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El Misterio Vasco PDF

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¿Qué

misterio encierra este pueblo que no guarda semejanza con ningún otro, ni por
su aspecto, ni por sus costumbres, ni por sus raíces? Un pueblo que, a lo largo de las
guerras y de las invasiones, ha logrado mantener firmemente su independencia y que
habla una lengua que no guarda relación alguna con las lenguas conocidas de
Occidente, y cuyo origen ni la historia ni las leyendas nos revelan.
¿Quiénes son los vascos? Louis Charpentier responde a esta pregunta: los vascos
constituyen el único resto directo y sin mezclas del hombre de Cromagnon. Hace
unos treinta o cuarenta mil años, estos hombres poblaron las costas del Atlántico,
para infiltrarse, más tarde, en la cuenca mediterránea. Los pelasgos, los egipcios de la
época faraónica, los beréberes y los guanches, entre otros, son todos hombres de
Cromagnon. Su civilización nos ha legado, al mismo tiempo, las pinturas de Lascaux
y de Altamira, y los monumentos dolménicos megalíticos. Pero este tronco no se ha
mantenido intacto sólo en el País Vasco. Penetrar en este misterio implica arrojar una
luz esclarecedora sobre toda la civilización occidental.
¿Cuál es el origen y la procedencia de los vascos? ¿De qué familia lingüística
procede su idioma? ¿Cuáles son los pueblos que pudieron influir en su génesis?
¿Puede existir un grupo sanguíneo específicamente identificativo? ¿Qué relación
podría haber con otras culturas milenarias, como los egipcios o los beréberes?
Un profundo e impactante ensayo sobre la que probablemente es la cultura más
antigua y desconocida de Europa.

ebookelo.com - Página 2
Louis Charpentier

El misterio vasco
Otros Mundos - 79

ePub r1.0
Titivillus 25.05.2019

ebookelo.com - Página 3
Título original: Le mystère basque
Louis Charpentier, 1975
Traducción: José M.ª Martínez Monasterio

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

ebookelo.com - Página 4
Índice de contenido

1. Las leyendas

2. El hombre de Cro-Magnon

3. El cataclismo

4. Los neolíticos

5. La lengua vasca

6. La sangre «0»

7. El Cro-Magnon en Europa

8. Los guanches

9. La sangre de los guanches

10. Los beréberes

11. Un antiguo relato

12. Prehistoria-ficción

13. Los pelasgos

14. Las pirámides

15. La Historia

16. La antigua religión

17. La casa vasca

18. Basa-Jaun

19. Las ientilak

20. El folklore

21. Conclusión

Notas

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«Hay otros mundos, pero están en éste».
ELUARD

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1. LAS LEYENDAS

Según Eginhardo, en el año 776, Carlos I, rey de los francos (no sería Carlomagno,
emperador de Occidente, hasta doce años después), que había cruzado los Pirineos
para ir a combatir a los sarracenos, regresó por el puerto de Ibañeta, llamado después
Roncesvalles. Su retaguardia, mandada por el famoso Roldán, cerraba la marcha. Esta
retaguardia, cogida en el desfiladero, fue atacada, especialmente con piedras, de tal
forma que ninguno pudo escapar vivo… y esto dio pie a la composición de bellos
cantares de gesta. Uno de ellos, obra del monje Turoldo y compuesta cuatrocientos
años más tarde, ha pasado a ser un clásico de la literatura francesa con el nombre de
Canción de Roldán.
En este cantar se decía que Carlomagno, de «barba florida» había ido a combatir a
los moros y que, al regresar, «tras cumplir con su misión», un villano muy traidor,
Ganelón, arrojó al Ejército sarraceno contra la retaguardia del valeroso Roldán,
derrotándolo, aunque éste tocó hasta extenuarse su olifante y partiera las rocas con su
buena espada Durandarte.
Esta canción hizo llorar a muchas buenas damas en los torreones feudales y,
quizá, también a los siervos en las chozas. Se compusieron asimismo algunos poemas
que estaban de acuerdo en el hecho de que el sonido del cuerno es triste desde el
fondo de los bosques…
Con el paso del tiempo, los historiadores, que tienen un sentido diferente de la
poesía, advirtieron que la realidad de los hechos había sido desvirtuada. Investigando
un poco, descubrieron que no había sido precisamente el deseo de luchar contra los
infieles lo que impulsó a Carlomagno a cruzar los Pirineos, sino el deseo de ver a los
visigodos al otro lado de las montañas. Además, como buen bárbaro, había pillado,
quizás incendiado y, de todos modos, desmantelado Iruña (Pamplona).
También descubrieron que los sarracenos no se habían aventurado a perseguir al
Ejército franco, sino que habían sido las tribus autóctonas de la zona las que se
encargaron de ajustarle las cuentas a la retaguardia de Roldán, con o sin sus doce
valientes, vengando así la afrenta hecha a Iruña.
Desde luego, no resultaba muy honroso para Carlomagno que un puñado de
valientes montañeses, probablemente sin más armas que sus brazos, sus garrotes y
sus hondas, derrotaran al más poderoso Ejército de Occidente. De haberlo sabido, las
gentes sometidas entonces a la servidumbre, hubieran pedido tener malos
pensamientos… Valía más dar al hecho el carácter de cierta cruzada contra los
infieles.
No se sabe bien qué táctica emplearon estos montañeses. De todos modos, se sabe
que las piedras desempeñaron un gran papel en la batalla: las rocas precipitadas desde
lo alto del desfiladero, así como, sin duda, las arrojadas por esos proyectores de
madera cuyo principio se ha vuelto a descubrir cuando el guante del juego de pelota

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se recubrió de mimbre para convertirse en la chistera o cesta. En el Museo de San
Telmo, de San Sebastián, se conserva una pala de madera, ahuecada, en forma de
chistera provista de un mango y que debe constituir, para proyectiles más pesados que
la pelota, una terrible honda.
¿Qué pueblo era éste que, no sólo desafiaba al gran Carlomagno, sino que
también se permitía «castigarlo»?
Durante mucho tiempo se los llamó vascones, por extensión del nombre de una
tribu vasca.
Así, pues, ¿quiénes eran estos vascos? Realmente un pueblo extraño, que ocupaba
la costa atlántica, desde la cordillera cantábrica hasta Burdeos, y los Pirineos desde
Tarbes hasta Hendaya. Este pueblo no se parecía a ningún otro, ni por su aspecto
físico ni por sus tradiciones. Un pueblo de labradores, de pastores y de marinos que, a
través de las guerras y de las invasiones, había conseguido mantener su
independencia; un pueblo que hablaba una lengua sin ningún parentesco con las
conocidas en Occidente y cuyo origen escapaba a la Historia y penetraba en el terreno
de las leyendas.
La más antigua de estas leyendas era la de Mari.
Mari, que, por la costumbre heredada de los latinos, llamamos «Diosa», pero que
los mitólogos vascos denominan «genio», es la reina de todos los genios de formas y
especialidades diversas que «se ocupan» de las cosas de la Tierra y de la Naturaleza
en general. A veces toma también la forma de estos genios.
Se trata de un ser femenino, si bien, a veces, sus apariencias sean masculinas. Es
una «dama»: Andere, en ocasiones elegantemente vestida y sosteniendo en sus manos
un palacio de oro. En Lescuns lleva una falda roja.
«Las habitaciones ordinarias de Mari son las regiones situadas en el interior de la
tierra, que comunican con la superficie por diversos conductos que son las cavernas y
los precipicios. Por estas razones, Mari aparece preferentemente en estos lugares».[1]
En su vivienda de Aketegi, las camas son de oro; en Otsabio se encuentra la
estatua de un toro dorado; en Zarauz, Mari de vana el hilo con una rueca de oro; en
Airobibeltz está sentada, la Dama de la cueva (Lezekoandere), en un sillón de oro; en
Otsibarre se encontró un peine de oro que, sin duda, le había pertenecido… Un
puñado de carbón puede transformarse en oro a la salida de su gruta, pero un puñado
de oro puede transformarse en madera podrida.
Mari es una mujer que, a veces, tiene pies de ave (como la reina Pédauque tenla
pies de pato); o pies de cabra… Puede ser un árbol parecido a una mujer o un zarzal
ardiente, pero, en sus moradas, puede adoptar la forma de un macho cabrío (en el
Baztán), de un cuervo (en Aketegi), de un caballo, de una novilla (en Oñate), de un
buitre (en Supelaur)… Se habrán ro conocido algunas constelaciones como
capricornio, el can (en vascuence, el can es el caballo), el cuervo, el águila…
Mari puede ser también la ráfaga de viento, la nube, el arco iris, el globo de
fuego, una mujer que lleva en su cabeza como aureola la luna llena; una hoz de fuego

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atravesando el firmamento…
Ella es todas las fuerzas teluricas a los que se atribuyen los fenómenos del mundo,
peno es también el jefe —o la reina— de todos los genios que provocan estos
fenómenos. Sea cual sea la forma poética que revista, no puede dejar de reconocerse
de que se trata de la vieja Tierra Madre, merced a la cual todo existe.
Mari no es quizá su nombre original. Parece que, al cristianizarse, Maya tomó el
nombre de la Virgen.

Mari tiene un esposo. Uno de sus nombres es Maju, pero el más corriente es Sugoi o
Sugaar, según las pronunciaciones dialectales. La palabra quiere decir «serpiente»,
pero en euskara, Su significa fuego, Sugar la llama (Sugin es el herrero y Suhar el
olmo).
Se trata de la gran serpiente, cuya morada es celeste, que rodea la Tierra, su
compañera en forma de serpiente, la que adorna las piedras de Gravr’inis y las
imágenes de la antigua Irlanda…
Este Sugar es la fuerza que rodea la tierra; es también —dejando a un lado el
folklore— el, Spiritus Mundi de los alquimistas, el Éter de los griegos y, en su
contexto físico moderno, el hermano del «viento solar», la potencia en la que se baña
el sistema solar.
Sugar no es específicamente vasco salvo por su nombre. Esta «gran serpiente» se
halla presente en todas las mitologías occidentales (el gran drakker [drak: dragón] del
noruego Olaf Trügvason se llamaba Ormenlange, la gran serpiente) y, al menos por
semejanza fonética, con el olmo Suhar. (El Elm germánico lleva el mismo nombre
que el «fuego de San Telmo» de los marinos…). Y era un olmo el que marcaba los
lugares de reunión de los Compañeros de los deberes.
Pero la leyenda vasca es más extensa. En efecto, Sugar se presenta como un
genitor. De las uniones de Sugar y de Mari, aparte numerosas tempestades, nacen dos
hijos: Atarrabi y Mikelats, uno bueno, el otro malo.
Sugar, que, al parecer, no desdeñó los amores humanos, tuvo ciertas relaciones
con una princesa que vivía en Mundaca, de la cual tuvo un hijo, Jaun Zuria, el primer
señor de Vizcaya.
Ésta es, sin duda, la leyenda vasca más antigua que tenemos sobre el origen de los
vascos. Los vascos han nacido de la Tierra, y los señores de una aportación celeste a
los vascos. Son, exactamente, lo que los griegos llamaban autóctonos, «nacidos de la
tierra».
Los euskaldunak no se consideran «venidos de otra parte».

La cuestión del origen de los vascos ha intrigado a muchas personas, entre las cuales
ha habido muchos grandes investigadores… ¿Quién era, pues, ese pueblo que

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habitaba en los Pirineos occidentales y en parte de la costa cantábrica? Este pueblo, al
que jamás pudieron colonizar celtas, latinos, visigodos, francos ni moros, que tenía
una extraordinaria habilidad para los ejercicios corporales, bailaba danzas
asombrosas y constituía lo que los arqueólogos ahora llaman el «islote étnico vasco»
y que se clasifica, a falta de algo mejor, en el tipo «arqueomediteráneo»?
Obligados de una forma u otra, los celtas los contornearon en sus viajes hacia
Galicia. Los latinos, a pesar de sentir gran curiosidad por los pueblos que los
rodeaban, al no poderlos dominar los consideraban, al parecer, como una variedad de
los iberos.
Flavio Josefo, en sus Antigüedades judaicas —utilizando la Biblia como única
fuente— da el nombre de iberos a los descendientes de Tubal o Tobel, nieto de Noé.
Ptolomeo, basándose en él, llama tobelianos a los iberos.
Esto crea cierta dificultad, pues hay otros iberos en el Cáucaso, entre el mar
Negro y el mar Caspio…
Cuando llegó el cristianismo, fue necesario relacionar a los vascos con los
orígenes bíblicos de la Humanidad. Tomando como base la Biblia, se crearon
diversas leyendas, o se dio un carácter cristiano a otras más antiguas.
Una de estas leyendas cuenta que, un día, Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé,
atravesando en barco el mar Mediterráneo, de Oriente hacia Occidente, se adentró en
las misteriosas aguas de un río —que después fue el Ebro— y, remontando la
corriente, llegó a Varea. La belleza del paisaje maravilló a los navegantes y la tierra
los hechizó. Algunos se detuvieron para quedarse allí —en la comarca de la baja
Rioja—, otros siguieron adelante y llegaron hasta la cordillera cantábrica (en euskara:
kant, cerca y Abre o Ebro, cerca del Ebro).
¿Se trata de una leyenda muy antigua referida a un desembarco?
Resulta imposible afirmarlo; sólo puede señalarse que existía igualmente en
Galicia (donde los vascoides dejaron huellas) una leyenda del desembarco de Noé
después del diluvio, lo cual contribuyó a crear la tradición cristiana de Santiago.[1]
¿Después del cataclismo, que los cristianos denominan diluvio, hubo un desembarco
de gentes expulsadas de sus tierras? Esto no es imposible…
Roderico de Toledo (lib. I, cap. III) se muestra categórico e informado: «Se
conviene en que Hispania, desde sus primeros tiempos, llevó el nombre de Setubalia,
que no es sino la reunión de tres palabras: sein, tubal, ria o lia que, en la antigua
leyenda vasca significan: país de la posteridad de Tubal…».
En el siglo XIX se abandonaron las leyendas por las teorías: en el tiempo de la
Antropología se creía, con el apoyo de Darwin y del darvinismo, haber llegado al
límite de los conocimientos.
Casi todas las teorías emitidas en aquel tiempo afirman una «venida» de los
vascos de países del Próximo Oriente, como si hubiera sido inconcebible que
hubiesen estado donde se hallan desde tiempos inmemoriales.

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Esta idea de un primigenio «Padre Adán» oriental tiene un carácter poético. Por
mediación de Noé, los descendientes del «único» se esparcieron por todos los
continentes…
Muchas investigaciones sobre el origen de los vascos han tenido por base el
euskara. Por supuesto, se le han hallado muchas raíces similares a las de otros
idiomas, aunque fuesen los más lejanos. Con un poco de buena voluntad, resulta fácil
hallar raíces idénticas en todos los idiomas. De este modo, se han encontrado
coincidencias entre la lengua vasca, las lenguas altaicas y los dialectos esquimales,
los indios de América del Norte o del Sur, etc.
Las raíces comunes que fueron halladas se desmoronaron al ser examinadas
científicamente y las que aún permanecen —sin garantía— son insuficientes para
convencer. Y, aunque fueran suficientes, no podrían constituir una prueba. En la
lengua vasca hay muchas palabras celtas, latinas, gasconas y castellanas; por otra
parte, tanto en el francés como en el castellano, hay más palabras vascas de lo que la
gente se imagina.

También se ha querido emparentar a los vascos con los beréberes y con ciertos
pueblos del Cáucaso… Ya volveremos a ocuparnos de esto, pero nada permite, por
ahora, afirmar que los vascos sean el resto de una invasión beréber o caucásica.
Puestos a afirmar careciendo de pruebas, también puede admitirse lo contrario, o
sea, que los beréberes y caucasianos son el resultado de una invasión vasca.
Según sabemos, la prehistoria de Europa —y la más lejana— se muestra bastante
abundante en restos humanos para que se pueda admitir que esta región no estaba
particularmente desértica.
A juzgar por lo que sabemos, ahí es donde se ha descubierto la raíz —las raíces—
del Homo sapiens…
A lo mejor, para tranquilizar su conciencia, los descendientes de los celtas,
latinos, francos y visigodos pretenden hacernos creer que los vascos son los que han
venido «de otra parte».
Entre las teorías de las «invasiones», la teoría más interesante y, digámoslo, la
única que podría parecer «seria» en relación con los conocimientos científicos
actuales del hombre, seria la del origen atlante del pueblo vasco, y de algunos otros.
Desgraciadamente, mientras esta Atlántida no sea descubierta, en tierra firme o bajo
las aguas del Atlántico, lo único que podrá hacerse será soñar.
Lo cual no me confiere el derecho de rechazar esta posibilidad.
Y, sin embargo, el origen de la raíz está ahí, en la propia tierra vasca.

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2. EL HOMBRE DE CRO-MAGNON

En 1868, un «anticuario», L. Lartet, excavando en un saliente rocoso un refugio


prehistórico, cerca de Les Eyzies, en Dordoña, descubrió numerosos fragmentos de
esqueletos humanos que le parecieron dignos de atención.
Entre estos restos había un cráneo, bastante bien conservado, de un hombre adulto
que, contrariamente a todos los restos registrados hasta entonces, presentaba, por su
ángulo facial y la capacidad de su caja craneal, un aspecto muy similar al de los
hombres modernos.
Estas «piezas» fueron entregadas, para su examen, a Quatrefages y Hamy, que
trataron de efectuar la reconstitución lógica del hombre al cual pudieron pertenecer
estos restos.
En 1874, llegaron a una especie de definición de un tipo humano que nunca había
sido antes hallado en las excavaciones prehistóricas; sin embargo, la verdad es que,
en aquel tiempo, las excavaciones sistemáticas eran muy escasas.
El hombre recién descubierto era de elevada estatura. Debió de mantenerse
perfectamente vertical, de forma contraria al homínido de Neandertal que lo habían
precedido en algunos milenios. Su estatura se debía a que tenía las piernas largas. La
frente era elevada y sus arcos superciliares eran muy reducidos. La caja craneana era
redonda, con un gran desarrollo occipital, formando una especie de «moño», lo cual
revelaba la importancia del cerebelo; y, sobre todo, la capacidad craneal, medida, era
superior a 1.500 cm3, es decir, igual a la capacidad craneal de los occidentales
actuales.

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Cráneo de Cro-Magnon

Además, las sienes estaban muy desarrolladas, los pómulos salientes y poco
separados; las órbitas, amplias, eran cuadrangulares. Aunque el rostro fuera amplio,
la nariz era estrecha y los huesos de la nariz permitían adivinar un apéndice nasal
alargado, muy diferente a las narices chatas que se atribuían generalmente a los
hombres primitivos.
Las mandíbulas, sólidas, no presentaban ningún prognatismo ni braquignatismo.
El mentón, fuerte, era puntiagudo. De todos modos, la amplitud de las sienes,
superior a la de la mandíbula, le daba cierta falta de armonía facial.
Fue el primer —aunque no el más antiguo— Homo sapiens descubierto. Se le
llamó el hombre del refugio de Cro-Magnon y luego, simplemente, el «hombre de
Cro-Magnon».
Después se descubrió que su «raza» había perdurado hasta nuestros días con
escasas transformaciones, debidas a los habituales cambios de climas y de nutrición.

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Y, sobre todo, se advirtió que este hombre de Cro-Magnon tenía una descendencia
directa en el pueblo vasco.
Era de capital importancia determinar su «edad», y esto ya resultó más difícil.
Como había sido hallado en un terreno y entre «materiales» que se consideraban
pertenecientes al auriñaciense o al gravettiano antiguo, se le atribuyó la edad
estimada de estos niveles, lo cual lo situó en el período glacial llamado de Würm III,
es decir, unos 28.000 años antes de nuestra Era.
Es una datación que no puede aceptarse a pies juntillas, a lo sumo puede admitirse
como una fecha límite de antigüedad. Ustedes o yo podemos ser un día enterrados en
un cementerio «gravettiano» sin que nuestros esqueletos tengan una edad tan
avanzada.
Por otra parte, los niveles prehistóricos son fechados según el material que se
descubre. Esto, sin duda, ayuda a fijar el espíritu, pero, científicamente, es bastante
superficial… Se sabe que los galos, que no son tan antiguos, tallaban aún útiles de
piedra… sin preocuparse de si lo hacían al estilo «chatelperron» o «solutrense»… Y
es posible que lo hicieran. En otro tiempo se talló la piedra todo cuanto se creyó
necesario.
En otro tiempo… E incluso…
José Miguel de Barandiaran, el gran arqueólogo y prehistoriador vasco, refiere
que, un día, en Vizcaya, vio a un casero que trabajaba la tierra con una especie de
azada de piedra tallada. Asombrado, se detuvo para preguntar de dónde procedía esta
piedra.
—¡Oh! —exclamó el casero—, es muy vieja, pero aún sirve…
—Pero se gastará —dijo el arqueólogo—. ¿Qué hace usted entonces?
—¡Ah! Entonces la hago tallar de nuevo o la remplazo.
—¿Y lo hace usted mismo?
—¡Qué va! Yo no sé.
—Bueno, pues, ¿quién lo hace?
—Es un gitano que pasa de vez en cuando, recorta todos los útiles que lo
necesitan. No sé cómo lo hace, pero lo hace bien.
—Y, ¿viene a menudo?
—Pasa de vez en cuando.
—¿Me podrá avisar cuando lo vea?
—Pues claro.
Y, algún tiempo más tarde, el casero le avisó de que el cantero estaba por allí. El
arqueólogo pudo encontrarlo y el hombre aceptó de buen grado, no sólo demostrar su
habilidad, sino, incluso, dejarse filmar.
Y esta anécdota no data de los tiempos prehistóricos. El hombre no era
«chelense» ni «tardenoisiense». Esto sucedió hace sólo unos años. Seis o siete. José
Miguel de Barandiaran está vivo y, sin duda, también lo está el gitano. Pero

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imaginemos que se entierre al campesino con su azada. Sería curioso saber en qué
época lo situarían los arqueólogos del año 4000 si encontrasen su esqueleto.
Es también posible que los prehistoriadores tuvieran razón, pero, en el estado
actual de las cosas y en ausencia de un datación más científica válida que una
apreciación que sigue siendo un poco sentimental, más vale no fiarse mucho de esta
antigüedad.
Sobre todo teniendo en cuenta que los más antiguos esqueletos del tipo Cro-
Magnon encontrados con posterioridad al del «antepasado» parecen haber sido los del
refugio Pataud que se fecha, generalmente, a finales del período glacial de Würm IV,
al nivel llamado «protomagdaleniense» y serían de 10.000 años posteriores al de Cro-
Magnon, o sea, unos 18.000 años antes de nuestra Era.
De hecho, la mayor «cosecha» de huesos del tipo de Cro-Magnon data del
período glacial denominado de Würm V, el último que experimentó el hemisferio
Norte, al nivel llamado «magdaleniense» por el nombre de la gruta de la Madeleine.
La datación es más fácil tanto estadística como geológicamente. Es un período que se
sitúa, aproximadamente, entre -13.300 y -7.000. En aquel período glacial, al parecer
el hombre vivió, al menos en esta región pirenaica, en las cavernas, y de esa época
datan las admirables pinturas de Altamira, de Santimamiñe, de Ekain, de Lascaux, y
otras muchas, las cuales quedan por descubrir.
Indudablemente, debe de tratarse de un período de intensa civilización, del cual
no nos queda, como de todas las civilizaciones pasadas, más que los testimonios
artísticos. Pero ¡qué testimonios!

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Cráneo humano de Combe-Capelle

Sin embargo, en lo concerniente al País Vasco, si bien no ha sido «enorme» la


cantidad hallada de restos humanos de este período, al menos los tipos encontrados
parece que, en su totalidad, pertenecen al tipo de Cro-Magnon. Así, pues, existen
buenas razones para creer que esta civilización que se manifestó por las admirables
pinturas parietales es obra de estos Cro-Magnon… que aún encontraremos en el
neolítico, después del cataclismo que marcó el final de la Era glacial.
El hombre de Cro-Magnon no fue, sin embargo, el primer sapiens que apareció en
la Tierra durante la Prehistoria.
Fue precedido por otro tipo humano, cuya edad se ha calculado en -35.000 años.
Se le conoce por el nombre del lugar donde fue descubierto: el hombre de Combe-
Capelle. Era muy diferente del hombre de Cro-Magnon. Pequeño, sus arcos
supercialiares eran más acusados, de órbitas redondas, un cráneo alargado, un
marcado prognatismo y un mentón ligeramente desdibujado.

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Su caja craneal, estrecha y elevada, tenía una importante capacidad; lo cual
marca, según los criterios actuales, una inteligencia desarrollada. «Podría ser
calificado de aqueomediterráneo; quizás habría que buscar su origen en el sur de
Europa. El hombre de la Carigüela, en la región de Granada, asociado a una industria
de tradición musteriense (anterior a 40.000 años) sería, según Fusté[1], del tipo de
Combe-Capelle.
El hombre de Neandertal, que aún tenía mucho de homínido, se extinguió casi
totalmente cuando apareció el hombre de Combe-Capelle.
Así pues, dos Homo sapiens (Combe-Capelle y Cro-Magnon) serían, en cierto
modo, los antepasados de todos los protoeuropeos.
Así, los posibles descendientes del hombre de Combe-Capelle se encuentran en el
tipo de Obercassel, de Chanelade, braquicéfalo, de nariz prominente y cuya
capacidad craneal superaba a la de los hombres actuales (1.680 cm3) y, siempre según
Bourdier: «Los esquimales y las formas antiguas de nórdicos habrían salido de razas
próximas. Quizá corresponde al tipo de Ofnet, en Baviera, y los alpinos también
parecen pertenecer a él.
»Así, a partir del tipo aqueomediterráneo de Comb-Capelle, parecen
individualizarse, en el curso del paleolítico superior y del mesolítico, por el simple
juego del juvenismo[1] y del clima, los tres grandes tipos raciales que pueblan la
Francia actual: mediterránidos, alpinos y nórdicos. Desde el Neolítico a nuestros días,
las invasiones no han introducido tipos nuevos en número suficiente para modificar
profundamente este sustrato racial que, en el plano psicofisiológico, podría conservar
los vínculos profundos con el pasado».
Esto en lo tocante a los hombres de Combe-Capelle o de Chancelade, pero ¿y los
de Cro-Magnon?
Sea cual sea la edad del hombre de Cro-Magnon, no es, desde luego, más joven
en ese rincón de Dordoña que el hombre de Combe-Capelle. Es una nueva raza
humana la que hace su aparición.
A pesar de todo el «darvinismo» que quiera emplearse, resulta muy dudoso que
pueda encontrarse en el hombre de Cro-Magnon, un descendiente transformado del
hombre de Combe-Capelle.
Con relación a los demás hombres prehistóricos, era un gigante. Casi podría
decirse que, dejando aparte el hecho de ser un hombre, todos los detalles de su cuerpo
le son particulares, desde su tibia hasta las huellas de ligamentos musculares sobre los
huesos, lo cual denota un gran vigor…
Después, por supuesto, la forma de su cráneo, sus índices faciales y todos esos
demás índices que los antropólogos ponen en tablas para ser consultadas por los
entendidos.
Ahora bien, si ese anciano de Cro-Magnon (murió hacia los cincuenta años)
tendría, en la misma región donde fue encontrado, y más al Sur, una numerosa
descendencia, parece —actualmente, al menos— imposible hallarle una ascendencia.

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No podría descartarse que el origen de esta raza de Cro-Magnon sea de fuera del
lugar en donde fue hallada por vez primera. Pudo tratarse de una invasión, pero,
entonces, ésta sería obligatoriamente anterior al último período glacial. En cuanto al
origen posible de esta raza, me parece totalmente desechable que pueda ser
considerado oriental por las razones que expondré más adelante.
En cuanto a la descendencia de este tipo en la región que nos ocupa, la
encontraremos en toda la prehistoria, de la protohistoria y de la historia hasta nuestros
días.
José Miguel de Barandiaran, que es uno de los más grandes y eruditos
prehistoriadores europeos y que, sin duda alguna, es el más competente en lo que
concierne al País Vasco, pues ha recorrido hasta el último rincón de sus siete
provincias, excavando y clasificando lo hallado, con toda la discreción que le es
propia, declara a propósito del magdaleniense vasco:
—No conocemos con certeza características de su tipo físico. Los huesos
encontrados en Isturitz del Magdaleniense inferior (fragmentos de cráneo y la
mandíbula de un niño), no nos proporcionan una datación que pueda ser utilizable en
este caso. Un cráneo que descubrimos en el nivel magdaleniense en Urtiaga, aun
cuando pueda no ser contemporáneo a este nivel, sino posterior, presenta
características cromagnonoides, asociadas a otras que, más tarde, encontraremos en
los constructores eneolíticos de dólmenes en nuestro país. Así, pues, podemos
suponer, a menos que se nos demuestre lo contrario, que en la zona pirenaica
occidental vivía una raza emparentada con la de Cro-Magnon y que, en su etapa
posterior, se perfilaron ciertas características (índice frontal, el verticotransversal, el
maxilozigomático, el anteroparietal) que se hallan en el tipo vasco actual.[1]
En suma, y a través de la prudencia científica que manifiesta J. M. de
Barandiaran, esto significa que los restos humanos hallados en las cavernas vascas
pertenecen a cromagnonoides… Y no parece que hayan existido otros.
Paulette Marquer es aún más categórica: «El estudio del cráneo de Urtiaga nos
permite afirmar que el primer habitante conocido del País Vasco español, paleolítico
o mesolítico, pertenecía, de forma indiscutible, al tipo de Cro-Magnon».[1]
Esto es muy importante.
Es muy importante, por una parte, porque determina, de forma segura, el origen
de los vascos; por otra parte, que la edad magdaleniense, del último período glacial
del hemisferio norte, corresponde a las pinturas rupestres de Altamira hasta Lascaux;
es la edad también de muchísimos objetos grabados, de joyas, de símbolos que
testimonian una elevada categoría humana.
Se trata de un arte que es particular de esta región que se extiende desde el
Macizo Central francés hasta Asturias; un arte diferente al del Sur de España, o al
impresionista de Levante.
Ahora bien, el mesolítico confirmará, en el País Vasco, la evolución in situ de la
población indígena paleolítica que culminará con los vascos actuales, es decir, que los

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«artistas» de Altamira, Santimamiñe, Ekain son cromagnonoides, antepasados de los
vascos.
Por otra parte, aunque la atribución de ciertas pinturas rupestres de la Gironda a
una raza humana determinada no sea tan evidentemente segura como en el País
Vasco, se sabe, sin embargo, que esta raza cromagnonoide estaba presente Y, sin
duda, era dominante… Pero sigue siendo ilusorio pretender determinar zonas
raciales.
No obstante, resulta notable que en todas estas pinturas aquitanas y vascas exista
un evidente parentesco tanto en el espíritu como en la técnica. Muy alejados, por
ejemplo, de los de las pinturas rupestres del Levante español o de Andalucía. Es muy
humano, e inevitable, que diferentes razas se hayan copiado entre sí… Sólo en el País
Vasco la diferencia es evidente y debe decirse que aún persiste en nuestros días… y
los vascos consiguen conservarla.
…Y todo se resume en la frase de J. M. de Barandiaran:
«En la zona pirenaica vivía una raza emparentada con la de Cro-Magnon que, en
una etapa posterior, evoluciona hasta constituir el tipo vasco de los tiempos
modernos».
Esto zanja, en cierto, modo, cualquier discusión sobre el origen de los vascos.
Pero esto impone también algunas reflexiones y algunas conclusiones.
En primer lugar, la existencia de una civilización cromagnonoide.
Después, como este arte rupestre sólo existe en los países de altas colinas, debe
suponerse que estos cromagnonoides eran montañeses.
Por último, que la raza parece particularmente vinculada al mar y, especialmente,
al océano Atlántico.
Esta afirmación puede parecer asombrosa, pues concierne a lugares del Macizo
Central francés muy tierra adentro, pero si consideramos la situación, la afirmación es
menos atrevida de lo que parece.
En efecto, hubo un tiempo en que el golfo de Vizcaya penetraba muy en el
interior de las tierras. Al menos las Landas, la Gironda y una parte del Gers están
constituidas por tierras aportadas ya sea por el mar o bien por aluviones.
Y es a orillas de este «golfo», que penetraba muy adentro en las tierras, en donde
se hallan las cavernas con pinturas rupestres del mismo tipo.
Por otra parte, esta raza de Cro-Magnon la encontraremos, precisamente, a lo
largo de las costas del Atlántico, tanto en Europa como en África.

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El arte parietal en el Sudoeste

En cuanto a la civilización…
No es fácil imaginar qué fue la civilización magdaleniense, la cual engloba el
último período glacial. Ahora tenemos una idea concreta de lo que es una
civilización: la nuestra, con SU lógica, SU dialéctica, SUS concepciones, SU modo
de vida y solemos creer, tenemos la certeza de que, fuera de NUESTRA forma de
vivir, de pensar y de razonar, no hay nada válido.
A partir de esto, hemos decretado que los antiguos eran, si no atrasados, sí al
menos primitivos que tenían una mentalidad «prelógica»: incluso se inventó la
palabra para aplicársela a ellos.
Estos «primitivos» merecerían que uno se detuviera en ellos unos instantes,
aunque no fuera nada más que por la extraordinaria herencia que nos han dejado.
Nada menos que la ganadería y la agricultura; de tal suerte que NUESTRA
civilización ni siquiera existiría sin ellos… Sin olvidar estas pinturas rupestres, que
pueden ser comparadas con las más bellas obras de nuestros museos, ni sus grabados
en hueso o cuernos de renos, que valen por todo el arte de nuestros objetos
decorativos.

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Pero ¿no están relacionadas estas pinturas con el arte y ciencia que fue la
domesticación de los animales?
Es posible que el deseo de reproducir mediante el dibujo las siluetas animales que
velan constantemente alrededor de sus cavernas sea «prelógico»; no lo es, sin
embargo, la aplicación de una técnica y su dominio en esta reproducción.
Es posible que el arte no sea una ciencia, pero sería ilógico creer que su
realización no tenga carácter científico. A pesar de la evidencia de que ni este arte ni
esta ciencia corresponden a las concepciones modernas de la pintura.
La mayor parte de las pinturas rupestres que se encuentran en salas profundas no
reciben ninguna luz, y el hecho de que no puedan verse descarta toda posibilidad de
una voluntad de exhibición, de anecdotismo o de enseñanza.
Se ha hablado de «magia», pero, la mayoría de los investigadores no se sienten
muy cómodos ni muy competentes en este campo, el cual suelen considerar como el
resultado de una falta de madurez, de inteligencia o de instrucción; entonces, cuando
los investigadores hablan de magia, hablan de la magia que ellos comprenden, es
decir, algo que no entienden; de ahí la proclividad a desmerecerlo todo.
El Pequeño Larousse, que es digno de crédito, da la definición siguiente: «Magia
(del griego mageia, de magos: mago): arte según el cual se pretende, por medio de
prácticas rituales, efectos contrarios a las leyes naturales». De lo cual se infiere que si
las pinturas rupestres son magia, revelan la más aberrante de las supersticiones y
demuestran hasta qué punto estaban atrasados nuestros antepasados.
Y como debía excusarse la voz magia, la única que se haya encontrado, se decretó
que se trataba de «magia de caza». Una especie de «cazador» prehistórico…
Pues bien, creo que, en efecto, se trata de «magia», pero no de la magia que nos
indica el Larousse, sino la que trata de obtener efectos perfectamente de acuerdo con
las leyes naturales.
Me explicaré.
Resulta que fueron domesticadas especies animales. Y no de las menos
peligrosas. Domesticadas por el hombre, es decir, vinculadas al hombre. No es que
fueran amansadas. Se amansa un animal, incluso varios, pero no una especie. Es
necesario que estas especies fueran transformadas en su esencia, en su
comportamiento, en cierto modo en su personalidad. Actualmente seríamos incapaces
de hacerlo, pero los antiguos lo hicieron, y esto parece contrario a las leyes naturales,
lo cual podría ser un arte pretendido. Sin embargo, se logró el efecto buscado, pues
tenemos animales domesticados… Los cuales, incluso dejados en estado salvaje, son
fácilmente domesticados de nuevo.
Sin embargo, debe señalarse que, salvo los bisontes (desaparecidos) y los osos,
casi todas las pinturas rupestres son las que representan animales ahora domesticados.
Al menos en el País Vasco: bovinos en Alkerdi, Santimamiñe; ciervos, caballos en
Santimamiñe, Isturitz; reno, cabra, carnero en Santimatniñe y sobre todo, caballos, en
Ekain.

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Además, son los animales de razas actuales los que se encuentran en esta parte de
los Pirineos los que están representados en estas cavernas, con excepción del reno,
claro está, que emigró hacia el Norte. Los bovinos son de la raza denominada «rubia»
de los Pirineos, la cabra existe aún hoy y recibe el nombre de «raza de los Pirineos»;
los caballos, y especialmente los de Ekain son idénticos a los últimos poneys que
superviven en el País Vasco y que, en tiempos pasados, fueron empleados para las
minas.
Igual que los hombres, estos animales estaban allí ya en el magdaleniense: ni
unos ni otros proceden de otra parte. Estos animales fueron domesticados in situ por
los cromagnonoides. Y, desde luego, esto constituye «gran magia», es decir, una gran
ciencia; una ciencia fundada en un profundo conocimiento de la naturaleza, de la
tierra, de los animales, incluso, quizá, de la Genética… Y, para lograrlo, fue necesario
un arte supuesto, procedimientos y ciencias que eran conocidos y que fueron
aplicados a sabiendas… Y creo —lo cual resulta hipotético— que las pinturas
rupestres no fueron extrañas a la aplicación de estas técnicas.
Explicarlas excedería a mis conocimientos reducidos a las enseñanzas
universitarias. Sin embargo…
Sin embargo, si se admitiera, como hacen los hindúes, que el animal no es en sí
un individuo, sino sólo parcela o célula del rebaño o de la raza; si se admitiese que la
individualidad de esta especie o de esta raza sea lo que los hindúes llaman, según
creo, el «alma clan», ¿no serla susceptible de provocar una mutación del conjunto de
la especie, de la taza o del rebaño?
¿Acción por la imagen? ¿No es lo que los hechiceros intentaban hacer mediante
sus embrujamientos? A lo mejor estos procedimientos, que manipulados por los
charlatanes hacen reír, fueron eficaces aplicados por los «magos».
Debe tenerse en cuenta que estas pinturas rupestres, en su mayor parte fueron
hechas «a oscuras», es decir, por un «vidente», con una extraordinaria exactitud… Y
que los polígonos en que están inscritos la mayor parte de los animales quizá to son
debidos al azar… ni a un pretendido arte.
Añadamos a esto el extraordinario descubrimiento, que acaba de realizar Cleve
Backster[1], de que las plantas son sensibles al pensamiento humano y no juzgarán
ustedes imposible, quizá, que un «arte supuesto» pueda obtener mutaciones de estas
plantas, lo cual, por ejemplo, podría llevar al trigo, al maíz o a algunas otras especies
que sabemos fueron creadas artificialmente por mutación, fruto de una ciencia
antigua que nuestra agronomía moderna sería incapaz de realizar…
Después llegó el cataclismo.

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3. EL CATACLISMO

Hubo un cataclismo. El cataclismo que no pudo dejar de producirse y cuyas huellas


hallamos aún hoy, no sólo en los cuentos y en las leyendas antiguos, sino también en
las formaciones geológicas y es, prácticamente el resultado del fin del período
glacial.
Puede imaginarse qué fue este período glacial que la Geología conoce —después
de otros anteriores— con el nombre de Würm V, cuando las nieves y hielos se
extendían desde el polo Norte hasta el paralelo 45: una acumulación cuya
importancia es casi incalculable no dejando, durante las primaveras cortas y los
veranos sin calor, más que escasos espacios en los que hombres, animales y plantas
podían sobrevivir.
Se han trazado mapas —aproximativos— de la extensión de este territorio de los
glaciares, sobre todo con el examen de las morrenas, es decir, las piedras arrastradas,
que se acumulan en los límites de estos glaciares. Generalmente se considera que
bloques que se encuentran por todo el bosque de Fontainebleau constituyeron una
morrena. El alto Macizo Central estaba entonces bajo nieves persistentes. Los
glaciares de los Pirineos bajaban hasta 700 m de altitud. Y lo mismo sucede con los
de la costa cantábrica. Las llanuras estaban recubiertas de nieve durante una gran
parte del año. ¡Y en la Península Ibérica había renos!
Hacia el Norte era aún peor, pues la humedad del aire pro dujo nieve, después
neveros, más tarde glaciares, que se acumularon, año tras año, durante varios
milenios…
En un momento determinado, todo esto se fundió.
No era imprevisible.
Todos nos hemos acostumbrado al ritmo de las estaciones. Al invierno le sigue la
primavera y la fusión de los hielos, después viene el verano. Y al invierno boreal le
corresponde el ve rano austral, y viceversa. Es un ritmo anual.
Pero existe otro, mucho más lento y que resulta indetectable en el curso de la vida
de una persona, pues parece desarrollarse al ritmo del «gran año». Se denomina así el
tiempo que invierte la tierra, mediante el juego de la precesión de los equinoccios, en
recuperar su anterior posición en su órbita. Esto tarda 25.000 años.
Ahora bien, por la evolución de las posiciones de la tierra en su elipse alrededor
del sol, ocurre que, durante una parte del gran año, el hemisferio Norte está expuesto
a inviernos muy rigurosos y más largos, mientras que el hemisferio Sur conoce
veranos más calurosos. Después, la posición se invierte y le corresponde al
hemisferio Sur pasar inviernos más rigurosos mientras que el hemisferio norte se
calienta.
Así, actualmente, los inviernos del polo Sur son mucho más rigurosos que los del
polo Norte. De ello resulta que la acumulación de los hielos en el polo Sur es más

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importante que en el polo Norte. En la actualidad sería de varios kilómetros de
espesor.
Ahora bien, se ha calculado que si los hielos del polo Sur se fundieran
actualmente, el nivel general de los océanos ascendería más de 150 m; es decir, que la
mayor parte de las ciudades europeas desaparecerían bajo las aguas y —la Naturaleza
es así— sin tener para nada en cuenta Gobiernos, religiones, filosofías o «niveles de
vida»…
Para ir un poco más lejos, digamos que estas nieves, este hielo que se acumula en
un polo provienen de la evaporación de los mares. Así pues, hay una transferencia de
materias que tuvo, forzosamente, dos resultados: por una parte, el equilibrio
mecánico de la tierra se ve roto, lentamente, desde luego, pero, sin duda, es probable
que se produjera un ligero desplazamiento del eje de los polos; por otra parte, y esto
es una ley mecánica, el agua bombeada en los océanos y acumulada en el polo debe
provocar un descenso de las aguas y una aceleración de la velocidad de rotación de la
tierra por disminución del perímetro ecuatorial.
Y como parece que este invierno boreal del período glacial fue particularmente
frío, resulta evidente que la acumulación de los hielos fue particularmente importante.
La fusión de los hielos, cuando acabó el invierno boreal, debió de provocar, pues,
un doble cataclismo: uno de ellos marino, debido a la subida del nivel de las aguas, y
el otro debido al desequilibrio provocado por las transferencias de pesos y las
distorsiones dela corteza terrestre.[1]
Un día, el sol calentó más y los pequeños torrentes de las colinas empezaron a
correr sobre las piedras de sus lechos. Las semanas que siguieron fueron más
calurosas aún y el murmullo de las aguas se hizo más ruidoso y, después, como el
calor no cesaba de aumentar, fueron los torrentes de las altas montañas los que se
despertaron y las aguas cenagosas se extendieron por los valles bajos.
Entonces, los hombres de los valles bajos, que habían adorado el sol, vieron subir
las aguas que inundaron sus campos cultivados con tantos esfuerzos y los pescadores
de mariscos al borde del mar vieron que las mareas ascendían y no descendían más.
Después llegaron los vientos del mar cargados de lluvia, haciendo fundirse las
últimas nieves que se convirtieron en torrentes de barro, llevándose a su paso todo lo
que no había podido ganar las alturas, hombres y animales mezclados, llenando las
cavernas cuyas entradas no estaban en el flanco elevado de las colinas.
Y las aguas marinas siguieron subiendo y la costa ya no fue la misma costa y las
embarcaciones de los hombres se estrellaron contra las rocas o fueron a¡rastradas a
alta mar.
Después la Tierra tuvo como sordas vibraciones, mientras gigantescos maremotos
se elevaron varios centenares de metros, arrasándolo todo hasta las altas colinas y la
lluvia cayó sin cesar formando barrancos y el suelo empapado desapareció en forma
de espeso barro hacia los valles sumergidos, se hundió en las nuevas rías.

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Las propias lluvias estaban cargadas de barro, ceniza de lava que los volcanes
dispersaban por el aire.
Poseidón, el dios de las aguas, se convertía en el agitador de las tierras… Y las
estrellas del Norte no ocupaban exactamente la misma posición cuando, a veces, eran
visibles entre la acumulación de nubes que gravitaban sobre la tierra.
Y los volcanes del Macizo Central arrojaban humeante lava que llenaba los valles
en los que perecían personas y animales.
Sólo los situados en las alturas llevaban una vida precaria, habiéndolo olvidado
todo, o casi. Asimismo, lo habían perdido todo. La mayor parte de las cavernas
sagradas en las que se elaboraba, en el ritual de las sombras, el gran dominio del
hombre sobre la Naturaleza, habían sido invadidas por las aguas, las oceánicas y las
del cielo… Más tarde, después de tiempos que el hombre ya no podía contar, hubo
claros en el cielo, las aguas del mar se serenaron y nuevos cursos de agua trazaron su
ruta en el barro de los valles.
Por una ley natural de gravidez, las aguas surgidas de la fusión de los hielos se
dirigieron hacia los mares, cuyo nivel había subido forzosamente… a una gran altura,
y el recuerdo del cataclismo ha permanecido en todas las tradiciones de te dos los
pueblos de la tierra con el nombre de «Diluvio».
Pero las aguas no subieron uniformemente. A causa del aumento de la velocidad
de la rotación terrestre, estas aguas se dirigieron hacia el Ecuador, en donde debió
producirse, y por todos sus alrededores, una especie de inmenso anillo.
Hay que volver a considerar este cataclismo. Puede imaginarse que fue brutal,
pues sólo un cataclismo brutal pudo dejar en la memoria de tantos pueblos este terror
al diluvio que se encuentra incluso en el Génesis.
Si el cataclismo fue brutal, esto significa, puesto que nos encontramos al final del
período glacial, que el calentamiento del hemisferio norte debió de ser rápido. ¿De
qué clase sería este calentamiento? Resulta imposible saberlo. Quizás está en relación
con la leyenda de Faetón: un cometa que pasó muy cerca de nosotros, y produciendo
un gran calor que quemó el suelo, es decir, por el Norte, fundió rápidamente los
hielos acumulados.
Fuera cual fuese el aspecto del cataclismo, rápido o lento, se produjese la fusión,
brutal o no, hubo un diluvio que seguramente hizo desaparecer una gran parte de todo
cuanto vivía en la tierra.
Únicamente debió de sobrevivir una gran parte de lo que vivía en las montañas y,
tal como dice Platón en su Timeo: «Sólo sobrevivieron los pastores en las montañas».
(Sobre este particular, resulta significativo que todo cuanto conocemos de
civilizaciones en esta tierra ha surgido de las montañas y no de las llanuras. Las
civilizaciones de Mesopotamia descienden del Cáucaso; la egipcia, de Etiopía; la
india de la meseta central de Asia… Las civilizaciones se desarrollan más fácilmente
en la llanura, pero quienes las crean proceden de las montañas… Y esto sólo tiene

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una explicación: la Humanidad sólo pudo sobrevivir en las montañas y en las colinas,
desde donde descendió a las llanuras, en las que apenas quedaba nada).
Se salvaron pocos animales. En el País Vasco desaparecieron el mamut y el
bisonte; mientras que los animales de las colinas, como el poney, la cabra, el carnero,
la vaca rubia, los cuales conocemos gracias a las pinturas rupestres, las volveremos a
encontrar en el Neolítico.
Si existía, lo cual es probable, una civilización de las llanuras o de los valles, ésta
debió de desaparecer totalmente junto con la mayoría de los humanos que vivían allí.
Y además, mecánicamente, de una forma lenta o no, se restableció el equilibrio: el
equilibrio entre la velocidad de la rotación de la tierra y el reparto de las aguas sobre
la superficie del Globo.
Sucedía, sólo, que ya no había civilización…
Desde luego, éste no fue el primer diluvio y se repitió cuando se fundieron las
nieves del Sur.
Las cavernas, las grutas «mágicas» que quedaban solían estar muy por encima del
nivel del mar, ya fuera por azar, o bien porque su elección fue consecuencia de una
voluntad de liberada de los hombres del magdaleniense. Pues no debería descartarse
que los hombres que ocuparon estas cavernas supieran que se iba a producir el
cataclismo y hasta dónde se extendería. Esto no está de acuerdo con la idea de que se
tiene hoy del hombre de la Prehistoria y de los conocimientos que pudiera tener…
Pero, en definitiva, al menos en lo que concierne a la capacidad craneal, era igual a la
nuestra.
Y, sin duda, estas personas poseían un conocimiento de la Tierra que nosotros no
poseemos ya. En El misterio de Compostela[1] ya hablaba yo de esta doble línea de
estrellas que han permanecido en la toponimia, que se extienden desde Cataluña hasta
la costa atlántica de Galicia y que siguen exactamente dos paralelos terrestres (se
pueden encontrar en cualquier mapa detallado). Así, pues, ¿quiénes hubieran podido
trazarlos, si no fueron estos cromagnonoides que «ocupaban» todos los Pirineos?
Desde luego, no fueron los cristianos, así como tampoco los romanos, ni los iberos ni
celtas, que no penetraron en el «reducto» vasco, y menos aún los visigodos, tan
bárbaros como los francos. Y trazar un paralelo exacto en las montañas no estaba al
alcance de un ignorante…
Este cataclismo constituyó el final de una civilización. El arte de las pinturas
rupestres desapareció definitivamente y no sólo este arte, sino también lo que se
denomina la industria del magdaleniense. Y éste no fue el hecho de la desaparición de
una raza humana, al menos en el País Vasco, pues la raza siguió.
Fue el tipo de ruptura, de transformación de la vida humana que se denominó el
«hiato neolítico».
Superado este «hiato neolítico» y el cataclismo que no pudo dejar de existir (o, de
otro modo, habría que encontrar necesariamente un lugar en el que meter todo aquel
hielo fundido), el modo de vida de aquellas personas cambió.

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En primer lugar, el hombre no se debatió en una naturaleza y en un clima
boreales. Los renos, que hablan constituido una caza excelente, se fueron hacia el
Norte, en donde entonces se hallaba su alimento. Algunos los siguieron, lo cual no
parece que fuera el caso de los pirenaicos, los cuales se quedaron en su lugar, pues los
seguimos encontrando en los Pirineos, pero sus dificultades fueron, desde luego, muy
grandes, pues la fauna era reducida y ellos se alimentaban corrientemente de caza:
Por ejemplo, los restos de caballo son infinitamente más raros en este período
llamado «mesolítico», o más corrientemente aziliense (del nombre de la estación del
Mas de Azil) que en el período precedente. Igual sucede con los restos de bovinos, de
cabras monteses, de cérvidos…
Por el contrario, en estas comarcas cercanas al Atlántico, habiendo aumentado la
temperatura de las aguas, el hombre del mesolítico hacía un gran consumo de
mariscos.
Y como, a consecuencia del calentamiento de la región, la flora tiene tendencia a
adquirir cierta extensión, se halla en los restos del hombre aziliense «una más
considerable abundancia de alimentos vegetales».[1]
Es probable que, durante mucho tiempo, la caza ya no resultara productiva; esto,
añadido a un clima más benigno, dio nacimiento, sin duda, a la agricultura o, al
menos, a su extensión.
El hombre, pues este punto es el que nos preocupa más, al parecer no cambió
mucho, con excepción de las normales transformaciones debidas al clima más
agradable y a la alimentación diferente. J. M. de Barandiaran, en su Hombre
prehistórico en el País Vasco[2] se explica sin equívocos: (Los restos humanos del
aziliense descubiertos hasta ahora en los Pirineos vascos son los procedentes de la
cueva de Urtiaga. Hemos estudiado dos cráneos hallados en este lugar. Los dos se
parecen y coinciden con el tipo vasco actual en diversos puntos, de tal modo que
hemos podido llegar a la conclusión de que, dándose tales coincidencias, estos
cráneos pueden ser considerados como «iniciadores» del tipo pirenaico vasco de hoy.
Si, como es probable, el hombre de Urtiaga es el resultado de una evolución local a
partir del de Cro-Magnon, con el cual se identifica por diversas características, habría
que rechazar las hipótesis según las cuales el pueblo vasco procede de otro país».
Por lo demás, el hombre de esta época, y del que la siguió, la «asturiana», según
el vocabulario de los prehistoriadores, emplea utensilios de piedra y de hueso, los
cuales utilizaban sus predecesores, sin grandes cambios. Pero existe una diferencia:
una decadencia del arte. Así, pues, el arte naturalista, que es el de las pinturas
rupestres o de los huesos grabados, da paso a un arte mucho más esquemático. «No
conocemos las figuras parietales de esta época en el País Vasco y los grabados en
hueso se limitan a incisiones indescifrables».[1]
Parece que sucedió lo mismo en todo el territorio en el cual se concentran las
cavernas con figuras parietales. Ahí nos encontramos con el «hiato neolítico».

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De todos modos, y esto es lo que nos interesa en cuanto al origen de los vascos,
son estas mismas poblaciones las que siguen existiendo en los mismos lugares. J. M.
de Barandiaran dice a este respecto: «Las preocupaciones de orden espiritual
continúan, en parte, como antes. Siguen utilizándose los mismos amuletos. Sin
embargo, desaparecieron de escena otras manifestaciones. Por ejemplo, ya no interesa
la representación del animal; el interés artístico se orienta de otro modo.
Probablemente se ha producido un cambio en la estructura espiritual y en la
concepción del mundo paralelamente a la transformación que se ha operado en la
vida económica».[2]

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4. LOS NEOLÍTICOS

En el neolítico, los vascos ya eran tal como los conocemos hoy. Las fechas que suelen
darse para esos períodos del neolítico y del eneolítico son muy aproximativas y, por
otra parte, no comienzan ni acaban brutalmente por acontecimientos geológicos
suficientemente destacados como para que sea posible la datación. Y, además, las
dataciones atribuidas a estas épocas varían de un lugar a otro.
Había desaparecido una civilización con el período glacial, pero se formó otra que
llegarla a lograr cierto esplendor. En el País Vasco, esta civilización neolítica, sin
separarse de los precedentes (el vasco nunca se separa realmente de sus ante pasados)
nos aportará muchas cosas nuevas, las cuales aún nos resultan útiles en la época
actual.
En primer lugar, apareció el hacha. El hacha de piedra pulida. El útil de piedra
pulida no era un perfeccionamiento del hacha ya conocida de piedra tallada. Era otra
cosa. No era ya un arma de caza ni de guerra, sino un útil. Un útil de leñador y, por
tanto, de carpintero.
Realizar un útil de piedra pulida exigía, por parte del fabricante, un extraordinario
conocimiento de las piedras susceptibles de ser utilizadas, es decir, capaces de ser
afiladas sin perder su cohesión o su dureza; y sin que el filo se embotara con
demasiada facilidad.
Esta hacha debería de ser muy difícil de conseguir a causa de la necesidad que
tendría el artesano de afilarla en pulidores. Sin duda, durante mucho tiempo, fue un
útil reservado a unos pocos y se le atribuyeron virtudes casi milagrosas,
enterrándoselas piadosamente en las tumbas de sus poseedores…
Pero este útil de piedra, dándosele la posibilidad adecuada, podía cortar la
madera, constituir armazones y, sobre todo, embarcaciones que pudieran navegar por
el mar y que no fuesen botes de piel de animal incapaces de alejarse de las costas. No
digo esto a la ligera. Los protovascos fueron capaces de navegar por alta mar mucho
antes de lo que suele imaginarse.
En Lumentxa apareció un molino —muy rudimentario, ciertamente— constituido
por dos piedras, de las cuales una presenta una cara cóncava y la otra una convexidad
que le permite recorrer fácilmente la concavidad de la primera. ¡Un molino! Quizá
supone poca base para afirmar la existencia de agricultura, pero basta para que
admitamos la posibilidad.
Sobre esto existe una leyenda: hace mucho tiempo, los basajaunak (señores de la
Naturaleza, que conocían todos los secretos) vivían en una caverna, cultivaban las
tierras en la cumbre de los montes y cosechaban una gran cantidad de trigo[1]. En los
valles vivían los cristianos, que no cultivaban trigo, pues ignoraban el grano.
Un día, uno de esos «cristianos», que aparece en diversos relatos, San Martín, se
calzó unas botas muy grandes y se fue a la caverna de los basajaunak. Vio montones

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de trigo y lanzó un desafío a ver quién saltaba con mayor facilidad sobre los
montones más grandes.
Se aceptó la apuesta. Los basajaunak saltaron fácilmente sobre los montones,
pero San Martín, menos ágil, cayó en me dio del montón y sus botas, demasiado
grandes, se llenaron de granos.
Con las botas así llenas de trigo, San Martín regresó a su casa, aún cuando los
basajaunak, que hablan comprendido su astucia, habían intentado detenerlo
lanzándole un hacha con la cual no le alcanzaron.
Mediante una indiscreción, los «cristianos» que no habían sabido en qué época
sembrar el trigo, se enteraron de ello y difundieron el cultivo del trigo por doquier.
Evidentemente, la leyenda es muy anterior a los tiempos cristianos que, por otra
parte… fueron tardíos en el País Vasco… Y lo de San Martín es, sin duda, un arreglo
posterior.
Sin embargo, la pista es de sumo interés. Data de un tiempo en que los valles,
sometidos a las crecidas anuales, no podían ser cultivados más que parcialmente… Y
esto nos llevaría, quizás —y geológicamente— a los tiempos neolíticos. Además, la
leyenda indica que la agricultura estaba en manos de «iniciados» que eran más o
menos considerados como genios, genios de la Naturaleza. De hecho, según veremos,
no presentan, salvo bajo un aspecto simbólico, ningún signo de nada «maravilloso»;
sólo eran hombres que poseían, como rasgo común, cierta superioridad. No son los
únicos y encontraremos otros con otras especialidades.
Éstas no fueron las únicas conquistas de aquellos tiempos.
Se puede advertir, como en otros lugares —todos, en definitiva— la aparición de
la cerámica. Estaba, igual que en otras partes, vinculada al fuego, y esto no supone
nada extraordinario; la arcilla cocida es resultado de todo fuego encendido en terreno
arcilloso.
Pero —y esto es de extrema importancia— aparece o, al menos, se comprueba la
domesticación de los bovinos. «La raza vacuna vasca (la vaca «rubia») que ha sido y
es tradicionalmente explotada en el País Vasco, es la misma que vivía en otros
tiempos, en estado salvaje, gn todos los Pirineos, de modo que puede afirmarse que el
vasco ha domesticado el tipo de bovino que, anteriormente, había sido salvaje. Así
sucedió con la cabra y el cordero».[1]
Además, creo, tal como he dicho, que esta domesticación fue realizada antes de
los tiempos neolíticos, pero en esa época es comprobable. Y esto es anterior, en
varios milenios, al tiempo en que, bíblicamente, Abraham conducía sus rebaños de
carneros por las llanuras de Mesopotamia…
Las leyendas vascas atribuyen siempre a las cavernas la habitación de los seres
superiores y la verdad es que las cavernas, a pesar de la retirada de los hielos, jamás
dejaron de estar ocupadas por hombres, tanto si éstos formaban o no formaban parte
de la aristocracia. En los tiempos neolíticos, aún vivían en Santimamiñe, en
Lumentxa, en Bolinkoba y en muchos otros lugares. Los muertos eran enterrados en

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el sus lo del portal, a escasa distancia de la entrada, en un foso circular abierto en el
suelo y rodeado de piedras como un pequeño crómlech.
En tiempos del neolítico, no todos vivían en las cavernas y debieron de existir
«casas» pero éstas eran temporales y las casas desaparecen mucho antes que los
monumentos.
Las únicas construcciones que perduran de esta época en el País Vasco son los
dólmenes.
Efectivamente, en el País Vasco existen dólmenes. La tendencia general es
considerar que el dolmen es un monumento bretón, pues los más conocidos de los
dólmenes se hallan en Bretaña… Pero la llegada de los bretones a Armórica se sitúa,
al menos, 3.000 años después de la erección de estos monumentos. Cuando los
primeros celto-gaélicos aparecieron en la Galia, ya hacía 1.000 años que los
dólmenes estaban en su sitio. Si los druidas los utilizaron, eso ya es otra cosa, y que
el pueblo los venerara más o menos constituía una costumbre mucho más antigua.

Los dólmenes del País Vasco

La densidad de los dólmenes es tan grande en el Macizo Central como en


Armórica, y tan grande igualmente en el País Vasco y, aunque no se haya advertido

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tanto, en Galicia, en la portuguesa y en la española.
Se trata de lajas, a veces sumamente pesadas, sostenidas por piedras verticales,
dejando una cavidad generalmente llamada «cámara dolménica». Casi todos
presentan la particularidad de que la laja que sirve de techo no reposa sobre amplios
pilares, como serla lógico y lo exigiría la estabilidad, sino sobre las partes superiores
de los soportes, muy finas, generalmente en número de tres, a veces cuatro… Sin
embargo, su estabilidad es muy grande.
Cuando no están medio enterrados, por obra, generalmente, de los cristianos, se
advierte que la mesa, colocada así sobre soportes puntiformes, tiene la propiedad
natural de poder ponerse en vibración y, a veces, sonar cuando se la golpea en el
lugar adecuado.
(Debe señalarse que es un ejercicio al que no conviene entregarse
inconscientemente, pues hay una emisión de infrasonidos que pueden presentar cierto
peligro). Se ha advertido que los dólmenes estaban casi siempre colocados en lugares
privilegiados, en nudos de corrientes telúricas que pueden ser de muy diverso orden:
ya sea corrientes cuyas fuentes profundas nos sean desconocidas, surgidas sin duda
del magma central, o bien de otras, más fácilmente determinables, surgidas de capas
freáticas subterráneas.
Los «montantes», colocados de canto, los que sostienen la laja y los que «tapan»
las aberturas restantes y no suben hasta la laja dejan siempre una abertura para
penetrar bajo esta laja, en la cámara dolménica; y esta abertura es dirigida con
bastante cuidado hacia ciertas posiciones del sol, ya sea directamente al Este, o sea,
hacia el nacimiento del Sol: en el solsticio de invierno (sudeste) o en el solsticio de
verano (nordeste).
No son, a pesar de su aparente tosquedad, monumentos erigidos por las buenas.
Se advierte técnicamente, pues la laja, colocada sobre tres o cuatro puntos, no se ha
movido desde hace milenios, aun cuando haya muy pocas regiones, en la parte del
mundo que sea, que no hayan sufrido temblores de tierra de mayor o menor
importancia.
A veces, estos dólmenes están precedidos de piedras puestas de canto y
recubiertas por losas. Esto constituye en el dolmen una especie de «avenida» a la que
se da el nombre de «avenida cubierta».
Un punto interesante es que estas avenidas cubiertas raras veces son rectas, sino
que forman un ángulo más o menos acentuado hacia la izquierda… Igual que todas
las iglesias hasta el Renacimiento… Y, asimismo, como los templos egipcios. Resulta
evidente que el hecho de la existencia de dólmenes en el Renacimiento suponía la
persistencia de una tradición cuyo sentido parece haberse perdido.
Hasta esa época, y a pesar de la abundante literatura divulgada sobre este tema,
nadie ha podido descubrir la utilidad de estos dólmenes, si bien parece indudable que
tenían una. Sería un poco infantil pensar que fueron puestos en el paisaje para «hacer
bonito» o provocar imaginaciones románticas. La elección de su emplazamiento, la

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elección de las piedras sin pulir para su construcción (mientras que algunas datan de
un tiempo en el que se sabía muy bien tallar la piedra y se poseían útiles para ello), la
dificultad, en fin, que debió de suponer la erección de algunos y el transporte de las
piedras cuyo origen es a veces lejano, hacen pensar que no se trataba de un juego.
De una forma general, los arqueólogos y prehistoriadores han salido del paso
afirmando que eran monumentos funerarios. Esto es sin duda exacto… por una parte.
Todo monumento religioso es funerario en cierto modo. Tumba real o tumba
iniciática. O ambas cosas. A veces se han encontrado cadáveres en los dólmenes.
Incluso se ha determinado que estos cadáveres fueron puestos mucho tiempo después
de la construcción de los dólmenes.
Puede pensarse que, al inhumar los neolíticos vascos voluntariamente a sus
muertos en las cavernas, la tradición los había llevado a crear cavernas artificiales en
lugares elegidos en los cuales se reunirían las influencias bienhechoras de la tierra
madre, tanto para los muertos como para los vivos. Se puede suponer cualquier cosa.
Las hipótesis no son más que hipótesis, por muy seductoras que nos puedan parecer.
También se ignora la edad de los dólmenes. Se admite que los más antiguos son
los de la región de Alvao, en la Galicia portuguesa. Se ha admitido que datarían de
alrededor de 3.500 años antes de nuestra Era (en esta región es donde se han
descubierto petroglifos cuyos signos se parecen mucho a los descubiertos en Glozel).
Suele admitirse que los dólmenes bretones y vascos serían ligeramente posteriores.
Pero la toponimia de Galicia permite suponer, aunque no lo pruebe, que los
vascos, o una población vascoide, ocuparon esta región.
Por lo demás, los dólmenes de Galicia son «tratados» de forma completamente
idéntica a los del País Vasco.
Mientras que la mayor parte de los dólmenes de Bretaña o del Macizo Central
parecen erigidos sobre el suelo, los dólmenes vascos, igual que los de Galicia,
estuvieron rodeados de tierras que forman un montículo que llega hasta la altura de la
mesa que se halla así aflorante sobre este montecillo. Da la impresión de pequeñas
eminencias a las cuales, en el País Vasco, se añade al nombre el sufijo mendi, que
tiene el sentido de colina, o incluso de montaña En Galicia se les llama simplemente
mamoa, o sea, seno.
Se ha dicho, aun sin razón, al menos en todos los casos, que los dólmenes de
Bretaña, que ahora están al aire libre, habían sido también, en otro tiempo, rodeados
de una especie de montículo y que sólo la intemperie había formado estos
montículos, dejando las piedras al aire libre.
Estos dólmenes se encuentran hasta en el Mediterráneo, en Cataluña (tanto en la
francesa como en la española), en donde la toponimia regional descubre un fondo
antiguo vascoide. La historia, de la cual volveremos a ocuparnos, ha conservado el
recuerdo de un tiempo en que los vascos se extendían por parte de Castilla, por
Aragón y, al norte, hasta el Garona y Toulouse, cuyo nombre tiene un correspondiente
en Guipúzcoa: Tolosa.

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Pues bien, en el País Vasco se han encontrado cadáveres en los dólmenes.
Cadáveres que son cromagnonoides, pero que no dejan de ser asimismo vascos,
vascos como los existentes en la actualidad.
Ni más ni menos.
La conclusión que se impone es evidente: los dólmenes vascos fueron hechos por
vascos o, si se quiere, por protovascos. Y, sin pretender sacar conclusiones absolutas,
ya que la toponimia vasca se extendía todo a lo largo de la costa del Atlántico, al
menos hasta Galicia y Cataluña, al Este, se puede admitir que los dólmenes de estas
regiones fueron asimismo construidos por protovascos.
En cuanto a los demás, ya volveremos a ocuparnos de esto.
A causa de la notable identidad de construcción de los dólmenes en la parte del
mundo en que se encuentren, muchos eruditos e investigadores han emitido y
defendido la hipótesis de la existencia de lo que han denominado «el pueblo de los
dólmenes»; han imaginado la existencia de un pueblo que extendió el arte dolménico
a través del mundo. Son cosas de las que se habla, pero en las que no se profundiza,
pues si esta existencia fuera probada, toda la frágil idea que nos hemos formado sobre
el pasado, incluso el más reciente, se derrumbaría.
Hace unos dos mil años antes de Moisés, los antepasados de los vascos actuales
erigieron dólmenes en casi toda la costa atlántica y, a lo largo de los Pirineos, desde el
Atlántico al Mediterráneo.
Y ellos solos.
Los antepasados de los vascos, es decir, los descendientes de la raza llamada de
Cro-Magnon.
Estos mismos dólmenes, idénticos, se encuentran por toda Francia, en toda
Europa, salvo en la central… Y, en cuanto a Francia, esto no tiene nada de
sorprendente, puesto que la toponimia francesa revela abundantemente que estos
descendientes de Cro-Magnon no se contentaron con el rincón de los Pirineos en
donde habitan actualmente los vascos.
La toponimia francesa debe más de lo que se imagina al sustrato vasco del
idioma.

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5. LA LENGUA VASCA

La raza vasca, tal como la conocemos hoy en día, ya estaba formada al finalizar el
neolítico. Y esto ya no es Prehistoria, sino Historia. El pueblo habla una lengua que le
es absolutamente particular y que es el único en el mundo en poseerla… Ahora bien,
abundan las pruebas de que esta lengua les fue transmitida, en sus principales
elementos desde, al menos, los tiempos del paleolítico superior.
Es decir, que, al menos en sus raíces, los vascos hablan una lengua
cromagnonoide. Hasta ahora ha sido poco estudiada, pero cuando se haga, utilizando
todos los recursos de los que dispone la ciencia lingüística actual, se hallará en ella el
mejor instrumento de estudio del hombre y de la ciencia del período glacial.
Hasta aquí, pero en otro sentido, la lengua ha sido el elemento que más ha
llamado la atención de los especialistas, y esto porque era, durante mucho tiempo, y a
falta de otros conocimientos científicos y biológicos válidos, la única base sobre la
cual podía apoyarse el investigador para intentar descubrir el misterioso origen de los
vascos.

Zona de mayor uso del vascuence.

Por razones más sentimentales que científicas, la mayoría de los lingüistas se


dedicaron no tanto a estudiarla en sí, sino a encontrarle una filiación como había sido
posible lograr, por ejemplo, con mayor o menor fortuna, con las lenguas
indoeuropeas. Casi todo lo que encontraron como emparentado con la lengua vasca
no resistió a ningún estudio crítico serio: algunas raíces como existen en todas las

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lenguas y que pudieron ser resultado de intercambios a lo largo de los siglos. Nada
convincente.
Sin embargo, no debería deducirse que estas «raíces comunes» no son
interesantes, pues pueden ser indicios de antiguas relaciones, de viajes o de otros
acontecimientos. Todo idioma posee palabras extranjeras incorporadas, adquiridas en
el curso de su formación o de sus transformaciones.
De hecho, ha habido que llegar a la conclusión de que el vascuence es una lengua
específica del pueblo vasco y que es totalmente imposible, en el estado actual de
nuestros conocimientos, vincularla, con argumentos científicos válidos, a ninguna
otra lengua. Lo máximo que se pueden descubrir son «parentescos».
Por los «mobiliarios» neolíticos, o sea, mesolíticos, se sabe que las poblaciones
cromagnonoides de los Pirineos tuvieron, durante toda la Prehistoria y la
protohistoria, relaciones con otros pueblos, cercanos o lejanos y que estas
poblaciones dieron —y recibieron— a los cromagnonoides técnicas nuevas que
requerirían palabras nuevas. Pero esto no significaría, sin embargo, que les aportaran
un idioma de este modo… Ni menos que existiese un parentesco entre las
poblaciones en contacto.
Debemos volvernos a ocupar de la palabra «vasco». Hace relativamente poco que
la palabra sirve para designar a todo el pueblo. Parece que procede de una tribu vasca
que, posiblemente, residió en Álava o en esta zona y que fue transmitido por los
latinos. Éstos lo utilizaron, primero, para designar a todo el pueblo que estaba
dividido en tribus. Con los siglos se convirtieron en «vascos» y «gascones».
El último nombre designa, actualmente, a los habitantes de Gascuña. No debería
descartarse que, en los primeros siglos de nuestra Era, Gascuña fuera un territorio
vasco. El elemento vascoide sigue siendo importante.
Pero si los vascos se reconocen como tales es, podría decirse, por cortesía hacia
quienes tienen costumbre de llamarlos así. En el País Vasco, al vasco se le llama
euskaldun; euskaldun es quien habla euskara o vascuenoe. Esto es de suma
importancia, pues la idea dominante, aunque sin duda inconsciente, es de que sólo es
digno de ser euskaldun el que habla el euskara y que, por tal razón, conserva las
esencias de la taza. El País Vasco recibe en lengua autóctona el nombre de Euskal
Herria.
Éste es un aspecto al que no se ha prestado la debida atención desde sectores
externos al País Vasco. Desde la primera tentativa de conquista latina, los vascos
luchan por conservar sus tradiciones y su idioma.
Mistral dijo: «Un pueblo que deja perecer la lengua y las costumbres de sus
mayores merece morir».
Sobre este particular hay un aspecto que me parece primordial y que no puede ser
eludido: ¿por qué la lengua es, para los vascos, un elemento de sus tradiciones que
debe ser conservado? ¿Y por qué quien no la conserva, en un plazo de tiempo más o
menos largo, se excluye de los euskaldunak?

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Todos los pueblos procuran conservar su idioma. Su idioma es una forma de
pensar, pero es, sobre todo, el que saben y cuyo empleo les resulta más fácil. Para
muchos, es también la lengua de su infancia, la que contiene toda la poesía de esta
infancia pero, ante las necesidades económicas, la moda, la abandonan con bastante
facilidad. El galo, el ligur, el ibero, después el latín, para no citar más que unos pocos,
han ido desapareciendo poco a poco. Pero existen dos lenguas que sobreviven contra
toda adversidad, dos lenguas a las que sus parlantes se aferran tenazmente. Una de
ellas, con carácter puramente religioso, es el hebreo. La otra es el vascuence.
¿No será que el euskara, tanto si los vascos son conscientes de ello o no, no es
simplemente la esencia de la raza, sino también un mensaje procedente del fondo de
los tiempos, y que es un don, una enseñanza, constituyendo, en sí mismo, un valor
sagrado que debe guardarse a cualquier precio?
Volveremos a ocuparnos de este particular.

Dejando aparte todo lo que hemos dicho, y según los especialistas, la lengua vasca no
presenta mayores dificultades que la mayor parte de las otras lenguas y creo que, sea
cual sea la sutileza de su sintaxis, esto es sólo cierto cuando se quiere sólo mantener
una conversación sobre el tiempo que hace… Pero, «poseer» este idioma me parece
ya una cuestión más peliaguda. No es esta lengua la que es difícil, sino su espíritu. Y
este espíritu es completamente opuesto al de todas las lenguas indoeuropeas.
El euskara es, en su esencia, una lengua aglutinante que reúne, en torno a las
palabras principales de la frase, a base de sufijación, todos los calificativos de
naturaleza, de lugar, de acción, determinándolos por medio de flexiones.
Así, pues, es, esencialmente, una lengua sintética.
Añadamos a esto que es también, esencialmente, concreta.
Incluso en esto es distinta por completo a las lenguas indoeuropeas.
En realidad, el espíritu de un pueblo tiene muchos vínculos con su idioma. Es
condicionado por asta lengua. El niño que, desde su nacimiento, no emplea más
sistema que el analítico, reduce poco a poco la realidad de las cosas y de las personas
que la lengua no engloba. Cualquier tentativa para dar a las cosas y a las personas su
plenitud, pasa por la creación, si se puede, de nociones abstractas que se separan
inmediatamente de la realidad.
Es cierto que, científicamente, ese constante análisis, aun cuando sea
inconsciente, ofrece algunas ventajas en el plano de la investigación. Humanamente o
es cierto que el resultado sea particularmente afortunado.
Contrariamente, el vasco «aglutina» alrededor del sujeto todas las cualidades.
Esto parece que le da cierta pesadez, pero, prácticamente, están excluidas del
pensamiento las palabras abstractas. La abstracción se crea de comparaciones y el
análisis, que existe forzosamente en la elección de sufijos, se hace teniendo como

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objetivo la plenitud del objeto; las declinaciones y flexiones le dan, en cierto modo,
su vida propia, tanto en el espacio como en el tiempo.
Nos hallamos ante una lengua susceptible de representar de forma concreta la
realidad concreta y de forma más completa que pueden hacerlo las lenguas analíticas
indoeuropeas.
Además, se advierte que esta lengua contiene una gran sabiduría y posee una
sintaxis que todos los lingüistas que se han ocupado de ella consideran notablemente
equilibrada. Por tal razón, es capaz, sin perder nada de su espíritu, de superar lo
«concreto material» y, por lo tanto, poseer un innegable aspecto religioso. En
resumen, reúne todas las cualidades necesarias para ser una lengua sagrada… Quien
haya escuchado los cánticos religiosos vascos me dará la razón,
Entonces reaparece el enigma, siempre igual que el referido al origen de este
pueblo, ¿quién creó este idioma?
Resulta difícil admitir que pudiera surgir, con el carácter matemático que posee,
de una tribu perdida en los montes Pirineos, así como también resulta difícil admitir
que pudiera ser formada por el hombre prehistórico tal como nos lo suelen
representar: cazador y rompedor de cabezas… y en ese rincón de los Pirineos en
donde aún se habla el euskara, desde el magdaleniense no se encuentra más que una
raza y sus descendientes: el cromagnonoide.
Deberemos volver a fijarnos en la infantil imagen que tenemos de este hombre del
período glacial —y el descubrimiento de las pinturas rupestres hubiera debido
impulsarnos, desde hace mucho tiempo, a ello— que se vio quizá reducido a
sobrevivir en los hielos, pero cuya ciencia, por ser diferente de la de nuestra sociedad
de consumo, no debía de ser pequeña.
Esta lengua, en realidad, procede de tiempos muy antiguos. Concretamente, de los
tiempos del período glacial —y sobre esto existen numerosas pruebas— y ha
persistido, sin duda a causa de su carácter sagrado, con una forma quizá algo
diferente, evolucionando al mismo tiempo que la raza, con desaparición de vocablos
que habían perdido su objeto, aparición de otros, aquí o allí para designar objetos
nuevos, pero —y esto es también notable— siempre vasquizados e incorporados al
conjunto que constituye el idioma, en su sintaxis.
Para mí no cabe duda de que era ya el euskara el idioma hablado por quienes, en
los montes, tiraban de los enormes bloques de piedra para construir dólmenes. Esto lo
hacían con ayuda de bueyes.
Aún pervive una especie de deporte —con cierto carácter sagrado, como todos los
deportes vascos— que es el arrastre de piedras por parejas de bueyes.
Debe reflexionarse acerca de que el sánscrito aún no había cobrado forma y que
todavía faltaban dos buenos milenios para que existiera el hebreo y, sin duda, incluso
el fenicio.
El euskara ha conservado la mayor parte de las palabras de aquellos tiempos
lejanos y otras que, posiblemente, se remontan más en el tiempo. El euskara las

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conserva y aún se oyen en los labios de los vascos.
El hacha, que fue de piedra antes de que apareciera el bronce, es llamada aún
aitzkora, de aitz: piedra. Teniendo en cuenta que la piedra desempeñó un papel
religioso o, al menos, funerario, podría admitirse que la palabra se conservara por
respeto, pero esta piedra: aitz, se la encuentra como radical de aitzkur, la azada, e
incluso en aitzkurbegi, que es el agujero del hierro de la azada en el cual va metido el
mango. También la piedra está presente en aitzto: cuchillo.
J. M. de Barandiaran asegura que la lengua vasca ha conservado vocablos de la
Edad de piedra.
También Barandiaran ha escrito: «El hecho de que urraida (de urre, oro y aide
parecido) y zirraida (de zilhar plata y aide parecido) sean los nombres vascos del
cobre y del estaño y que su formación responda justamente al orden de la aparición
histórica de estos metales, indica igualmente que el vocabulario vasco conserva
palabras (urre y zilhar) anteriores a la difusión del cobre (eneolítico) y del estaño
(Edad de Bronce)».
Es asimismo notable que hortzi, de hortz «el cielo», signifique el rayo y,
asimismo, diente. Ya sabemos que, en los tiempos prehistóricos, el diente llevado en
un collar era una protección contra el rayo. Y la costumbre es muy antigua, pues se
remonta al neolítico.
Pero tengamos en cuenta que esto es más antiguo todavía, ya que se trata del
paleolítico, el período glacial. Parece, y los lingüistas vascos se muestran
convencidos de ello, que la tierra, en su calidad de suelo, lur provenga de la misma
raíz que nieve: elur; lo mismo puede suceder con uno de los nombres de la piedra:
arri y del hielo: karri; e incluso orma, que es el nombre que se le da a la pared en
Vizcaya, tiene sentido de hielo en Navarra, en Labour y en Guipúzcoa; recuerdo de
un tiempo en que el suelo era de nieve, el hielo de bloques parecidos a piedras y las
paredes de hielo. Esta semejanza hizo escribir a Arturo Campión:[1] «¿Edificaban los
vascos sus cabañas como los lapones y los esquimales, con nieve congelada?».
Resultaría difícil afirmar que el euskara actual era hablado ya hace más de 10.000
años, en los tiempos magdalenienses, peno es indudable que, desde aquellos tiempos
hasta nuestros días, en la lengua vasca se han conservado vocablos empleados por los
magdalenienses de la región pirenaica.
¿Se tratará, tan sólo, de vocablos conservados e introducidos en una lengua
nueva? ¿O bien la lengua, con un sustrato gramatical, una sintaxis, un desarrollo
lógico y organizado, existía ya en una forma parecida al vascuence actual? Es una
pregunta que no puede ser respondida… Pero los pintores de Altamira o de Lascaux,
desde luego, no estarían en un estadio de expresión rudimentario.
De cualquier modo, en la lengua vasca hallamos esta continuidad que ya
advertimos, morfológicamente, desde el antepasado cromagnonoide del paleolítico
superior hasta nuestros días.

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En su esencia, la lengua vasca no se escribe. Es una lengua vocal y la escritura no
puede reflejar ni contener todos los matices de una lengua de flexiones. Parece que el
primer texto vasco fue el encontrado en la abadía de San Millán, en Yuso; abadía
considerada visigótica. El texto es del siglo X o del XI. Fue copiado fonéticamente,
como el discurso de Panurgo, en la obra de Rabelais. Hoy en día se imprime. Esto es
más práctico, pero puede temerse que la lengua se encuentre ahora «cogida en la
trampa» de esta fijación que es la escritura y de la intangibilidad que supone.
Tiene cierto aspecto maravilloso la perennidad de un pueblo que, en su rincón
geográfico, valerosamente defendido a lo largo de los tiempos, pueda hallar en sus
cementerios, sus necrópolis, sus cavernas los restos de sus antepasados, de sus
pensamientos, de sus artes, de sus civilizaciones que se han sucedido, sin solución de
continuidad, desde hace 30.000 años. Antepasados que se han transmitido en su
tierra, hasta los descendientes actuales en su etnia apenas modificada, con su
lengua…
Con su sangre.

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6. LA SANGRE «0»

Los antiguos —acerca de los cuales suele admitirse que tenían unas nociones
biológicas restringidas— expresaban constantemente la idea de la raza por la sangre.
Al referirse a alguien de su familia decían que «era de su sangre». Se era —o no se
era— de «sangre real». Los príncipes eran «de sangre» o no. Se hablaba también de
«sangre azul» sin saber exactamente el origen de este adjetivo y cuál era su
significado original.
Aunque la gente ya no habla mucho de ello, los ganaderos conservan la idea. Se
dice que un caballo tiene «sangre», lo cual supone una idea de raza. Puede ser «pura
sangre», a pesar de que esto sea biológicamente falso.
Humanamente, se considera ahora que se trata de una de esas supersticiones que
nos vienen del pasado y que no significan nada.
Ahora bien, cuando la medicina quiso utilizar la transfusión sanguínea, que
parecía no presentar problemas, se advirtió que no podían hacerse transfusiones con
cualquier tipo de sangre. No podía darse la sangre a cualquiera sin correr el riesgo de
accidentes mortales. Sólo podían darse sangre individuos que tuvieran ésta de las
mismas características.
Esto condujo a los investigadores de laboratorio a buscar el porqué de esta
anomalía que contradecía la idea filosófica y simple de que «todos los hombres son
iguales».
Hacia 1900-1902, Landsteiner descubrió que, en Europa, como mínimo, se
podían dividir las sangres en tres grupos a los que designó A, B y 0 (0 refiriéndose a
cero).
Se podía hacer sin peligro una transfusión de la sangre A a un individuo que
poseyera una sangre del mismo grupo A, pero hacerle la misma transfusión a un
individuo del grupo B suponía un grave riesgo.
Y viceversa: la sangre B no podía dársele más que a un individuo de este grupo B,
a ningún otro.
Por último, la sangre 0 podía transfundirse a cualquier individuo perteneciente a
los grupos A, B o 0.
Además, se supo que la transmisión de la calidad de la sangre era hereditaria y
que, cuando se trataba de hombres cuyos genitores eran de grupo diferente, la
herencia obedecía a las leyes de Mendel, es decir, que se encontraban AA, BB, 00,
A0, B0 y AB.
Más tarde, Bernstein pudo precisar que estas diferencias sanguíneas eran debidas
a genes diferentes. Esto ofrecía cierta importancia, pues explicaba la herencia
sanguínea. La importancia era sobre todo estadística, pues las particularidades de las
sangres aparecían menos individuales que genéticas o, como lo explica Lahovary (La
sangre de los pueblos): «Más que los caracteres somáticos, la sangre conserva, con

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una fidelidad asombrosa, la huella de los siglos pasados y refleja los cruces, incluso
los más antiguos, de los cuales cada grupo étnico, aunque esté limitado a una sola
población, conserva la memoria orgánica».
Los progresos de la cirugía y el empleo cada vez mayor de las transfusiones
sanguíneas obligaron al examen de la sangre de los posibles hemodadores; de ello se
obtuvo una gran cantidad de datos, hasta el punto de que éstos pudieron ser tratados
no sólo en el estricto plano médico, ni tampoco sólo en el aspecto individual, sino en
el estadístico.
La estadística, según sabemos, es una ciencia a la que puede hacérsele decir lo
que se quiera, según el sistema matemático que se emplee para analizarla,
especialmente en el aspecto financiero, industrial o político, así como también en el
plano médico; los resultados son en bruto y, por tanto, científicamente válidos sin
tratamiento matemático.
Ahora bien, estadísticamente, se advirtió muy pronto que existe una relación entre
la distribución de los tipos sanguíneos y la geografía, lo cual no carece de significado.
Se advirtió igualmente que existía una indudable conexión entre los tipos
humanos, las razas si quiere llamárseles así, y su tipo sanguíneo —lo cual, por otra
parte, expresaban muy bien los antiguos cuando asimilaban la raza a la sangre.
Por ejemplo, Lahovary ha declarado que existe una conexión fundamental, en
toda Europa, entre la braquicefalia y el tipo sanguíneo A.
En lo que concierne a la raza blanca, se ha comprobado que Europa, y más
especialmente la Europa septentrional, posee una mayoría de individuos
pertanecientes al grupo sanguíneo A.
En Asia, por el contrario, estos mismos blancos presentan mayor frecuencia de
sangre tipo B.
A medida que se va del Oeste hacia el Este, o más exactamente del Noroeste al
Sudeste, la proporción del tipo sanguíneo A disminuye, mientras que aumenta la del
tipo B. Un simple razonamiento lógico invita a pensar que, en límites muy amplios, el
lugar de la mayor proporción de un tipo sanguíneo designa el lugar en donde tenla su
origen la raza (o el grupo racial) que lo llevaba primitivamente y que la extendió.
Esto es simplificar el problema, en algunos casos excesivamente. En realidad, es
mucho más complejo. Las mezclas de pueblos que se han producido desde la
Prehistoria, los desplazamientos, ya fueran debidos a causas telúricas o bien resultado
de hambres o de demografías excedentarias, confieren otros aspectos a este problema.
Sin embargo, al no tener que delimitar áreas demasiado estrictas, la solución global
sigue siendo cierta.
Al margen de las informaciones aportadas por las investigaciones puramente
médicas concernientes a la sangre, los antropólogos, por su parte, emprendieron
análisis sistemáticos en las diversas poblaciones y la variedad de sus grupos
sanguíneos. Aunque estas investigaciones disten mucho de estar terminadas, la
cantidad de las informaciones obtenidas ha permitido establecer mapas de densidad

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de los diferentes genes, mapas que son aproximativos y se precisan al hilo de las
investigaciones pero que, a partir de ahora, tienen suficientes precisiones para dar una
idea global del reparto de los «genes» y, con ello, de los orígenes de las poblaciones.
Evidentemente, estos mapas son más completos en los países considerados como
más evolucionados, es decir, en donde la investigación está mejor organizada.
Su examen, aunque sea superficial, inducirla a pensar que sería conveniente
revisar, y sin duda corregir, muchas convicciones netamente establecidas, en lo que
concierne a los desplazamientos y migraciones de pueblos más o menos aceptados
con datos menos científicamente seguros… Éste es el caso de los celtas, a los que se
hace proceder de un poco lejos porque su lengua también venía de lejos.
El problema de la dispersión de los vascos, o más bien de los cromagnonoides es,
por el contrario, mucho más fácil de resolver. No siempre es ajeno a una cierta
dispersión lingüística paralela.
Los vascos, generalmente, poseen sangre del grupo 0. Incluso poseen uno de los
mayores porcentajes de sangre de este tipo en el mundo; el porcentaje más elevado se
da en la parte francesa de este país y, más precisamente en Zuberoa (comarca de
Mauleón, en donde se considera que mejor se ha conservado el euskara). El doctor
Jauregiberri ha hallado un 52% del grupo sanguíneo 0, mientras que en la parte
española esta proporción, asimismo muy elevada, desciende al 51%.
De los demás grupos sanguíneos, el doctor Jauregiberri ha encontrado el 36% de
la sangre A frente al 43,61% en la parte española del País Vasco.
En cuanto a la sangre B, es prácticamente inexistente, o, al menos, su porcentaje
es muy bajo: 4,18% (Chalmers) en España e incluso, para Navarra, el 0% (datos de
Eyquem).
Éstas son las estadísticas de los «grupos sanguíneos», es decir, de los fenotipos,
pero la frecuencia de los genes responsables de estos fenotipos dan resultados más
precisos aún, si ello es posible.
En Zuberoa, el doctor Jauregiberri ha encontrado el 79% de frecuencia del gen 0
y Chalmers, en las provincias vascas de España, el 71,7%.
Para resumir y refiriéndonos al conjunto de las siete provincias vascas, las
estadísticas efectuadas dan los siguientes resultados:
Gen 0: del 70 al 75%.
Gen A: del 20 al 25%.
Gen B: del 0 al 3%.
Ahora bien, a medida que uno se aleja del País Vasco, los porcentajes de genes 0
disminuyen. Son aún muy elevados en el sudoeste de Francia, en la costa cantábrica
hasta Galicia y en los Pirineos, incluyendo la zona catalana.
Se comprueba un porcentaje del 65 al 70% en todas las costas del Atlántico,
desde la Mancha y el mar del Norte hasta Holanda, con una «punta» de más del 70%
en el Cotentin y en Noruega, en la región de Bergen.

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Después el porcentaje cae al 60% cuando nos desplazamos hacia el Este, en
Noruega y en el Báltico, sobre las costas del Adriático y en un enclave en el norte de
Rumanía. Se registra un porcentaje más elevado en las costas italianas genovesas y
calabresas, así como en Grecia y las costas turcas, igual que en el sur de Portugal.
Después la densidad sigue disminuyendo.
Pero hay algo que ofrece un gran interés: Inglaterra, es decir, la parte anglosajona
de las islas Británicas, registran un porcentaje del 65 al 70%, el cual pasa del 70 al
75% en Escocia, en el norte del País de Gales, en Irlanda y, más arriba, en Islandia.
En las islas mediterráneas, el porcentaje llegó del 75 al 80%, al 70% en Creta y al
65% en Sicilia.
Esta densidad sería igualmente alcanzada en Marruecos, principalmente en las
montañas del Atlas e, igualmente, en Tunicia. Por último, este mismo porcentaje fue
registrado en las islas Canarias.
Ahora bien, toda una parte oeste de Irlanda, en donde se encuentra la mayor
densidad de sangre de tipo 0, es cromagnonoide. Sucede lo mismo en el Atlas
beréber, así como en las islas Canarias. Desde luego, no es una coincidencia y, del
mismo modo que Lahovary afirmaba que existía una conexión fundamental en toda
Europa entre el grupo de sangre A y la braquicefalia, ¿no existiría también un vínculo
fundamental entre la sangre tipo 0 y las razas cromagnonoides? No creo que se hayan
efectuado profundos estudios sobre el tema. De todos modos, es notable que
encontremos, en el País Vasco, una población netamente cromagnonoide y una
acusada mayoría del gen 0. La relación no puede ser fortuita. Ésta me parece tanto
más probable, por no decir cierta, cuanto que, según veremos, encontraremos en
Irlanda, en la Galia, en las Canarias y en el Atlas otras poblaciones cromagnonoides
con un claro predominio de sangre tipo 0.
Es probable que esta extensión pudiera producirse a lo largo de orillas marítimas
incluso durante la duración de los períodos glaciales, pues el mar aportaba un
elemento suavizador al rigor climático. Y, sin duda, sucedió igual con sus vecinos
descendientes del hombre de Combe-Capelle, el cual se considera, generalmente,
como perteneciente a la mayoría de los habitantes de Occidente.

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Reparto de la sangre del grupo 0 en Europa

No carece de interés determinar el hecho, ya que se trataba de «cohabitantes» de


los descendientes del hombre de Cro-Magnon, cuál es, actualmente, la repartición de
los grupos humanos de sangre A que, con los de sangre 0, constituyen, y esto
indiscutiblemente desde hace mucho tiempo, la población de Europa.
El grupo A se encuentra por toda Europa en la proporción del 25 al 30%. Su
mayor densidad se halla en el extremo Norte, donde la proporción máxima es
alcanzada por los lapones, con un porcentaje del 50 al 55% (ya se había sospechado
que los lapones podían ser descendientes del hombre de Combe-Capelle…).
Las mayores concentraciones del grupo sanguíneo A se encuentran al norte de
Noruega, al sur de ésta, en Finlandia, después en «placas» dispersas, en Galicia, tanto
en la portuguesa como en la española —lo cual debe de datar de la invasión céltica—,
en el sur de España (¿resto visigodo?), en Poitou, desde Cataluña al bajo valle del
Rin, en los Balcanes (restos célticos, probablemente), en la región ligur de Italia, y,
por último, en el Cáucaso y en una zona de Armenia.
Los índices más bajos de Europa se hallan en Islandia, en Escocia, al norte del
País de Gales, en Irlanda y, por supuesto, en el País Vasco.
Las islas y las costas del Mediterráneo, aparte Liguria, sólo registran un escaso
porcentaje del gen A, lo cual excluye la posibilidad, supuesta por algunos, de que los
míticos pelasgos habían sido vikingos anticipados procedentes de Hiperbórea…
Los porcentajes de genes B en Europa varían de 0 (Navarra) al 10% (salvo en la
región gadírica, que fue fenicia y púnica); por lo tanto, la ascendencia de Europa

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puede, prácticamente, reducirse a dos razas, de las cuales habrían surgido las demás:
los combe-capellianos y los cromagnonoides. Las raíces asiáticas sólo empiezan a
advertirse en Rusia y en Prusia.

Reparto de la sangre del grupo A en Europa

Debe señalarse que este tipo de sangre B está por completo ausente de los indios
de América y de los aborígenes de Australia, lo cual deja muy escéptico sobre el
valor de ciertas teorías recientemente publicadas, según las cuales estos amerindios
fueron asiáticos que pasaron a las Américas…

La cuestión de los genes sanguíneos es, evidentemente, mucho más compleja que la
exposición que he efectuado. Sin embargo, continúa teniendo validez, a grandes
rasgos, al menos para Europa.
Se puede extraer una primera conclusión: al ser los vascos cromagnonoides y al
haber evolucionado su raza sin interrupción y sin ninguna aportación extranjera
importante desde la época de Cro-Magnon, debe admitirse forzosamente que existe
una directa relación racial entre el cromagnonoide y la sangre del grupo 0.
Lo cual equivale a decir —pues encontraremos esta misma concordancia en otros
lugares— que se deben poder seguir, a grosso modo, las extensiones de este
cromagnonoide por la pista sanguínea.
Estas características raciales vascocromagnonoides se vieron reforzadas cuando,
hacia 1937, se descubrió en la sangre de ciertos hombres lo que se denominó el

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«factor Rhesus».
Es una característica sanguínea que resultó ser de una extrema importancia desde
el punto de vista genético.
El nombre viene de que esta misma característica se halla en la sangre de un
pequeño macaco de la variedad rhesus. Y resulta que, en la Humanidad, existen genes
que poseen este factor y otros que no lo poseen. Si existe, a su portador se le cataloga
como «rhesus positivo»; si no existe, figura como «rhesus negativo».
Después se comprobó que este «rhesus positivo» se debía a un gen, el gen D que
lo caracteriza… y que obedece, en su transmisión, a las leyes de la herencia,
denominadas de Mendel.

Reparto de la sangre del grupo B en Europa

En el pueblo vasco es en el que se ha observado la mayor ausencia de este gen D;


o, dicho con mayor sencillez, la mayor densidad de «rhesus negativo»… Y es
igualmente en los demás pueblos cromagnonoides de sangre tipo 0 en donde se ha
comprobado la más elevada proporción de ausencia de este gen D: canarios y
beréberes.
En Europa, la densidad del gen D se halla a la inversa del gen 0, es decir, que
aumenta a medida que uno se aleja del País Vasco, hacia el Norte y el Sur, y
conforme se va del Oeste hacia el Este, es decir, a medida que uno se aleja del
Atlántico, con excepción del norte de Rumanía que, precisamente, se halla a orillas
del mar Negro, una zona con una de las mayores densidades de la sangre tipo 0.

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Del 25% al 40% en el País Vasco, del 20% al 25% en el sudoeste de Francia, la
proporción del «rhesus negativo» desciende del 16% al 20% en el resto de Europa,
hasta el sur de la península escandinava, salvo, de todos modos, dos focos en Irlanda
y en los Países Bajos, en donde esta proporción es más elevada. Alcanza del 30% al
40% en algunas tribus del Atlas marroquí y en las islas Canarias.
En España deben destacarse dos regiones en donde es claramente elevado el
«rhesus positivo»: Galicia, tierra de invasión céltica y después de peregrinación, y el
Sur ibérico, hasta el Levante, tierras de gran densidad de ocupación mora.
Es seguro que esta ausencia del gen D en cierta raza ha contribuido a un
fenómeno de conservación racial. En efecto, se sabe que en los poseedores de un
rhesus negativo, cierto fenómeno, que a la Medicina moderna le cuesta mucho
comprender, análogo al del «rechazo», se produce con respecto a sus fetos poseedores
de ese gen D. Esto supone que, si llegan a darlos a luz, deban guardar innumerables
precauciones.
Los estudios sobre este tema van aportando aclaraciones, pero, de todos modos,
se pueden sacar ya otras conclusiones, por otra parte evidentes, que merecen ser
desarrolladas:
1) Todos los pueblos con gran frecuencia o predominio del gen 0 se encuentran al
borde del mar, y su mayor densidad se halla en el Atlántico.
2) La mayoría de estos pueblos son montañeses o procedentes de regiones
montañosas.
3) Prácticamente, sólo hay dólmenes en las regiones en las que existen genes 0 en
proporción notable.

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7. EL CRO-MAGNON EN EUROPA

Hacia la mitad del neolítico, la raza vasca, tal como la conocemos hoy, ya estaba
formada. Su génesis no fue fruto de cruzamientos, sino de la transformación de una
raza que, al parecer, permaneció sola en este rincón de los Pirineos y de la costa
cantábrica: la raza de Cro-Magnon.
Los vascos son hombres de Cro-Magnon que se convirtieron en euskaldunak.
Desde luego, no todos los Cro-Magnon se convirtieron en vascos. Esta
transformación constituye el privilegio de un territorio bastante reducido en el que los
hombres pudieron —y quisieron— resistir a todas las invasiones, permaneciendo
fieles a sus tradiciones, a su «manera de ser», a su idioma, en una palabra, a su
civilización de hombres de Cro-Magnon. Los vascos consideran que mantener estas
tradiciones constituye una especie de DEBER transmitido de siglo en siglo, como si
aseguraran la perennidad de un legado sagrado cuya permanencia deba ser
garantizada para siempre.
Parece que los vascos han sido los únicos Cro-Magnon de la Europa occidental
capaces de conservar sus características genuinas. Sin embargo, es posible aún hoy
descubrirlos, ya sea mediante la toponimia —no debe olvidarse que el euskara tiene
sus raíces en el Cro-Magnon—, o bien mediante la morfología y, sobre todo, por la
sangre que, desde hace varios años, nos revela muchos secretos.
Asimismo merced a los dólmenes, y al idioma…
En primer lugar debemos fijarnos en las tierras cercanas al País Vasco actual.
Cuando, después del gran cataclismo, el golfo de Gascuña quedó completamente
cubierto de aluviones, estas tierras nuevas se convirtieron en sabanas en las que los
rebaños de montaña —domesticados— podían hallar pasto de invierno.
De este modo, J. M. de Barandiaran pudo descubrir las rutas de trashumancia de
los rebaños pirenaicos hacia finales del neolítico, que llegaban hasta los
cromagnonoides instalados en las colinas que bordean el antiguo golfo, en la
actualidad Dordoña.
En toda esta región, la toponimia vascoide, es decir, cromagnonoide, es
claramente visible, igual que en todos los Pirineos, así como desde Burdeos a Burgos
y desde Santander a Perpiñán. De esta acumulación toponímica, Franc de Ferrière, en
su Toponymie de la Gaule Aquitaine[1] ha descubierto una extraordinaria cantidad de
nombres vascoides que podrían permitir suponer más bien un asentamiento que
esporádicas visitas.
Pero, la toponimia vascoide se extiende mucho más allá del territorio pirenaico y
de sus alrededores, más o menos inmediatos. Son aún importantes sus restos, cada
vez menos numerosos a medida que se asciende hacia el norte, consecuencia, sin
duda, del «remplazamiento» céltico y, sobre todo, germánico efectuado después.

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Sin duda, sucedería lo mismo en la Península Ibérica antes de la invasión árabe
que cambió esta toponimia… Pero aún podemos comprobar la existencia de
numerosos sufijos berri, que significa «nuevo» y que han escapado a las nuevas
denominaciones.

Un tipo vasco: fuerte, vigilante y orgulloso.

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El poney vasco, el «potiok» (arriba) es el mismo,
actualmente domesticado, que pintaron los magdalenienses…

…en las paredes de las cuevas de Ekain…

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…de Lascaux…

…y de Altamira, según dibujo del abate Breuil.


(Fotos De Vomecourt-Vloo; J. Altuna - San Sebastián; archivos fotográficos; Museo del Hombre).

ESTELAS DISCOIDALES VASCAS

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Estelas del museo de San Telmo.
San Sebastián.

Estela discoidal primitiva cuyo sencillo grabado parece representar una mano.
Museo de San Telmo, San Sebastián.

Creo que ha sido Frank Bourdier el primero en advertir no sólo la existencia, sino
la cantidad de topónimos vascoides en Francia.[1]
No puedo dejar de citar algunos pasajes:
En vascuence, ur (u en los compuestos) designa el agua; en el Gard, la ninfa de la
fuente de Eure, en la época romana se llamaba ura, y la de la Ourne: Urna… Los
nombres de ríos derivados del nombre vasco del agua, ur, son muy numerosos en

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Francia: señalemos el Ure, el Hure, la fuente de Lure, el Uzure, en Mayenne «de las
bellas aguas», según dice el diccionario Joanne es Huts-ur, el «agua pura»; con el
diminutivo na o nya tenemos el Ourne (Urnia en la época medieval) y el Orne, sobre
el que se construyó la localidad de Ornes, Mosa (Urna en 812). Dun que señala el
lugar de la abundancia parece encontrarse en el Oudon que sería U-dun; el Urande
(Aube) es Ur-andi «agua grande».
Se podría añadir a esta enumeración, ya impresionante, otros muchos nombres,
por ejemplo, el bosque de Othe (aulaga) y todos los Alaisia que tiene sus
correspondientes en el País Vasco actual (sierra de Alaiz, etc.) y que, sin duda,
parecen formados con la radical haitz, «la piedra», «la roca, y Al (en euskara Ahal:
poder), otra radical que contiene una idea de divinidad, pues la terminación a era, sin
duda, una feminización latina; de igual modo, Mende, la ciudad, ¿no será un mendi
(montaña)? Y tantos otros nombres que, generalmente, sólo un vasco puede descubrir.
Ahora pasaré a ocuparme de esta misteriosa raza de los dólmenes.
Debemos volver al asunto de los dólmenes. Sin duda tiene una importancia
considerable.
Cójanse los mapas del reparto de la sangre 0 en Europa y compárense con el
mapa de la distribución de los dólmenes, trazado por Niel; dólmenes y megalitos,
incluso los menhires, que entran en los megalitos, pueden ser difícilmente vinculados
a un sistema cualquiera. Existe en todas partes y se erigieron en todos los tiempos,
incluso actualmente.

Reparto de los megalitos en el antiguo mundo.

Compárense ambos mapas. Constituye casi una identidad que salta a la vista.

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En primer lugar en Francia, en donde la identidad es la más ostensible… con un
«hueco» que corresponde a la zona aluvial del Garona y de las Landas, en el antiguo
golfo del que antes he hablado.
Igualmente en los Países Bajos en donde el «país llano» es una conquista reciente
al mar (aluviones del Mosa, del Escalda y del Rin).
Se les encuentra, igual que la sangre 0, en las dos orillas del Báltico.
Si Noruega e Islandia no poseen dólmenes, puede suponerse que la aportación de
sangre 0 en la costa noroeste noruega tuvo lugar después de la Era dolménica; en
cuanto a Islandia, fue ocupada, por estos mismos noruegos, hacia el siglo XI.
Irlanda, Inglaterra, Escocia y las Hébridas en las cuales la concentración
megalítica es evidente, según la densidad de sangre tipo 0 en donde una parcela de
Escocia y otra del País de Gales presentan concentraciones del 75% al 80%,
superiores incluso a la del País Vasco.
En la Europa central no existen dólmenes ni sangre tipo 0, salvo en Bulgaria, en
lo que fue Tracia, pero la sangre del tipo 0 parece que se retiró al norte de Rumanía,
lo que puede corresponder a una extensión celta (véase el mapa del tipo
sanguíneo A).
Otra acumulación de dólmenes aparece a lo largo del mar Negro, en el noroeste
del Cáucaso, junto con una sensible superioridad estadística de la sangre 0.
Se vuelve a encontrar esta conjunción de la sangre 0 y dólmenes en las islas del
Mediterráneo, Córcega y Cerdeña…
Es sorprendente, pero eso no es todo.
Estos dólmenes también existen en toda la costa mediterránea de África y,
especialmente, en Marruecos, es decir, en las tierras beréberes siempre ocupadas por
cromagnonoides de sangre 0, a pesar de la invasión árabe, menos importante de lo
que suele pensarse generalmente.
También se hallan en el Senegal, pero no existe ninguna posibilidad de saber si
residieron cromagnonoides en ese país. Sucede igual en Etiopía; ahora bien, existe
una notable densidad de sangre del tipo 0 en Abisinia.
Hay dólmenes en la India, más especialmente en toda la costa oeste, en donde el
gen 0 no está ausente, igualmente en el Nepal, también en Corea (pero no tengo
ningún dato acerca de la hematología de esas regiones).
Después de esta acumulación, de «coincidencias», parece imposible separar el
«pueblo de los dólmenes» de esta raza portadora del gen 0… Según se sabe de buena
fuente, y por la propia evidencia de los hechos, los dólmenes vascos sólo pudieron ser
realizados por vascos y que éstos son cromagnonoides de sangre 0.
Por otra parte, no se encuentra ninguna huella de dólmenes en los países de
sangre A (Europa central, por ejemplo) ni en los países de sangre B.
Entonces, en los lugares en los que no existe más que estos tres tipos de sangre, la
conclusión no es más que una simple evidencia.

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La, certeza que dan todos estos hechos no deja de ofrecer interés, pero resulta que
plantea otro problema infinitamente más complejo.
Una raza que erigió dólmenes y otros monumentos megalíticos en el suelo
continental, está bien… Pero ¿cómo transportó este arte a las islas o a lejanos
continentes?
Desde luego, fueron por mar.
Pero ¿cómo?
Todas las zonas en donde hay dólmenes son marítimas o están bastante próximas
al mar, lo cual ha dado pie a la teoría o, al menos, a la hipótesis válida, de un
transporte de la «idea dolmen» por mar. Pero esto supondría admitir una marina y en
tiempos en los que se cree que el hombre apenas era capaz de construir pequeñas
embarcaciones casi individuales para desplazarse por los ríos, o muy cerca de las
costas, para poner su anzuelo.
Y, sin embargo, debe admitirse esta marina de alta mar… o admitir que había una
«idea dolmen» que flotaba en el aire, de Occidente a Oriente y que los hombres
erigieron esos monumentos para divertirse…
Y que esta idea era propia de los individuos de sangre 0.
Pero, para ir, aunque sólo hubiera sido a Irlanda, hizo falta algo más que unas
piraguas y más aún para llegar hasta las Hébridas.
Desde luego, puede irse hasta el mar Negro por tierra, e incluso a pie hasta el
Cáucaso, pero serla entonces sorprendente que tal ruta no estuviera sembrada por este
tipo de monumentos.
En cuanto a la Inüa, partiendo de Canaán, o de Arabia (donde aún existen), estos
pueblos no habrían sido remontados por Persia y el Pakistán sin dejar huellas
dolménicas.
Y esos dólmenes están ahí, no pueden ser suprimidos.
Y fue necesario que los constructores de dólmenes fueran a aquellas islas y a las
costas lejanas, y que fueran, pues, por mar…
¿Entonces? Entonces habrá que reconsiderar, también en este caso, la idea
generalmente propagada del hombre neolítico… Y considerar que los hombres de
Occidente tuvieron una marina mucho antes que los cretenses y los fenicios, a
quienes se supone generalmente como los primeros marinos del mundo.
Pero la Biblia así como el poema de Gilgamesh, nos hablan ya de marina antes
del gran cataclismo. También las leyendas sudamericanas.
Si, por los dólmenes, los cromagnonoides están vinculados a la existencia de
marinos, así sucedería igualmente con los vascos.
Desde luego, los vascos tienen una tradición marítima. ¿Basta esto para llegar a la
conclusión de gue esta tradición era anterior a la historia?
La cuestión puede discutirse pero, en ausencia de todo documento válido, es
difícil sacar sobre esto conclusiones que tengan valor de pruebas.

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En primer lugar, es notable que la lengua vasca posea, tanto para las
embarcaciones como para muchos accesorios, palabras que son específicamente
vascas.
Como primera hipótesis, y con todas las reseñas, puede deducirse que estos
vocablos no fueron tomados de una marina extranjera constituida. Ésta habría dado
las palabras para las cosas representadas.
Al navío se le denomina untzi. Es la misma palabra utilizada para denominar todo
tipo de vaso; así como para designar el arca. Pero se nota una diferenciación entre el
hecho de navegar por un curso de agua o un lago y el de navegar por el mar. La
embarcación de agua dulce es uruntzi (ur «agua» y untzi), pero el navío que va por el
mar es itsasuntzi (itsas, «mar»). No es el mismo tipo de construcción.
La navegación es ibilze (ibili-itse: desplazarse-mar), el navegante es ibile y
itsasibile el navegante por el mar.
Los navegantes que los vascos pudieron conocer en sus costas, fenicios,
cartagineses o romanos, no parece que poseyeran vocablos que tuvieran algún
parecido con estas palabras.
Los demás términos que he podido encontrar parecen menos evocadores, aunque
algunos tengan un origen puramente terrestre, tal como el remo: arraba o arrau; el
mástil haga, que también es vara; el timón endaitz que también es el timón de arado;
el puente: untzi-bizkar; bizkar es el caballete del techo.
Pero el vasco no es el único preocupado por esta búsqueda, los dólmenes vascos
son vascos, pero los de otros lugares están más bien vinculados a los cromagnonoides
de los que los vascos no son más que una rama.
Ahora bien, suele considerarse que los miás antiguos de estos monumentos son
los de Portugal y debe recordarse que Portugal fue invadido, al parecer, por los
llamados «ligures», quienes, probablemente, le dieron el nombre de Lusitania. Al sur
de Portugal, frente a Cádiz, existió, sin duda, la que fue la más antigua ciudad
marítima del mundo: Tartessos, la Tarshish de la Biblia, con la cual comerciaba
Salomón…
En El misterio de Compostela[1] escribí: «Parece que, al menos por lo que se
refiere a la ciudad de Tartessos, se trataba de una península situada entre el lago
Ligústico al Norte, el Atlántico al Oeste y un golfo, posteriormente rellenado por el
Guadalquivir, al Sur. Podría ocurrir que su nombre fuera vascuence y significara entre
dos marismas «Tarte-Xili». Después, el canónigo Pierre Laffite me ha señalado que
un vasco jamás hubiera empleado tarte: «entre», como prefijo… Sin embargo, la
etimología me parece pertinente, pues no se trata de la lengua vasca, sino de su
antepasada neolítica, de la cual han que dado muchas raíces, aunque no haya
permanecido forzosamente la forma de reunirlas.
Por otra parte, es probable que los cromagnonoides eran numerosos por toda la
costa oeste de la Península Ibérica, en donde abundan los dólmenes y donde se

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registra, precisamente en el Sur, una considerable densidad de sangre del tipo 0 (del
65 al 70%).
Ahora bien, se admite que los dólmenes portugueses son los más antiguos. Por
otra parte, se sabe que los tartesios eran marinos, y marinos del Atlántico, y los
prehistoriadores cada vez están más seguros de que fueron los «inventores» del
bronce, mucho antes de que éste apareciera en Oriente.
Más tarde, al parecer fueron invadidos por un pueblo al que los antiguos
denominaron «ligur», nombre bajo el cual los referidos antiguos incluyeron
muchísimos pueblos, o bien etnias, muy diferentes. Se halla a estos «ligures» muy
cerca de Tartessos, en uno de los lagos que rodean el territorio de los tartesios, el lago
Ligústico, ahora marisma, creado por los aluviones del Guadalquivir.
Sin embargo, no dudaría en considerar a estos tartesios como los responsables de
los petroglifos que abundan en Galicia —en donde se halla el laberinto prehistórico,
como en el Cornualles inglés—, la escritura de Alvao, tan parecida a la de Glozel, y
donde la toponimia vascoide no es particularmente rara.
Así, pues, puede admitirse que Tartessos, que poseyó la primera marina del
mundo después del gran cataclismo, que era también un «pueblo de los dólmenes»
(aún existen en esta región), conociera las islas Británicas e Irlanda. Quizá también
fueron ellos quienes dieron a Inglaterra el nombre de Nebion (nombre antiguo,
asimismo, de una tribu gallega). En euskara aún dicen Irla y toda la costa Oeste de la
isla de Irlanda está poblada de cromagnonoides de sangre 0.
Sería raro que estos antiguos vascos no hubieran estado mezclados con las
empresas marltimas del neolítico. Una leyenda muy tradicional en Irlanda pretende,
en efecto, que los 'primeros druidas aparecidos en esta isla procedían de la costa
vasca.
Y quizá de estos tiempos neolíticos proceden las tradiciones marítimas vascas,
cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos; tradiciones marítimas muy
particulares.
No se sabe cuándo empezaron a navegar los vascos, me refiero a navegar por el
mar. Pero esto se remonta a tiempos muy antiguos, pues si el Este lleva el nombre del
Sol, el Oeste lleva el nombre del mar: itsasalde «región del mar». Ahora bien, el País
Vasco tal como lo conocemos actualmente y tal como existía antes de Roma, la
región del mar era el Norte, y no el Oeste. Así, pues, la palabra procede de un tiempo
en que la costa oeste de la Península Ibérica —Portugal— estaba ocupada por los que
«crearon» la lengua, es decir, en los tiempos de Tartessos. En tiempos de los
dólmenes.
En el curso del II milenio a. de J. C.,los fenicios instalaron sus factorías en la roca
de Cádiz que, sin duda, aún era una isla; estos fenicios, que siempre iban en busca del
oro o de metales para su bronce: el estaño y el cobre. Se sabe que, en su búsqueda,
llegaban hasta el Finisterre gallego, Bretaña y las islas Casitérides, en la punta
extrema del Cornualles británico.

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Ahora bien, esas gentes que procedían del Oriente Próximo, ¿cómo pudieron
conocer el emplazamiento de los yacimientos y el lugar donde conseguirlos si no
hubiesen sido informados por los indígenas conocedores de estos yacimientos y al
corriente asimismo de su utilización?
Encontrar las islas Casitérides sin tener noticias previas de su existencia ni saber,
además, que en estas islas ignoradas estaba el precioso estaño, me parece exceder a
las posibilidades humanas, por muy astutos que fueran los fenicios.
Y, pasado el estrecho de Gibraltar, no pudieron informarlos más que marinos que
conocían su posición en estas islas, que hablan ido a ellas y que, además, conocían a
los indígenas y sabían para qué servía su estaño.
Y estos indígenas eran de la familia, cromagnonoides.
Así, pues, ya que esta familia se extendía más allá de los mares, había sido
forzosamente necesario que contara con una marina y marinos.
Y esta necesidad absoluta, en los tiempos neolíticos, de una marina y marinos en
las costas atlánticas, es muy necesaria en el Mediterráneo, o en el océano Índico… E
incluso en el Pacífico si se tienen en cuenta los dólmenes de Madagascar, los cuales
se consideran mucho más recientes.
Ahora bien, si algunas tribus de esta raza. de Cro-Magnon tenían una marina y
marinos, sería asombroso que no hubiera sucedido igual con todas las demás tribus
que no pudieron dejar de tener relaciones entre sí, las cuales han quedado de
mostradas por la existencia del mismo sistema dolménico.
Hubo una dispersión de los hombres de la raza de Cro-Magnon, una taza que
pareció poseer una lengua común o, al menos, dialectos semejantes y del mismo
origen.
Aunque sea vagamente, se podría seguir esta dispersión mediante el estudio de las
radicales comunes de los dialectos y, después, utilizando la antropología.
Se la puede determinar con mucha más claridad con el estudio de los grupos
sanguíneos.
Puede admitirse, pues —¿cómo no?—, que las relaciones entre los diferentes
grupos de la misma raza han tenido cierta persistencia, ya sea por tierra, por las costas
continentales del Atlántico, o bien por mar, por las islas, tanto atlánticas como
mediterráneas.
El estudio de los dólmenes y su identidad radical en las diferentes partes del
mundo hace de estas relaciones, más que una gran probabilidad, una seguridad.
Relaciones que no son solamente populares, como pueden serlo la cerámica o el
tratamiento de los metales, sino que concernían a concepciones religiosas o, si se
quiere, filosóficas. Las relaciones no fueron sólo por azar, sino, en cierto modo, de
élites.
De modo que no puede separarse a los vascos de esta tradición marítima, al
menos neolítica.

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Quizá se podría —esto sería cuestión de especialista— vincular el nombre del
«cinagot», con el cual César tuvo algunas dificultades en su batalla naval en el golfo
de Morbihan, con una raíz vascoide: Xhinga, que es una red marina de finas mallas, a
la que puede añadirse el sufijo go, el cual puede tener significación de empleo. Los
pescadores portugueses siguen empleando un tipo de embarcación algo parecida.
Desde luego, según parece, los marinos vascos aparecieron algo tardíamente en la
Historia, pero los romanos no los conocieron bien. Tiempo antes, los celtas, que no
dejaron ningún documento, los contornearon. Después, los visigodos y francos
(quienes fracasaron en sus intentos de dominación) sólo los conocieron como
resistentes en las montañas.
Aparecieron tardíamente, pero con cierto brillo, hacia el siglo XII, dedicándose a
una actividad marítima que sólo podía ser propia de gentes muy avezadas en la mar:
la caza de la ballena, de la especie biscayentis que, en otras épocas, se hallaba por el
golfo de Vizcaya… y el golfo de Vizcaya jamás ha sido «un lago» para marinos de
agua dulce.
Cuando las ballenas vizcaínas escasearon, los vascos se fueron en busca de las
ballenas nórdicas y, a mediados del siglo XIV, se instalaron en Terranova y se
desplazaban hasta Islandia y por las costas de Groenlandia. Los vascos llegaron al
Canadá mucho antes que los franceses.
Es cierto que los noruegos habían ido allí diversas ocasiones, al menos a partir del
siglo XI y que, hacia el XII, poblaron Islandia… Pero no deja de ofrecer interés el
hecho de saber que estos vikingos eran de la costa Oeste de Noruega, donde,
precisamente, subsiste una notable densidad de sangre tipo 0 y que Islandia está
poblada de cromagnonoides, siendo muy elevado el porcentaje de sangre del grupo 0.
Las relaciones conocidas entre escandinavos y vascos tienen un poco el aspecto de
relaciones familiares.
Prácticamente, los vascos fueron los grandes ocupantes de Terranova en la
temporada de pesca. Instalaron todo el material necesario para el tratamiento de las
ballenas y la toponimia, actual o antigua, aún da testimonio de su presencia: «Port-
aux-Basques, Cap-de-Grat (gratta, lugar de pesquería), Peritonca (pequeñas ocas),
Caruze (sombrero rojo), Ophorportu (vaso de leche), Urrunson o Ourronquonse
(Urruña), Olycilho (agujero de moscas), Anguachar o Igorrachoix, el cabo de Raze
(arraiko, proximidad)…»[1].
En Canadá han quedado otras huellas de su presencia, en donde Montreal pudo
llamarse Hotchelaga. Incluso dejaron el nombre del orignal[2], alce del Canadá, del
vasco orein, ciervo.
¿Fueron sólo a América del Norte? Parece dudoso que, partiendo del País Vasco
para ir a la caza de la ballena y después del bacalao hasta estas tierras lejanas del
océano Glacial Ártico; habiendo pisado un continente, no siguieran las costas mucho
más al sur (puesto que sabían necesariamente navegar y situarse en el océano).

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Debe recordarse que Colón llevaba muchos marinos vascos a bordo de sus
carabelas, marinos y, sobre todo, pilotos. Juan de Vizcaya era vasco y también parece
que ambos hermanos Pinzón —los grandes navegantes de la expedición— eran
asimismo de origen vasco.
Ahora bien, Colón quizá se había informado bien y, posiblemente, habían
consultado muchos mapas, pero hay una cosa que ningún mapa de aquellos tiempos
le podía indicar: la dirección de los vientos alisios.
No era tan sencillo, en aquellos tiempos, a bordo de navíos como las carabelas,
atravesar el Atlántico… Salvo siguiendo un itinerario a favor de los alisios.
Pero había que conocer estos vientos. No fueron los canarios, que no navegaban,
quienes pudieron asesorarlo. Sólo podían hacerlo personas que los hubiesen utilizado.
Ahora bien, Colón con sus pilotos vascos, se fue derecho a las Canarias, conquistadas
poco tiempo antes, lugar en donde estaba seguro de hallar los vientos alisios. ¿Quien
pudo instruirlo, sino los pilotos vascos?
Por lo demás, cuando sus tripulaciones, cansadas de no encontrar nada, quisieron
interrumpir su viaje y cuando él mismo dudaba, fue uno de sus pilotos el que invocó
el honor de la expedición para seguir adelante. El se empeñó en continuar porque
sabía, conocía los vientos alisios.
Quizás él no habría ido, sino que debió de recoger de otros marinos vascos los
informes náuticos necesarios; porque otros, posiblemente más numerosos de lo que se
imagina, habían hecho ya este viaje transatlántico.
De igual modo que debieron de hacerlo los templarios, que tenían marinos de
todos los orígenes; los templarios que partían de La Rochela…
De igual modo que partió de La Rochela Juan de Béthencourt, para conquistar las
Canarias. Juan de Béthencourt, que tocó la costa vasca antes de ir a Sevilla.

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8. LOS GUANGHES

En 1402, Juan de Béthencourt, marino, barón de Saint-Martin-le-Gaillard, habitando


en la mansión de Grainville-la-Teinturière-en-Caux, en el condado de Eu, que se
había retirado, disgustado, de la Corte del rey de Francia, propuso, en condiciones
que no conocemos pero, seguramente, por mediación de Robert de Bracquemont, su
tío, que se encontraba en la Corte de Castilla, propuso, pues, al rey de Castilla,
Enrique III, ir a conquistar las islas Canarias.
Cuando se hubo aceptado su proposición, Juan de Béthencourt dejó la región de
Caux, llevando consigo, además de su tripulación normanda, al franciscano Pierre
Bontier y a su capellán Jean le Verrier. Gracias a ellos, conocemos los episodios de
esta conquista.
Puede pensarse que Juan de Béthencourt se aburría en su mansión normanda y
que le atraía la aventura marítima… La Corte de Francia le disgustaba, lo cual no era
raro en tiempos de Carlos VI el Loco y de Isabel de Baviera. Por otras razones, sin
duda, no deseaba ponerse al servicio del rey de Inglaterra que, por otra parte, tenía en
Francia otros asuntos que atraían su atención…
Sin embargo, la expedición proyectada no pareció ser una aventura de ociosos,
sino una expedición razonable correspondiente a ciertas informaciones que poseía.
Pero nada de esto ha llegado hasta nosotros.
No fue un descubrimiento. Los antiguos fenicios, y sin duda también los
cretenses, las habían visitado al menos mil años antes de J. C. las llamaron Alizut y
las consideraban como un hermoso lugar de descanso (también recibieron el nombre
de «Islas Afortunadas»). Probablemente debieron a ese nombre el de Eliseas, pues los
muertos habitaban tradicionalmente en las islas en el mar del sol poniente y también
se le debe el nombre de vientos alisios, vientos que soplan, en ciertos períodos, de las
islas Canarias hacia América.
Se tiene la certeza de que los fenicios y los cretenses conocieron estas islas, pues
hay en las Canarias petroglifos alfabetiformes que reproducen muchas letras del
alfabeto cretense. Más tarde, los cartagineses también las visitaron, aunque sólo fuera
con ocasión del periplo de Hannón que, forzosamente, debió de aproximarse a ellas
cuando descendía hacia el Senegal.
Más cerca de nuestro tiempo, un árabe, o, más probable mente, un beréber,
desembarcó en 999 en la costa de Gando, al frente de 130 hombres; el Guanarteme
(rey) Guanarica de Galdar lo recibió, rodeado de sus guayres (nobles) y el escritor
Ben Farruj tuvo que confesar que los habitantes de Gran Canaria eran los hombres
más civilizados que había conocido.
En 1170, el historiador árabe Xerif el Edrissi habla de aventureros árabes que,
partiendo de Lisboa, desembarcaron en las Canarias.
En 1291, fueron los genoveses quienes las visitaron con dos galeras.

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En 1341, portugueses, saltando asimismo de Lisboa, llegaron a las Canarias.
Hallaron a los indígenas casi desnudos (el trópico no está muy lejos). Encontraron la
tierra cultivada en ciertas partes, poseyendo jardines y palmerales. Encontraron el
trigo cultivado más hermoso que el de Europa.

Estela de un herrero.
(Hospital Saint-Blaise).

Estelas en un cementerio vasco.


(Fotos de autor).

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Isla de Lanzarote, Canarias: Viñedo en la lava pulverulenta. Los muretes protegen de la erosión eólica.
(Foto del autor).

Momias guanches de las islas Canarias.


(Museo del Hombre).

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Grabados neolíticos en la entrada de la gruta de Belmaco, isla de la Palma, Canarias (arriba), sin duda un pulpo;
(en el centro), una espiral; (abajo), una serpiente que, al parecer, era o bien una protección o una indicación
telúrica. Estos petroglifos se encuentran en todas las costas atlánticas de Europa.
(Fotos del autor).

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Dedicatoria de una casa vasca del siglo XV o XVI,
cuyas inscripciones nunca han podido ser descifradas.
(Museo de San Telmo, San Sebastián). (Foto del autor).

Dolmen de Eguilaz, provincia de Alava.


(Fotos del autor).

En 1344, el papa Clemente VI, en consistorio público, declaró a las Canarias


Reino, a favor de Luis de Castilla, declarado feudatario de la Sede apostólica, a
cambio de un tributo de 400 florines de oro. Su bula permaneció como letra muerta;
de todos modos, en 1360, dos galeras de Mallorca desembarcaron en Gando cinco
franciscanos. Pero, muy pronto, los canarios se disgustaron con ellos y los cinco

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hermanos fueron precipitados desde lo alto de una roca en Jinamar. Fue un suplicio
que se reservaba a los traidores.
En 1377, un capitán vizcaíno, Ruiz de Avendaño, naufragó en la costa de
Lanzarote y vivió en perfecta armonía con sus habitantes.
De 1392 a 1399, armadores andaluces, vizcaínos y guipuzcoanos hicieron escala
en Lanzarote, evitando Tenerife a causa de una erupción del Teide.
Pero un buen conocimiento de las islas y de sus habitantes sólo comenzó con la
conquista en 1402.
En 1402 distaba mucho de haber concluido la derrota de los musulmanes en la
Península Ibérica. Habrían de pasar noventa años para que cayera Granada. Quizá,
fue esto lo que sedujo a Juan de Béthencourt. Los Reinos peninsulares estaban muy
ocupados con esta reconquista, lo cual daba a los emprendedores de expediciones
lejanas un campo mucho más libre…
Pero debe tenerse como cierto que, sin las Canarias, no se hubiera producido la
hazaña de Cristóbal Colón…
La primera escala de Béthencourt fue La Rochela. Esta escala puede causar
alguna perplejidad. La Rochela era un puerto creado por los templarios. Según la
leyenda proporcionada por Jean de La Varende en Les Gentilshommes, de este puerto
partirían y a A regresarían las expediciones templarias que fueron a México en busca
de la plata de la cual disponía la Orden en tanta abundancia… Y los alisios, de las
Canarias, llevaban directamente al golfo de México: la ruta de Bombard.
Y cuando Jean de Béthencourt salió de La Rochela, en donde se le unió la
tripulación de quien serla su segundo, Gadifer de la Salle, su primera escala fue en las
costas de Vizcaya, en donde es probable que embarcaran marinos vascos y, por fin,
llegó a Sevilla, desde donde inició oficialmente la expedición.
Desde luego, se conoce mal la composición de sus tripulaciones, en su mayoría
deberían de ser normandos, pero se sabe que se desprendió de unos cuantos, quizá
para remplazarlos por vascos. Embarcó asimismo dos prisioneros canarios que, al
parecer, fueron traídos por el vizcaíno Ruiz de Avendaño o, según se ha ücho, por una
expedición mandada, en 1399, por el caballero hispano del cual sólo se conoce el
sobrenombre: Almonaster.
Saliendo de Sevilla, llegó directamente a Lanzarote, isla a la cual dio el nombre
de «Lancelot», siendo Lanzarote la traducción castellana. Merced a sus capellanes se
sabe que: «Fue recibido por una multitud de isleños que lo rodearon, dando las
mayores muestras de consideración y de respeto, implorando su protección contra los
furores de los piratas, ofreciéndole en retribución el asilo de la amistad, sometiéndose
a su obediencia como amigo, pero no como superior».
Los capellanes de Béthencourt señalaron el extraordinario asombro que
experimentaron al comprobar la estatura de las personas que los recibían. Los
hombres, según ellos, eran casi gigantes (para aquella época), ya que estimaron la

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media de éstos entre 1,70 y 2 m; añadieron: «Los hombres de Fuerteventura son los
más altos que conocemos» (media: 1,84 m).
Los capellanes aseguranon que existía en Fuerteventura (la «Forte aventure» de
Béthencourt) un hombre de una talla gigantesca, el cual defendía una población que
atacaron los hombres de la expedición. Al parecer, su estatura alcanzaba los nueve
pies, lo cual equivale, aproximadamente, a 2,70 m. Bétheneourt ordenó que, si era
posible, no lo mataran, pues «quería capturarlo vivo», pero no pudieron dejarlo vivo,
pues era tan fuerte que, de otro modo, los hubiera matado o hecho prisioneros a
todos…
Muchos de los hombres de la tripulación de Béthencourt descubrieron que la
actividad volcánica era casi continua, tanto en una isla como en otra, Descubrieron
asimismo una taza de hombres extraordinariamente hermosa, valerosa e inteligente.
Y, precisamente, esta raza es la que nos interesa: los guanches.
Guanches es el nombre que se dio a los antiguos habitantes de las islas Canarias.
Este nombre sirvió al principio para designar a los habitantes de cuatro islas del
Oeste: Tenerife, La Gomera, La Palma y Hierro; el nombre de canarios se reservaba a
los naturales de las tres islas orientales: Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote.
Éstos son nombres recientes que datan de cuando la conquista. Guanche era el
nombre que en Tenerife recibían los hombres y que, al parecer significa «hombres»
(gizon en euskara) y el nombre de Canarias dado a las islas podría referirse a la
abundancia de «cañas» que crecían… También se ha hablado de perros (canis en
latín) de los cuales existía una raza especial. Pero, en euskara, guan herri puede
significar «el país de los guanches».
Se ha dicho, sin fundamento, que los castellanos exterminaron la raza guanche.
Desde luego, hubo luchas, pues los guanches resistieron violentamente, sobre todo en
las montañas (tengamos esto en cuenta) y, a causa de esto, hubo muertos y matanzas,
como sucede en todas las guerras… Pero no fue comparable al genocidio indio
practicado por los anglosajones convertidos en norteamericanos.
La raza guanche sigue existiendo.
Los primeros conquistadores sobre todo, muy sensibles a la belleza —y sus de las
sucesores— mujeres, fueron, la cual se ha conservado hasta nuestros días… Esto
debe de ser particularmente deprimente para las turistas que frecuentan las playas
canarias, vanguardia de una colonización germánica ininterrumpida…
Parece que la raza guanche predominó sobre todo en Tenerife y en las islas del
oeste, pero no estaba ausente en las demás. La raza guanche predominaba, pero no
era la única en el tiempo de la conquista; existía otra, mucho más pequeña, que un
etnólogo del siglo pasado creyó semita. Según los últimos análisis científicos, se
trataría de mediterránidos, pues los semitas eran muy escasos.
Estos exámenes pudieron ser realizados gracias a la abundancia de esqueletos que
fueron hallados en las cavernas y las necrópolis de antes de la conquista. El examen
de estos esqueletos condujo a los prehistoriadores y médicos a concluir que la

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aportación mediterránea era relativamente reciente y que la antigüedad de la venida
de los guanches podía discutirse, pero que debla de datar, aproximadamente, de
finales del III milenio antes de J. C.
Si los exámenes morfológicos son bastante explícitos para proporcionar la
seguridad (se han encontrado, creo, más de dos mil esqueletos con su cráneo,
repertoriados, catalogados y conservados en los museos de las islas, sobre todo en las
de Gran Canaria), por el contrario, las pruebas de datación de la aparición de los
guanches en las Canarias son mucho más discutibles. Sobre todo, se han basado en el
aspecto «prehistórico» de los habitantes en el momento de la conquista. Esto supone,
un poco, olvidar que el metal era prácticamente desconocido… Y casi imposible de
hallar en forma de mineral explotable, lo cual obligó fatalmente al hombre a
permanecer en la Edad de Piedra…
Eran hombres de piel blanca, de cabellos rubios o rojizos, y de ojos azules. Los
padres Bontier y Le Verrier, de la expedición Béthencourt, los consideraban como las
personas más hermosas y «gallardas» (corpulentas) que hablan visto en su vida, tanto
los hombres como las mujeres.
Los informes sobre el estado de las poblaciones con ocasión de la conquista son
bastante confusos, como pasa siempre con los descubrimientos de mundos diferentes
a los cuales pertenecen los descubridores.
Tal cronista juzgará completamente salvajes a personas que viven desnudas.
Otros, incluso juzgarán incivilizados a los que no hayan inventado la máquina de
escribir (se ha llegado a oír esto en la televisión).
Además, los cronistas tuvieron visiones distintas de los habitantes de las Canarias,
según se encontraran en una u otra isla. Los recursos y los cultivos diferentes habían
creado diferentes niveles de vida.
Aunque hablaban la misma lengua, ésta se había convertido en cada isla en un
dialecto diferente, creando entre ellos dificultades de comprensión.
Se conocían poco y sólo se visitaban de isla en isla en raras ocasiones, aunque las
investigaciones arqueológicas mostraron que estas visitas se habían producido
anteriormente. No poseían marina, ni siquiera la más simple, y no parecían sentir
necesidad de ella.
Pescaban al estilo que hoy denominamos «pesca submarina», con arpón, nadando.
Eran excelentes nadadores y submarinistas y este sistema les bastaba, no necesitando
nada más. En realidad, no se ha encontrado ninguna huella de embarcación guanche.
Eran agricultores y poseían rebaños de cabras y de ovejas; también tenían perros.
Al parecer, éstos fueron los únicos animales que conocieron… No debe extrañar,
teniendo en cuenta la naturaleza del suelo de todas las islas, en su totalidad volcánicas
con erupciones frecuentes… También puede pensarse que, con ocasión del gran
cataclismo del hiato neolítico, todo cuanto no pudo subsistir en las alturas
desapareció.

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Cuando se recorren estas islas, se encuentra, a intervalos, corrientes de lava que,
desde las cumbres, se dirigen hacia el mar, sumergiendo las llanuras. Cuando las
corrientes son recientes, existen bloques de lava en los que no crece vegetación
alguna; las corrientes antiguas se dividen en fragmentos cada vez más finos que
acaban, con ayuda de la erosión, por crear un polvo de lava cuya fecundidad es
notable. Pero las corrientes, al ser frecuentes, sumergen de nuevo los terrenos
cultivables mientras que se forman otros.
Hay que darse cuenta de que, sólo en la isla de Lanzarote, se han contado más de
400 cráteres y, sin embargo, los isleños han conseguido mantener una ganadería y
cultivos. Se dice que el Teide, volcán cuya altura sobrepasa los 3.000 m, en la isla de
Tenerife —3.000 m de lava— conoce, si no una erupción, sí al menos una corriente
de lava más o menos importante cada cien años… Una erupción reciente en el sur de
la isla de La Palma (diez años) no ha terminado aún.
Así, pues, puede considerarse que en estas islas, todo lo «adquirido» ha debido
correr peligro a intervalos más o menos próximos. Los guanches cultivaban el trigo,
cuyas cualidades eran netamente superiores a las del trigo europeo en la época de la
conquista. Cultivaban asimismo la vid y el plátano, que es aún una de las mayores
riquezas de las islas.
Los guanches no tejían. Aparte la falta de plantas tales como el lino, el cáñamo, la
ortiga o la retama, parece que no trataron de hilar la lana de sus ovejas. Sería absurdo
ver ahí una falta de inteligencia o de imaginación, sino, simplemente una falta de
necesidad.
Las raras vestiduras se hacían con pieles de cabra, las cuales unían por costuras de
extrema finura y de un arte innegable; y el hecho es tanto más asombroso cuanto que
no conocían el metal (los volcanes no lo lanzaban) y que el hilo empleado lo hacían
utilizando intestinos de ovejas o de cabras, siendo éste de una gran finura.
Sin embargo, trenzaban con gran habilidad las cañas y se hacían como unos trajes
de gala.
Su cerámica estaba bastante perfeccionada, aunque la realizaban sin torno. La que
se ha encontrado es generalmente lisa con, a veces, decoraciones lineares.
Sus armas eran sencillas, pero terriblemente eficaces si se juzga por las
dificultades que experimentaron los castellanos para imponerse en algunas islas.
Consistían en piedras y en palos. Las piedras eran, sobre todo, lanzadas con la mano,
dando muestras de fuerza y de habilidad; los maderos, bastones y lanzas eran
endurecidos al fuego y algunos, en madera de pino canario, podían, bien preparadas,
volverse muy cortantes.
Poseían igualmente hachas de obsidiana e incluso se protegían con escudos
hechos con la corteza del drago, árbol específico de las Canarias, cuya savia es roja.
Resulta notable que cada año existieran formas de olimpiadas, el benasmen;
pruebas deportivas, en general, durante las cuales se suspendían las hostilidades;

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tanto amigos como enemigos eran entonces absolutamente respetados: un acto de
civilización que se anticipó a nuestra época.
Los habitantes de las Canarias se alojaban a gusto en las cuevas, que son muy
numerosas en las islas, formadas por corrientes de lava; no es que no fuesen capaces
de construir, pues erigían para sus animales abrigos de piedra y de madera; sin
embargo, al parecer, la cueva es una de las viviendas más agradables que imaginarse
puedan… al menos así me lo aseguró una pareja de jóvenes ingleses que encontré en
su caverna, mientras buscaba petroglifos en Hierro.
Del mismo modo, los muertos eran enterrados en cuevas o en necrópolis
subterráneas. Esto permitió poder estudiar gran cantidad de esqueletos, así como de
momias.
No se conoce muy bien la religión de los guanches. Se ha llegado a admitir que
creían en un ser todopoderoso y eterno al que se supone adoraron, si es que este
término tiene algún significado.
Los habitantes de la Gran Canaria le tributaban un culto en las montañas, un culto
celebrado por una especie de druidesas, las Magnades, que se vestían con pieles
blancas y eran, al parecer, modelos de virtud. En la isla de La Palma erigieron a este
ser supremo pirámides de piedra y celebraban un culto danzado.
Esto no era ajeno a cierta superstición, pero me ha sido imposible recoger alguna
que tuviera cierto significado. Es probable que el catolicismo las eclipsara o
integrara. Así, dos elevadas rocas de La Palma que se conocían como lugar al cual la
divinidad acudía a escuchar las oraciones y las súplicas, se convirtieron en «pequeños
santos de los antiguos…».
No parece que los guanches opusieran mucha resistencia a la cristianización. Esto
les evitó, sin duda, muchos disgustos, en especial ser deportados como esclavos.
Además, muchos de los conquistadores se casaron con muchachas de las islas: en
efecto, ningún cristiano o cristiana en potencia podía ser reducido a esclavitud y la
Iglesia, en la medida que pudo, se opuso a la esclavitud.
De todos modos, algunos isleños fueron esclavizados y vendidos, pero esto cesó
en seguida, tanto a causa del clero como porque los canarios, al no soportar la
privación de libertad, se mataban o se dejaban morir.
La organización social que tenían es ahora difícil de determinar. Fue descrita
según las nociones que los conquistadores y los clérigos tenían acerca de la cuestión.
Sin embargo, puede inferirse que la clase dirigente era guanche. Había jefes de
distrito y a veces de islas, que eran llamados guanartemes, los cuales fueron
considerados como reyes. Estaban rodeados de nobles, los guayres (no resulta
imposible que pueda asociarse esta palabra a la raíz vasca gain, que da gehien,
superior y gainera, en la parte superior, que al contraerse queda en gaira).
El título de guayre, si bien se daba en algunas familias, no dejaba de ir vinculado
a ciertas virtudes, entre otras el respeto a las mujeres y la obligación de no pronunciar
nunca delante de ellas palabras soeces…

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Me parece que el guanarteme correspondería, más bien, a lo que suele llamarse
«jefe de tribu» que al rey, según se entendía esta palabra en la Edad Media; tribu cuya
célula primaria era la familia. De esta familia, el padre era el sacerdote, pero su poder
religioso se circunscribía sólo al ámbito familiar.
Para los actos relativos al pueblo existía el Faycan, que tenía gran importancia.
Lo consideraban como igual a los príncipes. A él le correspondía la presidencia de las
asambleas de jueces y de nobles. Tenía autoridad en los espectáculos públicos, tenía
derecho a hablar ante el guanarteme y juzgaba sin apelación. La única comparación
que cabe es con los druidas.
Algunos cronistas han afirmado que, en ciertas islas, las mujeres practicaban la
poliandria con reglas muy elaboradas en cuanto al tiempo que tenían que pasar con
cada marido… Otros cronistas lo han desmentido…
Los historiadores de la época aseguran que los españoles aprendían la lengua
guanche con gran facilidad… Pero la mayoría de estos marinos eran vascos.
Se conoce poco acerca de la lengua guanche, que era hablada en ciertos dialectos
según las islas, lo cual no simplificaba mucho la tarea de quienes la hubieran querido
estudiar. Además, los primeros que llegaron a las islas no eran lingüistas.
Lo que se sabe es que esta lengua era aglutinante, lo cual hacía inhabitual todo
análisis y, aunque tenía flexiones, la propia fonética resultaba cambiada. Por una
especie de similitud, los vascos eran los únicos que podían penetrar en ella…
Además, un sacerdote vasco que participó en la expedición exclamó: «¡Pero si estas
personas hablan vasco!».
Las palabras que nos han quedado de esa lengua figuran en la forma que les dio el
transcriptor. Hubo varios transcriptores y raras veces están de acuerdo, lo cual no
resulta asombroso: recogidos de diversos dialectos, bien o mal entendidos, fueron
transcritos fonéticamente y, con mucha frecuencia, anotados de memoria mucho
tiempo después de haber sido escuchados… Y una aglutinación que implica flexiones
permite con dificultad encontrar las formas básicas de los sustantivos y,
prácticamente, jamás de los adjetivos.
Después, con estos datos, con todas las reservas pertinentes, se han encontrado
algunas afinidades entre los guanches y los beréberes del Atlas. Esto ha inducido a
suponer a la mayoría de los historiadores que el origen de los canarios era beréber;
también existe el hecho de que el cruce del brazo de mar de África a las islas es fácil
incluso para pequeñas embarcaciones, siendo el regreso más difícil.
En realidad, no sólo algunos puntos de la lingüística pueden acercar a beréberes y
a guanches, sino incluso el parentesco racial entre los dos está evidente y
científicamente probado.

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9. LA SANGRE DE LOS GUANCHES

Al parecer, fue Hamy quien, en 1874, advirtió la extraña similitud existente entre un
cráneo antiguo procedente de las Canarias y el del hombre de Cro-Magnon.
Este cráneo canario procedía de Barranco Hondo, en la isla de Tenerife.
El azar «hizo» bien las cosas pues, entre los millares de antiguas sepulturas
existentes en las islas, este cráneo fue descubierto en una zona en donde, más tarde,
se comprobó que había restos de individuos en los cuales se había conservado con la
mayor pureza las características del hombre de Cro-Magnon.
Esto desató las imaginaciones. El nombre guanche adquirió esta aureola de poesía
que ha conservado desde entonces. Se crearon algunas leyendas. Se habló de cierto
jinete gigantesco situado en lo alto de una roca que, con su brazo, indicaba la
dirección de América. Entonces creo que fue cuando se acusó a los españoles de
haber eliminado a las poblaciones canarias. En cuanto al jinete, fue sin duda la
Inquisición la que se encargó de hacerlo desaparecer. En fin, se llegó a la conclusión
de que las Canarias eran o habían sido el refugio de las antiguas razas europeas
desaparecidas… Los exámenes médicos emprendidos cerca de setenta y cinco años
más tarde mostraron, de hecho, que no habían desaparecido en modo alguno.
El problema era más sencillo de lo que parecía; en efecto, otras exhumaciones en
las necrópolis hicieron comprobar que el tipo «guanche» no existía solo, si bien era el
más frecuente. Además, los hallazgos arqueológicos mostraban notables diferencias
en la antigua población de las islas; las diferencias que habían observado los antiguos
conquistadores en los autóctonos: no tenían el mismo aspecto los de elevada estatura
y los de pequeña talla
El doctor Verneau, que emprendió la labor de reunir todos los restos humanos de
las excavaciones o de los hallazgos, se vio muy pronto frente a un enorme material
antropológico que fue reunido en los diversos museos de las islas y, principalmente,
en el museo de Las Palmas de Gran Canaria.
Allí tuvo la posibilidad de trabajar no sólo con «piezas sueltas», sino incluso
estadísticamente y obtener una primera evaluación de la repartición numérica de los
diferentes tipos.
El doctor Verneau publicó en 1881 y 1887 el resultado de sus investigaciones.
Para apoyar sus conclusiones contaba con cerca de 2.000 cabezas y esqueletos que
databan de antes de la conquista castellana. Por desgracia, esta antigüedad no excedía
mucho los comienzos de la Era cristiana, es decir, después del paso de los fenicios,
cretenses, cartagineses, celtas probablemente y beréberes, es decir, en una población
que ya tenía aportaciones extranjeras.
El doctor Verneau dividió la población de antes de la conquista en tres tipos
distintos, algunos, puros, otros resultado de mezclas de estos tres tipos entre sí:

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1) Un tipo llamado guanche, de una familia claramente cromagnonoide,
poseyendo todas las características particulares del homo sapiens, que no se presta a
equívocos.
No me pondré aquí a dar todos los detalles que se presentan en cuadros
anatómicos poco atractivos, pero que pueden encontrarse completos en las obras
especializadas y, en especial, en la de Ilse Schwidetzky.[1]
2) Un tipo que el doctor Verneau clasificó con el apelativo de «semita», influido,
sin duda, por el paso seguro de navegantes del Oriente Próximo hacia finales del II
milenio a. de J. C. Este tipo fue, después, reconocido como no semita y designado
como «mediterráneo».
3) Un tipo braquicéfalo que podría estar emparentado con los celtas.
Hoton, en 1925, trabajando con el mismo material, los dividió en guanches,
mediterráneos y nórdicos.
Falkenburger, en 1940, llegó a la conclusión de que había cuatro tipos: un
guanche cromagnonoide, un tipo negroide, un mediterráneo, un tipo resultado de
mezclas de los tres precedentes y, por ultimo, un cuarto tipo braquicéfalo.
Para Ilse Schwidetzky, la población prehispánica podría ser reducida a dos tipos:
uno cromagnonoide y el otro mediterráneo. Los otros tipos fueron el resultado de
mestizajes o de variaciones locales.
Es evidente que estas «clasificaciones» sólo dan una idea aproximada de la
población primitiva de las islas Canarias, ya que las dataciones con carbono 14 en
trozos de madera hallados en las necrópolis, pero forzosamente de la edad de los
esqueletos, pues los aguantaban, dan edades que varían entre los años 290 a 1000 d.
de J. C. Es casi imposible encontrar restos anteriores, pues las erupciones volcánicas
destruyeron construcciones y necrópolis.
Ahora bien, las poblaciones son mucho más antiguas. Las diversas erupciones lo
han hecho desaparecer casi todo, lo que fue el hábitat del hombre en tiempos muy
antiguos; sin embargo, sucede que un signo, una caverna pueda escapar algunos
milenios a las corrientes de lava… De este modo, en los signos alfabetiformes que
existen aquí o allí, dejando a un lado los que son indescifrables, se han reconocido
letras cretenses y, a veces, tifinagh, procedentes sin duda del Marruecos beréber. En
la cueva de Belmaco, en la isla de La Palma, se encuentran ondas, espirales y
serpientes absolutamente análogas a las de la Irlanda megalítica o de Gavr’inis, en
Bretaña.
Desde luego, nada prueba, a priori, que las personas que trazaron estos signos de
los cuales algunas espirales o círculos se parecen mucho a los petroglifos de
Galicia[1], fueran los antepasados de los guanches, pero todo permite pensarlo…
Aunque la marina hubiera desaparecido de las islas, existe una tradición marítima
muy antigua en la base de la similitud de los signos que se encuentran, en los tiempos
megalíticos —es decir, hacia los milenios IV o III antes de nuestra Era— en las islas
Canarias, en Irlanda, en la península de Armórica y en el Finisterre gallego…

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Para simplificar la cuestión, y en resumen: la población de las islas Canarias,
antes de la conquista española, estaba constituida en los primeros siglos de nuestra
Era por una población de raza cromagnonoide, a la que se dio el nombre de «los
guanches» y de una aportación mediterránea a la cual se unieron algunos individuos
braquicéfalos de tipo celta.
De forma general, los arqueólogos admiten que estos guanches se encuentran ahí
desde loe tiempos megalíticos, es decir, al menos desde el III milenio antes de nuestra
Era.
Esto no resuelve nada. Si estaban ahí desde el III milenio —y los petroglifos de
Belmaco confirman esta fecha— es necesario que vinieran de otra parte. O bien
estaban ya antes, desde el principio, podría decirse; y no sólo en las islas, sino
también en otros lugares en donde se hallan otros cromagnonoides. Y sólo se resuelve
el problema con respecto al tiempo.
A una isla sólo se llega por mar, y para llegar por mar, a menos que se sea pez, es
necesaria una marina… Entonces hay que revisar toda la historia antigua que la hace
comenzar hacia el II milenio en Fenicia… Desde luego, no se trató de una marina de
agua dulce.
Thor Heyerdahl ha demostrado convincentemente que la marina del Nilo no pudo
servir para el Atlántico, y, sin duda, tampoco en el Mediterráneo.
Pero la marina atlántica, al ser el mar lo que es, no puede concebirse, salvo en un
pequeño cabotaje, sin la metalurgia, al menos del cobre… Y he aquí que estamos de
nuevo frente al problema de la metalurgia que se obstinan en situar, en sus orígenes,
en el Oriente Próximo… Aunque parece que Tartessos existía unos milenios antes.
Y, en lo que concierne a los guanches, se llega a este dilema: o bien los guanches
estaban ahí desde siempre, o bien llegaron por mar antes del III milenio.
¿De dónde? La cuestión es tan insoluble como en lo referente al antepasado del
hombre de Cro-Magnon. Recordaremos las palabras de J. M. Barandiaran: «Sabemos
bien la procedencia de la raza vasca, del hombre de Cro-Magnon; pero ignoramos el
origen de éste».
Sucede igual con los guanches. Sabemos que ellos también proceden del hombre
de Cro-Magnon, pero ignoramos todos los detalles adicionales.
Esto no quiere decir que no lleguemos a saberlo. Se puede desconfiar de la
ciencia actual, pero tiene sus lados buenos…
Resulta que los guanches —y esto da rienda suelta a la imaginación—
momificaban a algunos de sus muertos, los notables, sin duda, y se han encontrado en
las necrópolis momias enteras, muy bien conservadas.
El primer movimiento intelectual de arqueólogos sobre este respecto fue efectuar
una lógica comparación con el Egipto faraónico, si bien la momificación fue, en
ciertos aspectos, diferente.
Al parecer, los guanches quitaban las vísceras a los cadáveres, aunque, al
contrario que los egipcios, sin quitarles los sesos; después el cadáver era llenado de

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hierbas aromáticas, sin que, al parecer, lo sometieran a ningún baño. Después era
puesto a secar al sol y, más tarde, era envuelto en pieles de cabra, finamente cosidas
(y en estas momias es en las que se han encontrado las más finas costuras practicadas
con «tripa»). Acto seguido, eran inhumados, no en un ataúd ni en un sarcófago, sino
sobre una tabla de pino de las Canarias, en una cueva sepulcral.
Se puede también especular con la posibilidad de que en ciertas islas —quizás en
todas— se construían pirámides y que la pirámide tiene un poder momificante… (Sin
embargo, parece que, aunque ciertas y fácilmente comprobables, son cosas que no
deben decirse, pues la ciencia aún no tiene explicaciones para ello…).
Sea cual sea el procedimiento empleado, se descubrió que las evisceraciones
guanches, sin duda practicadas con cuchillos de obsidiana, eran hechas de forma
mucho más sencilla que las de los egipcios, aunque, en estas momias, ha sido posible
encontrar restos de vísceras, o sea, de tejidos conjuntivos.
Después de preparar adecuadamente estos restos, ha sido asimismo posible
analizar los grupos sanguíneos a los que pertenecían estas momias; al menos en el
sistema A B 0.
De este modo pudieron ser recogidas las vísceras de 370 individuos, restos que
fueron enviados al doctor Schwartfisher, de Munich, el cual las sometió a estudio. No
siempre resultó posible obtener un resultado cierto.
«La característica más notable de los aborígenes canarios es la proporción
extraordinariamente elevada del grupo sanguíneo 0.[1] Una proporción tan grande —
añade Ilse Schwidetzky— que no es conocida en ninguna población europea viva. Se
aproxima mucho a la de las tribus beréberes del Alto Atlas, en las cuales la
proporción alcanza el 80%».
He aquí las proporciones obtenidas por el doctor Schwartzfisher. La primera cifra
indica el número de individuos y la segunda da el porcentaje representado por este
número.
Distribución de los grupos sanguíneos:

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Tenerife
A 8 9,88%
B 4 4,94%
0 68 83,95%
AB 1 1,23%
Gran Canaria
A 5 2,62%
B 4 2,09%
0 181 94,76%
AB 1 0,53%

Es justo decir que los individuos que se hacían momificar pertenecían, sin duda, a un
medio social elevado, si este término puede tener algún significado para aquella
época, o, más probablemente, un nivel sociorreligioso y, según referencias de los
primeros conquistadores, al constituir los guanches la clase dominante, es probable
que nos encontráramos ante un más elevado porcentaje de momias de guanches que
de otras etnias. Así, pues, esta selección no puede dar una visión muy exacta de la
población isleña.
Pero, precisamente, éste es uno de los más interesantes aspectos de la prueba: que
la clase dirigente era guanche, es decir, cromagnonoide de sangre tipo 0; y esto
corrobora la opinión de los arqueólogos de que esta raza era la más antigua ocupante
de las islas y que las demás razas no son más que aportaciones recientes y, sin duda,
sucesivas.
Se puede pensar que los portadores de sangre A que son casi exclusivamente
europeos, corresponden a estas leyendas que corrieron por el mundo celta, antes y
después del cristianismo, y que se refieren a viajes marítimos por el mar occidental,
de abordajes a las «islas afortunadas», tales como la leyenda de Cuchulain o, después
del cristianismo, la de san Brandán.
A través del examen de las sangres, puede verse que la aportación asiática ha sido
muy escasa, al menos en las clases «momificadas»… No se ha excluido que esa
pequeña presencia de la sangre B ilustra la leyenda según la cual los ro manos hablan
deportado a cristianos a estas islas. Los primeros cristianos fueron Judíos de la
Diáspora, probablemente de sangre B.
No se descarta que algunos árabes, después de la invasión del Maghreb, fueron
llevados allí por los beréberes…
En fin, incluso con respecto a los guanches, como se tenía que hacerlos proceder
de alguna parte, se emitió la hipótesis, por otra parte con fundamento, de que su
origen serla más próximo, o sea, de los beréberes del Atlas.
Debe reconocerse que la hipótesis es tentadora, sobre todo con respecto a las islas
orientales de Lanzarote y de Fuerteventura.
En efecto, desde la costa africana, hacia Ifni, los vientos y las corrientes llenan
hacia las islas Canarias y puede que, esquifes, incluso pequeños, fueran arrastrados y

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arrojados en alguna de las costas isleñas.
Ahora bien, los beréberes del Atlas son, como los guanches, cromagnonoides de
sangre 0. Además, utilizando vocablos de la lengua guanche recogidos y conservados
por Bontier, Abreu Galindo y Torriani, por poco valor que se les pueda conceder,
lingüistas, y en especial Wölfel, han sacado conclusiones en el sentido de una posible
identidad.
Wölfel manifiesta: «Tenemos palabras cuya identidad semántica y fonética con el
beréber es evidente, de tal modo que debemos admitir un estrecho parentesco entre
ellas." También añade: «Poseemos otras que no pueden resolverse comparándolas con
el beréber».
Pero deberemos volver a los beréberes, cuya lengua presenta cierta afinidad con
el vascuence.
Por lo demás, aunque no se separe el beréber del guanche, sigue en pie la misma
pregunta acerca de su origen común, más allá de la raza cromagnonoide… Y es una
pregunta que puede formularse con respecto a todos los pueblos europeos del
Atlántico.
Pero no deben desecharse todas las informaciones aportadas, tanto separada como
conjuntamente, por los análisis morfológicos y los análisis hematológicos.
Se puede admitir, con el mínimo de riesgos de error, que el predominio actual del
gen 0 a lo largo de las costas atlánticas refleja un estado idéntico en la Prehistoria, es
decir, una gran intensidad de cromagnonoides más o menos alterados y mezclados.
Es decir, que nos hallamos ante una raza, netamente singularizada, cuyos puntos
de mayor densidad están todos situados al borde del Atlántico, quedando un islote
casi puro, aunque evolucionado: la actual raza vasca.
Situar un lugar de «nacimiento» de esta raza es una empresa sin esperanza y que
requeriría más imaginación que estudio de realidades científicas.
Es asimismo posible que esta raza naciera a consecuencia de alguna mutación que
ignoramos (ciertamente, no sabemos nada acerca de las leyes de mutación, las cuales
no deben confundirse con el transformismo) en las orillas atlánticas de Europa y
quizás en las regiones aquitanopirenaicas…
Pero esta raza se dispersó y como le debemos mucho, no carece de interés
intentar, con los conocimientos que poseemos actualmente, seguir su expansión fuera
de Europa.
En realidad, esta raza de Cro-Magnon, si bien la encontramos a orillas del
Atlántico, se extendió también por el Mediterráneo, a partir del Atlas y a partir de
Aquitania.

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10. LOS BERÉBERES

Es muy importante que sepamos si los guanches proceden de una rama de los
beréberes del Atlas, o viceversa. Este paso, si en verdad se produjo, podría situarse en
el III milenio a. de J. C., ya que los guanches estaban al menos en la isla de La Palma
en aquella época, siendo esta isla una de las más occidentales de las islas Canarias.
De nuevo se puede extraer la conclusión de que se navegaba por el océano
Atlántico por aquella época, lo cual, según me parece, está perfectamente
demostrado, pues los cromagnonoides se encuentran en Escocia, Gales, Irlanda y en
Cornualles.
Lo importante es que los guanches y los beréberes son de la misma raza… Y que
los beréberes son, con los vascos, los que han conservado la mayor pureza racial,
unos en la zona cantabropirenaica y los otros en las elevadas montañas del Atlas.
Tanto unos como otros, guanches y beréberes, se han transformado evidentemente
en el curso de los milenios. Ilse Schwidetzky admite que los beréberes están,
probablemente, más cerca del tipo primitivo de lo que lo están los guanches. Es
posible. El alto Atlas fue, sin duda, más difícil de penetrar que el archipiélago canario
cuando aparecieron las marinas mediterráneas, y la mezcla fue menos importante.
Partiendo del principio lógico de que, en la extensión de un pueblo, el «punto de
partida» debe encontrarse en el lugar de mayor persistencia de las características
raciales, puede admitirse que fue del Atlas de donde partió la extensión de la raza
beréber que se halla a lo largo de la costa atlántica de África, en Mauritania y hasta en
los peuls, esos negros que no son negroides y, ya mezclados, en el Hoggar.
Son los mismos que se encuentran no sólo en la morfología, sino en las
características hematológicas de las poblaciones de la zona montañosa costera que
sigue las orillas del Mediterráneo hasta el golfo de Sirte, la actual Tunicia. Es cierto
que han cambiado de nombre y se han convertido en kabilias en los Aures y los
montes de Kabilia, pero se trata de las misma raza.
El hecho de que no se haya encontrado ningún dolmen y, creo, ningún
monumento megalítico en las islas Canarias, obedece, sin duda, por una parte, a los
incesantes movimientos de tierra que desde hace milenios, debieron de hacer
desaparecer la mayor parte, si es que existieron; por otra parte, la extrema abundancia
de cavernas naturales hacía inútil la construcción de estas cavernas artificiales que
son los dólmenes tumularios, o rituales.
Por el contrario, se encuentran éstos en el Atlas y, siguiendo la dispersión de los
cromagnonoides, en toda la región relativamente próxima al mar entre las costas
marroquíes del Atlántico y de Tunicia.
Una vez más se ve confirmada la concordancia entre la existencia, en un lugar
geográfico, de una raza cromagnonoide y dólmenes… no me atrevo a decir
«monumentos megalíticos».

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Por otra parte, es cierto que estos cromagnonoides fueron más allá de África
occidental. El doctor Schwartzfisher ha encontrado un 10% de cromagnonoides entre
las momias de las primeras dinastías egipcias… Y los exámenes hematológicos han
demostrado no hace mucho la sistencia de una gran densidad de genes 0 entre las
poblaciones etíopes que, como los peuls, son negros, pero no negroides en su
mayoría.
Martha de Ruspoli, en su libro El gavilán divino, basándo se en textos egipcios y
también en un profundo conocimiento de las tribus beréberes del Atlas, da detalles
muy sorprendentes sobre lo que pudo ser una especie de éxodo transafricano,
precisamente del Atlas hacia Egipto.
Ella cita, y esto debe tenerse muy en cuenta, el descubrimiento hecho en 1956 por
un etnólogo italiano, Fabrizio Mori, en un abrigo rocoso en Tadrart Ajakus, región
montañosa del Fezzan, en la frontera sudoeste de Libia, de la momia de un niño.
«El niño tenía alrededor de dos años; su cuerpo estaba encogido y se hallaba
envuelto en una piel de antílope. Esta piel estaba cosida en varios puntos con tiras de
cuero».[1]
La momificación había sido obtenida por un procedimiento de disecación
parecido al practicado antiguamente por los guanches.
La fecha de la momificación se estableció, mediante el método de radiocarbono,
en 5.400 años antes de nuestra época, o sea, 3.500 años a. de J. C.
Se puede lamentar que no fueran investigados su tipo racial ni su grupo
sanguíneo…
Asimismo, ¿qué pensar de esos textos de las pirámides en los cuales a Horus, hijo
de Osiris, se le hace la siguiente pregunta: «¿Eres un puro occidental?», o también:
«¿Eres el jefe de los Occidentales?».[2]
Además, para los antiguos egipcios, el país de los muertos estaba al Oeste; el País
de los Muertos, es decir, el país de los que están muertos, o sea, los antepasados…
Sin embargo, Etiopía, de donde proceden, está al Sur. A menos que no se refieran a
una Etiopía occidental que parece datar sólo del tiempo de los griegos, igual que la
propia palabra Etiopía.
Los faraones tienen sus naves listas cerca de sus tumbas o dentro, para llevarlos a
ese país de los antepasados, hacia el sol poniente, guiados por Osiris. ¿Hacia dónde,
en ese rincón de África, sino hacia el mar abierto, hacia Occidente?
En su libro Énigmes du Maroc[1], Jean Mazel advierte cierta identidad entre
costumbres de Hadramaut, esa parte de territorio que se encuentra en el extremo
oriental de la península arábiga, y los beréberes del Atlas. El cree que estas
costumbres proceden de Arabia, pero si los «beréberes» —o sus hermanos, o sus
primos— se hallasen en Etiopía, procedentes del Atlas, sería más normal pensar que
las preguntas en cuestión, ciertas músicas y algunas danzas religiosas, serían más
bien originarias de los beréberes del Atlas.

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Lo cual, de todos modos, no implica que fuera imposible cierto retorno. Este
retorno hacia el Oeste, aunque sólo fuera provisional que, un tiempo, lanzó a todo
Occidente y más allá, a las costas de Poniente.
Jean Mazel dice: «No resulta extraño comprobar que esta simbiosis ha
sobrevivido a 10.000 km de distancia, hasta nuestros días en esta tierra de
Hadramaut, tierra madre de los constructores de kasbahs».
Es muy sorprendente cuando se ve que los cromagnonoides del Atlántico fueron
hasta Etiopía —la sangre da testimonio de ello— y aún mucho más allá.
Estas personas de Hadramaut, los himyaritas, cuyo nombre podría significar «los
rojos», son, sin duda, los antepasados de los primeros fenicios (del griego Phoenike,
rojo), quienes remontando, en tiempos muy antiguos, las costas del mar Rojo, al cual
dieron su nombre, llegaron para instalarse en la tierra denominada más tarde Fenicia,
y actualmente el Líbano.
Éstos son, sin duda, con los cretenses —a los que los egipcios llamaban
igualmente «los rojos»— los primeros marinos del Mediterráneo oriental. De
cualquier modo, son los más conocidos.
Y aún poseen un elevado porcentaje de sangre 0.
Y sus barcos los llevaban hacia el oeste del Mediterráneo, franqueaban las
columnas de Hércules, llegaban a Canarias y comerciaban con Tarshish, la Tartessos
de los romanos, y dejaban sus huellas en Galicia y en Armórica y los llevaron hasta
las islas Casitérides, viajes que llenaron de temor a otros marinos del Mediterráneo…
Regresando, quizás, a los lugares de los que procedían sus antepasados, antes de la
noche de los tiempos.
Quizá sea falso, pero esto explicaría también por qué su alfabeto parece derivar
de los signos grabados en los ladrillos de Alvao y en las rocas cercanas a Santiago de
Compostela, anteriores a su propio alfabeto.
De cualquier modo, los etíopes tienen sangre cromagnonoide y los 300 primeros
faraones de los predinásticos fueron etíopes…
Y, además, existe, en una de las rutas de los grandes nómadas del Sáhara, esas
pinturas que datan de los tiempos neolíticos, pinturas que resulta difícil atribuir a
simples pastores. Sin duda, los pastores también dejaron sus inscripciones. Pero,
artísticamente, entre éstas y las pinturas de Fezzan hay tantas diferencias como entre
las pinturas de Altamira o de Lascaux y los experimentos de los cazadores que, a
veces, les han hecho parecer monigotes sin equilibrio…
¿Quién hizo esto? Para Madame Zumalanska[1] fueron los beréberes o los
guanches quienes llegaron a Egipto por Abidos, imponiendo su arte y su dominación.
Me inclino a creer que, en efecto, se trató de atlánticos, peno creo que, en aquella
época, la civilización egipcia estaba ya sólidamente instalada… Y estos trashumantes
del Sáhara tenían aún una llanura o colinas fértiles para hacer pastar a sus rebaños y
no el desierto en que el Sáhara se ha convertido actualmente.

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Con los datos de que dispongo, he efectuado el «recorrido» de los
cromagnonoides de sangre 0 —lo cual se me ocurre que es un pleonasmo— de
nuestro viejo mundo. No estoy bien provisto de información para intentar investigar
si estos mismos cromagnonoides se hallan entre los aborígenes americanos… Aunque
Robert Charroux me haya mostrado películas de dólmenes mexicanos que dan que
pensar. También, al parecer, en ciertas tribus amerindias existe predominio de sangre
tipo 0.
De cualquier modo, con respecto al viejo mundo, si se vuelven a consultar los
mapas del reparto de esta sangre, se encuentran, de alguna manera, los epicentros de
dispersión.
Al principio: dos manchas. Quizá tres. Un conjunto Pirineos-Aquitania, en el cual
se puede, sin duda, incluir la zona occidental de la península Ibérica. Un conjunto
Canarias-Atlas.
Y, posiblemente —pero éste puede ser el resultado de una invasión posterior—, el
oeste de las islas británicas: costa oeste de Irlanda, país de Gales, Escocia.
Si se considera la edad del hombre de Cro-Magnon primitivo, al que se ha
considerado, según creo, más viejo de la cuenta y que sería más lógico situar en el
tiempo del abrigo Pataud, o sea, unos quince milenios antes de nuestra Era,
encontraremos estas gentes situadas en la zona Pirineos-Aquitania y puede pensarse
que sucede igual con lo relativo a la zona Canarias-Atlas.
¿Se extienden? Es probable. En Europa tenían con ellos una raza que estaba allí
mucho antes: los descendientes del hombre de Combe-Capelle que, con toda
probabilidad, dieron nacimiento, más tarde, a los iberos, a los ligures y a los celtas,
pero los cromagnonoides fueron, sin duda, bordeando —¿invasión o simple
penetración?— fueron, sin duda, bordeando la costa, hasta Liguria (se han encontrado
cromagnonoides en Mónaco, en la gruta de Grimaldi, siempre antes del cataclismo
del «hiato neolítico»).
¿No recuerda nada esto?
Un antiguo relato referido por Platón, el cual oyó de Critias, a quien se lo había
contado su abuelo, el viejo sabio Solón, quien se lo había oído contar a un sacerdote
egipcio de Sais… Un relato que refería la invasión de gentes procedentes de una isla
del Atlántico y que ocuparon Europa hasta Italia central, y África hasta Egipto.
Y esto antes del cataclismo que hizo desaparecer esta isla misteriosa de la
Atlántida… que existía antes de la mayor destrucción por las aguas.[1]

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11. UN ANTIGUO RELATO

¿Será tan absurda esta teoría?


Me acusarán de incurrir en la «prehistoria-ficción», pero cualquier tentativa de
prehistoriador, ¿no supone algo de ficción?
Desde luego, sólo se conoce la Atlántida por Platón o, más exactamente, por un
relato que hizo al viejo Solón un sacerdote egipcio y que Platón recogió.
«Pues, en aquel tiempo, se podía atravesar este mar [el Atlántico]. Tenía una isla
delante de lo que llaman las columnas de Hércules. Esta isla era mayor que Libia y
Asia reunidas [África del Norte y Asia Menor]. Y los viajeros de aquel tiempo podían
pasar de esta isla a otras islas y, desde estas islas, podían ganar todo el continente
sobre la orilla opuesta de este mar que merecía ciertamente su nombre… Ahora bien,
en esta isla Atlántida, los reyes habían formado un imperio grande y maravilloso.
Este imperio era dueño de toda la isla, así como de muchas otras islas y partes del
continente. Además, de vuestro lado tenla Libia [África del Norte] hasta Egipto, y
Europa hasta Tirrenia [Italia central]»[1].
Aristóteles, discípulo de Platón, que lo detestaba profundamente por envidia, lo
acusó de haber inventado esta isla mítica en medio del Atlántico para difundir, bajo la
capa de la ficción, sus ideas sobre la organización ideal de los hombres en la Tierra. Y
es muy posible que Platón, en parte, inventara la organización de los hombres en esta
isla.
Sólo que, al filósofo griego, le era imposible inventar asimismo las islas de las
Antillas y el continente americano que figuran claramente en su relato.
Sin embargo, desde Aristóteles, todo el mundo sabe que está prohibido tomarse la
Atlántida en serio. Todas las personas sensatas se manifestarán así.
A pesar de algunas tentativas individuales, la «ciencia» moderna siguió este
camino obedeciendo un postulado imperativo según el cual todo venía de Oriente:
razas, lenguas y cultura.
Y, además, en esta Atlántida mítica o mitificada, se abatieron todos los
extravagantes del siglo pasado que, considerando insuficiente a Platón, crearon su
propia Atlántida con a¡ruda de afirmaciones obtenidas de imaginaciones exaltadas.
En el siglo actual también se han manifestado teorías disparatadas, pero de
acuerdo con los tiempos presentes. Con ocasión de una emisión radiofónica, en la que
participaron historiadores y científicos, una dama, sin duda algo frustrada en ciertos
aspectos, afirmó que se trataba de un símbolo particularmente freudiano, reflejo de
complejos… ¡Eso significa la Atlántida para ciertas damas psicoanalistas!
Pero ¿quién no ha utilizado la Atlántida? Una inglesa la situó en Andalucía que
sólo es atlántica en parte; uno de sus compatriotas la situó en Creta (igualmente «muy
atlántica», confundiendo el cataclismo de Santorin (1200 a. de J. C.) con el
cataclismo general. A un alemán se le ocurrió que estaba en África; a otro, en el

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Báltico. Otros mezclan la Hiperbórea que, sin duda, fue muy cálida en la Era
secundaria.

Y otras muchas…
Se comprende que se experimenten dudas al añadir una teoría más a las ya
formuladas.
Sin embargo, no se puede silenciar esta isla. Su existencia en los tiempos
antediluvianos aportaría soluciones lógicas aciertos problemas hasta ahora no
resueltos, aunque no fuera más que la travesía antigua de ciertas especies de Euráfrica
a América, e incluso la aparición de este hombre de Cro-Magnon y su extensión a lo
largo de estas mismas costas euroafricanas del Atlántico.
Y, en primer lugar, si esta isla existió, es evidente que fue atlántida como aseguró
Platón, frente al estrecho de Gibraltar, al este de las Antillas y del continente que se
halla más allá del Atlántico, el cual es suficientemente meridional para escapar a los
terribles efectos septentrionales de la glaciación de Würm V.

Pero ¿pudo existir una isla semejante, quiero decir, geológicamente? Todas las
discusiones carecerían de sentido si su problemática existencia chocara con una
imposibilidad geológica.
Parece que la teoría llamada de Wegener o de la deriva de los continentes»
responde ampliamente a esta pregunta; ahora bien, esta teoría es ahora generalmente
admitida por los geólogos y vulcanólogos… Y se acumulan las pruebas de su
realidad.
Wegener había advertido que, con mayor o menor exactitud, el perfil de la costa
Oeste de Euroáfrica reproducía el de la costa y de las Américas, de tal forma que, si
se unían, encajaban de una forma casi perfecta. Había admitido que, originalmente,
en tiempos geológicos muy alejados, estos dos continentes debieron de estar juntos y
que se habían alejado entre sí creando entre ellos el actual océano Atlántico.
Esta teoría no se limita a sólo estos dos continentes, pero son los únicos que nos
interesan actualmente.
…Y se ha verificado, efectivamente, que América se aleja de Euráfrica; muy
poco, pero con regularidad.
Podría parecer que esto descartaría cualquier posibilidad de una gran isla situada
en el centro del Atlántico y a la cual no se podría hallar ningún lugar entre las orillas
separadas; pero la separación de los continentes entraña un fenómeno de origen
volcánico.
En efecto, esquemáticamente parece que las cosas suceden como si los
continentes estuvieran sobre placas sólidas desplazándose sobre el magma central de

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la tierra; unidas unas con otras, estas «placas» tienen entre sí líneas de menor
resistencia a lo largo de las cuales se producen rupturas que causan vacíos.
Estos vacíos, bajo la presión de lavas centrales en fusión, son inmediatamente
llenados.
Si las fisuras se producen en regiones terrestres, las lavas suben y nos
encontramos en presencia de fenómenos volcánicos clásicos; pero si estas fisuras
tienen lugar bajo los mares, el fenómeno cobra un carácter distinto: si el mar es poco
profundo, las lavas suben a la superficie y crean islas volcánicas; pero si la capa de
agua es de gran altura, ejerce una presión considerable que se opone a la expansión y
la fisura se ve simplemente «tapada». A cada separación corresponde una aportación
de lava y los continentes se apartan uno de otro sin aparente solución de continuidad.
Y esta «línea de ruptura» entre Euráfrica y América existe y es conocida. Ha sido
observada en los grandes fondos atlánticos. Va de Norte a Sur y se halla actualmente,
grosso modo, a igual distancia de las tierras del Este y de las tierras del Oeste.
Ahora bien, tanto los científicos del Este como los del Oeste decidieron saber a
qué atenerse y ya que se contaba con los batiscafos y otros aparatos para explorar las
grandes profundidades, examinaron los contornos de esta gran falla oceánica.
A Archimède, el batiscafo francés, le correspondió efectuar el primer examen de
una parte de esta falla que, casi desde un polo a otro, tiene una longitud de cerca de
20.000 km, corriendo por un valle submarino que es llamado el rift y que se halla
entre los 2.000 y los 3.000 m de profundidad.
Parece —los documentos no se han publicado aún in extenso— que las cosas
suceden en los océanos de la misma forma que las había descrito Harun Tazieff, el
vulcanólogo, que las había podido comprobar, pero al aire libre, en Etiopía, en donde
observaba un empuje volcánico situado en otro línea de fractura.
Actualmente, la fractura atlántica se produce a 3.000 m de profundidad; para
contener la presión interna de las lavas, una presión constante del orden, para los
3.000 m, de 3 toneladas por cm3… Y esto representa también, para la lava en fusión,
un enfriamiento sumamente rápido, con una pronta solidificación de las lavas, lo cual
produce que la fractura se vea rápidamente cerrada.
Ahora bien, si la fractura está actualmente a esta profundidad, resulta evidente
que, en los tiempos primarios, el abismo oceánico no existía, ni la presión, y nada
impedía al magma central extenderse en el exterior y crear volcanes en los mares, es
decir, en las islas.
No puede dejar de advertirse que todas las islas oceánicas hasta el golfo de
México son islas volciánicas. Así sucede con las islas de Cabo Verde, las Canarias,
Madeira, las Azores y to dos los picos submarinos más o menos conocidos.
Las primeras rupturas se produjeron, sin duda, en tiempos muy lejanos, poco
después de la «separación» de los continentes. Puede suponerse que, en aquellos
momentos, los mares, al ser poco profundos, no ejercían ninguna presión sobre
aquellas erupciones de lavas que se convertían en volcanes e islas.

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Después, al pasar los tiempos geológicos, las Eras, mientras se alejaban las costas
euroafricanas y americanas, las erupciones de lava formaron islas más lejos de las
costas. Madeira, por ejemplo.
Madeira y, quizás, una isla mayor.
Cerca del continente americano hay islas o altos fondos en forma de picos sobre
grandes profundidades del Atlántico (hasta 4.000 m y más) que son restos de estas
fugas de lava antes de que la línea de fractura se desplazara y que corresponden a
esos islotes de las Antillas.
Sin embargo, los terrenos volcánicos, generalmente, no son ni muy estables ni
muy compactos, sobre todo los Situados sobre un fondo más o menos movedizo.
Teniendo en cuenta que las lavas suelen ser ligeras (véase la piedra pómez y las
piedras flotantes alrededor de Stromboli), que son porosas y que las corrientes de lava
dejan una gran cantidad de cavernas.
Así, pues, puede comprenderse, sin recurrir a Poseidón, que pudieron existir islas,
incluso durante largos períodos de tiempo, y desaparecer a consecuencia de un
cataclismo. Se puede comprender y admitir como perfectamente lógico que, cuando
se fundieron los hielos nórdicos —y que elevaron durante tiempo, sin duda
prolongado, el nivel de los océanos— bajo esta presión y otras perturbaciones
debidas al cambio de equilibrio terrestre, estas rocas porosas, cavernosas, se
hundieran y dispersaran en los océanos.
Bajo este aspecto, pues, la famosa Atlántida de Platón y su desaparición se
vuelven perfectamente verosímiles e incluso probables en todos los puntos que él
describió… Pues él, quien no sabía demasiado acerca de volcanes ni del océano, al
referirse a la Atlántida describió una isla volcánica… Quizá «repitiera» lo que le
había dicho algún entendido.
Las montañas que rodean la llanura son una tierra volcánica y no presentan
ninguna característica de las propias de las cadenas continentales debidas a pliegues
del terreno, tales como los Alpes o las sierras españolas.
Es asimismo normal que la llanura entre estas montañas, fruto de erupciones
sucesivas alejadas en el tiempo, fuera extremadamente fértil, pues si la lava seca es
perfectamente inútil para el desarrollo de cultivos, ésta se deshace, sin embargo, con
mucha rapidez, convirtiéndose en polvo, y cuando se llega a un punto de
fragmentación suficiente, se vuelve extremadamente fértil, como lo demuestran
ciertas comarcas de las Canarias.
Cuando Platón describió Poseidón, la capital en sus tres recintos de tierra y de
mar, describió bien los cráteres redondos de tres emisiones sucesivas en el mismo
pozo de erupción. Una, muy fuerte, que dejó un cráter enorme; una segunda, más
débil en el cráter antiguo, y por último, la tercera, más débil aún, que sólo formó un
cono el cual, en su triple recinto, formará como una acrópolis en la que se instalará el
«Dios», es decir, el templo (en la isla de La Palma hay un cráter semihundido, de 30
km de diámetro, en el interior del cual se han formado otros cráteres).

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Y también hay una tierra volcánica de la que habla Platón, cuando cita las dos
fuentes en el centro del último cono, esas dos fuentes de las cuales una era caliente y
la otra fría; fenómeno que podría parecer una invención del filósofo pero que no
sorprenderla a los habitantes de tierras volcánicas como las del macizo central…
¿Quieren otros detalles, más geográficos, sobre los cuales las exploraciones
submarinas atlánticas aportarán otros detalles en los años venideros?
Si la Atlántida existió, se hallaba en el Atlántico, o, entonces, ya no era la
Atlántida. Pero ¿en qué punto del Atlántico? Platón la situó frente a Gibraltar, cuyo
estrecho inundó después de su hundimiento… Si no fue, como creo, el mismo
cataclismo el que barrió este estrecho;[1] inundó el estrecho de barro o de lavas
ligeras que flotaban sobre el mar.
Frente a Gibraltar existen algunos «bajos» y, más lejos, está Madeira. Al norte de
Madeira hay una cadena de montañas submarinas cuya cumbre más elevada, Ampere,
sólo está a 60 m de la superficie.
Más lejos se encuentran las Azores, no muy alejadas de la gran falla que cruza el
Atlántico de Norte a Sur… Y, después, otros montes submarinos, más al oeste,
montes a los que un geógrafo literato dio los nombres de Atlantis (-105), Platón
(-213), Cruiser (-160), Great Meteor (-205), encontrándo se éste sensiblemente en la
misma latitud que las Canarias, cumbres relativamente elevadas en fondos de 3.000 a
4.000 m. No digo que sean los restos de la Atlántida, pero sí testigos de la actividad
volcánica a lo largo de las Eras geológicas a medida que se alejaban los continentes
entre sí y que la gran falla se desplazaba hacia el oeste con relación a nosotros.
No pretendo que la Atlántida estuviese allí, pero sí que pudo estar y que, en estas
condiciones, negar su existencia sin otro argumento que una idea preconcebida es una
posición anticientífica e ilógica.
En resumen, si actualmente se estableciese un balance de los indicios de la
probabilidad de la existencia de la Atlántida y los de la probabilidad de Su no
existencia, parece que el balance debería inclinarse en favor de su existencia…
Aunque no fuera más que a causa de esta especie de puente que forzosamente
debió de existir entre África y América permitiendo el paso de ciertas especies.
En cuanto al cataclismo que relata Platón y que se habría tragado la Atlántida
bajo las aguas, pudo muy bien tener lugar (tanto si esta isla existió o no) y debió de
ser bastante terrible. Sin duda, su recuerdo se conservó en la memoria de te das las
mitologías del mundo, desde el Génesis a Gilgamesh, pasando por las leyendas
preincaicas. Todas ellas hacen desaparecer la Humanidad casi por completo. El
sacerdote de Sais, informador de Solón, se contentó con decir, sin duda mejor
informado, que cuando se producía un diluvio, únicamente los montañeses estaban
lejos del alcance de las aguas.
Y más aún: el sacerdote saíta situó la desaparición debida al cataclismo de la
Atlántida en el milenio IX antes de nuestra Era y fue justamente el tiempo en que se

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produjo, al final del período glacial llamado de Würm V, el famoso «hiato neolítico»
y cuando se hundió la civilización de las cavernas.
En fin, este relato de Platón no explicaría la aparición de la raza de Cro-Magnon
—que no se puede hacer derivar de ninguna otra, oriental u occidental— y cuyas
concentraciones, persistiendo hasta nuestros días, se hallan a lo largo de la costa
atlántica, desde las Canarias, el Atlas, el sur de Portugal, las costas cantábricas, los
Pirineos, Gascuña, la Normandía marítima, el Báltico, Noruega y toda la zona costera
occidental de las islas Británicas.
Sin olvidar las leyendas, que no son forzosamente cuentos de niños, que sitúan
entre los pueblos cromagnonoides la «Tierra de los muertos» en las islas atlánticas; o
esas otras, que hacen proceder la ciencia de los druidas de una herencia de los
atlantes.
Quizá fue la puerta de las posesiones atlantes la que defendió contra Hércules el
beréber Anteo, cuando impedía el paso al jardín de las Hespérides. Anteo, el gigante
cuyo nombre era quizá, simplemente, el adjetivo vasco Handi: grande.
En fin, señalemos también, a título de curiosidad, que, en vascuence, itsas
significa mar y cataclismo itse.

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12. PREHISTORIA-FICCIÓN

El hecho de que pudiera existir la Atlántida, del mismo modo que hoy existen
Madeira, las Azores o las Antillas, da al mito de Platón una credibilidad
perfectamente lógica, pero fuera cual fuese el carácter de esta isla y de su existencia,
es posible que este mito fuera una adaptación de una tradición anterior de invasión de
Europa y de todo el norte de África por un pueblo atlántico.
[1]
De este modo, Efímero pensaba —y decía— que toda la mitología griega era sólo
una adaptación de historias muy antiguas y que los nombres de los dioses eran los de
jefes o de epónimos de diferentes pueblos que, en los tiempos prehistóricos, hablan
luchado y se habían mezclado.
En el relato platónico, Poseidón, dios del mar, era, asimismo… dios de la
Atlántida, el antepasado, por lo menos, de los reyes que gobernaron la isla. Más tarde,
seis mil años después del cataclismo, Homero llamó a Poseidón «Agitador de las
tierras», vinculándolo así a los cataclismos terrestres, seísmos y volcanes, del mismo
modo en que los vascos emplearán la misma raíz para designar el cataclismo y el mar.
¿Traición o «memoria ancestral» de una vinculación entre el mar (y
especialmente el océano Atlántico) y los trastornos telúricos? La cosa podría ser
estudiada desde este ángulo.
Sea cual sea el crédito que pueda concederse al relato de Platón, los hechos
geológicos y humanos presentan con este relato concordancias que, por no Ser
absolutamente evidentes, no pueden dejar indiferente.
En los tiempos prediluvianos —es decir, mesolíticos— platón hace venir hombres
del Atlántico al continente europeo y al continente africano.
Precisamente hacia esa época apareció, al menos en el continente europeo, el
hombre de Cro-Magnon.
Existe una gran tentación de vincular ambos hechos; tanto mayor cuanto que
hemos visto que los descendientes de ese hombre de Cro-Magnon se extendían,
precisamente en los lugares que Platón asignaba a la extensión atlante.
Hay más: estos cromagnonoides se instalaron —y permanecieron— a lo largo de
las costas del océano Atlántico, de las Canarias y del Atlas hasta Irlanda y las
Hébridas. Si no eran atlantes, sí que serían atlánticos.
Y aún, al menos en lo concerniente a Europa, es prácticamente imposible, desde
el punto de vista antropológico, considerar a estos cromagnonoides como antepasados
de los pueblos surgidos de la raza de Combe-Capelle, que ocuparon los territorios
algunos milenios antes que ellos; fueron, pues, invasores, procedentes de otro lugar, y
no de Oriente; la sangre da testimonio de ello.
Eran hombres de Occidente, y el Occidente es el Atlántico: todo induce a esta
conclusión.

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Y como, en los tiempos posteriores, y antes del diluvio del «hiato neolítico» se
hallan tipos cromagnonoides a orillas del Mediterráneo, tanto en el Norte como en el
Sur, ello quiere decir que se extendieron hacia Oriente.
Esto es lo que dice Platón, ¿no es cierto?
«De nuestro lado [es decir, hacia el Mediterráneo oriental] Él [el imperio de la
Atlántida] tenía Libia hasta Egipto y Europa hasta Tirrenia [Etruria]».
Así, pues, estos recién llegados invadieron Europa. Es demasiado tarde para tratar
de imaginar si hubo una invasión armada o una simple infiltración en las tierras que
no debían ser ocupadas.
Bajo este aspecto, que no es resultado de leyendas ni de relatos fantásticos, sino
de hechos establecidos por la ciencia moderna, la existencia de una isla Atlántida y la
migración hacia Europa y África de habitantes de esta isla son, asimismo,
perfectamente verosímiles.
Y esto implica la existencia antediluviana de una marina de alta mar.
Más dudosa es la descripción que hace Platón de la organización social de la
Atlántida. No podría descartarse que fue a propósito de esta descripción que
AristóteleS acusó a Platón de haber utilizado el relato «Atlántico» de Solón para
emitir, en forma legendaria, sus ideas acerca de la organización social que soñaba.
Ello no quita que el relato efectuado a Solón por el sacerdote egipcio de Sais
comportara, quizá, la indicación de la existencia, en la isla Atlántida, de una
civilización superior desaparecida en el momento del cataclismo.
Personalmente, me resulta imposible admitir que las pinturas de Lascaux, de
Ekain o de Altamira sean obra de tribus subdesarrolladas; que el transporte de los
megalitos y el maravilloso equilibrio de los dólmenes —por no hablar más que de
esta cualidad— fueran cosa de hombres ignorantes de toda que técnica; que la
determinación de los paralelos terrestres conducentes hacia las rías de Galicia, de
Bretaña y de Cornualles[1] pudiera ser efectuada por simples cazadores de uros…
Que la lengua vasca, cuyas raíces proceden de la época glacial, debiera su
admirable sintaxis a un pequeño pueblo de pastores.
En fin, que estos logros, de los que aún nos beneficiamos: la ganadería y, sin duda
la agricultura, pudieran ser espontáneas…
Y, además, estos antepasados cromagnonoides parecieron poseer un maravilloso
conocimiento de las cosas de la tierra, de sus corrientes profundas o superficiales, las
cuales marcaron con megalitos cuyo transporte y erección plantean problemas
técnicos que aún no están resueltos.
Atribuyo estos megalitos a los cnomagnonoides, porque, geográficamente, su
posición coincide con una densidad de cromagnonoides de sangre 0 y esto es así no
sólo en la Europa occidental atlántica, sino también a orillas del Mediterráneo y las
islas de este mar.
Sin duda, no están solos en estos lugares (salvo en el País Vasco, donde han
permanecido solos desde su llegada). Antes de ellos existía ya en Europa una

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población, una población que, al parecer, estaba constituida por descendientes,
diferentemente evolucionados, del hombre de Combe-Capelle, el cual, asimismo
Homo sapiens de pequeña estatura, fue el antepasado de los iberos, de los ligures, de
los celtas y de los lapones.
No se puede saber cuáles fueron las relaciones que mantuvieron entre sí estas
diferentes razas, sin duda lucharon y se mezclaron, a pesar de las diferencias de
estatura que debieron hacer considerar como gigantes a los descendientes de Cro-
Magnon.
Y aquí se plantea el problema de los gigantes. Todos los cuentos tradicionales o
infantiles hablan de estos gigantes legendarios. Hay uno en el cuento galo de Tristán
y de Isolda, que es llamado Morgunt, el «gigante del mar»; otro es Gargantúa, que
existía en los cuentos populares de Galia y cuyo nombre anterior a la lengua gala
parece que significó: el «gigante de piedra». Cuando Hércules vino a Occidente,
debió luchar contra gigantes: Anteo (en euskara Handi: grande), en el camino de las
Hespérides, Gerión (en euskara Gari on: buen trigo) al que fue a quitar las vacas a
una isla del Oeste, Craco (en euskara Kako: ladrón) que, con ocasión de su regreso,
intentó robárselas.
Más tarde, Ulises encontró en su antro al gigante Polifemo, que era un cíclope,
aunque también hijo de Poseidón, dios de la Atlántida.
…Y los hombres de Cro-Magnon eran auténticos gigantes para los pequeños
iberos o los pequeños ligures… Es posible que la comparación sea gratuita.
En cuanto a los cíclopes, la palabra es griega. Significa «ojo redondo» y no «ojo
único» como el Polifemo de Homero, pero se trataba de un gigante, y se ha
conservado la costumbre de denominar ciclópeas a las grandes construcciones, lo
cual no es, quizás, una expresión sólo literaria.
Además de la vinculación con la proximidad del mar, se ha comprobado que los
cromagnonoides se han vinculado igualmente, sino a la montaña, sí al menos a las
altas colinas, contrariamente a la mayor parte de las razas surgidas del hombre de
Combe-Capelle, que parecieron atraídos, sobre todo, por los lagos; al parecer, los
iberos se formaron cerca de los lagos y pantanos que constituyeron en otro tiempo las
llanuras de la Mancha; igual que los ligures, sus primos, que ocupaban los lagos
«ligústicos» de la España gadírica; los ligures, que encontró Hércules en la inmensa
llanura lacustre que se convirtió en la Crau y las Bocas del Ródano; igual que los
celtas, que poblaron las tierras bajas de la Europa central, desde Macedonia hasta el
Báltico.
Los primeros celtas que llegaron a la Galia, hacia principios del II milenio a. de J.
C., fueron los pictos, que poblaron los alrededores del Marais Poitevin.
Sobre este particular, parece que muchas afirmaciones de la prehistoria e incluso
de la historia ganarían siendo «revisadas y corregidas» a la luz de las enseñanzas de
la antropología y, sobre todo, de la hematología.

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Por ello es poco probable que los celtas, o los germanos, sus primos, surgieran de
la meseta del Irán, siendo, de este modo, «arios». El grupo de sangre A con base en
Europa se halla en los Balcanes, mientras que la meseta del Irán es una «reserva» de
sangre B, es decir, asiática. Quizá se ha basado en exceso el famoso origen asiático en
cuestiones de lengua, cuyo origen, empezando por el sánscrito, se tendría que
reconsiderar.
Fue de los Balcanes de donde surgieron los «celtas helenos» que invadieron Jonia
y después Grecia; de los Balcanes vinieron los celtas que invadieron entre -1800 y
-1200, la Galia y las islas británicas; de la Europa báltica salieron los cimbros, entre
el -500 y el -300, para ir a Gran Bretaña y a Bélgica.
Al Oeste, la sangre asiática sólo se descubre en Prusia y en Sajonia y, sin duda, es
mucho más tardía.

Si se comprenden fácilmente las razones de la vinculación de los cromagnonoides a


una cierta proximidad del mar, ya que la tierra de los antepasados estaba al Oeste —
idea que no abandonarán jamás— se comprende menos esa vinculación a las
montañas que se observará siempre.
¿Obedece esto a que su primer punto de emigración fue este antiguo golfo de
Vizcaya, ahora cubierto, entre los Pirineos y el Macizo Central? ¿O bien era el temor
del enorme maremoto, recuerdo conservado, sin duda, en las tradiciones o incluso en
la memoria ancestral y contra la cual el único remedio era subir a las cumbres para
librarse de ella? ¿O el recuerdo de una montaña sagrada en donde los genios del cielo
se hallaban cerca de los hombres?
Los guanches tenían también un dibujo bastante decorativo que reproducían en
sus vasijas. El dibujo representaba tres triángulos en los que se distinguía fácilmente
la reproducción simbolizada de tres montañas… o de tres pirámides.

Salvo que se efectúe un descubrimiento que pudiera aclarar el asunto, es casi


imposible saber, o ni siquiera imaginar, las fechas de expansión de los
cromagnonoides en Occidente.
¿Será de la llegada de los primeros «inmigrantes» de cuando data la aparición de
los megalitos, cuyo problema está completamente por resolver, igual que la época de
la construcción de los recintos llamados ciclópeos?
Siempre se ha atribuido la misma época a los dólmenes, los menhires y los
megalitos, esos enormes bloques de piedra cuyo origen es a veces desconocido.
Nada prueba que estas construcciones sean de la misma época. Salvo sus masas,
podrían no tener ninguna relación entre sí.
El menhir, que se clasifica siempre en la época dolménica, es una manifestación
de todos los tiempos, incluso del tiempo actual en que las «piedras erguidas» no son

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raras (Platón explica que en la Atlántida, los «reyes» levantaban la piedra después de
sus reuniones en los jardines del templo de Poseidón). Los galos, con ocasión de sus
reuniones de «jefes», de «Brenns», levantaban igualmente la piedra de la reunión.
Existía todo un campo de sus reuniones, en Saint-Gondon; en el Sulias, donde hay
igualmente dólmenes (Lion en Sulias).
Los dólmenes datan de un período bastante bien determinado (si los
prehistoriadores no se han equivocado) que no excede, probablemente, de los 4000
años a. de J. C.
Pero los megalitos propiamente dichos, es decir, esas grus sas piedras, a veces
esculpidas como en el bosque de Fontainebleau; como esa oca gigantesca en la
llanura de Sidobre; esos megalitos a veces colocados en equilibrio y oscilantes como
sobre esta misma llanura; esas «piedras que giran», todos esos enormes bloques con
los cuales el hombre trabajó, ¿sobre qué puede fundarse para atribuirles una edad que
nada, hasta ahora, permite determinarla?
Se ha admitido, con cierta precipitación, basándose en algunas ideas teóricas del
siglo XX, que lo «mejor» era, por fuerza, posterior a lo que parecía, técnicamente,
menos elaborado. Esto ofrece cierta lógica cuando se cree que la Humanidad se va
perfeccionando con el transcurso del tiempo.
Pasa sólo que, en la historia de la Humanidad, nada es jamás lógico, al menos
lógico según el cerebro humano o las teorías que emite.
Semejante sistema llevaría a admitir que al ser la cultura griega anterior a la
paleocristiana, sus realizaciones arquitectónicas eran inferiores a las del
paleocristianismo y estén se guros de que si los documentos no probaran lo contrario,
hace mucho tiempo que se habría admitido, con pruebas monumentales, que la
civilización griega era posterior a ciertos monumentos meridionales.
Los dólmenes estaban construidos con piedras sin pulir y admitiendo, a priori,
que son así porque el hombre no sabía tallarlas, toda piedra tallada sería forzosamente
posterior a los referidos dólmenes.
Pero también existe la involución. Y nada prueba que los megalitos y murallas
ciclópeas no sean anteriores a los dólmenes.
De hecho, nadie ha podido determinar la época exacta de estos muros ciclópeos.
No existe, pues, ninguna razón conocida para situarlos en el neolítico. Y dado que
este capítulo está dedicado a la prehistoria-ficción, creo que serla más conveniente
situarlos a fines del mesolítico, es decir, antes o durante el último período glacial, el
denominado de Würm V, antes del gran cataclismo.
Cuando se habla del período glacial, por supuesto, esto no quiere decir en modo
alguno que todo estaba bajo las nieves eternas, sino que los inviernos eran, a la vez,
más largos y más rigurosos… Pero ¿se ha pensado en lo fácil que resultaría, en aquel
momento y para aquellos hombres, el transporte de los grandes bloques de piedra
arrastrándolos sobre aquella nieve bien apretada? Aquel suelo no era recorrido
siquiera por los mamuts.

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Y, después, ¿qué pensar de este enorme muro, ahora submarino, de las Bahamas,
recientemente descubierto, y que está constituido de piedras perfectamente talladas,
de piedras «megalíticas», establecido no bajo el mar, sino sobre la tierra, es decir, en
un tiempo en que el nivel de las aguas era menos elevado que ahora, por ejemplo
durante una gran glaciación que habría «bombeado» agua de los mares tropicales en
provecho de los hielos del polo?
Por mi parte, me niego a creer que los autores de las pin turas rupestres de
Altamira en Lascaux hubieran sido incapaces de tallar una piedra cúbica…
Por supuesto, la talla de una piedra cúbica no está al alcance del primer llegado y
no creo que muchos arqueólogos, que clasifican las civilizaciones según sus criterios
actuales, fueran capaces de hacerlo… Y aún menos de reunir estas piedras de modo
que permanecieran intactas después de varias docenas de milenios… Ahora bien,
cuando no han sido destruidos por el hombre, los muros ciclópeos siguen en pie.
Esto supone que sus constructores poseían un utillaje. Y, ¿por qué no hubieron de
tenerlo? El hecho de que no lo conozcamos no implica su inexistencia. No
conocemos el famoso «oricalco» del que nos habla Platón, quien, por otra parte,
nunca había visto este metal. Una traducción literal de la palabra griega que utilizó
Platón podría significar «sobredorado»; no es imposible que fueran útiles de cobre
tratado de una forma particular. Se sabe que el cobre fue utilizado en el utillaje antes
de que apareciera el bronce y también se sabe que algunas armas de cobre tenían una
dureza igual a la del acero… Pero el cobre es como el hierro: se oxida y desaparece,
lo cual deja pocas esperanzas de hallarlo al cabo de algunos milenios.
Por ello considero muy plausible que los grandes megalitos, tales como los de
Sidobre, de las Roches Jaumâtres y tantos otros, sean de una época antediluviana y es
un error considerarlos contemporáneos de la Era dolménica… Y con estos monolitos,
que fueron tallados, las murallas ciclópeas, tales como las de Sainte-Odile cerca de
Estrasburgo (punto de partida de lo que fue una peregrinación cristiana y,
anteriormente, el camino hacia el Oeste, hacia el Atlántico, hacia la isla de los
Muertos, la tierra de los antepasados… Camino todavía jalonado por algunos
menhires que aún subsisten…).[1]
Y esto lleva a pensar en esa otra «piedra» tallada que es la Esfinge y en esas otras
construcciones ciclópeas que son las tres pirámides de Gizeh…
Hablemos asimismo de los pelasgos.

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13. LOS PELASGOS

Nunca se ha sabido muy bien quiénes eran los pelasgos. La enciclopedia Larousse
nos dice que «era un pueblo muy antiguo que, en los tiempos prehistóricos, ocupó
Grecia, el archipiélago, el litoral de Asia Menor e Italia». Su nombre griego indica
que eran hombres venidos del mar, pero, en el Mediterráneo oriental, estos hombres
sólo podían venir de Occidente (a menos que Suez, en aquella época, no hubiera
estado cerrado por los aluviones del Nilo, lo cual, evidentemente, no puede ser
excluido).
Sigo citando la enciclopedia Larousse: «Esta población primitiva jamás llegó a
constituir una nación; fue dominada y reducida a la esclavitud por los helenos», es
decir, en tiempos bastante recientes, alrededor de 2000 años a. de J. C.
Generalmente se está de acuerdo en considerar —siempre según el Larousse— a
los antiguos tracios, frigios, lidios, carios, etruscos, epirotas, ilirios, italiotas
(samnitas, oscos, etc.) y los albaneses actuales, como ramas, más o menos mezclados,
de los pelasgos.
Ahora bien, si se observa el mapa de reparto de la sangre tipo 0, se advertirá que
es precisamente en esos lugares donde se encuentra cierta concentración de esa
sangre, y siempre a orillas del mar. Esta concentración es más elevada en las islas, de
Córcega y Cerdeña a Creta.
Siempre esa tradición marítima…
Platón los calificó de «divinos», lo cual, en él, tenía cierto significado, no tanto
como de vinculación a los dioses como de una idea de «saber» o de «astucia».
Inteligentes lo fueron, pues se sabe que se mostraron particularmente pacíficos…
Y porque eran pacíficos se les conoce poco. Los historiadores sólo se han ocupado de
las historias de batallas y de conquistas.
Asimismo también debieron de ser sabios, pues habían construido alrededor de
sus principales ciudades murallas ciclópeas, formadas de enormes bloques de piedra,
y que han permanecido incólumes aunque fueran construidas sin cemento.
También eran inteligentes, pues sabían cultivar.
Y, sin duda, fueron marinos: por una parte, porque el término pelasgo, en griego,
significa «hombre del mar»; por otra parte, porque se extendieron por islas a las
cuales se llega difícilmente sin embarcaciones.
Estaban en Creta, que aún posee una elevada densidad de sangre tipo 0… Y la
marina cretense es una de las más antiguas conocidas de la historia. Estaban en
Fenicia y en Canaán (en donde quedan dólmenes, al parecer muy antiguos)… Y, en
algunas losas de las islas Canarias, y particularmente en la más occidental de las islas,
Hierro, caracteres cretenses y fénicopúnicos.
Debe abandonarse la idea, expresada a menudo, de que los pelasgos fueron unos
«protovikingos», procedentes del norte de Europa y que se habían apoderado de

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Grecia. El examen de los mapas de reparto de los grupos sanguíneos es muy
revelador sobre este particular. La sangre tipo 0 se halla en una elevada proporción en
todas las islas mediterráneas e incluso en Grecia, donde la frecuencia del gen A no
excede del 20% al 25%. También debe desecharse la idea de que estos pelasgos
pudieran venir de Asia, pues el porcentaje de sangre tipo B no excede del 5% al 10%,
mientras que el gen 0 alcanza el 65% o el 70%.
…Y quizá la invasión helena, que se relaciona frecuentemente Con las otras
invasiones celtas, no fue tan importante como algunos quieren pensar, sino que se
redujo a algunos conquistadores y no a un invasión masiva.
Estos exámenes sanguíneos están, sin duda, llenos de enseñanzas y pueden
provocar algunos derrumbamientos de los dogmas prehistóricos.
Por desgracia, salvo casos de descubrimientos fortuitos, estos exámenes no
permiten ninguna datación cierta. No podemos más que ceñirnos a la prehistoria-
ficción, tal como lo hemos hecho hasta ahora, más o menos honestamente.
¿En qué época se fueron, pues, estos pelasgos, procedentes de Occidente, hacia
las costas mediterráneas? Antes de la Era dolménica, sin duda alguna, pues se
encuentran dólmenes muy antiguos en Cisjordania —y en las montañas, como era de
esperar—, lo cual quiere decir que estaban allí antes de esta Era, es decir, al menos en
el neolítico. Personalmente, a causa de la existencia de murallas ciclópeas en Argos y
en Larissa, en el antiguo golfo pelágico, me inclinaría a creer que llegaron ahí
algunos milenios antes y que su ocupación de las tierras costeras del Mediterráneo
data del tiempo en que, como consecuencia de inviernos muy rigurosos en los países
nórdicos, esta migración marítima durante el período glacial era normal.
A la luz de estos análisis tan modernos debe considerarse una leyenda griega que
adquiere una extraña realidad: la del Vellocino de Oro.
Se conoce la historia de Jasón, que partió con sus argonautas a la conquista del
mítico Vellocino de Oro, conquista que le fue facilitada por la hechicera Medea, a
orillas del mar Negro, en las montañas del Cáucaso.
Jasón, marino, partió de Argos, ciudad pelasga, hacia esos lugares en los que el
Cáucaso se baña en el mar Negro y donde, precisamente, existe una «mancha» de
sangre tipo 0, poca sangre del grupo A y sólo un 5% o 10% del grupo B.
Se ignora lo que significaba el vellocino de oro. Probablemente se trataba de un
documento iniciático, pues, para conquistarlo, hacía falta la intervención de una
hechicera. Pero el significado se ha perdido.
Lo importante para nuestro propósito es que, en esa parte del Cáucaso, hay una
«mancha» de sangre 0, o sea, cromagnonoides llegados allí muy pronto. Así, pues,
puede suponerse que estos cromagnonoides habían poseído un documento
simbolizado por el Vellocino de Oro y que los pelasgos de Argos aún lo recordaban,
muchos siglos después, y que se pusieron en marcha para recuperarlo.
Es necesario señalar que al borde del mar Negro hay montañas. En la zona existe
una serie de dólmenes —decididamente, no puede separarse éstos de la sangre 0, es

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decir, de los cromagnoides— y como a orillas del mar Negro sólo existe otra colonia
de dólmenes, en la Bulgaria actual, es decir, en Tracia, lugar conocido como de raíz
pelásgica, se comprobará que estas coincidencias vinculan a los pelasgos con las
poblaciones cromagnonoides del Atlántico y que mi «prehistoria-ficción» no contiene
demasiada ficción».
Añádase a esto que se han advertido ciertas semejanzas entre las lenguas
caucasianas y la vasca, lo cual impulsó a algunos a pensar que los euskaldunak tenían
su origen en el Cáucaso.
En esta región del Cáucaso se ha encontrado un río llamado Ebro, e iberos;
téngase en cuenta que, en vascuence, lluvia es euri, valle ibar y río ibai.
En cuanto a los iberos, parece que los lingüistas vascos hubieran debido hacer
notar desde hace mucho tiempo que, en esta lengua, el interior de la península Ibérica
es llamado Herribera; bera puede ser una deformación de bero calor; ello podría
significar que Herrribera —nombre del cual puede derivar el de Iberia— quiere decir
«país caluroso».
Resulta menos sorprendente de lo que podría creerse encontrar, en las dos lenguas
surgidas de la misma familia, raíces idénticas.
Sin embargo, hay una cosa en la que debe insistirse: todos los desplazamientos se
efectuaron por mar; no con piraguas para ir costeando, hechas a base de pieles con
mimbre y pez, igual que las kufas que navegaban en otro tiempo por el Eufrates; sino
con embarcaciones de alta mar —más o menos perfeccionadas, esto no puede saberse
— es decir, presentando una resistencia a los vientos y a las tempestades, o sea, con
quillas sólidas y varengas sólidas. Forzosamente se debió emplear el metal.
Y lo que es más, no construidas por aficionados, sino por astilleros en los que
trabajarían personas capaces de calcular, aunque fuera mentalmente, un casco de
embarcación.
Y los pelasgos dispusieron de todo eso… Y se lo enseñaron a los cretenses y a los
fenicios, sus descendientes.
Entonces, resulta muy asombroso que se hallen huellas de esta marina cretense en
Hierro y en las Canarias, así como que se halle el rastro de esta marina fenicia en
Cádiz, en la costa cantábrica, en Bretaña y en las islas Casitérides.
Parece asombroso que supieran dónde encontrar el estaño del que querían obtener
su bronce. Y bien, simplemente porque fueron enseñados por sus «primos» de las
costas atlánticas.
Todas aquellas gentes, a lo largo de las costas del Atlántico y del Mediterráneo,
formaban una familia de origen común; evidentemente cada vez menos próximos
entre sí conforme se producían mezclas… Y esto acabó en guerras, por ejemplo la
toma de Tartessos por los fenicios o los púnicos, sus descendientes…
No he terminado con los pelasgos.
Existe una palabra vasca, pelatx, que significa, a la vez, una clase de manzana y
gavilán.

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Lo de la manzana nos lleva a la isla de Avalón, la isla de las manzanas de los
celtas, o de sus predecesores en occidente, y también al Jardín de las Hespérides, en
donde Hércules, después de haber ahogado a Anteo, el atlante (sería un beréber del
Atlas) fue a robar las manzanas de oro.[1]
En cuanto al gavilán, resulta imposible no pensar en Horus. El gavilán es un
adjetivo, pelatx también. Entonces, si los pelasgos se instalaron en la costa norte del
Mediterráneo —y se puede seguir su huella mediante los grupos sanguíneos—, otros
cromagnonoides fueron normalmente hasta Egipto, y más allá, pues su sangre se
encuentra asimismo en Abisinia…
Como puede verse, no es tan mítica la invasión atlántica «inventada» por
Platón…

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14. LAS PIRÁMIDES

Tal como hemos visto, no sólo había cromagnonoides en Europa. Existían igualmente
en África, en donde aún están en la cordillera del Atlas: los beréberes actuales y,
frente a ellos, los canarios, llamados los «guanches».
Es probable que se extendieran mucho más al sur, a lo largo de la costa atlántica,
quizás hasta El Cabo (debe señalarse que se han encontrado dólmenes en el
Senegal…). Sin duda, donde el cataclismo fue más brutal fue a lo largo del Ecuador,
siendo en ese punto más intensa la subida de las aguas, lo cual explicarla la
desaparición casi total de los cromagnonoides, de los cuales parecen haber quedado,
muy mezclados, los peuls, esos altos negros —aunque no negroides— de Mauritania.
Se les encuentra en Etiopía, en donde la concentración de la sangre tipo 0 es muy
elevada. Asimismo, como es usual, se encuentran ahí dólmenes en las montañas. Se
puede añadir que se han comprobado ciertas raíces comunes a la lengua vasca y a la
lengua etiópica… Y el océano Índico no está muy lejos, no más que el mar Rojo… Y
hay dólmenes en Arabia…
Debe añadirse igualmente que existen dólmenes en la India, en la costa
occidental… Allí se ha comprobado cierta densidad del grupo sanguíneo 0.
Siempre se repite lo mismo: mar, montañas, dólmenes, sangre del grupo 0.
Y si se encuentra sangre del tipo 0, fue necesario que llegara con sus portadores,
los cuales procedían del Atlántico, viajando por tierra o por mar… Y como que en
Ceilán también existen dólmenes, así como en muchas otras islas, forzosamente una
de las vías tuvo que ser el mar.
Ahora bien, para no alejarnos tanto, aquellos pelatxak —o pelasgos, si se prefiere
— construyeron los recintos ciclópeos de Argos y de Larissa, en tiempos que me
parecen anteriores al neolítico, en los que se ha podido comprobar un descenso en el
potencial técnico de la Humanidad. Hicieron estas piedras cúbicas y después
manipularon —no se sabe cómo— aquellos enormes cubos de piedra con los que
levantaron las murallas. No es imposible que fueran ellos —también estuvieron allí—
quienes tallaran las enormes piedras, que tanto intrigan a los hombres de ciencia, y
que dispusieron aquella explanada de Baalbek en el alto Líbano.
Y las tres pirámides de la meseta de Gizeh están formadas por piedras
escuadradas, que fueron manipuladas de modo que se ignora (a menos que se acepte
el sistema infantil de Heródoto que suponía se emplearon rampas inclinadas).
Siento mucho respeto por el saber de los egiptólogos, pero no puedo decir lo
mismo por su sentido crítico y su lógica.
Cuando los primeros egiptólogos se ocuparon del problema egipcio, descubrieron,
como todo el mundo, las pirámides.
Primero las de Gizeh, las tres famosas de las cuales toda la Antigüedad había
hablado considerándolas como maravillas. Fueron atribuidas a tres faraones de la IV

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dinastía: Keops, Kefrén y Micerinos, según sus nombres griegos. También se
encontraron otras muchas pirámides: una que, según la cronología faraónica, se
situaba antes que esas tres de Gizeh, y otras cuyas construcciones fueron posteriores a
los tres faraones llamados de Gizeh.

Estela discoidal vasca.

Petroglifo guanche de Tenerife, Canarias.


(Fotos del autor).

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Manada de caballos con dibujos de manos, cueva de Pech-Merle, en Cabaret y abajo, mano aislada en la misma
gruta. Abajo, un caballo, una cabra y manos, en las cuevas de Altamira, según un dibujo del abate Breuil.
(Fotos Yan-Dienzaide, Museo del Hombre).

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Un caballo, una cabra y manos, en las cuevas de Altamira, según un dibujo del abate Breuil.
(Fotos Yan-Dienzaide, Museo del Hombre).

Pequeño rebeco alcanzado por una flecha, cueva de Niaux, Ariège.

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La supervivencia en el País Vasco.
(Fotos Archivos Fotográficos, Yan-Dienzaide).

De este modo se formó un conjunto piramidal, al ser cada pirámide la tumba de


un faraón. Hasta aquí, resulta muy lógico. Lo que es menos es que la única medida
común entre las otras pirámides y las de Gizeh es su forma general.
La pirámide faraónica parece que fue destinada a ser una tumba; se trata, pues, de
montículos poseedores de esta forma; en estos montículos se encuentran cámaras
mortuorias mejor o peor dispuestas para evitar los pillajes y para engañar a los
ladrones. El montículo, es decir, la pirámide, está generalmente constituido a base de
tierra, es decir, de ladrillos de tierra cruda… Pero no sucede lo mismo con las tres
pirámides de Gizeh, que no tienen aspecto de montículos, sino como construcciones
piramidales, construcciones que no son amontonamientos mejor o peor hechos de
piedras y de tierra, sino colocación de piedras talladas, perfectamente ajustadas sin
mortero: piedras cúbicas cuyas hileras están formadas por bloques paralelepipédicos
cuyo acabado y cuadraturas están extremamente cuidados hasta el punto de haberse
podido ajustar de tal modo que no se puede introducir entre esos bloques ni la más
fina hoja.
Además, estas pirámides son las únicas revestidas con un paramento.
Por otra parte, parece bastante evidente que estas pirámides se hicieron de una
vez, es decir, según un plan completo desde el principio, sin improvisaciones ni
retoques; ahora bien, no sucede lo mismo con las pirámides faraónicas (pretendo que
las de Gizeh no lo son); estas pirámides faraónicas muestran retoques, cambio de
planos…

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Como si los constructores que, según la Historia serían los sucesores directos de
los obreros de Keops, Kefrén y Micerinos, se hubiesen olvidado del arte de sus
abuelos, recordando, sin embargo, el de las generaciones precedentes, el de los
constructores de Soser que se considera, por los cuidados del arquitecto Imhotep,
como el primer constructor de pirámides.
Por ejemplo, los constructores de las pirámides faraónicas establecieron su
construcción en el «ángulo de facilidad», es decir, en una pendiente de 52°, una de las
más fáciles de observar y de mantener de abajo arriba de la construcción… Pero la
gran Pirámide de Gizeh está construida sobre un ángulo eimposibler eue no permite
ningún dato geométrico conocido (conocido hoy, por supuesto). Inclinación que es (al
estar destruido el revestimiento y ser indeterminable la medida absoluta) ya sea la
inclinación PI, la cual da a la altura el valor del radio de la circunferencia teniendo el
mismo perímetro que el de la base de la pirámide; o bien la inclinación PHI que es la
del número áureo, estando ambas bastante cerca… Inclinación que sabemos obtener,
por cálculo, pero cuya construcción, a la escala de la pirámide, es de las más
complejas.
Y tantas otras cosas que no corresponden a lo que se sabe de los conocimientos
del Egipto faraónico, muy grandes, sin duda, aunque insuficientes para admitir que
los egipcios pudieran realizar al menos esta Gran Pirámide llamada de Keops (y creo
que las otras dos manifiestan más sabiduría, aunque en otro sentido)…
Por ejemplo, esa «galería inclinada» orientada hacia el polo Norte celeste teórico,
que hace que sea paralela al eje de la Tierra… Y eso en el grado 30° de latitud norte,
lo cual hace que la vertical de este punto en el plano del Ecuador sea la mitad del
radio de la esfera terrestre… Y, por ello, la entrada de la Gran Pirámide resulta, sin
duda, uno de los mejores puntos de observación de los fenómenos celestes y de su
cálculo.
Se me dirá que esto no es del todo exacto. La pirámide no está, según las
modernas verificaciones, exactamente en el paralelo treinta, aunque esté cerca y la
«galería inclinada» no tiene exactamente 30 de inclinación… Pero el polo Norte no es
de una firmeza que resista a los milenios. Los continentes derivan, se producen los
cataclismos que cambian el equilibrio terrestre y, en consecuencia, el eje de rotación
se desplaza, Y nada impide pensar que se pueda encontrar este desplazamiento
justamente en función de este «observatorio».
Ahora bien, es inadmisible, razonablemente, que tres generaciones de
constructores de pirámides pudieran construir las de la llanura de Gizeh y que sus
sucesores, en el espacio de varios años, perdieran completamente esta técnica hasta el
punto de construir con ladrillos cocidos, y con otros datos, las posteriores pirámides.
Entonces veamos:
Supongamos que cuando las primeras dinastías de faraones acudieron a instalarse
a orillas del delta que, en esta época, debla de ser una especie de zona pantanosa,

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supongamos que encontraran allí tres monumentos que debieron de dejarlos
sorprendidos…
Encontraron estas pirámides cerradas, irremediablemente cerradas.
Con probabilidad ignoraban, igual que nosotros hoy, cuál era su significado y su
uso, pues tuvieron un uso y el hecho de que ignoremos cuál fue no nos permite
negarlo o considerar, románticamente, que se trató de hacer por el arte.
Se puede imaginar que los faraones, muy afectados por las ideas de la muerte y de
la supervivencia, creyeran que se trataba de «tumbas de los Dioses», y como las
dinastías faraónicas, al menos las primeras, se consideraban descendientes de los
dioses, asimilándose incluso al propio Dios, era evidente que la tumba apropiada para
su faraón era, forzosamente, una tumba de dios: una pirámide. Era necesario, pues,
que fuera enterrado en una pirámide y no en una pequeña, sino en una auténtica
pirámide de faraón.
El primero que intentó hacerlo, después de ensayos con montículos superpuestos,
fue, creo, Soser, cuyo arquitecto se empeñó en construir semejante monumento… Y
esto se tradujo en un amontonamiento de tierra y piedras, con forma piramidal, pero
no fue nada ni en su esencia, ni en su técnica, que pudiera verdaderamente semejarse,
con excepción de la forma, a las tres pirámides de Gizeh.
El segundo que quiso dar un tratamiento divino a su cadáver, su momia, su ser
formal, como se quiera, fue Keops. Hacer solo una gran pirámide, aun con tierra
cocida, era un gran trabajo —sobre todo sin contar con un arquitecto como Imhotep
— que ni siquiera un gran faraón podía estar seguro de llevar a cabo en el transcurso
de un reinado. Desde luego existía un medio: como que las pirámides de Gizeh
estaban allí erguidas, lo mejor sería utilizar una de ellas como tumba personal. Y al
ser el primero en ocurrírsele la idea, escogió la más grande.
Los egiptólogos admiten que esta pirámide fue abierta después de la muerte de
este faraón por, aseguran, sacerdotes: los mismos que lo habían enterrado. Sería muy
difícil saber quién abrió el primero… Pero pudo ocurrírseles que fue quizás el propio
Keops el que ordenó abrir este monumento sin salida, creando esa brecha en las
piedras, alrededor de los bloques de granito que fueron puestos, cuando la
construcción, en el pasillo ascendente; brecha que, por otra parte, no corresponde a la
efectuada más tarde por los árabes.
Al parecer, nadie se ha sorprendido de que en esta pirámide no exista ninguna
inscripción jeroglífica, con excepción de la que hizo grabar, cerca de la entrada, un tal
Lepsius, alemán, cónsul en Egipto, exaltando a su amo y señor Guillermo, rey de
Prusia.
La pirámide estaba cubierta de signos, jeroglíficos o de otro tipo, desaparecidos
con el paramento. Heródoto, que tenía sus relaciones, hizo que se los tradujera, 500
años a. de J. C., un sacerdote egipcio. Le afirmaron que se trataba —y le citaron
cifras que él reproduce escrupulosamente— del número de cebollas que los obreros
empleados en la construcción habían consumido durante su trabajo; cebollas y otros

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alimentos… Esto hubiera debido hacer sospechar a los lectores de Heródoto. Resulta
evidente que el sacerdote «no sabía» leer las inscripciones y dijo lo que se le ocurrió
o bien explicó un cuento.
¿Por qué engañaría este sacerdote a Heródoto? Las inscripciones exhibidas a la
haz, escritas en la piedra, no son secretas… Y en cuanto a pensar que Heródoto
recibió la traducción literal, ello supondría admitir que la pirámide no fue erigida allí
más que como un elemento estadístico del apetito de los trabajadores forzados del
faraón.
De hecho, existen muchas inscripciones visibles aún en la Gran Pirámide: signos
en la cámara subterránea, un signo, al menos grabado en el techo… Y éste se halla
asimismo en los petroglifos de Galicia, cerca de Santiago de Compostela.
Evidentemente, se ignora su sentido.
Igualmente, a la entrada de la galería inclinada bajo lo que tiempo atrás fue la
puerta de piedra abatible y que tan bien ha descrito el doctor Pochan[1], otros cuatro
signos que nadie ha podido nunca descifrar, pero que se encuentran también entre los
petroglifos de Santiago.
Así, pues, ninguna indicación jeroglífica que pueda dar la certeza de que esta
pirámide fue construida en el tiempo en que se utilizaban los jeroglíficos. Y ni
siquiera existe la tarje ta de Keops. De todos modos, sería muy extraño si el
monumento datara del tiempo que se nos dice.
Sin duda, Keops hizo construir su templo cerca de la pirámide, lo cual es normal,
puesto que la había escogido como tumba. Fue sin duda este templo el que le costó
veinte años para su construcción, pero el hecho de construir un templo cerca de la
tumba que se había destinado no implica que templo y tumba fueran contemporáneos.
Por otra parte, al haber sido abierta, la pirámide no ofrecía para Keops la
tranquilidad deseable para sus restos momificados. Es probable que dispusiera su
tumba bajo la pirámide, tal como lo cree el doctor Pochan.
Siguiendo el precedente, el sucesor de Keops, como su predecesor, tomó posesión
de la más grande de las pirámides restantes: Kefrén, que no fue hallado en su
pirámide y que, sin duda, también está debajo.
Por último, el tercero: Micerinos, debió contentarse con la tercera y más pequeña.
Tampoco fue encontrado en su pirámide…
El siguiente no podía utilizar ninguna pirámide ya construida, viéndose obligado
a erigirla y, a pesar de la habilidad de los obreros egipcios, reanudó la construcción en
el punto en que la había dejado Soser, es decir, en el montículo de tierra erigido en
forma de pirámide, con una inclinación de 52°…
Ahora bien, si, como creo, estas pirámides fueron construidas sobre la llanura de
Gizeh, mucho tiempo, mucho tiempo antes de que los faraones llegasen de Etiopía, se
puede considerar natural la elección de esta llanura. En efecto, si estamos
acostumbrados a ver cómo Egipto termina en forma de delta, éste es de formación

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bastante reciente y debido por completo a aluviones del río. Además, se podría
calcular, aproximadamente.
El delta está formado por barro acarreado por el río, quedándose allí acumulado.
Pero hubo un tiempo en que el Mediterráneo llegaba hasta El Cairo. Y es sabido que
la acumulación del barro eleva el nivel de las tierras deltaicas 13 cm por siglo; este
índice debería de ser mayor al ser el Nilo más joven.
El nivel actual del Nilo, en época de estiaje, es de 12,25 m sobre el nivel de las
aguas del Mediterráneo; se puede considerar que el mar venía de El Cairo, es decir,
bajo la llanura de Gizeh, hace unos 9.000 o 10.000 años.
Diez mil años, es decir, al menos ocho mil años antes de Jesucristo, es decir, en el
momento del «hiato neolítico»… Ahora bien, los que construyeron las pirámides de
Gizeh eran marinos y no parece que fueran, tal como los que los sucedieron, marinos
de agua dulce. Y no es asombroso que se hayan encontrado «reservas de barcos»
cerca de las pirámides. Según la leyenda egipcia, servían para «llevar al Dios hacia la
tierra de los antepasados, la tierra de los muertos, allí, al Oeste, hacia la Isla».
Parece que a partir de ese tiempo, y por imitación, que existe la barca sagrada que
acompañaba a todos los faraones a su tumba y que debía, bajo la gula de Osiris,
llevarlos hacia la tierra de los muertos, al Oeste… Pero los egipcios ya no navegaban
fuera del Nilo…
Para intentar determinar la fecha en que fueron construidas las pirámides y si uno
diera rienda suelta a su imaginación, dejaría hablar a la Esfinge que, como por azar,
se halla igualmente sobre esta llanura de Gizeh como un guardián… O como una
indicación.
Aunque tenga cabeza humana, la Esfinge no deja de ser un león. El zodíaco, que
no es una invención reciente, posee, desde tiempos inmemoriales, la mayor parte de
los signos que conocemos actualmente; ahora bien, el sol de primavera se hallaba en
el signo de Leo entre 10.000 y 8.700 años a. de J. C. A partir del 8500
aproximadamente, el punto vernal entra en el signo de Cáncer, o, si se quiere, del
cangrejo o del escarabajo, o incluso del cangrejo khmer, creo, que hizo subir el nivel
del mar ahogándose.
Esto —aunque se trata de pura imaginación— situaría los monumentos de la
llanura de Gizeh antes del cataclismo, el «hiato neolítico» como dicen los
prehistoriadores, el Diluvio, como dice el Génesis.
Entonces el nivel del mar ascendió y el agua invadió la tierra al fundirse las
nieves.
La llanura de Gizeh está a 70 m sobre el nivel del mar. Esto coloca la cúspide de
la Gran Pirámide a 218 m. Las aguas subieron por encima de esta altitud, es posible
incluso que esta región no conociera los grandes furores de los océanos, ya fuera el
Atlántico o el Pacífico. Pero esto no importa. Puede pensarse —y esto sigue siendo
una suposición— que quienes construyeron esta Pirámide y que conocían tan bien el
cielo y la tierra, sabían que allí, en aquel meridiano que divide tan exactamente las

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tierras en dos partes iguales al Este y al Oeste y que, quizá por esto mismo, posee una
protección evidente contra los grandes cataclismos marinos, era posible dejar, en una
construcción inaccesible a los temblores de tierra y al aumento de las aguas, las
Tablas de las leyes celestes y terrestres.
No sé si las aguas subieron más arriba de las pirámides, si pudo infiltrarse el agua.
Los dos conductos llamados de ventilación que van a parar a la «cámara real»,
estaban taponados con piedras. De todos modos, es probable que los documentos
estuvieran grabados en la piedra y, sin duda, sólo fueran accesibles a iniciados…
Pero, en verdad, no se podía idear mejor «caja-fuerte» para conservar los
documentos…
Estos hombres, que construyeron las pirámides y que quisieron transmitir así, a
salvo de los cataclismos, los datos de su ciencia, fueron, sin duda, los que «subieron»
hasta Abisinia para librarse de las aguas… Sus hijos regresaron a orillas del Nilo,
pero habiendo perdido total o parcialmente esta maravillosa civilización… Estos
quizá tomaron las inscripciones piramidales por recetas culinarias.
No puede olvidarse que la lista de los predinásticos contiene unos 200 faraones,
divinos, calificados de etíopes. Estos hombres regresaron con restos de
conocimientos científicos nada desdeñables, pero habían perdido la clave de la
sabiduría… La fueron perdiendo cada vez más a medida que degeneraban.
Eran hombres que tenían en tan alta estima la pureza de su sangre que llegaban a
casarse con sus hermanas (los guanches también lo solían hacer); hombres del Oeste,
cromagnoides cuya raíz racial se halla en las costas atlánticas, desde el Atlas hasta
Irlanda y, probablemente, más allá de los mares, en aquella isla de los Muertos, la isla
de los antepasados.
Y, puestos a imaginar, digamos que esas famosas tablas, quizá no comprendidas,
pero en modo alguno destruidas, se hallaban, sin duda, aún en esta pirámide que abrió
Keops.
El contenido de estas tablas llegó a conocimiento de Salomón, quien trazó el
plano de su templo, que fue incapaz de realizar… Después apareció la reina de Saba,
de origen etíope, que acudió a probar su sabiduría, con lo cual se divirtió un poco.
Salomón devolvió al hijo de la reina de Saba, si no las tablas, sí al menos una copia,
como una debida restitución al legítimo propietario.
Las tablas, o su copia —creo que las auténticas están actualmente en Francia—[1]
siguen en Etiopía, donde sólo el Patriarca puede verlas una vez por año en el
convento en donde están.
Debo señalar, asimismo, que uno de los dibujos preferidos de los guanches está
constituido por tres triángulos parecidos a montañas o, si se quiere, a tres pirámides…
¿Se tratará de una tradición que recuerda el tesoro de los antepasados?
Si se quisiera ver, a la vez, leyenda e historia, lo cual es lo mismo, pues la leyenda
suele ser historia «arreglada» y deformada por los relatos, se llegará a curiosas
conclusiones.

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Por ejemplo, hubo un tiempo en que la civilización estuvo al Oeste. Creo que esto
fue antes del gran cataclismo. Fue cuando Gascuña era aún un golfo. Alrededor de
este golfo, en las alturas que los rodean, Pirineos y Macizo Central, existe gran
abundancia de grutas con pinturas rupestres de las cuales se sabe, gracias al País
Vasco (léase lo escrito anteriormente), que los pintores eran cromagnonoides, la vieja
raza poseedora del tipo sanguíneo 0.
Fue también la época en que los hombres que conocían particularmente bien la
Naturaleza y la tierra formularon la doble espiral que, algunos millones o miles de
millones de años antes, había formado la Tierra.[2]
También fue el tiempo en que estos hombres trazaron sobre el suelo de Occidente
las paralelas que llevaron a las rías abrigadas de las orillas atlánticas. Por allí estaba
la luz hacia el Oeste, más allá de aquellas orillas británicas, armoricanas, gasconas,
galaicas, gadíricas y africanas.[1]
Fue hacia esas orillas y más allá, adonde Hércules fue a buscar las manzanas de
oro —o la agricultura— del Jardín de las Hespérides, hijas de Atlas y, en una isla, los
bueyes de Gerión.
Este Hércules fue originariamente llamado Heracles, nombre que se supone
cretense; ahora bien, existe un verbo vasco, erakutsi que significa mostrar, enseñar;
erakasle es el maestro, quien enseña… Y, en todos sus trabajos, Heracles desempeñó
el papel de maestro, de civilizador.
Cuando se llevó sus bueyes domesticados, un tal Caco trató de robárselos. En
euskara existe la palabra kako que significa «ladrón».
En sus peregrinaciones, se encontró con la ninfa Pirene, con la cual concibió dos
hijos, siendo uno de ellos Keltos, el antepasado de los celtas.
Para conquistar frutos y bueyes, debió forzar el paso hacia el Atlántico (forzó el
estrecho de las columnas de Hércules), ahogar a Anteo que defendía aquel paso, así
como matar a Gerión en su isla.
Hércules, cretense, era en realidad de origen pelasgo. Esto podría encubrir un
antagonismo entre ciertos cromagnonoides que habían permanecido en el Atlántico y
otros, expulsados u obligados a desplazarse hacia Oriente. ¿Tendrá esto algo que ver
con la historia de Osiris, cuyos miembros fueron dispersados? Osiris expulsado por
su hermano Seth.
De cualquier modo, Hércules fundó Alaisia, cuyo nombre, claramente vasco, se
halla en diversos puntos de Vasconia. Alaisia, o las diferentes Alaisias existentes en el
suelo de Francia, según alineamientos particulares. Como están, por otra parte,
igualmente dispuestos, según ciertos alineamientos, los lugares sagrados de Grecia,
Europa y del Próximo Oriente.
Fue la época, según creo, en que los primeros pelatxak o pelasgos construyeron,
en la llanura de Gizeh, los tres monumentos piramidales en los que están guardadas
las bases de la civilización atlántica: lo que concierna al mundo material: la Gran
Pirámide; lo que concierne al mundo humano, biológico, si se quiere, que es la actual

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Kefrén y lo que concierne al mundo divino (?), la actual Micerinos… Y subieron
hasta las montañas de Etiopía, en donde se pusieron a esperar el Diluvio.
Éste llegó. Y desapareció toda civilización, pero quedaron las bases que
conservaron los tres monumentos de Gizeh… Y, desde luego, quedó una tradición.
Ya no se impedía el paso a las costas atlánticas. Los vascos no defenderían
Galicia ni contra ligures ni contra los iberos —si es que no eran los mismos—, así
como tampoco contra los celtas. Simplemente quedó una costumbre, la de ir a reposar
cara al Oeste… Y los dólmenes de Galicia y los de Armórica serían innumerables.
Los faraones, tan preocupados de la pureza de su sangre «¿Eres un verdadero
occidental?»[1], volvieron a Egipto y lucharon para poseer el Bajo Egipto, el cual
obtuvieron, el Bajo Egipto con sus monumentos iniciáticos que guarda la esfinge… Y
se puso de nuevo en marcha toda una civilización, probablemente la más grande de
todas las civilizaciones históricas. Los helenos ya no fueron más hacia el Oeste, como
en los tiempos de Hércules, sino hacia Egipto. Los «maestros» irían a buscar la
iniciación. No hubo ni un solo filósofo griego que no residiera un tiempo en Egipto.
Los druidas lanzaron a los celtas hacia ese Oriente Medio en el que se hallaba el
tesoro tan codiciado. ¿Sabrían ellos que ya no estaba en su primitivo lugar? No se
dirigieron hacia Egipto, sino hacia Delfos, en donde creían que aún estaba, así como
hacia el Oriente Próximo, en donde echaron raíces en Galacia.
En el neolítico, los cromagnonoides beréberes del Atlas se dirigieron hacia
Egipto…
Debe señalarse asimismo que se habló de «trabajo egipcio» a propósito del
coronamiento de los trilitos de Stonehenge (1800 a. de J. C.), marcados, además, con
un puñal cretense. También se habló de «trabajo egipcio» a propósito del pozo del
Grial en Glastonbury, pozo dolménico, cuadrado, con gran labrado y aparejo, análogo
al de Saints-Forts en la catedral de Chartres…
Fue a Jerusalén adonde se dirigieron las cruzadas, Jerusalén, en donde se
encuentran las «Tablas de la Ley».[1] Y fueron asimismo los compañeros de la
Fraternidad de los Hijos de Salomón, protegidos por quienes fueron a buscar las
«Tables», quienes construyeron las catedrales de Chartres, Amiens y Reims; sobre
todo la de Chartres, en las dimensiones de cuyo plano se descubren las de la Gran
Pirámide de Gizeh.[2]
Y el primero que lanzó esta idea de cruzada hacia Jerusalén fue un papa, el del
año 1000 y el de la «Tregua de Dios». Gerbert fue un pastorcito de la región de
Aurillac, después frailecillo de Saint-Benoit de Aurillac. Cursó estudios en tierras
musulmanas, y de allí trajo nuestra notación matemática actual y después, tras haber
sido obispo, fue papa con el nombre de Silvestre II. Fue considerado por la curia
romana como hechicero porque era matemático y físico.
Por otra parte, estoy convencido de que, además de los documentos cuya
existencia parece lógica, esta ciencia de la tierra que poseían los antiguos, de la tierra
y de los animales, que les permitió crear la agricultura y la domesticación, no

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desapareció repentinamente y que si no una ciencia establecida sobre nociones
sólidas y universales, al menos sí persistieron «recetas». Esta persistencia ha llegado
hasta nuestros días.
Son —y la ciencia era— tan contrarias a la vez, a nuestra forma actual de pensar
y a los conceptos del mundo que tiene nuestro materialismo actual que, cuando
aparece semejante hecho, los hombres de ciencia actuales se limitan, simplemente, a
negarlo, se haga la demostración que se haga.
Algunos siglos antes, apoyándose en el diablo, se pretendió que las personas que,
por azar, memoria ancestral o transmisión familiar, se permitían contravenir las leyes
dictadas a priori eran pura y simplemente consideradas como hechiceras, vendidas al
diablo y enviadas a la hoguera.
Negar, como se hace actualmente, es, desde luego, menos peligroso que las
llamas. El arma es más insidiosa, pero el resultado final es idéntico. Esto lo sabe ese
modesto campesino de Glozel que desenterraba de su campo notables piezas
arqueológicas; incluso osaron acusarlo de que las había fabricado con sus manos…
¡Negación y silencio sobre ese campesino que no posee ningún diploma!
Se ha dicho muchas tonterías acerca de una ciencia pasada que, sin embargo, nos
ha permitido alimentarnos y domesticar los animales. Una ciencia cuyas bases se
eclipsaron con el gran cataclismo.
Las razas se mezclaron, desaparecieron las tradiciones ancestrales. El mundo
siguió su marcha, mientras los Estados han sometido a todos los hombres a los
mismos moldes y sin que ello pueda evitarse. Fin de la prehistoria-ficción…
Sin embargo, de esta raza cromagnonoide, que hizo Occidente, queda, en una
región de Europa, a caballo sobre los Pirineos, un pueblo que, durante milenios, ha
defendido su libertad de ser y de seguir siendo él mismo, con su idioma, su cultura y
sus tradiciones…
Una raza de 30.000 años, la única en el mundo, sin ninguna duda, que habla aún,
con escasas transformaciones en su espíritu, la lengua de los antepasados de Cro-
Magnon…
Los únicos cuya memoria sea lo bastante poderosa como para mantener vínculos
con aquella civilización pasada.

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15. LA HISTORIA

La historia del pueblo vasco es, sin duda, la más antigua que se conoce, pues tiene sus
raíces en el paleolítico y ha proseguido hasta nuestros días sin solución de
continuidad.
Gracias al trabajo meticuloso de los prehistoriadores vascos y, especialmente, de
José Miguel de Barandiaran, se ha podido determinar cómo fue la vida del hombre de
Cro-Magnon, el antepasado, en el País Vasco, su vida de cada día, su ambiente, su
industria, su arte y sus placeres.
Se sabe qué carácter tuvo su vida subterránea, en las cavernas que le había
brindado la Naturaleza; se sabe, puesto que ellos los pintaron o grabaron, qué
animales tenían a su alrededor y cuáles cazaban para alimentarse, así como los que
deseaban domesticar. Se sabe, ya que ellos lo grabaron en la piedra y en el hueso,
cuáles eran las figuras y los signos que hablaban a su espíritu y, quizá, lo encantaron.
Conocemos sus útiles. Merced a las leyendas, podemos conocer cuál era la religión
que los vinculaba con la tierra, el Sol, la Luna y el cosmos. Se adivina su ciencia, su
conocimiento de la Naturaleza. Al mismo tiempo, podemos hacernos una idea de sus
supersticiones.
También sabemos algunas palabras de la lengua que hablaba y conocemos su
primer instrumento musical: el txistu o chistu.
Asimismo somos conocedores de que, un día, un cataclismo terrible destruyó
aquella civilización, dejando a los supervivientes frente a una «nueva tierra y otros
cielos». Al haber perdido la ciencia y el arte sin abandonar, no obstante, ninguna de
las costumbres antiguas, apegados a ellas como si éstas contuvieran la esencia de este
arte y de esta ciencia desaparecidos…
Se puede seguir la transformación de este antepasado, después del «hiato
neolítico» en protovasco, constructor de dólmenes; después en vasco actual, sin que
se produzca ninguna alteración en su pureza racial. Si bien no se puede determinar
con exactitud el momento en que se convirtió en ganadero o agricultor, se ha
descubierto —José Miguel de Barandiaran lo ha hecho— la época en que consiguió
formar un rebaño que llevó por los caminos de la trashumancia, por las llanuras
gasconas entre el Garona y el Adur, llanuras a la sazón nuevas, situadas donde antes
había estado el golfo, ahora cubierto de tierra.
Se ha llegado a afirmar incluso, y con cierta apariencia de verosimilitud, que esos
vascos fueron los fundadores de Burdeos —Burdeo: fortaleza de hierro— antes de la
llegada de las galos biturigios viviscos.
No se sabe si, en aquellos tiempos lejanos, tuvieron que defender su territorio
contra tentativas de invasión prehistóricas, pero se sabe que sus más próximos
vecinos de entonces, los iberos y los ligures, no consiguieron efectuar ninguna
penetración en su territorio.

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Como no se sabe prácticamente DÓNDE nacieron el conocimiento y el empleo
del bronce —ni cuándo— es imposible saber qué pueblo los enseñó. Contrariamente
a la idea extendida de que este conocimiento procedía de Oriente, creo que su origen
debería ser buscado en las costas atlánticas de la Península Ibérica y que fue
difundido por la marina de Tartessos entre las poblaciones de origen cromagnonoide
hasta el Oriente Medio en fechas más antiguas de lo que suele suponerse.
Asimismo, la Edad de Hierro en el País Vasco sigue siendo un enigma, por una
parte porque los objetos de hierro se destruyen muy rápidamente en la Naturaleza y,
además, parece haber existido, acerca del hierro, una especie de tabú que dificulta
todas las apreciaciones. Sin embargo, puede admitirse que el hierro llegó a los vascos
a través de los celtas… Pero las relaciones entre celtas y vascos plantean, asimismo,
un enigma que no parece fácil resolver. Está en íntima relación con el problema de
los druidas.
De forma bastante incomprensible, la repartición de los pueblos celtas en la Galia
coincide con «límites» señalados por monumentos megalíticos que son muy
anteriores a la llegada de los celtas.
Esto permite suponer «una acogida» necesaria, sin duda, para ocupar los espacios
libres en las regiones lacustres en las que los celtas eran especialistas (fueron los
responsables de las ciudades lacustres). Así, la primera tribu celta llegada a la Galia
sería la de los pictos —los actuales poitevinos— que se establecieron en las
Marismas Poitevinas. Después llegaron los biturigios, repartidos entre Sologne y
Brenne por una parte y, por la otra, en las marismas bordelesas, ahora desecadas.
No puede imaginarse que este arreglo no fuera resultado de una organización y
esta organización no podría ser, al no haberse producido una invasión brutal, más que
la impuesta por los cromagnonoides, dueños de aquellas tierras y ellos mismos
dirigidos por jefes respetados, de posible naturaleza religiosa.
Hemos podido comprobar que los cromagnonoides de las islas Canarias tenían
jefes semejantes, los faicanes; quizá no eran jefes en el sentido completo del término,
pero sí una especie de consejeros superiores que tenían todas las atribuciones y los
privilegios propios de los druidas galos.
Por otra parte, cierto número de leyendas y de tradiciones conocidas permiten
creer que fue así y que los druidas galos fueron, en su origen, sabios de la antigua
raza de Cro-Magnon.
Si no quiere aceptarse la tradición, en cierto modo esotérica, de que los druidas
fueron enseñados por las atlantes, sí que debe tenerse en cuenta la tradición de la
epopeya irlandesa, según la cual los primeros druidas de esta isla procedían de las
costas cantábricas.
Por otra parte, no debe sorprender la importancia cobrada por Heracles, el
Hércules griego, en las leyendas galas. Incluso se le atribuyó la creación de la ciudad
de Alesia. Esto resulta menos asombroso cuando se considera que, en vascuence,
existe una antigua palabra: erakasle, que sirve para denominar al maestro, al que

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enseña, y que si este erakasle fue confundido por su nombre con el héroe griego, la
fundación de Alesia es perfectamente normal. En las siete provincias actuales de
Vasconia (Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa) se
encuentran muchos topónimos Alais, Alaitz, etc.
Desde luego, celtas y cromagnonoides se mezclaron y las estadísticas de los
grupos sanguíneos en Francia dan testimonio de ello aún actualmente… Y esto puede
dar sentido a la leyenda de Heracles seduciendo a la ninfa Pirene y haciéndole
concebir dos hijos, uno de los cuales fue Keltos.
Esto explicaría igualmente que, hacia el 300 a. de J. C., cuando los celtas
emprendieron su desplazamiento hacia el Finisterre ibérico, no cruzaron por el País
Vasco, territorio sagrado para los descendientes de la raza de Cro-Magnon, sino que,
penetrando por Somport, lo contornearon, siguiendo entonces la ruta que sería la de la
peregrinación cristiana de Compostela. ¿Por qué? Por la influencia de sus druidas
que, sin duda alguna, los dirigían hacia la actual Galicia.
Desde el punto de vista histórico, no es completamente cierto que dejaran de
penetrar en Vasconia, pues Estrabón aseguraba que los berones de la baja Rioja eran
celtas. Entonces la Rioja era enteramente euskaldún.
Después de los celtas llegaron los romanos y empezaron a aparecer los primeros
documentos acerca de los vascos. Los cartagineses llegaron casi al mismo tiempo que
los romanos. Fue la época de las guerras púnicas y los vascos supieron llevar una
política diplomática con respecto a ambos beligerantes. Según los momentos fueron,
si no aliados, sí, al menos, auxiliares para unos y otros. Disfrutaron de una relativa
seguridad, aunque perdieron la parte mediterránea de los Pirineos, donde los
dólmenes y toponimia conservan la huella de su antigua soberanía.
Después de las guerras púnicas, puede considerarse que Vasconia iba desde el río
Garona, en Francia, hasta Asturias, pasando por el Alto Aragón.
Plinio nos habla de siete tribus vascas: los jésicos (en Santander), los cántabros
(Santander, Vizcaya, Álava y la Rioja), los austrigones, caristios y origeviones
(Vizcaya y Álava), los várdulos y los vascones (Guipúzcoa, Navarra, Aragón y la
Rioja).
Según Tácito y Ptolomeo, hacia esta época de penetración romana, gentes del
Cantábrico fueron a establecerse a Irlanda, Inglaterra, Escocia y las Sorlingas.
Plinio (lib. VI) parece opinar que algunos de estos cántabros llegaron hasta la
India, estableciéndose a orillas del río Cántabro, afluente del Indo.
También según Plinio, otros cántabros fueron hasta el Ponto Euxino…
Puede verse que, en tiempos de Plinio, existía ya una tradición de
desplazamientos marítimos hacia el Este, pero, desde luego, era muy anterior al
tiempo de los romanos.
Flavio Josefo sitúa estos viajes en el 571 a. de J. C. Esto es visiblemente falso.
Heródoto, que vivió poco después, no habría dejado de señalarlo.

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Cuando la guerra de las Galias, los vascos sólo tomaron partido cuando las
hostilidades se aproximaron a Gascuña. Entonces se aliaron con las tribus galas de
Aquitania, pero los romanos los derrotaron y los vascos se retiraron a las montañas.
César, en las dos veces que fue a la Península Ibérica, no penetró jamás en las
regiones cantábricas.
Más tarde, y a pesar de sus tentativas, los romanos no consiguieron jamás
subyugar a los vascos, quienes conservaron su independencia. Pero resultaba que la
ruta que atravesaba Álava era indispensable para llegar a León y sus minas de oro.
Tiberio comprendió entonces que resultaría más inteligente «transigir». Propuso a los
vascones un tratado que garantaaba, a cambio del derecho de paso —y de vigilancia
de este paso— completa independencia en cuanto a costumbres, tradiciones y lengua.
Además, los dejó completamente exentos de tributos, no se establecieron allí
guarniciones legionarias ni colonias romanas.
Los vascos se mostraron de acuerdo con este tratado y aceptaron colaborar con el
Imperio. Asimismo aceptaron la instalación de factorías y establecimientos, que en
nada perjudicaban su soberanía.
Vespasiano les dio, más tarde, el derecho de «latium» y Caracalla el derecho de
«ciudadanía romana».

Y después se abatieron sobre Occidente las invasiones bárbaras. Parece que los
suevos intentaron penetrar en suelo vasco, pero no lo consiguieron y continuaron su
marcha hacia Galicia.
Los visigodos, que vinieron a continuación, obtuvieron de Honorio que les
cediera Aquitania con Toulouse como capital, pero Clodoveo destruyó en Vouillé, en
507, el reino de Aquitania y los visigodos pasaron a la Península Ibérica, intentando
entonces apoderarse de la costa cantábrica. Esta empresa corrió a cargo de
Leovigildo, que arrasó la baja Rioja y consiguió extender su dominio sobre una parte
de lo que es actualmente Navarra y la Rioja.
Desde entonces, la historia vasca fue una serie de tentativas de reconquista hacia
590 y, después, de defensa de su independencia contra los visigodos y, más tarde, a
principios del siglo VI, contra los francos, bajo cuya relativa dependencia estuvieron
los vascos hasta 660.
En esta época fue creado el ducado de Vasconia, que englobaba el actual País
Vasco francés. Este ducado gozó de un régimen de libertad regional que duró 108
años. Entonces se produjo la conquista árabe, que se detuvo a la altura de Iruña
(Pamplona).
Sin embargo, este aspecto histórico no está completamente claro. Debe plantearse
la siguiente pregunta: ¿qué árabes? Del ejército que invadió España sólo eran árabes
sus jefes. El ejército de invasión estaba constituido, sobre todo, por beréberes,
asimismo de origen cromagnonoide.

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Debe tenerse en cuenta que la población de la Península Ibérica no puso mucho
ardor en detener la invasión musulmana. Puede suponerse que los autóctonos no
consideraran nada malo que los libraran de los visigodos, tan crueles en la Península
como los francos en la Galia. Por Aquitania los musulmanes pasaron con gran
facilidad y si los francos los detuvieron en Poitiers es porque defendían el botín
conquistado.
En 768, al ser reconquistada Aquitania por los francos, los vascos debieron
defenderse contra ellos. Durante este período se sitúa el episodio de la derrota de
Roldán en Roncesvalles.
A partir de 824, parece que Vasconia gozó de completa independencia. Se
constituyó un Reino vasco en Iruña (Pamplona), que más tarde se convertiría en el
Reino de Navarra, el cual agrupó a todos los vascos en tiempos de Sancho el Mayor
(siglo XI).
El Reino de Navarra, cabeza de Vasconia, fue perdiendo poco a poco territorios
vascos hasta que, en 1512, Fernando el Católico llegó a invadir la propia Navarra,
que dejó de ser un Estado independiente. Las tres provincias vascas que quedaron
dentro del Estado francés (Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa) perdieron sus fueros con
la Revolución de 1789. De todos modos, las provincias de la Vasconia española
(Navarra, Guipúzcoa, Alava y Vizcaya) conservaron parte de sus fueros hasta 1876,
año en el cual fueron abolidos. Sin embargo, aún en la actualidad, tanto Alava como
Navarra poseen Diputaciones con carácter foral.

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16. LA ANTIGUA RELIGIÓN

Tanto si la prehistoria de los descendientes de la raza de Cro-Magnon se desarrolló


como he dicho o de forma diferente, es de todos modos cierto, y ello porque no puede
ser de otro modo, que esta vieja «raza atlántica» ha dejado en Europa un núcleo de
descendientes que han permanecido prácticamente solos y puros: el pueblo vasco.
No se excluye —y se puede incluso considerar como probable que hubiese
también una raza original americana—, lo cual sería casi una prueba absoluta de la
existencia de la isla de la Atlántida. Es un estudio para el que no estoy lo
suficientemente preparado.
Y limitándonos sólo al viejo mundo, podemos ver cómo este pueblo vasco, que se
ha mantenido contra toda adversidad durante más de veinte mil años, ofrece un
interés en cuanto a los orígenes de las razas europeas, al menos occidentales, por
ejemplo los idiomas, pues las huellas dejadas por la lengua original son enormes.
También existen otras razones que consideraremos.
Es evidente que esa «resistencia» procede, en primer lugar, de un sentimiento
religioso armonizado con el cristianismo. Hasta la llegada, en estos últimos años, del
maquinismo demoledor, ¿había alguna actividad del pueblo vasco que no tuviera un
aspecto religioso?
Cuando digo «religioso» no me refiero a que fuera exclusivamente «clerical».
El vasco es materialista; profundamente materialista, pero su materialismo no se
limita a considerar la materia como algo muerto, cuyas cualidades estén al margen de
la vida humana o de la vida, simplemente.
Por otra parte, no sé si sus costumbres, sus formas de pensar o su propio idioma
se lo permitirían.
Para el vasco, todo lo que tiene nombre existe y, consecuentemente, todo lo que
existe debe llevar un nombre. Resulta evidente que, conscientemente o no, nombrar
es una forma de sacralización. Al darle nombre a una cosa, ésta adquiere su lugar en
la vida general, en la vida de todos los días y en el ritmo del mundo. Y, de este modo,
todo tiene, con la mayor naturalidad del mundo, su base religiosa y viva.
Creo que San Bernardo estaba muy cerca de esta filosofía cuando decía a sus
monjes: «¿Creéis que no se podría sacar miel de la piedra?». La Naturaleza enseña a
la vida, a toda la vida, desde la piedra a la estrella.
Bailar es un placer y el placer es un sentimiento religioso.
Creo lo que el eclesiástico vasco me dijo, como la cosa más natural del mundo:
«Si no fuera sacerdote, me habría hecho bailarín y, para ello, habría empezado mi
formación»; y, evidentemente, la forma en que me hablaba me demostró que, para él,
se trataba de dos actividades cuya esencia era profundamente religiosa.
Y esto explica la seriedad que adoptan los vascos al realizar todos los ejercicios
corporales que suelen considerarse como distracciones. El juego de la pelota tiene un

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aspecto religioso, tanto si es a mano, a pala o a chistera, y el sacerdote que sale de la
iglesia, después de haber dicho misa, ocupa con toda naturalidad su lugar con placer,
pues la complexión de los vascos hace que les complazcan todos los ejercicios
corporales, pero también con algo más… Quien ha jugado al rugby con los vascos
sabe hasta qué punto, para ellos, el juego supera el simple ejercicio físico.
A causa de todo esto, no dejarla de tener importancia buscar cuál fue la forma de
la religión vasca antes del cristianismo. No estoy seguro de que la diferencia, para el
pueblo, fuera muy grande; y, por lo demás, se tiene la impresión que adaptaron su
cristianismo a formas anteriores.
Por encima y más allá del mundo existe lo desconocido, lo innominado, no
asequible para los sentidos o el intelecto humanos, responsable de todo, pero fuera
del alcance de los hombres.
Ahora se le da un nombre: Jainko, que parece fue introducido por el cristianismo
y derivar de Jaungoikoa: el señor que está en los cielos.
Desde luego, eso parece una reducción, es hacer entrar a Dios en el círculo de las
cosas que tienen nombre, que existen desde un punto de vista terrestre, con grandes
cualidades, muy superiores, aunque, sin embargo, cualidades que lo ponen al alcance
de los hombres. El innominable se ha convertido en «nombrado». Se ha reducido el
«Todo» a una personalidad…
Al ser incognoscible e innominado, no resulta asombroso que no aparezca en
ninguna de las innumerables pinturas rupestres y, evidentemente, no queda ninguna
huella en el idioma.
Sabemos que se ha hablado, un poco a la ligera, de los «ídolos». Este término,
que emplean todos los prehistoriadores, designa lo que, en los tiempos de la
prehistoria, podía parecerse a una figura humana.
No sé en qué se habrán fundado para considerar «ídolos» a esas figurillas. Creo
que partieron de la idea preconcebida de que al haber ciertos pueblos actuales que
poseen «ídolos» se desprendía que los antiguos deberían tener también la mentalidad
de los primitivos y, por tanto, «adorar ídolos».
Se sabe que ciertas piedras eran sagradas —y que, generalmente, lo son aún en
mayor o menor medida—, ya marquen en el suelo lugares privilegiados o recuerdos
que les den cierto derecho a la veneración… Es bien cierto que, en la lengua vasca no
se halla ninguna palabra que pudiera, en los tiempos antiguos, designar objetos de
idolatría. No cabe duda de que las palabras que las designan actualmente han surgido
del cristianismo: pagano procede del latín; jainkoaizun quiere decir falso dios;
itsutuki, idolatrar, quiere decir estar ciego, ciegamente…
No se sabe nada, o casi nada, de los cultos antiguos, con excepción del culto
danzado. Una tradición, que no parece ser de factura reciente, indica que no existió
«templo» en el que se desarrollaran los ritos; por otra parte, no se ha descubierto
ninguna huella, pero, gracias a Estrabón, sabemos que las «gentes de la casa» se

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reunían ciertas épocas delante de ella —o delante de la caverna, por la noche— para
celebrar danzas religiosas.
Un aquelarre…
No creo que, para este tipo de reunión de danzas, el origen de la palabra sea el
mismo que el del sabbat judío o del sábado latino.
La propia danza, como elemento de ritual religioso, ha persistido durante mucho
tiempo en el País Vasco, incluso después de la extensión del cristianismo y se bailó
durante mucho tiempo en las iglesias… Hasta que esta práctica fue prohibida hacia el
siglo XV, pues ciertos obispos consideraron inconveniente este añadido al ritual
romano. No afirmaría que hubiese desaparecido del todo… (Existía aún en Chartres
incluso durante la Edad Media, y era el propio obispo quien encabezaba las danzas
sagradas).
Estas danzas sagradas no son únicamente características del País Vasco. También
eran efectuadas por los guanches y las realizan en la actualidad los beréberes del
Atlas. En la isla de Jersey se cantaba aún:

E iremos en San Juan


a bailar a la roca Balan[1]

Y el gran crómlech de Stonehenge es llamado aún, en galés, el Cathoir Ghall, el


«círculo de baile de los gigantes» (¿los gigantes o los jaunak, los señores?). No debe
olvidarse que se trata de la misma raza que ocupa todas las orillas del Atlántico.
Es probable que fueran estas danzas las que inspiraron el famoso aquelarre de las
brujas, en el cual fue introducido el diablo, representando el dios de la religión
anterior. No es imposible, es incluso probable que en el siglo XVI, cuando De Lancre
acudió a Lapurdi a organizar sus procesos contra las brujas y brujos no hizo más que
enviar a la hoguera a gentes que continuaban, simplemente, celebrando viejos rituales
de tiempos pasados.
Un nombre vasco, bastante antiguo, es, en efecto, xara. La palabra que da idea de
reunión es batz, Xarabatz da la idea de una reunión en el bosque.
Esta palabra se parece mucho a «sabbat».
Es probable que en estas reuniones fueran incluidos ciertos ritos de fecundidad, o
de fecundación, poco «convenientes».
Pues hay dos manifestaciones de la divinidad incognoscible, manifestaciones de
concepción maniquea, no del bien y del mal, sino de fuerzas antagónicas o
complementarias que se expresan en términos sexuales, masculino y femenino, y en
términos opuestos como tierra y fuego.
Ahí es donde encontramos a la gran diosa de los antiguos vascos, y también de
los actuales: Mari, que prácticamente tiene todos los atributos de la naturaleza
terrestre; y su mando; Maju, que parece contener todas las fuerzas celestes.

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Maju es también Sugaar, la gran serpiente cuya naturaleza es de fuego celeste y
que tiene evidentes analogías con la N’wouivre, la serpiente celeste de los celtas.
En las leyendas religiosas vascas, parece que sólo se ocupa de una de sus
funciones o actos: acude regularmente a hacer el amor con Mari. Esto puede
engendrar criaturas, tormentas o ciclones, según los lugares…
Salvo por sus encuentros con esta última, participa muy poco en las leyendas…
Pero debe considerarse que las leyendas son populares y que las cosas sagradas —
existen en todas las religiones— no están destinadas a ser vulgarizadas, ya sea en
leyendas o en cuentos. No se puede pensar en la indiferencia de la gente. De todos
modos, ha escapado a la transformación en diablo-serpiente del paraíso terrenal.
Pero la gran diosa es Mari.
José Miguel de Barandiaran[1], que la ha seguido en todas sus transformaciones,
dice: «Mari es un genio de sexo femenino que ha conseguido acaparar muchas
funciones que le fueron atribuidas en el País Vasco bajo diversos nombres. Es
considerada como una jefa de los genios».
Tenemos que volver a ocuparnos de esta palabra de «genio». Una literatura de
cuentos de hadas, a veces más o menos inspirada, sobre todo en la literatura, en los
cuentos orientales, nos presenta al genio en forma de ser evanescente, efrit o jenun,
bueno o malo, obediente o no, pero aislado de la Naturaleza, espíritu al margen de las
leyes comunes. Los latinos también lo conocían, más o menos con esta forma, pero
da la impresión de que resultaría más adecuado tomarlo bajo la forma griega de
gennan, engendrar, hacer; egin en vascuence.
En efecto, es evidente que Mari, cuyo antiguo nombre serla Maya, es una
designación general que concierne a la Naturaleza y, más particularmente, a lo que
tiene de terrestre. Es, en formas apenas diferentes, la antigua «Tierra Madre» de los
antiguos, que le han dado otros nombres.
En este sentido, las manifestaciones de Mari pierden la mayor parte de sus
aspectos míticos para adquirir, simplemente, un sentido figurado que refleja más
poesía que mitología.
En algunas comarcas vascas, su nombre a veces significa dama. Es la dama de tal
sitio o de tal otro. Es la «Dama Naturaleza, tal como se manifiesta aquí o allí, pues,
tal como lo conocemos con las expresiones más cultas, la Naturaleza no se manifiesta
de la misma manera en todas partes… Y esta diferencia puede explicarse tanto en el
lenguaje poético como en la terminología erudita.
Cuando las fuerzas eléctricas de la atmósfera crean un intercambio tormentoso
con la tierra —y en lugares determinados— resulta muy poético, aunque
perfectamente natural, decir que la gran serpiente Sugaar hace el amor con Mari, su
esposa. Es tan comprensible como decir que ha caído el rayo… Y Sugaar hace el
amor a Mari en el lugar en que ha caído el rayo.
J. M. de Barandiaran dice: «Ciertos relatos presentan a Mari en sus diversas
habitaciones, como si no se tratata de un solo genio o divinidad, sino de diversas

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hermanas. De este modo, se dice en Marquina de Marije kobako “la Mari de la gruta”
que hace sus apariciones en la caverna de Kanterazar y que tiene los mismos atributos
que la de Anboto, es hermana de ésta y ambas se hacen una visita de vez en
cuando…».
Cuando el cristianismo se extendió por el País Vasco —de forma tardía—
adquirió y conservó un aspecto específicamente vasco y Mari fue identificada con la
Virgen María.
De este modo, algunos relatos populares representan a la virgen de Aránzazu y a
la de la Antigua de Zumárraga como hermanas, y no sólo como imágenes y
representaciones de una misma virgen. Es bastante habitual decir que las vírgenes
vascas son siete hermanas: zazpi aizpatxo dira euskaldun birjinak (las vírgenes
vascas son siete hermanitas).
Quizás es por influencia de los vascos que tenemos la costumbre de considerar
como diferentes la virgen de Lourdes y la de La Salette, lo cual es, cristianamente,
herético. (Debe señalarse, sobre este respecto, que la gruta de Lourdes era una gruta
sagrada mucho antes del cristianismo).
Detrás de los relatos populares concernientes a Mari y que podrían asimilarse
ahora a simples supersticiones, pare ce que se ocultan fenómenos naturales
expresados por los cuentos.
Así, cuando la Mari de Muru se lava la cara con su pie izquierdo (?), el granizo
arrasa los trigos de Navarra. Según se dice en Oñate y en Arechavaleta, cuando Mari
está en Anboto, llueve copiosamente; cuando está en Aloña, hay sequía. En Orozco
se dice que la cosecha es abundante cuando Mari se halla en Supelaur.
«Mari forja las tempestades. Muchos árboles son destruidos por el rayo, según se
dice en Albistur. Cuando esta dama se encuentra en Aketegi hay días de tormenta;
estas tormentas son formadas por ella en Aralar y en Trinidade-mendi, según se cree
en Oyarzun».[1]
Así, pues, podemos verla como madre de los fenómenos naturales… También es
madre, y esto es perfectamente natural, de los tesoros de la tierra. Sus habitaciones
son las regiones situadas en el interior de la tierra, pero estas regiones comunican con
la superficie terrestre por diversos conductos que llevan a grutas o a abismos. En
estas cavernas, las cuales se asegura que están ricamente ornadas, Mari posee oro, lo
cual recuerda que el oro se halla en filones en el interior de la tierra, así, pues, en el
dominio de Mari…
Son reflexiones dictadas por el buen sentido; el oro, como todos los metales,
procede de la tierra. Evidentemente, el narrador adorna el relato: atribuye a Mari
lechos de oro; hila el oro en una rueca de oro; está sentada en un sillón de oro; tiene
peines de oro, etc.
Aparte los fenómenos terrestres, toma parte en los de la atmósfera. Se la ve con la
cabeza rodeada por la luna llena. Ella puede adoptar la forma de media luna que
despide fuego; ella es ráfaga de viento, es nube blanca, es arco iris, es globo de fuego.

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También —y, desde luego, esto es muy interesante— cobra formas de animales:
toro, macho cabrío, caballo, serpiente, buitre… J. M. de Barandiaran dice: «Las
formas animales de las que hablan los relatos míticos relativos al mundo subterráneo
representan a Mari y a sus subordinados, es decir, los genios terrestres o las fuerzas
telúricas, a las que el pueblo atribuye los fenómenos del mundo. Los cambios de
formas mencionados en los diversos mitos confirman esta idea».
Así, pues, no resulta asombroso ver aparecer en el aquelarre uno de los animales
que representan a Mari, tales como el buco, alrededor del cual —en otros lugares—,
se han creado tantas leyendas. No debía de ser muy extraño encontrarlo entre los
bailarines reunidos por la noche en el bosque, del mismo modo que hoy el toro de
fuego alegra los fandangos en las fiestas de San Juan de Luz.
Desde luego, existía una especie de culto a Mari. Culto no es quizá la palabra más
conveniente, pues parecía tratarse de una especie de seguro a base de sacrificios;
seguridad, sobre todo, contra el granizo, lo cual es un acto de cultivador. La seguridad
se obtenía haciéndole a Mari un regalo; en general, su animal preferido parecía ser un
carnero. Con la misma intención se hacían procesiones que fueron, sin duda,
derivadas del baile, por ejemplo en la gruta de Mari en Anboto, o en la de
Murumendi.
Estas procesiones han llegado hasta nuestros días y quizás aún existen. Por
ejemplo, los habitantes de Muguiro iban en procesión a una sima de Mari, en donde
el cura del pueblo celebraba la misa. Igual se hacía cada siete años en Isasondo, en la
entrada de la sima de Murumendi.
Todas las religiones tienen sus mandamientos, a los cuales las iglesias o
congregaciones añaden los suyos. Mari no ofrece una excepción en este sentido, pero
sus mandamientos no tienen ningún aspecto religioso, al menos en el sentido que le
damos actualmente. Son mandamientos que no conciernen a la vida corriente, que
sería, más bien, una «guía de conducta» en sociedad. Mari no parece desear que la
adoren. No quiere adquirir el aspecto de divinidad. Rechaza la mentira, el robo, el
orgullo, la jactancia y la falta de respeto a las personas. Exige el cumplimiento de la
palabra dada y la ayudá mutua.
También parece que los castigos no son de su incumbencia, pero son inherentes a
sus faltas, por una especie de ley natural. Los delincuentes son castigados por la
privación o la pérdida de lo que fue el propio objeto de la mentira, del robo, del
orgullo, de la falta de respeto a las personas, de la falta de asistencia mutua.
En los relatos, esto se traduce por una reparación de lo que ha condicionado la
falta, condición siempre material. Un proverbio euskaldun dice: ezai emana, ezak
eraman: «lo que es dado a la negación, la negación lo toma», o, si se quiere: «lo que
ha causado la mentira, la mentira lo toma» o «lo que ha causado el orgullo, el orgullo
lo retira».

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No estoy muy seguro de que los vascos, tanto los actuales como sus antepasados,
consideraran alguna vez a Mari como una divinidad, es decir, algo extraño a los
hombres. Los genios de las aguas, de los bosques, de los montes, de los elementos
son aspectos de Mari-la-Naturaleza. Darles una personalidad es una tendencia
humana; respetarlos también; intentar que nos sean favorables no es distinto a lo que
hacemos corriente mente por procedimientos diversos y muy cristianos.
No estoy seguro de que los animales no sean considerados como aspectos de Mari
formando parte de la Naturaleza; utilizarlos es una cuestión científica… Y no es
seguro que los propios hombres no se consideren como uno de los aspectos de esta
naturaleza, muertos o vivos.
Mari ha tenido, en cierto modo, sus sacerdotes: los de la esta Naturaleza, muertos
o vivos.

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17. LA CASA VASCA

Hubo un tiempo en que los antepasados de los vascos construyeron casas. Sin duda,
cuando el utillaje se lo permitió o cuando escasearon las cavernas habitables. Ésta
fue, probablemente, la época de los dólmenes. Y es seguro que la casa construida
conservó, religiosa, sentimental y tradicionalmente el papel que había desempeñado
la caverna… Y el papel de la casa en la vida social vasca es casi incomprensible en
nuestra civilización presente.
Contrariamente a lo que definen todas las leyes sobre la propiedad —que los
vascos están obligados a seguir—, la casa no es propiedad de un hombre, de una
pareja o de una familia más que aparentemente. Lo contrario serla más justo: los
habitantes de una casa son los que, en cierto modo, forman parte de la propiedad de la
casa. El hombre no es sólo «un tal» sino «un tal de tal casa».
Durante mucho tiempo, y hasta el siglo pasado, se llevó el nombre de la casa a la
que se pertenecía. Se llegó a dar el caso de que los vascos, que utilizaban el nombre
de su casa como apellido, se enteraron, en el Ejército, de que no se llamaban así.
Esta costumbre tiende a desaparecer a causa de las leyes impuestas por los
negocios inmobiliarios, por los derechos sobre transmisiones patrimoniales que
atentan contra todas las costumbres vascas.
Tradicionalmente, la casa es de todos los que viven en ella, por lo general una
familia. Cuando uno de los hijos se casaba y juzgaba conveniente abandonar esta
casa, lo primero que tenla intención de hacer era «fundar un hogar», es decir, fundar
una casa y el nombre de ésta se convertía en su auténtico nombre de vasco. Si se iba a
vivir a la casa de su esposa, adoptaba el nombre de ésta.
Cada descendiente de una casa tenla derecho de residencia, derecho normal,
aunque nuestra legislación es, en lo que concierne a la posesión del hogar, para los
vascos tradicionales… totalmente absurdo. El heredero, al ser un heredero de
dirección más que de posesión, era, generalmente el marido o el hijo de la «Señora de
la casa».
En realidad, en esta casa reside una «divinidad», la etxekoandre, la «señora de la
casa», esposa o madre del señor de la casa o etxekojauna… Pero es mucho más que
esto.
Evidentemente, puede suponerse, como lo expresé en El misterio de Compostela,
que esta forma de dominio que posee, en la vivienda, la «señora de la casa» podía
tener su origen en algo relacionado con el mar: la mujer remplazaba al hombre
durante sus prolongadas ausencias y era, en cierto modo, al no estar el dueño, «la
dueña después de Dios». Pero esto es más importante —y más completo— que este
aspecto utilitario.
La casa es la sucesora normal de la caverna; es la caverna reconstituida sobre el
suelo y ésta, tanto si los hombres habitan en ella o no, es el dominio de Mari. Quizá

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vaya muy lejos —ya me avisarán mis amigos vascos— al emitir la hipótesis de que,
como resto de tiempos muy antiguos, la «señora de la casa» remplaza y es, en cierto
modo, la proyección de Mari en sus cavernas inviolables. La etxekoandre es la
representante de Mari, regente de un poder religiosamente transmitido.
A ella le corresponde determinar lo que puede o no puede hacerse en el dominio
de Mari.
Los eruditos, ocupados con este problema con una mentalidad de inspiración
cristiana, que reserva los papeles tanto sociales como religiosos únicamente a los
hombres, no podían comprender, ni a menudo admitir, esta autoridad femenina, de la
cual no han solido ver ni el alcance ni sus límites.
Muchos creyeron columbrar en esto una supervivencia de los tiempos del
matriarcado. También creyeron estas costumbres descritas por los primeros invasores
de las Canarias, donde la mujer era dueña todopoderosa en su casa o en su caverna.
Este poder, como en Vasconia, se limitaba a la casa.
No comprendieron que la etxekoandre era la representante de un bien más
espiritual que temporal. Era la guardiana de un templo.
A ella le correspondía hacer respetar este lugar y su perennidad, como un centro
religioso que integraba, a la vez, tanto a muertos como a vivos.
La casa no sólo pertenece a los vivos, los muertos también tienen derecho a ella.
Los vivos llevan en la casa su vida de vivientes, mientras que los muertos «viven»
como muertos.
Se ha hablado mucho de un «culto a los muertos» que, sin ser absolutamente
propio del País Vasco, posee una gran importancia. Se trata, sin duda, de una
costumbre que, como la de la etxekoandre, parece proceder del tiempo de las
cavernas. En efecto, se ha observado que, en la mayor parte de las cavernas que
fueron habitadas en el País Vasco, los muertos no fueron enterrados, ni en el fondo,
sino en la entrada.
Ahora bien, durante mucho tiempo, e incluso después de la aparición del
cristianismo, los muertos de la casa eran inhumados, al menos cerca de la entrada,
bajo el tejadillo.
Sin embargo, podría resultar exagerado hablar de culto. El pueblo vasco parece
que nunca ha considerado la muerte como un final total, sino la transición que
conduce a una especie de fin del conjunto cuerpo-espíritu que constituye un ser vivo;
el alma, empleando la expresión cristiana, conserva su vitalidad propia y continúa, en
condiciones ignoradas, percibiendo, pensando y deseando.
Pero el cuerpo queda; y no es sólo un cadáver inerte que haya abandonado toda
vida material, sino un cadáver aún capaz de una vida espectral, o sea, afectiva… Y
este cadáver forma parte de la familia, de la casa y, en este sentido, le corresponde a
la «señora de la casa», como tal, encargarse de los aspectos tanto religiosos como
afectivos debidos a este muerto.

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Así, pues, el cadáver no es completamente considerado como un cadáver. Hay en
él algo que no pertenece por entero a la muerte y, al pertenecer a la casa, tiene
derecho a quedarse en la casa.
Esta transición a la muerte supone una serie de actos rituales, bastante
complicados, que aún se practican, pero cuyo origen es evidentemente lejano en el
tiempo.
En el momento de la agonía, es bueno facilitar la liberación del espíritu. En
principio, ello corresponde a los sacerdotes con sacramentos, unción, absolución,
según las modas actuales de la religión; sin embargo, se retiran aún, antes de la
muerte, varias tejas del tejado, en donde se abre la ventana para facilitar el paso del
alma y evitarle, sin duda, los errores del camino.
Después, a los parientes y amigos que han acudido a asistir al muerto en sus
últimos instantes, les corresponde, si se trata del dueño de la casa, prevenir a los
animales domésticos que asimismo forman parte de la casa. Le toca en primer lugar
al vecino más próximo que advierte en seguida a las abejas golpeando la colmena y
diciéndoles: Iatzar zite, buruzagia hil zaizie «despertad, el amo ha muerto»; después
los otros animales domésticos son obligados a levantarse si duermen y se les hace el
mismo anuncio.
J. M. de Barandiaran dice: «A principios de siglo, aún permanecía la costumbre
de enterrar en el jardín a los recién nacidos muertos sin bautizar. En esa parte del
jardín, llamado “el jardín de la dueña de la casa”, no se plantan más que flores».
En efecto, la sepultura pertenece a la casa y cuando el cristianismo reivindicó la
sepultura de los muertos cristianamente, las tumbas familiares se convirtieron en
parte integrante de la casa comprendiendo alegóricamente, a fin de que no se separen,
el camino de la casa a la tumba. Como todos los miembros vivos tienen derecho a un
puesto en el hogar, todos los muertos tienen derecho a un lugar en la tumba de la casa
y nadie puede quitarles ese derecho.
De todos modos, en este camino de la casa a la tumba, ha persistido durante
mucho tiempo la costumbre de quemar la ropa de cama del muerto, a fin de que no
pueda volver a hallar su camino… Quizá se trata de un resto de temor por haber
privado al difunto de su derecho de llevar su «vida» de muerto en la casa…
«Aún ahora, en numerosos lugares, se continúan haciendo ofrendas “necesarias”
al muerto: cirios, alimentos, platos de carne e incluso animales vivos que están atados
a la puerta de la iglesia durante las exequias…».[1]
En algunos pueblos se cree que se alimenta y alumbra a los muertos en su
estancia mortuoria.

¿Supersticiones? Sin duda, pero ¿no se basarán en unos conocimientos perdidos? El


carbono 14 nos enseña que, más allá de lo que denominamos muerte, persiste una
forma de vida material. La madera que muere no está completamente muerta; incluso

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carbonizada, la madera no es una materia inerte, muerta. En esos cadáveres vegetales
existe aún una forma de vida… Incluso en los minerales, cuya transformación, por ser
lenta, no deja de ser constante, signo indudable de vida.
El animal, igual que el hombre, no escapa a esta supervivencia diferente a la de la
descomposición… Entonces, ¿cómo considerar un cadáver desposeído de vida si aún
lo habita una energía?
No sabemos nada de la muerte, sino de la muerte clínica, como tampoco sabemos
acerca del nacimiento, nada más que su proceso, ¿es suficiente para afirmar que otros
no han podido penetrar en su secreto? Secreto perdido, sin duda, pero del cual
podrían ser recuerdo, más o menos deformado, varias «supersticiones». ¿Cómo saber
si esos «supersticiosos» no tienen, por una parte, razón cuando perciben ciertas
formas de supervivencia de los hombres? ¿Quizás estas personas de sentidos sutiles
advierten sus manifestaciones en fantasmas o, como prefieren creerlo los vascos, en
resplandores y fuegos?
Probablemente no debería tomarse tan a la ligera el valor de las peregrinaciones
cristianas a las tumbas de algunos santos, o las peregrinaciones musulmanas a las
tumbas de ciertos marabutos; tampoco deberíamos extrañarnos del culto a la tierra de
los antepasados, ni la preocupación de señalar las tumbas con estelas, pirámides y
dólmenes.
Como he manifestado, el tiempo de los dólmenes debió de corresponder al tiempo
en que se comenzó la construcción de las casas. Así, pues, no debería excluirse la
posibilidad de que algunos de esos dólmenes pudieran ser tumbas simbólicas de
(paso) para la muerte, lo cual, desde tiempo inmemorial, ha sido siempre una de las
pruebas del “cambio de vida del sabio al pasar de una a otra forma de vida”.
Primitivamente, en el hecho de que, en cierto modo, se «vincularan los muertos a
la casa, había una idea, expresada o no, de reencarnación futura que, de un modo o de
otro, retendría a la entidad en su morada. Esto no puede ser más que una hipótesis.
Este pensamiento, si existió, ha sido olvidado a causa del catolicismo, que envía
definitivamente a los muertos al más allá y no es fácil encontrar documentos sobre
este particular; los primeros textos escritos en vascuence o euskara datan del siglo X o
XI. Las leyendas no parecen recoger nada a este respecto. De todos modos, no
poseemos todas las leyendas originales.
Los vascos, frente a la muerte, observan un comportamiento muy particular.

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18. «BASA-JAUN»

Uno de los personajes más apasionantes de la mitología vasca es el Basa-Jaun.


Es el «Señor del bosque». En un sentido más amplio, puede significar el «señor
de la Naturaleza».
No era un genio solitario. Vivía apartado de los hombres, en tribu o en familia, en
sus bosques o en sus cavernas. Su compañera era la Basa-Andere «la señora del
bosque".
El Basa-Jaun era un genio con forma humana, enorme y poseedor de una fuerza y
de una agilidad prodigiosas. Se dice que estaba completamente cubierto de vello y
llevaba el cabello muy largo, cuidadosamente peinado, que le cubría el rostro, el
pecho y el vientre, bajando hasta la altura de las rodillas.
En los relatos populares, es un genio bienhechor, gran protector de los rebaños y
de las cosechas. Cuando no estaba muy lejos, no se aproximaba ningún lobo y los
corderos que lo conocían hacían tintinear su cencerro cuando él estaba cerca. Cuando
amenazaba una tormenta, su voz, en las montañas, advertía a los pastores.
Resulta evidente que, a pesar del adjetivo, no nos hallamos ante un «genio» en el
sentido que suele darse a esta palabra.
Todos los relatos que lo describen nos lo presentan como un hombre de una
categoría superior a la de los humanos ordinarios. En este sentido, era un Jaun, un
señor, con apariencia humana, salvo, según dice la leyenda, que uno de sus pies tenla
la planta circular, como la reina Pedauca tenla pie de oca… pero resulta curioso que
los antiguos siempre señalaran a los hombres fuera de lo común de algún modo,
atribuyéndoles una malformación de un miembro inferior. Hefesto, el herrero al que
los latinos llamaron Vulcano, era cojo. Pitágoras tenla una pierna de oro. La reina
Pedauca tenla pie de oca, Melusina cola de serpiente. Aún en la Edad Media, las
estatuas de los santos «iniciados» tenían una rodilla al descubierto o las piernas
cruzadas… Es probable que esto tenga que ver con la planta del pie circular de los
Basa-jaunak.
Sin duda sucede igual con los cabellos largos que le llegan hasta las rodillas,
cuidadosamente peinados.
En todo Occidente existe una especie de superstición acerca de la cabellera cuyo
significado se ha perdido, pero que conocían aún los antiguos, entre los cuales no
podía reinar nadie si le habían cortado los cabellos. Cristianamente, cortar los
cabellos significaba retirarse del siglo, como los sacerdotes a los que se tonsuraba.
San Bernardo introdujo en la regla templaria la obligación del afeitado de cabeza para
los profesos.
De hecho, y esto quedaba bien reflejado en los cuentos, los Basa-jaunak eran una
casta de hombres sabios acerrca de todas las cosas de la Naturaleza, eran los señores

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de la Naturaleza… Y la leyenda les atribuye la mayor parte de los descubrimientos
que condicionan la vida de los hombres.
Fueron los primeros cultivadores. Cultivaron el trigo y el maíz y si los demás
hombres consiguieron igualmente cultivarlos, ello fue empleando diversas astucias
para procurarse las semillas y el medio de cultivarlas. Estas astucias fueron debidas a
una especie de «Eulenspiegel» que supo engañar a los Basa-jaunak. Es conocido con
el nombre de San Martín, pero no tiene ninguna relación con el santo auténtico. Su
nombre, más bien, debe de provenir de Zamar, que designa una cabellera enredada,
compacta y sucia; su traducción más aproximada podría ser: sel desgreñador… Este
San Martín es, a la vez, astuto e inocente (véase capítulo I).
Mediante otras astucias, San Martín consiguió enterarse por los Basa-jaunak de la
época de las siembras, de las cosechas, etc.
Al ser los primeros cultivadores, puede atribuirse a los Basa-jaunak —aunque
ningún relato haga mención a ello— la invención del primer arado.
También fueron los primeros molineros. A ellos les debe el hombre la rueda de
molino. Fueron los inventores del arte de soldar el hierro y los primeros en utilizar la
sierra. Este secreto también fue robado por San Martín, quien aprendió de los Basa-
jaunak que era necesario tomar como modelo la hoja dentada del castaño…
Éstas no son características de «genios», sino de hombres, de una categoría de
hombres parecidos a los otros, pero que viven separados.
Eran «sabios» dotados de «poder» no sobre los hombres, sino, como su nombre
indica, sobre la Naturaleza. En cierto modo, eran sacerdotes de Mari, la Tierra Madre,
aunque no sé si el término «sacerdote» es adecuado. Dueños de la Naturaleza, dueños
del bosque, como dice J. M. Barandiaran.
No eran formas míticas de Mari, pues si Mari formaba las tempestades, los Basa-
jaunak podían advertir sólo de su proximidad. Tenían cierto poder sobre los animales
salvajes (ahuyentaban a los lobos) o domésticos (los corderos anunciaban su llegada).
Cultivaban el trigo —si es que no lo crearon—, hacían harina y el pan.
Se trataba de una casta de sabios, que en otros tiempos y lugares fueron llamados
«druidas».
La comparación no es tan ilógica como podría creerse. Tal como hemos visto, los
vascos no son los únicos cromagnonoides de Occidente y si la sangre vasca, la lengua
vasca han surgido de la sangre y de la lengua de los cromagnonoides del mesolítico,
es probable —no cierto, pero probable— que estas leyendas vascas antiguas
recuerden costumbres y organizaciones que se extendían, más o menos parecidas, a
todos los descendientes de la raza.
Ahora bien, en la Antigüedad sólo sabemos de la presencia de druidas en los
lugares en los que había perdurado esta raza, es decir, en el extremo occidental de
Europa. Precisamente allí donde no sólo la sangre, sino también la toponimia,
demuestran la existencia lejana de los cromagnonoides.

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No es extraordinario encontrar faicanes entre los cromagnonoides guanches. Las
atribuciones sociales conocidas de los faicanes eran las mismas que las de los druidas
galos o gaélicos y cuyos conocimientos están próximos a los de los Basa-jaunak
vascos.
Tanto en Francia como en las islas Británicas, la proporción de los
cromagnonoides de sangre 0 es muy grande y, por esta causa, no parecería
extraordinario que cierta forma de vivir —lo hemos visto por los dólmenes—, una
cierta filosofía gromagnonoide prevaleciera en esa mezcla 0A que constituyen los
pueblos celtas de la Galia y de las islas Británicas.
El fenómeno lingüístico sobre el que se han basado únicamente hasta ahora para
hacer proceder a los celtas de la meseta del Irán parece algo totalmente aparte del
fenómeno racial, pues la sangre tipo B aria sólo penetró en Occidente en los confines
de Prusia.
Dejando a un lado el fenómeno racial, los negros anglófonos o francófonos de
África no son, sin embargo, ni ingleses ni franceses. El hecho de que, según se dice,
la lengua francesa sea latina de origen, no supone, en modo alguno, un origen latino
del pueblo francés actual.
La implantación de una lengua obedece a leyes distintas de las de las invasiones y
de las dominaciones…
Pero, al estar planteado esto, debemos considerar que sólo se encuentran druidas,
según los antiguos, en la Galia y en las islas Británicas. No se hace ninguna mención
a ellos en los países balcánicos. Estos druidas sólo aparecían en los países con una
densidad importante de cromagnonoides.
Quizá no carecerá de interés comparar el nombre de Basa-andere o Maxa-andere
con el guanche de Magnade.
Las Magnades era una especie de druidesas que organizaban las ceremonias
rituales de los guanches, cuya raza, recordémoslo, es cromagnonoide.
Y aún hay más. Se sabe que los druidas, en sus iniciaciones sucesivas, pasaban
por diversos grados, entre ellos el de médico a ovate. En euskara, mejorar la salud de
un enfermo se dice Hobeagotu, que, en lenguaje corriente, se pronuncia obatu.
Es más: los Basa-jaunak eran asimismo los señores del bosque… Probablemente
este culto bailado que practicaban los vascos en ciertas lunas delante de su casa o de
su caverna, los Basa-jaunak los celebraban en los bosques, de ahí ese «sabbat»
xarabatz (sabbat que encontraremos en otra categoría de constructores, los de
dólmenes —los jentilak—, que se practicaba en toda Francia hasta casi la actualidad).
No eran unos solitarios. Vivían aparte de los demás hombres, pero en familia y en
sus tribus. Las mujeres eran las Basa-andereak: las señoras del bosque o de la
Naturaleza.
Y recordemos que los druidas, igual que los vascos, no tenían templo y que sus
ritos se efectuaban por la noche, en los «Bosques sagrados».

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En cuanto al «diablo» de los aquelarres, éste era un macho cabrío, animal de
Mari, y que, sin duda, tenía la misma importancia que el actual «toro de fuego».
Y todo esto fue convertido en brujas, lamias y brujos, que fueron quemados en la
hoguera.

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19. LOS «JENTILAK»

Deberemos volver a ocupamos de los dólmenes. Según se dice, éstos son


monumentos recientes. Relativamente. Datan del neolítico, es decir, entre el IV y el II
milenio a. de J. C.
Existen tradiciones con respecto a los dólmenes, así como leyendas. Sin embargo,
son leyendas que no tienen nada maravilloso. Al parecer, persiste, al menos en el País
Vasco, en estas leyendas y tradiciones, una verdad que concierne a los hombres, más
que a los aspectos maravillosos.
Legendariamente, los dólmenes vascos fueron construidos por los jentilak.
Jentilak es el plural de jentil.
José Miguel de Barandiaran, en su Diccionario de mitología vasca[1], los designa
así: «Jentil, pagano, alrededor de este nombre se han concentrado diversos temas
míticos de fuentes diversas. El jentil sería un hombre salvaje, dotado de una fuerza
extraordinaria, que vivía en la montaña, en una casa alejada. El jentil lanzaba diversas
rocas a grandes distancias; un pagano que, generalmente, vivía en paz con los
cristianos, pero los ayudaba; también el habitante de las altas montañas que abusaba
de la generosidad de los cristianos; el que vivía en diferentes cavernas del país
(jentilzulo: cueva de los gentiles); el minero que vivía en las minas de Arrola; el
primer cultivador de trigo, el primer herrero, el primer molinero; el que colaboraba,
gracias a sus grandes fuerzas, en la construcción de las primeras iglesias cristianas;
los constructores de crómlechs, llamados por ello jentilbaratz: tumba de jentil, o
jentilharri; el constructor de cierto tipo de casas…».
Entre estas atribuciones se reconocerán muchas propias de los Basa-jaunak.
Por otra parte, el mismo nombre de jentil no es, desde luego, vasco, sino latino, e
incluso bajo latín, puesto que era una expresión cristiana para designar a los paganos.
Así, pues, puede admitirse que se trata de un calificativo dado a quienes,
anteriormente, llerrando otro nombre, eran quizá, Basa-jaunak. Para los cristianos, la
denominación de «señores de la Naturaleza», concerniente a los paganos, debla de ser
intolerable.
Los Basa-jaunak vivían más o menos apartados de la población, igual que los
gentiles. Sin duda, fueron los últimos en aceptar el cristianismo, que se implantó muy
tardíamente en el País Vasco.
La tardía aceptación del cristianismo debió de motivarse en que éste venía
acompañado no de la política romana de los últimos emperadores, que concedieron a
los vascos una autonomía de derecho y de hecho, sino por la de los bárbaros, que
todo lo querían doblegar a sus conceptos y contra los cuales Vasconia se defendió
bravamente.
Estos mismos gentiles los volveremos a encontrar, ya cristianizados —a su
manera— a lo largo del camino de Santiago, con el nombre de «ermitaños».

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Jentil; la palabra es tardía y muy posterior a la época dolménica, no ofrece ningún
indicio histórico, si bien diferenciaba a un tipo de paganos.
En primer lugar, puede considerarse a estos gentiles como hombres que escapan
de la mitología. Por otra parte, los cadáveres encontrados en los dólmenes son ya
vascos; cromagnonoides vascos. No se trata de una etnia distinta; estos constructores
de dólmenes formaban parte de la población vasca.
A juzgar por los cuentos y leyendas sobre los gentiles se llega a la conclusión de
que éstos estaban poco mezclados con la población. Quizá no constituían una clase,
pero sí, en cualquier caso, una categoría que dejó recuerdo —y los recuerdos se
remontan mucho en el tiempo en el País Vasco—, que dejó el recuerdo de seres
excepcionales, aunque no fuera más que por su poder físico, leyenda nacida, sin duda,
de los trabajos que les fueron atribuidos.
De ellos han quedado más huellas que de los Basa-jaunak. Al parecer, estaban
tradicionalmente vinculados a la piedra; en realidad, lo único que permanece es la
piedra. El hecho de que los denominaran paganos permite suponer que, en los
tiempos cristianos, vivían aún, apartados de la población (como estuvieron durante
largo tiempo algunos artesanos de la piedra, de la madera, del hierro y de la minería).
Eran quienes desplazaban las piedras. Para jugar, las lanzaban de montaña a
montaña. Eso debe interpretarse como que sabían desplazar las piedras más pesadas
con una facilidad al menos aparente.
Transportadores de piedras, se les atribuyó el desplazamiento de las jentilharriak,
nombre con el que se designa frecuentemente ciertos bloques de piedra que habrían
sido arrojados desde muy lejos por los jentilak. Así, se dice que los megalitos del
barranco de Urdiola fueron lanzados allí por gentiles que jugaban a los bolos entre
dos montañas; la roca que es llamada Aitzbiribil (piedra redonda) lanzada desde la
cumbre de la montaña próxima. En la fuente de Trapuxar, cerca de la ermita de
Aitziber, puede verse una gran bola de piedra caída de las manos de los gentiles que
jugaban a los bolos delante de la ermita…
A propósito de estos desplazamientos de piedras, debe señalarse que no ha podido
ser fijada su época. Por otra parte, este transporte constituye un deporte popular
vasco: el arrastre de piedras por yuntas de bueyes. En este deporte se ha querido ver,
y quizá con fundamento, el sistema mediante el cual fueron transportadas las piedras
de los dólmenes.
Pero, ante todo, los gentiles eran constructores. En primer lugar, los dólmenes.
Aún hay algunos llamados (casa de gentil», Jentiletxe. Evidentemente, se trata de una
extensión. Sus viviendas, como las de los demás hombres de aquel tiempo, solían ser
las cavernas; algunas han conservado sus nombres. En el monte Arrigorrieta existen
grutas que, por otra parte, contienen un yacimiento arqueológico del neolítico, cuyo
nombre es Jentiletxeeta: el «lugar de casas de gentiles». En Leiza, dos cuevas llevan
el nombre de jentilzulo «cueva de los gentiles». Algunas rocas, cerca de la ermita de
San Martín (Mañaria), llevan el nombre de jentilarriak (piedras de los gentiles),

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forman una gruta que es considerada como una antigua vivienda de los gentiles… La
tradición también pretende que algunos vivieron en las cavernas vecinas del monte
Urrusti, cerca de Jentilzubi, «el puente de los gentiles».
Estos hombres, para dar prueba de que no eran genios surgidos de la imaginación
de los cuentistas, morían… Y eran enterrados, no sólo en los dólmenes. Hay muchos
pequeños crómlechs que aún son llamados jentilbaratz, que significa «tumba del
gentil». Incluso tuvieron necrópolis: hay un lugar llamado jentilbaratz, en un pico
elevado, sobre el desfiladero de Arratera, cerca de Ataun. Aún se ven los restos de la
doble muralla que lo rodeaba y formaba las bases de lo que se convirtió en una
fortaleza medieval, utilizada en los siglos XII, XIII y XIV.
Estos trabajos, atribuidos a los jentilak, se extendieron durante varios milenios.
No hay que asombrarse. El vasco separa difícilmente su pasado de su presente, hasta
el punto de que hay aún jentilak que construyeron numerosas iglesias cristianas. De
este modo, colaboraron en la construcción de la iglesia de San Martín, de Ataun. La
puerta románica de la iglesia de nuestra Señora de Eizaga (Zumárraga) fue
construida, según la leyenda, por gentiles con las piedras que éstos lanzaron desde la
sierra de Aizkorri. En esta iglesia son veneradas dos imágenes de la Virgen que son
consideradas como las hermanas de las otras cinco vírgenes vascas.
También se les atribuyen otras iglesias: Muxika, Ondárroa, Marquina, Elguieta,
Antigua de Zumárraga, Oñate, Opacua, Zurbano, Urdiain, Oyarzun, etc. Es
demasiado para haberse tratado de «genios» paganos… Y uno se ve impulsado a
comparar esta proliferación de construcciones a las debidas a los «genios»
desconocidos que, bajo la dirección de Melusina, construyeron tan de prisa:
Lusignan, Mouvant, Saint-Maixent, Putauges y otras, en ese estilo poitevino que
tanto debe a los constructores de los Pirineos.
Ahora bien, cuando los gentiles no fueron ya paganos y no tuvieron razón alguna
para conservar este nombre, aparecie ron otros constructores que se encargaron de la
mayor parte de las iglesias vascas: los ermitaños. Ya era notable, geográficamente,
comprobar hasta qué punto las diferentes «casas de gentiles» y las piedras con las
cuales hablan jugado, se encontraban cerca de lugares llamados más tarde «ermitas».
Además, la mayoría de quienes los cristianos llamaron (ermitaños» realizaron una
serie de actividades muy interesantes para ser «ermitaños» que, si el nombre latino
tiene algún significado, debieron vivir solos en un desierto («eremus»); ahora bien,
encontramos a estos «ermitaños», construyendo, como gentiles, iglesias, puentes,
palacios, a veces fortalezas a lo largo del camino de Santiago. Encontramos estos
ermitaños, con los grupos de compañeros —no construían solos— creando los
primeros monasterios llamados visigodos (por supuesto, debe excluirse que los
visigodos, que jamás consiguieron pisar el País Vasco, pudieran influir en un estilo).
Más tarde, tras haber asimilado el mozárabe, crearon el románico diferente del
bizantino carolingio, que aún se puede admirar en todo el camino de Santiago.

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Estos «ermitaños», igual que antes de ellos lo hicieron los Basa-jaunak, los
«magos», constituían una sociedad aparte, vivían separados del resto de los
hombres…
Igual que los Basa-jaunak, los jentilak fueron herreros —la Era de los dólmenes
se extiende, aunque esto no tenga un significado más que relativo, de la edad de
bronce a la edad de hierro— y se sabe que los vascos fueron excelentes fundidores de
bronce y buenos herreros…
Nos encontramos delante de una continuidad que asombraría en cualquier otro
pueblo, pero no parece tan extraordinario en el País Vasco. Una continuidad que,
como el idioma, ha transcurrido por milenios hasta nuestros días.
Los cuentistas a veces les dieron una apariencia mítica que, sin embargo, no debe
engañarnos. En el espíritu de las leyendas son hombres sabios que descubren,
fabrican y enseñan.
Los primeros fueron «señores de la Naturaleza». Su ciencia estaba «concentrada»
en los medios de sacar de esta Naturaleza el sustento de los hombres. Eran ganaderos,
o, si se prefiere, domesticadores de animales. Eran cultivadores, pues introdujeron el
cultivo del trigo. Eran lo bastante mecánicos como para construir los primeros
molinos para obtener el pan, el cual también descubrieron. Eran herreros y, por ello,
también carboneros y mineros. Eran los Basa-jaunak.
Encontramos estas mismas aptitudes y atribuciones entre los jentilak, nuevo
nombre después de la cristianización. Su nombre original había desaparecido, pero,
sin duda alguna, se trataba de los jakinak, sabios. Parecían menos apegados que los
Basa-jaunak a la agricultura y a la ganadería; por el contrario, aparecieron como
constructores, mineros, herreros y, por fuerza, carpinteros.
Entre los Basa-jaunak y los jentilak no existió solución de continuidad, ni
siquiera diferencia sensible a pesar de las leyendas.
Esto era ya un «clan», una Ichidego, lo cual implicaba, a la vez, compañerismo e
igualdad.
Construyeron dólmenes y, luego, casas; si bien eran paganos, aceptaron construir
iglesias. En tiempos de Roma, trabajaron en las empresas de construcción romanas.
En efecto, se han encontrado estelas de aquel tiempo, en las cuales aparecen arcos
que dan la impresión de que fueron igualmente (quizá bajo la dirección y con las
técnicas romanas) constructores de puentes. Un puente aún lleva su nombre.
Construyeron iglesias, y, en mayor o menor grado, se hicieron cristianos. No se
les podía tratar de paganos, de gentiles, pero como continuaban viviendo separados,
se convirtieron en «ermitaños». Éstos fueron los ermitaños que construyeron el
primer camino de Compostela, el directo, el del camino de las estrellas, señalado en
el suelo desde tiempos de los que no queda más que estos nombres de estrellas.
Ya no son «gentiles», sino sabios, Jakinak, quienes, con toda seguridad, en
Francia fueron llamados los Jacques.[1] Estos que crearon la fraternidad pirenaica de
los «Hijos del Maestro Jacques». Existe un cuento vasco según el cual constructores

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vascos acudieron a participar en la construcción de la torre de Babel. Fueron en barco
hacia aquella construcción que, según el cuento, jamás fue terminada, pues no se
echaron bien los cimientos.
Existe un cuento de los Hijos del Maestro Jacques según el cual constructores de
los Pirineos fueron llamados por Hiram para participar en la construcción del Templo
de Salomón. Entre otras cosas erigieron una de las columnas del Templo, la llamada
Jakin o Jaquín.
Durante las construcciones cristianas de iglesias y de catedrales, se descubrió que
las fraternidades de constructores iban de obra en obra y, sin duda, hicieron
igualmente el viaje de iniciación que se ha vuelto tradicional entre los herederos de
esas fraternidades de constructores, convertidos en Compañeros de la Vuelta a
Francia. No es pues, imposible, que esos sabios se convirtieron en joaki, «viajeros»
(joaki significa «en marcha»…).
Y las cosas son así de curiosas: los descendientes de la antigua fraternidad de los
constructores, conocida en la Edad Media con el nombre de «Hijos del Maestro
Jacques», ahora son los «Compañeros pasantes del Deber»…
¿Vascos? Quizás el nombre sea algo restrictivo, pero convendría no olvidar que,
antes de las invasiones bárbaras y, con anterioridad a éstas, la latina, la etnia de la que
surgió la raza vasca no estaba reducida a las siete provincias de la Vasconia actual.
Entonces comprendía todos los Pirineos, desde el Mediterráneo al Cantábrico y se
extendía hasta el Macizo Central.
Desde luego, fueron los constructores pirenaicos quienes crearon el románico
pirenaico que, después, se convirtió en el románico poitevino.

Todas aquellas gentes, tanto si eran de los tiempos de la Prehistoria como de los de la
Historia, trabajaron con sus manos. Eran «sabios de la mano».
Forzosamente hay que referirse a la mano.
Esta mano se halla grabada en toda la región pirenaica… Entonces, ¿no nos
llevaría esto más allá de los Basa-jaunak del neolítico?
En las paredes de las cavernas hay pintadas manos de la época magdaleniense.
Están allí como señales, algunas con todos sus dedos, otras con los dedos doblados o
faltantes. Generalmente, están hechas por proyecciones de colores en finas gotitas
sobre la mano apoyada contra la pared lo cual sólo deja su silueta. Se admite que la
pintura líquida era proyectada soplándola, como se hace con nuestras pistolas
modernas. Esto parece probable. Se desconoce el significado de estas manos. Leroi-
Gouran emite la hipótesis de que podría tratarse de una marca de iniciación.
Por inteligentes y exactos que hayan sido los cálculos que han permitido enviar al
hombre a la Luna, pudieron ir gracias a que las manos humanas confeccionaron los
aparatos necesarios. En realidad, el hombre es humano por su mano. Todas las obras
del hombre se deben a sus manos. Es algo propio de él. Y esto sigue siendo así en

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nuestros días. Hasta los científicos más importantes realizan sus trabajos con las
manos.
Todo lo que nos dejaron nuestros antepasados fue obra de sus manos, la mano
inteligente; no sólo el instrumento al servicio de los demás sentidos y de la facultad
de razonar, sino del que forma los sentidos y crea la facultad de razonar. De hecho, la
mano es la que nos lo da todo. Los primeros ademanas del niño son para tocar. Para
tocarlo todo. Para «aprenderlo» todo mediante la mano.
Más que cualquier otro sentido, la mano «percibe» el mundo exterior, no sólo su
forma, mediante el tacto, sino también su naturaleza. Sé del caso de un zahorí que
«seguía» las corrientes subterráneas de agua sólo extendiendo la mano sobre el suelo.
Si no me creen, vayan a Evian y pregunten cómo fue hallada la fuente Cachat que, en
un tiempo, como consecuencia de un corrimiento de tierras, fue desviada de su curso.
Los geólogos no consiguieron hallar nada.
Cualquier ganadero o poseedor de un animal sabe que, aparte la voz, no hay
mejor modo de establecer contacto con un animal que mediante la mano.
Así, pues, no es tan asombroso hallar la mano en las pinturas parietales de las
grutas, no deificada (la deificación me parece más romana que primitiva) sino
considerada en su lugar como primera facultad del hombre.
Sin duda, Leroi-Gouran tiene razón cuando habla de iniciación a propósito de
estas representaciones manuales. Es cierto que existe una «iniciación» de la mano,
incluso aunque haya perdido su ritual iniciático… Las invenciones modernas no son
fruto de grandes técnicos, sino de chapuceros más o me nos geniales… Comenzando
por el automóvil y la aviación. El perfeccionamiento matemático vino en segundo
lugar…
Era necesario decir esto, pues estas manos que hemos hallado en las cavernas,
debidas a extraordinarios artistas, las hallaremos a lo largo de la historia del arte en
las regiones del Sudoeste, los Pirineos, el Cantábrico y Galicia.
En el arte precéltico de la región galaica, principalmente en Portugal, algunas
representaciones antropomorfas (museo de Guimarhaes), a veces bastante mal
hechas, muestran manos, cuidadosamente separadas del cuerpo, y que cobran una
importancia excesiva hasta alcanzar diez veces las dimensiones reales. Al poderse ver
que el cuerpo está bastante bien proporcionado, es forzoso pensar que esta
importancia dada a las manos no fue algo involuntario.
Estas manos enormes las encontraremos en el románico pirenaico y, sobre todo,
en los ángeles que, a menudo, sostienen el círculo o la almendra que contiene el
crisma, primera firma de los constructores pirenaicos. Estas manos cobran, entonces,
con relación a los cuerpos de los ángeles, proporciones gigantescas.
Estas manos las encontraremos, reunidas, para formar la pila de agua bendita de
Urruña.
Más divinizadas aún, podremos encontrar la mano de Dios creando los mundos en
el arco del pórtico norte de la catedral de Chartres.

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En el pórtico de la Gloria, en Santiago de Compostela, Mateo dio a las manos de
su san Juan posiciones cuyo significado aún nos resulta desconocido.
En Villesalem, en la iglesia poitevina del antiguo convento benedictino, hay todo
un arco adornado con manos…
De este modo, en toda la región vasca o vascoide vemos que se ha dado una gran
importancia a la representación de la mano, importancia superior al simple deseo de
representación y que, en cierto modo, «sacraliza» esta mano.
En esta «sacralización» de la mano, desde las cavernas hasta nuestros días, y sean
cuales sean los modos de vida y las religiones, no existe ninguna solución de
continuidad.
En euskara, la mano se llama esku.
Constituye una coincidencia que en todas las regiones en que se hablaba el
«protovasco» (la toponimia da fe de que esta lengua estaba extendida por casi toda
Aquitania) se encuentra esta magnificación de la mano, y ello desde la Era glacial.
La mano y la palabra.
Ambas son las dos únicas superioridades del mundo humano con respecto al
mundo animal. El resto de nuestros sentidos no difiere demasiado de los animales que
huelen, ven, gustan y oyen tan bien o mejor que nosotros… Una superioridad
intelectual sobre la que procuran la mano y la palabra es algo que habría que
demostrar.
Los alquimistas —los auténticos, los que trabajan en el laboratorio— poseen una
expresión para indicar la destreza manual necesaria para «el trabajo al fuego» a fin de
que pueda realizarse la acción: la Mano de gloria, que disimulan con el nombre,
fonéticamente parecido, de mandrágora (¡Sólo Dios sabe la de supersticiones que ha
llegado a engendrar!).
Resulta curioso que los vascos empleen la misma forma de expresión para crear
un objeto y un vocablo utilizando el verbo hacer: egin. Hablar es hitzegin, de hitz,
palabra y egin hacer.
Pero la lengua es tan terriblemente concreta que no admite, exagero sin duda,
como real lo que es nombrado, lo que lleva un nombre, lo que ha sido hecho por la
palabra, corolario de lo que ha sido hecho por la mano.

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20. EL FOLKLORE

Y ahora nos ocuparemos del folklore vasco. No hay que tratarlo a la ligera.
Evidentemente, es, como todos los folklores de todos los países, un conjunto de
costumbres antiguas que se han perpetuado pero, contrariamente a muchas
costumbres de otros lugares, las vascas ofrecen la particularidad de estar vivas y de
formar parte plenamente de la vida actual, igual que su idioma.
Como he dicho antes, el vasco no vive separado de sus antqrasados, sino con ellos
siempre presentes en la casa bajo la dirección de la etxekoandre. El vasco es él y sus
antepasados.
Resulta que el folklore no es, en el País Vasco, representación más o menos
imaginada, sino acto de vida corriente relacionada con un ritual, con significación
religiosa.
La más conocida de las manifestaciones folklóricas es la pelota.
Se trata del juego más antiguo del mundo y que no es específicamente vasco,
puesto que se han encontrado canchas para practicarlo en los restos precolombinos de
la América del Sur. Primitivamente consistía en enviar una pelota de un campo a otro,
ya fuera golpeándola oon la palma de la mano o bien con un bastón de madera, e
incluso con una raqueta.
Actualmente, el juego —hay una infinita variedad de modalidades— se realiza
haciendo rebotar la pelota en un frontón, pero esta modalidad es relativamente
reciente, pues es necesario que la pelota pueda rebotar, que sea elástica. Ahora bien,
la pelota antigua, de cuero relleno de trapos o de serrín, era incapaz de rebotar; este
sistema de juego sólo puede datar a raíz de la aparición del caucho.
Jugada clásicamente, al principio, con la mano desnuda, después con un guante
reforzado con hueso, hemos podido comprobar la evolución de este guante hasta
convertirse en «chistera», que es una cesta de mimbre con una forma determinada.
Ésta, manejada convenientemente, deja de ser un instrumento de choque para
convertirse en un «proyector» en el cual la pelota cogida en un movimiento
centrífugo es liberada por el extremo de esta especie de honda, con una tremenda
velocidad.
La palabra txistera o chistera es la vasquización de una voz de origen latino que
significa cesta. En efecto, se trata de una cesta con una forma particular, hecha,
antiguamente, con cañas (cistel en latín).
Me parece interesante el desarrollo del guante del juego primitivo, no a causa del
juego, sino porque esta «cesta» constituye, precisamente, un proyector de gran
potencia. Es, en cierto modo, contrario al espíritu del juego que desearla que la pelota
fuese "golpeada' y no recogida en la chistera y lanzada de nuevo como por una
honda.

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Creo que en eso existe un ejemplo de memoria atávica. Los vascos, en el juego,
han recuperado un arma arrojadiza antigua, prehistórica, cuya eficacia debla de ser
tan temible como la de la honda ligur.
Así, durante la guerra de 1914-1918, un campeón pelotari, Chiquito de Cambo,
creo, intentó utilizar su chistera como lanzador de granadas, obteniendo así un
alcance muy superior al del simple brazo. La granada, evidentemente, no estaba
construida para ser lanzada por una cesta semejante, pues exige un proyectil más
pequeño y redondo, Quizá no se debió al azar que se llamaran «vizcaíno» los
proyectiles de culebrina, piedras redondas de cuatro a cinco centímetros de diámetro,
del grosor de una «pelota».
(Por la misma causa, y con razón, fueron denominadas bayonetas las hojas cortas
que conocemos y que, originalmente fueron las puntas de hierro de los makilak
vascos, esos bastones tradicionales que son, a la vez, auxiliares para la marcha y
temibles armas).
El irrintzina o irrintzi forma parte del floklore vasco. Probablemente, es su
aspecto más intraducible, el que, para el extranjero, escapa más al análisis. Es un
grito prolongado, pero cuyo significado desconocemos. Su traducción es «relincho»,
y, en ciertos aspectos, se parece al relincho del caballo. Se ha supuesto que podía
tratarse de un grito de llamada, de colina a colina, de un grito de aviso, de reunión, o
de guerra; todo ello es posible.
Lo que suele ignorarse es que el desarrollo de este grito, muy difícil de realizar,
responde a leyes tradicionales muy estrictas, iguales a las que rigen ciertas
composiciones musicales.
Evidentemente, el grito no es «humano» en el sentido popular del adjetivo, como
indica su correspondencia semántica con el relincho. Es un grito «sagrado» como
indica su carácter compuesto y ritual.
Contiene, me parece, la radical itz que significa palabra, lo cual supone un medio
de expresión que, posiblemente, pudiera relacionarse con intziri: gemido, queja.
Su resonancia lo convierte en una llamada; una llamada que tiene —o que tuvo—
un indudable valor mágico…
Si osara aventurar una explicación o, al menos, una tentativa de explicación, me
inclinaría a pensar que se trata de un lamento fúnebre, incluso en un ceremonial de
relación con los muertos, los antepasados. Esta relación constituye un aspecto racial
que ha conservado bien.
En cualquier caso, es completamente distinto, en su espíritu y significación, de
esa lengua silbada que a veces aún utilizan los montañeses vascos para conversar de
una colina a otra.
Este sistema es aún utilizado por los montañeses de la isla de Gomera, en las
Canarias (lo cual, si el origen es común, haría remontar ese modo de relación a gran
distancia en el tiempo, más allá del neolítico).

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Por Estrabón sabemos que los vascos, en su tiempo, es decir, antes del
cristianismo, celebraban un culto bailado, ciertas noches, a la divinidad.
Este ritual se desarrollaba, casa por casa, pues, en cierto modo, la casa era el
templo y eran los habitantes de la casa los que ejecutaban el ritual.
Este hecho está vinculado con el aspecto sacralizado de la casa, que aún perdura
en nuestros días, tan cierto —y apasionante— es que en el espíritu vasco nada
desaparece, sino que sólo se transforma, sin alterar la base que ha creado las
costumbres.
Es probable que este ritual bailado fuera ejecutado, mucho tiempo antes que
Estrabón, delante de las cavernas que servían de vivienda. Hubo una costumbre que,
como la base del idioma, data de los tiempos mesolíticos.
Se puede admitir —y cómo no ha de hacerse— que además de las danzas «de
casa», otras reunían a la «tribu», al «clan» en los solsticios, probables cultos de
fecundidad, o de fecundación, parecidos a los ejecutados en las Canarias bajo la
dirección del faicán —el druida canario— que fue quizás un erakasle (maestro) entre
los vascos. Entonces, sin duda, se celebraba la reunión en el bosque, el xarabatz.
En Vizcaya aún existe una sorgin-dantza (danza de bruja); en la Baja Navarra,
asimismo una aker-dantza (danza del macho cabrío).
Existe tal cantidad de estas danzas que, desde Vizcaya hasta el Adur, casi no hay
ninguna localidad que no tenga la suya propia.
Desde luego, las costumbres han cambiado. Quizá seguirán cambiando. Por
ejemplo, después de la Revolución francesa, apareció el traje de la cantinera en la
más conocida de las danzas folklóricas; traje que sirve de disfraz a la andere, la
señora…
Por otra parte, esta danza encierra un misterio en la composición de los danzantes,
los cuales parecen representar las piezas principales del ajedrez. Son, además de la
dama-cantinera, el jinete con su caballo-falda, el loco, a veces con una bola sujeta en
la punta de un cordel (en Navarra), una probable representación de la Torre, y el rey,
a veces portador de una bandera.
Además, existe vna makildantza (danza del bastón), una ezpata-dantza (danza de
la espada); una danza muy sutil en torno a un vaso de vino, lleno hasta el borde, sobre
el que ponen los pies los danzantes (la gobelet-dantza) y una danza que parece del
besante: los cuatro colores del tarot…
Todas estas danzas vascas, cuya característica principal es la de ser saltadas,
exigirían un particular estudio al cual sólo puede dedicarse un vasco, pues, como
todas las cosas en ese país, la esencia de las danzas estará vinculada con el idioma
euskara.
Sin duda, las danzas también están vinculadas con una iniciación por el gesto y el
salto sobre el suelo.
Pero no puedo seguir sin correr el riesgo de perderme en erróneas divagaciones.

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Sin embargo, no puedo dejar de referirme a esa placentera danza que es el
fandango, parecido a una especie de zapateado, antigua técnica empleada para
«bombear», las fuerzas vitales terrestres y que los vascos son capaces de bailar sin
interrupción durante toda una noche y con el mayor regocijo.

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21. CONCLUSIÓN

El enigma del pueblo vasco queda resuelto. La raza vasca es descendiente de la del
hombre de Cro-Magnon. Los hombres de Cro-Magnon, hace unos 30.000 o 40.000
años, poblaron las costas atlánticas de Europa. Más tarde penetraron en la cuenca
mediterránea. Los pelasgos, los egipcios de la época prefaraónica, los beréberes y los
guanches, entre otros, son Cro-Magnon. Su civilización —base de nuestra actual
civilización occidental— nos ha dejado, a la vez, las pinturas de Lascaux y de
Altamira, así como los monumentos megalíticos dolménicos.
El pueblo vasco ha conseguido, a lo largo de los siglos, conservar y desarrollar su
cultura de origen cromagnonoide. En el aspecto histórico, podemos comprobar cómo
Vasconia, aliada de Roma, gozó del respeto y de la consideración de sus
emperadores, en especial Tiberio, Vespasiano y Caracalla, quien, mediante su Edicto
del año 212, concedió la ciudadanía romana a todos los súbditos del Imperio.
Vasconia se mostró refractaria a las invasiones bárbaras y mantuvo luchas contra
francos y visigodos. De estas luchas nos queda el recuerdo de la Canción de Roldán,
la más importante de las canciones de gesta francesas.
Después de la invasión musulmana de la Península Ibérica, se formó un reino
vasco en Iruña (Pamplona) que, bajo Sancho el Mayor (siglo XI), reunió a todos los
euskaldunak. Este Reino, convertido después en el de Navarra, cabeza de Vasconia,
estuvo relacionado e influyó tanto en las casas reales peninsulares como en las
francesas. Navarra fue perdiendo territorios vascos y, en 1512, fue ocupada por tropas
de Fernando el Católico, con lo cual dejó de ser un Estado independiente.
A pesar de todo, las siete provincias de la Vasconia actual (Navarra, Guipúzcoa,
Álava, Vizcaya, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa), conservaron siempre un elevado
grado de autonomía merced a sus modélicos Fueros. Vizcaya y Guipúzcoa, en
especial, conocieron un nivel democrático inexistente en la Europa de antes de la
Revolución francesa.
Las tres provincias vascofrancesas perdieron sus Fueros con la Revolución de
1789. La Vasconia española (Navarra, Guipúzcoa, Álava y Vizcaya), por luchar en
defensa de la Tradición en las guerras carlistas, sufrió mermas en sus derechos
forales. En 1876 se produjo la abolición de los Fueros por el Gobierno de Cánovas.
En la actualidad sólo conservan carácter foral las Diputaciones de Navarra y Álava.
A finales del siglo XIX se produjo una fuerte industrialización en el País Vasco
español, surgió el nacionalismo vasco —de raigambre tradicionalista—, el cual aspira
a unir las provincias de Vasconia en una entidad política, y comenzó a registrarse una
notable inmigración, sobre todo en Vizcaya.
La industrialización e inmigración incontroladas han causado graves problemas
de infraestructura y ambientales. La contaminación y ciertas industrias peligrosas son
como una espada de Damocles sobre la ecología vasca.

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La falta de Universidad regional —a pesar de los reiterados intentos de los vascos
por conseguirla— han supuesto, entre otros perjuicios, que no se hayan podido
estudiar científicamente, a fondo, los posibles entronques del euskara con otras
lenguas del mundo.
La Euskaltzaindia o Real Academia de la Lengua Vasca, fundada en 1918,
además de coordinar los estudios que se efectúan en las diversas Universidades del
mundo que poseen cátedra de vascuence, ha logrado la unificación del euskara
literario y labora, incansablemente, por el enriquecimiento del idioma.
El pueblo vasco sigue apegado a sus singulares tradiciones y ama su cultura, la
más antigua de Europa. Provistos de estos valores, los vascos caminan resueltos hacia
su futuro.

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Notas

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[1] José Miguel de Barandiaran: Mitología vasca, «La Gran Enciclopedia Vasca»,

Bilbao, 1972. <<

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[1] El misterio de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección «Otros

Mundos». <<

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[1] Frank Bourdier: Préhistoire de France, «Flammiron», 1967. <<

ebookelo.com - Página 148


[1] Se llama juvenisno el resultado de un desarrollo más o menos frenado antes de la

edad adulta. A él, se debe quizás el alargamiento de los miembros inferiores y cierta
importancia de la caja craneal en relación al cuerpo. <<

ebookelo.com - Página 149


[1] José Miguel de Barandiaran: El hombre prehistórico. <<

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[1] Paulette Marquer. <<

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[1] Cf. Peter Tompkins: La vie secrète des plantes, «Ed. Robert Laffont». <<

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[1] Si se descubriera que la pirámide de Keops fue construida antes del cataclismo, ¿la

ligera desviación en su orientación hacia el polo actual no obedecería o este cambio?


<<

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[1] El misterio de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección «Otros

Mundos». <<

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[1] J. M. de Barandiaran, op. cit. <<

ebookelo.com - Página 155


[2] J. M. de Barandiaran, op. cit. <<

ebookelo.com - Página 156


[1] J. M. de Barandiaran: Mitología vasca. <<

ebookelo.com - Página 157


[2] José Miguel de Barandiaran: El hombre prehistórico en el País Vasco, «Editorial

vasca Ekin», Buenos Aires. <<

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[1] J. M. Barandiaran, op. cit. <<

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[1] J. M. de Barandiaran, op. cit. <<

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[1] Lingüista e historiador vasco, natural de Pamplona. (N. del T.). <<

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[1] Boletín de la sociedad arqueológica y prehistórica de Blasimon Ayuntamiento de

Blasimon <<

ebookelo.com - Página 162


[1] Frank Bourdier, op. cit. <<

ebookelo.com - Página 163


[1] El misterio de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección «Otros

Mundos». <<

ebookelo.com - Página 164


[1] Según ljon Boussard: L’Irrintzina ou le destin des basques. «Ed. Laffont». <<

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[2] Origtal, en francés, alce del Canadá <<

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[1] La población prehispánica de las islas Canarias. <<

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[1] Véase El misterio de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección

«Otros Mundos». <<

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[1] Ilse Schwidetzky, op. cit. <<

ebookelo.com - Página 169


[1] L’épervier divin, «Ed, Mont Blanc». <<

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[2] Martha de Ruspoli: L’épervier divin, «Ed. Mont Blanc». <<

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[1] Jean Mazelz Énigmes du Maroc, «Ed. Laffont». <<

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[1] Origines atlantiques des premiers Egyptiens, «Ed. Omnium littéraire». <<

ebookelo.com - Página 173


[1] Platón: Timeo. <<

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[1] Platón: Timeo <<

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[1] Véase Los gigantes y el misterio de los orígenes, publicado por «Plaza & Janés»

en su colección «Otros Mundos». <<

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[1] El misterio de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección «Otros

Mundos». <<

ebookelo.com - Página 177


[1] Véase Los gigantes y el misterio de los orígenes, publicado por «Plaza & Janés»

en su colección «Otros Mundos». <<

ebookelo.com - Página 178


[1] Los gigantes y el misterio de los orígenes, publicado por «Plaza & Janés» en su

colección «Otros Mundos». <<

ebookelo.com - Página 179


[1] Pochan: El enigma de la Gran Pirámide, publicado por «Plaza & Janés» en su

colección «Otros Mundos». <<

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[1] Cf., Los misterios templarios y Los misterios de la Catedral de Chartres. <<

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[2] Véase Los gigantes y el misterio de los orígenes, publicado por «Plaza & Janés»

en su colección «Otros Mundos». <<

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[1] Véase El misteria de Compostela, publicado por «Plaza & Janés» en su colección

«Otros Mundos». <<

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[1] Texto de las pirámides, citado por Martha de Ruspoli: L’épervin divin, «Ed. Le

Mont Blanc». <<

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[1] Véase Les Mystères Templiers, «Ed. Laffont». <<

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[2] Véase Les Mystères de la Cathédrale de Chartres, «Ed. Laffont». <<

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[1] Véase Les Mystères de la Cathédrale de Chartres, «Ed. Laffont». <<

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[1] Dontenville: Mythologie française, «Ed. Payot». <<

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[1] J. M. Barandiaran: Mitología vasca. <<

ebookelo.com - Página 189


[1] José Miguel Barandiaran: Mitología vasca. <<

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[1] J. M. Barandiaran: Mitología vasca. <<

ebookelo.com - Página 191


[1] Véase El misterio de Compostela, publicado en esta misma colección. <<

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