Rueda de Hamster
Rueda de Hamster
Rueda de Hamster
Cruzamos la Gran Vía corriendo, justo cuando el semáforo da paso a los coches.
Carolina se coge de mi brazo con sus dedos de pianista, el movimiento rítmico de sus
pestañas rizadas marca el compás de sus pasos. Corta y pega los fotogramas de una
cliente, cuñada o hijo pasa por la calle y registra con el móvil la escena, la sube a
Aprieto las mandíbulas, un gesto nuevo que alienta quijadas de cowboy urbano.
Equilibrista cuarentón en fuga, piso de puntillas, con la vista puesta en el horizonte por
debilidades del otro. Desde la visión periférica percibo esa mueca que la delata,
aparecen sus dos antenas invisibles y captan las capas más profundas de lo que siento.
De pronto aparece esa voz interna que resuena grave, imperativa y paternal. La llamo La
gana. Ahora dice que soy un gilipollas, que mejor sería atender la gran cantidad de
asuntos pendientes que arrastro, en lugar de jugar a las escondidas con Carolina. La Voz
inicia una salmodia gregoriana, pasa lista por lo que considera preocupaciones
1
importantes, desde las más abstractas a las más tangibles: la insatisfacción vital, la falta
de objetivo en la vida, interrogantes sobre amar, la nula atención que pongo a trabajar.
Carolina clava sus ojos en los míos de frente, adoro sus mejillas rosadas y
detesto ese amor que siente por Lelouche y los escenarios lluviosos. Cuando intuye mi
compromiso.
situaciones más diversas, repasa y analiza lo que hago: dice que en el último año he
acrecentado los affaires que no duran más de dos meses. No paro en casa ni duermo
bien, no estoy presente. Esta especie de entidad desaprueba mis conquistas amorosas, le
desagradan sobremanera.
que siento sobre uno de mis amigos que siempre está allí, un tibio confesor de barra.
Pormenorizo las estadísticas amorosas frente a dos daiquiris. Mi amigo toma un sorbo,
muerde el hielo, mueve la boca como si rumiara, agita el vaso en forma circular y
tu mujer.
2
—Es cierto. ¿Y qué más?
—¿Qué dices?
—Yo te odio.
Caigo sobre el sillón con los brazos abiertos y bostezo varias veces. Pido medio litro de
americano. La Voz dice que soy un roedor cafeinómano. Barro con la mirada el local,
felicitaciones. Esa noche, insomne, tuve la idea de emborracharme con un vodka que
guardé durante años. Bajando las escaleras, la ventana de la cocina devolvió la imagen
nefasta de las imperfecciones que más detesto: pantuflas, barriga, copa de vidrio, ceño
fruncido, calvicie incipiente. Escuché un ruido similar a las fichas de dominó cayendo
en cascada. De la nada surgieron las cuentas pendientes: amores, hijos, fracasos, padres,
3
Esa noche no pude atontarme con alcohol ni dormir. Mi corazón protestaba a
lomos de una persistente taquicardia. Vigilia estúpida y pendular sobre cada centímetro
de mi pasado.
—Qué raro ver una persona tan joven y amante de Lelouche —dije achispado
—¿Cómo lo sabe?
revitalizante, su perfume sutil. Esa noche concentré la atención en sus movimientos, sus
escenario.
entiendo nada. Me voy, harto de Starbucks, La Voz y el café. En las Ramblas la agencia
viejo compañero de la facultad que vive allí y mil veces me invitó a visitarlo.
Me acerco más a la foto. Pies sobre la arena gruesa, blanca, caliente, placer de
chapotear entre las olas, como alguien que nunca ha visto el mar. La empleada viene
hacia mi.
4
—¿Cómo se lo dirás a tu mujer y los chicos?
—Podría dejar una carta para cada uno, explicar que estoy estresado y necesito
podré negociar.
—¿Y Carolina?
—Quizá.
la catacumba del pasado se dibuja con claridad y veo el presente teñido con los colores
del limbo y el infierno. Las imágenes de la playa con cocoteros se vuelven nítidas,
5
El avión despegó a horario con todo el pasaje menos una persona: yo. Cuando se
encendieron los motores quedé paralizado por un miedo atroz. El peligro pegado a la
piel, el ritmo de mi corazón retumbando en cada músculo, grité como loco, creí que iba
durante horas. En unos minutos nos darán los resultados de las pruebas. Mi mujer
no voy a morir. El médico dice ha sido un ataque de pánico por estrés, necesito
botella de agua, ordena la ropa, cambia la maleta de sitio, toma el billete de avión y se
Aprieta los puños, sus manos pasan de rosadas a blancas, no dice nada. La
conozco, sigue la estrategia militar, antes de reaccionar necesita analizar a solas los
emoticonos de besos.
Mi mujer vuelve. Siento ganas de llorar, busco sus ojos de antes, aquellos que
—Puede que alguna vez te haya fallado, pero nunca he sido desleal —digo en
fogonazo de la vergüenza.
6
—He soportado con elegancia tu falta de criterio e ignorancia porque los niños te
quieren. Tus incapacidades van desde lo emotivo a lo intelectual, tus coqueteos tan mal
disimulados me ayudaron a verte tal cual eres. Por venganza, también te engañé y de
paso, conquisté la capacidad de aprobar lo que hago sin reservas. Y te lo dije con
Retrocedo seis años y recuerdo. Gran fiesta, gente, copas y demás. El tema de
estúpidos y sinceros, no supimos dar marcha atrás hasta que estuvimos pisando la
tragedia.
sobre un cable entre dos torres, descorriendo demasiado las cortinas torpes que cubrían
los escarceos. Justo antes de caer, un brindis inesperado nos echó un capote.
didáctico.
—Sí, para que las decisiones que tomes tengan buen criterio y mejor discreción,
Carcajada general.
7
Se va, quedo solo y envuelto entre sábanas con olor a hospital.
Después de un mes sin vernos, quedé con Carolina en el Starbucks. Los nervios
del reencuentro me hicieron comprar un traje nuevo y un corte de pelo más juvenil.
Llega despampanante con un vestido verde muy ajustado, el cabello suelto y un fulgor
dorado.
—¿Trabajo?
El camarero le sonríe y deja sobre la mesa su café orgánico de Etiopía. Creo que
sus gestos, sus ojos se desvían buscando un punto de apoyo, antes yo era el centro de su
Nos despedimos con cortesía, un final horrible, la relación merecía algo mejor,
un llanto, unos gritos, algo que marcara un colofón en lugar de esta pobre pausa
publicitaria.
8
Ya en la calle la veo marcharse. Meto las manos en los bolsillos y camino sin
rumbo. Llego a mi librería favorita. La Voz, con cadencia maternal me alienta a buscar
aclarado el cabello. Antes no había reparado en la belleza de sus ojos. Charlamos de las
alegría.
—Mañana volveré con más tiempo para charlar de libros —digo en un tono
vivaz.
—Genial.
—A las ocho.
noche fresca, respiro mejor. Buscando un taxi por la Gran Vía veo la tienda de animales,
9
Me quedo absorto siguiendo el movimiento de las patitas.
Sigo paseando. De pronto siento frío y subo las solapas del traje nuevo.
10