Colombia - Cuentos Cortos
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ANTIOQUIA
El origen de los antioqueños se remonta a la época de la Conquista, cuando los Reyes
Católicos desalojaron a los moros de España y exigieron a los judíos que querían quedarse
allí, que cambiaran su religión por el catolicismo. M uchos de ellos prefirieron abandonar el
viejo mundo y llegaron a esta región, cambiando sus apellidos. Por eso se llamaron «judíos
conversos». El antioqueño tiene características propias que lo diferencian del resto de los
colombianos. Una de ellas es su gran habilidad para las ocupaciones relacionadas con el
comercio,
y la otra actividad a la que se dedican con marcada afición, es a la cría de caballos
pura sangre.
Por su posición geográfica, Colombia es un punto de enlace entre los grandes mercados
consumidores y las regiones productoras de estupefacientes. Esta posición de «privilegio»
para el tráfico de drogas, sumado al entorno s ocial de desocupación y pobreza, hicieron el
blanco fácil al impacto del crimen organizado que apuntó hacia allí toda su artillería y sentó
sus bases de poder.
En Envigado y Medellín el narcotráfico, buscando preservar su riqueza ilícita, dio origen
al sicariato1. Su estructura, sustentada en el poder económico de la mafia, fue adquiriendo
las proyecciones de un verdadero ejército, dispuesto a ejecutar homicidios y atentados
terroristas de cualquier índole, a cambio de la paga de ingentes cantidades de dinero que
presuponen un rápido enriquecimiento.
En Medellín existen escuelas donde educan niños para ingresar al negocio del crimen,
a los 12 o 15 años ya están preparados para ser lanzados. A diferencia de casi todos los
delincuentes,
el sicario se preocupa en hacer saber a todos, cada una de sus «proezas». De acuerdo
a su escala de valores, las armas y el terror son los instrumentos de poder que le permiten
ganar el respeto y la admiración en su barrio. Cada chico quiere escalar posiciones dentro
de
la estructura jerárquica de la organización. Para alcanzar esta meta, se someten a pruebas
absurdas de valor criminal, llegando a asesinar a sus mejores amigos o a sus novias, como
muestra de sangre fría y lealtad hacia sus jefes. En los últimos tiempos se introdujeron
ceremonias para el ingreso de nuevos reclutas a las bandas. Una de ellas, consiste en atrapar
un gato negro, cortarle la cabeza y beber su sangre mezclada con vino tinto. Según sus
creencias, por medio de este rito adquirían la agilidad felina en sus movimientos y también
les permitía ver en la oscuridad.
Lo único que identifica al sicario es su «alias» porque cada vez que tiene una orden
de captura, cambia su filiación por medio de documentación falsa. Tal es el caso de la
“Quica”, un jefe de sicarios, que al ser capturado por el ejército permaneció seis días bajo
interrogatorio sin conocerse su verdadera identidad. Un llamado telefónico anónimo, reveló
que se trataba de Francis Muñoz Mosquera, quien tenía en su haber más de 50 asesinatos y
se había fugado espectacularmente de la cárcel de Bellavista dos años antes. Pagando una
considerable suma de dinero a la Registradura del Estado Civil, cambió su identidad.
Para caracterizar esta situación, la prensa acuñó expresiones como la generación del
no futuro y la cultura de la muerte2. Estas terminologías se hicieron comunes en
discusiones
y foros organizados para estudiar el fenómeno de los sicarios. La primera de estas frases dio
origen a la película Rodrigo D. No Futuro, dirigida por Víctor Gaviria, presentada con
gran
éxito en el Festival de Cine de Cannes. Los coprotagonistas eran chicos del barrio en que se
filmó. Tres de ellos fueron asesinados durante el rodaje, a los demás los mataron antes de
que se estrenara la película. El único sobreviviente fue el protagonista, que es un actor
profesional.
«Uno se pone a pensar que más tarde le pueda ir mejor trabajando. ¡Qué va! Lo único
que hay que hacer es coger cartel para que le llegue algún día un buen cruce, y uno pueda
llenarse
de plata y morirse tranquilo»3. Estas declaraciones sintetizan la pérdida absoluta del
concepto de futuro que sufre la última generación de las zonas marginales. Su expectativa
de
vida no excede los 30 años, vividos día a día como si fuera el último.
La muerte es para ellos la liberación de la dura carga que significa el e sperarla en cada
cruce (tarea). Por eso en vez de llorar, los sepelios son verdaderos festejos donde se
organizan
cenas y se bebe en abundancia. Tampoco falta la música y el baile, del que hasta el mismo
difunto participa. En horas de la madrugada, sus amigos lo sacan del féretro para tomarse
fotografías bailando con él, las que los sobrevivientes guardarán como último testimonio de
su existencia.
Los sicarios ocupan el nivel más bajo dentro de los niveles operativos del narcotráfico,
muy pocos de ellos, en reconocimiento a su destreza, llegan a ser capos. En general son
calificados como desechables en razón de que por cada uno que es eliminado, hay diez o
doce chicos esperando una oportunidad de ingresar a sus filas. El cartel de Medellín
contrató
oficinas (grupos) encargadas de limpiar a los sicarios que ejecutan los asesinatos, para
salvaguardar
a los autores intelectuales de los atentados. Uno de los encargados de estas oficinas,
declaraba: «A uno le piden que cuanto menos gente sepa del cruce, mejor. Los clientes se
cuidan
mucho. Y hasta tienen razón, porque es mucho lo que ponen en juego. Por eso hay que
barrer
con todos los traqueteros después de cada negocio. Hay que hacerlo por la seguridad de
todos»4.
Los sicarios profesan una profunda devoción hacia la madre, compartida con la virgen
María Auxiliadora, en quien glorifican las bondades de sus propias madres. La violación
del sagrado mandamiento de no matar, no los hace caer en contradicción por pedir a la
virgen
protección y éxito en sus actividades criminales, según puede apreciarse en el siguiente
testimonio:
«El que traquetié (mate) y no se encomiende a la Virgen, seguro que se lo lleva el putas
(demonio). Yo le rezo casi todos los días, y más cuando estoy en grave billete (sin dinero).
Le
digo: virgencita linda sacame de esta olla tan verraca (pozo); traéme cruces buenos y
déjame
hacerlos bien, para darle billete (dinero) a mi cucha (madre). Que ella no tenga que
matarse
tanto para conseguir la comida. Si vos no disponés que me vaya (muera), me voy con gusto
porque vos me vas estar esperando. Pero por lo que más querás, por chuchito (Jesucristo)
lindo,
no me dejés caer en la cana (cárcel); matame antes de la ley me caiga y me mande para
allá».
(Manuel F., «Caney», 22 años5.