ESTUDIOS EN ROMANOS (Rev)
ESTUDIOS EN ROMANOS (Rev)
ESTUDIOS EN ROMANOS (Rev)
EN
ROMANOS
EL EXODO
DE LOS
HIJOS DE DIOS
Mary M. Body
1
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo
PREFACIO
2
Kansas City, Missouri, EUA
El año 1.940
(2 Corintios 9:10).
La Autora
1.988
Recomendamos a nuestros lectores que lean esta edición en
Castellano repetidas veces.
De seguro que ella arrojará luz y Verdad en la mente y el corazón.
3
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ROMANOS
EL ÉXODO DE LOS HIJOS DE DIOS
INTRODUCCIÓN
No podríamos decir con exactitud que el orden de los libros en la Biblia es inspirado, sin embargo
parece ser, como si el Espíritu de Dios estuviera controlando su colocación. La posición del libro de
Romanos, por ejemplo, casi justifica nuestro dicho de que fue puesto allí por providencia divina. En
realidad, todo el Nuevo Testamento, tanto como el Antiguo, evidencian un cuidadoso y consecutivo
orden, lo cual nosotros no estamos dispuestos a creer que fue por casualidad. En los registros
evangélicos, vemos el principio del maravilloso plan de Dios para la salvación del hombre. Dios
está allí visto como colocando el fundamento de su casa eterna en la vida, muerte y resurrección de
Jesucristo. En los Hechos de los Apóstoles vemos la estructura, la casa misma, la Iglesia del Dios
viviente, en vía de construcción. Mientras en las epístolas de Pablo, los hijos están enseñados cómo
comportarse en la casa. La primera necesidad de tal comportamiento es que ellos se sientan
cómodos en el hogar: que actúan simplemente como niños en la casa de su padre. Por lo tanto la
primera carta, el libro de Romanos, nos informa exactamente sobre qué base esto puede ser
realizado.
Ahora, para un niño mendigo y vagabundo de la calle, sería tarea muy difícil conformarse a los
requerimientos de una mansión y sentirse cómodo dentro de ella. Para tal niño sería mucho más
confortable un galpón o un establo que un lujoso palacio. Allí se sentiría mucho más cómodo en ese
ambiente que un pecador en la presencia de Dios, a menos que un cambio se produzca en él y éste
conozca tal cambio. Ahora Dios quiere que sus hijos se sientan perfectamente cómodos en su
presencia, sin recelo alguno como teniendo derecho a su casa, cada cosa debe ser clara, completa,
permanente, y justamente arreglada entre el pecador y Dios. Además, los hijos deben conocer todo
acerca del medio ambiente. Su propia comodidad y felicidad lo demandan. Ellos deben conocer
sobre qué fundamento están de pie delante de Dios; cómo es que ellos que han sido nacidos de la
carne, lo cual es enemistad contra Dios, pueden ahora ser nacidos del Espíritu: nacido de Dios y
traídos a su presencia. Y ellos nunca se sentirán cómodos, seguros y felices en su nueva
circunstancia, tomando libertades en la casa de su padre, hasta que ellos aprendan toda la verdad
concerniente al gran cambio, lo cual ha tomado lugar en su naturaleza y medio ambiente.
EL HIJO PRÓDIGO
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tan confortable, tan satisfecho y libre de cuidado? ¿Por qué está en paz? Porque su padre está al
tanto de todo, de lo que le había ocurrido cuando estaba lejos de él.
El Padre sabía a qué estado de bajeza había llegado y la profundidad de la depravación en la que él
se había sumergido, y el hijo sabía que su padre conocía esto. No hay nada, ninguna cosa de la cual
él haya sido culpable, ni del fango en que se haya revolcado sin que su padre no se haya enterado.
Esto es lo que le hace tranquilo, feliz, y con paz. Podemos verdaderamente decir que paz es su
segundo nombre. No hay nada encubierto, ni engaño, ni tampoco excusa o pretexto artificioso para
evadir algún compromiso. Su padre conoce mucho más acerca de él que lo que él conoce de sí
mismo; así que ¿Por qué preocuparse? Toda la culpa y el pecado ha sido confesado y borrado para
siempre. Él está en el hogar.
Esta es una débil ilustración de la posición en la cual los hijos de Dios son traídos por el evangelio
de Su gracia. Y esta carta a los Romanos nos cuenta todo acerca de nosotros, que Él ha sondeado lo
más hondo del degenerado corazón del hombre.
Él nos informa que toda la depravación de nuestro corazón, pecaminoso con todos los pecados que
hemos cometido, han sido completamente expiados con la muerte de nuestro Señor Jesucristo, (Él
cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación) (Romanos
4:25). Todo esto, y mucho más el libro de Romanos nos informa.
DIVISIÓN UNO
Capítulo Uno
Pablo es el escritor de esta carta. Es la primera en orden, tanto como la más grande en extensión de
todas sus epístolas. La posición con relación a las otras es como a los radios en una rueda. Toda la
esencia de las otras cartas están incorporadas en ésta; por lo tanto podemos decir, que es el
“génesis” de los escritos de Pablo. Merece un muy cuidadoso y minucioso análisis, como todas las
cartas del Apóstol. Entramos en nuestro propio elemento, cuando estudiamos cualquiera de los
escritos de Pablo; porque ellos fueron escritos directamente a nosotros, y la mayor parte acerca de
nosotros, la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil…
(2ªTimoteo 3: 16). Pero no toda principalmente se refiere a nosotros en los escritos de este apóstol.
Estos son nuestra propia porción particular en la tesorería del amor de Dios, la puerta de la cual el
Espíritu Santo abrirá cuando se lo solicite.
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He aquí que en estas cartas especiales, Pablo es el mensajero especial de Dios a nosotros, un pueblo
especial con un propósito especial, en un tiempo especial. Tenga en cuenta esta realidad: ellas son
“cartas” de nuestro Padre.
La cortesía común demanda que leamos las cartas de un amigo terrenal hasta obtener un
entendimiento de su contenido. Cuanto más estas cartas de nuestro Padre celestial que contienen
seguras doctrinas, la revelación de las cuales es esencial para nuestro consuelo y edificación. Sin
embargo estas bendiciones y privilegios con relación a la Iglesia son inagotables en las revelaciones
de Pablo. La extensión de sus escritos, en cuanto a tiempo y pueblo, trasciende mucho más a todas
las otras Escrituras. Él nos dice de todas sus revelaciones además de los misterios escondidos en
ellas, de los cuales, aun aquellos que escribieron fueron ignorantes. Estos propósitos revelados no
son confinados al cielo ni a un pueblo celestial, pero abarca la tierra y el universo entero en su
dimensión. Él no está limitado aun a las edades en su visión, pero revela los propósitos formados
antes de la fundación del mundo, y que no serán completados hasta que los tiempos y edades no
sean más. La dimensión de su revelación alcanza un punto mucho más que antes de lo relatado en
Génesis, y alcanza un periodo mucho más allá que la visión final de Juan en el Apocalipsis.
Creemos que el Espíritu Santo es la sabiduría y poder de su colocación, orden y exactitud, tanto
como de su inspiración, cuyas realidades serán prontamente notadas cuando sean diligentemente
estudiadas.
Pablo escribió nueve epístolas a la Iglesia; siete de ellas a siete asambleas, cuatro a sus amigos, y
uno a su pueblo (Los Hebreos), completando catorce epístolas en total. Romanos viene primero de
todas ellas (bien que no fue escrita en este orden), porque contiene el fundamento de nuestra
salvación por la fe. Dios siempre pone las primeras cosas primero. En esta epístola él pone su hacha
a la raíz y voltea completamente al árbol viejo (la vieja creación), luego coloca un buen fundamento
sobre el cual edifica su estructura de verdad para la nueva creación.
EL TEMA EN ROMANOS
El tema de esta carta fundamental es “el Evangelio de Dios”; pues es una proclamación al mundo
por Aquel quien de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). Estas alegres nuevas están
aquí desarrolladas desde todo punto de vista: a quienes corresponden, y cuáles son sus propósitos
tanto como su resultado a los hijos de los hombres. Pablo se llamó a sí mismo siervo de Jesucristo,
dando prioridad en esta primera carta a su feliz servicio de amor, dando un lugar secundario a su
título oficial “apóstol”, porque Cristo está aquí manifestado como El siervo, quien vino para hacer
la voluntad de su Padre. Pablo está separado para este evangelio a declarar a todo el mundo, al cual
él es deudor en amor, la misericordia y bendiciones las cuales están contenidas en el. El Evangelio
de Dios es aquí manifestado concerniente al Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, quien fue
manifiestamente divino y humano.
LA SALUTACIÓN
Esta carta fue escrita a la Iglesia, los amados de Dios, llamados…santos. La versión revisada añade
las palabras …a ser... las cuales no existen en el original. Ellas debilitan la salutación arriba
mencionada. Si yo soy llamado a ser santo, puedo fracasar en calificarme; pero si soy santo por el
solo hecho de mi llamamiento, entonces soy santo, tan seguro como que soy cristiano. Santo quiere
decir “uno santo”; por consiguiente soy santo por el hecho que soy nacido de Dios: nacido de aquel
Santo. Si recibiéramos una carta hoy de Roma, recibiríamos una versión muy diferente de lo que
ellos consideran que es un santo. Ellos encuentran difícil señalar a sus santos. Sus nombres son
generalmente anunciados después de haber trascurrido varios años de su muerte, cuando sus
memorias, igual que el vino, han suavizado un poco. Ellos esperan hasta que los hombres que
fueron conocidos de aquellos hayan pasado de escena, para que todos sus defectos y fracasos sean
olvidados; pero aun ella hace algunas selecciones pobres como la historia testifica.
Cuán vastamente opuesta es la verdad en cuanto a los santos de Dios. Él informa a su pueblo de su
llamamiento santo, su carácter separado, y luego los espera a vivir en conformidad a su exaltada
posición. El los llama santos antes que ellos actúen santamente y nunca invierte el orden. El apóstol
ensalza a estos santos en Roma. Su fe es predicada en todo el mundo (v. 8). El deseaba visitar y
ayudarles en su vida cristiana. El deseaba verles e impartirles su evangelio de la gracia de Dios, con
el fin de establecerles. ¿No es esta una declaración maravillosa? Estos santos, a pesar de su fe
conocida en todo el mundo, todavía necesitaron escuchar el Evangelio de Pablo para ser
establecidos. ¿Puede Usted culparnos entonces por enfatizar sus escritos, cuando los santos no son
capaces de afrontar y resistir las asechanzas de Satanás sin un conocimiento de ellos? ¿Y cuál fué el
motivo de su celo? Escúchele, a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor (v. 14).
Es decir, él debía algo a todo hombre y quería pagar aquella deuda de amor. Dios había puesto a
Pablo en débito a todos los hombres por entregarle un evangelio destinado para todo hombre; y que
todo hombre lo necesita. Cualquier bendición que recibimos de Dios nos hace deudor a otros y en la
medida que recibimos debemos dar. Dios quiere canales y no estanques. Estas últimas llegan a ser
estancadas y peores que inútiles.
El Evangelio de Pablo es para toda la humanidad. Nivela a todos los hombres. Nadie es demasiado
bajo ni degradado, ni demasiado alto o exaltado para no venir dentro de su esfera. Alcanza a todos
los hombres dónde estén y cómo estén. Por lo tanto Pablo está listo, con todo el poder que tiene, a
predicar el evangelio a todos los santos que están en Roma. ¿Qué piensa usted de esto? ¿Predicar el
“evangelio” a los santos? Pero el evangelio es para pecadores arguye la gente. Bueno, es mejor que
cambiemos nuestro pensamiento y conformarlo a la Escritura. Los santos, tanto como los pecadores,
necesitan del evangelio.
Hablando generalmente, los creyentes tienen una limitada visión con respecto al evangelio de
Pablo. Ellos lo limitan al mensaje de salvación de la culpa del pecado por la cruz de nuestro Señor
Jesucristo; pero esto es una muy pequeña parte del evangelio. Cada despliegue del infinito amor de
Dios en la cruz, toda la maravilla de su propósito con respecto a la Iglesia, como desarrollado por el
apóstol Pablo, son una parte de su Evangelio de Gracia.
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Ahora Pablo alcanza su tema y prorrumpe en una expresión de entusiasmo: Porque no me
avergüenzo del Evangelio. El no puede contener las emociones que surgen de su ardiente alma
llenada por el Espíritu, cuando él contempla su mensaje de la maravillosa gracia de Dios.
Esto fue imposible sin la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, lo cual es la definición
del evangelio (1 Corintios 15:3-4). Sin la expiación de Cristo, Dios mismo sería impotente a salvar
al pecador, sea judío o gentil, bien que Él podría y deseara hacerlo, pero sus manos fueron atadas.
Dios debe ser justo, Si él perdona a un hombre culpable, debe hacerlo sobre una base justa. Su
gobierno de otra manera sería encontrado defectuoso, y esto no puede ser.
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Dios ha venido al encuentro de la necesidad del hombre y ha respondido a la criatura caída. Como
el evangelio de Pablo enseña.
Con este verso, citado cuatro veces en la Biblia (Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11;
Hebreos 10:38), la declaración (salutación) de la carta a la iglesia en Roma se cierra.
DIVISIÓN DOS
Desde este punto en adelante se nos hace ver la razón por tal evangelio, y aun más la necesidad
absoluta de la manifestación de la gracia de Dios es plenamente manifestada. El hombre está
presentado para la inspección ante la infalible y perfecta palabra de Dios: juzgado por ella, y
hallado culpable. Leemos en la declaración de apertura que manifiesta es la ira de Dios del cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia (v. 18,
V.A.), o “aplasta” la verdad por vivir en iniquidad. Vez tras vez, en la historia de la humanidad,
Dios ha evidenciado su disposición contra toda iniquidad: y la medida de responsabilidad del
hombre es de acuerdo a la medida de la luz que tiene. Hay muchos que aparentan ser solícitos en
cuanto al bienestar de los paganos (incrédulos) y al mismo tiempo son completamente indiferentes a
su propia necesidad. Ellos se apartan de cada estocada de la espada del Espíritu que viene contra
ellos, por su aparente interés por los pobres paganos, pero no necesitan molestar en cuanto a este
asunto. La ira de Dios no está sobre aquellos que no conocen la verdad; pero sí, sobre aquellos
quienes conocen, y lo detienen con injusticia. Hay muchos dichos acerca de la oscuridad pagana;
pero nosotros debemos interesarnos por la luz cristiana.
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EL HOMBRE INMORAL
Dios nunca se ha dejado sin testigos, y el hombre tiene el poder dentro de sí (lo que la bestia no
tiene) de descubrir la existencia de Dios por la creación: la obra de su mano. El maravilloso
universo visible es un poderoso, presente testigo (a las facultades del razonamiento del hombre) del
poderoso, invisible Creador. Si el hombre no tuviera el poder de comprensión no sería culpable;
pero el caso es este, que el hombre es inexcusable según la redacción del Espíritu aquí.
Note el versículo 21, siendo oportuno para nuestros días. Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios. No hay pensamiento de progreso humano en esta declaración. Pablo
declara que la raza comenzó con el conocimiento de Dios, lo que perdió más tarde. No hay
evolución aquí. El hombre comienza a degradarse por una supuesta sabiduría; mas esto es necedad,
seguramente manifestada. ¿Cómo? Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de
imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, y de reptiles (v.23). ¿No fue esto un
descanso? Y esta entrega de Dios está claramente manifestada por etapa, siendo Dios reemplazado
por el más alto concepto posible del hombre: la imagen de un hombre. Desde este punto en adelante
el hombre rápidamente decae de grado en grado en su idolatría, de hombre a ave, luego a bestias, y
finalmente adoran serpientes.
Estas últimas están más estrechas a la tierra (Génesis 3:14) y más lejos del cielo, por tanto es la más
grosera forma de idolatría. Tal es el rápido descenso del hombre degradado, y va degradándose
cuando una vez deja a Dios. Sólo Dios puede mantenerle en proximidad de él y del cielo. Luego, la
triste consecuencia. Por lo cual también Dios los entregó. Esto cuenta la historia completa. Cuando
Dios suelta al hombre, no hay distancia que éste no pueda recorrer; ni profundidades a las cuales él
no pueda llegar. Es terrible. Observe la degradación del hombre en cada entrega por etapa de parte
de Dios (Romanos 1; 23_32).
El hombre deja de adorar al Dios invisible, reemplazándole con una imagen corporal, luego Dios le
entrega en su cuerpo (v. 24).
Entonces las afecciones del hombre se tornan de Dios. El hombre cambia la Verdad de Dios por la
mentira, así Dios le entrega en su alma, que es el asiento de las afecciones, y se hunde más bajo que
las bestias (v. 26)
Finalmente, el hombre no deseó tener en cuenta a Dios en su conocimiento: quiso olvidarle. Por lo
cual Dios los entregó a una mente reprobada (v. 28), el asiento del espíritu.
Así el hombre que es una trinidad de naturaleza, hecho a glorificar la trinidad de la Deidad, está
entregado en cada parte de su ser (alma, cuerpo y espíritu) a la impiedad. Esta es la justicia
retributiva de Dios.
Cuando el hombre es regenerado, hay el mismo prendimiento gradual de su ser por y para Dios,
como había anteriormente en su desprendimiento. Su espíritu está primero vivificado. Dios toma
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posesión de su espíritu. El comienza a conocer a Dios; más tarde con sus afecciones o naturaleza del
alma, son trabados por Dios. El ya no está más entregado a afecciones viles, pero comienza a amar
a Dios a quien no ha visto, al Dios invisible. Finalmente su cuerpo, si bien todavía no está en el
estado glorificado, está sin embargo entregado al Espíritu de Dios como su templo, y es contado
santo por causa del tesoro que lo contiene. El hombre íntegro, una nueva creación, está de nuevo en
armonía con Dios Padre, Hijo y Espíritu, y goza la comunión con él en cada parte de su ser.
Antes que finalicemos con la condición terrible del hombre que deja a Dios, deseamos llamar la
atención con la similitud a que con lo que encontramos en la segunda carta de Pablo a Timoteo (3:
1-9). Por lo tanto concluimos que la cristiandad está en el mismo camino de decadencia que aquel
del hombre en el principio (Ap 2 y 3 explica que su estado comienza en Éfeso y termina en
Laodicea). Al hombre ha sido dada una revelación del Dios invisible y su maravilloso amor en la
persona de Cristo, el Dios visible. Si, Él ha tenido la más grande revelación que aquella concedida
en el principio; ¿pero ha pensado él retener a Dios en su conocimiento? ¿Ha pensado el amarle y
seguirle? ¿Cómo ha compensado Él a Dios por su revelación en gracia? ¿No querrá el, como el
hombre primitivo, cambiar la verdad de Dios en mentira y adorar a la criatura antes que el Creador?
Si, por eso está escrito. Acerca de la justicia retributiva de Dios otra vez estará en evidencia. Dios
otra vez les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados
todos lo que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2ª Tesalonicenses
2:11-12). Los hombres deben recibir la una, la verdad, y andar en la luz, o recibirán la otra, la
mentira, y andarán en las tinieblas. Al fin de esta edad se encontrará al hombre otra vez adorando a
una imagen. El hombre de pecado (el diablo encarnado) demandará de todos los hombres, de todos
los lugares, a postrarse y adorarle. En Jerusalén, donde la imagen será levantada en el templo, allí se
evidenciará especialmente esta idolatría. Los hombres otra vez adorarán a la criatura antes que al
Creador.
Tal es el hombre cuyo aliento está en su nariz. Dejamos de esperar algo bueno del hombre.
EL HOMBRE MORAL
Capítulo Dos
Este segundo capítulo comienza con un mensaje dirigido al hombre moral. La misma convicción de
culpa está traída sobre él como está revelada al hombre inmoral en nuestra sección anterior, con esta
diferencia. El primer capítulo señala más definitivamente al hombre antes que Abraham fuera
llamado de entre los gentiles, o naciones, para ser un testigo a los demás hombres del único
verdadero Dios viviente: un testigo antes que la ley fue dada. El judío así representa el hombre
moral en contraste con el hombre inmoral, representado por los gentiles. Esto no fue por ninguna
bondad innata en él, mas por causa que Dios se reveló a sí mismo, primero a los padres, y más tarde
a Moisés, y les dio los diez mandamientos como regla de vida para ellos. Si bien Israel, la nación
escogida, no obedeció ni podía obedecer aquellas leyes, dadas por Dios en el sentido espiritual; ni
aun absolutamente en el sentido natural, sin embargo al hecho de su obediencia parcial le cambió
exteriormente. Mientras que la naturaleza de aquellos hombres permanecía en la misma condición
de impiedad, el fruto de su depravación fue refrenado. Fue detenido de su despliegue total de
iniquidad; de aquí que el hombre moral del tiempo de Pablo fue el judío. Pero hoy día, esta
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advertencia es la voz de Dios para miembros profesantes de algunas iglesias de la cristiandad. En
realidad es a cualquier hombre de cualquier lugar, sea judío o gentil, que está bajo esta clasificación
jactándose de su vida de limpieza propia, su carácter sin tacha, su linaje respetable etc. Yo digo que
este capítulo se aplica, a esa persona cualquiera que sea. El apóstol osadamente declara que el mero
conocimiento de la ley no puede tomar el lugar del cumplimiento de la ley. El justo juicio de Dios,
que es absolutamente infalible, da con perfecta imparcialidad la recompensa en acuerdo con la vida.
Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que perseverando en bien
hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad (vs. 6-7).
Es decir, si alguien puede, por sus propios esfuerzos y con resolución perseverar en el bien hacer,
esto será registrado en los archivos de lo alto. Y él obtendrá justicia, así como los contenciosos,
desobedientes y rebeldes recibirán lo que viene a ellos. El santo trono de Dios lo demanda.
Él no es parcial. Judío y gentil, moral o inmoral, serán juzgados, no por su profesión más por sus
obras. Porque no hay acepción de personas para con Dios (v. 11). La realidad sola será contada
cuando Dios sea el “Juez”. ¿Qué dicen los libros? ¿Quién se atreve a hallar falta en esto? Alguien
dice, ¿Cómo hará frente el judío si tal es la sentencia del juicio de Dios? ¿No tendrá él un favor
especial? ¡De ningún modo!
El inspirado escritor contesta la pregunta con toda confianza, hablando como si uno de los fariseos
estuviese delante de él. El (Pablo) le traspasaría de un lado a otro con su rápido despliegue de
preguntas. Tú, pues, que enseñas a otro ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de
hurtar, ¿hurtas? (v. 21). Entonces el quita todo su subterfugio de mentira por el aplastante
testimonio de la Escritura, que por causa de ellos el nombre de Dios es blasfemado entre los
gentiles. En aquel tiempo estas palabras se podrían aplicar a los judíos; pero en el tiempo actual
tienen una más amplia aplicación. ¿No cae pesadamente sobre las naciones en guerra, tanto como a
aquellas que está preparándose para la guerra, y eso en estas tierras cristianas así llamadas? ¿No
cae también sobre los ciudadanos aparentemente leales, los estafadores en las políticas, desde el
más pequeño al más grande, que están robando a su país, haciéndose ricos por cualquier medio en
su poder? ¿Qué pueden decir los paganos de tal conducta cristiana? ¿Qué?, sino para escarnecer y
burlarse del Dios verdadero y viviente a quien estos hombre morales (¿) profesan conocer y servir.
Sí, verdaderamente, aquella escritura habla a hombres hoy con una voz desafiante que no puede ser
acallada, una voz para judío y gentil, una voz para todos.
Los últimos versículos indican que cuando más grande la luz, también grande el beneficio, si es que
hay conformidad de vida. En otras palabras, Dios demanda la realidad. Pues no es judío el que lo es
exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío él
que lo es en lo interior (vs. 28-29). En la misma manera podemos decir hoy en día. No es cristiano
el que lo es exteriormente: uno que solamente ha sido bautizado, o que solamente está unido a
alguna iglesia, sino que es cristiano el que lo es en lo interior: uno que ha renacido, nacido del
Espíritu de Dios. Los principios de Dios siempre son los mismos. Las reglas humanas y las
apariencias exteriores pesan poco en la balanza de Dios. El mira el corazón. Los hombres pueden
cambiar pero Dios no cambia.
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¿POR QUÉ EL JUDÍO?
Capítulo Tres
Pues en el caso de los judíos, alguno podría preguntarse, ¿qué ventaja tiene, pues, el judío sobre el
gentil?, o ¿de qué aprovecha la circuncisión? ¡Ah! Pero Pablo dice que ellos tienen muchas cosas
en su favor, lo principal es, que a ellos ha sido confiada la palabra (oráculo) de Dios. Ellos tienen
una mayor responsabilidad delante de Dios, porque en Habacuc 2; 4 se les expone como alcanzar la
justicia de Dios. Los oráculos de Dios no son afectados por aceptar o rechazar el hombre. Los
hombres pueden pensar que disponen de estos dichos de Dios en una manera fácil, por simplemente
afirmar –no creemos en ellos: esto es la más grande necedad en extremo. No podemos apagar un
fuego por decir: no creemos que hay un fuego. De igual manera los hombres no pueden anular el
lago de fuego, ni el juicio de Dios sobre el pecado, por negar estas realidades.
Si, de ninguna manera: antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso (v. 4). Entonces la
incredulidad de los hombres no puede cambiar la veracidad de Dios, ni el valor inapreciable de su
palabra. Aun David decía en los días de su tristeza que su mismo pecado expondría la justicia de
Dios (salmo 51:4).
¡Oh!, exclama alguno,- ¿si este es el caso, por qué entonces debo ser juzgado como pecador? (Si ya
entendí Rom 1; 17 y 5; 20) Si la justicia de Dios está magnificada por nuestra justicia, hagamos
males para que vengan bienes, (v.8). Algunos que no tenian la revelación de la gracia (fig;
hermanos de José) afirmaron calumniosamente que Pablo enseñaba tal presunción; pero no es ni era
así (Rom 5; 20), él dice más bien que la condenación de tales pecadores presuntuosos es justa. Pero
dice otro, ¿no es el judío mejor que el gentil por el privilegio de poseer los oráculos de Dios? De
ninguna manera, estos mismos escritos testifican contra el judío, como así también contra los
gentiles. Pablo dice, que ellos acusan de pecado a todos los hombres. Entonces cita, en apoyo de su
argumento desde estas escrituras.
Nótese el Salmo 142: Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si
había algún entendido, que buscara a Dios. Luego continúa lo que él vio. Ha sido llamado el retrato
del hombre, dibujado por la pluma inspirada; una fotografía moral y una negra. Comienza por
fotografiar la condición de su garganta, la cual está comparada a un sepulcro abierto. La corrupción
de muerte está en cada aliento, aun sin palabra u obra de pecado mencionado. Luego el rayo X gira
hacia la boca y lengua, y ambas son halladas en armonía con la garganta. Una lengua mentirosa y
engañosa se encuentra en un apropiado medio ambiente: una boca llena de maledicencia y
amargura, con el veneno de áspides bajo la lengua.
Esto basta en cuanto a sus palabras. Ahora veremos su obra. Derramamiento de sangre,
quebrantamiento y desventura hay en sus caminos. Sus pies se apresuran para derramar sangre (v.
16): tan pronto a ofender y herir. La tristeza vigila su paso, mientras la muerte aguarda a su puerta.
¿No es esto verídico? Mirad a las guerras para la prueba. ¿Quién podría haber creído que los
bárbaros, y mucho menos las naciones civilizadas podían haber sido culpables de tal crueldad y
odio? Pero Dios nos cuenta lo que él ve en el hombre aunque sea religioso. Los judíos aplicaron
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esta porción de los Salmos a los gentiles; pero el apóstol insiste que está escrito en la ley se aplica a
los que están bajo la ley. Primeramente él ha silenciado al hombre inmoral e irreligioso, como
también al hombre moral, y ahora él incluye al judío en la condenación mayor.
No hay justo, ni aun uno es el veredicto. Ni uno hay que tema y busque a Dios, por lo tanto el
mundo entero es culpable ante Dios. El cuadro es muy oscuro como la media noche, para que toda
boca se tape; sin excusa, ni alegato.
ABSOLUTAMENTE INUTIL
Por las obras de la ley es absolutamente imposible que Dios pueda justificar al pecador. Hay más
que este cuadro oscuro de la condición del hombre para probar la necesidad de la intervención de
Dios en su favor. El no era solamente inicuo e impío, sino inútil también. La santa ley de Dios le
manifestó, no solamente como un criminal en sentencia de muerte, sino como incapaz de si mismo
de desenredarse de su terrible condición. El punto que queremos enfatizar es que fue esta misma ley
de Dios, la cual los hombres toman hoy día como regla de vida, que trajo al hombre a este lugar de
condenación, pecaminosidad y debilidad. Por lo cual podemos comprender la lógica de la primera
conclusión de Pablo, después de todos los argumentos antes mencionados. Que por las obras de la
ley ningún ser humano será justificado delante de él (v. 20). Es decir que sobre la base de
obediencia hacia la ley ningún hombre tiene esperanza alguna; pues como hemos dicho, es la ley
misma que prueba al religioso culpable, y encierra a todos los hombres bajo el juicio de Dios.
Porque si el judío encontró la ley como un yugo, y que no podía cumplir sus requerimientos
absolutos (Hechos 15:10), ¿Qué otro hombre puede hacerlo? Como uno ha dicho apropiadamente,
la ley es como un espejo que nos muestra cuán sucios somos; pero no tiene poder para lavarnos.
Nosotros leemos que por la ley es el conocimiento del pecado; pero es LA SANGRE DE
JESUCRISTO que nos limpia de todo pecado, lo cual la ley manifiesta (1 Juan 1:7).
Las obras de la ley, son simplemente los esfuerzos débiles del hombre en cumplir los
requerimientos de Dios. Por esos esfuerzos, él hombre espera propiciar a Dios y ganar su favor.
Pero al principio, Pablo nos ha dicho del estado miserable del hombre. El bloquea cualquier
propósito de reforma por declarar que el caso del hombre es irremediable. El no solamente se
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encuentra en el albañal. Lo que es más, el no puede levantarse, ni salir. El no puede hacer ninguna
cosa para justificarse delante de Dios. Sobre principios de obras, ninguno será acepto a Dios.
¿Ve usted, que el carácter de Dios está arriesgado en este mundo? Todas sus criaturas, están
contemplando el pecado y la rebelión del hombre y observando su actitud hacia él. Está muy bien
decir, Dios es misericordioso (y es la verdad), mas si solamente sobre esta base el hombre fuese
perdonado, la justicia de Dios sería cuestionada. Si podría encontrarse una mancha sobre su carácter
justo, o un defecto en su gobierno, su trono estaría en peligro. Si un hombre ha vivido toda su vida
sin cometer un pecado, pero que al fin cae una vez, las manos de Dios estarían atadas. El no
justificaría a aquel hombre sobre la base de la ley; porque él ha quebrantado la ley: ni puede Dios
perdonarle, porque él es justo. ¿Qué puede hacer Dios? Dios justifica al que es de la fe de Jesús
(Rom 3; 21_28).Cristo soportó la ira de Dios tomando nuestro lugar. Tanto el carácter como el
gobierno de Dios demandan que el culpable sea castigado. Su santidad y justicia deben ser
satisfechas con respecto al pecado. Dentro de la justicia Dios no puede perdonar, mucho menos
justificar, al pecador. La justificación es distinta y mucho más que perdón. La justificación declara
al hombre libre de todo cargo, absuelto por orden de la corte. Es como si Dios dijera, el hombre es
culpable; pero yo no castigaré a la pobre débil criatura, sino perdonaré, por ser la criatura de mi
mano. Le tengo lástima.
Esto sería perdón (y esto es todo lo que la mayoría de los creyentes entienden de su redención); pero
si Dios salva y justifica por Su misericordia esto no sería una absolución justa. Porque aun el diablo
se levantaría contra Dios por tal decreto y cuestionaría la integridad de su corte en este punto. El
mismo esperaría también el perdón sobre la base de la misericordia, si esto fuera todo lo que el
hombre tendría que reconocer. Pero cuando un veredicto de exoneración es suministrado por la
corte, la suprema corte, si a usted le place, el hombre bajo cargo sale, no solamente un hombre libre,
mas sin mancha alguna sobre su carácter. Este es el significado de la justificación. Es la posición
que cada creyente tiene ante la corte del cielo; una justicia eterna (Salmo 119; 142), inmutable,
firme y estable, como si nunca hubiera pecado. Y esto es mucho mejor que tener una “sentencia
suspendida” (aguardando un juicio futuro) como algunos enseñan, o un “alegato” (nuestro destino
eterno dependiendo de nuestro futuro buen comportamiento), como otros proclaman. ¡En ninguna
manera! El creyente no tiene una sentencia suspendida.
Dios nos justifica para siempre, aparte de cualquier cosa que hubiéramos hecho o haríamos. El
demuestra la condición inútil y desesperada de la humanidad entera, simplemente para que podamos
ver la necesidad de su intervención a nuestro favor. Él amó la criatura que había hecho; pero él no le
perdonaría dentro de la justicia sin la expiación; por consiguiente su mismo brazo lo proveyó.
Nuestra sentencia de muerte (por causa de que fuimos culpables delante de Dios) no fue
sencillamente suspendida, sino satisfecha por otro, o sea, Cristo. Aquel “justo” se puso de pie en
nuestro lugar, y llevó nuestro juicio por causa del pecado. El soportó la ira de Dios. Por
consiguiente, ahora Dios puede absolver y justificarnos de todo pecado, delante del universo del
cielo, y ningún demonio puede objetar algo contra nosotros ni mofarse de Dios por su misericordia.
Esto es lo que el mensaje de Pablo proclama.
16
Dios ha intervenido y echado fuera el pecado para siempre, y ahora él reemplaza la debilidad e
inutilidad del hombre con su poder, y desafía a cualquiera de sus criaturas a encontrar una falta en
su justicia por mostrar misericordia. Así el completo problema de la redención ha sido resuelto por
la sabiduría infinita.
Dios puede ahora justificar al pecador sin justificar su pecado. El puede salvarle de la justa
recompensa de sus hechos perversos y sin comprometer su justicia, no condenar el pecado de su
criatura. Este problema puede parecer ligero, así como es fácil abrir el más complicado candado una
vez tenida la llave. Pero si la cuestión se hubiera sometido a la sabiduría unida de todos los sabios y
filósofos del mundo, todavía permanecería irresoluble. No es maravilla entonces que Pablo haya
exclamado cuando vio la visión, ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de
Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33).
DIVISIÓN TRES
Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los
profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él (vs. 21-
22).
Tenemos en la Escritura citada, la nota clave de esta hermosa sección de nuestra carta. Es una
maravillosa declaración, y señala la tercera división del libro. Quiere decir que Dios (por medio del
evangelio, no por la ley) tiene ahora una justicia para el hombre. Como éste ha sido exhibido sin
ninguna justicia, espiritualmente desnudo y arruinado, y completamente incapaz de adquirir una
justicia por sí mismo; se le ve a Dios acudir en ayuda de su criatura miserable. Y como el hombre
está absolutamente en bancarrota, nosotros juzgaríamos que la justicia de Dios tiene el campo sin
ningún competidor. Así lo tiene en cuanto a Dios y la aceptación del hombre. No hay otra justicia
para ser obtenida, excepto ésta que es de la fe que está otorgada al creyente. Aun así los hombres
procuran conseguir un rival, y se atreven a competir con Dios por obras de justicia, las cuales ellos
suponen haber hecho. ¡Qué necedad!
Las palabras, aparte de la ley, enfatizan el carácter separado y distinto de esta justicia…por…la fe.
Somos así enseñados que no debemos confundirla con alguna cosa humana. La ley representa lo
que es del hombre, y demanda algo de él, si es que éste está para tener una justicia propia. Pero la
justicia que es de Dios es absolutamente aparte del hombre: porque es inherente en Dios mismo.
Está conectada con su propia naturaleza y no necesita nada para completarla ni perfeccionarla. Dios
no está bajo la ley, es decir, que tiene que hacer algo para ser justo, como es el caso con el hombre:
Dios es justo. Él no puede ser de otra manera ni hacer de otro modo que lo justo. Ahora esta justicia
divina, la cual ha sido manifestada aparte de la ley, está puesta a favor (crédito) de todos aquellos
que creen. Les es imputada a ellos tal y como si nunca hubiesen pecado, y aún más, como si nunca
habrían de pecar.
17
LOS TESTIGOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Además, todo esto está testificado por la ley y por los profetas. Es decir, está en armonía con los
escritos del Antiguo Testamento, no en oposición a ellos ¡En ninguna manera! Por el contrario,
como Pablo enfatizaría, el mensaje de la gracia está testificado y confirmado por los escritos
proféticos. Toda la palabra de Dios osadamente anuncia la necesidad de tal justicia y desde Adán
vemos la inhabilidad del hombre en obtenerla por sus propias obras. Este último está vez tras vez
exhibido sin posición alguna; impío, depravado e inútil. El solo hecho de que él fue echado fuera
del jardín del Edén prueba esta realidad. Fue allí que el perdió su recta posición, la imagen en la
cual Dios le había hecho. No había pecado en él, ni sobre él, cuando salió de la mano de su Creador.
Él tenía una posición recta con Dios pero su estado permaneció en cuestión. Él fue dejado desnudo,
expuesto, propenso a la tentación. Jehová probaría a la criatura que había hecho. Él le dejó libre;
pues se le permitió probar su integridad y fidelidad, y así obtener una reputación justa de su propia
obra, la cual él transmitiría a su posteridad. Recuerde que Adán fue la cabeza de la raza humana,
por lo tanto estaba bajo responsabilidad. Había una condición asignada a la continuación de su vida
en el jardín (lo cual significa comunión con Dios). Si él hubiera prestado atención al mandamiento
del Señor, hubiera obtenido una justicia humana, lo que él transmitiría a toda su posteridad pero
¡ay! Él fracasó. Inmediatamente conocía que estaba desnudo, su conciencia le acusa y él se puso a
redimirse. El hizo delantal con hojas de higuera para cubrir su desnudez, tipo del esfuerzo humano
para proveerse de justicia.
DIOS EN LA ESCENA
En este momento Jehová aparece en la escena y pronuncia juicio contra los trasngresores. Note la
consecuencia. Mata animales y viste a Adán y Eva con las pieles de ellos. ¡Maravilloso tipo! La
durable justicia de Dios mismo; justicia probada, provista por matar a su Santo Hijo sobre la cruz,
fue puesta en Adán. En esta vestidura sólo él era capaz de estar parado delante de Dios. Podríamos
escuchar fácilmente la armonía en esta conexión: Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios. Todos necesitamos una cubierta, así como Adán, y está provista para todos
aquellos que creen. El Señor Jesucristo es el canal por el cual podemos obtener esta justicia de fe. El
sólo, de toda la humanidad, no solamente no obró el mal, sino que realmente hizo el bien. El Señor
Jesucristo obedeció perfectamente la santa ley de Dios y luego se ofreció como el substituto: el
macho cabrío de la expiación, ofrecido por una perdida y arruinada creación. Dios le aceptó y le
mató en nuestro lugar. Su ira cayó sobre su santo Hijo en nuestro favor, y ahora él puede no
solamente perdonar gratuitamente, (es decir, sin merecimiento alguno de parte del hombre) sino
justificar al pecador que cree las buenas nuevas de su redención, la cual fue adquirida por la cruz.
LA JUSTIFICACIÓN
Miremos cuidadosamente a esta gran verdad fundamental de la justificación; porque existe con
respecto a ésta la más grande ignorancia. Por todos lados muchos usan dicha palabra como si fuera
una experiencia, la cual gozamos, o más bien toleramos, si podríamos hablar así irreverentemente
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de la bendita salvación de Dios, cuando fuimos convertidos. Ha sido hablado de ella ignorantemente
como si fuera “la salvación inicial”, pero este no es el significado según las Escrituras. En realidad
esta no es una experiencia; ni la salvación inicial, ni la completa.
Es el acto judicial de Dios aparte de nuestros sentimientos. Tiene que ver con nuestra fe solamente.
Cuando creemos que Cristo murió por nosotros, y le aceptamos como nuestro Salvador, Dios nos
justifica.
El nos da una posición en su Hijo, él último Adán, como si nunca hubiésemos pecado. Esto es
mucho más que perdón, si bien los incluye. En Cristo estamos en una relación más alta con Dios, y
más que toda la creación, como si nunca hubiésemos pecado en Adán. Porque éste, si hubiese
obedecido a Dios perfectamente, hubiera tenido solamente una perfecta justicia humana, la cual
hubiera sido nuestra heredad. Pero al pecador a quien Dios ahora justifica, por su fe recibe una
justicia divina: infinita en gloriosa perfección. Esta posición jamás podemos perder. Puede ser que
no gocemos todos los resultados de esta maravillosa posición por causa del fracaso o desvío del
camino de Dios; pero la realidad de la justificación de un creyente es eterna y permanece la misma
y para siempre. Esto es inalterable e inmutable. En cuanto a su continuación es dependiente de la
actitud de Dios para con su Hijo. Mientras que Cristo continúa siendo la segunda “cabeza” de la
raza humana, justo e irreprensible delante de Dios, cada creyente permanecerá en su posición
también.
LA BASE DE LA JUSTIFICACIÓN
La fuente de la justificación es la gracia de Dios, justificado gratuitamente por su gracia (v. 24), un
favor inmerecido hacia el hombre. Su plan es gratuito, es decir, no requiere nada en retorno; porque
Dios ya tiene la base de este favor colocada en la redención que es en Cristo Jesús. El sacrificio de
Cristo en la cruz hace posible para Dios ser justo y, justificador del pecador que cree. Dios ha
propuesto a su Hijo: le ha exhibido a Cristo delante de toda su creación como la propiciación. Aquel
Santo fue puesto para satisfacer todos los reclamos de la justicia divina contra el pecado del
hombre. El expió completamente la culpa del pecado, en propiciación por la ley quebrantada de
Dios: y esto fue públicamente. Para exhibir su propia justicia, Dios exhibió a Cristo: hizo de Él un
espectáculo delante de los hombres y de los ángeles, como una propiciación por el pecado.
Pues, en vista de esta realidad, que Dios había permitido al pecado seguir impune durante siglos,
pasando por alto los pecados pasados, Dios ahora evidenció su odio infinito e inmutable contra el
pecado en dar su Hijo a la muerte como ofrenda de pecado. El así vindicó su propia justicia, por
haber pasado por alto el pecado, aparentemente permitiendo al hombre actuar como le place. Pero
esto fue solamente porque sus ojos estaban mirando hacia el Calvario, donde, en su propósito,
Cristo, como el Cordero pre-ordenado desde antes de la fundación del mundo, llevaba el pecado del
mundo. Y cuando llegó el debido tiempo, Cristo verdaderamente fue hecho pecado por nosotros.
Así la cruz no solamente muestra que Dios fue justo en su trato con el pecado, sino que también fué
misericordioso en su trato con el hombre. El debe castigar el pecado; pero entregó a Su Hijo en
rescate por el culpable, para que él pueda ser justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (v.
26). La jactancia humana por lo tanto está completamente excluida, por el plan de la justificación
por la fe; aparte de obras; porque ningún hombre puede jactarse por creer la Palabra de Dios. Dios
es honrado, y su ley establecida por el método de la fe. Porque desde que el hombre ha pecado, Dios
demostró por el castigo de sus pecados en el Calvario en la persona de su bendito Hijo, que él no
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permitiría a su ley ser violada sin la debida pena. El así honró y estableció su santa ley. Ahora él
honra a su santo Hijo, por justificar a todo aquel que cree en él. El “Juez” exonera a ellos de toda
culpabilidad; porque Él está bajo obligación hacia su Hijo en este asunto.
ABRAHAM Y DAVID
Capítulo Cuatro
En este punto de su carta el apóstol se detiene en su argumento para llamar a dos grandes hombres
de la Biblia como testigos. Abraham y David, porque son ejemplos de la gracia en el plan de la
salvación. A ambos fueron dadas promesas especiales tocantes a Cristo. Primero, como la simiente
productiva a través de la cual todas las naciones serían bendecidas, y luego como rey, la simiente de
David quien reinaría sobre las naciones. El uno, Abraham, fue llamado amigo de Dios (Santiago
2:23), y el otro, David, fue llamado varón conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22). Los judíos
especialmente honraron la memoria y se gloriaron en estos antepasados sobresalientes; por lo tanto,
a Pablo le gustaría que ellos dijesen sobre qué base fueron justificados. Si algún hombre tendría de
qué jactarse por el trato soberano y maravilloso de Dios con él, estos hombres ciertamente lo
tendrían. Por eso sus testimonios son importantes.
Abraham es el primero en ser llamado para dar su testimonio. ¿Qué tiene él que decir con respecto
a su justificación delante de Dios? Si él fue justificado por sus obras, deseamos saberlo; pues él
tenía algo de qué jactarse en aquel entonces, dice Pablo ¿Pero, qué es lo que afirman las
Escrituras? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (v. 3). Luego añade, mas al que no
obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (v. 5). Esto con
seguridad establece el asunto concerniente a Abraham. El fue justificado por la fe, sin las obras de
la ley. En realidad ninguna ley le fue dada a Abraham. El vivió 430 años antes que la ley fue dada
(Gálatas 3:17). Dios le dijo que le bendeciría y que haría de él una bendición, y Abraham creyó que
Dios podía, y haría como dijo. Esto es todo lo que hay acerca de su justificación, y su heredad en
Canaán fue obtenida en la misma manera. Dios le llamó para ir y tomar posesión de aquella buena
tierra, y contestó Abraham, Sí, Señor, con seguridad yo haré. El entró y gozó su herencia por fe. A
la vista, los heteos, jebuseos, etc, estaban todavía en posesión indisputable. Fue también por fe
como está dicho, que Abraham llegó a ser el padre de Isaac, y por su intermedio, padre de muchas
naciones. En esto él se asemeja a Dios, quien por medio de su simiente, la cual es Cristo, llegará a
ser Padre de muchas gentes. Así Abraham testifica de la fe sola.
Luego sigue David. El también se levanta firme en defensa del método de la justificación por la fe,
diciendo, Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son
cubiertos (v. 7; vea Salmo 32:1-2). Entonces él con ánimo resuelto, y temerario en su testimonio
exclama, bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado (v. 8). Con seguridad esto
es suficiente a convencer a cualquiera, que Dios jamás hubiera tenido otra manera para la salvación
que aquella de la gracia y fe. Como leemos; Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de
que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (v. 16). Tanto judío
como gentil, está incluido en todo aquel que cree el evangelio: ninguno está excluido excepto por
incredulidad. La obra de Cristo es suficiente. La sangre expía de todo pecado. Cuan culpable
entonces aquel que rechaza la misericordia de Dios, la cual fue extendida a nosotros en el don de su
Hijo cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (v. 25).
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La realidad que Abraham fuera justificado siendo aún incircunciso, abre la puerta de la justificación
a los gentiles. Ellos también, pueden reclamarle como su padre sobre la base de la fe en Jesucristo.
La justificación sigue inmediatamente a la fe. Es otorgada a aquel que no obra, pero que cree. Dios
no permite al hombre tener el privilegio de ganar su salvación. El debe tomarlo como un don
gratuito, o no tener nada; pues la fe no tiene mérito alguno ni en lo mínimo. No estimamos de
recompensa por creer en un hombre honrado. No es esfuerzo ni tampoco es obra. Como ha
agradado a Dios conferir su salvación al hombre por el conducto de la fe, regocijémonos en su
explicación, y aceptar su palabra y gozar su gracia. Abraham hizo como un niño. El creyó la palabra
de Dios cuando toda la evidencia estaba contra la posibilidad de su cumplimiento. Su cuerpo, en
cuanto a todo propósito práctico era como si fuera muerto; y su esposa era peor, si esto pudiera ser:
estéril todos sus días. El reconocía su condición irremediable, encaró las realidades, si bien no dudó
de que Dios podía y haría lo que había prometido. El sabía que Dios era superior a la muerte: y su fe
hizo posible que Dios cumpliera su palabra con él. Abraham no dudó; pero se esforzó en la fe,
obligando a Dios vindicarle a él. La fe debe ser recompensada. Dios no obra sino sobre este
principio. Abraham fue plenamente persuadido que Dios afirma lo que dijo, y dijo lo que afirma. El
no titubeó por las dificultades en el camino, y note la respuesta de parte de Dios, su fe le contada
por justicia (v. 22).
Pero observe que esto no fue escrito para Abraham solamente, sino también a nosotros, a quienes
será imputada la misma clase de justicia, si creemos, por tener la misma calidad de fe en el mismo
Dios, el Dios de resurrección. El levantó a Jesús nuestro Señor de los muertos, quien fue entregado
por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificación. La resurrección de Cristo es la prueba
que su sacrificio fue acepto a Dios. El pagó el precio total, la cuenta ya está cancelada y la
resurrección es el recibo. Ya sabemos que seguridad nos da el recibo cuando alguien viene a cobrar
la cuenta por segunda vez; ¿cuánto más en el asunto de nuestra justificación? Dios ha puesto en
nuestras manos la garantía de una relación estable consigo mismo, por el hecho que le resucitó a
nuestro substituto de los muertos. Nuestra posición en él es perfecta y justa. Luego los resultados
siguientes de gozo y estabilidad pueden ser nuestros.
LA POSICIÓN JUSTA
Capítulo Cinco
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo
(5:1).
En los primeros cinco versículos de éste capítulo, Pablo nos informa de algunos resultados seguros
los cuales acompañan al hecho de nuestra justificación. Ellos siguen a la aceptación nuestra de
Cristo.
El primero es paz; no aquella paz sentida, la paz de Dios, de la cual Pablo habla en Filipenses 4:7,
sino la paz para con Dios. Esto significaba un cambio de actitud. Estábamos en enemistad con
Dios, en rebelión contra Él (Romanos 8:7), pero ahora nos hemos rendido y la consecuencia es paz,
Dios estaba sitiando a nuestro corazón con su Espíritu Santo, tratando por años de conquistarnos
hasta entregarle nuestras armas y rendirnos a él. El hombre ya ha sido reconciliado con Dios desde
la muerte de Cristo sobre la cruz por más de mil novecientos años. La paz con Dios mencionada
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aquí, procede desde, y está medida por aquella obra consumada de Cristo en la cruz por nosotros.
La paz de condición o estado, depende de aquella primera paz y de nuestra visión de aquel que hizo
paz mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1:20).
El segundo resultado del hecho de nuestra justificación es que encontramos un camino abierto a la
presencia de Dios. Este es el significado de tener entrada…a esta gracia en la cual estamos firmes
(V.2). Nosotros somos traídos en el completo favor de Cristo, quien está delante del Padre en
comunión, y aceptación continua. Este favor glorioso nos lleva al tercer resultado.
Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Pero tal experiencia es generalmente seguida
por tribulación, en la cual aprendemos a gloriarnos; porque esto prepara el terreno para la paciencia
o estabilidad, mientras el último nos trae experiencia o prueba de firmeza. La cual da a luz la
esperanza, de la cual no nos avergonzamos, más bien nos hace gozar en tiempo de prueba: porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado
(v. 5). Pues así somos capacitados a triunfar sobre la vergüenza y sufrimiento. Pablo mismo se
gozaba en tal maravillosa experiencia como atestigua aquella escena gloriosa en la cárcel de Filipo,
donde él y Silas con sus espaldas cortadas por muchos azotes, y sus pies asegurados en el cepo,
cantaron alabanza a Dios en la media noche (Hechos 16).
LA RECONCILIACIÓN
Ahora en nuestra epístola, después de habernos sido dada la suma de las bendiciones acompañantes
a los justificados – los que están en Cristo, somos traídos de nuevo como si fuera así, a obtener una
vista completa de nuestra condición injustificada en Adán, sin tener absolutamente ninguna
posición delante de Dios y sin poder obtenerla. El apóstol declara que fuimos impíos, y distintos a
Dios. Todavía por tales, en su debido tiempo, Cristo, el último Adán murió. Nosotros fuimos
injustos: ciertamente, apenas morirá alguno por un justo. Es decir, no hubiera sido necesaria la
muerte de Cristo si Adán hubiera obedecido a Dios, y nosotros así hubiéramos heredado de él una
justicia humana. Con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno (v. 7). Bien, si un
hombre poseyese una pequeña chispa de bondad, como muchos afirman hoy día, hubiera habido
alguna causa por la cual el amor de Dios fuese manifestado; pero por el contrario, no hay ningúno
bueno. El amor de Dios hacia el hombre procedió enteramente de sí mismo. Ningún mérito había en
nosotros para atraerlo. Por eso está escrito, más Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (v. 8). Mientras no solamente éramos impíos por
naturaleza, sino pecadores por práctica, el don del amor de Dios, el último Adán, vino a redimir y
levantar lo irremediable.
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UN DESARROLLO DEL CAPÍTULO 5:8
Este verso siempre ha sido muy precioso pero últimamente, lo hemos mirado a través del
significado de la pequeña palabra “encarecer” y ha llegado a ser más preciosa aún. Este versículo
cautivó la atención de nuestro corazón, mientras meditábamos sobre su hermosura, y cuánto
entendimos más de su mensaje ¡Inmenso! ¡Estupendo! Vamos a notar unos pocos de estos
significados los cuales son varios e interesantes, tanto como instructivos y provechosos. Encarecer
es traducido: colocar, crear, formar, adaptar, introducir, exhibir y probar. Nosotros miraremos en
algunos de estos significados con relación a nuestro texto.
UNO. Dios reunió a todos en su amor, cuando su Hijo fue crucificado. En el Calvario, Dios adaptó
la profundidad, la altura, la longitud y la anchura de su amor: fue necesario. El debía estar encerrado
en toda su inmensidad, de otra manera ¿Cómo podría el contemplar a su santo Hijo sufrir por los
impíos pecadores? ¿Cómo podría soportar ver a su Hijo, salido de su seno, que le amaba, ser hecho
pecado por sus criaturas, que no le amaban? Con toda seguridad encareció su amor hacia nosotros
en el Calvario.
DOS. Dios introdujo su amor en nosotros en la cruz (Colosenses 1:27). ¡Qué hermosa introducción
extraordinaria y conmovedora! Nosotros fuimos familiarizados con el amor de Dios, el cual es sin
par y sobresaliente. Ha habido muchas y grandes introducciones extrañas y atrayentes, pero nunca
ha habido otro como este amor. Dios enfocaría nuestros ojos sobre su amor hasta que en alguna
medida estemos enterados de su magnitud.
TRES. Dios exhibió su amor en el Calvario. El carácter de ellos fue puesto allí para que todas sus
criaturas pudieran maravillarse. Fue mostrado a nosotros para que enfocáramos nuestra atención
sobre él, y aprendiéramos su valor. Deja atrás a todo otro amor. El amor de una madre es tal; pero el
amor de Dios mucho más lo aventaja. Dios amó a su enemigo, y lo exhibió hasta lo sumo en el
Calvario. Una madre ama al impotente bebé que le ama a ella; es su carne y hueso, una parte de ella
misma. Pero Dios amó a la criatura pecaminosa y rebelde que clamó por la muerte de su Hijo. Es un
misterio, aquel amor que fue exhibido en la cruz. Doblamos nuestras rodillas ante tal amor y
adoramos a su autor. El asegura que encarece su amor hacia nosotros, y más.
CUATRO. Dios probó su amor en el Calvario. Allí fue probado hasta lo sumo. Todas sus
profundidades fueron movidas. Nada del pasado lo había pedido. La creación probó el poder de
Dios pero fue la redención que probó su amor. La creación no le costó nada. El habló La Palabra, y
los mundos llegaron a ser; pero la redención le costó todo. Dios se conmueve todavía cuando
recuerda el Calvario. Todas sus obras desde la eternidad jamás tuvieron atracción de su amor. El
puede contemplarlas sin un palpitar de sus sentimientos; pero en la cruz, las profundidades de su ser
fueron todas. Fue allí que su amor fue encarecido, como siendo único e inmensurable. Alcanzó el
clímax, y desbordó su causa en el Calvario.
Entonces Pablo arguye, lo cual es lógico, que si somos enteramente justificados por la gracia de
Dios, la sangre de Jesús como base, con certeza seremos salvos de la ira. Esto concuerda con la
promesa de Jesús, no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24). El
apóstol argumenta más, si Dios nos reconcilió siendo enemigos por la muerte de su Hijo, mucho
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más, estando reconciliados seremos salvos por su vida (v. 10). La reconciliación ya ha sido
efectuada, sea que la disfrutemos o no.
Esto es judicial. Hace referencia a la muerte de Cristo como el substituto de nuestra cabeza caída,
Adán. Pero las palabras salvos por su vida se refiere a la resurrección de Cristo como el último
Adán, Espíritu vivificante (1 Corintios 15:45), cuya vida debe ser apropiada para ser gozada. En
otras palabras, la vieja creación entera fue muerta en la muerte de Cristo, pero solamente aquellos
que aceptan su muerte como suya propia son levantados a una nueva creación. Ellos pasaron de
muerte a vida. Así Pablo correctamente añade, y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en
Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación (v. 11).
Esto es prueba concluyente que la obra de Cristo como el último Adán, está a la vista aquí. Pablo
está abriendo camino para la siguiente enseñanza fundamental, la cual es la verdad básica para la
iglesia – las dos cabezas de la raza humana – con la correspondiente responsabilidad sobre cada
cabeza y su resultado a la familia humana.
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Así que, como por la transgresión de
uno (Adán) vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno
(Cristo) vino a todos los hombres la justificación de vida (vs. 12, 18).
Hemos llegado a la parte más importante de nuestro estudio. Generalmente considerada como la
porción más difícil, y con razón: porque hay profundidades, longitudes, alturas, y anchuras en este
pequeño bloque de las Escrituras. Es una sección profunda. La verdad aquí contenida forma la base
de todo el gran cuerpo de enseñanza de Pablo para la Iglesia; un misterio el cual, sólo puede ser
descubierto por el Espíritu Santo.
Cristo está aquí exhibido como la segunda “cabeza” de la raza humana, el “pariente-redentor”, en
contraste con Adán, como la primera “cabeza”. Así su obra de redención, con todos sus resultados,
está enfatizada y contrastada con la gran caída de Adán, y todos sus resultados. La evidencia
preponderante, es mucho más (cuatro veces repetidas), en favor de Cristo, y las bendiciones que él
ha traído a la humanidad. Si, y mucho más que compensar por todo el naufragio y ruina que fue
acarreada sobre la humanidad por el pecado de Adán.
Un paréntesis de cinco versículos ocurre entre el verso doce y el dieciocho, las Escrituras citadas
arriba. Pablo comienza su comparativa maestra por reconocer el imperio universal del pecado y de
la muerte sobre toda la humanidad, y entonces señala al culpable, y fija la culpa en él: Adán. El
desobedeció a Dios en el jardín y trajo la ruina sobre toda su progenie. El pecado así entró en el
mundo, también la muerte. En apoyo de su argumento, el apóstol introduce el paréntesis y muestra
que la muerte reinó sobre todos los hombres desde el tiempo de Adán hasta Moisés, si bien no había
transgresión durante aquel periodo; porque no había ley, pero Pablo no dice que no había pecado;
sino que no había ley. Consecuentemente no había violación de la ley, lo cual es transgresión, no
obstante la muerte reinó.
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Pablo está enseñando aquí, que a la muerte le ha sido dada su derecho a reinar sobre todo el mundo,
por una sola transgresión de Adán en el jardín. El allí rompió un conocido mandamiento por comer
la fruta prohibida, y así trajo el pecado y la muerte en escena.
Pero ahora entra un opositor del pecado (v. 15). La gracia está en el trono correspondiendo
adversamente con el pecado, mientras la obediencia del uno, Cristo, y su muerte en la cruz, está
puesta contra la desobediencia del otro, Adán. El uno, Cristo, verdaderamente trajo vida, donde el
otro, Adán trajo muerte. Aun así, la figura es deficiente en hacer justicia a la gran realidad. Fracasa
enteramente en varios detalles particulares de manifestar en su totalidad el alcance y poder
resultante del sacrificio de Cristo. Una simple anulación de la ofensa nos pondría otra vez al estado
de Adán antes de su caída. El fue sin pecado; más el don gratuito de la justificación por medio de
Cristo es infinitamente más que la justa recuperación de los efectos de la caída. La gracia no coloca
al hombre simplemente en el jardín para ser otra vez probado; sino que más bien le coloca, para
siempre, fuera del dominio de la ley y probación. Le da una justicia que ya ha sido probada y
hallada sin tacha; una justicia inmutable, imputada e impartida a él: una posición, tanto como un
estado, cuando él cree el evangelio. La redención no solamente señala atrás y deshace todos los
resultados de la caída, sino que mira hacia adelante, y nos da mucho más de lo que perdimos en
Adán.
Adán coloca la muerte sobre el trono por un solo acto de desobediencia y ésta reinó sobre la familia
humana. Su dominio fue inexorable y absoluto: fue establecido. Pero Cristo, el segundo Hombre, no
solamente destrona a este rey, como alguien argüiría, pero mucho más: el introduce el imperio de la
vida. El corona la vida en el lugar de la muerte; y mucho más que esto, el hace de los creyentes
reyes de un gran glorioso reino de justicia y de verdad. No es solamente una abundancia, sino una
superabundancia de gracia provista para una completa vindicación de toda culpa, y mucho más. Hay
una abundancia de gracia provista para el vencedor de cada circunstancia reinante, en todo tiempo.
El reino de muerte fue irresistible. Siguió su marcha sin obstáculo sobre aquellos que estaban bajo
la ley, y aquellos sin ley. No hubo manera para detener su progreso, ni soltar su poderío; no hay
lugar en el mundo donde ella no dominaba.
Aunque los hombres procuraron con toda su pericia, hechicería y ciencia unida detener su marcha,
sin embargo abundó hasta lo sumo sobre los cuatro ángulos de la tierra.
Pero ahora hay un cambio. Cristo hizo el camino para detener la muerte y poner la vida sobre alas.
El reino de vida sobreabunda ahora. No solamente en el mismo grado que el reino de la muerte,
pero en una dimensión mucho más grande. Observe que la referencia aquí no es solamente en
cuanto a victoria, la cual podríamos gozar sobre el pecado, más aquella que podemos tener sobre la
muerte: la paga del pecado. El apóstol no solamente pone el pecado y la justicia en vivido contraste,
más también la muerte y la vida. En la misma medida en la que el pecado ha estado gobernando
para muerte, la justicia puede ahora reinar para vida. El pecado estaba constantemente obrando
muerte. De la misma manera, la gracia triunfa en la nueva creación haciendo la vida triunfar en
lugar de muerte, a causa de la justicia. La gracia está vista aquí como un poderoso e irresistible
conquistador, venciendo todos los resultados de la transgresión de Adán.
Observe que Pablo está demorando más sobre este tema – el pecado obrando muerte, que sobre el
pecado mismo. Podríamos decir que éste es su tema en este lugar. El pecado, en su aspecto hacia la
muerte, tiene dominio sobre el hombre entre tanto que viva. Esta muerte no es solamente sentida
25
físicamente en dolor y enfermedad, pero en cada parte del hombre. La totalidad de su ser ha sido
traída, en alguna medida, bajo el poder de la muerte. Hay muerte de la conciencia, y muerte de las
sensibilidades y afecciones, con relación a Dios manifestada en cada hijo de Adán.
Aun en los creyentes esta misma mortandad está en evidencia más o menos. Hay apatía, frialdad,
indiferencia, y lentitud, tanto de mente como de cuerpo: la muerte reinando sobre gran parte de
nuestro ser. Cuando la provisión ha sido hecha para vida, también puede ser manifestada en cada
parte.
Pues aun el cuerpo mortal del creyente, tanto como el espíritu y el alma, puede tener ahora parte en
esta victoria maravillosa sobre la muerte. Como la justicia tiene derecho en nosotros, el mismo
dominio que el pecado anteriormente ocupaba, en aquella medida, y nada más, la muerte será
detenida en obediencia y finalmente conquistada. Tendremos más de esto más tarde.
Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación (la fuente de muerte) a todos los
hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de
vida (v. 18).
El paralelo de este versículo, bien que obviamente en línea de oposición, es perfecto. En un acto de
injusticia de Adán trajo verdaderamente la sentencia de muerte sobre los hombres. Pero Cristo entra
en la arena, en la cual están juntados todos los condenados a muerte, por el acto de su propia
justicia, y anula la sentencia de condenación pendiente sobre ellos. Más aun, el fija sobre ellos la
sentencia de justificación la cual pertenece a vida. Esta última es judicial y está provista al servicio
de todos los hombres, aguardando su aceptación lo que el verso siguiente aclara:
Porque así como por la desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos (v. 19).
A todos del versículo anterior ahora está cambiado a los muchos. El anterior refiere al aspecto
judicial de los resultados del acto justo de obediencia de Cristo mientras aquí el lado experimental
está en vista. Los muchos son aquellos que creen las buenas nuevas de redención y son así, no
solamente justificados por la provisión, pero verdaderamente hechos justos. Entonces el apóstol
muestra que no estuvimos solamente bajo condenación por causa del pecado de Adán, pero somos
verdaderamente transgresores, de aquí que doblemente necesitamos la gracia.
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó
la gracia (v. 20).
Dios quiso que el hombre conociese que no solamente fué pecador, por aquel pecado de Adán, sino
que él también es pecador por su misma transgresión; por eso el dio la ley, Su verdadero carácter y
lugar oficial en el programa de Dios, están así declarados. Fue añadida, no para detener o refrenar el
pecado, como muchos neciamente enseñan, sino justamente lo opuesto, manifestar el pecado. La ley
no le hizo al hombre un pecador, lo hizo aquel pecado en Adán. Esta solamente declaró el carácter
del pecado, haciéndolo una ofensa a Dios. La ley simplemente fue una línea divisoria, marcando el
límite entre el bien y el mal, para que los hombres reconociesen su condición interior por sus actos
ilegales, por traspasar los límites. El pecado entonces llegó a ser la transgresión de los santos
mandamientos de Dios, y así trajo la más grande condenación sobre el pecador. Además incrementó
la pecaminosidad del pecado; mas aquí otra vez predomina Dios.
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El hace que su gracia sobreabunde y exceda:
Su gracia desbordó sus barrancas; más allá de la causa del pecado. El propósito de esta gracia
pródiga, tanto como el lugar de su más completa manifestación, y su canal, se nos dice en el verso
siguiente. Nótelo cuidadosamente. Termina esta sección de las dos cabezas.
Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para
vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro (v. 21).
El pecado está presentado aquí como déspota, un amo sujetando al hombre con mano de hierro del
cual no hay escape sino por muerte; mientras que la ley únicamente fortalece su poder (1 Corintios
15:56). Mas ahora la justicia toma el lugar del pecado y gobierna con el mismo poder, o con vara de
hierro más fuerte, a través de la gracia a vida eterna. No hay límite de poder en la gracia, ni fin a su
reino. El pecado terminó en muerte en el juicio de la cruz, donde abundó, y se desbordó en la
muerte de Cristo; pero aquí también es donde la gracia sobreabunda. No puede ser detenida en su
ímpetu, ni en su avance arrollador. Debe sobresalir sobre toda carne, donde el pecado era supremo;
pues la ira de Dios ha sido aplacada. La prueba es que Él resucitó a Cristo de la muerte, el último
Adán, y ha hecho de él, el canal de vida eterna para todos los hombres.
Por consiguiente la verdad prominente de esta sección de nuestro libro es compensación, como si
así lo fuera. Es la fase de la expiación de la salvación lo que aquí está demostrado; el pensamiento
del cual Dios es enriquecido por todo lo que le fue quitado por Adán. En vez de haber perdido algo,
por el desfalco del primer hombre, Él ha ganado inmensamente en el reembolso que el segundo
Hombre le había traído. El último Adán no recompensó meramente a Dios por su pérdida, pero el
añade la quinta parte más, como está escrito… lo restituirá por entero a aquel a quien pertenece, y
añadirá a ello la quinta parte (Levítico 6:5). Dios es así enriquecido; y así también el hombre,
cuando verdaderamente cree la verdad de su redención y echa mano de la vida eterna, la cual está
provista en nuestro Señor Jesucristo. Encontramos que no sólo somos librados negativamente de la
culpa del pecado, lo cual es justificación, sino que verdaderamente tenemos la victoria sobre el
poder del pecado, la cual está provista en nuestro Señor Jesucristo. Encontramos que no sólo somos
librados negativamente de la culpa del pecado, lo cual es justificación, sino que verdaderamente
tenemos la victoria sobre el poder del pecado, lo cual es santificación. En los tres capítulos
siguientes (6, 7, y 8), nosotros tendremos algunas de estas gloriosas posibilidades puestas delante de
nosotros.
27
DIVISIÓN CUATRO
Capítulo Seis
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para la Gracia abunde? (v. 1).
Hemos aprendido en los capítulos precedentes que la salvación, de todos aquellos que reciben la
gracia de Dios, extendida al hombre por medio del evangelio, es tan completa y eterna como ha sido
la ruina y condenación de ellos como pecadores en Adán. Este plan divino, el cual el arquitecto de
la redención ha consumado, tenía su fuente en el amor de Dios, y tiene como su fundamento la
muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Dios tiene ahora un nuevo orden de cosas para la
humanidad, basado sobre una nueva cabeza, Jesucristo.
El fue a la raíz de las cosas, no puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos
frutos (Mateo 7:18). El no remendó el linaje del viejo Adán, pero trajo una “nueva creación”. Un
nuevo reino es introducido, un reino espiritual, donde reina la gracia abundante; y ésta por medio de
la justicia de nuestro Señor Jesucristo. Así los primeros cinco capítulos de Romanos cierran con el
gran desarrollo del método divino de la justificación y vida. Hemos aprendido la manera de la
liberación de la culpa del pecado; ahora aprenderemos la manera de la liberación de su poder.
La última parte del capítulo cinco, tiene otro muy importante sentido práctico: es la introducción de
una mina maravillosa de verdad, nuestra identificación con Cristo, el cual está continuado y
desarrollado en el capítulo seis. Como ha sido declarado, la realidad de que nuestro Señor Jesucristo
fue nuestro representante en la cruz, y es ahora nuestra cabeza, forma la base de aquel gran cuerpo
de verdad confiada al apóstol Pablo, como un mayordomo fiel, para declararnos. Es justamente en
proporción como creemos en la gloriosa realidad, la plenitud y posibilidades ilimitadas de nuestra
identificación con nuestro Señor Jesucristo, que somos capaces de apropiarnos del fruto de su obra
para nosotros y nuestra presente posición en el. Esta es nuestra santificación: una obra progresiva de
purificación y perfeccionamiento consumándose en nosotros por el Espíritu Santo, como éste haga
experimental esta unión divina. Por lo cual él nos separa de todo aquel que no está en conformidad
con la voluntad de Dios, en nuestro espíritu, alma y cuerpo. Por consiguiente este capítulo seis de
Romanos, es de vital importancia con respecto a nuestro estado y crecimiento en gracia. Muchos,
quienes averiguan la realidad de su justificación, están todavía bajo el poder del pecado, bien que
Dios ha hecho la provisión para la maravillosa victoria, eso es, nuestra santificación. Es por el
conducto de muerte y resurrección: más aun dependiente de nuestra fe y del Espíritu Santo para los
resultados prácticos.
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MUERTOS AL PECADO
De entrada nos encontramos con la pregunta importante: “¿Perseveramos en el pecado para que la
Gracia abunde? Lo que sigue es la respuesta inspirada de Pablo a este interrogante; es lógica,
práctica y conclusiva. El había previamente anunciado que donde el pecado más se manifestó,
justamente en la cruz allí también sobreabundó la gracia (5:20). Dios hace este despliegue de la
enemistad del hombre en Calvario, el medio de su salvación. Allí su ley entera, abarcando el amor a
Dios y al hombre, fue cruelmente quebrantada.
Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos
4:12).
Dios se deleita en magnificar su gracia. Luego alguien exclama: ¡vamos a continuar en pecado y
dar a Dios abundante oportunidad a demostrar su gracia! Pero Pablo exclama: ¡No! ¡No! No
obstante sería la conclusión lógica a que llegaríamos, si no tuviéramos más enseñanza. El que así
razona demuestra que no entiende ni el primer principio del evangelio. Pablo procede a explicar que
el único hombre que no peca es aquel que está bajo la Gracia, porque este es el único reino donde el
pecado es inactivo.
El siguiente desarrollo de la verdad es aún más maravilloso, si esto es posible que aquel a lo cual ha
procedido. Pablo insiste que morimos al pecado. Esta es su respuesta a la pregunta de perseverar en
el pecado, ¿peca un hombre muerto? Entonces debemos esperar que quien ha creído no peque más.
No somos más identificados con la vieja creación, ni con Adán, la cabeza caída de la raza; no
estamos en el reino del pecado, ni en su ambiente. Lo que en los capítulos anteriores ha sido
presentado como la sola base de la justificación, es ahora presentado también como base de
santificación. Hemos sido muertos a todo lo que éramos cuando Cristo murió hace más de mil
novecientos años. Esto es una realidad, no una teoría. Es un aparte muy importante del evangelio.
Sí, verdaderamente, es una realidad con Dios que nuestro viejo hombre, Adán, con todo lo que fue
en él, pereció en el Calvario. Cuando esto llegue a ser una realidad con nosotros, el pecado ha
perdido su poder sobre nosotros. Hemos aprendido el secreto de la victoria sobre el mundo, la carne
y el diablo. Entonces somos incapaces, porque un muerto no puede hacer el bien ni el mal, pero ésta
es la condición que hace el camino para que el poder de Dios se manifieste en nuestro favor. Este
camino da a Dios la oportunidad de librarnos.
Así como verdaderamente Cristo murió en la cruz, así también justamente cada creyente murió en
el. Dios nos puso en Cristo, tanto como nuestros pecados sobre él, y le juzgó como el pecador;
porque él debía tratar tanto con el pecador, como con sus pecados.
¿No ve Usted la lógica del argumento de Pablo? Dios por necesidad puso el cuerpo de pecado en
muerte, o continuaría en pecado. La única manera de liquidar el pecado en muerte, o continuaría en
pecado. La única manera de liquidar el pecado era matar al pecador, y aquí es donde la Gracia se
manifiesta. Dios puso a su Hijo a muerte, como si él fuera el pecador, que nosotros pudiésemos ser
para siempre librados del pecado. Así que, para nosotros “continuar en pecado” es negar
virtualmente el poder de la cruz. Todos fuimos crucificados. Todos morimos. Todos fuimos
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sepultados con Cristo. Pero esto no es todo. Todos fuimos levantados en el Cristo resucitado a una
nueva esfera de vida que no tiene nada que ver con nuestra esfera antigua. La cruz y la sepultura
yacen entre estos dos reinos ¡Aleluya! Nosotros somos en Cristo una nueva creación, las cosas
viejas verdaderamente pasaron para aquellos que creen estas realidades. La Gracia nos ha traído a
un reino donde no hay pecado. Nosotros hemos escapado del dominio del pecado por la muerte y
resurrección. Cristo murió al pecado una vez y resucitó en novedad de vida. El está ahora viviendo
en la alegre eterna luz de la faz de su Padre, en su bendito amor y favor. Nosotros somos el cuerpo
de Cristo y estamos allí en el. El es nuestra cabeza. Nuestros sentimientos no están en cuestión aquí.
Somos llamados a creer la palabra de Dios. El pecado no tiene reclamo sobre Cristo, por lo tanto no
tiene derecho a reinar sobre nosotros, mientras que nos rendimos a Dios. En esta gloriosa relación.
Esta es la base de Pablo para la liberación del poder del pecado. El no se refiere a lo que vemos y
nos sentimos ser, sino a lo que es literalmente verídico acerca de Cristo, y por lo tanto de nosotros
también. El va a la cruz, donde el pecado fue juzgado y el pecador ejecutado, por su argumento
contra el dominio del pecado; y luego añade, en cuanto en nuestra presente relación al pecado; él
que es muerto ha sido librado, o mejor dicho, justificado del pecado (v. 7). Cuando Cristo murió en
la cruz, él resucitó (Ro 7; 4) y fue sacado fuera del reino y jurisdicción del pecado; y así nosotros
también cuando Él venga, pues vendrá sin relación con el pecado (He 9; 28). Este es el significado
de la palabra justificado en este lugar. En nuestra gran cabeza pagamos la penalidad que atañe al
pecado. La paga del pecado es muerte (v. 23). Recibimos nuestra paga en su muerte. La ley queda
satisfecha. Nos reconoce muertos. Nos ha matado. Ahora hemos resucitado con Cristo a un nuevo
reino. El pecado no nos puede alcanzar. Somos perfectamente justificados del pecado y libres de
todos sus reclamos para siempre por la vida victoriosa.
En lo precedente, hemos tenido el lado de Dios de nuestra liberación del pecado. Ahora nosotros
tenemos a la vista el lado nuestro en el asunto. Es decir, en los primeros diez versículos de nuestro
capítulo, tenemos dicho que grandes cosas Dios ha hecho ya, para identificarnos con Cristo. En la
última parte de nuestro capítulo, tenemos como las grandes realidades mencionadas llegan a ser
prácticas a nuestras vidas. Como un hombre puede estar perdido para siempre, por rehusar el
método de Dios para la salvación, aunque Cristo gustó la muerte por todos los hombres, así un
creyente puede ser esclavo del pecado durante toda su vida terrenal: ya sea por ignorancia o por
incredulidad a la segura y sencilla manera de Dios para la victoria, la cual está presentada aquí.
Así también vosotros considerados muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Señor
nuestro (v.11). Este es el versículo fundamental del lado nuestro concerniente al pecado. Debemos
empezar aquí. Es un doble reconocimiento: muertos por un lado, pero vivos por el otro. Tenemos el
secreto de una vida santa en este versículo 11; pues, hasta que no nos creamos a nosotros mismos
impecables en Cristo por muerte y resurrección, no hemos hallado la manera que Dios dice acerca
de nosotros, que verdaderamente hemos muerto al pecado con Cristo, estamos empezando a hacer
progresos en cuanto a la victoria presente sobre el pecado y sus efectos.
Nosotros enfatizaríamos la realidad que este reconocimiento no tiene nada que ver con la
experiencia. La experiencia es el resultado y sigue como cosa natural; pero no hay liberación sin
nuestro reconocimiento. Dios nos manda reconocer que hemos sido librados de la esclavitud en la
cual yace toda la creación: la esclavitud de corrupción (Rom 8:21). Sus tendencias son malas y
terrenales, y deben ser mortificadas, o puestas en muerte, por el poder del residente Espíritu Santo,
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si la vida espiritual ha de ser mantenida. El pecado se afana en reinar por medio de nuestro cuerpo
mortal; pero debemos recordar que somos nuevas criaturas: nuestros cuerpos no nos pertenecen, son
solamente casas en las cuales vivimos. El pecado busca esclavizarnos por las concupiscencias, o
deseos de nuestros cuerpos, para reinar sobre nosotros.
No es pecado tener estos deseos corporales, no podemos evitar esto: es natural. Ni es pecado ser
tentado a gratificar estos deseos carnales; pero es pecado rendirse a ellos. Somos exhortados a
rendirnos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos
de justicia (v. 13). Cuando aceptamos como verdadero el hecho que morimos en Cristo al pecado
una vez, y la realidad añadida que somos vivos a Dios en él, nos damos cuenta cuán imposible es
continuar rindiendo nuestros miembros al pecado. En cambio, los entregamos a Dios como
instrumentos en sus manos para obrar justicia.
EL SECRETO DE LA VICTORIA
Hay entonces, como vemos, dos pasos necesarios, “reconocer” y “rendir”, para alcanzar esta
victoria sobre el pecado. Pero como hay los que toman estos dos pasos, o por lo menos piensan que
lo hacen, y todavía no experimentan la diferencia la cual ellos buscan, miraremos de cerca dos
versículos en nuestra elección, los cuales cuentan el secreto del fracaso.
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella
forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado vinisteis a ser siervos de
la justicia (vs. 17-18).
Estos versos son muy prácticos. La “forma o tipo de enseñanza”, a la cual Pablo se refiere es el
bautismo. El está escribiendo a gentes que han recibido la verdad y han tenido la experiencia de la
salvación, la cual ellos testificaron por el bautismo. El está ansioso que ellos entren en todo aquello
lo cual la forma implica, eso es, toda la provisión de gracia incorporada en el evangelio. El conoce
cuánta gloria resultará a Dios, y bendición a ellos. El dice que ellos han sido hechos “libres del
pecado”. Algunos santos arguyen la imposibilidad de tal estado. Observe que Pablo no está
hablando aquí de pecados, sino de pecado. Desde el momento que creemos, somos justificados DE
TODAS LAS COSAS, tocante a nuestras transgresiones actuales; pero el pecado mismo es el sujeto
aquí. ¿Y qué pasa con esto? Permite que la palabra conteste. Habéis sido libertados del pecado (v.
22). Somos libertados de su esclavitud. ¡Somos libertados! ¡No se enseñorea más de nosotros!
¡Somos libres!
31
Mas vamos a notar que aquellas gentes llegaron a ser “obedientes de corazón” a su resucitada
posición. Ellos no solamente la reconocieron verdadera, y actuaron por el bautismo en agua, sino
que se entregaron enteramente a Dios, a fin de que éste tuviera la oportunidad de hacerla realmente
verdadera en ellos. Estos se abandonaron absolutamente a Dios y a su voluntad. Rindieron
totalmente todo lo que fue inconsistente con su ciudadanía celestial. Eso no era ley: fue un
privilegio como unido a Cristo. “Obediente de corazón” dice el secreto de victoria total. Todo
fracaso puede ser delineado por carecer de esta fuente. Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23).
Tenemos entonces esta tercera y final condición a una vida victoriosa, completa y permanente sobre
el pecado: el corazón rendido a toda la verdad tocante a nuestro lugar en Cristo y todo lo que esto
envuelve. Significa que actuamos sobre la palabra, desde el fondo de nuestro corazón. Como si
viviéramos verdaderamente cumplido en nosotros aquello que Dios dice de nosotros en Cristo. Por
supuesto este último paso es realmente la segunda condición, rendirse, pero ampliada y enfatizada
para guardarnos contra el fracaso en la vida práctica. Como Pablo añade, más ahora que habéis
sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación
(práctica), y como fin la vida eterna (v. 22). Nosotros queremos el fruto que permanece, ¿no?
Note la tres respuestas a la pregunta de Pablo, ¿perseveraremos en pecado para que la Gracia
abunde? Ya hemos tenido dos repuestas negativas, pero hay todavía otra razón del porqué no es
posible que perseveremos así.
La primera razón es que hemos muerto. De un hombre muerto no puede decirse estar continuando
en pecado. El podría haber sido un gran pecador, pero desde el momento que murió cesó de pecar;
por lo tanto la conclusión lógica del porqué no podemos continuar en pecado, es que hemos muerto
con Cristo (Ro 6:2).
La segunda razón es que vivimos reinando con nuestro nuevo amo en el trono, en justicia (Ro 6;
18,22), y hemos dejado el empleo de nuestro viejo amo. El no reina más sobre nosotros. Tenemos
un nuevo amo, el de la justicia. El tiene el gobierno en lugar del pecado. Nosotros estamos
rindiéndonos a sus mandatos, haciendo sus órdenes. Ahora es fácil obedecer los mandatos de la
justicia como lo fue anteriormente en obedecer los movimientos del pecado. El nuevo amo, la
justicia, tiene el trono y reinamos con Él en el trono (Ro 6:18), nosotros por la fe vivimos sentados
con Él en los lugares celestiales (Ef 2; 6)
La tercera razón es que hemos muerto a la ley para “no continuar” en el pecado, está en el próximo
capítulo. No podemos continuar en el pecado porque tenemos un nuevo esposo (Ro 7:4). Hoy
llevamos frutos para Dios; nuestra santificación, nuestro crecimiento en gloria. Antes llevábamos
fruto para muerte; impiedad, carnalidad, etc. Nuestro esposo viejo, el hombre viejo, fue muerto para
que nosotros pudiésemos ser librados de él, a fin de que estemos unidos a otro Hombre. Por lo tanto
el fruto de nuestra vida es la evidencia de con cual esposo estamos viviendo. Si nosotros estamos en
comunión con Cristo y el cielo, nuestro fruto será santificación. Dios llama a las cosas que no son
como si fuesen, y Él espera de nosotros hacer lo mismo. Si estamos en comunión con nuestro
primer esposo, el Adán viejo, nuestro fruto será la impiedad y la carnalidad. Vamos a examinarnos
“si estamos en la fe”, contando con Dios (vea 2ª Corintios 13:5) (Galatas 6; 4)
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NUESTRA LIBERTAD DE LA LEY
Capítulo Siete
El pecado ha tenido la prominencia en nuestra elección anterior; pero aquí es la ley que reclama
nuestra atención. Pablo insiste que él está hablando a hermanos que conocen la ley, aunque como si
hubiera algunos ignorantes de la ley. En realidad, así era el caso entonces, porque la ley nunca fue
dada a los gentiles. Pero la cuestión se levanta aquí, ¿por qué el apóstol escribió a la iglesia en
Roma, una ciudad gentil, de esta manera?, a no ser por la razón que fue establecida por judíos o
prosélitos judaizados, quienes por lo tanto conocían la ley. También hay posiblemente en esta
declaración un pequeño indicio de la condición gálata de toda la cristiandad de la cual Roma en el
tiempo presente es la madre y maestra. Pero esto no es apelar solamente a la ley de Dios, sino a la
naturaleza de toda ley que tiene autoridad sobre el hombre mientras él vive.
Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido
muere, ella queda libre de la ley del marido (v. 2).
La ley del matrimonio está dada como una ilustración. La sujeción de una mujer a su marido está
dicho ser mientras él vive. Durante la vida de él, ella no debe tener relación con otro hombre, de
otra manera ella sería una adúltera. La muerte sola, según el razonamiento de Pablo aquí, puede
librarla tanto que ella puede estar unida a otro hombre. Los últimos enlaces son tan sagrados y
rigurosos como en el caso anterior. Luego el apóstol aplica su ilustración diciendo, así también
vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de
otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos frutos para Dios (v. 4).
El casamiento en las Escrituras es símbolo de unidad. Dios dijo del primer Adán y su esposa, serán
una sola carne (Génesis 2:24). Por tanto, como nosotros, la Iglesia, fuimos unidos a nuestro viejo
esposo por la ley de vida (fuimos una sola carne), y no podíamos ser librados de él excepto por la
muerte. Cristo Jesús, el otro hombre en el caso, vino a nuestro rescate. Note la historia de amor. El
fue hecho en la semejanza de carne pecaminosa (disfrazado, como si así lo fuera), y murió como el
esposo viejo.
Pero aquí está la maravilla de ello; fuimos así librados de la ley de nuestro esposo viejo, para que
pudiésemos estar unidos a nuestro esposo nuevo en resurrección. El no puso meramente a muerte
nuestro hombre viejo, para que llegásemos a ser viudas, y así licenciosas y libres, sino para que
nosotros llegásemos a ser legalmente libres por muerte, y luego casado con otro esposo: con Cristo
mismo.
Mientras nuestro viejo esposo vivía, el tenía el reclamo sobre nosotros; pero ahora que sabemos que
él ha muerto, no le debemos nada. No podemos servir a dos esposos a la vez, de seguro habrá
dificultades. Tomando en lo natural, cuando una mujer está viviendo con dos hombres, hay siempre
incertidumbre y duda; y más, es casi imposible determinar a quién pertenecen los hijos. Así también
en lo espiritual. Esta es la razón por tanta carnalidad y división manifestada en nuestro medio. Hay
así tantos creyentes viviendo con dos esposos. Ellos están cometiendo adulterio espiritual, y es
abominación a Dios. El fruto es manifiesto: es claramente evidente que el esposo viejo tiene la
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preeminencia. Llevan el nombre de Cristo mientras sus palabras y razón dominan, en lugar de las
palabras y mente de Cristo.
Mas Pablo nos asegura que hemos sido librados de la ley de nuestro antiguo esposo. Entonces
tomemos esta libertad, y vivamos continuo y solamente con nuestro nuevo esposo, unidos a Él por
la ley de vida de la nueva creación: la vida espiritual.
Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en
nuestros miembros llevando fruto para muerte (v. 5).
Note el tiempo pasado del verbo: estábamos en la carne. El apóstol no permitirá que ésta sea la
condición del creyente, pues recuerdo que él está hablando a santos. Cuando nuestro esposo
antiguo, el viejo hombre, vivía y nosotros vivíamos con él, el fruto de su vida era evidente: lo era
carnal. Pero ahora que hemos sido librados de la ley de nuestra vieja vida, siendo muerta a quien
estábamos en esclavitud, podemos servir ahora en novedad de espíritu, y no en vejez de letra. La
“letra” significa la ley de Dios. La nueva vida no está bajo ninguna ley al nuevo esposo, excepto la
ley de amor, la cual es su misma esencia. La vieja vida no necesitaba ninguna ley para hacerle
obedecer al viejo esposo. La ley estaba en la vida. No haría de otra manera.
Por lo tanto, la ley de Sinaí no fue dada para que el hombre la guardase, como hemos aprendido
previamente (pues Dios sabía que esto era imposible). Fue dada para que el hombre aprendiese que
ninguna ley es capaz de hacerle bueno; porque la tendencia natural de su vida era mala y es
incurable. Además, como estamos aprendiendo ahora, la ley no fue dada para que el hombre nuevo
la cumpliera; aunque esta sería la conclusión natural. Pablo declara que él mismo una vez así pensó
y procuró conscientemente cumplir su decreto. La siguiente experiencia, la cual era suya, muestra
cuán inútil fue el esfuerzo contra el pecado en la carne.
EL PROPÓSITO DE LA LEY
Si no, ¿por qué hace del pecado más pecaminoso y lo transforma a una verdadera ofensa? Porque el
apóstol declara, pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia,
si la ley no dijera; no codiciarás (v. 7). La respuesta es que el verdadero carácter del pecado no es
conocido mientras que la ley no sea conocida. Pablo en su estado de justicia propia pensó que
estuvo guardando la ley; porque él verdaderamente fue sin culpa en cuanto el oyó los truenos del
monte Sinaí: no codiciarás. El entonces se dio cuenta que codiciar era una trama y urdimbre de su
misma vida, como unido al viejo esposo. La ley que parecía haber sido dada para mantenerlo en
sujeción, tuvo el efecto opuesto. Lo despertó en abierta hostilidad. El pecado está quieto, o muerto,
hasta que la ley lo agite a actividad. Así en lugar de dar vida al hombre como lo prometió, le da vida
al pecado. En vez de ser un opositor del pecado y voltearle, llega a ser el opositor del pecador y a
éste lo voltea. Como el apóstol dice, porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me
engañó, y por él me mató (v. 11). La ley le guió, como si así lo fuera, con su promesa de vida
(porque él era todavía ignorante del poder del pecado) hasta que vio su absoluta impotencia y clamó
al Señor para ayudarle. El pecado no solamente le había incapacitado, para que así no tomase
ventaja de las posibilidades bajo la ley, pero más le envolvió en su condenación por agitarle a una
abierta rebelión contra los justos decretos de Dios.
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Por lo tanto él concluye; que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno (v.
12); pues le exhibió completamente inmundo. Le convenció de pecado y le señaló como pecador; le
juzgó, le sentenció y le ejecutó en la cruz.
¿Cómo fue eso entonces? Luego lo que es bueno, ¿vino a ser muerte para mí? (v. 13). No, dice
Pablo; éste no es el caso. No fue la ley que trajo la angustia y muerte, sino el pecado fue la causa.
La ley y su lugar oficial son dos cosas distintas. El objeto real de la ley no aparece sobre la
superficie. Derrotaría su mismo propósito si no pareciera tener una promesa de vida en su
cumplimiento. Como ninguno había alcanzado vida por obedecer sus demandas (pues nadie jamás
lo había logrado), parece haber fracasado Entonces clama por liberación, por socorro, Por
consiguiente, únicamente logró en hacer del mal, lo peor. Lo despertó, y revivió al adormecido
pecado, y parece haber errado su objetivo. Es decir, los hombres así argüirían; pero tal no es el caso.
La ley logró algo más perfectamente en el caso de Pablo, y con cualquier otro que conoce la ley y
procura diligentemente cumplir sus requerimientos. El encuentra que la ley de pecado en sus
miembros es mucho más poderosa que el deseo de su renovada voluntad. El quiere hacer lo bueno
pero no puede. El está forzado a hacer cosas que el odia, después que él ha resuelto con toda fuerza
de voluntad que él no sería culpable de tales hechos.
El por fin aprende que la ley es espiritual; pero él es carnal, un esclavo en el mercado del pecado. El
ha llegado al lugar donde ve que hay dos vidas en oposición dentro de él; dos principios obrando;
uno puesto por el bien, y otro por el mal. Luego él sigue un paso más adelante e identifica el pecado
como morando en la carne. Pero no en él. El se considera a sí mismo no identificado con la vieja
vida. para ser librado de este cuerpo de muerte.
¿Cual es la respuesta al grito desesperado del hombre? ¡Ah! ¿Quién podría acertar este
rompecabezas? Sólo la gracia. No hay otra esperanza posible. La Gracia nos quita fuera de la
desgracia. Somos llevados de vuelta al fin del capítulo cinco donde la base de la salvación fue vista
en estar en el señorío de nuestro Señor Jesucristo, y el reino de vida provisto para toda la raza
humana en él. En Cristo no hay condenación (Ro 8; 1) aunque llevamos con nosotros un cuerpo en
el cual mora la semilla de pecado y la muerte. En el tenemos libertad y poder suficiente para hacer
más de lo que la ley de Dios demanda; poder no solamente para obedecer por causa de obligación,
sino por amor y adorar a Dios por causa de la gracia. Aquél que es la “fuente y fuerza” de nuestro
ser, llega a ser la “estrella polar” de nuestra vida, iluminando el camino delante de nosotros con su
confortante presencia. No somos más inútiles, ni ocupados por nosotros mismos, pero felices y
triunfantes en Dios, protegidos en el favor y protección en su propio Hijo amado, Esta es la Gracia,
el camino que parte del pecado y hacia Dios.
En este capítulo siete la ley predomina, pero hay por lo menos tres leyes diferentes mencionadas.
Estas no significan la misma cosa, son absolutamente distintas, y no deben ser confundidas, aunque
tienen relación entre sí.
La primera es la ley de vida, no necesariamente la vida pecaminosa, más aquella por la cual fuimos
unidos a Adán, la primera cabeza de la raza humana (v. 4).
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La tercera es la ley de pecado y muerte manifestada en la carne (v. 23).
Observe también que hasta aquí en nuestro estudio hemos tenido mencionado una sola vez (5.5) al
Espíritu Santo, porque la mayor parte ha sido la provisión del evangelio, y la experiencia de fracaso,
como en el capítulo siete. Ahora en capítulo ocho (la experiencia de victoria) la cual estamos
acercándonos en nuestro estudio, encontramos que el Espíritu Santo está mencionado por lo menos
catorce veces. Su presencia y poder llena toda la esfera de enseñanza aquí. Note esta realidad
también, que tenemos mencionada la ley cinco veces en este capítulo, pero es la ley del Espíritu de
vida, por la cual hemos sido unidos al último Adán: la nueva cabeza de todos aquellos que creen, y
más, el nuevo esposo de todos aquellos que se rinden a él.
RECAPITULACIÓN
UN BREVE REPASO
Antes de seguir más adelante, estamos especialmente impresionados a hacer énfasis al hecho que el
tema de esta epístola es el evangelio. Este es claramente visto en el primer capítulo. Pablo, apartado
por el Espíritu Santo llama sus buenas nuevas, el evangelio de Dios (v. 1), luego el evangelio de su
Hijo (v.9), y por último, el evangelio (v. 16). Estas tres citas señalan a la trinidad; Padre, Hijo y
Espíritu Santo, como estando vitalmente interesados en el evangelio. Toda la enseñanza,
concerniente a la persona y obra de Cristo en la cruz, contenida en esta carta, es el evangelio. Sin
embargo cuan poco de estas “buenas nuevas” oímos, las buenas nuevas para aprender a reinar con
Cristo, y estas buenas noticias están en las epístolas de Pablo.
Los hombres dicen que ellos predican el “evangelio” cuando dicen a los pecadores que Cristo murió
por ellos; pero es solamente una pequeña parte del evangelio. Si usted que está leyendo estas líneas
es predicador, o espera serlo, lea esta epístola hasta familiarizarse con la verdad del evangelio de la
gracia y de la gloria; luego salga y predique el evangelio aquí declarado. Pero no tenga osadía de
tomar sobre si tal responsabilidad hasta que esté familiarizado usted mismo con el evangelio. La
ignorancia en cuanto a la verdad es espantosa: es consentida. Somos responsables delante de Dios
de conocer su palabra y enseñar de acuerdo a ella. La Biblia está en nuestras manos, y decimos
haber recibido el Espíritu Santo, de quien Jesús dijo que nos guiaría a toda verdad. Las revistas y
tratados que se difunden entre los cristianos, con excepción de muy pocos, son solamente
intelectuales excitaciones del alma; si no son completamente errores que no benefician a nadie. En
realidad mucha de la enseñanza, prevaleciente, gira en derredor de la renovación de la vieja
creación de Adán, la cual es absolutamente inescritural. La vieja línea adánica llegó hasta el
Calvario. Allí fue el fin del “viejo hombre”, según la palabra de Dios. Si usted no está predicando
así, es mejor que usted despierte y escrudiñe las Escrituras; o escrudiñe las Escrituras y usted se
despertará. Si usted no edifica sobre el fundamento puesto por Pablo, Jesucristo, la cabeza de la
nueva creación, sus obras serán quemadas porque está edificando sobre el viejo fundamento; el
primer Adán. El no resistirá el fuego ni tampoco sus obras: madera, heno y hojarasca (1 Corintios
3:12-13).
En nuestra lección anterior aprendimos que a través de la muerte de Cristo en la cruz, fuimos
muertos a la ley; pues Cristo murió allí como el viejo Adán, para que pudiésemos ser unidos a otro:
el Cristo resucitado. La razón por la cual teníamos que morir fue, como habíamos notado, no porque
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la ley fuera mala, sino porque nosotros fuimos malos. Nuestra carne fue tan impotente para hacer lo
bueno. Y tan presto para hacer lo malo, que la santa ley de Dios solamente agitó el pecado en
nuestros miembros esclavizados en abierta rebelión.
A pesar que amábamos la ley de Dios y deseábamos obedecer cada uno de sus preceptos, como
Pablo hizo, con todo eso, no teníamos el poder para hacerlo. El pecado en nuestra carne compelió a
la ley a traernos a la condenación por hacer abundar el pecado. Por consiguiente tenemos que morir
para sacarnos de su dominio, y así ser libres para estar unidos a Cristo en un reino de resurrección,
absolutamente fuera de la esfera de la ley.
Además, nosotros vimos que fue solamente cuando Pablo llegó al fin de sus propios esfuerzos
legales, y desesperado por jamás poder llegar a ser santo por procurar guardad la ley, así
reconociendo su impotencia, que obtuvo un vislumbre de lo que el evangelio realmente significa. El
vio que Jesucristo era el Salvador, no solamente de sus pecados pasados; sino el Salvador del
pecado siempre presente. El cesó de luchar a someter su carne para obedecer a la ley; porque él
estaba ahora seguro que el Dios Todopoderoso era más capaz de guardarle, mientras que
simplemente confiara y se rindiera a Él.
Capítulo Ocho
Como fue notado previamente, el espíritu Santo fue mencionado una sola vez en nuestros capítulos
anteriores. Pero ahora en el capítulo ocho, aprenderemos la manera de Dios para librarnos del
pecado residente en nosotros. De aquí el Espíritu Santo es la persona predominante en nuestra
lección presente; porque es únicamente por su presencia y poder en nosotros que el pecado es
vencido. En Jesús, como Salvador, soy justificado. En Cristo, como Señor, soy santificado. Es por
su vida y por su poder derramado desde el cielo, así como su sangre vertida en la tierra.
En el capítulo seis, somos, enseñados a reconocernos muertos y rendirnos a Dios. Esta es nuestra
parte. La promesa de Dios es que el pecado no se enseñoreará de vosotros (6; 14), pero el Espíritu
santo no está nombrado como el poder de tal victoria. Ahora se nos ha mostrado, en cuanto a
experiencia, el significado y proceso de esta maravillosa liberación. Es el poderoso Espíritu Santo
quien verdaderamente nos libra del poder del pecado, mediante la intercesión de Cristo en el trono.
No hay lectura más deleitosa en todo el Nuevo Testamento que este capítulo 8 de Romanos. Está
lleno de la más bendita verdad en cuanto a la seguridad del creyente. Hay una atmósfera de vida y
victoria resonante en todo el mensaje del capitulo 8; porque el Espíritu Santo exhala su propia
personalidad aquí. El fatigado, dudoso, y angustiado corazón encuentra descanso y esperanza en
este capítulo. Comienza con que “no hay condenación” para aquellos que están en Cristo Jesús, y
termina con que “no hay separación” de aquel que es su vida.
Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (v. 1).
Qué contraste tenemos aquí con nuestro capítulo anterior. Allí estábamos rodeados de oscuridad por
todos lados. Oíamos lo estruendos de los carros de los egipcios avanzar por detrás nuestro, mientras
delante el Mar Rojo no presentaba una atractiva perspectiva. Mas ahora todo ha cambiado. Las
poderosas olas del Mar Rojo están todavía encrespadas, pero en lugar de oponerse a nuestro
progreso, quedan detrás de nosotros. Hemos pasado sin mojar los pies; mientras el enemigo ha sido
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ahogado en las profundidades de las aguas. No podemos verle, bien que el sol ha salido y sus rayos
de gracia están inundando la escena. Nuestro viejo amo ha desaparecido.
Él ha desaparecido y estamos libres para siempre. No somos más esclavos, sino que somos hombres
libres. Estamos fuera del dominio de la esclavitud, fuera de Egipto, y en su sentido, hemos
alcanzado la tierra prometida. Estamos en Cristo.
El primer resultado glorioso de tal lugar es que “no hay condenación”, Está enteramente fuera de la
cuestión. ¿Por qué? Porque no dejó nada para ser condenado. El juicio ya pasó. El sentido de
condenación experimentado por aquel del capítulo 7, fue por causa que el egipcio estaba vivo. El
encontró que en su carne está morando el pecado y no podía destruirse a sí mismo. Fue lo que él
era en la viaja creación, lo que le estaba molestando.
Pero ahora hay un cambio maravilloso. No solamente pasó todo lo que él había hecho, más todo lo
que él era también. No hay “cuerpo de muerte”, ¡Está hundido en el mar! No hay pecado en la
carne; porque la carne ha pasado. Las olas de la ira de Dios se encrespaban sobre todo, y el hombre,
que poco tiempo atrás estaba temblando y temeroso, ahora es libre y sin condenación. ¡Vida! ¡Vida!
Vida eterna ha tomado posesión en lugar de muerte. En lugar de la pobre y desdichada condición
gloriosa y el grito de triunfo, “No hay condenación” en nuestro presente capítulo.
El segundo versículo de este maravilloso bosquejo de verdad dice, porque la ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado de la muerte. Tenemos la base en la
denodada declaración de Pablo en el primer versículo. Este no se refiere a la culpa de pecado, Eso
fue tratado en la cruz: pero se refiere al poder del pecado, el cual debe estar sujeto a nosotros por el
Espíritu de vida. La obra del Espíritu Santo en nosotros está designada “una ley”, porque su
operación en nosotros es constante y uniforme. Como el pecado ha sido en su operación. La ley del
Espíritu es más fuerte que la ley del pecado en nuestros miembros. El pecado en nosotros será
inmediatamente reprimido por la simple condición de fe. Por supuesto, si nuestras voluntades son
rebeldes, no somos capaces de creer a Dios; por consiguiente el Espíritu Santo no es capaz de
cumplir lo que podía y decía hacer. La manera de la liberación de Dios del poder del pecado, no es
por nuestra lucha, sino por el obrar del Espíritu Santo en el poder de la vida de Cristo, como
creemos.
La ley no fue capaz de librarnos por causa que el pecado estaba gobernando, reinando y rebelándose
en nosotros. El pecado estaba teniendo su propio gusto, pues, era el amo desenfrenado en la carne
humana.
Pero Dios apareció en la escena, en la persona de su propio Hijo en la cruz, y rompió la cadena del
pecado. El condenó al pecado en la carne (v. 3), entonces ya el pecado es un usurpador, donde
antes fue un rey. En nuestra carne, donde “no hay cosa buena”, aun la mente y disposición, las
cuales están en enemistad contra Dios, el pecado no tiene derecho alguno. Es un criminal
condenado. Para conocer esto y luego creerlo, hay que entrar en un triunfo absoluto sobre nuestro
primer amo. Una vida de justicia positiva y práctica será nuestra experiencia. Es Dios, el mismísimo
Santo Dios, de quien el hombre del capítulo siete temía, por causa de pecado en su carne, que le ha
librado. Dios mismo concibió el plan maravilloso de la salvación del hombre, y lo ha consumado.
Él envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y en la cruz de Calvario. Él agolpó todas las
oleadas de su justa ira contra el pecado sobre su cabeza santa. Allí en la cruz fue donde el pecado
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fue juzgado para siempre. Allí en aquella horrorosa oscuridad, desde la hora sexta a la hora novena,
el juicio de Dios tenía su curso ininterrumpido sobre Jesucristo. Todo lo que el hombre era en la
carne. Con todo el pecado que dominaba y bramaba en él, fueron condenados. Él fue sepultado en
las aguas del juicio en la profundidad de la mar.
Luego leemos de la respuesta positiva a esto en la experiencia del creyente. Es el gran y maravilloso
propósito del evangelio. Nosotros somos llamados a reinar sobre nuestro amo anterior, y
capacitados para hacerlo por la gracia manifestada en el Calvario, en el poder del Espíritu; lo que la
santa ley del Sinaí fue incapaz de hacer. Note lo siguiente, para que la justicia de la ley fuese
cumplida en nosotros, que no andamos conforme a carne, más conforme al Espíritu (v. 4). La ley
aquí es la voluntad de Dios, no la ley mosaica solamente. La última, fue simplemente la expresión
de su voluntad por un cierto tiempo, para un cierto pueblo, y por un cierto propósito. Aquellos
quienes permiten al Espíritu Santo controlarles, quienes andan como él les guía, están haciendo la
voluntad de Dios. No están guardando nada.
El Espíritu Santo es el que guarda. Él está obrando en ellos mientras le rinden sus miembros a él.
Ellos simplemente andan en él, y se les asegura que no cumplirán los deseos de la carne (Gálatas
5:16). El Espíritu santo ha tomado el cargo completo. La ciudadela se ha rendido a él. Esto no es
licencia. Es el cielo que comienza en la tierra cuando la voluntad de Dios no está hecha; la justicia
de la ley cumplida en nosotros: no por nosotros. Oh, ¡qué verdad! ¿Quién lo ve? ¡Oh!, lo repito, la
justicia de la ley es cumplida en nosotros: en nosotros; no por nosotros.
Luego Pablo declara que estos dos elementos, “carne” y “Espíritu”, con su mente y disposición,
están enteramente separados y distintos. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el
ocuparse del Espíritu es vida y paz (v. 6). El uno es opuesto al otro. Todos nosotros estamos
viviendo en uno de estos elementos, ya sea en el Espíritu, o en la carne. Ellos no se mezclan en
nada. Estamos “ocupándonos en la carne, o en el Espíritu”. Ellos son distinguidos positivamente, y
en consecuencia fácilmente reconocidos.
Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni
tampoco puede (v.7).
Esta es la actitud de la mente carnal para con Dios. El próximo versículo habla de la actitud de Dios
hacia la carne. Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Esta enemistad no es por
malas obras sino enemistad por naturaleza. Este es el significado aquí. Las dos creaciones, con
principio determinado y fijo de cada naturaleza, están de manifiesto. Ambos no se cambian, pues
son incambiables. No se dice de ningún creyente en nuestro Señor Jesucristo de estar en la carne, a
pesar de que la carne está todavía en él. Él también puede estar allí en cuanto a su conciencia se
refiere, pues esto es un asunto de fe y no de sentimiento. En cuanto a la provisión y propósito de
Dios, el creyente en el Señor Jesucristo ha pasado del dominio de la carne al dominio del Espíritu.
Todas las cosas en el asunto dependen de nuestra fe. Pasamos del lugar de la muerte y de tinieblas
al reino de vida y luz cuando creemos. Somos luego reconocidos en Cristo y él en nosotros.
Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros. Y si alguno no tiene el espíritu de Cristo, no es de Él. Pero si Cristo está en vosotros, el
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cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el Espíritu vive a causa de la justicia (vs. 9-
10).
Estas Escrituras comprueban la interpretación de arriba. Hay una aparente confusión de término
aquí; pero esto no es un accidente. Más bien, por el contrario, hay diseño divino en estas diferentes
expresiones.
El “Espíritu de Dios se refiere a nuestra nueva posición en nuestra nueva cabeza, fuera de Adán, el
hombre natural, y en Cristo, el Hombre Espiritual.
No hay diferencia entre el cuerpo del creyente, y el cuerpo del incrédulo, en cuanto a la vista. La
muerte aparentemente tiene igual reclamo sobre cada uno. Pero aquí está la diferencia; el cuerpo del
creyente tiene un espíritu vivificado dentro, la vida, el Espíritu de Cristo, el cual ha sido soplado en
él por el Espíritu Santo, así como Dios sopló sobre el primer Adán, y él comenzó a vivir. Además si
el creyente ha recibido el Espíritu Santo (la investidura con el poder del nuevo hombre), él también
mora en su cuerpo: la segura señal de su resurrección y traslación. Esta prenda, el incrédulo no
tiene, como la cita siguiente comprueba.
Y si el espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús, mora en vosotros, el que levantó de los
muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en
vosotros (v. 11).
En las Escrituras arriba citadas, tenemos diferentes expresiones, aparentemente la misma cosa, y la
misma persona, Cristo y Jesús: pero creemos que hay aquí también importancia divina. “Jesús”
habla del cuerpo del Hijo de Dios muerto, impotente en la sepultura; mientras “Cristo” se refiere al
Espíritu viviente del mismo Hijo de Dios, ungido con el Espíritu de Dios, que fue a la morada de los
espíritus de los justos, aun cautivo allí con ellos. El, tanto en su cuerpo, como en su espíritu,
dependía del energético y dinámico poder del Espíritu Santo de Dios para levantarle de entre los
muertos, así como cada creyente. El voluntariamente escogió este lugar de debilidad; debilidad de
una criatura (bien que él fue Dios), y se puso a sí mismo en las manos del Espíritu Santo. Por lo
tanto, su resurrección es la señal de garantía de la resurrección de toda la nueva creación, Su cuerpo,
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el cual fue muerto y sepultado, fue vivificado, glorificado, y unido otra vez a su Espíritu viviente, el
cual estaba en el Hades.
Él fue entonces hecho perfecto, es decir, manifestado en su perfección. La misma promesa está para
nosotros también, como la escritura claramente lo indica: la resurrección, si caemos en sueño, y la
traslación, si aguardamos la venida del Redentor.
Observe que es nuestro cuerpo mortal, es decir, un cuerpo susceptible a muerte (no necesariamente
muerto) que es dicho será vivificado. Hay un indicio aquí de la verdadera vivificación y
fortalecimiento ahora de nuestro cuerpo mortal, por el poder del residente Espíritu de Dios. Hay
muchos casos de aquellos cuyos cuerpos débiles y enfermizos, fueron poderosamente vigorizados y
edificados, después de ser llenados con el espíritu Santo.
¿Por qué no? Cuando nuestro cuerpo unido a Adán es contado muerto, y llega a ser hogar del
Espíritu de Cristo, y templo de Dios, ¿no es razonable entonces esperar que él lo guarde en salud?
El Espíritu de Dios necesita nuestros cuerpos como vasos para la manifestación de su poder. Él no
puede usar un cuerpo deficiente y enfermizo, como puede a uno que es sano; por lo tanto cómo
andamos en el Espíritu, Él nos guardará aptos para su servicio: santificados y dignos para el uso del
Señor. Él es capaz de proteger su propia casa del estrago de la enfermedad: eficiente para
mantenerla en buen estado. El mismo poderoso Espíritu de Dios que levantó a Jesucristo de los
muertos es capaz de vivificar nuestros cuerpos mortales, y detener en estado muerto la operación de
los gérmenes de enfermedades, así como refrenar el poder del pecado. Yo digo que todavía Él es
capaz para rejuvenecer nuestros cuerpos y preservarnos, espíritu, alma y cuerpo,…irreprensibles
para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:23).
Todo esto es en vista de nuestra completa redención, o la inmortalidad de nuestro cuerpo. Este
último es por supuesto más que bendición de sanidad, o salud que recibimos mientras moramos aquí
en nuestro cuerpo de humillación. Significa que tenemos vida eterna, o que somos participantes de
la naturaleza divina, la inalterable perfección de Cristo mismo, quien sólo tiene inmortalidad que
habita en la luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver (1 Timoteo
6:16). Pero no vamos a tener en menos el maravilloso toque del Espíritu, lo cual nosotros podemos
verificar aun ahora en la vivificación de nuestros cuerpos, en la medida que nos rendimos a él y
andamos bajo su dirección.
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque
si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis (vs. 12-13).
Deudores somos, dice Pablo; es decir, nosotros, hermanos; pero observe, no a la carne. No
debemos nada a la carne, y esto significa que no estamos más obligados a vivir, o andar según la
carne; pues estamos en el elemento del espíritu. Nuestra obligación a la carne ha llegado a su fin.
Tenemos cortada toda conexión con nuestro viejo medioambiente. Nos hemos cambiado a otra
esfera. Somos ahora identificados con el Espíritu y no con la carne; por lo tanto no serviremos, no
suministraremos más a la carne. Esto se refiere a carne religiosa, como también a no religiosa. No
necesitamos obedecer a su deseo; porque nosotros no estamos más donde su poder es manifestado.
Otro ha venido a nuestra ayuda: el potente Espíritu de Dios, que gobierna en su elemento de
Espíritu. El resucitó al Hijo de Dios de los muertos: la habitación de la carne. El mora en nosotros
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para hacer morir los hechos del cuerpo. Grandes resultados dependen de nuestra actitud para con él:
vida o muerte. Como hemos indicado, esto se refiere a nuestro cuerpo. La parte espiritual del
creyente es tan eterna como Dios mismo. Bien que su comunión con Dios puede ser interrumpida;
pero es el cuerpo que está en cuestión aquí. Éste está todavía sujeto a enfermedad y muerte, y
necesita la constante renovación del Espíritu Santo. El vigor y salud de nuestro cuerpo es así
generalmente un índice de nuestra condición espiritual. Si nosotros estamos en la perfecta voluntad
de Dios. Viviendo por Cristo, rindiéndonos al Espíritu y confiando en él para guardarnos, cuerpo,
alma y espíritu, Él está bajo obligación a hacerlo así: su veracidad está comprometida en este
asunto.
Si de otra manera, viviéramos según la carne, rindiéndonos en la carne, procurando guardar la ley
etc. Por un lado; y buscando nuestra propia conveniencia, cosas de este mundo, sus placeres,
riquezas, y honores etc., por el otro: yo digo, si estamos siguiendo este camino, estamos en el
camino de la muerte prematura. Tenemos que negar a la carne, si disfrutáramos la renovación del
Espíritu en nuestros cuerpos. Cuando fracasamos en mantener las obras de la carne en estado
muerto, estamos siguiendo el camino de enfermedad y debilidad. Nosotros no notamos estos
resultados inmediatamente; pero el principio, la semilla de enfermedad está constantemente
rindiéndose al Espíritu. Nosotros somos deudores, es decir, debemos algo a Aquel, quien es capaz
de poner las prácticas del cuerpo a muerte. Nosotros debemos a Él el rendirle nuestros cuerpos, y Él
nos hará gozar la vida y victoria, las cuales son nuestras en Cristo Jesús.
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos (crecidos, maduros, que
rinden sus vidas a la guía del Espíritu Santo) de Dios (v. 14).
Andar conforme a la guía del espíritu es prueba de la calidad del hijo. Esta declaración implica
mucho más que el pensamiento de ser un “hijito” de Dios. Pues habla de crecimiento y desarrollo.
El “hijito” tiene que dejar las cosas de su niñez. Él tiene que llegar a ser hijo. Debe manifestar la
realidad por rendirse a la Guía, a quien el Padre ha enviado para instruir y mostrarle el camino, la
manera y procedimiento de la vida espiritual. Él ha aprendido la voz de su Guía, y ésta en armonía
con todo lo que él habla. Él ha tomado sobre sí el yugo de Jesús, y ha sido enseñado por aquel quien
es manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Él ha cesado de sus propias obras y maneras, y ya
no quiere más su propia voluntad. Él está guiado, note esto, guiado por el Espíritu de Dios, y ésta
es una de las seguridades positivas que él es un hijo: él ha crecido. Él no es más un bebé con
sonajero y biberón, de voluntad propia. Y buscador de conveniencia “carnal”. El manifiesta el
carácter del Primogénito en todas sus acciones y manera de vida. Él es un hijo, y guiado por la guía
del Hijo: el Espíritu Santo. El próximo versículo desarrolla más.
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino habéis recibido
el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (v. 15).
La ley guía a la esclavitud, al temor y al terror, pero la Gracia nos trae otro Espíritu, el de la calidad
de hijos. El Camino de Dios ha sido abierto por la muerte de Cristo, pero es el Espíritu de Dios que
nos conduce a su presencia y nos introduce a Él (He 10; 19_20). Él nos enseña como a un niño, a
balbucear el nombre del Padre; puesto que estamos sin constreñimiento en la presencia de su
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Majestad. El mismo Espíritu de Dios, nos asegura aquí que somos sus hijos y nuestro espíritu
vivificado le aclama como a nuestro Padre. No hay antagonismo, ni discordancia entre el Espíritu
de Dios y nuestro espíritu.
Este testimonio no es un mero sentimiento, el cual puede hacer variar siempre con las cambiantes
condiciones y circunstancias, sino que tiene su base en la sólida y fidedigna palabra de Dios. Luego
tenemos las consecuencias naturales de ser tan bien nacidos: somos herederos.
Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados (v. 17).
La gente dice de los hijos de los ricos, que han nacido con cuchara de plata en sus bocas. Muy bien,
aquí están algunos con cuchara de oro a su disposición. Ellos tienen una gran herencia. Cada hijo de
Dios tiene una gran herencia en Cristo. Es la posesión real, la única posesión que vale la pena
buscar. Como es a menudo el caso en lo natural, algunos de estos hijos de Dios obtienen una mayor,
completa, y maravillosa parte que otros: coherederos con Cristo. Pero hay una condición que atañe
a esto: “sufrir con Cristo”. Todos podrían tener esta mejor herencia; pero no todos la precian ni
desean, por causa del sacrificio y pérdida de ganancia terrenal que esto impone. Perderemos toda la
herencia de este mundo, así como Cristo si compartimos juntamente con Él en la nueva creación.
Sufrir la pérdida de todas las cosas aquí es el precio que pagamos para ser coherederos con Cristo
en el reino de Dios. La palabra “sufrir” guía al apóstol y nos guía a nosotros a otro paso más
adelante.
Él no quiere que nuestros ojos se detengan en los sufrimientos; para no ser desalentados. Estos no
son nada, él nos asegura, cuando tenemos una vislumbre de gloria. No es nada la fatiga de la
jornada cuando contemplamos aquel día glorioso. Todas las glorias que esperan a Cristo son
nuestras también, mientras seguimos fielmente a nuestro Guía y vencemos todas las dificultades que
hay en el camino en que Él nos guía. Observe que la Gloria será revelada en nosotros. Note algo
más:
Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios (v.
19).
La creación entera ha estado envuelta en confusión por la caída de Adán. Lo que sucedió a la
cabeza afectó a todo lo conectado con ella. La corrupción y decadencia llegó a ser su parte también;
como leemos la creación fue sujetada a vanidad (a la nada), no por su propia voluntad (v. 20), sino
por voluntad de Dios, pero él no les dejó sin esperanza. La completa redención del hombre libertará
la creación de la esclavitud de corrupción, y la traerá en la libertad gloriosa, que los hijos de Dios
gozarán. Tenemos todavía muy poco concepto en cuanto a la maravillosa realidad de que somos los
hijos de Dios. Nosotros nos miramos unos a otros, y vemos el velo de la carne, como los hombres
miramos a Jesús cuando El anduvo entre ellos. Ellos no le conocieron. Ellos no podían ver al Señor
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de Gloria en aquella humilde apariencia; así también nos miramos unos a otros, y no vemos al Hijo
de Dios, la verdadera vida del visible hombre exterior. Pues pertenecemos a una nueva creación.
El Hijo está trayendo a muchos hijos a su Gloria a su semejanza moral, mental y aun física, y no se
avergüenza de llamarlos hermanos (Hebreos 2:11). Toda la creación está aguardando a sus
verdaderos señores, la nueva creación, el Hijo, con los hijos de Dios. Ellos reinarán sobre todo el
universo de Dios; pues mientras el judío será la cabeza de naciones sobre la tierra, todavía el Hijo
del Hombre, el Hijo de David, un heredero con los otros hijos, estará sobre todos.
Entonces la sabiduría de Dios, en cuanto a la creación y redención del hombre, será completamente
vindicada; pues toda inteligencia creada en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, doblarán las
rodillas y se maravillarán en la revelación de aquellos hijos de Dios, La creación nunca ha
contemplado todavía, al hombre que Dios en su propósito ha ordenado como su cabeza. Solamente
ha visto la figura, en consecuencia nunca ha concedido todavía al hombre sus poderes secretos y
riqueza escondida. Nunca ha reconocido todavía absolutamente para rendir homenaje al hombre
caído; pero se doblará a su amo cuando los hijos de Dios sean manifestados. Ellos harán justicia en
cada particular a la concepción de Dios del hombre y su modelo y magnífico líder: Cristo Jesús.
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y
no sólo ella, sino que también nosotros mismos,…esperando…la redención de nuestros cuerpos
(vs. 22-23).
Sí, la creación gime, lamenta y suspira. Ve a los pobres brutos mudos, las muchas criaturas
aparentemente inútiles que son golpeados y abofeteados de todos lados, que de un poste a otro
como los perros y gatos de los callejones, no diciendo nada de las bestias silvestres y feroces, que se
alimentan unos de otros. Nosotros, hermanos, los hijos de Dios, gemimos también. La creación,
gimiendo, está mirando por la liberación, y nosotros en expectación también. Nosotros lloramos por
causa de nuestras debilidades, y los horizontes limitados que nos rodean. Nuestro nuevo hombre
suspira por su cuerpo de Gloria, el cual no será impedido por debilidad ni oprimido de enfermedad.
Nosotros gemimos por nuestros cuerpos Glorificados, la redención de nuestros cuerpos, la cual
desplegará completamente toda gloria mental y moral del espíritu redimido; y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:24).
Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que
alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos
(vs. 24-25).
Ah, arguye alguien, Pablo aquí dice que somos salvos en esperanza. Bien, así lo dice; pero él está
refiriéndose al cuerpo cuando así habla. Nosotros no hemos llegado todavía a nuestro derecho de
redención, en cuanto al cuerpo se refiere. Nosotros estamos todavía anhelando, gimiendo, y
aguardando con paciencia aquella consumación Gloriosa. Es todavía futura; pues que nosotros no
esperamos por, ni estamos en expectación de algo de lo que ya somos poseedores. Han hablado
algunas gentes, por los lugares en diferentes tiempos, que han pretendido haber recibido sus cuerpos
resucitados: pero nosotros nunca hemos visto todavía a alguien que tenga tal apariencia. Nosotros
diríamos de ellos nuestra observación, justamente lo que la Escritura dice de todos nosotros, con
respecto a nuestros cuerpos, que estamos todavía en expectación, porque lo que alguno ve ¿a qué
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esperarlo? Si tuviéramos nuestros cuerpos glorificados, no estaríamos nosotros esperándolos.
Entonces los versos siguientes están en completa armonía.
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como
conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la
voluntad de Dios intercede por los santos. (vs. 26-27).
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados (v. 28).
Así somos enseñados que aunque no sabemos pedir como sabemos, este no es de importancia; pues
Dios está haciendo que todas las cosas cooperen para nuestro bien. No importa como las cosas
aparentan. No pueden obrar mal a nosotros; porque son las respuestas del gemido del Espíritu en
nosotros. Sin embargo no es a todos los santos que estas palabras pueden ser aplicadas; sólo a
aquellos que aman a Dios, aquellos que son llamados conforme a su propósito. Muchos creyentes
aman al mundo y la carne más que al Señor. Ellos nunca se rinden a él, ni encuentran su lugar en su
perfecta voluntad; de ahí que todas las cosas no les sirven para bien. Ellos no pueden sentarse en
este gran sillón (Trono), y obtener confort en los lugares celestiales como aquellos que aman a Dios
y se rinden a Él. Ellos murmuran siempre, y se quejan cuando las pruebas vienen; de aquí que las
pruebas no obran por el bien de ellos. Pero el otro grupo tiene muchos servidores. Estos “obreros”
están en armonía; ellos “obran juntos” con una mira y un propósito. Ellos nunca están en conflictos
entre sí; y ellos no pueden fracasar en cumplir el fin para el cual ellos están destinados; pues somos
los hijos de Dios. Nuestro destino no es cosa de ayer, ni aun de cuando fuimos salvados; pero fue
fijado por Jehová desde el principio, antes que nosotros tuviéramos parte en ello, como estamos
informados aquí.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que Él sea primogénito entre muchos hermanos (v. 29).
Los hombres con orgullo hablan al mundo de su descendencia, de una larga línea de nobles
ascendientes (como ellos lo llaman). Ellos hablan acerca de su sangre azul, su árbol genealógico,
etc. Algunos de ellos tienen algún miembro en la familia del cual no sienten orgullo, pero el
creyente puede sostener parentesco con la Deidad. Él puede remontarse más allá de las edades
oscuras, y trazar su abolengo desde el gran eterno Yo soy, aun cuando todavía no existía el hombre
en la escena. Nosotros podemos jactarnos en Dios como nuestro Padre, y regocijarnos en la realidad
45
de que el Hijo de Dios es nuestro “hermano”. Además el hijo no puede ser exaltado, en el sentido
más completo de la palabra como “hombre”, hasta que estemos con Él.
En realidad, por rendirnos al Espíritu y permitirle guiarnos y obrar en nosotros, estamos realmente
colocando a Cristo en el lugar supremo. Estamos así conformándonos a su imagen. Él debe tener
“hermanos” semejantes a Él mismo; de otra manera él no puede ser “primogénito”. Somos
esenciales para su gloria, honor y exaltación. Note además:
A los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que
justificó, a éstos también glorificó (v. 30).
¿No es esto casi imposible de creer? Y la parte más maravillosa acerca de esta realidad, es que Dios
se ha hecho responsable de tal manera, como ser soberano absoluto, en el asunto de la salvación de
una nueva creación y no del individuo, es la cuestión aquí. Fuimos identificados con Cristo como
una nueva creación en la eternidad pasada. Dios propuso en su soberanía, una cadena de oro de
cuatro eslabones para nuestra bendición. Estos nunca pueden romperse. Él nos ha predestinado,
llamado, justificado y glorificado en su Hijo.
Cristo es la cabeza de esta nueva creación, y todo lo que es verdad acerca de él, es verdad también
de todos aquellos que están en Él. Estas palabras no podrían referirse a nosotros personalmente
porque fueron escritas cuando aún no había existido ninguno de nosotros, los que estamos viviendo
hoy. Nosotros, a quienes los tres primeros eslabones, predestinado, llamado y justificado, pueden
aplicarse, pero no somos todavía glorificados; por consiguiente la conclusión es obvia. Él es la
prueba que Dios no hará faltar su palabra. Nosotros hemos experimentado ya tres de estas
bendiciones. La última es la gloria.
¿Qué pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (v. 31).
Pablo hace dos preguntas, pero la segunda es realmente la contestación de la primera. Si Dios se ha
hecho responsable como siendo el agresor en nuestra redención, ¿qué puede alguien hacer para
impedirnos o dañarnos? Todas las cosas obran para nuestro bien porque Dios encamina
continuamente hacia el cumplimiento de sus propósitos y planes en Cristo; por lo tanto nosotros
marchamos con él. Él consumará su consejo concerniente a nosotros; por lo tanto nadie puede estar
realmente en nuestra contra. No hay nada sobre la tierra que puede compararse con el sublime
conocimiento que tenemos de un lugar en el plan eterno de Dios por su Hijo. Pondrá un deseo de
avance en nosotros que nada puede acobardarnos, ni desalentarnos. El próximo versículo es la
prueba que la interpretación de arriba es correcta en cuanto a la elección.
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿Cómo no nos dará
también con él todas las cosas? (v.32).
Dios entregó a su Hijo por todos nosotros, y ahora ¿No nos dará también con él todas las cosas que
ha determinado con Él? Por supuesto que Él hará. No puede haber fracaso; pues Cristo mismo es la
prueba, como fue dicho anteriormente, del cumplimiento de la palabra de Dios. Dios dio todas las
cosas a su Hijo.
Cristo fue el don. En la sabiduría de Dios estaban escondidas en él todas las bendiciones de la
salvación del hombre. Todo el tronco de la redención con sus diferentes ramas cargadas de fruto,
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para el judío, el gentil y la iglesia de Dios estaba en Él; por lo tanto ¿por qué preocuparnos? El amor
de Dios es la base de todo.
El no perdonó a su propio Hijo, pero le entregó por una raza pecaminosa e impía; ¿Qué puede Él
negar de sus hijos? Este es el argumento de Pablo y también es lógico. Al dar a su Hijo, Dios dio lo
mejor; de aquí que todas las cosas son nuestras en Él.
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica (v. 33).
Nosotros podemos desafiar al universo, así como Dios, y preguntar quién puede culpar a los
elegidos de algún delito cuando Jehová mismo les ha absuelto de todo cargo. Ellos están vistos
como en Cristo, su representante y cabeza. Es en Él que fuimos justificados, es decir, justificados
por la provisión; porque nosotros ni aun habíamos nacido cuando este se escribió. Cuando nosotros
creemos la palabra concerniente a Cristo, como se nos predicó, entramos simplemente en nuestros
derechos de la provisión. Estos han estado esperándonos tanto como para toda la nueva creación,
desde que Cristo resucitó de los muertos, pero que ha sido propuesto para nosotros en Él desde la
eternidad pasada. Como hemos aprendido previamente. Dios es el “juez”. El no recibirá ninguna
acusación contra sus hijos. Entonces note además cuán imposible es para nosotros el ser juzgado.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios. El que también intercede por nosotros (v. 34).
Todo juicio ha sido confiado al Hijo de Dios. El, maravilla de maravillas, es aquel que murió por
nosotros. Él fue juzgado en nuestro lugar, sufrió la penalidad debido a nuestros pecados; mas Él fue
levantado otra vez para nuestra justificación. Por consiguiente, de condenar a un creyente es
condenarle a Él. No solamente esto sino más; Él es el abogado de su pueblo, tanto como el juez de
toda la creación. El aboga su causa ante el trono de su Padre, alzando sus manos traspasadas de
clavos, y todas sus faltas quedan escondidas. El Padre contempla a nuestro “escudo”, mira el rostro
de su “ungido” (Salmo 84:9), y nos vindica ante la Corte del Cielo. Ya no ve falta alguna en
nosotros; porque no estamos en cuestión. Es Cristo a quien Dios le ha hecho responsable. Él es
aprobado; por consiguiente nosotros con Él. La Palabra de Dios es suficiente para nuestra fe.
Él está satisfecho, y se ha hecho responsable por estar a nuestro favor. Cristo. Quien sólo tiene el
derecho de condenar (siendo el Juez), está también a nuestro favor. Él es nuestro Salvador: Él pagó
el precio de nuestra redención. Su propiciación y abogacía son inmensamente suficientes. Luego
está en correcto orden el versículo que sigue.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada? (v. 35).
Esto se refiere a la obra del Espíritu Santo. Él es el vínculo de unión entre el Hijo y los hijos. Ellos
tienen una vida; hechos uno y guardados así por su presencia y poder residente; por lo tanto no
puede haber separación. Esta es la unidad divina; y la rotura o disolución es imposible. El trino Dios
ha emprendido la obra de la salvación del hombre, por consiguiente debe ser consumada. Hay una
atmósfera de seguridad y confianza en todo este capítulo. Comienza con “no hay condenación” y
termina con “no hay separación”. No es un “puede ser”, sino un “será”, que se enfatiza. Las
maneras y planes del hombre son inciertos; porque él es inestable, y su voluntad es vacilante. Aun
cuando él es fuerte en sí, su poder para llevar a cabo sus planes es limitado y finito. Pero la voluntad
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de Dios sigue incambiable su curso de edad en edad. Es perfecta desde el principio, por lo tanto no
admite ningún cambio; mientras el poder infinito asegura su ejecución sin dilación o fracaso.
El plan de Dios es igual a un vasto sistema universal, que llena todo el universo y abarca todas las
cosas. El que ama a Dios y es guiado por el Espíritu, entra en este plan como un engranaje en una
máquina perfecta, y de aquí en adelante es una parte de la armonía universal de Dios. El sigue
adelante en esta maravillosa voluntad de Dios; nada se disuade ni le hace retroceder, pues el plan de
Dios abarca todas las circunstancias. Estas últimas, sean buenas o malas, son únicamente medio a
un fin. No puede haber una oposición valedera de amigo, o enemigo; porque Dios es por nosotros.
No puede haber separación real, una vez que estamos en este mecanismo perfecto; porque cada
parte tiene su lugar definido y esfera de revolución- No podemos imaginar alguna interferencia;
porque la sabiduría y presciencia divinas están detrás de todas estas cosas y no toleran colisión.
Los creyentes están predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Y Dios no
fracasará en su propósito. No podemos ser separados de Cristo. El apóstol nombra siete, y luego
diez barreras que pueden tener la tendencia de separarnos del amor de Cristo, si Dios no estuviera
obrando en nuestra defensa. El triunfa sobre todas las cosas; porque todo está en su mano.
Tribulación es la primera barrera. Es una feroz opositora, pero Dios la utiliza para refinar y
limpiarnos de la escoria.
Estos vencedores hijos de Dios están muriéndose cada día. Ellos mueren para vivir, y viven para
morir otra vez.
Como está escrito: por causa de Ti somos muertos todo el tiempo: somos contados como ovejas de
matadero (v. 36).
¡Escucha a Pablo! La muerte es el camino a la vida. Jesús anduvo por este camino de morir diario.
Esto no se refiere a su muerte en la cruz solamente, bien que la incluye; pero también habla de sus
años de servicio para los otros, como Él había dicho, porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará (Lucas 9:24). Es un morir
perpetuo, sin embargo esa muerte es una victoria perpetua, una ganancia más bien que pérdida. Es
otra paradoja de la vida cristiana. El pierde su vida para hallarla más abundantemente; Él da lo poco
para obtener profusamente: Él es enterrado como una semilla; pero una cosecha sale de su
sepultura. Este es el vencedor. Él toma a sus enemigos en amigos.
Ellos no solamente no son capaces de hacerle daño, más realmente le hacen bien. Las pruebas y
tentaciones que parecen amenazar su paz y poder, y aun su perfección final, son los medios de
promoverlos. El mismo mensajero de Satanás envía para abofetear e impedirle, llega a ser
instrumento de bendición; porque Dios está así capacitado a darle una revelación de su potencia,
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siendo hecha perfecta en su debilidad. Cada circunstancia, la cual aparte del plan de Dios le echaría
en derrota, solamente es causa adicional de acción de gracia con propósito luminoso cuando
contamos con Él.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (v. 37).
La versión antigua dice “hacemos más que vencer”. ¿Quién hace esto? ¿Cómo es posible?, alguien
puede inquirir. La expresión es peculiar y significativa, y se encuentra solamente en este versículo.
Aquel de quien estamos escribiendo, aquel que nunca es vencido, aquel que está reinando sobre
toda circunstancia. Aquel que convierte la derrota en victoria y saca fuerza de debilidades,
enfermedades y necesidades. Aquel que no solamente vence al enemigo, pero que le conduce
cautivo, es decir, le hace servirle, aquel que abandona su esfuerzo propio y confía en Dios. Aquel
que no tiene miedo del enemigo, mas grita la victoria antes de la batalla (como Pablo, el modelo de
esta vida vencedora, victoriosa), asegura triunfantemente:
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni
lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (vs. 38-39).
Tal confianza maravillosa en la fidelidad de Dios está expresada en tan positivo lenguaje que no
entendemos cómo puede haber una cuestión en cuanto a la seguridad eterna del creyente.
El apóstol ha mencionado siete aparentes opositores a la perfecta unión del creyente con Cristo, y
ha demostrado que todos ellos son vanos e inútiles, y de ningún valor real para separarnos. Estos
fueron las cosas bajas y despreciables. Ahora, él pone en orden las grandes y positivas fuerzas del
universo, las cosas altas y exaltadas, y declara que ninguna, ni aun todas ellas juntas, pueden
interponerse entre el creyente y el inconquistable amor de Dios como desplegado en su don a
nosotros en Cristo Jesús. La muerte no nos separará porque morir es vivir: es ganancia. La vida
no puede separarnos, porque el vivir es Cristo. Ángeles, principados y potestades, celestes o
terrestres, no pueden separarnos; porque nosotros estamos sobre todos ellos en Cristo Jesús. Todos
ellos están sujetos a su dominio. Lo presente podría tenernos perplejos a veces; lo futuro nos
llenaría de espanto por un momento; pero no pueden efectivamente movernos de nuestro lugar que
tenemos en el Conquistador. Nada de arriba, ni de abajo; ni ninguna cosa creada, tiene poder de
romper la unión que existe entre el santo y el Dios viviente. El Espíritu Santo es el eslabón de esta
unión. Él nos ha puesto en Cristo, y allí nos ha cimentado; así ninguna criatura celestial, terrenal o
diabólica, puede disolver esta perfecta unidad: es la unidad de vida. Por eso Pablo estaba tan
persuadido, y nosotros también lo estamos. Esta es una buena persuasión que guía a la paz y la
quietud de corazón, y finalmente a aquel trono de oro, donde la nueva creación vivirá y reinará por
mil años, y por siempre jamás.
EL TRIUNFO NACIONAL
Los primeros ocho capítulos de Romanos han dado un bosque maravilloso del gran plan de Dios de
la Salvación por Gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. El Evangelio en toda su plenitud, tanto
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como su resultado para la iglesia, ha sido allí declarado. Los primeros tres capítulos revelaron la
necesidad absoluta de tal evangelio. Porque todos han pecado; no hay diferencia, nadie ha sido
hallado justo; todos han estado lejos de llenar los requerimientos de Dios, y ninguna de todas las
obras del hombre es aceptable a Dios. El hombre ha fracasado hasta lo sumo de poder obtener una
justicia de sí mismo y no hay esperanza para él, pues está perdido eternal e irremediablemente, a
menos que de otra fuente venga su ayuda.
Los siguientes capítulos hablan de su secuela. Dios mismo aparece en la escena de nuestra ruina y
provee la redención para nuestra raza caída. Es un plan maravilloso, que va más allá de nuestros
pensamientos: toda la Gracia de su parte y toda la fe de nuestra parte. Comienza con una completa
justificación: una posición justa y perfecta en Cristo Jesús, y culmina con la segunda glorificación:
Pero ahora hay un cambio. La presente lección en estos capítulos 9. 10, y 11, nos hablan de los
resultados del evangelio para la nación de Israel. Estos capítulos forman una distinta y completa
sección de la epístola por sí mismos. Ellos nos dan un bosquejo de todos los tratos pasados,
presentes, y futuros de Dios con esta nación escogida, y su razón por hacerlo así. Israel juega una
parte importante en el programa mundial. Ellos fueron el pueblo de Jehová por quince siglos; y bien
que ellos han sido rechazados y esparcidos en juicio sobre la faz de la tierra por las diecinueve
centurias pasadas: sin embargo ellos vendrán todavía dentro de las bendiciones prometidas a
Abraham. Dios ha hecho un pacto con este hombre de fe, y su trono caerá antes que él fracase a
cumplir su palabra.
EL PASADO DE ISRAEL
Capítulo Nueve
La presente acción de Dios en rechazar al linaje escogido, y admitir a los gentiles tanto como a los
judíos a una relación más alta que aquella ofrecida a Israel, es de soberanía e involucra el gran tema
de la elección. Este es el tema especial del capítulo nueve, y nos da la razón del trato pasado de
Dios, con Israel. La enseñanza aquí declarada es muy poco entendida por el pueblo de Dios. Ellos
parecen considerarla como un tema que debe ser ignorado, porque se imaginan que engendra
contienda y confusión, pero eso es debido a la ignorancia del tema. No debiéramos tener temor de
una franca discusión sobre alguna porción de la verdad. La Palabra de Dios no necesita ninguna
apología de hombre. Cuando entendemos correctamente la elección, es la más bendita y confortante
doctrina. Vamos a escuchar cuidadosamente al espíritu de verdad, y ver si él mismo nos sopla sobre
este capítulo.
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Pablo comienza su tema con lágrimas; tenía tristeza personal y angustia de corazón por causa del
rechazamiento de Israel. (Moises pensó igual. Exodo 32; 30_33). Pero Pablo no inculpa a Dios, más
bien quiere ponerse en el lugar de su pueblo y recibir sobre él el castigo que corresponde a sus
hermanos según la carne. Cuando nosotros sentimos así, nuestro estado está cerca a nuestra
posición. ¿Dónde se ha ido Saulo el fariseo?.
Este no es aquel duro, celoso, amargado, guardador de la ley, más es Pablo el benigno, amante,
servidor del manso y humilde Jesús. La vida de Cristo está en evidencia aquí para la gloria de Dios.
Él es un suave olor de Cristo. (2ª de Corintios 2; 14_16). Nos dice en el principio que Israel fue
escogido divinamente. Las promesas del Antiguo Testamento fueron dadas a ellos. La Iglesia no
está en cuestión aquí. Los gentiles estaban sin Cristo, ALEJADOS DE LA CIUDADANÍA DE
Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12).
Israel tenía, y tiene todavía (note el tiempo presente de los verbos, Ro vs. 3-5), ocho puntos de
ventaja y bendición sobre todas otras naciones.
3.- El los eligió a ellos para serle un pueblo especial más que todos los pueblos que están sobre la
faz de la tierra (Deuteronomio 7:6).
5.- Los pactos les pertenecían: uno hecho con Abraham, aquel de la promesa; y el otro con Moisés,
aquel de la ley.
6.- Conectado con el último, era el servicio del tabernáculo y templo de Dios.
7.- Todas las promesas en el Antiguo Testamento fueron dadas directamente a Israel. Nosotros, la
Iglesia, hemos venido por medio de este pueblo escogido. Los “padres” son Abraham, Isaac y
Jacob.
8.- De los cuales vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (v.
5). Éste es el último de estos favores maravillosos a Israel y es el más grande de todos.
Pero Israel, con estos ocho grandes puntos de ventaja, cayó de su maravilloso privilegio. Ellos están
por la presente edad repudiados y rechazados por Dios. Sin embargo note, que la Palabra de Dios no
ha fallado, bien que a primera vista parece ser malograda. Pero ¡No! Dios siempre ha tenido y tiene
todavía un remanente en Israel. No todos los que descienden de Israel son israelitas (v. 6). Dios
comprueba que había una elección sacada de la misma nación por quienes las promesas fueron
apropiadas y las bendiciones gozadas. Los verdaderos hijos de Abraham son aquellos de la
promesa: en Isaac te será llamada descendencia (v. 7). Abraham fue el ascendiente natural de un
linaje carnal, pero él es padre de todos aquellos del linaje carnal que creen que Dios cumplirá todas
las promesas del Antiguo Testamento, en cuanto a bendiciones terrenales se refiere. Pero ellos
deben recibir “la simiente”, la cual es Cristo, por medio de quien todas estas bendiciones
abrahámicas serán obtenidas. Es a Él, a Cristo, como la cabeza de una nueva creación, que estas
promesas fueron realmente habladas.
51
LOS VASOS DE ELECCIÓN
La Elección Aclarada
Dios llamó a la simiente abrahámica a través de Isaac y no a través de Ismael, por esta causa Él
habla de una nueva creación. Él fué el segundo hijo, y fue nacido cuando Abraham y Sara
estuvieron muertos en cuanto a la posibilidad de engendrar hijos. En consecuencia su nacimiento
fue completamente de Dios. Entonces Pablo cita el caso de Esaú y Jacob para enseñarnos más sobre
el mismo tema de la elección. Dios dice, amé a Jacob, más a Esaú aborrecí (Malaquías 1:1-2), pero
esto fue dicho años después de que ellos habían manifestado sus naturalezas. Esaú representó la
simiente carnal, el Adán viejo; Jacob, el linaje espiritual, el último Adán. Dios no escoge nada de la
vieja creación, ni de Israel, ni de ninguna otra nación. Ellos todos fueron, según su provisión,
puestos a muerte con Cristo, su substituto y su representante. La nueva creación es la elección.
Ellos son nacidos de nuevo de la simiente espiritual, por el poder del Espíritu Santo. Cristo en su
resurrección es la cabeza de esta raza elegida: según nos escogió en él antes de la fundación del
mundo (Efesios 1:4). Esto es más maravilloso cuando lo vemos. Cualquier hombre de la vieja
creación puede en cualquier momento pasar de su vieja cabeza, Adán, a Cristo la nueva cabeza, el
Hombre electo, sencillamente por fe en la Palabra de Dios. Así todos los hombres que creen en el
evangelio son elegidos. Entonces puede ser dicho del tal, el mayor servirá al menor, (Génesis
25:23), porque la vieja creación sirve al hombre nuevo. Luego Pablo hace la pregunta que
naturalmente viene el corazón humano, ¿hay injusticia en Dios? Es decir, ¿tiene Dios el derecho de
actuar soberanamente en este asunto? Entonces el procede a responder, por citar las propias
palabras de Dios a Moisés; tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré
del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que
tiene misericordia (vs. 15-16).
Ahora todo esto es maravillosamente sencillo, comprendido y aceptable al corazón contrito, sea
entendido o no, porque es palabra de Dios. El Señor tiene encerrados a todos los hombres a aceptar
su Gracia. No hay otra cosa para hacer. Dios no ha tenido misericordia del hombre viejo, no le
muestra ninguna compasión. El hombre mereció la muerte por su rebeldía en el universo de Dios;
fue juzgado, hallado culpable, y ejecutado en el Calvario, en la persona de Jesucristo. Además como
es notado, él no necesita procurar hacer algo para merecer el favor de Dios, porque no lo puede
ganar en ninguna manera, no depende del que quiere, ni del que corre (v. 16). Dios nos mostrará
misericordia cuando reconozcamos que no merecemos nada y aceptamos a su Hijo como nuestro
sustituto.
Entonces Él viene con abundante misericordia rescatando a la nueva creación por amor a su Hijo, y
a su servicio efectivo en favor de ellos en la cruz.
Porque la Escritura dice a Faraón: Para eso mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y
para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra (v. 17).
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Lo de arriba es justamente más de lo mismo, solo que en otra fase. Faraón es un ejemplo del
obstinado y pecaminoso hombre viejo que rehúsa rendirse a Dios bajo ninguna consideración. Él no
dirá SI a Dios; él es nacido de esta manera. La Palabra del Señor solamente hace despertar su
enemistad y odio. Trae a la superficie la perversidad asentada en lo profundo del corazón humano.
Si Dios mismo no viniera a la escena y abriese nuestros ojos a nuestra condición, resistiríamos a su
voluntad y denigraríamos su nombre. Dios no ignoraba en cuanto al resultado de su primera
creación. Él estaba preparado para ello. El arguye rectamente que no debemos encontrar falta en
esto. El alfarero tiene poder sobre el barro para hacer un vaso de honra y otro de deshonra. Nosotros
no le objetamos. Él es soberano en este respecto. La masa le pertenece. Así Dios tiene el perfecto
derecho de crear a un hombre que él sabía que fracasaría; porque esta es la fuerza de la ilustración
usada. Él no le hizo a Adán pecaminoso, pero Él sabía que sería así. El además propuso usarle como
instrumento para el despliegue de su autoridad y poder, tanto como en contraste a su nuevo
“Hombre” perfecto, sin pecaminosidad. También estaba enterado que el segundo Hombre, el último
Adán no fracasaría. Dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos (Hechos
15:18).
Además, aprendimos que el Señor soportó con mucha paciencia la rebelión, ingratitud y odio del
viejo hombre, simplemente por su propio propósito. Desde tiempo atrás, él hubiera arrasado la
pecaminosa humanidad, los vasos de ira preparado para destrucción (v. 22), si no fuera por el
amor de la nueva creación, gloriosas riquezas son para judío Y gentil. Pero nadie puede gozar de
ellas fuera de la nueva creación; llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada,
amada (v. 25).
Israel meramente fue un pueblo modelo. Pero ellos manifestaron el corazón de todo el viejo linaje
adámico, bien que procuró bajo las mejores condiciones y medio ambiente. Su fracaso en obtener
una justicia de sí mismos nos enseña que no hay esperanza para nadie. La justicia no puede ser
obtenida por obra alguna, o por el esfuerzo de parte del hombre; de otra manera Israel podría
ciertamente haber obtenido lo que ellos buscaron. Otra vez decimos no es del que quiere, ni del que
corre. Los gentiles, que no iban tras la justicia (por sus propios esfuerzos), han alcanzado la justicia
donde Israel buscaba la justicia, no por fe¸ sino por las obras de la ley; y el que creyere en Él, no
será avergonzado (v. 33). Jesucristo es esta piedra; y todavía la gente tropieza contra él y dice, en la
faz de la incambiable palabra de Dios, si hacemos bien y permanecemos fieles etc.; seremos salvos.
Pero Dios dice, aquel que cree en Cristo es contado por justicia, no por obras de la ley, sea judío o
gentil. Usted está llamando a Dios mentiroso, si añade algunas condiciones a ésta o enseña de otra
manera. Dios nunca pensó en otra manera de salvación; sino la de la fe. La ley fue dada, como
hemos visto, como una prueba otorgada al hombre a determinar por su propia experiencia, cuán
incapaz él fue de guardar aquella ley o de agradar a Dios.
EL PRESENTE DE ISRAEL
Capítulo Diez
En el capítulo diez de esta carta, se nos muestra la actitud de Dios para con Israel en el tiempo
presente. Ellos son a él como cualquier nación, y pueden ser salvos como individuos sobre la misma
condición como toda la demás gente, es decir, por fe. Pablo comienza este capítulo con oración por
Israel para salvación. Fue el anhelo de su corazón. El dio testimonio de ellos que tenían celo de
Dios. Él conoció por su propia experiencia; porque ¿quién fue tan infatigablemente celoso como
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Saulo el fariseo? Pero fue un celo de ignorancia, como él nos informa, pero no conforme a ciencia.
Tanto Israel, como él mismo, estaba buscando establecer una justicia suya propia, como hemos
aprendido previamente; y así, no sujetándose a la justicia de Dios. Luego añade, el fin de la ley es
Cristo, para justicia a todo aquel que cree (v. 4).
Entonces tenemos la justicia de fe descrita. Es muy sencilla. No hay necesidad de volver a los dos
mil años atrás y traer a Cristo del cielo; porque él había estado aquí muerto. No necesitamos
descender al abismo o seol, para traer a Cristo de entre los muertos; porque ya ha resucitado y
ascendido al cielo.
No hay nada para hacer nosotros, sino creer la palabra, la cual está cerca de cada uno, que es la
Palabra de fe que Pablo predicó, que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en
tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serán salvo (v. 9). Repetimos que no hay nada que
podemos hacer nosotros para obtener la justicia de fe, sino creer a Dios, y confesar nuestra fe. La
obra de Cristo en la cruz no está limitada a ninguna edad, ni a ningún pueblo. Es para todos los
tiempos, y para todos los hombres.
Se nos ha dicho que Cristo fue el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo
(Apocalipsis 13:8). Su muerte fue aprovechada por Adán y es suficiente para todos sus hijos. Todo
aquel que en Él creyere, no será avergonzado (v. 11). Es como si Él muriese ayer. No hay otro
camino de salvación para el judío o gentil. Pues el mismo que es Señor de todos, salvará también a
cualquier individuo, en cualquier tiempo, y de cualquier lugar. Él es rico para con todos los que le
invocan, Por lo tanto vamos a creer e invocarle.
Así, la necesidad de predicadores como Pablo, el predicador modelo, como la siguiente pregunta
sugiere. ¿Cómo, pues invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de
quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren
enviados?... (vs. 14-15). La conclusión lógica es evidente. Las buenas nuevas deben ser anunciadas;
pero los predicadores deben ser enviados del Señor. Y tales ministros predicarán la palabra de Dios;
no psicología o modernismo. Ellos tienen hermosos pies calzados con el apresto del evangelio de la
paz (Efesios 6:15). ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas!
(Isaías 52:7). Esta es una indicación del llamamiento de Israel en el fin de esta edad, y el comienzo
de la próxima. Ellos serán los evangelistas del mundo. Este oficio ha sido dado a ellos como una
nación. Ellos, no la iglesia, convertirán al mundo. Pues, enviaré de los escapados de ellos (Israel)…
a las cosas lejanas que no oyeron de mí, ni vieron mi gloria, y publicarán mi gloria entre las
naciones (Isaías 66:19). Vamos a amarles y orar por ellos.
EL FUTURO DE ISRAEL
Capítulo Once
De todos los tratos precedentes de Dios, uno estaría inclinado a preguntar como Pablo en el capítulo
once, ¿ha desechado Dios a su Pueblo? Pero recibimos su contestación inmediatamente, en
ninguna manera, luego la prueba sigue en que él mismo no fue desechado; porque él fue un
israelita, de la tribu de Benjamín. El cita más pruebas; el caso de Elías, quien sintió en sus días que
Israel fuera desechado; pero Dios le animó con la noticia que él tenía siete mil hombres, que no
habían doblado la rodilla delante de Baal (1º de Reyes 19; 18). Esto está lleno de instrucción y es
también profético en cuanto al futuro de Israel. El intrépido profeta Elías está aquí firme como un
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tipo de los dos testigos mencionados en Apocalipsis 11. Él vivió en los días de calamitosa
declinación. Acab, el rey apóstata, y su esposa pagana Jezabel, estuvieron reinando sobre la casa de
Israel. Ellos son tipos del anticristo y la iglesia apóstata en comunión con el anticristo.
Ellos buscarán matar a todos los profetas de Dios y destruir a todos sus verdaderos adoradores. Sin
duda parecerá como si no hubiera en Israel ningún fiel a Dios.
Los dos testigos especialmente probarán tal condición; pero Dios les asegura que él tendrá luego en
aquellos días de oscuridad un remanente fiel en Israel: como en tiempos pasados, así en el presente.
Siempre ha habido una elección de esta nación escogida, algunos siempre han creído en Dios. Ellos
han visto su Gracia y han aceptado su misericordia.
¿Qué pues? Lo que buscaba Israel no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y
los demás fueron endurecidos (v. 7).
Aquí, otra vez tenemos las dos creaciones en evidencia en la historia de la nación. Los últimos,
quienes fueron endurecidos son de la vieja creación. ¿Cómo fueron ellos endurecidos? ¿Fue esto
arbitrariedad por parte de Dios? De ninguna manera. La Palabra de Dios fue hablada a ellos, y éstos
rehusaron aceptar la verdad. La luz brilló sobre ellos; pero ellos no se rindieron a su poder; he aquí
que el efecto fue el endurecimiento de su corazón y la ceguera de su mente. Sus ojos llegaron a ser
pesados y sus oídos insensibles para oír. Dios y su Palabra son tan divinamente uno, que la
obediencia a la verdad es obediencia a Dios, y vice-versa. Ellos no pueden ser separados sin
resultados desastrosos.
La misma lección nos es dada en el caso de Faraón. Moisés y Aarón, profeta y sacerdote, vinieron a
él con la Palabra de Dios. Ellos probaron su comisión divina por medio de milagros, pero él rehusó
prestar atención a su mandato. Ellos fueron tipos de Cristo en su oficio de profeta y sacerdote,
apareciendo ante la nación con sus credenciales divinas; pero Israel no prestó atención a sus
palabras, así como no lo hizo Faraón. Ellos mostraron su parentesco con el egipcio. Ellos no fueron
diferentes que él, después de toda su educación y medio ambiente. El hombre viejo no puede
cambiar su naturaleza, como el etíope no puede cambiar el color de su piel o el leopardo su mancha.
Dios no endurece el corazón de Faraón. El se endureció cuando rehusó rendirse a La Palabra de
Dios. Los hijos de Israel, la nación escogida, más tarde hicieron la misma cosa, rechazaron y así
están ahora en el mesón (Lucas 10; 33_35), pero algunos de la nación escucharon y prestaron
atención a la voz de Dios. Estos son la elección: la nueva creación.
¿Pero tropezó Israel para que todo Israel cayese? Pablo exclama otra: en ninguna manera: pero por
su transgresión vino la salvación a los gentiles (v. 11). La transgresión si es de toda la casa. Dios
nunca es derrotado, es la elección aquí. Si un pueblo o individuo no quiere aceptar su oferta de
misericordia, otro aceptará. Esto no resulta pérdida para Él. Todas las cosas le sirven a Él, y obran
bien para alguien. Así Pablo arguye, que si tales bendiciones le llegan a otros cuando Israel fracasó
y fue desechado, inmenso resultado seguirá a su restauración y plenitud.
Balaam se vio obligado a preguntar, ¿quién contará el polvo de Jacob, o el número de la cuarta
parte de Israel? (Números 23:10). No solamente ellos serán bendecidos y multiplicados, sino que
también el mundo vendrá a la bendición por medio de ellos.
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Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo ¿Qué será su admisión sino vida de entre los
muertos? (v. 15).
Nadie puede estimar los frutos de justicia que serán manifestados, en el momento que… nacerá una
nación de una vez (Isaías 66:8). ¡Oh las maravillas, prodigio y regocijo del día de resurrección de la
nación! Nosotros solamente podemos vislumbrar la magnitud del refrigerio que vendrá sobre la
tierra cuando Israel sea la cabeza, y no la cola de las naciones. Este es el lugar que Dios ha dado a
este pueblo escogido, y todas las cosas están en discordancia mientras ellos están fuera de su
heredad.
Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las
ramas (v.16).
Es decir por la provisión de Dios, Israel fue santo: linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2:9). La primicia, Abraham, Isaac y Jacob, con los doce
patriarcas, fueron divinamente escogidos y dedicados a Dios. Ellos fueron santos por causa del
llamamiento y elección de Dios.
Ellos fueron una nueva creación cuando creyeron en Dios y se rindieron a su llamamiento. Era por
la fe, no por su conducta, que ellos fueron “nacidos otra vez”, así como nuestro caso. Así la
conclusión hecha por Pablo es lógica: Si las primicias son santas, también lo es la masa restante,
del mismo carácter. ¿Qué quiere decir esto? Es la misma verdad que el apóstol nos recuerda
constantemente en Romanos. Israel fue elegido como la nueva creación, no como la vieja creación;
y como tal, fue santificado por la provisión de Dios. La raíz era santa, y así también las ramas.
Luego somos enseñados que por causa de la incredulidad, algunas de estas ramas israelitas fueron
quebradas, y los gentiles, llamados olivos silvestres fueron injertados en su lugar, y así
participantes de la raíz y de la rica sabia del olivo (v. 17). Israel es por supuesto el olivo contra el
cual los gentiles están avisados de no jactarse, porque ellos son deudores a la nación, y no la nación
a ellos. Sin embargo esto es exactamente lo que la cristiandad ha hecho. Los judíos han sido
perseguidos, atormentados y afligidos por pueblos cristianos, así llamados, desde aquel entonces
hasta nuestros días. Así como afirman aquí los oráculos de Dios, Israel es el olivo, y los gentiles son
solamente una pequeña parte, unas pocas ramas. Estas ramas naturales fueron quebradas por causa
de su incredulidad; y nosotros estamos amonestados, no te ensoberbezcas, sino teme (v. 20).
Este mismo resultado, del cual Pablo advierte, acontecerá. La cristiandad se ha jactado, y ha llegado
a estar ensoberbecida. Ellos llegaron a creer que “somos el olivo”. Ellos han tomado para sí las
promesas hechas a Israel, en cuanto a las bendiciones terrenales, y han desterrado a la nación al
olvido. Pero Dios está todavía sobre todo, cuán natural es la conclusión. Porque si Dios no perdonó
a las ramas naturales, (v. 21), mucho menos a aquellos quienes contra la naturaleza han sido
injertados al olivo. Las ramas que fueron quebradas a causa de su incredulidad, pero serán
injertadas en su propio lugar otra vez;…pues poderoso es Dios para volverlos a injertar (v. 23);
cuando ellos crean su palabra.
Pablo no está aquí hablando del individuo, sino de Israel y de las naciones. Ningún creyente
individual será quitado del olivo. Las naciones cristianas profesantes, o gentiles, quienes se están
jactando de su lugar como los gobernantes del mundo, son aquellos a quienes esto se aplica. Israel,
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el antiguo pueblo, está siendo reunido otra vez en Palestina donde después de determinado tiempo
serán de nuevo injertados en su propio olivo, y llegará a ser la cabeza de todas las naciones.
Israel cesará de sus propias obras, y por siempre confiará en la Gracia de Dios y dependerá de Él.
Este es el fin por lo cual todas estas severas pruebas les han sobrevenido. Ellas han sido el medio
por el cual Dios les enseñó su fragilidad y necesidad, y por medio de ellos a todos los hombres.
Sufrieron mucho, pues habrían mirado a la luz de los diez mandamientos como norma, los
encontramos la mejor especie de la raza adámica.
La cristiandad no manifiesta la misma moralidad, que es evidente entre los judíos ortodoxos de hoy,
mucho menos que cuando Cristo estaba con ellos. La moralidad, es la vida limpia, desde el punto de
vista de los hombres, no tienen peso con Dios. El busca una nueva creación y solamente sobre tal
descansa su favor; como dice el apóstol, quien es una maravillosa figura de la nación, a todos los
que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios (Gálatas 6:16).
Entonces el apóstol nos descubre un secreto: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte,
hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (v. 25). Este versículo es poco entendido, aunque
parece ser simple. El significado es que hay un remanente de los judíos y gentiles recogido en esta
edad, el “cuerpo” de Cristo, o la “iglesia”, como es llamada. Cuando aquel número determinado
esté completo, entonces la ceguera de Israel como nación empezará a ser recobrada. El velo de sus
ojos será quitado. Todas las naciones compartirán sus bendiciones. Únicamente unos pocos,
hablando comparativamente, son sacados de entre ellos por el nombre de Cristo; pero cuando la
nación sea la luz del mundo, entonces, como el profeta asegura, andarán las naciones a tu luz, y los
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reyes al resplandor de tu nacimiento (Isaías 60:3). La nación es todavía amada por causa de los
padres (v. 28).
Y luego todo Israel será salvo como está escrito, vendrá de Sion el Libertador, que apartará de
Jacob la impiedad (v. 26). Porque Dios hizo un pacto con Abraham y lo confirmó a Isaac y Jacob.
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios (v. 29). ¿Se olvidará la mujer de lo
que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me
olvidaré de Ti (Isaías 49:15).
Los hombres deploran los favores mostrados a otros, más no así Dios. Ninguna nación o individuo,
nunca le desilusionó, porque él conoce el fin desde el principio. Él ha preparado una parte grande en
un plan maravilloso para Israel el cual ellos tienen que cumplir, aunque por el tiempo presente ellos,
como una nación, no aparecen en el escenario. Pero la misericordia no puede ser mostrada a los de
justicia y suficiencia propia. Israel, como todo individuo, debe reconocer su necesidad. Ellos tienen
que venir con las manos vacías, así como todos los hombres, su jactancia será solamente en Dios.
Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos (v. 32).
Luego Pablo no puede contenerse más. Él está fuera de sí mismo con todas las maravillas, los
misterios de los propósitos eternos de Dios y prorrumpe, ¡Oh profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!
(v. 33). Amén y Amén. Dios es la fuente de todo, Él es el principio. Todas las cosas brotaron de Él.
El universo fue hecho por su Palabra; no fue hecho de cosa visible. La creación se desarrolló de lo
infinito, salió de su propia palabra y consejo.
Nadie puede investigarle ni entender sus caminos. ¡Pobre el hombre que osara investigarle o
razonar en cuanto al origen de las especies! ¡Oh cuán bueno es creer lo registrado, ya que pronto
llegaremos a comprender! Dios está detrás de toda la historia del hombre. Comenzó con Dios; Dios
fue todo, y eventualmente, por la obra redentora de Cristo, llegará a ser su todo otra vez, en una
medida más grande y completa que lo que era en el principio.
El hombre terminará con Dios, no en un paraíso terrenal, porque podría perderse otra vez; sino en
una ciudad celestial: la Nueva Jerusalén. Dios otra vez morará con el hombre. Entonces serán
manifestados los resultados del evangelio para judío, gentil, y la Iglesia de Dios. Todos los hombres
compartirán de la redención.
DIVISIÓN CINCO
Capítulo Doce
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (v. 1)
Tenemos en estos tres capítulos siguientes el lado práctico de la epístola a los Romanos: porque
aquí están contenidas todas las exhortaciones y admoniciones basadas sobre la misericordia de
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Dios, y declaradas en el evangelio. Cuando la verdad revelada en los capítulos anteriores ha sido
apropi9ada por el corazón, con fe viva, los resultados serán manifestados en la práctica.
El doble reconocimiento gozado en el sexto capítulo es eficaz en acallar al hombre viejo y despertar
al nuevo.
Pablo empieza esta porción de su epístola, la que cabalmente puede llamarse, la verdad del lado del
hombre, por la ventaja del lado de Dios, la cual ha sido su tema hasta ahora: la maravillosa
provisión de Dios. Por causa de toda la incomparable gracia precedente, estamos impulsados a
presentar nuestros cuerpos a Dios. Note que “cada cuerpo” es como un sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, por causa del tesoro que ellos contienen: la vida nueva. Cuando contamos al
hombre viejo muerto, Dios se sirve de nuestros cuerpos como un vaso de barro: el receptáculo para
el despliegue de la vida de Cristo. Este es contado como nuestro “culto racional” (servicio de
adoración espiritual). Es decir, está en armonía con la lógica, que debemos dar a Dios lo que él ha
redimido a un costo infinito. Pablo sugiere, que es un privilegio, no un deber, del cual alegremente
nos beneficiamos por su sacerdocio.
Este es el servicio verdadero, o adoración del cristiano. Desplaza las formas del servicio divino
anteriormente conectado con la ley.
Esto necesitará disconformidad con el mundo y resultará en una transformación hacia Dios. El
proceso será consumado por una renovación continua de nuestra mente, que prueba o encuentra
cual sea la voluntad de Dios, agradable y perfecta (v. 2). Es decir, así aprendemos la voluntad de
Dios para nosotros personalmente, de la cual aquí parece tener tres distinciones: tres etapas
progresivas, podíamos decir, en la escuela de Cristo. La primera es su buena voluntad. Más tarde
encontramos su más agradable voluntad, mientras que andamos con Él. Finalmente estemos en el
mismo océano de su perfecta voluntad, incambiable y fija: tal como sus propios decretos eternos.
El capítulo doce particularmente trata con nuestra responsabilidad, en cuanto a lo que a la Iglesia
entera concierne, el cuerpo de Cristo. Este cuerpo está visto como un organismo del cual todos
somos miembros, teniendo una cabeza y una vida. Este cuerpo tiene dones, los cuales son otorgados
por la cabeza (Efesios 4; 8_12) y están para ser ejercidos para el bien y mutua edificación de todos.
Somos exhortados a permitir que los dones se manifiesten; sea profecía, servicio ministerial,
enseñanza, exhortación, repartimiento, gobierno, o misericordia. Nosotros nunca sabríamos que el
último fuese un don, ni la realidad de repartir, si la Palabra así no lo indicara. Así cada uno en el
Cuerpo de Cristo tiene un don. No hay miembros inútiles en el cuerpo humano, mucho menos en el
cuerpo de Cristo. (Romanos 12; 6_8)
Luego sigue la ética cristiana o la filosofía moral, como hemos escuchado nombrar en la porción
siguiente, pero nosotros lo nombraremos el fruto de la vida cristina. En estas admoniciones hay
lados negativos y lados positivos y el fundamento de todo es el amor. Es la raíz, el amor no fingido
(genuino), que no puede ser refrenado ni atado; el resultado del cual hace del vencedor, no sólo
bueno, sino positivamente bueno, venciendo lo malo (v. 21). Somos exhortados a permitir que el
amor fluya por sí solo. Entonces todo lo que sigue estará en evidencia. Notemos que esto será en la
medida en que dejemos a Dios hacer su obra en nosotros. Debemos rendirnos a nuestra cabeza, que
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es Cristo, en el poder del Espíritu Santo, para que puedan estas verdades ser una realidad en nuestra
vida.
Recordemos la Gracia de Dios como se nos ha mostrado y actuemos de la misma manera en nuestro
trato con los miembros del cuerpo de Cristo. Si Dios se vengase de sus enemigos ¿dónde estaríamos
nosotros? La forma en que Él trata con nosotros debe ser nuestro ejemplo. Nuestro enemigo en
angustia nos da la oportunidad de mostrarle Gracia. En lugar de emplear odio y venganza, usemos
el amor. Esta es la forma en que Dios venció nuestra enemistad y no hay otro camino mejor.
Capítulo Trece
El capítulo trece se refiere a nuestra actitud para con el mundo, en el cual estamos como extranjeros
y peregrinos. La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino en todos
los tiempos (Salmo 119; 105), en cada esfera de la vida y en toda circunstancia. Podemos con toda
seguridad consultarla en cualquier dilema. Contiene la respuesta a cada pregunta y nos enseña cómo
actuar en cada esfera de la vida y con todos los hombres.
Somos amonestados a estar sujetos a las autoridades superiores, es decir el gobierno bajo el cual
residimos. Estas son instrucciones muy necesarias para el tiempo presente, pues los poderes
gubernamentales están haciendo recientes demandas sobre sus súbditos hoy. Estamos amonestados
a obedecerles en todos los tiempos cuando no están en contradicción con la voluntad revelada de
Dios.
Leemos que las potestades que están en control son ordenanzas de Dios, por lo tanto resistir a los
tales es resistir a las ordenanzas de Dios. Y resultará en juicio del ofensor, aunque él pensará que
hace la voluntad de Dios. La ignorancia no le escusa, pues la Palabra claramente instruye a este
respecto. En el caso en que las demandas son arbitrarias, apartemente irrazonables, oremos y el
Señor evidenciará su voluntad en nosotros. Luego nos protegerá y dará la vía de escape, si fuese
imposible cumplir con estas leyes y reglamentos. Nosotros tenemos sólo que recordar que Dios
nuestro Padre es sobre todo, y que todos los reyes, dictadores y gobiernos están en sus manos. Ellos
están haciendo su voluntad, a pesar de que son motivados y controlados por Satanás, y cuando
estamos sujetos a ellos estamos sujetos a Dios.
Jesús mismo es nuestro ejemplo pues Él pagó el tributo que se le exigió. El no debió nada a este
mundo. Este estaba en débito con él, tan infinitamente como su Creador, y sobre todo como su
Redentor; pero él se rindió, pues estaba sujeto a su Padre. Cuando los judíos procuraron
sorprénderle en algún delito, a fin de acusarle ante el César, Él dijo: dad pues, a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:21). El amor es otra vez el factor que controla en este
caso; es una deuda del cual nunca estaremos libres. Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la
ley (v. 8). Somos traídos al fin de esta edad con estas admoniciones. El tiempo para despertar ya
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llega, y Pablo nos apura. Nuestra salvación o liberación está más cerca que cuando creímos. La
noche está avanzada… y se acerca el día… (v. 12). La venida del Señor es un incentivo para el
apóstol a un vivir y obrar totalmente santo.
Él pone esta esperanza delante de nosotros continuamente para que seamos fortalecidos, y nos
gocemos por esta realidad inminente; porque él bien sabía del maravilloso poder de separación de
todo aquello que es de la noche y la oscuridad. Luego el secreto de toda victoria se expresa en el
último versículo. Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne (v.
14). No existe terquedad para con Dios, ni falta el amor al prójimo cuando estamos vestidos del
Señor Jesucristo.
Capítulo Catorce
De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (v. 12).
Cada uno de nosotros que no manifiesta amor al creyente dará a Dios cuenta de si mismo. No soy
responsable por el andar de mi hermano, pues su conciencia le dará testimonio, solamente seré
responsable hasta donde he fracasado en mi amor hacia él. Pablo dice: Yo sé, y confío en el Señor
Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; más para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es
(v. 14). Esta es una responsabilidad individual. Debemos comer con fe; porque todo lo que no
proviene de fe, es pecado (v. 23). Porque el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo (v. 17). Esta no es una definición del reino, sino simplemente una
declaración de principio que rige allí, no de la ley, sino el amor que fluye de la justicia; pues es un
reino espiritual.
Pero si nuestro hermano débil es lastimado por nuestra libertad, es decir, ha tropezado, ¿qué
debemos hacer? Vamos a mirar cuidadosamente, pues hay muchos que no comprenden estos
asuntos. Ellos son los culpables. Nosotros no estamos ofendiendo o haciendo tropezar a nuestros
hermanos cuando ellos nos condenan o juzgan por alguna acción que considera mala. Ellos están
tomando el lugar del fuerte, el juez.
Cuando nuestro hermano que es débil nos imita a nosotros, que somos fuertes, y hace lo que
hacemos, pero no en fe, le escandalizamos. Ejemplo: yo tengo fe para beber vino, pero si un
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hermano que está bajo la ley me observa, y a él todavía le gusta el vino, inmediatamente sigue mi
ejemplo, y cae bajo el control de la bebida. Así yo he hecho tropezar a mi débil hermano. Pero si
por el contrario, él cuenta lo que vio a todos, aun agregando más, sospechosos etc, además diciendo
que él no haría tal cosa, este no es débil ni ha tropezado de acuerdo con la Palabra.
El débil es el que en su corazón cree que algo es erróneo y duda, sin embargo continúa en él. Este es
juzgado por la Palabra; pues dice, ¿tienes tu fe? Tenía para contigo delante de Dios.
Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba (v. 22). No envuelvas a tu
hermano en ello. La Gracia considera antes al débil que al fuerte. Note esta realidad; al débil no se
le exhorta a sobrellevar la debilidad de los fuertes. Cristo mismo, como siempre, es el maravilloso
ejemplo de esta condescendencia. Observe la gracia desplegada en su trato con sus discípulos, cuyas
debilidades y falta de fe fueron sin duda una fuente de constante tristeza para Él. Si, Él podía y así
hizo un puente que pudiera unir el gran golfo existente entre Él y ellos. Con más razón nosotros
debemos sobrellevar a aquellos cuyas flaquezas son comunes a todos nosotros.
El Señor nos enseña aquí, que no debemos imponer nuestra fe sobre nuestro hermano. Pues habrá
los que son capaces de creer y esperar más grandes cosas que otros. A estos Dios mismo les ha dado
una mayor libertad. Ya no estamos bajo la ley, por esto mismo no tengamos a nuestro hermano bajo
la ley, ni lo juzguemos según la medida de nuestra limitada fe. En cuanto a experiencia, Él puede
estar en grado superior, mientras que estamos en un grado inferior. Haríamos bien en prestar
atención, en tales cosas, a la regla que Pablo aplica aquí, bienaventurado el que no se condena a sí
mismo, en lo que aprueba (v. 22).
Pero, está también el otro lado de la cuestión, no debemos jactarnos de nuestra libertad en Cristo. El
conocimiento de esta verdad, si no va acompañada por el amor, hincha. Si la paz y la unidad se
manifiestan en nuestro medio, entonces los que son fuertes serán los que atacan. Cosas que tal vez
son hechas con limpia conciencia delante de Dios, para algunos será ofensivas; por lo tanto, más
nos convendría ceder algunas cosas, a no ser que en tales asuntos tengamos la guía directa del
Señor.
En todas nuestras acciones debemos buscar la edificación del mayor número del pueblo de Dios. No
se puede agradar a todos, en todo tiempo, pero busquemos la edificación de algunos y agrademos a
Dios todo el tiempo. Es seguro que si así lo hacemos, seremos participantes de los sufrimientos de
Cristo, pues está escrito, los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí (15:3). Es decir,
la gente que no desea la voluntad de Dios se disgustará con nosotros, como en el caso de Cristo;
pero sus vituperios en realidad son sólo contra Dios. Caen sobre nosotros por ser representantes
suyo aquí en la tierra.
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PABLO UN TIPO SOBRESALIENTE
Capítulo Quince
Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios,
para confirmar las promesas hechas a los padres (v. 8).
Esto parece ser una continuación del capítulo 11, y que los tres capítulos intermedios, 12, 13, y 14,
se deben colocar al fin del capítulo 15.
Algunos aún contienden que estos tres capítulos al igual que el capítulo 16, no pertenecen realmente
a esta epístola. Mientras que enteramente no estamos de acuerdo con este punto de vista, pero
sabemos que los primeros veinte versículos del capítulo 16 pertenecen a la epístola de los Efesios y
no a la de los Romanos. Hay cinco claras evidencias de esta realidad.
En este capítulo 15 tenemos recalcado el ministerio de Cristo. Este se dice que es para los de la
circuncisión, o sea, para los judíos, en contraste con aquel de Pablo, que es para los de la
incircuncisión, o sea los gentiles.
Cristo fue enviado para confirmar las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, pero el ministerio
de Pablo no fue en cumplimiento de alguna promesa en particular. Fue de Gracia absoluta. La
incircuncisión no tenía promesas de ninguna índole. Excepto aquellas que seguirían a las
bendiciones del milenio de Israel.
Estas pueden ser gozadas solamente después de que finalice la gran tribulación y Cristo sea recibido
por la circuncisión, los judíos, y esté sentado sobre su trono como el Rey de los judíos. Entonces las
Escrituras citadas (vs. 9 al 12), luego se cumplirán.
Cristo fue la simiente de Abraham, por medio de quien todas las naciones de la tierra serían
bendecidas. Solamente por recibir Israel a Cristo pueden las naciones ser bendecidas. Aquí hay una
profunda enseñanza. Pablo mismo es un hombre típico. Su misma vida, comenzando con su
conversión, es profética. El dice de sí mismo, que era como un abortivo (1 Corintios 15:8), uno
nacido fuera de tiempo, es decir, en su maravillosa conversión, contempló a Jesús glorificado,
cuando él seguía su camino altivo y obstinado, así el es una figura resaltante de Israel. Pablo nació
de Dios dos mil años antes que la nación a la cual él pertenecía, es el significado aquí.
Soberanamente Dios escogió a este hijo de Abraham, así como escogió a la nación, por causa de su
Gracia. Para ser siervo de Jesucristo, sirviendo al evangelio de Dios para que los gentiles le sean
ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo (v. 16). Esta escritura es muy significativa.
Muestra claramente que Pablo es el personaje más prominente durante esta dispensación. “El siervo
público de Jesucristo sirviendo al Evangelio a su mismo cargo”, como nos dice en el griego. Él se
ofreció a Dios, como un sacerdote, a un pueblo a quien Dios está sacando de entre los gentiles por
su nombre, como fue dicho previamente. Él es también una figura de Israel, como un reino de
sacerdotes ofreciendo a las naciones en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, siendo santificado
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por el Espíritu Santo, este último acontecerá a su debido tiempo, Israel como una nación. Será el
flamante evangelista a los gentiles: celoso, incansable y obediente. Ellos se gloriarán en el
maravilloso servicio, el cual se les ha encargado como dice Pablo; tengo, pues, de qué gloriarme en
Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere (v. 17).
Los más poderosos y maravillosos milagros seguirán a su ministerio por el poder del Espíritu Santo,
así que desde Jerusalén, la cual está en el centro de la tierra, y por los alrededores hasta Lirio, que
significa “gozo”, ellos predicarán todo el Evangelio de Cristo. Esto sucederá en tierra donde Cristo
no ha sido nombrado (v. 20_21).
Esto nos da luz en cuanto a los lugares, las naciones gentiles, a los cuales estos flamantes
evangelistas irán: tierra donde el Evangelio no ha sido predicado. En conclusión diremos que Israel,
las diez tribus perdidas, en contraste con los gentiles, están localizadas en regiones donde el
Evangelio ha sido predicado. Esto únicamente confirma lo que se nos ha asegurado por algún
tiempo, que las naciones cristianas, así llamadas, son las diez tribus perdidas. En el capítulo 9 de
Romanos, la cita de Oseas hablando de la Iglesia, compuesta de judíos gentiles, Pablo dice, llamaré
pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada (Oseas 9:25). Mas cuando nos
referimos al profeta, mencionado arriba, nos asombramos al ver que él está hablando de Israel, así
claramente indicando que las diez tribus perdidas están en la cristiandad.
Ellos son el pueblo profesante de Dios hoy día. Esta fue sin duda la razón por la cual el Espíritu
Santo constriñó a Pablo a ir a Macedonia, no permitiéndole ir a Bithynia, ni acreditar el Evangelio
en Asia, por causa de que las diez tribus perdidas estuvieron en el Imperio Romano, donde ellos
habían estado anteriormente esparcidos. Así mismo aparentan estar en Roma todavía. Ella reina aún
sobre Israel, y ahora en sentido más religioso. Todavía el dominio nacional vendrá más tarde,
porque el Imperio Romano debe ser otra vez prominente. El reino de “los diez dedos” debe estar en
evidencia justo antes del fin porque la piedra cortada sin manos, caerá sobre los “diez dedos”, de las
cuales está claramente dicho, ser diez reyes, y rotos en pedazos (Daniel 2:34). Es decir el Imperio
Romano será destruido en la venida del Señor Jesucristo, el Rey de los reyes.
El viaje de Pablo a Roma con sus desastrosos resultados, el barco naufragado, etc. Es el cuadro
profético de la ruina de la Iglesia de Jesucristo en cuanto a su testimonio exterior. Es también
profético de que Pablo traería bendición a los judíos que estaban cautivos en Roma. Pues él,
finalmente alcanzó a esta ciudad que él había querido visitar durante años. Satanás le había
impedido hasta entonces, él nos dice en su epístola, pero nos asegura que vería todavía a Roma.
Ahora esto es maravillosamente significativo. Como hemos indicado, él es figura del remanente de
los judíos en el fin de la edad, quienes serían enviados a las naciones a predicar el reino de Dios.
Pero el ministerio personal de Pablo es de otro carácter, y tiene otro significado. Es por pura gracia,
aun como su propia conversión y su mensaje a la incircuncisión. En cuanto a la Iglesia primitiva, no
había aún promesa de un recogimiento glorioso de entre los gentiles para llegar a ser tal clase
privilegiada, el cuerpo de Cristo, durante esta edad. Nosotros vemos la figura de esta compañía
agraciada en las Escrituras del antiguo Testamento; pero en ninguna parte encontramos dicha esta
realidad. Es un misterio verdaderamente escondido, en Dios (Efesios 3:9).
Observe los varios puntos de diferencia entre el ministerio de Cristo y el de Pablo, porque esto es de
importancia. Hay muchos hoy que argumentan que siendo Pablo el que habla, no vale la pena de
escuchar sus palabras, por esto no le dan el distinguido lugar que Dios le ha dado. Nosotros a
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menudo escuchamos tales palabras como, ¡Oh! Yo tomo las palabras de Jesús, o Fue solamente
Pablo, el que dice esto: pero el apóstol es nuestro ministro para el día de hoy, y debemos prestar
una particular atención a su mensaje.
El ministerio de Cristo fue para Israel enteramente. El nunca salió fuera de los confines de Palestina
con su mensaje de amor. Pablo nunca entró en Palestina, podríamos decir, para recalcar el contraste.
Si bien él procuró muchas veces llevar el evangelio a su propio pueblo, pero nunca tuvo éxito. La
única vez que él predicó en Jerusalén (Hechos 21), fue tomado preso y luego conducido a Roma, la
ciudad capital del Imperio de Roma, y nunca más volvió a ver Palestina. Es decir, el Señor usó a los
judíos en su ira para transportar a Pablo al lugar que él quiere que vayamos. Él es soberano en las
vidas de aquellos que Él llama para dirigirlos. No hay voluntarios en estos lugares de confianza, y
podemos añadir que no hay lugar para cobardes.
Pablo fue un vaso elegido y eso a pesar de que era judío, sin embargo no nació en Judea, sino en
Asia Menor. Ni se salvó dentro de los límites de la tierra que amaba, ni fue oficialmente llamado a
la obra hasta después de salir de ella (Hechos 9:13). Él fue separado de los doce apóstoles del reino,
para cumplir su distinguido ministerio con el pueblo al cual el Señor está llamando hoy. Toda la
verdad para esta edad presente se encuentra solamente en sus escritos, para poder entrar a su
herencia en Cristo. Después que ellos han aprendido los secretos, los cuales le fueron revelados a
Pablo, y entran realmente en los lugares celestiales donde él les invita, ellos nunca estarán tentados
a descender y tomar un lugar en un nivel más bajo con el pueblo, al cual corresponde al ministerio
terrenal de nuestro Señor y sus doce apóstoles. Esto no significa que negamos la sanidad del cuerpo
en este tiempo, ni la realidad de los nueve dones del Espíritu. Estos fueron dados a la Iglesia, y se
evidenciaron en aquella asamblea cosmopolita de Corinto. También figuraban poderosamente en el
ministerio de Pablo.
En realidad él escribió de muchos que fueron debilitados y otros enfermos, y de otros que dormían
(muertos), por causa del castigo del Señor (1 Corintios 11:30). Así podíamos inferir que la santidad
y la salud del cuerpo es un índice de la salud del alma, como Juan también lo indica (3ª de Juan; 2).
Admitimos, sin embargo, que la prosperidad espiritual es un importante detalle ¿por qué desechar
las bendiciones menores cuando es maravillosamente convincente al pecador? No hay nada que
convenza más a los hombres de su necesidad de Cristo como la enfermedad. A menudo ésta abre
sus ojos a su pecaminosidad, y hace un camino para llegar a sus corazones, cuando todas las cosas
les han fracasado.
Las labores propias de Pablo, más abundantemente que todos los otros apóstoles, como el sostenía,
fueron credenciales con poderosas señales y maravillas. La Iglesia del Señor es así enseñada por el
ejemplo de su apóstol, maestro y santo, a esperar milagros de sanidad y señales sobrenaturales que
acompañan a la predicación del evangelio ¿Por qué no? Si el pueblo terrenal tenía tales señales
concedidas a ellos, ¿por qué la compañía celestial no podría ser igualmente investida y privilegiada?
No hay necesidad de razonar sobre ello o decir, ¿por qué no? Porque la Palabra es clara en cuanto a
esto punto, las señales todavía seguirán a los que creen.
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En aquel tiempo cuando Pablo escribió su carta a Roma, su obra parecía estar terminada en las
regiones de Grecia y sus alrededores; porque él así escribió, no teniendo más campo en estas
regiones (v. 23). El deseaba nuevos campos para sus servicios, y nuevos mundos que conquistar
para su evangelio. Su celo fue tan cabal, su interés y fuego tan intensos, que aun después de mucho
trabajo, él ni siquiera pensó en tomar un descanso, ni de ser jubilado en su vejez. ¡En ninguna
manera! La vejez fue en el justamente madurez, crecimiento completo, perfección, desarrollo y
espiritualidad. Lo más grande en doctrina y profundidad de sus epístolas, fueron escritas después de
este libro. En realidad las otras epístolas, fueron escritas en la ciudad misma a la cual esta epístola
fue dirigida desde la cárcel, donde fue recluido a un descanso forzoso. Había deseado visitar a sus
hermanos de allí, y su gran deseo fue satisfecho, pero no en la forma que él había deseado.
Fue a Jerusalén con un ministerio de amor, con la ofrenda de parte de los cristianos gentiles a los
judíos pobres de allí. Ellos recibieron el dinero, pero no el mensaje (escogiendo lo terrenal y no lo
celestial).
Si Dios no hubiera intervenido en su favor, él habría muerto, tan terrible fue su ira contra éste que
les amaba. Fue casi una reproducción del Calvario, el mismo odio manifestado contra la “vida”
misma, (Cristo). Así fue a Roma por vía de Jerusalén. Los judíos fueron verdaderamente los
instrumentos usados para promover los propósitos de Dios hacia los gentiles. Pablo había escrito
previamente. ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33). Él
estaba seguro que llegaría a Roma, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo
(v. 29).
Lo de arriba fue cumplido. El remanente de los judíos juntado en esta edad, alcanza el más alto y
privilegiado lugar de todos los hijos de los hombres. Es en verdad la plenitud de las bendiciones en
Cristo, transcendentalmente maravillosa y gloriosa. Los gentiles han llegado a ser la figura
prominente en el programa de Dios para esta edad.
La preeminencia judía empieza a desvanecerse. Cuando ellos enviaron a Pablo fuera, perdieron su
esperanza de una gloria celestial. Ellos rechazaron su última oportunidad para esta edad.
Verdaderamente fue “Icabod”, pues aun su gloria terrenal les había abandonado por el tiempo
presente.
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LAS PALABRAS FINALES DE PABLO.
Capítulo Dieciséis
Como hemos indicado, los primeros veinte versículos del capítulo 16 son una parte de la epístola a
los Efesios; por lo tanto no hablaremos de ellos aquí.
Terminaremos con algunas palabras sobre los últimos versículos del capítulo. Son importantes,
como Pablo mismo les escribió después, que Tercio había terminado el cuerpo de la epístola (v. 22).
Manda saludos a los creyentes en Roma, también a toda la Iglesia de Corinto, desde donde la
epístola fue escrita. Pablo luego añade su postdata. Nótelo.
Los profetas tenían indicaciones del glorioso llamamiento celestial, pero ellos no entendieron. Esto
fue reservado para Pablo, el apóstol de la Iglesia, para desarrollar el misterio de este gran paréntesis
en los propósitos de Dios, el cual se encuentra entre la caída y restauración de Israel; entre el primer
y segundo advenimiento de Cristo.
En lugar de ser Dios derrotado por la defección de Israel, él tiene la oportunidad de cumplir sus más
grandes propósitos. Todas las cosas obran para su gloria, aun la ira del hombre él hace que le alabe.
Pablo encomienda a los creyentes a Dios, quien es capaz de confirmarles según su evangelio de
Gracia absoluta. Solo ésta tiene la capacidad.
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