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Sophia Lynn - La Bebé Del Jeque

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Tabla

de Contenido

La Bebé del Jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco
Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

OTRA HISTORIA QUE PUEDE QUE TE GUSTE

La Amante Robada del Jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

La Bebé del Jeque

Por Sophia Lynn

Todos los Derechos Reservados. Copyright 2015-2016 Sophia Lynn.

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Capítulo Uno

Abby se contuvo de levantar la mirada. Sabía que él estaba de pie en la puerta, mirándola con esos
ojos de color café, con una leve sonrisa en su hermosa boca. Sabía que él la estaría mirando como si
fuera un manjar sabroso, hambriento de ella de un modo que le alegraba el corazón. Aun así, no
levantó la mirada.

Sabía que si alzaba la mirada, perdería.

En cambio, sumergió la nariz en el libro. Era una obra realmente interesante, todo sobre las pinturas
rupestres que se estaban descubriendo en los EAU y en Oriente Medio. Eran el registro de pueblos
perdidos hace tiempo, su único gesto dirigido hacia un futuro que no podían imaginar.

De hecho estaba empezando a entrar en materia, lo que hablaba muy bien de su asignatura preferida,
cuando notó un susurro de aliento contra su nuca.

—Siempre tan estudiosa —dijo Adir al-Omari—. Seguro que puedes dedicar un momento a alguien
que quiere sacarte a cenar, ¿no?

—No sé —dijo Abby, sin levantar la mirada del libro—. ¿Vas a algún sitio divertido?

Era entretenido coquetear, pero se dio cuenta de que no podía seguir así. Surgieron las palabras de su
boca gélidas como el hielo, pero no pudo resistirse a cerrar el libro y levantar lamirada hacia la cara
del revés de Adir, que la observaba desde arriba.

Adir era sólo cuatro años mayor que ella, que tenía dieciocho, un hombre espléndido que parecía
recién salido de las páginas de una revista de moda. Era alto y ancho como todos los hombres de la
dinastía reinante de Hayal, pero había una soltura en sus gestos y en su dulzura, impropia de sus
raíces reales.

Aquí entre los muros de la embajada de los EAU en Washington DC, él era un soplo de aire fresco, y
a menudo le comentaba cuánto prefería América a la formalidad encorsetada de Hayal.

—Pero es tu casa —le había dicho ella durante una de sus charlas de madrugada—. Seguro que la
echas de menos un poco ¿no?

—Es duro echar de menos un sitio cuando eres poco más que un repuesto —dijo juiciosamente.

Cuando ella se había apenado de él, éste le tomó la mano, apretándola suavemente.

—No pongas esa cara tan trágica —dijo amablemente—. Hay muchas ventajas en ser el tercer hijo de
la familia al-Omari. Entre otras cosas, generalmente se me permite vagabundear libremente, y si
nadie se acuerda de que existo, tampoco nadie me hace quedarme en casa para aprender todos esos
protocolos ridículos.

Se había demorado, con una leve sonrisa en la cara. Quizás era entonces que ella había empezado a
enamorarse de él.

—Tampoco me dice nadie quién me puede gustar.

Era un inicio poco halagüeño en muchos sentidos. Él era el hijo del jeque reinante de la ciudad estado
de Hayal. Ella era la hija de la limpiadora de la embajada, que aparecía a menudo para llevar a su
madre a casa de vuelta del trabajo.
Él se había tropezado con ella, que leía su libro de arte preferido sobre Giza de Egipto, y tras eso, el
resto era historia.

—¿Eres tan mercenaria? —preguntó él, plantándole un beso en la frente—. ¿No me saludas a menos
que te dé de comer y de beber en el mejor restaurante de la ciudad?

—Puede que lo sea un poco, sí—dijo ella con dignidad—. Soy una chica de sólidos valores
familiares. No te saludaré a menos que me pilles una hamburguesa, patatas fritas y un batido.

Lejos de sentir nostalgia por la comida de su niñez, Amir se había sumergido en las comidas de los
Estados Unidos. Tenía especial debilidad por la comida rápida americana, y ella nunca desperdiciaba
la oportunidad de tomarle el pelo por ello.

—¿Ah, sí? ¿Y qué conseguiré por todo eso y una bolsa de donuts? —preguntó coqueteando
descaradamente. Entonces bajó la voz—. ¿Conseguiré lo que tuve el martes?

Abby se rió, pero ahora sus mejillas se tiñeron de rosa

—Eso…eso no fue por los donuts —balbuceó, y Adir la abrazó más estrechamente.

—Lo sé —susurró—. Claro que lo sé. Tu mirada es más preciosa que los rubíes, y el mínimo roce de
tu mano, inestimable por encima de cualquier perla.

Debería de haber sonado ridículo. Debería de haber sonado falso, cursi y forzado. Si hubiera oído
estas palabras de cualquier otro, habría asumido que la estaban timando de un modo u otro.

Sin embargo, viniendo de Adir, había cierta cortesía del viejo mundo. Cuando habían empezado su
aventura, él la había mirado seriamente y le había dicho que nunca jugaría con ella.

—Te lo digo de verdad.

Abby lo miró, sus ojos verdes severos.

—Eso es muy fácil de decir —dijo

—Por mi honor como hijo del Jeque —dijo orgullosamente—. Por el honor de mi familia, te juro
que no hago esto a la ligera.

Sintió en ese momento el corazón henchido de amor por él. Lo había creído, completamente, y desde
allí, su historia había crecido.

—Te creo —dijo ella, mientras Adir se movía a la silla a su lado—. Sólo estaba probando tu
reacción.

—A mí también me gustaría probar tu reacción a otra cosa —dijo él con un guiño.

Iba a contestar, pero él fijó la atención en el libro que ella llevaba. Lo hojeó con curiosidad.

—Aún no han incluido la gruta de Hayal.


Ella pestañeó.

—¿Hay una gruta en Hayal?

—La encontraron hace sólo un año. Se supone que es una de las mayores de la región. Pero, no sé
mucho de ello. Quizás podríamos ir un día.

Abby se mordió el labio. Sabía bien lo que él quería decir. Sabía que su corazón era grande como el
cielo. Sin embargo, algo en ella le decía que él nunca se daría cuenta de la distancia entre los dos,
cuando él podía ofrecerle viajes a otro continente sin pensarlo y ella a duras penas podía permitirse
pagar a veces cuando comían fuera.

—Quizás algún día —dijo en cambio—. Mira, necesito llevarle a mamá a casa esta noche.

Luego, ¿quieres que salgamos? Tengo un fin de semana largo.

—Me gustaría salir —concordó Adir, retirando el libro de ella—, pero después, desde luego prefiero
que nos quedemos en casa. ¿Qué dices a eso?

Abby sintió una oleada de calor extendiéndose por su cuerpo. Habían sido amantes en sentido físico
desde hace sólo unas pocas semanas, pero ya había una parte de ella que respondía a él. Él era su
primer amante, pero ella sabía que ahí había más que eso. Había algo desesperado en la forma en que
se tocaban, algo que notaba profundo.

—Digo que suena estupendo.

***

Esa noche, llevó a su madre a casa desde la embajada, casi sin escuchar, hasta que oyó un nombre que
le hizo fruncir el ceño.

—Es terrible, aterroriza al personal hasta que le conceden sus ridículas exigencias, y se enfada tanto
que dos de las mejores chicas se han ido.

Su madre sacudió su cabeza con disgusto, y Abby se mordió el labio. Su madre era una mujer muy
intuitiva, y observó a su hija.

—¿Te has cruzado con Abdul al-Omari, corazón?

—No, mamá —dijo con la mayor honestidad posible.

Su madre asintió con alivio.

—Bien. Te mantienes a distancia, especialmente si andas con ese chico. Ese hombre está lleno de
malos sentimientos.

Abdul al-Omari era el tío de Adir, y cada vez que Adir tenía algo malo que decir sobre su patria,
usaba a su tío como ejemplo.
—Amargado, racista, enfadado y agresivo hasta conseguir que lo hayan alejado de casa —dijo,
sacudiendo la cabeza—. Es el hermano más joven de mi padre, y, francamente, si eso es lo que me
espera, prefiero empezar a hacer autostop a Canadá bajo nombre falso En aquel momento se había
reído, pero más de una vez había notado a Abdul observándola

cuando esperaba a Adir, o esperaba a su madre. Había algo perturbador en su mirada penetrante, y
sabía que el consejo de su madre era muy bueno.

Cuando dejó a su madre, se dirigió al Phoenix, el club donde había quedado con Adir.

En el coche, se retiró la rebeca y reveló una blusa ceñida de color negro con un lazo detrás y un
pantalón tan estrecho que parecía que lo llevaba pintado. Tenía menos curvas de las que hubiera
querido, pero pensaba que su ropa al menos llamaría la atención de Adir, especialmente la espalda
desnuda que había estado oculta por la rebeca. Ahuecó su pelo corto negro y ondulado, echando en
falta el maquillaje o al menos algo de joyería. Bueno, ella venía derecha de la escuela, así que tendría
que valer.

El aparcamiento estaba lleno, así que sabía que llegaba tarde. Cuando se plantó en el club, pensó que
se había vuelto a adelantar a Adir, hasta que lo vio entre un grupo de gente. Al acercarse se sintió aún
más vulgar. Él estaba rodeado de espléndidas mujeres vestidas mucho mejor que ella, y parecía estar
entreteniéndolas con una especie de juego de beber.

Al momento de poner los ojos en Abby, sin embargo, su mirada cobró brillo y dejó el juego a un
lado.

—Supongo que os imagináis el resto —dijo amablemente al levantarse a buscarla—. Estás estupenda,
hermosísima. Te estaba esperando.

Abby se rió entusiasmada.

—Siento haberte hecho esperar —dijo—, pero ahora que estoy aquí, tenemos toda la noche para
pasarla juntos.

—Aún más que eso —dijo misteriosamente, pero cuando ella le puso una expresión confundida, él
sacudió su cabeza con una sonrisa—. Luego. Déjame que te saque una bebida.

Ella aún tenía dieciocho, así que disfrutó de su Virgin Mary mientras Adir tomaba su gin tonic.

Algo más tarde, escondidos entre los reservados de la parte trasera, la atrajo a su regazo besándola
sonoramente, y ella podía saborear el sabor a pino salvaje de la ginebra.

—No tienes ni idea de lo adorable que estás así —le dijo—. Alguna vez, quiero llevarte a casa y
presentarte a mis hermanos y sus mujeres.

—¿Ah, sí? ¿Para que se rían de tu gusto por las americanas de pinta rara?

—No, para que vean tu belleza y tengan envidia. Mis hermanos están casados con mujeres hermosas,
pero son las típicas de las asociaciones de aquí, siempre preocupadas del siguiente evento o de la
siguiente colecta . Tú eres distinta.
Ella se rió, pero había algo extraño en su manera de hablar. Ya eran dos veces que le había
mencionado la posibilidad de que ella volviera a los EAU con él.

—Bueno, ambos sabemos que mi madre piensa que eres guapo —dijo tratando de desalentarlo

—. Así que tenemos aceptación familiar por todos lados.

—Me alegro de que lo acepte. Aunque, sinceramente, si no aceptara a un al-Omari, yo pensaría que
tiene unas exigencias un tanto elevadas.

Abby lo besó en la boca, saboreando el sabor de la ginebra en sus labios y la dulzura de su piel
debajo. Había tanto que disfrutar con él, pero sabía que se estaba convirtiendo en otra cosa. Sabía que
Adir lo atraía, pero temía que fueran sólo hormonas y su propia juventud. Ya había visto casarse a
varias amigas y ya podía ver las grietas de sus relaciones. Lo que eso podría suponer si perdiera la
cabeza por la realeza de palabras de honor la hacía temblar.

—Voy a pillar agua para los dos—dijo, nerviosa de pronto—. Ahora vuelvo.

Adir parecía un tanto decepcionado, pero asintió.

—Muy bien. Pero date prisa. Hay algo de lo que te tengo que hablar.

Con esas palabras de mal agüero, salió del reservado, preguntándose qué era lo que ocurría.

Abby alzó los hombros. Ocurriera lo que ocurriera, ella lo sobrellevaría con la cabeza alta. Ella
sabía cuales eran sus sentimientos por Adir. Ella sabía lo que él significaba para ella. Ella estaba lista.

Varios hombres miraron a la chica esbelta y de pelo oscuro que cruzaba el bar, pero un hombre la
miraba sin una pizca de interés romántico o sexual.

Cuando Abdul al-Omari vio a Abigail Langston, lo que vio era obscenidad. Veía un simple vástago de
campesinos americanos osando levantar sus ojos hacia el hijo del clan de los al-Omari, primera rama
de uno de los descendientes más reconocidos del profeta. Veía una zorrita pegajosa que sedujo a un
joven lejos de su casa con promesas de amor y dulzura, y que sabía que el asunto lo

arrastraría al fango.

Había intentado desviar amablemente a su sobrino, pero Adir podía ser notablemente terco.

Cuando Abdul había apretado, Adir se había parado como un toro, con los ojos inyectados.

—La quiero, tío, y tú no harás nada para herirla.

En ese momento, Adir le recordó que Abdul era el hermano más joven y olvidado del anterior jeque,
mientras que el mismo Adir era el hijo más joven del jeque actual.

Abdul podría haber dicho que Adir aprendería algún día el trago amargo que podría ser ese puesto,
pero retuvo la lengua. Esta noche, estaba contento de haber hecho eso.
Abdul sabía que todo podía cambiar en un instante, y gozó de la oportunidad de cambiarlo para Adir.
Cuando entró en el club, vio a la condenada chica salir del reservado de Adir, lo cual era perfecto. Se
dirigió hacia el reservado, listo para cambiar la vida de su sobrino.

***

Adir frunció el ceño cuando vio a su tío en la mesa. Abdul, agrio y picoteado como un cuervo viejo,
era la última persona que habría querido ver. Aun así, mantuvo una expresión educada.

—Tío Abdul, ¿qué estás...

—Asuntos urgentes, sobrino —dijo Abdul en esa voz que suponía que sería seria pero que era
meramente pomposa—. Son días tristes para la dinastía al-Omari.

Las palabras eran ridículas, pero Adir sintió que un escalofrío oscuro recorría su espalda.

—Tío...

—Tu familia ha muerto. Ha habido un fuego en sus estancias hace tan sólo una hora.

—Muertos…

Adir no podía sentir nada. Sólo estaba frío, muy frío. Sabía que su corazón aún latía porque no le
daba un síncope, pero, más allá de eso, no entendía nada.

—Tus honorables madre y padre, tus hermanos y sus mujeres. El fuego se propagó rápidamente y ...

—No pueden estar muertos —dijo Adir maquinalmente. En su interior, estaba gritando pero

externamente parecía completamente tranquilo.

—Te aseguro que lo están. Es mi deber hacerte volver a Hayal inmediatamente. El jet está esperando.

—No puedo ...Abby...

Su mente no podía gestionar lo de su familia. En cambio se aferraba a la única verdad que conocía.

En las pocas semanas desde que la conocía, se había enamorado de la cabeza a los pies de la chica
estudiosa que había encontrado en la embajada. Había pasado de divertirse de su aire estudiantil a ser
incapaz de imaginar la vida sin ella. Había pensado que la amaba, pero en este momento, él sabía que
era un término muy superficial. La necesitaba del modo en que se necesita el oxígeno.

—Ahora no hay tiempo para tu parejita —dijo Abdul, impaciente. —Tu pueblo te está esperando...

Incluso en lo profundo de su pánico, Adir sabía que su tío tenía razón. Si realmente él era el jeque,
necesitaba tomar su puesto inmediatamente. Reaciamente, se alzó para buscarla entre la multitud.

—No. No hay tiempo. Vamos.


Adir vaciló, pero se dio cuenta de que fácilmente podría mandarle un mensaje. Esto no era un adiós.
Era meramente una breve ausencia.

Adir se dijo a sí mismo que nada había cambiado. Aún podría traerla a Hayal. Aún podían estar
juntos.

Sin embargo, cuando hubo abandonado el Phoenix, la noche anterior, un escalofrío extraño recorrió
su espinazo. Las cosas nunca volverían a ser iguales, y lo sabía.

***

Abby estuvo en pie hasta las cuatro de la mañana, tratando de descubrir qué le había ocurrido a Adir.
Oyó que había dejado el club con alguien que por la descripción era su tío, pero cuando llamó a la
embajada, encontró que estaba clausurada. Se negaron a cualquier cosa, menos a ser educadamente

tercos, hasta que finalmente abandonó.

Su madre ya llevaba dormida un buen rato cuando llegó a casa, pero Abby no podía decidirse a
acostarse. En cambio, se derrengó en el sofá, viendo películas viejas parpadeando en el televisor, con
su teléfono aferrado en la mano. En cuanto cerraba los ojos, sus sueños le devolvían a Adir, pasando
de largo frente a ella mientras la buscaba en la niebla. No importa lo alto que lo llamara, ella no
podía hacerse oír.

Se despertó bruscamente cuando notó unos golpecitos enérgicos en la puerta. Podría haber sido
cualquiera, pero su corazón insistía en que debía de ser Adir. Abrió la puerta, con una bienvenida
jovial en los labios que murió al ver a Abdul.

Vestido en su característico negro, la miró severamente, pero había un destello sádico en su mirada.

—Hola, señor —dijo precavidamente, pero él le habló pisando sus palabras, como si hubiese
permanecido respetuosamente silenciosa en su presencia.

—He venido para hacerle saber que sus servicios ya no son necesarios, y que el nuevo jeque de Hayal
desea asegurarse de que se cuidará de usted.

—Mis servicios...

Por un momento, Abby pensó que su madre estaba perdiendo su puesto en la embajada, y que, por
algún motivo, habían mandado a Abdul para el despido. Cuando vio el sobre que le entregaba a ella,
todos los hechos encajaban.

—Yo...no, esto no puede ser. Adir en la vida...

Por un instante, la furia real de Abdul hacia ella refulgió claramente. Ella pensó que él le pegaría,
pero luego él recuperó su compostura.

—Le puedo asegurar que el jeque puede y lo hizo. Las cosas han cambiado, señorita Langston.

Ahora, él es el jeque, y ya no puede seguir jugando a hacer de bohemio disoluto en América. Está
volviendo a casa a retomar su lugar en su mundo y le pide que haga lo mismo aquí.

Con manos trémulas, cogió el sobre de los dedos enguantados de Abdul. Se quedó mirándolo
tontamente mientras se giraba y se iba. Sintiendo como si su cara estuviera flotando a unos

centímetros frente a donde debiera estar, se volvió hacia el sofá.

Abrió el sobre para ver el cheque dentro. Lo sostuvo largos momentos, hasta que lo miró.

Se preguntó absurdamente cuánto valdrían sus servicios. Cuando vio la cifra, las lágrimas llenaban
sus ojos aunque la risa se agolpaba en su garganta. La cifra era cuatro veces lo que ganaba su madre
en un año. Si era una puta, era una puta pagada del carajo. La hilaridad dio paso a las lágrimas, y fue
así que la encontró su madre, sollozando en el sofá, como si se le fuera a romper el corazón.

Pasó la mayor parte de la semana siguiente llorando incluso si se dijo que esto era lo que estaba
esperando. Por supuesto, no parecía real. Por supuesto, que había sido un juego.

En algún momento, consiguió mantener sus sentimientos bajo control. Podía pasar la jornada sin
deshacerse en sollozos. Podía incluso sonreír un tanto. Por supuesto, eso fue cuando empezaba a
sentirse con náuseas en el estómago por la mañana. Eso fue cuando hizo algo de matemáticas
sencillas y se dio cuenta, con sensación de ahogo, de que el legado de Adir sería mucho mayor que el
dinero que le había dado.

***

El sol se levantó sobre el océano atlántico mientras el avión de Adir volaba hacia el este, pintando el
agua allá abajo de un color dorado espantosamente hermoso. A pesar del dolor de su corazón y del
modo en que sus ojos ardían con lágrimas sin derramar, Adir halló la vista espléndida.

Se dijo que en algún momento debería enseñarle todo esto a Abby. El recuerdo de su preciosa chica
hacía insoportable su sufrimiento.

Las vidas de su familia se habían extinguido. No había nada que pudiera hacer, excepto lamentar su
muerte. Sin embargo, su vida con Abigail Langston estaba empezando. Incluso solamente pensarla,
alivió su corazón, y lo confortó fuertemente frente a los lúgubres días venideros. Sabía que pasaría
cierto tiempo antes de que pudiera contactar con ella, o incluso oír su voz, pero lo soportaría.

La esperaría.

Capítulo Dos

Cinco años más tarde

Azahra estaba completamente aterrorizada todo el viaje. Había llorado desconsoladamente nada más
decir adiós a su abuela, y en el despegue del avión sus lágrimas se habían convertido en suaves
lloriqueos cuando sus oídos se taponaron.

Todo este tiempo, Abby había tratado de consolar a su hija, entretenerla y finalmente mantenerla
tranquila, mientras la gente a su lado las fulminaba. Era un vuelo de veinticuatro horas a los Emiratos
Árabes Unidos, y casi todo el mundo se sintió aliviado cuando la pequeña cayó en un profundo y
desapacible sueño.

Por la millonésima vez, Abby se preguntó si estaba haciendo bien. Lo había tratado con su madre,
siempre su defensora más acérrima, y su respuesta había sido severa.

—Si no atrapas esta oportunidad, ¿para qué te habrán servido estos últimos cinco años, eh? ¿Te
sacaste este título universitario sólo para ser la secretaria de alguien?

—Al menos las secretarias tienen algún tipo de seguridad laboral —contraatacó—. Al menos saben
dónde van a ir al semestre siguiente.

Al final del día, sin embargo, la oportunidad había sido simplemente demasiado buena como para
desaprovecharla.

Contra todo pronóstico y con la enorme ayuda de su madre, Abby había superado la universidad
mientras criaba a su hija. El cheque que Adir le había mandado, y que se había negado a mirar
durante semanas, finalmente se usó sabiamente para pagar su educación universitaria. En más de una
noche solitaria, estudiando en la cama con el bebé a su lado, encontraba motivos para sencillamente
asombrarse del extraño rumbo que había tomado su vida.

El dinero había escocido. Deseaba visitar algún lugar para fundírselo tal cual, como hubiese querido
hacer. Sin embargo, cuando descubrió que estaba embarazada, la idea de cualquier gesto orgulloso se
había esfumado por la ventana. Si hubiese estado sola, podría haber bregado y luchado

con tres trabajos y haber forzado su borroso y ajetreado trayecto universitario.

Con una niña pequeña que dependía de ella, en cambio, cambiaban las cosas. Abby podía desear
sacrificar todo mientras se afanaba en la universidad, pero no podía obligarle a su hija a hacer lo
mismo. El dinero había pagado su universidad, su embarazo y las revisiones médicas de Azahra,
dejando algún ahorro. Su madre había protestado, pero, tras su graduación, Abby se aseguró de que
el resto del dinero fuera directamente a la cuenta corriente de su madre. Simplemente era mejor que
tenerlo ahí, deseando recordarle uno de los peores periodos de su vida.

Incluso si ese periodo oscuro me dio una de las mejores cosas de mi vida, pensó, mirando a su hija
entonces dormida. Durante todo el primer año había intentado que Adir conociera a su hija. Se había
devanado los sesos para encontrar cualquier método para contactar con él, pero se encontraba con un
muro de silencio, por mucho que intentara el teléfono, el correo o aparecer en la embajada.

Finalmente, cuando sus últimos esfuerzos encontraron un silencio plúmbeo, abandonó. No intentaría
inmiscuirse donde no era bienvenida, y de ninguna de las maneras expondría a Azahra a alguien que
se preocupaba tan poco por la gente que se preocupaba por él.

La maternidad había despertado algo bravo en su interior. Ya no era la estudiante solitaria y


obstinada. Se había graduado en cabeza de su clase con un título de Historia del Arte. Su interés en
Oriente Medio llamó la atención de un profesor visitante, y a partir de allí, se había buscado un
semestre pagado como ayudante del profesor en Hayal.
Por supuesto, en el momento en que oyó lo que pretendía el profesor de ella, el mundo empezó a dar
vueltas a su alrededor. Le pasó todo por la cabeza: Adir, su amor, su desengaño. El único modo en
que había superado la entrevista era recordando que era una auténtica locura pensar que se cruzaría
con él. Ahora era el jeque. Había vivido toda su vida en Washington, DC y nunca se había cruzado
con el presidente.

Recordando ese hecho, había permanecido tranquila durante los preparativos que necesitaron para el
desplazamiento de ella y su hija durante medio año. Azahra empezaría una escuela americana en
Hayal, y ella podría empezar a trabajar inmediatamente.

Como si estuviera al tanto de lo que su madre pensaba para ella, se despabilaba de su sueño

intranquilo. Era una niña pequeña, recia, de ojos marrones y pelo negro incontrolable e indómito.

Miraba el mundo con una especie de seriedad que llevaba a su abuela a describirla como un alma
vieja.

—Mamá, ¿vamos a llegar pronto allí?

—No, la verdad es que no, cariño. Puedes dormir más si quieres, o te dejo jugar con mi tablet,

¿te apetece?

A Azahra le apetecía, pero antes de coger la tablet de su madre, la miró con esa expresión seria que
había tenido la mayor parte de su vida.

—¿Mamá…¿nos va a ir todo bien? —. Había una ansiedad bajo aquella sencilla pregunta que le
rompió el corazón a Abby. Azahra aulló un poquito mientras su madre la tomó en brazos en un fuerte
abrazo.

—Claro que sí, corazón. Va a ser muy emocionante, te lo prometo. Cuando lleguemos allí, va a ser
estupendo.

Mientras Azahra se reclinaba de nuevo en su asiento, Abby se volvía a preguntar si estaba tomando la
decisión correcta. Hayal había sido la causa de una de las mejores cosas de su vida, pero era difícil
considerar el lugar sin algo de inquietud. Sacudió la cabeza. Tenía que recordar por qué iba allí.
Estaba allí por el arte, estaba allí por la experiencia y estaba allí para darle un futuro tan brillante
como pudiera a su adorada hija pequeña.

Y no había nada más que pensar, más allá de aquello.

***

La primera semana después de aterrizar fue un torbellino, una época de actividad sin descanso que la
mantuvo tan ocupada que no podía descansar para tomar aliento. Se habían tomado disposiciones
para alojarlos en el distrito universitario, un área tranquila que era deliciosamente confortable y
tradicional. Su apartamento era una tercera planta sin ascensor con una amplia habitación central, dos
habitaciones pequeñas, baño reducido y una cocina pequeña.
Azahra tenía mayor curiosidad en el patio de recreo de la parte de atrás, donde parecía que

podría encontrar un montón de compañeros de juegos. Abby estaba aliviada. Temía que su hija
estuviera abocada a la soledad durante su estancia en Hayal.

La guardería americana era más destartalada de lo que le habían dicho, pero le había parecido que
resultaría suficiente. Abby recordó que después de todo sería solamente un semestre.

Pasó algo de tiempo llegando a conocer a sus vecinos y estaba encantada al descubrir que Allie, la
mujer de la puerta de al lado era la mujer de uno de los profesores. Se ganaba algo de dinero
cuidando de los chicos del edificio, y eso resolvía algunas de las preocupaciones de Abby sobre
dónde dejar a Azahra durante las jornadas en las que tuviera que trabajar hasta tarde.

Entre encontrar un arreglo para Azahra y encontrar su propio lugar, Abby se sentía como si hubiese
estado volando en un huracán sin parar. Al final, sin embargo, la semana acabó, y no tenía nada en
que pensar, aparte de dar una vuelta con su hija, y quizás ir a explorar un tanto el vecindario.

Por fin, eso era la que esperaba hasta que le llegó un correo de su profesor. Azahra miraba con los
ojos bien abiertos, cuando oyó la palabra que usó su madre.

—Hey, esa no es una palabra buena para usar en público —dijo disculpándose—. No debería de
haberla usado en absoluto, lo siento.

Azahra asintió cautelosamente y volvió a sus juegos, mientras Abby siguió leyendo.

Aparentemente, no era suficiente que viniera a Hayal para investigar la historia del arte local. Según
el correo, había una reunión benéfica a la que también tenía que acudir, representando al profesor y a
la universidad.

Abby empezó a teclear un furioso correo en el que explicaba que no estaba en absoluto interesada en
hacer de mujer distinguida, pero su agotamiento hizo que sacara lo mejor de ella.

Después de todo, iba a estar tan lleno de gente, que nadie notará si se escapaba algo antes. Iría, y
quizás podría acabar deslizando en su bolso algunas chucherías curiosas para Azahra.

Parecía como el camino de la mínima resistencia, que era el que necesitaba en este momento.

***

Al otro lado de la ciudad de Hayal, en unos de los rascacielos de récord, Adir no podía

entender qué había ocurrido.

—Déjame que me entere —dijo a su secretario obnubilado—. De algún modo, alguien de la


universidad ha conseguido incluir en mi agenda una noche para una conferencia de historia del arte,

¿no?

El otro hombre asintió nerviosamente.


—No estamos seguros de cómo ocurrió todo, señor —dijo—. Consiguieron superar un determinado
número de secretarios de prensa que parecían simplemente pasar la orden, y para cuando me llegó,
yo simplemente di por sentado que era simplemente…más importante de lo que realmente es.

Adir estaba al borde de perder su paciencia, pero en cambio suspiró, acomodando con sus manos su
pelo firme.

—Bueno, no me gustaría decepcionar a la comunidad académica —dijo con una sonrisa irónica—. El
tío Adbul me ha estado atosigando para que muestre un aire ligeramente más cerebral al país, y
supongo que esta es una manera de hacerlo.

El secretario pareció aliviado, pero entonces Adir lo señaló con el dedo.

—No vuelvas a cometer el mismo error otra vez. Voy, pero no me quedaré mucho. Tengo mejores
cosas que hacer antes de una reunión importante, que sentarme viendo vídeos a oscuras.

Unas veinticuatro horas después, tenía que admitir que los vídeos no estaban mal. Mostraban el
progreso de las excavaciones en Kadzl, que descubrían pinturas rupestres del alba de la historia
humana. Estaba escuchando la conferencia con interés cuando de pronto algo sacudió su memoria.

Conocía esa punzada incluso antes de que su mente registrara lo que era. De pronto, no estaba en uno
de los muros universitarios más antiguos del mundo. En cambio, estaba en un pequeño restaurante de
comida rápida en los Estados Unidos, escuchando con interés a una joven de alegres ojos verdes que
le explicaba por qué los primeros artesanos de la historia eran tan importantes.

Pensó con un cierta amarga diversión que había transcurrido bastante tiempo desde aquel momento.
Desde que volvió a Hayal, había habido todo un mes de rituales y preparativos. Antes tenía dos
hermanos delante de él en la línea de sucesión. Había tenido que aprender en unas pocas semanas

todo lo que ellos habían llegado a saber, para poder tomar su puesto.

Cuando todo se calmó, había hecho lo posible por intentar contactar con Abby, pero se había
encontrado con un muro de piedra. Finalmente, tras meses sin respuesta, había abandonado. Había
habido mujeres tras ella, pero a veces, le parecía que su mente y su corazón no supieran lo que era
abandonarla. Aparecían recuerdos de ella en momentos aleatorios, cuando olía su té preferido, o
cuando la luz cruzaba oportunamente un cristal verde, recordándole sus ojos. Esos instantes se habían
reproducido menos en el último año. Algún día, desaparecerían del todo, pero el recuerdo de todo
aquello sólo conseguía entristecerlo.

Cuando la proyección acabó, una multitud de académicos, que apenas creían posible su presencia, se
arremolinó alrededor de Adir. Sonrió con el encanto que le caracterizaba, rechazando la idea de
volver a la serie completa de conferencias, y consiguió finalmente zafarse cuando la galería se
declaró abierta.

Se plantó para tomar aliento en el salón donde se encontraban los tentempiés. La tarde había sido más
entretenida de lo esperado, pero si se iba ahora, aún podría tener tiempo suficiente para disfrutar de
la noche en otro lado.
Estaba a punto de dirigirse hacia la salida cuando una pequeña mujer captó su atención. Era pequeña y
tenía su pelo recogido en un moño. Su vestido era algo de un oliva apagado y no llevaba joyas. Era
común en todos los sentidos, y él no entendía por qué había llamado su atención del modo en que lo
había hecho.

Estaba listo para darse la vuelta de nuevo cuando la vio colocarse un mechón de pelo detrás del oído.
Ese gesto era extrañamente familiar, y entonces todo cuadró. No tenía que ver su cara para saber que
estaba en lo cierto. Su corazón empezó a latir rápido como un tambor y agarró más fuerte su vaso.

***

La proyección no había sido tan pesada como se temía, y ahora que la habitación se había despejado
un tanto, Abby sabía que podría recoger algunos aperitivos que ciertamente le encantarían

a su hija. A veces, se preocupaba de lo tímida que era su hija y de lo nerviosa que se ponía entre las
multitudes. Entonces, pensó en lo aburridas que habían sido tantas funciones sociales a las que había
ido, y tenía que preguntarse si Azahra realmente se hacía una idea apropiada.

Ella estaba colocando sencillamente algo que parecía como garrapiñados en una servilleta para
deslizarlo en su bolso cuando notó una presencia en su codo. Sin volver la cabeza, podía notar que
era un hombre alto, y ella estaba asombrada no por su propia reacción, sino por su falta de reacción.

Normalmente, cuando alguien aparecía así de improviso, su primera reacción era el nerviosismo o el
miedo. En cambio, se sintió cómoda y calma.

Cuando alzó los ojos para ver quién se había acercado tanto, se quedó con la boca abierta.

Fuera lo que fuera que iba a decir, se le fue de la mente.

—Bueno —dijo Adir—, esa es la casi la mejor reacción que podría haber esperado.

Ella parpadeó varias veces rápidamente. Sintió como si el corazón fuera un desorden de emociones
que no podía calmar. El amor, el odio y el miedo se enfrentaban en su interior, sin que ninguno
cejara. Finalmente, encontró su voz, y todo lo que logró fue una especie de aire de superioridad.

—Bueno, si lo mejor que esperabas de mí era que me quedara así boquiabierta como una paleta en la
gran ciudad, no quiero ni pensar qué sería lo peor…

Algo oscuro titiló en la cara de Adir antes de sonreír con un discreto encogimiento de hombros.
Podía decir al instante que ya no era el hombre que había sido. En los últimos cinco años, había
cogido volumen para convertirse en un cuerpo adulto, que cuando ella lo había conocido tenía aún
algo de los desmañados aires de un adolescente. Ahora, cerca de los treinta, había una calma en él que
antes no existía, una gracia que lo hacía parecer como un jeque de los pies a la cabeza.

—Vaya, tienes el pelo algo plateado —murmuró. Sin pensarlo, se acercó a tocarlo. En el último
instante, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y retiró su mano culpablemente.

—Yo…lo siento…, no quería…


Adir sonrió tranquilamente, y una excitación erótica recorrió su espinazo porque sabía lo que quería
decir ese sonido.

—Ciertamente espero que sí quisieras…—dijo.

Ella sabía que se iba a enfadar. Este era el hombre que la había abandonado sin una palabra hacía
muchos años. Sin embargo, esa furia ahora parecía muda, mucho menos importante que mirarlo
simplemente, aprender cómo había cambiado en el último lustro.

—Te sienta bien —dijo con cierta timidez—. No pensaba que te salieran canas tan joven.

—Algo del legado familiar, supongo. Todos tenemos pronto el pelo gris, todos tenemos pecas en la
base del cuello. A todos nos gusta buscarnos nuestro camino. Hablando de …

Miró alrededor, y había algo familiar en el modo en el que se movió, que le partió el corazón.

Estaba superando el choque de verlo, y lo que dejaba la resaca era una ola de remordimiento. Este era
el hombre al que había concedido su corazón y su cuerpo hace cinco años. Se había esfumado sin
más que un cheque, y aquí volvía de nuevo.

—¿Estás tan interesada en el arte neolítico del desierto?

Ella parpadeó, porque de todas las preguntas que ella pensaba que le preguntaría, esta no era la que
esperaba.

—Hum, en realidad no es mi especialización en absoluto.

Él se rió.

—No, a ti te interesan los periodos más tardíos, ¿no?

Estaba sorprendida de que se acordara, pero ya seguía.

—¿Tienes una necesidad absoluta de ver el resto de la conferencia?

—No, la verdad es que no… estoy aquí más por deferencia a mi profesor que por otra cosa…

—Bien —dijo. Cuando se volvió a ella ahora, había en sus ojos una mirada oscura y hambrienta. En
el despertar de esa mirada, parecía que los últimos cinco años se hubiesen derretido.

Ella de nuevo era una chica leyendo en la embajada. Él era el hombre misterioso que le había
atrapado el corazón.

—¿Por qué “bien”? —resolló.

—Porque tenemos un montón de cosas para ponernos al día —dijo bajando la voz—. La mayoría de
ellas no deberían de hacerse en público. Tengo una idea de lo que queremos hacer juntos

que escandalizaría a la mayor parte de la multitud académica, y bueno, con tu consentimiento, tengo
la intención de hacer estas cosas contigo toda la noche.

Su corazón latía más rápido. Notaba su cuerpo demasiado caliente, y su piel demasiado tensa como
siempre cuando sabía que iba a tocarla. No había pasado el tiempo entre ellos, nada había
cambiado…

Entonces sus palabras se repitieron en su cabeza.

¿Toda la noche?

Una vergüenza profunda se apropió en su mente. Azahra estaba en casa. La cuidadora le gustaba lo
suficiente pero ella se había mostrado ansiosa por saber cuando volvería su madre.

Recordaba el modo en que su hija se había agarrado a su mano y cómo había logrado una promesa
de que Abby volvería a verla, no importa a qué hora volviera.

Esa vergüenza finalmente logró descubrir la rabia que había estado acechando dentro de ella.

Este era el hombre que la había ignorado. Este era el hombre que la había dejado sola para criar la
niña más hermosa del mundo.

No importa qué extraños efectos causara a su corazón, no podía permitir a un hombre como este
volver a su vida, no cuando tenía una hija que proteger.

—Vamos, creo que deberíamos…

En ese preciso instante, Adir cometió el error de poner su mano en el brazo de ella.

Simplemente era demasiado, y Abby operó por instinto. Había una mesa llena de flautas de
champagne a mano derecha de ella. Sin pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo, tomó
una de las flautas y vació su contenido en la cara del jeque.

La mirada que le lanzó, estupefacto y goteando champagne, logró avanzar un buen trecho en
cicatrizar algo de la herida que había sido desgarrada en carne viva al verlo.

—No, creo que mejor me voy a casa —dijo con una voz perfectamente plana y calma—. No necesito
dar una vuelta contigo.

Giró sobre sus talones, sin darse la vuelta para ver la reacción de Adir. No se paró a examinar las
emociones que la estaban recorriendo. Había un triunfo, pero también tristeza, confusión y

arrepentimiento.

Abby las ignoró. Tenía que volver a casa a ver a Azahra, después de todo.

***

Por un largo momento, Adir simplemente quedó parado mientras el frío champagne mojaba su traje.
No estaba seguro de poder sentir nada. No sabía muy bien cómo debía sentirse.
El ver de improviso a la mujer que pensaba que había sido el gran amor de su vida había sido una
conmoción, seguida de un tumulto que no podía negar. Quizás él no había sido en general tan sensato
como habría podido, pero estaba seguro de que no se merecía que le tiraran una bebida a la cara.

—Oh, señor, parece que ha tenido…

La voz del camarero se fue apagando mientras se dio cuenta de a quién estaba hablando. Adir pensó
que quizás debería de haberse mostrado furioso, pero en cambio, se sintió únicamente divertido.
Sonrió un tanto, sacudiendo la cabeza.

—Una toalla servirá perfectamente —dijo. Y luego, alargándole al hombre algo de propina. —

Y quizás, mejor no mencione esto, ¿no?

El camarero tomó su dinero, asombrado. Adir suspiró. Pensó que debería confiar en la discreción del
hombre. Tendría que hacerlo. Tenía cosas más importantes que hacer ahora.

La primera de ellas era cómo conseguir que Abby hablara con él.

Capítulo Tres

El día siguiente fue un tanto desastroso. Abby había llegado a casa a tiempo de ver a Azahra antes de
que se fuera a dormir, lo que estuvo bien, ya que Azahra estaba acosada por pesadillas. A Abby le
rompió el corazón ver a su niña pequeña revolviéndose y dándose la vuelta, y por fin hacia el alba,
simplemente le llevó su hija a su propia cama. La dejó allí tranquila a cualquier precio, y ambas por
fin lograron unas pocas horas de sueño exhausto antes de levantarse a media mañana.

Su hija estaba taciturna y cascarrabias, y no quería hacer otra cosa que salir y jugar. Abby miró
largamente las traducciones que quería acabar para el fin de semana, pero resultó salvada en el
último minuto por Allie que apareció para ofrecerse a llevar a Azahra al patio durante unas pocas
horas.

—Oh, gracias a Dios —dijo Abby con alivio—. O mejor, gracias. No estoy segura de cuánto tiempo
habría podido aguantarla.

La otra mujer era suficientemente amable, pero Abby se preguntó si detectaba algo reprobatorio. De
hecho, estaba pertinentemente al tanto de que era la única madre soltera del edificio y, aunque nadie
había sido cruel, sabía que debería de haber al menos cuchicheos.

Abby se estaba organizando entre sus libros cuando hubo una llamada a la puerta.

Preguntándose si Allie se había olvidado algo, se levantó y abrió la puerta sin pensar. Cuando vio
quién era, casi volvió a cerrar la puerta de golpe.

—Ah, eres tú —dijo tontamente, mirando a la cara del jeque Adir al-Omari.

—Sí, así es —dijo con una sonrisa encantadora—. Y si lo notas, me he asegurado de que al
encontrarnos no hubiera peligrosas flautas de champagne a mano.
Abby notó cómo se estaba ruborizando.

—Estás enfadado conmigo, ¿no? —preguntó.

Él sacudió su cabeza.

—Tienes una razón para lo que hiciste —dijo—. Lo entiendo.

Ella no estaba segura de que lo entendiera. Básicamente la había convertido en una prostituta, y ahora
estaba esperando en la puerta pidiendo que volvieran a ser amigos. Ella no estaba segura de cómo
reaccionar ante eso. Lo miró recelosamente, como a una serpiente lista para picar.

—Hoy, vengo a verte con una proposición —continuó—. Hoy me gustaría dejar que el pasado siga
siendo pasado.

Abby lo fijó con detalle. Parecía que no podría evitarlo.

—Vale, necesitas pasar, porque no me gustaría tener toda esta conversación donde la puedan oír
todos mis vecinos.

Lo guió dentro del apartamento mostrándole que podía sentarse a la pequeña mesa de la cocina.

Estaba contenta de que no hubiera juguetes tirados por el suelo. Azahra había guardado sus cosas en
su habitación.

Había algo raro en ver a alguien tan bien vestido como Adir en su pequeña cocina. Rechazó la idea y
se fue a sentar al otro lado.

—Por lo que dices, parece que tuvieras un plan —dijo, y él asintió.

—Lo tengo, sí —contestó—. Nosotros…nosotros dejamos las cosas pendientes, tú y yo.

Ella asintió con precaución.

—En eso sí que puedo estar de acuerdo.

—Sí. Y si las cosas hubieran acabado de uno u otro modo, ahora podríamos saber cómo sentirnos.
Ahora mismo… yo siento muchas cosas sobre ti. Y pienso que tú te sientes de modo parecido con
respecto a mí.

—¿Y cómo puedes tú saber eso?

Su sonrisa era dulce y suave, tan hermosa y cautivadora como la recordaba.

—Anoche casi me tocas. Estiraste tu mano como para rozar mi pelo, y luego me lanzaste el
champagne en la cara. Esos son dos instintos muy distintos, Abby.

Al oír su nombre en su voz, tembló por algún motivo. Parecía demasiado, como una intimidad que
no debería permitir. Luego se dio cuenta de que cada partícula de ella quería oírlo de nuevo, que
quería oírlo más y más.

—Pienso que tienes razón —dijo con una mueca de dolor. —No sé cómo me siento.

—Bueno, aquí está mi proposición. Digo que simplemente…sigamos como estamos.

Ella parpadeó.

—Quieres decir como dos personas viviendo dos vidas completamente separadas en dos mitades
separadas del mundo, ¿no?

—No…simplemente cortamos con el pasado como si no supiéramos como gestionarlo y nos vemos
en el presente. Empezamos ahora, y actuamos como nos parezca. En cierto momento, volveremos al
pasado, pero quizás…no hoy.

Su primera respuesta con las tripas era que la idea sonaba como un desastre. ¿cómo podía mirarlo sin
pensar en el modo terrible en que se había sentido hace cinco años?

Entonces su estómago se enfrió. Azahra. Se preguntó por un momento, si él sabría algo de ella, si
querría llevársela o si sabía algo. De pronto, no hablar del pasado parecía como una idea bastante
inteligente.

—Abby, pareces algo pálida…

Sonrió para ocultar sus pensamientos, sacudiendo la cabeza.

—Es mucho que asimilar —dijo—. Han pasado cinco años.

—Sí, pero cuando te miro, es como si no hubiera pasado nada.

Ella sonrió un tanto.

—Así es la sensación que tienes, ¿no? Vale. Intentemos esta locura. Somos los que somos,
empecemos ahora. Sin preguntas sobre el pasado, y voy a decir que sin charlas sobre el futuro.

Quiero…quiero este momento. Quiero el presente. ¿Crees que podemos con eso?

Él asintió, y si había algo triste en sus ojos, lo ocultaba muy bien. Se puso en pie, acercándose a
pararse delante de ella. Le ofreció su mano, y con una extraña sensación de alivio y anticipación, la
tomó.

Abby pensó que él quería simplemente darle la mano, pero entonces tiró de toda ella para abrazarla
tiernamente, su cuerpo contra el de él.

—¡Adir!

—Empújame si quieres que pare— le suspiró—. De lo contrario, no tengo intención de demorar algo
que los dos queremos tan obviamente.
Él estaba diciendo la verdad. No había absolutamente nada en ella que quisiera que parara. Cada parte
de ella lo ansiaba. Cuando inclinó la cabeza para rozar con sus labios los de ella, fue como si la
lluvia hubiese llegado por fin a un desierto reseco. Ella abrió la boca con hambre, succionando la
lengua de él en su boca. Sintió que la recorrían escalofríos, y su primer pensamiento era una alegría
vengativa. Era su prueba de que él la quería tanto como ella a él.

Sintió que sus fuertes brazos la rodeaban, casi la levantaban del suelo. Sabía lo fuerte que había sido
hacía cinco años. Ahora parecía aún más fuerte.

Ella podía sentir el inicio del fuego que siempre había existido entre ellos. Desde el primer momento
en que se habían tocado, siempre había existido un riesgo de que simplemente se abrasaran.

Era una sensación aterradora, la erradicación de todo lo del mundo, pero en este momento, Abby la
acogió. Había tal belleza en ser todo para el otro, en vivir completamente el momento.

Su beso era algo desesperado. Había algo terriblemente salvaje en ello. Podía llegar a cualquier
punto, y en ese momento, Abby deseaba permitírselo. Ella notaba las manos de Adir vagando por su
cuerpo como tigres, presionando, tocando y provocando placer. Su cuerpo lo recordaba y ahora se
podía rendir.

—Te he echado de menos —exhaló él—. Te he echado tanto de menos, hermosa, preciosa, Abby…

Su única respuesta fue un suave jadeo cuando su mano encontró su pecho redondo, apretándolo
suavemente a través del suave tejido de su vestido. Él podía ser tan dulce con ella como el primer
copo de nieve, pero ella no quería eso ahora.

—Más fuerte —murmuró—. Por favor…

Él oyó la plegaria entrecortada en la voz de ella. Había un temblor que lo recorría mientras respondía
a esto. Sus manos se hicieron más rudas, aumentando las ansias de ella. Luego la empujó contra el
muro, y su cuerpo, más pesado, la sujetaba claramente.

—¿Notas cuánto te deseo? —rugió—. ¿Notas cuánto te necesito?

Ella podía notarlo. Había algo animal en el ansia de ambos por el otro, en el modo en el que
anhelaban al otro. Por un momento, ella se preguntó si él le levantaría la falda y la tomaría ahí, pero
sus manos sujetaron su rostro. Tan cerca, con sus cuerpos que se apretaban el uno contra el otro, la
ternura con la que tocaba su rostro parecía casi rara. Había en ello una especie de belleza, sin
embargo, que la dejó sin aliento.

—Quiero este momento contigo —dijo él—. Con nadie más en el mundo. Sólo contigo.

La besó de nuevo, y esta vez el beso pareció continuar al infinito. Ella estaba perdida en todo ello,
perdida en las contradicciones de este hombre que había encontrado el modo de volver a su vida. La
vida era complicada, pero este placer, este cuidado, era muy simple.

Podrían haberse besado durante horas si no fuera por el sonido de la puerta del apartamento
abriéndose.
Con un sonido que era casi un gruñido, él se volvió hacia la puerta, pero Abby fue más rápida que él.
Se coló delante de él para ir a saludar a su hija que había vuelto como nueva del parque de juegos.

—Nadie me quiere empujar en el columpio, así que he venido dentro —dijo Azahra, con voz
indignada por la ofensa sufrida.

—Oh, no, eso suena horrible. ¿Le has dicho a Allie que volvías?

—Sí, ella me ha traído hasta la puerta. ¿Me puedes dar zumo, mamá?

Ahí estaba. No había manera de escaparse de esto. Ella se dijo que tenía que pasar en un momento u
otro, después de todo. Tomó su hija por la mano y la llevó a la cocina, donde Adir los miraba con
ojos sorprendidos.

Cuando Azahra vio al extraño, se colgó de ella, apretando contra el costado de su madre. Miró a
Abby, pidiendo una explicación y Abby pensó un momento.

—Azahra, éste es un viejo amigo, Adir Nos conocemos desde hace mucho tiempo, antes de que
nacieras.

Azahra pensó un momento mientras Abby se mordía el labio. Azahra era notoriamente mala con los
desconocidos, y a veces necesitaba horas o más antes de recuperar el equilibrio.

—¿Eso significa que también es mi amigo?

—Ciertamente, espero que lleguemos a ser amigos —dijo seriamente—. Para mí, los amigos es
mejor hacerlos uno mismo.

—Hablas de forma muy rara —dijo Azahra, pero había una franca curiosidad en su voz que Abby
raramente había oído.

—Sí —aceptó Adir con una sonrisa cálida. —Igual aprendo a hablar mejor si salgo de vez en cuando
contigo y con tu madre.

Azahra asintió seriamente.

—Quizás —aceptó.

Adir sacó la mando para que ella la chocara y, tras un momento, Azahra, la hizo chocar. Abby se
sintió conmocionada como por un rayo al notar que esta era la primera vez que se encontraban padre
e hija, dos personas tan vinculadas entre sí pero ambas inconscientes de su relación. El asombro al
notarlo fue tan potente que le pareció como si quedara por un instante desamarrada del mundo.

Su primer instinto fue decírselo, para que vieran este momento como lo que era realmente, pero el
sentido común se impuso por sí mismo. Eso era algo del pasado. Quizás podría revelar a Azahra su
parentesco más tarde, pero no ahora. No cuando no sabía lo que pretendía Adir ni siquiera lo que ella
misma quería.

Simplemente era demasiado. Todo lo que podía hacer era esperar en silencio mientras ellos dos, uno
de los cuales era la persona más importante de su vida ahora mismo y la otra una que lo había sido
antes, se miraban con curiosidad.

Abruptamente, como todos los niños pequeños de cualquier lado, Azahra perdió interés, volviendo
hacia su madre.

—¿Puedo leer mi cuento?

—Claro que puedes.

Abby encontró su tablet y abrió el cuento que su hija había estado leyendo. Se lo dio a Azahra, y la
pequeña satisfecha se dirigió hacia su propia habitación para leerlo.

Podía notar que Adir tenía una enorme curiosidad por la pequeña. Se preparó para una docena de
preguntas, pero la que surgió en primer lugar no la esperaba.

—¿Sabe leer? ¿Cuántos años tiene?

—Se está preparando para empezar la guardería pronto, o al menos, lo hará cuando vuelva a los
Estados Unidos. Sólo acaba de cumplir los cuatro, pero pienso que podrían querer admitirla antes si
todo va bien.

—No sé mucho de niños —admitió Adir—. ¿Se supone que debe de saber leer a su edad?

Un toque de orgullo tinó la voz de Abby.

—No, pero le gusta mucho. Solía seguir con los libros que le leíamos mi madre y yo, y a un cierto
punto, estaba pronunciando con nosotros. Algún tiempo después nos los estaba leyendo, y de pronto,
sabía leer. Fue increíble.

—Suena increíble —dijo, contemplando la pequeña—. Así que … aún no tiene cuatro años…

eso significa que tienes que haber conocido a su padre…

Abby se puso tensa, esperando la inevitable pregunta. Si viniera, no tenía otra elección que responder
honestamente. Sin embargo, parecía que Adir tenía toda la intención de mantener su propia palabra.

—Eso a mí no me debería importar, ¿no? —preguntó. Había una pregunta de verdad ahí, y tras un
momento, ella sacudió la cabeza. Quizás en cierto momento, cuando ella supiera más de la situación
y hasta qué punto sería permanente, podría decirle la verdad. Ahora mismo, tenía que cuidar a su hija
y el enfado de un padre que apareciera brevemente para desaparecer como había hecho, sería
desastroso.

—Es el sol de mi vida —dijo Abby tranquilamente—. Es mi primera prioridad. Necesito que
entiendas esto. Nada puede inmiscuirse en mi cuidado por ella, ni siquiera…

—Ni siquiera lo nuestro, lo entiendo —dijo Adir. Estaba sorprendido de oír un toque de admiración
en su voz—. Es una niña preciosa, y lo último que quiero en el mundo es interferir en lo que hay
entre vosotros dos.
Se puso en pie. Abby no podía evitar sentir una punzada de decepción. Había tratado de salir

con alguien de tanto en tanto durante los últimos años. Cada vez que algo parecía prometedor, se
encontraba confrontada con otro rechazo educado que correspondía directamente con el
conocimiento de que tenía una niña pequeña que se negaba a poner en segundo plano.

—Gracias por entender eso —murmuró, manteniéndose ajena a cualquier muestra de decepción.

—Veo que ahora mismo estás ocupada, pero ¿estarías disponible para verme mañana?

Ella pestañeó, levantando la mirada de golpe.

—Yo…¿qué?

—Bueno, ahora estás ocupada, y parece que la pequeña Azahra necesita tu tiempo esta noche.

¿Quizás puedo robarte algo de tu tiempo mañana?

Se mordió el labio, dudando.

—Normalmente, Allie, una de mis vecinas la cuida. Era con ella que estaba hoy…

Adir ya estaba asintiendo pensativo.

—Puedo disponer que alguien venga aquí a cuidarla, si te parece bien.

—¿Alguien … de tu elección?

Adir se rió.

—Sí. La mujer que cuidó de mí y de mis hermanos aún vive en palacio. Ella está ahora mismo en un
descanso muy merecido, pero tengo la sensación de que se lanzaría a cualquier oportunidad de cuidar
un niño, especialmente si es por un día, y no por, digamos, diez años.

—Si me dejas hablar con ella antes, diría que … la cita está hecha.

Cuando aceptó, la cara de Adir se abrió en una amplia sonrisa. Era una sonrisa con la que te podías
iluminar de noche, como había dicho una vez su madre, y se descubrió devolviéndole la sonrisa.

—Bien. Te prometo que no te arrepentirás. ¿Te veo mañana a las nueve?

Ella asintió. Si se parara a pensar sobre ello un rato, se quedaría anonadada de lo rápido que iban las
cosas.

Adir tomó la mano de ella y la llevó a sus labios para besarla delicadamente. Cuando ella

encontró sus ojos, pensó que podía ahogarse en la dulzura que mostraban.

—Vale, entonces, hasta mañana, hermosa Abby.


Capítulo Cuatro

La mujer mayor que trajo Adir a su puerta apenas alcanzaba la barbilla de Abby. Estaba tan arrugada
como una pasa, contaba con dos ojos oscuros de increíble agudeza y llevaba un largo vestido de
riguroso negro que llegaba hasta el suelo. Su cabeza quedaba cubierta por un pañuelo floreado que
parecía datar de los años sesenta, pero no había nada anticuado en su amable sonrisa.

Cualquier duda que pudiera tener Abby en dejar a su hija con un desconocido desapareció tan pronto
como se vieron la anciana, Meera, y su hija. Azahra, que siempre había sido tímida con los
desconocidos, aceptó a Meera a la primera, viniendo hacia ella tímidamente con un libro en la mano.

En cuestión de segundos, los dos estaban repantingados en el sofá, con Azahra leyendo
confiadamente a la anciana que se mostraba encantada.

—Deberíamos de irnos, parece que no aquí no nos necesitan —susurró Adir con una sonrisa.

Abby luchó contra un leve ataque de celos por el espontáneo afecto por la anciana, pero asintió.

Cuando pensaba en ello, le alegraría tener una hija que se sintiera más cómoda con desconocidos.

—Es bastante increíble —dijo, siguiendo a Adir fuera del edificio—. Nunca ha estado tan tranquila
con alguien que acabara de conocer.

Adir se rió.

—Bueno, esa mujer cuidó de mí, de mis hermanos y de la mayoría de mis primos menores en uno u
otro momento. ¿Sabes que cuando hoy fui a pedirle que cuidara a Azahra, dio un brinco ante la
oportunidad? Creo que el retiro es un tanto aburrido para ella.

Abby empezó a responder, pero pestañeó cuando vio el coche que les esperaba fuera.

—¿Sabes?, me hubiese esperado que condujeras un deportivo o una berlina…

En cambio, había un todoterreno aparcado en la cuneta, algo robusto con una carrocería de acero que
estaba diseñado obviamente para manejar todo tipo de ambientes. Abby miró arrepentida su vestido
ligero.

—¿Necesito ir a cambiarme?

Adir negó con la cabeza.

—En absoluto. Vas a estar bien con esa ropa donde te voy a llevar, te lo prometo.

—Vale, pero si acabo con la ropa desgarrada en jirones, te mando la cuenta.

Había un brillo claramente malicioso en la mirada de Adir al arrancar.

—¿Y si simplemente te arranco la ropa? Lo único malo es que tenga que comprarte más prendas
bonitas.
—Venga, tira derecho y conduce —dijo más divertida de lo que le gustaría. —Con respecto a
arrancarme la ropa… ya veremos cómo va el día.

Cuando salieron de las calles de Hayal, Abby tuvo una punzada momentánea por cuánto tiempo había
pasado desde la última vez que había hecho esto. La vida sólo empezó a animarse al crecer Azahra.
Todo lo que había hecho durante el último lustro tenía que ver con el cuidado de su hija o su título
universitario. Tras eso, si tenía suerte, podía tener un momento para picar algo o dormir, pero en
general, simplemente no había tiempo para el ocio. Ahora, dando tumbos por carreteras cada vez más
desvencijadas con un hombre a su lado que reía y que le daba un pellizco al corazón, se preguntaba
qué era esto que le pasaba.

Adir conducía con maestría por la ciudad y luego fuera de ella. Sorprendentemente pronto, se estaban
moviendo por sucias carreteras de grava. El territorio en torno a la ciudad de Hayal era más un
desierto que montaña, pero el suelo parecía duro e implacable. Incluso con el telón sobre el
todoterreno para darles sombra, hacía un calor casi insoportable. Notó que había pequeños bidones
de agua en la parte trasera, y se preguntó una y otra vez qué se proponía Adir. Cuando le cuestionó,
sin embargo, él sólo se encogió de hombros.

—¿Sabes? Pensé que podíamos simplemente dar una vuelta y ver qué pasaba. Has visto muy poco de
Hayal y creo que podrías disfrutar de algún recuerdo aparte de rascacielos y gastronomía molecular.

Se rió con sus palabras.

—Conozco muy bien con qué cuenta Hayal en su profunda y variada historia —bromeó ella—.

Estoy aquí en parte por eso mismo, ¿recuerdas? Pero…te equivocas. Hayal es muy hermosa, pero hay

algo muy nuevo con respecto a los sitios que he visto hasta ahora.

La mirada de Adir parecía divertida.

—En cierto sentido, las partes más modernas de Hayal están destinadas a ser transformadas en pocos
años. Nos gusta lo nuevo, y lo tomamos a brazos abiertos, y cuando lo hacemos, pensamos que lo
antiguo es inferior. No siempre es algo de lo que estar orgulloso. Sin embargo, quería mostrarte una
parte de mi cultura que ha permanecido igual durante años, una que no ha cambiado nada.

No tenía ni idea de qué estaba hablando hasta que no viajaron algo más lejos. El suelo se hizo más
rocoso, y aquí y allá, vio pequeños árboles verdes abriéndose paso a través del árido suelo, haciendo
lo posible por pujar. Empezó todo a parecer muy familiar, y cuando ella se imaginó dónde estaban,
resolló sonoramente.

—No, Adir, no me lo creo.

Él le sonrió, aparcando cerca de la entrada de una enorme cueva. Había un destello de excitación en
sus ojos que notó que no estaba relacionado con el sexo. Él estaba sencillamente encantado de darle
algo que ella siempre había deseado.

—He hablado con la universidad y los pocos responsables de la conservación lo han permitido
—dijo orgullosamente—. Estas cavernas no están abiertas a los turistas, y no siempre están abiertas
ni siquiera a las visitas de estudiantes. He tenido que jurar y perjurar que no íbamos a grabar nuestras
iniciales en la roca ni llevarnos ningún souvenir.

—Esto debe de ser el sistema de cuevas 893 —dijo tratando apreciar lo máximo de la entrada de la
cueva—. No existen fotografías de ellas; todo lo que he podido ver son bosquejos a lápiz. Adir,

¿de verdad que podemos entrar?

Como respuesta, sacó una linterna y se lanzó uno de los bidones de agua al hombro. La sonrisa de su
cara le hizo recordar el chico salvaje que había sido, pero el ligero tinte de plata de su sien le dijo
que era más bien un hombre quien tenía delante.

Abby procuró tener en cuenta que convenía ser prudente, ya que cuando pensaba en ello su corazón
aún sufría mucho. Nunca había acabado de sanar adecuadamente, pero ahora… quizás podrían
avanzar.

Tomó una linterna de Adir y caminó en la oscuridad, en cabeza. Esta era una caverna que no había
sido excavada como residencia humana, según recordaba. En cambio, los antropólogos sugerían que
a partir del modo en que estaban excavados los túneles y la increíble extensión de las pinturas, la
caverna habría sido usada con fines ceremoniales.

Abby caminó cuidadosamente, sujetando la linterna eléctrica de forma que veía las pinturas con
detalle. Recorrían los muros escenas de caza de gran envergadura, donde figuras humanas cazaban
innumerables gacelas. Cuando miraba de cerca, veía con placer que había cánidos mezclados con las
figuras, perros que estaban ayudando a los humanos por primera vez en la historia a los humanos
para cazar y alimentarse.

El frescor de la cueva le recordó el de un museo. Bajo la luz de la linterna, se podía imaginar lo que
debía de haber sido para los antiguos pintores que se habían sentado donde se sentaba ella. Sus vidas
le eran tan extrañas como la suya les hubiese sido a ellos. Estaban separados por mucho más que la
distancia, y no había la posibilidad de cruzar un mar de tiempo. En cambio, podía quedar en pie
donde ellos lo habían hecho, y podía admirar el trabajo que habían dejado atrás, su legado a un
mundo que nunca verían.

—Es tan hermoso —suspiró ella examinando una figura de bultos redondeados con amplios pechos
dando de mamar lo que parecía un bebé—. Todo lo que eran, lo que querían lo ponían en estos
muros.

—Me pregunto si sabían que iban a durar tanto —reflexionó Adir, acercándose a ella por detrás.

Ella tembló cuando sintió el calor de su cuerpo presionando tras su espalda.

—Sabían que estaban haciendo algo que duraría, pienso. Sus preocupaciones eran distintas de las
nuestras. Su concepto de arte tendría seguramente más de magia que de cualquier otra cosa, o quizás
del equivalente a nuestra tecnología punta. Sabían que plasmaban sus deseos para que los demás los
vieran. Eso en sí mismo debería de haber sido suficiente.
Continuaron en silencio, pasando escenas de humanos pescando en ríos llenos de juncos, de pájaros
volando encima de siluetas que los señalaban. Abby tuvo un escalofrío ante una figura de un

cuerpo de mujer con cabeza de toro, y luego se sintió extrañamente conmovida por un muro cubierto
de huellas de manos.

—Tienen que haber untado sus manos en una mezcla de ocre y grasa antes de presionarlas contra el
muro —reflexionó.

Adir levantó su mano para compararla.

—Estos hombres eran bastante pequeños —notó y Abby se rió.

Sacó su mano y la sostuvo cerca de la de él. Al verlas así, la mano de ella era apenas algo más grande
que las huellas del muro.

—Es una idea errónea muy común —dijo ella—. La gente que pintó estos muros no eran tan distintos
de nosotros. Con la extensión de la palma y la altura, en comparación con las tumbas que hemos
encontrado…la conclusión irremediable es que la mayor parte de los pintores eran mujeres.

Adir alzó una ceja, mirando al arte que venían de observar.

—Un hermoso legado —dijo con respeto.

Abby se paró ante una serie de figuras que no representaban escenas de caza ni animales. En cambio,
eran dos figuras sentadas frente al fuego. Sus caras planas y postura podrían significar cualquier
cosa, pero luego se encontró pestañeando al ver a ambos entrando en lo que parecía una tienda, y
luego lo que estaban haciendo después.

Adir inclinó su cabeza.

—Bueno, ¿soy incorregiblemente ignorante si pienso que esos dos están…?

—De hecho, estoy casi segura de que sí —dijo Abby con un ligero rubor en sus mejillas—. Las
pinturas rupestres de este tipo son conocidas por representar muchos aspectos de la vida, y, bueno,
éste es uno de ellos.

Ella esperaba que Adir hiciera alguna broma. Hace cinco años la hubiera hecho. Mientras Abby
miraba a las figuras del muro, lo oyó con un tipo de solemnidad que tocó su corazón.

—Esto es algo que yo mismo podría querer conservar contra el paso del tiempo —dijo
tranquilamente—. Cuando te unes a alguien, y cuando esa unión es…incandescente, quizás quieres
dejar algo de esa luz para que brille para la gente que viene detrás de ti.

Ella se giró para mirarlo directamente, y para su sorpresa, ella encontró los ojos de él
inmediatamente. Cuando estaba hablando, él la había estado mirando. Había una confusión de
emociones en la cara de él. Ella vio nostalgia y necesidad, tanto como algo más profundo y quizás
más triste.
De pronto, ella estaba repentina y dolorosamente consciente del tiempo que había transcurrido entre
ellos, y de pronto, ella no quería desperdiciar ni un momento.

En la tenue luz de la cueva, Abby se encontró incapaz de retirar la mirada de los ojos de Adir.

Eran oscuros, pero quemaban. Recordaba las historias que había oído sobre el djinn, la gente del
fuego que fueron creados primeros en el orden natural. Eran poderosos y misteriosos, vagaban por
el desierto y maldecían y bendecían a su gusto.

—No sé lo que hago aquí —dijo suavemente.

—Sí que lo sabes —dijo Adir. Había una resolución calma en su voz que la reclamaba, que la atraía
más cerca. Ella apoyó la linterna. Él dejó el bidón de agua.

Él se acercó a ella, acercando la mano a ella para tocar su cara. Sin pensar lo que hacía, Abby se
tendió hacia su caricia. Ella notaba la electricidad que zumbaba entre ellos. Podía sentir el ansia que
tenía de que este hombre se alzara como una serpiente en su interior. Cuando picara, ¿la envenenaría?

—No sé si puedo hacer esto…

—No te estoy pidiendo que hagas nada que no quieras hacer —dijo Adir—. Pero, de algún modo,
creo que no estás luchando contra mí. Pienso que es contra ti misma.

Abby asintió, incapaz de confiar en sí misma para hablar. Se sentía arrastrada en una docena de
direcciones distintas. Se notaba empujada atrás y adelante, pero al final, no conseguía dar un paso.

—¿Confías en mí, mi amor? ¿Me dejas que elija por ti?

Las palabras parecían venir de muy lejos. Todo lo que sabía era que podía confiar en ellas. Las podía
entender. Podía confiar en él. Después de eso, todo lo que importaba era su sí, y se lo dio sin más
momentos de duda.

—Sí, sí, por favor.

Él cruzó la distancia final entre ambos. Entonces, era como si no hubiera nada que pudiera separarlos
nunca más, nada que pudiera dividirlos.

Él posó los labios en los de ella, pero no era el beso ansiosamente desesperado que ella esperaba. En
cambio, era suave y tierno, algo dulce que le quitó la respiración. El beso de él le dijo que no tenía
ninguna prisa. Él no tenía la menor intención de proseguir sin el consentimiento de ella.

Ahora mismo, Adir la estaba explorando, aprendiendo las respuestas a su tacto.

Cuando ella notó las manos de él deslizándose por su espalda, se sintió como si pudiera derrumbarse
sobre él. Había un cierto placer en sentirse tan estrechada. En otro mundo, con otro hombre, se
podría haber sentido atrapada. En cambio, había cierta belleza aquí que la hacía solamente apoyada y
segura.

—Quisiera no hacerte daño jamás— susurró Adir—. Especialmente, ahora menos que nunca, con
esto. Recuerda esto: si me dices que deseas parar esto, sólo dilo. Escucharé. Siempre te escucharé.

Abby se relamió. Ella captó el modo en que él tomó aliento al verlo. El poder que ella ejercía sobre
él era más profundo de lo que pensaba. La idea de que alguien tan poderoso, tan fuerte y
autosuficiente como Adir, se encontrara cautivado por un gesto tan nimio de ella tiró de ella de un
modo que no lograba explicar.

—¿Y qué pasa si no lo hago?

Él la miró lívido.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué pasa si no quiero que pares?

Su expresión cambió del desconsuelo al orgullo en un soplo. En la tenue luz, ella lograba apreciar el
relucir blanco de sus dientes y una especie de subida de temperatura que se desprendía de él, como de
una bestia que hubiese captado el rastro de su presa.

—Entonces, no pararé. Entonces, usaré mi cuerpo para hacerte sentir mejor de lo que te has sentido
nunca. Entonces, te haré aullar de placer hasta que nos puedan oír desde la otra parte del mundo.

Ella gimió al oír sus palabras. En aquel momento, ella sabía que estaba abandonándose. Se

estaba rindiendo a él de un modo en que jamás antes lo había hecho. La idea debería de haberla
aterrorizado, pero en cambio, la entusiasmó. Despertó algo dentro de ella que podría haber estado
durmiendo durante toda su vida. Ahora que se había despertado, podría no volver a dormir en la vida.

Con sus labios sellados, besándola una y otra vez, hasta que pensó que se iba a volver loca de deseo,
la condujo haciéndola caminar de espaldas hasta un áspero muro, afortunadamente uno sin pinturas.
Ella notaba la fresca superficie refrescar su piel mientras en frente, Adir parecía hecho de fuego.

—He pensado tanto en ti —susurró, recorriendo a besos su mandíbula y garganta—. He soñado este
mismo instante…

Ella no podía resistirse. Abby lo alcanzó, tocando su pecho, su pelo, deseando más y más de él.

Adir emitió un sonido ahogado cuando ella recorrió con su mano suavemente sus muslos, apoyando
su cálida palma sobre el creciente bulto entre sus piernas.

—No te serviré de nada si sigues a ese ritmo —gruñó con una sonrisa en su voz.

—Quizás me guste la idea de verte indefenso —ronroneó ella, entusiasmada con su propio valor.

Su humor duró sólo un breve instante. En lugar de tolerar su insolencia, él rodeó con una mano sus
dos finas muñecas. Ella intentó retirarlas, pero era como si Adir estuviera hecho de piedra. Su sonrisa
era muy sarcástica.

—¿Quieres que te enseñe lo que le ocurre a las mujeres hermosas que tratan de dejar indefensos a los
hombres?

—Sí —dijo ella, haciéndolo reír.

Él besó sus manos tiernamente, haciéndola temblar al pasar su lengua por las yemas de sus dedos y la
delicada piel de su palma. Entonces, él le enlazó las manos sobre la cabeza. Cuando ella se debatió, él
sólo se rió de ella.

—Ahí estamos. Ahora déjame ver qué voy a hacer con mi trofeo.

Morosamente, llevó su mano a los botones que subían por su vestido ligero. Con un cuidado
despreocupado, empezó a desabotonarlos uno tras otro. Con cada botón que desabrochaba, se

revelaba otra porción de piel. Con cada botón, bañaba esa porción de piel con un suave beso que
encendía su epidermis.

Abby ya se retorcía cuando él besó su garganta. Entonces, él estaba besando la parte superior de sus
pechos, y ella no podía aguantar más.

—Oh, por favor, por favor, más —susurraba, echando hacia delante su cuerpo como podía—.

¡Por favor, Adir!

Él se rió de sus palabras desesperadas.

—Vale. Pero, no confío en que seas tan buena como deberías, así que mejor que tomemos
precauciones.

Ella empezó a preguntar qué quería decir, pero él entonces le dio la vuelta para que mirara hacia el
muro. Él colocó las palmas de ella sobre el muro por encima de su cabeza, demorándose en besar su
coronilla antes de volver a hablar.

—Deja tus manos ahí mismo —dijo firmemente— puedes decir lo que quieras. Te puedes mover
como quieras, mientras quieras mantener las manos en su debido lugar.

—¿Y qué pasa si no lo logro?

—Entonces, corazón, me pararé.

Ella podía oír la verdad de sus palabras, y esto la hizo gimotear. Abby apretó aún más fuerte el muro
con sus manos, lista para ser tan buena como pudiera.

Rápidamente se dio cuenta de que eso no iba a ser tan buena como sería conveniente.

Adir vino a quedar parado tras ella, con sus manos tomando posesivamente sus flancos antes de
reanudar su tarea de desabotonar su vestido. Acariciaba cada fragmento de piel que quedaba al
descubierto y lo adoraba.

Pronto, con toda la parte delantera del vestido colgando abierta, Adir se aproximó contra ella,
haciendo vagar sus manos por las curvas de ella. Una de sus manos apretaba firmemente su pecho,
mientras la otra jugueteaba con su pubis con atroz delicadeza. Por encima de las bragas blancas, su
tacto era exasperantemente provocador. Cada vez que ella intentaba apretar su cuerpo contra la mano
de él, ésta se escapaba.

—Creo que quiero verte completamente desnuda —dijo Adir pensativamente—. Date la vuelta.

Quítate la ropa para mí.

Él se echó atrás. El aire estaba frío donde él había estado, haciendo temblar a Abby. Se sintió nerviosa
al darse la vuelta. Sabía que él la encontraba atractiva, pero una parte de ella estaba preocupada de que
juzgara su cuerpo como de segunda fila en comparación a todas las modelos con las que sin duda se
habría acostado. Ella no lograba mirarlo al dejar resbalar el vestido con sus hombros y salir de sus
zapatos. Sus finas manos vacilaron al buscar su sostén. Parecía que su piel estuviera encendida de
vergüenza mezclada con anhelo. Por fin el sostén cedió, y cayó para quedar sobre su vestido. Con un
gesto que era tanto de desafío como de sensualidad, retiró rápidamente sus bragas, lanzándolas lejos.

Levantó la barbilla, levantó los ojos hacia Adir, retándolo a decir cualquier cosa desagradable.

No necesitaba haberse preocupado.

Sus ojos quemaban al mirarla. Era como un náufrago a punto de ahogarse que encontrara en ella la
tierra firme. Él parecía al mismo tiempo sorprendido y desesperado, y al fin, fue la desesperación la
que ganó.

Adir la apretó contra su cuerpo, besándola ferozmente. Ella notaba la textura áspera de sus ropas
contra su suave piel excitándola aunque le recordaba lo desnuda que estaba ella en comparación con
él. Ella sentía a través de su ropa lo duro que él estaba y el ansia de él creció aún más grande.

Por un momento, ella pensó que él iba a lanzarla simplemente al suelo y tomarla ahí Entonces él se
echó atrás un momento, sacudiendo su cabeza.

—No te quiero tomar —dijo—. Eso sería demasiado rápido. No, tengo pensada para ti otra agonía.

Ella empezó a preguntar qué quería decir, pero él la volvió a poner de espaldas, cara a la pared.

Adelantó un pie para separar las piernas de ella. Le sobresaltó lo vulnerable que se sentía así.

—Eres el deseo encarnado —suspiró él, pasando su mano por su cuerpo. Se demoró un momento en
su vientre, luego siguió cubriendo con su mano la pulpa secreta de su entrepierna. El

fino vello que cubría su monte no le ofrecía ninguna resistencia cuando deslizó sus dedos por su raja.

Ella notaba lo delicado que estaba siendo. Se relajó con su roce, temblando cada vez que se acercaba
para rozar levemente su clítoris.

—He pensado en esto tan a menudo —dijo—. Cómo te sentirías, cómo sería esto…

—Y ahora que lo sabes… —murmuró ella. Ella se arqueó, mientras él presionaba la yema de su dedo
contra su clítoris un poco más firmemente, pero ella quedó resollando cuando él deslizó sus dedos un
poco más abajo.

—Yo no diría tanto —objetó él—. Yo diría que sólo estoy empezando a aprenderlo.

Él la acarició hasta que ella estuvo casi retorciéndose de deseo, mientras sus manos plantadas en los
hombros de él se aferraban desesperadamente. Ella podía notar lo húmeda que se estaba poniendo y
ahora el aroma de su sexo flotaba claramente en el aire. Ella sabía que Adir también podía olerlo y
ella gemía de ansia.

Él deslizó primero un dedo y luego dos en su interior, bombeando brevemente hasta que estuvieron
completamente mojados. Entonces los llevó, escurridizos con su anhelo, hasta su clítoris, frotándolo
fuertemente. Ahora no iba en broma. Sólo existía su fuerza y sus ganas jugando con su deseo como
con una muñeca.

No podía evitar sacudirse atrás y adelante bajo su mano.

Se sintió como si él la estuviera poniendo firme, estirada por su punto de ruptura. Los
estremecimientos de placer que recorrían su cuerpo no tenían más misericordia que el viento del
desierto. Ella jadeaba, resollaba y llamaba su nombre como si él pudiera salvarla del tumulto de
sensaciones que sentía.

Ella cavaba sus uñas en sus amplios hombros, apretando tan fuertemente como podía, como para
tratar de impedir lo inevitable. Finalmente, no había nada que ella pudiera hacer excepto explotar.

Su clímax no tuvo piedad de ella, no le dio la menor oportunidad de decir no o espera. La desgarró
como un fuego desatado, convulsionando su cuerpo mientras un placer abrasador la rasgaba y la
dejaba sollozando en el hombro de Adir pidiendo que la liberara.

Abby sintió como si hubiese sido dividida de su cuerpo y expulsada por los aires, tan ligera como
una pluma, cuando caía lentamente. Finalmente, el placer reculó hasta el punto en que no podía sentir
más. Notaba cómo le temblaban las rodillas, notaba lo seco de su garganta tras sus aullidos de deseo.

—Muy bien, ven aquí, corazón.

Ella se preguntó dónde iba a llevarla, pero él resolvió la cuestión. Él simplemente se sentó en el
suelo, atrayéndola hacia sí para que se sentara en su regazo. La impresionó cómo un hombre con el
poder y el dinero de Adir consentía en servir de mobiliario, pero cuando la envolvió con sus brazos,
olvidó la idea.

—Eres increíble —dijo, acariciando con su nariz el pelo de ella.

Abby se rió débilmente

—Realmente, yo pienso que debería ser yo la que dijera eso —murmuró—. Estoy sorprendida de que
la cueva no se haya hundido de mis gritos.

—Estos muros son muy antiguos. Sinceramente dudo que sea la peor cosa que hayan oído nunca
Abby se desplazó, y luego se percató con retraso de que Amir estaba aún duro como una roca bajo
ella.

—¡Oh! Aún estás…

Él se rió un tanto.

—Créeme si te digo que esto estaba más bien poco preparado. Yo pretendía tomarte frente al muro.
Luego me di cuenta de lo auténticamente espléndida que lucías ahí, retorciéndote de deseo mientras
podía verte. No podía despegar mis ojos de ti. No podía parar.

—No te podías parar lo suficiente como para…

—No.

Abby sacudía su cabeza incluso mientras se giraba en su regazo.

—No permitiré eso —dijo—. No cuando me acabas de hacer sentir de ese modo.

Adir la miró con una ceja alzada, pero por debajo, había un hambre que no había sido calmada,

no adecuadamente. Ella notaba el deseo encadenándose por el cuerpo de él como se encadenó al de


ella, y ahora más que nunca, necesitaba darle lo que él le había ofrecido graciosamente.

—Déjame —dijo ella suavemente—. Déjame tenerte.

Adir asintió, porque ahora estaba montada a horcajadas en su regazo, sus manos abrazando sus
hombros. Se movieron ligeramente, de modo que él pudo sacar el condón de su bolsillo. Entonces
sacó su verga de los pantalones y lamió los labios de ella. Hace cinco años, ella pensaba conocer lo
que era el deseo. Se equivocaba. Miró cautivada mientras él abrió la funda y deslizaba la fina goma
en su miembro.

En el momento en el que el condón estaba bien colocado, ella se desplazó hacia arriba, sin necesitar
nada más que tenerlo en su interior.

Las manos de Adir estaban firmes en sus caderas, manteniéndola alejada y provocando sus quejas.
Ella pensó que la estaba provocando de nuevo, pero no había nada desesperado en los ojos de él.

—¿Estás segura? —preguntó—. ¿Estás segura de que quieres esto? ¿A mí?

—Sí —dijo ella, y no había traza de duda en su mente o en su voz. No había nada más en su mente, a
parte de unirse a este hombre.

Adir ya no tenía más fuerzas para resistirse a ella. Con un gemido profundo, la trajo directamente
sobre su verga, llenándola con una estocada segura. Ambos gritaron con el inmenso sentido de
plenitud y deseo entre ellos, por el perfecto encaje entre ellos.

Por un momento estuvieron completamente quietos, la frente de ella apretando la de él. Ella lo miró a
los ojos y enseguida vio por qué él había tenido tantas precauciones. Esto era más que sexo.
Era una unión profunda y primitiva, algo que los marcaría a ambos. Esto casi le hizo huir, pero luego
él recordó quién era éste, y lo necesitaba aún más.

Abby podía notar el momento en que Adir cedía al deseo que los dos estaban sintiendo. Su cuerpo se
tensó, y luego la estaba levantando y haciendo bajar como a una muñeca. Se la estaba hincando en su
interior, llenándola con cada movimiento. Todo lo que ella podía hacer era aferrarse a él, gritando su
nombre y diciéndole lo bien que le hacía sentir.

Las huellas del deseo que el último clímax dejó en su cuerpo empezaron a resplandecer de nuevo,
ante su total incredulidad. Abby apenas tuvo tiempo de percatarse de lo que ocurría, cuando su cuerpo
empezó a vibrar. Su segundo clímax fue más tenue que el primero, pero aun así la sacudió hasta la
médula. Se aferró a Adir, gimiendo en el recodo de su cuello incluso mientras él agarraba sus
caderas con fuerza salvaje. Embistió dentro de ella una última vez, gruñendo su nombre mientras
derramaba en su interior.

Se echó atrás para mirarlo, disfrutando la vista de él con ojos cerrados y su pelo negro cayendo en
jirones en los ojos. Impulsivamente, se inclinó adelante para besarlo en la frente, amando de un modo
que parecía completo pero nuevo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella suavemente.

Su sonrisa era suave, amable como el alba.

—Perfecto. Feliz —dijo.

Con la naturalidad con la que lo hubieran hecho cada día, la rodeó con sus brazos por las caderas.

—Pienso que igual te he podido hacer algún moratón —dijo él, echando un vistazo donde había
tenido sus manos—. Lo siento, no quería que ocurriera.

—Seguramente me debería de importar más —dijo Abby acurrucándose más cerca—. Justo ahora,
pensar que me vas a dejar una marca…tiene su atractivo.

Adir sonrió a pesar de que sacudía la cabeza.

—Tú eras una chica hermosa, y ahora eres una mujer increíble—dijo.

En un cierto momento, se tenían que separar, aunque cada gramo de Abby no quería otra cosa que
quedar íntimamente unidos. Con reticencia, ella se puso en pie, permitiéndolo limpiarse y luego a ella
con un paño mojado con el agua de la trasera del coche. Cuando la enfrentó de nuevo contra el muro,
la besó dulcemente y extendió sus piernas para lavarla entre ellas.

La dulzura y la amabilidad del gesto le hizo entrecerrar los ojos de placer. Ella no empezó a moverse
hasta que Adir no le ofreció su ropa.

—Deberíamos volver —dijo él, y ella asintió renuentemente.

Cuando dejaron la cueva, ella estaba impresionada del tiempo que había pasado. El sol estaba
empezando a descender hacia el horizonte, y ella tuvo un repentino ataque de culpabilidad por todo el
tiempo que había estado fuera.

—Oh, pobres Azahra y Meera, ni siquiera pensé en cómo iban a comer.

Adir sacudió la cabeza, rozando su mano con delicadeza.

—Tu preocupación te honra, pero Meera tiene una tarjeta de crédito que puede usar para lo que
quiera.

—No quiero que ella use su propio dinero para dar de comer a mi hija.

La risa de Adir era una música que le provocaba agradables escalofríos en la espalda.

—Créeme si te digo que Meera no ve jamás ni un simple recibo de esa tarjeta de crédito.

Vigilar toda una generación de chicos convencidos todos ellos que sabían más que ella y no acabar
matando ninguno tiene sus ventajas, déjame que te aclare.

Cuando conducían de vuelta a Hayal, había una calma extrañamente silenciosa entre ambos.

Ella reposó su mano en el muslo de Adir, mientras éste guiaba por la carretera llena de baches. De
vez en cuando, él tomaba su mano y la llevaba a su boca para besarla.

Ella se preguntaba si habría algún modo de vivir este día de nuevo, mientras sabía en su corazón que
no había manera de volver atrás en el tiempo. Sabía que sólo existía este momento, sólo lo que tenían
aquí mismo juntos.

Habían llegado a un acuerdo para dejar el pasado donde estaba, pero hoy, habían revisado alguna de
las muestras más antiguas de la historia humana. El pasado nunca se esfumaba, pensó con un
escalofrío. Sólo puedes elegir si quieres o no mirarlo.

Cuando los rascacielos y edificios de Hayal se iban acercando enfrente de ellos, Abby sólo sabía que
fuera lo que fuera lo que sucediera luego, determinaría el resto de su vida. Incluso si su encuentro no
siguiera después de este día solitario, habría siempre una parte de ella que siempre estuvo aquí con
Adir.

—A veces me siento como si te hubiese conocido toda la vida —dijo Adir suavemente—. Todo el
tiempo que he pasado contigo ha sido un extraño sueño perturbador. Tú eres la realidad, y yo sólo

soy real cuando estoy contigo.

Abby empezó no haciéndole caso, pero cuanto decía se acercaba tanto a sus pensamientos, que se
encontró asintiendo.

—Ya sé cómo te sientes —dijo ella—. Azahra ha sido mi piedra de toque durante los últimos años,
pero aquí en Hayal, parece como si todo es finalmente real de un modo en que no lo ha sido antes.
Aquí me siento real.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que quieras quedarte?


Adir se fijó en la carretera como con miedo a encontrar sus ojos. La idea la sobresaltó, el que
hubiera algo en la situación que lo estuviera asustando.

—No lo sé —admitió—. Realmente, no lo sé. Azahra y yo somos los dos ciudadanos americanos, mi
madre está en América, que es donde está la empresa para la que trabajo…

—Pero no tu trabajo.

Cuando Abby lo miró sorprendida, Adir siguió.

—Ayer por la noche investigué algo sobre ti, además de sobre las cuevas, Abby. Vi lo que estudiaste.
No te preguntaré por qué. Eso es pasado, y debería seguir siéndolo. Sin embargo, vi donde te están
llevando tus estudios, y te están llevando justamente aquí, a Hayal.

—Hay muchos sitios donde…

—Hay unos pocos —dijo él—. A menos que quieras tomar un trabajo en una universidad de tercera
fila de Estados Unidos donde enseñen estudios sobre Oriente Medio a un puñado de jovencitos
aburridos, es aquí donde deberías de estar.

Ella sabía que él tenía razón. La búsqueda sobre ella y dónde le había traído no era una sorpresa.
Había venido a esta zona, y en este punto, no tenía ni idea de cuánto de ello era debido a su asociación
con el hombre que estaba sentado a su lado.

—Hay muchas cosas que tener en cuenta— dijo por fin—. Y yo no las controlo todas.

Por un momento, ella vio un destello del chico impaciente que había sido. Ella podía decir que él
quería que tomara una decisión allí mismo. Sin embargo, afortunadamente, a ella le quedaba aún
mucha sensatez para tomar una decisión así en caliente.

Entonces, pasó el momento, y él asintió.

—Si vinieras a Hayal para quedarte…bueno, yo diría que aquí tienes más que una carrera.

Había algo tan humilde en el modo en que dijo esas palabras que su corazón batió algo más rápido.
Ella sabía bien lo exigente y lo dominante que podía ser. Había momentos en los que eso parecía ser
exactamente lo que necesitaba. El hecho de que hubiera algo en él que deseara ceder era nuevo.

—Gracias —dijo ella, apretando su muslo algo más fuerte—. Eso es todo lo que necesito saber.

Te lo haré saber tan pronto como lo sepa.

—Puedo esperar —dijo, con una sonrisa ligeramente melancólica—. Después de todo, he estado
esperando durante…bueno, no importa.

Ahí estaba otra vez, otra referencia al sitio del que se negaban a hablar. Aún había una parte de ella
que le recordaba que éste era el hombre que la había dejado en la cuneta como a la basura, que había
rechazado cualquiera de sus intentos de informarlo de su hija. Esa voz, sin embargo, se estaba
volviendo cada vez más lejana.
Era difícil mirar a Adir y ver a un hombre que podía hacer eso. Abruptamente, sacudió la cabeza.
Habían llegado a un acuerdo, y ella llegaba a darse cuenta de que quizás era la cosa más sensata que
podían haber hecho. Si se hubiesen enredado en el pasado, nunca habrían podido pasar el día que
acababan de pasar.

Era suficiente. Ella se aseguraría de que fuera suficiente.

***

Adir se acordó de que las cosas aún eran casi dolorosamente nuevas entre él y Abby. Él sabía que
había una enorme cantidad de cosas de las que no habían hablado, y en algún momento, algunas
deberían de salir a la luz.

Por el momento, sin embargo, era todo lo que podía hacer para no proponérselo inmediatamente
durante la cena.

Cuando hubieron vuelto a la ciudad, Abby llamó a Meera, que alegremente los informó de que

ella y Azahra se lo estaban pasando estupendamente. Azahra se había puesto incluso al teléfono para
preguntar a su madre si Meera se podía quedar algo más.

Abby se había reído, sacudiendo la cabeza.

—Sabes, hay días en los que solía desear que Azahra fuera un poco más independiente, y ahora que lo
es, sinceramente no sé cómo sentirme sobre ello.

—¿Disfrutarlo mientras dure? —sugirió, haciéndola reír.

Él había propuesto cenar, y por sorpresa, la llevó a uno de los restaurantes japoneses más exclusivos
de la ciudad. Sus ropas ligeramente mugrientas habían captado las miradas de la anfitriona, pero en
cuanto lo reconocieron, fueron acompañados rápidamente a su propio reservado personal, les
aportaron toallas tibias para las manos y les colocaron delante sopa de miso.

—Adivino que estamos aquí detrás para que no nos tenga que ver nadie —dijo Abby, arrugando la
nariz de la manera más deliciosa.

—Bueno, algo así —dijo Adir—. Honestamente, sólo puedo estar satisfecho de estar fuera del
alcance de la prensa por esta noche.

Ella lo miró con curiosidad. Él pensó por un momento que sus ojos nunca le habían parecido tan
verdes.

—A veces, es fácil olvidar que eres un jeque.

Adir resopló.

—¿Es eso un cumplido?

—No lo sé, quizás más bien una observación. No te veo viviendo una vida disipada. No veo que tires
el dinero por ahí. No veo…extravagancias, supongo.

—¿Estás desilusionada? —preguntó, medio en broma, pero su respuesta fue rápida y seria.

—No. Si yo estuviera saliendo con alguien que fuera rico y famoso y que no pudiera hacer que la
gente lo olvidara, yo podría considerarme otra cosa más que podría ser comprada y vendida.

Por alguna razón, ella lo miraba directamente cuando dijo eso.

—Nunca pensaría eso —dijo él con ligereza—. Yo sé que eres una perla sin precio.

Su retirada fue tan rápida, que él pensó que debería haberlo imaginado. Cuando ella volvió a

hablar había una ligereza decidida en su voz.

—Aunque no diré que sigues siendo el mismo que eras, este sitio es asombroso, pero me cuesta
pensar que sea la versión local de la comida rápida de la zona.

—Bueno, yo tenía que cambiar obligatoriamente, y me gusta pensar que la mayor parte ha sido para
bien. Aquí, déjame elegir y veremos si te puedo convencer de que esto es tan bueno como una
hamburguesa servida en molletes particularmente deliciosos hechos casi de puro azúcar…

Había una mirada divertida en la cara de Abby mientras le miraba pedir, y cuando lo hubo hecho,
alabó su japonés. Mientras cotorreaban de esto y de aquello, él advirtió que había algo distinto en
ella. Ya no era la chica de ojos abiertos que conoció hace cinco años. Si cometió un error en el
evento artístico, era ése. Ya no era aquella chica, igual que él ya no era aquel joven. Si él había
cambiado, ella también.

Una cosa que no había cambiado, en cambio, eran sus sentimientos. Seguían ahí. Aún eran tan
importantes para él, tan cercanos a la superficie.

Cuando Abby comió dubitativamente un pedazo de sashimi de jurel, y luego cuando su cara se
iluminó por lo delicioso que estaba, era como ver salir el sol. Él quería darle el mundo sólo para
poder ver sus expresiones de gozo y placer.

Cuando la acompañó hasta la puerta, Adir pensó que tendría que ser especialmente precavido.

Él era un hombre que sobresalía en todo lo que se le metía en la cabeza, pero aquí había un riesgo
casi más grande que cualquier otro con que se hubiese topado.

Él la había perdido una vez. Y no la volvería a perder de nuevo.

***

Abby entró de puntillas en la habitación de su hija, lo suficiente para cerciorarse de que Azahra
estuviera durmiendo profundamente. Su hija era de sueño ligero, sin embargo, tan pronto como Abby
se daba la vuelta para salir, ella se revolvió.

—¿Mamá, eres tú?


Abby resopló, girándose.

—Sí, corazón, soy yo. Deberías de volverte a dormir. Sólo estaba comprobando que ya estabas
dormida.

Azahra sonrió, sentándose en la cama.

—No, ven a sentarte conmigo.

Cuando Abby dudó, los ojos de Azahra se abrieron como platos con aire tan triste como un gatito
huérfano.

—¡Por favor, mamá! ¡Sólo dos minutos!

—Es muy difícil resistirse a ti, Azahra. Vale, sólo dos minutos. ¿Me quieres contar qué tal te fue el
día?

Abby escuchó mientras Azahra le contó que había hecho galletas con Meera, su paseo y las historias
que le había contado Meera.

—Estaban estas gentes que venían por el desierto para encontrar su casa, y se cruzaron con este otro
pueblo, y hubo una gran batalla, y tras ella, el cal..el cal…el califa golpeó el suelo con su pie para
hacer que saliera agua y todo el mundo por fin tuvo suficiente para comer y beber…

Abby sonrió.

—Te está contando viejas historias sobre Hayal y cómo se fundó —dijo ella—. Quizás cuando
crezcas, puedas leer algunos de los libros que tienen todas esas historias en ellos.

Los ojos de Azahra se abrieron aún más.

—¿Hay libros que cuentan las historias de Meera? ¡Quiero leerlos ahora mismo!

Abby sacudió la cabeza.

—Lo siento, cariño. No tengo ninguno. Pero te voy a decir algo, vete a dormir ahora, y veré dónde
puedo encontrar alguno para ti. Ahora bien, recuerda que puede que sean muy difíciles para ti, pero
no hay ningún motivo por el que no puedas intentar leerlos.

Azahra asintió con tanta fuerza, que su cabeza parecía un balón colgado de una cuerda. Al instante, se
tiró para atrás en la cama, tapándose con las sábanas y haciendo como que roncaba.

Abby se rió, acariciando el pelo negro de su hija antes de besarla en la cabeza y salir de puntillas.
Conocía suficientemente a Azahra como para saber que antes o temprano, los ronquidos de

broma se volverían auténticos.

Mientras se preparaba para su propio sueño, pensó de nuevo en la realidad de la herencia de su hija.
Lo supiera Adir o no, la mitad de ella era de Hayal. La mitad de su ascendencia quedaba en los
Estados Unidos, pero la otra mitad estaba aquí, en los rascacielos y los desiertos, las historias y el
arte.

Era una idea que se le había ocurrido antes, pero ahora que ella misma estaba en Hayal, había una
cierta urgencia en ello. Su hija se merecía conocer su legado y de dónde venía. Antes o después, no
quedaría satisfecha con los libros, incluso aquellos escritos por adultos.

Ella y Adir podían tener un pacto para dejar que el pasado siguiera siendo el pasado, pero ¿qué
ocurriría cuando su hija empezara a hacer preguntas? Azahra se merecía más.

Mientras Abby se acostaba entre las sábanas, sintió un anhelo primario de notar a Adir tumbado junto
a ella. Era extraño lo rápido que su cuerpo y su corazón se habían acostumbrado a él.

Mientras se iba dejando arrastrar a un sueño profundo, ella se preguntaba dónde les conduciría esta
senda a los tres.

Capítulo Cinco

Adir estaba de buen humor cuando se sentó a desayunar. Los asuntos de negocios lo habían
reclamado durante unos días, pero ya estaba de vuelta. Iba a ver a Abby hoy por primera vez desde su
viaje al desierto.

Le había estado mandando mensajes casi constantemente desde que se había ido, y había llegado a
conocer la versión adulta de ella, que hasta ahora le era un tanto desconocida. Él veía su respuesta
decidida y profesional a los académicos estirados que no acababan de aceptar que se hubiera ganado
suficientemente la plaza, y vio su compasión cuando habló de cómo había pasado una tarde ayudando
a una anciana que se había perdido en el agitado centro de Hayal.

Ella parecía igualmente fascinada por su día a día y las cosas que hacía para mantener su país en
marcha. Ella parecía un tanto sorprendida de que tuviera un papel tan activo en el gobierno de Hayal,
así que él le mandó varios artículos sobre los logros que había conseguido Hayal bajo su liderazgo.

Hubo una larga pausa tras esos artículos. Él sabía que ella los estaba leyendo, pero de pronto le
inquietó que los encontrara apabullantes. Había esperado con tensión, reticente a importunarla para
conseguir una respuesta, pero cuando ella finalmente se la dio, él casi rompe el teléfono tratando de
leer el texto.

Bien hecho, decía el texto. Si tiene alguna importancia, ¡estoy orgullosa de ti!

Cualquier otro se habría mofado de que la opinión de una joven americana podría significar tanto
para el jeque de Hayal. Él la conocía, en cambio, y el elogio lo animó en lo más profundo.

Él estaba a punto de acabar su desayuno cuando se abrió la puerta de la sala de desayuno. Sólo había
una persona que pudiera interrumpir su desayuno con aquel don para la molestia y el enojo, y ése era
sólo su tío Abdul.

Los últimos cinco últimos años habían visto a Abdul crecer más delgado e incluso más agrio.

Había vuelto con Adir cuando su familia había fallecido. En aquel momento, Adir había agradecido
el apoyo, pero según pasaban los años que su tío permanecía en Hayal, más se percataba de por qué
lo habían asignado con frecuencia a embajadas extranjeras.

Ahora, Abdul vino a sentarse al otro lado de la mesa, cruzando los brazos sobre un pecho que en
algún momento había sido amplio y ahora sólo estaba hundido.

—He oído por tu secretaria que vas a pasar el día fuera de palacio.

—Has oído bien —dijo Adir con tono neutro—. Estaré fuera todo el día. Tras eso, si todo va como
previsto, me gustaría dormir en mi ático de la ciudad más que volver al palacio.

La cara de Abdul se arrugó como si hubiese mordido un limón. La verdad es que su tío era de algún
modo impresionantemente expresivo.

—Es esa chica que ha vuelto, ¿no?

Adir renunció a cualquier pretensión de ocultárselo a su tío. Si su tío iba a fisgonear, mejor facilitarle
la información que buscaba.

—Sí. Se llama Abby, y puedes usar ese nombre, o te puedes referir a ella como la señorita Langston.
Que la llames “esa chica” no es algo que vaya a tolerar.

Abdul miró como si fuera a partirse en dos por la fuerza de su propia indignación. Por un momento,
Adir pensó que simplemente iba a tener suerte. Quizás su tío simplemente saliera furioso, dejándole
continuar su día en paz. Sin embargo, no parecía que fuera a tener suerte en absoluto.

—Muy bien. Si lo deseas. La señorita Langston difícilmente resulta una compañera apropiada para ti.
Hacía tiempo que deberías de haber encontrado una consorte adecuada.

Adir rechinó los dientes y se acordó de que, como su pariente vivo más anciano, Abdul se merecía su
respeto y consideración. Entonces, Abdul, volvió a hablar.

—Hay muchas mujeres aquí que estarían honradas de concebir tus hijos y de aliviar tu cuerpo…

—Ya vale, Abdul.

Por un momento, su temperamento le pudo y consideró mandar a Abdul directamente a cualquier


puesto diplomático que lo mantuviera alejado de Hayal. Se echó hacia atrás. Sólo porque no quería
exiliar al anciano en sus últimos años, eso tampoco quería decir que tuviera que escucharlo.

—Aprecio la amabilidad y la sabiduría que me has mostrado —dijo—, pero créeme si te digo que en
este asunto, simplemente no son necesarias. No es asunto tuyo con quién elijo pasar mi tiempo, ni es
asunto de ningún ciudadano de Hayal, mientras cumplo con mis tareas para con el país.

Iré donde desee y veré quien desee. ¿Está claro?

Su tío aún parecía amotinado, así que Adir apretó un poco más.

—¿Está claro el asunto, tío?


Mordiéndose el labio con furia, su tío asintió de forma envarada antes de alzarse para retirarse.

Adir resopló, cuando la puerta se cerró suavemente. Podía haber dado un portazo, pero esa suavidad
en sí misma era una reprimenda.

Estoy empezando a ver por qué mi padre lo mandó tan lejos. De otro modo, habría hecho la vida
demasiado insoportable a casi todo el mundo.

Por muy frustrante que fuera su tío, Adir decidió dejar que se esfumara de su mente. Después de todo,
había asuntos mucho más interesantes a los que prestar atención. Entre ellos estaba que esta iba a ser
la primera vez que viera a Abby en lo que parecía siglos. Su hija iba a ir a la guardería local y Abby
le había prometido el día entero.

Silbando, condujo al barrio universitario en tiempo récord. Si fuese completamente honesto consigo
mismo, tendría que decir que su mente estaba llena de visiones de Abby, vestida de encaje o raso, o
mejor aún, sin nada en absoluto.

Sin embargo, la realidad era bastante distinta cuando ella le abrió la puerta. En lugar de saludarlo con
una sonrisa, la cara que tenía era de culpa y desesperación.

—Lo siento por esto, pero ha habido un accidente en el jardín de infancia…

Adir frunció el ceño.

—¿Está todo bien? ¿Azahra está bien?

Abby mostró un aspecto aliviado y lo atrajo dentro.

—Llevé a Azahra al jardín de infancia como de costumbre, pero menos de veinte minutos después,
me llamaron para que la recogiera. Me dijeron que había tenido un altercado con otro niño, pero no
quiere hablar de ello.

Adir atisbó por encima de los hombros de Abby para observar el salón. Siempre había tenido una
vaga idea de Azahra como una niña obediente, pero ahora se sentaba en el sofá, mirando al vacío con
los brazos cruzados en el pecho. La mirada de su cara era de desafío, y a Adir le entraban ganas de
reír.

—Ahora mismo parece terca como una mula —observó y Abby asintió.

—He intentado casi todo lo que cabe en mi imaginación para intentar hacerla hablar —dijo—.

Voy a resolver esto. Si la llevo de vuelta a la guardería, necesita entender lo que ha hecho y por qué
no tiene que volver a hacerlo. Se está cosiendo la boca conmigo y hasta ahora nunca lo había hecho.

Adir notó dos cosas en aquel momento. La primera era que Abby estaba al límite. En ese momento,
ella parecía peligrosamente cerca de venirse abajo o deshacerse en lágrimas. La segunda era que
Azahra normalmente era una niña dulce, y si había acabado peleándose, se habría metido en una pelea
por alguna razón.
—Bueno —dijo Adir firmemente—. Ya no consigues hacer avanzar la situación, así que te voy a
pedir que descanses un poco. ¿Tienes té en casa? ¿Con leche y azúcar?

Ella asintió y él prosiguió.

—Bien. Entonces, lo que quiero que hagas es que nos prepares un té. Algo muy fuerte, muy caliente y
muy dulce vendría estupendamente. Tómate tu tiempo, huele el té, disfrútalo.

—No puedo hacer eso —protestó Abby—. No sabes lo que es ser una madre soltera, no tener nunca
tiempo para…

—Hoy sí que tienes suficiente tiempo —dijo Adir firmemente—. Después de todo, yo estoy aquí.
¿Haces lo que te digo, por favor? Y te prometo que las cosas van a ir mejor.

Por un momento, dio la impresión que Abby iba a discutir con él. Luego palpitó en su cara un aire
especulativo y pareció más bien curiosa.

—Vale —dijo—, gracias por el descanso.

Abby fue a la cocina, pero a él le hizo gracia descubrir que dejó la puerta abierta para poder oír y ver
todo lo que pasaba. Apenas le concedió importancia.

Adir entró en el salón, tomando asiento en la silla cerca del sofá. Sabía que Azahra había

notado su entrada al momento. Sus inteligentes ojos negros lo siguieron, pero no dijo ni una sola
palabra. Ella parecía cautelosa, como si él estuviera ahí para conseguir una confesión de ella de un
modo u otro.

Se le ocurrió a Adir que no tenía la menor idea de cómo hablar a un crío; ni idea de cómo hacerla
sentir a gusto o de asegurarse de que le hablaba a un nivel que ella pudiera entender. Había llegado
hasta aquí, en cambio , y se daba cuenta de que por el bien de los dos, debería seguir adelante.

—Cuando yo era muy joven, sólo un poco mayor que tú ahora, conseguí perderme en la ciudad. Yo
no tenía derecho a ir por mi cuenta, pero supongo que aquel día, cuando mi familia estaba en el
centro, comprando toda esa ropa bonita y recuerdos tradicionales, no pude evitarlo. Había hombres
con pieles y papeles de todo el mundo, vendedores que podían leer el futuro o que podían decirte
dónde iba a aparecer el amor de tu vida.

Una rápida mirada a Azahra le dijo que aún no la había perdido. Aún mantenía la cara girada, pero
había algo en su postura que le decía que lo estaba escuchando.

—Llegó un momento en que tuve que admitir que estaba perdido, y, vaya, estaba muy asustado.

No podía ver a nadie conocido, ni mi familia, ni guardias, ni asistentes, nadie, nadie. Intenté
quedarme tranquilo, pero tenía tanto miedo, que era muy difícil. Tenía miedo de preguntar, incluso de
ir a ver a un policía. En cambio, me quedé ahí parado, de piedra, como una estatua. Supongo que debí
de pensar que si me había perdido, necesitaría acabar viviendo en el centro de la ciudad. Quizás
tendría que vivir de las palomitas que la gente tiraba por todos los lados…
Fue recompensado con una risita de Azahra. Decidió que era buena señal. Era una niña seria,
tranquila por naturaleza, y el regalo de su risa era de hecho algo maravilloso.

—Pero yo estaba ahí de pie, triste y asustado, cuando por fin oí una voz familiar. Ahora, estaba algo
asombrado porque era una voz que me había maltratado de forma bastante injusta, según pensaba,
durante mi corta vida. Sin embargo, era una voz familiar diciendo algo poco familiar.

Descansó un momento. Casi inmediatamente, Azahra volvió sus negros ojos hacia él.

—¿Y qué dijo esa voz?

—Dijo: “¡Ahí estás! ¡Todo el mundo te está buscando!”. Era mi hermano, Adnan. Era sólo dos

años mayor que yo, y a veces parecía que se dedicara a hacerme la vida lo más horrible posible. Pero
ahora, estaba ahí, enfadado y molesto, porque me habían perdido.

Azahra consideró la historia un momento.

—¿Y entonces, te llevó a casa?

Adir negó con la cabeza.

—No, el pobre Adnan también se había perdido entonces, pero cuando me cogió de la mano y me la
apretó fuertemente, dijo que al menos entonces estábamos perdidos los dos juntos.

Azahra sonrió, como el sol saliendo de detrás de una nube.

—¿Sabes por qué te he contado esta historia?

Azahra sacudió la cabeza, y él le sonrió.

—Sólo quisiera que entendieras que a veces, cuando ves que algo va mal, está bien que lo trates de
arreglar. A veces, porque eres muy pequeñita, y después de todo, eres nueva en el mundo, no lo
arreglarás bien. No pasa nada. Cuando ves algo que necesita arreglarse, siempre puedes hablar con tu
profesor, con tu madre…

—¿O contigo?

Adir estaba un tanto asombrado de la intensidad de la mirada de la pequeña, pero tras un momento,
asintió.

—Sí, siempre puedes hablar conmigo.

Ella suspiró como quien llevara el peso del mundo sobre los hombros y asintió. Por un momento, él
pensó que se guardaría su secreto, pero luego ella empezó a hablar.

—Hay una chica en la escuela. Es mayor que nosotros, pero es como nosotros, supongo. A veces se
ríe cuando no es el momento, y una vez se puso a llorar porque las sirenas de fuera eran muy fuertes.
Pero me cae bien. Es maja. Pero a veces los otros niños la toman con ella. La arrastran a un círculo y
la empujan. Dicen que es un juego, pero a ella no le gusta mucho.

Azahra se detuvo, mirando como concentrada. Adir sabía que Abby se había ido aproximado,
aguzando los oídos como una loba.

—Hoy estaban jugando con ella muy fuerte. Mandy intentó decirles que pararan, pero nadie la

escuchó. Así que pensé que si yo los empujaba, verían lo que era y pararían.

—¿Y pararon?

Azahra encontró de lleno la mirada de Adir. En aquel momento, él sabía que fuera lo que fuera que
decidiera hacer con su vida, Azahra iba a ser formidable

—No. Así que seguí haciéndolo.

—Entonces empezaron a empujarte, y decidiste seguir dando a esos abusones una cucharadita de su
propia medicina.

Ella asintió, mirándolo intensamente en busca de la mínima señal de desaprobación.

Afortunadamente para ambos, él no sentía ninguna.

—Hay mejores maneras de asegurarse de que se evita la injusticia —dijo solemnemente—.

Podías decirle a la profesora, a tu madre o a mí. Nosotros somos adultos, y es nuestro trabajo
arreglar las cosas por ti.

—Y nunca te castigaríamos por hacer lo debido —dijo Abby, llegando desde la cocina. Llegó a
sentarse en el sofá con su hija. Azahra se acurrucó cerca de Abby, y se le ocurrió a Adir que quizás
había tenido cierto miedo. Era lo suficientemente valiente como para luchar con otros niños que
estaban siendo groseros y crueles, pero la idea de que su madre la regañara la removía de la cabeza a
los pies.

—¿Hice bien? —preguntó suavemente.

Addy asintió decisivamente.

—Completamente, cariño. Viste algo que no estaba bien e hiciste lo que podías para arreglarlo.

Ahora, ¿sabes lo que podías haber hecho, y hubiera hecho las cosas más sencillas para nosotros, para
ti y para el profesor?

Azahra mordió su labio, mirando hacia abajo.

—Podía haber ido a la profesora. Podía hablar contigo sobre qué hacer. Y podía haber hablado con
Adir, también.

—Eso es —dijo Abby firmemente—. Todos queremos oírte y todos queremos ayudarte.
Cuando te coses la boca, lo haces más difícil para todos. ¿Puedo pedirte que no lo vuelvas hacer en el

futuro, ratita?

Azahra asintió seriamente. Abby le plantó un beso en la frente.

—Pienso que ya has hecho suficiente sentándote y pensando que ya has acabado. ¿Por qué no te
cambias y te pones tu ropa de jugar? ¿Necesitas ayuda?

Adir estaba divertido de ver a Azahra fruncir el ceño y sacudir su cara decisivamente. La chica corrió
a su habitación, determinada a probar su independencia, y Abby se volvió a Adir con una ligera
sonrisa.

—Gracias por eso. A mí no se me había ocurrido que estuviera protegiendo a otro crío, y eso arroja
una nueva luz al caso.

—Estoy seguro de que habrías llegado a ello tarde o temprano —dijo Adir con un encogimiento de
hombros—. Nunca he visto una familia tan unida como la tuya.

—Es una familia muy pequeña —dijo Abby con pena—, pero nos apañamos. Mira, no sabía que
Azahra iba a estar fuera del cole. Esto cambia los planes del día, así que estaba pensando que igual
tenemos que desplazar la cita.

Algo en Adir se rebeló frente a la idea de verla tan poco.

—No me importaría verte mientras Azahra ronda cerca—dijo firmemente—. Es un encanto, y me


encantaría conocerla mejor.

Abby se mordió el labio. Incluso ese movimiento, le hacía querer tomarla en los brazos y besarla.

—Vale —dijo finalmente—. Pero corre de tu cuenta. A menudo le da por quemar algo de su exceso
de energía en el colegio, y hoy no ha tenido ni recreo.

—Gracias —dijo él suavemente.

Abby quedó asombrada.

—¿Por qué?

—Por dejarme visitar tu familia —dijo. De algún modo, ambos sabía que él no le agradecía la visita.
Le estaba agradeciendo por devolverle algo a él que no había tenido en los últimos cinco años.

La familia de él había muerto hacía tiempo, pero eso no quería decir que no pensara en ellos
ocasionalmente. Hoy, la historia de su hermano, unió a él, Abby y Azahra. Era la dulzura del
recuerdo sin el dolor.

Cuando Azahra volvió, estaba vestida con ropas viejas, ligeramente harapientas, que estaban
salpicadas de pintura brillante. Había algo adorablemente travieso en ella, algo que le hacía querer
cepillarla y asegurarse de que nunca tuviera hambre o necesitara nada en absoluto.
—Bueno, pareces bastante marcial —bromeó Abby—. ¿Vamos a jugar a batallas?

—No— dijo Azahra decidida—. Los generales no consiguen jugar con cosas en las manos, pero los
artistas sí.

Adir miraba fascinado mientras Abby sacaba algunas manualidades para su hija, incluyendo lápices y
bloques que la pequeña parecía creer que fueran intercambiables en términos constructivos.

La dejaron jugando felizmente en el salón mientras se retiraron a la cocina.

—Es un caso único —dijo Adir, mirando su dibujo en el amplio envoltorio de papel de carnicería.

—Sí que lo es, pero tú también. Gracias por echarme una mano. Yo estaba al límite de mi juicio
tratando de imaginar qué iba a intentar.

—No fue nada —dijo Adir con una sonrisa—. Me imagino que yo soy tan maduro como ella, así que
tiene sentido que sea capaz de hablar con ella con facilidad.

Abby se rió, pero había un deje nostálgico ahí.

—No creo que Allie esté cerca, y de todas maneras, tras un enfado como que te manden a casa del
cole, no la quiero dejar sola. Lo siento de verdad, pero no creo que pueda salir contigo hoy.

Adir sintió una puñalada de desilusión, y luego consideró el asunto durante un momento.

—¿Eso significa que no me quieres ver en absoluto?

Abby parecía sorprendida

—¡No, qué va! Me encantaría que anduvieras por aquí, pero la verdad es que no podemos hacer nada,
hum, adulto, en absoluto. Creo que va a ser mi día, creo.

Adir se rió.

—Tanto como me gusta hacer cosas adultas contigo, créeme cuando te digo que eso no es todo lo
que me gusta hacer contigo. Mientras no pongas objeciones, ciertamente no me importaría salir por
ahí. Quizás podemos llevar a Azahra a dar una vuelta o a un museo más tarde, o quizás simplemente
quedarnos aquí y pedir algo de comer.

Lo afligió un tanto cómo frunció el ceño Abby. Parecía que ella no pudiese imaginar a alguien
queriendo acompañarla tanto cuando hacía de madre como cuando salía sola.

—No voy a ser terriblemente interesante —dijo como aviso—. Quiero decir, lo más interesante que
puedo prometer es quizás una peli de Disney en algún momento para relajar las cosas, más tarde.

Adir cruzó la habitación y la tomó en sus manos. Siempre había sabido que se sentía bien, pero había
algo hermosamente normal en la situación. Ella se sintió bien ahí, y no por lo que iban a hacer o
hubieran hecho. En cambio, simplemente sentaba bien tomarla en brazos y tranquilizarla.
—No hay ningún problema en absoluto —dijo firmemente—. Ninguno. Liberé mi día para pasar
tiempo contigo, y eso es lo que quiero hacer. Ciertamente no me importaría llegar a conocer a
Azahra, tampoco. Ella es una parte importante de ti, y … si es importante para ti, también es
importante para mí.

La sonrisa que le concedió fue deslumbrante. Ahí había esperanza y felicidad, pero había algo más
también. Había más de un toque de ese amor que había tenido por él hace cinco años, y él se
preguntaba si habría alguna posibilidad de volver a él, tener ese amor de nuevo.

—De acuerdo—dijo ella—. Venga, entonces, jeque al-Omari. Vamos a pintar un poco.

***

Cada vez que miraba a Adir, le daban ganas de sonreír. Había algo gracioso en ver a uno de los
hombres más poderosos de los Emiratos Árabes Unidos en el suelo, discutiendo cuáles eran los
mejores colores para una casa que había dibujado con una niña de cuatro años, pero había más que
eso.

Abby se había citado una o dos veces desde que nació Azahra y antes de ir a vivir a Hayal. Los
hombres se habían petrificado cuando hablaba de una hija y, tarde o temprano, se habían esfumado.

Ninguno de ellos se había implicado así con su hija, tan resuelto con sus sentimientos o su bienestar.

Se acordó de que esto era sólo un día. Aunque había una traicionera parte de ella que se preguntaba
qué sería tener a Adir como parte de su vida y la de Azahra, ella trató de convencerse de que esto no
era algo para hacer planes. Sólo era un día suelto.

Abby miró y quedó asombrada de ver que ella estaba garabateando una pequeña familia. Había un
hombre alto, una mujer más pequeña y una pequeña niña que llevaba el vestido preferido de Azahra.
De prisa, lo emborronó antes de que cualquiera pudiera verlo.

Ella vetó la posibilidad de pedir comida. En cambio, ella y Adir pasaron un tiempo en la cocina,
preparando un plato ligero de meze. Sirvieron en una tabla el queso, las uvas y las delicadas tiras de
carne en frente de su peli de Disney preferida, y los tres comieron de la tabla felizmente.

Sentada junto a Adir con su hija apretada entre ambos, Abby sintió una profunda alegría en su
interior. Con una ligera conmoción, recordó que Adir también era un progenitor de Azahra. Podían
haber tenido esto durante años, y una parte de ella quería llorar.

¿Por qué no nos quiso? Abby quería preguntar, pero ahí estaba de nuevo el pasado, un territorio
inexplorado que no iban a atravesar.

Sin embargo, mientras veía a Azahra pellizcarle a Adir el pecho para que prestara atención a algo en
la pantalla, sabía que llegaría el momento en que tendría que hacer esa pregunta. Tendría que decir a
Adir quién era Azahra y lo que significaba todo esto.

Tenía en la punta de la lengua decírselo a los dos ahora, pero algo la retuvo. La felicidad que los tres
estaban compartiendo parecía tan frágil. No quería romperlo ahora, así que mantuvo su silencio.
Dejó a Adir en la sala, mientras era el momento de bañarle a Azahra, pero cuando estaba arropándola
en la cama, la pequeña la interrumpió.

—¿Me puede arropar también Adir?

Abby dudó un momento, pero luego asintió. Adir parecía honrado de que se lo pidiera, y cuando
apareció por la puerta, Azahra sonrió.

—Espero que esto no sea una estrategia para conseguir estar despierta un rato más— dijo Abby

como aviso—. Una sola canción o una sola historia, ¿sí?

—Quiero que Adir me cante —dijo Azahra suplicante—. ¿Me puedes cantar, por favor?

Adir sonrió, pensando un momento, y luego empezó a cantar en árabe

— Wa al-ka'aka fi al-makhzan, wa al-makhzan yih'taj muftah …

Abby notó que sus propios ojos se iban cerrando mientras él cantaba la viejísima canción sobre el
carpintero, la tarta y la llave. Cuando hubo acabado, los ojos de Azahra casi estaban cerrados.

Aunque protestó con que aún no estaba dormida, Abby la besó firmemente en la cabeza y arrastró a
Adir fuera de la habitación. Por el cariñoso modo en que Adir miraba a su hija, sospechó que el jeque
estaría más que contento en seguir cantándole hasta quedar afónico, lo que era bastante tierno, pero
no lo ideal para una niña que necesitaba levantarse para ir al jardín de infancia de nuevo por la
mañana.

Cuando cerró la puerta, tomó aire, y suspiró un tanto.

—Y así es Azahra —dijo con una sonrisa—. Vamos, dejémosla dormir.

Acabaron en el salón, donde dio la impresión que el instinto y nada más les llevó al sofá. Era la cosa
más natural del mundo concluir acurrucados el uno al lado del otro. El frescor del anochecer había
llegado, y Adir desplegó la sábana que Abby mantenía doblada sobre el sofá para eso.

—¿Es todo como te imaginabas? —bromeó Abby—. ¿Fue un rato glamuroso como te imaginabas
cuando decidiste venir a verme hoy?

—Qué va, pero creo que fue mejor —dijo Adir, rodeándola con el brazo. Había una calidez en su
cuerpo que le hizo sonreír y querer acurrucarse más cerca incluso.

—Estás de broma. Lo dices sólo para hacerme sentir mejor.

—No, en serio, Abby, ¿sabes cuánto hace que no tengo nada que ver con una familia?

Abby pestañeó, recordando tarde lo que le había ocurrido a sus padres y hermanos. La culpa inundó
su mente al darse cuenta de que a pesar de su vida pública, Adir estaba realmente bastante solo.

—Por Dios, lo siento, no me daba cuenta…


—Si me hubieses dicho que iba a pasar eso, hubiese dudado mucho —admitió—. A veces,

pienso en mi familia, y sólo noto dolor. Hoy, contigo y Azahra…he recibido algo, y sólo ha sido
placer. Así que os doy las gracias por ello.

—Me alegro de que pudiéramos darte eso —murmuró—. Ha sido bueno para mí. Sé que ha sido
bueno para Azahra. Es tan tímida la mayor parte del tiempo. El hecho de que te haya acogido tan
rápido es de lo más sorprendente.

—Es una nena maravillosa. Si sigue protegiendo a los que no pueden protegerse solos, llegará lejos.

—Sí, igual tenemos que tratar el tema de hasta qué punto es adecuado convertirse en una superhéroe,
pero cuando oí la historia entera…estaba tan orgullosa, Adir.

—Bien. Tienes una pequeña de la que deberías estar orgullosa, y no hay nada malo en saberlo y
apreciarlo.

Abby le dio a Adir un beso rápido en la mejilla, o al menos eso era lo que intentaba. En cambio, su
beso se detuvo hacia su barbilla, y luego la esquina de su boca, antes de retirarse.

—¿Se despertará? —susurró Adir.

—No, duerme como un lirón. Sólo…supongo que no me creo que nadie me pueda encontrar atractiva
después de verme hacer de mamá todo el día…

—Yo no soy un don nadie —dijo él con firmeza—, y siempre te encontraré atractiva aunque estés
nadando en barro.

Ella empezó a contestarlo, pero jadeó mientras él la acomodó de manera distinta. Ahora ella quedaba
sentada con la espalda en su pecho, entre sus piernas, mientras él la abrazaba. La manta cubría lo que
hacían sus manos, pero ella notaba que empezaban a descender por su cuerpo, retirando suavemente
el faldón de su blusa para sacarlo de sus pantalones. Ahora él acariciaba su vientre, deslizando las
manos por sus costados, hasta que envolvieron sus pechos sobre el sostén.

—No tienes la menor idea de lo atractiva que eres y de cuánto te deseo —murmuró él—. No tienes ni
idea de lo que me haces. A veces, pienso que me voy a volver loco de noche sin ti. Estos últimos días,
tus mensajes han sido lo único que ha conseguido que no perdiera la cabeza.

—Me parece que puedes estar exagerando un poquito —dijo Abby con una risita.

—No creo que sea así. Aquí puedes notar cuánto te he echado de menos…

—Él se acomodó un poco, y ahora ella notaba su miembro apretando contra la base de su espalda. Él
ya estaba duro, y ella se ruborizó, sintiendo su elemental respuesta en su propio cuerpo.

—Quiero hacerte sentir bien —suspiró él—. No te preocupes por nada, Abby, bonita. Sólo quédate
quieta y déjame hacerte disfrutar…

Los ojos de ella se fueron cerrando mientras las manos de él se iban desplazando bajo sus pantalones,
desabotonándolos diestramente y deslizándolos por sus muslos. Tras eso, le resultó tarea fácil
retirarle la ropa interior, para revelar su piel más secreta a sus propios dedos expertos.

Cuando él empezó a acariciar y mimar sus lugares más íntimos, ella miró para ver que estuvieran
completamente cubiertos. Algo en hacer esto en el espacio común del salon la puso aún más caliente.
Se puso a apretar contra su mano, haciéndolo reír un tanto.

—¿Te gusta así? —le susurró al oído—. ¿Te gusta cuando te toco?

—Siempre —suspiró Abby—, ¡Dios!, siempre, me encanta, me encanta

—Bien…

Bajo la manta, su mano se tensó mientras ella se retorcía y se mecía contra él. Había algo
maliciosamente adorable en estar cubierta por una manta mientras él le estaba haciendo algo tan
delicioso.

Los dedos de él se deslizaron por su hendidura, desplegándola con un cuidado sutil. Él se demoró
hasta que ella estuvo increíblemente caliente, increíblemente húmeda, antes de encaminarse a su
clítoris, rozándolo con una seguridad que le prometía todo el placer que ella deseaba llevarse.

Sujeta al cuerpo de Adir, todo lo que podía hacer era recibir el placer, sintiendo cómo la recorría
como electricidad.

Se entregó a los sentimientos que él le causaba. Cuando por fin se arqueó con triunfo y gozo, se
mordió el labio para aguantar su grito y mantenerse en silencio. Flotó en una bruma sensual durante
un momento, pero cuando se recuperó, se colocó la ropa, se levantó del sofá y lo tomó de la mano.

—Ven conmigo —le dijo suavemente—. Hay una cerradura en mi habitación, y creo que quiero

mostrarte exactamente lo bien que me haces sentir.

Lo llevó a la habitación, cerrando la puerta tras ella y girando el pestillo. Cuando se volvió, lo vio
parado, su perfil a media luz, con sus ojos fijados en ella. Sabía que tenía su atención completa,
cuando lentamente, sensualmente, desnudó su cuerpo.

—Eres hermosa —murmuró él, y había un toque de hambre que recorría su voz. Eso le confirmaba
lo mucho que la quería.

—Gracias —dijo roncamente—. Dime exactamente cuánto me quieres. Dime qué es lo que más
quieres de mí.

Adir se rió un tanto, sacudiendo la cabeza.

—No puedo decidir —dijo él—. Me gusta todo de ti. Cuanto más cerca estoy de ti, más contento estoy
y mayor placer me provocas.

Por un instante, ella pensaba que no iba a decir nada, pero entonces un estremecimiento recorrió el
esqueleto de él. Podría haber querido retenerse, pero una imagen de ambos le estaba quemando la
mente, y lo marcaba a fuego.

—Túmbate en la cama —dijo roncamente—. A gatas. Mira para adelante.

Había en su voz un pronunciado tono de mando que le ocasionó una renovada punzada de excitación
por todo su cuerpo. Pensó en provocarlo, en continuar su paseo por la habitación, pero encontró que
no podía. En ese momento, ella lo necesitaba, y no haría nada por demorarlo.

Ella tomó su posición en la cama, temblando deliciosamente por la situación vulnerable en que
quedaba. Había algo terriblemente sensual en que no le permitiera mirarlo. Su única referencia sobre
lo que estaba haciendo era el suave sonido de su ropa golpeando el suelo, la vieja cama que se hundía
detrás al subirse él.

Abby sabía que él estaba desesperado por ella, pero no había nada que pudiera hacer para meterle
prisa. En cambio, ella sintió sus hábiles manos en sus costados, en su espalda. Él alcanzó a apretar sus
suaves pechos, y luego pasó sus manos por sus muslos.

—Tan perfecta para mí —murmuró—. Me pareces como hecha a medida justo para mí.

Los ojos de ella parpadearon cerrados cuando él pasó la mano entre sus piernas. Él aún podía

notar lo húmeda que estaba ella. La había saciado una vez, pero sentía en su interior un tirón de ansia
y de deseo renovado.

—Te necesito —dijo ella claramente—. Siempre lo he hecho, pero ahora mismo, Adir, por favor, no
me provoques más…

Oyó el sonido que emitió él, mitad risa, mitad rugido.

—Nunca podría denegarte nada, corazón.

Oyó el ligero sonido del desgarro de un envoltorio como si abriera el paquete del condón.

Tras enrollar el fino látex sobre su miembro, se puso de rodillas tras ella. Por su mente pasaron
imágenes de héroes conquistadores tomando sus trofeos. Entonces, sus manos estaban en sus caderas
manteniéndola quieta mientras apretaba su dura erección contra su carne suave y mojada. Durante
algunos largos momentos, él sólo la provocaba, casi entrando antes de retirarse. Ella podía
retorcerse como quisiera, pero sus manos eran suficientemente fuertes para mantenerla justo donde
estaba.

Al fin, por último, deslizó su longitud completa en su interior, una larga, lenta y segura estocada que
la hizo jadear. Él estaba callado, y en silencio, ella podía oír sus profundas respiraciones. Él estaba
enterrado en ella tan cerca como podía llegar a estar.

Cuando él empezó a moverse, mandó chispas de placer revoloteando por todo su cuerpo, haciéndola
gemir de ansia y deseo. Él empezó con suaves embestidas, pero en cuestión de momentos, aceleró el
paso. Ella sabía que había estado reteniendo su deseo con una rienda demasiado tiempo, y que ya no
podía esperar más. Increíblemente, su propio deseo empezó a crecer también, meciendo su cuerpo
incluso si él la sacudía con sus embestidas.
Ella sintió su placer escalando en espiral hasta que supo que se correría de nuevo. Se aferró a las
sábanas con los puños, abrazándose y apretando contra su cuerpo potente. Cada estocada parecía
clavarla en el corazón, alentando el fuego que la consumía.

Ella podía oír su respiración haciéndose más profunda y rápida mientras la penetraba, usándola para
su placer, mientras le concedía tanto placer de vuelta.

Por fin, Abby no podía aguantar más. Ella sofocó sus gritos en las sábanas mientras se

conmovía. Su orgasmo fue menos intenso que antes, pero parecía prolongarse por siempre,
dejándola débil y desamparada como una gatita mientras Adir encontraba su propio placer.

Ella gimoteó un tanto cuando él se retiró de ella. Él acarició su cuerpo delicadamente por un
momento antes de depositar el condón y volver a abrazarla.

—Me tienes entera —dijo sin darse cuenta. No sabía muy bien lo que quería decir al soltar esas
palabras, pero ahí había una verdad que no podía negar.

Ella lo oyó riéndose suavemente mientras se apretaba contra su espalda.

—Gracias —suspiró—. Nunca me han dado un regalo tan maravilloso. Por mi parte, tú tienes mi
corazón, mi mente y todas las partes de mí que puedas imaginar.

Era un juramento extraño, una extraña promesa, pero había algo en ella, que simplemente parecía que
estaba bien.

Acunados por el fuerte batido de su corazón y el suave movimiento de la mano de él acariciando su


pelo, ella se deslizó en un duermevela profundo y reparador.

Capítulo Seis

Las dos semanas siguientes pasaron en un suspiro. No podían verse cada día, por mucho que lo
desearan. El trabajo la mantenía ocupada y la posición de jeque de Adir requería su presencia por
todos los EUA. Cuando no podían verse, se mandaban mensajes, y ahora que Azahra se estaba
acostumbrando a Adir, pedía verlo en la tablet y hablar con él a través del móvil de su madre.

Abby se alegraba enormemente de ver a su hija charlando como una cotorra con Adir, pero también
había preocupaciones mayores. El espectro de cuándo y qué iba a decir a Adir pendía sobre ella, pero
a cada ocasión, era capaz de rechazarlo. Siempre podía demorar otro día. Siempre podía esperar
hasta mañana o el día siguiente.

Un día, después de que Azahra colgara el teléfono, se volvió a su madre, con sus grandes ojos
pensativos.

—Mamá, Adir es tu amigo, ¿no?

—Sí, es un amigo muy bueno. Nos conocemos el uno al otro desde antes de que nacieras.

—¿Y tú crees que vas a conocer a Adir para siempre?


Abby se preguntaba a dónde quería ir a parar su hija con esta argumentación.

—Espero que sí. Él es alguien muy importante para mí. Me gusta mucho.

Azahra se quedó en silencio un momento. Abby podía decir que su hija tenía algo muy serio en su
mente, así que esperó pacientemente.

—No hablabas para nada con Adir antes de que viniéramos a Hayal.

—No, no hablaba con él…pasaron cosas, y perdimos el contacto.

—¿Vamos a dejar de verlo cuando nos vayamos de Hayal?

La cuestión era tan directa como para dar en el clavo. Había algo profundamente importante para su
hija en estas preguntas, y Abby sintió una punzada en su interior por el modo en que surgían las
preguntas.

—Esa es una pregunta complicada —eludió Abby—. No lo sé. Espero que no. Adir es muy

divertido, ¿no? Se ha hecho muy importante para ti.

Azahra asintió, pero su mirada estaba fijada directamente en su madre.

—Y también es muy importante para ti —dijo sonrosándose—. Ahora eres feliz.

—Siempre he estado feliz —dijo Abby sorprendida, pero Azahra sacudió la cabeza.

—No, no como ahora. Ahora eres realmente feliz. Tú te ríes y sonríes más. Me gusta.

Sobrepasada por las emociones, Abby abrazó estrechamente a su hija. A veces, era fácil olvidar que
los niños pequeños son tan perceptivos, y que pueden observar tantas cosas.

—A mí también me gusta cuando tú estás feliz, cariño— dijo ella—. Gracias por darte cuenta.

Era cierto. La presencia de Adir en la vida de ambas era una cosa maravillosa. Azahra nunca se había
abierto más a un adulto que no fuera su madre o su abuela, pero eso no era todo. Ella tenía razón.
Abby se encontraba silbando o canturreando para sí misma durante todo el día. Cuando sabía que iba
a ver a Adir, sentía como que el corazón volase.

***

No puedo escondérselo más, pensó una noche. Se lo tengo que decir. Se lo tengo que decir mañana.

Lo había preparado así, pero Adir tenía otras ideas. Vino a recoger a la madre y a la hija en coche, y
prometió que las iba a llevar a comer a un lugar especial como sorpresa. Abby esperaba ver quizás
un café temático o uno de los restaurantes al aire libre que se habían puesto tan de moda en la ciudad,
pero se sorprendió cuando, en cambio, aparcaron en una hermosa casa de piedra en la parte antigua
de la ciudad.
—¿Qué lugar es éste? —preguntó mirando alrededor.

—Venga, subid, creo que os va a gustar a las dos.

Cogieron un elegante ascensor de jaula hasta el cuarto piso, y los recibió una señora mayor de cara
amable en el mostrador. Les dieron tarjetas de visitantes a los tres y les pidieron que pasearan a su
entera discreción.

La primera habitación era un espacio abierto enorme donde algunos niños no más grandes que

Azahra practicaban saltos y volteretas bajo la atenta mirada de un instructor de baile. En otra
habitación, había niños que recibían una lección de lectura, que, como Abby estaba interesada en ver,
se impartía en inglés y árabe. En una tercera habitación, varios jóvenes se ocupaban con la arcilla,
modelando el material gris escurridizo bajo sus manos mientras un instructor les ayudaba a lograr
sus metas.

Esta fue la habitación que captó la atención de Azahra. Miraba a su madre con súplica silenciosa, pero
Abby estaba preocupada.

—Somos visitantes, corazón. Recuerda que cuando somos visitantes, miramos pero no tocamos.

—En realidad, no pasa nada. Tenemos tarjetas de visitantes, así que podemos hacer lo que hacen los
estudiantes. Adelante, Azahra, pásatelo bien.

Mientras Azahra chillaba y se lanzaba hacia la arcilla, Abby se volvió a Adir con una sonrisa irónica.

—Espero que estés dispuesto a lavar esa arcilla de su vestido. En serio, esto es encantador. ¿Es un
servicio de babysitting o una especie de grupo de juego comunal?

Adir sacudió la cabeza.

—Qué va. Esto es un jardín de infancia. Es uno al que pensaban mandar a sus hijos mis hermanos, y
el otro día recordé que existía. Pensé que quizás a Azahra le gustaría venir a esta escuela durante el
día. Hay un servicio de transporte de la escuela que la recogería y luego la llevaría.

Abby miró en derredor el lujo tranquilo de la escuelita, sintiéndose un tanto desesperada.

—Adir, no estoy segura de qué piensas que hago, pero esto está muy por encima de mi presupuesto
—dijo con tristeza—. El único motivo por el que me puedo permitir donde va ahora es que es parte
del programa universitario. Está lejos de ser perfecto, y a veces me preocupo por las cosas que
aprende de otros niños allí, pero eso es lo que tenemos. No estoy pensando enseñar a mi hija que
podemos vivir por encima de nuestras posibilidades…

Fue interrumpiéndose poco a poco mientras Adir le tomó la cara en sus manos.

—Vale, Abby, sólo un momento, párate y mírame, ¿vale? ¿Puedes?

Pestañeó ante la seriedad de sus palabras. Cuando se paró, lo miró a los ojos. Eran tan oscuros como
la medianoche, y pensaba que nunca le había visto con un aire tan serio.
—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Cariño, ¿pensabas de verdad que te traería aquí sin ofrecerte pagarlo? Azahra es una niña muy
especial, y se merece lo mejor. Esto es algo que puedo darle. Además, es algo que me es muy fácil
darle, y quiero hacerlo.

—Pero…por Dios, Adir, ¡no puedo aceptarlo! ¡Esto es demasiado! ¡Es demasiado!

—Escúchame. No lo es. Me preocupo por ti de verdad, de hecho…bueno, eso puede esperar para
cuando no estemos rodeados de niños, quizás. Pero es algo que quiero realmente darte. Quiero
asegurarme de que Azahra tenga lo mejor. Por favor. No te voy a obligar a aceptarlo si así lo sientes
de verdad, pero quédate tranquila, esto es algo que quiero hacer y que me cuesta muy poco hacer.

Con impotencia, Abby se volvió para donde su hija jugaba con la arcilla. Su vestido ya estaba un tanto
echado a perder, pero parecía profundamente feliz de estar creando algo. Pensó en el jardín de
infancia al que iba Azahra, que estaba lleno y que tenía tan poco espacio para tantos cuerpecitos. Al
final, no había mucha elección.

—Gracias —susurró, lanzándose en brazos de Adir —. Gracias, te lo agradezco de verdad.

Adir mostró una sonrisa enorme, como si hubiese sido él quien hubiera recibido el regalo.

—No hay de qué en absoluto. Puede empezar mañana si lo desea. Creo que lo va a disfrutar de
verdad. Tienen un interés muy serio en las artes y en lo que se puede hacer con los distintos recursos.

La introducirán a un instrumento incluso, si le interesa.

—A ella le interesa todo. Simplemente…supongo que siempre me ha preocupado qué pasaría si


quisiera hacer algo que no pudiera permitirme. Quiero decir que fuiste muy generoso, pero ese
dinero no duró toda la vida…

—¿Dinero?

Abby se encogió, consciente de que se había topado nuevamente con un asunto prohibido.

—Lo siento, no es algo que debamos…

—Abby, ¿de qué estás hablando?

Reticentemente, empezó a contestarle, pero Azahra llegó corriendo, con las manos llenas de algo
gris y pegajoso.

—¡He hecho esto para Adir! ¡Mira, Adir!

—Es impresionante, eres toda una artista. Es impresionante…

—Es un caballo —dijo Azahra orgullosamente—. Aún no te lo puedes quedar. El profesor dice que lo
vamos a hornear para que se ponga duro, y así no goteará cuando lo lleve por ahí.
Adir se rió.

—Qué maravilla. Estaba seguro de que gotearía, cuando lo fuera a llevar al trabajo. Azahra, si has
acabado, dáselo a tu profesor. Podemos venir mañana y ver cómo ha quedado una vez horneado,

¿vale? Ahora mismo, os quiero llevar a comer a tu madre y a ti. Después, igual podemos ir a nadar.

¿No estaría bien?

Azahra se alegró, corriendo rápidamente hacia el profesor, y Abby se volvió a Adir, con una ligera
sonrisa en la cara.

—A ti te gusta hacer esto de verdad, ¿no?

Adir miraba a Azahra por un momento, y no se volvió a mirarla a ella.

—¿Hacer qué?

—Ofrecerte. Darle todo lo que necesita. Preocuparte por ella.

—Claro que me gusta —dijo Adir, como la cosa más natural del mundo—. Lo admito, al principio
era sólo porque era tuya. Sería proclive a preocuparme de cualquier niño que te tuviera como madre.
Sin embargo, según la voy conociendo…es como ver amanecer. Hay un universo entero en sus ojos.
Está sólo empezando, y ella es tan intrépida, tan pequeña y delicada al mismo tiempo. Yo quiero
proteger eso.

—Tienes buenos instintos —dijo Abby suavemente.

—Ella se había decidido. Esta noche, cuando estuvieran solos, después de que Azahra se fuera a
dormir, se lo iba a decir. Tras eso, que viniera lo que viniera, ganarían en sinceridad.

***

Azahra había estado antes en piscinas, pero nunca había estado antes en un lujoso spa de interior de
aguas cristalinas. Había una decena de grupos, poniendo una atmósfera que era casi como la de un
parque acuático. Azahra corrió y aulló de emoción, uniéndose a los otros niños en sus juegos.

Adir la vigilaba con cariño, sintiendo que su corazón se hinchaba como un globo. Cuando estaba con
Abby y Azahra sentía cosas que no había sentido hasta ahora. Había una paz tranquila y una alegría en
su interior que le hacía sentir como si no le importara nada más en la vida. Era un momento en el que
no se preocupaba de sí mismo, todo lo que le importaba era la alegría de estos dos seres humanos.

Cuando las miraba, todo le parecía bien en este mundo. Incluso cuando no estaba con ellas, una parte
de él siempre pensaba en ellas y se preguntaba qué estarían haciendo. Si alguien le hubiese
preguntado hace un mes qué habría pensado de ver a Abby con una niña pequeña, no sabía lo que
habría dicho. Ahora sabía que Azahra era una parte de Abby, y que no querría nunca separarse de
ambas.

Mientras Abby fue a buscar unas toallas limpias, pensó qué sería tener a ambas como partes
permanentes de su vida. Esto no sería un simple interludio maravilloso, un lugar donde escapar de su
vida real. Serían su vida real y la idea lo lleno de una cordialidad que no podía ocultar.

Había tenido ya antes la idea de proponérselo a Abby, pero ahora mismo, sabía que no había más
opciones viables para él. Quería conservarlas, y todo lo que podía hacer era preguntar si querían
tenerlo.

Brevemente, se preguntó por el padre de Azahra. Era parte del pasado, un libro cerrado, pero quien
quiera que pudo abandonar a una niña tan dulce como Azahra y una mujer tan bella y apasionada
como Abby era claramente un hombre que no las merecía.

Él sabía que había alguna posibilidad que Abby dijera que no, pero tenía que preguntar. Él estaba
haciendo planes para encontrar un anillo de enlace, cuando notó que Azahra estaba tratando de
alcanzar algo.

Era una fuente con el agua derramándose, y ahora que él estaba mirando, podía decir que había

grifos que controlaban los chorros de agua. Azahra quería desesperadamente jugar con ellos, pero
era, por mucho, demasiado baja para hacerlo.

Con una sonrisa, Adir se adelantó a zancadas, y la levantó fácilmente.

—¡Gracias, Adir! —dijo ella, mirándolo por encima del hombro.

—Claro, juega como quieras, pequeña.

Él sonreía mientras ella jugaba con los grifos. Algún día sería una mujer hermosa. Esperaba que ella
fuera capaz de sentir esta alegría toda su vida.

Abby ese día le había recogido el pelo negro, dejando la nuca expuesta. Por un momento, él pensó
que de alguna manera la pequeña se había manchado de comida o suciedad en la nuca, pero cuando
miró más de cerca, podía notar que se trataba de una marca de nacimiento. Ni oscura, ni evidente, se
cubriría completamente por su pelo.

De pronto, a Adir se le heló la sangre.

Miró la marca más de cerca, notando lo oscura que era comparada con el resto de su piel, notando las
pequeñas pecas desperdigadas sobre ella. Conocía perfectamente esa marca de nacimiento. Era la que
había tenido su padre. Sus dos hermanos la tenían. Él la tenía.

Y ahora, parecía, su hija la tenía.

Ajena a esta conmoción. Azahra seguía jugando con los grifos, riéndose tranquilamente, mientras
salpicaba. Él la miraba, estupefacto por cómo había cambiado el mundo en cuestión de segundos.

Unos pocos momentos antes, ella había sido una dulce niña que quería adoptar, para protegerla, y
para amarla. Toda esa emoción estaba ahí, pero ahora se estaba inundando también de una intensa
confusión y odio.
Esta era su hija, la sangre de su sangre, la carne de su carne. Ella era suya de un modo que nadie más
en el mundo lo era, y hasta hace pocas semanas, no tenía ni idea de que existiera.

Podía notar cómo se sacudía, y de pronto, tuvo que dejarla en el suelo.

—¿Adir? ¿Estás bien?

—Claro. Estoy bien. Sólo un tanto cansado. Es que ya eres grande, después de todo.

Él consiguió calmarse suficientemente como para fingir una sonrisa. Ella era una niña muy intuitiva
y aún parecía preocupada.

—¿Quieres que nos vayamos a casa? —preguntó—. Si te sientes mal, no va a ser nada divertido estar
aquí.

Sonaba justo como Abby cuando dijo eso, lo que le hizo encogerse.

—Me gustaría que te quedaras algo más jugando, pero quizás sí que sería buena idea si nos fuésemos
a casa, sí.

Azahra asintió rápidamente, indiferente al juego ya que había alguien que le preocupaba que se
encontraba mal. Ella tomó su mano y se la dio a Abby, que estaba sentada al borde de la piscina con
una pila de toallas blancas.

—Adir no se encuentra bien. Deberíamos llevarle a casa para que se encuentre mejor.

—No, eso no puede ser —dijo Abby, mirando a Adir— ¿Vamos a mi casa?

Era difícil mirar a Abby en ese momento. Era la mujer que amaba, pero también era la mujer que lo
había alejado de su hija toda su vida. Quería gritarle, pedirle explicaciones, hacerle entender lo que
había perdido.

En cambio, consiguió mantener su talante y asentir. Debía de parecerse bastante a un mareo, puesto
que ella simplemente les extendió las toallas y empezó a secarse.

Conseguiré mis respuestas, pensó.

Capítulo Siete

Abby estaba preocupada. Adir no había sido el mismo desde que habían vuelto de la piscina.

Decía que no se sentía bien, o al menos, Azahra decía que él no se sentía bien. Se había mantenido en
silencio todo el viaje de vuelta. Azahra lo había compensado parloteando sobre su nueva escuela y el
spa al que habían ido. Adir había respondido a la niña, pero cuando Abby le hablaba, le contestaba
muy bajo y sin inflexión.

De alguna manera, había pasado la cena sin preguntar qué estaba ocurriendo, pero había una nube
oscura que pendía sobre todo. Vieron dos dibujos animados antes de que fuera la hora en que Azahra
se fuera a dormir.
Se había convertido en un ritual para Adir asistir a acurrucarla en la cama, siempre que se quedaba.
Esta noche, Azahra, lo abrazó intensamente cuando se agachó para besarle la frente.

—Quédate con nosotras para siempre —dijo ella con sueño— No quiero que te vayas.

—No me voy —dijo él—. Te quiero mucho, Azahra.

Abby pensó que esas palabras la emocionarían, pero había algo que hizo que recorriera su espinazo
un escalofrío. No sabía que podía ser, pero sabía que era algo oscuro.

Una vez que cerró la puerta de la habitación de Azahra, fue y encontró a Adir que la esperaba en el
salón. En lugar de quedar sentado en el sofá, estaba en pie en el centro de la habitación. Sus hombros
estaban tensos, como los de alguien que se preparara para una pelea, y sus ojos estaban sombríos
como la medianoche.

—Adir… —Ella no sabía por donde empezar.

—¿Quién es el padre de Azahra?

Abby tenía la intención de decirle a Adir la verdad esta misma noche, pero su exclamación acusatoria
la hizo palidecer.

—Adir, por favor…

—No, por favor, no. Sin protestas, sin juegos y sin mentiras. Dime quién es el padre, o me iré

de aquí directamente a ver a mis abogados. Conseguiré una prueba de paternidad legal, y a partir de
eso lo sabré con certeza, independientemente de lo que tengas que decir sobre el asunto.

La miraba con los fuegos del infierno en los ojos y, antes de quemarse, cedió.

—Eres tú —susurró ella, sintiendo como si se hubiera roto algo en su interior y nunca se podría
reparar.

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —preguntó él—. ¿Ibas a esperar hasta que fuera un adulto y hubiese
perdido toda mi vida? ¿Planeabas evitar la cuestión toda la vida? ¿Lo sabe ella, siquiera?

Las preguntas la martilleaban como una maza inmisericorde. Se tapó la cara con las manos, incapaz
de afrontar su furor.

—Adir, no, por favor, te lo iba a decir, te lo juro, te lo iba a decir esta noche…

—¡Me lo tenías que haber dicho hace cinco años! —gruñó—. Pensaras lo que pensaras de mí,
deberías de haber tenido algo de compasión. Incluso si estabas lista a prescindir de mí en cuanto me
perdieras de vista, deberías de haber tenido la mínima decencia humana de decirme que tenía una hija.

Las palabras de él rompieron su confusión y su cabeza voló.

—¿Prescindir de ti?
—Respeté tus deseos. Yo estaba de luto, y pensé que las cosas habían cambiado, pero seguramente me
conocías lo suficiente como para entender que me habría gustado saber que tenía un hijo.
Seguramente sabías que eso habría cambiado todo…

—Adir…Azahra fue una sorpresa, y luego…luego tú te fuiste…

Él sacudió la cabeza cual bestia enfurecida. Nunca se había dado exacta cuenta de lo grande que era,
del espacio que ocupaba cuando estaba enfadado.

—La alejaste de mí —dijo él, como sorprendido del hecho una y otra vez—. Me alejaste de ella
durante cinco años, sin preocuparte de lo que echaba en falta o de lo que hubiera querido ver…

—Yo me ocupé —susurró ella.

—¿Lo suficiente para venir a Hayal cuando se te acabó el dinero? —preguntó—. ¿Qué vas a hacer,
Abby? ¿Querías que me acercara tanto a Azahra que pudieras chantajearme? ¿Es esa tu táctica?

La brutal injusticia de sus palabras la dejó muda. Lo miró como un conejo a un lobo,

sintiéndose como a punto de ser devorada sin poder evitarlo.

—Adir, por favor, para ya…

—Lo conseguiste, Abby —dijo abruptamente—. Ahora que lo sé, no hay manera de que deje a mi hija
por nada en el mundo. Obtendrá todo lo que pueda conseguirle en la vida. Gracias a Dios, Abby, que
he visto que eres una madre excelente, o te la hubiera quitado en un instante.

Abby sintió como si le hubiese dado un puñetazo en el vientre. Nunca jamás había pensado que Adir
podría llevarse a Azahra, pero ahora podía ver que podría hacerlo. Era el jeque de Hayal y ella no era
nadie.

Debió de haber visto en su cara una mirada de puro terror, porque aflojó un tanto.

—No lo haré —gruñó—. Ella te ama, y nunca te la quitaría. Tendrás todo lo que quieras, mientras
tenga mi tiempo para verla, pero te juro ahora, que no me volverás a ver nunca. Quiero a mi hija, a ti
no te quiero…

Ella abrió la boca para decir algo en su propia defensa, para explicar lo que había pasado y lo que le
había hecho, pero se estaba derrumbando. No podía hablar, y las lágrimas se derramaban por su cara
como hierro fundido.

Entonces, terrible en el silencio entre ellos, llegó un chillido agudo y asustado. Ambos giraron para
mirar bajo la puerta, donde quedaba Azahra. Parecía un pequeño fantasma en su camisón blanco, o lo
parecería si los fantasmas tuvieran el pelo disparado en todas direcciones.

—¡Oh, cariño! —dijo Abby, caminando para tomarla en brazos.

Su hija era pequeña para su edad, y además delgada. Parecía ligera como el aire en brazos de Abby,
pero estaba rígida como una plancha.
—Mamá, mamá, ¿por qué estáis tan enfadados tú y Adir? ¿qué pasa?

Abby no estaba segura de que hubiera suficientes palabras en el idioma inglés para explicárselo. En
cuanto abrió la boca para intentarlo igualmente, se oyó un portazo en la puerta de entrada. Cuando
volvió la cabeza para verlo, su corazón se hundió al percatarse de que sus peores temores se habían
confirmado.

Adir se había ido, y su silencio flotaba en el apartamento como una bruma oscura.

—Lo siento, cariño —siguió diciendo—. Todo va a ir bien.

***

Adir se salía de su carril con una velocidad peligrosa que hacía que los coches que superaba tocaran
la bocina con indignación. Le daba igual. El odio iba descendiendo, para dejar una profunda pena y
un dolor que parecía que no acabarían nunca

Ahora que la discusión con Abby se hubo acabado, podía sentir las cosas que no hubiese querido
sentir antes. En concreto, necesitaba saber por qué Abby nunca se lo había dicho.

¿Ella siempre había querido desesperadamente que él dejara su vida? ¿Había decidido que él no sería
un padre adecuado?

Él era el jeque que no iba a serlo. Era perfectamente consciente de que si no hubiese sido por la
tragedia sucedida a su familia, nunca habría sido jeque. Le tocaba a uno de sus hermanos, no a él.

Adir sabía que se había convertido en jeque por casualidad, algo que nunca se había ganado, ni había
buscado. Ahora, estaba tremendamente asustado de ser padre del mismo modo.

Cuando pensaba en Azahra en la puerta casi a oscuras, con su carita encogida por el miedo y las
lágrimas en las mejillas, sólo podía pensar en cómo la había asustado. Pensaba en lo terrible que
debía de haber sido para una niña tan pequeña verlo rugiendo de ese modo, oírlo acusar a su madre
de cosas tan terribles.

Por mucho que hubiese querido pintar a Abby como una villana, sabía que no podía hacer eso.

Era una mujer que tenía sus razones para todo lo que hacía. Era orgullosamente protectora con su
hija. Nunca habría hecho nada que pensara que pudiera herir a Azahra.

Eso significaba que en algún momento, ella había decidido que él quedara fuera de la vida de Azahra.
Esa idea era como una espada que atravesaba su corazón, quitándole la vida.

Aparcó en el garaje de palacio, dejando su coche a un mayordomo.

Se dirigió a sus estancias privadas, dando un portazo. En la oscuridad de sus habitaciones, valoró su
vida, y lo que había cambiado para él. En menos de veinticuatro horas, había ganado más de lo que
había pensado ganar en la vida, y también lo había perdido.

Adir pensó en la calidez que había disfrutado con Abby y Azahra, y ahora se había esfumado.
La sensación de pérdida lo consumía, y ahora no tenía ni idea de qué hacer.

Capítulo Ocho

De algún modo, ella había conseguido volver a llevar a la cama a Azahra. La pequeña no había
entendido lo que ella había dicho. En cambio, todo lo que sabía es que los dos adultos más
importantes en su vida habían estado discutiendo, y que uno se había ido.

—¿Se ha ido para siempre? —había preguntado Azahra con impotencia.

—No, querida. No para siempre, te lo prometo. Te quiere muchísimo, y no te podría dejar para
siempre…

La respuesta no le había dejado satisfecha a Azahra, que seguía llorando. En un momento dado, por
fin se quedó dormida llorando, acurrucada en la cama de Abby bajo su brazo.

Por su parte, Abby quería llorar, pero ahora encontró que no podía. Parecía que todas las emociones
de las últimas veinticuatro horas la hubieran secado, dejándola terriblemente entumecida.

En este estado, todo lo que podía hacer era quedarse en bucle en las cosas horribles que le había
dicho Adir, las cosas horribles de las que la había acusado.

Ella cayó en un sueño ligero e incómodo. Tenía la sensación de despertarse cada pocos minutos hasta
que finalmente, al alba, se levantó para prepararse un té. Unas pocas más tarde, apareció un correo
con una hermosa colección de vestidos para Azahra, y una nota incorporada que decía que debería
llevarlos en su primer día de su nuevo colegio. Abby sabía cómo era la caligrafía de Adir, y sabía
que esta no era una nota suya. Le dolió el corazón incluso cuando levantó a Azahra para su primer
día.

Azahra estaba impaciente por su primer día, pero estaba tranquila, pendiente de su desayuno.

Varias veces, pidió a su madre si se podía quedar en casa para ver si Adir volvía, pero Abby le dijo
firmemente que tenía que irse.

—Va a ir todo bien —le mintió—. Lo volverás a ver de nuevo.

La alivió que Azahra no le preguntara cuándo. Llevó a su hija hasta el autobús, y luego se quedó sola
con sus pensamientos.

De algún modo, las lágrimas no salían. Se sentía como arrollada por un camión, pero había trabajo
pendiente después de todo. Se sentó para resolver la correspondencia con la universidad, y luego
había unas fotografías que había que clasificar. El trabajo no le hacía feliz, pero al menos distraía su
mente del lío que tenía pendiente.

Las cosas siguieron el mismo patrón durante los días siguientes. Llevaba a Azahra al colegio.

Trabajaba. Se preparaba la comida cuando lo necesitaba. Existía en una especie de limbo gris.

Por fin, una noche de madrugada, empezó a llorar, y no podía parar. Las lágrimas al principio
sirvieron de alivio, y luego quedó aterrada cuando no podían parar. Siguió sollozando incluso
después de que las lágrimas se hubieran agotado, y su cuerpo sufría espasmos de pura aflicción.

Cerró la puerta de su habitación y se cubrió con la sábana en la cabeza, para que Azahra no la pudiera
oír. No se calmó hasta cerca de la mañana, y entonces fue cuando supo que necesitaba ayuda.

Abby llamó a su madre, que le prometió ir en el siguiente vuelo a Hayal. Cuando llegó, no le hizo
preguntas a su hija, pero en cambio se puso a trabajar ordenando la casa y preocupándose por la
pequeña.

Abby por fin pudo atisbar un final a su dolor, o al menos un principio de final. La peor parte era que
ella se acordaba de todo esto. Se acordaba de cómo se había sentido la primera vez que Adir la había
abandonado, y que lo había superado. Esta vez era peor, pero ahora sabía que también sobreviviría.

***

Adir por fin averiguó que sobreviviría a lo que le ocurriera cuando se despertó una mañana y no se
sintió ni enfadado ni dolido, sino únicamente vacío. Se levantó, se afeitó, hizo su trabajo, habló con
gente que necesitaba que le hablaran, y atendió las funciones que necesitaba atender. En cada cosa, era
como era antes, excepto en el hecho de que se le había escapado la vida.

Tras su rabia inicial, había llegado a unas pocas conclusiones sobre la situación. Vería a Azahra en
cierto momento, pero ahora mismo, pensaba que su presencia sólo la confundiría. Quizás cuando
fuera algo más grande, podría ver cómo se tomaba Abby visitas largas en el palacio. En este

momento, le daba la sensación de que lo mejor que podía hacer por la pequeña…era no formar parte
de su vida.

Abby tenía sus razones. Ahora se daba cuenta. Incluso tras toda la rabia y la ira, aún la amaba, y
respetaba su juicio, sobre todo en lo respectivo a su hija. Era la única manera en la que las cosas
podían tener sentido. Se preguntaba si podría sentirse tan entumecido siempre, o quizás empezaría a
derretirse cuando Abby le permitiera ver a Azahra de nuevo.

Estaba entumecido, así confortablemente, hasta que Abdul vino a buscarlo. Estaba buscando unos
papeles en su oficina cuando llegó su tío. Por un breve instante, pensó que su tío tuviera algo que
decir que fuera útil, o quizás incluso simpático, pero entonces abrió la boca.

—Bueno, ahora que se está resolviendo esa pequeña molestia, puedes empezar la tarea más seria de
buscar una mujer.

Lo que normalmente sería un torrente de cólera se difuminó en enojo. Adir ni siquiera levantó la
vista de su trabajo.

—No estoy interesado, tío. Ahora estoy ocupado.

A veces, eso era suficiente para desalentar a su tío, pero hoy no. Hoy, Abdul se acomodó en la sillón
de orejas próximo al escritorio y se inclinó hacia delante.

—Te escapaste por poco la última vez que te enredaste con la americana —dijo con tono de
advertencia—. Me estoy haciendo mayor, pero estoy muy satisfecho de ver que no has necesitado mi
ayuda esta vez. Esta vez has sido capaz de liberarte por ti mismo, incluso si parece haberte herido.

Adir estaba decidido a ignorar a su tío, pero algo de lo que había dicho afinó su mente.

—¿Tu ayuda? ¿Esta vez?

Abdul asintió, mirando con sorprendente petulancia.

—Cuando tú estabas de duelo por tu familia. Tú no podías cargar con el fardo de semejante mujer
mientras tomabas tu sitio en el mundo. Me aseguré de que se la compensara y mantuviera alejada.

La rabia que se había echado en falta por fin apareció. Adir mantuvo su temperamento firme, porque
de lo contrario, lo perdería completamente. Podría, de hecho, matar a su tío, y ni siquiera el

jeque de Hayal podría acabar bien parado de ello. En cambio, mantuvo su voz calma y razonable al
preguntar la siguiente pregunta.

—¿Y qué compensación fue esa?

—Un cheque —dijo Abdul desdeñosamente—. Una nimiedad, pero fue suficiente para ahuyentarla.
No estaba acostumbrada a nuestro círculo, sobrino, y fue fácil comprarla.

Recordó las extrañas menciones que hizo Abby al dinero, cosas que le hicieron encogerse de dolor
ahora. No sabía lo que estaba haciendo cuando dijo que deberían evitar hablar del pasado.

Había sido un imbécil, y lo habían pagado ambos.

—La compraste —dijo, con su corazón golpeando sordamente en el pecho—. La compraste para que
me abandonara.

—Exacto —dio su tío, aparentemente aún inconsciente de la fina capa de hielo sobre la que se
deslizaba—. Y entonces cuando tuvo el descaro de tratar de contactar contigo de nuevo, tuve que
ponerla en la lista negra de todos los canales de comunicación disponibles para ella. Nadie podría
hablar con ella. Nadie le mandaría ni una palabra. Rompí su hábito, pero llevó un año.

Un año.

Eso era suficiente tiempo para que ella tuviera a su hija. Era tiempo suficiente para que Azahra viera
la luz del día. ¿Había ido a la embajada con Azahra en brazos sólo para que la rechazaran?

Estaba asqueado de su tío, pero más que eso, estaba asqueado de sí mismo.

Abdul aún estaba hablando de esto y aquello, pero Adir se levantó como una tormenta del desierto.
Ahora entendía la ira de los jeques de antaño, que podían matar a un hombre tan pronto como se
pronunciara la sentencia. Debía de haber algo terrible en su cara, porque su tío tartamudeó hasta
interrumpirse.

—Haz las maletas —dijo, mientras mantenía en su voz el mismo tono razonable.
—¿Qué?

—Haz las maletas. Tus servicios han sido de tanto valor para mí, que siento que no los puedo
monopolizar. Te mando a trabajar en alguna de nuestras embajadas, y estoy seguro de que serás tan
necesario allí que pasarán muchos años antes de volver a Hayal, si, de hecho, eso ocurre…

Abdul se puso pálido al captar lo que realmente estaba diciendo Adir. Estaba hablando de su exilio de
su tierra, una orden sin posibilidad de revocación.

—Sobrino.

—¡Sal! —bramó Adir—. ¡Sal y reza para que no pierda la pizca de misericordia que me queda
contigo, viejo!

Abdul huyó de la habitación tan rápido como se lo permitían sus frágiles huesos, para dejar a Adir
sólo en la habitación. Respiró profundamente, tratando de sofocar la ira que lo había dominado.

Por un momento, temía haber podido acabar con su tío.

Dejó de lado su cólera. No se podía permitir enfadarse ahora. En cambio, tenía que ir a resolver este
asunto, tanto como pudiera. Sólo rezaba por que no fuera demasiado tarde. Si lo fuera…

si lo fuera, lo aceptaría, pero se negaba aceptar esa opción. Aún no.

Cogió el teléfono y empezó a realizar llamadas. En lugar de conducir a casa de Abby, llamó a un
chófer. Le llevaría veinte minutos llegar allí, y pretendía sacar partido de cada uno de ellos.

***

—¿Estás segura de que no vienes con nosotros, querida? El parque es muy bonito.

Abby sonrió, negando con la cabeza.

—No, id las dos. Disfrutad del paseo. Igual esta noche podemos pedir algo para comer en casa.

Antes de reunirse con su nieta, la madre de Abby cubrió la mejilla de Abby con su mano.

—Espero que te decidas a salir con nosotras en algún momento —dijo—. Has estado enjaulada aquí
tanto tiempo. No puede ser bueno para ti.

—Es bueno para el trabajo —dijo Abby firmemente—. Mi profesor está encantado, y eso quiere decir
que hay más oportunidades de que quiera que siga trabajando para él. Puede ser que pueda volver a
los Estados Unidos en cuanto se acabe el semestre.

Había tomado esa decisión en algún momento de los últimos días. Hayal siempre sería en cierto
modo su casa, pero tendría un cierto perfil encantado. Dondequiera que iba todo le parecía empañado
por los recuerdos de Adir. Al final, simplemente era muy duro. Sabía que él continuaría

apoyando a su hija, y más allá de eso, eso era todo lo que podía esperar.
Vio salir a su madre y a su hija, y se sentó a trabajar. Abby acababa de coger el ritmo de trabajo,
cuando oyó que llamaban a la puerta.

Vaya, me pregunto si se han dejado algo, pensó. Por eso abrió sin asomarse, y se quedó mirando
anonadada al ver quién era.

Era Adir, pero como nunca lo había visto. Tenía una pinta salvaje, con el pelo encrespado y los ojos
oscuros. Parecía un hombre que había escapado por poco a un destino oscuro, o quizás un hombre
que se dirigía a uno.

—¿Qué sucede? —le preguntó impresionada—. ¿Todo bien?

Adir la miró un momento, y entonces soltó una risotada. Ella se echó atrás, pero él sacudió la cabeza.

—No —dijo—. Por favor, Abby, ¿puedo pasar?

Ella asintió por instinto, mientras se preguntaba qué es lo que podía querer. Cierto resquicio de ella
esperaba que él ya la hubiera perdonado por su engaño, pero lo reprimió. En las últimas semanas
había adquirido mucha práctica en ello.

—¿Dónde está Azahra?

—Se ha ido al parque con mi madre…Adir, por favor, dime qué es lo que pasa.

Adir se volvió a ella, y luego la conmovió hincándose sobre una rodilla. La miró, con ojos
suplicantes.

—Tengo varias cosas que decirte. ¿Me vas a escuchar?

—Claro que sí, Adir.

—No lo sabía —dijo con voz rota—. No sabía que mi maldito tío te había pagado. Si lo hubiera
sabido, le habría retorcido el cuello al viejo. Por favor, yo nunca te habría hecho nada como eso.

Nunca. Me habría cortado el brazo antes de dejarle hacer eso, y si lo hubiera sabido, pero no lo
sabía…

El corazón de Abby empezó a latir más rápido mientras las piezas empezaron a encajar.

—O sea que tú no…entonces después…

—Sí. Después cuando viniste a hablarme de Azahra, no lo sabía. Por supuesto que no lo sabía.

Me mantuvo ciego mientras intentaba aprender a llevar el país. Te impidió comunicarte conmigo, y
me impidió llegar a ti. Fui un estúpido. Debí de haber vuelto para verte con mis propios ojos.

—Adir, no…

—Por favor, déjame acabar. Mis crímenes contra ti han sido inmensos, empezando hace cinco años,
para culminar en lo que dije en esta habitación hace pocas semanas. No podría nunca borrarlos, pero
te juro, Abby, que pasaré el resto de mi vida tratando de hacer eso. Si te casas conmigo, si me dejas
entrar en tu vida, seré el mejor marido y padre, tal y como sé que puedo ser.

Sacó una cajita de terciopelo de su bolsillo y la abrió antes de presentársela.

—Esto es tuyo, digas lo que digas —dijo suavemente—. Té eres mi estrella brillante.

Ella jadeó al ver el anillo de diamantes que reposaba en el terciopelo. Un diamante rosa en el centro
estaba rodeado de pequeños diamantes alrededor. Sin palabras, ella le ofreció la mano y él deslizó el
anillo en su dedo.

—¿Te casarás conmigo, Abigail Langston?

—Sí —suspiró ella, porque para ella, nunca había habido ninguna otra elección—. Sí, sí, sí…

Él se puso en pie, y la tomó en sus brazos y le dio un beso apasionado que le quitó el aliento.

Ella lo abrazó, sorprendida de que esto fuera para siempre, de que lo que había ansiado durante todos
estos años se hubiese hecho realidad.

—¿Vamos a hacerlo? —preguntó ella

—¿Hacer qué?

—¿Vamos a vivir felices para siempre? ¿Azahra, tú y yo?

Su sonrisa rivalizaba con la luz del sol.

—Por supuesto que sí.

¡FIN!

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Todos los Derechos Reservados. Copyright 2015 Ella & Jessica Brooke.

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Capítulo Uno
Amy Monroe sonrió al mirar la postal enviada por su hermana, Alexis. Aproximadamente dos años
atrás, su hermana había sido secuestrada por el jeque Farzad Yassin y ahora era su jequesa. En la foto
que le había enviado, estaban ella y su hijo, Farid, jugando en los vastos jardines de su palacio.

Era una imagen adorable y aunque al principio Amy no se había sentido emocionada con el nuevo
rumbo que había tomado la vida de su hermana, ahora estaba contenta. Este tipo de felicidad no se
puede fingir y, además, Farid era realmente el niño más mono que nunca hubiera conocido. Una parte
de ella estaba muy celosa de su hermana, que había encontrado a alguien, aunque hubiera sido
prácticamente de la forma menos convencional posible. Y sí, una parte de Amy también se
preocupaba porque Alexis prácticamente había arruinado su carrera de abogada por un romance,
pero en todo el tiempo que habían vivido juntas, nunca había visto a su hermana sonreír tanto.

Suspirando, dejó la postal y las fotos que la acompañaban y se dirigió a su armario.

Buscando torpemente en su interior, se puso el omnipresente conjunto de pantalones negros y


camiseta y se pasó los dedos por su cabello negro, que llevaba corto y despuntado. No ere su color
natural y, en los últimos tiempos, se había sentido tentada de hacerse mechas de color azul
medianoche o moradas. Trabajaba en una cafetería próxima al campus de la Universidad de Boston.

Probablemente, esto le hacía sentirse más cerca de formar parte de la contracultura del campus.

Poniéndose una diadema para sujetar su pelo corto hacía atrás, Amy cogió su bolso y corrió hacia la
puerta.

Iba a ser una larga noche, puesto que tenía el último turno y la cafetería se cerraba a la una de la
madrugada. Siendo un pequeño negocio familiar, se había hecho todo lo posible que Lem’s pudiera
obtener el permiso para vender alcohol. Puesto que podían convertir un café en café irlandés y tenía
una lista habitual de bandas de garaje locales y bandas universitarias que tocaban allí, siempre abrían
hasta tarde por la noche. Aun así, Amy lo prefería. Era horrible levantarse antes de que amaneciera,
especialmente en los interminables inviernos de Boston.

Teóricamente, después de graduarse, había ido allí a intentar estudiar un Máster en Bellas Artes, en
Escritura Creativa. Lo dejó poco después y se dio cuenta de que, a pesar de que tenía mucha
ambición, ahora mismo lo único que parecía encajar con su actitud general y su hastío, era servir
café con muffins. No era exactamente dónde había pensado que estaría a los veintitrés. Coño, fuera de
bromas, teniendo en cuenta que dos amigas de su círculo más íntimo eran literalmente reinas de sus
propios países, realmente parecía una vaga. No es que lo fuera exactamente, pero se sentía como si
hubiera metido la pata, ya que no tenía ni idea de que se suponía que iba a hacer con su vida o,
incluso, qué era lo que quería hacer.

Claramente, servir café mezclado con licor a compañeros de estudios borrachos no era lo que quería,
pero era lo mejor que podía hacer por el momento.

Se acercaba el final de su turno. Era jueves, lo que significaba que no había bandas tocando (eran los
especiales de las noches de los viernes y los sábados) y estaban al inicio del semestre. La gente no
estaba lo bastante desesperada todavía para estar tecleando enérgicamente sus trabajos trimestrales
con su sexta taza de café. Lo estarían. Coger un buen sitio cerca de una salida en Lem’s, en época de
finales podía convertirse en una competición sangrienta. Sin embargo era una noche tranquila y,
excepto dos clientes habituales sentados en la parte de atrás leyendo novelas rusas del tamaño de un
maldito sujeta-puertas, estaba sola por lo que se puso fregar, restregando el fregadero y la máquina
de capuchinos.

Al menos, había estado sola. Veinte minutos antes de la hora de cerrar, el hombre más guapo que
nunca había visto entró en la cafetería. Era alto, medía más de un metro ochenta, de hombros anchos
y tez morena, olivácea. Sus ojos eran un sorprendente y profundo tono verde jade y llevaba la barba
muy recortada. El único de sus rasgos que podía “estropearle” era una cicatriz cerca de su ceja
izquierda, pero, en realidad, estaba segura de que podría hacer volverse a cualquier chica entusiasta.

Cuéntale la historia de la “herida de guerra” y acabará siendo incluso más encantador que al
principio. Coño, si sólo sus ojos eran suficiente para que Amy se perdiera en ellos.
“¿Cómo puedo ayudarle?” preguntó ella.

“Dvar,” dijo él, sonriendo y leyendo después su identificación. “Y tú eres Amy.”

“Así que, ya sabemos que sabes leer, genial. Entonces, puedes elegir lo que necesites.”

“¿Y qué pasa si lo que necesito eres tú?”

Ella se sonrojó y se le pusieron los ojos en blanco. No había tenido una cita desde hacía mucho
tiempo. No era que no fuera atractiva. Francamente, desde que había sido patinadora artística (no muy
buena, pero bueno) cuando era jovencita, siempre había estado pendiente de conservar su estilizada
figura. Estaba delgada, pero también era bajita. Medía escasamente un metro cincuenta y cinco, si
midiera cinco centímetros más, y era delgada y esbelta. Nunca había sido el tipo de mujer que dejaba
a la gente con la boca abierta cuando entraba en una habitación. No tenía ese tipo de éxito. Sin
embargo, la manera en que Dvar la estaba observando, bueno, parecía un hombre que se hubiera
arrastrado por el desierto y hubiera encontrado un oasis.

Era abrumador, pero le gustaba, admitió para sí mientras se ponía el flequillo detrás de la oreja.

“Eso no está en el menú, pero tenemos un café moka explosivo y quedan unos pocos brownies.

La gente adora nuestros bagels de brotes germinados.”

Dvar soltó una risita. “¿En serio?”

“Cualquiera que sea un estudiante universitario tratando de ser vegano, macrobiótico o lo que sea, lo
que no es tan raro.”

“Creo que prefiero tomar algo con un poco más de sustancia”, dijo, con su voz como un profundo
ronroneo. ¿Qué tienes para mí?”

“Tenemos un magnífico capuchino mezclado con Bailey’s. Te lo prepararé ahora mismo”, dijo ella,
ya hirviendo la leche.

Amy no pudo evitar sonrojarse bajo la mirada fija del hombre. En serio, había visto modelos de
fotografía menos atractivos. ¿Sería ese su trabajo? Quizá era un modelo de Nueva York, que, vaya
usted a saber por qué motivo, había decidido que era el momento de visitar Boston – porque.., ¿a
quién no le encantan las pilas y pilas de nieve y basura que nunca pueden recogerse? Dios mío, no es
que lo use mucho, pero si tiene que volver a sacar su coche de la nieve una sola vez más, se volvería
loca.

Dvar le sonrió cuando terminó de preparar su bebida. Después, se agachó a cogerla de su mano y fue
obvio que se estaba tomando su tiempo deliberadamente, que no lo había hecho por error cuando sus
dedos se cerraron sobre los de ella al coger la taza.

“Ha sido todo un placer que me sirviera una belleza como tú.”

Amy se sonrojó de nuevo y se retiró el flequillo despuntado de los ojos. Dios mío, ahora desearía
haber mantenido su pelo en su color castaño dorado natural y con algo que recordaba a los bucles.
Coño, hacía mucho tiempo que no tenía a un hombre – y menos aún a uno tan abrasadoramente sexy
– prestándole atención. No era como si siempre tuviera la sensación de tener el mejor cebo.

“Entonces, demuéstremelo con una buena propina. Una chica tiene que ganarse la vida.”

Él sonrió y fue una sonrisa de un megavatio como nunca había visto antes. De repente, parecía como
si su teoría de que él trabajaba como modelo no fuera tan disparatada. Dvar sacó un billete de veinte
del bolsillo de su chaqueta con su mano libre y lo dejó en el bote de las propinas. “Yo no me
preocuparía por eso, Amy.”

“Gracias, pero por muy amable que seas, veinte dólares no van a alejar a los lobos de mi puerta
durante mucho tiempo.”

El asintió con la cabeza y retrocedió, y ella quiso gimotear un poco por la pérdida de contacto y de
proximidad física. “Entonces, ten cuidado con esos lobos. Nunca sabes cuándo vas a encontrarte con
ellos.”

Con eso, el señor Alto, Oscuro y Delicioso había vuelto a salir por la puerta, dejando a Amy con su
anodina vida. Suspirando, terminó de limpiar la cocina de atrás y cogió también el cubo de la
fregona. Tenía mucho que fregar todavía.

***

En Boston hacía un frío terrible.

Obviamente, eso no era noticia. Estaban en mitad de la mayor y más potente ola de frío que la ciudad
nunca hubiera conocido. Cada fin de semana parecía haber una nueva tormenta de nieve y todo

el mundo hablaba del récord de nevadas y como, pronto, sería literalmente el invierno con más nieve
registrado. Al notar que sus dientes castañeteaban al volver hacia su apartamento, Amy se ciñó más el
abrigo al cuerpo. Se había dejado las condenadas orejeras en la cafetería y lamentaba haber cometido
un error tan estúpido. Ya las sentía como dos cubitos de hielo y aún tenía que caminar, al menos,
cuatro manzanas más. De todas formas, no es exactamente que lo estuviera pasando bien. Los
montones de nieve le llegaban a las pantorrillas y se sentía como si se estuviera hundiendo, sin
importar cómo de ligera y ágil tratara de ser con sus botas.

Puf, necesitaba vacaciones.

Bueno, su hermana se había ofrecido a organizar su visita y el sol del desierto tenía que ser mejor
que la interminable aguanieve.

Sacudiendo la cabeza, sacó el móvil y empezó a marcar el largo código internacional que le
permitiría hablar con Alexis. No había llegado muy lejos antes de oír unos pies que se arrastraban
tras ella. Amy se volvió a mirar y frunció el ceño. Había unos cuatro tipos detrás de ella y todos ellos
eran de tez morena. Algunos tenían barbas pobladas y frondosas, negras o incluso canosas, un poco
parecidos a los hombres que había visto en la ceremonia de la boda de su hermana. Parecían estar un
poco fuera de lugar.
Frunció el ceño, arrepentida y se movió hacia el lateral de la ocupada acera. “Lo siento. Estaba
ocupando todo el espacio de la calle. No ha sido muy amable por mi parte. ¿Saben qué? Continúen y
ya me preocuparé de llamar por teléfono más tarde.”

Los hombres no se movieron, solo la miraban fijamente como si fuera un filete gratis en un buffet.

Metiendo su teléfono en el bolsillo, Amy trató de tomárselo con calma. Asintió y volvió al centro de
la acera. “Bien, entonces yo me moveré primero. De nuevo, siento haber ocupado todo el espacio, fue
sin querer,” terminó, comenzando a caminar a un ritmo que era más rápido que antes, pero no era
una realmente correr. Tenía miedo de que empezaran a perseguirla si se ponía a correr.

Así fue, en cuanto ella comenzó a andar, ellos comenzaron a caminar detrás de ella, los pasos de los
hombres sonaban regulares y comedidos detrás de los suyos propios.

Cuando pasó por delante de una peluquería con los cristales muy tintados, Amy temblaba por razones
que nada tenían que ver con el frío. Los cuatro hombres estaban apenas a quince centímetros de ella y
caminaban siguiendo sus pasos. Sujetando su bolso con más fuerza, decidió que tratar de ignorarlos
no iba a ayudar. Claramente, querían algo de ella, ella estaba aterrorizada de pensar lo que eso podría
significar exactamente. Podía adivinarlo y sin embargo, pensar en ello le revolvía el estómago. Sólo
quedaban dos manzanas (muy nevadas) hasta su apartamento. Respirando profundamente y deseando
lo mejor, comenzó a correr.

Le quemaban los pulmones y deseó que no fueran casi la una y media de la madrugada. Dios mío,
cómo deseaba poder ser más rápida, no sentir que se resbalaba un poco más a cada paso que daba. En
la primera manzana, los hombres siguieron pesadamente sus pasos, tan cerca que uno tiró de la
correa de su bolso y le empujó, dejando que se rompiera, dejando que se llevara todo. Ya
reemplazaría las condenadas tarjetas de crédito más tarde, siempre y cuando no se convirtiera en una
víctima más en las estadísticas. La segunda manzana no fue tan fácil. Estaba cerca de su bloque de
apartamentos cuando se resbaló en una gran placa de hielo.

Amy se estrelló duramente, vio las estrellas y el mareo ya llegaba a ella desde que su cabeza se
golpeó contra el cemento.

Había cuatro pares de manos sobre ella y se retorcía en su agarre, golpeando y gritando a cada
intento de tocarla. No fue suficiente. El más alto de los hombres, de casi metro noventa y cinco, con
una gran barba canosa, finalmente consiguió sujetarle los brazos a la espalda.

“¡Déjenme ir!” gritó. Arqueando el cuello, miró alrededor, pero la calle estaba vacía. “Déjenme ir y
no se lo diré a nadie, se lo juro.”

El más alto sacudió la cabeza y le pasó algo oscuro, una especie de pasamontañas, por la cabeza y no
pudo ver nada excepto el tejido negro. “No, señorita Monroe, eso no va a funcionar.

Después de todo, necesitamos llevarle ante nuestro jefe a la nueva jequesa.”

Eso fue todo lo que supo porque después de palabras de tan mal agüero, algo afilado mordió su
cabeza detrás de la oreja y todo fue oscuridad.
Capítulo Dos

El jeque Dvar Yassin de Jardania seguramente tenia cosas más importantes que hacer. Lo cual, en
realidad, no era mentira. Sus primos, Farzad y Munir, ambos de naciones vecinas, estaban interesados
en conseguir un frente organizado frente a los mercenarios y el ejército de Lebano1,

para, finalmente y de una vez por todas, conseguir pararles a ellos y al populacho al que provocaban.

Dvar no podía objetar nada a este plan. Después de todo, el país beligerante había creado en Jardania
más problemas de los que le correspondían, especialmente tras su agresión a la frontera oriental.

Estaban corrompiendo a los grupos insurrectos dentro de las propias fronteras de Jardania y estaban
ocurriendo cosas horribles, atrocidades que nunca hubieran pensado que pudieran suceder en su
reino. Había estado con sus primos en una larga cumbre, de tres días de duración la semana pasada.

Parecía como si, en este punto, la guerra total fuera inevitable. Dvar solo esperaba que Estados
Unidos se alineara con ellos. Después de todo, Emma, la esposa de su primo Munir, también era hija
de un poderoso senador.

Nada podía ayudar porque los problemas estaban llegando a todas las tierras que gobernaba la
dinastía Yassin y solo podía ponerse peor.

Pero no podía pasarse la vida encerrado en la sala de guerra, y confiaba en que sus primos fueran
capaces de manejar todo el asunto durante una semana o más, el tiempo que necesitara para
consolidar los asuntos que necesitaba poner en marcha. Era posible… bueno no era posible, era
seguro, Dvar estaba rabiosamente celoso de sus primos. Ambos habían encontrado novias increíbles
y seductoras al raptar mujeres americanas. Farzad parecía particularmente encantado con Alexis
Monroe y, francamente, tras haber espiado a su bonita y menuda hermana en la celebración de la
boda unos meses antes, Dvar podía ver por qué. La familia entera era más que notable.

Se había enamorado totalmente de la hermana pequeña, Amy, desde lejos.

Este era el motivo por el que se encontraba sentado a una mesa, en medio del patio principal de

la Universidad de Boston, vigilando a la chica. Quería hacerse una idea de cómo era antes de llevarla
con él a Jardania. Hasta el momento, podía decir que sobre todo se cuidaba a sí misma. Aunque había
dejado la escuela de graduados, era muy probable que estuviera en el campus, sentada en el patio,
viendo pasar a la gente, o no pocas veces encerrado en lo más profundo de la biblioteca. Era una
intelectual. Al recordar su tinte y sus piercings – una verdadera jequesa no los llevaría – se
sorprendió un poco. Era bastante regañona, cosa que él había podido oír por sí mismo en la boda.

Amy no había medido sus palabras hablando con Farzad, especialmente respecto a los métodos de
seducción de su primo. Sin embargo, su lado más tranquilo y amable había sorprendido y encantado
a Dvar. Había algo en las personas observadoras que podía ser educado, que podía ser controlado y
alentado para que llegara a ser el tipo de equilibrio y pensamiento cuidadoso por el que destaca una
verdadera jequesa.

Ella se movió un poco y miró por encima de su hombro, y el levantó el periódico hasta su cara.
Desde que empezó a vigilarla, algunas veces casi le había sorprendido haciéndolo, al casi verle
mirarla fijamente. Amy era avispada además de estar pendiente de su entorno. Por supuesto, Dvar
había servido y conducido su propio ejército durante varios años. Tampoco era fácil de sorprender.

“Maravilloso,” se dijo a sí mismo. “Lo hará espléndidamente.”

***

Hakim, su sirviente de más confianza, entró en la parte privada de su jet. El hombre mayor llevaba
sujeto el paquete pequeño, colorido y blasfemante que Dvar había estado esperando. “Mi jeque,
hemos puesto a salvo a la señorita Monroe, como pidió. Estamos ya en el aire y estaremos en
Jardania en las próximas diez horas.”

Él sonrió y asintió en dirección a la chica. “Está bien, ahora déjanos”

“Es un poco problemática, mi señor.”

Se rio, realmente conmovido de que Hakim estuviera preocupado por él. Aunque si la fierecilla
estuviera diciendo palabrotas sin parar y, francamente, tratando de golpear cualquier cosa que
estuviera cerca de ella, apenas medía un metro cincuenta y probablemente pesaría unos cuarenta kilos

chorreando agua. “Creo que podré manejarla.”

“Fue capaz de magullar a Asaad, señor.”

“Entonces, puede que ella disfrute con diferentes juegos,” dijo, asintiendo hacia Hakim.

“Ahora, por favor, vete.”

Hakim titubeó un momento más antes de hacer una reverencia y volver a la parte principal del avión.
El pasamontañas todavía cubría la cabeza de la chica y sus manos estaban atadas a su espalda con
bridas. Dvar se aprovechó de la situación y cerró la puerta, asegurando la cerradura.

“Ahora,” dijo él, rodeándola y rozando su clavícula con la mano. Le habían quitado el abrigo antes
de atarla. Por eso, lo que vio fue la misma camiseta negra que se ceñía incitante a sus bonitos pechos.
Podía incluso sentir su piel, también, suave y cremosa. “Está a más de veinte mil pies de altitud. No
puede escapar si quiere hacerlo y no le aconsejo que salga de esta habitación. Yo juego sucio,
señorita Monroe.”

Ella jadeó y él pudo ver cómo se encogía incluso bajo la oscura capucha negra que llevaba.

“¿Por qué me está haciendo esto?” Él se encogió de hombros y retiró la negra capucha que cubría su
cara. Sus ojos, agudos, inteligentes y tan azules como el cristal tallado, se fijaron en él. Amy
parpadeó algunas veces más, como si estuviera tratando de orientarse. “Te conozco, ¿verdad? En
cualquier caso, no solo de la cafetería.”

El asintió. “Estabas muy enfadada con mi primo, Farzad, y con cómo había tratado a tu hermana,
según tu percepción.”
Se volvió hacia él, y pudo ver el fuego que quemaba en aquellos inolvidables y profundos zafiros.
“¿Qué tu qué? ¿Es que me estás gastando alguna broma rara? Yo no estoy metida en esa mierda de la
princesa árabe. ¡Quiero irme a casa!” Se abalanzó contra él y trató de golpearle.

Dvar tenía que reconocerle el mérito, la chica era rápida. LA esquivó, justo por los pelos y giró para
ponerse detrás de ella. Empujándola hacia la cama, la giró para que quedara de frente a él,
sujetándola entre su cuerpo y el colchón.

“Bueno, esto no ha sido muy agradable, fierecilla.”

Ella se retorció debajo de él, pero él tenía unos cuarenta y cinco kilos de músculo encima de

ella y no tenía ninguna esperanza de poder moverle. “¡Joder, quítate de encima!”

Él sonrió y besó su garganta dejando que su lengua se demorara, lamiendo el punto en el que se
sentían los latidos de su corazón. “No, eso vendrá después, mi jequesa. Aunque eso no quiere decir
que no podamos divertirnos un poco aquí. ¿Nunca has querido unirte al Club de la Milla de Altura?”

Se quedó tan quieta como una estatua debajo de él. “Quiero irme a casa. No quiero ser reina como mi
hermana y sin duda, no he firmado para esto.”

“No, no creo que lo hicieras,” dijo él. “Ahora, voy a levantarme y tú no te vas a mover de esta cama.
Si lo haces, no van a gustarte las consecuencias.”

Ella asintió desde debajo de él. “No vas a hacerme daño, ¿verdad?”

“Hay algunos juegos que me gustan, fierecilla, pero nada de eso es relevante aquí o ahora. No te
arrojaré de nuevo a una cama si tú no huyes o intentas pegarme otra vez. ¿Te parece un acuerdo
justo? Seré civilizado mientras tú también lo seas.”

“¡No sé qué significa civilizado para ti en ese retrógrado y diabólico agujero del desierto del que
vienes, pero para mí significa que no se secuestran mujeres que van del trabajo a casa y se les atan las
manos!” dijo ella.

Él se puso de pie y le devolvió una sonrisa de suficiencia, mientras ella se ponía boca arriba.

“Bueno, fierecilla, cada familia tiene sus costumbres. Los hombres Yassin saben lo que quieren.

Vemos lo que deseamos y lo cogemos para nosotros. Definitivamente, tú eres algo que, sin más,
deseaba tener desde el momento en el que puse mis ojos en ti.”

“Bueno, no puedo decir que el sentimiento sea mutuo, imbécil.”

Él se encogió de hombros. “Necesitamos encontrar cosas mejores que hacer con esa boca tuya,
Amy.”

“Creo que tengo millones de cosas que puedo decirte. ¿Te he dicho que te vayas al infierno?”

Él se rio entre dientes. No le extrañaba que su primo estuviera embelesado por su hermana Alexis.
Tenía mucho carácter, era muy intensa. Suponía un desafío mayor que ninguno planteado por
cualquiera de las mujeres de su harem. Definitivamente, era una distracción que merecía la pena
frente a las preocupaciones de la guerra y el caos. Dvar se rio profundamente otra vez y se inclinó

sobre ella. No se dejó caer de nuevo en la cama o la aprisionó con su peso, simplemente se inclinó
sobre ella para besarla en los labios.

Amy cerró fuertemente los labios y no se movió bajo él. Eso no podía quedarse así, no si él tenía
algo que decir al respecto. Finalmente, estiró una mano y amasó su pecho. Lo notó suave y blando a
su contacto, de forma natural. Era pequeña y delgada, pero él adoraba la sensación de tener su
delicado pecho en la mano. Ya podía sentir como se endurecía el pezón a través del fino tejido de la
camiseta y el sujetador.

Dvar pasó su pulgar sobre su pecho y ella se estremeció, el pezón se endureció instantáneamente
debido a sus atenciones. Puso la boca en la oreja de ella. “No te plantees siquiera intentar morderme.”

“No lo hacía,” dijo ella, pero su tono era débil y titubeante. Había pensado en ello. Una vez más,
probaba que era una luchadora, una excelente cualidad par una jequesa, para una futura madre de la
dinastía Yassin. “No me gusta esto.”

“Tu pezón se ha endurecido con mi contacto” dijo él, enfatizando sus palabras con un movimiento
circular alrededor del pezón, disfrutando de cómo se sentía bajo sus esfuerzos. “Tu respiración se ha
convertido en jadeos irregulares. Joder, hasta se te están dilatando las pupilas. Estás más excitada de
lo que tú quisieras.” Enfatizó sus palabras besándola en los labios, dejando que sus dientes
mordisquearan la suave carne. No la hizo sangrar, nada tan dramático como eso, pero disfrutaba la
sensación de tener su labio, tan suave y vulnerable, entre los dientes.

Amy tomó aire bruscamente y se estremeció debajo de él. Sus párpados temblaban y ella lo evaluó,
con los ojos entrecerrados y expresión hambrienta a pesar de su enfado.

Él sonrió de nuevo y la besó, bajando por su garganta y yendo hacia su clavícula. Le rozó el hombro
con los dientes, disfrutando la forma en la que se estremecía al tocarla. Su mano todavía masajeaba su
pecho y él no podía esperar para sentir su calor rodeando toda su longitud, sentirse en casa al hundir
su carne dentro de ella. Pero para eso aún queda mucho tiempo, deja que te lo diga.

Nada es divertido si lo coges todo desde el principio.

Después de todo, ¿la paciencia no es una virtud?

Aun así, quizá disfrutar un poco más de diversión no estaría mal. Besó sus labios una última vez e
incluso permitió que su lengua invadiera la boca femenina, enroscándose con la de ella y luchando
por dominar el beso. Incluso entonces, ella se retorcía y luchaba debajo de él, como si ni siquiera un
beso fuera algo que Amy rindiera gratuitamente. Dios, ella estaba tan motivada y era tan testaruda
como él. Esto se iba a convertir en un duelo de voluntades que él no podía esperar a ganar.

Al besarla, hundió su firme dureza en sus caderas, prometiéndole mucho más cuando llegaran a casa,
a Jardania. Se puso de pie, sonriéndole. “Hasta pronto, fierecilla… ¿cuándo te volveré a ver?”
“¿Me dejarás ir, gilipollas egocéntrico?” exigió ella,

“No, tenemos que jugar, de verdad.”

1 N del T: Lebano, al igual que Jardania, son naciones ficticias cuyos nombres recuerdan a los países
reales, pero esta novela no refleja acontecimientos históricos ni actuales.

Capítulo Tres

No había mucho que ella pudiera hacer para sentirse más cómoda. Al menos, ya no tenía puesta la
capucha negra, que apestaba a aceite de pachuli, humo de cigarrillos y algo más. Amy apostaría que
era sudor…pero, por Dios, ¿a cuántas víctimas o almas asustadas y secuestradas habían forzado a
meterse en esa bolsa? Aun así, maniobró consigo misma para quedarse sentada, apoyada contra el
cabecero de ébano.

¿Para un avión? ¿En serio? Claro que si eres un jeque y tienes billones de dólares, ¿por qué no
malgastarlos?

Dejando salir un suspiro profundo y entrecortado, trató de no llorar. No era su estilo. Ella era mucho
más de gritar a la gente, dejándoles clara su opinión sin parar. Coño, golpear en la ingle a ciertos
jeques sabelotodo sonaba muy bien. Se quedó congelada, pensando en cómo se había pegado a ella,
su dura extensión contra su núcleo. Amy se estremeció y se dijo a si misma que no importaba lo que
sintiera, que lo que importaba era que Dvar la había secuestrado, la había robado de su vida y que
esperaría ciertas cosas de ella.

Y sin embargo, una parte de ella no estaba tan disgustada.

Estaba terriblemente aburrida y desanimada con su humilde vida en Boston.

Coño, se estaba congelando el maldito culo ahí fuera. Tal vez ella no pretendiera que la rescataran del
invierno siendo secuestrada y enviada a Medio Oriente y al desierto abrasador, pero cualquier cosa
probablemente sería mejor que la desolación que se había pegado a ella.

La sensación de su miembro pegado a ella, tan duro y preparado, la provocaba con su recuerdo, al
igual que la sensación de su pulgar, delicado pero intenso en su pezón derecho. Dios, no podía
mentirse a sí misma, no del todo, y no podía contarse a sí misma una bonita historia sobre la

nula atracción que sentía por Dvar. Ella lo encontró increíblemente guapo desde el momento en el
que entró en la cafetería, y su olor, la sensación del cuerpo de él presionando el suyo, todavía hacía
bullir su sangre.

¿Qué diablos no iba bien en ella?

Naturalmente, esos pómulos alucinantes, los ojos verde jade y los anchos hombros hubieran hecho
caer de rodillas a cualquier mujer heterosexual.

Esa era la parte que más la enfurecía de todo este lío. Todo lo que Dvar hubiera tenido que hacer era
pedírselo y ella hubiera viajado con él, habría estado interesada en él. Ahora, ella se sentía como si él
pensara en ella como en un juguete. Él la había conseguido y ahora esperaba que se comportara,
obedeciera y fuera la perfecta jequesa.

Bueno, pues podía ir olvidándose.

No iba a inclinarse por nadie, ni siquiera por un hombre tan sexy y, por lo visto hasta el momento,
con tanto talento como Dvar.

Mientras estaba allí sentada, sopesando las posibilidades que tenía de escapar si huía de ellos en la
pista del aeropuerto, la puerta se abrió y ella se encogió. Delante de ella estaba el hombre alto de pelo
canoso que más la había sujetado. Era Hakim, ¿verdad?

El hombre alto llevaba una bandeja cargada con cacahuetes, unos sándwiches y un refresco. Él se
inclinó un poco y dejó la bandeja en la cama, a su derecha. “Jequesa Amy, necesita comer.”

Ella puso los ojos en blanco y se inclinó hacia delante. “Tengo las manos un poco atadas a mi
espalda, Hakim. Es Hakim, ¿verdad?”

Él se inclinó de nuevo. “Si, mi jequesa. Ese es mi nombre. Bueno, entonces, aquí hay un pequeño
problema. Yo no estoy autorizado a desatarla. Podría escapar, incluso aunque eso resultara inútil y
estúpido al mismo tiempo.”

“Sí, entendido. No voy a despresurizar la cabina o algo así a más de veinte mil pies.”

“Y no sería muy adecuado para la jequesa hundir la cara en su comida,” dijo tímidamente, frunciendo
el ceño. “Llamaré a mi señor. El podrá ayudarle a atender sus necesidades.”

Ella se ruborizó, pensando en la forma en la que él casi satisface sus necesidades unos minutos

antes. “Por supuesto, no quiero pasar hambre. Quiero decir, no creo que lo esté, pero estoy
sorprendentemente hambrienta, Hakim.”

Él sonrió. “Creo que le corresponde a Dvar ocuparse de ello.”

Antes de que ella pudiera oponerse, el hombre se había ido. La dejó parpadeando debido a la gran
velocidad a la que salió de allí. Considerando que Hakim había sido enviado a capturarla, Amy se
preguntó repentinamente si había una razón para que él estuviera a cargo de hacer los trabajos sucios
para el jeque. Probablemente, era uno de los agentes mejor entrenados de Dvar, otro motivo por la
que ella ni siquiera tenía la esperanza de escapar. Ni siquiera si podía soltar las apretadas ligaduras de
sus muñecas y conseguía pasar una guardia de tres o cuatro enormes hombres desarmados, bueno,
todos más que competentes. No era como si tuviera un paracaídas de repuesto o la urgencia suicida
de sentir una caída en picado al océano desde una altura de varios cientos de pies (¿habría
tiburones?).

Todo eso la dejaba con los brazos atados y una bandeja llena de sándwiches que no se podía comer.
Ah, y un jeque más caliente que el infierno, pero que quería que ella estuviera a su completa
disposición. Y de eso ni hablar. Hablando del rey de Roma, Dvar se coló de nuevo en la habitación.

De nuevo, fue como si todo el aire se escapara de los pulmones de Amy. Nunca antes había visto a
nadie tan guapo en persona: los marcados ángulos de su rostro y sus pómulos altos, los labios
fruncidos, y, como siempre, esos ojos brillantes de jade que parecían ver y asimilar todo lo que
ocurría a su alrededor. El jeque era observador por encima de todo, eso era algo que Amy podía
sentir en los huesos.

“Tengo hambre,” dijo, levantando el mentón desafiante. Era un gesto inútil mientras estuviera atada,
no podía hacer daño ni a un gatito, pero la hacía sentirse mejor. Nadie iba a tomarla sin luchar, no
importaba que la pelea fuera con un par de golpes bien dados o puyas verbales. Ella no era una de las
chicas del maldito harén.

Dvar asintió y se sentó al otro lado de la cama. La bandeja se tambaleó, pero nada de lo que había en
ella se volcó debido al desplazamiento del peso. El jeque la sonrió y le pasó la mano por el pelo.
Amy se quedó quieta pero, francamente, le gustaba demasiado su cercanía como para tratar de

retirar la cabeza. Tampoco se sentía capaz de negarle el acceso. Al contrario, si le hacía enfadar, se
pasaría las diez horas de vuelta a Oriente Medio con el estómago vacío y no había comido mucho
durante su turno, precisamente. En ese preciso momento, seguirle el juego parecía la mejor
estrategia.

Sus grandes manos, extrañamente encallecidas – quizá no todos los jeques llevaban vidas fáciles y
lujosas – acariciaron su cabello y después acariciaron su mejilla. Ella tembló con ese gesto y,
probablemente, no fue su garganta la que emitió ese maullidito. Coño, ella nunca había maullado en
toda su maldita vida. Amy se negó a admitir que lo estaba haciendo en ese momento.

“Como ya he dicho, tengo hambre. Así que, oh gran y poderoso soberano, ¿qué vas a hacer al
respecto?”

“¿Qué te gustaría que hiciera, fierecilla?”

“Tengo sed,” dijo.

Él sonrió ampliamente, ella estaba segura de que esa expresión había llevado a otras mujeres a caer
de rodillas delante de él. Suplicando. El abrió el refresco de cola delante de él y bebió un trago largo.
Amy se lamió los labios viendo su nuez de Adán moverse en su garganta. Demonios, era tan patética
que incluso la visión de unas gotas del líquido ambarino que habían quedado goteando de su bigote y
su barba hacían que estuviera aún más húmeda. Genial, todavía estaba asombrosamente sedienta,
ahora de más de una forma.

Dvar se incline y la besó. Fue un beso largo y lento, con más suavidad de la que ella nunca habría
asumido que él fuera capaz. Sus anteriores acciones habían sido hambrientas y voraces, actos
codiciosos que solo querían tomar y dominar. ¿Y ahora? Ahora, estaba casi bañando cariñosamente
su lengua, abrazándola con la suya. Ella casi se rio por las cosquillas que le hacía con la barba. Su
lengua y sus labios eran dulces, sabían al refresco de cola, y todavía estaban un poco fríos.

“¿Menos sedienta ahora?” preguntó, su sonrisa diabólicamente amplia.

Ella bufó. “No exactamente, Casanova. ¡En realidad, me gustaría beber un poco de refresco!”

El asintió, tomó otro sorbo y se inclinó hacia ella. Amy vio por donde iba y le golpeó con el hombro.
“Buen intento. Pero tampoco soy un pajarito en el nido.”

Él tragó y se encogió de hombros. “Pero eres mi prisionera. He jugado antes a estos juegos.”

“Um, eeehhh, esto no es un juego al que estaré jugando pronto, en cualquier momento, mientras
tenga los brazos atados a la espalda,” señaló ella.

El asintió y abrió el otro refresco para ella, de forma que fuera su propia bebida.

Decididamente, ella agradeció mucho ese favor. Él puso la lata en su boca y dejó que el líquido se
deslizara por ella. Ella tragó vorazmente el refresco y, a pesar de sus esfuerzos, bañó su piel,
haciendo que quedara azucarada y pegajosa. Aun así, hacía horas que no bebía nada y el líquido frío
era todo lo que ella podía desear, apagando al menos uno de los tipos de sed que quemaban su
cuerpo.

Dvar retiró la lata de refresco y la puso en la mesa, a su lado, junto a la otra lata. “Creo que has
derramado un poco, fierecilla.”

“No puedo limpiarlo, precisamente,” dijo ella, sacando la lengua por la comisura de la boca y
esperando que fuera suficiente.

Él se inclinó hacia delante y comenzó a ayudarla, lamiendo la comisura de su boca, la punta de su


barbilla, incluso asegurándose de llegar al borde de su camiseta. Unas pocas gotas habían ido tan
lejos como para llegar a su expuesta clavícula y Dvar acarició lánguidamente la piel con la lengua en
ese punto. Ella se estiró lo mejor que pudo, lamentando todo el tiempo aquellas condenadas ataduras
en sus manos. Repentinamente, ella tenía muchísimas ganas de tocarle, de sentir los duros músculos
que ella apostaría que había bajo su traje – de otra forma, no le quedaría tan condenadamente bien – o
su pelo, oscuro y grueso.

“¿Todavía estás sedienta?” preguntó él, por fin, y ella añoró el contacto entre su piel y la lengua de él,
tan hábil y posiblemente demoniaca.

Ella sacudió la cabeza. “Pero aún estoy hambrienta. ¿Qué propone que hagamos al respecto, mi
señor?”

Él entrecerró los ojos. “No lo digas así.”

“Oh, lo siento,” dijo ella. “Quiero decir, mi seeeeñor. ¿Debería haberlo enfatizado más, amo?”

“Eres una insolente,” dijo él con tono bajo y peligroso. Tomó la barbilla de ella en su mano

derecha, entre el índice y el pulgar. Ella fue consciente justo entonces de cuánto más grande era él que
ella (lo que no era difícil) y cuánto más fuerte. Amy no podía mover la cabeza, ni siquiera un
centímetro, no importaba la fuerza con la que lo intentara. “Ahora,” dijo Dvar. “Inténtalo otra vez.

Pídeme la comida con el respeto que tu jeque merece.”

“Mi jeque,” dijo ella, moviendo las pestañas con coquetería. “Me encantaría que me alimentara con
cacahuetes y sándwiches. ¿Sería posible? ¿Sería mucho problema?”
“Mejor, pero no del todo,” dijo él. “Pero tenemos tiempo para pulirte hasta que seas la reverente
jequesa que necesitas ser.”

“‘¿Reverente?’ ¿Eso no es poner el carro delante de los bueyes?” preguntó ella.

“Jamás,” dijo, soltando su barbilla y cogiendo el sándwich.

Casi le olía a gloria de lo hambrienta que estaba, si no se equivocaba olía a mantequilla de cacahuete
y miel. Dvar lo cogió en sus grandes manos y, realmente, dio la impresión de que la maldita cosa
empequeñecía. Si no hubiera sabido que no era, habría asumido que era un mini-sándwich. Pero no lo
era. Espontáneamente, Amy se sonrojó pensando cómo serían de grandes otras partes de su cuerpo.
Desechó ese pensamiento. Su plan era sencillo: esperar a que aterrizaran, correr hacia el amanecer
por la pista de aterrizaje y encontrar una forma de llamar a su hermana para que la ayudara.

Fácil, sencillo.

Entonces, ¿por qué estaba fantaseando con la idea de quedarse aquí y dejar que sus grandes manos y,
ejem, otras cosas, hicieran lo que quisieran con ella?

Él se estiró e interrumpió sus pensamientos. Acercó la parte cortada del sándwich a sus labios y ella
lo mordió y es posible que se lamiera los labios y gimiera un poco más de lo que resulta apropiado,
solo un poquito. Seguro, el sándwich era bueno y la iba a ayudar a sofocar las llamas y el hambre que
rugían en su interior, pero no era exactamente maná caído del cielo. Sin embargo, ella disfrutaba
provocándole a su vez, tentándole. Ella podía verle moverse en su asiento, la silueta de su miembro
dibujándose a través del tejido de su pantalón de vestir. Sus ojos estaban entrecerrados, mirándola
con toda su atención, grandes pupilas rodeadas de círculos de jade.

“Ha sido increíble,” ronroneó, lamiéndose de nuevo los labios y riéndose por lo bajo de él,
anticipándose exageradamente al siguiente bocado.

Dvar lo acercó a su boca de nuevo y ella mordió entusiasmada, dejando que sus dientes rozaran su
dedo índice, sin morderle, no exactamente. “Cuidado, fierecilla.”

Ella tragó y se encogió de hombros. “¿Conoces la expresión americana “este gatito tiene zarpas”?”

“No, no me resulta familiar.”

“Bueno, pues te prometo que no solo tengo zarpas, sino también dientes bastante afilados. Es posible
que todavía quieras ser amable conmigo.”

El asintió y le dio otro bocado. El primer sándwich ya iba por la mitad y ella no estaba segura de si se
sentía aliviada o decepcionada. De todo lo que Amy estaba segura era de que la atención y los
esfuerzos del jeque la confundían. En parte, estaba asustada y frustrada, solo quería irse a casa tan
pronto como pudiera. Sin embargo, una parte más profunda y atávica de ella, algo primario y ajeno a
su mente racional... bueno… estaba tan dolorosamente húmeda, deseando que él llevara la situación
más lejos.

Le impactó darse cuenta de ello, pero, al mismo tiempo, la excitó.


Jesús, ¿qué le estaba pasando?

¿Había perdido completamente la condenada cabeza?

“¿Estás bien?” le preguntó él, con la preocupación tiñendo sus ojos color jade.

Ella le miró especulativamente. “¿Realmente te has preocupado en algún momento de mi


incomodidad? Has mandado como cuatro tipos a secuestrarme, tengo las manos atadas y estoy
asustada de lo que pasará si tengo que ir al baño.”

“Uno de los co-pilotos es una mujer, ella puede ayudarte.”

“Es un alivio,” dijo sarcásticamente. “Para ti soy solo una posesión y ambos lo sabemos.”

“Eres más que eso”, dijo él en voz baja, colocando de nuevo el sándwich en la bandeja y
recogiéndolo todo para llevarlo a la parte principal del avión, fuera de su habitación privada.

“Descansa esta vez, Amy. Cuanto más duermas, más rápido llegaremos a nuestro destino.”

“Y a mi esclavitud sexual… ¡no puedo esperar!”

Él frunció el ceño y giró la cabeza hacia ella. Dios, ¿el deseo era tan evidente en ella como en él? Era
obvio que la deseaba. Diablos, si hasta un ciego podría verlo. ¿Él podría adivinar que, al menos, parte
de su cuerpo traidor le deseaba también?

“Creo que me deseas más de lo que te quieres permitir, Amy. Ahora, que tengas dulces sueños.”

Ella puso los ojos en blanco después de que se cerrara la puerta e intentó ponerse cómoda en el
colchón. Sus brazos parecían llenos de agujas y alfileres, como si un millón de incómodas hormigas
la estuvieran mordiendo, debido a la falta de circulación. De todas formas, se encontró cayendo en un
sueño intranquilo. No porque no dejara de tener pesadillas en las que la capturaban y la torturaban,
Amy sabía que en su futuro no había nada tan drástico como barras o ahogamientos. No. En lugar de
eso, soñó con penetrantes ojos de color jade que la miraban situándose entre sus muslos y con el
anhelo que ardía en ellos.

Capítulo Cuatro

Se veían enormes pirámides por la ventana.

Se veían pirámides.

Su cerebro no lo estaba asimilando. Hacía menos de veinticuatro horas, estaba atrapada en el invierno
más frío del que había registros en Boston y ahora, Amy estaba de pie en la suite real del hotel Mena
House en El Cairo, Egipto, mirando por encima del campo de golf y directamente a esas fenomenales
pirámides. El rey Tut, maldiciones y momias antiguas, sabes, ¿no? Sí, esas pirámides.

Eran enormes, tan impresionantes que se sentía insignificante al estar cerca de ellas, como si nada de
lo suyo importara al compararlo con algo que había durado eones. La habitación era asombrosa,
también – un enorme cabecero de láminas de oro puro que eclipsaba incluso a la gigantesca cama, la
rica alfombra oriental en tonos bronce y rojo y el antiguo mobiliario, tapizado con las más finas
sedas. Le habían dicho que en el Mena House se alojaban celebridades y casas reales desde hacía
generaciones.

Amy lo creyó.

Registrarse en el hotel había sido interesante.

Ella había querido huir desesperadamente desde el momento en el que la sacaron del avión.

Para ser sinceros, lo había hecho, pero entonces Hakim – a quién ella había rebautizado como el
jodido Flash1 – la había atrapado y empujado con más fuerza de la necesaria al interior de la
limusina. Ella esperaba que aterrizarían en Jardania, para empezar de plano con el nuevo capítulo de
su extraña vida, en el que se convertiría en reina de una tierra completamente extraña. La última cosa
que había pensado que vería eran las señales indicando que había llegado a Egipto. Amy se
preguntaba si alguno de los primos de Dvar estaría actualmente de visita en el reino de Jardania.

Quizá su nuevo jeque no quería sufrir el escrutinio de su familia. Quizá él quería seducirla con unas
vacaciones en lo más antiguo del Mundo Antiguo. O, demonios, quizá él solo quería divertirse un
poco por su cuenta antes de volver a sus propias responsabilidades de gobierno. Amy no podía estar
segura.

En el vestíbulo del Mena House, Hakim todavía la sujetaba con una pistola con silenciador enterrada
discretamente en sus costillas. Habría sido a la vez suicida y estúpido pedir ayuda, así que Amy cerró
el pico. Ahora era la pobrecita Julia Roberts en Pretty Woman, contemplando una ciudad que nunca
había conocido, excepto en los libros de fotografías y con el lujo de la mejor suite del hotel
amontonado a su alrededor.

No tenía palabras.

Dvar tampoco parecía tenerlas. Estaba de pie, a su lado, y había pasado un brazo por su hombro. Ella
se tensó un poco ante el inesperado contacto, pero olía tan bien, a cúrcuma y a su propio almizcle, y
no pudo evitar sentirse atraída por eso también. “Es bonito, ¿verdad?”

Ella asintió. “No tenía ni idea. Sabía que eran grandes, pero no pensé… ¿cómo iba a ser capaz de
imaginarlo?”

“No puedes. Yo tenía siete años la primera vez que padre me trajo aquí en un viaje de negocios.

Fue increíble.” Se volvió y la sonrió. “Siempre es increíble.”

Amy tragó saliva. Él era bastante más alto que ella, probablemente treinta y cinco o cuarenta
centímetros más que ella. No era como si estuvieran mirándose a los ojos. Diablos, ella estaba
mirándole a su fuerte y amplio pecho, pero él la estaba mirando con esos encantadores ojos verdes, y
ella podía sentir que estaba cayendo de nuevo.

Se sacudió a sí misma. “Tengo que ducharme o algo. Estoy cubierta de sal de roca de Boston y arena
de El Cairo y es bastante absurdo.”
“Tienen duchas”, dijo, ronroneando. “Haré que te traigan algo de ropa. Eres demasiado hermosa para
seguir vestida como una barista.”

“¿Conoces la palabra?” preguntó, un poco sorprendida.

“He estudiado en Estados Unidos, en Harvard, durante un tiempo. No seas tonta. Además,

¿quién coño crees que inventó el café?” bromeó, dirigiéndose a la puerta. “A propósito, en caso de
que estés tramando algo, la habitación está en un tercer piso y dudo que intentar hacer una cuerda con
las sábanas de la cama te lleve muy lejos. Además, Hakim y Nasir hacen guardia a ambos lados de la
puerta. El teléfono no funciona. He pedido en recepción que lo desconectaran porque no quería que
me molestaran.”

Ella frunció el ceño. “¿Lo dices en serio?”

“Completamente, señorita Monroe. Eres mía ahora, y nunca te vas a escapar de mi – jamás,”

dijo, cerrando la puerta de golpe tras él al salir al vestíbulo principal.

Amy suspiró y probó el teléfono, solo por si acaso. Hacía tiempo que le habían confiscado su
teléfono móvil. Fiel a su palabra, el teléfono ni siquiera sonó, estaba completamente muerto, ni
siquiera daba tono al descolgar. Yendo hacia el balcón, echó un vistazo. Incluso aunque hubiera
sabido cómo anudar las sábanas de la cama para hacer una cuerda, seguiría estando demasiado alto.

Además, tenía la política de no basar sus planes vitales en cosas que hubiera visto en los dibujos
animados puesto que rara vez funcionaban, incluso para el querido y viejo Bugs Bunny.

Genial, hasta el momento sus brillantes planes o intentos de huida habían sido completamente
limitados o habían supuesto un fracaso absoluto. Aún peor, ella no era MacGyver. Diablos, debería
conformarse con ser su versión paródica, McGruber. Por el amor de Dios, si solo era una estudiante
que había dejado los estudios de postgrado, trabajaba como barista y estaba permanentemente
endeudada. No tenía ninguna esperanza de imaginar cómo escapar. No es que fuera una chica Bond,
precisamente.

Encogiéndose de hombros para sí misma, cogió las esponjosas toallas blancas que habían preparado
para ella y fue al baño. Era tan bonito como el resto de la habitación, con paredes de mármol y una
doble ducha con chorros de vapor. Todo resplandecía, rematado por lo que parecían ser también
hojas de oro, y asumió que estaba hecho solo para parecerlo porque otra cosa sería demasiado cara y
excesiva, incluso para comenzar a plantearlo. Entrando en la ducha, abrió el agua casi hasta
escaldarse y se quitó los mugrientos pantalones y la camiseta.

Cuando las primeras volutas de vapor empezaron a llenar la ducha, se metió en ella. Después

de tanto tiempo atada, estar bajo el agua parecía el paraíso, las gotas calientes cayendo sobre sus
entumecidos brazos, que aun hormigueaban. Tenía marcas, surcos y líneas rojas donde las
improvisadas esposas habían mordido su piel. No habían llegado a cortarla y en unas horas más,
tenía la esperanza de que nadie pudiera darse cuenta. Supuso que las cosas podían haber ido aun peor.

Joder, todavía estaba aterrorizada de que las cosas hubieran ido mucho peor. ¿Cómo era eso de los
sótanos del infierno?

Se imaginaba que ahí era donde ella estaba actualmente.

Pero en el infierno había bonitos accesorios, el hombre más sexy que hubiera visto jamás y duchas
lujosas. Era mejor que las viejas ideas que tenía ella sobre tridentes y pies de cabra. Aquí no había
lago de fuego, solo el ritmo constante de la ducha cuando el agua caía sobre ella, llevándose lejos el
dolor y el miedo acumulados durante el día.

Amy suspiró y apoyó la cabeza en el mármol. Estaba frío, en contraste con el calor de su piel o el que
se estaba acumulando en su interior. Dios, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Se volvió para coger
el dispensador de champú, entonces brincó hacia atrás. Dvar ya estaba allí.

En toda su gloriosa desnudez.

Debía haber entrado cuando ella había estado dejando que el agua se llevara toda la mugre de su
cuerpo.

Ella se lamió los labios ante la vista. Incluso aunque su corazón latía salvajemente, incluso aunque
alcanzó a cubrirse los pechos con los brazos y esconderle su desnudez, no podía quitarle los ojos de
encima. Era mucho más grande de lo que ella nunca podía haber imaginado y se preguntaba cómo de
ancho era. El traje escondía mucho de lo que había debajo. Tenía hombros anchos, una constitución
que parecía hecha para el fútbol americano o como quiera que se llamara su equivalente en el
extranjero. Se llamaba rugby, ¿no? Tenía una constitución muy poderosa, como si hubiera sido capaz
de construir las condenadas pirámides que se veían por su ventana simplemente con sus manos.

Su pecho estaba perfectamente cincelado, como el del David a partir del mármol. Ella tragó saliva
con fuerza mientras el agua se deslizaba hacia abajo por su torso y corría en riachuelos por las líneas
de sus abdominales, una perfecta tableta de chocolate, y se preguntó si el hombre vivía en el

gimnasio.

¿No se suponía que los gobernantes tenían que estar ocupados?

Seguro que el cuerpo del presidente de los Estados Unidos no se parecía en nada a esto.

Hombre, podría ser que fuera una estrategia pensada para mantener a Jardania feliz. Puede que las
mujeres ganaran una lotería de vez en cuando para degustar las delicias del jeque. Podría tener
mucho más sentido que cualquier otra cosa que él hubiera hecho en las últimas veinticuatro horas.

Decir que había caído a través del condenado agujero del conejo de Alicia en el País de las
Maravillas era un eufemismo que no sería divertido nunca más.

Aún corría más abajo el agua, hacia el camino de vello que llevaba a los oscuros rizos sobre sus
testículos. Su miembro surgía duro y apetecible de aquella mata de pelo delante de ella. Amy había
tenido algunos amantes en la Universidad, pero nunca había visto un pene tan grande. El tamaño no
era cómico ni pornográfico, pero el jeque no tenía nada de lo que avergonzarse, realmente. Eso
podía explicar parte de su …eeeemm… actitud prepotente.
“Yo…esto era privado,” dijo ella, encontrando finalmente su voz, aunque le sonó baja y metálica
incluso en sus propios oídos.

“¿Lo era?” preguntó él, acercándose, lo bastante cerca como para que su miembro se moviera arriba
y abajo y tocara el abdomen de ella. Ella se estremeció ante ese grado de intimidad, aunque no
necesariamente la odió. “Necesitas aprender, fierecilla, que nada es privado para mí – nunca más.” Se
acercó aún más a ella, su miembro duro y caliente entre ellos incluso cuando él acarició su mejilla.

“Eres mía.”

***

Dvar no estaba seguro de lo que estaba haciendo allí.

Su plan original había sido encontrar un atuendo adecuado para su nueva jequesa y darle algo de
espacio para que pudiera digerir los acontecimientos del día. Después, recuperó rápidamente el
sentido común. Él no necesitaba que Amy Monroe estuviera “de acuerdo” con nada. Aquí no había
regateo, ni negociaciones. Él no era ni tonto ni sensiblero como sus primos. Él era el Rey y el Jefe de

las Fuerzas Armadas de Jardania y tendría a Amy en cualquier momento que quisiera y, ahora
mismo, la quería húmeda y arrodillada.

Asi que envió a Hakim a por la ropa y volvió a la ducha. Amy estaba tan ajena a todo, inclinada sobre
la pared de mármol y apretando la frente contra las frías baldosas. Adoraba mirar, era un placer
infravalorado. Por supuesto, tomar lo que quería era una prioridad, pero puedes aprender mucho,
especialmente sobre un amante, observando cuando las personas son realmente ellas mismas.

Estaba retirándose los irregulares mechones de la frente. Ya le había ordenado que dejara crecer ese
condenado desorden. No era lo bastante regia todavía, no tenía la apariencia de una jequesa. Él había
visto la larga melena de su hermana, y sí, Amy estaría perfecta con una melena de cabello negro,
oscuro, rizándose naturalmente bajo sus hombros. Sin embargo, el resto de ella era increíble – su
diminuto cuerpo, sus pequeños pero atrevidos pechos con pezones rosa oscuro y sus largas y
flexibles piernas.

El momento de mirar había pasado.

Entró a hurtadillas y se entretuvo al verla mirándole. Se preguntaba si estaría mojada por algo más
que solo la ducha, si se sentía tan excitada sólo por verle como él se sentía por verla a ella.

Respiraba trabajosamente y él estaba hipnotizado por los suaves montículos de sus pechos, por la
forma en que subían y bajaban al jadear con cada respiración.

Ella era suya y, ya era hora de enseñárselo realmente.

Después de ese titubeante preámbulo, cruzó la distancia que los separaba y presionó su dureza contra
ella.

Oh, sí, era momento de empezar de verdad.


“Así que, fierecilla, ¿qué crees que voy a hacer contigo? preguntó, presionando su vara contra la
suave y tentadora carne de su abdomen. “¿Cómo piensas que voy a tomarte?”

Amy tragó saliva y sus ojos miraron a toda velocidad por la habitación, y él se preguntó si estaba
sopesando las probabilidades de poder escapar.

Él la alcanzó y sujetó sus manos detrás de ella, contra el frío mármol de la ducha. “No puedes
alejarte, no esta vez. Lo controlo todo, y solo te he preguntado qué creías que iba a pasar.

¿Follaremos como animales? ¿Te tomaré como decís en América “a estilo perrito”? ¿Alguna vez has
tenido sexo anal? ¿Debería hacerte pasar por una experiencia completamente nueva de esa forma?”

Él sonrió burlonamente. “Eres tan pequeña que quizá simplemente te levantaré y dejaré que me
montes, tus piernas alrededor de mi cintura mientras me zambullo en tu interior. ¿Qué quieres, Amy?

¿Qué necesitas?”

Ella forcejeó ante su agarre, pero él simplemente apretó los dedos alrededor de sus muñecas.

Probablemente apretaba lo bastante fuerte como para dejarle moretones, pero no le importó.

Necesitaba hacer esto, necesitaba que ella entendiera y aceptara el papel de jequesa y la primera regla
es que ella siempre debía estar disponible para su jeque. Ella viviría para atender en el momento sus
necesidades y las de nadie más.

No ahora.

Nunca más.

“Quiero que me dejes ir”.

“No, fierecilla,” dijo él, su erección frotándose contra ella. “No quieres.”

Él maniobró un poco, de forma que la sujetó ambas muñecas con una sola mano. Pasó los dedos de
su mano derecha despacio por encima de su pecho, por la hondonada de su estómago y por la suave
mata de rizos oscuros en el vértice de sus muslos. Eran tan delicados, casi como plumón. Él se
preguntó que otras sorprendentes suavidades le esperaban al explorar a su fierecilla.

Movió con cuidado los dedos entre sus muslos, probando. Ella apretó los muslos en un primer
momento y le fulminó con la mirada, sus ojos azules, tan parecidos a glaciares, mirándole fijamente
y rebelándose fieramente. Simplemente, se apretó más contra ella, dejando que su dureza hablara por
él.

“Déjame entrar, fierecilla. Es mucho más fácil de esa forma.”

“Yo…”

Él separó sus muslos y sintió humedad allí abajo, sintió su humedad empapando sus dedos y supo que
no había maldita forma de que toda la humedad se debiera al agua de la ducha. Oh sí, ella estaba tan
excitada como él. ¡Joder!, teniendo en cuenta como jadeaba al intentar respirar, Amy estaba

más que dispuesta para lo que iba a ocurrir. Pasó los dedos sobre ella con habilidad y después
también por encima de los suaves pliegues de su núcleo. Parecía terciopelo bajo sus manos, tan
increíblemente suave y tierno.

Amy se estremeció y por un momento, dio la impresión de que sus piernas dejaban de sostenerla.
Sólo las enormes manos de Dvar sujetándola la mantenían en pie para que no cayera delante de él.
Eso vendría después. Tenía mucho tiempo para tenerla de rodillas, su lengua pícara y juguetona
lamiendo la cabeza de su miembro. ¿Ahora? Ahora solo quería sentirla y después hacerla gritar de
placer, haciéndola olvidarse totalmente de América.

“Estás tan húmeda y preparada, fierecilla. ¿Para qué estás lista? ”

Ella seguía fulminándole con la mirada, pero parte de ella parecía estar lo suficientemente espabilada
para entender lo que él quería. “Para ti, te quiero a ti.”

El asintió. “Tienes toda la razón. ¿Vas luchar también por esto?” preguntó, moviendo su mano a
través de sus pliegues hasta el sensible punto nerviosos que protegían. Presionó su pulgar contra él,
moviéndolo bruscamente en círculos en el sentido de las agujas del reloj y ella dejó escapar un
gemido que viajó directo a la parte más primitiva del cerebro de él. Su miembro dio una sacudida por
su propia voluntad, y se desesperó de tal manera que tenía que estar dentro de ella.

Dvar no dijo nada, pero se movió de nuevo, envolviendo la cintura de ella con los brazos y se sintió
aliviado cuando ella no le golpeó ni le araño con las manos recién liberadas. El la levantó como si no
pesara nada y, francamente, su peso era prácticamente insignificante. Sus piernas de ella se
enroscaron alrededor de su cintura y él dejó que su erección se deslizara en su interior. Su entrada
era muy ajustada y estaba claro que, aunque probablemente no era virgen – quién lo era en esos días

– sí que había pasado un tiempo desde la última vez. La cabeza estaba justo en su interior cuando ella
siseó.

“¿Estás bien?”

Ella asintió y frunció el ceño. “Solo es que es más grande de lo habitual.”

Él se rio entre dientes y comenzó a besarle la garganta, dejando que se acostumbrara al tamaño.

Depositó besos por encima de su hombro y hacia abajo, en el pequeño hueco entre la clavícula y la

garganta. Demoró la lengua en el hueco de su cuello y después subió para mordisquear sus labios,
mordiéndolos ocasionalmente, disfrutando de la sensación de la carne atrapada delicadamente entre
sus dientes. Ella gimió y su miembro se agitó de nuevo, deslizándose más fácilmente en su interior al
crecer la humedad. Centímetro ardiente tras centímetro ardiente, se deslizó en ella sintiendo su calor
y su presión, la estrechez de su canal, casi como si le estuviera masajeando mientras él empujaba su
erección más profundamente en su núcleo.

Por fin, ella estaba en la posición adecuada y él podía sentir como había entrado totalmente en ella.
Dvar sonrió con satisfacción a los brillantes ojos azules. “Parece como si encajáramos
perfectamente, fierecilla.” Movió las caderas tentativamente, y ella clavó las uñas en su espalda,
penetrando en su piel con la perfecta mezcla de placer y dolor. “Y ahora, ¿cuáles son las palabras
mágicas?”

Ella frunció el ceño mirándole. “¿Abracadabra?”

Él movió sus caderas justo un milímetro, provocándola a ella tanto como a sí mismo. Le llevó más
auto-control del que él pensaba que tenía. Estaba desesperado por tomarlo todo de ella, sentirse entrar
profundamente en ella con necesidad y urgencia animal. Sin embargo, había un juego en marcha. Él
quería que ella suplicara, quería que se lo pidiera. Iba a terminar con su sarcasmo y su oposición
incluso si se moría de deseo allí mismo.

“¡Maldita sea! ¿No será “Ábrete Sésamo”?”

Él empujó hacia de nuevo hacia ella y se rio mientras ella gemía y se estremecía con sus mínimos
esfuerzos. “Definitivamente, creo que ya está abierto, fierecilla.”

“Uff, entonces… ¡por favor!”

“Por favor, ¿qué?” la provocó, hacienda que su voz sonara baja y gutural, como un ronroneo.

“Por favor, Dvar, sólo fóllame.”

“No, ese no es mi título y tú lo sabes.”

Ella corcoveó contra él, pero él sabía que ese patético intento por conseguir fricción no iba a saciarla
durante mucho tiempo. “¡Por favor, mi jeque, por favor!”

El asintió, sin necesidad de continuar enseñando y provocando. Comenzó a moverse en serio,

sus caderas encontraron su propio ritmo frenético contra el de ella. Empujó en su interior, su
miembro encerrado en ella, sintiendo que sus músculos comenzaban a ondularse y moverse
alrededor de él. Sus jugos fluían ahora libremente, haciendo que sus movimientos fueran más
sencillos. Sus uñas se clavaban en su piel, sus pechos suaves y elásticos se apretaban contra su pecho.

Amy acercó los labios al hombro de él y empezó a saborearle, besándole, pasando su lengua por
encima, rozando la sensible piel con los dientes. Su pene se movió con excitación y eso le hizo
bombear más firmemente, con un ritmo aún más frenético. Ella gemía sobre él, sujetándose a él
como si temiera por su vida, como si él fuera un condenado toro en uno de esos rodeos americanos o
un potro salvaje.

Demonios, quizá lo era.

Entonces lo sintió, el espasmo en sus pelotas, la sensación de tirón en la boca del estómago. Él se
corrió, disparando su semilla en el interior de ella, sintiendo que su esperma se mezclaba con el flujo
de ella y el agua, ahora fría, de la ducha. Pero mantuvo el ritmo lo mejor que pudo incluso aunque él
continuaba estremeciéndose – ella no había sentido el mismo alivio todavía.

Él era el jefe y podía mostrarse despiadado, pero todavía era un jeque que deseaba complacer.
Puso una mano entre sus cuerpos y toqueteó su clítoris incluso cuando ella enroscó sus piernas con
más fuerza en torno a su cintura. Sus diestros y callosos dedos dibujaron patrones semicirculares
mientras sus caderas subían a encontrar las de ella. Era hábil, desordenado e incluso violento, pero la
pasión entre ellos volaba feroz y libremente.

A él le encantaba.

Ella se corrió, por fin, gritando su nombre y una colección de maldiciones que le impresionaron. No
la había oído gritar de esa forma ni a sus guardias, y él pensaba que les había llamado de todo
excepto “hijos de Dios” el día anterior.

Amy terminó y finalmente cayó sobre su hombro y, aunque él estaba cansado, sabía que tendría que
bajarla más pronto que tarde.

Él besó sus parpados cerrados. “Bienvenida al Medio Oriente, mi jequesa. Bienvenida a casa.”

1 N. de la T.: Flash es un superhéroe ficticio que aparece en cómics estadounidenses publicados por
DC Comics. Posee súper-velocidad, lo que le hace correr y moverse extremadamente rápido.

Capítulo Cinco

Finalmente, Amy pudo terminar su ducha después de lo ocurrido. Espera, ¿qué había ocurrido?

Bueno, no, sabía qué había ocurrido. Lo que había pasado era el sexo más alucinante que había tenido
en su vida. No era un misterio. La parte que a ella se le hacía tan rara, tan inesperada, es haberse
sometido a todo sin cuestionarlo, haber sido absolutamente complaciente. De acuerdo, puede que no
absolutamente complaciente. Dvar era mucho más grande que ella, tenía la constitución de un maldito
jugador de fútbol americano, y no hubiera sido capaz de hacerle nada que él no hubiera querido,
obviamente. Después de todo, el hombre le había sujetado los dos brazos con solo una de sus anchas
manos. La única elección real que se le había ofrecido en la ducha había sido elegir la postura. Aun
así, quizá podía haberse resistido un poco más. Ella no iba a casarse con ese hombre, no iba a ser su
maldita jequesa, o esclava sexual o cualquier otra cosa que él creyera que iba a ocurrir.

Naturalmente, mientras terminaba de lavarse con fuerza, dejando que el agua resbalara entre sus
muslos, Amy podía sentir el calor extendiéndose por su vientre, el placentero estirón de la
comodidad y la saciedad. Su núcleo todavía cosquilleaba y, sinceramente, sabía que a una gran parte
de ella nada le gustaría más que quedarse allí, bueno, en su país, Jardania, y ser su reina.

Él sabía cómo llevarla a cumbres del placer que ninguno de sus torpes compañeros de estudios la
había llevado jamás.

¡Por el amor de Dios!, si era como un maldito dios griego enviado directamente para ella.

Pero él no había preguntado, maldita sea, solo se la había llevado rápidamente a otro mundo,
ignorando cualquier plan de vida que ella pudiera haber hecho. Bueno, su mayor plan parecía
implicar salir a flote con dificultades mientras continuaba sirviendo cafés, pero ese no era el tema.

Ella no era Alexis, no era su hermana, tan fácilmente influenciable o engañada por el extraño
síndrome de Estocolmo. No iba a ser fácil para este jeque, no importaba como de fantástico hubiera
sido el orgasmo.

Suspirando, salió de la ducha y se secó. Prudentemente, se puso el grueso y esponjoso

albornoz. No había razón para pensar que Dvar no iba a estar fuera, esperándola, y no quería darle la
impresión equivocada de que estaba lista para el maldito segundo asalto. Bueno, sí que lo estaba, pero
no necesitaba que él lo supiera. Fuerza de voluntad, eso era todo lo que necesitaba. Necesitaba solo la
fuerza de voluntad suficiente para pasar por todo hasta que pudiera alertar a su hermana, o a la
Interpol, o a quién fuera.

Cuando entró al dormitorio principal, puso los ojos en blanco. Su instinto no se había equivocado y
Dvar estaba holgazaneando en un lado del grandioso colchón, mirándola con un deseo salvaje. Al
menos estaba vestido con un par de pantalones lisos de lino y una camisa blanca, también de un tejido
ligero. Ella frunció el ceño al verle.

“¿Qué?”

“Esperaba, no sé, ¿una chilaba y un pañuelo en la cabeza, quizá?”

“A veces, prefiero vestir a la manera occidental. Me he educado en América, fierecilla, y pensé que
esto podría ponerte las cosas más fáciles.”

Ella resopló. “Porque tu elección de vestuario me hace sentir mucho mejor ante la idea de ser una
esclava sexual.”

“Vas a ser la jequesa, una reina. Estás lejos de ser solamente una incorporación a mi harén.”

“¿Tienes un harén?”

“Oh, sí, pero quizá deje de lado a la mayor parte de él. Tienes un polvo bastante irresistible, señorita
Monroe.”

Ella tragó saliva y se obligó a no pensar en su propio deseo y necesidad de él. “Bueno, lleva
cualquier cosa. ¿Qué se supone que tengo que ponerme yo?”

Él sonrió con suficiencia e hizo un gesto hacia los pies de la cama. Allí había un ropaje diáfano, del
color rosa del algodón de azúcar. No era tan grueso y pesado como los burkas oscuros que había
visto en las noticias o incluso, cuando visitó el reino de su hermana, pero aun así, cubriría su cuerpo
haciéndole parecer un paquete. Frunciendo el ceño, se acercó y lo cogió. El caftán rosa se
transparentaba.

“No puedo salir así.”

“Oh, no tienes que ponerte solo eso,” dijo, moviendo la sábana. Bajo ella, había un traje de dos
piezas. Un conjunto color lavanda de pantalones árabes (le vinieron flashbacks de los vídeos
musicales de M.C. Hammer) y un top cruzado con auténticos cristales tallados y brazaletes colgando
de él.” Me sentí creativo en uno de los mercados cercanos. Cumple bastante con el estereotipo, pero
hay tantas chicas americanas que siempre habían querido ser como aquella princesa en la película de
Disney que creí que te haría gracia.”
“Quieres decir que incluso fuera de Jardania quieres que haga el papel de la chica tontita del harén.”
Ella miró desafiante a la cama y cruzó los brazos sobre el pecho. “No hay forma de que yo me ponga
nada de eso, de ninguna de las maneras.”

Él se encogió de hombros. “Entonces verás las pirámides de Guiza con tu mejor albornoz o desnuda.
No me importa. Con el calor que hace en este maldito sitio, quizá aciertes si vas desnuda. Sin
embargo, no creo que te guste mucho, fierecilla. Pareces un poco más modesta que eso, aunque eres
bastante escandalosa.”

“¡No puedes hablar en serio! No puedo salir vestida como la maldita Princesa Jasmine.”

“Oh, sí que puedes y lo harás, así que ponte en marcha,” dijo él, saltando de la cama y saliendo de la
habitación.

Amy sacudió la cabeza y empezó a ponerse encima aquella maldita gilipollez. Si iba a estar atrapada
aquí, al menos necesitaría algo de ropa, incluso aunque esta no dejara absolutamente nada a la
imaginación.

***

Dvar le dirigió a Amy una sonrisa de suficiencia cuando tomó el brazo que le ofrecía. Detrás de
ellos. Hakim y Nasir montaban guardia. “Estás espléndida.”

Pasó la mano por encima del estómago de ella, su delgada cintura quedaba realzada por el cinturón
dorado de los pantalones. Estaba mucho más hermosa que cualquier chica que él hubiera visto jamás,
sobre todo por ese carácter ardiente que estaba deseando domesticar. Quizá estuviera

teniendo suerte en esa batalla. Al final, se había puesto la ropa, después de todo. Eso ya era algo.

“Me siento como si hubiera salido de Las mil y una noches.”

“Entonces puedes ser mi propia Sherezade. ¿Qué historias vas a narrar para mi esta noche, cariño?”

“El cuento del jeque que no entendía en qué momento dejaba de controlarlo todo,” resopló ella.

Él se rio. “Esa no me interesa mucho. Disfrutaré más escuchando tus fantasías más ocultas, señorita
Monroe.”

Las pálidas mejillas de Amy enrojecieron en un bonito escarlata que destacó sus finos pómulos. Oh, a
esto sí era divertido jugar con ella. Le sorprendió. Era tan arisca, incluso durante el tiempo que la
estuvo observando, incluso en el trabajo, donde parecía que casi todo el mundo la molestaba. Coño,
si había pasado casi todo el tiempo que habían estado juntos insultando o amenazando (de forma
bastante poco eficaz) a sus hombres. También tenía un lado más tierno y frágil y él quería explorarlo.

Diablos, ¿a quién quería tomar el pelo?

Él quería explorar cualquier cosa que Amy le pudiera ofrecer.

“También necesito recordarte,” dijo él, “que Hakim y Nasir son expertos en sus trabajos. Son unos
guardaespaldas maravillosos y los mejores tiradores de Jardania. Si piensas en escapar o en alertar a
alguien, dispararán.”

“¿Hablas en serio?”

El sacudió la cabeza. “Fierecilla, hay balas de goma para control de multitudes o una pistola eléctrica,
una taser, en caso de necesidad. Así que puedes elegir tu veneno. Pero no intentes ser una heroína. No
hay nada de lo que huir excepto lujo y sexo increíblemente bueno. Muchas mujeres matarían por estar
en tu lugar,” le dijo, con una sonrisa de superioridad mientras cogían el ascensor para bajar dónde
les esperaba la limusina. “Después de todo, me suelen considerar uno de los solteros más ricos y
deseables del mundo.”

“Bueno, puede que yo no quiera hacer nada con el dinero del petróleo de los Yassin”, dijo ella,
apretando la mandíbula.

Las puertas se cerraron y él trató de ignorar la forma en que Hakim se situó más cerca de él.

Dvar estaba bastante convencido de que, a pesar de sus palabras y su tono, Amy no iba a empezar a
pegarle o cualquier otra cosa potencialmente dolorosa. Bastante seguro.

“Entonces creo que ya estás bastante atada por el sexo.”

“Eres un cerdo.”

“Te gusta,” dijo él simplemente.

El viaje en ascensor fue corto, como lo fue la transición a la limusina, sin ningún contratiempo.

Hakim y Nasir se sentaron delante, y él, en la parte de atrás con Amy.

“Lo has hecho bien,” dijo. “Mira, si simplemente estás callada y dejas que todo vaya ocurriendo,
entonces disfrutarás del estilo y las maravillas de El Cairo. La ciudad entera está a nuestra
disposición. Puedes tener cualquier cosa que quieras, ya sabes, simplemente necesitas pedirlo.”

Ella le lanzó una mirada asesina y se puso un mechón del flequillo detrás de la oreja. “¿Sería posible
que me dieras un teléfono móvil? Creo que eso me encantaría.”

“No, y sabes que no vas a comunicarte con nadie durante un tiempo, durante el periodo de
adaptación.”

“Eso es un eufemismo,” resopló ella. “Las pirámides no pueden estar tan lejos. Puedo verlas desde
nuestra terraza.”

“Es verdad,” dijo él, estirándose y poniendo un brazo sobre su hombro.

Amy se puso tensa, pero entonces él vio como miraba a Nasir, que a su vez la miraba fijamente a ella.
Era un guardaespaldas bastante bueno, después de todo. Ella se relajó, y es posible que por fin
estuviera penetrando en su dura cabeza la idea de que no había necesidad de luchar más contra esto,
que esto era lo que su vida estaba destinada a ser.
“Es agradable, al menos,” masculló, mientras la limusina rebotaba en la polvorienta carretera del
desierto dirigiéndose hacia las pirámides arrastrándose por la arena. Ahora tenían que cambiar a
camellos y así atravesar la gruesa arena, pero aún les quedaban unos minutos de camino todavía. “No
había estado nunca antes en una limusina.”

“Asumí que lo habías hecho, con tu hermana.”

“No he visitado tanto a Alexis. No había estado nunca antes en una limusina. Nunca antes había sido
una chica que frecuentara ambientes de lujo.”

“¿De verdad?

Ella bufó. “¿No has intercambiado notas con tu primo Farzad sobre nuestra familia? Mi padre
abandonó a mi madre cuando yo tenía unos ocho años y desde entonces fuimos muy justos para todo.

Alexis pidió todos los créditos del mundo para pagarse los estudios de leyes. Ahora ya no importa,
pero hemos hecho muchas cenas a base de comida precocinada barata y hemos pasado muchas
Navidades recibiendo calcetines y útil ropa interior porque no teníamos dinero extra para juguetes.”

“Oh.”

“Exacto, y ahora soy barista, así que me las arreglo pero no voy a galas ni monto en Hummers
estirados, ¿sabes?”

El asintió y apenas pudo encontrar las palabras que quería decir. Había estado intrigado por el valor y
la belleza de Amy las pocas veces que la había espiado cuando visitaba el palacio de su primo.

Había estado más fascinado y seguro de que la quería cuando él y su equipo la habían acechado la
última semana en Boston. Sin embargo, puesto que su hermana era abogada, siempre había asumido
que venían de una familia con dinero. Sinceramente, el hecho de que su infancia pareciera tan dura y
solitaria, le dejó totalmente impactado.

“Siento que tu padre…”

“Mi padre,” le cortó, “es un enorme imbécil. Ni siquiera vino a la boda de Alexis porque a su nueva
esposa no le apetecía viajar. Tenía una crisis de la mediana edad, se largó hacia ninguna parte y de
vez en cuando enviaba una felicitación de cumpleaños, normalmente en la fecha equivocada. Era, y
continua siendo un tremendo idiota.”

“Sin embargo, iba a decir que entiendo el sufrimiento de crecer sin padre.”

Ella frunció el ceño. “¿Qué?”

“Mi padre murió en una batalla justo cuando yo tenía doce años. Era general, como yo, y se tomaba
sus deberes para con el pueblo de Jardania muy en serio. Algunos jeques solo planean la

estrategia, pero él sentía que era su deber participar activamente en la batalla para proteger a sus
ciudadanos. Uno de esos condenados perros lebaneses le disparó.”
“Lo siento.”

“Fue hace bastante tiempo, en realidad, bastante más que bastante,” dijo él, suspirando.

En ese momento, su mano se dirigió al bolsillo de sus pantalones. Llevaba la medalla más preciada
de su padre con él dondequiera que fuera. La luna creciente de plata era el símbolo de su elevado
rango en el ejército antes de su muerte, según la costumbre de Jardania. Dvar se sentía anclado a ella,
le mantenía unido a un padre al que se le hacía difícil recordar adecuadamente. Los recuerdos se
habían difuminado, claro, después de casi dos décadas, pero él temía ver todavía a su padre con los
ojos inocentes de un niño. No recordaba al hombre que había sido y solo deseaba haber tenido
tiempo para rodas esas conversaciones que se supone que se tienen entre padre e hijo – esas que le
hubieran servido de guía para ocupar el trono. Algunos días, no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo.

Está bien, la mayor parte de los días.

Siempre le había parecido que si hubiera conocido a su padre, habría hecho todo mucho mejor.

“¿Has sido jeque desde los doce años.”

Él asintió. “En cierto modo. El título ha sido mío desde entonces, pero hasta que cumplí los veintiuno
un consejo de generales gobernaba el país, No hubiera sabido hacerlo solo. Pero durante los últimos
once años, sí, he estado oficialmente a cargo de Jardania y he trabajado para ayudar a mantenerla a
salvo. Algunos días, casi parece imposible. Pero ya hemos tenido suficientes cosas deprimentes por
hoy, señorita Monroe. Así que dime, ¿qué piensas de las limusinas?”

Ella le sonrió. “El cuero es súper-suave, la cosa más alucinante que nunca he sentido. Desearía tener
suficiente dinero para montar en esto todo el tiempo.”

Él se rio mientras empujados hacia atrás y luego hacia delante. Acercándose rápidamente, abrió su
puerta antes de que pudiera hacerlo Hakim. Después de todo, Dvar podía ser un caballero en algunas
situaciones. Se le abrió la boca ante su ofrecimiento, y él pensó que tendría que ser cortés más a
menudo. A ella le realmente le atraía. “Amy, tu carruaje aguarda.”

Ella miró al camello y la modesta tela a modo de, bueno, montura no era precisamente la mejor
palabra, pero tendría que serlo. Quizá montar era el mejor eufemismo. “Tienes que estar
bromeando.”

***

“Guau,” dijo ella. Él adoraba mirarla.

¿No era extraño? Con la mayor parte de su harén, el necesitaba sentirlas tocándole para sentir sus
cuidados y su deseo. También quería eso de Amy desesperadamente, pero también estaba contento de
observarla, de ver la alegría y la intensa curiosidad extendiéndose por su cara. Oh, diablos. Dvar
podría ser completamente honesto sobre cualquier cosa. A veces era un amante completamente
egoísta. Con Amy, sin embargo, ya se había encontrado jurándose a sí mismo darle a ella todo el
placer que pudiera, todo el tiempo mientras pudiera ver el brillo en sus ojos de zafiro, el asombro en
su mirada.

Él asintió mientras tomaba su mano. Estaban adentrándose en el túnel que conducía a la cámara
interior de una de las pirámides. Él había estado más de una vez anteriormente y sabía que aquí había
riquezas y joyas. Por otro lado, ya no había moho tóxico, como el que había atacado a la excavación
original de Tut realizada por Carter, ni nada tan estúpido como las maldiciones. Pero Dvar podía
apreciar que para los no iniciados había algo alucinante en estar en los túneles y cuevas que habían
estado selladas y ocultas durante miles de años.

Amy definitivamente estaba intrigada por todo esto, puesto que agarraba su mano con más fuerza y
sostenía su linterna.

“¡Esto es alucinante!” exclamó ella mientras respiraba profundamente, como para calmarse. El guía
les había parado y estaba explicando el protocolo del enterramiento cuando se pararon en una parte
del túnel que él podría decir en la tenue luz que iba a ensancharse mucho. “No he viajado mucho,
tampoco, aparte de para ver a Alexis o mi sobrino, Farid, obviamente.”

“Esto es solo el principio, fierecilla,” dijo él, pasando una mano por la delicada piel de

porcelana de su cuello y disfrutando de la forma en que ella se estremeció bajo su caricia.

“Así que lo dices y… ¡guau!” dijo ella, cuando entraron en la cámara del tesoro de la tumba.

La única cosa que quedaba allí ahora era el sarcófago con la parte de arriba retirada.

Normalmente esto no era parte de la visita, pero él había pagado generosamente para que ella pudiera
mirar dentro un momento para ver la momia en su interior. Si no, nunca debería haber estado
expuesta al aire. Pero las reglas podían romperse con la adecuada cantidad de influencia – él siempre
lo había creído.

Amy dio la vuelta al gran ataúd de piedra, en el que aún eran visibles los jeroglíficos y las brillantes
pinturas de Anubis. Dentro, el marchito cuerpo no era exactamente una vista inspiradora, pero ella se
inclinó hacia delante todo lo que le permitió el guía. Era como si todo su maldito cuerpo estuviera
vibrando mientras ella daba saltos arriba y abajo sobre las puntas de sus pies. Si él hubiera sabido que
interesándose por su historia personal se iba a relajar tanto, lo habría hecho incluso antes.

“¿Cuánto tiempo ha estado aquí?”

“Ramsés III fue enterrado unos tres mil años antes de Cristo”, explicó el guía.

Ella sacudió la cabeza. “¿Cinco mil años? Esto es tan abrumador, no puedo ni siquiera empezar a
entenderlo. Es flipante.”

Él sonrió abiertamente y caminó hacia delante, tirando de ella hacia él. “Bueno, entonces,

¿quién sabía que podías estar tan entusiasmada con los muertos?”

Ella resopló y, quizá no se había dado cuenta siquiera, pero la señorita Monroe claramente se estaba
metiendo bajo su piel. Ah sí, esas defensas – esa maldita testarudez – se estaban derritiendo
rápidamente. “Es simplemente surrealista. Solo había visto esto en la televisión y en los libros de
texto. Es como si todo lo que he visto en el National Geographic estuviera realmente aquí y,
simplemente, es mucho más brillante e interesante que Boston.”

“Son un montón de cosas,” dijo él, acercándola a su pecho. “Vamos, si la momia te ha emocionado,
entonces imagina como te sentirás viendo los tesoros.”

***

Era un país diferente y una cultura diferente, pero Amy estaba convencida de que quizá algunas cosas
permanecían constantes en las tierras del desierto. Después de todo, mientras caminaban a través del
museo, examinando todos los artefactos en exposición procedentes de la tumba del Rey Tut, estaba
convencida de que daba igual si era un rey egipcio de hace milenios o un barón del petróleo actual, el
amor por el lujo ostentoso era una constante. Aquí, todo era de oro. Había sillas hechas de oro,
estatuas de oro de águilas y de panteras, los símbolos del cayado y el cetro, también hechos de oro.
Oro por todas partes. Era suficiente para casi conseguir que una chica quisiera mostrarse sarcástica
sobre el toque de Midas.

Pero eso no era todo. La colección estaba más que completa, además.

Pasó por una urna de cristal de exposición y se sorprendió ante los vasos canopos. Al menos, así era
como la pequeña etiqueta los llamaba. Al leerla con más detalle, le cambió la cara. Estas sencillas
jarras de piedra coronadas con cabezas de oro de diferentes seres, desde chacales a monos, pasando
por halcones, contenían lo que quedaba de los órganos extraídos y desecados del rey niño de la
Antigüedad.

“Uff, ¿así que esto es todo lo que queda después de todo?”

Dvar se rio entre dientes detrás de ella. Curiosamente, estaba empezando a adorar ese sonido.

Disfrutaba el intenso ruido que salía de su pecho, lo adoraba aún más si él estaba cerca de su oreja,
haciéndole cosquillas y tentándola con su aliento. Notó calor en su estómago y, de pronto, su ropa
interior quedó espantosamente mojada. ¡Por Dios!, el jeque era el sexo personificado, ¿o no?

Cerró los ojos y respiró profundamente unas cuantas veces. Amy no estaba interesada en ser
agasajada con banquetes y en hacer excursiones VIP. No era lo que ella quería. Ella quería volver a
casa, de vuelta s su vida aburrida en un bonito apartamento pequeño como una cajita sin que le
ocurriera nada interesante en absoluto. Ella quería su libertad y poder elegir. Realmente no le
importaba que estar de vuelta sola en los Estados Unidos significara volver a su vida sirviendo café.

Lo que significaba era que él no estaría tomando decisiones por ella, dictando órdenes que podían
cambiar la estructura de su vida para siempre.

Había dejado que le pasara antes.

Su padre lo había hecho, largándose un día y dejándola.

Nunca permitiría que le volviera a ocurrir.


Dvar se rio por lo bajo de nuevo, su clítoris palpitó y Amy trató de evitar que el deseo se extendiera
en su interior. “A veces así es, pero considerando que estamos viendo tres salas repletas de las
riquezas con las que fue enterrado y lo tremendo que es el sarcófago no creo que sea tan malo.”

“Lo que quiero decir es que, al final de sus días, de Tut todo lo que queda cabe en unos cuatro vasos y
está vendado en un gran y extravagante ataúd”, dijo, volviéndose hacia Dvar con el ceño fruncido.

Él se encogió de hombros. “Es un ataúd forrado de oro, y es uno de los tesoros más famosos del
mundo. Ser famoso puede ser una meta. Simplemente, podía haber muerto a los dieciocho y no
desarrollar muchos de sus méritos, pero lo que importa es ser alguien recordado por la historia.”

Ella frunció el ceño. “¿Tu padre tiene monumentos en su honor?”

El asintió y pareció crecer ante la pregunta. “Hay un pilar de mármol en su honor en los jardines.
Padre era mucho más que impresionante. Está en todos los libros de historia de Jardania, como lo
están mi abuelo y mi bisabuelo, todos ellos grandes líderes.”

“Y hasta ahora, ¿tú que has hecho?” preguntó ella, endureciendo el tono. Tenía que hacerlo así.

Si se lo permitiera, se enamoraría de Dvar y nunca más volvería a tener su propia voluntad o a ser
libre de nuevo. “¿Secuestrar a una chica y esperar a que tus primos te ayuden a resolver la crisis por
la invasión de Lebano?”

“Es una situación política escabrosa. Se rumorea que tienen armas nucleares. ¿Qué me sugieres que
haga? Tenemos que pensar antes de hacer las cosas, y no soy un secuestrador de mujeres. Puede que
te sorprenda, pero las chicas del harén están allí como invitadas y han pedido ser incluidas en él.

Ellas saben lo que significa.”

“¿Y qué significa?”, exigió ella, rodeándole, con las manos en las caderas y la barbilla levantada,
apuntándole. “¿Qué podrían querer de una vida como esa?”

“Es una oportunidad. Se envía un estipendio a su casa, a sus familias, y a mis chicas no les falta de
nada. Tienen todo lo que desean.”

Se estaba inclinando más hacia ella y le abofeteó con fuerza en la mejilla. “¿Entonces son tus putas?
De forma bastante literal, también. Yo no soy así y no voy a convertirme en tu puta. Puedes olvidarte
de ello. Solo porque no tengo mucho dinero y me crie bastante pobre… Tengo demasiado respeto
por mí misma como para caer en eso.”

Él se frotó la mandíbula y la cogió con rudeza por el codo. A ella se le puso el corazón en la
garganta y se dio cuenta de que le había pegado muy fuerte. Hakim y Nasir ya corrían hacia ella, con
las manos en los bolsillos de sus chaquetas. Dvar sacudió la cabeza.

“No, la señorita Monroe y yo tenemos algo que resolver. Ven conmigo, fierecilla. Sin duda, la
disciplina es muy importante.

Diciendo eso, la sacó de la sala hacia un pequeño vestíbulo lateral del museo. Estaba oscuro y olía a
moho, y ella se imaginó que algunas veces se había utilizado como almacén improvisado,
especialmente por las cajas de cartón dispersas alrededor y cercanas a ella.

“Eso no ha sido inteligente,” dijo él. Apretaba los dientes y sus ojos de jade ardían. “No debes dejar
por tonto a tu jeque.”

“Tú no eres mi jeque”, atacó de nuevo, incluso ahora incapaz de postrarse totalmente ante él.

Hubiera sido más inteligente hacerlo, o pedir protección o pedir perdón, o cualquier otra cosa. Ella
nunca había sido una chica lista. Las mujeres Monroe siempre dicen lo que se les pasa por la cabeza.

“Eres mi maldito secuestrador y eso no lo voy a olvidar nunca.”

Él asintió y la empujó contra una pared. Sus manos quedaron con las palmas apoyadas contra la
pared. “Entonces, necesitas ser castigada.”

“¿Qué? ¿Aquí?”

“Es una visita privada y nadie osará interrumpirnos. Sabes que Hakim y Nasir se ocuparán de ello.”

“Gritaré,” dijo ella.

“No vendrá nadie,” dijo él, y como para asegurarse, su voz resonó con férrea claridad. “Ahora me
perteneces, fierecilla, y seré respetado,” dijo. Dvar enfatizó este punto maniobrando con la mano
derecha bajo su caftán y alcanzando el cinturón de sus pantalones de harén. “Creo que necesitas

entender que ahora yo lo controlo todo en tu vida, incluso cuándo sientes placer y cuándo dolor.”

“Yo…”

Dvar no le ofreció ningún tipo de precalentamiento. Solo se inclinó más cerca de ella, que pudo
sentir su erección presionando contra su espalda, a la vez que su mano llegaba a sus pliegues a través
de su vello púbico. A pesar de la presión que ejercía sobre el cuerpo de ella y la ira que había en su
voz, fue tierno al tocarla, sus dedos dibujando delicadas figuras sobre la suave piel de ella. Ella ya
estaba mojada, lo estaba desde que él había respirado en su oreja, muy cerca de ella. Para él fue más
que sencillo deslizar los dedos por la superficie, provocándola y atormentándola de una forma muy
diferente.

Ella se estremeció y trató de volverse contra la pared. Él presionó más fuerte dentro de ella y ella
sintió la fuerza de los músculos de su pecho mientras él se inclinaba sobre ella, sujetándola bajo su
agarre. “Por favor.”

“No. Estás preparada y tan, tan mojada, señorita Monroe,” ronroneó en su oreja.

Él se estiró un momento y capturó el lóbulo de la oreja entre sus dientes. Dvar jugaba con él,
luchando contra él mientras sus dedos exploraban los profundos recovecos de sus pliegues. Él soltó
su lóbulo y ella gimió al perder el contacto, a pesar de que el miedo hacía que su corazón latiera
fuertemente. Dios, le parecía que el corazón iba a explotarle en el pecho. Eso la aterrorizaba, incluso
pudo admitir perfectamente que esa era la vez que más se había excitado en toda su vida. Este hombre
poderoso y dominante – joder, este dios vuelto a la vida – la deseaba y ella le deseaba a él
desesperadamente.

“Entonces, joder, tendrás que hacer algo con ello,” atacó de nuevo, su cuerpo todavía tembloroso
bajo él.

“Lo estoy haciendo,” le prometió.

Mientras hablaba, dos gruesos dedos se deslizaron en su canal, moviéndose fácilmente dentro y
fuera, lubricados con su flujo. Su pulgar, ligeramente calloso, encontró su botón del placer. Al
principio, él solo se apoyó allí y se dedicó a profundizar con los dedos dentro de ella. Sus músculos
se tensaron deliciosamente en su núcleo y ella disfrutó de la sensación de sus dedos, tan gruesos y

que la llenaban tanto, en lo más profundo de ella.

“Necesito más,” dijo ella, jadeando.

“Se puede hacer, fierecilla,” dijo él.

Ella notó que él presionaba más fuerte en su interior, sus caderas flexionándose un poco al tiempo
que su mano empujaba. Sus nervios se estremecían como si se estuviera consumiendo, como si se
estuviera quemando por todas partes a la vez. Entonces, él empezó a frotar su protuberancia nerviosa
bruscamente. Ella corcoveó contra él y sintió que las piernas no la sostenían. El fuego estaba
creciendo en su interior como si fuera un incendio de nivel cinco. Sus músculos se estremecían en su
interior y se habría caído si las poderosas caderas de Dvar no la hubieran estado sujetando a la pared.

Entonces, él comenzó a mover la mano rápida y furiosamente y ella cerró los ojos, sobrepasada por
las sensaciones, por todas ellas – estaba su olor a almizcle con su ligero toque de cúrcuma, su
cuerpo, fuerte y pesado, presionando contra ella y la humedad que fluía de su núcleo. Era demasiado
y el fuego que se extendía dentro de ella era como si cada caricia de sus dedos fuera lo mismo que
añadir gasolina a una pira ardiente.

Finalmente, los dedos de él presionaron más profundamente hacia su centro y se corrió, chispas
crepitantes extendiéndose por todo su ser, lucecitas explotando tras sus ojos. Se dejó caer en su
agarre, incluso cuando él embistió una vez más con sus caderas, su miembro, obviamente, contra su
espalda.

“Ahora eres mía, fierecilla, dilo”

“Vete al infierno.”

Él se rio y se apartó.

Ella casi se cayó – sus piernas parecían de gelatina después de todo – pero se las arregló para
recolocarse pantalones y el caftán. Los pantalones que llevaba estaban empapados, pero tendrían que
servir hasta que le fuera permitido cambiárselos. Estaba a punto de darse la vuelta y lanzarle una
mirada asesina, cuando él la sorprendió lanzándose contra ella y sujetándola de nuevo contra la
pared.

La golpeó duramente en el trasero dos veces sin preguntar y escocía, seguramente le iba a
dejar marcas y le resultaría difícil sentarse durante uno o dos días. Se mordió el labio y trató de
retener las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos.

“Mía”, le dijo, prácticamente gruñendo. “Ahora ya lo sabes.”

Y diciendo esto se fue, dejándola que uniera sus pedazos, una tarea en la que Amy parecía estar
fallando estrepitosamente.

Capítulo Seis

“Aún es una insolente, mi señor,” dijo Hakim.

Dvar asintió y tomó un sorbo de su bebida, un chupito doble de bourbon, en el bar del Mena House.
“Lo es, pero creo que está empezando a aprender.”

“Con su permiso, le diré que hay chicas mejores,” respondió Hakim, pasándose una mano por la
barba entrecana. “En el harén hay un montón de chicas que son bellas y complacientes, que entienden
las costumbres de Jardania y que estarían complacidas de honrarle como usted se merece.”

“¿Estás criticando mi elección de jequesa?” preguntó.

“No, mi señor, pero es una forma de decirle que usted siempre se hace las cosas más difíciles de lo
que realmente tienen que ser. ¿Esto es lo que quiere hacer? ¿Realmente quiere ser rechazado e
insultado?”

“No creo que ella realmente quiera decir las cosas que dice al insultar. Para ella, parecen ser más
algo arraigado que otra cosa. Entiendo la necesidad de rebelarse. Al principio, tampoco llevé bien el
ir a la academia militar y el entrenamiento. Si ser algo malhumorada la ayuda a ajustarse a su nueva
vida y, francamente, me proporciona una excusa para darle azotes en ese adorable culo, entonces
¿quién soy yo para discutirlo?

“Sin embargo, usted tiene muchas cosas en la cabeza – los rebeldes, la guerra que se está preparando
contra Lebano – y quizá una consorte que sea más agradable sería mejor, desafiaría menos su mente.”

“Creo que las peleas son exactamente lo que deseo, mi viejo amigo,” dijo, mientras terminaba su
bebida. “Ella es todo lo que siempre he querido en una mujer.”

“No es jardana.”

“Y sé que eso es una espinita que tienes clavada. Me imagino cuál es el motivo. No importa si mis
primos han ido tan lejos como para casarse con chicas americanas. Quizá estén hechas de un material
más duro de lo que muchos de nosotros hubiéramos pensado. De forma extraña, creo que el

desafío alivia mis preocupaciones durante un rato. Si fuera demasiado dócil, el desafío no estaría
presente y el miedo a que Lebano tenga armas nucleares se comería mi espíritu.”

“Muy bien, pero ¿qué pasara si ella nunca se relaja? ¿Si siempre le odia?”

Él se rio entre dientes y le hizo un gesto al barman para que le pusiera otro chupito doble. “Oh,
Hakim, ¿es tu forma de decirme que estás preocupado por mí? No te preocupes. Estoy hecho de un
material duro y unos cuantos mohines y pataletas de la señorita Monroe no me desanimarán.”

“Sin embargo, es duro ser rechazado tan a menudo.”

Él resopló y sorbió de su nuevo vaso. “Concédeme algo de crédito. Puedo vencer la resistencia de la
mayoría de las mujeres.”

Hakim levantó una ceja. “No estoy cuestionando su habilidad, mi jeque, solo quiero recordarle que
proporcionar a una mujer unos cuantos orgasmos no es lo mismo que una adquirir un compromiso
de por vida con ella. No puede esperar conservar a la jequesa a punta de pistola o de taser siempre.
Con el tiempo, tendrá que adaptarse a los rigores de la vida en palacio y a lo que se espera de ella
como esposa del jefe del estado. No dudo de su habilidad para proporcionarle placer carnal, pero me
preocupo por si realmente conectarán de forma adecuada.”

“El amor es un cuento de hadas, algo para niños.”

“Su madre y su padre ciertamente no creían eso. A pesar de su harén, Danae era su favorita y todo el
mundo lo sabía.”

“Oh, créeme,” dijo, tomando otro sorbo e inclinándose sobre la barra del bar, “Amy es bastante más
que mi favorita a día de hoy.”

“Por supuesto, mi jeque, pero ahora usted tiene que estar seguro de que ella siente lo mismo, sin
presiones.”

“No, sin presión – solo están en juego el futuro del linaje real y la legitimidad de mi reinado.

¿Por qué iba a preocuparme por eso?” Dvar, enojado, dejó el vaso y se levantó. “Por cierto, he
prometido encontrarme con ella en el restaurante, así que creo que debemos ir yendo para cuando
Nasir la acompañe abajo, ¿no te parece?”

Hakim se estiró y sujetó a Dvar del brazo. Si hubiera sido cualquier otro miembro de su

guardia el que hubiera hecho eso, habría sido ejecutado. Pero Hakim había sido su guardaespaldas
personal desde que era un niño y, desde la repentina muerte de su padre, había ocupado en cierta
forma la posición de mentor. Quizá eso hacía que el hombre mayor se tomara más confianzas de las
que debería, fuera menos serio, pero Dvar no podía volver atrás ahora. Tampoco quería hacerlo la
mayor parte del tiempo.

“Mi jeque, solo tenga cuidado. ¿Lo hará?”

“Siempre lo hago, Hakim,” dijo apartándose finalmente y colocando su solapa. “¿Nos vamos?”

***

Él lo había organizado para que parte de su personal se uniera a ellos en El Cairo. Una de las mujeres
favoritas de su harén (había formado parte del harén de su padre y cuidaba de las chicas, no dormían
juntos) estaba aquí ahora con una selección de ropa y joyas para su futura esposa. Phedre era sensata
y de confianza. Además, tenía un gran ojo para la moda. No tenía dudas que Amy estaría
resplandeciente cuando entrara.

Dvar se movió nerviosamente en su silla y se recolocó en el asiento. El comedor Jan el-Jalili del
Mena House era exquisito. Era más un patio cubierto que cualquier otra cosa, Así que, aunque hubiera
un tejado sobre las mesas, no había paredes propiamente dichas que lo rodearan. En lugar de eso,
había cortinas de oscuras cuentas negras cayendo desde el dosel superior hasta el suelo de mosaico.
A través de ellas, incluso en la creciente oscuridad, uno podía mirar hacia afuera, hacia las enormes
pirámides. El impresionante monumento, una de las Maravillas del Mundo Antiguo, estaba allí, lista
para ser observada mientras comían. Esperaba que Amy disfrutara con ello, se había sentido muy
emocionada con todo hasta el momento.

Hablando del diablo, no pudo evitar sonreír amplia y, sí, ansiosamente cuando se abrió camino entre
la gente que había en el restaurante. No estaba vestida con nada abiertamente árabe o característico de
su cultura. Esta vez, Phedre había elegido el eterno vestidito negro de fondo de armario. Era un
modelo ajustado de satén que se ajustaba bien a sus suaves curvas. Tenía la falda bastante corta y el
escote en forma de corazón. Formaba una combinación fantástica con el collar

largo de oro y amatistas que lucía en la garganta.

Sus ojos estaban delineados generosamente y con gusto con kohl, lo que les hacía brillar como si
fueran los zafiros más exóticos y hermosos. “Lo siento. Aparentemente, he ganado un maquillaje de
Barbie del que nadie me había hablado.”

Él soltó una risita y colocó la silla para ella. “Ese es uno de los beneficios.”

Ella hizo un gesto de dolor cuando tomó asiento, dejando escapar un siseo dolorido y él sintió una
profunda punzada en el corazón al darse cuenta de que quizá la había golpeado un poco más fuerte de
lo necesario. Tenía que verlo después de la cena. Sería justo. Ella era su jequesa y era su deber
protegerla y cuidarla lo mejor que pudiera, incluso si ella necesitaba aprender cuál era su sitio.

Después de todo, Amy todavía necesitaba la seguridad de sus brazos acogedores.

“Así que he sido la princesa Jasmine y ahora me siento un poco Barbie,” dijo de nuevo, gesticulando
en dirección a la gran joya de su cuello. “¿Puedo querer saber de qué me vas a vestir la próxima
vez?”

“Tengo tantas ideas, señorita Monroe…”

“Si implican cuero, vamos a tener un montón de problemas,” dijo y según hablaba, arrugó la nariz de
manera deliciosa e incitante. Era casi adorable. “No voy a ser una especie de amante fetiche.”

Se rio entre dientes mientras el camarero llevaba el champán y el pan plano, o aish, para ellos.

También había hummus y diferentes tipos de aceitunas y otros entrantes para que pudieran empezar.

Él ya había pedido la cena para ella previamente – hamam mahshi, pichones rellenos – y tenía bastante
curiosidad por ver cómo iba a reaccionar.
Él se sorprendió a si mismo riéndose mucho con ella, y no era por el choque con su actitud
americana, o su insistencia en desafiarle a cada momento. Era fácil con ella. Sinceramente, con la
situación tan seria que había en su país, se sentía si hiciera siglos desde la última vez que se había
reído tanto. Le hacía bien a su espíritu sentirse tan libre, tan ligero. Estirándose para cogerlo, sirvió
champán para los dos.

“Sin embargo estás increíble esta noche. Debes aceptar todos los cumplidos puesto que puedes
obtenerlos, fierecilla.”

Ella sonrió y sacudió la cabeza. “Solo me das coba para tener más sexo.”

“No,” dijo él honestamente mientras cogía para él un trozo del pan aish y lo mojaba en el hummus.
“Creo que necesitas un poco más de amor sensible y delicado que de sexo.”

“¿Y tú qué sabes de eso? Tengo el culo más que dolorido. No tengo lo que se dice una buena vista
sobre él, pero definitivamente lo siento como si estuviera ardiendo.”

“Quizá eso encaje también con la forma en la que te hago sentir interiormente,” replicó él con una
sonrisa de superioridad mientras se metía el pan en la boca.

“Por dentro, estoy de acuerdo en que estoy caliente, pero de otra manera”, dijo ella, ruborizándose y
él adoró ese rubor escarlata en sus pálidas mejillas. “En serio, ¿qué va a pasar?”

“Yo tengo hambre, tú tienes hambre, así que comamos.”

“No me refería a eso.”

“Pero es una respuesta perfectamente lógica a la pregunta. ¿Quieres que te encierre en tu habitación y
te alimente de pan y galletas saladas? ¿Quizá una jarra de agua?”

“Soy una prisionera” señaló ella. “No es como si Phedre no fuera agradable, pero ella está allí en
parte para ser tus ojos y tus oídos. En cualquier caso, pongo un pie fuera de la puerta de la habitación
y allí está Nasir con su taser. Por tanto, no entiendo por qué estás siendo tan agradable conmigo. Yo
estoy aquí, tanto si quiero estar como si no.”

“No tiene sentido tratarte como si fueras una prisionera.”

Sus ojos azules se abrieron todo lo que podían, con un brillo peligroso. “Soy una prisionera, así que
no me estás tratando como si fuera nada.”

“Y mi percepción es que me preocupo mucho por ti y que no te hubiera elegido a ti si no fuera a


hacerlo, así que ¿por qué no aceptas simplemente que hay cosas agradables que quiero hacer por ti?

Te he llevado de excursión privada por el descubrimiento arqueológico más sorprendente conocido


por los hombres. Tengo algo planeado para después de la cena – no es nada sexual, así que no
empieces – y no tienes ni idea de si me guardo algo más en la manga.”

“Si al final me vas a empujar dentro de una torre en Jardania, ¿qué importa lo que sea que me enseñes
ahora?”
“¿Crees que tu hermana está siendo retenida por mi primo Farzad?”

“No, pero ella quiere estar allí. Volvió por decisión propia cuando se dio cuenta de que estaba
embarazada. Yo no quiero que eso sea el destino de mi vida. Solo quiero irme a casa. Era una vida
modesta y bastante cutre, pero era mía y lo hacía todo por mí misma.”

“Ser independiente es importante para ti, ¿no?”

“¿No lo es para todo el mundo?” argumentó ella, metiéndose algo de pan con hummus en la boca.
“Es extremadamente importante para mí. No quiero nadie más que pueda irse en cualquier momento.
Si confío en la gente, entonces pueden jugármela, o dejarme, o morirse.”

Él se detuvo y pasó una mano por su corta barba. “Sí, ya veo que eso podría doler. Me dolió durante
años después de lo de mi padre.”

“Como si respirar fuera un trabajo diario,” terminó ella la frase y fue casi como si ella le estuviera
leyendo el pensamiento. Escalofriante.

“Sí, pero nosotros sobrevivimos. No puedes pasarte toda la vida estando sola, luchando solo para ti.
¿Te has planteado tener familia?”

“Mamá es genial y Alexis y mi sobrino Farid son increíbles, también. No siempre estamos cerca
físicamente, pero Alexis y yo hemos llegado a entendernos muy bien últimamente y no necesito ser
secuestrada como esclava sexual para estar satisfecha. Preocúpate de ti mismo.”

Él suspiró. Ella estaba casi totalmente rota. Sus titubeos sobre conectar y el dolor producido por el
abandono de su padre era real. Era algo que ella claramente no iba anunciando y explicaría porque
parecía que estaba dentro de una concha, tratando de ignorar cualquier intento de comprometerse con
ella que él había realizado.

“Entonces, solo quiero decirte que, por supuesto, el sexo es parte de esto, pero también me preocupo
por ti, Amy. Mi equipo y yo te observamos durante una semana, y te estabas ahogando. No tenías nada
más que un trabajo monótono en el que servías como un zombi al siguiente cliente, descansabas y
pagabas el alquiler.”

“Es temporal,” respondió evasivamente, mientras dejaba de mirarle a él y miraba a sus manos.

“Sólo tengo que pensar que voy a hacer, ahora que no voy a tener mi título de Máster en Bellas

Artes.”

“¿Qué es eso?”

“Iba a hacer un máster en escritura creativa,” admitió ella.

“Y, ¿cuáles fueron tus estudios de grado?”

“¿Cuáles fueron los tuyos?”


“Empresariales, después estudié en la academia militar en Jardania. Tenía que entender cómo se
dirige un país tanto desde el campo de batalla como desde el despacho. No era negociable. Ahora
dime, ¿qué eras antes de salirte de la escritura creativa?”

Ella suspiró y se miró aún más las manos delante de ella. “Realmente soy licenciada en Historia,
especializada en las Cruzadas. Es algo que realmente me encantó en la Universidad Americana.
Supongo, no sé, puesto que el inglés era mi segunda especialidad… nunca lo sabré.

Quería escribir una novela histórica de ficción sobre las guerras.”

Él frunció el ceño. Interesante. Así que Amy sabía más de la historia de al menos parte del mundo
árabe de lo que ella admitía. “¿Sobre qué hubiera tratado?”

“¿Qué te importa? Fracasé, así que abandoné la idea.”

“Quizá no lo hiciste y solo eres tan dura contigo misma como lo eres conmigo.”

Ella soltó una risita y volvió a mirarle, gracias a Dios con parte de su alegría de vuelta en sus ojos.
“Tú eres el más duro de todos. Tengo mi culo dolorido para probarlo,” terminó ella. “En cualquier
caso, era tan auto-indulgente y estúpido…”

“Ponme a prueba.”

“Iba a ser sobre una especie de Juana de Arco, una chica que finge que en realidad es un caballero
para luchar en las Cruzadas y después cae prisionera del general enemigo.”

Él se rio y se sintió aliviado cuando el camarero trajo su plato y lo puso sobre la mesa.

“Entonces puedo ser una investigación muy exacta. Después de todo, tengo mi cuota de antigüedades
árabes alrededor del palacio. Fue construido hace unos mil años y pertenece a mi familia desde hace
unos trescientos.”

“Impresionante”, dijo ella y después frunció el ceño hacia el plato de plata. “¿Qué es esto?

Parecen tres pollos pequeños sobre una especie de risotto.”

“Es una mezcla de trigo y lleva algo de cebollino y otras cebollas frescas. Realmente es pichón
relleno, hamam mahshi. Aquí es una exquisitez y es extraordinariamente tierno. Te prometo que te va
a gustar.”

Ella se encogió de hombros. “Bueno, estamos en El Cairo, ¿cierto?” Amy miró la carne de nuevo
antes de llevársela a los labios con los dedos. “No sé si quiero hacer esto.”

“No seas tan, ejem, gallina,” dijo él, burlándose de ella. Para probar su punto de vista, Dvar se llevó
un gran trozo de carne a la boca. Estaba jugoso y delicioso, como siempre. “Mira, he sobrevivido.
¿No estarás tan asustada de hacer algo que yo acabo de hacer, fierecilla? ¿No estarás tratando de
mostrarme que este jeque grande y malo no puede darte órdenes?”

Los ojos azules relampaguearon y ella se metió un trozo enorme en la boca. Bebió unos pocos
sorbos de agua y uno de champán y masticó un poco antes de poder pasar un trozo tan grande por su
garganta. Después de un par más de sorbos, fue capaz de respirar de nuevo con normalidad. Al
menos, no parecía una ardilla rayada con la comida almacenada en las mejillas.

“¿Cuál es su veredicto, señorita Monroe?”

“¿Realmente? Es condenadamente genial. Es mucho más jugoso que cualquier pollo que haya
comido.”

“Bueno, esto no es exactamente un Boston Market o un Purdue1, así que no seas tan plebeya.

Siempre va a ser excelente. Los chefs aquí son fabulosos.”

“Tengo la sensación de que aquí está lo mejor de todo, ¿tengo razón, Dvar?”

El asintió y se estiró, tomando su mano izquierda en la suya, apretándola firmemente. Estaba


complacido de que ella le dejara, si no hubiera sido así no lo habría hecho. “No tienes idea de la
razón que tienes.”

***

El bazar de Jan el-Jalili no se parecía a ningún sitio que Amy hubiera conocido jamás. Había sentido
mucho vértigo en las treinta y seis horas anteriores, desde las calles llenas de nieve y sal de

Boston a la multitud de cuerpos que empujaban a su alrededor en el calor. Se había cambiado,


poniéndose simplemente unos vaqueros y una camiseta negra, pero, ante la insistencia de Dvar, se
puso el caftán rosa por encima por recato. No fue exactamente una petición, no cuando la taser estaba
cerca, pero ella estaba contenta de llevar debajo ropas tan cómodas.

El bazar realmente consistía en una serie de edificios antiguos de piedra, terminados con intricados
minaretes y parapetos. Había mercancía por todas partes, incluso por la noche, y usaban focos y
linternas para estimular a los compradores. Algunos eran simples puestos, solo mantas puestas en el
suelo con bolsos o especias en ellos. Mujeres con vestidos largos y harapientos y las mejillas sucias
de hollín y ceniza trataban de obtener la mejor oferta por sus mercancías. Algunos de los puestos
eran enormes e impresionantes. Se le abrieron los ojos de par en par cuando se detuvieron en el
puesto de las lámparas. No se parecían en nada a las complicadas lámparas de cristal de diseño
occidental. En lugar de eso, eran bonitos globos de cristal soplado que brillaban como planetas y
estrellas en la noche. Algunos tenían todavía más detalles, solo una fuente de luz, no con varios pisos,
pero la parte de arriba de las esferas estaba cubierta con rejillas metálicas. Le recordaban a las luces
de gas de las películas de época, pero no eran de metal sencillo o algo simple, no. Estaban grabados
con diseños geométricos deslumbrantes y algunos, eran de brillantes azules o verdes azulados.

También había puestos con más ropa, más cosas que recordaban a Sherezade2 o a la princesa
Jasmine. Había tops cruzados y pantalones árabes en diferentes tonos de brillante carmesí, verde
fluorescente o los más pálidos azules. Sin embargo, estaban hechos de tejido transparente en la zona
del estómago y por encima de la clavícula. Se transparentaba lo suficiente para que los tops
enjoyados brillaran realmente y fueran el centro de atención.
Los olores eran tan diferentes, también. Realmente, quizá fuera más adecuado decir que había olores.
Nunca se había dado cuenta de lo esterilizado y artificial que era el mundo sellado herméticamente de
los centros comerciales, ¿Aquí? Aquí podía oler la carne cocinada con pimentón en un puesto de
comida callejera mezclada con el almizcle y el sudor de docenas de cuerpos y el aroma provocador
del azafrán y la lavanda de un puesto de especias. Habían pasado por la sección de

carne del mercado no hacía ni ocho minutos y el olor era picante, avasallador y algunas de las piezas
parecían estar un poco pasadas.

Era real, un compromiso con la vida, y ella estaba impresionada por lo mucho que le gustaba.

Después de meses manteniéndose a flote sin saber cuáles iban a ser sus próximos pasos, era
totalmente diferente sentirse tan conectada con el pulso de la humanidad latiendo a su alrededor.

Dvar estaba sonriendo ampliamente ante su actitud y, quizá, ella no debería mostrar en la cara tan
claramente lo que sentía. Pero, de nuevo, ¿cuántas veces había estudiado esto? ¿Con cuánta frecuencia
había leído historias sobre bazares locales y de beduinos? ¿Con cuánta frecuencia había leído sobre
las maravillas y el esplendor del Medio Oriente y sus rutas comerciales? Quizá parte se debiera
realmente a que había perdido su proyecto, su gran obra. Tenía la teoría, toda la historia sobre las
Cruzadas y las culturas implicadas en ellas aprendida durante cuatro años metida en su cerebro, pero
no tenía un punto de referencia real.

Nunca había oído el sudor de cientos de cuerpos apiñados en el bazar.

Nunca había visto el esplendor de tanta plata brillante en el pequeño puesto en el que se detuvieron.
Todas las joyas estaban expuestas, pero un vigilante con su propia taser en la cadera vigilaba que no
fueran robadas. Dvar se paró e hizo un gesto hacia todo lo expuesto.

“Puedes elegir lo que quieras, fierecilla. Sólo una cosa, así que elige sabiamente.”

Ella puso los ojos en blanco. “¿Todavía estás intentando comprarme?” Las palabras eran duras, pero
el tono era juguetón y levantó la parte derecha de su boca en una media sonrisa.

Él se encogió de hombros. “Estoy honrando a mi jequesa. Elige lo que desees, mi amor.”

Ella le miró un poco asombrada con la expresión cariñosa que había utilizado. No creía que Dvar
pudiera estar hablando en serio. Para ser sinceros, él apenas la conocía. Sin embargo, la forma en la
que dijo la palabra “amor” fue dulce y le hizo sentir que le temblaban las rodillas. ¡Por Dios!

pero… ¿qué le estaba pasando? ¿Todavía quería intentar llamar a su hermana para pedirle ayuda en
cuanto encontrara un teléfono?

Amy ya no estaba tan segura.

Aun así, le ofreció una sonrisa educada, recuperándose rápidamente de la impresión que le

habían producido sus propias revelaciones internas. El mercado tenía grandes brazaletes de plata con
filigranas y bonitas turquesas, jade y amatistas en el centro. Había cruces coptas que acababan en cada
extremo en diseños similares a estrellas y largos picos, algunas cubiertas con brillantes cuentas
amarillas y rojas. Los collares eran enormes declaraciones de intenciones, algunos de ellos con un
grosor de hasta cinco centímetros y compuestos de hileras alternadas de plata y gruesas cuentas de
turquesa. Estaban hechos a imitación de los diseños de la joyería de la época del rey Tut, incluso
aunque no fueran reales. Incluso, algunos de los colgantes imitaban la herencia del antiguo país con
halcones y escarabajos en piedra roja jaspeada.

Ninguno de ellos, sin embargo, era exactamente lo que ella tenía estaba buscando. Mientras su…
espera, ¿cuál era la palabra adecuada? ¿Mientras su secuestrador? ¿Amante? Oh, déjalo.

Mientras Dvar buscaba entre sencillos colgantes de plata, de un estilo mucho más occidental y
comprensible, su atención se dirigió finalmente a una larga cadena que terminaba en un gran ojo
abierto. Se había añadido detalles con algún tipo de piedra azul para hacer que el ojo pareciera, al
mismo tiempo, mirar en todas direcciones y estar delineado con kohl.

“¿Qué es eso?” preguntó ella, señalando el colgante.

Tanto el dependiente, un hombrecillo rechoncho y locuaz, como Dvar la miraron. El hombre se


entusiasmó, y volviéndose hacia ella, empezó a hablar rápidamente en árabe. Dvar frunció el ceño y
miró al collar como si fuera tan ordinario como los diseñados para engatusar a los turistas. Pasó las
manos por encima del metal y el borde chapado en oro, ese extraño metal azul alrededor del ojo.

“Es un ojo turco. ¿Sabes lo que es?”

“No.”

“Es un colgante que habitualmente se regala a los niños pequeños para protegerlos de los espíritus
malignos, pero hay adultos que lo utilizan como forma de mantener alejada la mala suerte.

Todo se basa en cuentos de viejas y supersticiones. ¿No te gustaría algo un poco más sofisticado?

Como te he dicho, puedes elegir cualquier cosa de aquí o, joder, podemos ir también a ver a uno de
los vendedores de oro.”

Ella sacudió la cabeza. “No, hay algo especial en este.” Y diciendo eso, Amy lo cogió y

rápidamente abrochó el cierre alrededor de su cuello. El medallón le quedaba largo y el ojo colgaba
entre sus pechos, por encima de las joyas de amatista que no se había quitado antes.

Dvar sacudió la cabeza mientras metía la mano en su bolsillo y sacaba los billetes extranjeros de
brillantes colores. Dijo algo brusco y rápido en árabe antes de pasarle el brazo por los hombros y
guiarla hacia el puesto de pinchos, en el que estaban cocinando esta carne que olía increíblemente y le
producía un hormigueo en la nariz con toques de pimentón.

Es posible que el pichón fuera demasiado pequeño para alimentarla hasta el día siguiente puesto que
su estómago estaba haciendo ruidos.

El frunció el ceño al ver el ojo azul acurrucado en su pecho. “¿Realmente crees que necesitas la
buena suerte?
Ella asintió. “He sido secuestrada por un jeque perverso, uno que quiere hacer lo que quiera conmigo
en los museos públicos. Nunca sé de qué tendría que protegerme.”

Él sonrió mientras atravesaban un estrecho callejón y su mano se movió como una serpiente bajo su
caftán y su camiseta. Las ásperas manos estaban sobre su pecho derecho, amasándolo y ella paró
entonces, gimiendo un poco por el esfuerzo. Era la sensación más asombrosa que jamás había
sentido. Sus caricias, incluso las más básicas, la volvían salvaje y anhelante, convirtiendo sus huesos
en gelatina y aflojando sus músculos.

Ella le deseaba.

Lo había hecho desde el momento en el que le vio en la cafetería, con sus ojos de jade brillando ante
ella y su barba bien recortada que de alguna manera la incitaba a lamerla. Sin embargo, no estaban en
un ala privada del museo y ella no estaba lista para ser arrestada – ni siquiera con todo el dinero que
tenía él – y empujada en una cárcel extranjera por escándalo público. Inclinándose hacía él, le besó en
la mejilla.

“Eso para luego,” susurró ella. “Ahora vamos a comprar comida.”

“¿Seguro que es de comida de lo que tienes hambre?”, ronroneó él, con su voz convertida en ese
murmullo sordo que hacía que el calor se extendiera por su abdomen y su núcleo más interno se
estremeciera de necesidad.

“No, nunca, Dvar. Llévame al Mena House. Creo que me prometiste algunos cuidados especiales,”
dijo ella, con la voz más susurrante que nunca en su vida.

Diablos, después de todo, era una Monroe, ¿o no?

***

Ella estaba estirándose desnuda delante de él. No era tan extraño. La había visto totalmente desnuda en
la ducha esa mañana y después habían follado. Sin embargo esto era diferente, algo mucho más
delicado y vulnerable. Las sábanas de seda parecían el cielo en su piel, especialmente para la dolorida
piel de su culo. El enorme y dorado cabecero brillaba incluso a la débil luz de la luna.

A ella le encantaba.

Producía un intrincado juego de luces y sombras reflejadas que jugaban con los pómulos de Dvar,
haciendo que parecieran más altos y más pronunciados. Era como si hubiera sido esculpido en
mármol, moldeado por las manos más expertas. Lo había pensado desde la primera vez que lo vio y
no podía conseguir que su mente dejara de hacer comparaciones con el David, incluso aunque Dvar
estaba mucho, pero que mucho más dotado. Sin embargo, era perfecto, como si Dios, o el destino, o
el Universo le hubieran creado como un proyecto especial para ponerle por encima de todos los
demás hombres que ya estaban ahí fuera

Misión cumplida.

Después de todo, ella no quería nada más que lamer cada pulgada de él, dibujar con su lengua la
cresta de sus abdominales. Coño, quería contarlos todos. ¿Podía existir un pack de diez? Ella podría
perderse en su físico, en sus estrechas caderas o en el modo en el que su vello bajaba juguetonamente
desde su hueso púbico hasta el grueso y oscuro montón de vello encima de su miembro.

Pero no estaba bien.

Todo esto la disgustaba. Se estaba enamorando de él, podía sentir que disfrutaba realmente de su
compañía, riendo las bromas que él hacía y simpatizando con sus propias pérdidas y

responsabilidades. Incluso podría admitir que había algo divertido en ser su Cenicienta, en permitirle
colmarla de regalos y viajes. Esto podría ser algo que ella pudiera amar.

No era como si nunca más fuera a ver a su hermana o a su sobrino. Cielos, si seguramente les vería
más siendo la reina de una nación vecina y aliada de lo que lo hubiera hecho viviendo en otro
continente. Farzad y Dvar eran primos cercanos, así que claramente su familia lo aprobaría.

Era solo… que no eran sus planes ni sus normas y ella no quería ceder el control.

Lo mejor que podía hacer era quitarse voluntariamente la ropa y esperar a ver que iba a hacer él con
el aloe vera que llevaba en la mano, que entendía él por cuidados especiales.

Dvar se movió sobre sus codos y rodillas a través de la mastodóntica cama. Sus manos sujetaban un
trapo y la botella de aloe vera, respectivamente, pero, incluso con el poco natural modo de moverse,
él era la gracia encarnada. Ella tuvo flashes de una pantera o algún otro poderoso depredador
acechándola a través de la seda y el colchón debajo de ella ya se estaba humedeciendo con sus
propios jugos.

Se paró y puso la botella y el trapo en la mesita de noche, a su lado. Se movió sobre ella, dejando que
su erección se moviera de arriba abajo delante de ella y le hiciera cosquillas en la sensible piel de su
abdomen, incluso entrando un poco en su ombligo.

Ella se rio nerviosamente y se retorció mientras él volvía atrás y se sentaba a su lado. El aloe vera
estaba de nuevo en sus manos y él se frotaba las manos una contra otra, extendiendo el verde bálsamo
en ellas.

“Nunca deberías llevar ropa,” dijo. “Estás increíble sin ropa. Es como si estuvieras hecha para estar
desnuda, no bromeo.”

“Creo que estás bromeando un poquito, mi seeeñor,” dijo ella, estirando el título como había hecho
antes. Ella sabía que le enfadaba, pero Amy estaba empezando a entender que, a pesar de sus duras
palabras, bueno, a Dvar parecía gustarle que ella le contestara. Que paradójico era este hombre.

“Sé que no soy espectacular. Si soy algo, soy un poco demasiado delgada.”

“Estás resplandeciente,” dijo él y había una veneración en su tono que de nuevo la sacudió, como
cuando la llamó “amor.” Quizá ella significaba más o estaba empezando a significar más para

él de lo que incluso él entendía. “Ahora,” ordenó él, con voz profunda y resonante. “Túmbate boca
abajo.”
“¿Qué me harás si no lo hago?” le provocó ella. “Tienes la mano cubierta de aloe – las dos, en
realidad. Ahora no puedes maltratarme, Dvar.”

“Puedo ordenar que lo hagan, mi reina.”

Ella soltó una risita, se puso boca abajo y siseó un poco por lo frías que tenía las manos. Él las estaba
pasando por sus nalgas, extendiendo el aloe en los puntos que él había dejado doloridos antes con sus
propias manos.

“Joder, se te ha puesto rojo.”

“¿Hay grandes y cómicas huellas rojas de manos?” preguntó ella, endureciendo el tono.

Ella se había sorprendido cuando él lo había hecho y se le habían saltado las lágrimas. Ella sabía
condenadamente bien que había un precio por desobedecerle, por tratar de ser ella misma, la mujer
que ella quería ser. No tenía ningún interés en asustarse por eso. Maldita sea, sufriría las
consecuencias una docena de veces más antes de convertirse en una lánguida damisela.

“No,” dijo él, su tono también era duro, como el diamante, aunque continuó con sus atenciones.

Sus manos grandes se sentían alucinantes en su trasero, amasándolo con el mayor cuidado y atención.

Aunque las marcas todavía quemaban donde la había golpeado exactamente, ahora estaban casi
normales gracias al refrescante aloe. “Todavía está un poco rojo, pero estarás bien por la mañana.

Además,” dijo él, inclinándose para provocar el lóbulo de su oreja otra vez. “Si no te hubiera pegado,
ahora no tendrías esto.” Él enfatizó su argumento limpiándose una mano en las sábanas y moviéndola
bajo sus caderas para tocar su vello púbico. “Venga. No puedes decirme que esto no vale la pena.

Estoy aquí, mi jequesa, y estoy listo para adorar tu cuerpo. Todo lo que tienes que hacer es decirme
que quieres que haga.”

Ella se estremeció bajo su caricia, pero entonces, de repente, se dio la vuelta para mirarle, clavando
los ojos en los suyos. Esos pozos de jade que casi brillaban como esmeraldas a la luz de la luna. Se le
cortó la respiración. Maldita sea. Esto sería más fácil si él no fuera tan condenadamente guapo. “Solo
túmbate a mi lado. Solo quiero que me abraces fuerte.”

El asintió y se limpió ambas manos en las sábanas. Dvar se tumbó en el colchón a su lado y abrió
ampliamente los brazos. Ella se enroscó contra él, su trasero contra sus caderas, mientras su larga
dureza presionaba contra ella. Su miembro se retorció un poco tras ella, y no era tonta, sabía que él
hubiera querido más. Había pasado tiempo desde la ducha y él no había tenido un orgasmo en el
museo como ella.

Pero esto era lo que ella necesitaba – la intimidad.

Ella acomodó la barbilla contra su hombro y bostezó. “Gracias, me siento mejor”, Él la besó en la
sien e inclinó la cabeza contra la suya. “Cualquier cosa por ti, fierecilla.”

Ella se fue quedando dormida, creyendo que, en gran parte, era verdad.
1 N. de la T. : Boston Market y Purdue son dos restaurantes conocidos en Estados Unidos,
pertenecientes a cadenas de restauración.

2 N. de la T.: Sherezade es la protagonista y narradora de las historias Las Mil y Una Noches, que
intrigan al sultán y la ayudan a sobrevivir noche tras noche a la costumbre del sultán de decapitar a
sus esposas tras la noche de bodas.

Capítulo Siete

La mano de ella estaba blanda y caliente en la suya mientras esperaban ante las grandes puertas
francesas que iban de suelo a techo y que les separaban del balcón de palacio. Era la gran tarima
desde la cual él daba discursos y hacía promesas a su pueblo. Ahora tenía algo nuevo. Algo había
cambiado la última noche en El Cairo, algo había sosegado a Amy y no había vuelto a quedarse
mirándole furiosa. Había dejado de mirar a los teléfonos y a las personas que los atendían
melancólicamente. Sin embargo, era más que eso. También era diferente para él. Siempre había sido
un hombre que podía tomar o dejar a sus mujeres. Las mujeres del harén le daban placer, en
particular Kamala, que era adorable y tenía una lengua tan sorprendente y dedicada – pero nunca
había sentido que esas mujeres se le metieran bajo la piel.

Él había elegido a Amy porque le interesaba, porque era hermosa y feroz, pero ella tenía que ser,
como le había dicho a Hakim, poco más que una distracción. Una reina, sí, pero él no había esperado
amor profundo y espiritual.

Solo había pasado un par de días con ella. No podía decir todavía con exactitud qué era esto.

Pero había algo.

Él nunca había dormido tan bien como cuando la había sostenido en sus brazos. Las pesadillas que le
habían asaltado desde la muerte de su padre no le habían molestado la noche anterior. Después, por la
mañana, no hubo mayor placer para él que ver como los dorados rayos del sol naciente jugaban con
su pelo oscuro y su pálida piel. Ella se había convertido para él en algo más que un deseo o una
obsesión y él deseaba desesperadamente que su pueblo lo entendiera.

Más que por sus sentimientos o los de su pueblo, él tenía esperanzas porque ella estaba cambiando,
también. Él esperaba que ella también quisiera hacer su trabajo y no invirtiera su tiempo solo en
elaborar un plan de huida. No podía estar seguro, pero la alegría en aquellos pozos de zafiro se había
sentido tan real, tan tranquilizadora esa mañana. Él no podía creer que ella pudiera fingirlo, no creía
que tuviera esa habilidad. Él se había aferrado a ello porque quería a su reina a su lado, tan

completamente comprometida como lo estaba él con todo.

“¿Estamos esperando? Creía que tenías aquí las cámaras y los consejeros del gobierno y el resto de
la gente… ¿y nos están esperando?” preguntó ella con voz temblorosa.

Él estiró el brazo y le retiró el pelo de la cara. Algunas veces los negros mechones, desfilados e
irregulares, se le caían a los ojos. El peluquero real iba a tener mucho trabajo para arreglar eso de
alguna manera. Sus ojos eran tan profundos como el maldito océano y nunca deberían ser ocultados
al mundo. Eran tan regios como ella iba a llegar a ser.
“No tienes nada que temer. Mi gente va a adorarte. Ya has visto lo bien que Omai y los otros países
han recibido a sus novias americanas. Ellos saben que les servirás bien.”

Ella asintió. “Es mucha gente. Nunca esperé llegar a ser el tipo de persona que atrae multitudes.”

“Confía en mí, fierecilla, pareces la clase de mujer que puede hacer eso y botar diez mil barcos,”
replicó él besándole la mejilla. “Estás lista, ¿verdad, señorita Monroe?”

Ella suspiró y miró hacia abajo, a los baldosines del suelo del palacio, sus ojos parecían hipnotizados
por los patrones geométricos, la complejidad de la alternancia de los triángulos azules y dorados.
“¿No querrás decir “Jequesa Yassin”?”

“Todavía no es oficial, pero lo será, y será glorioso.”

Ella suspiró de nuevo y le miró, y ni siquiera él pudo dejar de ver que sus ojos estaban acuosos y
empañados. “Solo prométeme que no voy a perderme a mí misma, que no vas a desecharme como
una baratija y veremos a donde me lleva este camino.”

Él reprimió una amplia sonrisa. Sinceramente, era la mejor noticia que había oído en meses en
especial con el peligro al que estaba sometido su país, tan cerca del umbral de la guerra. “Bueno,
supongo que intentarlo y no insistir en que soy tu jodido secuestrador es un comienzo.”

“¿Verdad? No dejes que se te suba a la cabeza, Dvar.”

“Nunca lo haré,” dijo, tomando el brazo de ella con el suyo y dirigiéndola hacia el balcón.

La multitud se contaba por cientos de personas bajo su gobierno, todos leales súbditos con sus
mejores túnicas y burkas, todos vitoreando en el momento en el que Amy y él alcanzaron el extremo,

junto a la barandilla. Tomó la mano de ella entre las suyas y después las elevó por encima de sus
cabezas, como si fueran los ganadores de una carrera. Quizá si esto funcionaba, fuera una victoria
aún mayor, encontrar amor y consuelo en el otro en un mundo tan difícil.

Dándole a Amy un beso en los labios, soltó su mano y caminó hacia el estrado. Había preparado un
breve discurso, a fin de cuentas, y necesitaba que sus súbditos entendieran la alegría que les había
llevado. Hablando en árabe, dijo “Pueblo mío, Jardania siempre ha sido una nación fuerte y
orgullosa.” Los vítores de la multitud y los ojos de su fierecilla, tan concentrados en él, animaron a
Dvar a continuar. “Somos un faro de esperanza y progreso para nuestros vecinos, una tierra que se ha
mantenido en paz desde el sacrificio de mi padre. Siempre hemos perdurado y, por si los tiempos se
ponen duros de nuevo, he traído un gran regalo procedente de América. Ella es Amy Monroe, que
pronto será la Jequesa Yassin y, algún día, la madre de mis hijos, del próximo jeque. Abrazadla tan
cálidamente como lo hicisteis conmigo después de la muerte de mi padre, dadle la bienvenida a
nuestro hogar.”

Él sonrió y bajó del estrado, caminando hacia Amy y llevándola de vuelta a su lado como la reina que
era. “¡Vuestra Jequesa!”

La multitud rugió, aplaudiendo salvajemente bajo ellos. Algunos de los hombres se retiraron los
pañuelos de la cabeza y los ondearon en señal de aprobación, tratando de reprimir su entusiasmo.
A su lado, el rostro de Amy era muy expresivo. Se le abrió la boca y sus ojos azules brillaban con el
sol de las últimas horas de la tarde.

Ella tenía que sentirse tan sobrepasada como él, especialmente con el calor de su pueblo
extendiéndose hacia ella.

Dvar se inclinó y le dio un largo beso, la lengua jugueteando con la de ella. Separándose, le sonrió,
tocándola con la cara sólo un poco, con su bien recortada barba. “Bienvenida a casa, fierecilla.”

***

Cuando las festividades de la tarde noche acabaron, Amy se sintió aliviada. Ella había asumido

que directamente después de su sorprendentemente cálida recepción, sería conducida a las


habitaciones que iba a compartir con el jeque. Sin embargo, Dvar se había disculpado con el ceño
fruncido, mencionando que tenía una conferencia telefónica con sus primos sobre la creciente crisis
con Lebano y que Phedre la llevaría a las dependencias del harén y la acomodaría lo mejor posible,
con ropas apropiadas para la noche. También la presentaría al resto de las mujeres del harén. Se había
ido con tanta prisa que no había podido preguntarle sobre ello. ¿Iba a ser una entre muchas? Incluso
si ella era la reina y la candidata a madre de sus hijos algún día, ¿iba a tener que competir por su
atención entre un mar de mujeres núbiles vestidas con reveladores caftanes y pantalones árabes?

Simplemente no lo sabía y eso la aterrorizaba.

Aun así, sonrió mientras la mujer mayor la conducía bajo los largos e intricados pasillos hacia las
dependencias del harén. Phedre era adorable, hasta con el cabello casi gris debido a su avanzada edad.
Colgaba por su espalda, cayendo hasta la mitad de la cadera en una larga y gruesa trenza, Su nariz era
afilada y ligeramente aguileña y sus ojos marrones eran cálidos y amables.

“Entonces…” dijo Amy, sorprendiéndose a sí misma al darse cuenta de que ya no estaba tratando de
luchar por todo.

Había dejado de contemplar la posibilidad de darse la vuelta y correr por su vida y por su libertad,
había dejado de buscar a su alrededor acceso a un teléfono o a otra forma de comunicación.

De todas formas, seguramente su hermana Alexis la vería pronto en las noticias. Ahora, después de la
última noche y de la seguridad que había sentido extenderse sobre ella mientras dormía en los brazos
de Dvar, no quería huir. Si además se le añadía el cálido recibimiento de su pueblo y la absoluta
belleza tanto de Jardania como del palacio, entonces era como un cuento de hadas. En gran medida,
no podía creerlo. Sabía que no duraría. Después de todo, Amy no era esa clase de chica. Ella no era
esa chica a la que le ocurrían cosas felices. Ella era la chica abandonada y sola, la indecisa sin ningún
plan en la vida.

Aun así, podría vivir con esto. Podría intentarlo. Incluso si solo durara un tiempo, aunque fuera una
gloria tan efímera como Brigadoon1, ella podría intentarlo. Podría permitirse a sí misma ser feliz,
aunque solo fuera por una vez. Después de todo, le dijo una voz pequeña y fría que parecía

hablar desde sus tripas, nunca has tenido planes reales o un futuro que empezar a poner en marcha.
Phedre notó que se había separado de ella y se dio la vuelta para mirar fijamente a Amy, con sus
grandes ojos marrones desbordantes de preocupación. “Entonces, ¿qué? Mi jequesa, si me permite,
parece preocupada. No puedo entender a qué se debe. Todo el mundo está encantado de que esté usted
aquí. Para ser sincera, han pasado años desde la última vez que vi a Dvar sonreír así.”

“Siempre está bromeando conmigo. Es tan jovial que no puedo creer que sea reservado”

“Eso es porque es jovial con usted,” señaló ella. “Entre nosotras, mi jequesa, él es más que reservado.
He visto la forma en que la sonríe y estoy contenta de que tengan eso. He tratado de hacer todo lo que
estuviera en mi mano para ayudarle y consolarle después que perdiera a sus padres.”

“¿Su madre también?”

“Murió pocos años después que su padre, básicamente consumida de pena.”

“¡Oh, Dios mío!” dijo Amy cuando empezaron a caminar de nuevo. “Pero no lo entiendo.”

“¿No lo entiende?”

“No, quiero decir que ella claramente amó a su padre, supongo, si me has dicho que murió porque se
le rompió el corazón.”

“En esencia, así fue,” dijo la otra mujer mientras giraba bruscamente a la derecha. Quizá era una
buena cosa que Amy no estuviera tratando de escapar a ninguna parte. Después de todo, aunque
consiguiera huir, nunca encontraría el camino a través de los laberínticos pasillos del palacio. “Pero,

¿por qué tiene dudas sobre ello?”

Amy se sonrojó, sintiendo como la sangre se agolpaba rápida y furiosamente en sus mejillas.

“Bueno, para ser sinceros, él todavía visitaba su harén, ¿no?”

Si Phedre sentía algo de vergüenza por haber sido parte de ello no dijo nada. “Sí, pero aquello era
diferente. El jeque y yo tuvimos relaciones físicas ocasionales hasta que murió, pero eso era todo.

Él amaba a su reina, pero necesitaba desahogarse de otras formas.”

“¡Pero eso no es amor! En América nunca hacemos eso.”

“¿No hay aventuras amorosas, matrimonios abiertos o poliamor?”

“Venga ya, eso no es lo mismo. Estás hablando de una boda verdadera, pero luego él puede

bajar al vestíbulo y de entre un grupo de bellezas elegir a la que más le guste, ¡como si fuera un
maldito buffet!”

Phedre se rio. “Ya me doy cuenta de por qué Dvar se ríe tanto con usted. Tiene un fuego tan abrasador
en su interior. No entiende nada de nuestras costumbres, pero piensa que las conoce. Si este enfado es
por su jeque y sus miedos sobre lo que Dvar va a hacer, hasta donde yo sé, no ha decidido todavía
cuáles van a ser sus disposiciones.”

“Entonces eso me hace sentir mucho mejor. Él me ha sacado de mi hogar, y, honestamente, estoy
demasiado intrigada por lo que él me está ofreciendo para decir rotundamente que no, pero, al
mismo tiempo, ¿cómo puede decirme que le importo cuando tiene docenas de mujeres jadeando tras
él cada noche?”

“Eso es algo que tendrán que establecer juntos,” dijo Phedre, haciendo un último giro.

Pararon frente a una puerta enorme, que tenía fácilmente cuatro metros y medio de alto y estaba
tallada en madera maciza. Estaba recubierta de hojas de oro y ella se sintió de repente como si
necesitara preguntar cuál era la contraseña adecuada para tener su propia audiencia con el
maravilloso Mago de Oz.

“Guau, ¿he llegado a las auténticas Mil y Una Noches o a la película Aladdín? Yo he… ¡hala!”

Phedre sonrió, era como el gesto de una esfinge que no oculta bajo él sus auténticos sentimientos, no
realmente. “Ahora entiende por qué las mujeres llegan aquí tan jóvenes y con tantas esperanzas,
enviadas por sus familias. Hace cuarenta años, sentí lo mismo que usted cuando lo vi por mí misma.
Es surrealista y grandioso.” Ella se estiró y empujó las grandes puertas para que se abrieran.
“Bienvenida al harén, mi jequesa.”

Amy jadeó ante el altísimo techo de bóveda. Estaba lleno de mosaicos y parecía encajar
perfectamente en una mezquita o en las antiguas torrecillas que había visto en El Cairo. Las sedas más
brillantes colgaban del techo, creando un precioso dosel para un espacio tan grande como varios
campos de fútbol. En una esquina había una serie de antiguos tocadores, todos de mármol blanco y
con enormes espejos. En otro rincón había una colección de suaves almohadas y cojines,
confeccionados en seda y satén, tan brillantes como un arco iris. Finalmente, había una serie de camas

pequeñas, pero adorables, cada una con sus propios postes y doseles también. Debía haber dos
docenas dispersas por uno de los lados de la habitación y ella supo en ese momento que tendría que
competir con veintitrés mujeres (obviamente, Phedre era como una madre para Dvar). Veintitrés
mujeres que podrían darle placer si un día ella no podía.

Y aunque solo le conocía desde hacía un par de días, se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le
llenaron de lágrimas. Ella era bajita y menuda, una chica pálida con el pelo teñido y cortado
diabólicamente en nombre de la experimentación propia de los veinteañeros. No podía competir con
estas exóticas bellezas exuberantes con curvas pronunciadas y pechos bien realzados por las sedas
que vestían.

Amy era del montón, después de todo, y no había nada que pudiera hacer para ganar frente a esas
mujeres.

Cuando él tuviera ganas de venir aquí, lo haría.

Una mano gentil le tocó el hombro y los ojos oscuros de Phedre la miraban, con la ansiedad dibujada
en ellos. “¿Está bien, mi jequesa?”
Ella asintió. “Solo es que no tenía ni idea de lo complejo y bonito que es esto.” Amy trató de sonar
como si ella solo se refiriera a cómo estaba dispuesto todo, pero estaba bastante segura de que no
podía engañar a Phedre, ni hacer nada para que sus ojos enmascararan sus verdaderos sentimientos.

Una chica alta, que claramente no tenía más de diecinueve o veinte años y era una cabeza más alta que
ella, entró en la habitación dando pasos largos. Tenía el pecho largo y amplio, apenas contenido por
su top cruzado. Su cara con forma de corazón estaba rota por una extraña nariz aguileña y tenía unos
fríos ojos grises que la miraban fijamente.

“Sí, somos hermosas, ¿verdad, reina?” la voz de la muchacha estaba llena de desdén.

Amy se irguió en toda su estatura (de acuerdo, no era mucho) y puso las manos en las caderas.

“¿Quién eres tú?”

“Mi nombre es Kamala, mi reina, y soy la favorita del harén. He sido entrenada como acróbata en mi
juventud y el jeque siempre me ha favorecido por mi flexibilidad,” ella siseó aquella última

palabra y Amy reprimió su urgencia, su ardiente deseo de abofetear a la otra mujer. Podía volver
loco a Dvar, pero aún peor, aquella perra podía conseguir su simpatía antes que ella. Eso no podía
consentirse. “Entonces, ¿cómo puedo ayudarle, mi reina? ¿Necesita un vestido mejor? ¿Quizá ayuda
con esas puntas abiertas?”

Ella sacudió a cabeza y cerró las manos como puños en sus costados. “En realidad, tengo a Phedre,
que estoy segura de que podrá ayudarme.” Con eso, se dirigió con largos pasos hacia los tocadores y
esperó a que la mujer mayor se reuniera con ella. Cuando Amy habló de nuevo sus palabras salieron
rápidas y enfadadas y no pudo controlar su voz todo lo que hubiera querido.

“¿Quién es ella? No puede ser la favorita de Dvar. No es posible. Es fría y cruel como una maldita
serpiente, incluso yo puedo sentir el veneno que destila.”

Phedre sacudió la cabeza. “Seguramente ella es la favorita y no está equivocada sobre sus talentos,
como ella los llama.”

Bajó los hombros y se sintió agradecida por la amabilidad de Phedre, contenta por contar con la otra
mujer que la acunaba y la mecía. “¿Ella es la favorita?”

“Lo era antes de que usted llegara y ahora no está contenta. Ignore lo que ha dicho. Aquí se dice que
“sólo los corazones envenenados pueden decir palabras tan venenosas”. Está celosa, querida, así que
no le preste atención.”

Amy suspiró y miró a su pálido reflejo en el espejo. Parecía cansada y demacrada por los últimos
días de nervios y viajes. Sus ojos tenían grandes círculos oscuros debajo de ellos y no era nada en
comparación con la otra chica, con su piel oscura, olivácea y sus ojos bellamente perfilados.

“Quizá esto no podía durar más que un suspiro.”

“O podría confiar en mí,” dijo Phedre, empuñando un cepillo, así como unos estuches de maquillaje.
“Kamala era una chica sencilla cuando llegó aquí, y yo la ayudé a darse cuenta de cómo utilizar
mejor sus encantos femeninos. Así es como son las cosas, y voy a enseñarle también a usted.”

“¿Por qué? ¿Es que se puede evitar que Kamala sea la favorita?”

“Es una abusona y es cruel con todas las chicas aquí. Nada me gustaría más que que fuera humillada y
expulsada,” continuó cogiendo un brillante peine de plata, adornado con rubíes y

diamantes. Tenía forma de halcón y Amy lo miró fijamente, por los recuerdos que le traía de su
reciente viaje a El Cairo. “Mi reina, cuando haya acabado contigo, ninguna mujer podrá compararse
contigo. Para mí será un honor y un placer.”

1 N. de la T.: Se refiere a Brigadoon, que es el pueblo que aparece en la película del mismo nombre
en la que dos viajeros encuentran ese pueblo, cuya peculiaridad es que aparece un solo día cada cien
años.

Capítulo Ocho

El jardín estaba preparado con todo lo que podía pensar. La noche siguiente, después de un largo día
de reuniones, Dvar lo había preparado todo para un picnic perfecto con su reina. El jardín, por sí
mismo, era un precioso lugar. Tenía bonitos zarcillos colgantes de hiedra y madreselva. Había
bonitas estatuas de mármol de querubines y ángeles. Y subrayándolo todo estaba la fuente central que
se iluminaba por las noches y cambiaba de color en un bucle sin fin del azul al rosa, del rosa al
lavanda y vuelta a empezar. Sin embargo, lo más destacado del jardín eran los innumerables y tupidos
rosales. Habían sido una colección de concurso de su madre. Cada uno tenía un tipo diferente de
flores y él estaba rodeado por explosiones de pétalos de color rojo sangre, naranja y blancos.

Algunas eran de color violeta o incluso más oscuras, especialmente a la luz de la luna.

Para cenar, había preparado algo sencillo, solo algo de pan plano y dátiles. La carne era pierna de
cordero, que era fácil de poner dentro del pan plano para llevárselo a la boca.

Cuando Amy entró en el jardín, se evaporaron todas sus reservas sobre follar con ella por todas
partes. Llevaba un conjunto que él le había comprado en el bazar en secreto, un par de pantalones
árabes que conjuntaban con un top cruzado incrustado de diamantes y rubíes. Había finas capas de
gasa por encima de su vientre, técnicamente cubriendo su desnudez, pero él podía ver fácilmente a
través de la tela la franja de maravillosa piel blanca qua había debajo. Estaba intrigado y encantado
con el zafiro azul que adornaba su ombligo.

A juzgar por ese detalle y por la cantidad de horquillas y peinetas en su cabello – su largo cabello –
él asumió que Phedre la había ayudado con la elección de vestuario, así como a añadir extensiones a
su pelo.

Lo aprobaba.

Joder, a juzgar por la forma en que su miembro de había endurecido y apretaba contra la tela de sus
pantalones, estaba definitivamente seguro de que todo él lo aprobaba de sobra.

Todo ello quedaba totalmente redondeado por las largas líneas de kohl en sus ojos, las largas y
luminosas pestañas alrededor de sus profundos ojos color zafiro y los labios, pintados de rojo
sangre. Esos labios que él no podía esperar para que envolvieran su erección. El toque final era la
sencilla cadena de plata que colgaba en su cuello con el reluciente ojo turco azul guardado a salvo
entre sus pechos.

Finalmente, se puso de pie esperando que ella no se diera cuenta de cómo de entusiasmado se sentía al
verla. Ella había pasado la noche anterior en el harén cuando su sesión de planificación se alargó y
un día entero sin ella casi se le había hecho demasiado largo. Fue como si hubiera corrido la Maratón
de Boston y solo al final, solo ahora, solo después de más de cuarenta y dos kilómetros, le estuviera
permitido beber agua. Dvar la abrazó fuerte mientras sonreía.

“Mi jequesa, estás adorable, realmente tan sexy como ninguna fierecilla podría estar.”

Ella le miró y él notó ese delicioso sonrojo coloreando sus pálidas mejillas. “Me alegro de que te
guste. Yo… el palacio entero es alucinante. He sentido como si cada habitación, cada atracción, fuera
más hermosa que la anterior.”

Él se rio entre dientes y la condujo hasta la manta. Detrás de él, la fuente estaba iluminada en morado,
lo que complementaba magníficamente el brillo de sus ojos. “Has visto muy poco. Cuando las cosas
se calmen, no puedo esperar para llevarte a los establos para que veas lo hermosos que son mis
caballos árabes premiados. Mi tío los criaba y yo adquirí la costumbre de mi primo Munir. Los
disfrutarás,”

“Yo… no sé montar,” dijo ella, mirando a la manta mientras de sentaba. “Eso no será un problema,
¿verdad?”

Él sonrió. “No creo. Después de todo, fierecilla, tengo la sensación, de que hay pocas cosas que no
puedes manejar. Realmente, te has ganado el corazón de mi pueblo, y el mío propio.”

Ella asintió y él vio cómo su garganta se movía arriba y abajo ligeramente al tragar.

“Supongo.”

Frunciendo el ceño, metió la mano en la cesta y puso la comida sobre la manta. También sacó
champán y sirvió para ella en un vaso. “Pareces preocupada. ¿Algo va mal, Amy?”

Ella parpadeó y él se dio cuenta de que debía ser porque había usado su verdadero nombre. No

le parecía correcto provocarla llamándola señorita Monroe – después de todo, en breve sería su
esposa legalmente, una vez que se hicieran los arreglos para la ceremonia. Ella iba a ser la jequesa
Yassin y su antiguo nombre no tenía lugar aquí, entre ellos.

“No es nada.”

Él tomó un sorbo de su propia bebida, disfrutando de la forma en que las burbujas le hacían
cosquillas en la nariz. “¿No tienes hambre? Es una comida sencilla y te prometo que he reservado el
pichón para otra noche.” Hizo un gesto hacía el cordero, preparado a fuego lento y que prácticamente
se desprendía del hueso. “No tienes nada en contra de esto, ¿verdad?”
Ella se rio un poco, con parte de su ánimo y habitual buen humos de vuelta. “No es eso. Y

además, el otro día estaba de broma con el pichón. Me comí uno entero yo sola y fue la carne más
condenadamente jugosa que jamás haya comido.”

Él sonrió con suficiencia y se acercó lentamente a ella. “Hay hoy otras cosas incluso más suculentas
para tu boca, te lo prometo.”

Ella se rio entre dientes. “Creo que me he dado cuenta.” Amy sorbió su bebida y después tomo unos
pedazos del pan plano. “Es solo que el encuentro con el harén ha sido más abrumador de lo que podía
haberme imaginado. Ellas son tan hermosas y yo no sé… aún no estoy segura de cuánto va a durar
esto.”

Dejando su bebida, él extendió la mano y acarició su mejilla. “No he pedido a ninguna que sea mi
esposa y me ayude a gobernar a mis súbditos. Hablo en serio.”

“Y estoy deseando saber a dónde va esto. No hay nada más para mí si vuelvo a casa, y estos últimos
días han sido más que alucinantes, pero sé que nada dura para siempre. Mis padres no lo
consiguieron.”

A él se le abrieron las ventanas de la nariz y movió la cabeza. “Yo no soy así.”

“Tienes veintitrés mujeres a menos de setenta metros de aquí que están deseando cubrir cualquiera de
tus necesidades y saben cuáles son. Esa Kamala no lo guarda en secreto, en absoluto.”

Dvar lo pensó. Había cosas que adoraba hacer con Kamala, o, al menos, había adorado hacerlas. Esa
chica siempre quería probar cualquier cosa, era tan flexible y elegante y estaba tan

ávida... Lo echaría de menos, pero nunca podía haberse imaginado que su novia americana fuera tan
contraria a un harén, puesto que los matrimonios abiertos eran mejores que un divorcio.

Tomó las manos de ella entre las suyas y las apretó firmemente. “¿Eso es lo que te molesta tanto? ¿Lo
que tengamos Kamala y yo? Ella no es alguien a quien yo jamás haya considerado mi igual.”

“Entonces, puede que yo solo sea un poco de estímulo verbal y una yegua de cría, si es que llegamos
tan lejos alguna vez.”

“No, no es eso en absoluto.”

“Entonces, ¿podemos intentarlo solo nosotros? ¿Podemos construir algo antes? Sé que el harén es
una tradición y tú has tenido años para disfrutar de todos sus beneficios, pero significaría mucho para
mi si yo fuera la única mujer a la que acudieras. ¿Te parece justo?”

Él respiró profundamente y sintió como se apretaba su mandíbula. Cuando habló, su voz sonaba baja
y cargada de intención. “Tú no fijas los límites en nuestra relación. Yo estoy al mando, fierecilla, y
pensé que lo sabías.”

“Tú sabes que mi hermana nos visitará pronto. Acabamos de salir en las noticias de Al Jazeera y sé
que Alexis me llamará para comprobarlo. Incluso si no me dejas contestar, ella y Farzad estarán aquí
lo antes posible para verlo con sus propios ojos. Me iré con ellos, lo juro, si no lo intentas y me das
prioridad. Dame un año, y si no es suficiente, si todavía necesitas a Kamala o al resto del harén,
entonces veremos que hacemos.”

“Sigues poniéndome condiciones.”

“No me importa. Te dejaré si sigues adelante con el harén.”

“Es una tradición.”

Sus ojos brillaban con fuego azul. “Si me quieres, tendrás que demostrármelo.”

Claro que se lo demostraría…

Dvar empujó toda la comida fuera de la manta, sin preocuparse de si aterrizaba en la fuente o entre
los rosales. Entonces, se estiró para cogerla y ella trató de empujarle, pero ¡maldita sea! ella era suya
y había necesitado cantidades de paciencia inhumanas para esperar tanto, para no abalanzarse

sobre ella en el momento en el que entró en el jardín.

Ella se retorció bajo sus esfuerzos, pero él la sujetó tumbada, sujetándole las muñecas por encima de
la cabeza y manteniéndola así. Sus caderas estaban aplastadas contra las de ella y cuando se quedó
quieta debajo de él, supo que había sentido su erección tratando de entrar en ella, había sentido dentro
de él su excitada pasión.

Él se inclinó más hacia abajo y rozó con sus dientes la piel de su cuello y Amy se estremeció y gimió
debajo de él. Ella ya no luchaba para quitárselo de encima. Él la araño de nuevo con los dientes, esta
vez dibujando el camino hacia el hueco de su clavícula. Arqueó su larga lengua y comenzó a lamer su
suave piel para probar su sabor, de adelfa y especias, de verano cálido y frescura verde. Era divina.

Y era suya,

Solo suya.

“Y ahora, ¿las reglas de quién estamos siguiendo?” preguntó él.

Ella le miró furiosa, incluso mientras él sujetaba sus muñecas. “Las mías.”

Él se encajó en ella casi dolorosamente, su miembro provocando su núcleo a través del tejido de sus
ropas. “No. ¿Las reglas de quién, fierecilla? Sabes cuáles son. ¡Dilo!” él dio más fuerza a sus palabras
succionando fuerte en su hombro, dibujando un chupetón amoratado, la piel volviéndose morada
bajo sus labios. “¡Dilo!”

Ella gimió, sus ojos azules sombreados por sus pesados párpados. “Tus reglas, Dvar. Solo las tuyas.”

Él buscó a través de la tela del top y encontró su pezón derecho. Podía imaginar ese pico de color
rosa oscuro bajo su mano. Masajeó su pecho y pellizcó el pezón entre sus dedos, convirtiéndolo en
un punto atractivo punto duro. Amy gritó y corcoveó contra él, pero no de desesperación – sino de
necesidad. Necesidad pura y animal y él tampoco podía ocultar su deseo.
Por eso les pareció que les llevaba demasiado tiempo quitarse la ropa. Pero ella pronto estuvo echada
delante de él, desnuda de cintura para abajo, sus bellos rizos oscuros como un atractivo bosque
delante de él. Él se inclinó y besó el ápice de sus muslos mientras sus manos jugaban con sus

pechos y los agarraban.

Sentándose de nuevo, la sonrió. “¿De quién eres?”

“Tuya, solo tuya,” dijo, incorporándose y pasando los dedos, hábiles y delicados, por su miembro.
“Te necesito dentro de mí, Dvar, por favor.”

Él se lo agradeció. Después de todo, había pasado mucho tiempo desde su ducha. Se situó encima de
ella y deslizó su miembro en el interior de sus suaves pliegues. Él siseó al sentir el calor de ella, el
maravilloso y apretado ajuste que parecía masajearle en toda su longitud mientras él entraba
centímetro a centímetro. Encajaban de forma alucinante, como si ella estuviera hecha para él.

Sus caderas se movieron por su cuenta entonces, su propia pasión atávica desbordándose. Él intentó
ir despacio, hacer el amor con ella como había estado deseando, pero era más rápido que eso,
cargado de hambre y urgencia.

La sentía increíble y él dejó que una de sus manos se deslizara por sus caderas y las apretara mientras
la otra bajaba para tocar su clítoris. Amy siseó y le clavó las uñas lo mejor que pudo en los
omoplatos, bajo la camisa. Le gustaba el aguijón de dolor que le producía su forma de agarrarse, los
indicios de algo más en su jadeo. Se movió con él, sus piernas enlazadas alrededor de su cintura. El
ritmo aumentó entre ellos y él sintió que sus pelotas se tensaban con anticipación. Ella se incorporó y
le besó, sus lenguas entrelazadas. Eso fue todo.

Él se corrió entonces, derramándose dentro de ella, sintiendo las espirales de placer atravesándole
hasta que cayó sobre la manta. Ella se echó junto a él, gritando su propio placer y estremeciéndose a
su lado. Al final, cuando ambos terminaron, él la arrastró a sus brazos y la sujetó muy cerca de él. La
besó en la parte superior de la cabeza, evitando la peineta en forma de cabeza de halcón que llevaba,
la que hacía que su cabello brillara como el ébano en contraste con sus rubíes.

Dvar habló.

“Te quiero.”

Oh, Alá, ¿realmente había salido eso de sus labios?

Él parpadeó despertándose a la vez que ella, como si les hubieran derramado un cubo de agua fría
por encima. Era demasiado difícil de creer, de comprender realmente. Él solo había amado a su

familia. Sí, había estado entretenido con alguna mujer o cautivado por su talento, pero esta saciedad
era completamente diferente y mucho más real.

Unos ojos azules, grandes y asustados le devolvieron la mirada. Amy se mordió el labio y titubeó
antes de hablar. “No lo entiendo.”

“Te quiero y tienes razón, no hay nadie más. No volveré a estar con el harén, nunca más.”
“Yo…”

Él la besó de nuevo, pero ella estaba todavía debajo de él. Tirando de ella, introdujo una mano en su
cabello. Era tan suave y sedoso al tacto que tenía que recompensar generosamente a Phedre por el
trabajo de cambio de imagen que había hecho. “Di algo.”

“Me importas, y voy a intentarlo. Agradezco mucho que estés de acuerdo conmigo en lo del harén,
pero eso es todo lo que te puedo dar en este momento.”

Él asintió y la acercó más a él, sintiendo su cuerpo delgado y enjuto contra el suyo. No era todo lo
que él quería, pero tendría que servir por ahora porque no iba a dejar ir a su fierecilla.

Nunca.

Capítulo Nueve

Seis semanas después

Dvar frunció el ceño hablando con su primo Farzad por Skype. “¿Tus informes de inteligencia sobre
las fuerzas de Lebano son exactos?”

Su primo suspiró y pasó una mano por su rebelde pelo oscuro. “Si, han estado revisándolo mis
mejores espías y no hay duda sobre lo que está pasando. Se están movilizando y pronto se dirigirán
conjuntamente a tu frontera oriental y se aliarán con los rebeldes. Te enviaré pronto tropas y Alexis y
yo os visitaremos la próxima semana para ayudarte a organizarlo todo. A mi esposa podría haberle
tocado las narices la forma en la que has escondido a su hermana durante tanto tiempo.”

“No he escondido nada,” dijo él, sonriendo con suficiencia a su primo. “He estado ocupada y Amy
también quería disfrutar del periodo de luna de miel.”

“¿Puedo decirte que eres un copión por traerte una novia americana para ti?”

Dvar lanzó una carcajada larga y potente. “Entonces, tú eres también un imitador por seguir los pasos
de Munir. Pero estas mujeres americanas son algo más, ¿verdad?”

“Son difíciles, pero merecen la pena.”

Dvar asintió. “Estoy de acuerdo con eso de todo corazón, pero, ¿tú crees que podremos contener al
ejército de Lebano? Si los informes de inteligencia de Munir son exactos, podrían tener también
armas nucleares.”

“Primo, ¿alguien ha jodido alguna vez al imperio Yassin en los últimos trescientos años?”

Él se encogió de hombros. “Me retracto. Sólo desearía…”

“Yo también echo de menos a mi tío y a mi padre. Te entiendo,” se hizo eco Farzad.

“Entonces nos veremos la próxima semana y haremos que todos los que nos desafían lo lamenten.”
“Eso parece un buen plan.”

“Será un plan sólo si tenemos los pasos un poco más detallados,” dijo Dvar tristemente.

“Ahora mismo, todo lo que tengo es “patea el culo de Lebano,” pero no un mapa real de cómo
conseguirlo.”

“Entonces, siéntete aliviado de que haya dos cabezas pensando y quizá la ayuda de esas feroces
hermanas Monroe.”

“¿De verdad, dejas que una mujer haga planes contigo?”

“Conozco bien a mi mujer. Te veré el domingo,” replicó su primo, cortando la comunicación.

Dvar suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. Le martilleaba la cabeza y le sudaban las manos.
Todo parecía más fácil con el apoyo de su primo y sus bromas, pero a la fría luz del día y en la
enorme soledad de su sala de conferencias, las cosas parecían más opresivas. No podía dejar que
ocho millones de personas sufrieran a causa de la crueldad de Lebano, pero él no era el líder que
había sido su padre. Ya entonces, la última vez que Lebano les había invadido, habían perdido a su
rey.

Sacudió la cabeza, preocupado por lo que sería de su país.

Además, en este momento él tenía más que perder. Ya no era sólo su reino y su gente a quienes él
cuidaba con cariño, sino también a Amy, que también estaba manteniendo el acuerdo y pronto sería
oficialmente su jequesa. Solo quedaba un mes para la boda, puesto que tenían que acudir dignatarios y
llevar muchas cosas. No podía esperar al día en el que ella fuera oficialmente suya, cuando su anillo
estuviera en el dedo de ella y el mullah los declarara uno ante Alá y el mundo.

“Señor”, dijo Hakim, entrando en la habitación, “Le he traído el almuerzo. ¿Hay algo más que pueda
hacer para ayudarle?”

El asintió y consideró la oferta. “Comeré”

“Eso es nuevo. Parece haber perdido el apetito.”

“Hay una guerra en ciernes – no le hace ningún bien a la digestión de nadie.”

“Entonces necesitará conservar sus fuerzas,” argumentó Hakim. “¿Qué podría ayudarle a relajarse?”

Él sonrió. “La fierecilla es buena para eso.”

“No puede tener sexo a todas horas, mi jeque, pero quizá un largo día con ella podría ser

bueno. Quizá hoy pueda mostrarle finalmente los establos y los caballos árabes.”

“¡Eres brillante! Sabía que había una razón para mantenerte conmigo,” argumentó Dvar.

“Pensaba que era por mi aspecto agradable y elegante, mi jeque.”


“Difícilmente,” dijo él, poniéndose de pie. “Volveré pronto.”

Con esas palabras, salió deprisa hacia los pasillos. Le llevaría un rato llegar al ala del palacio en la
que estaba situado el harén. Algunas veces, incluso con su preocupación sobre las mujeres del harén,
Amy se sentía reconfortada merodeando cerca de Phedre. Entró deprisa a través de la doble puerta e
ignoró a la multitud de mujeres que le rodeó. Le echaban de menos, pero en ese momento de su vida,
él no las extrañaba a ellas. Era especialmente receloso con Kamala y sus ojos se entrecerraron
cuando ella se acercó a él. No guardó la distancia respetuosamente como hicieron las otras.

En lugar de eso, se inclinó hacia él, presionando sus senos contra su pecho de manera obvia (y
desesperada). “Le hemos echado de menos.”

“No lo dudo,” dijo él, poniéndole las manos en los hombros y empujándola lejos de él.

Ella dio un pequeño traspié y su rostro se arruinó con un duro ceño fruncido un momento antes de
recuperar el equilibrio. “Si alguna vez tiene necesidad de cualquier cosa, mi señor, sabe dónde
encontrarme.”

“Sé dónde has estado durante seis semanas, Kamala. No es algo que pueda olvidar.”

Algunas de las otras chicas soltaron risitas a su alrededor y él se sintió recompensado cuando vio que
sus mejillas se ponían de color escarlata de vergüenza e ira. Ella se dio la vuelta y se apresuró hacia
el lado más lejano de la habitación.

Kamala aún le llamó por encima de su hombro mientras se retiraba. “Al final me querrás, Dvar.

Un leopardo nunca cambia sus manchas.”

Apretando los puños a los lados de su cuerpo, él la ignoró. Nunca volvería a ella, sin importarle qué
pudieran hacer sus manos y su lengua. Estaba enamorado y adoraba a su prometida.

Kamala podía pudrirse en el infierno en lo que a él se refería, incluso aunque sus caderas le invitaran
mientras ella salía pavoneándose. Dvar pasó entre el grupo hasta que encontró a Amy en los

tocadores. Parecía extrañamente pálida, incluso para una americana, y se preguntó si habría dormido
bien la noche anterior.

Extendió el brazo y la cogió por los hombros, y ella se sobresaltó cuando la abrazó.

¿Qué coño estaba pasando?

“¿Estás bien, fierecilla?”

Ella asintió y le miró. También estaba sudorosa. “Sí, qué sorpresa. Creía que estabas hablando con
Farzad.”

“Estaba. Él y su familia estarán aquí en esta semana. Tu hermana se ha estado quejando. Quizá hemos
sido un poco demasiado lujuriosos al principio.”
Ella se sonrojó y se mordió el labio, su mano desviándose solo un poco hacia sus caderas. Era una
invitación que a él le encantaría aceptar, pero solo después de montar a caballo. “Me encantará verla.
Supongo que hemos estado bastante ocupados últimamente.”

Él se inclinó y la besó, su erección comenzó a crecer al sentir el sabor de ella en su lengua. “Lo
hemos estado, fierecilla. Me estaba preguntando, hablando de estar ocupado, si querrías venir
conmigo a montar.”

“No sé si soy lo bastante coordinada como para montar.”

“Puedes hacerlo. Pediré que ensillen la yegua más vieja y más tranquila para ti o pensaré en algo.
Tengo algunas cosas más que hacer con mis generales.”

“Entonces, ¿Farzad no tenía buenas noticias?”

“En absoluto,” dijo él, frustrado. “Pero las habrá. Cambiaremos las cosas.”

“Genial. Yo iba a ir al bazar. Yo…Phedre y yo íbamos a ir a mirar joyas.”

“Puedes tener acceso a las joyas de la corona para todo lo que quieres.”

“Pero siento que necesito un poco de aire”, añadió ella, titubeando un poco.

“¿Algo va mal?”

“No,” dijo ella, besándole de nuevo. “Y no, tampoco tiene nada que ver con dejarte. Prometí que lo
intentaría y tú has sido maravilloso.”

“Lo soy en eso. Nunca he tenido quejas.”

Ella puso en blanco los ojos, azules como el hielo. “No dejes que se te suban las cosas a la cabeza,
Casanova.”

Él acercó sus caderas a su espalda. “Hay otras cosas que siempre están arriba para ti, querida.”

Amy se rio y le besó una vez más. “Estaremos de vuelta a eso de las tres y montaremos entonces,
aunque te juro que me voy a caer.”

“Genial,” replicó él, acariciando su mejilla. No se había imaginado que estaba sudorosa, no después
de ver su mano resbaladiza a causa del sudor. “¿Estás segura de que estás bien? No tienes fiebre,
¿verdad?”

“No, solo estoy nerviosa y acalorada por las elevadas temperaturas, ya sabes cómo es esto.”

Él asintió y se dio prisa en volver a su despacho, preocupado porque ella le estaba ocultando algo,
pero no estaba seguro de qué.

***
Amy no se había sentido bien últimamente. No había nada a lo que pudiera señalar con exactitud, pero
se sentía exhausta muy a menudo. Debía ser el ajuste desde el frío y húmedo invierno de Boston al
calor y las temperaturas agobiantes que superaban los cincuenta grados en los desiertos a su
alrededor. Aun así, después de una noche alucinante con Dvar – y todas eran noches alucinantes –

se encontró a si misma más agotada y exhausta que nunca.

Entrando con un poco de dificultad en la sala del harén, se sentó en un blando cojín de color
mandarina y se quedó mirando a Phedre. La mujer mayor hoy estaba resplandeciente vestida con un
caftán de color berenjena adornado con cristales de Swarovski.

“Mi jequesa, ¿cómo puedo ayudarla hoy?

“Puedes decirme si hay médicos a los que pueda ver.”

“Está el medico real.”

“Quiero decir en la ciudad. No me encuentro bien, pero no quiero preocupar a Dvar si solo es un
golpe de calor.”

“Si pensara que solo es un golpe de calor, no estaría preguntando para ir a un médico privado

por su cuenta.”

“La guerra está a punto de estallar y, si es serio se lo contaré pero si no, su mente necesita estar
despejada para hacer planes.”

Phedre se mordió el labio inferior y sopesó lo que decía. “Supongo, pero debo aconsejarle en contra
de tener secretos en una relación, mi jequesa.”

“Solo necesito saber por qué estoy tan cansada y…” se detuvo, sintiendo como las náuseas crecían en
su interior y salió corriendo hacia el cuarto de baño.

Amy llegó a tiempo de vomitar repetidamente en el retrete. Vomitó hasta que le ardió la garganta,
hasta que los músculos del pecho quedaron doloridos por el esfuerzo. Cansada, dejó descansar la
cabeza sobre la blanca porcelana y empezó a llorar.

Habían pasado casi dos meses desde su última regla.

Durante un tiempo, ni siquiera pensó que esta irregularidad fuera señal de que algo iba mal.

Había sufrido un gran estado de nervios, encajando en un nuevo ambiente. Además, le había pasado
como cuando era patinadora sobre hielo, había perdido la noción del tiempo, ya que entonces estaba
tan delgada que no había tenido una regularidad que conservar, ¿pero esto? Esto lo explicaba todo –

el cansancio, ahora las náuseas, y todo lo que sentía.

Oh Dios.
No estaba preparada.

Ni siquiera estaba segura de que tuviera que estar aquí, de que Dvar pudiera cumplir su promesa a
largo plazo de ponerla por encima de las otras en el harén. Incluso con el niño, no había garantías de
que no pudiera terminar como su madre – abandonada y desechada como basura. Su hijo sería el
heredero, pero ella no.

Apenas estaban conociéndose el uno al otro y era inevitable que Lebano y Jardania fueran a la guerra.

¿Dios mío, qué voy a hacer?

Unos brazos suaves y seguros la rodearon y ella enterró la cara en el hombre de Phedre y lloró,
dejando que las lágrimas fluyeran. La otra mujer la acunó, chistándola un poco como forma de

que Amy restañara sus lágrimas.

“Conozco a alguien. Iremos en cuanto se sienta con fuerzas.”

Ella asintió y la siguió hasta los tocadores. Necesitaba comenzar el día. Después de todo, podía estar
equivocada, aunque Amy no lo creía.

***

“¿Sabe?,” ronroneó Kamala, sentada cerca de ella en los espejos de los tocadores. “Parece incluso
más pálida de lo habitual. Eso es bastante impresionante para una americana como usted.”

Miró a la chica que estaba a su lado. Su camisa, si aquel fino recorte de seda se podía haber llamado
así alguna vez, tenía el escote bastante bajo en los pechos. Era casi pornográfico. “Bueno, eso debe
ser lo que prefiere Dvar,” dijo fríamente.

“Sabe que solo es el sabor del mes, que él sólo está haciendo lo que hicieron sus primos.”

Kamala se acercó más a ella. “Nunca le será fiel. Nunca querrá un mestizo como heredero.”

Amy la abofeteó con fuerza, satisfecha de ver la marca apareciendo ya en la mejilla de la otra chica.
“Mi sobrino Farid es el heredero al trono de Omai y es medio americano. Es una fortaleza, no una
debilidad.”

Kamala se acarició la mejilla. “Disfruta mientras estés en lo alto, puta americana. No durará.”

Amy miró como se marchaba echando chispas y sonrió para sus adentros, Había sido la única nota
brillante en un día de mierda.

***

“Bueno, querida, el análisis ha dado positivo,” dijo el doctor.

Era un hombre muy mayor, con una larga barba blanca y los hombros ligeramente encorvados.
Amy no sabía de qué le conocía Phedre, pero estaba contenta de que así fuera. Tenía un trato
excelente con los pacientes y solo su gentil amabilidad y las manos de Phedre apretando las suyas
mantenían a Amy anclada a la tierra. ¿De otra forma? Su cabeza estaría dando vueltas y tendría unas
nauseas que ella sospechaba no tenían nada que ver con los mareos matutinos.

“¿Qué tengo que hacer ahora?” preguntó.

“Nos gustaría hacer una ecografía rápida ahora, solo para ver cómo va todo,” dijo él. “El feto será
pequeño y apenas estará empezando a diferenciarse, pero así veremos qué tal está.”

Ella asintió, su garganta estaba demasiado seca entonces para hablar, para decir nada. Cuando el
doctor salió de la habitación, se quitó el chal y la camiseta. Echada en la camilla de exploración, Amy
descansó la cabeza en una almohada. Después empezó a respirar con profundas bocanadas
recordándose a sí misma que no debía tener un ataque de pánico ni hiperventilar. Como poco,
probablemente sería horrible para el bebé.

Las manos de Phedre no habían soltado las suyas y las apretaba tan fuerte que casi tenía miedo de
estar dejándole moratones a la otra mujer. Ahora mismo, la vieja dama del harén era la única cuerda
que la anclaba a la realidad y a la cordura.

“Shh, mi jequesa, todo va a ir bien.”

“Es solo… Si ni siquiera estoy segura de si Dvar me quiere. No sé tampoco si volverá con Kamala o
se quedará a mi lado. Algunos días, todo lo que quiero hacer es irme a casa. Y entonces otro, me
sostiene muy cerca de él y es el éxtasis más maravilloso que jamás haya conocido.”

“Solo descanse y conozca los hechos. Después podrá tomar decisiones.”

“¿Incluso si no tengo las ideas claras sobre qué es esto?”

Phedre suspiró pero no dijo nada más puesto que el viejo doctor estaba entrando por la puerta con un
ecógrafo, uno que parecía poco manejable y tenía pinta de haberse fabricado en los ochenta.

Él empezó a trabajar, encendiéndolo y después extendiendo gel sobre su punta redondeada.

“Ahora, señorita Monroe, esto va a estar bastante frío,” dijo.

Ella siseó un poco con el frío del gel y entonces, sin disimulos, giró la cabeza hacia el monitor.

No había mucho que ver todavía, era una imagen increíblemente borrosa y además, una maquina
realmente antigua. Sin embargo, pudo percibir la redondeada curva del pequeño cuerpo que estaba
desarrollándose y la gran cabeza. Los pequeños ojos negros estaban empezando a tomar forma.

Su hijo.

No, es nuestro hijo, de Dvar y mío. Hay algo que realmente nos une el uno al otro, al menos, eso
espero.

Acudieron lágrimas a sus ojos y ella las sintió deslizarse por sus mejillas. Después de todo, era la
cosa más bonita que jamás hubiera visto.

Capítulo Diez

El caballo era enorme.

Era alto, sobrepasando incluso la gran complexión de Dvar y ella vio como aquel monstruo
gigantesco coceaba tras él. Sus negras crines se sacudieron al hacerlo y relinchó fuertemente muy
cerca de ella. Estaba ensillado y ella se dio cuenta de que la silla era grande y parecía sacada de una
película antigua del Oeste. Al menos parecía lo bastante grande para ir montado cómodamente,
aunque a ella le aterrorizaba salir despedida.

Ella había prometido montar y no podía volverse atrás. Eso no afectaría a nada. Dvar le había
prometido que no se iba a caer y que él encontraría al más calmado y grácil de los caballos para que
ella lo montara. Mirando fijamente a este gigante tuvo la sensación de que no era verdad, lo último
no, al menos.

Llegando hasta donde estaba, ella se sorprendió un poco cuando el caballo relinchó de nuevo.

A su lado, Dvar se rio y palmeo el costado del caballo. “Este es Tornado, y es el caballo mejor
entrenado de nuestras cuadras. Yo mismo lo domé cuando era joven y acabábamos de castrarlo.”

Ella se encogió un poco, pero finalmente tocó su cara. Era suave como el terciopelo al tocarlo.

El caballo relinchó y Amy, asustada como estaba y con el corazón martilleando en su pecho, no pudo
evitar una sonrisa. “Es hermoso pero, ¿me prometes que no está loco? No sé si soy capaz de
montarlo sola.”

Sin darse cuenta, su mano acarició ligeramente su estómago. Quizá no iba a montar sola exactamente.

“No lo estás. He decidido hacerlo en grupo hoy. Pronto, te enseñaré en una yegua vieja para ti sola,
pero hoy, yo estoy al mando,” dijo, ofreciéndole sus manos unidas para ayudarla a subir al caballo.

Amy miró al monstruo una vez más y puso el pie en sus manos. Ella confiaba en él respecto a la
mayor parte de las cosas, confiaba en su juicio. Simplemente no siempre confiaba en él con el

corazón y eso era mucho más complicado ahora que ella llevaba a su hijo dentro, ahora que las
apuestas estaban mucho más altas que nunca. Levantó la pierna y la pasó por encima del caballo y
pronto sintió una ligera brisa detrás de ella y el caballo su movió un poco al sentir el peso añadido de
Dvar.

Sus brazos fuertes y capaces rodearon su cintura y entonces se inclinó para tomar las riendas.

Él chasqueó la lengua una sola vez y golpeó fuerte en los costados del caballo. Y después salieron,
trotando mientras cruzaba la arena.

***

Puede que él tuviera motivos ocultos.


Sí, quería enseñarla a montar. Los caballos árabes eran de un linaje fabuloso, uno de los más
valorados del mundo y eran monturas alucinantes. Quería que su jequesa los amara como él lo hacía,
sentir la libertad de la galopada. Trotaron juntos por la arena, el polvo elevándose en remolinos entre
ellos. Él adoraba la forma en que el cabello de ella, todavía alargado con las extensiones, flotaba tras
ella, una rica y oscura cortina de ébano que le hacía cosquillas en la nariz.

Hoy, ella olía a vainilla y granada.

El beneficio y también el motivo oculto de esto era que él adoraba sentir sus caderas contra las de
ella. Cada vez que el caballo se movía, sus caderas se proyectaban hacia delante, coincidiendo con el
poderoso paso del caballo. Eso le permitía empujar su miembro contra las caderas de su amante, su
jequesa, y era incluso más alucinante que la velocidad y la fuerza debajo de él.

Después de un largo trote, él frenó a Tornado para dar un paseo tranquilo y entonces se inclinó y la
besó en el cuello. “Creo que después de media hora, puedes descansar un poco. ¿Cómo te sientes?”

“Siento mis piernas como gelatina y estoy bastante segura, mi seeeeñor, de que mi trasero va a estar
todo magullado al final del día.”

“Sabes que esto es solo un trote, ¿verdad? No estábamos galopando a toda velocidad por la pista de
carreras.”

“Eso no importa. Soy una chica urbana, nací y me crie en la ciudad y no es como si hubiera
practicado. Supone una experiencia completamente diferente ya solo ir haciendo “bump, bump,
bump”,” se enfurruñó. Amy enfatizó su argumento mirándole por encima del hombro, los ojos
azules llenos de alegría. “Es un poco demasiado. Definitivamente, me debes un masaje con aloe esta
noche.”

Se inclinó y la besó en el cuello. “Dalo por hecho, fierecilla. Será un honor. ¿Quién te dice que no he
montado todo esto solo para cortejarte?”

Ella sonrió y apoyó la espalda contra él lo más apretada que pudo. “Creo que lo has hecho.

Definitivamente, pareces lo bastante loco como para hacerlo.” Su voz se convirtió en un ronroneo
mientras lo decía, y eso hizo que la sangre latiera furiosamente en las venas de él. Qué cosas le hacía
esta mujer.

“Bueno, definitivamente parece que estás mejor,” dijo, mientras daban otra vuelta alrededor del
anillo. “Pareces animada. Estabas tan sudorosa esta mañana que me dejaste realmente preocupado.”

Frunció el ceño y preguntó “¿Lo pasaste bien en el bazar?”

Sus ojos miraban de frente por delante de él, pero él sintió que su cuerpo se paralizaba delante de él.
“¿Eh?”

“El bazar. Phedre y tú fuisteis a mirar joyerías como dijiste, ¿no? Sé que Hakim condujo y os llevó al
bazar. ¿Lo pasaste bien?”

“No encontré nada” dijo después de una larga pausa, “que fuera tan maravilloso o útil, espero, como
el medallón que tengo con el ojo turco.”

Él puso los ojos en blanco. “Es solo un colgante sencillo, que no es realmente adecuado para mi
reina. ¿No te gusta ninguna otra cosa? Madre tenía un collar de diamantes bellísimo en la caja fuerte.”

Amy dejó caer los hombros. “Es bastante importante para mi saber que va a protegerme y a traer
suerte a nuestra familia.”

“¿Nuestra familia?”

“Sí ya sabes, tú y yo y también ehhh… mi hermana y Farzad, y Farid, y todo el mundo, si se

declara la Guerra. Creo sinceramente que debemos usar toda la buena suerte que podamos conseguir.

¿Quién coño lo rechazaría?”

“Nunca he confiado en la superstición,” dijo, sujetando más fuerte las riendas. “Siempre me ha
gustado pensar que yo soy responsable de mi propia suerte. Mi padre siempre decía que el fatalismo
era inútil.”

“Entonces era estúpido. No es que yo sea optimista por encima de todo, pero creo que a veces el
destino, o la suerte o el universo – elige como llamarlo – puede estar pendiente de nosotros y
podemos apelar a él, también.”

Él resoplo y le acarició el cuello con la nariz. “Lo siguiente, fierecilla, será decirme que a todos nos
vigilan los ángeles de la guarda y los santos o lo que sea en lo que creéis los cristianos.”

“Puedes poner más desprecio en esa frase,” ironizó ella.

Él tiró de las riendas y el caballo se paró. Tomándola por los hombros la giro para que quedaran
cara a cara. “Solo existe la suerte que nos labramos. No voy a caer en los altibajos de nada más.”

“Entonces,” dijo ella, sus ojos brillando como zafiros mientras jugueteaba con la cadena de su collar
con la mano derecha. “Estás siendo un idiota testarudo y un imbécil. Qué sorpresa. De vez en cuando,
está bien pedir un poco de ayuda.”

“Y yo no creo en el hombre de detrás del telón. De hecho…” empezó a hablar.

Entonces el caballo lanzó un terrorífico alarido y se encabritó. El movimiento le tiró al suelo


inmediatamente. Dvar vio horrorizado como Amy se giraba y se agarraba a las crines. Ella gritó,
lanzando un chillido que taladraba los oídos mientras el caballo huía recto hacia delante. No fueron
más lejos porque el caballo se encabritó una vez más y se desplomó. En esa ocasión ella salió
despedida y se golpeó fuertemente contra la barandilla del circuito.

Él comenzó a ponerse en pie, pero se paró al instante cuando divisó el familiar y terrorífico rollo de
escamas negras y tostadas. Era una víbora de Palestina, la más mortífera de todas las serpientes
venenosas de Jardania, que tenía veneno suficiente para tumbar a un caballo de carreras en menos de
un minuto. Respirando tan suavemente como podía y moviéndose con pasos pequeños y
ligeros, Dvar alcanzó la cartuchera de su cadera y sacó el arma que llevaba con él, su pistola favorita
de las Fuerzas Armadas, que conocía de su entrenamiento militar.

En estos momentos de guerra e intrigas, hubiera sido de idiotas no llevarlo consigo.

El jeque estaba muy aliviado por haberlo hecho.

Rápidamente, sacó el arma y la amartilló, mientras tanto, la víbora olfateó el aire con su lengua y se
enroscó tan apretadamente que él supo lo que significaba esa postura. La víbora saltó y el apuntó,
apretando el gatillo. La bala partió al animal por la mitad y ambas partes cayeron por la extensión de
arena justo delante de Dvar.

Pasando por encima de todo ese lío, se apresuró a ir hacia el lugar del accidente.

Miró fijamente a Tornado y era obvio que el caballo estaba muerto. El pecho del animal no se movía
lo más mínimo y sus ojos estaban vidriosos por la llamada de la muerte. Las moscas, que de alguna
manera siempre parecían darse cuenta, ya estaban descendiendo del cielo. Las espantó para pasar por
allí y encaminarse hacia su amor.

Ella aun respiraba, con inspiraciones cortas y superficiales, pero al menos era algo. Podía trabajar
con eso. Si hubiera quedado tan malherida que hubiera muerto…

No, él no debía pensar eso nunca.

No tenía ningún deseo de vivir con un dolor tan insoportable, ser separado de ella de esa forma.

Arrodillándose, Dvar la tomó en sus brazos. Tenía un feo corte en la sien derecha, a través del cual
manaba abundante sangre carmesí que enmarañaba su pelo y salpicaba su piel de porcelana.

“¡Fierecilla! ¿Estás bien?”, se estiró y sintió el pulso, bajo y débil, y se imaginó que aún estaba
conmocionada. La sacudió más fuerte, desesperado por despertarla. Ella necesitaba recuperar la
consciencia. Si entraba completamente en shock, era posible que no pudiera salir de él. “¡Amy!”

Ella pestañeó al mirarle, claramente aturdida, sus ojos azules estaban turbios de miedo y confusión.
Era suficiente para hacer que el corazón de él latiera con tanta fuerza en su pecho que creyó que se le
iba a romper el esternón por toda la presión que estaba soportando en su interior.

Él frotó su mejilla e ignoró como su mano se volvía resbaladiza a causa de la pegajosa sangre.

“Amy, ¿puedes oírme?”

Ella gimió y sus ojos giraron hacia el interior de su cabeza.

Aterrorizado, la cogió en brazos y la llevó, como si estuviera cruzando el umbral con su novia en
brazos, hasta el abrevadero. Al echarle agua en la cara, al menos limpió las pegajosas salpicaduras
rojas de su cara. Después de unas pocas salpicaduras, se sentó y escupió, con los ojos aún
desenfocados, pero parecía más despierta que antes. Al menos esta vez, habló.

“¿Dvar? Qué… me duele mucho la cabeza.”


“Lo sé y voy a llevarte a los establos. Ellos pueden ayudarnos.”

“¿Establos? No recuerdo qué estábamos haciendo,” dijo, mirando alrededor con desesperación,
girando la cabeza hasta que divisó al gran corcel muerto detrás de ella. “¡Oh, Dios mío!”

“No pienses en eso,” dijo él, abrazándola más fuerte. “Estás bien. Estamos bien y vamos a llevarte el
médico. No ha sido más que una caída.”

“Me duele tanto, y estoy preocupada por el bebé,” dijo ella, estallando en lágrimas mientras se
acurrucaba en su hombro.

Su mano se quedó paralizada y, por un momento, Dvar se quedó demasiado bloqueado para procesar
qué más estaba pasando.

¿Un bebé? ¿Está embarazada? ¿Desde cuándo, joder?

Apartó a un lado de su mente la ira y la sorpresa y corrió hacia las cuadras. Su jequesa y su hijo
necesitaban un médico. Y, ahora, le necesitaban a él.

***

Todo era un borrón de luz y color y sonido. Al menos, así se lo parecía a Dvar. El mundo era plano y
agudo al mismo tiempo y mientras estaba sentado en la sala de espera privada del hospital, no podía
pensar en nada que no fueran su jequesa y su hijo. ¿Desde cuándo estaba embarazada? No podía ser
desde hacía mucho. Después de todo, no se le notaba y ellos solo se conocían desde hacía siete
semanas. Pero, ¿una caída? ¿Podía matar a su bebé? ¿Amy sufriría daños permanentes? ¿Él podría

seguir viviendo si perdían a su hijo?

No estaba seguro.

No estaba seguro de nada.

Después de todo, ¿cómo podía alguien estar tan unido a algo que ni siquiera sabía que existía?

En condiciones normales, él la habría acomodado en un ala segura del palacio, pero no podía.

El equipamiento del hospital local en Ahmud eran los más punteros, la investigación formaba parte
de las joyas de la corona en la Universidad de Jardania. Él quería que todos los expertos estuvieran
disponibles para este caso y había estado llamando por teléfono desde la sala de espera contactando
con algunos de los mejores especialistas americanos en Obstetricia y Ginecología, poniéndolos en
alerta por si Amy y el niño les necesitaban, también.

Finalmente, después de un tiempo que a él se le hizo eterno, uno de los médicos entró y tosió para
atraer su atención. “Mi jeque, puedo darle noticias sobre el estado de su prometida.”

Le miró y se le quedó la boca tan seca como si todo el polvo del desierto estuviera cubriéndola más
allá de la esperanza. “¿Qué está pasando?”
“Mi jeque, la caída ha resultado en un ligero traumatismo cráneo-encefálico para la jequesa.

Recomendamos que pase aquí la noche, en observación, pero ella y el bebé estará bien. Pensamos que
montar y otras actividades enérgicas deben evitarse en los próximos siete meses.”

“¿De cuánto está?”

“De unas seis semanas. Enhorabuena, mi jeque,” terminó el doctor, inclinándose eficientemente.
“Ojalá que la dinastía Yassin continúe creciendo y prosperando con la nueva vida que crece es su
interior. Ahora, si viene conmigo, podrá verlos a ambos.

“Gracias, doctor, y considere su salario de este año aumentado al doble.”

“Mi jeque, eso es muy generoso, pero solo hacemos lo que haríamos por cualquier paciente.”

Él asintió y entró en la habitación. “Entonces espero que continúen haciéndolo.”

“Lo haremos, y ahora, quédese solo unos minutos, su jequesa necesita descansar y recuperar
fuerzas,” dijo el doctor, sonriéndole.

Dvar asintió brevemente y caminó lentamente hasta la silla que había en el lado izquierdo de la

cama de Amy. Dubitativo, asustado de que ella le estuviera rechazando y fuera ese el motivo por el
que había ocultado el embarazo, llegó hasta ella y le cogió la mano izquierda. A causa de sus nervios,
estaba seguro de que la estaba agarrando con más fuerza de la que debería, más apretadamente de lo
que sería considerado educado. No quería que ella se fuera. Él podía ordenárselo, por supuesto, y ella
se quedaría, pero él quería que ella se quedara por su propia voluntad.

Porque le amara, como él la amaba a ella.

“Necesitamos hablar, fierecilla.”

Ella suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas, gotas frías y húmedas cayendo desde el hielo de sus
ojos azules. “Lo sé. Me enteré de lo del bebé esta tarde. Phedre y yo fuimos al médico después de que
yo vomitara y me diera cuenta de que no me había venido el periodo. Pensaba que se debía al brusco
cambio de ambiente.”

“Pero lo sabías cuando fuimos a montar esta tarde-noche. ¿Por qué no me lo dijiste?”

Ella tragó y miró abajo, a sus manos unidas. “Ha sido tan repentino, y no pensé que el paseo acabara
en algo peligroso o duro. ¿Cómo iba a suponer que saldrían serpientes de no se sabe dónde?”

“Tenías que haber pensado que montar a caballo y un feto no son compatibles.”

“Sólo estaba conmocionada. No estaba segura de qué hacer o de lo que quería.”

“En Jardania no tenemos las mismas reglas que en América,” dijo él bruscamente. “No nos

“deshacemos” de los problemas.”


“¡Yo nunca haría eso!” gritó, sus ojos azules ardientes por la ira. “Sólo tenía miedo de decírtelo, no
quería que nos rechazaras.”

“Te convertirás en mi jequesa en unos meses en una ceremonia. ¿Por qué iba a rechazarte?”

“Porque yo no soy…solo soy yo, y tú siempre podrías cambiar de opinión.”

Él sacudió la cabeza y puso su mano sobre su abdomen, sobre el niño que crecía entre ellos.

“Nunca te enviaré lejos. Joder, si lo recuerdas bien, viajé al otro lado del mundo para traerte
conmigo. Incluso en nuestro primer fin de semana juntos, con toda la pasión que compartimos, nunca
te he querido más de lo que lo hago ahora. No sé cómo puedes ni siquiera dudarlo.”

Ella sorbió y se frotó los ojos. “Y lo agradezco, de verdad. Siento haber ocultado mi

embarazo, y no haré nada que pueda poner en peligro a nuestro hijo de nuevo. Significa para mi tanto
como para ti.”

“No lo sientes así todavía.”

“Yo creía que iba a montar en una yegua vieja y tranquila. No creí que fuera a complicarse.”

“Entonces agradezco tu precaución, Amy,” dijo, inclinándose y besándola, un beso largo y


persistente, él adoraba saborear su lengua en la de ella. Ella era rapaz con sus besos, codiciosa y
hambrienta y él lo agradecía sinceramente.

Él solo estaba preocupado por que no fuera suficiente y esa preocupación le invadió mientras dejaba
la habitación para dar a su futura esposa y su hijo el descanso que tanto necesitaban.

Capítulo Once

No había nada más reconfortante que tener los brazos de su hermana rodeándola. Amy se relajó en el
abrazo de Alexis. Parecían la una una extensión de la otra, tenían el mismo perfil, rasgos aguileños,
los mismos ojos penetrantes y el mismo pelo oscuro. Amy tenía el suyo teñido en un tono poco
natural, un negro sin matices, o para decirlo más adecuadamente, lo había tenido así, hasta que
Phedre y las extensiones lo cambiaron. Ahora, las únicas grandes diferencias entre Amy y su
hermana mayor eran en estatura y color. Ella todavía estaba pálida y demacrada por los inviernos de
Boston, mientras se hermana estaba bronceada de llevar varios años bajo el sol de Omai. También
estaba más llenita, con las suaves curvas ganadas al tener a su hijo Farid, que ahora tenía casi un año.

Hablando del hombrecito en cuestión, su sobrino había trepado a la cama, a pesar de las protestas de
Alexis, y se había sentado en su regazo. Esos enormes ojos verdes – de ese evocador verde jade –
debían ser marca registrada de la dinastía Yassin porque le recordaban a los de Dvar.

Amy luchó de nuevo contra las lágrimas. Lo había liado todo completamente. Además de tener que
competir con las otras mujeres del harén, más hermosas, ahora tenía que superar el hecho de que
había arruinado la confianza en ella de su prometido.

Farid no hablaba todavía, era demasiado pequeño, pero lloriqueó un poco y acarició su mejilla.
Ella suspiró y besó la parte superior de la cabeza de su sobrino. Dios, en menos de ocho meses, ella
tendría su propio hijo, no sabía todavía si niño o niña y entonces tendría que cuidar de ellos. Dios,
hacía siete semanas, apenas se las arreglaba como barista. Incluso con los recursos de su futuro
esposo y Phedre y las otras mujeres alrededor para ayudarla, ¿cómo podía estar preparada?

“Amy, nos han dicho que el bebé está bien. ¿Cómo está tu cabeza?”

Ella suspiró y la acarició, arrepentida al notar el vendaje todavía ahí. “Todavía me duele cuando me
toco y estoy mareada. Sin embargo, después de pasar aquí la noche, el médico está seguro de que no
tengo nada malo. No hay hematomas subdurales ni nada peligroso.”

Su hermana lanzó un suspiro de alivio y los abrazó a la vez a Farid y a ella. “Estoy tan contenta.

No tienes ni idea de lo preocupada que estaba. Farzad… todos nosotros nos subimos al avión lo más
rápido que pudimos y aun así se nos hizo eterno llegar hasta aquí. No he podido descansar en
absoluto hasta que te he tenido en mis brazos.”

“¿Ya te has asegurado personalmente? Soy una chica Monroe. Nos dan buenas palizas y seguimos
adelante.”

“Exacto, y no estoy aquí para decir “te lo dije”.”

“Sobre montar a caballo y embarazos, porque no había sacado el tema contigo, pero definitivamente
ha quedado demostrado que es una idea horrible, garantizado.”

“No, me refiero a que tú tuviste mucho que decir cuando yo me quedé embarazada mientras estudiaba
Derecho.”

Ella suspiró. “Quizá estos jeques Yassin te toman por sorpresa y nunca te das cuenta. Solo…

Estoy asustada de que en realidad a él no le importe.”

“¿Por qué dices eso? Tenías que haberle oído al teléfono con Farzad. Tenía pánico de que tú y el niño
estuvierais heridos. Definitivamente, eres lo único en lo que ha estado pensando en los últimos dos
días.”

Ella asintió y acaricio el pelo liso y oscuro de su sobrino. “Pero quizá solo se preocupa porque ahora
voy a darle un heredero. Quizá eso era lo único que le preocupaba.”

“¿Por qué dices así? Dios mío, he visto los ojos de Dvar cuando llegamos. Estaba desolado y eso fue
después de que supiera que estabais bien los dos. Creo que solamente estaba preocupado de que te
hubiera podido ocurrir algo horrible.”

“Bueno, seguramente porque… mira, yo no soy una chica como las del harén, ¿vale? No lo entiendes
en absoluto. Hay una mujer aquí que ni siquiera es todavía una mujer, como mucho tendrá diecinueve
años y era la favorita de Dvar y él no me ha prometido que nunca visitará el harén. Ahora me voy a
convertir en un desastre, gorda y embarazada y ¿cómo de fácil lo va a tener para volver con una
mujer joven, atractiva y que procede de su misma maldita cultura? Quiero decir, si me comparas con
Kamala, podría ser también comida para perros.”
Su hermana entornó los ojos. “Yo también me sentí así. Una de las chicas del harén de Farzad

intentó seducirle y yo me hice una idea equivocada. Me costó varios meses de soledad, embarazada y
recordando dolorosamente mi hogar. No mereció la pena. Si realmente estás preocupada por el tema
del harén, entonces tienes que hacérselo entender, pero conozco a Dvar de más de una vez. No
apruebo necesariamente su plan de robar a mi hermana para cortejarla…”

“Como si eso no fuera también marca registrada del estilo Yassin.”

“Es cierto, pero no va a volver con ninguna chica del harén. Si esa Kamala es tan genial, entonces ella
sería la próxima jequesa y la única por la que él estaría exultante al llevar a su heredero.

No eres inferior.”

“Pero me siento así. Soy bajita y pálida y tan del montón y él todavía no ha prometido que nunca más.
No sé lo que voy a hacer de ahora en adelante,” dijo Amy, las lágrimas brotando de sus ojos. Desde
que se enteró de que estaba embarazada, le parecía que era todo lo que hacía. No eran solo los
cambios hormonales. Era el miedo de que su familia, que apenas había comenzado a unirse pudiera
disgregarse tan fácilmente por las pronunciadas curvas y la mirada abrasadora de Kamala.

“Ni siquiera sé qué siento.”

“Entonces necesitas hablar con él y encontrar algo de paz en todo esto porque él te quiere, y yo puedo
verlo, incluso aunque tú no puedas,” insistió su hermana, besándola en la mejilla.

***

“Pareces salido del mismísimo infierno,” dijo Farzad, ofreciéndole una taza de té.

Dvar lo cogió y lo engulló ávidamente, enfadándose solo un poco cundo algunas gotas salpicaron su
bien recortada barba. “Gracias, esto es lo que te hacen unas treinta y seis horas sin dormir
absolutamente nada. Me siento como si viniera del mismísimo infierno, también, así que no es tan
raro.”

“Entonces prepárate para sentirte peor. El ejército de Lebano se está movilizando en nuestras
fronteras, en ambas. La próxima semana, lanzarán un ataque en dos frentes. Ya tengo el compromiso
de apoyarnos del primo Munir y del ejército americano. Estamos preparando nuestras fuerzas para
una guerra terrestre y pronto llegará el momento de atacar.”

“Así que lideraré el combate desde el frente, incluso aunque mi prometida este embarazada. Ya veo.”

“Puedes pasarte por casa de vez en cuando, pero es hora de acabar esta batalla de una vez para
siempre. Estoy cansado de la intriga y de los rebeldes. Necesitamos poner a esos perros lebaneses
contra las cuerdas, eliminar hasta al último de ellos.”

“Estoy de acuerdo. Yo solo… perdí a mi padre en la Guerra y estoy preocupada. No quiero dejar así
también a mi hijo o a mi hija.”

“Tenemos a cuatro poderosas naciones en pie de guerra contra Lebano. En unos pocos meses, esto
habrá terminado y tendremos la victoria que necesitamos tan desesperadamente.”

“Eso espero, primo, y espero que el coste no sea demasiado alto,” dijo, mirando al cuarto donde su
amada fierecilla descansaba, recuperándose y encontrando consuelo en su hermana. “¿Son esas todas
las novedades? Por favor, dime que no hay nada más funesto en el horizonte que la guerra abierta.”

“Si solo fuera eso,” dijo Farzad, levantándose y empezando a caminar de un lado a otro.

“¿Qué?”. Él suspiró. “Mis espías, al igual que la CIA, indican que hay un topo en tu propia casa,
primo, que un miembro de tu personal, uno de tus mejores amigos debe estar revelando secretos a
Lebano.”

“Eso es imposible.”

Él suspiró y sujetó sus manos, con las palmas hacia arriba. “Es de mal gusto matar al mensajero, solo
quiero decirte que tienes que tener cuidado y trabajar aún más duro. Es más que probable y tienes que
acostumbrarte al hecho de que haya una serpiente en tu seno, alguien escondido en tu entorno, lo que
no solo significa Jardania, sino más probablemente tu familia, preparado para haceros daño.”

“Entonces, por imposible que parezca, empezaré buscando allí,” dijo, apretando los puños.

***

Seis meses y medio después…

“Tienes que seguir comiendo, fierecilla,” dijo, ofreciéndole la ensalada verde con pollo que su
médico había recomendado.

Amy había desarrollado diabetes gestacional y tenía que alimentarse regularmente para evitar tener
una hiperglucemia que pudiera llegar a hacer caer en coma al bebé por el elevadísimo azúcar en
sangre. No habían preguntado todavía por el sexo. Él quería saberlo con todas sus fuerzas, pero ella
estaba chapada a la antigua y había insistido en que sería mucho más divertido si era una sorpresa.
Pero a él le estaba matando no saberlo y era algo agridulce, también. No debería pensar nunca en
ello, pero estaba terriblemente preocupado porque su hijo pudiera morir. El bebé era casi demasiado
grande y seguro que nacería prematuramente debido a la diabetes, puede que en una semana o dos.
Era más que eso, sin embargo. Si perdía a su hijo, si sus pulmones no pudieran funcionar debido a la
enfermedad, si algo fallaba… bueno, Dvar solo quería saber de una vez, cuál era el sexo del bebé.

Amy masticó débilmente las tiras de pollo e incluso picó la manzana que le habían dado. “Lo sé. Es
solo que es tan difícil.”

Se inclinó y la besó en la frente mientras le retiraba el pelo de la sudorosa frente. “Lo sé, pero cuanto
más comas, mejor estarás, por el bien del bebé y por el tuyo. Solo un mes para el parto, y el doctor
Rashid está seguro de que lo cumplirás del todo.”

Su mujer refunfuñó mientras escarbaba en la comida. Siempre era una lucha conseguir que comiera.
Si él hubiera estado de un humor más festivo, hubiera dicho que era “la eterna lucha”, pero él nunca
lo estaba en esos días. Sin embargo, ella lo intentaba con tanto ahínco, sin importar cómo de mareada
o cansada estuviera. Solo era que el pelo de su fierecilla estaba débil y apagado, sus ojos medio
cerrados de sueño y su respiración superficial. A menudo estaba mareada, también. Era una lucha que
se hacía cuesta arriba, pero llevaba seis meses luchando como una leona. Él sabía que podía
continuar, o al menos, esperaba que pudiera.

Ella terminó por fin su ensalada, aunque había más hojas verdes en el plato de las que él hubiera
querido. “Mira, me lo he comido todo, como prometí.”

“Casi todo. Sabes que tengo que volver al frente en unos pocos días y no quiero hacerlo.”

Ella se estiró y puso la mano de él sobre su vientre, no tan redondeado aún como a él le hubiera
gustado que estuviera, no con su enfermedad y su lucha por comer. “No nos importa.

Sabemos que eres necesario.”

“También lo era mi padre,” dijo él, apretando la mandíbula.

Ella suspiró y le besó. Un beso casto. Él echaba de menos esa parte de su relación. Ahora eran besos
suaves, robados y largas noches pasadas solo sosteniéndola, esperando que continuara respirando
hasta el amanecer. Él echaba de menos el hambre física de sus primeros días, pero no lo bastante
como para volver al harén. Esta mujer, la única a la que él amaba, estaba haciendo tanto para traer a
su hijo al mundo, ¿cómo no iba a quererla por ello? Ninguna niña como Kamala o incluso ninguna
de las otras mujeres del harén podría tener siquiera la esperanza de compararse con ella.

“No eres tu padre. Volverás a casa con nosotros. Tengo tanta fe en ti que lo harás,” dijo ella, su tono
calmado y claro.

“Tú piensas eso, pero cada vez que estoy ahí fuera, solo quiero estar aquí. Necesito arrasar a esos
cabrones del Lebano en el Este, pero solo quiero abrazar a mi mujer y a mi hijo como estoy ahora”,
dijo, acentuando su argumento apretándola más entre sus brazos. “Estaré de vuelta tan pronto como
pueda, amor y después de esta vez, no me iré hasta que él o ella esté aquí.”

“Eso suena genial,” replicó ella, con un ligero silbido y mordiéndose el labio inferior.

“¿Qué pasa?” preguntó él, que conocía bien el humor y la forma de hablar de su fierecilla después de
tantos meses.

“Nada.”

“No es nada. Le preguntaré a Phedre. Es más sincera que tú.”

“Lo que quiere decir,” replicó Amy, frunciendo los labios. “que está más dispuesta a contártelo todo.”

“Mi espía más leal. Entonces, ¿por qué estás preocupada? ¿Es porque Kamala ha seguido a Phedre
hasta aquí como si fuera un condenado cachorro?”

Amy sacudió la cabeza de forma demasiado forzada para estar siendo sincera. “No, no es eso en
absoluto.”

“Creo que sí es.”


“Bueno, me he cansado de que esté controlando todo sobre mi. Algunos días, casi desde que hemos
venido, tengo miedo de que me envíes fuera o me mantengas como a una yegua de cría, pero solo
ames a las chicas del harén. Ellas son más guapas y del Medio Oriente y lo saben todo sobre tu
cultura, y yo estoy luchando para aprendérmelo todo como si me estuviera jugando el aprobado.”

Él suspiró. “Tú eres la madre de mi hijo.”

“Pero soy más que eso. Te quiero, y espero que tú me quieras también después de tanto tiempo juntos,
pero tengo miedo de estar equivocada.”

Dvar se rio entre dientes y luego se rio más fuerte cuando ella le golpeó débilmente el hombro.

“No, sigue haciéndolo.”

“¿Te estoy abriendo mi espíritu y contándote mis inseguridades y tú te estás riendo?”

“Me estoy riendo porque es ridículo. Nunca te dejaría y sinceramente, ahora que sé que Kamala te
está atormentando de esa forma, la enviaré de vuelta a las tierras de los beduinos. No tiene sitio aquí.”
Él se inclinó y la besó, dejando que su lengua bailara y masajeara la suya propia. “Nunca ha tenido un
sitio aquí. La única mujer a la que quiero eres tú.”

“Pero por el bebé”

“Siempre te he querido,” señaló él, besándola de nuevo. “Ahora, descansa para que puedas comer la
próxima ronda. Ya sabes que el doctor Rashid te ha puesto un horario muy estricto.”

“Lo sé. Si no lo sigo, puede ser un desastre para sus niveles de azúcar y los míos,” dijo, apretando su
vientre. “Haré cualquier cosa para protegerle, te lo prometo.”

“Y por eso es por lo que te quiero,” dijo, levantándose y saliendo para hablar con el doctor Rashid,
que estaba esperando.

Era un hombre joven, apenas mayor que Dvar, pero también era un superdotado. Había empezado en
la Facultad de Medicina muy joven y era uno de los más respetados expertos en embarazos de alto
riesgo y unidades de cuidados intensivos neonatales de Londres. Había estado volando
específicamente para atender a la jequesa veinticuatro horas al día los siete días de la semana desde el
diagnóstico de diabetes en el tercer mes. Era de ascendencia musulmana, pero había sido

criado por su madre, británica, así que no llevaba barba. Esto producía el vertiginoso efecto de
hacerle parecer más joven aún.

“¿Cómo está realmente?” preguntó Dvar.

“Mi jeque, el bebé es ya tan grande que espero que se ponga de parto en cualquier momento aunque le
quede un mes. Necesita retrasar su visita al frente.”

“Delo por hecho. ¿Y los pulmones del bebé?”

“Estarán lo suficientemente bien. Él o ella puede que necesite estar intubado y en la incubadora el
primer mes o dos de vida, pero todo irá bien. Simplemente, no la deje.”

Él miró hacia los aposentos de su jequesa. “Créame, nada podrá hacer que la deje.”

***

Ella se despertó con el sol del atardecer colándose a través de las gruesas cortinas detrás de ella.
Cuando parpadeó, se encontró a Hakim, fácilmente reconocible por su cabello entrecano y su altura,
con una bandeja preparada con fruta y verdura, así como salmón fresco para la cena.

“No tenías que hacer eso. Estoy segura de que Phedre lo habría hecho.”

“Mi jequesa, por supuesto que tenía que hacerlo.”

Ella frunció el ceño, pero se sentó lo mejor que pudo. “Está bien, pero estoy segura de que estás
ocupado con temas de espías, reuniones y planes para el frente.”

Él asintió, pero sacó una tela y ella frunció el ceño. No es como si él siempre llevara un pañuelo.
“Tengo una misión más apremiante, Amy.”

Ella parpadeó. Nunca antes la había llamado así. Siempre había sido “señorita Monroe” hasta la boda
y ahora siempre utilizaba con deferencia su título de jequesa. “¿Qué está pasando?”

“Solo que el general de Lebano quiere conocerte,” dijo, extendiendo la mano hacia su boca antes de
que pudiera gritar y poniendo la tela sobre su rostro. Un olor penetrante y nocivo quemó su nariz.

Después, solo hubo oscuridad.

Capítulo Doce

“Ah, Jequesa Yassin, es un placer conocerla.”

La voz que asaltó sus oídos era dura y fría, había algo amargo por debajo de todo en su adormilada
consciencia. Amy se sentó lo mejor que pudo, pero siseó cuando las cuerdas mordieron su brazo, las
esposas que la mantenían estirada y sujeta – al menos vestida, gracias a Dios – al hierro forjado del
cabecero y los pies de la cama. Tenía la garganta seca y la visión desenfocada. No estaba de cuando
había comido por última vez y eso la asustaba. Si no comía, la hiperglucemia la arrollaría.

Aun peor, su bebé podría caer en coma debido a sus inapropiados niveles de azúcar en sangre.

¿Quién es usted?”

“Soy el general del ejército de Lebano. Su marido y sus primos están acabando con mis hombres y
estamos perdiendo, puedo ver cómo va a cambiar el curso de la guerra a menos que haga una jugada
fuerte.”

“Yo no… ¿qué?” parpadeó ella. “Lo último que sé es que Hakim entró con comida y cloroformo y...
¿Qué coño está pasando?”
“Hakim ha sido el agente doble más leal. Yo no quería llegar a esto,” dijo él, acariciando una barba
poblada, enredada y sucia, manchada de polvo. “Pero he tenido que hacerlo. Su marido puede elegir.
Puede rendirse y tener de vuelta a su mujer y a su hijo o puede recibir su cabeza en una caja.”

“¡No puede hacer eso! Yo no importo, pero nuestro hijo sí. Por favor, tengo diabetes y si no como, el
bebé morirá de todas formas.”

“Entonces,” dijo él, sus dientes amarillos brillando a la luz. “Esperemos, jequesa, que su marido
responda rápidamente,” dijo, dando un portazo detrás de él. Ella pudo oír el ruido de la cerradura.

Se inclinó de nuevo sobre el cabecero e intentó escapar con tanta fuerza como pudo, casi
dislocándose el hombro con sus esfuerzos. No consiguió moverse. Gruñendo, se relajó en el
colchón. En esta postura, ni siquiera podía tocar a su bebé, no podía consolarle.

“Tu padre vendrá, cariño. Ya lo verás,” dijo, y trató de ignorar lo asustada y débil que sonaba su voz.
Sí, Dvar vendría, ¿pero sería demasiado tarde?

***

“¿Dónde está ella?”, exigió él, cruzando toda la anchura de la sala de guerra hacia Hakim.

Había ido una hora antes a alimentar a su amada y se había encontrado con que no estaba.

También había encontrado a Phedre, golpeada en un lado del pasillo. Ella había dicho que se lo había
hecho Hakim y que después había cogido a la reina pasando por encima de sus subordinados y ella
no tenía ni idea de dónde estaba Amy ahora.

Ahora él tenía las solapas de las ropas de Hakim en las manos y apretaba con fuerza contra la pared,
contra los muros de mármol del palacio. Algo crujió y él sonrió abiertamente, salvajemente, contento
por producirle dolor. Él estaba sufriendo, así que Hakim, el traidor, también tenía que sufrir.

“¿Dónde está mi esposa?”

Hakim, alguien a quién él había creído uno de sus amigos más fieles, le gruñó. La expresión resultó
tan extraña en la cara del que él llamaba viejo amigo, que apenas pudo reconocerle. “Todos estos
años, los he pasado siendo el chico de los recados de un niño débil, de alguien que solo habría
abochornado a su padre. Puedes hacer lo que él hizo y salvar su país, ser un héroe o bien vender
Jardania, dejándola totalmente bajo el control de Lebano. ¿Quieres a esa puta americana o quieres a
tu pueblo?”

“¿Qué?”

“La tiene el general Hassad y la dejará morir de hambre hasta que te rindas. Así que, elige.”

Miró al otro hombre, aquel a quien había mirado como a una figura paterna desde que el suyo
falleció en estas interminables guerras. Alcanzándole de nuevo, le pegó un fuerte puñetazo,
disfrutando del chasquido del hueso cuando rompió la nariz del traidor. Su puño quedó manchado de
sangre. “Elijo a mi familia. Ahora, vayamos a por Hassad. Va a lamentarlo todo.”
Quizá no hubiera sido la elección de su padre, intentar salvar su familia, pero ellos eran los que le
importaban y, maldita sea, no les iba a perder ahora. Tirando de su móvil, llamó a sus primos,

a ambos, y ladró una rápida serie de órdenes. Iban a llevar la pelea a Lebano y a terminar con esta
guerra y esta agitación de una vez y para siempre.

***

Él atravesó repentinamente y con facilidad las puertas del palacio de Hassad. Sus hombres y sus
primos se enfrentaban al ejército, incluso tenían con ellos a las fuerzas armadas de los Estados
Unidos. Se sentía como un vaquero de las viejas películas del Oeste que eran las favoritas de su padre.

Había guardas cargando contra él, pero sacar su nueve milímetros y disparar contra los lacayos era
un trabajo rápido. Corriendo por las escaleras del palacio, buscó la habitación más vigilada y la
encontró rápidamente. Había diez hombres rodeándola.

Se escondió detrás de una columna y lanzó una granada, contando hasta diez hasta que estalló,
esparciendo a la guardia por todas partes. Dvar pasó por encima de los trozos de cuerpos y atravesó
la puerta. Le dieron ganas de vomitar al ver a Amy, pálida y demacrada, desmayada en la cama.

Respiraba, pero de forma ligera e irregular. Rondándola estaba Hassad, con su barba enredada y un
puro apretado entre los dientes.

“Bien, bien, Dvar, eres un tonto. Creí que nos reuniríamos por la vía diplomática y cederías a mis
demandas. A tu alrededor, tus hombres están muriendo y tus primos están arriesgándose. ¿Crees que
puedes llevarte a tu reina de vuelta? Lleva aquí dos días y no la he dado nada de comer, ni siquiera
agua. ¿Crees que tu mocoso todavía está vivo?”

“Déjala ir, Hassad. Desátala y te llevaré a juicio.”

“No lo creo,” dijo Hassad, su mano derecha acercándose lentamente a la pistola que llevaba en la
cadera.”

Dvar desenfundó primero, dejando que su nueve milímetros se oyera con un disparo resonante que
hizo eco en el dormitorio. El agujero fue extrañamente limpio, atravesando el torso del general, un
lío sanguinolento que ya manchaba su blanca túnica y su pecho. Empezó a manar sangre a borbotones
y cayó de rodillas.

Dvar corrió hacia la cama y se detuvo el tiempo suficiente solo para golpear al general

rápidamente en las costillas, para acelerar su viaje al infierno. Fue más que satisfactorio verle caer al
suelo y no moverse nunca más. Llegando hasta ella, acarició su amado rostro.

“Amy, por favor, estoy aquí.”

Ella parpadeó mirando hacia él y habló jadeando puesto que respiraba con mucha dificultad.

“El bebé, no lo siento moverse… estoy tan asustada.”


Él asintió y la besó. No te preocupes, amor, ahora estáis a salvo. Te lo prometo.”

Y eso fue todo lo que tuvo tiempo de decirle antes de que ella se volviera a desmayar y él se pusiera a
buscar la llave.

***

Cuando se despertó, estaba gritando.

El dolor de los últimos días había sido demasiado. Amy se sentó rígidamente, feliz de que la visión
de su marido rescatándola no hubiera sido solo una alucinación. Miró hacia abajo y su mirada se
detuvo en su vientre plano.

¿Qué demonios?

Aterrorizada, tocó su abdomen y se estremeció. No sintió nada. Estaba liso y mucho más pequeño de
lo que recordaba. No podía sentir a su bebé dando patadas o moviéndose dentro de ella.

¿Habían muerto? ¿Qué estaba pasando, por el amor de Dios?

Se puso de pie, sintiéndose mareada, pero insistió, a pesar de que el vértigo la asaltó. En cuanto llegó
a la entrada de su dormitorio, tanto Dvar como Phedre corrieron hacia ella. Ambos la sujetaron por
debajo de los brazos y la sostuvieron erguida.

“¿Dónde está el bebé? ¿Ha muerto?”

Phedre se rio, “No, está bien. Estaba tan enferma que una vez que volvió al palacio, el doctor Rashid
la anestesió y le hizo una cesárea de emergencia. Hs estado desmayada unos días desde entonces, pero
el bebé está en una sala especial en la incubadora. Sus pulmones están bien, pero necesita descanso y
alimento.”

“¿Hubo…? ¿El coma le produjo daños?” preguntó ella.

Phedre la dejó completamente en manos de Dvar y ella se relajó en el abrazo de su marido.

“Creo que necesitas ver este milagro por ti misma, mi jequesa.”

Ella miró a Dvar, a esos ojos de jade que parecían gobernar el mundo entero y su corazón.

“¿Está bien el bebé?

“Nuestro hijo, Hamza, está bien. Nuestro pequeño león es fuerte. No cayó en coma, y solo necesita
unos pocos días más como cualquier bebé prematuro, pero está bien, fuerte como su madre.”

Las lágrimas llenaron sus ojos y besó a Dvar, disfrutando su sabor y el almizcle que era en parte
suyo y en parte de su exclusiva colonia. Se le había hecho eterno estar prisionera del general, aunque
habían sido solo unos pocos y aterrorizantes días. Ahora estaba a salvo y estaban juntos.

Todo lo demás era pequeño e insignificante.


Se tenían el uno al otro.

Hablando del bebé, cuando entraron en el nido, ella rompió a llorar libremente, contenta de ver a su
pequeño y precioso hijo, de su oscuro pelo grueso. Llegando hasta él, le acarició a través de las
ventanas de la incubadora mientras se apoyaba en su marido. “Es perfecto.”

“Lo es.”

“Y le quiero.”

Dvar suspiró y la besó. Era un beso que prometía mucho más para esa noche, muchas más cosas que
la harían arquear los dedos y la dejarían sin aliento. “Y yo os amo a ambos, mi jequesa.

Bienvenida a casa.”

¡FIN!

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Tabla de Contenido
La Bebé del Jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
OTRA HISTORIA QUE PUEDE QUE TE GUSTE
La Amante Robada del Jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce

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