Resumen de Mascara de Padura
Resumen de Mascara de Padura
Resumen de Mascara de Padura
Máscaras es la tercera de las siete novelas de Padura que dan vida al teniente Mario
Conde, personaje enteramente cubano y a la vez representante del arquetipo del
detective duro de la novela negra. Padura ha mencionado repetidamente las aspiraciones
con las que escribe sus novelas: tienen que ser cubanas sin perder la sensibilidad
literaria. Y, a pesar de expresar su aversión por la escritura con intenciones políticas
obvias, que considera típicas del materialismo social.
En su pesquisa, Conde conocerá a Alberto Marqués, dramaturgo gay que vive inmerso
en un exilio autoimpuesto luego de su defenestración política en 1971, poco antes del
estreno de una versión de Electra Garrigó, obra de teatro de Virgilio Piñera dirigida por
él: "Y entonces hablaron de mí", le confiesa Marqués, "como el principal responsable de
la línea estética de aquel teatro. La primera acusación que me hicieron fue la de ser un
homosexual que exhibía su condición, y advirtieron que para ellos estaba claro el
carácter antisocial y patológico de la homosexualidad y que debía quedar más claro aún
el acuerdo ya tomado de rechazar y no admitir esas manifestaciones de blandenguería ni
su propagación en una sociedad como la nuestra".
El travesti, cuyo nombre es Alexis Arayán, tenía una cara femenina, estaba amañado y
tenía un traje rojo, como la protagonista de una obra de teatro de su amigo Marques
(Electra Garrigó). El chico murió el 6 de agosto, día de la transfiguración para los
católicos.
En este texto se puede ver como muchos de los personajes poco a poco pierden sus
máscaras y cambian aquella idea retrograda sobre la homosexualidad y sobre otros
temas tratados. Por ejemplo, se puede ver como el padre, un hombre diplomático e
importante mata su hijo por su reputación y porque no quería que él fuera un travesti y
un homosexual; un policía sincero y bueno en su trabajo, amigo de Mario Conde, en
realidad fue arrestado por razones profesionales.
Piñera, quien al igual que Reynaldo Arenas, Calvert Casey, José Lezama Lima y otros
destacados escritores cubanos, eran homosexuales, estos grandes de la literatura,
tuvieron que enfrentarse a la marginación impuesta por los funcionarios del régimen
luego de la Revolución Cubana: "Esos fueron los que quisieron acabar con gentes como
yo, o como el pobre Virgilio, y lo consiguieron, usted lo sabe. Acuérdese que en sus
últimos diez años Virgilio no volvió a ver editado un libro suyo, ni una obra de teatro
representada, ni un estudio sobre su trabajo publicado en ninguna de estas seis
provincias mágicas", le cuenta Marqués a Conde.
Al correr de la historia, se vislumbra el Marqués, junto con dos personajes más, el Recio
y el Otro Muchacho (cuya identidad no se devela nunca; el narrador se limita a dar
pistas para que el propio lector la descubra) habían visitado París luego del Mayo
Francés como parte de una delegación cultural. Es en el París agitado por la revuelta
estudiantil y los comienzos de la liberación sexual donde se toparán, frente a frente, con
un travesti. Este encuentro es casi una "revelación profana" para Alberto Marqués: "Es
perfecta –dije, pues ya sabía de aquellos travestis adelantados de París, que salían a
confundirse y exhibirse, pero nunca pensé en un espectáculo así: aquella mujer hubiera
arrebatado a cualquier hombre porque era más perfecta que una mujer, casi diría que era
la mujer, y así lo dije".
Por otra parte, es sabido que en Cuba los líderes lanzaron discursos homófobos como
parte de la estrategia de construcción de la nación cubana. Esos discursos político-
históricos se han visto usualmente influidos por la guerra y, a partir de sus prácticas, los
estereotipos de género y sexo se han reforzado y canalizado. La historia cubana se ha
venido construyendo sobre el principio de exclusión de ciertos grupos sociales; una
historia homofóbica, patriarcal y androcéntrica cuyo objetivo ha sido proteger la
ideología dominante. Por ello, tanto homosexuales como travestis se han visto como
monstruos, deformados y extraños, “locas” o “pajarones” en el cubano vernacular y, por
ello, han estado sujetos a la mayor de las represiones.
En 1971, el Congreso Nacional de Cultura y Educación declaró la homosexualidad
como una desviación incompatible con la revolución, así, no podían ni trabajar en el
mundo de la educación, ni en el universo de la cultura, decisión que daría pie a la
institucionalización y sistematización de la homofobia, generando una represión de la
homosexualidad que marcaría durante décadas el devenir de la isla.
La novela aborda al fenómeno del travestismo, entendiéndolo bajo tres aspectos: como
metamorfosis, como camuflaje y como provocación. El interés del policía Mario Conde
en el travestismo parte del hecho de que la víctima, Alexis Arayán, aparece muerta
vestida en el vestido rojo de Electra Garrigó, la protagonista de la obra teatral (amigo a
su vez de Alberto Marqués, uno de los sospechosos del crimen).
Esta disyuntiva que surge entre la máscara exterior y su más interna imaginación
femenina está muy presente en Conde, quien experimenta una fuerte tensión entre su
pensamiento y su actitud externa: rasgo que transgrede el fundamento básico de la
novela negra. Además, la ambigüedad juega un papel definitorio en el mensaje de la
novela, ya que mediante la tensión experimentada por Conde y la aparición de
personajes de sexualidad cambiante no solo se desestabiliza el prototipo del detective y
el modelo heterosexual de la nación, sino que, a la vez, la novela se establece como un
arma de subversión política y deconstruye las definiciones totalizadoras (pre)
establecidas.
La tensión interna del detective sale a flote principalmente en los encuentros que tiene
con Marques, ya que ambos juegan a mantener posiciones extremas. Así pues, en
contraste con la superficialidad del detective clásico, con sus frías observaciones de un
mundo sin esperanza, el estilo de Padura está cargado de esa ansiedad y de esa tensión
que sufren las personas que viven bajo una presión constante, y despliega el
desfiguramiento que esa presión produce. Del mismo modo, su estilo admira el
rebusque de la gente que saca el mejor partido de lo inexistente y encuentra felicidad en
un mundo de escasez y opresión. Conde vive en la Habana contemporánea; una olla a
presión que parece reforzar esa personalidad dual, ese exterior o esa máscara tras la que
el personaje esconde un alma romántica y artística, afuera de los parámetros del
realismo social.
Por aquella época, cuando tan sólo contaba con dieciséis años, Conde recuerda el cierre
de La Viboreña, la revista del taller literario de sus épocas de colegial: "Lo frustrante,
sin embargo, fue la represión que desató aquella revista que nunca llegó al número uno
y dentro de ella, también su cuento. Cada vez que lo recuerda, el Conde recupera una
vergüenza lejana pero imborrable, muy propia, toda suya, que lo invade físicamente,
muy propia, toda suya, que lo invade físicamente: siente un letargo maligno, unos
deseos asfixiantes de gritar lo que no gritó el día en que los reunieron para clausurar la
revista y el taller, acusándolos de escribir relatos idealistas, poemas evasivos, críticas
inadmisibles, historias ajenas a las necesidades actuales del país, enfrascado en la
construcción de un hombre nuevo y una sociedad nueva".
Sin embargo, tras las lecturas de Conde y los varios encuentros con Marques, la propia
sexualidad, tanto en relación con hombres como con mujeres, es más ambigua y, de
hecho, desarrolla un creciente interés por el tema. Esta atracción hacia el mundo
subterráneo y desconocido por él hasta entonces, lo conduce a acompañar a Marques a
una fiesta gay. Marques le advierte que debe analizar lo que va a encontrar en la fiesta
como el fruto de la represión impuesta por el sistema: “Lo que usted quiere saber no es
demasiado agradable, se lo advierto. Es sórdido, alarmante, descarnado y casi siempre,
trágico porque es el resultado de la soledad, de la represión eterna, de la burla, la
agresión, el desprecio y hasta del monocultivo y el subdesarrollo”.
Sin embargo, la naturaleza ambigua de los invitados a la fiesta sirve además como
ejemplo del desvanecimiento y/o deconstrucción de los límites de género, que atenúa
cualquier distinción entre masculinidad y feminidad. Del mismo modo, la fiesta
gestiona una visión queer que cuestiona la propia estabilidad de la definición de una
identidad política, artística o sexual. En realidad, este evento rompe claramente con el
binarismo de género existente dentro del marco patriarcal caribeño, en particular
cubano, y refuerza el espacio intermedio que ocupan aquellos individuos empujados
socialmente al margen, no tanto por un cambio de identidad sino por el desplazamiento
que ejemplifican.
Conde se siente observado y deseado por los “maricas” y disfruta de alimentar esa
atracción. Esta ambigüedad sexual recuerda de nuevo la identidad transitiva del sujeto y
la evolución y desenmascarización de Conde. Finalmente, se encuentra con “nalguitas
de gorrión”, sujeto ambisexual que transgrede el patrón heterosexual americano de
Conde; una mujer muy “masculina” con la que Conde acaba teniendo sexo anal. Esta
mujer con cuerpo semi transformado indica que la identidad no corresponde a su
constitución somática y enfatiza el carácter ilusorio de las apariencias. Pero, además,
con “nalguitas de gorrión” aparece una lucha erótica que crea nuevas categorías. De esta
manera, la novela de Padura nos presenta, a través de esta fiesta, una perspectiva
ventajosa desde la cual leer, y críticamente re-examinar, tanto las pre-concepciones
sociales como las políticas de género fomentadas en Cuba. Tal como declara Conde, las
teorías expuestas por Marques le permiten pensar y ver a los sujetos a través de un
prisma muy distinto: “ya sabes que no resisto a los maricones, pero este tipo es muy
distinto… el muy cabrón me ha puesto a pensar”.
Así pues, parece ser que las convenciones de la novela negra ofrecen una forma de
reconciliar las dos caras de la personalidad de Conde, implicando que también la
sociedad puede ser reconciliada y evolucionar. Además, el que la historia investigue la
muerte de un homosexual, transvestido y transfigurado en el momento de su muerte,
permite reflexionar sobre la realidad existente bajo las máscaras, y descubrir cómo la
heterogeneidad de los sujetos y las sexualidades camaleónicas reflejan la crisis y el
derrumbe de la homogeneidad maniqueísta de los discursos tradicionales.
Padura revela la división y desintegración de una familia cubana; una familia que vive
de las apariencias y que aplica la ideología del Estado, provocando el distanciamiento
entre sus miembros. De este modo, Padura representa al Estado Cubano como la fuerza
inexorable de la historia que impulsa a los personajes hacia distintos finales trágicos.
Por ello, el texto implica que es únicamente al enfrentarse a una tragedia que el hombre
se autolibera y obtiene purificación y redención. El sacrificio de Alexis, ejecutado al
nivel de sus “pecados sexuales”, lo libera y, con su muerte, se alcanza el punto más
álgido de la tragedia. Con su muerte, Alexis obtiene su redención. No obstante, el
asesinato y la muerte del hijo de Faustino Arayán van mucho más lejos de cualquier
interés individual. Con su planeada muerte, fuera de la farsa y la representación, Alexis
trata de cambiar la sociedad; de ahí que su transformación alcance real trascendencia.
Por ello, a pesar de ser la víctima, Alexis se convierte también en el héroe de la novela,
y es él quien, incapaz de conseguir la autoridad sobre su propia vida, es glorificado con
y tras su muerte. El impacto de la novela reside en su paradoja: en Máscaras no es el
hombre masculino socialista, el “hombre nuevo”, quien trae consigo el cambio
sociopolítico para Cuba, sino
Al revelar la sucia realidad tras la fachada, Padura también nos muestra una Habana
distinta; la otra ciudad marginal, en donde el crimen, el desorden y el exceso se hallan
continuamente al acecho, merodeando tras la controlada disciplina revolucionaria. La
mayor frustración de Conde deriva de su desconocimiento de los cambios de la ciudad;
de su deterioro progresivo, debido, según algunos personajes de su entorno, a la entrada
del ‘progreso’. La ciudad de Padura queda lejos de aquella Habana monumental descrita
por muchos políticos, colaborando, de alguna manera, con el proceso de desmitificación
del imaginario de la ciudad y con su fragmentación. Ciertamente, Padura se enfrenta a
temas como la hegemonía y la fragmentación al no presentar a la ciudad como un todo
homogéneo, sino como un espacio leíble, heterogéneo, con una distribución imprecisa
de las funciones urbanas y basada en un discurso de identidad nacional que ignora lo
marginal y que rechaza los intersticios.
En ese mismo orden, las manifestaciones suelen ser convocadas principalmente en redes
sociales después de que el gobierno cubano decidiera suspender hace años la tradicional
"conga" contra la homofobia que organiza desde hace más de una década el oficialista
Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), que dirige la diputada Mariela
Castro, hija del expresidente Raúl Castro. ¡La historia sigue repitiéndose!
"El proyecto establece que los derechos de las personas solo están limitados por los
derechos de los demás, la seguridad colectiva, el bienestar general, el respeto al orden
público, la Constitución y la ley", indica el borrador que fue expedido en 2018 por las
autoridades correspondientes. Agregando que los principales reclamos del colectivo
LGTBI en Cuba han sido el reconocimiento legal de las parejas homosexuales
(matrimonio igualitario), junto a la adopción y reproducción asistida, así como la
prohibición de la discriminación por orientación sexual e identidad de género.
CONCLUSIÓN
¿Qué queda entonces de esta experiencia narrada en Máscaras? Quizás muchos piensen
que es tan solo una anécdota que habla de un error cometido por revolucionarios bien
intencionados, quizás otros piensen que se trata de la naturaleza intrínsecamente
totalitaria que tuvo el comunismo en todo el mundo. Yo prefiero pensar que de esta
experiencia surge un aprendizaje: fue una injusticia. Y también una lección de cara al
futuro: no puede haber auténtica emancipación si se perpetúa la opresión hacia las
minorías sexuales. La utopía anticapitalista, para poder recrearse genuinamente, debe
partir de reconocernos a los gays, lesbianas, travestis y transexuales como seres
humanos con una subjetividad propia y particular, que vamos por la vida sin necesidad
de cubrirnos con ninguna máscara.