¿Ama Dios A Todos
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¿Ama Dios a todos?
UNA de las creencias más populares de esta época es
que Dios ama a todos, y el mismo hecho de que sea
una creencia tan popular entre todas las clases de per-
sonas debería ser suficiente para despertar las sospe-
chas de aquellos que están sujetos a la Palabra de Ver-
dad. El amor de Dios hacia todas sus criaturas es el
principio fundamental y favorito de los universalistas,
unitarios, teósofos, científicos cristianos, espiritualis-
tas, russellistas, 1 etc. No importa si un hombre vive
desafiando abiertamente al cielo, sin preocuparse en
absoluto por los intereses eternos de su alma, o si no
le importa la gloria de Dios, o si muere maldiciendo
con sus labios; sin embargo dicen que Dios ama a tal
persona. Este dogma se ha proclamado tan amplia-
mente y es tan reconfortante para el corazón que está
en enemistad con Dios, que tenemos pocas esperanzas
de convencer a muchos de los lectores de sus errores.
Podemos decir que el dogma de que Dios ama a
todos es una creencia bastante moderna. Los escritos
de los padres de la iglesia, los reformadores o los puri-
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Universalismo: creencia de que todas las personas se salva-
rán.
Unitarismo: movimiento teológico que niega la Trinidad.
Teosofía: búsqueda esotérica de lo divino.
Científicos cristianos: Idealismo filosófico que afirma que
el mundo físico es una ilusión, y que la única realidad es
espiritual.
Espiritualismo: implica la comunicación con “guías espiri-
tuales”.
Russellitas: secta de los testigos de Jehová.
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tanos (según creemos) podrían ser investigados en
vano en busca de tal concepto. Cautivado por el libro
de Drummond titulado La más grandiosa cosa del
mundo, quizás el difunto D. L. Moody, hizo más que
nadie en el último siglo para popularizar este concep-
to.
Ha sido costumbre decir que Dios ama al pecador
aunque odia su pecado. Pero esa es una distinción sin
sentido. ¿Qué hay en un pecador sino pecado? ¿Acaso
no es cierto que en el pecador toda la “cabeza está en-
ferma” y todo su corazón desfallecido, y que “desde la
planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana”?
(Isaías 1:5-6). ¿Será cierto que Dios ama al que des-
precia y rechaza a su bendito Hijo? Dios es Luz tanto
como Amor, y por lo tanto Su amor debe ser un amor
santo. Decirle al que rechaza a Cristo que Dios lo ama
es cauterizar su conciencia, y además es darle un sen-
tido de seguridad en relación a sus pecados. El hecho
es que el amor de Dios es una verdad solo para los
santos, y presentarla a los enemigos de Dios es tomar
el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos (Mt 15:26).
Con la excepción de Juan 3:16, ¡ni una sola vez en los
cuatro evangelios leemos acerca del Señor Jesús, el
maestro perfecto, diciendo a los pecadores que ¡Dios
los ama! En el libro de los Hechos, que registra las
labores evangelísticas y los mensajes de los apóstoles,
nunca se hace referencia al amor de Dios! Pero cuan-
do llegamos a las epístolas, que están dirigidas a los
santos, tenemos una presentación completa de esta
preciosa verdad: el amor de Dios por los suyos.
Busquemos dividir correctamente la Palabra de
Dios y entonces no seremos hallados tomando verda-
des que están dirigidas a los creyentes y aplicándolas
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mal a los incrédulos. Lo que los pecadores necesitan
que se les muestre es la santidad indescriptible, la jus-
ticia inflexible y exigente, y la terrible ira de Dios.
Arriesgándonos al peligro de ser malinterpretados,
diremos, y nos gustaría poder decírselo a todos los
evangelistas y predicadores del país, que de parte de
los sanos en la fe: hay demasiadas presentaciones
acerca de Cristo a los pecadores de hoy, pero muy po-
cas de estas muestran a los pecadores su necesidad de
Cristo, es decir, su condición absolutamente arruina-
da y perdida, su inminente y terrible peligro de sufrir
la ira venidera, la terrible culpa que recae sobre ellos
ante los ojos de Dios. Presentar a Cristo a aquellos a
quienes nunca se les ha mostrado su necesidad de Él,
es más bien, hacerse culpable de echar las perlas de-
lante de los cerdos (Mt 7:6).
Si es verdad que Dios ama a todos los miembros
de la familia humana, entonces ¿por qué nuestro Se-
ñor les dijo a Sus discípulos: “El que tiene mis man-
damientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el
que me ama, será amado por mi Padre... El que me
ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará” (Jn
14:23)? ¿Por qué decir: "El que me ama, será amado
por mi Padre", si el Padre ama a todos? La misma li-
mitación se encuentra en Proverbios 8:17: “Yo amo a
los que me aman”. Nuevamente leemos: “Aborreces a
todos los que hacen iniquidad”, esto no se refiere me-
ramente las obras de iniquidad. Sino que aquí hay un
rechazo rotundo de la enseñanza actual de que Dios
odia el pecado pero ama al pecador: la Escritura dice:
¡“Aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Sal 5:5)!
“Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal
7:11). “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn 3:36), no se
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nos dice que la ira “estará”, sino que ahora mismo, ya
“está sobre él” (Jn 3:36). ¿Puede Dios “amar” a aquel
sobre el cual está Su “ira”?
Leemos en Romanos 8:39: “el amor de Dios, que
es en Cristo Jesús”. Una vez más, ¿no es evidente que
estas palabras marcan una limitación, tanto en la esfe-
ra como en los objetos, de Su amor? Leamos una vez
más en Romanos 9:13: “A Jacob amé, mas a Esaú abo-
rrecí”, ¿no queda claro por estas palabras que Dios no
ama a todos? Y nuevamente leemos que está escrito:
“Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo
el que recibe por hijo” (He 12:6). ¿Acaso no enseña
este versículo que el amor de Dios se limita a los
miembros de su propia familia? Si Él ama a todos los
hombres sin excepción, entonces la distinción y limi-
tación aquí mencionadas carecen de sentido. Final-
mente, deberíamos preguntar: ¿acaso es concebible
que Dios amará a aquellos que sean condenados al
Lago de fuego? Porque si Dios ama ahora a todos los
pecadores, también tendrá que amarlos cuando estén
en el Lago de fuego ya que el amor de Dios jamás
cambia. En Dios “no hay mudanza, ni sombra de va-
riación” (Stg 1:17).
1. Juan 3:16
Volviendo ahora a Juan 3:16, debería ser evidente
por los pasajes que acabamos de citar que este versícu-
lo no apoya la interpretación que generalmente se le
da al mismo. “Porque de tal manera amó Dios al
mundo”. Muchos suponen que esto significa toda la
raza humana. Pero “toda la raza humana” incluye a
toda la humanidad desde Adán hasta el final de la his-
toria de la tierra; ¡abarca tanto hacia atrás como hacia
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adelante! Considere, entonces, la historia de la huma-
nidad antes del nacimiento de Cristo. Innumerables
millones vivieron y murieron antes de que el Salvador
viniera a la tierra; ellos vivieron aquí “sin esperanza y
sin Dios en el mundo” y, por lo tanto, pasaron a una
eternidad de aflicción. Si Dios los “amó”, ¿dónde está
la más mínima prueba de ello? La Escritura declara
que: “En las edades pasadas [es decir, desde la torre de
Babel hasta después de Pentecostés] él ha dejado a
todas las gentes andar en sus propios caminos” (Hch
14:16). La Escritura declara: “Y como ellos no aproba-
ron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una
mente reprobada, para hacer cosas que no convienen”
(Rm 1:28). Dios dijo a Israel: “A vosotros solamente he
conocido de todas las familias de la tierra” (Am 3:2).
En vista de estos sencillos pasajes, ¿quién sería tan
tonto como para insistir en que Dios en el pasado amó
a toda la humanidad?
Lo mismo se aplica con igual fuerza al futuro. Lea
el libro de Apocalipsis, especialmente los capítulos 8 al
19, donde tenemos descritos los juicios que se derra-
marán del cielo sobre esta tierra. Lea acerca de los
espantosos males, las espantosas plagas, las copas de
la ira de Dios, que serán vaciadas sobre los impíos.
Finalmente, lea el capítulo veinte de Apocalipsis, el
juicio en el gran trono blanco, y vea si puede descu-
brir allí el más mínimo rastro de amor.
Pero el objetor regresa a Juan 3:16 y dice: “Mundo
significa mundo”. Es cierto, pero hemos demostrado
que “el mundo” no significa toda la familia humana.
El hecho es que “el mundo” se usa de manera general.
Cuando los hermanos de Cristo dijeron: “manifiéstate
al mundo” (Jn 7:4), ¿querían decir “manifiéstate a to-
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da la humanidad”? Cuando los fariseos dijeron: “Mi-
rad, el mundo se va tras él” (Jn 12:19), ¿querían decir
que toda la familia humana acudía en masa tras él?
Cuando el apóstol escribió: “vuestra fe se divulga por
todo el mundo” (Rom 1:8), ¿quiso decir que la fe de
los santos en Roma fue el tema de conversación de
todo hombre, mujer y niño de la tierra? Cuando Apo-
calipsis 13:3 nos informa que “se maravilló toda la
tierra en pos de la bestia”, ¿debemos entender que no
habrá excepciones? Estos, y otros pasajes que podrían
citarse, muestran que el término “mundo” a menudo
tiene una fuerza relativa, más que absoluta.
Ahora, lo primero que hay que notar en relación
con Juan 3:16 es que nuestro Señor estaba allí hablan-
do con Nicodemo, un hombre que creía que las miseri-
cordias de Dios se limitaban a su propia nación. Fue ahí
que Cristo anunció que el amor de Dios al dar a Su Hijo
tenía un objetivo más grande a la vista: que fluía más
allá de los límites de Palestina, llegando a «lugares más
lejanos». En otras palabras, este fue el anuncio de Cris-
to de que Dios tenía un propósito de gracia tanto para
los gentiles como para los judíos. Entonces, la frase: “de
tal manera amó Dios al mundo” significa que el amor
de Dios tiene un alcance internacional. Pero, ¿significa
esto que Dios ama a cada individuo entre los gentiles?
No necesariamente, ya que como hemos visto, el tér-
mino “mundo” es más general que específico, es más
bien relativo que absoluto. El término “mundo” en sí
mismo no es concluyente. Para determinar quiénes son
los objetos del amor de Dios, se deben consultar otros
pasajes donde se menciona Su amor.
En 2 Pedro 2:5, leemos sobre “el mundo de los im-
píos”. Entonces, si hay un mundo de los impíos; tam-
8
bién debe haber un mundo de los piadosos. Precisa-
mente estos últimos (los piadosos), son aquellos de
quienes se habla en los pasajes que ahora considerare-
mos brevemente. “Porque el pan de Dios es aquel que
descendió del cielo y da vida al mundo” (Jn 6:33). Ahora
fíjense bien, Cristo no dijo: “ofrece vida al mundo”, sino
“da”. ¿Cuál es la diferencia entre los dos términos? Que
una cosa que se “ofrece” puede ser rechazada, pero una
cosa “dada” implica necesariamente su aceptación. Si
no se acepta, no se “da”; simplemente se ofrece. Aquí,
entonces, hay una Escritura que afirma positivamente
que Cristo da vida (vida espiritual, eterna) “al mundo”.
Ahora bien, Él no le da vida eterna al “mundo de los
impíos” porque no la recibirían; ellos no la quieren. Por
lo tanto, estamos obligados a entender que la referencia
en Juan 6:33 es al “mundo de los piadosos”, es decir, al
propio pueblo de Dios.
Otra cita en 2 Corintios 5:19 dice: “que Dios esta-
ba en Cristo reconciliando consigo al mundo” Lo que
se quiere decir con esto se define claramente en las
palabras que siguen inmediatamente, “no tomándoles
en cuenta... sus pecados”. Aquí nuevamente, “el mun-
do” no puede significar “el mundo de los impíos”,
porque sus “pecados” sí les son “imputados”, como
será demostrado con el juicio del gran trono blanco.
Pero 2 Corintios 5:19 enseña claramente que hay un
“mundo” que está “reconciliado”, reconciliado con
Dios porque sus pecados no les son tomados en cuen-
ta, porque esos pecados han sido cargados sobre su
Sustituto. ¿Quiénes son aquellos que se les llama
“mundo”? Solo una respuesta podría ser posible: ¡el
mundo del pueblo de Dios!
9
De la misma manera, el “mundo” en Juan 3:16
debe referirse, en última instancia, al mundo del pue-
blo de Dios. Decimos que “debe” referirse porque no
hay otra solución alternativa. No puede significar toda
la raza humana, porque la mitad de la humanidad ya
estaba en el infierno cuando Cristo vino a la tierra. Es
injusto insistir en que “el mundo” significa cada ser
humano que vive ahora, porque todos los demás pasa-
jes del Nuevo Testamento donde se menciona el amor
de Dios, lo limita a Su propio pueblo: ¡busque y vea!
Los objetos del amor de Dios en Juan 3:16 son preci-
samente los mismos que los objetos del amor de Cris-
to en Juan 13:1: “Antes de la fiesta de la pascua, sa-
biendo Jesús que su hora había llegado para que pasa-
se de este mundo al Padre, como había amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”.
Podemos admitir que nuestra interpretación de Juan
3:16 no es nueva inventada por nosotros, sino una
dada casi uniformemente por los reformadores y puri-
tanos, y muchos otros desde entonces.
Es extraño, pero es cierto, que muchos que reco-
nocen el gobierno soberano de Dios sobre las cosas ma-
teriales se quejarán y argumentarán con sutilezas 2
cuando insistamos en que Dios también es soberano en
el ámbito espiritual. Pero su disputa es con Dios y no
con nosotros. Hemos presentado las Escrituras en apo-
yo de todo lo expuesto en estas páginas, y si eso no sa-
tisface a nuestros lectores, es inútil que tratemos de
convencerlos. Lo que escribimos ahora está diseñado
para aquellos que se inclinan ante la autoridad de las
Sagradas Escrituras, y para beneficio de ellos, propo-
2
Argumentar con sutileza: tratar de torcer el significado con
argumentos ingenioso.
10
nemos examinar varias otras Escrituras que han sido
deliberadamente [seleccionadas para este propósito].
2. 2 Pedro 3:9
Quizás este es el pasaje que ha presentado la ma-
yor dificultad para aquellos que han visto pasaje tras
pasaje en las Sagradas Escrituras, y este pasaje enseña
claramente la elección de un número limitado para
salvación, nos referimos a 2 Pedro 3:9: “no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”.
Lo primero que se debe decir sobre el pasaje ante-
rior es que, como todas las demás Escrituras, debe
entenderse e interpretarse a la luz de su contexto. Lo
que hemos citado en el párrafo anterior es solo una
parte del versículo, ¡de hecho es la última parte del
versículo! Con seguridad todos deberán admitir que la
primera mitad del versículo debe tenerse en cuenta.
Muchos suponen que las palabras “ninguno” y “todos”
se deben entender sin tener en cuanta ninguna consi-
deración; ¡pero para establecer el significado que mu-
chos suponen que tienen estas palabras, primero de-
berían demostrar que el contexto se refiere a toda la
raza humana! Y si esto no se puede demostrar, si no
hay una premisa que lo justifique, entonces la conclu-
sión también debe ser injustificada. Entonces, medi-
temos en la primera parte del versículo.
“El Señor no retarda su promesa”. Tenga en cuen-
ta que dice “promesa” en singular, no “promesas”. ¿A
cuál promesa se refiere? ¿La promesa de salvación?
¿Dónde, en toda la Escritura, Dios ha prometido salvar
a toda la raza humana? ¿Dónde? No, la “promesa” a la
11
que se hace referencia aquí no se trata de la salvación.
¿De qué se trata entonces? El contexto nos lo dice.
“sabiendo primero esto, que en los postreros días
vendrán burladores, andando según sus propias con-
cupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su
advenimiento?” (vv. 3-4). El contexto luego se refiere
a la promesa de Dios de enviar de regreso a Su amado
Hijo. Pero han pasado muchos siglos y esta promesa
aún no se ha cumplido. Es cierto, pero por mucho que
nos parezca una demora, el intervalo de tiempo es
corto en el cálculo de Dios. Como prueba de esto, se
nos recuerda: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que
para con el Señor un día es como mil años, y mil años
como un día” (v.8). En el cálculo del tiempo de Dios,
han pasado menos de dos días desde que prometió
enviar a Cristo de regreso.
Aún más, la demora del Padre en enviar de regreso
a Su amado Hijo no solo se debe a que no hubo una
“debilidad” de Su parte, sino que también es ocasionada
por Su “paciencia”. ¿Su paciencia hacia quiénes? El
versículo que estamos considerando ahora nos dice:
“sino que es paciente para con nosotros”. ¿Y a quiénes
se refiere con la palabra “nosotros”? ¿La raza humana?
¿O se refiere al pueblo de Dios? A la luz del contexto,
esta no es una pregunta abierta sobre la que cada uno
de nosotros tenga la libertad de formarse una opinión.
El Espíritu Santo lo ha definido. El versículo inicial del
capítulo dice: “Amados, ésta es la segunda carta que os
escribo”. Y nuevamente, el versículo inmediatamente
anterior declara: “Mas, oh amados, no ignoréis esto”,
etc. (v.8). La frase “para con nosotros” significa enton-
ces los “amados” de Dios. Aquellos a quienes se dirige
su epístola son “los que habéis alcanzado [no “ejercita-
12
do”, sino “alcanzado” como don soberano de Dios] “una
fe igualmente preciosa que la nuestra” “por la justicia
de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2Pe 1:1). Por lo
tanto, decimos que no hay lugar para una duda, una
sutileza o un argumento: así que la frase “para con no-
sotros” significa: los elegidos de Dios.
Citemos ahora el versículo como un todo: “El Se-
ñor no retarda su promesa, según algunos la tienen
por tardanza, sino que es paciente para con nosotros,
no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento”. ¿Podría haber algo más
claro? Aquellos llamados “ninguno” que Dios no quie-
re que perezcan son también aquellos referidos como
“para con nosotros”, para con los cuales Dios es “pa-
ciente”, son los mismos “amados” de los versículos
anteriores. 2 Pedro 3:9 significa, entonces, que Dios
no enviará de regreso a su Hijo “hasta que haya entra-
do la plenitud de los gentiles” (Rom 11:25). Dios no
enviará de regreso a Cristo hasta que se reúna el
“pueblo” que Él ahora está “tomando” de los gentiles
(Hch 15:14). Dios no enviará de regreso a Su Hijo has-
ta que el cuerpo de Cristo esté completo, y eso no será
hasta que los que Él ha elegido para ser salvos en esta
dispensación le hayan sido traídos. Gracias a Dios por
su “paciencia” “para con nosotros”. Si Cristo hubiera
regresado hace veinte años, el escritor [habría] queda-
do atrás para perecer en sus pecados. Pero eso no fue
posible, entonces Dios por su gracia retrasó la segun-
da venida. Por la misma razón, todavía está retrasando
Su advenimiento. Su propósito decretado es que todos
sus elegidos se arrepientan y lo harán. El presente
intervalo de gracia no terminará hasta que la última
de las “otras ovejas” de Juan 10:16 estén a salvo; en-
tonces Cristo regresará.
13
3. Ninguna de sus ovejas resistirá al Espíritu
Santo.
Al exponer la soberanía de Dios el Espíritu en la
salvación, hemos demostrado que Su poder es irresis-
tible, que, por Sus operaciones de gracia sobre y den-
tro de ellos, Él “obliga” a los elegidos de Dios a venir a
Cristo. La soberanía del Espíritu Santo se establece no
solo en Juan 3:8, sino que se afirma también en otros
pasajes; pero en este pasaje se nos dice: “El viento so-
pla de donde quiere... así es todo aquel que es nacido
del Espíritu”. En 1 Corintios 12:11, leemos: “Pero to-
das estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, re-
partiendo a cada uno en particular como él quiere”. Y
nuevamente, leemos en Hechos 16:6-7: “Y atravesando
Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por
el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando
llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíri-
tu no se lo permitió”. Vemos así cómo el Espíritu San-
to interpone su voluntad soberana en oposición a la
determinación de los apóstoles.
Pero, se objeta contra la afirmación de que la vo-
luntad y el poder del Espíritu Santo sean irresistibles,
pues dicen que hay dos pasajes, uno en el Antiguo Tes-
tamento y el otro en el Nuevo, que parecen militar en
contra de esta conclusión. Dios dijo en la antigüedad:
“No contenderá mi espíritu con el hombre” (Gn 6:3); y
a los judíos, Esteban declaró: “¡Duros de cerviz, e in-
circuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así
también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguie-
ron vuestros padres? (Hch 7:51-52). Si entonces los
judíos “resistieron” al Espíritu Santo, ¿cómo podemos
decir que Su poder es irresistible? La respuesta se en-
14
cuentra en Nehemías 9:30: “Les soportaste por mu-
chos años, y les testificaste con tu Espíritu por medio
de tus profetas, pero no escucharon”. Fueron las ope-
raciones externas del Espíritu lo que Israel “resistió”.
Era el Espíritu hablando por y a través de los profetas
a los que “no escucharon”. No fue nada que el Espíritu
Santo obró en ellos lo que “resistieron”, sino que re-
chazaron los motivos presentados a ellos por medio de
los mensajes inspirados de los profetas.
Quizás ayude al lector a captar mejor nuestro
pensamiento si lo comparamos con Mateo 11:20-24:
“Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las
cuales había hecho muchos de sus milagros, porque
no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Cora-
zín!”, etc. Nuestro Señor aquí pronuncia ayes sobre
estas ciudades por no haberse arrepentido por medio
de las “obras poderosas” (milagros) que Él había he-
cho ante sus ojos, ¡y no debido a ninguna operación
interna de Su gracia! Lo mismo ocurre con Génesis
6:3. Al comparar con 1 Pedro 3:18-20, se verá que fue
por y a través de Noé que el Espíritu de Dios “luchó”
con los antediluvianos. Andrew Fuller (1754-1815;
otro escritor fallecido hace mucho tiempo de quien
nuestros lectores modernos podrían aprender mucho)
resumió hábilmente la distinción señalada anterior-
mente así: “Hay dos tipos de influencias por las cuales
Dios obra en la mente de los hombres. Primero, lo que
es común y que se efectúa ordinariamente por medio
de motivos presentados a la mente para su considera-
ción; segundo, lo que es especial y sobrenatural. El
primero no contiene nada misterioso, como tampoco
la influencia de nuestras palabras y acciones entre sí;
el otro es un misterio tal que no sabemos nada de él
sino por sus efectos. El primero debería ser eficaz;
15
pero el último lo es con seguridad”. La obra del Espíri-
tu Santo externa hacia los hombres siempre es “resis-
tida” por ellos; pero su obra en el interior del hombre
siempre es exitosa. ¿Qué dicen las Escrituras? Dicen:
“el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfec-
cionará” (Fil 1:6).
17
salvación de sus propios elegidos. El mundo existe para
el bien de los elegidos, sin embargo otros se benefician
del mundo también. Entonces, la Palabra se predica por
causa de los elegidos, pero otros tienen el beneficio de
un llamado externo. El sol brilla aunque los ciegos no
lo vean. La lluvia cae sobre montañas rocosas y desier-
tos áridos, así como sobre los valles fructíferos; así
también, Dios permite que el evangelio llegue hasta los
oídos de los no elegidos. El poder del evangelio es una
de las agencias de Dios para contener la maldad del
mundo. Muchos de los que nunca son salvados por el
evangelio son reformados, sus concupiscencias se re-
frenan y se les impide empeorar. Además, la predica-
ción del evangelio a los no elegidos se convierte en
aquello que prueba el carácter de ellos de manera ad-
mirable. Expone a los pecadores empedernidos su pe-
cado; demuestra que sus corazones están enemistados
contra Dios; justifica la declaración de Cristo de que
“los hombres amaron más las tinieblas que la luz, por-
que sus obras eran malas” (Jn 3:19).
Finalmente, es suficiente que sepamos que se nos
manda que prediquemos el evangelio a toda criatura.
No nos corresponde a nosotros razonar sobre la cohe-
rencia entre esto y el hecho de que «pocos son los ele-
gidos». Nos corresponde obedecer. Es cosa fácil hacer
preguntas sobre los caminos de Dios que ninguna
mente finita puede sondear completamente. Nosotros
también podríamos volvernos y recordarle al objetor
que nuestro Señor declaró: “De cierto os digo que to-
dos los pecados serán perdonados a los hijos de los
hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero
cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no
tiene jamás perdón” (Mr 3:28-29), y no puede haber
ninguna duda de que algunos de los judíos eran cul-
18
pables de este mismo pecado (véase Mt 12:24, etc.) y,
por tanto, la destrucción [de estos judíos] sería inevi-
table. Sin embargo, apenas dos meses después, ordenó
a sus discípulos que predicaran el evangelio a toda
criatura. Cuando el objetor pueda mostrarnos la cohe-
rencia de estas dos cosas —el hecho de que algunos de
los judíos habían cometido el pecado imperdonable, y
el hecho de que a ellos se les iba a predicar el evange-
lio— nos comprometeremos a proporcionar una solu-
ción más satisfactoria que la dada anteriormente para
armonizar entre una proclamación universal del
evangelio y una limitación de su poder salvífico hacia
aquellos que Dios ha predestinado para ser conforma-
dos a la imagen de su Hijo.
Una vez más, decimos, no nos corresponde a no-
sotros razonar sobre el evangelio; es nuestro deber
predicarlo. Cuando Dios le ordenó a Abraham que
ofreciera a su hijo en holocausto, él pudo haber obje-
tado que este mandamiento era inconsistente con Su
promesa: “en Isaac te será llamada descendencia” (Gn
21:12). Pero en lugar de discutir, obedeció y dejó que
Dios armonizara su promesa y su precepto. Jeremías
podría haber argumentado de que Dios le había orde-
nado que hiciera lo que era completamente irrazona-
ble cuando dijo: “Tú, pues, les dirás todas estas pala-
bras, pero no te oirán; los llamarás, y no te responde-
rán” (Jer 7:27); sin embargo, el profeta obedeció. Eze-
quiel también podría haberse quejado de que el Señor
le estaba pidiendo algo difícil cuando dijo: “Hijo de
hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos
con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de
habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de
Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de
lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos
19
te enviara, ellos te oyeran. Mas la casa de Israel no te
querrá oír, porque no me quiere oír a mí; porque toda
la casa de Israel es dura de frente y obstinada de cora-
zón” (Ez 3:4-7).
Pero, alma mía, aunque la verdad sea tan bri-
llante que deslumbre y confunda tu vista, aun
así obedece Su Palabra escrita, Y espera el gran
día decisivo. —Isaac Watts (1674-1748)
Bien se ha dicho:
El evangelio no ha perdido nada de su antiguo
poder. Es, igual de poderoso hoy como cuando
se predicó por primera vez, es “poder de Dios
para salvación”. El evangelio no necesita que se
le tenga lástima, ni necesita ayuda, ni una sir-
vienta. Puede superar todos los obstáculos y de-
rribar todas las barreras. No es necesario usar
ningún dispositivo humano para preparar al pe-
cador para recibirlo, porque si Dios lo ha envia-
do, ningún poder puede impedirlo; y si Él no es
quien lo envia, ningún poder podría hacerlo
efectivo. —Dr. E. W. Bullinger (1837–1913)
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