Cuaderno 10
Cuaderno 10
Cuaderno 10
XXV Aniversario de
Rutilio Grande.
Sus homilías
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ÍNDICE
Presentación........................................................... 5
Homilía de Apopa.......................................... 73
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Presentación
En la última etapa de su vida le tocó vivir el milagro del cambio más radical y
más cristiano de la Iglesia durante mucho siglos. Juan XXIII, Pablo VI y Vaticano
II, con la revolución de que la Iglesia debe servir al mundo, y no al revés (1962-
1965), Medellín (1968) con la revolución de la opción por los pobres y la Iglesia
de los pobres, la Congregación General XXXII de los jesuítas (1974-1975), con
la revolución de que la misión del jesuita es el servicio de la fe y la promoción de
la justicia.
Rutilio lo vivió con total entrega y convicción. Y eso lo llevó al martirio. Fue
el primer sacerdote asesinado en el país –el primogénito entre 17 sacerdotes. Y
murió asesinado junto con su fiel acompañante, Manuel Solórzano, de 72 años, y
con el niño Nelson Rutilio Lemus, de apenas15 años. Su martirio es un símbolo
de lo que fue aquella nueva Iglesia, tan salvadoreña entonces, parecida a Jesús y
perseguida; y un símbolo de todo un pueblo, de pobres y campesinos que iban a
trabajar y a derramar mucha sangre con mucho amor para conseguir justicia, vida
y fraternidad.
* * *
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Han pasado veinticinco años desde aquel 12 de marzo de1977. Celebrarlo
es un deber de gratitud, pues Rutilio, y todos los mártires, nos mostraron un gran
amor. Y es una necesidad. Lo es para el país, para que, de una vez, se fundamente
en valores salvadoreños, populares y justos. Y lo es para la iglesia, para que vuelva
a retomar el camino del concilio y de Medellín, en definitiva el camino de Jesús,
difuminado hoy en día.
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En el país y en la Iglesia no tenemos nada mejor que los mártires. Ahora re-
cordamos a uno de los más entrañables: Rutilio Grande.
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Rutilio Grande
visto por Oscar Romero
Miguel Cavada Diez
“Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí, queridos hermanos, de unas re-
laciones humanas y personales con el Padre Rutilio Grande, a quien siento
como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida, él estuvo
muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan” (14 de marzo de 1977).
En efecto, las vidas de Oscar Romero y de Rutilio Grande fueron muy cer-
canas. Se encontraron y cruzaron en 1967, como nos recuerda Salvador Carranza
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en su obra “Romero-Rutilio, vidas encontradas”. Romero venía de San Miguel,
donde había ejercido el trabajo pastoral durante veinte años, y fue trasladado a San
Salvador para ocupar el puesto de secretario de la Conferencia Episcopal. Rutilio
Grande era por aquel entonces formador en el Seminario San José de la Montaña.
Romero se quedó a vivir en el Seminario, y allí comenzó la amistad con Rutilio,
una amistad tan fuerte que le llevó a reconocerlo no sólo como un amigo, sino
como un hermano.
La fecha, 1967, fue también importante, y no sólo para Rutilio y Romero, sino
para la Iglesia y el continente latinoamericano. Un año después, en 1968, tuvo lugar
la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, que marcó el inicio
de la conversión de la Iglesia latinoamericana. Era época de cambios profundos
en la Iglesia: la opción por los pobres. Pues bien, en ese contexto eclesial y latino-
americano de primera magnitud llegan a conocerse Rutilio y Romero.
Es bien sabido que, en un comienzo, Medellín no fue asimilado por igual
por Oscar Romero y por Ru-
tilio Grande. Sabemos que a
Monseñor Romero le costó
aceptar los cambios y opcio-
nes de la Iglesia plas-mados
en Medellín. Para Rutilio
Grande, por el contrario, su-
pusieron el cumplimiento de
un anhelo y un reto personal.
De hecho, pocos años más
tarde Rutilio fue a estudiar
al IPLA, en Ecuador, para
actualizar la pastoral de
acuerdo a las nuevas opcio-
nes de Mede-llín. Romero
no respiraba en esa línea,
pero ello no ensombreció su
amistad.
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consagración episcopal fue uno de esos momentos, y tuvo un significado mucho
mayor de lo que ambos pudieron captar aquel 21 de junio, como ha quedado plas-
mado en una fotografía de la ceremonia que ha hecho historia.
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“importante”. La grandeza de la persona consiste en ser más humano. ¿Y en qué
consiste ser más humano? Para explicarlo, Monseñor Romero nos ofrece la vida
de Rutilio: amar al pueblo pobre.
Estas cruces
se encuentran en el sitio en
que fueron asesinados
Don Manuel Solórzano, Ruti-
lio Grande y
Nelson Rutilio Lemus.
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Y cerca de El Paisnal, en Aguilares, a donde fue Monseñor a consolar al pueblo
tras un mes de ocupación militar que dejó numerosos asesinatos y desmanes, dijo
estas palabras para resumir quién fue Rutilio: “aquel corazón bueno que recordamos
con cariño: el Padre Grande y sus colaboradores” (19 de junio de 1977).
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El texto que sigue es extenso, pero es muy importante porque habla de la opción
más profunda de Rutilio Grande: la opción por los pobres. Rutilio fue seguidor de
Jesús, nos dice Monseñor Romero, pero de un Jesús “vivido en el pueblo”:
“Aquí están compañeros del Padre Grande que conocieron a fondo aquella
alma religiosa que, empapada del espíritu de San Ignacio de Loyola, sabe
preguntarse ante el Cristo crucificado que ha muerto por mí: ¿qué he hecho
por Cristo? ¿qué hago por Cristo? ¿qué debo hacer por Cristo? Y me parece
que la vida de este religioso cristiano es precisamente la respuesta a estas
preguntas: ¿qué debo hacer por Cristo? Así se explica una inspiración de
una vida consagrada a Dios que lo ha hecho incansable por esos caminos
polvorientos, con su alforja, como un peregrino campesino, llegar a las
casitas humildes y sentirse hermano entre los pobres. Entre los campesinos
sentirse el hombre más encarnado porque llevaba a Cristo en su corazón
como buen jesuita, a vivir y a sentir a Cristo… que no se aprende única-
mente en el retiro espiritual sino conviviendo aquí donde Cristo es carne
que sufre, aquí donde Cristo es cosa, donde Cristo es persecución, donde
Cristo es hombres que duermen en el campo porque no pueden dormir en
su casa, donde Cristo es enfermedad que sufre por consecuencia de tantas
intemperies y de tantos sufrimientos, aquí es Cristo con su cruz a cuestas,
no meditado en una capilla junto al viacrucis, sino vivido en el pueblo, es
Cristo con su cruz camino del Calvario. Este es el Cristo que se encarnó
en este religioso, en este jesuita seguidor de Jesús” (5 de marzo de 1978).
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Lemus. Monseñor habla del hecho como un símbolo de gran significado. Rutilio
Grande no muere sólo, muere junto a dos campesinos. De este modo, la muerte de
Rutilio Grande es el símbolo de una Iglesia que opta por los pobres.
“El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte con dos
campesinos de la mano. Así ama la Iglesia, muere con ellos y con ellos
se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama y es significativo que
mientras el Padre Grande caminaba hacia su pueblo a llevar el mensaje
de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote
con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para
vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de
amor” (14 de marzo de 1977).
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acallar con la violencia no se muera, sino que siga siendo el grito de Jesu-
cristo: No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero dejan vibrando
la palabra y el mensaje eterno del evangelio” (26 de febrero de 1978).
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Las homilías de Rutilio
Una voz que grita en el desierto
Miguel Cavada Diez
Hoy en El Salvador se lee la Biblia quizá más que nunca. La palabra de Dios
se transmite a través de los periódicos, de las radios y hasta de algunos canales de
televisión. Cientos de personas leen a diario la Biblia y abundan los predicadores
que comentan todos los días su mensaje. Misioneros de las diversas Iglesias tocan
a las puertas para llevar el mensaje bíblico al pueblo. Estamos bien servidos de la
palabra de Dios. Sin embargo, a pesar de que esto podría ser motivo de alegría, es
motivo de preocupación. Nos explicamos.
Hoy abundan las predicaciones de la Biblia, pero algo falla y se trata de algo
esencial: se lee y se habla de la palabra de Dios pero “no se toca la realidad”, no se
iluminan los problemas cotidianos que afligen a la gente. Como el sacerdote y el
levita de la parábola, “damos un rodeo” para evitar al herido. Tenemos la Biblia tan
pegada a nuestros ojos que no vemos, o no queremos ver, lo que sucede a nuestro
alrededor. Nos negamos a aceptar que en el suelo está postrado el pueblo. Monseñor
Romero calificó a ciertas predicaciones de su tiempo con estos calificativos:
“predicación desencarnada, espiritualista, a veces hasta embustera y mentirosa” (16
de julio de 1978). Lo mismo podemos decir de la mayoría de las predicaciones de
hoy: son mensajes espiritualistas, que se quedan en las nubes y, cuando aterrizan,
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lo hacen para caer en un moralismo trasnochado y conservador. Pero nada de esto
es casual. Si se impone este nuevo estilo de predicación es porque interesa echar
tierra sobre la verdad.
Hace 25 años no era así. Llevar una Biblia debajo del brazo podía costar la
vida. De hecho, hubo campesinos y campesinas asesinados por los cuerpos de
seguridad por el simple hecho de llevar la Biblia. No cualquier Biblia, sino la
Biblia latinoamericana. Y no en cualquier circunstancia, sino en el campo y en los
suburbios de la ciudad, es decir, allí donde los pobres se reunían y organizaban su
fe en comunidades cristianas y donde se leía la Biblia conectada con la realidad.
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Lo central de esta pastoral es que hace de la campesina y del campesino personas
adultas, críticas, capaces de dirigir su propio destino a través de la organización.
En Aguilares, miles de campesinas y campesinos botaron la venda de la sumisión
y de la ignorancia a la que habían sido sometidos, y se despertó en ellas y ellos
todo el ingenio, inteligencia y capacidades que estaban allí escondidas, oprimidas,
atrapadas. Rutilio Grande no hizo otra cosa que liberar estas mentes y despertar la
conciencia. A partir de ahí, el pueblo comenzó a caminar, a organizarse, a exigir
por sí mismo, a plantear su derechos y también sus sueños, a luchar por su vida y
dignidad.
No son muchas las homilías que se conservan de Rutilio Grande, pero basta
con las tres homilías que se publican en este libro. Son el mejor ejemplo de lo que
llamamos la verdadera predicación del evangelio. Podríamos leer otra vez esas
homilías con esta pregunta en la cabeza: ¿en qué consiste la verdadera predicación
cristiana?
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Grande, que se han conservado, con las homilías de Monseñor Romero, sin lugar
a dudas podremos percibir que en las primeras ya hay algo de lo que después
contendrán de manera magistral las homilías de Romero. Ahora queremos mostrar
qué es lo que tienen las homilías de Rutilio Grande que las hacen tan peculiares
y que en cierto modo preparan el camino a aquellas homilías proféticas, únicas,
incomparables de Monseñor Romero. Lo peculiar de Rutilio lo podemos resumir
quizás en que sus homilías son una palabra popular, encarnada en la realidad,
oportuna y profética.
Todavía hoy da gusto leer las homilías de Rutilio Grande, y me imagino que
daría mucho más gusto escucharlas de viva voz. Su lenguaje es claro, directo,
popular. La profundidad de su pensamiento se transmite con la claridad y la riqueza
simbólicas del lenguaje popular. Leer las homilías de Rutilio Grande es como
leer los evangelios. El Jesús que nos muestran los evangelios sinópticos habla en
parábolas, habla como habla el pueblo, y por eso el pueblo lo escucha y lo entiende.
Hoy las cosas han cambiado. En la mayoría de las predicaciones actuales hay
una falta de comunicación entre el predicador y el pueblo. Esto puede deberse a
que el predicador está hablando de temas que no tocan el interés de la gente, o a
que habla en un lenguaje incomprensible, o a las dos cosas a la vez. La paradoja
es notable: lo que está claro en una parábola del evangelio, se torna oscuro e
incomprensible en la predicación. Y es que, por contradictorio que parezca, una
buena predicación no es aquella que utiliza un lenguaje típicamente religioso,
sino aquella que comunica el mensaje con palabras concretas, sencillas, claras. Un
ejemplo inolvidable: para explicar el destino común de los bienes, Rutilio nos habla
de una mesa compartida, con manteles largos, donde a nadie le falta su taburete y
su “conqué”. Todo el mundo entiende.
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Una palabra encarnada en la realidad
Ahora bien no se trata solamente del cómo predicar, cómo hablar, sino
sobre todo de qué se predica, qué se dice. Bueno es que la predicación utilice un
lenguaje popular, sencillo, claro, al estilo de Jesús y de Rutilio, pero no basta eso.
Lo fundamental es qué se dice en ese lenguaje popular. Porque ciertamente hay
predicadores que se dan a entender porque hablan claro, con giros y expresiones
populares, pero no dicen nada, su palabra popular está vacía de contenido. De ahí
la importancia de esta segunda reflexión.
Las homilías de Rutilio Grande son un ejemplo admirable de esto que estamos
diciendo. En ellas se entrelazan la Palabra de Dios y la realidad del pueblo, de
tal manera que se convierten en
un mensaje nítido. Por citar un
ejemplo, de los muchos que hay
en sus homilías, cuando Rutilio
quiere explicar y desenmascarar
la persecución contra la Iglesia,
dice que si Jesús viniera hoy de
Galilea a Jerusalén, es decir de
Chalatenango a San Salvador,
no pasaría de Guazapa, allí lo
detendrían.
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nación en la realidad. La predicación no es un cursillo bíblico ni una consultoría
para dar consejos. La predicación es profecía, es actualizar la palabra de Dios en
la realidad del pueblo.
Creo que ésta es una de las principales cualidades de las homilías de Rutilio
Grande. Y es que no se trata simplemente de predicar, sino de hacerlo en el tiempo
y en el lugar oportunos. Hablar cuando hay que hablar. Un sacerdote es expulsado
del país y ahí se hace presente Rutilio Grande, en el atrio de la parroquia de Apopa
para dirigir una memorable homilía que denunció el atropello a que era sometido
entonces el pueblo. A esto es lo que llamamos una palabra oportuna, que habla
cuando hay que hablar, en los momentos en que el pueblo espera una palabra de
aliento, una palabra también de denuncia y orientación.
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Rutilio Grande es invitado a predicar en la fiesta del Divino Salvador del
Mundo y aprovecha la “oportunidad” no para hacer una predicación de lucimiento
personal, o una predicación para salir del paso, sino que, sabiendo que se trata de un
momento clave en la vida y la historia del país, hace ante las autoridades políticas,
militares y religiosas las denuncias que es necesario hacer. Tenía delante, ni más ni
menos, que al presidente de la República. Rutilio no se atrinchera en un mensaje
doctrinal que lo dice todo y no dice nada, sino que, consciente de la oportunidad,
les dice lo que les tiene que decir. (Por cierto, esta homilía le costó el rectorado
del Seminario Mayor de San José de la Montaña).
Gran lección la que nos deja Rutilio Grande: saber ser oportunos –que nada tiene
que ver con ser oportunistas. Es decir, arriesgarse a hablar cuando lo más cómodo
es callar. Atreverse a decir una palabra en las situaciones críticas que requieren,
precisamente por ser situaciones límite, de la palabra alentadora y orientadora.
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“¡Ay de ustedes hipócritas que de diente a labio se hacen llamar católicos
y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor
cuando camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el
nombre de Chabela, con el nombre del humilde trabajador del campo!”
Las denuncias de Rutilio Grande dan a los pobres alegría y esperanza. Los
pobres, por fin, advierten que alguien habla por ellos, y sienten que algo puede
cambiar en su situación. De la sumisión y el silencio los campesinos y campesinas
pasan a tomar la palabra y a hablar por sí mismos, se organizan y luchan por su
vida. Y si lo hacen es porque la predicación no les dejó sumidos en la tristeza y la
pasividad, sino que les produjo esperanza.
Vengamos al presente. Si
bien es cierto que después de
la firma de los acuerdos de
paz (1992) ha habido cambios
políticos muy importantes
en El Salvador, también es
cierto que la situación social
y económica está peor que en
el pasado. Las cifras oficiales
hablan casi de un 50 por ciento
de personas en nuestro país que
viven en la pobreza. Esto dicho
en términos absolutos significa
que por lo menos tres millones
de personas mal viven en algún
grado de pobreza. En esta última
década se ha dado un proceso de
concentración de la riqueza más
acelerado que antes de la guerra.
Pero parece que esta realidad de
miseria de las mayorías popu-
lares y riqueza de una minoría
privilegiada no afecta en nada a
la predicación de las Iglesias.
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contrario. La predicación de la Iglesia que nos habla de Dios encubre esta situación.
La predicación profética es precisamente aquella que pone al descubierto con sus
denuncias y análisis el pecado de unos pocos que llevan a la muerte de muchos.
Esta denuncia no se hace para crear más confrontación de que la que los grupos
poderosos ya crean con sus injusticias, sino para llamar a la conversión de los
corazones y a la transformación de las estructuras.
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han colocado las fotografías de los mártires de la comunidad. Varias veces hemos
visitado el lugar, pero esta vez había una novedad. Junto a las fotografías de los
mártires están varias hojas tamaño oficio. Alguien con infinita paciencia ha copiado
a mano, con letra grande y muy clara, toda la homilía de Rutilio Grande en Apopa.
¡Qué mejor homenaje y celebración del vigésimo quinto aniversario que éste que
le ofrece su gente campesina!
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Rutilio Grande
Interpelación a la Iglesia
Jon Sobrino
Comenzamos estas breves reflexiones sobre Rutilio con estas palabras que
lo hacen muy actual. De forma desconocida hoy proliferan en la Iglesia diversas
pastorales, grupos y movimientos, música y cantos con temática cristiana. La Iglesia
está presente en emisoras de radios y televisión. Los viajes papales rompen todos
los récords de público. Y las canonizaciones se han multiplicado de tal manera que
de ser acontecimientos extraordinarios se han convertido en noticia habitual. José
Comblin habla de una especie de nueva cristiandad. No como la de antes, pero con
cierto parecido con ella por lo que ocurre y, sobre todo, por lo que se desea que
ocurra: masiva presencia ambiental de la Iglesia, aun en formas muy diversas, y
armonía entre poderes civiles y jerarquía eclesiástica que configuran la sociedad
desde arriba.
Y sin embargo, se nota que en la Iglesia falta algo importante. Falta un norte
que marque el camino, un ideal que aglutine, una causa por la que merezca la pena
comprometerse y sufrir y una esperanza que produce gozo. Como en tiempo de
Rutilio, aunque de diversa forma y después de haber pasado por años de brillan-
tez, el horizonte eclesial se mira turbio. En este contexto lo recordamos 25 años
después de su martirio y escuchamos las palabras, que en su día fueron vigorosas
en medio de su trajín en Aguilares, y que lo siguen siendo hasta el día de hoy, pues
su martirio les ha otorgado el vigor de lo que ya no pasa.
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“¡Oh verdad, siempre antigua y siempre nueva!”, decía Agustín. Y eso también
ocurre con los palabras de los mártires, y ciertamente con las palabras de Rutilio:
“Amigos, volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo”. Sobre ellas queremos
hacer a continuación unas breves reflexiones, dejando hablar a Rutilio, y citando
–con libertad– para ello palabras de sus homilías que publicamos más adelante.
Nuestras reflexiones vienen a ser como glosas a una pequeña selección de lo que
su compañero de Aguilares, el Padre Salvador Carranza, ha llamado “el pequeño
evangelio de Rutilio Grande”.
Jesús de Nazaret
¿Qué Jesús tenemos hoy y qué Jesús tenía Rutilio Grande? Me temo que no
son el mismo. Y es que Rutilio habló de Jesús con gozo, pero también con serie-
dad. Y empezamos por esto último porque en la actualidad sobran presentaciones
complacientes, acarameladas, de Jesús.
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ocurrido muchas veces en la historia. De ahí la importancia de volver a Jesús de
Nazaret con la seriedad con que de él hablaba Rutilio Grande.
Pero hay que añadir en seguida que esa seriedad nada tenía de masoquismo,
de tristeza o angustia, sino que estaba llena de gozo y esperanza. Es bien conocido
que Rutilio devolvió la esperanza a campesinos y campesinas afligidos, dejados de
la mano de Dios. Y lo hizo sobre todo hablándoles de Jesús. Jesús era uno de ellos,
“un peregrino que iba por cantones y caseríos”. Jesús no era una imagen sin palabra
ante quien se hacen novenas y a quien se le lleva en procesiones. Era mucho más
que eso. Era palabra viva y actual, interpelante y animante, una palabra “limpia y
clara como el agua que baja de los montes”. Y para los campesinos era ante todo
una palabra de esperanza. “Ahí no más tienen el Reino de Dios”, decía Rutilio,
citando la proclama de Jesús de Nazaret al comienzo de su misión. En palabras
que ya se han hecho clásicas, a modo de testamento, un mes antes de ser asesinado,
explicó así lo que significa hoy en El Salvador el reino de Dios.
Alguien que habla así toma a Jesús en serio y con gozo. Y también a su Dios.
“Dios no está en las nubes acostado en una hamaca”, repetía Rutilio. Y se quejaba
amargamente de que nos trajeran a un Dios a quien “no le importa que las cosas
le vayan mal a los pobres aquí abajo”. Ya entonces se quejaba de la inflación pala-
brera al hablar de Dios. Mucho decir “¡Primero Dios, primero Dios! ¡En nombre
de Dios! ¡Gloria a Dios!”, pero poco hacer.
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de Juan. Lo primero que hace Dios es amarnos él a nosotros. Y lo que espera de
nosotros, como correspondencia a ese amor, es que amemos al hermano y a la
hermana (1Jn 4, 7-11).
Unos se santiguan: ¡En el nombre del Padre –el pisto– y del Hijo –el
café– y del Espíritu –mejor que sea de caña. Ese no es el Dios, Padre
de nuestro hermano y Señor Jesús, que nos da su buen espíritu para que
seamos hermanos por igual, y para que, como seguidores cabales de Jesús
trabajemos por hacer presente aquí y ahora su Reino.
Rutilio tuvo una gran experiencia de Dios, experiencia que le abrió el corazón
para sentir compasión y los ojos para ver el mundo como es, no disimular su pecado
ni ocultar la esperanza. Y sobre todo para ver a los seres humanos como somos, por
fuera y en lo profundo del co-razón. Entre nos-otros hay Abel y Caín, y de ahí la
necesidad de la
profecía, como
hemos visto.
Pero por enci-
ma de todo, más
allá de Abel y
Caín, te-nemos
todos a Dios por
Padre, y de ahí
la utopía y la
esperanza:
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Un Padre común tenemos, luego todos somos hijos del mismo Padre,
aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres. Luego todos
somos hermanos. Los Caínes también son nuestros hermanos, aunque
sean un aborto en el plan de Dios.
Ese Dios y su Cristo Jesús de Nazaret es lo mejor que Rutilio tenía que ofrecer a
su pueblo de Aguilares. Entonces, como ahora, era un pueblo cuya máxima tarea es
vivir y cuyo destino más cercano es la muerte rápida de la violencia, sobre todo en
aquellos tiempos, o la muerte lenta de la pobreza, del desarraigo familiar y cultural
de los millones de refugiados, del silencio y aun desprecio de parte de los poderes
de este mundo. No dominaba, entonces, el capital financiero ni la globalización
de los excluídos. Dominaba, simplemente, la inmemorial injusticia que produce
pobreza, “piltrafas y desechos humanos”, que decía Ellacuría.
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De acuerdo a esta primacía que daba a la comunidad, la pastoral no consistía
en llevar a la gente al templo, llenar templos, como hoy se ansía, bajo el presu-
puesto de que ése es el camino de que la Iglesia crezca. Había que hacer más bien
lo contrario: salir del templo, ir a la gente allá donde está y hacer que la gente,
ellos y ellas, sean el templo vivo de Dios. “No buscamos que vengan a la iglesia
o traerles la iglesia de allá para acá, sino que ustedes sean hermanos e iglesia aquí
en el caserío o el cantón”.
De esa nueva religiosidad dos elementos nos parecen esenciales. Uno es que
la palabra de Dios esté en manos de los campesinos. No se trata sólo de leer las
lecturas bíblicas en la misa, ni siquiera sólo de estudiar la biblia, sino de algo mucho
más hondo: “congregarse a dialogar la palabra de Dios”, decía Rutilio. “Congre-
garse”, es decir juntarse activamente en comunidad. “Dialogar”, es decir, exponer
y compartir, ellos y ellas, campesinos y campesinas, lo que les dice esa palabra.
“De Dios”, es decir lo que tiene ultimidad, que proviene de lo alto y a la vez de
lo más profundo de los corazones, lo que interpela con ultimidad, pero también lo
que ilumina, anima, produce gozo y esperanza, como no lo hace ninguna otra cosa.
Lo más novedoso, sin embargo, es que la religiosidad no es algo que otros, los de
arriba, dirigen, sino que nace del encuentro de los campesinos con la palabra de
Dios, en comunidad y en medio de una historia concreta. Es el triángulo necesario
para que la Biblia sea palabra de Dios del que habla Carlos Mesters: la Biblia, la
comunidad, la historia.
Lo esencial de esa palabra es que produce vida, salvación aquí y allá. Las
comunidades, y también mucha gente de las organizaciones populares –aun con
todos los dolores de cabeza que le proporcionaron a Rutilio– recogieron esa palabra
de vida. En cualquier caso la Iglesia dejó de ser rutina, tradiciones del pasado. “La
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iglesia no es museo de tradiciones muertas, de enterradores que sólo se preocupan
de cargar la urna el Viernes santo para enterrar a Jesús. Debe ser un puño de co-
munidades vivas, portadoras de vida y esperanza para nuestra gente más humilde”.
Fuerza en la debilidad
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represión al pueblo. Y como cosa muy novedosa y sorprendente –y también como
bendición mayor– estalló la persecución a la Iglesia y a los sacerdotes, inconcebible
pocos años antes. Sin embargo nada de eso pareció sorprenderle ni menos desani-
marle. Le confirmó más bien en que él, el equipo de Aguilares y la comunidad, iban
por el camino correcto. Y esto, como lo proclama lo más profundo de la paradoja
cristiana, le dio fuerza para proseguirlo. También en esto se pareció a Romero,
quien, incluso psicológicamente, se creció cuando más arreciaba la persecución a
la Iglesia y los ataques contra su persona.
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Este es el misterio de todo ser humano en el que, en definitiva, no podemos entrar.
Pero quizás podemos barruntar algo. Ya hemos dicho que Monseñor Romero se
creció, aun psicológicamente, durante los últimos tres años de su vida, y es que la
persecución, la cruz para un cristiano, pueden generar fuerza y vigor. Pero además
de eso, a Monseñor Romero, acosado por todas partes, se le escapó un día de dónde
le provenía fuerza y vigor: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor” -y quizás
sea ésta una pista certera también para comprender a Rutilio, que vamos a rastrear
brevemente en momentos claves de sus homilías.
A la comunidad de Aguilares y de muchas personas venidas de cantones y
caseríos les dijo en la fiesta del maíz de 1976: “Perdónenme que les felicite en la
Eucaristía por tantas cosas buenas. Felicitaciones a todos los hermanos porque nos
llegan noticias de todas partes que la fe de muchos entre ustedes, en sus comuni-
dades, en la parroquia y en el país no es vana”.
Rutilio les felicita porque el evangelio va ahora estrechamente unido a sus vidas
y porque no se han contentado con entender la Palabra, sino que la han puesto a
producir. Con gran ternura felicita especialmente a los adoradores del Santísimo,
ancianos que en medio de los cambios de aquellos años en la Iglesia se mantienen
fieles a la adoración al Santísimo y se mantienen abiertos a la novedad.
Quien felicita con sinceridad, como lo hace Rutilio, es que también está él
feliz. Esa felicitación a su pueblo es como un reverbero de su propia felicidad y
aparece inocultable en las siguientes palabras de gran belleza.
¡Les felicito, hermanos! Nos han dado una gran lección. Nos cuentan
que en vez de ponerse a pelear con el hermano Pedro si la Virgen tuvo o
no muchos hijos, si se puede comer gallina estrangulada o no, ustedes le
ofrecieron su ayuda cuando le desalojaron. En su pobreza le han levantado
el rancho y le ayudaron a trasladar sus tiliches. Enhorabuena y me alegro.
Ustedes mismos dicen que se ha unido a su comunidad y ya no quieren
que le digan “hermano separado”.
Rutilio se alegró al ver a los pobres viviendo unos con otros y siendo unos
para otros. Aprendió de ellos. Si desde arriba lo sostuvo el amor de Dios, desde
abajo fue el pobre quien le produjo alegría y gozo. Lo mismo le ocurrió a Jesús.
Desde arriba lo sostuvo el Padre, Abba, y desde abajo –aunque poco se habla de
ello– lo sostuvieron los pobres, y, en los ejemplos que ponen los evangelios, los
marginados, especialmente mujeres abatidas.
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De Jesús se dice que se conmovió al ver a la viuda que había echado unos
pocos centavos en el templo, al ver a la mujer pecadora llorando a sus pies con
una gran fe, al ver a la mujer cananea corrigiendole a él –que se negaba a hacer un
milagro, pues “no hay que echar el pan a los perros”– al replicarle que “también
los perritos comen las migajas que caen de la mesa”. Los pobres comunicaron a
Jesús algo bueno, le comunicaron una buena noticia, le evangelizaron. Eso, pienso,
es lo que le ocurrió a Rutilio. La bondad que vio en los campesinos y campesinas
fue la fuerza que lo mantuvo y le hizo sentir gozo en medio de la debilidad y el
sufrimiento.
Rutilio hoy
Con esto queremos decir que no basta con repetir, como se hace con frecuencia,
a veces para no hacer lo que hay que hacer, que “las cosas han cambiado”, con lo
cual nos sentimos justificados para no tener que recordar a Rutilio o a Romero, o
los recordamos de tal manera que lo que somos y hacemos en poco se parece a lo
que fueron e hicieron ellos. Cambian las cosas, es cierto. Puede ser que no sea lo
mismo el PCN que ARENA. La represión y guerra no son lo mismo que el exilio
constante de refugiados. Los secuestros políticos de antes no son lo mismo que
el negocio de los secuestros de ahora. Y así mil cosas más. Pero no todo tiene por
qué cambiar. El oleaje puede cambiar y a veces es expresión de un mar distinto.
Pero otras veces, aunque la cresta de la ola sea distinta, las corrientes subterráneas
permanecen las mismas. ¿Puede decirse honradamente que hoy, a diferencia del
tiempo de Rutilio, las fuerzas del mal, de la mentira y de la muerte han sido vencidas
por las fuerza del bien, de la verdad y de la vida? Mucho me temo que no.
Decimos esto no para analizar ahora la situación del país, sino la realidad
de la Iglesia. No puede ésta apelar al cambio de situación, a que ya estamos en
democracia, a que ya hay libertad de expresión, a que no se puede ignorar la post-
modernidad también en la religión –aunque haya algo de verdad en todo ello– para
no enfrentar lo fundamental: en nuestro país existe un gravísimo pecado que da
34
muerte, las estructuras se rigen en definitiva por el egoísmo y para provecho de
unos pocos, las mayorías siguen siendo ignoradas, despreciadas y, cuando hace
falta, engañadas.
Es cierto que hay cosas buenas en la Iglesia de hoy, algunas incluso novedosas
con respecto a Rutilio. Es cierto que cada año recordamos a nuestros mártires. Es
cierto que hay esfuerzos por mantener vivas muchas tradiciones evangélicas y
salvadoreñas. Por último, y lo más importante, es cierto que resurgen, aquí y allá,
comunidades. En medio de los destrozos del terremoto, quizás lo más positivo
haya sido que muchos salvadoreños y salvadoreñas han dado unos a otros de lo que
tienen, incluso han rechazado a veces ayudas y privilegios que vienen de fuera, si
no son para todos, si no fomentan comunidad. Pero hay mucho que hacer que la
Iglesia como un todo no lo tiene muy presente, sino que queda descuidado en su
misión.
¿Rutilio hoy? En las marchas y foros por la paz de los últimos tres años se han
formulado desafíos urgentes para la humanidad, y bien hará la Iglesia en tenerlos
centralmente en cuenta: democracia, participación y represión; derechos sociales
y laborales; migraciones; derechos ecológicos, derechos ambientales, modelo
agroalimentario; globalización y militarismo; mujer y globalización; globalización
y desarrollo. Además de estos desafíos para toda la humanidad, Don Pedro Ca-
saldáliga enumera otros tres que, con osadía profética y libertad evangélica, debe
asumir la Iglesia de Jesús, para ser creíble y evangelizadora hoy: la descentrali-
zación mundializada, que debe ser exigida tanto a las Naciones Unidas y demás
órganos mundiales como a la Santa Sede y a las curias eclesiásticas; la participación
corresponsable, sobre todo de los que están abajo en la sociedad y en la Iglesia, y
muy especialmente de las mujeres; el diálogo solidario entre culturas y religiones,
sin prepotencia.
35
en ella; el éxodo forzado de miles de salvadoreños, que no termina; el egoísmo y
desentendimiento del pueblo por parte de gobernantes y políticos; el desencanto
de las mayorías... A nivel eclesial mencionemos sólo la ausencia de una palabra
orientadora y animadora en mensajes y cartas pastorales, la difuminación del cuerpo
eclesial, diluido en innumerables grupos, movimientos, en una especie de “sálvese
quien pueda”, la tendencia a espiritualizar e infantilizar la religión...
Creo que Rutilio comprendería muy bien los desafíos que hemos menciona-
do y el espíritu con que debemos abordarlos. Y nos animaría a ello. Por eso nos
parece necesario que la Iglesia salvadoreña, jerarquía, parroquias, movimientos y
comunidades, todas y todos en la Iglesia, vuelvan a Rutilio Grande.
Su palabra, como la palabra de Dios, es como una espada de dos filos que
penetra en lo hondo del corazón y hace que nada quede oculto. Por eso hemos
hablado de interpelación. Pero eso mismo es ya una buena noticia. No estamos
huérfanos, tenemos referentes valiosos. Rutilio es alguien que nos interpela y que
también nos anima. Puede poner a la Iglesia en la dirección correcta y desencade-
nar la fuerza para recorrer el camino. En definitiva, podemos quedar empapados
de la esperanza que rezuman sus palabras. Y eso es una buena noticia. Pero no lo
olvidemos. “Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo”.
36
Introducción a la homilía
del 6 de agosto, en catedral
La guerra inducida “del fútbol” contra Honduras, como toda guerra, no favore-
ció a nadie. Desarticuló el maltrecho mercado común centroamericano, y arrojó a El
Salvador a doscientas mil bocas que alimentar y que acallar cuando protestaran por
su situación. El “héroe de la guerra”, general y presidente Fidel Sánchez Hernández,
poco pudo hacer con sus intentos, más por apagar el fuego de la inquietud social
y la tentación de la violencia que por impartir justicia. El 6 de enero de 1970, se
interrumpe el diálogo iniciado al final del año anterior en el Primer Congreso de
Reforma Agraria, eterna asignatura pendiente del país. La Iglesia se hizo presente
y uno de sus representantes en diálogo, el P. Chencho Alas, fue secuestrado y apa-
reció días después golpeado y drogado. Las elecciones para diputados y alcaldes,
el 8 de marzo, intranquilizaban al gobierno porque la oposición se organizaba y
estaba cobrando mucha fuerza. Un mínimo intento de reforma agraria –la ley de
avenamiento y riego– levantó oposición desproporcionada.
37
La Iglesia quiere despertar
La palabra de Rutilio en este discurso está más bajo el signo de la crisis in-
terna de la Iglesia que de la sociedad, como será en los otros dos. Aún no había
pasado su “segunda conversión”, de la que hablará en 1972, cuando va a llegar a
Aguilares. En 1969, cuando se daba la guerra entre salvadoreños y hondureños, los
obispos de América Latina habían puesto al día, para el subcontinente, el concilio
Vaticano II con el primer viaje del Papa a Colombia, prólogo de la II Conferencia
del CELAM (Conferencia Episcopal Latino Americana) en Medellín. Los jesuitas
del continente, en 1969, asumieron las conclusiones pastorales de Medellín, so-
bre todo en lo relativo a la educación con la carta de Río del P. Arrupe (Superior
General de los jesuitas). Los jesuitas de Centroamérica, como cuerpo, definen su
línea entre desarrollo y liberación y diversifican su acción, demasiado restringida
a la educación tradicional.
En 1970 los obispos centroamericanos, reunidos en La Antigua (Guatemala),
quieren acelerar el paso y poner sus iglesias al día, de acuerdo al Vaticano II y las
conclusiones de Medellín.
De ahí viene la Primera Semana Nacional Pastoral de El Salvador. Arriba
apuntamos el conflicto que generó, descubriendo la crisis de letargo por la que
atravesaba la Iglesia en El Salvador. Rutilio se metió en el ojo de la tormenta y
como ningún otro trató de sacar de la misma crisis frutos de conversión y cambio
para la Iglesia. Entre líneas de su homilía se descubren muchos de los problemas
que se agitaron con la semana pastoral.
Por esos días, Rutilio se acercó a publicar en la prensa del país algunos artícu-
los. También en ECA (Estudios Centroamericanos) publicó el artículo “Violencia
y situación social”. Abrir los ojos a esta realidad era la llamada de Tilo.
Quizá por ello, los obispos de la capital se propusieron encomendarle esta
homilía, que agudizaría también su crisis personal, y que lo llevó a buscar nuevos
38
Homilía en la solemnidad de la
Transfiguración del Señor en catedral
San Salvador, 6 de agosto de 1970
Esta pregunta, dicha con humildad y sin ninguna pretensión, cae en estos mo-
mentos sobre esta numerosa asamblea del pueblo de Dios, reunida en esta catedral
metropolitana de la ciudad capital de la república, y es extensiva a todos aquellos
que están unidos con nosotros en espíritu, a través de la radio, desde el más humilde
y apartado rinconcito de la patria.
Toda pregunta nos hace explicitar lo que sentimos. Nos lleva a una toma de
conciencia, al hacernos interiorizar los hechos en los que nos vemos implicados,
sea por nuestra libre elección, sea por otras circunstancias ambientales.
¿Por qué estamos aquí? He aquí la pregunta, cuya respuesta buscamos, con
humildad y sinceridad. Múltiples respuestas se ofrecen a nuestra consideración.
Esas respuestas posibles, analizadas aunque sea brevemente, nos llevarán de la
mano a una purificación interior que todos deseamos, yo el primero.
39
asuntos tan importantes, ¡falta algo esencial en los estratos de nuestra personalidad,
como ciudadanos y cristianos!
1
Lc 12, 49.
2
Jn 14, 6.
40
esta reunión solemne de todos los bautizados, con ocasión de la festividad titular
de nuestra república”.
* * *
41
hombre “que viene a este mundo”5, ya que sale al encuentro de la muerte y de la
vida del hombre, de su felicidad o infelicidad, de su libertad o esclavitud, del tra-
bajo, de la vocación del amor, de la verdad y del bien, del pecado, de su desarrollo
integral.
Esto es lo que nos hace capaces de una “revolución” netamente cristiana, puri-
ficando dicha palabra de todo sentido abusivo, peyorativo y exclusivo. Revolución
cristiana basada en las esencias del Evangelio, cuya médula es el AMOR, y que no
excluye a ningún hombre que viene a este mundo, ni por el color de la piel, ni por
la posición social, ni por su grado de inteligencia, ni siquiera por el pecado que
trata de remediar.
* * *
42
a nuestro encuentro para iluminar los hechos de nuestra vida, busquemos en las
entrañas mismas de esta celebración, en la que nos encontramos sumergidos, una
respuesta adecuada a las exigencias de nuestra fe, como hijos de la Patria y
de la Iglesia.
Estamos todos aquí reunidos junto al altar de DIOS, cuyo nombre va estampado,
el primero, en la trilogía de nuestro pabellón. Y estamos unidos precisamente junto
al altar en la celebración de la eucaristía, ya que en la celebración de la eucaristía
en el altar se entrecruzan las líneas maestras y esenciales del cristianismo.
43
Jesucristo es nuestro mediador ante Dios. Precisamente para hacer de puente
entre nosotros y Dios, tomó nuestra carne. Se metió de lleno en la humanidad, como
un eslabón más en la cadena de los hombres. Se adentró profundamente en todas
nuestras miserias, consecuencias del pecado: la fatiga, la angustia, la enfermedad.
Y quiso identificarse tanto con la humanidad: el belemita Jesús quiso nacer en
una cueva, sin albergue, y quiso ser reconocido como “el hijo del carpintero” de
Nazaret7… No tenía en dónde reclinar su cabeza, mientras las zorras –decía él
mismo– tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos calientes8… ¡Me lo
imagino como uno de nuestros humildes campesinos!
44
Tomó posturas críticas frente a los ricos sin conciencia y sin entraña, diciendo
que difícilmente entrarán en el reino de los cielos si persisten en sus actitudes…
En cambio recibió con bondad acogedora a los ricos, que como Zaqueo recono-
cieron sus errores, sus estafas y abusos de poder. Alabó a aquel comerciante que
humildemente confesó sus pecados y prometió reparar el mal. Y no escatimó una
frase de elogio cuando dijo: “Hoy ha entrado la salvación a esta casa”13. Mantuvo
su amistad con ricos justos, como Nicodemo, José de Arimatea y Lázaro.
* * *
____________________
12
Cfr. Lc 18, 24; Mc 10, 23s; Mt 19, 23ss.
13
Lc 19, 9.
14
Jn 3, 16s.
15
Jn 19, 30.
16
Col 1, 18.
45
Precisamente este acontecimiento nos congrega siempre junto al altar, en la
celebración de toda Eucaristía, y hoy muy particularmente en la Festividad titular
de nuestra república.
Hasta nosotros llega Jesús, hasta este día del año 70 en pleno siglo XX, por
medio de la Iglesia que él fundó. La Iglesia, es decir, la comunidad de los bauti-
zados, es y debe ser en medio del mundo el sacramento del encuentro con Cristo.
He aquí el reto a todo bautizado en la Iglesia.
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdadera-
mente humano que no encuentre eco en su corazón”18.
He aquí, mis queridos amigos y hermanos, el reto que el mundo actual hace a
la Iglesia de Cristo, el salvador del mundo. He aquí el reto que nuestra patria hace
a la Iglesia, en este día solemne, en la festividad titular, de Aquél que está en el
centro de nuestra fe cristiana, en el misterio de su transfiguración.
Todos nos confesamos bautizados, los hijos de esta nación. Son bautizados
nuestros gobernantes, los ministros de estado, los intelectuales y profesionales, los
empleados, los militares, los comerciantes; son bautizados nuestros campesinos
todos, y somos bautizados antes que otra cosa ¡todos los sacerdotes, obispos, reli-
giosas y religiosos!
____________________
17
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 1.
18
Ibíd., n. 1.
46
Ser bautizado es estar de lleno centrado en los cauces del evangelio. ¡Ser
bautizado es aceptar el evangelio de Cristo hasta sus últimas consecuencias! Ser
bautizado es entrar de lleno en un cambio de actitud mental frente a la vida, frente
al mundo, frente a los valores, frente a Dios. “Cambien de actitud”19, era el slogan
de Jesús, ya desde el comienzo de su vida pública, como mensajero de la Buena
Nueva. Y todo seguidor de Jesús ha de estar en un continuo cambio de actitud
mental, revisando a la luz del evangelio su vida propia, e interpretando bajo esa
luz meridiana los signos de los tiempos.
47
Volvemos a preguntar, ¿está tansfigurado el hombre salvadoreño? ¿Está
transfigurada esa inmensa mayoría del pueblo salvadoreño, que la forma nuestro
campesinado? ¿Está transfigurada esa otra minoría que tiene en sus manos los
medios económicos, el poder de decisión, el control de la prensa y de todos los
medios de comunicación?
¿Y qué decir del resto inmenso de nuestra población, la gran mayoría formada
por todos nuestros campesinos? Esa gran mayoría, ¿está plenamente transfigurada,
en esta tierra nuestra de bautizados?
48
tió en aquella solemne ocasión inspirarse en este célebre documento, durante su
mandato, y esto lo dijo cuando muchos centros internacionales del poder y del
dinero se rasgaron las vestiduras con escándalo y con los consabidos mecanismos
de autodefensa de los más oscuros intereses y del más refinado egoísmo humano.
¡El Santo Padre con su encíclica echó sal sobre ciertas llagas tremendas de
nuestra humanidad! ¡Esos centros del materialismo más refinado y algunas mino-
rías de nuestro país en connivencia con aquéllos volverían a crucificar a Cristo si
volviera a la tierra a anunciar su evangelio en este siglo XX de la civilización y de
los viajes interplanetarios!
49
por cuyo bien todos nos hemos de afanar. ¡En esto coinciden plenamente nuestros
más caros y entrañables ideales, como bautizados y como ciudadanos.
Solamente entonces, todos los hijos de esta Patria del Divino Salvador, rubri-
caremos nuevamente y con verdad plena, según lo proclamamos en nuestro himno
nacional, la tercera palabra que ondea al viento en nuestra bandera: ¡LIBERTAD,
plena, completa y definitiva para todos los hijos de Dios, los salvadoreños!
____________________
21
Mt 17, 5.
50
Introducción a las homilías del
Festival del maíz y de Apopa
1976. Por vez primera El Salvador tiene déficit comercial regional y deterioro,
en general, en el comercio exterior.
Elecciones a diputados y alcaldes el 14 de marzo, después del fraude patente
de las elecciones para presidente de 1972, y a un año de las presidenciales. Los
contendientes se reducían al partido oficialista, PCN (Partido de Conciliación Na-
cional) y la unión de oposición, UNO (Unión Nacional Opositora). Esta retirará
sus candidatos poco antes de estas elecciones.
Alan Riding, corresponsal del Financial Times, de Londres, publicaba en
México un artículo con el título elocuente: “El Salvador, el país de la sonrisa y
también del rictus”. Le precedió otro del mismo autor con una entrevista a Rutilio
sobre “La situación de miseria del campesino en El Salvador”.
51
Descontento popular y conflicto entre grupos de poder y el presidente, coronel
Molina, por la creación del ISTA (Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria).
Rumores de golpe militar, sobre todo por la fuerza que iban tomando los grupos
progresistas y la organización popular, que favorecía a la UNO. Ola de atentados
contra objetivos gobiernistas; se los atribuye el Ejército Revolucionario del Pueblo
(ERP), que, junto con otros grupos clandestinos armados, hacen su irrupción en la
escena nacional.
La situación eclesial
52
de los artífices y animadores de la misma y los laicos de su parroquia se pusieron
en evidencia. De hecho, el crear comunidades y formar agentes de pastoral, que
resultaría el objetivo de la misma, en buena parte, se inspiraba, a nivel rural, en la
experiencia de Aguilares.
53
sus comunidades. La misma situación del “campesino” –en su mayoría jornaleros
sin tierra hizo que, al toparse con el evangelio en sus manos, se le abrieran los ojos
y se movilizaran más allá de lo que podría sospecharse al iniciar la experiencia.
– ¡Quieren ir a velocidad de jet por esos pedreros y no se dan cuenta que los
campesinos andan a pie y descalzos!, advertía Rutilio a los más animosos, ante los
reclamos y quejas que le llegaban por la “invasión de las huestes de Aguilares”.
54
atender otros compromisos más allá de su propia comunidad y de la parroquia.
– Mirá, Lupe, entiendo, así es; ésa es realmente nuestra misión de cristianos,
contestaba Tilo a uno de sus delegados más estimado. Yo los admiro y no se lo voy
a impedir, pero sin descuidar la raíz y lo primero en la propia comunidad. ¡Si no,
vamos a perder el alma de todo el proceso!, frase que repitió mucho Tilo en sus
dos últimos años.
– Nos llevan a este trote, pero la realidad y los campesinos nos marcan el ritmo
y no podemos dejarles solos, solía decir para disipar sus vacilaciones y dudas de
excesivo mesianismo.
– ¡Cuídate, Ticha, recordá que tenés hijos…!, decía a una delegada ajuatosa,
que se iba a una manifestación.
– ¡Ay, mi Dios, con cristianos así no hay más que descubrirse, y alistarnos
para lo que venga! ¿Cómo han podido decir que el evangelio de Jesús adormece
al pueblo?
La tal Ticha, con Félix su esposo –parientes de Tilo, por cierto– junto con Chepe
y Polín, de Aguilares, fueron asesinados juntos el mismo día por el ejército, cuando
ya eran líderes campesinos con responsabilidades a nivel nacional. Unos días antes
de su propia muerte, Mons. Romero lamentará –“he llorado”, son sus palabras– el
asesinato de estos líderes campesinos a quienes él conocía personalmente..
55
Delante de todos ellos había marchado Rutilio Grande, como podemos apre-
ciar en su profética palabra del festival del maíz en Aguilares y, apenas medio año
después, en la manifestación de Apopa. Veintisiete días exactos antes de que lo
asesinaran camino de su pueblo, El Paisnal.
56
Homilía en el tercer festival del maíz
15 de agosto de 1976
1. Inicio-saludo
Nos hemos cruzado con la cruz del Señor nuestro cuerpo, como signo de his-
toria, caminado detrás del Señor que está aquí colgado, símbolo de cómo murió
por un compromiso del seguimiento de su misión al servicio de los hombres.
2. Reconciliación
Las deudas que tenemos en la misa de todos los días en que batallamos por
construir un reino en este mundo, un mundo mejor, un mundo en el que reine lo
que vamos a compartir en esta Eucaristía y en la atolada de la Fiesta del Maíz;
57
hoy el día de María de la Asunción, día de la mujer campesina, Fiesta del Maíz en
nuestra comunidad. Reconozcámonos, pues, pecadores porque tenemos fallos en
el seguimiento del Señor.
Mientras el coro canta la estrofa, todos en silencio, hasta que termine el coro,
después gritamos todos al Señor, y nos arrepentimos pidiendo perdón a los hermanos
y a Dios presente en ellos.
3. Oremos todos
– Oramos con toda la Iglesia universal que en todas partes se está poniendo
ya en camino, en pequeñas comunidades…
– Oramos con los obispos que ayer fueron expulsados del Ecuador, Monseñor
Proaño y los obispos fieles al Señor…
– Oramos con todos los perseguidos del país por el nombre del Evangelio…
58
– Oramos con todos aquellos que luchan por un mundo mejor.
En esta fiesta de la Mujer fiel a la Palabra del Señor, oremos: (oración cantada).
Nos sentamos para escuchar el canto que nos ayuda a comprender la Palabra
de Dios.
5. Homilía
59
Hermanos, la Palabra de Dios está servida abundantemente en este día en que
celebra la Iglesia universal a esta mujer llamada María, a quien llamamos Madre
de la Iglesia, porque humilde, porque servidora de los demás.
Y qué feliz coincidencia, en este día celebramos la Fiesta del Maíz. Y nosotros
hemos querido celebrar a la mujer campesina, la quintaesencia de nuestro pueblo
que es la gran mayoría campesina, y de esta ciudad donde mucha gente ha venido
del campo a hacer sus cachas en el comercio, o en los tenderetes que tienen por
ahí en el mercado.
Hoy, pues, día de la Virgen Madre, día de la Mujer campesina en nuestra co-
munidad, y en la Fiesta del Maíz, al celebrar la Eucaristía, está abierta la Palabra
del Señor para que se le suelte la lengua a estos hermanos nuestros.
No pueden trepar todos aquí… ¿y cómo es que no está aquí ninguna mujer?
Así es, no podemos trepar a todas las madrinas aquí. De suyo, son como veinti-
cuatro; algunas han llegado tarde. Tal vez están por allá las pobres, perdidas, pero
no pueden caber; además, en este país del machismo, hoy son los hombres los que
quieren cantar a la mujer. Tal vez, pedir perdón, y en fin, enfocar la figura de la
mujer en la vida de la Iglesia al servicio del mundo.
(Intervenciones de campesinos).
– Concluye el P. Grande
60
Significado del Magnificat
Siguiendo esta oración tan bella o este canto de María, que lo llamamos la
Magnífica, y que venden allá en canastas, en unos folletos a la puerta de la Catedral
o en las grande iglesias por ahí… probablemente en Chalatenango… Los que tienen
cerradas las iglesias están vendiendo la Magnífica… ¡verdad!
Y allá comenzó a decir esta bella oración, que ojalá no la ocupemos, como
digo, para encantar serpientes, ni para cuando se nos pierde la vaca, ni para ponerle
el hechizo a no sé quien, ni que vayamos a comprarla por ahí en unos folletos…
Sino que está aquí en la …(muestra la Biblia), en el Evangelio.
– Pero, ¡María…!
– ¡Ah, no, Chabela! Yo soy la servidora del Señor. De modo que todo lo grande
que ha hecho en mí el poderoso es por aquel Señor.
61
Dios ha tomado en cuenta a su pobre sierva, y desde ahora la gente de todos los
tiempos me dirá feliz”.
Es decir, es la que ha sido elegida por los siglos como Reina, como la mujer
bella y tipa. Porque no le irán a tomar medidas de cintura de avispa, ni ha compra-
do votos de esos que mercan por ahí, en las fiestas y allá en el hotel Sheraton. Y
sigue…
¿Por qué? Porque hay gente por ahí, muy de gran colmillo, que no le tiene
temor… ¡No le tienen temor a Dios!
62
– ¡En el nombre del café, en el nombre del café y en el nombre del café…!
Lo he dicho otras veces, pero hay que repetirlo hasta la saciedad. A los pode-
rosos los hizo destrepar de sus puestos; a los autosuficientes, ¡porque tienen dioses
aquí! Y a los humildes los levantó; los trepó a los humildes. A los que tenían ham-
bre los llenó de bienes, y a los ricos de corazón perverso que no quieren atol para
todos, sino para ellos nada más… Que quieren el gran guacalón para ellos, pero
no quieren compartirlo con los hermanos en esta Eucaristía de la fraternidad… A
esos bárbaros, ¿verdad?, dice:
“A los que tenían, a esos soberbios, los destrepó, a los ricos los dejó ir con las
manos vacías”, por caínes, por crueles, porque son esos ingratos de la ANEP.
María se quedó con la Chabela como tres meses y después regresó a su casa.
Se quedó. Aquí no lo dice el Evangelio, pero hay que interpretarlo. Iba a tener un
niño, estaba embarazada la Chabela, y María tenía que ir por la leña, ir por el agua,
lavarles los trapos del viejo Zacarías y de la anciana Isabel. Allá se estuvo en vez
de ser paseada por toda la comarca.
Y perdónenme, pues, que les felicite en la Eucaristía, por tantas cosas buenas.
Felicitaciones a todos los hermanos, porque nos llegan noticias de todas partes, que
la fe de muchos entre ustedes en sus comunidades, en la parroquia y en el país, no
es vana.
63
Así que ¡felicidades a todos, hermanos! Felicidades, porque el evangelio va
estrechamente unido a la vida. Lo han bajado ustedes. Lo vamos a oír después en
los cantares; lo hemos oído ya en el lenguaje de nuestros hermanos… Y lo oire-
mos también en la misa que seguirá allá en el tablado, en el cantar que anuncia y
denuncia. Buenas noticias nos llegan, pues, y comentarios.
Cuando nos organizamos, cuando nos metemos en una organización del campo,
esas motivaciones están siendo el motor de nuestro caminar por la parroquia y por
las comunidades del país. Las motivaciones profundas del Evangelio: queremos
un mundo nuevo. Todo lo que vaya saliendo como fruto de la obra global de esta
parroquia debe llevar no solamente la etiqueta de cristiano, como una cobertura,
sino ha de ser la raíz profunda de su validez y de su ser, es decir, de la obra global
de la parroquia, de nuestra comunidad, del enjambre de comunidades del campo y
de la ciudad. Ustedes, el que les habla y todos los que están aquí trepados, somos
corresponsables. Por eso el mensaje del Corpus y de estas grandes fiestas, es:
¡Cristianos, la parroquia somos todos!, no los adobes ni las paredes del templo.
Todos somos corresponsables.
Puntos a insistir
Amigos míos, pues, les pido yo a todos ustedes: nada de descuidar, ni minimizar,
ni despreciar en este proceso global lo que estamos haciendo a diversos niveles.
64
que los tatas vayan viendo qué es eso de seguir a Jesucristo, según el modelo que
también la mujer, María, nos presenta en la Magnífica. Adelante con esas charlas
bautismales, bien llevadas, bien filtradas. Y los delegados, bien agujas, estén al
frente de esas cosas: la catequesis renovada de los niños.
Miren bien, en cualquier régimen que encuentren por ahí, verán cómo se pe-
leian a los niños, porque son grabadoras tiernas, y hay que ir orientándolos según
los modelos y valores del Evangelio, y eso es el compromiso de los papás.
– ¡A ver, la niña Tancha para que les enseñe el catecismo a los niños!
– Por lo tanto, otra segunda consecuencia es: ¡Cuidado!, hay que fortalecerlas,
nunca desplazarlas, o sustituir las reuniones de la palabra de Dios, aunque se tengan
otras reuniones también importantes.
65
mismas sean realmente gente que ustedes elijan de lo mejor que tengan; durante un
período permanente y prolongado; a quienes ustedes den su confianza para dinami-
zar todas las obras que de allí salgan, y que sean responsables ante la comunidad,
como lo previmos en las misiones ya desde el principio.
66
¡No! La historia de Salvación de un pueblo que está en la Biblia y que es, al
culminar en Jesús, normativo para nosotros. Con unos valores profundos en esta
lucha que llevamos de construir una sociedad mejor, un país mejor, en estas cele-
braciones unidas a todo lo que va saliendo de bueno.
Precauciones
Yo estoy dispuesto a besarles los pies, porque siendo de edad avanzada han
tolerado el trote de este avance del Evangelio con un corazón bien dispuesto e,
incluso, se han acomodado a la renovación de la parroquia y han abandonado
aquellas formas que tuvieron de allanar, algunas veces, sin quererlo.
Otra tentación que yo preveo es cierto fanatismo de entre los mejores que nos
lleva a ser sectarios y dogmáticos. Triste ejemplo de algunas sectas protestantes.
67
Así, pues, en el alma nuestra está un catolicismo popular que no podemos
despreciar así no más, sino que tenemos que purificar. Algunas veces, sencillamente
lo tenemos que enrumbar y valorizar con el Evangelio.
Así, mis amigos, yo les digo que esto será el distintivo de aquellos que se vayan
comprometiendo. Haber entendido la esencia de la eucaristía como quintaesencia
de los valores cristianos: la vida, la muerte, la resurrección del Señor. Es decir, ese
cambio profundo de morir a uno mismo y hacer salir lo nuevo que transforme la
humanidad.
Consecuencia, amigos: nunca hemos dicho aquí: “no hace falta rezar”; sí hemos
dicho: “no basta rezar”. Y así hemos dicho de la eucaristía.
No basta con venir aquí con ritos carentes de sentido, como si fuera a tomar un
marquesote en la boca y salir por ahí a rezar la Magnífica para encontrar un buey.
Eso es detestable, es una caricatura de la religión.
La vida es Eucaristía. Hemos dicho que todo eso está vinculando el Evangelio
a la vida.
68
Conclusión
6. Ofertorio
Escuchen un librito muy antiguo que escribieron por allá los mayas y los
quichés, y que vivían nuestros indios paisnales y nuestros indios pipiles.
“El gato de monte y el coyote, el chocoyo y el cuervo, éstos son los cuatro
animales que dieron la noticia de las mazorcas amarillas y de las mazorcas blan-
cas. Les dijeron que fueran a Patxil y les enseñaron el camino y así encontraron la
comunidad. Esa fue su sangre. De ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el
maíz en la formación del hombre por obra de los progenitores. Y de esta manera se
llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites.
Abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas; abundante en zapotes, ano-
nas, jocotes, nances, matasanos y miel. Abundancia de sabrosos alimentos había
69
en aquella tierra de Patxil”.
– Sigue el P. Grande:
Esto es lo que venimos celebrando desde allá lejos. Vamos a ofrecer al Señor
toda nuestra vida que hoy representamos en el Maíz, que es nuestra vida y nuestra
sangre.
Presentación de ofrendas
(El Popol Vuh, orlado de tusas y plantas de maíz. Mazorcas elotes, atol y
azúcar. Adornos hechos de la planta de maíz. Pan, vino y colecta)
– El P. Grande Comenta:
Aquí vienen nuestras madrinas, que son servidoras en su comunidad y por eso
son reinas. ¡Por eso REINAS, porque servidoras, por humildes!
70
– Coro y pueblo cantan la misma aclamación anterior.
– Prosigue el P. Grande:
“¡Ay, padre, cuánto nos ha costado esta atolada!”. Pero, así es el pobre. Así es
el humilde, de lo poco que tiene da para la atolada. Les vimos ayer bajar. ¡Pero si
se les ha secado la milpa por la lluvia! Pero… ¡si no tienen sino un pedregal! ¡Eso
no importa! Unidos en comunidad bajaron su maíz. Y eso lo vamos a gustar en la
fraternidad compartida. Nada más nos piden ellos que les demos unos centavitos
para pagar el azúcar que ellos sudan, pero que se ha trepado por la nubes como las
demás cosas. Aun así comparten. Están anunciando valores, y están denunciando
un mundo injusto que no les deja ni siquiera la rama de un conacaste como las
chiltotas para vivir y cantar.
– El P. Grande:
Hermanos, oren para que esto que ofrecemos sea agradable a El, que es nuestro
Padre…
Estos dones, Señor, ofrecidos junto al pan que eres Tú, Pan de Vida, queremos
que sean para nosotros una provocación, un compromiso de seguimiento sincero
en construir un mundo más humano, más fraterno en el que no abunden los caínes,
tantos hermanos nuestros sin entrañas, ricos de corazón poderoso y autosuficiente,
enemigos de Dios, porque enemigos de los hombres.
Que todo esto, Señor, al presentártelo por Jesucristo nuestro Señor, sea para
nuestra salvación.
Te lo pedimos por El, que vive y reina hoy y siempre y por los siglos de los
siglos.
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– El Señor esté siempre con ustedes!…
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Homilía de Apopa
13 de febrero de 1977
Preámbulos y aclaraciones
Quiero decirles, pues, que es una invitación que estaba dirigida a las comuni-
dades cristianas parroquiales de Guazapa, Nejapa, Quezaltepeque, Opico, Ciudad
Arce, Aguilares y Tacachico. Nuestro Vicario ha dicho que son las parroquias al
Norte de la Libertad y de San Salvador.
El símbolo de una mesa compartida, con el taburete para cada uno y con
manteles largos para todos. El símbolo de la Creación, y para eso hace falta la
Redención. ¡Ya está sellándose con el martirio!
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Se dieron consignas concretas de disciplina. Toda hoja que se haya repartido no
es de nuestra responsabilidad. El comunicado oficial de las comunidades cristianas
se dará en esta misa, hacia la comunión. Toda otra hoja será buena o mala según
su contenido. Pero no cae bajo la responsabilidad de nuestra Vicaría. Será buena
o mala según su contenido.
Teníamos también previstas las cuatro paradas, en que cuatro hermanos iban
a tomar la palabra de Dios para enfrentarla con la realidad, haciendo eco en la
realidad misma de nuestro pueblo. ¡Estaba también previsto!
Introducción
Mis queridos amigos, antes de llegar al caso central que nos ocupa en esta
Eucaristía, permítanme un segundo paso en la reflexión. Aquí el Padre nos ha leído
el Evangelio…
Un Padre común tenemos todos los hombres. Luego todos somos hijos de tal
Padre, aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres aquí en la tierra.
Luego todos los hombres, evidentemente, somos hermanos. ¡Todos por igual unos
de otros! Pero Caín es un aborto en el Plan de Dios, y existen grupos de caínes.
También es una negación del Reino de Dios. Aquí en el país existen grupos de
caínes y que invocan a Dios, que es lo peor.
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Dios, el Señor, en su plan para nosotros, nos dio un mundo material. Como
esta misa material, con el pan material y con la copa material que elevaremos en
el brindis de Cristo, el Señor. Un mundo material para todos sin fronteras. Así lo
dice el Génesis.
– ¡No es cuestión que diga yo!: “Yo compré la mitad de El Salvador con mi
dinero, luego tengo derecho y no hay derecho para discutir¡”. Es un derecho com-
prado, porque tengo derecho a comprar la mitad de El Salvador. ¡Es una negación
de Dios! ¡No hay ningún derecho que valga ante las mayorías!
Luego el mundo material es para todos, sin fronteras. Luego una mesa común
con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete. y
que para todos llegue la mesa, el mantel y el “conqué”.
Por algo Cristo quiso significar el Reino en una cena. Hablaba mucho de un
banquete, de una cena. Y la celebró la víspera de su compromiso total. El, de 33
años, celebró una cena de despedida con los más íntimos. Y dijo que ése era el
memorial grande de la Redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la
que todos tengan su puesto y su lugar.
El amor, ¡el Código del Reino! Es una sola palabra clave, que resume todos
los códigos éticos de la humanidad, los sublima y los depara en Jesús. Es el amor
de fraternidad compartida que rompe y echa abajo toda clase de barreras, prejui-
cios, y ha de superar el odio mismo. ¡Nosotros no estamos aquí por odio! Incluso
a esos caínes, los amamos. Ellos son nuestros enemigos, –¡evidentemente no han
entendido!
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apaleen. Por lo tanto, el código se resume en una palabra, AMOR: contra el antia-
mor, contra el pecado, contra la injusticia, contra la dominación de los hombres,
contra la destrucción de la fraternidad.
Pone a disposición
de la gente, además
de su palabra proféti-
ca –“nadie ha hablado
como este hombre”–,
toda la capacidad de
su persona, sus cami-
natas, sus cualidades
y talentos, su poder de
taumaturgo: “Sanaba
toda clase de enferme-
dades y dolencias”, dijo el lector de la Palabra de Dios.
Quiere decir que el Señor no pasaba indiferente ante el dolor humano. ¡De
ninguna manera! El Señor daba el pan, multiplicaba el pan. Es decir, su palabra
era acción, como en la Biblia se entiende: La palabra es acción. El mismo es la
Palabra del Padre, es ación. No se detuvo en el camino nunca.
Amigos míos. Como Cuerpo Eclesial, la Iglesia y cada uno de los que la
componemos –como han dicho los hermanos que han predicado con verdad en el
trayecto de la procesión que hemos tenido–, somos profetas. Como cuerpo eclesial
somos continuadores de la misión de Jesucristo. Este cuerpo que es la Iglesia, y
que abarca comunidades enteras, tiene la misión, es decir como tarea, anunciar y
hacer posible un ambiente favorable al Reino de Dios aquí, en este mundo. Hay que
encarnar los valores del Reino en las realidades de nuestro país para transformarlo
eficazmente, como la levadura transforma la masa.
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Las características de la misión, ya nos las dijo muy bien un hermano nuestro
al comienzo, al arranque de la procesión. Es exigente: “Yo te envío”. Y lo dice
a la Iglesia y nos lo dice a cada uno de nosotros: “¡Andá y dile al pueblo!”. Y el
pueblo está compuesto de diversos grupos. ¡Y el profeta tiene que enfrentarse con
la Palabra de Dios en la mano! Es un polo. Es la realidad divina.
Segunda parte. El riesgo de vivir el Evangelio
Pero, ¿qué hecho nos congrega este día? ¿Por qué estamos en Apopa asoleán-
donos? ¡Ustedes, hermanos, nosotros estamos muy cómodos aquí en la sombra!
El hecho que hoy nos congrega en Apopa, de todos los rincones de la Vicaría,
e incluso de otras comunidades de fuera de las fronteras de nuestra Vicaría, es el
caso del padre Mario. Es un acontecimiento eclesial. La Iglesia no se puede quedar
callada. No puede quedar al margen de este hecho. Nos sentimos afectados.
Lo oímos en el pueblo: ¿qué van a hacer ustedes? La gente sencilla, las gentes
humildes nos decían allá por los cantones –son los que oían al padre Mario a través
de los aires– “¡¿qué van a hacer?!”.
¡Pues aquí estamos! Por lo menos para dar este símbolo de protesta oficial de
la Iglesia, de nuestras comunidades, de esta parte de la Iglesia de la Arquidiócesis.
Era sacerdote de la Iglesia local de San Salvador y concretamente aquí, párroco
de Apopa, como una misión de parte de la Iglesia dentro de esta comunidad.
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– ¡Me dicen que era un extranjero! ¡¿Qué el padre Mario era extranjero?! Cier-
tamente, y de América Latina. Yo me pregunto si en la América Latina, descubierta
por Colón, y en la que estamos todos amasados de café con leche y sangre de la
misma forma, somos extranjeros! ¿Es que somos extranjeros en alguna parte?
Está en juego la cuestión fundamental de ser cristiano hoy día, y ser sacerdote
hoy día en nuestro país y en el continente que está sufriendo la hora del martirio.
Ser o no ser fiel a la misión de Jesús en medio de este mundo concreto que nos ha
tocado vivir en este país. Si se es en el país un pobre sacerdote o un pobre catequista
de nuestra comunidad, se le calumniará, se le amenazará, se le sacará de noche en
secreto, y es posible que le pongan una bomba. ¡Ya ha pasado! Y si es extranjero
lo sacarán. ¡Ya han sacado a muchos extranjeros! Pero la cuestión fundamental
permanece en pie.
¡Es peligroso ser cristiano en nuestro medio! ¡Es peligroso ser verdaderamente
católico! Prácticamente es ilegal ser cristiano auténtico en nuestro medio, en nuestro
país. Porque necesariamente el mundo que nos rodea está fundado radicalmente
en un desorden establecido, ante el cual la mera proclamación del Evangelio es
subversiva. ¡Y así tiene que ser, no puede ser de otra manera! ¡Nos encadena un
desorden, no un orden!
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El pobre salvadoreño es esclavo de esta tierra, que es del Señor, según la Biblia.
¡Que este hombre es pobre! Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas.
Ya dijimos que también existe en el país, en este país, una falsa democracia
nominalista. Mucho se habla, la boca se llena de “democracia”. ¡El poder del pueblo
es el poder de una minoría, no del pueblo! ¡No nos engañemos!
¡Ay de ustedes, hipócritas, que del diente al labio se hacen llamar católicos y
por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor cuando
camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el nombre de Cha-
bela, con el nombre del humilde trabajador del campo!
“Nuestro pueblo tiene hambre del Dios verdadero, y hambre de pan”, se dijo
acertadamente en nuestra Semana Arquidiocesana de Pastoral. Y ninguna minoría
privilegiada en nuestro país tiene, cristianamente, razón de ser en sí misma, sino
en función de las grandes mayorías que conforman el pueblo salvadoreño.
Eso sí, dejó caer la Palabra del Señor, limpia y llanamente, con su acostum-
brada cordialidad. Incluso sin altanería. Y trató de dinamizar, en su parroquia, los
diversos grupos, con los valores del Evangelio.
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Quiso que sus gentes de la parroquia no fueran simples seguidores de tradi-
ciones muertas, meros enterradores de un año para otro, de imágenes esculpidas en
madera, sino verdaderos adoradores del Dios vivo, y seguidores del Señor presente
en cada uno de los hermanos que pasan por la calle de Apopa, del mercado, del
trabajo, del bus, de la fábrica, de los cantones.
No quiso en plenas fiestas patronales del año que acaba de pasar… ¡No quiso
él, como profeta, pero con dulzura y firmeza…! No quiso –digo– que a este templo
parroquial, en plenas fiestas patronales, lo rodearan de puestos de pobres mujeres,
traídas de allá con lazos, esclavizadas, y que ya lo tenían rodeado hasta por aquí.
Si Jesús de Nazaret, hermanos, viera esas cosas diría : “esto es lo que hice yo”.
El padre Mario también lo ha hecho.
Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto, la Biblia
y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada
más, porque todas sus páginas son subversivas. ¡Subversivas contra el pecado,
naturalmente!
¡No se aflijan…! Hay otra cosita por aquí para que la voz resuene hasta las
montañas. (Gran aplauso al proseguir con un megáfono).
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Entonces, hermanos queridos, ¡yo me temo que si Jesús entrara por la frontera,
allá por Chalatenango, no lo dejarían pasar! Allí por Apopa lo detendrían. Quién
sabe si llegaría a Apopa, ¿¡verdad¡? Mejor dicho, por Guazapa, ¡duro con él! Se lo
llevarían a muchas Juntas Supremas por inconstitucional y subversivo.
Sin duda, hermanos, lo volverían a crucificar. ¡Y ojalá, que me libre Dios a mí,
que también estaría, quizá, en la colada de los crucificadores! Sin duda, hermanos,
que lo volveríamos a crucificar, porque preferimos un Cristo de los meros enterra-
dores o sepultureros.
¡Muchos prefieren el
Cristo de los meros ente-
rradores o sepultu-reros!
Un Cristo mudo y sin boca
para pasearlo en andas por
las calles. Un Cristo con
bozal en la boca. Un Cristo
fabricado a nuestro propio
antojo y según nuestros
mezquinos intereses.
¡Este no es el Cristo
del evangelio! ¡Este no
es el Cristo joven, de 33
años, que dio su vida por
la causa más noble de la
humanidad!
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interrogue, que les deje tranquilos en su establecimiento y que no les diga estas
tremendas palabras: “Caín, ¿qué has hecho de tu hermano Abel?”
No hay que quitar la vida a nadie. No hay que poner el pie en el pescuezo de
ningún hombre, dominándolo, humillándolo. En el cristianismo hay que estar dis-
puesto a dar la propia vida en servicio por un orden justo, por salvar a los demás,
por los valores del Evangelio.
Mario Bernal. ¡ya estás lejos de nosotros! Nos hemos enterado de que te re-
gresaron a Colombia desde Guatemala, ya que están en cadena los perseguidores
en cada nación. Tu poder, padre Mario, fue el Evangelio y, al mismo tiempo, tu
debilidad. Al igual que nosotros, nuestro poder no reside en las armas, ni en los
ejércitos, ni en el G3, ni siquiera en legiones de ángeles, como dijo Jesús a Pilatos.
Mario, ¡has triunfado en tu debilidad! Y tus enemigos, que son los del Evan-
gelio, han sido vencidos. Porque son irracionales, y por su irracionalidad quieren
tapar el sol de la verdad, que no se puede tapar con un dedo ni con la fuerza bruta.
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por un grupo de terratenientes en Olancho, Honduras. Y los sepultaron a 15 metros
de profundidad en un pozo con un tractor.
No hace todavía muchos años, hace como 6 años, otro colombiano, el Padre
Héctor Gallego fue capturado en la noche en su chocita, allá en Santa Fe de Vera-
guas, Panamá. Y ya nunca más se volvió a saber nada de él. Lo arrojaron al mar de
noche. Ayudaba a los campesinos en una cooperativa, en una red de cooperativas.
Y les ayudaba a poner en práctica el Evangelio en esa comunidad, de esas forma.
Y aquí, entre nosotros, la lista se engrandece con los que van siendo expulsados
en nuestro país. Hace unos días, Ramírez, un hermano nuestro, Juan José Ramírez
el nombre exacto, acaba de ser atropellado. Pero que ni lo expulsan, ¡porque están
curándole las heridas! Por defender a los humildes y a los pobres.
Estas son las palabras del papa, Mario, ¡que si las dijeran por aquí…! Tú
mismo las dijiste en una u otra forma, y te echaron del país. El Papa se dirige a los
campesinos con un lenguaje especial: (lee una larga cita del papa)
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Sabemos que el desarrollo económico y social ha sido desigual en el gran
continente de la América Latina, y que mientras ha favorecido a los que lo
promovieron en un principio, ha descuidado la masas de las poblaciones
nativas, casi siempre abandonadas a un innoble nivel de vida, y a veces
tratadas y explotadas duramente.
¡Eso dice el Papa, padre Mario! Esto fue lo que dijiste por la radio. Esto dicen
los documentos de la Iglesia, y esto está diciendo la Iglesia de El Salvador. Por
desgracia esto no es lícito; esto no es legal.
Manteles largos, mesa común para todos, taburetes para todos. ¡Y Cristo en
medio! El, que no quitó la vida a nadie, sino que la ofreció por la más noble causa.
Esto que El dijo: ¡Levanten la copa en el brindis del amor por mí! Recordando
mi memoria, comprometiéndose en la construcción del Reino! La construcción del
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Reino, que es la fraternidad de una mesa compartida, la Eucaristía.
Ojalá, pues, que digamos: “¡De acuerdo, Mario!” Que ésta sea la consigna en
esta Eucaristía como tú nos pedías en la radio cuando comentabas el Evangelio:
Bueno, y como estamos de acuerdo, recemos el Credo con nuestra Iglesia, que
es un estar de acuerdo con el P. Mario, allá en Bogotá, donde lo tienen aventado…
Y entremos en la onda del Espíritu Santo celebrando esta Eucaristía…
* * *
Un mes después –el 12 de marzo–, Rutilio caía asesinado con dos campesinos
camino de Aguilares a su pueblo, El Paisnal.
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