Carcel Antiguedad
Carcel Antiguedad
Carcel Antiguedad
INTRODUCCION HISTORICA:
Para los Derechos antiguos y los ordenamientos de la Edad Media, la prisión era
un lugar de retención. En muchas ocasiones el ingreso se producía por la mera
arbitrariedad de los gobernantes o príncipes, y con sometimiento a trabajos forzados o
con carácter preventivo previo a la aplicación de castigos corporales aberrantes, o a la
pena de muerte. Las prisiones eran lugares inmundos, de hacinamiento, inhumanos.
En Grecia, sorprende que Platón fuera partidario del encierro de por vida a todo
delincuente, aunque por otra parte en su obra Las Leyes llegó a contemplar la cárcel
como una forma de corrección.
En Arabia, bajo la influencia del Corán, las cárceles se empleaban entre otros
supuestos para ingreso de las mujeres adúlteras y los autores de delitos contra la
religión. El califa Omar, segundo sucesor de Mahoma, acordó que quienes no pagaban
sus impuestos fueran ingresados en prisión, con lo que podría decirse que en cierto
modo se contemplaba el delito fiscal.
Durante la Edad Media, la cárcel era un medio de custodia para los delincuentes
hasta la ejecución de la pena impuesta, como azotes, torturas, mutilaciones o muerte,
siendo una de las más crueles la cocción en calderas, también utilizada por los
mongoles. Las cárceles eran calabozos subterráneos, sin la menor preocupación por la
higiene, utilizándose en ocasiones los sótanos y mazmorras de fortalezas como la Torre
de Londres, la Bastilla de París o el Palacio Ducal de Venecia.
Es a finales del siglo XV o principios del XVI cuando las cárceles poco a poco
van adoptando la función de cumplimiento de la pena, aunque subsistiendo con castigos
corporales, o el destierro a las colonias americanas, así como la ejecución de trabajo
obligatorio, que no se retribuía a los penados, sino que su producto iba destinado
básicamente al pago de los carceleros cuando no a las arcas de reyes y Estados. En la
cárcel de Bruselas, los presos se dedicaban a la manufactura del papel, por ejemplo, y en
las prisiones alemanas, a fortificar las calles. En la mitad del siglo XVI en las cárceles
de Amsterdan los reclusos se dedicaban a raspar maderas para la obtención de
colorantes, y las mujeres hilaban lana y terciopelo. El trabajo obligatorio se conseguía
mediante azotes, latigazos u otros castigos corporales, siendo de destacar la llamada
celda de agua, que consistía en su inundación continua, debiendo el penado achicar
aquélla mientras continuaba fluyendo hasta conseguir salvarse o perecer ahogado.
Es a partir de mediados del siglo XVIII cuando tanto el inglés John Howard
como el italiano Cesare de Beccaría proponen medidas para su humanización y la
implantación de un Derecho penal respetuoso con la dignidad del individuo,
propugnando una organización seria del trabajo en las prisiones, y el derecho de los
penados a un régimen sanitario y alimenticio higiénico adecuado, lo que conecta con las
ideas del Iluminismo acerca de la supresión de la tortura y castigos corporales. Howard,
en su obra “The state of prisions of England and Wales”describe el horroroso estado de
las prisiones europeas, que visitó sin descanso, tanto es así que murió de peste mientras
visitaba las prisiones de Ucrania, enfermedad propia de los centros penitenciarios de la
época.
SISTEMAS PENITENCIARIOS:
Tras la Segunda Gran Guerra, y como no podía ser de otro modo, surge ya un
movimiento, comenzando por la propia ciencia penitenciaria alemana, para desterrar
cualquier tesis en la que pudiere apoyarse en el futuro un régimen totalitario, tomando
ya carta de naturaleza definitiva la concepción de la reinserción del delincuente, siendo
relevantes las reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de las Naciones Unidas
de 1955, dadas en Ginebra, y del Consejo de Europa de 1973, y destacando la Ley
Sueca Penitenciaria de 1974, que de modo notable influyó en varios países europeos, de
carácter netamente administrativo-rehabilitador.
A) Evolución histórica
En la época de los Reyes Católicos, aparece una preocupación por los excesos
que pudieren cometerse en las cárceles, dictándose en el año 1480 una Real Pragmática
estableciendo controles periódicos administrativos sobre las autoridades carcelarias, lo
que no impedía la masiva concentración de reclusos y la insalubridad existente en
dichos centros, y que en general la normativa no se cumpliese, como ocurriría con las
Leyes de Indias protectoras de los indígenas, que eran sistemáticamente transgredidas
por los encomenderos, quienes en las haciendas o minas que les eran adjudicadas
explotaban a los indios obligándoles a realizar trabajos inhumanos.
Para concluir con una breve referencia al centro penitenciario de Oviedo, cabe
señalar que desde la Edad Media y hasta el Siglo XIX la prisión de Oviedo se ubicaba
en la antigua fortaleza que el Rey Alfonso III había mandado edificar para defender la
ciudad de las incursiones de los normandos, sita en lo que hoy es la Plaza Porlier. Al ser
dicho edificio parcialmente destruido por las tropas napoleónicas, se acordó construir
otro recinto carcelario en el campo de S. Francisco por la Junta General del Principado.
Existió asimismo en Oviedo una prisión de mujeres para delitos menores y hasta
el año 1925, instalada en lo que es hoy la plaza de la Escandalera.
B) Sistemas vigentes
Por otro lado, dichos internos disfrutarán de salidas de fin de semana, desde las
dieciséis horas del viernes hasta las ocho horas del lunes como norma general. También
podrán disfrutar de los días festivos establecidos en el calendario oficial de la localidad
donde esté situado el Establecimiento.
Ahora bien, cabe preguntarse si resulta posible que un interno sea clasificado
inicialmente en el tercer grado, ya que con carácter general, el régimen inicial aplicable
es el de segundo grado.
Esta forma de construcción tuvo gran difusión en Europa, y así se puede citar la
prisión de Herrmann de Berlín, o la Santé de París, y en España la cárcel Modelo de
Madrid, la cuál constaba de un pabellón de entrada donde se ubicaban las dependencias
administrativas, ingreso, locutorios, enfermerías, etc y cinco brazos de galerías celulares
a confluir en la torre de vigilancia.
Las prisiones modernas han abandonado esta estructura, en pro de otras formas,
básicamente porque se ha evolucionado hacia un sistema en el que las celdas pasan a ser
simples dormitorios en pro de una convivencia y relación social cada vez mayor entre
los internos, otorgándose cada vez más importancia al trabajo penitenciario y a la
libertad de movimientos de los reclusos dentro de los centros penitenciarios.
Por citar uno de los modelos recientes, se puede hacer referencia al sistema de
supervisión directa, que se ha aplicado en EEUU, en el que impera el criterio de unidad
funcional o por módulos, las celdas se diseñan vinculadas a salas de estar, carpintería de
madera, ventanas con vista al exterior y mobiliario liviano. El perímetro de seguridad de
las unidades queda envuelto por un perímetro sólido que permite una relativa libertad de
movimientos en el interior. Como características de este sistema se pueden destacar:
El penado, y ello resulta lógico, intentará utilizar todos los medios legales a su
alcance para no cumplir la condena, pues por mucho más adecuados que estén hoy en
día los centros penitenciarios, ello conlleva privación de libertad, separación de la
familia, del entorno, etc.
El problema que surge es, y en lo que ahora nos interesa, si esos 30 años se
transforman en una pena nueva y diferente de las diversas penas que han sido impuestas
al reo , o si dichas penas no pierden su autonomía y se van cumpliendo una a una por su
orden sucesivo hasta alcanzar los 30 años, momento en que el reo extinguiría todas las
que aún no hubiese cumplido. Esta cuestión no tendría relevancia alguna si no existieran
los beneficios penitenciarios, y con ellos la posibilidad de reducción de la pena, pues en
el primer caso dicha reducción comenzaría a computarse a partir de 30 años, pero en el
segundo a cada pena que el condenado hubiese comenzado a cumplir se le aplicarían sus
beneficios, de manera que la reducción correspondiente afectaría únicamente a dicha
pena individual. El resultado sería que de considerar los 30 años como una nueva pena,
el condenado que aprovechare los beneficios penitenciarios no llegaría a cumplir dichos
30 años, pero en el supuesto de mantener cada pena su autonomía propia, sí cumpliría
de manera íntegra dichos 30 años.
Lo que, por tanto, ha llevado a cabo el Tribunal Supremo con dicha doctrina, no
ha sido una aplicación retroactiva de la ley, sino un cambio de criterio jurisprudencial, y
obvio es que la Jurisprudencia no tiene en nuestro ordenamiento la cualidad de norma
jurídica, no es fuente del derecho, sino que complementa el ordenamiento jurídico por
vía interpretativa, tal y como lo expresa el art. 1-6 del C. Civil.
La sentencia del TEDH, sin embargo, lo que viene a señalar y concluir es que
dicha doctrina infringió el art. 7 del Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, de 4-11-1950, ratificado por nuestro
país en el año 1979, que señala que no podrá ser impuesta una pena más grave que la
aplicable en el momento en que la infracción haya sido cometida. Al resolver el recurso
interpuesto por Inés del Río, condenada a penas que sumaban más de 2000 años, a la
que la Audiencia Nacional inicialmente le había fijado la fecha de su excarcelación para
el año 2008 por aplicación de los beneficios penitenciarios ( ello conforme al C. Penal
de 1973 y partiendo de una única pena de 30 años ),y le había aplicado posteriormente
la doctrina Parot posponiendo la extinción de su condena al año 2017, el TEDH
concluye en resumen que la referida doctrina alteró un criterio jurisprudencial
consolidado de manera que cuando la recurrente había cometido los delitos y había sido
condenada tenía unas expectativas de cumplimiento de la condena, sin que hubiese
podido prever en modo alguno dicho cambio en el futuro.
Dicho esto, ¿qué valor he de otorgarse a las sentencias del TEDH? ¿tienen
fuerza vinculante y son directamente aplicables por nuestros Tribunales? La cuestión no
es tan sencilla.
Así las cosas, y advertido el problema, o al menos pudo ser advertido, ni juristas
ni legisladores lo afrontaron en su momento, acaso dejándose llevar por la inercia
interpretativa, o por un sentido pietista o por el principio general de favorecer al reo, o
por el fin resocializador de las penas. No hubiere sido complicado plantearse si
resultaba correcta la interpretación que se venía realizando, o si pudiere suscitar dudas
llevar a efecto una modificación legal a fin de disiparlas. Ello tampoco se planteó en el
nuevo y ahora vigente C. Penal de 1995, que reproduce sustancialmente la redacción;
más aún, la reforma del C. Penal de 30-6-2003 vino a corroborar que el legislador
estaba de acuerdo con la interpretación de la única pena, pues de otro modo dicha
reforma no hubiere sido necesaria. Tal vez si el legislador hubiere estado más atento en
su momento, pues oportunidad hubo, no hubiera sido necesaria la doctrina Parot,
interpretación que por otro lado parece la más acorde con el espíritu del art. 70-2-del C.
Penal de 1973.
Así, por poner dos ejemplos, nos encontramos que durante la Inquisición
española de hecho ninguna de las sentencias suponía el confinamiento forzoso en una
cárcel. De acuerdo con las Instrucciones de 1488, los Inquisidores podían confinar a
discreción a un hombre en su propio domicilio, o incluso en un hospital, siendo la
principal razón de ello la carencia de espacio en las prisiones, ya que a menudo las
celdas estaban llenas y había que buscar alguna alternativa. Con independencia de ello,
las prisiones gozaban con frecuencia de un régimen abierto y, en algunos casos, los
presos eran libres de entrar y salir mientras observasen unas reglas básicas. Así, en 1655
en un informe del Tribunal de Granada se anotaba que a los presos se les permitía salir a
la calle a todas las horas del día sin restricciones, debiendo volver a la cárcel sólo de
noche. Otro ejemplo lo tenemos en Miguel de Cervantes. En el año 1575, cuando
viajaba en la galera el Sol desde Nápoles hacia España, una flotilla de berberiscos turcos
la abordó frente a las costas de Cataluña. Cervantes fue hecho prisionero y trasladado a
Argel, donde fue encarcelado fijándose por sus captores un rescate de quinientos
escudos de oro por su libertad; como cautivo de rescate, no tenía que realizar trabajos
forzados, y se le permitía salir durante el día del presidio, o “baños” que era el nombre
que se le daba a las prisiones, y que tiene su origen en el lugar (antiguos baños) en el
que en la ciudad de Constantinopla tras su conquista por los turcos, se amontonaba a los
cristianos, y recorrer las calles de la ciudad, eso sí, cargando con los grilletes . Su
cautiverio lo describe en sus obras Los tratos de Argel y Los baños de Argel.
No tuvo un trato tan favorable el rey francés Francisco I, cuando tres caer
prisionero en la batalla de Pavía en el año 1525 y trasladado a Madrid, fue encerrado
por Carlos V en el Alcázar de los Austrias ( donde hoy se ubica el Palacio Real), pues
prácticamente no se le permitió salir de la celda durante los meses de su cautiverio
(según el biógrafo Francis Hackett únicamente y de modo esporádico algún paseo en
mula escoltado por sus carceleros) llegando a caer enfermo hasta el punto de temerse
por su vida.
A) Permisos Ordinarios:
Para su concesión, es necesario un informe previo del Equipo técnico del Centro
Penitenciario, el cumplimiento por el interno de la cuarta parte de la pena que le ha sido
impuesta, que se encuentre clasificado en segundo o tercer grado y que él mismo no
observe mala conducta.
B) Permisos extraordinarios:
Hay que recalcar, como aspecto positivo, acaso al principio contra todo
pronóstico, el buen resultado de los permisos de salida. Ciertamente no se puede ocultar
que cuando tras la Ley Orgánica General Penitenciaria comenzaron a otorgarse, los
primeros que valoraron el riesgo que ello podía conllevar fueron las autoridades
penitenciarias, las Juntas de tratamiento de los centros penitenciarios, y los Jueces y
Fiscales de Vigilancia Penitenciaria, pero por fortuna no sucedió así. Ya se ha visto la
decreciente proporción con el paso de los años de los quebrantamientos.
Ahora bien, también hay que decir que no es esto lo que importa a los medios de
comunicación, sino que lo que es noticia es precisamente la excepción, es decir, el
hecho de la fuga o comisión de un delito por un penado con permiso de salida. Es
verdad que la fuga durante un permiso, y sobretodo si ello va acompañado de la
comisión de un delito (como el caso del crimen de Alcáser) forzosamente ha de resultar
una noticia relevante, mas ello no es obstáculo a que se haga ver a la ciudadanía que se
trata de casos muy aislados dentro de la población reclusa que disfruta de tal beneficio.
EPILOGO:
Ha sido la evolución de las ideas, los logros de la ciencia, las relaciones entre los
pueblos a través del comercio e intercambios, el avance de la cultura y su paulatina
expansión lo que ha propiciado básicamente los cambios acaecidos en la humanidad, en
los primeros siglos de una manera lenta y casi inapreciable, más relevantes a partir de la
Edad Moderna (la difusión de la imprenta ha sido uno de los inventos trascendentes), y
de manera más vertiginosa primero tras la Revolución francesa y la subsiguiente
Revolución industrial, y de modo ya imparable en los siglos XX y XXI.
Es claro que no hemos aprendido, prueba evidente son las dos guerras mundiales
que hemos dejado a la vuelta de la esquina. El paraíso terrenal que prometía el
comunismo, en un mundo donde no habría pobres ni ricos, resultó un estrepitoso
fracaso, entre otras razones porque sus dirigentes se erigieron en nuevos zares.
Así pues, ¿qué decir del sistema penitenciario, cuyo fin entre otros debería ser la
reducción del número de delitos y la reeducación social?
La historia, pues, nos demuestra que acaso es el sistema menos malo, pero que
no ha resultado idóneo para erradicar la transgresión de la ley.
No lo fueron las ejecuciones públicas, con las que se pretendía que sirvieran
como disuasorias, ni los horrendos castigos y torturas infligidos como pena, ni en
definitiva los modernos sistemas penitenciarios que han intentado en un primer
momento el arrepentimiento del penado, y más adelante su rehabilitación. En nuestro
país, el aumento de la población reclusa, como en los de nuestro entorno, es un hecho,
como lo es, con algún altibajo, el de los delitos cometidos.
En suma, la solución que podía llamarse menos mala, podría ser la limitación del
cumplimiento en prisión para los delitos graves, los cometidos por delincuentes
peligrosos o multirreincidentes, o por quienes padecen graves trastornos psíquicos ( en
estos casos habría que potenciar las unidades terapéuticas de los centros penitenciarios
así como la creación de hospitales psiquiátricos penitenciarios), y también los delitos
que provocan alarma social.
Ha de tenerse en cuenta, que muchas son las ocasiones en las que legisladores y
aplicadores del Derecho no conectamos con el sentir y la opinión del ciudadano, y por
aludir a uno de los supuestos más destacables, los casos de corrupción que a todos los
niveles se ha instalado en los últimos tiempos, máxime cuando las ingentes cantidades
defraudadas repercuten en las arcas públicas, proceden de nuestros impuestos, o nos
abocan a un esfuerzo más en esta época de crisis.
Como ha afirmado Legaz Lacambra, el Derecho existe por causa del hombre, y
está al servicio del hombre, y como señala Ehrlich, la sociedad es el claustro materno
del derecho, en constante alumbramiento.
Pensar en su abolición, debemos verlo hoy por hoy como una utopía, pues no
parece que vaya a existir el país que en su obra nos describe Tomás Moro.
Bibliografía:
Reglamento Penitenciario
Código Penal