La Noche de La Coatlicue, Mauricio Molina PDF
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La noche de
la Coatlicue Mauricio Molina
Lo conocí en una vieja cantina del Centro. Era uno de portes o hacían tarjetas de presentación
tantos parroquianos, de ésos que pasaban, se quedaban e invitaciones para fiestas de quince
para tomar un par de tragos y luego se marchaban. Al años, casamientos o funerales.
verlo así, con su trajecito luido, brilloso por el uso, sus Borunda trabajaba en el Ar-
zapatos baratos y su viejo portafolios de piel descasca- chivo Muerto de la Secretaría
rada, nadie se podría imaginar que era poseedor de un de Hacienda a un lado del tem-
secreto, ni mucho menos, por supuesto, que hubiera plo de Santo Tomás, cerca de
vivido tantos años. Cetrino, enjuto, de fuertes rasgos donde alguna vez estuvo la
indígenas, siempre frente a sus inevitables tequila y cer- Biblioteca Nacional. Vivía en
veza, el licenciado Borunda era todo menos un ser la calle de Regina en un viejo
mitológico de ésos que parecen provenir del sueño o de departamento de renta con-
la pesadilla. Y sin embargo comenzaré diciendo que era g elada. Su vida al parecer era
la personificación misma de todo aquello que se ocul- s i mple. Un alcoholismo suave,
taba debajo de la Ciudad de México, en el antiguo lago tranquilo, casi indiferente, le
fósil que durante la temporada de lluvias, año con año, permitía vivir sus días con decoro e
amenaza siempre con regresar. incluso con alguna dignidad: al estar
Nos hicimos amigos o cómplices a partir de la fre- sumido en aquel estado de intox i-
cuentación de la misma cantina, Los viejos tiempos, ubi- cación permanente era como si un
cada en la esquina de la Plaza de Santo Domingo, a un sonámbulo o un ser de otro mundo o de
lado de donde antaño estuvo instalada la Inquisición, otro tiempo estuviera hablando frente
frente a los puestos donde los evangelistas escribían a uno. Esta despersonalización era el
cartas para familias lejanas, falsificaban títulos y pasa- signo fundamental de su carácter.
LA NOCHE DE LA COATLICUE