida po r la d e C arum as con 19, lio con 17 y Tara­


pacá con 16.
Si m edim os la m ayor o m enor diferencia entre tasas tom ando en
cuenta el tipo de productos tributables —y no solam ente el núm ero
de categorías— las tasas m ás afines eran las de Arica y C arum as11. A
pesar de coincidir am bas tasas en la incorporación de las m ism as ca­
tegorías tributables, se pu ed e apreciar una diferencia significativa en­
tre ellas, especialm ente si atendem os a la cantidad en que se tributaba
cada producto: otro criterio para .avaluar la m ayor o m enor afinidad
entre las tasas. La tasa de Arica era de m ayor volum en, sobre todo en
lo correspondiente al trigo, el m aíz, la ropa y el ganado. En aquellos
rubros la tasa d e C arum as alcanzó volúm enes apenas cercanos a la
m itad, sino m enos, que los d e Arica.
Correlacionando los distintos volúm enes del tributo con el as­
pecto dem ográfico (444 tributarios en Arica, contra 249 de C arum as),
qu ed a claro — una vez m ás— que tributo y población estuvieron es­
trecham ente vinculados. U na conclusión análoga pu ed e desprenderse
de la observación d e q u e las tasas m ás diferenciadas entre sí — las de
lio y Tarapacá— corresponden a los grupos étnicos de constitución
dem ográfica m ás distinta: el prim ero contaba con 194 tributarios, el
segundo con 90012.
La variedad de las categorías tributables hace necesario agruparlas
de un m anera que perm ita u n a com prensión m ás cabal de la configu­
ración global del tributo. A tendiendo po r igual al elem ento cuantitati­
vo y al cualitativo, distinguim os entre productos generales — adscritos
a las cuatro tasas— y productos particulares, incluidos apenas en una;
entre productos m ayores —d e alta cotización en el m ercado m oneta­
rio— y m enores: ajenos a éste y destinados a u n consum o interno.
Excepción hecha de las aves y los huevos —de evidente consu­
m o dom éstico— las categorías tributarias incluidas en las cuatro tasas

11) Los in d io s de C aram as tributaban corderos y alpargatas, p ro d u cto s que los de


A rica n o tenían in d u id o en sus tasas. En contrapartida, éstos tenían adscrito a su
tributo aceite d e lobo de m ar, que los de C arum as no estaban obligados a dar. En
lo d em ás am bas tasas eran iguales, difiriendo solam ente en las cantid ad es de
cada p ro d u cto .
12) La tasa d e lio in d u ía , en condición de p ro d u cto s exdusivos, frijoles, ají, sogas,
m antas, lonas, m ástiles, slpargatas y perdices. En cam bio, p ro d u cto s como sebo,
sal, aceite, carnero, ovejas, cueros y cántaros figuraban en la tasa de Tarapacá
m ás no en la d e lio.
1

— fuerza d e trabajo, ropa, m aíz y trigo— corresponden a mercancía


altam ente cotizadas en el m ercado m onetario. C onstituían lo que p<
dría considerarse com o productos m ayores y generales del tributo
E ntre productos particulares y m enores la corelación es m ucho mi
ñor. Estaban adscritos a la tasa de un solo g rupo étnico las perdicc
de lio, tam bién los cántaros de Tarapacá y los corderos de C arum a
Los productos que hem os llam ado m enores, aquellos ajenos al mere,
do m onetario (aves, huevos, cueros, sal, frijoles y papas), fueron de
tinados al consum o interno de la encom ienda, si de alim ento se trat
ba, o desaparecieron progresivam ente de la tasa.
De los párrafos anteriores se d esp ren d e que u n a comparacic
entre las tasas debe hacerse teniendo en consideración distintos fa
tores. Som os de la opinión que los elem entos m ás im portantes en
calificación del tributo son la m agnitud en que se tributaba la categ
ría correspondiente y el volum en dem ográfico del g ru p o étnico
cuyo tributo ésta estuvo adscrita. En atención a una clarificación de
com paración, hem os convertido las cantidades absolutas d e cada c
tegoría en función de una cantidad constante d e 100 tributarios. El r
sultado es el cuadro siguiente, que perm ite com parar el conjunto d
tributo, de los cuatro repartim ientos po r cada centenar d e tributario;

CUADRO V

TASA DE LA ENCOM IENDA DE LUCAS MARTINEZ, POR


CA DA 100 TRIBUTARIOS 1550

Categoría Medida Tarapacá Arica lio C arum as Genera,

ropa piezas 16 13 61 12 20
m aíz fanegas 88 150 154 120 111
trigo fanegas 1 9 154 80 51
frijoles y
papas fanegas 26 2 5 4 2
coca cestos — 5 — 24 4
ají cestos --- 45 51 40 22
aves
dom ésticas u n id ad 26 67 103 80 52
perdices u n id ad — — 77 — 8
196

huevos u n id ad 144 47 804 835 416


puercos un id ad 2 2 5 4 3
corderos u n id ad — — — 6 1
carneros u n id ad 8 6 — - . 10 8
ovejas u n id ad 8 22 — 20 12
cueros u n id ad 1 5 — — 2
cántaros u n id ad 11 — — — 5
sogas u n id ad — 0.4 41 — 4
lonas u n id ad — — 1 — 0.1
pescado seco arrobas 16 45 206 — 42
sebo arrobas 0 .4 0 .6 — 4 5
hilo ovillos — 8 — 14 4
m antas u n id ad — — 3 — 0 .3
m andiles u n id ad — — 3 — 0 .3
alpargatas pares — — 10 8 2
sal cargas 4 8 — 15 5
aceite d e lobo cántaros 1 4 — — 1
servicio indios 2 3 4 6 3
guarda de
ganado indios 1 2 5 4 2

C antidad absoluta de
tributarios 900 444 194 249 1,787

Fuente: A G N DTE L2 C15; A G I Ju sticia 401; B arrig a 1955: 29

El tributo en funcionamiento

Gracias a la conservación del juicio seguido po r los herederos


de Lucas M artínez y los curacas contra la persona que tuvo a su cargo
la adm inistración de la encom ienda d u ran te 1565, podem os observar
la dim ensión precisa del cum plim iento del tributo, 15 años después
de su puesta en m archa, así com o el uso que se le otorgó, esto es, la
form a en que se consum ió la renta de la encom ienda13.

13) U na copia del juicio, incom pleta a u n q u e ab u n d an te en folios, se en cu en tra en el


archivo d el Perú, el ya citado AGN D1E L2 C15. Se entiende que, salvo indicación
expresa en contrario, las afirm aciones y conclusiones sobre el tributo d e esta en­
com ienda — contenidas en las páginas siguientes— se apoyan en ese expediente.
En la m e d id a en q u e sea necesario, darem os al lector referencias m ás precisas so­
b re el n ú m e ro d e los folios en que se en cuentra alg u n a inform ación de interés
particular.
197

M artínez Vegazo m urió sin q u e G onzalo de Valencia hubiera


rendido cuenta de los tributos, que le habían entregado los indígenas
y que habían estado a cargo de éste, en su condición de adm inistra
dor de la encom ienda Valencia se vio en aprietos pues ni los curacas
ni los parientes de Lucas M artínez estuvieron d e acuerdo con el ba
lance que presentó y em prendieron acción judicial contra él: los cura
cas por restitución de bienes, los parientes de Lucas por rendición de
cuentas.
La defensa d e Valencia — do cu m en tad a con el parecer de los
allegados a la adm inistración de la encom ienda— giró en torno al he­
cho de que algunos gastos del tributo eran indocum entables —sobre
todo los de consum o interno— y q u e el m ism o Lucas M artínez, en
vida y conocedor de la realidad de la encom ienda, había consentido
que las cuentas se presentasen como Valencia lo hacía. Finalm ente el
m ayordom o fue encontrado culpable d e algunos cargos m enores, atri
buidos m ás a la negligencia que al dolo.
A nosotros nos interesa de m anera especial el que Valencia fue
ra obligado a docum entar, con precisión, la cantidad y género de los
p roductos que los indígenas habían trib u tad o en 1565 y —con igual
detalle— la m anera en que la adm inistración d e la encom ienda había
dispuesto de ello. En base a esta inform ación es posible efectuar un
seguim iento del funcionam iento del tributo en 1565, observando am ­
bos m ovim ientos: el pago del tributo p o r parte d e los indígenas, que
en nuestros cuadros llam arem os "cargo" — siguiendo las categorías
del balance presentado po r el adm in istrad o r— y el uso que se hacía
de la renta d e la encom ienda, que en los cuadros aparecerá bajo la ca­
tegoría "descargo".
Em pecem os con la ropa, u n p roducto que en la encom ienda an­
dina desem peñó u n rol extrem adam ente prioritario. El hecho de que
los tasadores d e tributo iniciaran la tasa en um erando la ropa en pri­
m er lugar no hace m ás que reflejar el reconocim iento a la increíble
im portancia que en la econom ía prehispánica tuvo la ropa 14. En el si-

14) Sobre el punto, hay acuerdo general e n tre los estudiosos. En 1958 John M u­
rra ofreció una cabal síntesis sobre la im portancia d e los tejidos, en el Segundo
C ongreso d e H istoria del Perú, con la ponencia "La función del tejido en va­
rios contextos sociales y políticos". Este ap o rte d e M urra p u ed e encontrarse
en las páginas 145-170 de Formaciones económicas y -políticas del mundo andino"
guíente cuadro se pu ed e apreciar cuál era el tributo de ropa de los
cuatro grupos étnicos, cuya tasa conocem os y cuánta ropa estuvo a
cargo de Valencia en 1565.

CUADRO VI

ROPA DE LA ENCOM IENDA

Piezas 1550 1565

Lugar Tasa % Cargo %

Tarapacá 150 42 155 64


lio 120 33 15 6
Arica 60 17 — —
C arum as 30 8 50 21
Pica — — 20 9

TOTAL 360 100 235 100

F uente: A G N DIE L2 C15

Salvo 75 piezas de lana que entregaban los de Tarapacá y 15 de


los de C arum as (suponem os que de ahuasca a falta de especificación
del docum ento en contrario), las dem ás piezas de ropa del tributo
eran confeccionadas con algodón, como corresponde a la ecología de
la región. La tasa fijó adem ás, norm as precisas con arreglo a las cuales
debían confeccionarse la ropa 15.

(en adelante M u rra 1975). La ro p a p o d ía ser de algodón (generalm ente en la


Costa) o de lana de auquénido. En este últim o caso, se dividía en ro p a d e a h u a s­
ca —pro d u cto casero—• y ro p a de cumbi: producto de acabado fino.
15) C ada vestid o constaba d e cuatro partes: m anta, camiseta, anaco (?) y líq u id a (por
Uiqlla, seguram ente). La m anta debía m edir dos varas de ancho y dos v aras y un
cuarto de largo. La cam iseta de un vestido de hom bre debía tener una v ara y u n
octavo d e largo y de ru ed o dos varas m enos u n octavo. El anaco de la m ujer era
de la m ism a m ed id a de la m anta, m ientras que la lliqlla m edía vara y m edia de
ancho y v ara tres cuartos d e largo. Confeccionada con arreglo a estas indicacio­
nes la ro p a debía finalm ente ser puesta p or los indios en casa del encom endero
(AGN DIE L2 C15: 251v. 256v, 261v, 266r, 266v).
199

Por cada 100 tributarios, los de C arum as debían entregar 12 pie­


zas de ropa, los de Arica 13, los de Tarapacá 16 y los de lio — sin
d u d a los m ás agobiados respecto al tributo de ropa— 61 piezas. Es
evidente que en este últim o caso los tasadores se excedieron, pues en
1565 los d e lio estaban en condiciones de cum plir solam ente con el
13% d e su tributo de ropa. Los d e T arapacá en cam bio, habían logra­
do com pletar su tributo, los C arum as dieron incluso m ás ropa de la
que la tasa norm aba y sobre Arica, lam entam os carecer d e inform a­
ción p re c is a 16.
C om parando los cuadros pu ed e advertirse cómo, quince años
d esp u és de su form ulación, la tasa del tributo no era cum plida a ca-
balidad. La observación de las dem ás categorías del tributo confirm a
este desequilibrio: las cantidades q u e los indígenas tributaron fue ge­
neralm ente inferior a lo que la tasa ordenaba. En cualquier caso, estos
desajustes eran a veces tan evidentes, que los propios indígenas y el
representante del encom endero se ponían d e acuerdo para m odificar
la tasa: se aum entaba o dism inuía el volum en de determ inados pro ­
ductos, en atención a las reales posibilidades de los indios o a las m a­
yores o m enores d em an d as del encom endero. C ualquier revisión de
protocolos notariales entre 1550 y 1570 ofrecerá m uestras de litigios

16) En cuanto a las 115 piezas d e ro p a que les faltaba tributar a los d e lio, téngase
presente q ue la tasa les facultaba en cam bio a entregar lonas, en caso de no p o d er
cum plir con la confección d e ropa. Así ocurrió en 1565, p u es en lu g ar d e la ropa
q ue faltaba, entregaron 10 lonas p a ra el barco d e Lucas M artínez (AGN DIE L2
C15: 421r).
Respecto a la ro p a de A rica, V alencia aclaró, en el m ism o folio, q u e no se hacía
cargo d e ella p u es los tributarios no la habían entregado. El adm in istrad o r se re­
m itió com o p ru eb a a u n a declaración de q u ip u s hecha p o r los curacas de Arica.
A nosotros no s q u ed a la d u d a sobre si los de A rica carecían p or com pleto de
ropa, o si, com o verem os o currir con frecuencia, habían entreg ad o la ropa a otra
persona acreditad a p o r Lucas M artínez.
En el extrem o opuesto se encontraban los C arum as, quienes entregaron a V alen­
cia 50 piezas d e ropa, aun cuan d o la tasa los obligaba a trib u tar solam ente 30. El
p ropio V alencia se encargó, felizm ente, d e aclarar la situación recordando, m ien­
tras se hacía cargo de la ro p a d e los C arum as, cóm o D iego G utiérrez —otrora
encargado de ciertos asuntos de Lucas M artínez— les había au m entado 20 pie­
zas d e ro p a a éstos, dism in u y én d o les en descargo la tasa del ganado y otras co­
sas (AGN DLE L2 C15: 421). La inclusión en este cuadro de tributos de Pica, cuya
tasa no conocem os se debe al hecho —ad v ertid o en el capítulo anterior— de que
estos indios se incolporaron p osteriorm ente a la encom ienda de Lucas M artínez.
200

entre encom enderos y encom endados, respecto a desacuerdos sobre


la pertinencia de los productos y / o volúm enes establecidos por las ta­
199 sas17.
¿Cuál era el destino d e las piezas de ropa que al final de cuentas
pie- alcanzaban a entregar los indios? El cuadro siguiente nos ofrece infor­
-s in m ación al respecto.
i. Es Destaca el hecho de que la m ayor p arte de la ropa se destinase a
s en la venta. Las piezas de ropa eran llevadas a Potosí y colocadas a un
n el
gra- CUADRO Vil
e la
ma- DESCARGO DE LA ROPA
1565
iños
ca­
ima Concepto Piezas %
ge­
stos Venta 192 59
y el Pérdida 100 31
icar Yanaconas y negros 27 8
3ro- Diezmo 6 2
ma-
. de TOTAL 325 100
pos
Fuente: A C N DIE L2 C15

5ase
xier
opa 17) Un ejemplo. Los curacas A rones y su encom endero Juan d e San Juan, tenían u n
a L2 litigio sobre desacuerdos de la tasa d e los tributos. El corregidor d e A requipa,
por orden del m arqués d e Cañete, h izo u n a n u ev a tasa de los A rones, m odifican­
ada d o d e esta m anera la tasa anterior, contem poránea d e la que venim os estu d ian ­
i re- do. Los indios apelaron y obtuvieron u n a retasa, hecha p o r los O idores de la A u­
*ica. diencia. N o obstante el encom endero seguía cobrando el tributo d e acuerdo a la
>de tasa del corregidor y no con arreglo a la de la A udiencia. Los curacas A rones y
atra Juan de San Juan llegaron finalm ente a u n acuerdo definitivo. El encom endero
d aría a los curacas u n a chacra d e seis fanegadas a orillas del río de A requipa, al
len- tiem po que renunciaba a 100 fanegadas d e trigo de la tasa. En co ntrapartida, los
i. El curacas levantaban cualquier dem anda que p u d ie ra n tener contra su encom ende­
en- ro. A sí fue suscrito p o r am bas partes el 10 d e julio d e 1563 (ADA G arcía M u­
ora ñ oz 1563-64: 326r-333r).
>ie-
co-
lya
|ue
z.
201

un precio de 4 pesos cada una. Esta cotización d e la ropa hacia 1565


resulta considerable, si tenem os en cuenta que un lustro después la
tasa toledana valoró la pieza de ropa —de la m ism a encom ienda en
2 pesos solam ente. ¿Fue una subvaluación conciente d e los productos
andinos, hecha con el objeto de obligar a los tributarios a entregar
m ás piezas de ropa? ¿Representan los 2 pesos de diferencia el costo y
ganancia que suponía la venta de la ropa en Potosí? Las respuestas
esperan todavía m ayor información.
La diferencia entre los totales del cargo y el descargo se debe a
la pérdida de 100 piezas de ropa extraviadas en el barco de Lucas
M artínez cuando se las traía de Tarapacá junto con la dem ás ropa de
la tasa. Tenem os fundam ento para asum ir qu e el destino d e esta ropa
perd ida, hubiera sido tam bién la venta 18.
Si la ropa se perdió cuando iba a ser vendida, cabe suponer que
en condiciones norm ales el porcentaje de ropa de la encom ienda ven
dida en Potosí hubiera sido bastante m ás elevado, alcanzando even­
tualm ente u n nivel del orden del 90%. Sem ejante índice confirm a la
im portancia de la ropa, esta vez en el contexto de la econom ía colo­
nial. Sin d u d a la presencia y cercanía de Potosí era u n aliciente sufi­
ciente como para convertir a la ropa en u n producto básicam ente de
exportación destinado a ser consum ido en los m ercados exteriores a
la e n c o m ien d a 19.

18) C uan do m enos, en el juicio contra Valencia se dispuso que, —en caso de no
poderse probar fehacientem ente su p é rd id a —, el m ayordom o respondiese de
ella com o si efectiv am en te la h u b ie ra v e n d id o (A G N DIE L2 C15: 421 v-
422r, 271 v).
19) Téngase presente que la ropa era uno d e los p ro d u cto s d e m ejor cotización en el
m ercado m onetario. Cálculos hechos en base a precios d e tributos rem atad o s p or
los Oficiales Reales de A requipa, entre 1555 y 1571, ubican a la ro p a d e cum bi co­
tizada en prim er térm ino y a la de algodón en cuarto lugar: debajo d e la coca y el
ganado de la tierra y p o r encim a d e la cotización del m aíz y del trigo (Davies
1974: 29).
La comercialización d e la ropa p u e d e advertirse tam bién en el n o rte del Perú. En
"La ropa del tributo d e las encom iendas trujillanas en el siglo XVI" (Historia y
Cultura, N ° 7, Lima 1974:107-127), Jorge Zevallos Q uiñones estudia el ingreso de
la ropa d e tributo al m ercado. Encom endero y com erciante aparecen ahí como
entidades separadas. Las características d e la ro p a d e hom bre y m ujer son simila­
res a la de la encom ienda que estudiam os. Zevallos Q uiñones anota, finalm ente,
que la m ayoría de consum idores d e la ro p a del tributo estaba constituida p o r in­
dios forasteros.
202

Por últim o, la poca ropa de Valencia, no llegó a vender fue des­


tinada —diezm o al m argen— a vestir a los yanaconas y negros de
Lucas M artínez. En este últim o caso, la ropa era utilizada tam bién
como parte d e pago de fuerza de trabajo. Las cartas de servicio -—tan
frecuentes en los protocolos notariales arequipeños— revelan hasta
qué punto este uso de la ropa era prácticam ente u n a convención ge­
neralizada, en la segunda m itad del siglo XVI.
Veam os ahora la situación del ganado: u n elem ento de im por­
tancia análoga a la de la ropa y, obviam ente, vinculado a é s ta 20. En la
tasa de 1550, el ganado fue adscrito al tributo de 3 de los 4 reparti­
m ientos. Al m om ento de evaluar el tributo, los tasadores efectuaron
una distinción expresa entre carneros, ovejas y corderos, como lo
m uestra en detalle el cuadro siguiente:

CUADRO .VIII

TASA DE GANADO Cabezas


1550

Lugar Tarapacá % Arica % Carumas °¡o Total %


categoría

ovejas 80 50 100 77 50 55 230 60.5


carneros 80 50 30 23 25 28 135 3 .5
corderos — — — — 15 17 15 4 .0

TOTAL 160 130 90 380


% 42.1 34.2 23.7 100

F uente: AGN DIE L2 C15

20) La im portancia de los au q u én id o s en la econom ía and in a d e todos los tiem pos,


no necesita ser dem ostrada. Sobre los "Rebaños y pastores en la econom ía del Ta-
h u an tin su y o ", se h allará una excelente síntesis en M urra 1975:118-144. También
en el capítulo ded icad o a los rebaños de su libro La organización económica del Es­
tado inca, (en ad ela n te M urra 1977). Sobre el tem a de la g anadería y pastoreo an­
d inos y su s características contem poránea, Jorge A. Flores Ochoa ha com pilado
v arios e im p o rtan tes trabajos, bajo el título d e Pastores de puna / uywamichiq
■punarunakuna (en ad elan te Flores Ochoa, ed. 1977).
20

¿Cuál era el criterio discrim inante en la calificación del ganado


Ovejas eran aquellos auquénidos cuya crianza estaba destinada a 1
producción lanar, esto es, alpacas. Los españoles entendieron por caij
ñeros, aquellos auquénidos utilizados para el transporte de carga
esto es, llam as. Las llam as pequeñas, cuya carne era especialmenlj
agradable, eran conocida com o corderos de la tie rra 21.
G anado y ropa an d u v iero n de la m ano en la tram a económid
de la encom ienda. N o nos parece casual que Tarapacá sea sim ultl
neam ente la región con m ayor tasa de ropa y de ganado. Lo que I
nos sorprende es que los tasadores no hubieran considerado ropa di
lana en el tributo de los de Arica, si era precisam ente el grupo étnid
con m ayor tasa de ovejas. Algo no cuadra en esta situación, tanto m i
si recordam os que en 1565 los tributarios de Arica no entregaroj
ropa. Los tasadores fueron especialm ente exigentes con los de Ario
pu es les dem an d aro n 22 ovejas por cada 100 tributarios, contra 20 <
C arum as y solam ente 8 de Tarapacá.
Podem os encontrar u n a posible explicación, si entendem os ¡
desajuste entre tasa y realidad —en Arica— a la luz d e la incorpoi
ción, dentro del grupo étnico tasado, d e m itm as de C hucuito que lu
go fueron devueltos a la jurisdicción del lago. Este hecho dism inuj

21) Las tres fu n d o n e s del g an ad o eran: transporte, provisión d e lan a y provisión i


carne. José d e A costa, en su Historia natural y moral de las Indias, editado en 19
p o r el Fondo d e C ultura Económica, establece d aram en te esta distinción en el
bro IV, cap. 41, p. 337: "De los pacos y guanacos d el P erú [ . . . ] la carne de es
es buen a au n q u e recia; la de los corderos es d e las cosas m ejores y m ás regalm
que se com en p ero gástase poco en esto p o rq u e el principal fru to es la lana p
hacer ropa, y el servicio d e traef y llevar cargas".
Las definiciones de lo q u e era u n cordero, u n carnero o u n a oveja (hablando
auquénidos, se entiende) n o estaban del todo claras ni correspondían exactan»
te a la ace p d ó n que los m ism os térm inos tienen, c u an d o se alu d e a ganado eü
peo. Un ejem plo del g rad o de confusión d e la percepción europea del ganado |
dino lo constituye la siguiente definición del térm ino "oveja" tom ada d el Dici
nario de autoridades (Real A cadem ia E spañola 1724-1963): "Se llam a en el reina
Chile ciertos anim ales de carga que se crían en el país, sem ejantes a los camal
no tan vastos, y sin corcoba. Son blancos, n eg ro s o pardos. Tienen el labio su|
rior h en d id o y p o r allí escupen a los que los irritan, y d o n d e llega su saliva lu
luego sarna. Tienen el cuello largo d e tres palm os, el cual juegan con gran lig<
za p ara defenderse d e los que les hacen m al, escupiendo. Su lana es finísima )>
texidos y dicen que antes que entrasen las m uías, araban con ellos" (III, 66, tq
quinto).
204

considerablem ente la capacidad tributaria de aquella región de la en­


20,1 comienda.
O tra singularidad q u e el cuadro m uestra es la inclusión de cor­
nulo? I deros, llam as tiernas d e carne agradabte, solam ente en la tasa d e los
i a la I Carum as. Estos últim os parecen haber tenido u n a capacidad ganade­
r ca i | ra superior a la estim ada pues, com o se recordará, hacia 1565 los Ca­
ar>;.i, I rum as —que com partían con Tarapacá la tributación de ropa ahuas-
■UMltO I ca— entregaron m ás ropa de la que la tasa de 1550 les había adscrito
originalm ente.
imic.i I Lam entablem ente, Valencia no hizo distinciones entre el ganado
mltá I que los indígenas tributaron en 1565, lo que nos p riva d e un m ayor
u e sí I nivel de detalle. De cualquier form a, la m anera en que los indígenas
?a d r [> cubrieron el tributo en ganado ofrece aspectos de m ucho interés.
tnico I
t m ás I CUADRO IX
;aron I
Vrica, I CARGO DEL G A N A D O
>0 do I 1565

os el I Procedencia Cabezas %
p ora- 1
; lúe-1 Tarapacá 173 50
nuyó I Arica 100 29
C arum as 55 16
Pica 20 5
ión do I
n 1940 I
TOTAL 348 100
n el li-1
: estas I Fuente: A G N DIE L2 C15
aladas I
a para I
N uevam ente aparece Tarapacá en prim er lugar, a p o rtan d o la
ido de I m itad de todo el ganado trib u ta d o 22. En el extrem o opuesto se ubica­
amen- ron los indios de Pica, que cubrieron solam ente el 5% del ganado re­
i euro- cogido en 1565. Los de C arum as h ab ían cum plido con el 61% de su
do an- tasa ganadera, m ientras el tributo de los d e Arica había alcanzado un
Diccio-
ino de
«ellos 22) Los de Tarapacá tributaron incluso 13 cabezas d e gan ad o m ás de lo que estaban
supe- obligados, a cam bio d e los 20 puercos que tenían d e tasa y no p o d ían tributar
i hace (AGN DIE L2 C15:422r).
igerc-
i para
tomo
205

o rd en del 77%. Pero no podem os tom ar estos índices en forma literal.


El cobro del ganado estuvo sujeto —como pocos productos del tribu
to— a cam bios y peculiaridades.
En el m om ento del descargo, Valencia reveló sorprendentes d e ­
talles en torno a la form a en que los de Pica habían satisfecho las oxi
gencias de la tasa. Afirmó que las 20 cabezas de ganado d e las cuales
se hacía cargo, no le habían sido entregadas efectivam ente. Los de
Pica, im pedidos de tributar ganado — o eventualm ente no dispuos
tos a ello— le habían entregado en realidad el equivalente m onetario
de aquella cantidad de ganado, a razón de seis pesos corrientes cada
c a b eza23.
Hacia 1565 esta práctica parece haber sido poco m ás com ún de
lo pensado. Las 100 cabezas de ganado que en el C uadro IX figuran
com o tributadas po r los indios de Arica fueron objeto de igual m uta­
ción. Tam bién en este caso los indios d e Arica entregaron plata co­
rriente, en lugar de las 100 cabezas que form aban parte de su tasa, a
razón, esta vez, de seis pesos y dos tom ines cada u n a 24.
De m anera que resulta del o rden del 34.5 % el volum en del
ganado registrado nom inalm ente com o entregado, pero pagado en
realidad en metálico. ¿Qué se pu ed e esconder detrás de esta sitúa
ción? ¿Cuál es el volum en real del ganado que efectivam ente fue en
fregado po r los indígenas? D escontando los 13 carneros que los de
Tarapacá habían entregado en lugar de puercos, el pago de la tasa de
ganado en 1565 se había cum plido — real y efectivam ente, sin sustitu­
ciones m onetarias— apenas en u n 57%. Este índice de cum plim iento
es m uy bajo. La ropa, había sido pag ad a en un 65% respecto a las can­
tidades indicadas p o r la tasa, m ientras otros productos —el ají y el
pescado seco— alcanzaron índices de cum plim iento del orden del
78% y 82% respectivam ente. En consecuencia, no cabe d u d a que el
ganado era — con arreglo a las cargas tributarias— u n bien escaso
hacia 1565.

23) A sí lo confirm aban las propias declaraciones de los indios y así constaba tam ­
bién en la cuenta d e p lata corriente, d o n d e él, Valencia, respondía p o r los 120 pe­
sos q ue rep resentaban esta form a especial d e tributación (AGN DIE L2 C15:
423r).
24) De los 625 pesos corrientes que resultaban de esta operación se hacía también
cargo Valencia, en la cuenta de plata corriente (AGN DIE L2 C15: 423r).
La explicación de este fenóm eno ofrece diversas alternativas. Es
posible suponer que la riqueza ganadera de estos pueblos dependía
tam bién del acceso a cam pos de pastoreo ubicados en tierras m ás al­
tas y que este acceso y control se vieran progresivam ente m erm ados,
al ritm o de la desarticulación general de la econom ía andina. H ay que
tener tam bién en cuenta la existencia de ganado en la costa, que rápi­
dam ente desapareció. N o se p u e d e tam poco descartar que la tasa de
1550 haya fijado cantidades sim plem ente excesivas -—im posibilitando
rápidam ente el cum plim iento del tributo—, ni hay po r qué suponer
que las causas deban ser excluyentes. Por otro lado, u n a revisión so­
m era de los protocolos notariales de la época m uestra que no era ex­
traña la com ercialización del ganado de la tierra, efectuada por los
curacas de m anera directa. C uracas de C abana, C ondesuyos y Lari
vendieron carneros d e la tierra a precios variables, entre 1565 y 1567.
¿H acían los de Arica y Pica lo m ism o?
Téngase presente que en otros repartim ientos, la encom ienda
real d e Yanque Collaguas, p o r ejem plo, la sustitución de cabezas de
ganado de la tasa por dinero estaba institucionalizada y servía en la
práctica como m edio de enriquecim iento del C orregidor y sus agen­
tes, quienes term inaban beneficiándose con la com ercialización del
g anado25.
Podría hacerse una últim a suposición, en el sentido de que, sien­
do esta venta tan u sual y debido al estratégico rol que el ganado d es­
em peñaba en las econom ías d e los pueblos encom endados, los cu­
racas prefirieran m an ten er el poco ganado del que aú n disponían pre­
servándolo —a cualquier precio— del pago del tributo. L am entam os
la carencia de evidencias lo suficientem ente fuertes como para asegu­
rar cuál d e estas líneas de explicación fue la que en últim a instancia
determ inó esta sustitución del ganado por dinero, al m om ento de p a ­
gar el tributo.
En el siguiente cuadro podem os apreciar la form a en la cual Va­
lencia rin d ió cuentas del ganado que había cobrado.

25) Los d ocum entos relativos a la comercialización del ganado p o r los curacas se en­
cuentran en ADA García M uñoz 1565-1566: 236, G aspar H ern án d ez 1567: 289r,
290v, 338r-338v. La inform ación sobre la especulación con el ganado d e Y anque
C ollaguas se en cu en tra en el artículo de Juan Carlos Crespo, "Los C ollaguas en la
Visita d e A lonso Fernández de Bonilla" (en adelante C respo 1977), publicado en
el volum en Collaguas I: 53-92, cuyo editor es Franklin Pease.
207

CUADRO X

DESCARGO DEL GANA DO


1565

Concepto Cabezas %

Recibido en dinero 120 35


Venta, en Potosí 95 27
Venta, tocados de carache 67 19
M uertos, cam ino a Potosí 61 18
Diezmo 5 1

TOTAL 348 100

F uente: A G N DIE L2 C15

D escontando los 120 carneros de Arica y Pica, d e existencia solo


nom inal, resulta m ás elevado a ú n (68%) el porcentaje de ganado en­
viado a vender a Potosí. Es evidente que la cercanía de u n m ercado
tan im portante com o este asiento m inero atraía el ganado del tributo.!
P ensam os que los 67 carneros tocados de carache tam bién habrían
sido enviados a Potosí, de no haber estado enferm os. A pesar de la
enferm edad, estos carneros lograban colocarse en el m ercado, aunque
al reducido precio de 3 pesos ensayados cada u n o 26.
V olviendo a los carneros vendidos en Potosí, direm os que su
precio alcanzaba u n a cotización notoriam ente m ayor, del orden de los
cinco pesos ensayados. Si com param os esta cantidad con los seis pe­
sos del ganado su stituido po r los indios de Pica y los seis pesos y
dos tom ines de los de Arica, resulta claro que — en todo caso— la sus­
titución de ganado del tributo p o r dinero se efectuaba a un costo

26) Esta enferm ed ad del carache parece haber p reo cu p ad o mucho al ad m inistra­
d o r Valencia, p u es p agó 3 pesos corrientes a"tres yndios, que fueron a la puna
a u er el ganado de la tierra y curar el carache que tenían" (AGN DIE L2 C15:
434v, 423v).
208

m uy alto p ara los indios, que estacan pagando incluso m ás del equi­
valente del cam ero puesto en Potosí 27.
O tro producto de im portancia eran los cereales. El m aíz desem ­
peñó una función económ ica de prim er orden en las sociedades agra-

CUADRO XI

M AIZ DE LA ENCOM IENDA


Fanegas

Lugar Tasa 1550 % Cargo 1565 %

Tarapacá 800 40 482.5 31


Arica 600 30 470 30
lio 300 15 150 10
C arum as 300 15 238 15
Pica — — 100 6
G uaylacana — — 120 8

TOTAL 2,000 100 1,560. 5 100

F uente: A G N DIE L2 C15

27) Llevar el ganado hasta el asiento m in ero su p o n ía el desplazam iento d e varios


hom bres, con los consiguientes costos. Juan de R odas — uno de los em pleados de
Lucas M artínez— fue quien se encargó d e llevar y entregar el gan ad o en cues­
tión, recibiendo en pago la sum a de 65 pesos corrientes. U n indígena recibió u n
peso d e pago p o r juntar a los indios q u e debían ir a Potosí a v en d er el gan ad o y
la ro p a del tributo. Al final resultaron ser seis indios los integrantes d e la expedi­
ción dirigida por Rodas, los cuales recibieron —en conjunto— sesenta pesos p or
sus servicios. Estos eran los costos aproxim ados, en pagos, q u e sup o n ía la v en ta
de ro p a y ganado en Potosí. P ara los anim ales, las condiciones del viaje n o p a re ­
cen h ab er sido del todo bu en as y seguras, p u es d e las 156 cabezas de g an ad o que
partieron , el 39% m u rió en el cam ino (AGN DIE L2 C15: 435v, 44Qr, 442v). En un
reciente artículo de John M urra, "La correspondencia en tre u n 'capitán d e la
m ita' y su ap o d erad o en Potosí", en la revista boliviana Historia y Cultura, N ° 3:
45-58 (en ad elan te M u rra 1979), se p u ed e apreciar la venta d e carneros de la tie­
rra en Potosí y los riesgos del viaje.
200

rias andinas, al punto de aparecer en algunos m om entos vinculados a


la constitución del T aw antinsuyo 28. En la encom ienda que estudia
m os —como se puede ver— se m ovió bastante maíz.
En térm inos generales, cada 100 tributarios de la encom ienda
debían entregar a su encom endero 112 fanegas de maíz. Los m ás ali
viados eran los de Tarapacá —cada centenar debía d ar solam ente 88
fanegas— y la m ayor presión tributaria recaía una vez m ás sobre los
indígenas d e lio: 154 fanegas de maíz, po r cada 100 tributarios.
El volum en de m aíz fijado po r la tasa resulta elevado. En Chin
chaycocha, Sierra C entral, se pidió a los tributarios 100 fanegas so
lam ente, especificándose en aquella tasa que esa era una cantidad re­
d u cid a 29. En la encom ienda que estudiam os, los que m enos m aíz tri
butaban — los d e lio— tenían tasada u n a cantidad de m aíz tres veces
m ayor.
N o querem os descartar la p o sibilidad de que los tasadores
hayan exagerado la disponibilidad de m aíz, por parte de los tributa­
rios de la encom ienda d e M artínez Vegazo. Sobre todo si observam os
que del total de m aíz que estuvo a cargo de Valencia, solam ente
1,340 —las de las cuatro prim eras categorías— corresponden a la tasa
del tributo. El m aíz de Pica tenía otra tasa, que desconocem os, y el de
G uaylacana era cultivado p o r los yanaconas de Lucas M a rtín e z 30.
Vistas las cosas de esta m anera, el tributo de m aíz fue cum plido sola­
m ente en un 67%.
Veam os ahora la m anera en que el adm inistrador dispuso el
m aíz que estaba a su cargo.

28) La im portancia del m aíz y sus vinculaciones con el Estado son felizm ente bastan­
te conocidas. M urra (1977: 38-61) y Pease (1977: 31-114) abordan este problem a.
En M urra (1975: 243) p u e d e apreciarse tam bién la im portancia que en las etno-
categorías de los qhipu tenía el maíz.
29) "Y p o r que uos los dichos yndios no teneys tierras d o n d e sem brar y coger m ays
sino m u y poco dareys en cada año en uestra tierra cien anegas d e m ayz" (Rost-
w orow ski 1975: 84).
30) En palabras de Valencia, el m aíz fue cultivado p o r los yanaconas en una "chácara
que ellos propios hicieron p ara el dicho Lucas M artínez su amo, p ara la cual d i­
cha chacara se les dio el guano" (AGN DIE L2 C15: 417r). Resulta im portante la
observación sobre los incentivos que Lucas M artínez ofrecía a la producción de
los yanaconas.
210

CUADRO XII
DESCARGO DEL MAIZ
1565

Concepto Fanegas %

rescatado po r cam eros 407 32


vendido 281 23
consum ido po r vaqueros 180 14
enviado a Tarapacá 121 10
gastado en Arica, dom éstico 100 8
consum ido po r trabajadores de cordonería 72 6
pagado a indios por acarreo 55 4
diezm os 32 2
pagado a yanaconas de G uaylacana 10 1

TOTAL 1,258 100

Fuente: AG N DIE L2 C15

Salta a la vista que Valencia no p u d o d a r cuenta cabal de todo el


m aíz que estuvo a su cargo pues la sum a total de m aíz d e este cuadro
difiere d e la del cargo. Esto le causó aprietos al adm inistrador pero fe­
lizm ente no invalida n u estro análisis31. El cuadro m u estra cómo el
consum o del m aíz se realizó tanto dentro como fuera de la encom ien­
da, cóm o el m aíz fue convertido en dinero o consum ido por los traba­
jadores de M artínez Vegazo.
La operación de m ayor en vergadura fue el cam bio de 407 fane­
gas por 74 carneros de la tierra. Desconocem os la procedencia de este

31) V alencia aclaró que de las 238 fanegas de m aíz tributadas p o r los C arum as no se
le p o d ía p ed ir cuentas, p o r que n o habían sido entregadas a él, sino a H ernán
Bueno, quien tenía p o d er d e Lucas p ara cobrar y v en d er el tributo (AGN DIE L2
C15: 417r). Esta era una de las form as usuales p or las cuales los encom enderos
cancelaban deudas. D escontadas las fanegas d e C arum as, fueron solam ente 64
las fanegas de m aíz cuyo gasto no p u d o d o cu m en tar Valencia.
211

ganado, pero las dificultades evidenciadas por los indígenas al m o­


m ento de tributarlo sugieren la posibilidad de que se tratara de gana­
do extraño a la encom ieda. Esta operación d e trueque -—ap aren te­
m ente m arginal al m ercado m onetario— estaba destinada finalm ente
a la conversión de m ercancía en dinero, p ues los anim ales trocados
por m aíz fueron vendidos a cuatro y cinco pesos ensayados cada u n o 32.
O tro volum en im portante del m aíz era convertido directam ente
en dinero: se vendía al precio de u n peso y tres tom ines cada fanega.
C onsiderando am bos rubros en conjunto, es posible apreciar que una
cantidad considerable del m aíz —el 55%— era destinada, directa o in­
directam ente, a la venta en el m ercado m onetario. El m aíz era tam ­
bién un producto d e exportación aunque el índice de su consum o in­
terno era bastante m ayor que el de los productos vistos hasta ahora.
El 43% del m aíz fue destinado a alim entar a los trabajadores de
la encom ienda. Los vaqueros de la estancia de T acahui habían consu­
m ido 180 fanegas que los tributarios de lio habían entregado directa­
m ente 33. Las m inas eran otro im portante centro laboral de la enco­
m ienda que dem andaba el consum o del maíz: había que alim entar a
los veinte o treinta negros, oficiales plateros e indios que labraban en
las m inas de Lucas M artínez, pero tam bién a los indígenas que cu­
brían la ru ta A rica-Tarapacá, acarreando agua y alim entos. Los traba­
jadores consum ieron 121 fanegas, los acarreadores 55 M.
Arica era otro centro im portante de consum o de m aíz. A hí re­
sidía el propio Valencia, quien afirm ó haber consum ido 100 fanegas
en alim entarse él y su fam ilia, así como en d a r de com er a algunas ca­
balgaduras. En Arica funcionaba adem ás la cordonería, que Lucas
M artínez había puesto en sociedad con A ntón Beltrán. Los indios, y a ­

32) Estam os ante un caso de intercam bio d e m ercancía, p o r m ercancía q u e a su vez


será convertida en dinero, sobre cuyas im plicancias nos ocupam os en el siguien­
te capítulo.
33) Las 150 fanegas d e m aíz que en el C uadro XII figuran com o trib u tad as p o r los de
lio, les habían sido entregadas directam ente p o r los in d io s a los trabajadores de
la estancia y —habiéndose term inado— Valencia les había m an d ado m ás m aíz,
proveniente d e los dem ás repartim ientos (AGN DIE L2 C15: 418r-418v).
34) Los viajes a las m inas eran continuos. De las cuentas de Valencia se infiere
que no fueron m enos de once, pu es los acarreadores consum ían o cobraban 5 fa­
negas de m aíz p o r cada viaje llevando agua a las m inas (AGN DIE L2 C15: 417v-
418r).
ZJZ

naconas, negros y m ulatos que trabajaban en la cordonería —que en


conjunto sum aban 12 personas— consum ieron 72 fanegas de m aíz35.
No tenem os inform ación precisa sobre las 10 fanegas consum i­
das po r los yanaconas d e G uaylacana. ¿Fue el pago a otros servicios
que desconocem os? ¿Así como incentivó el cultivo del m aíz regalán­
doles el guano, asum ió el encom endero tam bién la alim entación de
los yanaconas, m ientras cultivasen su tierra? N os inclinam os por la
segunda posibilidad.
Como se ve, el m aíz fue uno de los productos cuyo consum o fue
m ás variado. Poco m ás de la m itad de él era reservado para la expor­
tación: bien bajo la form a de una venta directa, bien trocándolo por
productos convertibles a dinero. El resto estaba destinado a pagar
fuerza de trabajo, a alim entar la m aquinaria laboral de la encom ienda.
El otro cereal im portante en el tributo era el trigo. En el cuadro
siguiente p odem os apreciar las cantidades en que debía tributarse, se­
gún la tasa, y la que los indígenas entregaron en 1565.

CUADRO XIII

TRIGO DE LA ENCOM IENDA


Fanegas

Lugar Tasa 1550 % Cargo 1565 %

Arica 400 44 301 56


lio 300 33 90 16
C arum as 200 22 150 28
Tarapacá 12 1 — —

TOTAL 912 100 541 100

F uente: A G N D IE L2 C 15

35) En v e rd ad las m ayores dificultades que V alencia enfrentó en el juicio se debieron


a su im posibilidad de docu m en tar u n consum o tan elevado d e m aíz. El a rg u ­
m entó q u e Lucas le había d ad o p o d er p a ra alim entar a cuanto pasajero an d u v ie­
se p o r la encom ienda y no le pedía cuentas
213

N o siendo un producto prehispánico, llam a la atención que el


trigo figure en la tasa de los cuatro repartim ientos. Cabe suponer que
el trigo fue uno de los productos que m ás ráp id am en te se incorpora
ron a la economía indígena, cuando las condiciones ecológicas lo per
m itieron. Lo que queda po r verificar es si esta incorporación fue fruto
de una decisión voluntaria, o resu ltad o d e la presión ejercida por los
encom enderos y la incipiente adm inistración central. Desde que los
cam pesinos no son gente n aturalm ente dispuesta a cam biar volunta
riam ente sus patrones de cultivo p ro p io s por otros ajenos, nos indi
nam os a pensar en la segunda posibilidad. Es perfectam ente coheren­
te suponer que los encom enderos obligaran a los indígenas a cultivar
aquellos productos m ás vinculados a u n a econom ía occidental.
Puede pensarse incluso que —allí d o n d e las condiciones agríco­
las no fueran del todo favorables y / o las reticencias indígenas al n u e ­
vo cultivo ofrecieran problem as— los encom enderos apelaron a d e ­
term inados incentivos. Esto ocurrió, cu a n d o m enos, en Tarapacá,
do n d e la tasa obligada a los indígenas a cultivar trigo en sus tierras,
pero quedando claro que "el encom endero d ará la sem illa para sem
brarlo y lo que dello procediere lo d areys puesto en vuestras tierras"3'1.
Es im portante destacar que estam os an te la introducción de un
producto propio de un m ercado de consum idores europeos, cuyo cu!
tivo fue estim ulado m ediante la tasa. El trigo era tan im portante para
los europeos que, al m om ento d e fijar las reglas con arreglo a las cua­
les funcionaría el aparato productivo d e la em ergente sociedad colo­
nial, otorgaron a los indígenas una serie d e facilidades para estim ular
su cultivo.
A pesar de los incentivos, hacia 1565 los tributarios d e la enco­
m ienda estaban lejos de satisfacer las d em an d as de la tasa. Solamente
fue cubierto el 59% del tributo de trigo que la tasa ordenaba. Los de

detalladas, pues M artínez V egazo tenía u n a clara idea d e cual era el volum en de
un gasto razonable.
En cuanto a la naturaleza d e u n a cordonería, el Diccionario de la lengua castellana
(M adrid, 1884), anota lo siguiente: "todas las obras que trabaja el c o rd o n e ro //
Oficio de C o rd o n e ro s //O b ra d o r d o n d e se hacen c o rd o n e s //T ie n d a donde se
venden".
36) D istintas eran las condiciones d e los d e A rica, C arum as e lio, no solam ente tribu­
taban cantidades considerablem ente m ayores, sino que estaban obligados a en­
tregar p arte del tributo—generalm ente la m itad —en casa del encom endero y no
en sus tierras (AGN DIE L2 C15: 252r, 257r, 261v, 266v).
214

Tarapacá no entregaron nada; y los de lio, solam ente el 3% de lo que


les correspondía. La producción de trigo en la encom ienda corrió por
cuenta de los de Arica y Carum as, que estuvieron cercanos al cum pli­
m iento de su cuota. Arica se perfilaría pronto como zona propicia al
cultivo de este cereal.
El exam en de la m anera en que el adm inistrador dispuso del tri­
go que estuvo a su cargo ilustra la im agen de este cereal: producto de
consum o europeo y destinado en alta proporción a la exportación.

CUADRO X IV

DESCARGO DEL TRIGO


1565

Concepto Fanegas %

Venta general 247 46


Venta a H ernán Bueno 150 28
C onsum o de vaqueros 80 15
C onsum o dom éstico 47 8
Diezmo 417 3

TOTAL 541 100

F uente: A G N DIE L2 C15

Las 247 fanegas que figuran en prim er lugar fueron v endidas


p o r Valencia a diferentes personas y precios, hasta po r un valor de
444 pesos corrientes: un precio prom edio de un peso y seis tom ines
p o r fanega. Ese precio del trigo —ligeram ente superior al que tenía el
m aíz— contrasta con los escasos seis tom ines que la tasa toledana fijó
p ara la fanega de am bos cereales37. Las 150 fanegas que aparecen en

37) " /F , 3 4 d ./T rein ta fanegas de trigo a seis tom ines la fanega valen v eintidós p e­
sos y m edio ensayados (22 ps. 4 ts.). V einte fanegas d e m aíz a seis tom ines la
fanega m ontan quince pesos de la dicha plata (15ps.)", (Cook, ed. 1975: 238).
C abría en este p u n to form ular una vez m ás
el segundo térm ino, fueron vendidas a u n solo com prador —H ernán ]
Bueno: encom endero vecino d e la otra parcialidad de los C arum as—,
a u n precio que desconocem os. S um ando am bas operaciones, el por- I
ccntaje del trigo exportado — vendido p ara ser consum ido fuera de la
encom ienda— alcanzó u n índice del o rd en del 74%, significativa­
m ente superior al del m aíz.
Diezm os al m argen, el resto del trigo (23%) fue reservado para
el consum o d e los trabajadores d e la encom ienda. A lim entó a los va­
queros de Tacahui, a Valencia, a su fam ilia y pasajeros que an d u v ie­
ron p o r Arica. A diferencia del m aíz, el trigo de consum o interno era
reservado casi únicam ente para alim entar a los trabajadores europeos
o negros, no así a los indígenas, hecho que otorga m ás nitidez a la
im agen del trigo, como u n producto destinado a consum o no andino. I
Veam os ahora un producto especialm ente im portante en la re-!
gión de la encom ienda q u e estudiam os: el ají:

CUADRO X V

AJI DE LA ENCOM IENDA


Cestos

Lugar Tasa 1550 % Cargo 1565 %

Arica 200 50 175 56


C arum as 100 25 127 41
lio 100 25 — —
Tarapacá — — — —
Pica — — 10 3

TOTAL 400 100 312 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

algunas p reg u n tas plan tead as al observar sem ejante variación d e precios en U
ropa. ¿Se trata de u n a su b v alu ad ó n c o n d en te del precio d e las m ercancías pro
d ucidas p o r los indígenas que p erm itiría a la a d m in istrad ó n colonial m atar doj
pájaros ele un tiro: I) lim itar el v alo r en m etálico de la renta percibida p o r los en
com enderos y 2) abrir la posib ilid ad a que otros españoles se beneficien comer<
cializando aquellos productos, v alorados p or debajo de su cotizaaón real en Ü
m ercado?
El ají era cultivado en regiones d e Costa y d u ran te m ucho tiem ­
po constituyó uno de los productos fundam entales de la econom ía de
los pueblos de la zona. Los curacas se preocuparon m ucho por su
m antenim iento y en docum entación, bastante posterior, se establece
claram ente la im portancia del a jí38.
La cantidad de cestos d e ají que los indígenas tributaron en 1565
nos parece alta. Tom ando en cuenta solam ente lo tributado por los in­
dios de Arica y C arum as, advertim os que se alcanzó a cubrir el 75%
del tributo de ají, porcentaje que sitúa a este p roducto bastante por
encim a de otros, en lo que corresponde al cum plim iento de la ta s a 39.
En el siguiente cuadro podem os ver el destino que tuvieron los
312 cestos de ají que estuvieron a cargo de Valencia.
Resulta altam ente sorprendente el elevado porcentaje del ají
que era reservado para la venta. En este sentido, el ají era, porcentual­
m ente, m ucho m ás com crcializable que la ropa, el m aíz y el trigo.
Creem os que esto se debe a que se trata d e u n producto de intercam ­
bio Costa-Sierra, de m uy fácil transporte, lo cual en el contexto del
m anejo económico de la encom ienda se traduce en u n a ráp id a con­
versión a dinero.

38) AGN A guas Tacna año 1762. A ún en fecha tan posterior, el curaca d e Tacna
—vecino al d e Arica y C arum as— reclam aba que le restituyesen ciertas aguas,
sobre todo po rq u e le im pedían cultivar el ají, lo que le causaba m ucho perju i­
cio. Esta referencia nos h a sido cedida p o r la señora M aría R ostw orow ski d e
Diez Canseco.
En una relación de las provincias de A requipa, hecha en 1567 y p u blicada en las
pp. 96-109 de Arequipa y sus blasones (en adelan te Barriga 1940a). Se lee lo si­
guiente respecto a Arica: "C ultívase m ucho ají, que se com ercia con las p ro v in ­
cias de la Sierra, y no poco Aceite, A lgodón y alguna A zúcar". En el siglo p asa­
do solía valer el ají a esta Provincia cada año 200 m il pesos.
Por otra parte, John M u rra h a p ublicado en el n ú m ero 3 de la revista bolivia­
na Historia y Cultura u n artículo (M urra 1979) destacando la acción em presarial
del curaca de Pom ata y el rol preferencial q u e el ají desem peñaba en su s nego­
cios: era u n a d e sus principales fuentes d e ingreso y provenía precisam ente de
los valles de Sama y Locumba, sin d u d a u n a región p reciada p o r su p ro d u c ­
ción d e ají.
39) Téngase presente que no consideram os en n u estra evaluación los 10 cestos d e
Pica, que no estaban incluidos en la tasa que conocem os. A sí m ism o destaca el
hecho — cuya causa desconocem os— d e que los d e Uo n o h ayan entreg ad o
n ad a a Valencia. En cuanto a los 27 cestos d e ají que los C arum as trib u taro n
dem ás, V alencia se encargó d e aclarar la situación: D iego G utiérrez 'le s añadió
en algunos géneros de su tasa y en otros les q u itó ” (AGN DIE L2 C15: 427v).
217

CUADRO XVI

DESCARGO DEL AJI


1565

Concepto Cestos %

V enta 287 92
Diezmo 15 5
C onsum o en las m inas 10 3

TOTAL 312 100

F uente: A G N DIE L2 C15

La im portancia del ají en el juego d e relaciones económ icas y so


cialcs d e la naciente sociedad colonial p u ed e ser superior a la espera
da, en algunos casos análoga a la de la coca. Téngase presente que en
las ordenanzas de tam bos de 1543, se estableció que a los cargadores
se les pagase con coca o a jí40.
Por otra parte, el precio del ají parece haber sido m uy variable
y — por lo m enos a com ienzos del XVII— bastante m ás elevado. In­
form ación d e 1619 sobre la cotización del ají en Potosí, indica que de
u n m es a otro el cesto de ají podía variar de 25 a 8 pesos. En cual­
quier caso, el precio de 1565 que dio Valencia — 1 peso el cesto— re­
sulta bastante inferior. ¿Tanto valía llevar el ají hasta Potosí? ¿Era
cosa de llevarlo en el m om ento oportuno? 41.
Veam os ahora otro producto bien cotizado en el m ercado: el
pescado salado.

40) Sobre las ordenanzas de tam bos p ro m u lg ad as p o r Vaca d e Castro, p uede verse el
reciente libro de Silvio Zavala, El servicio personal de los indios del Perú (extractos del
siglo XVI). Zavala 1978: 7-8.
41) Los datos sobre la v ariabilidad de los precios del ají hacia 1619 están tom ados de
M urra 1979: 48-50. El precio de un cesto p o r 1 peso, de 1565, se p uede ver en el
C uadro I del C apítulo IX d e este trabajo.
218

CUADRO XVII

PESCADO
A rrobas

Lugar Tasa 1550 % Cargo 1565 %

lio 400 53 400 65


Arica 200 27 152 25
Tarapacá 150 20 — —
C arum as — — — —
Pica — — 60 10

TOTAL 750 100 612 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

El hecho de que los de Tarapacá sí tuviesen de tasa pescado,


m ientras los de C arum as no, confirm a que aquellos sí tenían —a dife­
rencia de éstos— acceso a productos del litoral m arino. El pescado sa­
lado podía conservarse d u ran te buen tiem po y servir de alim ento
para viajes largos. Servía, por cierto, tam bién como elem ento d e inter­
cam bio con las alturas, do n d e su equivalente sería el charqui.
E xam inando la tributación de 1565, p u e d e advertirse que el
pescado era prácticam ente el único producto que los de lio tributaban
de acuerdo a las m agnitudes fijadas por la tasa. Los de Arica estaban
cerca de alcanzarla y los d e Tarapacá — usualm ente tan cum plidos—
no habían entregado pescado al ad m in istrad o r42.

42) El pescado q u e los d e T arapacá debían trib u tar había tenido u n a su erte distinta.
"Los dichos yndios dicen en sus declaraciones que p arte del dicho pescado die­
ron a los negros m ineros p a que com iesen y la m ay o r p arte dello dexaron de
d a r", explicaría V alencia al m om ento d e ren d ir cuentas (AGN DIE L2 C15: 428v-
429r).
Recuérdese la cédula de encom ienda y se encontrará u n a correlación entre el ac­
ceso al m ar de T arapacá y la m ención — en la cédula— del principal Paño (de Ta­
rapacá) q u e residía al m an d o de u nos pescadores en Arica. A sim ism o, el cabal
cum plim iento del tributo de pescado p or p arte de los indígenas d e lio parece
confirm ar el acierto d e la cédula, cuando calificó al curaca Paño com o pescador
(los detalles se p u e d en ver en el capítulo VII de este trabajo).
219

Dé m anera análoga al ají, el pescado salado era destinado a la


venta en form a m asiva. El herm ano de Lucas M artínez había vendido
las 400 arrobas de los de lio a u n tal Pedro de Bilbao y lo m ism o había
hecho Valencia con las que estaban a su cargo, al precio —en ambos
casos— de un peso la arroba. La riqueza pesquera de la zona, espe­
cialm ente de lio y Arica, parece haber sido bastante grande. Recuér­
dese las alusiones a una em presa pesquera que operaba en aquellas
costas hacia 1548 con 2 em barcaciones, de la cual Jerónim o de Ville­
gas —encom endero transitorio— se hizo socio.
Los cuadros correspondientes a los productos m enores, de con
sum o interno —las aves, los frijoles y p ap as— los presentam os en uní
nota ap arte43. Q uerem os cerrar el recorrido po r los productos del tri
b uto con un aspecto que era m uy im portante: el servicio personal.

A ves dom ésticas 1550

Lugar Tasa % Cargo %.


A rica 300 32 200 24
T arapacá 240 26 240 28
lio 200 21 100 12
C arum as 200 21 200 24
Pica — — 100 12

TOTAL 940 100 840 100


Fuente: AGN DIE L2 C15
Descargo de aves dom ésticas 1565

Concepto Unidades %
consum ido en m inas 340 40.5
consum o dom éstico en Arica 200 2^.8
entregado p o r o rd en d e Lucas 200 23.8
consum o d e pasajeros 100 11.9

TOTAL 840 100.0


Fuente: AGN DIE L2 C15 -
Frijoles y p ap as 1550

Lugar Tasa % Cargo %


A rica 12 3 5 .3 9 30
C arum as 12 3 5 .3 11 37
Do 10 2 9 .4 10 33
T arapacá — — — —

TOTAL 34 100 30 100


Fuente: AGN DIE L2 C15
220

El cuadro siguiente m uestra las cantidades que la tasa dispuso


para el servicio personal de los indígenas.

CUADRO XVIII

FUERZA DE TRABAJO
Indígenas

Categoría Tarapacá Arica lio Carumas Total %

Servicios 20 12 8 15 55 59
G uarda de ganado 10 10 8 10 38 41

TOTAL 30 22 16 25 93 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

Los indios d e servicios debían m udarse por m itas e instalarse en


casa del encom endero, en Arica, d o n d e residía Valencia. La tasa es­
pecificó que si el encom endero se trasladaba a los pueblos de indios,
estos estaban obligados a dotarlo (suponem os que tam bién a sus re­
presentantes) de indios d e servicio adicionales. No hem os encontrado
referencias directas e inequívocas sobre el uso que Valencia hizo de
esta fuerza de trabajo, pero entendem os que fueron estos indios —y
no trabajadores libres— los que efectuaron viajes a Tarapacá, llevan­
do agua, y tam bién construyeron una ram ad a para la cordonería de
Arica.

D escargo de frijoles y p ap as 1565

Concepto Fanegas %
consum o en las m inas 15 50
consum o en T acahui 15 50

TOTAL 30 100
Fuente: A GN DIE L2 C15
221

En este últim o caso, el corregidor m andó que el trabajo de los indíge­


nas fuera rem unerado44.
Los indios destinados a la g u ard a de ganado debían velar pol­
los anim ales d e Castilla y anim ales de la tierra, que el encom endero
tenía. En Tacahui, M artínez Vegazo poseía u n a cantidad indeterm ina­
da d e yeguas, caballos, vacas, m uías, asnos y cabras. Por otra parte,
Lucas era propietario de aproxim adam ente 500 auquénidos, p atrim o­
nio im portante si tenem os en cuenta la u tilidad del ganado nativo:
daba lana, carne y transportaba el tributo45.

Cambios en la tributación

Al observar el tributo en funcionam iento, hem os podido consta­


tar que la tasa de 1550 no fue cum plida a cabalidad — 15 años d e s­
p ués— p o r los indios encom endados a Lucas M artínez Vegazo. Es
evidente que la tributación estuvo sujeta a m odificaciones. Por cierto,
m u y poco tiem po después d e 1565 —en 1572 con la tasa toledana— la
tributación de nuestra encom ienda quedó sustancialm ente m odifi
cada. En anterior ocasión y en otro lugar, nos hem os ocupado d e te ­
nidam ente del alcance d e las m ás notables diferencias entre las tasas
de La Gasea y Toledo46. Esta vez querem os ocuparnos de las altera­
ciones de la prim era tasa, ocurridas aún d u ran te su vigencia oficial.
A los 15 años de form ulada la tasa de La Gasea, el tributo había
sufrido —en la práctica y aún en la sanción legal— todo tipo de m o­
dificaciones: nuevos productos se incorporaron al rubro d e categorías

44) A G N DIE L2 C15:155r. El acarreo de bienes y agua tam bién fue rem u n erad o (ver
los "pagos a indios" en el capítulo IX). Sobre el uso de la fuerza de trabajo indígena
se p u ed e ver Zavala 1978 y las partes pertinentes del capítulo IX de este trabajo.
La ram ada que los indígenas hicieron, fue p ara "hazer la ataracana pa la cordone­
ría" (AGN DIE L2 C15: 434v). "Atarazana: llam an los cabestreros aquella pieza
m u y larga, que tienen para trabajar debajo d e cubierto en la fábrica de cuerdas"
(Real A cadem ia E spañola (1724) 1963:1, 461, tom o prim ero).
45) En los "pagos a indios" del capítulo IX, se encontrará la rem uneraci6n a los p as­
tores que cuidaban el ganado, con detalles sobre su trabajo.
46) N os referim os a la ya citada ponencia p resen tad a a la Prim era Jornada del M useo
N acional de H istoria, (Trelles 1978). A jlí nos ocupam os de ver los cambios que en
la tributación d e esta encom ienda introdujo la sustitución de la tasa de La Gasea
p o r la de Toledo.
222

tributarias y otros dejaron de tributarse a pesar de estar incluidos en


la tasa. Al m ism o tiem po, variaban los volúm enes de otras categorías
tributadles. A m ayor abundam iento, el dinero —que luego sería intro­
ducido por Toledo como la suprem a categoría del tributo— em peza­
ba a sustituir a algunos productos que se entregaban y cobraban por
concepto de tributación indígena.
Q uisiéram os cerrar este capítulo, presentando una serie de cam ­
bios en la tributación que en la generalidad de casos han sido ya ob­
servados en las páginas anteriores, au nque no presentados de m anera
sistem ática. En 1565 Valencia recogió —p o r ejem plo—-100 costales de
los indios d e Tarapacá y Pica au nque la tasa de 1550 no incluía este
producto. Los prim eros entregaron 80 y los de Pica 20. Estos costales
tenían cierta im portancia: casi un tercio de ellos era vendido al consi­
derable precio de u n peso la u n id ad y servían de m antas para los ne­
gros de las m in a s47.
En el extrem o opuesto de esta serie d e cam bios sufridos po r la
tributación, encontram os productos que quince años después de ha­
b er sido incluidos en la tasa ya no eran tributados. Se trata de sogas,
brea, cueros y aceite de lobo, cántaros y tinajas, sal, m antas, m andiles
y alpargatas. Las razones de esta supresión se nos antojan de m uy di­
versa naturaleza. Es posible pensar en una rápida pérdida de acceso a
recursos m arinos, p o r parte de los indios de Tarapacá, lo que habría
im posibilitado la tributación de productos derivados de los lobos m a­
rinos. T am bién es lícito suponer otro tipo de razones para explicar la
supresión, por ejem plo, de alpargatas. Parece haber indicios de que,
el m ercado —m onetario y no m onetario— d e ciertos productos se en­
contraba p o r entonces saturado, de m anera que los propios encom en­
deros preferían que no se los considerase m ás en el tributo48.
Es posible p ensar que a cam bio de la supresión anterior se au­
m entase el volum en tributable d e otros productos, de m ayor conve­
niencia p ara los intereses de los encom enderos. N o podem os descar­
tar que la sim ple práctica haya evidenciado que los indios estaban en

47) A G N DIE L2 C15: 423v-424r, 424v. El resto del tributo de Costales se destinaba a
las d istintas labores d e la encom ienda, a cuya comercialización debieron contri­
b u ir notablem ente.
48) M aría R ostw orow ski. Com unicación personal.
223

condiciones de tributar determ inado producto en m ayor cantidad.


Lo cierto es que de las cuentas de Valencia se deduce claram ente
algunos de estos cambios, especialm ente en el tributo d e los C arum as.
El tributo de ají que los C arum as entregaron a Valencia excedía en
27 cestos la cantidad fijada por la tasa, en razón d e u n arreglo efec­
tuado por el encom endero a través de su apoderado: ¿se aum entó
algunos géneros de la tasa y se dism inuyó otros? A sim ism o, debían
tributar 20 piezas m ás de ropa, a cam bio de lo cual el ap o derado del
encom endero había rebajado a los C arum as la tasa del ganado y otros
productos.
Los indios de Tarapacá tam bién experim entaron m odificaciones
en su tasa. Esta les im ponía la obligación de trib u tar 20 puercos al
año, dem anda que ellos estaban lejos d e satisfacer. A cam bio, se les
aum entó la tasa de carneros en 13 cabezas.
La alusión a los carneros nos rem ite a una últim a y am plia­
m ente com entada posibilidad de cambio: la entrega de pesos de plata
en lugar de cabezas de ganado, efectuada indistintam ente por los in­
dios de Arica y Pica. A los com entarios que esta situación ha m otiva­
do páginas atrás, añadirem os que la sustitución general de dinero en
lugar de productos en el tributo —atribuida com únm ente a la tasa to­
ledana— habría sido en algunos casos previam ente sancionada po r
la práctica.
El dinero circuló de m anera fluida en la encom ienda que estu ­
diam os. Del dinero obtenido m ediante la com ercialización del tributo
y la producción de las m inas, Valencia tam bién estuvo a cargo y tuvo
que d ar cuentas detalladas.
CAPITULO IX

EL D I N E R O Y LA P L A T A

Paresce que sum a y m onta todo el cargo que yo el dicho


Gonzalo de Valencia m e hago de todos los pesos / que an
procedido de los tributos y haziendas que a mi cargo tubo
del dicho Lucas M artínez dos m ili y ciento y diez y seis p e ­
sos y dos tom ines de plata ensayada e m arcada y ansimis-
m o m onta el cargo que de la plata corriente me hago tres
mili y trezientos y veynte y dos pesos e quatro tom ines de
la plata corriente como en estas quentas paresce (Gonzalo
de Valencia A G N DIE L2 C15: 433v-434r).

El circulante y la plata

La sim bología de la C onquista no se reduce al binom io de la


espada y la cruz. H abría que tener presente cuando m enos otro ele­
m ento de incorporación nueva y com pulsiva: la m oneda. Entre los
conquistadores circuló todo tipo de m oneda y allí donde el num e­
rario era escaso, los invasores se las ingeniaron para hacer m oneda de
las m allas de acero de los uniform es m ilitares o d e sus cuchillos L La

1) El m ás acabado y com pleto estudio sobre la m o n ed a hispanoam ericana corres­


p o n d e a H um b erto Burzio, au to r del Diccionario de la moneda hispanoameri­
cana, editado en tres tom os en Santiago d e Chile (en adelante, Burzio 1958).
Burzio establece que los españoles trajeron to d o tipo de m onedas de valor irre­
gular. La escasez de num erario, que en el P erú parece h aber estado ausente,
afectó de m anera especial al Paraguay. Allí la falta d e m oneda fue tal, que para
obviar los inconvenientes d e la falta d e n u m erario el g o b ernador D omingo
de Irala, de acuerdo con los oficiales reales, dictó una ordenanza el 3 de octubre
226

m oneda de m ayor difusión fue el peso de plata que —d u ran te la se­


gunda m itad del XVI— circuló en toda Am érica y de m anera especial
en el Perú: aquí su uso se generalizó m uy tem prano.
Los pesos de plata eran de dos tipos: pesos ensayados y pesos
corrientes. El peso ensayado era aquel cuyo valor había sido fijado
po r el ensayador: u n funcionario de la casa d e la m oneda que, luego
de evaluar la calidad del m etal, grababa sus iniciales en la m oneda y
garantizaba la precisión de su valor. El peso corriente era el que circu­
laba sin ensayar, librem ente. Su valor se fijaba a ojo del ensayador o
sim plem ente por toque. Teóricam ente am bos —el peso corriente y el
ensayado— tenían u n m ism o valor de 450 m aravedíes, pero en la
práctica su cotización era diferente, como tendrem os ocasión d e ver 2.
La acuñación de m oneda en Am érica fue bastante tem prana y se uti­

de 1541, fijando valores d e m aravedíes castellanos a objetos de uso com ún y n e­


cesarios para la d u ra v id a diaria d e los conquistadores y colonos. Se estableció
com o u n id ad m onetaria el anzuelo de malla que valía un m aravedí. En la escala
m onetaria seguían el anzuelo de rescate, que valía 5 m aravedíes y el cuchillo de
rescate, de un valor d e 25 m aravedíes (Burzio 1958: I, 14-15,119). Este ejem plo p a ­
raguayo m uestra hasta qué p u n to las relaciones pro d u ctiv as españolas y el con­
tacto y presión q u e los conquistadores ejercieron sobre los indígenas estaban
condicionados p o r el uso de m oneda, cualquiera que ésta fuese: el anzuelo de
malla estaba hecho con las m allas de acero d e los uniform es m ilitares.
2) Burzio ofrece las siguientes definiciones: "peso ensayado: era el trozo d e p lata que
había sido sujeto al ensaye p ara determ inar su ley. En la seg u n d a m itad d el XVI
su uso era general en A m érica, especialm ente en el Perú, se le disponía un valor
de 13 1 / 4 reales, es decir, 450 m aravedíes. Según Garcilaso d e la Vega y otros
cronistas e historiadores, su valor era 1 /5 m ayor que el ducad o castellano a p ro ­
xim adam ente" (Burzio 1958:1, 121).
"Peso de plata ensayada: tenía el valor de 450 m aravedíes, valor recordado p or la
Real C édula de Felipe II de 25 d e julio de 1581, que era con el que circulaba con
an terioridad. Para el pago de la b u la de la Santa Cruzada, d ispuso el cabildo de
Q uito en 1574 que el peso d e p la ta ensayada valiese 10 tom ines d e p lata corrien­
te" (Burzio 1958:1, 121).
La nom enclatura era m ayor p u es había otras acepciones p ara las m onedas, to­
das ellas del m ism o valor teórico. Peso de plata ensayado y marcada: tenía el valor
d e 450 m aravedíes apreciable en Potosí en 12 y 1 /2 reales de p lata d e ley de 11
d ineros y cuatro gram os (Burzio 1958: I, 121). Peso ensayado de tributos: d estinado
al pago del tributo d e los indios; en el v irreinato del P erú al tiem po del gobierno
del virrey Francisco d e Toledo tenía el valor de ensayado y m arcado (Burzio
1958: I, 122). Por últim o tam bién había el peso de minas, que tenía u n v alo r d e 12
y 1 /2 reales y 450 m aravedíes (Burzio 1958:1 ,122)
227

lizó prim ero el m artillo, luego el m olino de agua, hasta la introduc­


ción de técnicas m o d e rn a s3.
Las operaciones m ercantiles de los hom bres d e Cajam arca dejan
fuera de d u d a que u n a parte del m etal precioso entregado p o r el Inca
se am onedó, aunque lo m ás probable es que esa acuñación haya teni­
do lugar fuera del Perú. Lo im portante es que esa m oneda circuló
a c á 4. Pero la acuñación local no fue tardía. A m ediados d e los años
40, Gonzalo Pizarro acuñó m oneda — con la abundante plata de que
disponía— y ordenó su circulación fo rz o sa 5.
Si tenem os en cuenta que M artínez Vegazo era uno d e los encar­
gados de resg u ard ar la plata de G onzalo Pizarro — al m om ento de ser
capturado, estaba a cargo de 30,000 pesos del caudillo rebelde— po­
dem os considerar á Lucas, poseedor tam bién d e m inas de plata, uno
de los personajes que estuvo vinculado de m anera directa y preem i­
nente con la acuñación de m oneda.
N o estuvo m enos vinculado con la circulación m onetaria, de lo
que se ha visto abundantes pruebas a lo largo de su biografía. Las
cuentas de la encom ienda confirm an esta apreciación. En el capítulo
anterior se ha visto que una considerable parte del tributo era desti­
nad a a la com ercialización, a su conversión en dinero. Las operacio­
nes de com pra y venta llevadas adelante po r el adm inistrador d e la

3) Al respecto Burzio aclara que "en la A m érica española se acuñó en los prim eros
tiem pos a m artillo, luego se pasó, al parecer p o r brevísim o m om ento, al m olino
de agua o sangre hasta el siglo XVIII, en cuya p rim era m itad aparecen los volan­
tes de la ceca d e México" (Burzio 1958:1, 4). En cuanto a la acuñación, el circulan­
te y la historia de la m on ed a en el Perú, p u ed e consultarse varios trabajos de'M á-
n uel M oreyra Paz-Soldán: Antecedentes españoles y el circulante durante la Conquista
e iniciación del Virreinato (M oreyra 1941), "La técnica d e la m oneda colonial" en
Revista de Historia de América, N ° 20: 347-370 (M oreyra 1945), "La tesorería y la es­
tadística de la acuñación colonial en la casa d e m oneda de Lim a" en Revista
Hisórica, t. XV: 54-106 (M oreyra 1942) y "C arácter m estizo de la institución de la
m oneda en el P erú colonial" en Revista Histórica, t. XXVIII (M oreyra 1965).
4) R ecuérdese que cuan d o Alonso Ruiz (el socio d e Lucas M artínez) m archó a Espa­
ña, llevó consigo u n a b uena can ti d a d d e m etal precioso p ara hacer m oneda. Pue­
de consultarse los detalles en el seg u n d o capítulo de este trabajo. Lucas recibió en
A requipa su p arte y disp u so d e ella.
5) El Diccionario de Burzio trae la siguiente anotación: "Gonzalo Pizarro: m oneda de
cuando este conquistador se levantó en arm as contra la au to rid ad real, utilizó
com o num erario u n as barritas o trozos de plata de baja ley a las que p uso su s ini­
ciales GP en m onogram a, dándoles curso forzoso" (Burzio 1958:1, 228-229).
encom ienda se efectuaron tam bién con productos ajenos a la carga
im positiva indígena. Al m om ento de rendir cuentas Valencia se hizo
cargo del siguiente dinero.
Antes de iniciar el análisis del cuadro, es conveniente una expli­
cación de las distintas cotizaciones que tuvieron los pesos corrientes y
los ensayados. Dos testim onios —uno del propio Valencia (1565) y
otro del cabildo de Q uito (1574)— nos ofrecen la m ism a tasa de cam ­
bio: cada 10 tom ines de pesos corrientes equivalían a 8 de pesos en­
sayados. Com o cada peso —corriente o ensayado— se com ponía de 8
tom ines, podem os afirm ar que u n peso ensayado equivalía a 1.25 pe­
sos corrientes, o, al revés, u n peso corriente era igual a 0.8 pesos ensa­
yados6. Como nos interesa el com portam iento interno de la circula­
ción m ás que el valor m onetario preciso, hem os preferido m antener
separadas —como lo hizo Valencia— las categorías de pesos corrien­
tes y ensayados. Para no renunciar a una valoración global, se ha con­
vertido los totales de pesos corrientes a pesos ensayados y se presenta
la estim ación entre p a ré n te s is 7.
O tra cuestión a d ilucidar es aquella discusión sobre cuánto de la
m oneda circuló efectivam ente y cuánto fue solam ente m oneda de
cuenta 8. C uando se p ro p o n e que la m ayor parte d e la m oneda tenía

6) C uando en 1574 se recau d ó aportaciones para el p ago de la bula de la Santa C ru ­


zada, el cabildo d e Q uito dispuso q u e el peso d e p lata ensayada (8 tom ines) v a­
liese 10 tom ines d e plata corriente (Burzio 1958: 1,121). A su vez, Valencia afirm ó
en su rendición de cuentas, que los indios le pag aro n el ganado en plata, a 5 p e­
sos de plata q uintada (categoría u sad a a lo largo del docum ento com o sinónim o
de ensayada), q u e "reducidos a pesos corrientes cada cauega salen a 6 pesos y
dos tom ines de la dicha p lata ..." (AGN DIE L2 C15: 422).
Cinco pesos equivalen a 40 tom ines, 6 pesos y 2 tom ines su p o n en 50 tom ines.
Luego, 40 tom ines de peso ensayado equivalen a 50 de peso corriente; conse­
cuentem ente 4 de ensayado a 5 de corriente. Luego, 8 d e ensayado (1 peso) se co­
tizaba igual que 10 tom ines corrientes, lo que su p o n e un tipo de cam bio igual al
de Quito. La ecuación —1 peso ensayado = 1 peso corriente y tom ines— resulta
confiable.
7) En todos los cuadros en que aparecen pesos corrientes y ensayados h arem o s esti­
m aciones de los totales generales de pesos corrientes convertidos a ensayados y
los indicarem os m ediante el uso del paréntesis. U na observación a esta prim era
estim ación: el índice de variación no su p era los 684.5 pesos, lo q u e constituye
apenas el 11% del total del num erario.
8) M arcello Carm agnani, en su libro Formación y crisis de un sistema feudal (en ade­
lante C arm agnani 1976), sugiere abiertam ente q u e la m ay o r p arte d e la m oneda
u sad a en el espacio colonial hispanoam ericano se em pleaba solam ente como
m ed id a de valor, como m oneda im aginaria o de cuenta (C arm agnani 1976: 39-
40).
existencia solam ente nom inal —C arm agnani es u n ejemplo claro
se p arte de dos supuestos: la escasez de plata y la disociación entre
propietario (en este caso sería encom endero) y comerciante. Este es
u n tem a delicado, pues de él se desp ren d en concepciones antagónicas
sobre la naturaleza del desenvolvim iento histórico de la economía
latinoam ericana N os consideram os bastante lejos de poder resolver la
vieja dicotom ía de nuestra historiografía colonial americana: siste
ma feudal (una prueba sería el que la m oneda fuese sólo de cuenta)
o sistem a m ercantil (apoyado por la constatación d e abundante circo
la c ió n ).
N os lim itarem os a recordar que la conjunción —en Lucas Martí
nez y otros como él— de la condición de encom endero y com erciante
y la abundancia de plata en el espacio que estudiam os tornan inapli
cables, en este caso, las hipótesis de C arm agnani. C onsideram os que
la gran m ayoría del dinero —que presenta éste y otros cuadros
tuvo existencia real y circulación efectiva. N o negam os la posibilidad
de que algo de ella haya tenido existencia puram ente nom inal sos
pecham os sobre todo de los pesos ensayados— y cuidarem os de ad
vertirlo o p o rtu n a m en te 9.
Los detalles del C uadro 1 son significativos. Es por dem ás inte
resante com probar que el ganado d e la tierra constituyese el 30%
del dinero proveniente de la conducción m ercantil de la encom ienda.
N o lo es m enos, advertir que la sum a de lo que produjo la venta de
ganado de Castilla — asnos, m uías, puercos— alcanzaría el tercer
lugar, si se presentara el rubro en conjunto, renunciando a la riq u e ­
za de la inform ación 10. El ganado era uno de los patrim onios

9) Un ejemplo: los indígenas entregaron pesos corrientes al adm inistrador y éste


hizo la conversión a ensayados, p ara d eterm in ar el precio de 5 pesos ensayados
que valía oficialmente cada cabeza. En este caso esos 5 pesos ensayados son m o­
neda de cuenta. Pero en lo que toca a la circulación, esto últim o n o la invalida,
pues ahí están los 6 pesos y 2 tom ines d e p lata corriente que Valencia recibió.
10) Las razones p ara explicar la alta ubicación del gan ad o de la tierra p u ed en enten­
derse revisando la p arte pertinente d el capítulo Vlll. Recuérdese q u e los indíge­
n as de Pica y A rica tributaban plata, en lu g ar d e ganado. De los detalles dados
p o r Valencia q u ed a claro que, a pesar de tener Lucas 500 cabezas de auquénidos,
los carneros de la tierra a los que se alu d e en ese caso son los que fueron entrega­
dos a Valencia com o p arte del tributo (AGN DIE L2 C15: 422r, 431 r, 418v) Del p a­
trim onio del ganado castellano d e M artínez V egazo son prueba las m enciones a
los vaqueros, yegüerizos y caballerizos d e la estancia de Tacahui
230

CUADRO I

DINERO PROVENIENTE DE COMPRAS, VENTAS, ETC.


PESOS CORRIENTES Y ENSAYADOS

1 565

C on cepto C a n tid a d C o rrien te E n sayado T otal %

c a rn ero s 356 cab ezas 745p 1,018p 2t l,7 6 3 p 2t 30.1


ro p a 192 p ie za s — 768p 768p 13.1
vin o 112 botijas 610p — 610p 10.4
n eg ro s 3 p e rso n a s — 640p 640p 11
trig o 247 fan eg as 444p — 444p 7.6
m aíz 333 fan eg as 344p — 344p 5.9
asn o s 2 cab ezas 330p — 330p 5.6
m u ía s 3 cab ezas 240p — 240p 4.1
ají 287 cestos 287p — 287p 5
p esca d o 212 arro b a s 212p — 212p 3.6
p o tro s 6 ca b ez as 120p — 120p 2
p u e rc o s 18 cab ezas 63p — 63p 1
costales 27 u n id a d e s 27P — 27P 0.5

TO TA L 3,422p 2,426p 2t 5 ,8 4 8 p 2 t 100


(2,737 . 5p) (5,163 . 5p)

F uente: A G N DIE L2 C15 E n tre p aré n tesis: v a lo r en p eso s en say a d o s.

que m ayor circulación m onetario generaba, seguido de la ropa y el vi­


no, de consum o urbano. Téngase presente, finalm ente, que el 69% del
d inero provino d e la venta de productos del tributo: carneros de la
tierra, ropa, trigo, m aíz, ají, pescado y costales. Es decir, a excepción
del trigo, de la com ercialización de productos andinos.
El m anejo com ercial de los bienes del tributo, cuya expresión
m onetaria recoge el C uadro I, no fue siem pre directo. Una ilustración
la ofrece el circuito del m aíz, m ercancía que antes de convertirse en
dinero debía m u tarse en otra m ercancía. Es interesante observar la
form ación d e u n circuito m ercancía-m ercancía-dinero, en el cual el
m aíz (m ercancía ab u n d a n te y probablem ente con u n m ercado m one­
tario tendiente a la saturación) era utilizado p ara obtener cam eros de
la tierra (otra m ercancía) que finalm ente serían vendidos a diferentes
precios y convertidos en dinero. En algún sentido el dinero, en el XVI
peruano, puede ser identificado con u n a m erc an c ía 11.
C uando el adm inistrador Valencia rindió sus cuentas, se hizo
cargo de 5,848 pesos y 2 tom ines, es decir, 2,394 pesos m ás que el to­
tal del C uadro I. ¿Cuál p u d o haber sido el origen de esta diferencia
considerable? Es preciso m irar a las m inas: allí se extraía plata d e m a­
nera sistemática. Para probarlo están los cuadros del consum o de bie­
nes m ateriales del tributo, a cargo de los m ineros, los negros, los in­
dios y yanaconas que explotaban las vetas d e M artínez Vegazo. En
este últim o capítulo tendrem os ocasión de ver tam bién el pago m one­
tario a esa fuerza d e trabajo, lo que p erm itirá cobrar una im agen algo
m ás nítida de ese aspecto aún poco conocido: la m inería colonial tem ­
prana.
De m om ento, creem os estar en lo cierto al atrib u ir aquellos 2,394
pesos de diferencia a la producción m inera. Lo que qu ed a p o r aclarar
es si la plata extraída de Tarapacá fue am o n ed ad a o si perm aneció en
form a de barras, cuyo valor m onetario fue fijado po r el ensayador.
N os inclinam os po r la segunda posibilidad, sobre todo por los cons­
tantes envíos de plata hacia Lima, d o n d e se encontraba M artínez Ve­
gazo 12.
Veam os ahora el conjunto de pesos de p lata —en m oneda o en
barra— que estuvo a cargo de Valencia. El a d m in istrad o r dispuso ese

11) En el capítulo anterior hem os observado que V alencia trocó 407 fanegas de maíz
por 74 carneros de la tierra, que luego v endió a 4 y 5 pesos. Al d a r cuenta del tri­
buto, Valencia afirm ó que de los 254 pesos resultantes d e la operación final se
hacía cargo en la cuenta del dinero (AGN DIE L2 C15: 431r, 418v).
En cuanto a la identificación en tre dinero y m ercancía téngase en cuenta el traba­
jo d e Carlos Scm pat A ssadourian. El observó esta identificación entre m ercancía
y dinero en el P erú del siglo XVI, en u n a ponencia p resen tad a en 1976 al C uarto
Sim posio de H istoria Económica d e A m érica Latina en París y publicada en 1978
en el núm ero 2 d e la revista Economía, ed itad a p o r la U niversidad Católica del
Perú: "La producción d e la m ercancía dinero en la form ación del m ercado inter­
no colonial: el caso del espacio p eru an o , siglo XVI", (en adelante A ssadourian
1978). Tam bién se p u e d e consultar el libro ed itad o p o r E nrique flo res Cano. En­
sayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina (Flores C ano ed. 1979:
223-292).
12) M ás adelante, cuan d o veam os el ru b ro "envíos a Lima", tendrem os ocasión de
ver en detalle la cuestión de las barras d e plata.
232

patrim onio de diversa m anera: para pagar los diezm os, enviar exce­
dentes al encom endero pagar vaconas, arrieros, pastores, cirujanos,
sastres... en fin. La diversidad es m ucha, pero existe un denom inador
com ún a todas aquellas operaciones: se trata de pagos p o r servicios,
salarios o utilidades. Esto nos ha anim ado a ag ru p ar los gastos de Va­
lencia en función del destinatario de los pagos.
Por esta razón, en el C uadro II establecem os la distinción entre
pagos a españoles y pagos a indios.

CUADRO 11

PAGOS EN PESOS DE PLATA

1565

Destinatario Corrientes % Ensayados % Total %

españoles 3,422p 4t 78 3,832p 7t 100 7,255p 3t 88


indios 986p 7t 22 — — 986p 7t 12

TOTAL 4,409p 3t 100 3,832p 7t 100 8,242p 2t 100


(3,527p 4t) (7,360p 2t)

Fuente: A G N DIE L2 C'15. E n tre p arén tesis: v a lo r en p eso s en say a d o s.

U na prim era observación: los indios no reciben en ningún caso


p lata ensayada, solam ente plata corriente. Esta discrim inación —tanto
m ás contradictoria a la luz de la posterior conversión toledana del tri­
b uto indígena a pesos ensayados— confirm a la im agen d e los pesos
ensayados como una m oneda de escasa circulación, que — por su va­
lor certificado—- fue la m edida con arreglo a la cual se fijaron los
m ontos d e las transacciones oficiales. Pero esta últim a confirm ación
no m odifica sustancialm ente el ritm o de circulación efectiva que tuvo
la m o n ed a d entro del espacio que estudiam os y fuera d e él, en los
centros urbanos.
233

Los indígenas hacían sus transacciones comerciales y vendían su


fuerza de trabajo a cam bio de pesos corrientes. Al m om ento de entre
gar el tributo —lo hem os visto a Valencia efectuar el cálculo— se con
vertía el valor de los pesos corrientes a ensayados, para ver si corres
pondía a los valores oficiales. En otros térm inos aún cuando las ope
raciones se m idieran con arreglo a los valores d e una m oneda de linn
tada circulación —los pesos ensayados— la puesta en m archa del oír
cuito económ ico im ponía la circulación real y efectiva de m oneda: los
pesos corrientes13.
O tro detalle significativo es la desproporcionada distribución tic
los pagos entre la población indígena y la española. Los prim eros iv
cibieron apenas el 12% de los pagos, los europeos se apropiaron del
88% restante. R esulta com prensible: buena parte del dinero fue paga
do a la Iglesia, po r doctrina, o enviado al encom endero, po r concepto
de utilidad. Pero a ú n así las diferencias podían ser abism ales. En T.i
rapacá encontram os una ilustración: un solo español podía recibe
1,111 pesos por concepto de doctrina, m ientras 91 indígenas obtenían
—por diversos trabajos en las m inas— apenas 153 pesos en conjunto
Sem ejante desproporción nos sugiere una reflexión m ás general.
¿Cuál era la relación entre el valor de la fuerza de trabajo expresado
en cantidad de trabajo y en pesos de plata? ¿Se determ inaba lo según
do por lo prim ero o intervinieron factores de otra índole que introdu
jeron la desproporción entre am bos valores? Es evidente que la m ano
de obra española era bastante m ás cara que la indígena, independien
tem en te de lo que produjera una hora de trabajo de cada una de ellas
De alguna m anera, el éxito del comercio colonial radicaba en que las
m ercancías — p roducidas dentro del espacio colonial y destinadas a
entrar a u n m ercado m ás am plio— tenían u n costo irreal: se apoya­
ban en su subvaluación del valor m onetario d e la fuerza de trabajo in­
dígena 14.

13) En térm inos m o d ern o s y actuales, asistim os a un proceso análogo cuando vem os
que la política m onetaria de nuestro p aís se m aneja con arreglo a u n a circulación
y cotización m on etaria de carácter doble: la de divisas y la de m oneda nacional.
14) Esta situación tenía tam bién u n cam ino de regreso: la im portación de baratijas
europeas y su v en ta —com pulsiva, al crédito y a precios considerablem ente ele­
v ad o s— a la población indígena. N o estam os hablando solam ente de los rep arti­
m ientos que hacían los corregidores —fenóm eno posterior al arco tem poral en el
que nos d esplazam os— sino de eventos propios del XVI. Wachtel (1976: 184)
234

A continuación, como lo hiciéram os con los productos del tribu­


to, verem os en detalle cuál fue la com posición de estos pagos y reco­
rrerem os los distintos conceptos por los cuales Valencia dispuso del
patrim onio m onetario y argentífero que estuvo a su cargo.

Pagos a españoles

Estos pagos se efectuaron tanto en pesos corrientes, cuanto en


ensayados. Com o querem os uniform izar la inform ación presentare­
m os u n cuadro general —que incluye p o r igual corrientes y ensaya­
dos—, efectuarem os la estim ación del valor hom ogéneo y, para el
especialista interesado, ofreceremos la inform ación desagregada en
las notas.
El cuadro presenta una singularidad notable: el 76% de los p a­
gos —los 3 prim eros rubros— fueron efectuados por conceptos ajenos
a cualquier idea de inversión o m antenim iento d e los recursos de la
encom ienda. M ás todavía, creemos que el consum o d e aquellos 5,592
pesos y 3 tom ines (69% d e los cuales correspondía a pesos ensayados)
se realizó fuera del circuito interno de la encom ienda: en m edios u r­
banos como A requipa y Lima, si ya no en ultram ar. Se trata de pagos
p o r concepto de doctrina, d e plata enviada a Lima, o de dinero que
— por fallos judiciales— se tuvo que pagar a terceros. C entrarem os
nuestra atención en el dinero que salía directam ente al exterior de la
encom ienda —am onedado o ensayado, en barras o trozos— y em pe­
zarem os viendo en detalle los pagos por doctrina:

al analizar el efecto d e la introducción de la m oneda en la econom ía y m entali­


d a d andina, destaca los testim onios recogidos p o r Garci Diez en Chucuito. En
ellos consta que los españoles vendían m ercancías a un precio 4 veces m ayor que
el real y los indígenas los com praban, a pesar d e no tener necesidad de ellas. So­
bre los repartim ientos q u e hacían los corregidores se p u e d e consultar —adem ás
de los clásicos estudios de Lohm ann— la tesis doctoral d e Javier Tord, Reparti­
mientos de corregidores y comercio colonial en el Perú (Tord 1974a). En cuanto a la
distinta valoración d e la fuerza de trabajo indígena y la española y las conse­
cuencias derivables al respecto del comercio colonial debem os reconocer n u estra
coincidencia con este aspecto d e los planteam ientos del profesor C arm agnani
(C arm agnani 1976: 36-40).
235

CUADRO 111
PAGO A ESPAÑOLES
PLATA CORRIENTE Y ENSAYADA (pesos)
1565

C o n c e p to C a n tid a d %

doctrina 2,131p 5t 29
envíos a Lima l,945p 5t 26.8
m andato judicial y / o gasto notarial l,515p lt 20.9
salarios 578p 8
diezm o 500p 7
m antenim iento barcos 303p 4t 4 .2
fletes 149p 2.1
gastos generales 132p 1.8

TOTAL 7 ,254p 7t 100


(5,570p 7t)
F uente: AGN D IE L 2 C 1 5 E n tre p a ré n te s is : v a lo r e n p e s o s e n s a y a d o s (15)

15)

C U A D R O Illa
PAGO A ESPAÑOLES
PLATA CORRIENTE (p e s o s)
1565 * *

C oncepto C antidad %
doctrina l,020p 4t 29.7
salarios 578p 16.8
diezm o 500p 14.4
envíos a Lima 373p 10.8
m an d ato judicial y / o gasto notarial 366p 10.6
m antenim iento barcos 303p 4t 10.4
fletes 149p 4.1
gastos generales 132p 4t 3.8

TOTAL 3,422p 4t 100


(2,738p)

Fuente: A GN DIE L2 C 15 E ntre paréntesis: valo r en pesos ensayados.


236

CUADRO IV

PAGO A ESPAÑOLES

DOCTRINA

PLATA CORRIENTE Y ENSAYADA (pesos)

- 1565

Lugar Meses Productos Metálico Costo/Mes Total %

Tarapacá 26 160p L135p l t 50p 2t l,295p l t 61


Arica 12 63p 4t 505p 47p 568p 4t 27
C arum as 13 30p 238p 20p 268p 12

TOTAL 51 253p 4t l,878p l t 2,131p 5t 100


(l,927p 4t)

F uente: A G N DIE L2 C15 E n tre p aré n tesis: v a lo r en p eso s e n s a y a d o s )16)

CUADRO III b

PAGO A ESPAÑOLES
PLATA ENSAYADA (pesos)
1565

Concepto C antidad %

envíos a Lima L572p 5t 41


m and ato judicial L149p l t 30
doctrina L l l Ip lt 29

TOTAL 3,832p 7t 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

La diferencia entre la sum a de pesos corrientes y ensayados y la estim ación d e su


valor en u n a sola m edida —pesos ensayados— es de 685pesos, apenas u n 9% de
variación.
2.V7

Los estudios clásicos sobre la naturaleza jurídica de la enco


m ienda han m ostrado hasta que punto la evangelización y el adoclri
nam iento de los indígenas le era consustancial. N o se trataba sol.i
m ente defender la licitud de la encom ienda o de aliviar ("para que
con m enos cargo de vuestra conciencia podáis llevar los dichos tribu
tos", dice la cédula) el rem ordim iento del encom endero. El adoctrina
m iento era el conductor del fluido ideológico com pulsivo, encargado
de ejercer una presión efectiva sobre la población indígena y la pro
ducción de sus bienes m ateriales. N o parece en absoluto casual, por
lo tanto, que la doctrina ocupe el prim er lugar entre los pagos a espa
ñoles.

16) CUADRO IVa

PAGO A ESPAÑOLES
DOCTRINA
PLATA CORRIENTE (pesos)
1565

Lugar Meses Concepto Valor/Cantidad %

C arum as cera y vino 30p 3


C arum as 13 pesos de plata 238p 23.3
Arica cera y vino 63p 4t 6.2
A rica 12 pesos d e p lata 505p 49.5
Tarapacá cera y vino 160p 15.7
T arapacá 2 pesos d e p lata 24p 2.3
TOTAL 27 l,020p 4t 100
(816p 3t)
Fuente: A G N DIE L2 C15 Entre paréntesis: v alo r en pesos ensayados.

CUADRO IVb

PAGO A ESPAÑOLES
DOCTRINA
PLATA ENSAYADA (pesos)
1565

Lugar Meses Concepto Valor/Cantidad %


T arapacá 26 pesos d e p lata l,lllp lt 100

TOTAL 26 l,lllp lt 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

En este caso la diferencia entre la su m a de pesos corrientes y ensayados y la


estim ación de su valor en m ía sola m edida (pesos ensayados) es de 204 pesos un
tom ín, lo que representa —otra vez— solam ente u n 9% de variabilidad .
238

Q uienes cobraron esas sum as fueron los curas doctrineros de los


distintos pueblos17. Com o se aprecia en el cuadro IV, los pagos por
concepto de doctrina se efectuaron tanto en productos como en m etá­
lico, aunque m ayoritariam ente en esta últim a forma. Solam ente el
12% del total correspondió a pagos en productos, em inentem ente li­
gados al culto religioso: cera y vino18.
La com paración entre las diferentes doctrinas se revela intere­
sante. La m ás onerosa era la de Tarapacá. Resulta significativo que el
61% de los gastos generales en doctrina corresponda a esta región.
Podría pensarse que la diferencia se debe solam ente a la plenitud del
lapso que en nuestro cuadro abarca la doctrina d e Tarapacá. Sin em ­
bargo, aú n si com param os los m ontos en arcos tem porales iguales, el
costo d e un m es de doctrina en Tarapacá resulta ligeram ente m ayor
que el d e Arica y bastante superior al de Carum as.
Esta preem inencia de Tarapacá ya no es, a estas alturas, sorpresa
para nadie. A lo largo del análisis dem ográfico y del estudio de los
volúm enes del tributo, Tarapacá ha venido ocupando el prim er lugar.
En el aspecto específico de la doctrina es im portante recordar que Ta­
rapacá fue u n asiento m inero de im portancia du ran te aquellos años.
Parece haber existido una relación directam ente proporcional entre la
existencia o cercanía de asientos m ineros en una región y la m ayor
presión doctrinera y evangelizadora desplegada po r los españoles so­
bre los indígenas.

Así digo destos indios / / que vno de los m edios de su pre­


destinación y saluación fueron estas m inas, tesoros y rique-
sas, porque vem os claram ente que do n d e las ay va el Evan­
gelio bolando y en com petencia, y adonde no las ay, sino

17) Es a p re d a b lc la precisión con que V alencia rindió cuentas de lo gastado en doc­


trina. N o solam ente separó lo que había entregado en productos de lo entregado
en dinero, sino que consignó los nom bres d e los religiosos encargados del adoc­
trinam iento d e los indígenas. En Tarapacá el doctrinero era fray H ern an d o A bre­
go, en Arica el p a d re A rroyo y en C arum as el p ad re V aldclom ar (AGN DIE L2
C15: 436v, 440v, 441r, 444r, 444v).
18) A nte los 253 pesos y 4 tom ines que arroja el total p ag ad o en pro d u cto s parece no
caber d u d a que se trata de m o n ed a de cuenta. El testim onio de Valencia es claro:
él les entregó la cera y el vino, “q ue valían tantos pesos". Pero eso no invalida la
circulación real d el resto. M enos si tenem os en cuenta que éste es prácticam ente
el único caso que V alencia estableció u n a expresa distinción.
239

pobres, es m edio de reprouación, porque jam ás llega allí el


Euangelio, como po r gran experiencia se ve, que a tierras
do n d e no ay este dote d e oro y plata, ni ay soldado ni capi­
tán que quiera ir, a ú n m inistro del Euangelio. Así lo dice el
testim onio del A nónim o de Y u c a y 19.

Com o contraparte, cabría p reguntarse si la falencia social y eco­


nómica de lio —m encionada en los capítulos anteriores— no fue la
causa para que Valencia no diese cuenta de haber pagado a algún
doctrinero de aquella región. La presión ideológica sufrida p o r los
grupos étnicos, que es m ucho m ás m aterial de lo que el espíritu p u e ­
d a creer, parece haber sido directam ente proporcional —entonces y
ahora— a su eventual riqueza o pobreza, entendidas estas últim as ca­
tegorías en térm inos de la voracidad de los sectores u rb a n o s 20.
Veam os ahora el segundo rubro de pagos a españoles: los en­
víos a Lima.

CUADRO V

PAGO A ESPAÑOLES

ENVIOS A LIMA

PLATA CORRIENTE Y ENSAYADA (pesos)


1565

Portador Concepto Valor/Cantidad %

A ntón M artín pesos de plata 700p 7t 36


Juan R odríguez pesos de plata 493p 4t 25.3
Juan de Elao?ac;a pesos de plata 378p 2t 19.4

19) "A nónim o de Yucay (1571)", Historia y Cultura, N “ 4, Lima, 1970:142.


H ay otro elem ento que no conviene dejar de lad o al explicar el m ay o r m onto de
la doctrina d e Tarapacá: el aspecto dem ográfico. Recuérdese q u e T arapacá era la
región de la encom ienda con m ayor n ú m ero d e tributarios.
20) Es im portante destacar la interacción del elem ento u rbano y a n d in o d esd e 1532
hasta el presente. El cause d e nu estra h istoria nacional p u e d e ser q uizás com ­
p ren d id o m ás cabalm ente a la luz del análisis d e esa u n id a d d e opuestos. En Pea-
se (1978: 181-223) se p u ed e encontrar u n a presentación del problem a, bastante
m otivadora.
240

A ntón M artín pesos de plata 250p 12.9


A ntón M artín platería 73p 3.8
Juan de A lcázar pesos de plata 50p 2.6

TOTAL l,945p 5t 100


(1,871 p)
Fuente: AGN DIE L2 C15
(21)

Estos envíos se efectuaron tanto en circulante como en b arras de


plata: las declaraciones d e Valencia son claras, en ese sentido.

21)
C UAD RO Va

PAGO A ESPAÑOLES
ENVIOS A LIMA
PLATA CORRIENTE (pesos)

Portador Concepto Valor/Cantidad %

A ntón M artín pesos de p la ta 250p 67


A ntón M artin platería 73p 19.6
Juan de A lcázar pesos d e p la ta 50p 13.4

TOTAL 373p 100


(298p 3t)
Fuente: AGN DIE L2 C15 Entre paréntesis: valor en pesos ensayados.

CUADRO Vb

PAGO A ESPAÑOLES
ENVIOS A LIMA
PLATA ENSAYADA (pesos)
1565

Portador Concepto Valor/Cantidad %


A ntón M artín barras de p lata 700p 7t 446
Juan R odríguez b arras de p lata 493p 4t 314
Juan d e Elabsaqa barras d e p lata 378p 2t 24.
TOTAL l,572p 5t 100
Fuente: A G N DIE L2 C15
En este caso, la conversión a pesos ensayados arroja u n índice de vsrinción d e 4%
solam ente.
24 I

Este rubro lo hem os considerado dentro del conjunto de pagos ,i es


pañoles, en tanto pago al encom endero por concepto de utilidades. Se
pu ed e en tender este flujo hacia Lima como aquel excedente m o n d a
rio y d e plata de las m inas, que era enviado directam ente a la capital.
Lucas M artínez —agobiado por las deu d as y obligaciones judiciales
esperaba en Lima con ansiedad, la llegada de los navios del sur que Ir
traían (adem ás de noticias) dinero y plata para cubrir sus necesida
des.
R esulta significativo que el 80% de la plata enviada a Lima fuese
ensayada. Revela que incluso la plata ensayada —usualm ente pre
sentada como m oneda ficticia o de cuenta— existió efectivamente: de
lo contrario carecería de sentido su envío a Lima. Seguram ente había
un ensayador (funcionario que evaluaba la calidad de la plata y olí
cializaba su valor) en Tarapacá o Arica, que fijaba sus iniciales en las
b arras de plata. Los portadores de la plata y la m oneda eran todos
m aestres d e barcos, que cubrían usualm ente la ru ta entre la enco­
m ienda y Lima.
V eam os ahora el tercer rubro del conjunto d e dinero consum ido
especialm ente fuera de la encom ienda: m andato judicial y / o gastos
notariales.

CUADRO VI

PAGO A ESPAÑOLES

GASTOS NOTARIALES Y /O MANDATOS JUDICIALES

PLATA CORRIENTE Y ENSAYADA (pesos)


1565

Beneficiario Concepto Cantidad %

H dos. de M artín de Valencia m andato judicial 656p 2t 43.3


M anuel de H errera censo 492p 7t 32.5
H dos. de M artín de Valencia m andato judicial 200p 13.2
G onzalo Serrano m andato judicial lOOp 6.6
H do. A lvarez de C arm ona m andato judicial 48p 3.2
242

com pra de papel lOp .7


escribano R odríguez derechos notariales 6p .4
escribano N avarro derechos notariales 2p .1

TOTAL l,515p l t
(l,442p) 100

Fuente: A G N DIE L2 C15 E n tre p aré n tesis: v a lo r en p eso s en say a d o s.

(22 ) ■

22) CUADRO Via

PAGO A ESPAÑOLES
GASTOS NOTARIALES Y /O M A NDATO JUDICIAL
PLATA CORRIENTE (pesos)
1565
Beneficiario Concepto Cantidad %
H dos. M artín de
Valencia d eu d as 200p 54.6
G onzalo Serrano m an d ato judicial lOOp 27.3
H do. A lvarez de
C arm ona m an d ato judicial 48p 13.1
-------------- om pra d e papel lOp 2.7
escribano R odríguez derecho notarial 6p 1.7
escribano N avarro derecho notarial 2p .6

TOTAL 366p 100


(292p 6t)

Fuente: AGN DIE L2 C15 Entre paréntesis: valor en pesos ensayados

CUAD RO VII

PAGO Á ESPAÑOLES
GASTOS NOTARIALES Y /O M A ND ATO JUDICIAL
PLATA ENSAYADA (pesos)
1565

Beneficiario Concepto Cantidad %


ITdos. M artín d e Valencia m an d ato judicial 656p 2t 57.1
M anuel de H errera censo 492p 7t 42.9

TOTAL l,149p l t 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

El índice d e variación, al convertir todo el valor a pesos ensayados, es solam ente


del ord en del 5%.
243

La gran m ayoría de estos pagos se debió a disposiciones judicia­


les. A lo largo d e la biografía de Lucas M artínez hem os observado la
cantidad de pleitos y litigios judiciales que afrontó. A quí estam os
— obviam ente— ante aquellos de poca m onta, digam os juicios dom és­
ticos.
H ernando Alvarez de C arm ona había actuado como defensor de
unos indígenas que trabajaron en la estancia de Tacahui. H errera era
acreedor d e M artínez Vegazo por unas casas echadas a censo, es d e ­
cir, hipotecadas. El difunto M artín de Valencia —conocido en el capí­
tulo Vil, al ver la organización de la encom ienda— era u n fiel servi­
dor de M artínez Vegazo que, en una ocasión le prestó al encom ende­
ro dos barras de plata "para sus pleitos". El pago a G onzalo Serrano
— tam bién por orden de la autoridad— fue por los costos de u n p ro ­
ceso judicial.
Los gastos notariales —com pra de papel y pago a e s c r ib a n o s -
son abrum adoram ente m inoritarios, pero vistos en detalle sugieren
aspectos de interés principal. Valencia pagó 2 pesos al escribano N a­
varro, p o r una notificación —acom pañada de una cédula real— , para
que nadie "rescatase" en los pueblos d e la encom ienda. En otros tér­
m inos: M artínez Vegazo pretendía — al parecer con éxito— m onopo­
lizar el comercio con los indígenas de su e n c o m ien d a 23.
H asta acá llega el análisis detallado de los tres prim eros rubros
del C uadro III, que constituyen el m onto del dinero y la plata que
fueron exportados (consum idos) fuera de la encom ienda. Ellos tienen
tam bién otro aspecto com ún, son los únicos rubros en los cuales los
pagos se efectuaron sim ultáneam ente en pesos ensayados y pesos co­
rrientes. En térm inos generales, el 69% del m onto total corresponde a
ensayados y solam ente el 31% a corrientes. Esto confirm a la im p re­
sión de que los pesos ensayados circularon en m edios urbanos, exte­
riores a la encom ienda .
La proporción entre pesos ensayados y corrientes varía en cada
rubro. En la "doctrina" la cantidad de pesos ensayados es del o rd en
del 52%, solam ente, m ientras que en "envíos a Lim a" alcanza u n
índice del 81% y en "m andato judicial", 76%. P uede pensarse que

23) T o d a la in fo rm ació n so b re la n a tu ra le z a d e esto s p a g o s se e n c u e n tra en


A G N DIE L2 C15: 434v, 435v, 442r, 442v, 444r, y 444v.
244

una parte im portante d e los pagos por doctrina — suponem os que los
pesos corrientes— perm anecía para el consum o del cura doctrinero.
En cam bio los envíos a Lima — las utilidades en m etálico de M artínez
V egazo— constituían dinero y plata expresam ente destinados al exte­
rior. A m anera d e resum en, presentam os los tres rubros en cuestión,
desagregando la inform ación en pesos corrientes y ensayados.

- CUADRO Vil

DINERO Y PLATA EXPORTADA

(CONSUMIDA) FUERA DE LA ENCOM IENDA (pesos)

1565

C oncepto E nsayado % C o rrien te % T otal %

d o ctrin a l , l l l p 4t 29 l,0 2 0 p 4t 8 2,132p 38


en v ío s a L im a l,5 7 2 p 5t 41 373p 21 l,9 4 5 p 5t 35
m a n d a to judicial
y / o g asto n o ta rial l,1 4 9 p l t 30 366p 21 l,5 1 5 p lt 27

TO TA L 3,833p 2t 100 l,7 5 9 p 4t 100 5,592p 6t 100


(l,4 0 7 p 2t) (5,240p 5t)

Fuente: A G N DIE L2 C15 E n tre p aré n tesis: v a lo r en p eso s e n s a y a d o s

A estos pagos ya vistos, habría que agregar el de los diezm os: el


pago d e im puestos.
CUADRO VIII

PAGO A ESPAÑOLES

DIEZMO

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Beneficiario Concepto Valor/ Cantidad %

Feo. d e Espinoza diezm o de Tarapacá y


Pica, de 1565-1566 300p 60
Feo. de Espinoza diezm o general corres­
pondiente a 1560-1565 200p 40

TOTAL 500p 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

H em os considerado esta categoría dentro del conjunto d e "pago


a españoles", puesto que el beneficiado -—en últim a instañcia— es el
Estado español. En realidad, lo usual era que la Corona reservase
para sí la quinta parte del m etal precioso producido. Pero la explota
ción d e las m inas de Tarapacá afrontaba dificultades ya conocidas,
que dieron pie a u n reajuste de la tasa im positiva: el pago de la déci­
m a parte, solam ente. Lucas M artínez — siem pre vinculado estrecha­
m ente a los representantes del poder político— logró que el conde de
N ieva librase una provisión conveniente a sus intereses. En ella se a u ­
torizaba a M artínez Vegazo a pagar a los Oficiales Reales de A requi­
pa — du ran te ocho años— solam ente los diezm os y no los quintos, de
la plata que se sacase de las m inas de Tarapacá u .

24) AGI Patronato 189 Ramo 16. (Debemos esta referencia a J.A. del Busto). Descono­
cemos la fecha de la provisión, aun q u e ésta no p u d o ser anterior a 1560, de m a­
nera que hacia 1565 —las p ropias cuentas de Valencia lo dem uestran— las m inas
de Lucas estaban sujetas al diezm o y no al quinto.
246

El cargo de diezm ero era desem peñado p o r un funcionario lla­


m ado Francisco de Espinoza. La prim era partida del C uadro VIII co­
rresponde a los diezm os de Pica y Tarapacá y cubre solam ente dos
años. La segunda —que abarca u n lustro— corresponde al diezm o
general (pues Valencia no hizo m ayor especificación) aunque esta­
m os convencidos que se trata solam ente de Tarapacá, pues m inas no
había en otros s itio s 25. Resulta sintom ático que el m onto del diezm o
de cinco años (1560-65) sea inferior al de d o s (1565-66). ¿Indica esta
discordancia que estam os ante evidencias de un aum ento de la pro­
ducción m inera, o se trata solam ente d e una deficiencia de nuestra in­
form ación? A ún no lo sabem os.
Los gastos que verem os a continuación tienen una singularidad
com ún: se trata de dinero destinado a pagar servicios directam ente
vinculados con la adm inistración d e la encom ienda y el m antenim ien­
to de su infraestructura. En total, representan solam ente el 16% del
patrim onio m onetario en cuestión. Si d e alguna circulación interna es­
tam os seguros — pagos a indígenas al m argen— es de los pesos co­
rrespondientes a este conjunto de gastos. El dinero que perm anecía
circulando al interior de la encom ienda era poco, considerando el vo­
lum en de lo que salía al exterior de ella. N o en vano era la plata un
producto esencialm ente de exportación — como la ropa, la coca, el ají
y el pescado salado—, pero sin d u d a largam ente m ás im portante.
El principal rubro de gastos internos corresponde a los salarios
de los españoles encargados de adm inistrar la encom ienda de Lucas
M artínez Vegazo.
En la últim a sección del capítulo VII se ha visto la m anera en la
que estaba organizada la encom ienda y el papel estratégico que de­
sem peñaban los m ayordom os. Lo q u e el cuadro m uestra, en parte, es
el últim o elenco d e m ayordom os de la encom ienda de Lucas M artí­
nez Vegazo, quien —recordém oslo— estaba viviendo en Lima sus úl­
tim os años.
Los cinco prim eros pagos del C uadro IX corresponden al trabajo
de estos em pleados encargados de m antener la m archa d e la m aqui­
naria d e la encom ienda. Valencia m anifestó algunos detalles respecto

25) El m o n to total de lo que se debía pagar en este últim o caso era, en realidad, 236
pesos. Los 36 pesos de diferencia habían sido p ag ado s previam ente en productos
(AGN DIE L2 C15: 434r, 434v).
247

I ■ CUADRO IX

1' PAGO A ESPAÑOLES


I í
SALARIOS Y /O SERVICIOS PRESTADOS

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Beneficiario Tiempo Cantidad %

Juan de Fuentes un año 200p 34.5


M iguel García un año lllp 19.3
Alonso de H errera un año lOOp 17.3
Juan de Rodas un año 85p 14.7
Alonso de Solís dos m eses 50p 8.7
Arrieta — 20p 3.5
Pedro Colm enares — 7p 1.2
Pedro R odríguez — 5p .8

TOTAL 578p 100

F uente: A G N DIE L 2 C 1 5

al serv id o de estos hom bres. Juan de Fuentes se desem peñaba como


vaquero en la estancia de Tacahui. M iguel García servía p o r lo gene­
ral en las m inas d e Tarapacá, pero tam bién se ocu p ab a de arreglar las
casas que M artínez Vegazo poseía en A requipa, o de la persecución
de indios y negros huidos. Alonso d e H errera había tenido a su cargo
el cobro del tributo d e los indios C arum as; Juan d e R odas había ido a
Potosí a entregar el ganado que se llevaba a v en d er y Pedro C olm ena­
res había desem peñado servicios generales, sin m ayor especificación.
Los dem ás gastos corresponden al pago de servicios especiales.
A rrieta era cirujano y había curado a u n negro huid o , de nom bre A n­
tón Carbonero. Por su parte. Pedro R odríguez era sastre d e oficio y
248

había confeccionado ropa para la m orisca Beatriz y la hija d e Lucas


M a rtín e z 26.
O tro im portante m otivo de gasto interno era el m antenim iento
de los barcos.

CUADRO X

PAGO A ESPAÑOLES

M ANTENIM IENTO DE LOS BARCOS

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Beneficiario Concepto Valor/Cantidad %

Bartolomé García hechura de un barco 265p 87.3


Juan R odríguez m antenim iento 16p 5.2
m antenim iento 9p 3
m antenim iento 7p 4t 2.5
m antenim iento 6p 2

TOTAL 303p 4t 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

La hechura de una em barcación debe haber sido, a estas alturas,


un gasto com ún en la econom ía de Lucas M artínez Vegazo. A lo largo
de su biografía hem os visto desfilar varios de sus barcos. A quél ilus­
tre q u e socorrió a Valdivia, aquella otra nave en que se encontraba la
plata de Gonzalo Pizarro lista a zarp ar de Quilca a Lima, aquél otro
barco viejo que La Gasea m andó destruir para que los gonzalistas

26) La inform ación sobre estos detalles así com o la especificación del trabajo d e los
em pleados, se en cuentra en AGN DIE L2 C15: 435v, 436r, 438r, 440v, 441r, 441v,
442r. 443r.
24‘)

no lo pu d iesen reparar, la em barcación que le construyó el m aestre Cla


llego, etc. 21.
Sem ejante abundancia de barcos nos lleva a p ensar que su con
fección no era tan difícil, que se trataba de barcos de poca carga y corla
vida. Inclusive se p u ed e p en sar que, eventualm ente, fuera m ás renta
ble construir u n barco nuevo que m antener de m anera prolongada las
naves usadas.
La inform ación de Valencia fue bastante explícita, respecto a la
naturaleza de los elem entos necesarios para el m antenim iento de los
barcos. Las cuatro p artid as de m antenim iento corresponden, résped i
vam ente, a brea, aceite, y clavos, estopa, aparejos. A ñadirem os sola
m ente que el m antenim iento de los barcos estuvo, indirectam ente,
tam bién adscrito al tributo. Com o se vio en el capítulo anterior, los ti i
butarios de lio estaban obligados a entregar lonas para las velas de las
naves.
El siguiente rubro de gastos se encontraba íntim am ente vincula
do al tráfico m arítim o: los fletes.
Se trata del pago de fletes po r encargos y pasajeros que se móvil i
zaban entre Lima y Arica y— com o en el caso de los "envíos a Lima"
(C uadro V)—los beneficiarios eran m aestres que tenían a su cargo la
unión m arítim a de estos puertos. La prim era p artida corresponde a va
rios pasajeros que Lucas M artínez envió a Arica, entre ellos la morisca
Beatriz y su hija. La segunda cubre el flete p o r dos negros que Lucas
envió a Arica. Las siguientes d o s corresponden a barras de plata envia
das a Lima, así como a petacas de higo y pescado salado que —desde
Arica— llegaban al encom endero. La quinta partid a corresponde al
envío de mil pesos, dos petacas de higo y una botija de vino. Por úl-

27) Se trata de naves distintas com o consta en los capítulos III y V de este trabajo. Es­
pecialm ente im portan te— p or contener detalles sobre las características d e las em ­
barcaciones— es el contrato celebrado con m aestre Gallego, p a ra rep arar una nave
vieja y construir otra (ADA G aspar H ern án d ez 1558-60- 235v, 236r).
José A ntonio del Busto, en el tom o III de la Historia marítima del Perú (en adelante
Del Busto 1975), presenta u n a visión del litoral q u e recorrían los barcos de Lucas
M artínez Vegazo. P articularm ente interesante en su presentación del puerto de lio,
d onde deja sentada la existencia de evidencias sobre astilleros en aquel puerto,
hacia com ienzos de XVII. A la luz d e lo que venim os viendo, no queda duda
respecto a la existencia de tales astilleros, incluso en el XVI tem prano (Del Busto
1975:1, 363-374).
250

CUADRO XI

PAGO A ESPAÑOLES

FLETES

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Beneficiario Concepto Destino Valor/ Cantidad %

Juan R odríguez pasajeros de Lima Arica 60p 40.3


Juan Rodríguez envío de negros Arica 32p 21.5
A ntón M artín plata y pescado Lima 32p 2L5
Juan R odríguez plata y pescado Lima 12P 8
A ntón M artín higos y dinero Lima 7p 4.7
tocino Lima 6p 4

TOTAL 149p 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

tim o, la sexta partida alude al envío de seis piernas de tocino, destina­


d as seguram ente al consum o dom éstico de M artínez Vegazo y su casa.
Com o se pu ed e apreciar, la com unicación entre Lima y Arica era
aprcciable: sobre todo si tenem os en cuenta la enorm e distancia entre
am bos puertos. Conviene ad vertir que la ru ta de las b arras y pesos de
plata fue siem pre de Arica a Lima y no a la inversa. Sem ejante direc­
ción es observable tam bién en los alim entos como el pescado salado,
higos y el tocino, en tanto que de Lim a a Arica circulan solam ente p a ­
sajeros. Todo indica que la producción de la encom ienda se orientaba
básicam ente al exterior y que determ inados productos—especialm ente
la plata—difícilm ente volvían al circuito interior de la en c o m ien d a 2S.

28) Los detalles d e lo que los barcos llevaban y traían y cuánto se p ag ab a p or flete se
en cuentran en A GN DIE L2 C15: 435r, 443v.
251

Por últim o, tenem os el rubro d e gastos generales, cuya inform a­


ción fue algo m enos detallada que la d e los anteriores.

CUADRO XII

PAGO A ESPAÑOLES
GASTOS GENERALES
PLATA CORRIENTE (pesos)
1565

Partida Cantidad %

1 70p 52.9
2 48p 36.2
3 40p 4t 3.4
4 4p 3
5 3p 2.3
6 3p 2.3

TOTAL 132p 4t 100

F uente: A G N DIE L2 C15

Com o desconocem os los nom bres d e los beneficiarios d e estos


pagos, nos hem os lim itado a n um erar las partidas. La prim era corres­
ponde a la com pra de 1,400 botijas vacías, d estinadas a alm acenar la
producción de la viña de Ocurica. La segunda, a la com pra de cuatro
cestos de coca, para el consum o de los indios d e las m inas d e Tarapacá.
La tercera partid a alude a la com pra de m antillas y jubones p a ra la hija
de Lucas M artínez. Los 4 pesos de la cuarta, fueron gastados p o r V a­
lencia en Arica, en la atención de pequeñas necesidades. Las dos ú lti­
m as partidas corresponden a la com pra de cerrojos p ara las casas de
Ocurica y Tacahui, lugares en los cuales Lucas M artínez tenía en fun­
cionam iento, respectivam ente, una viña y u n a e sta n c ia 29.

29) E sta in fo rm ac ió n se en c u e n tra en A G N DIE L2 C 15: 434v, 435v, 4 3 6 r/


436v.
252

Q uerem os cerrar el análisis de los pagos a españoles con u n cua­


dro resum ido, que presente solam ente la distribución del gasto inter­
no. Se podrá apreciar m ejor la jerarquía d e una categoría sobre la otra.

CUADRO XIII

PAGO A ESPAÑOLES
GASTO INTERNO
PLATA CORRIENTE (pesos)
1565

Concepto Cantidad %

salarios 578p 50
m antenim iento barcos 303p 26
fletes 149p 13
gastos generales 132p 11

TOTAL 1,162p 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

Pagos a indios

Bien se sabe, a estas alturas, que la riqueza de las Indias eran sus
indios: la fuerza de trabajo indígena 30. Ella estuvo en el centro de las

30) La observación de q u e sin los indígenas—sin su fuerza de trabajo—no h ab ra riq u e­


za, no pasó desapercibida p ara G uarnan Pom a de Ayala. En u n a d e sus considera­
ciones, afirm a lo siguiente: "S.C.R.M. Digo que en este rreyno se acauan los yndios
y se an de acauar desde aqui de ueinte años no abra yndio en este rrey n o d e que
<;irua su corona rreal y defensa d e nu estra santa fe católica p or que cin los yndios
v.m . no vale cosa p o rq u e se acuerde Castilla es Castilla por los yndios el siriniqimo
em p erad o r y rrey de dios tiene en la gloria fue poderoso p o r los yndios deste reyno
y su p a d re d e v.m . tam bién fue m onarca con gran po d erío y po testad so n ad o por
los yn d io s d e este rreyno y v.m. tam bién . . . " [Guarnan Pom a 1936: 964 (982) 965
(983)]. Las cifras entre paréntesis corresponden a la num eración real d e la edición
facsim ilar, las otras a la del propio autor.
discusiones y enfrentam ientos de carácter político en el XVI. Ella fue
la piedra d e toque de las diferencias entre los conquistadores y los re
presentantes d e la Corona. Los prim eros se creían con derecho a usu
fructuar la m ano de obra indígena de m anera indiscrim inada y sin
pago alguno: las arm as y la ocupación del país eran su apoyo. Sus
opositores—m ayoritariam ente a g ru p ad o s en el Clero—intentaron re
gularizar el uso de la fuerza de trabajo som etida.
El prim er diálogo entre unos y otros fue bastante áspero y pro
m onitorio de lo que ocurriría luego. C uando en 1535 Tom ás de ller
langa —obispo designado Juez Com isario del Perú—observó por es
crito las irregularidades com etidas por Pizarro y los oficiales reales,
los cuestionados— portavoces de la m ayoría de conquistadores- le
negaron au to rid ad m oral para pronunciarse sobre hechos derivados
d e situaciones en las que no se había hallado presente y, m ás todavía,
respondieron que lo que hasta entonces tenían era m enos de lo que
del rey esperaban. Berlanga desapareció del escenario 31.
El nuevo interlocutor fue el conocido fray Vicente d e Valverde
(por entonces en España), en quien el Consejo de Indias creyó ver la
posibilidad de forjar u n p o d er autónom o y fiscalizador de los perú le
ros. Pero el estallido de las pasiones entre alm agristas y pizarristas a
las cuales no era ajeno el clérigo de Cajam arca— im pidieron cualquier
arreglo respecto al servicio personal indígena. En las dos prim era',
g uerras civiles no se peleó solam ente por el derecho d e tal o cual ca­
p itá n a la posesión del Cuzco o a la gobernación del Perú, sino por el
acceso de sus partidarios al uso de la fuerza de trabajo de aquellas ju­
risdicciones.
Llegado el turno -de Vaca de Castro, el com isionado alcanzó a
term inar—en m ayo de 1543—unas ordenanzas para el trabajo indíge­
na en los tam bos, el pago a los cargadores y el carácter voluntario que
debía tener el trabajo en las m inas. Pero po r entonces las leyes nuevas

31) Zavala (1978: 3-47) dedica sus prim eras p áginas a presentar y com entar la d ocu­
m entación tem prana sobre el servicio personal de los indios. La carta de Berlanga
destacando las irregularidades com etidas en el repartim iento d e los indios fue
fechada el 6 de noviem bre de 1535. La áspera respuesta data del 13 del m ism o mes
y año. En carta del 3 d e febrero de 1536—ya d esd e N om bre d e Dios—, Berlanga se
quejó al rey acusando a Pizarro d e h ab er indispuesto a la gente (léase a los
conquistadores) en su contra (Zavala 1978: 5-6).
254

ya se hallaban cam ino a Lima y con ellas el prim er virrey, el intento es­
tatal por cortar drásticam ente el poder de los encom enderos; tam bién
la rebelión y—nuevam ente— la guerra32.
Bien se sabe lo que vino después y la m anera en la que Pedro de
la Gasea fue im poniendo cierto orden: el servicio de Tam bos dejó de
ser gratuito, los indios de encom ienda no podían ser obligados a traba­
jar en otros climas. En las tasas se consideró (lo hem os visto) el uso de
la fuerza de trabajo indígena, aunque en form a lim itada y específica33.
Al com enzar la década del 50, la Corona persistió en sus propósi­
tos de abolir el servicio personal de los indios. Pero cuando la A udien­
cia d e Lima pretendió juntar las palabras con los hechos, las cédulas
reales con la realidad, la rebelión de H ernández G irón sacudió nu ev a­
m ente el Perú. La A udiencia m ovilizó a los notables —los vecinos y
encom enderos— en contra de los alzados — H ernández Girón, u n par

32) Una real cédula del 9 de julio d e 1536 o rdenó a Pizarro y V alverde, entre otras co­
sas, hacer la tasación de los tributos de los indios. V alverde m urió cuando se d iri­
gía a reunirse con Vaca de Castro, luego que los alm agristas m ataran a Pizarro (Za­
vala 1978: 4; Lockhart 1972: 204-206).
Las ord en an zas d e Tambos p ro m u lg a d a p o r Vaca de C astro se p u ed en ver en
Z avala (1978: 7-9). El C om isionado no supo m antenerse inm une a las tentaciones
de los vecinos y encom enderos del P erú y al volver a España fue som etido a juicio
de residencia y declarado culpable d e varios cargos (Zavala 1978: 11). El astuto
C om isionado otorgó encom iendas, a p esar que sabía que el virrey llegaría pro n to
y que la nueva legislación —las leyes n u ev as—ordenaban que n o se diesen m ás
m ercedes de indios. Interesa esta anotación, p u es en los capítulos II y VII se ha visto
cómo Lucas M artínez fue u n o de los m ás favorecidos con este nuevo reparto.
33) Zavala (1978 -11-16) p resenta en form a m uy clara la política d e La Gasea respecto
a la encom ienda y el servicio perso n al de los indígenas. El licenciado Pedro d e la
Gasea era en realidad m uy hábil. En la nota 2 del capítulo VIII hem os visto que La
Gasea otorgó a los indígenas u n año d e gracia en el p ago del tributo, p o rq u e se
consideraba que la población había q u ed ad o m u y m altrecha luego d e las guerras
civiles (Barriga 1955: 127). Bien, en una carta del 28 de enero d e 1549, La Gasea
confesó al Consejo de Indias que su v erd ad era intención era ir aplicando disim u ­
ladam ente algunas disposiciones de las leyes nuevas: "hasta ahora no he m a n d a ­
d o que se guarde la ordenanza que n o se echen indios a las m inas, p orque d e las
(leyes nuevas) no revocadas, ésta es la que m ás acedo p u ed e causar, sino que so
color d el trabajo que los indios han p asado y la falta de com ida que en m uchas
p artes han tenido y tienen y necesidad p ara rep ararla d e hacer cem cnteras y la
enferm ed ad d e m odorra que en m uchas partes a an d ad o entre ellos y españoles de
dolores de costado, he puesto freno en lo de echar indios a minas, d an d o a entender
que era p o r estas causas” (Zavala 1978: 12-13).
255

de notables desposeídos y los oportunistas del caso—, pero a u n precio


acordado: olvidarse de la abolición del servicio personal indígena34.
La política gubernam ental del m arqués de C añete y del conde de
N ieva estuvo subordinada a la necesidad de "pacificar la tierra", esto
es, evitar el brote d e u n a nueva guerra. La de los años 60 fue una déca­
da en la que los encom enderos principales lograron adorm ecer el ca­
rácter norm ativo de las ordenanzas que intentaban lim itar—ya nadie
hablaba de abolir— el servicio personal indígena. El crecim iento de la
econom ía m inera y las dem andas de fuerza de trabajo para los yaci­
m ientos de plata (sin ellos la Colonia habría sido m uy diferente) deter­
m inaron la necesidad de regular en form a definitiva el uso de la fuerza
de trabajo.
El precio fue el establecim iento de la m ita sistem ática y la p érd i­
da del m onopolio sobre la fuerza de trabajo, que los encom enderos h a ­
bían venido ejerciendo. Este nuevo giro, el triunfo d e la prim era em ­
presa absolutista en la región andina, tuvo lugar m ás allá del arco tem ­
poral en que se inscribe el presente estudio 3S. Valencia adm inistró la
encom ienda que estudiam os justam ente antes de la llegada de Toledo;
la ejecución de las ordenanzas toledanas tuvo lu g ar cuando Lucas
M artínez V egazo había m uerto ya.

34) M ayores detalles al respecto se puede encontrar en el prólogo de Juan Pcrez de Tu­
dela a su edición de las Crónicas del Perú (Pérez de T udela cd. I: LXXX1V).
35) Sobre las disposiciones en torno al servicio personal indígena d u ra n te la década del
60, se p u e d e consultar Zavala 1968: 27-50. O tro im portante análisis sobre el servi­
cio personal indígena — tam bién basado fu ndam entalm ente en la legislación— se
encuentra la obra de Ernesto Schafer, El Consejo Real y Supremo de las Indias (en
adelante Schafer 1947). Las páginas 249-332 del tom o II están ded icad as a p resen ­
tar el problem a, a título de "legislación de indios".
Al aspecto de las luchas p o r la p erp etu id ad d e la encom ienda y la castración polí­
tica y económ ica de los encom enderos, consideram os q u e es posible enten d er el
signo del desarrollo histórico del ultim o tercio del XVI p eru an o , com o el triunfo del
absolutism o. Al usar el térm ino absolutism o, pensam os m enos en Versalles y Luis
XIV que en el absolutism o del cuño español: aquel que se rem onta a la rebelión de
los com uneros y se en tram p a en el bullonism o de finales del XVI. Particularm en­
te interesante p ara la com prensión d e esta perspectiva es el estudio de Parry
A nderson, The L in e a g e s o f the a b s o lu tis State (en adelante A ndcrson 1977). El caso
español—u n o de los linajes del Estado absolutista, que tuvo tam bién linajes colo­
niales—se encuentra estu d iad o en las páginas 61-84.
256

En el capítulo anterior (C uadro XVIII) se ha visto la m anera en


que el servicio personal estaba sancionado en la tasa del tributo de
1550. Entonces se distinguió solam ente dos categorías en la fuerza de
trabajo indígena: "indios de servicios", "indios para g u ard a de gana­
do". Las cuentas d e Valencia m uestran que el térm ino "servicios" su­
ponía hacia 1565, diferentes tipos de trabajo. U tilizando como elem en­
to discrim inatorio los pagos a indios (efectuados p o r el adm inistra­
dor), es posible obtener u n cuadro general.

CUADRO X IV

PAGO A INDIOS

GENERAL

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Concepto Cantidad %

trabajo en Viña de Ocurica 333p 6t 34


trabajo de pastores 275p 4t 28
trabajo en m inas de Tarapacá 153p 5t 15
trabajo en tam bo y cordonería de
Arica 117p 4t 12
trabajo de arrieros 68p 4t 7
trabajo en m olino de G uaylacana 38p 4

TOTAL 986p 7t 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

Dos son los rubros que representaron claram ente u n m ayor gas­
to: el cultivo d e la viña y el pastoreo. Los verem os en prim er térm ino,
em pezando con el cuadro correspondiente a la viña de Ocurica.
257

CUADRO X V

PAGO A INDIOS

VIÑA DE OCURICA

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Concepto Días Personas Cantidad %

cultivo 150 18 153p 6t 46.1


cultivo 90 54 90p 27
cultivo 60 18 61p 4t 18.4
cultivo 30 18 28p 4t 8.5

TOTAL 330 108 333p 6t 100

Fuente: AGN DIE L2 C15

Los trabajadores eran m itayos que cum plían su servicio en el


cultivo de la viña. Lo hacían reunidos en grupos de 18 individuos
(evcntualm cnte un m últiplo) y dirigidos por un principal. D ispuestos
de esta m anera, se dedicaban a cultivar la vid por u n tiem po determ i­
nado, m ientras uno de ellos asum ía el cuidado del ganado que hubie­
se en Ocurica. Las cifras arrojan un prom edio de trabajo por cada m i­
tayo y u n correspondiente ingreso total de 3 pesos p o r p e rs o n a 36.
¿Cómo explicar que el trabajo en la viña ocupe el prim er lugar
en el cuadro d e pago a indios? ¿Era d e veras el m ás caro? ¿Su costo
era tan elevado debido a que se trataba de m itayos? Ignoram os las
respuestas precisas pero querem os llam ar la atención sobre u n hecho:

36) AGN DIE L2 C15: 438r, 438v. Para u n a m ejor inform ación sobre los tipos de m i­
tayos, p u ed e consultarse M atienzo [1567] 1967: 35-41. Sobre la ubicación geográ­
fica de O curica—-en el valle de A zapa—se encontrará información en Cúneo Vi­
d al 1977:1,325.
258

se trata del cultivo de u n fruto europeo, destinado a la fabricación de


un p roducto—el vino— de consum o urbano y europeo. Esto pu ed e ha­
ber influido en una m ayor calificación de aquél trabajo. Estudios re­
cientes han m ostrado la im portancia de la industria vitivinícola en la
econom ía d e los prim eros pobladores d e A requipa37.
V eam os ahora el segundo rubro: el pastoreo.

CUADRO X V I

PAGO A INDIOS

SERVICIO DE PASTORES

PLATA CORRIENTE (pesos)


1565

Concepto Semanas Personas Cantidad %-

g u a rd a d e ganado a Tacahui 52. 16 172p 62


pastoreo en las haciendas 156 10 90p 33
p astar carneros de la tierra 9 2 4p 4t 2
g u ard a d e puercos y vacas ;--- 4 4p 1.3
curar el carache del
ganado de la tierra — 3 3p 1
g u ard a de cabras — 2 2p .7

TOTAL 217 37 275p 4t 100

Fuente: A G N DIE L2 C15

37) D avis (1974:96-160) toca los problem as vinculados a la tenencia de tierra y a la in­
cursión de los fu n d ad o res de A requipa en el m ercado colonial. En M urra (1979) se
p u ed e apreciar que el vino tam bién desem peñaba u n papel im portante en los n e ­
gocios d el curaca de Pom ata, Diego C ham billa. Los v iñedos d e Cham billa q u e d a ­
ban p recisam ente en la región o cupada p o r los indígenas de la encom ienda d e
Lucas M artínez.
259

Se ha visto páginas atrás, que Lucas M artínez poseía un p atri­


m onio ganadéro de considerable im portancia, tanto en "ganado d e la
tierra"— corderos, carneros, ovejas—cuanto en "ganado de Castilla":
vacas, asnos, yeguas. El ganado de la tierra era utilizado fundam en­
talm ente como m edio de transporte. Las expediciones que subían de
Arica a Potosí estaban com puestas por extensas filas de auquénidos
cargados de ají, ropa, pescado, etc.
Para la econom ía de la encom ienda el transporte era fundam en­
tal. En la m edida en que a través del tributo centralizaba excedentes
esencialm ente rurales, el encom endero d ependía—d e u n a u otra for­
m a—d e u n m ercado m ás o m enos urbano y tam bién m ás o m enos le­
jano. El acceso a m edios d e tran sp o rte terrestre con los cuales hacer
llegar los productos del tributo a ese m ercado era sustancial p ara el
éxito comercial de un encom endero. Esta pu ed e ser u n a línea de ex­
plicación para la im portancia del pastoreo.
En cuanto a la com posición interna del C u ad ro XVI, direm os
que llam a la atención que no haya form a d e calcular—a p esar del de
talle de las tres prim eras partidas— u n costo constante del servicio de
pastoreo. ¿Se determ inaba la rem uneración del trabajo de los pastores
según el tipo de ganado, si de Castilla o d e la tierra? ¿Variaba el pago
. según la altura en que pastaban el ganado? Algo se esconde detrás de
estas cifras, pues la valoración del trabajo no era igual.
Veam os ahora otro aspecto de sum o interés: el trabajo en las
m inas.
Com o se aprecia, los trabajos vinculados a las m inas eran de d i­
versa naturaleza. Ya se h a visto que lo m ás dificultoso de la explota­
ción m inera en Tarapacá era la falta d e agua y alim entos. N o debe ex­
trañar que el 64% d e los pagos a indios haya sido p o r concepto de
acarreo d e agua, m aíz, trigo, carne y m anteca a las m inas. El rubro de
abastecim iento resulta largam ente el m ás im portante. En segundo tér­
m ino se ubican los trabajos en la fragua y los arreglos de carpintería.
A su vez, el trabajo específico de hacer carbón parece haber sido uno
de los m ejores rem unerados.
En las cuentas d e Valencia figuran varias p artid as d e pagos por
"servicio general" en Tarapacá, sin m ayor especificación sobre su n a­
turaleza. El volum en de esta inform ación im precisa no es reducido,
pues alcanza hasta u n 12.8% del total de pagos efectuados. La no es-
260

CUADRO XVII
PAGO A INDIOS
M INAS DE TARAPACA
PLATA CORRIENTE (pesos)
1565

Concepto Días (viajes) Personas Cantidad %

llevar agua y com ida (5) 20 50p 32.5


llevar agua y com ida 210 28 26p 16.9
llevar agua y com ida 4 14p 9.1
llevar agua 4 6p 3.9
llevar m anteca 2 1P .7
llevar trigo 8 2 1P .7
llevar carnes y m anteca 1 4t .3

arreglos de carpintería 1 9p 5.9


sonar la fragua 60 1 5p 3.2
sustituir a las m uías 20 1 5p 3.2
sustituir a las m uías 2p 4t 1.5
servicio general 120 1 5p 3.2
servicio general 45 1 4p 2.6
servicio general 30 1 3p 4t 2.2
servicio general 30 1 lp 4t 1
servicio general 10 1 lp 4t 1
servicio general 16 1 lp 4t 1
servicio general 20 1 ^P .7
servicio general 20 1 lp .7
servicio general 10 1 5t .4

hacer carbón -------


8p 6t 5.7
hacer carbón 110 1 l p 2t .8
hacer carbón — 1 lp .7
hacer carbón ■— 6t .5

a rrear el hato al m ar __ 1 l p 2t .8
arrear m uías a las m inas — 1 4t .3
ir al m ar --- 1 4t .3

TOTAL 609 91 153p 5t 100


F uente: A G N D IE L2 C15
261

cificación de la naturaleza de este trabajo contrasta abiertam ente con l.i


prolijidad de la que se hace gala en otros aspectos. ¿Será quizá que e n
rubro de "servicio general" no dem andó m ayor especificación, porque
con aquella expresión se aludía precisam ente al trabajo concreto de es
tracción del metal? El hecho de que en las cuentas no figuren expresa
m ente pagos hechos por extracción de m etal sugiere una respuesiu
afirm ativa.
Resulta tam bién interesante que uno de los trabajos consistiera en
sustituir a las m uías cuando éstas estuvieran cansadas. Debió sei un
trabajo m uy fatigoso y especial, pues no era del todo m al remunera» l<>
Los indios que asum ían esta tarea parecieran haber gozado de algún
status especial, o en todo caso haber tenido un origen o lugar cié proee
dencia común. M ientras en las dem ás partid as se alude al destinatario
del pago sim plem ente como "indio que sirvió en las m inas", en el caso
de quien sustituía a las m uías, la docum entación lo presenta como "in
dio de don M iguel"38.
Lam entablem ente hay algunas partidas en las cuales no se con
signa el tiem po-de trabajo, especialm ente en el acarreo de víveres, la
hechura de carbón y los arreglos de carpintería. En estas actividades el
trabajo debió m edirse en viajes, obras, pero no por días de ocupación.
En cambio en todos los casos de servicio general sí se indicó exacta
m ente la cantidad de días trabajados.
C uando m enos, podem os estim ar el pago prom edio para el s u b
conjunto de "servicios generales". Se trata de nueve personas que tra
bajaron un prom edio de 36.5 días cada una y recibieron por el trabajo
de ese lapso un pago estim ado de 2 pesos y 1 tom ín por cabeza. C on­
viene tener en cuenta que aún cuando el concepto era el m ism o ("servi­
cio"), la rem uneración adm itía algún tipo de variedad: po r u n m es de

38) AGN DIE L2 C15: 437r, 440v, D on M iguel era, seguram ente, algún principal. ¿Ca­
beza de los m itayos que servían en las m inas? En cuanto al reem plazo de las m uías
p o r energía hum ana, el Diccionario de Burzio trae la siguiente anotación: "Molino
de agua o sangre. M áquina de m adera destinada a la m olienda del m ineral de plata
extraído de las m uñas. Si funcionaba u tilizando la corriente de u n río o acequia, era
de agua. Si era m ovido p o r la fuerza m uscular del caballo [en este caso las muías]
o del hom bre, era de sangre. Hacia 1577 había 77 m olinos de sangre en Potosí"
(Burzio 1958: 1, 257).
C O NC LU SIO N ES

I. La participación en las jo m ad as iniciales de la C onquista e


invasión del P erú —captura del Inca, tom a del Cuzco y re­
sistencia indígena— significó p ara sus actores españoles el
acceso a una serie de recom pensas y privilegios de carácter
m aterial: los repartos de m etales preciosos, el derecho a ser­
virse de yanaconas y u n lugar preferencial en el otorgam ien­
to de encom iendas. M uchos d e los que recorrieron ese cam i­
no —M artínez Vegazo no era el único— estuvieron anim a­
dos por u n notable espíritu em presarial, m ás que p o r una
estricta vocación m ilitar.

II. Al em pezar a poblarse las nuevas ciudades, se repartieron


las prim eras encom iendas a los prim eros pobladores d e los
centros urbanos. La posesión d e u n a encom ienda significaba
el acceso a la riqueza d e los indígenas encom endados y en
m uchos casos constituyó él apoyo de la am plia actividad
em presarial que algunos encom enderos llevaron a d esarro­
llar. Ella representó tam bién el sustento m aterial que p erm i­
tía a los encom enderos m antener u n nivel de vida bastante
elevado: eran vecinos principales de la ciu d ad en q u e resi­
dían, poseían casas y solares, desem peñaban los cargos p ú ­
blicos de la ciu d ad y controlaban el cabildo, hacían trabajar
con sus yanaconas las tierras concedidas p o r éste, ejercían
control sobre u n a serie de em pleados españoles, m ozos y
soldados.

III. A dem ás de las conocidas rivalidades entre los g rupos, el


trasfondo social y económ ico d e los enfrentam ientos entre
sectores de españoles -u su a lm e n te llam ados "guerras civi-
268

les" -fu e la d isputa po r el usufructuó de la fuerza de trabajo


indígena y su riqueza. Particularm ente interesante resulta la
guerra de Gonzalo Pizarro y los encom enderos, pues en ella
no se enfrentó u n grupo de conquistadores poseedores de
encom iendas contra otro grupo que se las quería arrebatar,
sino el conjunto d e encom enderos contra la Corona. El desa­
rrollo de esta conm oción social se caracterizó por el estallido
de un m ovim iento aluvional en torno a la figura caudillesca
de G onzalo Pizarro, la participación conciente de algunos de
sus connotados líderes y el rechazo abierto a las disposicio­
nes oficiales. Pero tam bién se tuvieron presentes las vacila­
ciones de quienes estaban lejos de hacer suya la im pronta
histórica de una ru p tu ra con el Estado español, la política
dictatorial que im plantó el caudillo del m ovim iento, el opor­
tunism o de los que m ilitaron en uno y otro bando sin m e­
diar principios y el clima de general arrepentim iento que
supo incubar La Gasea.

IV. Sofocada la rebelión, la actitud de la autoridad colonial fue


contradictoria: apeló al otorgam iento de m ás encom iendas
para aliviar una situación generada precisam ente por su in­
tento de abolir la encom ienda, prem ió a m uchas personas
que habían apoyado a Gonzalo Pizarro. En los años siguien­
tes, algunas de sus decisiones—los prem ios y los castigos—
fueron revisadas, como consecuencia de los cam bios en la
coyuntura política interna y los sobornos y favoritism os que
caracterizaron el com portam iento de la A udiencia de Lima.

V. El intento de los encom enderos po r recuperar posiciones al


com enzar la segunda m itad del XVI—m ediante la compra
de la perp etu id ad — tuvo eco en los apuros fiscales del Esta­
do español, pero en el Perú se estrelló contra la resistencia
política de los curacas y la oposición de los españoles no en­
com enderos. En la lucha por la perp etu id ad participaron
por igual encom enderos que tenían herederos y otros que
carecían d e descendientes, apareciendo en ella— tam bién
del lado de quienes se opusieron a la p e rp e tu id a d - claros
m ecanism os de solidaridad de clase.
2ó<>

VI. En la década del sesenta, los veteranos de la C onquista rl


de M artínez Vegazo no es u n caso aislado—sufrieron una
crisis de conciencia que los llevó a restituir lo que hubiesen
saqueado du ran te la invasión del país y a rep arar los daños
y perjuicios ocasionados a los curacas de sus encom ienda .,
al m om ento de hacer testam ento (o en vida) m ediante dona
ciones a hospitales d e naturales. La prédica lascasiana y la
discusión general en tom o a la licitud de la Conquista fue
ron determ inantes en esta situación.

VII. La encom ienda, que como se sabe no era m erced de tierra',


sino d e hom bres, no consagraba el señorío de u n español so
bre una cantidad determ inada de indiós, sino—en sentido
estricto—sobre determ inados curacas. De esta m anera, el cu
raca m ediaba entre el encom endero y los indígenas de su
encom ienda. En otros térm inos: los indígenas estaban enco­
m endad os a u n español a través del curaca, porque su curaca
estaba subordinado a él. Asim ism o, las encom iendas caro
cían de una identidad geográfica continua y su im plantación
generó, m ás d e una vez, la alteración del control prchispáni
co que los m ás im portantes curacas ejercían sobre poblacio­
nes y regiones bastante alejadas. La superposición del regí
m en español —de encom iendas—sobre el prehispánico cío
curacazgos— fue particularm ente clara en la encom ienda de
Lucas M artínez Vegazo, p ues los curacas e indígenas que la
com ponían se encontraban asentados en los valles de la ver­
tiente occidental del altiplano y en m uchos casos eran de­
pendientes de los curacas Lupaqa.

VIII. La m agnitud y com posición de las encom iendas (en algún


sentido tam bién su espectro geográfico) estuvo sujeta a va­
riaciones y cambios. Las m odificaciones se debieron a razo­
nes de todo tipo: los intereses políticos y las am biciones y
envidias personales entre los españoles, la confrontación en­
tre el derecho indígena y el español, la reivindicación por
parte d e los curacas de poblaciones sobre las cuales habían
ejercido control antes de la llegada d e los españoles, la dis­
crim inación entre asentam ientos de m itm as y poblaciones
270

establecidas originalm ente y, por últim o, la conveniencia y


acuerdo de los propios encom enderos.

IX. El control sobre la encom ienda y la organización d e las acti­


vidades económ icas vinculadas a ésta se ejercía a través de
una red de españoles contratados po r el encom endero como
m ayordom os. Ellos residían en los pueblos de la encom ien­
da, cobraban el tributo y disponían de él, pagaban a los cu­
ras doctrineros, equipaban y fletaban los barcos, vigilaban la
explotación de las m inas, organizaban expediciones encar­
g ad as de com ercializar p ro d u cto s del tributo en Potosí,
abastecían de fuerza de trabajo los viñedos del encom ende­
ro, cuidaban de que los tam bos estuvieran provistos de in­
dios de servicio y asum ían—en ausencia del encom endero
ante quien rendían cuentas—la responsabilidad de la orga­
nización y conducción de la encom ienda y las em presas vin­
culadas a ella.

X. D urante los prim eros años del establecim iento d e la enco­


m ienda, la relación entre el encom endero y sus encom enda­
dos, estuvo librada a la coerción com pulsiva que aquel ejer­
ció sobre éstos, p ues no se había fijado ninguna tasa de tri­
butos. La prim era tasa que se aplicó fue la de 1550—m an d a­
da a hacer p o r orden de La Gasea—, que determ inó las cate­
gorías tributables y el m onto en que debían entregarse al en­
com endero: ropa, ganado, m aíz, trigo, ají, pescado, indios de
servicios, etc. Esta tasa se m antuvo en vigencia oficial, hasta
el final del arco tem poral estudiado.

XI. Hacia 1565, el cum plim iento de la tasa era irregular. Las
cantidades tributadas eran por lo general inferiores a las que
la tasa dem andaba, algunos productos dejaron de tributarse,
el pago d e dinero sustituyó la tributación de pro d u cto s
com o el ganado de la tierra y, en casos especiales, se incre­
m entó la obligación tributaria de u n producto a cam bio de
la dism inución de otro. El tributo cobrado era destinado,
m ayoritariam ente al exterior de la encom ienda, do n d e se co­
m ercializaba. Productos como la ropa, el ají, el pescado seco
271

y el trigo eran casi exclusivam ente destinados a la exporta­


ción. O tros, como el m aíz, eran utilizados tam bién para el
consum o interno, pues alim entaban a los trabajadores d e la
encom ienda (en las m inas, en Arica y en las estancias) al
m ism o tiem po que se vendían en los m ercados exteriores a
la encom ienda. A su vez, productos como frijoles, papa, ga­
llinas y huevos eran exclusivam ente d e consum o interno.

XII. El encom endero que estudiam os m antuvo relaciones de re­


ciprocidad con los yanaconas que le sirvieron. Asim ism o in­
centivó la producción de determ inados productos— el trigo
po r ejemplo-—facilitando tierras, sem illas o fertilizantes. En
cierto sentido, se relacionó con la fuerza de trabajo de su en­
com ienda en form a análoga al com portam iento de los cura­
cas.

XIII. Com o resultado de la com ercialización del tributo, así como


de operaciones de com pra-venta de productos ajenos a él
(los esclavos negros o el ganado europeo), una im portante
cantidad de dinero fue centralizada y adm inistrada po r el
m ayordom o d e la encom ienda. A esta cantidad se añadía la
plata que se obtenía en las m inas d e Tarapacá, que com ple­
taba la riqueza en dinero y plata del encom endero.

XIV. La m ayor parte d e este patrim onio era destinado al exterior


de la encom ienda. C on él se pagaba los costos del adoctri­
nam iento de los indígenas y los m andatos judiciales. O tro
rubro im portante era enviado a Lima, d o n d e residía el enco­
m endero. U na cantidad m enor era d estin ad a al gasto inter­
no, especialm ente al pago de sueldos y salarios a los trabaja­
dores españoles que adm inistraban la encom ienda y al m an ­
tenim iento de los barcos.

XV. Los indígenas tam bién recibían algo d e dinero y plata, au n ­


que en una proporción bastante inferior. Los pagos a indios
se hicieron en retribución a su trabajo. Especialm ente im por­
tantes fueron el cultivo en los viñedos, el trabajo de pastoreo
y el servicio en las m inas de Tarapacá.
r
LUCAS MARTINEZ VEGAZO

TESTAMENTO

Versión paleográfica
Efraín T relies
INTRODUCCION

La última voluntad de un individuo de relevancia histórica ha despertado


siempre el interés de los historiadores, esperanzados en encontrar en diversos
tipos de testamento la a veces esquiva configuración de los hombres y mujeres
de ayer y su horizonte mental. Hay por igual testamentos de ilustres y nobles
elementos de la élite nativa local -sean curacas de abolengo o placeras de
reciente éxito- o las últimas voluntades de conquistadores que van del propio
Francisco Pizarro hasta las notables expresiones de angustia premortuoria de
aquellos afligidos por el remordimiento lascasiano. El testamento que hoy
publicamos por primera vez en su integridad, el del conquistador y encomendé
ro Lucas Martínez Vegazo, fue expuesto por primera vez a la atención públii a
precisamente con ocasión del pulido trabajo de Guillermo Lohmann Villena
(1966) sobre la manifiesta voluntad de restitución mostrada por los espadóles
del XVI intermedio.
Con el correr de los años (Trclles 1983) ha sido posible conocer de mu
ñera más cabal la vida y circunstancias de Martínez Vegazo: ese mozo que se
vino a capturar al Inca a los 19 años, que premunido de una sustanciosa etico
mienda y elevados repartos de oro y plata amasó una pequeña fortuna y la
movió dispendiosamente en empresas mineras, compras de esclavos, construc­
ciones de barcos o auxilios espectaculares a expediciones en aprietos. Hoy
sabemos de un Martínez Vegazo que casi siempre compraba al crédito y pres­
taba dinero a interés preferencial, que cobraba el tributo de su encomienda a
cabalidad, organizaba expediciones a Potosí, rutas de arrieraje y líneas de
comunicación marítima. Es el mismo que tomaba por ahijadas a las hijas de
curacas, o se acogía a la compañía de una morisca de nombre Beatriz con la
que tuvo hijos que no le sobrevivieron. Es también el vecino de Arequipa que
acabó de hombre fuerte de Gonzalo Pizarro y cambió de partido como la luna
de fase, el súbdito de los Habsburgo que conoció por igual la merced del triun­
fador y los despojos del vencido. Ese terco litigante que empeñó diez años en
278

la recuperación de su encomienda y se dio maña para asumir nuevamente el


control de sus empresas y aun obtener, en la forma de una alcaldía mistiana, la
también deseada reparación política.
Se conoce mejor la vida y circunstancias de ese veterano de Cajamarca
que andando los años sería elegido representante, por Arequipa, de los enco­
menderos deseosos de obtener la perpetuidad de dicha merced. Del mismo
Martínez Vegazo que andando el tiempo vería peligrar el equilibrio de su con­
ciencia ante tanto cuestionamiento público de la licitud de la conquista y, de­
seoso de restituir lo más de lo expoliado, presentara un testamento lleno de ca­
vilaciones morales y mandas poco usuales: una verdadera profesión de fe de
voluntad reparadora cuya satisfacción, dada la magnitud de su carrera, suponía
una elevada suma de dinero que Martínez Vegazo, agobiado por deudas, no
estaba en condiciones de ofrecer.
La angustia de tener que restituir, el tormento de no tener medios mate­
riales para hacerlo prestaron el decorado para el postrimero y victorioso acto
final de Lucas Martínez Vegazo. Su matrimonio in artículo mortis con la hija
del primer alcalde de Lima constituyó en verdad una velada forma de venta de
encomienda. En la práctica dotó a Lucas Martínez de 16000 pesos de oro, que
este logró destinar a la salvación de su alma durante los nueve días que sobre­
vivió a sus sonadas nupcias. En vano trató el fiscal de anular lo actuado por
considerarlo una estafa al fisco: la familia de la viuda era harto poderosa y
además Lucas, comerciante de pies a cabeza, no se permitió morir sin conse­
guir e invertir los dineros necesarios para salvar su alma, según como expresa­
mente lo había indicado en su testamento otorgado en 1565, dos años antes de
morir.
Hace nueve años, María Rostworowski puso generosamente el microfilm
del testamento de Lucas Martínez Vegazo en manos de quien escribe. Ha sido
también una iniciativa suya la que me mueve hoy a "desenpolvar" la versión
palcográfica que guiara la búsqueda ya lejana de los años de estudiante. A su
distinguida persona corresponde lodo mi agradecimiento.

LAS CUENTAS DE UN CONQUISTADOR

"Quiero poner por memoria lo que yo Lucas Martínez Vegazo e abido en


la conquista y descubrimiento destos reynos", anunció de entrada el otorgante
de este testamento singular, quien se presentara el 20 de noviembre de 1565
279

ante el notario Pedro de Valverde portando unos pliegos escritos y sellados por
el, a pedir que fueran reconocidos notarialmente como su última y expresa
voluntad. A la reseña de su conocida trayectoria siguen un juramento y una
declaración de inocencia en materia de la puntillosa cuestión de la licitud de la
conquista, visto que, en términos del propio Martínez Vegazo, "tube buena fe
y Dios sabe si en esto digo verdad, y ni teólogo ni hombre humano puede sa­
ber otra cosa de mi intenzión porque no lo hubo". Los dos párrafos iniciales
del testamento establecen los dos escenarios en que se representara el drama de
este hombre angustiado por su recapitulación de fin de vida: el balance mate­
rial, el balance espiritual.
La primera cuenta empezó con catorce pesos recibidos en Coaque y
transcurrió ascendente por los repartos de Cajamarca, Jauja y Cuzco: 8181
pesos. Pero no todo era suma, había que restar los costos de sus donaciones:
5200 pesos provenientes de una casa cedida al hospital de Santa Ana en Lima,
solares al convento de San Francisco en Arequipa, más casas para el hospital
de naturales de Arequipa. Quedaba claro que faltaban por restituir 2981 pesos.
En vista del saldo negativo, la paralela cuenta espiritual se vio forzada a efec­
tuar una disgreción más amplia. Fue así que el veterano de Cajamarca distingió
entre los teólogos que sostenían que lo no consumido "en moneda o empleado
en hazienda" fuera distribuido entre los pobres de la misma tierra, y aquellos
que le afirmaban "que no solamente estoy obligado a la restitución de lo que
no hubiese consumido... pero a toda la cantidad que me cupo". No era fácil
hacer oidos sordos a los teólogos, pues "aun ay entre ellos quien se desmanda
a decir que el Sumo Pontífice no puede dispensar de otra manera y que no
valdría su dispensación, ni Dios la admitiría por ir errada la clave".
Sobre el entorno de la restitución, y con el caso del propio Lucas por
ilustración, Guillermo Lohmann Villena (1966) ha analizado las interioridades
de las diferentes doctrinas formuladas al respecto y los alcances de la inciden­
cia lascasiana en el Perú. A su vez James Lockhart (1972) ha llamado la aten­
ción sobe la exactitud con que Lucas sumó el dinero recibido (antes de la infla­
ción), contraponiéndolo al cálculo que hizo del valor de sus pías donaciones
(después de la inflación), para concluir que Lucas Martínez hizo la restitución
más baja posible. Lo nuestro también fue dicho en su oportunidad (1983). Lo
interesante es seguir el curso de ambos balances simultáneamente, rastrear por
igual ambas líneas de pensamiento que se darán la mano en este testamento, en
preclara síntesis de la interacción entre doctrina y economía que anuncia el
inminente Perú toledano por venir.
278

la recuperación de su encomienda y se dio maña para asumir nuevamente el


control de sus empresas y aun obtener, en la fonna de una alcaldía mistiana, la
también deseada reparación política.
Se conoce mejor la vida y circunstancias de ese veterano de Cajamarca
que andando los años sena elegido representante, por Arequipa, de los enco­
menderos deseosos de obtener la perpetuidad de dicha merced. Del mismo
Martínez Vegazo que andando el tiempo vería peligrar el equilibrio de su con­
ciencia ante tanto cuestionamiento público de la licitud de la conquista y, de­
seoso de restituir lo más de lo expoliado, presentara un testamento lleno de ca­
vilaciones morales y mandas poco usuales: una verdadera profesión de fe de
voluntad reparadora cuya satisfacción, dada la magnitud de su carrera, suponía
una elevada suma de dinero que Martínez Vegazo, agobiado por deudas, no
estaba en condiciones de ofrecer.
La angustia de tener que restituir, el tormento de no tener medios mate­
riales para hacerlo prestaron el decorado para el postrimero y victorioso acto
final de Lucas Martínez Vegazo. Su matrimonio in artículo monis con la hija
del primer alcalde de Lima constituyó en verdad una velada forma de venta de
encomienda. En la práctica dotó a Lucas Martínez de 16000 pesos de oro, que
este logró destinar a la salvación de su alma durante los nueve días que sobre­
vivió a sus sonadas nupcias. En vano trató el fiscal de anular lo actuado por
considerarlo una estafa al fisco: la familia de la viuda era harto poderosa y
además Lucas, comerciante de pies a cabeza, no se permitió morir sin conse­
guir e invertir los dineros necesarios para salvar su alma, según como expresa­
mente lo había indicado en su testamento otorgado en 1565, dos años antes de
morir.
Hace nueve años, María Rostworowski puso generosamente el microfilm
del testamento de Lucas Martínez Vegazo en manos de quien escribe. Ha sido
también una iniciativa suya la que me mueve hoy a "desenpolvar" la versión
paleográfica que guiara la búsqueda ya lejana de los años de estudiante. A su
distinguida persona corresponde todo mi agradecimiento.

LAS CUENTAS DE UN CONQUISTADOR

"Quiero poner por memoria lo que yo Lucas Martínez Vegazo e abido en


la conquista y descubrimiento destos reynos", anunció de entrada el otorgante
de este testamento singular, quien se presentara el 20 de noviembre de 1565
279

ante el notario Pedro de Valverde portando unos pliegos escritos y sellados por
él, a pedir que fueran reconocidos notarialmente como su última y expresa
voluntad. A la reseña de su conocida trayectoria siguen un juramento y una
declaración de inocencia en materia de la puntillosa cuestión de la licitud de la
conquista, visto que, en términos del propio Martínez Vegazo, "tu.be buena fe
y Dios sabe si en esto digo verdad, y ni teólogo ni hombre humano puede sa­
ber otra cosa de mi intenzión porque no lo hubo". Los dos párrafos iniciales
del testamento establecen los dos escenarios en que se representara el drama de
este hombre angustiado por su recapitulación de fin de vida: el balance mate­
rial, el balance espiritual.
La primera cuenta empezó con catorce pesos recibidos en Coaque y
transcurrió ascendente por los repartos de Cajamarca, Jauja y Cuzco: 8181
pesos. Pero no todo era suma, había que restar los costos de sus donaciones:
5200 pesos provenientes de una casa cedida al hospital de Santa Ana en Lima,
solares al convento de San Francisco en Arequipa, más casas para el hospital
de naturales de Arequipa. Quedaba claro que faltaban por restituir 2981 pesos.
En vista del saldo negativo, la paralela cuenta espiritual se vio forzada a efec­
tuar una disgreción más amplia. Fue así que el veterano de Cajamarca distingió
entre los teólogos que sostenían que lo no consumido "en moneda o empleado
en hazienda" fuera distribuido entre los pobres de la misma tierra, y aquellos
que le afirmaban "que no solamente estoy obligado a la restitución de lo que
no hubiese consumido... pero a toda la cantidad que me cupo". No era fácil
hacer oidos sordos a los teólogos, pues "aun ay entre ellos quien se desmanda
a decir que el Sumo Pontífice no puede dispensar de otra manera y que no
valdría su dispensación, ni Dios la admitiría por ir errada la clave".
Sobre el entorno de la restitución, y con el caso del propio Lucas por
ilustración, Guillermo Lohmann Villena (1966) ha analizado las interioridades
de las diferentes doctrinas formuladas al respecto y los alcances de la inciden­
cia lascasiana en el Perú. A su vez James Lockhart (1972) ha llamado la aten­
ción sobe la exactitud con que Lucas sumó el dinero recibido (antes de la infla­
ción), contraponiéndolo al cálculo que hizo del valor de sus pías donaciones
(después de la inflación), para concluir que Lucas Martínez hizo la restitución
más baja posible. Lo nuestro también fue dicho en su oportunidad (1983). Lo
interesante es seguir el curso de ambos balances simultáneamente, rastrear por
igual ambas líneas de pensamiento que se darán la mano en este testamento, en
preclara síntesis de la interacción entre doctrina y economía que anuncia el
inminente Perú toledano por venir.
280

Ocurre al comienzo del testamento. Comerciante prolijo, Martínez Vega­


zo anotó que recibió en el Cuzco 2000 pesos de oro. Pero como la restitución
lo obligaría a devolverlos a los indios del Cuzco a sus hijos o viudas, Lucas se
apoyo en el toledano bastón ideológico que sostenía que aquel oro no pertene­
cía a un pueblo sino a un tirano, "(lía) se de entender", acotó inmediatamente
Martínez Vegazo, que las partes de oro ni plata no era de ningún pueblo
donde se repartía, sino recogido por los naturales de estos reynos de toda esta
tierra, porque el señor lo tenía tiranizado y tan sujeto, que sólo él era el señor
de todo y ningún particular poseya oro ni plata suyos". No obstante y genuina
preocupación por salvar el alma de por medio, el balance seguía siendo nega­
tivo. La cuenta material obligaba a restituir lo no consumido, 2981 pesos. La
cuenta espiritual forzaba a la restitución total, 8181. Así las cosas, Martínez
Vegazo escogió, como había pretendido hacerlo siempre, la opción más venta­
josa y segura. "Y pues que hay opiniones", afirmó luego de clasificar los pare­
ceres de los teólogos, quiero escoger la más segura pa salvarme".

LA PRODIGALIDAD DE UN ENCOMENDERO

Más allá de las deudas con el cielo, Lucas Martínez Vegazo debía la ele­
vada suma de 14768 pesos a diversos acreedores terrenales. ¿Con qué contaba
Martínez Vegazo para hacer frente a esas obligaciones? En primer lugar con
casi treinta mil pesos de plata que le fueran embargados por el fiscal de Posto-
sí y sobre los cuales llevaba un prolongado litigio. También se le debía mucho
dinero, empezando con los más de veinte mil pesos que había empeñado en
ayudar a Pedro de Valdivia y Diego García de Villalón. Pero todo eso era
papel. El activo tangible de Lucas Martínez Vegazo se componía de una vein­
tena de negros, la mitad dispersa en el servicio doméstico de Lima y Arica, la
otra mitad concentrada en el trabajo de minas. De casas y solares, en cambio,
no quedaba más que una residencia en Arequipa que había sido hipotecada.
Los barcos eran cosa del pasado. Lucas Martínez poseía huertas, sementeras,
viñedos y molinos en el sur, algún ganado, ciertas armas, mueblería completa
y repostería de plata... pero no mucho más. A pesar de ello, el anciano con­
quistador se empeñó en reiterar su voluntad de que algunos de sus bienes fue­
ran destinados a beneficiar a los indígenas, lo que contribuiría a la salvación de
su alma y al descargo de su conciencia.
Una huerta y un parral de Arequipa pasarían a ser propiedad de los in­
281

dios que ahí le habían servido. Los yanaconas de Guaylacana heredarían el


derecho a seguir cultivando, como suya, la tierra que entonces labraban. Una
chacra llamada Guarasina, que Lucas Martínez poseía en el valle de Tarapacá,
quedaría para sus yanaconas de aquel lugar. Los indios de Tarapacá recibirían
en herencia un molino que Lucas había hecho construir junto a aquel pueblo.
La herencia sería administrada por los curacas, "para que a costa del molino se
sustente y aproveche toda la comunidad de yndios de aquella provincia". Los
indios de lio heredarían una huerta, adyacente a una viña que lucas les había
cedido anteriormente, "para ayudarse en el pago del tributo".
Los indios Carumas, aparentemente olvidados en cuanto a tierra (vivían
más arriba donde los españoles tendían a no tener heredades), recibirían corno
herencia del encomendero ornamentos religiosos y una campana, valorados en
500 pesos. Análoga ofrenda sería destinada a los de Canas y Canchis, a quienes
Martínez Vegazo había arrebatado cierto ganado durante el cerco del Cuzco. 1 a
prodigalidad postrera del encomendero alcanzó también a los indios en Macha
guay y Pocsi, que habiendo sido de su socio Alonso Ruiz sirvieron también a
Martínez Vegazo. El viejo Lucas dispuso asimismo la donación de un total de
3800 pesos para los hospitales de naturales de Cuzco, Jauja, Cajamarca, Gua
manga, La Paz y La Plata,
También serían recompensados los españoles que habían acompañado y
servido a Martínez Vegazo. Su hermano Alonso García Vegazo y su sobrino
Lucas recibieron algún dinero, aunque en menor proporción que los hijos de los
difuntos servidores de Martínez Vegazo. El sobrino homónimo fue dotado de
una beca para seguir estudios en Salamanca, que aparentemente no hizo cfecti
va. De los demás prácticamente nadie sería olvidado. Ni una sobrina escasa de
dote en España, ni el hijo menor de un servidor suyo en Arica. Un esclavo, el
negro Antón, recibiría la libertad, a la muerte de su amo, descoso de recompen­
sarlo por la fidelidad que le había mostrado en vida. En cuanto a la morisca
Beatriz, liberada en vida de Lucas, el testamento se limitó a advertir que nadie
la molestase en el ejercicio de su libertad.
Terminadas de expresar todas las mandas y diligencias pertinentes al
cumplimiento de su última voluntad, Martínez Vegazo nombró a sus albaceas
y dejó por herederos universales a sus hermanas Isabel y Lucía Martínez. Segu­
ramente estas herederas de Lucas Martínez no recibirían mucho de los bienes
de su hermano, en vista de la prodigalidad con que este había descargado su
conciencia y premiado a indios, esclavos y empleados. En cambio sí les sería
de importancia asumir la sucesión del derecho de Lucas Martínez en varios
282

juicios, uno de ellos por un valor cercano a los 30,000 pesos, que representaban
la verdadera herencia que el viejo conquistador dejaba a unas hermanas meno­
res que no había visto crecer.

EL RITUAL DE UNA MUERTE

"Primeramente ofrezco mi ánima a Jesucristo Dios y hombre verdade­


ro", señaló Martínez Vegazo al empezar las mandas pertinentes a lo espiritual.
No sabía entonces, noviembre de 1565, que le quedaba año y medio, antes de
que la muerte lo sorprendiera, recién casado y reposando en su cama de damas­
co verde a las tres de la tarde de un martes 20 de abril, pero ya se daba abasto
para disponer hasta el último detalle de su funeral y el derrotero de su ánima
por el purgatorio. Quería ser enterrado en la catedral de Arequipa, pero si acaso
muriese en Lima sus restos debían recibir cristiana sepultura en el convento de
San Francisco, de donde sus huesos serían luego llevados a esa Arequipa que
nunca salió de su corazón.
El día de su entierro se debía dar ropa a 24 indios pobres. Vestido cada
uno con "una manta e una camiseta de la ropa que llaman abasca", los indios
debían desfilar delante de su cuerpo llevando 24 hachas de cera encendidas,
mientras otros 12 indios debidamente arropados debían turnarse cargando su
ataúd. Luego de una misa de cuerpo presente "de requien cantada con vigilia
de tres liciones", todos los curas de Lima habrían de celebrar una misa por el
alma de Martínez Vegazo. Semejante prodigalidad debía repetirse a los nueve
días, para lo cual el entonces finado Lucas dejaba de ofrenda "quatro botijas de
vino y seis carneros y seis hanegas de trigo". Las misas -que sumaron muchí­
simo y abarcaban además las iglesias de Arequipa, Trujillo de Extremadura y
la de la Bendita Coronada- podían ser dichas por cualquier clérigo. Pero hubo
algunas misas especiales, entre ellas cinco ofrecidas a las cinco llagas de Cris­
to, encargo que Lucas esperaba "se encomiende a un fraile de buena vida".
También ordenó Martínez Vegazo misas por las ánimas del purgatorio "en
cuya compañía yo pienso ir mediante la misericordia de Dios" y la adquisición
de "tres bulas de difuntos de las primeras yndulgencias plenarias que hubiere".
Ojalá haya descansado en paz.
283

BIBLIOGRAFIA CITADA

LOCKHART, James
1972 The men o f Cajamarca. A social and biographical study
o f the first conquerors o f Perú. Austin, Texas.

LOHMANN VILLENA, Guillermo


1966 La restitución por conquistadores: un aspecto de la inci­
dencia lascasiana en el Perú. Anuario de Estudios Ameri­
canos, t. XXIII, Sevilla.

TRELLES, Efrain
1983 Lucas Martínez Vegazo: funcionamiento de una enco­
mienda peruana inicial. Pontificia Universidad Católica
del Perú, Lima.
— I— :-------------
A G I
LIMA
124*

E ante este se sigue lo que de otro que el estaba escrito e firmado el qual el
dicho señor Corregidor empezó a leer por su persona y su tenor dijo assi:

^ L[tos En la zibdad de los Reyes de los reinos del Perú a veinte (lias
^ del mes de noviembre año del señor de mili e quinientos e sessen
ta e cinco años, paresció presente Lucas Martínez Vegasso, vi*/.i
testa­
no de la zibdad de Arequipa y dixo que estaba en su sesso y cu
mento
tendimienlo, y dio y presentó ésta scritura serrada e sellada que
dixo tenía scritas quatro hojas y al cabo firmado su nombre, y
dixo que era su testamento e postrimera voluntad y que por tal lo
otorgaba e otorgó, e mandaba e dejaba todo lo en el contenydo y
dexaba por sus herederos y albageas a los en él contenidos y que
dava poder a sus albageas o a qualquier dellos pa que después de
su fallegimiento puedan presentar ante qualesquier justigias e pe
dir que se abra e publique lo en él contenido, y que revoca y revo
có otros testamentos o codizilios que haya fecho y otorgado hasta
ahora, pa que no valga salvo este su testamento y ansí lo otorgó y
firmó de su nombre que doy fe que conozco, testigos que fueron
presentes Juan Bautista e Rodrigo de Lepaveitia e Juan de Santia
go y Diego Ramircz y Alvaro de Yllescas/ y Miguel Ruiz c Latí
rengio Pagi. Lucas Martínez Vegaso, Diego Ramírez, Alonso de
Yllescas, Lorengo Pagi, Miguel Ruiz, Juan Bautista, Juan de San­
tiago, Rodrigo de Lepaveitia, yo Pedro de Valverde, scriuano de
su Magestad e su escriuano público del número desta dicha zibdad
de Jos reyes fui presente a lo susodicho y lo fize scribir y fize aquí
el mío signo en testimonio de verdad. Pedro de Valverde, Scriua­
no Público.

Nos los scriuanos públicos del número desta zibdad de los


Reyes que aqui firmamos nuestros nombres damos fee y verdade­
ro testimonio a los que la presente vieren, cómo Pedro de Valver­
de, de cuya mano va firmada e signada esta sritura, es tal scriuano
público del número desta zibdad, como en ella se nombra; y a las
scrituras y autos que ante él han pasado e pasan e da firmados e
* Se ha m antenido la ortografía original del docum ento.
286

signados de su nombre se (h) a dado y da entera fe y veredicto en


juicio y fuera del, como fechos ante tal scriuano fiel y legal, en
testimonio de lo qual damos la presente, que es fecha en los Reyes
a veinte días del mes de noviembre de mili e quinientos e sesenta
e zinco años. Nicolás de Grado, scriuano público y de Cabildo,
Alonso de Valencia, scriuano público, Esteban Perez, scriuano
público.

Testa­ Jesucristo Dios y hombre verdadero sea conmigo y me dé


mento gragia pa que agierte lo que hago como conviene a su seruigio y a
la salvagión de mi ánima. Y pa ello quiero poner, por memoria, lo
que yo Lucas Martínez Vegazo e abido en la conquista y descubri­
miento de estos reynos de Nueva Castilla y Nueva Toledo, que
llaman Perú, desde que en ellos entré de edad de diez y nueve
años que vine de España el año de mili e quinientos y treynla, en
compañía del Marqués don Francisco Pizarro, quando su Magos­
tad le hizo merged de la gobemagión de estos reynos; y andube
con él desde que salimos en tierra en la vaya (sic) de san Mateo,
hasta que se acabó de conquistar esta tierra y se pobló la zibdad
del Cuzco, donde quedé por vezino quatro años poco más o me­
nos y de allí me mudé a la vezindad de la zibdad de Arequipa
cuando la poblamos y al presente soy vezino en ella.

Juro y declaro que desde prinzipio que entré en esta tierra


hasta que del todo se acató de ganar, andube siempre con buena
fe, paresciendome que la guerra que se hazía a los naturales della
era justa porque la hazía gobernador cristiano y enviado por rey
cristiano, como si se hiziera contra ynficles turcos o moros; y no
dudé en esto ni oy (sic) decir / a hombre lego, ni sacerdote en
púlpito o fuera del, ni tal cosa se trató entre nosotros que yo supie­
se ni a mi noticia viniese, y si yo supiera que la guerra era ynjus-
la y lo que en la tierra se avía era mal ávido, y obligado a restituir
lo buscara remedio por otra vía y no viniese a Pirú ni entrara en la
conquista del; y pues tube buena fe y Dios sabe si en esto digo
verdad, y ni teólogo ni hombre humano puede saber otra cosa de
mi yntenzión porque no lo ubo, suplico a su divina Magestad que
tenga esta buena fe que digo que tuve por tal, que con ella c de
morir e descargarme ante (él) el día del juizio y afirmándome en
287

esta buena fe, como me afirmo, declaro que ube en esta tierra lo
siguiente:

— La primera moneda que se repartió en el Pirú fue en Cuaque,


UXVI donde me cupieron catorze pesos de plata y unos puñetes de cha-
quira menuda que podrían valer otros dos pesos.

— Hasta Caxamalca no hubo más parte porque lo de la Puná y


Tumbes y Puerto Viejo tomó el Marqués en Tangarará, no se
IIIUCCCXXX cómo ni porqué. De la prisión de Atabálipa, del oro que en toda la
tierra se juntó en Caxamalca me cupieron / tres mil e trezientos e
treinta pesos ensayados de valor de cuatrozientas e zinquenta ma-
vavedíes cada peso.

— En plata me cupieron en Caxamalca giento y treinta e ginco


UIILX marcos y seis hondas de toda suerte de plata buena y mala que
valdría duzientos y sesenta pesos

DCLVIII — En Xauxa me cupieron seiscientos y zinquenta y ocho pesos


en oro de quilates ensayados.

— En plata me cupieron en Xauxa dozientos y quarenta marcos,


VCCCC buena y mala, que valdrían en aquél tiempo entre nosotros quatro-
zientos pesos poco más o menos.

— En el Cuzco me cupieron dos mil pesos ensayados en oro.


(H)a se de entender que las partes de oro ni plata no era de ningún
pueblo donde se repartía, sino recogido por los naturales de estos
reynos, de toda esta tierra, porque el señor lo tenía tiranizado y tan
sujeto, que sólo él era el señor de todo y ningún particular poseya
oro ni plata suyos.

— En el Cuzco me cupieron un mili e quarenta marcos de toda


plata; la tergia parte fina, que valía en aquél tiempo a tres pesos el
marco, e tercia parte en marcado que / valía a peso y medio, y ter­
gia parte chafalonía que valía a medio peso, que toda valdría un
mili c quinientos e diez y siete pesos poco más o menos. El quan-
to cargo a cada uno no se supo de las partes del Cuzco no parece
y échole poco más o menos lo que me parche que me acuerdo; las
demás parles están en el cofre de Gerónimo de Aliaga y allí las
Vil IUCLXXXI hallará quien las a mcncsler buscar. Todo el oro y la plata que me
cupo en la tierra es lo que tengo dicho que monta ocho mili y
ciento y ochenta y un pesos, de valor de quatrocicntos y zinquen-
ta maravedíes cada peso.

En el año de mil c quinientos y quarenta y nueve años di a


Descargo
los frailes de Sqn Francisco, en la zibdad de Arequipa, una quadra
de cuatro solares cercada de una pared alta de piedra y barro que
valdría un mili pesos o más, en la cual los frailes han fecho mo­
nasterio de San Francisco en la dicha zibdad de Arequipa.

A prinzipio del año de mil e quinientos y zinquenta e siete


hize donación al ospilal de los yndios de Santa Ana, de la zibdad
de los Reyes, de unas casas que yo tenía arrendadas en duzientos
pesos a Juan de Villafranca por un año; y del dicho arrendamien­
to y también de las casas que eran mías hize la donación con tal
condición que la quarta parte de lo que cada año rentasen / las
dichas casas se gastase en repararlas porque no viniesen a menos,
y que con las tres partes atendiese al dicho ospital; y este año de
sesenta y cinco viuo yo en las dichas casas y pago yo duzientos
pesos de alquiler dellas. Y vale lo que hasta oy han rentado las
dichas casas un mili y seiscientos pesos, poco más o menos, los
quales con lo que de aquí adelante rentaren, ofrezco a mi señor
Jesucristo en quenta y descargo del cargo que soy a los naturales
dcsta tierra, pues de toda ella se han curado y curan muchos
yndios y yndias, por ser el primer ospital que de naturales se hizo
en el Perú y como (h)a residido hasta agora en esta zibdad de los
Reyes el que gobierna an estos reynos, acudían de todas partes de
ella y al dicho ospital la gente que enfermaba.

— Y ten declaro que en el año de mili e quinientos y zinquenta y


ocho, en la zibdad de Arequipa ante Gaspar Fernandez scriuano
público y del Cabildo de la dicha zibdad, hize donación en el
ospital que en ella se ha hecho de naturales de la tierra y de espa­
ñoles, que es todo uno, de más casas que pa ello compré en seis­
cientos pesos, cerca del monasterio de Santo Domingo y las arren­
28 *}

dé en ochenta pesos; y del arrendamyento y de las casas lu/<- l.i


donación, con tal condición / que cada año se gastase pa rcpwalias
la quarta parte del arrendamyento dellas y acudiesen con ellas al
dicho ospital. Y porque he estado fuera de la dicha zibdad seis
años y no sé lo que las dichas casas han rentado, no digo más de
lo que me costaron.

Montan las tres partidas de los quatro solares que di para el


monasterio del señor de San Francisco de Arequipa, con las casas
de Santa Ana de los Reyes y las del hospital de Arequipa cinco
mil y duzientos pesos, los quales ofrezco a mi señor Jesucristo. Y
le suplico en reverencia de los méritos de su pasión, los re?iba en
parte de descargo del cargo en que soy a los naturales desta tierra,
y por esta intcnzión le ofrezco todo lo que he dado y diere a po
bres, que por ser cosas menudas no lo pongo aquí.

Yten declaro que del oro de quilates que tengo dicho que me
cupo de parte en Caxamalca, compré un caballo y le pagué de
aquél mismo oro en Caxamalca, que me costó dos mil y setenen
los pesos y siendo vezino del Cuzco, vendí este caballo fiado para
Chile, quando el Adelantado don Diego de Almagro fue a descu­
brir aquella tierra y no le cobré ni parte de él, ni se puede cobrar
por ser muerto el que lo compró y no dexó de qué se pueda co­
brar. Y porque me han dicho teólogos que del / dinero que me
cupo en las partes que he dicho, estoy obligado a la restitución de
lo que no hubiese consumido de aquél mismo dinero y no a más
debaxo de la buena fe que los he dicho que tuve, declaro que no
solamente se perdió el caballo y dinero que di por él, pero en
vestirme y otras cosas gasté lo demás que me cupo en Caxamalca,
antes que entrásemos en el Cuzco.

Y dicen los dichos teológos que aquella parte que de lo que


me cupo no hubiesse consumido, quando supe y entendí que se
avía de restituir, se había de entender tan solamente de la parte
que no huviese consumido y me hubiese quedado acá o en Casti­
lla, donde quiera que la tuviese, en moneda o empleado en hazien-
da, distribuyéndolo entre pobres de la misma tierra y en ospitales
de naturales della, y en otras cosas que les viniese provecho dello
a los naturales de la tierra por no aver persona zierta cuyo fuese el
dinero, que aviendola, a la misma persona y no en otras obras se
avía de restituir.

Y por parle de otros teólogos y entre ellos personas de autori­


dad, que digen y sustentan que no solamente estoy obligado a la
restilugión de lo que no hubiese consumido de las partes que tuve,
pero a toda la cantidad que me cupo, sin que falte cosa ninguna
que lo haya consumido o / que no lo haya consumido, distribuyén­
dolo en la forma dicha en provecho de los naturales de la misma
tierra donde se uvo y no en otra. Y aún ay entre ellos quien se
desmanda a degir que el Sumo Pontífice no puede dispensar de
otra manera y que no valdría su dispensagión, ni Dios la admitiría
por yr errada la clave.

Y pues que hay opiniones, quiero escoger la más segura pa


salvarme. Y también me quiero conformar con el sínodo que el
señor primer Arzobispo de los Reyes hizo con las personas que
con los poderes de los obispos que le son sujetos a él vinieron,
con los provingialcs, priores, guardianes, perlados de todas las
hordenes que pa ello juntó y letrados canonistas que ansymismo
su Señoría Reverendísima llamó, lodos los qualcs de conformidad
se resumieron ser obligado cada particular de restituir toda la
cantidad que le cupo en las partes que se hizicron. Y que los que
fueron capitanes o que tuvieron consigo cargo en la guerra y
conquista desta tierra, o sean personas que aunque no tuviesen
cargos, tenían valor en sus personas c calidad pa dar parescer en la
dicha conquista y se dava y se tomava dellos; que estos tales y
cada uno dellos está obligado por el lodo de la cantidad que se
ubo y repartió entre / todos. E lo(s) que no tuvieron cargo ni de
ellos se tomava paresger de lo que se havía de hazer, que tan sola­
mente está cada uno de estos obligado a restituir donde le cupo en
la misma tierra donde lo ubo, como está arriba dicho.

Y juzgándome a mí mismo, que en aquél tiempo no fui capi­


tán, ni tuve cargo ni di consejo en la conquista ni tube hedad pa
ello, quiero, y es mi voluntad, restituir toda la cantidad que me
cupo en las partes que es lo que en las espaldas de esta plana c
confesado que me cupo en las dichas partes. Y dcllo tengo el día
291

de hoy restituido, valor de cinco mili y duzientos pesos y me fal­


tan por restituir dos mili c novecientos y ochenta e un pesos los
cuales, dándome Dios salud, restituyré a la parte que pudiere;
porque a causa de las deudas que tengo, que son muchas, no se lo
que podre. Y pues con lo que cada uno puede se contenta Dios y
no obliga a más, yo lo haré con su ayuda y favor y suplico a su
Divina Magestad me de vida y gracia pa que lo cumpla.

Y porque si Dios fuese servido llevarme antes que lo acabe


de restituir, porné (sic) en mi testamento, que comienza en los ca­
pítulos siguientes, lo que conviene al descargo de mi conciencia;
lo cual ruego mucho a mis albageas, por el amor que nos tuvimos
y confianza que dcllos hago. Y por el amor de Dios se lo pido que
cumplan con toda brevedad posible este mi testamento, que Dios
se lo pagará y deparará quien por ellos haga otro tonto, etc.

Jesucristo sea conmigo, Amén. Sea manifiesto a los que esta


carta de testamento vieran / cómo yo Lucas Martínez Vegazo, na­
tural de la ?ibdad de Trujillo en los Reynos de España, vezino que
al presente soy en la gibdad de Arequipa ques en los Reynos que
llaman Pirú, hijo de Francisco Martínez que tenga Dios en gloria
que fue vezino de la dicha gibdad de Trujillo; estando en mi libre
juizio y sana memoria tal que Dios nuestro señor me la quiso dar,
creyendo como firmemente creo en mi señor Jesucristo Dios y
hombre verdadero y en la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Es­
píritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero en quien todo
fiel cristiano deve creer, temiéndome de la muerte que es cosa
natural tomo por abogada a my señora la Virgen María, madre de
Dios mediante la cual hordeno este mi testamento e postrimera
voluntad, en la forma siguiente:

— Primeramente ofrezco mi ánima a Jesucristo Dios y hombre


verdadero y le suplico, husando conmigo de misericordia, la reci­
ba en su gloria cuando fuese servido de llevarme dcste mundo y el
querpo mande a la tierra.

— Ytcn mando que si yo muriese en la gibdad de Arequipa, o en


parte que mi cuerpo sea traído a ella, que me cntierren en la Igle­
sia Mayor de la dicha cibdad, en el sitio y lugar que tengo com­
prado en la dicha Iglesia, por el qual tengo pagado a la fábrica
della quinientos pesos ensayados, los quales recibió Pedro Godi-
nez siendo Mayordomo de la dicha Iglesia y dellos dio cuenta el
comendador Pedro de CSceres siendo visitador, como por la visi­
ta y cuentas parescerá.

— Yten mando a la dicha Iglesia Mayor de la cibdad de /Are­


quipa otros quinientos pesos por el edificio della, los quales le
deuo ensayados, como parescerá por la compra y escritura de mi
Capilla, quando me vendió aquél sitio el cauildo de la Santa Igle­
sia del Cuzco por ser de vacante. A la dicha escritura me remito,
que está en mi escritorio en la zibdad de Aripa (sic), la qual
mando se cumpla como en ella se contiene.

— Yten mando que el día de mi enterramiento vistan veynte y


quatro indios pobres de los de mi repartimiento e de los yanaco­
nas de mi servicio, e si en la parte en que muriere no hubiere
yndios ni yanaconas myos, sean pobres, y se dé a cada uno una
manta e una camiseta de la ropa que llaman abasca, los quales lle-
ben veinte y quatro hachas de cera encendidas delante de mi cuer­
po.

— Yten mando que por la horden dicha en el capítulo antes


deste, vistan otros doze yndios de manta y camiseta cada uno y
estos de seis en seis, mudándose, lleven mi cuerpo a la sepultura.

— Yten mando que si muriese en parte que no pudiese ser pues­


to mi cuerpo en la zibdad de Arequipa y sí oviese monasterio de
San Francisco, que en él depositen mi cuerpo en la sepultura que
mis albaceas les paresciere y después saquen de allí mis huesos y
los lleven a la dicha cibdad de Arequipa y los pongan en la Iglesia
Mayor della, en la parte que tengo dicho, etc.

— Y ten mando que el día de mi enterramiento, estando mi cuer­


po presente si ser pudiere y si no otro día siguiente, digan por mi
ánima una misa/ de requien cantada con vigilia de tres liciones y
el mismo día o el siguiente, digan por mi ánima misas rezadas,
todos los clérigos y frailes que obiese en el pueblo donde yo
2<n

muriere y cada uno diga un responso por mi ánima y cíese la li


mosna que se acostumbra a cada sacerdote.

— Yten mando que luego otro día después que mi cuerpo fuese
sepultado, se encomiende a un fraile de buena vida, el que les pa
regiese a mis albaceas, zinco misas rezadas a las zinco llagas de
mi señor Jesucristo por mi ánima y las comience a dezir el día
mismo que se le encomendare, y se dé la misma limosna acostum
brada.

— Yten mando que los nueve días primeros desde el día prime
ro que yo muriese digan por mi ánima una misa cantada cada día,
y acabados los nueve días digan vísperas de novenario y otro día
la misa cantada por mi ánima y se ofrende quatro botijas de vino
y seis cameros y seis hanegas de trigo y este día digan misas reza
das por mi ánima todos los clérigos y frailes que estuviesen en el
pueblo que yo muriese y se pague de mis bienes lo que es costum
bre todo lo dicho.

— Yten mando que con toda la brevedad posible digan poi mí


ánima otras cien misas, las zinquenta los clérigos que hubieie y
zinquenta los frailes. Como a mis albageas les paregiere las repar
tan e se le dé la limosna, que fuese costumbre a los que las dixe
sen.

— Yten mando que entre clérigos y frailes, como a mis albageas


les paregiere, se digan ciento zinquenta misas. Zinquenta por las
ánimas del purgatorio en cuya compañía yo pienso ir mediante la
misericordia de Dios, y zinquenta por la conversión destos natura­
les y zinquenta por las personas que yo soy a cargo, y dese la li­
mosna acostumbrada.

— Yten mando que el primer año desde el día que yo muriese


digan quatro misas rezadas cada semana en la Iglesia o monaste­
rio que mi cuerpo tuviese sepultado. Una por mi ánima y otra por
las ánimas del purgatorio y otra por la conversión de los naturales
y otra por las personas aquien soy cargo, y se pague la limosna
acostumbrada.
— Yten mando que en la ciudad de Trujillo, donde soy natural,
se lome por mi ánima tres bulas de difuntos de las primeras yndul-
gcncias plenarias que hubiere, porque nuestro señor me saque de
las penas del pulgatorio (sic).

— Yten mando a las mandas acostumbradas duzientos marave­


díes de limosna a cada una dellas e al ospital de Benavente man­
do quinientos.

— Yten mando que al ospital del Espíritu Santo de la zibdad de


Trujillo, donde soy natural, digan clérigos pobres zicnto zinquen­
ta misas, zinquenta por las ánimas del purgatorio y zinquenta por
las de mis padres y difuntos y zinquenta por las personas a quien
soy cargo. Y dese de limosna dos reales de cada misa, que son se­
senta y ocho maravedíes y al dicho hospital mando dos mili mara­
vedíes de limosna.

— Yten mando que en la Iglesia de la Bendita Coronada /que es


legua y media de la dicha zibdad de Trujillo digan doze misas por
mi ánima clérigos pobres, los que a mis albageas les parcgicrc, y
se les dé limosna quatro reales de cada misa c a la dicha Iglesia
mando de limosna tres mil maravedíes pa un cáliz de plata.

— Yten declaro que dcuo a los herederos de Gómez de Tapia,


vezino que fue de Panamá, ochocientos pesos como parecerá en
mi libro grande. Mando que se paguen en la ciudad de Trujillo,
donde soy natural, a los dichos herederos.

—- Yten declaro que devo de resto de los bienes de Juan Crespo,


vezino que fue de la ciudad de Arequipa, un mili y trezienlos sie­
te pesos y siete tominés, como parecerá por mi libro grande.
Demando que se paguen a Constanga Ruiz e Juan de Meza e a los
demás herederos del dicho Juan Crespo.

— Yten declaro que devo a Diego Gutiérrez, vezino de Arequi­


pa, cuatro mili pesos de corrientes que me ha dado en ropa de su
tienda y en dineros prestados de que le tengo hecha obligación. Y
es cumplido el plazo y tiempo que se los an de pagar y mucho
más. Mando que se le paguen.
295

— Yten declaro que deuo a Alvaro de Villa trezientos y quaren-


ta e quatro pesos prestados, de que le tengo hecha obligación y es
pasado el tiempo de la paga. Mando que se le paguen.

— Yten declaro que Alonso Ruiz, mi hermano, y yo tuvimos


compañía en esta tierra del Perú y al tiempo que el dicho Alonso
Ruiz partió dcsta tierra pa Castilla, partimos los bienes muebles e
raizes que teníamos en aquél tiempo e costó el oro y la plata / que
llevó el dicho Alonso Ruiz de compañía, como declararé, en otro
capítulo; y las escrituras que debíamos quedé yo a pagar e a co­
brar algunas deudas que nos dcuían personas inziertas que fueron
la jornada de Chile el año de treinta e quatro, e que lo que se pu­
diese cobrar partiésemos, de lo que se perdió todo lo más como
declararé adelante. Y hecha la dicha partición quedó deshecha la
dicha compañía que el dicho Alonso Ruiz y yo tuvimos y nos
dimos por libres el uno al otro, como parescerá por las scrituras
que hizimos ante Alonso de Luque, scriuano que en aquella sazón
era en Arequipa.

— Yten declaro que el dicho Alonso Ruiz, mi hermano, llevó a


los reynos de España todo el oro y plata que él y yo teníamos el
año de quarenta, pa que allá se hiziesc moneda y se partiese igual­
mente, sacándose ante todas cosas del montón con lo que el dicho
Alonso Ruiz, mi hermano, en comida e fletes e acarreos e otros
gastos hasta hacer la moneda en Castilla, e de mi parte había de
hager el dicho Alonso Ruiz, mi hermano, dos mil pesos que le di
en dote con Isabel Martínez, mi hermana. E que se habían de
sacar de mi parle otros dineros pa mi padre e madre y otras perso­
nas, conforme a una memoria que el dicho Alonso Ruiz llevó
scrita de mi mano y firmada de mi nombre. Y lo que quedare,
había el dicho alonso Ruiz de emplear en renta pa mí. Y con esto
nos dimos por libres, el dicho Alonso Ruiz a mí y yo a él, como
paresgerá por las escrituras que tengo dicho que otorgamos ante el
dicho Alonso de Luque. E yo no tengo parte alguna en la hasicn-
da del dicho Alonso Ruiz ni él en la mía, desde que salió desta
tierra.

■r Mando que de todo lo que el dicho Alonso Ruiz llevó a Espa­


ña no se le lome más quenta de la que él diese y esa valga, e que
ninguna justigia de su magestad, ni tenedores de bienes, ni otra
persona se entremeta en más de lo que el dicho Alonso Ruiz di-
xiese, y eso se crea como si lo tuviese por scrituras públicas y por
fe de escribanos, porque esta es mi voluntad.

— Yten declaro que el dicho Alonso Ruiz, mi hermano, me


ynbió de los reynos de España con Martín de Valengia tres o
quatro esclavos negros de los quales dicho Martín de Valengia
vendió uno en ochenta pesos, según quando le vi me dixo. E a los
otros dos o tres me entregó quando me vido. Mando que el dicho
Alonso Ruiz, mi hermano, declare si tenía parte en estos negros e
si eran míos, y si tenía parte en ellos se le pague su parte a razón
de ziento y zinquenta pesos cada negro, que es el más subido pre-
gio que en aquél tiempo tenían los negros de aquella suerte.

— Yten declaro que fenecidas todas quentas con el dicho Alon­


so Ruiz, mi hermano, de la parte que le pertenece e a de aver de la
hagienda y deudas que dejó en el Perú cuando se fue a Castilla,
como más largo se verá por las partidas y contrapartidas de mi
libro grande a que me refiero, debo al dicho Alonso Ruiz, mi her­
mano, quatro mili e siete gientos e diez y siete pesos, los quales
mando que se le paguen de mis bienes, si antes de que yo muera
no se los oviere pagado.

— Yten declaro que Manuel de Herrera me prestó / tres mili


pesos en barras de plata ensayadas e marcadas, siete años ha, para
pagar al ligenciado Pineda y porque el dicho Manuel de Herrera
los tubiese seguros los heche a gensso sobre mis casas de dos so­
lares que tengo en Arequipa. E le he pagado e pago cada año tre-
gientos pesos ensayados del gensso. Mando que se quite el dicho
censso y que se lo paguen al dicho Manuel de Herrera los dichos
tres mili pesos ensayados.

— Yten declaro que devo a la mujer de Pedro Alonso de Valen­


gia, como su heredera, seisgientos pesos de un año que el dicho
Pedro Alonso de Valengia me sirvió. Mando que se paguen a
Diego de Orellana que tiene poder de la dicha muger del dicho
Pedro Alonso de Valengia, si quando yo muriese no se le ovieren
pagado.
— Yten declaro que debo muchos dineros como parcsgciá pin
mi libro grande a que me refiero e dellos voy pagando lo que
puedo e también voy restituyendo lo que uve en la conquista de.
ta tierra y porque después de hecho e sellado el mi testamento,
podría haver pagado e restituido más de lo que he aquí puesto, au
tes que muriese, mando que se avra mi libro grande c lo que en el
pareciese averse pagado e restituido no se pague otra voz, aunque
este testamento lo mande pagar, porque mi voluntad es que se
restituya una vez y más no.

— Yten declaro que estando gercada la giudad del Cuzco, salta


gente a buscar comida para sustentar la dicha giudad y que una
vez fui con algunos compañeros e uve cierto / ganado en los Can
chis e Cannas que repartí entre ellos que fueron conmigo, lo
quales son ya muertos e no sé si restituyeron a lo que los cupo, el
que el dicho ganado podría valer en aquél tiempo un mili o do
zientos pesos poco más o menos, los quales mando que de me
bienes se restituyan e paguen, desta manera que no se puedo ave
riguar cuyo fuese este ganado, que si en el punto de Yanaocn, e en
el de Combapata, o en el de Cacha oviere ospital se lo den d di
cho ospital pa los naturales pobres de los dichos pueblos. Y si no
hubiese ospital en ninguna de las tres partes, mando que los di
chos un mili c duzientos pesos se compren de ropa de abasca, la
niytad pa hombres y la otra mitad pa mujeres. La qual dicha ropa,
Martín de Mcncses por su propia autoridad y persona vaya a ropa
tilla a los dichos tres pueblos, entre los yndios e yndias pobres que
allí oviese, e a él le paregiese e que no lo remita a sagerdote ni a
otra persona, sino que él mismo lo vaya a hazer, por descargo de
mi conciengia y a esto me pague él la amistad que tenemos.

— Yten mando a los yndios de tono un hornamento pa su Ygle-


sia, que queste duzientos pesos.

— Yten mando a los yndios Canchis que fueron míos, que lla­
man Guandora (sic) un hornamento e una campana que queste
todo trezientos pesos, por cargo que les soy siendo allí vezino del
Cuzco

— Yten mando que se compre de mis bienes quinientos pesos /


de ovejas de Castilla e se den a los yndios de Pocosi que fueron
de Alonso Ruiz ini hermano, por el servicio que me hizieron sien­
do del dicho mi hermano.

— Yten mando a los yndios de Carumas, de mi Repartimiento,


un hornamento y una campana que queste en Arequipa quinientos
ensayados, por cargo que les soy.

— Yten mando que se den a Alonso Hernández de Villabraqui-


na tres mili pesos de mis bienes, pa lo que yo he comcrgiado con
él, que no se le pidan pa lo que son.

— Yten mando para la pargialidad de los Yndios de Machaguay,


que fueron del dicho Alonso Ruiz mi hermano en Condcsuyos que
son al presente de Juan de Hinojosa, una campana pa su Iglesia
que queste dozicntos pesos, por lo que me cupo de mi parte de lo
que llevara el dicho Alonso Ruiz.

— Y ten mando que se empleen en algunas casas o tienda o se


den al gensso en la gibdad del Cuzco, dos mili pesos de mis bie­
nes; y si se diesen a gensso, atiendan con lo que rentasen al ospi­
tal de los yndios de la dicha gibdad, y si comprase alguna hazen-
dalla, que se gaste cada un año la quarta parle de la renta en repa­
ro della, y con las tres partes se atienda al dicho ospital y señalo
por patrón a Marlín de Meneses, vezino de la gibdad del Cuzco, y
después de sus días a la persona que él nombrare.

— Itcn mando a la casa de Santa Clara, de las donzcllas huérfa­


nas de la dicha gibdad del Cuzco quinientos pesos de limosna.

— Yten mando al hospital de la Paz, de los yndios naturales de


la tierra, duzientos pesos de limosnas.

— Yten mando al dicho ospital de los yndios de la zibdad de la


Plata duzientos pesos de limosna, (va entre renglones: de los
yndios).

— Yten mando al ospital que se ha hecho pa yndios en Caxa-


malca trezientos pesos.
299

— Yten mando a los dos ospitales de naturales del valle de


Xauxa, duzicntos pesos a cada uno de ellos.

— Yten mando al ospital de los yndios de Guamanga duzientos


pesos.

— Declaro que desde la partida de los mili pesos que tengo se­
ñalados pa el ospital del Cuzco, hasta el capítulo de duzientos
pesos que mando al de Guamanga reciba Dios por descargo de las
partes que ube en estos reynos, con lo qual y con lo que puse en la
hoja antes dcste my testamento quedará cumplidamente restituido
lo que ube de partes. Y si algo falla, Dios me lo perdone en Reve­
rencia de la sangre que Jesucristo su hijo derramó en su pasión
por los pecadores.

— Yten mando a Martín de Villareal e a Isabel de Villarcal,


hijos naturales de Juan de Villareal difunto mi criado que fue, uh
mili pesos a cada uno, porque su padre me sirvió.

— Yten mando a Ballazar de Galte, Hijo natural de Melchor


Cervantes de Galte, duzientos pesos, e que en Castilla no se le
pida cosa ninguna de o que he pagado por el dicho Melchor Cer­
vantes.

— Yten mando a Gonzalo de Valencia, por el cargo que le soy y


fui a su padre, un mili pesos.

— Yten mando al Salvador Ruiz, hijo del dicho Gonzalo de Va­


lencia y Catalina Ruiz su muger, una barra de plata que valga du­
zientos y cinqucnta pesos.

— lien mando a Lucas Martínez, hijo natural de Gonzalo Marü-


ncz mi hermano, seténenlos pesos que le hechcn en genssos en
Castilla por su vida y que le atiendan cada año con la renta dellos
pa que estudie / en Salamanca, y si él no quisiera estudiar no le
acudan con la renta.

— Yten mando a los hijos e hijas de Lucía Martínez, mi herma­


na, un mil pesos que partan igualmente.
— Yten mando a los hijos e hijas de Estevania Alonso setecien­
tos pesos.

— Yten mando a Alonso García Vegaso, mi hermano un mili


pesos pa que con ellos y lo que él tiene se vaya a Castilla. Y si no
quiere ir no le mando nada.

— Yten mando Gonzalo Martínez, mi hermano, quinientos pe­


sos.

— Yten mando a la hija segunda de Francisco de Loaysa y Cal­


derón y de Ana Martínez, mi hermana, quinientos pesos pa ayuda
de su dote el casamiento.

— Yten mando que mis capas e sayas e calcas e jubones e


camisas se den a pobres pordioseros.

— Yten mando que Alonso Ruiz y su muger e Isabel Martínez ■


mi hermana e cualquier dellos concierten los pleytos que trato con
los herederos del Mariscal Alonso de Alvarado e con los de Alva­
ro del Castillo natural de Burgos. Y si no quisiere reunir en con­
ciertos moderados, qualcs a los dichos mis herederos e a qualquier
dellos les páreseiere, se sigan los dichos pleytos con quien no le
quisiera concertar hasta fenecerlas e acabarlas por justicia, porque
estoy satisfecho de teólogo que lo puedo seguir con buena con­
ciencia, por la ñanga que hizieron.

— Yten declaro que porque los fiadores que conforme a la ley


de Toledo me fiaron pa la cantidad de vacas y ovejas y cabras y
esclavos y otras cosas que se compraron pa mi de lo bienes d e
Jerónimo de Villegas me fatigaban e querían poner / en Justigia
sobre que les sacase de las ñangas que me avian hecho pa asegu­
rarles que no las executarían les hize una carta de venta real de
todo lo más de mis haziendas. E la hize a Francisco Bosso e a
Martín López de Carbajal e Francisco Maducño e Diego Gutiérrez
e Juan de Castro, ante Juan Gargía de Nogal, scriuano. E Francis­
co Bosso me hizo en nombre de todos una contraventa ante el
mismo scriuano, en que declaró la verdad, que no se había fecho
la dicha venta más de pa asegurar que los dichos fiadores no la
101

fiarían. Mando que si algo las fiaran en algún tiempo, se les pague
de mis bienes e quede la dicha hazienda por mía como lo es.

— Yten declaro que tengo en los reynos de España la hazienda


que Alonso Ruiz mi hermano dixese y no más.

— Yten declaro que tengo en la Villa de Hillo (sic) una liueiin


que linde della una viña que dejé a los yndios de Ylo, que la viña
tomasen pa sí con la condición que a su costa me cercasen la di
cha huerta. Mando que se deshaga la linde que divide la huel la d.
la viña y que viña y huerta sea todo uno, la qual dicha huella \
viña mando a los yndios de Ylo y allí subjetos. Y les hago j?,i a», 1.1
dello pa que lo cobren y beneficien e gozen del fruto, pa ayudai a
pagar sus tributos, y señalo por partición dello al cacique que al
presente fuese de Ylo.

— Yten declaro que tengo en el Valle de Arequipa en Orino


(sic) una viña e junto a ella un parral, la qual viña y parral mando
a los yndios de / aquellos valles, naturales sujetos a don Juan d an
quia, pa que lo beneficien y gozen del fruto pa ayuda a pagni sus
tributos. E nombro por patrón de la dicha viña e parral al dicho
don Juan Tauquia e sus susesores del dicho don Juan Tauquia

Yten declaro que tengo poblados ciertos yanaconas en el


valle de Guaylacana, en un pueblo que ellos han hecho que llaman
Guaylacana y siembran en mis tierras. Mando que a cada uno se
le quede la tierra que siembra y coge. Y yo se lo doy pa sí porque
me an servido. E les hago donazión a cada uno de lo que siembren
e mando que por estancia mía, ni chara (sic), ni de otra manera, no
se les quite e que sea pa ellos e pa sus hijos e defendientes, e
como cosa suya propia dispongan della.

— Yten declaro que tengo en el valle de Tarapacá una chara


(sic) que llaman Guarasina. Mando que se repartan entre ellos
yanaconas míos que tengo en el valle de Tarapacá y en sus subje­
tos.

— Yten declaro que junto al pueblo de Tarapacá tengo un moli­


no, el qual mando a los yndios de aquella provincia pa que se
aprovechen del como cosa suya. Y señalo por patrones del a don
Juan Cahachura y a don Alonso Lucaya pa que a costa del dicho
molino se sustente, y se aproveche del toda la comunidad de los
yndios de aquella provincia.

— Yten declaro que en la provincia de Chile me deven cantidad


de dineros, entrcllos Pedro de Valdivia en compañía de Diego
Gargía de Villalón y dcllós e ansí otras personas como paregerá en
las scrituras que están en mi poder / y en el del dicho Diego Gar-
gía de Villalón. Las quales deudas no señalo, porque aquella tierra
es tán pobre y perdida; declaro solo pa que si algo se pudiera
cobrar se cobre.

— Yten declaro que Juan Vclcz declara que vino conmigo, co­
bró en la zibdad de los Reyes zierlas barras de plata rnyas y se fue
después a Chile sin darme quenta del las y se ahogó allá sin pagár­
melas. Mando que se sepa de Juan Bautista de Postinc, su albagea,
lo que dexa declarado y cóbrese.

— Yten declaro que en el puerto de Arica vendió Pablo de Me-


neses a Pedro de Valdivia, Gouemador de Chile, cantidad de trigo,
maíz y harina e otras cosas de mis haziendas, de dos mili e ocho-
gicntos pesos de oro de que hize scritura pública a su Magestad,
porque el Ligcnciado Pedro de La Gasea metía mi hazienda en la
caxa de su Magestad. Y lo que della perdía y sobre los dichos dos
mili y ochogientos pesos, truxe pleyto en la Audiencia Real desta
Cibdad de los Reyes contra Pablo de Mcncscs. Y fue condenado
en vista y revista, aunque no en toda la cantidad pero en la más y
dcllos saqué excecutoria contra sus bienes. Declaro que es una
deuda y no dos y que procuro de cobrar de los bienes de Pablo de
Mcncscs, c lo que fallase al cumplimiento de los dichos dos mili y
ochocientos pesos se ha de cobrar de los bienes de Pedro de Val­
divia, si los oviese. Y lo que cobrase yo de los bienes del dicho
Pablo de Mcncscs declaro que lo han de cobrar sus herederos del
dicho Pablo de Mencses de los bienes del dicho Pedro de Valdi­
via; que son los dos mili ochogientos pesos, son los que / a mí me
deben los dichos Pablo de Meneses y Pedro de Valdivia desta
deuda.
303

— Yten declaro que de la escritura de veynte y tantos mil pesos


que debe Pedro de Valdivia se han de sacar, ante todas cosas, seis
mili y tantos pesos pa mí y lo demás se ha de hazer tres partes:
una pa Diego García de Villalón y dos para mí, conforme a la
escritura que tiene Diego Gargía de Villalón a que me remito.

— Y ten declaro que tengo en la Caxa de su Magestad veinte e


ocho mili y ochocientos y treinta y ginco pesos, que se metieron
en Potosí en piala ensayada y parte en corriente, e seis mili dellos
se metieron en la dicha Caxa en la zibdad de los Reyes. Y sobre
lodo traygo pleitos en la Audiengia Real de la dicha gibdad de los
Reyes con el Fiscal y condené en ellos a la hazienda Real en vis­
ta y suplicó el Fiscal, e siguiéndose la causa en revista, se le con-
gedió al Fiscal un quarto plazo ultramarino de dos años pa Casti­
lla, que corren desde quinge de mayo de mili e quinientos y sesen­
ta y ginco. Encargo a mis albageas que cumplido este mi testa­
mento, sigan y acaben esta causa, porque tengo justigia.

— Itcn declaro que tengo en Guaylacana un molino y las tierras


que quedaren, de las que labran los yanaconas que tengo dicho y
el valle arriba de Arica tengo más tierras en un axial (sic).

— Yten declaro que tengo unas casas en la giudad de Arequipa


que tienen dos solares. El uno a la esquina de la plaga que solía
ser cárgcel y casas de Cabildo y el otro linde hazia Santo / Domin­
go, que solía ser del Rey y se vendió en Almoneda sobre que
tengo tres mili pesos de gensso que prestó Manuel de Herrera.

— Yten declaro que tengo otro solar en una quadra que tenía los
otros tres Alonso Picado.

— Yten declaro que tengo en las minas de plata de Tarapacá un


negro ofigial herrero que se llama Antón, con su fragua e aderezos
dclla, y otro que se dize Antonio Garbato que suena los fuelles, e
otros tres negros que labran en las minas, e otro negro que provee
las minas que se dige Antonio Botero, e otro negro que se dice
Pedro Guatapari que está siempre en Ramainga haziendo carbón,
e otro que se dige Jordán que reside en Tarapacá maestro de las
fundiciones, e una negra en las minas que dize Juana, que guiza
de comer a su marido Juan Ballol e a los demás negros que resi­
den en las minas.

— Yten declaro que tengo en el tambo de Arica una negra que


se dize Bárbara que haze pan y vizcocho y asymismo tengo en el
coto de las vacas un negro vaquero que se dize Antón Gala.

— Yten declara que tengo pa mi servicio conmigo una negra


que se dige Paloma y una mulata hija suya que se dize Leonor e
un negro cavallerizo que se dize Hernando.

— Yten declaro que tengo en mi poder una fuente de plata e otra


mediana e un candelera e dos jarras e una taga e un vaso e dos
dozenas de platos pequeños e dozena y media de escudillas e un
salero e otros dos saleros pe / queños e media dozena de cucharas,
que todo es de buena plata.

— Yten declaro que tengo en mi poder una ropa de levantar de


marcas buenas que llaman turcapir (sic) que es hasta en pies.

— Iten declaro que tengo en mi poder un cofre pequeño con


ciertas joyas de oro que son un collar de oro esmaltado con seten­
ta perlas y setenta brinjantes e una cintura de treinta e dos piegas
y con cabrón hazen treinta e tres esmaltado todo, y seis manillas e
una medalla. Y entrestas joyas tengo un cofrezito pequeñito de
azero dorado por defuera y guamegido de tergiopelo verde de den­
tro; en este tengo un humilladero, está una esmeralda y el hojo
della al pie de un crugifijo pequeñito de oro que le cubren lo alto
del humilladero. Y la llave deste cofregito más pequeñito está
entre las joyas. Y la del cofrezito mayor e otra, en mi scrivanía de
asiento, y este cofrezito está en otro cofre grande tumbado que es
de ropa de mi vestir, del qual tiene la llave Antón Martínez mi ne­
gro.

— Yten declaro que traigo siempre conmigo y tengo agora en


mi poder una cota de malla muy buena nalgas (sic) y caraguelles
(sic) de malla y una rodela de azero y un casco y una alavarda e
un charpeo de azero. Secreto todo lo qual traygo y tengo conmi-'
go.
305

— Yten declaro tengo un quartago castaño e un cavallo e olio


blanco.

— Yten declaro que tengo dos cofres tumbados llenos de ropa,


una ropa de vestirme y otro de ropa blanca.

— Yten declaro que en dos caxas grandes tengo en la una la


plata labrada y cosas del aparador y en la otra conservas y otras
cosas de comer. De todo tiene las llaves Antón.

— Yten declaro que tengo quatro mesas con sus vancos, dos
grandes y dos pequeños y doze sillas de las que se husan de cade
ras e una silla de terciopelo carmesí e otra de terciopelo negro con
su Huecos (sic) de seda carmesi y seda negra.

Yten declaro que ante Juan de Padilla he aorrado (sic) a


Beatriz. Martínez, morisca por lo que me ha servido. Mando que
no se le ponga embaraco a su libertad.

Yten declaro que tengo una cama de damasco verde con .n


sobrecama de lo mismo y antecama también y con su eaxa y las
goteras de terciopelo verde y el fliieco de seda verde y hilo de oro,

— Yten declaro que tengo otra cama de tornasol con su caxa y


l'lucqucs y mangas goteras.

Yten declaro que este testamento son de un tenor dos, que el


uno enbío a Castilla con Melchor Gonzales natural de Trujillo pa
que lo dé a Alonso Ruiz de Albornoz y a su mujer Isabel Marti­
nes, mi hermana, pa que sabiendo que soy muerto lo abran y
cumplan lo que allá mando, como mis albaceas que son. Y el otro
queda en mi poder pa lo que toca a lo de acá, quando Dios me
llevare.

— Yten declaro que Antón Martínez Brau (sic) mi esclavo me


ha servido muy bien más de veynte años e al presente me sirve de
despensero e otras cosas con mucha bondad y ldidadad (sic).
Mando que después de mis días quede libre e horro e como tal
haga de sí lo que quisiere a su voluntad e que se lo den de mis
bienes cien pesos en plata, pa que se vista e pa lo que él quisiere
hazer dellos.
306

— Yten mando que cumplido todo lo que este mi testamento


herederos dige, ayan y hereden todo el remanente de mis bienes Isabel
Martínez y Lucía Martínez, mis hermanas a las quales ambas
ygualmente dexo por mis herederos huniversalcs de todo el rema­
nente de mis bienes, pa que los partan sin llevar ninguna más que
la otra.

— E pa cumplir este testamento e las mandas en el contenidas,


nombro por mis albaceas al Capitán Alonso Ruiz de Albornoz e
Isabel Martínez su muger, ni hermana, e al licenciado Falcón e
Alonso Ruiz de Villabraquina e Martyn de Meneses vezinos del
Cuzco c a Diego Gutiérrez c a Diego Vclasqucs, vezinos de Are­
quipa e a cada uno dellos ynsolidium, a los quales doy poder tan
cumplido y bastante quanto puedo y (de) derecho debo pa que sea
firme como de derecho se requiere. E les ruego lo acepten y
empleen conforme a la confianza que dellos hago.

— Yten mando que después de averse acabado de cumplir este


que lo
mi testamento e mandas que el da, se entregue lodo lo que queda­
envíe a
España se de mis bienes al dicho Diego Gutiérrez, vezino de Arequipa, pa
dentro de que lo yabie a Castilla con Gongalo de Valcngia, al qual ruego lo
un año lleve a España dentro de un año de como yo muriese, e que den­
tro del dicho año sea obligado el dicho Diego Gutiérrez a entre­
gárselo pa que lo lleve , pa que allá se cumpla e haga lo que tengo
mandado en este mi testamento e que pa ello no sea gua(sic) de
poder de heredero ni de otra persona, e que si el dicho Gongalo de
Valcngia no le quisiere llevar, el dicho Diego Gutiérrez cumplido
el año lo enbié con quien a él le paregicrc a mi riesgo y costa sin
más dilatar lo cumplido, que si al dicho año c si el dicho Gongalo
de Valcngia lo quisiere llevar no lo lleve otro, e a de ser a riesgo /
c costa de la dicha hazienda así de fletes como de otras cuales-
quicr costas o riesgos de mar y tierra.

Lucas Martínez Vcgasso

va tarjado c Lucía, no vala.

Pero de Xerez, escribano.


307

E visto e leído el dicho testamento todo de berbo e a berbun, en


presencia del dicho señor corregidor, por él e por mí el escribano,
en presencia de todos los dichos escribimos e testigos, el dicho
señor Corregidor dixo que manda del se saque un traslado o dos
más los quales partes e herederos e testamentarios quisiesen e se
les de signados e autorizado e la pública forma, e en manera que
hago fee que en el traslado e traslados su merced interpone su
autoridad e dereto judicial e hordynario y sacado su tenor manda
el dicho testamento original se torne a zerrar e sellar e entregar al
dicho Alonso Ruiz que le presento e traxo pa la guarda e conser­
vación de su derecho a que susede como como (sic) viere que le
conviene, e ansí lo proveyó e mando a firma de todos los dichos
testigos,

Testigos Francisco de Herrera, e Hernando García, vecinos de


Trujillo, don Juan de Pisa Osorio, Pedro Calderón Altamirano, el
Licenciado Altamirano, Pedro de Carmona, scribano, y Francisco
de Sanabria, Sancho de Arévalo, Felipe Díaz y Frangisco Vicios-
so, Hernando de Alcocer, García Hernández Basso.

Ante mí, Pedro de Xeres scribano.

Y yo el dicho Juan / Velarde, scribano público del número y del


ayuntamiento desta gibdad de Trujillo, por el reverendísimo señor
el prior del monasterio de nuestra señora de Guadalupe y aproba­
do por el Consejo Real de su magestad que fuy presente. E a lo
que de mí en el prinzipio desta scritura se haze mengión, lo fize
sacar y escribir por mandado del señor Teniente de Corregidor
que aquí firmo su nombre Licenciado Heredia, y de pedimento del
dicho Miguel Hernandez de Sólís Heredia. Por ende en fe y testi­
monio de verdad, fize aquí mi signo.

Juan Velarde
Traslado con los autos
del pedimento y traslado
de ynformación.
Onze reales.
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ARCHIVO MUNICIPAL DE AREQUIPA

Libros de Protocolos de Escribanos 01.


Libros de Actas de Sesiones y A cuerdos del Cabildo de A requipa 01.
Libros de Actas de Sesiones y A cuerdos del Cabildo de A requipa 02.
Libros de Actas de Sesiones y A cuerdos del Cabildo d e Arequipa 03.

ARCHIVO GENERAL DE INDIAS

Audiencia de Lima 124


C ontaduría 1786
Justicia 401, 4 0 5 ,405v, 417, 422, 436, 443,1052.
Patronato 90 N° 1 Ramo 11.
Patronato 93 N° 8 Ramo 4; N ° 11 Ramo 2
Patronato 97 N° 1 Ramo 1
Patronato 104 N° 1 Ramo 5
Patronato 105 N° 1 Ramo 9
318

Patronato 107 N° 1 Ramo 2


Patronato 109 N° 1 Ramo 4
Patronato 113 N° 1 Ramo 8
Patronato 137 N° 1 Ramo 2
Patronato 193 N° 7 Ramo 1
Patronato 188 Ramo 6
Patronato 189 Ramo 16

ARCHIVO GENERAL DE LA NACION

Derecho Indígena y Encom iendas Legajo 2 C uaderno 15


Real A udiencia C ausas Civiles Legajo 1 C uaderno 9

BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERU

Sección M anuscritos:
A 30
A 55
A 156
A 171
A 438
A 595

LILLY LIBRARY

M anuscripts D epartm ent:

Latin A m erican mss. Perú


INDICE DE ABREVIATU RAS UTILIZAD AS

ADA Archivo D epartam ental de A requipa

AMA Archivo M unicipal de A requipa

AGI Archivo General de Indias

AGN Archivo General de la Nación

BNP Biblioteca Nacional del Perú

C C uaderno (en AGN)

CDIAO Colección de d o cu m en to s in éd ito s relativos al d escu b ri­


m iento, conquista y colonización de las posesiones españo­
las en Am érica y Oceanía.

CDIHC Colección d e docum entos inéditos p ara la historia d e Chile


(José Toribio M edina ed.)

DIE Derecho Indígena y E ncom iendas (en AGN)

HC The H arkness Collection in the Library of C ongress

L Legajo (en AGN)

LAC Libro de Actas de Sesiones y A cuerdos del C abildo de A re­


q u ip a (en AMA)

LPL Libro de Protocolos de Escribanos (en AMA)

RANP Revista del A rchivo N acional del Perú

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