Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Los Fantasmas Del Salón Indien

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 2

1.

Los fantasmas del Salón Indien


El año 1895 fue un año tumultuoso y agitado para la historia. En la isla de Cuba,
se lanza el Grito de Baire, con lo que estallará de nuevo la guerra, esta vez definitiva,
por la independencia de la isla, las calientes arenas del sur de África se llenan de sangre
en la guerra de los Boers. Las cosas no van mucho mejor en Francia, donde el escándalo
Dreifus, miembro del estado mayor, que ha sido degradado y exiliado a la Guayana, en
la temida cárcel del diablo. Pero, es también el siglo del progreso, de la técnica y a la
tecnología. Algunos maldicen a la civilización maquinista que está dando la vuelta al
globo. Otros, alaban el progreso de la maquina a vapor y la electricidad, los símbolos
del progreso industrial. Y, de este formidable empuje de la civilización maquinista ha
nacido en Lyon, la que sería la máquina de imprimir la vida, creándose a partir de ella
fabulosos mitos y sueños.
Satisfechos con los ensayos iniciales, los hermanos Lumiere decidieron
emprender la presentación pública de su invento en la capital de su país, Paris. El local
elegido para la presentación, sería un sótano del Gran Café, en el Boulevard de las
Capuchinas. El saloncito había sido bautizado on el presuntuoso nombre de “Salón
Indien” y solía ser utilizado como salón de billar. La sala era de dimensiones reducidas,
para que en el caso de que supusiese un fracaso, este no fuera muy sonoro. Antoine
Lumiere visito al dueño del Grand Café, un italiano de nombre Volpini y le propuso
alquilar la sala a cambio del 20% de la recaudación, pero este tenía tan poca confianza
en el nuevo artilugio que rechazo la oferta y estipulo la suma de 30 francos al día. Los
inventores eligieron la decisiva semana de Navidad para mostrar el cinematógrafo, que
así había sido bautizado, durante la cual se llenaban los bulevares de gentes buscando
sus regalos y haciendo sus compras. Los Lumiere pusieron en los cristales del Grand
Palace carteles publicitarios, así como repartieron algunas entradas entre destacados
personajes parisinos que pudieran hacer eco de su invento. Los carteles indicaban “Este
aparato, inventado por MM. Auguste y Louis Lumiere, permite recoger durante cierto
tiempo una serie de acciones que acontecen rente al objetivo, para luego proyectarlas a
tamaño natural, sobre una pantalla”. La fecha elegida para la primera sesión fue el 28 de
diciembre de 1895. Pero solo algunas personas invitadas asistieron a aquella proyección
histórica y, la verdad, el aspecto de la sala no era muy prometedor. Aquel día la
recaudación fue muy modesta, apenas 35 francos que permitían el alquiler del local. Al
apagar la luz y proyectar las primeras escenas de la plaza Bellecour de Lyon, los
espectadores se quedaron atónitos, al ver los carruajes que se desplazaban, así como los
transeúntes. Era algo mágico. Sin embargo, aquellas brevísimas diez películas de 17
metros que componían el primer programa presentado por los Lumiere mostraba
imágenes absolutamente vulgares e inocentes: la salida de la fábrica de los obreros, riña
de niños, la llegada del tren, partida de naipes, la demolición de un muro… Al día
siguiente, los periódicos del país se deshacían en elogios ante el nuevo invento. No
serían los temas, muy banales e incluso estúpidos de las películas, sino aquella
fidelísima calidad de la imagen que conservaba su movimiento real. A las dos semanas
de la primera sesión, la recaudación ascendía a casi 2.500 francos al día. El inocente
repertorio de peliculitas que presentaron los Lumiere al estupefacto publico parisino
tenía el inestimable valor intrínseco como documento de una época, de sus gentes, de
sus gustos, de sus modas, etc. Las películas serían desde entonces, fundamentalmente
testimonio. Entre las escenas antes señaladas, la que más sensación causo, sin lugar a
dudas, es la de La llegada de un tren, que provocaba el pánico en la sala, pues los
espectadores creían que la locomotora está realmente allí misma, a punto de
atropellarles. Para ellos, resultaba excesivamente realista para su mentalidad pre
cinematográfica y les hacía identificar su visión con la del ojo de la cámara. Desde el
punto de vista técnico, esta pequeña peliculita se grabó con una cámara fija, aparecen
todos los encuadres que pueden aparecer en una película, que va del plano general al
primer plano. Ante las puertas del Gran Café se agolpaban los parisinos y forasteros,
para contemplar con regocijo esas pequeñas películas, como la del jardinero Lumiere
empapado con una manguera o el nacimiento de los primeros trucajes como en
Demolición de un muro, que no hacían especialmente bien los Lumiere, que veían en
el cine un instrumento de investigación científica, con escaso poder comercial, según
ellos.
Los Lumiere continuaron rodando peliculitas de entre uno y tres minutos. Con el
paso del tiempo, comenzaron a enviar emisarios de la casa a otras partes del mundo para
rodar escenarios exóticos, naciendo lo que hoy llamamos noticiario o reportajes de
actualidad es. En 1896 se rueda la coronación del zar Nicolás II, que con sus siete
bobinas marca un hito en este momento pre cinematográfico. Peo, la vocación científica
y la holgada posición de los Lumiere les llevaba a menospreciar su invento y sus
posibilidades comerciales, de modo que en 1898 despidieron a todos sus empleados y en
1900 realizaron su última aventura cinematográfica, dejando en manos de otros pioneros
el futuro de su invento.

También podría gustarte