Larrosa. P de Profesor
Larrosa. P de Profesor
Larrosa. P de Profesor
Noveduc Ed.
Educación (196-201pp) Karen. Para esta palabra quiero empezar por varias de
tus negaciones a lo largo de las clases. La educación: “no tiene nada que ver con
enseñar el arte de vivir”; “no es una preparación para la vida”; “no es terapia”; “no tiene
nada que ver con la transformación de los sujetos”; “no es socialización”; “no tiene nada
que ver con la transformación de la sociedad”. ¿Hay algo afirmativo sobre la
educación? Jorge. Como sin duda recuerdas, hubo una materia que tuvo como punto
de partida el famoso texto de Hannah Arendt sobre “La crisis en la educación”. Ya
hemos dicho algo de ese texto en la palabra “amor”, en la palabra “autoridad” y en la
palabra “dispositivo”, y seguramente volveremos sobre él. Ahí se relaciona la educación
con la transmisión / renovación / comunización del mundo o, dicho de otra manera, con
entregar el mundo a los nuevos para que pueda ser renovado. La educación, desde
esa perspectiva, es la manera que tenemos los humanos de recibir a los nuevos en su
“venir al mundo” entregándoles ese nuestro mundo. La educación tiene que ver con el
don del mundo, no de la vida sino del mundo. Tiene que ver con preparar a los nuevos
“para la renovación de un mundo común”. Y eso, dice Arendt, es muy difícil, casi
imposible, en las actuales condiciones, y por eso la educación está en crisis. Está claro
que la instrucción en modos de vida no está en crisis (proliferan las prácticas
educativas que tienen que ver con decirle a la gente cómo tiene que vivir), ni tampoco
la preparación para la vida, o para el trabajo (es un tópico pensar la educación como
preparación para algo que está fuera y generalmente después de la educación), ni
tampoco la terapia (nunca la educación estuvo más relacionada con la felicidad, el
bienestar, la gestión de las emociones, la autoestima y otras categorías de psicología
barata), ni la transformación de los sujetos (hacer que la gente sea más... lo que sea –
aquí se puede poner cualquier palabra que se nos venga a la cabeza), ni la
socialización (la iniciación de las personas en los patrones de comportamiento
legítimos en la sociedad), ni siquiera la educación como una serie de promesas de
transformación social (hacer que la sociedad sea más... lo que sea). Lo que está en
crisis y seguramente en estado terminal es la transmisión y la renovación del mundo
común. Más aún: lo que está en crisis es la tencia misma de un mundo común que
pueda ser transmitido y renovado. Hay un libro muy hermoso que se titula Impedir que
el mundo se deshaga que comienza con una frase de Albert Camus, del discurso de
recepción del Nobel, que dice así: “cada generación se siente destinada a rehacer el
mundo. La mía sabe que no podrá hacerlo. Pero su tarea es tal vez mayor. Consiste en
impedir que el mundo se deshaga”. Una de las filósofas más influyentes en Cataluña en
la actualidad, Marina Garcés, en un libro que se titula Un mundo común, dice que la
frase que la ha acompañado durante su redacción, sin agotar su sentido, es una frase
de Merleau-Ponty que dice: “la certeza injustificable en un mundo que nos sea común
es para nosotros la base de la verdad”. Lo que ocurre es que para pensar la educación
desde esta perspectiva hay que pensar qué quiere decir transmisión, qué quiere decir
renovación, qué quiere decir mundo y qué quiere decir común. Y eso, pensar eso, era,
de alguna manera, el asunto de la asignatura. Pero para ello hay que limpiar el
terreno. De ahí, seguramente, mi insistencia en “la educación no es...”. Creo que lo que
“la educación no es” se deja decir con una frase que, más o menos, todo el mundo
entiende. Pero decir lo que “la educación es” exige pensamiento y, desde luego,
perspectivas plurales. Y hay otra cosa que quiero decir, aunque tendré que empezar
dando un rodeo. Está claro que una facultad de arte, o una facultad de filosofía, se
ocupan del arte y de la filosofía, cuidan de ese pedazo del mundo común o de esa
dimensión del mundo común que llamamos arte o filosofía. Y está claro también que
cada vez que muestran algo como “arte” o como “filo- sofía” están, al mismo tiempo,
pensando sobre “qué es arte” o “qué es filosofía”, definiendo o determinando, de algún
modo (seguramente de muchos modos), qué es eso que hacen, qué es eso que
enseñan, qué es eso de lo que se ocupan. No se puede ser estudioso o estudiante de
arte sin darle vueltas a qué es eso del arte, como no se puede ser estudioso o
estudiante de filosofía sin darle vueltas a qué es eso de la filosofía. Y yo creo que una
facultad de educación, una facultad que se ocupa y se preocupa por la educación, que
la estudia, que la enseña, no puede dejar de pensar, una y otra vez, qué es (y qué no
es) eso de la educación. Y eso no significa solo que haya asignaturas especializadas
en eso (como Teoría de la educación o Filosofía d e la educación), sino que debe ser
una interrogación transversal a todos los saberes que la componen. En todos los
cursos que preparo, sea cual sea el asunto, siempre está presente una actitud reflexiva
respecto a qué es (y qué no es) educación. Y eso estaba muy claro en esa disciplina en
la que estás pensando cuando me lanzas de ese modo la palabra “educación”. El
ejercicio fundamental de la asignatura era elaborar una idea de “refugio educativo” en
un edificio abandonado, en una ruina. Pero la instrucción era que había que explicitar
en qué sentido era “refugio” y, sobre todo, en qué sentido era “educativo”, qué quería
decir, prácticamente, en ese diseño pedagógico, la palabra “educación”. Por eso el
significado de la palabra “educación”, en mis cursos, no es nunca un punto de partida,
o algo que se supone, sino que es algo que se piensa, el asunto que hay que pensar, lo
problemático mismo. Karen. La educación moderna siempre ha formulado promesas.
En tu texto “Dar la palabra”, afirmas que la educación está relacionada no con el futuro,
sino con el porvenir. Definiendo la educación como: “Nuestra relación con aquello que
no se puede anticipar, ni prever, ni predecir, ni prescribir; con aquello sobre lo que no
se pueden tener expectativas; con aquello que no se fabrica, pero que nace (si
entendemos, con María Zambrano, que ‘lo que nace es lo que va de lo impo- sible a lo
verdadero’; o si entendemos, con Hannah Arendt, que el naci- miento tiene forma de
milagro); con aquello que escapa a la medida de nuestro saber, de nuestro poder, de
nuestra voluntad.” Para aclarar esta parte, tal vez convenga exponer la diferencia entre
formación” y “renovación del mundo”. Jorge. La misma Hannah Arendt, en sus textos
políticos, desarrolla la idea de que el totalitarismo moderno es revolucionario, es decir,
se propone la creación de un mundo nuevo y, por tanto, de un hombre nuevo. Y lo
hace, desde luego, removiendo todos los obstáculos, sobre tierra quemada. De ahí su
enorme capacidad constructiva y, al mismo tiempo, su enorme potencia destructiva.
Todo totalitarismo es un proyecto de mundo. Y toma a los nuevos, a los niños y a los
jóvenes, como la materia prima para la realización de ese proyecto, de esa idea de lo
que el mundo debería ser. Y convendrás conmigo en que el capitalismo
contemporáneo, ese que algunos de mis amigos llaman “turbocapitalismo”, se
caracteriza por la increíble velocidad con la que cambia (o quizá destruye) el mundo y
cambia (o destruye) a los sujetos. También el turbocapitalismo es un proyecto de
mundo que implica una producción masiva de sujetos, de forma de subjetividad.