El documento describe el contexto político y social en la Argentina posterior a la independencia, con inestabilidad y conflictos entre facciones unitarias y federales. Juan Manuel de Rosas asumió como gobernador de Buenos Aires en 1829 buscando construir un orden estable que favoreciera a la élite ganadera porteña, aunque esto chocara con otros sectores. Logró imponer su régimen a través de la represión de opositores y la búsqueda de una sociedad unificada bajo el federalismo rosista.
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El documento describe el contexto político y social en la Argentina posterior a la independencia, con inestabilidad y conflictos entre facciones unitarias y federales. Juan Manuel de Rosas asumió como gobernador de Buenos Aires en 1829 buscando construir un orden estable que favoreciera a la élite ganadera porteña, aunque esto chocara con otros sectores. Logró imponer su régimen a través de la represión de opositores y la búsqueda de una sociedad unificada bajo el federalismo rosista.
El documento describe el contexto político y social en la Argentina posterior a la independencia, con inestabilidad y conflictos entre facciones unitarias y federales. Juan Manuel de Rosas asumió como gobernador de Buenos Aires en 1829 buscando construir un orden estable que favoreciera a la élite ganadera porteña, aunque esto chocara con otros sectores. Logró imponer su régimen a través de la represión de opositores y la búsqueda de una sociedad unificada bajo el federalismo rosista.
El documento describe el contexto político y social en la Argentina posterior a la independencia, con inestabilidad y conflictos entre facciones unitarias y federales. Juan Manuel de Rosas asumió como gobernador de Buenos Aires en 1829 buscando construir un orden estable que favoreciera a la élite ganadera porteña, aunque esto chocara con otros sectores. Logró imponer su régimen a través de la represión de opositores y la búsqueda de una sociedad unificada bajo el federalismo rosista.
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El objetivo principal de Rosas era, en verdad, compartido por el conjunto de las elites
rioplatenses: la construcción de un orden social y político tras dos décadas de
inestabilidades provocadas por las guerras de independencia y civiles. Los instrumentos jurídicos y políticos con los que se edificó el régimen rosista en Buenos Aires habían sido creados, durante el proceso de constitución de la provincia en Estado autónomo en los primeros años de la década de 1820. Los tres poderes y la ley electoral de 1821 siguieron en vigor, aunque cobrarían un nuevo sentido durante sus mandatos. Quienes manifestaron su desacuerdo con el gobierno fueron reprimidos y censurados, por lo que dicha opinión debió mostrarse monolíticamente federal y rosista. Rosas llegó al poder en 1829. Primordial para Rosas era la producción de un orden sociopolítico legítimo y estable a la vez, tanto en Buenos Aires como en el Río de la Plata. Uno que garantizara el predominio del sector mercantil-ganadero porteño del cual él formaba parte. El control de los recursos obtenidos por este comercio a través del puerto y la aduana de Buenos Aires y el desarrollo de políticas que permitieran la expansión de la producción pecuaria demandada por aquel mercado eran los intereses a cuyo servicio debía responder el nuevo orden. Este proyecto chocó inevitablemente con los intereses, las ideas y las ambiciones de otros sectores sociales, políticos, económicos y/o regionales. Rosas buscó y logró inhibir la creación de poderes políticos legales que pudieran situarse por encima de los Estados provinciales. La solución institucional adoptada fue la creación de una Confederación que, a partir del Pacto Federal de 1831 y hasta la sanción de la Constitución de 1853, reguló las relaciones entre las provincias. El rechazo de la Constitución de 1826, que buscaba imponer a las provincias una forma de gobierno unitaria. De allí en adelante, el federal fue el único sistema admitido como viable por las provincias. La verdadera solución al problema del orden aportado por Rosas fue su intento de uniformar la sociedad rioplatense bajo el color de una facción política, la federal. Quien no era federal, era claramente unitario y enemigo del orden. O. mejor dicho, quien no apoyaba las políticas promovidas por Rosas era unitario y, en consecuencia, enemigo del orden o anarquista. El problema de esta política era que requería como condición indispensable la constante existencia de adversarios que, consecuentemente, hasta provocar la caída de Rosas. La creación del régimen rosista fue parte de un proceso de ascenso de los sectores dominantes bonaerenses y debió enfrentar a aquellos que, teniendo proyectos e intereses alternativos, procuraban construir un sistema político con otras características y/u otros actores. ¿Por qué el rosismo logró imponerse sobre estas otras alternativas políticas? Quizás el éxito de Rosas radicó en haber sido quien mejor supo comprender las agudas transformaciones provocadas en veinte años de convulsionada vida independiente; entre otras, la necesidad de contar con los sectores populares para llevar a cabo cualquier emprendí miento político. Este apoyo rindió sus frutos en Buenos Aires, mientras que, en el Interior, esta estrategia no pudo ser implementada, motivo por el cual fue sometido a principios de la década de 1840 a una verdadera conquista. En ambos casos el objetivo era disciplinar a las elites políticas y sociales díscolas. Para Rosas, el mal que aquejaba a la sociedad pos-revolucionaria era el florecimiento de las pasiones políticas; de ahí, su fervorosa oposición a todo intento de sancionar una constitución. Buscó transformar la política en un mero arte administrativo que no implicara más luchas por efímeros poderes. Este intento por acumular poder, sumado a la estrategia de disciplinamiento y a la búsqueda de una unificación política de la sociedad, explican, en parte, uno de los fenómenos más notorios de su régimen: el terror. Es que el terror constituía un aspecto importante de la política de disciplinamiento social y político emprendida por Rosas. Rosas siempre procuró que su figura no quedara fuera de la legalidad. Así, construyó su imagen de Restaurador de las Leyes desde que asumió su primera gobernación en 1829. Uno de los rasgos más destacables del rosismo fue su empirismo, es decir, la incorporación de los datos más inmediatos de la realidad para el desarrollo de su accionar. EL GOBIERNO DE DORREGO Y EL INICIO DEL CONFLICTO ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES A fines de 1827, fue nombrado gobernador de la provincia de Buenos Aires el legendario coronel Manuel Dorrego. Sus seguidores se reclutaban mayormente entre los sectores populares urbanos. Dorrego intentó recuperar a Buenos Aires como Estado autónomo y, a la vez, restablecer las relaciones con el resto de las provincias a través de pactos bilaterales. El restablecimiento del vínculo con Córdoba, provincia-eje del Interior, facilitó la concreción de la Convención Nacional, cuyo objetivo inmediato era unificar las acciones en la guerra contra el Brasil, para luego convocar a un Congreso Constituyente. Sólo en setiembre de 1828, la Convención se reunió y la paz fue aceptada. La firma de la paz con Brasil no hizo más que acrecentar los conflictos internos que estaba afrontando la administración de Dorrego. El clima hostil al gobierno federal había sido alentado desde sus comienzos por la prensa unitaria. Los rivadavianos depositaban una singular expectativa en la prensa como institución formadora de opinión pública. Después de haber visto consolidado su perfil de empresario político en el enfrentamiento con Rivadavia por la propuesta presidencial de dividir la provincia de Buenos Aires, Rosas había afianzado su poder militar con la designación como comandante general de Milicias de Campaña que en 1827 le hiciera el presidente López y Planes. Mientras las tensiones se agudizaban, cobraba forma una acción conspirativa contra el gobierno de Dorrego. Esta conjura desembocó en un motín militar liderado por el general Juan Lavalle. Apenas desembarcado en Buenos Aires el primer cuerpo del ejército republicano que había triunfado en Ituzaingó en 1827, sus oficiales obtuvieron de Dorrego una respuesta satisfactoria para el cobro de sueldos adeudados. Esta habría tornado infructuosas a los oídos del gobernador las advertencias de distinto origen sobre un levantamiento armado. De modo que se vio sorprendido por el avance de las tropas sublevadas sobre la plaza de la Victoria. Dorrego logró escapar del sitio y se dirigió a la campaña donde esperaba hallar el auxilio del jefe de milicias, Juan Manuel de Rosas. Cuando Dorrego encontró a Rosas en un lugar próximo a Navarro, éste insistió en una retirada con rumbo a Santa Fe en busca del apoyo de su gobernador, Estanislao López. Dorrego intentó salvaguardar su vida imponiéndose un retiro al Brasil, pero esto no fue aprobado por el jefe militar de la revolución, quien sentenció el fusilamiento del gobernador propietario. En tanto la Convención Nacional desconocía a las nuevas autoridades porteñas y convocaba a la organización de un ejército bajo la dirección de Estanislao López, en la campaña bonaerense se venía produciendo un levantamiento rural de vastos alcances que erosionaría el poder de Lavalle. El levantamiento rural de 1829 concluyó en abril, tras la derrota del General Lavalle en Puente de Márquez por las fuerzas conjuntas de López y Rosas. El estado de conmoción generalizada que vivía la ciudad de Buenos Aires decidió a Lavalle a proponer la paz a Juan Manuel de Rosas. Rosas y Lavalle, acordaron en Cañuelas el cese de las hostilidades y la pronta elección de representantes. Durante su breve gestión, el gobernador provisorio se preocupó por encauzar las relaciones interprovinciales retomando las iniciativas de Dorrego. Así fue que, con la firma de una Convención con Santa Fe, logró actualizar compromisos de paz, amistad y unión estipulados en el Tratado del Cuadrilátero, consiguiendo renovar de parte de dicha provincia la autorización para dirigir sus relaciones exteriores. En lugar de la Junta de Representantes, que continuaba suspendida, el gobierno contaba con la asesoría del Senado Consultivo. El Senado núcleo a las personalidades más reconocidas de la política de Buenos Aires. Juan José Paso, Vicente López y Planes, Félix Álzaga, Sarratea, Tomás de Anchorena, Miguel de Azcuénaga, Manuel Antonio Castro fueron algunos de los notables designados por decreto para integrarlo. La propia instauración del Senado se convirtió en materia de discordias en el interior del grupo federal. Juan Manuel de Rosas, se manifestaba disgustado con los que lo rechazaban y se oponía a la propuesta de gran parte de los federales que pedían el restablecimiento de la Sala de Representantes, disuelta por la revolución decembrista.
LA LIGA UNITARIA Y EL PACTO FEDERAL DE 1831
Cuando Juan Manuel de Rosas fue electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires el 8 de diciembre de 1829, asumió investido de las facultades extraordinarias, otorgadas por la Legislatura unos días antes; estas facultades eran conferidas hasta tanto se inaugurase la nueva Sala. La primacía federal se veía opacada por la acción del general Paz en el Interior. Fracasadas las misiones para lograr el. Paz despachó a su vez comisionados que firmaron sendos tratados con esas provincias con el objeto de garantizar las comunicaciones entre el Interior y el Litoral. Al mismo tiempo, el flamante gobernador cordobés buscaba asegurar una buena relación con Buenos Aires desde. Tampoco estaba ausente la formulación del compromiso de invitar al resto de las provincias rioplatenses a la formación de un congreso para la organización y constitución de la República. La disputa con Quiroga, defensor del orden federal en el Interior y abandonado a su suerte por López y Rosas, sólo pudo dirimirse en el campo de batalla cuando Paz derrotó por segunda vez al caudillo riojano a comienzos de 1830. A partir de entonces, la influencia del General Paz se extendió a las demás provincias El otorgamiento de facultades extraordinarias, entre cuyas atribuciones más importantes se encontraba la suspensión de las garantías individuales, tenía antecedentes en la historia política rioplatense. Encargados del gobierno central entre 1810 y 1820, gobernadores porteños como Martín Rodríguez y Viamonte las ejercieron oportunamente. La novedad se introdujo con la ley del 2 de agosto de 1830, luego de la evaluación que la nueva Sala realizó del informe rendido por los ministros de Rosas, ausente en ese momento. Aquella consistía en dejar librado el uso de esos poderes a "su ciencia y conciencia " sin establecer un plazo, vencido el cual caducaría la autorización concedida. EL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS (1829-1832) Rosas inauguró su gobierno provincial con un sólido consenso tanto entre los sectores propietarios, como entre los sectores populares rurales y urbanos. El funeral de Manuel Dorrego marcó el comienzo de una política gradual que buscaba garantizar la fidelidad de la movilizada plebe porteña y la cohesión interna del partido federal. Sin embargo medidas, escenarios y prácticas demostraron que la divergencia de opiniones en, fue moneda corriente durante los primeros años de la era rosista El punto de inflexión en cuanto a la profundización de la contienda entre las facciones lo marcó el alejamiento del ministro Guido, fue reemplazado por Tomás Anchorena. Durante la gestión del nuevo ministro el ejecutivo impulsó una serie de decretos que tendían a imponer las opiniones del gobierno, silenciando las voces disidentes que emanaban desde distintos ámbitos. Mientras el rosismo buscaba así afirmarse en la ciudad, la campaña motivó la intermitente presencia del gobernador, que buscó extender y afianzar la acción del Estado. Es por eso que, tras la inauguración de escuelas, cementerios e iglesias, se percibe su intención de consolidar el orden rural, procurando suprimir todo vestigio de bandolerismo legado por la movilización de 1829.
EL GOBIERNO DE BALCARCE Y LA DIVISIÓN DEL FEDERALISMO PORTEÑO
(1833-1835) Luego de derrotada la unitaria Liga del Interior empezó a plantearse en el seno del partido federal la necesidad de retornar a la normalidad institucional. En Buenos Aires, esta posición fue tomando cuerpo a lo largo de 1832 y tuvo como epicentro la discusión en torno a la no renovación de las facultades extraordinarias ejercidas por Rosas. Éste no tardó en hacer notar su desagrado por la posible devolución de tan preciado instrumento político ya que creía que así se debilitaría el poder del Ejecutivo. Este desacuerdo, fue el inicio de un intrincado proceso en el que se fueron agudizando las diferencias en el seno del federalismo porteño; divergencias que, a pesar de su extrema complejidad, fueron prontamente subordinadas a una polarización entre rosistas y antirrosistas. A fines de 1832, y poco antes de que expirara el mandato de Rosas, la mayoría de la Sala decidió que las facultades extraordinarias no le serían renovadas. Pero, al mismo tiempo, le ofrecía ser reelecto como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Esta ambigüedad expresaba tanto un reconocimiento como una nada secreta intención: si bien Rosas era el líder máximo del federalismo porteño, Buenos Aires era un Estado republicano y, como tal, el poder del Ejecutivo debía tener límites. Rosas no estaban dispuesto a aceptar la gobernación en esas condiciones. Así se lo hizo saber a la Legislatura. Fundaba el rechazo a la reelección en los males que le habían provocado a su vida privada los servicios públicos prestados. Rosas se negaba a aceptar la gobernación y la Sala rechazaba sus sucesivas renuncias, aunque sin ceder en lo más mínimo a sus pretensiones. La Junta eligió a su ministro de Guerra, Juan Ramón Balcarce, quien tampoco aceptó el cargo. Junto con las dificultades políticas, debería enfrentar una crisis económica irresuelta provocada tanto por factores naturales como por los costos de la reciente guerra civil. Finalmente asumió la gobernación en 1832. Balcarce contaba en su haber con el prestigio político y militar, su mayor cualidad parecía ser su segura subordinación a los designios de Rosas. Esta lealtad se vio inicialmente reflejada en su gabinete. Rosas reasumió su antiguo cargo de comandante general de Campaña y emprendió durante 1833 y 1834 la Campaña al Desierto. Esta empresa le permitía unir en forma ventajosa sus intereses particulares con los públicos Se manifestaron un conjunto de fenómenos que suelen ser considerados distintivos de la facción y de los gobiernos rosistas. Se destacan dos. En primer lugar, la creación de la Mazorca, habitualmente confundida con la Sociedad Popular Restauradora. Mientras que esta última estaba compuesta por miembros de la elite porteña adherentes al rosismo, la primera era su grupo de choque reclutado entre los sectores populares y utilizado para amedrentar a los opositores. La máxima inspiradora de esta agrupación era la mujer de Rosas, Encarnación Ezcurra. En segundo lugar, se produjo una hábil guerra propagandística, que buscaba catalogar a los amigos y a los enemigos. A los primeros se los identificaba como "buenos federales", y a los segundos como "decembristas unitarios". Con respecto a esta guerra propagandística, Rosas insistían en su correspondencia en el contenido y en las formas que debían tener los periódicos. Ambos fenómenos -la Mazorca y la guerra propagandística eran armas de lucha política utilizadas a conciencia. Deben ser entendidos a la luz del proceso de movilización de los sectores populares rurales y urbanos desencadenados. Rosas buscaba no sólo representar y apaciguar a estos sectores; su movilización formaba parte de la estrategia para disciplinar a las elites políticas que, creía, podían poner en riesgo la estabilidad y el orden social. En esta confrontación, el rosismo resultó victorioso. Los distintos grupos del federalismo habían consensuado una lista para la ciudad con una leve mayoría del rosismo. En medio de un clima convulsionado, los rosistas contraatacaron poniendo al descubierto la composición heterogénea de sus opositores y el oportunismo de muchos de ellos en forma inesperada, presentaron a la Sala una iniciativa según la cual la Comisión de Negocios Constitucionales debía preparar un proyecto de Constitución para ser sancionada por esa Legislatura. Mientras la Sala se abocaba a estas discusiones plagadas de chicanas y acusaciones poco edificantes, se produjo el 16 de junio una segunda elección que venía a complementar la primera. En esta ocasión, el aparato rosista se anticipó al gobierno y pudo volcar el resultado a su favor. Este hecho obligó a Balcarce a intervenir por primera vez en favor de los seguidores de Martínez, y a suspender el acto eleccionario. Esta suspensión agudizó las tensiones, provocando una polarización que llevó a un conflicto sin retorno, cuya violenta resolución fue la denominada Revolución de los Restauradores. Tras fallidos intentos de volcar en su favor el aparato militar de la campaña, Martínez, se vio obligado a renunciar. Balcarce, finalmente, el 3 de noviembre de 1833 presentó su dimisión y salió de la ciudad . La Sala eligió como gobernador al general Viamonte, quien asumió al día siguiente. Durante su breve mandato procuró llevar a cabo una política de conciliación que intentaba asegurar la estabilidad de la provincia enterrando en el olvido las diferencias entre las facciones. Rosas se mostró disconforme con este desenlace. A pesar de estos movimientos, aún seguía siendo vigorosa la oposición a la concentración del poder por parte de Rosas. A fines de mayo, y tras culminar exitosamente con la Campaña al Desierto, Rosas se despidió de sus tropas. Mientras tanto, el gobierno se debilitaba al no poder contener los continuos hechos de violencia que ya habían cobrado varias víctimas. Como era de esperar, la Legislatura decidió elegir Gobernador a Rosas, quien llegó a renunciar varias veces a dicho ofrecimiento. Tras fracasar en este intento, hasta que asumió interinamente el presidente de la Sala, Manuel Maza. Más allá de algunos resquemores con el nuevo mandatario, quedaba allanado el camino para el regreso de Rosas al gobierno en las condiciones por él exigidas. El CONFLICTO EN EL NOROESTE Y EL ASESINATO DE QUIROGA Mientras Buenos Aires parecía encaminarse a la estabilidad bajo la tutela de Rosas y su facción, en el Interior las disensiones ponían en peligro el frágil equilibrio alcanzado tras la firma del Pacto Federal. la figura del tucumano Heredia, quien había alcanzado la gobernación de su provincia en 1832 con el beneplácito de Quiroga. Sus objetivos eran convertirse en la figura dominante de dicha región y autonomizarse de la tutela del eje Buenos Aires-Litoral. Estos propósitos chocaban con los intereses del gobernador salteño, Pablo de la Torre, quien recibía apoyo, a su vez, del santafesino Estanislao López. Hacia 1834 se ahondaron las tensiones entre ambos gobiernos, mientras se cruzaban mutuas acusaciones de trabajar para un proyecto unitario que buscaba anexar territorios a Bolivia. Como si no fuera suficiente, a mediados de ese año Jujuy provocó un alzamiento que tuvo por resultado su emancipación de Salta, constituyéndose así en una nueva provincia autónoma. Tras esa revuelta, el gobernador salteño Pablo de la Torre fue asesinado en un confuso episodio mientras permanecía prisionero. Teniendo en cuenta los peligros que podían traer aparejados estos conflictos entre gobiernos que se reconocían federales, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Maza, había encomendado a Facundo Quiroga la tarea de mediar entre Heredia y de la Torre. Al mismo tiempo, Rosas le había solicitado que utilizara su influencia para difundir en el Interior la opinión sobre la inconveniencia de sancionar una constitución hasta que no se aplacaran las luchas y las provincias no tuvieran una organización apropiada. Cuando Quiroga llegó a Santiago del Estero, se enteró de la sangrienta resolución del conflicto y, deplorando su desenlace, Asesinato de Quiroga en Barranca Yaco. Grabado de época. Se conformó con mediar entre Heredia y las nuevas autoridades salteñas. A su regreso, en febrero de 1835, fue asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, por una partida que respondía a sus enemigos políticos, los Reynafé, caudillos de esa provincia y protegidos de Estanislao López. En Buenos Aires, la noticia de la muerte de Quiroga provocó un profundo temor, ya que parecía materializarse el tan proclamado complot unitario agitado por el rosismo. Esta situación fue aprovechada hábilmente por Rosas, quien obtuvo por fin los instrumentos legales que él consideraba necesarios para ejercer el poder. El 6 de marzo de 1835 la Sala que durante varios años se había resistido a investirlo de poderes excepcionales, lo nombró gobernador y capitán general de la Provincia por cinco años con la suma del poder público y, por supuesto, las facultades extraordinarias. Días más tarde, estos poderes fueron ratificados por un plebiscito en el que, en medio de un clima de temor, participaron los votantes de la ciudad de Buenos Aires. Finalizaba así una etapa en la cual Rosas había logrado suprimir toda disidencia interna y externa en Buenos Aires. Desde el mismo día de su asunción, la provincia comenzó a mostrarse monolíticamente federal hasta en sus mínimas, y no por eso menos importantes, expresiones. Ahora sí, estaba en condiciones de avanzar sobre el resto de las provincias rioplatenses, propósito que sólo lograría plenamente en el Interior durante la década siguiente, aunque esa política terminaría fracasando en el Litoral y causaría su derrota. Sin poder conocer el final de este proceso, pero previendo las tormentas que se avecinaban -y no sólo en la República Argentina-, a los pocos días de hacerse cargo de la gobernación, Rosas le escribía al gobernador santiagueño Ibarra, recordándole que la causa de la Federación era similar a la de la Independencia, con el agravante de que los enemigos de la primera tenían "mil modos de enmascararse, que no tienen los de nuestra Independencia", por lo que concluía que "es preciso no contentarse ni con hombres ni con servicios a medias, y consagrar el principio de que está contra nosotros el que no está del todo con nosotros"