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El Ascenso de Rosas Al Poder

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El objetivo principal de Rosas era, en verdad, compartido por el conjunto de las elites

rioplatenses: la construcción de un orden social y político tras dos décadas de


inestabilidades provocadas por las guerras de independencia y civiles.
Los instrumentos jurídicos y políticos con los que se edificó el régimen rosista en Buenos
Aires habían sido creados, durante el proceso de constitución de la provincia en Estado
autónomo en los primeros años de la década de 1820. Los tres poderes y la ley electoral de
1821 siguieron en vigor, aunque cobrarían un nuevo sentido durante sus mandatos. Quienes
manifestaron su desacuerdo con el gobierno fueron reprimidos y censurados, por lo que
dicha opinión debió mostrarse monolíticamente federal y rosista.
Rosas llegó al poder en 1829. Primordial para Rosas era la producción de un orden
sociopolítico legítimo y estable a la vez, tanto en Buenos Aires como en el Río de la Plata.
Uno que garantizara el predominio del sector mercantil-ganadero porteño del cual él
formaba parte. El control de los recursos obtenidos por este comercio a través del puerto y
la aduana de Buenos Aires y el desarrollo de políticas que permitieran la expansión de la
producción pecuaria demandada por aquel mercado eran los intereses a cuyo servicio debía
responder el nuevo orden.
Este proyecto chocó inevitablemente con los intereses, las ideas y las ambiciones de otros
sectores sociales, políticos, económicos y/o regionales. Rosas buscó y logró inhibir la
creación de poderes políticos legales que pudieran situarse por encima de los Estados
provinciales. La solución institucional adoptada fue la creación de una Confederación que,
a partir del Pacto Federal de 1831 y hasta la sanción de la Constitución de 1853, reguló las
relaciones entre las provincias.
El rechazo de la Constitución de 1826, que buscaba imponer a las provincias una forma de
gobierno unitaria. De allí en adelante, el federal fue el único sistema admitido como viable
por las provincias.
La verdadera solución al problema del orden aportado por Rosas fue su intento de
uniformar la sociedad rioplatense bajo el color de una facción política, la federal. Quien no
era federal, era claramente unitario y enemigo del orden. O. mejor dicho, quien no apoyaba
las políticas promovidas por Rosas era unitario y, en consecuencia, enemigo del orden o
anarquista. El problema de esta política era que requería como condición indispensable la
constante existencia de adversarios que, consecuentemente, hasta provocar la caída de
Rosas.
La creación del régimen rosista fue parte de un proceso de ascenso de los sectores
dominantes bonaerenses y debió enfrentar a aquellos que, teniendo proyectos e intereses
alternativos, procuraban construir un sistema político con otras características y/u otros
actores.
¿Por qué el rosismo logró imponerse sobre estas otras alternativas políticas? Quizás el éxito
de Rosas radicó en haber sido quien mejor supo comprender las agudas transformaciones
provocadas en veinte años de convulsionada vida independiente; entre otras, la necesidad
de contar con los sectores populares para llevar a cabo cualquier emprendí miento político.
Este apoyo rindió sus frutos en Buenos Aires, mientras que, en el Interior, esta estrategia no
pudo ser implementada, motivo por el cual fue sometido a principios de la década de 1840
a una verdadera conquista. En ambos casos el objetivo era disciplinar a las elites políticas y
sociales díscolas.
Para Rosas, el mal que aquejaba a la sociedad pos-revolucionaria era el florecimiento de las
pasiones políticas; de ahí, su fervorosa oposición a todo intento de sancionar una
constitución. Buscó transformar la política en un mero arte administrativo que no implicara
más luchas por efímeros poderes.
Este intento por acumular poder, sumado a la estrategia de disciplinamiento y a la búsqueda
de una unificación política de la sociedad, explican, en parte, uno de los fenómenos más
notorios de su régimen: el terror. Es que el terror constituía un aspecto importante de la
política de disciplinamiento social y político emprendida por Rosas.
Rosas siempre procuró que su figura no quedara fuera de la legalidad. Así, construyó su
imagen de Restaurador de las Leyes desde que asumió su primera gobernación en 1829.
Uno de los rasgos más destacables del rosismo fue su empirismo, es decir, la incorporación
de los datos más inmediatos de la realidad para el desarrollo de su accionar.
EL GOBIERNO DE DORREGO Y EL INICIO DEL CONFLICTO ENTRE
UNITARIOS Y FEDERALES
A fines de 1827, fue nombrado gobernador de la provincia de Buenos Aires el legendario
coronel Manuel Dorrego. Sus seguidores se reclutaban mayormente entre los sectores
populares urbanos. Dorrego intentó recuperar a Buenos Aires como Estado autónomo y, a
la vez, restablecer las relaciones con el resto de las provincias a través de pactos bilaterales.
El restablecimiento del vínculo con Córdoba, provincia-eje del Interior, facilitó la
concreción de la Convención Nacional, cuyo objetivo inmediato era unificar las acciones en
la guerra contra el Brasil, para luego convocar a un Congreso Constituyente. Sólo en
setiembre de 1828, la Convención se reunió y la paz fue aceptada.
La firma de la paz con Brasil no hizo más que acrecentar los conflictos internos que estaba
afrontando la administración de Dorrego.
El clima hostil al gobierno federal había sido alentado desde sus comienzos por la prensa
unitaria. Los rivadavianos depositaban una singular expectativa en la prensa como
institución formadora de opinión pública.
Después de haber visto consolidado su perfil de empresario político en el enfrentamiento
con Rivadavia por la propuesta presidencial de dividir la provincia de Buenos Aires, Rosas
había afianzado su poder militar con la designación como comandante general de Milicias
de Campaña que en 1827 le hiciera el presidente López y Planes.
Mientras las tensiones se agudizaban, cobraba forma una acción conspirativa contra el
gobierno de Dorrego. Esta conjura desembocó en un motín militar liderado por el general
Juan Lavalle. Apenas desembarcado en Buenos Aires el primer cuerpo del ejército
republicano que había triunfado en Ituzaingó en 1827, sus oficiales obtuvieron de Dorrego
una respuesta satisfactoria para el cobro de sueldos adeudados. Esta habría tornado
infructuosas a los oídos del gobernador las advertencias de distinto origen sobre un
levantamiento armado. De modo que se vio sorprendido por el avance de las tropas
sublevadas sobre la plaza de la Victoria.
Dorrego logró escapar del sitio y se dirigió a la campaña donde esperaba hallar el auxilio
del jefe de milicias, Juan Manuel de Rosas. Cuando Dorrego encontró a Rosas en un lugar
próximo a Navarro, éste insistió en una retirada con rumbo a Santa Fe en busca del apoyo
de su gobernador, Estanislao López. Dorrego intentó salvaguardar su vida imponiéndose un
retiro al Brasil, pero esto no fue aprobado por el jefe militar de la revolución, quien
sentenció el fusilamiento del gobernador propietario.
En tanto la Convención Nacional desconocía a las nuevas autoridades porteñas y
convocaba a la organización de un ejército bajo la dirección de Estanislao López, en la
campaña bonaerense se venía produciendo un levantamiento rural de vastos alcances que
erosionaría el poder de Lavalle.
El levantamiento rural de 1829 concluyó en abril, tras la derrota del General Lavalle en
Puente de Márquez por las fuerzas conjuntas de López y Rosas.
El estado de conmoción generalizada que vivía la ciudad de Buenos Aires decidió a Lavalle
a proponer la paz a Juan Manuel de Rosas. Rosas y Lavalle, acordaron en Cañuelas el cese
de las hostilidades y la pronta elección de representantes.
Durante su breve gestión, el gobernador provisorio se preocupó por encauzar las relaciones
interprovinciales retomando las iniciativas de Dorrego. Así fue que, con la firma de una
Convención con Santa Fe, logró actualizar compromisos de paz, amistad y unión
estipulados en el Tratado del Cuadrilátero, consiguiendo renovar de parte de dicha
provincia la autorización para dirigir sus relaciones exteriores. En lugar de la Junta de
Representantes, que continuaba suspendida, el gobierno contaba con la asesoría del Senado
Consultivo. El Senado núcleo a las personalidades más reconocidas de la política de
Buenos Aires. Juan José Paso, Vicente López y Planes, Félix Álzaga, Sarratea, Tomás de
Anchorena, Miguel de Azcuénaga, Manuel Antonio Castro fueron algunos de los notables
designados por decreto para integrarlo. La propia instauración del Senado se convirtió en
materia de discordias en el interior del grupo federal. Juan Manuel de Rosas, se manifestaba
disgustado con los que lo rechazaban y se oponía a la propuesta de gran parte de los
federales que pedían el restablecimiento de la Sala de Representantes, disuelta por la
revolución decembrista.

LA LIGA UNITARIA Y EL PACTO FEDERAL DE 1831


Cuando Juan Manuel de Rosas fue electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires el 8
de diciembre de 1829, asumió investido de las facultades extraordinarias, otorgadas por la
Legislatura unos días antes; estas facultades eran conferidas hasta tanto se inaugurase la
nueva Sala.
La primacía federal se veía opacada por la acción del general Paz en el Interior. Fracasadas
las misiones para lograr el. Paz despachó a su vez comisionados que firmaron sendos
tratados con esas provincias con el objeto de garantizar las comunicaciones entre el Interior
y el Litoral.
Al mismo tiempo, el flamante gobernador cordobés buscaba asegurar una buena relación
con Buenos Aires desde. Tampoco estaba ausente la formulación del compromiso de invitar
al resto de las provincias rioplatenses a la formación de un congreso para la organización y
constitución de la República.
La disputa con Quiroga, defensor del orden federal en el Interior y abandonado a su suerte
por López y Rosas, sólo pudo dirimirse en el campo de batalla cuando Paz derrotó por
segunda vez al caudillo riojano a comienzos de 1830. A partir de entonces, la influencia del
General Paz se extendió a las demás provincias
El otorgamiento de facultades extraordinarias, entre cuyas atribuciones más importantes se
encontraba la suspensión de las garantías individuales, tenía antecedentes en la historia
política rioplatense. Encargados del gobierno central entre 1810 y 1820, gobernadores
porteños como Martín Rodríguez y Viamonte las ejercieron oportunamente. La novedad se
introdujo con la ley del 2 de agosto de 1830, luego de la evaluación que la nueva Sala
realizó del informe rendido por los ministros de Rosas, ausente en ese momento. Aquella
consistía en dejar librado el uso de esos poderes a "su ciencia y conciencia " sin establecer
un plazo, vencido el cual caducaría la autorización concedida.
EL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS (1829-1832)
Rosas inauguró su gobierno provincial con un sólido consenso tanto entre los sectores
propietarios, como entre los sectores populares rurales y urbanos. El funeral de Manuel
Dorrego marcó el comienzo de una política gradual que buscaba garantizar la fidelidad de
la movilizada plebe porteña y la cohesión interna del partido federal.
Sin embargo medidas, escenarios y prácticas demostraron que la divergencia de opiniones
en, fue moneda corriente durante los primeros años de la era rosista
El punto de inflexión en cuanto a la profundización de la contienda entre las facciones lo
marcó el alejamiento del ministro Guido, fue reemplazado por Tomás Anchorena.
Durante la gestión del nuevo ministro el ejecutivo impulsó una serie de decretos que
tendían a imponer las opiniones del gobierno, silenciando las voces disidentes que
emanaban desde distintos ámbitos. Mientras el rosismo buscaba así afirmarse en la ciudad,
la campaña motivó la intermitente presencia del gobernador, que buscó extender y afianzar
la acción del Estado. Es por eso que, tras la inauguración de escuelas, cementerios e
iglesias, se percibe su intención de consolidar el orden rural, procurando suprimir todo
vestigio de bandolerismo legado por la movilización de 1829.

EL GOBIERNO DE BALCARCE Y LA DIVISIÓN DEL FEDERALISMO PORTEÑO


(1833-1835)
Luego de derrotada la unitaria Liga del Interior empezó a plantearse en el seno del partido
federal la necesidad de retornar a la normalidad institucional. En Buenos Aires, esta
posición fue tomando cuerpo a lo largo de 1832 y tuvo como epicentro la discusión en
torno a la no renovación de las facultades extraordinarias ejercidas por Rosas. Éste no tardó
en hacer notar su desagrado por la posible devolución de tan preciado instrumento político
ya que creía que así se debilitaría el poder del Ejecutivo. Este desacuerdo, fue el inicio de
un intrincado proceso en el que se fueron agudizando las diferencias en el seno del
federalismo porteño; divergencias que, a pesar de su extrema complejidad, fueron
prontamente subordinadas a una polarización entre rosistas y antirrosistas.
A fines de 1832, y poco antes de que expirara el mandato de Rosas, la mayoría de la Sala
decidió que las facultades extraordinarias no le serían renovadas. Pero, al mismo tiempo, le
ofrecía ser reelecto como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Esta ambigüedad
expresaba tanto un reconocimiento como una nada secreta intención: si bien Rosas era el
líder máximo del federalismo porteño, Buenos Aires era un Estado republicano y, como tal,
el poder del Ejecutivo debía tener límites.
Rosas no estaban dispuesto a aceptar la gobernación en esas condiciones. Así se lo hizo
saber a la Legislatura. Fundaba el rechazo a la reelección en los males que le habían
provocado a su vida privada los servicios públicos prestados. Rosas se negaba a aceptar la
gobernación y la Sala rechazaba sus sucesivas renuncias, aunque sin ceder en lo más
mínimo a sus pretensiones. La Junta eligió a su ministro de Guerra, Juan Ramón Balcarce,
quien tampoco aceptó el cargo. Junto con las dificultades políticas, debería enfrentar una
crisis económica irresuelta provocada tanto por factores naturales como por los costos de la
reciente guerra civil. Finalmente asumió la gobernación en 1832.
Balcarce contaba en su haber con el prestigio político y militar, su mayor cualidad parecía
ser su segura subordinación a los designios de Rosas. Esta lealtad se vio inicialmente
reflejada en su gabinete.
Rosas reasumió su antiguo cargo de comandante general de Campaña y emprendió durante
1833 y 1834 la Campaña al Desierto. Esta empresa le permitía unir en forma ventajosa sus
intereses particulares con los públicos
Se manifestaron un conjunto de fenómenos que suelen ser considerados distintivos de la
facción y de los gobiernos rosistas. Se destacan dos. En primer lugar, la creación de la
Mazorca, habitualmente confundida con la Sociedad Popular Restauradora. Mientras que
esta última estaba compuesta por miembros de la elite porteña adherentes al rosismo, la
primera era su grupo de choque reclutado entre los sectores populares y utilizado para
amedrentar a los opositores.
La máxima inspiradora de esta agrupación era la mujer de Rosas, Encarnación Ezcurra. En
segundo lugar, se produjo una hábil guerra propagandística, que buscaba catalogar a los
amigos y a los enemigos. A los primeros se los identificaba como "buenos federales", y a
los segundos como "decembristas unitarios". Con respecto a esta guerra propagandística,
Rosas insistían en su correspondencia en el contenido y en las formas que debían tener los
periódicos.
Ambos fenómenos -la Mazorca y la guerra propagandística eran armas de lucha política
utilizadas a conciencia. Deben ser entendidos a la luz del proceso de movilización de los
sectores populares rurales y urbanos desencadenados. Rosas buscaba no sólo representar y
apaciguar a estos sectores; su movilización formaba parte de la estrategia para disciplinar a
las elites políticas que, creía, podían poner en riesgo la estabilidad y el orden social.
En esta confrontación, el rosismo resultó victorioso. Los distintos grupos del federalismo
habían consensuado una lista para la ciudad con una leve mayoría del rosismo.
En medio de un clima convulsionado, los rosistas contraatacaron poniendo al descubierto
la composición heterogénea de sus opositores y el oportunismo de muchos de ellos en
forma inesperada, presentaron a la Sala una iniciativa según la cual la Comisión de
Negocios Constitucionales debía preparar un proyecto de Constitución para ser sancionada
por esa Legislatura.
Mientras la Sala se abocaba a estas discusiones plagadas de chicanas y acusaciones poco
edificantes, se produjo el 16 de junio una segunda elección que venía a complementar la
primera. En esta ocasión, el aparato rosista se anticipó al gobierno y pudo volcar el
resultado a su favor. Este hecho obligó a Balcarce a intervenir por primera vez en favor de
los seguidores de Martínez, y a suspender el acto eleccionario. Esta suspensión agudizó las
tensiones, provocando una polarización que llevó a un conflicto sin retorno, cuya violenta
resolución fue la denominada Revolución de los Restauradores.
Tras fallidos intentos de volcar en su favor el aparato militar de la campaña, Martínez, se
vio obligado a renunciar. Balcarce, finalmente, el 3 de noviembre de 1833 presentó su
dimisión y salió de la ciudad
. La Sala eligió como gobernador al general Viamonte, quien asumió al día siguiente.
Durante su breve mandato procuró llevar a cabo una política de conciliación que intentaba
asegurar la estabilidad de la provincia enterrando en el olvido las diferencias entre las
facciones. Rosas se mostró disconforme con este desenlace.
A pesar de estos movimientos, aún seguía siendo vigorosa la oposición a la concentración
del poder por parte de Rosas.
A fines de mayo, y tras culminar exitosamente con la Campaña al Desierto, Rosas se
despidió de sus tropas. Mientras tanto, el gobierno se debilitaba al no poder contener los
continuos hechos de violencia que ya habían cobrado varias víctimas. Como era de esperar,
la Legislatura decidió elegir Gobernador a Rosas, quien llegó a renunciar varias veces a
dicho ofrecimiento. Tras fracasar en este intento, hasta que asumió interinamente el
presidente de la Sala, Manuel Maza. Más allá de algunos resquemores con el nuevo
mandatario, quedaba allanado el camino para el regreso de Rosas al gobierno en las
condiciones por él exigidas.
El CONFLICTO EN EL NOROESTE Y EL ASESINATO DE QUIROGA
Mientras Buenos Aires parecía encaminarse a la estabilidad bajo la tutela de Rosas y su
facción, en el Interior las disensiones ponían en peligro el frágil equilibrio alcanzado tras la
firma del Pacto Federal.
la figura del tucumano Heredia, quien había alcanzado la gobernación de su provincia en
1832 con el beneplácito de Quiroga. Sus objetivos eran convertirse en la figura dominante
de dicha región y autonomizarse de la tutela del eje Buenos Aires-Litoral. Estos propósitos
chocaban con los intereses del gobernador salteño, Pablo de la Torre, quien recibía apoyo, a
su vez, del santafesino Estanislao López. Hacia 1834 se ahondaron las tensiones entre
ambos gobiernos, mientras se cruzaban mutuas acusaciones de trabajar para un proyecto
unitario que buscaba anexar territorios a Bolivia. Como si no fuera suficiente, a mediados
de ese año Jujuy provocó un alzamiento que tuvo por resultado su emancipación de Salta,
constituyéndose así en una nueva provincia autónoma. Tras esa revuelta, el gobernador
salteño Pablo de la Torre fue asesinado en un confuso episodio mientras permanecía
prisionero. Teniendo en cuenta los peligros que podían traer aparejados estos conflictos
entre gobiernos que se reconocían federales, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Maza,
había encomendado a Facundo Quiroga la tarea de mediar entre Heredia y de la Torre. Al
mismo tiempo, Rosas le había solicitado que utilizara su influencia para difundir en el
Interior la opinión sobre la inconveniencia de sancionar una constitución hasta que no se
aplacaran las luchas y las provincias no tuvieran una organización apropiada. Cuando
Quiroga llegó a Santiago del Estero, se enteró de la sangrienta resolución del conflicto y,
deplorando su desenlace,
Asesinato de Quiroga en Barranca Yaco. Grabado de época.
Se conformó con mediar entre Heredia y las nuevas autoridades salteñas. A su regreso, en
febrero de 1835, fue asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, por una partida
que respondía a sus enemigos políticos, los Reynafé, caudillos de esa provincia y
protegidos de Estanislao López. En Buenos Aires, la noticia de la muerte de Quiroga
provocó un profundo temor, ya que parecía materializarse el tan proclamado complot
unitario agitado por el rosismo. Esta situación fue aprovechada hábilmente por Rosas, quien
obtuvo por fin los instrumentos legales que él consideraba necesarios para ejercer el poder.
El 6 de marzo de 1835 la Sala que durante varios años se había resistido a investirlo de
poderes excepcionales, lo nombró gobernador y capitán general de la Provincia por cinco
años con la suma del poder público y, por supuesto, las facultades extraordinarias. Días más
tarde, estos poderes fueron ratificados por un plebiscito en el que, en medio de un clima de
temor, participaron los votantes de la ciudad de Buenos Aires. Finalizaba así una etapa en
la cual Rosas había logrado suprimir toda disidencia interna y externa en Buenos Aires.
Desde el mismo día de su asunción, la provincia comenzó a mostrarse monolíticamente
federal hasta en sus mínimas, y no por eso menos importantes, expresiones. Ahora sí,
estaba en condiciones de avanzar sobre el resto de las provincias rioplatenses, propósito que
sólo lograría plenamente en el Interior durante la década siguiente, aunque esa política
terminaría fracasando en el Litoral y causaría su derrota. Sin poder conocer el final de este
proceso, pero previendo las tormentas que se avecinaban -y no sólo en la República
Argentina-, a los pocos días de hacerse cargo de la gobernación, Rosas le escribía al
gobernador santiagueño Ibarra, recordándole que la causa de la Federación era similar a la
de la Independencia, con el agravante de que los enemigos de la primera tenían "mil modos
de enmascararse, que no tienen los de nuestra Independencia", por lo que concluía que "es
preciso no contentarse ni con hombres ni con servicios a medias, y consagrar el principio de
que está contra nosotros el que no está del todo con nosotros"

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