Padre Francisco de Vitoria
Padre Francisco de Vitoria
Padre Francisco de Vitoria
(infidelidad, herejía o pecado mortal de los indígenas) les estaba vedado el derecho de
dominio; su incapacidad mental refuerza tal criterio negativo.
Frente a tal criterio, Vitoria rechaza todos los argumentos esgrimidos y afirma rotundamente
que los indígenas del Nuevo Mundo, antes de la llegada de los españoles, eran verdaderos y
legítimos dueños de las tierras que ocupaban.
Entre esos argumentos, entre esos títulos que Vitoria califica de ilegítimos se encontraban
dos fundamentales, porque suponían el juego mismo de la organización política entonces
actual. Uno de ellos era el absoluto poder político del Emperador; el otro era el señorío
temporal del Papa.
Y Vitoria no vacila. Frente al Emperador afirma rotundamente: "Imperator non est dominus
totius orbis", el Emperador no es dueño de todo el mundo; y frente al Papa afirma con no
menos rotundidad: "Papa non est dominus civilis aut temporalis totius orbis" el Papa no es
dueño civil o temporal de todo el mundo. Es la tesis exacta pero derrumba toda una
concepción político-religiosa mantenida a trancas y barrancas por cuantos ostentan el poder.
Por eso las palabras de Vitoria tienen eterna actualidad, porque se alzan no sólo contra el
imperialismo de Carlos V o las bulas de Alejandro VI, sino que se enfrentan para siempre
contra cuantos pretendan dominar el mundo en nombre de un derecho divino, de una raza
escogida, o de una civilización corrompida.
No hay poder universal del Emperador. No hay poder temporal del Papa. Ni por derecho
imperial, ni por delegación papal está justificada la conquista española en tierras de América.
Han caído por tierra -en extensos razonamientos que huelgan en este lugar-los dos principios
fundamentales esgrimidos.
Todos sus razonamientos son de una lógica aplastante, de una justicia reveladora. Que dejan
nítidamente expuesto un principio trascendental para el futuro: El derecho a la libertad de
todos los pueblos, cristianos e infieles, fuertes y débiles. No hay Imperios, no hay razas
escogidas, no hay santas cruzadas que disfracen propósitos de codicia y ambición.
Y esto lo dice un religioso vasco en 1532, bajo el cetro del Imperio y las hogueras de la
Inquisición. Con visión eterna de siglos.
Si esta segunda parte de la "Relectio de IndÜs" que acabo de resumir sienta la libertad de los
pueblos, una de las bases del Derecho Internacional moderno, la tercera parte sienta otra de
esas bases: el principio de la solidaridad entre todos los pueblos libres.
Tal es la conclusión implícita que se deriva del análisis que hace para exponer los títulos
legítimos que según él justifican la presencia de los españoles en América, no la conquista
de América.
Analiza también Vitoria el aspecto religioso desde un punto de vista liberal de evangelización
persuasiva y libre adopción de la nueva fe. Con absoluta protección, que también es de
libertad, para los conversos. Analiza sin darse cuenta de ello, porque era imposible, algo que
hoy está batallando en todas las cancillerías, la intervención colectiva cuando un pueblo
cometa delitos contra los intereses de la humanidad, intervención que no es imperialista sino
democrática. Analiza la libre elección, en diversas formas.
Si el primer principio de libertad, con su negación del derecho imperial y de poder temporal
del Papa, provocó una llamarada de expectación por su actualidad, para mí quizás sea en la
tercera y última parte de la Relectio de Indiis donde se encuentran los principios más
interesantes de la obra de Vitoria, por que son de nuestros días, porque algunos de ellos aún
están discutiéndose y terminarán por imponerse.
Pero de todo esto hab'aré en artículos posteriores. Baste esta enunciación breve de lo que
dijo Vitoria frente al hecho de la conquista de América, cuando en Europa se desataba una
cruel guerra de religión, cuando el imperialismo extendía sus garras por el orbe, y cuando
Portugal, Francia, Inglaterra, lanzaban sus corsarios para disputar a los españoles las
riquezas arrebatadas a los indígenas.
Libertad y solidaridad, predicadas cuando las naciones se odiaban.
Hemos de admitir que la doctrina expuesta por Vitoria en su Relectio "De Potestate Civili", y
confirmada en otros muchos aspectos de su obra recogida por sus discípulos, acerca del
origen y extensión de la potestad civil, no ofrece la misma claridad y valentía que hallamos
en sus doctrinas internacionales; Vitoria es demócrata, pero su democracia puede parecer
anticuada para el estado actual de la sociedad política interna.
Ahora bien, si situamos la figura de Vitoria en la época en que vivió, también adquiere netos
caracteres de avance y valentía.
Esto ha pasado con sus doctrinas sobre el poder civil. Han sido superadas, porque la
democracia interna ha marchado mucho más aprisa que la internacional. Pero en el
momento en que fueron pronunciadas suponían, no un avance ya que eran viejas, pero sí
una valiente reafirmación de los principios democráticos cristianos.
Podemos sintetizar la doctrina expuesta por Vitoria, que no quiero llamar vitoriana por que no
es suya, sino tomista, diciendo; el poder viene de Dios a la persona designada por la
comunidad para gobernarla.
En él está encerrado todo el porvenir de América. Principio del "ius solí", que aparece en
todas las Constituciones americanas; pero no el "ius soli" ciego, el simple nacimiento que no
supone ni otorga nada, sino el nacimiento acompañado de domicilio, de afincamiento, de
comunión con el nuevo hogar. Principio de la ley territorial, de la ley del domicilio, aplicada a
la resolución de los conflictos de leyes. Política inmigratoria, que abre hoy sus puertas
generosamente a los peregrinos de un ideal, de un futuro de esperanza.
No voy a extenderme más sobre este punto, estudiado en mi obra "Principales conflictos de
leyes en la América actual". Me interesa más en este momento el Derecho Internacional
Público.
Libertad, solidaridad, sanción. He ahf los tres principios básicos vitorianos en que se puede
resumir toda su obra, y en que se puede resumir también todo el futuro de la comunidad
internacional.
La Sanción apenas si está insinuada en el capítulo VII de la Carta, y las últimas discusiones
sobre el caso de la España franquista nos han demostrado cómo todavía el ambiente está
frío. Pero si se compara la letra del artículo 39 de la Carta de San Francisco con los artículos
10 y 16 del Pacto de Versalles, se notará en el acto la diferencia; hoy, al menos en la letra,
las Naciones Unidas se han comprometido a actuar, incluso a llegar a la guerra, con el
Estado que constituya una amenaza para la paz y seguridad internacional. De aquí a la
sanción perfecta del Derecho Internacional sólo existe un paso, un paso que se dará cuando
la solidaridad se perfeccione.
Libertad, solidaridad, sanción.: Palabras que hoy suenan a lógica, a justicia. Palabras que en
el siglo XVI parecían casi blasfemias; y sin embargo Vitoria las dijo.
En eso consiste su mérito, su genialidad profética.
La doctrina valiente y profética de Vitoria, disuena en el coro imperialista de los escritores del
siglo XVI, pero en cambio suena como algo muy conocido y normal en los oídos vascos.
Porque en ella se encierran los principios básicos de nuestra vida política tradicional.
Vitoria no es solo vasco por nacimiento, y por familia; es vasco por formación espiritual. Y no
es tampoco extraño que sea así; educado en su niñez en un hogar vasco; en contacto
necesario, mientras estudió en París, con los jóvenes y emigrados nabarros que estudiaban
en el Colegio de Nabarra de aquella ciudad en los años contemporáneos a la conquista del
Reino por las tropas españolas, su espíritu tiene que reaccionar forzosamente, como lo hizo,
ante el hecho de la conquista de América.
Los dos principios fundamentales de su "Relectio de Indis", son los de libertad y solidaridad.
Y esa es la misma esencia de la historia y vida política vasca. El euzkeldun aparece siempre
en el escenario histórico luchando por su libertad externa contra todos los pueblos que
sucesivamente le atacan; y en la esfera interna de su organización política y social, garantiza
las libertades de los ciudadanos, en una escala progresiva de libertades estrechas
sólidamente en círculos cada vez más amplios. Es libre el individuo, y es libre el caserío, y es
libre el valle, y es libre la confederación de valles, y cada uno de ellos se une voluntariamente
al vecino para integrar el círculo inmediato, también libre.
"El Emperador no es dueño del mundo", dice el teólogo de un pueblo cuyo príncipe está
limitado en sus atribuciones políticas hasta el punto de ordenarse que sus disposiciones
contrarias al Fuero "sean obedecidas pero no cumplidas" (Ley XI del título I del Fuero de
Bizkaya).
"El Papa no es dueño civil o temporal del mundo", dice también el hijo del pueblo que excluyó
a los clérigos de las Juntas Generales (cap. I del título XXVI de la Recopilación de Fueros de
Guipuzkoa) y somete a las bulas papales al mismo requisito de previa aprobación que a las
disposiciones reales (Ley II del título del Fuero de Bizkaya).
"No es causa de justa guerra la ampliación del Imperio", principio que es la exacta versión de
aquellas disposiciones existentes en los Fueros Vascos, según las cuales los euzkeldunes
luchan en defensa del territorio patrio hasta sus fronteras, y más allá han de ser pagados
como mercenarios (Ley V del título I del Fuero de Bizkaya, cap. I del título XXIV de la
Recopilación de Fueros de Guipuzkoa, y capítulo IV del título I del libro I del Fuero de
Nabarra); institución cuyo máximo símbolo es el Árbol Malato bizkaino.
"No es causa de justa guerra la diversidad de religión", versión también de la realidad vasca,
que llevó a nuestros antepasados a enlazar sus dinastías con las musulmanas, a convivir con
moros y judíos en la ciudad de Tudela, y a rechazar en todo momento la Inquisición.
Pero todavía más. Si avanzamos en el desarrollo de la doctrina de Vitoria, una y otra vez nos
saldrán al paso instituciones o realidades vascas.
El primer título legítimo que expone para defender, no la conquista, sino la estancia de los
europeos en América, es el derecho de libre comunicación que desenvuelve en la libertad de
navegación, la libertad de comercio, la libertad de residencia...etc. Esto no es más que la
vida vasca a través de los siglos, los viajes de los pescadores vascos a Terranova en pos de
la ballena y el bacalao, la libertad de los mares pactada por nuestras Juntas con las
autoridades inglesas, el ir y volver a tierras remotas sin pensar siquiera en la posibilidad de
adueñarse de ellas, etc.
Uno de los aspectos concretos de esta libertad, es la de pescar y utilizar las minas de
aquellos países remotos, que sean de común aprovechamiento. Esta es también la realidad
vasca: Ubre la pesca, libre el aprovechamiento de las minas.
La definición que Vitoria da de la república perfecta, aun cuando dos repúblicas perfectas
estén bajo un mismo príncipe, cuadra perfectamente a esa situación principal en que se
hallan los Señoríos respecto al Rey de Castilla, constituyendo repúblicas perfectas, pese a
tener el mismo príncipe.
Llega a decir que estas repúblicas perfectas pueden hacer la guerra con independen cia del
principe común. Y esto lo han hecho varias veces las Juntas Vascas, pactando la neutralidad
vasca en el caso de que el Rey de Castilla entre en guerra con Inglaterra, y más tarde
también con Francia.
Y si pasamos de las "Relectio de Indis" y "Relectio de lure Belli" a los principios democráticos
que expone en la "Relecíio de Potestate Civili", sus más fundamentales son también fiel
reflejo de la realidad política euskeldun: e! origen del poder transmitido al príncipe por la
comunidad; la igualdad de los subditos; imposición de tributos por la república y no por el
principe; voluntad de la mayoría; sumisión del príncipe a la ley...
Raíz vasca de la doctrina de Vitoria que se halla también en la expuesta por otros vascos
geniales de la época, como el Dr. Navarro Azpilikueta, y en otro orden San Ignacio de Loyola;
no pudiéndose olvidar que ambos estuvieron en contacto con el maestro gazteiztarra.
Por eso a los vascos nos suenan como algo muy familiar los párrafos de sus "Relectiones".
Porque están escritos, en nuestro lenguaje e inspirados en nuestro sentir.
Y por eso también le rendimos en este mes de agosto de 1946 un tributo acendrado de
veneración, al cumplirse el cuarto centenario de su muerte. El mundo entero, y en especial
América, tiene contraída una deuda de gratitudes con el maestro gazteiztarra y le debe su
homenaje en esta fecha.sino a crear nuevas riquezas, a incorporarse a la vida de este
continente, y con el transcurso de los siglos a constituir las futuras repúblicas americanas.
Los primeros colonos del Nuevo Mundo son los que deja Cristóbal Colón en el Fuerte
Navidad; cuando al siguiente viaje regresa y encuentra la fortaleza destruida y sus hombres
muertos, se echa la culpa a los bizkainos que pelearon entre sí "por el oro e las mujeres".
Años más tarde, el gipuzkoano Hernando de Cebara es el primer europeo que se casa con
una princesa india, con Higuemota, hija de la reina de Jaragua Anacaona. Más tarde, Irala
funda Asunción de Paraguay en 1538, Legazpi funda Manila en 1571, Garai funda Buenos
Aires en 1580, Zabala funda Montevideo en 1724.
Los tres grandes problemas que provoca la colonización americana son luchas por la
libertad; y en ellas ocupan siempre papel protagonista los vascos.
El primer problema es el de la esclavitud de los indígenas. Su gran defensor es el dominico
vasco Francisco de Vitoria, que desde su cátedra de la Universidad de Salamanca pronuncia
la Relectio de Indüs, que, a la vez que defiende la libertad de los indios americanos, sienta
las bases para el futuro Derecho Internacional.
El segundo problema es la revuelta de los primeros colonos contra los poderes omnímodos
de gobierno que los reyes habían concedido a los descubridores y conquistadores. Esa
revuelta surge en la Isla Española, donde el vasco Adrián de Muxika secunda a Roldan en su
protesta contra los hermanos Colón. Y culmina en México, donde el obispo Zumarraga se
enfrenta a conquistadores y oidores, a la par que defiende a los indígenas.
El tercer problema será la futura independencia de los países americanos. Aunque ésta
tenga lugar a principios del siglo XIX, su primer estallido lo dirige el vasco Lope de Agírre el
año 1560, desde el corazón del río Amazonas. Su figura ha sido denigrada por los escritores
al servicio de Felipe II; pero, pese a los tintes sangrientos que aureolan su gesta, hay que
reconocerle la gallardía de haber sido el primero en proclamar la independencia del Perú y
declarar la guerra contra el rey de España.
Con estos antecedentes no es extraño que los vascos se incorporen plenamente a la gesta
independentista desde México a la Argentina. Esa participación vasca llega a su cumbre con
la figura del venezolano Simón Bolibar, por cuyas venas corría la sangre vasca. Su obra es
genial como libertador de naciones, pero quizás tenga aún más valor profético en su espíritu
panamericanista, cuando en plena campaña convoca el Congreso de Panamá. Frente a la
doctrina de Monroe, que es más bien de carácter negativo y egoísta, la convocatoria de
Bolibar supone un ímpetu positivo y altruista de colaboración internacional, que un siglo más
tarde llegará a plasmarse en las realidades internacionales y panamericanas que hoy
vivimos.
Todo esto tiene una honda raíz en la manera de ser, en la tradición, en la cultura vasca. El
vasco que corre por el mundo lleva consigo el mismo espíritu de los vascos que quedan en
Euzkadi. Y que en aquellos siglos practicaban una democracia ejemplar a través de sus
Juntas seculares.
Los Fueros vascos, que hoy son símbolo, en realidad fueron tan sólo expresiones históricas
de la lucha mantenida por los vascos para mantener sus instituciones tradicionales y
consuetudinarias de libertad. El primer Fuero, el de Nabarra de 1237, corresponde a la Carta
Magna inglesa de 1215; ambos documentos suponen el triunfo democrático frente al
absolutismo real que se impone en el resto de Europa. Y esos Fueros, a más de recoger
parte del derecho consuetudinario vasco, crean a veces nuevas instituciones para mejor
defenderlo.
La obra principal del Padre Vitoria, o por lo menos la que más se ha popularizado, está
contenida en la llamada "Relectio de Indüs" que recoge la histórica disertación que pronunció
en la Universidad de Salamanca con motivo de la inauguración del nuevo curso en el año de
1532.
Recordemos los hechos. El año 1492 las tres carabelas de Colón llegan a tierra del Nuevo
Mundo, y en suelo de la Isla de Haiti, rebautizada como Hispaniola, se levanta el Fuerte
Navidad, primer reducto de los conquistadores frente a la soberanía de las tribus indígenas.
Los intereses de Castilla chocan con los de Portugal, y ambos monarcas acuden al Papa en
demanda de justificantes para un hecho injusto. Para nada se cuenta con la voluntad de los
ocupantes de los territorios descubiertos. ¿Por qué?, son infieles, y la prédica del evangelio
cubrirá la codicia real. Las bulas papales de 3 y 4 de Mayo y de 25 de Septiembre de 1493
amparan las pretensiones de Castilla; y el Tratado de Tordesillas de 7 de Junio de 1494
ratifica el reparto.
Tras la espada de los conquistadores, los sofismas de los filósofos alzan un edificio que
aparentemente justifica el hecho consumado a la luz del derecho y de la religión. Los más
ilustres teólogos y juristas españoles alzan unánimes su voz para justificar la conquista, no
frente a los indígenas con quienes para nada se cuenta, sino frente a las ansias y apetitos no
menos voraces de los demás países europeos.
En mi libro "La aportación vasca al Derecho Internacional" expongo con más detalle las
líneas fundamentales de su doctrina. Recordaré aquí tan solo los tres principios centrales de
la Relectio de Indüs, y algunas de sus frases más contundentes.
Los escritores castellanos se habían cansado de denigrar a los indígenas americanos para
negarles derecho sobre las tierras que ocupaban. Según ellos, por motivos religiosos
Y fue entonces cuando surgió el hombre que las circunstancias demandaban: el hombre a
quien brevemente vamos a estudiar hoy: ese hombre que fue, ante todo, un varón de
respuestas.
Porque él no fue ni podía haber sido uno de esos sabios abstractos que ante un problema
que conmueve al mundo, lo soslayan o lo desdeñan desde la altura de su torre de marfil.
No fue tampoco uno de esos eruditos que se contentan con aplicar a las cuestiones vivas
una cualquiera de sus recetas copiadas, casi siempre, de sabios que fueron, recetas que las
tienen siempre a mano allá en los anaqueles donde se alinean los inertes volúmenes que
están proclamando su sapiencia.
Era un varón de respuestas. Uno de esos hombrea que para darlas cumplidas al problema
vivo que se alza gritando la angustia y el supremo interés humano que lo ha hecho surgir, va
derecho a su encuentro, se abraza con él y lucha como Jacob con el Ángel, poniendo en la
contienda toda la sangre de su corazón y de lo más íntimo de éste va sacando la verdad
escondida; la va hilando fibra a fibra, como el insecto lo hace con su propia entraña, y da a
los otros hombres la luz resplandeciente de una verdad valiente y limpia; la verdad que es la
respuesta que está esperando la angustia humana del momento y que será dicha, cómo esta
clase de hombres sabe decir las verdades: sin velos y sin miedos.
Así fue Francisco de Vitoria, uno de esos hombres nacidos, en su sencillez, para todo lo
grande y a quienes la pequenez y la injusticia repugnan hasta el hondón de su alma, un
hombre que se retrata a sí mismo en aquellas palabras que en cierta ocasión escribía a su
amigo el Padre Arcos: "No me espantan ni embarazan las cosas que vienen a mis manos,
excepto trampas de beneficios y cosas de Indias, que se me hiela la sangre en el cuerpo en
mentándomelas" (Vid. "Obras de Francisco de Vitoria". Biblioteca de Autores Cristianos.
Madrid, 1960, pág. 57).
El fenómeno del Padre Vitoria. Ernest Nys, en su introducción a "De Indis et Jure Belli
Relectiones" de Francisco de Vitoria, escribe lo que sigue:
Era un varón de respuestas. Uno de esos hombrea que para darlas cumplidas al problema
vivo que se alza gritando la angustia y el supremo interés humano que lo ha hecho surgir, va
derecho a su encuentro, se abraza con él y lucha como Jacob con el Ángel, poniendo en la
contienda toda la sangre de su corazón y de lo más íntimo de éste va sacando la verdad
escondida; la va hilando fibra a fibra, como el insecto lo hace con su propia entraña, y da a
los otros hombres la luz resplandeciente de una verdad valiente y limpia; la verdad que es la
respuesta que está esperando la angustia humana del momento y que será dicha, cómo esta
clase de hombres sabe decir las verdades: sin velos y sin miedos.
Así fue Francisco de Vitoria, uno de esos hombres nacidos, en su sencillez, para todo lo
grande y a quienes la pequenez y la injusticia repugnan hasta el hondón de su alma, un
hombre que se retrata a sí mismo en aquellas palabras que en cierta ocasión escribía a su
amigo el Padre Arcos: "No me espantan ni embarazan las cosas que vienen a mis manos,
excepto trampas de beneficios y cosas de Indias, que se me hiela la sangre en el cuerpo en
mentándomelas" (Vid. "Obras de Francisco de Vitoria". Biblioteca de Autores Cristianos.
Madrid, 1960, pág. 57).
El fenómeno del Padre Vitoria. Ernest Nys, en su introducción a "De Indis et Jure Belli
Relectiones" de Francisco de Vitoria, escribe lo que sigue:
He aquí en estas dos citas enunciado lo que podríamos llamar el "fenómeno" del Padre
Vitoria- Se nos muestra a éste y se nos presentan sus doctrinas como cosas que no pueden
ser explicadas por antecedentes conocidos, ni mucho menos ser producidos por las
corrientes de pensamiento que dominan en su época. No hay otra explicación para sus
inmortales enseñanzas que la que pueda derivarse del impulso de su genial individualidad.
Olvidan estos tratadistas una cosa, para nosotros, al menos, tan simple como fundamental: la
nacionalidad del Padre Vitoria. Olvidan o no se dan cuenta de que se trata de un vasco. Que
lo es tan representativamente que, para los que lo somos, su figura y su obra, sin subestimar
por un momento lo que a su clarísima mente y sólo a ella se debe, se nos aparecen no de
otra manera sino como un fruto natural y espontáneo, aunque desde luego egregio de la
estirpe.
Así vamos a intentar demostrarlo siguiendo en nuestra exposición un método que se parece
al hoy en día pasado de moda de Taine: estudiaremos primero la raza; después el momento
y, finalmente, en la tercera etapa consideraremos la obra del Padre Vitoria como natural
reacción de la primera sobre el segundo.
Según una vieja tradición, Ordoño, rey de León, había entrado en Vizcaya en son de
conquista y fue derrotado en la batalla de Arrigorriaga. Los vizcaínos persiguen al enemigo
vencido y en esta persecución llegan a las fronteras de Vizcaya señaladas en aquella parte
por el árbol llamado Malato. Y entonces sucede aquello que ha inmortalizado con su pincel el
genial artista Pablo de Uranga. En la plenitud de la em* briaguez de la victoriosa persección,
los hombres de Vizcaya se detienen y bajan las armas. La daga de su legendario jefe Jaun
Zuria clavada en el tronco del árbol Malato les ha recordado la ley siempre cumplida; no se
puede atropellar los territorios ajenos: la victoria no da derechos como habría de decirse
siglos más tarde.
A este hecho vasco de Vizcaya corresponde otro que el reino de Navarra nos brinda. Sancho
el Sabio, rey de la gloriosa monarquía vascona, reconquista de Alfonso VIII de Castilla las
tierras de la Hioja y Bureba que por dicho rey castellano le habían sido arrebatadas. Y al
llegar triunfante al lugar de Ata-puerca, clava sus armas en un árbol al propio tiempo que
exclama: "¡Hasta aquí es el reino de Navarra!".
Y esto que nos dice la tradición vizcaína, ésto que en la historia navarra leemos, responde a
algo tan metido, tan ahincado en el espíritu vasco que lo podemos ver, casi en nuestros días
expresado por un hijo célebre de nuestra raza. Este vasco famoso que, al mismo tiempo no
es sino un hombre del pueblo, un hombre de cultura poco más que elemental y, por ello
mismo, el más adecuado exponente de los sentires y reacciones del alma popular, el
guipuzcoanc/ Iparraguirre se pone a cantar al árbol de nuestras libertades. Y al componer la
primera estrofa de su "Gernika'ko Arbola", tras saludar al famoso roble como a una cosa
bendita y amada por los vascos todos, no se le ocurre decirle otra cosa que la expresada en
el verso tan conocido: "Ernán ta zabal zazu munduan frutua", es decir, "Da y propaga por
.todo el mundo tu fruto de libertad". Porque al vasco no le basta que su patria sea libre,
anhela también que lo sean todas las demás; porque sabe o porque siente quizá mejor que
sabe, que ningún pueblo de la tierra es digno de llamarse libre mientras no busque compartir
su libertad con todos los demás.
Al llegar a este punto creemos oportuno recordar que prima hoy en los tratadistas una tesis
que puede encontrarse en cuanto autor actual de Derecho Internacional se examine: Kelsen,
Borchard, Schelle, Naasik... y que puede resumirse escuetamente asi: "La persona humana
con todas sus libertades esenciales es el titular del Derecho Internacional".
Trataremos de ver ahora si esta teoría moderna, entrevista ya por Vitoria, puede hallar
fundamentos más sólidos que los que nos brinda la legislación vizcaína que en esto de la
tutela de la dignidad humana y de sus derechos esenciales alcanzó límites realmente dignos
de admiración. Veamos, brevemente, algunas muestras.
Habeos Corpus. En el título XI, ley XXVI del Fuero de Vizcaya leemos: "Que ningún
Prestamero ni Merino ni ejecutor alguno sea osado de prender a persona alguna sin
mandamiento de Juez competente, salvo en caso de infragante delito".
Esta ley, esencial garantía de la libertad y dignidad del hombre y análoga a la del Rabeas
Corpus inglés, considerada como una de las grandes conquistas del Derecho, es anterior y
superior a ella. Anterior, porque si bien es cierto que en la Carta Magna, arrancada por los
barones ingleses a Juan Sin Tierra, en 1415, se establecían garantías para la libertad
individual, no lo es menos, como dice Macaulay, que esas garantías eran ineficaces. Así lo
consigna también Fischel, en su "Constitución de Inglaterra", estableciendo que en el reinado
de Carlos II se determinó con la precisión debida el valor legal del Hábeas Corpus por el
¿No os parece que suenan como eco de estas magníficas palabras de la ley vizcaína
aquellas que Vitoria había de dedicar a los moradores de estas tierras, entonces recién
descubiertas, y cuya posesión por. la rapiña quería justificar el imperialismo de su tiempo:
"...ellos estaban en pacífica posesión de sus cosas, pública y privadamente. Por lo tanto,
mientras no se demuestre lo contrario, deben ser considerados como dueños y no debe
turbárseles su posesión".
Y para evitar la acumulación de riquezas en manos del clero y comunidades religiosas y con
ello una excesiva influencia de las mismas en la vida civil, establece también el Fuero una
limitación a los legados por el alma —el tercio del quinto— que los hace prácticamente
insignificantes y pudo evitar los trastornos ocasionados en España por la falta de una
disposición semejante, trastornos que las llamadas leyes desamor timadoras fueron
incapaces de resolver justicieramente.
En el país vasco, como decíamos uno de los más católicos del mundo, en aquella tierra
donde el clero goza de una autoridad moral que su vida ejemplar, su ilustración y su
dedicación al pueblo justifican plenamente, fue repudiada la Inquisición. No podía ésta,
naturalmente existir, en nuestro clima de fiera pasión por la dignidad humana. El sentido de
libertad de conciencia del pueblo se manifiesta elocuentemente en 1510 —frisaba entonces
por los treinta años el Padre Vitoria— cuando la ciudad navarra de Tudela ordena a sus
procuradores en Cortes que exigieran la retirada de algunos frailes que se decían
inquisidores.
Ya antes en la misma ciudad, por el año de 1485, como consecuencia de una demanda de
extradición a raíz del asesinato en Zaragoza por los judíos del Inquisidor Pedro de Arbués,
había respondido por boca de su ayuntamiento que podían llegarse los inquisidores, pero
que serian arrojados al Ebro. Estoy hablando de la catolicísima Navarra, de esa Navarra
donde en el siglo xv florecía una institución ejemplar: la asamblea de las religiones. En virtud
de ella, los representantes de la católica, la musulmana y la judía que entonces convivían en
Tudela, se reunían, los días de fiesta mayor de cada una de ellas, para tratar de los
problemas comunes a todos los creyentes. No ha llegado aún a tanto el mundo moderno con
todo su cacareado progreso y decantada tolerancia.
No, para un vasco nada tiene de extraordinaria esa postura, como tampoco la tiene para
nosotros o para quienes se apliquen a conocer nuestra vida histórica y recuerden aquel
precepto consignado en el Título I, capítulo I del Fuero de Navarra: "Nos que cada uno
somos tanto como vos y todos juntos más que vos
os proclamamos rey para que guardéis y llagáis guardar nuestras leyes". O aquel otro de la
Constitución vizcaína (Tit. 10, ley 11 del Fuero de Vizcaya) en que se consigna que la
manera de elegir Señor será por sucesión o por voluntad del país expresada ,'en sus Juntas
Generales", el que nuestro Francisco Ide Arcaya o de Vitoria replicase a los que justificaban
ía conquista de estas tierras de América en nombre de la autoridad imperial: "Imperator non
est Dominus Mundi" (el Emperador no es el dueño del mundo).
Hemos de decir que en esa clase, en esa cátedra de la Universidad de Salamanca que
ocupó desde 1520 a 1546, Vitoria fue un profesor que revolucionó los métodos de
enseñanza. He aquí en qué consistieron sus ¡novaciones, según las concreta en un trabajo
(EUZKO DEYA, París, Abril 1947) nuestro actual Lendakari don Jesús María de Leizaola.
La tercera nota original en los métodos pedagógicos del P. Vitoria ha sido su realismo. Se
ocupó de la moral en la guerra, del Derecho Natural, de los derechos de los pueblos
indígenas, etc. Vitoria, al tratar estos temas, se acercaba a los problemas de actualidad. De
los acontecimientos en que intervienen sus contemporáneos y compatriotas, de los errores
de la política de su Emperador y de los otros reyes de la época. Esos asuntos son los que
vienen una y otra vez a sus labios de una manera realista. Y no por oposición política, sino
buscando siempre el modo más eficaz de enseñar.
Y este Maestro que nunca escribió sus lecciones dejó, al extinguirse una obra que perdura y
perdurará siempre, porque tiene la eterna actualidad de las creaciones en que el hombre
pone lo mejor de su herencia divina.
Y en este mundo que no acaba de encontrar su camino, sigue resonando la formidable voz
del gran vasco. Es la voz que clama porque los pueblos tomen la senda de la justicia en el
trato internacional. Es la voz acusadora de su patria; de nuestra patria esclavizada hoy por la
más incalificable de las tiranías, que recuerda a los poderosos del mundo que, mientras se
carezca de valor y de desinterés para hacer justicia a los débiles, tampoco los fuertes
encontrarán la codiciada meta de la paz.
2. EL MOMENTO. Francisco de Vitoria nació hacia 1480 y murió el 12 de agosto de 1546. No
sabemos gran cosa de su vida. Hasta su nacimiento en la capital alavesa ha sido
controvertido, dándosele por cuna Burgos y ascendencia semita. Pero sabemos seguro que
su padre era de Vitoria, que su apellido era Arcaya y pertenecía al bando gamboíno, según
dice en una de sus Relectiones. Desde luego, vivió en Burgos desde muy niño y en esa
ciudad profesó en la Orden de Santo Domingo. Hacia los 20 años de edad fue enviado a
París donde, en el Colegio Máximo de la Orden, calle Saint Jacques, permaneció, primero
como alumno y después como profesor, más de 20 nfios. Se doctoró en Teología en la
Sorbona y en 1522 fue trasladado al Colegio de San Gregorio de Valla-dolid donde enseñó
durante cuatro años. En 1526 quedó vacante la cátedra de "Prima Teología" en la
renombrada Universidad de Salamanca. Compitió, en dura oposición, con el eminente
profesor portugués Margallo y ganó brillantemente la cátedra. Y el 21 de septiembre de ese
año de 1526 inicia una enseñanza que sólo iba a terminar con su muerte, veinte años más
tarde.
A dos sucesos contemporáneos vamos a hacer breve referencia aquí: uno sucede de 1526 al
28; el otro de 1518 al 22.
Todo hace creer en la piobabilidad de que así fuese y que su noble y poderoso espíritu se
nutriese con el tuétano de león de las democráticas y liberales disposiciones del Código
vizcaíno cuyo tono general por otra parte, le debió ser familiar desde la niñez.
Otro suceso contemporáneo llama necesariamente nuestra atención. Pocos años antes,
corriendo el 1512, las tropas castellanas de Fernando ei llamado Católica, invaden Navarra y
proceden a la conquista del viejo reino vascÓQ, núcleo principal de nuestra raza.
Por esa Bula se declara cismáticos a los Beyes de Navarra y se entrega el reino como res
nullius, como cosa sin dueño, al primero que la conquista. No hay cuidado de que nadie se
adelante a Fernando. Sus tropas castellanas, al mando del duque de Alba están prestas. El
tristemente célebre navarro, conde de Lerín (cuñado del Católico), actúa como jefe de la
quinta columna y rápidamente la resistencia navarra se desmorona y el Duque de Alba entra
en Pamplona el 25 de julio de 1512.
Pocos días más tarde, el 31 del mismo julio, hace publicar Fernando un "Manifiesto" en el
que explica los motivos de la invasión; exige el juramento de fidelidad como a legítimo rey y
dice que era su gran amor a la Iglesia lo que la había hecho actuar, cumpliendo los acuerdos
de la Santa Liga y por el disgusto que le producía la amistad de los reyes navarros con el
excomulgado Luis XII de Francia.
Y como ésto produce poco efecto, días más tarde, el 29 de agosto el Duque de Alba,
obrando en nombre de! Bey, convoca a las representaciones navarras en el convento de San
Francisco y les lee un grandilocuente discurso que, sin embargo, tampoco produce el
pretendido efecto sobre los navarros que le contestan "que le tomarían por Rey e Señor, pero
que por rey natural no podían en cuanto el otro era vivo a quien tenían jurada naturaleza y
que vasallos no podía ni lo debían jurar, puesto que a ellos jamás se les había llamado sino
subditos". Y tiene el representante de Fernando que acudir, para vencer la repugnacia de los
navarros a reconocerlo por rey a otra Bula presuntemente falsificada, con la cual, finalmente,
parece vencer su resistencia.
Pero, mientras en Pamplona estas cosas pasan, ya están los sorpendidos patriotas navarros
preparando la reconquista. No habían transcurrido tres meses de la toma de Pamplona y ya
comienzan los intentos de recuperación que se repiten en tres ocasiones principales, la
última en 1521, pero, por desgracia, infructuosamente. La corona de Navarra queda
definitivamente unida a la de Castilla y el territorio del reino vas cónico partido en dos trozos
que irán a integrar los Estados de España y Francia.
Durante todo el tiempo en que estas cosas sucedían en Navarra, Francisco de Vitoria residía
en Paris. Por tratarse de hechos que tocaban tan dolorosamente a su tierra; por residir en la
ciudad corte de los reyes enemigos de los invasores de Navarra; por tratarse de Tierra vasca
fronteriza con Francia, y finalmente, por haberse fraguado en ésta todas las tentativas de
recuperación del trono navarro para sus legítimos reyes, es seguro que Vitoria, hombre
siempre al día, siguió los acontecimientos muy de cerca y puso en su examen aquel profundo
espíritu de crítica serena y noble análisis que le caracterizan.
Es más, muchos de los patriotas navarros siguieron a sus reyes al destierro francés. ¿Seria
algo extraño que Vitoria hubiese entrado en relación con algunos de ellos, por ejemplo, con
el padre de San Francisco Xabier, aquel Don Juan de Jatsu y Atondo que hubo de morir en
su exilio de Francia el año 1515 y quien por su condición de Doctor en Cánones, graduado
en la Universidad de Bolonia, podía ofrecerle puntos de contacto e incluso servirle de fuente
de información para su análisis de aquellos hechos? Si por él mismo sabemos que era de la
parcialidad gamboína, estrechamente vinculada en Navarra al bando agrámenles, cómo no
iba a tener por lo menos un interés muy fuerte y tal vez una decidida antipatía por los autores
de aquella pérfida acción a cuya cabeza estaba el ya mentado conde de Lerín jefe del bando
beaumon-tés, precisamente?
Pero, dejando en hipótesis, estos últimos puntos, así como el de la estrecha amistad que le
unió con Azpilikiieta, el célebre Dr. Navarro, es evidente que hay cosas que se nos imponen:
conoció los hechos, los siguió, los estudió y, respecto al fundamento jurídico de la conquista
castellana, es decir, a la Bula papal esgrimida por Fernando, no os parece estar oyendo su
profundo sentir en la respuesta que, pocos años después, da a quienes pretenden justificar la
conquista de América, basándose en que los indígenas no practican ni aceptan la fe católica:
"No, no es título legitimo". Porqué? "Quia credere est voluntatis"; porque el creer es
voluntario.
Y el tema va tomando cada vez más apasionante actualidad. Estamos en el año 1532. El
anterior fue el de la invasión del Perú por los españoles al mando de Pizarro. Vitoria en
posesión desde hacía cinco años de su cátedra de Salamanca, considera el tema como de
suprema importancia y urgencia para su estudio. "Entiendo —dice— que llevaría yo a cabo
un trabajo esgrimidos comúnmertc por los juristas y estadistas españoles para justificar í-1
hecho do la conquista, el señorío del Emperador sobre todo el mimdo, la primacía también
universal del Papado; el derecho de ocupación; que la infidelidad es incompatible con la
soberanía; la potestad dt;l Papa para ffistigar pecados mortales contra el Derecho Natural
delegando la ejecución de este castigo en reyes y príncipes.
En la tercera parte, finalmente, enuncia los títulos que, por su parte considera legítimos para
justificar la presencia de los españoles y, en general de los europeos, en América: Derecho
de comunicación; derecho de comerciar libremente; el que los europeos pasen a ayudar a un
pueblo indígena que reclame su asistencia en una guerra con otro, y, finalmente, cuando la
intervención sea en tutda de los indígenas.
Como se puede ver, en esta "Relectio" sienta dos principios fundamentales: la independencia
de todos los pueblos y la solidaridad entre todos ellos, el hecho de la comunidad
internacional, la existencia de un Derecho de Gentes común a todas las naciones. Esto le
lleva lógicamente en la "Relectio de Jure BelÜ" a hablar de la guerra justa ofensiva, de la
guerra como sanción.
En esta "Relectlo de Jure Belli" o sea sobre el derecho de guerra, estudia los casos en que
ésta puede ser justa y, ante todo, considera ilegitima la guerra religiosa.
En segundo lugar, es ilegitimn. h guerra por motivos de conquista.
Y en tercer lugar, es injusta la que se hace por capricho del príncipe o gobernante.
Descartados los falsos motivos que suelen alegarse para emprender una guerra justa,
enuncia Vitoria la única causa que a su juicio puede legitimarla y es la ofensa recibida.
Termina esta Relectio con un estudio sobre la conducta a observar durante la guerra y fines
de la misma, estudio en el que resplandece siempre e! altísimo concepto que del hombre, de
la justicia y de! derecho tenía nuestra dominico,
Al terminar este brevísimo resumen de las ideas del Padre Vitoria, viene a nuestra memoria
aquel estudio de gran interés que con el título de "Origine des idees politiques de Rousseau"
publicó Jules Vuy y en el que muestra cómo, al construir sus teorías políticas, tenía el filósofo
ginebrino puesto su pensamiento en su país natal.
Yo os invito a reflexionar sobre las doctrinas de Vitoria y sobre los antecedentes raciales y
heclios vascos contemporáneos que hemos considerado y a que me digáis sí no os parece
claro que, al enunciar Vitoria sus inmortales enseñanzas, la voz de su raza vasca no
resonaba en ellas con acento inconfundible.
EPÍLOGO. Compatriotas: a todos los vascos que visiten tierras de América creo yo que se
les ha planteado esta interrogante que tantas vcc?s me ha asaltado a mí. Al darnos cuenta
del sentimiento de alta estima y particularísimo aprecio con que a los de nuestra raza aquí se
distingue nos hemos puesto 8 pensar —yo, al menos lo he hecho muchas veces— en las
causas profundas de este fenómeno del que individualmente al menos éste que os habla no
se siente merecedor.
Y uno ha de empezar entonces a dirigir un recuerdo agradecido a los hombres que el pasado
siglo, en dos grandes oleadas consecuencia de nuestras desgraciadas guerras carlistas,
arribaron a estas tierras y con su espíritu de empresa, con su laboriosidad, honestidad y un
respeto a su propia palabra que ha pasado en proverbio, en tierras como las del Plata,
labraron para nosotros esta herencia.
Pero no puedo detenerme aquí. Mi imaginación avanza más en los días de América y el
nombre sonoramente vasco de Bolívar, el gran libertador, sacude mi fibra nacional, y avanzo
más y veo al gran Zabala, fundador de Montevideo, y a Caray que creó a Buenos Abes y a
Irala que edifica la Asunción del Paraguay. Pienso en Zumarraga, el primero que trae la
imprenta al Nuevo Mundo y recuerdo la gesta incomparable de Anchieta... Fundadores,
colonizadores, misioneros, libertadores... su nombres surgen a cientos y entre ellos apenas
el de un conquistador. Y cuando vemos a un vasco, como el gran Alonso de Ercilla luchando
contra los araucanos que defienden heroicos su independencia, contemplamos esa injusticia
reparada, pues es él mismo quien compone el himno más noble y entusiasta al coraje y amor
a la independencia de aquéllos a quienes por obligación ha de combatir...
Y sigo avanzando más hasta llegar a los primeros años del descubrimiento, y he aquí que se
presenta ante mi vista una figura que crece y crece con gigantescos perfiles.
"Atrás, vosotros, los de la rapiña; vosotros los de la codicia y el botín; los que con la bandera
de la "cruzada" encubrís la injusticia y hacéis mercadería de la religión; atrás os digo. Dios no
creó estos pueblos de América para que fueran vuestros esclavos.
Sois los de siempre: los que, escudados en las Bulas, os lanzasteis a la conquista de
Navarra; los que tras las palabras más santas escondéis vuestro odio & la más sagrada
herencia del hombre: la justicia y la libertad".
Vicente Amezaga Aresti Montevideo, Paraningo, 26-VIII-1946
Compilacion, Edicion y Publicacion
Xabier Iñaki Amezaga Iribarren