Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Cuaderno 10

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 87

Salvador Carranza

Miguel Cavada Diez


Jon Sobrino

XXV Aniversario de
Rutilio Grande.
Sus homilías

1
10

Edita: Centro Monseñor Romero


Universidad Centroamericana José Siméon Cañas
Apdo. Postal 01-168, San Salvador, El Salvador, C.A.
Impreso en Talleres Gráficos UCA, marzo de 2002

2
ÍNDICE

Presentación........................................................... 5

Rutilio Grande visto por Oscar Romero


Miguel Cavada Diez.............................................. 7

Las Homilías de Rutilio.


Una voz que grita en el desierto
Miguel Cavada Diez.............................................. 15

Rutilio Grande. Interpelación a la Iglesia


Jon Sobrino............................................................ 25

Introducción a la homilía del 6 de agosto de 1970


Salvador Carranza ................................................ 37

Homilía del 6 de agosto.......................................... 39

Introducción a las homilías del Festival


del Maíz y de Apopa
Salvador Carranza................................................. 51

Homilía en el tercer Festival del Maíz................... 57

Homilía de Apopa.......................................... 73

3
4
Presentación

El 12 de marzo de 1977 fue asesinado Rutilio Grande. Tenía 49 años. Fue


salvadoreño, por nacimiento y por vocación, digamos, al dejar que su vida y su
actividad, estuviesen guiada por su amor al pueblo de El Salvador. Fue jesuita,
sacerdote, párroco. Limitado como todos, fue valiente y audaz cuando se trataba
de defender al pobre y al Evangelio, aquello que Dios había unido, pero que tantas
veces tratamos de separar.

En la última etapa de su vida le tocó vivir el milagro del cambio más radical y
más cristiano de la Iglesia durante mucho siglos. Juan XXIII, Pablo VI y Vaticano
II, con la revolución de que la Iglesia debe servir al mundo, y no al revés (1962-
1965), Medellín (1968) con la revolución de la opción por los pobres y la Iglesia
de los pobres, la Congregación General XXXII de los jesuítas (1974-1975), con
la revolución de que la misión del jesuita es el servicio de la fe y la promoción de
la justicia.

Rutilio lo vivió con total entrega y convicción. Y eso lo llevó al martirio. Fue
el primer sacerdote asesinado en el país –el primogénito entre 17 sacerdotes. Y
murió asesinado junto con su fiel acompañante, Manuel Solórzano, de 72 años, y
con el niño Nelson Rutilio Lemus, de apenas15 años. Su martirio es un símbolo
de lo que fue aquella nueva Iglesia, tan salvadoreña entonces, parecida a Jesús y
perseguida; y un símbolo de todo un pueblo, de pobres y campesinos que iban a
trabajar y a derramar mucha sangre con mucho amor para conseguir justicia, vida
y fraternidad.

* * *

5
Han pasado veinticinco años desde aquel 12 de marzo de1977. Celebrarlo
es un deber de gratitud, pues Rutilio, y todos los mártires, nos mostraron un gran
amor. Y es una necesidad. Lo es para el país, para que, de una vez, se fundamente
en valores salvadoreños, populares y justos. Y lo es para la iglesia, para que vuelva
a retomar el camino del concilio y de Medellín, en definitiva el camino de Jesús,
difuminado hoy en día.

Parte importante de esa celebración es recordar a Rutilio. Para ello bien se


puede leer el libro del Padre Rodolfo Cardenal, “Historia de una esperanza. Vida
de Rutilio Grande”, que se está reeditando. O este cuaderno, más modesto, en que
recogemos sólo un aspecto de Rutilio: sus homilías. No hace falta introducirlas
ahora. Baste decir, que son homilías proféticas, palabra dicha en nombre de Dios
y en nombre del pueblo. De ahí su fuerza inigualable.

***

El cuaderno está dividido en dos partes. En la primera Miguel Cavada y Jon


Sobrino introducen brevemente a la persona y a las homilías de Rutilio. En la
segunda se publican íntegras las tres homilías más importantes que se conservan:
la del 6 de agosto de 1970, la del 15 de agosto de 1976 y la del 13 de febrero de
1977. Van acompañadas de introducciones que explican el contexto social y ecle-
sial. Están escritas por Salvador Carranza, sacerdote jesuita, que fue compañero
de Rutilio en Aguilares de 1972 a 1977.

La longitud de este cuaderno es modesta, pero su finalidad es audaz: ayudar


a revivir entre nosotros profetas como Rutilio que nos hablen de Dios y defiendan
al pobre. Como decíamos antes, es una necesidad en la iglesia actual. Con todo lo
nuevo que haya que asumir y con las cosas obsoletas que haya que cambiar, Rutilio
no es cosa del pasado.

En el país y en la Iglesia no tenemos nada mejor que los mártires. Ahora re-
cordamos a uno de los más entrañables: Rutilio Grande.

San Salvador, marzo 2002

6
Rutilio Grande
visto por Oscar Romero
Miguel Cavada Diez

Rutilio Grande nació el 5 de julio de 1928. Fue asesinado camino de El Paisnal,


su pueblo natal, el 12 de marzo de 1977, junto con el joven Nelson Rutilio Lemus
y el anciano Manuel Solórzano. Tenía entonces 49 años.

Al celebrar el XXV aniversario de su martirio queremos comenzar ofreciendo


una breve semblanza de su persona. Durante sus últimos años Rutilio estuvo muy
cercano a Monseñor Romero, y éste, en sus homilías, habló con frecuencia de él.
Por eso se nos ocurre que sea Monseñor Romero quien haga la presentación de
Rutilio. ¡Quién mejor que él para hacerlo!

“Lo siento como un hermano”

En la misa de funeral Monseñor Romero comenzó la homilía con estas palabras:

“Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí, queridos hermanos, de unas re-
laciones humanas y personales con el Padre Rutilio Grande, a quien siento
como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida, él estuvo
muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan” (14 de marzo de 1977).

En efecto, las vidas de Oscar Romero y de Rutilio Grande fueron muy cer-
canas. Se encontraron y cruzaron en 1967, como nos recuerda Salvador Carranza

7
en su obra “Romero-Rutilio, vidas encontradas”. Romero venía de San Miguel,
donde había ejercido el trabajo pastoral durante veinte años, y fue trasladado a San
Salvador para ocupar el puesto de secretario de la Conferencia Episcopal. Rutilio
Grande era por aquel entonces formador en el Seminario San José de la Montaña.
Romero se quedó a vivir en el Seminario, y allí comenzó la amistad con Rutilio,
una amistad tan fuerte que le llevó a reconocerlo no sólo como un amigo, sino
como un hermano.

La fecha, 1967, fue también importante, y no sólo para Rutilio y Romero, sino
para la Iglesia y el continente latinoamericano. Un año después, en 1968, tuvo lugar
la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, que marcó el inicio
de la conversión de la Iglesia latinoamericana. Era época de cambios profundos
en la Iglesia: la opción por los pobres. Pues bien, en ese contexto eclesial y latino-
americano de primera magnitud llegan a conocerse Rutilio y Romero.

Es bien sabido que, en un comienzo, Medellín no fue asimilado por igual
por Oscar Romero y por Ru-
tilio Grande. Sabemos que a
Monseñor Romero le costó
aceptar los cambios y opcio-
nes de la Iglesia plas-mados
en Medellín. Para Rutilio
Grande, por el contrario, su-
pusieron el cumplimiento de
un anhelo y un reto personal.
De hecho, pocos años más
tarde Rutilio fue a estudiar
al IPLA, en Ecuador, para
actualizar la pastoral de
acuerdo a las nuevas opcio-
nes de Mede-llín. Romero
no respiraba en esa línea,
pero ello no ensombreció su
amistad.

Prueba de ello es que Mon-


señor pidió a Rutilio Gran-
de que fuera el maestro de
ceremonias en su consagración episcopal el 21 de junio de 1970. Es cierto, pues,
que Rutilio estuvo cercano a Monseñor en momentos culminantes de su vida. La

8
consagración episcopal fue uno de esos momentos, y tuvo un significado mucho
mayor de lo que ambos pudieron captar aquel 21 de junio, como ha quedado plas-
mado en una fotografía de la ceremonia que ha hecho historia.

En ella aparece Monseñor Romero flanqueado por Monseñor Chávez y Gon-


zález y Monseñor Rivera. Entre los tres arzobispos cubrieron más de cincuenta
años de historia –de 1938 a 1994– y condujeron a la Iglesia salvadoreña por los
caminos del evangelio. Y junto a ellos, acompañándolos, está Rutilio, el primer
sacerdote que iba a morir asesinado. Con su muerte marcó y selló el compromiso
y la opción de la Iglesia arquidiocesana con los pobres. Esa fotografía bien puede
presidir todavía hoy cualquier celebración de la Iglesia arquidiocesana, como
recordatorio de cómo y cuándo se hizo evangélica y salvadoreña.

“Aquel corazón bueno”

Ya hemos dicho que Monseñor hablaba con frecuencia de Rutilio. En una


homilía que tuvo en El Paisnal un año después del asesinato hizo un pequeño
bosquejo del nacimiento y de la vocación de Rutilio Grande. Y como era habitual
en Monseñor, desarrolló el tema comparándolo con historias de la Biblia:

“Aquí también, en un hogar, en un pueblito como el de Belén de Judea,


nace Rutilio Grande con las señales de un predilecto, de un elegido por
Dios en su mismo pueblo, y viene Dios y lo unge como a David. Y podemos
decir que desde aquel día el Espíritu de Yahvé posaba sobre él, como dice
la Biblia del jovencito David. Rutilio es aquel hombre que llevó de aquí
el amor a su pueblo. Aquel hombre que vivió este paisaje que estamos
viviendo en este momento, aquel hombre que como los niños de hoy, de
El Paisnal, sintió lo polvoriento de estas calles, lo triste de esa pobreza,
las dificultades de vivir en un pueblecito apartado y, sin embargo, también
la riqueza moral de nuestro pueblo, la riqueza de ese hombre, donde él
aprendió a rezar, donde él aprendió a ver a Dios y amar al prójimo, donde
Monseñor Chávez y González en una visita pastoral lo encuentra entre los
muchachitos de la catequesis y le pregunta: “¿quieres ser sacerdote?”. Y
se lo lleva para el seminario” (5 de marzo de 1978).

El Paisnal, como Belén, es un pueblo pequeño, y Monseñor Romero se re-


crea en ver que ahí, no en la grandeza, crece todo lo bueno, con sencillez. Que de
ahí viene la salvación. Y como está hablando en El Paisnal pone a Rutilio como
ejemplo de lo que es la verdadera grandeza. No consiste la grandeza del hombre
en ir a la ciudad, en tener dinero y poder, en acumular privilegios, en ser alguien

9
“importante”. La grandeza de la persona consiste en ser más humano. ¿Y en qué
consiste ser más humano? Para explicarlo, Monseñor Romero nos ofrece la vida
de Rutilio: amar al pueblo pobre.

“Y para que vean, hermanos, la grandeza del hombre no es ir a la gran


ciudad, no es el tener títulos, riquezas, dinero; la grandeza del hombre
está en ser más humano. Por eso, cuando Rutilio llega a la plenitud de la
humanidad suya, lo encontramos de vuelta para El Paisnal. En vísperas
de un día de la fiesta patronal del pueblito viene para acá, con el cariño
del hombre que ha crecido en su corazón, pasando por universidades y
por libros y estudios. Aquel hombre ha comprendido que la verdadera
grandeza donde lo ha conducido toda su inteligencia, su vocación, todo,
no está en haberse ido de aquí para ser más rico en otro pueblo, sino en
volver a su pueblo, amando a los suyos. Esto es la verdadera grandeza”
(5 de marzo de 1978).

Estas cruces
se encuentran en el sitio en
que fueron asesinados
Don Manuel Solórzano, Ruti-
lio Grande y
Nelson Rutilio Lemus.

10
Y cerca de El Paisnal, en Aguilares, a donde fue Monseñor a consolar al pueblo
tras un mes de ocupación militar que dejó numerosos asesinatos y desmanes, dijo
estas palabras para resumir quién fue Rutilio: “aquel corazón bueno que recordamos
con cariño: el Padre Grande y sus colaboradores” (19 de junio de 1977).

“Una antorcha en lo alto”

En la homilía que acabamos de citar, Monseñor Romero hace referencia a un


hecho muy importante en la vida de Rutilio Grande. El 24 de septiembre de 1972
Rutilio se hizo cargo de la Parroquia de Aguilares. Allí, junto con un equipo de
compañeros emprendió una experiencia de pastoral rural en la que Rutilio empezó
a hacer realidad lo que Medellín dice en sus documentos: una Iglesia comprometida
con los pobres, los campesinos y campesinas de Aguilares.

Monseñor Romero señala que la experiencia de evangelización en Aguilares es


una “antorcha en lo alto” (19 de junio de 1977), un ejemplo a seguir. De hecho, con
su palabra y gestos proféticos Oscar Romero llegó a hacer de toda la arquidiócesis
una antorcha que iluminó, inspiró y dio esperanza a muchas personas. Pero Rutilio
ya había comenzado, y Monseñor calificó la novedosa experiencia pastoral como
“un movimiento atrevido de un evangelio más comprometido”:

“Hermanos, quiero agregar una palabra de ánimo y de orientación: mucho


ánimo, no decaiga vuestro espíritu. Aguilares, en la arquidiócesis de San
Salvador, tiene ya un significado muy singular, desde que cae abatido por
las balas el Padre Grande, con sus dos queridos campesinos… Hermanos,
porque yo creo que hemos mutilado mucho el evangelio. Hemos tratado
de vivir un evangelio muy cómodo, sin entregar nuestra vida. Solamente
de piedad. Pero he aquí que en Aguilares se inicia un movimiento atrevido
de un evangelio más comprometido” (19 de junio de 1977).

“Un peregrino campesino, hermano entre los pobres”

En la homilía del primer aniversario de su asesinato, Monseñor Romero nos


presenta a Rutilio como un campesino que camina entre campesinos, hermano de
los pobres. ¡Qué mejor título y honor que éste: hermano de los pobres! Monseñor
Romero comprendió a fondo la vida de Rutilio Grande, y por eso le salió de sus
labios este hermoso título. No podía ser menos.

11
El texto que sigue es extenso, pero es muy importante porque habla de la opción
más profunda de Rutilio Grande: la opción por los pobres. Rutilio fue seguidor de
Jesús, nos dice Monseñor Romero, pero de un Jesús “vivido en el pueblo”:

“Aquí están compañeros del Padre Grande que conocieron a fondo aquella
alma religiosa que, empapada del espíritu de San Ignacio de Loyola, sabe
preguntarse ante el Cristo crucificado que ha muerto por mí: ¿qué he hecho
por Cristo? ¿qué hago por Cristo? ¿qué debo hacer por Cristo? Y me parece
que la vida de este religioso cristiano es precisamente la respuesta a estas
preguntas: ¿qué debo hacer por Cristo? Así se explica una inspiración de
una vida consagrada a Dios que lo ha hecho incansable por esos caminos
polvorientos, con su alforja, como un peregrino campesino, llegar a las
casitas humildes y sentirse hermano entre los pobres. Entre los campesinos
sentirse el hombre más encarnado porque llevaba a Cristo en su corazón
como buen jesuita, a vivir y a sentir a Cristo… que no se aprende única-
mente en el retiro espiritual sino conviviendo aquí donde Cristo es carne
que sufre, aquí donde Cristo es cosa, donde Cristo es persecución, donde
Cristo es hombres que duermen en el campo porque no pueden dormir en
su casa, donde Cristo es enfermedad que sufre por consecuencia de tantas
intemperies y de tantos sufrimientos, aquí es Cristo con su cruz a cuestas,
no meditado en una capilla junto al viacrucis, sino vivido en el pueblo, es
Cristo con su cruz camino del Calvario. Este es el Cristo que se encarnó
en este religioso, en este jesuita seguidor de Jesús” (5 de marzo de 1978).

“Nuestro primer mártir”

Finalmente, Monseñor Romero nos presenta a Rutilio Grande como “nuestro


primer mártir” (9 de marzo de 1980). “Su tumba es gloria de la Iglesia” (5 de
marzo de 1978). No es fácil que la jerarquía de la Iglesia reconozca como mártir a
un sacerdote asesinado. La prudencia y los cánones pueden más que la evidencia
de los hechos. Pero no fue así con Monseñor. Monseñor Romero nos sorprendió a
todos cuando de forma clara y natural dijo que Rutilio Grande es un mártir porque
murió como murió Jesús por defender la vida de los pobres.

Monseñor Romero se dejó cuestionar e impactar por Rutilio Grande cuando


lo vio “ungido con el aceite del martirio, con su propia sangre, como me pareció
aquella noche cuando lo vi en la iglesia de Aguilares, tendido, muerto” (5 de marzo
de 1978). Y no se le pasó por alto que junto a Rutilio Grande también fueron ase-
sinados dos campesinos que lo acompañaban: Manuel Solórzano y Nelson Rutilio

12
Lemus. Monseñor habla del hecho como un símbolo de gran significado. Rutilio
Grande no muere sólo, muere junto a dos campesinos. De este modo, la muerte de
Rutilio Grande es el símbolo de una Iglesia que opta por los pobres.

“El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte con dos
campesinos de la mano. Así ama la Iglesia, muere con ellos y con ellos
se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama y es significativo que
mientras el Padre Grande caminaba hacia su pueblo a llevar el mensaje
de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote
con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para
vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de
amor” (14 de marzo de 1977).

En los días anteriores al primer aniversario del asesinato de Rutilio Grande,


Monseñor Romero nos dice que tenemos “la obligación” de recordar a los mártires:

“Tenemos, hermanos, la obligación de recoger el recuerdo de nuestros


queridos colaboradores, y, si han muerto bajo un signo martirial, recoger
también su ejemplo de entereza, de valor, para que esa voz que quisieron

13
acallar con la violencia no se muera, sino que siga siendo el grito de Jesu-
cristo: No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero dejan vibrando
la palabra y el mensaje eterno del evangelio” (26 de febrero de 1978).

Y lo cumplía. Monseñor siempre recordaba a Rutilio Grande cada año al


aproximarse la fecha del aniversario, como se puede ver en las homilías del 5 de
marzo de 1978, 11 de marzo de 1979, 16 de marzo de 1980 y –con profundo sim-
bolismo– en la última homilía de Monseñor Romero en catedral el 23 de marzo
de 1980 la víspera de su propio martirio. En esa ocasión Monseñor Romero hace
referencia al tercer aniversario y nos dice que, cuando se quiere ser fiel a Jesús, se
encuentra “lo que el Padre Grande encontró”, la persecución y el martirio. Un día
después fue él mismo quiera caía abatido por las balas precisamente por la misma
causa por la que mataron a Rutilio Grande, por fidelidad a Jesús y al pueblo pobre.

“Su memoria es esperanza para nuestro pueblo” (5 de marzo de 1978), dice


Monseñor Romero al concluir la homilía del primer aniversario de Rutilio. Sin
duda lo fue para él. La vida y testimonio de Rutilio Grande inspiró y animó a
Monseñor Romero. En varias ocasiones en las homilías agradeció a Rutilio Grande
su testimonio y animó al pueblo a seguir su testimonio.

Rutilio Grande, el hermano de Monseñor Romero y hermano de los pobres,


un corazón bueno, una antorcha en lo alto, nuestro primer mártir. Esta es la pre-
sentación que de Rutilio Grande nos dejó Monseñor Romero.

14
Las homilías de Rutilio
Una voz que grita en el desierto
Miguel Cavada Diez

Cuando leer la Biblia era un riesgo

Hoy en El Salvador se lee la Biblia quizá más que nunca. La palabra de Dios
se transmite a través de los periódicos, de las radios y hasta de algunos canales de
televisión. Cientos de personas leen a diario la Biblia y abundan los predicadores
que comentan todos los días su mensaje. Misioneros de las diversas Iglesias tocan
a las puertas para llevar el mensaje bíblico al pueblo. Estamos bien servidos de la
palabra de Dios. Sin embargo, a pesar de que esto podría ser motivo de alegría, es
motivo de preocupación. Nos explicamos.

Hoy abundan las predicaciones de la Biblia, pero algo falla y se trata de algo
esencial: se lee y se habla de la palabra de Dios pero “no se toca la realidad”, no se
iluminan los problemas cotidianos que afligen a la gente. Como el sacerdote y el
levita de la parábola, “damos un rodeo” para evitar al herido. Tenemos la Biblia tan
pegada a nuestros ojos que no vemos, o no queremos ver, lo que sucede a nuestro
alrededor. Nos negamos a aceptar que en el suelo está postrado el pueblo. Monseñor
Romero calificó a ciertas predicaciones de su tiempo con estos calificativos:
“predicación desencarnada, espiritualista, a veces hasta embustera y mentirosa” (16
de julio de 1978). Lo mismo podemos decir de la mayoría de las predicaciones de
hoy: son mensajes espiritualistas, que se quedan en las nubes y, cuando aterrizan,

15
lo hacen para caer en un moralismo trasnochado y conservador. Pero nada de esto
es casual. Si se impone este nuevo estilo de predicación es porque interesa echar
tierra sobre la verdad.

Hace 25 años no era así. Llevar una Biblia debajo del brazo podía costar la
vida. De hecho, hubo campesinos y campesinas asesinados por los cuerpos de
seguridad por el simple hecho de llevar la Biblia. No cualquier Biblia, sino la
Biblia latinoamericana. Y no en cualquier circunstancia, sino en el campo y en los
suburbios de la ciudad, es decir, allí donde los pobres se reunían y organizaban su
fe en comunidades cristianas y donde se leía la Biblia conectada con la realidad.

Biblia y concientización en Aguilares

Aguilares es uno de esos lugares donde se inició lo que Monseñor Romero


llamó “un movimiento atrevido de un evangelio más comprometido” (19 de junio
de 1977). Allí Rutilio Grande, en equipo con otros sacerdotes, estudiantes y sobre
todo líderes campesinos y campesinas, puso en marcha una pastoral liberadora.

16
Lo central de esta pastoral es que hace de la campesina y del campesino personas
adultas, críticas, capaces de dirigir su propio destino a través de la organización.
En Aguilares, miles de campesinas y campesinos botaron la venda de la sumisión
y de la ignorancia a la que habían sido sometidos, y se despertó en ellas y ellos
todo el ingenio, inteligencia y capacidades que estaban allí escondidas, oprimidas,
atrapadas. Rutilio Grande no hizo otra cosa que liberar estas mentes y despertar la
conciencia. A partir de ahí, el pueblo comenzó a caminar, a organizarse, a exigir
por sí mismo, a plantear su derechos y también sus sueños, a luchar por su vida y
dignidad.

Los campesinos y campesinas antes, o quizá al tiempo, que se tomaban las


tierras, se tomaron las conciencias, sus propias conciencias, que antes estaban
ocupadas por pensamientos extraños, ajenos. Expulsaron esos pensamientos y
comenzaron a pensar con sus propias palabras y a partir de su propia realidad. En
esos momentos se estaba produciendo una verdadera revolución silenciosa, que
más tarde daría paso a una revolución social sin precedentes: la organización de
campesinas y campesinos adquirió tanta fuerza en cantidad y calidad como nunca
en la historia de nuestro país.

La predicación de la Palabra de Dios

En esta toma de conciencia jugó un papel muy importante la lectura de la


Biblia y la predicación de personas como Rutilio Grande. ¿Qué produjo entonces la
predicación de aquel tiempo, en la década de los setenta? No precisamente personas
piadosas y expertas en Biblia. Lo que produjo fueron personas adultas, con espíritu,
que se organizaron para luchar por la vida, para hacer realidad la buena noticia de
la liberación.

No son muchas las homilías que se conservan de Rutilio Grande, pero basta
con las tres homilías que se publican en este libro. Son el mejor ejemplo de lo que
llamamos la verdadera predicación del evangelio. Podríamos leer otra vez esas
homilías con esta pregunta en la cabeza: ¿en qué consiste la verdadera predicación
cristiana?

En otras ocasiones se ha hecho un paralelismo entre la relación de Juan Bautista


y Jesús, y la relación de Rutilio Grande y Oscar Romero, de tal manera que se
presenta a Rutilio como el precursor de Romero. Y es cierto. En buena medida
Rutilio Grande preparó el camino a Monseñor Romero.
Aquí vamos a ceñirnos a la predicación. Si comparamos las homilías de Rutilio

17
Grande, que se han conservado, con las homilías de Monseñor Romero, sin lugar
a dudas podremos percibir que en las primeras ya hay algo de lo que después
contendrán de manera magistral las homilías de Romero. Ahora queremos mostrar
qué es lo que tienen las homilías de Rutilio Grande que las hacen tan peculiares
y que en cierto modo preparan el camino a aquellas homilías proféticas, únicas,
incomparables de Monseñor Romero. Lo peculiar de Rutilio lo podemos resumir
quizás en que sus homilías son una palabra popular, encarnada en la realidad,
oportuna y profética.

Una palabra popular

Si algo llama la atención de la predicación de Rutilio Grande es su claridad.


Es una palabra popular. Su lenguaje es el lenguaje de un campesino que, a pesar de
los estudios recibidos, nunca ha dejado de ser campesino. El conoce cómo habla y
cómo piensa su pueblo, y en esos términos se dirige a él. Rutilio Grande se dio a
entender. Su gente lo escuchaba con atención porque lo entendían, porque estaba
hablando con sus propias palabras, modismos y expresiones.

Todavía hoy da gusto leer las homilías de Rutilio Grande, y me imagino que
daría mucho más gusto escucharlas de viva voz. Su lenguaje es claro, directo,
popular. La profundidad de su pensamiento se transmite con la claridad y la riqueza
simbólicas del lenguaje popular. Leer las homilías de Rutilio Grande es como
leer los evangelios. El Jesús que nos muestran los evangelios sinópticos habla en
parábolas, habla como habla el pueblo, y por eso el pueblo lo escucha y lo entiende.

Hoy las cosas han cambiado. En la mayoría de las predicaciones actuales hay
una falta de comunicación entre el predicador y el pueblo. Esto puede deberse a
que el predicador está hablando de temas que no tocan el interés de la gente, o a
que habla en un lenguaje incomprensible, o a las dos cosas a la vez. La paradoja
es notable: lo que está claro en una parábola del evangelio, se torna oscuro e
incomprensible en la predicación. Y es que, por contradictorio que parezca, una
buena predicación no es aquella que utiliza un lenguaje típicamente religioso,
sino aquella que comunica el mensaje con palabras concretas, sencillas, claras. Un
ejemplo inolvidable: para explicar el destino común de los bienes, Rutilio nos habla
de una mesa compartida, con manteles largos, donde a nadie le falta su taburete y
su “conqué”. Todo el mundo entiende.

18
Una palabra encarnada en la realidad

Ahora bien no se trata solamente del cómo predicar, cómo hablar, sino
sobre todo de qué se predica, qué se dice. Bueno es que la predicación utilice un
lenguaje popular, sencillo, claro, al estilo de Jesús y de Rutilio, pero no basta eso.
Lo fundamental es qué se dice en ese lenguaje popular. Porque ciertamente hay
predicadores que se dan a entender porque hablan claro, con giros y expresiones
populares, pero no dicen nada, su palabra popular está vacía de contenido. De ahí
la importancia de esta segunda reflexión.

La predicación de Rutilio Grande pone en contacto la Biblia con la realidad


que viven los campesinos y campesinas que lo escuchan. De lo que se trata en la
predicación –para quien predica y para quien escucha– no es tanto de “entender”
lo que dice la Biblia, sino de lo que “dice” Dios en la realidad actual, qué dice
Dios ahora, hoy mismo. Por supuesto, para entender qué es lo que está pasando,
para discernir los signos de los tiempos, es insustituible la palabra de Dios que
ilumina como una lámpara. Pero la cuestión, repetimos, no es quedarse admirando
la belleza de la lámpara (la Biblia), sino el camino que ilumina (nuestra realidad).

Las homilías de Rutilio Grande son un ejemplo admirable de esto que estamos
diciendo. En ellas se entrelazan la Palabra de Dios y la realidad del pueblo, de
tal manera que se convierten en
un mensaje nítido. Por citar un
ejemplo, de los muchos que hay
en sus homilías, cuando Rutilio
quiere explicar y desenmascarar
la persecución contra la Iglesia,
dice que si Jesús viniera hoy de
Galilea a Jerusalén, es decir de
Chalatenango a San Salvador,
no pasaría de Guazapa, allí lo
detendrían.

Abundan hoy las predica-


ciones donde se explican los
pasajes bíblicos en todos sus
detalles. Son admirables cate-
quesis, podríamos decir, pero no
son predicación porque les falta
ese elemento esencial de encar-

19
nación en la realidad. La predicación no es un cursillo bíblico ni una consultoría
para dar consejos. La predicación es profecía, es actualizar la palabra de Dios en
la realidad del pueblo.

Esta encarnación de la Palabra de Dios en la realidad concreta que vive la


comunidad no se lo sacó Rutilio Grande de la manga. El no hizo otra cosa que
poner en práctica lo que dice el magisterio de la Iglesia:

“Son innumerables los acontecimientos de la vida y las situaciones


humanas que ofrecen la ocasión de anunciar de un modo discreto pero
eficaz lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia. Basta
una verdadera sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el
mensaje de Dios” (Evangelii nuntiandi, 43).

Es paradójico, pero hoy la Iglesia, o las Iglesias que se precian de ser


“espirituales”, de no meterse en política, de anunciar verdaderamente el evangelio,
carecen de lo que el magisterio llama “sensibilidad espiritual”. Se habla mucho
de hacer oración, retiros espirituales, vida interior, pero no se ven los frutos por
ninguna parte, porque si de verdad fuera una Iglesia espiritual su predicación leería
“en los acontecimientos el mensaje de Dios”, como dice Pablo VI en la Evangelii
Nuntiandi.

No es lo mismo hablar de Dios que dejar hablar a Dios. En la predicación


actual se habla mucho de Dios, no dudamos de ello. Pero lo que el pueblo requiere
no es simplemente que le hablen de Dios, lo que requiere es oír qué dice Dios en
esta realidad concreta que vivimos hoy. No es fácil. Y precisamente para eso está
la predicación. Rutilio Grande une con tanta naturalidad el mensaje de la Biblia
con la realidad de su pueblo que el resultado es una predicación donde al pueblo
le queda claro lo que Dios dice, lo que Dios siente y lo que Dios exige.

Una palabra oportuna

Creo que ésta es una de las principales cualidades de las homilías de Rutilio
Grande. Y es que no se trata simplemente de predicar, sino de hacerlo en el tiempo
y en el lugar oportunos. Hablar cuando hay que hablar. Un sacerdote es expulsado
del país y ahí se hace presente Rutilio Grande, en el atrio de la parroquia de Apopa
para dirigir una memorable homilía que denunció el atropello a que era sometido
entonces el pueblo. A esto es lo que llamamos una palabra oportuna, que habla
cuando hay que hablar, en los momentos en que el pueblo espera una palabra de
aliento, una palabra también de denuncia y orientación.
20
Rutilio Grande es invitado a predicar en la fiesta del Divino Salvador del
Mundo y aprovecha la “oportunidad” no para hacer una predicación de lucimiento
personal, o una predicación para salir del paso, sino que, sabiendo que se trata de un
momento clave en la vida y la historia del país, hace ante las autoridades políticas,
militares y religiosas las denuncias que es necesario hacer. Tenía delante, ni más ni
menos, que al presidente de la República. Rutilio no se atrinchera en un mensaje
doctrinal que lo dice todo y no dice nada, sino que, consciente de la oportunidad,
les dice lo que les tiene que decir. (Por cierto, esta homilía le costó el rectorado
del Seminario Mayor de San José de la Montaña).

Hay hoy, como decía Monseñor Romero, “muchas palabras de charlatanes”,


pura lata que suena, una correntada de palabras que se oyen huecas, vacías… Nos
atiborran con mensajes, consejos, explicaciones, etc. Pero a la hora de las horas,
cuando se necesita una palabra clarificadora y animadora, no hay nada. Suceden
hechos graves en el país, de repente miles de salvadoreñas y salvadoreños se
quedan sin empleo, pero las predicaciones de la radio, TV y los periódicos, los
predicadores “de moda”, parece que no se enteran, su mensaje sigue como si nada
hubiera pasado.

Gran lección la que nos deja Rutilio Grande: saber ser oportunos –que nada tiene
que ver con ser oportunistas. Es decir, arriesgarse a hablar cuando lo más cómodo
es callar. Atreverse a decir una palabra en las situaciones críticas que requieren,
precisamente por ser situaciones límite, de la palabra alentadora y orientadora.

Una palabra profética

Acabamos de decir que hablar oportunamente es clave en la verdadera


predicación cristiana. Así lo hizo Rutilio Grande. La palabra profética es una
palabra dicha a tiempo, en el lugar y la hora exacta. La palabra profética de Rutilio
Grande cumple, como verdadera palabra profética, una doble función: denuncia
las injusticias y al mismo tiempo transmite ánimo y esperanza a los pobres.

Rutilio Grande no se queda en las ramas. Sus denuncias no son genéricas,


de tal forma que se habla de todo y de todos y no se señala nada ni a nadie. Sus
denuncias sí suenan a puro evangelio. Para muestra, un ejemplo que tomamos de
la homilía que Rutilio Grande predicó en Apopa con motivo de la expulsión del
Padre Mario Bernal:

21
“¡Ay de ustedes hipócritas que de diente a labio se hacen llamar católicos
y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor
cuando camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el
nombre de Chabela, con el nombre del humilde trabajador del campo!”

Las denuncias de Rutilio Grande dan a los pobres alegría y esperanza. Los
pobres, por fin, advierten que alguien habla por ellos, y sienten que algo puede
cambiar en su situación. De la sumisión y el silencio los campesinos y campesinas
pasan a tomar la palabra y a hablar por sí mismos, se organizan y luchan por su
vida. Y si lo hacen es porque la predicación no les dejó sumidos en la tristeza y la
pasividad, sino que les produjo esperanza.

Vengamos al presente. Si
bien es cierto que después de
la firma de los acuerdos de
paz (1992) ha habido cambios
políticos muy importantes
en El Salvador, también es
cierto que la situación social
y económica está peor que en
el pasado. Las cifras oficiales
hablan casi de un 50 por ciento
de personas en nuestro país que
viven en la pobreza. Esto dicho
en términos absolutos significa
que por lo menos tres millones
de personas mal viven en algún
grado de pobreza. En esta última
década se ha dado un proceso de
concentración de la riqueza más
acelerado que antes de la guerra.
Pero parece que esta realidad de
miseria de las mayorías popu-
lares y riqueza de una minoría
privilegiada no afecta en nada a
la predicación de las Iglesias.

Según lo que hemos dicho,


la predicación debería contener vigorosas denuncias de las instituciones y
mecanismos que generan tanta pobreza y miseria. Pero no es así, más parece lo

22
contrario. La predicación de la Iglesia que nos habla de Dios encubre esta situación.
La predicación profética es precisamente aquella que pone al descubierto con sus
denuncias y análisis el pecado de unos pocos que llevan a la muerte de muchos.
Esta denuncia no se hace para crear más confrontación de que la que los grupos
poderosos ya crean con sus injusticias, sino para llamar a la conversión de los
corazones y a la transformación de las estructuras.

Si la pobreza ha aumentado y es aún más grave que en los tiempos de Rutilio


Grande, ¿por qué tanto silencio? Esto no tiene otra explicación que las Iglesias
han optado por el poder, consciente o inconscientemente. ¿Cuál es el objeto de la
predicación sino comunicar la buena nueva de la liberación a los pobres? (Lc 4,
18-19). La predicación actual es más doctrinal que profética. Está más preocupada
por transmitir la doctrina segura a los fieles que por denunciar las injusticias.

No estamos diciendo que la doctrina no sea importante en la predicación de


la Iglesia, pero sin lugar a dudas, lo que en primera instancia debe importar al
predicador es que los fieles puedan vivir como Dios manda. Está claro que Dios
no manda que la mayoría de las personas vivan y mueran en la miseria mientras
una minoría se da la gran vida. Por eso decimos que el objeto de la predicación es
contribuir a la liberación y no tanto al adoctrinamiento de los fieles. Esto último es
función de la catequesis. Y –ya lo hemos dicho– la predicación es mucho más que
una catequesis. Es la actualización de la Palabra de Dios en la situación concreta
que vive el pueblo. Es fácil observar que las homilías de Rutilio Grande están
cimentadas en una doctrina segura, pero su finalidad primaria no es transmitir esa
doctrina. Lo que Rutilio Grande buscaba, al igual que Jesús, era contribuir a la
liberación de su pueblo.

Una palabra popular, encarnada en la realidad, oportuna y profética, son


las características que a mi modo de ver tienen las homilías de Rutilio Grande.
Veinticinco años después de su asesinato camino a El Paisnal necesitamos que la
Iglesia hable como habló en su tiempo Rutilio Grande. Ojalá.

***

Por coincidencia, pocos días después de escribir estas reflexiones, estuve en


Cinquera. La iglesia aún conserva las dos paredes frontales medio derruidas. La
comunidad cristiana ha querido dejarlas ahí como testimonio de los horrores de
la guerra. Es una iglesia bonita por su modestia. En su interior, en una pared, se

23
han colocado las fotografías de los mártires de la comunidad. Varias veces hemos
visitado el lugar, pero esta vez había una novedad. Junto a las fotografías de los
mártires están varias hojas tamaño oficio. Alguien con infinita paciencia ha copiado
a mano, con letra grande y muy clara, toda la homilía de Rutilio Grande en Apopa.
¡Qué mejor homenaje y celebración del vigésimo quinto aniversario que éste que
le ofrece su gente campesina!

24
Rutilio Grande
Interpelación a la Iglesia
Jon Sobrino

“Amigos. Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo. Allí se nos


aclara cuando se mira turbio el horizonte de nuestro caminar pastoral”.

Comenzamos estas breves reflexiones sobre Rutilio con estas palabras que
lo hacen muy actual. De forma desconocida hoy proliferan en la Iglesia diversas
pastorales, grupos y movimientos, música y cantos con temática cristiana. La Iglesia
está presente en emisoras de radios y televisión. Los viajes papales rompen todos
los récords de público. Y las canonizaciones se han multiplicado de tal manera que
de ser acontecimientos extraordinarios se han convertido en noticia habitual. José
Comblin habla de una especie de nueva cristiandad. No como la de antes, pero con
cierto parecido con ella por lo que ocurre y, sobre todo, por lo que se desea que
ocurra: masiva presencia ambiental de la Iglesia, aun en formas muy diversas, y
armonía entre poderes civiles y jerarquía eclesiástica que configuran la sociedad
desde arriba.

Y sin embargo, se nota que en la Iglesia falta algo importante. Falta un norte
que marque el camino, un ideal que aglutine, una causa por la que merezca la pena
comprometerse y sufrir y una esperanza que produce gozo. Como en tiempo de
Rutilio, aunque de diversa forma y después de haber pasado por años de brillan-
tez, el horizonte eclesial se mira turbio. En este contexto lo recordamos 25 años
después de su martirio y escuchamos las palabras, que en su día fueron vigorosas
en medio de su trajín en Aguilares, y que lo siguen siendo hasta el día de hoy, pues
su martirio les ha otorgado el vigor de lo que ya no pasa.

25
“¡Oh verdad, siempre antigua y siempre nueva!”, decía Agustín. Y eso también
ocurre con los palabras de los mártires, y ciertamente con las palabras de Rutilio:
“Amigos, volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo”. Sobre ellas queremos
hacer a continuación unas breves reflexiones, dejando hablar a Rutilio, y citando
–con libertad– para ello palabras de sus homilías que publicamos más adelante.
Nuestras reflexiones vienen a ser como glosas a una pequeña selección de lo que
su compañero de Aguilares, el Padre Salvador Carranza, ha llamado “el pequeño
evangelio de Rutilio Grande”.


Jesús de Nazaret

¿Qué Jesús tenemos hoy y qué Jesús tenía Rutilio Grande? Me temo que no
son el mismo. Y es que Rutilio habló de Jesús con gozo, pero también con serie-
dad. Y empezamos por esto último porque en la actualidad sobran presentaciones
complacientes, acarameladas, de Jesús.

También en tiempo de Rutilio se podía presentar a un Jesús alejado de la


realidad cotidiana del obrero y de la campesina. Y nada digamos del Cristo –que
nunca existió– que bendecía a terratenientes y militares. Ante esto Rutilio tomó
en serio a Jesús y denunció su manipulación: “Muchos prefieren un Cristo mudo
y sin boca para pasearlo en andas por las calles. Un Cristo con bozal fabricado a
nuestro antojo y según nuestros mezquinos intereses”.

Al hablar de Jesús ante los campesinos, muchas veces adormecidos en nombre


de un Jesús falso, Rutilio se enardecía y, por así decirlo, salía por la honra de Jesús.
Le dolía que se presentase a un Jesús aguado. “¡Ese no es el Cristo del Evangelio,
el Jesús joven de 33 años!”. Y en palabras que se entendían muy bien en aquellos
años decía:

Mucho me temo, hermanos, que si Jesús volviera hoy, bajando de Galilea


a Judea o sea de Chalatenango a San Salvador, yo me atrevo a decir que
no llegaría con sus prédicas y acciones hasta Apopa. Lo detendrían allí,
a la altura de Guazapa. Y duro con él, hasta hacerlo callar o desaparecer.

Quizás hoy Jesús no sería ya detenido a la altura de Guazapa, ni en muchas de


nuestras calles, pues su palabra es manipulada por las democracias neoliberales y
queda muchas veces aguada en su Iglesia. Pero eso no quiere decir que las cosas
van bien en el país ni que la Iglesia hace todo lo que debe hacer para que eso no
ocurra. Significa que vivimos en épocas de un Cristo domesticado, lo cual ya ha

26
ocurrido muchas veces en la historia. De ahí la importancia de volver a Jesús de
Nazaret con la seriedad con que de él hablaba Rutilio Grande.

Pero hay que añadir en seguida que esa seriedad nada tenía de masoquismo,
de tristeza o angustia, sino que estaba llena de gozo y esperanza. Es bien conocido
que Rutilio devolvió la esperanza a campesinos y campesinas afligidos, dejados de
la mano de Dios. Y lo hizo sobre todo hablándoles de Jesús. Jesús era uno de ellos,
“un peregrino que iba por cantones y caseríos”. Jesús no era una imagen sin palabra
ante quien se hacen novenas y a quien se le lleva en procesiones. Era mucho más
que eso. Era palabra viva y actual, interpelante y animante, una palabra “limpia y
clara como el agua que baja de los montes”. Y para los campesinos era ante todo
una palabra de esperanza. “Ahí no más tienen el Reino de Dios”, decía Rutilio,
citando la proclama de Jesús de Nazaret al comienzo de su misión. En palabras
que ya se han hecho clásicas, a modo de testamento, un mes antes de ser asesinado,
explicó así lo que significa hoy en El Salvador el reino de Dios.

Dios, el Señor, en su plan, a nosotros nos dio un mundo material, como


esta misa material, con el pan material y la copa material que elevaremos
en el brindis de Cristo. Una mesa común con manteles largos para todos,
como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete y que para todos llegue
la mesa, el mantel y el conqué. Cristo, de 33 años, celebró una cena de
despedida con los más íntimos y dijo que ése era el memorial grande de la
redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan
su puesto y su lugar. Es el amor de la fraternidad compartida que rompe y
echa abajo toda clase de barreras, prejuicios y ha de superar el odio mismo.

Alguien que habla así toma a Jesús en serio y con gozo. Y también a su Dios.
“Dios no está en las nubes acostado en una hamaca”, repetía Rutilio. Y se quejaba
amargamente de que nos trajeran a un Dios a quien “no le importa que las cosas
le vayan mal a los pobres aquí abajo”. Ya entonces se quejaba de la inflación pala-
brera al hablar de Dios. Mucho decir “¡Primero Dios, primero Dios! ¡En nombre
de Dios! ¡Gloria a Dios!”, pero poco hacer.

Mucho le hubieran gustado a Rutilio las palabras de su amigo Romero: “la


gloria de Dios es el pobre que vive”, bien diferente al repetido “gloria a Dios”. Y
aunque la gente sencilla, la de antes y la de ahora, no esté para distinciones sutiles,
el repetir machaconamente “gloria a Dios” bien pudiera reflejar a un Dios que está
esperando alabanzas de sus creaturas, a un Dios en definitiva egocéntrico, hecho
a nuestra imagen y semejanza, pues a nosotros los seres humanos sí nos encanta
que nos rindan pleitesía. Pero ese malentendido ya lo explicó muy bien la teología

27
de Juan. Lo primero que hace Dios es amarnos él a nosotros. Y lo que espera de
nosotros, como correspondencia a ese amor, es que amemos al hermano y a la
hermana (1Jn 4, 7-11).

Si de “gloria de Dios” se trata, mejor la expresan las palabras de Romero, “que


el pobre viva”. Es ése un Dios bueno, cariñoso con el pobre, que no está esperando
que le canten alabanzas a él, sino que él se adelanta –como en la parábola del Hijo
pródigo– a abrazar al pobre. Ese es el Dios de Jesús, el que ama y defiende al pobre.

De ahí la seriedad y la ternura, a la vez, con que Rutilio hablaba de Dios. Y de


ahí también su predicación contra un dios sin ternura hacia al pobre y convertido
en ídolo, que da muerte al pobre. Con gracejo y sabiduría cam-pesina decía:

Unos se santiguan: ¡En el nombre del Padre –el pisto– y del Hijo –el
café– y del Espíritu –mejor que sea de caña. Ese no es el Dios, Padre
de nuestro hermano y Señor Jesús, que nos da su buen espíritu para que
seamos hermanos por igual, y para que, como seguidores cabales de Jesús
trabajemos por hacer presente aquí y ahora su Reino.

Rutilio tuvo una gran experiencia de Dios, experiencia que le abrió el corazón
para sentir compasión y los ojos para ver el mundo como es, no disimular su pecado
ni ocultar la esperanza. Y sobre todo para ver a los seres humanos como somos, por
fuera y en lo profundo del co-razón. Entre nos-otros hay Abel y Caín, y de ahí la
necesidad de la
profecía, como
hemos visto.
Pero por enci-
ma de todo, más
allá de Abel y
Caín, te-nemos
todos a Dios por
Padre, y de ahí
la utopía y la
esperanza:

28
Un Padre común tenemos, luego todos somos hijos del mismo Padre,
aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres. Luego todos
somos hermanos. Los Caínes también son nuestros hermanos, aunque
sean un aborto en el plan de Dios.

Una Iglesia de los pobres en Aguilares

Ese Dios y su Cristo Jesús de Nazaret es lo mejor que Rutilio tenía que ofrecer a
su pueblo de Aguilares. Entonces, como ahora, era un pueblo cuya máxima tarea es
vivir y cuyo destino más cercano es la muerte rápida de la violencia, sobre todo en
aquellos tiempos, o la muerte lenta de la pobreza, del desarraigo familiar y cultural
de los millones de refugiados, del silencio y aun desprecio de parte de los poderes
de este mundo. No dominaba, entonces, el capital financiero ni la globalización
de los excluídos. Dominaba, simplemente, la inmemorial injusticia que produce
pobreza, “piltrafas y desechos humanos”, que decía Ellacuría.

Rutilio lo decía en lenguaje del campo, inigualable: “las chiltotas tienen un


conacaste donde colgar sus nidos para vivir y cantar, pero al pobre campesino no
le dejan ni un conacaste, ni un puño de tierra para vivir o para que lo entierren”.
Adelantándose a Romero, quien decía “esto es el imperio del infierno”, decía Ru-
tilio: “esto no es el reino de Dios, sino el reino de la maldad, de la mentira y del
diablo”. Y de nuevo, adelantándose a Romero denunció que los campesinos no
tienen derecho “a que se oiga su voz”. En sus últimas homilías Rutilio fue su voz.

Volviéndose a Jesús, el histórico, el de Nazaret, y volviéndose a los campesinos,


estando ante ellos y con ellos, Rutilio Grande hizo el milagro mayor de refundar
la Iglesia de Jesús en Aguilares, una Iglesia de los pobres, milagro que en aquel
tiempo también hicieron otros, sacerdotes, religiosas y campesinos en otros lugares
del campo y en las zonas suburbanas de la capital.

La intuición fundamental de Rutilio –y de toda aquella generación–, obsesión si


se quiere hablar así, era “hacer comunidad”. En la comunidad debían estar todos y
todas, con una primera consecuencia importante: que los campesinos y campesinas
recobrasen dignidad –la igualdad y fraternidad, tan pregonada en la democracia y
tan poco conseguida–, o que la llegasen a tener, quizás por primera vez. “Queremos
hacer con ustedes una comunidad de hermanos en la que nadie se sienta cacique
ni peón”. Por simple que sea mencionarlo, sin dignidad no hay fraternidad, y sin
fraternidad no hay filiación. Entonces, “Iglesia”, “pueblo de Dios”, no pasan de
ser vocablos vacíos.

29
De acuerdo a esta primacía que daba a la comunidad, la pastoral no consistía
en llevar a la gente al templo, llenar templos, como hoy se ansía, bajo el presu-
puesto de que ése es el camino de que la Iglesia crezca. Había que hacer más bien
lo contrario: salir del templo, ir a la gente allá donde está y hacer que la gente,
ellos y ellas, sean el templo vivo de Dios. “No buscamos que vengan a la iglesia
o traerles la iglesia de allá para acá, sino que ustedes sean hermanos e iglesia aquí
en el caserío o el cantón”.

Rutilio no fue un iconoclasta de la religiosidad popular, todo lo contrario. Sabía


bien que la religión ofrecía un norte, también fuerza y consuelo, a campesinos que
poco más tenían a que agarrarse para que su vida no fuese una total desgracia. “El
pobre sólo tiene la religión y la cuma. ¡No podemos dejarles más pobres sólo con
la cuma!”, decía. Pero tampoco se escudaba en que “no hay que quitar la fe a los
sencillos” o “esto es lo que le gusta a la gente” para no intentar cambiar. No vio la
religiosidad popular como algo intocable, algo que en definitiva mantiene sumiso
al pueblo y otorga poder a los jerarcas de la religión. Lo que quiso es transfor-
marla, y en ello mostró convicción, fortaleza y creatividad. “Buscamos chapodar
todo aquello que no es de Dios y nos tiene derrotados. Queremos dar más fuerza
y vida a esa religión nuestra para que el pobre no tenga que conformarse sólo con
la cuma”.

De esa nueva religiosidad dos elementos nos parecen esenciales. Uno es que
la palabra de Dios esté en manos de los campesinos. No se trata sólo de leer las
lecturas bíblicas en la misa, ni siquiera sólo de estudiar la biblia, sino de algo mucho
más hondo: “congregarse a dialogar la palabra de Dios”, decía Rutilio. “Congre-
garse”, es decir juntarse activamente en comunidad. “Dialogar”, es decir, exponer
y compartir, ellos y ellas, campesinos y campesinas, lo que les dice esa palabra.
“De Dios”, es decir lo que tiene ultimidad, que proviene de lo alto y a la vez de
lo más profundo de los corazones, lo que interpela con ultimidad, pero también lo
que ilumina, anima, produce gozo y esperanza, como no lo hace ninguna otra cosa.
Lo más novedoso, sin embargo, es que la religiosidad no es algo que otros, los de
arriba, dirigen, sino que nace del encuentro de los campesinos con la palabra de
Dios, en comunidad y en medio de una historia concreta. Es el triángulo necesario
para que la Biblia sea palabra de Dios del que habla Carlos Mesters: la Biblia, la
comunidad, la historia.

Lo esencial de esa palabra es que produce vida, salvación aquí y allá. Las
comunidades, y también mucha gente de las organizaciones populares –aun con
todos los dolores de cabeza que le proporcionaron a Rutilio– recogieron esa palabra
de vida. En cualquier caso la Iglesia dejó de ser rutina, tradiciones del pasado. “La

30
iglesia no es museo de tradiciones muertas, de enterradores que sólo se preocupan
de cargar la urna el Viernes santo para enterrar a Jesús. Debe ser un puño de co-
munidades vivas, portadoras de vida y esperanza para nuestra gente más humilde”.

El segundo elemento, al que ya hemos aludido, es la comunidad. Hoy proliferan


hasta el exceso las reuniones en la Iglesia, pero ser comunidad es otra cosa. Para
Rutilio era esencial que en la comunidad estuviesen todos y todas, con ilusión, activa
y creativamente, aunque sólo fuese aseando el templo. El individualismo, bien sea
el personal o el de grupos y de movimientos, es la negación de la comunidad. “No
vale decir ‘sálvese quien pueda con tal de que a mí me vaya bien’. ¡Nos tenemos
que salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea en comunidad!”.

Y la calidad de la comunidad se medía por el servicio. Como en los tiempos


de Pablo, en la comunidad a todos se les reconocían carismas, dones, capacidades,
talentos, para construirla. Nadie era más y mayor que otro, tentación y peligro que
Rutilio encaró con decisión y gran lucidez. “Recuerden que son delegados de la
comunidad ”, decía a los que tenían misiones más notables. Y se lo repetía en su
lenguaje: “No es para que sean cacicones sino servidores”.

La síntesis de esta Iglesia que se iba fraguando en Aguilares, en otras zonas


rurales y en los suburbios de la capital, está en la fuerza de la palabra, por ser de
Dios; en escucharla en comunidad, no individualmente, con exclusión de otros;
en medio de la historia real de pobreza e injusticia, de luchas y esperanzas, no en
la interioridad que deja abandonada la realidad a su suerte. Esto es lo que otros
después teorizaron como Iglesia de los pobres. Y permítaseme recordar que en
sus escritos eclesiológicos Ellacuría tuvo muy presente –junto al de Monseñor
Romero– el recuerdo de Rutilio y la experiencia de Aguilares.

Fuerza en la debilidad

Este Rutilio de palabra vigorosa, siempre en búsqueda, de inmensa creativi-


dad, de fortaleza hasta el final –sus palabras más proféticas las pronunció en los
últimos meses de su vida– fue un ser humano con limitaciones y, en concreto,
con una psicología que le hacía pasar por momentos de debilidad, aguda a veces,
como lo explica en profundidad Rodolfo Cardenal en su libro La historia de una
esperanza, escrito en 1985 y recientemente reeditado. De ahí que nos preguntemos
para terminar de dónde sacaba fuerza para pronunciar palabras como las que hemos
mencionado, las palabras proféticas, sobre todo.
Ingenuo no fue Rutilio. En su tiempo, además de la pobreza secular, estalló la

31
represión al pueblo. Y como cosa muy novedosa y sorprendente –y también como
bendición mayor– estalló la persecución a la Iglesia y a los sacerdotes, inconcebible
pocos años antes. Sin embargo nada de eso pareció sorprenderle ni menos desani-
marle. Le confirmó más bien en que él, el equipo de Aguilares y la comunidad, iban
por el camino correcto. Y esto, como lo proclama lo más profundo de la paradoja
cristiana, le dio fuerza para proseguirlo. También en esto se pareció a Romero,
quien, incluso psicológicamente, se creció cuando más arreciaba la persecución a
la Iglesia y los ataques contra su persona.

En medio de las dificultades externas y de las debilidades personales, Rutilio


mantuvo la lucidez. A los campesinos les decía: “no se desanimen ni desmayen
si los cacicones y de colmillo retorcido les dicen agitadores y subversivos y otras
cosas que ni ellos entienden. ¡Adelante, es buena señal!”. La razón para poder
decir palabras tan sorprendentes entonces está en el mencionado “volver a Jesús”:
“los fariseos, las autoridades y hasta los sacerdotes de entonces también llamaban
a Jesús, fijense bien, ¡enredador, blasfemo y alborotador del pueblo!”.

Y cuanto más arreciaba la persecución, más


elocuente llegó a ser Rutilio. Su actividad y sus
palabras recordaban la última semana de Jesús
en Jerusalén, denunciando a escribas y fariseos,
saduceos y sumos sacerdotes. La cercanía de la
muerte no lo apaciguó sino que lo enardeció. “¡Ay
de ustedes que se dicen católicos de diente a labio
y por dentro son inmundicia de maldad! Son Caí-
nes que crucifican al Señor cuando camina con el
nombre de Toño, Licha o del humilde trabajador
del campo”.

Adelantándose a los años de terror y represión que iban a vivir el país y la


iglesia, aunque ya asomaban, Rutilio pronunció estas palabras lapidarias. “¡Es
peligroso ser cristiano en nuestro país! ¡Prácticamente es ilegal ser cristiano cabal
en nuestro medio!”. Ingenuo no fue, pues, Rutilio, y conocía su débil condición.
Lo que ocurrió es que pudo decir como Pablo, como homenaje a la gracia de Dios
que operaba en él: “en mi debilidad está mi fuerza”.

Sin embargo, nos preguntamos de nuevo cómo su debilidad pudo convertirse en


fortaleza, de dónde sacaba fuerzas Rutilio para hablar así y obrar en consecuencia.

32
Este es el misterio de todo ser humano en el que, en definitiva, no podemos entrar.
Pero quizás podemos barruntar algo. Ya hemos dicho que Monseñor Romero se
creció, aun psicológicamente, durante los últimos tres años de su vida, y es que la
persecución, la cruz para un cristiano, pueden generar fuerza y vigor. Pero además
de eso, a Monseñor Romero, acosado por todas partes, se le escapó un día de dónde
le provenía fuerza y vigor: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor” -y quizás
sea ésta una pista certera también para comprender a Rutilio, que vamos a rastrear
brevemente en momentos claves de sus homilías.

A la comunidad de Aguilares y de muchas personas venidas de cantones y
caseríos les dijo en la fiesta del maíz de 1976: “Perdónenme que les felicite en la
Eucaristía por tantas cosas buenas. Felicitaciones a todos los hermanos porque nos
llegan noticias de todas partes que la fe de muchos entre ustedes, en sus comuni-
dades, en la parroquia y en el país no es vana”.

Rutilio les felicita porque el evangelio va ahora estrechamente unido a sus vidas
y porque no se han contentado con entender la Palabra, sino que la han puesto a
producir. Con gran ternura felicita especialmente a los adoradores del Santísimo,
ancianos que en medio de los cambios de aquellos años en la Iglesia se mantienen
fieles a la adoración al Santísimo y se mantienen abiertos a la novedad.

Quien felicita con sinceridad, como lo hace Rutilio, es que también está él
feliz. Esa felicitación a su pueblo es como un reverbero de su propia felicidad y
aparece inocultable en las siguientes palabras de gran belleza.

¡Les felicito, hermanos! Nos han dado una gran lección. Nos cuentan
que en vez de ponerse a pelear con el hermano Pedro si la Virgen tuvo o
no muchos hijos, si se puede comer gallina estrangulada o no, ustedes le
ofrecieron su ayuda cuando le desalojaron. En su pobreza le han levantado
el rancho y le ayudaron a trasladar sus tiliches. Enhorabuena y me alegro.
Ustedes mismos dicen que se ha unido a su comunidad y ya no quieren
que le digan “hermano separado”.

Rutilio se alegró al ver a los pobres viviendo unos con otros y siendo unos
para otros. Aprendió de ellos. Si desde arriba lo sostuvo el amor de Dios, desde
abajo fue el pobre quien le produjo alegría y gozo. Lo mismo le ocurrió a Jesús.
Desde arriba lo sostuvo el Padre, Abba, y desde abajo –aunque poco se habla de
ello– lo sostuvieron los pobres, y, en los ejemplos que ponen los evangelios, los
marginados, especialmente mujeres abatidas.

33
De Jesús se dice que se conmovió al ver a la viuda que había echado unos
pocos centavos en el templo, al ver a la mujer pecadora llorando a sus pies con
una gran fe, al ver a la mujer cananea corrigiendole a él –que se negaba a hacer un
milagro, pues “no hay que echar el pan a los perros”– al replicarle que “también
los perritos comen las migajas que caen de la mesa”. Los pobres comunicaron a
Jesús algo bueno, le comunicaron una buena noticia, le evangelizaron. Eso, pienso,
es lo que le ocurrió a Rutilio. La bondad que vio en los campesinos y campesinas
fue la fuerza que lo mantuvo y le hizo sentir gozo en medio de la debilidad y el
sufrimiento.

Rutilio hoy

En la historia ha habido muchas formas de ser cristiano, y ha habido incluso


épocas de degeneración del cristianismo. Pero siempre que se busca lo verdadera-
mente cristiano creemos que ocurren dos cosas: volver a Jesús, y no a cualquiera,
sino el de Nazaret, y encarnarse en la realidad, en sus gozos y esperanzas, en sus
angustias y sufrimientos, sobre todo de los que más sufren. Así lo dijo el Concilio
Vaticano II y Medellín, hace ya más de 30 años. Y ese fue también el secreto de
Rutilio.

Con esto queremos decir que no basta con repetir, como se hace con frecuencia,
a veces para no hacer lo que hay que hacer, que “las cosas han cambiado”, con lo
cual nos sentimos justificados para no tener que recordar a Rutilio o a Romero, o
los recordamos de tal manera que lo que somos y hacemos en poco se parece a lo
que fueron e hicieron ellos. Cambian las cosas, es cierto. Puede ser que no sea lo
mismo el PCN que ARENA. La represión y guerra no son lo mismo que el exilio
constante de refugiados. Los secuestros políticos de antes no son lo mismo que
el negocio de los secuestros de ahora. Y así mil cosas más. Pero no todo tiene por
qué cambiar. El oleaje puede cambiar y a veces es expresión de un mar distinto.
Pero otras veces, aunque la cresta de la ola sea distinta, las corrientes subterráneas
permanecen las mismas. ¿Puede decirse honradamente que hoy, a diferencia del
tiempo de Rutilio, las fuerzas del mal, de la mentira y de la muerte han sido vencidas
por las fuerza del bien, de la verdad y de la vida? Mucho me temo que no.

Decimos esto no para analizar ahora la situación del país, sino la realidad
de la Iglesia. No puede ésta apelar al cambio de situación, a que ya estamos en
democracia, a que ya hay libertad de expresión, a que no se puede ignorar la post-
modernidad también en la religión –aunque haya algo de verdad en todo ello– para
no enfrentar lo fundamental: en nuestro país existe un gravísimo pecado que da

34
muerte, las estructuras se rigen en definitiva por el egoísmo y para provecho de
unos pocos, las mayorías siguen siendo ignoradas, despreciadas y, cuando hace
falta, engañadas.

En esta situación Rutilio Grande interpela a la Iglesia. No hay que repetir lo


que él hizo, pero hay que llevar a cabo la pastoral con la creatividad, honradez,
amor al pueblo pobre, profecía, fortaleza y gozo con que el llevó a cabo la suya. En
definitiva, hay que ser cristiano cómo él lo fue: con la mirada puesta en Jesús y en
el pueblo. Y hay que hacer Iglesia como él la hizo: en comunidad, con la palabra
de Dios en mano de los pobres.

Es cierto que hay cosas buenas en la Iglesia de hoy, algunas incluso novedosas
con respecto a Rutilio. Es cierto que cada año recordamos a nuestros mártires. Es
cierto que hay esfuerzos por mantener vivas muchas tradiciones evangélicas y
salvadoreñas. Por último, y lo más importante, es cierto que resurgen, aquí y allá,
comunidades. En medio de los destrozos del terremoto, quizás lo más positivo
haya sido que muchos salvadoreños y salvadoreñas han dado unos a otros de lo que
tienen, incluso han rechazado a veces ayudas y privilegios que vienen de fuera, si
no son para todos, si no fomentan comunidad. Pero hay mucho que hacer que la
Iglesia como un todo no lo tiene muy presente, sino que queda descuidado en su
misión.

¿Rutilio hoy? En las marchas y foros por la paz de los últimos tres años se han
formulado desafíos urgentes para la humanidad, y bien hará la Iglesia en tenerlos
centralmente en cuenta: democracia, participación y represión; derechos sociales
y laborales; migraciones; derechos ecológicos, derechos ambientales, modelo
agroalimentario; globalización y militarismo; mujer y globalización; globalización
y desarrollo. Además de estos desafíos para toda la humanidad, Don Pedro Ca-
saldáliga enumera otros tres que, con osadía profética y libertad evangélica, debe
asumir la Iglesia de Jesús, para ser creíble y evangelizadora hoy: la descentrali-
zación mundializada, que debe ser exigida tanto a las Naciones Unidas y demás
órganos mundiales como a la Santa Sede y a las curias eclesiásticas; la participación
corresponsable, sobre todo de los que están abajo en la sociedad y en la Iglesia, y
muy especialmente de las mujeres; el diálogo solidario entre culturas y religiones,
sin prepotencia.

Más concretamente en nuestro país, sigue siendo insultante y urgente el


desafío de la pobreza, que, aunque parezca increíble, puede ser mayor que la del
tiempo de Rutilio; el desempleo y el indigno empleo en las maquilas; la violencia
en sus diversas formas y la responsabilidad de la Policía Nacional Civil (PNC)

35
en ella; el éxodo forzado de miles de salvadoreños, que no termina; el egoísmo y
desentendimiento del pueblo por parte de gobernantes y políticos; el desencanto
de las mayorías... A nivel eclesial mencionemos sólo la ausencia de una palabra
orientadora y animadora en mensajes y cartas pastorales, la difuminación del cuerpo
eclesial, diluido en innumerables grupos, movimientos, en una especie de “sálvese
quien pueda”, la tendencia a espiritualizar e infantilizar la religión...

¿Puede Rutilio ayudarnos en responder a estos desafíos? Indudablemente ni


Rutilio, ni Romero, ni Ellacuría ofrecen receta alguna, pero sí nos ofrecen el espíritu
con que llevar a cabo todo ello en la Iglesia. Ese espíritu, de nuevo en palabras
de Don Pedro Casaldáliga, puede ser descrito de la siguiente manera: coherencia
testimoniante, en una civilización de la imagen en la que el mundo quiere “ver”;
convivencia fraterno-sororal, el mayor desafío y el más cotidiano para las perso-
nas, para las comunidades, para los pueblos –es el mandamiento principal, el del
amor; acogida gratuita y servicial , haciendo de todos los ministerios y de todas
las profesiones un servicio desinteresado y generoso; compromiso profético, más
necesario que nunca en contra del dios neoliberal de la muerte y la exclusión, y a
favor del Dios del reino de la vida y de la liberación; contemplación confiada, que
se abre a la gratuidad de Dios, muy necesaria en tiempo de eficacia inmediatista
y pragmatismo; esperanza pascual, en tiempo de desencanto, en el que contra
esperanza afirmamos que la vida tiene la última palabra sobre la muerte, que los
pobres vivirán.

Creo que Rutilio comprendería muy bien los desafíos que hemos menciona-
do y el espíritu con que debemos abordarlos. Y nos animaría a ello. Por eso nos
parece necesario que la Iglesia salvadoreña, jerarquía, parroquias, movimientos y
comunidades, todas y todos en la Iglesia, vuelvan a Rutilio Grande.

Su palabra, como la palabra de Dios, es como una espada de dos filos que
penetra en lo hondo del corazón y hace que nada quede oculto. Por eso hemos
hablado de interpelación. Pero eso mismo es ya una buena noticia. No estamos
huérfanos, tenemos referentes valiosos. Rutilio es alguien que nos interpela y que
también nos anima. Puede poner a la Iglesia en la dirección correcta y desencade-
nar la fuerza para recorrer el camino. En definitiva, podemos quedar empapados
de la esperanza que rezuman sus palabras. Y eso es una buena noticia. Pero no lo
olvidemos. “Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo”.

36
Introducción a la homilía
del 6 de agosto, en catedral

Bajo signos inquietantes

La guerra inducida “del fútbol” contra Honduras, como toda guerra, no favore-
ció a nadie. Desarticuló el maltrecho mercado común centroamericano, y arrojó a El
Salvador a doscientas mil bocas que alimentar y que acallar cuando protestaran por
su situación. El “héroe de la guerra”, general y presidente Fidel Sánchez Hernández,
poco pudo hacer con sus intentos, más por apagar el fuego de la inquietud social
y la tentación de la violencia que por impartir justicia. El 6 de enero de 1970, se
interrumpe el diálogo iniciado al final del año anterior en el Primer Congreso de
Reforma Agraria, eterna asignatura pendiente del país. La Iglesia se hizo presente
y uno de sus representantes en diálogo, el P. Chencho Alas, fue secuestrado y apa-
reció días después golpeado y drogado. Las elecciones para diputados y alcaldes,
el 8 de marzo, intranquilizaban al gobierno porque la oposición se organizaba y
estaba cobrando mucha fuerza. Un mínimo intento de reforma agraria –la ley de
avenamiento y riego– levantó oposición desproporcionada.

La realidad convulsa e inquietante empieza a constituirse en toma de conciencia


y posición más generalizadas. Las posturas ante esa irrupción de la conciencia las
podemos resumir: (a) acallar a como dé lugar los signos inquietantes que se entre-
ven adversos; (b) paliar los signos o quitar la fiebre con paños tibios, sin tocar la
enfermedad que causa la fiebre; (c) buscar soluciones que vayan más a las causas,
a la raíz de los problemas.

37
La Iglesia quiere despertar

La palabra de Rutilio en este discurso está más bajo el signo de la crisis in-
terna de la Iglesia que de la sociedad, como será en los otros dos. Aún no había
pasado su “segunda conversión”, de la que hablará en 1972, cuando va a llegar a
Aguilares. En 1969, cuando se daba la guerra entre salvadoreños y hondureños, los
obispos de América Latina habían puesto al día, para el subcontinente, el concilio
Vaticano II con el primer viaje del Papa a Colombia, prólogo de la II Conferencia
del CELAM (Conferencia Episcopal Latino Americana) en Medellín. Los jesuitas
del continente, en 1969, asumieron las conclusiones pastorales de Medellín, so-
bre todo en lo relativo a la educación con la carta de Río del P. Arrupe (Superior
General de los jesuitas). Los jesuitas de Centroamérica, como cuerpo, definen su
línea entre desarrollo y liberación y diversifican su acción, demasiado restringida
a la educación tradicional.
En 1970 los obispos centroamericanos, reunidos en La Antigua (Guatemala),
quieren acelerar el paso y poner sus iglesias al día, de acuerdo al Vaticano II y las
conclusiones de Medellín.
De ahí viene la Primera Semana Nacional Pastoral de El Salvador. Arriba
apuntamos el conflicto que generó, descubriendo la crisis de letargo por la que
atravesaba la Iglesia en El Salvador. Rutilio se metió en el ojo de la tormenta y
como ningún otro trató de sacar de la misma crisis frutos de conversión y cambio
para la Iglesia. Entre líneas de su homilía se descubren muchos de los problemas
que se agitaron con la semana pastoral.
Por esos días, Rutilio se acercó a publicar en la prensa del país algunos artícu-
los. También en ECA (Estudios Centroamericanos) publicó el artículo “Violencia
y situación social”. Abrir los ojos a esta realidad era la llamada de Tilo.
Quizá por ello, los obispos de la capital se propusieron encomendarle esta
homilía, que agudizaría también su crisis personal, y que lo llevó a buscar nuevos

38
Homilía en la solemnidad de la
Transfiguración del Señor en catedral
San Salvador, 6 de agosto de 1970

¿Por qué estamos aquí?

Esta pregunta, dicha con humildad y sin ninguna pretensión, cae en estos mo-
mentos sobre esta numerosa asamblea del pueblo de Dios, reunida en esta catedral
metropolitana de la ciudad capital de la república, y es extensiva a todos aquellos
que están unidos con nosotros en espíritu, a través de la radio, desde el más humilde
y apartado rinconcito de la patria.

Toda pregunta nos hace explicitar lo que sentimos. Nos lleva a una toma de
conciencia, al hacernos interiorizar los hechos en los que nos vemos implicados,
sea por nuestra libre elección, sea por otras circunstancias ambientales.

¿Por qué estamos aquí? He aquí la pregunta, cuya respuesta buscamos, con
humildad y sinceridad. Múltiples respuestas se ofrecen a nuestra consideración.
Esas respuestas posibles, analizadas aunque sea brevemente, nos llevarán de la
mano a una purificación interior que todos deseamos, yo el primero.

“Estoy aquí por curiosidad”. Es un respuesta posible y en la que yo desearía que


no estuviese comprendido ninguno de los aquí presentes. No merece la pena que
nos detengamos a analizar esta respuesta. Si por mera curiosidad nos movemos en

39
asuntos tan importantes, ¡falta algo esencial en los estratos de nuestra personalidad,
como ciudadanos y cristianos!

“Estoy aquí por mero convencionalismo”. Es otra respuesta también posible


y en la que tampoco desearía que estuviera alguno o algunos comprendidos. Es
paralela a la primera respuesta, o mejor, es un tanto más peyorativa que la primera.

“Estoy aquí porque la Misa de este día no me la pierdo ni tampoco la bajada


del Divino Salvador, el 5 de agosto por la tarde. Esto y las procesiones de la semana
santa, no me las pierdo. Lo demás me tiene sin cuidado. Aparezco de vez en cuando
por la iglesia; pero no tengo ideas claras de lo que es en realidad el cristianismo y
el evangelio de Jesús con respecto a mi propia vida, con respecto a mi patria y al
mundo entero. ¡Todo esto me tiene sin cuidado!”.

Ya sé, queridos amigos y hermanos, que hay algo o mucho de caricatura en


esta respuesta hipotética; pero no me negarán Ustedes que hay retazos de verdad
en su formulación. Es una respuesta que responde a un cristianismo superficial,
epidérmico, y sin consecuencias para la vida del individuo y de la sociedad en
que vive. Mejor dicho, eso no es cristianismo, es la caricatura del cristianismo
su desfiguración. Esas posturas no nos llevan a ninguna parte, sino a deshonrar
a la Iglesia y al evangelio, que, como dijo Jesús, es “fuego sagrado”1, una llama
ardiente y existencia plasmada en la vida. De ninguna manera quisiera que en estas
respuestas posibles estuvieran comprendidos los aquí presentes.

Y pasemos a analizar una última respuesta en la que deseo ardientemente


estén comprendidos todos los aquí presentes y cuantos están unidos a nosotros en
espíritu a través del ancho campo de nuestra querida Patria.

“Estoy aquí llevado de mi fe personal, sincera, consciente y profunda en Cristo,


Dios-Hombre, salvador de la humanidad, ya que he sido bautizado en su nombre
y tengo plena consciencia de que El es para mí ‘el camino, la verdad y la vida’2,
para mi propia transfiguración como individuo, para la transfiguración de mi país
y la del mundo entero. Soy consciente y estoy orgulloso de pertenecer a la Iglesia
católica por mi bautismo, porque sé lo que ella significa para mi propia persona y
para la construcción de un mundo mejor. Y por eso estoy aquí este día: para reafir-
mar mi fe personal y para expresarla comunitariamente en sentido de Iglesia, en
______________________________

1
Lc 12, 49.
2
Jn 14, 6.

40
esta reunión solemne de todos los bautizados, con ocasión de la festividad titular
de nuestra república”.

¡Dichosos de nosotros si tenemos en nuestros labios, y de un modo especial, en


nuestro corazón, esta respuesta de un auténtico cristiano! Y dichosos más todavía,
si no solamente la formulamos con los labios, sino que la vivimos con plenitud
hasta sus últimas consecuencias. Entonces sí seremos, como cristianos y seguidores
de Cristo, luz del mundo, sal de la tierra, y levadura de transformación para toda
la humanidad, en medio de la cual avanza la Iglesia, “íntima y realmente solidaria
del género humano y de su historia”3.

Jesús hizo en su tiempo una pregunta semejante a la que hemos formulado,


tratando de llevar a la multitud que le escuchaba a una interiorización y a una toma
de conciencia con respecto a Juan Bautista y su mensaje. “¿Qué salisteis a ver en
el desierto?”, preguntó Jesús a la multitud con fuerte voz. “¿Una caña agitada por
el viento o a un hombre vestido afeminadamente”?4.

Ni Juan Bautista ni un cristiano es en la mente de Jesús una caña frágil agitada


por el viento ni un hombre muelle. ¡Ser cristiano es poseer una contextura mental e
ideológica que responda fielmente a todos los postulados del Evangelio y una vida
concorde con las exigencias de esos postulados hasta sus últimas consecuencias!

* * *

Siempre es un acontecimiento para todos los cristianos el reunirnos para com-


partir el pan de la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía. Al fin y al cabo,
Dios es Luz, como nos dice san Juan en su primera carta, y no hay nada de oscuridad
en El. Esa luz de Dios se nos comunica por su palabra, siempre antigua y siempre
nueva, que viene a caer como semilla en nuestra inteligencia, para fecundarse en
nuestro corazón con frutos de existencia cristiana.

Esta palabra de Dios que escuchamos siempre en la primera parte de toda


misa, es la que valoriza nuestra existencia, es la que viene a caer en el surco de los
acontecimientos de nuestra vida: unas veces alegre, otras veces tristes…

Esta palabra de Dios es una respuesta a los valores fundamentales de todo


____________________
3
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n.1.
4
Mt 11, 7ss.

41
hombre “que viene a este mundo”5, ya que sale al encuentro de la muerte y de la
vida del hombre, de su felicidad o infelicidad, de su libertad o esclavitud, del tra-
bajo, de la vocación del amor, de la verdad y del bien, del pecado, de su desarrollo
integral.

Esta palabra de Dios se


encarna nuevamente en
cada eucaristía, en el cuerpo
sacramentado de Cristo y en
el cuerpo eclesial de Cristo,
formado por todos los que
se reúnen en su nombre.
Estamos, pues, comien-
do en estos momentos la
palabra de Dios, tratamos
de asimilarla con nuestra
inteligencia y con nuestro
corazón, a fin de poder
comer y masticar después
fructuosamente la palabra
hecha pan de vida en la hostia.

Esto es lo que da sentido, vigor y dinamismo a nuestra existencia cristiana,


situándonos en medio de los acontecimientos de la vida, con la brújula de la palabra
de Dios en nuestra inteligencia y en nuestro corazón.

Esto es lo que nos hace capaces de una “revolución” netamente cristiana, puri-
ficando dicha palabra de todo sentido abusivo, peyorativo y exclusivo. Revolución
cristiana basada en las esencias del Evangelio, cuya médula es el AMOR, y que no
excluye a ningún hombre que viene a este mundo, ni por el color de la piel, ni por
la posición social, ni por su grado de inteligencia, ni siquiera por el pecado que
trata de remediar.

* * *

Si toda celebración de la Eucaristía es siempre un acontecimiento para todo


cristiano, desde los tiempos del Señor Jesús, si la Palabra de Dios es Luz que viene
____________________
5
Jn 1, 9.

42
a nuestro encuentro para iluminar los hechos de nuestra vida, busquemos en las
entrañas mismas de esta celebración, en la que nos encontramos sumergidos, una
respuesta adecuada a las exigencias de nuestra fe, como hijos de la Patria y
de la Iglesia.

Hoy de un modo particular la celebración de esta Eucaristía va revestida de


una circunstancia muy especial de solemnidad. Aquí estamos todos cuantos cree-
mos en el Señor, reunidos en su nombre, en la catedral metropolitana, en estos
momentos corazón de la patria, centro de la convergencia de todos los hijos de
este suelo sagrado. Preside esta solemne reunión el obispo y pastor de esa iglesia
local de nuestra arquidiócesis, nuestro querido señor arzobispo, Excmo. Monseñor
Luis Chávez y González. Es el testigo oficial de Cristo resucitado en medio de esa
iglesia local, por la sucesión apostólica, y en comunión con el papa, sucesor de
Pedro. Acompañan a nuestro obispo y pastor, los señores obispos de las otras dió-
cesis particulares de nuestro país. Junto a nuestro obispo está también una corona
de sacerdotes, sus presbíteros y colaboradores en el ministerio sagrado6.

Aquí están también, presidiendo a todo el pueblo de Dios, las autoridades


supremas de la nación: los Excmos. Señores Presidentes de los tres poderes de
nuestra república.

Y junto a sus autoridades civiles y religiosas, los miembros todos de la Iglesia,


que son a la vez ciudadanos de la patria.

Estamos todos aquí reunidos junto al altar de DIOS, cuyo nombre va estampado,
el primero, en la trilogía de nuestro pabellón. Y estamos unidos precisamente junto
al altar en la celebración de la eucaristía, ya que en la celebración de la eucaristía
en el altar se entrecruzan las líneas maestras y esenciales del cristianismo.

Estamos aquí congregados, formando la UNION de la familia salvadoreña,


según reza la segunda palabra de nuestro pabellón.

Y estamos junto al altar de Dios, unidos fraternalmente, apiñados en torno a


Alguien, que precisamente en el altar y en la eucaristía es nuestro mediador supremo
ante Dios, la Palabra misma de Dios hecha carne, y nuestro libertador máximo,
JESUCRISTO, salvador del Mundo.
____________________
6
Cfr. Constitución sobre la Sagrada Liturgia, n. 41.

43
Jesucristo es nuestro mediador ante Dios. Precisamente para hacer de puente
entre nosotros y Dios, tomó nuestra carne. Se metió de lleno en la humanidad, como
un eslabón más en la cadena de los hombres. Se adentró profundamente en todas
nuestras miserias, consecuencias del pecado: la fatiga, la angustia, la enfermedad.
Y quiso identificarse tanto con la humanidad: el belemita Jesús quiso nacer en
una cueva, sin albergue, y quiso ser reconocido como “el hijo del carpintero” de
Nazaret7… No tenía en dónde reclinar su cabeza, mientras las zorras –decía él
mismo– tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos calientes8… ¡Me lo
imagino como uno de nuestros humildes campesinos!

Jesucristo es la palabra de Dios hecha carne. Si se hizo uno de nosotros fue


para hablarnos en nuestro lenguaje y manifestarnos quién es Dios y qué es lo que
Dios quiere de nosotros. Es el altavoz del Padre. Es el profeta por excelencia en su
acepción etimológica griega, esto es, “el que habla en nombre de otro, en nombre
de Dios”. Su evangelio es eso: la buena noticia de Dios para los hombres de todos
los tiempos.

El evangelio del sumo profeta Jesús es claro y perentorio: es dulce y audaz


a la vez; es suave y áspero, con la aspereza propia del Dios que sana por medio
de ella; es miel y a la vez amargor para ciertas conciencias; es “bienaventuranza”
en algunas de sus páginas; pero también es maldición tremenda, en otras páginas
no menos verdaderas: “Apartaos de mí malditos, los que no vivisteis con amor”9,
“raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira venidera?”10.

El sumo profeta Jesús, con su mensaje, entró de lleno en la vida de todos


los hombres. Llevó su palabra por las calles y plazas, junto a los lagos, y hasta
los montes. Se detuvo a hablar a los pobres y a los ricos, a los niños y a los inte-
lectuales de su tiempo, habló con los bandidos y hasta con las mujeres públicas.
Como profeta fiel de Dios anunció el bien y lo aprobó, usó de misericordia con
todos, y cuando ésta no bastó, puso aspereza en sus palabras, abofeteó con ellas
a los hipócritas que guardan las formas externas, mientras tienen el corazón lleno
de maldad, denunciándolos como a “sepulcros blanqueados”11. Se “rebeló” contra
muchas cosas, personas y situaciones de su tiempo. Y no hay miedo en usar esta
palabra “rebelarse” que va empleada en sentido netamente evangélico12.
____________________
7
Lc 4, 22.
8
Lc 9, 58.
9
Mt 25, 41s.
10
Mt 3, 7ss.
11
Mt 23, 27.

44
Tomó posturas críticas frente a los ricos sin conciencia y sin entraña, diciendo
que difícilmente entrarán en el reino de los cielos si persisten en sus actitudes…
En cambio recibió con bondad acogedora a los ricos, que como Zaqueo recono-
cieron sus errores, sus estafas y abusos de poder. Alabó a aquel comerciante que
humildemente confesó sus pecados y prometió reparar el mal. Y no escatimó una
frase de elogio cuando dijo: “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”13. Mantuvo
su amistad con ricos justos, como Nicodemo, José de Arimatea y Lázaro.

Jesucristo es nuestro libertador. Tanto se identificó con nosotros, tanto nos


amó, nos dirá san Juan, que llegó al supremo grado de compromiso: ¡Fue a la
muerte por nosotros!14. Dijo siempre la verdad y vivió siempre los postulados de
la verdad que predicó. Es el prototipo del lider autentico: Detectó la problemática
de la humanidad, se metió de lleno en ella por la Encarnación, y aceptó el último
reto: la muerte. ¡Fue crucificado!, decimos en el Credo. Y al expirar, mientras
inclinaba su cabeza moribundo, exclamó en un triunfo de transfiguración: “Todo
está consumado”15. Y en esos momentos todas las miradas de todos los hombres de
todos los tiempos quedaron fijas en El. La muerte quedó destruida con su muerte,
el pecado quedó aniquilado con su sangre, y el hombre subió al encuentro de Dios,
sentándose a la derecha del padre. Quedó constituido nuevo Adán, prototipo de
todos los hombres, “primogénito de toda la creación”16, en frase de San Pablo.
¡Surgió en el mundo un hombre nuevo cuyo arquetipo es Cristo!

Cristo Jesús no quedó colgado de un madero, como un fracasado. ¡No quedó


para siempre encerrado en una tumba! Su vida y su muerte fue un paso para la
transfiguración total de la resurrección. La transfiguración y la resurrección son
equivalentes en la teología del evangelio y constituyen como el acontecimiento
central del cristianismo.

* * *

____________________
12
Cfr. Lc 18, 24; Mc 10, 23s; Mt 19, 23ss.
13
Lc 19, 9.
14
Jn 3, 16s.
15
Jn 19, 30.
16
Col 1, 18.

45
Precisamente este acontecimiento nos congrega siempre junto al altar, en la
celebración de toda Eucaristía, y hoy muy particularmente en la Festividad titular
de nuestra república.

Hasta nosotros llega Jesús, hasta este día del año 70 en pleno siglo XX, por
medio de la Iglesia que él fundó. La Iglesia, es decir, la comunidad de los bauti-
zados, es y debe ser en medio del mundo el sacramento del encuentro con Cristo.
He aquí el reto a todo bautizado en la Iglesia.

La comunidad de todos los bautizados ha de revivir paso a paso el misterio


central de su líder máximo, Jesucristo, esto es, su muerte y resurrección, ya que
“la comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son
guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre, y han reci-
bido la buena nueva de salvación para comunicarla a todos17.

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdadera-
mente humano que no encuentre eco en su corazón”18.

He aquí, mis queridos amigos y hermanos, el reto que el mundo actual hace a
la Iglesia de Cristo, el salvador del mundo. He aquí el reto que nuestra patria hace
a la Iglesia, en este día solemne, en la festividad titular, de Aquél que está en el
centro de nuestra fe cristiana, en el misterio de su transfiguración.

Todos nos confesamos bautizados, los hijos de esta nación. Son bautizados
nuestros gobernantes, los ministros de estado, los intelectuales y profesionales, los
empleados, los militares, los comerciantes; son bautizados nuestros campesinos
todos, y somos bautizados antes que otra cosa ¡todos los sacerdotes, obispos, reli-
giosas y religiosos!

El bautismo es un compromiso sagrado y exigente. No es ni debe ser en las


filas de la Iglesia de Cristo un mero lavado convencional de la cabeza, un rito
costumbrista, un mero hecho social sin trascendencia para el individuo y para la
sociedad.

____________________
17
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 1.
18
Ibíd., n. 1.

46
Ser bautizado es estar de lleno centrado en los cauces del evangelio. ¡Ser
bautizado es aceptar el evangelio de Cristo hasta sus últimas consecuencias! Ser
bautizado es entrar de lleno en un cambio de actitud mental frente a la vida, frente
al mundo, frente a los valores, frente a Dios. “Cambien de actitud”19, era el slogan
de Jesús, ya desde el comienzo de su vida pública, como mensajero de la Buena
Nueva. Y todo seguidor de Jesús ha de estar en un continuo cambio de actitud
mental, revisando a la luz del evangelio su vida propia, e interpretando bajo esa
luz meridiana los signos de los tiempos.

Estamos acostumbrados a escuchar públicamente en ocasiones solemnes una


serie de alabanzas a las bellezas naturales de nuestra querida nación: se alaban sus
lagos encantadores, sus cafetales en flor, sus majestuosos volcanes…

¿Y qué decimos del


hombre salvadoreño? ¿Qué
diremos de todos los hijos
de este suelo bendito, en
donde todos nos confe-sa-
mos bautizados en nom-bre
de Cristo transfigu-rado?
¿Está transfigurado el hom-
bre salvadoreño?

Hemos dicho que


Cristo es nuestro liberta-
dor. Es libertador de todo
hombre y de todo el hom-
bre, del hombre integral. El hombre no solamente es alma; si así fuera, dejaría de
ser hombre. Ni tampoco es sólo cuerpo, porque así mismo dejaría de ser hombre.
Es un compuesto integral, inseparable: alma y cuerpo. Y Cristo salvador vino a
salvar a todo hombre, para transfigurarlo en todo sentido, en un hombre nuevo,
auténticamente libre de toda situación de pecado y de miseria, capaz de autodeter-
minarse y de gozar de todas las prerrogativas de hijo de Dios, conquistadas por el
triunfo de la resurrección de Cristo. Esta transfiguración del hombre, conquistada,
pregonada y exigida por Cristo a sus seguidores tiene su punto de partida en el
bautismo, compromiso sagrado de cada bautizado con Cristo resucitado.
____________________
19
Mc 1, 14s.

47
Volvemos a preguntar, ¿está tansfigurado el hombre salvadoreño? ¿Está
transfigurada esa inmensa mayoría del pueblo salvadoreño, que la forma nuestro
campesinado? ¿Está transfigurada esa otra minoría que tiene en sus manos los
medios económicos, el poder de decisión, el control de la prensa y de todos los
medios de comunicación?

Hay que hacer dolorosas confesiones. ¡Muchos bautizados en nuestro país no


han comulgado todavía los postulados del evangelio, que exigen una transfiguración,
y por tanto, ellos mismos no están transfigurados en su mente y en su corazón y
ponen un dique de egoísmo al mensaje de Jesús salvador, y a la voz exigente de
los testigos oficiales de Cristo en medio de su Iglesia, el papa y los obispos!

¿Y qué decir del resto inmenso de nuestra población, la gran mayoría formada
por todos nuestros campesinos? Esa gran mayoría, ¿está plenamente transfigurada,
en esta tierra nuestra de bautizados?

Dice el Papa Pablo VI textualmente en su célebre Encíclica Populorum Pro-


gessio sobre el Desarrollo de los Pueblos, rubricada por Su Santidad precisamente
en la fiesta máxima y central de la Iglesia, en el día de la resurreccion del Señor,
el 26 de marzo de 1967, es decir, ¡en la transfiguración total del Cristo de nuestra
fe!

Dice el papa textualmente: “Los conflictos sociales se han ampliado hasta


tomar las dimensiones del mundo. La viva inquietud que se ha apoderado de las
clases pobres, en los países que se van industrializando, se apodera de aquéllas, en
las que la economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos adquieren ellos
también la conciencia de su miseria no merecida. A esto se añade el escándalo de
las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más
en el ejercicio del poder. Mientras que en algunas regiones una minoría goza de
una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está “privada
de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y de responsabilidad, y aun
muchas veces, viviendo en condiciones de vida y de trabajo, indignas de la persona
humana”20. ¡Hasta aquí las palabras del santo padre Pablo VI!

Esta célebre encíclica fue alabada públicamente poco después de su aparición,


en su discurso inaugural de la presidencia, por el jefe de nuestra nación, quien nos
honra con su presencia en este acto solemne, de la Iglesia y de la patria. Prome-
____________________
20
Sobre la necesidad de promover el Desarrollo de los Pueblos, n. 9.

48
tió en aquella solemne ocasión inspirarse en este célebre documento, durante su
mandato, y esto lo dijo cuando muchos centros internacionales del poder y del
dinero se rasgaron las vestiduras con escándalo y con los consabidos mecanismos
de autodefensa de los más oscuros intereses y del más refinado egoísmo humano.

El Wall Street Journal calificó este documento papal de “marxismo reca-


lentado”. El Time de Nueva York opinó que se trataba de un viraje de la Iglesia
católica hacia la izquierda. No nos extrañan estas reacciones en estos centros del
más refinado materialismo que desde entonces a esta parte han declarado la guerra
a muerte a la Iglesia, al papa y a sus ministros, a través de los poderosos medios
de comunicación de ciertas agencias de prensa que dichos centros manejan a su
antojo, y cuyas oleadas llegan hasta nuestros periódicos nacionales: solamente es
noticia para dichas Agencias Publicitarias los casos aislados y negativos de la Uni-
versal Iglesia, extendida por el ancho mundo, con sus miles y miles de sacerdotes,
religiosos y religiosas fieles a su vocación sagrada.

¡El Santo Padre con su encíclica echó sal sobre ciertas llagas tremendas de
nuestra humanidad! ¡Esos centros del materialismo más refinado y algunas mino-
rías de nuestro país en connivencia con aquéllos volverían a crucificar a Cristo si
volviera a la tierra a anunciar su evangelio en este siglo XX de la civilización y de
los viajes interplanetarios!

En cambio el secretario general de las Naciones Unidas dijo claramente y sin


ambajes en aquel organismo internacional que otorgaba “de todo corazón su apoyo
a este documento papal, lleno de sabiduría” –son sus palabras textuales.

Y el director de la FAO expresó sin temor: “Si la FAO no existiera, la encíclica


de Pablo VI podría servir de base para su justificación”.

El Papa Pablo VI y su Iglesia, como Cristo, es signo de contradicción. Nosotros


los bautizados en la Iglesia hemos de dar nuestro apoyo sincero, fiel y decidido
a este documento papal que coincide plenamente con las esencias del más puro
evangelio de Jesús, ¡salvador de todos los pueblos!

Puede estar plenamente seguro el Excmo. Señor Presidente de nuestra república


aquí presente, y todo gobierno constituido, que en esta línea netamente evangélica,
en esta línea del papa y de todos los obispos de la Iglesia universal, contará siempre
con la colaboración de la Iglesia en nuestro país, a fin de conseguir todos juntos,
solidariamente, la transfiguración total, íntegra y verdadera de todos y cada uno
de los habitantes de este suelo sagrado, en el que hemos nacido, al que amamos, y

49
por cuyo bien todos nos hemos de afanar. ¡En esto coinciden plenamente nuestros
más caros y entrañables ideales, como bautizados y como ciudadanos.

La Iglesia dentro de su esfera y el Gobierno en la suya propia, con el mutuo


respeto dentro de sus ámbitos legítimos, han de colaborar eficazmente, audazmente
y urgentemente a fin de propiciar “leyes justas, honestas y convenientes”, según
lo exige la “soberanía” del pueblo en el artículo 1 de nuestra constitución. ¿Cuál
es ese pueblo soberano? ¿La gran mayoría o la pequeña minoría? ¿Cuál de los dos
grupos es el realmente alienado en esta nación?

La Iglesia y el gobierno han de colaborar eficazmente, audazmente y urgen-


temente para transfigurar al pueblo salvadoreño que vive en los valles, junto a los
hermosos lagos, junto al río Lempa, a la orilla de los cafetales y cañales en flor,
en las faldas de nuestros montes y volcanes, en los pueblitos y caseríos y en las
grandes y explosivas concentraciones urbanas, y junto a los grandes latifundios.

¡Solamente entonces podremos llamarnos a plenitud y con orgullo hijos de esta


Patria nuestra; solamente entonces podremos acercarnos todos, sin remordimientos,
a los pies del Salvador del Mundo, Patrono de nuestra República!

Y solamente entonces, CRISTO SALVADOR TRANSFIGURADO, será real-


mente nuestro PATRONO, al estar transfigurados todos nosotros, los bautizados en
su nombre, por haber sido fieles al mandato del Padre, según lo hemos escuchado
en el Evangelio de este día: “ESTE ES MI HIJO MUY AMADO, ESCUCHAD Y
PONED POR OBRA SU MENSAJE”21.

Solamente entonces, todos los hijos de esta Patria del Divino Salvador, rubri-
caremos nuevamente y con verdad plena, según lo proclamamos en nuestro himno
nacional, la tercera palabra que ondea al viento en nuestra bandera: ¡LIBERTAD,
plena, completa y definitiva para todos los hijos de Dios, los salvadoreños!

____________________
21
Mt 17, 5.

50
Introducción a las homilías del
Festival del maíz y de Apopa

Rutilio Grande pronunció ambas homilías en el espacio de siete meses antes


de su asesinato. El 15 de agosto de 1976, la primera, y el 13 de febrero de 1977,
la segunda. Tratamos de ubicarlas en su contexto para captar mejor y explicarnos
–si puede ser explicable– el porqué pusieron a Rutilio el primero en la mira del
asesinato de sacerdotes, que luego, hasta el 16 de noviembre de 1989, con los seis
de la UCA, se multiplicarían hasta una docena y media, incluido Mons. Romero.

La situación del país

1976. Por vez primera El Salvador tiene déficit comercial regional y deterioro,
en general, en el comercio exterior.

Elecciones a diputados y alcaldes el 14 de marzo, después del fraude patente
de las elecciones para presidente de 1972, y a un año de las presidenciales. Los
contendientes se reducían al partido oficialista, PCN (Partido de Conciliación Na-
cional) y la unión de oposición, UNO (Unión Nacional Opositora). Esta retirará
sus candidatos poco antes de estas elecciones.

Alan Riding, corresponsal del Financial Times, de Londres, publicaba en
México un artículo con el título elocuente: “El Salvador, el país de la sonrisa y
también del rictus”. Le precedió otro del mismo autor con una entrevista a Rutilio
sobre “La situación de miseria del campesino en El Salvador”.

51
Descontento popular y conflicto entre grupos de poder y el presidente, coronel
Molina, por la creación del ISTA (Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria).
Rumores de golpe militar, sobre todo por la fuerza que iban tomando los grupos
progresistas y la organización popular, que favorecía a la UNO. Ola de atentados
contra objetivos gobiernistas; se los atribuye el Ejército Revolucionario del Pueblo
(ERP), que, junto con otros grupos clandestinos armados, hacen su irrupción en la
escena nacional.

La reforma no recibe el apoyo popular esperado y sí oposición frontal de la


oligarquía, de las asociaciones de agricultores y ganaderos, representadas en la
ANEP (Asociación Nacional de la Empresa Privada). Rutilio hará referencia a
ésta. Tras una polémica de tres meses, tenaz, áspera y violenta como nunca, el
presidente Molina no sólo se ve forzado a “descafeinar el proyecto, sino que ‘dará
muchos pasos atrás’”. ECA (Estudios Centroamericanos), que apoyó la reforma,
lo fustigará en su editorial: “A sus órdenes, mi capital”. Le costará el subsidio del
gobierno a la UCA, por una parte, y un año de bombas –al menos seis atentados– a
sus instalaciones y en especial a las de la revista, de parte de la derecha resentida.

La terca presión empresarial, la amenaza y la fuga de capitales y la campaña


para elección presidencial en plena efervescencia, hicieron dar “marcha atrás” a las
tibias medidas reformistas. Estas habrían atraído algún voto popular, pero consiguió
lo contrario: enervar la situación, ya agitada en exceso, y que las organizaciones
repudiaran las mismas elecciones.

En el último trimestre del año, la espiral de la violencia se había desatado y el


pueblo consciente había perdido toda esperanza en las elecciones y en cualquier
medida y solución por la vía legal. Todo signo de malestar, descontento o reclamo
popular tiene, por respuesta, represión descarada. El secuestro, la extorsión, el
asesinato, expulsiones del país se multiplican a plena luz del día. La polarización
se agudiza. Toda explicación al malestar social se reduce al manido recurso de
“subversión, agitación e infiltración comunista”. Las medidas de facto de la espúrea
ideología de la seguridad nacional se implementan sin rebozo.

La situación eclesial

La Iglesia –pueblo y jerarquía–, gracias a Dios, no quedó al margen de la


efervescencia social.

A comienzos de 1976, se efectuó la semana arquidiocesana de pastoral, lar-
gamente preparada y con una participación de base como nunca. Rutilio fue uno

52
de los artífices y animadores de la misma y los laicos de su parroquia se pusieron
en evidencia. De hecho, el crear comunidades y formar agentes de pastoral, que
resultaría el objetivo de la misma, en buena parte, se inspiraba, a nivel rural, en la
experiencia de Aguilares.

La parroquia de Guazapa, contigua a Aguilares, se encomendó también a la


Compañía de Jesús. El equipo de Aguilares se duplicó con el jesuita encargado
de la misma y con varias religiosas. El mismo método de “misiones”, refundido
y adaptado, se aplicó intensivamente por espacio de tres meses en el campo y la
población de Guazapa. Colaboraron sacerdotes y laicos, además de un buen número
de religiosas que deseaban iniciarse en el método. Por todo el país se movilizaban
experiencias análogas.

El triángulo oligarquía-gobierno-Iglesia se había superado como alianza insti-


tucional, y el trabajo pastoral más efectivo era visto con reticencia y sospecha, si no
adversado y perseguido, por el gobierno, los cuerpos de seguridad y la oligarquía.

La vasta organización paramilitar ORDEN (Organización Democrática Na-
cionalista), las patrullas cantonales, brazos de los cuerpos de seguridad, actuaban
con igual prepotencia y abuso que éstos. Tenían por objetivo “llamar al orden”
a todo lo que creyeran opuesto al gobierno en lo social, lo político y hasta en lo
religioso. Dividían y enfrentaban a las comunidades. Se erigían en árbitros, jueces
y verdugos de lo que debía ser y hacerse hasta en el trabajo pastoral. Por supuesto,
miraban como enemigos a los que no estaban con el partido oficial, con el gobierno
y con los “señores de la tierra”. Vigilaban y perseguían toda reunión y llegaron a
“tomarse templos” y a clausurarlos a su antojo. Rutilio, en su palabra, aludirá a la
toma y cierre del templo de la cabecera de Chalatenango.

A la represión de catequistas, delegados y cristianos activos se une, al finalizar


el año, la expulsión de religiosos y sacerdotes. Por desgracia la represión no se
detuvo ante el crimen y el asesinato.

La situación dentro de la parroquia

Los cristianos de Aguilares, todo el año 1976, estaban ya en gran evidencia,


tanto dentro como más allá de la parroquia.

FECCAS (Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños) tenía mucha


base y, sobre todo, cuadros excelentes, que a la par eran los cristianos más respon-
sables del proceso de evangelización, que se inició cuatro años antes en la misión de

53
sus comunidades. La misma situación del “campesino” –en su mayoría jornaleros
sin tierra hizo que, al toparse con el evangelio en sus manos, se le abrieran los ojos
y se movilizaran más allá de lo que podría sospecharse al iniciar la experiencia.

El proceso avanzó rápidamente. Al medio año de las misiones del campo se


dan acciones que no podían ni soñarse unos meses antes. La convocatoria, toma de
conciencia, participación, unión y responsabilización, al celebrar el año y medio,
había superado la personalización que se pretendía, y tenía ya rasgos comunitarios
bien definidos. Esa fue la conclusión más notoria del primer festival del maíz, a
finales de julio de 1974. De ahí a la concientización, organización y movilización de
la gente no distaba sino un paso. El segundo festival de 1975 lo venía a confirmar.

La organización tenía ya una autonomía que trascendía el cometido y con-


tenido parroquial e iba mucho más allá de los límites de la parroquia. Al llegar a
agosto de 1976, el tercer festival del maíz, al que pertenece la homilía de Rutilio
que publicamos, la dimensión política era el perfil definitorio de la mayoría del
campesinado que caminaba en el proceso de evangelización. La politización, la
toma de decisiones socio-políticas y hasta la radicalización se apuntaban en los
mejores y más valiosos. Signos de mesianismo y fanatización, tanto en lo político
como en lo religioso, hacen su aparición.

Los mejor dispuestos en la misión evangelizadora, durante el año 1976, no se


ciñen a los límites de su gente y comunidades parroquiales. Se mueven por el país
y caen allí donde hallan campesinos receptivos. Sin contar, claro es, para nada con
las respectivas parroquias. Habían asimilado un método, tenían mucha fe en él y
lo usaban a conciencia, pero la situación misma provocaba excesivas prisas para
que otros campesinos lo poseyeran y tomaran conciencia, de modo que fueran a
desembocar en una de las organizaciones campesinas.

Para muchos de ellos pertenecer a la organización campesina era el modo


concreto –en algunos, casi exclusivo– de vivir un cristianismo efectivo y compro-
metido.

– ¡Quieren ir a velocidad de jet por esos pedreros y no se dan cuenta que los
campesinos andan a pie y descalzos!, advertía Rutilio a los más animosos, ante los
reclamos y quejas que le llegaban por la “invasión de las huestes de Aguilares”.

Esto generaba tensiones, fricciones y pleitos hacia afuera y no menos hacia


adentro de la parroquia. Los líderes más dispuestos cedían las tareas para las que
los había elegido su comunidad a otros delegados “no tan agujas”, según Tilo, por

54
atender otros compromisos más allá de su propia comunidad y de la parroquia.

– Padre Tilo, este libro sólo es evangelio si lo llevamos a la práctica, a esa


realidad y ¡no lo dejamos por las nubes!

– Mirá, Lupe, entiendo, así es; ésa es realmente nuestra misión de cristianos,
contestaba Tilo a uno de sus delegados más estimado. Yo los admiro y no se lo voy
a impedir, pero sin descuidar la raíz y lo primero en la propia comunidad. ¡Si no,
vamos a perder el alma de todo el proceso!, frase que repitió mucho Tilo en sus
dos últimos años.

Rutilio pensó que corrían demasiado y así aplanaban y avasallaban… Le


preocupaba mucho y presentía que la represión a los campesinos iba a ser fatal
e inevitable. Se cuidaba, sin embargo, que ésta su angustia no trascendiera en su
palabra pública.

– Nos llevan a este trote, pero la realidad y los campesinos nos marcan el ritmo
y no podemos dejarles solos, solía decir para disipar sus vacilaciones y dudas de
excesivo mesianismo.

– ¡Cuídate, Ticha, recordá que tenés hijos…!, decía a una delegada ajuatosa,
que se iba a una manifestación.

– ¡Cómo no lo voy a recordar, le respondía aquélla con desenfado. Y añadía


seguidamente: Pero, ¿a qué afligirse, Padre Tilo? O ¿es que no seguimos al Jesús
que se jugó la vida por los demás y por eso resucitó? ¿Usted y yo no decimos así?
¡Pues eso deben ir viendo los bichos en sus tatas!

Respuestas como éstas desarmaban a Tilo

– ¡Ay, mi Dios, con cristianos así no hay más que descubrirse, y alistarnos
para lo que venga! ¿Cómo han podido decir que el evangelio de Jesús adormece
al pueblo?

La tal Ticha, con Félix su esposo –parientes de Tilo, por cierto– junto con Chepe
y Polín, de Aguilares, fueron asesinados juntos el mismo día por el ejército, cuando
ya eran líderes campesinos con responsabilidades a nivel nacional. Unos días antes
de su propia muerte, Mons. Romero lamentará –“he llorado”, son sus palabras– el
asesinato de estos líderes campesinos a quienes él conocía personalmente..

55
Delante de todos ellos había marchado Rutilio Grande, como podemos apre-
ciar en su profética palabra del festival del maíz en Aguilares y, apenas medio año
después, en la manifestación de Apopa. Veintisiete días exactos antes de que lo
asesinaran camino de su pueblo, El Paisnal.

56
Homilía en el tercer festival del maíz
15 de agosto de 1976

Animación de la eucaristía por el P. Rutilio Grande

1. Inicio-saludo

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…

Nos hemos cruzado con la cruz del Señor nuestro cuerpo, como signo de his-
toria, caminado detrás del Señor que está aquí colgado, símbolo de cómo murió
por un compromiso del seguimiento de su misión al servicio de los hombres.

2. Reconciliación

¿Cómo va nuestra misión en cada comunidad? ¿Cómo va nuestra misión de


servidores de los demás allá donde estamos en el cantón? Yo mismo me pregunto,
y todos los que estamos trepados aquí arriba nos preguntamos, ¿cómo vamos en
el servicio a los demás? Un examen sincero, pues, de cómo estamos siguiendo al
Señor en la construcción de su Reino. Vamos, pues, humildemente a guardar unos
segundos de silencio…

Las deudas que tenemos en la misa de todos los días en que batallamos por
construir un reino en este mundo, un mundo mejor, un mundo en el que reine lo
que vamos a compartir en esta Eucaristía y en la atolada de la Fiesta del Maíz;
57
hoy el día de María de la Asunción, día de la mujer campesina, Fiesta del Maíz en
nuestra comunidad. Reconozcámonos, pues, pecadores porque tenemos fallos en
el seguimiento del Señor.

Humildemente cantemos todos.

Mientras el coro canta la estrofa, todos en silencio, hasta que termine el coro,
después gritamos todos al Señor, y nos arrepentimos pidiendo perdón a los hermanos
y a Dios presente en ellos.

CORO: Porque hay amor que se queda en palabras


Porque hay niños que están sin hogar…
Porque los hombres se matan y mienten,
Porque se ciegan y olvidan amar…

PUEBLO: ¡Señor, ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros…!

Si tenemos voluntad de cambio, si queremos levantarnos de nuestros egoísmos,


de nuestras debilidades, de nuestros fracasos, de nuestras faltas de confianza o de
debilidad en el seguimiento del Señor; si estamos, pues, con voluntad de cambio

Dios, nuestro Padre, tenga misericordia de nosotros…

3. Oremos todos

Y ahora, con toda la Iglesia universal, oramos.

– Oramos con todos nuestros cantones y caseríos…

– Oramos con las comunidades del campo y la ciudad…

– Oramos con toda la Iglesia universal que en todas partes se está poniendo
ya en camino, en pequeñas comunidades…

– Oramos con los obispos que ayer fueron expulsados del Ecuador, Monseñor
Proaño y los obispos fieles al Señor…

– Oramos con todos los perseguidos del país por el nombre del Evangelio…

58
– Oramos con todos aquellos que luchan por un mundo mejor.

En esta fiesta de la Mujer fiel a la Palabra del Señor, oremos: (oración cantada).

Nos sentamos para escuchar el canto que nos ayuda a comprender la Palabra
de Dios.

CORO: ¡Tu Palabra me da vida… Tu Palabra es eterna!

4. Proclamación del Evangelio

¡Proclamación de la Buena Nueva según san Lucas: capítulo 1, verso 39! En


adelante lo hallarán

5. Homilía

59
Hermanos, la Palabra de Dios está servida abundantemente en este día en que
celebra la Iglesia universal a esta mujer llamada María, a quien llamamos Madre
de la Iglesia, porque humilde, porque servidora de los demás.

Y qué feliz coincidencia, en este día celebramos la Fiesta del Maíz. Y nosotros
hemos querido celebrar a la mujer campesina, la quintaesencia de nuestro pueblo
que es la gran mayoría campesina, y de esta ciudad donde mucha gente ha venido
del campo a hacer sus cachas en el comercio, o en los tenderetes que tienen por
ahí en el mercado.

Hoy, pues, día de la Virgen Madre, día de la Mujer campesina en nuestra co-
munidad, y en la Fiesta del Maíz, al celebrar la Eucaristía, está abierta la Palabra
del Señor para que se le suelte la lengua a estos hermanos nuestros.

No pueden trepar todos aquí… ¿y cómo es que no está aquí ninguna mujer?
Así es, no podemos trepar a todas las madrinas aquí. De suyo, son como veinti-
cuatro; algunas han llegado tarde. Tal vez están por allá las pobres, perdidas, pero
no pueden caber; además, en este país del machismo, hoy son los hombres los que
quieren cantar a la mujer. Tal vez, pedir perdón, y en fin, enfocar la figura de la
mujer en la vida de la Iglesia al servicio del mundo.

Oigamos, pues, a estos hermanos nuestros. Y en primer lugar a este hermano


nuestro de una comunidad. Están tomados de comunidades de distintos puntos
cardinales. Aquí están representados puños de comunidades del campo. Vamos,
pues, a oír a este hermano nuestro. Entre estos hay algún hermano que ha dejado
de ser capataz por el Evangelio. Prefirió dejar su cargo por el servicio del Señor,
¡verdad! Porque veía que no podía ser capataz y servidor de sus hermanos, de estos
hermanos nuestros. ¡Hay quien eso ha tenido que hacer!

(Intervenciones de campesinos).

– Concluye el P. Grande

Queridos hermanos: no he querido alargar demasiado las cosas y apenas había


pensado hablar, pero creo que es una ocasión tan grande del año ésta, que no puedo
menos de concluir con estos hermanos nuestros que acaban de hablar.

Quiero decirles, además, unas cositas…

60
Significado del Magnificat

Siguiendo esta oración tan bella o este canto de María, que lo llamamos la
Magnífica, y que venden allá en canastas, en unos folletos a la puerta de la Catedral
o en las grande iglesias por ahí… probablemente en Chalatenango… Los que tienen
cerradas las iglesias están vendiendo la Magnífica… ¡verdad!

Pero no se dan cuenta lo que es la Magnífica. La Magnífica es algo explosivo.


Creen que es, por lo visto, para cuando “se le ha perdido la vaca a uno, entonces,
rece la Magnífica”. Cuando tengo que ponerle un mal a la no sé qué mujer, que
anda persiguiendo a mi hombre, voy a rezar la Magnífica… “Voy a comprar en la
Catedral; dicen que allí la venden en un folleto”.

¡Pero, hombre no! Si la Magnífica es lo más terrible que hay. MAGNIFICA


quiere decir en latín la oración por excelencia de María. Porque salió de sus labios,
porque dijo ella, “engrandece mi alma al Señor”; es decir, que a aquella mujer tre-
pada en la montaña se le soltó la lengua como se les ha soltado a nuestros hermanos
del campo.

Y allá comenzó a decir esta bella oración, que ojalá no la ocupemos, como
digo, para encantar serpientes, ni para cuando se nos pierde la vaca, ni para ponerle
el hechizo a no sé quien, ni que vayamos a comprarla por ahí en unos folletos…
Sino que está aquí en la …(muestra la Biblia), en el Evangelio.

Historia y sentido actual de la MAGNIFICA

María, ya lo han dicho muy bonitamente los hermanos, es la servidora, porque


cuando la Chabela dice que oyó la voz, al llegar allá a la casita de la prima, le quiso
dar… ¡vamos!, “¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a verme?”. Y ya
andaba buscando un anda para irla a pasear por el pueblo de Ain Karim, ¡verdad!

– Pero, ¡María…!

– ¡Ah, no, Chabela! Yo soy la servidora del Señor. De modo que todo lo grande
que ha hecho en mí el poderoso es por aquel Señor.

Y comenzó aquella su oración bellísima.

“Mi alma alaba al Señor y mi corazón se alegra en Dios, mi salvador, porque

61
Dios ha tomado en cuenta a su pobre sierva, y desde ahora la gente de todos los
tiempos me dirá feliz”.

Es decir, es la que ha sido elegida por los siglos como Reina, como la mujer
bella y tipa. Porque no le irán a tomar medidas de cintura de avispa, ni ha compra-
do votos de esos que mercan por ahí, en las fiestas y allá en el hotel Sheraton. Y
sigue…

“porque Dios ha tomado en cuenta a su pobre sierva y desde ahora la gente


de todos los tiempos me dirá feliz, porque el Dios poderoso me ha hecho grandes
cosas. Su nombre es Santo. Siempre tendrá misericordia de todos los que le tienen
temor”.

¿Por qué? Porque hay gente por ahí, muy de gran colmillo, que no le tiene
temor… ¡No le tienen temor a Dios!

“Obras poderosas ha hecho el Señor en mí”. ¡Ya lo comentamos…!


¿Y cuáles son ésos que no tienen temor de Dios? Los que han denunciado aquí
a nuestro padre y nuestros hermanos; los que se levantan por la mañana persignán-
dose: (haciendo como se santigua)

62
– ¡En el nombre del café, en el nombre del café y en el nombre del café…!

– ¡En el nombre de la caña, en el nombre de la caña y en el nombre de la caña!

Lo he dicho otras veces, pero hay que repetirlo hasta la saciedad. A los pode-
rosos los hizo destrepar de sus puestos; a los autosuficientes, ¡porque tienen dioses
aquí! Y a los humildes los levantó; los trepó a los humildes. A los que tenían ham-
bre los llenó de bienes, y a los ricos de corazón perverso que no quieren atol para
todos, sino para ellos nada más… Que quieren el gran guacalón para ellos, pero
no quieren compartirlo con los hermanos en esta Eucaristía de la fraternidad… A
esos bárbaros, ¿verdad?, dice:

“A los que tenían, a esos soberbios, los destrepó, a los ricos los dejó ir con las
manos vacías”, por caínes, por crueles, porque son esos ingratos de la ANEP.

“Ayudó a la nación de Israel, su siervo. No olvidó tener compasión, según sus


promesas, a nuestros padres, a Abraham y a su familia para siempre”.

María se quedó con la Chabela como tres meses y después regresó a su casa.
Se quedó. Aquí no lo dice el Evangelio, pero hay que interpretarlo. Iba a tener un
niño, estaba embarazada la Chabela, y María tenía que ir por la leña, ir por el agua,
lavarles los trapos del viejo Zacarías y de la anciana Isabel. Allá se estuvo en vez
de ser paseada por toda la comarca.

¡Miren bien quién es María, nuestra Madre, nuestro modelo en el caminar


detrás del Señor en la Iglesia!

Felicitaciones a las comunidades

Y perdónenme, pues, que les felicite en la Eucaristía, por tantas cosas buenas.
Felicitaciones a todos los hermanos, porque nos llegan noticias de todas partes, que
la fe de muchos entre ustedes en sus comunidades, en la parroquia y en el país, no
es vana.

La fe se expresa en acciones, según el lenguaje bíblico. ¡La fe no vale sin…¡


Hay un cantar por ahí, que dice “no basta rezar”. ¡Cuidado!, nosotros no hemos
dicho que “no hay que rezar”. ¡No basta rezar! Así, pues, que la mera intelección, la
mera comprensión, el mero entender la palabra no basta. La Palabra ahí es cómo se
verifica, es decir, cómo se ve si es plata lo que tengo, en la acción, según la Biblia.

63
Así que ¡felicidades a todos, hermanos! Felicidades, porque el evangelio va
estrechamente unido a la vida. Lo han bajado ustedes. Lo vamos a oír después en
los cantares; lo hemos oído ya en el lenguaje de nuestros hermanos… Y lo oire-
mos también en la misa que seguirá allá en el tablado, en el cantar que anuncia y
denuncia. Buenas noticias nos llegan, pues, y comentarios.

Nos alegramos, porque fue desde el comienzo nuestra preocupación en la


misión inicial y sigue siéndolo en la misión que nunca termina.

La identidad del cristiano

Hermanos queridos, ésta es nuestra identidad: cristianos somos si seguimos


al Señor.

Las motivaciones de Jesucristo son nuestras motivaciones profundas, las que


El tuvo, los valores del Evangelio. Esas motivaciones internas que El tuvo, nosotros
queremos tenerlas en nuestro caminar, aunque cuesta.

Cuando nos organizamos, cuando nos metemos en una organización del campo,
esas motivaciones están siendo el motor de nuestro caminar por la parroquia y por
las comunidades del país. Las motivaciones profundas del Evangelio: queremos
un mundo nuevo. Todo lo que vaya saliendo como fruto de la obra global de esta
parroquia debe llevar no solamente la etiqueta de cristiano, como una cobertura,
sino ha de ser la raíz profunda de su validez y de su ser, es decir, de la obra global
de la parroquia, de nuestra comunidad, del enjambre de comunidades del campo y
de la ciudad. Ustedes, el que les habla y todos los que están aquí trepados, somos
corresponsables. Por eso el mensaje del Corpus y de estas grandes fiestas, es:
¡Cristianos, la parroquia somos todos!, no los adobes ni las paredes del templo.
Todos somos corresponsables.

Puntos a insistir

Amigos míos, pues, les pido yo a todos ustedes: nada de descuidar, ni minimizar,
ni despreciar en este proceso global lo que estamos haciendo a diversos niveles.

1) Los niños que van entrando en la comunidad eclesial, por el compromiso de


sus padres. Ojalá que las charlas bautismales se tengan a cabalidad. ¿Para qué? Para

64
que los tatas vayan viendo qué es eso de seguir a Jesucristo, según el modelo que
también la mujer, María, nos presenta en la Magnífica. Adelante con esas charlas
bautismales, bien llevadas, bien filtradas. Y los delegados, bien agujas, estén al
frente de esas cosas: la catequesis renovada de los niños.

Miren bien, en cualquier régimen que encuentren por ahí, verán cómo se pe-
leian a los niños, porque son grabadoras tiernas, y hay que ir orientándolos según
los modelos y valores del Evangelio, y eso es el compromiso de los papás.

No anden buscando a la niña Tancha.

– ¡A ver, la niña Tancha para que les enseñe el catecismo a los niños!

–¡Usted, papá!, ¿para qué se comprometió al casarse con su Juana?

De modo que el modelo es esta mujer-madre, esta mujer de quien se anamoró


Dios. Así que, la catequesis renovada.

2) Las Celebraciones de la palabra en la propia comunidad.

Es el eje y centro del dinamismo cristiano en cada cantón y caserío, y de todas


las obras que se promuevan, incluida la organización, que no tendrán sentido para
nosotros sin los valores cristianos. De modo que esto ha de ser la Celebración de
la palabra de Dios en cada comunidad, en cada caserío… Allí quiero que pongan
un verdadero interés.

¡Consecuencias que se siguen de esto!

– Tienen en cada comunidad importancia primordial, y debe apoyárselas y


hacer todo lo posible para que estas Celebraciones de la palabra salgan bien.

– Participen todos aquellos que tengan voluntad de cambio y que tengan un


corazón humilde y sincero para renovarse ellos mismos y renovar sus comunidades
y el país, en una cadena de comunidades organizadas.

– Por lo tanto, otra segunda consecuencia es: ¡Cuidado!, hay que fortalecerlas,
nunca desplazarlas, o sustituir las reuniones de la palabra de Dios, aunque se tengan
otras reuniones también importantes.

– Ruego, pues, que los delegados, los coordinadores y preparadores de las

65
mismas sean realmente gente que ustedes elijan de lo mejor que tengan; durante un
período permanente y prolongado; a quienes ustedes den su confianza para dinami-
zar todas las obras que de allí salgan, y que sean responsables ante la comunidad,
como lo previmos en las misiones ya desde el principio.

– Ustedes eligieron gente para que estuviera durante un tiempo al frente de


algo que es como la matriz de toda la obra global de la parroquia. Por lo tanto,
amigos, no se puede jugar con cargos de elección comunitaria de la que depende
la vitalidad de la Iglesia en cada caserío o cantón.

3) Yo les pido que se esfuercen por el estudio profundo de la Sagrada Escritu-


ra. Hay cursos aquí en la parroquia a los que se convoca: Sagrada Escritura en su
proceso global de historia de salvación. No como los protestantes que toman de
aquí y allí, pues, cositas aisladas. Esos fundamentalistas que andan allí peleando
que si la Virgen tuvo ocho hijos o uno. ¡Qué me interesa a mí eso! O que si hay
que comer gallina con sangre o sin sangre… ¡Qué le va eso, Señor!

66
¡No! La historia de Salvación de un pueblo que está en la Biblia y que es, al
culminar en Jesús, normativo para nosotros. Con unos valores profundos en esta
lucha que llevamos de construir una sociedad mejor, un país mejor, en estas cele-
braciones unidas a todo lo que va saliendo de bueno.

Esos estudios los promueven en la parroquia hermanos de ustedes: sacerdotes


y hermanos seglares. Esos estudios van unidos a una reflexión profunda con situa-
ciones reales del acontecer local y nacional del país, para poder actuar.

4) Respecto a los diversos carismas, yo les pido también un respeto. Tan


importante son los músicos, como importante es el humilde campesino que trae
las bancas y las coloca para la celebración, o la humilde campesina que aplaude
las tortillas, en un aplauso a las obras de la parroquia. Importante también son los
otros carismas que hemos enunciado.

Precauciones

Algunas tentaciones que yo veo como posibles en nuestra comunidad. Es


decir, que vuelva a aflorar el caciquismo individual o grupal, contrarios al método
misional que nosotros encomendamos y aprendimos juntamente con ustedes.

Esto sería “antidialógico”.

– ¿Qué quiere decir eso, padre?

– Romper el diálogo… Eso sería allanador.

Los humildes adoradores del Santísimo han dado, en su ancianidad, un ejemplo


de cambio que yo admiro.

Yo estoy dispuesto a besarles los pies, porque siendo de edad avanzada han
tolerado el trote de este avance del Evangelio con un corazón bien dispuesto e,
incluso, se han acomodado a la renovación de la parroquia y han abandonado
aquellas formas que tuvieron de allanar, algunas veces, sin quererlo.

Otra tentación que yo preveo es cierto fanatismo de entre los mejores que nos
lleva a ser sectarios y dogmáticos. Triste ejemplo de algunas sectas protestantes.

67
Así, pues, en el alma nuestra está un catolicismo popular que no podemos
despreciar así no más, sino que tenemos que purificar. Algunas veces, sencillamente
lo tenemos que enrumbar y valorizar con el Evangelio.

La eucaristía, quintaesencia del cristianismo

Y entre todas las cosas, para ir terminando, la vivencia exterior de nuestra fe


pasa en la Iglesia por la Eucaristía. Desde los comienzos de la Iglesia primitiva
es la quintaesencia de nuestra fe comprometida como servicio al mundo. Es la
celebración de la muerte y la resurrección del Señor.

No es tomar un pan como se toma un marquesote. Es un proceso que viene de


la vida, atraviesa por estos signos exteriores y va a la vida.

Es un proceso que no se detiene aquí entre nosotros. Tan eucaristía es esto


como la vida del cantón, como la vida en el trabajo en la tienda, como la lucha
por los derechos humanos allí en el caminar de la parroquia. Tan eucaristía es esto
como la organización bien llevada.

Pero los valores se vivencian y se manifiestan aquí sin ninguna vergüenza. Se


proclaman los valores del Reino al levantar la copa y al levantar el pan de Alguien
que en el seguimiento de esos valores quedó triturado.

Así, mis amigos, yo les digo que esto será el distintivo de aquellos que se vayan
comprometiendo. Haber entendido la esencia de la eucaristía como quintaesencia
de los valores cristianos: la vida, la muerte, la resurrección del Señor. Es decir, ese
cambio profundo de morir a uno mismo y hacer salir lo nuevo que transforme la
humanidad.

Consecuencia, amigos: nunca hemos dicho aquí: “no hace falta rezar”; sí hemos
dicho: “no basta rezar”. Y así hemos dicho de la eucaristía.
No basta con venir aquí con ritos carentes de sentido, como si fuera a tomar un
marquesote en la boca y salir por ahí a rezar la Magnífica para encontrar un buey.
Eso es detestable, es una caricatura de la religión.

La vida es Eucaristía. Hemos dicho que todo eso está vinculando el Evangelio
a la vida.

68
Conclusión

Yo quisiera, mis amigos, pues, que en estos momentos reflexionáramos sobre


muchas cosas. Estamos a punto de hacer un paro en nuestro quehacer paroquial,
a los cuatro años de haber llegado acá, y de haber entrado en un dinamismo. Un
paro para una evaluación sincera en que nos ayudarán otros hermanos mayores,
venidos de otras partes. Un paro para reflexionar, para ver qué es lo bueno que
tenemos que seguir, qué cosas tenemos que evitar para que esta obra tan colosal
que ustedes con la ayuda de Dios y con nuestro humilde servicio, pues, estamos
tratando de llevar. Ojalá que esta Eucaristía y esta Fiesta nos hagan reflexionar.

Y con estos pensamientos, mis queridos hermanos, quisiera poner sobre el


altar todo lo que ustedes traen de acción de gracias por estos cuatro años.

6. Ofertorio

Vamos a la procesión de ofrendas –las madrinas van a ir allá– y vamos a ir


señalando todo lo que significa en nuestras vidas.

– El Popol Vuh, ¿qué será eso, padre…?

– Es la Biblia de los indígenas. Ellos también tenían su Biblia.


Aquí vamos a leer un trozo –¡a ver, padre Chamba!– del Popol Vuh.

Habla el padre Chamba.

Escuchen un librito muy antiguo que escribieron por allá los mayas y los
quichés, y que vivían nuestros indios paisnales y nuestros indios pipiles.

Dice así el trocito de aquella biblia de entonces:

“El gato de monte y el coyote, el chocoyo y el cuervo, éstos son los cuatro
animales que dieron la noticia de las mazorcas amarillas y de las mazorcas blan-
cas. Les dijeron que fueran a Patxil y les enseñaron el camino y así encontraron la
comunidad. Esa fue su sangre. De ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el
maíz en la formación del hombre por obra de los progenitores. Y de esta manera se
llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites.
Abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas; abundante en zapotes, ano-
nas, jocotes, nances, matasanos y miel. Abundancia de sabrosos alimentos había

69
en aquella tierra de Patxil”.

– Sigue el P. Grande:

Esto es lo que venimos celebrando desde allá lejos. Vamos a ofrecer al Señor
toda nuestra vida que hoy representamos en el Maíz, que es nuestra vida y nuestra
sangre.

Presentación de ofrendas

(El Popol Vuh, orlado de tusas y plantas de maíz. Mazorcas elotes, atol y
azúcar. Adornos hechos de la planta de maíz. Pan, vino y colecta)

– El Coro de Potrero Grande –varios de sus miembros hoy asesinados– canta:

“Bendito seas, Señor, por este pan y este vino,


fruto de la tierra y el sudor del campesino”.

– El pueblo responde cantando:

“¡Bendito seas por siempre, Señor…


Bendito seas por siempre, Señor! (2)

– El P. Grande Comenta:

Aquí vienen nuestras madrinas, que son servidoras en su comunidad y por eso
son reinas. ¡Por eso REINAS, porque servidoras, por humildes!

Porque no tienen pena de echarse un tercio de leña a la cabeza, para servir a su


Juan, su compañero que también está tareyando. No tienen pena ni se avergüenzan
de levantarse de madrugada y encienden su candil, como la mujer de la Biblia, para
tortillar, y se oye el tortilleo en todo el cantón.

Estas mujercitas, pues, son verdaderamente reinas, porque madrinas, porque


servidoras. Traen la Biblia de los indígenas que en definitiva es nuestro proceso.
Por eso vive nuestra gente.

70
– Coro y pueblo cantan la misma aclamación anterior.

– Prosigue el P. Grande:

“¡Ay, padre, cuánto nos ha costado esta atolada!”. Pero, así es el pobre. Así es
el humilde, de lo poco que tiene da para la atolada. Les vimos ayer bajar. ¡Pero si
se les ha secado la milpa por la lluvia! Pero… ¡si no tienen sino un pedregal! ¡Eso
no importa! Unidos en comunidad bajaron su maíz. Y eso lo vamos a gustar en la
fraternidad compartida. Nada más nos piden ellos que les demos unos centavitos
para pagar el azúcar que ellos sudan, pero que se ha trepado por la nubes como las
demás cosas. Aun así comparten. Están anunciando valores, y están denunciando
un mundo injusto que no les deja ni siquiera la rama de un conacaste como las
chiltotas para vivir y cantar.

– Coro y pueblo cantan por tercera vez la aclamación.

– El P. Grande:

Hermanos, oren para que esto que ofrecemos sea agradable a El, que es nuestro
Padre…

– Contesta el pueblo y el P. Grande retoma en oración semitonada:

Al presentarte, Señor, estas ofrendas, la humilde tortilla, hostias de nuestro


pueblo; el maíz, sudor de nuestra gente en su proceso vital desde la siembra hasta
la cosecha, desde el logro de un guatal, aunque sea en un pedredo, hasta traerlo a
lomos propios, en cebadera o matata hasta el rancho…

Estos dones, Señor, ofrecidos junto al pan que eres Tú, Pan de Vida, queremos
que sean para nosotros una provocación, un compromiso de seguimiento sincero
en construir un mundo más humano, más fraterno en el que no abunden los caínes,
tantos hermanos nuestros sin entrañas, ricos de corazón poderoso y autosuficiente,
enemigos de Dios, porque enemigos de los hombres.
Que todo esto, Señor, al presentártelo por Jesucristo nuestro Señor, sea para
nuestra salvación.

Te lo pedimos por El, que vive y reina hoy y siempre y por los siglos de los
siglos.

Canta el coro: ¡Amén!

71
– El Señor esté siempre con ustedes!…

– Si está con ustedes, ¡Levanten cabeza, y el corazón!…

– Demos gracias al Señor…

– ¡Es lo cabal y lo justo que te demos gracias, Señor y Padre bueno…

Aguilares, 15 de agosto de 1976,


Tercer festival del maíz.

72
Homilía de Apopa
13 de febrero de 1977

Preámbulos y aclaraciones

Queridos hermanos y amigos:

La invitación se ha repartido por los valles, cantones y caseríos, por donde se


escuchaba la voz, a través de las ondas, de nuestro querido Padre Bernal, con su
clásico “¡¿de acuerdo?!” cuando manejaba la Biblia.

Quiero decirles, pues, que es una invitación que estaba dirigida a las comuni-
dades cristianas parroquiales de Guazapa, Nejapa, Quezaltepeque, Opico, Ciudad
Arce, Aguilares y Tacachico. Nuestro Vicario ha dicho que son las parroquias al
Norte de la Libertad y de San Salvador.

Nos reunimos aquí de emergencia los sacerdotes, y tuvimos el acuerdo preciso


de, junto con los fieles cristianos conscientes de nuestra parroquia, tener esta ma-
nifestación de fe. Bien claro les presentamos que nos reuníamos en la gasolinera
y de allá íbamos a partir, ordenada, organizadamente, todos juntos, solidarios,
confesando nuestra fe; para así concluir con la Eucaristía que es el compromiso
más grande, y es el símbolo de lo que el Padre Mario Bernal predicó y defendió.

El símbolo de una mesa compartida, con el taburete para cada uno y con
manteles largos para todos. El símbolo de la Creación, y para eso hace falta la
Redención. ¡Ya está sellándose con el martirio!

73
Se dieron consignas concretas de disciplina. Toda hoja que se haya repartido no
es de nuestra responsabilidad. El comunicado oficial de las comunidades cristianas
se dará en esta misa, hacia la comunión. Toda otra hoja será buena o mala según
su contenido. Pero no cae bajo la responsabilidad de nuestra Vicaría. Será buena
o mala según su contenido.

Teníamos también previstas las cuatro paradas, en que cuatro hermanos iban
a tomar la palabra de Dios para enfrentarla con la realidad, haciendo eco en la
realidad misma de nuestro pueblo. ¡Estaba también previsto!

Introducción

Iglesia, institución de servicio

Ahora, mis queridos amigos y hermanos, permítanme, después de haber es-


cuchado la Buena Noticia de la Palabra de Dios en el evangelio, en esta lectura,
decirles estas cosas. Formamos parte de una Iglesia formada por seglares –la ma-
yoría del Pueblo de Dios son ustedes. Y si estamos encaramados aquí nosotros en
este graderío, no tiene razón de ser nuestro ministerio sino en función de ustedes.
Ministro viene de “ministrar”, que quiere decir servir al pueblo de Dios. Desde el
Papa, pasando por los Obispos, hasta el último cura de aldea, somos servidores en
medio de la comunidad, que es el Pueblo de Dios.

La Iglesia es ciertamente una institución. Lo exige un mínimo de motivos


razonables, siempre y cuando esta institución sea la portadora fiel de los valores
del evangelio, en orden a dinamizar el mundo, fermentándolo, como se fermenta
la masa del pan con levadura, reactivándola.

Encarnada en la fragilidad de la historia

La Iglesia no debe ser un museo de tradiciones muertas, de enterradores. Se


extiende por todas las naciones, las lenguas, las razas y las culturas diversificadas
del mundo, en historias concretas que viven los pueblos. No estamos hablando en
Japón, sino aquí en nuestro país, y la Palabra de Dios debe encarnarse en el país.

Somos conscientes de nuestra fragilidad, de nuestros pecados y traiciones en el


camino largo de la historia. Somos una corporación humana, el elemento humano
74
de la Iglesia a nivel de seglares, a nivel de dirigentes, sacerdotes, y obispos y papas.
Hemos confesado nuestras culpas, y es la exigencia cotidiana de la conversión
personal y grupal de la Iglesia. El Papa ha dado ejemplo en varias ocasiones de
esto. Al llegar a Jerusalén se echó por los sucios suelos y reconoció que es su culpa
y la culpa de la Iglesia en muchos pecados que el mundo padece. El Papa es un
hombre débil y pecador, nosotros somos débiles y pecadores. Lo han dicho en una
lectura, en la primera parada: ¿¡A dónde iremos a anunciar lo que el Señor nos da,
si somos pobres!?

Conclusión. No estamos aquí, en Apopa, esta mañana, cantidad de comuni-


dades parroquiales, aquí representadas, como una secta desintegrada de la Iglesia,
ni de la Iglesia local ni de la Iglesia Universal. Nos sentimos parte de esa Iglesia
a la que amamos, y queremos siempre ver renovada por la fuerza del Espíritu
Santo, en medio de sus debilidades, que las tiene; en medio del mal, en medio de
la problemática del mundo. La queremos, no solamente con las exigencias de lo
que debe ser la Iglesia, sino tal como es, necesitada de continua conversión.

Primera parte. Igualdad de los hijos de Dios

Mis queridos amigos, antes de llegar al caso central que nos ocupa en esta
Eucaristía, permítanme un segundo paso en la reflexión. Aquí el Padre nos ha leído
el Evangelio…

El Evangelio que acabamos de escuchar es transparente y limpio como el agua


que baja de la montaña. ¡Sólo los ciegos no pueden entenderlo!

Jesús era un caminante peregrino entre el pueblo. Recorría pueblos y aldeas.


Enseñaba en cada caserío, en cada lugar, en cada cruce de camino, la Buena Nueva
del Reino de Dios. Y ¿cuáles son las líneas maestras de ese Reino de Dios, de su
mensaje primero? Son bien definidas, son bien claras, son bien precisas. ¡Hace
falta maldad, hace falta ceguera para no entenderlas!

Un Padre común tenemos todos los hombres. Luego todos somos hijos de tal
Padre, aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres aquí en la tierra.
Luego todos los hombres, evidentemente, somos hermanos. ¡Todos por igual unos
de otros! Pero Caín es un aborto en el Plan de Dios, y existen grupos de caínes.
También es una negación del Reino de Dios. Aquí en el país existen grupos de
caínes y que invocan a Dios, que es lo peor.

75
Dios, el Señor, en su plan para nosotros, nos dio un mundo material. Como
esta misa material, con el pan material y con la copa material que elevaremos en
el brindis de Cristo, el Señor. Un mundo material para todos sin fronteras. Así lo
dice el Génesis.

– ¡No es cuestión que diga yo!: “Yo compré la mitad de El Salvador con mi
dinero, luego tengo derecho y no hay derecho para discutir¡”. Es un derecho com-
prado, porque tengo derecho a comprar la mitad de El Salvador. ¡Es una negación
de Dios! ¡No hay ningún derecho que valga ante las mayorías!

Luego el mundo material es para todos, sin fronteras. Luego una mesa común
con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete. y
que para todos llegue la mesa, el mantel y el “conqué”.

Por algo Cristo quiso significar el Reino en una cena. Hablaba mucho de un
banquete, de una cena. Y la celebró la víspera de su compromiso total. El, de 33
años, celebró una cena de despedida con los más íntimos. Y dijo que ése era el
memorial grande de la Redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la
que todos tengan su puesto y su lugar.

El amor, ¡el Código del Reino! Es una sola palabra clave, que resume todos
los códigos éticos de la humanidad, los sublima y los depara en Jesús. Es el amor
de fraternidad compartida que rompe y echa abajo toda clase de barreras, prejui-
cios, y ha de superar el odio mismo. ¡Nosotros no estamos aquí por odio! Incluso
a esos caínes, los amamos. Ellos son nuestros enemigos, –¡evidentemente no han
entendido!

El cristiano no tiene enemigos. Son nuestros hermanos caínes. No odiamos a


nadie. El amor, que es conflictivo y que exige en los creyentes y en la Iglesia como
cuerpo, la violencia moral. No he dicho violencia física. ¡La violencia moral! –lo
digo para la grabadora, porque vi a lo largo del camino grabadoras que no son de
los fieles que oían al Padre Mario; son de los traidores de la Palabra de Dios…
(interrumpen aplausos).

– ¡Mejor, no aplaudamos, así no vamos a terminar!

Amor que es conflictivo y que exige en los creyentes, y en la Iglesia como


cuerpo, la violencia moral. Ya dije yo que no veníamos aquí con machetes. No es
ésta nuestra violencia. La violencia está en la Palabra de Dios, que nos violenta a
nosotros y que violenta a la sociedad, y que nos une y nos congrega, aunque nos

76
apaleen. Por lo tanto, el código se resume en una palabra, AMOR: contra el antia-
mor, contra el pecado, contra la injusticia, contra la dominación de los hombres,
contra la destrucción de la fraternidad.

El mensaje de Jesús no sólo es anun-cio y denuncia del Rei-no y del antirreino.


Dice el evangelio que hemos escuchado pala-bra por palabra: “al ver a la gente
sintió com-pasión de
ellos, porque estaban
afligidos y de-salenta-
dos, como ove-jas sin
pastor”.

Pone a disposición
de la gente, además
de su palabra proféti-
ca –“nadie ha hablado
como este hombre”–,
toda la capacidad de
su persona, sus cami-
natas, sus cualidades
y talentos, su poder de
taumaturgo: “Sanaba
toda clase de enferme-
dades y dolencias”, dijo el lector de la Palabra de Dios.

Quiere decir que el Señor no pasaba indiferente ante el dolor humano. ¡De
ninguna manera! El Señor daba el pan, multiplicaba el pan. Es decir, su palabra
era acción, como en la Biblia se entiende: La palabra es acción. El mismo es la
Palabra del Padre, es ación. No se detuvo en el camino nunca.

Amigos míos. Como Cuerpo Eclesial, la Iglesia y cada uno de los que la
componemos –como han dicho los hermanos que han predicado con verdad en el
trayecto de la procesión que hemos tenido–, somos profetas. Como cuerpo eclesial
somos continuadores de la misión de Jesucristo. Este cuerpo que es la Iglesia, y
que abarca comunidades enteras, tiene la misión, es decir como tarea, anunciar y
hacer posible un ambiente favorable al Reino de Dios aquí, en este mundo. Hay que
encarnar los valores del Reino en las realidades de nuestro país para transformarlo
eficazmente, como la levadura transforma la masa.

77
Las características de la misión, ya nos las dijo muy bien un hermano nuestro
al comienzo, al arranque de la procesión. Es exigente: “Yo te envío”. Y lo dice
a la Iglesia y nos lo dice a cada uno de nosotros: “¡Andá y dile al pueblo!”. Y el
pueblo está compuesto de diversos grupos. ¡Y el profeta tiene que enfrentarse con
la Palabra de Dios en la mano! Es un polo. Es la realidad divina.

El mensaje de Dios es como el termómetro y el péndulo para medir las


realidades humanas, como una exigencia de estas realidades en las que estamos
involucrados los distintos grupos que componen el país: los caínes y aquellos que
están siendo abeles, es decir, martirizados; aquellos que están siendo esclavizados.
Tenemos, pues, todos, la misión profética.


Segunda parte. El riesgo de vivir el Evangelio

Pero, ¿qué hecho nos congrega este día? ¿Por qué estamos en Apopa asoleán-
donos? ¡Ustedes, hermanos, nosotros estamos muy cómodos aquí en la sombra!

El hecho que hoy nos congrega en Apopa, de todos los rincones de la Vicaría,
e incluso de otras comunidades de fuera de las fronteras de nuestra Vicaría, es el
caso del padre Mario. Es un acontecimiento eclesial. La Iglesia no se puede quedar
callada. No puede quedar al margen de este hecho. Nos sentimos afectados.

Lo oímos en el pueblo: ¿qué van a hacer ustedes? La gente sencilla, las gentes
humildes nos decían allá por los cantones –son los que oían al padre Mario a través
de los aires– “¡¿qué van a hacer?!”.

¡Pues aquí estamos! Por lo menos para dar este símbolo de protesta oficial de
la Iglesia, de nuestras comunidades, de esta parte de la Iglesia de la Arquidiócesis.
Era sacerdote de la Iglesia local de San Salvador y concretamente aquí, párroco
de Apopa, como una misión de parte de la Iglesia dentro de esta comunidad.

Sorpresivamente ha sido expulsado con violencia moral de hechos precipita-


dos en cadena, sin acusación probada en juicio, y sin oportunidad de defenderse.
Contra todos los derechos humanos de todas las naciones civilizadas de la tierra.
Y lamento que en mi tierra esto ocurra. Si ha cometido el padre Mario un hecho
delictivo, pues que se le juzgue y que se nos diga públicamente el veredicto. Incluso
a Jesús de Nazaret se le hizo un juicio amañado y público en la noche del jueves
y viernes santo. Esto ni siquiera se le ha permitido al pobre padre Mario.

78
– ¡Me dicen que era un extranjero! ¡¿Qué el padre Mario era extranjero?! Cier-
tamente, y de América Latina. Yo me pregunto si en la América Latina, descubierta
por Colón, y en la que estamos todos amasados de café con leche y sangre de la
misma forma, somos extranjeros! ¿Es que somos extranjeros en alguna parte?

– De Colombia… ¡Mucho hablar de la hispanidad el 12 de octubre, levantar


banderitas muchos niños aplaudiendo con sus maestras! El día de la hispanidad,
el día de América Latina… ¡¿Qué es eso…?!

¡Extranjero él! ¡Pero no es éste el problema!

Está en juego la cuestión fundamental de ser cristiano hoy día, y ser sacerdote
hoy día en nuestro país y en el continente que está sufriendo la hora del martirio.
Ser o no ser fiel a la misión de Jesús en medio de este mundo concreto que nos ha
tocado vivir en este país. Si se es en el país un pobre sacerdote o un pobre catequista
de nuestra comunidad, se le calumniará, se le amenazará, se le sacará de noche en
secreto, y es posible que le pongan una bomba. ¡Ya ha pasado! Y si es extranjero
lo sacarán. ¡Ya han sacado a muchos extranjeros! Pero la cuestión fundamental
permanece en pie.

¡Es peligroso ser cristiano en nuestro medio! ¡Es peligroso ser verdaderamente
católico! Prácticamente es ilegal ser cristiano auténtico en nuestro medio, en nuestro
país. Porque necesariamente el mundo que nos rodea está fundado radicalmente
en un desorden establecido, ante el cual la mera proclamación del Evangelio es
subversiva. ¡Y así tiene que ser, no puede ser de otra manera! ¡Nos encadena un
desorden, no un orden!

Prácticamente el sacerdote y el simple cristiano que ponen en práctica su fe,


según las sencillas y simples líneas maestras del mensaje de Jesús, por fidelidad
ha de vivir entre dos polos exigentes: la Palabra de Dios revelada y el Pueblo. El
de siempre, el de las grandes mayorías, el del margen del camino, el enfermo que
clama, el esclavizado, el que está al margen de la cultura –60 por ciento de anal-
fabetos–, el que tiene mil alienaciones, el que vive en un sistema feudal de hace
siglos.

En ciertos lugares de nuestro país no son dueños de la tierra ni de la vida.


Tienen que treparse a los conacastes –ni ésos son de ellos, ¡ni los conacastes! Las
chiltotas pueden volar y estar trepadas y poner los nidos trepadas allá en las ramas.

79
El pobre salvadoreño es esclavo de esta tierra, que es del Señor, según la Biblia.
¡Que este hombre es pobre! Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas.

Ya dijimos que también existe en el país, en este país, una falsa democracia
nominalista. Mucho se habla, la boca se llena de “democracia”. ¡El poder del pueblo
es el poder de una minoría, no del pueblo! ¡No nos engañemos!

Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas a nivel de salud, a


nivel de cultura, a nivel de criminalidad, a nivel de subsistencia de las mayorías,
a nivel de tenencia de la tierra. Todo lo arropamos con una falsa hipocresía y con
obras suntuosas.

¡Ay de ustedes, hipócritas, que del diente al labio se hacen llamar católicos y
por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor cuando
camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el nombre de Cha-
bela, con el nombre del humilde trabajador del campo!

“Nuestro pueblo tiene hambre del Dios verdadero, y hambre de pan”, se dijo
acertadamente en nuestra Semana Arquidiocesana de Pastoral. Y ninguna minoría
privilegiada en nuestro país tiene, cristianamente, razón de ser en sí misma, sino
en función de las grandes mayorías que conforman el pueblo salvadoreño.

Ni las minorías religiosas tenemos razón de ser, ni las élites conscientes de


nuestro cristianismo, incluidos sus dirigentes seglares o ministros constituidos, ni
las minorías que ostentan el poder político, económico o social. ¡No tienen razón
de ser sino en función del pueblo!

Tercera parte. Perseguido, como Jesús de Nazaret

Volviendo al caso del padre Mario… Quienes lo conocimos, aquí en Apopa y


en otros lugares, podemos decir que era un hombre bueno y sencillo. En nuestras
reuniones sacerdotales de la Vicaría lo oíamos. Era claro y limpio como el mensaje
de Jesús. Cumplió a cabalidad el ministerio de sacerdote con las limitaciones que
el sacerdocio ministerial entraña en la Iglesia. No sobrepasó esas funciones. No
fue guerrillero, no se puso al frente de ningún grupo político organizado.

Eso sí, dejó caer la Palabra del Señor, limpia y llanamente, con su acostum-
brada cordialidad. Incluso sin altanería. Y trató de dinamizar, en su parroquia, los
diversos grupos, con los valores del Evangelio.

80
Quiso que sus gentes de la parroquia no fueran simples seguidores de tradi-
ciones muertas, meros enterradores de un año para otro, de imágenes esculpidas en
madera, sino verdaderos adoradores del Dios vivo, y seguidores del Señor presente
en cada uno de los hermanos que pasan por la calle de Apopa, del mercado, del
trabajo, del bus, de la fábrica, de los cantones.

No quiso en plenas fiestas patronales del año que acaba de pasar… ¡No quiso
él, como profeta, pero con dulzura y firmeza…! No quiso –digo– que a este templo
parroquial, en plenas fiestas patronales, lo rodearan de puestos de pobres mujeres,
traídas de allá con lazos, esclavizadas, y que ya lo tenían rodeado hasta por aquí.

El dijo: a Santa Catalina de Apopa no se le puede honrar de esta manera tan


hipócrita y tan estúpida.

Si Jesús de Nazaret, hermanos, viera esas cosas diría : “esto es lo que hice yo”.
El padre Mario también lo ha hecho.

Algunas constataciones ante el caso del padre Mario.

Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto, la Biblia
y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada
más, porque todas sus páginas son subversivas. ¡Subversivas contra el pecado,
naturalmente!

Me llama la atención la avalancha de sectas importadas y de slogans de libertad


de culto, en este contexto, en que se andan pregonando por allí. ¡Libertad de culto,
libertad de culto! ¡Libertad de culto para que nos traigan un dios falso! Libertad de
culto para que nos traigan un dios que está en las nubes, sentado en una hamaca.
Libertad de culto para que nos presenten a un Cristo que no es el verdadero Cristo.
¡Es falso y es grave!

Mucho me temo, hermanos, que si Jesús de Nazaret volviera, como en aquel


tiempo, bajando de Galilea a Judea, es decir, desde Chalatenango a San Salvador,
yo me atrevo a decir que no llegaría con sus prédicas y acciones, en este momento,
hasta Apopa. Yo creo que lo detendrían allí, a la altura de Guazapa. Allí lo pon-
drían preso y a la cárcel con él… (en ese momento sabotean la luz y se queda sin
micrófono).

¡No se aflijan…! Hay otra cosita por aquí para que la voz resuene hasta las
montañas. (Gran aplauso al proseguir con un megáfono).

81
Entonces, hermanos queridos, ¡yo me temo que si Jesús entrara por la frontera,
allá por Chalatenango, no lo dejarían pasar! Allí por Apopa lo detendrían. Quién
sabe si llegaría a Apopa, ¿¡verdad¡? Mejor dicho, por Guazapa, ¡duro con él! Se lo
llevarían a muchas Juntas Supremas por inconstitucional y subversivo.

Al hombre-Dios, al prototipo de hombre, lo acusarían de revoltoso, de judío ex-


tranjero, de enredador con ideas exóticas y extrañas, contrarias a la “democracia”,
es decir, contrarias a la minoría. Ideas contrarias a Dios, porque lo son; son del
clan de caínes.

Sin duda, hermanos, lo volverían a crucificar. ¡Y ojalá, que me libre Dios a mí,
que también estaría, quizá, en la colada de los crucificadores! Sin duda, hermanos,
que lo volveríamos a crucificar, porque preferimos un Cristo de los meros enterra-
dores o sepultureros.

¡Muchos prefieren el
Cristo de los meros ente-
rradores o sepultu-reros!
Un Cristo mudo y sin boca
para pasearlo en andas por
las calles. Un Cristo con
bozal en la boca. Un Cristo
fabricado a nuestro propio
antojo y según nuestros
mezquinos intereses.

¡Este no es el Cristo
del evangelio! ¡Este no
es el Cristo joven, de 33
años, que dio su vida por
la causa más noble de la
humanidad!

Hermanos míos, algunos


quieren un dios de las
nubes. No quieren a ese
Jesús de Nazaret, que es
escándalo para los judíos
y locura para los paganos.
Quieren un dios que no les

82
interrogue, que les deje tranquilos en su establecimiento y que no les diga estas
tremendas palabras: “Caín, ¿qué has hecho de tu hermano Abel?”

No hay que quitar la vida a nadie. No hay que poner el pie en el pescuezo de
ningún hombre, dominándolo, humillándolo. En el cristianismo hay que estar dis-
puesto a dar la propia vida en servicio por un orden justo, por salvar a los demás,
por los valores del Evangelio.

Queridos hermanos. Si leyeron en la prensa, nuestro humilde Arzobispo –que


deja ya dentro de poco de ser Arzobispo–, nuestro humilde Arzobispo, que como
nosotros sacerdotes, tiene sus debilidades y faltas… Ayer mismo fue atacado
duramente por un grupo de caínes que se llaman católicos, y ha sido llamado
“comunista” públicamente por una minoría recalcitrante, a causa de sus sencillas
Cartas Pastorales basadas en el Evangelio.

Han sido atacados públicamente en nuestros periódicos, con un descaro


increíble, en los periódicos del país, los documentos de la Iglesia, tales como el
Vaticano II, y al mismo Pablo VI a quien internacionalmente, en los círculos de
las altas finanzas del Imperio: Wall Street… Allá, ¡por allá arriba…! ¡ya lo saben,
¿verdad?!

Se le condenó diciendo que defendía un “marxismo recalentado” en su encí-


clica famosa sobre el Progreso de los Pueblos. Es el escándalo de siempre, que
acompaña el anuncio del Evangelio y, de un modo especial, a su práctica.

Mario Bernal. ¡ya estás lejos de nosotros! Nos hemos enterado de que te re-
gresaron a Colombia desde Guatemala, ya que están en cadena los perseguidores
en cada nación. Tu poder, padre Mario, fue el Evangelio y, al mismo tiempo, tu
debilidad. Al igual que nosotros, nuestro poder no reside en las armas, ni en los
ejércitos, ni en el G3, ni siquiera en legiones de ángeles, como dijo Jesús a Pilatos.

Mario, ¡has triunfado en tu debilidad! Y tus enemigos, que son los del Evan-
gelio, han sido vencidos. Porque son irracionales, y por su irracionalidad quieren
tapar el sol de la verdad, que no se puede tapar con un dedo ni con la fuerza bruta.

Tu voz, Mario, resonará en las quebradas, en los montes de nuestros cantones


y caseríos. Tu destierro se viene a unir al martirio de la Iglesia en diversas naciones
de la América Latina.
El año pasado un joven sacerdote, colombiano como tú, el padre Ivan, murió
brutalmente asesinado con otro padre norteamericano y un grupo de campesinos

83
por un grupo de terratenientes en Olancho, Honduras. Y los sepultaron a 15 metros
de profundidad en un pozo con un tractor.

No hace todavía muchos años, hace como 6 años, otro colombiano, el Padre
Héctor Gallego fue capturado en la noche en su chocita, allá en Santa Fe de Vera-
guas, Panamá. Y ya nunca más se volvió a saber nada de él. Lo arrojaron al mar de
noche. Ayudaba a los campesinos en una cooperativa, en una red de cooperativas.
Y les ayudaba a poner en práctica el Evangelio en esa comunidad, de esas forma.

Los mismos de siempre, acaban de matar en Brasil a un padre salesiano y a


un jesuita por defender a los indios. Y, en Paraguay, han sido desterrados por un
dictador irracional varios sacerdotes. Y la lista continúa.

Y aquí, entre nosotros, la lista se engrandece con los que van siendo expulsados
en nuestro país. Hace unos días, Ramírez, un hermano nuestro, Juan José Ramírez
el nombre exacto, acaba de ser atropellado. Pero que ni lo expulsan, ¡porque están
curándole las heridas! Por defender a los humildes y a los pobres.

Mario querido. El Papa Pablo al llegar a tu tierra, Colombia, que es también


nuestra tierra, al descender del avión cayó de rodillas y la besó. Era el año 1968.
Y habló desde aquella tu tierra de Colombia a todos los campesinos de América
Latina, en el Día del Desarrollo, 23 de agosto de 1968. En la víspera en que se
juntaron todos los obispos del continente para proclamar “la libertad de los hijos
de Dios, de un modo especial de los oprimidos del continente”.

Estas son las palabras del papa, Mario, ¡que si las dijeran por aquí…! Tú
mismo las dijiste en una u otra forma, y te echaron del país. El Papa se dirige a los
campesinos con un lenguaje especial: (lee una larga cita del papa)

Os amamos con un afecto de predilección, y con nosotros, recordadlo


bien, tenedlo siempre presente, os ama la santa madre Iglesia Católica, a
pesar de sus pecados y debilidades. Porque conocemos las condiciones
de vuestra existencia, condiciones de miseria para muchos de vosotros, a
veces inferiores a la exigencia normal de la vida de un hombre.

Nos estáis ahora escuchando en silencio, queridos campesinos, pero


oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento y desde la mayor parte de
la humanidad.
No podemos desinteresarnos de vosotros. Queremos ser solidarios de
vuestra causa, que es la del pueblo humilde, la de la gente sencilla.

84
Sabemos que el desarrollo económico y social ha sido desigual en el gran
continente de la América Latina, y que mientras ha favorecido a los que lo
promovieron en un principio, ha descuidado la masas de las poblaciones
nativas, casi siempre abandonadas a un innoble nivel de vida, y a veces
tratadas y explotadas duramente.

Sabemos que hoy, hermanos campesinos, os percatáis de la inferioridad


de vuestras condiciones sociales y culturales, y estáis impacientes por al-
canzar una distribución más justa de los bienes y un mejor reconocimiento
de la importancia que, por ser tan numerosos en el continente, merecéis,
y del puesto que os toca en la sociedad.

Bien creemos que tenéis algún conocimiento de cómo la Iglesia Católica, a


pesar de sus debilidades, ha defendido vuestra suerte; la han defendido los
papas, nuestros antecesores, con sus encíclicas sociales; la ha defendido
el Concilio Ecuménico, –compuesto de tres mil obispos– y Nos mismo, el
Papa, hemos patrocinado vuestra causa en la Encíclica sobre el Progreso
de los Pueblos.

Pero hoy, queridos campesinos –continúa el Papa–, el problema se ha


agravado porque habéis tomado conciencia de vuestras necesidades y
de vuestros sufrimientos y, como otros muchos en el mundo, no podéis
tolerar, aguantar, que estas condiciones deban perdurar siempre sin ponerle
solícito remedio!

¡Eso dice el Papa, padre Mario! Esto fue lo que dijiste por la radio. Esto dicen
los documentos de la Iglesia, y esto está diciendo la Iglesia de El Salvador. Por
desgracia esto no es lícito; esto no es legal.

Padre Mario. Estas comunidades, las de Apopa y el cinturón de comunidades


cristianas de la Vicaría que nos rodean, y los hermanos que han venido, que han
querido venir de otras partes de nuestro país, de la Iglesia local, vamos a celebrar
esta Eucaristía, que es el ideal que sustentamos…

Manteles largos, mesa común para todos, taburetes para todos. ¡Y Cristo en
medio! El, que no quitó la vida a nadie, sino que la ofreció por la más noble causa.

Esto que El dijo: ¡Levanten la copa en el brindis del amor por mí! Recordando
mi memoria, comprometiéndose en la construcción del Reino! La construcción del

85
Reino, que es la fraternidad de una mesa compartida, la Eucaristía.

Ojalá, pues, que digamos: “¡De acuerdo, Mario!” Que ésta sea la consigna en
esta Eucaristía como tú nos pedías en la radio cuando comentabas el Evangelio:

– ¿De acuerdo? …¡De acuerdo!

– ¿Estamos, pues de acuerdo? (pregunta levantando en la mano el Nuevo


Testamento)

– ¡De acuerdo! –corean todos levantando sus manos.

Bueno, y como estamos de acuerdo, recemos el Credo con nuestra Iglesia, que
es un estar de acuerdo con el P. Mario, allá en Bogotá, donde lo tienen aventado…
Y entremos en la onda del Espíritu Santo celebrando esta Eucaristía…

– ¡Creo en Dios, Padre…!

Apopa, 13 de febrero de 1977

* * *

Un mes después –el 12 de marzo–, Rutilio caía asesinado con dos campesinos
camino de Aguilares a su pueblo, El Paisnal.

Don Manuel Solórzano P. Rutilio Grande Nelson Rutilio Lemus

86
87

También podría gustarte