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Noxon, J. - La Evolución de La Filosofía de Hume PDF

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Alianza Universidad

James Noxon

L a evolución de la
filosofía de Hume

Versión española de
Carlos Solís

Alianza
Editorial
Titulo odgliul
Hume'iftUosopbicdDtveicpmiiti

8 0ifard Urtfvenlty Pieu, 1973


Ed. cut.: Allana Edlürial, S. A., Madrid, 1987
Calle Mllio, 38, 28043 Madrid; teléf. 200004)
ISBN: 84-20^2307-8
rJeponto leal: M. 33.434-1987
Fotnampoiición EFCA, S. A.
Dr. Federico Rublo y Gdí, 16. 28039 Madrid
Imprao en Lavel. Loa Uanoa, o r a 6. Humana (Madrid)
Prlnted in Spaln iwmoi
Indice

l'rejacio 11
Abreviaturas 13
Introducción „ 15

PARTE PRIMERA

Cuáles eran y cómo cambiaron los planes de Hume

5 1. La ciencia del hombre 17


5 2. Escepticismo cartesiano y escepticismo humeano 23
ü 3. Los planes primitivos y su revisión 30

PARTE I I

El uso y abuso de Newton

Ü 1. Hume: ¿«El Newton de las Gcncias Morales»? 41


5 2. La primera publicación de Newton 47
5 i. ¿*Hypotheses non fingo»? 50
5 A. Metodología y teología 64

PARTE III

Los principios del método de Newton y de Hume

ji 1. E l conocimiento que Hume tenía de Newton 77


$ 2. Las reglas del razonamiento 88
5 3. Hipótesis 96
$ 4. Razonamiento analógico 104
§ 5. Problemas metodológicos de Hume 112
8 / ndicc

PARTE IV

Análisis filosófico y explicación psicológica

i 1. La dificultad del dualismo


S 2. Hecho psicológico y teoría psicológica
§ 3. Estatuto lógico del principio de la copia
i 4. Psicologismo: Eliminación de los acusadores de Hume

PARTE V

Creencias racionales y de otro upo\)iucias bases para ¡a áiscriminación

5 1. E l primer y el último Hume


i 2. La teoría humeana de la creencia natural: Comparación del Tratado con
la primera Investigación
f 3. E l pensamiento de Hume acerca de la creencia religiosa
S 4. Crítica de la religión natural y revelada: E l principio de consistencia me-
todológica

Conclusión

Indice de nombres
re-
Indice de temas
A Catherine Beattie
Prefacio

E s para mí un placer expresar mi agradecimiento a la Universidad


McMaster por e l apoyo que me ha prestado durante varios años, con-
cediéndome «becas para la investigación en verano».
E s t e libro se ha publicado con ayuda de una subvención del Humo
nities Research Council del Canadá, empleando para ello fondos sumi-
nistrados por el Consejo canadiense.
Estoy agradecido a mi amigo y colega el profesor Albert Shalom por
el generoso interés que se ha tomado por mi trabajo, la fecunda discu-
sión de algunos problemas y sus agudos comentarios a la primera re-
dacción. También estoy en deuda con Mr. J . L . Mackie, del University
College de Oxford, por sus valiosísimas críticas cuando preparaba la
versión definitiva.
Me satisface reconocer aquí mis numerosas deudas académicas contraí-
das desde muy antiguo con L e l a Noxon, cuya ayuda en el pasado
excede con mucho los límites de los deberes maternales. Estoy igual-
mente agradecido a mi padre por haber tolerado con paciencia y buen
humor muchos inconvenientes ocasionados por mi trabajo.
J. N.

McMaster University
Febrero, 1972
Abreviaturas

Para conveniencia del lector, las alusiones a las obras de Hume se ponen entre pa-
réntesis inmediatamente después de las citas *. Para ello se utilizan las abreviaturas
explicadas en la tabla. Las referencias a otras obras, así como las citas suplementarias
de Hume, vienen en nota a pie de página.

T A Treatise of Human Nature, ed. L . A. Selby-Bigge (ClarendoD Press,


Oxford, 1888). (Las referencias a las páginas de los pasajes citados son del
tipo (T 101), o bien (T xix) cuando se alude a la Introducción de Hume
que está paginada mediante números romanos en minúscula. Cuando se
mencionan temas, se remite al lector al libro, parte y sección mediante una
nota del tipo (T I iii 14), que quiere decir, Treatise, libro I , parte I I I , sec-
ción 14) **.
A An Abstract of a Treatise of Human Nature, eds. J. M. Keynes y Peter
Sraffa (Cambridge University Press, Cambridge, 1938).
F.i An Enquiry Concerning Human Understanding ***
y
Et An Enquiry Concerning the Principies of Moráis *'*'•'*
en
E Enquiries..., ed. L . A. Selby-Bigge (Clarendon Press, Oxford, 2." ed., 1902).
(«E» sin subíndice se emplea únicamente para hacer referencia a la «Intro-
ducción del editor».) (Ambos Enquiries de Hume están divididos en sec-
ciones, algunas de las cuales están divididas en partes. Además de las

* Cuando la cita pertenezca a una obra de Hume vertida al castellano, se


citará entre corchetes —inmediatamente antes de cerrar el paréntesis de la referencia
del original inglés— la página de la traducción castellana. Así, por ejemplo, donde
Noxon escribe «(Ej 287)», nosotros escribiremos «(E¡ 287 [trad., 155]); cuando se
trate del Treatise, obra vertida al castellano en tres volúmenes, indicaremos con un
número romano el volumen a que pertenece la página de la traducción. Así, donde
Noxon escribe «(T 269)», nosotros escribiremos «(T 269 [ I 414])». (N. del T.)
** Tratado de la Naturaleza humana, traducción castellana de Vicente Viqueira,
Madrid, Calpe, 1923. [N. del T . ]
*** Investigación sobre el entendimiento humano, traducción castellana de Juan
Adolfo Vázquez, Buenos Aires, 1939; 2.* ed., 1945. [N. del T . ]
**** Investigación sobre la Moral, traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez,
Buenos Aires, Losada, 1945. [N. del T ]
14 Abreviaturas

referencias normales, por ejemplo (£• 101), los temas se señalan con notas
del tipo (£i V I I ii), que significa primer Enquiry, sección V I I , parte ii.)
GflcG David Hume: Tbe Philosophical Works, 4 vols., ed. T. H . Green y
T. H . Grose (Londres, 1886). Es ésta la edición que se cita en todas las
referencias a Essays, Moral, Political, and Litera/y, A Dissertation on the
Passions y Tbe Natural History of Religión*. (Los números romanos en
mayúscula indican el volumen y los números arábigos la página.)
D Dialogues Concerning Natural Religión**, ed. Norman Kemp Smith (L. L. A.
Bobbs-Metril, Nueva York, 2.' ed., 1947).
H Tbe History of England from the Invasión of julius Caesar to the Revolu-
tion in 1688, 6 vols. (John B. Alden, Nueva York, 1885). Parece que no
hay una edición critica moderna de la History de Hume y no he tenido
acceso a su última edición revisada de 1778. Puesto que no me cabe esperar
que muchos de mis lectores tengan una copia de la edición que tengo yo,
me he limitado a aludir a los capítulos que en dicha edición están nume-
rados correlativamente. (Duncan Forbes ha hecho recientemente una edición
de la obra de Hume, History of Great Britain, Volumen One, containing
the reigns of James I and Charles I (1754) (Penguin, Harmondsworth, 1970).
Hay que dar la bienvenida a esta publicación, que es de esperar se amplíe
en el futuro para dar cabida a la History completa de Hume.)
L Tbe Letters of David Hume, 2 vols., ed. J . Y . T. Greig (Clarendon Press,
Oxford, 1932). (Los números romanos en mayúscula indican el volumen y
los números arábigos la página.)

* Historia Natural de la Religión, traducción castellana de Angel J . Cappelletti


y Horacio López, Buenos Aires, Eudeba, 1966. [N. del T.]
** Diálogos sobre Religión Natural, traducción castellana de E . O'Gorman, Méxi-
co, 1942. [IV. del T ]
Introducción

Los asombrosos éxitos de los filósofos naturales constituían un in-


centivo para los contemporáneos de David H u m e , que se interesaban
fundamentalmente por la psicología, la sociedad y la ciencia política.
Los rápidos avances en el conocimiento del mundo físico dependían cla-
ramente del método científico, un tipo complejo de actividad intelec-
tual que no era un resultado de la invención, sino u n fruto de la evo-
lución, no siendo aún plenamente comprendido incluso por quienes lo
utilizaban con resultados brillantes. L a perspectiva de adaptar dicho mé-
todo al estudio de la naturaleza humana era tentadora. Había ya ejercido
su atracción, cincuenta años antes, sobre Thomas Hobbes, una figura
gigantesca cuya sombra se proyecta sobre la mayor parte del siglo X V I I I .
Se diría que la moral, la sociedad y la vida política podrían basar-
se en última instancia en una comprensión sólida y científica de la na-
turaleza humana. L o que en el siglo X V I I I parecía ser una gloriosa
oportunidad, en el x x reaparece como una última ocasión desesperada.
Quien quiera aprovechar dicha oportunidad podrá sacar del siglo x v m
algunas lecciones que han sido olvidadas y encontrará también que
ciertas rutas que aún hoy siguen siendo transitadas no conducen a nin-
gún sitio, como entonces se descubrió.

£ 1 optimismo dieciochesco no estaba justificado. Estaban fuera de


lugar las esperanzas de que los métodos de la ciencia natural resolvieran
los problemas humanos. Antes o después, la ciencia aplicada suministra-
ría los medios de alcanzar casi cualquier fin que el hombre se propusiese,
mas por lo que atañe a la cordura de las elecciones, la ciencia nunca dirá
una sola palabra. L a magnitud del fracaso en la realización del ideal
dieciochesco de un orden social humano y racional es hoy patente e n la
paradoja gótica del poder que los hombres pueden crear pero no contro-
lar. Pero, incluso en tiempos de H u m e , iba haciéndose cada vez más
evidente que el intento de introducir el método científico en cuestiones
morales y religiosas erraba el tiro. Solo aceptando su inmunidad al tra-
tamiento científico podría explicarse la persistencia de agrias controver-
sias sin solución acerca de las motivaciones humanas, los fundamentos
16 James Noxon

del juicio y la obligación moral, las bases de la soberanía, los elementos


de juicio que apoyan la creencia religiosa, etc. Cuando el lector pasa de
la filosofía natural del siglo X V I I I a l a filosofía moral, penetra en u n
área de incertidumbre en la que casi cualquier ligero matiz de opinión se
defiende con argumentos aproximadamente de igual plausibilidad. £ 1 to-
rrente de folletos, escritos normalmente sin ningún afán de notoriedad
o beneficio, sino de modo anónimo y muchas veces con riesgo de perse-
cución legal, atestigua la sensibilidad de la época a estímulos corticales
como una idea moral, un dogma religioso o una cuestión abstrusa relati-
va a la teoría estética o política. E n la tierra de nadie de las creencias
y los valores, las armas de mayor valor táctico eran las satíricas. L o s
polemistas podían ganar puestos mediante la parodia, llegando a con-
clusiones lógicas inesperadas. U n gran interés por cuestiones que no po-
dían resolverse ni mediante la lógica ni mediante testimonios positivos
creó las condiciones perfectas para engendrar cultivadores del genero sa-
tírico. N o es, pues, de extrañar que el problema relativo a los límites del
entendimiento humano llegase a dominar las investigaciones filosóficas
de un pensador tan decidido como David H u m e .
£ 1 propósito/del siguiente estudio es trazar el desarrollo del pensa-
miento de H u m e en lo que atañe a dos problemas profundos íntima-
mente relacionados. Desde el primer momento, estaba igualmente inte-
resado tanto por determinar los límites de validez del conocimiento y
creencia humanos como en comprender las preferencias, relaciones e ins-
tituciones humanas. E m p e z ó con el convencimiento de que la psicología
experimental habría de suministrar una teoría sobre la naturaleza huma-
na c a p á V d e dar lugar a la derivación de soluciones para los problemas
epistemológicos, estéticos, éticos y políticos. L a s dificultades con que se
encontró le exigieron u n cambio de táctica que explica las diferencias
fundamentales que median entre su filosofía primitiva y la de madurez.
Tengo la intención de examinar en profundidad dichas dificultades, pues
creo que, además de tener una importancia e interés intrínsecos, son la
clave de la evolución del pensamiento de H u m e .
PARTE I

Cuáles eran y cómo cambiaron


los planes de Hume

Sección 1. La ciencia del hombre

H u m e comenzó su Treatise of Human Nature a los veintitrés años,


si bien hada tres años había estado «emborronando unos cuantos cua-
dernos» ( L . I , 16). Tras haber pasado tres años en Francia, en su pri-
mer «Intento de introducir el método experimental de razonar en cues-
tiones morales», volvió a Londres con la primera redacción de su libro.
Después de dieciocho meses de revisión, publicó en 1739 los dos pri-
meros volúmenes, Del Entendimiento y De las Pasiones. A l año siguien-
te publicó el tercero, De la Moral.
E s comprensible que los admiradores de H u m e hayan sentido curio-
sidad por saber los motivos de que eligiera L a Fleche, en A n j o u , lugar
en que Descartes había pasado los nueve años de su vida escolar, como
escenario de su primera obra filosófica, la más ambiciosa de todas. L a
única carta de H u m e desde L a Fleche que se conserva, publicada hace
quince años por Ernest Campbell M o s s n e r ' , no suministra ningún apo-
yo a la suposición natural de que H u m e se sintiese atraído por ese pue-
blo y su colegio de jesuítas debido a sus reminiscencias cartesianas.
Mientras comenta los «Edificios y Jardines», H u m e deja bien sentado que
no tienen ningún interés en estudiar en dicho colegio ni en ningún otro.
Recomienda L a Fleche a su joven amigo debido a su emplazamiento tan
agradable en la ribera del Loira, a su proximidad a «algunas de las más
célebres localidades francesas», a la afabilidad de sus habitantes y a «la
baratura de la vida». N i siquiera menciona a Descartes, omisión deseo-
razonadora que no hay que explicar con la conjetura implausible de que
no sentía ningún interés por el gran escéptico galo. E l débil e inconclu-
yente testimonio de esta única carta indica que H u m e no fue a L a Fleche
de peregrinación. L a filosofía que escribió allí sugiere con gran fuerza
que se había sumado a la reacción crítica que ya había desplazado a
Descartes en favor de Locke y Newton.

1
«Hume at La Fleche, 1735: An Unpublished Letter», Texas Studies in
English, 37 (1958), 30-3.
18 James Noxon

A l menos un comentador a g u d o se ha percatado de la militancia


3

anticartesiana del programa anunciado por H u m e en la Introducción de


su Treatise. También Descartes se había interesado por los fundamen-
tos de la ciencia y había escrito esperanzadamente sobre la inclusión de
la ética dentro del campo de la ciencia universal. N o obstante, dichos
fundamentos se derrumbaron a medida que los iba sondeando, por lo
que Descartes terminó la primera fase escéptica de su obra en un estado
de duda y desesperación que anticipa el talante de la conclusión del
primer libro del Treatise. Mas Descartes, naturalmente, dio con un subs-
trato rocoso sobre el que afirmar la certeza en su propia existencia como
ser pensante. E l escepticismo queda bloqueado por la proposición indu-
bitable, «Cogito, ergo s u m » , y Descartes comenzó a edificar con abso-
luta confianza en la razón pura a partir de estos fundamentos lógicos
inamovibles. H u m e rechazará esta solución por considerarla una ma-
niobra fraudulenta y, al concluir que el escepticismo «es una enferme-
dad que nunca se puede curar radicalmente» ( T 218 [ I 3 4 2 ] ) , ha de
descubrir su propio remedio para tal desarreglo crónico a fin de prose-
guir con su construcción. L a metafísica, que según Descartes enraizaba
el árbol del conocimiento en la realidad, constaba de unos pocos prin-
cipios, principios indubitables cuya fuerza racional era capaz de sopor-
tar el peso de todas las ramas del conocimiento humano. H u m e deja
de lado tranquilamente desde el principio el ideal (artesiano de cer-
teza que habría de ser realizado mediante la pura objetividad del pen-
samiento lógico. E l presupuesto de su intento de fundamentar las cien-
cias en la naturaleza humana es que todo conocimiento está humanamente
condicionado. Frente a Descartes, no pretende vindicar el conocimiento
científico, suministrar una garantía metafísica de su veracidad, sino exa-
minar los fundamentos de la ciencia a fin de determinar «la fuerza y
alcance del entendimiento humano» ( T xix [ I 1 3 ] ) . Los límites que
él mismo se fijó ponen de manifiesto el escepticismo que sus rivales han
encontrado siempre excesivamente restringido. N o obstante, cuando los
problemas implicados en su intento de introducir el método de la ciencia
natural en el estudio de la naturaleza humana queden planteados en la
Tercera Parte, entonces el Treatise aparecerá como una obra de un opti-
mismo metodológico desmedido.
E n 1739 H u m e abrió los dos primeros volúmenes de su Treatise con
una Advertencia acerca de las obras sobre moral, política y estética que
vendrían a continuación, en caso de que tuviera éxito su primera empre-
sa. 'El designio que me guia en la presente obra', dice allí, 'se explica de

' J. A. Passmore, Hume's Intentions (Cambridge, 1952), 12: «'La Filosofía


—escribe Descartes— es como un árbol cuyas raíces son la metafísica, su tronco
la física y las ramas que salen del tronco, todas las demás ciencias.' Hume se pro-
pone mostrar que las raíces son la teoría de la naturaleza humana, no la metafísica,
y el tronco las ciencias morales y no la física. Este es el sentido principal de su posi-
tivismo.»
La evolución de la filosofía de Hume 19

un modo suficiente en la Introducción'. E n dicha Introducción, H u m e


manifiesta su intento de establecer una ciencia empírica del hombre que
sirva de fundamento — « e l único fundamento sólido» ( T xx [ I 1 4 ] ) —
tanto a las ciencias prácticas por las que se interesaba especialmente,
Lógica, Moral, Estética y Política, como a las teóricas «que son objeto
de pura curiosidad» ( T xx [ I 1 5 ] ) , Matemáticas, Filosofía Natural y
Religión Natural ( T xjx [ I 13]). Aparentemente, la propuesta de este
programa es clara. Mas, tan pronto como se pretende obtener una visión
clara de dicha ciencia del hombre, el texto aparentemente límpido se
torna plagado de nubes. H u m e no se detiene a la hora de subrayar su
importancia, pero se muestra lamentablemente ambiguo cuando se trata
de situarla dentro de su sistema. Su fracaso a la hora de presentar
los detalles completos y precisos de la obra a realizar excusa algunos de los
poco halagüeños errores que posee su «plan».
H u m e nos dice que «la ciencia del hombre es el único fundamento
sólido para las demás ciencias» ( T xx [ I 1 5 ] ) , que «incluso las Mate-
máticas, la Filosofía Natural y la Religión Natural dependen en parte de
la ciencia del HOMBRE» ( T xxi [ I 13] y que «las ciencias que atañen
más estrechamente a la vida humana» ( T xx [ I 1 5 ] ) solo se pueden
dominar tras disponer de la ciencia del hombre. Así pues, su propuesta
de «un sistema completo de las ciencias, construido sobre bases casi
enteramente nuevas» ( T xx [ I 1 5 ] ) parece exigir previamente la ciencia
del hombre a modo de cimientos sobre los que levantar inmediatamente
las ciencias morales particulares, la lógica, la estética, la moral y la
política, siguiendo luego «con más calma» las ciencias que poseen un
interés fundamentalmente teórico. C o n todo, se pueden encontrar su-
gerencias igualmente convincentes en el sentido de que la ciencia del
hombre no consiste más que en las cuatro ciencias morales, en lugar
de ser una ciencia fundamental e independiente que las respalde. « E n
estas cuatro ciencias», anuncia H u m e , «de la Lógica, la Moral y la Poli-
tica está comprendido casi todo lo que nos interesa conocer» ( T xx [ I 1 4 ] )
y, añade media página más adelante, « N o hay cuestión importante
cuya decisión no se halle comprendida en la ciencia del h o m b r e . . . »
E n el Abstract del Treatise, publicado anónimamente, H u m e enuncia
que «se puede afirmar con seguridad que casi todas las ciencias están
incluidas en la ciencia de la naturaleza humana», lo cual parece con-
firmar esta sugerencia. Pero la desbarata inmediatamente en la cláusula
subordinada «y dependen de ella» ( A 7). A continuación, cita al pie
de la letra las especificaciones del objeto de las cuatro ciencias morales
tal como aparecían en el Treatise: «El único fin de la lógica es explicar
los principios y operaciones de nuestra facultad de razonar, así como la
naturaleza de nuestras ideas; la moral y la estética se aplican a nuestros
gustos y sentimientos y la política, a los hombres er cuanto están unidos
en sociedad, dependiendo unos de otros» ( A 7).
¿ C ó m o es posible que estas ciencias estén incluidas en la ciencia
20 James Noxon

del hombre (o «ciencia de la naturaleza humana», pues utiliza ambas


expresiones como sinónimos) y a la vez dependan de ella? Se puede
resolver la paradoja suponiendo que H u m e utiliza con ambigüedad la
expresión «ciencia del hombre» o «ciencia de la naturaleza humana»,
refiriéndose unas veces a todo el conjunto de las ciencias morales y
otras, a un miembro del conjunto del que dependen los demás. L a ló-
gica tiene el derecho inalienable a ocupar este puesto, ya que su «fin»,
tal como se ha .definido, coincide con el que se ha especificado para la
«ciencia del HOMBRE»; a saber, «explicar la naturaleza de las ideas que
utilizamos, así como las operaciones que realizamos en los razona-
mientos» ( T xix [ I 1 4 ] ) .3

E n la Advertencia a los Libros I y I I del Treatise, H u m e explica


que «Los problemas del entendimiento y las pasiones constituyen por
sí mismos una cadena completa de razonamientos...» E s t a consideración
sugiere que su teoría de las pasiones — p s i c o l o g í a — ha de ponerse en
pie de igualdad con la lógica — l a teoría del entedimiento— en la tarea
de consolidar los fundamentos de las ciencias morales. N o me cabe la
menor duda de que esta función de la psicología que acabo de sugerir
es acorde con las intenciones de H u m e , a pesar de la negligente omisión
de la teoría de las pasiones en la lista de temas morales. Algunos meses
más tarde fue aún más lejos, al advertir que su psicología era funda-
mental para los trabajos venideros. E n el Abstract, refiriéndose al
L i b r o I , en primer lugar y, luego, al I I , dice: « E l autor ha dado por
concluido lo que respecta a la lógica y ha puesto el fundamento de las
otras partes en este tratamiento de las pasiones» ( A 7).
L a í - r e l a c i o n e s que median entre las teorías de H u m e acerca del
entendimiento y las pasiones son complicadas. Son colaterales en cuanto
explicaciones empíricas de los fenómenos mentales y emocionales res-
pectivamente. H u m e pretende que la «lógica» del L i b r o I englobe den-
tro de los principios asociacionistas las explicaciones psicológicas de la
imaginación, la memoria, la inferencia inductiva, la generalización, el
juicio, la creencia y demás procesos similares. L a psicología del L i b r o I I ,
su «anatomía precisa de la naturaleza humana» ( T 263 [ I 4 0 6 ] ) , pre-
tende explicar con idénticas bases el orgullo y la humildad, el amor y
el odio, la envidia, la benevolencia, la malicia, la simpatía y las demás
pasiones. Así pues, los dos primeros libros del Treatise suministran

' Habría que señalar, en apoyo de mi punto de vista, que cuando Hume está
a punto de terminar su discusión del libro I , «Del entendimiento», en el Abstract,
dice: «Concluiré que la lógica de este autor...» (A 24). Es cierto que más adelante,
en el propio Treatise (I iii 15), Hume emplea el término «lógica» en un sentido
mucho más restringido para aludir al conjunto de reglas generales que rigen los
juicios causales. Tras formular ocho «Regías con las que juzgar de las causas y
efectos», añade: «Esta es toda la Lógica que considero adecuada para utilizarla en
mis razonamientos...» (T 175 [ I 280]). Sin embargo, estas reglas de la inferencia
inductiva no constituyen la lógica cuya función habla sido definida en su Intro-
ducción y que más adelante recibirla el nombre de «epistemología».
La evolución de la filosofía de Hume 21

conjuntamente una psicología tanto de la vida intelectiva como de la


afectiva y, en este sentido, «constituyen por sí mismos una cadena com-
pleta de razonamientos». U n nexo obvio de la cadena viene dado por
el tratamiento que hace H u m e de las funciones respectivas de la razón
y la pasión en la experiencia humana. L a doctrina epistemológica funda-
mental del L i b r o I , según la cual las creencias fundamentales de los
hombres se basan en el instinto y se refuerzan por el sentimiento,
tiene su contrapartida en el L i b r o I I , donde H u m e arguye que los
hombres se ven motivados a actuar por el sentimiento y no por la
razón. E s t a célebre conclusión del L i b r o I I , según la cual « L a razón es
y debe ser tan solo la esclava de las pasiones» ( T 415 [ I I 2 0 8 ] ) , sumi-
nistra a su vez la premisa mayor de una conclusión fundamental del
Libro I I I ; a saber, que los juicios morales no se derivan de la razón,
sino de u n sentido moral, es decir, de la sensación o sentimiento.
N o obstante, en cierto sentido, la psicología de las emociones tam-
bién depende de la lógica, pues H u m e , según las intenciones que abriga
en el L i b r o I , no se limita exclusivamente a «explicar los principios y
operaciones de nuestra facultad de razonar» ( T xix [ I 1 4 ] ) , sino que
pretende también justificar por adelantado el método empírico que ha
de utilizarse en el L i b r o I I . Cuando H u m e quiere subrayar las implica-
ciones metodológicas de su lógica más bien que su valor intrínseco
como contribución positiva a la psicología de la mente, la describe como
un preludio a su tarea fundamental. « H a llegado el momento», dice
inmediatamente antes de la Conclusión formal del L i b r o I , «de volver a
examinar más detenidamente nuestro tema y proceder a una anatomía
exacta de la naturaleza humana, tras haber explicado ya plenamente la
naturaleza de nuestro juicio y entendimiento» ( T 263 [ I 4 0 6 ] ) . Sir-
viéndose de una metáfora náutica que se extiende a lo largo del primer
párrafo de la propia Conclusión, describe su obra lógica como una ma-
niobra naval aleatoria que no ha hecho más que llevarle al punto de
partida «hacia esas inmensas profundidades filosóficas que se extienden
ante mí» ( T 263 [ I 4 0 6 ] ) .
A medida que evoluciona el sistema de H u m e , la lógica y la psi-
cología asumen funciones independientes. L a moral, la estética y la
política se basan directamente en la teoría de las pasiones. E n otras pa-
labras, en el L i b r o I I del Treatise, H u m e formula los principios psico-
lógicos a partir de los cuales han de derivarse las explicaciones de los
fenómenos morales, estéticos y políticos. E n el L i b r o I , desarrolla la
teoría del significado y del conocimiento que ha de aplicarse directa-
mente al análisis de los conceptos y métodos de la filosofía natural, las
matemáticas y la religión natural. Su interés por las tres últimas disci-
plinas es crítico más bien que constructivo. N o pretende desarrollar
estas ciencias teóricas trabajando en ellas, sino que intenta más bien
precisar el carácter lógico y los límites del conocimiento que en ellas
tiene lugar. Emprende esta tarea mediante una investigación genética,
22 James Noxon

suponiendo, como haría un buen seguidor de Locke, que si pudiese


averiguar de qué modo adquieren de hecho las personas el conoci-
miento y la creencia, entonces sería posible mostrar qué objetos y mé-
todos se adecúan a los principios naturales del entendimiento humano
y cuáles no. Parece ser que H u m e consideraba primitivamente que su
problema pertenecía a la psicología empírica y que habría de resol-
verse mediante una adaptación del método experimental, por el que se
sentía atraído, según se piensa, a causa de la admiración que sentía por
Newton. E n el transcurso de su intento de aplicar el método experi-
mental a la investigación de los procesos de pensamiento se vio ator-
mentado por dificultades de carácter técnico. L a seriedad de dichas difi-
cultades se verá en las reflexiones de la Parte I I , más abajo, acerca del
funcionamiento de tal método en manos de Newton, así como en el
estudio comparativo, e n - J a Parte I I I , de la propia teoría y práctica
humeanas del método científico.
E l aspecto crítico de la filosofía de H u m e llega a dominar total-
mente la argumentación de la parte final del L i b r o I , donde pasa revista
a un conjunto de doctrinas metafísicas tradicionales. Aún cuando estos
extensos análisis puedan parecer digresiones, H u m e los considera rele-
vantes para defender el método empírico que intenta emplear en la
construcción de su sistema. L a sucinta razón que da para extender el
método experimental de la filosofía natural a los temas morales consiste
en que la esencia de la mente es tan incognoscible como la esencia de la
materia, razón por la cual el método deductivo a priori ha de ser eli-
minado-de las ciencias humanas tal como había ocurrido ya en las cien-
cias físicas un siglo antes. L a credibilidad de las ciencias empíricas deri-
va de un método que no es más que un refinamiento de los medios
con los que la gente aprende de la experiencia en la vida diaria. Por
otro' lado, los «sistemas quiméricos» de la metafísica son lógicamente
afines a las construcciones ideales de la matemática pura, por lo que
violan los principios que la gente sigue de un modo natural en la,
exploración del mundo real. Así pues, la reivindicación de la filosofía
experimental y la eliminación de la metafísica son dos corolarios que
dependen igualmente de la fijación de la naturaleza y límites del enten-
dimiento humano. Afortunadamente, la realización de los objetivos crí-
ticos de H u m e , la exclusión de determinadas teorías y doctrinas del do-
minio del ..conocimiento alcanzable, no dependía de un «Sistema del
Mundo Mental» psicológico que determinase los límites del entendi-
miento humano. L a explicación de la conducta humana es misión propia
de la psicología, por lo que existen poderosas objeciones lógicas a todo
intento de convertir los hechos y principios psicológicos en reglas •
normas epistemológicas. L a psicología del entendimiento pertenece a
la parte constructiva del programa de H u m e . Forma parte de la ciencia
del hombre. Pero, como defenderé en la Parte I V en contra de las
interpretaciones vigentes, la teoría psicológica no es la base de su
La evolución de la filosofía de Hume 23

análisis filosófico y ni siquiera forma parte de él. Las explicaciones psi-


cológicas de las confusiones conceptuales son secundarias respecto a los
análisis de los términos filosóficos y, por muy interesantes que sean en
s{ mismas, no son esenciales para la critica escéptica de H u m e a los
procedimientos y doctrinas metafísicas o teológicas. L a independencia
lógica efectiva entre la teoría psicológica y el análisis filosófico está a
la base del eventual divorcio entre su labor crítica y su filosofía cons-
tructiva. Cuando al final de su vida H u m e repudió públicamente A Trea-
tise of Human Nature, confesó tácitamente su fracaso a la hora de
integrar sus planes críticos y constructivos en un sistema unificado.
A lo largo de este libro que finaliza, en la Parte V , con un estudio de la
reconstrucción que hizo H u m e de su filosofía en sus últimas obras, me
ocuparé de las diversas fuerzas lógicas, metodológicas y metafísicas que
produjeron este fracaso.

Sección 2. Escepticismo cartesiano y escepticismo humeano

Como es bien sabido por el propio testimonio de H u m e , el espí-


ritu analítico le llevó al escepticismo — « l a estéril roca», dice é l — en
el que se ve reducido a «casi la desesperación» de reconocer «la impo-
sibilidad de enmendar o corregir... la desventurada condición, debilidad
y desorden de las facultades» ( T 264 [ I 4 0 7 ] ) . E n la conclusión del
Libro I , al observar el naufragio que dejaba tras de sí, admite no
poseer ninguna razón para creer en la existencia de nada, excepto las
percepciones de que es consciente en el momento — n i siquiera para
creer en el «naufragio»: «Tras el más preciso y exacto de mis razona-
mientos, no puedo dar una razón de por qué deba asentir a é l . . . » ( T 265
[ I 4 0 8 ] ) . H u m e no ha calado hasta ningún fundamento racional para
mantener siquiera sea la realidad del mundo externo, que imagina que
existe, ni para asentar su hábito de generalizar a partir de la experiencia,
a pesar de que todo el conocimiento empírico que posee depende de él.
¿Acaso no es una paradoja insultante colocar este escepticismo enervan-
te como «el único fundamento sólido» de las ciencias? Incluso la «roca
estéril» comienza a resquebrajarse, pues al asentarse en el escepticismo
«se contradice expresamente», según nos explica, «ya que esta máxima
se ha de construir sobre el razonamiento precedente que se concederá
suficientemente refinado y metafísico» ( T 268 [ I 4 1 3 ] ) . ¿Quién podrá,
pues, cargar con los sinsabores de construir sobre esta base tamba-
leante? H u m e pensó por un momento que ni siquiera él podría. « L a
intensa consideración de las diversas contradicciones e imperfecciones
de la razón humana me ha impresionado tanto y ha enfebrecido hasta
tal punto mi cerebro que estoy dispuesto a rechazar toda creencia y
24 James Noxon

razonamiento y no puedo considerar una opinión más probable o posible


que otra» ( T 268-9 [ I 4 1 4 ] ) . Y añade una coda con tonalidades car-
tesianas:

¿Dónde estoy o qué soy? ¿ D e qué causas deriva mi existen-


cia y a qué condición habré de retomar? ¿ A quién he de recurrir
en busca de ayuda y a quién he de temer? ¿ Q u é seres me ro-
dean? ¿Sobre quién tengo influencia o quién influye sobre mí?
M e siento confundido ante estas preguntas y comienzo a verme a
mí mismo, en la más deplorable de las condiciones imaginables,
rodeado de la más profunda oscuridad y plenamente desposeído
del uso de mis miembros y facultades ( T 269 [ I 4 1 4 ] ) .

A pesar de que la filosofía^de H u m e discurra en casi todos los puntos


en oposición a la cartesiana, el talante de su desgarrado interrogarse
acerca de los supuestos, creencias y principios posee el indeleble cuño
cartesiano. E l compás escéptico de las Meditations es diestro y refinado,
recogiendo la quintaesencia del pensamiento metafísico. Descartes, tan
pronto como alcanza el dramático climax de la duda, lo resuelve con un
golpe brillante. L a elegancia y economía de la demostración sugiere la
preparación detallada y plenamente pensada de la obra en todos sus de-
talles antes de empezar a escribir una sola línea, con lo que el lector está
plenamente seguro de ir siguiendo una argumentación que avanza inexo-
rablemente hada un desenlace bien planeado. Por el contrario, H u m e
arrasftfr al lector por una senda desigual a través de cada uno de los
vericuetos de su tortuoso pensamiento y cuando finalmente confiesa que
sus dudas no pueden ser eliminadas por medios lógicos, no está en abso-
luto daro que haya previsto tal conclusión. Bajo las diferendas de estilo,
tanto en Descartes como en H u m e late el mismo sentimiento de obliga-
d ó n de poner a prueba el poder de la razón. N o me cabe la menor
duda de que fue H u m e quien llevó más lejos el problema, mucho más
allá del punto en que la razón pudiese restablecerse esgrimiendo la cer-
teza intuitiva de una verdad existendal.
N o había salida del callejón en que H u m e se había metido. Solo
quedaba la retirada, retroceder a las viejas creendas inseguras, acceder a
pensar y deddir, a razonar, predecir y explicar según los prindpios natu-
rales del entendimiento. H u m e consideraba que estos prindpios con los
cuales actúan los hombres habitualmente de modo irreflexivo eran bas-
tante más dignos de confianza que cualesquiera otros principios artifida-
les que el metafísico pudiese idear. Para H u m e era una locura renundar a
dichos prindpios, por ejemplo, el prindpio de la Uniformidad de la Na-
turaleza o la L e y de Causalidad, por el mero hecho de que hubiese sido
puesta de manifiesto la fraudulenda de las pretensiones de justificarlos
radonalmente. Si tales prindpios entrañaban suposiriones lógicamente
injustificables, representaban con todo necesidades psicológicas para im-
La evolución de la filosofía de Hume 25

poner orden e inteligibilidad al mundo en el que el hombre precisaba


pensar para sobrevivir. L a sana respuesta al desengaño escéptico con-
siste en acceder a trabajar con instrumentos que distan de ser perfectos.
Aunque no deba engañarse nunca a sí mismo acerca de sus imperfeccio-
nes, el escéptico ha de tener consiguientemente sus reservas en lo que
se refiere a las dudas inspiradas por razonamientos sutiles y recónditos.
«Un verdadero escéptico desconfiará de sus dudas filosóficas», señala
Hume, «lo mismo que de sus convicciones filosóficas...» ( T 273 [ I 4 2 0 ] ) .
E n contextos prácticos, la obstinación en este punto sería suicida; en
contextos teóricos, provocaría la extinción de toda ciencia. « P u e d o y aún
debo abandonarme a la corriente de la naturaleza sometiéndome a mis
sentidos y entendimiento, y en esta sumisión ciega muestro más cabal-
mente mis principios y disposiciones escépticas» ( T 269 [ I 4 1 5 ] ) . « L a
conducta del que practica la filosofía de este modo descuidado es más
genuinamente escéptica que la de aquel que, sintiendo en sí mismo una
inclinación hacia ella, se halle, no obstante, tan abrumado por dudas
y escrúpulos que la rechace totalmente» ( T 273 [ I 4 2 0 ] ) . T a n pronto
como el filósofo haya aprendido a vivir e n la incertidumbre, «podrá
esperar establecer un sistema o conjunto de opiniones que, aunque no
sean verdaderas (quizá sea demasiado esperar tal cosa), puedan ser al
menos satisfactorias para la mente humana y puedan resistir la prueba de
los exámenes más críticos» ( T 272 [ I 4 1 9 ] ) .
Cuando Descartes empezó a dudar de algunas de sus opiniones,
tomó la decisión de ponerlas a todas en tela de juicio, incluso las más
probables. Antes de llegar a una certeza absoluta, se encontró que la
voluntaria suspensión del juicio exigía una vigilancia constante. «Mas
se trata de una tarea laboriosa», confesaba, «y cierta dejadez me arrastra
insensiblemente al curso de mi vida ordinaria... de modo que, olvidándome
de mi propia decisión, incurro en mis viejas opiniones» *. E s t a tendencia a
deslizarse en la aceptación acrítica de las opiniones prefilosóficas es un
problema que preocupaba a Descartes al comienzo de su metafísica. Para
H u m e , por el contrario, termina siendo al final la única resolución pro-
metedora, pues, según H u m e , una vez que el filósofo ha decidido poner
en cuestión sus hábitos de pensamiento y creencias naturales, cuanto más
indague, más profundamente quedarán minados: « C o m o la duda escép-
tica surge naturalmente -de una reflexión profunda e-intensa sobre estas
cuestiones, aumenta siempre cuanto más lejos llevemos nuestras refle-
xiones, ya sea en contra o en pro de ella. Solo la falta de cuidado y> de
atención puede proporcionarnos algún remedio» ( T 218 [ I 3 4 2 ] ) . E l
propio Descartes había tenido la precaución de señalar que podía atre-
verse a suspender conscientemente el juicio gracias a que « n o estaba:

' Meditation I, The Philosophical Works of Descartes, tr. Elizabeth Ross y


G . R. Haldane (Dover, Nueva York, 1955), i 149 (edición castellana de J. Bergua,
Ediciones Ibéricas, s. f., p. 208).
26 James Noxon

atendiendo al problema de la acción, sino tan solo al del conocimiento» . s

Para vivir hay que actuar y las acciones presuponen ciertas creencias;
mas aún: después de que dichas creencias hayan sido desacreditadas por
lo que H u m e llama «reflexiones muy refinadas y metafísicas» ( T 268
[ I 413]), vuelven subrepticiamente como agentes de la supervivencia,
pues, como dice de sí mismo H u m e , estamos «absoluta y necesariamente
determinados a vivir, conversar y actuar como las demás personas en
los asuntos ordinarios de la vida» ( T 269 [ I 415]) y, como ya había
dicho antes Locke, «Aquel que no coma hasta haberse demostrado que
la comida le alimentará, aquel que no se mueva hasta saber infalible-
mente que la tarea a emprender tendrá éxito, solo podrá sentarse a es-
perar la muerte» *. Quien profese un escepticismo estricto habrá de en-
frentarse, no solo al embarazo de tener que violar sus principios teóricos
para atender a las exigencias prácticas, sino también a la compulsión
natural a romper con e l intolerable talante de «la melancolía y delirio
filosófico» ( T . 269 [ I 414]) que toma posesión del escéptico tras un
ataque de concesiones metafísicas. Si el escéptico no puede ser derro-
tado en su propio terreno, tampoco se puede trabajar con su filosofía,
ni vivir con ella, ni creer en ella. U n a característica de los argumentos
escépticos, como dice H u m e a propósito de Berkeley, es que «r.i admi-
ten solución ni producen convicción» (Ei 155n).
Como han constatado todos los comentaristas serios, el término «escep-
ticismo» es demasiado impreciso para fijar la posición de H u m e . N o hay
duda de que recaba para sí el título de escéptico, distinción a la que le
da derecno el socavamiento de muchos dogmas. Pero, por otro lado, se
preocupa a menudo por mostrar la futilidad del escepticismo y en más de
una ocasión negó la existencia de un genuino escéptico. Nos dice, por una
parte, que el único resultado del escepticismo es « u n asombro momentá-
neo. Irresolución y confusión» ( E | 155n) y, por otra, que «si somos
filósofos, debemos serlo tan solo sobre principios escépticos» ( T 270
[ I 416]). Explica de qué modo «la naturaleza destruye la fuerza de todo
argumento escéptico» ( T 187 [ I 297]), pero advierte que « E n todas las
incidencias de la vida debemos conservar siempre nuestro escepticismo»
( T 270 [ I 416]). Muy a menudo, esta recomendación ha sido interpre-
tada como síntoma de un conflicto irresuelto en H u m e . Algunas veces,
se inclina a mostrar que una conclusión escéptica acerca de una u otra

5
Ibid., 248.
4
An Essay Concerning Human Understanding, ed. A. C . Fraser (Dover, Nueva
York, 1959), ii 360. Cf. An Enquiry Concerning Human Understanding, 160, donde
Hume observa que el pirrónico ha de conceder «que toda la vida habría de desapa-
recer, si sus principios prevaleciesen universal y sostenidamente. Cesarían inmediata-
mente todo discurso y toda acción, con lo que los hombres permanecerían en un
letargo absoluto hasta que las necesidades naturales insatisfechas pusiesen fin a su
miserable existencia.» A continuación añade: «Es cierto que no hay por qué temer
que suceda algo tan fatal. La naturaleza es, por principio, demasiado fuerte.»
La evolución de la filosofía de Hume 27

cuestión metafísica es absolutamente irrefutable; otras, que una opinión


csccptica sobre la misma cuestión es increíble. E n alguna ocasión, des-
encadena el ataque escéptico sobre determinado dogma, en otra, insiste
en que la única alternativa que tenemos es dar dicho dogma por supuesto.
Otras veces, finalmente, se mantiene al margen de ambas posturas, co-
mentando la futilidad del debate entre dogmáticos y escépticos, debate
que termina describiendo como disputa verbal que expresa una diferencia
de «hábito, capricho o inclinación» (D 219n). H u m e ha demostrado ser
un blanco móvil y, en represalia, muchos críticos frustrados le han til-
dado de charlatán que carece de todo principio serio. Otros han intentado
cogerlo elaborada e ingeniosamente y, con la sutileza de sus argumentos,
han terminado por demostrar cuan escurridizo es. Otros, en fin, han apun-
tado que el desacuerdo en sus escritos refleja tensiones dialécticas que se
negó a resolver de un modo fácil y sencillo. E s de presumir que todos
estén de acuerdo con André Leroy en que el problema del escepticismo
de H u m e es «el problema fundamental». Cualquier intento serio de resol-
ver el problema, problema que ha mostrado ser crucial para valorar la
calidad de H u m e como filósofo, supone un conocimiento íntimo de los
detalles de su obra y una visión firme de la dirección en que ha evolu-
cionado su pensamiento. E n este momento me limitaré a enunciar sin
mucha justificación unos pocos puntos relevantes acerca de las intenciones
escépticas de H u m e .
A l mostrar la absoluta insolubilidad de ciertos problemas que tradi-
cionalmente habían preocupado a los filósofos, H u m e deseaba fomentar
su objetivo consistente en «dar en algunos aspectos un giro diferente a
las especulaciones de los filósofos» ( T 273 [ I 420]). A l mismo tiempo,
podría descubrir la esfera limitada del razonamiento demostrativo, favo-
reciendo así el método empírico —promoviendo, brevemente, su «inten-
to de introducir el método experimental de razonar e n los temas morales».
Tras haber mostrado que determinadas creencias universales coercitivas
carecen de justificación racional, a pesar del hecho de que la cordura y
aún la supervivencia dependan de ellas, puede desarrollar ya sin mala
conciencia una teoría de la naturaleza humana basada en la experiencia.
U n espíritu pirrónico preside los ataques de H u m e en contra de los
ontólogos que ingenian teorías para vindicar nuestra creencia natural en
la realidad sustancial del mundo externo y de la mente. E s t e escepticismo
extremo se ve mitigado por la reflexión en la necesidad práctica de
mantener dichas creencias naturales que son indemostrables. Aunque
dichas creencias sean sacudidas momentáneamente, no se abandonan
definitivamente, pues tal grado de escepticismo ( « t o t a l » ) sería autodes-
tructivo aún en el caso de que fuese psicológicamente factible. L o que se
abandona es tan solo el intento dogmático de demostrar la verdad de
las creencias. P o r el contrario, lo que se espera de una teoría acerca
de la naturaleza humana es que explique cómo llegan a ser abrazadas dichas
creencias. Esas explicaciones se basarán en investigaciones empíricas («una
28 James Noxon

cauta observación de la vida humana»); acompañadas de toda ausencia


de pretensión de certeza apodíctica, serán sometidas al lector para que
las verifique por introspección. U n a vez descubiertos los principios de los
que dependen las creencias humanas y los modos ordinarios de llegar a
conclusiones a partir de la experiencia, será posible basar en ellos la
ciencia con todo derecho, pues «las decisiones filosóficas no son más que
reflexiones de la vida ordinaria corregidas y sometidas a un método»
(E, 162) .7

E s , por tanto, erróneo alegar sin cualificación que H u m e intenta


construir su sistema sobre bases escépticas. E s verdadero, aunque irrele-
vante, subrayar con J . A . Passmore que « H u m e no podía tener éxito en
una tarea imposible — no hay grado de ingeniosidad capaz de construir con
éxito una ciencia fundada en el escepticismo» . E s cierto que un escep-
8

ticismo pirrónico o excesivo no puede soportar tal peso, pues ni siquiera


se puede mantener a sí mismo en contra de la fuerza natural de la cre-
dulidad humana. Por tanto, el escepticismo pirrónico no es el «único
fundamento sólido» de las ciencias, sino que se limita a limpiar el terreno
de los sofismas e ilusiones de la metafísica irresponsable, especialmente
del deseo ilusorio de encontrar una certeza asentada en la roca sobre la
que asegurar lógicamente una teoría existencial. U n a vez que el pirro-
nismo ha hecho su labor, se sustituye por un escepticismo mitigado o
académico que reconoce no solo los límites del entendimiento humano,
sino también la necesidad de operar dentro de ellos. Estos límites definen
el ámbito de las operaciones legítimas como el reino de la experiencia
sensible*'y prescriben el método empírico como el único apropiado. E l
fundamento de la ciencia moral de H u m e descansa en la naturaleza hu-
mana, en los principios naturales del entendimiento humano, consistiendo
el escepticismo mitigado en asentir a ellos.
Como ya he dicho, el estilo del Treatise sugiere que Hume iba dis-
curriendo hacia su posición a medida que escribía. No solo expresó en la
Conclusión del L i b r o I su desaliento por el resultado obtenido, sino que
además, en un Apéndice al tercer volumen, publicó un año más tarde
una revisión inquietante de su análisis sobre la identidad personal. Su
eventual repudio del Treatise puede haber sido la consecuencia de ha-
berse percatado de su fallo a la hora de definir con claridad su postura
en el primer libro. E n el Treatise no aparece en absoluto la ¡dea de
escepticismo mitigado o académico como alternativa clara al pirrónico,
si bien en una ocasión identifica la postura de los «verdaderos filósofos»
con el «escepticismo moderado» ( T 224 [ I 3 5 1 ] ) . Considerando las cosas
desde el punto de vista del Enquiry Concerning Human Understanding,

7
Cf. Dialogues Concerning Natural Religión, parte I , p. 134, donde Hume hace
señalar a Filón que «Filosofar acerca de estos temas ['sea sobre temas morales o
naturales'] no difiere esencialmente de razonar sobre temas de la vida ordinaria...»
" Hume's Intentions, 151.
La evolución de la filosofía de Hume 29

libro perfectamente claro e inequívoco a este respecto, da la impresión


que el escepticismo mitigado era la posición que H u m e había adoptado
tácitamente en su primera obra o, por lo menos, la posición hacia la cual
se estaba deslizando. Pero, en el Treatise mismo, parecía sostener a veces
que el filósofo estaba condenado a moverse entre dos posturas desespera-
das: el Pirronismo que destruía cualquier intento de trabajo constructivo
y el Dogmatismo que desacreditaba cualquier logro. Naturalmente, lo
que H u m e pretendía era asegurarse una posición ventajosa desde la que
cerrar el paso a los metafísicos en sus esfuerzos por alcanzar un conoci-
miento de realidades suprasensibles, especialmente en el terreno teoló-
gico, y a la vez asegurar su propio avance en psicología, moral, estética
y política. Si bien en ese cuaderno de bitácora que es el Treatise, H u m e
anota meticulosamente la ruta seguida, con todo, por así decir, no nos
informa con toda claridad desde la cumbre alcanzada. Nueve años más
tarde, H u m e está plenamente familiarizado con su posición estratégica
y nos informa sobre ella con gran confianza y exactitud:

Otro tipo de escepticismo mitigado que puede ser muy útil


para la humanidad y que puede ser el resultado natural de las
dudas y escrúpulos pirrónicos, es la limitación de nuestras inves-
tigaciones a aquellos temas que mejor se adecúen a la estrecha
capacidad del entendimiento humano. L a imaginación del hom-
bre es por naturaleza sublime, se deleita con todo lo remoto y
extraordinario y se precipita sin control a los lugares más dis-
tantes en el espacio y en el tiempo para eludir aquellos objetos
que la costumbre ha tornado demasiado familiares. E l Juicio
correcto observa un método opuesto y, evitando cualquier inves-
tigación distante y elevada, se limita a la vida ordinaria y a
aquellos objetos que caen dentro del campo de la práctica y
experiencia diarias, dejando así los temas más sublimes para
adorno de poetas y oradores o abandonándolos a las artes de
curas y políticos. Nada puede ser más útil, a fin de suminis-
trarnos tan saludable determinación, que convencernos plena-
mente alguna vez de la fuerza de la duda pirrónica y de la impo-
sibilidad de que nada nos libre de ella, salvo el gran poder del
instinto natural. Quienes se sientan inclinados a filosofar, con-
tinuarán con sus investigaciones, pues se percatan de que, ade-
más del placer inmediato que acompaña a tal ocupación, las
decisiones filosóficas no son sino reflexiones acerca de la vida
ordinaria corregidas y sometidas a un método. Pero nunca su-
cumbirán a la tentación de ir más allá de la vida ordinaria,
pues tienen en cuenta la imperfección de aquellas facultades que
utilizan, así como de su alcance limitado y sus operaciones im-
precisas. Cuando no podemos dar una razón satisfactoria de por
qué creemos, después de haber realizado mil experimentos, que
30 James Noxon

una piedra habrá de caer o el fuego, de quemar, ¿acaso po-


demos quedamos satisfechos con alguna determinación que poda-
mos alcanzar acerca al origen de los mundos y la situación de la
naturaleza desde o hasta la eternidad?
Ciertamente, estos estrechos límites de nuestras investiga-
ciones son tan razonables en todos los sentidos, que basta el
más ligero examen de los poderes naturales de la mente humana,
comparándolos con sus objetos, para que nos dediquemos a ellos.
Descubriremos, pues, cuáles son los temas propios de la ciencia
y la investigación (Ei 162-3).

Sección 3. Los planes primitivos y su revisión

Antes de que H u m e pudiese escrihir su primer Enquiry y las obras


filosóficas que le siguieron, tuvo que reconocer su fracaso a la hora de
crear en el Treatise el sistema integrado y coherente que había planifi-
cado. Se había propuesto construir «un sistema completo de las cien-
cias construido sobre bases casi totalmente nuevas» ( T xx [ I 1 5 ] ) . « P o r
tanto, este tratado de la naturaleza humana», escribió en el Abstract,
hablando anónimamente de su propia labor, «parece estar orientado a un
sistema de las ciencias» ( A 7). A lo largo del propio Treatise se refiere
repetidamente a la obra como «el presente sistema». Sin embargo, el
sistema proyectado está a medio realizar. L a Lógica y la Moral están
ahí; ¿alta la Crítica o Estética y lo mismo ocurre con la Política, si
exceptuamos algunos conceptos tratados en el L i b r o I I I que, desde
Platón, han sido tema común a la teoría ética y política. L a mayoría
de las diferencias más importantes de contenido y de acento que median
entse el Treatise y las obras posteriores reflejan la decisión del autor de
abandonar su ambición primitiva de forjar un sistema unificado y omni-
comprensivo en favor de una serie de obras relativamente independien-
tes que tratasen por separado los diversos temas anunciados en la Intro-
ducción del Treatise.
Pocos críticos, favorables o contrarios, han atendido a la súplica de
H u m e en el sentido de ignorar «esa obra de juventud», el Treatise, acep-
tando que solamente las últimas «han de ser consideradas como expresión
de sus sentimientos y principios filosóficos»*. L a comparación de cada

' De la «Advertencia» al segundo volumen de la edición de 1777 de los Essays


and Treatises on Several Subjects, que contenta los dos Enquiries, A Dissertation on
the Passions y The Natural History of Religión. La «Advertencia» completa dice como
sigue: «La mayoría de los principios y razonamientos contenidos en este volumen
se publicaron en una obra en tres volúmenes titulada A Treatise of Human Nature,
obra que el autor habla concebido antes de dejar el College y que escribió y publicó
no mucho después. Pero, al no encontrar éxito, se dio cuenta de su error al pu-
blicar demasiado pronto y lo refundió todo de nuevo en los escritos siguientes, en
La evolución de la filosofía de Hume 31

uno de los Libros del Treatise con los dos Enquiñes y A Dissertation on
the Passions plantea numerosas cuestiones de importancia sobre el es-
tilo, claridad, complejidad y profundidad de pensamiento, sobre la riqueza
de las ideas y el carácter consistente de los argumentos y, por encima de
todo ello, sobre la integridad intelectual de H u m e en su juventud y
madurez. Incluso — o , tal vez, especialmente— quienes resisten con
más vehemencia los principios y argumentos del L i b r o I del Treatise
han desestimado el primer Enquiry como un vulgar transmisor de gustos
superficiales. Para conseguir un rápido éxito popular, alegan, H u m e
sacrificó la seriedad metafísica en aras de la elegancia literaria; barriendo
de la vista los profundos problemas oncológicos, decidió intervenir de
un modo adulador y provocativo en el debate público acerca de los
milagros, la providencia y el más allá. E n la Sección inicial del primer
Enquiry, H u m e escribió de un modo agudo e ingenuo acerca de su
propio deseo de establecer un equilibrio entre «la filosofía fácil y obvia»
y «la precisa y abstrusa»; y no diré aquí nada para defenderle del cargo
de haber reducido su elevado ideal filosófico primitivo. E n este punto
me ocupo solamente de la tarea un tanto más árida de confrontar el primer
y último H u m e por respecto a su perdida ambición de ser un filósofo
sistemático.
A primera vista, el Enquiry Concerning Human Understanding difiere
de la manera más flagrante del L i b r o I del Treatise por lo que respecta a
omisiones y abreviaturas . E l análisis del espacio y el tiempo ( T I ii)
10

los que espera haber corregido algunas negligencias de sus razonamientos anteriores
y, sobre todo, de sus expresiones. Con todo, algunos escritores que han honrado
con sus criticas a la filosofía del autor, se han cuidado de dirigir todas sus baterías
contra esta obra juvenil que el autor no ha reconocido nunca y han creído triunfar
con las victorias que, según imaginaban, habrían obtenido sobre él. Se trata de un
proceder muy contrario a todas las reglas de la sinceridad y limpieza, constituyendo
un caso desmedido de esos artificios polémicos que un celo fanático se cree con
derecho a emplear. En lo sucesivo, el autor desea que se tenga presente que solo
los siguientes escritos han de ser tenidos como los que contienen sus sentimientos
y principios filosóficos.» Hume añadió a la redacción de esta advertencia una nota
u su editor: «Es una cumplida respuesta al Dr. Reid y a ese tipo necio y fanático
que es Beattie» (L I I 301).
10
E n este párrafo se verá con claridad la deuda que tengo contraída con
L. A. Selby-Bigge. En la Introducción del editor a su edición de los Hume's Enquiries
se establecen del modo más completo y sistemático las diferencias de contenido
existentes entre el Treatise y las obras posteriores. Además, ha realizado un valio-
sísimo conjunto de tablas que comparan, tema por tema, el contenido de los tres libros
del Treatise con los de las obras posteriores correspondientes a cada uno de los li-
bros. E n un «Apéndice: las nuevas redacciones» a su libro The Moral and Political
Philosophy of David Hume (Columbia U. P., Nueva York y Londres, 1963), 325-39,
John B. Stewart cubre el mismo terreno, aduciendo algunos argumentos vigorosos
contra el punto de vista de Selby-Bigge, según el cual la filosofía moral de Hume
sufrió un cambio significativo entre el Treatise y el segundo Enquiry. Antony Flew,
en su obra Hume's Philosophy of Belief (Routledge and Kegan Paul, Londres, 1961),
ha examinado exhaustivamente la significación de dichas diferencias entre la primera
versión y las posteriores para la comprensión del desarrollo filosófico de Hume.
32 James Noxon

desaparece, así como la distinción entre las ideas de la memoria y de l a


imaginación ( T I i 3 y iü 5), la discusión de las ideas complejas (rela-
ciones, modos y sustancias) ( T I i 5-6), de la idea de existencia ( T I i i 6)
y de las relaciones filosóficas ( T I i 5 y I iii 1). L a Sección sobre las
ideas abstractas ( T I i 7) se parafrasea en una nota (Ei 158) y l a que,
versa sobre la asociación de ideas ( T I i 4) queda reducida a la mitad
(Ei I I I ) . L a s explicaciones psicológicas sobre diversas formas de creencia,
credulidad y autoengaño ( T I iii 13) quedan excluidas, así como el
análisis sobre el condicionamiento de la opinión ( T I i i i 9) y de la
respuesta imaginativa de la que depende la verosimilitud de las ficciones
( T I iii 10). E l estudio de la probabilidad, que ocupaba treinta páginas
seguidas del Treatise ( T I iii 11-13), además de otras discusiones acciden-
tales dispersas, se resumen en tres páginas del Enquiry (Ei V I ) . Desapa-
recen la crítica escéptica de la L e y de Causación Universal ( T I iii 3) y
las reglas del juicio causal ( T I iii 15). L a Parte iv del Treatise se ve
sometida a la más drástica economía; reduciéndose a menos de una
quinta parte, sobrevive a modo de conclusión, Sección X I I , del Enquiry.
L a teoría humeana de la creencia en Ta realidad del mundo extemo ( T I
iv 2) se ve sacrificada y sus análisis críticos de las doctrinas de la sus-
tancia material ( T i iv 3, 4) e inmaterial ( T I iv 5), así como de la
identidad personal ( T I iv 6) se pierden en el silencio.
A lo largo del L i b r o I del Treatise, H u m e desarrolla dos tareas di-
ferentes que nunca se ven armonizadas en un proceso unificado y equi-
librado. Desarrolla u n tema crítico que introduce desde el comienzo
mediante un principio según el cual las ideas copian las impresiones. Este
«prmctpto de la copia» («el primer principio... de la ciencia de la natura-
leza humana») es la base del criterio empirísta de significado de H u m e y
se aplica sin descanso en el análisis destructivo de toda una serie de
conceptos, principios y doctrinas. Sirviendo de contrapunto a este movi-
miento escéptico, se elabora un conjunto de teorías psicológicas «para
explicar los principios y operaciones de nuestra facultad de razonar»
( T xix [ I 1 4 ] ) a partir del principio de la asociación de ideas, ya
anunciado al comienzo del libro como uno de «los elementos de esta filo-
sofía» ( T 13). Ahora bien, si se hace el intento de ver el L i b r o I in toto
como esfuerzo sostenido por construir los fundamentos del sistema pro-
yectado, de acuerdo con la intención expresa de H u m e , la impresión de
desacuerdo e irrelevancia es abrumadora. Sería de esperar, por ejemplo,
que la contrapartida constructiva de la argumentación suministrase un
concepto de la mente o del yo que H u m e pudiese utilizar en su estudio
de las pasiones del siguiente Libro. Pero su estudio « D e la identidad
personal» está dominado por el talante analítico, crítico, con lo que el
resultado parece ser puramente escéptico y negativo. T a l vez nada de
lo que H u m e escribió consiga apelar con más fuerza y pureza al inte-
lecto filosófico que la crítica escéptica de los conceptos y doctrinas meta-
físicas de la Parte iv del L i b r o I . Pero no está claro que estas largas.
La evolución de la filosofía de Hume 33

sutiles y abstrusas investigaciones sean pertinentes para la explícita inten-


ción humeana de echar los fundamentos de las ciencias humanas. N i si-
quiera su ataque crítico en contra de ciertos dogmas de los fundamentos
de las matemáticas en la Parte ii parecen mucho más relevantes a este
respecto.
L a diversidad, densidad y complejidad del L i b r o I del Treatise es el
resultado de la mezcla de intenciones humeanas. Pretende elaborar una
teoría del entendimiento que, junto con su teoría de las pasiones presen-
tada en el L i b r o I I , suministre la base psicológica de la reconstrucción
de la filosofía moral, social y política. También está interesado en apartar
la atención de los filósofos de las cuestiones metafísicas para centrarla
sobre problemas relativos a la naturaleza humana. E l intento de dar «un
giro diferente a las especulaciones de los filósofos» ( T 273 [ I 4 2 0 ] ) le
parecía que podía ser reforzado con el descrédito del método que los
metafísicos se veían empujados a utilizar para tratar de habérselas con
problemas que carecían de toda experiencia sensible imaginable que pu-
diese sugerir una solución. D a la impresión de que en un principio H u m e
suponía que su psicología del entendimiento podría utilizarse tanto en
tareas constructivas como en tareas subversivas: serviría como base
teórica de las ciencias sociales y de la eliminación de la metafísica. S i
hubiese sido así, entonces H u m e habría satisfecho su ambición de crear
un sistema filosófico integral en el que se realizasen armónicamente sus
intenciones constructivas y destructivas. Por razones que han de sei
sometidas a examen (razones invocadas constantemente por los críticos
de H u m e ) , las explicaciones psicológicas del conocimiento no se pueden
convertir automáticamente en criterios de conocimiento. Por suerte para
Hume, cualesquiera que hayan sido sus pensamientos iniciales, su instru-
mento de análisis efectivo, el principio de la copia, no depende lógicamente
de la fuerza de ninguna teoría psicológica. Como decidirá H u m e más
tarde, tampoco es la psicología experimental «el único fundamento sólido»
( T xx [ I 1 5 ] ) de las ciencias sociales. L o s principios éticos, sociales y
políticos son inmanentes a la historia humana, a la historia de las forma-
ciones sociales y de la organización política. Cuando H u m e , en su bús-
queda de los principios de la naturaleza humana, cambia de la ciencia
del hombre a la historia del hombre, se ven alterados los planes que
habían de ser realizados a través del sistema proyectado en el Treatise.
E l Enquiry Concerning Human Understanding sería una obra frus-
trante si se leyese como una revisión del esfuerzo original de H u m e por
echar las bases del sistema proyectado en el Treatise. Fuera de la dis-
cusión de la libertad y el determinismo (s. V I I L « D e la Libertad y la
Necesidad»), en la que aparecen a modo de ejemplos algunos casos de
juicio y comportamiento moral, no hay ninguna sugerencia interesante
sobre filosofía moral o estética. A parte de una llamada en la Sección
inicial a la práctica de moralistas y críticos, para justificar su propia
búsqueda de principios generales de la filosofía de la mente, la única
34 James Noxon

referencia a estos temas aparece en la última página, en la que H u m e


señala, « L a moral y la estética no son tanto cuestión propia del enten-
dimiento, cuanto de gusto y sentimiento.» Por otro lado, satisface su
interés por cuestiones teológicas, milagros y argumentos ideológicos a
lo largo de una buena cuarta parte del libro. Aquí puede explotar el
poder destructor de sus prindpios empiristas utilizados como instru-
mentos de análisis, habiendo caído en la cuenta de que su uso es crítico
y no constructivo, como se demuestra efectivamente en la controversia
popular, así como en las «lúgubres soledades y ásperos pasos» ( T 270
[ I 4 1 6 ] ) de la metafísica abstrusa.
L a disminudón del hincapié en la teoría asociacionista en el primer
Enquiry es concorde con sus objetivos fundamentalmente críticos. E n el
Treatise, H u m e sugería comparar sus principios asociativos con la ley
de la gravitadón universal ( T 12-3 [ I 3 9 ] ) y en el Abstract decía que
«si hay algo que dé pie para otorgar al autor un calificativo tan glorioso
como el de inventor, ello es el uso que hace del prindpio de asociación
de ideas que aparece en la mayor parte dé~5u filosofía» ( A 31). E n el Trea-
tiie, H u m e seguía su propia recomendación de examinar los efectos («ex-
traordinarios» y «diversos»), más bien que la causa, de su prindpio y
confiaba en él para dar cuenta de la formación de ideas complejas y para
explicar la mecánica de las emodones en general y de la respuesta simpa-
tética, en particular, que es fundamental para la teoría moral del tercer
Libro. E n las primeras ediciones del primer Enquiry, como ha señalado
Norman K e m p Smith, la teoría de la asodación aún exigía que H u m e le
dedicase d espado suficiente para ilustrar su funcionamiento en contextos
estéticos y en experiendas emodonales. Pero en la última edidón pre-
parada por H u m e (1777), este desarrollo ilustrativo se ve cercenado y
solo aparece una seca paráfrasis de la teoría en dos páginas. E n nin-
guna edidón del primer Enquiry se menciona la distinción entre las ideas
simples y complejas ni las impresiones de la reflexión — a saber, las
pasiones, deseos y emodones que, como había dicho ya en el Treatise
«merecen de un modo especial nuestra atención» ( T 8 [ I 3 3 ] ) . E n la
única ocasión en que H u m e recurre a la teoría asociativa en el primer
Enquiry, no lo hace para probar en profundidad ninguna operación
del entendimiento, sino sencillamente para mostrar cómo los objetos (las
pinturas y reliquias, por ejemplo) hacen revivir las ideas con las que
están asonados.
E n el primer Enquiry se rehace el análisis humeano de la inferencia
causal, acentuando su prominenda mediante la poda de otras doctrinas
que la acompañaban originariamente. Ambas explicaciones se acomodan
a las palabras del Abstract, según las cuales «es evidente que todos los
razonamientos concernientes a cuestiones de hecho se fundamentan en
la r d a d ó n de causa y efecto» ( A 11). Puesto que ambos libros comparten
el objetivo común de determinar las condiciones y límites del conoci-
miento empírico, el problema d d estatuto lógico del prindpio causal
La evolución de ¡a filosofía de Hume 35

mantiene íntegro su primitivo interés. £1 objetivo planteado en la Intro-


ducción del Treatise, consistente en «familiarizarse con la fuerza y alcance
del entendimiento humano» ( T xix [ I 13]), se confirma en la Sección
inicial del primer Enquiry con un conocimiento previo de las limitaciones
y exclusiones resultantes:

£ 1 único método que existe para liberarse de una vez de


estas cuestiones abs trusas consiste en investigar seriamente la
naturaleza del entendimiento humano, para mostrar, con u n aná-
lisis exacto de su poder y capacidad, que no es en absoluto ade-
cuado a tales temas remotos y abstrusos. Hemos de sometemos a
esta labor penosa a fin de vivir después tranquilos; hemos de
cultivar con cuidado la verdadera metafísica para destruir la
falsa y adulterada (£i 12).

£ 1 primero y el último H u m e son compatibles como analistas: el


criterio de significado no varía y sus intentos destructores se ven ple-
namente realizados en ambos libros, aunque dirigidos en contra de
víctimas diferentes. E l tono confiado y burlón de la última obra su-
giere que H u m e había conocido el trauma intelectual del Treatise «a
fin de vivir después tranquilo». E l clima primitivo de profunda impli-
cación personal falta ahora y ya no aparecen aquellas manifestaciones
de agonía metafísica que servían de conclusión al L i b r o I del Treatise.
Hume se ha percatado de que las obras que aún le quedan por escribir
—o reescribir— se pueden llevar a cabo independientemente de la teo-
ría del conocimiento que subyace a su análisis filosófico, aunque, eviden-
temente, de acuerdo con sus principios empiristas. E l trazo elegante y
marcado de la segunda argumentación refleja la simplificación producida
por su decisión de separar los elementos críticos y constructivos de su
filosofía.
L a elaborada ingeniosidad de los detallados estudios psicológicos
de H u m e en el L i b r o I I del Treatise era concorde con su intención de
echar «las bases», como explicaba en el Abstract, «de las otras partes
[de su sistema] en su tratamiento de las pasiones» ( A 7). L a exten-
sión de la teoría de la asociación formulada en el L i b r o I a su investi-
gación « D e las Pasiones» del Libro I I constituyó el intento más hon-
rado de H u m e de unificar los elementos de su sistema. L a doctrina de
la simpatía, de la que depende en considerable medida su teoría ética,
fue sin duda la concepción psicológica más fructífera para la construc-
ción posterior.
H u m e utilizó de un modo efectivo el principio de simpatía e n el
Libro I I I del Treatise, en el que pretendía fundamentalmente descubrir
los fundamentos u origen de los sentimientos y juicios morales. Su ha-
bilidad para detectar una veta de verdad en posiciones falseadas por
la exageración dio lugar a una teoría que equilibra finamente las pre-
36 James Noxon

tensiones contrarias de la visión «inferior» y «sentimental» de la natu-


raleza humana. Su distinción entre las virtudes artificiales y naturales
le permite reconciliar la versión convencionalista de la moralidad, fun-
dada en la suposición de un egoísmo absoluto, con la teoría del sentido
moral que descansaba de un modo optimista, incluso ingenuo, sobre la
benevolencia natural de la humanidad.
E l precipitado sumario del L i b r o I I del Treatise que se ofrece en
la Dissertation on the Passions (1757), aparecido seis años después de la
publicación de An Enquiry Concerning the Principies of Moráis, refleja
con su apatía, extensión drásticamente reducida y sequedad poco ins-
pirada la falta de confianza e interés que tenía H u m e en la teoría
psicológica como fundamento de su filosofía de los valores. Concluyó
la Dissertation señalando:

N o pretendo haber agotado aquí el tema. Basta para mi


propósito el haber mostrado que en la producción y compor-
tamiento de las pasiones hay cierto^mecanismo regular suscepti-
ble de una disquisición tan precisa como las leyes del movi-
miento, la óptica, la hidrostática o cualquier otro capítulo de
la filosofía natural ( G & G 166).

E s t a sugerencia según la cual H u m e pretendía que tal recapitulación


de los puntos principales de su estudio « D e las Pasiones» mostrase sim-
plemente la posibilidad de una psicología de las emociones, sin estar in-
tegrada, en un sistema filosófico, nace en la Sección inicial de An En-
quiry Concerning the Principies of Moráis, donde H u m e propone «al-
canzar los fundamentos de la ética» (E2 174) observando y comparan-
do «casos particulares» de fenómenos, no psicológicos, sino morales.
r
E l otro método, en el que se establece en primer lugar un
principio abstracto general que luego se ramifica en una diver-
sidad de inferencias y conclusiones, puede ser más perfecto en
sí mismo, pero se acomoda peor a las imperfecciones de la na-
turaleza humana, constituyendo una fuente de ilusión y error
tanto en este como en otros temas. L o s hombres están ahora
curados de su pasión por hipótesis y sistemas en filosofía na-
tural, por lo que no atenderán a otros argumentos que no sean
los derivados de la experiencia. Y a es hora de que intenten rea-
lizar una reforma similar de todas las disquisiciones morales y
de que rechacen cualquier sistema ético que no esté basado en
hechos y observaciones, por sutil e ingenioso que sea (E2 174-5).

Concediendo que H u m e repudie aquí, como antes, los sistemas éti-


cos racionalistas, este pasaje, aunque se limite a eso, aún contrasta asom-
brosamente con el propósito de crear un sistema unificado, tal como
La evolución de la filosofía de Hume 37

se deda en la primera página del L i b r o I I I del Treatise: «Sin embargo,


no pierdo la esperanza de que el presente sistema filosófico adquiera
renovada fuerza a medida que se desarrolla y de que nuestro razona-
miento acerca de la moral corrobore cuanto ha sido dicho acerca del
entendimiento y las pasiones» ( T 455 [ I I I 7-8]). D e acuerdo con la
revisión de su plan, consistente en presentar su filosofía moral en una
obra independiente y completa, el principio de simpatía, que había su-
ministrado la base unitaria del L i b r o I I I y su nexo necesario con d
Libro I I , deja de ser un genuino principio psicológico explicativo para
convertirse en una cualidad inanalizable («original») de la naturaleza
humana, indistinguible de la benevolencia o el sentimiento de huma-
nidad.
L a evolución de la filosofía política de H u m e muestra un cambio
de plan similar. Su intento de fundar la política en la ciencia d d hom-
bre se ve abandonado un año después de haber sido realizado en par-
te en el tercer L i b r o del Treatise. E l pensamiento político recogido
en Essays Moral and Political de 1741 se ve modelado por reflexiones en
torno a la historia constiturional, y no por investigadones empíricas so-
bre psicología humana. L a argumentación de H u m e en d tercer ensayo,
«Que la Política ha de redurirse a una Ciencia», depende únicamente
del estudio de los fenómenos políticos registrados en los anales de la
historia. E n este caso, los «axiomas universales» o «verdades generales»
de la política no se siguen de principios psicológicos, sino de observa-
ciones acerca de cuáles han sido las consecuencias de los diversos tipos
de organización política. T a l vez dichas consecuendas se entiendan como
efectos naturales del carácter humano cuando responde a diversos con-
juntos de condiciones sociales, económicas y legales. También puede
ser que H u m e no haya cambiado realmente su concepción de la natu-
raleza moral del hombre al modo sugerido por el pesimismo hobbesiano
de muchos comentarios superficiales. Pero no son estas las cuestiones
relevantes en este momento. L o que interesa es que H u m e se haya dado
cuenta de que la teoría política, que para él engloba la teoría económi-
ca, se puede fundamentar directamente en el estudio histórico de los
sucesos políticos, sin exigir ningún tipo de investigaciones psicológi-
cas intrincadas. L o que el filósofo social o político precisa conocer de
la naturaleza humana se puede sacar de las observariones acerca de la
conducta de los hombres en diversas rircunstanrias históricas.
E n el momento de publicar los Political Discourses, en 1752, se ha-
bía realizado ya completamente la metamorfosis del psicólogo experi-
mental en historiador filosófico, y todo esto dos años antes de que apa-
redese el primer volumen de la gran History de H u m e . Los Essays and
Treatises on Several Subjects concluyen la parte constructiva del pro-
grama anundado al comienzo de su carrera. Mas las teorías éticas, es-
téticas y políticas que contienen son lógicamente independientes del sis-
tema del que originalmente pensaba que serían partes.
38 James Noxon

L a vertiente crítica del programa humeano se desarrolló de un modo


un tanto desigual. E l carácter decisivo con el que distinguió las verda-
des de la matemática pura de las de la ciencia empírica y la claridad
de la explicación dada de esta diferencia lógica constituyeron contri-
buciones permanentes de inmensa importancia. Pero todo el mundo ha
constatado la invalidez de su lucha con los conceptos de espacio y tiem-
po y de sus esfuerzos por asentar la geometría sobre bases empíricas. Su
intento de fijní el alcance y límites de la filosofía natural, explorando
los fundamentos experienciales de su método, ha dado lugar a aquellos
análisis, especialmente el de la causalidad, a cuento de los cuales su
reputación ha sido puesta en entredicho y defendida en la actualidad.
E l poder devastador del empirismo de H u m e se muestra más clara-
mente cuando aplica sus principios al examen de la religión natural. E n
filosofía, son poco corrientes las refutaciones decisivas de proposiciones,
principios o teorías, pero la aniquilación de toda una disciplina que
ocupaba a algunas de las mejores cabezas de la época constituyó una
proeza prodigiosa que requería un control de To$ argumentos perfecto,
una resolución, unos principios firmes y un poder de análisis poco co-
munes. H u m e se ocupó de todos los temas que mantenían una posición
preeminente en las discusiones religiosas de su época. A pesar de que
en el Treatise se mostraba reticente a última hora, las implicaciones teo-
lógicas de sus análisis de la existencia, la causalidad, la sustancia y el yo
para los argumentos ontológicos y cosmológicos, así como para las doc-
trinas del alma y la inmortalidad, son ineludibles. Incluso antes de co-
m e n z a r t l Treatise, H u m e había llegado a interesarse por el efecto de
la creencia religiosa sobre la moralidad y, en « D e la Superstición y el
Entusiasmo», contenido en la primera edición de Esssays Moral and
Political, lo enjuiciaba con distanciamiento y desaprobación que, en tra-
tamientos posteriores, acentuó hasta convertirlo en animosidad hacia una
influencia perjudicial. L a Natural History of Religión (1757) expone
hipótesis inquietantes acerca de las bases psicológicas de la creencia re-
ligiosa y pretende desacreditar las pretensiones de superioridad moral
del monoteísmo. E n el ensayo « D e los Milagros», aparecido en Philo
sophical Essays Concerning Human Understanding, de 1748, titulado
An Enquiry Concerning Human Understanding, en la cuarta edición
de 1758, H u m e se lanzó al asalto de la fortaleza del cristianismo,
la Revelación, arguyendo que ningún milagro es objeto adecuado para la
creencia de un hombre racional. E n los Dialogues Concerning Natural
Religión (1799), H u m e desplegó sus maduros talentos filosóficoss y lite-
rarios con efectos notables en contra del argumento teleológico, la clave
de la teología del siglo X V I I I . E l penoso y difícil esfuerzo que había
realizado al comienzo de su carrera para determinar «la fuerza y alcance
del entendimiento humano» ( T xix [ I 13]) se vio recompensado al fin
cuando la construcción teológica más pródigamente embellecida, aunque
La evolución de la filosofía de Hume 39

carente de base, de todos los tiempos, se derrumbó bajo el esfuerzo de


su examen escéptico. £ 1 lado crítico y analítico del intelecto humeano
se realizó plenamente en su graciosa, ingeniosa y dramática obra de arte
filosófico. Cabe suponer que, cuando Hume le estaba dando los últimos
toques, algunos meses antes de su muerte, se sintiese ampliamente com-
pensado por la falta de un sistema filosófico comprensivo, tal como ha-
bía intentado componer cuarenta años antes.
PARTE n

E l uso y abuso de Newton

Sección 1. Hume: ¿«El Newton de las Ciencias Morales»?

H u m e comenzó a escribir filosofía en su juventud, tan solo tres o


cuatro años después de la muerte de Sir Isaac Newton. L a investigación
y especulación inspirada en Newton fue cobrando impulso a lo largo del
siglo de H u m e , impulso que se prolongaría casi hasta el final de la si-
guiente centuria. L o s Mathematical Principies of Natural Philosophy 1

constituían la plena realización de una revolución científica que había


comenzado oficialmente con la publicación del De revolutionibus orbium
coelestium en 1543. Los elementos fundamentales que se combinaban
en la síntesis newtoniana fueron la hipótesis copernicana relativa al mo-
vimiento terrestre, las leyes de Kepler sobre el movimiento planetario
con su descubrimiento del carácter elíptico de las órbitas de los plane-
tas, las investigaciones experimentales de Galileo sobre los movimientos
de los objetos terrestres que entrañaban el descubrimiento del signi-
ficado fundamental de la inercia, sus análisis de los conceptos de fuerza,
masa y aceleración, así como las revelaciones de su telescopio, las so-
luciones matemáticas de Huygens a los problemas de la conservación
del momento y su teoría de las fuerzas centrífugas. Dos siglos y medio
de observar, experimentar y teorizar sobre el movimiento terrestre y
celeste suministraron a Newton el material que había de transmutar,
mediante procesos de deducción matemática, en un sistema de mecánica
universal. L a órbita de la luna y el flujo de las mareas, el movimiento
de la tierra, el curso de los cometas, de los planetas y sus satélites, la
oscilación de los péndulos, la caída libre de los cuerpos en las proximi-

1
Philosopbiae Naturalis Principia Malbematica, Londres, 5 de julio de 1686.
Se publicó una segunda edición en 1713, editada por Roger Cotes, y una tercera
en 1728, editada por Henry Pemberton. La obra fue traducida por Andrew Mot-
te en 1729. La edición inglesa normal en el siglo xx es Sir Isaac Newton's Mathe-
matical Principies of Natural Philosophy and His System of the World, tr. de Andrew
Motte, 1729, revisada por Florian Cajori (University of California Press, Berkeley,
1946).
42 James Noxon

dades de la superficie de la tierra y el vuelo de los proyectiles eran


explicados como consecuencias íntimamente relacionadas derivables ma-
temáticamente de tres leyes simples junto con el principio de gravitación
universal. L o s Principia fueron en todos los sentidos una obra monu-
mental de proporciones grandiosas, un tour de forcé cuyas exigencias
extremas llenaban de miedo la mente de su creador, un testimonio per-
manente de los esfuerzos de generaciones de científicos y una vindica-
ción total del método de la ciencia experimental. Por el contrario, la
otra gran obra de Newton, la Opticks , era una obra de exploración.
2

Evidentemente, también era una obra experimental que sometía los da-
tos observadonales a un análisis matemático y demostraba algunas con-
clusiones firmes. También era una obra sistemática que coordinaba vein-
te años de investigación de Newton y daba cuenta de las teorías rivales
fundamentales. Pero sus investigaciones en torno a la naturaleza de la
luz y la estructura y comportamiento de la materia fueron llevadas mu-
cho más allá de los límites de lo que es matemáticamente demostrable
o empíricamente verificable. L a Opticks abría sugestivas posibilidades
de nuevos descubrimientos en d terreno de la física, la química e in-
duso la biología. Demostró ser una obra inmensamente estimulante y
alentadora para los experimentalistas, entre los más importantes de los
cuales, algunos, como Benjamín Franklin, no estaban a la altura de las
formidables matemáticas de los Principia. Así, pues, en los días de
H u m e , toda una generadón de filósofos naturales, inspirados por New-
ton, aplicaban el método empírico a todo el dominio de los problemas
científicos. N o es, por tanto, de extrañar que la primera obra de H u m e
se califique en la primera página como « S I E N D O UN INTENTO D E intro-
ducir el método experimental de razonar en los A S U N T O S M O R A L E S . »

L a observación de John Passmore de que «la ambición de H u m e era


constituirse en el Newton de las ciendas morales» enuncia la opinión
ofidal de la influencia del científico sobre el filósofo. « Y esto en dos
sentidos», continúa, «en primer lugar, daborando una teoría general
audaz acerca de la mente — s u asociacionismo— comparable a la teoría
de la atracción de Newton y, en segundo lugar, ...ampliando el método
newtoniano a las ciencias m o r a l e s » . Aunque K e m p Smith consideraba
3

que el interés menguante en el asociacionismo era señal de que la in-


fluencia newtoniana constituía, en el primer sentido, un factor recesivo
en la evolución del pensamiento de H u m e , aceptaba el carácter domi-
nante de la influencia de Newton por lo que respecta al método. « L a
concepción newtoniana del m é t o d o . . . es precisamente la que H u m e pre-

1
Opticks, Or A Treatise Of The Reflexions, Re fr actions, Inflections & Colours
of Light, basada en la cuarta edición, Londres, 1730 (Dover, New York, 1952). [Hay
traducción castellana de Eugenio D. del Castillo, Optica o Tratado de las reflexiones,
refracciones, inflexiones y colores de la luz, Buenos Aires, E M E C E , 1947.]
• Hume's Intentions, 43.
La evolución de la filosofía de Hume 43

tende seguir en su propio pensamiento» *, señaló confirmando el juicio


de Charles Hendel, según el cual «Su libro [el Treatise] no era más
que una aventura consistente en aplicar el 'método experimental' de
Newton al mundo de la m e n t e » ' . E n su Introducción a la antología
de la Modern Library, Tbe Philosophy of David Hume, V . C . Chappell
afirma, en la misma dirección, que « H u m e . . . se había visto terrible-
mente impresionado por la conquista de Newton en las ciencias natu-
rales, reconociendo que el éxito de Newton dependía en gran medida
de la utilización del 'método experimental'. H u m e pensaba que había
llegado el momento de aplicar este mismo método a 'los asuntos mora-
l e s ' . . . » . Habiendo señalado que «las ideas — l o s átomos de la mente—
4

habían de ser conectadas mediante este principio [de asociación] para


formar un sistema de mecánica mental comprensivo y auténticamente
n e w t o n i a n o » , Antony F l e w suscribió posteriormente el aforismo de
7

Passmore de que «la ambición» de H u m e « e r a . . . convertirse en el New-


ton de las ciencias morales» . Tras observar como signo de las «corregi-
8

das» ambiciones newtonianas de H u m e que la versión final de la teoría


asociacionista era «poco más que una reliquia degenerada de la vi-
sión de un j o v e n » , Flew prosigue su estudio penetrante en Hume's
9

Philosophy of Belief a fin de detectar la influencia de la metodología


newtoniana. Hace ya casi diez años, T . E . Jessop subrayó, el mismo
año en que John Passmore publicaba su Hume's Intentions, tanto el
aspecto doctrinal como el metodológico de la influencia de Newton so-
bre el Treatise:

H u m e . . . se sentía inspirado por una idea nueva: del mis-


mo modo que Newton había mostrado que los cambios fun-
damentales del mundo físico se podían explicar con el principio
de «atracción» (gravitación), los procesos de conocimiento, en
la medida en que consisten en inferir un hecho supuesto a
partir de un hecho presente, también se podrían explicar me-
diante el principio de asociación... Estaba seguro de haber en-
contrado una ley general y el hecho de que satisfaciese sus es-

' Tbe Philosophy of David Hume (Macmillan, Londres, 1941), 57.


5
Studies in the Philosophy of David Hume, New Edn. (Library of Liberal Arts,
Bobbs-Merrill, Nueva York, 1963), 366.
' (Random House, Nueva York, 1963), xv.
' Hume's Philosophy of Beíief, 18.
1
Ibid., 94. Un año más tarde, Flew tuvo la oportunidad de subrayar el mismo
punto en su Introducción a una antología, David Hume on Human Nature And the
Understanding (Collier, Nueva York, 1962), 7: « . . . L o que Hume ambicionaba era
establecer los fundamentos de una posible ciencia newtoniana del hombre...»
Cf. P. L. Gardiner, «Hume's Theory of the Passions», en David Hume: A Symposium,
ed. D. F. Pears (Macmillan, Londres, 1963), 41: «...Hume trató de elaborar una
ciencia psicológica paralela a la física newtoniana.»
' Op. cit., 18.
44 James Noxon

cnípulos empíricos encendió su entusiasmo: igual que Newton


con la gravitación, podría exhibir la asociación como un hecho
de experiencia sin necesidad de formular una causa oculta de
ello .
, 0

Por tanto, todo el mundo ha reconocido la influencia formativa de


la obra científica de Newton sobre el desarrollo de la filosofía de H u m e ,
especialmente 'sobre el de su método. L o que los estudiosos de H u m e
llaman «método newtoniano» no fue invención de Newton; se trata del
método resolución/composición (o analítico/sintético) que tuvo su ori-
gen durante el siglo xv en la Universidad de Padua y que fue per-
feccionado por el genio matemático y experimental de Galileo. E l descu-
brimiento más importante de los primeros científicos modernos fue el
descubrimiento de la propia ciencia, i . e., del método científico. Conce-
diendo que ciertos descubrimientos espectaculares puedan haberse rea-
lizado de modo asistemático, por azar, especialmente en astronomía
— p o r ejemplo, las montañas de la luna o los satélites de J ú p i t e r — , dado
el feliz accidente que condujo al descubrimiento del telescopio, hubiesen
sido simplemente curiosidades aisladas en lugar de convertirse en los
elementos de un modelo nuevo y coherente del universo. E s t e método
poderoso engendró una procesión de descubrimientos de hechos y de
creaciones de teorías cuya inmensa significación solo apareció con clari-
dad cuando Newton los desplegó sistemáticamente en los Principia.
A u n cuando H u m e no hubiese estudiado ninguna de las obras que hoy
llamaríamos científicas, habría aprendido de los filósofos que el hecho
supremo de su época era la transformación de la concepción humana del
universo físico por obra de la ciencia empírica. También se habría sen-
tido impresionado por el hecho de que los filósofos, de Bacon en
adelante, estaban virtualmente obsesionados por el tema del método cien-
tífico, por la articulación de sus principios, la promoción de su utiliza-
ción, la puesta en tela de juicio de su alcance y validez y la demostración
de sus fundamentos lógicos, psicológicos y ontológicos. Finalmente, tam-
bién se habría visto animado a descubrir que algunos de los más ambi-
ciosos de aquellos pensadores habían estado intentando proyectar dicho
método (o sus diversas concepciones del mismo) sobre el terreno de las
ciencias humanas, terreno en el que pensaba trabajar.
Si bien H u m e sigue a Newton cuando califica de «experimental» el
método, no hay, como muestra la historia de la alquimia, nada exclusi-
vamente moderno en la experimentación. L a función verificadora de los
experimentos se vio clarificada y reforzada, pero lo realmente nuevo fue
la aplicación de las matemáticas a los datos empíricos. E n manos de un
científico realmente moderno como Galileo, la resolución o análisis

10
«Some Misunderstandings of Hume», Révue intérnationale de philosophie, 20
(1952); reimpreso en Hume, ed. V. C. Chappell (Doubleday, Garden City, 1966), 46-7.
La evolución de la filosofía de Hume 45

(método resolutivo) estableció un enunciado matemáticamente simple de


las relaciones entre los aspectos cuantificables de los fenómenos, como
pone de manifiesto su ley de la caída de los cuerpos formulada en tér-
minos de aceleración uniforme (S = vt/2) y por la ley derivada de ahí,
más importante aún, según la cual u n cuerpo que cae partiendo del re-
poso atravesará una distancia proporcional al cuadrado del tiempo de
caída (S = t X g/2).
2
E n la fase compositiva o sintética del método
(método compositivo), Galileo suministró deducciones geométricas de
las consecuencias de sus leyes y, a continuación, ingenió experimentos
para verificar si tenían o no lugar de hecho. E r a esta la esencia lógica
del método de Newton, quien, como Galileo, pretendía analizar la dis-
persa realidad empírica en modelos ideales radicalmente simplificados,
cuyo funcionamiento básico era expresable matemáticamente —incluso
hasta el punto de presentar como objeto de su primer axioma o L e y del
Movimiento una entidad que nunca es susceptible de experimentación y
que, dada la verdad de un principio fundamental del sistema (la gravi-
tación universal), no es posible que exista; a saber, u n cuerpo que con-
tinúe en un estado de movimiento uniforme en línea recta. Si Galileo
se contentaba a menudo, de manera sorprendente, con «experimentos
mentales» (que seguidores fieles como Mersenne encontraban a veces
imposibles de realizar y, en ocasiones, cuando se llevaban a cabo efec-
tivamente, resultaban descaminados), Newton insistía en que el mundo
lógicamente posible creado por la inferencia matemática debía de ser
contrastado con el mundo efectivamente experimentado.
Había un fuerte incentivo para adoptar este método fabuloso en
las ciencias psicológicas y sociales; sobre todo, porque los beneficios
de la nueva ciencia habían sido subrayados constantemente por parte de
Bacon, Hobbes, Descartes y Spinoza y habían sido ya demostrados en
la minería, medicina y metalurgia, en las artes bélicas, en la navegación
y en la arquitectura. Mas en el momento en que los científicos comen-
zaban precisamente a buscar el modo de someter los fenómenos magné-
ticos, eléctricos y químicos al análisis matemático, ¿no parecerían insu-
perables — o , al menos, muy desalentadores— los obstáculos que se
alzaban ante la aplicación de los principios matemáticos a los «temas mo-
rales»? Y si se hallase otro modo de alcanzar los principios fundamenta-
les de la psicología, la ética, la política y la estética, ¿acaso la perspec-
tiva de verificarlos experimentalmente no se vería arruinada, no ya por
problemas técnicos, sino por el funcionamiento de un principio de inde-
terminación reconocido por el propio H u m e ? Tras la caída de las ma-
temáticas y la experimentación, ¿qué quedaría del grandioso método
nuevo para el filósofo moral del siglo X V I I I , sino la forma tremendamen-
te abstracta del método resolución/composición pregalileano con el que
había luchado Hobbes durante el siglo anterior? ¿ A c a s o el cambio de
planes de H u m e , documentado en el capítulo anterior, no podría estar
conectado con alguna perturbación en sus relaciones con el newtonianis-
46 James Noxon

mo?, ¿no podría ser tal vez el resultado del desaliento surgido al inten-
tar «introducir el Método experimental de Razonar en Temas Morales»?
¿ N o podría, además, verse acelerado su cambio de dirección por la ex-
plotación de la ciencia newtoniana hecha por filósofos dedicados a pro-
mover la causa de la religión natural?
E s necesario llevar a cabo discusiones serias sobre estas cuestiones,
situándolas contra el transfondo de una familiaridad de primera mano
con las obras de Newton y algunos de sus seguidores por lo menos.
Tampoco es suficiente limitarse a tomar aquellos pasajes familiares en
los que Newton formula sus proclamas acerca del método científico.
U n mayor conocimiento de sus obras muestra que los principios que
profesaba han de ser evaluados a la luz de su práctica científica. Si efec-
tivamente el carácter de la filosofía de H u m e lleva el cuño del newto-
nianismo, es de la mayor importancia para el intérprete de H u m e exami-
nar las obras fundamentadoras de tal movimiento. Se han hecho tantas
cosas con la influencia de la ciencia newtoniana sobre la filosofía de
H u m e que resulta imprescindible examinar cuidadosamente sus relacio-
nes. Aún cuando resultase que H u m e no era un newtoniano convencido,
su obra difícilmente podría haber permanecido ajena)al movimiento in-
telectual dominante en aquellos días. E n lugar de intentar reconstruir
el mundo conceptual en el que H u m e llevaba a cabo su pensamiento fi-
losófico, mediante una visión general del pensamiento religioso y cien-
tífico de la época, me centraré en los escritos de la persona que consoli-
dó la visión científica del mundo e impulsó la reconstrucción teológica
que Rabría de inspirar la obra más perfecta de la madurez de Hume.
Los lectores que estén versados en la historia de la ciencia y teolo-
gía newtoniana no sacarán gran cosa del estudio sobre Newton que
viene a conünuación. Pueden permitirse pasar inmediatamente a la Par-
te I I I , que condene suficientes referencias a la obra de Newton como
para que se entiendan las comparaciones de su método con el de H u m e
que allí se hacen. Los lectores que no se han ocupado nunca con deta-
lle del pensamiento científico de este periodo pueden pensar que esta
consideración detallada del trabajo científico es una injerencia incon-
veniente en un libro acerca de un filósofo. Opino, por el contrario, que
el conocimiento de la ciencia natural de una época es indispensable para
la comprensión de su filosofía. Más especialmente, estar familiarizado
con Newton, la fuerza intelectual dominante de aquellos días, es indis-
pensable para apreciar las ambiciones de H u m e , sus dificultades y des-
arrollo.
La evolución de la filosofía de Hume 47

Sección 2. La primera publicación de Newton

E l primer artículo publicado por Newton " , que informa de su des-


cubrimiento de que los colores del espectro están conectados invariable-
mente con diversos grados de refrangibilidad de los rayos luminosos,
está considerado con todo derecho como un hito en la historia de la
ciencia experimental. L a ocasión de este avance técnico fue suministrada,
de un modo típico, por una dificultad técnica en la mejora de un ins-
trumento científico, el telescopio de refracción. L a s lentes convexas que
habían comenzado a sustituir los oculares cóncavos de Galileo daban
imágenes distorsionadas por aberraciones esféricas a la vez que, obser-
vaba Newton, emborronaban los contornos con una línea de colores
(la «aberración cromática»). C o n la esperanza de obtener imágenes más
claras, adquirió un prisma triangular, lo situó en una habitación oscura
ante un pequeño agujero practicado en la persiana de una ventana y es-
ludió el haz de luz refractado por el prisma sobre la pared de enfrente.
Dada una abertura redonda para la luz y «las leyes conocidas de Refrac-
ción», era de esperar que el espectro de los colores apareciese circular,
mientras que, de hecho, mostraba una forma oblonga con una longitud
cinco veces mayor que la anchura. Para determinar si este fenómeno
inesperado tenía su causa en alguna circunstancia incidental, comenzó a
introducir variaciones en la situación experimental y logró excluir como
irrelevantes, factores tales como la posición, las imperfecciones y el gro-
sor desigual del cristal, el tamaño de la abertura y los diversos ángulos
tic incidencia de los rayos emitidos desde distintas partes del sol, eli-
minando la hipótesis («sospecha») de los diversos grados de curvatura
de los rayos solares que abandonan el prisma. Cuantificando rutinaria-
mente su problema, descubrió gracias a una serie de mediciones que
la divergencia de los rayos que surgían del prisma (seno de refracción)
era desproporcionada a las diferencias en los ángulos de incidencia de
los rayos convergentes emitidos desde los lados opuestos del sol. E l fe-
nómeno, infiere, es atribuible a alguna propiedad desconocida de la luz
y concibe un ingenioso experimentum cruais para descubrirlo.
Proyectó la luz del prisma a través de un pequeño agujero practi-
cado en un tablero hacia otro tablero similar situado doce pies más
allá con otro prisma detrás. Haciendo rotar el primer prisma consiguió
pasar cada uno de los rayos de colores del espectro, uno por uno, a tra-

" Philosophical Transaetions, 80 (19 febrero 1671-2), 3075-87: «A letter of


Mr. Isaac Newton, Mathematick Professor in the University of Cambridge, containing
his New Theory about Light and Colors...»; reimpreso en facsímil en I. Bernard
Cohén, ed., Isaac Newton's Papers and Letters On Natural Philosophy (Harvard U. P.,
Cambridge, Mass., 1958), 47-59.
48 James Noxon

vés de la abertura del segundo tablero, para ver en qué parte de la pared
era refractado cada uno por el segundo prisma.

Y v i , por la variación de dichos lugares, que la luz que ten-


día hacia aquel extremo de la Imagen hacia el que tenía lugar
la refracción del primer Prisma, sufría en el segundo una refrac-
ción considerablemente mayor que la de la luz del otro extremo.
D e este modo se descubrió que la verdadera causa de la longi-
tud de dicha Imagen no era otra que el que la Luz consta de
Rayos diversamente refrangibles que, sin ninguna relación con
diferencias en su incidencia, eran transmitidos hacia diversas
partes de la pared según sus grados de refrangibilidad . , 2

Concluyendo que su problema práctico inicial era insoluble porque


el objetivo enfoca los diversos rayos en puntos diferentes de su eje, con
lo que el ocular solo podía enfocar uno de ellos cada vez, Newton se
dedicó a la construcción de un telescopio de reflexión que le valió la
entrada en la Roya! Society. E l informe de su experimentación y su sig-
nificación teórica — « e l descubrimiento más curioso, si no el más con-
siderable, que se ha hecho hasta ahora de las operaciones de la natu-
raleza», declaro— fueron comunicados a Henry Oldenburg, secretario
entonces de la Royal Society, en pago a su elección. L o s puntos funda-
mentales de su « N e w Theory of Light and Colours» eran que la luz
blanca es una mezcla heterogénea de rayos de cada color, que los co-
lores"$on «propiedades originales e innatas» de los rayos luminosos y
que las diferencias de color están en función de los diversos grados de
refrangibilidad de los diferentes rayos.
E n su carta de una docena de páginas, Newton no solo hizo progre-
sar «a la óptica al derrumbar las opiniones establecidas acerca de la com-
posición de la luz, sino que, además, lo cual es de una importancia no
inferior para la revolución científica, mostró un modelo del método ex-
perimental y de la comunicación de investigaciones. C o n excepción del
poder de síntesis mostrado en sus obras sistemáticas, todos los aspectos
esenciales del método newtoniano se encuentran presentes en su primer
escrito inédito. Firmemente confiado en el principio de que las leyes
generales deben ser confirmadas por los fenómenos, conociendo con toda
seguridad las teorías contemporáneas y siendo un observador de visión
clara, estaba alerta a cualquier suceso impredictible. Newton se mostra-
ba ingenioso a la hora de someter los fenómenos naturales a un con-
trol experimental, aislando, para su estudio, los posibles factores rele-
vantes uno por uno hasta que, por un proceso de exclusión, avanzaba
suavemente hacia la causa del suceso problemático. E l análisis matemá-
tico de los datos observacionales era parte integral de su modo de pro-
ceder y la enunciación de los resultados en términos cuantitativos, u n

Ibid., 3079; Cohén, op. cit., 51.


La evolución de la filosofía de Hume 49

modo natural de expresión. Tras su análisis (resolución) completado con


su descubrimiento de la causa del fenómeno problemático, procede en la
fase sintética (compositiva) a deducir lo que puede ocurrir cuando la luz
blanca se refracta a través de una lente esférica.
« A N e w Theory of Light and Colours» fue remitida a Robert Hooke,
el solícito experimentador y demostrador de la Royal Society (oficial-
mente, su Curator) para que la verificase experimentalmente y también
se envió una copia a Christiaan Huygens. Muy pronto, estos y otros cien-
tíficos fueron presentando sus opiniones acerca de la teoría, con lo
que durante varios años Newton se vio envuelto en una defensa inin-
terrumpida de su método y conclusiones. E l punto central de esta con-
troversia, a un nivel lógico, era la distinción newtoniana entre hipó-
tesis, por un lado, y, por otro, proposiciones particulares que describen
fenómenos, proposiciones generales o conclusiones obtenidas por in-
ducción y principios primitivos —axiomas confirmados experimental-
mente o leyes. E s t a distinción, que Newton no siempre mantenía
férreamente, no fue apreciada por los críticos que siempre tenían por
hipótesis las conclusiones presentadas como definitivas o que alegaban
que sus teorías dependían de hipótesis, es decir, que requerían suposi-
ciones lógicamente posibles que podrían ser sustituidas por alternativas
incompatibles. Newton instaba a la verdadera crítica que consideraba
más intolerable, proponiendo respuestas provisionales a problemas aún
indecidibles sugeridos por sus descubrimientos. Pensaba que había una di-
ferencia perfectamente obvia entre lo que enunciaba como conclusiones
firmes establecidas por medio de elementos de juicio empíricos y lo que
conjeturaba acerca de verdades más fundamentales que, a medida que las
posibilidades lógicas se restringían, era probable que quedasen inva-
lidadas tras el paso de los avances teóricos. Tras haber mostrado que el
color era una cualidad de la luz, se seguía que la propia luz no podía ser
una cualidad, sino que debía ser una sustancia, «quizá» material. Hooke
estaba en lo cierto al decir que la hipótesis de la materialidad de la luz
no había sido demostrada (cosa que Newton no había pretendido) y
que los fenómenos descritos eran explicables mediante otras hipótesis (que
Newton estaba dispuesto a admitir). Pero Hooke estaba equivocado al
inferir que, por tanto, las conclusiones de Newton sobre las propiedades
de la luz seguían siendo problemáticas. Puesto que cualquier conclu-
sión general que Newton hubiese establecido verdaderamente habría de
ser derivable lógicamente de verdades más remotas sobre la naturaleza
y causa de la luz, cuando fuesen descubiertas, es comprensible que fuese
acusado de presuponerlas o afirmarlas para apoyar sus pretensiones par-
ticulares. E l hecho de que el orgullo de Newton se viese rápidamente
amargado por críticas mal orientadas, sugiere su falta de penetración en
las mentes proclives a construcciones a priori y su ingenuidad acerca
de lo que era de esperar de unos buscadores de la verdad cuyos planes
hipotéticos amenazaba.

4
50 James Noxon

Sección 3. ¿«Hypotheses non fingo»?

N o se puede negar que la propia obra científica de Newton estaba


plagada de hipótesis en una abundancia asombrosa; hipótesis de trabajo
imaginativas, ingeniosas y fructíferas que guiaban su experimentación.
E n su primer-escrito, las tildaba de «sospechas»; en las páginas finales de
la Opticks, las denominaba «sugerencias». Como muestra I . Bernard
Cohén con impresionante erudición en Franklin and Newton ' , las hipó- 3

tesis audaces que iban más allá incluso de sus fuentes experiméntalas
eran de una importancia enorme, en el siglo X V I I I , para estimular la
investigación científica. Hipótesis tales como la naturaleza corpuscular de
la luz o la del éter en cuanto medio a través del cual se transmiten las
fuerzas gravitatorias, eléctricas y magnéticas y cuyas vibraciones expli-
carían la diferenciación de los colores, eran sugeridas a fin de explicar
el mecanismo subyacente de los fenómenos cuyas propiedades y leyes
habían sido establecidas previamente. L o s escritos ópticos enviados a
u

la Royal Society entre los años 1672 y 1676 que proponen sustancial-
mente las teorías reunidas en el tratado Opticks 0 £ 1704, están ador-
nadas de hipótesis especulativas, hasta el punto de que una de las
comunicaciones más importantes se titula abiertamente, «An Hypothesis
explaining the Properties of Light, discoursed in my several Papers» . l 5

E n esta ocasión, como es usual, Newton manifestó su desagrado ante las


hipótesis y las «vanas disputas» que provocan, negando haber supuesto
anteriormente la hipótesis de la corporeidad de la luz que Robert Hooke
le había atribuido. Sigue insistiendo, como había hecho tres años antes
en que su descubrimiento de las propiedades de la luz es independiente
de cualquiera de las diversas hipótesis mecánicas que puedan explicar sus
descubrimientos. Pero, en atención a aquellos que no pueden compren-
derlos sin algún modelo ilustrativo, accede «a recurrir a la hipótesis»
(del é t e r ) . . . « n o comprometiéndome yo mismo con el hecho de que se
pueda considerar probable o improbable» ' . 7

" American Philosophical Society (Philadelphia, 1956).


M
Reproducido en facsímil en Isaac Newton's Papers and Letters a partir de las
Philosophical Transactions of the Royal Society, y Thomas Birch, The History of the
Royal Society of London (Millar, Londres, 1757). Los escritos ópticos llevan una in-
troducción breve, aunque interesante, de Thomas Kuhn en Newton's Optical Papers.
" Isaac Newton's Papers and Letters, 178-90.
" Philosophical Transactions, 88 (1672), 5084-5130; reimpreso en Cohén, op. cit.,
118-19: «Pero sabía que las Propiedades que atribuía a la Luz eran, en alguna me-
dida, susceptibles de ser explicadas, no solo de esta manera, sino también en virtud
de muchas otras Hipótesis Mecánicas. Por tanto, decido renunciar a todas ellas...»
Ibid., 123: «Pero, sean cuales sean las ventajas o desventajas de esta Hipótesis, espero
que se me excuse por haberla planteado, pues no considero necesario recurrir a nin-
guna Hipótesis en absoluto para explicar mi Doctrina.»
" Ibid., 178-9: «Por tanto, puesto que he observado que las mentes de algunos
La evolución de la filosofía de Hume 51

Aunque en principio se oponía a recurrir a hipótesis para las que


no existiese una confirmación experimental, Newton les concedía un
lugar, si no «en filosofía experimental», al menos sí en sus fronteras.
E n una carta escrita para defender su primer escrito científico en contra
de Pardies, defendió dicha posición con toda exactitud:

E l método mejor y más seguro de filosofar parece consistir,


en primer lugar, en inquirir con diligencia las propiedades de
las cosas, estableciendo dichas propiedades con experimentos, para
proceder luego más lentamente a formular hipótesis para expli-
carlas. Porque las hipótesis deberían estar orientadas exclusiva-
mente a explicar las propiedades de las cosas, pero no han de
asumirse para determinarlas; excepto en la medida en que pue-
dan suministrar experimentos. Pues, si la posibilidad de las hipó-
tesis ha de ser la prueba de la verdad y realidad de las cosas, no
veo el modo de alcanzar la certeza en ninguna ciencia, pues es
posible ingeniar varias hipótesis que parezcan superar nuevas di-
ficultades. Por tanto, hemos estimado aquí necesario dejar de
lado cualquier hipótesis, por ser ajenas a nuestro objetivo de con-
siderar en abstracto la fuerza de la objeción, para que pueda reci-
bir una solución más plena y general " .

E l tipo de hipótesis que Newton rechaza aquí categóricamente es el


que Cohén denomina «ficción filosófica», expresión del siglo X V I I aplicada
a teorías puramente especulativas, especialmente al sistema de torbelli-
nos de Descartes, que designa una construcción imaginativa formulada
ul margen de los datos observación ales y sostenida en contra de elemen-
tos de juicio experimentales contrarios. L o s críticos incapaces de dis-
tinguir entre una explicación lógicamente posible y una ley confirmada
experimentalmente irritaban a Newton al confundir sus conclusiones
«deducidas de los fenómenos» con las hipótesis sugeridas para suminis-
trar explicaciones de un nivel superior. L o s críticos que aplicaban su
imaginación a ingeniar alternativas no solo a sus hipótesis, sino también a
las conclusiones establecidas tan firmemente como puedan estarlo en la
ciencia empírica, dejaban totalmente de lado la cuestión de la observa-
ción y experimentación. E s de estas hipótesis arbitrarias y gratuitas de
las que dice que es «necesario dejarlas de lado».

lirnndes virtuosos han discurrido mucho acerca de hipótesis, como si mis discursos
precisasen ser explicados mediante una hipótesis, y puesto que he visto que algunos,
de los que no conseguía hacerme entender al hablar en abstracto de la naturaleza de
los colores y de la luz, me comprendían rápidamente cuando ilustraba mi discurso
con una hipótesis, por esta razón he considerado conveniente enviarle una descrip-
ción de los detalles de esta hipótesis tendente a ilustrar los escritos que le adjunto.»
" Philosophical Transactions, 85 (1672), 5014; Isaac Newton's Papers and
letters, 106.
52 James Noxon

Unos años antes de que Newton se hiciese tan enfermizamente sen-


sible a las connotaciones dañinas de este sentido de «hipótesis», dejó de
aplicar el término incluso a sus teorías o conjeturas claramente especula-
tivas. T a n solo un año antes de terminar los Principia gustaba de llamar
«Hipótesis» a sus «Axiomas o Leyes del Movimiento», como ocurría en el
De Motu , precursor del gran tratado, enviado a la Royal Society bajo
, 9

presión de Halley a fin de dejar constancia de algunas demostraciones


cruciales. Como nos recuerda el profesor Cohén, tres años después de
la publicación de los Principia, enuncia como «Hipótesis» las Leyes del
Movimiento en un escrito enviado a John Locke, titulado « A Demonstra-
tion, That the Planets by their Gravity towards the Sun, may move in
Ellipses» . También en la primera edición de los Principia aparecen no
M

menos de diez apartados titulados «Hipótesis», tres de los cuales sobre-


viven en las ediciones segunda y tercera que concluyen con la afirmación
«Hypotheses non fingo».
Cualquiera que intente reconciliar el principio newtoniano de exclu-
sión de hipótesis con su práctica consistente en incluirlas, es muy posi-
ble que considere que la fuente de la aparente discrepancia ha de ser
simada en la ambigüedad de la palabra «hipótesis». Siguiendo esta línea
con un examen escrupuloso del uso que de la palabra hacía Newton y
sus contemporáneos, Cohén ha logrado distinguir nueve sentidos del tér-
mino que entonces eran corrientes . Tras la investigación brillante e
21

iluminadora de Cohén, está claro que las hipótesis eran perfectamente


aceptables para Newton en alguno de estos sentidos, así como que eran
inaceptables, al menos en uno de ellos. Evidentemente, Newton no tenía
ninguna objeción metodológica que hacer a la hipótesis del movimiento
de la tierra, hipótesis por la cual la Royal Society recibió sus Principia
como una vindicación triunfante de dicho movimiento. Además, Newton
aludía al sistema copernicano llamándolo la hipótesis copemicana. Como
geómetra, tampoco habría de querer eliminar las hipótesis en el sentido
de suposiciones permitidas en la demostración de teoremas o en la reso-
lución de problemas.
Puesto que a lo largo de los dos primeros Libros de los Principia,
Newton se ocupa de demostrar principios matemáticos, dejando para el
tercer L i b r o las cuestiones de su aphcabilidad a la realidad física, es
libre de investigar las consecuencias de hipótesis relativas a fuerzas:
« E n matemáticas», observaba en un Escolio, bien entrado el L i b r o I ,

" Isaaci Newtoni Propositiones de Motu (1685), reimpreso en Stephen Rigaud,


Historical Essay on the First Publication of Sir Isaac Newton's Principia (Oxford U. P.,
1838), Apéndice. Es de presumir que sea a esta obra a la que se refiere Alexandre
Koyré en sus Newtonian Studies (Chapman and Hall, Londres, 1965), 16, n. 9, donde
dice, un tanto equívocamente, «en la primera edición de los Principia, los axiomas
o leyes del movimiento se denominan hipótesis».
30
Mencionado en Franklin and Newton, 583-4, donde se cita la obra de Peter
King, The Life of John Locke, nueva edición (Londres, 1830), i, 388.
" Franklin and Newton, cap. 5 y apéndice 1.
La evolución de la filosofía de Hume 53

«hemos de investigar las cantidades de las fuerzas con sus proporciones


tales como se siguen de cualesquiera condiciones s u p u e s t a s . . . » . Así por
22

ejemplo, está dispuesto a adoptar la hipótesis de que los «fluidos elás-


ticos» (gases) constan de partículas que se repelen entre sí, a fin de
demostrar que «las fuerzas centrífugas de las partículas serán inversa-
mente proporcionales a la separación entre sus centros» , validando de
7 3

este modo, de manera matemática, la L e y de Boyle sin comprometerse


con ninguna afirmación categórica relativa a la naturaleza física de los
gases. E n el L i b r o I I I , ya no se ocupa del mundo lógicamente posible
de las matemáticas puras, sino del mundo real de la física: «entonces»,
continúa la enunciación del modo de proceder citado arriba, «cuando en-
tramos en el terreno de la física, confrontamos dichas proporciones cor
los fenómenos de la Naturaleza, sabiendo qué condiciones de dichas fuer-
zas responden a los diversos tipos de cuerpos atractivos». E n este punto
se termina la libertad de suponer «condiciones» o situaciones hipotéticar
(«Si diversos cuerpos giran en tomo a un centro común y . . . » ) , debiendo,
por el contrario, aplicar sus principios matemáticos a la explicación df
fenómenos observados ( « Q u e todos los cuerpos gravitan hacia cada une
de los planetas y . . . » ) . Naturalmente, incluso en el Newton's System of
the World *, 2
aún asume una hipótesis en forma de condicional contra-
fáctico a fin de generalizar una demostración de que «la fuerza circum-
terrestre decrece en razón inversa al cuadrado de la distancia a la tierra»,
primero «suponiendo la hipótesis de que la tierra está en reposo» y
luego, «suponiendo la hipótesis de que la tierra se mueve», con lo que
la verdad del teorema queda demostrada independientemente de ambas
hipótesis. Se puede suministrar una explicación similar de la «Hipótesis»
relativa a la proporcionalidad de la resistencia de un fluido y la velocidad
de un cuerpo que se mueve a su través, que se emplea para refutar la
teoría cartesiana de los torbellinos en la Sección final del L i b r o I I I . 2 5

L a hipótesis mecánica del L i b r o I I I resulta más difícil de acomo-


dar. A fin de demostrar que el centro de gravedad del sistema solar es
inmóvil, constituyendo el centro del mundo, Newton aceptó la impro-
bable premisa («Hipótesis I » ) de « Q u e el centro del sistema del
mundo es i n m ó v i l » . L a «Hipótesis I I » (demostrada por Laplace
24

un siglo más tarde) era necesaria para «Hallar la precesión de los equino-
c i o s » . Se puede lamentar, con Hermann W e y l , esta «nota discordante
21

" P. 192.
B
Libro I I , Prop. xxiii, T. xviii, p. 300.
34
Traducido del latín al inglés por primera vez en 1728 (por Andrew Motte,
piensa Cajori), reimpreso en la edición de los Principia de Cajori, tras el libro I I I .
las demostraciones mencionadas se dan en las secciones 10 y 11, pp. 559-61.
25
P. 385.
* P. 419.
" Prop. xxxix, Probl. xx, p. 489: «HIPOTESIS I I : Si se eliminasen las otras
partes de la tierra y el anillo restante girase solo en torno al sol en la órbita de la
lierra con el movimiento anual, mientras que, por el movimiento diurno, girase sobre
54 James Noxon'

en medio del desarrollo inductivo convincente de su sistema del mundo


en los Principia» 2B
. También se puede, como Cohén, reconocer sencilla-
mente la presencia de otra clase de hipótesis tolerada en los Principia:
«Proposiciones que Newton era incapaz de d e m o s t r a r » . A l menos,
39

Newton fue defendido postumamente por su convicción de que la H i -


pótesis I I era demostrable en principio. L a «Hipótesis I » podría
haber sido enunciada como «Axioma» o «Postulado» aceptado tanto por
los partidarios del sistema heliocéntrico como por los del geocéntrico.
L a «nota discordante» habría sido silenciada (o al menos camuflada),
según la primera terminología de Newton, de acuerdo con la cual los
términos «Axioma» y « L e y » eran sinónimos de «Hipótesis»: evidente-
mente, los «Axiomas o Leyes del Movimiento» son «Hipótesis» — o lo
eran antes de su santificación. Pero, como es natural, no se trataba de
aquellas hipótesis empíricamente vacías que Newton afirmaba no querer
formular.
Los comentadores hacen hincapié en la aversión que Newton sentía ,
por las controversias, rasgo que el propio Newton comentó en bastantes i
ocasiones. Se podría decir lo mismo con más precisión afirmando que I
Newton se sentía agraviado por las críticas. N o podía soportar que se le
contradijera. Su primera respuesta a las críticas hechas a su primer es-
crito fue la amenaza de abandonar la ciencia o, al menos, las publicacio-
nes científicas. Estaba enojado porque Oldenburg le hubiese metido en
polémicas y se quejaba a él diciendo que «hay que decidir o bien no
decir nada nuevo o bien convertirse en un esclavo de su d e f e n s a » . x

Escribía a Leibniz: « M e vi tan perseguido por las discusiones resultantes


de mi teoría de la luz, que lamenté mi imprudencia al abandonar una
bendición tan importante como la tranquilidad para correr tras una som-
b r a » ' . Sea que esta reticencia a publicar fuese un corolario de la pasión
3

solitaria que le consumía y que hacía intolerable toda intromisión en su


soledad, o sea que fuese debida a la incomunicabilidad del introvertido
extremo que teme descubrir su mente a alguien que no sea un amigo
íntimo y admirador, el resultado fue que el hombre de mente más inde-
pendiente necesitase un apoderado para presentar en público su obra.
Ahora nos parece inimaginable que no se hubieran escrito los Principia,
pues la ciencia había estado avanzando hacia este climax durante más de
dos siglos. Philosophiae Naturalis Principia Mathematica era un libro in-

su propio eje, formando un ángulo de 23 1/2 grados con el plano de la eclíptica, el


movimiento de los puntos equinociales serfa el mismo, tanto si el anillo fuese fluido
como si fuese de materia dura y rígida.»
" Philosophy of Mathematics and Natural Science, tr. Olaf Helmer (Princeton
U. P., Princeton, 1949), 100; citado en Cohén, Franklin and Newton, 133.
" Franklin and Newton, 139 y 579.
" Carta del 18 de noviembre de 1676, reimpresa en la obra de Louis Trenchard
More, Isaac Newton (Scribner's, Nueva York, 1934), 91.
11
Sir David Brewster, Memoirs of the Life, Writings, and Discoveries of Sir
Isaac Newton (Constable, Edinburgh, 1855), i.95, Carta del 9 de diciembre de 1675.
La evolución de la filosofía de Hume 55

evitable, como De Revolutionibus orbium coelestium y el Origin of


Species. E r a necesario y no podía escribirlo más que Newton. Una vez
aceptadas las presiones de Halley para desarrollar sus conferencias de
Cambridge sobre el movimiento en un sistema cósmico, decidió sacarlas a
pública controversia desarrollándolas en primer lugar, como es obvio, con
rigor, pero también con un carácter tan abstruso que «impidiese que se
cebasen en él los pequeños eruditos a la violeta de las m a t e m á t i c a s » . M

Con todo, la admiración por las prodigiosas matemáticas de los Principia


no entrañaron el acuerdo con su cosmología, como muestra la primera
recensión francesa en la que la geometría newtoniana («mecánica») fue
positivamente tildada de «la más perfecta que se pueda imaginar», mien-
tras que su System of the World se vio rechazado por estar apoyado «tan
solo en hipótesis, la mayoría de las cuales son arbitrarias» y su teoría de
la gravitación universal fue juzgada como «suposición arbitraria, pues no
lia sido demostrada» . Si Newton esperaba que los herederos continen-
3 5

tales de Descartes entonasen el « Q . E . D.» en unión de sus amigos


ingleses, no había tenido en cuenta a Leibniz que no era un «erudito a
la violeta» ni en matemáticas ni en filosofía natural. L a demostración
matemática de la ley del inverso del cuadrado para la atracción no obli-
gaba por sí misma a aceptar una teoría del movimiento planetario que de-
jaba sin resolver problemas acerca de la naturaleza de la gravedad. E n el
sistema, la fuerza gravitatoria aparecía como una propiedad misteriosa de
la materia cuyos efectos eran demostrados, aunque su causa y vías de ope-
ración quedaban sin explicar. E n resumen, como lamentaba Leibniz, la
gravedad era una cualidad oculta.
Esta crítica era particularmente ofensiva, pues en la primera frase
Hel Prefacio de los Principia, Newton se había situado a si mismo junto
i o n «los modernos que rechazan las formas sustanciales y las cualidades
ocultas...» Defender su idea fundamental inventando alguna posible expli-
cación causal teórica de dicha fuerza, hubiese significado exponerse al
cargo igualmente odioso de introducir una hipótesis ¡nverificable en los
fundamentos de su sistema. Newton estaba en la difícil situación de
tratar de justificar su incapacidad para explicar mecánicamente la gra-
vedad, a la vez que insistía en que la gravedad no era una cualidad ocul-
ta, innata o esencial, siendo, por tanto, una propiedad irreductible de la
materia. E r a necesario asentarse en un principio metafísico y Newton lo
liizo aceptando sencillamente que el universo no es plenamente explicable
en términos de causalidad mecánica. Por tanto, en este caso, la «culpa»

" More, op. cit., 301-2: «También le dijo a su amigo, el Reverendo Dr. Derham,
que 'a fin de evitar verse hostigado por los pequeños eruditos a la violeta en mate-
máticas, escribió adrede los Principios de un modo abstruso, aunque de manera que
fuesen comprensibles para los matemáticos experimentados que, imaginaba, al com-
prender sus demostraciones, asentirían a su teoría'.»
11
Citado en Koyré, Newtonian Studies, 115, del Journal des Scavans, 2 de agosto
.le 1688, 153 y sigs.
56 James Noxon

era de los astros y no de la filosofía newtoniana. Tras explicar la diná-


mica del sistema, quedan los problemas relativos a la Causa Primera, el
Acto de Creación, la influencia continuada de la Divina Providencia y
sus Planes, problemas que no admiten soluciones mecánicas. Tanto New-
ton como Dios salieron ganando con esta solución; era la naturaleza de
las cosas y no los balbuceos de Newton la que imponía límites al método
experimental; Dios, por su parte, reconquistaba el control de las fuerzas
cósmicas que, desde el punto de vista de Hobbes, eran inherentes a la
materia de un universo autosuficiente y autoconservado. Las discusiones
metodológicas y teológicas discurren juntas en las páginas de Newton
porque notaba que debía, con palabras de Kant, «limitar el conocimiento
a fin de dejar un lugar a la fe» y, a la inversa que, dejando lugar a la
fe, podría justificar las limitaciones del conocimiento derivables de su
método. N o está siempre claro qué es lo más importante a los ojos de
Newton, si el fomento de la fe o la defensa de su método. Ciertamente,
anticipó el progresivo estrechamiento de las áreas de incertidumbre. Nada
se declara incognoscible, ni siquiera la causa de la gravedad, sino que se
califica únicamente de «aún no descubierto».
Aunque las convinciones religiosas de Newton no se reflejan en la
superficie de la primera edición de los Principia, a los cinco años estaba
escribiéndole a Richard Bentley para satisfacer sus deseos de descubrir
que su obra científica confirmaba la creencia religiosa^ y confesaba que
deseaba este resultado cuando escribía el libro. Bentley había sido invi-
tado a pronunciar la primera serie de sermones anuales dotados por sir
Robeft-Boyle para acomodar las fuerzas de la ciencia natural a la defensa
del cristianismo. Tras demoler a Hobbes y Spinoza, Bentley se elevó al
pináculo de su empresa al demostrar la existencia de la Divina Provi-
dencia a partir del testimonio suministrado por el plan existente en la
natrfraleza, puesto de manifiesto por los hallazgos de Newton. Antes de
publicar A Confutation of Atheism , M
como tituló al conjunto de sus
ocho conferencias, escribió a Newton para asegurarse de que había inter-
pretado correctamente los Principia. L a s cuatro c a r t a s de Newton
35

sugieren que fue su joven admirador el que con sus preguntas le obligó a
trazar en su propia mente los límites de las explicaciones mecanicistas,
distinguiendo los movimientos celestes derivables de causas naturales
de aquellos otros que «precisaban que los imprimiese el Brazo divino».
Había sentido una renuencia natural a publicar sus investigaciones cien-

" (Londres, 1693.) Los sermones séptimo y octavo están reimpresos en facsímil
(en orden inverso) en Isaac Newton's Papers and Letters, 313-94, conservando la pa-
ginación separada original.
H
Pour Letters from Sir Isaac Newton to Doctor Bentley Containing Some Argu-
ments in Proof of a Deity (Londres, 1756), reimpreso en facsímil en Isaac Newton's
Papers and Letters, 279-312, conservando la paginación correlativa del original. Las
cartas y los extractos de los sermones van precedidos de un ensayo agudo y pene-
trante de Perry Miller, poniendo de manifiesto las ocultas diferencias subyacentes al
tono excesivamente dogmático de Bentley y a las sutilezas enigmáticas de Newton.
La evolución de la filosofía de Hume 57

tíficas mezcladas con inferencias teológicas, las cuales, por muy manifiesta-
mente evidentes que a él le parecieran, no podrían ser confirmadas expe-
rimentalmente. Su segunda gran obra, la Opticks, era aparentemente
igualmente discreta. Su silencio agnóstico sobre las causas últimas de-
jaba la impresión de que había presentado a la gravedad como una pro-
piedad esencial e inherente de la materia que ni precisaba ni permitía
ser derivada de otra fuente más básica. E n su segunda carta, pone gran
interés en corregir a Bentley acerca de este punto que muchos otros,
tanto partidarios como contrarios de su sistema, interpretarían mal:
«Habla usted a veces de la Gravedad como si fuese esencial e inherente a
la Materia. L e ruego que no me atribuya a mí tal Idea, pues no pre-
tendo saber cuál sea la Gausa de la Gravedad, siendo por tanto algo
que exige que dedique más tiempo a su consideración» *. Vuelve sobre3

el mismo tema en la carta siguiente, señalando tanto las dificultades


teóricas como las implicaciones teológicas negativas derivadas de consi-
derar la gravedad como algo i n n a t o . Newton adoptó esta política de
37

reservar sus pensamientos religiosos a la meditación y a la correspondencia


privadas hasta que estuvo en preparación la segunda edición de los Prin-
cipia. Entonces se dejó persuadir por Bentley y su hábil y devoto editor,
Roger Cotes, para que añadiese una defensa de su filosofía de la religión
y de la ciencia.
Aunque en la segunda edición fueron alteradas cuatro de cada cinco
páginas, los aspectos filosóficamente interesantes de la revisión son, al
margen del útil prefacio de Cotes, las «Reglas del Razonamiento filosófi-
ro» que encabezan el tercer y último libro y el famoso «Escolio General»
que le da fin. E n estas Regulae phdosophandi resume Newton en cuatro
reglas sus principios metodológicos, tal como había hecho Descartes en
el Discurso del Método con los suyos, tan distintos. Alexandre Koyré
ha pasado revista a las penosas etapas de revisión y censura por las que

* Qrta del 17 de enero de 1692-3, 20.


" Carta del 25 de febrero de 1692-3, 25-6: «Es inconcebible que la materia
bruta e inanimada pueda, sin la mediación de algo que no es material, afectar y
actuar sobre otra materia sin contacto mutuo, como ocurriría si la gravitación, en el
sentido de Epicuro, fuese esencial e inherente a ella. Esta es una de las razones
por las que desearía que no me atribuyese usted a mí la idea de una gravedad
innata. FJ que la gravedad haya de ser innata, inherente y esencial a la materia, de
manera que un cuerpo pueda actuar a distancia sobre otro a través del vacío, sin
que medie algo más, mediante lo cual y a través de lo cual se comuniquen entre sí
sus acciones y fuerzas, es para mí un absurdo tan grande que pienso que no habrá
de incurrir en él nadie que posea una facultad de pensar competente en cuestiones
filosóficas. La gravedad ha de ser causada por un agente que actúe constantemente
de acuerdo con determinadas leyes; pero, si este agente es material o inmaterial, es
algo que he dejado a la consideración de mis lectores.» Miller, op. cit., 276, interpreta
la última frase como una oscura alusión a la heterodoxia: «¡Difícilmente parece este
el tono de quien ha emprendido una cruzada contra el ateísmo materialista!» No
obstante, los «lectores» a los que alude aquí Newton son, como es natural, los lec-
tores de la primera edición de los Principia, donde no se plantean explícitamente
estas cuestiones indecidibles.
58 James Noxon

pasaron las «Reglas del Razonamiento filosófico» de Newton, tras su


aparición parcial en la primera edición, acompañadas de doctrinas físicas
y astronómicas, todas ellas bajo el significativo rótulo común de «Hipó-
tesis» . L a primera regla de Newton enuncia el principio de economía.
M

L a segunda recomienda economía al asignar causas a efectos similares. L a


regla tercera formula el principio de uniformidad de la naturaleza y
la cuarta prescribe la observación y confirmación empírica como defensa
contra las críticas basadas en la especulación. H e aquí las «Regulae»,
omisión hecha de la larguísima explicación que acompaña a la tercera:

REGLA I

No hemos de admitir más causas de las cosas naturales que aquellas que son ver-
daderas y suficientes para explicar sus apariencias.
A este fin dicen los filósofos que la Naturaleza no hace nada en vano y cuanto
más en vano es algo, para menos sirve, pues la Naturaleza se complace con la sim-
plicidad y no gusta de la pompa de causas superfluas.

REGLA n

Por tanto, a los mismos efectos naturales hemos de asignarlés\en la medida de lo


posible, las mismas causas.
Como la respiración en un hombre y en una bestia; el descenso de las piedras
en Euftfp'a y en América; la luz del fuego de la cocina y la del sol; la reflexión
de la luz en la tierra y en los planetas.

,e REGLA in

Las cualidades de los cuerpos que no admiten ni aumento ni disminución de grados


y que vemos que pertenecen a todos los cuerpos que caen bajo el alcance de nues-
tros experimentos, han de ser tenidas por cualidades universales de todos los cuerpos
cualesquiera que sean.

REGLA fV

En filosofía experimental hemos de considerar que tas proposiciones inferidas de


los fenómenos por inducción general son exacta o muy aproximadamente verdaderas,
a pesar de cualesquiera hipótesis contrarias que imaginarse puedan, hasta el momento
en que tengan lugar otros fenómenos en función de los cuales se puedan hacer más
precisas o sujetas a excepciones.
Hemos de seguir esta regla, pues el argumento de la inducción no ha de ser
abandonado por hipótesis.

* Newtonian Studies, cap. vi.


La evolución de la filosofía de Hume 59

E n la tercera regla, Newton se refiere como es natural a las cuali-


dades primarias y, en su explicación empirísta de la regla, defiende, pre-
sumiblemente en contra de Descartes, que cualidades tales como la «exten-
sión, dureza, impenetrabilidad, mobilidad e inercia» se nos revelan en la
experiencia sensible y que cuando la experiencia es invariable, como
ocurre con la gravedad, tenemos derecho a inferir que tal cualidad perte-
nece a todos los cuerpos. Como defiende Cotes en el Prefacio, la generali-
zación sería imposible si no se aceptase esta Regla que se presupone en
todo razonamiento analógico. L a inferencia de una ley de gravitación
universal a partir de la gravedad de los objetos terrestres descansa en un

...axioma admitido por todos los filósofos; a saber, que los


efectos del mismo tipo, cuyas propiedades conocidas son las mis-
mas, surgen de las mismas causas que tienen a su vez las
mismas propiedades desconocidas... Toda filosofía se basa en
esta regla, pues si se eliminase, nada se podría afirmar como
verdad general. Mediante la observación y los experimentos
conocemos la constitución de las cosas particulares; una vez
hecho esto, si no fuese por esta regla, no se podría sacar nin-
guna conclusión general acerca de la naturaleza de las cosas '.3

E n la regla cuarta, añadida en la tercera edición, la palabra «hipó-


tesis» se emplea en el sentido peyorativo que alude a las especulaciones
de los adversarios de Newton. E s interesante que Newton pensase en
un principio estas Reglas como Hipótesis, en el sentido de axiomas inde-
mostrados o postulados, y que en demostraciones subsiguientes se base
en ellos como principios de inferencia. Aunque se justifiquen como nece-
sidades metodológicas, las reglas de Newton son metafísicamente embara-
zosas. Son excepciones al eco patriótico de Cotes de la pretensión newto-
niana de « n o aceptar como principio nada que no esté demostrado por
los fenómenos». Los filósofos experimentales, continúa Cotes, « n o fra-
guan hipótesis ni les dan cabida en la filosofía más que como cuestiones
cuya verdad se puede discutir»' . Llámense «Hipótesis» o «Reglas», los
40

axiomas metodológicos continúan siendo principios supuestos y no de-


mostrados por los fenómenos. Son decisiones explícitas, sin duda sabias,
cuya justificación, si es que es posible después de todo, ha de derivarse
ile alguna parte situada más allá de los límites de la filosofía experi-
mental.
U n poco antes de que la revisión de los Principia estuviese termi-
nada, Cotes llamó la atención de Newton sobre una «carta muy extraordi-
naria», una de las tres que Leibniz escribió a Hartsoeker, un médico
holandés, traducida y publicada el 5 de mayo de 1712 en «un semanario

" P. xxvi.
• P. XX.
60 James Noxon

titulado Memoires of Literature, que vendía Ann Baldwin en Warwick-


L a n e » . Leibniz, a la vanguardia del sólido bloque de científicos conti-
4 1

nentales que defendían una u otra versión de las teorías de los torbellinos
de Descartes en contra de la gravitación universal, condenaba a Newton
(sobreentendidamente, sin citar expresamente su nombre) por haber ba-
sado su sistema en una cualidad oculta, la vis gravitas, abandonando así
sus principios mecánicos y recurriendo a un milagro como explicación
última de los fenómenos celestes. Dejando al entusiasta Roger Cotes el
peso fundamental de iniciar la polémica en el Prólogo, Newton abre su
Escolio General con un breve párrafo en el que refuta las implicaciones
de la «hipótesis de los torbellinos» mediante las observaciones de los
movimientos de planetas y cometas. A continuación, tras afirmar la capa-
cidad de las leyes gravitatorias para explicar la regularidad y continuidad
de las órbitas de los cuerpos celestes, concede o más bien insiste en que
estas mismas leyes no pueden dar razón de la disposición inicial del sis-
tema de órbitas. E n otras palabras, los principios mecánicos son adecua-
dos para explicar los movimientos observados de los cuerpos celestes y
terrestres, pero no sirven para «derivar la trama del mundo», dicho sea
con una expresión de su cuarta carta a Bentley. « E s t e sistema sumamente
bello del sol, los planetas y los cometas», escribe en el Escolio General,
«solo puede proceder del designio y dominación de un Ser inteligente y
poderoso» . 4 2
\
Desentendiéndose él mismo del panteísmo y de la identificación que
había hecho Henry More de Dios con el espacio, presenta el Argumento
Teleotógico, alternando, según la moda tan en boga, entre la proclamación
de que Dios estaba más allá de toda comprensión humana y la asigna-
ción de una serie de atributos. E n vista de los límites de la filosofía
experimental que procede a describir en el siguiente párrafo, el enun-
ciado más interesante de esta sección teológica es el último: « Y así mismo,
por lo que respecta a Dios, cuyo estudio a partir de las apariencias de
las cosas pertenece sin duda a la Filosofía Natural» o, según la traduc-
ción más fiel sugerida por Cohén, « Y asimismo por lo que respecta a
Dios, cuyo estudio a partir de los fenómenos pertenece a la filosofía
experimental» . 4 3

E s de suponer que, en respuesta a Leibniz y los cartesianos, New-


ton admita no haber señalado la causa de la gravedad por la sencilla razón
de que no ha sido capaz de dar con ella:

Mas, hasta el momento, no he logrado descubrir, partiendo


de los fenómenos, la causa de aquellas propiedades de la gra-

" J . Edelston, Correspondence of Sir Isaac Newton and Profesor Cotes (Lon-
dres, 1850), 153. Véase Cajori, núm. 52, pp. 668-70; Koyré, Newtonian Studies, 140-3.
* P. 544.
° Franklin and Newton, 142. En latín dice: «Et haec Deo: de quo utiq: ex
pbaenomenis dissere, ad philosophiam experimentalem pertinet.»
La evolución de la filosofía de Hume 61

vedad y no fraguo hipótesis, pues ha de ser tenido por hipó-


tesis todo aquello que no se deduzca de los fenómenos y en la
filosofía experimental no caben las hipótesis, sean metafísicas o
físicas, de cualidades ocultas o m e c á n i c a s .
44

E n el parágrafo siguiente que da fin al Escolio General y, por tanto, a


los Principia, formula una hipótesis acerca de un espíritu elástico y eléc-
trico sutilísimo, inherente a todos los cuerpos, que podría dar razón de
la atracción, de los fenómenos luminosos y caloríficos, de la sensación y
también de las respuestas motoras de los animales. Tras haber mostrado
que podía especular tan libremente como cualquiera, rechaza inmediata-
mente esta hipótesis por la insuficiencia «de experimentos requeridos
para una demostración y determinación precisa de las leyes por las que
opera dicho espíritu elástico y eléctrico». ¿ P o r qué, pues, no sentía nin-
guna reserva por lo que respecta a su hipótesis teológica? N o deja de
ser curioso el reconocimiento de que el factor estipulado en la presen-
tación de la hipótesis de un espíritu sutil — l a incapacidad de determinar
con precisión de qué modo o p e r a — vaya contra la hipótesis de un Dios
que, entre otras cosas, es todopoderoso, «aunque de un modo que no es
i n absoluto humano, de un modo que no es en absoluto corporal, de un
modo claramente desconocido» . 4 5

More , el biógrafo de Newton, y más recientemente H u r l b u t t han


4 6 4 7

" P. 547.
* P. 545.
* Op. cit., 555: «Mas esta apología [el Escolio General] no satisfizo plena-
mente a Bentley y a Cotes. No aplastó lo suficiente a los cartesianos ni puso de
relieve la gloria de los Principia; debilitó la negación de haber introducido causas
ocultas; guardó silencio acerca de Leibniz y la invención del cálculo. Y , lo que es
más importante, no rechazó airadamente la acusación de materialismo que pesaba
Hobre su filosofía y la de irreligión que pesaba sobre su autor, que Leibnitz había
Insinuado al oído de esa noble cultivada, la Princesa de Gales, la cual acababa de
llegar a Inglaterra procedente de Hanover, donde había recibido las enseñanzas
ile Leibniz.» (El subrayado es mío.) More no dice cuáles son sus fuentes de informa-
ción sobre las advertencias «insinuadas al oído» de la Princesa Carolina. Es cierto
que, cuando Leibniz decidió reanudar su ataque a las pretensiones de prioridad de
Newton por lo que respecta al descubrimiento del cálculo infinitesimal, lo inició con
una carta a la Princesa que estaba en Inglaterra, precaviéndola contra la «extra-
ñísima opinión relativa a la obra de Dios» sostenida por Newton. La Princesa le
enseñó la carta a Samuel Clarke, con quien mantenía discusiones filosóficas una vez
[n>r semana, dando comienzo a la famosa correspondencia Leibniz-Clarke. (La obra
ilc G. H . Alexander, The Leibniz-Clarke Correspondence (Manchester U. P., 1956) es
In edición crítica moderna de A Collection of Papers, which passed betwen the late
learned Mr. Leibniz and Dr. Clarke. In the years 1715 and 1716. Relating lo the
Principies of Natural Philosophy and Religión (Londres, 1717). Sin embargo, esta
curta lleva fecha de noviembre de 1715, dos años y medio más tarde de que Newton
hubiese enviado a Cotes el manuscrito del Escolio General. Alexandre Koyré inter-
preta la carta de Leibniz a Carolina como una réplica al Escolio General y al Pre-
facio de Cotes a la segunda edición de los Principia. (Véase From the Closed World to
the Infinite Universe [Harper Torchbook, Nueva York, 1958], 235). E l punto de
62 James Noxon

dicho que Newton había escrito el Escolio General fundamentalmente


para contrarrestar las insinuaciones de ateísmo que había hecho Leibniz.
Cajori sugiere la misma opinión, al presentar a Leibniz y Berkeley ata-
cando al sistema de Newton por razones teológicas. Cajori resume los
argumentos relevantes de los Principies of Human Knoweledge diciendo:
«Así, el espacio absoluto, el tiempo y el movimiento de Newton fueron
atacados como .concepción atea» . Sin embargo, la carta en la que Cotes
4 8

pedía a Newton la redacción del Escolio General no hace mención


de Berkeley. Tampoco menciona el ateísmo al especificar las objeciones de
Leibniz a «su L i b r o . . . que abandona las pausas Mecánicas, se basa en
Milagros y recurre a cualidades Ocultas» . Tampoco implican en abso-
4 9

luto el cargo de ateísmo las cartas de Leibniz a Hartsoeker, sino todo


lo contrario. Se queja de que al abandonar las explicaciones mecánicas
de la gravedad, los defensores de la atracción sustituyen las causas natu-
rales por milagros; su fallo no es haber excluido a Dios, sino haber
confiado en su intervención continua para conservar el movimiento regu-
lar del sistema:

T a l es el método de quienes dicen, siguiendo el Aristarchus


de M . de Roberval, que todos los cuerpos se atraen entre sí
en virtud de una ley natural creada por Dios al comienzo de
las cosas. Pues, al no aportar otra cosa para lalobtcnción de tal
efecto y al aceptar que basta con eso para dar la impresión
* i ~ d e que se alcanza dicho fin, han recurrido a un milagro; es decir,
a algo sobrenatural que se perpetúa para siempre, cuando el
problema es dar con una causa n a t u r a l . . .
5 0

vístamele Koyré es sin duda provisional, pues la correspondencia entre Leibniz y


Bernouilli en aquella época deja bien claro que Leibniz respondía para defenderse
a st mismo de un escrito de John Keill en defensa de Newton, publicado en el Journal
Litteraire, julio-agosto, 1714. (Véase Commercium Philosophicum, «Bernouilli et Leib-
niz», asi como More, op. cit., cap. xv.)
" Robert H . Hurlbutt I I I , Hume Newton, and the Design Argument (Univ. of
Nebraska Press, Lincoln, 1963), 3: «Se puede especular... que Newton podría más
bien haber mantenido separadas su ciencia y su teología. No obstante, tal deseo se
hubiera visto desbaratado por la sencilla razón de que sus oponentes no deseaban
tal cosa y, consiguientemente, le atacaban por motivos teológicos. Leibniz decía de
los Principia que eran un libro sin Dios, y Berkeley criticaba las concepciones newto-
nianas del espacio y tiempo absolutos, considerándolas ideas ateas. La respuesta de
Newton consistió en añadir a la segunda edición de los Principia, elaborada en 1713,
el famoso Escolio General al libro I I I , añadido en el que presentó algunas de sus
ideas teológicas básicas.» Se remite al lector a los Principies of Human Knowledge; La
referencia a Leibniz no está documentada.
" Op. cit., 668.
" J . Edelston, op. cit., 153.
M
Citado en la obra de Alexander Koyré, Newtonian Studies, 141, de Die philo-
sophischen Schriften von G. W. Leibniz, ed. G . J. Jerhard (Berlín, 1875-90), 517
y sigs., la primera de las tres cartas a las que se refería Cotes.
La evolución de la filosofía de Hume 63

M e da la impresión de que el Argumento Teleológico de Newton


no fue presentado para contrarrestar l a acusación de ateísmo, sino más
bien para respaldar una presuposición metodológica de su sistema, a
saber, que el orden natural no es plenamente explicable en términos
de causalidad mecánica. A l ser acusado por Leibniz y los cartesianos de
haber abandonado las causas mecánicas, responde en efecto que nunca
se ha comprometido a suministrar explicaciones causales de aquellas
fuerzas fundamentales de la naturaleza de las que se pueden derivar
matemáticamente explicaciones mecanicistas de fenómenos observables.
Bastante es que el descubrimiento de esas fuerzas haya suministrado
leyes que expliquen los movimientos celestes y los de las mareas. No
resulta razonable exigir una explicación semejante de la gravedad y todo
lo demás; es decir, exigir que se deduzcan según principios mecánicos de
otras fuerzas aún más fundamentales, antes de que se les dé ocasión
de ejercer su poder explicativo en un sistema de mecánica racional. Si
se concede que la Primera Causa es un Proyectista cuya naturaleza y
métodos sobrepasan la comprensión humana, entonces ha de aceptarse
que los científicos naturales han de desistir de explicar plenamente «las
Leyes de las Acciones del Espíritu o Agente por medio del que se rear
liza esta Atracción», como señaló Newton varios años después en una
reseña anónima del Commercium Epistolicum^. Continúa hablando de
sí mismo en tercera persona y añade, « Y por la misma razón, guarda si-
lencio acerca de la Causa de la Gravedad, al no haber Experimentos o
Fenómenos con los que poder probar cuál es la causa de la misma.»
Ahora se explica la compatibilidad de la afirmación newtoniana de un
Planificador cósmico de inteligencia y poder infinitos con su rechazo de
la hipótesis del espíritu sutil. Ambos gestos, la afirmación y el retractarse,
demarcan conjuntamente los dominios de la sabiduría Divina y del cono-
cimiento humano. E l desamparo del filósofo experimental al enfrentarse
al problema último de cómo Dios imprimió sus planes a la materia prima
señala el límite de las explicaciones mecánicas. Newton no fija permanen-
temente unos límites. A la espera de iluminar la línea de sombras, New-
ton volverá a su hipótesis del éter en otros contextos en los que es
adecuada la especulación.
Newton esperaba que Leibniz no pusiese en entredicho su Argumen-

" «An account of the Book entitled Commercium Epistolicum», Philosophical


Transactions of the Royal Society, 1715. E l Commercium Epistolicum era el informe
oficial del comité de la Royal Society nombrado para investigar la querella de Leibniz
.il haber sido injustamente acusado por John Keiil de plagiar la invención newtoniana
de la aritmética de las fluxiones o cálculo diferencial. La imparcialidad del informe se
puede conjeturar por el hecho de que Newton era entonces el presidente de la
Royal Society, de que el comité, ante el cual nunca fue llamado Leibniz pora decla-
r.ir, estaba fuertemente lastrado por amigos íntimos de Newton y de que Newton
supervisó lfl preparación tanto del original, el informe privado que circuló en 1713,
como de la edición revisada, que lleva la fecha equivocada de 1722, que él cambió
aún más sin decirlo, poniéndole un prefacio y notas con su propia revisión anónima.
64 James Noxon

to Teleología) y estaba tan lejos de tener reservas acerca de la validez de


la inferencia que insertó tal «discurso» como parte de la Filosofía Natural
o Experimental. L a presencia evidente de un Plan, manifiesta a cual-
quier observador cuidadoso de la naturaleza, se hizo ineludible a me-
dida que se ponía de relieve la simplicidad y coherencia matemática de
las leyes que gobiernan el universo. E l paso del Plan a una causa «muy
diestra en mecánica y geometría» era automático y, en caso de que fuese
puesto en entredicho, se podría defender argumentando por analogía con
construcciones procedentes de la inteligencia humana. D e este modo, la
ciencia natural suministró una base de elementos de juicio en favor
de la doctrina fundamental de la teología natural y Newton se calificó de
hecho a sí mismo como una persona que «enseña que los filósofos han
de razonar de los Fenómenos y Experimentos a sus Causas, de ahí, a las
Causas de dichas Causas y así hasta llegar a la primera C a u s a . . . » .
5 2

¿ C ó m o reconcilió Newton su hipótesis acerca de la Divinidad con


su dictum «Hypotheses non jingo»? L a respuesta evidente es que para
Newton la existencia de Dios no era una hipótesis, sino una verdad se-
gura puesta de manifiesto por la presencia de inteligencia y voluntad en
el plan del mundo. E s t a certeza no se ve amenazada por su positiva inca-
pacidad para suministrar una explicación verificable de los medios con
los que el Planificador ha dispuesto el funcionamiento de fuerzas tales
como la atracción. L a «Trama del Mundo» posee un esquema suficiente-
mente claro y la mayor parte de su estructura se pono, de manifiesto en
el modelo newtoniano. Por lo demás, lo que se pueda atribuir a prin-
cipios "mecánicos podrá ser eventualmente explicado por la Filosofía
Experimental. L o que no resulte explicable por este método constituye
un misterio divino que sobrepasa todo entendimiento.

Sección 4 . Metodología y teología

L a forma deductiva de los Principia exigía y hacía posible la auste-


ridad especulativa. Estaban pensados como una síntesis de los descubri-
mientos de los grandes predecesores de Newton y pretendían demostrar
viejas verdades antes que revelar verdades nuevas. S u belleza consistía
en la creación del intelecto lógico en funcionamiento, ordenando, inte-
grando, unificando y derivando los movimientos de las esferas a partir
de tres leyes simples. L a disciplina usual impuesta por las reglas mate-
máticas se veía reforzada por la acumulación de observaciones astronó-
micas con las que las conclusiones de Newton habían de estar de acuerdo.
No corría riesgos con los teoremas matemáticos no comprometedores
empíricamente, y aquellos que resultaban conformes a los hechos, ya no

«An account of the Book entitled Commercium Epistolicum», Philosophical


51

Transactions of the Royal Society, 1715.


La evolución de la filosofía de Hume 65

eran «hipótesis», sino «conclusiones generales deducidas de los fenóme-


nos». L a s restricciones impuestas a sus tendencias especulativas por el
plan y estructura de los Principia se relajaron en la atmósfera inquisitiva
de su segunda gran obra, la Opticks. L o s Principia habían llevado a cabo
las potencialidades de generaciones de investigación científica; eran la
coronación de la revolución científica. L a Opticks era una obra de explo-
ración emprendedora más bien que retrospectiva. E n este campo no había
inventarios de observaciones relevantes comparables a los existentes en
astronomía. L a estructura íntima de los objetos comunes manejados en la
vida diaria de las personas era menos accesible a la observación que
los planetas y estrellas remotas. E l lector de la Opticks sigue a Newton
en la exploración de regiones desconocidas bajo la superficie de las cosas
familiares. L o s Principia le enfrentan con un sistema cerrado que hace
inteligible el cosmos en un lenguaje sofisticado, prohibitivamente técnico
y abstruso que solo unos pocos podían leer. L o s Principia estaban diri-
gidos a «lectores con una buena base m a t e m á t i c a » , mientras que la
53

Opticks estaba orientada «a Lectores de Ingenio rápido y buen Entendi-


miento aún no versados en Óptica»**. E n lugar de las proyecciones y
demostraciones geométricas de los Principia, en el L i b r o I de la
Opticks se encuentra uno con « L a Demostración experimental» y con dia-
gramas que ilustran el aparato experimental; en el I I , con «Obser-
vaciones» y sus ilustraciones.
E l objetivo del L i b r o I de la Opticks, consistente en estable-
cer las propiedades de la luz, se lleva a cabo mediante procedimientos
experimentales sin que contenga ningún elemento especulativo. E l L i -
bro I I se ocupa de las propiedades de la materia susceptibles de expli-
car la coloración de los objetos físicos («cuerpos naturales»). Comienza
con veinticuatro conjuntos de observaciones de un fenómeno familiar
aunque sorprendente: las sustancias transparentes y claras que muestran
colores cuando se atenúan en películas («láminas»), tal como ocurre con
el agua en las burbujas. Mediante las conclusiones establecidas en el
primer Libro, Newton logra explicar el fenómeno mediante la hipótesis
de que los rayos de luz que chocan con tales superficies están sometidos a
una alternancia de «Fases de fácil Reflexión y . . . Fases de fácil Transmi-
sión» . M

33
P. 397 (prefacio al libro I I I ) .
" P. 20 (a continuación de los axiomas) [trad., p. 33].
M
Libro I I , parte iii, p. 281 (trad. cit., p. 260): «A las reapariciones de la aptitud
Je un Rayo para ser reflejado las llamo sus Periodos de fácil Reflexión y a las de
tu aptitud para ser transmitido, sus Periodos de fácil Transmisión y al espacio trans-
currido entre dos reapariciones, Intervalo de sus Periodos». 278 (trad., p. 257):
«Prop. X I I : Todo Rayo de Luz, al pasar por una Superficie refractante, adquiere una
determinada Constitución o Estado transitorio que, a medida que el Rayo avanza, se
'epite a Intervalos iguales y, en cada ocasión, hace que el Rayo sea fácilmente trans-
mitido por la siguiente Superficie refractante y, en el intermedio de dos reapariciones,
hace que sea fácilmente reflejado por estas.»
66 James Noxon

L a investigación de Newton «De los Colores permanentes de los


Cuerpos naturales y de la Analogía de dichos Colores con los de las
Láminas delgadas transparentes»*; de la Parte i i i del L i b r o I I ,
está orientada a «completar la Teoría de la L u z , especialmente en lo que
se refiere a la constitución de las partes de los Cuerpos naturales de la
que dependen sus Colores y su Transparencia» . L o que Newton está
a

tratando de descubrir no es n i más ni menos que l a estructura de la


materia. Como es obvio, no podría moverse dentro del campo de la física
molecular si no fuese guiado por hipótesis. Privado de u n microscopio
de suficientes aumentos, no podía observar siquiera «algunos de los ma-
yores de esos corpúsculos» . Y , aún en el caso de poseer «uno capaz
M

de tres o cuatro mil aumentos», los objetos de su especulación, los últimos


constituyentes de la materia, seguirían aún fuera del alcance de su vista,
«Pues parece imposible ver las obras más secretas y nobles de la Na-
turaleza dentro de los corpúsculos a causa de su transparencia» . Dados s>

estos límites prácticos y teóricos impuestos a la observación, Newton


tenía que contentarse con confirmar indirectamente sus hipótesis, con-
frontando sus consecuencias con los fenómenos — t e n í a que conformar-
se, pues, con el método clásico de l a ciencia empírica que él tanto había
hecho por consolidar.
Según la «Advertencia a l a Primera Edición» de la Opticks (1704),
Newton no se había ocupado de óptica experimental durante diecisiete
años, hasta que «el empeño de los amigos» (y la muerte de los enemi-
gos)* le decidieron a publicar. Poseía un rico inventario de observacio-
0

nes y o n conjunto de hipótesis incontrastadas para interpretarlas. Puesto


que no podía «pensar ahora en realizar ulteriores Consideraciones sobre
estas c o s a s » , precisaba un procedimiento para acomodar sus anticipa
6 1

ciones imaginativas de verdades teóricas a su principio de afirmar única'


mente las conclusiones verificadas experimentalmente, procedimiento que
encontró en el simple expediente de plantear preguntas. E l carácter pura-
mente retórico de las preguntas se ve descubierto por su forma negativa,
como observa Cohén Preguntar, tal como lo hace en la Cuestión 27,
« ¿ A c a s o no son erróneas todas las hipótesis que se han inventado hasta
ahora para explicar los fenómenos de la luz mediante nuevas modifica-
ciones de los rayos?» es dar a entender claramente que lo son. Así pues,
las cuestiones entrañan de un modo suficientemente claro las respuestas
de Newton, como también ocurre con las discusiones que se hacen progre-
sivamente largas a medida que las cuestiones aumentan en dificultad.

34
P. 245 (tiad, p. 225).
" Pp. 1934 (trad., p. 175).
" P. 261 (trad., p. 241).
* P. 262 (trad., p. 241).
" Robert Hooke, su principal antagonista, habla muerto el año anterior.
" P. 338 (trad., p. 314).
" Franklin and Newton, 164; asi como Koyré, Newtonian Studies, 50.
La evolución de la filosofía de Hume 67

A las 16 cuestiones de la primera edición se añadieron otras 7


en la traducción latina de Samuel Clarke de 1706 (dos de las cuales, la
20 y la 23, poseían un contenido teológico en parte). E n la segunda edi-
ción inglesa de 1717 (reimpresa al año siguiente) se insertaron 8 cues-
tiones nuevas tras la número 17 y las de interés teológico especial 6e
numeraron de nuevo como 28 y 31. Las cuestiones de Newton en torno a
In propagación de la luz, la interacción de la luz y la materia, el calor
y la combustión, los fenómenos magnéticos y químicos, la fisiología de
lu visión y el comportamiento motriz, así como acerca de la causa de la
gravitación universal representaban la quintaesencia de casi medio siglo
de profunda meditación. Y a no se añadieron más cuestiones a la segunda
edición latina de 1719 ni a las ediciones inglesas tercera y cuarta de 1721
y 1730. Los historiadores del pensamiento filosófico han prestado una
atención particular a las Cuestiones 28 y 31 por ser las fuentes primarias
de información acerca de sus opiniones religiosas y su concepción del
método científico.
E n la Cuestión 28, Newton pone en tela de juicio una serie de hipó-
tesis que explicarían la luz como propagación de la presión o movimiento
a través de un medio fluido. L a hipótesis ondulatoria de Chrístiaan
Huygens constituía el ejemplo más notorio de esta categoría de hipótesis,
las cuales descansan en la analogía de la transmisión de l a luz con el
flujo del agua. E s t a analogía plausible se viene abajo cuando se examinan
cuidadosamente sus implicaciones. Tomemos una catarata que ejerza una
presión sobre el pozo que se encuentra a sus pies, moviendo así el agua río
nbajo — l a trayectoria de mínima resistencia. Si la corriente topa con un
obstáculo, digamos, una roca parcialmente sumergida, el agua fluye a su
alrededor, desparramándose a ambos lados y curvándose hacia la zona
tranquila que se encuentra en la parte trasera de la roca. Si la luz se
moviese de manera análoga, también se doblaría en torno a las obstruc-
ciones, iluminando sus sombras, y giraría en los pasos curvados como el
agua. Newton planteó también otras dificultades, como la incapacidad de
los planetas para mantener sus movimientos contra la resistencia calcu-
lada de tal medio fluido. Utilizó, entonces, la falsación de esta hipótesis
como garantía de eliminación de toda hipótesis ingeniada «para explicar
mecánicamente todas las cosas». Mas, puesto que es tan patente que la
hipótesis del medio fluido ha sido eliminada para dejar sitio al éter hipo-
tético, su intransigencia familiar hacia las hipótesis se convierte en este
punto en algo asombroso:

Y para rechazar tal Medio, poseemos la Autoridad de aque-


llos Filósofos tan antiguos y célebres de Grecia y Fenicia que
hicieron del Vacío, los Átomos y la Gravedad de los Átomos
los primeros Principios de Filosofía, atribuyendo la Gravedad a
alguna causa distinta de la Materia densa. Filósofos posteriores
desterraron la Consideración de tal Causa de la Filosofía na-
68 James Noxon

tural, tramando Hipótesis para explicarlo todo mecánicamente


y relegando a la Metafísica las otras Causas. Pero l a Tarea
fundamental de la Filosofía natural consiste en argumentar a
partir de los Fenómenos sin tramar Hipótesis y deducir las
Causas de los Efectos hasta llegar a la primera Causa que
ciertamente no es mecánica... 4 3

Descartes es el representante fundamental de los «filósofos posterio-


res» y la «causa» que ha sido eliminada de la consideración de la filosofía
natural es la Primera Causa, Dios. L a s «Hipótesis» inventadas son ficcio-
nes tales como el plenum, la conservación del momento y los torbellinos
con los que Descartes construyó su mundo imaginario en Le Monde. L a
objeción fundamental en contra de tales hipótesis, al margen de su fal-
sedad empírica, es la esperanza ilusoria (y blasfema) que alientan de expli-
car completamente el universo en términos de causalidad mecánica. A pe-
sar del gesto conciliador de conferir a Dios el doble papel de garantizador
de las ideas claras y distintas del físico matemático y de conservador
del cosmos, el sistema cartesiano del mundo le parecía a Newton una
máquina autorreguladora manifiestamente explicable en términos de ma-
terialismo mecaniásta. E l orden de la investigación prescrito por Newton
aquí y en otras ocasiones — « a partir de los F e n ó m e n o s . . . deducir las
Causas de los Efectos hasta llegar a la verdadera Causa p r i m e r a » — es el
contrario del método sumamente a priori de Descartes . Descartes con-
6 4

virtió el problema metafísico de la existencia déj Dios en los prolegóme-


nosnde la física o filosofía natural. Ninguno de los argumentos cartesianos

a
P. 369 (trad., pp. 344-5).
" Véase La comparación de Newton con Descartes en el primer estudio biográ-
fico de Newton, la obra de Fontenelle, The Elogium of Sir Isaac Newton, Tonson Ed.
(Londres, 1728), 1516, reimpreso en facsímil en Isaac Newton's Papers and Let-
ters, 457-8: «Estos dos grandes hombres, cuyos Sistemas son tan opuestos, se ase-
mejan en muchos aspectos: ambos fueron genios de primera magnitud, ambos nacieron
con facultades intelectuales superiores y estaban capacitados para fundar Impe-
rios del Conocimiento. Al ser excelentes geómetras, ambos vieron la necesidad de
introducir la Geometría en la Física, pues ambos basaron su Física en descubri-
mientos geométricos, algo que solo se puede decir de ellos. Sin embargo, uno de
ellos, emprendiendo un vuelo audaz, creyó haber encontrado inmediatamente las
Fuentes de Todas las Cosas, constituyéndose en dueño y señor de los primeros prin-
cipios mediante ideas claras y fundamentales, de tal manera que no le quedaba por
hacer más que descender a los fenómenos de la Naturaleza como consecuencias nece-
sarias. E l otro, más prudente o, mejor aún, más modesto, comenzó prestando atención
a los fenómenos conocidos para ascender a los principios desconocidos, decidiendo
aceptarlos solo en la medida en que pudiesen obtenerse mediante una cadena de
consecuencias. E l primero parte de lo que comprende claramente para encontrar las
causas de lo que ve; el segundo parte de lo que ve a fin de dar con Las causas,
sean claras u oscuras. Los principios autoevidentes del uno no siempre le llevan a
las causas de los fenómenos tal como son y los fenómenos no siempre Llevan al
otro a principios suficientemente evidentes. Los límites con que se toparon ambos
hombres en su marcha por diferentes caminos no son los límites de Sus Entendi-
mientos, sino los del mismo entendimiento Humano.»
La evolución de la filosofía de Hume 69

en favor de la existencia de Dios debe nada a la observación de la natu-


raleza, ni cabía la menor posibilidad de que así fuese, pues su función
era precisamente vindicar la creencia en la realidad del mundo externo.
Lo que Descartes denomina su «principal argumento» consiste en un
argumento cosmológico modificado en el que las ¡deas que aparecen en
su propia conciencia son sustituidas por el universo palpable. Su argu-
mento ontológico procede formalmente del modo tradicional a partir del
análisis del concepto de Ser Perfecto. E l método cartesiano le parecía a
Newton no solo retrógrado y subjetivo, sino también negligente, al ignorar
la presencia evidente de Dios en la Naturaleza, y arbitrario, al dejar de
lado la consideración de las causas finales. A l menos así lo parece, pues
el pasaje arriba citado pasa sin solución de continuidad de aquellos enun-
ciados acerca del método a cuestiones relativas a fenómenos inexplica-
bles mecánicamente, a cuestiones ideológicas, a cuestiones relativas a «un
Ser incorpóreo, viviente, inteligente, o m n i p r e s e n t e . . . » * .
5

L a Cuestión 28 no es más que uno de tantos lugares en los cm<'


Newton muestra la estrecha conexión que existe en su mente entre los
problemas metodológicos y los teológicos. También aparece en un escrito
muy temprano sobre Descartes descubierto recientemente* , en una defen-
4

sa polémica y anónima de su teoría gravitatoria frente a L e i b n i z , en


47

el Escolio General a los Principia y en la Cuestión 31. E s t e empareja-


miento de especuladón teológica audaz y firme rechazo de hipótesis no se
puede aceptar diciendo simplemente que las hipótesis de Newton no son
realmente hipótesis porque «no se insiste mucho en ellas» ni se afirman
categóricamente, sino que se sugieren solamente con preguntas retóricas.
Todas las hipótesis son tentativas. Descartes presenta en Le Monde
sus hipótesis cosmológicas como puras posibilidades de la imaginadón
que por una feliz coinddenda resulta que entrañan un mundo muy si-
milar al que vemos en torno nuestro. L a diferencia crurial que media
entre las hipótesis ilícitas, inventadas, y las legítimas, explicativas, se
presenta como algo que es en gran medida una cuestión de la postura
adoptada en el orden de investigadón. Las hipótesis ilícitas las introdu-
cen los pensadores que especulan a priori en la primera etapa de la inven
ción de un sistema muy general y en gran medida imaginativo. L a
familiaridad fortuita con los fenómenos naturales suministra a la imagi-
nadón materia sufidente para la elaboradón. Los hechos disidentes se
pueden o bien ignorar, o acomodar mediante hipótesis ad hoc subsidia-
rias. Las hipótesis legítimas —designadas mejor con otro nombre, como
por ejemplo «Cuestiones», para evitar la asodadón con algo culpable—

" P. 370 (trad., p. 343).


" «De gravitatione et aequipondio fluidorum», en A. Rupert Hall y Marie Boas
Hall, Unpublished Scientific Papers of Isaac Newton (Cambridge U. P., 1962), 82 y
siguiente.
" «An account of the Book entitled Commercium Epistolicum», Philosophical
Transactions of the Royal Society, 1715.
70 James Noxon

no surgen al comienzo de la investigación, sino casi al final, cuando se


han alcanzado los límites de la observación y la experimentación, al me-
nos temporalmente. A l comienzo, está la observación de los fenó-
menos; luego viene cuanta manipulación experimental sea posible y ne-
cesaria para descubrir las causas; y después, la formulación de leyes gene-
rales cuya vigencia atestigua la experiencia invariable. E n este punto son
permisibles las, hipótesis. Incluso son deseables si sugieren ulteriores lí-
neas de investigación empírica. Su función no es la de anticipar el resul-
tado de los experimentos, sino sugerir explicaciones de resultados estable-
cidos; por ejemplo, la fuerza gravitatoria se puede trasmitir mediante un
éter elástico extraordinariamente raro.
L a Cuestión 31 ejemplifica el procedimiento sancionado con la obvia
cualificación de que la propia cuestión implica claramente la hipótesis de
trabajo de una fuerza actuante entre las partículas de los objetos físicos:
«Cuestión 31. ¿Acaso no tienen las pequeñas Partículas de los Cuerpos
ciertos Poderes, Virtudes o Fuerzas mediante las cuales actúan a distan-
c i a . . . unas sobre otras para producir gran Parte de los Fenómenos de la
N a t u r a l e z a ? » . Razonando por analogía con las fuerzas gravitatorias, mag-
48

néticas y eléctricas que se sabe que actúan sobre cuerpos grandes, «no
parece improbable» que la fuerza de cohesión que une las partículas sea
también atractiva:

. . . p u e s t o que la Naturaleza es muy constante y conforme


^ a sí misma. N o trato de examinar aquí cómo tienen lugar ta-
" les Atracciones. L o que llamo Atracción se puede llevar a cabo
mediante impulsos u otros medios que desconozco. Empleo aquí
esta palabra para indicar simplemente y en general cualquier
t Fuerza por la cual los Cuerpos tiendan a dirigirse unos hacia
otros, sea cual sea la Causa. Porque debemos de aprender de
los Fenómenos de la Naturaleza qué Cuerpos se atraen entre
sí y cuáles son las Leyes y Propiedades de la Atracción antes
de investigar la Causa por la que se produce la Atracción . w

Prosigue Newton con una densa lista de reacciones químicas, pre-


guntando si cada uno de tales fenómenos no pone de manifiesto la in-
tervención de fuerzas atractivas y repulsivas entre las partículas. Por
ejemplo, «Así pues, cuando el Espíritu de Sal precipita la Plata disuel-
ta en Aqua forth, ¿acaso no ocurre esto porque atrae al Aqua for tis,
mezclándose con ella, mientras que no atrae y quizá repele a la P l a t a ? » . 7 0

O t r o ejemplo de las «Propiedades de la Atracción» viene dado por la


distribución uniforme de las partículas de sal en una disolución que en-

" Pp. 375-6 (trad., p. 351).


" P. 376 (trad., p. 351).
" P. 383 (trad., p. 358).
La evolución de la filosofía de Hume 71

iraña una fuerza repulsiva que las separe a la mayor distancia posible.
Otro ejemplo de «las L e y e s . . . de Atracción» es la mutua relación exis-
tente entre las distancias a que ascenderá el agua (incluso in vacuo)
por dos espejos pulimentados paralelos y parcialmente sumergidos y el
espacio que los separa.
Si, como parece que ocurre, la cohesión de los cuerpos sólidos y
homogéneos es el resultado de la fuerza atractiva de sus partículas a
cortas distancias, también «parece probable» que las propias partículas
sean «sólidas, provistas de masa, duras, impenetrables y m ó v i l e s » , 71

pues incluso los líquidos muestran sus constituyentes sólidos en los pro-
cesos de congelación, destilación o sublimación. Puesto que algunos
compuestos son duros, a pesar de los espacios relativamente grandes que
median entre sus partículas sólidas, es claro que cada una de las partícu-
las individuales ha de ser «incomparablemente más dura que cualquiera
de los Cuerpos porosos compuestos de ellas» . Además, dichas partícu-
7 2

las han de ser indestructibles para que el universo no se desgaste, se


descomponga, se desintegre o sufra tal metamorfosis que no quede nada
reconocible. Dados estos átomos irreductibles como constituyentes últi-
mos de la materia, «los Cambios de las Cosas corpóreas», como decían
los atomistas griegos, han de ser el resultado de «las diversas Separacio-
nes y nuevas Asociaciones y Movimientos de estas Partículas perma-
nentes» . 7 3

Así, la Naturaleza será muy conforme consigo misma y muy


simple, realizando todos los grandes Movimientos de los Cuer-
pos celestes por medio de la Atracción de la Gravedad que me-
dia entre dichos Cuerpos, y casi todos los pequeños movimien-
tos de sus Partículas por medio de otras Potencias de atracción
y repulsión que median entre las P a r t í c u l a s .
74

E n la medida en que Newton demuestra con mayor profundidad los


secretos más recónditos de la materia, más débil se hace el tono interro-
gativo. A l parecer, el plantear como una pregunta la fuerza atractiva
que une las partículas de los objetos físicos no era más que un problema
de discreción o precaución. Parece que para Newton el «que estas Par-
tículas... sean movidas por ciertos Principios activos tales como el de la
Gravedad... Dichos Principios los considero... Leyes generales de la Na-
turaleza... cuya Verdad se nos manifiesta por los F e n ó m e n o s . . . por lo
que son Cualidades m a n i f i e s t a s . . . » . ¿Qué necesidad hay de poner en
75

tela de juicio las leyes cuya verdad se nos muestra «por los Fenóme-

71
P. 400 (trad., p. 376).
71
Ibid.
73
Ibid.
" P. 397 (trad., p. 372).
" P. 401 (trad., p. 376).
72 James Noxon

nos»? ¿ Q u é necesidad hay de cuestionar cualidades que son «manifies-


tas»? L a s propiedades electromagnéticas de las partículas newtonianas
no son realmente hipotéticas, pues explican verdaderamente las acciones
y propiedades observables de los objetos físicos, como, por ejemplo, la
expansión de los vapores calentados. Las partículas de aire enrolladas
y elásticas de que hablaba Boyle son ficciones, pues con tal hipótesis
«resulta ininteligible una gran Contracción y E x p a n s i ó n » * . L a «ley»
7

cartesiana de la conservación del momento es una hipótesis que se ve


refutada por experimentos que demuestran la existencia de pérdidas de
movimiento que exceden las adquisiciones del mismo, siendo además
incompatible con la teoría de los torbellinos a que está asociada. L a ley
newtoniana de la atracción gravitatoria no es una hipótesis porque es
suficiente y necesaria para explicar la conservación del movimiento en
un universo sujeto a la Vis inertiae. Parece ser que, además de los sen-
tidos de «hipótesis» recogidos por Cohén, el uso que de la palabra hace
Newton implica un sentido normativo y polémico. Los principios de los
demás no son verdaderos principios porque son falsos; son hipótesis.
L a s hipótesis de Newton no son en realidad hipótesis porque son ver-
daderas; son principios.
L a condición superior de los principios de Newton se deriva de su
método que explica sumariamente en el penúltimo párrafo de la Opticks:

E n Filosofía Natural, así como en Matemáticas, la Investiga-


"^-^ión de las Cosas difíciles por el M é t o d ¿ del Análisis debe pre-
ceder siempre al Método de Composición. Este Análisis consiste
en realizar Experimentos y Observaciones, sacando Conclusiones
generales de ellos por Inducción y no admitiendo en contra de
' ellas ninguna Objección que no sea tomada de Experimentos u
otras Verdades seguras, pues en la Filosofía experimental no
han de ser tenidas en cuenta las Hipótesis. Aunque los argumentos
de la Inducción obtenidos a partir de Experimentos y Observa-
ciones no demuestran las Conclusiones generales, con todo, cons-
tituyen el modo de argumentar más firme que admite la Natu-
raleza de las Cosas y han de ser considerados tanto más fuertes
cuanto más general sea la Inducción. Si los Fenómenos no mues-
tran ninguna Excepción, la Conclusión ha de ser afirmada con
carácter general. Mas, si en algún momento posterior los Experi-
mentos mostrasen alguna Excepción, entonces habrá de ser afir-
mada con las Excepciones que tengan lugar. Mediante este modo
de Análisis podemos pasar de los Compuestos a los Ingredien-
tes y de los Movimientos a las Fuerzas que los producen. E n ge-
neral, de los Efectos a sus Causas y de las Causas particulares a

* P. 396 (txad., p. 371).


La evolución de la filosofía de Hume 73

las más generales, hasta que el razonamiento alcance la más ge-


neral. Este es el método de Análisis; la Síntesis consiste en
aceptar las Causas descubiertas y establecidas como Principios
para explicar con ellas los Fenómenos que de ellas proceden, de-
mostrando las E x p l i c a c i o n e s .
77

Las «Hipótesis» que, según nos dice, « n o han de ser tenidas en


cuenta en Filosofía experimental» son las posibilidades teóricas sin una
base empírica, propuestas en contra de conclusiones generales confir-
madas experimentalmente. Aún cuando las «Conclusiones generales» de
Newton no parezcan ser más que hipótesis designadas con otro nombre,
especialmente cuando se emplean en la fase sintética o compositiva del
método, son de diferente índole que las hipótesis puramente especulati-
vas que, como científico empírico, decide ignorar con pleno derecho.
(Las hipótesis de Hooke, Boyle, Huygens y otros, incluyendo a Des-
cartes, no se ignoran, sino que son cuidadosamente examinadas median-
te una elaboración deductiva y una contrastación con los fenómenos.)
l/os principios de Newton no solo se asumen en las explicaciones que
«nos dicen de qué modo las Acciones y Propiedades de todas las Cosas
Corpóreas se siguen de esos Principios m a n i f i e s t o s » , sino que, ade-
78

más, esos mismos principios sirven de punto de partida para ulteriores


análisis o resoluciones. Apuntan al descubrimiento de causas aún más
generales y, en última instancia, a la Causa primera — « e n la medida en
que podamos saber por Filosofía natural cuál es la Causa p r i m e r a » . 79

Mas ahora, Newton se encuentra más allá de los límites de la verifica-


ción empírica y ha de contentarse con «dejar que las Sugerencias sean
examinadas y mejoradas por los Experimentos y Observaciones de aque-
llos a quienes interese» . 8 0

Los pensadores «interesados», tanto científicos como religiosos, se


entregaron en gran número a otorgar el nombre de Newton a la co-
rriente fundamental del pensamiento inglés del siglo x v i i i . A la
historia de la ciencia natural pertenecen los nombres de filósofos natu-
rales tales como Edmund Halley, Joseph Black, Benjamín Franklin,
Joseph Priestly y Henry Cavendish, los cuales tomaron las sugerencias
de Newton para la investigación empírica. Escritores filosóficamente
estimulantes fueron aquellos que aceptaron el riesgo de elaborar las
implicaciones morales y teológicas de la ciencia newtoniana. Su Progra-
ma estaba ya bastante avanzado gracias a que Bentley lo había comen-
zado a desarrollar por los años 1660 en una serie de Conferencias Boyle.
La Confutation of Atheism estaba cortada por un patrón que iban a

77
Pp. 404-5 (trad., pp. 379-80).
" P. 401 (trad., p. 377).
-•' P. 405 (trad, p. 381).
• Ibid.
74 James Noxon

coser toda una serie de autores celosos en su esfuerzo por explotar la


ciencia newtoniana para gloria de Dios y edificación moral de la huma-
nidad. E n el mismo año en que se publicaba por primera vez la Opticks,
1704, su traductor latino, Samuel Clarke, comenzó su primera serie
de Conferencias Boyle, Demonstration of the Being and Attributes of
God, seguida al año siguiente por un Discourse Concerning the Unchan-
geable Obligations of Natural Religión. Aunque Clarke se tenía a sí
mismo por un teólogo y moralista newtoniano, sus hábitos mentales
se habían formado bajo la influencia matemática de Descartes. Conse-
cuentemente, su tratamiento a priori de los problemas religiosos y éticos
(que van juntos en religión natural) es más afín a la forma deduc-
tiva de los Principia, obra predominantemente sintética, que a los aná-
lisis fundamentalmente inductivos de la Opticks. E l ilegítimo esfuerzo
de Clarke por racionalizar (lo cual significa comúnmente matematizar)
la religión natural se vio secundado por William Whiston y William
Wollaston, John Balguy y Richard Price, quienes, con muchos otros pen-
sadores ponderados, formaron la Inteilectual School. Incluso aquellos teó-
logos y moralistas que encontraban embarazosamente artificial el aparato
pseudomatemático de Clarke compartían su sueño de reflejar la gloria de
la síntesis newtoniana en un sistema de religión natural. A veces, sim-
plemente los títulos anuncian la influencia de Newton sobre los libros
de la época: Astronomical Principies of Religión de W i l l i a m Whiston,
el devoto amigo de Newton que le sucedió en la Cátedra Lucasiana de
Matemáticas de Cambridge, los Philosophical Principies of Natural Re-
ligión del doctor George Cheyne, la Philosophiae Moralis Inslitutio
Compendiaría de Francis Hutcheson, que el autor sometió a la crítica
de H u m e , y los Theologiae Christianae Principia Mathematica de John
Crajg a los que los editores de H u m e , Green y Grose, pensaban que se
refería este en el Treatise al discutir los elementos de juicio históricos
( T 145 [ I 236-7]).
E l empeño en poner las doctrinas religiosas y éticas en pie de igual-
dad con las teorías de la ciencia física es comprensible. L a magnitud de
las dificultades epistemológicas que acechaban bajo la superficie no fue-
ron imaginadas hasta que H u m e sondeó los fundamentos del conoci-
miento humano. E n consecuencia, la peligrosa inclinación del edificio
religioso no fue detectada en los primeros momentos por los píos traba-
jadores que se afanaban en su decoración con los aderezos del pensa-
miento científico. L o que había comenzado siendo un intento de mostrar
cuántas de las cosas esenciales del Cristianismo eran demostrables con
la razón, terminó proclamando que solo era esencial lo que podía ser de-
fendido racionalmente. Aunque el movimiento deísta ha sido retrotraído
hasta el De Religione Laid de L o r d Herbert de Cherbury, su punto ál-
gido puede situarse entre el libro Reasonableness of Christianity de
John L o c k e de 1695 y el de Anthony Collins, Discourse on Free-
La evolución de la filosofía de Hume 75

thinking de 1713. A partir de ese momento, se hizo claro que el resul-


tado neto del espíritu científico que animaba a deístas tales como Ma-
thew Tindal y John Toland, Thomas Woolston y Anthony Collins sería
purificar la religión de todos sus ingredientes sobrenaturales y misterio-
nos y suprimir el clero. L a autoridad escriturística se vio socavada; la
dogmática, subvertida; las profecías, despreciadas; los milagros, desacre-
ditados, y Dios Salvador, sustituido por un Ser vago, remoto e indiferente,
preocupado exclusivamente por la eficiencia mecánica de su mecanismo
de relojería cósmico. Los pensadores que intentaban seguir la marcha de
los tiempos y salvaguardar a la vez los pilares de la creencia cristiana
echaron sobre sus espaldas la pesada carga de reconciliar la fe con la
razón. Tenían que mostrar que el Dios de la revelación era la encarna-
ción histórica de la Divinidad, cuyo ser y atributos mostraba la religión
natural. L a vida era sencilla para los razonadores ortodoxos que, como
Richard Bentley, William Warburton y el Deán Swift, se asentaban fir-
memente en el sustrato de la tradición para fulminar desde allí (no
siempre al unísono) a los estúpidos e infieles deístas. Por más venenosa
que fuese la controversia deísta, por muy maliciosos y salvajes que fue-
sen sus ataques, por más orgullosa e inflexible que fuese su defensa, una
única convicción intelectual atravesó las profundas divisiones teológicas
i|ue separaban las partes implicadas. U n a confianza inquebrantable en
el Argumento Teleológico suministraba un margen necesario de acuerdo
teológico en torno al cual podía tener lugar su agria contienda.
Newton había contribuido a desarrollar esta prueba — u n a de las
rinco vías de Tomás de Aquino, anticipada ya por A n a x á g o r a s — forta-
leciendo la premisa mayor. E l carácter evidente de un plan debe de ha-
ber impresionado a los primeros observadores desinteresados del orden
untura!. Ciertamente, el primer artículo de fe que sustentaba la revolu-
ción científica afirmaba que, tras las vertiginosas complejidades y los
cambios incesantes del mundo empírico, podían encontrarse algunos prin-
cipios simples y permanentes que explicasen los procesos naturales. L o s
Principia habían vindicado esta fe al mostrar dichos principios en la ele-
gante forma que solo el riguroso pensamiento matemático podía impo-
nerles. Y a no era preciso aceptar la inteligibilidad del universo como ar-
tículo de fe, pues había sido ya demostrada. Dando por supuesto que
rl universo era un plan inteligente, ¿acaso no se seguía de ello que había
sido inteligentemente diseñado? E s t a importantísima inferencia se veía
sancionada por el mismo principio de razonamiento analógico, expuesto
en las tres primeras Reglas del Razonamiento filosófico de Newton, que
había dado pie a la adscripción universal de la gravedad a los cuerpos
celestes, basándose en su presencia manifiesta en los cuerpos terrestres.
I!s posible que la seguridad que tenía Newton en que el discurso acerca
de Dios pertenecía a la filosofía experimental descansase en su con-
fianza en que la fuerza de los argumentos analógicos no se vería dismi-
nuida al extenderlos al dominio religioso. Sus admiradores — y quién
76 James Noxon

no admiraba a N e w t o n — compartían su optimismo teológico. L o s cris-


tianos, los deístas y quienes intentaban ser ambas cosas a la vez estaban
seguros en la creencia de que el sistema newtoniano suministraba las
premisas y que el método newtoniano permitía el principio de inferencia
del Argumento Teleológico. H u m e acepta las premisas, aunque pone en
tela de juicio la inferencia. ¿Merece, pues, su reputación de metodólogo
newtoniano? r
PARTE m

Los principios del método de Newton


y de Hume

Sección 1. El conocimiento que Hume tenía de Newton

E s curioso que Newton no aparezca nunca mencionado en el Trea-


tise, sobre el que se ha dicho que tuvo mucha influencia '. H a y una
única referencia explícita a la filosofía newtoniana en la última página,
en el párrafo final del Apéndice * . Amplía aquí H u m e el argumento
del L i b r o I , Parte i i , Sección 5, según e l cual la idea del vacío es incon-
cebible, por lo que la disputa entre los defensores del vacío y del pleno
lia de ser, en cierto sentido, meramente verbal y, en otro, ontológico, ha
de «exceder toda capacidad humana». N o está muy claro que la expre-
HÍón «la Filosofía Newtoniana» se refiera a la propia obra de Newton
en lugar de a la de aquellos de sus seguidores que, como Samuel Clarke , 2

William W h i s t o n , George Cheyne * y Colin M a c l a u r i n explotaban la


3 5

' E n favor de su tesis, según la cual «el maestro de Hume fue Newton más
bien que Bacon», John Passmore dice que «alude a Bacon dos veces en los Enqui-
ries (129, 219), pero no lo cita en absoluto en el Treatise» (Hume's Intentions, 43,
n. 2). De hecho, Hume menciona a Bacon en la Introducción del Treatise (T xxi
II 16]), aunque, como ya dije, no menciona a Newton en esta obra.
* La versión castellana finaliza bruscamente en la p. 636 (de S.-B.); la cita
ilc Noxon está en la p. 639. [N. del T . ]
' A Discourse Concerning the Being and Attributes of God (Boyle Lectures 1704-
1705). Hume rechaza la defensa que Clarke había hecho de la Ley de Causación Uni-
versal en el libro I , parte iii, sección 3 del Treatise (pp. 80-1 [ I 137-9]).
1
A New Theory of the Earth (Londres, 1696).
' Philosophical Principies of Religión: Natural and Revealed (Londres, 1715).
Antes se creía que la antigua carta de Hume a un médico, escrita en la primavera
ilc 1734, en la que describe con detalle su salud y el progreso de sus estudios, estaba
dirigida al Dr. George Cheyne. Véase J . Y . T . Greig, The Letters of David Hume,
I, 12 n , y Norman Kemp Smith, The Philosophy of David Hume, 14-16. E . C. Mossner
icíutó esta identificación en «Hume's Epistle to Dr. Arbuthnot, 1737: The Biographi-
• at Significance», Huntington Library Quarterly, V I I , 1944, pp. 135-52. Véase tam-
lilén la obra de Mossner, The Life of David Hume (Clarendon Press, Oxford, 1970),
pp. 83-8.
" An Account of Sir Isaac Newton's Philosophical Discoveries (Londres, 1748;
reimpreso en facsímil por Johson Reprint Corporation, Nueva York y Londres,
78 james Noxon

ciencia newtoniana en favor de la teología. Dudo que H u m e tuviese la for-


mación matemática suficiente para leer los Principia, si «leer» implica
seguir las demostraciones matemáticas. A fin de restringir su audiencia
y disminuir las oportunidades de controversia, Newton desechó la idea
de presentar el «Sistema del Mundo» con un «método popular» y pro-
cedió a desarrollarlo «al modo matemático». Advierte incluso a los «lec-
tores con una buena base matemática» que no gasten mucho tiempo
intentando dominar todas las proposiciones de los dos primeros libros
y especifica aquellas secciones que contienen principios indispensables.
Locke encontró inmanejable su geometría, aunque aceptó la física co-
rrespondiente como una revelación del universo. Diderot objetaba que
aquellas matemáticas abstrusas eran un velo interpuesto entre la gente y
la naturaleza, y recomendaba a los estudiosos que dejasen los Principia
para atender a la Opticks que, como ha mostrado I . B . Cohén, fue, con
mucho, la obra más influyente y comprensible del siglo X V I I I . Fuera
de «aquel pequeño grupo de matemáticos hábiles que», como ha dicho
Cohén, « n o precisaban de intermediarios entre ellos y N e w t o n » , los
intelectuales de la época de H u m e aprendían la mecánica newtoniana
de divulgadores como H e n r y Pemberton y Voltaire.
L a iluminadora comparación que establece K e m p Smith entre la dis-
cusión del espacio y el tiempo que aparece en el Treatise y el artículo
sobre Zenón de E l e a del Diccionario de Pierre B a y l e * muestra —aunque
no creo que fuese esa su i n t e n c i ó n — que H u m e podría haber entrado
en la controversia acerca del vacío tal como lo hizo sin haber leído a
N e w t o r r o , en este caso, sin haber leído a ninguno^de sus seguidores.
Tras mostrar que la teoría cartesiana del movimiento en un plenum
era insostenible, Newton se enfrentó al dilema, pues él también consi-
deraba absurda la suposición de «que un cuerpo pueda actuar sobre otro
a distancia a través del vacío sin la mediación de a l g o » . N o podía adop-
7

tar la solución de Zenón, consistente en concluir que el movimiento es


imposible, sin destruir con ello los fundamentos de su mecánica. Tam-
poco estaba dispuesto a eliminar esta amenaza con el expediente para-
lizador propuesto más tarde por Bayle, consistente en declarar que el
movimiento era incomprensible. Por tanto, resolvió el problema de ex-
plicar la acción a distancia recurriendo a la hipótesis claramente especu-
lativa de un medio etéreo. Cuando H u m e hace alusión a esta idea y a

1968). Estando aún Hume de estudiante en Edimburgo, Maclaurin fue nombrado


profesor de Matemáticas en dicha Universidad en 1725, por recomendación de New-
ton. He citado esta obra postuma, de fecha más tardía que el Treatise (de hecho,
del año en que se publicó el primer Enquiry), suponiendo que Hume habría tenido
ocasión de asistir a las clases dadas por este brillante matemático y divulgador de
la filosofía natural de Newton.
* The Philosophy of David Hume, cap. xiv y apéndices A y C ; especialmente
el apéndice A, Sec. 5, pp. 307-17, y apéndice C, pp. 325-38.
' De la tercera de las Four Letters from Isaac Newton to Doctor Bentley Con-
taining Some Arguments in Proof of a Deity (Londres, 1756), pp. 25-6.
La evolución de la filosofía de Hume 79

In vis inertiae en una nota del primer Enquiry — e l único lugar en que
8

menciona a Newton en esta o b r a — distingue clara y porfiadamente en-


tre «Sir Isaac Newton» y «algunos de sus seguidores». E s de presumir
que esta objeción a los newtonianos, expresada aquí de un modo tan
breve y elíptico, consista en señalar que iban más allá de lo permitido
por la autoridad de su fundador y de los límites de u n empirismo sen-
mito, al presentar a l a divinidad como a una causa eficiente del movi-
miento que operaba continuamente. Aunque H u m e pudiese estar en lo
cierto por lo que atañe a la cuestión metodológica relativa a l a verifica-
ción experimental, parece haber infravalorado en este momento la dis-
tancia a la que Newton estaba dispuesto a alejarse de los cánones de la
ciencia empírica cuando se veía impulsado por la fuerza de las ideas teo-
lógicas.
También en el segundo Enquiry se menciona a Newton en la últi-
ma línea de la Sección I I I , Parte i i . A l prevenir en contra de extender
el principio de utilidad de las virtudes artificiales a las naturales, H u m e
recurre al principio metodológico de economía que también había adu-
cido en el Treatise: «Cuando se ha visto que un principio posee en un
coso mucha fuerza y energía, está plenamente de acuerdo con las reglas
ile la filosofía e incluso de la razón común concederle una energía igual
en todos los casos similares.» Añade luego en lo que será la única refe-

' A la p. 73 ( V I I i): «No es necesario "«minar con mucho detalle la vis iner-
tiae de La que tanto se habla en la nueva filosofía y que se atribuye a la materia.
Vemos por experiencia que un cuerpo en reposo o en movimiento continúa perpe-
l mímente en su estado actual hasta que le saque de él alguna nueva causa y que el
cuerpo impelido toma del que le impele el mismo movimiento que adquiere él mis-
ino. Estos son los hechos. Cuando a esto lo denominamos vis inertiae, nos limitamos
n señalar dichos hechos sin que pretendamos hacemos una idea de lo que sea la
tuerza inerte, del mismo modo que, cuando hablamos de la gravedad, aludimos a
ilrierminados efectos sin comprender dicha fuerza activa. Nunca trató Newton de
privar a Las causas segundas de toda fuerza o energía, si bien algunos de sus segui-
dores han tratado, apoyándose en su autoridad, de establecer esa teoría. Por el
contrario, el gran filósofo recurrió a un fluido etéreo activo para explicar su atrac-
ción universal, si bien fue lo suficientemente precavido y modesto como para con-
•iderarlo una hipótesis sencillamente, en La que no había que hacer hincapié sin
realizar más experimentos. He de confesar que en el destino de Las opiniones hay
algo un tanto asombroso. Descartes insinuó esa doctrina de la eficacia universal y
única de la Deidad sin insistir en ella y, luego, Malebranche y otros cartesianos
U instituyeron en el fundamento de toda su filosofía. No obstante, no tuvo influen-
cia en Inglaterra. Por lo menos, no la suficiente como para llamar la atención de
Ijicke, Clarke y Cudworth, todos los cuales suponían que la materia poseía una
tuerza real, aunque subordinada y secundaria. ¿Por qué razones se ha extendido
lamo entre nuestros metafísicos modernos?»
La sección inicial del primer Enquiry contiene un pasaje que se refiere clara-
mente a Newton, aunque no lo mencione: «Los astrónomos se han contentado úni-
t uniente con demostrar los verdaderos movimientos, orden y magnitud de los cuerpos
«•lestes a partir de los fenómenos, hasta que últimamente ha surgido un filósofo
i|uc, con los más felices razonamientos, parece haber determinado también las leyes
y fuerzas por Las que se rigen y guían las revoluciones de los planetas» (E, 14).
80 James Noxon

rencia — p u b l i c a d a — al texto de Newton: « E s t a es precisamente la regla


fundamental del filosofar de Newton», y cita Principia, L i b r o I I I (Ea 204
[ 6 6 ] ; T 288, 240 [ I I 17, I 372-3]).
Solamente conozco otras dos referencias directas a Newton en todas
las obras publicadas de Hume. L a primera tiene lugar en un ensayo,
« O f the R i s e and Progress of the Arts and Sciences», en el que se dis-
cute la influencia de las condiciones políticas sobre las obras culturales.
Para ejemplificar su tesis de que un grupo de estados políticamente in-
dependientes proporcionan un clima intelectual más saludable que un
vasto imperio centralistamente controlado, como el romano, pregunta
H u m e : « ¿ Q u é fue lo que frenó el progreso de la filosofía cartesiana,
por la cual la nación francesa mostró una inclinación tan grande hacia
el final del siglo pasado, sino la oposición que le presentaron otras na-
ciones de Europa que pronto descubrieron los puntos débiles de dicha
filosofía?» ( G & G I I I 183). Y añade a continuación la observación
exasperadamente no comprometedora: « E l examen más severo a que
fue sometida la teoría de Newton no procedía de su propia nación, sino
del extranjero. Si es capaz de superar los obstáculos que se le plantean
actualmente en todas las partes de Europa, es muy probable que conti-
núe triunfante hasta la más remota posteridad.»
E l siguiente comentario de H u m e acerca de Newton se encuentra
hacia el final del último capítulo del postrer volumen de The History
of England. Se trata del pasaje tan frecuentemente citado como testimonio
de la admiración que H u m e sentía por Newton y, por tanto, como un
demento de juido directo en favor de la influencia positiva del rientí-
fico sobre la filosofía de H u m e :

C o n Newton, esta isla puede alardear de haber producido d


' genio más grande y único que haya existido nunca para orna-
mento e instrucdón de la espede. Precavido hasta el punto de no
admitir ningún prindpio que no estuviese basado en experimen-
tos, aunque resuelto a adoptar tales principios por nuevos e insó-
litos que fuesen; ignorante por modestia de su superioridad sobre
el resto de la humanidad y, por tanto, poco preocupado por aco-
modar sus razonamientos a la capaddad de captadón ordinaria;
más ansioso por merecer que por adquirir fama, fue por estas
causas desconocido para el mundo durante mucho tiempo, pero
su reputación terminó irrumpiendo con un brillo que difícilmen-
te habría alcanzado en vida cualquier otro escritor. Aunque parez-
ca que Newton levantó el velo que cubría algunos de los mis-
terios de la naturaleza, mostró a la vez las imperfecdones de la
filosofía mecánica, con lo que restituyó sus últimos secretos a
esa oscuridad en la que siempre han permanecido y permane-
cerán. Murió en 1727 a la edad de ochenta y cinco años. ( H lxxi.)
La evolución de la filosofía de Hume 81

E s innegable que se trata de una alabanza superlativa, incluso para


Hume, que con frecuencia se mostraba muy generoso haciendo cumpli-
dos. L a oración más interesante filosóficamente es la tercera que tan enig-
mática parece. ¿ P o r qué dice H u m e que «Newton parece haber descorri-
do el velo de algunos misterios de la naturaleza...»? ¿Quería además
sugerir que el hecho de que Newton mostrase «las imperfecciones de
lu filosofía mecánica» era algo inadvertido o buscado? Evidentemente,
Newton era consciente de las limitaciones de la filosofía mecánica y
anhelaba hacer hincapié en ellas para asegurar una región donde campase
libremente la especulación teológica. E l fracaso de los principios mecá-
nicos a la hora de explicar determinados fenómenos naturales dejó un
residuo de problemas que habrían de ser resueltos por la religión na-
tural. Newton no llegó a la conclusión, como ocurrió con H u m e en el
primer Enquiry, de que los problemas «relativos al origen de los mun-
dos... caen totalmente fuera del alcance de la capacidad humana» ( E i 8 1 ) ' ,
si bien la armonía celestial «muestra» que la primera causa « n o es ciega
ni fortuita», sino inteligente y «muy impuesta en mecánica y geometría» . , 0

Siempre se ha puesto de relieve que, cuando Newton alcanzaba los lí-


mites de la verificación experimental, lo admitía; pero pienso que nadie
concede que se sintiese tan satisfecho como H u m e con la perpetuación de
la oscuridad derivada de la restauración de los secretos últimos de l a
naturaleza. Sus palabras no tienen el tono de quien asiente al veredicto
humeano de que «Estas últimas fuentes y principios están absolutamente
cerrados a la oscuridad e investigación humanas» ( E i 30). Por el con-
trario, acostumbra a admitir únicamente que las «Causas» o principios
que H u m e consideraba últimos («Elasticidad, gravedad, cohesión de las
partes, comunicación de movimiento por impulso» ( E i 30) «aún no han
sido descubiertas... y dejo sin hallar sus Causas» " .
Considerando las respuestas a las cuestiones últimas, John Passmore
señala, «Newton dejó de lado con pesar tales hipótesis por no ser aún
'deductibles de los fenómenos'; H u m e las rechaza abiertamente» . Pero , J

Newton no siempre las dejó de lado como ha señalado Passmore . Las , 3

planteó en cartas, en las Cuestiones y en el Escolio General al L i b r o I I I de


los Principia, especulando libremente sobre las causas primeras y finales.
Admitiendo por un momento que Newton distinguiese de u n modo rigu-
roso y aún puritano entre las doctrinas especulativas y las empíricas,
sigue en pie el problema de cómo evaluaba H u m e estas realizaciones teo-

' Cf. E, I V i, esp. pp. 30-1; V I I i, esp. pp. 72-3; X I I iii, esp. p. 162.
La primera de las Four Letters from Sir Isaac Newton to Doctor Bentley..., pa-
tona 8.
" Opticks, 402 (trad, p. 377).
" Hume's Intentions, 51.
" Ibid., 49-50: «Newton no duda nunca que haya un esquema último inteligible
ile las cosas, en el sentido de que si supiésemos lo bastante, veríamos por qué todo
lin de ser como es. Por eso no duda nunca que haya una 'causa' de la gravedad.»
82 James Noxon

lógicas frente a su propia afirmación de que «ningún filósofo racional y


modesto ha pretendido nunca asignar causas últimas a ninguna operación
natural» ( E i 30). Lamentablemente, no nos lo ha dicho por extenso.
E l párrafo acerca de Newton de su History viene detrás de un comentario
acerca de Robert Boyle a quien, sorprendentemente, exculpa de «esa auda-
cia y temeridad que ha descarriado a tantos filósofos» ( H lxxi). Aunque
H u m e había alabado a Boyle y a Newton por ser «hombres que avan-
zan con pasos precavidos y, por tanto, muy seguros, el único camino que
lleva a la verdadera filosofía», habla irónicamente, de hecho desprecia-
tivamente, «de la filosofía mecánica, teoría tan agradable a la natural
vanidad y curiosidad humana, pues, al descubrir algunos secretos de la
naturaleza, nos permite imaginar el resto» ( H lxxi).
L a última vez que se hace mención de Newton en la obra de Hume
tiene lugar en la Parte primera de los Dialogues Concerning Natural Reli-
gión por boca de Cleantes. Responde a la objeción de Filón en el sentido
de que las especulaciones teológicas han de ser desechadas, pues son «muy
sutiles y refinadas», yendo «mucho más allá del alcance de nuestras facul-
tades», más allá del «sentido común y la experiencia». Argumenta dicien-
do que Filón, como otros escépticos, no impone restricciones semejantes
a la ciencia natural. « E n realidad, ¿ n o sería ridículo que alguien preten-
diese rechazar la explicación que da NEWTON del maravilloso fenómeno
del arco iris so pretexto de que dicha explicación suministra una anatomía
minuciosa de los rayos de luz, tema que resulta ciertamente demasiado
refinado para la comprensión humana?» ( D 136). E s t a cuestión señala
candidamente la cuerda floja por la que ha de pasar H u m e a fin de entre-
gar las credenciales al «razonamiento experimental», sin apoyarse en
ningún principio que pueda sostener los «razonamientos teológicos».
Las cartas de H u m e son aún menos útiles que sus obras publicadas
a la hora de estimar el alcance y dirección de la influencia de Newton
sobre su desarrollo filosófico. E n las 675 cartas que nos han llegado,
que suman casi 1.100 páginas impresas, solo se menciona una vez el
nombre de Newton. P o r otra parte, dicha referencia es casual, incidental
y filosóficamente insignificante. A l comentar la boda de su hermano,
observa que las mujeres son los únicos cuerpos celestes cuyos movi-
mientos Newton fue incapaz de predecir ( L I 159). Durante su estancia
en París en los años sesenta como secretario de lord Hertford, emba-
jador en Francia, H u m e se entrevistó con frecuencia con d'Alembert,
Buffon, Diderot y otros, sobre los que escribió con entusiasmo en su
correspondencia. Aparte de mencionar la adquisición de la Histoire Na-
turelle de Buffon ( L I I 82), sus cartas no suministran indicación alguna
de que se ocupase de sus ideas científicas. Alude a ellos como «hom-
bres de letras» y expresa su admiración por sus maneras, costumbres y con-
versación (por ejemplo, L I 418). A través de una carta a Benjamín
Franklin del 10 de mayo de 1762 ( L I 357), da la impresión de que
había presentado un escrito de Franklin acerca de la «protección de las
La evolución de la filosofía de Hume 83

casas del rayo» a la Sociedad Filosófica de Edimburgo, de la que era


secretario adjunto. Q u e yo sepa, fue esta la única ocasión en que H u m e
se vio envuelto, por ligeramente que ello haya sido, en la investigación
científica. Por otro lado, su interés por los experimentos de los demás no
parece haber sido absorbente en absoluto. E n una carta de 1756 a John
Clephane, escribía: « H e visto la 'Historia de la Sociedad Real' del doctor
Birch, aunque, a Dios gracias, no me he visto obligado a leerla» ( L I 231).
Dos años más tarde, cuando escribía a su editor, Andrew Millar, para pe-
dirle una carta de presentación para Birch, señala H u m e : «Tengo en
gran estima a este personaje. H e oído decir que es muy comunicativo y
que está dispuesto, incluso lo desea, a dar información a cualquiera que
se dirija a él. M e resultaría muy útil y agradable su trato» ( L I 273).
Está claro por el contexto que el tipo de información que H u m e buscaba
estaba en función de un nuevo volumen de su History que estaba reali-
zando en aquel momento . H u m e fue asistido en su última enfermedad
u

por Joseph Black, profesor de Medicina y de Química en la Universidad


de Edimburgo. A pesar de sus brillantes logros científicos que le han
valido verse elogiosamente comparado con el Newton de la Opticks
Hume solo se refiere a él como médico de cabecera.
L a imposibilidad de encontrar en la correspondencia de H u m e cual-
quier indicio de un interés genuino y activo por el trabajo de los «filó-
sofos experimentales» no es, evidentemente, un elemento de juicio deci-
sivo en favor de su indiferencia hacia la ciencia natural. A este respecto,
podría decirse que no menciona nunca a Bacon ni a Berkeley en sus
cartas, ni tampoco a Descartes, Spinoza, Malebranche o Leibniz, ni
siquiera a John G a y o David Hartley. Sin embargo, sería temerario
concluir que no sentía ningún interés por sus obras. D e todos modos, la
lectura de las cartas de H u m e ayuda a dar una visión de sus intereses.
A mí me sugiere que, tras su primer periodo de reclusión para la elabora-
ción de su sistema, la historia, la política y la religión alcanzaron un pues-
to prioritario, la literatura, un lugar secundario aunque seguro, las con-
sideraciones morales sazonaron todos sus intereses y la filosofía natural se
deslizó rápidamente hacia la periferia '*.

" Véase la carta 145 a Andrew Millar, 4 de marzo de 1758 (L I 272).


15
En el articulo «Joseph Black and Fixed Air», Isis, 48, 1957, 125, Henry
(iuerlac alude a la obra de Black, Experiments upon Magnesia Alba, Quicklime and
tome other Alcaline Substances, diciendo que es «un modelo brillante, tal vez el
primero con éxito, de una investigación química cuantitativa..., un ejemplar clásico
de ciencia experimental que merece ser comparado con la Opticks de Newton». (Ci-
indo en D. L. Hurd y J. J. Kipling, The Origins and Growth of Phisical Science
(Penguin, Harmondsworth, 1964), vol. I , p. 264.)
14
Es cierto que en junio de 1755 Hume le llevó a su editor Some Considera-
tions previous to Geometry and Natural Philosophy junto con otras tres «Diserta-
ciones breves». (Véase la carta 111 a Andrew Millar del 12 de junio de 1755
I L I 222].) Un poco después, su amigo lord Stanhope le convenció del carácter
insatisfactorio del tratamiento que les había dado a los principios metafísicos de la
84 James Noxon

L a tesis de que el desarrollo filosófico de H u m e se vio profundamente


afectado por el método newtoniano es tan plausible como cualquier afir-
mación acerca de una influencia no reconocida. Sea que la influencia pro-
venga directamente de un estudio de primera mano de las obras de New-
ton o, indirectamente, de las conferencias de Maclaurin en Edimburgo o
a través de los escritos de otros discípulos de Newton, su presencia es
inconfundible. Difícilmente podría ser de otro modo, pues H u m e co-
menzó a escribir cuando la ciencia newtoniana estaba siendo celebrada
como el mayor logro intelectual de los tiempos modernos. Inevitable-
mente, surgieron ciertas diferencias metodológicas entre el filósofo moral
y el natural tan pronto como el método de la física se vio adaptado a los
fenómenos mentales, morales y sociales. Pero el «método de razonamiento
experimental» que H u m e pretendía introducir en los temas morales era
en esencia el método newtoniano. Se ha señalado a menudo que la
atracción del método newtoniano constituía una fuerza que determinó
desde el comienzo el curso emprendido por H u m e . Mas también hay otra
fuerza contraría, cuyos efectos no han sido cuidadosamente observados
hasta hace poco.
Como hemos visto, el newtonianismo no se limitaba a ser un con-
junto de teorías verificables acerca de los fenómenos físicos. Tanto New-
ton como sus seguidores apreciaban la filosofía mecánica tanto — o más,
como a veces da la i m p r e s i ó n — por sus implicaciones teológicas como
por su valor científico intrínseco. A pesar de la distinción newtoniana
entre leyes experimentales confirmadas e hipótesis especulativas, algunas
veces 'declaraba que sus conjeturas metafísicas eran lógicamente coerci-
tivas porque habían sido deducidas de los fenómenos. E l orgullo que
experimentaba por su obra y la admiración de sus seguidores se vieron
enormemente reafirmados por la convinción de que sus descubrimientos
científicos fortalecían los fundamentos racionales de la creencia religiosa.
E l principal efecto del examen escéptico a que somete H u m e las pre-
tensiones de la metafísica es precisamente el socavamiento de dichos fun-
damentos. Si algún aspecto de la filosofía de H u m e es tan fácil de ver
como la influencia positiva del método newtoniano, es precisamente la
condena de las especulaciones teológicas en que incurrían los newtonia-
nos. Como es natural, H u m e nunca contradice un dogma oponiéndose a
él dogmáticamente. Siempre argumenta diciendo que la conclusión de-
seada exige violar un principio del método indispensable para esa misma
ciencia de la que el teólogo saca su prestigio. Por consiguiente, las rela-
ciones de H u m e con el newtonianismo eran demasiado complejas y equí-

Geometría, por lo que retiró la obra. (Véase la carta 465 a William Strahan del 25 de
enero de 1772, L I I 252, en la que Hume se acuerda de su decisión, aunque olvida
si las objeciones de Philip Stanhope iban dirigidas a «algún Defecto de la Argu-
mentación o a la claridad de la expresión».) Por lo que he podido' averiguar, este
escrito inédito se ha perdido y Hume nunca volvió a ocuparse de los problemas
filosóficos inherentes a las matemáticas y a las ciencias naturales.
La evolución de la filosofía de Hume 85

vocas como para que se puedan expresar adecuadamente diciendo que


Hume era el Newton de las ciencias morales. T a l fórmula expresa una
verdad a medias que precisa ser completada, subrayando su extremada
aversión hacia los desarrollos teológicos de la síntesis newtoniana que tan
de moda estaban en sus días.
L a influencia positiva de Newton es particularmente manifiesta en el
Treatise. Incluso en esta primera obra, especialmente en la última parte
del L i b r o I , se sacan firmemente conclusiones contrarias a la reli-
gión natural abrazada por los newtonianos. Otras indiscreciones escépticas
fueron depuradas para no ofender al obispo Butler, cuya opinión deseaba
obtener H u m e antes de publicar su m a n u s c r i t o D e todos modos, ya
en las primeras páginas se pone de manifiesto la confianza que tenía
Hume en los métodos de la ciencia empírica y su ambición por descubrir
un conjunto de principios que explicasen el mundo interno, comparables
ul sistema newtoniano para el mundo externo. Como hemos visto, la
ambición juvenil de Newton se marchitó. Incluso en el Treatise sus planes
constructivos se vieron constantemente amenazados por sus impulsos crí-
ticos. Más tarde, el sistema quedó relegado, de hecho repudiado, cuando
las tendencias analíticas de H u m e se hicieron independientes. No me pa-
rece improbable que este énfasis en el lado destructivo del carácter inte-
lectual de H u m e estuviese en función de su toma de conciencia acerca de
las construcciones teológicas que se levantaban sobre la base de la filo-
Hofía mecánica. Me atrevería a conjeturar que después de que H u m e hu-
biese escrito su primer libro —incluso antes de haberlo terminado— se
vio progresivamente comprometido en la tarea de contener los excesos
especulativos de Jos newtonianos. N o es una conjetura, sino un hecho
con que se topa quien eche un vistazo por orden a sus obras, el que
Hume se hizo cada vez más hostil a la religión, cada vez más decidido a
mostrar que las doctrinas sobre la religión natural más caras a los new-
tonianos se encuentran más allá de los límites del conocimiento alcan-
/.nble: «Mas aquí la experiencia guarda, y debe guardar, silencio» ( E i 153).
Creo que el H u m e de la madurez no era precisamente el tipo de
hombre que se obsesiona con ideas o problemas intelectuales. Sin em-
Imrgo, The Natural History of Religión y otros dos ensayos que fueron
Mispendidos bajo amenaza judicial por W a r b u r t o n , « O f Suicide» y
,a

" Hume acudió n casa de Joseph Butler con una carta de presentación de Henry
Home (lord Kames), pero se encontró con que estaba viviendo en el campo. Un
l»>co más tarde, Butler fue nombrado obispo de Bristol y Hume, sintiendo cierta
ilitiidez por presentarse ante una persona que «había llegado a tal dignidad», se
iontcntó con enviarle el primer volumen (Libros I y I I ) tan pronto como salió de
tu imprenta. (Véanse las cartas 7 y 8 a Henry Home del 4 de marzo de 1737/8 y
I» de febrero de 1739 [ L I 25-7].)
'" Véase E . C. Mossner, «Hume's Four Dissertalions: An Essay in Biography
•mi Bibliography», Modern Pbilology, 47 (1950), 37-57, así como Richard Wollheim,
i'illior. Hume on Religión (Fontana Collins, Londres y Glasgow, 1963, que contiene
limbos ensayos), espec. Introducción, 11-12. Véase también T. H . Grose, «History
86 James Noxon

« O f the Inmortality of the Soul», atestiguan su progresiva preocupación


por los temas religiosos. U n a buena cuarta parte de su primer Enquiry
se ocupa exclusivamente de ellos, a parte de los excursus incidentales
contra los Ocasionalistas y los seguidores de Newton («nuestros moder-
nos metafísicos») por poner al Ser Supremo como fuente última de le
fuerza y la energía. L a profundidad y persistencia del interés humeano
por el Argumento Teleológico que los descubrimientos científicos de
Newton apoyaban adecuadamente, se puede calibrar en sus Dialagues Con-
cerning Natural Religión que recibieron una revisión final el año de la
muerte de H u m e , un cuarto de siglo después de su primera redacción.
E l Argumento Teleológico constituía el nervio lógico central de la reli-
gión natural que florecía en tiempos de H u m e . Si fuese válida la inferen-
cia en que se basaba y si estuviesen justificadas las implicaciones sacadas
de él, entonces H u m e habría de admitir su cortedad de miras al esta-
blecer los límites del conocimiento humano donde los puso. Puesto que
había fijado dichos límites como consecuencia del empirismo, debía o bien
mostrar que las aventuras teológicas de los newtonianos violaban los
principios metodológicos tan puritanamente subrayados por la ciencia
newtoniana, o bien rechazar sus posiciones filosóficas básicas. Por con-
siguiente, la evaluación de la respuesta de H u m e al aspecto religioso del
movimiento newtoniano es fundamental para comprender su filosofía de
madurez, reconociendo el impacto del método newtoniano para la com-
prensión de su primera obra. Recientemente, Robert Hurlbutt ha exami-
nadotlicha respuesta en su libro, Hume, Newton And The Design Argu-
menF*'. E l agudo tratamiento que hace Hurlbutt de este capítulo de la
historia del pensamiento ha de ser bienvenido, negando como llega tras
la distorsionada visión de la actitud de H u m e hada Newton, la dencia
y la Royal Sodety que nos ha trasmitido A . E . T a y l o r y tras la fabula-
5 0

rión sin escrúpulos e irresponsable sobre el tema debida a John R a n d a l l . í1

of the Editions», David Hume tbe Philosophical Works, eds. T. H . Green y


T. H . Grose (Londres, 1882), iii 67-72.
'* University of Nebraska Press, Lincoln, 1965.
• Philosophical Studies (Macmillan, Londres, 1934), cap. ix, «David Hume and
the Miraculous»: «Perderemos la mitad de la ironía de Hume si no nos percatamos
de que pretende atacar no solo a los 'amigos peligrosos o enemigos disfrazados de
la religión cristiana', sino también a los 'amigos peligrosos o enemigos disfrazados'
de la ciencia newtoniana. Espero que no haga falta decir que no me divierte consi-
derar como actitud correcta del nombre racional el separar el cristianismo de la
ciencia natural. Sin embargo, es esta una actitud típica del llamado siglo del
'buen sentido' y, al mismo tiempo, es probable que sea la actitud secreta de David
Hume...» (p. 333). Para la respuesta de Antony Flew a la crítica hecha por Taylor
al ensayo de Hume, «De los milagros» (Ei X), véase «Hume's Check», Philosophical
Quarterly, 9, núm. 34 (enero 1959), 1-18, y Hume's Philosophy of Belief, cap. viü.
51
«David Hume: Radical Empiricist and Pragmatist», en Freedom and Expe-
rience, eds. Sidney Hook y Milton R. Konvitz (Cornell University Press, Ithaca y
Nueva York, 1947), 293: «Hume escribía con dos fines: para ganar dinero y para
obtener una reputación literaria. E l mismo reconocía: 'Mi pasión predominante es
La evolución de la filosofía de Hume 87

Sospecho que Hurlbutt comenzó con una tesis sencilla y un tanto


audaz que se vio cada vez más capaz de defender a medida que progre-
saba su investigación. M e atrevería a lanzar la conjetura, sin ánimo de
criticar, de que esperaba mostrar que la poda practicada por H u m e en
la religión natural, especialmente en lo que se refiere al Argumento T e -
leológico» estaba directamente dirigida a Isaac Newton. L a tendencia de
Hume a ocuparse de opiniones de un modo general, en lugar de cen-
trarse en los argumentos de personas concretas, constituye una dificultad
que se ha visto agravada por su intención manifiesta ya señalada de preser-
var a Newton de los excesos de sus seguidores entusiastas. Hurlbutt
valora adecuadamente la importancia del teísmo newtoniano como «el
primer intento ajustado de compaginar la ciencia experimental con el
cristianismo» y, en cierto sentido, se puede defender su tesis central
22

de que el ataque de H u m e «se dirigía fundamentalmente al intento de


Newton de llevar a cabo un acercamiento entre ciencia y religión» . E l 2 3

término «Newtoniano» simboliza las ambigüedades con que creo que


*e topó Hurlbutt a la hora de reconstruir la escena intelectual que se
extendía ante H u m e . Como ocurre con el cristianismo y el marxismo,
es un tanto difícil decir si el fundador de dichos movimientos habría
de ser considerado miembro de los mismos; volviendo a nuestro caso,
si H u m e consideraba a Newton como newtoniano.
Aunque, como científico, Newton hacía hincapié en los límites de
la investigación, respaldados luego por H u m e , no solo consentía y pare-
cía animar a los demás a que los transgrediesen, sino que además él
mismo se sentía atraído por los «temas sublimes», dejándose llevar a ese
país de las hadas que se extiende mucho más allá del campo de la expe-
riencia humana. Realizaciones tan aberrantes deben de haber desanimado a
Hume que apreciaba el método experimental no solo por las restricciones
tnutiladoras que imponía a los teólogos, sino también por el control y
dirección que imprimía en los científicos. Puede haberse sentido tranquili-
zado con el compromiso oficial de Newton (no siempre respetado) de dis-
tinguir tajantemente las leyes verificables de la ciencia empírica de las
hipótesis especulativas e interrogantes de la religión natural. T a l vez sea

el amor a la fama literaria.' Cuando era joven, estudió a Locke y a Berkeley, a Ci-
ccrón y a los antiguos académicos escépticos; en su pensamiento vio la manera
ilc obtener conclusiones sorprendentes y obtener un éxito asombroso. Berkeley
linbía atacado a Newton por razones científicas serias, era un cruzado que se inte-
resaba por la ciencia consistente y convincente. Sutilmente, Hume le atacó primaria-
mente para atraer la atención sobre el escocés David Hume. Odiaba a Locke y a
Newton, además, por ser ingleses, porque, después de a los curas, a quienes más
i-ordialmente odiaba era a los ingleses.» Randall recibió una cumplida respuesta de
Ii. C. Mossner en «Philosophy and Biography: The Case of David Hume», Philoso-
l'bical Review, 59 (1950), reimpreso en V . C. Chapell, ed. Hume, Modern Studies
ni Philosophy (Doubleday Anchor, Nueva York, 1966).
" Hume, Newton and the Design Argument, p. xii.
n
Ibid.
88 James Noxon

esa la razón de que no escribiese una sola línea de reprobación hacia


Newton y sí muchas de alabanza, reservando sus críticas para «algunos
de sus seguidores». Por eso, cuando Hurlbutt se lanza a la búsqueda de
las doctrinas teológicas originales reformuladas y atacadas por H u m e ,
no las encuentra en las obras de Newton, sino en las de los newtonianos,
en las de Cheyne, por ejemplo, y sobre todo en las de Maclaurin. Puesto
que, como dice,Hurlbutt, « N o obstante, después de todo, los seguidores
de Newton adoptaron sus convinciones metodológicas y teológicas», el
problema de si H u m e estaba fundamentalmente preocupado por las de-
fecciones del jefe o por las apropiaciones indebidas de su reputación
científica por parte de los seguidores es un problema académico más bien
que filosófico, que es cuestión más de biografía que de lógica. E l pro-
blema central que Hurlbutt ha puesto en claro es de carácter metodoló-
gico y atañe al derecho de utilizar los descubrimientos científicos como
premisas de argumentos teológicos y de extender los métodos de la ciencia
natural al campo de la religión natural.

Sección 2. Las reglas del razonamiento

Como se recordará, Newton planteó las «Reglas del Razonamiento


filosófico» al comienzo de su «Sistema del Mundo», el tercer L i b r o de
los Principia. H u m e enuncia sus «Reglas para juzgar de las causas y
e f e a o s ^ - f T 173 [ I 2 7 7 ] ) , inmediatamente antes de abordar «Del Sis-
tema Escéptico y Otros Sistemas Filosóficos», objeto del L i b r o I ,
Parte iv del Treatise. Puede parecer sorprendente que ambos conjun-
tos de reglas sean perfectamente compatibles cuantío sus autores se intere-
san 'por sistemas totalmente diversos. Newton se ocupa del universo
físico, del mundo que experimentan los hombres que observan los cielos
desde el planeta TietTa. L a finalidad de su sistema es establecer los prin-
cipios según los cuales se mueven armónicamente los cuerpos celestes.
Hume no se ocupa del mundo objeto de experiencia, sino de la experien-
cia del mundo y de los sistemas filosóficos ingeniados para explicar dicha
experiencia. E l fin de su sistema es mostrar que los principios naturales
del entendimiento son independientes de los principios racionales (o ra-
cionalizadores) capaces de fortalecerlos y opuestos a los principios escép-
ticos capaces de destruirlos. E l objetivo de Newton es construir un modelo
conceptual del universo físico; el de H u m e , socavar las concepciones filo-
sóficas del mundo físico. Con todo, en el Libro I I — « l a parte más
newtoniana del Treatise» , como lo denomina Passmore— H u m e lleva a
2 4

cabo una investigación «experimental» acerca « D e las Pasiones». Allí, el


lado constructivo de la filosofía de H u m e se encuentra en auge, con lo que

34
Hume's Intentions, 45.
La evolución de la filosofía de Hume 89

ÑUS Reglas se aplican positivamente a la elaboración de una teoría psicoló-


gica.
Ambos conjuntos de Reglas presuponen que el objeto principal de la
ciencia es descubrir conexiones causales y, el objetivo secundario, genera-
lizar acerca de aquellas relaciones que parezcan ser universales. Newton
explicó determinados fenómenos físicos, básicamente los movimientos
planetarios, como efectos de la gravitación universal; H u m e explicó de-
terminados fenómenos mentales, sobre todo la creencia, como efectos de
la asociación, construyéndose la gravedad y la asociación como formas
análogas de atracción. Las dos primeras Reglas de Newton se ocupan
explícitamente de la causación; la Regla primera formula el principio de
economía que se ve respaldado por la Regla cuarta de H u m e . H u m e enun-
cia ocho reglas, el doble que Newton. L a s tres primeras enuncian los
aspectos definitorios de la conexión causal obtenidos en los análisis pre-
vios de H u m e : la contigüidad espacial y temporal, la prioridad de la
musa y la conjunción constante. E l resto, como ha señalado John Passmo-
re , anticipa la «Uniformidad de la Naturaleza» y los «Cánones de la
2S

Inducción» de John Stuart M i l i . D e la cuarta ( « L a misma causa produce


siempre el mismo efecto y el mismo efecto no surge más que de la misma
causa»), que H u m e caracterizaba como «la regla del filosofar funda-
mental de N e w t o n » , se dice que se deriva de la experiencia, siguiéndose
las demás como corolarios de ella. L a quinta Regla dice que si objetos
distintos producen el mismo efecto, han de compartir una cualidad común
que es el agente c a u s a l ; la sexta, que los efectos distintos producidos
24

por objetos similares han de ser atribuidos a algún punto de diversidad


entre los objetos causales; la séptima, que de las variaciones en inten-
sidad de su efecto concomitante con variaciones semejantes en la causa
lia de inferirse que el efecto compuesto es proporcional al número de
factores causales que intervienen; la octava, que si un objeto dado existe
durante un cierto tiempo sin producir un efecto, no puede ser la única
causa de tal efecto. H u m e termina haciendo algunas consideraciones de
corte newtoniano acerca de la dificultad e importancia de construir experi-
mentos para excluir factores extraños.
Newton formuló sus Reglas de modo prescriptivo, diciéndonos qué
habríamos de admitir, atribuir, estimar y cómo habríamos de considerar
las proposiciones empíricas. Tras sus recomendaciones se esconden de-
terminados presupuestos ontológicos y epistemológicos: la simplicidad y
uniformidad de la naturaleza y la Habilidad del testimonio de los señu-
elos. U n examen intensivo de dichos presupuestos estaría fuera de lugar
en un tratado científico. E n el contexto de los Principia, estaba justificado
especificar como Reglas los presupuestos metodológicos de trabajo de la
K
Hume's Intentions, 52. '
14
Cf. Treatise, L I I , parte i, sección 3, pp. 281-2 (trad, pp. 16-7 del tomo I I ) ,
donde Hume desarrolla el enunciado de esta regla y la aplica a su propia teoría psico-
lógica.
90 James Noxon

filosofía experimental. Se limitan a enunciar los términos en que pueden


alcanzarse los objetivos compartidos por los científicos. Como muy bien
razonaba Cotes en su Prefacio, si los que critican la teoría de la gravita-
ción universal rechazan el principio del argumento por analogía que
establecen las tres primeras reglas de Newton, entonces rechazan por
implicación todas las generalizaciones y, por tanto, la ciencia. Mas en
el L i b r o I del Treatise, H u m e se sitúa en una posición muy dis-
tinta y bastante más precaria, al emprender un análisis crítico de los
presupuestos metafísicos de la filosofía experimental.
«Según la doctrina precedente...», comienza recordándonos, «cualquier
cosa puede producir cualquier cosa» ( T 173 [ I 277-8]). También había
llegado a la conclusión de que la esencia de la necesidad causal es «esa
inclinación que la costumbre produce a pasar de un objeto a la idea de
su acompañante usual» ( T 165 [ I 2 6 7 ] ) . A pesar de este trasfondo tan
poco prometedor, espera «fijar algunas reglas generales» con las que
determinar las conexiones causales efectivas. Tras haber enunciado los
aspectos definitorios de la causación en las tres primeras reglas, afirma
en la cuarta el principio de uniformidad de la naturaleza, pretendiendo
haberlo derivado de la experiencia. Pero, previamente había mostrado
que este principio ni es demostrable ni es la conclusión de una inferencia
plausible ( T 89-90 [ I 150-3]). Se trata de un principio natural del enten-
dimiento implícito en el hábito de generalizar, un principio psicológico
cuyo funcionamiento es fácil de discernir en las operaciones mentales y
que se puede explicar en términos de procesos asociativos. ¿Tiene sentido
presente-como regla de inferencia causal lo que no es más que un hábito
profundamente enraizado en el entramado del mecanismo asociativo?
Si no hay más que la evidencia empírica de que el principio funciona de
hecho, sin que haya una justificación racional para confiar en sus indica-
ciones, no cabe duda de que es un eufemismo darle el nombre de Regla.
A menos, naturalmente, que H u m e pretenda elevar este principio des-
criptivo y psicológico a la categoría de una regla lógica normativa. Sin
duda desea otorgar a sus reglas la condición de preceptos racionales. Con
ellas pretende regular el juicio, evitando así los errores por los que se
extravía la imaginación con sus hábitos descarriados de asociación. E n una
Sección anterior (la 13) de la Parte iii del L i b r o I , había anunciado
la presente, advirtiendo que «Nos ocuparemos más adelante de algu-
nas reglas generales mediante las cuales debemos regular nuestro juicio
relativo a las causas y efectos. Estas reglas se construyen según la natu-
raleza del entendimiento y nuestra experiencia de sus operaciones cuando
formamos juicios relativos a los objetos» ( T 149 [ I 242-3]). ¿Cómo
justifica H u m e la derivación de su «debe» metodológico a partir de un
«es» psicológico?
Según el punto de vista naturalista de H u m e , el método científico
representa un refinamiento de los principios mediante los cuales funciona
Ir. inteligencia en la vida diaria: «las decisiones filosóficas no son más
La evolución de la filosofía de Hume 91

une las reflexiones de la vida ordinaria metodizadas y corregidas», como


dice en el primer Enquiry ( E i 162). L o s principios naturales del enten-
dimiento han de servir como norma con la que regular la filosofía expe-
rimental, pues no pueden existir otros que no sean absolutamente arbi-
trarios. L a concepción humeana de los principios de la inferencia causal,
ul ser tanto naturales como normativos, no pueden ser criticados tildán-
dolos de suposiciones equivocadas —errores fácticos o confusiones lógi-
cas. N o se trata en absoluto de suposiciones, sino de tesis; es más, la
tesis fundamental de su programa filosófico total. Su formulación de un
conjunto de «Reglas con las que juzgar acerca de causas y efectos» que
te limita a codificar lo que se entiende ordinariamente por «causalidad»
y a sacrificar los principios de inferencia seguidos tácitamente por los
pensadores convincentes, constituye el resultado que era de esperar tras
haber basado todas las ciencias en la ciencia de la naturaleza humana.
Dado tal enfoque, dicha pieza legislativa no precisa defensa; «y tal vez»,
dice, «ni siquiera esta [ L ó g i c a ] sea necesaria y hubiesen bastado los
principios naturales del entendimiento» ( T 175 [ I 2 8 0 ] ) . L o que pre-
cisa defensa es el abandono de los procedimientos normales, pero, en
npinión de H u m e , no es verosímil que se produzca.
L a posición de H u m e es claramente vulnerable. Sus reglas se obtie-
nen de la práctica observada en el sabio, cuyos juicios surgen de «las
operaciones más generales y auténticas del entendimiento» ( T 150
1243]). ¿ C ó m o ha logrado H u m e distinguir al sabio del hombre vulgar,
tuyos hábitos mentales son «de naturaleza irregular, destruyendo todos
los principios establecidos del razonamiento» (ibid.)? Son sabios quie-
nes siguen conscientemente las reglas generales que son «extensas y cons-
tantes», mientras que el pensamiento del vulgo es «caprichoso e incierto»,
ha sabiduría consiste en ser fiel a las Reglas de H u m e , sancionadas por la
autoridad del sabio. « E s t á bien claro que se trata de una petición de prin-
cipio», subraya John Passmore, «se supone que sabemos ya quienes son
'los sabios', cuando lo que se discute precisamente es si hay algo así
como una sabiduría superior» . Defender a H u m e ante tan devastadora
2 7

objeción implica correr el riesgo de ser inhabilitado por herejía lógica.


(Ion todo, aventuraré un argumento o dos en favor suyo.
Ante todo, me parece que el círculo cerrado en que se dice que gira
Hume es algo ilusorio, creado por la falsa expectativa de que los pri-
meros principios pueden recibir justificaciones racionales últimas. D e
acuerdo con la confianza que tenía H u m e en la experiencia, hubiese sido
inconsistente intentar establecer principios a priori. E n consecuencia, se
vuelve sobre sus propios actos y hábitos mentales para diseccionar los
procedimientos de la ciencia natural a fin de observar los principios
rmbebidos en ellos. Todo metodólogo puede elegir entre establecer reglas
de un modo plenamente arbitrario o intentar explicitarlas a partir de un

'•' Hume's Intentions, 60.


92 James Noxon

estudio de los métodos en uso. Si emprende la primera vía, no habrá


lugar en absoluto a justificar sus prescripciones. Si elige la otra alterna-
tiva, ha de discriminar por intuición o sentido común los modos de pro-
ceder buenos y malos. Independientemente de cualquier teoría, será de
sentido común eliminar el testimonio de testigos que sabemos que tienen
fuertes motivos para mentir, que informan sin ninguna clase de elemen-
tos de juicio corroboradores acerca de sucesos que violan leyes bien esta-
blecidas de la naturaleza. También sería de sentido común denunciar un
pretendido método predictivo que pocas veces acertase con sus pronós-
ticos. E l metodólogo debería rechazar intuitivamente cualquier explica-
ción que mencionase un evento como causa eficiente de otro anterior a
él. También habría de intuir el error en la afirmación de nexos causales
entre sucesos que solo casualmente apareciesen unidos. Aunque a primera
vista tales veredictos son correctos, no parece haber manera de demostrar
los principios implícitos en los que se basan. ¿ C ó m o se podría establecer
el principio « L a causa ha de ser anterior al efecto»? Apoya una connota-
ción de la palabra «causa» tal como se usa ordinariamente, implicando
que los juicios que presuponen un sentido contradictorio representan una
especie de confusión mental. N o veo de qué manera se podría defender
la proposición de que un objeto que existe durante algún tiempo sin
producir un efecto no puede ser la única causa de dicho efecto, si no es
diciendo que la concepción de causalidad con la que se opera no se
podría mantener si se admitiese que los objetos fuesen la causa de efectos
que no^on capaces de producir.
L o que todo esto equivale realmente a afirmar es que las metodolo-
gías están precedidas por métodos y las teorías por la práctica. E l enfoque
que me parece que el metodólogo ha de sostener, consiste en estudiar los
métodos al uso para separar aquellos que realizan ur> propósito determi-
nado de los que no lo consiguen, para enunciar explícitamente a conti-
nuación las reglas o principios seguidos en los procesos que llevan al éxito.
E l enfoque constituiría un círculo vicioso (o plenamente tautológico) si
la única prueba de éxito de un método fuese su adhesión a las reglas o
principios que lo constituyen. E n tal caso, básicamente todos los métodos
serían igualmente adecuados y sus practicantes entrarían en conflicto úni-
camente en el caso de que violasen accidentalmente los principios abra-
zados. Pero la realidad de la situación no es ni tan conveniente para el
científico ni tan esperanzadora para el metodólogo, pues hay pruebas
exteriores relativas a la verificación, al valor predictivo y a la confirma-
ción de las teorías producidas por un método que se pueden someter a
un conjunto dado de reglas.
L a causalidad es una relación no solo natural, sino también filosó-
fica. «Así, aunque la causación sea una relación filosófica...», explica
H u m e , «con todo, lo es únicamente en la medida en que es una relación
natural que produce una unión entre nuestras ideas que nos posibilita
La evolución de la filosofía de Hume 93

razonar acerca de ellas o hacer una inferencia a partir de ellas» ( T 94


[ I 157-8]). Paradójicamente, los hábitos de asociación que suministran
la base natural del juicio causal suministran también «los principios cam-
biantes, débiles e irregulares... que tan solo se observan en los espíritus
débiles» ( T 225 [ I 3 5 2 ] ) . Así pues, H u m e admite que «aunque la cos-
tumbre sea el fundamento de todos nuestros juicios, con todo, algunas
veces tiene un efecto sobre la imaginación contrario al juicio» ( T 147-8
( I 2 4 0 ] ) . Y a había explicado previamente que «todos los tipos de razo-
namientos relativos a causas o efectos se basan en dos particularidades, a
saber, la conjunción constante de dos objetos cualesquiera en toda expe-
riencia pasada y la semejanza de un objeto presente con alguno de ellos»
(T 142 [ I 2 3 2 ] ) . D e l mismo modo que u n perro está condicionado a
anticipar un golpe cuando observa un gesto de amenaza familiar, así el
hombre que observa un objeto o suceso espera otro que ha seguido
invariablemente a aquel. E s un hecho inexplicable y último de la natu-
raleza el que las ideas de objetos o eventos sucesivos y contiguos que
aparecen siempre juntos en la experiencia se asocien en la imaginación,
presumiéndose por tanto una conexión causal entre ambos. E n las discipli-
nas teóricas se trazan conexiones análogas entre cosas que en el curso
de la experiencia ordinaria no se asociarían en la imaginación. L a aplica-
ción científica o filosófica del principio causal exige trazar conexiones
causales entre sucesos que están demasiado separados en el tiempo o en
el espacio como para que se hayan asociado, eliminando los factores aso-
ciados accidentalmente que no son esenciales para producir el efecto.
Aquí el hábito o la costumbre dejan de ser útiles; de hecho se tornan
obstáculos impermeables a las secuencias causales que caen fuera del
rumbo de la experiencia cotidiana poco afectada por los casos negativos e
influida por semejanzas irrelevantes. H a n de ser superadas merced a in-
vestigaciones experimentales en las que las variables están controladas y
las inferencias reguladas por «principios permanentes, irresistibles y uni-
versales» ( T 225 [ I 3 5 2 ] ) .
Aunque el conflicto entre juicio e imaginación se puede resolver con
la doctrina de H u m e , no resiste la fuerza retórica de la paradoja. L a ima-
ginación, nos dice, se ve descarriada por «reglas generales», entendiendo
por tales generalizaciones burdas del tipo «Un irlandés no puede tener
gracia y un francés no puede tener solidez» ( T 146 [ I 2 3 9 ] ) . También
dice que, por regla general, de causas superficialmente similares esperare-
mos los mismos efectos. Tales «Prejuicios» y predicciones sin fundamento
pueden corregirse acudiendo a otro upo de reglas generales; dicho breve-
mente, las «Reglas para juzgar de las causas y efectos» de Hume. «Así,
nuestras reglas generales están de algún modo opuestas entre sí», dice,
y previene el placer escéptico de «observar una nueva contradicción seña-
lada en nuestro razonamiento, viendo toda la filosofía presta a ser subver-
tida por un principio de la naturaleza humana y salvada de nuevo por
una nueva dirección del mismísimo principio» ( T 150 [ I 2 4 4 ] ) . Pero
94 James Noxon

el subversivo y el salvador no son «el mismísimo principio» en absol


to; el primero subyace a las tendencias naturales de una imaginación ac
tica y e l segundo, a un esfuerzo consciente para evitar los errores de
asociación irreflexiva. L a distinción entre ambos se podría expresar
términos wittgensteinianos diciendo que se trata de la separación ex
tente entre la conducta determinada y la dirigida por reglas. Ilusti
moslo con un ejemplo.
Si alguien observase (u oyese decir) que muchos de los matrimoni
en los que uno de los cónyuges es aficionado al alcohol se deteriora
sería natural que supusiese la existencia de una conexión causal entre
intemperancia y la desgracia doméstica. E n su mente se asociarían
alcohol y la desavenencia doméstica, no siendo sorprendente que toma
la mucha afición a la bebida como causa de amargas disputas. Por
contrario, una investigación científica sobre el tema podría revelar q
en algunos casos el alcoholismo es el efecto más bien que la causa c
trauma doméstico. E l sociólogo estudiaría algunos casos concretos a :
de determinar las prioridades. También tendría en cuenta los casos
conflicto marital entre abstemios y la felicidad marital gozada por pa
jas de dipsómanos. L a comprensión de este fenómeno social que pue
resultar de su análisis de «la complejidad de circunstancias», para <
cirio con palabras de H u m e , se expresará en un juicio acerca de las re
ciones de causa y efecto entre el uso del alcohol y el carácter del mat
monio. E n virtud del método que presupone, este juicio se disting
de una asociación natural en la imaginación entre factores causalmer
experimentados.
Creo que este sencillo ejemplo expresa adecuadamente lo que preti
día H u m e al distinguir entre «hombres sabios» y «el vulgo». Pienso q
también sugiere lo inapropiado del veredicto de John Passmore acei
de lá lógica inductiva de H u m e : «Así pues, al final triunfa la psicolog
E l razonamiento empírico se debilita; resulta) no ser otra cosa que
procedimiento habitual de aquellas personas que decidimos elevar a
dignidad de 'el sabio' o 'el filosófico'. E l problema lógico — ¿ c ó m o
puede justificar el razonamiento e m p í r i c o ? — se desvanece por resul
i n s o l u o l e » . N o hay duda de que la psicología triunfa al princip
w

cuando H u m e investiga acerca de la causalidad como relación natui


como principio de asociación sobre el que trabaja habitualmente la ü
ginación. Pretende ciertamente que la causalidad es una relación filosóf
por lo que el método científico mismo presupone la fuerza mutuame
atractiva de las ideas sucesivas, contiguas y constantemente unidas,
obstante, la reflexión acerca de algunas de las conclusiones obtenidas i
diante la asociación muestra la necesidad de regular los hábitos de
imaginación que tienden a ser «irregulares», «caprichosos» e «inciertc
Hablando de la sensibilidad de la imaginación a las «circunstancias su]

" Hume's Intentions, 60.


La evolución de la filosofía de Hume 95

linas», H u m e dice que «Hemos de corregir esta tendencia mediante una


reflexión acerca de la naturaleza de dichas circunstancias» ( T 148 [ I 2 4 1 ] ) .
Las Reglas que han evolucionado en virtud de dicha reflexión no son
arbitrarias. Derivan de los esfuerzos por hacer que los principios de aso-
ciación sean consistentes y adecuados a su fin biológico que es adaptar
In expectativa y las respuestas a la experiencia pretérita. E s natural espe-
rar que la marmita hierva después de haber sido colocada sobre el fuego,
|>cro errar es humano y aparentemente es igualmente natural confiar en
la vara para reformar al niño, por más frecuentemente que tal esperanza
no se haya visto satisfecha. E n la vida ordinaria, la explicación y la
predicción suponen tácitamente que un suceso no puede ser la causa de
otro que se produce en su ausencia o que a menudo no consigue produ-
cir tal efecto. Hasta que tales suposiciones no se hayan articulado como
principios, no ejercen una influencia continuada sobre la disciplina de los
juicios. A l enunciar sus Reglas, H u m e no responde simplemente a la
cuestión planteada por Passmore: «¿Cuáles son las peculiaridades psico-
lógicas del hombre que piensa científicamente — p o r ejemplo, del modo que
decidimos denominar científico, aunque carezca de peculiaridades forma-
les— que lo distinguen del que denominamos s u p e r s t i c i o s o ? » . L a s
29

peculiaridades formales del pensamiento científico son los aspectos de


los procesos naturales de asociación pensados, corregidos y refinados, a
(in de evitar las conclusiones imprecisas de la imaginación indisciplinada.
L a comparación de las Reglas de H u m e con las de Newton muestra
que están de acuerdo en que el fin y método de la ciencia es el descubri-
miento de las causas mediante la investigación experimental. Tras una
exploración un poco más prolongada, se hace patente que ambos difieren
implícitamente en los fundamentos de dicho método. Para Newton, el
método presupone la simplicidad y constancia del mundo natural pla-
neado racionalmente por un Ser «ducho en mecánica y geometría». E l
universo es intrínsecamente racional y, por tanto, potencialmente inte-
ligible. Para H u m e el método presupone determinados principios natu-
rales con los que opera la inteligencia a fin de asegurar el ajuste con el
medio. Aunque cabría esperar que el método se viese ratificado por algún
«tipo de armonía preestablecida entre el curso de la naturaleza y la su-
cesión de nuestras ideas», jamás estará garantizada tal cosa, pues «desco-
nocemos absolutamente las potencias y fuerzas por las que se gobierna la
primera [la naturaleza]» (Ei 44).
Estas opiniones metafísicas tan diversas no tienen ningún alcance
sobre la práctica científica. C o n todo, fijan los límites previstos para el
conocimiento humano en puntos diversos. N i siquiera desde el punto de
vista optimista de Newton se entrevé la perfecta comprensión del mundo
creado por un ser supremamente inteligente. Pero no hay límites defini-
dos a la vista, por lo que Newton anima a progresar «de los Fenómenos

" Ibid., 60-1.


96 James Noxon

y Experimentos a sus Causas y de aquí, a las Causas de dichas Causas y


así hasta llegar a la primera C a u s a . . . » . Desde el punto de vista más pe-
netrante de H u m e , se señalan claramente los límites establecidos por los
propios principios que hacen posible el conocimiento:

Se dice que el esfuerzo supremo de la razón humana consiste


en reducir a una mayor simplicidad los principios que producen
los fenómenos naturales, a fin de resolver los diversos efectos
particulares en unas pocas causas generales mediante razona-
mientos por analogía, experiencia y observación. Mas en vano
intentaremos descubrir las causas de estas causas generales...
Estos principios y fuentes últimas están totalmente cerrados a Id
curiosidad e indagación humanas (Ei 26).

Sección 3. Hipótesis

Hume asume la severidad de Newton hacia las hipótesis. E n el


Abstract se describe a sí mismo como aquel que en el Treatise «habla
de las hipótesis con desprecio» ( A 6). A l igual que los demás filósofos
morales modernos a los que admira, proscribe las hipótesis tras darse
cuenta de que son irreconciliables con una ciencia empírica acerca de la
naturaleza humana. Incluso emula la inconsistencia de Newton al pro-
poner hipótesis en el mismo libro en que se dice que han sido eÜmina-
das. "Alude a su «posición general de que una opinión o creencia no es
más que una idea fuerte y vivida derivada de una impresión presente rela-
cionada con ella» ( T 105 [ I 176]) diciendo de ella que es una «nueva
hipótesis» ( T 107 [ I 1 7 8 ] ) . Reitera que «según mi hipótesis, toda creen-
cia'surge de la asociación de ideas» ( T 112 [ I 186]) y, un poco después,
explica cómo confirmación adicional...»
( T 115 [ I 1 9 1 ] ) . Finalmente, especifica las condiciones en que admitirá
que una «hipótesis» alternativa explica la creencia ( T 178 [ I 2 8 5 ] ) . Su
análoga explicación del orgullo y la humildad en términos de asociación
también se presenta abiertamente como «hipótesis» ( T 289-90 [ I I 27-28]).
Reconoce que su explicación del amor a la fama, basada en el principio
de simpatía, es una «hipótesis» ( T 324 [ I I 7 7 ] ) , y lo mismo ocurre con
su tesis relativa a la base egocéntrica y hedonista del orgullo, la humildad
y otras pasiones ( T 324, 325, 328 [ I I 77, 79, 8 3 ] ) . E n las páginas del
Treatise se pueden encontrar muchos otros ejemplos y el lector encon-
trará allí una y otra vez la expresión «según mi hipótesis» (por ejemplo,
T 362, 387 [ I I 133, 1 6 9 ] ) .
L a discrepancia entre esta proclama en contra de las hipótesis y la
plena utilización de las mismas se ha de explicar, en el caso de Hume,
del mismo modo que en el de Newton. H u m e , como Newton, no se pre-
ocupa por distinguir expresamente las hipótesis especulativas sin funda-
La evolución de la ¡ilosojía de Hume 97

mentó de las hipótesis de trabajo verifica bles. Con todo, la distinción


está implícita en el uso. Como ejemplos de hipótesis inaceptables men-
cionadas en la Introducción del Treatise están las «hipótesis más extra-
vagantes» ( T xviii [ I 1 2 ] ) que solo se ven sostenidas por la elocuencia
de su formulación, «cualquier hipótesis que pretenda descubrir las cuali-
dades originales últimas de la naturaleza humana», así como aquellas
que «han de ser rechazadas desde el primer momento como presuntuosas
y quiméricas» ( T xxi [ I 1 7 ] ) . Cuando el término «hipótesis» se emplea
de esta manera peyorativa, es sinónimo de «conjeturas» ( T xxii [ I 1 7 ] ) ,
como en el primer Enquiry, de «simple conjetura» (Ei 145). Cuando,
más adelante, H u m e utiliza las hipótesis de una manera aceptable, el tér-
mino «hipótesis» es intercambiable con «principio» o «principio general»;
«doctrina» y, algunas veces, un grupo de ellas es lo mismo que «sistema».
Tales hipótesis se distinguen del tipo desacreditado por ser potencial-
mente verificables. E n el quinto conjunto de «Experimentos que confir-
man este sistema» ( T 337-8 [ I I 9 7 - 8 ] ) , por ejemplo, H u m e considera
las emociones experimentadas por una persona cuando un familiar pró-
ximo o un amigo íntimo se muestran bajo una luz halagadora o desfavo-
rable. «Antes de considerar lo que de hecho son», propone, «determine-
mos lo que deberían ser de acuerdo con mi hipótesis» ( T 337 [ I I 9 7 ] ) .
I r a s derivar de su hipótesis que el resultado habrá de ser orgullo o hu-
mildad, consulta a la experiencia con resultados gratificadores: « E s t a exac-
ta conformidad de la experiencia con nuestro razonamiento es una prueba
convincente de la solidez de esa hipótesis sobre la que razonamos» ( T 338
f l l 98]).
Piénsese lo que se quiera de las realizaciones de H u m e como expe-
rimentador, tras haber comparado sus «Experimentos» mentales del L i -
bro I I del Treatise con los primeros experimentos comunicados por
Newton, por ejemplo, acerca de la luz y los colores, hay que reconocer
que en principio ambos estaban de acuerdo en que las hipótesis admisi-
bles («principios», «conclusiones generales», «proposiciones recogidas
por inducción general a parür de los fenómenos» o cualquier otra cosa
que se las pueda llamar eventualmente) habrían de ser empíricamente con-
trastables —confirmadas por observación y facilitadas por medio de expe-
rimentos, si hiciese falta. Hablando del tipo de hipótesis inadmisibles,
dice H u m e que el fallo fatal de «todo argumento hipotético» estriba en
su carencia de «la autoridad, sea de la memoria, sea de los sentidos», por
lo que «carecen de fundamento». L a s inferencias causales han de ligarse
en algún punto a «algún objeto que vemos o recordamos» ( T 83 [ I I 1 4 2 ] ) .
Tanto Newton como H u m e subrayan la distinción existente entre
los principios confirmados empíricamente y las explicaciones teóricas de los
mismos que adoptan la forma de hipótesis en sentido conjetural. Habrá
que recordar que Newton subrayaba el hecho de que sus conclusiones
establecidas experimentalmente acerca de la composición de la luz blanca
eran independientes de cualesquiera hipótesis sugeridas a fin de explicar
7
98 James Noxon

dichas propiedades. D e modo semejante, presentaba su teoría de la atrac-


ción universal como algo establecido empíricamente. Se observaba que
los efectos gravitatoríos deducidos estaban claramente presentes en los
fenómenos. Por otro lado, sus especulaciones en torno a la causa de la
gravedad se declaraban hipotéticas, sin que hubiese que «insistir más
sobre ellas» hasta que se produjesen ulteriores fenómenos capaces de
determinar las leyes de su comportamiento. H u m e practicaba la misma
doctrina, predicando incluso una forma aún más pura:

Aquí [en la asociación de ideas] hay una especie de Atrac-


ción que, como se verá, posee en el mundo mental unos efectos
tan extraordinarios como los que tiene en el natural... Sus efectos
son bien visibles por todas partes, mas, por lo que se refiere a
sus causas, son estas por lo general desconocidas y deben ser redu-
cidas a cualidades originales de la naturaleza humana que no tra-
taré de explicar. Nada hay más preciado para un filósofo natural
que refrenar el deseo intemperado de investigar las causas y, tras
haber establecido una doctrina asentándola sobre un número su-
ficiente de experimentos, contentarse con ello, cuando ve que
una ulterior investigación le ha de llevar a especulaciones oscuras
e inciertas. E n tal caso, su indagación se emplearía mucho mejor
en el examen de los efectos que en el de las causas de su prin-
cipio ( T 12-13 [ I 39-40]).

Aunque no siempre mostró H u m e tan perfecta contención, sostuvo el


precepto newtoniano según el cual la confianza en los resultados empíri-
camente fundamentados no habría de ser sacudida por dudas relativas a
las hipótesis sugeridas para explicarlos. L a s observaciones que, por ejem-
plo, «establecen como máxima general de esta ciencia de la naturaleza
humana que, siempre que hay una relación íntima entre dos ideas, la
gente es muy proclive a confundirlas, utilizando la una en vez de la otra
en todos los desarrollos y razonamientos», son coercitivas a pesar de los
fracasos a la hora de explicar causalmente este hecho:

E l fenómeno puede ser real, aunque mi explicación sea qui-


mérica. L a falsedad de la una no es consecuencia de la del otro,
aunque al mismo tiempo podamos observar que nos resulta muy
natural sacar semejante consecuencia; todo lo cual es un caso
evidente del mismo principio que trato de explicar ( T 60 [ I 108-
109]).

D e acuerdo con ello, insiste en otro lugar en el hecho de que «el fenó-
meno es indiscutible» a pesar de que se acepte o no su explicación de
que la mente posee «una inclinación al orgullo mucho más fuerte que a
la humildad» ( T 390 [ 7 1 2 ] ) . Tras haber perdido la confianza en la
La evolución de la filosofía de Hume 99

teoría psicológica con la que había explicado la simpatía en el Treatise,


siguió subrayando la realidad manifiesta de la simpatía y su validez como
principio — p o r aquel entonces, un principio «original» o « ú l t i m o » — de
explicación de fenómenos morales:

N o es preciso llevar la investigación hasta el punto de pre-


guntarnos por qué poseemos humanidad o sentimientos amistosos
hacia los demás. Basta con experimentar que se trata de un prin-
cipio de la naturaleza humana. Hemos de pararnos en alguna
parte de la indagación acerca de las causas. E n toda ciencia hay
algunos principios generales, más allá de los cuales no podemos
esperar encontrar algún principio más general..., por lo que de-
bemos considerar tranquilamente estos principios como originales,
dándonos por satisfechos si podemos hacer suficientemente claras
y transparentes todas las consecuencias ( E 2 1 9 n (Trad., pá-
2

gina 8 3 ) " .

Si esta comparación de las posiciones acerca de la cuestión central de


las hipótesis no suministra un testimonio abrumador en pro de la in-
fluencia newtoniana sobre la metodología de Hume, al menos tiende a
confirmar la opinión oficial. C o n todo, ambas posiciones no coinciden
plenamente. Y , si así fuese, sería aún más difícil dar cuenta de la repentina
divergencia de H u m e respecto a las enseñanzas newtonianas relativas a
las línea divisoria entre la ciencia natural y la religión natural. Todo el
peso de la filosofía de H u m e se asienta en contra de la pretensión de
Newton de que el discurso acerca de Dios «a partir de los fenómenos
pertenece a la filosofía experimental». S u oposición entraña un punto de
desacuerdo crucial acerca de las hipótesis que el sentido inestable y cam-
biante del término «hipótesis» hace difícil de documentar. L o s primeros
recelos de Newton hacia el término derivaron hacia una antipatía tal,
que aún cuando utilizase hipótesis, las llamaba de otro modo. T r a s el
veto inicial (y un tanto convencional) puesto por H u m e a las hipótesis,
su aversión fue languideciendo a medida que cristalizaba el sentido em-
pírico del término. Aunque continuó utilizando la palabra en un sentido
peyorativo como instrumento p o l é m i c o , estaba dispuesto a otorgar el
31

nombre de «hipótesis» a una doctrina tan apreciada como era su prin-


cipio de utilidad ( E 285, 289 [ T r a d . , pp. 157, 1 6 1 ] ) . L a superficie
2

verbal de los escritos de Newton y de H u m e se ve trastornada por la


presencia de un término clave cuyo significado evoluciona. C o n todo, sería
|x>sible captar el significado que entraña. Atenerse demasiado a la letra
no ayuda a fijar este punto de diferencia sobre las hipótesis, punto que es
el causante de sus veredictos conflictivos acerca de los límites del cono-
cimiento humano.

" Cf. £i, apéndice ii, p. 298 (trad., p. 171).


" Por ejemplo, a lo largo de Ei X I .
100 James Noxon

Newton había admitido abiertamente su incapacidad de determinar


las causas de ciertas cualidades y fuerzas cuya presencia y funcionamiento
se manifestaban en los fenómenos. Tales causas podrían denominarse ocul-
tas, pero no así las cualidades y fuerzas mismas cuyos efectos deductibles
resultan verificables empíricamente. Las hipótesis eran permisibles en
tanto cuanto se reconociese su condición especulativa y no se confundie-
sen con resultados demostrados. Habrían de entenderse como sospechas,
conjeturas o insinuaciones, por lo que lo mejor era expresarlas a modo
de preguntas para investigar posibilidades teóricas que no eran por el
momento decidióles experimentalmente. Si no sus posiciones básicas, al
menos el acento puesto en estos puntos por Newton cambió de lugar
bajo la presión de sus críticos. T a n pronto como constataba que en la
mente de los críticos sus conclusiones generales estaban contaminadas por
su asociación con hipótesis especulativas, defendía las leyes confirmadas
proclamando haber eliminado las hipótesis de su filosofía experimental.
Cuando la gravedad se vio denigrada como cualidad oculta, distinguió
su fuerza manifiesta de su causa claramente oculta. Otras veces, adoptaba
la posición de que decir que una causa era oculta equivalía a limitar la
investigación científica declarando a la causa «incapaz de ser descubierta
y puesta de m a n i f i e s t o » . Por tanto, no accederá a declarar ocultas o
32

incognoscibles las causas de la gravedad, la atracción y la fermentación,


sino que se limitará a «dejar por descubrir sus Causas» . 3 3

E s cierto que, en los Principia, Newton contrapuso expresamente las


hipótesis a las proposiciones empíricas genuinas derivadas de la obser-
vación dé los fenómenos. Si no nos damos cuenta de que la distinción
que Newton pretendía hacer se puede formular de otro modo, separando
las hipótesis especulativas sin fundamento («ficciones», «narraciones filo-
sóficas») de las hipótesis empíricamente verificables («principios», «axio-
mas» o «leyes») el punto de desacuerdo de H u m e no se comprenderá
cabalmente. «Si tomamos literalmente lo que dice Newton acerca de las
'hipótesis'», dice John Passmore, «entorices H u m e no podría haber con-
denado las hipótesis sin rechazar la ciencia empírica en conjunto. Escribía
Newton: 'hemos de denominar hipótesis a lo que no se deduce de los
fenómenos'. Evidentemente, el punto crucial de la lógica de H u m e es
que ninguna generalización empírica se puede 'deducir de los fenóme-
nos'» . Pero, después de todo, ¿no utilizaba Newton la expresión «dedu-
3A

cir» como sinónima de «sacar Conclusiones generales de [Experimentos


y Observaciones] por Inducción»? Como señala más tarde el propio
Passmore, «Newton identificaba 'inducción de la experiencia' y 'deduc-
ción de los fenómenos'». A continuación añade, « H u m e negaba que pu-

n
Opticks, 401 (trad, p. 377). Continúa: «Tales cualidades ocultas ponen limite
al Desarrollo de la Filosofía natural, por lo que han sido rechazadas en los últimos
años.»
" Ibid., 402 (trad., p. 377).
" Hume's Intentions, 46. (La frase de Newton se cita de los Principia, I I , 314.)
La evolución de la filosofía de Hume 101

diesen ser deductivos los argumentos a partir de la experiencia» . Sin


3 5

embargo, H u m e no negaba las inducciones a partir de la experiencia.


Estas «conclusiones generales» inducidas o deducidas de la experiencia
son «hipótesis» según un último uso de la palabra. E n este sentido pres-
tigioso, se admiten de hecho en la filosofía natural de Newton y tanto
de hecho como de derecho en la filosofía moral de H u m e . Aunque desde
el punto de vista de H u m e sea una impropiedad sería utilizar, como hace
Newton, intercambiablemente «deducción» e «inducción», no se discute
el procedimiento efectivo de derivar conclusiones generales a partir de
la experiencia. Solo se produce el choque cuando ambos filósofos llegan a
lo que H u m e denominaba «la hipótesis religiosa» (Ei 139).
Evidentemente, Newton no habría aceptado que el Argumento Teleo-
lógico se estableciese como hipótesis. Como ha señalado Koyré, «cierta-
mente, Newton no consideraba una "hipótesis metafísica' la existencia de
Dios y su acción sobre el mundo... para Newton, la existencia de Dios
era una certeza, una certeza mediante la cual habían de explicarse en
última instancia los fenómenos, todos ellos» . Mas tampoco concedería

Newton que la gravedad fuese una hipótesis — a l menos, no en el sen-


tido de «hipótesis» que estigmatizarla tal principio como especulativo y
conjeturado. Tanto para Dios como para la gravedad se recurre al
mismo tipo de elementos de juicio: los efectos de ambos se manifiestan
en los fenómenos y ambos son precisos a fin de explicar causalmente lo
observable. Cuando Newton dice que hablar acerca de Dios «a partir de
los fenómenos pertenece a la filosofía experimental», acentúa el carácter
científico del Argumento Teleológico. Por consiguiente, abre la especta-
tiva de que «la hipótesis religiosa» se establezca de acuerdo con sus pro-
pias «Reglas del Razonamiento filosófico.» D e no ser así, la ciencia new-
toniana no podría apoyar aparentemente en ningún sentido la teología
newtoniana.
Mas, en otras ocasiones, Newton insistía igualmente en que el uni-
verso no era completamente explicable en términos de causalidad mecá-
nica y que, por consiguiente, había límites teóricos impuestos al método
experimental. E n tales ocasiones, da la impresión de que tiene que re-
currir a procedimientos totalmente excepcionales para poder imponer la
conclusión del Argumento Teleológico. Entonces, la «hipótesis religio-
sa» parece ser una conveniencia para tratar con problemas que no se
pueden abordar del modo científico ordinario. U n a deidad interesada y
eternamente vigilante da cuenta tanto de los empujones iniciales dados
al sistema, como de los dispendios periódicos de energía necesarios para
compensar las pérdidas de impulsión debidas a la resistencia. E l número
concreto de cuerpos celestes, sus posiciones, órbitas y velocidades pueden
ponerse todas ellas bajo «el consejo y dominio de un Ser inteligente y

M
Hume's Intentions, 51.
34
Newtonian Studies, 38.
102 James Noxon

poderoso». D e un modo similar, solo la sabiduría y poder de tal Ser


pueden dar cuenta del hecho de que las estrellas fijas se mantengan en
sus lugares respectivos desafiando la gravedad.
Newton había sobrepasado desde hacía mucho tiempo el punto en
el que aún podría haber elejido entre o bien expresar sus pretensiones
teológicas en los mismos términos que sus tesis científicas, asumiendo las
consecuencias de .ello, o bien proclamar nuevas Reglas metodológicas
que controlasen las especulaciones teológicas. Nunca adoptó una decisión
tajante. Desde el punto de vista de que el discurso religioso pertenece a
la filosofía experimental, «la hipótesis religiosa» ha de someterse a las
mismas pruebas de verificación que el resto de las hipótesis empíricas.
Desde el otro punto de vista, según el cual la teología natural comienza
allí donde fracasa el pensamiento científico, «la hipótesis religiosa» habría
de labrarse su propio camino sin beneficiarse del crédito de la ciencia
natural. E s bastante normal que Newton desease evitar tan perturbadoras
consecuencias. Quería que su teología reflejase la gloria del método cien-
tífico sin tener que someterse a los peligros de la verificación. Por tanto,
alega a veces que las conclusiones generales acerca de la existencia y
naturaleza de la Divinidad o Causa primera habían sido obtenidas por
inducción analítica, de acuerdo con «la Empresa fundamental de la Filo-
sofía natural [ q u e ] es razonar a partir de los fenómenos sin inventar
hipótesis y deducir las Causas de los Efectos hasta llegar a la verdadera
Causa p r i m e r a . . . » . E n otras ocasiones, se expresa como si el sello de
3 7

«el Brazo divino» estuviese claramente presente en los fenómenos mecá-


nicameffte inexplicables, pudiéndose intuir directamente tal conclusión
con una certeza vedada a toda conclusión general obtenida por inducción.
E l problema de Newton no es que no pudiese emprender ambos
caminos, sino que no podía emprender uno solo. E l precio de la credi-
bilidad era el riesgo representado por la prontitud de los científicos a
someter la hipótesis a la posibilidad de la refutación mediante los hechos.
N o le bastaba derivar «conclusiones generales^ a partir del análisis de los
fenómenos. Tenía que avanzar también por medio del proceso sintético,
contrastando con lo observable las consecuencias deducidas. Comparado
con la precaución y paciencia mostradas en otras situaciones, el uso
que hace Newton de la «hipótesis religiosa» resulta notablemente ágil y
sencillo. H a y que admitir que el problema no daba lugar a oportunidades
para la ingeniosidad experimental o siquiera sea para la observación espe-
cializada. Aunque el testimonio de este fuese menos impresionante, la
existencia de un Plan era algo manifiesto tanto para el científico aficio-
nado como para el astrónomo consagrado. E l plan observable implicaba
un Planificador y el Planificador entrañaba un plan verificable. Ningún
argumento de importancia similar podría ser más sencillo lógicamente,
ni basarse en hechos más accesibles. U n a vez hecha la inferencia, lo único

" Opticks, 369 (cuesuón 28).


La evolución de la filosofía de Hume 103

que cabía hacer era tornar a la arrobada contemplación de la naturaleza


en busca de una confirmación adicional del ilimitado genio para la orga-
nización mostrado por la Divinidad. A pesar de su aspecto plausible,
el Argumento Teleológico implicaba algunos razonamientos excepcionales
según las normas científicas ordinarias. H u m e poseía el impulso agnós-
tico y la agudeza lógica necesaria para poner en tela de juicio el trata-
miento preferencial otorgado a «la hipótesis religiosa».
Para ser tenido por científico, el Argumento Teleológico habría de so-
meterse a las reglas de la inferencia causal. £1 punto fundamental de
la crítica de H u m e es que los defensores de este argumento invalidan
su conclusión al violar una «regla» o «máxima» del razonamiento causal.
Esta «regla», que complementa a las que se encuentran en el Treatise
y que sirve como última arma del escéptico en los Dialogues Concerning
Natural Religión, aparece por primera vez en el Enquiry Concerning Hu-
man Understanding:.

Si la causa se conoce exclusivamente por el efecto, nunca he-


mos de atribuirle ninguna cualidad que no sea absolutamente
necesaria para la producción del efecto. Tampoco podemos, sir-
viéndonos de ninguna regla del justo razonar, partir de la causa
e inferir de ella otros efectos distintos de aquellos con cuya sola
ayuda la conocemos (Ei 1 3 6 ) . 3 8

Ilustremos la regla de H u m e considerando de qué modo se podrían


inferir conclusiones generales acerca de la naturaleza humana a partir
de la observación de la conducta. Supongamos que se observan actos
generosos y mezquinos, amables y crueles, que hay casos de competencia
y de cooperación, de benevolencia y de malicia. Se podría criticar al teóri-
co que de tan variados fenómenos sacase la conclusión general de que
todos los hombres son esencialmente egoístas y agresivos o, por el con-
trarío, benevolentes y altruistas. Violará la regla de H u m e si empieza a
interpretar todo acto aparentemente altruista como testimonio de egoísmo
disimulado o, todo acto aparentemente egoísta como expresión distorsio-
nada de abnegación. Estará atribuyendo a la causa (la naturaleza humana)
una cualidad (la capacidad de disimular las intenciones) que no había sido
irúcialmente inferida a fin de dar cuenta de los efectos observados. Una

" Cf. E i 143 n. 1: «Pienso que se puede, en general, establecer la máxima


de que cuando una causa se conoce únicamente por sus efectos particulares, ha de
resultar imposible inferir nuevos efectos a partir de dicha causa, pues las cualidades
requeridas para producir estos nuevos efectos junto con los primeros deben ser o
diferentes o superiores o de acción más extensa que aquellos que solo producen el
efecto, a partir del cual exclusivamente creemos conocer la causa. Por tanto, nunca
podemos poseer razones para suponer la existencia de estas cualidades.» Cf. también
I) 199-200: «¿Cómo podemos conocer una causa si no es por sus efectos? ¿Cómo
te puede probar una hipótesis si no es a partir de los fenómenos aparentes? Esta-
blecer una hipótesis basándola en otra es construir completamente en el aire...»
104 James Noxon

táctica escurridiza similar constituye el cuño del modo de proceder


teleológico que tienen los teólogos. E l observador imparcial del orden
natural que se encuentra con la enfermedad, el hambre y los terremotos,
así como con los cielos estrellados que se despliegan sobre sí, podrá
inferir algunas limitaciones en la beneficiencia o poder del Creador. Mas
el teólogo no revisa su hipótesis acerca de un Creador omnipotente y
benevolente cuando -se enfrenta al testimonio desfavorable de los desas-
tres naturales, sino que las salva inventando una hipótesis subsidiaria
ad hoc relativa a un estado futuro en el que aquellos que hayan sufrido
inmerecidamente serán compensados. Pero, evidentemente, esta fe en la
reparación final de la injusticia no se apoya en la observación de este
mundo en el que los pecados están distribuidos desordenadamente como
el polvo que el viento arrastra. H u m e no se dq'a engañar por el intento
de hacer pasar como algo empírico el Argumento Teleológico, rehusando a
la vez la obligación de aceptar los resultados del intento de verificar sus
conclusiones. Las evasivas de los teólogos que sostienen la existencia de
un plan constituyen un buen ejemplo del pernicioso hábito, fustigado fre-
cuentemente por H u m e , consistente en suspender los procedimientos ordi-
narios a fin de salvar una doctrina apreciada.
Fue Newton el primero en subrayar que para ser científicamente
aceptables, los principios explicativos —conocidos luego con el nombre
de hipótesis— tenían que ser verificados empíricamente. Pero, finalmen-
te, fue H u m e quien sostuvo consistentemente este principio metodoló-
gico básico. Tanto Newton como sus seguidores estaban dispuestos a
hacer excepciones con sus normas a fin de acomodar la «hipótesis reli-
giosa». H u m e se negó obstinadamente a repudiar la regulación que el
método hipotéüco-deductivo de las ciencias había impuesto a las imagi-
naciones hipotéticas de la metafísica especulativa. Así pues, donde H u m e
rompe ton los newtonianos por culpa de las hipótesis es precisamente
en el punto en que los newtonianos pasan de la ciencia natural a la reli-
gión natural. N o deja de ser irónico que lo que le descalifica como un
completo metodólogo newtoniano sea precisamente^ su rígida adherencia a
uno de los principios cardinales de la ciencia newtoniana.

Sección 4 . Razonamiento analógico

Finalmente, el concepto de analogía surgió en medio de la disputa


que mantenía H u m e con los newtonianos. Rompió con ellos porque no
podía aceptar sus pretensiones de cientifidad cuando desarrollaban la
religión natural. E l problema era ver si los métodos de la ciencia na-
tural y la religión natural eran o no lo suficientemente análogos como
para otorgar la condición de científicas a las conclusiones de los teólogos
que sostenían la existencia de un plan. H u m e resolvió esta importante
cuestión de principio general de un modo indirecto, al demostrar que
La evolución de la filosofía de Hume 105

el razonamiento analógico empleado en el Argumento Teleológico era


claramente engañoso.
N o habfa lugar para ningún argumento acerca de la legitimidad del
razonamiento analógico como tal. Constituía un medio de inferir pro-
piedades que no eran directamente observables, así como de generalizar
más allá de los límites alcanzables por la inducción perfecta. Puesto
que había visto que la gravedad pertenecía a todos los cuerpos físicos
con los que Newton estaba familiarizado, sacó la conclusión de que
todos los cuerpos terrestres poseían dicha propiedad. Tras observar seme-
janzas significativas entre los cuerpos terrestres y los celestes, concluyó
que la gravedad era una propiedad que también pertenecía a los cuerpos
celestes, siendo por tanto una propiedad universal. También observó se-
mejanzas chocantes entre el comportamiento de las partículas materiales
en las reacciones y procesos físicos y químicos, así como en los movi-
mientos de los grandes cuerpos estudiados por la astronomía. Razonando
por analogía, concluyó que las fuerzas de atracción que explicaban los
movimientos planetarios operaban entre los átomos invisibles, por lo
que la gravedad podía convertirse en la base de una genuina teoría uni-
versal de la atracción.
E n el primer Enquiry, H u m e apoya en principio este método, con-
cediendo que «la experiencia y la observación, junto con la analogía, son
las únicas guías que podemos seguir razonablemente en las inferencias
de» tipo causal ( E , 148). Y a había admitido la analogía en el Treatise
como una «especie de probabilidad» ( T 142 [ I 2 3 2 ] ) , es decir, como una
forma de inducción. Reconocía que la mente humana tiende por natura-
leza hacia el razonamiento analógico. L a creencia en la existencia continua
c independiente de los objetos percibidos por primera vez, por ejemplo,
se basaba en su semejanza con los objetos familiares cuya constancia y
coherencia habían inspirado previamente una creencia análoga ( T 209
I I 329-330]). D e acuerdo con esta táctica de desarrollar los principios
metodológicos como extensiones de principios naturales del entendimien-
to, adoptó el razonamiento analógico para sus propios fines teóricos. A fin
de confirmar su hipótesis de que las causas del orgullo y la humildad
han de relacionarse con el yo para producir placer o dolor, proyectó su
explicación sobre el campo de la psicología animal, pues

es corriente entre los anatomistas unir a sus observaciones


y experimentos sobre el cuerpo humano otros practicados en
los de las bestias, derivando del acuerdo de estos experimentos
argumentos adicionales para cualquier otra hipótesis... Apli-
quemos, por tanto, este método de investigación, que tan inútil y
adecuado se ha mostrado en los razonamientos relativos al
cuerpo, a nuestra presente anatomía de la mente, a fin de ver qué
descubrimientos podemos hacer con su ayuda ( T 325-6 [ I I
78-9]).
106 James Noxon

A l observar las semejanzas entre la expresión y causas del orgullo


y la humildad en hombres y animales, concluyó, «Según las reglas de
la analogía», que «también son los mismos los modos en que operan las
causas» ( T 327 [ I I 8 1 ] ) . Apelaba a la semejanza de su teoría asocia-
cionista del orgullo y la humildad con su doctrina de la creencia natural
como confirmación de ambas: «Evidentemente hay una gran analogía
entre esa hipótesis y la de ahora... de modo que hay que aceptar la
analogía como uña prueba apreciable en favor de ambas hipótesis» ( T 290,
cf. T 319 [ I I 28; cf. I I 7 0 - 1 ] ) . U n a vez más, tras volver en el Apéndice
del Treatise a apuntalar su demostración de que la creencia no es más
que un sentimiento peculiar que acompaña la concepción de una cues-
tión de hecho, procede «a examinar la analogía que existe entre la creencia
y otros actos de la mente y hallar la causa de la firmeza y fuerza de la
concepción» ( T 627 [ I I I 2 4 9 ] ) .
Aunque en H u m e no se encuentra ninguna presentación formal de
la lógica de la analogía, hay comentarios incidentales acerca de las reglas
de la analogía en el Treatise, en el primer Enquiry y en los Dialogues
Concerning Natural Religión. Todos estos casos reafirman los sencillos
principios de la inferencia analógica formulados en las tres primeras
Reglas del Razonamiento filosófico de Newton. «Todos nuestros razona-
mientos relativos a cuestiones de hecho», afirma H u m e en el primer
Enquiry, «se basan en una especie de Analogía que conduce a esperar
de una causa los mismos sucesos que hemos visto que surgen de causas
similares» ( E i 104). E n el Treatise había recurrido al caso de la anatomía
comparad* para ejemplificar este extremo: « E s indudablemente cierto
que cuando la estructura de las partes de los brutos son las mismas que
las de los hombres, así como las funciones de dichas partes, las causas
de tales operaciones no pueden ser distintas, por lo que aquello que des-
cubramos que es verdadero en el caso de una especie, puede concluirse
sin vacilación que es cierto también en la otra» ( T 325 [ I I 7 9 ] ) .
E l argumento analógico convincente comienza con un conjunto exten-
so de semejanzas significativas. «Cuando las\causas son completamente
semejantes», continúa el pasaje del Enquiry, «la analogía es perfecta y
la inferencia sacada de ella se considera cierta y concluyente... Pero cuan-
do los objetos no poseen una semejanza tan exacta, la analogía es menos
perfecta y la inferencia sacada de ella, menos concluyente, a pesar de que
aún posea cierta fuerza en proporción al grado de semejanza y parecido»
( E j 104). H u m e siguió insistiendo en este punto, según el cual la fuerza
de la analogía es proporcional al grado de semejanza entre los análogos,
que había planteado firmemente por primera vez en el Treatise: « A me-
dida que decae la semejanza, disminuye la probabilidad...» ( T 147 [ I
240]).
E s este el primer principio que invoca H u m e en el Enquiry, así
como en los Dialogues Concerning Natural Religión a fin de desacreditar
el Argumento Teleológico, L o s teólogos que sostienen la existencia de
La evolución de la filosofía de Hume 107

un plan se basan en la analogía existente entre el universo creado y las


obras planificadas y ejecutadas por los hombres. £1 siguiente discurso
escrito — o más bien sacado, como ha apuntado H u r l b u t t , del libro de
39

Colin Maclaurin, An Account of Sir Isaac Newton's Philosophical Disco-

" Op. cit., 42. Cf. Maclaurin: «La verdadera demostración de la existencia de
Dios, obvia para todos y dotada de una convicción irresistible, parte del plan y la
concordancia de las cosas entre sf que encontramos por todas partes en el universo.
Un este terreno no se precisan argumentaciones finas y sutiles: un plan manifiesto
nugiere inmediatamente un planificador. Nos golpea como una sensación; un argu-
mento artificioso en contra suya puede confundirnos, pero no puede sacudir nuestra
creencia. Así, por ejemplo, nadie que conozca los principios de la óptica y la estruc-
tura del ojo podrá creer que se haya formado sin destreza en esa ciencia, que el
oído se haya formado sin un conocimiento de los sonidos o que el macho y la hembra
de los animales no hayan sido formados el uno para el otro a fin de continuar la espe-
cie. Todas nuestras descripciones de la naturaleza están llenas de casos semejantes.
1.4 estructura bella y admirable de las cosas por las causas finales exalta la ¡dea que
tenemos del Planificador: la unidad del plan muestra que es Uno» (op. cit., 381).
Cf. también con Hume: «La posición declarada de todo escéptico razonable consiste
rn rechazar los argumentos refinados, abstrusos y remotos, asentir al sentido común
y a los sencillos instintos cualesquiera razones que puedan
golpearle con tal fuerza que no pueda evitarlas sin la mayor violencia. Ahora bien,
los argumentos en favor de la religión natural son sencillamente de este tipo y nada
puede rechazarlos si no es la metafísica más obstinada y perversa. Considerad, anato-
mizad el ojo, observad su estructura y planificación y decidme, por vuestros propios
sentimientos, si no surge entre vosotros inmediatamente la idea de un planificador,
con una fuerza similar a la de las sensaciones. Sin lugar a dudas, la conclusión más
obvia está en favor del plan, si bien requiere mucho tiempo, reflexión y estudio
reunir esas objeciones frivolas, aunque abstrusas, que pueden prestar apoyo a la
infidelidad. ¿Quién puede contemplar al macho y a la hembra de cada especie,
In correspondencia de sus miembros e instintos, sus pasiones y el curso de su vida
antes y después de la generación sin ser sensible al hecho de que la propagación
de las especies obedece a un plan natural? Millones y millones de ejemplos seme-
jantes se presentan en todas partes del universo y ningún lenguaje puede transmitir
un mensaje más irresistible e inteligible que el curioso ajuste de las causas finales»
(D 154). Cf. también Maclaurin: «La naturaleza abstrusa del tema dio pie a los
últimos platónicos, particularmente a Platino, a introducir las ideas más ininteligi-
bles y místicas acerca de la Divinidad y del culto que le debemos. Así, pues, nos
dice que el intelecto o el entendimiento no debe atribuirse a la Divinidad y el culto
más perfecto no consiste en actos de veneración, reverencia, gratitud o amor, sino
rn cierta autoaniquilación misteriosa o extinción total de nuestras facultades. A pesar
de lo absurdas que son, estas doctrinas han gozado de seguidores que, tanto en
rstos como en otros casos, al apuntar demasiado alto, mucho más allá de sus posi-
bilidades, sobrecargan sus facultades y caen en la locura o alienación...» (op. cit.,
378-9) y Hume: «Los antiguos platónicos, como es sabido, fueron los más religiosos
y devotos de todos los filósofos paganos. Sin embargo, muchos de ellos, especialmente
Platino, declaran expresamente que no hay que atribuir a la Divinidad intelecto o
entendimiento y que nuestro culto más perfecto no consiste en actos de veneración,
reverencia, gratitud o amor, sino en cierta autoaniquilación misteriosa o extinción
total de todas nuestras facultades. Estas ideas tal vez sean demasiado distorsiona-
das, pero», hace Hume decir a Filón, en contra de Maclaurin, «aun así, hay que
reconocer que, al representar a la Divinidad tan inteligible, comprensible y semejante
a la mente humana, somos culpables de la más grosera y estrecha parcialidad, convir-
tiéndonos a nosotros mismos en el modelo de todo el universo» (D 156).
108 James Noxon

verles— para Cleantes, en la Parte segunda de los Dialogues, es un com-


pendio de los argumentos que tanto abundan en la literatura acerca de
la religión natural:

Mirad el mundo en torno, contemplad su conjunto y cada


una de sus partes. Descubriréis que no es más que una gran
máquina subdividida en un número infinito de máquinas meno-
res que, a su vez, admiten ulteriores subdivisiones hasta un
punto que está mucho más allá del poder de indagación y expli-
cación de los sentidos y facultades humanas. Todas estas varia-
das máquinas e incluso sus partes más diminutas se ajustan entre
sí con tal precisión que inundan de admiración a todos cuantos
las contemplan. L a curiosa adaptación de medios a fines que se
encuentra por toda la naturaleza se asemeja exactamente, si bien
los excede con mucho, a los productos diseñados por el hombre,
a los productos del ingenio, pensamiento, sabiduría e inteligencia
del hombre. Puesto que, consiguientemente, se asemejan tanto
entre sí los efectos, nos vemos arrastrados a inferir, en función
de todas las reglas de analogía, que también se asemejan las cau-
sas, por lo que el Autor de la naturaleza es un tanto similar a la
mente humana, aunque dotado de facultades más importantes de
acuerdo con la envergadura de la obra realizada. Mediante este
argumento a posteriori y solo mediante él, demostramos inme-
diatamente la existencia de una Divinidad semejante a la mente
inteligencia humanas ( D 143).

Filón, el escéptico, responde en parte:

Pero, a medida que te alejas lo más mínimo de la semejanza


' de los casos, disminuyes proporcionalmente la evidencia, pudien-
do desembocar finalmente en una analogía muy débil, claramente
susceptible de error e incertidumbre.
Si vemos una casa, Cleantes, concluimos con la mayor cer-
teza que ha habido un constructor o arquitecto, pues se trata
precisamente del tipo de efecto que hemos experimentado que
procede de tal tipo de causa. Pero es seguro que no afirmarás
que el universo mantiene una tal semejanza con una casa como
para que podamos inferir con la misma certeza una causa similar
o que aquí la analogía es completa y perfecta. L a desemejanza
es tan chocante que lo más que puedes pretender es formular
una sospecha, una conjetura, una presunción relativa a una causa
similar. Dejo a tu consideración el modo en que el mundo reciba
tal pretensión ( D 144).

L a analogía entre el universo y las construcciones humanas es tan


tenue que la existencia de alternativas igualmente plausibles nos deja
La evolución de la filosofía de Hume 109

en libertad para inferir, como el Brahmán, que el mundo ha sido tejido


por el vientre de una araña. £1 mundo natural se asemeja mucho más a
un animal que a una obra de arte o ingeniería humanas. (Constituye,
por ejemplo, un sistema que cambia constantemente y se recompone a sí
mismo.) Por tanto, como arguye más tarde Filón al comienzo de la Parte
sexta de los Dialogues, basándose en el principio de «que cuando se
observa que diversas circunstancias conocidas son similares, se encontrará
que las desconocidas también lo son» ( D 170), existen fundamentos más
sólidos para construir la creación del universo como análoga a la genera-
ción animal que como análoga a la ejecución de los planes de artistas y
artesanos.
Aún cuando esta primera barrera hubiese sido perforada, establecien-
do un conocimiento suficientemente comprensivo de la analogía existente
entre el mundo natural y las obras humanas, se levantaba aún otro obstácu-
lo insalvable entre el teólogo y su objetivo. Las pestes y plagas, las ham-
bres e inundaciones, las enfermedades y deformidades que infestan el
mundo han de ser compaginadas con el infinito poder, sabidurías y bondad
de su creador. E l venerable sofisma empleado para realizar dicho ajus-
te consistía en aducir que lo que parecía malvado a la limitada visión
humana de un plan incompleto, era esencial para el bien final del conjunto,
de modo que en un estado futuro la perfección del Creador se haría
manifiesta claramente en el plan total. L a única base de este optimismo
cósmico venía dada por los atributos de Dios que implicaban que el
universo creado por él habría de alcanzar la perfección absoluta. Pero se
suponía que estos mismos atributos se habían derivado del mundo de la
experiencia. E s evidente que el teólogo se ha alejado tanto de los elemen-
tos de juicio, que ha de intervenir en el efecto a fin de ponerlo al mismo
nivel del carácter gratuito atribuido a la causa. Como dice en el primer
Enquiry el epicureísta que propone el Argumento Teleológico:

Persistes en imaginar que si aceptamos la divina existencia


que tan obstinadamente defiendes, podrás inferir sin peligro
algunas consecuencias de ella y añadir algo al orden experimen-
tado en la naturaleza, argumentando a partir de los atributos
conferidos a tus dioses. Pareces haberte olvidado de que todos
tus razonamientos sobre este tema solo pueden ir de los efectos a
las causas y que ha de ser tenido por un gran sofisma cualquier
argumento deducido de las causas a los efectos, pues te resulta
imposible saber algo de la causa que no haya sido previamente
no inferido, sino descubierto en el efecto (Ei 140-1).

L o que vicia el Argumento Teleológico por analogía es el carácter


único del universo y su pretendido Diseñador. Como en los Dialogues,
el argumento típico de la religión natural se formula y se refuta: es
razonable que quien contempla un edificio a medio construir, rodeado de
110 James Noxon

los materiales y equipo necesarios para su terminación, infiera el final


de la construcción:

Si vieses, por ejemplo, un edificio a medio construir, rodeado


de pilas de ladrillos, piedras y mortero, junto con todos los ins-
trumentos de albañilería, ¿acaso no podrías inferir del efecto que
se trato, de una obra diseñada y planeada? ¿Acaso no puedes
partir de nuevo de la causa inferida para inferir nuevos elemen-
tos del efecto y concluir que el edificio pronto estará acabado
y recibirá todos los implementos que el arte le pueda conferir?...
¿ P o r qué te niegas a admitir el mismo modo de razonamiento
por lo que atañe al orden de la naturaleza? Considera el mundo
y la vida actual tan solo como un edificio imperfecto del que se
puede inferir una inteligencia superior y, argumentando a partir
de dicha inteligencia superior que no puede hacer nada imper-
fecto, ¿por qué no has de inferir un esquema o plan más com-
pleto que se vea consumado en un punto distante del espacio o
del tiempo? ¿Acaso no son totalmente semejantes estos métodos
de razonar? ¿Con qué excusa adoptas uno de ellos y rechazas el
otro? ( E , 143).

L a respuesta del escéptico es que la primera inferencia se asienta en


un cuerpo de información digno de confianza relativo a la conducta
humana, y sacado de la observación. L a expectativa de que el edificio «
medio construir se vea terminado cuando los materiales y erramientai
estén disponibles se asienta en numerosas experiencias casi invariables.
Sin embargo, no hay una fuente de información análoga acerca de lai
costumbres de la divinidad que garantice la inferencia relativa a sui
intenciones y habilidades: «este método de razonar no puede nunca tener
lugar por respecto a un Ser tan remoto e incomprensible que es mucho
menos análogo a cualquier otro ser del universo que el sol a una velo
de cera y que únicamente se manifiesta mediante algunos débiles rasgot
y trazos, más allá de los cuales no tenemos derecho a conferirle ningún
atributo o perfección» ( E i 146). Todo lo que se diga en favor de U
Divinidad con algún grado de probabilidad ha de ser inferido del mundo
tal como se ofrece a la experiencia. Todo intento de predecir efecto»
futuros para fundamentar ulteriores atribuciones a la causa no es mi*
que «simple conjetura e hipótesis» ( E i 145). Toda atribución dogmática
de perfección más allá de lo que los elementos de juicio observables garan-
tizan, «manifiesta más adulación y panegírico que razonamiento exacto
y filosofía firme» ( E i 146). E l resultado de la rígida adhesión de H u m e tt
las reglas de la analogía sancionadas por el sentido común y la ciencia
empírica fue que el Argumento Teleológico suministrase una versión lasti-
mosamente débil de la gran conclusión que había inspirado. E n las últi-
mas palabras escritas para Filón en la versión final de 1776, se redujo
La evolución de la filosofía de Hume 111

simplemente a «que la causa o causas del orden del universo mantienen


probablemente alguna remota analogía con la inteligencia humana»
(D 227).
Mucho antes, Cleantes había intentado eliminar esta restricción, ci-
tando el precedente de la aceptación del sistema copernicano:

Demostrar el origen del universo a partir de la mente, sir-


viéndose de la experiencia, no es más contrario al modo ordina-
rio de hablar que demostrar el movimiento de la tierra partiendo
del mismo principio. U n a persona quisquillosa podría plantear
al sistema COPERNICANO las mismas objeciones que has esgri-
mido en contra de mis razonamientos. ¿ H a y otras tierras, podría
preguntar, que hayas visto moverse? ¿ H a s . . . ?
— ¡ S í ! , gritó FILÓN interrumpiéndole, tenemos otras tierras.
¿Acaso la luna no es otra derra que vemos que gira en torno
nuestro que somos su centro? ¿Acaso no es Venus otra tierra
en la que observamos el mismo fenómeno? ¿ A c a s o las revolucio-
nes solares no confirman también por analogía la misma teoría?
¿Acaso no son los planetas otras tantas tierras que giran en torno
al sol? ¿Acaso los satélites no son lunas que giran en tomo a
Júpiter y Saturno y en torno al sol, junto con estos otros plane-
tas primarios? L a s únicas pruebas del sistema COPERNICANO son
estas analogías y semejanzas, junto con otras que no he men-
cionado. A ti te corresponde considerar si posees algunas analo-
gías del mismo tipo en apoyo de tu teoría ( D 150).

A continuación, Filón le recuerda a Cleantes el razonamiento analó-


gico sobre el que se ha asentado «el sistema astronómico moderno»,
«obre todo gracias a Galileo — « e l gran genio, uno de los más sublimes
que haya habido nunca»:

Mas Galileo, comenzando con la luna, demostró su semejanza


en todos los puntos con la tierra: su figura convexa, su oscuridad
natural cuando no está iluminada, su densidad, su composición
de sólido y líquido, la variación de sus fases, la iluminación
mutua de la tierra y la luna, sus eclipses mutuos, las desigual-
dades de la superficie lunar, etc. Tras múltiples casos de este tipo
relativos a todos los planetas, la gente vio con claridad que dichos
cuerpos eran objetos adecuados de experiencia y que la seme-
janza de su naturaleza nos permitía extender los mismos argu-
mentos y fenómenos de unos a otros.
Puedes leer tu propia condena en este modo cauto de proce-
der de los astrónomos, Cleantes; o puedes ver, más bien, que el
tema en que te ocupas supera la capacidad humana de razonar e
investigar ( D 151).
112 James Noxon

N o cabe duda de que después de haberse despertado por primera vez


el interés de los hombres por lo sobrenatural, el sentimiento religioso
se vio sacudido por el misterio y esplendor de los cielos. Mas, tras los
trabajos de Newton, la ciencia de la astronomía se había consagrado
como una autoridad principal en favor de las pretensiones de la religjón
natural. Cuando el escepticismo humeano muestra que el principio del
razonamiento analógico sobre el que se levantaba tal ciencia es y debe
ser violado por el Argumento Teleológico, establece un punto importan-
tísimo, lógicamente devastador para la religión natural de Newton.

Sección 5. Problemas metodológicos de Hume

E l análisis matemático y la observación empírica suministraban una


doble fuente de energía a este método incomparable que H u m e admiraba
y que Newton había heredado de la Escuela de Padua a través de Galileo.
E l «maridaje verdadero y legítimo de las facultades empírica y racional»
que Bacon había invocado en The Great Instauraron había sido consu-
mado en la revolución científica al emparejar las deducciones matemá-
ticas a partir de los primeros principios con las inducciones a partir de
la experiencia. A l teorizar sobre los fundamentos epistemológicos de In
revolución científica, los filósofos racionalistas tendían a subrayar su lado
matemático, mientras que los empirístas hacían hincapié en el aspecto obser-
vacional. Aunque la brillantez matemática y la ingeniosidad experimental
no estaban igualmente distribuidas en cada uno de los científicos, el máí
grande de todos ellos hizo que la deducción matemática fuese relevante
para los resultados de las observaciones controladas experimentalmcntc,
Se ha repetido muchas veces la historia de la discusión que Edmund
Halley sostuvo con Robert Hooke y Christopher W r e n acerca de la teoría
gravitatoria en una hospedería de Londres, ya en 1684. W r e n ofreció
como premio un libro de cuarenta chelines a quien fuese capaz de demos-
trar que las leyes del movimiento planetario de Kepler se derivaban de
la ley del inverso del cuadrado. Hooke, qus-hacía diez años que había
formulado la ley del inverso del cuadrado en An Attempt to prove the
Motion oj the Earth from Observations, se jactó de haber encontrado la
demostración, si bien la había retenido hasta poder apreciar las dificul
tades en función de los intentos de otras personas. Cuando los esfuerzos
de Halley no dieron ningún resultado, recurrió en Agosto a Newton que
estaba en Cambridge y le preguntó qué curva describirían los planeta»
si la fuerza de la gravedad disminuyese inversamente al cuadrado de ln
distancia. Newton, que había concebido la ley de la atracción cerca de
veinte años antes, respondió sin duda, «Una elipse». A l preguntarle
cómo lo sabía, dijo que lo había calculado y le ofreció la demostración n
Halley. Pero se le había traspapelado y, tras una búsqueda infructuosa
entre sus papeles, prometió trabajar de nuevo en el asunto y enviarle ln
La evolución de la filosofía de Hume 113

demostración a Halley. Por haber cometido un error elemental en su dia-


grama del problema, Newton tuvo dificultades en reconstruir su demos-
tración; pero en noviembre, Halley recibió dos demostraciones y se quedó
tan impresionado que volvió a Cambridge donde vio las notas de las
lecciones de Newton sobre el movimiento en las que reconoció el co-
mienzo de una obra maestra de la ciencia.
L a demostración de Newton del principio fundamental de la astrono-
mía, en el estilo de la geometría clásica, constituye un bello ejemplo de
demostración matemática aplicable a la interpretación de la realidad fí-
sica. A l sustituir los términos indefinidos por entidades empíricas (por
ejemplo, puntos de masa por planetas), las fuerzas físicas que operan en
el universo se pueden derivar de las relaciones lógicas descubiertas por
razonamiento deductivo. Reduciendo las esferas a puntos de masa situa-
dos en sus centros en los que se supone que se concentra la fuerza de
atracción, dedujo las leyes de Kepler a partir de las leyes del movimiento.
Sustituyendo los planetas por puntos matemáticos y las trayectorias de
los movimientos por líneas curvas, calculando la atracción gravitatoría
como una fuerza física que variaba según las masas de las esferas y sus
posiciones relativas, consiguió deducir el movimiento de los planetas como
una función de las fuerzas gravitatoría y centrífuga que actuaban sobre
ellos. Si la observación de la órbita de la luna, por ejemplo, no se adecua-
se perfectamente a las predicciones basadas en la atracción terrestre, se
podrían explicar las desviaciones del ideal matemático atribuyéndolas a
los efectos de la atracción de otros planetas, dejados de lado en aras de
ln simplicidad, efectos que se podrían explicar por medio de cálculos
similares y las mismas leyes básicas simples.
L a hazaña intelectual humana más impresionante y asombrosa de
todas tal vez sea la deducción matemática de verdades empíricas a partir
de un sistema axiomático elaborado a partir de definiciones y postula-
dos de acuerdo con reglas de inferencia indemostrables. L a verdad de las
conclusiones válidamente inferidas de un modo puramente matemático
en cuestión de necesidad lógica, es el resultado de elaborar consistente-
mente las implicaciones lógicas de las premisas sin atender a los objetos
observables o a los estados empíricos. Como advertía Newton a sus lec-
tores en el Prefacio de los Principia, en los dos primeros Libros se ocupa-
ba exclusivamente de las fuerzas puramente matemáticas, dejando en
suspenso todas las cuestiones relativas a cómo ocurrían las cosas en el
mundo físico, hasta elaborar la geometría lógicamente posible de los
movimientos y resistencias de los cuerpos y fluidos hipotéticos. E l examen
de su primer «Axioma o L e y del Movimiento» puede poner de manifiesto
hasta qué punto estableció los fundamentos de su System of the World
de un modo formal y no empírico. Efectivamente, el primer axioma «des-
cribe» algo que no solo no existe ni tiene lugar, sino que además, según
el principio fundamental del sistema, no puede existir ni tener lugar. C o n
todo, partiendo de determinados teoremas de su sistema axiomático ela-
114 James Noxon

horado deductivamente, logró inferir proposiciones empíricas que descri-


bían de manera verificable el comportamiento de los objetos naturales.
Naturalmente, hay que conceder a quienes arguyen que con deduccio-
nes lógicas, aunque sean de carácter matemático, jamás se pueden des-
cubrir cuestiones de hecho, que Newton partía de inventarios masivos
de hechos empíricos — d e l catálogo de observaciones reunidas a lo largo de
los años por el primer astrónomo real, John Flamsteed, por ejemplo—, así
como de leyes formuladas previamente, especialmente las leyes del movi-
miento planetario de Kepler y las leyes generales de las fuerzas centrí-
fugas de Huygens. £ 1 fin último de Newton era demostrar que dichos
hechos y leyes se podrían deducir matemáticamente de los tres axiomas
del movimiento junto con la única suposición relativa a la atracción gravi-
tatoría. Pero sería mucho conceder el negar que se puedan hacer descu-
brimientos sobre la realidad empírica mediante la elaboración deducti-
va de un sistema matemáticamente desarrollado. £1 cálculo que hizo Halley
de la órbita del cometa que lleva su nombre es un excelente ejemplo de
la relevancia empírica y del poder predictivo de los Principia. Natural-
mente, para trazar la órbita del cometa se precisaron algunas observacio-
nes, pero eran tan aisladas que resultaban insuficientes, por lo que las
conclusiones de Halley se derivaron mediante inferencias hechas con ayu-
da del sistema newtoniano. Cuando el cometa apareció, según había sido
predicho, el día de Navidad de 1758, la cosmología de Newton recibió
su primera confirmación empírica espectacular.
Obviamente no hay muchas oportunidades de experimentar en astro-
nomía. " E l astrónomo ha de limitarse a esperar que ocurran las cosas
para ver si están o no de acuerdo con sus teorías. Pero el papel crucial
de la verificación no se ve en absoluto disminuido por su incapacidad de
controlar los fenómenos celestes. L a función del experimento de labo-
ratorio consiste en aislar el fenómeno a explicar de los factores inci-
dentales que lo oscurecen en condiciones naturales. Sea que el científico
se ocupe del movimiento del eje terrestre que no puede ser controlado,
o sea, que se ocupe de las oscilaciones del péndulo que sí puede contro-
lar, sus teorías se limitan a ser, a lo sumo, meras posibilidades lógicas
hasta el momento en que sus consecuencias, deductibles hayan sido some-
tidas a una contrastación empírica. Toda teoría científica que merezca
una consideración seria entraña predicciones acerca de lo que acontece
en el universo físico. Su pretensión de verdad ha de ser contrastada mi-
rando a ver si los sucesos del mundo real se desarrollan de acuerdo con
las expectativas surgidas de la t e o r í a . Así, además de los teoremas me-
40

" Naturalmente, estas cuestiones no se pueden solventar inmediatamente por


observación. Las observaciones hechas en una situación experimental resolvieron de
un modo concluyente la disputa entre Aristóteles y Galileo acefca de si la velocidad
de un cuerpo que cae estaba en función de su peso o de la duración de la calda.
E l desacuerdo entre Ptolomeo y Copérnico no se puede resolver de un modo tan
sencillo, pues los datos observacionales utilizables en aquel momento eran igualmente
La evolución de la filosofía de Hume 115

cárneos deducidos de los axiomas de los Principia Mathtmatica, encon-


tramos otras proposiciones denominadas «Problemas», en las que New-
ton da directrices para planear los experimentos requeridos a fin de
verificar sus Teoremas. Además, en el Tercer L i b r o de su tratado, en
el que, como había advertido en el Prefacio, «Derivo las fuerzas de la
gravedad de los fenómenos celestes... Después, a partir de estas fuer-
zas, sirviéndome de otras proposiciones también matemáticas, deduzco
los movimientos de los planetas, los cometas, la luna y el m a r » , se 4 1

apoya constantemente en sus propias observaciones, así como en las


recogidas por otros, a fin de confirmar sus teorías astronómicas.
Si tomamos el pretendidamente newtoniano Treatise of Human Na-
ture, de H u m e , no encontramos ninguna de las características metodo-
lógicas fundamentales de los Principia y la Opticks. E n el Treatise no
hay la más ligera sugerencia en el sentido de aplicar las matemáticas a
la solución de los problemas. E l libro es tan ajeno a las matemáticas
como las Metamorfosis de Ovidio. Tampoco es de carácter experimental,
salvo en un sentido extremadamente tenue, ni observaáonal, si excep-
tuamos algunas ocasiones en que lo es en un sentido peculiar (en el
sentido de introspección) o en otras en que lo es en un sentido muy lato
(en el sentido de prestar atención a la conducta humana «en el curso
ordinario del mundo»).
Las ciencias sociales que H u m e denominaba «temas morales» no
están reunidas hasta el presente en una síntesis de tipo newtoniano.
Incluso la que goza de un desarrollo científico mayor, la psicología expe-
rimental, solo está matematizada en un sentido relativamente primitivo.
L a medición y el análisis estadístico asisten al psicólogo en las gene-
ralizaciones inductivas expresables en términos cuantitativos, por lo que
resultan claramente objetivas, aunque fragmentarias, desconexas y, a
menudo, atinentes a hechos que supongo que Hume no encontraría de
un interés absorbente. N o hay una perspectiva inmediata de un sistema
psicológico axiomático, capaz de unificar el campo, del que se puedan
derivar nuevos hechos y predicciones. Desprovisto como estaba de téc-
nicas estadísticas y de los procedimientos e instrumentos psicométricos,
no es de extrañar que el método de H u m e no se asemeje demasiado al
newtoniano. Si tomamos «filosofía experimental» en el sentido newto-
niano, según el cual las matemáticas eran parte integral y vital de l a
misma, los intentos de H u m e de introducir el método de razonamiento
experimental en los temas morales era prematuro; al menos dos siglos
prematuro.
E s bien cierto que H u m e se enfrentó a estas dificultades prácticas
y es por lo menos defendible que estaba lastrado por una comprensión

explicables con ambos sistemas. Además, el propio Copérnico parece haberse ocupado
más de las inelegancias de la matemática ptolemaica que de los desajustes del sistema
respecto a los fenómenos celestes.
" P. xviii.
116 Jiin/es Noxon

imperfecta de la idea genuina de matemática aplicada. L a teoría de las


relaciones filosóficas, presentada al comienzo del Treatise, distingue
tajantemente el conocimiento matemático del empírico. Según el punto
de vista de Hume, así como desde el de Locke, todo conocimiento es
conocimiento de relaciones, siendo los objetos del conocimiento mate-
mático las «proporciones de cantidad o número» ( T 70 [ I 1 2 2 ] ) . Estas
relaciones pertenecen a la categoría de las que no pueden cambiar mien-
tras se mantengan constantes los relata, frente a las relaciones espa-
ciales, por ejemplo, que pueden alterarse sin que se produzca ningún
cambio en los objetos (o ideas) relacionados. Frente a las otras tres rela-
ciones que «pueden ser objeto de conocimiento y certeza» ( T 70 [ I 122])
(semejanza, contrariedad y grados de cualidad), los juicios acerca de pro-
porciones de cantidad o número con frecuencia no resultan «susceptibles
de ser descubiertos a primera vista», por lo que no son intuitivos, sino
demostrativos. D e l otro grupo de relaciones, en las que se basan los
juicios probables más bien que los ciertos, las dos primeras, la identidad
y las relaciones de tiempo y lugar, son o bien objeto de percepción di-
recta más bien que de razonamiento, o bien dependen de la tercera
— l a causalidad—. Todas las inferencias fácticas, es decir, todo «cono-
cimiento» empírico que no sea objeto de contacto directo, se basan en
la relación de causalidad. Además, las inferencias causales se basan en ln
experiencia, en el hábito natural de asociar los acontecimientos que
van siempre unidos. Nunca se puede derivar una causa del análisis de
un efecto ni un efecto del análisis de una causa, aunque se puede descu-
brir, pee^ejemplo, la magnitud del cuadrado construido sobre la hipo-
tenusa de un triángulo por respecto a los cuadrados de los otros dos
lados, mediante el análisis de las propiedades del triángulo rectángulo.
Evidentemente, los razonamientos requeridos en cuestiones empíricas
son de un orden lógico muy distinto del que entrañan las demostracio-
nes de la Geometría, el Algebra y la Aritmética, relativas a las propor-
ciones de cantidad o número.
E n el Treatise, la Geometría no goza de la misma condición que el
Algebra o la Aritmética, que se consideran como las dos únicas cien-
cias en las que los razonamientos alcanzan_la «exactitud y certeza per-
fectas» ( T 71 [ I 1 2 4 ] ) . H u m e arguye «que la Geometría difícilmente
se puede considerar una ciencia perfecta e infalible», subrayando que
«nunca alcanza una precisión y exactitud perfectas... pues sus princi-
pios originales y fundamentales se derivan simplemente de las aparien-
cias» ( T 71 [ I 1 2 3 ] ) , no habiendo, por tanto, una regla exacta de
ipualdad para juzgar las proporciones de áreas extensas. Se puede saber
con certeza que 2 + 2 = 4, pues «cada uno tiene siempre una unidad
que responde a cada una de las unidades del otro» ( T 71 [ I 1 2 4 ] ) . Sin
embargo, no se puede tener una certeza semejante de que dos líneas
rectas no posean un elemento común, pues una inclinación tan ligera
como para que resulte imperceptible puede dar lugar a que se encuen-
La evolución de la filosofía de Hume 117

tren a una distancia determinada. E n esta ocasión, H u m e tenía una con-


cepción muy empírica de la geometría, considerándola como una cien-
<-iíi fáctica que describía el espacio físico. Parece no haber concebido
le geometría como un sistema axiomático elaborado deductivamente a
partir de definiciones, con un valor de verdad en forma de consistencia
interna. N o está dispuesto a conceder, por ejemplo, que las propiedades
ilc la línea recta sean precisamente las que le confiere la definición;
h idea de línea recta, dice, «se deriva únicamente de los sentidos y la
imaginación» ( T 51 [ I 9 5 ] ) . E n el Treatise, H u m e no construye la geo-
metría como rama de la matemática pura. Cometía precisamente el error
del que K a n t decía que poseía «demasiada penetración» para cometer-
lo; a saber, someter «a la experiencia los axiomas de la matemática
pura» .
t a

E l empirismo llevó a H u m e a tratar de determinar la naturaleza de


los constituyentes del espacio que la geometría pretende describir. Niega
ln realidad del espacio absoluto, señalando que, en ausencia de cosas vi-
sibles o tangibles, no se podría reconocer el espacio. Consiguientemente,
identifica espacio y extensión y, a lo largo de la Parte ii del primer L i -
bro del Treatise, utiliza ambos términos como sinónimos, tal como ocu-
rre en la siguiente definición: «La idea de espacio o extensión no es
más que la idea de puntos visibles o tangibles distribuidos en de termi-
Ktido orden» ( T 53 [ I 9 9 ] ) . A l llegar a su concepción de los constitu-
yentes de espacio o extensión (así como de tiempo o duración), H u m e
parte, como ha demostrado K e m p Smith, de las posibilidades especi-
ficadas por Pierre Bayle de un modo exhaustivo en su Diccionario, en el
írrículo dedicado a Zenón: « O constan de puntos matemáticos o de pun-
tos físicos o bien son divisibles de modo infinito» . 4 3

Hume emplea argumentos tradicionales para eliminar la idea de la


divisibilidad infinita, en el sentido de que el análisis no puede alcanzar
nunca los últimos constituyentes del espacio. Pero tampoco se siente
satisfecho con las alternativas que se le ofrecen. E l punto de vista según
11 cual el espacio se compone de puntos físicos lo considera insostenible
de un modo poco convincente, basándose en que «Una extensión real,
como se supone que es el espacio, no puede existir nunca sin partes dis-
tintas entre sí; y siempre que los objetos son diferentes, son distingui-
bles y separables en la imaginación» ( T 40 Í I 7 9 ] ) . L a dificultad que
presentan los puntos matemáticos es que son no-entidades, sin que se
pueda suponer que los objetos extensos sean configuraciones de no-enti-
dades. H u m e resuelve en seguida esta dificultad «otorgando a dichos
puntos color o solidez» ( T 40 [ I 7 9 ] ) . D e este modo satisface sus re-
«iiiisitos empiristas consistentes en que los constituyentes últimos del

" Prolegomena, tr. Peter G . Lucas (Manchester U . P , 1953), 22 (tr. castellana


ilc Tulián Besteiro, Aguilar, Madrid, 1954, p. 58).
" The Philosophy of David Hume, 285.
118 James Noxon

espacio o extensión sean visibles o tangibles y evita el pretendido pro-


blema lógico de que un genuino punto físico extenso sea ulteriormente
divisible y, por tanto, no último. Como era de esperar, H u m e no resuel-
ve jamás el problema consiguiente de cómo otorgar cualidades sensibles
a un punto inextenso. A l volver sobre el mismo tema en el primer En-
quiry, reitera explícitamente la doctrina del punto físico con la que se
había comprometido lógicamente en el Treatise y que resultaba muy
fácil de compaginar con su teoría empirísta de la geometría.
Las luchas sin éxito que mantuvo H u m e con el espacio y el tiempo,
su intento de derivar sus ideas de la experiencia de acuerdo con su
primer principio de que todas las ideas copian las impresiones y su in-
tento de explicar la geometría como la ciencia de la extensión espacial
dieron lugar a la parte menos prestigiada del Treatise. E s significativo
que en el Enquiry abandonase su intento de distinguir la condición ló-
gica de las proposiciones de la geometría de las del álgebra y la aritmé-
tica. Todas ellas expresan verdades analíticas que descansan en la ley de
no contradicción. Aquí la geometría aparece como una rama de la ma-
temática pura, cuyas proposiciones se pueden «descubrir únicamente
con las operaciones mentales, sin que dependan de nada de lo que ocurra
en cualquier parte del universo. Aunque no se diese nunca en la natu-
raleza u n triángulo o un círculo, las verdades demostradas por Euclides
conservarían eternamente su certeza y evidencia» ( E i 25). Mas, ahora,
la aplicación de la geometría a la interpretación de la realidad física se
c o n v i e r t a n un enigma. Se puede demostrar que un círculo y una tan-
gente al mismo no se encuentran nunca. Sin embargo, cuando se intenta
visualizar concretamente el punto de contacto a medida que el diámetro
del círculo aumenta in infinitum, se hace imposible imaginar cómo el
ángulo, de incidencia disminuye in infinitum, evitando la impresión de
que coinciden. Este conflicto entre el razonamiento abstracto y las posi-
bilidades perceptivas ilustra l a conclusión humeana de que «las ideas
de espacio y tiempo..., cuando se someten al examen de las ciencias
profundas... suministran principios que parecen llenos de absurdos v
contradicciones» ( E i 156). N o conocemos cuáles fueron las últimas ideas
de H u m e sobre esta cuestión, pues lord Stanhope le convenció con sus
críticas de que desistiese de publicar su última disertación sobre ln
geometría. L o s enunciados de que disponemos indican firmemente que
no comprendía que era lógicamente posible, aunque empíricamente pro-
blemático evidentemente, aplicar los teoremas de la geometría pura a ln
explicación de los fenómenos físicos, una vez que los términos indefini-
dos fuesen convenientemente sustituidos por nombres de entidades fí-
sicas. E s t o equivale a decir que no parece haber estado en disposición
de apreciar el carácter lógico de una obra como los Principia de Newton.
E l objetivo fundamental que se propone H u m e en su Introducción
al Treatise es proclamar los méritos inigualables del método experimen-
tal que va a tratar de aplicar a las cuestiones morales. Dicha Introduc-
La evolución de la filosofía de Hume 119

ción termina, de un modo profético, con una nota discordante y deseo-


razonadora. L o s estudios acerca de la mente están en pie de igualdad
con las investigaciones acerca de «los cuerpos externos», comienza di-
ciéndonos, por cuanto que «debe ser igualmente imposible formarnos
una idea de sus poderes y cualidades si no es mediante experimentos
exactos y cuidadosos y mediante la observación de esos efectos particu-
lares que resultan de sus diversas circunstancias y situaciones» ( T xxi
[ I 16]). Sin embargo, admite en seguida, los fenómenos mentales o
morales no están sujetos a controles experimentales, pues situarlos cons-
cientemente en las «circunstancias y situaciones» apropiadas equivale a
interferir con sus respuestas normales, dando como resultado observa-
ciones distorsionadas. Puesto que H u m e no tiene en cuenta la posibilidad
ele emplear otras personas como sujetos de experimentación, decide que
«Hemos, por tanto, de obtener los experimentos de esta ciencia a partir
de observaciones cuidadosas de la vida humana, tomándolos tal y como
aparecen en el curso ordinario de la vida, en la conducta de los hombres
en sociedad, en sus asuntos y en sus placeres» ( T xxiii [ I 18-9]).
Por haber realizado «experimentos de este tipo» ( T xxiii [ I 19]),
Hume se vio dotado de una disposición sociable, un interés por los de-
más humano, aunque desprovisto de sentimentalismo, y una penetra-
ción sutil aunque tolerante. Pero, tomado en este sentido, «experimento»
es sinónimo de «experiencia» y se adecúa al uso de la palabra que ha-
cían Thomas H o b b e s o John L o c k e
4 4
más bien que al que hacían
4 5

Robert Hooke o Robert Boyle. E l H u m e observador, reflexivo e intros-


pectivo no era un experimentador en el sentido moderno del término
dado por la Royal Society. E n una época en que el trabajo experimental
contribuía a otorgar reputación científica y en la que hasta los aficiona-

** Human Nature, cap. I V , sec. 6; The English Works of Thomas Hobbes of


Malmesbury, ed. Sir William Molesworth (John Bohn; Longsman, Green, Londres,
1839-45), reimpreso por Scientia Aalen, 1962, iv 16: «El recuerdo de la sucesión
de las cosas, es decir, de lo que es antecedente, de lo que es consecuente y de lo que es
concomitante, se denomina experimento, tanto si lo realizamos nosotros voluntaria-
mente, como cuando arrojamos algo al fuego para ver qué efecto produce, como si
no lo hacemos nosotros, lo que ocurre cuando recordamos una hermosa mañana tras
un atardecer rojo. E l haber hecho muchos experimentos es lo que denominamos
experiencia, que no es otra cosa que el recuerdo de qué antecedentes han sido segui-
dos por qué consecuentes.»
" An Essay Concerning Human Understanding, ed. A. C. Fraser (Oxford, 1891;
Dover, 1959), L I V , cap. X I I (ii 349-50): «Afirmo que solamente el hombre acos-
tumbrado a los experimentos racionales y regulares será capaz de penetrar más pro-
fundamente en la naturaleza de los cuerpos y adivinar más correctamente sus
propiedades desconocidas que el que es extraño a ellos. Pero, con todo, como ya he
dicho, esto no es más que juicio y opinión, no conocimiento y certeza. Este modo
de obtener y desarrollar nuestro conocimiento de las sustancias únicamente por expe-
riencia e historia... me hace sospechar que la filosofía natural no es capaz de conver-
tirse en ciencia... Podemos obtener experimentos y observaciones históricas de donde
tacar provecho con vistas a la comodidad y la salud..., pero no creo que ni nuestras
facultades ni nuestros talentos sean capaces de avanzar mis allá de esto.»
120 James Noxon

dos se entretenían en repetir los experimentos comunicados por los


profesionales, Hume siguió siendo un pensador filosófico, un extraño a
los «experimentos exactos y cuidadosos» que tanto alababa.
E s cierto que algunas veces H u m e lleva a cabo un ejercicio que con-
sidera como la realización de un experimento. Como confirmación expe-
rimental de la dependencia de las percepciones sensibles respecto al per-
cipiente, señala H u m e que:

Cuando apretamos un ojo con un dedo, percibimos inme-


diatamente que todos los objetos se hacen dobles... Mas, como
no atribuimos una existencia continua a ambas percepciones y
puesto que ambas poseen la misma naturaleza, vemos clara-
mente que todas nuestras percepciones dependen de nuestros
órganos, así como de la disposición de nuestros nervios y es-
píritus animales ( T 210-11 f l 3 3 1 ] ) .

No es necesario comparar la imagen que el texto nos sugiere de un


H u m e sentado en su mesa, apretándose un ojo con el dedo, con la re-
presentación de Robert Boyle que evocan sus New Experiments Physico-
Mechanicall Touching the Spring of the Air at>d its Effects, Made for
the most part in a New Pneumatical Engine**, que nos lo presentan
trabajando con sus cilindros de mercurio y su bomba de aire, su «exacto
par de Balanzas» y su eolípila * , para percatarse de la gran diferencia
que existe entre las concepciones que ambos tenían de un experimento
científicoT-fca naturaleza exacta de dicha diferencia se pone de manifies-
to en el uso que hace H u m e de los experimentos en «la sección más
newtoniana del Treatise» * , como llama John Passmore al Libro I I .
7

E n la segunda Sección de la Parte i i , H u m e ingenia ocho «experi-


mentos''para confirmar este sistema». E l «sistema» consiste en esencia
en un conjunto de proposiciones que afirman que el objeto del orgullo
o la humildad es el yo, que el del amor u odio, otra persona, que ln
causa del primer par de pasiones es alguna cualidad u objeto poseído
por el yo, que la del segundo es un objeto o cualidad poseído por otro
y, además, que tales causas despiertan una sensación placentera o des-
agradable que hace surgir por asociación Ias_r>asiones semejantes. Los
ocho experimentos de H u m e son experimentos mentales. Se nos pide
que supongamos que cada uno de los factores relevantes van siendo
cambiados uno por uno a fin de apreciar si se han especificado adecua-
damente las condiciones de dichas pasiones. A continuación, reflexiona-
mos acerca de situaciones hipotéticas de tipo ordinario a fin de dar con

* Oxford, 1660; Works, cd. 1772, vol. I.


* La eolípila es la máquina de vapor de Herón, estudiada en el siglo xvn por
Salomón de Caus y aparato corriente en el laboratorio de los experimentalistas de la
época. [N. del T . ]
" Hume's Intentions. 45.
La evolución de la filosofía de Hume 121

las implicaciones de la teoría experimentalmente confirmadas. Supone-


mos que nosotros mismos estamos frente a un objeto agradable en com-
pañía de otra persona. A pesar de la tendencia de la sensación placen-
tera a evocar las pasiones semejantes de orgullo o amor, no tendrá lugar
ninguna de las dos, según la teoría, porque la idea de objeto no se
relaciona, ex bypothesi, ni con la idea del yo ni con la de otra persona.
«Afortunadamente hallamos que todo este razonamiento es totalmente
conforme a la experiencia y los fenómenos de las pasiones» ( T 335
rTI 9 4 ] ) . Para confirmarlo, cita la experiencia de los compañeros de
viaje que visitan por primera vez una región desconocida para ambos.
L a belleza y comodidad de la región suministran placer. «Mas, si supo-
nemos que dicha región no tiene ninguna relación ni conmigo ni con
mi amigo, nunca podrá ser la causa inmediata de orgullo o a m o r . . . »
( T 335 [ I I 9 4 ] ) .
E s t a explicación no carece de plausibilidad como muestra de cier-
tas relaciones elementales que median entre las sensaciones y emociones
que H u m e ha tomado como básicas. E l que sea o no muy penetrante
es otra cuestión. A l habérsenos dicho que el yo es el objeto del orgullo,
pasión provocada por un objeto o cualidad que suministra placer y se
relaciona con el yo, tenemos pleno derecho a preguntar si esta teoría
afirma algo acerca de un proceso psicológico que no sea simplemente
lo que está implícito en el significado de la palabra «orgullo». Dejando
de lado este problema de la superficialidad, sigue en pie el hecho de
que sus «experimentos», que acepta que son «razonamientos a priori»
( T 334 [ I I 931), constituyen elaboraciones deductivas de lo que él de-
nomina (incurriendo en la misma inconsistencia que Newton) «mi hipó-
tesis» ( T 337 [ I I 9 7 ] ) . Los experimentos verificadores a los que se
someten las conclusiones de H u m e cuando son puestas a «prueba», parn
decirlo con sus palabras, tienen la confirmación como objetivo y se hu-
biera quedado atónito si hubiese encontrado alguno que no se pudiese
reconciliar con su hipótesis. No obstante, un crítico atrabiliario podría
inventar contraejemplos con facilidad, imaginando el orgullo de un via-
jero que «adopta» una región que su compañero es incapaz de apreciar.
Se trata de un juego muy fácil de realizar. Tan pronto como la imagi-
nación literaria se convierte en el agente de la investigación, la ciencia
se limita exclusivamente al dominio de la posibilidad lógica.
L a cuestión no es que las historias de H u m e sean improbables, sino
que tales historias no constituyen experimentos. U n a cosa es planear un
experimento que nos permita observar si las cosas ocurren o no de hecho
tal como lo predice una hipótesis y otra, muy distinta y poco científica,
es ilustrar una hipótesis mediante acontecimientos ficticios. No obstante,
una ilustración, por adecuada e imaginativa que sea, nunca equivaldrá a
un experimentum crucis.
N o es en absoluto de extrañar que el intento humeano de «introdu-
cir el método del razonamiento experimental en cuestiones morales» no
122 James Noxon

se viese coronado por el éxito. S i entendemos «experimental» en el sen-


tido que tenía para Galileo y Huygens o para los físicos de la Royal
Society, entonces ni siquiera se llevó a cabo el intento. H u m e se enfrentó
a todos los problemas técnicos y morales que aún obstruyen la investi-
gación experimental en el campo de la psicología humana. Incluso previo
la dificultad consistente en la distorsión de las respuestas cuando son
provocadas artificialmente bajo condiciones experimentales. Dado su in-
terés por la experiencia social, política y estética de los hombres, dio
muestras de muy buen sentido para su tiempo al confiar en «una preca-
vida observación de la vida humana, . . . d e . . . la conducta de los hom-
bres en sociedad, en sus asuntos y en sus placeres» ( T xxiii [ I 18-9])
más bien que en experimentos de laboratorio. L a orientación de Hume
en sus últimos escritos hacia la historia no se debe, como se ha dicho
frecuentemente, a una disminución del interés por los problemas que
le habían llevado originalmente a la filosofía. A lo largo de toda su vida
laboriosa, H u m e siguió interesándose por los principios fundamentales
subyacentes a la conducta humana. Cuando escribió el Treatise, deseaba
derivar la pasión y la acción, el amor, el odio, la compasión, la benevo-
lencia, la aversión, la malicia, el resentimiento y el sentido de justicia,
obligación, ley y corrección a partir de las fuerzas elementales de placer
y dolor, junto con el principio de asociación, concebidos en analogía
con los axiomas del movimiento y la fuerza de la gravedad. A l parecer,
de este ejercicio esforzado y frustrante sacó la convicción de que los
tiempos aún no estaban maduros para realizar una síntesis newtoniana
en las cierftias humanas. Se podría realizar algo menos ambicioso, aun-
que valioso para comprender las fuerzas que mueven a los hombres, re-
curriendo a un observador atento, convenientemente situado como lo
estaba H u m e en la última parte de su vida merced a sus cargos diplo-
máticos', así como acudiendo a un estudioso del pecado dotado de pe-
netración psicológica, como era el caso de Hume, que leía la historia vien-
do en ella el registro de la naturaleza humana en acción.
Aplicado a la psicología, el método experimental de H u m e equivalía
a confiar en la observación por lo que respecta al material bruto que
aparecía en su construcción teórica y en recurrir a la experiencia ordi-
naria a fin de confirmar la teoría. A l sentar las bases epistemológicas del
sistema proyectado, H u m e se vio envuelto en dificultades especiales a
la hora de satisfacer incluso estos requisitos mínimos del método em-
pírico. E n la Introducción del Treatise anuncia que «la única funda-
mentación sólida que podemos dar a esta ciencia misma debe basarse
en la experiencia y en la observación» ( T xx [ I 1 5 ] ) . Pero desde el
inicio de la investigación de Hume «Del Entendimiento» se hace pa-
tente que lo que se trata de observar no es en absoluto semejante a
los objetos públicos que describen los enunciados de los físicos. Bien
es cierto que los científicos pueden hablar de átomos y corpúsculos,
de fluidos etéreos y de espíritus animales que no son nunca objeto de
La evolución de la filosofía de Hume 123

experiencia sensible; pero tales entidades teóricas se inventan para ex-


plicar el comportamiento de los objetos públicamente observables, ase-
gurándose su valor conceptual por referencia a dichos objetos. Por el
contrario, las percepciones de que se ocupa la teoría de H u m e son es-
trictamente privadas, así como los acontecimientos mentales para cuya
explicación se introducen. E l mundo externo aparece en su explicación
tan solo como problema insoluble. Las percepciones pueden ser accesi-
bles a la introspección, pero no son «observables» en ningún sentido
ordinario de la palabra. Las impresiones de sensación e ideas nunca
precisan mostrar una señal manifiesta de su aparición, como ocurre fre-
cuentemente con las impresiones de reflexión (pasiones).
L a estructura lógica de la teoría humeana del entendimiento es un
reflejo de su modelo newtoniano. H u m e intenta derivar los fenómenos
del mundo de la mente a partir de unos pocos principios sencillos, aná-
logos a los Axiomas o Leyes del Movimiento de Newton, y de un prin-
cipio de asociación como contrapartida del principio de atracción uni-
versal. Los datos con los que tenía que enfrentarse eran inmunes al
análisis matemático, por lo que su teoría no se podía desarrollar por de-
ducción matemática ni se podía someter a las contrastaciones verifica-
doras aceptables en la ciencia experimental.
E n este punto, el problema de H u m e es sencillo, inevitable e inso-
luble. Su psicología mental se enfrentaba a fenómenos intrínsecamente
privados, no siendo los enunciados que los describen verificables públi-
camente en sentido directo, como ocurre con los enunciados relativos a
péndulos, planetas y proyectiles. E s evidente que, desde la posición me-
tafísica adoptada por H u m e , se puede argumentar que las observaciones
de tales objetos físicos tienen lugar como datos de los sentidos, por lo
que, en cuanto experimentados, son tan privados como los recuerdos,
los deseos o las creencias. N o obstante, incluso desde este punto de par-
tida, hay que tomar algunas precauciones para distinguir los sucesos
mentales, objeto de la psicología introspectiva, de los sucesos físicos,
objeto de la física observacional. E n el primer caso, los fenómenos a ex-
plicar están constituidos por determinados actos v entidades mentales;
en el último, suministran los datos para explicar los sucesos del mundo
externo. L a pretensión de objetividad de la ciencia empírica no tiene
por qué depender de una falsa negación del carácter subjetivo de la ex-
periencia sensible, sino que se puede fundamentar en el uso que se hace
de los datos sensibles como base de inferencias acerca del mundo externo.
Tales inferencias se pueden determinar instintivamente como cuestión
de fe animal, concediéndoles una justificación racional en un sentido no
más fuerte del que les confiere su condición de creencias naturales. Con
todo, estos problemas metafísicos acerca de la realidad del mundo ex-
terno se pueden dejar de lado a la hora de tomar en consideración el
problema exclusivamente práctico e insuperable de H u m e de verificar
sus teorías acerca de fenómenos mentales estrictamente privados. Sea
124 james Noxon

cual sea la ontología por la que se incline un científico en sus momen-


tos metafísicos de ocio, habrá de reconocer que los procedimientos fa-
miliares de contrastación de teorías físicas son inaplicables a la teoría
del entendimiento de H u m e .
Puede parecer irónica la paradoja consistente en que la defensa que
hace H u m e del requisito de verificación en las ciencias naturales se
emprenda en función de una teoría epistemológica que resulta ella mis-
ma inverificable. Pero este resultado ha de ser tenido por inevitable más
bien que por paradójico. Cuando el pensamiento y la experiencia sen-
sible se emplean para familiarizarse con los objetos del mundo externo
y comprender los sucesos que en él tienen lugar, ciertas experiencias prc-
dichas que confirman las hipótesis se aceptan como experiencias de obje-
tos o sucesos públicos. Sean cuales sean las cuestiones metafísicas que se
planteen acerca de la situación de dichos sucesos verificadores, supo-
ner su carácter externo está justificado pragmáticamente en el contexto
de la metodología. Por otro lado, cuando el pensamiento y la experien-
cia sensible, que normalmente sirven para comprender el mundo, se
constituyen en objeto de investigación, los casos verificadores son todos
ellos acontecimientos internos y privados. Las impresiones e ideas ad-
quiridas en una investigación acerca del entendimiento humano son per-
cepciones de impresiones e ideas, así como de sucesos mentales,
no de cosas tangibles o de sucesos físicos. Además, no cabe la posibilidad
de trascender estos datos privados para confirmar los principios expli-
cativos basados en la introspección. Como H u m e , los epistemólogos han
de requerir' de los demás que consulten sus propias experiencias inter-
nas, pero no pueden exigirles, como Galileo o Guericke, que reconozcan
la evidencia objetiva mostrada por un telescopio o una bomba de vacío,
PARTE IV

Análisis filosófico
y explicación psicológica

Sección 1. La dificultad del dualismo

L a ciencia humeana del hombre se desarrolló por vías que, aunque


históricamente explicables, yo diría que no eran históricamente ineludi-
bles. H u m e consideraba la ciencia newtoniana como un paradigma me-
todológico con el que debía modelar las investigaciones en torno a la
vida social e intelectual del hombre. Siguiendo la enseñanza de Locke,
separa los fenómenos morales — l o s acontecimientos que implican la
acción humana — d e los sucesos que tienen lugar en el mundo natural,
tratando el pensamiento y el sentimiento aisladamente de los procesos
físicos. Así pues, su teoría acerca de la naturaleza humana se construye
paralelamente a las teorías acerca del mundo físico que estaban siendo
elaboradas en su época, aunque con independencia de las mismas. Dados
los esfuerzos de los científicos newtonianos por extender los princi-
pios de la denominada filosofía mecánica a nuevas áreas de investigación,
era de esperar que los filósofos interesados por el entendimiento hu-
mano, las pasiones y la conducta intentasen construir teorías a modo
i.le extensiones de los principios mecánicos con los que se estaban ex-
plicando los fenómenos físicos. D e hecho, tal había sido el programa que
Hobbes se había propuesto realizar, si bien los acontecimientos turbu-
lentos del siglo anterior le habían impedido emprenderlo. E n el si-
jílo X V I I I , tan solo David Hartley concibió una ciencia de la mente cons-
truida en concordancia con la física, realizándose la conexión entre am-
bas mediante una teoría de la sensación, puesto que el contacto entre
el mundo interno y externo se realiza precisamente a través de la sen-
sación. Como los demás escritores de su época, H u m e partió del su-
puesto dualista de que el dominio de lo mental difiere absolutamente
del de lo físico. E l estudio de la física permitía familiarizarse con los
principios metodológicos que, era de esperar, habrían de servir para
explorar el mundo interno. C o n todo, los hechos que allí se encontraban
eran de distinta índole que los físicos y las leyes capaces de explicar los
hechos mentales no eran derivables, ni siquiera ,en principio, de las
126 James Noxon

leyes que regían los sucesos del mundo externo. Desde este punto de
vista, incluso el cuerpo del pensador se veía relegado al mundo externo,
siendo el funcionamiento de los órganos de los sentidos, de los nervios
y del cerebro tan irrelevantes para la teoría de la mente como las fases
de la luna o la precisión de los equinocios.
Cuando Descartes se sintió acosado por las objeciones planteadas a
su intento de explicar las relaciones entre el cuerpo y la mente, respon-
dió irritado en uña carta a Arnauld que «no estamos en disposición de
comprender... de qué modo la mente, que es incorpórea, puede mover
el cuerpo... E s una de esas cosas que resultan conocidas por sí mismas
y que no hacemos más que oscurecer cuando tratamos de explicarlas
por medio de otras cosas» '. Locke heredó con gusto el dualismo carte-
siano, pues la incapacidad de pensar de la materia suministraba una de
las premisas de su demostración de la existencia de Dios. E n respuesta
a la objección de John Norris en el sentido de que no había explicado
las «causas y modos de la producción de las ideas», escribió complacien-
temente que «nadie lo puede decir, pues nadie es capaz de dar cuenta
de una alteración en una sustancia simple cualquiera, ya que la única
alteración que podemos concebir es la alteración de las sustancias com-
puestas y únicamente mediante la transposición de partes». Locke ad-
mite que «parece probable que en nosotros las ideas dependan del mo-
vimiento o sean de un modo u otro efecto del mismo»; pero no se trata
de una pista que estuviese capacitado para seguir, pues, por principio,
se ocupaba de las ideas «únicamente en la medida en que la experiencia
y la obS&wación me guían, por cuanto que mi visión imperfecta no va
más allá de la sensación y reflexión» . 3

A pesar de su escepticismo acerca de la validez de cualquier solu-


ción metafísica a los problemas creados por el divorcio de la mente v
el cuerpo, H u m e se compromete con el dualismo. Muy al comienzo del
Treatise, observa que la sensación «surge originalmente en el alma por
causas desconocidas» ( T 7 [ I 3 2 ] ) , y añade: « E l examen de nuestras
sensaciones compite a los anatomistas y a los filósofos naturales más
que a los filósofos morales. Por tanto, no entraré ahora en el tema»
(T 8 [ I 33]).
E n otra palabras, la filosofía de la mente ha de elaborarse de modo
totalmente independiente de cualquier investigación científica relativa
a las condiciones físicas que hacen posibfc^ las experiencias cognitivas y
perceptivas. L o s hallazgos de la anatomía, la fisiología, la óptica y otras
disciplinas semejantes son estrictamente irrelevantes para el enfoque-
filosófico de la experiencia sensible, como confirma el propio H u m e en
el pasaje de sobra conocido:

' Descartas Philosophical Writings, tr. Norman Kemp Smith (Macmillan, Lon>
dres, 1952), 280-1.
1
Locke Selections, ed. Stirling Lampreen (Scribners, Nueva York, 1928-56),
pp. 321-2.
La evolución de la filosofía de Hume 127

E n cuanto a las impresiones que surgen de los sentidos, su


causa última es, en mi opinión, perfectamente inexplicable para
la razón humana y nunca será posible decidir con certeza si
surgen inmediatamente del objeto o son producidas por el po-
der creador de la mente o si derivan del autor de nuestro ser.
Pero tal problema no interesa para nada a nuestro propósito
actual. Podemos extraer inferencias de la coherencia de nues-
tras percepciones, sean verdaderas o falsas, representen o no con
exactitud la naturaleza o sean meras ilusiones de los sentidos
( T 84 [ I 1 4 3 ] ) .

A l desarrollar su teoría del conocimiento, la atención de Hume, como


la de L o c k e y la de Berkeley, se centra en lo que ocurre en la concien-
cia, en los procesos y entidades psíquicas que constituyen una clase dis-
tinta de fenómenos denominados mentales.
¿ C ó m o es posible que la explicación de dichos fenómenos surja de
un procedimiento que los aisla, tanto del mundo externo e impersonal,
como del cuerpo de la persona? Si un niño fuese transportado a la parte
más distante de un remoto planeta y sobreviviese milagrosamente, vi-
viendo en una oscuridad total y en un silencio absoluto, las experiencias
sensibles que tanto interesaban a H u m e no surgirían — a l menos sin
recurrir a milagros ulteriores—. Tampoco surgirían si los órganos sen-
soriales y cerebrales de u n ser humano fuesen reducidos quirúrgicamente
al nivel de eficiencia de una ostra o un tritón. Si para que aparezcan los
fenómenos mentales sobre los que investiga H u m e se precisan determi-
nadas condiciones tanto en el medio natural como en la constitución tí-
pica de la persona, toda investigación acerca de dichos fenómenos de-
pende absolutamente de la comprensión de dichas condiciones. Puesto
que H u m e decide ignorar en principio ambos conjuntos de condiciones,
es evidente que no está en posición de presentar una teoría equiva-
lente a una genuina explicación científica de los fenómenos mentales.
Si era esto lo que pretendía proclamar cuando decía, inmediatamente
antes de la Conclusión del L i b r o I del Treatise, haber «explicado ple-
namente la naturaleza de nuestro juicio y entendimiento» ( T 263
[ I 4 0 6 ] ) , se puede demostrar que toda su epistemología descansa en un
error acerca de lo que es necesario para dar tal explicación plena. E n la
tradición filosófica fundamental, desde Descartes hasta los fenomenó-
logos de nuestros días, los epistemólogos han aislado los datos de la
conciencia de sus condiciones físicas necesarias del mundo externo y del
cuerpo. Si el objeto de la epistemología es la explicación de los fenóme-
nos mentales, entonces el análisis de este error irreparable, que tan fre-
cuentemente se comete desde el mismo comienzo, será de una gran im-
portancia no solo para criticar la filosofía de H u m e , sino también para
evaluar una etapa muy larga y difícil de la historia intelectual. U n a breve
digresión bastará para bosquejar mi diagnóstico personal.
128 James Noxon

E n la situación objeto de nuestro examen hay tres clases de sucesos


que han de ser distinguidos, determinando sus relaciones mutuas. Están
los sucesos que tienen lugar en el universo material inanimado y que
hay que clasificar como fenómenos físicos. Están los sucesos que tienen
lugar en los cuerpos de las criaturas dotadas de sensibilidad y que han
de ser clasificados como fenómenos fisiológicos. Finalmente, hay sucesos
que ocurren en el interior de la conciencia y que denominaremos fenó-
menos mentales. L o s fenómenos físicos abarcan los que ocupan a los
astrónomos, químicos, geólogos y demás científicos, así como los que
observan los profanos que miran el mundo en torno. L o s fenómenos fi-
siológicos, que son objeto de interés por parte de los anatomistas, neu-
rólogos, fisiólogos y determinados psicólogos experimentales, engloban
aquellos que entrañan receptores sensibles, tejidos nerviosos, vías ner-
viosas en el cerebro, etc. L o s fenómenos mentales incluyen sensaciones,
percepciones, ideas, inferencias, decisiones, etc., de las que solo tiene
conciencia inmediata la persona en cuya conciencia tienen lugar y que
han preocupado a los psicólogos introspectivos y a los filósofos intere-
sados en problemas de conocimiento.
Para nuestros fines, las relaciones entre estas tres clases de suce-
sos se pueden especificar en términos de un orden de dependencia. Está
claro que muchos fenómenos físicos no dependen de ninguno de los
hechos de los otros dos tipos. No hay razón alguna para suponer que
en el caso de que desapareciesen todos los seres conscientes e incluso la
vida animada, se destruyese el universo físico. Aun cuando ninguna cria-
tura quédase para observarlo, los astros seguirían reflejando la luz de
sus soles y los satélites continuarían en sus órbitas en torno a los pla-
netas. Pero, como es obvio, se trata de una relación asimétrica. L o s fe-
nómenos fisiológicos y mentales dependen de determinadas condiciones
físicas,'por lo que si el universo físico retorna al caos, toda vida ani-
mada y consciente irá con él a la destrucción. De un modo semejante,
los fenómenos mentales dependen de los fisiológicos, si bien no es cierto
lo contrario. U n hombre no puede pensar si su cuerpo no está dotado
de un cerebro, si bien no hace falta pensar para que a uno le crezca el
pelo en la cabeza — y si no le crece, por mucho que piense no mejorará
su situación a este respecto—. Así pues, desde el punto de vista de ln
dependencia, los fenómenos físicos son fundamentales, los fisiológicos
dependen de ellos y de los fisiológicos-dependen los sucesos mentales,
por lo que, en última instancia, también dependen de los físicos. Natu-
ralmente, de ahí no se sigue que los sucesos fisiológicos no tengan nin-
gún efecto sobre el mundo físico ni que los mentales no tengan efectos
fisiológicos. Pero tales consideraciones son irrelevantes para mi razo-
namiento.
También hay que tomar en cuenta otra serie que no consta de con-
juntes de sucesos, sino de explicaciones de sucesos. Las descripciones,
generalizaciones, hipótesis, leyes y teorías que se encuentran en la física
IM evolución de la filosofía de Hume 129

y ciencias afines atañen a los fenómenos físicos. También existe un gru-


po de ciencias biológicas en las que se aplica un método aproximada-
mente similar para la investigación de los fenómenos fisiológicos. Que-
dan los fenómenos mentales que han de ser tratados por los filósofos
y —aunque no los tomemos en consideración— por determinados psi-
cólogos.
£1 orden de dependencia vigente entre estas tres clases de explica-
ciones es, a primera vista, el inverso del orden descrito en los fenóme-
nos mismos. Las teorías físicas dependen claramente de los fenómenos
mentales: las observaciones recogidas en los enunciados descriptivos y en
las generalizaciones dependen de ciertas percepciones del físico, las hi-
pótesis dependen de las concepciones que se tienen, etc. También las
explicaciones fisiológicas tienen el mismo tipo de dependencia respecto
de los sucesos mentales. E n esta serie puede parecer que los sucesos
fundamentales son los mentales más bien que los físicos. Como es na-
tural, los sucesos mentales son básicos, pues sin ellos no puede haber
en absoluto explicaciones fisiológicas o físicas. Pero, por el momento,
este hecho es irrelevante, pues no nos ocupamos aquí de los sucesos,
sino de las explicaciones de los sucesos. Por tanto, el problema rele-
vante en este momento no es si las explicaciones físicas y fisiológicas
dependen de los fenómenos mentales, cosa que ocurre, sino si dependen
de las explicaciones de los fenómenos mentales, cosa que no ocurre. L a
ilusión de que los fenómenos mentales se pueden explicar independien-
temente de la física y la fisiología, independientemente de nuestro co-
nocimiento del mundo externo y del cuerpo, surge de la suposición de
que, puesto que los sucesos mentales son básicos para cualquier otra
forma de explicación (pues los supone), las explicaciones de los sucesos
mentales son fundamentales y no presuponen explicaciones de ningún
otro tipo de sucesos. Mas el orden real de dependencia de las clases de
teorías o explicaciones es el inverso.
E l físico no precisa plantear ninguna teoría que explique los suce-
sos fisiológicos y mentales para llevar adelante sus investigaciones ex-
perimentales acerca del mundo material. E l fisiólogo puede permitirse
ignorar las explicaciones filosóficas de los sucesos mentales, pero no las
teorías físicas, ópticas y acústicas, por ejemplo, que tienen una impor-
tancia inmediata para sus investigaciones en torno a los procesos sen-
soriales importantes. E l filósofo no se puede permitir ignorar ni al fí-
sico ni al fisiólogo, si quiere explicar los acontecimientos que tienen
lugar en la conciencia. D e aquí hemos de sacar la conclusión de que o
bien la historia de la epistemología narra el desarrollo de una aventura
ilegítima, o bien tiene por objeto algo totalmente distinto de las explica-
ciones que aparecen en las ciencias naturales. Naturalmente, es posible
que al pretender llevar a cabo algo irrealizable, en función del error de
procedimiento que acabamos de ver, H u m e y sus predecesores hayan
constituido la epistemología como una disciplina dotada de objetivos de
•i
130 James Noxon

muy distinta índole de los perseguidos en la ciencia empírica. Los orí-


genes de la química y la astronomía constituyen precedentes demasiado
chocantes como para que eliminemos a priori esta conjetura, según ln
cual la epistemología moderna ha surgido de un error afortunado.

Sección 2. Hecho ¡psicológico y teoría psicológica

L a insatisfacción que H u m e experimentaba frente a los desarrollos


de la filosofía moral y la religión natural le instaron a intentar deter-
minar los límites del entendimiento humano. T u v o a bien proponerse
descubrir de qué modo se adquiere el conocimiento y se forma la creen-
cia. Suponía que los medios y límites del conocimiento y la creencia
justificada eran cuestiones de hecho, susceptibles de ser descubiertas me-
diante l a investigación empírica, y por esa razón se presentó a sí mismo
en el título de su primer libro como un filósofo experimental. Su repu-
tación descansaba en constantes llamadas a la experiencia — e n la intros-
pección de los datos de la conciencia y en conjuntos eventuales de expe-
rimentos mentales un tanto inciertos—. Pero no está en absoluto claro
de qué modo esperaba H u m e llevar a cabo sus propósitos escépticos,
convirtiéndose en un maestro de la mecánica de la mente. Aún cuando
hubiese superado los problemas metodológicos que hemos estado con-
siderando a lo largo de este libro, el camino que va desde la explicación
científica de los fenómenos mentales hasta ln determinación de los lími
tes teóricos" del entendimiento humano está bloqueado por dos obstácu-
los adicionales que parecen insuperables. E l primero lo constituye el
papel clave desempeñado por el lenguaje en el conocimiento humano,
mientras que el segundo concierne a la costumbre que tenía H u m e de
aducir teorías psicológicas en apoyo de las normas lógicas.
Mucho antes de H u m e , muchos filósofos habían sospechado que ln
clave de ciertos problemas epistemológicos habría de encontrarse en un
estudio del lenguaje. Parecía que el lenguaje no solo servía para registrar
y comunicar el conocimiento, sino también para adquirirlo más allá del
nivel rudimentario accesible a los animales carentes de lenguaje. Tam
bien parecía en ocasiones que los fenómenos lingüísticos eran únicos y
sin ninguna semejanza con cualquier otro proceso natural y que, fuese
cual fuese su origen, el lenguaje había alcanzado la autonomía en unn
etapa muy primitiva de su evolución, emancipándose de las determina-
ciones puramente físicas y biológicas. Frente a las leyes que rigen los
procesos naturales, las reglas que gobiernan la conducta lingüística codi-
fican las decisiones humanas, sus costumbres y convenciones, por lo que
no parecen tener otro fundamento que el acuerdo tácito entre los miem-
bros de un grupo lingüístico. E l habla, que no se adquiere involuntaria-
mente, sino que se ha de aprender a través de la imitación, la práctica y ln
corrección, es un fenómeno más bien cultural que natural. Aunque el ana
La evolución de la filosofía de Hume 131

tomista y el fisiólogo puedan interesarse por determinadas condiciones físi-


cas necesarias para utilizar un lenguaje, sus investigaciones científicas en
torno a dichas condiciones no ayudan al epistemólogo a resolver sus pro-
blemas semánticos y lógicos. E n términos anatómicos y fisiológicos no se
puede establecer una distinción entre el mentiroso y el que dice la verdad.
Aún cuando supongamos, por ejemplo, que en principio existe una diferen-
cia, susceptible de ser descubierta y descrita, entre los procesos cerebrales
implicados en decir u oír sinsentidos y en la utilización significativa del len-
guaje, no solo sería, incluso hoy, formidable la dificultad de detectarlos (en
tiempos de H u m e tal dificultad sería insuperable), sino que además habría
que establecer la distinción entre las afirmaciones significativas y asigni-
ficativas antes de entregarse a la investigación científica de sus condicio-
nes subyacentes en el sistema nervioso. E n resumidas cuentas, los criterios
de significado han de sacarse de estudios relativos al uso del lenguaje y
no de investigaciones empíricas acerca de hechos naturales.
Dificultades análogas habrían de cerrar el paso a cualquier intento
por parte de H u m e de deducir normas lógicas a partir de los hechos de
la psicología experimental. L a s reglas de la demostración y los principios
de inferencia, como las reglas gramaticales y los principios semánticos,
son convenciones que han evolucionado en el transcurso de la historia
intelectual del hombre. L a s normas para juzgar acerca de la relevancia
de los testimonios y la precisión de las descripciones, la fuerza de las
generalizaciones, la fuerza de las analogías, la validez de las deduccio-
nes, las técnicas de verificación, etc., solo se pueden formular en una
etapa tardía, después de haber entrado en juego como controles implí-
citos del razonamiento y la argumentación. U n a norma aceptada puede
ser puesta en entredicho en cualquier momento y otra que funciona en
una disciplina particular puede ser recomendada como digna de confianza
en general. Pero no puede haber demostración alguna de los principios en
los que descansan todas las demostraciones, excepto en un viejo sen-
tido del término, según el cual «demostrar» es sinónimo de «poner a
prueba», pudiendo la prueba ser pragmática. Si un tipo de argumenta-
ción fracasa continuamente a la hora de resolver los desacuerdos, o si un
método de investigación no logra dar con lo que se busca, entonces esta-
mos pragmáticamente autorizados a sustituir las viejas normas por otras
nuevas. L a s legislaciones de este tipo se pueden basar en un análisis de
los argumentos y teorías, desarrollado a la luz de lo que pretende rea-
lizar el que razona. Para esta tarea crítica resultará totalmente irrelevante
una explicación científica de los procesos mentales. E l psicólogo o el
fisiólogo no solo ha de aceptar determinados principios metodológicos
que el epistemólogo tal vez desee poner en tela de juicio, sino que ade-
más ha de permanecer indiferente a la validez y (labilidad de los procesos
de razonamiento que investiga. H a de llevar a su molino tanto los razo-
namientos falaces como los correctos y la distinción entre ambos no se
lia de expresar en términos de la química del cerebro.
132 James Noxon

Nadie es capaz de decir si H u m e entrevio estas dificultades al comen-


zar el Treatise, si las percibió mientras escribía el libro o si las compren-
dió al terminarlo. S i , a pesar de su propia severidad ante el hecho de
sacar conclusiones normativas a partir de premisas fácticas, pretendió
realmente derivar criterios de significado, conocimiento y creencia a par-
tir de una teoría empírica de los sucesos mentales, es porque se vio obli-
gado a ello por la lógica de la situación. A lo largo de la mayor parte del
Libro I del Treatise, el H u m e filósofo analítico no es realmente
muy compatible con el H u m e psicólogo «experimental». Bien es cierto
que colaboran algunas veces, detectando el error el analista (por ejem-
plo, la crítica a la conexión necesaria de los acontecimientos relacionados
causalmente) y explicándolo el psicólogo (en este caso, mediante la dis-
posición natural de la gente a proyectar los aspectos y cualidades de sus
experiencias íntimas sobre el mundo exterior). Mas cada uno de ellos
tiene su propio trabajo que realizar y se dedica a él independientemente
del otro, descansando el analista en el principio de la copia y el psicólogo,
en el principio de asociación. Incluso en la Conclusión del L i b r o I
del Treatise, el psicólogo, que tiene aún ante sí la mayoría de su trabajo
sin realizar, parece intimidado y desanimado. E s el analista el que domi-
na el proceso en An Enquiry Concerning Human Understanding.
A l hacer la introducción a su segundo estudio, H u m e subraya sus
intenciones críticas, señalando como blanco fundamental la metafísica ins-
pirada en la religión. Sigue considerando a la mente humana como un
objeto intrínsecamente interesante para una investigación imparcial, aun-
que no se^pnede ir más allá de la «geografía de la mente» — q u e consiste
en distinguir y clasificar las entidades y funciones mentales. N o obstante,
considera posible, al menos en principio, el descubrimiento de las leyes
generales que rigen los fenómenos mentales; pero ahora, reduciendo su
exagerada pretensión original de explicar «plenamente la naturaleza de
nuestro juicio y entendimiento» ( T 263 [ I 4 0 6 ] ) , ofrece su primer
Enquiry como una contribución a las ciencias de la mente que «con más
tiempo, mayor precisión y aplicación más ardiente podrán... aproximar-
se más a su perfección» (Ei Í 5 ) .
E s muy significativo que, aunque H u m e no prometa aquí un sistema
completo de la mecánica de la mente como fundamento de las ciencias
morales y naturales, siga aún alentando la esperanza de «poder socavar
los fundamentos de una filosofía abstrusa^que hasta el presente parece
servir únicamente como refugio de la superstición y tapadera de el ab-
surdo y el error» (Ei 16). E s t o nos indica que, en el intervalo trans-
currido entre el Treatise y el primer Enquiry, H u m e decidió que su in-
tento de determinar los límites del entendimiento humano no dependía
de una síntesis newtoniana en el campo de la psicología de la mente.
Incluso en el Treatise, los principios en que se basaba H u m e para llevar a
cabo el análisis filosófico no se derivaban de las explicaciones de los
procesos mentales a las que había llegado como psicólogo asociacionista.
La evolución de la filosofía de Hume 133

L a supuesta dependencia de las teorías lógicas de Hume respecto de un


inestable asentamiento psicológico constituye una crítica que solo se pue-
de sostener empleando los términos «lógica» y «psicología» lo más vaga-
mente posible. L o que en la literatura contemporánea aparece como la
confusión humeana de la lógica con la psicología equivale sencillamente,
en mi opinión, a que los críticos confunden dos sentidos del término
«psicología».
Una cosa es proponer una teoría psicológica para explicar determina-
dos hechos de la conducta y otra, muy diferente, recurrir a los hechos
psicológicos a fin de fundamentar una teoría que define el significado de
un concepto. E l análisis humeano de la causalidad implica inevitablemen-
te hacer referencias a las experiencias en las que este concepto des-
empeña un papel clave. E s de esperar que el significado de «causa» se
ponga de manifiesto en aquellas situaciones en que surgen expectativas
causales y en que se llevan a cabo generalizaciones, predicciones e inferen-
cias causales. Preguntar qué significa decir que determinados sucesos son
la causa de otros equivale, por tanto, a investigar los aspectos constitu-
tivos de las experiencias perceptivas y cognitivas que subyacen a tales
juicios. E n consecuencia, H u m e nos propone que «dirijamos nuestra vista
a dos objetos cualesquiera que llamamos causa y efecto» ( T 75 [ I 129])
para determinar las propiedades de la relación causal. Dichas propieda-
des se descubren reflexionando sobre las experiencias relevantes y son
la contigüidad espacial y temporal y la prioridad de la causa. Pero, ade-
más de la contigüidad y la sucesión, la «causación» conlleva convencio-
nalmente la connotación de « n e x o necesario», no siendo posible localizar
la fuente de este tercer constituyente del significado del término en la
experiencia de «dos objetos cualesquiera que llamamos causa y efecto».
Como es bien sabido, H u m e reduce la conexión necesaria a conjunción
constante; la idea de nexo necesario entre un par de objetos o sucesos
no surge de presenciar un único caso de su contigüidad y sucesión, sino
de la observación de una serie invariable de semejantes conjunciones.
Puesto que, por lo que respecta a los objetos o sucesos en sí mismos,
nada hay en la repetición ni nada hay presente en un solo caso que de
cuenta de la idea de nexo necesario, su fuente ha de ser localizada en
la mente, en la que las expectativas se basan en la asociación de ideas
unidas en casos recurrentes similares.
H u m e es consciente de que cuando la gente dice que un tipo de acon-
tecimientos es la causa de otro, supone normalmente que ambos están
conectados necesariamente, que el segundo no tendrá lugar a menos que
aparezca el primero y que, si el primero tiene lugar, debe aparecer el
segundo. Así, parte de lo que quiere decir al firmar que dos tipos de
sucesos están causalmente relacionados es que ambos están conectados
necesariamente, por lo que la «conexión necesaria» forma parte (es un
término definitorio) del significado de «causación» tal como se emplea
ordinariamente. Mas H u m e no es un filósofo del lenguaje ordinario. Pues-
134 James Noxon

to que cree que muchas «palabras, tal como se emplean ordinariamente,


están dotadas de un significado muy laxo, siendo sus ideas muy insegu-
ras y confusas» ( E 77 n), la clarificación del significado que un término
(

ha adquirido «tanto en el modo ordinario de hablar como en filosofía»


(ibid.) constituye el estadio inicial, no el final, del análisis de u n tér-
mino. Además, H u m e . n o dice nada que indique que le interesa elucidar
el significado de «nexo necesario» tal como se emplea la expresión en el
discurso ordinario — s i es que se usa, después de todo. Por el contrario,
deja bien sentado que se ocupa de un «término filosófico», de un con-
cepto fundamental de la metafísica y de la ciencia ( T 156 [ I 2 5 2 - 3 ] ,
E i 61-2) y de los análisis incorrectos («definiciones vulgares» ( T 157
f l 2 5 3 ] ) ) suministrados por «filósofos antiguos y modernos» ( T 156-
62 [ I 252-62]). L o que nos ofrece H u m e es una redefinición del concepto
de causación que excluye del definiens todos los términos que no tengan
un respaldo experimental. ¿ Q u é otra cosa podía hacer H u m e para mos-
trar que no hay ninguna base para atribuir una conexión necesaria a los
sucesos relacionados causalmente —pues tal expresión se «aplica in-
correctamente» a los objetos ( T 126 [ I 2 6 3 ] ) — que mostrar que en las
situaciones relevantes no estamos familiarizados con tal relación?
¿ Y cómo podría hacer tal cosa, si no es dirigiendo nuestra atención a
aquellas experiencias en las que se gesta la idea de nexo necesario?
Cuando se nos dirige la atención en este sentido, lo que esperamos encon-
trar son determinados hechos psicológicos, pero en este punto del aná-
lisis es eví3ente que no se nos ofrece una teoría psicológica. Por eso me
parece que la crítica de K e m p Smith a la «tendencia de H u m e a sus-
tituir el análisis lógico por el psicológico» está fundamentalmente equi-
3

vocada, como ocurre también con la explicación que da John Passmore


de la «reducción de la filosofía a la p s i c o l o g í a » que emprende Hume.
4

E s totalmente obvio que la teoría de la asociación que invoca Hume


para explicar el sentimiento de necesidad que acompaña a los sucesos
que van siempre unidos, no forma parte del análisis de la causación cons-
truida como relación filosófica. H u m e habrá visto seguramente que todo
intento de definir la «causación» psicológicamente en términos de «cau-
salidad» como principio de asociación, estaba expuesto a la misma obje-
ción de circularidad que había esgrimido en contra la «definición vulgar»
( T 157 [ I 2 5 3 ] ) de «necesidad» en «términos de eficacia, influencia,
poder, fuerza, etc.». E l análisis de H u m e queda terminado tan pronto
como reduce la idea compleja de causalidad a los constituyentes objetiva-
mente observables de contigüidad y sucesión, definiendo el tercero, el
nexo necesario, en términos de conjunción constante. L a validez del
análisis no depende de las teorías psicológicas subsidiarias acerca de la

* Tbe Philosophy of David Hume, 561.


* Hume's Intentions, 83.
La evolución de la filosofía de Hume 135

asociación o la proyección con las que H u m e explica el sentimiento de


necesidad y su imposición a objetos y sucesos.
¿Cuál es el fin último que persigue H u m e con su análisis meticuloso
de la causalidad contenido en el Treatise y al cual retorna en el primer
Enquiry? D e su premisa, según la cual « E s evidente que todo razona-
miento relativo a cuestiones de hecho se basan en la relación de causa y
efecto» ( A 11; cf. T 74 [ I 128-9], E i 26, 76), se sigue que la compren-
sión de dicha relación es fundamental para apreciar en qué se basa el
conocimiento empírico. Algunos autores, como por ejemplo A . E . Taylor
y John Randall, se han estancado en este punto, llegando incluso a supo-
ner que la construcción subjetiva montada sobre la necesidad estaba mo-
tivada por el deseo humeano de socavar la ciencia empírica —¡ambición
perversa para un filósofo que intenta aplicar el método experimental a
las ciencias sociales! Para leer tal maniobra autofrustrante en la estra-
tcgia de H u m e es preciso ignorar su preocupación por las teorías meta-
físicas ingeniadas para explicar la necesidad causal. H u m e escribe en
contra de Locke, Descartes, Malebranche y otros cartesianos (T 157-61
[ I 2 5 3 - 2 6 2 ] ; E i 64-73) y no en contra de los filósofos naturales, como
Isaac Newton, por ejemplo, a quien pone muy por encima de «nuestros
metafísicos modernos» (Ei 73 n). H u m e intenta mostrar el carácter gra-
tuito de las hipótesis inventadas para explicar la eficiencia causal en la
naturaleza. Puesto que la experiencia no nos suministra idea alguna de un
poder en los objetos, no precisamos ninguna teoría metafísica para expli-
carlo. L a idea de necesidad surge de «esa determinación del pensamiento,
adquirida por hábito, consistente en pasar de la causa a su efecto usual»
(A 23), por lo que requiere una explicación psicogenética. Así pues, la
«reducción de la filosofía a la psicología» que, según Passmore, emprende
Hume, solo tiene lugar una vez que el análisis filosófico ha mostrado que
el nexo necesario exige una teorización psicológica antes que cosmológica.
E s asombroso comprobar cómo algunos de los más ¡lustres comenta-
dores de H u m e ignoran el alcance de su análisis de la causación para la
metafísica, tanto clásica como moderna, cuyo pleno significado fue Kant
i l primero en apreciar . E n la discusión de K e m p Smith « D e la idea de
5

' Prolegomena, tr. Peter G . Lucas (Manchester U. P., 1953), 5-6 [trad. cas-
icllana citada, pp. 40-1]. «Hume partía básicamente de una idea particular aunque
importante de la metafísica, a saber, la de la conexión entre causa y efecto (junto
con la idea consiguiente de fuerza y acción, etc.). Retaba a la Razón, que pretende
li:iber concebido en su seno esta idea, a dar cuenta de ella y a decir con qué
ilcrecho piensa que puede haber algo de tal carácter que, una vez supuesto, deba
suponerse también necesariamente otra cosa, que es lo que dice el concepto de
causa. Hume demuestra irrefutablemente que es completamente imposible que la
razón piense, a priori y a base de ideas, tal conjunción, pues entraña necesidad.
Resulta totalmente imposible ver de qué modo haya de ser algo necesariamente por
r! hecho de que alguna otra cosa sea y cómo se introduce, por tanto, la idea de
tul conexión a priori. De aquí infería que la Razón se engaña completamente a sí
misma con esta idea al considerarla equivocadamente como hija suya, cuando no es
136 James Noxon

nexo necesario» no hay una sola palabra que indique que el propósito
filosófico del análisis de H u m e fuese la eliminación de una colección de
teorías metafísicas, eliminando su necesidad*. Tampoco Charles Hendel
enuncia explícitamente esta cuestión, ni siquiera en el largo capítulo de-
dicado a la causación en el que se parafrasean los comentarios de Hume
acerca de los cartesianos . E l tema está también tratado con oscuridad
1

en la explicación, poc otro lado iluminadora, que hace A . H . Basson, por


cuanto que los desacuerdos de H u m e con los metafísicos se consideran
puramente epistemológicos y no ontológicos, como son t a m b i é n . Como e

de costumbre, D . G . C . M a c N a b b ve con toda claridad la cuestión y


9

la plantea incisivamente, siguiéndole, al menos en el primer punto, Antony


Flew . , 0

Sección 3. Estatuto lógico del principio de la copia


L o s pensadores no siempre hacen contribuciones a la filosofía de un
valor permanente realizando sus planes primitivos. N o es de extrañar
que originalmente H u m e se sintiese atraído por la idea de una ciencia
del hombre capaz de determinar los límites del entendimiento humano
y de explicar la compulsión a ir más allá de ellos. C o n todo, los criterios
de significado, conocimiento y creencia racional no son cuestiones fác-
ticas, por lo que cualquier intento de derivarlos a partir de teorías de
psicología empírica está abocado al fracaso. E l psicólogo se compromete a
explicar lá^^omunicación, el juicio y la inferencia, la opinión y la creen-
cia; pero con su propia disciplina carece de medios para discernir el
sentido y el sinsentido, la verdad y la falsedad, la validez y la invalidez,
no puede distinguir los puntos de vista que están bien sentados de los
que carecen de base o las creencias racionales de las irracionales. Si Hume
hubiese utilizado su principio de la copia como generalización empírica
con vistas a la explicación psicológica, no le habría resultado de ninguna

más que un bastardo de la imaginación fecundada por la experiencia. La imaginación,


tras haber sometido ciertas representaciones a las leyes de la asociación, merced
a la experiencia, hace pasar una necesidad subjetiva surgida de esto, a saber, el
hábito, por una necesidad objetiva del conocimiento. De aquí concluía que la razón
carece de capacidad para pensar tales conexiones, no ya para pensarlas universalmentc,
pues sus ideas serían meras ficciones y sus conocimientos, claramente a priori, nn
serían más que experiencias ordinarias falsamente impresas, lo cual es tanto comn
decir que ni hay ni puede haber metafísica alguna.»
* The Philosophy of David Hume, cap. xvii, «La creencia en la causalidad:
E l origen de la idea de necesidad», 271-403.
7
Studies in the Philosophy of David Hume, cap. v, «La Naturaleza y signi-
ficado de la causación», 136-76.
* Hume (Penguin, Harmondsworth, 1958), cap. 4, «El entendimiento», 56-85
* David Hume, His Theory of Knowledge and Morality (Hutchinson's University
Library, Londres, 1951), cap. vii, «Conexión necesaria», 103-17.
K
Hume's Philosophy of Belief, cap. vi, 70.
La evolución de la filosofía de Hume 137

utilidad en última instancia a la hora de habérselas con las teorías metafí-


sicas entretejidas en torno a ficciones. Pero sea cual sea el propósito para
el que concibiese originalmente ese principio, no lo utiliza en esta direc-
ción. L o emplea más bien como un instrumento para analizar términos
filosóficos, para elucidar conceptos básicos, razón por la cual, en el primer
Enquiry, denomina a su primer principio «un nuevo microscopio o tipo
de instrumento óptico» ( E i 62). U n a vez eliminada la confusión concep-
tual acerca de la existencia, el espacio y el tiempo, la causalidad, la sus-
tancia, la identidad, etc., la necesidad de las construcciones metafísicas
se desvanece con las ficciones, dejando paso a las explicaciones psicoló-
gicas de los errores e ilusiones generadores de pseudo-problemas. Creo
que era esto lo que quería decir H u m e en la Conclusión del L i b r o I
del Treatise cuando decía aquello de «dándole en algunos respectos
una dirección diferente a las especulaciones de los filósofos» ( T 273
[ I 4 2 0 ] ) . L a s explicaciones derivan de la teoría de la asociación de ideas
que constituye una teoría o hipótesis psicológica genuina, esencial para
los fines constructivos de H u m e , aunque es de un tipo totalmente dis-
tinto del del principio de la copia en el que se apoya a la hora de llevar a
cabo el análisis crítico de las teorías filosóficas. E n la filosofía contempo-
ránea, las críticas más insidiosas a la filosofía de H u m e traicionan su in-
sensibilidad hacia esta distinción vital de las funciones desempeñadas
por el principio de la copia y el principio de la asociación.
Desde el momento en que la reputación literaria de H u m e hizo que
pareciese merecer la pena tomar en cuenta sus desestimadas opiniones
filosóficas, las conclusiones escépticas a las que conducía su método de
análisis provocaron la hostilidad. Los autores que, como James Beattie,
consideraban el escepticismo humeano como una afrenta al sentido común
y a la creencia cristiana no eran excesivamente escrupulosos a la hora de
elegir los medios para ridiculizarlo. E n nuestros tiempos, los ataques más
destructivos han procedido de los empiristas lógicos quienes, por otros
medios, han llegado a la misma posición final de H u m e acerca de los
límites del entendimiento humano. Están encontrados, pues, no con las
conclusiones de H u m e , sino con el método para llegar a ellas.
H u m e presenta su «primer principio... de la ciencia de la natura-
leza humana» ( T 7 [ I 3 1 ] ) , el principio de la copia, como una proposi-
ción empírica. Confiesa haber descubierto la semejanza casi universal de
las impresiones e ideas, observando sus propias percepciones. Incita a sus
lectores a que confirmen su conclusión consultando su propia experiencia
y reta a quien la ponga en tela de juicio a que produzca una idea que
no tenga una impresión correspondiente o una impresión sin una idea
correspondiente. A fin de confirmar la parte siguiente de su principio,
según la cual las impresiones son las causas y las ideas los efectos, cita
como testimonio la inevitable secuencia seguida al enseñar a los niños
las ideas de color, que consiste en presentarles en primer lugar diversos
objetos coloreados a fin de despertar las impresiones relevantes. L o s
138 James Noxon

ciegos y sordos de nacimiento suministran elementos de juicio empíricos


adicionales en favor del principio, pues al carecer de impresiones que
copiar, no poseen las ideas visuales o auditivas correspondientes. E l argu-
mento se remata con un ejemplo manoseado, muy del gusto de los filó-
sofos: « N o podemos formarnos una idea exacta del sabor de la pina si
no la probamos» ( T 5 [ I 2 9 ] ) .
H u m e admite una excepción a su «máxima general». Supongamos
que le presentamos á alguien una serie gradual de muestras de color que
van desde el matiz más oscuro del azul hasta el más claro. Si quitásemos
una de las muestras, el sujeto notaría una diferencia superior a la media
entre las muestras anterior y posterior, y podría imaginar la idea del
matiz del azul que falta sin haber tenido nunca una impresión corres-
pondiente a él. E l contraejemplo se desestima considerando que es «tan
particular y singular que apenas merece la pena que le prestemos aten-
ción ( T 6 [ I 3 0 ] ) . L a despreocupación de H u m e frente a esta excepción
es, a primera vista, curiosa. Pero, más adelante, resultará útil para esti-
mar el verdadero carácter de su primer principio.
Habrá que recordar que la ciencia del hombre de H u m e no solo ha-
bría de «explicar la naturaleza de las ideas que utilizamos y de las ope-
raciones que realizamos en nuestros razonamientos», sino también, según
la cláusula anterior, habría de «familiarizarnos con el alcance y fuerza
del entendimiento humano» ( T xix [ I 3 1 4 ] ) . E l entendimiento humano
no puede extenderse más allá del alcance de las ideas válidas, como había
enseñado Locke, por lo que era importante determinar desde el comienzo
las condiciones necesarias para que las ideas tengan lugar. Estas condi-
ciones son las mismas que aquellas necesarias para que adquieran signi-
ficado los términos filosóficos. A u n cuando el criterio empirista del sig-
nificado de H u m e está claramente implícito en el Treatise, en el que se
emplea Constantemente, en el Enquiry se enuncia por primera vez de
modo formal y preciso:

Por tanto, cuando tengamos alguna sospecha de que un tér-


mino filosófico se usa sin ningún significado o idea (como ocurre
tan a menudo), lo único que tenemos que hacer es preguntar,
¿de qué impresión se deriva esta idea supuesta? Y si resulta
imposible asignarle alguna, eso servirá para confirmar nuestra
sospecha. Acercando nuestras ideas \ una luz tan clara, nos cabe
esperar razonablemente que sean eliminadas todas las dispu-
tas que puedan surgir acerca de la naturaleza de la realidad
(Ei 22).

A . H . Basson nos advierte que el primer principio de H u m e («la


herramienta analítica más importante de H u m e » ) no es una proposición
empírica en absoluto, sino una definición. « N o importa de qué modo
trate de demostrar este principio; el uso que de él hace muestra que
La evolución de la filosofía de Hume 139

para él una idea es por definición la copia de una impresión» " . Seña-
lando el punto notorio de que « H u m e describe su método como método
•experimental que implica experimentos cuidados y precisos», Basson «pre-
viene al lector de tomar esto como descripción adecuada de un modo
efectivo de proceder» ' . Su consideración de que H u m e « n o puede mos-
2

trar las limitaciones del entendimiento humano proponiendo sencillamente


una definición» parece puesta en boca de algún rival anónimo de H u m e
, 3

—«Alguien con inclinaciones metafísicas.» E l propio Basson no se siente


muy perturbado porque H u m e traicione el método empírico ya en la pri-
mera fase, que es absolutamente crucial, a causa de que no cree que los
límites del entendimiento humano sean un problema empírico soluble
mediante una investigación científica. Creo que en esto está en lo cierto.
Cualquiera que «haya sido la opinión del propio H u m e acerca de la
validez absoluta de su esquema» , su única perspectiva realista era con-
1 4

vencer a los demás de que perderían su tiempo tratando de resolver


ciertos problemas, ya que no se encontrarían las ideas necesarias para
fundar su pensamiento en la experiencia. Basándose en la observación v
en la experimentación, H u m e no podría establecer una conclusión verifi-
cable acerca de los límites del conocimiento humano. L o único que a lo
sumo podría ofrecer sería un análisis lógicamente posible de las condi-
ciones del sentido común y del conocimiento científico, mostrando que
tales condiciones son imposibles de satisfacer en determinados contextos
metafísicos, éticos y teológicos. «Hemos visto que la teoría humeana de
las impresiones e ideas y de la conexión entre ellas no es tanto una
teoría psicológica que haya de ser verificada por observación, cuanto un
intento de suministrar un marco para el análisis» . «Considerando los
, s

trabajos de H u m e bajo este punto de vista», había advertido anterior-


mente, «constituyen una muestra de buen sentido y excelente filosofía.
Si se toman en el otro sentido, entonces causan la impresión de una psi-
cología pobre con escaso sentido» '*.
Uno de los grandes méritos del comentario de Basson consiste en
haber separado el principio de la copia de la teoría psicológica elaborada
en la obra de Hume, especialmente en el Treatise. O t r o de ellos con-
siste en haber reconocido que el valor filosófico de este principio de
análisis no ha de ser evaluado mediante criterios y contrastaciones que
solo son adecuados para las teorías empíricas. Además, lo cual también
es importante, la interpretación de Basson ilustra lo que yo decía antes,
de que normalmente se pasa por alto la distinción entre una teoría psi-
cológica propuesta para explicar los hechos, y los hechos psicológicos

" Hume, 37.


u
Ibid., 24.
" Ibid., 35.
" Ibid., 44.
11
Ibid., 24.
" Ibid., 26.
140 James Noxon

aducidos en apoyo de las teorías epistemológicas. Tras reconocer que


el principio de la copia no es el primer principio de una teoría psicoló-
gica empírica, Basson no ve la alternativa abierta consistente en consi-
derarlo como definición de «idea». Sería desesperante tratar de defender
a H u m e de la acusación de dogmatismo, si hubiese basado su análisis filo-
sófico en una definición totalmente arbitraria de este término clave. £1
modo de dejar inermes a tales críticos consiste en no construir el principio
de la copia ni como una generalización empírica ni como una definición,
sino como un tercer tipo de procedimiento que explicaré en seguida.
Antony Flew es más puritano que Basson. Acusa a H u m e de haber
convertido s u primer principio, que originalmente presentaba como ge-
(

neralización contingente, en una «tautología pretenciosa». Acusa a Hume


de rechazar dogmáticamente cualquier contraejemplo que no consiga
calificar de idea real en términos de su propia definición. L a «psicología
de gabinete» de H u m e , nos dice,

...convierte a la doctrina en una generalización contingente ex-


puesta a la falsación, merced a la producción de un caso negativo
recalcitrante. Mas H u m e pretende también basar su método crí-
tico en esa misma proposición, tomando la ausencia de una im-
presión anterior apropiada como razón suficiente para decir de
una pretendida idea que en realidad no es tal idea ' .
7

« E l desmán intelectual» de H u m e , explica,

...consiste en empezar presentando una generalización como cues-


tión de hecho universal aunque contingente..., negándose luego
a aceptar como auténtico cualquier contraejemplo que se le su-
giera, basándose únicamente en que si la generalización original
es verdadera, lo que se le ofrece como contraejemplo no puede
ser un caso genuino capaz de falsaria ., a

F l e w termina esta fase de su critica con una pulcra formulación de


una objeción muy corriente y destructiva al modo en que Hume enuncia
su primer principio:

. . . l a mayor parte de las veces seVonsidera que expresan una


generalización contingente, aunque en los momentos de crisis
se diría que se construyen de modo que entrañen una proposi-
ción necesaria. Tales maniobras tienen como resultado dar
la impresión de que la inmunidad frente a la falsación de la
verdad necesaria se hubiese sumado gloriosamente a la afirma-

" Hume's Philosophy of Belief, 25.


" Ibid., 26.
La evolución de la filosofía de Hume 141

ción sustantiva de una generalización contingente. Mas esto,


como el propio H u m e va a subrayar pronto del modo más
claro e inequívoco, es imposible.
Así pues, resultan insostenibles los cimientos que H u m e in-
tentaba asentar .
, 9

Veré Chappell, en su Introducción a la antología de los escritos de


Hume de la Modern Library, esgrime el mismo argumento en contra
de H u m e :

Descansando como lo hace en premisas empíricas, esta con-


clusión ha de tener a su vez una fuerza empírica. N o obstante,
H u m e la utiliza muchas veces como si se tratase de una verdad
necesaria, pues recurre a ella para mostrar la imposibilidad o
ininteligibilidad de muchas de las ideas favoritas, o supuestas
ideas, de otros filósofos. Sostiene, por ejemplo, que la idea de
sustancia no es propiamente una idea, puesto que ni hay ni
puede haber una impresión semejante que la preceda —como
si las ideas no fuesen de hecho precedidas regularmente de impre-
siones parecidas, sino que tuviesen que serlo necesariamente.
Parece claro que esta es una de esas ocasiones en las que H u m e
abandona el e m p i r i s m o .
20

Lazerowitz se une a este coro en Tbe Structure of Metaphysics:

Cuando se pretende que ninguno de nuestros sentidos nos


familiariza con la sustancia, que no son capaces de mostramos
un sustrato de cualidades experimentadas tales como forma,
color y gusto, hemos de considerar que esto equivale a afirmar
que es lógicamente imposible percibir de algún modo el sujeto
de los atributos '. 2

E l principio de la copia está viciado por la construcción que estos


críticos han montado en torno a él. Si se considera como una generaliza-

" Ibid.
30
The Philosophy of David Hume (Random House, Nueva York, 1963).
31
(Routledge and Kegan Paul, Londres, 1933), 133-4. Anteriormente, Lazerowitz
había escrito (p. 133): «Reflexionemos de nuevo sobre lo que parece haber hecho
Hume, a saber, haber buscado algo mediante una serie de observaciones cuidadosas...
La búsqueda no era mis que una ficción, pues, cuando Hume señala que la idea
supuesta de sustancia no se deriva ni de la sensación ni de la reflexión..., no nos
dice, en efecto, que sea ficticia, como la idea de centauro, sino que no hay tal idea.
Nos dice que las expresiones 'sustancia a la que son inherentes los atributos', 'posee-
dora de atributos', 'soporte de las cualidades' no describen nada actual ni imaginable
y son expresiones literalmente vacías a las que no se ha dado ninguna aplicación.
Así, pues, como es natural, no es posible buscar un soporte de propiedades... del
mismo modo que ocurre con un binomio escarlata o un 'meco bálico'.»
142 James Noxon

ción empírica, entonces H u m e no puede desestimar legítimamente una


excepción (el matiz de azul que falta) diciendo que «apenas merece nues-
tra observación» ( T 6 [ I 3 0 ] ) . Además de violar un principio funda-
mental del método experimental, estaría dando una tregua a las ideas
metafísicas que condena, tregua solicitada a la vista.de este precedente.
S i , por otro lado, fuese correcto decir que H u m e utiliza dicho prin-
cipio como si expresase una proposición lógicamente necesaria, verda-
dera por definición, entonces es evidente que tal procedimiento va en
contra de la tesis lógica fundamental de todo su sistema. Su primer prin-
cipio formula una conclusión inductiva basada, como todas las induc-
ciones, en la relación de causalidad. ( « L a conjunción constante de nues-
tras percepciones semejantes es una prueba concluyente de que las unas
son la causa de las otras y la prioridad de las impresiones es una prueba
igual de que las impresiones son la causa de nuestras ideas y no nuestras
ideas de nuestras impresiones» ( T 5 [ I 2 8 ] ) . Según la teoría de las rela-
ciones filosóficas expuesta en el Treatise ( L i b r o I Parte i i i , Sección 1)
o según la distinción entre Ideas y Cuestiones de Hecho trazada en el
primer Enquiry (Sección I V , Parte i ) , no es posible considerar a esta
«proposición general», «máxima» o «primer principio» como intuitiva o
demostrativamente cierto. Puesto que es posible lo contrario de cual-
quier cuestión de hecho, H u m e no tiene ninguna garantía lógica para
negar la existencia de una idea que no se derive de una impresión. Por
tanto, los críticos de H u m e nos lo presentan en la incómoda posición de
verse encerrado entre los brazos de un dilema. Si se acepta su primer
principio fSl como nos lo presenta, como una proposición empírica, no
solo admite desde el principio que ha quedado falsado, sino que además,
en cualquier caso, estaría desprovisto de la fuerza lógica necesaria para
el análisjs. Si se toma como definición, el uso que de él hace resulta arbi-
trario y su pretensión de haberlo «demostrado» ( T 5 [ I 2 8 ] ; E i 19, 62)
viola su propia distinción entre proposiciones analíticas y sintéticas.
Desde mi punto de vista, el principio de la copia no es ni unu
«generalización empírica» ni una «tautología pretenciosa». Tampoco es
un bastardo lógico nacido del cruce de estas dos razas de proposiciones.
E l principio de la copia es una regla de procedimiento. Prescribe una
técnica para investigar los términos sospechosos de carecer del signi-
ficado que se les atribuye en las teorías .filosóficas. Se trata de un instru-
mento metodológico orientado al análisis, semántico. Como dice Hume,
se trata de una «máxima», lo que significa, en un sentido aceptable del
término, «un principio general que sirve como regla o guía» — e n este
caso concreto, una regla o guía para contrastar términos mediante el
intento de localizar sus referentes entre las ideas experimentadas.
E l problema de si una persona ha experimentado o no de hecho
las ideas requeridas para fundamentar empíricamente sus términos, es
una cuestión de biografía intelectual. L o inconveniente es que solo él
tenga acceso a los elementos de juicio históricos necesarios para resol-
La evolución de la filosofía de Hume 143

ver el problema. Nadie puede falsar sus pretensiones aduciendo testi-


monios empíricos contrarios, n i mucho menos demostrar su absurdo. Sin
embargo, tenemos derecho a pedir alguna información acerca de las expe-
riencias de las que puedan haberse derivado sus pretendidas ideas. Si la
persona sospechosa de hablar sin sentido es incapaz de indicar ninguna
experiencia imaginable como contenido con el que deben relacionarse
sus términos, «ello servirá para confirmar nuestra sospecha» ( E i 22). E s
importante constatar qué modesta es la propuesta de H u m e por lo que
respecta al resultado de tal análisis. Contrariamente a lo que pensaba
Thomas Reid y otros críticos hasta nuestros días, los términos filosóficos
no son condenados por H u m e si no consiguen superar esta prueba, que
se limita a «confirmar» la sospecha de que pueden carecer de significado.
E s t a imagen crítica de un H u m e rechazando los términos filosóficos
por ser asignificativos (o las ideas, por ser ficticias), mediante la aplica-
ción automática de su principio de la copia, constituye una simplificación
tan burda y excesiva que casi no se parece en nada a su labor como
analista. Se siente obligado a explicar de qué modo los términos empíri-
camente vacíos, en este sentido, entran a formar parte del vocabulario
filosófico. Su objetivo no es meramente negativo, consistente en eliminar
ideas, sino que trata más bien de eliminar la confusión conceptual, clari-
ficando las ideas. Por ejemplo, no descarta simplemente la idea de cone-
xión necesaria tras no haber conseguido fundamentarla en objetos causal-
mente relacionados. Persiste en su análisis reflexivo hasta elucidar la idea
descubriendo su fuente en un hábito o tendencia mental. A l hablar de
«poder», «fuerza» y «conexión necesaria», dice de un modo revelador:

. . . e n todas las expresiones así aplicadas, no hay realmente un


significado claro, pues recurren tan solo a palabras comunes
carentes de ideas precisas y determinadas. Pero, puesto que
es más probable que estas expresiones pierdan aquí su verda-
dero significado por estar mal aplicadas más bien que porque
carezcan siempre de él, convendrá emprender otra investiga-
ción acerca de este tema para ver si podemos descubrir la
naturaleza y origen de estas ideas que les anexionamos ( T 162
[ I 2 6 2 - 3 ] ; el subrayado es de H u m e ) .

N o hay ningún elemento de juicio que atestigüe que H u m e considera-


se su principio de la copia como una verdad lógicamente cierta. E l uso
que hace de él implica todo lo contrario. Si H u m e hubiese utilizado su
primer principio como si fuese lógicamente necesario, habría condenado
por absurdos los términos que violasen el principio. Nunca hace tal
cosa. No elimina nunca, por ejemplo, la idea de un yo simple e invariable
por ser contradictoria, sino por ser una ficción cuyas fuentes en la expe-
riencia es incapaz de descubrir la introspección.
Desgraciadamente, H u m e no siempre se mostró muy cuidadoso a la
144 James Noxon

hora de establecer claramente el alcance de este argumento, por lo que


una lectura menos cuidadosa aún produce normalmente un malentendido.
A l considerar el yo, de cuya «identidad y simplicidad perfectas» preten-
den ser «íntimamente conscientes» algunos filósofos, pregunta:

¿De qué impresión puede derivarse esta idea? E s t a pregun-


ta resulta imposible de contestar sin una contradicción y absur-
do manifiestos. Con todo, es una pregunta que hay que res-
ponder necesariamente si queremos que la idea de yo pase por
ser una idea clara e inteligible. Debe haber alguna impresión
que dé lugar a toda idea real ( T 251 [ I 3 8 9 ] ) .

L o que H u m e quiere decir no es que la idea de un yo simple e inva-


riable sea per se «una contradicción y absurdo manifiestos», sino que
sería autocóntradictorio y absurdo intentar localizar «una impresión» a
la que «se suponga que hacen referencia» todas las impresiones de un
individuo. A u n entonces, no apoya su causa en razones lógicas. Aduce
el hecho supuesto de que « n o hay impresión constante e invariable» que
pueda dar lugar al tipo de idea de yo que critica. Cualquier impresión
falsa surgida del hecho de que H u m e hable de contradicción y absurdo
podría corregirse mediante su consideración final:

Si alguien, basándose en una reflexión seria y carente de


prejuicios, piensa que tiene una noción diferente de sí mismo,
h«> de confesar que no puedo discutir ya con él. L o único que
pueao hacer es concederle que puede estar tan en lo cierto como
yo y que, a este respecto, somos esencialmente distintos. T a l
vez él perciba algo simple y continuado que denomina su yo,
pi bien estoy seguro de que no hay en mí tal principio ( T 252
[ I 390-1]).

Según las noticias que el propio H u m e nos da de la cuestión, llegó


al principio de la copia mediante la inducción. L a semejanza observada
entre las ideas simples y las impresiones previas no puede garantizar
lógicamente una ley o axioma universal del que poder deducir la exclu-
sión de ficciones metafísicas. L o que podría suministrar — y de hecho
suministró— la introspección de H u m e , de un modo plenamente legí-
timo, es un principio metodológico capaz]de guiarle en el análisis de
términos dudosos. Si el principio de la copia se construye como regla
de procedimiento, más bien que como ley empírica, la falta de interés de
H u m e por el matiz de azul que falta y otras «rarísimas... excepciones»
( T 7 [ I 3 2 ] ) es comprensible y no creo, en contra de Passmore, que
ponga de manifiesto «esa insensibilidad frente a la consistencia que Hume
comparte con Locke» . Puesto que el principio no es una hipótesis em-
a

" Hume's Intentions, 93.


La evolución de la filosofía de Hume 143

pírica amenazada por casos negativos, L a i r d no tiene motivos para enca-


recer el « c a n d o r » de H u m e , como tampoco los tiene Prichard para
2 3

deplorar su « d e s c a r o » \ £ 1 primer principio de H u m e ha de ser eva-


2

luado por su valor instrumental a la hora de detectar el contenido empíri-


co de términos filosóficos clave. £1 principio estará pragmáticamente jus-
tificado si le resulta efectivamente útil a fin de mostrar que determinadas
ideas tienen unas fuentes en la experiencia distintas de las que se suponía,
de acuerdo con lo cual deben ser definidos de nuevo los términos rela-
cionados con ellas. £ 1 hecho de que una persona pueda poseer la idea
de un matiz particular del azul sin haber tenido previamente una impre-
sión, muestra únicamente que en ciertos casos «muy raros» el «nuevo
microscopio» ( £ i 62) de H u m e no funciona. N o desechamos nuestros
microscopios cuando constatamos sus limitaciones, aunque tampoco pre-
tendamos que solo existe lo que nos muestran. Ahora bien, como he
mostrado, H u m e nunca hace tal cosa. S u «nuevo microscopio» no es un
artilugio mágico para aniquilar ideas, sino un instrumento para retro-
traer conceptos filosóficos hasta sus fuentes en la experiencia.
Para confirmar esta interpretación «instrumentalista» bastará tomar
en consideración una objeción común al primer principio de H u m e que
se puede resolver de esta manera y no de otra. E s obvio que la distin-
ción entre impresiones e ideas es absolutamente fundamental en la filoso-
fía de Hume. L a distinción se establece en la primera frase del primer
Libro del Treatise y H u m e recurre a ella repetidamente a lo largo de
esta obra y del primer Enquiry. A menos que hubiese una diferencia real
entre impresiones e ideas, de modo que se puedan distinguir efectiva-
mente en la experiencia, no habría razones para afirmar «Que todas
nuestras ideas simples se derivan en su primera apariencia de impresio-
nes simples que les corresponden y que representan con exactitud»
( T 4 [ I 2 7 ] ) . N o se pueden determinar las relaciones entre los indis-
cernibles. C o n todo, H u m e admite que, en ciertas circunstancias excep-
cionales, resultará imposible discernirlas: «Así como en el sueño, en la
fiebre, en la locura o en cualesquiera emociones violentas del alma,
nuestras ideas pueden aproximarse a nuestras impresiones, del mismo
modo ocurre a veces que nuestras impresiones son tan débiles y ligeras
que no somos capaces de distinguirlas de nuestras ideas» ( T 2 [ I 2 4 ] ) .
Si el principio de la copia se construyese como una ley psicológica
de la que hubiesen de derivarse explicaciones de los procesos mentales,
entonces se vería disminuido por estas rupturas ocasionales de la dis-
tinción en la que se asienta. Ningún filósofo experimental podía per-
mitirse basar la teoría psicológica en un primer principio que pudiese
volverse inoperante en algún momento. Interpretado como principio orien-
tador o regla de procedimiento para el análisis, el principio de la copia

n
Hume's Philosophy of Human Nature, 36.
" Gtado en Passmore, op. cit., 93.
146 James Noxon

de H u m e es capaz de sobrevivir a estos lapsos, pues se entiende simple-


mente como una técnica que ha de ser aplicada conscientemente, siempre
que sea posible, por aquellos filósofos que reflexionen sobre la fuente
de sus ideas. Dado el estado de conciencia crítica exigida para tal intros-
pección, no es probable que el filósofo confunda lo que ve con lo que
recuerda, por ejemplo, o lo que siente con lo que imagina, como ocurre
con quien sueña, con quien se encuentra en un estado febril, con el
alienado, el hiperexcitado o el deprimido.

Sección 4 . Psicologismo: Eliminación de los acusadores de Hume

E s hora ya de resumir y despedir a los críticos del «psicologismo» de


H u m e . E l principio de la copia no es una ley psicológica, sino una regla
metodológica. N o sirve, como los principios de asociación, a modo de
axioma de la ciencia del hombre. Su función es la de suministrar aclara-
ciones de los conceptos filosóficos y no explicaciones de sucesos psicoló-
gicos. No es ni una definición ni una hipótesis utilizada en la construc-
ción de teorías psicológicas. Se trata, más bien, de una máxima que hay
que seguir en el transcurso del análisis filosófico. E s cierto que el primer
principio de H u m e se derivaba de una observación de hechos psicoló-
gicos y que su utilización entraña recurrir a hechos psicológicos. Sin
embargo, no forma parte de una teoría psicológica propuesta para expli-
car esos íf-otros hechos. Los hechos psicológicos a los que recurre Hume
en el transcurso de su análisis no se aducen con el fin de verificar su
principio, puesto que este no se propone como hipótesis empírica. L a
función del principio es la de orientar a H u m e hacia los hechos de expe-
riencia inmediata de los que se han derivado los significados de los tér-
minos clave. E l primer principio de H u m e no pertenece en absoluto al
campo de la psicología descriptiva. Por el contrario, su fuerza es pres-
criptiva; se trata de una orientación, una recomendación: «Mostrad»,
recomienda, «las impresiones o sentimientos originales de los que son
copia las ideas» ( E i 62).
Considero «distorsionado» el comentario paternalista que hace A n -
tony F l e w acerca del éxito del análisis humeano del nexo necesario, «a
pesar de que H u m e piense dentro de un marco psicoló-
gico entumecido y d i s t o r s i o n a n t e » . Presupone que los problemas del
a

significado (los problemas de confusión y vaguedad conceptual) se pueden


resolver a u n nivel verbal, sin hacer referencias a los usuarios del len-
guaje. F l e w hace notar más adelante de este mismo análisis, « L a postura
que se supone que estaba sosteniendo entonces era psicológica. Sin em-
bargo, la tesis que los argumentos efectivamente desplegados consiguen

B
Hume's Philosophy of Belief, 115.
La evolución de la filosofía de Hume 147

demostrar es de carácter filosófico» *. A l parecer, F l e w o sostiene que


2

los hechos psicológicos son irrelevantes para las tesis filosóficas, lo


cual me causa la mala impresión de un dogma pernicioso , o bien no 27

establece una distinción entre hechos psicológicos y teorías psicológicas


lo cual, como he defendido, constituye una confusión viciosa.
Se puede conceder que resulta inmanejable lo que F l e w denomina el
«marco p s i c o g e n é t i c o » en el que H u m e encaja su teoría. E s algo que
28

ya ha hecho notar B a s s o n , por ejemplo, e incluso antes, H . H . Pri-


29

c e . Estrictamente hablando, no se pueden «mostrar las impresiones...


3 0

de las que las ideas son copia». L a s impresiones de los sentidos no son
cosas que se puedan mostrar públicamente, aún cuando pudiesen ser re-
cuperadas. Pero, como es natural, no se pueden recuperar como impre-
siones, sino tan solo en forma de ideas. Solo un lector pendenciero o
que entendiese las cosas al pie de la letra habría de interpretar la téc-
nica de análisis propuesta por H u m e como una operación que nunca se
pudiese realizar a causa de la percepción y la memoria. L o que recomien-
da, como es obvio, es una reconstrucción hipotética de las experiencias
con las que están asociados los términos controvertidos del mismo tipo
que la que utiliza en sus propios análisis. L a modernización del criterio
empirísta de significado de H u m e se puede realizar automáticamente re-
orientando el procedimiento de contrast ación, haciéndolo predictivo más
bien que retrodictivo. E n lugar de plantear una pregunta histórica acerca
de la experiencia en la que se supone que se ha originado la idea su-
puesta, lo que se pide son orientaciones para plantear una situación expe-
rimental o experiencial en la que vaya a tener lugar la experiencia
sensible corroboradora. T a l innovación representa únicamente una mejora
de la formulación que hace H u m e de su técnica para ponerla a tono con
las posibilidades prácticas y con su propio modo de proceder real. Pero
creo que no se puede aceptar la imagen de H u m e suministrada por el
positivismo lógico, según la cual no es más que un precursor valetudi-
nario que confundió la psicología y la lógica.
E n Language, Truth and Logic, haciendo referencia explícita a H u m e ,
A . J . Ayer proclama que

la discusión de las cuestiones psicológicas está fuera de lugar


en una investigación filosófica. L a razón de ello estriba en que
" Ubi., 117.
17
Véase Donald S. Lee, «The Pernicious Distinction Betwen Logic and Psycho-
logy», Tulane Studies in Philosophy, 13 (1964), 44-9. Cf. J . A. Robinson, «Hume's
Two Definitions of 'Cause' Reconsidered», Hume, ed. V . C. Chappell, 167: «La
evasión sistemática de las cuestiones empíricas es una afectación que los filósofos
han adquirido en el siglo xx y que resulta bastante estúpida.»
" Hume's Philosophy of Belief, 115.
* Hume, 36.
" «The Permanent Significance of Hume's Philosophy», Philosophy, 15 (1940).
10-34; reimpreso en Alexander Sesonke y Noel Fleming, eds., Human Understanding:
Studies in the Philosophy of David Hume (Wadsworth, Belmont, California, 1965), 6.
148 James Noxon

la doctrina empirísta en que estamos embarcados es una doc-


trina lógica relativa a la distinción entre proposiciones analí-
ticas, sintéticas y verborrea metafísica y, en cuanto tal, nada
tiene que ver con ninguna cuestión fáctica de carácter psicoló-
gico '.
3

Ayer puede estar *en lo cierto al pensar que las definiciones de «pro-
posición analítica», «proposición sintética» y «verborrea metafísica» no
precisan incluir términos psicológicos. Mas, ¿acaso está en lo cierto al
pensar que es posible llegar a definir estos tipos lógicos sin considerar en
absoluto las experiencias mentales en que se encuentran entretejidas?
¿Acaso es correcto decir que, frente al de H u m e , su versión del principio
de verificación no tiene «nada que ver con ninguna cuestión de hecho de
carácter psicológico?

£ 1 criterio que utilizamos para contrastar el carácter genui-


no de aparentes enunciados fácticos es el criterio de verificabi-
lidad. Decimos que una oración es tácticamente significativa
para una persona dada si y solo si sabe cómo verificar la pro-
posición que expresa — e s decir, si sabe qué observaciones le
llevan a aceptar, en determinadas condiciones, que la propo-
sición es verdadera o a rechazarla por ser f a l s a . w

L a s recaídas de Ayer en los patrones clásicos son asombrosamente


frecuentes para un filósofo que distingue su propia doctrina del empiris-
mo clásico, basándose fundamentalmente en la exclusión de cuestiones
psicológicas «irrelevantes». Baste un ejemplo para señalar lo que quiero
decir:

Decir que una observación aumenta la probabilidad de una


hipótesis... equivale a decir que aumenta el grado de confian-
za con que es racional mantener dicha hipótesis. Hemos de re-
petir aquí que la racionalidad de las creencias no se define por
respecto a ninguna norma absoluta, sino por respecto a una
parte de nuestra propia práctica a c t u a l . 33

31
Gollancz, Londres, 1954, pp. 121-2. (Traducción castellana de Ricardo Resta,
Lenguaje, Verdad y Lógica, Eudeba, Buenos Aires/1965, p. 150.)
* Ibid., 35 (trad., p. 42).
33
Ibid., 101 (trad., p. 124). Cf. Donald S. Lee, op. cit., 48-9: «Podemos ver a
los positivistas condenando el 'psicologismo' de cualquier tipo cuando se desliza en la
filosofía.
«'La epistemología acostumbraba a ser en gran medida una mezcla confusa de
investigaciones psicológicas y lógicas... Las investigaciones psicológicas pertenecen al
campo del conocimiento fáctico, por lo que han de realizarse con los métodos
de la ciencia empírica. Por tanto, no pertenecen a la epistemología, que no puede
ser otra cosa que el análisis lógico del conocimiento...' (Kraft, Víctor, The Vienna
La evolución de la filosofía de Hume 149

¿ C ó m o se puede explicar esta discrepancia entre la política oficial


y la práctica efectiva, si no es reconociendo que la exclusión en general
de las consideraciones psicológicas de la epistemología es irrealizable?
Se trata de un punto del que Hume se dio perfecta cuenta y que no
precisa corrección alguna.

Circle (Nueva York, 1953), p. 24). [Traducción castellana de Francisco Gracia, El


circulo de Viena, Taurus, Madrid, 1966, p. 37.]
«Si los primeros positivistas estuviesen seguros de lo que quieren decir con 'psi-
cología', entonces la dicotomía anterior estaría muy clara. Sin embargo, ellos mis-
mos responden algunas preguntas en términos psicológicos, cayendo así en la trampa
que habían preparado para otros. La siguiente cita contiene una dosis de psicología
dudosa muy superior a la que estarían dispuestos a tolerar la mayoría de los psicó-
logos conductistas:
«'Mas, lo que ocurre al comprender una designación [de algo] es que cada uno de
nosotros sustituye cada una de estas variables por contenidos cualitativos, sacados
de la propia experiencia, que están determinados por estas relaciones. De este modo,
la designación se conecta en cada persona particular con un contenido cualitativo
subjetivo y no con una estructura. Así, pues, la designación posee un significado
subjetivo individual, además de su significado intersubjetivo; para cada uno de los
individuos designa también un contenido cualitativo que se conoce por la propia expe-
riencia.' (Ibid., p. 44 [trad., p. 58].)
«Me costaría bastante trabajo decir que esto constituye un análisis lógico del cono-
cimiento.»
PARTE V

Creencias racionales y de otro tipo


nuevas bases para la discriminación

Sección 1. El primer y el último Hume

Hume forjó sus opiniones, siendo aún muy joven, en el campo de


la epistemología y la metafísica, de la ética y la política, así como so-
bre la naturaleza humana y la religión, sin que encontrase razones suficien-
tes para cambiarlas sustancialmente durante sus cuarenta años de pen-
samiento filosófico. A pesar de la estabilidad de sus convicciones, tras
la recepción fría de A Treatise of Human Nature, fue capaz de iniciar
un nuevo punto de partida para su tratamiento de estos temas. D i o
carpetazo a su vasto plan de construir un sistema omnicomprensivo e
integrado, por lo que sus escritos aparecieron independientemente unos
de otros. Naturalmente, todos ellos expresan un punto de vista filo-
sófico único y coherente, reconocido como de Hume, pero frente a los
tres Libros de su primer niño prodigio, todos los ulteriores ensayos,
tratados y diálogos podrían haberse abierto camino solos en el mundo.
E l primer paso decisivo de este nuevo despliegue de fuerzas con-
sistió en explotar el valor analítico o crítico de su teoría del conocimien-
to, al margen de su papel en la teoría general de la naturaleza humana.
E n el Treatise, la teoría humeana «Del Entendimiento» aparece junto
con las teorías « D e las Pasiones» y « D e la Moral», formando parte de
una explicación sistemática de la vida intelectual, emocional y social
del hombre. También pretende vindicar el método utilizado a lo largo
de la obra para erigirlo, junto con la psicología de las emociones, como
base del trabajo en el dominio de la política, la estética y la ética. Mas
no es este el fin de las diversas y estrictas exigencias que H u m e plan-
tea a su epistemología o «Lógica», como él la llama. E s de esperar que
controle también los exámenes ulteriores acerca de los fundamentos
de la ciencia natural, las matemáticas o la religión natural y se aplique
al análisis crítico de un cierto número de conceptos, principios y doc-
trinas metafísicos. Dada esta diversidad de empresas y la política de
H u m e consistente en terminar sus análisis de errores conceptuales ex-
plicándolos psicológicamente, no es de extrañar que en el Treatise que-
152 James Noxon

dase poco clara la distinción entre análisis filosófico y teoría psicológica.


E n An Enquiry Concerning Human Understanding H u m e presenta su
«Lógica» esencialmente como una teoría del análisis filosófico, y en
este libro aparece con mucha más claridnd el hecho de que la validez
de su crítica escéptica de la metafísica y la teología no depende de las
teorías psicológicas introducidas a fin de explicar los procesos de pen-
samiento.
N o resultó difícil mostrar que los planes originales de H u m e , con-
sistentes en basar su lógica en la ciencia de la naturaleza humana
(i. e., su análisis filosófico en una psicología del entendimiento), esta-
ban mal planteados y abortaron por causas naturales. Sería más difícil
determinar de qué modo diagnosticó los trastornos del Treatise. E n un
pasaje muy citado de su autobiografía, H u m e señala haber «sostenido
siempre la ¡dea de que mi deseo de éxito al publicar el Tratado de la
Naturaleza Humana procedía más de la forma que del fondo, por lo que
soy culpable de una indiscreción muy corriente que consiste en publicar
demasiado pronto. Por consiguiente, acuño de nuevo la primera parte
de dicha obra en el ensayo sobre el Entendimiento H u m a n o . . . » . Tam-
1

bién en la «Advertencia» que antecede a la edición de 1777 de los


Essays and Treatises on Several Subjects, escrita, como Aíy Own Life,
unos meses antes de su muerte, admite haber cometido «algunas negli-
nencias en su razonamiento primitivo», si bien insiste en que los de-
fectos del Treatise eran más bien cuestión de forma de «expresión». No
advierte ningún añadido o cambio significativo al contenido filosófico
del Treatise; antes bien, comienza diciendo que « L a mayoría de los
principios y argumentos contenidos en este volumen se publicaron en
una obra en tres volúmenes, titulada Tratado de la Naturaleza Humana».
Si bien Ja pretensión de H u m e de haber «compuesto de nuevo todo
[el Treatise] en los siguientes escritos» es sin duda excesiva, las omi-
siones de material previo en la recomposición no constituyen signos
dignos de confianza de que haya habido cambios en sus «principios y
sentimientos filosóficos». Según su propia opinión, los Ensayos pre-
sentan «las mismas Doctrinas mejor ilustradas y expresadas» ( L I 187).
N o todos lo comentaristas de H u m e están de acuerdo con su pro-
pia estimación acerca de la consistencia entre los escritos primeros v
últimos. E l objetivo fundamental de la Introducción de Selby-Bigge a su
edición de los Ensayos de H u m e es documentar los cambios, especial-
mente las supresiones, al redactar de nuevo los dos primeros Libros del
Treatise en el Enquiry Concerning Human Understanding y en la Disser-
tation on the Passions, así como los cambios de acento y omisiones a
la hora de reescribir el L i b r o I I I en el Enquiry Concerning the Prin-
cipies of Moráis. Uno de los objetivos secundarios es el de mostrar que

«My Own Life», antepuesto a The History of England, con fecha 18 de abril
1

de 1776.
La evolución de la filosofía de Hume 153

la mayor parte de estas alteraciones son un síntoma de «las superiores


exigencias filosóficas de la última obra» ( E xiv) que, se insinúa, se pue-
den atribuir al hecho de que H u m e sacrificase la profundidad y rigor
filosóficos en aras de la «armonía, lucidez y elegancia» literarias ( E x).
Antony F l e w , que deplora que Selby-Bigge le impute a H u m e motiva-
ciones carentes de valor, considera el primer Enquiry como un «libro
sustandalmente d i s t i n t o » más bien que como una versión resumida y
2

corregida del Libro I del Treatise, orientado al consumo popular. Por el


contrario, mientras que Selby-Bigge llega a suponer que «el sistema mo-
ral del Ensayo es real y esencialmente distinto del del Tratado» ( E xiii),
John Stewart argumenta extensamente que «basándose en lo que dice
en el Treatise, nada hay en el Enquiry que apoye la tesis según la cual
H u m e habría modificado su teoría» .
3

No intentaré juzgar estas presentaciones encontradas acerca de las


relaciones entre el primer libro de H u m e y los que le siguen, ni mu-
cho menos mediar en la disputa relativa a sus méritos respectivos. Todos
tienen que estar de acuerdo en la cuestión fáctica relativa a las dife-
rencias materiales existentes entre la versión original y las posteriores.
L a cuestión en disputa es cómo interpretar dichas diferencias en orden
a suministrar una explicación fecunda del desarrollo filosófico de Hume.
E n consecuencia, me ocupo aquí de tales cambios tan solo en la medida
en que señalan la dirección fundamental que el enfoque humeano de
los problemas filosóficos emprendió tras la publicación del Treatise.
H a y dos razones para tratar de elaborar mi versión acerca de tales
diferencias atendiendo a la teoría humeana de la creencia. U n a de ellas
alude a la importancia de la teoría, y otra a ciertas dificultades que la
convierten en una prueba de mi interpretación. Creo que la mayoría
de los comentaristas estarán de acuerdo con el juicio de John Stewart,
según el cual «el gran objetivo central» de H u m e «en el primer libro
del Treatise, es mostrar la importancia y naturaleza de la creencia» \
L a mayor parte de los lectores encontrarán apropiado el hecho de que
el estudio de Antony Flew sobre el primer Enquiry se titule Hume's
Philosophy of Belief. E l problema de la creencia, de descubrir el fun-
damento en que la gente basa sus creencias y de discernir los funda-
mentos aceptables e inaceptables preocupó a H u m e , como a cualquier
otro filósofo serio, desde el comienzo y, como muestra su última obra,
le siguió interesando hasta el final. H u m e realiza una exhibición tan
prolífica de ingenio psicológico al investigar la creencia, que resulta
cada vez más difícil defenderlo frente a la acusación de enterrar las

2
Hume's Philosophy of Belief, 7. Flew hace hincapié en que casi un tercio
del primer Enquiry consta de material completamente nuevo.
1
The Moral and Political Philosophy of David Hume, Apéndice: Las refundi-
ciones, 337.
4
The Moral and Political Philosophy of David Hume, Apéndice: Las refundi-
ciones, 325.
154 James Noxon

cuestiones filosóficas bajo una avalancha de teoría psicológica. U n o es-


pera obtener de una filosofía de la creencia un criterio para distinguir
las creencias racionales de las irracionales, que es lo que sin duda H u m e
trataba de suministrar. Pero, ¿ c ó m o es posible derivar tal criterio de
una explicación psicológica acerca de cómo se adquieren de hecho las
creencias? Si el problema de la creencia se plantea como si fuese em-
pírico, la solución apropiada consiste en especificar las condiciones bajo
las que llegan a sostenerse las creencias de cualquier tipo. Parece bas-
tante obvio que si la investigación se realiza con tal indiferencia hacia
las distinciones normativas, no es posible que arroje ninguna regla
para separar las creencias justificables de las supersticiones o prejuicios.
L a reaparición de un tratamiento claramente psicológico de la creencia
en el primer Enquiry constituye una amenaza aún mayor para mi re-
construcción de la historia del pensamiento de H u m e .
E l lector que llegue a la Sección V , Parte ii del Enquiry, procedente
del L i b r o I , Pte. iii del Treatise, se encontrará en un terreno familiar,
aunque compendiado. Encontrará los mismos ejemplos e incluso verá
que muchos párrafos han sido íntegramente transplantados. Tampoco
encontrará nada que ponga en duda lo que el propio H u m e dice a G i l -
bert Elliot, referente a que « L o s principios filosóficos son en ambos los
mismos» ( L I 158). Pero notará también cuan drásticamente ha podado
H u m e su texto primitivo. E l problema es si estas omisiones no son más
que un ejemplo de «acortar y simplificar», como explica H u m e en esta
misma carta, o si constituyen signos fidedignos del cambio de táctica
que he atribuido al último H u m e . Creo que la comparación de las dos
presentaciones que hace H u m e de su doctrina acerca de la creencia con-
firmará mi punto de vista de que la función crítica de su «Lógica»
(epistemología) se realiza independientemente de la función explicativa
de su psicología empírica. E n el primer Enquiry, en el que los objeti-
vos de H u m e son fundamentalmente críticos y no constructivos, aparece
con toda claridad esta independencia efectiva de la lógica respecto de
la psicología teórica, que estaba oscurecida en el opulento intento hu-
meano de integrar el análisis filosófico y la ciencia de la naturaleza
humana en el Treatise.

Sección 2. La teoría humeana de la creencia natural: Comparación del


Tratado con la primera Investigación

H u m e no se tomó excesivo trabajo para reescribir su teoría de la


creencia natural en el primer Enquiry. Se limitó a entresacar pasajes de
las secciones 7 y 8 del L i b r o I , Parte iii del Treatise y del Apéndice,
para reordenarlas. Algunos los parafraseó y otros los puso al pie de la
letra. A l margen de algunas líneas insertadas a fin de amalgamar este
La evolución de la filosofía de Hume 155

mosaico no aparece ningún material nuevo de interés hasta los dos


últimos párrafos de la Sección V , Parte ii (Ei 54-5). Puesto que la gente
es capaz de imaginar muchas cosas que le resulta imposible creer, H u m e
se pregunta: « ¿ E n qué consiste, por tanto, la diferencia entre tales fic-
ciones y la creencia?» (Ei 47; cf. T 95 [ I 1 5 9 ] ) . N o consiste en una
«idea peculiar» (es presumible que H u m e quiera decir alguna idea de
realidad o existencia) que esté conectada con ideas creíbles, pues enton-
ces la libertad de asociar ideas de la imaginación convertiría a la creen-
cia en algo puramente voluntario, cosa que no ocurre (Ei 47-8; cf. T 624
[ I I I 244-5]). L a diferencia, concluye H u m e , es una cuestión del senti-
miento determinado por causas naturales (Ei 48; cf. T 96 [ I 1 6 1 ] ) . U n
objeto o acontecimiento percibido o recordado evoca la idea de otro
que se ha experimentado en conjunción con él (Et 48; cf. 97 [ I 1 6 2 ] ) .
Uno es libre de imaginar objetos y sucesos implausibles, pero solo se
pueden creer aquellas ideas evocadas de acuerdo con los principios de aso-
ciación: «Digo, pues, que la creencia no es más que un concepto de
un objeto más intenso, vivo, potente, firme y continuado que los que
se pueden obtener solo con la imaginación» (Ei 49; cf. T 97, 629
[ I 1 6 3 ] * ) . H u m e subraya la diferencia pragmática que media entre las
ficciones y las creencias; la creencia en ideas «les confiere mayor peso
e influencia... convirtiéndolas en el principio rector de nuestras accio-
nes» ( E , 49-50; cf. T 629*).
E s t a descripción de la creencia va seguida por una explicación deri-
vada de la teoría de la asociación. E l concepto intenso y continuo, tí-
pico de la creencia, es análogo al modo de sostener ideas evocado por
asociación mediante semejanza, contigüidad o causación (Ei 50-1; cf. T 98-
101 [ I 165-70]). H u m e ilustra este extremo mediante cuatro párrafos
copiados directamente del Treatise (Et 51-3; cf. T 99-101 [ I 167-701).
L a idea de un amigo ausente se intensifica con un dibujo. L a idea del via-
jero que torna a su casa se intensifica por contigüidad, a medida que penetra
en sus alrededores. L a idea de quien es devoto de un santo se intensifica
manejando algún artefacto producido por él. Mientras que en el Treatise
H u m e dedicaba una Sección (Libro I , Parte i i i . Sección 9) a mostrar el
papel subordinado de la semejanza y contigüidad, aquí, en el Enquir\\
se limita a observar que su eficacia a la hora de reavivar las ideas pre-
supone la creencia (Ei 53-4). (Un retrato no promueve la idea de un
sujeto a menos que el observador crea previamente en su realidad.) L a
creencia en cuestiones que trascienden la experiencia de los sentidos y
la memoria presentes se basan en la relación causal. Nuestra creencia
en que un leño seco arrojado al fuego arderá, se deriva de nuestra expe-
riencia invariable de conjunciones pasadas.

* La p. 629 de la edición de Selby-Bigge no está vertida en la edición castella-


na. [N. del 7/.]
156 James Noxon

L a condescendencia metafísica de la nota final de H u m e marca un


contraste muy acusado con el escepticismo del Treatise:

Aquí, pues, hay una especie de armonía preestablecida entre


el curso de l a naturaleza y la sucesión de nuestras ideas. Aun-
que los poderes y fuerzas que gobiernan a la primera sean
totalmente .desconocidas para nosotros, con todo, encontramos
que nuestros pensamientos y conceptos van en la misma direc-
ción que las demás obras de la naturaleza ( E | 54-5).

E n el Treatise, H u m e había dicho:

E s evidente que, aunque pensemos que con sus poderes y


cualidades puedan influenciarse mutuamente el objeto presente
a mis sentidos y aquel cuya existencia infiero por razonamientos,
con todo, puesto que el fenómeno de la creencia que ahora exa-
minamos es únicamente interno, al ser totalmente desconocidos
dichos poderes y cualidades, no pueden tener parte en su pro-
ducción ( T 102 [ I 1 7 1 ] ) .

Siendo así, ¿cómo es posible 'encontrar' que las secuencias mentales


corresponden al curso de la naturaleza? L a respuesta de H u m e es prag-
mática y naturalista. Nos encontramos en posición de poder establecer
tal correspondencia a fin de poder explicar nuestro éxito a la hora de
predecir y "controlar los acontecimientos, así como nuestra capacidad
para sacar provecho de la experiencia. L a adaptación humana a su medio
no constituye un logro de la razón, sino que ha de atribuirse a «algún
instinto 9 tendencia mecánica» (Ei 55; cf. T 103-4 [ I 173-4]). Se con-
serva el dualismo de los sucesos mentales y los del mundo externo. No
podemos entender ni los «poderes y fuerzas» que determinan los acon-
tecimientos físicos ni los medios con los que se armonizan con los men-
tales. T a n solo podemos asombrarnos y admirar la orquestación. H u m e
no ha abandonado su escepticismo original; ha aprendido a aceptarlo
con ecuanimidad.
No obstante, lo que ahora nos interesan son las diferencias, más bien
que las semejanzas, entre la primera versijón y la revisión de la teoría
de la creencia. E n el Treatise, H u m e no,,deja lugar a dudas de que con-
sidera de crucial importancia su «nueva hipótesis» ( T 107 [ I 1 7 9 ] )
propuesta para explicar la creencia. Tras una exploración meticulosa de
el terreno que observará luego esquemáticamente en el Enquiry, inicia
una nueva Sección (9) para «confirmar principios tan extraordinarios y
fundamentales» ( T 106-7 [ I 177-9]). A medida que resuelve objeciones
previas, aplica su teoría a la explicación de la credulidad, el autoengaño
y a las creencias atribuibles al condicionamiento y la educación. H u m e
siempre ha mostrado un interés devorador por la patología del error,
La evolución de la filosofía de Hume 157

por lo que, como es obvio, valoraba su teoría como el fundamento para


explicar las creencias aberrantes. N o obstante, en el Enquiry se presenta
su teoría en muy distintos términos. Tras mostrar en la Parte i de l a
Sección V que las inferencias inductivas se basan en los hábitos for-
mados al observar conjunciones constantes y no en la captación racional
de propiedades causales, termina señalando: « E n este punto se nos po-
dría permitir perfectamente detener nuestras investigaciones filosóficas»
(Ei 47). A los lectores que encuentren entretenidas las especulaciones
abstractas, a pesar de «cierto grado de duda e incertidumbre», les sugie-
re que pasen a la Parte i i . « P o r lo que respecta a los lectores con otros
gustos, habré de decir que lo que queda de esta sección no es para ellos
y, aunque lo pasen por alto, podrán comprender perfectamente los en-
sayos siguientes» (Ei 47). E s t e contraste refleja un cambio profundo en
la concepción de H u m e acerca del papel que han de desempeñar en su
filosofía las explicaciones psicológicas de la creencia. N o es posible decir
hasta qué punto este cambio de táctica es calculado, pues H u m e no lo
comenta en ningún sitio. Mas, si se reflexiona sobre los distintos usos
efectivamente hechos en las dos obras de la teoría de la creencia, da
la impresión de que la crítica de H u m e a la metafísica y a la religión
se ha asentado, en el primer Enquiry, sobre una nueva base.
L a Parte iv del Libro I del Treatise, «Del Sistema Escéptico y
Otros Sistemas Filosóficos», no es ni breve ni fácil, siendo numerosas
y complejas sus relaciones con las partes anteriores. Afortunadamente,
no hace falta examinar la cuestión con detalle para comparar el método
de crítica allí utilizado con el que se emplea en el primer Enquiry. A l -
gunas consideraciones acerca del propósito general de la Parte iv bas-
tarán para introducir la cuestión fundamental relativa al estilo de crítica
filosófica de H u m e en el Treatise y las modificaciones realizadas en el
primer Ensayo.
E n su crítica a los sistemas filosóficos, H u m e aborda doctrinas y
posturas representativas sin mencionar muchas veces los nombres de sus
rivales. Normalmente, comienza sondeando alguna suposición vulnera-
ble compartida por personas irreflexivas. A continuación, introduce una
teoría filosófica que ha sido planteada para eliminar las perplejidades
inherentes a los presupuestos del sentido común. Seguidamente, exami-
na la teoría para mostrar que entraña dificultades aún mayores que las de
la perspectiva ingenua que la teoría trataba de mejorar, careciendo, ade-
más, de la autoridad natural de la creencia espontánea. L a secuencia
lógica del procedimiento humeano reduplica los estadios de la historia
de todo intento de racionalizar esas creencias basadas en el instinto, se-
gún las cuales el mundo de los objetos físicos existe independientemen-
te de la mente y sus percepciones. E l resultado del fracaso metafísico a
la hora de validar las creencias fundamentales con las que la naturaleza
rige el comportamiento del hombre es el escepticismo filosófico acerca
de la posibilidad de reconstruir racionalmente los fundamentos del pen-
158 James Noxon

Sarniento y la acción. Siguiendo una política ilustrada y consciente, el


escéptico adopta una actitud de «Descuido e inatención» ( T 218
[ I 3 4 2 ] ) hacia las mismas inconsistencias inherentes a la creencia prag-
máticamente justificada que el hombre de la calle abraza irreflexiva-
mente.
« L a mayor parte de la gente» ( T 202 [ I 3 1 9 ] ) da por supuesto que
la percepción de los sentidos es cuestión de contacto inmediato con los
objetos. A l hombre" de la calle nunca se le ocurre distinguir entre las
percepciones de su mente y los objetos del mundo externo. Sin embargo,
a los filósofos les resulta fácil mostrar que esta suposición realista inge-
nua es insostenible. Bastan algunas referencias a la experiencia para con-
vencerle de que sus percepciones dependen de sus órganos de los senti-
dos. Mas nadie podrá convencerle de que los objetos también dependen
de ellos. Experimenta la discontinuidad de sus percepciones y creencias
en la continuidad de los objetos, lo cual, suponiendo que las percep-
ciones y los objetos sean idénticos, lo enfrenta con dos convicciones
incompatibles. L o s filósofos distinguen entre objetos y percepciones a
fin de dar razón del carácter evanescente de las percepciones y de la
permanencia de los objetos físicos.
Cuando este sistema dualista se somete a su vez a u n examen filo-
sófico, no sale mejor parado que el punto de vista irreflexivo que sus-
tituye. L o s objetos en cuestión han de ser inferidos de las percepciones,
las únicas entidades con las que la mente tiene una relación inmediata.
Solo la causalidad puede fundamentar esta inferencia de una impresión
presente a ' t í a objeto que está más allá de los límites de la experiencia
sensible. C o n todo, resulta imposible adquirir la idea de relación causal
entre percepciones y objetos. Puesto que solo se experimentan las per-
cepciones, las conjunciones constantes de estas con los objetos no se
pueden observar nunca en principio. L o s objetos del filósofo son ficcio-
nes metafísicas de cuya realidad no poseemos ninguna base en la expe-
riencia y cuyas relaciones con las percepciones resultan imposibles de
explicar. Como solo las percepciones están siempre presentes en la con-
ciencia, resulta imposible concebir distintamente objetos que sean dife-
rentes de ellas.
Si bien H u m e se dedica a desacreditar el dualismo percepción-obje-
to, no se muestra escéptico acerca de la creencia natural de los hombres
en la existencia independiente de los objetos, a pesar de sus implicacio-
nes autocontradictorias. E s posible prescindir de la hipótesis metafísica,
pues resuelve viejos problemas a costa de crear otros nuevos. Com-
promete al filósofo con una opinión especulativa que se encuentra al
margen de los problemas de la vida ordinaria. Abre una vía que puede mi-
nar la creencia que trata de validar, siendo así que tal creencia es in-
quebrantable por medios naturales, no precisando ni admitiendo justifi-
cación racional. Aunque no haya modo de demostrar que existen real-
mente los objetos en cuya realidad cree el hombre, con todo, sería posi-
La evolución de la filosofía de Hume 159

ble descubrir las causas de la creencia. E s precisamente este problema


de explicación psicológica el que más preocupa a H u m e en el Treatise.
Por otro lado, en el primer Enquiry, en la Sección X I I , H u m e se
abstiene de plantear la tesis puramente escéptica según la cual los filóso-
fos son incapaces de suministrar una base racional para la creencia na-
tural. L a Parte j de esta Sección es un compendio de aquellos pasajes
de las Secciones 2 y 4 de la Parte iv del L i b r o I del Treatise, donde
H u m e examina las suposiciones tácitas del hombre de la calle y las afir-
maciones del filósofo acerca del mundo perceptivo, a fin de sacar a la
luz las contradicciones internas de ambos. E n el Enquiry no se empren-
de ninguna explicación psicológica de la creencia natural en el mundo
externo, sino que se limita a ponerla bajo un «instinto natural, ciego y
poderoso» (Ei 151). A l introducir en el Treatise esta discusión, H u m e
escribió: « E l tema de nuestra investigación presente se refiere a las
causas que nos inducen a creer en la existencia de los cuerpos» ( T 187-8
[ I 2 9 8 ] ) ; y dedicó veintitrés de las treinta y una páginas de la Sección 2
a este tema, apoyándose siempre en su doctrina de la creencia y, por
tanto, en última instancia, en la teoría de la asociación. Las perplejida-
des latentes en la creencia natural del hombre irreflexivo y la futilidad
de los expedientes metafísicos orientados a eliminarlas, que en el Trea-
tise constituyen un tema secundario desarrollado en las últimas ocho
páginas, se convierten en el tema exclusivo de la Sección X I I , Parte i
del Enquiry. E n otras palabras, H u m e ha separado sus análisis filosó-
ficos de las suposiciones del sentido común y las especulaciones metafí-
sicas acerca del mundo externo, de su doctrina de la creencia. Lejos de
suministrar una teoría psicológica de la que se suponga que se deriva
el análisis, su explicación psicológica de la creencia se expone antes
(Sección V , Parte ii) a modo de especulaciones que «aunque se pasen
por alto», como él dice, «se podrán comprender perfectamente las si-
guientes investigaciones» (Ei 47).
L o que creo que ha ocurrido es que la efectiva independencia lógica
de la teoría psicológica de H u m e respecto a su análisis filosófico, que
se veía algunas veces oscurecida en la presentación del Treatise, se re-
conoció tácitamente en el plan trazado en el primer Enquiry. Como he
señalado, en ninguna parte de sus obras publicadas ni en las cartas que
nos han llegado reconoce H u m e que en el Enquiry el análisis filosó-
fico se asienta sobre nuevas bases. Si bien es un tema de especulación
la concepción que tenía el propio H u m e de este cambio de proceder, la
importancia y naturaleza efectiva de tal cambio es evidente en los tex-
tos. E l caso más evidente de sustitución de una doctrina cuasi-psicológi-
ca por otra lógica se puede ver en la implantación de una distinción
entre tipos de proposiciones (Ei 25-6), basada en la idea de posibilidad
lógica, en lugar de la teoría de las relaciones ( T 13-5; 69-70 [ I 40-3;
121-3]), que distingue el razonamiento intuitivo y el demostrativo, ba-
sándose en una diferencia en las operaciones mentales involucradas sus-
160 James Noxon

ceptible de estudio. Pero más interesante aún que este caso generalmen-
te reconocido es la separación de su psicología de la creencia de su aná-
lisis filosófico de la creencia natural en la realidad del mundo externo
y del intento metafísico de justificarla racionalmente. E s t e paso estaba
exigido por el inevitable fracaso de H u m e a la hora de integrar en el
Treatise su ciencia del hombre y su filosofía analítica, y muestra que
en el Enquiry hacía falta algo más que «abreviar y simplificar» para
presentar sus credenciales como crítico de la metafísica al margen de
sus méritos como psicólogo.
L a s cuestiones epistemológicas relativas a la creencia son fundamen-
talmente normativas, por lo que se han de resolver en términos de prue-
bas de significación, reglas de demostración, principios de inferencia,
normas para evaluar los elementos de juicio y similares. E l epistemólogo
pretende formular criterios con los que distinguir las creencias racional-
mente justificadas de las opiniones sin fundamento, las supersticiones y
los prejuicios. L o s problemas psicológicos acerca de la creencia son de
carácter fáctico y han de ser resueltos mediante investigaciones empí-
ricas acerca de los factores temperamentales y culturales que influyen
sobre la creencia y acerca de la conducta que ella motiva, así como acer-
ca de las experiencias mediante las cuales se refuerzan o debilitan las
creencias, etc. E n su búsqueda de principios generales con los que ex-
plicar la creencia, el psicólogo se reserva su juicio acerca de qué creen-
cias son razonables, tomando imparcialmente como datos todas aquellas
que abrigan los hombres. Naturalmente, puede reconocer la distinción
entre creencia- razonada y prejuicio, investigando sus distintas condicio-
nes subyacentes; pero la distinción ha de establecerse antes de tal inves-
tigación, no pudiéndose derivar de ella. L a neutralidad del psicólogo
y el modo de proceder del epistemólogo se mezclan de un modo extraño
en los pasajes que H u m e dedica a la creencia en el Treatise, siendo la
consideración de tal incongruencia muy instructiva para la comprensión
de este dilema.
L a discusión de H u m e « D e las causas de la creencia», en la Sec-
ción 8 de la Parte iii del L i b r o I del Treatise, comienza enunciando
«una máxima general de la ciencia de la naturaleza humana, que, cuando
se nos presenta una impresión, no solo conduce a la mente a las ideas
que se relacionan con ella, sino que también les comunica algo de su
fuerza y vivacidad» ( T 98 [ I 1 6 6 ] ) . E n t r e , l a s «experiencias» que cita
para confirmar esta máxima se cuentan las «mascaradas» de los católicos
(«devotos de esa extraña superstición» ( T 99 [ I 1 6 7 ] ; E i 51) que re-
fuerzan su creencia utilizando «imágenes y artefactos sensibles» ( T 100
[ I 1 6 8 ] ; cf. E i 51-2), así como la afición de la «gente supersticiosa» a
las «reliquias de santos y hombres piadosos» ( T 101 [ I 1 6 9 ] ; cf. E i 53).
E l lenguaje peyorativo de H u m e deja lo suficientemente claro que él
no cree semejantes cosas. C o n todo, está totalmente dispuesto a utilizar-
las como testimonios verificadores de su teoría. D e un modo semejante,
La evolución de la filosofía de Hume 161

en la Sección siguiente, encuentra «confirmación adicional» para «esta


hipótesis» ( T 115 [ I 1 9 1 ] ) , en l a credulidad — l a «notable proclividad
a creer lo que se nos d i c e . . . , por contrario que sea a l a experiencia y
observación cotidianas» ( T 113 [ I 1 8 7 ] ) — y en las creencias inducidas
por la educación, cuyas «máximas son frecuentemente contrarias a la
razón» ( T 117 [ I 1 9 4 ] ) . Evidentemente, H u m e no suponía que la fuer-
za de una convicción fuese un índice de la verdad probable de una creen-
cia. Además, en la Sección 13, « D e la probabilidad no filosófica», con-
cede que no sería filosófico suponer que un argumento queda debilitado
cuando la creencia inducida por dicho argumento disminuye con el tiem-
po. E n esta misma sección, H u m e describe la tendencia natural a tomar
las asociaciones accidentales por relaciones causales y prevé la necesidad
de recurrir a «Reglas con que juzgar acerca de las causas y efectos»
(S. 15). H a y una genuina necesidad de tales reglas y, como ya he defen-
dido, es legítimo extraerlas de procesos que han demostrado ser dignos
de confianza. Mas, ni las reglas n i la necesidad de las mismas se pueden
inferir exclusivamente de la descripción de los caprichos de la imagina-
ción que algunas veces producen creencias.
Puesto que el análisis filosófico pone de manifiesto las contradic-
ciones inherentes incluso a las creencias universales e invulnerables
— p o r ejemplo, que existe un mundo externo y que es percibido, que
las personas conservan su identidad a lo largo de su v i d a — no es posi-
ble derivar una norma de racionalidad a partir de la explicación psico-
lógica de cómo se adquieren de hecho las creencias. E n este momento o
nos convertimos abiertamente en escépticos por lo que respecta a todas
las creencias y, por tanto, o bien en totalmente permisivos o bien en
absolutamente dogmáticos, o, por el contrario, hay que encontrar nue-
vas bases sobre las que establecer el discernimiento. E n mi opinión, el
hecho de que H u m e reconociese o, al menos, presintiese esta exigencia
es el causante de que se desprendiese de manera tan drástica de su
teoría psicológica de la creencia, declarándola irrelevante para el análisis
critico de la metafísica y la religión que venía después.

Sección 3. El pensamiento de Hume acerca de la creencia religiosa

L a opinión antaño prevaleciente de que el tratamiento humeano de


la creencia religiosa «carece de seriedad», como lamentaba A . E . Tay-
l o r , está superada hoy día, según espero, así como el veredicto de Selby-
5

Bigge, según el cual las Secciones X y X I de An Enquiry Concerning


Human Understanding, « D e los Milagros» y « D e una Providencia par-
ticular y de una V i d a futura», son «totalmente superfluos» ( E viii).

' «Symposiura: The Present-Day Relevance of Hume's Dialogues Concerning


Natural Religión», Proceedings of the Aristotelian Society, vol. supl. 18 (1939), 179.
162 James Noxon

Juicios tales como el de Randall de que H u m e «no se interesaba real-


mente ni por la ciencia ni por la religión» , o como el de Taylor, según
6

el cual « n o se 'preocupaba' vitalmente» de la alternativa «teísmo y


ateísmo» , no son susceptibles de una refutación definitiva por la sen-
7

ciüa razón de que son gratuitos. Desde el momento en que no se ofre-


cen razones para tales difamaciones, no se ofrece ningún blanco hacia
el que dirigir el conüsaataque. S i un autor fuese lo suficientemente per-
verso como para manifestar que Newton no se interesaba realmente ni
por la astronomía ni por la óptica o que Gibbon no se preocupaba en
realidad por la historia, no es muy probable que se dejara disuadir por
un examen desapasionado de la carrera del científico o del historiador.
Si no se hubiese desarrollado una tradición de menosprecio en torno
a la obra de H u m e , los críticos que aprecian la calidad de H u m e como
hombre y como pensador no habrían ignorado en absoluto un sinsen-
tido tan fanático. N o obstante, puesto que lumbreras básicamente favo-
rables, como John Stuart M i l i y T . H . Huxley, así como los principales
editores de H u m e , han copiado el tono abusivo adoptado en el si-
glo X V I I I por John B r o w n , William Warburton, James Beattie y tantos
otros, un cierto número de admiradores de H u m e se han aliado para
defenderle.
Creo que las defensas mejor conocidas son: el discurso inaugural"
de Norman K e m p Smith en una reunión de la junta de la Aristotelian
Society, el Scots Philosophical Club y la M i n d Association en el bicenr
tenario de la publicación del Treatise, y el artículo de Ernest Campbell
Mossner, (SufeHcado once años más tarde, «Philosophy and Biography:
the Case of David H u m e » * . Y a en 1961, cuando Antony F l e w publicó
el libro Hume's Philosophy of Belief, quedó eliminada la imagen con-
vencional de H u m e como un oportunista que, habiendo abandonado la
recta sentía de la filosofía en su juventud, se entregó al fácil camino
de la fortuna y la fama literaria. L a contribución fundamental de dicho
libro a la reevaluación de la reputación de H u m e consistía en defender
An Enquiry Concerning Human Understanding frente a la opinión esta-
blecida, expresada por Green y Grose en el Prefacio a su edición de
las obras de H u m e : «Quien se tome la molestia de leer las 'Investiga-
ciones' a la vez que el 'Tratado' original, verá que la única diferencia
esencial reside en las omisiones. Constan fundamentalmente de extrac-

* «David Hume: Radical Empiricist and Pragmatist», citado por E . C. Mossner,


«Philosophy and Biography: The Case of David^Hume», en Hume, ed. V. C. Chap-
pell, p. 11.
7
«Symposium: The Present-Day Relevance of Hume's Dialogues Concerning Na-
tural Religión», 180.
1
En «Hume and Present-Day Problems», Proceedings of the Aristotelian So-
ciety, vol. supl. 18 (1939). E l discurso aparece como cap. xxiv, «Relaciones entre
el Treatise y los Enquiries», en el libro The Philosophy of David Hume.
' The Philosophical Review, 59 (1950); reimpreso en V. C. Chappell, ed., Hume
(Doubleday Anchor, Nueva York, 1966).
La evolución de la filosofía de Hume 163

tos del 'Tratado', escritos de nuevo en un estilo más ligero, dejando de


lado las partes más dificultosas» ( G & G I vi) — p á r r a f o que está muy
de acuerdo con la opinión de Grose, según la cual, tras la publicación
del Treatise, H u m e «apenas escribió nada nuevo» ( G & G I I I 75).
L o s capítulos vii y ix de las Secciones X y X I del libro de F l e w po-
nen en entredicho otro juicio convencional y moralista, según el cual
H u m e habría incluido de un modo irrelevante algunas discusiones ofen-
sivas acerca de los milagros y del argumento teleológico en el primer En-
quiry por mor de la notoriedad — p a r a los «habituées a las cafeterías»,
como dice Selby-Bigge ( E xii). E s sorprendente que un cuarto de siglo
después de la publicación de la edición crítica de K e m p Smith de los
Dialogues Concerning Natural Religión, con su presentación introducto-
ria de la preocupación profundamente sentida a lo largo de toda la vida
de H u m e por la creencia religiosa y su irracionalidad, mojigatería y cruel-
dad concomitantes, aún sienta F l e w la necesidad de defender a H u m e de
la acusación de tratar superficialmente la creencia religiosa y de discutir
de manera superflua sus fundamentos en el primer Enquiry. N o obstan-
te, si vuelven al ruedo algunos rezagados enarbolando los colores de
Taylor, encontrarán allí a Antony Flew admirablemente pertrechado para
el torneo a fin de mostrar la «gran seriedad» y relevancia del contenido
religioso del primer Enquiry. Desgraciadamente, F l e w no está en posi-
ción de defender a H u m e de la acusación filosóficamente más interesante
e importante, según la cual su teoría psicológica de la creencia no sumi-
nistra criterios para distinguir las creencias razonadas del hombre sabio
de la «sofistería e ilusión» del supersticioso. Volveré sobre esta objeción
tras hacer u n repaso de los puntos fundamentales de la crítica humeana
a la religión tanto natural como revelada.
A través de las cartas de H u m e queda de manifiesto que la discusión
en torno a los milagros estaba pensada para el Treatise, si bien fue eli-
minada por deferencia hacia Joseph Butler cuya opinión acerca del ma-
nuscrito quería solicitar H u m e antes de su publicación. A l incluirla en el
primer Enquiry, sea en el original, sea en la versión revisada, H u m e
hizo pública su hostilidad hacia la religión revelada. E n la Sección si-
guiente, « D e una Providencia particular y de una Vida futura», la reli-
gión natural es tratada con menos desprecio, aunque con igual rigor.
También se ha sugerido que « D e las Consecuencias Prácticas de la Teo-
logía Natural», como se llamó esta Sección al aparecer por primera vez,
puede haber sido también preparada para el Treatise; pero parece más
probable que represente un progreso hacia los Dialogues Concerning Na-
tural Religión sobre los que H u m e mantuvo correspondencia durante tres
años.
L a poda que hizo H u m e a última hora — l a «castración», como él
d e c í a — no despojó a su primera obra de todas las implicaciones religio-
sas obvias. Así, por ejemplo, a partir del análisis de la sustancia inma-
terial concluye que «el problema relativo a la sustancia del alma es abso-
164 James Noxon

hitamente ininteligible» y, tanto si se sostiene una doctrina de la mente


de carácter materialista como si se sostiene una de carácter inmaterial,
«en ambos casos, los argumentos metafísicos en favor de la inmortalidad
del alma son igualmente inconcluyentes» ( T 250 [ I 3 8 8 ] ) . Su análisis de
la idea de existencia en la Sección final de la Parte ii del L i b r o I ,
expone la falacia consistente en tratar la existencia como si fuese un pre-
dicado (i. e., una idea específica derivada de una impresión distinta), tal
como exige el argumento ontológico. L a demostración cosmológica de la
existencia de Dios, que se asienta en la necesidad de que todo ser posea
una causa, se ve socavada por su análisis de la causalidad que construye
la necesidad causal como una fuerza psicológica más bien que cosmológica
( T 159-60 [ I 2 5 6 - 5 8 ] ; 248-9 [ I 3 8 4 - 6 ] ; cf. D 188-9). D e las tres de-
mostraciones tradicionales de la existencia de Dios reconocidas por Kant,
solo quedaba el argumento teleológico (la demostración físico-teológica)
y, puesto que la teología natural había llegado a descansar casi exclusiva-
mente sobre ella en la era newtoniana, H u m e se ocupó exhaustivamente
de la misma en obras posteriores.
Mientras que su refutación de los dos primeros argumentos depende
del análisis de un concepto central, su crítica del argumento teleológico
entraña la elaboración y aplicación de las reglas de la lógica inductiva
extraídas de los procedimientos científicos a los que los teólogos pre-
tendían amoldar sus especulaciones. £1 argumento moral en favor de la
existencia de Dios y de la inmortalidad del alma, al que recurría Kant,
se convierte^también en una víctima de la campaña de H u m e contra el
argumento teleológico. D e las iniquidades naturales entre los hombres se
podría inferir la indiferencia o incluso la maldad del autor de la natura-
leza. Contra tal dictamen, el teólogo tiene dispuesto un argumento retor-
cible, cuya circularidad viciosa oculta no mostrando nunca al mismo
tiempo sus dos vertientes. E n unas ocasiones, argumenta, a partir de
la premisa de la perfecta justicia divina, que hay una vida postrera en la
que serán corregidas las injusticias de este mundo; otras veces, utiliza
la otra vida como premisa que lleva a la conclusión relativa a la per-
fecta justicia divina. Evidentemente, la secuencia es reversible, pero
Hume no acepta ninguno de ambos argumentos, pues Ve que ambas
premisas carecen de fundamento. E n su ensayo suprimido «Sobre la
Inmortalidad del Alma» plantea la misma cuestión tal como lo hace el
portavoz de Epicuro en el Enquiry (Ei 141) o Filón en los Dialogues
( D 166, 199): ^

Consideremos ahora los argumentos morales, especialmente


aquellos que se derivan de la justicia de Dios a quien se le
supone interesado en castigar al vicioso y premiar al virtuoso.
Mas estos argumentos se basan en la suposición de que Dios
posee atributos que van más allá de lo que ha hecho en el uni-
verso, que es lo único con lo que estamos familiarizados. ¿ D e
La evolución de la filosofía de Hume 165

dónde sacamos la existencia de semejantes atributos? ( G & G


I V 400).

E n el Enquiry, Hume muestra que la inferencia viola una regla de


razonamiento causal que los científicos guardan tácitamente:

Si la causa se conoce solo mediante el efecto, nunca habre-


mos de atribuirle cualidades que vayan más allá de lo extric-
tamente necesario para producir el efecto. Tampoco hay ninguna
regla de razonamiento válido que nos autorice a pasar de nuevo
de la causa a la inferencia de otros efectos distintos que vayan
más allá de aquellos con cuya única ayuda nos es conocida
( E , 130).

H u m e aplica luego esta regla al argumento teleológico, mediante el


que se establece la perfección moral de Dios, suponiendo una vida
futura:

Y si se afirma que al aceptar una providencia divina y una


suprema justicia distributiva en el universo, entonces he de es-
perar algún premio particular para el bueno y el castigo para
el malo, encuentro aquí la misma falacia que ya he tratado antes
de detectar. Se insiste en imaginar que, si concedemos esa exis-
tencia divina que tan obstinadamente se sostiene, se podrán in-
ferir con seguridad algunas consecuencias y añadir algo al orden
natural tal como lo experimentamos, razonando a partir de los
atributos adscritos a los dioses. Parece haberse olvidado que
todos los argumentos sobre este tema solo se pueden establecer
de los efectos a las causas, teniendo que constituir necesaria-
mente un gran sofisma cualquier razonamiento que vaya de las
causas a los efectos, pues resulta imposible saber nada de la
causa que no sea lo que ya se había, no inferido, sino descu-
bierto como plenamente presente en el efecto.
Mas, ¿qué pensará el filósofo de estos razonadores vanos que,
en lugar de considerar la situación presente de las cosas como
el único objeto de su contemplación, subvierten hasta tal punto
todo el curso de la naturaleza que llegan a convertir esta vida
en un simple tránsito hacia algo ulterior, un porche que condu-
ce a un edificio mayor y muy distinto, un prólogo que solo sirve
para introducir la obra, dándole mayor gracia y ornato? ¿ D e
dónde creéis que pueden derivar estos filósofos su idea de los
dioses? Sin duda, de su propia arrogancia e imaginación, pues
si la obtuviesen de los fenómenos presentes, nunca apuntaría a
algo ulterior, sino que se atendría exactamente a ellos (Ei 140-1).
166 James Noxon

E l intento de «salvar el honor de los dioses» tiene que fracasar, des-


provisto de la doctrina de la inmortalidad, en contra de la cual los argu-
mentos de H u m e son, en mi opinión, irresistibles. Tras haber despa-
chado en el Treatise los argumentos metafísicos, H u m e añadía que «los
argumentos morales y aquellos otros derivados de la analogía de la na-
turaleza son igualmente fuertes y convincentes» ( T 250 [ I 3 8 8 ] ) .
E n el ensayo « D e la. Inmortalidad del Alma» los tres caen juntos. H u m e
argumenta diciendo que, puesto que la permanencia de la sustancia in-
material es compatible con una pérdida total de memoria o conciencia,
la idea de sustancia es inútil para la doctrina de la inmortalidad per-
sonal. L o s argumentos físicos a partir de la analogía de la naturaleza
conducen a una conclusión que contradice a la de Butler. Hablando del
cuerpo y el alma, escribe H u m e :

Cuando dos objetos cualesquiera están tan íntimamente uni-


dos que todas las alteraciones que vemos en uno de ellos son
de esperar en el otro con una alteración proporcional, hemos de
concluir, merced a toda regla de analogía, que, cuando en el
primero tienen lugar alteraciones aún mayores que lo disuelven
completamente, se sigue una disolución total del último ( G & G
I V 403).

Por lo que respecta a los argumentos morales, H u m e los encuentra


vengativos ,£ inhumanos. L o s premios y castigos eternos son socialmente
inútiles e inconmensurables con la fragilidad humana y la brevedad de
su vida terrestre. « E l castigo, sin un término conveniente o sin finalidad,
es inconsciente con nuestras ideas de bondad y justicia, pues no sirven
para nada una vez que se ha terminado todo. Según nuestra concepción,
el castigo ha de ser proporcional a la ofensa. ¿ P o r qué, pues, un castigo
eterno para las ofensas temporales de una criatura tan frágil como el
hombre?» ( G & G I V 402).
Aunque el portavoz de Epicuro en el Enquiry afirma que su propia
moralidad se basa exclusivamente en su experiencia de las consecuencias
naturales y sociales de la conducta virtuosa y viciosa, se deja en sus-
penso el problema de si la creencia en un premio o castigo eternos posee o
no un efecto saludable sobre la conducta de los hombres que no son filó-
sofos. E s t e interrogante recibe una respuesta negativa en la Parte xii
de los Dialogues, donde Filón expresa la postura de H u m e hacia las
influencias religiosas sobre la moralidad. H u m e considera la creencia
religiosa debilitadora psicológicamente ( D 225-6), moralmente inefec-
tiva, en el mejor de los casos ( D 220-1), aunque frecuentemente perni-
ciosa ( D 222) y socialmente desastrosa ( D 220). E l propósito de esta
obra ética es, descrito en términos muy generales, suministrar una inter-
pretación humanista de la experiencia moral. Encuentra que la génesis
de los sentimientos, distinciones y juicios morales tienen su génesis en la
La evolución de la filosofía de Hume 167

naturaleza humana y las exigencias de la vida social. Las virtudes espe-


cíficamente religiosas no hacen referencia a la simpatía natural del hombre
hacia los demás y las sanciones religiosas no promueven los intereses
de las virtudes artificiales a la hora de regular la vida en común. « E l supo-
ner medidas de aprobación y rechazo distintas de las humanas», observa
Hume, «lo confunde todo» ( G & G I V 402). Su primera publicación
puramente religiosa, « D e la Superstición y el Entusiasmo», se ocupa de
«los efectos perniciosos de la superstición y el entusiasmo, los corrupto-
res de la verdadera religión... sobre el gobierno y la sociedad» ( G & G
I I I 144). Puesto que H u m e entiende por «verdadera religión» la acep-
tación racional del filósofo de «una proposición simple, aunque un tanto
ambigua y, al menos, indefinida, en el sentido de que la causa o causas
del orden del universo mantienen posiblemente alguna remota analogía
con la inteligencia humana» ( D 227) —proposición que carece de conse-
cuencias prácticas (morales) cualesquiera— orienta sus críticas rigurosas,
como es obvio, hacia la «religión tal como se ha encontrado ordinaria-
mente en el mundo» ( D 223). L a acusación se expresa abiertamente en
The Natural History of Religión, donde H u m e condena al teísmo por
su «sagrado celo y encono, la pasión más furiosa e implacable de todas
las humanas» ( G & G I V 337 [ T r a d . cast., 8 6 ] ) , cuyas perversas con-
secuencias se documentan copiosamente en The History of England . ,0

'° Por ejemplo, comentando los sucesos en Inglaterra antes de la guerra civil,
Hume observa que «...las injusticias que mis inflamaban al Parlamento y a la nación,
especialmente a esta última, eran la sobrepelliz, las rejas en torno al altar, las venias
exigidas al acercarse a él, la liturgia, la violación del día sagrado, las mangas de
lino, las capas pluviales bordadas, la utilización del anillo en el matrimonio y de la
cruz en el bautismo. A causa de estas cosas, los líderes populares se complacían
en arrojar al gobierno a tan violentas convulsiones y, para desgracia de esta época
y de esta isla, hay que reconocer que los desórdenes en toda Escocia y en casi
toda Inglaterra procedían de un origen tan bajo y despreciable» (H L I V ) . Al escri-
bir sobre el Protectorado, recuerda «...que Cromwell consideraba imprescindible esta-
blecer algo que pudiese dar la impresión de una comunidad de bienes. Suponía que la
providencia divina había puesto en sus manos el derecho absoluto, así como el poder
de gobernar. Así, sin más ceremonias, asesorado por el consejo de sus oficiales, envió
citaciones a ciento veintiocho personas de diferentes localidades y regiones de Ingla-
terra, a cinco de Escocia y a seis de Irlanda. Con este simple hecho y hazaña pre-
tendía hacer recaer sobre ellos toda la autoridad del estado...
«En esta época había muchos que tenían como principio prestar su adhesión
siempre al poder supremo, fuese el que fuese, y apoyar al gobierno vigente. Esta
máxima no es característica exclusiva de las personas de esta época. Lo que hay
que considerar peculiar es que entre ellas estaba de moda una frase para expresar
tan prudente conducta: la denominaban confiar en la Providencia. Por tanto, cuando
la Providencia tenía la amabilidad de otorgar una prebenda a estos hombres, ahora
reunidos en asamblea, la suprema autoridad, habrían de ser muy desagradecidos si,
a su vez, no mostrasen complacencia hacia ella...
«En esta notable asamblea, había algunas personas pertenecientes a la nobleza,
pero la mayoría con mucho eran artesanos de bajo nivel, un quinto de monárquicos,
anabaptistas, independientes, la verdadera escoria de los fanáticos. Comenzaron bus-
cando a Dios por la oración. Este oficio lo realizaban ocho o diez hombres dotados
de la asamblea, con tal éxito que, según confesión de todos ellos, nunca habían
168 James Noxon

A fin de proclamar su escepticismo religioso sin incurrir en la acusa-


ción de blasfemia, H u m e adoptó diversas estratagemas tradicionales e
inventó algunas propias. L a forma dialogal le permitía asignar las opi-
niones comprometidas a un interlocutor, asignándose a sí mismo las más
seguras, tal como ocurre en la Sección X I del Enquiry, o bien desaparecer
de la escena, como en los Dialogues Concerning Natural Religión. A l re-
legar sus dismensionesr a una época pasada o a otro lugar, H u m e des-
cargaba la responsabilidad sobre los lectores que decidiesen aplicar estas
lecciones a las doctrinas y controversias locales. E s posible menospreciar
las dotes morales e intelectuales de Júpiter sin ofender a los hijos de Je-
hovah. E s t á permitido escarnecer la superstición y la intolerancia, siempre
y cuando quede a salvo la «verdadera religión». También es bastante
seguro golpear algunos de los pilares que sostienen un dogma religioso,
siempre y cuando se dejen en su sitio los que se suponen más fuertes.
Estos podrán ser eliminados más adelante. E l lector filosófico avispado
apreciará el resultado neto de los diversos argumentos, mientras que el
censor, al husmear en cada publicación a medida que sale en busca del
rastro de la herejía, no se dará cuenta de sus conexiones. ( L a única obra
en que se atacan de golpe todos los argumentos conocidos en pro de una
doctrina religiosa, « D e la Inmortalidad del A l m a » , y la única en que se
permite un acto prohibido por el cristianismo, «Del Suicidio», se vieron
ambas amenazadas tras circular en forma manuscrita y fueron suprimidas
por el propio H u m e antes de ser publicadas.)

disfrutado taáfw- anteriormente del Espíritu Santo en sus ejercicios de devoción»


(H L X I ) . Para terminar su tratamiento de la Comunidad de Bienes, señala Hume:
«En este punto conviene detenerse un momento para echar un vistazo general sobre
la época por lo que respecta a las finanzas, las costumbres, las armas, el comercio, las
artes y las ciencias. La utilidad fundamental de la historia consiste en suministrar
materiales pira las disquisiciones de esta naturaleza, siendo el deber del historiador
señalar las inferencias y conclusiones adecuadas.
«Ningún pueblo podría sufrir un cambio más completo y repentino en sus cos-
tumbres como el experimentado por la nación inglesa durante este periodo. De un
estado de tranquilidad, concordia, sumisión y sobriedad pasó en un instante a
un estado de revuelta, fanatismo, rebelión y casi frenesí...
«El tenebroso entusiasmo vigente en el partido parlamentario constituye sin duda
el espectáculo más curioso presenciado por un historiador y el más instructivo, así
como divertido, para un espíritu filosófico. Todas las distracciones se vieron suspen-
didas por la rígida severidad de los presbiterianos e independientes... Aunque la na-
ción inglesa es por naturaleza sencilla y sincera, la hipocresía reinó en ella como
nunca se había visto en los tiempos antiguos o modernos. La hipocresía religiosa,
hay que señalarlo, es de naturaleza peculiar. Al ser por lo general desconocida por
la propia persona, aunque más peligrosa, implica menos falsedad que otros tipos de
insinceridad» (H L X I I ) . Citaré un último pasaje característico de la valoración
humeana de los efectos sociales de la religión («entusiasmo»): «Hay que confesar,
sin embargo, que el desgraciado fanatismo que hasta tal punto infectaba el partido
parlamentario no era menos perjudicial para el arte y la ciencia que para la ley y el
orden. La alegría y el ingenio estaban proscritos, la instrucción era despreciada, la
libertad de investigación, detestada; solo se promovía la adulación y la hipocre-
sía» (ibid.).
La evolución de la filosofía de Hume 169

Las reservas expresadas por muchos de los comentadores de los


Dialogues a la hora de identificar la postura de Filón con la de H u m e se
deben básicamente a la dificultad de reconciliar el análisis pernicioso que
hace el escéptico del argumento teleológico con las declaraciones que el
propio H u m e hace en otros lugares. E n la primera página de The Natural
History of Religión, por ejemplo, escribe, «Toda la estructura de la na-
turaleza pone de manifiesto un autor inteligente y ningún investigador
racional puede, tras una reflexión seria, suspender por un momento su
creencia por lo que respecta a los principios primarios del Teísmo y la
Religión genuinos» ( G & G I V 309 [ T r a d . cast., 4 3 ] ) " Sin necesidad
de investigar qué querría decir H u m e con el calificativo «genuino», esta
propuesta aparentemente excéntrica de una doctrina socavada en otros
lugares se puede explicar en términos de la estrategia humana de ofen-
sivas limitadas. Aquí, en la Natural History, el problema del «fundamen-
to en la razón» de la religión se deja de lado en favor de un problema
«relativo a su fundamento en la naturaleza humana». Tras haber retro-
traído la religión popular a sus fuentes en la ignorancia, doblez, perver-
sidad y las pasiones más despreciables, H u m e puede volver más tarde
sobre el fundamento puramente racional del teísmo filosófico. Su con-
dena de la superstición y el fanatismo (la «religión tal como se encuentra
normalmente en el mundo») basada en el testimonio de un insípido
informe histórico no habrá de ofender a un pensador que se enorgullece
del carácter razonable de sus creencias y prácticas religiosas. Sin duda
se mostraría menos receptivo hacia los argumentos de H u m e si en el
mismo volumen se le mostrase que los fundamentos racionales de su
reUgión eran demasiado insustanciales como para apoyar cualquier sis-
tema teológico e institución religiosa.
L a maniobra defensiva fundamental de H u m e , tras haber esgrimido
argumentos demoledores contra un dogma religioso, consiste en hacer
protestas de fe. Se trata sin duda de una protesta burlona, pero ¿quién
podrá probarlo? Su ensayo « D e la Inmortalidad del Alma» termina con
esta nota mojigata: «Nada podría arrojar tanta luz sobre la infinita deuda
que la humanidad ha contraído con la revelación divina, puesto que
encontramos que ningún otro medio es capaz de afirmar esta inmensa e
importante verdad» ( G & G I V 406).
H e aquí las famosas palabras finales de Filón en los Dialogues:

Pero créeme, Cleantes, el sentimiento más natural que haya


de sentir una inteligencia bien dispuesta en esta ocasión, es una

" Cf. el ensayo «Del suicidio», donde la premisa mayor del argumento de
Hume: «Demostrar que el suicidio no es una transgresión de nuestro deber para
con Dios», se enuncia del modo siguiente: «...de la mezcla, unión y contraste de las
diversas fuerzas de los cuerpos inanimados y de las criaturas vivas surge esta sor-
prendente armonía y proporción que suministra el argumento más seguro de la su-
prema sabiduría» (G&G I V 408).
170 James Noxon

esperanza y un deseo vehemente de que pluguiera al Cielo disi-


par o, al menos, aliviar esta profunda ignorancia, suministrando
algunas revelaciones más precisas a la humanidad y haciendo
descubrimientos acerca de la naturaleza, atributos y operaciones
del divino objeto de nuestra F e . L a persona templada con un
justo sentido de las imperfecciones de la razón natural, volará
hacia la verdad revelada con la mayor avidez; mientras tanto,
el orgulloso dogmático, convencido de que puede erigir un sis-
tema teológico completo con la sola ayuda de la filosofía, des-
deña toda ayuda ulterior y rechaza a su instructor eventual. Ser
un escéptico filosófico es el paso más esencial para ser un cris-
tiano creyente sensato... ( D 228).

L a demostración del fracaso y locura de intentar justificar racional-


mente la creencia religiosa está plenamente de acuerdo con el programa
filosófico general de H u m e . L a creencia natural en la uniformidad de
la naturaleza, por ejemplo, o en la existencia independiente de los obje-
tos de la percepción se basan en el instinto y se refuerzan con el hábito.
E l resultado inmediato del intento de justificar tales creencias es el escep-
ticismo acerca de ellas. E l resultado final es el escepticismo acerca de
la capacidad de la propia razón para combatir las creencias en función
de las cuales los hombres están por naturaleza obligados a actuar como
condición para la supervivencia. E l resultado final, en otras palabras, es
que el filósofo que empezaba pretendiendo racionalizar las creencias na-
turales termina como «una persona templada con el justo sentido de
las imperfecciones de la razón natural». H u m e no trató nunca de des-
acreditar estas creencias por la sencilla razón de que los argumentos
racionales propuestos en su defensa eran especiosos. ¿ Q u é pensaba, pues,
de este «deseo vehemente y esta esperanza» en la revelación del Cielo
que según él (o mejor, según Filón) constituye «el sentimiento más
natural que haya de sentir en esta ocasión un nombre bien dispuesto»?
¿Consideraba a la creencia religiosa como una especie de creencia na-
tural o, por lo menos, lo suficientemente análoga a ella como para que
estuviese justificado que un hombre volase «a la verdad revelada con la
mayor avidez» tras sentirse frustrado por la teología natural?
L a respuesta de H u m e a esta cuestión, preparada bastante por ade-
lantado, se expone en la Sección X de An Enquiry Concerning Human
Understanding, « D e los Milagros», donde declara malévolamente: «Nues-
tra religión más santa se funda en la Fe, no en la razón, siendo un buen
método para exponerla el someterla a pruebas tales que no sea en abso-
luto capaz de soportar» (Ei 130). Este párrafo es esencialmente (aunque
no abiertamente) una valoración del testimonio histórico en favor del
milagro de la Resurrección, en torno al cual podrían reagrupar sus fuer-
zas los teólogos asediados cuando el baluarte de la religión natural co-
menzase a derrumbarse. L a alianza entre religión natural y revelada que
La evolución de la filosofía de Hume 171

tantos autores, especialmente Joseph Butler, habían intentado realizar


era inherentemente inestable; la una descansa en el inviolable reino de la
Ley natural divinamente legislada, la otra, en las transgresiones divinas
de las mismas. E l cristiano acosado que volase a la Revelación encontraría
a H u m e esperándole con una conocida «máxima, según la cual ningún
elemento de juicio humano puede poseer la fuerza necesaria para de-
mostrar un milagro, convirtiéndolo en fundamento adecuado de tal sis-
tema religioso» (Ei 127).
Como señaló sir Leslie Stephen hace setenta y cinco años y como
ha recordado recientemente una vez más Antony F l e w en dos ocasio-
nes a los excitados críticos , H u m e se ocupa de los elementos de juicio
, 3

que han de ser ponderados antes de decidir si creer o no en un presunto


milagro. « P o r tanto, el hombre sabio [ q u e ] adecúa su creencia a los
elementos de juicio» ( E 110) ha de preguntarse si es más o menos pro-
(

bable que un testigo se vea engañado o mienta o que, por el contrario,


haya tenido lugar «una violación de las leyes de la naturaleza» (Ei 114).
E n un lado de la balanza está la experiencia uniforme y, por tanto, «una
prueba plena y directa» (Ei 115) de las secuencias naturales — p o r ejem-
plo, los muertos continúan muertos; en el otro, está la experiencia cam-
biante de la veracidad humana. Como historiador, H u m e estaba profesio-
nalmente interesado y se vio implicado repetidamente en la evaluación
de los testimonios ; como filósofo, se ocupaba de articular reglas genera-
u

les con las que poder tomar decisiones juiciosas. « D e los Milagros» no
es simplemente una polémica irreligiosa; también constituye un estudio
de metodología histórica — « s u más extenso tratamiento del problema de
los testimonios contrarios» ' , como ha observado David Fate Norton.
5

" History of English Thought in the Eighteenth Century (Harbinger, Nueva


York, 1962), i 287.
" «Hume's Check», Philosophical Quarterly, vol. 9, núm. 34 (enero 1959), 2;
Hume's Philosophy of Belief, cap. 8, passim.
" Véase, por ejemplo, las Notas G y H al cap. X L I I de The History of England,
donde Hume considera si las cartas conspiratorias, mediante las cuales María, reina
de Escocia, fue convicta de alta traición eran genuinas o falsas. Aunque Hume
(naturalmente) sentía mucha mayor simpatía hacia María («la más afable de las
mujeres») que hacia Isabel («una excelente hipócrita»), su escrupuloso examen de los
testimonios circunstanciales y demostración cuidadosa de la conducta de los persona-
jes fundamentales implicados le llevaron a concluir «que todas las suposiciones de...
falsificación... caen por su base». Es interesante considerar la absoluta objetividad
de este veredicto a la luz de la insistencia de Hume (sobre la que David Fate Norton,
ya citado, ha llamado agudamente la atención) en que todo hombre debe apoyarse
en su experiencia personal de la naturaleza humana para evaluar los testimonios.
Para provecho de quienes considerarían paradójico admitir una base subjetiva para la
objetividad histórica, Norton cita una carta de Hume a Hugh Blair: «Nadie puede
tener una experiencia que no sea la propia. La experiencia de los demás se hace
propia únicamente por el crédito otorgado a sus testimonios, crédito que proviene
de la propia experiencia de la naturaleza humana» (L I 349).
" «History and Philosophy in Hume's Thought», ensayo introductorio del libro
172 James Noxon

Puesto que la experiencia de primera mano de una persona es limi-


tada, ha de confiar a menudo en los testimonios, «los informes de tes-
tigos oculares y espectadores» (Ei 111). H u m e concede que no existe
otro modo de adquirir creencias que sea «más común, útil e incluso ne-
cesario para la vida humana» (Ei 111). Para el historiador, como es
obvio, casi no hay ningún otro método utilizable. E n general, el grado
de confianza con el que un hombre está dispuesto a aceptar un testi-
monio está en función de su experiencia personal acerca de la concor-
dancia entre el testimonio con los hechos. Si los acontecimientos han
mostrado que son dignos de confianza todos los testimonios de una per-
sona, está justificado el aceptar como prueba los testimonios futuros. Si
todos sus testimonios se han mostrados como falsos, será correcto recha-
zar como falsos todos los nuevos informes. Puesto que la experiencia
enseña que algunas realizaciones están presididas por «una inclinación a
la verdad y por un principio de probidad» (Ei 112) y otras, por la
tendencia humana al prejuicio, al engaño y a la credulidad, hay que
evaluar la probabilidad de cada uno de los informes a la luz del
tipo de suceso transmitido y, en la medida en que se pueda atestiguar, a
la luz de la capacidad e integridad del testigo. Cuando el suceso supuesto
sea contrario a la experiencia invariable de sucesos naturales y el testi-
go sea objeto de sospecha por otros motivos, el hombre sabio concluirá
que es más probable que el testigo se engañe o mienta que el que haya
tenido lugar efectivamente un milagro:

'^'•Solo la experiencia confiere autoridad al testimonio huma-


no, siendo la propia experiencia la que nos asegura acerca de
las leyes de la naturaleza. Por tanto, cuando estos dos tipos
de experiencia son contrarios, lo único que hay que hacer es
testar uno de otro y aceptar la opinión de una de las dos partes,
con la seguridad que surge del resto. Mas de acuerdo con el
principio aquí expuesto, por lo que respecta a todas las reli-
giones populares, esta sustracción equivale a una eliminación
total. Por tanto, hemos de establecer como máxima, que ningún
testimonio humano puede tener la fuerza suficiente como para
demostrar un milagro y convertirlo en un fundamento adecua-
do para tal sistema religioso (Ei 127).
D e este modo, en resumidas cuentas, podemos concluir que
la Religión cristiana no solo se vio asistida desde el primer
momento por los milagros, sino que además, incluso en nues-
tros días, una persona razonable no puede creer en ella sin
algún milagro. L a sola razón es insuficiente para convencernos
de su verdad: cualquiera que le preste su asentimiento movido

David Hume: Philosophical Historian, eds. David Fate Norton y Richard H . Popkin
(L. L . A., Bobbs-Meriill, 1965), p. xliv.
La evolución de la filosofía de Hume 173

por la Fe, es consciente de un continuo milagro en su propia


persona que subvierte todos los principios de su entendimiento
y le confiere la determinación de creer lo que es más contrario a
la costumbre y a la experiencia ( E 130).
t

Y a se considere este final como un «cambio de chaqueta» '*, como


hacía Taylor, o bien como «una ironía irritante» ' , al modo de F l e w ,
7

implica una conclusión bastante extraña acerca de la creencia religiosa.


Si la fe cristiana es un hecho milagroso, entonces ningún hombre sabio
habrá de creer a quien pretenda creer en el cristianismo. Sea que este
críptico floreo de dos modos de expresarse se deba a la precaución o a
la ironía, el caso es que parece haber arrojado a H u m e a un dilema.
Pues, o bien, aparentemente, ha de admitir que los milagros ocurren por
millones, o bien ha de aceptar que millones de testigos de sus propias
creencias se engañan o mienten. E n otras palabras, o bien ha de admitir
que las creencias se adquieren con tanta frecuencia en contra de «todos
los principios del entendimiento [ h u m a n o ] » que su teoría del entendi-
miento queda refutada, o bien ha de rechazar autoritariamente el elemen-
to de juicio suministrado por incontables personas que atestiguan sus
propias creencias.
L a segunda vía de defensa puede parecer que ofrece un expediente
dogmático inseguro. C o n todo, H u m e lo ha adoptado frecuentemente en
el pasado. Los lectores del Treatise recordarán su escepticismo acerca de
las profesiones de fe en una vida futura. H u m e atribuía la indiferencia
hacia el futuro puesta de manifiesto en la conducta de la mayoría de los
hombres, a la «falta de semejanza con la vida presente» ( T 114 [ I 189])
y la consiguiente debilidad de la idea. Señala que la mayoría de los
católicos romanos deploran «la masacre de San Bartolomé como algo cruel
y bárbaro, a pesar de que fuese proyectada y ejecutada contra ese mismo
pueblo al que, sin escrúpulo ninguno, condenan a castigos eternos e infi-
nitos. L o único que se puede decir en descargo de esta inconsistencia es
que no creen realmente lo que dicen acerca de una vida f u t u r a . . . » ( T 115
[ I 1 9 0 ] ) . E l caso de los «ponderados» y «piadosos», que se ven libres
de la acusación de hipocresía, se trata en otra parte. A la luz del examen
que hace H u m e de esta doctrina en « D e la Inmortalidad del Alma» no
es preciso suponer que tratase seriamente de exceptuar a esos pocos que...
imprimen en sus mentes los argumentos en favor de una vida futura»
( T 114 [ 190]). E l caso de las personas piadosas, los teólogos y predi-
cadores, se reserva también tácitamente para un tratamiento posterior del
tema en el ensayo acerca de la inmortalidad:

Además, en algunas mentes surgen terrores inexpresables


por lo que se refiere al futuro. Sin embargo, desaparecerían

" Philosophical Studies, 341.


" Hume's Philosophy of Belief, 210.
174 James Noxon

rápidamente si no fuesen alimentados artificialmente por pre-


cepto y educación. ¿ Q u é motivación mueve a aquellos que los
alimentan? T a n solo el deseo de ganarse la subsistencia y adqui-
rir poder y riquezas en este mundo. Por tanto, su mismo celo
y laboriosidad constituyen argumentos en contra suya ( G & G
I V 401).
f
M e parece muy probable que la incredulidad fuese la respuesta inme-
diata de H u m e a numerosas confesiones y protestas de creencia religio-
sa. E s normal poner en tela de juicio la sinceridad de las personas que
profesan creencias que nos sorprenden por su carácter absurdo. Mas, si
tales ideas perduran y se propagan, hay que reconocer, como consta-
taba H u m e , que exigen cierto tipo de asentimiento y trato con ellas. E s
esto lo que trata de hacer en Tbe Natural History of Religión al levantar
un museo antropológico de absurdos religiosos donde poder buscar en
los oscuros orígenes de la naturaleza humana las fuentes de la supersti-
ción y el fanatismo. Aquí, las tendencias históricas y psicológicas del
genio de H u m e colaboraron en un brillante equilibrio en el tratamiento
del problema que siempre le fascinó, la creencia aberrante, dando como
resultado una visión profundamente ilustrada, imaginativa y penetrante
de los orígenes de la experiencia religiosa. L i b r e ya de la maquinaria new-
toniana del Treatise, H u m e encontró en la historia su aliado natural.
L a naturaleza humana se muestra por sí misma a la persona que con-
templa su historia, no siendo ningún aspecto de esta historia más reve-
lador que las" creencias engañosas abrazadas por los hombres. Además, no
hay creencias engañosas m i s profundamente arraigadas que las que infes-
tan la vida religiosa. C o n todo, al presentarse como historiador y psi-
copatólogo de la creencia irracional, H u m e presupone la validez de la
distinción' enre creencia racional e irracional. E l problema es cómo justi-
ficar dicha distinción basándose en sus propios principios y cómo evitar
la segunda alternativa fatal mencionada más arriba, acomodando de algún
modo las legiones de excepciones a su teoría acerca del modo de adqui-
sición de las creencias.

Sección 4 . Crítica de la religión natural y revelada: El principio


de consistencia metodológica

No se puede esperar ninguna respuesta satisfactoria a este problema


por parte de «esos amigos peligrosos o enemigos enmascarados» de la
filosofía de H u m e , que suponen que su análisis crítico de la enseñanza
religiosa depende de una teoría psicológica de la creencia. Tras una lucha
obsesiva con Taylor, F l e w , en el postrer momento crucial, se entrega.
Taylor había argumentado que, puesto que muchas personas creen lo
«increíble» («Aquello que es más opuesto a la costumbre y la experien-
La evolución de la filosofía de Hume 175

cía ( E i 131), H u m e se vio obligado a reconocer estas excepciones milagro-


sas. F l e w se encontró desarmado ante este ataque por la sencilla razón
de que había aceptado plenamente el punto de vista generalmente acep-
tado de Passmore, según el cual H u m e «identifica los problemas lógicos
con los psicológicos»

Ciertamente, Taylor está aquí en lo cierto. Nosotros mis-


mos hemos argumentado, no solo al comienzo de este capítulo,
sino también anteriormente, que, en la medida en que H u m e
pretende realmente reducir todas las cuestiones relativas a la
racionalidad o irracionalidad de las creencias sobre cuestiones
de hecho y de existencia real a meras cuestiones relativas a
mecanismos psicológicos productores de dichas creencias, se
cierra a sí mismo la posibilidad de establecer una distinción
valorativa entre las creencias razonables sostenidas por las per-
sonas juiciosas e instruidas y las beaterías y supersticiones con
las que otras personas se engañan a sí mismas " .

Así es efectivamente; «en la medida» en que H u m e pretenda real-


mente realizar este tipo de reduccionismo psicológico, en esa medida es
incapaz de defender una distinción entre creencia racional y engaño su-
persticioso. Pero, ¿hasta qué punto desea sostener o (poniendo en su
lugar una pregunta que en principio se puede responder recurriendo al
examen de los textos) hasta qué punto sostuvo de hecho este aliado
ciego? Incluso en el Treatise, donde desde el comienzo la lógica se
remite a la ciencia empírica de la naturaleza humana, surge en seguida
una distinción entre el análisis crítico de las ideas o teorías falsas y la
explicación psicológica de su preponderancia. Los conceptos confusos y
las doctrinas ilícitas no eran puestas en entredicho basándose en «los
mecanismos psicológicos que producen dichas creencias», sino que los «me-
canismos» se introducían posteriormente a fin de explicar de qué modo
se habían adquirido tales creencias equivocadas. Lejos de depender de
teorías psicológicas, los análisis filosóficos eran algo que presuponía la
psicología como un medio de detectar errores que exigían una explica-

" Hume's Intentions, 18.


" Hume's Philosophy of Belief, 211-12. Hay que admitir que Flew cita inme-
diatamente de Hume's Intentions la concesión de que tal critica ignora «'una ten-
dencia importante del pensamiento de Hume' (Passmore, p. 57)», a saber, la dis-
tinción entre fantasías sin fundamento y creencias autorizadas por la experiencia,
concediendo a la vez que todas las creencias son en otro sentido (racionalista) injus-
tificadas. Aunque Flew reconoce de este modo la tendencia, no le encuentra justifi-
cación. Por el contrario, decide que Hume quiere decir lo que, según sus propios
principios no puede decir, como había argumentado Taylor: «También constituye una
táctica crítica totalmente fuera de lugar, pasar, como hace Taylor, de [su opinión
de] lo que 'puede querer decir Hume de acuerdo con sus propios principios' [Philo-
sophical Studies, 348] a lo que de hecho quería decir» (ibid., 212).
176 James Noxon

ción. Si H u m e pretendía en un principio basar en su psicología del enten-


dimiento las normas de racionalidad, la práctica del Treatise se apartó
persistentemente de esta política, que fue decisivamente alterada en el
primer Enquiry.
T a l vez la declaración explícita que hace H u m e en el primer Enquiry,
en el sentido de que su teoría psicológica de la creencia es indiferente
para las investigaciones filosóficas que vienen a continuación (Ei 47),
sea un indicio aún más claro de una comprensión más profunda de su
propia estrategia que la reducción efectiva de contenido psicológico del
primer Enquiry. A l lector que se asome a las Secciones X y X I del Enquiry
sin los prejuicios sugeridos por los comentadores, nunca se le ocurriría
decir que H u m e está aquí «reduciendo todos los problemas relativos a
la racionalidad o irracionalidad de las creencias a simples cuestiones
referentes a los mecanismos psicológicos que producen dichas creencias».
Ciertamente, la crítica humeana a la religión natural y revelada no se
basa en la teoría psicológica. H u m e lleva a cabo su evaluación de la
racionalidad de la creencia en los informes acerca de los milagros y las
conclusiones sobre la naturaleza de Dios, por respecto a reglas para juzgar
acerca de los testimonios y elementos de juicio históricos o judiciales, por
respecto a los principios de inferencia causal, la evaluación de los grados
relativos de probabilidad y las estimaciones de la fuerza de las analo-
gías. E n estas dos Secciones solo hay un caso de clara teorización psi-
cológica. Y a en la Parte ii de la Sección X , al considerar los factores
capaces de mitigar la confianza en los testigos que declaran haber presen-
ciado milagro», menciona H u m e «el amor a lo asombroso» (Ei 117) que
posee el hombre, su predilección hacia los cuentos maravillosos y de
misterio. Se puede aceptar voluntariamente la creencia en una historia
demasiado fantástica como para que caiga dentro de lo probable y en-
contrar más tarde algún motivo para tenerla por verdadera. Incluso aquí,
el problema de la racionalidad de creer a los suministradores de seme-
jantes fantasías no se reduce a una cuestión relativa al mecanismo psico-
lógico que produce sus creencias reales o simuladas. N o se creen, porque
informan de «hechos» que parecen físicamente imposibles al contradecir
la propia experiencia invariable. Por esta razón, el hombre prudente que
esté un tanto familiarizado con la credulidad y duplicidad humanas tendrá
todo el derecho a rechazar sus testimonios, aunque carezca de cualquier
teoría acerca de los mecanismos psicológicos.
Pero ¿acaso está justificado — e n este caso, Hume (quien sin duda
se tenía por un hombre s a b i o ) — realmente para hacer de su propia expe-
riencia una norma de creencia razonable? E n cierto sentido, un sentido
estrictamente racionalista, ni lo está ni podría haberlo pretendido sin
rechazar un punto básico de sus enseñanzas. Su doctrina más distinguida
y, en muchos sentidos, la más importante históricamente que aún sigue
siendo la más interesante, afirma que no puede existir una demostración
racional ni una justificación intelectual última de ninguna de las creen-
La evolución de la filosofía de Hume 177

das sostenidas por los hombres ni de los modos de adquirirlas. N o obs-


tante, contra este trasfondo de inseguridad epistemológica es necesario
tomar dedsiones y, naturalmente, las personas cuyas almas no se ven
turbadas por escrúpulos metafísicos las toman constantemente sin vaci-
lación. Sin embargo, estas decisiones no son todas ellas igualmente sabias,
por lo que es preciso encontrar alguna base para distinguirlas. H u m e la
encontró en esas creencias elementales que las personas adquieren irrefle-
xivamente en el transcurso de la experienda ordinaria y que les condi-
ciona naturalmente a actuar con espontaneidad. N o tendría sentido, al
margen de una argumentación metafísica, dedrle a alguien que no está
justificado al creer lo que está por su naturaleza determinado a creer
(por ejemplo, que los objetos existen independientemente de sus percep-
riones) o lo que le exige creer una conducta inteligente en los asuntos
de la vida ordinaria (por ejemplo, que el futuro se asemejará al pasado).
Por tanto, hay un sentido que no es rarionalista, sino naturalista y prag-
mático, según el cual están justificadas estas creencias universales, bioló-
gicamente indispensables. Sus caracteres, tanto subjetivos como objetivos,
son las señales de lo razonable: son «más vividas, enérgicas, fuertes, firmes
y uniformes», «pesan más en el pensamiento» y poseen «una influencia
superior sobre las pasiones y la imaginación» (Ei 49), siendo «esenciales
para la subsistenda de todas las criaturas humanas» ( E 55). L o que des-
(

pertó el esceptidsmo de H u m e hacia las creencias religiosas o la supers-


tición fue su inconstanda, tan dependiente de los cambios de la moda y
el capricho y artifiriosidad de los que las enseñan, junto con su inefecti-
vidad a la hora de regir el comportamiento.
Ahora ya se puede responder a la incriminación lanzada por Flew en
consonancia con tantos otros críticos.

Pues si la creencia, considerada como fenómeno psicológico,


fuese realmente como sostiene H u m e que es, el resultado auto-
mático de la operación de una espede de computadora experimen-
tal, entonces ¿cómo explicar el hecho indudable de que a veces
la gente posee «una determinación a creer lo más contrario que
hay a la costumbre y la experiencia»? 3 0

Parte de la «explicación» pedida se da en la exploración psicológica


de la superstidón que aparece en The Natural History of Religión, pero,
naturalmente, el problema real de la pregunta de F l e w no es pedir una
explicación, sino insinuar que ninguna explicación psicológica de los
mecanismos puestos en marcha para adquirir creencias «esenciales para
la subsistencia de todas las criaturas humanas», suministra una base su-
ficiente para desestimar las creendas que hayan sido adquiridas por otros

" Hume's Philosophy of Belief, 212.


178 James Noxon

procesos. L o cual es perfectamente cierto. Puesto que no hay modo de


demostrar la validez racional de los principios empíricos, tampoco hay, a
su vez, ninguna manera de demostrar a priori el absurdo de principios
alternativos. N o obstante, la respuesta a Flew es que la «computadora
experimental» no opera automáticamente por encima del nivel de acti-
vidad mental que el hombre comparte con los animales. £1 pensamiento
supersticioso, que «muestra un mundo propio, presentándonos escenas,
seres y objetos totalmente nuevos» ( T 271 [ I 4 1 8 ] ) , está mucho más
allá del campo de los procesos mentales adaptativos regidos por el ins-
tinto y el hábito. Pero esto mismo es lo que ocurre con la historia y
la ciencia natural, así como con todas las demás disciplinas teóricas que
ocupan las mentes de las personas. Por tanto, como es obvio, las prue-
bas de racionalidad a que ha de someterse una persona en el caso de las
cuestiones prácticas básicas que deciden acerca de su sagacidad no se
pueden aplicar directamente a sus creencias especulativas. Cuando el
pensamiento se aparta de su finalidad original para dirigirse a la contem-
plación, cae bajo el dominio de nuevas reglas. Tales reglas (como las vir-
tudes sociales) no son naturales, sino que son artificiales y codifican las
decisiones tácitas de las personas acerca de cómo regular mejor los obje-
tivos teóricos. E n este punto, los problemas relativos a lo que es razo-
nable creer dq'an de ser problemas psicológicos para convertirse en
problemas metodológicos. H u m e desestima la creencia en las informacio-
nes acerca de milagros en la Sección X del primer Enquiry y desarticula
el argumenfo-teleológico en la Sección X I , basándose exclusivamente en
consideraciones metodológicas.
Los métodos de la ciencia se desarrollan a partir de las técnicas inge-
niadas para la resolución de problemas prácticos de la vida ordinaria,
por lo qué llevan el cuño de sus antepasados ( « . . . l a s decisiones filosó-
ficas no son más que las reflexiones de la vida ordinaria corregidas y
sometidas a un método» [ E i 1 6 2 ] ) . Los experimentos de laboratorio,
como instrumentos de verificación, son un sustítutivo artificial de los
sucesos reales que confirman o refutan los juicios en un estado intelec-
tual natural. E n cuanto medios de descubrimiento, no son más que un
refinamiento del tedioso método consistente en acumular observaciones
de conjunciones de acontecimientos como base de la predicción y la
explicación. E l cálculo de probabilidades es una adaptación de la tenden-
cia natural a basar las expectativas en la frecuencia relativa de los casos
favorables. E l principio de economía refleja la necesidad, en las tareas
prácticas, de eliminar las operaciones superfluas, etc. Aunque las
reglas del método adoptado por los científicos empíricos no posean una
autoridad absoluta en virtud de su linaje, son relativamente inmunes a
los desafíos de quienes deciden trabajar con otras reglas o, tal vez, sin
someterse a ninguna regla en absoluto. Nadie se pondrá a alardear de su
propia inconsistencia exigiendo la justificación de la consistencia del mé-
La evolución de la filosofía de Hume 179

todo con los principios naturales de la conducta inteligente. E s mucho


más probable que enmascare sus propios procedimientos erráticos con los
ropajes de una disciplina respetable. Para el teólogo newtoniano del
siglo X V I I I , era esta una pretensión fatal. L o único que tenía que hacer
H u m e era mostrarle que los modos de proceder de la religión natural
violaban determinadas reglas básicas respetadas en la ciencia de cuyo
prestigio pretendía beneficiarse.
E l tratamiento humeano « D e los Milagros» es de tipo similar, aun-
que mucho más difícil de llevar a cabo. L o que había que examinar aquí
era una afirmación histórica, y las reglas para la evaluación de los tes-
timonios históricos eran (y son todavía) menos generalmente aceptadas
que las que rigen las inferencias causales en l a ciencia natural. N o se
trata de invocar una regla aceptada, sino que hay que articular primero
las reglas implícitas que se autoimponen los historiadores conscientes.
U n documento sospechoso plantea al historiador de un modo agudo el
mismo tipo de problema que todo el mundo se encuentra casi todos los
días. Exceptuando a los más crédulos, todo el mundo adquiere ciertas
reglas prácticas que emplea automáticamente cuando no se siente se-
guro de la veracidad de un informante. Sin percatarse de estar apli-
cando reglas, entran en juego consideraciones relativas a sus actitudes,
coherencia, inteligencia, motivaciones, acceso a los hechos, coincidencia
con otros informantes y muchas otras consideraciones (que sin duda in-
cluyen con frecuencia algunas que resultan irrelevantes). L o s testigos
históricos no se pueden interrogar siempre y, a menudo, se sabe muy
poco de ellos. A pesar de ello, el historiador ha de tomar decisiones y
estar dispuesto a defenderlas. Sus reglas relativas a la evaluación de los
elementos de juicio — l a s «de la vida ordinaria corregidas y sometidas a
un m é t o d o » — habrán de ponerse de manifiesto en los argumentos que
presente, siendo el paso siguiente, emprendido por H u m e , comenzar a
codificarlas. M e inclino a aceptar lo que dice D a v i d Norton cuando se-
ñala, tras catalogar las reglas de H u m e , que la experiencia en la que uno
ha de descansar en última instancia al evaluar los testimonios es la propia
«experiencia personal o individual» 21
de la naturaleza humana y de
los procesos naturales. N o obstante, me parece que, incluso desde esta
posición subjetiva, H u m e señala el punto decisivo al plantear una cues-
tión insalvable a los cristianos que creen a los testigos del milagro de la
resurrección. Según las reglas para juzgar acerca de los elementos de
juicio en las que confiamos ordinariamente, pregunta efectivamente, ¿pres-
taría usted crédito, en una cuestión relativa a la historia secular, al
testimonio de testigos de un suceso tan extraordinario? Puesto que no
puedo suponer que respondan «sí» candidamente y, con todo, no veo
razón alguna para suspender la aplicación a este caso particular de las

31
Op. cit., xlvi.
180 James Noxon

reglas para juzgar acerca de los elementos de juicio históricos, llego a la


conclusión de que H u m e estaba plenamente justificado en su incredu-
lidad.
L a s teorías potencialmente verificables de las disciplinas empíricas
derivan la autoridad que puedan tener de los principios naturales del
entendimiento. Para el teólogo, cuyas especulaciones metafísicas n i se
basan en la experiencia de los sentidos ni están sometidas a corrección
en función de dicha experiencia, todo es posible, pero, en última ins-
tancia, no hay ninguna cosa que sea más probable que otra. L a concep-
ción humeana de la distinción entre hipótesis empíricas y u n «poema
filosófico» la expuso claramente Filón en la Parte primera de los Dialogues
Concerning Natural Religión:

...desde nuestra más tierna infancia progresamos continuamente


en la formación de principios de conducta y razonamiento más
generales...; a medida que adquirimos mayor experiencia y nos
dotamos de una razón más poderosa, hacemos siempre nuestros
principios más generales y comprensivos y . . . lo que llamamos
filosofía no es más que una operación del mismo tipo más re-
gular y metódica. Filosofar sobre temas tales no difiere esencial-
mente del razonamiento que tiene lugar en la vida ordinaria.
Teniendo en cuenta el más exacto y escrupuloso modo de pro-
ceder de nuestra filosofía, lo único que podemos esperar de ella
es uaa^rnayor estabilidad, si no una mayor verdad.
Mas cuando miramos más allá de los asuntos humanos y de
las propiedades de los cuerpos del entorno; cuando llevamos
nuestras especulaciones a las dos eternidades, antes y después
d e L estado de cosas presente, a la creación y formación del uni-
verso, la existencia y propiedades de los espíritus, las potencias
y facultades del espíritu universal que existe sin comienzo y sin
fin, omnipotente, omnisciente, inmutable, infinito e incompren-
sible, entonces hemos de apartarnos lo más posible de la menor
tendencia al escepticismo para no preocuparnos por el hecho
de haber ido mucho más allá del alcance de nuestras facultades.
E n la medida en que limitamos nuestras especulaciones a los ne-
gocios, la moral, la política o la estética, recurrimos constante-
mente al sentido común y a la experiencia que refuerza nuestras
conclusiones filosóficas y elimina (al menos parcialmente) las sos-
pechas que con tanta justicia tenemos por lo que respecta a
cualquier razonamiento que sea muy sutil y refinado. Mas, en
los razonamientos teológicos, no disfrutamos de esta ventaja. A la
vez que nos entregamos a temas que> hemos de reconocerlo, resul-
tan demasiado grandes para nuestra capacidad y la de cualquier
otro, es necesaria una mayor proximidad a nuestra aprehensión.
La evolución de la filosofía de Hume 181

Somos como forasteros en un país extraño a los que todo les


parece sospechoso y que corren continuamente el peligro de trans-
gredir las leyes y costumbres de las personas con las que viven
y conversan. N o sabemos hasta qué punto debemos confiar en
los métodos ordinarios de razonar, pues, incluso en la vida ordi-
naria y en esa zona especialmenti liada para ellos, no pode-
mos dar razón de los mismos, guiándonos exclusivamente por
una especie de instinto o necesidad de utilizarlos ( D 134-5).
Conclusión

E l sistema filosófico que H u m e había proyectado, inspirándose en


Newton, era una aventura muy incierta. A la hora de aplicar e l método
experimental al pensamiento, sentimiento y acción humanos se plantea-
ron dificultades técnicas abrumadoras. £1 intento de explicar científica-
mente los acontecimientos mentales se vio viciado por un problema inso-
luole creado por el dualismo metafísico que H u m e daba por supuesto.
A u n cuando hubiese podido superar estos problemas metafísicos y me-
todológicos, H u m e habría llegado a la brecha insalvable que separa las
teorías descriptivas, con las que los científicos empíricos explican los
procesos de pensamiento, de las reglas metodológicas, con las que
los lógicos evalúan los productos del pensamiento. Además, cualquier in-
tento de fijar a priori los límites del conocimiento humano, deduciéndolos
de una teoría de la mente, es ajeno a los instintos empiristas de H u m e ;
se trata de una perspectiva que solo le pudo atraer cuando estaba des-
lumhrado por el hechizo de Newton y cuando aún no se había aclarado
y estaba inseguro de sí mismo. L a vertiente escéptica de la naturaleza
de H u m e encontró un medio efectivo de expresión en una exigencia de
consistencia metodológica. A u n cuando H u m e no pudiese demostrar que
las respuestas a determinados interrogantes metafísicos y religiosos fuesen
«claramente inaccesibles al entendimiento» (Ei 11), podría mostrar que
se habían obtenido violando reglas para decidir acerca de los elementos
de juicio y principios de inferencia, aceptados tácitamente en los asun-
tos de la vida ordinaria y respaldados por la historia y la ciencia natural.
Así, recae sobre los teólogos y metafísicos el peso de justificar sus repen-
tinos alejamientos de los modos aceptados de proceder cuando están
en entredicho los factores de vanidad intelectual, miedo, prejuicios adqui-
ridos e interés personal. Se puede decir que, mientras que el mundo
espera una defensa satisfactoria, mientras tanto, las metas críticas de
H u m e han sido conseguidas.
L o s objetivos constructivos de H u m e sufrieron u n cambio similar.
A l principio, pensaba que su filosofía moral, política y estética podría
asentarse sólidamente en una teoría comprensiva de la naturaleza humana.
184 James Noxon

E n el L i b r o I I del Treatise elaboró una acabada psicología de las


emociones de la que habría de derivar explicaciones acerca de la conducta
social en conjunción con su teoría de la mente. L a simpatía es el primer
ejemplo de un mecanismo asociativo al que reduce una amplia gama de
conductas que engloban la ética de las relaciones personales, la responsa-
bilidad social y la experiencia estética. L a s reelaboraciones de sus teorías
psicológicas, morales y 'políticas atestiguan la disolución del sistema ori-
ginal. L a psicología de las pasiones se ve rechazada como fundamento
de la teoría ética — A Dissertation on the Passions, su único libro mo-
nótono y carente de inspiración, es un resumen flojo y seco del L i b r o I I
del Treatise que solo aparece cuando la segunda y última obra éti-
ca de H u m e llevaba ya en prensa nueve años. N o se hace ninguna su-
gerencia en el sentido de que la Dissertation pueda ser de alguna
utilidad para fundamentar un sistema de ciencias morales. Su finalidad,
termina por decir H u m e , es mostrar únicamente que el método experi-
mental se puede aplicar a la psicología de las emociones, empresa por la
que había perdido todo interés, a juzgar por su realización superficial.
An Enquiry Concerning the Principies of Moráis no depende de
ninguna teoría psicológica de la mente o las emociones. E s t á escrita su-
poniendo que los sentimientos, actitudes y juicios morales constituyen
una clase delimitada de fenómenos susceptibles de una investigación in-
dependiente. L a «Simpatía» reasume su significado ordinario de «huma-
nidad y benevolencia» (E2 220 [ T r a d . , pág. 8 4 ] ) y ya no funciona como
un concepto^ primitivo de la psicología para la unificación de las expli-
caciones de Ü s virtudes naturales (personales) y artificiales (sociales).
E l testimonio más decisivo de la disminución del interés que H u m e
sentía por la psicología teórica, se podría encontrar comparando la teoría
de la simpatía del Treatise con la utilización apresurada que hace de
esta idea en el segundo Enquiry. E n el Treatise escribía: «Ninguna cua-
lidad de la naturaleza humana es más notable, tanto por sí misma como
por sus consecuencias, que la tendencia que poseemos a simpatizar con
los demás y a recibir por comunicación sus inclinaciones y sentimientos,
por muy diferentes e incluso contrarios que sean a los nuestros» ( T 316
[ I I 6 7 ] ) . Tras ejemplificar esta cuestión, añade: « U n fenómeno tan
notable merece nuestra atención y debe ser investigado hasta llegar a
sus primeros principios» ( T 317 [ I I 6 7 - 8 ] ) . E n el segundo Enquiry es-
cribe, descartando al parecer su complicada explicación psicológica pri-
mitiva:

N o es necesario extender nuestras investigaciones hasta el


punto de plantearnos por qué poseemos humanidad o senti-
mientos amistosos hacia los demás. Basta con experimentar que
se trata de u n principio de la naturaleza humana. Hemos de de-
tenernos en algún punto en nuestro examen de las causas, y en
toda ciencia hay unos principios generales, más allá de los cua-
La evolución de la filosofía de Hume 185

les no cabe esperar encontrar un principio más general... N o es


probable que estos principios se puedan reducir a otros más
simples y universales, por más intentos que se hayan hecho en
este sentido. Mas, aunque fuese posible, no es cosa que tenga
relación con el presente tema, por lo que podemos tener aquí
tranquilamente por originales tales principios y sentirnos felices
si logramos mostrar todas las consecuencias con suficiente cla-
ridad y lucidez (E2 219 n [ T r a d . , pág. 83]; citado más arriba
en la pág. 99).

Solo una vez en An Enquiry Concerning, the Principies of Moráis


hace H u m e alusión directa a una doctrina de una obra suya anterior, y
es cuando en el Apéndice I insiste sobre el problema discutido en la
Sección inicial: «por lo que respecta a los fundamentos generales de
la Moral, ¿se deriva esta de la Razón o del Sentimiento?» (E2 170
[ T r a d . , pág. 28]). Habiendo reconocido la necesidad de la razón a fin de
encontrar los medios para los fines morales, sigue insistiendo en que la
elección de los fines no se basa en una decisión racional, sino en la prefe-
rencia gobernada por el sentimiento. Recordando la distinción lógica
trazada en el primer Enquiry entre tipos de proposiciones (sintéticas y
analíticas) — « L a Razón juzga o de cuestiones de hecho o de relaciones»
(E2 287 [ T r a d . , pág. 155]; cf. E i 2 5 ) — insta a los racionalistas a mos-
trar que la ofensa moral de la ingratitud es un hecho sensible particular
o una relación lógica inteligible. U n indicio del cambio de interés y mé-
todo que he estado mostrando con documentos es el hecho de que la
doctrina a la que recurre para apoyar su crítica a la ética racionalista
sea de carácter lógico y el hecho de que no intente de nuevo, como
en el Treatise, explicar psicológicamente la confusión que tiene lugar en
este punto en términos de fluctuaciones en la intensidad de las impre-
siones e ideas que oscurecen a veces su distinción ( T 470 [ I I I 28]).
L a Introducción de H u m e a A Treatise of Human Nature finaliza-
ba con una nota discordante aunque profética. Acababa de declarar que
su ciencia experimental de la naturaleza humana suministraría las bases
para avances rápidos en las ciencias sociales. Casi inmediatamente cayó
bruscamente en la cuenta de que los fenómenos que entrañan la acción
humana quedan distorsionados por la manipulación experimental (para
Hume, se trata fundamentalmente de la introspección), por lo que el
conocimiento de la naturaleza y la sociedad humanas ha de alcanzarse
por otros medios: « E n esta ciencia, debemos recoger los experimentos
a partir de una observación cuidadosa de la naturaleza humana, tomán-
dolos tal como aparecen en el curso corriente del mundo por la conducta
de las personas en sociedad, en sus ocupaciones y en sus placeres»
( T xxiii [ I 18-9]). Aunque H u m e perdiera la conciencia de este pro-
blema metodológico y procediese a lo largo del Treatise a realizar sus
«experimentos», es obvio que lo que sabía de la naturaleza humana lo
186 James Noxon

había aprendido por su propia observación y los datos de la historia,


y no por psicología experimental.
L a s obras de madurez de H u m e como filósofo político, los Political
Discourses, no toman nada prestado de la psicología. Naturalmente, le
debe mucho a la penetración psicológica cultivada a lo largo de la inves-
tigación reflexiva acerca del significado de la historia humana. H u m e
se percata de que la aufoexaltación es el motivo que se esconde tras el
recurso de los liberales al contrato social como punto de partida para
limitar las prerrogativas de la monarquía. Se basa exclusivamente en ele-
mentos de juicio históricos para refutar esta doctrina que, desde Locke,
se había convertido en el apoyo fundamental de la ideología liberal,
tanto en Inglaterra como en el extranjero. N o toma en cuenta las con-
sideraciones psicológicas de las que Hobbes había derivado su recons-
trucción hipotética del origen del gobierno. Como en The History of
England, en su ensayo «Del Contrato Original» rechaza la teoría del
contrato social, porque «no está justificada por la historia o la experien-
cia de ninguna época o lugar del mundo. Casi todos los gobiernos que
existen en el presente o de los que tenemos noticias históricas se han
asentado originalmente o en la usurpación o la conquista o en ambas a
la vez, sin que haya habido ninguna ficción de consentimiento libre o
sujeción voluntaria de las gentes» ( G & G I I I 447).
Paso a paso, la ciencia humeana de la naturaleza humana se fue
transformando en una historia de los actos humanos. T a l vez algún día
las verdades .¿cerca del hombre, aprendidas en el L i b r o de los Hechos,
se hagan inteligibles con el sistema de un Newton de las ciencias mora-
les. E s un honor al que H u m e dejó de aspirar tras haber fracasado en
A Treatise of Human Nature. T a l vez se dio cuenta de que los tiempos
no estaban ^maduros para una gran síntesis en psicología. T a l vez lle-
gase a la conclusión de que para tomar decisiones sabias en los asuntos
de la vida diaria y de la política, bastaba con conocer la verdad acer-
ca de los hombres aun cuando no se comprendiese. L o que sí me parece
cierto es que a mitad de su carrera, cuando escribía An Enquiry Con-
cerning Human Understanding, H u m e decidió que el estudioso de la
naturaleza humana tenía más que aprender de la historia que del método
experimental:

L a humanidad es hasta tal punto igual a sí misma en todas


las épocas y lugares, que la historia no nos informa de nada
nuevo o extraño a este respecto. Su utilidad fundamental con-
siste en mostrar los principios constantes y universales de la
naturaleza humana, mostrando al hombre en todo tipo de cir-
cunstancias y situaciones y suministrándonos los materiales a
partir de los cuales formar nuestras observaciones, familiari-
zándonos con las fuentes regulares de la acción y conducta hu-
manas. Estas reseñas de guerras, intrigas, revueltas y revolucio-
Ijt evolución de la filosofía de Hume 187

nes constituyen otras tantas colecciones de experimentos, con


las que el político o el filósofo moral fija los principios de su
ciencia, del mismo modo que el físico o el filósofo natural se
familiariza con la naturaleza de las plantas, minerales y otros
objetos externos a través de los experimentos que hace con
ellos. D e l mismo modo que la tierra, el agua y los otros ele-
mentos examinados por Aristóteles e Hipócrates son semejantes
a los que tenemos en la actualidad ante nuestros ojos, los hom-
bres descritos por Polibio y Tácito lo son a los que gobiernan
el mundo en la actualidad ( E i 83-4).
Indice de nombres*

D'Alembert, Jean de Rond, 82 Clarke, Samuel, 61 n., 67, 74, 77, 77 n.,
Alexander, G . H . , 61 n. 79 n.
Anaxágoras, 75 Clephane, John, 83
Aquino, Santo Tomás, 75 Cohén, I . Bernard, 47 n., 50, 51 n., 52,
Aristóteles, 114 n., 187 54, 60, 66, 72, 78
Arnanld, Antoine, 126 Collins, Anthony, 75
Ayer, sir Alfred Jules, 147-8 Copernico, Nicolás, 41, 52, 111, 114 n.
Cotes, Roger, 41, 57, 59, 60, 61 n., 62,
62 n., 90
Bacon, sir Francis, 44, 45, 77 n., 83, 112 Craig, John, 74
Balguy, John, 74 Cromwell, Oliver, 167 n.
Basson, A. H . , 136, 139, 141, 147 Cudworth, Ralph, 79 n.
Bayle, Pierre, 78, 117
Beattie, James, 31 n., 137, 162
Bentley, Richard, 56, 56 n., 57, 60, 61 n., Descartes, Rene, 17-8, 23-5, 45, 51, 55,
73, 75 57, 59, 60, 68-9, 72, 73, 74, 79 n., 80,
Berkeley, George, 26, 62 n., 62, 83, 83, 126, 127, 135
87 n., 127 Diderot, Denis, 78, 82
Bernouilli, John, 62 n.
Birch, Dr. Thomas, 83
Black, Joseph, 73, 83, 83 n. Edelston, J., 62 n.
Boyle, sir Robert, 53, 56, 72, 73, 74, 82, EUiot, Gilbert. 154
119, 120 Epicuro, 57 n., 164, 166
Brewster, sir David, 54 n. Euclides, 118
Brown, John, 162
Buffon, Georges Louis Led ere, Comde
de, 82 Flamsteed, John, 114
Butler, Joseph, 85, 85 n., 163, 166, 171 Flew, Antony, 31 n., 43, 86 n., 136, 140,
147, 153, 162-3, 171, 173, 174-5, 175 n.,
177-8
Cajori, Florian, 41 n., 53 n., 61 Fontenelle, Bernard le Bovier de, 65 n.
Carolina, princesa de Gales, 61 n. Franklin, Benjamín, 42, 73, 82
Cavendish, Henry, 73
Chappell, V . C , 43, 87 n., 141, 147 n.
Cherbury, lord Herbert, 74 Galileo, 41, 44-5, 47, 111, 112, 114 n.,
Cheyne, Dr. George, 74, 77, 77 n., 88 122, 124
Cicerón, 87 n. Gardiner, P. L., 43 n.

* Se incluyen también aquí las refera is a adjetivos derivados de nombres, como


'copernicano', newtoniano', 'cartesiano', etc. '. del T.)
190 Indice de nombres

Gay, John, 83 Leibniz, Gottfried Wilhelm, 54-5, 59, 63,


Gibbon, Edward, 162 69, 83
Green, T. H„ 14, 74, 86 n., 162 Leroy, André, 27
Greig, J . Y . T., 14, 77 n. Locke, John, 17, 52, 74, 78, 79 n., 87 n.,
Grose, T. H., 14, 74, 86 n., 162, 163 116, 119, 125, 126, 127, 135, 138, 144,
Guericke, Otto von, 124 186
Guerlac, Henry, 83 n. Lucas, Peter G . , 117 n.

Hall, Marie Boas, 69 n. Maclaurin, Colin, 77, 77 n., 78 n., 84, 88,
Hall, Rupert A., 69 n. 107, 107 n.
Halley, Edmund, 52, 55, 73, 112, 114 MacNabb, D. G . C , 136
Hartley, David, 83, 125 Malebranche, Nicolás, 79 n., 83, 135
Hatsoecker, Nicolás, 59, 62 María, reina de Escocia, 171 n.
Helmer, Olaf, 54 n. Mersenne, Marín, 45
Hendel, Charles H., 43, 136 Mili, John Stuart, 89, 162
Hertford, lord, 82 Millar, Andrew, 83, 83 n.
Hipócrates, 187 Mi 11er, Perry, 56 n.
Hobbes, Thomas, 15, 45, 55-6, 119, 125, More, Henry, 60
186 More, Louis Trenchard, 53 n., 54 n., 61
Home, Henry (lord Kames), 85 n. Mossner, Ernest Campbell, 17, 77 n.,
Hook, Sidney, 86 n. 85 n., 87 n., 162
Hooke, Robert, 49, 50, 66 n., 73, 112, Motte, Andrew, 41 n., 53 n.
119
Hurd, D. L., 83 n.
Hurlbutt, Robert H., 61, 62 n., 87, 89, Newton, sir Isaac, 17, 22; Partes I I y I I I ,
107 passim, 125, 135, 162, 183, 186
Hutcheson, Francos, 74 Norris, John, 126
Huxley, T. H., 162 Norton, David Fate, 171, 171 n., 179
Huyghens, Chrfftiaan, 41, 49, 67, 73, 114,
122
Oldenburg, Henry, 48, 54
Ovidio, 115
Isabel I , reina, 171 n.

Pardies, Ignace Gastón, 51


Jessop, T. E., 43 Passmore, J . A., 18 n., 42-3, 77 n., 81,
88, 89, 91, 94-5, 100, 120, 135, 144,
175 n.
Kant, Immanuel, 56, 117, 135, 164 Pears, D. F., 43 n.
Keill, John, 62 n. Pemberton, Henry, 41 n., 78
Kepler, Johannes, 41, 112, 114 Plotino, 107 n.
Kipling, J. J., 83 n. Polibio, 187
Konvitz, Milton R., 86 n. Popkin, Richard H., 171 n.
Koyré, Alexandre, 52 n., 55 n., 57, Price, H . H . , 147
61-2 n„ 66 n , 101 Price, Richard, 74
Kraft, Victor, 148 n. Prichard, H . A., 145
Kuhn, Thomas S., 50 n. Priesdy, Joseph, 73
Ptolomeo, 114 n.

Laird, John, 145


Laplace, Pierre Simón, 53 Randall, John, 87, 87 n., 135, 162
Lazerowitz, Morris, 141 Reid, Thomas, 31 n., 143
Lee, Donald S., 148 n., 147 n., 148 n. Rigaud, Stephen, 52 n.
Indice de nombres

Roberval, 62 Tindal, Mathew, 75


Robinson, J. A., 147 n. Toland, John, 75
Tonson, 68 n.

Selby-Bigge, L . A., 13, 31 n., 153, 161,


163 Voltaire, 78
Smith, Norman Kemp, 34, 42, 77 n., 78,
117, 134, 135, 162, 163
Spinoza, Benito (Baruch), 45, 56, 83 Warburton, William, 75, 85, 162
Stanhope, lord Philip, 83 n., 84 n., 118 Weyl, Hermann, 53
Stephen, sir Leslie, 171 Whiston, William, 74, 77
Stewart, John B., 31 n., 153 Wittgenstein, Ludwig, 94
Strahan, William, 84 n. Wolheim, Richard, 85 n.
Swift, Jonathan, 75 Wollaston, William, 74
Woolston, Thomas, 75
Wren, Christopher, 112
Tácito, 187
Taylor, A. E . , 86, 86 n., 135, 161-2, 173,
174-5, 175 n. Zenón de Elea, 78, 117
Indice de temas

Algebra (véase Matemáticas) Ética (véase Moral)


Análisis filosófico de Hume, 23, 34-3, 39, Existencia, idea de, 31, 40, 137, 155, 164
85, 131-2, 134-5, 137, 13940, 145,
147-8, 152, 155, 159-60, 176
Analogía, argumento por ,59, 64, 67-8, Geometría (véase Matemáticas)
71-6. 90, 95, 104-17, 165, 177 Gravitación, 34, 42-4, 45, 50, 52-64, 67,
Aritmética (véase Matemáticas) 68, 70-3, 76, 79 n., 81, 81 n„ 89, 91,
Asociación de ideas, 21, 31, 32, 34, 36, 97, 100, 101, 104-5, 113-5, 121, 122
42-4, 89-97, 105, 116, 120, 121, 122,
133-5, 137-8, 146, 156, 158, 184
Hipótesis, 37, 44-73, 79 n., 81, 84, 88,
95-104, 1204
Causalidad, 25, 31, 34-5, 39, 40, 58, 60, Historia, 13, 33, 37-8, 83, 121, 171-2,
624, 68, 69, 70, 73, 88-111, 116, 131, 174, 177, 179, 180-1, 193, 196-7
132, 137, 142, 143, 157, 158, 161, 164-6,
177, 180
Cosmológico, argumento, 40, 68, 164 Identidad personal, 28, 32, 145, 161
Creencia, 21-2, 24-8, 32, 96, 105-6, 123, Imaginación, 21, 31, 93-6, 117, 15*6,
131, 132, 137, 149; Parte V , passim 161, 164, 178
Cristianismo, 40, 56, 75-6, 88, 138, 168-75, Inducción, 21, 49, 58-9, 89, 95, 100-2,
181 105, 112-6, 142, 156
Critica (véase Estética) Inmortalidad del alma, 30, 40, 86, 104,
164-9, 1734

Dios, 55, 60, 61-4, 68-70, 73-6, 81, 86,


96, 97, 98, 99-103, 109-11, 123, 164-5, Lenguaje, 131-2, 1334
177 Lógica, 20-2, 29, 91, 95, 130, 132, 151,
152, 155, 164, 176, 186

Epistemología, 16, 21, 75, 89, 112, 122,


123-36, 139, 149-50, 151, 155, 159-61, Matemáticas, 19, 21, 22, 32, 39, 41-6, 49,
177 52-3, 56, 64-5, 72, 76, 78, 83 n., 112-8,
Escepticismo, 18, 23, 24-30, 32, 40, 82, 122, 151
84, 88, 94, 103, 107 n., 110-2, 126, Metafísica, 18, 18 n., 22-8, 31-5, 55, 61,
138, 152, 157-8, 168, 170, 172-3, 178, 68-9, 84, 90, 101, 123, 126, 132, 135-6,
181, 183 137, 139, 141. 144-5, 154, 155, 177,
Espacio, 31, 39, 116-8, 137 181, 183
Estética, 16, 19-21, 28, 29, 33-4, 39, 46, Milagros, 30. 34, 40, 60, 62, 75. 161,
151, 181, 183-4 163, 170-5, 177. 179, 180, 181
194 Indice de lemas

Moral y filosofía moral, 16, 18-21, 28, Relaciones, teoría humeana de las, 31,
29, 30, 32, 33, 40, 46, 73-4, 83-4, 101, 116, 142, 159
131, 139, 151, 153, 166, 183-5 Religión, natural y revelada, y creencia
religiosa, 15-6, 19, 21, 28, 34, 3940,
46, 55-7, 60-4, 67-70, 73-6, 78, 79-82,
Naturaleza humana, ciencia o teoría de 83, 84-6, 99, 101-5, 106-12, 129, 139,
Hume sobre la, 16-7, 18, 18 n., 19-23, 151, 152, 156, 160; Parte V , seccio-
27-8, 33, 37, 91, 125, 137-9, 151-2, 155, nes 3 y 4, 183
159, 166, 169, 174, 176, 180, 183-7
Significado, criterio humeano de, 31, 32,
35, 131, 1334, 137, 13849
Ontológico, argumento, 40, 69, 164, 181, Simpatía, doctrina de la, 21, 34, 36-7, 95,
1834, 186 98, 166, 184-6
Sociedad Real, 48, 49, 50, 52, 53, 82, 87,
119, 121
Política y filosofía política, 15, 19-21, 28, Sustancia, 31, 32, 40, 49, 126, 147, 164,
29, 33, 37, 46, 83, 151 165
Principio de la copia, 32-3, 117, 131;
Parte I V , secciones 3 y 4
Teleológico, argumento, 34, 40, 56, 604,
Probabilidad, 31, 105, 115, 160, 171-2,
177, 179, 181 75-6, 86-7, 101-12, 163-70
Psicologismo supuesto de Hume, 22-3, 33, Teología (véase Religión)
Tiempo, 30, 39, 116-8, 137
90-6, 130-2, 134-5, 146-50, 154, 161,
175-7, 178-9
Psicología, 15-6, 20-3, 28, 32-8, 46, 88, Uniformidad de la naturaleza, 24, 58, 89,
90-1, 95, 98, 105, 115, 121-2, 128, 90, 170, 178
129; Parte I V , sección 2, 139, 146,
147, 152, 155-61, 176, 178-9, 184-7 Yo, idea del, 32, 40, 105, 120-1, 144

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