Noxon, J. - La Evolución de La Filosofía de Hume PDF
Noxon, J. - La Evolución de La Filosofía de Hume PDF
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James Noxon
L a evolución de la
filosofía de Hume
Versión española de
Carlos Solís
Alianza
Editorial
Titulo odgliul
Hume'iftUosopbicdDtveicpmiiti
l'rejacio 11
Abreviaturas 13
Introducción „ 15
PARTE PRIMERA
PARTE I I
PARTE III
PARTE IV
PARTE V
Conclusión
Indice de nombres
re-
Indice de temas
A Catherine Beattie
Prefacio
McMaster University
Febrero, 1972
Abreviaturas
Para conveniencia del lector, las alusiones a las obras de Hume se ponen entre pa-
réntesis inmediatamente después de las citas *. Para ello se utilizan las abreviaturas
explicadas en la tabla. Las referencias a otras obras, así como las citas suplementarias
de Hume, vienen en nota a pie de página.
referencias normales, por ejemplo (£• 101), los temas se señalan con notas
del tipo (£i V I I ii), que significa primer Enquiry, sección V I I , parte ii.)
GflcG David Hume: Tbe Philosophical Works, 4 vols., ed. T. H . Green y
T. H . Grose (Londres, 1886). Es ésta la edición que se cita en todas las
referencias a Essays, Moral, Political, and Litera/y, A Dissertation on the
Passions y Tbe Natural History of Religión*. (Los números romanos en
mayúscula indican el volumen y los números arábigos la página.)
D Dialogues Concerning Natural Religión**, ed. Norman Kemp Smith (L. L. A.
Bobbs-Metril, Nueva York, 2.' ed., 1947).
H Tbe History of England from the Invasión of julius Caesar to the Revolu-
tion in 1688, 6 vols. (John B. Alden, Nueva York, 1885). Parece que no
hay una edición critica moderna de la History de Hume y no he tenido
acceso a su última edición revisada de 1778. Puesto que no me cabe esperar
que muchos de mis lectores tengan una copia de la edición que tengo yo,
me he limitado a aludir a los capítulos que en dicha edición están nume-
rados correlativamente. (Duncan Forbes ha hecho recientemente una edición
de la obra de Hume, History of Great Britain, Volumen One, containing
the reigns of James I and Charles I (1754) (Penguin, Harmondsworth, 1970).
Hay que dar la bienvenida a esta publicación, que es de esperar se amplíe
en el futuro para dar cabida a la History completa de Hume.)
L Tbe Letters of David Hume, 2 vols., ed. J . Y . T. Greig (Clarendon Press,
Oxford, 1932). (Los números romanos en mayúscula indican el volumen y
los números arábigos la página.)
1
«Hume at La Fleche, 1735: An Unpublished Letter», Texas Studies in
English, 37 (1958), 30-3.
18 James Noxon
' Habría que señalar, en apoyo de mi punto de vista, que cuando Hume está
a punto de terminar su discusión del libro I , «Del entendimiento», en el Abstract,
dice: «Concluiré que la lógica de este autor...» (A 24). Es cierto que más adelante,
en el propio Treatise (I iii 15), Hume emplea el término «lógica» en un sentido
mucho más restringido para aludir al conjunto de reglas generales que rigen los
juicios causales. Tras formular ocho «Regías con las que juzgar de las causas y
efectos», añade: «Esta es toda la Lógica que considero adecuada para utilizarla en
mis razonamientos...» (T 175 [ I 280]). Sin embargo, estas reglas de la inferencia
inductiva no constituyen la lógica cuya función habla sido definida en su Intro-
ducción y que más adelante recibirla el nombre de «epistemología».
La evolución de la filosofía de Hume 21
Para vivir hay que actuar y las acciones presuponen ciertas creencias;
mas aún: después de que dichas creencias hayan sido desacreditadas por
lo que H u m e llama «reflexiones muy refinadas y metafísicas» ( T 268
[ I 413]), vuelven subrepticiamente como agentes de la supervivencia,
pues, como dice de sí mismo H u m e , estamos «absoluta y necesariamente
determinados a vivir, conversar y actuar como las demás personas en
los asuntos ordinarios de la vida» ( T 269 [ I 415]) y, como ya había
dicho antes Locke, «Aquel que no coma hasta haberse demostrado que
la comida le alimentará, aquel que no se mueva hasta saber infalible-
mente que la tarea a emprender tendrá éxito, solo podrá sentarse a es-
perar la muerte» *. Quien profese un escepticismo estricto habrá de en-
frentarse, no solo al embarazo de tener que violar sus principios teóricos
para atender a las exigencias prácticas, sino también a la compulsión
natural a romper con e l intolerable talante de «la melancolía y delirio
filosófico» ( T . 269 [ I 414]) que toma posesión del escéptico tras un
ataque de concesiones metafísicas. Si el escéptico no puede ser derro-
tado en su propio terreno, tampoco se puede trabajar con su filosofía,
ni vivir con ella, ni creer en ella. U n a característica de los argumentos
escépticos, como dice H u m e a propósito de Berkeley, es que «r.i admi-
ten solución ni producen convicción» (Ei 155n).
Como han constatado todos los comentaristas serios, el término «escep-
ticismo» es demasiado impreciso para fijar la posición de H u m e . N o hay
duda de que recaba para sí el título de escéptico, distinción a la que le
da derecno el socavamiento de muchos dogmas. Pero, por otro lado, se
preocupa a menudo por mostrar la futilidad del escepticismo y en más de
una ocasión negó la existencia de un genuino escéptico. Nos dice, por una
parte, que el único resultado del escepticismo es « u n asombro momentá-
neo. Irresolución y confusión» ( E | 155n) y, por otra, que «si somos
filósofos, debemos serlo tan solo sobre principios escépticos» ( T 270
[ I 416]). Explica de qué modo «la naturaleza destruye la fuerza de todo
argumento escéptico» ( T 187 [ I 297]), pero advierte que « E n todas las
incidencias de la vida debemos conservar siempre nuestro escepticismo»
( T 270 [ I 416]). Muy a menudo, esta recomendación ha sido interpre-
tada como síntoma de un conflicto irresuelto en H u m e . Algunas veces,
se inclina a mostrar que una conclusión escéptica acerca de una u otra
5
Ibid., 248.
4
An Essay Concerning Human Understanding, ed. A. C . Fraser (Dover, Nueva
York, 1959), ii 360. Cf. An Enquiry Concerning Human Understanding, 160, donde
Hume observa que el pirrónico ha de conceder «que toda la vida habría de desapa-
recer, si sus principios prevaleciesen universal y sostenidamente. Cesarían inmediata-
mente todo discurso y toda acción, con lo que los hombres permanecerían en un
letargo absoluto hasta que las necesidades naturales insatisfechas pusiesen fin a su
miserable existencia.» A continuación añade: «Es cierto que no hay por qué temer
que suceda algo tan fatal. La naturaleza es, por principio, demasiado fuerte.»
La evolución de la filosofía de Hume 27
7
Cf. Dialogues Concerning Natural Religión, parte I , p. 134, donde Hume hace
señalar a Filón que «Filosofar acerca de estos temas ['sea sobre temas morales o
naturales'] no difiere esencialmente de razonar sobre temas de la vida ordinaria...»
" Hume's Intentions, 151.
La evolución de la filosofía de Hume 29
uno de los Libros del Treatise con los dos Enquiñes y A Dissertation on
the Passions plantea numerosas cuestiones de importancia sobre el es-
tilo, claridad, complejidad y profundidad de pensamiento, sobre la riqueza
de las ideas y el carácter consistente de los argumentos y, por encima de
todo ello, sobre la integridad intelectual de H u m e en su juventud y
madurez. Incluso — o , tal vez, especialmente— quienes resisten con
más vehemencia los principios y argumentos del L i b r o I del Treatise
han desestimado el primer Enquiry como un vulgar transmisor de gustos
superficiales. Para conseguir un rápido éxito popular, alegan, H u m e
sacrificó la seriedad metafísica en aras de la elegancia literaria; barriendo
de la vista los profundos problemas oncológicos, decidió intervenir de
un modo adulador y provocativo en el debate público acerca de los
milagros, la providencia y el más allá. E n la Sección inicial del primer
Enquiry, H u m e escribió de un modo agudo e ingenuo acerca de su
propio deseo de establecer un equilibrio entre «la filosofía fácil y obvia»
y «la precisa y abstrusa»; y no diré aquí nada para defenderle del cargo
de haber reducido su elevado ideal filosófico primitivo. E n este punto
me ocupo solamente de la tarea un tanto más árida de confrontar el primer
y último H u m e por respecto a su perdida ambición de ser un filósofo
sistemático.
A primera vista, el Enquiry Concerning Human Understanding difiere
de la manera más flagrante del L i b r o I del Treatise por lo que respecta a
omisiones y abreviaturas . E l análisis del espacio y el tiempo ( T I ii)
10
los que espera haber corregido algunas negligencias de sus razonamientos anteriores
y, sobre todo, de sus expresiones. Con todo, algunos escritores que han honrado
con sus criticas a la filosofía del autor, se han cuidado de dirigir todas sus baterías
contra esta obra juvenil que el autor no ha reconocido nunca y han creído triunfar
con las victorias que, según imaginaban, habrían obtenido sobre él. Se trata de un
proceder muy contrario a todas las reglas de la sinceridad y limpieza, constituyendo
un caso desmedido de esos artificios polémicos que un celo fanático se cree con
derecho a emplear. En lo sucesivo, el autor desea que se tenga presente que solo
los siguientes escritos han de ser tenidos como los que contienen sus sentimientos
y principios filosóficos.» Hume añadió a la redacción de esta advertencia una nota
u su editor: «Es una cumplida respuesta al Dr. Reid y a ese tipo necio y fanático
que es Beattie» (L I I 301).
10
E n este párrafo se verá con claridad la deuda que tengo contraída con
L. A. Selby-Bigge. En la Introducción del editor a su edición de los Hume's Enquiries
se establecen del modo más completo y sistemático las diferencias de contenido
existentes entre el Treatise y las obras posteriores. Además, ha realizado un valio-
sísimo conjunto de tablas que comparan, tema por tema, el contenido de los tres libros
del Treatise con los de las obras posteriores correspondientes a cada uno de los li-
bros. E n un «Apéndice: las nuevas redacciones» a su libro The Moral and Political
Philosophy of David Hume (Columbia U. P., Nueva York y Londres, 1963), 325-39,
John B. Stewart cubre el mismo terreno, aduciendo algunos argumentos vigorosos
contra el punto de vista de Selby-Bigge, según el cual la filosofía moral de Hume
sufrió un cambio significativo entre el Treatise y el segundo Enquiry. Antony Flew,
en su obra Hume's Philosophy of Belief (Routledge and Kegan Paul, Londres, 1961),
ha examinado exhaustivamente la significación de dichas diferencias entre la primera
versión y las posteriores para la comprensión del desarrollo filosófico de Hume.
32 James Noxon
1
Philosopbiae Naturalis Principia Malbematica, Londres, 5 de julio de 1686.
Se publicó una segunda edición en 1713, editada por Roger Cotes, y una tercera
en 1728, editada por Henry Pemberton. La obra fue traducida por Andrew Mot-
te en 1729. La edición inglesa normal en el siglo xx es Sir Isaac Newton's Mathe-
matical Principies of Natural Philosophy and His System of the World, tr. de Andrew
Motte, 1729, revisada por Florian Cajori (University of California Press, Berkeley,
1946).
42 James Noxon
Evidentemente, también era una obra experimental que sometía los da-
tos observadonales a un análisis matemático y demostraba algunas con-
clusiones firmes. También era una obra sistemática que coordinaba vein-
te años de investigación de Newton y daba cuenta de las teorías rivales
fundamentales. Pero sus investigaciones en torno a la naturaleza de la
luz y la estructura y comportamiento de la materia fueron llevadas mu-
cho más allá de los límites de lo que es matemáticamente demostrable
o empíricamente verificable. L a Opticks abría sugestivas posibilidades
de nuevos descubrimientos en d terreno de la física, la química e in-
duso la biología. Demostró ser una obra inmensamente estimulante y
alentadora para los experimentalistas, entre los más importantes de los
cuales, algunos, como Benjamín Franklin, no estaban a la altura de las
formidables matemáticas de los Principia. Así, pues, en los días de
H u m e , toda una generadón de filósofos naturales, inspirados por New-
ton, aplicaban el método empírico a todo el dominio de los problemas
científicos. N o es, por tanto, de extrañar que la primera obra de H u m e
se califique en la primera página como « S I E N D O UN INTENTO D E intro-
ducir el método experimental de razonar en los A S U N T O S M O R A L E S . »
1
Opticks, Or A Treatise Of The Reflexions, Re fr actions, Inflections & Colours
of Light, basada en la cuarta edición, Londres, 1730 (Dover, New York, 1952). [Hay
traducción castellana de Eugenio D. del Castillo, Optica o Tratado de las reflexiones,
refracciones, inflexiones y colores de la luz, Buenos Aires, E M E C E , 1947.]
• Hume's Intentions, 43.
La evolución de la filosofía de Hume 43
10
«Some Misunderstandings of Hume», Révue intérnationale de philosophie, 20
(1952); reimpreso en Hume, ed. V. C. Chappell (Doubleday, Garden City, 1966), 46-7.
La evolución de la filosofía de Hume 45
mo?, ¿no podría ser tal vez el resultado del desaliento surgido al inten-
tar «introducir el Método experimental de Razonar en Temas Morales»?
¿ N o podría, además, verse acelerado su cambio de dirección por la ex-
plotación de la ciencia newtoniana hecha por filósofos dedicados a pro-
mover la causa de la religión natural?
E s necesario llevar a cabo discusiones serias sobre estas cuestiones,
situándolas contra el transfondo de una familiaridad de primera mano
con las obras de Newton y algunos de sus seguidores por lo menos.
Tampoco es suficiente limitarse a tomar aquellos pasajes familiares en
los que Newton formula sus proclamas acerca del método científico.
U n mayor conocimiento de sus obras muestra que los principios que
profesaba han de ser evaluados a la luz de su práctica científica. Si efec-
tivamente el carácter de la filosofía de H u m e lleva el cuño del newto-
nianismo, es de la mayor importancia para el intérprete de H u m e exami-
nar las obras fundamentadoras de tal movimiento. Se han hecho tantas
cosas con la influencia de la ciencia newtoniana sobre la filosofía de
H u m e que resulta imprescindible examinar cuidadosamente sus relacio-
nes. Aún cuando resultase que H u m e no era un newtoniano convencido,
su obra difícilmente podría haber permanecido ajena)al movimiento in-
telectual dominante en aquellos días. E n lugar de intentar reconstruir
el mundo conceptual en el que H u m e llevaba a cabo su pensamiento fi-
losófico, mediante una visión general del pensamiento religioso y cien-
tífico de la época, me centraré en los escritos de la persona que consoli-
dó la visión científica del mundo e impulsó la reconstrucción teológica
que Rabría de inspirar la obra más perfecta de la madurez de Hume.
Los lectores que estén versados en la historia de la ciencia y teolo-
gía newtoniana no sacarán gran cosa del estudio sobre Newton que
viene a conünuación. Pueden permitirse pasar inmediatamente a la Par-
te I I I , que condene suficientes referencias a la obra de Newton como
para que se entiendan las comparaciones de su método con el de H u m e
que allí se hacen. Los lectores que no se han ocupado nunca con deta-
lle del pensamiento científico de este periodo pueden pensar que esta
consideración detallada del trabajo científico es una injerencia incon-
veniente en un libro acerca de un filósofo. Opino, por el contrario, que
el conocimiento de la ciencia natural de una época es indispensable para
la comprensión de su filosofía. Más especialmente, estar familiarizado
con Newton, la fuerza intelectual dominante de aquellos días, es indis-
pensable para apreciar las ambiciones de H u m e , sus dificultades y des-
arrollo.
La evolución de la filosofía de Hume 47
vés de la abertura del segundo tablero, para ver en qué parte de la pared
era refractado cada uno por el segundo prisma.
4
50 James Noxon
tesis audaces que iban más allá incluso de sus fuentes experiméntalas
eran de una importancia enorme, en el siglo X V I I I , para estimular la
investigación científica. Hipótesis tales como la naturaleza corpuscular de
la luz o la del éter en cuanto medio a través del cual se transmiten las
fuerzas gravitatorias, eléctricas y magnéticas y cuyas vibraciones expli-
carían la diferenciación de los colores, eran sugeridas a fin de explicar
el mecanismo subyacente de los fenómenos cuyas propiedades y leyes
habían sido establecidas previamente. L o s escritos ópticos enviados a
u
la Royal Society entre los años 1672 y 1676 que proponen sustancial-
mente las teorías reunidas en el tratado Opticks 0 £ 1704, están ador-
nadas de hipótesis especulativas, hasta el punto de que una de las
comunicaciones más importantes se titula abiertamente, «An Hypothesis
explaining the Properties of Light, discoursed in my several Papers» . l 5
lirnndes virtuosos han discurrido mucho acerca de hipótesis, como si mis discursos
precisasen ser explicados mediante una hipótesis, y puesto que he visto que algunos,
de los que no conseguía hacerme entender al hablar en abstracto de la naturaleza de
los colores y de la luz, me comprendían rápidamente cuando ilustraba mi discurso
con una hipótesis, por esta razón he considerado conveniente enviarle una descrip-
ción de los detalles de esta hipótesis tendente a ilustrar los escritos que le adjunto.»
" Philosophical Transactions, 85 (1672), 5014; Isaac Newton's Papers and
letters, 106.
52 James Noxon
un siglo más tarde) era necesaria para «Hallar la precesión de los equino-
c i o s » . Se puede lamentar, con Hermann W e y l , esta «nota discordante
21
" P. 192.
B
Libro I I , Prop. xxiii, T. xviii, p. 300.
34
Traducido del latín al inglés por primera vez en 1728 (por Andrew Motte,
piensa Cajori), reimpreso en la edición de los Principia de Cajori, tras el libro I I I .
las demostraciones mencionadas se dan en las secciones 10 y 11, pp. 559-61.
25
P. 385.
* P. 419.
" Prop. xxxix, Probl. xx, p. 489: «HIPOTESIS I I : Si se eliminasen las otras
partes de la tierra y el anillo restante girase solo en torno al sol en la órbita de la
lierra con el movimiento anual, mientras que, por el movimiento diurno, girase sobre
54 James Noxon'
" More, op. cit., 301-2: «También le dijo a su amigo, el Reverendo Dr. Derham,
que 'a fin de evitar verse hostigado por los pequeños eruditos a la violeta en mate-
máticas, escribió adrede los Principios de un modo abstruso, aunque de manera que
fuesen comprensibles para los matemáticos experimentados que, imaginaba, al com-
prender sus demostraciones, asentirían a su teoría'.»
11
Citado en Koyré, Newtonian Studies, 115, del Journal des Scavans, 2 de agosto
.le 1688, 153 y sigs.
56 James Noxon
sugieren que fue su joven admirador el que con sus preguntas le obligó a
trazar en su propia mente los límites de las explicaciones mecanicistas,
distinguiendo los movimientos celestes derivables de causas naturales
de aquellos otros que «precisaban que los imprimiese el Brazo divino».
Había sentido una renuencia natural a publicar sus investigaciones cien-
" (Londres, 1693.) Los sermones séptimo y octavo están reimpresos en facsímil
(en orden inverso) en Isaac Newton's Papers and Letters, 313-94, conservando la pa-
ginación separada original.
H
Pour Letters from Sir Isaac Newton to Doctor Bentley Containing Some Argu-
ments in Proof of a Deity (Londres, 1756), reimpreso en facsímil en Isaac Newton's
Papers and Letters, 279-312, conservando la paginación correlativa del original. Las
cartas y los extractos de los sermones van precedidos de un ensayo agudo y pene-
trante de Perry Miller, poniendo de manifiesto las ocultas diferencias subyacentes al
tono excesivamente dogmático de Bentley y a las sutilezas enigmáticas de Newton.
La evolución de la filosofía de Hume 57
tíficas mezcladas con inferencias teológicas, las cuales, por muy manifiesta-
mente evidentes que a él le parecieran, no podrían ser confirmadas expe-
rimentalmente. Su segunda gran obra, la Opticks, era aparentemente
igualmente discreta. Su silencio agnóstico sobre las causas últimas de-
jaba la impresión de que había presentado a la gravedad como una pro-
piedad esencial e inherente de la materia que ni precisaba ni permitía
ser derivada de otra fuente más básica. E n su segunda carta, pone gran
interés en corregir a Bentley acerca de este punto que muchos otros,
tanto partidarios como contrarios de su sistema, interpretarían mal:
«Habla usted a veces de la Gravedad como si fuese esencial e inherente a
la Materia. L e ruego que no me atribuya a mí tal Idea, pues no pre-
tendo saber cuál sea la Gausa de la Gravedad, siendo por tanto algo
que exige que dedique más tiempo a su consideración» *. Vuelve sobre3
REGLA I
No hemos de admitir más causas de las cosas naturales que aquellas que son ver-
daderas y suficientes para explicar sus apariencias.
A este fin dicen los filósofos que la Naturaleza no hace nada en vano y cuanto
más en vano es algo, para menos sirve, pues la Naturaleza se complace con la sim-
plicidad y no gusta de la pompa de causas superfluas.
REGLA n
,e REGLA in
REGLA fV
" P. xxvi.
• P. XX.
60 James Noxon
nentales que defendían una u otra versión de las teorías de los torbellinos
de Descartes en contra de la gravitación universal, condenaba a Newton
(sobreentendidamente, sin citar expresamente su nombre) por haber ba-
sado su sistema en una cualidad oculta, la vis gravitas, abandonando así
sus principios mecánicos y recurriendo a un milagro como explicación
última de los fenómenos celestes. Dejando al entusiasta Roger Cotes el
peso fundamental de iniciar la polémica en el Prólogo, Newton abre su
Escolio General con un breve párrafo en el que refuta las implicaciones
de la «hipótesis de los torbellinos» mediante las observaciones de los
movimientos de planetas y cometas. A continuación, tras afirmar la capa-
cidad de las leyes gravitatorias para explicar la regularidad y continuidad
de las órbitas de los cuerpos celestes, concede o más bien insiste en que
estas mismas leyes no pueden dar razón de la disposición inicial del sis-
tema de órbitas. E n otras palabras, los principios mecánicos son adecua-
dos para explicar los movimientos observados de los cuerpos celestes y
terrestres, pero no sirven para «derivar la trama del mundo», dicho sea
con una expresión de su cuarta carta a Bentley. « E s t e sistema sumamente
bello del sol, los planetas y los cometas», escribe en el Escolio General,
«solo puede proceder del designio y dominación de un Ser inteligente y
poderoso» . 4 2
\
Desentendiéndose él mismo del panteísmo y de la identificación que
había hecho Henry More de Dios con el espacio, presenta el Argumento
Teleotógico, alternando, según la moda tan en boga, entre la proclamación
de que Dios estaba más allá de toda comprensión humana y la asigna-
ción de una serie de atributos. E n vista de los límites de la filosofía
experimental que procede a describir en el siguiente párrafo, el enun-
ciado más interesante de esta sección teológica es el último: « Y así mismo,
por lo que respecta a Dios, cuyo estudio a partir de las apariencias de
las cosas pertenece sin duda a la Filosofía Natural» o, según la traduc-
ción más fiel sugerida por Cohén, « Y asimismo por lo que respecta a
Dios, cuyo estudio a partir de los fenómenos pertenece a la filosofía
experimental» . 4 3
" J . Edelston, Correspondence of Sir Isaac Newton and Profesor Cotes (Lon-
dres, 1850), 153. Véase Cajori, núm. 52, pp. 668-70; Koyré, Newtonian Studies, 140-3.
* P. 544.
° Franklin and Newton, 142. En latín dice: «Et haec Deo: de quo utiq: ex
pbaenomenis dissere, ad philosophiam experimentalem pertinet.»
La evolución de la filosofía de Hume 61
" P. 547.
* P. 545.
* Op. cit., 555: «Mas esta apología [el Escolio General] no satisfizo plena-
mente a Bentley y a Cotes. No aplastó lo suficiente a los cartesianos ni puso de
relieve la gloria de los Principia; debilitó la negación de haber introducido causas
ocultas; guardó silencio acerca de Leibniz y la invención del cálculo. Y , lo que es
más importante, no rechazó airadamente la acusación de materialismo que pesaba
Hobre su filosofía y la de irreligión que pesaba sobre su autor, que Leibnitz había
Insinuado al oído de esa noble cultivada, la Princesa de Gales, la cual acababa de
llegar a Inglaterra procedente de Hanover, donde había recibido las enseñanzas
ile Leibniz.» (El subrayado es mío.) More no dice cuáles son sus fuentes de informa-
ción sobre las advertencias «insinuadas al oído» de la Princesa Carolina. Es cierto
que, cuando Leibniz decidió reanudar su ataque a las pretensiones de prioridad de
Newton por lo que respecta al descubrimiento del cálculo infinitesimal, lo inició con
una carta a la Princesa que estaba en Inglaterra, precaviéndola contra la «extra-
ñísima opinión relativa a la obra de Dios» sostenida por Newton. La Princesa le
enseñó la carta a Samuel Clarke, con quien mantenía discusiones filosóficas una vez
[n>r semana, dando comienzo a la famosa correspondencia Leibniz-Clarke. (La obra
ilc G. H . Alexander, The Leibniz-Clarke Correspondence (Manchester U. P., 1956) es
In edición crítica moderna de A Collection of Papers, which passed betwen the late
learned Mr. Leibniz and Dr. Clarke. In the years 1715 and 1716. Relating lo the
Principies of Natural Philosophy and Religión (Londres, 1717). Sin embargo, esta
curta lleva fecha de noviembre de 1715, dos años y medio más tarde de que Newton
hubiese enviado a Cotes el manuscrito del Escolio General. Alexandre Koyré inter-
preta la carta de Leibniz a Carolina como una réplica al Escolio General y al Pre-
facio de Cotes a la segunda edición de los Principia. (Véase From the Closed World to
the Infinite Universe [Harper Torchbook, Nueva York, 1958], 235). E l punto de
62 James Noxon
33
P. 397 (prefacio al libro I I I ) .
" P. 20 (a continuación de los axiomas) [trad., p. 33].
M
Libro I I , parte iii, p. 281 (trad. cit., p. 260): «A las reapariciones de la aptitud
Je un Rayo para ser reflejado las llamo sus Periodos de fácil Reflexión y a las de
tu aptitud para ser transmitido, sus Periodos de fácil Transmisión y al espacio trans-
currido entre dos reapariciones, Intervalo de sus Periodos». 278 (trad., p. 257):
«Prop. X I I : Todo Rayo de Luz, al pasar por una Superficie refractante, adquiere una
determinada Constitución o Estado transitorio que, a medida que el Rayo avanza, se
'epite a Intervalos iguales y, en cada ocasión, hace que el Rayo sea fácilmente trans-
mitido por la siguiente Superficie refractante y, en el intermedio de dos reapariciones,
hace que sea fácilmente reflejado por estas.»
66 James Noxon
34
P. 245 (tiad, p. 225).
" Pp. 1934 (trad., p. 175).
" P. 261 (trad., p. 241).
* P. 262 (trad., p. 241).
" Robert Hooke, su principal antagonista, habla muerto el año anterior.
" P. 338 (trad., p. 314).
" Franklin and Newton, 164; asi como Koyré, Newtonian Studies, 50.
La evolución de la filosofía de Hume 67
a
P. 369 (trad., pp. 344-5).
" Véase La comparación de Newton con Descartes en el primer estudio biográ-
fico de Newton, la obra de Fontenelle, The Elogium of Sir Isaac Newton, Tonson Ed.
(Londres, 1728), 1516, reimpreso en facsímil en Isaac Newton's Papers and Let-
ters, 457-8: «Estos dos grandes hombres, cuyos Sistemas son tan opuestos, se ase-
mejan en muchos aspectos: ambos fueron genios de primera magnitud, ambos nacieron
con facultades intelectuales superiores y estaban capacitados para fundar Impe-
rios del Conocimiento. Al ser excelentes geómetras, ambos vieron la necesidad de
introducir la Geometría en la Física, pues ambos basaron su Física en descubri-
mientos geométricos, algo que solo se puede decir de ellos. Sin embargo, uno de
ellos, emprendiendo un vuelo audaz, creyó haber encontrado inmediatamente las
Fuentes de Todas las Cosas, constituyéndose en dueño y señor de los primeros prin-
cipios mediante ideas claras y fundamentales, de tal manera que no le quedaba por
hacer más que descender a los fenómenos de la Naturaleza como consecuencias nece-
sarias. E l otro, más prudente o, mejor aún, más modesto, comenzó prestando atención
a los fenómenos conocidos para ascender a los principios desconocidos, decidiendo
aceptarlos solo en la medida en que pudiesen obtenerse mediante una cadena de
consecuencias. E l primero parte de lo que comprende claramente para encontrar las
causas de lo que ve; el segundo parte de lo que ve a fin de dar con Las causas,
sean claras u oscuras. Los principios autoevidentes del uno no siempre le llevan a
las causas de los fenómenos tal como son y los fenómenos no siempre Llevan al
otro a principios suficientemente evidentes. Los límites con que se toparon ambos
hombres en su marcha por diferentes caminos no son los límites de Sus Entendi-
mientos, sino los del mismo entendimiento Humano.»
La evolución de la filosofía de Hume 69
néticas y eléctricas que se sabe que actúan sobre cuerpos grandes, «no
parece improbable» que la fuerza de cohesión que une las partículas sea
también atractiva:
iraña una fuerza repulsiva que las separe a la mayor distancia posible.
Otro ejemplo de «las L e y e s . . . de Atracción» es la mutua relación exis-
tente entre las distancias a que ascenderá el agua (incluso in vacuo)
por dos espejos pulimentados paralelos y parcialmente sumergidos y el
espacio que los separa.
Si, como parece que ocurre, la cohesión de los cuerpos sólidos y
homogéneos es el resultado de la fuerza atractiva de sus partículas a
cortas distancias, también «parece probable» que las propias partículas
sean «sólidas, provistas de masa, duras, impenetrables y m ó v i l e s » , 71
pues incluso los líquidos muestran sus constituyentes sólidos en los pro-
cesos de congelación, destilación o sublimación. Puesto que algunos
compuestos son duros, a pesar de los espacios relativamente grandes que
median entre sus partículas sólidas, es claro que cada una de las partícu-
las individuales ha de ser «incomparablemente más dura que cualquiera
de los Cuerpos porosos compuestos de ellas» . Además, dichas partícu-
7 2
tela de juicio las leyes cuya verdad se nos muestra «por los Fenóme-
71
P. 400 (trad., p. 376).
71
Ibid.
73
Ibid.
" P. 397 (trad., p. 372).
" P. 401 (trad., p. 376).
72 James Noxon
77
Pp. 404-5 (trad., pp. 379-80).
" P. 401 (trad., p. 377).
-•' P. 405 (trad, p. 381).
• Ibid.
74 James Noxon
' E n favor de su tesis, según la cual «el maestro de Hume fue Newton más
bien que Bacon», John Passmore dice que «alude a Bacon dos veces en los Enqui-
ries (129, 219), pero no lo cita en absoluto en el Treatise» (Hume's Intentions, 43,
n. 2). De hecho, Hume menciona a Bacon en la Introducción del Treatise (T xxi
II 16]), aunque, como ya dije, no menciona a Newton en esta obra.
* La versión castellana finaliza bruscamente en la p. 636 (de S.-B.); la cita
ilc Noxon está en la p. 639. [N. del T . ]
' A Discourse Concerning the Being and Attributes of God (Boyle Lectures 1704-
1705). Hume rechaza la defensa que Clarke había hecho de la Ley de Causación Uni-
versal en el libro I , parte iii, sección 3 del Treatise (pp. 80-1 [ I 137-9]).
1
A New Theory of the Earth (Londres, 1696).
' Philosophical Principies of Religión: Natural and Revealed (Londres, 1715).
Antes se creía que la antigua carta de Hume a un médico, escrita en la primavera
ilc 1734, en la que describe con detalle su salud y el progreso de sus estudios, estaba
dirigida al Dr. George Cheyne. Véase J . Y . T . Greig, The Letters of David Hume,
I, 12 n , y Norman Kemp Smith, The Philosophy of David Hume, 14-16. E . C. Mossner
icíutó esta identificación en «Hume's Epistle to Dr. Arbuthnot, 1737: The Biographi-
• at Significance», Huntington Library Quarterly, V I I , 1944, pp. 135-52. Véase tam-
lilén la obra de Mossner, The Life of David Hume (Clarendon Press, Oxford, 1970),
pp. 83-8.
" An Account of Sir Isaac Newton's Philosophical Discoveries (Londres, 1748;
reimpreso en facsímil por Johson Reprint Corporation, Nueva York y Londres,
78 james Noxon
In vis inertiae en una nota del primer Enquiry — e l único lugar en que
8
' A la p. 73 ( V I I i): «No es necesario "«minar con mucho detalle la vis iner-
tiae de La que tanto se habla en la nueva filosofía y que se atribuye a la materia.
Vemos por experiencia que un cuerpo en reposo o en movimiento continúa perpe-
l mímente en su estado actual hasta que le saque de él alguna nueva causa y que el
cuerpo impelido toma del que le impele el mismo movimiento que adquiere él mis-
ino. Estos son los hechos. Cuando a esto lo denominamos vis inertiae, nos limitamos
n señalar dichos hechos sin que pretendamos hacemos una idea de lo que sea la
tuerza inerte, del mismo modo que, cuando hablamos de la gravedad, aludimos a
ilrierminados efectos sin comprender dicha fuerza activa. Nunca trató Newton de
privar a Las causas segundas de toda fuerza o energía, si bien algunos de sus segui-
dores han tratado, apoyándose en su autoridad, de establecer esa teoría. Por el
contrario, el gran filósofo recurrió a un fluido etéreo activo para explicar su atrac-
ción universal, si bien fue lo suficientemente precavido y modesto como para con-
•iderarlo una hipótesis sencillamente, en La que no había que hacer hincapié sin
realizar más experimentos. He de confesar que en el destino de Las opiniones hay
algo un tanto asombroso. Descartes insinuó esa doctrina de la eficacia universal y
única de la Deidad sin insistir en ella y, luego, Malebranche y otros cartesianos
U instituyeron en el fundamento de toda su filosofía. No obstante, no tuvo influen-
cia en Inglaterra. Por lo menos, no la suficiente como para llamar la atención de
Ijicke, Clarke y Cudworth, todos los cuales suponían que la materia poseía una
tuerza real, aunque subordinada y secundaria. ¿Por qué razones se ha extendido
lamo entre nuestros metafísicos modernos?»
La sección inicial del primer Enquiry contiene un pasaje que se refiere clara-
mente a Newton, aunque no lo mencione: «Los astrónomos se han contentado úni-
t uniente con demostrar los verdaderos movimientos, orden y magnitud de los cuerpos
«•lestes a partir de los fenómenos, hasta que últimamente ha surgido un filósofo
i|uc, con los más felices razonamientos, parece haber determinado también las leyes
y fuerzas por Las que se rigen y guían las revoluciones de los planetas» (E, 14).
80 James Noxon
' Cf. E, I V i, esp. pp. 30-1; V I I i, esp. pp. 72-3; X I I iii, esp. p. 162.
La primera de las Four Letters from Sir Isaac Newton to Doctor Bentley..., pa-
tona 8.
" Opticks, 402 (trad, p. 377).
" Hume's Intentions, 51.
" Ibid., 49-50: «Newton no duda nunca que haya un esquema último inteligible
ile las cosas, en el sentido de que si supiésemos lo bastante, veríamos por qué todo
lin de ser como es. Por eso no duda nunca que haya una 'causa' de la gravedad.»
82 James Noxon
Geometría, por lo que retiró la obra. (Véase la carta 465 a William Strahan del 25 de
enero de 1772, L I I 252, en la que Hume se acuerda de su decisión, aunque olvida
si las objeciones de Philip Stanhope iban dirigidas a «algún Defecto de la Argu-
mentación o a la claridad de la expresión».) Por lo que he podido' averiguar, este
escrito inédito se ha perdido y Hume nunca volvió a ocuparse de los problemas
filosóficos inherentes a las matemáticas y a las ciencias naturales.
La evolución de la filosofía de Hume 85
" Hume acudió n casa de Joseph Butler con una carta de presentación de Henry
Home (lord Kames), pero se encontró con que estaba viviendo en el campo. Un
l»>co más tarde, Butler fue nombrado obispo de Bristol y Hume, sintiendo cierta
ilitiidez por presentarse ante una persona que «había llegado a tal dignidad», se
iontcntó con enviarle el primer volumen (Libros I y I I ) tan pronto como salió de
tu imprenta. (Véanse las cartas 7 y 8 a Henry Home del 4 de marzo de 1737/8 y
I» de febrero de 1739 [ L I 25-7].)
'" Véase E . C. Mossner, «Hume's Four Dissertalions: An Essay in Biography
•mi Bibliography», Modern Pbilology, 47 (1950), 37-57, así como Richard Wollheim,
i'illior. Hume on Religión (Fontana Collins, Londres y Glasgow, 1963, que contiene
limbos ensayos), espec. Introducción, 11-12. Véase también T. H . Grose, «History
86 James Noxon
el amor a la fama literaria.' Cuando era joven, estudió a Locke y a Berkeley, a Ci-
ccrón y a los antiguos académicos escépticos; en su pensamiento vio la manera
ilc obtener conclusiones sorprendentes y obtener un éxito asombroso. Berkeley
linbía atacado a Newton por razones científicas serias, era un cruzado que se inte-
resaba por la ciencia consistente y convincente. Sutilmente, Hume le atacó primaria-
mente para atraer la atención sobre el escocés David Hume. Odiaba a Locke y a
Newton, además, por ser ingleses, porque, después de a los curas, a quienes más
i-ordialmente odiaba era a los ingleses.» Randall recibió una cumplida respuesta de
Ii. C. Mossner en «Philosophy and Biography: The Case of David Hume», Philoso-
l'bical Review, 59 (1950), reimpreso en V . C. Chapell, ed. Hume, Modern Studies
ni Philosophy (Doubleday Anchor, Nueva York, 1966).
" Hume, Newton and the Design Argument, p. xii.
n
Ibid.
88 James Noxon
34
Hume's Intentions, 45.
La evolución de la filosofía de Hume 89
Sección 3. Hipótesis
D e acuerdo con ello, insiste en otro lugar en el hecho de que «el fenó-
meno es indiscutible» a pesar de que se acepte o no su explicación de
que la mente posee «una inclinación al orgullo mucho más fuerte que a
la humildad» ( T 390 [ 7 1 2 ] ) . Tras haber perdido la confianza en la
La evolución de la filosofía de Hume 99
gina 8 3 ) " .
n
Opticks, 401 (trad, p. 377). Continúa: «Tales cualidades ocultas ponen limite
al Desarrollo de la Filosofía natural, por lo que han sido rechazadas en los últimos
años.»
" Ibid., 402 (trad., p. 377).
" Hume's Intentions, 46. (La frase de Newton se cita de los Principia, I I , 314.)
La evolución de la filosofía de Hume 101
M
Hume's Intentions, 51.
34
Newtonian Studies, 38.
102 James Noxon
" Op. cit., 42. Cf. Maclaurin: «La verdadera demostración de la existencia de
Dios, obvia para todos y dotada de una convicción irresistible, parte del plan y la
concordancia de las cosas entre sf que encontramos por todas partes en el universo.
Un este terreno no se precisan argumentaciones finas y sutiles: un plan manifiesto
nugiere inmediatamente un planificador. Nos golpea como una sensación; un argu-
mento artificioso en contra suya puede confundirnos, pero no puede sacudir nuestra
creencia. Así, por ejemplo, nadie que conozca los principios de la óptica y la estruc-
tura del ojo podrá creer que se haya formado sin destreza en esa ciencia, que el
oído se haya formado sin un conocimiento de los sonidos o que el macho y la hembra
de los animales no hayan sido formados el uno para el otro a fin de continuar la espe-
cie. Todas nuestras descripciones de la naturaleza están llenas de casos semejantes.
1.4 estructura bella y admirable de las cosas por las causas finales exalta la ¡dea que
tenemos del Planificador: la unidad del plan muestra que es Uno» (op. cit., 381).
Cf. también con Hume: «La posición declarada de todo escéptico razonable consiste
rn rechazar los argumentos refinados, abstrusos y remotos, asentir al sentido común
y a los sencillos instintos cualesquiera razones que puedan
golpearle con tal fuerza que no pueda evitarlas sin la mayor violencia. Ahora bien,
los argumentos en favor de la religión natural son sencillamente de este tipo y nada
puede rechazarlos si no es la metafísica más obstinada y perversa. Considerad, anato-
mizad el ojo, observad su estructura y planificación y decidme, por vuestros propios
sentimientos, si no surge entre vosotros inmediatamente la idea de un planificador,
con una fuerza similar a la de las sensaciones. Sin lugar a dudas, la conclusión más
obvia está en favor del plan, si bien requiere mucho tiempo, reflexión y estudio
reunir esas objeciones frivolas, aunque abstrusas, que pueden prestar apoyo a la
infidelidad. ¿Quién puede contemplar al macho y a la hembra de cada especie,
In correspondencia de sus miembros e instintos, sus pasiones y el curso de su vida
antes y después de la generación sin ser sensible al hecho de que la propagación
de las especies obedece a un plan natural? Millones y millones de ejemplos seme-
jantes se presentan en todas partes del universo y ningún lenguaje puede transmitir
un mensaje más irresistible e inteligible que el curioso ajuste de las causas finales»
(D 154). Cf. también Maclaurin: «La naturaleza abstrusa del tema dio pie a los
últimos platónicos, particularmente a Platino, a introducir las ideas más ininteligi-
bles y místicas acerca de la Divinidad y del culto que le debemos. Así, pues, nos
dice que el intelecto o el entendimiento no debe atribuirse a la Divinidad y el culto
más perfecto no consiste en actos de veneración, reverencia, gratitud o amor, sino
rn cierta autoaniquilación misteriosa o extinción total de nuestras facultades. A pesar
de lo absurdas que son, estas doctrinas han gozado de seguidores que, tanto en
rstos como en otros casos, al apuntar demasiado alto, mucho más allá de sus posi-
bilidades, sobrecargan sus facultades y caen en la locura o alienación...» (op. cit.,
378-9) y Hume: «Los antiguos platónicos, como es sabido, fueron los más religiosos
y devotos de todos los filósofos paganos. Sin embargo, muchos de ellos, especialmente
Platino, declaran expresamente que no hay que atribuir a la Divinidad intelecto o
entendimiento y que nuestro culto más perfecto no consiste en actos de veneración,
reverencia, gratitud o amor, sino en cierta autoaniquilación misteriosa o extinción
total de todas nuestras facultades. Estas ideas tal vez sean demasiado distorsiona-
das, pero», hace Hume decir a Filón, en contra de Maclaurin, «aun así, hay que
reconocer que, al representar a la Divinidad tan inteligible, comprensible y semejante
a la mente humana, somos culpables de la más grosera y estrecha parcialidad, convir-
tiéndonos a nosotros mismos en el modelo de todo el universo» (D 156).
108 James Noxon
explicables con ambos sistemas. Además, el propio Copérnico parece haberse ocupado
más de las inelegancias de la matemática ptolemaica que de los desajustes del sistema
respecto a los fenómenos celestes.
" P. xviii.
116 Jiin/es Noxon
Análisis filosófico
y explicación psicológica
leyes que regían los sucesos del mundo externo. Desde este punto de
vista, incluso el cuerpo del pensador se veía relegado al mundo externo,
siendo el funcionamiento de los órganos de los sentidos, de los nervios
y del cerebro tan irrelevantes para la teoría de la mente como las fases
de la luna o la precisión de los equinocios.
Cuando Descartes se sintió acosado por las objeciones planteadas a
su intento de explicar las relaciones entre el cuerpo y la mente, respon-
dió irritado en uña carta a Arnauld que «no estamos en disposición de
comprender... de qué modo la mente, que es incorpórea, puede mover
el cuerpo... E s una de esas cosas que resultan conocidas por sí mismas
y que no hacemos más que oscurecer cuando tratamos de explicarlas
por medio de otras cosas» '. Locke heredó con gusto el dualismo carte-
siano, pues la incapacidad de pensar de la materia suministraba una de
las premisas de su demostración de la existencia de Dios. E n respuesta
a la objección de John Norris en el sentido de que no había explicado
las «causas y modos de la producción de las ideas», escribió complacien-
temente que «nadie lo puede decir, pues nadie es capaz de dar cuenta
de una alteración en una sustancia simple cualquiera, ya que la única
alteración que podemos concebir es la alteración de las sustancias com-
puestas y únicamente mediante la transposición de partes». Locke ad-
mite que «parece probable que en nosotros las ideas dependan del mo-
vimiento o sean de un modo u otro efecto del mismo»; pero no se trata
de una pista que estuviese capacitado para seguir, pues, por principio,
se ocupaba de las ideas «únicamente en la medida en que la experiencia
y la obS&wación me guían, por cuanto que mi visión imperfecta no va
más allá de la sensación y reflexión» . 3
' Descartas Philosophical Writings, tr. Norman Kemp Smith (Macmillan, Lon>
dres, 1952), 280-1.
1
Locke Selections, ed. Stirling Lampreen (Scribners, Nueva York, 1928-56),
pp. 321-2.
La evolución de la filosofía de Hume 127
' Prolegomena, tr. Peter G . Lucas (Manchester U. P., 1953), 5-6 [trad. cas-
icllana citada, pp. 40-1]. «Hume partía básicamente de una idea particular aunque
importante de la metafísica, a saber, la de la conexión entre causa y efecto (junto
con la idea consiguiente de fuerza y acción, etc.). Retaba a la Razón, que pretende
li:iber concebido en su seno esta idea, a dar cuenta de ella y a decir con qué
ilcrecho piensa que puede haber algo de tal carácter que, una vez supuesto, deba
suponerse también necesariamente otra cosa, que es lo que dice el concepto de
causa. Hume demuestra irrefutablemente que es completamente imposible que la
razón piense, a priori y a base de ideas, tal conjunción, pues entraña necesidad.
Resulta totalmente imposible ver de qué modo haya de ser algo necesariamente por
r! hecho de que alguna otra cosa sea y cómo se introduce, por tanto, la idea de
tul conexión a priori. De aquí infería que la Razón se engaña completamente a sí
misma con esta idea al considerarla equivocadamente como hija suya, cuando no es
136 James Noxon
nexo necesario» no hay una sola palabra que indique que el propósito
filosófico del análisis de H u m e fuese la eliminación de una colección de
teorías metafísicas, eliminando su necesidad*. Tampoco Charles Hendel
enuncia explícitamente esta cuestión, ni siquiera en el largo capítulo de-
dicado a la causación en el que se parafrasean los comentarios de Hume
acerca de los cartesianos . E l tema está también tratado con oscuridad
1
para él una idea es por definición la copia de una impresión» " . Seña-
lando el punto notorio de que « H u m e describe su método como método
•experimental que implica experimentos cuidados y precisos», Basson «pre-
viene al lector de tomar esto como descripción adecuada de un modo
efectivo de proceder» ' . Su consideración de que H u m e « n o puede mos-
2
" Ibid.
30
The Philosophy of David Hume (Random House, Nueva York, 1963).
31
(Routledge and Kegan Paul, Londres, 1933), 133-4. Anteriormente, Lazerowitz
había escrito (p. 133): «Reflexionemos de nuevo sobre lo que parece haber hecho
Hume, a saber, haber buscado algo mediante una serie de observaciones cuidadosas...
La búsqueda no era mis que una ficción, pues, cuando Hume señala que la idea
supuesta de sustancia no se deriva ni de la sensación ni de la reflexión..., no nos
dice, en efecto, que sea ficticia, como la idea de centauro, sino que no hay tal idea.
Nos dice que las expresiones 'sustancia a la que son inherentes los atributos', 'posee-
dora de atributos', 'soporte de las cualidades' no describen nada actual ni imaginable
y son expresiones literalmente vacías a las que no se ha dado ninguna aplicación.
Así, pues, como es natural, no es posible buscar un soporte de propiedades... del
mismo modo que ocurre con un binomio escarlata o un 'meco bálico'.»
142 James Noxon
n
Hume's Philosophy of Human Nature, 36.
" Gtado en Passmore, op. cit., 93.
146 James Noxon
B
Hume's Philosophy of Belief, 115.
La evolución de la filosofía de Hume 147
de las que las ideas son copia». L a s impresiones de los sentidos no son
cosas que se puedan mostrar públicamente, aún cuando pudiesen ser re-
cuperadas. Pero, como es natural, no se pueden recuperar como impre-
siones, sino tan solo en forma de ideas. Solo un lector pendenciero o
que entendiese las cosas al pie de la letra habría de interpretar la téc-
nica de análisis propuesta por H u m e como una operación que nunca se
pudiese realizar a causa de la percepción y la memoria. L o que recomien-
da, como es obvio, es una reconstrucción hipotética de las experiencias
con las que están asociados los términos controvertidos del mismo tipo
que la que utiliza en sus propios análisis. L a modernización del criterio
empirísta de significado de H u m e se puede realizar automáticamente re-
orientando el procedimiento de contrast ación, haciéndolo predictivo más
bien que retrodictivo. E n lugar de plantear una pregunta histórica acerca
de la experiencia en la que se supone que se ha originado la idea su-
puesta, lo que se pide son orientaciones para plantear una situación expe-
rimental o experiencial en la que vaya a tener lugar la experiencia
sensible corroboradora. T a l innovación representa únicamente una mejora
de la formulación que hace H u m e de su técnica para ponerla a tono con
las posibilidades prácticas y con su propio modo de proceder real. Pero
creo que no se puede aceptar la imagen de H u m e suministrada por el
positivismo lógico, según la cual no es más que un precursor valetudi-
nario que confundió la psicología y la lógica.
E n Language, Truth and Logic, haciendo referencia explícita a H u m e ,
A . J . Ayer proclama que
Ayer puede estar *en lo cierto al pensar que las definiciones de «pro-
posición analítica», «proposición sintética» y «verborrea metafísica» no
precisan incluir términos psicológicos. Mas, ¿acaso está en lo cierto al
pensar que es posible llegar a definir estos tipos lógicos sin considerar en
absoluto las experiencias mentales en que se encuentran entretejidas?
¿Acaso es correcto decir que, frente al de H u m e , su versión del principio
de verificación no tiene «nada que ver con ninguna cuestión de hecho de
carácter psicológico?
31
Gollancz, Londres, 1954, pp. 121-2. (Traducción castellana de Ricardo Resta,
Lenguaje, Verdad y Lógica, Eudeba, Buenos Aires/1965, p. 150.)
* Ibid., 35 (trad., p. 42).
33
Ibid., 101 (trad., p. 124). Cf. Donald S. Lee, op. cit., 48-9: «Podemos ver a
los positivistas condenando el 'psicologismo' de cualquier tipo cuando se desliza en la
filosofía.
«'La epistemología acostumbraba a ser en gran medida una mezcla confusa de
investigaciones psicológicas y lógicas... Las investigaciones psicológicas pertenecen al
campo del conocimiento fáctico, por lo que han de realizarse con los métodos
de la ciencia empírica. Por tanto, no pertenecen a la epistemología, que no puede
ser otra cosa que el análisis lógico del conocimiento...' (Kraft, Víctor, The Vienna
La evolución de la filosofía de Hume 149
«My Own Life», antepuesto a The History of England, con fecha 18 de abril
1
de 1776.
La evolución de la filosofía de Hume 153
2
Hume's Philosophy of Belief, 7. Flew hace hincapié en que casi un tercio
del primer Enquiry consta de material completamente nuevo.
1
The Moral and Political Philosophy of David Hume, Apéndice: Las refundi-
ciones, 337.
4
The Moral and Political Philosophy of David Hume, Apéndice: Las refundi-
ciones, 325.
154 James Noxon
ceptible de estudio. Pero más interesante aún que este caso generalmen-
te reconocido es la separación de su psicología de la creencia de su aná-
lisis filosófico de la creencia natural en la realidad del mundo externo
y del intento metafísico de justificarla racionalmente. E s t e paso estaba
exigido por el inevitable fracaso de H u m e a la hora de integrar en el
Treatise su ciencia del hombre y su filosofía analítica, y muestra que
en el Enquiry hacía falta algo más que «abreviar y simplificar» para
presentar sus credenciales como crítico de la metafísica al margen de
sus méritos como psicólogo.
L a s cuestiones epistemológicas relativas a la creencia son fundamen-
talmente normativas, por lo que se han de resolver en términos de prue-
bas de significación, reglas de demostración, principios de inferencia,
normas para evaluar los elementos de juicio y similares. E l epistemólogo
pretende formular criterios con los que distinguir las creencias racional-
mente justificadas de las opiniones sin fundamento, las supersticiones y
los prejuicios. L o s problemas psicológicos acerca de la creencia son de
carácter fáctico y han de ser resueltos mediante investigaciones empí-
ricas acerca de los factores temperamentales y culturales que influyen
sobre la creencia y acerca de la conducta que ella motiva, así como acer-
ca de las experiencias mediante las cuales se refuerzan o debilitan las
creencias, etc. E n su búsqueda de principios generales con los que ex-
plicar la creencia, el psicólogo se reserva su juicio acerca de qué creen-
cias son razonables, tomando imparcialmente como datos todas aquellas
que abrigan los hombres. Naturalmente, puede reconocer la distinción
entre creencia- razonada y prejuicio, investigando sus distintas condicio-
nes subyacentes; pero la distinción ha de establecerse antes de tal inves-
tigación, no pudiéndose derivar de ella. L a neutralidad del psicólogo
y el modo de proceder del epistemólogo se mezclan de un modo extraño
en los pasajes que H u m e dedica a la creencia en el Treatise, siendo la
consideración de tal incongruencia muy instructiva para la comprensión
de este dilema.
L a discusión de H u m e « D e las causas de la creencia», en la Sec-
ción 8 de la Parte iii del L i b r o I del Treatise, comienza enunciando
«una máxima general de la ciencia de la naturaleza humana, que, cuando
se nos presenta una impresión, no solo conduce a la mente a las ideas
que se relacionan con ella, sino que también les comunica algo de su
fuerza y vivacidad» ( T 98 [ I 1 6 6 ] ) . E n t r e , l a s «experiencias» que cita
para confirmar esta máxima se cuentan las «mascaradas» de los católicos
(«devotos de esa extraña superstición» ( T 99 [ I 1 6 7 ] ; E i 51) que re-
fuerzan su creencia utilizando «imágenes y artefactos sensibles» ( T 100
[ I 1 6 8 ] ; cf. E i 51-2), así como la afición de la «gente supersticiosa» a
las «reliquias de santos y hombres piadosos» ( T 101 [ I 1 6 9 ] ; cf. E i 53).
E l lenguaje peyorativo de H u m e deja lo suficientemente claro que él
no cree semejantes cosas. C o n todo, está totalmente dispuesto a utilizar-
las como testimonios verificadores de su teoría. D e un modo semejante,
La evolución de la filosofía de Hume 161
'° Por ejemplo, comentando los sucesos en Inglaterra antes de la guerra civil,
Hume observa que «...las injusticias que mis inflamaban al Parlamento y a la nación,
especialmente a esta última, eran la sobrepelliz, las rejas en torno al altar, las venias
exigidas al acercarse a él, la liturgia, la violación del día sagrado, las mangas de
lino, las capas pluviales bordadas, la utilización del anillo en el matrimonio y de la
cruz en el bautismo. A causa de estas cosas, los líderes populares se complacían
en arrojar al gobierno a tan violentas convulsiones y, para desgracia de esta época
y de esta isla, hay que reconocer que los desórdenes en toda Escocia y en casi
toda Inglaterra procedían de un origen tan bajo y despreciable» (H L I V ) . Al escri-
bir sobre el Protectorado, recuerda «...que Cromwell consideraba imprescindible esta-
blecer algo que pudiese dar la impresión de una comunidad de bienes. Suponía que la
providencia divina había puesto en sus manos el derecho absoluto, así como el poder
de gobernar. Así, sin más ceremonias, asesorado por el consejo de sus oficiales, envió
citaciones a ciento veintiocho personas de diferentes localidades y regiones de Ingla-
terra, a cinco de Escocia y a seis de Irlanda. Con este simple hecho y hazaña pre-
tendía hacer recaer sobre ellos toda la autoridad del estado...
«En esta época había muchos que tenían como principio prestar su adhesión
siempre al poder supremo, fuese el que fuese, y apoyar al gobierno vigente. Esta
máxima no es característica exclusiva de las personas de esta época. Lo que hay
que considerar peculiar es que entre ellas estaba de moda una frase para expresar
tan prudente conducta: la denominaban confiar en la Providencia. Por tanto, cuando
la Providencia tenía la amabilidad de otorgar una prebenda a estos hombres, ahora
reunidos en asamblea, la suprema autoridad, habrían de ser muy desagradecidos si,
a su vez, no mostrasen complacencia hacia ella...
«En esta notable asamblea, había algunas personas pertenecientes a la nobleza,
pero la mayoría con mucho eran artesanos de bajo nivel, un quinto de monárquicos,
anabaptistas, independientes, la verdadera escoria de los fanáticos. Comenzaron bus-
cando a Dios por la oración. Este oficio lo realizaban ocho o diez hombres dotados
de la asamblea, con tal éxito que, según confesión de todos ellos, nunca habían
168 James Noxon
" Cf. el ensayo «Del suicidio», donde la premisa mayor del argumento de
Hume: «Demostrar que el suicidio no es una transgresión de nuestro deber para
con Dios», se enuncia del modo siguiente: «...de la mezcla, unión y contraste de las
diversas fuerzas de los cuerpos inanimados y de las criaturas vivas surge esta sor-
prendente armonía y proporción que suministra el argumento más seguro de la su-
prema sabiduría» (G&G I V 408).
170 James Noxon
les con las que poder tomar decisiones juiciosas. « D e los Milagros» no
es simplemente una polémica irreligiosa; también constituye un estudio
de metodología histórica — « s u más extenso tratamiento del problema de
los testimonios contrarios» ' , como ha observado David Fate Norton.
5
David Hume: Philosophical Historian, eds. David Fate Norton y Richard H . Popkin
(L. L . A., Bobbs-Meriill, 1965), p. xliv.
La evolución de la filosofía de Hume 173
31
Op. cit., xlvi.
180 James Noxon
D'Alembert, Jean de Rond, 82 Clarke, Samuel, 61 n., 67, 74, 77, 77 n.,
Alexander, G . H . , 61 n. 79 n.
Anaxágoras, 75 Clephane, John, 83
Aquino, Santo Tomás, 75 Cohén, I . Bernard, 47 n., 50, 51 n., 52,
Aristóteles, 114 n., 187 54, 60, 66, 72, 78
Arnanld, Antoine, 126 Collins, Anthony, 75
Ayer, sir Alfred Jules, 147-8 Copernico, Nicolás, 41, 52, 111, 114 n.
Cotes, Roger, 41, 57, 59, 60, 61 n., 62,
62 n., 90
Bacon, sir Francis, 44, 45, 77 n., 83, 112 Craig, John, 74
Balguy, John, 74 Cromwell, Oliver, 167 n.
Basson, A. H . , 136, 139, 141, 147 Cudworth, Ralph, 79 n.
Bayle, Pierre, 78, 117
Beattie, James, 31 n., 137, 162
Bentley, Richard, 56, 56 n., 57, 60, 61 n., Descartes, Rene, 17-8, 23-5, 45, 51, 55,
73, 75 57, 59, 60, 68-9, 72, 73, 74, 79 n., 80,
Berkeley, George, 26, 62 n., 62, 83, 83, 126, 127, 135
87 n., 127 Diderot, Denis, 78, 82
Bernouilli, John, 62 n.
Birch, Dr. Thomas, 83
Black, Joseph, 73, 83, 83 n. Edelston, J., 62 n.
Boyle, sir Robert, 53, 56, 72, 73, 74, 82, EUiot, Gilbert. 154
119, 120 Epicuro, 57 n., 164, 166
Brewster, sir David, 54 n. Euclides, 118
Brown, John, 162
Buffon, Georges Louis Led ere, Comde
de, 82 Flamsteed, John, 114
Butler, Joseph, 85, 85 n., 163, 166, 171 Flew, Antony, 31 n., 43, 86 n., 136, 140,
147, 153, 162-3, 171, 173, 174-5, 175 n.,
177-8
Cajori, Florian, 41 n., 53 n., 61 Fontenelle, Bernard le Bovier de, 65 n.
Carolina, princesa de Gales, 61 n. Franklin, Benjamín, 42, 73, 82
Cavendish, Henry, 73
Chappell, V . C , 43, 87 n., 141, 147 n.
Cherbury, lord Herbert, 74 Galileo, 41, 44-5, 47, 111, 112, 114 n.,
Cheyne, Dr. George, 74, 77, 77 n., 88 122, 124
Cicerón, 87 n. Gardiner, P. L., 43 n.
Hall, Marie Boas, 69 n. Maclaurin, Colin, 77, 77 n., 78 n., 84, 88,
Hall, Rupert A., 69 n. 107, 107 n.
Halley, Edmund, 52, 55, 73, 112, 114 MacNabb, D. G . C , 136
Hartley, David, 83, 125 Malebranche, Nicolás, 79 n., 83, 135
Hatsoecker, Nicolás, 59, 62 María, reina de Escocia, 171 n.
Helmer, Olaf, 54 n. Mersenne, Marín, 45
Hendel, Charles H., 43, 136 Mili, John Stuart, 89, 162
Hertford, lord, 82 Millar, Andrew, 83, 83 n.
Hipócrates, 187 Mi 11er, Perry, 56 n.
Hobbes, Thomas, 15, 45, 55-6, 119, 125, More, Henry, 60
186 More, Louis Trenchard, 53 n., 54 n., 61
Home, Henry (lord Kames), 85 n. Mossner, Ernest Campbell, 17, 77 n.,
Hook, Sidney, 86 n. 85 n., 87 n., 162
Hooke, Robert, 49, 50, 66 n., 73, 112, Motte, Andrew, 41 n., 53 n.
119
Hurd, D. L., 83 n.
Hurlbutt, Robert H., 61, 62 n., 87, 89, Newton, sir Isaac, 17, 22; Partes I I y I I I ,
107 passim, 125, 135, 162, 183, 186
Hutcheson, Francos, 74 Norris, John, 126
Huxley, T. H., 162 Norton, David Fate, 171, 171 n., 179
Huyghens, Chrfftiaan, 41, 49, 67, 73, 114,
122
Oldenburg, Henry, 48, 54
Ovidio, 115
Isabel I , reina, 171 n.
Moral y filosofía moral, 16, 18-21, 28, Relaciones, teoría humeana de las, 31,
29, 30, 32, 33, 40, 46, 73-4, 83-4, 101, 116, 142, 159
131, 139, 151, 153, 166, 183-5 Religión, natural y revelada, y creencia
religiosa, 15-6, 19, 21, 28, 34, 3940,
46, 55-7, 60-4, 67-70, 73-6, 78, 79-82,
Naturaleza humana, ciencia o teoría de 83, 84-6, 99, 101-5, 106-12, 129, 139,
Hume sobre la, 16-7, 18, 18 n., 19-23, 151, 152, 156, 160; Parte V , seccio-
27-8, 33, 37, 91, 125, 137-9, 151-2, 155, nes 3 y 4, 183
159, 166, 169, 174, 176, 180, 183-7
Significado, criterio humeano de, 31, 32,
35, 131, 1334, 137, 13849
Ontológico, argumento, 40, 69, 164, 181, Simpatía, doctrina de la, 21, 34, 36-7, 95,
1834, 186 98, 166, 184-6
Sociedad Real, 48, 49, 50, 52, 53, 82, 87,
119, 121
Política y filosofía política, 15, 19-21, 28, Sustancia, 31, 32, 40, 49, 126, 147, 164,
29, 33, 37, 46, 83, 151 165
Principio de la copia, 32-3, 117, 131;
Parte I V , secciones 3 y 4
Teleológico, argumento, 34, 40, 56, 604,
Probabilidad, 31, 105, 115, 160, 171-2,
177, 179, 181 75-6, 86-7, 101-12, 163-70
Psicologismo supuesto de Hume, 22-3, 33, Teología (véase Religión)
Tiempo, 30, 39, 116-8, 137
90-6, 130-2, 134-5, 146-50, 154, 161,
175-7, 178-9
Psicología, 15-6, 20-3, 28, 32-8, 46, 88, Uniformidad de la naturaleza, 24, 58, 89,
90-1, 95, 98, 105, 115, 121-2, 128, 90, 170, 178
129; Parte I V , sección 2, 139, 146,
147, 152, 155-61, 176, 178-9, 184-7 Yo, idea del, 32, 40, 105, 120-1, 144