Filosofia y Terror - León Rozitchner
Filosofia y Terror - León Rozitchner
Filosofia y Terror - León Rozitchner
León Rozitchner
1) El «fantasma» de la transformación social que, temido para muchos, recorría
Latinoamérica, fue aparentemente contenido. Una realidad de terror y muerte ocupa
siniestramente, en gran parte de su geografía, su lugar.
¿Qué significa, entre otros tantos quehaceres, «hacer» filosofía entre quienes tenemos
el privilegio de mantener la vida cuando tantos otros la perdieron? ¿Qué significa, en
estas condiciones, pensar?
2) El pensar filosófico se mueve a nivel de la representación, tratando de expresar
simbólicamente las condiciones de lo real. Intenta elaborar y reducir una distancia, esa
que nos separa de la realidad. Pero al mismo tiempo pretende proporcionar el modo de
salvarla: debe, tal es su destino, promover entre los hombres una acción eficaz y enfrentar
las contradicciones que la representación convencional -diríamos ideológica- trata de
ocultar. La filosofía, así encarada, aspira a descubrirnos las articulaciones fundamentales
de lo real.
3) El problema técnico: en filosofía parecería que todo consiste en pasar de la
representación al concepto. La representación, por definición, se mueve al nivel de la
apariencia; el concepto lo hace en cambio en el de la esencia de lo real. Se trata, dirán
algunos, de pasar de la ideología a la ciencia, es decir del enunciado falaz, alusivo, opaco
o ingenuo, al de la transparencia sin velos de la verdad. Este problema del tránsito, inocente
en su apariencia, sería fácil de enfrentar: no es más que un acto -praxis teórica- del
pensamiento: pasar de la representación al concepto es un «salto» -salto epistemológico,
del vacío al lleno de la ciencia-, el único necesario que, idealidad de la palabra, nos permite
acceder a situamos en condiciones de expresar por fin la verdad. La propedéutica es
también pedagogía precisa: así el que piensa pasa de un texto al otro, de un autor al de
más allá, y lee en el uno la representación superada por los demás. Así se pasa, por
ejemplo, de Kant a Hegel, de Hegel a Marx. El concepto filosófico, lo concreto real pensado
-piensan- fue alcanzado por fin. Casi somos su presencia eminente que habla por nosotros:
el que «hace» filosofía enuncia así, cree, en su repetición, la verdad. Solo que decepción,
no siempre compartida, la verdad en tanto camino eficaz abierto hacia la realidad está
ausente de este campo, y seguimos, pese a todo, manteniéndonos en la «representación»
del concepto, representación de una representación, distancia redoblada en el nuevo
recudimiento. Porque una distancia permanece, aquella que ningún salto teórico permite
cubrir: la que liga la carne del hombre que piensa a las condiciones históricas de su
realidad, esas que marcan con toda precisión los límites de su pensar, y cuyo contenido
está ausente de su reflexión formal. Son estos límites precisos los que en el transito, como
recubrimiento de una distancia que el salto no salvó, siguen encubiertos y ocultos en el
momento mismo en que, por su decisión de radicalidad, nos confesaba enfrentar.
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4) Esta separación entre representación y concepto, entre apariencia y realidad –
aparenta por medio del pensar, ir más allá de donde efectivamente estoy-, si se halla en el
campo de la filosofía como distancia, es porque no se trata sólo de algo exterior que
deben transitar los demás: es porque previamente está presente como lo impensado y
reprimido aun en la densidad misma de la trama social. Supone pues una conquista, la
apertura de un nuevo campo de visibilidad y de contradicción en uno mismo, para
comenzar, desde él, a ejercer el poder efectivo de pensar. Pensar no es sólo enunciar una
idea: es roturar un cuerpo. Sólo manteniéndonos en la distancia sostenida por la
representación –aunque sea llamada «verdadera» y «científica»- el dominio de este «poder
pensar» parecería ser un acto de conquista, conquista para la conciencia, sin obstáculo
real. Mutación interior que la palabra alcanza, sin embargo aquí tampoco reside la certeza:
hasta el mismo inconsciente habla y dice la verdad del amo. Tenemos, sí, nuevos conceptos,
hasta hemos adquirido un discurso particular y distintivo de este acceso, habitamos un
nuevo campo discursivo, pero este tener solo transforma una vez más la apariencia: no
afecta al ser que dice pensar, ahora sí, la nueva verdad. ¿Sería acaso la filosofía entonces
el único ámbito humano en el cual el límite y el riesgo de la muerte, fue radiada y por fin
eludida en el pensar que – astucia al fin de una nueva infinitud laica y hasta
«revolucionaria»- nos sitúa dentro de la realidad, fuera de ella?
5) Dentro-fuera: el límite sin embargo permanece. El tránsito de la representación a
la realidad no se abre sólo cuando accedemos al «concepto», es decir a una formulación
racional más fina y sutil. Implica, por el contrario, la recuperación y la visibilidad de una
distancia que el discurso, moviéndose sólo en su universo, no toca; entre el sujeto que
piensa y el mundo, entre lo simbolizado y lo real. La distancia entre la «representación»
y el «concepto», distancia entre ideas en el campo de la conciencia subjetiva es, en realidad,
distancia entre el sujeto que las enuncia y la realidad, temida, que da qué pensar. Y abre
por lo tanto la necesidad de una nueva conquista, cualitativamente diferente a aquella
otra que se creyó de un salto salvar: entre su persona y el mundo, entre el sujeto y la
contundencia sentida y temida de la intemperie de la realidad.
Y nos preguntamos: ¿Qué es lo que impide transformar la distancia subjetiva, de
interior a interior, desdeñada como algo psicológico y meramente personal, como si no
tuviera nada que ver con esa otra que el discurso expresa como habiéndola salvado ya ?
¿No será que en esta distancia, desdeñada, considerada como puramente interior y
residual, se esconde una determinación externa y social más profunda, tal vez la que mas
duele, y que no queremos jugar? Aventuramos: tanto hacia dentro como hacia fuera sólo
hay un obstáculo primordial: la presencia del terror y la muerte, si osáramos ir más allá.
6) Tarea de nunca acabar: se ha roto una vez más en Latinoamérica la distancia entre
la palabra y lo que ella enuncia, cuyo sentido no queda limitado a la coherencia entre
conceptos. La puesta a prueba de la palabra -su verificación- rompe el campo discursivo
filosófico entre filósofos, porque ahora es el poder político militar el que la verifica como
adecuada o no, como verdadera o falsa. Y estalla la contradicción: en el interior mismo de
la filosofía, aunque sin confesarlo, es ese el límite real dentro del cual se mueve el
pensamiento, el verdadero horizonte implícito de toda verificación. Claro está, este límite
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no cae dentro de la enunciación. Por eso una vez más, comprobamos ahora, la palabra se
halla enlazada con la presencia real de la muerte y el terror que la limita: al delimitar se
calla lo esencial, aunque se sigue en uso de la palabra.
El fundamento de la palabra que el filósofo usa cuando enuncia encuentra su
verificación en el riesgo de la muerte y el terror con el cual el sistema, que no se paga de
palabras, impone su negación que cae fuera y más allá del discurso: lo desborda grabando
en el cuerpo -tortura y muerte-su no. Inscribe su no en el cuerpo del que piensa, pirograba
en la carne -¿junco pensante?- la negación del ser que se atreve a poner en juego la injusticia
y la contradicción, no entre «representación» y «concepto» sino entre concepto y realidad.
Esta negación material, no ya simbólica, de la realidad del otro, la fuerza del que no
quiere abandonar su privilegio que se nutre de la vida de los demás, barre de golpe y de
pronto todos los niveles de su vida encubierta en la representación política y se agota,
simplificándose, en su lisa y llana destrucción material. Sucede que cuando la negación
simbólica del enunciado filosófico, que es negación de un sistema de vida, se expresa
como la manifestación teórica de la contradicción vivida y elabora entonces para los demás
hombres, no sólo para los filósofos, un nuevo campo de debate y de visibilidad, de duda
y de acción, es allí donde el poder de la fuerza sin razón alcanza el máximo de su verdad
y salta de la representación, no al concepto pensado sino que retrocede hacia su
fundamento antes inconfesado: el terror. Ahora barre al mismo tiempo con la muerte no
sólo a la expresión sino a quienes se expresan: aniquila, impune, el lugar humano de su
elaboración. Y se expresa, sin distancia, como pura fuerza, como fuerza sin razón: como
la desnuda razón de la fuerza. Es la muerte la que anida, descubrimos, en última instancia,
en el encubrimiento de la verdad. Se descubre, tal vez tardíamente, que era la guerra y el
terror lo que estaba también presente, aunque no dicho, callado e implícito, impronunciado
porque temido, en el discurso filosófico. Y el que habitualmente piensa es un ser que,
preservándose, está instalado en él porque declinó su resistencia, y confunde el campo
de la tregua del discurso limitado con el de la paz perpetua. Era la guerra la que se quería
evitar en el tránsito pensado de la representación al concepto, promoción y osadía ideal
que en el momento mismo en que la declaramos como triunfo encubre y calla una derrota,
porque es la misma que vuelve a aparecer -se puede hacer la prueba- cuando se liga el
concepto a las condiciones de la historia real. El terror es la razón terminal con la que el
poder político, económico y militar en Latinoamérica define y resuelve tajantemente la
contradicción, y se da la razón de su permanencia.
7) Un ejemplo. La actividad filosófica cuando abandona la descripción de los sistemas
o las «cuestiones de método» y se preocupa por pensar y expresar los métodos de la
dominación social, rompe la distancia que separa la razón del mero pensar, toma como
objeto la razón que organiza la materialidad de lo real, y piensa ambas verificándolas en
la contradicción social. Pero entonces la respuesta a cuestión planteada no viene sólo de
la filosofía, como refutación sino desde el sistema político, económico y militar, como
terror.
Cuando un escritor denuncia el crimen diciendo a los que se sostienen en el poder
por la fuerza de las armas: «Estas son las reflexiones que ... he querido hacerles llegar, sin
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esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso
que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en los momentos difíciles...»(Rodolfo
Walsh), y por el hecho de enunciar su palabra desaparece asesinado, ¿no surge de aquí al
menos para nosotros los latinoamericanos, que debemos mantener viva la palabra que el
terror mata, y ampliar la de aquel que por reflexionar y dar qué pensar perdió la suya?
Porque también la filosofía, si piensa la verdad, debe «dar testimonio», como Walsh, del
compromiso con la realidad «en los momentos difíciles». Y debe pensar, entonces,
haciendo frente al terror que acalla la palabra de aquellos que enunciaban, por su
intermedio, una verdad mortal.
En momentos de profundización de las contradicciones y de crisis, como ahora entre
nosotros, preguntarnos por las condiciones del pensamiento filosófico significa
preguntarse por la esencia de la reflexión y, porto tanto, por la esencia de la filosofía que
el terror contraponiéndose como respuesta, trata de coartar. Una vez más: es la guerra la
que anida en la verdad, y quien la enuncia es, a su manera, un combatiente. Estamos lejos
del sospechoso respeto que se mantenía en la historia escolar de la filosofía, para la cual
el filósofo se pensaba, como decía Husserl, un funcionario de la Humanidad. La política,
pasando también ella, como vimos, de la representación al terror, quiere convertir a todos
en burócratas de su estado. Faltos de asumir el riesgo, ¿seremos de aquí en más, aunque
nos creamos situados lejos de él, sólo Burócratas de la Humanidad?
8) La razón de lo real: cuando la contradicción social emerge visible para todos, y se
muestra en su fundamento represivo que es preciso enfrentar, también aflora en su verdad
visible la razón que estaba encubierta. Todo disimulo ha sido barrido: el terror aparece
como respuesta allí donde el saber se hace explícitamente saber de la dependencia Por
eso el terror debe aparecer, porque lo suyo no es sino un nivel mas en la profundización
del discurso que la representación encubría: mide con toda certeza hasta qué punto se
profundizó, hasta su despertar real, la resistencia contra lo reprimido. Y el represor acude
ahora, aterrorizado él mismo, directamente a la muerte. En el campo de la política real
nuestro, los militares no pasan de la representación al concepto: la razón del discurso,
antes benevolente, se retrotrae a su fundamento, que es el terror. Retorna al acto súbito
de la tortura, como interiorización de su ley, o de su fracaso, que es la muerte. Avanza así
delimitando así las áreas personales de lo que debe ser ejercido y lo que no. El terror
habla ahora claro y dice su verdad oculta habitualmente en la representación política:
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El terror no se detiene, tal es su objetivo, hasta aniquilar a todos aquellos que no se hayan
identificado con el asesino, es decir que al menos no hayan interiorizado profundamente,
como límite, la temida muerte en su más profunda subjetividad. Así el terror revela el
fundamento de este modo de vida social, su verdadero cimiento antes encubierto en la
esperanza representada en la vida histórica donde la palabra convincente permitía pasar
del «error», se decía, a la «verdad». ¿Estará acaso el filósofo situado más allá de la angustia
de muerte con la que Freud describió los límites de toda conciencia si osara ir más allá de
la represión que la atenaza? Cada uno de nosotros descubre, con el riesgo de su vida, el
fundamento y los límites de la sociedad civil que pasa a militar.
Conclusiones
—Pensar es enfrentar en uno mismo los impedimentos que nos mantienen en la mera y
hueca representación, porque expresar la verdad y pensarla implica despertar previamente
en uno mismo -y vencerla para poder hablar- la angustia de muerte que viniendo desde
las profundidades de uno mismo coincide con aquella que llega desde el poder represor.
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—La memoria del filósofo no es la de los «temas», sino la de las presencias y de las
ausencias reales en el campo de la vida. El filósofo, al pensar la verdad hasta su extremo
límite, ocupa el lugar de aquellos que, por carecer de ese privilegio, no accedieron o
perdieron la palabra y la vida. Hasta ayer, ingenuamente, sólo decíamos: hablamos por
los que no tienen la palabra. Hoy corregimos: prolongamos la palabra de aquellos que la
perdieron por haberla dicho, o porque sus actos desbarataban realmente el decurso -no
el discurso- del poder. Hay una genealogía de la verdad que nos hermana no sólo a las
ideas sino a la vida y a los actos de los demás.
—El que en verdad piensa es, en Latinoamérica, un sobreviviente. Vive sabiendo que
salvo su vida o por no decir la verdad o por haber podido eludir a tiempo, hasta ahora,
las condiciones del terror. Si sobrevive quiere decir: vive un tiempo excedente, un exceso
de tiempo, un tiempo suplementario, y su vida tiene de aquí en más sólo un sentido: dar
testimonio, para todos, de aquello que el terror lleva a ocultar. Sobreviviente del campo
de concentración latinoamericano, está convocado a denunciar y analizar las condiciones
del crimen y del terror mostrando qué contradicción humana, dominable, la produce. Y
mantener presente la conciencia que la elude que se la debe y se la puede enfrentar.
—La filosofía, que oculta la muerte que sostiene su representación, ¿puede seguir
haciéndose la tonta cuando la política rompió el limite de toda representación y se presenta
desnudamente como terror? Pensar las condiciones de la verdad en filosofía es alcanzar
en el hombre que piensa el fundamento donde se refugia en él mismo el núcleo de terror,
la muerte interiorizada, como su propio límite.
—La verdad en la filosofía tiene su criterio de verificación fuera de ella: cuando el filósofo
es eficaz se lo suprime. Intención realizada o no por el terror, permanece unida en él
necesariamente a su destino. Y el destino - destinado a decir la verdad- es lo que el filósofo
no puede eludir sin ponerse fuera de lo que pretende expresar: la verdad de su «verdad».
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